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Teoría Psicoanalítica – Cursada 2021

Novena Clase Teórica – primera parte (de Casas – Volta, con colaboración de Passerini en
el agregado sobre la teoría de la angustia)

9) Organizaciones (I)
La subordinación de las pulsiones al primado “genital”. Organización versus anarquía. “Organizaciones
pregenitales” y organización fálica. Lo no integrable de la pulsión. Premisa universal del pene. Primado del
falo. El complejo nuclear: Edipo y castración. Represión, disolución (sepultamiento, Untergang) y
represión primordial.
Bibliografía obligatoria:
✔ “La organización genital infantil” (1923), AE, XIX, 145-9.
✔ “El sepultamiento del complejo de Edipo” (1924), AE, XIX, 181-7.
✔ “La represión” (1915), AE, XIV, 141-3.
✔ “Sobre la sexualidad femenina” (1931), AE, XXI, 227-48
✔ “Análisis de la fobia de un niño de cinco años [Hans]” (1909), punto I. “Introducción”, AE, X, 7-20.
Bibliografía ampliatoria:
✔ “Tres ensayos de teoría sexual” (1905), ensayo III, punto V: “El hallazgo de objeto”, AE, VII, 202-
208.
✔ “La novela familiar de los neuróticos” (1909), AE, IX, 217-220.
✔ “Pegan a un niño”, cap. V, AE, XVII, 188-92.

Para el tema de la angustia, que seguiremos desarrollando en otra clase teórica, se agrega la siguiente
bibliografía:

✔ “Lo inconsciente” Cap IV Tópica y dinámica de la represión, (1915) AE XIV, 177-182


✔ 25ª conferencia: “La angustia” (1916-7), AE, XVI, 357-74

Ya en la clase correspondiente al concepto de pulsión iniciamos un abordaje, siguiendo la lectura


de los textos de Freud, de cierta organización de las pulsiones. ¿Recuerdan? Hicimos jugar cierta
tensión y oposición entre la idea de una “anarquía” pulsional derivada de la ausencia de instinto
en la especie humana y la necesidad de que haya algo que oficie de “organización”. Desde “Tres
ensayos de una teoría sexual” (1905) y desde la “Conferencia 21” (1917) podíamos plantear un
esquema que incluye diversas formas de “organización de la libido” en torno a determinados
objetos pulsionales pregenitales: la oral, la anal… Vimos también la idea de Freud de que había
una interrupción del desarrollo sexual, y luego su reanimación con la pubertad, momento en que
la genitalidad haría finalmente entrada. Y habíamos dejado en suspenso la propuesta del
programa para abordar esto que pone el nombre a la unidad “Organizaciones”, de la sexualidad
humana. Dicho de otra manera, el pasaje de la anarquía pulsional sobre la que nos dedicamos en
la séptima clase, a lo que en esta unidad aparece consignado en el programa como: la
subordinación de las pulsiones al primado “genital”. Y anticipamos que lo abordaríamos desde
otros textos, en relación a la cuestión del Padre. Si prestan atención al programa, verán que la
unidad 9 dice Organizaciones (I) y la unidad 10 Organizaciones (II). Esta segunda está referida a
otra forma de la organización pulsional denominada “narcisismo”. Tendremos que ir
progresivamente presentándolas y pensando las articulaciones.
Verán también que se nos presenta cierto desfasaje con las fechas de publicación de los artículos
que tomamos como referencia para trabajar de estos temas. En esta parte hay varios que son
posteriores a 1920, y que incluyen desarrollos conceptuales que aún no hemos introducido. Esto
supone un trabajo de lectura en el que algunas cosas vamos a tener que dejar en espera y
realizar a posteriori una retroacción.

