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v is ió n ,
RAZA
Y MODERNIDAD
flA C S O liíhüoíecs
Una economía visual del
mundo andino de imágenes
T r a d u c c ió n d e M a r u ja M a r t ín e z
V is io n , r a c e a n d m o d e r n it y : a v is u a l e c o n o m y o f t h e
A ndean im a g e w o r l d / D eborah P o o le
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C a p ít u l o i
I n t r o d u c c ió n
[U]
12 D eborah P o o le
renda por determinadas poses. Según mis notas de campo, tema algo que ver
con la historia de la fotografía —sobre la cual en esos momentos no sabía
prácticamente nada—y con los tipos de poses que requerían las viejas cámaras
que todavía se usaban en las plazas públicas y los estudios comerciales de
Cusco.
En la medida en que crecía mi curiosidad por los campesinos y las
fotografías, comencé a experimentar. Llevé libros de fotografías al campo
para mostrarlos a la gente. Quería ver cómo juzgaban las ilustraciones, qué es
lo que dirían. Creo que esperaba que ellos fueran indiferentes o mostraran
desaprobación. Pero sus comentarios fueron mucho más astutos. Un día, mien
tras estaba observando Other Americas, de Sebastiao Salgado, mi am iga Olga
me sorprendió1. Yo había escogido el trabajo de Salgado para discutirlo con
ella, en parte porque me di cuenta de que era un libro que no tema respuestas
fáciles. Las fotografías eran hermosas, elegantes, tenían textura, eran indiscu
tiblemente bellas. La impresión era técnicamente perfectí . Apelaba a todo lo
que sabía, consciente o inconscientemente, sobre lo que se supone debe ser
una fotografía bella. Sin embargo, como antropóloga, también las encontré
alienantes. Mostraban a personas infelices o de apariencia desamparada ha
ciendo lo que aparentemente eran cosas sobrenaturales. ¿D ónde estaban —me
preguntaba—las personas que siembran los campos, trabajan en fábricas, u
organizan huelgas, que también forman parte de “las otras américas”?
Sin embargo, para Olga mi preocupación no tema mayor interés. A ella
le gustaba mucho el libro; aunque allí había fotografías que no se parecían en
nada a las suyas, cuyos personajes estaban en poses rígidas. Más aún, las fotos
eran en b lan co y n egro , un fo rm ato que m is “ c lie n te s” rech azab an
sistemáticamente. No obstante, este fue su libro favorito entre los diversos
libros que miramos. Le pregunté por qué. Y ella respondió: “Porque la pobre
za es herm osa”. Luego procedió a analizar varias fotografías, para mí. Le gus
taba la forma en que las ilustraciones de Salgado destacaban la textura de las
ropas raídas de los campesinos. De igual forma, el hecho de que en una de ellas
mostrara a una pareja de ancianos campesinos vistos de espalda, porque eso
ponía la atención en lo andrajoso de su ropa (tanto, pensaba yo, como en que
eran anónimos). Incluso a ella le gustó la fotografía del pie agrietado de un
campesino, la única imagen en la cual mi propia opinión negativa no cedería.
Hasta el día de hoy, no estoy segura si O lga me convenció con su apre
cio por Other Americas. Lo que ella y sus vecinos hicieron, sin embargo, fue
despertar mi curiosidad sobre las formas en las cuales las imágenes y las tec
nologías visuales atraviesan las fronteras de aquello que con frecuencia enten
demos como culturas y clases diferentes y separadas. Es claro que los campe
1 Salgado, 1986.
I n t r o d u c c ió n 13
sinos a quienes fotografié tenían sus propias ideas sobre lo que las fotografías
son. Aun cuando estas ideas tenían mucho en común con las mías, también
había importantes diferencias. Los comentarios de Olga sobre la pobreza y la
belleza —y mi reacción ante ellos—me sugirieron la importancia de reexaminar
mis propios supuestos acerca del entrecruzamiento entre las ideologías políti
cas y las imágenes visuales. De un modo similar, nuestra apreciación común
sobre las cualidades formales de las fotografías, sugería algo en torno a las
formas complejas en las cuales una estética visual europea ha establecido sus
demandas en nuestras ideas —por otro lado—tan diferentes sobre lo bello y lo
terrenal.
Aunque Olga y las otras personas con quienes viví, hablé y trabajé en
las provincias cusqueñas de Paruro y Chumbivilcas durante los primeros años
de la década del ochenta, no aparecen en ningún lugar de las páginas que
siguen, este libro, en varios sentidos, se debe a ellos. Su comprensión del po
der —y la magia—de la fotografía me ayudó a estructurar mi propio interés en
la historia de las tecnologías visuales en contextos no europeos. Sus actitudes
hacia la imagen fotográfica me hicieron pensar en el problema político de la
representación en una forma un poco más crítica. Finalmente, mi propia ex
periencia como retratista de la comunidad, estuvo constantemente en mi mente
cuando contemplaba las miles de imágenes mudas de campesinos andinos
guardadas en los archivos fotográficos de N ew York, Washington, Rochester,
Londres, París, Lima y Cusco. ¿Cómo debería yo descifrar las intenciones de
los fotógrafos que tomaron estas imágenes, a veces anónimas? Incluso, ¿cómo
podría comenzar a imaginar lo que estaban pensando los personajes de estas
fotografías del siglo x i x y de inicios del siglo XX? ¿Cómo podría yo hablar y
teorizar sobre los diferentes estilos visuales que comencé a detectar en las
fotografías tomadas en Europa y el Perú? ¿Dónde, más allá del archivo, podría
buscar el discernimiento que subyace a los discursos culturales y raciales que
animaban a estas silenciosas imágenes ? En los hechos, ¿qué rol jugaron estas
fotografías en la conformación de las identidades e imaginarios de la gente
que posaba para ellos? ¿Q ué mensaje en torno a mis propias ideas sobre la
fotografía y la identidad, propias de fines del siglo x x , me estaban enviando
desde su punto de vista singular sobre el pasado andino? (Figura 1.1).
de “una im agen de los Andes”. La diversidad de las imágenes que han circula
do en torno y a través de los Andes, se impone en contra de cualquier historia
singular. Por el contrario, plantea poner en consideración el sorprendente
número y variedad de im ágenes e imágenes-objeto a través de las cuales ese
lugar denominado “los Andes” ha sido concebido y deseado, marginado y
olvidado por la gente de ambos lados del Atlántico.
El término “mundo de imágenes” captura la complejidad y multiplici
dad de este mundo de im ágenes que circuló en Europa, Am érica del N orte y
A m érica del Sur. Con este término, también espero relevar la naturaleza si
multáneamente material y social de la visión y la representación. El ver y eí \
representar son actos “materiales” en la medida en que constituyen medios de
intervenir en el mundo. N o “vem os” simplemente lo que está allí, ante noso
tros. Más bien, las formas específicas como vemos —y representamos—el mundo j
determ ina cómo es que actuamos frente a éste y, al hacerlo, cream os lo que
ese mundo es. Igualmente, es allí donde la naturaleza social de la visión entra ¡
en juego, dado que tanto el acto aparentemente individual de ver, como el
acto más obviamente social de la representación, ocurren en redes histórica
mente específicas de relaciones sociales. La historiadora del arte Griselda
Pollock ha afirmado que “la eficacia de la representación reside en un inter
cambio incesante con otras representaciones”2. Es una com binación entre,
por un lado, estas relaciones de referencia e intercambio entre las propias
imágenes y, por el otro, aquellas de carácter social y discursivo que vinculan a
quienes elaboran las im ágenes con quienes las consumen, lo cual da forma a
un “mundo de im ágenes”.
La metáfora de un mundo de imágenes a través del cual las representa
ciones fluyen de un lugar a otro, de una persona a otra, de una cultura a otra,
y de una clase a otra, también nos ayuda a juzgar más críticamente la política
de la representación. Como lo sustentaré, la diversidad de imágenes-objeto
visuales halladas en el mundo de imágenes de los Andes, constituye un argu
mento contra cualquier relación simple entre las tecnologías representacionales,
la vigilancia y el poder. N i los campesinos cuyos retratos tomé ni los muchos
peruanos con quienes más tarde he hablado mientras investigaba para este
libro, ni las im ágenes que he hallado en los archivos y libros se reducen fácil
mente a algún program a político o de clase. Ello no quiere decir que fueran
inm unes a las seducciones de la ideología. Más bien, al igual que la mayor
parte de nosotros, parecen ocupar una ubicación más dificultosa en los inters
ticios de las diferentes posiciones ideológicas, políticas y culturales. Para com- '
prender el rol de las im ágenes en la construcción de las hegem onías culturales ■’
y políticas, es necesario abandonar aquel discurso teórico que ve “la m irada” fj
3 Williams 1983, 1985 y 1977, pp. 11-20 . Sobre genealogías críticas del concepto de
cultura, en la antropología norteamericana, véase, entre otros, R oseberry 1989, y Stocking 1992,
particularmente las pp. 11 4 -1 7 .
I n t r o d u c c ió n 17
tos cambios en las epistemologías europeas acerca del status de la visión y del
observador. En el otro’ extremo, mi investigación llega hasta las décadas que
precedieron al advenimiento de la comunicación de masas y a lo que Guy
Debord ha llamado la “sociedad del espectáculo” . La televisión y el cine han
cambiado drásticamente nuestra comprensión de imágenes y experiencia vi
sual. Este libro considera la economía visual que precedió a estos cambios en
la tecnología visual, la cultura pública, y las formas del poder del estado que
ellas suponen4.
i< A l analizar esta economía mi objetivo es doble: por un lado, quiero
entender la especificidad de los tipos de imágenes a través de las cuales Euro
pa, y Francia en particular, imaginaron a los Andes, y el rol que los pueblos
andinos jugaron en la creación de tales imágenes5. Por otro lado, estoy intere
sada en comprender cómo el mundo de imágenes andino participó en la for
mación de la economía visual moderna. Son dos las características que distin
guen a esta econom ía visual, de sus antecesores de la Ilustración y el Renaci
miento. Primera, en la m oderna economía visual el dominio de la visión está
organizado alrededor de la producción y circulación continua de objetos-ima
gen y experiencias visuales intercambiables o en serie. Segunda, el lugar del
sujeto humano —u observador— ha sido rearticulado para adecuarse a este
campo visual altam ente móvil o fluido. Estos nuevos conceptos de observa
ción, visión, e imagen visual, surgen hacia inicios del siglo xix, en momentos
en que la economía capitalista y el sistema político de Europa estaban experi
mentando un cambio dramático.
