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ANTECEDENTES

La primera vislumbre sobre el proyecto de publicar un volumen con


artículos sobre teoría folklórica la tuve en el curso del Simposio de folklore
latinoamericano, convocado en 1967 por el Centro para el Estudio de Folk­
lore Comparado y Mitología, de la Universidad de California en Los Ange­
les, que con tanto acierto dirige Wayland D. Hand. En el seno de esa reu­
nión, tan grata como fecunda, durante la cual convivimos cinco representan­
tes de la ciencia folklórica de América Latina con varios de los más eminen­
tes colegas de los Estados Unidos que de un. modo u otro trabajan en este
campo, Américo Paredes esbozó el germen de su proyecto, confirmado más
tarde por carta. Con motivo del viaje a los Estados Unidos de Manuel
Dannemann, se le encomendó la tarea de organizaría en América del Sud y
él me confirmó el honroso encargo, reiterado personalmente cuando estuvo
dictando un exitoso cursillo, invitado, a mi propuesta, por la Facultad-de
Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires;
Trato de .responder con este ensayo, de acuerdo con las indicaciones,
normas y criterios recibidos oportunamente. Procuro, pues, sintetizar mí
pensamiento respecto de tópicos de la teoría folklórica adelantados en varios
libros, artículos, conferencias y cursos universitarios} conformes en cada caso
con el tema y la índole respectiva. Tuve oportunidad de revisar y poner al
día datos y aspectos en los cursos que como profesor titular del Departamen­
to de Ciencias Antropológicas dicté desde 1.968, al ser llamado a reintegrarme
a mi cátedra de Folklore General y Folklore Argentino de la que me
había retirado en 1960. La revisión de. mis propios enfoques, criterios e
interpretaciones en el campo de la teoría y del método, recibieron el siempre
fecundo refuerzo de las dos últimas investigaciones de campo, realizadas con
equipos de discípulos, en Yavi (Jujuy) hacia el extremo norte de la puna
argentina, cerctíBdel límite con Bolivia, y en comunidades de ascendencia
araucana en la Provincia de Neuquén, al Norte de la Patagonia, no lejos de
la frontera con Chile en su sector austral.
48 LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

La otr,a circunstancia estimulante ha sida el citado cursillo del Profesor


Danneinann en nuestro Departamento de Ciencias Antropológicas. La expo­
sición a la vez sólida y finida, muy documentada y muy personal, crítica y
por momentos incisiva ha dejado recuerdo memorable en los numerosos cole­
gas y estudiantes que lo siguieron con simpatía. Algunos de los aspectos ex­
puestos se vinculan con los que desarrollo aquí y tanto las aproximaciones
corno algunas divergencias son la mejor muestra de la fecundidad de los
intercambios de nivel universitario, animados por una común vocación hacía
nuestra ciencia, el mismo límpido anhelo de conocimiento y de verdad y un
estrecho vínculo de amistad fraternal.

ALCANCES Y LIMITES DE ESTE TRABAJO

Tal como se rae ha pedido, trato en estas páginas de exponer una con­
cisa síntesis de las ideas y puntos de vista dados a conocer desde los primeros
trabajos (Bosquejo de una introducción al Folklore, 1942 y Fiada la inves­
tigación folklórica integral; una tentativa en el Valle Calcbaquí de Salta 1944,
por ejemplo) hasta los publicados en este mismo año 1969 (Poesía gauches­
ca argentina; interpretada con el aporte de la teoría folklórica, Formación
histórica del folklore argentino del siglo XVI al XV1IÍ y El folklore en la Ar­
gentina de hoy, por ejemplo) y específicamente en los libros de carácter doc­
trinario, como Qué es el. folklore, 1954; Esquema del folklore, 1959, 2* ed.
1965; El folklore, la escuela y la cultura, 1964; Folklore y literatura, 1964,
2? ed., 1967; El folklore y su proyección literaria, 1968 y especialmente la
"breve exposición sobre la teoría y la práctica del método folklórico integral",
sistematización doctrinaría que corona El carnaval en el folklore caltQ^nui,
1949. , 1
El presente trabajo no es una mecánica repetición de lo ya dicho',' 'ni
una selección de capítulos y pasajes referentes al tema, ni un simple resumen;
se aproxima más bien a una síntesis repensada puesta al día con los aportes
más recientes de la bibliografía internacional, las ajustadas exposiciones de
mis cursos últimos y la renovada experiencia de las aludidas investigaciones
de campo en comunidades de los extremos Norte y Sur de la Argentina,
cuyos patrimonios corresponden a ámbitos culturales tan distantes como
pueden ser el norteño, de raigambre quichua-aímara y el sureño de estirpe
mapuche.
Tales antecedentes comportan dos consecuencias: estas limitadas pági­
nas no equivalen a lo dicho en más de una veintena de libros y un centenar
de artículos, pués es obvio que no repito aquí, todo lo que allá fue expuesto;
a la inversa, he aprovechado los pasajes que mejor trasuntan mí pensamiento
actual, pues hubiera sido ingenuo y baldío esforzarse en modificar La forma
í.] nnfnr considera adecuada a su propia concepción.
TEORIAS DEL FOLKLORE EN AMERICA LATINA -49

FENOMENOS FOLKLORICOS

Premisas y punios de vísta generales

Ei folklore es un fenómeno cultural, pero como obviamente no todo lo


cultural es folklore, éste tiene rasgos o notas que lo distinguen y caracterizan.
La dificultad para concordan unánimemente en esta caracterización es la na­
turaleza dinámica del objeto a definir, pese a su apariencia invariable y
estática, dada su condición de perenne y tradicional. En efecto, nada es folklore
por fatalidad de su esencia o por el solo hecho de existir, sino que “liega a
serlo" a través de un proceso cultural. Este puede ser concebido alegórica­
mente como una napa eterna que corre subterránea a veces, en todas las
regiones del mundo, a lo largo de la historia de la civilización, inadvertida
durante largos períodos por la sociedad letrada, por ios centros intelectuales
y librescos de las ciudades, pues no se manifiesta en documentos escritos y
se desarrolla característicamente en lugares casi aislados, remotos, rústicos,
aunque pueda darse en las orillas y hasta en el corazón de las urbes, cumpli­
das ciertas condiciones menos comunes de cultura y de ambiente. En uno
y otro caso esta corriente suele ser desconocida y hasta desdeñada por los
doctos y las “élites” de las sociedades refinadas.

Esta imagen de la napa soterraría se inspira en la comprobada teoría


del estado latente de Ramón Menéndez Pidal, sobre la que volveré más ade­
lante; por ahora, más que en el hecho de su ocultación relativa por largos
períodos, pongo el tono en su condición de fluencia latente, reconocible en
su fisonomía y su carácter esencial, pero en realidad parsimoniosamente cam­
biante, como un arremansado río de llanura.
Aquella condición dinámica de los fenómenos folklóricos tiene otra
contraprueba en el hecho demostrado de que el folklore se manifiesta siempre
■en variantes, logrando ese equilibrio a veces asombroso de perdurar en una
forma reconocible, fiel a los rasgos fundamentales y a la vez darse siempre
en expresiones típicas y regionales, como fácilmente se comprueba con sólo
recordar, por ejemplo, cuentos tradicionales, romances y coplas, fiestas y
costumbres, leyendas y mitos.
Por fin, es convincente en este sentido lo que he llamado relatividad de
lo folklórico, corolario del principio enunciado de que nada es folklore por
sí mismo, pues adquiere esta condición como término de un proceso cultural,
que por cierto no termina tampoco allí su ciclo.
En efecto, esa relatividad puede ser temporal o histórica, trayectoria
en la cual distinguimos el folklore vigente, el histórico y, con ciertas precau­
ciones técnicas, lo que se ha llamado "folklore naciente”. No es el momento
de exponer estos conceptos, sino sólo poner de relieve que un hecho o un
bien que fueron auténtico folklore en una época determinada pueden dejar
de serlo por haber caído en desuso o perdido su vigencia; por Jo tanto,
50 LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

conservan aquella condición, en cuanto dato o constancia bislóilca. A la in­


versa,'los técnicos pueden reconocer en una manifestación contemporánea
condición cultural, circunstancias ambientes coadyuvantes; resonancia popular
de suficiente envergadura y arraigo como para predecir su probable tradicio-
nalrzación; se trata, por lo tanto, no del reconocimiento del fenómeno folkló­
rico en toda su plenitud, sino de algo como un diagnóstico precoz, que el
futuro podrá confirmar o desdecir. Ejemplos convincentes se ofrecen en todas
las regiones y países; para los argentinos lo serían el cielito (como danza,
letra y música) floreciente en el siglo xvm, y a la inversa, el complejo caso
del tango porteño, cuya historia es relativamente nueva y se manifiesta vigo­
rosamente en los ambientes populares urbanos, pero no todavía en los de
.tipo “folk”.
La relatividad espacial o geográfica se comprueba en la evidencia de la
condición típica, regional o comarcana de todo fenómeno folklórico, lo cual no
contradice, sino por el contrafio confirma la existencia de sustratos universa-
। les de cultura que tienen en cada caso su floración local.
El dinamismo socio-cultural subraya aquella relatividad en diversas ins­
tancias, como luego se verá al tratar de los elementos constitutivos de la
cultura "folk”, así como al exponer el concepto y la trayectoria de las proyec­
ciones, los trasplantes y los elementos trasculturados. En éste punto sólo
cabe recordar que pasan a enriquecer el caudal de lo folklórico aportes de
diversos niveles y características, como los procedentes de una tradición cul­
tural superior; las trascuhuraciones urbanas asimiladas por el “folk"; las su­
pervivencias autóctonas que arraigan en el acervo popular; las transferencias
■ de un grupo “folk” a otro. Estos y otros casos de bienes materiales, espirítua-
. les, estéticos, ergológicos que en tal circunstancia histórica son patrimonio
de los sectores culminantes de una civilización (como ejemplo del primer
caso citado) llegan a ser folklore una vez cumplido el proceso correspondien­
te; circunscribiendo algunas pocas referencias al mundo hispanoamericano,
hasta citar canciones, romances artísticos y música palaciega medieval, sub­
sistentes hoy como expresiones folklóricas, diversificadas en las infaltables
variantes; incontables ejemplos se relacionan con la equitación caballeresca
y la destreza de los jinetes criollos; la ciencia médica del siglo XVI se reconoce
en prácticas curanderiles de hoy; la vestimenta cortesana sobrevive en la
indumentaria popular; formas idiomáticas cultas y literarias perimidas en
la práctica española, están vigentes en el habla rústica como arcaísmos, etc.
Las citadas trascuhuraciones urbanas representan el asedio constante de
las oleadas de bienes que la ciudad Irradiante lanza hacia todos los ámbitos
con insistencia casi cotidiana; se~~diTerencian del caso anterior por su contem­
poraneidad (con respecto al momento de la indagación) y no alcanzan la
decantada dignidad de lo tradicional superior, cuya trayectoria se mide habi-
tualmeñte por siglos, cuando no milenios. Las mil formas tentadoras 'riel co-
■ mercio y la industriadla difusión musical y hablada gracias a las radíos por­
TEORIAS DEL FOLKLORE EN AMERITA LATINA 01

nuiles, la intensificación de las comunicaciones y transpones, la explosión


turística y otras formas propias de la actualidad del mundo proporcionan a
raudales ejemplos de la mayor posibilidad de cambio en la época contempo­
ránea; por cierto no se convierte en folklore cuanto la ciudad difunde, pero
no deja alguna novedad de arraigar en tal o cual grupo popular y después
de colectivizado y diacrónícamente . trasmitido, adquirir a la larga aquel ca­
rácter. Es lo que ha ocurrido siempre, desde los orígenes de la civilización
y no debe por eso asombrarnos ni suscitar perplejidad aunque ahora alarme
por su magnitud cuantitativa y su ritmo acelerado. En cada caso factores
muy diversos determinan la aceptación, desde la cual se desenvuelve, el pro­
ceso de folklorízación correspondiente; la aptitud funcional para satisfacer
necesidades colectivas es el hilo conductor que., explica la asimilación del
bien por la comunidad. La revolución industrial de los materiales plásticos
ha llegado a estos niveles, así como el nyloa para prendas de la indumentaria,
parches de las "cajas” (tamboriles) de carnaval o cordeles para redes de
pescar, para dar sólo algunos pocos ejemplos significativos.
Las supervivencias procedentes de culturas autóctonas, cuando estás
han alcanzado alto níveLde cultura, como la azteca, la maya o la incaica en
América, superan la catástrofe de la conquista, la derrota y la desintegra­
ción para subsistir aisladamente incorporándose al nivel “folk” que se cons­
tituyó sobre las ruinas. Su presencia caudalosa es evidente en los pueblos
de las respectivas reglones a tal punto que los ejemplos resultarían ociosos,
desde la comida a la indumentaria de las supersticiones a los instrumentos
musicales, de las artesanías a las leyendas.
Los traspasos de "folk” a "folk” son menos significativos desde este
punto de vista y sólo confirman la existencia de “vasos comunicantes” cultu­
rales entre pueblos que producen cambios o renovaciones en los sectores de
la vida doméstica, el habla, los modos de comportamiento y otros de
este tipo.
En el campo del folklore mismo se dan también tales contingencias
relativas, pues un mito pierde su condición sacra y se convierte en motivo
de cuento; un rito, en costumbre y ésta en derecho consuetudinario; una
ceremonia es germen de juegos infantiles; los romances se fragmentan en
coplas, y muchos ejemplos equivalentes.
Lo dicho en este parágrafo muy sucintamente tiende a confirmar la
concepción de lo folklórico, no como algo rígido y estático, como si fuera
una lápida gloriosa que cada generación entrega intacta a la siguiente a modo
de una reliquia venerada; por el contrario, estos diversos grados y modalida­
des de su t.ckuivídad nos dan una imagen fluida y dinámica, aunque no anár­
quica, gracias al prodigio del íntimo equilibrio entre innovación y tradición
y al influjo moderador del ritmo, de "tempo” sosegado, circunspecto, con que
el pueblo va asimilando los nuevos elementos a su vida, como el árbol añoso
52 1-05 FENOMENOS FOLKLORICOS

renovado pero perdurable, viviente pero idéntico a sí mismo al parecer


por largos períodos de siglos?

