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***Canto Prima***

Maldita sea esa noche, en que fui testigo de las desgracias de aquellos, maldigo ante ustedes,
lectores, esa obra satírica, escrita, llamada vida. Ningún humano, capaz de meditar hechos
varios, se mostraría creyente ante mi relato, aun así, quiero; esta fría madrugada desahogar mi
mar de pensamientos en un rio de tinta. Si me permiten, he de contarles la odisea que he
visto.

Un atardecer, triste, por la lluvia que caía recia, abrazaba mi pueblo, un pequeño conjunto de
residencias a las lejanías de La Rochelle, Francia.

Desde la ventana de mi apartamento veía en esa tarde, las gotas de lluvias chocar fuertemente
contra los paraguas negros y anchos de las personas que iban y venían, con cualquier cosa en
la mano disponible, mientras que los niños, jugaban y correteaban en las calles repletas del
agua pura de la venida del invierno, ioh!, pequeñas criaturas, felices e inocentes, inconscientes
de todo mal en este mundo de males.

Entre tanta normalidad, no me pregunten el cómo, logré divisar un rostro conocido, de un


hombre que caminaba ajeno a la lluvia, con ropa maltrecha y siempre cabizbajo. Mi intrínseca
curiosidad por saber de quien se trataba, me hizo ignorar el resto de rostros que pasaban,
siempre serios, y a los niños que siempre felices, evitaban acercarse a mi objetivo en el
jugueteo, quizás por su vagabundo aspecto.

Sabía yo, que si no lograba reconocer a aquel hombre que por azares de esta sátira se me
había parecido, me disgustaría, no tenia tanto tiempo, pues, caminaba a un paso apresurado,
al son del agua que caía desde las tuberías ancladas a mi edificio, detalle del que me pude
hacer cuenta. De repente, a punto de perderlo de vista debido a la poca anchura de mi
ventana, el hombre, que poco a poco se desincronizaba del son de la caída del agua, se acercó
a una pequeña protuberancia en el suelo, una roca o algo parecido, en el edificio opuesto al
mío, cuya entrada, estaba cubierta por una lamina metálica, pintada de marrón, acorde a ese
tono oscuro de las residencias. Tal lamina, hecha para proteger a los residentes del abrazador
sol que se aparecía en los cielos veraniegos, ahora, acobijaba a ese hombre de la pena de la
fría lluvia.

Meditando allí él se encontraba, buscándolo en mis nublados recuerdos, aquí yo estaba.


Pasaban los minutos y el diluvio con ellos. Caía la tarde, y las posibilidades de reconocerlo con
ella, se aproximaba la noche, la incertidumbre, la oscuridad. Seguían pasando, ya no los
minutos, sino las horas, agarre tanta confianza de que no se iría, que me tome el lujo de
acercarme hasta la cocina para prepararme un té, mientras me aseguraba de que se enfriase
parcialmente, pensé en el hecho de bajar a la calle, disimularía un paseo taciturno por las frías
calles, azotadas por la lluvia interminable que ya estaría en Toulouse, y regalarle, como acto
cortés, una taza de té, recién hecho, lo mas caliente posible para que se lo tomase a su gusto.
Lo pensé, que me costaría?, me incomodaría?, para nada, solo quedaría como una acción
bondadosa, claro, con el principal propósito de verle el rostro bajo la luz del farol adyacente a
la lamina que ahora, lo acobijaba no de la lluvia sino de la impávida noche. Así hice, si han de
preguntarme como me sentía, por Dios, que podía pasar? iAy de mi en ese momento!, como
quisiera haberme bebido ese té musitando mis poemas favoritos en mi ventana, bajo la dulce
luz de la llena luna.

Crucé la calle, y poco a poco, me dirigía en dirección hacia aquel centro personal de atención,
oí a la lejanía el gorjeo de un cuervo, volteé hacia las aproximaciones del origen de aquel
supersticioso graznido, y rápidamente vi el característico vuelo de estos astutos animales,
astutos y temibles. El sonar de mis botas que violentamente impactaban contra las calles de
adoquín, acompañaban al desesperante canto de los grillos que no cesaban su chirrido, no
estaba a mas de 2 metros de aquel hombre cuando el cuervo vuelve a graznar tan duro que los
grillos de hipsofacto callaron, dejando un infausto silencio en las solas avenidas. La ventisca
nocturna arropaba mi cuerpo mientras le extendí la taza de té a mi semejante, cabizbajo aquel
desconocido, no se percato de mi presencia hasta que con serena voz, le arroje un "buenas
noches", de esta forma, así como un cachorro recién nacido no reacciona a ningún estimulo, y
viene un externo a buscar que su corazón vuelva a latir, pareciéndose, con mi voz, volvió en
vida este hombre que con un calmado movimiento levanto la cabeza, desnudando su rostro
ante mis expectantes ojos, que vieron aquella noche moribunda, el semblante triste de aquel
varón, que estremeció mis músculos y enervo mis pensamientos al verle, iOh Dios!, era él.
Canto Secondo

He de remontar los recuerdos hace una o dos semanas atrás, mi amigo, François Chevelier,
hombre, marcial, dedicado a su familia y principalmente a su trabajo en la manufacturera. Una
esposa, de la cual, con todos mis respetos, acoto que, es la mujer mas bella de la Galia, 2 hijos
varones, excelentes hijos, excelentes estudiantes, son su familia, que no han conocido mas
vida que vivir en las mas altas comodidades, nunca forzados se han visto a la hora de subsistir,
pues lo han tenido todo. Fran, como le digo de cariño, salió, a trabajar como día cualquiera, sus
hijos a estudiar y su bella esposa se dirige a la escuela, donde imparte conocimientos varios.
Yo, que trabajo con Fran, empecé grato mi laburo, mientras este, me cuenta las múltiples
bendiciones que le ha dado nuestro señor, me cuenta sobre sus hijos y su esposa que cada día,
luego de terminar el desayuno, como si de un infante se tratase, lo viste, empezando por las
medias, terminando por la corbata, negra, de buena costura, que siempre despide con un
buen apretón de esta.