La organización fálica
En 1923, con el texto "La organización genital infantil (Una interpolación en la teoría de la
sexualidad)" Freud decide dejar de seguir añadiendo fragmentos y notas a “Tres ensayos de una
teoría sexual” (1905) y realiza correcciones e inclusiones sustantivas en lo que hace a la
concepción de la sexualidad que venía sosteniendo. Este primer texto consignado en la unidad
que nos toca desarrollar, es singularmente sintético pero además presenta sus novedades de
manera axiomática, lo que nos exigirá ir deteniéndonos en su contenido para guiarlos en la
lectura.
El artículo comienza casi con un pedido de disculpas por haber pasado por alto “rasgos
universales y constelaciones características” (AE, XIX, p. 145), en su empeño por la investigación
y la observación. Por eso propone este texto para reparar ese descuido en lo que atañe a lo
conceptualizado hasta el momento sobre la sexualidad infantil. El paso siguiente es casi una cita
de lo que sostiene de su texto de 1905 para decir qué de allí conserva y qué corrige, ustedes
podrán leer claramente esto:
“En efecto, al comienzo el acento recayó sobre la fundamental diversidad entre la vida sexual de
los niños y la de los adultos; después pasaron al primer plano las organizaciones pregenitales de
la libido, así como el hecho asombroso, y grávido de consecuencias, de la acometida en dos
tiempos del desarrollo sexual. Por último, reclamó nuestro interés la investigación sexual infantil, y
desde ahí se pudo discernir la notable aproximación del desenlace de la sexualidad infantil (cerca
del quinto año de vida) a su conformación final en el adulto. Hasta ese punto he llegado en la
última edición (1922) de los Tres ensayos” (AE, XIX, p. 145).
Nos detendremos ahora en qué hay de nuevo, ¿qué corrige? Freud no acuerda con la idea de
darle entrada a los genitales recién en la pubertad, considera que estos tienen un papel ya en la
infancia. ¿Cómo lo dice? “Si bien no se alcanza una verdadera unificación de las pulsiones
parciales bajo el primado de los genitales, en el apogeo del proceso de desarrollo de la
sexualidad infantil el interés por los genitales y el quehacer genital cobran una significatividad
dominante (eine dominierende Bedeutung), que poco le va en zaga a la de la edad madura” (AE,
XIX, p. 146). Presten atención a este término alemán Bedeutung (significación). Empieza a hablar
del “significado” del quehacer genital en la infancia. Esto es importante para no perdernos en el
tema. Una cosa son los órganos genitales y la diferencia de los sexos desde un punto de vista
biológico anatómico o incluso genético1, y otra cosa muy distinta es lo que nos va a plantear
Freud aquí. Nos ubicamos a nivel de su “significatividad”, y de su injerencia en el modo en que se
va a organizar la satisfacción pulsional. El hecho de distinguir estos dos planos (el biológico y el
del significado) es básico para luego poder hablar sobre temas ligados a lo que hoy en día se
llama “identidad de género” o “identidad sexual” por ejemplo, incluso para los casos denominados
“no binarios”. La cuestión es que Freud nos dice que, desde el punto de vista de la organización
de la satisfacción pulsional, se introduce en la infancia una modalidad novedosa, y hasta cierto
punto comparable con la adulta.
Pero agrega que esta organización genital tiene una característica principal y que hace a su
diferencia respecto de la del adulto en un punto clave: “El carácter principal de esta «organización
genital infantil» es, al mismo tiempo, su diferencia respecto de la organización genital definitiva
del adulto. Reside en que, para ambos sexos, sólo desempeña un papel un genital, el masculino.
Por tanto, no hay un primado genital, sino un primado del falo (Primat des Phallus)”. (AE, XIX, p.
146). Es particular cómo lo escribe. Habla de un genital, es cierto, pero no del órgano en sí, sino
del desempeño de un papel, de un rol, de cómo cuenta el genital masculino. A esto lo llama el
“primado del falo”. Veremos de qué se trata esto. Podríamos decir que hay un pasaje de lo que
sería una organización “genital” (esto supondría desde lo biológico considerar la oposición
macho-hembra, ambos polos biológicos de la llamada reproducción sexual) a la denominada
organización fálica o fase fálica en la que sólo cuenta el significado de un único término. Pasamos
de dos términos, a uno solo. Se pierde la polaridad sexual masculino – femenino, se pierde el
binarismo. Revisen de paso aquí cómo lo había planteado en “Tres Ensayos…”, (AE, VII, p. 180-
181), y en particular en la nota al pie N° 42 agregada en 1924, es decir, después de escribir este
artículo).
Antes de seguir avanzando con el comentario de la lectura debemos hacer algunos comentarios
aclaratorios. En primer lugar, el hecho de que diga que en esto radica la diferencia con lo
organización de la adultez no debe inducirnos a pensar que una vez llegados a este punto el
binarismo como tal se establece finalmente. En realidad, lo único que se logra establecer con la
1
Hay por ejemplo casos de hermafroditismo donde un individuo puede ser genéticamente de un sexo pero anatómicamente es
confuso o tiene genitales atrofiados o hiperdesarrollados de uno u otro sexo.
madurez sexual es la posibilidad reproductiva biológica, pero nada más. No hay acceso pleno y
armónico a nivel genital. Nadie nunca sabe plenamente qué es una mujer ni qué es un hombre.
Por eso ustedes ven puntuado en la unidad “lo no integrable de la pulsión”. Hay algo que no lo
logra organizarse plenamente en términos genitales, tampoco en la adultez.
En segundo lugar la salvedad, tal como lo hace Freud en este texto, de que en los planteos sobre
esta organización fálica se está refiriendo al desarrollo del varoncito. Hoy quizás deberíamos
agregar que se refiere evidentemente al varón “cis”. Los planteos sobre la niña pequeña y a la
sexualidad femenina los abordaremos en la segunda parte de la clase desde otros textos
posteriores. Otras modalidades de organización, si bien no carecen de relación con el falo, no
están abordadas aquí.
Sin embargo podemos situar algunas cuestiones, como dijimos axiomáticas o premisas, que le
permiten explicar o dar coherencia a sus desarrollos sobre la sexualidad infantil, que Freud igual
intenta demostrar. Aclaremos también que cuando Freud distingue aquí entre “niño” y “niña” lo
hace sólo desde un punto de vista anatómico, de la diferencia sexual anatómica a nivel biológico,
por sus eventuales consecuencias psíquicas. Pero recuerden lo que nos había dicho en “Tres
ensayos”: que la activación autoerótica de las zonas erógenas es idéntica para ambos sexos (AE,
VII, p. 200). Desde el punto de vista pulsional, de la satisfacción, no hay entonces binarismo
sexual. A este nivel, el de la satisfacción autoerótica, Freud podría hoy tranquilamente usar el
lenguaje inclusivo y decir “niñes”. La única polaridad era a lo sumo “actividad-pasividad”. La
cuestión es cómo se pasa de un punto de partida anárquico e idéntico desde el punto de vista de
la satisfacción pulsional, a una organización en la que la diferencia anatómica puede hacer jugar
sus consecuencias psíquicas en la manera en que se organiza la satisfacción, hasta
eventualmente permitirle a alguien llegar a decir “soy hombre”, “soy mujer”, o “no soy hombre ni
mujer”, independientemente de su sexo anatómico. En este recorrido, el significado del falo
aparece como un operador fundamental para Freud. Pero anticipemos que lógicamente, por ser
un único término el referente para situar ambas posiciones, no se llegará nunca a una definición
cerrada y definitiva de la polaridad masculino – femenino a nivel psíquico. Esto es algo muy
importante a tener en cuenta para entender la posición del psicoanálisis frente a algunas
discusiones contemporáneas que lo acusan de ser falocéntrico y heteronormativo.
Vayamos entonces a lo que deja leer el texto sobre esta característica: “sólo desempeña un papel
un genital” (AE, XIX p. 146). El pene es un órgano que cambia de estado y que al manipularlo le
depara al niño sensaciones intensas. El autoerotismo masturbatorio, tan ajeno y anárquico,
requiere de un marco que le dé sentido. Freud nos dice que el niño va a suponer en todo ser vivo
la presencia del mismo, incluso hasta en los seres inanimados. “Para él es natural presuponer en
todos los otros seres vivos, humanos y animales, un genital parecido al que él mismo posee; más
aún: sabemos que hasta en las cosas inanimadas busca una forma análoga a su miembro. Esta
parte del cuerpo que se excita con facilidad, parte cambiante y tan rica en sensaciones, ocupa en
alto grado el interés del niño y de continuo plantea nuevas y nuevas tareas a su pulsión de
investigación” (AE, XIX, p. 146). Es decir que las sensaciones que parten de esta parte del
cuerpo, tal como habíamos visto cuando trabajamos fantasías y las teorías sexuales infantiles en
la octava clase, empujan a un trabajo de pensamiento, a la elaboración de un saber, de algo que
organice y le dé sentido. En este caso, está en juego la suposición de su carácter universal.

El pequeño Hans y la premisa universal


Acá en una nota al pie (N° 3, p. 146) vemos que Freud toma algunas referencias de otro
historial clínico, el del pequeño Hans (nombrado muchas veces como el caso Juanito) sobre el
que se interesa gracias a las notas tomadas del propio padre de Hans, un discípulo suyo. Este
hombre estaba preocupado por algunos problemas que su hijo empezó a manifestar. Es más, a
raíz de ello Freud tiene dos encuentros con Hans. Este historial, “Análisis de la fobia de un
niño de cinco años [Hans]” de 1909 lo trabajarán en otras asignaturas, para estudiar “fobia” por
ejemplo. Acá seguiremos en principio el propósito de Freud con esta referencia. Ilustra muy bien
la actividad del niño, que por otra parte muchas/os de nosotros podemos observar en relación a la
investigación que el niño realiza sobre la presencia de este órgano en otras personas, un ansia de
saber sobre esto explota, dando a veces lugar a situaciones incómodas para los adultos (se
meten en el baño, hacen preguntas indiscretas, etc.) En el caso de Hans, hasta le suponía a una
locomotora (de vapor) la presencia de un “hace pipí” al ver la salida de agua por debajo.
Veamos algunas citas de la página 8 de la Introducción del historial: “Las primeras
comunicaciones sobre Hans datan del tiempo en que aún no había cumplido tres años. A través
de diversos dichos y preguntas, exteriorizaba ya entonces un interés particularmente vivo por la
parte de su cuerpo que tenía la costumbre de designar como «hace-pipí» {«Wiwimacher»}. Así,
cierta vez hizo esta pregunta a su madre:
Hans: «Mamá, ¿tú también tienes un hace-pipí?».
Mamá: «Desde luego. ¿Por qué?».
Hans: «Por nada; se me ocurrió».
(Fíjense, Hans supone que la madre “tiene”. Es una madre fálica).
A la misma edad lo llevan por primera vez a un establo y ve ordeñar a una vaca: « ¡Mira, del
hace-pipí sale leche!».
(La vaca “tiene”)
En la página 10: “En la estación ferroviaria, a los 3 3/4 años, ve cómo de una locomotora largan
agua. «¡Mira, la locomotora hace pipí! ¿Y dónde tiene el hace-pipí? » .
(La locomotora “tiene”)
Al rato agrega, reflexivo: «Un perro y un caballo tienen un hace-pipí; una mesa y un sillón, no».
Así ha conquistado un signo esencial, para distinguir entre un ser vivo y una cosa inanimada.
(Establece una asociación entre “lo vivo” y el tener)
Apetito de saber y curiosidad sexual parecen ser inseparables entre sí. La curiosidad de Hans se
extiende muy en particular a sus padres.
Hans, a los 3 3/4 años: «Papá, ¿tú también tienes un hace- pipí? ».
Padre: «Sí, naturalmente».
Hans: «Pero si nunca te lo he visto cuando te desvestías».
Otra vez, tenso, ve cómo su madre se desviste para meterse en cama. Ella pregunta: «Pues,
¿por qué miras así?».
Hans: «Sólo para ver si tú también tienes un hace-pipí».
Mamá: «Naturalmente. ¿No lo sabías?».
Hans: «No; pensé que como eres tan grande tendrías un hace-pipí como el de un caballo».

