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Anécdota de Oscar Wilde

En una conferencia de 1883, afirmó: “hay que salvar los ríos de la


contaminación, porque de lo contrario las flores se marchitarán en
las orillas” o “todas las chimeneas deberían transportarse a alguna
isla alejada”.

Cuando se graduó, se presentó en Londres calzando guantes de color


morado pálido y autodenominándose profesor de Estética. También
acostumbraba sorprender a sus contemporáneos, acudiendo a las
fiestas nocturnas de la sociedad británica vistiendo saco de
terciopelo con bordes de trencillas, pantalones a media pierna,
medias negras de seda, camisa de colorida gama y de gran cuello
vuelto y una curiosa chalina de tono verde claro. Adoptó el lirio y el
girasol como flores distintivas de su estilo de culto, no porque fuesen
bellas, sino porque le resultaban cómicas en la solapa de un hombre
moviéndose en ese estricto ámbito.

Cuando era joven, se enamoró de una chica


llamada Florence Balcome, e incluso llegaron a
ser novios un tiempo. Esta chica se convertio en
la esposa de Bram Stoker, autor de la inmortal
obra Drácula.

En un teatro de Dublín (Irlanda) un participante se burló


groseramente de uno de sus poemas y Wilde
incorporándose, atravesó la sala y abofeteó al provocador. Y
para sorpresa de los concurrentes, dejó vencido en el suelo
al arrogante y envalentonado personaje.
Criticaba Wilde la obra asegurando que había sido aburrida hasta el
extremo. Uno de los que estaba con él y que había visto cerca del
escritor la representación le apuntó: Sin embargo, señor Wilde, usted
no silbó la obra, como hicimos otros. De nuevo nuestro protagonista
no dejó pasar la oportunidad de dejar una perla, y respondió: Cierto,
pero tenga en cuenta que es imposible hacerlo mientras se está
bostezando.

Oscar Wilde se encontraba en París en una fiesta donde le presentaron a una


mujer de aspecto horroroso; tal era su fealdad que todos se quedaban
impresionados al verla. Cuando la mujer saludó a Wilde le dijo: "Ya sé, señor
Wilde, que soy la mujer más fea de todo París, e incluso de Francia". El escritor
le contesto: "No seáis modesta, Señora; sois la mujer más fea del mundo".

Hombre de gran humor y capaz de tener una aguda salida para cada situación, se
vio en cierta ocasión en el apuro de llegar media hora tarde a su primer examen
en la almidonada Universidad de Oxford. Cuando se presentó finalmente ante el
severo tribunal examinador no tuvo otra ocurrencia que disculpar su tardanza con
estas palabras:
"Ustedes perdonen, pero no estoy acostumbrado a esta clase de
interrogatorios"

“Nada tiene tanto éxito como el exceso”, era su lema


predilecto que aplicaba no solamente a su manera de
vestir, sino también a sus críticas observaciones. Una
vez, contestó solemnemente a alguien que le había
preguntado en qué había empleado su día: “Estuve
corrigiendo la prueba de un poema por la mañana y
quité una coma. Pero por la tarde la volví a poner”.
Oscar Wilde consideraba que las obras literarias se dividen
claramente en dos géneros: las obras que preguntan y aquellas
que responden y apuntaba al respecto que, cuando una obra no es
comprendida en su época, se debe únicamente a que da
respuestas a preguntas que no se han formulado todavía.A él, por
supuesto, no le importaba adelantarse a su tiempo, a veces se
adelantaba incluso a si mismo y así decía : "No voy a dejar de
hablarle sólo porque no me esté escuchando. Me gusta
escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A
menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy
tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que
digo"

El genial escritor irlandés Oscar Wilde contaba con frecuencia una anécdota de su
tía Juana.
Su tía provenía de una familia aristocrática y, contaba Wilde, un día siendo ya una
anciana de avanzada edad decidió dar una gran fiesta como despedida de este
mundo.
La tal Juana vivía en una pequeña ciudad en la que todos la conocían e invitó hasta
al último vecino a la fiesta en su casa. Se pasó semanas organizando el evento de
manera febril, encargó los más lujosos manjares y para el baile contrató a la mejor
orquesta de la zona.
Los músicos llegaron los primeros y les dijo:Empezad a tocar cuando entre el
primer invitado.
Pero eso no llegó a pasar porque el primer invitado no llegó a entrar
nunca.Nadie acudió a su fiesta. Este desprecio llenó de amargura a la anciana.Tras
una larga espera, invitó a cenar a los músicos y ella se sentó con ellos presidiendo
la mesa.Y eso fue todo.
Una vez terminada la cena, en silencio, subió las escaleras hacia su cuarto a
buscar un pañuelo en el que secarse las lágrimas y… allí, en el cajón, vio que
estaban todas las invitaciones para el baile. Y entonces se dio cuenta que, por
un imperdonable olvido, no las había echado al correo.

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