La descripción y teorización de los campos discursivo y social al inte
rior de los cuales ocurre esta reorganización total de la visión y del conoci
miento, plantean un desafío a causa de su complejidad. Este libro estructura la
historia de la visualidad moderna a través del análisis de un conjunto específi-
4 Sobre la sociedad del espectáculo, véase D ebord 1977. D ebord (1988) fija la fecha
del surgimiento de la sociedad del espectáculo a fines de la década de 19 2 0, fecha que, como lo
señala Crary (1989), corresponde a la invención de la televisión y al auge de los regímenes fascis
tas europeos.
5 En este libro me centro en el pensamiento francés sobre los Andes. A la vez que
reconozco la naturaleza necesariamente permeable de las fronteras nacionales que ponem os en
torno a las tradiciones culturales y -especialm ente- intelectuales, un enfoque en Francia se jus
tifica en el caso andino p o r diversas consideraciones históricas, entre las cuales está el rol central
que los intelectuales franceses jugaron en la producción de una cierta imagen utópica deí Nuevo
M undo en el siglo xvtii; el predom inio de fotógrafos y viajeros franceses en América del Sur en
el siglo xrx; la riqueza de las imágenes andinas de los archivos franceses; y, finalmente, la impor
tancia de la influencia cultural francesa en las elites andinas del siglo xrx. A bordo imágenes,
textos e intelectuales franceses en tanto son representativos, en algunos aspectos, de las ideas
“europeas” sobre la visión, la raza y los Andes. Sin embargo, hasta donde ha sido posible, he
intentado respetar la especificidad de las tradiciones intelectual, científica, estética y cultural
francesas.
18 £■ r v. . D e b o r a h P o o le
1
g ícú d cu ri^ en es: asícom o de los individuos y sociedades que las producen. De
visión se convierte en un problema de actores sociales y de
y no de los discursos abstractos, regímenes de conocimientos,
^pis'ttmas de signos e ideologías que suele invocar la literatura teórica sobre la
¡Pwswh.''Los regímenes discursivos tienen una presencia constitutiva e incluso
Inmaterial en la historia. Sin embargo, para entender cómo es que ellos modelan
f‘ nuestras acciónes, creencias y sueños, debemos m irar las formas en las cuales
los discursos se entrecruzan con las formaciones económicas y políticas espe-
, tíficas. Esto es particularmente cierto en el mundo no-europeo, donde las
nociones europeas de representación, visión y verdad, a nivel filosófico y cien
tífico, han sido moldeadas para adecuarse a determ inadas agendas políticas y
culturales tanto de los agentes de la dominación imperial como de los nativos
que se resisten (y adecúan) a este dominio.
P r in c ip io s d e e c o n o m ía v is u a l
AI igual que otras economías, una economía visual implica por lo menos tres
niveles de organización. Primero, debe haber una organización de la produc
ción que comprenda tanto a las individuos como a las tecnologías que produ
cen imágenes. Con relación a la producción de imágenes, en el presente traba
jo me centro en las personas, y —aunque en menor medida—en las institucio
nes que elaboraban, distribuían, y publicaban imágenes del mundo andino. A
este respecto, el libro bien podría ser abordado como una etnografía histórica
en torno a los intelectuales cuyos discursos e ilustraciones dieron forma al
imaginario moderno sobre los Andes.
Como otros etnógrafos, he sido selectiva al elegir a los individuos cuyo
trabajo representará el mundo andino de imágenes6. Al hacer esta selección
me he guiado no por la idea de descubrir un conjunto típico o representativo
de imágenes o de hacedores de imágenes, sino más bien por una comprensión
de que cada individuo e imagen constituye una instancia particular al interior
del amplio rango de prácticas y discursos representacionales que han interve
nido en la construcción del mundo de imágenes andino. Los hombres y muje
res que encontraremos van desde famosas personalidades como Voltaire,
6 Entre los artistas y viajeros de los siglos XIX y XX a quienes he excluido con reticen
cia de este análisis del mundo de imágenes andino están Ephraim G eorge Squier, Frederic Edwin
Church, Paul Marcoy, Pancho Fierro, Agustín G uerrero, Francisco Laso, A dolphe Bandelier,
Hiram Bingham y Martín Chambi. La extensión de esta lista expresa las dificultades de presentar
cualquier selección de imágenes com o representativa del diverso m undo de materiales que han
circulado en nuestras imaginaciones científica y popular com o constituyentes de “los A ndes”.
Sobre Squier, Church y Bingham, véase Poole 19 9 8, pp. 110 -13 6 .
I n t r o d u c c ió n 19
discurso realista dom inante, por tanto, se podría pensar que esta función
representacional de la imagen podría ser su “valor de uso”8.
Sin embargo, cuando se piensa en la imagen como parte de una econo
mía general de visión, ella también debe considerarse en térm inos de su valor
de cambio. Aquí el estatus de objeto de las imágenes gráficas producidas a
través de diferentes tecnologías asume una importancia inmediata. La foto
grafía y el fotograbado, por ejemplo, además de producir imágenes más “rea
listas”, también son tecnologías para la producción mecánica y a gran escala
de tipos específicos de objetos visuales. Estos objetos se caracterizan, en pri
mer lugar, por su relativa disponibilidad, portabilidad y tamaño. Los campesi
nos que fotografié, por ejemplo, podían poseer retratos fotográficos en una
form a en la que probablemente no podrían tener pinturas. Y, lo que es más
importante, ellos podían guardar sus fotografías en secreto o exhibirlas, según
desearan. También podían reproducirlas, hacerlas más grandes o más peque
ñas, y regalarlas. A pesar de la calidad técnica o del contenido pictórico, la
posesión de fotografías confería un estatus especial a sus propietarios. Cuan
do se tom a en consideración tales usos sociales de objetos o mercancías foto
gráficos, se ve claramente que el valor de las imágenes no se limita al que
adquieren como representaciones vistas (o consumidas) por observadores in
dividuales. Por el contrario, las imágenes también adquieren valor a través de
los procesos sociales de acumulación, posesión, circulación e intercambio9.
En algún nivel, el valor de cambio de cualquier imagen o im agen-obje
to particular está íntim am ente relacionado con su contenido representacional.
Sólo se requiere pensar en las valoraciones muy diferentes que se ponen en
los retratos de familia y en las postales. Ambas están basadas en tecnologías
fotográficas, ambas circulan en la sociedad; sin embargo, ambas adquieren
diferentes valores sociales y estéticos en virtud del hecho de que una contiene
la apariencia de la gente que conocemos, en tanto que la otra contiene vistas
de personas o lugares que conocemos sólo bajo la forma de imágenes.
Pero también hay un argumento heurístico para considerar por separa
do las dos formas de valor, porque cada una tiene algo diferente que decir
8 Cuando se toman com o parte del sistema de valores, los cambios históricos en
técnica, género y form ato parecen haber sido, en retrospectiva, el resultado inevitable de un
impulso —originado en el perspectivismo renacentista y el racionalismo cartesiano— hacia un
mayor realismo o “verdad” en el dominio de la experiencia visual. Sobre discusiones críticas en
torno al discurso realista en la historia del arte y la fotografía, veáse, entre otros, Bryson 1983,
Crary 19 9 0, K rauss 19 8 9, Mitchell 1986, Sekula 19 8 4 y Tagg 1988.
9 Mi concepto de valor de cambio tiene una deuda con el reciente trabajo sobre el
carácter mercantil de las fotografías. Se puede hallar diferentes propuestas sobre este problem a
en Bourdieu 19 6 5, Krauss 19 8 9, M etz 19 8 5, Rouillé 19 8 2, Sekula 1983 y 19 8 4, Tagg 1988 y
Taussig 1993. Los ensayos de Benjamin (1966 y 1980) sobre fotografía y reproducción mecánica
han sido claves para el replanteamiento reciente sobre la fotografía en tanto form a de mercancía.
I n t r o d u c c ió n 21
sobre la naturaleza social de las imágenes. Por ejemplo, si miramos una tarjeta
postal de una ciudad andina en términos de su contenido representacional —o
su valor de uso- su importancia social y política pareciera estar relacionada
con lo que nos dice —o no nos dice- sobre el lugar particular que muestra.
Pero si consideramos la misma tarjeta postal en términos de su valor de cam
bio pensamos más bien en su relación con millones de otras postales de otros
lugares, y cómo su circulación conecta al observador con este otro mundo de
imágenes de postales asignándole así su significación y valor.
En la literatura sobre la representación colonial hay una tendencia a
privilegiar el análisis del valor de uso de las imágenes10. Estos trabajos tienden
más bien a describir conjuntos específicos de imágenes tomadas en el mundo
colonial o no-europeo en términos de su función representacional (o su valor
de uso). El siguiente paso es, con frecuencia, denunciar el hecho de que este
contenido “distorsiona” la realidad que afirma retratar. Entonces, es a través
de este proceso de distorsión —se afirma—que el observador europeo constru
ye una determ inada “imagen” del mundo colonial. Este tipo de análisis plan
tea dos problemas principales. Primero, si enfocamos solamente la represen
tación y sus descontentos, sigue siendo prácticamente imposible distinguir la
manera cómo las políticas visuales del colonialismo son diferentes de su polí
tica textual., o incluso si difieren de ella. Segundo, un enfoque en el contenido
elude la cuestión más importante de evaluación de las interpretaciones com
plejas y a veces conflictivas que los diferentes observadores ponen en las imá
genes.