Vemos entonces cómo se apoya Freud en este historial y algunos relatos de sus pacientes
adultos para formular la premisa denominada "premisa universal del pene" de la cual parten todos
los niños: "todos tienen eso que el varón tiene". La primera de las teorías sexuales infantiles
habíamos visto que era, en efecto: “atribuir a todos los seres humanos, aun a las mujeres, un
pene” (AE, IX, p. 192).
¿A qué nos recuerda esto?, a los silogismos aristotélicos. Los silogismos aristotélicos buscan
establecer la relación entre dos términos: un sujeto y un predicado, los cuales se unen o separan
en juicios. Hay una premisa mayor y una premisa menor, en las que se comparan los términos.
De esa comparación se obtiene un nuevo juicio como conclusión.

Todo ser humano (o todo ser vivo) tiene pene (esto sería la Premisa mayor)
Mamá es un ser humano (esto sería la Premisa menor)
Mamá tiene pene (Conclusión)

El complejo de castración
En algún momento, de alguna manera, Freud dice de tanto investigar el niño descubre, percibe de
manera contingente que no todos tienen pene, parece que algunos no. La primera reacción es
desmentir lo que se vio con diferentes argumentaciones: “Desconocen esa falta” (AE, XIX, p.
147). En esta época, a los 3 años y medio Juanito tuvo una hermana a la que llamaron Hanna. En
una oportunidad: “Hans presencia el baño de su hermanita de una semana de edad. Observa:
«Pero… su hace-pipí es todavía chico», tras lo cual agrega, como a modo de consuelo: «Ya
cuando crezca se le hará más grande»”. Es decir que inicialmente sigue sosteniendo la premisa,
su creencia comanda la percepción.
Después, poco a poco, llega a una conclusión diferente, es decir que si ahí no hay pene, sólo
puede significar que fue removido, sacado, que se perdió. Y la consecuencia necesaria que se
desprende es: Yo también puedo perderlo. La castración puede recaer sobre mí. “La falta de pene
es entendida como resultado de una castración, y ahora se le plantea al niño la tarea de
habérselas con la referencia de la castración a su propia persona” (AE, XIX, p. 147).
En este texto que estamos comentando, Freud no desarrolla más, no sabemos cómo pasó eso o
quién realizó semejante castigo o por qué. Nos envía a leerlo en otros textos. Ya seguiremos con
eso. Pero llegado este punto nos encontramos con una frase que pone en correlación la premisa
del falo con lo que denomina “el complejo de castración”. Dice: “sólo puede apreciarse la
significatividad del complejo de castración si a la vez se toma en cuenta su génesis en la fase del
primado del falo” (AE, XIX, p. 147). Nuevamente, “significatividad” del complejo de castración,
(Bedeutung des Kastrationskomplexes).
¿Cómo leemos esto? Mientras que los genitales masculinos tienen su contraparte biológica en los
genitales femeninos, el falo, por el contrario, es impar, no tiene equivalente. No se trata de falo u
otra cosa, se trata de falo o castración. Pero entonces ¿qué es el falo? En principio no hay que
confundir este concepto con el órgano peniano, no es el pene. En el complejo de castración no se
trata de que al niño le corten o amputen un órgano. El falo es el pene en tanto supuesto universal,
el que vuelve posible la creencia en la madre fálica. En otro artículo posterior, a ese supuesto o
creencia Freud lo liga a lo que enuncia como “valor” o “significado del pene” (Penisbedeutung)
(AE, XXIII, p. 277).
Así, cuando Juanito queda confrontado con la observación de los genitales de su hermana,
después de pasado el momento inicial ese en que “lo tiene chiquito o ya le crecerá” (momento en
que aún se mantiene la premisa), la percepción finalmente entra en contradicción con la premisa
universal: “No tiene”. Pero ¿qué no tiene? Porque biológicamente a la niña no le falta nada, las
niñas no tienen ninguna costura, ninguna herida. Insiste la pregunta, ¿no tiene qué? No tiene eso
que para Juanito se encarna en el pene pero que debería estar en todos lados y si no está, es
porque alguien hizo que falte. Se connota como falta a partir de la suposición universal previa. El
complejo de castración tiene más que ver entonces con la puesta en cuestión de esta premisa
universal que organizaba su mundo y daba sentido a las sensaciones que partían del
autoerotismo que con la fantasía de amputación del órgano. ¿Cómo dar sentido a la experiencia
de satisfacción masturbatoria, sin el sentido que daba la premisa universal? ¿Habrá que renunciar
a ella?
Volvamos entonces sobre la relación mencionada entre falo y castración para pensar entonces
que falo es lo que nombra la falta. ¿Qué no hay? ¿Qué no tiene? falo. Entonces, el falo no es una
porción de carne. Es algo que puede perderse, imaginariamente separase del cuerpo (lean la
nota al pie N°6), pero fundamentalmente es algo que puede faltar allí donde se supone, por la
premisa universal, que debería estar. Por las características propias del órgano peniano, este
sirve bien para representarlo.
Es un órgano que siempre supone problemas, que se suelen escuchar en la clínica de la
sexualidad masculina. Por ejemplo, que a la hora de demostrar que se “lo tiene”, eso no funcione.
Por eso el sildenafil (Viagra) es un éxito en ventas!! Incluso entre jóvenes. Aunque el pene
(anatómico) lo siga teniendo, el falo es algo que se puede perder. El pene representa bien el falo
porque nunca se sabe del todo si se lo tiene o no, puede faltar. Hay una expresión que muchas
veces acompaña y rodea estos dichos. La necesidad, frente a diversas circunstancias y no sólo
en la cama, de “quedar bien parado”, de “no quedar como un boludo”, y la enorme preocupación y
angustia que acompaña la posibilidad de perder eso.
La noción de falo ha tenido diferentes modos de representación artística en la historia de la
humanidad, representación simbólica de muchas cosas, como el poder, la vitalidad, la fecundidad,
expresadas en un órgano genital masculino de diferentes formas, solo, aislado, sostenido por
alguien, o como amuleto. Diferentes obras de arte que representan este falo lo imaginarizan como
un pene. Pero un pene no en cualquier estado, sino un pene erecto. Es el pene en erección el
que puede representar al falo, porque en su detumescencia se puede “perder”. Si quieren pueden
visitar páginas web de diversos museos de arte erótico del mundo y van a ver la enorme
importancia y frecuencia asignada al falo en todas las civilizaciones (asiáticas, europeas,
africanas, latinoamericanas, etc). Incluso en el museo de Freud en Londres, que afortunadamente
evitó su clausura definitiva a partir del confinamiento y el cese de actividades por la pandemia
mundial, dentro de la colección de objetos personales de Freud hay varias estatuillas y amuletos
fálicos antiguos como estos.

En contrapunto, Freud se pregunta cuánto del menosprecio por la mujer, y el “horror” a ella, de
cierto “machismo” diríamos hoy, podrían derivarse del convencimiento de esa “falta” condicionada
por la cosmovisión fálica. Menciona allí un trabajo de Ferenczi en el que reconduce el símbolo
mitológico del horror, la cabeza de Medusa decapitada por Perseo, a la impresión de la castración
femenina. La cabeza de Medusa llena de serpientes (símbolo fálico que en su multiplicación
expone la falta) no podía mirarse de frente sin caer en un horror petrificante.

