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ARANGUREN - Ética (Caps. 2, 3 y 4)
ARANGUREN - Ética (Caps. 2, 3 y 4)
ARANGUREN
Ética
Título:
Ética
debe hacer y evitar y abraza los fines de las otras ciencias por ser el suyo
el dvOpoitivov á-faOov. Y el bien político es el más alto de los bienes «hu
manos», pues aunque en realidad sean uno mismo el bien del individuo
y el bien de la ciudad, parece mejor (xdXXtov) y más perfecto (#Eiórepov)
más divino— procurar y salvaguardar el de esta que el de aquel7. Y San
to Tomás, comentando este texto*, dice que en Aristóteles «ostendit quod
I¡idílica sit principalissima». En fin, para Aristóteles la justicia depende
.le la Ley, de tal modo que, cuando ésta ha sido rectamente dictada, la
lusticia legal no es una parte de la virtud, una virtud, sino la virtud entera.
Por ser éste un libro de ética general y no de ética social no habremos
de tratar en él la doctrina del «bien común» que, evidentemente, tiene su
origen en estos textos aristotélicos y otros afines. En general, las exposi
ciones escolásticas de la doctrina del bien común adolecen de dos defectos
fundamentales. En primer lugar se estudia el bonum commune tomista
ain tomarse la molestia de esclarecer sus supuestos aristotélicos, muchos
de ellos ni siquiera claros para el propio Santo Tomás, por falta de sen
tido histórico. Los textos aristotélicos encierran graves problemas. Por
ejemplo, ¿cuál es el alcance de las expresiones «bien humano» y avSpiúziva
piX«cotpia, empleada esta última al final de la Ética nicomaquea, con refe-
tencia a la política? ¿Se refiere a lo divino en el hombre (vouc) y a la
vida conforme a él (vida teorética, inmortalización) o solamente al avOpóxtvoc
¡1i«c? No se puede responder negativamente demasiado de prisa porque
hemos visto que Aristóteles llama divino e incluso «más divino» al bien
ilc la pólis. En segundo lugar, la doctrina del bien común suele estudiarse
■n abstracto, sin atención al kairós, a la oportunidad del tiempo histórico.
Til las épocas de integración — o de esperanza en la reintegración, como
la de Aristóteles— del individuo en el Estado — así, por ejemplo, en la
plenitud medieval del siglo de Santo Tomás— se establece la supremacía
relativa del bien común. Cuando Aristóteles afirma la subordinación de la
I" tica a la «Política», lo que probablemente quiere afirmar es la sustenta
ción del bien particular en el bien común. El intento aristotélico es el pos
trer esfuerzo para salvar la forma de convivencia de la pólis, -con su armo
nía del bien privado y el bien público. Pero en las épocas, como la posaris
totélica y la actual, de Estados enormes y omnipotentes, el interés ético se
desplaza hacia la persona y se centra en la defensa de la «libertad interior»
(epicureismo y estoicismo) o en la afirmación del «personalismo» frente al
totalitarismo. Esta función esencial de la dialéctica histórica, con su juego
ile corrección y compensación, es la que no suele ser tenida bastante en
menta por los mantenedores de tesis abstractas, ajenas a la realidad de
• .ida situación político-social. La idea aristotélica del kairós es capital para
entender rectamente aquellas actividades en las que la categoría del tiempo
juega un papel decisivo. La doctrina aristotélica — y por tanto también,
por lo menos en su origen y aunque Santo Tomás no lo supiese, la to
mista— es una doctrina antitética más que tética, como, por lo demás,
también la doctrina opuesta del personalismo. Quien, sin plantearse toda
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