Con este problema en mente, algunos trabajos recientes se han enfo
cado en el análisis de las imágenes en el colonialismo y las sociedades de clase
a partir del concepto de archivo. Se han concentrado en particular en el análi
sis de dos tipos de imágenes: las postales y la fotografía racial o etnográfica11.
La mayor parte de estos autores comparte el interés foucaultiano —o, en tér
minos más generales, post-estructuralista- por develar las funciones políticas
del archivo visual como una tecnología para la regulación o normalización de
las identidades subalternas, o para compilar las bases estadísticas del conoci
miento im perial12. Este enfoque en el archivo visual nos sugiere un conjunto
10 En com paración con la revolución en los estudios literarios y culturales que siguió a
la publicación de Orientaliswdz Edward Said, se ha prestado poca atención al análisis del imagina
rio visual del colonialismo europeo y el imperialismo norteamericano. Entre las excepciones
im portantes están Alloula 1986, Edwards 1992, Graham Brown 1988, L u tzy Collins 1993, Maurel
1980, M onti 1987, Pinney 1992a, Prochaska 19 9 0 y Solom on-G odeau 1981.
11 Sobre la postal, véase especialmente Alloula 1986 y Schor 1992. Sobre la fotografía
racial y etnográfica véase especialmente Pinney 1992b.
12 Una parte del trabajo más im portante sobre el archivo fotográfico en tanto tecnolo
gía del poder imperial se ha enfocado en torno al estudio del territorio del oeste norteamericano;
véase, p o r ejemplo, K rauss 1989 y Trachtenberg 1989, pp. 119 -16 3 . Sobre el archivo fotográfico
22 D ebo rah P o o le
muy diferente de preguntas sobre las formas en las cuales la visión y el poder
se entrecruzan en el mundo colonial.
Al explorar el mundo de imágenes andino, he intentado otorgar igual
peso al contenido representacional (o valor de uso) de las imágenes y a las
formas de propiedad, intercambio, acumulación y agrupación que caracteriza
a determinadas formas de imagen como objetos materiales. A causa de que
sus superficies gráficas se leen como representaciones de algún referente m a
terial —real o imaginado—del mundo andino, las imágenes que encontraremos
han contribuido individual y colectivamente a crear un discurso compartido
sobre lo que eran “los Andes”. En otras palabras, ellas concuerdan en algún
sentido con una cultura visual europea dominante en la cual las imágenes se
leen como “representaciones” de una realidad que existe más allá de la im a
gen. También concuerdan, lo que no es sorprendente, con las comprensiones
contemporáneas sobre las diferencias raciales y la evolución cultural, así como
con las “misiones civilizadoras” del imperialismo europeo y norteamericano.
Al apuntar hacia esta complicidad entre el discurso im perial y la función
representacional de las imágenes, mi lectura del archivo visual andino com
parte un interés común con otros trabajos recientes sobre la representación
de las personas nativas o de los trabajadores originarios del mundo no-euro
peo. Al relevar la naturaleza colectiva y circular del mundo de imágenes andino,
también comparto el interés general de los post-estructuralistas por la com
prensión de las tecnologías estadísticas y de archivo que subyacen al poder
imperial.
Mi análisis sobre el mundo andino de imágenes toma como punto de
partida otros estudios de la representación colonial, e intenta ubicar las im á
genes al interior de una visión más general de la economía visual, para luego
relacionar esta economía con el discurso sobre la raza, que es un discurso
históricamente cambiante. Más concretamente, sugiero tres argumentos so
bre la modernidad visual y la raza. Primero, al abordar las imágenes como
objetos materiales con sus propias características sensoriales, sugiero maneras
específicas en las cuales el carácter material de las imágenes, tales como la
fotografía, plasmaron las comprensiones populares de “raza” como un hecho
material y biológico. Segundo, además de considerar lo que podríamos enten
der como el rol “ideológico” de las imágenes, también miro las formas parti
culares en las cuales la fantasía y el deseo entran en la producción y el consu
mo de las imágenes visuales. Gloso esta dimensión bajo el término, en cierto
modo menos concreto pero —como argumentaré—no menos “económico”
de placer. Finalmente, considero que las imágenes no-europeas —en este caso
como concepto teórico y discursivo, véase Sekula 1989. En el capítulo v analizo la supresión de
la fotografía colonial en la historia que Sekula y otros hacen del archivo europeo.
I n t r o d u c c ió n 23
V is ió n y r a z a
15 D e acuerdo con el uso que ya ha sido aceptado entre los críticos postcoloniales, el
térm ino “colonial” se utiliza aquí y en otros lugares de este libro como una glosa para “no-
europeos”. Las ventajas de tal uso es que apunta hacia las relaciones jerárquicas y las historias
que vinculan a Europa con “no-E uropa”. C om o lo m uestra claramente el caso andino y latino
americano, la desventaja es que oscurece las im portantes discrepancias cronológicas que dieron
form a a las historias y culturas "coloniales” en diferentes áreas del mundo.
14 Benjam ín 1 9 6 9 ,1 9 8 0 .
24 D ebo rah P o o le
15 Crary 19 9 0, p. 11.
I n t r o d u c c ió n 25
16 Foucault 1980a, pp. 14 2 —144. Acerca del biopoder, eéase también Foucault 1991.
26 D eborah P o o le
17 Stoler 1995. Sobre raza y colonialismo véase también Alatas 1977; Breman 19 9 0;
Hobsbawm 1987, pp. 2 5 2 -2 5 4 ; K iernan 1969; M cClintock 19 9 5; y Pieterse 1992.
18 Foucault 1998. Véase también Pollock 1992.
” Foucault 1 9 9 1 ,1 9 9 2 . Stoler (1995, pp. 55-94) proporciona un resumen de las confe
rencias inéditas de Foucault sobre la “raza”. Es difícil reconstruir la com prensión de Foucault
sobre la historia del pensamiento racial, en buena parte porque la propia naturaleza de su proyec
to desestima efectivamente la posibilidad de definir orígenes o cronologías absolutas. P or el
contrario, Foucault presenta lo que Stoler (1995, p. 61) caracteriza com o un “rebote discursivo”
en el cual “un viejo discurso sobre raza es recubierto, modificado, encajado e introducido, bajo
nuevas form as”.
I n t r o d u c c ió n 27
En nuestra prisa por develar los lazos cómplices que hay entre arte, represen
tación y poder —o tal vez más apropiadamente en este caso, raza y representa
ción—con frecuencia olvidamos que las imágenes también están relacionadas
con el placer de mirar. Las im ágenes visuales nos fascinan. N os em pujan a
mirarlas, especialmente cuando el material que nos muestran no nos es fami
liar o es extraño. Esto es particularm ente cierto en relación con la fotografía y
las imágenes fotográficas —como los fotograbados—, que ejercen una afirm a
ción cultural de representar la “realidad”. Ciertamente, las fotografías ejercen
un manejo peculiarmente poderoso en nuestras imaginaciones. Michael Taussig
ha afirm ado que el encanto con que la fotografía nos envuelve, se multiplica
en las imágenes de gente del mundo colonial o no-europeo que al parecer, a la
vez se asemejan y no se asemejan a nosotros. Este autor dice que es a este
“espacio óptico intercultural del poder mágico”, el que deberíamos mirar cuan
do se trata de entender nuestro deseo irresistible de contemplar al otro (Figu
ra 1.2)20.
La atracción que sentimos hacia las imágenes visuales podría muy bien
ser universal, parte de una facultad mimètica que Taussig describe tan adecua
damente. Las formas particulares en las cuales experimentamos los placeres
de lo visual, sin embargo, son cultural e históricamente específicas. Al respec
to, me interesa el tipo de experiencia visual que surgió a la par que el proyecto
europeo de modernidad a fines del siglo xvm e inicios del siglo xix. Estudios
recientes han destacado dos aspectos de la moderna cultura visual europea.
Los críticos del racionalismo de la Ilustración han apuntado hacia la relación
21 Véase, por ejemplo, Bryson 19 8 3, C rary 1990, Fabian 19 8 3, Foucault 1973b, 1979,
1980b, K eller y G rontkowski 1983, Rorty 19 7 9, y Tagg 1988. A l ampliar esta crítica al estudio de
la visión y de las tecnologías visuales en el mundo colonial o no—europeo, ha sido especialmente
im portante el trabajo de Foucault que trata del poder de vigilancia y disciplina. Véase, por ejem
plo, C how 1995, Mitchell 19 8 8, y Shohat 19 9 1.
22 Barthes 1977.
I n t r o d u c c ió n 29
23 Jay 19 8 8, p. 115.
24 Jay 19 8 8, p. 123.
25 Barthes 19 8 1.
26 Sobre la teoría visual de Benjamín, véase Buck, Morss 1989.
30 D eborah P o o le
m oderna economía visual, ¿quién “asigna” valor a una imagen u objeto vi
sual? ¿Es que el “valor” ha sido estructurado por el propio sistema discursivo
—como ocurre, por ejemplo, con el dinero o el oro en la economía capitalista?
¿O el “valor” de un objeto visual varía según la ubicación histórica y social de
su observador?
Una de las contribuciones más importantes que la antropología puede
hacer a una teoría crítica de la visualidad y la imagen, es resaltar la diversidad
de las subjetividades visuales que operan en cualquier “mundo de im ágenes”.