Madre fálica y castración materna


Ahora bien, que alguien no tenga pene no implica, dice Freud, que inmediatamente se considere
que muchas personas no tienen! tantas merecedoras de semejante castigo! Las que caen en
desgracia serían sólo aquellas que han tenido conductas despreciables, quizás las mismas en las
que incurrió él. “El niño cree, al contrario, que sólo personas despreciables del sexo femenino,
probablemente culpables de las mismas mociones prohibidas en que él mismo incurrió, habrían
perdido el genital” (AE, XIX, p. 148). Aparece aquí la idea de algo prohibido, de una prohibición en
relación a la satisfacción pulsional. ¿A qué se refiere con mociones prohibidas? “Las personas
respetables, como su madre, siguen conservando el pene” (AE, XIX, p. 148). Pareciera entonces
que el estatuto de la castración materna es distinto. Para el niño, que puede diferenciar por otras
características mujeres y hombres, la diferencia no reside en los genitales. Se elaboran
complejísimas teorías sexuales infantiles, el nacimiento de los bebés por el ano (teoría de la
cloaca) entre otras (ya hemos comentado acerca de ellas en la clase anterior).
La madre, dice Freud, es la última en perder el pene, es decir la última en ser considerada por el
niño también castrada. Es el punto clave la castración materna. ¿Cómo y cuándo sucede esto?
No lo explica aquí. El texto que estamos comentando culmina con el par de opuestos fálico –
castrado que serían las dos posiciones sexuales. Es decir, encontramos en la sexualidad un
modo de organización que clasifica la sexualidad a partir de esta premisa. Surge como
consecuencia del "complejo de castración" (no tiene que ver con una operación médica, sino con
la idea de que el “valor” del pene en tanto que se puede perder, que representa aquello que se
puede perder).
Pasemos entonces ahora a comentar el segundo texto de esta unidad: “El sepultamiento del
complejo de Edipo” (1924). Es un artículo del año siguiente, en el que Freud planteará
articulaciones novedosas en torno al complejo de castración, la angustia, el lugar del padre y la
instauración de la represión.
Avanzaremos de a poco, ya que al meternos con Edipo, siempre se corre el riesgo de caer en una
vulgarización del psicoanálisis, en hacer de esto “un cuentito anecdótico” donde los personajes de
la novela serían el nene, la mamá y el papá de la forma tradicional burguesa de la familia. Es muy
probable que la mayoría de ustedes, incluso antes de haber ingresado a la carrera, ya hayan
escuchado hablar de Freud y del complejo de Edipo. La enorme difusión del psicoanálisis en
nuestro país no nos ayuda demasiado en ese punto. Esos “saberes previos” pueden funcionar
como prejuicios de una psicología romántica, y tendremos que revisarlos y deconstruirlos. Es
verdad que hay algo de “ficción literaria” y de “novela” en todo esto del Edipo. Pero es
fundamental no perdernos allí y en todo caso preguntarnos qué uso hace Freud de esa referencia
literaria clásica. ¿Qué está intentando nombrar con eso? Lacan dijo posteriormente que “el
complejo de Edipo es un sueño de Freud” (1970). Nosotros ya sabemos que en virtud del trabajo
del sueño, tenemos un contenido manifiesto y un contenido latente. Por lo tanto, tendremos que
hacer en la lectura del texto/sueño freudiano, el trabajo de interpretación necesario. Tenemos que
pasar del cuentito, del mito edípico, a la estructura que está en juego. Ya que vamos a ver que el
“complejo”, el “mito” es en realidad una manera de contar el cuento de cómo se organiza la
satisfacción pulsional (nunca plena, siempre parcial) a partir de instituirse a través del padre el
sentido de una “prohibición”. Volveremos, desde otro ángulo, a verlo luego en la unidad 12 con
otro mito del padre, el de “Tótem y Tabú”. Pero podemos ir adelantando desde ahora que ambos
mitos del padre intentan resolver el problema de un “imposible” en relación a la sexualidad y a la
satisfacción pulsional, con la idea del establecimiento de una “prohibición”. Nuestro norte es
trabajar la idea de que la sexualidad humana se ordena, en el planteo de Freud, en torno a una
prohibición y a una regulación cuyo agente es el Padre.
Comencemos con la fuente literaria. Para hablar del “complejo de Edipo”, Freud toma la
referencia de la tragedia griega de Sófocles, quien escribe lo que conocemos como la de “Edipo”
en tres partes. En la primera parte titulada “Edipo rey”, era rey de Tebas y estaba casado con
Yocasta con quien tuvo hijos e hijas. El rey estaba preocupado por las pestes que asolaban a la
población y se desconocía el por qué de semejantes desgracias. Al igual que Juanito, Edipo
decide investigar. Toda la obra consiste en la investigación de quién es el culpable de estas
cosas. Todas las pistas comienzan a incriminarlo. Resulta que antes había habido un rey llamado
Layo que estaba por tener un hijo con la reina Yocasta y consulta al oráculo (los dioses
expresaban su opinión) que le dice que ese hijo traerá problemas, le terminará matando y se
casará con su esposa-madre, recomendando que lo asesine al nacer. Nace Edipo y Layo se lo
entrega a un sirviente para que lo mate. Este se apiada y lo da a una familia lejana. Edipo crece, y
de adulto, se cruza con un poderoso, hay una pelea y termina matándolo, resultando ser Layo, su
padre sin que lo supiera. Luego se convierte en héroe al matar la esfinge (le adivina el acertijo)
que no dejaba ingresar a nadie a Tebas. Como premio se convierte en el esposo de la reciente
viuda Yocasta, se casa con ella sin saber que era su progenitora ("no hay manera de eludir la
voluntad de los dioses"). En la investigación se entera de esto, se horroriza y se arranca los ojos.
Yocasta que no sabía, no quería que Edipo investigue.
¿Para qué toma Freud esta referencia literaria? ¿Qué relación tiene esto con lo que venimos
planteando en relación a la fase fálica y el complejo de castración?