Enumeración preliminar de rasgos de los fenómenos folklóricos y


cuestiones conexas

Los fenómenos que hoy llamamos folklore son por cierto tan antiguos
como la civilización misma, pero a partir de su bautismo corno “Folk-Lore"
por WiUiam John Thoms (1846), se fueron precisando los contenidos del
nuevo término y especificando los criterios y puntos de referencia que per­
mitieron identificar, entre los abigarrados elementos de la cultura, aquellos
que justificaran la denominación técnica.
Bien es cieno que surgieron y subsisten discrepancias en el mundo cien­
tífico respecto de la demarcación del campo. Como es sabido, reduciendo el
panorama a lo más esquemático, la corriente anglosajona y nórdica europea
reduce el dominio a lo oral y literario, proscribiendo lo material y ergológico,
pero extendiendo en compensación el estricto alcance de “folk” hasta englobar
en él lo etnográfico. En cambio, la corriente europea continental y latino­
americana tiende a un concepto integral de lo folklórico (espiritual, artístico,
lingüístico, social, material, ergológico), pero circunscribiéndolo a lo popular
y asignando lo etnográfico a la Etnografía? Cualquiera sea la orientación,
queda un grao sector común en el que ambas tendencias coinciden: cuánto
se trasmita por vía'oral y los contenidos míticos, narrativos y poéticos del
patrimonio de los grupos "folk”.

1. Una valiosa puesta al día de esta concepción dinámica puede leerse en el volumen
colectivo publicado por la Comrníssion Royale Belge de Folklore (Sección Ws.Uo-
k), Le folklore dans le monde maderne, cuyos capítulos, de titules sugerentes,
llevan firmas de eminentes folkloristas, como por ejemplo, A. Marinus, Le folklore
á l'ere industríale, R. Pinon, ¿Le folklore esta possible a l’ere ¡nduslrielle?, Fanny
Thibout, Lj níáinienance de L dánse folklorirjue el populaire a íere ¡ndusfrielle,
E. Héctor, Arlísanai et folklore, Roger Lecotté, Toiírisme el folklore.
2. Esquemáticos agrupatnientos y clasificaciones de los diversos enfoques, norte y
latinoamericanos por una parte, y europeos, por otra, ayudan a orientarse en el
panorama, gracias a los trabajos de A. Dundes, A. Huhkrantz, M, Leach, (Funk and
\Vagnalls, ed.), A. Paredes y F. L. Udey. Entre los autores europeos de manuales
y obras de teoría folklórica se han difundido más entre nosotros los de países
latinos, como es explicable, además de razones de calidad y prestigio, por circutis-
rancias variables de distribución editorial y de lengua; se puede recordar, como
ejemplo, a P. Sébillot, P. Saintyves, A. van Germep, A. Varagnac, R. Corso, G.
Cocchiara, L. de Hayos y Nieves de Hoyos Sancho, J. Caro Batoja, F. Castro Pi­
res de Lima, Una reciente y valiosa publicación periódica refleja la actualidad del
pensamiento y la investigación en ese continente: -Ehiología Europaea, dirigida por
G, de Roban-Csermak.
Dentro de este tipo de contribución son conocidos los nombres de investiga­
dores latinoamericanos como R. Almeida, Isabel Aretz, P. de Carvalho Neto, Bru­
no C. htcovclla, E. Muróte Best, entre otros.
I^TEORIAS DEL FOLKLORE EN AMERICA lahwa

En el curso de un siglo de investigación folklórica han sido numerosos


los estudios y análisis de fenómenos respecto de cuya condición no hay duda
alguna, documentados en las más diversas regiones de la tierra y a los que
llamaría prototípícos.
Esta -amplía base, afianzada con investigaciones de campo personales,
permitió llegar, por camino metodológicamente inductivo, del examen de los
hechos particulares a una caracterización general de los fenómenos, abstra­
yendo las notas comunes y permanentes. Por raí parte, poniendo en contri­
bución amplia bibliografía mundial y reiterada experiencia en el contacto
directo con la realidad folklórica de varios países de América y Europa, he
creído legítimo y factible lograr aquella caracterización, que me he empeñado
en poner a prueba y en pulir sin cesar, desde su primera formulación escrita
y pública en 1942 hasta hoy. El resultado se traduce, dicho escuetamente,
en ocho rasgos caracterízadores de los fenómenos folklóricos (cuya funda-
mentación general y específica no puedo repetir aquí): popular., colectivo,
tradicional, oral, anónimo, empírico, funcional y regional.
Por una simple razón metodológica los dos mencionados en primer
término se refieren al elemento humano, que es su portador, trasmisor y re-
elaborador, representado en este caso por la llamada sociedad, comunidad o
grupo “folk”, a la cual me referiré especialmente más adelante. En consecuen­
cia, aclaro desde ahora que en estas páginas el término “popular” debe en­
tenderse como lo propio del “pueblo”, en el sentido estricto de aquella
sociedad “folk”.
Por otra parte, no hay grupo humano sin cultura y la correspondiente
a los grupos “folk” es la correlativa cultura “folk”, la cual no es concebible sin
sus respectivos h°rtadores‘ De ahí que los cinco rasgos siguientes (tradicio­
nal, oral, anónimo, empírico y funcional) se vinculen sin duda con el elemen­
to humano, pero también especifiquen circunstancias o condiciones de esta
cultura típica.
La vida concreta del grupo presupone desde luego un lugar, un ambiente
geográfico con el cual se compenetran y aún identifican la existencia de la
comunidad y sus expresiones culturales, ló cual da como consecuencia el
infaítable matiz regional.

RASGOS CARACTERIZADORES

El folklore en un contexto "folk”

A primera vísta parecería que el título de este parágrafo adolece de redun­


dancia o es un juego de palabras. No hay tal. Alude a la divergencia básica
que subyace entre autores de primer nivel europeos, norte y latinoamericanos
respecto del concepto de lo que es folklore: por una parte, quienes toman al
hombre como punto de partida, poniendo énfasis en el papel del elemento
54 í LOS FENOMENOS FOLKLORICOS
■I

humano, del grupo o comunidad que actúa como un “caldo de cultivo" para
que se desarrollen los procesos de folklorización, con todas las variables que
fundamentan lo que he llamado “relatividad de lo folklórico"; por otra, los
que consideran que es la posesión de los bienes folklóricos la qué determina
la condición de “folk" de su portador humano; por lo tanto, el folklore puede
ser patrimonio de cualquier hombre, de todos los hombres, de la humanidad
entera. Norber.t F. Riedl, citado por América Paredes, revela que en Europa
(Suiza en este caso) algunos coinciden con una tendencia fírme en ios Esta­
dos Unidos, en Latinoamérica y también en la Argentina, donde está repre­
sentada por especialistas eminentes como Carlos Vega y Armando Vivante;
según RJedl, el vocablo Vo/L significa “el comportamiento tradicional, apren­
dido inconscientemente, que existe en mayor o menor grado en todo indivi­
duo. Los estudios de la cultura “folk”. . . abarcan ahora todo y cualquier com­
portamiento, tradicional, encuéntrese en un ámbito rural o en las ciudades"?
Si la posesión de bienes considerados folklóricos es determinante del
concepto, surge la legítima pregunta: “¿Cuáles son esos bienes?". Por mi
parte, no me encuentro en condiciones de responder, pues como he afirma­
do más arriba, nada es folklórico por sí mismo, por solo las características
que pueda tener como objeto, ya sea de índole material o espiritual. Creo,
por el contrario, que la clave está en el proceso cultural, a cuyo término el
bien llega a folklorizarse. Y es evidente que tal proceso se cumple en el seno
de los típicos portadores y reelaboradores capaces de asimilar esos bienes,
vale decir, los integrantes de las sociedades o comunidades “folk”.
Otras dudas surgen al intentar responder a aquella pregunta, pues idén­
ticas denominaciones designan tanto a hechos y bienes folklóricos como a
sus paralelos o equivalentes en otras circunstancias, niveles y funciones,
lo cual no autoriza a identificarlos: cuentos, leyendas, romances, canciones,
danzas, supersticiones, creencias, ritos, ceremonias, costumbres, fiestas y
millares de casos semejantes se dan en las sociedades urbanas letradas, en las
“élites", en los ambientes institucionalizados, en aulas, casinos y oficinas, así
como en grupos tribales de carácter incuestionablemente etnográfico. Pol­
lo tanto, según el caso, formarían parte de los campos respectivos de la Lite­
ratura, la Musicología, la Sociología, la Etnografía, etc.
¿Cómo se consideran los elementos de la naturaleza y del universo,
desde los astros a la flora o la fauna que no son por sí mismos folklóricos,
pero que concitan en torno variadísima gama de fenómenos folklóricos indu­
dables, como leyendas, creencias, refranes, adivinanzas, cantares, etc., etc.?
Para atemperar las consecuencias de este punto de vísta se acude jui­
ciosamente al criterio de cantidad, pero debernos reconocer que es difícil de
computar en aspectos espirituales y en casos de conglomerados en tomo de

3. En sentido equivalente o aproximado se pronuncian autores cómo R. Almcida,


C. Vega, A. Vivante y R. Corso (en su última concepción).'
o TEORIAS DEL FOLKLORE EN AMERICA LATINA i;

un núcleo no folklórico. Por otra parte, ¿intensidad y frecuencia equivalen


a cantidad?; por. ejemplo, 'diversas canciones repetidas esporádicamente y
una canción entonada frecuentemente por todos.
Si, en otro sentido, acudimos al criterio de origen, mediato o inmediato,
complicamos el problema al punto de exigir una arriesgada y acaso indefinida
investigación antes de afirmar algo concreto.
De los dos enfoques mencionados: por una parte el punto de vista del
hombre v por otra el del objeto, o de la “cosa” como dice gráficamente
Manuel Daanemann, me he inclinado siempre por el primero. Considero
que para determinar el concepto de folklore es menester tomar corno punto de
partida al grupo humano que recibe, selecciona adapta a través del tamiz
de su experiencia, asimila, trasmite sincrónica y di acrónica mente y convierte
en folklore algunos de los bienes de su patrimonio' cultural; básicamente es
la ¡unción empírica y tradicionalizada que cada grupo da a los hechos, elemen­
tos de la naturaleza, bienes materiales y espirituales lo que en definitiva los
hace fructificar al término del proceso de folklorízación.
Es el hombre, .su ambiente geográfico, su tipo de cultura y su tradición
lo que da sentido a las cosas, de acuerdo con determinadas circunstancias, y
no las cosas las que definen a su portador, usuario o creador como hombre
“folk”; extremando la ejemplificación, resultaría que intercalar refranes en la
conversación, saborear comidas típicas, usar una prenda regional como el
poncho en la ciudad, compartir supersticiones, que son también populares,
bailar una danza tradicional, tararear una copla, convertiría ocasional y tran­
sitoriamente en persona “folk”, por ejemplo, al diplomático y al obispo, al pro­
fesor y a la actriz, al militar y al “ejecutivo”.
No se trata de negar que tales hechos sean de carácter folklórico (aunque
algunos casos exigirían análisis crítico), sino de no confundir el folklore
en su específico contexto con otras manifestaciones, como elementos folklóri­
cos trasculturados, trasplantes y proyecciones que examinaré en el parágrafo
sobre Deslindes conceptuales.
En la realidad concreta de la vida de los pueblos este “hombre folk”
no se da jamás aislado y solo, pues no se concibe el folklore de lo individual.
El elemento humano al que aquí considero se manifiesta en grupos, comunida­
des o sociedades de tipo “folk”. Los tres términos se usan como sinónimos, aun­
que siempre hay matices diferencíadores y preferencia en el uso de uno u
otros según los autores. Así, Jorge Martínez Ríos y Gabriel Moedano Navarro
dan preferencia a “grupo” sobre “sociedad”, definiendo el primero como aquel
que, “en lo Interno, representa la resultante de la vinculación funcional y
significativa de individuos agrupados por la tradición folklórica. La acción
del grupo “folk” representa una resultante de las acciones individuales que en­
cierran el haber tradicional folklórico”... y a su vez “está en relación con
otros de la estructura social de’la comunidad, de la región y aún de la nación”
y es en consecuencia “un grupo multivinculado” (p, 7).
56 LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

