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Traducción de Marta Carrascosa

Argentina • Chile • Colombia • España


Estados Unidos • México • Perú • Uruguay
Título original: Vamps. Fresh Blood
Editor original: Simon and Schuster UK
Traducción: Marta Carrascosa
1.ª edición: febrero 2023
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida,
sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las
sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total
de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la
reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución
de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.
© 2022 by Nicole Arend
All Rights Reserved
© de la traducción 2023 by Marta Carrascosa
© 2023 by Ediciones Urano, S.A.U.
Esta edición de Vamps: Sangre fresca se publica por medio de un acuerdo
con Simon & Schuster UK Ltd., gestionado por International Editors’ Co.
Plaza de los Reyes Magos, 8, piso 1.º C y D – 28007 Madrid
www.umbrieleditores.com
ISBN: 978-84-19413-64-2
Para Rob.
1
Sangre fresca
En un valle en lo alto de los Alpes suizos se encuentra el
pequeño pueblo de Albinen. Las majestuosas montañas
cubiertas de nieve se elevan sobre unos edificios de madera y
bloquean el escaso sol del invierno, lo que hace que sea una
zona demasiado fría y oscura como para ser una estación de
esquí popular.
A las cinco y media de la tarde del primer día de noviembre,
ya reinaba la más absoluta oscuridad. Las únicas fuentes de luz
eran el suave resplandor de las farolas y las luces que
adornaban la estrecha calle principal. La antigua tienda del
pueblo estaba cerrada; la iglesia de paredes blancas, fría y
vacía. Las persianas de color verde descolorido que adornaban
cada casa estaban bien selladas. A pesar de sus alegres coronas
navideñas, todas las puertas delanteras estaban cerradas con
barrotes.
No había ni un alma. Una gruesa capa de nieve cubría todo
el pueblo, y se respiraba un gran silencio. Incluso el suave
rocío de la cascada, que normalmente fluía por la ladera este
de la montaña, se había quedado inmóvil, congelado en el
tiempo de forma temporal.
El rugido gutural de un potente motor rompió la tranquilidad
y, segundos después, un Lamborghini Urus rojo y brillante
pasó a toda velocidad sobre los adoquines congelados y se
detuvo en la plaza del pueblo. La puerta del pasajero se abrió,
y salió una chica esbelta. El pelo rubio como el hielo le caía en
una sábana inmaculada y brillante por la espalda. Iba vestida
con unos vaqueros ajustados de color blanco, un grueso
chaleco de piel sintética y unas botas hasta las rodillas a juego.
Mirando la calle principal con unos ojos azules como el
hielo, exclamó:
—¿En serio es aquí?
Un hombre alto y guapo, que no parecía lo bastante mayor
como para ser su padre, salió por la otra puerta.
—¿Qué esperabas, Celeste? —gruñó—. Te lo advertí.
—Me imaginaba algo pintoresco pero sofisticado… como
Gstaad.
—Me parece que eso está muy lejos de esto —respondió su
padre—. Dados nuestros particulares requisitos, este lugar es
perfecto.

Un poco más lejos, Dillon Halloran se sentía incómodo al ser


consciente de que casi habían llegado a su destino. Un ligero
sudor le recorrió la frente. Él y su padre, Gabriel, habían
viajado por el estrecho valle en un trineo del que tiraban ocho
huskies. A los seis kilómetros, a una de las perras se le había
roto el arnés, pero a pesar de los esfuerzos de Dillon, no
consiguió sabotear el viaje; solo los retrasó media hora.
Ahora, en las afueras del pueblo, mucho antes de que
aparecieran las farolas los perros empezaron a reducir la
velocidad, y luego se detuvieron por completo, obligando a
Gabriel a frenar el trineo con fuerza. La manada se quedó
inmóvil, con los ojos fijos en el pueblo a lo lejos, y luego,
todos juntos, soltaron un largo y grave aullido. Dillon se
inclinó hacia su padre, señalando a los agitados huskies.
—Eso es raro, papá. Es como si supieran que ahí arriba hay
algo que no va bien.
Gabriel conocía a los animales y sabía que debía confiar en
su instinto. Una sensación de malestar inundaba el aire, y
Dillon lo vio luchar contra el deseo de hacer que los perros
dieran media vuelta y escapar tan rápido como pudiera
montaña abajo.
Mientras el vapor de las fosas nasales de los animales se
elevaba en nubes alrededor de ellos, Dillon se volvió hacia
Gabriel y le suplicó:
—No quiero ir. Por favor, no me obligues.
Gabriel suspiró:
—Dillon, ya hemos pasado por esto. Le prometí a tu madre
que tan pronto como cumplieras 18 años…
—¿Qué hace que estés tan desesperado por mantener una
promesa que le hiciste a una mujer que ni siquiera se preocupó
lo suficiente como para quedarse con nosotros, papá?
—Te lo dije… es complicado. Ella se fue para protegerte, y
debo mantener mi promesa.
Dillon frunció el ceño.
—¿Protegerme? ¿Protegerme exactamente de qué?
—Ese es el motivo por el que tienes que ir. Tienes que
aprender sobre ti mismo y sobre el mundo del que viene tu
madre.
Dillon sacudió la cabeza con rabia.
—Ella no estaba interesada en mi mundo, ¿por qué debería
importarme el suyo?
—No puedes cambiar lo que eres. Mira, ahora no tenemos
tiempo para hablar. Ya estás llegando tarde.
—Vamos, papá, nada de esto tiene sentido. ¿No podemos
dar la vuelta y volver a casa?
Gabriel no dijo nada, pero abrazó a Dillon con fuerza.
—Te he mantenido a salvo toda tu vida, hijo. Pero ya no
puedo seguir haciéndolo. Y creo que en el fondo ya lo sabes.
—Gabriel volvió a mirar su reloj—. Tienes que irte. Tienes
que aprender sobre ti mismo. Pero Dillon, recuerda —Gabriel
se señaló el pecho, golpeando su corazón mientras hablaba—,
esto… esto es lo que nos hace ser quienes somos.
Mientras se acercaba a Dillon, deslizó sobre su cabeza una
cadena de oro antiguo que había sido trabajada con sumo
cuidado.
—Lleva esto con orgullo, hijo. Significa mucho para mí. Era
de tu madre, y ella quería que te lo diera a ti. Llévalo siempre
y no importa lo que pase allí, nunca… —Se interrumpió y se
aclaró la garganta—. No pierdas tu corazón.
En ese momento, no tenía tiempo para examinar la cadena.
Luchando por contener sus emociones, Dillon la deslizó bajo
el cuello de su jersey y sintió que le caía sobre el pecho, justo
encima del corazón. Después de un último abrazo, se separó
de su padre. Se puso las raquetas de nieve que Gabriel le había
hecho en Irlanda, se le nublaron los ojos. Parpadeó con furia y
comenzó a lanzarse por la nieve, sin atreverse a mirar atrás.
Tras una pausa, oyó a su padre silbar a los perros y luego los
aullidos entusiasmados de estos mientras el trineo giraba y
volvía por donde habían venido.
Estaba tan perdido en sus pensamientos que no oyó las dos
motos de nieve hasta que estuvieron casi encima de él. Maldijo
y se echó a un lado cuando uno de los pilotos le gritó algo, se
desvió con violencia y pasó a toda velocidad.

Al oír las motos de nieve que se acercaban a toda velocidad


desde el sur, Celeste y su padre se volvieron con la rapidez de
un rayo. En cuestión de minutos, apareció la primera, atravesó
los árboles alpinos y aterrizó en un círculo de lo más
llamativo, rociando nieve y hielo en un penacho detrás de él.
El chico más guapo del mundo que iba montado a horcajadas
apagó el motor y, con la gracia de un atleta innato, saltó con un
solo impulso. Sus ojos marrones brillaban por la emoción del
viaje y se sacudió la nieve del pelo oscuro. Vio a Celeste y le
costó apartar la mirada cuando, recordando sus modales,
extendió la mano hacia su padre y se presentó.
—Hola, soy Ace. Encantado de conocerle, señor.
El padre de Celeste lo evaluó fríamente antes de ignorar la
mano de Ace y responder:
—Soy Eric Torstensson, y esta es mi hija, Celeste.
Los ojos de Ace absorbieron su rostro impecable.
—Encantado de conocerte —dijo con un relajado acento
americano.
Celeste, acostumbrada a que todo el mundo cayera rendido a
sus pies, sonrió con elegancia.
—Bonita entrada.
Ace se pasó una mano por su flequillo largo.
—Sí, bueno, este lugar está bastante apartado. Mis padres
tuvieron que quedarse en Florida para resolver un par de
asuntos de última hora, así que pensé que podría divertirme un
poco.
Los dos hombres de la zona que iban en el segundo skidoo
se apresuraron a descargar un baúl y una bolsa de cuero de un
trineo que llevaban detrás. Sin detenerse a despedirse,
aceleraron los motores y se alejaron a toda velocidad,
rebotando sobre los baches nevados por las prisas.
—No sé por qué no querían quedarse por aquí. —Ace
esbozó una sonrisa.
Celeste se rio, mostrando unos dientes blancos, perfectos y
algo puntiagudos, y se acercó al Lamborghini mientras dos
Mercedes G de color negro y un Aston Martin DBX se
acercaban con un ronroneo. Las banderas rumanas ondeaban
en los capós de los Mercedes y un chófer se apresuró a abrir la
puerta trasera del primer coche. Los guardaespaldas saltaron
del segundo coche, mientras un muchacho de complexión
delgada y pelo negro, vestido con un abrigo de lana oscura,
desplegaba sus largas piernas desde el asiento trasero.
—Bram Danesti —anunció en un inglés apenas acentuado,
lanzó una mirada algo altiva hacia ellos y, a diferencia de Ace,
consiguió no revelar ni un ápice de interés por la belleza de
Celeste.
—Ah, Bram, tú debes ser el hijo de Alexandru. ¿Está aquí tu
padre? —preguntó el padre de Celeste—, necesito hablar con
él urgentemente.
Se acercó a hablar con el llamativo pero intimidante hombre
que había salido del otro lado del Mercedes.
Bram se volvió hacia Celeste.
—Entonces, supongo que sabrás que mi padre fue elegido
para liderar su curso durante tres años consecutivos. Espero
seguir sus pasos.
Celeste no pestañeó.
—Yo también estoy encantada de conocerte.
Los ojos de Bram se entrecerraron un poco.
—Creo que descubrirás que soy una fuerte competidora —
continuó con un aplomo glacial.
Bram sonrió.
—Eso ya lo veremos.
Ace dio un paso adelante, con la mano extendida.
—Hola, Ace Ellison.
Arrastrando sus ojos lejos de Celeste, Bram también ignoró
su mano.
—Ah, tú eres el heredero del zumo de naranja.
El rostro perfectamente cincelado de Ace no reveló ningún
indicio de molestia por el tono burlón.
—Así es, mi padre construyó todo un imperio empresarial
con zumo de naranja. Dice que, incluso en nuestro mundo,
demasiado privilegio mata la ambición. Una de las razones por
las que vine por mi cuenta —dijo, con la mirada puesta en los
dos Mercedes y en los guardaespaldas.
La mandíbula de Bram se tensó. Estaba a punto de
responder, pero Celeste habló primero.
—Ahora es él el que parece interesante… —reflexionó.
Un chico muy alto y musculoso se acercó a ellos. Llevaba
una camiseta informal con pantalones vaqueros y parecía
insensible al frío, sus enormes bíceps crecieron al colgarse una
bolsa a la espalda. Llevaba unas rastras bien retorcidas y
recogidas en una exuberante cola de caballo que le caía por la
espalda. En su cuello brillaba un colgante con una antigua
moneda. Durante un segundo, Celeste, Ace y Bram se
quedaron mirándole.
Sin inmutarse, se presentó:
—Hola, soy Jeremiah. —Tenía una voz profunda y
melodiosa, con un suave acento caribeño.
Celeste fue la primera en recuperar sus modales y,
colocándose el pelo sobre un hombro, le sonrió:
—Hola, soy Celeste.
Jeremiah le devolvió una sonrisa fácil.
—Celeste, bonito nombre.
—Gracias. —Señaló a su padre, que estaba hablando de
forma intensa con el padre de Bram—. Era el nombre de la
madre de mi padre. ¿Has venido desde muy lejos?
—Vivo en las afueras de Montego Bay, así que supongo que
solo hay que cruzar el Atlántico.
El fuerte latido de un elegante helicóptero negro apareciendo
sobre las montañas llenó el valle de ruido. Cuando empezó a
descender, Celeste se estremeció y se tapó sus sensibles oídos
con un par de orejeras forradas de piel. Los potentes focos de
aterrizaje inundaron de luz la vieja pista de hielo al aire libre y,
a medida que se acercaba al suelo, las palas del rotor que
giraban crearon una ventisca temporal. De la vorágine de
nieve arremolinada y luz brillante, un chico y una chica
saltaron y se agacharon para evitar las aspas, y luego corrieron
con la gracia de un guepardo por el hielo nevado hacia el
grupo.
De cerca, el chico parecía ser duro como una piedra. Tenía el
pelo rubio y un gran número de tatuajes. Gritó por encima de
los motores:
—Soy Aron y esta es mi hermana gemela, Ásta. Hemos
viajado desde Islandia y estamos encantados de conoceros.
Ásta no parecía nada encantada y agitó su melena rubia en
señal de irritación hacia su hermano. Por encima de unos
pómulos afilados, sus sagaces ojos verdes medían la
imponente y gélida belleza de Celeste.

Dillon seguía luchando contra la nieve para llegar al pueblo.


Cuando se lanzó para apartarse del camino de los skidoos, una
de las correas de su raqueta izquierda se rompió. Se la había
atado lo mejor que había podido, pero avanzar era lento y
doloroso. La visión del elegante helicóptero negro que lo
sobrevolaba aumentó su irritación y el sudor le recorrió la cara
mientras arrastraba el pie izquierdo por la nieve una vez más.
Por fin, llegó a la carretera principal del pueblo, y pudo
quitarse las raquetas de nieve. Justo cuando había comenzado
a caminar de nuevo, un Ferrari FF pasó por la última curva de
la montaña y lo adelantó aullando por la calle principal.
—Por el amor de Dios —murmuró Dillon—. ¿Quién diablos
es esta gente?
El Ferrari se detuvo con un chirrido delante de los demás
coches y un chico guapo con ganas se deslizó de un asiento
demasiado bajo. Tenía la complexión pequeña y enérgica de
un piloto de carreras y parecía tener el mismo aspecto
glamuroso gracias a unos ojos rasgados y traviesos, los
pendientes de diamante y el pelo oscuro y ondulado. Se dirigió
directamente hacia el grupo, con la chaqueta de cuero colgada
del hombro, y casi los asfixió con colonia. Con una sonrisa
lobuna dirigida a Celeste y a Ásta, se presentó como Angelo
da Silva, hijo del famoso jugador de polo Seve da Silva.
Las chispas saltaron cuando él y Ásta se miraron.
—Encantada de conocerte, Angelo —sonrió, mirándole a
través de unas pestañas llenas de rímel.
Una chica nigeriana delgada y de exquisita belleza que había
llegado al mismo tiempo que el helicóptero se situó justo al
lado del grupo de adolescentes entusiasmados. Sus padres,
reconocibles al momento pues eran unos científicos famosos,
estaban enfrascados en una conversación con los demás
padres. Ella agachó la cabeza y se miró los pies, haciendo
dibujos en la nieve con la punta de la bota.
Ace estaba a punto de decirle que se acercara, pero se
distrajo al ver a Dillon vestido con un jersey de lana raído y
caminando por la calle principal con una mochila y sus
raquetas de nieve atadas a la espalda.
—Joder, ese es el idiota con el que casi nos estrellamos en el
valle —exclamó—. ¿Qué está haciendo aquí?