La primera elección de objeto


Freud plantea que en paralelo al primado del falo, se consuma ya en la infancia una primera
“elección de objeto”. En la nota al pie N° 24 de “Tres Ensayos…”, de ese mismo año, nos dice
que la fase fálica “muestra un objeto sexual y cierto grado de convergencia de las aspiraciones
sexuales sobre este objeto” (AE, VII, p. 181). En la infancia, se consuma entonces una primera
elección de objeto, en un primer tiempo. Luego, después de la pubertad habrá una segunda
elección de objeto, que es la única que el sentido común considera habitualmente. Por eso habla
de “los dos tiempos de la elección de objeto”: “El siguiente proceso puede reclamar el nombre de
típico: la elección de objeto se realiza en dos tiempos, en dos oleadas. La primera se inicia entre
los dos y los cinco años, y el período de latencia la detiene o la hace retroceder; se caracteriza
por la naturaleza infantil de sus metas sexuales. La segunda sobreviene con la pubertad y
determina la conformación definitiva de la vida sexual” (AE, VII, pp. 181-182). Entre ambas ubica
entonces la operatoria de la Represión, la instauración del llamado Ideal del Yo y el inicio del
período de latencia. Dice además que la segunda elección de objeto tiene una condición
necesaria previa: “renunciar a los objetos infantiles” (AE, VII, p. 182). La segunda elección de
objeto supone entonces una renuncia pulsional.
Esta primera elección de objeto es para Freud de carácter incestuoso. La hace recaer sobre los
objetos parentales: “la vida sexual del niño en esa época en modo alguno se agota en la
masturbación. Se la puede pesquisar en la actitud edípica hacia sus progenitores; la
masturbación es sólo la descarga genital de la excitación sexual perteneciente al complejo” (AE,
XIX, p. 184). Así por ejemplo, hablando de Juanito, nos dice que “En sus lazos con su padre y su
madre, Hans confirma de la manera más flagrante y palpable todo cuanto yo he afirmado, en La
interpretación de los sueños y en Tres ensayos de teoría sexual, sobre los vínculos sexuales de
los hijos con sus progenitores. Él es realmente un pequeño Edipo que querría tener a su padre
«fuera» {«.weg»}, eliminado, para poder estar solo con la bella madre, dormir con ella” (AE, X, p.
91). Es decir, que Freud se sirve de la referencia literaria para nombrar en términos de “complejo”
a una primera elección de objeto, realizada en la infancia, y que considera parte de algo típico. La
relación del niño con su madre, mediada por el falo, le permite describir la imagen de lo que sería
una satisfacción plena. El pasaje por el padre supone una reformulación, una reorganización. En
ese sentido, es una manera de nombrar un universal que organiza la satisfacción. Aclaremos que
esta estructura es una conjetura a la que había llegado a partir del análisis de pacientes adultos,
pero que confirma en los niños.
Inspirándose en la tragedia griega Freud va a decir que los del personaje son los dos actos que
todos los hombres sueñan con cometer. Cada niño desea ser como Edipo. Se plantea al padre
como rival que quiere destronar, asesinar, y la madre como ese objeto de satisfacción deseado
que quiere poseer. La primera relación de cualquier niño es con quien oficie de madre, al
amamantarlo, cambiarlo, etc. junto con un tercero habitualmente el padre. A esta relación hijo-
madre-falo-padre Freud le extrapola el “complejo de Edipo”.
El niño tiene una fantasía, aspiración de quedarse con la madre y apartar al padre, porque la
madre tiene cierto interés en el padre y no siempre está “mirándolo” a él. Hay una “competencia”,
el niño quiere ser como Edipo. Cabe destacar que todo esto es a nivel inconsciente para los tres.
En este drama ocurren algunas cosas: el niño no sabe muy bien que quiere decir “estar con la
madre”, el coito; lo que sí sabe es que lo que tiene entre sus piernas cumple algún papel, y es
una fuente de un interesante placer, y que estaría relacionado con unirse a la mamá. Si contamos
los elementos en juego, son entonces al menos cuatro: el niño, la madre, el padre y el falo, el de
la premisa universal, ese que se puede perder.
Ahora bien, ¿qué es lo que modifica las cosas? ¿Qué es lo le da un nuevo rumbo al desarrollo del
a sexualidad? ¿Por qué el niño renunciaría a la satisfacción de esas metas pulsionales infantiles?
En “Tres ensayos….” (1905), sólo había llegado a ver que las mociones pulsionales de los años
infantiles eran “inaplicables” en virtud del diferimiento de las funciones de la reproducción, y que
esto era congruente con la exigencia de la cultura conocida como la “barrera del incesto” (AE, VII,
p. 205). Un factor biológico y una exigencia cultural. ¿Alcanza con eso para explicarlo? Desde lo
psíquico sólo agregaba que “dada la dirección del desarrollo del individuo sólo provocarían
sensaciones de displacer. Por eso suscitan fuerzas anímicas contrarias” (AE, VII, p. 162). Pero no
esclarecía del todo las razones de la renuncia pulsional, ni de la instauración de la represión. Sólo
constataba que después de eso la “amnesia” cubría lo más sustancial de ese período.
Este artículo de 1924, “El sepultamiento del complejo de Edipo”, arranca justamente con esa
pregunta. “El complejo de Edipo revela cada vez más su significación como fenómeno central del
período sexual de la primera infancia. Después cae sepultado, sucumbe a la represión -como
decimos—, y es seguido por el período de latencia. Pero todavía no se ha aclarado a raíz de qué
se va a pique {al fundamento)” (AE, XIX, p. 181).
Especula con que se pueda tratar de un desgaste progresivo, de una imposibilidad interna, o
incluso en función de su importancia estructurante en los individuos, de que sea un fenómeno
pautado por la herencia, como cuando llega el tiempo de que se caigan los dientes de leche y que
aparezcan los definitivos! Si bien acentúa con esto su universalidad, no se queda con esas
respuestas. Vuelve entonces a la fase fálica, contemporánea al Complejo de Edipo y señala cómo
“se hunde y es relevada por el período de latencia”. Encuentra que “su desenlace se consuma de
manera típica” (AE, XIX, p. 182). Aquí quizás debamos aclarar que Freud parece plantear un
modelo estándar de cómo son o debieran ser estas cosas. Algunos autores contemporáneos lo
critican en este punto por su supuesto reduccionismo y mirada heteronormativa. Sin embargo,
hacia el final del artículo Freud dice claramente: “no tengo el propósito de aseverar que ese tipo
es el único posible. Variaciones en la secuencia temporal y en el encadenamiento de estos
procesos no pueden menos que revestir considerable importancia para el desarrollo del individuo”
(AE, XIX, p. 187). Es decir, que deja abierta la puerta para considerar variedades en el modo en
que se produce el pasaje por esta estructura con la subsiguiente pluralidad a nivel de las
posibilidades de organización de la satisfacción.