En cuanto al termino "comunidad” el asunto se torna complejo por Jas


varias acepciones en sentido jurídico, social, político, internacional, etc., que
son de uso común. Especialmente la expresión, el concepto y la práctica de
lo que se llama "desarrollo de la comunidad”, de tanto auge hoy en el
mundo, han puesto la palabra de actualidad; por lo tanto, para referirla uní­
vocamente a nuestro campo debe entenderse que se trata siempre en este
texto de la comunidad "folk” que podría ser caracterizada mediante las siguien­
tes notas y circunstancias: núcleo de población cuyos miembros están orga­
nizadamente unidos entre sí, compartiendo recursos técnicos aptos para la
satisfacción de sus necesidades básicas, conviven próxima y duraderamente
(hasta constituir una unidad social menor, de relativa autonomía y esta­
bilidad, incluida en el cuadro de la vida nacional de un país), viven en un
determinado ámbito geográfico, compartiendo una cultura tradicional común
y ejerciendo entre sí continuadamente una interacción más intensa que con
respecto a otros contextos, gracias a lo cual logran una distintiva individuali­
dad como grupo.4
De esta caracterización destaco algunos rasgos, como una cierta unidad
de conjunto, relativa individualidad lugareña que el viajero observa en las
aldeas, pueblecítos y caseríos y aún en barrios y otros nucleamientos equiva­
lentes; además la identificación funcional con el ambiente regional y por
fin la participación colectiva en una cultura tradicional común que se revela
hasta en aspectos sutiles y casi indefinibles, pero reales, como la actitud de
conjunto frente a circunstancias dadas, la peculiar visión del mundo, que
presupone una tabla de valores morales, estéticos, sociales, intelectuales, etc.;
junto a ésto, otras valoraciones, como la del tiempo, cuyo ritmo y manera
de percibirlo advierte el forastero ciudadano corno una de Jas evidencias de
que ha entrado en otro y diferente pequeño mundo, de tono provinciano y
recatado, que suele envolver la vida del visitante en una suerte de encanta­
miento mágico.
Es cierto que en este contexto -típicamente "folie” emergen signos de es­
tructuras más amplías, y constancias locales de la red oficial que envuelve
todos los niveles y todos los ámbitos de cualquier país: la municipalidad y
la escuela, la iglesia y la comisaría, el dispensario médico y la aduana, el
registro civil y el cuartel son algunos de los múltiples y fáciles ejemplos.
En cuanto a los integrantes individuales, es claro que' encontramos en tales
comunidades y por .lo general en primer plano, maestros y funcionarios,
boticarios y sacerdotes, ingenieros y técnicos, industriales y comerciantes,
policías e inspectores de diversas actividades; todo lo cual no obsta para

4. Son numerosa'; las tentativas de caracterizar conceptualmente Ja comunidad en sen­


tido aprovechable para el Folklore; entre los latinoamericanos, son útiles manuales
los de Ezequiel Ander Egg y R. Pozas Arciniega, así como el reciente artículo de
R. E. Reina sobre "Pueblo, comunidad y muhicomunidad”.
TEORIAS DEL FOLKLORE ELI AMERICA LATINA 57

que verifiquemos, a poco de familiarizados con el medio, que subyace una


urdimbre social y cultural típica, intransferible, en la cual la trama de las
circunstancias, los acaeceres del calendario festivo y laboral y los menudos
acontecimientos de resonancia colectiva entretejen los diseños de una vida
colectiva perfectamente diferenciadle y casi siempre pintoresca y grata.
Ante esta imagen de la comunidad “folk” se destaca el concepto de cir­
cunstancia, pero me parecería arriesgado extenderlo, como lo propone Manuel
Dannemann, a las ocasionales y fugaces, como en los ejemplos, por él mismo
brillantemente expuestos, de la unificación, en un solo haz de sentimiento
y emoción de los numerosos y heterogéneos concurrentes a la celebración
de la Virgen de La Tirana o a la ejecución del himno nacional de Chile en
una fiesta popular. En cambio, me parece un valioso aporte el concepto de
ocasioiialidad formulado por el mismo Dannemann, en cuanto alude a cada
una de tas oportunidades en que concretamente se manifiesta la circunstancia
y en la cual pueden coexistir dos o más fenómenos, como podrían ser una
determinada fiesta, faena, costumbre (Navidad, un casamiento, el “velorio
del angelito”, etc.).
Aquel concepto de comunidad “folk” se emparienta hasta confundirse
con el de sociedad “folk”, el cual, gracias a la notoriedad internacional de los
maestros que lo formularon, criticaron y aún vapulearon ha tenido una notable
resonancia en los últimos años y ha pasado a ser tópico de los programas
habituales de Sociología, Antropología cultural y Folklore; por lo tanto,
sóJn caben aquí las referencias indispensables para el desarrollo del tema
y algunos comentarios y aclaraciones.5
Robert Redfield introdujo la expresión "folk society” y expuso el con­
cepto hace ya cuarenta años, pero en artículos y libros no ha cesado de
ampliarlo y reetaborarlo en el curso de su vida, lo cual no es siempre tenido
en cuenta por sus expositores. No faltaron críticas, punzantes como las de
Oscar Lewis, constructivas como tas de George M. Foster y Robert Paine
y comparativas y complementarias como tas de Sidney Mintz. Sólo correspon­
de retener aquí, muy sucintamente, que la caracterización de Redfield no es
casuista, concreta, referida a una particular sociedad, de evidencia histórica,
sino la abstracción de rasgos comunes en las comunidades estudiadas; por lo

5. De la nutrida bibliografía que el tema ha suscitado, baste citar las monografías y


artículos específicos de R. Redfield, así como los libros que completan su concep­
ción primitiva, los trabajos de G, M. Foster, S. Mintz, las obras polémicas de O.
Lesvis y el artículo crítico de R. Paine.
Por mi parte, no aplico simplemente, sino adapto los puntos de vista de Rcd-
field, en especial los correspondientes a su última formulación; osí, por ejemplo
reduzco el alcance del conibiutim a un índice de relativo alcance referencia]; no
incluyo los grupos etnográficos (aunque atendiendo a las gradaciones que por tras-
culturación los aproximan y hasta asimilan a los “folk”); doy al factor histórico
o díacrónico importancia correlativa con el rasgo de lo tradicional, etc.
58 ' tOS FENOMENOS FOLKLORICOS

tonto, no todas los notos definidoras son aplicables a todas las sociedades que
se examínen. Tras la imagen que se trata de precisar de la sociedad “folk”
se despliega, como telón de fondo, el contraste con la sociedad urbana,
institucionalizada y letrada y por eso se ha dicho que aquel autor se maneja
entre conceptos “polares” y que se refiere a una sociedad "ideal” más
que real o determinada, en la cual se incluyen también los “primitivos”, a
los que lía moríamos "grupos etnográficos” para evitar equívocos con aquel
téxtnino. Esto no es aplicable a toda la producción de Rcdfield, pues signifi­
cativamente los últimos libros se refieren a la “pequeña sociedad” (The titile
wcieiy) y a la “sociedad campesina” (Peasaní socieiy and culture).
A través de Ja crítica de Foster el concepto se ha impregnado de sentido
histórico, ha enriquecido su tipología, superando la escueta bípolaridad para
distinguir tipos intermedios que trazan un "continuum” desde el grupo tribal
indígena hasta la “élite” urbana, pasando por la comunidad “folk” y grupos cam­
pesinos y de posición compartida rural-urbana. Como consecuencia, cobra
relieve la realidad histórica y sociológica de la interrelación entre la ciudad
y los grupos populares, al punto de que los de carácter “folk” son llamados
"part society” en el sentido de que están como embebidos en la gran masa
de instituciones oficíales, propias del Estado, y la organización y la estruc­
tura de éste, en tanto que su cultura, como veremos, .forma su meollo asi­
milando materiales (tradiciones, supervivencias, trasculturaciones) que le
llegan de diversos rumbos y niveles y no son locales, ni exclusivos, ni
genuinós.
Este es uno de los criterios que fundamentan h diferenciación conven­
cional con lo etnográfico, como campos deslindados de trabajo y documenta­
ción, lo cual no coarta, desde luego, la libérrima posibilidad del investigador
de transitar todos los ámbitos tras las huellas del terna en estudio.
De tal concepción, sustentada por los antropólogos citados, que espe­
cialistas argentinos como Enrique Palavecino, Gíno Germ-anq Germán Fer­
nández Gmzzetri, entre otros, han extendido y tabulado, y que yo mismo
he complementado con observaciones de mis propias investigaciones de campo,
resulta que la sociedad “folk” se caracteriza por rasgos como los siguientes, a
título de ejemplo:
1. Los grupos “folk” son reducidos en número y relativamente homogé­
neos en su composición social.
2. Viven' en regiones más bien aisladas, manteniendo profundas rela­
ciones con el medio natural circundante.
J. Predomina lo telúrico sobre la actualidad de época: son gente de
“su tierra” más bien que de “su tiempo”.
4. La actitud, los intereses, las apetencias colectivos son más "centrí­
petos” (en relación con el microcosmos local, el pueblo, la aldea, el vecinda­
rio, el caserío), que "centrífugos” (con referencia a lo lejano desconocido,
lo foráneo, lo internacional y cosmopolita).
- ' TEORIAS DEL FOLKLORE EN AMERICA LATINA 59

‘ . 5- Predomina lo consuetudinario y tradicional sobre la moda fugaz.


Lo novedoso y los refinamientos del confort son recibidos con indiferencia.
El comportamiento depende más de la costumbre que de la elección o deci­
sión del individuo. Lo antiguo se asimila a lo sagrado por su prestigio y
en consecuencia los ancianos gozan de autoridad y respeto, .
6. La educación y cultura se basan más en la imitación y la experiencia
que en la enseñanza institucionalizada y oficial.
7. Se comprueba el predominio de lo empírico sobre lo teórico, siste­
mático, abstracto; de lo espontáneo colectivo sobre lo oficial impuesto; de
lo manual sobre lo industrial; de la artesanía sobre el arte puro; de la actitud
pre-dentífica sobre la ciencia; de la tecnología simple y manual sobre la
mecanización; de la energía humana y animal sobre la de naturaleza mecánica.
8. El afán de originalidad es escaso; las aptitudes son más adaptadoras
e interpretativas que creadoras. Predomina lo anónimo sobre lo individual
y nominado, Adquieren vigencia adaptaciones y matices típicos y regionales
de las principales expresiones de la cultura superior del país y de la sociedad
contemporánea; habla popular frente al idioma oficial; culto popular frente
a la liturgia establecida por la Iglesia; prácticas consuetudinarias frente a
derecho positivo; etc.
9. Se prefiere una vida compartida y estable, basada en las pautas
tradicionales; el individuo goza de escasas alternativas culturales, pero logra
en cambio un máximum de seguridad. - ■
10. Los sistemas de valores son homogéneos para cada sociedad “folie"
y se relacionan principalmente con la tradición, la sangre, la experiencia, la ;
tierra y la divinidad/
Como puede verse, los puntos de vista son fundamentalmente culturales
y aunque desde luego pueden relacionarle con la estructura y la realidad
social, no dependen de conceptos y menos de intereses económicos, ideológi­
cos o políticos actuantes hoy en el mundo, pues se apoyan en la base de
una objetiva consideración científica de la realidad.
Cualquiera sea la validez teórica que se conceda a aquella resumida
caracterización, la experiencia le reconoce operatividad práctica, pues ayuda
en las investigaciones de campo a determinar la índole socio-cultural de
nucleamientos humanos mediante confrontaciones de esa tabla ideal con
las características concretas de cada contexto.
Desde otro punto de vista, cabe también su aplicabílidad a sociedades
históricas, mediante la documentación y el método adecuados, como serían,
por ejemplo, la que se refleja en los versos de Loe trabajos y los días, de
Hesíodo, o las acertadas reconstrucciones de Eileen Power en Gente de le
Edad Media, o la del gaucho pampeano de los siglos xvn al xix, según mi

6. A. R. Corlazar: Poesía gauchesca, páginas 9-10.


60 LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

propio enfoque en Formación histórica ¿el folklore argentino y Poesía gau­


chesca argentina; interpretada con los aportes de la teoría folklórica.
De múltiples análisis de sociedades de tipo “folk” y de su respectiva
cultura, surge esta aparente paradoja:
a) Consideradas en su desarrollo histórico (diacrónicamente) se en­
cuentra en ellas gran proporción de elementos derivados de metrópolis, ciuda­
des y civilizaciones que actuaron en el pasado como centros irradiantes. Es
lo que oportunamente determinaremos como la “tradición cultural superior”,
caudal integrante de toda cultura “folk”. El más vasto ejemplo es el de América
con respecto a la España de los siglos xvi y xvil. En ciertos ambientes “folk”
americanos se halla hoy más afinidad y semejanza con géneros de vida his­
pánicos de aquellas centurias que con los elementos que caracterizan en la
actualidad las grandes ciudades capitales de los respectivos países. Una aldea
provinciana conser/a más el tono de un pueblecíto español contemporáneo
de Cervantes que de la cosmopolita Buenos Aires.
b) Consideradas en su existencia contemporánea actual (sincrónica­
mente) se descubren más rasgos comunes y caracterízadores si se comparan
entre sí sociedades “folk”, aun remotas y pertenecientes a civilizaciones diver­
sas (de Asia, Europa y América Latina, por ejemplo), que entre esa misma
sociedad “folk” y la “élite” social, económica e intelectual con la que convive en
eí propio ámbito del país.
Por fin, como conclusión, a tales grupos, comunidades y sociedades "folk”,
caracterizados en la forma propuesta y perfectamente identificables en la
realidad de cualquier región y en la evocación histórica de cualquier época,
correspondería el término 'pueblo’ y el adjetivo ‘populares’ (diferenciado de
otros corno 'vulgares’ y ‘populacheros’, impregnados de tono peyorativo), para
calificar aquellos fenómenos que al configurarse en su seno adquieren los
demás rasgos cuyo abreviado examen sigue a continuación.