Al acercarse a los demás, el corazón de Dillon comenzó a latir


más rápido. En la vida había visto un grupo tan glamuroso e
intimidante. ¿En qué estaba pensando su padre?
Tragándose las ganas de darse la vuelta y volver corriendo
por donde había venido y, sin saber quién estaba al mando, se
dirigió tanto a los adolescentes como al grupito de padres.
—Siento llegar tarde, he tenido un pequeño problema. —
Todos los ojos se volvieron hacia él—. Soy Dillon Halloran —
añadió, nervioso. El chico que había visto pasar por delante de
él en el llamativo Ferrari se acercó, entrecerrando los ojos,
como si estuviera dispuesto a atacarlo y comérselo vivo.
—¿Qué está haciendo él aquí? —susurró.
—Me han dicho que este es el lugar de encuentro —dijo
Dillon, manteniéndose firme, pero sintiendo que el corazón le
palpitaba.
—¡Déjalo, Angelo! —musitó la chica de aspecto rudo que
estaba a su lado e intentó apartarlo sin éxito.
Uno de los chicos altos y guapos del grupo principal rompió
el silencio.
—¿Raquetas de nieve? Creía que habían desaparecido en el
siglo XVIII —bromeó.
Dillon movió los pies con torpeza, pero levantó la barbilla y
lo miró a los ojos.
—Mi padre me las hizo con sus propias manos. Y me han
traído hasta aquí, ¿no es así?
—Ah, lo siento… ¿Has dicho Dillon? Soy Ace. Me parece
que tu padre es muy inteligente. Ojalá hubiera tenido unas en
vez de mi moto de nieve —dijo sin revelar ninguna expresión.
La expresión de Ace era tan suave que Dillon no estaba
seguro de si estaba bromeando o no.
—Sí, esas motos de nieve parecen difíciles de conducir —
Dillon se encogió de hombros. Como la mayoría de los otros
seguía mirándolo, y él no estaba seguro del protocolo, Dillon
se acercó a la hermosa chica que estaba de pie a un lado y que
parecía menos intimidante que los demás—. Hola, soy Dillon.
Cuando ella le miró con sus enormes ojos marrones, le
recordó a un ciervo a punto de huir hacia la seguridad del
bosque.
—Lo sé, acabas de decirlo —respondió.
—Jesús, lo siento —murmuró, sintiéndose como un
completo idiota. Estaba claro que no era tan tímida como
parecía.
Pareció apiadarse de él.
—Soy Sade. Has hecho una buena entrada.
—Encantado de conocerte, Sade. No sabrás por qué todo el
mundo me está mirando, ¿verdad? ¿O cuál es el problema? —
preguntó, inclinando la cabeza hacia Angelo que, por suerte,
se había distraído y ahora estaba presumiendo de su Ferrari
delante de los demás.
—¿De verdad no lo sabes? —preguntó Sade.
—La verdad es que no. No es por la ropa, ¿verdad?
—Bueno, no quiero ser grosera. —Jugueteó con un brazalete
de oro mientras hablaba—. Pero pareces… ¿cómo decirlo?
Diferente. Si te das cuenta, ninguno de nosotros, de piel más
clara o más oscura, cambia nunca.
—¿Qué quieres decir? ¿Mi piel?
—Bueno, lo siento, pero pareces un poco acalorado y
sudado; tus mejillas están sonrojadas.
Cohibido, se echó hacia atrás los rizos oscuros y
desordenados y miró alrededor del grupo. Era cierto. A pesar
del frío, todos parecían estar increíbles y perfectos. Ni una sola
persona tenía la nariz roja o chorreando, y su piel era tan suave
y uniforme que parecía no tener poros, como si estuviera
tallada en mármol.
—Y todos lo hemos oído —añadió, señalando su corazón.
—¡Ah, bueno, ahora tendréis que disculparme por respirar!
—exclamó él.
—¡Cállate! —susurró mirando a su alrededor, nerviosa.
—¿Conoces a todo el mundo?
—En realidad, no, pero creo que la rubia alta se llama
Celeste. Ya has conocido a Ace: parece que ya ha movido
ficha para ser el bufón del grupo. Ásta y Aron son los gemelos
de Islandia. Ella es la que distrajo a Angelo, que es el dueño
del Ferrari, por ti. El malhumorado y sombrío es Bram, y el
grandote y despampanante es Jeremiah.
—Ah, genial, parece que voy a encajar bien… como la
mascota —bromeó y fue recompensado con una sonrisa que
iluminó toda su cara.
Un suave silbido los distrajo, y ambos levantaron la vista.
Un halcón peregrino y un cuervo planearon sobre ellos y luego
se posaron con elegancia en el centro de la plaza. De
inmediato, se transformaron en una mujer de belleza
sobrenatural y un hombre de aspecto afilado con una
reluciente barba negra.
Un silencio de asombro se apoderó de todo el grupo. Dillon,
que miraba con la boca abierta, supuso que la mujer debía ser
la directora. Una directora que acababa de transformarse de
pájaro a persona. Sacudió la cabeza con incredulidad, pero
cuando sus penetrantes ojos verde esmeralda le recorrieron,
experimentó una mezcla muy real de adoración y terror.
Aunque parecía pequeña al lado de los adolescentes que la
rodeaban, irradiaba poder y elegancia. Una capa de lana fina
con capucha ocultaba parcialmente los gruesos rizos castaños
que le llegaban hasta la cintura y su perfecta piel de porcelana.
Un vestido de terciopelo rojo intenso, del mismo color que sus
labios, se ceñía a las curvas de reloj de arena, realzadas por
una estrecha cadena de filigrana de oro sujeta a su cintura.
—Bienvenido a Albinen, y enhorabuena. —Tenía una voz
grave y melodiosa—. Soy Madame Dupledge, directora de la
más antigua y exclusiva academia para vampiros del mundo.:
Vampire Academiae ad Meritum, Peritia et Scientia.
Comúnmente conocida como VAMPS, representa la
excelencia, la habilidad y el conocimiento. Os estáis uniendo a
un grupo de élite que han tenido la suerte de ser educados aquí
y que han llegado a conseguir grandes cosas en el mundo.
Espero que aprovechéis bien vuestra estancia y que, con el
tiempo, podáis desarrollar vuestro propio potencial.
Dillon miró a los demás mientras Madame Dupledge
hablaba. Ace, Bram y Celeste parecían decididos. Ásta puso
los ojos en blanco y Angelo le sonrió.
—Este —señaló al hombre que estaba a su lado— es el Sr.
Hunt.
El hombre con barba, que llevaba una elegante chaqueta de
invierno negra, se inclinó pero no sonrió.
—Él es nuestro subdirector y os instruirá en la siguiente
etapa del viaje. La ubicación de VAMPS es un secreto muy
bien guardado. Tratamos de minimizar los viajes hacia y desde
la academia tanto como sea posible. Os quedaréis con nosotros
a lo largo de nuestro año escolar. Como seguro que ya lo
sabréis, está diseñado para coincidir con los meses más
oscuros del año y termina el 31 de marzo.
Dillon se miró las botas para ocultar una oleada de angustia
y horror. ¿Cómo iba a sobrevivir cinco meses con un grupo de
vampiros hostiles?
—Ya hemos molestado bastante a los aldeanos por esta
noche. Por favor, despedíos de vuestros padres y
preparémonos para partir lo antes posible. Algunos estudiantes
ya han llegado y están esperando para reunirse con vosotros.
Mientras todos recogían su equipaje y se despedían de sus
padres, Dillon observó cómo el padre de Bram apartaba a
Madame Dupledge a un lado para mantener una intensa
conversación con ella. Después de que ella lo despidiera con
amabilidad para hablar con otro padre, su rostro se
ensombreció con furia y se dirigió a Bram con urgencia.
Ambos lanzaron a Dillon una mirada de odio. Él se apresuró
a apartar la mirada, pero estaba bastante seguro de que había
captado el mensaje. El oscuro y sombrío Bram y su padre no
estaban contentos con que él se uniera a VAMPS.
Para distraerse, observó las despedidas casuales entre los
demás y sus familiares. No había señales de la fisura
emocional que se había producido entre él y su padre. Los
padres de Sade parecían dar instrucciones más que abrazos
antes de marcharse, y la vio inclimar su hermosa cabeza como
una delicada orquídea.
Mientras los supercoches y los todoterrenos de lujo
empezaban a alejarse, el Sr. Hunt gritó instrucciones.
—Escuchad todos. Necesito que forméis dos grupos: Los
que vuelan y los que no vuelan.
Dillon no tenía ni idea de cuál era el suyo.
—¿Los que vuelan? ¿Qué diablos significa eso? —le susurró
a Sade, que con amabilidad había vuelto a ponerse a su lado.
— Si no lo sabes, no puedes volar, créeme. Yo tampoco
vuelo.
Dillon vio cómo Ace y Aron chocaban los cinco y aplaudían
mientras se unían al grupo de los voladores. Bram, Celeste,
Ásta y Jeremiah se sumaron a ellos, sonriendo.
—Espero un comportamiento perfecto en este vuelo —
advirtió el Sr. Hunt, sus agudos ojos de pájaro los recorrieron a
todos.
—El resto de vosotros viajaréis con Madame Dupledge.
Dejad el equipaje; los mozos de la escuela estarán aquí en
breve.
—Qué vergüenza —murmuró Angelo, lanzando una mirada
sarcástica a Dillon—. Me vendría bien un tentempié.
Ásta resopló y trató de disimular su sonrisa cuando el señor
Hunt les dirigió un gesto de desaprobación.
—Todos los que vienen conmigo: preparaos.
Ace, Aron y Jeremiah volvieron a gritar.
—¿Quieres hacer una apuesta a ver quién llega primero? —
preguntó Ace.
Celeste y Ásta suspiraron.
—¿Listos? —El Sr. Hunt se inclinó hacia adelante,
preparado como un pájaro a punto de emprender el vuelo—.
Vamos a la cuenta de tres.
Los adolescentes dejaron de empujarse y se quedaron
inmóviles y alerta al instante.
—Uno… Dos… Tres —rugió el Sr. Hunt y de repente
desaparecieron.
—Espera un momento, ¿a dónde han ido? —dijo Dillon.
Sade le miró con curiosidad.
—No sabes mucho sobre nosotros, ¿verdad?
—No —admitió—. Prácticamente nada. Mi madre se fue
cuando nací, y solo éramos mi padre y yo. Él me protegió de
todo esto. Para ser honesto, este asunto me está haciendo
perder la cabeza. Me enteré hace una semana de que iba a
venir aquí.
—Mi familia pertenece a la élite de los vampiros. He tenido
que estar a la altura de las expectativas de mis hermanos y mis
padres toda la vida —suspiró—. Tienes suerte de ser libre.
—Yo no lo llamaría «suerte» —respondió Dillon con cierto
afecto—. Esto es muy raro.
—Venga. Venid conmigo —interrumpió Madame Dupledge,
haciendo señas al grupo que quedaba en el centro de la plaza.
Con cierta inquietud, Dillon se acercó a ella. Sade y Angelo
le siguieron. De cerca, su atractivo era palpable, al igual que
un aroma dulce e irresistible. La cabeza de Dillon se movió, y
se sintió abrumado por el deseo de complacerla.
—Ahora —dijo ella—, aferraos a mi capa, y pase lo que
pase, no la soltéis.
Todavía receloso de Angelo, Dillon se situó al lado de Sade
y, cuando alargó la mano y agarró su capa, sintió que una
sacudida de electricidad le recorría todo el cuerpo. Los nervios
le temblaban y palpitaban como si se hubiera sumergido en
agua helada.
—Bien hecho. —Madame Dupledge sonrió con aprobación.
Volviéndose hacia todos, añadió:
—Disfrutad…
Con un ligero temblor, como el aleteo de un murciélago, se
disolvieron en el aire. A excepción de los montones de
equipaje abandonados, la plaza del pueblo volvió a sumirse en
el silencio. Tan solo una persiana de color verde se abrió un
poco, y un niño se asomó antes de que su madre gritase y la
persiana volviese a cerrarse.
2
La primera sangre
El frío aire de la montaña golpeó el rostro de Dillon como si le
hubiera dado una bofetada. Le dolían las mejillas y los ojos le
brillaban. Jadeó, incrédulo por estar en el aire, y maldijo en
voz alta. Al instante, el viento le dejó sin aliento. Sobrevolaron
un abetal y zonas de nieve a una velocidad increíble. Cada vez
que cambiaban de dirección o de altura, se producía una
vibración que atravesaba la capa y llegaba a su mano. Una
creciente sensación de pánico y náuseas amenazaba con
apoderarse de él.
—Vamos, Dillon, mantén la calma —gruñó para sí mismo
—. No te sueltes.
Madame Dupledge los guio. Él, Sade y Angelo estaban
alineados detrás de ella en una apretada formación en forma de
flecha. Su capa ondeaba con fuerza, y él se aferraba,
petrificado. Como si sintiera su pánico, ella se volvió, con los
rizos rojos al aire, y le susurró. De alguna manera, a pesar del
rugido en sus oídos, la escuchó.
—Respira hondo, se te pasará. Intenta disfrutarlo.
Engulló bocanadas de aire helado, y mientras sus ojos se
ajustaban a la velocidad, miró a los demás. Sade le sonrió
alentadora, y él se relajó un poco. La capa de Madame
Dupledge, con su zumbido de energía invisible, fluyó hacia su
mano, y, cuando empezaron a ascender, el paisaje cambió y se
convirtió en una auténtica belleza. Pasaron por encima de una
estación de esquí abandonada y, al girar hacia el norte, su
cuerpo se estremeció cuando se elevaron por la espeluznante
cara brillante de un glaciar. Subiendo cada vez más alto,
llegaron a la cima, y Madame Dupledge señaló algo a la
distancia. Dillon no pudo ver nada, solo una serie de montañas
pálidas que se perdían a lo lejos, en el lado opuesto de un
enorme lago congelado. Era evidente que Sade y Angelo
tenían una vista más aguda —o al menos sabían lo que
buscaban—, ya que ambos asintieron y sonrieron. Madame
Dupledge los condujo hacia el lago en una rápida caída, y
mientras su estómago aullaba en señal de protesta, Dillon se
concentró más en no vomitar que en la vista. A medida que
avanzaban a poca altura sobre el lago helado, empezó a
sentirse más cómodo cerca del suelo y prestó más atención a la
forma en que Madame Dupledge colocaba el cuerpo. Su agarre
de la capa se aflojó al descubrir que podía alterar su dirección
girando ligeramente los hombros. La sensación de que estaba
volando de verdad le hizo sentir una oleada de adrenalina que
se le subió a la cabeza, y se olvidó de la advertencia de
Madame Dupledge de agarrarse bien. Cuando se abalanzó
bruscamente hacia la derecha, la capa se le escapó de las
manos.
Durante un milisegundo, se aferró al aire, y luego con una
sensación enfermiza de estar cayendo, se precipitó varios
metros. Estaba dando vueltas, con los brazos y las piernas
agitándose con violencia. La superficie helada del lago
empezó a descender en picado hacia él. Al instante, Madame
Dupledge se abalanzó, y él vislumbró las caras de sorpresa de
Sade y Angelo antes de que ella le aferrara por la espalda.
Rozaron el hielo durante unos segundos antes de despegar de
nuevo.
—Te dije que te agarraras —musitó, mirando con furia por
encima de su hombro—. Tienes mucho que aprender.
Conmocionado, en silencio e hiperventilando, asintió. Más
que mucho. Todavía estaba tan atrapado en la agonía interna
de hacer el ridículo, que no prestó mucha atención al paisaje
hasta que comenzaron a aproximarse a la primera cordillera.
Había algo en ella que le hizo mirar de nuevo y, al acercarse,
se dio cuenta de que el pico no era real en absoluto. Habían
construido en la montaña un edificio increíble y futurista. Con
forma de colmillo al revés, se elevaba hacia las nubes. Estaba
completamente revestido de paneles en forma de diamante de
metal grisáceo que brillaban como la plata donde la luz de la
luna los captaba. No parecía haber ninguna ventana o puerta.
Dillon sintió que su corazón latía con miedo: se veía
impresionante y de lo más siniestro.
Madame Dupledge los arrastró hacia la ladera de la
montaña. Por un momento, Dillon vio a los cuatro —y a su
rostro pálido y congelado por el miedo— reflejados en la
superficie brillante del edificio. Cuando Madame Dupledge
dio la vuelta a la cima, se dio cuenta de que había dos
salientes, una en la parte delantera y otra en la trasera, unidas
por dos lados convexos que se curvaban hacia abajo en el
centro. Lo que parecía una enorme lupa ovalada colocada
sobre una cúpula baja de metal y cristal formaba el techo. La
luz tenue del centro del edificio iluminaba el cielo como una
antorcha gigante.
—Guau, ¡mirad eso! —jadeó, sorprendido. Se había
esperado un viejo y mohoso castillo gótico.
Madame Dupledge asintió y, mientras los llevaba a dar una
vuelta más por el tejado, señaló otros dos picos de la montaña
que estaban cerca.
—Esos son los dormitorios de los vampiros mayores,
conocidos como Pico Dos y Pico Tres.
Dillon se asomó, pero a él le parecieron montañas normales;
estaba claro que lo que había allí también estaba bien
disimulado. Al instante siguiente, Madame Dupledge los lanzó
en picado por la parte de atrás del edificio y a un cuarto de
distancia de la ladera de la montaña. Casi gritó mientras ella se
retorció y voló en dirección a una pared rocosa. En el último
segundo, una discreta puerta metálica se abrió, y salieron
disparados hacia la montaña. El corazón volvió a darle un
vuelco. No había manera de salir de ahí a menos que
aprendiera a volar. Continuaron por un amplio túnel de
hormigón, iluminado con tenues luces fluorescentes y
salpicado de elegantes cámaras de videovigilancia. Tras el
espectacular exterior, resultaba sorprendentemente práctico. Al
final, se acercaron a otra puerta.
—Preparaos —dijo Madame Dupledge, echando el freno y
aterrizando con suavidad sobre el hormigón.
Como un astronauta volviendo a la Tierra, las piernas de
Dillon se tambalearon mientras se volvía a acostumbrar al
suelo sólido bajo sus pies. La puerta se abrió en silencio, y un
rectángulo de luz se esparció. Un vampiro vestido con un
cuello alto negro ajustado y pantalones ceñidos los saludó.
—Bienvenida, Madame. —Se inclinó—. ¿Cómo fue el
viaje?
—Gracias, Rufus, ha sido algo movidito —respondió,
lanzando una mirada gélida a Dillon que le hizo sonrojarse.
Los ojos de Rufus se abrieron de par en par, sorprendidos, y
Dillon sintió que Angelo se revolvía a su lado.
Madame Dupledge los hizo pasar al interior con rapidez. Un
aroma agridulce y embriagador, teñido con un toque de algo
más oscuro, los envolvió cuando la puerta se cerró tras ellos
con una ráfaga de aire frío procedente de la montaña. Dillon se
estremeció y luchó contra el impulso de correr. Entraron en un
pasillo blanco y minimalista. El escudo negro de la escuela —
con VAMPS escrito en vertical y en rojo en el centro— había
sido colocado en un exquisito suelo de baldosas. Dillon se
estremeció al traducir el lema en latín que había debajo: In
Tenebris Refulgemus: «En la oscuridad brillamos». De modo
que su educación católica no había sido una completa pérdida
de tiempo.
—El edificio de nuestra escuela tiene doce pisos —explicó
Madame Dupledge—. Ahora mismo estamos en el quinto piso.
Los dormitorios y las zonas comunes están en los pisos del
sótano. La sala de ceremonias donde nos reuniremos esta
noche está en el último piso, en el tejado.
Llegaron hasta dos ascensores hechos de cristal y acero.
Madame Dupledge se volvió hacia Rufus.
—¿Puedes mostrarle a Angelo dónde puede descansar? Ha
hecho un viaje largo y parece estar cerca de los límites de su
control.
Dillon se atrevió a lanzar una mirada a Angelo, que lo
observaba fijamente y tamborileaba inquieto los dedos contra
sus muslos.
—Por supuesto, Madame. —Rufus se inclinó y llevó a
Angelo al ascensor.
Madame Dupledge se dirigió a Sade.
—Quiero hablar con Dillon a solas, pero te agradecería que
volvieras cuando hayamos terminado para que le acompañes a
vuestras habitaciones. —Dillon se puso en marcha cuando otro
vampiro vestido de negro apareció en el pasillo detrás de ellos
—. Elias te mostrará dónde esperar.
Sade hizo una pequeña y nerviosa media reverencia.
—Por supuesto, Madame.
Madame Dupledge se volvió hacia Dillon, y él dio medio
paso atrás, conmocionado. De repente, su rostro se convirtió
en una máscara de ira apenas controlada.
—Dillon, me gustaría que me siguieras a mi oficina.
Le dio la espalda y entró en el otro ascensor tan rápido que
Dillon parpadeó. Con una profunda sensación de miedo en el
estómago y de rabia hacia su padre, se arrastró tras ella. ¿En
qué estaba pensando su padre al enviarlo aquí?
Al instante, las puertas se cerraron y salieron disparadas
hacia arriba. A pesar de los oscuros pensamientos que pasaban
por su mente, Dillon vio que estaban dentro de un cilindro de
cristal vertical que parecía llegar hasta el fondo del edificio. Al
mirar hacia arriba, vio el cielo de la noche y se dio cuenta de
que se extendía hasta el techo de cristal que había visto desde
el exterior. Cada piso se abría a partir de él. Se detuvieron en
lo que Dillon supuso que era el noveno piso.
Medio corrió, medio caminó para seguir el ritmo de
Madame Dupledge, que por increíble que pareciera no hacía
ningún ruido al caminar. Las gruesas botas de Dillon
resonaban detrás de ella. Ahora se encontraban en un hermoso
atrio que daba vueltas en forma de medialuna alrededor del
túnel central. El despacho de Madame Dupledge salía de él y
era igual de impresionante. Una ventana en forma de diamante
que no había sido capaz de detectar cuando había volado por el
lado del edificio predominaba en la pared exterior y dejaba ver
el lago que había debajo. Supuso que debía estar tintada desde
fuera. La puerta del despacho y la pared interior curvada eran
de cristal y atraían la suave luz de la luna desde el atrio. La
habitación estaba diseñada de forma exquisita y minimalista.
El hermoso y reluciente suelo de parqué estaba desnudo y un
magnífico cuadro con una pintura de la vista aérea de la
academia, encaramado entre los picos de las montañas,
adornaba una de las paredes blancas y pulcras. Cuatro retratos
de anteriores directores de VAMPS colgaban como un viaje a
través de los siglos en la otra pared. Dillon se estremeció al
examinar al director de la escuela del siglo XVI, que tenía una
mueca que mostraba unos colmillos largos y crueles y parecía
estar a punto de abalanzarse sobre el retratista. Las persianas
eléctricas se bajaron al instante y los tenues focos se
encendieron mientras caminaba detrás de un hermoso
escritorio de roble pálido. Las velas de los cilindros de cristal
desprendían el mismo aroma agridulce y embriagador que
había olido en el vestíbulo. El resplandor azul de dos grandes
pantallas de ordenador ultradelgadas sobre el escritorio
iluminaba la fría ira de su rostro. De alguna manera, a pesar
del repentino latido de su corazón, se sintió atraído hacia ella.
Se detuvo frente al escritorio y se puso de pie con torpeza.
Para su vergüenza, las rodillas le temblaban de miedo.
—Dillon, no vuelvas a hacer una estupidez como esa —
musitó, con los ojos como puñales—. Podrías haberte matado.
Seguro que sabes lo afortunado que eres por estar aquí.
Casi muerto de miedo y furioso consigo mismo porque le
intimidase tanto, se las arregló para murmurar:
—Bueno, para ser justos, en realidad no sé por qué estoy
aquí. Mi padre me dijo que tenía que venir porque era una
promesa que le había hecho a mi madre. Ni siquiera la
recuerdo. —No pudo evitar el rastro de amargura en su tono.
Parte de la ira en la expresión de Madame Dupledge se
convirtió en sorpresa.
—Sabes lo que eres, ¿verdad, Dillon?
—Soy un dham… dhampir. —Dillon tropezó con la palabra
—. Pero ha habido un error, de verdad; no hay señales reales
de ello, ya sabes… en mí, quiero decir.
Ella lo ignoró y continuó.
—Un dhampir es algo poco común ya que las interacciones
entre humanos y vampiros son un tabú en nuestro mundo. Las
relaciones mixtas son muy peligrosas para los humanos.
Dillon tragó saliva; un ligero sudor le recorrió la frente.
—Muy pocos tienen descendencia. El niño rara vez
sobrevive. Pero tú lo hiciste. Por eso estás aquí, Dillon. Por
eso eres especial. Por eso no puedes correr riesgos estúpidos.
Dillon no pudo asimilarlo.
—En serio, todavía no entiendo ni la mitad de esto…
—Dillon, tu madre viene de una larga estirpe de poderosos
vampiros. Las vampiras no pueden tener hijos de forma
natural con humanos varones. Todavía no sabemos cómo
sobreviviste. Sus genes son muy fuertes. Por eso debes estar
aquí ahora que has alcanzado la mayoría de edad, a fin de que
podamos guiarte para que no te conviertas en un peligro para ti
o para otros.
—¡No soy peligroso! —protestó Dillon. Se arrepintió al
instante al ver que la cara se le ensombrecía, pero esto era una
locura, tenían que haberse equivocado de hombre.
—Entonces, ¿quién es mi madre? —preguntó—. Mi padre
nunca me habló de ella y yo no quería molestarle.
Ella lo miró fijamente.
—Lo siento. Por muy buenas razones, no puedo decírtelo,
pero ella tenía razón, este es el mejor lugar para ti.
Nada de eso tenía sentido.
—Sigo sin entender cuál es el problema —dijo, sintiendo
que su temperamento volvía a aumentar.
Entrecerró ligeramente los ojos.
—Entiendo que es mucho para asimilar. Confía en nosotros.
Así es más seguro.
Apretó los puños con frustración cuando Elias apareció en la
puerta, indicando que la conversación había terminado.
Madame Dupledge le habló con premura.
—Confía en mí, Dillon, y aquí estarás bien.
Él se encogió de hombros, sin saber qué decir.
—Haré lo que pueda —murmuró, dándose la vuelta para
marcharse.
Justo cuando llegó a la puerta, ella volvió a hablar.
—Tu madre. Tuvo el valor de reprimir sus deseos para
protegerlos a tu padre y a ti. Puede que todavía no entiendas lo
duro que fue, pero pronto lo harás.
—Por aquí —señaló Elias.
Dillon le siguió hasta el ascensor y bajó al quinto piso. Allí
le esperaba Sade.
—¿Todo bien? —susurró mientras se unía a él en el
ascensor.
—Raro —dijo—. Después te lo cuento.
Bajaron en silencio y Sade jugueteó con su pulsera. Se
detuvieron en el tercer piso. Elias los condujo a otra zona de
atrio circular y señaló los pasillos que se ramificaban a ambos
lados.
—Este es el Pico Uno o, como lo llamamos, P1. Pasillo del
ataúd.
Elias señaló varias puertas abiertas. Los ojos de Dillon se
abrieron de par en par, pero siguió a Sade hasta la tercera
puerta. Las risas salían de la habitación. En el interior, una
chica alta y de complexión fina, con el pelo corto y oscuro y
un piercing en la nariz, gesticulaba sin parar mientras describía
la sucesión de desastres que la habían llevado a perderse el
punto de encuentro en Albinen y la suerte que había tenido al
toparse con otra persona que se dirigía a la escuela. Ace, que
parecía estar descansando en una cabina lisa, cromada y
alargada, estaba disfrutando de cada minuto.
Al ver a Dillon y a Sade, dijo:
—Eh, ¿qué os ha entretenido?
La chica se detuvo a mitad de camino, y sus ojos verdes
como el mar se abrieron por la sorpresa.
—¡Dios mío! —exclamó con un acento inglés—. ¿Eres el
dhampir?
Su reacción fue tan directa que Dillon sonrió.
—Parece que sí. Aparentemente, estoy creando un poco de
revuelo por aquí.
—¡Qué emocionante! —dijo, acercándose para mirarle—.
Nunca había conocido a uno de los tuyos, y debes ser el
primero en asistir a VAMPS. Me pregunto —hizo una pausa
para mirarlo de arriba abajo— qué tienes de especial.
Dillon volvió a sonreír, saliendo de su timidez habitual.
—Para ser sincero, me gustaría poder decírtelo. Pero todo
esto es nuevo para mí. Y con «nuevo» quiero decir «desde la
semana pasada».
—¡Tienes que estar de broma!
—Es en serio.
—Bueno —dijo ella—. Encantada de conocerte, Dillon.
Esto debería hacer las cosas mucho más interesantes. Por
cierto, soy Cora de Courtenay.
Algo hechizado por sus ojos brillantes, de repente Dillon
recordó sus modales.
—Oh, y, por supuesto, esta es Sade. Volamos juntos hasta
aquí.
Cora estudió a Sade con la mirada, la agarró y la hizo girar.
—¡Preciosa! —declaró—. ¿Eres de la familia Dauda?
La cara de Sade, un poco avergonzada, se iluminó con una
hermosa sonrisa.
—Sí. —Asintió con la cabeza.
—No me sorprende —silbó Cora.
Dillon observó que Cora tenía el don de sacar a las personas
de su escondite.
—¿Habéis encontrado ya vuestras habitaciones? —preguntó
Ace.
—No. ¿Qué es eso? —Dillon señaló la cápsula alargada de
Ace—. Vamos, seguro que no duermes en esa cosa.
Ace y Cora se echaron a reír.
—Claro que sí, idiota, ¡es un ataúd! —resopló Ace—. Por
eso se llama «pasillo de los ataúdes».
—¡Cómo voy a saberlo, mi padre no es el maldito conde
Drácula! —Dillon se quejó—. Creía que dormir en ataúdes era
solo un mito, algo de la Edad Media.
Cora parecía sorprendida por la fuerza de su ira.
—Lo siento, Dillon, no queríamos decir nada. Es solo que es
estimulante conocer a alguien, cómo decirlo, tan inocente
sobre nuestro mundo. Por favor, pregúntame todo lo que
necesites saber.
Tranquilo, pero con el ceño fruncido en dirección a Ace,
murmuró:
—Me parece justo, Cora, gracias. Lo recordaré. Supongo
que será mejor que vayamos a buscar nuestras habitaciones.
No iba a preguntar nada más delante de Ace. Las otras
puertas abiertas revelaron que la mayoría de las habitaciones
ya estaban ocupadas. Celeste estaba deshaciendo sus maletas
en la habitación grande más cercana a los ascensores, que tenía
ventanas que daban al centro del edificio.
Celeste miró a Dillon.
—Se supone que debes compartir conmigo.
La idea no parecía gustarle, así que se dirigió a Sade.
—¿Te gustaría que hiciéramos un intercambio?
—Si estás seguro… Esta habitación está muy bien.
—Por supuesto.
—Gracias.
Recogió su mochila, volvió a recorrer el pasillo y descubrió
que el único espacio libre estaba en la habitación más alejada
del ascensor. Una habitación mucho más pequeña que la que
acababa de dejar; la enorme estructura de Jeremiah la llenaba
casi por completo.
—Parece que hemos sacado la pajita más corta. —Jeremiah
se encogió de hombros.
—A ver, si vamos a ser compañeros, no empecemos con los
chistes «malos». —Dillon sonrió, sorprendido de que pareciera
tan amable.
A pesar de su tamaño, la habitación podría haber aparecido
en una revista de diseño escandinavo. Dos puertas correderas
sobre un poste de hierro ocultaban el espacio para guardar la
ropa. Dos escritorios retro con baldas estaban colocados en los
extremos opuestos de la estancia. Habría parecido normal si no
fuera por el hecho de que había dos ataúdes. Jeremiah había
tirado su bolsa en el de la izquierda, que era unos sesenta
centímetros más largo y ancho que el otro. Con cautela, Dillon
levantó la tapa del ataúd de la derecha. Estaba forrado con
terciopelo negro de felpa.
—¡Tienes que estar de coña! No hay manera de que pueda
dormir en eso.
—Admito que es un poco raro —dijo Jeremiah—. En casa,
no duermo en uno de estos. Sin embargo, este lugar es muy
estricto con la tradición. Deberías probarlo, es mucho más
cómodo de lo que parece. También se nos permite decorarlos.
—¡Te tomo la palabra! —Dillon volvió a cerrar la tapa—.
Pero no voy a dormir con la tapa cerrada. Después de todo,
respiro aire.
Jeremías se sentó en su ataúd y lo miró con curiosidad.
—No es de mi incumbencia, pero ¿cómo terminaste
viniendo aquí a pesar de todo?
—Nunca conocí a mi madre, así que supongo que es para
aprender todas las cosas que ella nunca me enseñó. Cumplo
dieciocho años, descubro que ella es un vampiro, y de repente
este es el mejor lugar para mí… al menos eso es lo que
consideran.
—Es probable que así sea. Todos sabremos más en la
ceremonia de iniciación.
—¿Ceremonia de iniciación?
—Juramos lealtad a las reglas y, según se rumorea,
probaremos la sangre de Madame Dupledge.
Dillon lo miró fijamente.
—¡¿Su sangre?! Ni de coña; estás jugando conmigo,
¿verdad?
—No te preocupes por eso. —Jeremiah sonrió. Sus
extraordinarios ojos color avellana se volvieron negros
mientras sus pupilas se tornaban enormes de una manera
inquietante, y añadió:
—Se supone que es increíble.
Dillon retrocedió un poco. Le recordaba a su gato en casa
cuando estaba a punto de saltar. Jeremiah se dio cuenta y su
rostro volvió a ser más normal.
—Lo siento, no puedo evitarlo. Creo que vas a tener que
acostumbrarte a nosotros.
—¿Y tal vez al revés, también? Eres tan… —buscó a tientas
la palabra adecuada— carnal.
—Esa es una palabra para describirlo. —Jeremiah se rio,
pero luego dijo más serio:
—Por eso somos tan peligrosos, Dillon, y dhamp, nunca
debes olvidarlo. Por eso hemos venido aquí: para aprender a
controlar los lados más instintivos de nuestra naturaleza.
—¡Jeremiah, creo que aún no tengo instintos!
La oscura cabeza de Cora apareció por la puerta.
—Hola, perdón por interrumpir. Pensé que os gustaría saber
que vamos a ir todos a la gran sala.
—Gracias… —Jeremiah aumentó su increíble sonrisa, y
Dillon se rio al ver la expresión un poco aturdida de Cora.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Nada. —Se encogió de hombros.
—No puedes reírte y no decirme por qué. —Tenía el rostro
amotinado.
—Bueno, supongo que Jeremiah estaba probando su hechizo
de «encantar a todo el mundo», pero tal vez le ha fallado.
Jeremiah se rio. Por un segundo Cora pareció avergonzada,
pero luego sonrió.
—Tienes razón. Es bastante irresistible, pero te puedo
asegurar que mis pantalones siguen en su sitio… por ahora —
dijo mordaz, mirando a Dillon.
Él sintió que sus mejillas se sonrojaban levemente.
—Estoy aquí, ¿sabéis? —interrumpió Jeremiah—. No me
gusta que hablen de mí como si fuera todo apariencia y nada
más. Aquí dentro hay un buen cerebro. —Se golpeó la cabeza.
—Lo siento, Jeremiah —se disculpó Cora—. Pero…
sabemos que tienes un buen cerebro porque estás aquí, así que
déjanos un poco de margen y permite que te admiremos.
Pronto lo superaremos.
—Bueno… —Jeremiah sonrió—. Quizá no demasiado
pronto.
Cora levantó las manos.
—¡Me desespero! Los chicos vampiros sois tan
contradictorios. Tenemos que ponernos en marcha o nos
echarán antes de que hayamos empezado.
Comenzó a andar por el pasillo.
—Espera —dijo Jeremiah—. En las instrucciones decía:
vestirse para la cena.
—¿Lo decía? —Ella maldijo de forma impresionante, y las
cejas de Jeremiah se dispararon—. Os veré fuera de mi
habitación en cinco minutos. Para entonces Ace debería haber
terminado de arreglarse también, si alguna vez deja de
contarme cómo venció a todos al volar hasta aquí.
Dillon la vio desaparecer. Sacudió la cabeza.
—Oye, perdona que te siga calentando la cabeza con
preguntas, pero ¿qué significa exactamente «vestirse para la
cena»? No habrá una extraña capa de Drácula o algo así,
¿verdad?
—No, solo una chaqueta y corbata.
Jeremiah ya estaba rebuscando en su armario. Dillon volvió
a maldecir mientras buscaba en su mochila. No tenía nada de
eso. De todos modos, dudaba de que su padre pudiera
permitirse un traje de gala. Con la extraordinaria velocidad de
un vampiro, Jeremiah ya estaba vestido con una chaqueta
negra de corte perfecto, camisa blanca inmaculada y una
pajarita de terciopelo.
Dillon se quedó con la boca abierta.
—No hay forma de que nadie se acostumbre a que lleves eso
—murmuró.
Jeremiah le sonrió.
—Lo sé. Ahora, vamos a buscar algo que ponerte.
Dillon se apresuró a llegar hasta él; no solo las piernas de
Jeremiah eran un pie más largas que las suyas, sino que
además estaba desplazándose a velocidad de vampiro.
—Claro, sigue tú. Te alcanzaré —jadeó Dillon, viendo a
Jeremiah desaparecer al instante por el pasillo.
Cuando llegó a la puerta de Cora sin aliento, un grupo se
había reunido allí, y Jeremiah estaba sacudiendo la cabeza con
pesar.
—Lo siento, Dillon, nadie tiene un traje de gala de sobra.
Bram, que parecía haber nacido con esmoquin, miró el
grueso jersey irlandés de Dillon y sus vaqueros con desagrado.
Un chico delgado, con un llamativo pelo color rojo zorro y una
cara alegre se acercó y se presentó.
—Hola, no nos conocemos. Soy Frederick. Acabo de llegar
desde Alemania.
Al igual que Bram, hablaba un inglés perfecto con apenas un
poco de acento alemán.
—Hola, soy Dillon.
—Dillon el Dhampir —dijo Bram—. Suena bien.
La cara de felicidad de Frederick se arrugó por un momento,
y se mostró confundido.
—¿Un dhampir? ¿De verdad? Yo no…
—¿ … sabía que en VAMPS aceptasen dhampirs? —Dillon
terminó la frase por él con cansancio, preguntándose cuánto
tiempo iba a durar esto.
Hubo una pausa embarazosa que fue interrumpida por el
fuerte silbido de Ace. Celeste y Sade caminaban hacia los
chicos. La belleza de cada una de ellas se complementaba a la
perfección con la de la otra. Celeste llevaba un vestido azul
claro hasta el suelo, sin espalda, que resplandecía sobre sus
esbeltas curvas. Sade se había puesto un vestido rosa palo que
iluminaba su piel brillante y revelaba su pequeña cintura.
Parecía avergonzada por la atención, pero Celeste se
regocijaba en ella.
Celeste miró fijamente a Ace.
—Preferiría que no silbaras así, Ace; es descortés, anticuado
y degradante, especialmente si te han educado tan bien como
al resto de nosotros.
Sin parecer lo bastante escarmentado, Ace se inclinó.
—Me disculpo. Siento haberte ofendido. ¿Puedo enmendar
mi error acompañándote a la entrada?
Celeste inclinó la cabeza.
—Puedes —aceptó y le tomó el brazo.
Juntos, formaban una pareja impresionante. Ásta y Angelo
siguieron su ejemplo. Ásta se había puesto un vestido negro
ajustado con aberturas en forma de diamante que dejaban ver
su pálida y tonificada cintura. Unos vertiginosos tacones
Louboutin negros con la suela roja como la sangre hacían que
tuviera la misma altura que Angelo, cuyo brazo la rodeaba,
con los dedos acariciando su piel desnuda con suavidad.
Avergonzado por la evidente tensión que había entre ellos,
Dillon apartó la mirada.
Frederick sujetó a Sade y, haciéndola reír, la hizo bailar a
pesar de que ella era una cabeza más alta que él. Cora salió
corriendo de su habitación y se detuvo en seco. Tenía el pelo
de erizo despeinado y llevaba un vestido vaporoso de color
verde bosque que contrastaba a la perfección con sus
luminosos ojos y su esbelta figura. Las botas Doctor Martens
se sumaban a la imagen de frescura sin esfuerzo.
—¿Todos para mí? —exclamó, viendo a Aron, Bram, Dillon
y Jeremiah.
Bram se ofreció de inmediato a acompañarla, y Dillon se
sorprendió cuando ella enlazó su brazo con el de él. Con el
pelo oscuro y la estructura ósea aristocrática a juego, parecían
casi hermanos. Dillon sintió una punzada de algo en el fondo
de su estómago que nunca había sentido antes. No podía
imaginarse cómo iba a poder ser tan culto y socialmente
seguro como ellos. Como si percibiera su inseguridad, Cora
miró hacia atrás y sonrió a modo de disculpa.
Aron se encogió de hombros.
—Supongo que nos quedamos con los otros, ¿eh, vamps?
Oye Dillon, no tengo un traje de gala de repuesto, pero si
quieres probártelo, tengo un traje. Somos más o menos de la
misma altura.
Dillon miró su jersey y sus vaqueros. No quería admitirlo,
pero se sentía muy incómodo en comparación con los demás.
Ignorando el sonido de la voz de su padre que le decía
«siéntete seguro de ti mismo», asintió y sonrió agradecido.
—Sería genial. Un millón de gracias.
Se sorprendió porque después de su reacción inicial, la
mayoría de los vampiros parecían estar de acuerdo con que
fuera un dhampir.
—Ven —Aron le hizo una seña—. Mi habitación está al otro
lado del atrio. La comparto con Frederick.
La habitación de Aron y Frederick era mucho más grande
que la suya. Él y Jeremiah habían sacado la pajita más corta de
verdad. Un lado de la habitación estaba impecable; sin duda,
Aron era un maniático del orden.
No había señales de ropa tirada encima de su ataúd o
desparramada en las bolsas. Los únicos objetos que había en
su escritorio eran el iPhone más reciente y un par de pesas de
mano. El lado de Frederick era todo lo contrario; parecía que
un tornado había azotado la maraña de ropa, auriculares y
objetos personales. Incómodo, Dillon se fijó en una caja con lo
que parecían botellas de sangre. Aron abrió la puerta del
armario y le entregó a Dillon un traje de color carbón oscuro y
una camisa blanca.
—¿Estás seguro? —preguntó Dillon, echando un vistazo a la
etiqueta; había oído hablar de Tom Ford, y pudo ver que el
traje tenía un corte muy bonito.
—Por supuesto, pero pruébalo primero. Puede que no te
valga.
Dillon le dio la espalda y se quitó el jersey y la camiseta. Al
deslizar los brazos dentro de la camisa, la sintió suave y el
algodón era lujoso. Las camisas del colegio siempre le habían
picado y le habían quedado mal. La chaqueta le quedaba un
poco grande en la parte de los hombros y los brazos; al fin y al
cabo, Aron era musculoso. El pantalón le quedaba perfecto. Se
volvió para mirar a Aron.
—¡Menudo cambio! —exclamó Aron y lo arrastró para que
lo viera por sí mismo en un espejo situado en la parte posterior
de la puerta del armario.
Dillon se quedó boquiabierto ante su reflejo. No reconocía al
tipo con los rizos oscuros despeinados que lo miraba. El traje
le hacía parecer más alto y más ancho y, de alguna manera,
resaltaba el llamativo azul de sus ojos.
Aron le entregó una corbata oscura.
—Ahora solo te falta esto.
—Gracias de nuevo. —Empezó a ponerse la corbata.
—No, no, no —dijo Aron—. Así… —Sus fuertes manos
fueron muy hábiles cuando anudó la corbata en una perfecta
forma de «V» y la deslizó hasta la garganta de Dillon—. Esto
es un nudo Savoy. Mucho más bonito, ¿no?
Cuando su mano rozó por accidente el cálido cuello de
Dillon, la apartó de repente y dio un paso atrás. Dillon vio que
sus fosas nasales se encendían.
—Todo está genial; gracias de nuevo, Aron —dijo Dillon,
rápido.
—No hay problema. —Aron volvió a controlarse y le dio
una palmada en la espalda con tanta fuerza que Dillon se
inclinó hacia delante—. Será mejor que volvamos.
Jeremiah todavía los esperaba en el pasillo.
—Guau. —Jeremiah sonrió—. Te has acicalado bien.
Dillon le devolvió la sonrisa y le sacó el dedo.
—Oye, parece que tenemos compañía después de todo —
murmuró Aron.
Una chica menuda, con mechas azules en su brillante pelo
negro y unas gafas oscuras y enormes, de aspecto ligeramente
pesado, se dirigió hacia ellos. Dos trabajadores de VAMPS se
esforzaban por acompañarla con su equipaje. De cerca, los
chicos vieron que tenía una piel luminosa y una delicada cara
en forma de corazón. Los diamantes brillaban en sus orejas, y
estaba vestida con un traje entallado confeccionado a medida,
y botas altas.
—Hola, soy Bik —anunció, sin quitarse las gafas. Dillon se
preguntó si tendría un problema ocular—. Lo siento, no pude
encontrarme con vosotros antes. Mi padre tenía unos asuntos
en Londres que retrasaron nuestra llegada.
—Se supone que ahora deberíamos estar en el gran salón
para la ceremonia de iniciación. ¿Quieres venir con nosotros?
—preguntó Jeremiah.
Dillon observó cómo Bik inclinaba la cabeza hacia atrás
para mirar a Jeremiah y vio la habitual expresión de
embelesamiento en su rostro, aunque recuperó la calma de
inmediato.
—Gracias, sería genial, aunque no me he cambiado para la
cena.
—No te preocupes. —Se adelantó Aron—. Te ves muy bien
tal y como estás. Por cierto, soy Aron.
—Gracias, Aron. Bien, será mejor que vaya con vosotros.
Antes de que Dillon pudiera presentarse, de repente giró el
cuello y le miró fijamente a través de las gafas. Él apenas
logró mantenerse firme.
—¿Qué está haciendo aquí? —susurró ella.
Con rapidez, Jeremiah se interpuso entre ellos.
—Este es Dillon, es un dhampir. Es el primero en ser
admitido aquí.
Al mirar de reojo, Dillon vio que Bik se había calmado y
que ahora su inteligente rostro lo escudriñaba. Advirtió tenues
luces y figuras verdes que se reflejaban en sus pómulos desde
las gafas y de repente se dio cuenta de que eran gafas de
realidad aumentada. Por Dios, estos vampiros tenían mucho
dinero.
—Fascinante —concluyó—. Puedo oír tu corazón, por lo
que está claro que todavía respiras, y puedo ver la sangre en tu
piel. Así que ¿qué partes son de vampiro?
—La verdad es que no lo sé. —Dillon se encogió de
hombros, mirando hacia sus pies, avergonzado.
—Será mejor que nos pongamos en marcha o llegaremos
tarde. No quiero caerle mal a Madame Dupledge —dijo
Jeremiah.
Los cuatro vampiros desaparecieron por el pasillo —todos
se movían muy rápido sin esfuerzo. Dillon se apresuró a
seguirlos, pero se perdió el ascensor en el que estaban los
otros. Maldiciendo, se dio cuenta de que no tenía ni idea de
cómo llamarlo. Buscando sin rumbo fijo un botón que pulsar,
miró hacia arriba y vio un sensor, por lo que esperó que el
ascensor supiera automáticamente cuándo había alguien
esperando. Y, efectivamente, unos segundos después llegó.
Mientras se deslizaba con suavidad hacia arriba y salía de la
zona subterránea, vislumbró lo que parecían aulas, una
espectacular piscina y una especie de comedor, aunque eso era
confuso: por lo que él sabía, los vampiros no comían.
En el duodécimo piso, el ascensor se abrió a una
impresionante sala que ocupaba toda la planta. El cielo
iluminado por la luna brillaba a través del techo de cristal justo
encima de ellos y las paredes de cristal ofrecían vistas
espectaculares de trescientos sesenta grados de las montañas
en un lado y del lago helado en el otro. Dillon se dio cuenta de
que debían de estar dentro del techo que había sobrevolado
antes. Las velas en altos cilindros de cristal estaban dispuestas
en pequeñas mesas alrededor de la sala y encima de un
hermoso piano de cola de ébano. Una vez más, el embriagador
aroma dulce, pero oscuro le inquietó. No parecía haber
ninguna silla y no había rastro de utensilios para comer. Su
estómago gruñó, recordándole que no había comido desde esa
mañana. El resto del grupo se mezclaba, mirando hacia arriba
al cielo nocturno. Tuvo la surrealista sensación de estar
asistiendo a un evento de alfombra roja para las personas más
ricas y bellas del mundo. Incluso Sade estaba relajada y se reía
de algo que decían Frederick y Jeremiah. Cora echó un vistazo
y lo vio. Él notó la sorpresa pasajera en sus ojos. Ella se separó
del grupo y se acercó a él. A la suave luz de las velas, se veía
aún más hermosa.
—Mierda, bien, allá vamos —murmuró para sí mismo
mientras se dirigía hacia ella—. Tranquilo, no te pongas
nervioso.
—¡Pero qué callado te lo tenías! —exclamó, mirándolo de
arriba abajo.
—Es por el traje que me prestó Aron, un Tommy Ford —
murmuró como si eso lo explicara todo.
—¿Estás bien?
—Sí, bien, ¿por qué?
—Nada. Pero eres un dhampir en una habitación de
vampiros.
—Tengo hambre, eso es todo.
—¿No la tenemos todos? —dijo ella, relamiéndose los
labios, y luego, riéndose por la expresión alarmada de él,
entrelazó los brazos y lo condujo al interior de la sala.
Madame Dupledge entró con el sagaz Sr. Hunt. Varios
profesores se deslizaron detrás de ellos, acarreando una chaise
longue Corbusier de cuero negro, una pila de toallas blancas y
varios maletines plateados de alta tecnología. Desplazaron la
mesa más grande al centro de la sala. Uno de los profesores
dispuso la chaise longue junto a ella, otro abrió los estuches de
plata y comenzó a disponer los tubos de ensayo y las jeringas
sobre la mesa.
—Bienvenidos, alumnos. —La melodiosa voz de Madame
Dupledge llenó el espacio—. La ceremonia de iniciación
marca el comienzo de vuestros tres años en VAMPS. Al
participar, juráis lealtad no solo a la academia sino también a
mí durante vuestro tiempo aquí.
Cuando sus ojos los recorrieron, Dillon sintió que se le
erizaba el vello de la nuca.
—Os comprometéis a aprender y a mantener las tradiciones
y los conocimientos técnicos que han sostenido a nuestra
comunidad durante siglos y nos han protegido de ser
descubiertos. Hemos sido bendecidos con una velocidad
infinita, fuerza, sentidos agudizados, habilidades
sobrenaturales y, a veces, talentos extraordinarios que solo se
descubren y se alimentan con lo que se aprende aquí bajo la
guía de nuestro excelente personal. Cada uno de los profesores
que veis ante vosotros es una eminencia en su campo.
Pertenecen a algunas de las familias de vampiros más
conocidas de nuestro mundo.
—No del de todos nosotros —musitó Bram en voz baja, lo
suficientemente alto como para que Dillon lo oyera.
—Habéis sido elegidos por vuestras aptitudes y por vuestro
potencial para preservar nuestra comunidad, pero también para
cultivar vuestras habilidades únicas para mejorar el mundo en
su conjunto. Este año es muy especial. Por primera vez en
nuestra historia, un dhampir ha obtenido una plaza en VAMPS.
Este es un privilegio poco común para el estudiante en
cuestión —Dillon sintió que se apoderaba de él un rubor de
vergüenza—, pero también es una oportunidad especial para
que aprendamos de él. Al principio tendrá necesidades
diferentes y confío en que todos seréis considerados y
ayudaréis a que se adapte, tal y como lo haríais en el mundo
humano.
Dillon podía sentir las miradas curiosas de los demás.
—Antes de empezar, debo pedir vuestra atención con
respecto a algunas reglas importantes que deben ser respetadas
en todo momento. Regla número uno: nunca debéis dejar el
castillo solos; debe haber un mínimo de dos de vosotros y
siempre con permiso. Regla número dos: está prohibido beber
sangre de un ser humano, vivo o muerto, y nunca jamás debéis
dañar o matar a un ser humano sin permiso. El castigo será la
expulsión inmediata de la escuela y, en el caso de que hayáis
matado a un humano, seréis juzgados. Si se os declara
culpables, seréis condenados a muerte por un método elegido
por vuestros iguales.
Dillon tragó saliva. Pensó en la pequeña escuela de
enseñanza secundaria a la que había asistido en Irlanda, donde
el mayor castigo era una detención ocasional en la hora del
almuerzo.
—Regla número tres: por vuestra propia seguridad, no
podéis beber sangre de los demás o dañar a los demás de
cualquier otra manera durante vuestra estancia en esta escuela.
Regla número cuatro: si desarrolláis la habilidad de la
coacción o el control mental, tenéis prohibido usarla con los
profesores, nuestro personal o vuestros compañeros mientras
estéis aquí.
»Aseguraos de que no haya ninguna infracción a estas
normas. Han sido establecidas para vuestra propia seguridad y
para la seguridad de nuestra comunidad y del resto. Una de las
lecciones más cruciales que aprenderéis aquí es a controlar
vuestros deseos. Este año tenemos a un dhampir entre
nosotros, así que podría ser un reto considerable. Si alguno de
vosotros experimenta dificultades con cualquier aspecto
relacionado con este tema, os animo a que habléis conmigo
personalmente o con uno de los otros miembros del personal.
»Ahora, comencemos la ceremonia. Como dicta la tradición,
en vuestra primera noche aquí beberéis de mí. Así es como me
juráis lealtad, y eso me permitirá conocer mejor vuestro
carácter.
Dillon levantó la cabeza con pánico. Lo que Jeremiah había
dicho era cierto. Se puso enfermo. No podía hacerlo. Sobre
todo, no delante de todos y con Madame Dupledge. De
ninguna manera.
Cora le tocó el brazo.
—¿Qué pasa? —susurró.
—Nunca antes lo he hecho—respondió con un susurro.
Al igual que Jeremiah, sus ojos se abrieron de par en par en
señal de asombro.
—¿Cómo que nunca?
—Sí, nunca. Nunca he probado ni una gota de sangre de otra
persona.
Después de mirarle fijamente durante un par de segundos, su
cara se disolvió en una sonrisa.
—Eso explica por qué hueles tanto a humano. Te va a
encantar, créeme.
—Pero, antes de que os alimentéis de mí, como también es
costumbre, debemos recoger un frasco con sangre de cada uno
de vosotros. Podéis utilizar el método tradicional para extraer
sangre… —A Dillon se le subió el corazón a la garganta
cuando levantó un cuchillo de caza, la hoja afilada brillaba a la
luz de las velas—. O la Dra. Meyer estará encantada de
ayudaros con el equipo de extracción de sangre más moderno.
Señaló la bandeja con agujas y jeringuillas.
—Ahora formad una fila, por favor.
Los estudiantes se dividieron en dos grupos. Casi todos
eligieron la cola del cuchillo, solo Dillon y Sade prefirieron la
aguja. Dillon observó con horrorosa fascinación cómo Aron se
quitaba la chaqueta de gala y se subía una de las mangas de su
camisa blanca. Flexionando su bíceps duro como una roca,
agarró el cuchillo y lo pasó sin vacilar por su piel, teniendo
cuidado de evitar los complejos tatuajes. La sangre de color
rojo oscuro goteó al instante por su brazo y cayó en un gran
frasco que uno de los profesores le tendió. Dillon estaba
hipnotizado por la sangre, el cuchillo y los tatuajes de Aron.
Era como si se tratara de un extraño ritual de una película de
terror.
—¿Tal vez sea mejor que no mires? —le aconsejó Sade.
—Estoy bien —espetó, pero al instante se sintió mal cuando
vio la expresión de dolor en el rostro de ella—. Lo siento —
susurró—. Todo esto es un poco demasiado.
—Está bien. Debe de ser raro para ti.
Sade observó con atención a la Dra. Meyer mientras le
introducía una aguja en el brazo. Cuando la sangre brotó de la
jeringa, la Dra. Meyer colocó un vial con rapidez. Se llenó en
cuestión de segundos y retiró la aguja. Sade lamió con
delicadeza el punto del pinchazo. Dillon parpadeó. Recordó
las palabras de Jeremiah: «Por eso somos tan peligrosos,
Dillon, y nunca debes olvidarlo». Era demasiado fácil olvidar
que la exquisita y bella Sade era una vampira amante de la
sangre. Ásta fue la siguiente en la fila del cuchillo. Sus ojos
verdes se fijaron en los de Angelo mientras deslizaba el
cuchillo de forma provocativa por su brazo desnudo y veía
cómo su sangre caía en el vial. Una vez lleno, se lo entregó a
un profesor y lamió la herida de forma sensual, sin dejar de
mirarle. Parecía que a Angelo le costaba contenerse.
Consciente de que todas las miradas estaban puestas en ella y
disfrutando de cada minuto, Ásta volvió a cruzar la sala hasta
llegar a su lado. De pie, tan cerca de ella como para que nadie
pudiera verlo desde delante, Angelo deslizó la mano a través
de las aberturas de su cintura y le masajeó la parte baja de la
espalda.
—El brazo, por favor —exclamó la Dra. Meyer. Su tono
indicaba que ya le había preguntado a Dillon un par de veces.
—Eh, lo siento.
Se quitó la chaqueta y se subió la manga. Ella lo miró, se
detuvo un segundo y buscó en su botiquín algo para hacer un
torniquete. Estaba claro que había decidido tratarlo como a un
humano y no como a un vampiro. Le hizo un torniquete en la
parte superior del brazo e introdujo la aguja en la vena del
interior del codo. Mientras su sangre fluía hacia el vial, se
sorprendió al ver cómo a la doctora le encendían las fosas
nasales. La mujer se controló en cuestión de segundos, pero se
negó a mirarle mientras retiraba la aguja y se giraba para
etiquetar el frasco y colocarlo junto a los demás.
—Ya está todo listo, puedes unirte a los demás —espetó y
luego, como si hubiera recordado algo, dijo:
—Extiende el brazo de nuevo. Te lo lameré.
Dillon se retorció cuando ella bajó la cabeza y su lengua
pasó por su brazo, curando al instante el pequeño orificio.
Notó su malestar al terminar y sonrió.
—Mi saliva tiene una capacidad curativa más fuerte que la
normal de los vampiros. Por eso me convertí en médico.
Jeremiah había dejado al descubierto su enorme bíceps, y al
cortar el cuchillo a través de él, hubo un suspiro casi audible
por parte de los vampiros que lo observaban. Dillon sonrió
mientras volvía a colocarse junto a Sade y a Cora. Ace, Bik,
Celeste, Bram y Cora habían sido rápidos y precisos. Frederick
fue el último en derramar un poco de sangre, sonriendo
encantado como si abrirse el brazo fuera tan divertido como
comerse una salchicha alemana. Mientras los viales eran
etiquetados y colocados con cuidado en un estuche seguro, la
voz de Madame Dupledge volvió a oírse.
—Muy bien todo el mundo. Y ahora es el momento de
comenzar la ceremonia de verdad. Bram Danesti. Tú serás el
primero.
Mientras se acomodaba en la chaise longue en el centro de
la sala, a Dillon le recordó a una mesa de sacrificio y tragó; de
repente se le secó la garganta. Sin la capa, sus voluptuosas
curvas quedaban a la vista. El vestido de terciopelo rojo caía
con arte sobre la silla y sus rizos castaños se derramaban en
cascada a su alrededor. El Sr. Hunt y el resto de los profesores
formaban una fila protectora a su lado. Bram intentó
pavonearse al cruzar el pasillo, pero su rostro estaba
ensombrecido por una emoción reprimida cuando él se acercó
a ella. Dillon tuvo que admitir que tenía un aspecto atractivo.
Se inclinó ante Madame Dupledge y luego le preguntó con
formalidad:
—Madame Dupledge, ¿puedo beber de usted?
Madame Dupledge se apartó el pelo del hombro izquierdo y
dejó al descubierto su cremosa garganta.
—Bebe —le ordenó. Por mucho que quisiera apartar la
vista, Dillon no podía dejar de mirar. Jamás había imaginado
que presenciaría algo así en toda su vida.
Los labios de Bram se retiraron revelando sus colmillos, y
ella se inclinó con elegancia, como si llevara toda la vida
haciéndolo. Casi con languidez, su boca encontró el cuello de
Madame y rozó su piel con suavidad. Al instante, sus ojos se
cerraron de golpe y comenzó a beber con fuerza, pero con un
control perfecto. Dillon observó, horrorizado y cautivado,
cómo Madame Duplege echaba la cabeza hacia atrás y cerraba
los ojos, completamente conforme. Después de lo que pareció
una eternidad, pareció volver en sí y, con una orden tácita,
Bram se apartó con cortesía. Ella tardó en abrir los ojos.
Dillon pudo ver por un instante las marcas de los agujeros
en la garganta antes de que se curasen. Los ojos de Bram
brillaban con oscuridad; sus pupilas estaban dilatadas y
parecía aturdido. Un profesor le entregó una de las toallas de
mano para la pequeña gota de sangre que aún manchaba sus
labios. Dillon no pudo reprimir un escalofrío.
—Gracias, Bram —dijo con aprobación Madame Dupledge
—, ha sido una clase magistral de cómo tomar sangre. —
Entonces le dijo algo en un murmullo tan bajo que incluso los
vampiros parecían no poder escuchar. Dillon se inclinó hacia
delante, esforzándose por captar sus palabras.
—¿De qué va todo esto? ¿Qué está diciéndole? —le
preguntó Dillon a Cora en un susurro.
Cora frunció el ceño.
—No lo sé, algo sobre la confianza y la valentía —dijo.
—Gracias, Madame Dupledge. —Los ojos oscuros de Bram
brillaban con el triunfo y la sangre que acababa de recibir. A
pesar de su estudiado refinamiento, no pudo resistirse a dar un
discreto puñetazo a Aron mientras volvía al grupo.
—Sade, eres la siguiente.
Sade parecía cohibida a la vista de todos y, en lugar de
agacharse, se arrodilló al lado de Madame Dupledge, de
espaldas al grupo. Con delicadeza, empujó el suave terciopelo
de la manga de Madame Dupledge y bajó la cabeza hasta la
piel translúcida del interior de su codo. Dillon se sorprendió;
pensaba que todos los vampiros bebían del cuello. Sin
embargo, lo único que pudo ver fue la nuca de su largo y
delicado cuello y el rostro de Madame Dupledge. Una vez
más, cuando Sade comenzó a beber, los ojos de Madame se
cerraron y pareció entrar en un profundo trance. Cuando los
volvió a abrir, Sade levantó la cabeza.
—Qué control tienes, Sade. —Madame Dupledge sonrió y,
como había hecho con Bram, dijo algo que solo Sade pudo
escuchar.
El rostro de Sade mostró la sonrisa desgarradora que Dillon
había visto antes.
—Gracias, Madame Dupledge —respondió, con una voz
lenta pero clara.
Cuando volvió al lado de Dillon, él le preguntó:
—¿Por qué el interior del brazo? ¿Por qué has elegido ese
lugar?
Se encogió de hombros.
—Lo prefiero, no mana tanto como en el cuello.
Él tragó saliva, incapaz de creer que estuviera manteniendo
esa conversación.
—¿Qué te ha dicho?
—Es privado. Es sobre mí.
—Puede… saber cómo eres, ¿solo con que bebas de su
sangre?
Sade volvió a encogerse de hombros.
—Sí, supongo.
El Sr. Hunt les lanzó una mirada de advertencia y Dillon se
calló.
—Angelo, ven.
Angelo estuvo al lado de Madame Dupledge en un abrir y
cerrar de ojos y, al girarse, Dillon pudo ver que sus ojos se
habían vuelto enormes y estaban oscuros. Se inclinó sobre ella,
con las puntas de los colmillos ya expuestas.
Le dijo algo, y Dillon se quedó con la boca abierta mientras
ella suspiraba y deslizaba el vestido hacia arriba, dejando al
descubierto una pierna muy bonita y pálida. Doblándola,
colocó su delicada bota de tacón alto con cordones sobre la
chaise longue de cuero.
—Angelo, control —advirtió ella, y él apenas se detuvo un
segundo antes de hundir sus colmillos en la suave carne del
muslo, buscando el rápido flujo de sangre de la arteria
femoral.
Dillon echó un vistazo a la sala y se dio cuenta de que Ásta
se relamía mientras veía a Angelo beber con lujuria. Madame
Dupledge rompió el trance y abrió los ojos antes de lo que lo
había hecho con los demás, y Dillon pudo ver cómo él luchaba
por frenar.
—¡Para! —ordenó Madame Dupledge en voz alta.
El Sr. Hunt se lanzó hacia adelante, listo para apartar a
Angelo. Cuando todos los tendones de su cuello se tensaron,
Angelo se retiró.
—Lo siento, Madame —gruñó, con la voz todavía ronca y
los ojos inyectados en sangre.
—Angelo, tienes mucha pasión, pero tendrás que aprender
autocontrol para poder manejar tus habilidades. —Le aconsejó
en voz alta, un poco alterada por el encontronazo.
—Sí, Madame —asintió Ángelo y, rechazando la toalla, se
relamió con gusto los labios manchados de sangre. Con una
expresión salvaje e inquieta, volvió al lado de Ásta.
—Cora, te toca.
Cora, que ya no estaba tan segura de sí misma, y de hecho,
tenía un aspecto mortalmente pálido y muy diferente del
habitual, se acercó a la silla. Dillon se dio cuenta de que algo
iba mal. Se inclinó hacia Madame Dupledge. Mirando a los
ojos de la directora, dudó y luego, como si hubiera tomado una
decisión, separó los labios, dejando al descubierto unos
brillantes colmillos nacarados. Tras un segundo, los hundió en
la garganta de Madame Dupledge. Sus pestañas se abrieron en
abanico sobre sus mejillas y comenzó a beber casi con el
mismo desenfreno que Angelo. Los ojos de Madame Dupledge
se abrieron por una fracción de segundo por la sorpresa. Para
su vergüenza, Dillon sintió que un poderoso deseo lo recorría.
Era lo más erótico que había visto nunca. Al mirar de nuevo a
la sala, se sintió aliviado al ver que los demás también estaban
paralizados. Los ojos negros como el carbón de Bram ardían
de lujuria, Ásta y Angelo se agitaban inquietos e incluso
Jeremiah y Bik parecían sacudidos por una sensación de frío.
Cuando Madame Dupledge transmitió su silenciosa orden
para que se detuviese, las elegantes manos de Cora se cerraron
y se abrieron, y luchó por controlarse.
—Puedes hacerlo, Cora —murmuró Madame Dupledge, y
Cora se frenó y se apartó con suavidad, parpadeando y
aturdida. Sus mejillas mostraban un tenue color crema, y sus
ojos verdes estaban algo desenfocados y se veían enormes en
su rostro—. Bien hecho, has tenido un buen autocontrol, Cora
—dijo Madame Dupledge, antes de bajar la voz. Dillon casi
captó las palabras «entusiasmo por la vida».
—Gracias, Madame Dupledge. —Cora parecía aliviada a la
vez que se veía increíblemente hermosa mientras cruzaba el
pasillo.
Los ojos de Bram la siguieron a cada paso y le lanzó a
Dillon una mirada malévola cuando se puso a su lado. Dillon
no creía poder aguantar mucho más. Sus pensamientos se
arremolinaban en una confusión de miedo y aversión, pero
también de fascinación y deseo. Las hormonas que se agitaban
en la estancia eran palpables. El ambiente estaba cargado de
emociones reprimidas, acrecentadas por el aroma envolvente y
el ligero y enfermizo olor a sangre. Cuando Cora se acercó a
él, sintió que todo su cuerpo se tensaba. Cada milímetro de su
ser era consciente de ella, y se obligó a mirar al frente.
—Eres el siguiente, Dillon.
Dillon sintió que sus pies avanzaban a trompicones, pero su
cabeza parecía estar en otra parte. Su corazón latía con fuerza
y era incómodamente consciente de que todos los demás
podían oír su miedo. Podía ver que los profesores lo
observaban con interés, lo que empeoraba la situación. Se
acercó despacio a la silla.
—Eh… Madame Dupledge —habló lo más bajo que pudo,
esperando que nadie le oyera—. Quiero que sepas que nunca
antes he hecho esto.
—No te preocupes, Dillon. Nadie lo ha hecho —murmuró
en respuesta.
—No, no esto. Quiero decir que nunca antes he bebido
sangre. Debería haberlo mencionado en la oficina.
—Oh. —Por un momento pareció sorprendida y luego se
mostró pensativa—. Por supuesto. Quizá no te deje beber tanto
como a los demás, pero no te preocupes. Estoy aquí para
guiarte. El lado vampírico de tu naturaleza debe adueñarse del
control. Has visto a los otros hacer esto. Pon la boca cerca de
mi garganta.
El corazón de Dillon latía tan fuerte que se le nublaba la
vista, pero cuando Madame Dupledge lo miró a los ojos, sintió
que la mayor parte del miedo desaparecía. Poco a poco, como
si estuviera soñando, se inclinó hacia su cuello. Una vez más,
su poderoso y dulce olor lo abrumó. Cuando sus labios
temblorosos tocaron la piel suave y fría de ella, casi dio un
salto hacia atrás al sentir un agudo ardor en las encías y un
dolor punzante cuando los afilados colmillos atravesaron la
piel tierna, con sus puntiagudos bordes rozando el labio
inferior.
¿Qué demonios? Se obligó a recordar las palabras de su
padre: «No pierdas tu corazón, Dillon».
—Ahora, déjate llevar por tus instintos —susurró Madame
Dupledge.
Temblando, sus dientes se hundieron con torpeza en el
cuello de ella y él cerró los ojos por instinto. Cuando la sangre
de la mujer empezó a fluir en su boca, tuvo náuseas por un
momento. La sangre era metálica y estaba muy fría, pero
entonces algo en su interior se impuso y tragó. Con un
pequeño gemido, comenzó a beber en profundidad. Era lo más
embriagador que había probado en toda su vida. Podía sentir
cómo se extendía por su torrente sanguíneo, haciendo que su
cuerpo se llenara de energía. Volvió a gemir, más hondo esta
vez, perdido en las sensaciones que lo inundaban. Bebió más
rápido y más profundo, y percibió una especie de lucha interna
en Madame Dupledge. Ella quería que se detuviera, pero a
medida que él bebía, parecía estar atrayéndola más y más
hacia su ser. Los dos estaban perdidos en una ola de poder
ascendente. Era demasiado para él. La cabeza le empezó a dar
vueltas y, cuando de algún modo apartó la boca, todo se volvió
negro y sintió cómo caía.
3
El despertar de la sangre
Dillon volvió en sí en una enfermería de alta tecnología. Las
almohadillas y cables estaban sujetos a su pecho y se le estaba
transfiriendo un líquido claro a través de un tubo de plástico en
la vena del dorso de la mano. Cuando su visión se aclaró,
jadeó; era como si de repente hubiera pulsado el interruptor de
alta resolución en su cerebro. Los colores eran mucho más
intensos y el detalle era increíble. Durante un minuto miró
fijamente el líquido que bajaba por el tubo intravenoso. Podía
ver diminutos remolinos y salpicaduras como si se tratara de
un río de gran tamaño. El momento de paz se rompió cuando
los recuerdos de la ceremonia y las oscuras visiones de
cuchillos, de sangre, y la sensación de beber la sangre de
Madame Dupledge inundaron su mente. De manera tentativa,
se pasó la lengua por las encías y se sorprendió al ver que las
sentía normales. La única señal de los colmillos eran dos
bultos un poco sensibles encima de los caninos. Su audición
también parecía más aguda; captó el sonido de unos pasos
suaves y, un segundo después, la Dra. Meyer entró.
—Te has desmayado —explicó—. La sangre de Madame
Dupledge es poderosa para alguien que nunca antes la ha
probado.
Chasqueó la lengua con fastidio, como si hubieran esperado
una actuación tan pobre de un dhampir. Intentó incorporarse,
pero ella lo detuvo.
—Descansa. Estás ingiriendo algunos líquidos. Creo que tu
sistema humano estaba deshidratado y tenía un nivel bajo de
azúcar en la sangre. La hidratación ayudará a tu cuerpo a
asimilar la sangre vampírica. Puede que te lleve algún tiempo
adaptarte a manejar dos sistemas a la vez.
—¿Cómo funciona? —preguntó Dillon.
—Creo que una buena comparación podría ser un coche
híbrido eléctrico y de gasolina. Puede funcionar con sangre de
vampiro, con sustento humano o con ambos. El único
elemento del que tu lado humano no puede prescindir es el
aire, aunque ahora podrás utilizar el oxígeno de forma mucho
más eficiente, tu corazón empezará a ser más lento y podrás
aguantar la respiración durante largos periodos de tiempo.
—De acuerdo —asintió.
—Sí, será interesante ver si un lado es más dominante que el
otro o si los dos sistemas funcionan a partes iguales. En
algunas áreas, tal vez seas más fuerte que un vampiro puro.
Obviamente, tu lado humano ha sido el dominante durante los
últimos dieciocho años, ya que no has tenido sangre para
estimular el lado vampiro.
Mientras la doctora hablaba, se dio cuenta de que Jeremiah y
Cora estaban de pie detrás de ella, al otro lado de la puerta
abierta. Se hundió de nuevo en la cama, encogiéndose de
vergüenza al recordar que había perdido el control delante de
ellos. Estaba seguro de que nunca lo superaría. Por lo que
había visto hasta ahora, los vampiros no tomaban prisioneros.
Pero cuando el aroma de Cora llenó sus recién sensibilizadas
fosas nasales, la electricidad volvió a inundarlo. La máquina a
la que se conectaban los cables emitió un pitido de aviso. La
doctora se apresuró a comprobarlo antes de advertir que Cora
y Jeremiah estaban en la puerta.
—Oh —dijo, levantando una ceja.
En su interior, gimió. ¿Podría ser esta noche más
humillante?
—Estoy mucho mejor. Creo que ya puedo irme. —Intentó
persuadir a la Dra. Meyer.
—Lo mantendremos vigilado —dijo Cora.
—Prefiero que se quede aquí un rato. Necesita descansar.
Podéis quedaros con él. Yo tengo que terminar con la
ceremonia, pero informadme de inmediato si se produce algún
cambio —ordenó, mirándoles con severidad.
—Por supuesto —aceptó Jeremiah y, como siempre, su
firmeza persuadió a cualquier autoridad de que era fiable.
Cuando la Dra. Meyer se marchó y Cora se acercó, Dillon
cerró los ojos, dispuesto a mantener la calma. Se preguntó si
sería así como se sentían siempre los vampiros después de
haber ingerido sangre o si la de Madame Dupledge era
particularmente potente.
—¿Estás bien? —preguntó Cora.
Volviendo a abrir los ojos, miró a los de ella por primera vez
desde la ceremonia y se sorprendió al ver la electricidad que se
reflejó de vuelta en él. Durante un segundo, se miraron
fijamente. La máquina se volvió loca.
—Ejem. —Jeremiah se aclaró la garganta—. ¿Debería
apagarla?
—Gracias, eso sería genial, sabes, gracias —balbuceó
Dillon.
—Creo que os alcanzaré más tarde. Solo quería comprobar
que estuvieras bien.
—¿Y qué hay de la Dra. Meyer?
—Le diré que Cora tiene todo bajo control —dijo Jeremiah,
lanzándole a Cora una mirada divertida—. Tal vez nos veamos
más tarde en la piscina —añadió mientras desaparecía por la
puerta.
—¿La piscina? —preguntó Dillon.
—Sí, después de la ceremonia, todo el mundo se relaja en la
piscina. Está en la undécima planta.
—Ah, sí, la vi de camino a la ceremonia. ¿Quieres ir? —le
preguntó a Cora, preocupado por haber sido él quien arruinara
su diversión.
—Todo a su debido tiempo —respondió—. Todavía falta
mucho para que amanezca.
Por supuesto, no había pensado bien lo que implicaba el
estilo de vida de los vampiros en la noche. La sangre estaba
haciendo que se sintiera inquieto y despierto.
—Te importa que te pregunte… ¿cómo lo hacéis? —
preguntó Dillon.
—¿A qué te refieres?
—Con todo eso del día y la noche en el mundo humano.
—A excepción de Ace y Jeremiah, ninguno de nosotros ha
tenido aún mucho contacto con el mundo humano, por eso
estamos aquí. Pero, respondiendo a tu pregunta, durante el día
estamos bien si nos mantenemos detrás de un cristal tintado o
lejos de la luz solar directa. No necesitamos dormir mucho
para regenerarnos. Además, muchas veces podemos dormir
durante el día de pie o sentados sin que parezca que lo estamos
haciendo.
—Supongo que eso tiene sentido.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—Bien, creo. Están pasando tantas cosas, que he perdido la
noción de lo que era normal…
—Entonces vamos a quitarte esto.
Empezó a despegar la cinta que sujetaba el tubo para realizar
la transfusión a su mano. Al tocarlo, pequeñas chispas de
electricidad recorrieron su brazo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, alarmado.
—Te preocupas demasiado, Dillon —respondió—. Es hora
de divertirse. Todos estamos experimentando los efectos de la
sangre de Madame Dupledge. Todo el mundo está… ¿cómo
decirlo? Vinculado. Tengo que decir que es la cosa más
increíble que he probado nunca. Tienes suerte de haber
empezado con lo mejor.
Cerró los ojos cuando la visión de Cora bebiendo de
Madame Dupledge apareció sin avisar en su mente y, una vez
más, la electricidad inundó su cuerpo. Cora sonrió, mostrando
unos colmillos apenas desplegados, y se inclinó sobre él,
acercando su hermoso rostro hacia el suyo. Literalmente, dejó
de respirar. Con su nueva vista en alta definición, era aún más
hermosa: podía ver pequeñas rayas doradas que salían de sus
pupilas. Entonces, rápida como un rayo, se apartó de nuevo.
Su cabeza se tambaleó.
—La doctora. Está volviendo —susurró—. Intenta salir de
aquí.
Hubo una ligera perturbación en el aire cuando se giró para
encender de nuevo la máquina justo cuando la Dra. Meyer se
apresuró a entrar con parte del equipo de la ceremonia.
Al ver a Dillon, volvió a chasquear la lengua.
—¿Por qué está sonrojado? —preguntó, mirando fijamente a
Cora.
—No lo sé —dijo ella, encogiéndose de hombros.
La Dra. Meyer parecía seguir desconfiando.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó.
—Mucho mejor —murmuró—. Creo que estoy bien para
irme.
Ella lo miró fijamente a los ojos, y él tuvo la incómoda
sensación de que, de alguna manera, estaba sondeando en lo
más profundo de su cuerpo.
—Tu cuerpo parece estar lidiando con la sangre, pero creo
que deberías quedarte un poco más. Ya has tenido suficientes
emociones por una noche. Pero ahora voy a quitarte el goteo y
los cables —dijo, y empezó a retirarle las almohadillas del
pecho.
—¿Qué pasó con el resto de la ceremonia? ¿Qué tal fue
todo? —le preguntó a Cora para aliviar la tensión.
—Frederick estuvo de lo más torpe y divertido, aunque no
estoy segura de que Madame Dupledge apreciara su humor.
Jeremiah parecía el dios que es, Bik estuvo estupenda, pero
Madame Dupledge tuvo que hacer que se quitara las gafas.
Ásta perdió el control y el Sr. Hunt tuvo que sacarla de allí.
Madame Dupledge no estaba contenta, por no decir otra cosa.
Ace fue un arrogante. Celeste estuvo magnífica, a todos se nos
caía la baba, pero no le gustó el comentario privado que le
hizo Madame Dupledge después y se ha negado a contarnos a
ninguno de nosotros lo que dijo.
—Oh, de acuerdo.
Dillon asimiló aquello durante un segundo y después
preguntó:
—¿A ti qué te dijo?
—Algo así como que tengo ganas de vivir, y que rompo las
barreras sociales, saco lo mejor de la gente, ese tipo de cosas.
Sin duda, me gustaría acabar con la brecha entre vampiros y
dhampirs…
La Dra. Meyer no pudo fingir que no había oído el último
comentario de Cora.
—Creo que deberías dejar que Dillon descansase —dijo con
severidad, haciendo una mueca.
Cora suspiró con dramatismo.
—De acuerdo, te veré en la piscina más tarde, Dillon.
—Sí, claro —sonrió mientras ella cruzaba la puerta,
haciendo señas a espaldas de la doctora para que saliera lo
antes posible. Cuando ella desapareció, él se hundió de nuevo
en la camilla con ruedas. Cora era increíble y no podía creer
que parecía gustarle, pero, cuando estaba cerca, sentía que
perdía el control, como si todo estuviera ocurriendo a gran
velocidad.
Se preguntó dónde estaría su padre. Esa mañana habían sido
solo padre e hijo. Ahora que había bebido sangre de vampiro,
era diferente. Tal vez incluso trataría de hacerle daño. Una ola
de añoranza lo invadió. La Dra. Meyer se acercó y le iluminó
los ojos con una linterna.
—Parece que todo se está fusionando muy bien —aprobó.
—¿Puedo entrar? —La suave voz de Sade interrumpió la
espiral de sus pensamientos.
—Hola, Sade. Por supuesto.
—¿Cómo estás?
—Bien, gracias. Se me fue un poco de las manos.
—Es normal sentirse abrumado —respondió—. Todos
estamos así. Deberías ver a los demás. Tenía que alejarme un
poco… Y quería ver cómo estabas —añadió, contemplándole
con timidez.
Al mirar sus enormes y serios ojos, sintió que la calma
irradiaba por su cuerpo por primera vez desde que se despidió
de su padre.
—Por Dios, ¡eres tú! ¿Cómo lo haces? —exclamó,
sorprendido.
—¿Qué? —preguntó ella, con cara de desconcierto.
—Lo de calmarme.
—No sé de qué estás hablando.
—Tal vez la sangre de Madame Dupledge haya provocado
algo en ti.
—¿Qué quieres decir?
—Puede que sea lo que llamamos un «encanto» en Irlanda:
tranquilizas a la gente.
Sade parecía poco convencida.
—Funciona conmigo —dijo, encogiéndose de hombros.
—¿De verdad? —dijo, con cara de satisfacción.
Sintió cómo su corazón se encogía. Mierda, había pasado de
todo desde que había llegado. No era extraño que los vampiros
hubieran prescindido de algo tan volátil.
La Dra. Meyer se acercó.
—Ah, tienes mucho mejor aspecto —dijo, mirando con
aprobación a Sade. Comprobó su temperatura—. Solo un poco
por encima de la media, lo que es normal para un dhampir.
Creo que puedes irte sin problemas. Si algo cambia, vuelve
enseguida. Estaré aquí hasta el amanecer y luego la enfermera
se hará cargo.
—Gracias, Dra. Meyer —dijo mientras volvía a ponerse la
camisa de Aron. Por un momento, pescó a Sade mirándole el
pecho. Había trabajado al aire libre en Irlanda toda su vida y
tenía un torso delgado y musculoso que lo demostraba.
Enseguida, ella miró hacia otro lado y él jugueteó con los
botones.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó.
—Cora y Jeremiah mencionaron la piscina. ¿Te apetece ir?
—preguntó él, doblando la chaqueta de Aron sobre su brazo
—. No tenemos que quedarnos mucho tiempo —añadió.
—De acuerdo —aceptó Cora—, creo que está en el
undécimo piso.
Dillon sintió las piernas increíblemente fuertes y ligeras. No
le costó seguirle el ritmo cuando atravesaron el pasillo y, sin
molestarse en tomar el ascensor, subieron a toda velocidad por
las escaleras de caracol que serpenteaban entre las plantas.
Sintió una oleada de euforia, asombrado de que un solo trago
de sangre le hubiera proporcionado tal velocidad y poder. Sade
se volvió y le sonrió, con los ojos brillantes. Al llegar al último
tramo de la escalera en curva, oyó un murmullo de
conversaciones y el sonido de un bajo. Al subir los peldaños,
las risas y los gritos de excitación se hicieron más fuertes hasta
que llegaron a una sala circular.
—Vaya, esto queda muy lejos de casa —suspiró Dillon.
Una increíble piscina se curvaba alrededor de un lado del
hueco del ascensor de cristal. Unas enormes ventanas en forma
de diamante, invisibles desde el exterior, recubrían una de las
paredes. La piscina estaba iluminada con luces subacuáticas y
parecía flotar entre las cimas de las montañas. El vapor surgía
de la superficie, dándole a todo una sensación mágica. Los
demás estaban agrupados alrededor de la piscina, medio
charlando, medio bailando al ritmo de la música. El ambiente
de alto octanaje había subido de tono. Ásta y Angelo se
abrazaban apasionadamente contra las ventanas más lejanas.
Dillon apartó la mirada, avergonzado, cuando la pierna de
Ásta rodeó el muslo de Angelo, atrayéndolo hacia ella. Las
manos de Angelo se deslizaron por debajo de su cintura
expuesta y desaparecieron bajo su vestido, acercándola aún
más. Ace había cambiado su traje de noche por unos
pantalones cortos de baño. Una inmersión perfecta lo llevó a lo
largo de la piscina y, sin necesidad de respirar, regresó con la
hermosa brazada sincronizada de un vampiro que había estado
nadando en las piscinas de Florida toda su vida.
Encantado de que todo el mundo estuviera mirándole, saltó
al final y se sacudió el agua del pelo. Bajo las luces que habían
dorado su pálida piel, parecía una estatuilla de los Oscar.
Celeste cruzó la sala hacia él, con un vestido tan escotado que
dejaba al descubierto toda su perfecta y tersa espalda.
Deslizando su cascada de pelo rubio sobre un hombro, le
susurró algo al oído. Él sonrió y le pasó un dedo despacio por
la espalda. A Dillon se le revolvió el estómago al ver a Bram,
que seguía estando muy guapo con su traje de gala, pero ahora
con la pajarita suelta y la camisa abierta, coqueteando con
Cora. Se había subido el vestido largo y estaba de pie,
descalza, hablando atentamente con él.
Frederick estuvo a punto de chocar con Sade y Dillon al
irrumpir detrás de ellos con la caja de botellas que Dillon
había visto antes.
—Lo siento, ¿queréis uno de estos? —preguntó, agitando
una botella hacia ellos.
—¿Qué es?
—Sangre embotellada, hemos empezado a hacerlo en la
fábrica de bebida de mi padre. A escondidas, por supuesto.
Sade no parecía muy convencida.
—¿Qué lleva?
—Vodka de alta calidad y sangre 100% pura preservada. —
Frederick se lamió los labios.
Dillon se atragantó y no pudo ocultar su alivio cuando Sade
respondió por él.
—Esta vez no, pero gracias.
—¡Tú te lo pierdes! —Frederick se encogió de hombros—.
¡Guau! ¡Mira a Jeremiah y a Aron!
Dando una vuelta rápida a la piscina, se unió a Jeremiah,
Bik y Aron, que estaban hablando. Jeremiah y Aron se habían
quitado las chaquetas y se habían abierto las camisas, dejando
al descubierto unos torsos que dejaban la boca abierta. Solo
Aron aceptó una cerveza y Frederick se inclinó y le besó en
los labios de forma lasciva. Dillon parpadeó, sorprendiéndose
por un momento.
Sade se dio cuenta de su confusión.
—El mundo de los vampiros es muy abierto en lo que
respecta a la sexualidad —explicó—. Tenemos preferencias,
pero pocos límites. No me gustan las etiquetas, pero creo que
en el mundo humano se nos podría llamar ¿pansexuales?
Dillon asintió, aunque de donde él venía la orientación
sexual seguía estancada en la edad media.
—Algunos de nosotros somos más extremistas en nuestros
deseos que otros —añadió mientras Ásta rodeaba a Angelo
con las dos piernas y él la cargaba, con los labios pegados a
los suyos, a una sala de vapor circular con una ventana oscura
del suelo al techo.
Dillon tuvo la familiar sensación de estar fuera de su alcance
cuando el vaso empezó a empañarse y el vestido de Ásta salió
disparado por la puerta, seguido de la chaqueta de Angelo. Bik
se rio de algo que dijo Jeremiah y siguió a Celeste a un
pequeño vestuario al otro lado de la piscina. Reaparecieron
con unos bikinis minúsculos, abrazadas. Por una vez, Bik no
llevaba gafas. Dillon se quedó mirándolas un segundo y luego
se obligó a apartar la vista, nervioso de que le llamaran la
atención. Ace no tenía esa reticencia, y miraba con aprecio el
cuerpo impecable de Celeste. Sus ojos se oscurecieron cuando
ella y Bik se deslizaron en el agua humeante como un par de
bellas pero mortales ninfas acuáticas. Se zambulló, y Celeste
chilló cuando él nadó por debajo y salió con ella sobre los
hombros.
—¡Hora de jugar al waterpolo! —gritó.
Jeremiah sonrió y, despojándose de sus Calvin, se lanzó al
agua y levantó a Bik sobre sus hombros.
—Más vale que seas bueno, Jeremiah —bromeó Ace.
Celeste se inclinó hacia delante y besó con sensualidad a Bik
en los labios.
—Para que tengas suerte. La necesitarás, Bik. —Sonrió
mientras se separaba.
Frederick y Aron gritaron y siguieron su ejemplo. Alguien
encontró una pelota y, en cuestión de segundos, salió disparada
de un lado a otro de la piscina, moviéndose tan rápido que
Dillon apenas podía verla. Bram y Cora seguían inmersos en
su conversación, completamente embelesados. Dillon se sintió
sorprendido por la oleada de celos que le invadió. No solía ser
agresivo, pero quería estrellar su puño contra la cara arrogante
de Bram.
—¿Quieres que vayamos? —le preguntó a Sade, tratando de
que Cora no lo viera—. Es decir, irnos.
—Vale, por supuesto —dijo ella, escudriñándolo—. De
todos modos, no es mi rollo.
Cuando empezaron a salir, se oyó un fuerte chasquido y se
extendieron unas enormes grietas por la puerta de la sala de
vapor cuando Angelo y Ásta se estrellaron contra ella. El
waterpolo se detuvo por un segundo mientras los demás
miraban a su alrededor para ver el motivo. Ace se rio; Bram se
fijó en Dillon y le sonrió. Dillon casi tropezó con Sade en sus
ansias de escapar.
—¿Seguro que estás bien? —preguntó.
—Tengo que pedirte un favor. ¿Serías capaz de enseñarme
cómo se duerme en un ataúd?
Sade sonrió.
—¿En serio? ¿Eso es lo que te preocupa?
—Nunca había visto uno de cerca antes de hoy, y mucho
menos he dormido en él. —No era una mentira.
—Lo sé. —Se rio—. Yo estaba contigo cuando le
preguntaste a Ace para qué eran los ataúdes, ¿te acuerdas?
—No es gracioso.
—Vale, lo siento. Te lo enseñaré.
Lejos de la locura de la piscina, se sentía mejor. Una vez
más, se alegró de su nueva fuerza física mientras volvían al
pasillo del ataúd.
—Sabes, ahora hueles diferente —dijo Sade.
—¿Qué?
—No es nada malo —añadió apresuradamente—. Es solo
que no hueles tan bien ahora que has tomado un poco de
sangre de vampiro.
—Tengo el corazón roto —bromeó él—. Pero supongo que
el hecho de no oler tan bien para vosotros es algo bueno, ¿no?
—Supongo que sí, aunque tu olor sigue siendo… —buscó la
palabra adecuada—provocativo.
—Ah, eso explica todo. —Le sonrió—. Normalmente nadie
está tan interesado en mí.
Ella le miró seria.
—Aunque vivimos para siempre, tendemos a vivir rápido.
Cuando queremos algo, lo tomamos. Eso sí, algunos somos
más sensibles que otros.
—Lo entiendo. No te pareces a los demás.
—Mis hermanos y hermanas son extravertidos y brillantes,
pero yo no. Estoy acostumbrada a ser la más tranquila.
—Que seas callada no significa que no seas igual de
brillante. Solo que eres un poco más modesta.
—Eres muy amable, Dillon, pero no conoces a mi familia.
Le condujo a la pequeña habitación al final del pasillo. Los
dos ataúdes brillaban con malevolencia. Sade señaló el ataúd
más corto.
—Supongo que ese es el tuyo.
—¿Cómo lo has adivinado?
—Muy gracioso. Quita las cosas de arriba y abre la tapa.
Él hizo lo que ella le pidió.
—Hay botones de control en el panel interior. Una vez que
lo enciendas, el interior del ataúd se mantendrá a la
temperatura y la humedad perfectas para tu cuerpo durante
toda la noche. También puedes cerrarlo por dentro, aunque los
dhampirs no son tan sensibles a la luz del sol, por lo que, si
alguien lo abre durante el día, no será un problema para ti.
—Nunca había pensado en eso —dijo—. Es en el único
momento en el que seríais vulnerables.
—Sí. Los vampiros pagan mucho por ataúdes seguros y,
cuando viajamos, por la seguridad diurna. En realidad, los
dhampirs a veces ayudan a las familias de vampiros más
importantes.
—Oh, ayudantes. Eso explica la actitud de Bram hacia mí.
—Creo que esa es la actitud de Bram hacia cualquiera,
excepto quizás hacia Cora. Su familia es prácticamente tan
antigua como la de él. Son como la realeza del mundo de los
vampiros.
Casi resopló ante la sacudida de celos que se disparó de
nuevo tras la mención de Bram y Cora.
—¿Puedo dejar la tapa abierta?
—No deberías, pero tal vez solo una rendija para tu primera
vez. No tienes que cerrarla.
—¿Qué te pones ahí dentro?
—La mayoría de los vampiros duermen desnudos —dijo,
mirándolo por debajo de las pestañas.
—Oh, claro. Guay. —Se encogió de hombros, aparentando
indiferencia.
La voz de Jeremiah retumbó en el pasillo.
—Gané de forma justa, Bik, ese fue el trato.
Dillon levantó una ceja cuando, al segundo siguiente,
Jeremiah entró de golpe en la habitación.
Jeremiah sonrió.
—Está furiosa conmigo por haber ganado una apuesta.
—No me gustaría estar en su contra.
—No, a pesar de su pequeña estatura, es una fuerza a tener
en cuenta.
Sade se dirigió a la puerta.
—Os dejaré solos.
—Gracias, Sade. Te debo una.
—De nada.
Jeremiah negó con la cabeza mientras ella desaparecía.
—Cuidado con esa —murmuró.
—¿Qué quieres decir?
—Mira, no tengo ningún prejuicio, pero he oído que su
familia es muy estricta. Nunca la dejarían relacionarse con
alguien al que no aprobaran, y mucho menos con un dhampir.
—No nos estamos «relacionando». Solo somos amigos —
protestó Dillon.
Jeremiah levantó las manos.
—No la pagues con el mensajero. Yo solo te estoy avisando.
Comenzó a quitarse el traje de gala algo arrugado.
—A pesar de la sangre de primera de Madame Dupledge,
estoy agotado. Es hora de ir al ataúd.
Dillon se dio la vuelta para quitarse los pantalones del traje
de Aron y los dejó, junto con la chaqueta, sobre el escritorio
con mucho cuidado. Jeremiah ya estaba en su ataúd. Dillon
apagó la luz y descubrió que su visión nocturna también había
mejorado. No le costó encontrar el ataúd en la oscuridad. A
tientas, subió y se sentó. El forro era sorprendentemente
cómodo. Se inclinó hasta quedar tumbado, mirando al techo.
Siguiendo las instrucciones de Sade, pulsó el botón de control
de la temperatura.
—Por cierto, ¿cuál es la historia de esa apuesta? —preguntó
de forma casual, esperando que Jeremiah no se durmiera tan
rápido como se movía.
Jeremiah se rio.
—Que Cora y Bram acabarían juntos a pesar de su
fascinación por ti. Nunca había visto algo semejante a Cora
bebiendo de Madame Dupledge; sin duda, no es lo que parece.
Dillon apretó los puños. ¿Por qué demonios no había
intentado salir de la enfermería antes? Por un segundo, se
torturó con imágenes de Bram y Cora juntos.
—Buenos días, Dillon. Duerme bien —dijo la voz de
Jeremiah.
—Gracias. Tú también.
Oyó que la tapa del ataúd de Jeremiah se cerraba con un
suave golpe y se quedó allí un rato, debatiéndose entre cerrar
su propia tapa o no. El peso de la cadena contra sus clavículas
le recordó el regalo de despedida de su padre y lo examinó
más de cerca. Incluso con su nueva visión era difícil ver los
detalles en la penumbra, pero pudo distinguir un pequeño
colgante formado por dos medialunas de oro que se
superponían en la parte superior e inferior. En el centro, una
piedra de color naranja oscuro ardiente se encontraba en forma
de marquesa. En lugar de sentirse reconfortado, Dillon se
estremeció. Sintiéndose demasiado vulnerable sin su ropa, se
levantó de nuevo y sacó de su mochila el pantalón del pijama
y un segundo jersey grueso; había dejado el primero en la
habitación de Aron. Por fin, reconfortado por el olor a hogar y
el tacto suave y limpio de la lana contra su piel, se acurrucó lo
mejor que pudo en el ataúd. Sorprendentemente, cuando
empezó a relajarse, sintió una profunda sensación de
inmersión, como si flotara en el agua, y el ataúd le pareció
cada vez más espacioso. Mientras se dormía, ni siquiera notó
que la tapa se cerraba de forma automática.
4
La sangre nunca miente
Dillon se despertó sobresaltado; el corazón le latía con fuerza
y, por un segundo, no tenía ni idea de dónde estaba. Estaba
completamente negro. Luchó por mantener la calma. Se obligó
a respirar hondo dos veces y buscó a tientas el botón de la tapa
a lo largo del ataúd. La tapa se abrió al instante y suspiró
aliviado. La habitación seguía a oscuras, pero tenía la
sensación de que era de día. Miró su reloj: eran las tres de la
tarde.
El dolor punzante en su vejiga le recordó por qué se había
despertado. Maldijo en silencio. Estaba claro que no había
cambiado a modo vampiro al completo. Era obvio que ellos no
tenían ese problema. El ataúd de Jeremiah estaba cerrado y en
silencio. Buscó a tientas a su alrededor, se puso los pantalones
de chándal y se deslizó sin hacer ruido hacia el pasillo.
Estaba vacío y silencioso, y la luz diurna del invierno, que
provenía del centro del edificio, iluminaba con suavidad la
zona del atrio y el ascensor. Se dirigió hacia ella, intentando
pensar dónde podrían haber puesto los aseos. ¿Tendrían
visitantes humanos? Lo más seguro es que no, razonó. Sería
demasiado peligroso. Además, solo los helicópteros o los
montañeros podrían llegar a este lugar.
La escuela tenía un aspecto diferente a la luz del día, más
austero. Por lo visto, los vampiros no eran «acogedores». Se
detuvo en el quinto piso, pero no había ninguna señal en el
vestíbulo. Volvió a entrar en el ascensor y subió a la undécima
planta. La zona de la piscina estaba en silencio y fría bajo la
luz grisácea de la tarde. El aislamiento extremo del edificio era
aún más evidente. Ahora tampoco tenía un aspecto tan
glamuroso, aunque todavía quedaba alguna evidencia de la
fiesta de la noche anterior. La chaqueta de Angelo seguía en el
suelo en el lugar donde la había arrojado, y una enorme
telaraña de grietas se extendía a lo largo de la puerta de la
sauna. Con una punzada, vio las botas Doctor Martens de
Cora, olvidadas junto a las ventanas.
Desesperado, comprobó los vestuarios y volvió a maldecir.
Tenía que haber algún sitio al que pudiese ir. Las plantas
enormes de las macetas junto a las ventanas llamaron su
atención y se deslizó detrás de una, rezando para que no
hubiera cámaras de vigilancia.
Recogió las botas de Cora y se dirigió a los dormitorios. Vio
a un par de vampiros vestidos de negro que se movían sin
hacer ruido, preparándose para que el resto de los vampiros se
despertaran.
En silencio, colocó las botas fuera de la habitación de Cora y
casi se chocó con un Angelo descalzo y con una camisa blanca
arrugada, que salía a hurtadillas de la habitación de Ásta, que
estaba al lado. Había conseguido reclamar una de las únicas
dos habitaciones individuales del pasillo. Tenía los ojos
inyectados en sangre y su piel aceitunada estaba mortalmente
pálida.
Con cautela, Dillon dio un paso atrás.
Para su sorpresa, Angelo habló:
—Ayúdame, amigo, dame un poco de sangre. La sangre de
dhampir es la mejor.
—¿Qué? —Dillon tartamudeó, dando otro paso atrás—.
Déjame en paz.
—Solo un poco para que despierte. No he podido dormir. Es
una vampira infernal. —Señaló la puerta.
Dillon se revolvió.
—Eh, no creo que pueda ayudar. ¿No va contra las reglas?
—Nadie se enterará. Una dosis sería suficiente. Te enseñaré
cómo hacerlo. No tenemos que utilizar los colmillos.
Dillon se estremeció. Era una locura. Con las manos en alto,
retrocedió.
—¿Por qué no le preguntas a Frederick? Tiene un poco en
botellas.
Angelo parecía esperanzado.
—¿De verdad? ¿Sabes en qué habitación está?
Dillon señaló el pasillo.
—La tercera, al otro lado del ascensor.
—Vale, genial. —Salió disparado como una bala por el
pasillo.
Dillon suspiró aliviado y regresó a su habitación antes de
que Angelo cambiara de opinión. Esperaba que a Frederick no
le importara que lo despertaran, pero supuso que Aron era lo
bastante fuerte como para enfrentarse a Angelo si las cosas se
descontrolaban.
Era consciente de que le vendría bien una ducha, sobre todo
porque ahora sabía lo sensible que era el sentido del olfato de
un vampiro. La noche anterior, Cora olía de maravilla. Tomó
una toalla y volvió a revisar el pasillo. No había rastro de
Angelo, así que volvió a salir. A mitad de camino, vio una
puerta de cristal oscura. Cuando la abrió, había una moderna
zona de duchas comunes de azulejos blancos y un elegante
lavabo metálico con un espejo alargado sobre él. No había ni
puertas ni cerraduras. Incómodo, volvió a comprobar el
pasillo, pero todo seguía tan en silencio como antes y supuso
que tendría otra media hora antes de que todo el mundo
empezara a despertarse.
Colocó la toalla con cuidado donde pudiera agarrarla en
caso de que apareciera Angelo, se desnudó y abrió la ducha.
Casi gritó cuando el agua golpeó su cuerpo. Estaba muy
caliente y salía con potencia, un completo contraste con el frío
goteo de la ducha a la que estaba acostumbrado en casa. Los
controles de alta tecnología no parecían tener ningún sentido,
así que poco a poco se sumergió en el agua hirviendo y se vio
envuelto por un vapor espeso y arrollador.
Estuvo a punto de sobresaltarse cuando se dio cuenta de que
alguien se había unido a él. Cubriéndose con las manos, se
asomó a través del vapor. Una Celeste completamente desnuda
estaba lavándose el pelo, su cuerpo perfecto parecía inmune al
calor. De alguna manera, aunque sabía que estaba mal, no
podía apartar la mirada. Nunca había visto nada parecido en la
vida real.
De repente, ella se fijó en él.
—¿Qué demonios estás mirando? Pervertido.
Se sonrojó tanto como el resto de su cuerpo y apartó la
mirada.
—Eh, lo siento, me has sorprendido.
—Sí, claro. —Levantó una ceja y miró sus manos con
atención; seguía tapándose—. Solo un consejo. No nos
miramos en la ducha, y no tenemos ningún problema con la
desnudez. —Volvió a dirigir los ojos a la zona baja de su
estómago, y disfrutando de ver cómo se retorcía, añadió:
—Supongo que los dhampirs no tenéis nada de lo que
avergonzaros.
—Eh, no… no más de lo normal —murmuró, maldiciéndose
a sí mismo por no poder mostrarse tranquilo y despreocupado,
pero no tenía mucha práctica en pavonearse delante de
vampiras despampanantes y desnudas.
Celeste sonrió mientras él se daba la vuelta y tomaba su
toalla.
—Por cierto, bonita cadena.
—Eh, gracias —dijo, tocándose la cabeza con timidez.
Celeste volvió a sonreír, y él se apresuró a salir de la ducha,
casi estrellándose con Ace, cuyo tatuaje en la parte inferior del
cuerpo y su fuerte abdomen estaban ahora a la vista.
—Hola —murmuró al pasar junto a él.
Ace parecía sorprendido.
—¿Por qué tanta prisa? ¿Está bien el agua?
—Ah, no, en realidad, está demasiado caliente para mí.
—Oh, vale. —Ace parecía desconcertado—. Luego nos
vemos —dijo y desapareció entre el vapor.
Celeste no emitió ningún grito de protesta; era evidente que
él estaba bien instruido en el protocolo de las duchas para
vampiros o que a ella no le importaba compartir la ducha con
él. A juzgar por las risas y los jadeos que surgieron un
momento después, se trataba de lo segundo.
Las tenues luces del pasillo se habían encendido, y Jeremiah
estaba despierto cuando regresó y se desplomó contra la
puerta.
—¿Todo bien? —preguntó Jeremiah.
—Bueno, desde la última vez que hablamos, Angelo quería
beberse mi sangre y Celeste acaba de humillarme en la ducha,
pero aparte de eso, sí, monótono y aburrido.
Jeremiah sonrió.
—Parece que has estado muy ocupado. Te va a llevar un
tiempo adaptarte a nosotros, pero estarás bien.
—Eso espero. Hay bastante a lo que adaptarse. ¿Sabes qué
pasa hoy? —preguntó, poniéndose los vaqueros y el jersey.
—Tenemos que reunirnos en el gran salón otra vez y elegir
al VE.
—¿VE? —Dillon enarcó una ceja.
—Vampiro Electo. El mejor vampiro de cada curso.
—¿Cómo se hace eso? —Esperaba que no fuera otro ritual
vergonzoso.
Jeremiah le lanzó una mirada de soslayo.
—Probando la sangre de los demás.
Como no podía ser de otra manera, Dillon palideció. ¿De
qué otra forma iban a hacerlo los vampiros, si no?
—¿Como hicimos con Madame Dupledge?
Por unos horribles minutos se imaginó bebiendo de Bram o,
peor, de Ásta o de Angelo o, peor aún, pero por diferentes
motivos, de Cora. De ninguna manera podría hacer eso.
—No, de las muestras que dimos anoche, para que no
sepamos de quién es la sangre.
Era mejor, pero tampoco mucho.
—Vale, a ver si lo he entendido bien. Tengo que beberme
doce muestras de sangre, incluyendo la mía, y luego votar por
mi favorita.
Jeremiah asintió.
—Eso es.
Dillon maldijo. Justo cuando pensaba que las cosas no
podían ir peor.
—No te preocupes, nuestra sangre no es tan potente como la
de Madame Dupledge, y no será tan intensa como beber
directamente de la persona.
Dillon se estremeció y se preguntó una vez más por qué
tenía que hacer todo eso. Nunca encajaría. Podía ser medio
vampiro, pero este mundo era demasiado extraño. Una
repentina e intensa oleada de nostalgia estuvo a punto de
hacerle retroceder.
Jeremiah estaba comprobando los mensajes en un iPhone de
última generación y Dillon se dio cuenta de que no tenía forma
de comunicarse con el mundo exterior. La casa de campo en
Irlanda estaba muy apartada; no había cobertura ni acceso a
internet, así que no podía hacer nada. Bastantes de los chicos
de la escuela que vivían tan lejos como él no tenían móvil.
Supuso que aquí sería todo lo contrario, por el amor de Dios,
si Bik tenía unas gafas de realidad aumentada.
—¿Cuánto cuesta uno de esos? —le preguntó a Jeremiah,
señalando el teléfono.
—Unos 1.200 dólares. ¿Por qué? —respondió.
Dillon se quedó con la boca abierta.
—Mierda. ¿En serio?
—Tengo un móvil viejo de repuesto si quieres usarlo. Solo
necesitas una tarjeta SIM. Bik podría tener una, deberías ver el
equipo que tiene en su habitación. Su padre dirige una gran
empresa de tecnología en Shanghai. Por cierto, ahora comparte
con Cora. Anoche se asustó ante la idea de compartir con
Angelo, así que Ace se ofreció a hacer un intercambio. Mejor
él que yo, Angelo es un salvaje.
—¡No estás bromeando!
—Vamos a verla ahora. Debería estar despierta —dijo
Jeremiah, levantándose.
—Eh, sí, claro.
Dillon lo siguió y vio cómo Jeremiah golpeaba la puerta.
Dillon se movió incómodo detrás de él, inseguro de ver a Cora
después de la noche anterior. Se dio cuenta de que sus botas
habían desaparecido.
Bik se acercó a la puerta sin las gafas de realidad aumentada
y, por primera vez, Dillon vio que tenía unos ojos marrones
vivaces que brillaban cuando miraba a Jeremiah. Jeremiah se
alisó las rastas y le sonrió.
—Hola, Bik, siento molestarte. Dillon necesita una tarjeta
SIM.
Agitó el móvil viejo.
Bik tomó el teléfono.
—No estoy segura de tener algo para un aparato tan
obsoleto. Voy a echar un vistazo. —Abrió la puerta—. Pasad.
Dillon miró el ataúd de Cora, que estaba abierto y vacío,
pero su vestido estaba tirado sobre una silla y sus botas
estaban en un rincón junto al escritorio. La tapa interior del
ataúd estaba cubierta con fotografías de impresionantes
vampiros que tenían un gran parecido familiar con ella.
Bik vio hacia dónde estaba mirando.
—Cora está en el baño —explicó.
Podía oler su persistente aroma y sintió que el deseo lo
inundaba. Dios mío. ¿Qué le pasaba? Era como si ella lo
hubiera hechizado.
Bik rebuscó en una maleta llena de cargadores, cables y
discos duros. Como había dicho Jeremiah, tenía un buen
equipo. Un elegante ordenador portátil zumbaba en el
escritorio junto a un bolso de Chanel y sus gafas se estaban
cargando junto al ataúd.
—Oh, esta podría servir. —En cuestión de segundos, colocó
una tarjeta SIM en el teléfono y lo encendió. La pantalla se
iluminó—. ¿Quieres que lo configure por ti? Puedo guardar
todas las cosas de Jeremiah y luego restaurar la configuración
de fábrica.
Se encogió de hombros y miró a Jeremiah.
—¿Estás seguro? ¿No lo vas a necesitar?
—Desde luego, pero creo que ya lo he sacado todo.
Bik conectó el teléfono a su portátil junto con un pendrive y
sus dedos volaron sobre las teclas.
—Todo listo. —Le entregó el teléfono y el pendrive a
Jeremiah.
—Gracias, Bik. Te debo una.
—No hay problema —dijo.
Dillon sonrió para sí mismo, notando que sus ojos brillaban
de nuevo mientras miraba a Jeremiah, que estaba flexionando
sus bíceps al tiempo que se alisaba el pelo de nuevo.
—Nos vemos luego. —Jeremiah se despidió con la mano
mientras salían por la puerta y se encontró con una Cora
empapada y envuelta en una toalla.
—Hola, Cora —le sonrió Jeremiah.
—Hola, Jeremiah.
El corazón de Dillon se estremeció; sus pestañas mojadas
estaban pegadas como estrellas de mar y, de alguna manera,
sin el kohl negro alrededor de los ojos parecía más delicada.
Sus piernas kilométricas se extendían bajo la corta toalla.
—Eh, hola. Dejé tus botas junto a la puerta —murmuró.
—Ah, fuiste tú… gracias, Dillon.
De repente se dio cuenta de que seguía mirándola.
—Bueno, ahora estoy en contacto con el mundo —dijo,
agitando el teléfono, mirando a todas partes menos a ella—.
Bik lo ha solucionado.
Ella sonrió como si fuera gracioso.
—Oh, genial. Bueno, hasta luego.
—Sí, o podrías llamarme —respondió—, a esto.
—Te veo luego, Dillon —dijo Cora.
Jeremiah sonrió al alcanzarle.
—Ha estado bien.
Dillon refunfuñó.
—Ten cuidado, Jeremiah, o… —Observó los enormes
bíceps de Jeremiah— … probablemente no haga nada.
Jeremiah se rio.
—¿Quieres mi consejo?
—¿Consejo sobre qué en particular? —preguntó Dillon. Él
miró el teléfono mientras esperaban el ascensor y luego se lo
guardó en el bolsillo—. ¿Redes? ¿Tarifas de llamadas?
—Vamos, hombre. Estás loco por ella.
—¿Tan obvio es?
—Mira, actúa con calma. Ella volverá a ti. Eres una
tentación muy grande.
—¿Yo, una tentación?
—Es una rebelde, y ¿cuál es la mejor manera de desafiar las
expectativas de una familia tradicional?
—¿Salir con un dhampir? —supuso Dillon.
—Exacto. Bram puede ser oscuro y elegante, pero a fin de
cuentas es exactamente el tipo de vampiro con el que sus
padres querrían que saliera.
—No estoy seguro. ¿Él no es como de la realeza de los
vampiros? Tiene mucho más que ofrecer que yo. De todos
modos, ¿qué pasa con tu apuesta con Bik?
—Eso fue anoche. Todos nos sentíamos… cómo decirlo…
apasionados. La sangre de Madame Dupledge era… especial.
—Jeremiah sonrió—. Todavía siento los deliciosos efectos
secundarios.
Dillon se detuvo.
—¿Beber sangre siempre hace eso?
—Sí, pero no tanto, y el efecto no es tan duradero. Es una
vampira muy poderosa y ha vivido mucho tiempo. Su sangre
es la más increíble que he probado.
—Cora dijo lo mismo.
—Es verdad, mira lo que te hizo.
—¡No me lo recuerdes!