Aquellos análisis que asumen alguna versión del perspectivismo cartesiano
como el único régimen visual en la modernidad, asumen un sujeto visual uni
tario. Desde esta perspectiva, las imágenes que los viajeros del siglo xix y de
inicios del siglo xx traían de los Andes, asumen la función disciplinaria de
norm alizar o limitar el rango de significados que era posible adscribir a los
Andes y a sus pueblos. Esta fue, por ejemplo, una de las principales funciones
de las fotografías raciales y de las caries de visite que eran coleccionadas por
europeos de las clases alta o media. Ciertamente, en mi análisis de las caries de
visite, en el capítulo v, pongo énfasis en esta función “represiva”. No obstante,
es necesario reconocer que para otros observadores no-europeos o para los
personajes indígenas de las propias fotografías, las imágenes bien podrían te
ner significados diferentes30.
La v isió n en l o s A n d e s p o s t - c o l o n ia l e s
Las imágenes visuales, escribe Griselda Pollock, corresponden “al punto ses
gado donde el deseo por conocer y las relaciones de poder están estriadas por
los más impredecibles... juegos de fascinación, curiosidad, espanto, deseo y
horror”31. Parte del argumento de este libro es que este contrapunto entre la
imaginación sensorial y el conocimiento, adquirió características particulares
en el mundo de imágenes que se ha tejido alrededor del encuentro andino-
europeo (Figura 1.3). Esto es así por dos razones. La primera im plica las for
mas en las cuales las propias imágenes eran interpretadas y valoradas en el
tipo de econom ía visual que fue generada en Europa, desde fines del siglo
30 Estoy agradecida a G ary Urton por señalarme los riesgos que conlleva el asumir a
una persona indígena “silenciosa”, incluso en las maneras “represivas” de la fotografía del siglo
XIX. Recientes estudios antropológicos sobre la fotografía han intentado abrirse paso en relación
a este impasse, resaltando una noción relacional de la visión. Lutz y Collins (1993), p o r ejemplo,
hablan de las múltiples miradas entrecruzadas que operan en las fotografías de no-europeos. En
su análisis —en otros aspectos muy d iferen te- de la fotografía colonial, Taussig (1993, p. 186)
también pone énfasis en los “impulsos que emite cada lado de la división colonial”.
31 Pollock 19 9 4, p. 4.
32 D ebo rah P o o i ,e
xvm hasta inicios del siglo xx. La segunda implica las relaciones polídcas e
históricas que vinculan a las repúblicas andinas de Ecuador, Perú y BoLivia
con los países del norte europeo y de América del Norte, que han dominado
la producción cultural relativa a América Latina.
Este período podría definirse como período postcolonial andino. His
tóricamente, com ienza con las revueltas indígenas de fines del siglo xvm y los
movimientos de inicios del siglo XIX por la independencia. Se cierra con el
surgimiento de los estados modernos en las primeras décadas del siglo xx32.
El período coincide con la formación y maduración de la m odernidad euro
pea. Este momento estuvo signado por la Ilustración, el discurso nacionalista
moderno, y la nueva form a de poder estatal que Foucault ha denominado
“biopoder”. Sin embargo, las corrientes que determ inan lo que sería la “mo
dernidad”, no fluyen sólo en una dirección. Por el contrario, los propios sen
timientos, prácticas y discursos conocidos como modernidad europea estu
vieron conformados en gran medida por el constante flujo de ideas, imágenes
y personas entre los mundos europeo y no-europeo, en este caso, andino. En
la misma medida que los centros y periferias de la economía capitalista global
que subyace a la modernidad estuvieron vinculados a un constante flujo de
bienes, capital y personas, las interpretaciones —o culturas—divergentes sobre
la modernidad que surgieron en diferentes partes del mundo fueron fenóme
32 Sobre historias del período véase, entre otros, Burga y Flores Galindo 19 8 7, Flores
Galindo 19 7 7, G ootenberg 19 8 9, Larson 19 8 8, McElroy 1 985,M allon 1983, y W alker 1992.
I n t r o d u c c ió n 33
preguntar por qué las divisiones raciales persisten en el mundo moderno —una
pregunta imposible de responder si nos centramos solamente en los orígenes
de la ideología racial—este libro más bien se pregunta, cómo es que han llega
do a parecer tan naturales aquellas cualidades visuales particulares que el dis
curso racial moderno ha asignado a la “raza”. Otras explicaciones en torno a
la raza comienzan con el supuesto de que el pensamiento racial moderno —o
racismo—apareció cuando los europeos comenzaron a establecer definiciones
o fronteras cada vez más precisas a las diferencias observadas en las poblacio
nes humanas35. En estos trabajos, se ve que la ciencia racial m oderna con sus
muchas generalizaciones falsas y gruesas ha estado motivada por un impulso
general hacia un mayor realismo.
En oposición a esta narrativa realista, me pregunto cómo es que la
“raza” llegó a ser siquiera vista. Esta pregunta podría ser formulada con rela
ción a cualquier parte del mundo donde la misión colonizadora de las nacio
nes europeas ha sido santificada por los controles políticos y económicos. Sin
embargo, lo que es particularmente interesante sobre el contexto andino es
que, a diferencia de Africa, donde los estereotipos e imágenes visuales fueron
claramente inscritos en la conciencia artística y visual europea, América puso
frente a los viajeros y científicos del norte europeo un terreno relativamente
inexplorado36. Teóricos de inicios del siglo x v iii como Blumenbach, Georges
Cuvier y Johann Gottfried von Herder, por ejemplo, se negaron a formar
opiniones sobre la clasificación “racial” de los americanos, afirm ando que en
ese entonces se conocía muy poco sobre las fisiognomías, biología y cultura
de los americanos37. De esta manera, la apertura de las ex colonias de España
en América del Sur en las décadas de 1820 y 1830 a los científicos y viajeros
del norte europeo, coincidió con dos momentos cruciales para la fundación
de la modernidad europea: la revolución en las tecnologías visuales y de ob
servación que acompañaron a lo que Foucault, Crary y otros han identificado
como el surgimiento del “observador moderno”, y la aparición de un nuevo
discurso sobre la diferencia racial encarnada, apoyado por las nuevas discipli
nas de la biología y la anatomía comparada.
Los siguientes capítulos trazan el surgimiento de un lenguaje racial ela
borado para las realidades de los Andes. El capítulo II considera la ausencia
general de un lenguaje visual para describir a las personas sudamericanas en la
Francia del siglo x v i i i . Aquí estoy particularmente interesada en indagar por
qué con tanta frecuencia los cuerpos de las mujeres parecen constituir la pri
Im ágenes e q u iv a l e n t e s
[135]
136 D eborah P oole
I m á g e n e s c ir c u l a n t e s
A unque las cartes de visite se usaban para una am plia variedad de tareas
representacionales, su uso más común —y económicamente significativo—era
el de tarjeta de recuerdo (Figura 5.2). A menudo la personaitjüe entregaba su
caríe dedicaría la fotografía a un amigo, a un pariente o a la persona amada con
una nota o dedicatoria personal que se inscribía en la parte alta o en la parte
baja del retrato. Además, la mayoría de las cartes de visite llevaban un logotipo
en relieve indicando el estudio fotográfico en el cual se había elaborado la
fotografía. Al igual que las actuales etiquetas del diseñador, el logotipo confir
maba el gusto y la posición social del comprador del retrato.
I mág enes equivalentes 137
F ig u ra 5 .2 . R etra to d e una m u je r de
c lase alta d e Lim a.
3 Holmes 1863, p. 8.
138 D ebo rah P oole
de su alma. Para tal individuo, el estudio fotográfico era algo más que un
establecim iento com ercial. En m uchos aspectos era m ás bien un lugar
ritualizado de autocontemplación4.
Los fotógrafos sacaban provecho de las connotaciones rituales y m o
rales de estos pequeños retratos. Disdéri aconsejaba a los fotógrafos que aís
len el estudio de cualquier vista o sonido que pudiera recordar a la persona
fotografiada el mundo que está fuera del estudio. Las áreas del estudio desti
nadas a las poses estaban compuestas por escenarios cuyo suelo había sido
visualmente apartado del resto de la habitación por una alfombra y tres biom
bos. Cada “salón de pose”, instruía Disdéri:
d e b e e sta r to ta lm e n te se p a ra d o d e lo s la b o ra to rio s fo to g rá fic o s , p ro te g id o de c u a lq u ie r
ru id o ; d e b e se r un taller [ate!ier\ p a c ífic o y silente... c o n s tru id o d e p re fe re n c ia e n la p a rte
alta de la casa, de m an era q u e n in g ú n re fle jo d e lo s o b je to s c e rc a n o s p u e d a in te rru m p ir
sú b ita m e n te el e fe c to e sc o g id o p o r el artista. E l atelier,; d e sp eja d o d e to d o o b je to , d e b e
o fr e c e r a n te lo s o jo s u n e sp a c io so se g a d o y ag ra d a b le 5.
4 Rouillé 1984.
5 Disdéri 1862, pp. 2 90-291.
6 Sobre la fisiognomía, véase Courtine y Haroche 1989; Cowling 1989, y W echsler
1982.
I m ág enes equivalentes 139
no debe ser una mera copia del rostro; al lado de un parecido material, tam
bién debe haber un parecido moral”10.
El contraste entre la excelsa prosa de Disdéri y los miles de imágenes
casi idénticas que a diario se producían en serie no sólo en su estudio sino
también en otros estudios dedicados a las caries de visite no podría ser mayor.
Para aprehender la esencia de cada individuo, los estudios se basaban en un
conjunto limitado de accesorios, poses y telones de fondo. Su repetición en
las miles de cartes de visite que se producían cada año daban a los retratos un
carácter de fórmula, totalmente ajena a las seductores loas que Disdéri dedi
caba al individualismo.
Tal vez lo más sorprendente de la uniform idad de sentimiento, pose y
expresión, que llegó a institucionalizarse en este tipo de tarjetas, sea la medida
en la que las cartes de visite de todo el mundo son extremadamehte parecidas.