Siempre me he alegrado por él, de pequeños, corríamos por los inmensos campos verdes de la
casa de Fran, nos encantaba jugar como si en el medievo estuviésemos, él, debido a su
apellido, creía ser el mejor caballero de Francia, a mi, que me asustaban los caballos, me
conformaba con ser un férreo arquero. Para alegría de nos, mi padre en un cumpleaños, no
recuerdo cual, me regalo un arco, hecho de madera de roble oscuro, con la mejor cuerda que
el pobre había encontrado, y un carcaj de paja que nunca dejó de estar a mi lado. Así,
avanzábamos, presionando al enemigo, Fran, con su brigada de caballería avanzaba por el
flanco, hostigando a la caballería ligera anglosajona, mientras que mi regimiento de arqueros
callaban el furor del hierro de la infantería de primera línea. Luego de la victoria, nos
dirigíamos al campamento, donde nos esperaba la madre de mi camarada, con unas galletas
acompañadas de un jugo de naranja que disipaba cualquier gota de sudor en nuestro cuerpo.

La madre de Fran, a pesar de yo ser otro niño ajeno a ella, me quería como su hijo, y jamás me
negó el entrar a su casa, el comer en su mesa y el dormir en sus habitaciones cuando mamá no
estaba sin yo saber el por que, y papá luchando en una guerra de la cual, en un frío invierno
me dijo que volvería, con historias y un arco mejor. Aún, en las noches frente a mi chimenea,
espero oír sus historias, antes de acostarme me paseo por la ventana buscando a papá, y de
vez en cuando, lloro desconsoladamente frente al carcaj de paja, esperando a mi padre el cual
jamás vi después de aquella promesa que me consoló por muchos fríos inviernos más.

Muchos otoños pasaron, viéndonos correr y luchar, crecer y estudiar, y como cuento
fantasioso de alegrías, de adultos, henos aquí trabajando, no luchando contra los ingleses en
aquellos campos elíseos, sino con la pólvora, fabricando balas como si el mañana no existiera.

No quiero, pero debo, relatarles, la conversa.


Un día, como cualquier otro, transportando cajas y cajas de municiones por toda la fabrica, nos
topamos con un mensajero, el cual lucia tan desesperado como perdido, nos acercamos, desde
lejos, limpiándonos las manos sucias en las camisas percutidas, le gritamos que le acontecía, el
hombre,

reacciono rápidamente, acercándose a nosotros a ritmo constante mientras decía: "Sir


Chevelier?, François Chevelier?", Fran salió disparado, a darle la cara al mensajero, pensé que
nervioso se había puesto, en realidad fue lo contrario, animado estaba pues pensaba, se
trataba, de una correspondencia desde la escuela de sus hijos, enviada.

Luego de confirmar su nombre, de firmar la plantilla que asegura de nuevo que no se trata de
una farsa, luego de recibir la carta que al destapar el sello se oyó, como si de una repetición
fuese, el graznido de un cuervo que desesperado, al momento partió, no lo vi, pero siempre
identificas su aleteo entre el resto de aves, que nos vigilan sin cautela y sin interés, sin
embargo, sabes que es un cuervo, no solo por su aleteo, sino porque sabes, así como sabes
que mañana habrá un sol que alumbre y una luna que te cele, que el cuervo conoce en donde
y cuando debe estar, para vigilarte, y graznar cuando sienta que las cosas van como lo
planeado.

Maldito sello, maldito cuervo, acaso lo sabia?, el mensajero se va, tan rápido como se va la risa
del rostro de Fran, cuando, al leer el encabezado de la carta, presagia las malas noticias, sus
ojos cruzaban de izquierda a derecha, hacia abajo, leyendo cada vez mas desesperado la carta
que en vez de carta, parecían los pergaminos que en un momento, los ángeles, juzgando,
abrirán para traer desgracias a los infieles y salvar a los creyentes del día en el cual, no existirá
un mañana. Así quizás, Fran dijo, pues el desplome de sus rodillas contra el suelo manchado
me había hecho pensar en lo mas temido, me acerque, pausadamente, a su derrotada alma
que miraba el triste horizonte, el cual, miraba quizás con un igual dolor a mi amigo. Sollozando
se encontraba cuando le pregunte que le sucedía, y entre lagrimas dolidas y blancas, no pudo
formular las palabras necesarias para hacerme entender el asunto, que emocionalmente lo
había noqueado. Aun no se, si en esta condiciones, me he de arrepentir de haberle
preguntado, de haberme acercado, de incluso de haberme percatado de aquel cuervo, que
inevitablemente, aun debe estar por estos lares, entonando un himno de desgracias directo
desde su vieja y negra garganta. De lo que si me arrepiento fue de haberme fijado en esa cruda
carta de reojo, iOh no, no, no!, era ella.

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