Las velas de la sala de ceremonias parpadeaban y proyectaban


inquietas sombras en el suelo mientras Dillon y Jeremiah
llegaban con cinco minutos de retraso. Dillon se sorprendió al
ver que estaba lleno de vampiros, la mayoría de ellos se
volvieron para mirarlo, algunos con curiosidad, otros con
hostilidad.
Apartó la mirada con incomodidad, dándose cuenta de que
debían ser los vampiros de los picos Dos y Tres que esperaban
para ver la cata de sangre, y sintió que el estómago se le
revolvía de los nervios. ¿Y si hacía algo tan estúpido como
desmayarse de nuevo delante de toda la academia?
Su curso rondaba cerca de una chica despampanante que
hablaba con Madame Dupledge.
El Sr. Hunt miró su reloj.
—Ah, Sr. Halloran y Sr. Lewin, qué bien que se hayan unido
a nosotros.
—Lo siento, señor. —Se disculpó Jeremiah.
Madame Dupledge se volvió y Dillon vio que una expresión
desconocida, casi tierna, cruzaba su rostro. Al instante, la
controló y sonrió.
—Dillon, bienvenido. Espero que te sientas mejor.
—Sí, Madame. Gracias, Madame. —Su voz chirrió, y vio a
Bram sonreír a Ace.
Cora y Bik se deslizaron por el fondo de la sala y la
expresión de Bram se volvió ilegible. Fuera lo que fuere lo que
había pasado la noche anterior, no estaba dando ninguna pista.
Madame Dupledge presentó a la chica que estaba a su lado.
—Mahina Ikaika es nuestra Vampiro Electa del Pico Tres.
Como el tercer año es el último en la escuela, es un honor muy
especial ser elegida. Durante sus dos primeros años se enfrentó
a muchas pruebas difíciles y como resultado se ha convertido
en una joven vampira fuerte y poderosa.
Celeste, de pie junto a Sade, lanzó una mirada triunfal a
Bram y sonrió a Mahina. Al mirar a Mahina, Dillon no se
sorprendió. Tenía una belleza fuerte y audaz, con una larga y
ondulada cabellera negra y amplios pómulos. En otro mundo
podría haberse bajado de una tabla de surf en el Pacífico
Norte.
—Ella os enseñará la escuela y responderá a cualquier
pregunta que tengáis —continuó Madame Dupledge—. Pero
primero quiero decir algo sobre el comportamiento de anoche.
Un nervio de la mandíbula de Angelo se crispó. Ásta, con
unos vaqueros negros ajustados y un jersey de cachemira
ceñido al cuerpo, miraba al frente impasible.
—Soy consciente de que conocerse por primera vez puede
ser abrumador y las emociones estaban a flor de piel, pero
romper las instalaciones de la escuela no es aceptable. La
piscina está prohibida hasta que se arregle el cristal de la
sauna.
Ace reprimió un gruñido.
—Espero que los culpables se presenten para que el coste
sea añadido a su factura; si no, se repartirá entre todos
vosotros.
El corazón de Dillon se hundió. No tenía ni idea de cómo su
padre podía permitirse todo esto. Madame Dupledge había
mencionado una beca, pero no había manera de que pudieran
pagar nada extra. El arreglo de la sauna costaría una fortuna.
Ásta levantó la mano.
—Mi padre se encargará de que se pague —anunció.
No era exactamente una admisión o una disculpa, pero
Dillon se sintió aliviado.
—Gracias, Ásta. —Madame Dupledge inclinó la cabeza—.
Vendrás a verme a mi oficina más tarde para discutir los
detalles.
Ástsa frunció el ceño.
—Sí, Madame.
El nervio de la mandíbula de Angelo seguía moviéndose,
pero permaneció en silencio; Ásta le lanzó una mirada furiosa.
—También me gustaría recordaros que la única sangre que
vais a consumir os la proporcionará la escuela. —Levantó una
de las botellas vacías de Frederick—. Esto es inaceptable.
Frederick se removió y jugueteó con la cremallera de su
chaqueta.
—Si encuentro a alguien bebiendo sangre ilegal como esta,
será expulsado al instante. —Su mirada verde los recorrió—.
Ahora, Mahina, tal vez quieras presentarte.
—Gracias, Madame Dupledge. —Mahina dio un paso
adelante—. Hola a todos. Supongo que ya sabéis la suerte que
tenéis. VAMPS es increíble y os convertirá en el mejor
vampiro que podríais llegar a ser. No vengo de una de las
familias de vampiros de sangre pura…
Hubo un leve revuelo entre los vampiros de la sala, y Dillon
vio que Bram miraba a Cora con una ceja alzada. Sorprendido
de nuevo por la oleada de violencia que surgió en su interior,
apretó los puños y trató de concentrarse en lo que decía
Mahina.
—La primera vez que vine aquí, no tenía ni idea de cuán
fuerte o poderosa podía llegar a ser. Desde entonces, he
descubierto que estoy a la altura de los mejores en
nebulización e hipnosis. Voy a trabajar en la diplomacia y en la
inteligencia internacional a las órdenes de la condesa Bibiana
Fassano. Podría pasaros a cualquiera de vosotros.
Sade, Celeste y Bik estaban casi desmayadas. La condesa
Fassano era sin duda alguien importante en el mundo de los
vampiros.
—Os enseñaré el edificio, no dudéis en preguntarme lo que
queráis.
Mientras se dirigía a los ascensores, Celeste y Bik
prácticamente volaron por el suelo para estar en el mismo
ascensor que ella. Bram arrastró a Cora y a Ace, y Jeremiah y
Aron se metieron en el último segundo.
Dillon se encontró en el otro ascensor con Sade, Angelo,
Ásta y Frederick. Se apretó contra el cristal, lo más lejos de
Angelo que pudo. Aun así, cuando las puertas se cerraron y se
dirigieron al sótano, Angelo se acercó más, con las fosas
nasales encendidas.
—¿Por qué no has confesado? —le musitó Ásta.
Sacudiendo la cabeza y apartando los ojos del cuello de
Dillon, Angelo se encogió de hombros.
—Mi padre me mataría si se enterara de que ya me he
metido en problemas. Las cosas no siempre fueron bien en mis
otras escuelas.
Dillon pensó que no era ninguna sorpresa. Se había
preguntado cómo había conseguido Angelo una plaza. No era
que él estuviera en condiciones de hablar. Tampoco tenía
habilidades evidentes, por lo visto solo tenía una
impresionante y poderosa madre vampiro.
—No te preocupes, puedo darte el dinero.
—¡El dinero no sirve de nada! —exclamó Ásta—. Se trata
de principios. Creía que eras fuerte, Angelo.
—Lo soy —protestó él.
—Demuéstralo.
—¿Qué? ¿Cómo?
—La sangre que proporcionen aquí será esterilizada, una
basura insípida. Búscame algo de verdad.
Angelo se agitó y sus dedos tamborilearon contra la pared de
cristal del ascensor.
Sade intervino.
—No estoy segura de que eso sea una buena idea, Ásta.
—No te metas, Sade —dijo Ásta.
—Oye —dijo Dillon mientras daba un paso adelante.
Frederick se interpuso entre ellos.
—¡Eh! —exclamó en alemán—. Tranquilos, vampiros.
Mira, Angelo, puedo ayudarte: tengo contactos. —Y a
continuación se dirigió a Ásta—: Tendrá un coste.
Ella se puso las manos en las caderas.
—Como he dicho, el dinero no es un problema. Pero Angelo
tiene que demostrar que es lo bastante vampiro para mí.
Angelo creció unos cinco centímetros.
—No tengo que demostrarte nada.
Mientras se miraban con furia el uno al otro, su ira estalló en
lujuria. Angelo empujó a Ásta contra el cristal y aplastó su
boca contra la de ella. Dillon miró por la ventana; el otro
ascensor parecía la imagen de la respetabilidad.
—Cuidado. —Frederick sonrió—. No queremos más
cristales rotos.
Por suerte, las puertas del ascensor se abrieron en la planta
baja y ellos se separaron. Dillon salió disparado como un rayo,
Sade justo detrás de él. Casi toda la planta estaba ocupada por
un increíble gimnasio de última generación, con un ring de
estilo AMM, enormes paredes de escalada y lo que parecían
un par de túneles de viento.
Mahina los señaló.
—Ahí es donde se practican las habilidades de vuelo;
ayudan a aumentar la velocidad. Los muros de escalada hablan
por sí solos; algunos de nosotros somos unos escaladores
fantásticos.
Aron, que parecía sentirse completamente a gusto en el
gimnasio, lo demostró escalando una de las paredes verticales
como una araña. Dillon aplaudió con asombro, pero luego se
sintió como un completo idiota cuando se dio cuenta de que
nadie más parecía ni un poco impresionado. ¿Quizá todos
podrían hacerlo? Y, en efecto, Ásta le siguió y escaló aún más
rápido.
Mahina continuó:
—Aquí practicamos tanto el combate como la fuerza y la
resistencia. Somos mucho más fuertes y rápidos que los
humanos, pero aprendemos a ser fuertes y astutos para
defendernos de algunos peligros. Hay formas de matarnos,
incluyendo estacas de madera de álamo que atraviesan el
corazón y el fuego. La belladona y la plata pueden
debilitarnos. A veces tenemos que rastrear e incluso destruir a
los vampiros rebeldes. Lo más duro es cuando se trata de
alguien conocido. —De repente, su rostro se mostró afligido.
Se hizo el silencio mientras el grupo lo asimilaba.
—¿Te ha pasado? —preguntó Cora, con un tono combativo
y el rostro firme.
Dillon la miró sorprendido. Hubo una pausa mientras
Mahina y Cora se miraban.
—Más o menos.
Dillon tragó saliva. Podía imaginarse con facilidad a Angelo
volviéndose un renegado, pero no podía imaginarse tener que
seguirle la pista y «destruirlo».
Por primera vez, se dio cuenta de que ahora era uno de los
cazados. La gente u otros vampiros podrían querer matarlo. En
esta escuela no se trataba de sacar un sobresaliente en
Geografía, sino de sobrevivir.
Ace, Jeremiah, Ásta y Aron se paseaban por el gimnasio
como si quisieran empezar ya. Ásta dio una patada de karate a
un saco de boxeo perdido por la habitación como si fuera de
poliestireno.
Joder, pensó Dillon, estaba empezando a entender por qué
Angelo había estado tan desesperado por un chute de sangre
antes.
—¿Cuánto tiempo te llevó ser buena volando? —le preguntó
a Mahina.
Ella lo estudió.
—Tú debes ser el dhampir del que todo el mundo habla.
—Sí, supongo. —Se revolvió bajo su mirada. Su belleza era
intimidante.
—No mucho tiempo —sonrió—. Pero resultó que la
nebulización cuadraba más conmigo. Se necesita mucha fuerza
mental.
Ella seguía mirándole fijamente, y él tuvo la misma extraña
sensación que había experimentado con la Dra. Meyer, de que
estaba indagando en su mente.
—Creo que tú también serás bueno en esto —dijo al final—.
Es raro para un dhampir. Por lo que he estudiado, tus
habilidades están menos potenciadas que las de un vampiro
completo.
—Eso puedo creérmelo —contestó Dillon con sentimiento.
—Sí, bueno, yo no estaría tan seguro. —Ella le miró
fijamente un segundo más y luego levantó la voz—. Seguidme
todos, os mostraré la Sala de Sangre. Los del Pico Tres beben
allí dos veces al mes, aunque algunos solo necesitan una
recarga mensual.
Esta vez no se molestaron en usar el ascensor, sino que
tomaron las escaleras de caracol que unían cada piso. La Sala
de Sangre estaba en el décimo piso. Estaba vacía y tenía un
aspecto aparentemente normal. Había largas mesas y frías
sillas escandinavas. La única prueba de que aquí se servía
sangre eran dos estanterías vacías con ruedas.
Mahina señaló una puerta reforzada con una ventana de ojo
de buey y un teclado de seguridad:
—Toda la sangre se guarda en el almacén detrás de la
puerta. El profesor Dukan se ocupa de ella y calcula el tipo de
sangre ideal para vosotros.
Dillon pudo ver cientos de bolsas de sangre colgando de una
forma inquietante en estantes de acero.
—También hay un bar —Angelo y Frederick se animaron—
donde se pueden comprar chupitos de sangre artificial o
bebidas, si tienes sed.
Sus miradas decayeron y Dillon sonrió para sí mismo.
Estaba claro que el bar de sangre no era el tipo de bar que
esperaban.
Mahina sonrió.
—Será mejor que volvamos con Madame Dupledge.
¿Alguien tiene alguna pregunta?
—¿Han expulsado a alguien alguna vez? —preguntó Cora.
Mahina parecía un poco sorprendida por la pregunta.
—A algunas personas, pero es raro. Tiene que haber una
infracción importante.
—¿Alguien de tu año? —Cora insistió, ignorándola.
Dillon vio que Mahina estudiaba el aro de la nariz de Cora y
sus ojos pintados de negro por un segundo.
—¿Cómo te llamas?
—Cora.
El reconocimiento apareció en su rostro, seguido de una
nueva mirada de asombro.
—Sabes que sí.
Se dio la vuelta con brusquedad y fue acaparada de
inmediato por Bik y Celeste mientras bajaban las escaleras.
Bram se había adelantado, así que Dillon alcanzó a Cora.
—Expulsaron a mi hermano —susurró en voz baja.
—Joder. ¿Qué pasó con él? ¿Dónde está ahora?
—No estoy segura. Escapó y fueron tras él. Mahina y él
estaban juntos, y ella fue una de los vampiros que lo
persiguieron, pero él los evadió, y nadie sabe lo que le pasó.
—¿Qué quieres decir?
Cora se calló. Madame Dupledge se reunió con ellos en el
sexto piso. Su mente bullía, llena de preguntas sobre el
hermano de Cora.
—Gracias, Mahina. —La voz resonante de Madame
Dupledge interrumpió sus pensamientos—. Espero que todos
hayáis quedado bien impresionados por los increíbles logros
de Mahina.
Bik, Sade y Celeste asintieron, y los demás se mostraron un
poco avergonzados. Al menos había podido preguntar por el
vuelo, pensó Dillon.
Cuando Mahina se marchó para reunirse con el resto de los
vampiros del Pico Dos y del Tres, los ojos de Madame
Dupledge volvieron a recorrerlos.
—Y ahora elegiremos a nuestro Vampiro Electo del Pico
Uno. Se ha puesto una pantalla en la sala para que los alumnos
de los otros cursos y el profesorado puedan presenciar la cata
de sangre.
Los condujo a una gran sala tipo laboratorio. Había doce
tubos de ensayo que contenían dos centímetros de sangre
alineados en cada mesa de trabajo junto con híbridos entre
ordenadores portátiles y tabletas y un bolígrafo eléctrico.
Todos guardaron silencio. Los ojos de Bram brillaban con
confianza. Ace y Celeste se miraron de forma significativa,
como si tuvieran algún tipo de pacto. A Cora parecía que no le
importaba nada. Los demás estaban en un punto intermedio.
Sade se volvió y le dedicó una pequeña sonrisa. Dios, era
tan dulce, la única que parecía entender lo extraño que era
todo esto para él. Apenas había hablado con ella esta noche.
Miró los frascos. Por extraño que pareciese, no se sintió tan
revuelto como había esperado. Con una creciente sensación de
asco, se dio cuenta de que estaba deseando recibir el impacto
de otra dosis de sangre.
Mientras los demás se dirigían a las mesas de laboratorio,
Madame Dupledge lo apartó.
—Dillon, ¿estás seguro de que te sientes bien? ¿Eres capaz
de hacer frente a esto?
—Sí. De verdad, estoy bien —dijo, evitando mirarla por si
le devolvía las increíbles sensaciones de haber bebido de su
sangre.
Sintiéndose mareado y consciente de que los otros años lo
estaban observando, se desplomó en la única mesa de
laboratorio que quedaba justo al frente, al lado de Sade.
—Escuchad todos con atención. Tomaréis un sorbo de cada
vial de sangre, y le daréis una clasificación en el portátil que se
os ha proporcionado. Cada vial está numerado y solo el Sr.
Hunt y yo sabemos de quién es la sangre de cada vial. Como
no hay manera de identificar la sangre, no lo intentéis. En
cambio, cerrad los ojos y dejaos llevar por vuestros instintos.
Lo sabréis cuando probéis la sangre del candidato que queréis
que sea el Vampiro Electo de este año. Podéis elegiros a
vosotros mismos. Aunque es raro que no estéis seguros, podéis
tomar un sorbo más de cualquiera de los frascos si lo
necesitáis. Como siempre, la cata de sangre se retransmite en
directo a la sala donde los profesores y los picos Dos y Tres lo
verán en la gran pantalla.
Genial. La tensión subió un escalón más. No solo podía
verlo toda la clase, sino toda la academia. Se obligó a no
desmayarse de nuevo. La habitación estaba en completo
silencio. Bram golpeó el pie con impaciencia.
—Podéis empezar. No tenéis que probar los frascos en
orden. Bik, por favor, quítate las gafas. Solo actuarán como
una distracción para esta tarea en particular.
Se oyó un débil zumbido cuando las cámaras fijas, situadas
en lo alto de las esquinas de la sala, se acercaron. Con los
dedos temblorosos, Dillon tomó el vial número siete. La
sangre era de un vivo color carmesí. Parecía que los dos lados
de su naturaleza se estaban peleando. Un lado quería hacer
arcadas, el otro quería arrancar el tapón y tragárselo. Se obligó
a desenroscar el tapón despacio y se llevó el tubo de ensayo a
los labios. El olor metálico y dulce de la sangre llenó sus fosas
nasales y se sacudió cuando, una vez más, los colmillos
salieron disparados de las sensibles protuberancias de la parte
superior de sus encías. Casi dejó caer el tubo de ensayo por la
sorpresa. Había pensado que los colmillos solo salían si había
«carne» de por medio.
Con los ojos cerrados y tratando de no pensar en que todo el
mundo le estaba mirando, contuvo la respiración y bebió. Con
torpeza, sus colmillos chocaron contra el borde del cristal y la
sangre se disparó hacia el fondo de la garganta. La conmoción
le hizo atragantarse y todos levantaron la vista. Temiendo una
escena como la de la noche anterior, tragó con fuerza y, como
un sorbo de buen whisky, sintió que la sangre bajaba por su
garganta con un agradable ardor. A medida que el calor se
extendía por sus extremidades, todo su cuerpo iba sintiendo un
cosquilleo, como si cada célula se despertara de nuevo.
Le gustó. Le gustó mucho. Parecía que le había tocado el
premio gordo a la primera. Pero el siguiente vial fue aún
mejor. Cuando la sangre llegó a su sistema, la descarga de
energía fue increíble. Su pulso se aceleró, cada músculo se
tensó de forma involuntaria, y sus ojos brillaron como si se le
salieran de la cabeza. Le siguió una oleada de confianza y
durante uno o dos minutos sintió que podía hacer lo que
quisiera. Se le antojó otro trago, pero, desconcertado por la
fuerte reacción de su cuerpo, no se atrevió a arriesgarse.
Siguió probando, pero ninguna de las otras muestras
provocó la misma reacción poderosa que había provocado la
segunda. Al observar de cerca, se dio cuenta de que cada
frasco variaba ligeramente en color, consistencia y olor, pero
era el sabor lo que realmente los diferenciaba y era difícil
analizar por qué le gustaba más un vial que otro. Simplemente
eran «placenteros» en menor o mayor medida. Decidió no
intentar averiguar por qué y, en su lugar, se limitó a dar una
puntuación instintiva a cada muestra que había ingerido.
Solo una ampolla le confundió un poco: tenía un olor
exquisito, con una textura sedosa y ligera que permanecía en
su lengua de forma agradable pero que, después de unos
segundos, le dejaba un regusto amargo muy sutil. No pudo
determinar si era bueno o malo, así que terminó dándole una
puntuación media.
Tras probar los doce viales, una muestra destacó con un
claro diez sobre diez: era la que le había proporcionado un
extraordinario aumento de energía.
Para asegurarse de que había acertado, la probó de nuevo.
Esta vez, la poderosa reacción fue aún más fuerte, y estuvo
totalmente convencido de que era la correcta. En su interior,
pensó que era probable que fuese la de Jeremiah.
Satisfecho con su selección, completó la hoja de cálculo y
fue el primero en entregar la suya. Echando un vistazo a la
sala, se dio cuenta de que algunos de los otros todavía estaban
deliberando. Bram, en particular, parecía estar luchando.
Madame Dupledge volvió a hablar.
—Recordad todos que debéis dejar que vuestros instintos se
hagan cargo. Ignorad vuestra mente y todo lo que os han dicho
antes de entrar en esta sala: solo os confundirá y, al final,
podría llevaros a cometer errores.
Bram se pellizcó el puente de la nariz y frunció el ceño. Al
final, se obligó a cerrar los ojos y completó la última de sus
elecciones. Bik fue la última en terminar. A ella también le
había costado apagar su cerebro lógico.
—Gracias a todos —dijo Madame Dupledge—. El Sr. Hunt
ha estado registrando vuestras respuestas y nos tomaremos un
poco de tiempo para procesarlas. El anuncio se hará en el gran
salón. No discutáis vuestras elecciones entre vosotros. Como
ya he dicho, son profundamente instintivas y no deben ser
objeto de discusión ni —hizo una pausa para mirar a cada uno
de ellos— de ningún tipo de crítica.
Dillon buscó a Jeremiah cuando salieron de la sala del
laboratorio. Estaba charlando con Bik, así que Dillon se quedó
atrás para esperarles.
Bik se quejaba.
—En estos tiempos, es ridículo confiar en el instinto y no en
el razonamiento científico. Mis gafas me habrían ayudado a
evaluar las propiedades de cada muestra desde una perspectiva
lógica. Las emociones pueden nublar el proceso de la toma de
decisiones.
—Tienes razón, Bik —dijo Jeremiah—, pero este es un
sistema que ha funcionado durante siglos y nuestros poderes
innatos como vampiros tampoco pueden ser ignorados.
Personalmente, tengo que decir que no habría tenido ni idea de
qué muestra elegir si no me hubiera dejado llevar por mi
instinto.
A regañadientes, Bik estuvo de acuerdo.
—Pero sigo diciendo que deberían comprobar las
propiedades científicas de la sangre y cruzarlas con nuestras
elecciones por instinto. ¿Y si la sangre mostrara un marcador
de locura que nosotros no detectamos?
—Vamos, somos vampiros; todos tenemos una vena de
locura. De todos modos, es probable que ya lo hagan. Este
lugar tiene bastante alta tecnología.
—Bueno, existe esa posibilidad —concedió Bik—. Han
tenido las muestras desde anoche. Lo discutiré con Madame
Dupledge.
—Buena idea. —Miró a Dillon—. ¿Cómo te fue, Dillon?
—Bien, creo. Todavía me estoy acostumbrando a lo de los
colmillos.
Jeremiah se rio.
—Al menos estás mejorando: esta vez no te has desmayado.

Un aire de nerviosa expectación llenó la sala cuando


regresaron. El resto de los vampiros y el personal se mezclaron
frente a la pantalla que había retransmitido las imágenes en
directo de la cata de sangre. Una vez más, varios de ellos le
miraron con ojos fríos y unos pocos chocaron los cinco con
Bram, que parecía seguro de sí mismo, como si lo tuviera en el
bolsillo.
Los estudiantes más ambiciosos del año, Bram y Celeste, se
agruparon con Ace. Bram le hizo una seña a Cora, y a pesar de
que parecía aburrida, se sintió mal físicamente cuando vio que
Bram le acariciaba el brazo con suavidad mientras hablaba con
ellos de forma atenta.
De repente, Cora miró al otro lado de la habitación y le
sorprendió mirándola. Volviendo la vista hacia él con una
expresión de resignación en su rostro, se encogió de hombros
y dirigió la vista hacia otro lado. ¿Qué demonios significaba
eso?
Sade se unió a él, a Bik y a Jeremiah.
—¿Cómo te fue con la cata de sangre? —preguntó.
—Bueno, no me gustaría hacerlo todos los días —bromeó.
—No. Es extraño probar tantas muestras diferentes. Estoy
un poco mareada.
—¿Es así cada vez que tomas sangre?
—No, la sangre que bebemos para alimentarnos es sangre
humana que ha sido tratada y desinfectada. Todos tenemos un
tipo de sangre óptima y cada una tiene su propio sabor, pero
no existe la sensación de carácter que se tiene con la sangre de
vampiro.
Dillon recordó el ultimátum de Ásta a Angelo en el ascensor
y se estremeció.
Madame Dupledge entró en el vestíbulo seguida del Sr.
Hunt. Se produjo un silencio instantáneo. La sensación de
expectación aumentó un poco. Dillon vio la postura de Bram
endurecerse mientras todos se concentraban en ella, esperando
el resultado. Aunque a Dillon no le importaba quién fuera
elegido, se dio cuenta de que él tampoco se atrevía a respirar.
—Gracias por vuestra paciencia. —Madame Dupledge se
dirigió a ellos—. Tenemos el resultado, y ha sido verificado
por mí, por el Sr. Hunt y por el profesor Dukan, Jefe de
Tecnología de la Sangre.
Dillon esperaba que la voz de Madame Dupledge
enmascarara los latidos de su corazón.
—Por primera vez en la historia de esta escuela, un
candidato ha recibido los doce votos. —Hubo un grito
ahogado y los vampiros se movieron inquietos—. Antes de
anunciar el resultado, me gustaría que recordarais uno de los
principios más importantes en los que se ha basado VAMPS.
La sangre. Nunca. Miente. Teniendo esto en cuenta, me
complace anunciar que la persona que ha recibido los doce
votos es… —Hizo una pausa—. Dillon Halloran.
5
Sangre contaminada
Toda la sala enmudeció. Dillon se sintió como si estuviera
observando los acontecimientos desde muy lejos, como si su
cuerpo estuviera allí, pero su mente estuviera volando en algún
punto del techo.
Luego hubo gritos de horror y sorpresa.
—Joder. —Fue lo único que se le ocurrió decir. ¿Había oído
bien? Tenía que haber un error.
El ya pálido rostro de Bram se volvió mortalmente blanco.
Ace golpeó la pared y la frente de Celeste, por lo general
impecable, se vio marcada por un ceño fruncido.
—No puede ser, ni siquiera es un vampiro de verdad —
susurró.
Madame Dupledge la ignoró.
—Reitero que el proceso y los resultados han sido
verificados tres veces por mí, el Sr. Hunt y el profesor Dukan.
No hay ninguna duda de que cada uno de vosotros, incluido el
propio Dillon, lo votó como Vampiro Electo.
Bram encontró su voz y, aunque estaba tenso por la ira,
habló con claridad y fluidez.
—Esto es un ultraje. Él no tendría que haber sido incluido.
No es de extrañar que su sangre tenga un sabor seductor, es
medio humano.
Hubo un pequeño murmullo de conformidad por parte de
algunos de los vampiros que observaban.
Madame Dupledge se volvió hacia Bram.
—Señor Danesti, si el elemento humano en la sangre de
Dillon era tan identificable, o «seductor» como usted dice,
¿por qué lo eligió?
Bram titubeó un segundo.
—No dije que el elemento humano fuese identificable, dije
que su muestra destacaría y es obvio por qué todos lo elegimos
y por qué el resultado es tan diferente al de otros años.
—Sea sincero, Sr. Danesti. ¿Qué le dijeron sus instintos
sobre la sangre?
Bram desvió la mirada.
—No puedo recordarlo con exactitud.
Madame Dupledge se volvió hacia Cora.
—Cora, ¿qué te dijeron tus instintos?
Cora tenía una mirada feroz.
—Fue la muestra de la que no tuve ninguna duda. Era
increíblemente poderosa, y tenía algo más que no pude
determinar.
—Gracias, Cora. ¿Bik?
Las gafas de Bik ocultaban su expresión.
—Más o menos igual que Cora. Sentí que esa sangre, la de
Dillon, supongo, era la opción más acertada. Aunque, estoy
sorprendida.
—¿Celeste?
Celeste se encogió de hombros.
—Era diferente, pero quizá no en el buen sentido.
Madame Dupledge la ignoró.
—¿Jeremiah?
—Debe de haber más en Dillon de lo que parece —bromeó
Jeremiah—. Su sangre era fuerte, muy fuerte.
Angelo levantó la mano.
—No soy fan de Dillon, pero su sangre sabía increíble, casi
tan bien como la tuya.
Madame Dupledge levantó una ceja.
—Gracias, Angelo.
Se volvió hacia Bram.
—Ninguno de vosotros ha mencionado una sensación de
«atracción» humana en la sangre de Dillon, incluido tú mismo.
No hay duda de que tú también habrías sido un excelente
Vampiro Electo, Sr. Danesti. Me gustaría que demostraras esas
cualidades aceptando el resultado de hoy.
Bram se mordió el labio y, apretando los puños, hizo una
pequeña reverencia.
—Acepto el resultado, pero no estoy seguro de que mi padre
lo haga.
Madame Dupledge sonrió.
—Tu padre no es asunto tuyo, Bram. En VAMPS se te
anima a tomar tus propias decisiones. Sin embargo, hablaré
con él, así como hablaré con el resto de vuestros padres.
Dillon seguía congelado por el horror. Ni en cien millones
de años quería ser el líder de un grupo de vampiros locos,
arrogantes, superfuertes y superinteligentes.
Por fin consiguió hablar.
—No quiero causar ningún problema, sé que todavía estoy
aprendiendo cómo funcionan las cosas aquí. No me importa
que haya otra votación.
Por primera vez, los ojos de Madame Dupledge brillaron.
—Dillon, has sido elegido como líder en una ceremonia que
ha funcionado durante siglos. Como he dicho: la sangre nunca
miente. No te retiras. Aceptas el cargo y vives de acuerdo con
él. Tu segundo al mando te guiará cuando se trate de
conocimientos sobre nuestra escuela o sobre el mundo de los
vampiros. Ninguno de vosotros ha asistido a esta academia
antes, así que es una experiencia de aprendizaje para todos.
Ahora, además del miedo que lo paralizaba, sintió una
puñalada de vergüenza en el estómago. Ya había fallado la
primera prueba.
Mirándole un segundo más, Madame Dupledge continuó.
—La persona con el segundo mayor número de votos y
nuestro Vampiro Electo Adjunto del Pico Uno es Bram
Danesti.
Bram se quedó inmóvil, como si se transformara en piedra.
Ni la más mínima vibración de un músculo o de un párpado
traicionó sus sentimientos, lo cual era, de alguna manera, más
intimidante que la ira que había mostrado antes.
—Esto es indignante —protestó Celeste—. Es evidente que
esta escuela sufre siglos de retraso en términos de igualdad.
—Celeste. —Madame Dupledge se volvió hacia ella—.
Como deberías saber, la ceremonia no se diferencia por nada
más que por quién es el mejor vampiro para ese papel. En mi
opinión, eso es una igualdad real. Mahina es la Vampira Electa
de Pico Tres y seguramente no necesitas que te recuerde que
he sido directora aquí durante más de cien años. Ha habido
innumerables mujeres Vampiras Electas a lo largo de los años,
tal y como cualquier investigación superficial sobre la historia
de esta academia te habría informado.
Auch, pensó Dillon, la ha puesto en su sitio.
La expresión de Celeste se quedó muy quieta, oculta por una
máscara. No había ningún signo visible de ello, pero, de
alguna manera, podía decir que por dentro estaba hirviendo de
ira.
Bram también estaba inquietantemente inmóvil y, al igual
que Celeste, Dillon tenía la impresión de que estaba pensando
a ciento cuarenta y cinco kilómetros por hora. Haber quedado
en segundo lugar tras un dhampir debía ser peor para él que no
haber sido elegido.
—Bram y Dillon, repasaré con vosotros las
responsabilidades de vuestros puestos en mi despacho. El resto
puede pasar el resto de la noche disfrutando del tiempo libre
antes de que el horario completo comience mañana justo
después del anochecer.
—¡Sí! —Angelo y Frederick chocaron los puños, al parecer
totalmente ajenos a las tensas corrientes de emoción.
Mientras los otros se alejaban, Dillon deseó poder ir con
ellos. Él no quería nada de esto. No quería estar en esta
academia, no quería ser medio vampiro y desde luego no
quería ser el Vampiro Electo. Era como si ya no tuviera control
sobre nada, incluso lo que sentía por Cora parecía estar fuera
de control.
Se dio cuenta de que Bram ya había sacado su teléfono y
que estaba enviando mensajes a alguien, tal vez a su padre.
Con un poco de suerte exigiría que expulsaran a Dillon, y lo
enviarían a casa. Sintiéndose como si tuviera el peso del
mundo sobre los hombros, siguió a Bram y a Madame
Dupledge de vuelta a su despacho. Unos pocos vampiros de
los otros picos que aún no se habían retirado le miraron al
pasar, algunos de forma hostil, otros con curiosidad.
Como siempre, su dulce y embriagador aroma le hizo perder
la cabeza, y estaba furioso porque ni siquiera podía controlar
su propio cuerpo. Se obligó a no pensar en su suave y tersa
garganta. Bram estaba a su lado, con un aspecto frío y sereno.
Madame Dupledge los analizó durante unos largos
segundos. Irritado consigo mismo, Dillon apartó los ojos
cuando otra oleada de vívidos recuerdos amenazó con
abrumarle.
—Lo habéis hecho muy bien los dos —dijo la directora al
fin—. Como sabéis, en la ceremonia de iniciación me hago
una idea de vuestro carácter, y creo que ambos sois unos
candidatos muy especiales.
Una palabra extraña, «especiales», pensó Dillon. Se percató
de que no había dicho «mejores».
—Bram, soy consciente de que estás decepcionado por no
haber sido elegido Vampiro Electo, pero creo que puedes
adoptar el papel de segundo y ser una gran ayuda para Dillon.
Ambos, por diferentes motivos, os enfrentaréis a muchos retos
y debéis estar preparados para tomar decisiones difíciles que a
veces podrían poneros en desacuerdo con vuestros
compañeros. Quiero que dejéis de lado vuestras diferencias,
que estéis a la altura de esos desafíos y los afrontéis de la
mejor manera posible. Estoy aquí para guiaros.
Bram parecía implacable, pero los pensamientos negativos
de Dillon amenazaban con escaparse de su control. Ya había
sido bastante difícil encajar antes y ahora sería imposible.
Bram —el vampiro que había sido preparado para el papel
desde que tomó su primer sorbo de sangre— no le ayudaría.
Todo esto era una locura.
Con su peculiar intuición, Madame Dupledge se volvió
hacia él.
—Dillon, me gustaría hablar contigo a solas. Bram, piensa
en mis palabras y recuerda lo que te dije después de la
ceremonia de iniciación.
—Sí, Madame —dijo Bram, sin expresión en el rostro. Se
inclinó y salió de la habitación.
Madame Dupledge analizó a Dillon durante unos segundos
muy incómodos. Al final, habló.
—Dillon, sé que ha debido ser un gran impacto haber sido
elegido Vampiro Electo, pero déjame asegurarte que en todo lo
que llevo en esta escuela la cata de sangre nunca se ha
equivocado. Ahora bien, vas a tener que aprender rápido y
deberás ser sumamente fuerte. Nos gustaría hacer algunas
pruebas más con tu sangre. Para ello vamos a necesitar otro
par de viales, si te parece bien.
Dillon tosió. Estaba convencido de que, a pesar de sus
palabras, ella no confiaba en el resultado. ¿Para qué, si no,
querrían analizar su sangre otra vez? Reuniendo el valor, se
obligó a sí mismo a hacer la pregunta que le estaba
atormentando.
—¿Estás segura de que no fui elegido solo porque soy un
dhampir? Como dijiste, nunca antes se había aceptado a un
dhampir en la escuela.
En secreto, estaba de acuerdo con Bram; debía de haber un
error, algo sobre el elemento medio humano que había
confundido a todo el mundo. En toda su vida no había
mostrado ni una sola cualidad de liderazgo.
Ella se quedó mirándole a los ojos, y él quiso parpadear o
apartar la mirada hacia otro lado, pero permaneció fascinado
por su hipnótica mirada verde esmeralda.
—Dillon, puede parecer sorprendente que tú, un medio
vampiro, hayas sido elegido, pero no ha habido ningún error.
Créeme. Como he mencionado antes, tu madre pertenece a un
poderoso e impresionante linaje.
Se vio a sí mismo dándole la razón. Podía estar a la altura
del desafío. Puede que no estuviera preparado para el papel,
pero era fuerte. Se había criado en las tierras salvajes de
Irlanda; Bram y los demás parecían haber vivido una vida
llena de lujos.
Madam Dupledge asintió.
—Mejor. Debes creer en ti mismo, Dillon.
Dios mío. De verdad podía ver en su interior.
—Te acompañaré a la enfermería.
Cuando ella se dio la vuelta y caminó alrededor del
escritorio, las vibraciones positivas que debía estar
transmitiendo se desvanecieron y él parpadeó con fuerza para
evitar que sus pensamientos volvieran a caer en la negatividad.
La siguió mientras salía de su despacho hacia la zona del
atrio y bajaba las escaleras hasta la séptima planta. Dillon
reconoció el pasillo y la puerta de la enfermería. La Dra.
Meyer estaba dentro atendiendo a Frederick, que, en el corto
período de tiempo transcurrido desde la última vez que lo
había visto, se había abierto la cabeza y estaba apoyado en la
cama con un aspecto lamentable.
Los ojos de Dillon se abrieron de par en par cuando la Dra.
Meyer, que solía ser bastante severa, empezó a lamer la herida
con rigurosidad. Frederick no pestañeó. Al instante, se curó.
—Ya está, así está mejor, Frederick—dijo, dando un paso
atrás y admirándolo antes de darse cuenta de que Madame
Dupledge y Dillon estaban en la puerta—. Ah, no tardaré nada,
Madame. Frederick ha tenido un accidente en el gimnasio. Las
heridas en la cabeza tardan en sanar por sí solas.
Dillon recordó a Cora diciendo que Frederick era torpe. Ser
propenso a los accidentes no parecía propio de un vampiro.
—Lo siento. —Frederick sonrió con pesar—. Parece que no
soy tan bueno como Aron y Jeremiah en ese terreno.
—Estoy segura de que tienes otros talentos, Sr. Keller —dijo
Madame Dupledge con firmeza.
—Ja, seguro —aceptó Frederick con una sonrisa.
—Ahora, si nos disculpan, Dillon y yo tenemos que hablar
con la Dra. Meyer.
—Oh, sin problema. —Frederick saltó de la cama y salió de
la habitación, levantando las cejas al pasar junto a Dillon.
Dillon le devolvió un pequeño encogimiento de hombros.
Estaba claro que Madame Dupledge no quería que sus
compañeros se enteraran de esas muestras de sangre.
En cuanto Frederick desapareció, habló con la Dra. Meyer.
—¿Podría conseguir otras dos muestras de sangre de Dillon
y traérmelas a mí personalmente?
—Por supuesto, Madame. —La Dra. Meyer asintió y
comenzó a abrir y cerrar cajones mientras preparaba el equipo
de extracción de sangre.
—Gracias. —Madame Dupledge asintió y volvió a hablar
con Dillon—. Te veré mañana para tu primera lección de
Control de los Deseos.
—Eh, sí, gracias —tartamudeó Dillon, sonrojándose de
nuevo—. La espero con ansias.
Mientras salía por la puerta, se dejó caer en la cama con un
suspiro de alivio.
—¿Estás bien? —preguntó la Dra. Meyer.
—Sí, creo que sí, gracias. Por aquí las cosas pasan rápido,
nada más. Es como si mi cuerpo siguiera fuera de control
después de todo lo de la cata de sangre.
—Te acostumbrarás.
—Eso es lo que todo el mundo dice. —Aunque se preguntó
cómo sabían eso si él era el primer dhampir en este lugar.
Al introducir la aguja en su brazo una vez más, la expresión
de la Dra. Meyer se suavizó un poco.
—Debe ser difícil sobrellevarlo, pero Madame Dupledge
cree en ti. No soporta a los necios. Intenta no preocuparte en
exceso. —Retiró la aguja y, acercándose a su escritorio,
etiquetó el frasco con cuidado—. Ya está, se curará solo, pero
puedes lamer el punto del pinchazo si quieres. Deberías tener
algo de capacidad curativa en tu saliva.
Se miró el brazo y lo lamió con timidez. La punta de la
lengua le cosquilleó al entrar en contacto con la pequeña gota
de sangre.
—Pues gracias —murmuró—. ¿Puedo irme ya?
—Sí, gracias, Dillon. Te veré en clase en algún momento si
eliges la opción de Medicina Vampírica.
—Bien, sí, tal vez lo haga. Bueno, adiós. —Salió por la
puerta y se quedó en el pasillo debatiendo qué demonios hacer
a continuación. Necesitaba el consejo tranquilizador de Sade.
No le importaría que fuera el Vampiro Electo, ¿no?
No estaba en su habitación. Su ánimo se derrumbó de nuevo.
La paranoia se apoderó de él: imaginó a sus compañeros de
clase maquinando en su contra. Después de pasearse por el
pasillo, decidió que no tenía más remedio que enfrentarse a
ellos. No podía esconderse para siempre.
Primero probó en la piscina, pero todavía estaba fría y en
silencio, y ahora la sala de sauna estaba cerrada con cinta
adhesiva. Quedaban el gimnasio o el bar de sangre que Mahina
había mencionado.
La zona del atrio del sótano estaba oscura y sombría, y
Dillon permaneció durante mucho tiempo frente a la puerta
negra con el nombre Blood Bar escrito en ella, armándose de
valor para entrar. Al final, asió el pomo y la abrió de un
empujón.
Se encontró en un pasillo corto y oscuro iluminado con luces
de neón de color azul hielo. Estaba mucho más oscuro que en
el exterior, y parpadeó un par de veces mientras su visión
nocturna de vampiro se activaba. Un extraño olor dulzón y
algo sintético invadió sus fosas nasales. Podía escuchar risas,
conversaciones amortiguadas y el sonido de bolas chocando
que provenía de algún lugar del interior. Caminando hacia el
ruido, dobló la esquina y se quedó observando. No se parecía a
ninguna sala escolar que hubiera visto antes.
Sus compañeros y algunos vampiros del Pico Dos estaban
recostados en sillas bajas y cómodas y en taburetes de bar ante
una larga barra de bar negra rectangular. Más luces de neón
azul hielo, esta vez en forma de témpanos, parecían colgar en
la parte frontal y en los laterales de la barra. Unos espejos y
unas pequeñas luces en forma de carámbanos iluminaban la
pared de detrás de la barra. Frederick y Aron jugaban al billar
en una mesa situada al lado de la barra y, al más puro estilo
vampírico, ambos parecían meter todas las bolas de una sola
tirada. Ásta estaba sentada de forma ostentosa en el regazo de
Angelo, en medio de un lujoso sofá de terciopelo rojo.
Podía oír débiles murmullos y el vapor que se elevaba y se
sumaba a la humeante atmósfera subterránea. Venía de una
enorme máquina en la barra que parecía ser una sofisticada
máquina de «café» para sangre artificial. Se dio cuenta de que
el bar de sangre era literalmente un Starbucks para vampiros,
salvo que —sonrió para sí mismo— debería llamarse
Starbloods. Un menú en la pared del fondo ofrecía sangre
espumosa, sangre suave, chupitos de sangre, burbujas de
sangre y sangre helada. Se obligó a reprimir una oleada de
repulsión cuando se dio cuenta de que había diferentes
sabores, como 0 Positivo o AB Negativo.
Todavía no le había visto ni oído ninguno de los otros.
Esperaba que eso significara que los latidos de su corazón no
eran tan fuertes como antes.
Celeste estaba sentada en un taburete de la barra al lado de
Ace y sujetaba un vaso alto con un líquido espumoso y rosado.
—Está amañado —decía—. Ni siquiera es un vampiro de
verdad. Madame Dupledge solo quiere a alguien al que pueda
manipular. Alguien que no sepa nada sobre esta escuela y lo
que ha estado sucediendo durante los últimos años bajo su
liderazgo. Mi padre dice que cree que nuestras líneas de sangre
se han vuelto débiles y que necesitamos introducir algo de
sangre brava. Es una idea descabellada: que Mahina sea un
vampiro común ya es bastante grave. No se va a quedar de
brazos cruzados ni permitir que ocurra esto.
Por desgracia, Bram, que también estaba en el bar, lo
vislumbró en los espejos y sonrió a los demás.
—No podría estar más de acuerdo, Celeste. Cora, ¿por qué
no repites lo que acabas de decir sobre que también se trata de
un error para que Dillon pueda escucharlo por sí mismo?
Con sus reflejos relámpago, todos se volvieron al mismo
tiempo y le miraron fijamente. Algunas de las miradas eran
francamente hostiles, y otras se mostraban ansiosas, como si
estuvieran deseando una confrontación. Ásta, que le había
ignorado hasta ahora, le miraba de repente con interés.
Impaciente, apartó de un manotazo una de las manos
juguetonas de Angelo. Sade, sentada en un cómodo sillón
junto a la mesa de billar, se miró los pies.
Cuando las palabras de Bram se filtraron en el cerebro de
Dillon y se dio cuenta de lo que había dicho sobre Cora, casi
se atragantó. Sus ojos buscaron los de ella.
Le sostuvo la mirada, pero si los vampiros pudieran
sonrojarse, ella habría sido de color escarlata. Luego,
recuperando algo de su habitual desparpajo, se volvió hacia
Bram.
—Sabes que no quise decir eso, Bram. Dije que no era justo
para ti, Dillon, ya sabes, tener que dirigirnos a nosotros, un
grupo indisciplinado, a pesar de que tu sangre sea genial.
—Bueno, esa es una forma de interpretarlo. —Bram sonrió
con satisfacción.
Ella lo fulminó con la mirada y dijo en voz baja:
—Deja de actuar como un idiota, Bram.
Se miraron con furia hasta que Bram se encogió de hombros
y volvió a hablar:
—Mira, Dillon, puede que tenga mis defectos (aunque hay
que admitir que es difícil que se me ocurra alguno), pero una
cosa que no soy es un falso. No es un secreto que quería ser
Vampiro Electo, y creo que todos estarían de acuerdo en que
soy el mejor vampiro para ese puesto…
—Ejem. —Celeste levantó las cejas.
—Todos los Danesti han sido Vampiros Electos en el Pico
Uno desde hace generaciones. Es evidente que ha habido un
error y mi padre insistirá en que haya una investigación.
Madame Dupledge no atiende a razones. El hecho de que un
sistema se haya utilizado durante siglos no significa que no se
puedan cometer errores. Afrontémoslo, Dillon, no quieres ser
Vampiro Electo, lo más probable es que te estés meando en los
pantalones mientras hablo.
Dillon se vio muy de acuerdo con lo que decía Bram: su voz
era hipnótica y estaba tan seguro de sí mismo que todo tenía
mucho sentido. Los ojos de Bram empezaron a brillar,
sintiendo el triunfo. Entonces Dillon vio la mirada de Sade. La
joven movió la cabeza de forma casi imperceptible.
Pensó en lo que había sentido cuando probó su propia
sangre: había experimentado una fuerza bruta y arrolladora. Él
podría no ser el líder más culto o dinámico, pero debía tener
algo. Mientras los pensamientos rondaban por su cabeza,
Bram le observó con impaciencia y el brillo de sus ojos se
oscureció cuando Dillon levantó la barbilla.
—¿Sabes qué, Bram? Estoy de acuerdo contigo: hubieras
sido un gran Vampiro Electo. Pero es un hecho que tu sangre
no fue elegida. El elegido fui yo. —Se volvió para mirar a los
demás que lo observaban con atención, con esa extraña
quietud vampírica—. Todos vosotros creísteis en mi sangre.
Los ojos de Bram brillaron y el músculo de su mandíbula se
crispó.
—No seas idiota, dhampir. Te lo advierto ahora: retírate o
afronta las consecuencias.
Dillon sintió como si pequeñas chispas atacaran su cerebro y
un zumbido agudo sonó en sus oídos. La sensación era
dolorosa y desorientadora. Sacudió la cabeza para deshacerse
de ella. Jeremiah, que había estado sentado atrás, perdido en
las sombras, se levantó en silencio y se puso a su lado, con los
brazos cruzados sobre el pecho.
—Si yo fuese tú, no lo intentaría, Bram. Los vampiros que
quieren ser VE no usan juegos mentales.
Dillon no tenía ni idea de lo que estaba diciendo, pero los
ojos de Bram, que seguían enfocados en él, se estrecharon.
—Siéntate, Jeremiah. Esta no es tu guerra —susurró.
Los dolorosos dardos de electricidad en su cabeza se
aliviaron un poco, pero empezaba a sentirse mareado.
—He dicho que lo dejases, Bram —insistió Jeremiah.
A regañadientes, Bram apartó sus ojos de los de Dillon y se
fijó en los de Jeremiah. Parecía haber una silenciosa batalla de
voluntades entre ellos. De vez en cuando, uno u otro se
estremecía ligeramente y al notar que ya no podía sentir nada
más, Dillon se dio cuenta de que Bram había estado ejerciendo
algún tipo de poder mental que ahora había pasado a Jeremiah.
Jeremiah seguía sólido y casi impasible, pero los dedos de
Bram empezaron a temblar y su cara se volvió poco a poco
gris. Lo que fuese que estuvieran haciendo requería una gran
cantidad de esfuerzo. Ahora los dos estaban comenzando a
estremecerse, y los ojos de Bram se salían ligeramente de sus
órbitas.
De repente, Cora se levantó de un salto y se interpuso entre
ellos.
—¡Parad! ¡Los dos! Esto es una locura.
—Quítate de en medio, Cora —susurró Bram e intentó
empujarla a un lado—. Esto no te incumbe.
Se oyó un sonoro golpe cuando ella levantó la mano y le dio
una fuerte bofetada. Al instante, la sala quedó en silencio; el
único ruido era el suave siseo de la máquina de sangre. Bram y
Jeremiah se desplomaron al instante.
Cora se cubrió la boca con la mano.
—Oh, Dios mío. Bram, lo siento mucho, no debería haber
hecho eso, pero tenía que romper el duelo mental entre
vosotros dos.
Sin decir una palabra, Bram se alejó de ella y salió de la
sala. Cora se quedó aturdida durante un segundo, y después le
dedicó a Dillon una sonrisa de disculpa y salió corriendo tras
él.
El silencio sepulcral fue roto por Ásta que daba palmadas
con lentitud, con el rostro animado de forma inusual.
—Primer asalto: Dillon —dijo y, separándose del regazo de
Angelo, se acercó a Dillon, tomó su cara entre las manos y lo
besó apasionadamente en los labios.
6
La sangre duele
Está claro que Ásta tenía mucha práctica; a Dillon se le
doblaron las rodillas. Entonces recordó que todo el mundo
estaba mirando.
—Vaya. ¡Ásta! —dijo y, con cierta dificultad, se separó y se
tambaleó hacia atrás. Ace sonrió.
Ásta sonrió con complicidad.
—Deberías defenderte más a menudo, Dillon. Te vuelves
muy atractivo cuando estás enfadado.
—Nunca pensé que fuera un rasgo atractivo —murmuró. Le
hizo sentirse como un niño pequeño.
Angelo se levantó y Dillon le dedicó una rápida mirada. Por
suerte, en lugar de parecer que quería beberse la sangre de
Dillon, parecía estimulado por el incidente.
—Dillon, tengo que repasar el horario contigo, ¿recuerdas?
—Sade también se levantó y lo miró, levantando las cejas.
—Oh, sí. —No tenía ni idea de qué estaba hablando, pero
parecía un buen momento para irse.
Miró a su alrededor buscando a Jeremiah, pero no había ni
rastro de él. Tenía que haberse escabullido cuando estaba en
medio del lío con Ásta. Siguió a Sade por el oscuro pasillo y,
cuando la puerta se cerró tras ellos, se encogió al oír una
carcajada.
—¿Estás bien? —preguntó Sade—. Parecía que necesitabas
que te rescataran.
—Buena jugada, gracias por darte cuenta. Te debo una.
—Ahora son dos, ¿la lección del ataúd? ¿Recuerdas?
—Tienes razón. De verdad que te lo agradezco. —Justo
fuera de su puerta, le lanzó una mirada de reojo—. ¿Estás
conforme con esto de que sea VE?
Ella dudó, con la mano en el pomo de la puerta.
—No voy a mentir. Me sorprendió que la sangre fuera tuya.
—¿Por qué?
Abrió la puerta y él la siguió a la habitación. El escritorio de
Celeste estaba cubierto de fotos en las que se la veía radiante
con su padre en varios eventos de vampiros con mucho estilo.
Su bikini de la noche anterior se estaba secando en el extremo
de su ataúd y la ropa y los zapatos caros estaban
desparramados por el armario. El escritorio de Sade estaba
lleno de libros y había un Libro del Poder de lujo. Su ataúd
estaba abierto y, al igual que Cora, había pegado fotos de sus
impresionantes hermanos y de un elegante gato doméstico en
la tapa interior. Dillon parpadeó ante la foto de sus padres
recibiendo el Premio Nobel de Física.
—Es difícil de explicar con palabras —dijo despacio,
sentada en su escritorio—, pero tuve una reacción muy
poderosa.
—A mí también me pasó lo mismo. Yo también lo sentí, no
tenía ni idea.
—Y, bueno, Angelo tenía razón, fue… increíble. Todavía
puedo saborearla.
—Oh, claro. Eh, gracias —dijo, sin estar seguro de cómo
responder a eso.
Se sentó cerca de ella en la cubierta del ataúd.
—Mira, se supone que no debo hablar de esto, pero Madame
Dupledge quería más de mi sangre.
—¿Para qué?
—No me lo ha dicho. ¿Pero tal vez haya habido un error,
como dice Bram? ¿Por qué otra razón la querría?
—No lo habría anunciado si pensaran eso. Se habrían
inventado una excusa para justificar el retraso y volver a
analizar los resultados o repetir la cata. Es más probable que
quieran saber más sobre tu sangre. No te lo había contado
antes, pero después de que te desmayaras en la ceremonia de
iniciación, Madame Dupledge parecía bastante conmocionada.
Pensé que era porque te habías desmayado, pero ahora no
estoy tan segura. ¿Habló de ello contigo?
—No.
—Eso es raro, ¿no crees?
Lo era. Madame Dupledge no le había dicho nada sobre la
ceremonia de iniciación. Pensó en ello. Se había sentido
abrumado por la experiencia, pero, justo antes de desmayarse,
recordó haber sentido que ella también perdía el control.
—Lo único que ha mencionado dos veces es que mi madre
pertenece a un fuerte linaje de vampiros.
—¿En serio? —Sade se sentó más erguida—. Mira, tal vez
podríamos hacer algunas pruebas por nuestra cuenta.
Averiguar más acerca de dónde vienes.
—¿Cómo vamos a hacer eso?
—Soy buena en bioquímica. Todo lo que necesitaría es
acceso a los laboratorios, pero eso no debería ser muy difícil:
voy a elegir la opción de análisis de sangre. Debe haber una
base de datos de sangre de todos los vampiros que han pasado
por aquí. Solo tenemos que encontrar una que sea compatible
con la tuya.
—¿Puedes analizar mi sangre?
—Sí, ten la certeza de eso, Dillon.
—Si los vampiros pueden distinguir las cosas por el gusto,
¿para qué la necesitas? ¿No deberías probar un poco más de
mi sangre?
—Todos identificamos tu sangre como especial, pero eso no
nos dice de dónde viene ni nada sobre ella. Podríamos
averiguar si tienes alguna proteína o antígeno extra o si hay
algo diferente en tu ADN. El ADN de los vampiros es
diferente al ADN humano; nos hemos adaptado genéticamente
a una dieta solo a base de sangre.
Dillon hizo una mueca.
—Estamos diseñados para atraer y atrapar presas. Eso
significa una fuerza mayor, unos sentidos mejorados y
nuestros cerebros han desarrollado algunos trucos de
inteligencia: de ahí la pequeña exhibición de Bram contigo.
—Eso no fue una pequeña exhibición: me destrozó la
cabeza.
Sade le ignoró.
—Nuestro sistema metabólico y circulatorio se ha vuelto
increíblemente eficiente, y nuestros corazones laten tan lento
que ni siquiera somos conscientes de ellos… Escucha.
Le hizo un gesto para que se acercara y guio su cabeza hacia
el esternón. Llevaba una fina camiseta de manga larga con
cuello en «V» que se detenía unos centímetros por encima de
sus pantalones de chándal, dejando al descubierto una pequeña
franja del estómago. Su piel estaba fría y era increíblemente
suave. Podía oír el leve latido de su corazón, como el aleteo de
una mariposa.
—Vaya, es increíble —murmuró mientras una extraordinaria
sensación de serenidad le invadía. Después de haber sentido
que su propio corazón había estado atado a un cable elástico la
mayor parte de la noche, ahora podía sentir cómo se
ralentizaba en respuesta. Olía de maravilla, no era tan
hechizante como Cora ni tan embriagadora como Madame
Dupledge, sino más bien deliciosa, como una tarta de manzana
fresca o pan de trigo recién salido del horno.
La puerta se abrió de golpe y la luz del pasillo se derramó
sobre ellos.
—Dillon, debe haber algo en ti que me estoy perdiendo.
Desde luego, no lo vi en la ducha. —Celeste sonrió.
Dillon y Sade se separaron de un salto.
—No es nada de eso —soltó él—. Estaba escuchando su
corazón.
Celeste levantó sus cejas perfectamente arqueadas.
—Claro que sí, pero no os preocupéis por mí. Me voy a la
habitación de Ace a comparar horarios. Tal vez «escuche su
corazón» mientras estoy allí. Vosotros seguid.
Recogió su portátil y volvió a salir.
Sade estaba cabizbaja, absorta en volver a atar los cordones
de sus Nike.
—¿Qué pasó en la ducha? —Su voz estaba ligeramente
apagada.
—Nada. Parece que le gusta irritarme. —Frunció el ceño.
Sade se quedó quieta un momento.
—Sí, creo que puedo verlo. En realidad, detrás de la fachada
de perra del hielo, es buena.
Lo miró y Dillon parpadeó, un poco sorprendido.
—Tendré que confiar en tu palabra.
Volvió a su escritorio y abrió el portátil.
—¿Quieres ver el horario? En cuanto empiece con Análisis
de la Sangre y tenga acceso a los laboratorios, podremos
comenzar a hacer algunas pruebas por nuestra cuenta.
—¿Por qué?
—Por qué ¿qué?
—¿Por qué me estás ayudando?
Sade se detuvo, con las manos sobre el teclado.
—No estoy segura, creo que nunca he conocido a nadie
como tú. Siempre he vivido entre vampiros y la mayor parte
del tiempo —hizo una pausa—, siento que no encajo. Además,
como he dicho, quiero averiguar por qué tu sangre sabe tan
bien.
—Tú también eres diferente. La mayoría de ellos parecen
egoístas, están centrados en sí mismos. Mi padre siempre decía
que había que tener cuidado con la gente que se centraba
demasiado en sí misma. Aunque —se corrigió— Jeremiah no
es así.
—Sí, es un buen chico —aceptó Sade y volvió a mirar la
pantalla—. Bien, empezamos con Combate, Caza y Protección
con el Sr. Hunt por la mañana, un nombre muy apropiado. —
Sonrió—. Después, Deseo y Control con Madame Dupledge
mañana por la tarde. Las otras asignaturas básicas son Vivir
entre Humanos, Conocimiento de la Sangre, Cómo Mejorar el
Poder Mental, Relaciones Internacionales y Diplomacia
Vampírica, y Vuelo, Transfiguración y Nebulización. Luego
hay un montón de módulos optativos, pero los principales son
Ciencia Vampírica y Medicina e Historia Vampírica. Ah, por
cierto, los VE tienden a sobresalir en todo.
Dillon hizo una mueca.
—¿Estás tratando de hacerme sentir mejor o peor?
—Yo solo te lo digo.
—Sí, bueno. Este VE está sobreviviendo por los pelos; o
debería decir por los colmillos. Será mejor que me vaya y
compruebe que Jeremiah está bien.
—Bien, asegúrate de cerrar tu ataúd esta noche. Ahora todos
sabemos que tu sangre sabe tan bien como huele.
Esbozó una de sus sonrisas rompecorazones.
Dillon le devolvió la sonrisa.
—Muy graciosa.

Jeremiah estaba acostado en su ataúd con la tapa abierta


cuando volvió.
—¿Estás bien? —preguntó Dillon.
—Sí, solo estoy relajándome.
—¿Qué es lo que ha pasado antes? ¿Magia?
—Somos capaces de aprovechar la energía electromagnética
del cerebro y dirigirla en forma de impulsos de gran amplitud
hacia el de otra persona. Algunos vampiros son mejores que
otros. Bram es fuerte.
—Tú parecías más fuerte.
Se encogió de hombros.
—No soy tan bueno aprovechándola, pero he aprendido a
ser bueno en el bloqueo.
—¿Cuánto tiempo se tarda en recuperarse?
—Depende del tiempo que lo hagas y requiere menos
esfuerzo a medida que vas mejorando. Ahora estoy bastante
recuperado, aunque mataría por un trago.
—¿Quieres que te traiga uno? —Era lo menos que podía
hacer.
—Si crees que puedes mantenerte alejado de los problemas.
0 Positivo con extra de espuma, gracias.
Dillon tragó saliva.
—Ah, sí, claro. Vuelvo en un minuto.
Respiró aliviado al ver que el bar de sangre estaba vacío. La
máquina de sangre era fácil de manejar y observó, fascinado y
asqueado, cómo el humeante chorro caía en el vaso para llevar.
Cuando levantó el vaso, el mismo olor dulce y ligeramente
sintético de la sangre le llegó a las fosas nasales, y le
sorprendió un impulso abrumador de probarla. Sintió un
cosquilleo en los colmillos.
Sorprendido, apartó el vaso y le puso una tapa. Se negaba a
empezar a desear cualquier tipo de sangre ahora o nunca.
Durante todo el camino de vuelta, luchó contra el deseo de
abrir la tapa y, al entregárselo a Jeremiah, se desplomó con
alivio sobre su propio ataúd.
—¿Qué pasa? —preguntó Jeremiah, dando un sorbo a la
espuma rosa.
—Que alguien me ayude, pero quería un trago, en serio.
Jeremiah se rio.
—Bienvenido a nuestro mundo, amigo mío. ¡Ahora sabes
por qué la clase de control y deseos es el día uno!
Dillon maldijo.
—Nunca antes he tenido antojos como este.
—El deseo disminuye con la edad. Madame Dupledge debe
sobrevivir con un par de sorbos al mes.
—Gracias a Dios, aunque si vuelvo a comer comida
«normal», supongo que el antojo cesará.
Jeremiah levantó las palmas de las manos.
—Quién sabe. La sed de sangre es fuerte, una vez que la has
despertado, no estoy seguro de que simplemente puedas
«encerrarla» de nuevo.
—Mierda. Espero que eso no sea verdad.
—Voy a irme al ataúd.
—Sí, yo también. —Sacó del bolsillo el teléfono que
Jeremiah le había dado esa misma noche—. ¿Cómo puedo
pagar las llamadas con esto?
—Creo que Bik puso una tarjeta SIM de prepago, por lo que
solo debes recargarla con tu tarjeta de crédito.
—Ah, vale, gracias. —Decidió no mencionar que no tenía
tarjeta de crédito. En casa, siempre había trabajado para su
padre, y nunca le sobraba dinero. Su padre no estaba de
acuerdo con la idea de gastar lo que uno no tenía. Cambió de
tema; ya era lo bastante diferente a todos ellos—. Oye, gracias
por lo de antes, también. Por defenderme.
—No hay problema. Por lo general, me mantengo al margen
de ese tipo de rivalidades de mierda, pero no me gusta cuando
alguien abusa de una ventaja injusta.
—Ya, pues te lo agradezco.
—¿Cómo te sientes con lo de ser VE?
—Sigo pensando que ha habido un error.
—No, ahora que lo pienso, había algo diferente en tu sangre.
Como he dicho antes, debe haber más de lo que se ve a simple
vista.
—O tal vez todo es una gran confusión; ¡juro que pensé que
era tuya! —dijo Dillon, sonriéndole.
—¡Largo de aquí! —Jeremiah le hizo un gesto y se acostó
de nuevo en su ataúd, quedando fuera de la vista.
Dillon salió y marcó el teléfono de su casa en Irlanda. Sonó
y sonó. Que raro, su padre se levantaba mucho antes del
amanecer, así que debería estar despierto. Suspirando, colgó el
teléfono y se arrastró a la habitación. La tapa del ataúd de
Jeremiah estaba bien cerrada. Suspirando de nuevo, se
desnudó y se acostó en su ataúd. El pequeño nudo de
preocupación por su padre le impidió dormirse. ¿Dónde
estaría?
En la oscuridad silenciosa y flotante del ataúd, su mente
empezó a divagar y le vino a la cabeza una visión de su padre
hablando atentamente con una mujer. Estaba oscuro y estaban
fuera en algún lugar. Podía ver estrellas en el cielo. Se esforzó
para ver el rostro de la mujer, pero ella permanecía oculta en
las sombras y, tan rápido como apareció la visión, desapareció.
Pasó el resto de la noche preocupado. La visión parecía
demasiado realista para ser un sueño. ¿Acaso toda esa charla
sobre su escurridiza madre vampiro había desencadenado
algún recuerdo? De alguna manera, la visión no tenía fecha, y
eso explicaría por qué su padre no atendía el teléfono en casa.
Sintió una puñalada de celos irracionales: si era su madre, su
padre no había esperado mucho para volver a reunirse con ella.
Al final, justo antes de la puesta de sol, se sumió en un sueño
intranquilo.

Un fuerte golpeteo lo despertó.


—Oye, Dillon, despierta. —La voz de Jeremiah estaba
amortiguada—. Combate, Caza y Protección comienza en
treinta minutos.
—¡Mierda! —Dillon se agarró la cabeza y maldijo en voz
alta.
Llegó al gimnasio con ganas de morirse.
—Ah, nuestro nuevo VE. —Los penetrantes ojos negros del
Sr. Hunt lo detectaron de inmediato—. Dándonos a todos un
ejemplo. Bienvenido a Combate, Caza y Protección o CCP. Si
vuelves a llegar tarde, serás la presa de nuestra próxima
cacería.
Los demás se rieron. Dillon apretó los dientes y asintió con
la cabeza. El Sr. Hunt lo miró durante unos segundos más y
luego continuó. Dillon se sorprendió al darse cuenta de lo
pequeño que era; su poderosa personalidad le hacía parecer
más grande. Eso explicaba el síndrome del vampiro pequeño.
—Somos depredadores —dijo el Sr. Hunt, mirando a toda la
clase; su mirada se detuvo en Dillon una vez más, para
enfatizar sus palabras—. No tiene ningún sentido negarlo.
Estamos diseñados para atrapar presas, en nuestro caso,
humanos, y para evitar que nos capturen. Ahora, es obvio que
ya no cazamos humanos como nuestros antepasados. Los
bancos de sangre y los donantes privados de sangre humana
nos han permitido sobrevivir sin cazar. Pero no podemos
ignorar nuestros instintos. ¿Alguien quiere decirme por qué?
Ace levantó la mano.
—¿Nos volveríamos locos?
La clase se rio.
El Sr. Hunt respondió a Ace con una pequeña sonrisa.
—Esa es una manera de decirlo, pero sí, no podemos
suprimir siglos de instinto sin sufrir algunas consecuencias
mentales y físicas. Es como meter a un gato en una jaula y
rodearlo de pájaros. ¿Alguna otra razón?
—¿Todavía puede haber ocasiones en las que necesitemos
cazar? —sugirió Celeste.
El Sr. Hunt, que no era inmune a la belleza de Celeste, le
dedicó una gran sonrisa. Imbécil sexista, pensó Dillon.
—Por supuesto. Si estuviéramos atrapados en algún lugar
del planeta sin acceso a sangre, nos veríamos obligados a
cazar. Primero recurriríamos a las grandes presas carnívoras:
ciervos, grandes felinos, etc., pero si fuera una cuestión de
supervivencia, como último recurso, nos veríamos obligados a
cazar humanos. ¿Cuándo más tendríamos que cazar?
Bram, con ojos oscuros y de mal humor, tomó la palabra.
—Cuando los vampiros se rebelan o cuando un grupo de
humanos se rebela, y tenemos que mantener el statu quo.
—Correcto. —El Sr. Hunt asintió—. Uno de los objetivos de
esta escuela es prepararos para avanzar en una comunidad
vampírica civilizada y dirigir nuestras habilidades mejoradas
en la dirección correcta. Algunos vampiros menos educados
no aceptan nuestra visión de futuro y desean arrastrarnos de
vuelta a la edad oscura. Nuestro trabajo es ponerlos en su sitio.
Nuestro Servicio Secreto de Vampiros es una organización
internacional a la que algunos de vosotros podéis tener la
capacidad de uniros cuando salgáis de aquí. Por lo general,
uno o dos de nuestros graduados lo consiguen cada año.
Operamos dentro de nuestra propia jurisdicción, pero en
ocasiones cooperamos con los servicios secretos de élite
humanos. Muy pocos humanos nos conocen, solo los que están
en la cima de los servicios secretos y sus gobiernos. Y con
razón. Nuestra existencia es alto secreto y por eso se espera
que controlemos a nuestra propia especie: para que sigamos
siendo invisibles para la mayor parte del mundo humano.
Dillon notó que Aron estaba literalmente pendiente de cada
palabra. Sin adivinar lo que quería hacer cuando se graduara.
—A veces recurren a nuestros conocimientos especiales
para los asuntos que surgen y amenazan la seguridad mundial.
Dillon se quedó boquiabierto. Su comprensión de cómo
funcionaba el mundo acababa de dar un vuelco. Los vampiros
estaban metidos en los escalones más altos del poder. Él había
asumido que solo existían en su propio mundo insólito en los
límites de la sociedad.
Algunos de los vampiros empezaban a moverse con
inquietud.
Los agudos ojos del Sr. Hunt se dieron cuenta.
—Bien. Basta de cháchara. ¿Alguna otra pregunta?
Dillon tenía cientos, pero se quedó callado.
—Así que, como vampiros necesitamos perfeccionar
nuestras habilidades. Tenemos que saber cómo luchar…
—¡Sí! —Ásta levantó el puño.
— … contra humanos, armas, vampiros enemigos y, en
ocasiones, otros seres sobrenaturales. Tenemos que saber
cómo rastrear, cómo sobrevivir, cómo permanecer ocultos y, a
pesar de nuestras ventajas, debemos volvernos físicamente
más fuertes. Durante las próximas semanas nos prepararemos
para un reto que os llevará a vuestros límites. Se celebra todos
los años y este año será el Desafío del Hielo.
Ace y Aron gritaron, y el Sr. Hunt los premió con otra
pequeña sonrisa.
—Ace, Aron, me gusta vuestro entusiasmo; esperemos que
después sigáis celebrándolo. El Desafío del Hielo es una de
nuestras pruebas físicas y mentales más difíciles. Está
diseñado para haceros trabajar juntos y para llevaros hasta
vuestros límites individuales y más allá. Tendréis una tarea
que completar, que implicará pasar una cantidad significativa
de tiempo bajo el hielo para evitar ser detectados por parte de
los vampiros enemigos «renegados». Los mejores agentes del
SSV actúan como vampiros renegados y os atacarán a la
primera oportunidad. Solo los equipos que trabajen juntos
tendrán la oportunidad de derrotarlos. Hay dos equipos
opuestos, uno liderado por el Vampiro Electo y el otro por el
Vampiro Electo Adjunto. —Sus ojos miraron a Dillon—.
Suponiendo que hayan dominado las habilidades requeridas.
Dillon palideció.
—Aquellos de vosotros que destaquéis recibiréis «colores»
y es probable que seáis propuestos para el SSV: el programa
del Servicio Secreto Vampiro.
Mientras los otros estallaban en una emocionada
conversación, Dillon levantó la mano.
—Disculpe, pero ¿le importaría decir exactamente a qué se
refiere con vampiro «renegado»?
Bram y Celeste revolearon los ojos.
El Sr. Hunt lo miró con impaciencia.
—Vampiros que no siguen nuestras reglas y que prefieren
matar a los humanos para alimentarse —dijo.
Dillon palideció de nuevo al recordar que Mahina había
mencionó que tenía que cazar a los vampiros renegados.
El Sr. Hunt se volvió hacia la clase.
—Bien, vamos a ponernos en marcha. Empezaremos con un
calentamiento y luego practicaremos en la sala de privación
sensorial. Esto os ayudará a prepararos para lo que pueda pasar
bajo el hielo.
Se deslizó hasta una zona cubierta de colchonetas con un
ring similar al de las artes marciales mixtas a un lado y ocho
sacos de boxeo colgados. El techo de estilo almacén tenía más
de quince metros de altura y cuatro de los sacos de boxeo
colgaban de él.
Un vampiro aterrador y musculoso apareció de una pequeña
oficina al lado del gimnasio en la que Dillon no había
reparado. Tenía la cara dura, con cicatrices de batalla, y el pelo
rubio largo recogido en un moño en la parte superior de la
cabeza. El hecho de que pareciera más viejo y con cicatrices le
hizo pensar a Dillon que debía ser humano o, volvió a mirar,
tal vez incluso un vikingo. Llevaba un minúsculo chaleco de
entrenamiento y unos pantalones cortos, que dejaban ver
demasiado su físico brusco pero impresionante.
—¡Oh, Jeremiah tiene competencia! —bromeó Celeste y se
ganó un ceño fruncido por parte de Bik. Jeremiah la ignoró.
—Este es Borzak, vuestro profesor de lucha. Excampeón del
mundo de AMM. Solía ser conocido como «Dr. Puño de
Hierro» antes de pasar de humano a vampiro hace veinte años.
Es el actual Campeón Mundial de Combate de Vampiros.
Tenemos el gran privilegio de tenerlo como maestro aquí.
Dillon lo miró fijamente. ¿Por qué habría hecho la transición
a vampiro? Entonces se dio cuenta de que debía haber muerto,
o casi, en una pelea en algún momento.
—Hola. —Borzak agitó uno de sus enormes puños hacia
ellos—. Estoy aquí para convertiros en los vampiros más
duros, y más expertos en combate, del planeta.
Bik levantó la mano.
—¿Esto es obligatorio para todos nosotros? —preguntó—.
No me parece la mejor forma de utilizar mi talento.
Borzak la miró y, extendiendo un largo brazo, le quitó las
gafas. Bik parpadeó mientras sus pupilas se contraían ante las
tenues luces del gimnasio y empezó a protestar de inmediato.
—No puedes confiar en cosas como esta en una situación de
vida o muerte —gruñó—. Solo debes confiar en ti misma.
Bik se estiró hasta alcanzar toda su altura.
—Estamos en el siglo XXI. Es muy poco probable que llegue
a esa situación; está claro que no entiendes que mis gafas me
dan información constante sobre el entorno y sobre quien me
rodea. Por sus constantes, podría decir que Sade, Dillon y
Frederick están asustados, y Ásta, Jeremiah y Aron están
sumamente tranquilos: ya han sido entrenados para esta
situación. Angelo está muy agitado; Bram está ardiendo por la
ira reprimida. Por extraño que parezca, Celeste también lo
está, pero en menor medida. Las constantes de Cora son las
más difíciles de leer, pero parece una de esas personas
competitivas que intentan fingir que no lo son. Sin embargo,
deduzco que Bram es el más volátil y al que hay que evitar.
Borzak sonrió, mostrando una boca sin dientes.
—En combate nunca puedes predecir cómo reaccionará una
persona. La persona más fuerte se convierte en cobarde… —
El Sr. Hunt hizo una mueca—. Y el más débil… se transforma
en un tigre. Empecemos.
Borzak los fue emparejando. Puso a Aron con Bik,
Frederick con Bram, Cora con Celeste, Ásta con Ace y
Jeremiah con Angelo. Dillon reprimió un suspiro de alivio
porque se había olvidado de él. Eso le daría la oportunidad de
evaluarlos primero. Los emparejamientos parecían
curiosamente incompatibles.
—Dillon y yo empezaremos.
Dillon miró su montañosa estructura de dos metros y medio
con horror.
—Tienes que estar de broma —protestó, echándose atrás.
—Yo nunca bromeo —le aseguró Borzak, señalando el ring
—. Después de ti.
Dillon miró al Sr. Hunt, que asintió con los ojos brillantes.
Dillon pensó que no dejaría que Borzak lo matara, y sintió que
sus piernas se volvían gelatina mientras subía al ring. Cuando
Borzak adoptó una posición agazapada, Dillon se giró un poco
hacia un lado en la postura de boxeo que había aprendido en la
escuela en Irlanda y levantó los puños para protegerse la cara.
Ni siquiera vio el primer golpe. Baja y letal, la pierna de
Borzak salió disparada, haciéndole caer al suelo al instante.
—Levántate.
Con cautela, se arrastró hacia arriba, cada nervio de su
cuerpo en alerta máxima.
Una vez más, ni siquiera vio moverse a su oponente. Como
un rayo, Borzak le retorció el brazo por detrás y al mismo
tiempo le hizo caer de espaldas, dejándole sin aire.
—Levántate.
Dillon se tomó su tiempo. Borzak lo derribó de nuevo antes
de que se hubiera incorporado del todo. Oyó la risa de Bram y
el resoplido de disgusto de Ásta.
—Sigue tus instintos, Dillon —dijo Jeremiah y fue
silenciado por el Sr. Hunt.
No tuvo tiempo. Un hilo de sangre fluía de su nariz, y podía
sentir cómo se le hinchaba el ojo derecho.
—Vamos, Dhampir —le dijo Borzak—. Eres un niño de
mamá, ¿no?
Nunca había tenido madre. Algo dentro de Dillon se volvió
loco y, con un rugido, se lanzó contra Borzak, utilizando el
peso de todo su cuerpo para clavarle un gancho de derecha en
la barbilla. La cabeza de Borzak se echó hacia atrás y se
tambaleó un poco.
—Eso está mejor, Dhampir —gruñó.
Una niebla roja descendió sobre los ojos de Dillon, mientras
se echaba encima de Borzak de nuevo. La rabia que sentía por
cada nuevo cambio en su vida estalló como una presa y,
mientras llovían golpes, no pensaba en lo que estaba haciendo,
solo se dejó llevar por su cuerpo.
—¡Dillon! Tranquilo, amigo, tranquilo, vamos.
Oyó la voz de Jeremiah, pero continuó golpeando y
esquivando hasta que sintió que dos poderosos brazos lo
envolvían y lo arrastraban.
—Déjame en paz. No me toques —gruñó, tratando de
zafarse del fuerte agarre de Jeremiah.
—Tranquilízate un poco, ¿vale?
Cuando volvió a la realidad, vio que todos estaban
mirándole, algunos sorprendidos, otros divertidos. Sade, con
los ojos muy abiertos, se acercó a él.
—¿Estás bien?
Podía sentir el sudor goteando de su frente y se sorprendió al
ver los cortes que cruzaban las cejas de Borzak y el ojo
hinchado que empezaba a curarse poco a poco. Borzak sonrió
y agarró los puños de Dillon.
—¿Cómo has aprendido a hacer esto? —preguntó.
—¿Hacer qué?
—¿Golpear así de fuerte?
Dillon se encogió de hombros.
—Irlanda.
—Bien, se acabó el espectáculo —dijo el Sr. Hunt—. Vamos
a seguir con el resto de la sesión.
Borzak ajustó las parejas un poco. Puso a Dillon con Sade y
a Jeremiah con él. En lo que parecía ser una jugada
descabellada, envió a Bik al ring con Aron.
—¿Qué ha pasado ahí? — preguntó Sade en voz baja
mientras se rodeaban el uno al otro.
—No estoy seguro.
—Estabas como un loco.
Se encogió de hombros.
—¿Nunca has oído hablar de las peleas de los irlandeses? En
el lugar de donde vengo, todo el mundo aprende a boxear.
—Parece que no es muy propio de ti.
—Así es. Todo lo que está pasando aquí es impropio de mí.
Volar. Pelear. La sangre.
—Está bien. Lo entiendo. Siempre me olvido de lo difícil
que es para ti.
—Parece que eres la única persona que se da cuenta de eso,
Sade.
—Vamos, vosotros dos —dijo el Sr. Hunt—, esto es una
clase de combate, ¡no el café de la mañana!
Volvió a pasearse entre las otras parejas y Dillon frunció el
ceño a su espalda.
—Bocazas.
Sade resopló.
—¿Qué has dicho? ¿Bocazas?
—Significa que hablas demasiado. Sin duda, el Sr. Hunt y
Bram encajan en el perfil.
—Me gusta. —Con una sonrisa, lanzó un golpe poco
entusiasta a la cabeza de Dillon, y él fingió echar la cabeza
hacia atrás como si ella le hubiera golpeado.
—¡Bocazas! —sonrió, dirigiéndole una patada redonda
mientras él se lanzaba hacia atrás.
—¡Bien hecho, Sade! —dijo Borzak, y ambos se agacharon
para ocultar su risa ahogada.
Disimuladamente, todo el mundo empezaba a observar el
ring mientras Aron y Bik se rodeaban, con los ojos
entrecerrados. Justo cuando Aron saltó, Bik salió volando por
los aires y aterrizó en su espalda. Él se tambaleó, pero
consiguió mantener el equilibrio, girándose para despistarla.
Una vez más, ligera como una pluma, se alejó volando y se
precipitó con una patada giratoria en la parte posterior de la
rodilla de Aron que le hizo caer al suelo.
Borzak, que estaba peleando con Jeremiah, rugió a través de
la sala.
—Lo sabía, Bik. Eres una tigresa sin esas gafas de mierda.
El Sr. Hunt, que se había detenido a observar a Celeste y a
Cora, volvió a hacer una mueca de disgusto.
—Gracias, Borzak.
Aron parecía reacio a atacar con fuerza.
Borzak volvió a rugir:
—Vamos, Aron, ella puede defenderse por sí sola. Ves, Bik,
Aron es letal, pero contra ti, es un oso de peluche. Nunca
conoces a alguien hasta que luchas con él.
—No quiero herirla —protestó Aron, y gimió cuando Bik le
asestó una patada circular en el estómago y giró de nuevo
fuera de su alcance.
—¡Aron! —advirtió Ásta, sin romper su concentración por
un segundo mientras ella y Ace mantenían una danza mortal el
uno alrededor del otro.
Solo cuando Borzak rugió que iba a suspenderle la clase,
Aron arremetió con una rápida, mortal y eficaz secuencia de
movimientos. Se oyó un ruido horrible parecido al de un
disparo de pistola cuando la clavícula de Bik se rompió. La
sangre manaba de su nariz.
Mientras Borzak miraba para comprobar que estaba bien,
Jeremiah se divirtió mucho al impactar su puño derecho en la
barbilla del hombretón y lo lanzó por los aires.
—Bik, lo siento mucho. —Aron cayó de rodillas a su lado.
Bik hizo una mueca de dolor.
—No pasa nada, Aron, se curará. Me he confiado
demasiado.
Jeremiah acarició con suavidad el pelo de la frente de Bik.
—La acompañaré a ver a la Dra. Meyer para asegurarme de
que se cure bien —le dijo a Borzak, que hizo una mueca de
dolor mientras se frotaba la mandíbula.
—Bien, buen golpe, Jeremiah. Pero recuerda mantener la
cabeza fría cuando alguien que te interesa está peleando. Ella
es buena. Puede enfrentarse a vampiros tan fuertes como Aron
sin tu ayuda.
—No hace falta que me lo digas —dijo Jeremiah con una
pequeña sonrisa.
—Eh, perdona, yo también lo sé —interrumpió Bik—. No
me interesa tanto, pero reconozco que tienes razón en una
cosa, Borzak: necesito practicar más. Jeremiah, no hace falta
que me acompañes a la enfermería.
—¿Estás segura?
—Sí.
Dos segundos después de que ella se fuera, Jeremiah agitó
las gafas de Bik.
—Será mejor que se las lleve a Bik —dijo, saliendo del
gimnasio antes de que el Sr. Hunt lo detuviera.
El resto de la clase sonrió cuando regresó cinco minutos
después.
—Supongo que Bik no te necesitaba, Jeremiah —se burló
Celeste.
Jeremiah la ignoró y Dillon se volvió hacia él.
—¿Bik está bien?
—Ella y la Dra. Meyer me han echado, así que supongo que
sí. La próxima vez no dejará que Aron se salga con la suya,
eso es seguro.