Vigencia colectiva en la comunidad

La condición cíe popular puede "implicar lo colectivo pero no es redun­


dante insistir en que nada aisladamente individual’puede ser folklore, aunque
se manifieste en el ‘pueblo’: una prenda caprichosa en la indumentaria, un
modo de comportamiento inusitado, el resabio de una ceremonia que nadie
realiza. Esto no quiere decir que el proceso de folklorizacíón no pueda tener
su origen, y de hecho así es, en la iniciativa o en la imitación de un individuo,
mas en el mejor de los casos será folklore al término de la trayectoria, no al
comienzo; y sí esa trayectoria se cumple es porque ha pasado por la etapa
de colectivización del fenómeno. Esto sólo quiere decir vigencia social, acep­
tación tácita por todos, reconocimiento de que forma parte del acervo
común. Algunos bienes del patrimonio son ejercidos o practicados por todos
ios componentes del grupo: el habla regional o los refranes consabidos; las
TEORIAS BEL FOLKLORE EN AMERICA LATINA OJL
; i
costumbres y modos de' comportamiento consagrados; la vestimenta y las
comidas; los medios de transporte y la participación en las fiestas. Pero
ciertas otras expresiones, por su propia naturaleza, no pueden estar a cargo de
cualquiera: las facultades, casi sobrenaturales de la curandera o del adivino,
el vigoroso dominio del domador, la destreza del artesano. Puede tratarse
de sólo una persona en cada caso, pero los fenómenos de los cuales son
ellas protagonistas serán colectivos si el grupo los considera incorporados a
la vida común, a la tradición vigente.78
Respecto del origen colectivo o individual se ha pasado, como es sabido,
de ciertas interpretaciones exageradas del campo romántico a otras positi­
vistas. La creación colectiva (entendida como simultánea) y el Volksgeist
de los románticos recibieron las andanadas de quienes cayeron en el incom­
prensivo rigor del individualismo absoluto. El maestro Menéndez Pídal ha
dicho la documentada y sabía palabra definitiva. La creación originajéa puede
ser, desde luego, Individual; pero en el curso del proceso que Humamos
de folklorización, cada miembro del grupo que interviene (cantor, músico,
narrador, artesano) se siente intérprete de un repertorio que la memoria
de los demás atesora, considerándolo como propio. Las variantes, las refun­
diciones, la reelaboración mantienen Ja estructura, la fisonomía fundamental,
aunque los renovados matices atestiguan la intervención de muchos en el
curso de las generaciones. Por lo tanto, el material recogido en el seno
de una comunidad popular cualquiera representa una obra sutilmente colecti­
va y én este sentido no es un despropósito hablar del pueblo, genéricamente,
como verdadero creador del folklore, (Pero sí sería absurdo pensar en la
creación simultánea y colectiva, al conjuro del “espíritu del pueblo").5
Desde el punto de vista del investigador, son de interés ciertas expre­
siones que no han salido del ámbito de lo individual pero que su perspica­
cia o su intuición le aconsejan documentar como muestra de un “folklore
naciente” que acaso madure con el tiempo: las primeras insinuaciones de una
costumbre, de una canción de un adorno. A la inversa, cuando el bien ha
perdido vigencia en las nuevas generaciones se convierte en “folklore histó­
rico”: si afortunadamente sobrevive en la memoria o en la práctica de un
anciano, será individual, pero preciosa cifra que acaso permita remontar el
tiempo y explicar lo que en otro tiempo fue.

Captación empíricoCndtactiva

La experiencia integra la tabla de valores de los grupos “folk” conjugán­


dose con otros que sustentan actitudes habituales, como el respeto a los

7. A. R. Cortázar: El folklore, la escuela y la cultura, página 12.


8. Este rasgo pone de relieve el carácter sociológico de lo folklórico, que desde diver­
sos puntos de vista ha sido destacado por A. van Gennep, A. Vnragnac y A. Ma-
rinus entre los europeos y A. Poviña entre nosotras.
62 LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

ancianos y el prestigio de lo antiguo, la preferencia por !p estabilizado y


seguro, la compenetración con el ambiente natural. La captación por vía
inductiva y el instrumento de la imitación obran prodigios, favorecidos
por el trato circunscripto y directo, de persona a persona. El alfarero o la
telera, el pescador o el chalán, la comadrona o el bailarín reciben sin duda
de sus antecesores consejos e indicaciones, pero nunca organizados en sistema,
expuestos con metodología docente. Cualquiera sea el resultado, se logra, no
por aplicación de una teoría previamente formulada, sino por aprehensión
directa, por ejercicio de una experiencia que sabe captar, reelaborar y tras­
mitir la herencia recibida y con frecuencia acrecentada, pues no siempre
es rutinaria y muchas veces contribuye al perfeccionamiento de la obra común.
Por otra parte, es factor que influye en la perenne contraposición entre lo
tradicional y lo innovador, limitando y condicionando la novedad, de acuerdo
con su mayor o menor aptitud funcional.

Funcionalidad

Este tecnicismo y sus derivados proceden, como se podrá suponer, de


Bronislaw MaÜnowski, cuya doctrina alcanzó a condensarse en un libro
de publicación postuma que yo traduje con el título de Una teoría científica
de la cultura y otros ensayos, cuya exposición no es por cierto oportuna aquí.
En relación con nuestro tema baste recordar que entendemos por ‘función’ la
“satisfacción de necesidades humanas, básicas y derivadas”. Las primeras
son las biológicas y por lo tanto universales. De cada una de ellas se desplie­
ga un rico abanico, prácticamente indefinido, de concomitantes culturales
que, constituyen precisamente la cultura, interpretada como “todo lo que el
hombre agrega a la naturaleza para satisfacción de sus necesidades en su vida
social y trasmite a sus descendientes”. Desde la hoja de parra a las indu­
mentarias y ornamentos ceremoniales; de la recolección primitiva de_ frutos
silvestres a la industria de la alimentación; del paravientos al rascacielos,
la cultura brinda su abigarrado contenido, que se podría poner fácilmente
de relieve si desarrolláramos ejemplos tomando como punto de partida la
necesidad de dormir, de comer, o de abrigarse y los infinitos adminículos,
técnicas, costumbres, "folkways”, ceremonias, prácticas mágicas, ritos, etc.,
que presuponen en su concreta satisfacción en cada lugar y época, además
de su repercusión en el lenguaje, Ja paremiología y formas adscríptas del
folklore poético, narrativo, musical y coreográfico.
No por antigua es menos fundamental la consecuencia de que los ele­
mentos de la cultura son interrelacionados, criterio que podría incorporarse
como básico en toda investigación folklórica. El objeto no se explica sólo
por la forma, materia o textura, ni tiene sentido aislado, como pieza inerte
de musco; es la función Ja que permitirá valorarlo integralmente. La fun­
ción admitida y practicada por la comunidad en un momento dado y tnm-
TEORIAS DEL FOLKLORE EN AMERICA LATINA 63

bien como uso tradicional, recibido en herencia por el grupo, como parte
de‘un comportamiento social e interpretado a través de ios actos simbólicos
como el lenguaje, las ceremonias, los gestos y actitudes.
Otros corolarios surgen de aquellas premisas:
a) No es metodológicamente recomendable estudiar una manifestación
cvhural aislada, sin un previo rdevamiento y comprensión de la totalidad del
contexto cultural. Cada elemento, al cumplir su concreto y dinámico papel
en la vida de una comunidad, concita en torno una se,ríe de resonancias, ya
traducidas en actos, ya puramente mentales, que matizan e integran el sen­
tido de la función. Un modesto sapo provoca reacciones muy distintas, ya
entre los transeúntes de un parque ciudadano, ya en los pobladores de una
aldea donde se sabe que puede ser medicamento eficaz o temible instrumento
de magia.
b) El ingreso, la falta o la alteración de un elementa en el conjunto
orgánico de una cultura repercute en el conjunto, acarreando modificaciones
en sectores remotes, aparentemente desconectados, pero unidos en la- reali­
dad por vínculos que el análisis funcional pone de manifiesto. La carestía
de los pastos y forrajes limita el uso de caballos y produce la decadencia de
la equitación, lo cual es visible y explicable; pero el impacto se transmite
a otros planos como: la indumentaria típica (funcionalmente adaptada a
las necesidades de los jinetes); la artesanía del cuero y de la plata (aplicada
a los arreos); las actitudes y gestos propios de hombres de a caballo, lo cual
se vincula con su consideración y prestigio en el medio; el vocabulario
vinculado con el caballo y su mundo, que pierde vigencia, no sólo lingüís­
tica, sino mental, y por lo tanto desvitaliza el habla popular y en conse­
cuencia los refranes y adivinanzas y aún las coplas y canciones, pues debilita
su fuerza estética como base de comparaciones, imágenes y metáforas. Los
puntos extremos muestran cómo la investigación integral, de inspiración
funcionalista, puede descubrir relaciones y consecuencias que hubieran muy
probablemente escapado a la atención de quien considerara monográficamen­
te sólo el problema de la economía o de la equitación.9
Otros ejemplos, tan convincentes como sabrosos, pueden cosecharse en
el libro de George M. Foster, Lmr culturas tradicionales y los cambios técni­
cos; tienen no sólo valor teórico, sino también práctico, pues son adver­
tencias aplicables en la ejecución de programas de antropología aplicada que
demuestran cómo la modificación de un elemento de una cultura fifolk” puede
acarrear la alteración funcional en otro sector a primera vista imprevisible:
la introducción de hornallas con chimenea, prácticas higiénicas, sistemas co­
munales para el lavado de ¡a ropa y tantos otros, fracasan por reacciones de
orgullo herido, pérdida de prestigio, sociabilidad femenina, etc.

9. A. R. Cortázar: El folklore, la escuela y la cultura, página 14.


64 LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

c) La forma o manifestación externa de un elemento no puede ser


plenamente interpretada sin conocer su función de la que no debe desgajarse.
Un objeto aislado, poco dice fuera de la contextura cultural. Los juicios su­
perficiales de viajeros petulantes y de turistas apresurados que suelen con­
siderar ciertos hechos o costumbres populares, indígenas o extranjeros como
“absurdos”, “ridículos”, etc., no sólo se definen por sí mismos, como actitud
ética e intelectual, sino que son ejemplos frecuentes de las consecuencias de
ignorar la profunda razón de ser de una función para ellos recóndita: ésta
puede ser, por ejemplo, de índole mágica o religiosa, en el hilo rojo que un
puneno anuda en torno de sú tobillo para evitar, que “la Tierra lo agarre” o
en las roscas y naranjas con que se adornan las cruces erigidas al borde de
los caminos del Nordeste para bien del ánima del finado o para alivio del
viandante que las coma a cambio de, avemarias.
Lo dicho hasta aquí respecto de la función tiene alcance general para
cualquier tipo de cultura, pero desde luego dichas características se ponen
especialmente de relieve y en consecuencia son más. íntegramente documen-
tables, en sociedades poco numerosas, relativamente aisladas, homogéneas
en su composición social y sometidas a pautas conservadas por su propia
tradición. De allí que las investigaciones de campo realizadas con enfoque
y metodología funcíonalista se hayan llevado a cabo, desde las memorables de
Mahnowski en las islas Trobriand, en pueblos etnográficos.
Por mi parte, he insistido desde antiguo en la legitimidad de adaptar
ese enfoque a la realidad de las sociedades de tipo “folk”. En ellas, ciertos
fenómenos se incorporan al acervo tradicional sólo a condición de haber sido
asimilados por el grupo. Y éste sólo elige y hace suyo aquéllo que la expe­
riencia, maestra suprema, demuestra que es apto para satisfacer necesidades
colectivas. Es decir, para cumplir una fundón. Las resultantes del proceso
son, precisamente los fenómenos folklóricos, y su análisis demuestra sin
excepción esa circunstancia. Por eso no existen, ni son concebibles, expresio­
nes folklóricas que sean a la vez caprichosamente individualistas, o anárqui­
cas, o excéntricas, o desorbitadas. Esto puede darse en las sociedades urbanas
complejas y acaso tengan también su fundón, que la sodología se encargará
de determinar.
Po.r, el contrario, el folklore no sólo satisface siempre necesidades, sino
que éstas son colectivas, experimentadas en común por el grupo, comparti­
das por todos, aceptadas en su vigencia.10
Cuando insisto en la condición funcional de los fenómenos folklóricos,
no niego que aquella pueda también determinar otras manifestaciones socia­
les. Por otra parte, considero que la funcionalidad folklórica debe ser definida
y calificada en relación con las otras circunstancias que aquí voy enumerando

10. A. R. Cortazar; El folklore, la escuela y la ctilfora. página 15.


TEORIAS DEL EOLKLORE EN AMERICA LATINA 65

como rasgos caracterízadores, es decir, que sea ' tradicional y cumpla colecti­
vamente en el grupo.
El destacar, como resultado de análisis objetivos, el papel de la "función*’
en los fenómenos folklóricos, no implica necesariamente que el observador
se enrole en la doctrina funcionalista, aunque desde luego pueda serlo por
añadidura.
En conclusión, los fenómenos folklóricos son funcionales porque satis­
facen cultural y tradicionalmente necesidades biológicas y espirituales, pri­
marias y derivadas, que la comunidad "folk” colectivamente experimenta y
comparte.

Trasmisión sincrónica, personal- y directa

La palabra es el medio habitual y característico de comunicación y


trasmisión entre los miembros del grupo "folk” con respecto a los elementos
de su propia cultura. Convencionalmente se .dice que los fenómenos folklóri­
cos son orales y en efecto lo son de modo esencial en determinadas expre­
siones de la cultura, como el habla, el canto, la narración; pero tras ese
holgado rótulo cabe también lo que se capta gracias al contacto directo
que el folklore presupone, entre persona y persona, y, de modo más general,
entre el individuo y el grupo. La aprehensión de gestos y actitudes, de
/olkways y de técnicas puede lograrse efectivamente sin que medien las
palabras, aunque la imitación no excluye desde luego la comunicación hablada.
Cabe subrayar aquí el concepto de circunstancia al que ya aludí, como
válido para todos los casos' en que un fenómeno folklórico se manifiesta,
pero cuya mención parece especialmente adecuada al tratar de la transmisión
oral, sincrónica y directa. SI evocamos la actuación de un cantor o un narra-,
dor ante su auditorio lugareño, debemos convenir en que la palabra, si bien
esencia], no es el único factor que actúa en el contexto, pues hay que
computar también el papel que juegan el ambiente y el momento; la presen­
cia de escuchas, espectadores y aun interlocutores; los gestos y actitudes;
la voz y sus entonaciones; el valor significativo de los silencios como mati­
ces de intención y como ingrediente del suspenso; las ocasionales interrup­
ciones de los circunstantes y hasta sus comentarios interjectivos?1
Este ejemplo permite reforzar el concepto general según el cual es
una falacia el concebir el objeto, la cosa, el bien folklórico como algo válido
por sí mismo, desintegrado del proceso que lo consagra como tal, en este
particular carácter o función y, por otra parte, desasidos de su contextura
circunstancial.