Salvo las muy pocas cartes que hicieron uso de temas, costumbres o símbolos
nacionales como parte de los accesorios del estudio, un historiador se vería en
dificultades para diferenciar las tarjetas postales de Boston, París, Nueva York,
Viena, ciudad de México, Buenos Aires, o Lima, para nombrar sólo algunas de
las ciudades donde las cartes de visite se producían y comercializaban activa
m ente desde fines de la década de 1850. Las similitudes no son casuales. Casi
inm ediatam ente después de que Disdéri anunciara el nuevo formato en 1854,
el negocio de las raríer-de-visite comenzó a propagarse en todo el mundo. En
1865, Disdéri abrió estudios en M adrid y Londres. Fascinados por las nuevas
posibilidades de ganancia, otros fotógrafos adoptaron rápidamente la orienta
ción de Disdéri para entrar en el mundo industrial del pequeño formato, la
exposición múltiple y el retrato fotográfico. Atraían a nuevos clientes propagan-
dizando esta nueva tecnología y el sueño de ser fotografiados con la últim a
moda en posturas, porte y accesorios usados en las cartes de visite europeas.
La dem anda extraordinaria y mundial por las fotografías para cartes de
visite durante la década de 1860, refleja la medida en la cual estas imágenes
pequeñas y circulantes respondían a los deseos y sentimientos compartidos
de lo que rápidamente surgiría como una clase global. En tanto form a de
circulación de m oneda social —o de “billete sentim ental”—la caríe de visite tuvo
relevancia para canales mucho más amplios que las reducidas redes de cono
cidos y am igos cercanos a través de las cuales circulaban. Como modelos del
ego, los millones de pequeñas imágenes producidas durante las décadas de
1860, 1870 y 1880 también servían para propagar el particular canon de valor
estético, juicio moral, gusto y distinción que llegarían a constituir la cultura
burguesa del siglo xtx. En este caso entró en juego el doble carácter de la carie
de visite como mercancía y com o representación (o imagen). Por su form a de
La im a g e n c o m o o b je t o
Aunque inicialmente Disdéri imaginó que el retrato era la fuerza motriz que
conducía la misión civilizadora de la carte de visite, hubo otras personas que
también fueron rápidamente alistados para la causa. Luego del anuncio de su
nueva patente, el propio Disdéri propuso fotografiar todos los objetos del
Museo de Louvre, hacer un inventario para la Exposición Universal y el Pala
cio de la Industria, y establecer un departamento de fotografía para el M inis
tro de Guerra francés13. M uy pronto Disdéri y casi todos los otros fotógrafos
de París estaban ofreciendo caries de visite de monumentos, escenas urbanas,
edificios públicos, obras de arte, y personajes célebres. Estas imágenes eran
vendidas individualmente, o en paquetes y álbumes definidos por temas14.
Aunque desde la década de 1840 los paisajes fotográficos y escenas de
viaje, ambos en gran formato, habían sido comercializados en Europa por
fotógrafos como Gustave Le Gray y Francis Frith, el precedente más inm e
diato de la producción en serie de caries de visite con escenas y vistas fue la
estereografía (Figura 5.3)15. Cuando eran vistas a través de un aparato especial
llamado estereoscopio, las imágenes dobles de la estereografía se unían para
crear un efecto tridimensional. Al igual que las vistas de las cartes de visite, con
frecuencia las estereografías eran empaquetadas y vendidas por temas como
monumentos, vistas de la ciudad, obras de arte, historia y cultura. Otros g ru
pos eran organizados por series en las cuales un juego, un relato humorístico
o una escena erótica se desplegaban a lo largo de una vista secuencia! de las
estereografías
La estereografía prefiguró, en muchas formas, el m ercado y la deman
da pública por tarjetas de visita que no fueran retratos. Tanto las estereografías
como las tarjetas postales ofrecían a sus respectivos públicos fotografías que
eran relativamente baratas16. Ambos, igualmente, construyeron sus mercados
17 Holmes 1980.
18 Holmes 19 8 0 , p. 77.
144 D e bo rah P o ole
tos que de otra manera son totalmente dispares e incomparables . Puesto que
las imágenes se producen como objetos sólidos o tangibles, y que eran mirados
en grupos o colecciones, parecían form ar su propio conjunto de objetos se
parado y disdnto de los objetos que representaban. El disfrute de m irar
estereografías no se derivaba del placer de comparar su imagen realista con la
realidad original que ellas representaban —como ocurría en otras formas de las
impresiones fotográficas de gran formato y bidimensionales—sino de la expe
riencia casi física de inmersión en una imagen que había adquirido sus propias
coordenadas espaciales y temporales.
Por ser objetos producidos para la venta a coleccionistas y buscadores
de curiosidades, las caries de visite de Disdéri reproducían, en otra escala, esta
fascinación que el observador de estereografías sentía frente a la materialidad
de la imagen visual. Lo que faltaba a las caries de visite en tri-dimensionalidad, lo
com pensaba en portabilidad y tangibilidad. A diferencia de otras fotografías,
no eran ni frágiles ni difíciles de manejar. Montadas sobre cartulina e impresas
en el papel más durable del que se podía disponer, eran imágenes que podían
ser mimadas, acariciadas, poseídas, exhibidas y atesoradas de una manera que
era imposible para las estereografías, cuya ilusoria tangibilidad se basaba, en
último término, en un visor. En tanto objetos, las caries de visite aumentaban su
valor a través de los hechos sociales de la propiedad y la exposición, y no a
través del acto solitario de experimentar una vista de estereoscopio.
El rango de sujetos retratados en las cortes de visite reflejaban las ventajas
y lim itaciones relativas del formato para objetivar la imagen. Anteriores inten
tos de Disdéri y otros empresarios fotográficos por dar forma a un mercado
de cortes de visita que no fueran retratos, reproducían los temas y el estilo de las
ya populares estereografías. Las cortes de visite que representaban paisajes rura
les, escenas urbanas, monumentos y edificios históricos se vendían solas y
también por grupos temáticos. Igualmente, se comercializaba escenas teatra
les o eróticas. Sin embargo, al retratar tales personajes, el tamaño pequeño de
las cortes de visite constituyó un estorbo más que una ventaja. El estereoscopio
ofrecía a sus usuarios una experiencia visual en la cual los monumentos, los
paisajes y las escenas eróticas asumían una profundidad y dimensión que per
mitía experimentarlas física o corporalmente; en contraste, la representación
de tales escenas en la caríe de visite permanecía estática y distante. De igual
modo, la caríe de visite tampoco podía aprovechar exitosamente de los seducto
res atractivos de la miniatura, que durante el siglo xix había fascinado tanto a
los observadores del daguerrotipo y las ilustraciones de gran formato21. La
tecnología y los materiales de imprenta necesarios para mantener bajos los
costos de la producción de caries de visite, dio al pequeño formato una desven
22 En la colección que se ha revisado para el presente estudio, era raro hallar fotogra
fías de indígenas andinos sin som breros. Las únicas tarjetas de indios con la cabeza descubierta
estaban catalogadas bajo los títulos de “despiojadores” y “sirvientes dom ésticos” . Sin em bargo,
la cabeza descubierta sería obligatoria en la fotografía antropom étrica que se analiza después, en
este mismo capítulo.
148 D ebo rah P oole
La e s t é t ic a d e l a ig u a l d a d
En los Andes, las caries de visite eran producidas por fotógrafos nacionales y
extranjeros. Los personajes —no burgueses— favoritos eran las tapadas, las
mulatas, y los trabajadores pintorescos o rústicos como aguateros, veleros y
fruteros. Los oficios representados en las primeras caries habían tomado como
modelo, directamente, a los m étiers (artes y oficios) descritos en las populares
fisiologías parisinas tanto como en los escritos y obras de arte de los pintores
I m Agenes equivalentes 149
23 Véase el capítulo vi. Esto ocurrió en m enor proporción en Bolivia y Ecuador, cuyas
capitales estaban ubicadas en la sierra y donde, en consecuencia, era mucho más difícil que los
pintores ignoren la presencia de una cultura indígena andina. Véase, por ejemplo, las pinturas
costumbristas de tipos indígenas desde la década de 1850, del ecuatoriano Juan Agustín G uerre
ro (G uerrero 19 8 1; véase también Muratoria 1994). Sobre la fotografía del indio ecuatoriano del
siglo xix, véase Chiriboga y Cipriani 1994.
24 “Portraits de personalités del’Am erique du Sud”, album en 8°, sin fecha (siglo xix).
Estampes et photographies, Bibliothèque Nationale (Paris).
F igura 5.6. C argadores d e agua.
campesina de la sierra central del Perú, un indígena andino vestido con harapos,
un indio de la costa, un culi chino y, finalmente, un misterioso retrato de un
hombre sentado y desnudo, cuyo cuerpo está adornado con vistosa pintura25.
En este y otro álbumes similares los personajes indígenas de las cartes peruanas
destacan en un continente aparentemente poblado por políticos españoles, sol
dados mestizos y el ubicuo —y extrañamente desnacionalizado—gaucho26.
Otro álbum de esa época reúne ochenta cartes de visite en un vasto in
ventario titulado “Los Tipos Indígenas de Am érica”27. Conform e el observa
dor recorre las páginas, ve desfilar las imágenes sin rótulo de indios m exica
nos, peruanos, ecuatorianos, paraguayos y guatemaltecos, en una sucesión
implacablemente anónima. Con el efecto de la igualdad producida por los
tamaños idénticos y las poses estandarizadas de las cartes, las imágenes pare
cen fusionarse en un “Tipo Americano” uniform e. Como iconos de América
equivalentes o intercambiables, las únicas señales de las cartes, que denotan
diferencia, son las herramientas conocidas y los escenarios de estudio que
denotan los supuestos artes u oficios de los personajes.