El Sr. Hunt decidió que necesitaban un cambio de escenario.


—Bien, parad, vamos a hacer una privación sensorial para
prepararos para el Desafío del Hielo.
Los condujo a una puerta situada junto al túnel de viento
horizontal.
—Detrás de esta puerta hay una sala grande. Está llena de
hielo seco y está completamente a oscuras. Los únicos
sentidos en los que se puede confiar son el oído y el olfato.
Incluso con los sentidos agudizados de un vampiro os
desorientaréis. El ganador de cada pareja deberá inmovilizar a
su compañero hasta contar diez. Borzak y yo estaremos
observando con una cámara infrarroja. No hay reglas. Cora, tú
vas con Dillon. Ace, tú vas con Sade. Bram, tú vas con Aron.
Angelo, tú vas contra Frederick. Celeste, tú vas contra Ásta.
Dillon miró a Cora. No quería enfrentarse a ella por muchas
razones.
—Bram y Aron, vosotros vais los primeros. —Ordenó
Borzak, dándoles a ambos unos cascos y gafas de seguridad—.
Cuando entréis en la sala, caminad en la dirección que os diga.
Cuando escuchéis mi orden, os quitáis los cascos y empezáis.
¿Entendido?
Aron y Bram asintieron. Bram trató de parecer aburrido,
pero el brillo de sus ojos negros como el carbón y la tensión
sobre sus hombros lo delataban. Aron, con una camiseta negra
entallada que revelaba un cuerpo duro como una piedra y un
pantalón de combate negro, apretó los puños en señal de
expectación.
—Vale, gafas y cascos puestos.
Borzak los guio al interior de la sala y cerró la puerta. Él y el
Sr. Hunt miraron una pantalla junto a la puerta. El resto de la
clase se apiñó alrededor.
La imagen estaba en blanco y negro y no era muy clara.
Dillon solo podía distinguir las figuras sombrías que se
arrastraban por los lados de la habitación, tanteando las
paredes con las manos.
Borzak habló por un auricular.
—Cascos y gafas fuera, ya.
Las figuras sombrías reaccionaron, y una cámara más
cercana captó el inquietante resplandor blanco de los ojos de
Bram. Los dos vampiros se habían desplazado hacia delante en
posición de defensa y estaban inmóviles. Solo sus cabezas se
movían, mientras trataban de encontrarse el uno al otro. De
repente, Aron se agarró la cabeza y se puso de rodillas justo
cuando Bram saltó a través de la habitación y aterrizó en un
mortal movimiento de pinza sobre él.
Ásta tomó una fuerte bocanada de aire y sacudió la cabeza.
—Ha captado las señales electromagnéticas del cerebro de
Aron —murmuró Jeremiah en voz baja—, entonces dirigió las
suyas en esa dirección. No solo hiere a Aron, sino que también
le permite localizar dónde está. A menos que sea más fuerte de
lo que creo, no será capaz de retenerlo una vez que Aron
contraataque.
En efecto, cuando Bram trató de sujetar a Aron contra el
suelo, Aron se retorció por debajo de él y, en un instante, puso
a Bram de espaldas. Rodaron hacia un denso trozo de hielo
seco y, cuando las cámaras los volvieron a captar, parecía que
Bram estaba arriba. La mano de Aron salió disparada como
una cobra que atacaba y se estrelló contra la garganta de Bram.
Bram salió disparado hacia atrás y aterrizó desparramado en el
otro lado de la sala.
—¡Sí! Destrúyelo, Aron —masculló Ásta.
Un segundo después, Bram estaba levantado, merodeando
por las paredes de la habitación. Aron se agachó hacia delante.
Dillon podía verle esforzándose por captar cualquier pista.
Bram se había detenido; giró la cabeza y se concentró en
dirección a Aron. Un segundo después, Aron realizó tres
volteretas perfectas y cayó al suelo. Como una serpiente, una
vez más, se arrastró sobre su estómago. La cabeza de Bram
giró de izquierda a derecha pensando en dónde se había
metido; Aron le agarró por los tobillos por detrás y le hizo caer
una vez más. Esta vez Aron le rodeó con las piernas y los
brazos en un abrazo mortal y Bram, agitándose, fue incapaz de
sacárselo de encima.
Borzak empezó a contar.
—Tres… Cuatro… Cinco… Seis…
Bram se quedó inmóvil. Casi al instante, Aron empezó a
sacudir la cabeza con dolor mientras los pulsos
electromagnéticos se disparaban en su cerebro, pero se las
arregló para aguantar.
—Ocho… Nueve… ¡Diez! —Borzak rugió y pulsó un
botón. Sonó una bocina y una luz roja parpadeó, indicando que
el combate había terminado. Se quitó el auricular, se dirigió a
la puerta y la abrió.
Bram, con cara de pocos amigos, salió del gimnasio hecho
una furia. Aron le siguió, haciendo una mueca de dolor cuando
sus ojos se adaptaron a la luz y masajeándose la frente.
Con los brazos cruzados, Ásta le miró con frialdad.
—No está mal, hermano. Pero necesitas trabajar en los
bloqueos mentales.
Frederick le abrazó.
—¿Estás bien?
—Por supuesto que está bien —masculló Ásta—. Es fuerte,
no como tú —añadió, mirando con atención el físico poco
trabajado de Frederick.
—¡Ásta! —Aron la fulminó con la mirada y sonrió a
Frederick—. Tranquilo, Fred. Él es bueno con los juegos
mentales, pero yo soy mejor en el combate.
Borzak le dio una palmada en la espalda a Aron.
—Buen trabajo. Bien, Cora y Dillon son los siguientes.
El estómago de Dillon se apretó en una pequeña bola.
Mientras se acercaba a la puerta, llamó la atención de Cora.
Ella le sonrió.
—¡Que gane el mejor vampiro!
—Oh, tienes ciertas ideas sobre nosotros —respondió
Dillon, esperando sonar más confiado de lo que se sentía.
Borzak les dio gafas y cascos.
—Cora, Dillon, recordad, quitaos las gafas y tirad los cascos
a la esquina de la habitación cuando os diga que empecéis.
Dillon y Cora asintieron. Él podía sentir la electricidad
crepitando entre ellos y sus sentidos ya estaban siendo
abrumados por ella.
Borzak se quejó.
—¿Me has oído?
—Lo siento, los cascos en la esquina cuando tú lo digas, ¿sí?
—Preparaos.
En cuanto se los puso, se vio sumido en una oscuridad y un
silencio absolutos. Sintió la enorme mano de Borzak en su
espalda guiándole a través de la puerta. El olor acre y
penetrante del hielo seco le llenó las fosas nasales y tosió
cuando le llegó al fondo de la garganta. Sintió que Cora seguía
a su lado, pero ya no podía oler su hechizante aroma.
La voz de Borzak llegó a través de los cascos.
—Bien, Dillon, camina hacia adelante hasta que te diga que
pares.
Avanzar hacia la nada era una sensación muy extraña. De
forma involuntaria, estiró los brazos, tanteando el aire acre,
dando un paso vacilante tras otro, sin oír nada más que su
propia respiración y los latidos de su corazón.
Era consciente de que su pulso se estaba acelerando y luchó
contra la creciente oleada de la claustrofobia.
—Es solo una habitación —se gruñó a sí mismo. Había
conocido la verdadera oscuridad en casa, en las noches del frío
invierno irlandés, cuando incluso la luz de las estrellas estaba
escondida. Entonces se deleitó con la extraña sensación de que
su visión era la misma con los ojos abiertos o cerrados. Pero
esta era una situación diferente, en la que, en lugar de disfrutar
de la oscuridad, tenía que encontrar la manera de «ver» a
través de ella.
—Vale, Dillon, puedes quitarte los cascos y las gafas ya. —
La voz de Borzak se abrió paso entre el creciente pánico.
No pudo ver mucho más sin ellos, solo un remolino de humo
y una luz oscura y grisácea. Durante un segundo, permaneció
inmóvil, forzando los sentidos para captar el más mínimo
indicio de dónde estaba Cora. Absolutamente nada. Solo el
ruido ocasional de un silbido al introducir más hielo seco en la
habitación.
Pensó que tal vez ella también se había quedado quieta.
Poco a poco, dio la vuelta en un círculo, mirando hacia la
oscuridad. Nada. ¿Dónde diablos estaba?
La tensión era insoportable. En cualquier momento, él
esperaba que ella saltara de entre la negrura. Volvió a cerrar
los ojos.
¿Dónde diablos está? Debería poder oír los latidos de su
corazón.
Sus ojos se abrieron de golpe.
—¿Cora? —dijo en voz alta.
Hubo una pausa de medio segundo.
¡Lo tengo!
Sintió su oleada de emoción, seguida de una ráfaga por el
aire un segundo después, y se dejó caer al suelo justo a tiempo.
¿Qué cojones?
Cora voló por encima de él y oyó un suave golpe cuando
cayó al suelo.
¡Mierda! Es más rápido de lo que pensaba.
Se quedó helado cuando por fin se dio cuenta de que estaba
escuchando los pensamientos de Cora, no su voz. Debía de
haber más en el hielo seco de lo que habían confesado, algún
extraño sentido del humor de los vampiros.
Podía sentir exactamente dónde estaba ella. ¿Qué iba a hacer
ahora? No quería hacerle daño. La única manera de terminar
esto era llevarla hacia abajo lo más gentilmente posible.
Poco a poco, se arrastró en dirección a sus pensamientos.
Puedo oír su corazón. Está cerca.
Mierda.
Date la vuelta, Cora, idiota. Eres más rápida que él.
Sintió que sus pensamientos se arremolinaban mientras se
alejaba de él.
Tuvo que reducir el ritmo cardíaco. Necesitaba un par de
segundos antes de que ella le oyera. Se colocó de espaldas y
exhaló una larga y lenta bocanada de aire en silencio, y luego
inspiró despacio. Lo repitió cinco veces. Confiado en que
había ganado un poco de tiempo, volvió a concentrarse en
Cora.
Quédate quieta, escucha su corazón y ataca. Vamos, Cora,
puedes hacerlo. Mono o no, no puede vencerte.
Dillon sonrió en la oscuridad: Cora creía que era «mono».
Despacio, se puso en cuclillas, volvió a cerrar los ojos, se
concentró en los pensamientos de Cora y saltó al otro lado de
la habitación. El impacto la lanzó de espaldas al suelo y él
aterrizó encima de ella.
Joder. ¿Cómo lo ha hecho?
De repente, perdió el contacto con sus pensamientos. Lo
único de lo que era consciente era de su aroma, de su piel
satinada y de la maravillosa sensación de su cuerpo bajo él.
Ella se congeló. Podía sentir que el corazón le latía contra el
pecho de ella.
Instintivamente, su boca bajó hacia la de ella.
De repente, ella se retorció y rodó sobre él. ¿Qué demonios?
Era increíblemente fuerte. Le sujetó los brazos a ambos lados
con las manos y le rodeó con sus largas piernas.
Dillon se retorció, tratando de aflojar su agarre y logró
hacerla rodar de nuevo. La oscuridad se sumó a las intensas
sensaciones físicas entre ellos mientras ella rodaba sobre él.
Al final, consiguió soltar una pierna. Justo cuando estaba a
punto de darle un rodillazo en la espalda, se detuvo. Siseando
por el esfuerzo, ella le clavó el antebrazo en la garganta,
dándole la vuelta y sujetándolo. Él trató de ponerse de rodillas
para quitársela de encima, pero ella empujó con más fuerza. Se
esforzó por enfrentarse a ella, pero, con todo su cuerpo
apretado contra él, le costó enfocar sus pensamientos.
La luz roja parpadeó.
Al instante, Cora se apartó de él, y ambos se tumbaron de
espaldas durante un segundo. Él jadeaba con fuerza.
—Lo siento —susurró ella, antes de levantarse cuando la
puerta se abrió y una luz tenue se filtró a través de la
penumbra.
7
Conflicto con la sangre
El agua caliente le cayó en la cabeza y Dillon empezó a
lavarse el sudor y el olor a hielo seco del pelo. Decidió que no
iba a ir a la clase de Control de los Deseos. Solo acabaría
humillado de nuevo.
—¿Dillon? ¿Estás ahí? —La suave voz de Jeremiah cortó
sus furiosos pensamientos.
No quería hablar con nadie, pero no tenía sentido fingir que
no estaba allí cuando era obvio que lo estaba.
— … sí.
—Deseos empieza pronto.
—Sí, lo sé. Voy a pasar…
—Vamos, Dhamp.
La cara de Jeremiah apareció a través del vapor cuando
Dillon cerró la ducha y se puso una toalla alrededor de la
cintura.
—No fue tan malo.
—Lo fue.
—Mira —Jeremiah miró por encima de su hombro para
comprobar que estuvieran solos—, ¡cualquiera perdería con
Cora encima!
—No es gracioso. Escuchaste lo que dijo Borzak delante de
todos. —Imitó el acento de Borzak—. Nunca permitas que la
lujuria te nuble la mente. —Hizo una pausa de un minuto—.
Gracias a Dios que Bram no estaba allí. No estoy seguro de lo
que habría disfrutado más: vanagloriarse delante de mí o
criticarme.
—Aún es posible que lo haga —observó Jeremiah con una
sonrisa irónica—. No hay ninguna esperanza de que no se
entere. Nadie va a olvidar esa técnica tan… inusual de rodar
de un lado a otro que estabais utilizando.
Dillon dejó caer la cabeza entre las manos y gruñó.
—¿Se supone que estás ayudando?
Jeremiah volvió a sonreír.
—Mira, tú solo ven, ¿vale? No quieres que Madame
Dupledge te haga la vida más difícil de lo que ya es.
Tenía razón.
—Supongo que sí. Lo último que necesito hoy son más
penas.
Jeremiah le dio una palmada en la espalda.
—Buena decisión. Oye, una cosa más. En esa habitación,
¿cómo sabías dónde estaba Cora? Eras como un misil que iba
directo al calor.
—Oh, eso, sí, no estoy muy seguro. Yo solo… supongo que
siento una fuerte conexión con ella.
No iba a decirle a nadie que había escuchado sus
pensamientos por un instante. Si volvía a ocurrir, hablaría con
Madame Dupledge. Confiaba en Jeremiah, pero más atención
era lo último que necesitaba.
Jeremiah frunció el ceño.
—Vale. Debe ser una conexión muy fuerte para saltar a
través de una habitación directamente sobre el objetivo.
—Eso o la suerte del principiante.
Dillon se ajustó la toalla y añadió:
—Ve sin mí, te alcanzaré cuando esté listo.
En el mismo instante en el que entró en la clase de Madame
Dupledge, vio que Bram estaba sentado junto a Cora. Bram le
lanzó una mirada de odio. Se había enterado de lo que había
pasado. Cora estaba hablando con Celeste y no se dio cuenta
de que había entrado. Jeremiah estaba sentado al lado de Bik y
la única silla vacía era junto a Sade. Cuando se sentó, ella no
le miró.
—Hola —dijo.
—Hola —le respondió Sade.
Madame Dupledge irrumpió en la sala. Se había cambiado
su vestido de vampira más tradicional por unos ceñidos
pantalones de cuero negro, botas de tacón alto y una chaqueta
ajustada sobre una blusa de seda. Llevaba el pelo rojo y
brillante recogido en la parte superior de la cabeza y lucía unas
esmeraldas en las orejas que hacían juego con sus ojos.
—Buenas noches. He oído que vuestra clase de CCP ha ido
bien y que algunos de vosotros habéis descubierto puntos
fuertes que no sabíais que teníais.
Dillon sintió que las mejillas le ardían.
—Aron, he oído que tú en particular destacaste, y Dillon, he
oído que tú también fuiste toda una sorpresa.
Una leve risita recorrió el aula y la cara de Dillon se
inflamó. Por el rabillo del ojo vio que Cora sonreía.
—Bueno, ¿cómo definir el deseo? Un fuerte sentimiento de
querer tener algo o desear que algo suceda. Como vampiros,
somos susceptibles a los deseos fuertes. El más fuerte y más
primitivo es el deseo de sangre, en particular el de beber la
sangre directamente de un ser humano. La sed de sangre es
casi tan constante como lo es respirar para los humanos.
Simplemente porque sin ella no podemos sobrevivir; está en
nuestro cerebro y es el deseo más difícil de controlar.
Miró alrededor de la clase.
—Nunca, nunca lo subestiméis. En la ceremonia de
iniciación, algunos de vosotros demostrasteis que ya habéis
aprendido a ser prudentes. Otros no tanto.
Su mirada cayó sobre Angelo y Ásta.
—Dado que perder el control podría implicar lesiones o
incluso la muerte de un ser humano y poner en riesgo nuestra
exposición, es imprescindible que adquiráis un dominio
completo sobre ella. Será nuestro principal objetivo este año y
terminará con un viaje de fin de semana a una estación de
esquí cercana donde se espera que manejéis el contacto directo
con los humanos. Si yo, o cualquier otro miembro del
personal, no sentimos que estáis preparados, no se os permitirá
ir. El riesgo es muy grande.
Continuó:
—La mayoría de vosotros habéis estado muy poco
expuestos a los humanos. Por supuesto, Dillon —se giró para
mirarle— ha tenido una experiencia completamente diferente.
Él ha vivido entre humanos durante toda su vida, pero su
deseo de sangre acaba de despertarse. Su deseo podría llegar a
ser fuerte; tal vez incluso más fuerte que el vuestro al
principio, y me gustaría que lo ayudarais tanto como sea
posible. Como Vampiro Electo, su control debe ser ejemplar.
Dillon pensó en su antojo por la espuma de sangre falsa de
la noche anterior. ¿Hasta dónde iba a llegar esto?
Levantó la mano.
—¿Puedo contrarrestar el deseo de sangre con comida
humana normal?
—Por lo que sabemos, solo si te abstienes por completo de
beber sangre. Sin embargo, si lo haces, tus rasgos vampíricos
como una mayor fuerza, sentidos, intuición, velocidad,
habilidades especiales y demás también disminuirán y
finalmente volverán a la hibernación. —Le dedicó una
pequeña sonrisa—. La mayoría de los dhampirs no desean
renunciar a ellos y, como has tenido el gran honor de ser
elegido Vampiro Electo, estás obligado a mantener el lado
vampírico de tu naturaleza mientras desempeñes ese papel.
Dillon suspiró por dentro. Nadie le había dicho que ser
elegido VE significaba que estaba atado a un contrato de
consumo de sangre durante un año.
—Vale, gracias —murmuró.
Madame Dupledge se volvió hacia la clase.
—Bien, ¿alguien puede describir lo que se siente al tener un
deseo intenso por algo?
Angelo levantó la vista y habló con emoción.
—No puedes pensar en otra cosa; tu mente y tu cuerpo están
totalmente obsesionados con ello.
—Así es, Angelo. Entonces, en relación con la sed de
sangre, ¿cómo podríamos reducir esos sentimientos tan
fuertes?
—¿Asegurándonos de que nunca tengamos demasiada
hambre? —ofreció Ace.
—Exacto. Por eso tenéis una cita obligatoria para beber
sangre a medianoche y tenéis acceso las 24 horas al bar de
sangre artificial. Por eso también hay que estar siempre
preparado. En los viajes largos, uno lleva bolsas de sangre de
repuesto por si se retrasa o no puede acceder a sangre en el
lugar al que va. Angelo, creo que estarás de acuerdo en que
cometiste ese error en tu viaje hasta aquí.
—Sí. —Angelo hizo una mueca—. Nuestro jet privado se
retrasó durante cuarenta y ocho horas y cuando olí por primera
vez a Dillon en la plaza del pueblo, quise chuparle hasta la
última gota. Lo siento, Dillon, pero estaba completamente seco
y tu sangre olía increíble, y sabe aún mejor —añadió por lo
bajo.
La clase se rio y Madame Dupledge sonrió.
—Sí, gracias, Angelo. Ya nos has ilustrado acerca de tu
disfrute con la sangre de Dillon.
—¿Es esa parte de la razón por la que está aquí? ¿Para
tentarnos?
—No, Ángelo, Dillon no está aquí para tentarte, aunque está
claro que su presencia ha tenido ese efecto. ¿Cómo te has
controlado hasta ahora con él?
—Bebí tu sangre, que fue aún más alucinante, y luego me
bebí las doce muestras y luego cuatro tragos dobles en el bar
de sangre y la cerv…
Frederick tosió y se aclaró la garganta con fuerza.
—Lo siento, Madame Dupledge —se disculpó.
Madame Dupledge frunció el ceño y volvió a Angelo.
—Aquí es donde todos vosotros debéis tener cuidado, no
queréis reemplazar un deseo con el exceso de consumo de
otro. Debéis aprender a controlaros, a tomar solo lo que
necesitéis. Tienes que conocer tu exceso de deseo, Angelo.
¿Por qué te sientes insatisfecho?
—Mmm, yo no diría que estoy insatisfecho —contestó
Angelo, lanzando una mirada fulminante a Ásta—. Solo que
he gastado mucha energía en los últimos días.
Dillon vio que Ásta sonreía.
—Tengo un metabolismo rápido. Siempre he necesitado
más.
—Déjame expresarlo de otra forma. Crees que necesitas más
sangre que la mayoría de los vampiros, pero te permites
muchas cosas en exceso: alcohol, deseo sexual o deportes
llenos de adrenalina, ¿por ejemplo?
Angelo se encogió de hombros.
—Supongo.
—Entonces, en mi opinión tienes que aprender a controlarte,
de lo contrario estarás siempre tratando de llenar un agujero
negro de deseo.
—Dillon, ¿te importaría ponerte aquí, enfrente?
Estaba a punto de negarse, pero cuando sus hipnotizantes
ojos verdes se posaron en él, se encontró, como siempre, de
acuerdo.
—Eh, claro. —Esperaba que esto no fuera el preludio de
más humillación.
—Angelo, quiero que te pongas muy cerca de Dillon sin
tocarle.
Angelo se acercó a él, deteniéndose a solo un centímetro de
distancia.
—Ahora cierra los ojos, Angelo, e inhala el aroma de
Dillon.
Dillon no se sintió tranquilo al ver la mirada vidriosa de
Angelo antes de que sus párpados se cerraran. Se retorció
cuando Angelo lo olfateaba como si fuera una trufa poco
común o una botella de vino caro. Los demás observaban
expectantes.
—¿Cómo te sientes ahora, Angelo?
Angelo gimió.
—Peor. Sigue oliendo de maravilla.
—Me gustaría que lo probaras.
—¿Qué? —Dillon se echó hacia atrás y la miró sorprendido.
—No la sangre, la piel —dijo Madame Dupledge.
—Ah, vale. Lo entiendo. —Angelo asintió.
—¡Espera! —Dillon dio otro paso atrás.
—Confía en mí, Dillon —le ordenó.
Dando un respingo, se las arregló para quedarse quieto.
Cuando Angelo se lanzó hacia su cuello, Dillon retrocedió,
pero las fuertes manos de Angelo sujetaron su cabeza con
firmeza, como si fuera el volante de su querido Ferrari.
Vacilante, bajó la boca y pasó la lengua por la piel de Dillon.
Sin querer, Dillon se estremeció. Los colmillos de Angelo se
dispararon, haciéndole saltar. Toda la clase lo observó,
embelesada. Angelo respiró hondo y olfateó una vez más,
llenando sus fosas nasales con el aroma de Dillon. Pasando su
lengua una última vez de la mandíbula a la clavícula de Dillon,
con los colmillos rozando la piel con suavidad, de repente lo
soltó y dio un paso atrás.
Dillon se dio cuenta de que había estado conteniendo la
respiración; se desplomó hacia delante, con las manos
apoyadas en los muslos, y tomó varias bocanadas de aire.
Los vampiros le miraron sorprendidos.
—Bien hecho, Angelo. —Madame Dupledge lo aprobó—.
¿Cómo te sientes?
Furioso, Dillon la miró. ¿Qué demonios? ¿Que cómo se
sentía Angelo? Debería preguntar cómo se sentía él. Angelo
podría haberse lanzado y haberle mordido el cuello en
cualquier momento.
—Mejor —admitió Angelo—. No puedo negar que Dillon
es una tentación, pero el hecho de estar cerca de él y
acostumbrarse a él ayudó.
—Exacto, a veces la exposición vigilada puede ayudarnos a
aprender a controlarnos.
Madame Dupledge se volvió hacia él.
—¿Cómo te sientes, Dillon? ¿Confías en Angelo?
—No. —No quería admitir que, a pesar del miedo, o tal vez
a causa de él, la experiencia le había resultado
inquietantemente erótica.
La clase se rio.
—A partir de nuestra próxima clase, me gustaría que
vosotros dos formaseis una pareja.
Dillon reprimió un resoplido mientras volvía a su asiento
junto a Sade. Genial. Así que ahora tenía el desafío extra de
evitar la sed de sangre de Angelo.
—¿Qué pasa si no funciona? —preguntó Sade—. ¿Qué pasa
si Angelo se obsesiona más?
Dillon la habría abrazado.
—Entonces se vuelve más interesante. Angelo se las ha
arreglado hasta ahora y solo debería ser más fácil a medida
que el sistema de Dillon se vaya volviendo más vampírico.
—Aún parece un poco arriesgado —insistió Sade.
—Sería más arriesgado si no nos enfrentáramos a ello y
aprendiéramos en un entorno controlado. En esta clase,
aprendemos a confiar en los demás y, si Angelo y Dillon son
honestos, todos podremos ayudar con cualquier problema que
surja. Será muy útil para el viaje a la estación de esquí.
—Ahora, imaginad que tenéis que salir una noche con
vuestros amigos. Lo normal sería que os negarais, pero en esta
ocasión no podéis. En el club nocturno esa noche está uno de
los humanos más exquisitos que jamás hayáis olido. Los
colmillos empiezan a cosquillear, vuestras pupilas comienzan
a dilatarse, vuestro deseo de esa sangre empieza a nublaros el
juicio. ¿Qué hacéis?
—Correr —dice Ace.
—La evasión es una técnica excelente. Pero ¿qué pasa si no
puedes huir?
—¿Te distraes?
—Otra técnica excelente. Podéis hablar con alguien, bailar,
enviar mensajes. Pero esta vez, va más allá. Estáis empezando
a perder el sentido común. Todo en lo que pensáis es en
beberos la sangre de esa persona. Está bailando muy cerca de
ti, huele de maravilla, tus colmillos empiezan a aflorar, bajas
tu boca a su cuello, tus labios acarician su piel. ¿Cómo te
detienes en ese último momento? ¿El mismo punto de no
retorno?
Dillon se sentó. Toda la clase estaba al borde de sus asientos
otra vez.
—No puedes. —Ásta rompió el silencio.
—Correcto, Ásta. Solo un vampiro adulto con una
extraordinaria fuerza de voluntad sería capaz de detenerse por
sí mismo en ese punto. Es una habilidad que desarrollamos a
medida que envejecemos, pero como vampiros jóvenes nunca
podéis permitiros estar tan cerca o bajar la guardia. Es
demasiado peligroso.
Dillon sintió frío en todo el cuerpo. Era lo que le había
preocupado esa primera noche en la enfermería. Pensó en su
padre. ¿Ahora podría ser un peligro para él? Tener un impulso
incontrolable de beberse su sangre le daba ganas de vomitar.
—Algunos vampiros deben acercarse a los humanos o los
dhampirs no existirían —comentó Celeste, mirándolo
fijamente.
—Hoy en día, las relaciones entre humanos y vampiros son
tabús debido al peligro. Por supuesto, de vez en cuando siguen
ocurriendo, y si el vampiro tiene un gran control, pueden
perdurar. Sin embargo, son extremadamente raras. De ahí que
nunca hayamos tenido un dhampir en esta escuela.
Hubo un silencio momentáneo.
Dillon se dio cuenta de que nunca había preguntado cómo se
habían conocido su padre y su madre y hasta ahora no se le
había ocurrido preguntar cómo habían hecho para que su
relación funcionara. Sabía que, en teoría, ella se había ido para
protegerle a él, no a su padre. ¿Significaba eso que ella había
sido capaz de controlarse con su padre, pero no con él?
Madame Dupledge se volvió de repente hacia él, como si
hubiera captado su agitación interior, pero continuó
dirigiéndose a la clase.
—Para prepararos para el viaje a la estación de esquí vamos
a analizar la psicología de la sed de sangre y veremos métodos
para controlarla. Uno de ellos es recordarse a uno mismo las
consecuencias de perder el control. Imaginad el objeto de
vuestro deseo como algo frío y sin vida. Dirigíos todos a
vuestros compañeros y visualizad cómo sería, sin escatimar
detalles.
Nadie parecía dispuesto a mirar a su compañero. Dillon robó
una mirada a Sade. Poco a poco, los ojos de ella recorrieron su
rostro y, en silencio, se miraron.
La voz de Madame Dupledge continuó, lenta e hipnótica:
—Pensad en ellos tendidos sin fuerzas, con la piel gris y sin
vida, sus ojos fijos y vacíos, su cuello devastado y desgarrado,
la sangre coagulándose en los bordes de la herida. Pensad en
cómo os sentiríais vosotros mismos, en cómo se lo diríais a la
gente que les quiere…
Dillon contempló el hermoso rostro de Sade, su piel
reluciente y, finalmente, sus enormes y brillantes ojos
marrones. Ya le había llamado la atención por sus ojos antes,
pero nunca los había mirado fijamente. Era como hundirse en
una piscina fría y oscura. Sintió que su sutil fortaleza y su
serenidad brillaban y, cada vez que lo intentaba, su mente se
alejaba de cualquier imagen de ella vacía y sin vida. Trató de
imaginarse a sí mismo desgarrándole la garganta y chupándole
la sangre. Pero no pudo.
Un fuerte ruido de rotura seguido de una ráfaga de aire y el
sonido del portazo rompió la tensión. Las largas y rizadas
pestañas de Sade bajaron como persianas y cerró los ojos. Él
se estremeció y parpadeó, sorprendido de ver la humedad
rosada que se filtraba bajo sus párpados.
—Ey —susurró—. ¿Estás bien?
Ella volvió a abrir los ojos, pero los mantuvo sobre el
escritorio.
—Sí.
Mirando alrededor de la clase, Dillon se dio cuenta de que
era Cora quien había salido corriendo. Bram estaba
visiblemente molesto y algunos de los demás parecían
inquietos. Los vampiros adolescentes tenían sentimientos. Esto
no era lo que él había esperado.
Madame Dupledge los observó con atención. Cuando habló,
su voz era suave.
—Hoy habéis aprendido una importante lección. La visión
es una herramienta poderosa. Utilizadla con sabiduría. Puede
evitar que hagáis algo de lo que os arrepentiréis por el resto de
vuestras vidas.
—Terminaremos con un ejercicio para ayudaros a entender y
a fortalecer vuestra fuerza de voluntad. El bar de sangre estará
cerrado durante el resto de la noche y, para hacerlo más difícil,
se llevará a vuestras habitaciones una dosis de sangre humana
no tratada para cada uno de vosotros. Medirá exactamente
cuarenta y cinco mililitros. Si mide menos que eso por la
mañana, suspenderéis vuestra primera tarea. Vuestra primera
entrega formal de sangre es mañana a medianoche. Todos
deberíais de ser capaces de aguantar hasta entonces.
Hubo algunos gritos de consternación y Angelo suspiró con
dramatismo.
Madame Dupledge los ignoró y continuó:
—Os daré un consejo: si empezáis a vacilar, tratad de pensar
en nuestro principal objetivo. Para nosotros, es el deseo de
convertirnos en criaturas progresistas y civilizadas que tienen
un papel en el mundo. Sed fuertes y creed en vosotros mismos.
Mientras seguía a Sade, Madame Dupledge le llamó:
—Dillon, ¿podemos hablar, por favor?
Esperó a que el resto de la clase se fuera.
—Dillon, ¿hay algo que te preocupe?
—Estoy un poco asustado por mi padre. ¿Por qué nadie me
explicó que una vez que bebiese sangre, podría no ser capaz de
controlarme cerca de él? —Sonó más enfadado de lo que
pretendía.
—No atacarás a tu padre, Dillon.
—¿Cómo lo sabes? Está claro que mi madre no confiaba en
ella misma.
Algo parecido a la tristeza cruzó la mirada de Madame
Dupledge.
—Estoy segura de que las razones por las que tu madre se
fue fueron más complicadas que eso, Dillon, y es
extremadamente improbable que seas un peligro para tu padre.
Él te crio. Tienes sus genes. Eso es muy importante.
—Pero nunca podré estar ciento por ciento seguro de que no
lo haré.
—No —admitió—. Pero los casos de dhampirs que atacan al
padre humano son prácticamente nulos.
—Tal vez no debería tomar más sangre.
—No tienes elección, Dillon. No puedes cambiar lo que
eres. Ahora eres el Vampiro Electo.
—¡Quizá no debería serlo! ¡No quiero todo esto! No quiero
alejarme de mi padre. Desde que llegué a este lugar ni siquiera
puedo localizarlo.
—Entiendo que esto sea difícil para ti, Dillon, pero tienes
que aceptar que debe ser así.
—¿Y qué pasa si me niego a beber sangre? ¿Dónde queda
entonces tu Vampiro Electo? —dijo, con la ira avivada por el
miedo.
—Dillon, por favor, confía en mí. Debes seguir este camino.
Tu padre también quiere esto para ti.
Eso le sorprendió.
—¿Lo quiere? ¿Has hablado con él?
—Sí, lo he hecho.
Se quedó sin palabras.
—¿Conoce todas las consecuencias?
—Las sabe. Por eso te envió aquí.
—Dijo que era una promesa que le había hecho a mi madre.
—Y así es. Pero debes entender que tu padre quería que
vinieras aquí tanto como tu madre, Dillon.

Cora le estaba esperando en el pasillo cuando salió de la clase.


Se dirigió hacia ella.
—¿Estás bien? ¿Por qué has salido corriendo?
Hizo una pausa y, cuando habló, su voz vaciló.
—Mientras estaba inmersa en la visión, la cara de Bram se
convirtió en la de mi hermano. Era tan realista. —Cuando
terminó de hablar, sus ojos brillaron, húmedos.
Miró por encima del hombro.
—Mira, ¿podemos ir a algún sitio? A un lugar más privado.
Se frotó los ojos con impaciencia y le dedicó una pequeña
sonrisa.
—Siempre y cuando no estés planeando tenderme una
emboscada otra vez.
Él se sonrojó.
—Escucha, lo siento…
Ella rechazó su disculpa.
—No te preocupes. Fíjate, conozco un sitio. Está junto a la
piscina, pero tienes que prometerme que lo mantendrás en
secreto. —Le tomó la mano—. Sígueme.
Tratando de ignorar la distracción que suponía la mano de
ella en la suya y los placenteros escalofríos eléctricos que le
subían por el brazo mientras se dirigían a las escaleras, negó
con la cabeza.
—¿Cómo has encontrado este lugar «secreto»?
—¡Porque soy genial!
—¿Y modesta?
Ella se burló de él.
—¡Cuidado o te chuparé hasta la última gota!
—Oye, ponte en la cola, Angelo sigue encabezando la fila.
—Los dos se rieron.
—Relájate, Dillon. Angelo no puede hacerte nada, no ahora
que eres su experimento «de control». Tengo que admitir, que
ver cómo te lamía el cuello fue muy perturbador.
Habían llegado al piso de la piscina y él se detuvo.
—¿Perturbador en qué sentido?
Ella le sonrió.
—Seguro que lo sentiste. Entre vosotros hay un
magnetismo.
—Más o menos —murmuró apartando la mirada,
avergonzado.
Cora sonrió y lo arrastró hacia la sala de la sauna recién
arreglada.
Se echó hacia atrás.
—¿No será la sauna? —No creía que pudiera estar con Cora
allí. No después de la exhibición de Ásta y Angelo.
—No, es mejor que eso.
Escondida detrás de la sala de la sauna había una estrecha
puerta de metal, oculta por una pantalla. Cora alcanzó el
picaporte.
—¿No se activará una alarma?
Se encogió de hombros.
—No tiene pinta.
Abriendo la puerta, comenzó a subir una estrecha escalera
metálica que pasaba por el piso del vestíbulo y llegaba a la
azotea. En la parte superior había una escotilla transparente.
Cora subió la primera y, al empujar la trampilla, desapareció
en el cielo nocturno cubierto de estrellas. Él la siguió,
estremeciéndose ante la ráfaga de aire frío al salir. La
reluciente azotea se extendió frente a ellos.
Respiró grandes bocanadas de aire fresco. Era una bendición
estar fuera de los confines de la escuela. Por un momento, se
deleitó en el silencio absoluto. Cora se volvió hacia él; su
pálido rostro estaba iluminado por las suaves luces del edificio
que brillaban a través de la azotea.
—Es impresionante, ¿verdad?
—Increíble. —Estuvo de acuerdo y entonces, sin poder
contenerse, dijo:
—¿Bram lo conoce?
La cara de ella se apagó y él deseó haberse quedado callado.
—No. Me lo contó mi hermano.
—¿Cómo lo encontró?
—Probablemente lo dedujo por el diseño del edificio, en ese
aspecto es inteligente.
Le tocó el brazo.
—Debes echarlo de menos. ¿Cómo se llama?
Miró por encima de las montañas.
—Zach. Le echo de menos cada día. Era un rebelde, pero
también era brillante. No debería haber sido expulsado.
Descubrió algo y encontraron una manera de deshacerse de él.
—¿Madame Dupledge?
—No, no fue Madame Dupledge. A pesar de las apariencias,
ella no es el vampiro más poderoso que hay. Existe una élite
que gobierna el mundo de los vampiros. Muchos de ellos están
en la Junta Vampírica de Gobernadores. El padre de Bram, el
de Celeste y los padres de Sade están en ella. Ella es más
progresista, mientras que los demás son más tradicionales y
tienen mucha influencia. No sé lo que descubrió, pero el padre
de Bram tuvo algo que ver.
Se volvió hacia él.
—Por eso tengo que estar con Bram, Dillon. ¿Lo entiendes?
Distraído por sus ojos brillantes, se esforzó por encontrar
sentido a sus palabras.
—¿Bram lo sabe?
—Sí, sabe lo de mi hermano, lo que no sabe es que estoy
intentando conseguir información sobre él.
—Pero… —Dillon seguía esforzándose por comprenderlo
—. Bram no es estúpido. Si estás usándole para llegar a su
padre, se dará cuenta.
—No, no es estúpido —estuvo de acuerdo Cora—. Pero es
lo bastante egocéntrico como para creer que me gusta. De
todas formas, no lo estoy usando para vengarme de su padre.
Solo estoy tratando de averiguar más. Se lo diré en algún
momento.
—¿Qué piensa su padre de vosotros?
—Su padre no sabe nada de nosotros. Le dijo que se
mantuviese lejos de mí, pero… —curvó el labio—. Supongo
que es una suerte que parezca sentirse atraído por mí.
—Cora, si el padre de Bram se entera, hallarán la forma de
expulsarte a ti también.
Se encogió de hombros.
—Sería demasiado sospechoso. No podría importarme lo
más mínimo. Lo único que quiero es limpiar el nombre de mi
hermano y averiguar si está vivo. No es propio de él no
ponerse en contacto conmigo.
—¿Qué fue lo que descubrió que era tan malo?
—No lo sé. Es por eso por lo que necesito tu ayuda.
—¿Yo? ¿Cómo puedo ayudarte?
—Eres el VE. Tendrás privilegios —le recordó—. Puede
que consigas acceso a vampiros y a lugares que me están
vedados.
—Puede que no por mucho tiempo si el padre de Bram es
tan influyente como dices que es.
—Ni siquiera él puede meterse con el voto por sangre.
—Tal vez no —reflexionó Dillon—, pero todavía tiene la
carta de la victoria dhampir.
—Espero que no.
Todo pensamiento racional se esfumó cuando ella acortó la
distancia entre ambos y, al apoyar su mejilla en el pecho de él,
lo rodeó con los brazos.
—De verdad que tengo que encontrar a mi hermano.
Poco a poco, inclinó su barbilla hacia él. Durante un rato se
miraron fijamente y, tal y como había imaginado en sus
sueños, acercó la boca a la de ella. Ella se apretó contra él y
entreabrió la boca, haciendo que su corazón se acelerara. Pero,
justo antes de que sus labios se tocaran, apartó la cara y puso
las manos en su pecho.
—Lo siento, Dillon. De verdad que me gustas, pero no
puedo hacerte esto.
Se tambaleó hacia atrás, con la cabeza dándole vueltas y los
colmillos a medio camino.
—Vamos, Cora. Tú también lo sientes, sé que lo sientes,
acuérdate en la enfermería.
Suspiró.
—Mira, olías increíble, y supongo que la sangre de Madame
Dupledge se me subió a la cabeza. No puedo arriesgarme a
que Bram se enfade. Además, él es bueno para mí.
—¿Bueno para ti? ¿Qué demonios significa eso? ¿Qué soy
yo? ¿El dhampir tonto al que haces girar a tu antojo?
—¡No! No es así. Ya te lo he dicho… Me gustas.
—Vete a la mierda, Cora. Siento lo de tu hermano, pero vete
y busca a otra persona para que juegue tus jueguecitos.
Vio el dolor en sus ojos.
—Dillon, no estoy jugando. He sido totalmente sincera
contigo.
No pudo evitar volver a atacar.
—Pero no estás siendo sincera contigo misma. Te veré más
tarde, Cora.
Regresó a la trampilla que estaba abierta.
—Dillon. Espera. ¡Por favor!

Cuando regresó a su habitación, Jeremiah estaba allí.


—¿Y ahora qué? —dijo con solo lanzar una mirada a la cara
de Dillon.
—Cora. Todo.
—¿Os habéis peleado?
—No estoy de humor para hablar de ello. ¿Te importa?
Jeremiah levantó las manos.
—No hay problema, Dhamp. Si me necesitas, estoy aquí.
Sintió cómo se relajaba.
—Gracias.
Jeremiah volvió al libro que estaba leyendo. Dillon tomó el
teléfono y salió para llamar a su padre. Una vez más, el
teléfono sonó y sonó. Eran las seis de la mañana. ¿Cómo podía
ser que Madame Dupledge hubiera hablado con él? Necesitaba
averiguar si estaba diciendo la verdad.
Elias y otro asistente estaban repartiendo la sangre de los
deberes en vasos medidores de vidrio en cada habitación. Le
entregó a Dillon los dos últimos de la bandeja.
—Buena suerte —murmuró.
—Gracias. —Dillon olió la sangre y sus colmillos se
dispararon de inmediato. Era mucho peor que la espuma de la
sangre falsa.
Elias se alejó a toda prisa.
—Mantente fuerte.
Dillon le dio una patada con el pie a la puerta, con cuidado
de no derramar la sangre.
Jeremiah se levantó de la silla y luego sonrió al ver los
colmillos de Dillon.
—Será mejor que te encerremos en tu ataúd esta noche.
—¡No tiene gracia! —dijo Dillon ceceando, nada
acostumbrado a hablar con los dientes colgando sobre su labio
inferior—. ¿Dónde los dejamos?
—Bueno, para empezar yo lo taparía y, como he dicho, o
bien te encerramos a ti o encerramos la sangre en el ataúd.
El olor de la sangre estaba volviéndole loco. La saliva le
corría en extraños riachuelos por la lengua.
—Creo que la voy a meter en el ataúd. ¿Puedes hacerlo por
mí?
Empujó los vasos hacia Jeremiah, cuyas fosas nasales se
encendieron de forma cómica mientras los cubría con una
camiseta y los colocaba en el ataúd.
—¿Los dos? —preguntó Dillon.
—Sí, u olerás mi frasco toda la noche.
El tentador olor disminuyó un poco, pero Dillon no podía
dejar de pensar en él.
—¿También fue así para ti?
—Nuestros padres nos dan cantidades de sangre reducidas
desde pequeños, pero es más difícil una vez que nos
convertimos en adolescentes. Los antojos se vuelven más
intensos y a veces es complicado saber si te gusta alguien o su
sangre.
—Creía que solo anhelabais la sangre humana.
Jeremiah se encogió de hombros.
—Sí, pero a veces también nos sentimos tentados por la
sangre de otros.
—Ya sabes cómo fue la sensación con Madame Dupledge.
Beberte la sangre de tu pareja… —Sonrió—. Cómo decirlo…
intensifica la experiencia.
—Oh… claro. —Dillon lo miró fijamente—. ¿No va en
contra de las reglas?
La sonrisa de Jeremías se amplió.
—Aquí, sí. Fuera, puedes hacer lo que quieras.
—¿Cuál es el secreto? ¿Cómo sabes si te gusta alguien o
solo su sangre?
—No lo sabes. Es parte del encanto.
—Por Dios —se quejó—. ¿No hay nada que sea fácil aquí?
Dime, ¿deseas la sangre de Bik?
—Eso no es asunto tuyo. Hablando de Bik, necesito
preguntarle algo.
Se levantó de un salto y se detuvo en la puerta.
—¿Estarás bien con la…? —Señaló la sangre del ataúd y se
dio un golpecito en los colmillos.
Dillon le hizo un gesto para que se fuera.
—Estaré bien. Vete. Te alcanzaré más tarde.
En cuanto se fue, Dillon empezó a obsesionarse con la
sangre del ataúd. Deseó que Jeremiah hubiera puesto algún
tipo de candado. Con un suspiro, apagó la luz, convirtió un
jersey en almohada y se hizo un ovillo. Dos segundos después,
se sentó y se puso otro sobre la cabeza.
Quería de verdad esa sangre. Con un gran esfuerzo, se
obligó a pensar en otra cosa. Su mente viajó directamente a la
discusión con Cora. Se sintió mal por haber perdido los
nervios. Tal vez había sido sincera con él. Sin embargo, por
mucho que le gustara, su prioridad era su hermano.
Debió de caer en un sueño intranquilo. Se despertó con un
sobresalto, alerta al instante, con los ojos esforzándose por ver
en la oscuridad.
—¿Jeremiah?
—Dillon, soy yo, Sade.
—¿Sade? ¿Qué estás haciendo? ¿Dónde está Jeremiah?
Se encogió de hombros.
—Es probable que esté con Bik. Tienes que levantarte. Hay
un grupo de padres aquí.
Dillon soltó un bufido. Se esforzó por asimilar lo que decía
Sade; el olor de la sangre en el ataúd le resultaba abrumador.
—Sospecho que se trata del tema de que te hayan elegido
como VE. Ellos esperaban que fueran Bram y Celeste y están
acostumbrados a conseguir lo que quieren.
Dillon sacudió la cabeza, tratando de desviar
desesperadamente su atención de la sangre. Fuese cual fuere el
problema del que hablaba Sade, sería más fácil de afrontar si
pudiera tomar un pequeño sorbo.
—Celeste me lo ha contado. Su padre está aquí. Al parecer,
mis padres también… aunque no han pedido verme.
—¿Y? ¿Qué podemos hacer al respecto? —La sed de sangre
le estaba poniendo de mal humor.
—Tenemos que averiguar qué está pasando. El
conocimiento es poder, ese es el lema de mi padre.
—Pero quizá también quiera deshacerse de mí. Podrías ir en
contra de sus planes. Ya has dicho que es un tradicionalista.
¿Por qué harías eso?
Respiró hondo.
—Mis padres inventaron una sofisticada tecnología vía
satélite. Querían asegurarse de que hasta los lugares más
remotos del mundo pudieran comunicarse, pero, desde que
fueron agasajados por vampiros poderosos y humanos por
igual, digamos que perdieron el contacto con sus principios
originales.
Se frotó los ojos.
—Pero ¿qué tiene que ver eso conmigo?
—Quieren que salga con Bram.
Dillon se sentó.
—¿Qué? Mira, no te ofendas, pero Bram está bastante
obsesionado con Cora.
—Sí. —Ella levantó la barbilla—. Y yo no estoy interesada
en él ni en lo más mínimo, pero nuestras dos familias
representarían una poderosa alianza.
Dillon levantó una ceja.
—¿De verdad que esa mierda de la época medieval todavía
se hace?
—En los círculos de vampiros poderosos, sí.
Podía ver cómo le brillaban los ojos en la oscuridad.
—¿Y lo harás? ¿O lo intentarás?
Hizo una pausa.
—No, no lo haré.
Se sentó, sorprendido ante el alivio que sintió.
—Este mundo está loco. Familias gobernantes. Vampiros
Electos. Matrimonios arreglados. Prejuicios contra los
dhampirs.
—Lo sé, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados.
Se quedó en silencio durante un segundo.
—Bueno, vamos. —Se pellizcó el puente de la nariz—. El
olor de esta sangre me está volviendo loco.
Sade se rio.
—He puesto un tazón de aceite a base de limón en nuestra
habitación. Ayuda a neutralizar el olor a sangre.
Él se levantó.
—Gracias por no compartirlo antes.
Ambos salieron a hurtadillas. La luz del sol invernal
iluminaba el final del pasillo.
—¿Qué hora es? —susurró Dillon.
—Es por la tarde.
—¿Por qué se reúnen de día?
—Está claro que lo ven como algo urgente.
En silencio, la siguió hasta las escaleras. Era la primera vez
que veía la luz del sol. Hasta ahora el cielo había sido gris
como el acero o muy oscuro, y las horas de clase transcurrían
entre el atardecer y el amanecer. Los impresionantes prismas
de luz del arco iris rebotaban en el techo de cristal y
salpicaban el interior de colores.
Mientras subían con sigilo por las escaleras circulares que
separaban cada piso, Dillon observó que el edificio estaba
completamente desprovisto de vampiros. Se iba agachando
para permanecer oculto bajo las barandillas que le llegaban a
la altura del pecho, lo bastante lejos como para ocultar su olor.
El ruido de las voces enfurecidas aumentaba a medida que se
acercaban, y Sade frenó en la escalera del octavo piso. Paso a
paso se aproximaron al umbral del noveno piso.
La voz de un vampiro poderoso se elevó por encima de las
demás.
—Voy a sacar a Bram de esta academia si te empeñas en
este ridículo experimento, Lily. Sí, la sangre del dhampir
podría tener un sabor diferente, pero Bram afirmó que jamás
había consumido sangre, lo que significa que sin duda su
sangre debe tener un atractivo especial.
Los demás vampiros se mostraron de acuerdo.
La voz musical de Madame Dupledge retumbó con un ligero
toque de exasperación.
—¿Por qué no pruebas su sangre, Alexandru? Tal vez
entonces entiendas por qué fue elegido. Como ya sabes, tengo
una visión de cada estudiante en la ceremonia de iniciación.
Presiento su potencial.
Los ojos de Sade se abrieron de par en par, y Dillon negó
con la cabeza como si quisiera decirle que aquello era nuevo
para él.
—¿Y qué pasa con la de Bram? —explotó Alexandru.
—No tengo ninguna duda de que Bram también será un
vampiro exitoso.
—Lily, sabemos que tienes poderes especiales de intuición,
pero sé realista. El dhampir. ¿Quién es su padre? ¿Acaso lo
conocemos? —exigió Alexandru.
—¿Qué más da? En la parte de su madre…
—Sigue diciendo eso, Lily —interrumpió Alexandru—.
Claro que importa quién es su padre. ¿Y quién es exactamente
su madre? Sabemos que las hembras vampiro rara vez tienen
descendencia con hombres humanos.
—Ese es precisamente mi argumento. Él es especial. Por lo
que sabemos, es el único dhampir con una madre vampiro y un
padre humano.
Alexandru se rio.
—Vamos, Lily. Esa novedad no lo hace más especial que un
dhampir nacido de una madre humana y un padre vampiro.
—La herencia de su madre y un feto medio humano que
sobrevive en un cuerpo de vampiro es especial. ¿Hace falta
que lo repita? Por lo que sabemos, es el único.
—Puede que sea así, pero ¿por qué iba a ser este su lugar?
Es difícil de creer que un chico de dudosa educación y con una
completa falta de conocimiento deba liderar el año cuando la
línea de sangre de Bram es impecable.
Hubo otro estruendo de acuerdo por parte de los
simpatizantes de Alexandru.
—Nunca debisteis incluirlo en el voto por sangre, Lily. No
debería estar aquí. No hay necesidad de vigilarlo, debe irse.
—Te lo dije —le confirmó Dillon a Sade.
—Prueba la sangre —insistió Madame Dupledge—. Hemos
guardado un poco de la ceremonia de iniciación, antes de que
bebiera de mí.
Habló otra voz, tranquila pero autoritaria.
—Deberíamos probarla, Alexandru.
—Es mi padre —dijo Sade en voz baja.
—No viene al caso. Sea cual fuere el sabor de su sangre, él
no es apto para el papel —argumentó Alexandru.
—Puede que sea así, pero al menos lo entenderemos mejor y
sabremos si ha habido un error o no —señaló el padre de Sade.
—Muy bien, acabemos con esto entonces. Se supone que
debo estar en Rumania en dos horas.
Sade y Dillon se asomaron a la barandilla mientras los
padres desaparecían en el interior del despacho de Madame
Dupledge.
No había cerrado las persianas así que pudieron verla
repartiendo un pequeño frasco a cada uno de los padres,
guardándose uno para ella. En silencio, todos lo olieron, y
luego, con los ojos cerrados, tomaron un sorbo y se lo llevaron
a la boca antes de inclinar la cabeza y tragar. Dillon hizo una
mueca. Era como una extraña cata de vinos para entendidos:
Sangre de Dillon.
Madame Dupledge solo tomó un sorbo y sus ojos
permanecieron cerrados durante varios minutos. Al final,
habló.
—Bien, creo que tenemos una respuesta.
El padre de Sade habló.
—Es increíble, no se parece a nada que haya probado antes.
¿Estás segura de que es un dhampir?
—Por supuesto, no había probado la sangre hasta la
ceremonia de iniciación.
El padre de Bram permaneció en silencio.
Madame Dupledge se volvió hacia él.
—¿Alexandru?
—Admito que es poderoso, Lily, pero sigo pensando que un
dhampir no debería formar parte de VAMPS.
—¿Quieres acabar con siglos de tradición? Alexandru, tú
sabes mejor que nadie que la sangre nunca miente.
—Rompiste siglos de tradición cuando le concediste una
plaza. Esta es una academia para vampiros de élite, lo mejor
de lo mejor. A menos que quieras que este año se vea privada
de algunos de los vampiros más talentosos de su generación, te
sugiero que entres en razón. El voto por sangre queda
invalidado este año. En cuanto a si podrá permanecer en
VAMPS: esa conversación debe llevarse a cabo.
—Alexandru, como ya sabes, cualquier decisión tiene que
ser aprobada por mayoría de votos. Organizaré una reunión del
consejo de administración tan pronto como podamos reunirnos
todos. Hasta entonces, seguirá siendo el Vampiro Electo.
El cristal se hizo añicos cuando Alexandru tiró el frasco al
suelo. Dillon y Sade se agacharon mientras él se giraba y se
iba. El ascensor se puso en marcha, y vislumbraron su
expresión aterradora cuando pasó por delante en dirección al
vestíbulo del quinto piso.
—Alexandru está molesto, Lily. Discutiremos las
impresiones sobre la sangre del dhampir en la reunión de la
junta directiva. Hasta entonces, mantén al dhampir lejos de los
problemas —aconsejó el padre de Sade.
Una voz gélida de ira habló.
—Quiero hacer saber que estoy de acuerdo con Alexandru,
Lily.
—El padre de Celeste —dijo Sade en un susurro.
—Si es necesario, también me llevaré a Celeste. ¿Qué hay
de su potencial? ¿Has considerado su futuro?
—Celeste es una joven vampira muy inteligente, Eric. Nadie
niega eso, pero tampoco puedes negar la fuerza de la sangre de
Dillon. Esperemos a que el profesor Dukan tome más muestras
y permita a la junta al completo adoptar una decisión.
Después de que Eric, con un aspecto tan furioso como el de
Alexandru, se marchara con los padres de Sade, Madame
Dupledge y el grupo de profesores continuaron hablando.
Dillon y Sade se esforzaron por escuchar. El Sr. Hunt era
inconfundible.
—Lily, estás jugando con fuego. No estoy seguro de que
valga la pena.
—Me he enfrentado a retos mucho mayores que Alexandru
Danesti durante mi mandato en este lugar, Alastair. Debes
concentrarte en enseñar a Dillon tanto como puedas durante
las próximas semanas.
La voz del Sr. Hunt se dirigió hacia ellos.
—¿Crees que puedes alargarlo semanas?
—Tenemos que salir de aquí —susurró Sade, dándose la
vuelta y bajando las escaleras en silencio. Dillon la siguió. De
regreso en su piso, Sade se detuvo frente a su puerta—.
Tenemos que empezar a averiguar cosas sobre tu sangre tan
pronto como podamos. Tendrás que darme un poco de sangre
lo antes posible. ¿Estás de acuerdo con eso?
—Me gustaría poder hablar con mi padre acerca de esto. —
Dillon suspiró—. Él siempre sabe qué es lo correcto. Siempre
hemos estado unidos, pero ahora no puedo hablar con él. ¿Por
qué no responde a mis llamadas?
Sade alargó la mano y le tocó el brazo.
—Debe tener sus razones. Tal vez piense que es mejor que
te adentres en este mundo ahora. También debe ser duro para
él.
—Sí, tal vez tengas razón. Gracias, Sade.
—De nada. ¡Ahora vete!

Dillon se había olvidado de los deberes relacionados con la


sed de sangre. Mientras volvía a entrar en su habitación, el
olor penetrante que salía del ataúd le quemó las fosas nasales.
Jeremiah aún no había regresado. La saliva comenzó a
derramarse por las comisuras de su boca. Un vistazo a su reloj
le dijo que tenía una hora hasta la noche y dos horas antes de
que empezaran las clases. El deseo de abrir la tapa del ataúd
era abrumador. Un sudor pegajoso le recorrió la frente.
Salió a trompicones y se apoyó en la puerta, sintiéndose
débil y enfermo. Se obligó a volver al pasillo, con la intención
de dirigirse a la enfermería. Tal vez la enfermera de día podría
darle algo. Mientras se acercaba a los ascensores, captó el
débil sonido de la música que venía de la habitación de Aron y
Frederick. La música se apagó de inmediato cuando golpeó la
puerta, y escuchó débiles ruidos secos. La cara de Frederick
apareció dos segundos después.
—Ah, eres tú. Gracias a Dios. Creíamos que eran Hunt o
Dupledge.
—¿Qué estáis haciendo? No puedo dormir.
La cara de Fred se convirtió en una sonrisa de complicidad.
—¿Tienes problemas con la sed de sangre? —preguntó.
Dillon asintió.
—¡Entonces has venido al lugar correcto, mi Dhamp! —
exclamó, abriendo la puerta de golpe.
Su lado de la habitación era aún más caótico que antes; la
ropa y las botellas de sangre vacías ensuciaban el suelo, y los
cigarrillos desechables con sabor a sangre descansaban de
forma precaria sobre los bordes de su ataúd.
Ásta y Angelo estaban recostados en el escritorio de Fred
con muy poca ropa, y Aron se había desmayado medio dentro
y medio fuera de su ataúd, demasiado ordenado. Los ojos de
Ásta y de Angelo tenían un aspecto felino, con las pupilas
aterradoramente grandes.
—Ah, es mi delicioso Dhampir. —Angelo le hizo un gesto
para que entrara—. Vuelve a poner la música, Fred.
Fred obedeció, llenando la habitación con un profundo e
insistente ritmo de batería y bajo.
Ásta se levantó de un salto.
—Baila conmigo, Dillon —ronroneó.
—Eh, en realidad, iba a ir a la enfermería.
—No tan rápido, Dhampir —gruñó Ásta, tirando de él hacia
ella, y empezó a apretarse contra él al ritmo de la música.
La música era hipnótica, y Dillon se encontró moviéndose
mientras ella agitaba su cuerpo tonificado arriba y abajo del de
él.
Fred silbó.
—¡Vamos, Dillon!
Después de toda la emoción reprimida que había tenido con
Cora, le avergonzaba sentir el calor que surgía entre ellos.
Angelo observó desde el escritorio y de repente se levantó de
un salto. Sujetando a Ásta firmemente por la cintura, comenzó
a bailar contra su espalda. Ásta suspiró de placer y giró las
caderas, apretándose contra él. Mientras Dillon, atrapado en un
extraño trío erótico, intentaba alejarse, Angelo lo acercó. De
repente, el olor de la sangre caliente de Dillon fue demasiado.
Sus ojos cambiaron y mientras sus colmillos se disparaban,
Dillon luchó por liberarse. Ásta, atrapada en medio de ellos, se
giró y puso los brazos alrededor del cuello de Angelo.
—Cálmate, Angelo. No la necesitas.
El agarre de Angelo alrededor del cuello de Dillon se aflojó
un poco.
Los fuertes brazos de Ásta lo sostenían.
—Vamos, Angelo. Esta es tu oportunidad. No querrás que te
echen de aquí.
Angelo luchó durante un segundo o dos y luego lentamente
volvió en sí.
—Oh, Dios —se lamentó—. Lo siento, Dillon. Es que
contigo me cuesta mucho.
Por primera vez, Dillon entendía lo que le pasaba.
—Lo entiendo. Me está volviendo loco.
Ásta se volvió hacia él.
—¿Cuán malo es?
—Como si no pudiera pensar en otra cosa.
Los ojos de Ásta brillaron.
—Podemos ayudarte, Dillon.
—Cállate, Ásta. No podemos —espetó Frederick—. Es el
VE.
—Tal vez no por mucho tiempo —murmuró Dillon.
—¿Qué quieres decir?
—Acabo de ver un séquito de padres. El padre de Bram
junto con los padres de Celeste y de Sade estaban con Madame
Dupledge. Le han dado un ultimátum: o ellos o yo.
—Entonces no hay ningún problema —Ásta sonrió—. No se
arriesgará a perder a ninguno de ellos. Sus padres invierten
dinero en este lugar.
Frederick lo miró a los ojos.
—¿Podemos confiar en ti, Dillon?
—Sí, pero no tengo ni idea de lo que estás hablando.
—Podemos ayudarte a que te sientas mejor.
El corazón de Dillon se encogió.
—Nos hemos bebido toda la sangre embotellada, pero he
traído de contrabando algo mejor, de la de verdad. No tengo
mucha, pero tengo un contacto en el exterior que puede
ayudarme a reponerla. Trabaja en una clínica de salud en los
Alpes, no muy lejos de aquí. Pero tendrá un coste.
—Vaya… —Dillon se apartó—. Mira, gracias por la oferta,
Frederick, pero no tengo dinero, nada de nada.
—No te preocupes por eso, hoy pagaré por ti, Dillon—
insistió Ásta.
Dillon retrocedió hasta la puerta.
—Gracias, Ásta, pero no. Mi padre siempre decía que nunca
hay que aceptar algo que no se pueda devolver.
Frederick, Angelo y Ásta se acercaron.
—Vamos, Dillon, no seas aburrido. Te hará sentir increíble
otra vez.
Si bebe, aunque sea un sorbo, tendré influencia sobre él
para el resto del año.
Dillon se sobresaltó.
—¿Qué? —preguntó, mirándola a los ojos.
Ásta lo miró como si estuviera loco. Mierda. Tenía que estar
escuchando pensamientos otra vez.
Ásta se acercó aún más.
—Vamos, Dillon. Fred, pásame la sangre.
Frederick fue a su armario y sacó una bolsa de sangre de una
caja frigorífica. El contenido era de color rojo brillante, y un
gran «0» impreso en negro destacaba en la etiqueta. Ásta abrió
la pequeña boquilla que había en la parte superior y la hizo
pasar por debajo de la nariz de Dillon. Al instante, el interior
de sus fosas nasales ardió, y un río de saliva entró en erupción
en su boca. Tragó con fuerza, intentando no inhalar más olor a
sangre.
Esto va a ser pan comido.
Dillon se acercó más. Y qué si Ásta tenía influencia sobre él.
Se iba a ir de todos modos. Dios, olía de maravilla. Cerró los
ojos. Ásta apretó la bolsa para que la sangre rezumara por el
tubo hasta la boquilla y la colocó contra sus labios. Justo
cuando Dillon estaba abriendo la boca, oyó la voz de Madame
Dupledge:
Piensa en el principal objetivo.
Con un tremendo esfuerzo, giró la cabeza.
—Llévatela. En serio.
Su cabeza zumbó al sentir su ira.
—Vamos, Dillon. No seas cobarde —gruñó.
—Déjalo en paz, Ásta. No la quiere. —Aron se había
despertado y balanceaba las piernas sobre el lado del ataúd.
—No te metas, Aron. Le estamos ayudando. Dillon tiene un
grave caso de sed de sangre.
—Sí, pero ha dicho que no la quiere.
Dillon no se atrevió a mirar a Aron.
Ásta y Aron se miraron. Nadie se movió.
—Bien. —Ásta dio un paso atrás y, con la vista fija en
Dillon, aspiró profundamente de la bolsa. Casi al instante, sus
pupilas reaccionaron, creciendo aún más; sus ojos rasgados
parecían casi negros.
El estómago de Dillon se contrajo y buscó a tientas el pomo
de la puerta.
—Fred, no me malinterpretes, de verdad que agradezco la
oferta. Pero no puedo…
Frederick le agarró el brazo, apretando más fuerte de lo que
Dillon esperaba.
—Recuerda, Dillon, un regalo que se rechaza puede tener
consecuencias. No sabes nada de esto, ¿ja?
Dillon asintió.
—Sí, sí, por supuesto. —Hizo la pantomima de cerrar sus
labios con una cremallera—. Puedes confiar en mí. De verdad.
Sé que estabas tratando de ayudar.
Salió de la habitación medio desplomado y se agarró el
estómago. A trompicones regresó a los ascensores y se dirigió
de nuevo a la azotea. El crepúsculo caía y, entre sollozos de
alivio, se tumbó sobre el fresco cristal y miró el cielo,
malhumorado, preguntándose si su padre estaría despierto,
contemplando las mismas estrellas. Su visión nocturna
mejorada le proporcionó aún más detalles aparte de las
estrellas: filigranas de galaxias, que se arremolinaban y
serpenteaban. Mientras observaba el cielo, sintió que la
tensión de su cuello y sus hombros se aliviaba. Exhaló en
profundidad, dejando los pulmones vacíos y permitiendo que
el aire fresco de la montaña volviera a entrar.
—Lo siento. No pretendía interrumpir.
Se sobresaltó al oír la voz de Cora. No la había visto
acurrucada junto a una rejilla de ventilación.
Incapaz de moverse, giró la cabeza.
—No, soy yo el que lo siente.
Se acercó y se tumbó junto a él. Sintió que la mano de ella
buscaba la suya. El momento era tan perfecto que ignoró las
pequeñas chispas que subían por su brazo y dejó que un
silencio profundo e intenso los envolviera.
8
Sangre dorada
Dillon se despertó con la mirada perdida en un cielo negro
como la tinta. Cora le observaba. No quería romper ese
momento perfecto. Estaban tumbados juntos y en silencio,
ambos conscientes de que la palabra equivocada mataría el
momento.
—No tienes que ayudarme, Dillon. No tendría que habértelo
pedido.
—Quiero ayudarte a encontrar a tu hermano, pero Cora,
siendo sincero, no creo que vaya a tener privilegios de VE por
mucho más tiempo. La familia de Bram quiere deshacerse de
mí.
—Ya entiendes por qué tengo que estar con Bram, ¿no? ¿Lo
importante que es para mí?
Su corazón se encogió.
—Sí, lo entiendo. Es familia. Lo capto. La sangre siempre
va primero. Ahora estoy empezando a entender lo que
significa eso.
Cora se movió a su lado.
—Bram es competitivo; va a aprovechar cualquier
oportunidad para hacerte caer. Lo sabes, ¿verdad?
El corazón de Dillon se encogió de nuevo. Después de la
derrota en la privación sensorial, Bram sabía que le gustaba
Cora y estaba dispuesto a usarlo en su contra.
—Puedo manejarlo. —La tranquilizó, sin saber si podría
hacerlo.
—No me gusta jugar con la gente —soltó de repente—. El
padre de Bram es un capullo, pero Bram es bueno. Es solo que
no se atreve a mostrar ese lado a nadie.
Cada palabra era como una puñalada al corazón.
—Estoy seguro de que tiene sus talentos ocultos.
—Es que no quiero que pienses que no tengo principios. Si
odiara a Bram, buscaría otra manera.
Dillon deseó que encontrase otra forma. No sabía qué
necesitaba de él. Solo quería tumbarse allí y mirar el cielo con
ella, sin escuchar más sobre el supuesto lado bueno de Bram.
Comprobó el reloj.
—Deberíamos irnos.
—Ve tú primero. Será mejor que no nos vean juntos.
Sintió que la ira volvía a surgir.
—¿No podemos dejarnos ver como amigos? ¿Está él tan
obsesionado con el control?
Sus ojos brillaron de ira.
—Dijiste que podías lidiar con esto. No podemos ser amigos
si no puedes.
No estaba seguro de que pudiera soportarlo, pero la idea de
no tener ningún contacto con ella era peor. Respiró hondo.
—Está bien.