La amenaza de castración y la castración materna


Lo central es que esta fantasía de ser como Edipo se ve limitada por algo que impide que se
consume. Ese algo se articula con el Padre y el complejo de castración. Entra a jugar allí en
primer lugar, la amenaza de castración. Con ella se pone en juego la inminencia de un “perder”
ligado no al órgano sino al valor del falo.
Antes de que se concrete el incesto, alguien interviene para frenar esta unión, el padre o la
función paterna (por ejemplo, puede ser la mucama, que viene y comienza una relación con el
niño; o incluso puede ser la misma madre, con una amenaza presente en su discurso, en nombre
del padre) que dice que esa mujer es suya, y que además de ser más grande interviene bajo el
modo de una amenaza.
¿Quién es entonces el agente de esta amenaza? Aquí hay algo interesante. Aunque la amenaza
provenga de mujeres, Freud plantea que la misma termina siendo siempre imputada al Padre. “La
mayoría de las veces, la amenaza de castración proviene de mujeres; a menudo, ellas buscan
reforzar su autoridad invocando al padre o al doctor, quienes, según lo aseguran, consumarán el
castigo” (AE, XIX, p. 182). “Ya vas a ver cuando llegue tu padre”, dicen algunas. El padre como el
encargado de representar y hacer cumplir la ley. Algo por el estilo sucede por ejemplo en Hans.
“A la edad de 3 ½ años, su madre lo encuentra con la mano en el pene. Ella lo amenaza: «Si
haces eso, llamaré al doctor A., que te corte el hace-pipí. Y entonces, ¿con qué harías pipí?»”
(AE, X, p. 9). Esta imputación de la amenaza al padre, tiene para Freud un carácter típico y
constante. La escucha en los análisis de sus pacientes adultos y le confiere un valor organizador,
necesario y estructurante, independientemente de las contingencias o variaciones biográficas
individuales. En este sentido, en la nota al pie N° 4 del historial de Hans, agregada en 1923, dirá
que quien haya podido convencerse a partir de los análisis de adultos, del carácter infaltable del
complejo de castración, hallará difícil reconducirlo a una simple amenaza fortuita y que no en
todos los casos puede producirse. Es necesario “suponer que el niño construye este peligro a
partir de las más leves indicaciones, que nunca faltan” (AE. X, p. 9). En principio, Juanito diría que
quien impide quedarse con la madre es el padre quien queda ubicado allí con un “salí de la cama
grande y andá a tu pieza".
Pero una vez construida, ¿cómo es que dicha amenaza cobra efectividad? Ya vimos que en un
primer momento podía ser tranquilamente desconocida y que el niño lograba seguir sosteniendo
la premisa universal aun habiendo visto desnuda a una niña (“es chiquito”, “ya crecerá”). Freud
plantea que la amenaza sólo cobra efecto cuando se articula finalmente con la castración
materna: “el efecto conjugado de una amenaza de castración y la visión de la falta de pene en la
mujer le hacen experimentar el máximo trauma de su vida” (AE, XXIII, p. 153). Fíjense qué
importancia le da Freud a esto, que llega a decir “el máximo trauma de su vida”. Aquí alguien
podría preguntar, ¿y si el niño fuera ciego? Esto nos permitiría aclarar una vez más, que el falo es
amenazado no en tanto órgano genital. ¿Cómo entender la idea de que “la observación que por
fin quiebra la incredulidad del niño es la de los genitales femeninos”? (AE, XIX, p. 183). Se trata
de que el niño perciba que lo está amenazado es el “valor fálico”, como lo que sostiene una forma
peculiar de satisfacción en relación a la madre. Por eso Freud insiste en acercar el efecto de
castración al de una “separación de la madre” (AE, X, p. 9). Cuando abordemos estos temas
desde el ángulo de la sexualidad femenina, tendremos más elementos para incluir y aclarar esto,
a partir de la denominada “ecuación simbólica”.
Por el momento señalemos que esto no es sin angustia: “angustia de castración” (AE, XIX, p.
186) la llama Freud. A partir de la acción conjugada de la amenaza de castración y la percepción
de la castración materna, la primera cobra efectividad y emerge la angustia. Cómo habíamos visto
en el artículo anterior: “ahora se le plantea al niño la tarea de habérselas con la referencia de la
castración a su propia persona” (AE, XIX, p. 147); “con ello se ha vuelto representable la pérdida
del propio pene, y la amenaza de castración obtiene su efecto con posterioridad {nachträglich}”
(AE, XIX, p. 183).
Ahora bien, habiendo visto esta secuencia en el planteo, la novedad que Freud nos trae en “El
sepultamiento del Complejo de Edipo” es entonces la siguiente: “la tesis es que la organización
genital fálica del niño se va al fundamento a raíz de esta amenaza de castración” (AE, XIX, p.
183). La retoma al final del artículo también en estos términos: “el complejo de Edipo del varoncito
se va al fundamento a raíz de la angustia de castración” (AE, XIX, p. 187). Fiel a su lógica
habitual de pensamiento, Freud plantea aquí que se origina un “conflicto”.
La amenaza de castración, supone algo así como “eso tan valioso que crees tener entre las
piernas, tan interesante y que te causa placer, si te quedas con tu mamá lo perdés”. El precio de
permanecer allí es la castración. Se produce allí una gran encrucijada "quiero satisfacción en la
unión con mi mamá" vs "pierdo eso que me uniría con mi mamá". La otra posibilidad, la de
hacerse amar por el padre y sustituir a la madre, tampoco sería sin costo. Al niño se le presenta
un gran conflicto sobre qué perder. No tiene escapatoria. En cualquier camino que escoja la
satisfacción ya no será completa. “Ahora bien, la aceptación de la posibilidad de la castración, la
intelección de que la mujer es castrada, puso fin a las dos posibilidades de satisfacción derivadas
del complejo de Edipo. En efecto, ambas conllevaban la pérdida del pene; una, la masculina, en
calidad de castigo, y la otra, la femenina, como premisa” (AE, XIX, p. 184).
Por donde se lo mire, el Edipo “debe costar el pene” (p. 184). Estalla un conflicto entre lo que
Freud aquí denomina “interés narcisista” (introduciremos el concepto de narcisismo en la clase
10, pero por ahora mantengamos la idea del valor o significado fálico) y la investidura libidinosa
de los objetos parentales. El resultado es que “el yo del niño se extraña del complejo de Edipo” (p.
184).
Esta cuestión tiene dos rostros. Por un lado, uno aparentemente menos simpático, el que hace a
la instauración de la prohibición paterna y que daría cuenta del por qué de la renuncia pulsional.
La prohibición o “tabú” del incesto es estudiada también por algunos teóricos de la antropología
tales como Lévi-Strauss. Es leída por Freud como algo que atañe a la madre y al hijo. A la madre
le ordena “no reintegraras tu producto”, “no es parte tuya” y al niño “no gozaras del cuerpo de tu
madre.
Pero por otro lado, está lo que la regulación paterna permite y habilita a partir de allí. El padre
permite la instauración de un régimen deseante sustitutivo. Une la ley con el deseo. Para Freud,
la salida de esta situación será conservar el pene con la esperanza de que le sirva para obtener
alguna otra mujer que no será ya su madre, pero que se le parezca un poco, un sustituto. Es una
salida de la conjunción entre el complejo de Edipo y el complejo de castración. Por la angustia de
castración sale huyendo del complejo de Edipo. De ahí en más, el varón, en lo que sería una
posible salida del Edipo, comienza a ofrecerse como alguien que “tiene” y busca un sustituto de la
madre. Decimos “posible” porque no es la única. Cuando introduzcamos la temática del
narcisismo veremos, por ejemplo, lo que sucede en algunos casos de homosexualidad masculina
frente a la angustia de castración.
Si comparamos el conflicto y la elección con el caso de un asalto, por ejemplo, la alternativa sería
"la plata" o "la vida". Hay que elegir. Pierdo la plata (“mi madre”) y conservo la vida ("mi pene") ya
que mientras la tenga tendré menos satisfacción pero algo tengo. Con la salida “típica” del Edipo,
tengo la esperanza de que eso que preservo, alguna vez me sirva para unirme con alguna otra.
Resigno la satisfacción en relación a mi mamá pero me queda la que puedo recuperar con el
resto de las mujeres posibles. Es una elección en la que puede intentar zafar pero siempre pierde
algo.
El niño "huye rápidamente", de aquella relación tan “tierna” que tenía con la madre, rápidamente
pasa a un "salí de acá", porque si está cerca, me castran, el "me cuesta un huevo", como dicen
algunos pacientes. Así renuncia al objeto más preciado, y se ubica en la posición que le sugiere el
padre, a lo mejor algún día pueda ser como él y elegir a una como mi mamá. Esta estructura, este
pasaje, es universal. Si no te resignas a perder algo, te quedas sin deseo, perdés la posibilidad de
ser un sujeto deseante (el deseo siempre supone que algo falta). Es lo que muchas veces se
encuentra en la clínica con neuróticos adultos, en los que un rechazo a “perder algo” se traduce
en términos de inhibiciones del deseo. Si no se consiente en esa pérdida, el deseo no se lanza.
Por eso el deseo nunca se posa sobre cosas que estén garantizadas de antemano sino en
aquellas en las que algo importante puede perderse.