II. Estos y otros aspectos afines son analizados en las numerosas obras especializadas
en el folklore narrativo, como la clásica de Su di Thompson (The [olkfale), el eru­
dito de Roger Piñón y el informativo y clarificador de Susana Chertudi.
66 LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

En consecuencia, el carácter oral desborda ía mera verbalidad para


abarcar también la siguíticativa circunstancia que rodea cada hecho como
un halo esclarecedor. En sentido negativo se podría decir que el folklore no
se trasmite habitual y gentil mímente por la escritura, los impresos, las formas
mecánicas e institucionalizadas. Si se piensa en un curandero, pongo -por
caso, es evidente y seguro que no aprendió su arte y su técnica a través de
textos y de apuntes del maestro, como ocurriría sin duda en una escuela de
enfermeros. Lo cual confirmaría el carácter empírico del folklore, más arriba
ya señalado.
Es cierto que algunos hechos reconocidamente folklóricos presuponen
lii escritura, como las ''cartas a Dios” (Perú), las oraciones a San La Muer­
te (ámbito mesopotámico y chaqueño argentino) y las muy generalizadas
cédulas de San Juan, las fórmulas de ensalmos, los “cuadernos” de cantores
con las coplas y romances de su repertorio. En estos y otros casos equiva­
lentes se ve claro que la /unción verdadera (y aprovecho para insistir en el
concepto con este nuevo ejemplo) está distante de ser la trasmisión normal
de! pensamiento por la escritura, ni es la condición de impreso lo que presta
a los hechos su significación.
Este asunto se vincula con la importancia, no siempre reconocida, de
los “libros de cordel’’ (littérature de colportage), de la folletería, de los
pliegos sueltos a los que me he referido en el capítulo “Estímulos escritos de
la literatura oral”, de mi libro Folklore y lileratura, para insistir en . el dis­
tingo de que estos materiales no son por sí mismos fenómenos folklóricos,
pero sí, con mucha frecuencia, vehículos y gérmenes de fenómenos folklóri­
cos que en ellos hacen pie para iniciar su consabido proceso.

Anoniniiti

Los fenómenos folklóricos no adquieren esta condición como conse­


cuencia pasiva del mero transcurso del tiempo. Se trata más bien de una
actitud mental colectiva y no del simple hecho ocasional de que se recuerde
el nombre del iniciador o inventor. Cierto es que la antigüedad, a veces re­
mota, es un factor; pero lo que cuenta es la coparticipación de todo el grupo
en ei usufructo y asimilación de un patrimonio colectivo de la sociedad “folk”
que por lo tanto ésta considera común. Es claro que originariamente habrá
tenido un autor o iniciador determinado, mas el pueblo no atiende tanto
a la originalidad del que crea como a las condiciones del que interpreta res­
petando los gustos, valores y pautas vigentes tradicionahncnte en el grupo.
A su turno, el interprete no duda de su derecho de introducir las variantes
que respondan a las líneas de aquel estilo: de ahí que los bienes cumplan
esa especie de eterno milagro de conservar su fisonomía, su carácter, y perdu­
rar al mismo tiempo en la perpetua reelaboración de las variantes.
TEORIAS DEL FOLKLORE EN AMERICA LATINA 67

Los magistrales estudios hechos sobre -el romancero español y sobre


el folklore narativo de todo el mundo, por ejemplo, eximen de insistir
sobre el particular, bastando sólo generalizar las conclusiones aplicándolas a
las demás especies.
El recuerdo ocasiona! o temporario del nombre de quien creó, inició
o imitó un bien cualquiera, antes que nadie en el grupo, es un dato a tener
en cuenta, pero no lo considero determinante si la actitud mental colectiva
frente a su obra es la señalada; vale decir, difiere de la que adopta, por
ejemplo, el declamador, el intérprete musical o dramático con respecto al
texto literario, a la partitura o al libreto.11
Sobre el “hombre-folk” no presiona el concepto de “derecho de autor” o
de “propiedad intelectual”. La comprobación de que la personalidad creadora
se mantiene viva en la memoria de sus paisanos acaso indique solamente
que el proceso no ha llegado a su madurez. Para decidir al respecto habría
que tener la perspectiva de la trayectoria total, condición difícil de cumplir
por el mismo investigador, dado el ritmo habitualmente muy lento de la
asimilación por el “folk”. Una variante en este supuesto es la del autor real,
conocido por el pueblo y- tan prestigioso que entra en el ámbito de lo legen­
dario y recibe -atribuciones apócrifas o se convierte él mismo en protagonista
de episodios y aventuras. El presunto autor no actúa en función de tal,
sino como elemento sujeto a su vez a la íolklorización; podrían ser ejemplos
el payador Santas Vega “aquel de Ja larga fama” en el ámbito de las pampas
argentinas o el memorable y genial autor del Siglo de Oro español agraciado
con la paternidad de un sinnúmero de picarescos “cuentos de Quevedo'L

Trasmisión diacróiiica

Esta trasmisión a lo largo del tiempo significa el pasaje de los bienes


en el grupo, de padres a hijos, de abuelos, a nietos; es como un incesante
legado cultural que configura la 'tradición1, vale decir, la !tradilio’, la ‘entrega’
de esa herencia integradora y vertebral, de una a otra generación.
Por lo tanto, lo tradicional lleva implícito el concepto de tiempo, en
el sentido de antigüedad; pero desde luego no por el solo hecho de ser
viejo cualquier fenómeno es folklórico; debe acompasarse con la nota de
popular, en el sentido aclarado de vigente en comunidades de tipo “folk”,
lo cual equivale a la coordenada gráficamente horizontal de la difusión
sincrónica, que se correlaciona con la vertical de la diacronía.
Por otra parte, doy por implícita la aplicación del concepto de funcio­
nal, de modo que lo antiguo sobrevive en el “folk” sólo en la medida en que12

12. Para una ampliación de los términos del problema desde el punto de vista argen­
tino, remito ai capítulo '‘Análisis y crítica de Jas proyecciones contemporáneas” de
mi libro Folklore y lifcralura, páginas .13-20.
^68 LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

satisfaga necesidades presentes y concretas del grupo. De lo contrario


pierde vigencia, cae en desuso, se extingue y desintegra hasta quedar reducido
a la imagen pretérita del folklore histórico.
El sentido íntimo y fecundo ¿e la tradición no finca en la mera persis­
tencia, pues se requiere un juicio colectivo de valor, la fe en su eficacia, la
creencia en su mérito, la deseabilidad de su vigencia. El pueblo mantiene
las cosas de los antepasados, pero las rodea de ponderación, exaltándolas
como prestigiosas, como paradigma de vida, como ideal conveniente para la
existencia de la comunidad.
En sintética fórmula diría que la tradición, en nuestro caso, está inte­
grada por la antigüedad de los fenómenos, asimilados por el "folk”, y en plena
vigencia funcional gracias a que subyace en la colectividad un juicio de
valor.
Frente a estos casos, médula del folklore, se presentan los hechas nue­
vos, recientes, innovadores. Entre ellos, por ejemplo, la moda, habitualmente
mencionada como la antítesis del folklore, la cual, pese a que puede cobrar
popularidad y divulgarse, no llega a ser popular en el sentido constructivo
de selección, adaptación y reelaboración funcional por el "folk”, como antes
se vio.
En lo dicho quedan sugeridas las vallas implícitas en la idea de la
tradición folklórica: la exclusión, en principio, de lo actual, moderno, re­
ciente así como de lo pretérito anquilosado en "folklore histórico”.
Esto subraya el carácter dinámico ya explicado, hasta llegar a la casi
paradoja de que lo tradicional en el pueblo es precisamente, como dice
Menéndez Pidal, lo que "vive en variantes”; éstas son tales porque se las
refiere o. compara con una forma arquetípica que se mantiene establece y
reconocible a través del tiempo. Es siempre motivo de asombro, pese, a las
explicaciones racionales o técnicas, comprobar cómo un cuento, romance,
leyenda, superstición, etc., pueden ser reconocidos en diversas regiones del
mundo, cualquiera sea la lengua, a despecho de las innúmeras variantes
locales.
Hay también una tradicionalidad de la forma, de la estructura, que
persiste pese a la renovación de los contenidos, como las estrofas y com­
binaciones métricas; las constantes en las expresiones del folklore narrativo,
que se tipifican en las llamadas "leyes épicas” de Axel Olrik; los gestos
y fórmulas estereotipados en folkways; las condiciones muy rígidas de las
payadas de contrapunto, no obstante que una de sus características más
salientes sea precisamente la improvisación.

Tipicídad ecológica

Una de las constantes que resulta del análisis de la actitud de las socie­
dades "folk” en relación con su medio es la compenetración empírica y fun­
TEORIAS DEL FOLKLORE EN AMERICA LATINA 6^

cional con el ambiente natural que condiciona su vida. Entre el elemento


humano 5' el marco geográfico se va tejiendo una estrecha red de acciones,
reacciones e influencias que van consustanciando al hombre con su terru­
ño. Lo telúrico pasa a los primeros planos de la valoración colectiva. Las
características de la cultura heredada, que puede provenir de otros ámbitos
distantes y aun remotos (cómo fue para América la España metropolitana)
y la resultante visión del mundo, tradicionalmente conservada, equilibran
el influjo del medio, que no llega a ser deterrninismo. La resultante es
una peculiar combinación de factores, un equilibrio de elementos que con­
duce a la tipicídad regional. El conjunto constituye el sistema ecológico, que
gracias a la condición funcional de los fenómenos se extiende a todos los
sectores de la existencia entrelazándose con las manifestaciones más inespe­
radas; parecería obvio recordar la economía, la vivienda, las faenas, la
indumentaria, los transportes, etc., pero no está ausente, por ejemplo, del
régimen jurídico (propiedad, derecho de aguas), del recetario médico (flora,
fauna, minerales), de las prácticas mágicas, de la artesanía y aún de la
creación literaria a la cual contribuyen comparaciones y metáforas nutridas
en la observación del paisaje y las experiencias vividas en contacto con
la naturaleza.
Las exageraciones localistas suelen caer en la ingenuidad de confundir
el simple matiz con originalidad y hasta con exclusivismo. El análisis cien­
tífico muestra cada vez con mas insistencia que la expresión regional no
excluye la amplia difusión, que a veces llega a la verdadera universalidad
de muchos de los elementos constitutivos: así sucede con prácticas agrícolas
y pastoriles, con la equitación y las artesanías, con “motivos” de cuentos
y fábulas, con episodios de las leyendas, con creencias y supersticiones, etc,

Conceptos y criterios complementarios

En conclusión, siempre y en todas partes, podremos afirmar que un


fenómeno es folklórico sí del análisis técnico resulta que está vigente en un
grupo “folk” y es en consecuencia colectivo, adquirido y trasmitido por la
experiencia con el vehículo de la palabra y el ejemplo, asimilado funcional­
mente, configurado por la tradición, anónimo y regional.
a) Tal caracterización no ha surgido apriorísticamente, por inspiración
repentina. Se ha ido elaborando y perfeccionando (y así seguirá, sin térmi­
no), gracias a investigaciones y análisis de lo que es considerado el objeto
de la ciencia folklórica desde los comienzos de la reflexión y el estudio
metódico por los maestros fundadores hasta el presente. No todos coinciden
con esta exposición, pero como ya dije, no es ésta la oportunidad para el
examen y superación de las discrepancias. El enriquecimiento de la biblio­
grafía, el benéfico papel de reuniones y congresos internacionales va allanan­
do el camino y son cada día mayores los puntos básicos de coincidencia.
70 LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

b) En el análisis de cualquier ícnómeno los ocho rasgos enunciados


deben confrontarse en bloque, integralmente, desde que son facetas diversas
de una sola y única realidad; la aplicación aislada conduciría al absurdo
pues no basta por cieno que un hecho sea solamente popular, o anónimo,
o empírico, etc., para ser folklórico.
c) He insistido también en destacar una circunstancia que resultaría
obvia de no haber sido alguna vez incomprendida: al afirmar que todo fenó­
meno folklórico es popular o regional (por ejemplo), no sostengo lo inverso.
Y lo mismo digo para todos y cada uno de los rasgos. Muchísimas cosas
son tradicionales (gran parte de la cultura clásica erudita, por ejemplo), sin
que nadie píense que deban ser folklóricas. No por ser anónimo el Cantar de
Afío Cid es de carácter folklórico. Y sin esfuerzo puede mostrarse lo mismo
con respecto a los demás caracteres.
d) La nómina ordenada de los rasgos es, como comprenderá, una mera
consecuencia práctica del estudio previo de la realidad, llevado a cabo
reiteradamente y con espíritu científico, vale decir objetivo y desprovisto de
prejuicios. A falta de otro mérito, esa presentación esquemática tiene una
útil condición didáctica, pues ayuda a la comprensión y facilita el recuerdo
de los conceptos.
e) Hasta en la propia labor sobre el terreno esta especie de clave ayuda
a estudiantes y profanos en la formulación del diagnóstico cuando hay que
determinar lo folklórico entre abigarrados conjuntos de fenómenos (sociales,
etnográficos,, antropogeográficos, artísticos, lingüísticos, religiosos, etc.), que
se presentan habiturdmente cubriendo el campo de observación, constituyen­
do la vivida realidad que cada ciencia enfoca desde su propio ángulo con
sus específicos métodos de documentación y estudio.
f) La cotice pcióti dinámica y funcional del folklore que sustenta estas
páginas destaca la acción incesante (aunque pausada y casi imperceptible pa­
ra cada observador) de los procesos de folklorización; por lo tanto, los
propios grupos "folk” sufren transformaciones, etapas de transición y de crisis
en las diversas fases de aquellos procesos; es Jo que denomino relatividad
de lo folklórico, según se vio. Por lo tanto, la caracterización en ciertos
casos es difícil y sólo llega a precisar que tal o cual manifestación está en
el curso de la trayectoria sin haberla cubierto totalmente. Esto es conse­
cuencia de la naturaleza de la realidad y de los hechos que constituyen el
objeto del Folklore y no se achaque a fallas de ios rasgos que los caracterizan
considerándolos, desde luego, en la plenitud de su madurez?3