En cuanto Cora se fue, Dillon sintió un dolor punzante en las


entrañas y gimió. La sensación fue agónica, como si las tripas
se le hubieran puesto del revés. Encorvado, con el estómago
encogido, consiguió llegar al sexto piso para la primera
lección de Vivir entre Humanos. Jeremiah estaba con Bik, pero
echó un vistazo a Dillon y en un instante se puso a su lado,
ayudándole a levantarse.
—Necesitas sangre.
—Estoy bien —murmuró Dillon.
—No lo pareces.
—Solo tengo que esperar hasta la medianoche. Estaré bien.
Jeremiah parecía escéptico, pero se encogió de hombros.
—Si tú lo dices. Será tu funeral.
Dillon seguía agachado sobre el pupitre cuando llegó Sade,
seguida de la profesora, y, al sentarse, le lanzó una mirada de
preocupación.
—Buenas noches a todos. Espero que la tarea de Madame
Dupledge haya ido bien. —La nueva profesora habló con un
ligero acento indio. Era menuda, con el pelo negro largo y
rebelde, pantalones vaqueros acampanados, sandalias y unos
ojos marrones traviesos realzados con un fuerte trazo de
delineador negro.
—Soy la profesora Sandhu, y os voy a aconsejar sobre cómo
vivir entre los humanos. Fui humana y música hasta que me
convirtieron en los años 60. ¡Qué década aquella! —Sonrió a
la clase—. También soy profesora de música y doy clases
individuales de música. Por favor, hablad conmigo al final de
la clase si queréis aprender más sobre música.
Posó la mirada en Dillon.
—Este año tenemos la suerte de contar con un experto en
todo lo humano entre nosotros. ¿Qué es lo que más has notado
respecto de nuestras diferencias y cuál sería tu mayor consejo
para ayudarnos a integrarnos, Dillon?
Dillon se lo pensó durante un minuto.
—Aparte de que no parece que quieran abalanzarse sobre
cualquiera que tenga sangre y el tener que ocultar los
colmillos, supongo que lo más diferente serían vuestros ojos:
no parecen humanos cuando pensáis en sangre y… —hizo una
pausa— tenéis un aspecto demasiado perfecto.
La profesora Sandhu soltó una carcajada y la clase sonrió.
Tenía una risa natural y contagiosa.
—Tienes razón.
—No podemos evitar ser guapos —señaló Ace, levantando
la mandíbula cincelada y echándose el flequillo hacia atrás.
—No, pero muchos vampiros llevan gafas tintadas en el
mundo humano. Ayudan a disimular nuestros ojos y a desviar
nuestra belleza.
—Me niego a llevar gafas —dijo Celeste.
—Celeste, los vampiros caen a tus pies, ¿qué crees que van
a hacer los humanos? —le recordó Sade.
Celeste la miró como si estuviera loca.
—¿Y?
—Entonces, ¿no quieres desviar la atención de los
humanos?
—Vale, de acuerdo, todo el mundo —interrumpió la
profesora Sandhu—. Dillon tiene razón. Destacamos más de lo
que creéis. Por razones obvias, tenemos ventajas biológicas
que atraen a los humanos hacia nosotros. Es mejor que
hagamos todo lo posible para prevenir eso: por muy buen
control que se tenga, genera complicaciones.
Repartió espejos.
—Tomaros un minuto para miraros.
Dillon se sorprendió al ver lo pálido que estaba. Sus ojos
azules, de normal llenos de vida, estaban nublados, y una capa
de sudor le cubría la frente.
—Me veo como el culo —exclamó.
—¿Se acaba de dar cuenta? —dijo Bram.
—¿Podéis ver lo que podríais parecerle a un humano? —
preguntó la profesora Sandhu.
—La verdad es que no —dijo Celeste admirándose en el
espejo.
—Sí, más o menos. —Jeremiah sonrió, y el resto de la clase
se rio.
—¡Jeremiah, tienes que ponerte un pasamontañas! —
bromeó Bik.
—No es necesario hacer nada radical, solo ser consciente de
ello —aconsejó la profesora Sandhu—, y restadle importancia
cuando lo creáis necesario, sobre todo si estáis con un grupo
de vampiros. Mi consejo es que llevéis un par de gafas oscuras
con vosotros en todo momento. Tendréis que convertiros en
maestros en la observación del comportamiento humano.
Comen mucho, van al baño con regularidad, son inquietos y se
sientan mucho más que nosotros, y se mueven con una lentitud
dolorosa.
—Qué sosos. —Ásta sonaba aburrida.
—No os estamos pidiendo que seáis mejores amigos, solo
que permanezcáis en el anonimato. Como sabéis, tenéis el
viaje a la estación de esquí a la vuelta de la esquina y tendréis
que mezclaros con ellos sin que se note. Como nos encuentran
irresistibles, debéis aprender a desviar su interés. Madame
Dupledge se encarga de evitar que perdáis el control. Yo os
enseñaré a permanecer fuera del radar.
Rebuscó en un bolso de ante con flecos y, después de abrir
un frasco de sangre, lo esparció por la habitación. Al instante,
los colmillos de toda la clase se dispararon, y ella sonrió.
—El mayor indicio de que somos vampiros son nuestros
colmillos. Levantad el labio superior, por favor, echemos un
vistazo. Los colmillos son como las huellas dactilares de un
vampiro, cada uno de nosotros tiene sus propias
características. —Miró a Angelo—. ¿Qué les han hecho a los
tuyos, Angelo? Nunca había visto algo así.
—Me los he tatuado —dijo.
—Fascinante —dijo—. Ven y muéstraselo a la clase.
Angelo levantó el labio superior. Tenía los colmillos
delineados con tinta negra. Se veían increíbles.
—Aprendí a hacerlo, por si te interesa.
La profesora Sandhu sonrió.
—Gracias, Angelo, te quedan bien pero no estoy segura de
que vayan bien conmigo.
—Aron, ¿qué les pasó a los tuyos?
Aron retiró los labios hacia atrás y Dillon vio que su
colmillo izquierdo era más corto que el derecho.
—Se rompió en una pelea con Ásta cuando éramos
pequeños —explicó.
—Es muy raro que un diente de vampiro quede dañado de
por vida —exclamó la profesora Sandhu.
—Ya, no conoces a Ásta —dijo Aron, con una sonrisa triste
y ladeada.
Observó al resto de la clase.
—¡Jeremiah, qué bonitos!
Jeremiah sonrió, mostrando pequeñas crestas de filigrana
dorada chapadas en sus colmillos.
—Mi padre mandó hacérmelos cuando cumplí dieciocho
años. Estoy orgulloso de él y me siento honrado al poder
mostrar el escudo de nuestra familia. Están hechos con el oro
de las minas de nuestra familia.
—Por supuesto, Jeremiah. Supongo que el equivalente
humano es un anillo con un símbolo.
—¿Alguien más?
Celeste levantó la mano y mostró un pequeño y brillante
diamante en su colmillo izquierdo. Dillon no se sorprendió;
hacía juego con su belleza fría.
—¡Hermoso! —exclamó la profesora Sandhu—. El arte de
los colmillos ha evolucionado mucho desde mi época.
—Puedo ponerte en contacto con alguien que te lo haga —
ofreció Frederick.
—Gracias, Frederick, pero como ya le he dicho a Angelo, no
encajaría con una vampira tan vieja como yo.
Dillon la miró incrédulo, no parecía tener más de veinticinco
años. Hizo una nota mental para preguntarle a Jeremiah o a
Sade cómo funcionaba el envejecimiento en los vampiros.
—Aunque sean obras de arte, es importante que mantengáis
vuestros colmillos retraídos en entornos humanos. Vuestra
habilidad para evitar que salgan mejorará con la edad, pero
tengo un truco guardado en la manga por si os cuesta mucho.
—Rebuscando de nuevo en su bolso, sacó un pequeño
protector de goma transparente en forma de medialuna—. Otra
armadura. Un protector de plástico que impedirá que los
colmillos desciendan. —Lo encajó sobre sus dientes—. Para
los humanos parece una férula invisible.
—¡Qué alivio! —dijo Angelo en español, con dramatismo.
—Me encargaré de que cada uno de vosotros tenga una
antes del viaje a la estación de esquí —le prometió.
Dillon estaba empezando a caerse y Sade levantó la mano.
—Profesora Sandhu, creo que Dillon necesita ser excusado
—dijo.
La profesora Sandhu se acercó al escritorio de Dillon y le
palpó la frente.
—Está tan frío como el hielo.
—No, estoy genial —balbuceó Dillon, comprobando su
reloj. Su visión hacía cosas extrañas, pero al final consiguió
enfocar la hora: 11.40 p.m.
—Puedo esperar veinte minutos, en serio. No hay problema.
—Le sonrió, y después se deslizó de la silla al suelo con
lentitud.
Lo último que oyó fue a la profesora Sandhu decir:
—Jeremiah, ¿puedes llevarlo a la Dra. Mey…?

La Dra. Meyer le echó una mirada y le dio una reprimenda.


—No deberías haber esperado tanto, Dillon. Al principio se
necesitan pequeñas cantidades de sangre.
Dillon no tenía fuerzas para argumentar que no sabía nada
sobre el consumo de sangre.
—Hablaré con Madame Dupledge. Sube a la sala de sangre
ahora. Es solo un poco antes de la medianoche. Le diré al
profesor Dukan que subirás temprano.
La sala de la sangre, de un blanco resplandeciente, se había
transformado. Las bolsas de sangre de color rojo oscuro
colgaban de estantes de acero que estaban agrupados por tipos
de sangre. El profesor Dukan, cuya complexión esbelta y sus
piernas largas estaban enfundadas en un antiguo traje de
tweed, sujetaba un escáner en una mano y un teclado digital en
la otra.
—No es medianoche —dijo.
—Dillon no se encuentra bien. Necesita algo ahora. La Dra.
Meyer lo ha autorizado —explicó Jeremiah.
—Ah, Dillon Halloran. —El profesor Dukan lo miró con
interés—. Una sangre increíble, todavía la estamos
identificando. Estamos haciendo más pruebas para decidir el
tipo de sangre que más te conviene, pero por el momento he
conseguido un poco de Sangre Dorada para ti. No tiene
antígenos, por lo que no debería dar reacción a la sangre. Es
casi imposible de conseguir: solo hay dos donantes dispuestos
a ofrecérnosla, así que no la desperdicies. Por el momento, una
unidad debería ser más que suficiente. Iré a sacarla de la
nevera de seguridad, tenemos que mantenerla bajo llave.
Tras pasar una tarjeta por la cerradura de la puerta y
asomarse a una cámara de reconocimiento facial, desapareció
en el almacén de alta tecnología que había detrás.
Algo extraño ocurrió con la visión periférica de Dillon. Era
como si estuviera mirando a través de un túnel y sentía la
garganta como si fuera un desierto abrasador. Aunque estaba
helado, el sudor comenzó a chorrearle por la frente.
—Jesús —maldijo Jeremiah—. ¿Cuánto tiempo va a tardar?
El profesor Dukan por fin apareció con un aspecto aún más
excéntrico, con una protección quirúrgica en la cabeza que
parecía un gorro de ducha azul y guantes de goma. Después de
escanear el código de barras y registrarlo en su panel táctil,
pasó con reverencia la bolsa con la preciada sangre a Dillon.
—Sin importar lo que hagas, no la dejes caer.
El estómago de Dillon se contrajo con agonía al verla, y fue
todo lo que pudo hacer para no aferrarse a ella. Los estudiantes
de los otros picos, deseosos de ver a los novatos perder el
control ante el primer trago de sangre, habían empezado a
llegar desde sus residencias. Al ver los ojos vidriosos de
Dillon y la preocupación del profesor Dukan, varios de ellos
comenzaron a rodearlo expectantes. Jeremiah extendió sus
largos brazos.
—Dadle un poco de espacio, por favor.
El profesor Dukan abrió la boquilla en la parte superior de la
bolsa y apartó un poco la nariz.
—Adelante —le animó—. Pero tómatelo con calma, no te lo
tragues.
Cuando Dillon levantó la bolsa, percibió el olor de la sangre
por primera vez y sus sentidos se volvieron locos;
simplemente era la cosa más deliciosa que había olido en toda
su vida. Los colmillos se le dispararon al instante. Los
estudiantes vampiros mayores se inclinaron al ver la expresión
de su rostro. Varios la olfatearon y hubo una oleada casi
cómica de fosas nasales encendidas y ojos oscurecidos.
—¿Qué demonios está bebiendo? —susurró alguien.
Consciente de que el profesor Dukan le observaba con
atención, Dillon se obligó a beber un pequeño sorbo. Mientras
la sangre se deslizaba hasta el fondo de su garganta, sus ojos
se cerraron por el éxtasis. El sabor era puro oro líquido,
diferente al poder de su propia sangre o a la calidad
embriagadora de la de Madame Dupledge. La sangre
vampírica era como un whisky fuerte con efectos secundarios;
la sangre humana era más parecida al caviar, sencillamente
deliciosa. Empezó a beber más rápido, dejando que la sangre
se deslizara por su garganta como un néctar. Casi al instante,
sintió que llegaba a su organismo y que un cálido flujo recorría
sus arterias, aliviando los calambres en el estómago y los
dolores musculares.
La multitud de vampiros a su alrededor aumentó y se
produjo una tormenta cuando Angelo, Ásta y Frederick
avanzaron a través de ellos. Los ojos de Dillon se abrieron de
golpe justo cuando Frederick se quedó boquiabierto:
—Está bebiendo Sangre Dorada —les susurró a Angelo y a
Ásta—. Eso son unos diez mil euros por sorbo.
Incapaz de controlarse por más tiempo, Dillon vació la bolsa
en dos últimos tragos y suspiró de placer. La transformación
fue increíble. De sentirse como la propia muerte, ahora se
sentía como si nunca hubiera estado más vivo. Los colores
volvían a ser intensos otra vez y todo a su alrededor parecía
brillar con una energía invisible. Le recordó a la analogía del
coche híbrido de la Dra. Meyer: había pasado de ser una
carraca oxidada a un coche de Fórmula 1 en cuestión de
segundos.
—Quiero un poco de eso —bromeó un vampiro del Pico
Tres.
—Para ser un dhampir, no tenía ni idea de que fuera tan
guapo —comentó otra vampira del Pico Dos a su amiga.
Los ojos brillantes del profesor Dukan lo escudriñaron.
—Parece que ha funcionado.
—Joder, sí —gruñó Dillon, con una voz inusualmente baja y
ronca. De inmediato se tapó la boca con una mano—. Lo
siento, señor.
Frederick y Angelo sonrieron.
El profesor Dukan trató de parecer severo, pero tal era su
excitación que no lo consiguió.
—Solo por esta vez lo consideraré como el efecto de la
Sangre Dorada, Dillon. —Volviéndose hacia el resto de los
vampiros, gritó—: El espectáculo ha terminado. Todos podéis
decirme vuestro grupo sanguíneo para que pueda escanear
vuestra bolsa de sangre.
Todos se arremolinaron alrededor del profesor Dukan, y
Dillon captó varios murmullos de enfado:
—No es justo. ¿Por qué nosotros tenemos la mierda estándar
y él tiene lo mejor? Es un dhampir, por el amor de Dios.
Sade se apresuró a subir. Sus ojos se abrieron de par en par
cuando vio a Dillon.
—¿Qué ha pasado? —preguntó.
—El profesor Dukan le ha dado Sangre Dorada —respondió
Jeremiah.
Las cejas de Sade estuvieron a punto de llegar al borde de su
cabello.
—Vaya, ¿la de verdad?
—Sí. Prueba a ponerte a su lado cuando la esté bebiendo. —
Jeremiah hizo una mueca.
Dillon le miró sorprendido. No había mostrado signos
evidentes de incomodidad, pero tampoco había estado en
condiciones de darse cuenta.
Jeremiah le dio una palmadita en la espalda.
—Lo siento. Es que la Sangre Dorada es el objeto de las
fantasías de los vampiros. Nunca pensé que la distribuirían
aquí. Debes tener un tipo de sangre muy raro.
—Tendría sentido —reflexionó Sade—. Todos hemos tenido
dificultades para estar cerca de él a veces.
—¿Qué? ¿Hablas en serio? —soltó Dillon, mirándola con
incredulidad—. ¿Incluso vosotros dos?
—Incluso nosotros. —Jeremías sonrió—. ¿Por qué crees que
sigo escapándome a la habitación de Bik?
Bik había llegado sin ser vista y estaba de pie detrás de
Jeremiah.
—Gracias, Jeremiah —dijo con dureza.
Jeremiah se giró, y en un movimiento suave la levantó y la
besó.
—Y por tu inteligente compañía, por supuesto.
—Bájame, Jeremiah. No paras de levantarme. ¡No soy una
muñeca! —protestó.
Dillon sintió el pinchazo de la mirada hostil de Bram antes
de que lo viera. Él y Cora estaban haciendo cola para recibir
sus bolsas de sangre en el otro lado de la sala. Dillon observó
que estaba en la cola del «0» y le sonrió con dulzura. Bram
frunció el ceño y miró hacia otro lado.
El ambiente era exuberante cuando comenzó la clase de vuelo.
Dillon estaba empezando a entender que los ascensos y
descensos de la montaña rusa eran parte de la vida de los
vampiros adolescentes. Sin duda, todos ellos sufrían
problemas de «enganche» masivos. Se preguntó cuánta
práctica hacía falta para llegar a ser tan dueño de sí mismo
como Madame Dupledge o Mahina, la VE del Pico Tres. La
había visto saborear con tranquilidad su dosis al salir de la sala
de sangre.
Incluso el Sr. Hunt parecía menos sarcástico que de
costumbre, también debía de haber disfrutado de un trago a
medianoche.
—He oído que esta noche ha ocurrido algo especial en la
sala de sangre. No recuerdo la última vez que le dimos a
alguien Sangre Dorada. Espero que te des cuenta de lo
afortunado que eres, Dillon. Ahora mismo tienes más o menos
cien mil euros de la sangre más exquisita del mundo en tu
sistema.
—Sí, señor. Me lo han hecho saber.
—Bueno, asegúrate de apreciarla.
—Parece de otro mundo, Sr. Hunt. —Dillon sonrió, todavía
sentía la felicidad de la Sangre Dorada—. Nunca la
despreciaría.
El Sr. Hunt lo miró con desconfianza, sin saber si estaba
siendo sarcástico o no.
—Bien, vamos a empezar a volar. Los que ya voláis, pero
necesitáis trabajar para conseguir vuestro certificado de vuelo,
quedaos conmigo en el túnel horizontal. Todos los demás,
dirigíos al túnel de viento vertical. Nuestro instructor, Chiro,
os guiará para que podáis dominar las técnicas de vuelo.
Sade, Dillon, Angelo, Jeremiah, Frederick y Bik se
dirigieron al cilindro vertical de cristal de estilo espacial. Los
enormes ventiladores de la parte superior apenas se veían a
través de un techo especial. La base parecía un trampolín de
alta tecnología.
Chiro era menudo y con aspecto de murciélago, algo
encorvado y de ojos rojizos. Les recibió con un traje negro
ceñido a la piel que aumentaba su apariencia de roedor
volador.
—Bienvenidos —ceceó con un fuerte acento brasileño—.
Hoy, mi trabajo es conectaros con vuestra habilidad innata
para volar y, con suerte, si hay tiempo, enseñaros algunos
trucos.
Sonrió, mostrando un conjunto de dientes afilados como
cuchillas. De forma imperceptible, el grupo se desplazó hacia
atrás y la sonrisa de Chiro se amplió.
—Una vez que se domine la posición básica del cuerpo y se
desarrolle el control de los movimientos, se practicará en el
túnel horizontal para asegurarnos de que nuestro vuelo sea lo
más aerodinámico posible. Luego nos trasladaremos al
exterior.
Manipuló el ordenador situado al lado del túnel y una
pantalla empezó a registrar la velocidad del viento, la presión
del aire y las fuerzas. Los enormes ventiladores de la parte
superior entraron en acción, y él se lanzó por la entrada lateral.
Al instante, la incomodidad que había sentido en el suelo
desapareció mientras realizaba graciosos arcos y giraba al
revés en el aire. Mientras se desplazaba sobre su estómago,
literalmente flotando en el aire, giró en elegantes círculos,
cambiando de dirección con pequeños movimientos de manos
o pies.
—Si doblas las piernas, bajarás —señaló—. Endereza los
brazos y las piernas al mismo tiempo, y subirás. Sucede lo
mismo cuando se vuela de verdad. Esto te da la oportunidad de
sentir cómo es la presión del aire a alta velocidad. Se puede
volar más o menos entre setenta y cinco y ciento cincuenta
millas por hora. Cuanto más rápido vayas, menos control
tendrás, pero podrás realizar movimientos más rápidos.
El monitor reveló que la velocidad del viento había
alcanzado las ciento cincuenta millas por hora.
—Debéis ejercer la misma presión sobre el viento con los
brazos y las piernas. Mantener el tronco firme, empujar las
caderas hacia delante, subir la barbilla y relajaros.
Subió con elegancia a la parte superior del embudo y luego
hizo una pirueta boca abajo para mirarles a través del cristal.
Su rostro lascivo era aún más espeluznante boca abajo.
—¿Quién quiere ser el primero?
Angelo, con la cara encendida por la emoción, dio un paso
adelante. Chiro se puso a la derecha y utilizó un dispositivo de
control remoto para bajar la velocidad del viento.
—Inclínate, Angelo, hasta que sientas la presión del aire.
Dhampir, síguele.
—¿Perdón? ¿Yo? —dijo Dillon.
—Sí, tú eres el dhampir, ¿no?
—Mi nombre es Dillon.
—Sí, Dillon el Dhampir —gritó Bram, que había estado
observando desde el otro lado de la habitación—. Es fácil de
recordar.
Dillon siguió a Angelo y copió la forma en que se inclinaba
en la corriente de aire y parecía flotar en el viento, en perfecto
equilibrio. Tan pronto como el viento lo golpeó, se precipitó
hacia abajo de cabeza, agitando los brazos y las piernas. Chiro
le agarró por el medio y lo reequilibró.
—Vamos, deberías ser bueno en esto. Levanta la barbilla,
arquea un poco la espalda.
Vio las caras sonrientes de Jeremiah y de Sade mientras se
tambaleaba y luchaba por mantener el equilibrio.
Chiro se impacientó.
—Siente el viento. Mantén el cuerpo inmóvil. Presiona los
codos y las rodillas contra el viento de la misma forma.
Dillon lo intentó. Sus brazos y sus piernas se dispararon
mientras se balanceaba arriba y abajo en el aire. Angelo
flotaba hacia arriba y hacia abajo en el tubo a su alrededor con
un control perfecto, y Chiro le hizo una seña con los pulgares
hacia arriba. Al final, con frustración, Chiro soltó a Dillon. Al
instante salió disparado hacia la parte superior del tubo y
volvió a bajar, chocando contra el lateral al caer. Chiro lo
empujó hacia la entrada.
—Suficiente por hoy.
—Muy natural —dijo Jeremiah, haciéndole un gesto con el
pulgar hacia arriba.
—No estoy segura de que volar sea tu fuerte. —Sade sonrió.
—¡Ja! Muy divertido.
Chiro gritó a través de la entrada y miró con admiración a
Jeremiah.
—Tú, el de los músculos, eres el siguiente —dijo,
aumentando la velocidad del viento.
Jeremiah le frunció el ceño.
—Soy mucho más que mi aspecto físico —gruñó, antes de
inclinarse y dejar que la fuerza del viento lo sostuviera. Con
unos pocos movimientos, se puso en marcha, subiendo y
bajando, mientras Chiro le seguía, sonriendo como un
murciélago demente.
Sade fue igual de elegante, Chiro solo hizo pequeños
retoques en sus pies y manos. El único que tenía problemas
como Dillon con la aeronáutica era Frederick, pero no parecía
importarle, sonreía feliz mientras se estrellaba y caía una y
otra vez.
Al final, Chiro detuvo los ventiladores y se agachó, con un
aspecto extraño y de lo más incómodo al volver al suelo.
—Ahora observad a los demás en el túnel horizontal. Os
ayudará a ver cómo ajustan la posición de su cuerpo para volar
más rápido o más lento.
Se dirigieron al túnel horizontal. Esta vez, en lugar de
aspirar el aire, los enormes ventiladores lo empujaban a lo
largo del túnel. Ace y Ásta estaban dentro, y Dillon pudo ver
al instante que eran excepcionales. A pesar de que la fuerza
del viento les despegaba el pelo de la frente, se mantenían en
perfecto control, con los brazos a los lados, mientras el Sr.
Hunt miraba los monitores y gritaba instrucciones.
—Levanta un poco la rodilla izquierda, Ásta, y serás más
aerodinámica; debería añadir otras 10 mph a tu velocidad
máxima. Ahora baja la velocidad.
Cuando la velocidad del viento disminuyó, Ace y Ásta se
levantaron despacio, y aterrizaron con suavidad en el suelo.
—Excelente, los dos. Deberíais tener muchas posibilidades
de ganar la prueba de vuelo a finales de mes.
Mientras Ásta y Ace chocaban los cinco, el Sr. Hunt se fijó
en los recién llegados.
—Dillon, ahora entra tú.
—Para ser sincero, necesito practicar más, señor.
—No seas ridículo. Eres un VE. Todos los VE son
excelentes en vuelo.
El corazón de Dillon se encogió. ¿Por qué tenía la sensación
de que el Sr. Hunt quería humillarlo?
El Sr. Hunt miró al grupo.
—Cora, eres una gran voladora. Entra con él.
—Chiro dijo que Dillon no está listo —argumentó Sade.
—Acaba de tomar Sangre Dorada. Cualquiera podría volar
con eso. Es como combustible para aviones de alto
rendimiento —dijo el Sr. Hunt—. Los dos al túnel.
—Pero se estrelló. —Volvió a probar Sade.
El Sr. Hunt la ignoró y se dirigió a Chiro.
—Chiro, dile lo que tiene que hacer. —Chiro se encogió de
hombros y se inclinó hacia el micrófono del túnel—. Dillon,
concéntrate. Cierra los ojos, siente la sangre en tu sistema,
conecta con tu capacidad innata de volar.
Dillon ignoró la multitud de rostros curiosos. El Sr. Hunt
tenía razón; aún podía sentir la sangre recorriendo su cuerpo.
Cuando él y Cora tomaron sus posiciones, oyó el zumbido de
los ventiladores y el viento comenzó a azotarlo.
—No lo pienses demasiado, Dillon, empieza a sentir la
sensación de ingravidez —gruñó Chiro.
El viento ganó velocidad, Dillon tuvo que inclinarse hacia
adelante para evitar ser empujado hacia atrás. Sus pies
empezaron a deslizarse por el suelo y Cora le tomó la mano
para evitar que le empujara más atrás. La electricidad que
subía por su brazo cada vez que ella lo tocaba encendió algo
que latía en su interior. Se lanzó hacia delante y sintió que sus
pies abandonaban el suelo. Como en la segunda fase del
lanzamiento de un cohete, la emoción que sintió al pensar que
había abandonado el suelo, desencadenó otra explosión de
energía y se encontró a sí mismo lanzándose hacia los
ventiladores, arrastrando a Cora con él.
Apenas captó la cara de sorpresa de Chiro antes de que el Sr.
Hunt diera un golpecito a los controles y aumentara la
velocidad del viento. Dillon vio que saltaba a 100 mph, pero
seguían volando hacia los ventiladores. Al final, a unas 120
mph, dejaron de moverse y se quedaron suspendidos en el aire.
Cora consiguió sonreírle sin perder el equilibrio. La ropa que
llevaban se les pegaba al cuerpo y los ojos les brillaban cuando
el viento los golpeaba. El más mínimo movimiento lo lanzaba
hacia un lado. Si una pierna o un brazo bajaba una pizca, el
viento lo arrastraba de inmediato, amenazando con hacerle
perder el control. Cuando aprendió a hacer que su cuerpo fuera
más aerodinámico, empezaron a avanzar de nuevo, hasta que
la velocidad del viento los mantuvo inmóviles de nuevo a 150
mph.
—Se está reduciendo la velocidad del viento —gritó Chiro
—. Preparaos para bajar con los pies.
Tan pronto como sus pies tocaron el suelo y los ventiladores
se detuvieron, la mitad de la clase estalló en aplausos.
—Guau —jadeó Cora, soltándole la mano y alisándose el
pelo alborotado por el viento—. Para ser tu primer vuelo, ha
estado bien.
—¿De verdad? Me alegro de que te haya gustado. —Dillon
sonrió, ridículamente encantado de haber conseguido
impresionarla por una vez.
Bram se acercó y la rodeó con un brazo posesivo, dejando
muy claro su mensaje de «no te acerques».
—¿Has visto eso? —le preguntó ella.
Una vez más, Dillon tuvo que apretar los puños para evitar
arrancarle el brazo a Bram. Como si entendiera exactamente lo
que Dillon estaba pensando, Bram sonrió y se volvió hacia él.
—Al parecer es fácil con Sangre Dorada, ya oíste lo que dijo
el Sr. Hunt. Veamos qué tal lo haces cuando estemos fuera,
Dhampir. Es muy diferente.
—No ha estado mal, Dillon. —Los ojos negros y fríos del
Sr. Hunt los evaluaron a él y a Bram—. Como ha dicho Bram,
veremos lo que puedes hacer en el exterior, en la prueba de
vuelo.
—De acuerdo. Gracias, señor.
Jeremiah le dio la mano, y Sade, emocionada por él, le
abrazó espontáneamente. Mientras su voluptuoso cuerpo se
apretaba contra el suyo y su suave pelo le hacía cosquillas en
la mejilla, otra repentina ráfaga de energía lo confundió, y dio
un paso atrás. Al instante, su sonrisa feliz se desvaneció y vio
el dolor en sus ojos.
—Tengo que leer algo —vaciló—. Te veré más tarde.
Mientras se alejaba, su corazón se contrajo.
—Sade… Espera… —dijo cuando ella empezó a alejarse.
Intentó seguirla, pero Frederick lo arrastró.
—¿Cuál es el secreto, Dillon? Tienes que enseñármelo.
—Espera un minuto, Fred —dijo, volviéndose hacia ella.
Pero para cuando se lo quitó de encima, Sade ya se había ido.
9
Rivales de sangre
Mientras los efectos de la Sangre Dorada duraron, Dillon fue
al túnel de vuelo para practicar fuera de clase. A pesar de su
aspecto aterrador, Chiro estaba dispuesto a darle consejos y
sugerencias. Después de perfeccionar la habilidad para
controlar su línea de vuelo, trabajaron para aumentar su
velocidad. Chiro se deleitó muchísimo en zumbar a su
alrededor y golpear cualquier parte del cuerpo que se deslizara
un milímetro fuera de su posición. El problema era su
despegue. Sin Cora, le costaba acceder a la repentina
explosión de energía que necesitaba para potenciar sus
músculos.
Ace, Bram y Ásta llegaron cuando él salía de una sesión
muy agotadora con Chiro, totalmente frustrado porque aún no
lo había resuelto.
—Vas a necesitar más que unos cuantos túneles de viento
para atraparnos, Dhampir —se burló Bram.
—Déjalo ya, Bram —gruñó Dillon, complacido al ver que
se estremecía un poco por la sorpresa—. No estoy de humor.
—Sí, déjalo en paz, Bram. Todo este falso machismo es muy
aburrido —dijo Ásta.
Los ojos de Bram se oscurecieron y la fulminó con la
mirada.
—Te dejaré con tu dhampir entonces; para gustos, colores
—dijo, volviendo a salir del gimnasio.
Ásta se encogió de hombros y puso los ojos en blanco.
—¿Quieres practicar conmigo y con Ace, Dillon?
—Acabo de terminar, pero gracias, Ásta. —No era un iluso.
Sabía que ella era muy competitiva y que solo quería tenerlo
vigilado.

Cuando se dirigía a su habitación para cambiarse, Frederick lo


interceptó una vez más.
—Dillon, ven conmigo. —susurró, sus ojos brillaban de
emoción—. Tengo que enseñarte algo.
—Nada de sangre, Frederick —advirtió Dillon.
—No, no, es mejor que eso.
Frederick lo arrastró de vuelta a su habitación.
—Mira —dijo con orgullo, señalando la pantalla de su
portátil.
Estaba aceptando apuestas ilegales, ofreciendo precios
anticipados para el próximo Desafío del Hielo. La pantalla
indicaba las probabilidades. Dillon estaba en 5 a 1. Bram
estaba 3 a 1, detrás de Ace. Aron y Ásta estaban ambos en 2 a
1. Frederick se había puesto a sí mismo 50 a 1.
—Nunca se sabe —dijo, sonriendo cuando Dillon levantó la
ceja—. ¿Quieres hacer una apuesta? Las probabilidades
podrían cambiar, un par de vampiros de los picos Uno y Dos te
apoyan.
—Lo haría, pero lo siento. Como he dicho, no tengo dinero.
—Estoy seguro de que puedes solucionarlo, Dillon. Sade
tiene un pastón, te prestará algo. Guardaré las apuestas buenas
para ti.
Era tan optimista que Dillon se encontró de acuerdo.
—Lo intentaré —dijo, empezando a salir de la habitación.
—¿Estás seguro de que no necesitas sangre? —preguntó
Fred, esperanzado.
—No, estoy bien, gracias. El profesor Dukan dijo que por
ahora me quedara con la Dorada.
Al salir de la habitación de Frederick, a pesar de ser plena
noche, sacó el teléfono y probó a llamar a casa otra vez. Para
su sorpresa, su padre respondió al primer tono.
—¿Papá? —jadeó.
—Dillon, ¿cómo estás?
Al oír la cálida voz irlandesa de su padre, se le formó un
gran nudo en la garganta. Quería soltar todo lo que había
pasado desde que se separaron: la sangre, el vuelo, su papel
como Vampiro Electo, pero no podía decir una palabra.
—¿Dillon? ¿Estás ahí?
Cuanto más hablaba su padre, mayor era la añoranza de
Dillon por el hogar: las noches de invierno al lado de la
chimenea con su padre contándole historias interminables y
sin sentido, los paseos a primera hora por el campo con la
niebla todavía alrededor de los tobillos, los baños en el agua
helada del Atlántico…
—¿Dillon? ¿Me oyes?
La voz de su padre interrumpió su ensoñación. Dillon
respiró hondo.
—¿Dónde has estado, papá? Conseguí un teléfono y he
estado intentando llamarte todos los días.
—Lo siento, Dill. Me he retrasado en el camino de vuelta.
Tuve que reunirme con alguien.
Dillon recordó el sueño extraño.
—¿Viste a mi madre? Soñé que te veía con una mujer.
Intentó ignorar la sensación de abandono que le invadía: su
padre había sido parte de cada día de su vida antes de VAMPS.
Se produjo una pausa.
—No puedo mentirte, Dillon. Sí, lo hice, pero escúchame, el
teléfono no es seguro, te explicaré más cuando te vea…
—Madame Dupledge dijo que tú me querías aquí —
interrumpió Dillon—. No fue solo una promesa a mi madre.
Hubo otro pequeño silencio y su padre habló despacio, como
si estuviera eligiendo las palabras con cuidado.
—Creen que hay algo especial en ti, Dill. Por el bien de tu
madre, no puedo retenerte y por ahora es lo más seguro.
—¿Dijo algo de que ahora soy un peligro para ti? No puedo
dejar de beber… —Hizo una pausa, avergonzado de hablar de
ello delante de su padre— sangre. Quiero decir. Beber sangre.
Hubo otro silencio.
—Sé lo de la sangre, Dillon. Todo sobre ella. Sé lo que
suponía para tu madre. Y sé que con el tiempo significará lo
mismo para ti.
—¿Por qué no me preparaste, papá?
Su padre se rio.
—Aunque parezca mentira, nunca he ido a una escuela de
vampiros.
—Sí, y yo tampoco había ido cuando llegué aquí —replicó
Dillon, conociendo la habilidad que tenía su padre para
convertir una conversación seria en algo más ligero y menos
relevante—. ¿Por qué no me contaste más sobre todo esto?
¿Sobre mamá? ¿Sobre mi sangre rara?
Oyó a su padre suspirar.
—No sabía nada de tu sangre, Dill. Intenta confiar en que te
quiero y en que tu madre te quiere.
—Siempre he confiado en ti, papá —dijo Dillon—. Siempre.
Pero, aquí, solo, sin poder contactar contigo. Ha sido duro.
—Te prometo que lo entenderás… pronto. —Dillon pudo
escuchar algo amortiguado al otro lado del teléfono, luego su
padre volvió a hablar—. Mira, Dill. Tengo que irme, algo está
pasando.
—¿En serio? ¿Tienes que irte? Pa, tengo que… ¿Qué hay de
la Navid…
—Te quiero, Dill. No pierdas tu corazón.
La línea se cortó. Con el corazón a mil, Dillon se quedó
mirando el teléfono. De inmediato pulsó «volver a llamar»,
pero esta vez, como en todos sus intentos anteriores, la
pantalla le devolvió al instante «llamada fallida». Incrédulo, se
quedó mirando el teléfono, inquieto por lo raro que se había
comportado su padre.
—Hola.
Se sobresaltó. Había estado tan absorto que no había oído a
Sade acercándose.
—¿Estás bien? —preguntó, jugueteando con la cremallera
de su bolso. No la había visto mucho desde la clase de vuelo
hacía casi una semana.
—Acabo de tener una conversación muy extraña con mi
padre.
—Todas mis conversaciones con mis padres son extrañas. —
Sade se encogió de hombros.
—Sí, pero por lo general estamos muy unidos, ¿sabes?
Decía que el teléfono no era seguro o algo así. Antes podía
contarle todo. Ahora parece que no quiere saber nada.
—¿Tal vez te echa de menos?
—No, es algo más que eso.
—Como te dije, necesitamos esa muestra de sangre para que
podamos averiguar si coincide con algo. Entonces tendrás tu
respuesta.
—¿Cómo?
Dejó de juguetear con la cremallera y le miró con una
pequeña sonrisa.
—Entrando en el despacho del profesor Dukan.
—Está de broma, ¿verdad?
Le sonrió con dulzura y comenzó a caminar.
—Te despertaré a mediodía.
—Sade… —Solo había una cosa más que tenía que
mencionar—. Sobre lo de la otra noche…
—¿Qué?
—Al final de la clase de vuelo…
Levantó la mano para interrumpirlo.
—Olvídalo, Dillon. Está bien —dijo, incapaz de mirarle a
los ojos—. Deseos empieza en cinco minutos.

Madame Dupledge estaba detrás de su escritorio con una


hermosa falda lápiz a medida, chaqueta entallada y tacones de
aguja. Cuando Dillon entró levantó la vista de su portátil.
—Dios, Dillon. ¿Por qué tanta prisa? —preguntó mientras se
sentaba junto a Angelo.
Frederick tosió y murmuró «Sangre Dorada» en voz baja, y
el resto de la clase se rio.
—Si tienes algo que decir, Frederick, por favor dilo. Espero
que todos entendáis por qué Dillon recibió Sangre Dorada —
dijo Madame Dupledge.
—¿Por qué es el VE? —dijo Fred, sonriendo a Dillon.
—No voy a dar una respuesta a eso, Frederick, pero déjame
decirte que el profesor Dukan le está dando Sangre Dorada a
Dillon como prevención mientras hace algunas pruebas con su
sangre. Su lado vampírico todavía se está desarrollando y
también su sangre. No tiene nada que ver con un trato especial
o con favoritismo. Ahora sigamos. Tengo los resultados de
vuestra tarea de la sangre aquí. Bien hecho, todo el mundo;
todos excepto uno de vosotros habéis conseguido absteneros.
De forma subrepticia, la clase se miró, preguntándose quién
habría perdido el control. Dillon sintió cómo Angelo se ponía
rígido, pero su corazón se aceleró cuando Jeremiah habló.
—Lo siento, Madame Dupledge. No volveré a perder el
control.
Dillon recordó que había pasado el resto de la noche de los
deberes en la azotea con Cora. Cuando volvió a su habitación,
la sangre había desaparecido. Jeremiah tuvo que volver y
tomarse uno o dos sorbos antes de que Elias recogiera las
muestras. Un segundo después, se dio cuenta de lo buen amigo
que era Jeremiah. Podría haberse tomado su frasco con
facilidad y haberle echado la culpa. Ninguno habría creído a
un dhampir recién convertido.
—Gracias, Jeremiah. Como tu comportamiento ha sido
ejemplar desde que estás aquí, no recibirás ninguna anotación
en tu expediente por esto. Sin embargo, para asegurarnos de
que hayas conseguido controlar tu sed de sangre, repetirás la
prueba dentro de unas semanas. Mientras tanto, te sugiero que
hables con el profesor Dukan para cerciorarte de que estés
recibiendo la cantidad de sustento correcta.
—El profesor Dukan lo ha resuelto todo a la perfección,
Madame Dupledge. No he tenido problemas de control desde
el suministro de sangre.
—Me alegra oír eso, Jeremiah. —Miró al resto de la clase
—. ¿Qué os ha parecido a todos los demás? ¿Alguien lo
encontró difícil?
Fred y Ásta mantuvieron los ojos pegados a sus pupitres, y
Bram reprimió un suspiro de aburrimiento.
—Descubrí que la distracción era la mejor técnica —dijo
Celeste, lanzando una mirada tímida a Ace, que le devolvió el
guiño.
—Sí —aceptó Angelo, y luego se calló cuando Ásta le miró
con el ceño fruncido.
—Bueno, debo decir que me complace que hayas sido capaz
de resistir al menos a una forma de tentación, Angelo. ¿Cómo
estás lidiando con la atracción que sientes por Dillon?
Para sorpresa de Dillon, Angelo se inclinó hacia él y aspiró
con fuerza.
—Sigue siendo tentador, pero es menos fuerte desde que
empezó a beber sangre —declaró, sentándose totalmente
relajado.
A pesar de sus altos tacones, Madame Dupledge se deslizó
en silencio hasta su escritorio y se inclinó para que ambos
quedaran envueltos por su dulce y poderoso aroma.
—Angelo, ¿entiendes que usar accesorios en la clase de
Deseo no solo es sumamente peligroso para ti, sino para todos
y podría poner el viaje a la estación de esquí en riesgo? No se
te permitirá asistir si no podemos confiar en ti. En esta clase
debemos tener total confianza en los demás. Te sugiero que te
quites esos tapones de la nariz de inmediato.
Dillon jadeó y se aferró al escritorio mientras una oleada de
humillación e insuficiencia lo invadía. Tardó un segundo en
darse cuenta de que, de alguna manera, estaba sintiendo lo
mismo que Angelo.
Angelo ocultó bien sus sentimientos y le sonrió con desafío
mientras tiraba de un diminuto y casi invisible alambre dorado
bajo la parte central de sus fosas nasales y retiraba con cuidado
dos tapones nasales en forma de cilindro. Quizá Madame
Dupledge también había percibido sus sentimientos, ya que
ignoró la sonrisa y habló con más suavidad.
—Los accesorios que te ayudan a vivir entre los humanos
tienen cabida, pero son para las lecciones con la profesora
Sandhu; las mías son para aprender a controlar la mente ante
nuestros deseos más primitivos. Tienes una naturaleza
apasionada y deseos fuertes, así que tendrás que trabajar más
duro, pero estoy segura de que podrás hacerlo.
La sonrisa de Angelo se desvaneció y Dillon sintió que su
sorpresa por el hecho de que alguien como Madame Dupledge
creyera en él se convirtió en un torrente de determinación y
esperanza.
—Gracias —murmuró—. Jesús, Dillon —susurró, después
de que la profesora se alejara para dar el resto de la clase—.
Creía que lo había conseguido.
—Al igual que ella cree que puedes hacerlo, yo también.
Lo había dicho como una trivialidad, pero al hacerlo, se dio
cuenta de que lo decía en serio.
Los ojos de color caramelo de Angelo brillaron.
—No puedo prometer que lo haré, Dillon, pero voy a
intentarlo.

Al final de la clase, Madame Dupledge les pidió a Bram y a


Dillon que la esperaran fuera de su despacho mientras ella
hablaba con Angelo y, cuando salió al atrio del sexto piso,
Bram se aseguró de que Dillon estuviera presente antes de
darle a Cora un largo beso de despedida. Una vez más, Dillon
se sorprendió de lo perfectos que se veían juntos y una
desgarradora puñalada de celos estuvo a punto de hundirlo.
Cora parecía un poco avergonzada por el vampiro y trató de
sonreírle mientras se iba, pero él le dio la espalda.
—Puede que seas el VE, Dhampir —se burló Bram,
mientras se dirigían al noveno piso—. Pero yo tengo a Cora.
Dillon fue incapaz de mantener una expresión neutra y Bram
le sonrió.
—Avísame cuando estés listo para hacer un intercambio.
Al igual que en el gimnasio, una niebla roja descendió frente
a sus ojos y, antes de saber lo que estaba haciendo, le dio un
puñetazo a Bram, haciéndolo volar por el atrio, y se lanzó
sobre él.
—No te atrevas a hablar así de ella —le espetó.
—Esto no tiene nada que ver contigo —replicó Bram,
empujando la palma de su mano en el pecho de Dillon.
—¡Sr. Halloran!
El Sr. Hunt lo arrastró.
—Guarda este tipo de comportamiento para las lecciones de
combate, Dillon. Así no actúa un VE.
—Desde luego que no.
Dillon se estremeció ante el cercano sonido de la voz de
Madame Dupledge. No la había oído llegar.
—¿En qué estabas pensando, Dillon? —preguntó, con los
ojos encendidos.
—Fue mi culpa. Dije algo que lo provocó —dijo Bram, y su
falso tono de disculpa frente a Madame Dupledge hizo que
Dillon quisiera volver a darle un puñetazo.
—Yo también lo siento —dijo con los dientes apretados,
evitando los ojos de Bram.
—Será mejor que entréis en mi despacho —dijo mientras
accionaba el interruptor de las persianas automáticas.
Atrapado en su despacho, su dulce y embriagador aroma lo
envolvió, confundiendo sus pensamientos.
—¿Qué es lo que está pasando aquí? —dijo ella,
escudriñándolos—. No puedo tener a un Vampiro Electo y a
un Vampiro Electo Adjunto en guerra. Bram, prometiste que
dejarías de lado tu decepción y me demostrarías que estás
preparado para convertirte en un gran líder.
—Eso hago, Madame Dupledge, pero con todo el respeto, a
todos nos inquieta no saber si Dillon será VE por mucho más
tiempo.
Dillon se estremeció al ver que sus ojos ardían.
—Menuda pérdida de tiempo y energía, Bram. Permíteme
asegurarte de nuevo que, mientras yo sea la directora de esta
escuela, Dillon será el VE.
Bram movió los pies, parecía un poco menos seguro de sí
mismo.
—Pero mi padre…
—Lo que sucede entre tu padre y yo no es de tu
incumbencia. Tienes que centrarte en liderar el año junto con
Dillon y demostrarme que la cata de sangre tenía razón.
Estaba claro que Bram no estaba acostumbrado a que le
pusieran en su sitio y, por un segundo, parecía que se había
tragado un limón.
Dillon sonrió para sí mismo hasta que ella dirigió su
atención a él.
—Dillon, entiendo que tomar sangre es algo nuevo para ti y
puede haber tenido un —hizo una pausa— efecto estimulante
en ti, pero debes controlarte. Es indecoroso que un Vampiro
Electo se pelee así en el pasillo.
Asintió con la cabeza.
—Lo intentaré. Lo siento.
—¿Puedo suponer que vuestro desacuerdo fue por Cora?
Una vez más, sus ojos se movieron entre ambos. Ningún
vampiro habló.
—Si sirve de algo, creo que Cora es más que capaz de librar
sus propias batallas y ambos deberíais respetarla.
El rostro de Bram permaneció impasible, pero Dillon se
movió incómodo y miró fijamente sus zapatillas.
—Bien. Sigamos adelante. Una de las vampiras más
importantes del mundo nos visitará en breve, y vosotros
actuaréis como representantes de vuestro año. Espero que,
junto con los demás adjuntos y electos, la saludéis y, siempre
que sea posible, mostréis vuestras capacidades de liderazgo
ante ella.
—¿Quién es? —preguntó Bram.
—La condesa Fassano, antes conocida como Bibiana
Fassano.
Los ojos de Bram se abrieron de par en par.
—Somos muy afortunados de que haya podido sacar tiempo
de su agenda. Dillon, ella lidera las relaciones diplomáticas
entre nuestro mundo y el mundo humano. El nombre de todos
los líderes del mundo moderno está en su marcación rápida y
es la máxima responsable de nuestro servicio secreto
vampírico.
Dillon vio que los colmillos de Bram casi se disparaban ante
la idea de hacerle la pelota. El primer pensamiento de Dillon
fue qué demonios iba a decirle un dhampir de dieciocho años
de las tierras salvajes de Irlanda al equivalente vampírico de
Hillary Clinton.
—También es una de mis amigas más antiguas.
Maravilloso: aún más presión. No podía arruinar algo así.
—Verá el Desafío del Hielo y dará una lección sobre
técnicas de control mental y diplomacia internacional. Es una
oportunidad para que os conozca mejor: siempre está
buscando nuevos reclutas. Trabajaremos en los detalles más
concretos durante las próximas semanas. Bram, sé que tu
familia ya la conoce, pero los dos deberíais investigar todo lo
que podáis sobre ella: no soporta a los necios.
Cuando se dieron la vuelta para irse, ella le llamó.
—Dillon, ¿podemos hablar un momento?
Bram le frunció el ceño y se marchó en silencio, dejando
que Dillon se enfrentara solo a Madame Dupledge. Sin nada
que le distrajera de su cremosa garganta, una vez más, le
resultó difícil bloquear los recuerdos de la primera vez que
había bebido sangre.
Paranoico por si ella sabía lo que estaba pensando, se obligó
a recordar los nombres de los ríos más largos del mundo.
El Nilo, el Amazonas, el Yangtsé…
Hubo una pausa y luego, como si se diera cuenta de lo que
estaba haciendo, ella sonrió.
—¿Cómo estás, Dillon?
—Estoy mejor desde que bebí sangre, gracias.
—Bien. El profesor Dukan continúa haciendo pruebas y
hasta que tenga más información, te seguirá dando Sangre
Dorada.
—¿La Sangre Dorada no es muy cara?
—Lo es, pero tenemos el deber de mantenerte sano mientras
estés aquí. El profesor Dukan cree que existe la posibilidad de
que tu sistema se desarrolle de forma distinta al de los
vampiros puros y podría ser peligroso si se te diera sangre que
reaccionara con la tuya. Todavía no lo sabemos.
De acuerdo. Asintió con la cabeza.
—¿Seguro que no puedo seguir tomándola para siempre?
—Como he dicho, vamos a esperar a ver cómo se desarrolla
tu sistema. El profesor Dukan cree que tu sangre puede llegar
a ser tan poderosa que podrías ser capaz de subsistir sin apenas
sangre humana.
Dillon la miró fijamente, sin atreverse a albergar esperanzas.
Si eso ocurría, significaría que no sería un peligro para su
padre. De repente, Madame Dupledge cambió de tema.
—Trata de entender a Bram, Dillon. Le dijeron que sería VE
desde que era pequeño. Fue un gran golpe para él no ser
elegido y está bajo una gran presión por parte de su padre. Te
ayudará una vez que se acostumbre a ello. Intenta no
contrariarle más. Es obvio que te sientes atraído por Cora, y
puedo ver por qué, pero trata de no agitar más el barco.
Dillon sintió que se sonrojaba: era muy obvio.
—Entiendo tu frustración, pero todo lo que estoy diciendo es
que no hagas nada estúpido.
Se volvió hacia la delgada pantalla del ordenador que tenía a
su lado.
—Ahora, si me disculpas, tengo que prepararme para los
gobernadores.
—Por supuesto —murmuró.
—Intenta disfrutar de la visita de la condesa Fassano,
Dillon. Es intimidante, pero también es extremadamente
perspicaz y podrá ofrecerte algo de orientación —dijo cuando
él estaba a medio camino de la puerta.
Se giró y frunció el ceño, incapaz de entender cómo un
vampiro tan importante iba a tener tiempo para él.
—¿Por qué yo?
Madame Dupledge levantó la vista de la pantalla y se detuvo
por un segundo.
—Es su trabajo. Podrías ser un activo para ella.

Cora le esperaba fuera de su habitación, haciendo girar uno de


los piercings de su oreja.
—He oído que las cosas se calentaron entre Bram y tú.
¿Estás bien? —le preguntó cuándo se acercó.
Dillon frunció el ceño; era imposible escapar de cualquier
cosa en este lugar.
—Dijo algo que no me gustó, algo irrespetuoso, así que le di
un puñetazo. El Sr. Hunt interrumpió la pelea, no fue para
tanto.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—Dios, Dillon. ¿Qué dijo para molestarte tanto?
Dudó, con ganas de dejar caer a Bram, pero no quería herirla
ni revelar lo mucho que sentía por ella.
—Lo típico del dhampir: yo debería haber sido la basura del
VE.
Parecía aliviada.
—Pensé que podría haber sido sobre mí. Ya se le pasará lo
del dhampir. Es solo por la forma en que ha sido educado.
—Me muero de ganas —dijo con sarcasmo.
Cora sonrió.
—Será mejor que lo encuentre. Solo quería comprobar que
estuvieras bien.
Se encogió de hombros.
—Sí, estoy bien.
Ella inclinó la cabeza hacia un lado y lo evaluó.
—Estás cambiando, Dillon. Te veré más tarde.
—¿Qué diablos significa eso? —preguntó en voz alta
mientras ella desaparecía por el pasillo.
Jeremiah abrió la puerta.
—¿Qué? —preguntó.
Dillon lo empujó y abrió su ataúd.
—A ver si lo adivinas —dijo, quitándose la ropa.
Jeremiah levantó las cejas.
—¿Cora? ¿Bram?
A su pesar, Dillon le sonrió mientras entraba.
—Le he dado a Bram un puñetazo en la nariz.
—Supongo que se lo merecía —dijo Jeremiah,
devolviéndole la sonrisa.
—Sí, y es probable que no tenga otra oportunidad; Madame
Dupledge me advirtió que no me enemistara con él, aunque él
es el que me la tiene jurada.
Jeremiah soltó un silbido.
—Será mejor que te alejes de Cora.
—Ojalá fuera tan fácil —suspiró y se sobresaltó cuando su
ataúd vibró. Había dejado el teléfono en un bolsillo lateral.
Buscó el teléfono y pensó que sería su padre, pero se trataba
de un mensaje de texto de Sade: Te veré más tarde…
Volvió a suspirar y cerró los ojos. Ahora mismo, encontrar
información sobre su madre no estaba en la cima de su lista de
prioridades.
10
La sangre se espesa
Estaba malhumorado y desorientado cuando Sade golpeó su
ataúd al mediodía.
—¿Tenemos que hacer esto ahora? —dijo, incorporándose y
sonrojándose cuando, incluso en la penumbra de la habitación,
vio que los ojos de Sade se abrían de par en par y recordó que
estaba completamente desnudo.
Con una expresión de incomodidad sorprendente, apartó la
mirada y la mantuvo fija en el ataúd de Jeremiah.
—Shh, vas a despertar a Jeremiah, y sí, tenemos que hacer
esto ahora. O al menos en cuanto te hayas vestido —susurró,
echándose para atrás—. Te espero fuera.
El atrio del sexto piso fuera de la oficina del profesor Dukan
estaba vacío e inhóspito.
—¿Aquí arriba hay cámaras de seguridad? —susurró Dillon,
mirando alrededor con inquietud.
—Sí —dijo Sade, levantándose de un salto y señalando una
diminuta cámara en la dirección opuesta—. Pero no les prestan
mucha atención. Supongo que creen que no hay nada que un
grupo de vampiros no pueda solucionar desde dentro.
Intentó abrir la puerta del profesor Dukan.
—Está cerrada con llave —dijo, y maldijo.
Dillon le sonrió.
—¡Es la primera vez que te oigo hablar así!
Lo ignoró.
—¿Sabes abrir cerraduras?
—No. Claro que no. Esto es el mundo real. De donde yo
vengo ni siquiera cerramos las puertas con llave.
—¡Qué rural y qué encantador, Dillon! Entonces, ayúdame.
Yo sé un poco.
Se quitó dos horquillas del pelo y una masa de rizos suaves
y gruesos cayó en cascada sobre sus hombros. Dillon se quedó
mirándola; lo suficiente como para que Sade se diera cuenta.
—¿Qué pasa?
—Eh, nada. Es que nunca te había visto con el pelo suelto.
Te queda… muy bien —concluyó con timidez.
—Oh. —Parpadeó y se volvió con torpeza hacia la puerta—.
Será mejor que siga con esto.
Abrió una de las horquillas para convertirla en un alambre
largo y formó un bucle en el extremo. Dobló el otro en ángulo
recto. Dillon observó cómo introducía la horquilla en ángulo
recto en la cerradura y la giraba en un sentido y después en el
otro. Satisfecha, utilizó la otra mano para introducir la
horquilla más larga y la hizo girar. Dillon oyó un pequeño clic.
—El primero es el más difícil —murmuró—, los otros
deberían ser fáciles.
Tras unos cuantos movimientos y chasquidos, giró el
alambre de abajo hasta el final.
—¡Gira la manilla! —le dijo a Dillon mientras mantenía las
horquillas en su sitio en la cerradura.
La puerta se abrió.
Se volvió hacia ella, impresionado.
—Bien hecho. ¿Cómo has aprendido a hacer eso?
—Leí sobre ello una vez. Nunca lo había hecho.
Entornó los ojos.
—¡Leíste sobre ello una vez!
—Sí, soy buena en este tipo de cosas. —Se encogió de
hombros.
Por dentro, el despacho del profesor Dukan era tan
excéntrico como él. Había dos esqueletos colgados de soportes
en las esquinas de la habitación y en uno de los estantes había
una colección de mandíbulas de vampiro llenas de colmillos.
Un extraño olor metálico vagaba apenas perceptible por el
fondo. Pilas de papeles sueltos, llenos de cálculos y notas
garabateadas, descansaban con precariedad sobre el escritorio,
junto a un ordenador de alta tecnología. Los libros y otros
montones desordenados de documentos científicos estaban
apilados en unas estanterías que ocupaban toda la pared. Una
chaqueta de estilo tweed de repuesto y una bata blanca de
laboratorio colgaban de la parte trasera de la puerta. A pesar
de que la ventana en forma de diamante de la pared exterior
estaba tintada, la había protegido con una pantalla de estilo
japonés.
Dillon observó más de cerca los esqueletos. Uno tenía una
piedra en la mandíbula, y reprimió un escalofrío al ver los
grandes agujeros en los huesos del esternón y del fémur del
otro.
—Son esqueletos de «vampiros» medievales —le informó
Sade—. Nos desintegramos en cenizas si morimos, así que
probablemente sean esqueletos de humanos que ellos creían
que eran vampiros. Los agujeros son de las estacas que usaron
para inmovilizar al «vampiro» muerto en la tumba. Creían que
así evitarían que se levantara por la noche y se alimentara.
Dillon tragó saliva, una vez más incómodo al saber que
ahora era uno de los malditos.
—¿Para qué sirve la piedra en la mandíbula? —preguntó.
—Para evitar que el «vampiro» utilice sus colmillos. —Sade
reflexionó por un segundo—. Aunque, claro, podrían ser
esqueletos de dhampir. Que yo sepa, no se reducen a cenizas.
Deberíamos preguntarle al profesor Dukan, puede que haya
analizado su ADN.
—Oh, claro. —Dillon lo asimiló durante un segundo.
—Si te interesan estas cosas, deberías elegir la opción de
Historia Vampírica —sugirió mientras cruzaba la sala en
dirección a una puerta en el fondo de la oficina—. Es
fascinante; sobre todo lo que la gente del medioevo pensaba de
nosotros.
—Quizá debería hacerlo —aceptó—. ¿Qué hay ahí?
—El laboratorio privado del profesor Dukan —dijo,
abriendo la puerta—. Le ayudo a investigar aquí.
Dejó al descubierto una habitación sin ventanas, llena de
armarios y mesas de trabajo. Las bandejas de frascos y las
máquinas ligadas a ordenadores estaban acomodadas en las
encimeras. Se oyó un leve zumbido que provenía de una gran
nevera de acero inoxidable situada en un rincón.
—¿Qué son? —preguntó Dillon, señalando las máquinas.
—Analizadores de hematología. Leen la composición de la
sangre: hacen un recuento de glóbulos rojos y blancos y de
plaquetas, cosas así. En las clases de Análisis de Sangre
estudiamos la composición de la sangre.
Abrió la nevera y miró dentro.
—Joder, solo hay reactivos y productos químicos, nada de
las muestras de sangre.
—Qué sorpresa —dijo Dillon, cortante.
Sade pensó durante un minuto.
—La sangre de vampiros no se deteriora como la de los
humanos, así que, si no puedo encontrar las respuestas por mí
misma, puedo tomar una muestra fresca y enviársela a mi
hermana mayor en Zúrich.
—¿A qué se dedica?
—Es una de las principales científicas en enfermedades
raras de la sangre. Te lo dije, todos mis hermanos son
brillantes.
—Por supuesto. —Dillon tendría que haberlo adivinado—.
¿Cómo vamos a sacar una muestra?
Buscó en los armarios y sacó dos frascos de muestras.
—No encuentro un bisturí. Tendrás que usar tus colmillos.
Dillon hizo una mueca.
—No estoy seguro de poder hacerlo —admitió.
—¿Quieres que lo haga yo? —preguntó ella, mirándolo a
través de su cabello.
Él se movió incómodo.
—¿Puedes?
—Debería poder hacerlo. Tengo un gran control. No me la
tragaré.
Dillon tragó saliva.
—De acuerdo. ¿Estás segura?
—Sí, es importante, ¿verdad? Cuanto más rápido
averigüemos algo más sobre tu sangre y tu madre, mejor. —Se
inclinó sobre su brazo como lo había hecho con Madame
Dupledge y lo miró—. ¿Te importaría no mirar? —le
preguntó.
—Sí, claro —murmuró, mirando por encima del hombro.
Sintió que el pelo de ella se deslizaba por su brazo cuando
agachó la cabeza y giró delicadamente el interior del codo en
su dirección. Cuando la suavidad de sus labios presionó su
piel, reprimió un escalofrío. Un segundo después, jadeó
cuando los afilados colmillos de ella le cortaron la piel. Por un
segundo, ella se quedó quieta y él creyó sentir una débil
succión en la herida. Sorprendido, se giró para verla luchar por
separarse.
—¡Sade!
Se levantó tan rápido que casi le dio en la cara, y tomó un
frasco.
—Sujétalo —dijo, alejándose de él y escondiendo su cara
tras el pelo mientras buscaba las tapas en un cajón.
La sangre empezó a brotar con facilidad y llenó los viales en
cuestión de segundos. Sin poder mirarlo aún, recogió los
frascos llenos y colocó los tapones en la parte superior, con
cuidado de mantener la nariz alejada. Él se miró la pequeña
herida y la lamió con timidez. Una vez más, notó la ligera
subida de energía en la punta de su lengua al entrar en contacto
con su sangre. Sabía incluso mejor que en la cata de sangre,
cuando habían votado al VE.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí. Lo siento, Dillon. Ya sabes que tu sangre es…
tentadora —declaró—. Y pude saborear la Sangre Dorada en
ella, así que fue más duro de lo que esperaba. Ahora estoy
bien.
—¿Has tragado algo?
Jugueteó con los tubos.
—Solo un poco. Pero no te preocupes, no cambiará nada.
No es como si estuviéramos juntos.
Él no estaba seguro de lo que quería decir.
—¿Has notado algo diferente?
—Sí, era incluso más fuerte que antes.
—Mierda. Madame Dupledge dijo que podría pasar.
—¿Lo dijo? —Sade se echó el pelo hacia atrás, con los ojos
encendidos por el interés—. Tal vez por eso estás aquí. Si tu
sangre resulta ser superpoderosa, el mundo entero de los
vampiros estará interesado en ti.
—¿En qué sentido?
—Ya has visto la reacción a la Sangre Dorada y eso es
meramente humano.
Tenía razón.
—Será mejor que nos vayamos de aquí —dijo,
comprobando si había dejado todo como estaba y, mientras
entraban en el despacho del profesor Dukan, se metió los
frascos en la blusa. Dillon trató de no pensar en la forma en la
que los estaba escondiendo, en que los viales con su sangre
estaban justo sobre su piel. Él levantó las cejas.
—Por si acaso nos tropezamos con alguien en el camino de
vuelta —explicó.
El edificio seguía inmerso en un inquietante silencio cuando
bajaron las escaleras. El despacho de Madame Dupledge
estaba cerrado y tenía las persianas bajadas. Dillon se preguntó
dónde estaría su ataúd. Se detuvieron ante la puerta de Sade.
—Buena suerte con mi sangre —dijo, sorprendiéndose al
notar que sus fosas nasales se encendían ligeramente al
mencionarlo.
De repente, volvió a sentirse incómoda, se dio la vuelta y
toqueteó la puerta.
—Sí, te veo luego —dijo, deslizándose dentro y cerrándole
la puerta en la cara.
11
Presión sanguínea
Una semana después, el entrenamiento de vuelo a primera
hora de la tarde no iba bien. Estaba cansado y empapado en
sudor. Chiro estaba satisfecho con su velocidad, pero su
despegue seguía siendo un desastre.
—Vamos, Dillon —refunfuñó Chiro—. La prueba de vuelo
se acerca. Tienes que dominar esto.
—Lo sé. Mi padre me diría que encontrara una manera, pero
no sé cómo, hoy no puedo hacerlo.
Dillon se pasó la mano por el pelo, asqueado por los nervios.
Dejó a Chiro en el túnel de vuelo y se dirigió directamente a la
azotea. En la escuela se respiraba un ambiente de tensión que
le llevaba cada vez más al límite de sus fuerzas. Era agotador,
y la cosa no cesaba.
Le envió un mensaje a Cora mientras se dirigía a la parte
superior del edificio:
«¿Nos vemos en la azotea?».
Estaba practicando su despegue una vez más cuando
apareció.
—No creía que fueras a venir —soltó un gruñido.
—Tardé un poco en escaparme. —Se encogió de hombros
—. No te enfades, pero creo que sé cuál es el problema —dijo
después del quinto intento fallido.
—¿Cuál? —espetó.
—Estás demasiado tenso.
Soltó una risa irónica.
—No hay que ser un genio para darse cuenta de eso.
—Deberías ir con Ásta o con Angelo. Para quemar esa
frustración.
—¿Qué? —la miró—. ¿Estás loca? Me dan mucho miedo.
Los labios de Cora se curvaron.
—Estoy segura de que puedes lidiar con ellos.
Se acercó y se permitió el lujo de examinar cada detalle de
su rostro. El pelo corto y despeinado había crecido un poco y
suavizaba su fina estructura ósea. El pequeño aro de oro en la
nariz brillaba cada vez que la luz de la luna lo captaba. Los
ojos aguamarina con pestañas gruesas, realzados por un
delineador negro como el carbón. Era como si estuviera
poseído.
—Tan solo hay una vampira con la que quiero lidiar —dijo
en voz baja.
Su sonrisa se desvaneció a la vez que le sostenía la mirada y
se contemplaban el uno al otro.
—Sabes que no puedo —susurró al final.
—¿Cómo puedo ser lo bastante bueno para ti?
Apartando los ojos de los de él, Cora miró al otro lado del
lago de hielo. Un pequeño músculo se tensó en su mandíbula.
—No digas eso, Dillon. Tal vez yo no soy lo bastante buena
para ti —dijo en voz baja—. De todas formas, ya lo sabes, no
es por eso.
Sacudió la cabeza.
—Si descubro algo sobre tu hermano, ¿me darás una
oportunidad?
Suspiró.
—No es una competición.
—¿Pero lo harías?
—Vale, vale —levantó las manos en señal de derrota.
Él inclinó la cabeza hacia atrás y lanzó un silbido al cielo.
—Parece ser que voy a conocer a la condesa Fassano, jefa
del Servicio Secreto Vampírico y todo lo demás.
—¿De verdad? —preguntó ella, con los ojos de repente
llenos de esperanza.
—Todos vamos a conocerla, pero te prometo que averiguaré
algo para ti —dijo Dillon, y le tomó las manos.
Cuando el chispazo instantáneo entre ellos desgarró su
cuerpo, él sintió que la energía inundaba sus músculos. Se
soltó y, concentrándose por un segundo, hizo que sus pies se
separaran de la cubierta de cristal.
Cora vitoreó mientras él salía disparado hacia arriba.
—Hazlo de nuevo sin mí —gritó.
—Las cámaras de seguridad —le recordó él, aterrizando de
nuevo.
—Levántate un par de metros, es probable que estén
enfocadas hacia el exterior.
Cerró los ojos y volvió a concentrarse. En su interior, sintió
la fuerza de la sangre que corría por sus venas y la energía
almacenada en sus músculos. Visualizó la chispa que recorría
su cuerpo cada vez que él y Cora se tocaban y mantuvo la
mente en esa chispa hasta que se encendió, electrificando sus
músculos al tiempo que atravesaba su sistema nervioso como
un rayo. Sintió que se elevaba como un cohete y sus ojos se
abrieron de par en par.
—¡Eso es, Dillon! —exclamó—. Vuelve a hacerlo.
Lo intentó un par de veces más, cada vez imaginando la
chispa que sentía con Cora.
—Joder, eso es —jadeó al aterrizar después del tercer
despegue—. ¡Así se vuela, joder!
Hizo una pausa, tratando de controlar su euforia.
—Hablaré por ti con la condesa Fassano y averiguaré lo de
tu hermano y haré que todo sea mejor para nosotros, quiero
decir, para ti.
Ella le puso el dedo en los labios y él contuvo la respiración.
—No hagas promesas.
—Si no te importa que pregunte… ¿Bram te está ayudando?
—dijo con voz ronca, sus labios hormigueaban de calor en el
lugar donde había estado su dedo.
—Ya se lo he dicho y lo está intentando, pero su padre es
difícil; tiene que tener cuidado de no levantar sospechas. —La
voz de Cora temblaba—. Está tardando mucho, solo quiero
saber si está vivo.