La angustia
Con todo esto que venimos planteando en relación al complejo de castración vale la pena
detenernos en la cuestión de la angustia, que es uno de los temas de las clases especiales del
programa general. Antes que nada, diremos que la angustia es un “estado afectivo” (AE, XVI,
p.357). En la 25° Conferencia: La Angustia Freud comienza proponiendo una distinción entre
una angustia realista (reacción frente a la percepción de un peligro exterior que va unida a la
reacción de la huida) y una angustia neurótica (un estado general de angustia, por así decir una
angustia libremente flotante, “angustia expectante” dispuesta a prenderse, a ligarse a distintas
representaciones). Esta distinción es sin embargo bastante inespecífica. Freud mismo, renglones
más abajo, destaca que en realidad todo depende del saber y del poder en juego. “Las
oportunidades en que se presente la angustia (es decir, frente a qué objetos y en qué situaciones)
dependerán en buena parte, como es natural, del estado de nuestro saber y de nuestro
sentimiento de poder respecto del mundo exterior” (AE, XVI p. 358). Da algunos ejemplos
interesantes. “Hallamos sumamente comprensible que el salvaje sienta miedo frente a un cañón y
se angustie frente a un eclipse de sol, mientras que el hombre blanco, que maneja aquel
instrumento y puede predecir el eclipse, permanece exento de angustia en esas situaciones. En
otras ocasiones, es justamente el mayor saber el que promueve la angustia, porque permite
individualizar antes el peligro. Así, el salvaje se aterrorizará frente a un rastro que descubra en el
bosque y que al inexperto nada le dice, pero a él le revela la proximidad de una fiera carnicera; y
el navegante experimentado verá con terror una nubecilla en el cielo, que le anuncia la
proximidad del huracán, mientras que al pasajero le parece insignificante” (AE, XVI, pp. 358-359).
De todos modos respecto de la angustia neurótica, aquella que surge de fuentes pulsionales,
elabora lo que se suele llamar “primera teoría de la angustia”. Se trata de la conjetura de que un
cierto monto de libido no aplicada fácilmente se trasmuda en angustia.
Es posible ilustrar algo de esto a partir del pequeño Hans quien ya antes de tener la fobia al
caballo sufría episodios de angustia. Inicialmente esos episodios fueron entendidos como una
manera de permanecer cerca de su madre, objeto libidinal. Tenerla cerca para “hacer cumplidos”
(AE, X, p. 22). Sin embargo, se constata luego que el niño permanece angustiado incluso cuando
está acompañado por ella. ¿Cómo explicarlo? Freud conjetura a partir de esto que ha operado la
represión. Y postula que la libido no aplicada se ha mudado en angustia. Pero ¿por qué ha
operado la represión? ¿Acaso estar con su madre no era lo que Hans deseaba? En el historial no
logra explicarlo del todo. Lo que sí llega a ver es que luego de la aparición de esa angustia no
comprensible es que surge el síntoma fóbico como tal. El temor frente al caballo. Algo se
transforma y se resuelve en el pasaje de la angustia a la fobia, al temor localizado.
Freud se pregunta en cuanto al “Miedo a ser mordido por un caballo”. ¿De dónde viene el material
de esta fobia?” para responder que “probablemente, de aquellos complejos todavía desconocidos
que contribuyeron a la represión” (AE, X, p.24). Dirá que se trata de las mociones dirigidas al
padre en el Complejo de Edipo. La castración temida por el niño participa en la formación de la
fobia, el temor a “ser mordido” muestra la relación entre la fobia y la angustia del Complejo de
castración.
Freud explica lo que sucede del siguiente modo “una libido que permanece inaplicable se
trasmuda en una aparente angustia realista y, de ese modo, un minúsculo peligro externo se erige
como subrogación de los reclamos libidinales” (AE, XVI, p.372). El caballo será subrogado,
reemplazará al padre como agente de la castración, y por eso Hans “huye” de él. La castración
hay que pensarla como la pérdida en términos de satisfacción. La manera que Freud tiene de
imaginarizarla, de contarla como un cuento, es en relación a ese lugar que le causa más
satisfacción. La madre como imagen del lugar de la satisfacción plena (el niño se toca, masturba
pensando en la madre) y eso también se lo castiga, reprime.
En el Cap IV de “Lo inconsciente” (1915) respecto de la histeria de angustia (fobias) Freud
propone distinguir tres fases de la represión desde un punto de vista metapsicológico:
Una primera fase “Consiste en que la angustia surge sin que se perciba ante qué” (AE, XIV, p.
179). Parte de suponer que dentro del Icc existió una moción libidinal que solicitaba trasponerse
al sistema Precc, pero cuya investidura se le retiró al modo de un intento de huida. La investidura
libidinal inconsciente de la representación rechazada fue descargada como angustia.
En una segunda fase, a raíz de una eventual repetición de este proceso, se da un primer paso
para dominar ese espantoso desarrollo de angustia. La angustia se liga a una representación
sustitutiva y se genera la fobia. Se produce una localización en un objeto y sólo aparece si se lo
encuentra: “La investidura [prcc] fugada se volcó a una representación sustitutiva que, a su vez,
por una parte se entramó por vía asociativa con la representación rechazada y, por la otra, se
sustrajo de la represión por su distanciamiento respecto de aquella (sustituto por desplazamiento)
y permitió una racionalización del desarrollo de angustia todavía no inhibible. La representación
sustitutiva juega ahora para e! sistema Cc (Prcc) el papel de una contrainvestidura; en efecto, lo
asegura contra la emergencia en la Cc de la representación reprimida. Por otra parte, es el lugar
de donde arranca el desprendimiento de afecto, ahora no inhibible, y en mayor medida; al menos,
se comporta como si fuera ese lugar de arranque” (AE, XIV; p. 179). La representación sustitutiva,
por ejemplo, el caballo para Hans, se transforma en una fuente autónoma de desprendimiento de
angustia. Pero no hay que perder de vista que esa angustia frente al animal está alimentada
desde la fuente pulsional inconsciente.
En la tercera fase se avanza un paso más el proceso de la represión. El objetivo ahora es “inhibir
el desarrollo de angustia que parte del sustituto” (AE, XIV, p. 180). Hay que evitar encontrarse con
el caballo. ¿Cómo se lo logra? Se expande la alerta a todo lo que pueda estar asociado y se
dispara una pequeña “señal de angustia” a modo preventivo. Freud usa la palabra “parapeto” en
el sentido de un muro de piedras o bolsas de arena que sirve para proteger a los que luchan de
los ataques de sus enemigos: “todo el entorno asociado de la representación sustitutiva es
investido con una intensidad particular, de suerte que puede exhibir una elevada sensibilidad a la
excitación. Una excitación en cualquier lugar de este parapeto dará, a consecuencia del enlace
con la representación sustitutiva, el envión para un pequeño desarrollo de angustia que ahora es
aprovechado como señal a fin de inhibir el ulterior avance de este último mediante una renovada
huida de la investidura [prcc]” (AE, XIV, p. 180). Todo el conjunto de esa construcción lleva el
nombre de fobia.
Freud aclara que todas estas medidas precautorias en realidad sólo sirven para protegerse de la
angustia que parte de la representación sustitutiva desde fuera, por la vía de la percepción, pero
nunca contra la moción pulsional que ataca desde dentro, desde su conexión con la
representación reprimida. Mediante todo este proceso “se ha conseguido proyectar hacia afuera
el peligro pulsional. El yo se comporta como si el peligro del desarrollo de angustia no le
amenazase desde una moción pulsional, sino desde una percepción, y por eso puede reaccionar
contra ese peligro externo con intentos de huida; las evitaciones fóbicas” (AE. XIV, p. 180). A
pesar de las restricciones que esto genera a nivel de la libertad individual para moverse de alguna
manera puede ponerse un dique al desprendimiento de angustia.

Consecuencias
Nos queda aún señalar otras consecuencias del pasaje por el par Edipo/Castración. Por un lado,
Freud señala que cuando las investiduras de objeto son resignadas son sustituidas por una
“identificación” (AE, XIX. P 184). Aún no hemos trabajado demasiado este concepto. Volveremos
a él en la Unidad 11. Por ahora sólo señalemos que en la identificación está en juego un “querer
ser como”, un “llegar a parecerse” (…) “ser grande como el padre” (AE, IX, p. 217) que se
sostiene en asumir ciertos rasgos, ciertas representaciones del otro como propias. La
consecuencia de esto es lo que vamos a estudiar como la constitución del Ideal del Yo. Se trata
de una instancia con varias funciones. Por un lado interioriza las insignias del padre, la autoridad
de los padres. Lo que antes estaba prohibido desde ellos, ahora se instaura para controlar y
vigilar esos deseos incestuosos que deben ser mantenidos a raya, renovando secundariamente
las exigencias de represión. Pero esta instancia no es solo prohibición sino que orienta
positivamente también el deseo, permitiendo vía la identificación, la asunción de una posición
frente al sexo. La dispersión pulsional polimorfa, es anudada entonces por identificaciones
sexuales a partir del pasaje por el Complejo de Edipo. Este “ser como el padre”, permite una
captura simbólica, un ordenamiento del régimen pulsional que llegado el momento permitirá
eventualmente abordar otras mujeres.
Freud nos dice que “Las aspiraciones libidinosas pertenecientes al complejo de Edipo son en
parte desexualizadas y sublimadas, lo cual probablemente acontezca con toda trasposición en
identificación, y en parte son inhibidas en su meta y mudadas en mociones tiernas” (AE, XIX, p.
184). A partir de allí se inicia el período de latencia. Como cuando se juega con cartas, es una
suerte de “mezclar y dar de nuevo” cuando termina una mano. Pero, ¿desaparece completamente
lo previo? En realidad se juega con el mismo mazo de cartas.
Freud le da “el nombre de «represión» (Verdrängung) a este extrañamiento del yo respecto del
complejo de Edipo” (AE, XIX, pp. 184-185). De todos modos aclara que es un poco más que eso.
Plantea que si se consuma en términos ideales, habría “una destrucción y cancelación del
complejo” (einer Zerstörung und Aufhebung des Komplexes) (AE, XIX, p. 185). Este término
“Aufhebung” tiene su interés para nosotros. Freud lo usa también en otro artículo de esos años
para hablar de “La negación” (1925), como un modo de tomar noticia de lo reprimido, una
“cancelación” de la represión aunque sin una cabal aceptación. Con ella lo reprimido vuelve y está
presente, sin estarlo del todo. En consonancia, la filosofía alemana usa el término Aufhebung
para plantear la idea de “dialéctica”. Ustedes vieron algo de esto seguramente en “Introducción a
la Filosofía” con Hegel. La supresión dialéctica es un modo de negar y suprimir algo, pero al
mismo tiempo conservarlo, elevándolo a otro nivel. Todo esto está condensado en la idea de una
“cancelación” (Aufhebung), “sepultamiento” (Untergang) y “represión” (Verdrängung) del complejo
de Edipo. Lo reencontraremos también en “Tótem y Tabú”, cuando estudiemos la obediencia de
efecto retardado en la Unidad 12. Allí veremos que del asesinato del padre, se obtiene una suerte
de vigencia, un “estar más vivo que nunca” tras haber sido “sepultado”. La autoridad del padre
sigue vigente a nivel inconsciente.