25 Aunque se produjo —y tal vez se vendió—en el estudio lim eño del fotóg rafo francés
Eugene Courret, esta fotografía parece haber sido tomada durante los. viajes del fotógrafo a
través de Polinesia. Es probable que el rótulo que reza “T ipo peruano” haya sido agregado por
el propietario del álbum.
2Ú Véase, por ejemplo, “Personnages et costumes du Pérou”, album en 8°, v. 18 7 0,
Collection Sirot, Estampes et photographies, Bibliotèque Nationale (Paris). En casi todos los
álbumes peruanos o bolivianos del siglo XJK había fotografías con el rótulo de “gaucho” e inclu
so de “gaucho argentino”.
27 “Types Indigènes d ’Am erique, álbum, Colection Sirot, Estampes et photographies,
Bibliothèque Nationale (Paris).
I m á g en e s equivalentes 151
F ig u ra 5 .7 . «D e s p io ja d o re s» .
F ig u ra 5 .8 . H o m b re s se n ta d o s y m u ch ach o s p arad o s.
F il a s y co lum n as
La lógica aritm ética del coleccionista de curtes de visite se trasluce de una forma
aún más clara en un álbum donado a la Sociedad Geográfica de París el 27 de
junio de 1885 por el Dr. L. C. Thibon, cónsul boliviano en Bruselas31. Al igual
que otros álbumes de la época, el de Thibon abarca desde grandes vistas hasta
30 El álbum se mueve a través de once categorías de poses: (1) a cuerpo entero, de dos
personajes de pie; (2) parejas de hombres, de cuerpo entero, en la cual uno está sentado y el otro
está de pie; (3) parejas de cuerpo entero donde ambos personajes están sentados; (4) parejas de
cuerpo entero en la cual uno está sentado en un cajón y el otro en el piso; (5) grupos de cuerpo
entero de más de dos; (6) hombres solos, en cuerpo entero y de pie; (7) hombres solos, en cuerpo
entero, sentados (incluyendo en cuclillas o de rodillas); (8) mujeres en cuerpo entero, de pie; (9)
parejas de indias, en cuerpo entero; (10) tomas de medio cuerpo de hombre solo (de las rodillas
hacia arriba) : (11) hom bres solos sentados, a medio cuerpo.
31 “92 photographies de Bolivie offertes à la Société de Géographie par M. Le Dr. L.
C. Thibon, consul de Bolivie à Bruxelles, 27 juin 18 8 5 ”, Bibliothèque Nationale (París).
154 D eborah P o o le
escenas de pequeño formato y term ina con las minúsculas caries de visite de
tipos. El decreciente tamaño de la imagen en el —pulcram ente arreglado—ál
bum de Tbibon coincide con un ordenamiento temático parecido al que se ha
hallado en los álbumes de familias europeas más burguesas, así como en los
de muchos peruanos, bolivianos y ecuatorianos de las clases altas. En Europa,
las primeras páginas de estos álbumes, por lo general estaban dedicadas a
caries de visita que retrataban a la familia real o imperial. Las páginas siguientes
contenían caries con retratos de celebridades políticas y personajes públicos.
Los álbumes solían cerrarse con numerosas caries de visite de familiares y ami
gos32.
Aunque está centrado en un país y no en una familia, el álbum de
Thibon reproduce la misma progresión ordenada que parte del género (fami
lia real/ nación), pasa por la especie (dase/ afiliación política/ aficiones) y
llega a la subespecie o tipo (familia/ amigos). Las primeras imágenes, que
muestran la elección y el nombramiento de Gregorio Pacheco como presi
dente de Bolivia, ofrece una versión republicana de un tipo de retrato que era
usual en una familia de la realeza. Luego en el álbum siguen seis páginas de
ilustraciones de pequeño formato que podrían considerarse como la sección
de “especies”. Entre ellas hay fotografías del cementerio de Potosí, el pueblo
minero de Colquechaca, el pueblo natal del Presidente Pacheco, algunos hom
bres de pie en las afueras d d campamento minero, una calle en Sucre, y una
manada de llamas (fotografía que, para mayor énfasis -o tal vez como un anuncio
de lo que viene—se repite en las páginas 3v y 4 del álbum). Las cuatro imáge
nes siguientes de esta sección son más sorprendentes. La prim era es una caríe
de visite de “el Milagroso Niño Jesús del Prado” quien, según la superstición
popular, “hace un milagro el primer lunes de cada mes...” (Figura 5.9). La
imagen del Niño Dios com parte la página con una bestia con apariencia de
dragón, a la que Thibon identifica como un “gran saurio con tres cabezas de
11 metros y medio de largo, que fue muerto en el Beni [tierra baja de Bolivia]
después de haber recibido 23 disparos de carabina (?)”. No está claro si la
señal de interrogación señala el escepticismo de Thibon en relación a la exis
tencia del dragón o al núm ero de balas que lo mataron. En cualquier caso, el
observador moderno se siente impresionado por el hecho obvio de que la
fotografía se ha hecho a partir de una pintura. Para nosotros, la improbable
imagen del dragón es una intrusión discordante en el dominio del realismo
fotográfico, sugiriendo una vista diferente de aquella que las im ágenes foto
gráficas pretenden transmitir.
En la página siguiente, la mirada del observador —recién recuperada de
la visión del saurio—monstruo de Thibon, se encuentra ante un retrato oval
del Presidente Pacheco vestido de gala, colocado en un portarretratos. D eba
jo de la imagen, Thibon escribe: “G.regorio [sic] Pacheco, exam ansador de
caballos, actual Presidente de la República de Bolivia, de sangre mestiza, sin
educación, acaudalado minero, y caballero”. Frente a él, en la m ism a página,
está una carte de visite mucho más pequeña de una m ujer modestamente vesti
da, de rostro agradable, que apoya sus manos en el respaldo de una silla del
estudio, orlada con flecos. Aunque su sombrero, con flores y el ala elegante
mente vuelta hacia arriba, y la larga cola del vestido, aluden a su familiaridad
con la moda de París, su saco sugiere un compromiso estratégico entre la
moda europea y las blusas o monillos carrujados y adornados que en Bolivia
visten las vendedoras mestizas del mercado. Colgando varias pulgadas debajo
de su falda está la enagua típica de la “chola” boliviana. La leyenda de la foto
grafía reza: “Mariquita, esposa del Presidente Pacheco”.
La im agen híbrida de M ariquita sirve como comentario acerca del
“examansador de caballos y minero acaudalado”, de quien es esposa, e intro
duce las siguientes catorce páginas de tipos bolivianos. Las setenta y ocho
cortes de visite que conforman esta sección están colocadas en grupos de cinco
o seis por página. La prolija ubicación e idéntico tamaño sugieren que una
lógica de intercambiabilidad o igualdad dio form a a la fascinación de Thibon
por los diversos tipos nacionales bolivianos. La sección se abre en la página 7
con cartes de los hombres más a menudo incluidos en álbumes de tipos sud
americanos. La primera es un “Gaucho Argentino”. El segundo es un soldado
indígena andino, en este caso con el rótulo “Clarín de infantería”. Luego Thibon
cambia para m ostrar un tipo boliviano favorito de los europeos: la “chola”
(Figura 5.10). Las mujeres de las treintidós cartes de “cholas” han sido retrata
das en poses casi idénticas. Algunas están de pie con las manos sobre el res
paldo de una silla con flecos o recostadas en ellas. Otras se apoyan en un
podio o columna de madera. La reaparición de la misma silla orlada y el podio
156 D ebo rah P o ole
en una tras otra de las caries sugiere que Thibon compró las cartes de visite en un
solo estudio fotográfico.
Pero ¿conocía Thibon a las mujeres? Thibon sugiere una cierta intim i
dad con las mujeres a través de los rótulos y nombres que les asigna. Cierta
mente, en la secuencia inicial de “cholas” los rótulos se aplican con una minu
ciosidad casi compulsiva. U na “muchacha chola de catorce años” inicia la
secuencia. Después de ella, en rápida sucesión vienen:
“C ocinera de un a fam ilia b u rg u esa”
“ S irvien ta d e una fam ilia ric a ”
[U na “chola” sin ró tulo]
U na C ocotie d u p eu p le [co rtesana del p ueblo ] de Sucre
“L a h erm o sa R o sine”
“ C ocotte en n é g lig i’ [viste ro p a id én tica a la de las otras “cho las”]
“ C ocatte del estrato alto de S u cre_
“D o ñ a Ju an a V id a u je , arch im illon aria que a veces lleva m ás de dos m illo n es en jo yas”
I mág enes equivalentes 157.
[D o s caries de “ c h o la s” , sin ró tu lo ]
“M u c h a c h a c h o la ”
“M u c h a c h a c h o la re cién c a sad a” [dos copias]
“C h o la re c o n o c ib le p o r la e n o rm e c an tid a d de joyas q u e lle v a en sus d e d o s ” [Se trata
d e la m ism a m u je r de la carie a n te rio r, c o n ro p a diferen te.]
“ E s p a ñ o la n a c id a en B o liv ia ”
los hombres mestizos —sobre cuyos cuerpos el status mixto racial se veía m e
nos bien para los ojos de los europeos— están totalmente ausentes. Por el
contrario, es la mujer la que encarna esta categoría racial que es “ni-lo-uno-ni-
lo-otro” del ciudadano andino híbrido. Miniaturizados, objetivados y distan
ciados en el espacio plano de la superficie fetichizada* de la carie de visite y
arreglada por filas y columnas prolijas y uniform es en las muchas páginas del
álbum, los retratos de las “cholas” invitan al observador a rotular, clasificar,
ordenar y reordenar estas imágenes esencialmente equivalentes. La inscrip
ción debajo de cada im agen de mujer pareciera sugerir que el propio Thibon
sucumbió ante esta urgencia de rotular, clasificar y poseer las imágenes de
éstas.