13. A. R. Cortazar: El folklore, la escuela y la cultura, página. 21.


TEORIAS DEL FOLKLORE EN AMERICA LATINA 71

.. BASES PARA LA CONCEPCION DEL METODO INTEGRAL

Tanto los fundamentos teóricos como los resultados obtenidos en reite­


radas investigaciones de campo me permiten afirmar la factibilidad de la
identificación, en la realidad concreta de la vida popular, de grupos o co­
munidades que responden a la caracterización antedicha. Por otra parte, la
convivencia con sus integrantes, como condición básica para desplegar la
técnica de la documentación de los fenómenos, permite distinguir los que
se revelan indudables, ostentando la plenitud de los rasgos caracterizadores,
de otras manifestaciones, que integran el cuadro de la existencia comunal,
pero que, según los criterios explicados, no son folklore (lo institucionalizado
oficial, las trasculturacíones urbanas recientes no asimiladas, etc.). En tales
condiciones, y descontando la acuciosa y paciente consagración consabida, se
pone de manifiesto la posibilidad de documentar todos los aspectos folkló­
ricos vigentes en el grupo en estudio. Lograda esta constancia, surgió para
mí la concepción de un método medíanle el cual se documente, en cada caso,
la totalidad de las expresiones que respondan a los rasgos señalados como
signos de lo folklórico. Para llevar a la práctica esa concepción es preciso
comenzar por circunscribir el posible campo de aplicación. De los menciona­
dos rasgos (conviniendo en que se trata de un contexto “folk”) elijo como,
base: el carácter regional, la condición de funcional y la raíz tradicional.
“Si los fenómenos folklóricos son funcionales y tradicionalmente loca­
lizados en una región, el método por medio del cual se pretende captarlos
debe tender a enmarcar geográfica y culturalmente el ámbito de la investi­
gación y a documentar luego, dentro de tales límites, no una especie o manifes­
tación aislada de ese conjunto, sino todas las expresiones de carácter folklórico
recolectables. En resumen, la investigación resultará geográficamente circuns­
cripta y folklóricamente integral”.
“La exigencia primera del método consiste, por lo tanto, en elegir la
región donde las investigaciones se llevarán a cabo. Se trata de escoger,
dentro de la extensión tota! del país, los sectores presuntivamente más ricos
en manifestaciones tradicionales, más conservadores y replegados en su ca­
rácter y modo de vida, más típicos y recios en su personalidad colectiva, En
una palabra, más adecuados para un estudio de esta índole",
“El objetivo concreto que se persigue es documentar en su propio
medio, con todo el rigor científico exigible, los fenómenos folklóricos.
La elección de un área adecuada y aún su limitación convencional hasta
adecuarla a las posibilidades concretas de cada caso, torna perfectamente facti­
ble el expandir la observación a todos los ámbitos de ese diminuto mundo
folklórico y documentar cuantas manifestaciones de tal carácter pueda el in­
vestigador recoger o registrar”.14

14. A. R. Cortazar: Ejywszn/í del folklore, página 36.


72 LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

Baste esta breve referencia para bosquejar lo que lie llamado método folklóri­
co integral, orientador del estudio sobre El carnaval en el folklore calcbaquí,
libro en el cual expongo la ‘'sistematización doctrinaria” del complejo de fe­
nómenos allí reflejado.
Otras experiencias he recogido luego en distintos ámbitos de la Ar­
gentina, que me han afianzado en esta visión integralista del método. La
imbricación funcional de los fenómenos particulares permite abarcar el con­
texto como un todo y en consecuencia interpretar con mejores elementos
de juicio las alteraciones producidas por los cambios culturales. Por otra
parte, esa documentación integral enriquece y fundamenta el estudio ulterior
de un tema núcleo, limitado en extensión e ilimitado en profundidad, inte-
’ grado por los aspectos que se consideren más representativos del contexto
investigado. El método integral trasciende así de la etapa de la documenta­
ción, en la que con todo rigor es aplicable, y se convierte en condición del
éxito de los estudios definitivos. En primer lugar, porque el propio folklo­
rista es quien tiene a su cargo la documentación y por lo tanto se sustenta
en la seguridad de que los materiales recogidos son auténticos, fieles, objetivos.
En segundo término, la naturaleza funcional de los fenómenos acarrea la
consecuencia de que todo estudio monográfico pierde grao parte de su efi­
cacia si considera una sola manifestación folklórica; todos los aspectos viven
tan indisolublemente unidos que resulta estéril interesarse sólo por uno, sin
tener a la vista cuántos, de cerca o de lejos, influyen sobre él. El conoci­
miento integral previo hará provechosa y fecunda la investigación monográ­
fica, pues el folklorista dispondrá del cuadro completo dentro del cual ele­
girá el núcleo conveniente. Contará para eso con la posibilidad de agrupar
en forma apropiada, según la naturaleza del tema, todo el material recogido
y documentado, todos los datos que desde cualquier ángulo contribuyan a
iluminar la zona sobre la cual se concentre la luz de la investigación.
El grupo humano acaso nos confíe así el secreto de sus motivaciones
más íntimas y sabremos cuál es su imagen del mundo, su concepto de la vida
y de la muerte; qué impulsos mueven preferentemente sus acciones y qué
temores las paralizan; dónde, residen sus destrezas y cómo se satisfacen sus
necesidades; cuáles son sus vicios y defectos y si hay acaso virtudes reden­
toras; gustaremos el desahogo estético de su alma y ahondaremos en el misterio­
so repliegue de su magia; en fin, en una palabra, procuraremos captar desde
e] rasgo señero de su vida colectiva hasta la proyección de su alma en
el mundo sobrenatural,55

15. A. R. Cortazar: El carnaval en el folklore calcbaquí, páginas 248-262.


TEORIAS DEL FOLKLORE EN AMERICA LATINA cp-h
DESLINDES CONCEPTUALES

Hasta ahora he procurado mostrar la imagen de los fenómenos folklóri­


cos iluminándola a la par desde los puntos de vísta de la teoría y la experiencia
de campo; pero el análisis incesante de los conceptos y de los resultados de
diversas investigaciones, propias y ajenas, me han llevado a diferenciar otras
manifestaciones, a las que se llama también folklore, y que,' no obstante,
creo que deben ser distinguidas y en consecuencia denominadas de manera
específica para que podamos entendernos.

Trasplantes

Uno de estos casos es el que he propuesto llamar trasplantes. Designo


con este término aquellas expresiones que habiendo sido originariamente fe*
nómenos folklóricos son trasladadas de su ámbito geográfico y cultural (el
“pago”, la tíerruca, la aldea, el rincón nativo), por quienes fueron sus pro­
pios portadores y protagonistas, a otros ambientes, por lo común urbanos,
donde son cultivadas en forma personal o en el seno de círculos familiares y
de amigos, ya por motivaciones psicológicas (nostalgia, evocación), ya socio­
lógicas (reacción contra el medio incomprensivo u hostil), perdiendo en
consecuencia algunos de sus rasgos originarios (matiz regional, función, vi­
gencia colectiva, espontaneidad).
En los casos más visibles y conocidos se trata de reproducir y conservar
costumbres, actitudes, indumentaria, bailes, fiestas, manjares, etc,, propios
de la sociedad “folk” del terruño distante. El asado o las empanadas preparados
al estilo-provinciano en la casa de "week end”; la reunión danzante al estilo
de la tierra; la fiesta cuyos intervinientes concurren con sus trajes típicos;
las celebraciones de colectividades extranjeras; el habla y los romances se­
fardíes que en prunos dispersos por el mundo traen a nuestros días los
ecos de la España del siglo XV, y otros tantos ejemplos equivalentes, son a
mi modo de ver trasplantes, ya sean los protagonistas provincianos traslada­
dos a la gran capital, ya- grupos de inmigrantes que en el país que los
acoge tratan de revivir las gratas ocasiones de amable convivencia que en
la aldea nativa surgían espontáneamente como episodios naturales de la vida
familiar o comunal.
Si se considera su procedencia se ve que han sido fenómenos folklóri­
cos, vigentes en un rincón pueblerino; por lo tanto, en el ambiente del cual
proceden fueron (y acaso siguen siendo para los miembros lugareños de la
comunidad) expresiones espontáneas de la vida común y por lo tanto popu­
lares, colectivos, funcionales; pero el primitivo grupo “folk” se desintegra a
dispersa en la sociedad urbana, perdiendo cohesión o se reduce a un
círculo. En cualquier caso, se desanudan las motivaciones, se desdibujan las
necesidades colectivas propias de aquel ambiente. Las manifestaciones tras­
/4 LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

plantadas no se producen espontáneamente, como consecuencia del régimen


de vida común, del ordenamiento funcional de las actividades, sino que
resultan de un deliberado propósito, al margen de las ocupaciones concretas
de cada uno de los miembros de la ciudad. Se pierde el vínculo con el am­
biente y por lo tanto los fenómenos dejan de ser regionales para ser simple­
mente pintorescos o exóticos.
Las dichas motivaciones pueden ser psicológicas o sociológicas y actúan
como apoyo sentimental, que prueba que el nuevo destino no equivale al
rincón nativo, pues requiere la evocación, es decir, la reconstrucción imagi­
nativa que transfigura la nueva realidad. Lo vigente, lo auténtico,- lo que
existe en su forma normal no requiere evocación: simplemente se vivé...
No son, pues, fenómenos folklóricos, sino trasplantes, gajos del árbol
nativo, cultivados afanosamente en la maceta del balcón ciudadano o en
el parque de la casa de fin de semana.
Circunstancias favorables pueden crear en torno especies de mtcroclimas
y entonces los trasplantes arraigan, proliferan, logran una personalidad autó­
noma y distintiva. Nada impide, teóricamente, que lleguen a constituir
comunidades “semí folk” y aun verdaderos grupos "folk" en el cinturón de las
ciudades, en la “orilla”, en zonas suburbanas, en ciertos propicios barrios de
la ciudad,' Dejarían de ser gajos trasplantados para florecer en verdadero
folklore; constituirían ejemplos de folklore urbano, que considero conveniente
distinguir de otro tipo de manifestaciones que también 'se dan en el ámbito
de las ciudades y que veremos a continuación.

Elementos folklóricos trasculturados '

En el ambiente de las grandes ciudades, además de trasplantes y pro­


yecciones se encuentra una multitud de pequeños bienes, de carácter espiri­
tual, o estético, o con puntos de apoyo y referencia en acritudes, objetos y
seres comunes, los cuales parecen no concordar con la índole y el nivel de
la civilización que los admite. Por el contrario, su semejanza o equivalencia
con elementas de la cultura “folk” presente o pretérita, del mismo país o de
otras comarcas, facilita la confusión y la gente suele considerarlos, sin más,
auténtico folklore.
Sin embargo, no son sino elementos presumiblemente provenientes de
la cultura “folk” que se desarraigan de su ambiente geográfico y humano para
incorporarse, aislada y esporádicamente, a otro nivel de cultura, de típo.
urbano, por lo cual dichos elementos modifican lo que fue su función y su
matiz regional, sin llegar a imprimir carácter o fisonomía distintivos a la
cultura que los absorbe.
Los refranes camperos que se entrelazan en las pláticas de salón; el
conocimiento y práctica de recetas empíricas y tradicionales, con escándalo
de la ciencia médica oficial; las supersticiones, maleficios y conjuros que se
TEORIAS DEL FOLKLORE EN AMERICA LATI
75<ja
relacionan, por ejemplo, con el número 13, los días martes o viernes, Jas
herraduras, el tocar madera, pasar bajo una escalera o encender determinada
cantidad de fósforos; gestos como “los cuernos” y “el corte de manga”;
preocupaciones que pululan en los casinos, hipódromos y canchas de deporte
como propiciatorias de buena suerte; los adornos y dijes femeninos, en
forma de cuernecitos o reproduciendo la “figa”; dichos y chistes de vieja
prosapia que se festejan en las oficinas; cuentos de hadas y leyendas maravi­
llosas relatados por la "nurse"; técnicas y recetas para la fabricación de cosas
medicinales, gastronómicas o repóstenles; el uso de prendas exóticas en el
Erodio urbano, como ojotas o rastras, etc., serían algunos de los mil ejemplos
que podría aducir.
La comprobación de la existencia He estos bienes en niveles de cultura
urbana ha hecho pensar que el folklore no es exclusivo del “folk” y que se
manifiesta en iodos los sectores sociales, cualesquiera sean su educación,
géneros de vida, actitudes y valores colectivos. Además, algunos opinan que
no es preciso tomar en cuenta el elemento humano, portador, protagonista
e intérprete de los fenómenos, sino a estos en sí mismos; cuando se mani­
fiestan en un académico o en un diplomático, tales personas serían en tal
circunstancia, “hombres folk”.
No lo creo así. Considero, como se ha visto, que el folklore presupone
una vigencia integral, colectiva, en una comunidad que comparte actitudes,
valoraciones, técnicas e ideales orgánicamente asimilados en el curso de
una tradición común y en consonancia con el paisaje regional.
Los ejemplos dados no se confunden con las otras especies; a dife­
rencia de los trasplantes, los portadores no integran un conjunto o familia
de tipo “folk” (ocasionalmente residentes en la ciudad), sino son miembros de
la gran sociedad urbana, de cuya organización y pautas participan; no produ­
cen bienes para consumo ajeno, para ser trasmitidos y comercializados, como
ocurre en las proyecciones, sino que Jos usan o practican como manifestación
individual y cotidiana.
Habría que considerar también los efectos de su desgajamiento del con­
texto de la cultura “folk”, cierta o presumiblemente originaria, en cuyo seno
cada uno gozaba de un sentido más completo y congruente, pues no era sino
una parte del conjunto armónico, cuyo equilibrio sólo se explica por la tra­
bazón funcional de cada elemento con todos los demás. La manifestación
aislada, en un sistema extraño, lo desvitaliza y priva de la fundón que le
daba su pleno significado, Así por ejemplo, la “figa” que adorna la pulsera
de una dama no provoca sin duda en el espíritu de su dueña la compleja re­
sonancia propiciatoria y mágica que tendría en un grupo “folk” brasileño.
Es evidente, por lo demás, la falta de relevancia de estos elementos
para imponer su tono o su función colectiva en el conjunto de una sociedad
de tan diverso carácter. El predominio de lo institucionalizado, racional,
técnico, económico y mecanicista en una sociedad moderna reduce estos
76 LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

bienes a la condición de simpáticos anacronismos, de exotismos condescen­


dientemente tolerados en el mundo de h civilización y ^ progreso.
Por lo tanto, propongo que sean considerados elementos de tipo rrfolk"
transferidos, por trasculturacíón, del ámbito donde existían en plenitud, a
un ámbito en el que les falta arraigo colectivo, funcional y telúrico para
adquirir la categoría de verdadero folklore.’6