El complejo nuclear
En relación a esto, en el artículo «Pegan a un niño» Contribución al conocimiento de la
génesis de las perversiones sexuales (1919), Freud plantea un análisis gramatical exhaustivo
de esta fantasía de paliza y su relación con el masoquismo. “Pegan a un niño” tiene la
particularidad de ser una fantasía masturbatoria. Es una fórmula que se presenta con inercia,
fijeza y monotonía asociada a la satisfacción. La frase que se resiste a ser descifrada como una
formación del inconsciente y para lo que Freud necesita elaborar una construcción. Sin
detenernos aquí en el detalle minucioso de sus construcciones, de las diversas fases de su
elaboración en relación al amor y castigo masoquista en relación al Padre, debemos sin embargo
recuperar un punto importante en donde señala que: “la fantasía de paliza y otras fijaciones
perversas análogas solo serían unos precipitados del complejo de Edipo, por así decir las
cicatrices que el proceso deja tras su expiración” (AE, XVII, p. 190). Vale decir que Freud
considera que el pasaje por la estructura edípica deja marcas, cicatrices. Algo de todo esto que
estuvimos desarrollando queda allí como huella indeleble después de su sepultamiento.
Así como en clases anteriores habíamos subrayado el papel de las fijaciones libidinales, dentro
de los factores predisponentes para pensar la ecuación etiológica de la fórmula de las neurosis,
Freud agrega aquí a las huellas y marcas simbólicas del Edipo como parte del factor infantil:
“creemos que el complejo de Edipo es el genuino núcleo de la neurosis (eigentliche Kern der
Neurose), y la sexualidad infantil, que culmina en él, es la condición efectiva de la neurosis; lo que
resta de él como secuela constituye la predisposición del adulto a contraer más tarde una
neurosis” (AE, XVII, p. 190). Este Kern, es el núcleo genuino del asunto, es el “núcleo de lo
inconsciente anímico” (AE, XVII, p. 199) y que Freud liga a lo más arcaico. Tenemos con esto la
idea de un inconsciente que se puso en forma en función del par Edipo-Castración; y para el que,
en consecuencia, no existe la diferencia de los sexos.
En este punto, van a ver que el programa de la unidad propone una articulación con la
denominada “represión primordial” (Urverdrängung). En la Sexta clase habíamos presentado este
concepto en relación al trabajo del sueño de la mano del artículo “La represión” (1915) que
encuentran nuevamente aquí. Recuperemos de allí algunas ideas. En primer lugar, el supuesto
de que “consiste en que a la agencia representante {Representanz} psíquica (agencia
representante-representación) de la pulsión se le deniega la admisión en lo consciente. Así se
establece una fijación; a partir de ese momento la agencia representante en cuestión persiste
inmutable y la pulsión sigue ligada a ella” (AE, XIV, p. 143). Es un supuesto complejo desde el
punto de vista teórico. Si prestan atención, difiere en un punto esencial del modo habitual en que
Freud presentaba el mecanismo represivo inicialmente. Aquí, con el supuesto de la represión
primordial, nos dice que no sólo recae sobre las representaciones, sino que tiene también efectos
a nivel pulsional. Algo se recorta a nivel de la pulsión, se extirpa de ella, se le deniega su
posibilidad de satisfacción, y se produce una fijación. En ese sentido hay una regulación. Se
funda allí un régimen para la satisfacción pulsional apoyado en un vaciamiento, en cierto modo
una renuncia a la satisfacción pulsional, un punto de no retorno que impide toda satisfacción
plena.
En segundo lugar, retengamos la idea de que lo reprimido primordial funciona como un polo de
atracción que rige y comanda las represiones posteriores: “debe tenerse en cuenta la atracción
que lo reprimido primordial ejerce sobre todo aquello con lo cual puede ponerse en conexión” (AE,
XIV, p. 143). La “represión propiamente dicha” recaerá entonces sobre los retoños que entren en
conexión asociativa con aquello. Ya sabemos también que del fracaso de la represión surgirán los
síntomas como formaciones sexuales sustitutivas. De allí entonces que Freud pueda concluir que:
“Por eso la sexualidad infantil, que sucumbe a la represión, es la principal fuerza pulsional de la
formación de síntoma, y por eso la pieza esencial de su contenido, el complejo de Edipo, es el
complejo nuclear de la neurosis” (der Kernkomplex der Neurose) (AE, XVII, pp. 199-200).
¿Cómo incide todo esto en el segundo tiempo de la elección de objeto? Freud tiene la idea de
que si bien el pasaje por la estructura edípica, y sus huellas identificatorias son una referencia
necesaria, al individuo le queda aún una tarea importantísima a consumar. La denomina
“desasimiento de la autoridad parental”. Sin ello el acceso a la satisfacción después de la
pubertad puede verse perturbado al acentuarse solamente el costado prohibitivo del Padre. En su
artículo “La novela familiar de los neuróticos” (1909), nos dice que: “En el individuo que crece,
su desasimiento de la autoridad parental es una de las operaciones más necesarias, pero
también más dolorosas, del desarrollo”. Aclara que sin embargo, en muchos de ellos
(“neuróticos”) “se discierne, como condicionante, su fracaso en esa tarea” (AE, IX, p. 217). Es
interesante este planteo. La neurosis nos es planteada como una enfermedad del padre, el precio
a pagar por sostenerlo en el lugar del garante del ordenamiento pulsional, a partir de considerarlo
en su aspecto prohibitivo.
Freud encuentra que no es tan sencillo para el neurótico poner en cuestión a ese padre ideal al
que simultáneamente se admira y se teme. Ubica en ese camino hacia el desasimiento, un
momento “rara vez recordado con conciencia, pero casi siempre pesquisable por el psicoanálisis”,
al que denomina como “novela familiar de los neuróticos” (AE. IX, p. 218). Se caracteriza por una
particularísima actividad fantaseadora ligada a temas familiares. En el artículo van a encontrar
numerosos ejemplos, pero lo importante a retener es cómo en esas producciones, el individuo se
ocupa de “librarse” de los padres cuya imagen, a medida que crece, se va devaluando; para
darse otros de una posición social más elevada, o los sustituye por “unos de mejor cuna”.
A partir de estas fantasías noveladas, que no son más que una refundición del mito edípico, “el
niño en verdad no elimina al padre, sino que lo enaltece” (…) “Y aun el íntegro afán de sustituir al
padre verdadero por uno más noble no es sino expresión de la añoranza del niño por la edad
dichosa y perdida en que su padre le parecía el hombre más noble y poderoso, y su madre la
mujer más bella y amorosa. Entonces, se extraña del padre a quien ahora conoce y regresa a
aquel en quien creyó durante su primera infancia; así, la fantasía no es en verdad sino la
expresión del lamento por la desaparición de esa dichosa edad” (AE, IX, p. 220). Allí donde
tendría que haber “desasimiento de la autoridad parental”, para poner en juego el deseo en una
nueva apuesta por la satisfacción, aparece la “novela familiar” como modo de enaltecer al padre,
en tanto expresión de la añoranza por aquel infantil. Es cierto también que a veces la fantasía no
recae sobre los propios padres. El paciente puede incluso quejarse del padre que le tocó, de su
insuficiencia y lo compara con el padre de sus amigos. “Mi padre no me enseñó cómo manejarme
con las mujeres”, dicen algunos. “El padre de mi amigo es más piola”. En muchas peleas de
adolescentes con su padre se repite un “por tu culpa no puedo hacer lo que quiero”. En realidad,
es lo mismo. Se sostiene la creencia en un padre que sí sabría cómo hacer con una mujer y de
quien se podría esperar una transmisión garantizada. La queja se funda allí en la creencia que
sostiene la ilusión de un padre. “Si yo no puedo, es por culpa del padre”. El análisis deberá pasar
entonces siempre por esta dimensión de “lo familiar”, en su tarea de revisar la posición del
individuo frente al sexo, más allá del padre.
Por hoy nos detenemos en este punto, nos queda pendiente para la segunda parte de la clase
revisar la constelación Edipo-Castración desde el punto de vista de la sexualidad femenina.

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