En las ocho páginas que siguen a las cholas (páginas 13-20) Thibon
continúa su cálculo de tipo, con cuarenta y cuatro imágenes en caries de visite de
tipos indígenas (Figura 5.11). En este caso también el cónsul rotula casi todas
las imágenes. Algunos rótulos tales como “M ujer que vende estofado pican
te” o “Vendedor de chicha de jora”, hacen alusión a los tiestos y porongos
con los que se había hecho posar a los indígenas en el estudio del fotógrafo.
Otros como “Lechera de La Paz”, “Novia indígena” o “Familia de buscadores
de oro”, no contienen indicio alguno de las razones por las que Thibon esco
giera estos rótulos. Algunos de ellos describen oficios tales como “agricul
tor”, “porteador”, o “cargador”. Otros, tienen la intención de impresionar.
Sobre el simple rótulo de “obrero” (ouvrier), por ejemplo, se ve a un indígena
reclinado de una forma incómoda en el suelo del estudio, con la mirada fija y
cautelosa hacia la cámara, a la vez que finge beber de una botella de vino. En
la esquina opuesta de la misma página, una carte de una joven, que está de pie
detrás un niño acurrucado, lleva la improbable leyenda: “Muchacha de cator
ce años con su bebe de cinco años”. Dos caries de las conocidas escenas de
despioje que se exponen en fotografías posadas de todas partes del mundo
colonial, así como en caries de campesinos europeos, aquí están aderezadas
con rótulos como “La toilette. La mujer come los piojos que encuentra”. En
otra carte un grupo de indios arrodillados miran fijamente al observador sobre
un rótulo alarmante que los identifica como “Una familia de envenenadores”
(Famille des empoisoneurs \sic\).
El carácter degradante de muchas de las leyendas no es sorprendente
para cualquiera que esté familiarizado con las representaciones de la Europa
novecentista acerca de los pueblos no-europeos o colonizados. Para los ob
servadores de esa época, las leyendas habrían servido para llevar a los pueblos
* La autora utiliza el térm ino fetish-si^ed jugando con las palabras fetish (fetiche) y sic¡e
(tamaño), para denotar la importancia que tuvo el tamaño de las caríesen el proceso de fetíchización.
(Nota de la traductora.)
I m Agenes equivalentes 159
F ig u ra 5 .1 2 . C a rg a d o re s o p o rte a d o re s
ca, se ha asignado a las fotografías la tarea de retratar los corps de métiers (gre
mios) de Bolivia y Perú. Los títulos o rótulos cubren más o menos nueve
categorías amplias de ocupaciones: (1) vendedores de mercado ( marchands),
(2) “doctores” o curanderos {médecins), (3) carboneros {charboniers), (4) bandi
dos, (5) porteadores y cargadores, (6) mineros, (7) agricultores y jornaleros,
(8) arrieros y cocheros, y (9) sirvientes35.
35 Tal com o en la actualidad están archivadas, las cartas están colocadas en un núm ero
de seis po r hoja, según las categorías ocupacionales. N o está claro si este fue el orden que le dio
W iener o si se trata de un agrupamiento im puesto posteriorm ente por el museo de acuerdo con
los rótulos originales de Wiener.
Im á g en es equivalentes 163
Al igual que en el álbum de Thibon, los rótulos y las imágenes a las que
aluden se relacionan, en el mejor de los casos, en forma precaria. En este caso,
reunidas sobre la base de las fichas del museo, aparecen una fila tras otra de
rostros indígenas. La mayor parte de ellos mira fijamente hacia la cámara con un
gesto de susto o incluso de pavor. Unos pocos sonríen tímidamente. Otros
miran ferozmente aparentando ira. Unos sujetan las herramientas de su oficio,
un “carnicero” emponchado se sienta sonriente, con una hacha colgando relaja
damente de su mano. Dos “costureras” posan con prendas de vestir puestas
sobre sus hombros, de la misma manera —y posiblemente con las mismas pren
das—que los “porteadores” que aparecen en otras cortes de visite. En otra de las
cortes de Wiener, el fotógrafo no ha hecho ningún intento por insinuar algún
oficio. En estas cortes se intenta que los modelos representen no oficios, sino
“indios” puros y simples. La ausencia de herramientas u otros signos que iden
tifiquen una determinada ocupación destaca la distancia que separa los rótulos
de W iener del verdadero contenido de la mayor parte de las cortes. En dos ins
tancias, W iener asigna oficios (“pescadores” y “sirvientes”) a fotografías en las
cuales se ha instruido a los modelos indígenas para que posen como si estuvie
ran sacando piojos de la cabeza de otros. En algunos casos se ha asignado dife
rentes ocupaciones a diversas fotografías de la misma persona36.
Al asignar etiquetas, ocupaciones y oficios a estas imágenes producidas
con otros propósitos, W iener transformó a los cuerpos indios reproducidos
en pequeñas cortes de visite en imágenes equivalentes e intercambiables, que
entonces podían ser clasificadas, jerarquizadas y seriadas para retratar los gre
mios a través de los cuales el discurso sociológico de esa época definía la
estructura social. Con las cortes en la mano, ya no habría ninguna necesidad de
estudiar a los verdaderos objetos (o personas), que habían sido retratados. Por
el contrario, al igual que en el archivo de “cáscaras o formas” que Holmes
había imaginado veinte años antes, en las colecciones y álbumes de Wiener,
Thibon y otros, el valor de las imágenes no se derivaba de su fidelidad a un
original (o sea, como fotografías “realistas”), sino de su status de objetos que
pertenecían a sistemas de acumulación, clasificación e intercambio.
E l ín d ic e f in a l
36 Por ejemplo, un m odelo posó sentado en una carte de visite, con el rótulo “jornale-
ro ” (girfon defermé). O tra fotografía de mayor tamaño, donde el mismo hom bre está de pie con
el telón de fondo del mismo estudio, lleva com o rótulo: “indio terrateniente”.
164 D ebo rah P o ole
ficado como parte de un archivo compuesto por todas las otras imágenes
equivalentes de tipos. A l estandarizar el tamaño, formato y estilo de la imagen,
y al colocar la identidad y cuerpo de cada persona en el espacio universalmen
te idéntico y ritualmente preparado del estudio fotográfico burgués, la carte de
visite producía un sistema de representación en el cual incluso los objetos más
disímiles podían —en palabras de Holmes—ser “transformados en imágenes
equivalentes y, por tanto, comparables”. Para los coleccionistas, la atracción
de tal sistema de imágenes intercambiables y equivalentes residía en su poten
cial para la acumulación, exposición y ordenamiento en álbumes y archivos
tan diversos como los de W iener y Thibon.
Sin embargo, las implicancias del sistema de equivalencias de la carte de
visite fueron más allá de las fantasías o los fetiches personales del voyeur casual
o del coleccionista. En tanto tecnología representacional que combinaba la
noción de equivalencia o comparabilidad con el principio -basado en la idea
del realismo fotográfico—de que la imagen podía reemplazar a su original, la
carte de visite encajaba cuidadosamente con el viraje cuantitativo de las teorías
raciales que ocurrió a fines del siglo xtx. Sobre la base de la teoría de Cuvier de
los tipos morfológicam ente fijos y de las teorías fundacionales de Camper y
Blumenbach con respecto a los “ángulos faciales” y la configuración craneal,
desde mediados hasta fines del siglo XIX, biólogos y antropólogos de Europa
y Estados Unidos comenzaron a desarrollar nuevos sistemas para medir y
cuantificar el ilusorio espectro de la “raza”37. En términos generales, estos
biólogos y antropólogos proponían marcar los límites que separaban a las
distintas “razas” de la especie humana, trazando la medición craneal en cur
vas estadísticas que definirían la conformación craneal normal para una deter
minada raza. A l reunir las mediciones de cráneos de aimaras y compararlas
con las mediciones de cráneos quechuas, por ejemplo, los científicos espera
ban establecer de una vez por todas la cuestión de si los hablantes del quechua
y el aimara eran parte de distintas razas. Aunque los científicos no estaban de
acuerdo entre ellos sobre las mediciones que debería realizarse ni cómo éstas
deberían traducirse en curvas, todos estaban de acuerdo en el principio fun
damental de que la identidad racial debería ser discernida a través de un cuida
doso estudio cuantitativo del cerebro humano. De una forma muy similar a
los frenólogos y los fisiognomistas, que interpretaban el carácter moral y la
personalidad de un individuo a partir de la superficie visible del cuerpo, los
científicos proponían interpretar a la raza individual mirando las superficies
craneales visibles (y mensurables) del cuerpo y el cráneo.
37 Véase B anton 19 8 7, pp. 28-64; y G ould 19 8 1, pp. 73-112. Acerca de la teoría racial
francesa, véase especialmente C ohén 1980, pp. 2 10 -2 2 2; Kremer-Marietti 1984; y Todorov 1994.
166 D ebo rah P o o le
39 Las cartes de Agassiz provenían del estudio de Ricardo Villalba en La Paz (Bolivia).
Hoy en día esta colección está en manos del Museo Peabody de la Universidad de Harvard.
y> Las caries de H addon provenían del estudio Castilla en Lima. Hoy en día la colec
ción está en el Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad de Cambridge. A gradez
co a Christopher Pinney po r proporcionarm e fotocopias de las cartes de Haddon.
40 C hervin 1908, vol. i, p. 52. El interés de C hervin en las razas mezcladas de Bolivia
estuvo inspirado por la obra de su m aestro y m entor Paul Broca, a quien están dedicados todos
los trabajos de C hervin que se publicaron. A l cuestionar el tratado de G obineau (1854), que hace
I m á g en e s equivalentes 167
equivalentes la identidad nacional y la pureza racial, la famosa memoria que B roca redactó sobre
la hibridez racial en 18 5 6, puso la cuestión colonial y el problem a de la mezcla racial en el centro
de la agenda de investigación de los antropólogos europeos (Broca 18 6 4; véase también Williams
1985).