Sumido en sus pensamientos sobre el hermano de Cora, Dillon


estuvo a punto de chocarse con el profesor Dukan al bajar de
la azotea.
—Ah, Dillon, eres justo la persona a la que quería ver.
¿Puedes venir a mi despacho? —preguntó el profesor Dukan.
Incluso con la velocidad de un vampiro, Dillon se apresuró a
seguir el ritmo de las largas piernas del profesor Dukan.
Atravesó los pasillos y subió volando las escaleras, con una
energía nerviosa. En el despacho, se paseó por la habitación a
una velocidad más lenta, pero también vampírica, haciendo
que los papeles del escritorio se agitaran cada vez que pasaba
por delante.
—Estoy teniendo problemas para analizar tu sangre, Dillon
—confesó—. Esto no había ocurrido nunca. Voy a tener que
usar otro laboratorio más sofisticado.
—¿Qué está buscando? ¿Hay algo malo en mi sangre?
—Un nuevo tipo de sangre, Dillon. Podría ser un
descubrimiento muy interesante.
Le mostró a Dillon la pantalla de la tableta que sostenía.
Estaba llena de gráficos médicos indescifrables y de
información.
—Y también muy peligroso para ti, claro está.
—Un momento, ¿cómo que muy peligroso para mí? —
preguntó Dillon.
—Un nuevo tipo de sangre en un mundo donde los Apex
Predators se alimentan de sangre? Vamos, Dillon, muestra algo
de inteligencia, por favor. Vampiros y humanos por igual
querrán poner sus manos en ella. Madame Dupledge ha tenido
que irse lejos, pero debemos discutir lo que esto implica. —Se
paseó más rápido—. Puede que necesites más protección
mientras estés aquí.
—¿Qué quieres decir con más protección? —preguntó
Dillon.
—Creo que no lo entiendes. Te he explicado lo rara y
preciada es la Sangre Dorada, ¿verdad? Tu sangre podría ser
incluso más rara que esa, algo así como el rodio de los tipos de
sangre.
—¿Rodio?
—El metal precioso más raro y caro del mundo. Se utiliza
para los catalizadores, pero esto no viene al caso.
—Entiendo que sea rara, pero ¿y qué?
—Dillon, has visto la reacción de tus compañeros, tu sangre
es seductora para otros vampiros y no es solo por tu lado
humano. Creemos que puede tener propiedades muy
poderosas. El problema es que su composición sigue
cambiando.
—¿Por la Sangre Dorada?
—Tal vez, lo más probable es que sea por las otras sangres
que has ingerido y porque tu lado vampírico está
despertándose. —Le miró fijamente—. Por el momento será
mejor que te guardes esto para ti, Dillon. No se lo digas ni
siquiera a tus amigos más cercanos.
Dillon apartó la mirada con culpabilidad.
—Está bien. ¿Por qué?
—A estas alturas, cuanta menos gente lo sepa, mejor. Estas
cosas tienen la costumbre de salir a la luz.

—¿Qué quería el profesor Dukan? —le preguntó Sade en el


momento en que la encontró en su habitación—. Le vi meterte
a toda prisa en su despacho.
—Se supone que no puedo decírtelo —bromeó—. En serio,
el profesor Dukan ha dicho eso.
Al ver su cara, cedió.
—Tal como pensabas, cree que puedo tener una sangre rara:
todavía no puede identificarla. Me ha dicho que podría
necesitar protección extra, pero eso me parece un poco
exagerado.
Sade sacudió la cabeza.
—No creo que lo sea, ya estás causando estragos en el
mundo de los vampiros y si se enteran de que tienes una
sangre valiosa, ocasionará problemas mayores.
—¿Has encontrado algo? —le preguntó.
—Esto, no mucho —admitió, mirando hacia otro lado y
revolviendo los papeles de su escritorio—. Tus glóbulos
blancos son muy altos, pero es probable que eso se deba a la
gran cantidad de sangre de distintos tipos que tomaste en la
cata. También podría significar que eres bueno sanando. Le he
enviado un poco a mi hermana para que analice el ADN, pero
no te preocupes, se puede confiar en que guardará el secreto.
La miró por un segundo. Seguía sin mirarle a los ojos.
—¿Qué pasa, Sade? ¿Por qué actúas tan raro?
Estaba jugueteando con un libro en su escritorio.
—Estoy decepcionada. Supongo que es porque no he podido
hacer más.
Cruzó la habitación hacia ella.
—Vamos, si el profesor Dukan no puede hacer nada con
todo el equipo que tiene aquí…
Sade le dirigió una mirada profunda y preocupada.
—Estoy decepcionada conmigo misma.
Dillon se acercó y le tendió la mano para consolarla.
Al instante, ella dio un paso atrás y agachó la cabeza, pero
no antes de que él viera cómo se encendían sus fosas nasales y
se le oscurecían los ojos.
—¡Sade! —exclamó—. ¿Qué te pasa?
—Lo siento, Dillon. Desde que tomé la muestra de sangre,
me resulta un poco difícil estar cerca de ti.
La comprensión en su rostro se hizo evidente.
—¿Quieres decir desde que probaste mi sangre?
Avergonzada, asintió.
—Ah, vale —dijo, sin saber muy bien qué decir.
—¿Podemos probar una exposición gradual como la que
Madame Dupledge sugirió para Angelo?
—Podemos —dijo, con un pequeño destello de esperanza en
los ojos.
Se acercó a ella dando un paso tentativo y luego otro hasta
que casi se tocaron. Sade se estremeció.
—¿Quieres que te toque? —preguntó.
Ella asintió, con la mirada todavía gacha y las pestañas
rizadas abanicando sus altos pómulos. La atrajo hacia sí y la
estrechó contra él, dejando que su delicioso aroma le llenara
las fosas nasales. No experimentó la sensación de calma que
solía sentir cerca de ella. Sade se estremeció y trató de
apartarse.
—Solo un poco más; puedes hacerlo, Sade —susurró Dillon.
Cuando las manos de la joven se acercaron a su cuello y
recorrieron la arteria carótida, Dillon contuvo la respiración.
De repente, ella tiró de su cuello hacia sí y, sorprendido por la
fuerza, Dillon dio un alarido. Durante un breve instante, sintió
los labios de ella, suaves como mariposas, contra su piel.
La puerta se abrió de golpe y Celeste entró.
—Solo tengo que cargar mi portátil, Sade —dijo,
deteniéndose en seco.
Dillon y Sade se separaron de un salto.
—Celeste, en serio, no es lo que piensas —dijo.
Celeste lo ignoró y siguió mirando a Sade.
—Parece como si estuvieras sufriendo un caso grave de sed
de sangre, Sade. Espero que no hayas roto las reglas.
Los ojos de Sade se ensombrecieron y se mostró
avergonzada.
—Por supuesto que no —dijo Dillon, furioso—. Es mi
sangre. El aroma que desprende. Sé que es difícil para todos
vosotros.
Celeste se acercó y bajó la cabeza poco a poco hasta que su
nariz estuvo a escasos centímetros de su cuello.
—Un desafío, lo admito —dijo, con los ojos azul hielo
brillando—, pero no es irresistible.
—Vale, Celeste —dijo Sade—. Me gusta Dillon. A ti te
gusta Ace. No es para tanto.
Los ojos de Dillon se abrieron de par en par, sorprendido.
—Me gusta Ace —aceptó Celeste—. Pero no estoy
obsesionada con su sangre. Te veré más tarde.
—Mierda —maldijo Dillon mientras ella desaparecía por la
puerta.
—Dillon, siento haber dicho eso, yo… Sé que te gusta Cora.
—Le temblaba la voz—. Pero tenía que deshacerme de ella. Si
descubrieran que he probado tu sangre, podrían expulsarme.
—Nunca harían eso, Sade; eres una estudiante ejemplar. Lo
vas a superar, y no olvides que sin ti y sin Jeremiah mi vida
aquí sería bastante insoportable.
Ella esbozó una sonrisa.
—Gracias, Dillon.
Al salir de su habitación, tenía la cabeza hecha un lío. Tal
vez no debería haberle contado lo de su sangre, pero siempre
le había ayudado. El problema era que él no sabía cómo
ayudarla a ella.
12
Prueba de sangre
La noche de la prueba de vuelo, Jeremiah encontró a Dillon
agazapado en la sala de las duchas, presa de los calambres
estomacales que indicaban que necesitaba sangre y de los
nervios del próximo vuelo.
—Vamos, hombre. Es medianoche, hora de beber sangre
antes del vuelo —dijo, ayudándole a levantarse.
La multitud de vampiros de los picos Dos y Tres que
esperaban sus raciones de sangre se volvieron para mirarlo
cuando llegaron a la sala de sangre. Deseó que se les asignara
una noche diferente para beber.
—Mira, Dillon —murmuró el profesor Dukan, acercándose
a él—. Todos quieren verte beber Sangre Dorada. Imagínate si
la tuya resultara ser aún más especial.
Mientras tecleaba el código de la puerta de la sala donde se
almacenaba la sangre, Dillon notó que Sade holgazaneaba y
observaba de cerca.
—Sade, sé lo que estás tramando —le susurró al oído.
Dio un salto hacia atrás, con las fosas nasales encendidas.
—¡Dillon! No te acerques a mí de esa manera.
—¿Qué está pasando entre vosotros dos? —dijo Bram.
Dillon se dio la vuelta: no le había oído acercarse.
Sade se encogió de hombros.
—Nada que te importe, Bram. Es algo privado entre Dillon
y yo.
Los ojos de Bram revolotearon del uno al otro.
—Ya veo. Estoy seguro de que tu padre estará encantado de
saber cómo estás… acercándote a Dillon, Sade.
Los ojos de Sade se entrecerraron.
—No te metas, Bram. Como he dicho, no tiene nada que ver
contigo —espetó.
Dillon la miró sorprendido, nunca la había visto tan alterada.
Bram levantó las manos y dio un paso atrás.
—Guau, Sade. No hay necesidad de alterarse, lo siento si te
he sacado de tus casillas.
Dillon podía sentir cómo echaba humo mientras lo veía
alejarse.
—Es un capullo.
—¡Sade! No puedes hablar así del Vampiro Electo Adjunto
—se burló Dillon—. Quiero decir, ¿qué pasaría si la gente
empezara a pensar que es verdad?
—¡Cállate! —rio.
Cuando el profesor Dukan volvió a salir del almacén, la
multitud se acercó, desesperada por oler la Sangre Dorada.
—Será mejor que vengas aquí, Dillon —dijo—. Que todo el
mundo se aparte.
—Revisa todo lo que puedas, cualquier ordenador, cualquier
código de acceso; averigua dónde están tus muestras originales
—le susurró Sade al oído y retrocedió con rapidez, pero no
antes de que él viera que sus fosas nasales volvían a abrirse.
—Date prisa, Dillon. —El profesor Dukan agitó una mano
impaciente.
Dillon se apresuró a seguirlo y la puerta se cerró, sellándolos
en un espacio privado. En el interior, la tranquila calma del
almacén de sangre poseía una belleza inquietante. Cientos de
bolsas de sangre, la fuerza vital de los vampiros, colgaban en
silencio de los estantes de acero inoxidable, sin que se
apreciara el poder oculto que contenían. El profesor Dukan le
lanzó un protector para la cabeza y unos guantes.
—Ponte esto antes de que la abra.
Esta vez, tan pronto como el profesor abrió la bolsa, Dillon
luchó por controlarse. La deseaba con todas sus fuerzas. En el
momento en que ingirió la Sangre Dorada y sintió que entraba
en su sistema circulatorio, se electrificó. Se sintió como si
fuese unos fuegos artificiales a punto de ser encendidos.
—Guau; allá vamos —jadeó. La cabeza le daba vueltas.
—Pon la cabeza entre las rodillas durante un minuto —le
aconsejó el profesor Dukan.
La Sangre Dorada bailaba en cada partícula de su cuerpo, y
se esforzó en pensar de manera racional. Pensó en Sade, que le
esperaba fuera. ¿Qué quería que hiciera? Oh, sí, ya lo
recordaba.
—¿Dónde están mis primeras muestras? —preguntó—. Las
vas a necesitar para comprobar las diferencias.
—No están aquí. Madame Dupledge tiene algunas y en el
laboratorio hay otras. Los datos están en un ordenador seguro
que hay aquí. No te preocupes, están protegidas con alta
seguridad. ¿Estás mejor?
La cabeza le seguía dando vueltas, pero sentía que había
recuperado el control y que ahora tenía los nervios llenos de
energía.
—Sí, mucho mejor, gracias.
—Tómatelo con calma durante un rato. Puede que haya una
segunda oleada…
Hubo un silencio al salir del almacén, y Frederick se
apresuró a acercarse a Sade.
—¿Qué te ha dado esta vez?
—Solo Sangre Dorada.
—Scheiße! Quiero decir, mierda; ¿Qué quieres decir con
«solo», Dillon? ¿Cómo fue esta vez?
Dillon sonrió.
—Ha sido increíble. Nos vemos en vuelo. —Dejó a
Frederick con la boca abierta y con la sensación de estar
caminando por el aire, lo rodeó para reunirse con Sade.
—¿Has visto dónde podría estar guardada tu sangre? —
susurró con la comisura de la boca. Él fingió no darse cuenta
de que ella se iba alejando poco a poco.
—Por supuesto —le dijo, balanceándose levemente.
—Entonces, ¿me lo vas a contar? —dijo ella, mirándole a
los ojos y cruzando los brazos.
—¿Qué? Oh, lo siento. Sí, por supuesto. —Intentó
recomponerse—. Es la Sangre Dorada —dijo, y señaló su
cabeza.
Sade trató de ocultar una sonrisa.
—Tendré que creer en tu palabra, Dillon. Nunca he probado
la Sangre Dorada —dijo.
—Deberías hacerlo —dijo Dillon con seriedad—. Es… es…
—Se rindió y levantó las manos hacia el techo.
—Dillon —dijo ella, sonriéndole—. Concéntrate y dime lo
que sabes.
—No mucho, las primeras muestras no están en el edificio y
los datos están en un ordenador ahí dentro. A menos que
encuentres una forma de burlar el sistema de reconocimiento
facial, tendrás que buscar la manera de piratearlo.
—Mierda —dijo Sade—. Tendremos que involucrar a Bik.
¿Te importa?
Dillon dudó.
—El profesor Dukan me dijo específicamente que no se lo
dijera a nadie. Ha sido amable conmigo; me siento mal por
estar actuando a sus espaldas.
—Lo entiendo, pero tú no se lo vas a decir a Bik: lo haré yo.
Confío en ella, es increíblemente inteligente con la informática
y no está metida en el mundo de los poderes políticos como
algunos de los otros.
A pesar de las dudas que tenía, él aceptó.

En cuanto vio el gimnasio, los nervios de Dillon volvieron a


aparecer como una venganza. El Sr. Hunt, ataviado con su
elegante chaqueta negra de vuelo, se puso al lado de Chiro y
llamó la atención de la clase.
—Este es vuestro primer vuelo al aire libre sin Madame
Dupledge o sin mí. Como es una parte importante de la
supervivencia de los vampiros, debéis demostrar que sois
competentes si queréis graduaros en VAMPS. Los mejores de
vosotros seréis tenidos en cuenta para operaciones especiales
de vuelo en el SSV y en otros sectores. Esto es una
competición, así que volad para ganar, pero recordad que
cualquier tipo de infracción de las reglas podría llevar a una
suspensión por parte de la academia.
Miró al grupo.
—Prestad atención: Debéis manteneros en un radio de
treinta kilómetros alrededor de la escuela. Los que no
pertenecen a VAMPS no pueden entrar en la escuela a menos
que tengan autorización de mi parte o de Madame Dupledge.
Asimismo, no dejéis que os vean desde el suelo. Aseguraos de
estar en las alturas y evitad a los humanos. El pueblo más
cercano es Albinen y está fuera del radio de treinta kilómetros,
así que manteneos bien alejados de él. Por último, no voléis
solos, permaneced siempre con vuestro compañero.
»Como esta prueba fue planificada según el calendario
lunar, la luna está menguando y la cobertura de las nubes es
buena. Aun así, os proporcionaré trajes de vuelo negros para
ayudaros a permanecer camuflados. Acabáis de tomar sangre,
así que deberíais tener la energía suficiente, pero intentad no
hacer nada estúpido.
Sus ojos se desviaron de Frederick a Angelo y de nuevo a
Dillon. Les lanzó los trajes de vuelo.
—Daos prisa en cambiaros, nos dirigiremos a la entrada en
diez minutos. Dillon, tú vuelas con Cora. Jeremiah, tú con
Sade. Ace, tú volarás con Aron. Bram, tú vuelas con Angelo.
Bik y Ásta, volaréis juntas, y Frederick, tú vuelas con Celeste.
Ace y Aron chocaron los puños.
—¡Sí!
—Tiene que ser una broma —dijo Celeste, mirando
fijamente a Frederick.
—Puede que volar no sea mi fuerte, pero al menos no soy
una perra engreída —replicó Frederick cuando Aron le puso
una mano en el brazo.
—Cómo te atreves —dijo Celeste, con los ojos azules fríos
como el hielo.
—Has empezado tú —dijo, encogiéndose de hombros con
indiferencia.
Murmurando en voz baja, Celeste giró sobre sus talones y
fue a quejarse con Ace. Frederick le guiñó un ojo a Aron.
—No hagas nada estúpido, Fred. Si es que quieres seguir
vivo cuando vuelvas —advirtió Aron.
—Deja de preocuparte, Aron —protestó Fred—. Puedo
encargarme de la reina del hielo. Puede que no sea ningún as a
la hora de volar, pero si alguien puede manejarse bien ahí
fuera, ese soy yo.
Vestidos con sus trajes negros, se dirigieron al vestíbulo de
la entrada donde el Sr. Hunt repartió las pulseras.
—Son dispositivos de seguimiento que registran vuestras
estadísticas vitales para que sepamos dónde estáis si hay algún
problema. Se emitirá un pitido de advertencia cuando os
acerquéis al límite de los treinta kilómetros. Me gustaría que
todos vosotros volaseis directamente hacia el norte hasta el
límite y luego haciendo un círculo completo, pasando por
encima de VAMPS, antes de volver aquí por la misma ruta que
tomasteis. Os llevará aproximadamente una hora, depende de
lo rápido que voléis. No estamos diseñados para hacer vuelos
largos a toda velocidad, así que aseguraos de ir a vuestro
ritmo. Chiro estará ahí fuera con vosotros, pero se mantendrá
al margen a menos que haya una emergencia. Recordad que
debéis manteneros a la vista de vuestro compañero, pero
analizaremos los resultados de forma individual. Una vez que
VAMPS esté a la vista, podéis dejar a vuestro compañero y
volar el último kilómetro a la máxima velocidad posible. Una
última cosa: entregadme vuestros teléfonos, sus señales
representan un riesgo de seguridad fuera del edificio de la
academia.
Dillon tragó, con la garganta seca y el cuerpo tenso por los
nervios al entregar su teléfono. De repente, Frederick puso
cara de circunstancias y comprobó tres veces que su teléfono
estuviera apagado y bloqueado antes de entregárselo.
—No quiero que Hunt se adueñe de mis contactos —le dijo
en voz baja a Dillon.
—Preparaos —avisó el Sr. Hunt, abriendo la puerta y
revelando el túnel que conducía a la grieta en la montaña.
Dillon se colocó junto a Cora y ella se volvió hacia él, con
los ojos enormes de nerviosa expectación.
—¿Listo?
Asintió con la cabeza, tratando de ignorar la sensación de
estar fuera de su cuerpo, y se concentró en el círculo oscuro al
final del túnel.
Ace, Aron, Bram y Angelo se abrieron paso hacia el frente
junto con Ásta, que arrastró a una reacia Bik con ella.
—Mantén el ritmo, Bik —masculló Ásta en voz baja.
—Lo estoy intentando, Ásta —espetó Bik.
El Sr. Hunt levantó la mano.
—Bien, comienza la cuenta atrás. Cinco, cuatro, tres…
Toda la clase se inclinó hacia delante, preparándose para el
despegue.
—¡Dos, uno!
Como si fueran las balas de una pistola, Ace y Aron salieron
disparados por el túnel, con Bram y Angelo pisándoles los
talones, y desaparecieron. Ásta, con Bik esforzándose por
seguir su ritmo, salió eyectada tras ellos.
Los demás, incluido un Frederick algo inestable, les
siguieron segundos después.
Dillon no había logrado despegar. Sus pies parecían de
plomo, como si estuvieran clavados en el hormigón.
—¿Qué estás haciendo? —gritó Chiro.
—No estoy seguro, algo va mal —murmuró Dillon, tratando
de convocar con desesperación la chispa que solía levantar sus
pies del suelo.
Cora volvió a volar por el túnel y aterrizó junto a él.
—¿Qué pasa? —preguntó, con la decepción nublando sus
ojos.
—Necesita que le den un empujón —gruñó Chiro.
En un instante, Cora se inclinó hacia delante y apretó sus
labios contra los de él. Su cuerpo se sacudió como si se
hubiera electrocutado con mil voltios.
—Cora, deja de hacer eso de inmediato —espetó el Sr. Hunt.
Justo en ese momento, ella se separó, y él se catapultó por el
túnel. Saliendo al aire frío de la noche, sintió que ella le pisaba
los talones y se puso de espaldas.
—Dame la mano —gritó—. Juntos seremos más rápidos.
Al dar la vuelta de nuevo, controló la velocidad por un
segundo hasta que sintió la mano de Cora agarrar la suya. El
segundo rayo de electricidad los disparó a ambos hacia
adelante y él casi perdió el control. Bram tenía razón; volar en
el aire real era muy diferente. Era más denso y las repentinas
ráfagas los hacían caer hacia abajo. El viento y las corrientes
de aire les golpeaban, amenazando con hacer que perdieran el
rumbo. Manteniéndose lo más plano y recto posible, hizo
fuerza contra el viento, aumentando la velocidad. Las
montañas escarpadas se desdibujaron por debajo de ellos.
La cara de Celeste era un cuadro mientras pasaban a toda
velocidad junto a ella y a Fred, que seguía lloriqueando por su
teléfono y luchaba por mantener la línea de su cuerpo. Sade y
Jeremiah gritaron cuando los alcanzaron. Se dirigieron hacia el
norte justo por encima de la cordillera hasta que la pulsera de
Cora comenzó a pitar.
—Este es el radio de treinta kilómetros; aquí es donde se
gira en el sentido de las agujas del reloj —gritó al viento.
Dillon se miró la muñeca, tratando de no hacer ningún
movimiento que le hiciera caer en picado; su muñequera
estaba en silencio. O no se la habían puesto bien o estaba rota.
—¿Lista? —gritó en respuesta.
Al mismo tiempo, bajaron los hombros y se abalanzaron a la
derecha, dirigiéndose de nuevo hacia la academia. Pasaron por
delante de Bik y de Ásta como si flotaran en el aire, y Ásta
musitó con rabia.
Se acercaban con rapidez al edificio de la academia desde el
este, lo que significaba que estaban a mitad de camino del
circuito. Podía distinguir a los vampiros de los picos Dos y
Tres y al Sr. Hunt observando desde la azotea. Bram y Angelo
estaban delante, justo detrás de Ace y Aron.
—Vamos —le gritó a Cora, esforzándose al máximo,
decidido a alcanzar a Bram. Ahora estaban volando al límite;
podía sentir que el aire se tambaleaba literalmente debajo de
él, como si estuviera haciendo equilibrio en un monopatín
invisible. Intentó recordar las palabras de Chiro: «Cuanto más
rápido vayas, menos control tendrás, pero podrás hacer
movimientos más rápidos».
Segundos antes de acercarse a VAMPS, se pusieron a la
altura de Bram y de los talones de Angelo.
—¡Ahora! —le gritó Dillon a Cora.
Volando peligrosamente cerca del límite, se sumergieron
más abajo, ganando aún más velocidad. Los vampiros que los
observaban se lanzaron al tejado de cristal para evitar ser
alcanzados, mientras Dillon y Cora volaban por debajo de
Bram y de Angelo, apenas rozando el tejado, y los alcanzaron.
Dillon solo vislumbró el rostro iracundo del Sr. Hunt mientras
se ponía en pie de un salto.
Bram maldijo con fuerza y, gritando a Angelo, se alargó
para aumentar su velocidad, ganando poco a poco a Dillon y a
Cora. Mientras se acercaban, volando cabeza con cabeza, Cora
miraba fijamente hacia delante, sin querer llamar la atención
de Bram, y mordiéndose el labio ante el esfuerzo de mantener
su línea de vuelo.
Todavía inmerso en la rabia de haber sido superado frente a
los vampiros de los picos Dos y Tres, Bram perdió la cabeza a
mitad de camino en el lado oeste del circuito y se tambaleó
hacia delante, decidido a recuperar el liderazgo. El repentino
aumento en la velocidad del aire tomó desprevenido a Angelo
y lo lanzó en un giro plano, enviándolo hacia el suelo.
—¡Mierda! —maldijo Dillon, mientras él y Cora levantaban
la cabeza, y poco faltó para que se perdiese a sí mismo.
Esforzándose contra el viento, frenaron lo suficiente para
ver cómo Angelo luchaba por recuperar el control. Sin
pensarlo, Dillon se precipitó, dejando a Cora con Bram. Cayó
en picado tras Angelo, que no parecía poder detener su caída y
se dirigía en espiral hacia un grupo de cabañas situadas en el
lateral de un pequeño claro del bosque. A pesar del ruido en
sus oídos, pudo escuchar el insistente pitido del rastreador de
Angelo. Debían haber caído fuera del límite de los treinta
kilómetros.
Forzándose a una inmersión aún más pronunciada, alcanzó a
Angelo justo por encima del nivel de los árboles alpinos y se
agarró a la espalda de su traje de vuelo. Angelo se desplomó
por el shock, y Dillon maldijo mientras luchaba por frenar.
—Vamos, Angelo, por lo que más quieras, levanta la barbilla
—gritó.
Angelo se lanzó en plancha pero Dillon no tuvo la fuerza
necesaria para apartarlos de la inmersión a tiempo y ambos se
estrellaron contra un tejado cubierto de nieve.
Mientras yacía aturdido en el tejado con Angelo
despatarrado a su lado, Dillon pensó que había sido una suerte
que la nieve fuera tan profunda. El impacto de la caída le había
hecho perder el conocimiento, y Dillon deseó que estuviera
bien y abriera los ojos.
El sonido de una puerta abriéndose y de voces humanas le
hizo reaccionar.
—¡Angelo! —dijo entre dientes—. Tenemos que salir de
aquí.
Cerró los ojos. Angelo gimió.
—Déjame solo, Dillon. Estoy jodido.
—Baja la voz y levántate, por el amor de Dios. Hay
humanos ahí abajo.
Tambaleándose sobre el techo resbaladizo, levantó a Angelo.
—¿Puedes volar?
—No sé —murmuró Angelo, pasando a su español nativo—.
Bram está como una puta cabra. No me queda energía.
Las voces se dirigían a un lado del chalet. De un solo salto,
Dillon agarró a Angelo y bajó del tejado, aterrizando con
suavidad en el suelo. Tirando de Angelo a su lado, se dirigió
hacia el denso bosque de la parte trasera del chalet y lo empujó
detrás de un árbol, fuera del alcance de la vista.
—Qué cojones, Dill… —dijo Angelo entre dientes, con los
ojos desorbitados por la adrenalina.
Cuando un hombre se dejó ver, la cabeza de Ángelo se giró
al instante y se esforzó por alejarse de Dillon.
—No seas estúpido, Angelo…
Dillon captó de repente el olor y, por instinto, también se
volvió hacia él. Era el primer olor a sangre humana real que
olía desde que había despertado a su mitad vampírica. Podía
oírla fluir por el cuerpo del hombre con la misma fuerza y la
misma intensidad que un tambor. Ahora entendía lo que Sade
y los demás habían oído cuando lo habían visto por primera
vez. Sintió que la sangre se le disparaba y, por un segundo, una
niebla roja le opacó la vista.
Los colmillos de Angelo aparecieron y, como si se tratara de
la caída de las fichas de un dominó, también lo hicieron los
suyos.
—Mierda, mierda, mierda —ceceó—. De verdad que
tenemos que salir de aquí.
Pero los ojos de Angelo se habían vuelto vidriosos, fijos en
el humano.
—Piensa en el principal objetivo —intentó Dillon—. Piensa
en las consecuencias.
Pero Angelo no le oía, y luchó por sujetarlo contra el árbol.
La niebla roja de sus propios ojos se desvaneció mientras se
concentraba en Angelo, tratando de traerlo de vuelta. Se
estrujó el cerebro; Madame Dupledge les había aconsejado
distraerse. Desesperado, bajó la cremallera de su traje de vuelo
y se inclinó hacia Angelo.
—Vamos, Angelo. Huele esto.
La cabeza de Angelo se echó hacia atrás.
—Dios mío —gruñó—. Mierda, Dillon. ¿Qué me estás
haciendo?
Sus labios se habían retirado, dejando al descubierto sus
colmillos decorados al completo y, con una fuerza de hierro
que no esperaba, tiró de la cabeza de Dillon hacia él.
Dillon trató de luchar.
—Ahora no, Angelo, tenemos que salir de aquí.
Angelo le miró fijamente, con las pupilas dilatadas y los
ojos negros por el hambre, y Dillon se encontró perdiendo la
voluntad de resistirse, cautivado por su fuerte y salvaje
atractivo. Cuando Angelo agachó la cabeza se quedó
petrificado, y al sentir que sus colmillos rozaban la delicada
piel de su cuello, se estremeció, impactado una vez más por el
erotismo de la situación.
—Sí —gruñó Angelo en voz baja.
Algo silbó en el aire por encima de ellos, distrayendo a
Angelo por un instante, y Dillon lo apartó de un empujón. Al
segundo siguiente, una forma negra atravesó el cielo como un
rayo y agarró a Angelo, tirando de él hacia el aire de
inmediato.
Mirando hacia arriba, vio los ojos rojos de Chiro brillando
en la oscuridad y a Angelo suspendido debajo de él.
—Concéntrate, Dillon. Conecta con la energía que fluye en
tu sangre —le susurró—. Tienes que despegar ahora. No es
seguro. Hay otro vampiro cerca.
Dillon sacudió la cabeza para despejarse; su sangre seguía
acelerada. Cerró los ojos y buscó la ilusión de la chispa que
necesitaba para encender la energía de sus músculos. El alivio
fue palpable cuando la encontró y, al concentrarse en ella,
sintió una explosión de euforia mientras sus pies abandonaban
el suelo.
—Por fin —gruñó Chiro—. Salgamos de aquí. Quedaos
cerca de mí, los dos. Como ya he dicho, hay otro vampiro por
aquí, tenemos que volar con astucia.
Chiro lo disimuló bien, pero Dillon sintió un golpe de miedo
a medida que percibía su inquietud. Quienquiera que estuviera
ahí fuera no estaba volando por diversión. Cuando salieron por
encima de la línea de árboles, los ojos rojos de Chiro
escudriñaban el cielo de forma constante. Dillon se sorprendió
con su habilidad para volar y se esforzó por copiar cada uno de
sus movimientos mientras se lanzaban a través del cielo
nocturno, adhiriéndose a la capa de nubes siempre que podían.
Centrados por completo en mantenerse en el aire mientras
rozaban los barrancos y se elevaban sobre los picos de las
montañas, no podía saber si había algo detrás de ellos. No notó
nada.
Cuando VAMPS apareció a la distancia, Chiro giró con
fuerza a la izquierda y rugió:
—Volad tan rápido como podáis. No miréis a vuestro
alrededor hasta que estéis dentro.
Impulsados por el miedo a lo que podría haber detrás, Dillon
y Angelo salieron disparados como aviones de combate sobre
la enorme extensión de hielo y subieron a toda velocidad por
el lado de la academia, elevándose en el cielo antes de
descender por detrás y salir disparados hacia el túnel de la
entrada.
Los otros vampiros seguían esperando en el túnel cuando
Dillon aterrizó, con las piernas temblando de cansancio e
inclinado hacia adelante, con las manos en los muslos. Angelo
se tambaleó justo detrás y se desplomó en el suelo, exhausto.
—¿Qué te ha pasado? —se burló Bram.
—¿Tú qué crees? Angelo se habría metido en problemas
muy serios si no le hubiera ayudado —dijo Dillon con furia,
levantando la cabeza y mirándole a los ojos.
—Alguien tenía que quedarse con Cora —dijo Bram—. ¿O
te olvidaste de ella?
El Sr. Hunt salió volando y aterrizó con un golpe furioso
justo delante de Dillon.
—Ese movimiento sobre el tejado fue estúpido y peligroso
por tu parte y por la de Cora. Investigaré lo ocurrido esta
noche con Angelo. Dame tu rastreador, Dillon.
—No funcionaba —le dijo Dillon.
—Yo seré quien juzgue eso. Tú, Angelo, Bram y Cora os
reuniréis conmigo en mi despacho una vez que haya analizado
los datos de rastreo y haya hablado con Chiro.
—Chiro sigue ahí fuera. Podría necesitar ayuda; había algo
siguiéndonos.
—Chiro estará bien. Volverá pronto, estoy seguro —dijo y,
girando sobre sus talones, se alejó.
13
Una inquisición sangrienta
El ambiente estaba cargado mientras se quitaban los trajes de
vuelo. Si las miradas pudieran matar, Celeste y Ásta habrían
acabado con Frederick y con Bik. Cora y Bram también
estaban callados; habían regresado en tercero y cuarto lugar,
pero era probable que fueran descalificados por estar con los
compañeros equivocados.
Los únicos que estaban contentos eran Ace y Aron, que
habían vuelto en primero y segundo lugar.
—¿Qué te ha pasado, Dillon? —preguntó Ace, tirando su
traje de vuelo en un montón sobre el suelo del gimnasio—.
Supongo que volar al aire libre ha separado a los vampiros de
los dhampirs.
—Cora y yo estábamos volando bien, pero Angelo se metió
en problemas. Le ayudé —dijo Dillon, en pocas palabras.
—No parecía un dhampir cuando pasó por delante de
nosotros —intervino Jeremiah—. Hizo que pareciese como si
Sade y yo estuviéramos retrocediendo.
Ace sonrió.
—Sí, bueno, todavía no tengo miedo de volar. Cora no va a
estar cerca cada vez que él necesite un poco de ayuda para…
despegar. —Se rio.
Dillon miró a Cora, preguntándose cómo se había enterado
Ace del despegue fallido. Ella negó con la cabeza un poco.
Sintió un gran alivio cuando Chiro entró con los ojos más
rojos que nunca, pero con un aspecto poco molesto.
—El Sr. Hunt está listo para vosotros —gruñó.
Dillon esperó a que los demás se adelantaran.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó a Chiro.
—Lo que sea que hayan sido, huyeron una vez que me di la
vuelta. Los perseguí hasta el radio de treinta kilómetros de la
frontera, pero después los perdí.
—¿Qué querían?
Sus ojos rojos se oscurecieron.
—Por lo general, no se atreven a entrar en la zona de treinta
kilómetros. La academia es un espacio protegido, y no se
puede incursionar en la zona sin un gran riesgo a menos que te
inviten a venir expresamente. Supongo que te querían a ti.
Dillon se quedó helado. En la burbuja de la academia, no se
había creído de verdad lo que le dijo el profesor Dukan de que
otros vampiros podrían querer su sangre. Sintió que el miedo
lo invadía; ¿cómo vería a su padre si los vampiros lo
perseguían cada vez que salía de la academia?

Las cejas negras del Sr. Hunt estaban juntas en un oscuro ceño
fruncido, y levantó la vista con frialdad cuando Dillon y Chiro
entraron en su despacho siguiendo a Bram, Cora y Angelo.
Era completamente diferente al de Madame Dupledge.
Mientras que el de ella era luminoso y ultramoderno como el
del resto de la academia, el de él no habría desentonado en un
plató de una película de Drácula. Las paredes eran oscuras y
estaban cubiertas de fotografías enmarcadas de castillos y
folletos de campeonatos anteriores. El ordenador portátil
compacto y el equipo GPS de alta tecnología parecían fuera de
lugar en el escritorio gótico y pesado, junto a una calavera de
carnero y una lámpara de latón. Dillon se estremeció cuando
vio un malévolo cuervo disecado, con el pico tan afilado como
una daga, encorvado sobre una percha de madera. Por debajo
colgaba una campana de latón.
El Sr. Hunt fue directo al grano.
—No tenemos ningún dato de tu rastreador de vuelo, Dillon,
lo que parece sospechoso. Cuando los entregué, todos
funcionaban. Espero que no hayas tenido intención de sabotear
los resultados después de tu desastroso comienzo.
—¿En serio? —soltó Dillon—. No, claro que no. No tendría
ni idea de cómo desactivarlo.
—¿Por qué Angelo perdió el control de repente? Hasta el
momento en que Cora y tú lo pasateis, los datos de su
rastreador muestran que él y Bram volaban rápido y sin
problemas. Todos fuimos testigos de vuestra peligrosa
maniobra sobre el tejado de la academia.
—Cora y yo no hicimos nada. Bram aceleró para
adelantarnos. Angelo no estaba preparado y perdió el control.
—¿Por qué fuiste tras él cuando os dije que os quedarais con
vuestro compañero?
Dillon sintió que su cólera aumentaba; esto era más bien un
interrogatorio.
—¿No deberías preguntarle a Bram por qué no fue tras él?
—espetó—. Fue una decisión de una fracción de segundo.
Angelo estaba cayendo en picado.
—¿Dirías que tu rivalidad con el Sr. Danesti se interpuso en
tu camino a la hora de tomar una decisión con la cabeza fría?
—¿Qué? No tuvo nada que ver con eso. —Pensó por un
segundo—. Al menos mi decisión no lo hizo, no puedo hablar
por Bram. Si no me hubiera zambullido tras Angelo, él habría
estado en grave peligro.
—Es cierto. —Angelo asintió.
—¿Por qué volaste fuera del límite de los treinta kilómetros
sabiendo que iba en contra de las reglas? ¿Por eso desactivaste
el rastreador?
—¿Qué? —Dillon estaba atónito—. ¿A qué viene todo esto?
Vamos. Estábamos volando al borde del límite, y cuando
Angelo perdió el control caímos en espiral. No fue a propósito.
Mi rastreador no me alertó de nada.
—¿Qué pasó en el suelo? ¿Hubo contacto humano?
—Nos las arreglamos para desaparecer antes de que nos
vieran, aunque no tuvimos tiempo de ocultar nuestras huellas.
—¿Por qué no abandonasteis la escena de inmediato?
Miró a Angelo.
—Angelo aún se estaba recuperando.
Los ojos del Sr. Hunt se enfriaron aún más.
—¿Cómo recuperó su energía?
—Llegó Chiro.
No hacía falta añadir que Chiro le había arrancado a Angelo
de encima de forma literal.
—¿Qué pasó con Cora y con Bram? —preguntó Dillon,
mordaz.
—Siguieron el protocolo y volaron de vuelta aquí tan rápido
como pudieron para dar la alarma.
Dillon le miró con incredulidad.
—¿Estás diciendo que yo no debería haber ayudado a
Angelo?
—Estamos tratando de entender por qué Angelo y tú
volasteis fuera de los límites y tuvisteis contacto con humanos,
ambas cosas que van en contra de las reglas; y os pusisteis a
vosotros mismos y a Chiro en peligro.
Bram parecía un gato al que le había tocado la leche. Dillon
apretó los puños. Podía sentir cómo su sangre empezaba a
calentarse.
—No hay nada sospechoso en eso. No tuvimos contacto con
nadie. Fue justo como he dicho.
—¿Por qué descubriste tu cuello ante Angelo? Como sabes,
dar sangre a otro vampiro va en contra de las reglas de
VAMPS.
Mierda. ¿Cómo sabía eso? Por el rabillo del ojo, vio a
Angelo estremecerse.
—No hubo ningún intercambio de sangre —dijo.
—¿Porque llegó Chiro? —interrumpió el Sr. Hunt.
—Bueno, sí, pero no habría dejado que Angelo lo hiciera de
todos modos.
—Eres un gran privilegiado por disponer de Sangre Dorada,
Dillon. No deberías usarla como moneda de cambio con tus
compañeros.
Se esforzó por evitar que le hirviera la sangre.
—Angelo siempre ha tenido un problema con mi sangre.
Nunca usaría la Sangre Dorada como «moneda de cambio» —
dijo, furioso.
—Eso está por verse.
Si logramos que lo expulsen, dejará de ser el VE y
Alexandru presionará a Madame Dupledge.
Dillon se quedó mirando al Sr. Hunt durante un segundo. Al
instante, entendió lo que estaba pasando. Esto era más que una
reprimenda; estaba decidido a deshacerse de él. El rostro del
Sr. Hunt se ensombreció al ver la reacción de Dillon y la
conexión mental desapareció de repente. Dillon necesitaba un
momento para ordenar sus pensamientos y pensar en cómo
salir ileso de esto, ahora que sabía que no podía confiar en el
Sr. Hunt.
Cora rompió el silencio que se había instalado.
—Dillon no ha hecho nada malo. Quería ayudar a Angelo,
eso es todo. Lo vi lanzarse tras él y todos sabemos que Angelo
tiene una debilidad por la sangre de Dillon. Estoy segura de
que Dillon no se la ofreció y, si se desnudó el cuello, tuvo que
ser por una buena razón.
—Lo hizo para distraerme del olor del humano. Admito
que a veces mi control no es tan fuerte; lo siento, quiero decir
que no es tan fuerte como debería. —Con la inquietud, Angelo
había pasado de nuevo al español.
El Sr. Hunt lo ignoró.
—Ambos habéis infringido tres reglas importantes. Volar
fuera de los límites, arriesgarse a tener contacto con humanos
antes de estar completamente entrenados y el posible
intercambio de sangre. Es más que suficiente para expulsaros
y, en ausencia de Madame Dupledge, he tomado esa decisión.
—¡No puedes hacer eso! —gritó Cora—. Dillon es el VE.
Perderá el puesto.
—Las reglas son las reglas, señorita De Courtenay, el
comportamiento de los Vampiros Electos debe ser ejemplar en
todo momento. Por ahora, el Sr. Danesti asumirá el papel.
Ahora Dillon sabía por qué Bram no había salido disparado:
su rápido cerebro había calculado las consecuencias.
—Tratar de salvar a un vampiro de ser herido o descubierto
es un comportamiento ejemplar. —La voz de Cora se elevó—.
Tú mismo lo dijiste en la primera lección de Combate, Caza y
Protección.
—Contrólate, Cora —espetó el Sr. Hunt.
—No vale la pena, Cora —dijo Bram, tratando de retenerla.
Ella se deshizo de él, temblando de rabia.
—No me importa. Expúlsame a mí también por una falsa
acusación. Lo hiciste con mi hermano…
Los ojos del Sr. Hunt se volvieron aún más fríos y brillaron
como el ónix negro.
—Cora, no has hecho nada malo —interrumpió Dillon,
desesperado por evitar que hiciera algo estúpido.
Cora cerró los ojos y, si hubiera sido humana, habría
respirado hondo. Cuando los volvió a abrir, brillaban con
pasión. Dillon no pudo evitar pensar que nunca la había visto
tan hermosa.
—No he hecho nada malo, ni lo ha hecho Dillon, ni Angelo
se merece ser castigado; fue un accidente que él terminara en
una situación que puso a prueba su control. Él es valiente y
leal.
La sala se sumió en el silencio.
—No sé qué está pasando aquí, pero, Cora, acabas de
demostrar que eres una joven vampira con un carácter
excepcional.
Todos los que estaban en la sala se giraron como un rayo al
oír la voz de Madame Dupledge. Estaba de pie en la puerta,
vestida con su capa de viaje negra hasta el suelo, tan perfecta
como siempre, con una pizca de cansancio alrededor de sus
ojos vivos y verdes.
—Ah, gracias a Dios, Madame Dupledge. Ha llegado justo a
tiempo para ayudarnos a resolver una importante transgresión
de las normas.
El Sr. Hunt de repente se mostró encantador y sonriente
mientras la hacía pasar. A Dillon le impactó ver lo falso que
era. Pensar que había confiado en él.
Madame Dupledge sonrió.
—Parece que Cora está haciendo un buen trabajo, pero
póngame al día, Sr. Hunt.
El Sr. Hunt se levantó.
—Dillon y Angelo rompieron varias reglas durante la prueba
de vuelo, que creo que son lo bastante graves como para
justificar su suspensión durante una semana.
La expresión de Madame Dupledge no reveló nada.
—Ya veo, ¿y cuáles fueron exactamente esas transgresiones?
—Volaron fuera de los límites, tuvieron contacto con los
humanos y hay pruebas de que Dillon le dio a Angelo su
sangre.
—Sin duda, muy grave. —Se volvió hacia Cora—. Pero tú
no estás de acuerdo con esa evaluación, ¿verdad?
—Como he dicho, Angelo se metió en problemas, Dillon
trató de salvarlo: hizo lo que tenía que hacer. Yo no estaba allí,
pero los conozco. —La voz de Cora tembló un poco.
Madame Dupledge se volvió hacia Chiro.
—Volaste con ellos, Chiro. ¿Viste eso?
Chiro se aclaró la garganta.
—Bram aumentó su velocidad de repente para adelantar
después de que Dillon y Cora se pusieran por delante de él.
Angelo no estaba preparado y le hizo caer en picado. Dillon se
lanzó a ayudarlo, pero solo logró atraparlo justo antes de que
se estrellaran contra el techo de un chalet en el lado contrario
de la frontera. Salieron de un salto y los perdí en los árboles
por un rato, pero cuando los vi de nuevo, tenían los colmillos
extendidos. Vi a Dillon intentar sujetar a Angelo y lo alejé
hasta que volvió en sí. Ambos estaban bajos de energía en ese
momento. Tuvimos que movernos rápido ya que vi a un
vampiro no identificado volando bajo sobre el bosque y me di
cuenta de que estábamos en una situación de peligro. Una vez
que despegamos de nuevo, el vampiro se mantuvo detrás de
nosotros y tanto Dillon como Angelo demostraron una
impresionante capacidad de vuelo para seguirme el ritmo y
detener a quienquiera que fuera. Los abandoné cuando la
academia quedó a la vista para perseguir al vampiro no
identificado. Dillon y Cora volaron los tres primeros cuartos
del recorrido juntos y su rastreador muestra que volaron más
rápido que nadie en toda la carrera. Tengo razones para creer
que habrían ganado si Angelo no hubiera perdido el control.
Bram ahogó un gruñido y el Sr. Hunt se quedó muy quieto.
—Gracias por lo que has hecho, Chiro —dijo Madame
Dupledge, sin mencionar al vampiro desconocido—. Me
gustaría hablar con Dillon y con Angelo a solas. Bram, si
pudieras esperar fuera, hablaré contigo cuando hayamos
terminado.
Mientras Chiro se escabullía seguido de Cora y de Bram,
Madame Dupledge se volvió hacia Angelo y Dillon.
—Me gustaría que me explicarais por qué teníais los
colmillos fuera.
Angelo miró a Dillon, pero no hizo ningún esfuerzo por
hablar. Dillon se aclaró la garganta, ganando tiempo.
—Los dos estábamos distraídos por el olor de los humanos.
Los colmillos de Angelo salieron y también los míos.
Conseguí controlarme, pero Ángelo se resistía, así que intenté
distraerlo…
—Dejando que bebiese de tu sangre —dijo el Sr. Hunt—. Es
poco probable que recuperaras el control tan pronto.
—No dejé que bebiera de mi sangre.
Madame Dupledge miró al Sr. Hunt y luego volvió a mirar a
Dillon y a Angelo.
—Gracias por tu honestidad, Dillon, pero necesito saber que
tú y Angelo podéis controlaros antes de ir al viaje de la
estación de esquí. ¿Puedes asegurarme que esto no volverá a
ocurrir?
Angelo inclinó la cabeza para que sus rizos negros ocultaran
su rostro.
Dillon tragó saliva.
—Sí.
—Bien. Si tenéis algún motivo para creer que Angelo o tú o
alguno de vuestros compañeros no estáis preparados para el
viaje a esquiar, es vuestro deber informarme. Podría haber
vidas en juego. Ahora, en cuanto a vuestro castigo. —Miró al
Sr. Hunt—. Chiro ha explicado que volar fuera de los límites
no fue vuestra culpa, por lo que creo que una suspensión es
innecesaria. Sin embargo, Angelo asistirá a clases de control
extra conmigo. Dillon, tu posición como VE está bajo
revisión, así como tu participación en el viaje a la estación de
esquí.
Dillon inclinó la cabeza; era mejor que la humillación de
una expulsión, pero seguía siendo una sanción dura en su
opinión. El rostro del señor Hunt continuaba siendo de
mármol, pero la malicia de sus ojos coincidía con la del cuervo
disecado que tenía a su lado. Si antes no le gustaba al Sr. Hunt,
ahora no cabía duda de que lo odiaba.
Mientras Angelo y él llegaban a la puerta, recordó que
Madame Dupledge no había dicho nada sobre el vampiro que
les había seguido.
—¿Y qué hay del vampiro que nos perseguía? —preguntó
volviéndose.
La expresión de la directora se tornó sombría.
—Habrá una investigación. Hablaré con Chiro.
Ella se marchó de inmediato, dejando a Dillon con aún más
preguntas para las que no recibiría respuestas.
14
Vínculo de sangre
Veinte minutos después, Bram entró en la habitación de Dillon
sin llamar a la puerta.
—Deberías estar en la puta calle, pero en cambio Dupledge
me acaba de dar una jodida reprimenda —dijo entre dientes—.
Te habría ganado y lo sabes. Dupledge no podrá salvarte el
culo por mucho más tiempo.
Dillon enarcó una ceja; el lenguaje de Bram solía ser más
refinado.
—Cora y yo te superamos, Bram. Perdiste la cabeza.
Recuperando el control, Bram sonrió y colocó ambas manos
sobre el ataúd que había entre ellos.
—Disfruta mientras puedas, Dillon. Como he dicho,
Dupledge no aguantará para siempre. Se está formando un
aluvión de oposición contra ella. Está perdiendo el control
sobre esta escuela. Incluso Hunt se ha puesto de nuestro lado.
Dillon se encogió de hombros.
—Bien. Te deseo buena suerte. ¿Has dicho que tengo que
saber algo sobre la visita de la condesa Fassano?
Bram le miró con frialdad.
—Si para entonces aún eres el VE, tendremos que darle la
bienvenida junto con Mahina y George cuando llegue.
—¿George? —le interrumpió Dillon.
Bram rodó los ojos.
—George Gyllengorg, el VE del Pico Dos. Madame
Dupledge quiere que la impresionemos con nuestra
inteligencia y encanto, así que será mejor que me dejes hablar
a mí.
—Estoy seguro de que acabará instruida a fondo en el tema
«BRAM» si eres tú el que habla —dijo Dillon, impasible—.
¿Qué más?
—Después del Desafío del Hielo, otorgará los colores.
—¿Los colores?
—Dios, no sabes nada. —Se burló Bram—. Si son todos los
colores, el escudo de VAMPS se tatúa con sangre en el cuerpo.
Es un gran honor.
—¿Sangre?
—Sí, la sangre de nuestros antiguos fundadores se mezcla
con un conservante permanente y se introduce con agujas en la
piel.
Dillon luchó por ocultar la oleada de asco; no estaba en
contra de los tatuajes, pero ¿usar la sangre de un vampiro
antiguo?
—¿La condesa tiene uno? —preguntó para cambiar de tema.
—Claro, dicen que sobresalió en los desafíos. Sus
habilidades mentales son legendarias.
—¿Cómo cuáles? —preguntó.
—Puede leer la mente con una claridad que ningún vampiro
puede igualar, y puede provocar un dolor que inmovilice por
completo a su oponente.
Dillon hizo una mueca.
—¿Como lo que haces tú?
—Sí, pero mucho más potente. Aunque me haré más fuerte.
—¿Es eso lo que quieres hacer?
Los ojos de Bram se iluminaron.
—Es el mejor trabajo en el mundo de los vampiros, pero mi
padre no está de acuerdo con la dirección en la que ella nos
está llevando.
Por primera vez, Dillon sintió una diminuta punzada de
lástima por Bram, que siempre tenía que ser el mejor y debía
hacer con exactitud lo que su padre decía. Pero no duró
mucho.
Bram se inclinó hacia delante sobre el ataúd y gruñó:
—Por cierto, si vuelves a intentar acercarte a Cora, lo vas a
lamentar.
Dillon le sostuvo la mirada.
—Ya has oído a Madame Dupledge. Cora puede tomar sus
propias decisiones.
Los ojos de Bram se entrecerraron, y Dillon se estremeció
cuando una onda de dolor y un zumbido llenaron su cerebro.
—Lo digo en serio —siseó de nuevo—. Aléjate de ella. A
mi lado tendrá un futuro brillante, tú solo la arrastrarás al
fracaso. Tiene la molesta costumbre de compadecerse de los
desamparados como tú, ¿sabes? Le gustan las novedades y
nunca había conocido a un dhampir. Solo vas a crearle
problemas, como casi hiciste hoy.
Tal y como Bram había querido, cada palabra atravesó su
corazón como dardos impactando en una diana. Se obligó a
sonreír, decidido a no mostrarle a Bram que había dado en el
blanco.
—Como he dicho, Cora es dueña de sí misma.
—Pronto se dará cuenta de que los desamparados… son los
peores de la camada —gruñó Bram, dándose la vuelta.
En cuanto Bram se fue, Dillon fue directo a la azotea,
asegurándose de que nadie lo viera. No quería ver a Cora. Por
una vez, la vista de las montañas calcáreas contra el cielo
negro entintado y el verde luminoso del lago de hielo que se
extendía en la dirección opuesta no lograron tranquilizarlo.
Las palabras de Bram aún resonaban en su cabeza: «Solo la
arrastrarás». Era cierto. Madame Dupledge había aplaudido el
valor de Cora antes, pero podría haber ido con facilidad en la
dirección contraria. No dejaría que la echaran por su culpa.
—Hola.
Al escuchar su voz, se le encogió el corazón.
—Hola —respondió, girándose hacia ella.
—Pensé que te encontraría aquí. ¿Qué ha pasado? —
preguntó en cuanto vio su expresión—. Mierda, no te han
expulsado, ¿verdad?
—No, solo necesitaba un poco de aire fresco —dijo,
señalando las montañas con la mano.
—Vamos, Dillon. ¿Qué fue lo que dijo Madame Dupledge
después de que nos fuéramos?
—Están decidiendo si puedo seguir siendo VE y participar
en el viaje a la estación de esquí.
—¿Por qué? —dijo, furiosa—. ¿Solo porque Angelo no
puede controlarse?
—Ha sido justa, Cora —dijo con suavidad—. Esta no es tu
pelea. La impresionaste; escuchaste lo que dijo. No lo arruines
por mí. Para ti solo soy algo un poco distinto.
—¿Qué cojones, Dillon? ¿Qué significa eso?
Se pasó una mano por el pelo.
—Cora, estás destinada a volar alto; no quiero arrastrarte
hasta el fondo.
Sus ojos brillaban bajo la luz que reflejaban las montañas y
su labio inferior temblaba a causa de la rabia.
—Eso es una auténtica gilipollez, Dillon.
—Como dijiste, Bram es bueno para ti, yo solo te frenaré.
Como si estuviera controlada por una fuerza invisible,
acortó la distancia entre ellos y le agarró con suavidad la nuca,
atrayéndolo hacia sus labios. Él trató de apartarse.
—Es verd…
—Cállate, Dillon —susurró y, cuando sus frescos y carnosos
labios se encontraron con los suyos, él tembló y dejó de
resistirse. Cuando él le sujetó su delicado rostro con las
manos, ella enroscó las suyas en su pelo y se apretó más a él.
La sensación de ella contra él hizo que el calor recorriera su
cuerpo. La sensación era perfecta, mejor que la de sus sueños
más ambiciosos, y, por unos magníficos segundos, se olvidó
de las palabras de Bram.
—Auch. —Cora echó la cabeza hacia atrás cuando la
electricidad brotó entre sus labios, provocándole una descarga.
Él se inclinó hacia delante, desesperado por volver a tocarla,
pero el asombro pareció hacerla entrar en razón.
Mirándolo, con sus rostros a escasos centímetros de
distancia, susurró:
—Lo siento, no quería… pero nunca te menosprecies, ¿vale?
—No —dijo con brusquedad—. No lo hagas.
Separándose de ella, con el corazón acelerado y el pulso en
llamas, se dirigió al borde del tejado, respirando con dificultad
y exhalando largas nubes de vapor en el aire frío.
—Dill…
—Me gustaría estar solo —dijo, negándose a mirarla.
Hubo una pausa y luego oyó cómo se cerraba la trampilla.
—¡Mierda! —rugió en el silencio.
Se sobresaltó cuando el teléfono vibró en su bolsillo y vio
que tenía una llamada perdida de su padre. Con los dedos
temblando sobre las teclas, le devolvió la llamada y se sintió
aliviado cuando él respondió.
—¿Papá? ¿Querías hablar conmigo?
—Feliz víspera de Navidad, Dill. Sé que allí no se celebra,
pero quería decírtelo de todos modos.
Por un momento, Dillon no pudo responder. Las últimas
semanas habían sido tan intensas que había olvidado por
completo que el tiempo transcurría fuera de la academia.
—Igualmente, papá —balbuceó—. Lo siento, lo había
olvidado. Ha sido duro. Hay muchos vampiros que no están
contentos con que esté aquí.
—Lo sé, Dill. Sigue siendo fuerte. Eres mejor que ellos.
Madame Dupledge está de tu lado.
Quería contarle lo de Cora, pero su garganta se cerró por la
emoción.
—¿Has puesto el árbol? —le preguntó en su lugar. En
Navidad, siempre habían talado un abeto en su tierra y después
lo llevaban a la casa de campo.
Se produjo un pequeño silencio.
—No, no me parecía que tuviera mucho sentido este año —
dijo su padre al cabo de un rato—. Será mejor que cuelgues.
No debería haberte molestado.
—No me molestas, papá. Gracias por llamar. Te… te echo
de menos. —Se le rompió la voz.
—Yo también a ti, Dill. Como te he dicho, sigue siendo
fuerte, cree en ti mismo.
Cuando el teléfono se apagó, Dillon lo miró con atención.
Tenía la sospecha de que un dedo o dos de whisky habían
debilitado la decisión de su padre de no llamar. En eso Sade
había acertado.
15
Las habilidades de la sangre
Evitó toparse con Cora durante las primeras semanas de enero.
Las noches seguían siendo largas, y ahora entrenaban en serio
para el Desafío del Hielo. En sus lecciones de Combate, Caza
y Protección, Borzak empezó a enseñarles técnicas más
avanzadas de artes marciales mixtas para la defensa personal y
el combate cuerpo a cuerpo.
De pie frente al ring de lucha, el Sr. Hunt estaba de mal
humor y dirigía la mayoría de sus burlas sarcásticas a Dillon.
Mientras que antes Dillon había atribuido la antipatía del Sr.
Hunt hacia él al desprecio que sentía por tener que enseñar a
un dhampir ignorante, ahora sabía que era algo personal.
—Ya tenéis fuerza, velocidad y una capacidad de reacción
relámpago —les dijo—. Vuestros sentidos son muy agudos, y
algunos de vosotros tenéis habilidades sensoriales adicionales
que os permiten predecir el próximo movimiento del enemigo.
—Sus ojos se dirigieron hacia Dillon y se movió alrededor del
resto de la clase—. Esta noche, aprenderemos técnicas para las
pocas ocasiones en las que estéis atrapados y os veáis forzados
a un combate cuerpo a cuerpo.
Como uno solo, los vampiros se agitaron inquietos, y Ásta y
Aron se esforzaron por avanzar, ansiosos por empezar. Borzak
tomó el mando. Todavía vestía con su traje de pantalón corto y
chaleco, y los focos que iluminaban el tenue espacio del
gimnasio resaltaban su rostro cicatrizado y escarpado. Una vez
más, Dillon se sintió fascinado por el pasado de Borzak y se
preguntó por qué las cicatrices de su vida humana habían
permanecido después de su conversión. Supuso que ciertos
rasgos eran una parte tan integral de la identidad humana que
sobrevivían a la transición. Borzak no se vería bien con la piel
de un vampiro perfecta y lisa como la porcelana.
—La regla de todo combate cuerpo a cuerpo es: «El máximo
daño en el menor tiempo posible». —Borzak habló despacio,
haciendo contacto visual con cada uno de ellos para enfatizar
la importancia de sus palabras—. Eso significa llegar rápido,
atacar con fuerza y reaccionar con rapidez. Cuanto más rápido
y fuerte sea el ataque, más ventaja tendréis. Saber estas
técnicas conlleva una gran responsabilidad. Solo deben ser
utilizadas en defensa propia. —Hizo una pausa—. Nunca
olvidéis que están diseñadas para matar. Yo lo sé mejor que
nadie.
Ahora toda la clase estaba inmóvil, pendiente de cada una de
sus palabras. Sade parecía estar un poco enferma.
—¿Por qué? —preguntó Ásta.
—Una vez dejé que un ataque de celos se apoderara de mí
—respondió, su rostro rugoso se atormentó al instante.
Nadie se atrevió a preguntarle nada más. Dillon estaba
convencido que eso había tenido que ver con que se
convirtiera en vampiro.
—¿Por qué no podemos simplemente usar nuestros
colmillos? —preguntó Frederick, que parecía alarmado ante la
idea de un contacto físico tan intenso.
—Es difícil acercarse lo suficiente en una situación de
ataque, Fred —dijo Aron.
—Así es —asintió Borzak—. Y recordad, aquí estamos
hablando de combate contra vampiros renegados, no contra
humanos. Contra otros vampiros, los colmillos son mucho
menos efectivos. No olvidemos que los humanos también
suelen tener armas que pueden dificultar mucho que os
acerquéis lo suficiente para usar vuestros colmillos.
—No te preocupes, te ayudaré —susurró Aron, colocando
una mano en su espalda y entrelazando su mano fuerte con la
de Fred.
—Me parece bien. Me encargaré de la logística del combate.
—Fred le devolvió la sonrisa.
—No seáis tan jodidamente débiles, los dos —les gruñó
Ásta—. Esto no es un juego.
Aunque Dillon se había acostumbrado a la corriente de
peligro que rodeaba a los vampiros, le sorprendió esta nueva
subida en las apuestas.
—¿Nos enfrentaremos de verdad a algo así en el Desafío del
Hielo? —preguntó.
El labio superior de Bram se curvó mientras se burlaba de él.
—Por supuesto, si quieres ser el mejor de los mejores.
Borzak sonrió, mostrando los dientes que le faltaban.
—Así es. Necesitas experiencia. Hay mucha gente y muchos
vampiros que quieren hacernos daño.
Se giró y subió su pesado cuerpo al ring de las artes
marciales mixtas.
—Para ser peligroso hay que tener una gran variedad de
técnicas aplicables a cualquier situación. Os convertiréis en
expertos en agarres, derribos y golpes de parálisis que
provocan lesiones graves o la muerte. Vuestras principales
armas serán la cabeza, los puños, los codos y los pies. Si sois
capaces de mantener el contacto directo, los colmillos son
letales. Ya tenéis la velocidad de vuestro lado, pero los
movimientos deben ser instintivos. Aron, sube aquí.
Aron saltó por encima de las cuerdas y aterrizó junto a
Borzak, que le agarró el brazo al instante, se lo retorció en la
espalda y le dio una patada en los pies. Cuando Aron cayó,
estuvo a punto de arrancarle el brazo de cuajo. Bramó de
dolor.
—Primera regla del combate cuerpo a cuerpo, estar siempre
atento a tu entorno y no dejar nunca de evaluar una situación
de peligro. Aron, te has lanzado sin pensar.
Le soltó el brazo a Aron. Aron se puso en cuclillas y golpeó
con su cabeza el estómago de Borzak. Al instante, Borzak le
agarró por los hombros y le dio tres rodillazos seguidos en la
ingle, para terminar con un fuerte golpe en la nuca.
Al igual que en la noche de la ceremonia de iniciación,
Dillon estaba asqueado y cautivado a la vez. La fuerza bruta y
la velocidad de esos movimientos letales eran casi elegantes.
Aron seguía tirado en el suelo. Frederick se dirigió hacia el
ring, pero Ásta lo agarró de nuevo.
—No seas estúpido —susurró mientras Aron se ponía en pie
con dificultad.
—El consejo más importante que doy es: «Mata o te
matarán». Debes ser más agresivo que tu oponente. Perder no
es una opción. Tenéis que ser capaces de encender vuestro
interruptor de agresividad al instante. Bram y Dillon, subid
aquí.
La clase se inclinó hacia delante, expectante. Cora palideció,
y Sade bajó la vista a sus pies, sin querer mirar.
«Mata o te matarán». Dillon lo repitió en su cabeza, pero
parecía ridículo que tuviera que matar. Bram subió al ring
primero. Manteniendo un ojo cauteloso sobre él, Dillon le
siguió. Bram ya le estaba mirando con el ceño fruncido, y al
recordar su última conversación sobre Cora, sintió cómo
aumentaba su propia ira. Esto era algo más que un combate.
Era personal.
Borzak le entregó a Bram una estaca falsa.
—Bram, quiero que ataques a Dillon. Apuntas con la estaca
a su corazón. Dillon, en el momento en que ataque, quiero que
le agarres el brazo, se lo retuerzas por detrás y, con un golpe
rápido en el dorso de la mano, se la quites. —Mientras
hablaba, hacía una demostración de los movimientos contra un
oponente imaginario—. Una vez que te hayas ocupado de la
estaca, vas a darle un rodillazo en la espalda y tirarlo al suelo.
Si eso no funciona, sujeta el brazo de la estaca con las dos
manos, acércate y dale un rodillazo en el estómago tres o
cuatro veces hasta que caiga. Se debe hacer superrápido con la
máxima agresividad. —Se volvió hacia Bram—. No hay
reglas, pero hoy deja fuera los juegos mentales.
Dillon todavía estaba procesando los movimientos en su
cabeza cuando Borzak rugió:
—Empezad.
Al instante, Bram se lanzó hacia él, con la estaca extendida,
siseando como una cobra negra enfurecida. Dillon olvidó lo
que tenía que hacer y dio un paso atrás para que la estaca no
tocara su pecho. Al instante, Bram se lanzó sobre él de nuevo,
clavándole la estaca en el corazón. Aunque fuera falsa, la
fuerza hizo retroceder a Dillon, que gruñó de dolor. Antes de
que pudiera recomponerse, Bram se abalanzó de nuevo sobre
él, lanzándolo de espaldas al suelo e inmovilizándolo con una
rodilla. Le clavó la estaca en la garganta.
—Muerto por partida doble, Dhampir —gruñó, los ojos
oscuros le brillaban con triunfo.
—Excelente, Bram —gruñó Borzak—. Dillon, ¿qué ha
pasado? Esto es justo lo que os advertí. En una situación de
combate debes ser agresivo y rápido.
Bram retiró la estaca de la garganta de Dillon y soltó la
presión que ejercía sobre su rodilla. Con una mano, se apartó
el pelo oscuro de la frente alta y pálida y se volvió para mirar
fuera del ring, buscando a Cora. Sin pensarlo, Dillon le dio un
fuerte rodillazo en la ingle y, mientras Bram retrocedía con un
gruñido, se acordó por fin de agarrarle el brazo con las dos
manos. Y de pronto, abalanzándose sobre él, le dio tres fuertes
rodillazos. Bram lanzó un grito de dolor, se dobló y dejó caer
la estaca.
—Inmovilízalo, Dillon —rugió Borzak.
La ligera vacilación de Dillon permitió a Bram levantarse de
nuevo apuntando su cabeza a la barbilla de Dillon. Dillon
logró apartarse, pero perdió el equilibrio. Al instante, Bram
atacó y, sujetando el brazo de Dillon, lo volteó sobre su
espalda, enviándolo a estrellarse contra el suelo.
La lucha se había convertido en una feroz batalla por la
supervivencia, con Cora siendo la base de todo. Desesperado,
Dillon rodó hacia un lado mientras Bram saltaba sobre él.
Ninguno de ellos era consciente de nada más que del otro.
Estaban tan cerca que Dillon podía ver la furia que brillaba en
los iris de Bram, que eran muy oscuros comparados con su
pálido rostro, y oler el dulce y agrio olor de su aliento.
La ira inundó a Dillon y, mientras las burlas acerca de que
Cora solo le estaba siguiendo la corriente llenaron su cerebro,
sintió que la niebla roja descendía. Con un rugido, volvió la ira
de Bram contra él, lo empujó y, usando ambos talones, le dio
una fuerte patada en el estómago. Esta vez, mientras Bram se
doblaba, se levantó de un salto y golpeó el lado de su mano tan
fuerte como pudo en la nuca de Bram. Bram cayó al suelo y
Dillon, agarrando la estaca, le inmovilizó con el extremo
afilado en el cuello.
—¿Quién no es lo bastante bueno ahora? —susurró en voz
baja en su oído.
Bram se agitó con furia mientras el canal de la ira fluía de
un lado a otro entre ellos.
—Es suficiente —bramó Borzak—. Bien hecho, los dos. Un
combate igualado. Bram ganó la primera parte, y Dillon, la
segunda.
Jadeando y sin dejar de mirar a Bram, Dillon se enderezó,
con todos los nervios de su cuerpo aún en alerta máxima.
Bram se levantó de un salto, indignado.
—Le gané. Me atacó después de que ganase.
—No —corrigió Borzak—. Bajaste la guardia. No dije que
la pelea hubiera terminado. En la vida real no te detienes hasta
que estés bien seguro de que tu oponente ha sido inmovilizado.
Bram golpeó con su puño la almohadilla al lado del ring y,
lanzándose al aire, dio una voltereta fuera del cuadrilátero.
Aterrizó con ligereza sobre los dedos de los pies, y con su
rostro arrogante marcado por un ceño fruncido, abandonó el
gimnasio sin mirar atrás.
—Tengo que estar de acuerdo con Bram en esta ocasión,
Borzak —dijo el Sr. Hunt, que había estado observando con
avidez hasta este punto—. Dillon habría estado muerto
después de la primera parte de la pelea.
Dillon le dirigió una mirada salvaje.
—Bram ha aprendido hoy una lección muy valiosa —
insistió Borzak—. Y también el resto de la clase. Los
oponentes no juegan limpio en una situación de vida o muerte.
La cara del Sr. Hunt se ensombreció.
—Unos minutos, por favor, Borzak.
Mientras desaparecían en la pequeña oficina de Borzak,
Dillon se bajó del ring. Buscó a Cora, pero ella se había
esfumado tras Bram. Sintió que la ira se convertía en dolor.
Aun así, había elegido a Bram.
Aturdido, apenas se dio cuenta de que Jeremiah le daba la
mano y lo palmeaba en la espalda. Ásta pasó por delante de
Sade, que estaba a punto de felicitarle, y, sin duda excitada por
la violencia, apretó su agitado cuerpo contra el de él,
llenándole los sentidos con su olor a almizcle.
—Ha sido impresionante, Dillon —ronroneó.
Dillon sintió que el calor inundaba sus mejillas y sus sagaces
ojos verdes se oscurecieron cuando se dio cuenta, acortando
aún más la distancia.
—Concéntrate, Ásta —dijo el Sr. Hunt, volviendo a salir de
la oficina, con un Borzak malhumorado siguiéndole—. Te toca
la próxima con Celeste.
Al instante, se alejó de Dillon de un salto y, con los ojos
entrecerrados, subió al ring. Celeste, con el pelo recogido en
una larga cola de caballo plateada, dio un salto mortal sobre
las cuerdas y aterrizó en cuclillas. A pesar del ritmo, Dillon
pudo notar que todo el cuerpo de Ásta estaba alerta. Sus ojos
no dejaban de mirar a Celeste. Lanzándose al aire, aterrizó en
cuclillas a dos metros de Celeste y se colocó el pelo hasta la
barbilla detrás de las orejas.
De forma imperceptible, el resto de la clase se acercó al
ring, fascinados por su carácter opuesto. Ásta, tan volátil como
la lava; Celeste, fría como el hielo e implacable. Borzak se
unió a ellas en el cuadrilátero y, entregándole a Celeste una
pistola falsa, le hizo una pequeña demostración de lo que
quería que hicieran. Aunque ambas vampiras asintieron,
ninguna dejó de mirar a la otra ni un segundo.
Borzak se colocó entre ellas, con los brazos extendidos para
mantenerlas separadas.
—Cuando termine la cuenta atrás —gritó—, empezáis.
Cinco… cuatro… tres…
Ásta se estremeció ante la expectación. Celeste estaba
inmóvil de una forma inquietante, sus fosas nasales dilatadas
eran la única señal de que estaba nerviosa. Tenía la misma
concentración que un caballo de pura sangre al comienzo de
una carrera.
—Dos… uno… ¡Ya!
Como si se hubieran electrocutado, ambas vampiras se
abalanzaron la una sobre la otra a tal velocidad que Dillon
estuvo a punto de no verlas. Ásta fue más rápida y, agarrando
el brazo con el que Celeste sostenía el arma con ambas manos,
lo bajó con violencia y le dio una patada brusca con todas sus
fuerzas. Celeste dejó caer el arma con un sonido de dolor, y
Ásta la tiró al suelo. Mientras se esforzaba por inmovilizarla
con una complicada llave de brazos y piernas, ella buscaba a
duras penas la pistola que se había caído. Esta vez, Celeste
emitió un siseo de rabia y retorció su largo y atlético cuerpo
como una anguila eléctrica debajo de ella. Su letalidad y las
emociones tan cargadas eran enfermizamente atrayentes.
Dillon no podía dejar de mirar.
Celeste liberó un brazo y, con una expresión de ferocidad
poco habitual, como la de un lobo atrapado, arremetió contra
Ásta. Ásta seguía siendo más rápida; golpeó con la mano en el
suelo, levantó la pistola y la colocó justo en el centro de su
frente.
—Vale, vale, ya es suficiente —gritó Borzak.
Ásta se negó a soltarla hasta que Celeste, escupiendo de
rabia, por fin admitió la derrota.
—Una demostración perfecta, Ásta —dijo Borzak con
entusiasmo—. Eres una luchadora extraordinaria. De eso es de
lo que hablo: superrapidez, superagresividad; no le des a tu
oponente ni un segundo para pensar. Abrázalo con la fuerza de
tu ataque para que se quede atrás desde el principio. Celeste, tú
también estuviste excelente, solo debes ser más rápida.
Ásta saltó del ring, con el rostro iluminado por el triunfo, y
se acercó a Angelo. Él no intentó ocultar lo excitado que
estaba por su exhibición y la acercó.
—Angelo, contrólate —espetó el Sr. Hunt—. Me gustaría
que todos continuaseis practicando técnica con Borzak los
martes y velocidad y fuerza los jueves después de las clases.
Cualquiera que no lo haga perderá la oportunidad de competir
en el Desafío del Hielo.
—¿En serio? —dijo Bik, mientras salía—. No voy a
perderme informática avanzada los jueves.
—Bik, tienes informática avanzada todas las noches; una
noche no cambiará nada —dijo Jeremiah, poniendo los ojos en
blanco para burlarse de ella.
Cuando Dillon salió del gimnasio junto con los demás, Elias
apareció de la nada y lo arrastró a un lado.
—Madame Dupledge quiere verte en el despacho del
profesor Dukan —dijo en voz baja.
El corazón de Dillon se estremeció. ¿Iban a quitarle el
puesto de VE ahora?
—Os veré más tarde —dijo, haciendo un gesto con la mano
a Jeremiah y a Bik.