Proyecciones

Este término, que se inició como tecnicismo hace .aproximadamente


unos veinte años entre nosotros, se ha incorporado ya al vocabulario usual
en medios docentes y especializados y va ganando poco a poco la calle; pero
el público general, al identificar las manifestaciones así designadas con los
fenómenos folklóricos propiamente dichos, produce el principal motivo de
la confusión que padecemos.
La gente de la ciudad, en su gran mayoría, nunca ha observado fenó­
menos folklóricos propiamente dichos, producidos como fruto espontáneo de
vida colectiva en su propio ambiente geográfico y humano. Es ésta una
realidad peculiar, regida por necesidades, valores y propia visión del mundo
que la urbe desconoce o que vislumbra fragmentariamente, por información
de segunda o tercera mano. En cambio, el público ciudadano tiene ante sí,
en cantidad torrencial, manifestaciones a las que llama 'folklore’, como
audiciones radiales y televisadas, espectáculos cinematográficos, teatra­
les y de "ballet”, novelas y libros de poesía y de cuentos, obras pic­
tóricas y escultóricas, conciertos y recitales, etc., etc. En “peñas" y centros
"se hace folklore", en los clubes "se baila folklore", en las escuelas de danzas
"se enseña folklore", en las playas de moda "se canta folklore”. A esto se
puede añadir, aunque la ejemplificación sería interminable, las modas inspi­
radas en trajes nativos; los "menús” con platos regionales; los productos
de tipo industrial í cerámica, tejido, platería, etc.), que imitan modelos,
formas, decoraciones, reconocibles como típicos y tantos otros.
Un momento de meditación que permita confrontarlos con los rasgos
definidores del folklore auténtico llevará a la conclusión de que eso llamado
por todos "folklore” no lo es en realidad.
Múltiples razones pueden invocarse frente a cada caso: conocimiento
público de los autores, beneficiados por las leyes que protegen sus derechos;
organización o reglamentación oficial de los espectáculos, la enseñanza, Jas
fiestas; vigencia en ambientes refinados y de "élite"; difusión por el libro,
la prensa y los medios más modernos de la técnica; producción en serie y
en gran escala por la industria mecanizada; lucha competitiva para captar
espectadores y consumidores en términos de tnasa, procurando la máxima

16. A. R, Cortázar; El folklore, la escuela y la cultura, páginas 25 y 26.


TEORIAS DEL FOLKLORE EN AMERICA LATINA 77

producción, regida por la organización más técnica y perfecta, ai menor costo,


en el menor tiempo,-para el mayor número de destinatarios. (Y es sabido
que la cultura de masas, en la cual se entrelazan aspectos positivos y esclavú
zadores, se presenta eñ nuestro tiempo como la antítesis de la cultura "folk”).
Por estas y otras razones, lo que la ciudad considera "folklore” no lo­
es; lo llamamos proyección. Se trata de un distingo técnico para no tergiver­
sar los conceptos. De ninguna manera significa negar los valores y el papel
que las proyecciones tienen y deben tener, cuando son dignas y bien inspi­
radas y no burdas falsificaciones urgidas por apetencias de notoriedad y
de lucro.’7
Sobre la base de lo dicho se apreciará el alcance de todos y cada uno
de los términos de la siguiente caracterización de las proyecciones: son ma­
nifestaciones producidas fuera del ambiente geográfico y cultural de los fenó­
menos folklóricos que las originan o inspiran, por obra de personas deter­
minadas o determinadles que se basan en la realidad folklórica cuyo estilo,
formas o carácter trasuntan y reelaboran en sus obras e interpretaciones,
destinadas al público en general, preferentemente urbano, al cual se tras­
miten por medios mecánicos e institucionalizados, propios de la civilización
vigente en el momento que se considera.
Aceptado el distingo entre fenómeno folklórico y su proyección, habría
que incorporar, como consecuencia lógica, la terminología que consagrase este
paralelismo de conceptos con respecto a cada una de las especies o sectores
que se considere y en cuanto lo consientan las expresiones usuales del idio­
ma; así, por ejemplo, al folklore poético correspondería la poesía folklórica
como su proyección en el plano de la literatura individual escrita; al folklore
narrativo, la narrativa folklórica; al folklore musical, la música folklórica;
al folklore médico, la medicina folklórica, y de la misma manera en todos
los. casos equivalentes. , :
Considerando el segundo término, vale decir, el de las proyecciones,
cabe adelantar que el análisis de cada caso permite clasificarlas en grados,
desde un primer nivel próximo a los fenómenos originados e inspiradores,
hasta la más desasida reelaboración personal o hasta la estilización más aleja­
da de su fuente. He aplicado este criterio al caso de las manifestaciones lite­
rarias argentinas, a las que he agrupado en tres grados siguiendo esta pro­
gresiva desrealización folklórica. No corresponde aquí exponer los funda­
mentos y los- ejemplos; baste sólo la mención de la tentativa, cuyo positivo
resultado, incita a su aplicación en otros campos, como la música o las arte­
sanías, tan ricos en posibilidades y matices.
Como observación final, conviene prevenir respecto de la idea errónea
de que ambos' órdenes de manifestaciones son como departamentos estancos,
incomunicados entre sí. Muy por el contrario, entre ambos plano? se entre-

17. A. R. Cortazar: 17 folklore, la escuela y la ctdiura, página 23.


78' LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

teje un zig-zng eterno: considérense, con la amplia perspectiva de Ja historia


de la cultura universal, los ejemplos del folklore literario y la Literatura en
sus diversos géneros, formas y lenguas¡’el folklore musical y la música llama-;
da culta que en él se inspira; la alfarería popular y la cerámica artística; la
tejeduría tradicional y la industria de telas, alfombras y tapices; el trabajo ar­
tesanal de la plata y Ja orfebrería; Jos bailes de pueblo y el ballet como
espectáculo teatral, etc.
En todos los casos se trata de expresiones' de un proceso cultural que
les da impulso y carácter y al cual me refiero como kit-motiv de estas pági­
nas. Para decirlo brevemente y de manera gráfica: partiendo de una obra
individual determinada, difundida en el nivel letrado urbano, podría seguír­
sela en su trayectoria hasta que cumpla rodas las etapas y con el andar del
tiempo logre la folklorización, después de una previa trasculturación a una
cultura “folk11; desde allí es no sólo pasible sino frecuente en todos los tiempos
y civilizaciones que recorra el otro trazo del zig-zag y vuelva al plano letrado,
ciudadano, industrializado, como proyección de la respectiva especialidad.
En ptincfofo no hay término para este encadenamiento, que he tomado como
o- ' ote, susceptible de ampliaciones míinítas, en mi estudio sobre
,jerítí-'.‘-zí.!í
Como observación final, quisiera aclarar que do creo que se confundan
en un mismo concepto las proyecciones con el folklore aplicado, pues en mi
entender éste consiste en que, tanto los métodos y técnicas de la ciencia
del folklore, como los resultados de las investigaciones, sean puestos al
servicio de objetivos diversos, tales como la promoción y asistencia de las
comunidades populares, y programas de enseñanza, especialmente primaria,
la integración de planes, el estímulo y ayuda a los artesanos, etc., a fin
de que, colaborando con otras disciplinas (sociología, economía, educación,
etc.),' contribuya al alivio de situaciones humanas difíciles, a la elevación
de condiciones de vida, al mejor rendimiento de prácticas aplicadas en otros
campos, como el laboral, sanitario, económico, sociológico, entre tantos posi­
bles; para tomar sólo'un casa, el educativo, se comprueba la amplitud suge-
renie del tema en los libros de Paulo de Carvalho Neto, Félix Coluccío y
Clara Passafari de Gutiérrez, que lo enfocan desde diversos ángulos.

LA CULTURA “FOLK11
■ Los fenómenos folklóricos están. representados por bienes materiales y

18. ' Escritas estas páginas llega a rnís manos el recién publicado libra Folklore y poesía
■ argentina, de una brillante discípula, Olga Fernández Latour de Botas, en el que
> analiza el problema de las proyecciones en la poesía individual cscriía, caxnpo para
¡ el cual esta obra es también una antologan
* Una amplísima y éruclira historia de las relaciones entre folklore y literatura
' .: en Europa, que en parte puede aprovecharse, para este tema, es el libra de G.
' CoccViiítra.
_/TEORIAS DEL FOLKLORE EN AMERICA LATINA 79

espirituales, pautas de conducta, actitudes, costumbres, hábitos e instrumen­


tos que. actúan directa e indirectamente para satisfacción de las necesidades
(biológicas, estéticas, religiosas, mágicas, etc.), de! grupo “folk” y se transmiten
tradicionalmente de generación en generación. Este patrimonio constituye
en conjunto una típica cultura, denominada también “folk”?9
Algunas de sus notas características, como las de ser tradicional, de
base empírica, de trasmisión oral y directa (de persona a persona), regional-
mente matizada, etc., están implícitas en los rasgos antes analizados de las
comunidades '‘folk” y permiten captar sus matices específicos dentro del grao
cuadro de la cultura y diferenciarla de otros niveles, que suelen llamarse,
según los casos, letrados, institucionalizados, urbanos, de masas, etc.
Ante la imposibilidad de incluir en estas páginas una presentación
descriptiva de las manifestaciones integrantes de culturas “folk” argentinas y
latinoamericanas, me limito a esquematizar en algunos puntos de referencia
los que llamaría cauces por los cuales pueden llegar los elementos suscep­
tibles de integrarlas. Esta múltiple y compleja trayectoria puede ser reducida,
por razones de economía y claridad expositivas, a los cauces siguientes:
a) tradición cultural superior; b) trasculturaciones urbanas asimiladas (por
el “folk”); c) supervivencias autóctonas; d) transferencias a nivel del puebla
mismo (de un grupo “folk” a otro); e) creaciones, reelaboraciones y varian­
tes debidas a cada grupo popular,
a) Un primer rasgo caracterizador de toda cultura "folk” es que atesora
como meollo, muchas veces soterrado, elementos de una fradición cultural
¡uperior, procedentes de centros civilizados irradiantes, del propio o ajeno
país, que pueden ser lejanos en el tiempo y en el espado. Los ejemplos, dentro
del ámbito hispanoamericano, serían innumerables. Baste como referencia,
recordar algunos: el idioma escrito, literario, culto y sus relaciones con el
habla popular; ceremonias cortesanas, como el paseo del estandarte real por
el Alférez y su versión en fiestas populares de nuestros días; danzas de
salón como el minué, la gaveta y la contradanza y su descendencia folklórica
rioplatense en el cuándo, el cielito, la mediacaña y el pericón; instrumen­
tos musicales palaciegos como la vihuela y su reducción popular, Ja guitarra,
que el pueblo siguió por siglos llamando ‘vigüela'; los alardes de orfebres,
orífices y cinceladores hispánicos y la réplica criolla de los hábiles plateros
americanos; la imaginería peninsular y los “santos de palo”'- de nuestras
pagos; la ciencia médica representada por las prestigiosas obras del doctor
Andrés Laguna (que atendió a Felipe II) y del profesor de la Universidad
de Granada, Juan Sorapán de Rieres, muchas de cuyas recetas encontramos
transformadas en. prácticas curanderiles; la equitación caballeresca (en sus
escuelas de la brida y la jineta) resurgida con recio brío en las hazañas de