41 C hervin 19 0 8, vol. I, p. vii.
42 Más tarde C hervin alertaría a cienü'flcos y viajeros contra el uso de tales fotografías
“pintorescas”, porque aunque “eran m uy atractivas, y muy interesantes desde el punto de vista
pintoresco, estético o de curiosidad, lamentablemente no teman carácter documental, ni carácter
científico, pues no pueden ser comparadas unas con otras” (Bertillon y C hervin 19 0 9, p. 5).
168 D eborah P o ole
F igu ra 5.14. R etrato h ablado: «M . Sandib al, ind io quechua de C och ab am b a (Bolivia)».
Perfil derecho y frente.
nalmente por AJphonse Bertillon, colaborador de Chervin. Tal como fue con
cebido por Bertillon, el retrato hablado incluía un retrato de frente y de perfil
de una persona (Figura 5.14) con una ficha de archivo que contenía medidas
de nueve características fisiognómicas. Bertillon prescribía además que los
retratos fueran tomados a una determ inada distancia, usando una longitud
focal estandarizada, cámara, implementos de medición y una silla de posar (a
la que se denominó el “aparato de Bertillon”) desarrollado en París por su
Servicio Antropométrico, y puesto en uso en los archivos policiales de la Pre
fectura de París (Figura 5.15)43. De esta manera, las imágenes fotográficas
adquirirían una exacta relación indexada con sus personajes (criminales o
antropológicos), así como una comparabilidad precisa, o equivalencia, con
otras imágenes similares. Para destacar la comparabilidad, Chervin prescribía
que cada retrato boliviano esté acompañado de un conjunto de mediciones
antropométricas de la cabeza, cuerpo, miembros, torso y otras características
Véase por ejemplo, Bertillon y C hervin 1909, Figuras 37-38, pp. 100 -101,
170 D ebo rah P oole
pues será la variación lo que nos perm ita opinar sobre la homogeneidad del
pueblo en estudio”45.
Segundo, los retratos hablados perm itieron a Chervin efectuar una
equivalencia exacta entre caries de visite, fotografías pintorescas, y los más de
quinientos cráneos bolivianos y peruanos que conform aban la otra parte, más
grande, de la colección que trajo al retorno de la misión (Figura 5.16). Para
lograr esta equivalencia entre bolivianos vivos y muertos, Chervin citaba la
“norm a fundamental” del retrato hablado: “la separación analítica de los dos
elementos primordiales que conforman el retrato: forma y dimensión.”46. La
“forma” era definida por las líneas faciales, los perfiles y las características
fisiológicas distintivas. En tal sentido, variaba considerablemente de una per
sona a otra (y de esta manera ofrecía una base importante para el proyecto de
Bertillon de identificar a los delincuentes). Sin embargo, prácticamente no
sirvió para la descripción de los cráneos sin rasgos característicos que consti
tuían por lo menos la mitad de la muestra racial de Chervin. Por el contrario,
Chervin y su mentor Paul Broca, reconocían que los cráneos planteaban dos
problemas específicos al sistema de las equivalencias fotográficas. Primero,
como lo explica Chervin, era necesario “transform ar el plano fisiológico [fun
damental para el retrato hablado] en un plano anatómico”47. Segundo, lo más
crucial, para hacer eso era necesario ubicar la mirada del personaje. “¿Puede
uno reconocer la mirada? ¿Ya no hay allí ninguna m irada?” se preguntaba
Chervin48. Extrayendo de los escritos de su maestro Broca, Chervin argumen
taba que sí era posible hallar la “mirada” ausente del cráneo y reconstruirla
como un individuo fisiológico (en tanto opuesto al individuo simplemente
anatómico). Proponía hacerlo tomando en cuenta el segundo —y más cuanti
tativo—principio de Bertillon: la "dimensión” para reemplazar a la “forma”
como el eje en torno al cual se podría trazar las equivalencias entre las im áge
nes de individuos vivos y las imágenes de cráneos arqueológicos.
Tomadas en su laboratorio de París, y bajo la orientación del propio
Bertillon, los cientos de fotografías de cráneos perm itieron a Chervin cons
truir el sistema perfecto de equivalencias fotográficas. A l cuantificar las ca
racterísticas registradas en retratos individuales en conjuntos de m edidas
antropométricas y tonos de piel, el sistema de Chervin efectivamente perm i
tió a las fotografías adquirir un rango infinito de comparabilidad no sólo al
interior de las razas y tipos nacionales sino entre todas las trazas y nacionalida-
49 Bertillon y C her vin (1909, p. 112 ) recomendaban que todas las medidas, incluyendo
el color de la piel -q u e ellos recom endaban sea registrada en términos tan cuantitativos como
“muy pequeño, pequeño,... grande, muy grande”- sean calculadas “sobre la base del tipo francés
prom edio”. Este tipo, a su vez, era definido p o r Bertillon sobre la base de 25,00 0 mediciones
registradas p o r él en el Service A nthropom étrique de Paris.
172 D eborah P o oi .e
R aza y f o t o g r a f ía
50 Chervin 19 0 8, volumen ni, especialmente las pp. 3 1-34 . Broca (1875) creía que el
estereoscopio era el único medio capaz de proporcionar la perspectiva geométrica que él creía era
fundamental para el estudio de los cráneos. En respuesta a las objeciones de Broca, quien afirmaba
que las imágenes bidimensionales no podrían abordar adecuadamente los métodos geográficos de
la craneología, Chervin prescribía el uso de imágenes múltiples tomadas desde seis ángulos ópticos
diferentes. “Se debe razonar com o si se tratara de seis cámaras idénticas colocadas alrededor del
cráneo y orientadas según las seis caras de un cubo hipotético” (1908, vol. m, p. 13).
51 Entre 18 7 7 y 18 8 3 , la Prefectura acumuló un archivo de unas 75 mil caries de visite
(Phéline 1985, p. 34).
52 Bertillon 1882.
I m ág en es equivalentes 17 3
” Sekula 19 8 9, p. 346.
54 Sekula 1989, p. 346. Énfasis en el original.
55 Véase, p o r ejemplo, B olton 1989; Rouillé 1982; Squiers 1990; y Tagg 1988.
174 D e bo rah P o o le
ordenarlo. Fue esta form a de producción de valor la que perm itió que la carte
de visite —y no otras formas de fotografía—se adecuara a la ideología clasifica
dora que subyace tanto a la tipología racial como al archivo policial.
Segundo, aunque lo que Sekula ha denominado la “función honorífi
ca” del retrato burgués podría definir adecuadamente el ideal contra —y tam
bién a favor—del cual se elaboró el archivo policial, fue la carte de visite colonial la
que definió las posibilidades de siquiera construir un archivo. Acumulados
como imágenes anónimas en álbumes privados y en archivos públicos, a tra
vés de las cartes de rostros y cuerpos anónimos de nativos se filtraban las
formas de valor y significado halladas en las cartes burguesas. A diferencia de
las cartes burguesas, cuya imaginería mantenía un “valor de uso” residual en
tanto se apreciaban por su semejanza con amigos y parientes, las cartes de visite
coloniales o de “nativos” eran retratos de individuos anónimos y sin historia.
Como resultado de ello, las cartes coloniales —a diferencia de sus contrapartes
burguesas—fueron vaciadas de lo que podríamos denominar el “valor foto
gráfico de uso” de representación de la realidad. La carte colonial acumulaba
valor solamente a través de los actos de propiedad, recolección, acumulación
e intercambio. La urgencia con la cual Thibon llenó las páginas de su álbum
con imágenes pulcramente colocadas y a veces idénticas, evidencia esta forma
de producción de valor, al igual que el impulso archivístico compulsivo que
está detrás del ordenamiento “científico” de W iener al cual él denominó apro
piadamente “ corps de m étied'. Al ordenar las fotografías, era claro que ni los
personajes de las fotos ni su relación respecto a la realidad de Bolivia y Perú,
motivaron a Thibon o Wiener. Por el contrario, fue lo que Baudrillard ha
denominado “la pasión por el código... la fascinación ambivalente por una
forma [que es la] lógica de la mercancía o sistema de intercambio.”56.
Un examen cuidadoso de tales vínculos entre la imagen colonial, la
fotografía europea, y las formaciones de clase e ideologías que han acom pa
ñado a la propagación del capitalismo fuera de Europa, revela la importancia
que para la historia de la propia fotografía tienen tanto la fotografía colonial
como el discurso racial. Es igualmente importante señalar que la formación
histórica de la carte de visite en tanto forma de m ercancía también nos dice
mucho sobre las formas en las cuales el propio concepto de raza —tomado
como discurso de diferencia visual—se desarrolló de manera paralela a un tipo
específico de econom ía visual. Como lo sugieren las obras de Humboldt,
D ’Orbigny, Angrand y Rugendas, esta economía visual rearticuló el lugar del
personaje humano al interior de un campo de visión altamente móvil y fluido.
También reorganizó, com o lo hemos visto, las formas de valor puestas en los
56 Baudrillard 1 9 8 1 , p. 93.
I m á g en e s equivalentes 175
objetos visuales que circularon tanto al interior de Europa como —lo que es
más importante—en el mundo no-europeo. En los siguientes capítulos vere
mos los diversos usos de las cartes de visite, las fotografías raciales, los retratos
fotográficos y los “tipos pintorescos” en dos proyectos nacionales y cultura
les del Perú. Estos proyectos se implementaron para impugnar, en diferentes
formas y grados, los desiguales lazos que atan a las culturas peruana y euro
pea. Sin embargo, lo hicieron en términos que revelan una comprensión muy
clara de los vínculos históricos entre la fotografía, el concepto de raza y las
economías y culturas dominadas por Europa.