La expresión del profesor Dukan era sombría cuando Dillon


abrió la puerta de su despacho. El ligero olor a metal de la
habitación se mezclaba con el dulce y embriagador perfume de
Madame Dupledge. Él había apartado el biombo japonés de la
ventana en forma de diamante y ella estaba mirando el lago
iluminado por la luna.
—Confío en que te hayas recuperado de la experiencia de la
prueba de vuelo, Dillon —comentó, volviéndose hacia él.
—Sí, gracias, Madame.
—Bien, como dije, es importante que tu comportamiento sea
ejemplar, sobre todo ahora. Como sabes, tanto el profesor
Dukan como yo hemos estado fuera estos días. El profesor
Dukan quería hacer más pruebas con tu sangre, y yo tenía que
reunirme con la junta de gobierno de los vampiros. Me temo
que, a pesar de las evidencias del poder de tu sangre, hay una
creciente resistencia a que estés aquí, Dillon.
Eso ha sido el eufemismo del siglo, pensó Dillon.
—Algunos de los vampiros del gobierno son… —hizo una
pausa— tradicionales en sus creencias. El profesor Dukan y yo
no estamos de acuerdo. Tenemos que fortalecer nuestras líneas
de sangre y encontrar maneras de sobrevivir, el número de
«vampiros puros» está disminuyendo. Por desgracia, los que
se oponen a nosotros, lo que incluye a la mayoría de las
antiguas familias de sangre pura, tienen contactos poderosos.
—Por suerte —continuó—, hay algunos progresistas ilustres
y muy influyentes con los que podemos contar.
Dillon se preguntó si se referiría a la condesa Fassano.
—No quiero alarmarte, Dillon, pero me gustaría que
estuvieras atento cuando tengas que salir de los muros de la
academia. Hasta que los ánimos se calmen un poco, no
podemos ser tan cuidadosos. Creemos que el vampiro
desconocido que Chiro persiguió en la prueba de vuelo podría
haber intentado secuestrarte.
Dillon sintió que un escalofrío de temor le recorría la
columna vertebral. Gracias a Dios que Chiro había estado allí.
—Les he ordenado a Borzak y a Chiro aumentar la
vigilancia, así que no te sorprendas si los ves por ahí.
Nunca había escuchado sus pensamientos, y Madame
Dupledge se hacía la desentendida, pero la ligera opresión en
su mandíbula delataba que estaba tensa. Aún tenía tanto que
aprender sobre el mundo de los vampiros, pero su elección
como VE había puesto de manifiesto de una forma tan clara el
resquemor que se estaba gestando entre las corrientes
vampíricas modernas y tradicionales.
El profesor Dukan, que había estado serio y callado hasta
ahora, de repente habló.
—No es solo el sitio que ocupas, Dillon. Es tu sangre. He
confirmado que tienes un tipo de sangre de vampiro única y
muy valiosa. Todavía no sabemos qué ventajas podría darte,
pero muchos vampiros desearían tenerla en sus manos.
Estamos haciendo todo lo posible para mantenerlo en secreto,
pero ya circulan rumores. Tengo la sospecha de que tal vez
uno de los gobernadores ya haya obtenido una muestra de tu
sangre.
—¿Cómo? —preguntó Dillon, con una repentina sensación
de malestar que le apretaba el estómago. Sade era la única otra
persona que tenía una muestra, y había sido inusualmente
cautelosa al respecto. Dijo que se podía confiar en su hermana,
pero su familia se había puesto de lado de los tradicionales
cuando los padres visitaron la escuela aquella noche.
—La junta vino aquí temprano y probó tu sangre. Madame
Dupledge pensó que entrarían en razón una vez que la
probaran, pero se produjo una discusión y creemos que uno de
ellos pudo haber usado la distracción para llevarse un poco de
tu sangre. Es la única explicación que se nos ocurre. Nadie
más ha tenido acceso a tu sangre.
Madame Dupledge le observaba con atención y él intentó no
pensar en Sade y en lo que había ocurrido con la muestra de
sangre secreta.
Ella percibió su aprehensión, pero en esta ocasión interpretó
mal el motivo.
—No te preocupes —le tranquilizó—, nosotros cuidaremos
de ti.
Lo dudo, pensó Dillon. Estaba mucho más seguro antes de
llegar aquí. Ningún vampiro había oído hablar de él, y mucho
menos de su sangre, durante los dieciocho años que había
vivido con su padre.
Ella lo miró con más atención.
—Te aseguro que tu padre no habría sido capaz de
mantenerte protegido durante mucho más tiempo.
Esta vez había dado en el clavo.
—¿Cómo lo haces? —soltó.
Le dedicó una pequeña sonrisa.
—No siempre puedo saber con exactitud lo que estás
pensando. Pero soy muy intuitiva; es como un sexto sentido
muy desarrollado. Puedo sentir la línea del pensamiento. Con
los humanos es aún más fácil. A lo largo de los años, me he
acostumbrado a sintonizar con esa línea. Cuando era joven,
solo me ocurría en momentos de gran emoción o, por el
contrario, en un momento de tranquilidad en el que dejaba que
mis sentidos vagaran con libertad.
Los fragmentos de pensamientos y sentimientos que había
captado de repente cobraban significado.
—Me está pasando lo mismo —admitió.
Sus ojos verdes brillaron con interés.
—No me sorprende —dijo, y luego, como si se arrepintiera
de su indiscreción, su tono se volvió serio—. Suele haber una
persona con talento para la intuición en cada año, algunas más
fuertes que otras. Es un talento maravilloso, pero hay que
desarrollarlo con cuidado. Puede ser peligroso si te sientes
abrumado por los pensamientos y emociones de otra persona.
Es raro, pero también puedes desarrollar la «sinestesia del
tacto del espejo».
—¿Qué es eso? —preguntó Dillon, frunciendo el ceño.
—Ocurre cuando ves que tocan a otra persona y lo sientes
de forma física en tu propio cuerpo. Puedes experimentar el
dolor físico de otro vampiro de forma literal. Si descubres que
tienes esa habilidad, es tanto un don como una maldición. Al
sentir lo que sienten los demás, entiendes lo que les motiva. —
Hizo una pausa—. A veces te sorprenderá de manera positiva,
pero me temo que a menudo te decepcionará entender algunas
de las motivaciones incluso de tus amigos más cercanos.
Cuando Dillon se dio cuenta de la importancia de lo que
estaba diciendo, se sintió casi aplastado por su enormidad.
El profesor Dukan le miró con simpatía.
—Está bien —dijo—. Si tienes la capacidad de hacerlo,
Madame Dupledge te enseñará a protegerte.
Madame Dupledge asintió.
—Puedo ayudarte, Dillon, pero veamos cómo se desarrolla.
Vamos a empezar con las lecciones de poder mental esta
semana… abarcarán lo básico. —Pensó durante un minuto—.
Ten en cuenta que a medida que este talento se desarrolla,
puedes descubrir que eres más sensible después de haber
bebido sangre.
—Vale —aceptó Dillon.
Hasta ahora, todos los pensamientos que había «escuchado»
habían ocurrido en momentos de emociones muy fuertes: con
Cora, cuando ambos estaban en la sala de privación sensorial;
con Ásta, cuando trató de persuadirlo para que bebiera la
sangre ilegal de Fred, y con el Sr. Hunt, después de la prueba
de vuelo. Sin duda, sus sentidos y su energía se vieron
potenciados después de la Sangre Dorada, así que tal vez su
«intuición» también mejoraría a medida que fuera
perfeccionando su capacidad para aprovecharla.
—Solo una cosa más antes de que te vayas, Dillon. He
discutido tu posición como VE con el Sr. Hunt y si tienes un
buen rendimiento en el Desafío del Hielo, ya no estará bajo
revisión. Sin embargo, tomaremos una decisión con respecto a
tu participación en el viaje a la estación de esquí cuando se
acerque el momento. Los riesgos son mayores lejos de la
academia.
—Gracias —murmuró, todavía aturdido por la noticia de sus
posibles habilidades mentales.
El profesor Dukan le acompañó hasta la puerta de su
despacho.
—Intenta no preocuparte, Dillon —dijo—. Lo de la mente
se arreglará solo. Y en cuanto a tu sangre, Chiro estará
pendiente de ti.
16
Lazos de sangre
Fue directamente a la habitación de Sade y llamó a la puerta.
Confiaba en ella, pero necesitaba saber por qué estaba siendo
reservada con respecto a su muestra de sangre. Abrió la puerta
y ella le hizo una seña para que entrara. Bik estaba encorvada
sobre el ordenador portátil que tenía sobre el escritorio. Ambas
vampiras rebosaban de emoción, aunque los ojos de Bik
estaban ocultos tras sus gafas oscuras de realidad virtual.
—Dillon, Bik y yo hemos entrado en el ordenador del
profesor Dukan y hemos descubierto que tienes una sangre
increíble que nadie ha visto antes —medio susurró Sade en
cuanto estuvo dentro.
Estaba tan emocionada; no tuvo el valor de decirle que el
profesor Dukan acababa de decirle lo mismo.
—Sí, el problema es que como es tan única, no podemos
compararla con ninguna sangre registrada en la base de datos.
Y todavía estamos tratando de averiguar quién es tu madre. Lo
que es extraño es que cuando Bik trató de hackear tu archivo
personal, no apareció nada. Es como si hubiera sido eliminado
del sistema.
—Madame Dupledge acaba de decirme que un montón de
vampiros están decididos a sacarme de aquí, o que quieren mi
sangre. Al parecer, soy un blanco de secuestro bastante serio,
así que debe mantener los detalles sobre mí en secreto.
Durante un segundo se produjo un silencio mientras las dos
se quedaban mirándole.
Al final, Sade habló:
—Dillon, mis padres son tradicionalistas, y en contra de mis
deseos, no han apoyado que estés aquí, pero nunca aprobarían
ese tipo de cosas.
—No los estaba acusando, pero gracias, Sade.
Recordó haber oído a su padre razonar con Alexandru
Danesti y la creyó.
—Así que debe haber otro lugar escondido en el sistema
donde esconden el material ultraclasificado —dijo Bik—.
Estoy bastante segura de que podré acceder a él tarde o
temprano.
—¿No se darán cuenta?
Bik levantó la vista del portátil durante un segundo.
—La CIA nunca lo hizo, Dillon. Ni el FBI, ni el M16. Soy
buena en estas cosas, así que por eso para mí es una pérdida de
tiempo estar en el gimnasio, a pesar de lo que diga ese idiota
de Borzak.
Se oyó un suave golpe en la puerta.
—¡Mierda! —maldijo Bik y cerró el portátil de golpe.
Jeremiah se agachó un poco, entró en la habitación y levantó
una ceja.
—¿Por qué no me habéis invitado a la fiesta?
—Porque eres una distracción demasiado grande —dijo Bik,
inexpresiva.
—Bik, se nota que estás tramando algo. ¿En qué te han
metido estos dos? Sade y Dillon, no creáis que no os he visto
merodeando por ahí.
—Joder —exclamó Dillon—. ¿No se puede hacer nada por
aquí sin que todo el mundo se entere?
Jeremiah se rio.
—Pues claro que no, a no ser que seas sumamente
inteligente, como Bik y yo.
Bik sonrió, y lo que sea que estuviera viendo a través de las
gafas oscuras resplandeció en rojo y verde a través de sus
pómulos brillantes.
—Muy cierto. Jeremiah, no quiero tener secretos contigo así
que te lo contaré.
Miró a Dillon, que asintió, a pesar de la advertencia del
profesor Dukan: Jeremiah era diferente; le confiaría su vida.
—Dillon tiene una sangre muy rara que nadie ha visto antes
y estamos tratando de averiguar por qué la identidad de su
madre es un secreto.
Dillon contuvo una sonrisa. Bik disparó las frases como una
ametralladora.
Jeremiah silbó.
—Mierda, Dillon, no me extraña que la eligiéramos todos.
—Gracias —murmuró Dillon. Estaba empezando a desear
que mi sangre fuera la más aburrida del mundo.
—De verdad, Dillon. Esto es algo muy gordo —dijo Sade.
—Sí, pero no cambia nada, ni siquiera… —Se detuvo,
dándose cuenta de que lo había hecho. Aunque Sade estaba
emocionada, estaba en el otro lado de la habitación. Angelo
luchaba por controlarse cerca de él. Bram y su padre estaban
desesperados por deshacerse de él. Un vampiro desconocido
había intentado secuestrarle. Se quedó mirando las fotos de la
hermosa familia de Sade, apoyadas en el escritorio.
—No quiero ser un paria —añadió, abatido.
—Lo siento, amigo. No tienes elección. Como dijo
Shakespeare, a veces la grandeza te es impuesta. Solo tienes
que lidiar con ella —dijo Jeremiah.
—Pero eso es todo, no hay nada grande en mí.
—Me parece el típico caso de síndrome del impostor —
comentó Bik.
—¿Qué es eso?
—Dudas de ti mismo, no crees en ti, te sientes un fraude.
Dillon se quedó en silencio por un instante. Eso era
exactamente lo que sentía.
—Bik, para ser justos no he hecho gran cosa todavía, tan
solo tener sangre rara.
—Empieza a creértelo, Dillon —interrumpió Jeremiah—.
Fuiste elegido como VE. Salvaste a Angelo. Eres muy bueno
volando. Significa más que «sangre rara». Empieza a vivir con
eso.
Dillon se quedó mirándolos a los tres, cada uno brillante a su
manera. Todavía le resultaba difícil creer que pudiera ser tan
talentoso como ellos.
—Es tanto y a la vez tan rápido —dijo al fin.
—Ya te acostumbrarás. —Jeremiah le dio una palmada en la
espalda y, como el sol que atraviesa un cielo nublado, Sade le
sonrió.
—Creemos en ti.
Se le hizo un nudo en la garganta por la emoción; ¿cómo
había podido dudar de ella por la muestra que faltaba?
—Gracias —se atragantó.
Durante un segundo de incomodidad, ninguno de ellos supo
qué hacer consigo mismo, así que, con una voz demasiado
alegre, Dillon cambió el tema.
—Ya que sois tan buenos descubriendo cosas, ¿podéis
ayudarme a investigar a la condesa Fassano antes de su visita?
Bram y yo tenemos que recibirla antes del Desafío del Hielo, y
no quiero hacer el ridículo.
Sade le hizo un gesto a Jeremiah.
—Jeremiah es el vampiro adecuado para eso. Siempre tiene
la nariz en un libro. Nosotras somos mejores en cosas de
ciencias.
—Muy cierto —coincidió Bik—. Estarás en buenas manos
con Jeremiah; seguramente debe saber la talla de zapatos que
usa. Es un gran fan.
—Admito que sé un poco sobre ella —dijo, inclinándose
hacia la chica y dejando caer un beso en la coronilla del pelo
brillante y azabache de Bik.
Su fachada fría se derritió un poco cuando lo rechazó y su
voz se suavizó.
—Te veré más tarde.

—¿A dónde vamos? —preguntó Dillon, mientras Jeremiah


avanzaba.
—Al bar de sangre. Necesito energía.
Angelo, Fred y Aron estaban revoloteando frente a la puerta
del bar cuando llegaron.
—Hola, Dillon. Justo el vamp o el dhamp que quería ver —
dijo Fred—, Aron escuchó a Chiro y a Borzak hablando de ti.
He reducido tus probabilidades a 4 a 1 para el Desafío del
Hielo, pero siguen siendo buenas. Tienes que apostar ahora.
Dillon se palpó los bolsillos.
—Lo siento, Fred. Nada ha cambiado y me dejan participar
por ahora, pero mi posición como VE está todavía bajo un
minucioso escrutinio.
—Eso es una patraña, Dillon, está claro que no piensan
quitarte el puesto de VE —protestó Fred.
Jeremiah sacó una tarjeta de platino de su bolsillo trasero.
—Pon diez mil a eso, Fred.
Frederick silbó.
—Joder, Jeremiah. El negocio de las minas de oro debe estar
en auge.
Dillon miró fijamente a Jeremiah.
—¿Estás loco?
Como un rayo, Fred sacó el teléfono, lo conectó a una
pequeña máquina para tarjetas y aceptó el pago de Jeremiah
antes de que este cambiara de opinión.
—No conseguirás mejores apuestas que esa —dijo y luego
bajó la voz—. Por cierto, esa cosa falsa que sirven en el bar de
sangre sabe peor que la sangre animal. Angelo no la soporta.
Tengo un poco de la de verdad, por si queréis un poco.
—Estamos bien. Gracias, Fred —dijo Jeremiah.
Dillon apartó a Angelo.
—¿Qué estás haciendo? Que no te pesquen consumiendo
sangre ilegal. Algo más y te expulsarán.
Sin los tapones en la nariz, Angelo se estremeció un poco al
captar el aroma de Dillon.
—Esta es la última vez, Dillon. Te lo prometo. Las clases de
control extra me están ayudando.
—Déjalo en paz, Dillon —protestó Fred—. Se le permite
divertirse un poco… y necesita energía, Ásta es muy exigente.
—Ten cuidado —advirtió Dillon mientras se alejaban.
—Tenemos a Aron para que nos proteja —dijo Fred por
encima de su hombro.

—Espero que estés contento con la pérdida de esos diez mil


dólares —dijo Dillon con aprehensión, mientras empujaba la
puerta del bar de sangre.
—Llámalo un incentivo para aplastar al diablo de Bram y
conseguir el amor eterno de Cora.
Dillon sonrió.
—Bueno, siendo sincero, no necesitaría mucho incentivo
para eso, pero él tiene mucha más experiencia que yo.
—¿Y? —Jeremiah se encogió de hombros—. Le ganaste en
Combate, Caza y Protección.
El bar de sangre estaba vacío y seguía siendo tan cavernoso
como antes. Jeremiah se sirvió un trago espumoso y se
acomodó en uno de los sofás bajos que había al lado de la
barra. Tenía las piernas tan largas que las rodillas le llegaban a
la altura de las orejas.
—Parece cómodo. —Dillon sonrió y arrugó la nariz. Ahora
entendía lo que decía Fred; la sangre olía a plástico, a algo
artificial: como el café descafeinado o la sacarina comparada
con el azúcar.
A Jeremiah no parecía importarle mientras la devolvía a su
sitio.
—Así que Bibiana Fassano. ¿Qué quieres saber? —
preguntó.
—Solo ponme al día para no quedar como el tonto del
pueblo cuando la conozca.
Jeremiah se rio.
—Me parece justo. Viene de una poderosa familia de
vampiros que gobernaba en México y Sudamérica. Su padre
fue ejecutado por insubordinación y ella y su madre vivieron
en el exilio durante muchos años. El exilio la hizo fuerte y es
ferozmente inteligente. A pesar de la polémica, se ganó una
plaza aquí, aunque entonces era muy diferente, y sus
extraordinarios talentos la convirtieron en una vampira
estrella. Fue elegida VE en el Pico Uno y en el Pico Tres:
Madame Dupledge, su mejor amiga, fue VE en el Pico Dos.
Las dos se convirtieron en material de leyenda.
—Después de salir de aquí, pasó años haciendo el
equivalente a un doctorado en el Departamento de Diplomacia
Internacional y al mismo tiempo dirigía misiones para el
Servicio Secreto Vampírico. Venció las luchas políticas
internas y varios intentos por deshacerse de ella, pero al final
se convirtió en la primera mujer vampiro líder de ambos
departamentos. Es conocida por ser despiadada,
superinteligente, de un talento espectacular en todas las cosas
que tienen que ver con la mente y ha demostrado una y otra
vez que tiene unos cojones gigantes.
Dillon palideció.
—Jesús, ¿cómo diablos voy a impresionarla?
—Solo hazle llegar un poco del olor de tu sangre, eso la hará
regresar sobre sus talones.
—Muy gracioso. Suena aterrador.
—Ya. —Jeremiah estuvo de acuerdo—. Pero, según
cuentan, también es increíblemente hermosa, encantadora y —
bajó la voz— muchos rumores dicen que tiene un magnetismo
que hace que los vampiros adultos se arrodillen.
Dillon se quedó con la boca abierta.
—Mierda. —Tragó saliva—. ¿Tiene pareja?
—Sí, es de una de las antiguas familias italianas. Ellos dicen
que no es una unión «por amor», más bien es una alianza de
poder; es habitual en nuestro mundo.
Dillon guardó silencio sobre el deseo de los padres de Sade
de que ella y Bram se unieran.
—¿Hijos?
—Te refieres a la descendencia de los vampiros. No que yo
sepa. Sin embargo, muchas parejas de vampiros son incapaces
de tener descendencia. Por eso nuestro número está
disminuyendo.
—¿Qué quieres decir?
—Es complicado: hay una estricta jerarquía en el mundo de
los vampiros. En la cima están los Antiguos, vampiros de
sangre pura que tienen más de 1.000 años. «Sangre pura»
significa que no está contaminada con sangre humana.
Le dedicó una mueca en forma de disculpa a Dillon.
—Los Antiguos son los vampiros más poderosos. Nikolas
Karayan, el líder del Consejo de Vampiros, es un Antiguo. Los
siguientes más poderosos son los Nobles, vampiros de sangre
pura que tienen entre 300 y 1.000 años. Luego están los
Mayores, vampiros de sangre pura que tienen entre 25 y 300
años. La mayoría de nuestros padres entran en esta categoría,
aunque algunas familias son más «poderosas» que otras. A
nosotros se nos conoce como Infantes, hijos de vampiros de
sangre pura.
—A partir de ahí se vuelve un poco más complicado, ya que
hay vampiros corrientes, la descendencia de los vampiros de
sangre pura y los vampiros «convertidos» o exhumanos.
Mahina es un vampiro común, de ahí que haya tanto alboroto
por el hecho de que se haya convertido en la VE del Pico Tres.
Como ya sabes, los dhampirs son la descendencia de vampiros
y humanos. La categoría más baja son los vampiros
«convertidos» o exhumanos, como Borzak.
—A lo largo de los años, los linajes de sangre pura se han
ido debilitando y, si por un lado existen dhampirs como tú, con
una sangre poderosa, noble o incluso antigua, y por otro lado
un humano con un talento excepcional, se entiende que
algunos crean que podrías revitalizar el linaje.
—Oh. —Dillon asintió—. Puedo entender que pueda tener
—hizo una pausa incómoda— sangre noble o incluso antigua,
por una parte, pero mi padre parece bastante normal, aunque
yo piense que es increíble.
—Había más en ti de lo que se veía a simple vista. Quizás
ocurra lo mismo con tu padre.
—Puede ser —Dillon estuvo de acuerdo sin saber qué
pensar y desvió el tema a un terreno más cómodo—. ¿Cuáles
son los mayores logros de la condesa Fassano?
—Se le reconoce el mérito de habernos conducido hacia la
modernización y a utilizar nuestras habilidades para mejorar la
humanidad en lugar de destruirla. Nos ha llevado a las mesas
más poderosas en el mundo. Puedes buscarla en la Vampedia.
—¿Vampedia? ¿Estás jugando conmigo en este momento?
—¡No! Es nuestra enciclopedia online. Puedes acceder a ella
en una parte encriptada de internet que usamos: pregúntale a
Bik.
—Vale, muchas gracias Jeremiah. Lo aprecio mucho.
—No hay problema, solo me tomaré una más de estas. —
Levantó la copa como si estuviera brindando—. Y luego nos
vamos.
Dillon alzó una ceja.
—¿Va todo bien?
—Sí, solo estoy repostando para repetir la tarea de la sed de
sangre.
—Oh, claro… bien pensado.
Dillon frunció el ceño mientras Jeremiah engullía otro trago,
con la mano temblando un poco sobre la copa.
—¿Estás seguro de que el profesor Dukan consiguió
resolver tus necesidades?
—Sí, sí, todo está bien. Solo me estoy asegurando de no
volver a fallar.
De vuelta a su habitación, Dillon recordó el comentario de
Fred sobre las minas de la familia de Jeremiah haciéndolo
bien.
—¿Tu familia siempre ha estado interesada en las minas de
oro?
—Sí, mi padre es dueño de varias minas de oro y cobre en
las Indias Occidentales y en América Latina.
—Nunca había conocido a nadie con su propia mina de oro.
Jeremiah se encogió de hombros.
—Mi familia ha estado por ahí desde hace mucho tiempo.
Es más fácil estar en el lugar correcto en el momento adecuado
cuando se sobrevive a generaciones de humanos.
Ambos se habían desnudado para entrar en sus ataúdes
cuando se oyó un toque en la puerta. Jeremiah se envolvió una
toalla en la cintura y abrió.
—La tarea para la sed de sangre —anunció Elias,
entregándole a Jeremiah otra bandeja con un vaso de sangre.
Jeremiah apartó la nariz y mantuvo los labios cerrados con
firmeza mientras lo tomaba.
Cuando el penetrante olor llegó a los sentidos de Dillon,
experimentó que sus colmillos bajaban, presionando su labio
inferior, pero no era tan malo como antes. Todo empalidecía
en comparación con la Sangre Dorada. Jeremiah hizo una
mueca y Dillon percibió su recelo.
—¿Vas a estar bien?
—Sí, estaré bien. Solo le daré una paliza a mi ataúd y me
olvidaré del tema.
—Vale, despiértame si me necesitas.

Se despertó con la sensación de que algo iba mal. Al estar en


la oscuridad del ataúd, se despertó acalorado y sudoroso y un
tenue aroma picante se arremolinó en su mente.
No debo bebérmela. No debo bebérmela. No debo
bebérmela. Mierda. No puedo hacer esto.
Los pensamientos de Jeremiah se desvanecieron tan rápido
como habían aparecido en su mente. Era como tratar de
mantener el agua con un colador.
El miedo le hizo sentarse y estrellar la cabeza contra la tapa
de su ataúd. Maldiciendo, Dillon lo abrió a la fuerza. A través
de la habitación oscura, vio al instante que la tapa del ataúd de
Jeremiah estaba abierta, y su nariz no pudo captar el más leve
indicio de la sangre.
—¡Jeremiah! —susurró.
Su ataúd abierto permaneció inmóvil y en silencio. Dillon
maldijo. ¿Dónde diablos se había metido? La sensación de
calor y malestar le acompañó mientras se ponía unos
pantalones de chándal. Sintió que Jeremiah estaba solo en
algún lugar frío y con eco. Tal vez había ido a la piscina.
Corrió por el pasillo, aterrado, pasó por la puerta de las duchas
y se detuvo.
Al abrir la puerta, siguió el sonido constante de un gruñido
suave y ronco. Jeremiah estaba acurrucado contra los azulejos
de la esquina. Sus ojos de color avellana se habían vuelto
espantosamente oscuros e inyectados en sangre. El vaso con la
sangre estaba a tres metros de distancia en la otra esquina.
—No he tomado nada —dijo, sin levantar la vista.
Dillon se hundió de alivio.
—Gracias a Dios.
La lucha contra la sed de sangre había debilitado a Jeremiah.
Sosteniéndolo con un brazo y sujetando el vaso lejos de él con
el otro, le ayudó a volver a su ataúd. Jeremiah se desplomó en
él, estremeciéndose.
—¿Qué pasa con la sangre? —preguntó.
—Cierra la tapa. Yo me ocuparé de ella —insistió Dillon.
Todavía temblando, pero suspirando de alivio, Jeremiah se
hundió y desapareció bajo la tapa del ataúd. Al quedarse solo
con la sangre, Dillon acercó el vaso a la nariz con tiento. El
impacto inicial todavía era punzante y sus colmillos se
dispararon en toda su extensión, pero, con la mano temblorosa,
aguantó. La saliva se derramó en su boca y mientras su
garganta sufría un espasmo, supo que estaba al borde de su
control. Tragando con fuerza, se obligó a sí mismo a pensar en
otra cosa.
Al instante pensó en su padre; si quería volver a verlo, tenía
que confiar en sí mismo. Mantuvo la imagen de su padre en la
mente, recordando cada detalle de su rostro. Poco a poco, la
intensidad de la sed de sangre disminuyó y descubrió que una
vez que la lujuria inicial se desvanecía, podía detectar un sutil
aroma amargo que ayudaba a reducir su ansia: era como si
pudiera saber que la sangre era mala para su sistema.

A la noche siguiente, después de que Elias llegara a recoger la


sangre, Jeremiah le dio las gracias con creces.
—Te debo una buena, Dillon.
—No pasa nada, amigo. Tú harías lo mismo por mí.
Jeremiah asintió y le miró con curiosidad.
—¿Cómo es que esta vez no tuviste ningún problema?
Dillon se encogió de hombros.
—No lo sé; supongo que después de la Sangre Dorada no
huele tan bien.
—Supongo que no —dijo Jeremiah y golpeó la mano sobre
su ataúd en señal de frustración—. Estoy decepcionado
conmigo mismo. Pensé que podría manejarlo.
—¿Vas a estar bien para el viaje a la estación de esquí? —
preguntó Dillon.
La cara de Jeremiah se ensombreció.
—La verdad es que no lo sé, pero todavía tengo un poco de
tiempo para controlarlo. Primero, tenemos que superar el
Desafío del Hielo.
17
El poder de la sangre
A medida que enero se convertía en febrero, las noches se
hacían más cortas. Dillon se había acostumbrado a beber
sangre dos veces por semana y a la rutina de volar y entrenar
en combate. Estaba esperando la siguiente etapa del programa
de estudios del Pico Uno: Introducción al Poder Mental de los
Vampiros.
Como ya era costumbre, él y Jeremiah se unieron al resto de
la clase con el tiempo justo para la primera lección de Madame
Dupledge sobre la mejora del poder mental.
Dillon se sentó al lado de Angelo, que cerró los ojos de
inmediato y contó hasta diez despacio.
—¿Cómo van las clases con Madame Dupledge? —le
preguntó Dillon.
Angelo abrió los ojos un poco inyectados en sangre e hizo
una mueca de dolor.
—Van bien, pero siéntate más lejos, Dillon.
Movió su silla un par de centímetros más mientras Madame
Dupledge entraba y miraba alrededor de la clase.
—El poder mental es uno de los talentos más sofisticados
que poseen los vampiros —dijo—. Abarca la percepción de las
emociones y los pensamientos, controlar las emociones y los
pensamientos y aprovechar la energía electromagnética del
cerebro como un arma. Algunos de vosotros puede que ya
hayáis empezado a experimentar la aparición del talento
mental. La condesa Fassano tiene el talento para leer la mente
más poderoso del mundo de los vampiros. Puede recibir e
infundir pensamientos. Tengo una gran intuición; puedo
percibir pensamientos y sentimientos y, como sabéis, si un
vampiro bebe de mi sangre, recibo una fuerte percepción de su
naturaleza.
Angelo y Fred se retorcieron en sus sillas. Dillon suspiró
con alivio al ver que ella no mencionaba sus posibles
habilidades mentales, sobre todo porque aún no estaba seguro
de cuáles eran.
—Bram, tengo entendido que has empezado a mostrar
habilidad para aprovechar la energía electromagnética del
cerebro, ¿es así?
Bram asintió.
—Es una habilidad extraordinaria. Debes aprender a usarla
con sumo cuidado —advirtió Madame Dupledge—. Puedes
infligir un gran daño, pero este puede ser devuelto, así que
durante los tres años que pases aquí se te enseñará a utilizar
bloqueos mentales o escudos.
—Puede que recordéis un escándalo que se produjo hace
poco en el mundo de los humanos, donde algunos oficiales de
inteligencia de los Estados Unidos y el Reino Unido en una
conferencia en Cuba desarrollaron síntomas extenuantes de
una enfermedad «desconocida»; los humanos la han
denominado «síndrome neurosensorial». Las víctimas
escucharon un zumbido agudo y constante y dijeron haber
experimentado descargas de presión. Muchos sufrieron dolores
de cabeza y niebla cerebral. Fueron retirados del servicio hasta
que se recuperaron; algunos nunca se recuperaron del todo.
—Algunos creen que el Ministerio de Seguridad del Estado
en China podría estar dirigiendo potentes ondas de radio hacia
ellos… otros creen que es el Servicio Federal de Seguridad
Ruso. Pero no pueden encontrar ninguna prueba concluyente
porque… somos nosotros.
Dillon se quedó con la boca abierta, sorprendido.
—¿Por qué haríais eso? —preguntó.
—Por diversos motivos, puede ocurrir cuando un oficial de
los servicios de inteligencia descubre demasiado sobre nuestro
mundo o uno de nuestros vampiros, o puede ser que queramos
dirigir los acontecimientos del mundo a nuestro favor. A veces
ayudamos a los servicios secretos o a un presidente si
necesitan eliminar a un topo o si estamos de acuerdo con su
causa. Tomamos medidas extremas para mantener nuestra
invisibilidad, solo las personas con el nivel más alto de
acreditación en seguridad saben de nuestra existencia.
Ella lo miró, sintiendo su desaprobación.
—Recuerda, los retiramos del servicio activo, no los
matamos.
—¿Cómo funciona? —preguntó Sade.
—El cerebro humano puede alimentar una pequeña
bombilla, y los nuestros son capaces de crear mucha, mucha
más energía electromagnética. Somos capaces de aprovechar
esa energía y dirigirla en forma de microimpulsos de alta
frecuencia a otro cerebro. La energía es absorbida por los
tejidos blandos del cerebro y del oído interno, que los calienta,
lo que provoca una onda de presión en la cabeza que es
interpretada como sonido. En el peor de los casos, la energía
podría freír la parte blanca de los ojos como un huevo, por lo
que debe ser utilizada con gran precaución y solo contra
enemigos legítimos.
Dillon se estremeció, recordando cómo se había sentido
cuando Bram había experimentado con él.
—¿Qué otro tipo de talento mental existe? —preguntó
Madame Dupledge.
—Compulsión —dijo Celeste.
—Compulsión, la habilidad de coaccionar o de lavarle el
cerebro a otro vampiro o a un humano para que haga lo que tú
quieres. Como ya sabéis, va en contra de las normas mientras
estéis en VAMPS coaccionar a vuestros compañeros o a
cualquier miembro del personal. Sin embargo, es una
habilidad poderosa y durante los próximos tres años se os
enseñará a usarla, a reconocer cuándo un vampiro intenta
obligaros y la forma de bloquearlo.
»Como protegerse es tan importante, empezaremos por
aprender a aprovechar vuestra energía mental para formar
escudos. Algunos de vosotros podréis formar escudos
mentales mejor que otros. Entre los vampiros más poderosos,
se trata del juego del gato y el ratón entre manipular y dirigir
la energía mental y aprovecharla para formar escudos
mentales.
»El escudo mental definitivo evitará que cualquiera penetre
en vuestra mente o que os afecte de alguna manera. Esto
significa que no habrá forma de controlar, dañar, leer,
influenciar o comunicarse con vuestra mente. Es a lo que se
aspira al final del Pico Tres.
Miró alrededor de la clase.
—¿Todos listos? Bik, por favor, quítate las gafas, afectarán a
tu capacidad de conectar con tu energía interior.
Con el ceño fruncido, Bik se quitó las gafas y Madame
Dupledge atenuó aún más las luces.
—Empezad por cerrar los ojos —indicó—. Con los ojos
cerrados, vaciad vuestra mente de pensamientos.
Dillon cerró los ojos y trató de vaciar la mente con
dificultad. Todavía podía oír los débiles murmullos de los
demás en la habitación y los dedos de Angelo moviéndose con
inquietud a su lado. La voz de Madame Dupledge lo envolvió.
—Relajaros y empezad a visualizar la energía que fluye en
vuestro interior como una fuerza magnética. Tratad de
aferraros a ella y explorad lo que os hace sentir.
Se hundió un poco más y trató de concentrarse, buscando la
energía en su interior. Poco a poco, perdió la noción del aula y
sintió que se sumergía cada vez más. En lo más profundo de su
ser, encontró la chispa de energía que necesitaba para volar.
Luchó por aferrarse a ella mientras la voz de Madame
Dupledge le inundaba de nuevo.
—Una vez que la hayáis encontrado, mirad si podéis
manipularla. Empezad a proyectarla en una forma más grande
para que conforme un escudo de luz alrededor de vuestra
mente.
Al encontrarla una vez más, la visualizó como una pequeña
chispa que brillaba al rojo vivo. En lo más profundo de su
mente, intentó expandirla, pero, como la parte superior de un
mechero que se cierra sobre la llama, de repente la perdió y
sus ojos se abrieron de golpe.
Sintiéndose desorientado, parpadeó un par de veces y miró
alrededor de la clase. Los ojos de Angelo ya estaban abiertos
de par en par, al igual que los de Fred y Aron. Sonrió al ver a
Sade apretar los puños y rechinar los dientes mientras
intentaba mantener la energía.
Ver a Cora mordiéndose el labio, con las largas pestañas
abanicando sus mejillas, hizo que el corazón le doliera de
anhelo. Celeste y Bram estaban quietos de forma aterradora,
como estatuas de mármol; lo único que mostraba que estaban
conscientes era el leve movimiento de sus ojos bajo los
párpados.
Madame Dupledge se había quedado callada y sus ojos
verdes brillaban mientras seguía mirando a Bram. De repente,
sus ojos se abrieron y sacudió la cabeza para volver a la clase.
—Bien hecho, Bram, es un gran primer intento. Has
conseguido bloquearme de forma parcial —dijo.
Celeste parecía estar despertando de un coma. Tenía la cara
blanca como la tiza y los ojos oscuros y nublados.
—Descansa un momento, Celeste. Manipular la energía
mental puede agotarte. Parece que has tenido éxito hasta cierto
punto.
—Un poco —aceptó Celeste, sus ojos volvieron a ser de un
azul gélido como de normal.
Dillon notó que los ojos de Jeremiah seguían cerrados, tan
solo el ligero golpeteo de su dedo contra el muslo mostraba
que estaba alerta. Madame Dupledge lo observó con interés y
le hizo un gesto a la clase para que permaneciera en silencio.
Al final, abrió los ojos.
—¿Cómo te ha ido, Jeremiah? —le preguntó.
—Bien —dijo, con cara de sorpresa—. Soy bastante fuerte
con los bloqueos mentales, pero hoy he conseguido aguantar
más tiempo.
Dillon recordó cómo Jeremiah se había enfrentado a Bram
por él en el bar de sangre después de ser elegido como VE. Por
lo general, no había presumido de su talento.
—Bien hecho, Jeremiah. —Madame Dupledge sonrió—.
Eres muy fuerte. Sigue practicando y la condesa Fassano te
querrá a su lado.
Jeremiah se sentó un poco más erguido.
—Bien hecho a todos, un primer intento excelente. Por el
momento, hasta que tengáis más confianza, el acceso a los
escudos mentales solo debe hacerse en el aula conmigo
presente. Como el Desafío del Hielo se acerca a toda
velocidad, me gustaría que continuaseis practicando vuestros
escudos.

Cuando terminó la clase, Sade se acercó a él mientras salían


del aula.
—¿Puedo hablar contigo? —preguntó, de pie a una distancia
prudencial.
—Claro —dijo él—. ¿Aquí?
—No, vamos a mi habitación.
Mientras bajaban las escaleras circulares hacia el tercer piso,
Dillon la miró. Echaba de menos esa parte de ella que le había
hecho sentir como si todo estuviese bien en el mundo. Notó
que estaba disgustada.
—¿Ya estás mejor de lo de mi sangre? —preguntó, en voz
baja.
Se le quedó cara de circunstancias.
—Es muy difícil resistirse a tu sangre, pero tengo una buena
fuerza de voluntad, Dillon. Solo quiero que las cosas vuelvan a
ser como antes.
Le tomó la mano y se giró para mirarla en el atrio del quinto
piso.
—Yo también, pero no es culpa tuya. Solo estabas
intentando ayudar.
Ella se alejó de él, dejando entrever una mirada llena de
pánico, pero no antes de que Dillon sintiera una abrumadora
sensación de vergüenza y frustración.
—Pero no he ayudado. Descubrimos lo de tu sangre, pero
Bik aún no ha descifrado el código del material confidencial.
—No importa. ¿Qué puedo hacer para ayudarte? —
preguntó. Estaba desesperado por contribuir con algo más que
sangre a su trabajo.
Negó con la cabeza.
—Nada, solo es cuestión de tiempo.
Parecía tan abatida que, por impulso, él dio un paso adelante
y la abrazó. Al instante, la joven se puso rígida. Al sentir que
estaba a punto de huir, Dillon la abrazó con más fuerza.
—Espera un minuto —le susurró en su suave cabello.
—No puedo —murmuró, temblando—. Ya lo hemos
intentado antes. Por favor, suéltame, Dillon.
Sorprendido por la reacción, la soltó.
—Lo siento, Dillon —jadeó, sorprendiéndolo mientras las
lágrimas rosadas brotaban de sus ojos y salpicaban sus suaves
mejillas.
—No es tu culpa, es la mía. Soy científica. Debería haberlo
sabido.
—¡Sade! Espera —la llamó, mientras ella bajaba corriendo
por las escaleras, alejándose de él.
Cansado, la siguió, maldiciendo su sangre. ¿Por qué tenía un
efecto tan fuerte en Sade?
Encontró a Jeremiah recargando energía en Starbloods como
de costumbre.
—Delicioso —dijo, levantando los ojos ante la enorme y
espumosa bebida de sangre a la que acababa de darle un trago
—. Lo que te estás perdiendo, Dillon —dijo, lamiéndose los
labios—. Las cosas de la mente me dan mucha sed.
—Necesito preguntarte algo.
—De acuerdo —asintió—. Dispara.
—Supongamos que alguien ha probado mi sangre. ¿Por qué
le costaría tanto controlar la sed de mi sangre?
Jeremiah lo miró con curiosidad.
—¿Qué demonios has estado haciendo, Dillon?
—Nada. Responde a la pregunta —dijo, y luego, al ver el
ligero sobresalto de Jeremiah, añadió—: Lo siento; no he
crecido con nada de esto, todo es nuevo para mí.
—A veces la sangre de un vampiro es especialmente
seductora para otro vampiro. La tuya es aún más complicada
porque es una mezcla de humano y vampiro y tiene un sabor
increíble, me imagino que incluso mejor que el de la Sangre
Dorada. —Le dio otro sorbo a su bebida, dejando una línea de
espuma roja en su labio superior, y sonrió a Dillon—. Es aún
más difícil si te atrae. Créeme, no puedes quitártelo de la
cabeza.
—Oh, claro. —Por un segundo, Dillon se quedó mudo.
Jeremiah volvió a sonreír.
—¿Responde eso a tu pregunta?
—Sí, gracias, Jeremiah. Te veo luego.
18
Pacto de sangre
A medida que se acercaba el Desafío del Hielo, animado por la
apuesta de Jeremiah, Dillon pasó todo su tiempo libre
practicando. La fuerza de su escudo mental estaba mejorando;
ahora era capaz de mantener la chispa y convertirla en un
escudo del tamaño de un pomelo. Lo que le mantenía en vilo
en el ataúd era la idea de quedarse atrapado si tenían que nadar
bajo el lago congelado. Borzak les había dicho que incluso su
fuerza vampírica no sería suficiente para romper el grosor del
hielo en el centro del lago.
El resto del curso también sentía la presión y una tangible
corriente de tensión que impregnaba el edificio de la
academia. Ásta y Aron casi llegaron a las manos durante los
entrenamientos de combate, y hasta Fred estaba raro, lo que no
era normal en él. Cada uno tenía sus propios miedos: Jeremiah
estaba preocupado por tomar la sangre suficiente como para
mantener su energía, era evidente que Sade seguía molesta y lo
evitaba, y apenas había visto a Cora a solas desde que se
habían besado en la azotea, aunque lo revivía una y otra vez en
sus sueños.
Para escapar de todo, tomó prestado el portátil de Jeremiah y
se escondió en una de las aulas para hacer investigaciones de
última hora sobre la condesa Fassano. Cuanto más leía sobre
ella, más nervioso estaba por conocerla.
Jeremiah no había estado bromeando cuando afirmó que era
despiadada. Varios vampiros habían tenido finales horribles
bajo su supervisión. Leyendo entre líneas, parecía que había
dos cosas que no podía soportar: la incompetencia y la
deslealtad.
—¿No vienes a ver el final del Desafío del Pico Dos?
Levantó la cabeza y vio que Cora le observaba desde la
puerta.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —le preguntó.
—No mucho. —Se encogió de hombros—. ¿Estás bien?
«Pues claro que no», quería soltar. Apenas había hablado
con él en las últimas semanas.
—Sí, claro. ¿Por qué? —dijo.
—Se te ve tenso y, como ya he dicho, me pregunto por qué
te estás perdiendo el final del Desafío del Pico Dos.
—¡Mierda! —Se golpeó la frente—. Olvidé que era esta
noche.
Cora le sonrió, y él notó que la tensión que sentía en el
pecho se aflojaba un poco.
—Entonces, vamos —dijo—. Hunt nos está dejando verlo
desde la azotea.
—¿Qué hacen en el Desafío del Pico Dos? —preguntó
mientras subían del sexto al último piso.
—Ya sabes que nuestro desafío pone a prueba nuestros
sentidos, resistencia, agilidad, trabajo en equipo, habilidades
de vuelo y de combate.
Intentó ignorar el cosquilleo de placer que le subía por el
brazo cada vez que sus manos se rozaban y concentrarse en lo
que decía.
—El principal objetivo del Desafío del Pico Dos, entre otras
cosas, es poner a prueba la transfiguración…
—¿Qué es eso? —interrumpió Dillon.
—Es básicamente cambiar de forma, como convertirse en un
murciélago o en un pájaro —dijo ella, agitando los brazos con
energía.
—Vale, lo entiendo —dijo Dillon con una sonrisa—,
continúa.
—Para el Desafío del Pico Tres se espera que demostremos
el dominio de las habilidades mentales más avanzadas, como
la nebulización, leer la mente, mover objetos con la mente y
manipular el tiempo, además de unas magníficas habilidades
de vuelo, transfiguración y combate.
Dillon levantó las cejas.
—¿Nebulización?
Cora le dio un codazo juguetón que envió pequeños dardos
electrizantes por su cuello, lo que le provocó una sensación de
calor en las mejillas.
—¡Deja de interrumpirme! En lugar de volar o
transformarse, los vampiros con más talento pueden
convertirse en niebla y aparecer o desaparecer a su antojo.
—Oh, sí. —Recordó que Mahina había dicho que ella era
buena en eso—. Entonces, ¿qué van a hacer los del Pico Dos
esta noche?
—No estoy muy segura. Puede que haya muchos voladores
en forma de murciélago. Hay que admitir que no es el
espectáculo más emocionante de ver, a menos que alguno de
ellos sea malo. —Sonrió con malicia—. Entonces es divertido,
puede que se conviertan en lo que no deben o que solo se
conviertan a medias o que vuelvan a cambiar en el momento
equivocado.
Se detuvo un segundo y la miró, feliz de que la antigua Cora
hubiera resurgido.
—¿Qué? —preguntó.
Negó con la cabeza.
—Nada. Es solo que últimamente parecía que estabas
evitándome.
Ella bajó la mirada.
—Cada vez que estábamos juntos, terminábamos en una
discusión o te hacía daño. No quería seguir así. Además,
estabas muy enfadado y me pediste que te dejara en paz.
Habían llegado a la entrada oficial de la azotea en el
duodécimo piso. Elias y un par de corpulentos ayudantes
cumplían la función de seguridad.
—Subid —dijo, haciéndoles un gesto para que pasaran.
Los demás ya estaban en la azotea con la mayoría de los
profesores. Jeremiah le hizo señas, pero Cora lo arrastró para
que se pusiera al lado de Bram.
—Ya es hora de que dejéis esta estúpida rivalidad —dijo en
voz baja, mirando al frente.
Por encima de su cabeza, sus ojos se encontraron con los de
Bram, y aunque Dillon no captó sus pensamientos, Bram no
podría haberlos dejado más claros. Estaban de pie, uno a cada
lado de Cora, llenos de resentimiento.
—¡Aquí vienen! —exclamó Cora.
Dillon escudriñó las montañas frente a ellos. A medida que
la forma que se movía a gran velocidad desde el este se
acercaba, se dio cuenta de que era un triángulo de
murciélagos. La ovación de los vampiros que los observaban
se transformó bruscamente en un grito ahogado cuando, casi
como Cora había predicho, uno de los murciélagos se
estremeció y cayó de repente, transformándose en un vampiro
del Pico Dos, delgado y con pelo claro mientras caía. De la
nada, otro murciélago salió disparado hacia él como un dardo
a toda velocidad y se transformó en el aire en Chiro, que
agarró al vampiro que caía en picado, evitando que se
estrellara contra la ladera de la montaña.
—Debe haber agotado su energía mental. Lo más probable
es que se haya desmayado —comentó Bram.
Una vez más, los otros vitorearon mientras el resto de los
murciélagos revoloteaban sobre el techo y desaparecían por el
otro lado.
—¿Dónde está el otro equipo? —dijo Cora, escudriñando el
cielo.
—Allí —señaló Bram—. Parece que también están teniendo
problemas.
De nuevo, Dillon vio lo que Cora había querido decir. Seis
impresionantes halcones se abalanzaron alrededor de una chica
vampiro que parecía estar cambiando de ave a vampiro
mientras volaba. Cada vez que ella salía de su estado de ave
parecía perder más energía, hasta que en el último cambio se
quedó en una extraña mezcla mitad halcón, mitad vampiro. No
era divertido, pero Dillon captó la mirada de Cora y reprimió
una sonrisa.
Uno de los otros halcones se transformó de nuevo en el VE
del Pico Dos, George Gyllenborg. Al instante, Dillon se dio
cuenta de que era un volador excelente y, en segundos, estaba
volando junto a ella, sosteniéndola, mientras volvía a
transformarse por completo en vampiro. Los vampiros que
observaban aplaudieron y vitorearon mientras, volando como
un equipo una vez más, dos en forma de vampiro, el resto
como halcones, también desaparecieron por encima del
edificio.
—Gran liderazgo por parte de George —murmuró Bram,
volviéndose a Cora e ignorando a Dillon—. Vamos a animarle;
estará destrozado porque su equipo no ha ganado.
Mientras se iban Cora echó una mirada hacia atrás, a Dillon.
Jeremiah se acercó.
—¿Estás bien? —preguntó, viendo a Cora y a Bram salir de
la azotea.
Dillon asintió con una pequeña sonrisa de pesar.
—Sí, todo bien; aunque esto no me ha hecho sentir mucho
más seguro para mañana.
Jeremiah hizo una mueca.
—Sé lo que quieres decir. Para nosotros será aún peor: la
condesa Fassano estará mirando.