19.- Interesantes punios de vista sobre este tenia y afines en el artículo de L. da Cá­
mara'Cascudo.
80 ' LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

los centauros criollos. La ejcmplificación de! campo literario, analizada por


mí en otros trabajos, prueba que-’nuestro folklore poético y narrativo entrón-
■ta con el refinamiento dé los’ Cancioneros contemporáneos del descubrimien­
to de América, con el encanto pegadizo de los romances artísticos, con la
enjundia de los escritos doctrinales, con el artificio de las glosas y los temas
abstractos y filosóficos de los contrapuntos y "tensones”, que dan a las
payadas gauchas tan inesperada hondura,30
’ bj Las ciudades prestigiosas (que para la Argentina fueron, desde el
siglo xvi, Asunción del Paraguay, Santiago de Chile, principalmente Lima y en
época tardía, desde fines del siglo xvil.1 hasta nuestros días, Buenos Aires)
irradian oleadas de novedades y aun de modas que ocasionalmente son rete­
nidas por los grupos populares e incrustadas en su propio sistema de vida,
con igual o diversa función: son las Zrascull¡¿radones urbanas asimiladas.
Junto a ejemplos como las armas de fuego, ciertas telas y prendas del ves­
tido, bebidas blancas envasadas, etc,, cabe recordar los diarios de la ciudad,
los folletos y pliegos sueltos cuyo contenido se difundía, no por la lectura
individual, sino en grupos, ya de familia en las estancias, ya de parroquianos
en los almacenes y pulperías. Esto contribuyó a la difusión, mucho más rápi­
da y extensa de lo que podría, suponerse, de textos poéticos y de crónicas
de actualidad reelaborados a veces como relatos en prosa y también romances,
"corridos” y "argumentos” en verso?’
c) Las transferencias entre grupos i(folk" son más frecuentes e indetermi­
nadas, pero se despliegan desde la rutina doméstica y aldeana (comidas, rece­
tas, costumbres folkways), a los bailes populares previamente foUdorizados
en España y a los refranes y adivinanzas, cuentos y coplas.
d) Supervivencias innumerables testimonian el influjo de culturas autóc­
tonas: lo proclaman la vivienda, la comida, las artesanías, los mitos y prac­
ticas mágicas y supersticiosas.
e) Por fin, cualquiera sea la procedencia de los bienes que a la postre
llegan a integrar una cultura "folk”, lo esencial no es el punto de partida
(indígena o palaciego, urbano o. pueblerino, americano o hispánico), sino
la asimilación funcional por la comunidad, que se manifiesta en adaptaciones
reelaboraciones y variantes. Este perpetuo fluir es la nota definidora de la20
21

20. Un ejemplo monumental es la obra de Juan Alfonso Carrizo representada por sus
Cancioneros populares de las provincias argentinas de Catamarca, Salta, Jujuy, Tu-
cumán y La Rioja, qñe culminan en Antecedente híspano- nndievales ¿e la poesía
tradicional argentina. \
21. En esta linea se puede recordar Cinco ¡¡oros do poi>ol de L. da Cámara Cascudo;
en h literatura argentina estudia el campo de la folltrería Oiga Fernández Latour
de Botas y en Ja española son ejemplos ]a conferencia de Rodríguez Menino y el
reciente libro de Julio Caro Baroja: E;!Idyo so¿rr lüeraltira de cordel (Madrid,
1969).
TEORIAS DEL FOLKLORE EN AMERICA LATINA 81

tradición alidad folklórica. Muchas de las novedades llegadas al "folk ’ mueren


al nacer por falta de receptividad (una canción o una moda que no arraigan,
por ejemplo); otras se difunden y perpetúan, según como se defina el perenne
duelo entre ío consuetudinario y lo novedoso, lo tradicional y lo innovador.
El ritmo sosegado que regula la vida de los grupos "folk” hace a veces per­
der de vista la íntima, auténtica naturaleza del folklore, que, como más de’
una vez he dicho, es dinámico y funcional.

FLUENCIA LATENTE

Estos esclarecimientos, referidos al proceso de la formación histórica


del folklore latinoamericano, implican tener en cuenta que, germinada la
simiente de las primeras fundaciones, se fueron produciendo distingos so­
ciales, políticos, culturales y económicos entre los sectores de Ja misma socie­
dad híspana colonial. Tal circunstancia estratificadora ha sido el estímulo
de la paulatina formación de los primeros conglomerados criollos de' tipo
"folk”. Por lo tanto la dudad (desde su forma embrionaria) fue la condición
histórica de la existencia de ese sector "popular”, ya haya estado incluido
en el ámbito urbano, ya disgregado y disperso en la campaña circundante,
en las lejanas encomiendas, en las "fincas”, “fundos” y estancias. Así va
delineándose, dentro del conjunto de la población colonial, este “pueblo", que
recibe, selecciona y asimila algunos de los elementos constitutivos de su pro­
pia cultura "folk”, a la que en definitiva impone la impronta de su propio
estilo de vida regional, de los matices de sus variantes, de la peculiaridad de
su habla popular, de su propia visión del mundo.
Tales pequeños núcleos, por lo común aislados y dlspe.rsos en escenarios
geográficos desmesurados, casi infinitos, han moldeado y trasmitido, desde
las primeras fundaciones hasta hoy, su acervo cultural de una a otra ■genera­
ción^ constituyendo una corriente incesante, prácticamente desconocida en
las ciudades. Es decir, que los fenómenos folklóricos han vivida en estada
tálente, dando a estos términos el sentido científico y metodológico que sur­
ge de las investigaciones "de don Ramón Menéndez Pidal para los casos de
los romances y diversas manifestaciones lingüísticas y literarias. Considero
fecunda la aplicación de estos conceptos y del método resultante a la inter­
pretación de la trayectoria de las manifestaciones folklóricas en América
Latina y desde luego en la Argentina. No intento aquí exponer el complejo
problema, sino sólo aplicar sintéticamente algunas conclusiones.
Durante los siglos xvii, xvin y gran parte del xix la cultura “folk” per­
maneció en América como oculta a los ojos de los ambientes letrados, urba­
nos y dirigentes, de los centros universitarios y prestigiosos; estos, como es
explicable, estaban más atentos a las novedades literarias, estéticas, filosófi­
cas y políticas de España y del mundo que a Jas expresiones rústicas de los
paisanos iletrados, apenas entrevistos o presentidos tras Ja inmensidad de los
82 LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

desiertos, las selvas y las montañas, en regiones erizadas de peligros'y .de


misterios. En consecuencia, es también explicable que falten los datos pre­
cisos, los testimonios fehacientes los documentos escritos de esa cultura
tradicional campesina y popular; pero como se ha hecho notar, no se justifica
la identificación del documento con la vida misma, que no deja de ser real
por carecer de testimonio escrito.2223 24
A despecho del desconocimiento, ignorancia y desdén de Jos círculos
letrados y eruditos de la ciudad colonial, las expresiones folklóricas siguieron
en vigencia, como patrimonio de los grupos “folk” y como caudal constitutivo
de la respectiva cultura. Se difundieron sincrónicamente, por la palabra habla­
da 5' el ejemplo directo y perduraron diacrónicamente, constituyendo una in­
interrumpida corriente tradicional.
Considerado el proceso en su conjunto, tiene un punto de arranque
hispánico, que puede ser bien conocido, al cual sigue una etapa de oculta­
ción, que relegada a los grupos “folk” y desdeñada por los críticos y observa­
dores cultos, no deja rastro ni noticia alguna; esa ocultación cesa en períodos
de tendencia romántica, que valorando lo tradicional, popular, típico, mati­
zado de “color local”, sacar a relucir estos materiales, exóticos para los pro­
pios compatriotas letrados y europeístas. En la literatura ríoplatense se da
el casó de que la corriente romántica exaltó estéticamente al gaucho, antes
reivindicado por los movimientos revolucionarios de 1810 y las guerras de
la Independencia posterior, pues del vituperado “gauderio” colonial pasó
a ser el héroe y mártir de los ejércitos de las patrias nacientes. Correlativa­
mente, los poemas barrocos y neoclásicos cedieron ante el empuje de la
llamada poesía gauchesca.11
Aquella etapa de ocultación puede cesar, no sólo gradas a circunstancias
históricas, políticas o estéticas, sino también científicas, representadas en este
caso por los sondeos de los investigadores que desde fines del siglo XIX
Iniciarón la recolección de material en el terreno. Entre los argentinos, esta
actitud y sus proficuas consecuencias pueden ser ejemplificadas con figuras
como Ventura Robustiano Lynch (1851-1883), Juan Bautista Ambrosetti
(1865-1917), Samuel A. Lafone Quevedo ( 1835-1920), Roberto Lehniann-
Nhsche (1872-1938) y en nuestros días Juan Alfonso Carrizo (1895-1957)
benemérito compilador de los Cancioneros populares [poéticos] de cinco
provincias argentinas. A partir de allí se desarrollan las corrientes que inte­
gran el vasto panorama de la ciencia folklórica contemporánea. En ningún
caso las investigaciones han desmentido este planteo.3-’ El perfeccionamiento

22. Dos articulas de Julián Marías sistematizan y exponen la teoría de Ramón Mc-
néndez Pidal.
23. Aplico la teoría en mi libro Pocuíj gauchesca argentina.
24. Estudio esrc qspecío en El folklore argentino y los estadios folklóricos; reseña
esquemática de su formación y desarrolla.
TEORIAS DEL FOLKLORE’EN AMERICA LATINA ’ 83

de loa métodos y técnicas ha permitido á través de los trabajos de carneo


localizar la napa basta entonces inadvertida y remontar su cauce hasta dar
con las fuentes, ya en vertientes autóctonas, ya en el amplio mar de las civi­
lizaciones hispánica, europea y oriental, tanto antiguas, como medievales
y modernas.
Se cierra el ciclo de mi exposición. Confío en que se haya podido
confirmar lo dicho en las páginas iniciales sobre el folklore concebido como
una fluencia latente, dinámica y eterna^ hasta la cual cada investigación pe­
netra, confirmando su vigente y perenne realidad y poniendo a prueba en
cada caso el acierto de la orientación metodológica. Por mi parte agrego
que no lo hago por mero afán científícísta, sino porque esa napa soterrada
no está constituida sólo por hechos, por cosas, por fenómenos, sino por
hombres, por personalidades anónimas pero humanamente valiosas que en
su oscuro y a veces desconocido nivel reciben, seleccionan, asimilan y tras­
mutan funcíanalmente las cosas, por imperio de sus necesidades, destreza de
sus manos y destellos de su espíritu tras cujeas huellas marchamos, perfec­
cionando a cada paso el instrumental teórico y técnico, alentados por apasio­
nada vocación, por un ahincado estudio y un grau amor e iluminados por
una resplandeciente esperanza.

PALABRAS FINALES

En última instancia, es siempre el hombre el objeto de interés de la


ciencia folklórica, que por eso es buen camino para multiplicar el asedio
de esa eterna incógnita. En primer lugar, porque bucea en casi todos los
aspectos de su personalidad y de su acción: desde la comida a la magia, de
la diversión al trabajo, de los engendros de la fantasía a las obras de sus
manos, de su plenitud jocunda a sus inquietudes trascendentes. Luego, porque
sí bien en todas las expresiones la investigación capta destellos del espíritu
que las sustenta (aunque parezcan sólo materia, como las comidas, los vesti­
dos o los enseres), algunas son especialmente adecuadas para penetrar hasta
ios pianos más íntimos y recatados de la personalidad, corno los mitos, las
supersticiones, las prácticas mágicas, la poesía, la música. La ciencia del
Folklore facilita esos ahondamientos y revela la profundidad de planos a
los que puede llegarse en el estudio de los fenómenos.
Por la variedad de su campo y por la posible hondura de su investiga­
ción, el Folklore tiende al más completo y auténtico conocimiento del
hombre.
Es imposible trazar la marcha de una civilización sin tener en cuenta
que buena parte de los materiales y valores que resplandecen en las obras
más eminentes de la literatura y de la música, por ejemplo, proceden de una
cultura “folk” predecesor», del propio o de ajeno país, del mismo o diverso
idioma, vigente en la anterior generación o desintegrada de culturas extín-
84 LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

guidas siglos y aun milenios atrás. Son preclaros testimonios obras reconocidas
entre las más respresentativas del pensamiento humana, desde la Odisea al
Quijote, desde los cuentos de Andersen o de Grimrn a los romances de Gar­
cía Loica, desde el Panchatantra hindú al Alartíri Fierro y en otro campo, para
no extender las menciones, baste recordar los Lieder de Schubert y las
Canciones de Bela Bartok,
Quiere esto decir que la ciencia del Folklore representa un nuevo
ángulo desde el cual muchos hechos y valores históricos adquieren otro
matiz y distinta dimensión, es decir, otro enfoque para mejor conocimiento
del hombre.
En este sentido, el Folklore logra la trascendencia de un verdadero hu­
manismo contemporáneo. Este protagonista colectivo y anónimo de gran
parte de nuestra cultura que es el "pueblo”, el "folk”, es capaz de elaborar
y luego transmitir una cultura, constituida en muchos casos, como el de
América, por elementos de excelsa calidad espiritual y estética. La cultura
"folie” tiene valores distintos pero no inferiores en calidad a los de su corres­
pondiente civilización, en todas las épocas de la historia. Cultura presupone
personalidad y no debemos considerar al "hombre folk” con intelectualismo
unilateral, ni ser pedantescamente librescos, ni incomprensivamente "civL
centristas”, contagiados por la soberbia de la urbe, pues son diversos los
valores humanos y de la apreciación de los de carácter moral, religioso esté­
tico, jurídico, educativo, histórico, etc., surge la más franca simpatía por el
"folk” y la más sincera admiración por su folklore, cuya imagen verídica favo­
rece una más cálida comprensión humana. Las particularidades regionales no
hacen sino confirmar, a la luz de la investigación, la eterna universalidad de
ciertos valores. Comprender es un punto de apoyo para amar. Y de ahí
no hay sino un paso para trascender al plano de una concepción según la
cual el especialista, nutrido de conocimientos aportados por una tradicional
corriente milenaria, formule desde esta joven América Latina la aspiración
de una ciencia folklórica renovada por la fuerza de un auténtico humanismo
de validez universal.

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