A primera hora de la noche siguiente, la noche del Desafío del


Hielo, una Celeste desnuda acorraló a un nervioso Dillon en
las duchas.
—¿Es cierto que vas a conocer a la condesa Fassano a solas
más tarde?
Dillon se centró en un punto más allá de su hombro
izquierdo y se encogió de hombros.
—No va a ser a solas, pero la recibiré cuando llegue. ¿Por
qué?
—Pensé que Bram podría estar tomándome el pelo.
—¿Por qué iba a hacer eso?
Ella se encogió de hombros.
—Porque es Bram. Le gusta hacer creer que es más
importante de lo que es.
Dillon giró la cabeza lo justo para hacer contacto visual con
ella.
—¿Por qué me cuentas eso a mí?
—Por nada. Aunque… puede que te ayude a sentirte menos
intimidado por él.
—¡No me intimida!
Ella levantó una ceja, escéptica.
—Claro.
—Tú tampoco has sido precisamente hospitalaria.
Celeste se rio con ligereza.
—Dillon. Ese no es mi estilo. Me gustaría conocer a la
condesa, a ver si puedes hablarle bien de mí.
—Dudo de que tenga ese tipo de influencia. Como he dicho,
solo vamos a recibirla.
Celeste recorrió su cuerpo con la mirada.
—Dillon, eres el VE. Estoy segura de que puedes hacerlo.
Él se mantuvo firme, pero sintió un ligero ardor en las
mejillas, mientras ella volvía a subir los ojos poco a poco.
—Hola, Dillon. —Ace entró a grandes zancadas y se
zambulló directamente bajo una ducha—. Date prisa, nena.
Llegará pronto —le dijo a Celeste.
Celeste se inclinó hacia adelante hasta casi tocarlo y le
susurró al oído:
—No lo olvides, Dillon. Haré que valga la pena.
Sonriendo hacia él, desapareció entre el vapor detrás de Ace.
Jeremiah lo alcanzó al salir de la ducha.
—¿Qué te ha pasado? —le preguntó.
Dillon se encogió de hombros.
—Nada, solo Celeste siendo Celeste.
Jeremiah se rio.
—¿Quieres venir a la piscina para comprobar las
condiciones?
Cuando el suave sol anaranjado empezó a ocultarse tras las
montañas, Dillon miró por las ventanas que iban del suelo al
techo el inmenso lago congelado y se estremeció. Pronto
estarían luchando bajo ese hielo sólido e implacable.
—Mierda, da miedo. ¿A que sí? —murmuró Jeremiah.
Antes de que Dillon pudiera responder, tres elegantes
helicópteros aparecieron sobre las montañas del otro lado del
lago y volaron hacia ellos contra el cielo oscuro y anaranjado.
Las cristaleras empezaron a vibrar a medida que se
acercaban y él observó, fascinado, cómo las palas del
helicóptero batían la nieve suelta en forma de ráfagas
circulares sobre el hielo. La bruma de calor de los palpitantes
motores de los aviones daba al horizonte un aspecto de escena
de película y, cuando las puertas laterales se abrieron al
unísono, al menos diez vampiros se lanzaron al vacío y se
precipitaron con elegancia por el lado del edificio. Mirando
hacia arriba, Dillon vislumbró que volaban en formación por
el tejado antes de desaparecer por el otro lado.
—Parece que Bibiana ya está aquí —dijo Jeremiah.
—¿Siempre llega así? —preguntó Dillon, impresionado.
—Sí, nunca va a ningún sitio sin al menos tres
guardaespaldas; los demás serán agentes del SSV y tal vez un
par de VMI.
—¿VMI?
—Vampiros Muy Importantes.
—Mierda. —El estómago de Dillon se contrajo por los
nervios—. Será mejor que baje.
Una vez más, Aron le prestó el traje y la camisa que había
usado para la ceremonia de iniciación. Dillon se puso los
pantalones y, como era un manazas, Aron le ayudó a
abrocharse los botones de la camisa.
—Te queda bien, Dhamp —aprobó.
De normal, a Dillon no le interesaba nada su aspecto. Su
padre no creía en la vanidad, así que había crecido con un
pequeño espejo sobre el lavabo del baño, pero ahora, cuando
se miró en el espejo en el interior de la puerta de su armario, se
quedó fascinado. Su dieta a base de sangre había refinado su
aspecto: tenía el rostro terso como el alabastro y más
estilizado, sus ojos parecían haberse oscurecido a un profundo
azul lapislázuli y el cabello oscuro y rebelde que le caía sobre
la frente brillaba. Todo el entrenamiento de combate había
perfeccionado su cuerpo de manera que los músculos de los
brazos, los hombros y los abdominales formaban ahora una
«V» perfecta; rellenaba la camisa como si fuera una de las
esculturas de Miguel Ángel.
Fred silbó cuando apareció para incitarle a hacer una apuesta
de última hora.
—Vaya, Dillon, estás cañón. Gracias a Dios, Aron está aquí
para llevarme por el buen camino. Y lo que es más importante,
las probabilidades de que ganes el Desafío del Hielo siguen
estando en 4 a 1.
Dillon sonrió y negó con la cabeza.
—Como siempre te digo, no tengo dinero, Fred.
—Pide prestado algo, Dillon. Especula para acumular.
—Vale, vale. Aron, ¿puedes prestarme diez francos suizos o
la moneda que sea que Fred maneje?
—¿Diez? —Fred le miró con incredulidad—. Las
probabilidades son de 4 a 1, Dillon. Eso solo significa que
serán cuarenta. Apuesta cien y ganarás cuatrocientos.
—Si gano. —le recordó Dillon—. Para eso, tengo que
vencer a Bram, a Ace y a Aron para empezar.
—Sí, pero sus probabilidades son de 2 a 1.
—Fred, tengo que irme. Apúntame diez. Eso sí, tendrás que
fiarme.
—De acuerdo —aceptó Fred con mal humor—. Extiende tu
mano.
Antes de que Dillon supiera lo que estaba haciendo, Fred le
agarró la mano y le pasó la lengua por la palma. Mientras sus
colmillos se disparaban Dillon trató de apartarse, pero Fred se
aferró con su asombrosa fuerza vampírica y le mordió la piel
lo suficiente para hacer una marca en forma de medialuna.
Dillon siseó de dolor y Fred lo soltó.
—Ahí está, un trato de sangre de vampiro —sonrió—. Una
vez marcado con sangre siempre debes mantener el acuerdo.
—Fred, idiota. Tengo que reunirme con la condesa ahora
con una gran marca de una mordedura en la mano —rugió.
Fred sonrió, sin preocuparse ni un poco.
—Déjate el pelo suelto. Mira, ya está empezando a
desaparecer. Te curas rápido, Dillon.
Bram y los otros VE estaban reunidos en un pequeño grupo
cuando Dillon entró a toda prisa en el despacho de Madame
Dupledge, maldiciendo a Fred. Había caído la noche, y una
luna llena brillaba a través de la ventana en forma de
diamante. Los demás dejaron de hablar cuando él se acercó, y
Dillon adivinó que Bram había estado hablando de él. Mahina,
la VE del Pico Tres, se separó del círculo, haciéndole señas
para que se aproximara.
—Hola, Dillon. Bram cree que debería ser él quien hablase
esta noche con la condesa Fassano.
Dillon frunció el ceño a Bram.
—Es cierto que no sé mucho sobre el mundo de los
vampiros, pero he leído todo lo que hay que leer sobre ella.
—Me honra oír eso —comentó una voz suave a su espalda.
Se giró para ver a Madame Dupledge de pie junto a una
llamativa vampira vestida con un traje de pantalón azul noche
hecho a medida y tacones altos. Era más alta que Madame
Dupledge, tenía el pelo corto y oscuro peinado hacia atrás y
mostraba una piel lisa y aceitunada, unos ojos marrones que
brillaban bajo unas cejas negras arqueadas y unos rasgos
fuertes y suaves. Tenía una de las caras más vivas que Dillon
había visto nunca. Tuvo la impresión de que se interesaba por
todo y que no se le escapaba nada. Mientras lo examinaba,
sintió que se le secaba la garganta.
Al sentir su falta de confianza, Madame Dupledge lo
presentó.
—Este es Dillon Halloran, nuestro VE del Pico Uno.
—Ah, así que tú eres Dillon. Felicidades, el primer dhampir
en unirse a VAMPS. He oído hablar mucho de ti.
Ella continuó examinándolo con un interés similar al de un
rayo láser, y él tuvo la sensación de que le estaba arrancando
las capas exteriores como si fuera una cebolla.
Dillon tragó saliva.
—Gracias… —Se interrumpió avergonzado al darse cuenta,
demasiado tarde, de que no sabía cómo dirigirse a ella.
Una ligera inclinación de la cabeza y una curva ascendente
de los labios indicaba que no estaba muy ofendida.
—Estoy deseando verte en acción más tarde.
Se le secó la garganta de nuevo y se le cerró el estómago
incluso más fuerte que antes.
—Sí. Sin duda habrá acción.
Con furia, se dio una patada a sí mismo. Menudo imbécil
que no sabe hablar.
Bram dio un paso adelante.
—Condesa Fassano —la saludó con su hermosa y bien
modulada voz, sonriendo con la suficiente sinceridad para no
parecer un adulador.
—Domnule Danesti, ma bucar sa te revad —le saludó,
deslizándose en rumano.
—Multumesc: usted también. Espero que su viaje haya sido
agradable. —Bram se inclinó y no pudo resistir una pequeña y
triunfante mirada de reojo a Dillon.
—Ah, sí, los nuevos helicópteros Blackhawk son una
delicia. —Sonrió—. Espero que estés disfrutando de tu nuevo
papel. Debes ser un gran apoyo para Dillon.
Los ojos de Bram se abrieron de par en par.
—Dillon solo tiene que pedirlo —respondió con suavidad.
Vaya, pensó Dillon, impresionado, es un gran actor.
—Me alegra oír eso. —Volvió a sonreír—. Estoy segura de
que veré la dedicación a tu papel en acción más tarde.
La mandíbula de Bram se tensó, pero logró sonreír.
—Por supuesto.
Volviéndose hacia el resto del grupo, saludó a Mahina y a
George, el VE del Pico Dos.
—Enhorabuena. He oído que ambos habéis destacado en
vuestros retos —dijo—. Mahina, hablaremos más tarde de tu
próximo nombramiento.
Los ojos de Bram brillaron de envidia mientras Mahina
resplandecía de satisfacción.
—Gracias, condesa.
La meliflua voz de Madame Dupledge sonó aún más
musical después de la de Bibiana, con un tono bajo y suave,
pero con mucho volumen.
—Tengo mucho que discutir con la condesa Fassano, pero
volveremos a reunirnos para beber sangre a medianoche, y a
continuación se celebrará el Desafío del Hielo para el Pico
Uno a las dos de la madrugada, como está previsto. Ahora
mismo el Sr. Hunt está con los últimos preparativos. Bram,
¿puedes informar al resto de los estudiantes del Pico Uno? Y
Dillon, ¿podrías mostrarle a la condesa Fassano su habitación
con ataúd en el cuarto piso, por favor?
Dillon sintió que se le revolvía el estómago; ¿de qué
demonios iba a hablar?
Bibiana le dedicó una pequeña sonrisa.
—Oh, Dillon, ¿tal vez puedas contarme cómo es unirse a
VAMPS siendo un dhampir?
Estaba claro que no necesitaba indicaciones. Mientras salía
del vestíbulo, Dillon se apresuró a alcanzarla, y los cuatro
guardaespaldas que cubrían la puerta y los ascensores se
pusieron en guardia y se dividieron en parejas delante y detrás
de ellos.
Madre mía, pensó Dillon, mirando sus enormes bíceps y sus
expresiones feroces, un montón de vampiros debían quererla
muerta.
—¿Vamos por las escaleras o por el ascensor? —murmuró,
nervioso.
—Tomemos el ascensor. Me gustaría visitar primero la zona
de la piscina: las vistas desde allí son increíbles.
Uno de los guardaespaldas del frente abrió las puertas del
ascensor y entró en primer lugar. Bibiana le siguió y el otro
guardaespaldas hizo un gesto a Dillon para que entrara.
Cohibido, se puso al lado de Bibiana mientras el segundo
guardaespaldas se unía a ellos; la condesa le indicó que
pulsara el botón de la undécima planta.
El aroma exótico y amaderado de Bibiana llenaba el
estrecho espacio del ascensor, haciéndole difícil pensar con
claridad. Con dificultad, miró a través de los lados de cristal
del ascensor y vio a Bram, con los labios apretados por la ira,
mirándole fijamente mientras salía por el pasillo.
Conteniendo una sonrisa, buscó algo que decirle a Bibiana.
—¿Era así antes? Quiero decir, cuando era estudiante —le
preguntó.
Ella se rio por lo bajo.
—No, estuve aquí hace más de cien años y era muy
diferente, más bien un cruce entre un fuerte y un castillo.
Dillon sintió que sus ojos se abrían de par en par. Por
supuesto, qué idiota. Él le echó una mirada de reojo: igual que
la profesora Sandhu, no parecía tener más de veinticinco años.
—¿Cuándo dejan de envejecer los vampiros? —preguntó sin
pensar.
Sonrió un poco.
—A los veintipocos. Es diferente para los dhampirs,
envejecéis, pero de una forma increíblemente lenta. Aunque es
posible que tu caso sea diferente, si los informes sobre tu
sangre son fiables.
—Ah, claro. —Se quedó en silencio durante un segundo
mientras asimilaba las implicaciones de aquello. ¿A quién no
le habían hablado de su sangre?
Las puertas se abrieron en el undécimo piso, pero ambos se
quedaron en el ascensor mientras los otros dos guardaespaldas
que habían tomado las escaleras comprobaban que el espacio
fuera seguro. A su señal, los dos guardaespaldas del ascensor
permitieron salir a Bibiana. Uno vigilaba la puerta y el otro, la
salida secreta a la azotea. Estaba claro que Cora no era la única
que lo sabía.
—Eh, sí. Para ser sincero, todavía no sé lo que significa —
admitió.
Se volvió hacia él, y se vio atrapado por la intensidad de sus
hipnotizantes ojos oscuros. Sin emitir palabras, se comunicó
con él, introduciéndose sin esfuerzo en su cerebro y
enviándole sus pensamientos: Significa que debes tener mucho
cuidado. Madame Dupledge te protegerá, pero siempre debes
estar en guardia. Es esencial que perfecciones tus habilidades
con rapidez y que estés preparado para utilizarlas. Tus
habilidades serán peligrosas si caen en las manos
equivocadas.
Incapaz de moverse o de apartar la mirada, tragó y asintió
con la cabeza para hacerle saber que lo entendía, pero en
realidad se sentía aturdido y no podía creer lo que acababa de
suceder. Parpadeó y la intensidad del momento se desvaneció,
y desvió la mirada hacia la ventana. De inmediato, sintió una
extraña sensación de pérdida. Se encontró anhelando que ella
volviera a mirarle con atención, pero, girándose con
brusquedad, se dirigió a los ascensores.
—Ahora tienes que prepararte para el Desafío.
—Condesa… ¿podría preguntarle algo? —inquirió Dillon,
aumentando el ritmo para alcanzarla.
Cuando ella volvió a mirarlo, una vez más sintió su increíble
poder, como si un reflector lo hubiera encontrado en la
oscuridad. Esta vez, habló.
—Depende de lo que sea.
—¿Sabe algo sobre el vampiro que fue expulsado de aquí el
año pasado y que desapareció?
Sus oscuras cejas se alzaron con sorpresa.
—¿Te refieres a Zach de Courtenay?
—Eh, sí.
Cuando sus ojos se clavaron en él, se sintió indefenso, como
si estuviera viendo la parte más profunda de su ser.
—Oh —dijo después de un par de segundos—. Su hermana,
Cora de Courtenay. ¿Lo preguntas por ella?
—Eh, sí —dijo, maravillado por su poder. No tenía sentido
tratar de ocultarle la verdad.
—Y si te lo digo, ¿te dará alguna ventaja?
Incapaz de apartar la mirada, asintió, sintiendo que sus
mejillas traicioneras se sonrojaban un poco. Se lo pensó un
segundo, tomando una decisión.
—Puedo decirte esto —susurró en voz baja, para que los
guardias no pudieran escucharla—, es un vampiro joven
excepcional.
Dillon, contuvo la respiración, esperando más, pero con la
más leve de las sonrisas ella se dirigió hacia el ascensor,
dejando claro que la conversación había terminado. Al
instante, los guardaespaldas se pusieron en guardia.
Al volver a entrar en el ascensor, Dillon se sintió aplastado
por el peso de su decepción. Bibiana no le había dicho nada
nuevo que pudiera ser de ayuda para Cora. Ahora nunca se la
ganaría por encima de Bram.
Bibiana también parecía perdida en sus pensamientos, y
descendieron al cuarto piso en silencio. Los ojos de sus
guardaespaldas se movían inquietos, buscando peligros
ocultos. Cuando Dillon la dejó fuera de sus habitaciones, ella
le dio las gracias.
—Te veré a la hora de beber sangre antes del Desafío del
Hielo —dijo—, y recuerda lo que te he dicho.
—Lo haré. Gracias… condesa.
19
Ceremonia de sangre
Los demás estaban en el pasillo de los ataúdes cuando regresó.
Evitando a Celeste, se unió a Sade, Bik y Jeremiah.
—Vaya, Dillon, estuviste a solas con la vampira más
poderosa del mundo. ¿Cómo ha ido? —se burló Jeremiah.
—¡Cállate! —sonrió Dillon.
—Bram y Celeste están como locos.
—¿Cómo es? —preguntó Sade, intrigada, pero manteniendo
las distancias.
—Intimidante —dijo Dillon—. Es como si pudiera ver a
través de ti. Los cuatro guardaespaldas del tamaño de una
montaña que vigilan cada movimiento tampoco ayudan.
—Dios, ojalá no viera el Desafío del Hielo —se quejó Sade
—. Es demasiada presión.
—La presión es buena, Sade —le recordó Bik—. Hace que
seas más exigente.
Sade negó con la cabeza.
—Depende de tu personalidad.
—Vas a estar demasiado ocupada usando ese cerebro que
tienes como para estar nerviosa —insistió Bik.
Jeremiah apartó a Dillon.
—¿De verdad es tan convincente como dicen? —preguntó
en voz baja.
—Más —Dillon sonrió.
Jeremiah negó con la cabeza.
—Oh, Dios. Eso sube las apuestas.
A medianoche, Celeste se acercó mientras iban de camino a
beber sangre.
—No te olvides de presentarme —susurró, y volvió a
alejarse antes de que Dillon pudiera responder.
La sala de ceremonias había sido transformada. Las luces
estaban bajas y cientos de velas en soportes de latón se
alineaban a lo largo de las mesas. Las bolsas de sangre, que
colgaban de los estantes a los lados de la sala, brillaban en rojo
bajo la luz intermitente. Las mesas habían sido dispuestas de
manera que había una larga mesa alta frente a seis mesas en
posición perpendicular. En cada asiento había copas de cristal
y servilletas de damasco.
Elias y sus ayudantes se apresuraron a dirigir a todos a sus
mesas. Los alumnos del Pico Uno estaban en las dos mesas de
la izquierda, los del Pico Tres en el centro y los del Pico Dos
en las mesas de la derecha. Aron y Fred se unieron a Dillon,
Sade, Jeremiah y Bik. Los Vampiros Electos y los Adjuntos se
sentaron en los asientos que se les habían asignado en los
extremos más cercanos a la mesa superior.
Había un murmullo de conversaciones en voz baja, llenas de
emoción a medio susurrar, y alguna que otra risa silenciosa.
Una vez que todos estuvieron sentados, el Sr. Hunt entró
acompañado de varios vampiros distinguidos. Dillon
reconoció al padre de Bram por su actitud altiva y su expresión
tan sombría y melancólica. Les seguía un séquito de vampiros
corpulentos y de aspecto amenazante, vestidos con ropa de
combate de color negro. El resto del personal de la escuela,
ataviado con capas hasta el suelo, entró en escena tras ellos.
Madame Dupledge y Bibiana fueron las últimas en llegar,
acompañadas por los guardaespaldas y por acompañantes para
VMI.
La frondosa cabellera de Madame Dupledge resplandecía de
un color rojo parecido al de las bolsas de sangre contra su
cremosa piel, y Bibiana merodeaba a su lado como una
pantera, evaluando la sala con sus ojos brillantes. Al
observarla, Dillon se dio cuenta de que estaba tensa y se
preguntó por qué. Tal vez, en su posición, estaría alerta en
todo momento. Todos se sentaron y se inclinaron hacia
delante, rígidos por la expectación.
—Bienvenidos al Desafío del Hielo —anunció Madame
Dupledge, rompiendo el silencio—. Este año tenemos el
privilegio de que la condesa Fassano haya hecho un hueco en
su apretada agenda para visitarnos. Observará el desafío y,
basándose en lo que vea, es posible que empiece a seleccionar
a aspirantes para el SSV.
La cara de Aron se volvió del color de la ceniza más pálida;
los ojos de Ásta ardieron de determinación.
—Como es tradición, iniciamos el Desafío con un brindis de
sangre para desear a los participantes del Desafío del Pico Uno
buena suerte y fuerza mental y física.
El equipo de Elias comenzó a entregar bolsas de sangre
individuales a la mesa superior y Dillon estiró el cuello para
ver lo que bebía Bibiana. Estaba demasiado lejos para ver la
etiqueta, pero entonces, mientras se servía al resto de las
mesas, se dio cuenta de que habían quitado la etiqueta del
grupo sanguíneo y la habían sustituido por su nombre. Su
grupo sanguíneo idóneo era un riesgo para la seguridad y se lo
mantenía en secreto.
Después de que todos los asistentes, excepto Dillon,
hubieran recibido su dosis de sangre, el profesor Dukan entró
en la sala donde se almacenaba la sangre y salió un minuto
después, con una única bolsa que llevaba con gran veneración.
La sala enmudeció y todos los ojos observaron cómo el
profesor Dukan le pasaba la sangre.
—Gracias —murmuró, tenso por la vergüenza.
—Sé muy cuidadoso cuando la viertas —dijo el profesor
Dukan—, y dame la bolsa justo después.
Inclinó la cabeza hacia Madame Dupledge.
—Podéis serviros —dijo Madame Dupledge.
Angelo, que se retorcía por el esfuerzo de contenerse, fue el
primero en abrir su bolsa y llenar la copa, Jeremiah le siguió
de cerca. A medida que el aroma a sangre llenaba el aire, los
colmillos se disparaban por todas las mesas. Tan solo la mesa
superior y algunos de los vampiros del Pico Tres parecían
capaces de controlarse.
Mientras el profesor Dukan se mantenía detrás de él, Dillon
vertió la Sangre Dorada en la copa con la mano temblorosa,
siguiendo el ejemplo de sus compañeros. Al instante, sus
colmillos salieron disparados y, cuando el olor se difundió en
el aire, Jeremiah y Sade, que estaban más cerca, tragaron con
fuerza, y sus fosas nasales se abrieron de par en par.
Madame Dupledge levantó la copa.
—Por un Desafío del Hielo lleno de éxito —entonó—. Que
la sangre os dé fuerza y honor.
El salón quedó en silencio, excepto por los sonidos de
sorbos y suspiros de placer. La mesa superior, que tenía años
de práctica, bebía a sorbos con un control muy perfeccionado
y, cuando Dillon inclinó su vaso, se dio cuenta de que Bibiana
le observaba con atención. Intentó beber con calma, pero en
cuanto la Sangre Dorada llegó a su garganta, el ansia se
apoderó de él y engulló el resto, deleitándose con el exquisito
sabor. Cuando el fuego dorado le abrasó la garganta, y
segundos después sus arterias, la visión se le nubló y se
tambaleó.
Rápido, el profesor Dukan tomó el vaso antes de que se le
cayera.
—Agacha la cabeza un momento, Dillon —le susurró.
Podía sentir los ojos de Bibiana clavados en él y, con la
visión ultramejorada que había desarrollado después de haber
bebido sangre, se centró en el patrón de la servilleta. Mientras
seguía una delicada puntada tras otra, escuchó a Bibiana.
Rápido, concéntrate. Debes conseguir un control total de tu
mente y de tu cuerpo.
Levantó la cabeza y la miró con atención. Ella asintió antes
de girarse y entablar una conversación con el vampiro que
estaba a su lado.
—Guau —exhaló Dillon.
Jeremías le puso una mano firme en el hombro.
—¿Estás bien?
—Sí. —No podía decirle que Bibiana acababa de hablarle
con la mente otra vez.
Madame Dupledge se puso de nuevo en pie.
—Ahora, es el momento de revelar los equipos. —Hizo una
pausa, dejando que la expectación aumentara—. Equipo
Halcón: Dillon, Ásta, Cora, Jeremiah, Sade y Frederick… —
Ásta siseó como un gato enfadado, y Madame Dupledge se
detuvo para mirarla—. Equipo Águila: Bram, Celeste, Aron,
Angelo, Bik y Ace.
—¡Sí! —Bram, Ace y Celeste agitaron los puños mientras la
sala estallaba.
—Lo siento, vampiros, supongo que os ha tocado la pajita
más corta —se disculpó Fred.
—No seas tonto, Fred —lo tranquilizó Dillon, casi delirando
de alivio por tener a Cora, Jeremiah y Sade de su parte—.
Trabajaremos juntos y ganaremos.
—Felicidades, equipos. —De alguna manera, la voz suave y
ronca de Bibiana se las arregló para abrirse paso entre el ruido.
Su poderosa presencia hizo que todo el mundo se inclinara,
esforzándose por captar cada palabra, provocando un silencio
instantáneo en la sala—. Estoy encantada de estar aquí y estoy
deseando presenciar un impresionante espectáculo de
resistencia física y agilidad mental. El Desafío del Hielo está
diseñado para llevaros hasta vuestros límites y más allá. La
intención es enseñaros lecciones valiosas sobre vosotros
mismos y cómo conquistar vuestros miedos.
Dillon vio que Sade se mordía el labio.
—Mi principal consejo es que lo hagáis lo mejor posible a
nivel individual, pero siempre asegurándoos de que vuestros
mejores esfuerzos son para el bien de vuestro equipo. Buena
suerte.
Se produjo una pausa y después la sala se convirtió en un
bullicio de conversaciones. Dillon volvió a sentirse
desamparado. Era como si su hipnotizante voz hubiera tejido
un hechizo reconfortante a su alrededor y ahora se lo hubieran
arrancado de golpe.
—Gracias, condesa. Sin duda, sabias palabras. —La sala se
calmó una vez más mientras Madame Dupledge seguía
hablando—. Picos Dos y Tres, podéis esperar aquí. Nos
reuniremos en el embarcadero junto al lago a las dos de la
madrugada. Alumnos del Pico Uno, ya podéis iros. El Sr. Hunt
os dará las últimas indicaciones y el equipo.
Las sillas rechinaron cuando todo el mundo se levantó.
Varios alumnos de los picos Dos y Tres le dieron una palmada
en la espalda a Bram cuando salió, y este compartió una breve
y tensa mirada con su padre.
Mientras Dillon le seguía, Mahina extendió la mano y le
tocó el brazo.
—Buena suerte —murmuró—, y cuídate las espaldas. Hay
mucha competencia ahí fuera.
—Gracias —murmuró, otro ataque de nervios le golpeó el
estómago—. Lo intentaré.
Cora, que estaba a su lado, le frunció el ceño.
—Tú sabes mucho sobre eso —le espetó.
Dillon miró a Cora con sorpresa y luego recordó que Mahina
había tenido algo que ver con la caza del hermano de Cora,
Zach; el hermano del que aún no sabía nada.
20
Sangre congelada
El Sr. Hunt, acompañado por Borzak y Chiro, se reunió con
ellos en el gimnasio. No había ni rastro de los corpulentos
agentes del SSV. Dillon supuso que se estarían preparando en
el lago.
—Este es vuestro equipo. —Señaló doce mochilas negras
colocadas en un círculo en el suelo—. Incluyen un traje
impermeable, un GPS y una pulsera para las estadísticas
vitales, una pequeña dosis de sangre individual para repostar
en caso de emergencia, gafas de sol por si os quedáis atrapados
después del amanecer y una sierra de nieve. Vosotros
decidiréis si necesitáis usar algo de esto y en qué momento. Ya
podéis poneros los trajes para la prueba. Las botas de peso
ligero están junto a vuestras mochilas.
En silencio, se desnudaron hasta quedarse en ropa interior
para cambiarse. Mientras se ponía el traje, Dillon vislumbró a
Cora y sintió una oleada de calor. Dios, estaba increíble.
Enseguida se dio la vuelta y sintió los ojos burlones de Ásta
puestos en él.
—Bonita cadena, Dillon. ¿Cómo no me había fijado antes?
Sonrió cuando él levantó la vista.
Cohibido, se la metió por dentro del traje y se subió la
cremallera hasta el cuello.
—¿De dónde la has sacado?
—Me la regaló mi padre justo antes de venir aquí. Supongo
que para la buena suerte.
—Parece vampírica. —Se acercó y, bajándole la cremallera,
sacó la cadena, apoyándola en sus dedos flexionados—. Estoy
bastante segura de que es un antiguo diseño vampírico. Mira el
complejo trabajo con el metal, y esa piedra es impresionante.
Debe valer mucho. ¿Quién era tu madre?
Dillon se dio cuenta de que Bram lo había oído y estaba
observando con disimulo.
—No lo sé. No la recuerdo.
Se la quitó de los dedos y volvió a subirse la cremallera.
Vestidos de negro de los pies a la cabeza, de pronto parecían
miembros del SSV; la única característica que los distinguía
era el escudo de VAMPS en la parte delantera del traje. Dillon
cerró la cremallera de las gafas de sol y se metió la dosis de
sangre en los bolsillos especiales del pecho y las caderas. Lo
último que se puso fue la pulsera con el GPS, la cual se ató
con fuerza a la muñeca, esperando que funcionara mejor que la
que había usado para la prueba de vuelo.
—Escuchad todos —continuó el Sr. Hunt—, no voy a repetir
estas instrucciones. Hay un dron submarino operativo bajo el
hielo del lago. Ha sido colocado allí por un grupo de vampiros
renegados que los utilizan para el contrabando de cocaína y
sangre en el mercado negro. En este caso, lo están usando para
ocultar una sangre rara e inteligencia robada. Vuestra tarea es
localizar el dron, extraer la sangre y los datos. No destruyáis el
dron ya que nos proporcionará información útil. Puede ser una
trampa y es probable que esté custodiado de alguna manera.
Recordad, los renegados os herirán e inmovilizarán sin reparo
alguno: ya se ha puesto en riesgo a un vampiro de alto rango
para obtener la información. Al igual que en la prueba de
vuelo, no llevéis vuestros teléfonos, ya que las señales pueden
ser rastreadas y podrían suponer una amenaza para la
seguridad de la posición secreta de VAMPS.
—Mentira. —Fred carraspeó en voz baja, odiaba tener que
separarse de su teléfono durante un segundo.
—El primer equipo que regrese con la sangre intacta y todos
los miembros de su equipo será el ganador. El Equipo Halcón
encontrará más instrucciones en el lado oeste del lago, y el
Equipo Águila, en el lado este. Os daré las coordenadas de la
ubicación justo antes de que os vayáis. Allí tendréis toda la
información técnica sobre el dron y su posición. Encontraréis
vuestras bases a pie, empezando por una carrera por la
montaña. NO podréis volar hasta que encontréis las
instrucciones. Tenéis que conservar la energía para las últimas
pruebas del desafío. Las únicas otras reglas que hay son evitar
el contacto con los humanos y permanecer dentro del radio de
treinta kilómetros. Borzak, Chiro y yo estaremos haciendo de
árbitros en caso de que haya algún problema. Los drones
aéreos también estarán grabando las pruebas para los
espectadores, pero, por lo general, ahora estáis solos.
Competid en equipo para ganar.
Dillon tragó saliva y miró a los demás; ahora no había gritos
ni choques de manos ni siquiera entre los vampiros más
competitivos. Levantó la mano.
—¿Los renegados que custodian el dron son reales?
El Sr. Hunt frunció el ceño.
—Son agentes veteranos del SSV a los que se les ha dicho
que actúen como si fueran renegados de verdad. Lo único que
no se les permite utilizar son armas o estacas. Se espera que
los ataquéis u os defendáis como lo haríais en un combate real.
—Claro está que aún no somos lo bastante buenos como
para enfrentarnos a profesionales tan entrenados —argumentó
Sade.
—Esa es la cuestión, Sade —dijo el Sr. Hunt—. Estamos
poniéndoos a prueba.
Sade abrió la boca como si quisiera decir algo más y la
volvió a cerrar al pensárselo mejor.
—Separaos en vuestros grupos —ordenó el Sr. Hunt—. Es
casi la hora de salir. Aquí están las coordenadas de los
paquetes con la información. Memorizadlas y destruidlas.
Dillon tomó las coordenadas y se unió a Sade, Jeremiah,
Cora, Ásta y Fred. Sade las estudió con atención durante un
minuto.
—De acuerdo —dijo, señalando un punto en el mapa—. Lo
tengo.
—¿Estás segura? —Ásta miró el mapa—. No queremos
meter la pata antes de empezar.
—Si Sade dice que lo tiene, lo tiene —soltó Dillon.
Ásta enarcó las cejas.
—Cálmate, Dillon. Solo estoy comprobándolo.
—Está bien —interrumpió Sade—. Lo tengo, Ásta.
—Genial. —Ásta se encogió de hombros.
—¿Todo el mundo listo? —preguntó Jeremiah.
Todos asintieron.
—Dillon y Bram son los líderes por defecto —dijo el Sr.
Hunt—. Pero —sonrió con malicia— si el equipo siente que
no están haciendo un buen trabajo, pueden votar para que haya
un líder alternativo en el desafío.
Bram sonrió, seguro de que nadie querría destituirlo. Dillon
palideció, pero Jeremiah le dio un golpecito tranquilizador en
el brazo.
—Vamos a hacer esto —dijo Jeremiah.
—Será mejor que te pongas a ello, Dillon —le advirtió Ásta.
—Gracias, Ásta. —Dillon frunció el ceño—. Tú sí que sabes
cómo fortalecer a alguien.
Ella le devolvió la mirada.
—Quiero ganar.
—Todos queremos, Ásta —le recordó Sade.
—Sí, pero algunos más que otros —dijo Ásta, y entrecerró
los ojos hacia Fred—. Si Dillon gana, tendrá que pagar mucho.
—¡Ásta! —exclamó Dillon—. Él no haría algo así, ¿verdad,
Fred?
—¡Claro que no! —exclamó Frederick.
Dillon lo miró a los ojos fijamente.
—¿Frederick?
—No lo haré. —Fred se enfadó—. Pero no me culpes si no
puedo seguiros cuando estemos volando.
—Escucha con atención —gruñó Ásta—. Si lo arruinas, te
mato.
—No hace falta, Ásta —exclamó Cora, rodeando a Fred con
un brazo—. Vas a hacer todo lo que puedas para ayudar, ¿no es
así, Fred?
Cuando los hermosos ojos de ella le sonrieron, Dillon vio
cómo se derretía. Si había estado dividido entre sus apuestas y
hacerlo bien, con una mirada profunda, Cora lo había llevado
por el buen camino.
—Claro que lo haré.
—Quédate conmigo, yo cuidaré de ti.
Dillon reconoció la devoción de Fred en sus ojos. Los
vampiros seguirán a Cora hasta el fin del mundo, pensó.
Había algo en ella. Algo que hechizaba.
—Yo también te cubriré la espalda, Fred —dijo Jeremiah—.
Solo mantén tu parte del trato y hazlo lo mejor que puedas.
—Hora de irse —dijo el Sr. Hunt—. Pasaremos por la salida
de emergencia del sótano, ya que está en la parte frontal de la
montaña y tendréis acceso directo al lago.
En silencio, los dos grupos le siguieron a través de una
puerta situada en la parte trasera del gimnasio que conducía a
una escalera de hormigón que Dillon no había visto nunca
antes. Borzak y Chiro les esperaban al final y abrieron una
pesada puerta con un impresionante sistema de seguridad. Más
allá había un pequeño túnel que había sido excavado en la
cueva con una pared de roca lisa al final. Las cámaras de
seguridad y las luces contra intrusos se alineaban en las
paredes.
—Preparaos —indicó el Sr. Hunt—. Recordad que tenéis
unas cuatro horas hasta el amanecer para completar el reto.
Los equipos se alinearon. Dillon podía sentir cómo la Sangre
Dorada recorría su cuerpo, y al mirar a su equipo vio a Ásta a
su lado, a Sade manteniendo la distancia con cuidado y luego a
Cora, Fred y Jeremiah, y sintió que el peso de la
responsabilidad estaba a punto de aplastarlo. Tenía que hacerlo
bien, por ellos. Iba a demostrar que era el líder que necesitaban
y a consolidar su posición como VE.
Borzak pulsó un botón y se puso en guardia mientras la
pared de roca se deslizaba hacia atrás con una ráfaga de aire
agudo procedente de la montaña. El cielo salpicado de
estrellas apareció por detrás y Dillon se inclinó hacia delante
sobre las puntas de los pies, con el cuerpo tan tenso como la
cuerda de un arco.
—¡Adelante! —rugió el Sr. Hunt.
Después de toda la tensión, fue un alivio poder hacer un
sprint. Salieron disparados por la entrada y, desbordándose
como una cascada sobre el borde, corrieron por la montaña.
Después de tantas pruebas y adversidades, Dillon se emocionó
ante la velocidad y la potencia vampírica de sus músculos
mientras bajaban a toda prisa por la escarpada cara de la
montaña cubierta de nieve.
En casa, se veía obligado a reducir la velocidad cuando la
nieve del invierno cubría el paisaje alrededor de la casa de
campo y el camino hacia el mar se volvía traicionero. Ahora,
sus pies encontraban su sitio sin problemas y en el silencio
todo lo que podía oír eran jadeos y gruñidos de vez en cuando
y un suave crujido cuando sus pies aterrizaban con ligereza en
la nieve y volvían a despegar. En algún lugar por encima de
ellos se oyó el débil zumbido de un avión sin tripulación
capturando la acción para los espectadores. Miró a ambos
lados, comprobando que todos los miembros del equipo
siguieran el ritmo, tomándose tiempo para ofrecerle un rápido
gesto de ánimo a Fred. Por un segundo, disfrutó de la
sensación de trabajar en equipo y del simple placer de la
fuerza y la velocidad de sus músculos. Se preguntó si era así
como se sentían los lobos cuando corrían en manada.
En pocos minutos llegaron a la altura del lago, cuatro mil
metros por debajo de la academia, y los dos equipos se
abrieron en abanico hacia la izquierda y hacia la derecha,
corriendo con la gracia de un guepardo por el hielo reluciente
y cubierto de nieve.
—A esta velocidad, no deberíamos tardar en llegar al lugar
donde se esconde la información. Parecía que estaba más o
menos en la mitad del lago —dijo Jeremiah en voz baja.
—Bien, permanezcamos juntos y lleguemos allí tan rápido
como podamos. Quedaos cerca del borde en caso de que
necesitemos cubrirnos —dijo Dillon en respuesta.
Ahora sí que volaban, sus pies apenas tocaban el hielo, y
Dillon sintió otra oleada de euforia. Era como si tuviera
muelles en las piernas y su cuerpo fuese tan ligero como una
pluma. Acababa de correr una carrera de diez mil metros y no
le faltaba ni un ápice de aire.
—Debería estar cerca —dijo Sade después de correr a toda
velocidad durante unos diez minutos—. Reconozco la
topografía del mapa. Estaba justo al lado del lago, justo antes
de esa gran saliente.
Se deslizaron por el hielo, deteniéndose y escudriñando la
inmensa superficie de hielo.
—Aquí no hay nada —gruñó Ásta.
Sade sacó su mapa y examinó la empinada ladera de la
montaña durante un momento.
—Estoy segura de que es aquí —insistió—. Debe estar más
arriba.
—Parece que podría haber algo allí —dijo Jeremiah,
señalando una zona sombría en mitad del camino.
—Aquí abajo no hay nada, así que subamos rápido —aceptó
Dillon, mirando al cielo—. Aquí somos vulnerables.
—Podríamos volar hasta allí en segundos —señaló Fred.
—Podríamos —coincidió Dillon—. Pero Hunt dijo que no
voláramos hasta que llegáramos al punto de información. —
Hizo una pausa, señalando el avión no tripulado que se cernía
sobre ellos—. Y nos vigilan todo el tiempo. Tendremos que
escalar. ¿Estáis todos de acuerdo?
El grupo asintió. Ásta y Cora, las mejores escaladoras del
grupo, tomaron la delantera, trepando por la empinada roca
cubierta de nieve con facilidad. Frederick se quedó atrás.
Dillon le oyó maldecir al resbalar un par de veces, pero siguió
el ritmo. Ásta gritó con suavidad al llegar a una pequeña
saliente.
—¡Debe ser aquí!
Había una brecha negra bordeada de carámbanos que apenas
era visible.
—No hagas ruido hasta que estemos dentro —advirtió
Dillon y se arrastró hacia adentro—. ¡Vaya, mirad qué tamaño
tiene!
Incluso en la oscuridad, cuando se enderezó, pudo ver que
era enorme. Una vez que estuvieron todos dentro, encendieron
las linternas y las profundas y brillantes paredes azules se
iluminaron como un mar en movimiento, congelado en el
tiempo.
—Es impresionante —coincidió Sade, dándose la vuelta—.
Es como una catedral hecha de hielo.
—Vamos, esto no es una excursión para hacer turismo —
espetó Ásta, señalando una maleta negra a un lado—. Las
instrucciones deben estar ahí.
Abrió las cerraduras y sacó una carpeta impermeable.
Dentro había anotaciones al estilo de los servicios de
inteligencia y la posición estimada del contrabando escondido.
—Ven aquí, Sade —le pidió, y Dillon sonrió para sí mismo.
Sade había demostrado claramente su valía. Había escaneado
el mapa en cuestión de segundos.
—Está en el lado más alejado del lago, más lejos que la
academia. La única manera de llegar allí sin que nadie nos
detecte es por debajo del hielo —anunció.
—Mierda. Ese lago tiene al menos veinte kilómetros de
largo —maldijo Dillon—. ¿En serio podemos hacer eso?
—Dillon, nadamos rápido. Vale —dijo Cora—. Ya estamos
a mitad de camino.
—Es verdad, pero no somos del todo invencibles al frío —
advirtió Sade—. Somos rápidos, pero empezará a
ralentizarnos.
Y en algún momento tendré que respirar, pensó Dillon.
—Deberíamos intentar abrirnos paso desde abajo —sugirió
—. No queremos que todo el equipo quede perdido bajo el
hielo.
—Oh, vamos. No seas cobarde, Dillon —gruñó Ásta—. El
otro equipo habrá nadado la mitad del lago mientras nosotros
estamos haciendo jodidos agujeros de salida de emergencia.
—Creo que valdrá la pena —insistió Dillon.
Ásta le miró fijamente, con las manos en la cadera.
—No tenemos que subir a respirar, Dillon; es una pérdida de
tiempo para todos, excepto para ti.
Dillon sintió que se le contraía el estómago.
—De acuerdo —aceptó al fin—. Nadaremos tan cerca de la
superficie del hielo como podamos. Así, podremos abrirnos
paso si algo va mal.
—Genial. —Ásta se levantó de un salto.
—¿Los demás estáis de acuerdo? —preguntó Dillon—. Solo
una cosa más, el GPS no funciona bajo el agua, ¿cómo vamos
a saber a dónde vamos.
—Somos vampiros. Tenemos un sentido de la orientación
innato —dijo Ásta con impaciencia.
Sade volvió a examinar el mapa.
—Se alinea con el pico más alto del lado sur. Es el que
sobrevolamos durante nuestro primer vuelo hasta aquí. Mira
—señaló el mapa—, es bastante característico. Parece una
especie de corona, un gran pico flanqueado por dos picos más
pequeños. Tenemos que nadar hacia el sur. El contrabando está
a entre uno y dos kilómetros de la orilla sur. Solo tenemos que
esperar a que emita una señal de sonar y seamos capaces de
captarla. Si no, va a ser un poco como buscar una aguja en un
pajar.
A Dillon se le volvió a revolver el estómago.
—¿No sería más lógico nadar por la orilla, aunque sea más
largo? —preguntó.
—Tiene veinte kilómetros de longitud, pero si rodeamos la
costa son unos cincuenta —calculó Sade.
—Vamos, Dillon —dijo Ásta—. Deja de perder el tiempo.
Tomemos la ruta más rápida y lleguemos antes que los demás.
—Solo me estoy asegurando de que no haya una forma más
inteligente —respondió Dillon.
—¿Cuál es el plan si encontramos el contrabando primero?
—preguntó Frederick.
—Salir volando de allí a toda hostia —dijo Cora,
sonriéndole.
—¡Basta de planear! —gritó Ásta—. Nos encargaremos de
ello cuando ocurra. Volar es más rápido. Nadar es menos
detectable. Tomaremos una decisión.
—Muy bien, recordad, si nos separamos o algo va mal antes
del amanecer, nos reuniremos aquí —les recordó Dillon.
Se inclinó hacia Sade mientras ella guardaba la información
en su traje y le susurró al oído.
—¿Cuánto tiempo crees que tendré bajo el hielo?
Ella apartó la cabeza.
—Una media hora generosa, tal vez más. Tu sistema
vampírico puede asumir el control en su totalidad —murmuró,
tapándose la nariz con la mano.
—Vale, gracias. —Él también se apartó, apenado por el
hecho de que ella siguiera sin soportar estar cerca de él.
Uno a uno, salieron de la cueva glacial y arrancaron,
descendiendo en picado hacia el hielo como si fueran
golondrinas.
Mientras se tambaleaba hacia la superficie, Frederick gritó:
—¡Sí, nena!
—¡Cállate, idiota! —siseó Ásta.
Trabajando tan rápido que su brazo se desdibujó, Jeremiah
clavó la sierra en el hielo y cortó un triángulo alrededor.
Después agarró la sierra y tiró con fuerza, los bíceps se le
hincharon Con un pop, el triángulo de hielo salió volando y él
se tambaleó hacia atrás.
—Bien hecho —aprobó Ásta.
Dillon se estremeció; el agujero reveló un siniestro triángulo
de agua negra como la tinta.
—Ásta, tú vas a la cabeza, después Cora, luego Fred, luego
Jeremiah, y luego Sade, y yo iré en la retaguardia. Manteneos
juntos… —Se interrumpió cuando Ásta se sentó en el borde
del agujero de hielo y se sumergió con los pies por delante. Un
segundo después, zambulló como un delfín, sus pies quebraron
la superficie con un arco de gotas de agua y desapareció.
Dillon sintió que el corazón se le helaba. Por un segundo,
vislumbró su inquietante y sombría figura bajo la superficie
del hielo antes de que desapareciera de nuevo. Cora la siguió,
cayendo al agua y emergiendo como una foca, con el pelo
hacia atrás y los ojos desorbitados por la euforia.
—Lo de ahí abajo es impresionante —jadeó antes de volver
a sumergirse.
Uno a uno la siguieron hasta que solo quedó Dillon. A pesar
de su miedo a quedar atrapado, no tuvo más remedio que
sumergirse en las oscuras profundidades tras ellos. No podía
abandonar a su equipo.
El agua fría le golpeó, y su torso se contrajo como un torno.
Estaba acostumbrado a nadar en el Atlántico, pero esto era
algo muy diferente. Al instante, entró en pánico y salió a la
superficie, jadeando. No puedo hacer esto, pensó. Voy a
fracasar delante de todo el mundo. El leve zumbido del dron
que estaba encima le hizo volver en sí. Inspirando hondo, se
sumergió de nuevo y esta vez sí estuvo preparado. Comenzó a
patalear con fuerza tras Sade. Mirando hacia atrás, luchó
contra una oleada de claustrofobia, el agujero ya era apenas un
pequeño destello de luz.
—Puedes hacerlo —gruñó con los dientes apretados,
introduciéndose más en el agua.
Casi podía ver a Sade delante, y se estiró, una vez más,
maravillado por el poder de sus miembros. No sintió la
necesidad de respirar mientras surcaba el agua. El hielo filtró
la luz de la luna que brillaba en la superficie, dándole al agua
un color místico y opaco. Nadó hasta la parte más baja del
hielo, maravillándose con los patrones de burbujas atrapadas y
las esculturas de hielo espectrales que se proyectaban hacia
abajo. Era un mundo diferente, hermoso, solitario y pacífico.
Lo único que podía oír eran los extraños crujidos del hielo y el
silbido de sus extremidades dibujando arcos en el agua.
Ahora los pies de Sade estaban justo delante de él, y podía
ver las figuras fantasmales de los demás alineados delante de
ella. Sintió que se dirigían hacia el sur, tal y como estaba
previsto. El hielo pasaba a toda velocidad por encima de él, y
se dio cuenta de que tenían que estar nadando a una velocidad
increíble. Durante un rato, perdió la noción del tiempo,
arrullado por la increíble paz subacuática.
Poco a poco, se dio cuenta de que empezaba a sentir el frío y
una dolorosa sensación de calambres empezó a recorrer sus
piernas. Cuando los límites de su visión comenzaron a
difuminarse, acabó reconociendo que se estaba quedando sin
oxígeno. Era evidente que la Sangre Dorada no le permitía
llegar más lejos.
Dio una fuerte patada y se estiró para agarrar la bota de
Sade. El blanco de sus ojos brilló en el agua inquietante,
iluminada por la luna mientras ella miraba hacia atrás. Dillon
señaló el hielo y se pasó un dedo por la garganta. Pateó hacia
adelante y golpeó la bota de Jeremiah y poco a poco todos se
detuvieron, pataleando en el agua. Ásta frunció el ceño y
señaló hacia adelante.
Jeremiah apuñaló el hielo de arriba con su sierra. Apenas lo
abolló. Pasó las manos por el hielo hasta llegar a una gran
burbuja aprisionada y lo intentó de nuevo. El hielo era más
débil y la sierra lo atravesó lo suficiente como para forzarla a
entrar, pero, a pesar de su enorme fuerza, le costó mucho
esfuerzo desde abajo. Dillon empezó a entrar en pánico.
Mientras su pecho se convulsionaba, arañó el hielo.
Serpenteando como un tiburón a través del agua, Cora nadó
hasta a él. Sus ojos se fijaron en los de él, estabilizándolo
mientras abría la cremallera del bolsillo de su pecho y sacaba
la inyección de sangre. Por un segundo, Dillon se quedó
congelado al ver que se la metía en la boca y mordía el
precinto para romperlo.
—¿Qué demonios estás haciendo? —Un torrente de
burbujas salió de su boca mientras maldecía.
Por un segundo, sus ojos se abrieron de par en par al darse
cuenta de que la dosis de Dillon contenía Sangre Dorada, y la
vio estremecerse mientras luchaba por no tragársela. Apretó
los labios contra los de él y expulsó la sangre de su boca hacia
la suya. La electricidad instantánea cuando sus labios se
tocaron hizo que el trago de sangre recorriera su torrente
sanguíneo, bombeando la preciada Sangre Dorada y el
suministro de oxígeno que esta le proporcionaba, y recargando
las partes de su cuerpo que habían empezado a apagarse.
Durante unos segundos de felicidad, se olvidó de los demás
e incluso de la importancia del desafío. No quería dejarla ir,
pero ella se apartó, dejándole perdido y confuso. «¿Estás
bien?», le preguntaron sus ojos y él asintió.
Ásta se acercó nadando y les hizo un gesto de impaciencia
para que se dieran prisa. Cuando empezaron a atravesar el
agua de nuevo, Sade se apartó y adelantó a Fred para unirse a
Ásta en el frente. Un débil grito que resonó en el agua le
indicó que el otro equipo iba por delante de ellos y se maldijo
por haberlos retrasado. A lo lejos, podían ver al otro grupo, los
seis nadaban con rapidez en una línea horizontal. Era evidente
que también habían decidido que la opción más segura era
mantenerse bajo el hielo para no ser detectados.
Dillon alcanzó a Ásta y señaló hacia abajo. Haría más frío a
mayor distancia de la superficie, pero serían menos visibles y
podrían nadar por debajo de los demás. En silencio, se
sumergieron y, nadando juntos esta vez, se movieron con
facilidad por el agua. Dillon sintió una repentina ráfaga de
confianza inducida por la Sangre Dorada: iban a ganar esto.
El otro equipo estaba a unos cien metros de distancia,
nadando cerca del hielo y zigzagueando entre las salientes de
hielo que estaban hacia abajo. Sin obstáculos, ocultos en las
oscuras profundidades, el equipo de Dillon los estaba
alcanzando. Sade dio un golpecito en su oído indicando que
debían empezar a escuchar el dron.
El agua oscura y profunda parecía una tumba y, con las
repetitivas brazadas a través del agua, se permitió flotar a
propósito hacia un estado de trance. Su mente vagó y, de
repente, sin previo aviso, captó los feroces pensamientos de
Bram, obsesionado con vencerle. Parecía que la Sangre
Dorada que acababa de tomar le había hecho más receptivo, tal
y como Madame Dupledge había predicho. Solo que no se
había dado cuenta antes. Se estremeció cuando un ruido
extraño y crepitante viajó a través del agua y advirtió que
Bram estaba proyectando su energía para intentar localizar el
dron. Dillon sonrió para sí mismo mientras sentía la
frustración de que no funcionara.
Entre la cacofonía, unos débiles pitidos electrónicos
parpadearon en su cerebro. Hizo una señal a los demás para
que se detuvieran y escucharan. Juntos, formaron un círculo,
flotando boca abajo mientras Dillon enfocaba su mente hacia
los pitidos. Confiando en que los tenía localizados cerró los
ojos y comenzó a nadar de nuevo. Sintió que Cora y Sade
estaban a su lado mientras cambiaba de dirección, hacia el
suroeste.
El frío glacial estaba empezando a afectar a sus sistemas
vampíricos y Fred se esforzaba por mantener el ritmo.
Consciente de que el otro equipo estaba todavía por encima de
ellos pero aún no había captado el sonar, se sumergieron de
forma silenciosa en la oscuridad. A medida que la visibilidad
disminuía, se mantuvieron cerca, tanteando el agua como lo
habían hecho en la prueba sensorial hacía unas semanas.
Al cerrar los ojos y concentrarse en las señales del sonar,
cada vez más fuertes, Dillon se detuvo. Pudo distinguir algo
que parecía una mininave espacial anidada en la maleza del
fondo del lago. De un centro cilíndrico con cúpula de cristal
sobresalían cuatro patas que sostenían unas pequeñas palas
giratorias. No había cables, pero sí lo que parecían ser
sensores y una luz intermitente. Debajo de la cúpula de cristal,
pudieron ver un paquete bien envuelto.
Frederick, que de pronto se había reactivado, hizo un círculo
con el dedo y el pulgar y asintió con la cabeza antes de
acercarse y pasar con suavidad un dedo por la superficie de la
cúpula. Un ruido punzante, distorsionado por el agua de una
forma extraña, se disparó y el dron salió hacia la superficie.
Jeremiah extendió uno de sus largos brazos y se agarró a él,
pero el frío había debilitado su extraordinaria fuerza y lo
arrastró de costado por el agua. Dillon y los demás, con los
miembros como si fueran de plomo y los corazones de
vampiro a punto de estallar, se esforzaron por alcanzarlo
mientras el dron se acercaba a la superficie a toda velocidad,
creando torrentes de burbujas con la ayuda de los rotores.
Alertados por el sonido, y no tan debilitados por la
temperatura de la profundidad del agua, el equipo de Bram se
dirigió en torpedo hacia ellos y Aron aplastó el talón de su
mano en la barbilla de Jeremiah. La cabeza de Jeremiah se
disparó hacia atrás, pero se las arregló para mantenerse sujeto
el dron mientras Aron daba vueltas para atacar de nuevo.
Con el ceño fruncido por la furia, Ásta encontró la fuerza
para atacar a Aron por detrás, haciéndole retroceder en el
agua. Ellos estaban cerca de la superficie, y Dillon vio que el
dron estaba apuntando a un brillante agujero circular en el
hielo de casi medio metro de ancho. Fuera lo que fuere lo que
les esperara arriba, al menos no estarían atrapados bajo el
hielo.
Ace se abalanzó hacia adelante cuando el dron tocó la
superficie y logró romper el agarre de Jeremiah. Ambos
equipos vieron cómo daba vueltas, y los minirrotores lo
elevaron de la superficie del agua como si fuese un
helicóptero. Si la situación no hubiera estado tan tensa, la
expresión de asombro de Frederick habría sido cómica. Bram
reaccionó más rápido y se lanzó tras él. Dillon le siguió un
segundo después y, al acercarse al agujero en el hielo, cerró los
ojos para encontrar la chispa de energía que necesitaba para
volar. Bram fue el primero en atravesar el agujero con una
lluvia de gotas de agua y se elevó hacia el cielo estrellado.
Dillon salió a la superficie justo después y jadeó cuando el aire
frío descargó la energía de su cuerpo. Volvió a meterse por el
agujero y se estrelló contra Ace y Ásta, haciéndolos caer de
nuevo al agua.
Cora se dio cuenta de lo que había pasado y salió disparada
tras Bram. Desde debajo de la superficie del agua, Dillon la
vio emerger por el agujero y desaparecer mientras cambiaba
enseguida a modo vuelo. Ásta lo agarró mientras la seguía y
juntos salieron disparados del agua. Esta vez Dillon estaba
preparado, y se lanzó como un cohete mientras su cuerpo, de
repente libre de la densidad del agua, salió disparado hacia
arriba tan rápido que Ásta se vio obligada a soltarlo. Al
parpadear, el agua brotó de sus ojos y sacudió la cabeza para
orientarse. El dron continuaba subiendo; Bram le pisaba los
talones, y Cora le seguía de cerca. Vio que Bram se lanzaba
hacia delante y agarraba una de las patas del dron. Un enorme
rayo de luz azul iluminó el cielo nocturno e irradió el brazo de
Bram. Al mismo tiempo, un vampiro del SSV descendió en
picado de la nada y lo embistió, enviándolo hacia el lago con
un golpe.
Dillon se tambaleó y se detuvo en el aire mientras un dolor
agonizante le atravesó; comprendió que, de alguna manera,
todavía estaba sintonizado con Bram. Cora también vaciló, sin
saber si ir detrás de Bram o del dron que había empezado a
tambalearse de un lado a otro. El vampiro del SSV dio la
vuelta y aumentó la velocidad hacia ella, y Dillon sintió que
un volcán entraba en erupción en sus venas cuando el miedo
de ella inundó su cerebro desprotegido.
Vio la cara pálida y asustada de Ásta mientras pasaba
volando junto a ella como una bala cuando sale disparada de
una pistola. El calor blanco le recorrió el cuerpo mientras se
lanzaba de cabeza contra el vampiro del SSV. Salió volando
hacia atrás, y Dillon vio a Cora acercarse al dron.
—¡Cuidado, Cora! —aulló cuando ella lo alcanzó.
Ásta se enfrentó al vampiro en una feroz pelea de perros
mientras Cora tocaba el dron, y Dillon casi se desmayó de
alivio cuando lo atrajo hacia ella. Debajo de él, Bram se
estrelló contra el hielo con tal fuerza que lo atravesó y
desapareció bajo la superficie. Cora gritó. Otro estallido
agonizante del dolor de Bram sacudió el cuerpo de Dillon y se
lanzó en una fuerte caída en picado.
—¡Ayudad a Cora! —gritó a Sade y a Jeremiah mientras
salía disparado junto a ellos y el resto de la horrorizada
cuadrilla de Bram.
Se sumergió en las aguas negras y vio a Bram hundiéndose,
con un rostro inusualmente sereno, sin la habitual mueca de
desprecio. Agarró su traje, pateó con fuerza hacia la superficie
y lo arrastró hasta el hielo. Un fragmento de hielo sobresalía
del pecho de Bram.
—Mierda, Bram. Bram, ¿puedes oírme? —jadeó Dillon,
tuvo arcadas cuando otra ola de dolor de Bram lo doblegó.
Bram tenía un rostro hermoso, con huesos finos, que parecía
haber sido tallado a partir del mismo hielo sobre el que yacía.
—¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude! —gritó Dillon, pero
otros ocho agentes del SSV se habían unido a la batalla y los
otros estaban implicados en una desesperada lucha por
sobrevivir en el cielo.
No tenía ni idea de qué hacer. Nadie le había hablado de
primeros auxilios de emergencia para vampiros. La herida de
Bram se mantenía abierta por el vil fragmento, impidiéndole
sanar. Por otro lado, sacar la esquirla seguramente permitiría
que la valiosa sangre fluyera de su cuerpo con más rapidez.
Eso era lo que les pasaba a los humanos, y él no podía
arriesgarse a que no ocurriera lo mismo con los vampiros. No
podía equivocarse.
Dillon no tenía opción; Bram ya estaba casi translúcido. La
sangre, la fuerza vital de los vampiros, era la única respuesta
que tenía. Haciendo un gesto de dolor, se mordió la muñeca
con fuerza. De inmediato, la sangre brotó y goteó sobre el
hielo. Durante un segundo, se detuvo, luego echó una mirada
más hacia Bram y arrancó la estaca de hielo. Si Bram podía
curarse a sí mismo de nuevo, esta era la mejor manera que se
le ocurría a Dillon para ayudarle. Bram convulsionó y luego se
estremeció cuando Dillon le colocó la muñeca sobre la boca y
dejó que su sangre se filtrara en ella. Con un profundo gemido,
Bram tragó y se aferró, succionando con largos y poderosos
tragos.
Dillon casi podía sentir su sangre viajando hacia las arterias
de Bram, su potente calor le devolvió la vida. Los ojos oscuros
de Bram se abrieron, y Dillon vio que la confusión revoloteaba
en ellos. De repente, sintió que la conexión mental entre ellos
se cerraba.
—El dron. Te dio una gran descarga eléctrica. Te estrellaste
contra el hielo. Un fragmento de hielo te apuñaló en el pecho
—dijo.
Al darse cuenta, Bram luchó por controlarse y, con un
enorme esfuerzo, apartó de un golpe la muñeca de Dillon.
—¡Qué cojones!
Dillon se lamió la muñeca para detener la hemorragia y una
vez más sintió la oleada de poder en su sangre.
—No tenía otra opción.
—Va contra las reglas —gruñó Bram y gritó mientras
intentaba sentarse.
Dillon casi vomitó cuando vio lo deformado que estaba el
hombro de Bram.
—¡A la mierda las reglas, Bram! ¿Querías morir?
Bram miró hacia arriba, buscando el dron con la cámara y a
su equipo. Suspiró aliviado cuando lo vio por encima de los
demás, grabando la acción. La guerra campal sobre ellos se
estaba volviendo cada vez más intensa.
—Estará bien, siento que se está curando. Tengo que dirigir
a mi equipo —dijo.
Se incorporó de un salto y volvió a ponerse pálido mientras
se agarraba el hombro.
—¿Cuánto tardará? —preguntó Dillon.
Bram jadeó de dolor.
—Ya ha empezado.
—¿Puedes volar?
—Sí, estaré bien.
Nervioso, Bram volvió a levantar la vista. Cuatro vampiros
más del SSV revoloteando como murciélagos por el cielo se
habían unido a la batalla. Ahora en minoría, Ace, Bik, Ásta y
Jeremiah batallaban contra ellos utilizando todos los trucos
que Borzak les había enseñado. Sade y Frederick estaban
luchando para mantener a Celeste y a Bik lejos de Cora y del
dron.
—Mierda —maldijo Dillon, mientras un vampiro del SSV
arrastraba a Ásta por el cielo—. Tengo que irme.
Ambos despegaron al mismo tiempo, pero Bram se
tambaleó hacia abajo cuando la herida del hombro le hizo
perder el equilibrio. Dillon había hecho todo lo posible para
ayudarlo. Bram se estaba curando. Era seguro dejarlo atrás.
Se concentró en Cora mientras volaba, así que no se dio
cuenta del vampiro del SSV que se estaba acercando a él.
Como una columna de acero, el vampiro se estrelló contra él a
toda velocidad, dejándole sin aire y haciéndole caer al vacío.
Dillon luchó por recuperar la línea de vuelo y, mientras se
volvía con los ojos desorbitados para enfrentarse al vampiro,
recordó las palabras de Borzak: «Mata o te matarán». Aun así,
el frío odio en los ojos burdeos del vampiro y la velocidad del
ataque lo tomaron por sorpresa y, una vez más, se encontró
dando vueltas en el aire. El vampiro se abalanzó contra él otra
vez y Dillon se desmayó durante un instante. Cuando volvió
en sí y se dio cuenta de que la agresividad del vampiro era
excesiva para un ejercicio de entrenamiento, sintió una oleada
de temor. Desesperado, trató de reponerse para el siguiente
ataque mientras el vampiro se acercaba, con los labios
apretados sobre sus colmillos extendidos. En una fracción de
segundo que sorprendió a Dillon, le golpeó de nuevo,
agarrándole en vil abrazo. De inmediato, un dolor agonizante
como si se tratara de una mordaza envolvió el cerebro de
Dillon, y se dio cuenta de que el vampiro proyectaba un poder
mental muy fuerte. Intentó activar su escudo mental interno,
pero el dolor ya lo estaba dejando sin fuerzas.
—¡Lucha, Dillon! —gritó Cora cuando el vampiro comenzó
a volar con rapidez hacia las montañas, lejos de VAMPS.
Al oír su voz, Bram, que seguía volando de forma
tambaleante por debajo, levantó la vista y los vio. Dillon
vislumbró el conflicto en el rostro de Bram mientras el odio
luchaba contra la certeza de que Dillon acababa de salvarle la
vida. Entonces, como un rayo, sacó la sierra de hielo y la lanzó
con su brazo bueno. Durante un horrible instante, con la vista
nublada por el dolor, Dillon pensó que Bram había apuntado
hacia él, pero cuando el vampiro soltó un siseo agónico, vio
que se la había incrustado en la nuca. El estómago de Dillon se
agitó, y tragó de forma compulsiva mientras empezaban a caer
por el cielo como piedras. Medio congelado por el horror y
enredado en el agarre que todavía ejercía el vampiro, Dillon se
desplomó con él varios metros.
—¡Maldita sea, vuela, Dillon! —volvió a gritar Cora.
Temblando, recuperó el sentido común y se apartó del
vampiro que se hundía. Por debajo de él, vio al vampiro
estrellarse contra el hielo y quedarse inerte. Chiro pasó como
un rayo junto a él, seguido por Borzak, con el rostro sombrío
por la ira.
Algo debía de ir muy mal para que los profesores
intervinieran. No había tiempo para averiguar lo que estaba
pasando; Bram ya se había dado la vuelta y estaba volando de
forma inestable hacia su equipo.
—Vete, Cora, Celeste va detrás de ti —gritó Dillon.
Cora voló hacia Celeste y giró en el último momento,
engañando a Celeste para que saliera disparada por delante de
ella. Cuando se puso en marcha a través del hielo, Dillon salió
eyectado tras ella. Bram advirtió a Ace, que dio una voltereta
hacia atrás y descendió en picado, dando vueltas en el aire
mientras se enderezaba y salía tras ellos. Dillon oyó a Bram
detrás de él aullando de dolor al tiempo que forzaba el brazo
hacia adelante para ponerse en posición de vuelo.
Las lágrimas por la fuerza del viento brotaron de los ojos de
Dillon cuando se acercó al hombro de Cora y se deslizaron por
el hielo. El peso del dron estaba afectando a la forma
aerodinámica de Cora y Ace estaba ganando terreno.
—Mierda, Ace es bueno —gruñó—. No sé cuánto tiempo
podré mantener esta velocidad.
Podía sentir que las reservas de energía habían bajado
después de haberle dado a Bram un poco de su preciada
sangre.
—Dame la mano —gritó Cora, aferrándose al dron con una
mano y extendiendo la otra.
Extendió la mano y, cuando se la estrechó, el rayo de energía
lo catapultó hacia delante. Cora subestimó la súbita explosión
de velocidad y soltó el dron. Ambos vieron con horror cómo
giraba en círculos y se hacía pedazos en el hielo debajo de
ellos. El bote de cristal central que contenía la valiosa sangre y
los datos del servicio de inteligencia rodaron por el hielo.
Al instante, Ace fue tras él, y Dillon, que ya estaba al límite,
se lanzó hacia adelante en una caída en picado. Cada músculo
de su cuerpo se tensó mientras luchaba por mantener el
control. Sintió que sus los globos oculares presionaban la parte
posterior de su cráneo, y casi se desmayó mientras se aplanaba
justo por encima de la superficie y raspaba a lo largo del hielo.
Ace estaba justo detrás de él, y Dillon tenía que concentrarse
en sostener la línea, ya que un error podría significar que todo
habría terminado. Con el resto de su cuerpo recto como una
flecha, recogió el cilindro y se inclinó hacia arriba con fuerza.
Ace pasó por delante mientras Dillon se elevaba hacia las
estrellas.
Dos vampiros del SSV que volaban a toda velocidad se
acercaron por un costado. Dillon se desvió, y voló hacia un
lado justo cuando Cora lo alcanzó. Intentando controlar el
vuelo, volvieron a girar y vieron a los demás repartidos por el
cielo.
—Tenemos que ayudarlos —le gritó a Cora mientras los
vampiros se acercaban, listos para atacar de nuevo.
—Quédate conmigo —gritó ella en respuesta—. Van detrás
del bidón. Los demás se las arreglarán solos.
—Eres una voladora muy fuerte, Cora. Los distraeré y te
daré ventaja.
—Dillon, no cr…
—Mantén un perfil bajo —gritó Dillon, lanzándole el bidón
antes de volver a subir. Fue una decisión de una fracción de
segundo de la que se arrepintió al instante al ver cómo Sade
golpeaba con la bota la cara de un vampiro y Frederick,
rugiendo como un toro enfurecido, lo remataba con un
cabezazo certero. Jeremiah y Ásta se abalanzaron para
protegerlos por los lados exteriores.
—Volad —les rugió.
—¡Vamos, Ace! —aulló Bram al mismo tiempo.
Con una capacidad atlética asombrosa, Ace ejecutó una
perfecta exhibición de vuelo a máxima velocidad mientras
superaba a los vampiros que le seguían y salía disparado tras
Cora.
Maldiciendo, Dillon lo persiguió, pero Aron voló justo a
través de él, perturbando la corriente de aire a propósito.
Dillon perdió el control, cayendo en espiral hacia el lago. Con
desesperación, trató de elevarse, pero estaba muy abajo. El
hielo salió volando a su encuentro y, justo cuando se preparaba
para el impacto, rebotó en el aire cuando una mano fuerte
agarró la parte trasera de su traje.
—¡Guau! —silbó Jeremiah, a centímetros de su cuerpo—.
Eso ha estado cerca.
—Mucho. —Apenas tuvo tiempo de jadear mientras
restablecía la línea de vuelo.
—Ve a por ellos —rugió Jeremiah mientras lo soltaba.
Cora se movía por todo el hielo tratando de frenar a Ace. Sin
importarle que las reservas de energía estuvieran
disminuyendo y que su suministro de sangre de emergencia se
hubiera agotado, Dillon le gritó a su equipo que se mantuviera
cerca y se lanzó en un último impulso para acelerar. Sintió que
la energía se le iba agotando a medida que el aire le oprimía
las extremidades.
Alcanzó a Bram, que ahora volaba con rapidez, pero
desequilibrado, con Angelo. Ace y Cora todavía estaban
ocupados en la mortal danza aérea al frente, con Celeste
persiguiéndoles desde atrás. De alguna manera, cada vez que
Ace se acercaba, ella se las arreglaba para escapar de su
agarre, y Dillon le oía maldecir con frustración.
Aron trató de alterar su corriente de aire volando a través de
él, pero Dillon, que ya conocía la estrategia, se lanzó hacia un
lado y, a pesar de que los músculos de su cuerpo ardían por el
esfuerzo, consiguió sonreír cuando Aron, volando demasiado
bajo, perdió el control y se estrelló contra el hielo que había
debajo, rodando una y otra vez.
Ahora estaba al máximo y, pasando por delante de Celeste y
llevando todo su cuerpo al límite, extendió la mano y, como
había practicado durante años en el campo de rugby, le dio un
golpe en el talón a Ace. Al instante, Ace perdió las riendas de
su vuelo y dio una vuelta completa antes de caer de cabeza
hacia el hielo. Dillon no pudo contener una sonrisa para sí
mismo mientras se movía, encantado de que una de sus
habilidades humanas por fin hubiera sido útil.
La escuela estaba ya a la vista; podía oír los rugidos de los
vampiros que los observaban mientras se acercaba a Cora.
Volando al borde de sus límites, no podía mirar a su alrededor
para comprobar que los demás estuvieran con ellos.
—Más despacio, Cora —gritó.
—¿Estás loco? —aulló ella.
—No sé dónde están los demás.
—No cometas el mismo maldito error dos veces, Dillon.
Tienes que confiar en el equipo. Vamos a llegar hasta allí.
Casi volaba en piloto automático. Las piernas se le estaban
entumeciendo como si las estuviera arrastrando.
—No voy a poder aguantar mucho más —gritó, con los
dientes apretados por el esfuerzo de seguirle el ritmo.
—Tú solo sigue adelante, Dillon —gritó Cora—. Puedes
hacerlo.
La plataforma de observación, iluminada por los primeros
rayos del amanecer, se acercaba a toda velocidad, y el cuerpo
de Dillon empezó a sufrir espasmos de agonía. Juntos, salieron
disparados por encima de la multitud de vampiros que los
observaban, y él vislumbró que Madame Dupledge y Bibiana
los observaban.
Al dar la vuelta, el corazón de Dillon casi estalló de orgullo
al ver a Ásta, Jeremiah y Sade volando en formación cerrada
como las flechas rojas, alentando a Frederick que, a base de
fuerza de voluntad, mantenía el ritmo. Todavía no era el mejor
volando, pero lo estaba haciendo. El maltrecho equipo de
Bram iba detrás, zigzagueando de un lado a otro.
Dillon reunió los últimos vestigios de energía y, con un
poderoso empujón, se unió a su equipo mientras, totalmente
agotados, todos cayeron del cielo al unísono para aterrizar
enfrente de Madame Dupledge y de Bibiana Fassano. Cora
entregó el cilindro a Madame Dupledge con una pequeña y
exhausta reverencia.
Con las piernas temblando por el esfuerzo de tener que
permanecer de pie, Dillon se volvió hacia su equipo.
—Sois increíbles, cada uno de vosotros —dijo, con la voz
temblorosa por la emoción.
Los vampiros del SSV con forma de murciélago se abrieron
paso, seguidos por el equipo de Bram, que aterrizó con
torpeza. La Dra. Meyer se precipitó hacia ellos, pero Madame
Dupledge la detuvo.
—Bien hecho, Equipo Halcón —dijo—. Hemos sido
testigos de grandes actos de valentía y de algunas hazañas
físicas de lo más impresionantes esta noche. Ambos equipos
deberíais estar orgullosos.
La condesa Fassano dio un paso adelante.
—En el Equipo Águila, como es lógico, estáis destrozados,
pero quiero elogiaros por vuestro inmenso espíritu y talento.
Bram Danesti, has demostrado esta noche que eres muy
valiente y un líder digno. Sigue mostrando ese tipo de
habilidades y estaré orgullosa de tenerte en el SSV.
A pesar de sus amables palabras de consuelo, el rostro de
Bram seguía devastado por el dolor y la angustia de haber
perdido el desafío, y él se esforzó por ocultar su emoción.
—Cuando Chiro y el Sr. Hunt regresen, Madame Dupledge
y yo revisaremos los eventos de esta noche para confirmar a
los ganadores y se otorgarán los colores correspondientes.
21
Los colores de sangre
La Dra. Meyer se llevó a Bram, Ace y Aron directos a la
enfermería. Dillon pensó en su ataúd con nostalgia, pero Ásta
le arrastró junto con el resto del equipo a la piscina para
celebrarlo.
—¡Lo hemos conseguido! —dijo.
Dillon miró a Sade.
—No me creo que hayas mantenido a los vampiros del SSV
lejos de Cora.
—Sí —bromeó—. ¡Esta noche he pateado algunos traseros!
Fred se pasó las manos por el pelo.
—Maldita sea, Dillon, estoy contento por ti y todo eso, pero
la verdad es que no esperaba que ganaras. Me estoy
lamentando por no haber bajado las apuestas. Al menos he
hecho caja con Aron y Bram.
Dillon trató de mostrar tristeza, pero no pudo aguantar una
sonrisa irónica.
—Lo siento, Fred. ¿Cuánto es lo que me debes? Cuarenta,
¿no? ¿Recuerdas lo de tus colmillos en mi palma?
—Sí —añadió Jeremiah—. Yo también estoy esperando mi
pago completo: cuarenta mil dólares, ¿no es así, Fred?
Fred palideció.
—Gracias a Dios que nadie más creía en ti, Dillon.
—Gracias, Fred —sonrió Dillon.
Ásta se acercó y, mirándolo a través de sus pestañas negras y
largas, le pasó las manos por el pecho.
—Has estado impresionante esta noche, Dillon.
—Todos lo hemos hecho —protestó Dillon, fascinado por el
movimiento de sus dedos con las uñas cortas y pintadas de
rojo sangre.
Ásta le ignoró.
—Toda esa pasión melancólica y sin explotar. Juntos
podríamos ser tan explosivos.
Su embriagador aroma a almizcle ahogó sus sentidos
mientras ella deslizaba la mano hacia abajo.
—¿No quieres ver a Aron? —jadeó Dillon, apartándose.
—Dillon, es un vampiro —sonrió—. Estará bien. La Dra.
Meyer le dará un poco de sangre extra para ayudarle a sanar
más rápido.
—Me vendría bien un poco de eso —refunfuñó Jeremiah—.
La natación bajo el hielo me ha dejado agotado.
—Tengo mi dosis de sangre —ofreció Ásta, sacándosela del
bolsillo.
—Deberías ir a ver al profesor Dukan. Te consumes
demasiado —le advirtió Dillon.
—Gracias, Dillon. Sí, iré a verlo —prometió Jeremiah.
Al ver llegar a Angelo con el resto del equipo de Bram, Ásta
se alejó y Jeremiah se inclinó hacia delante.
—¿Qué te ha pasado ahí fuera? —preguntó en voz baja.
—No lo sé, uno de los vampiros del SSV enloqueció. Bram
consiguió quitármelo de encima.
—Joder. —Jeremiah silbó—. Jamás pensé que vería el día
en que Bram hiciera algo por ti.
—Yo tampoco. —No mencionó el hecho de que le había
dado sangre a Bram.
—Será mejor que vaya a animar a Bik —dijo—. Estará
furiosa por no haber sabido captar la señal del sonar la
primera.
Dillon buscó a Cora y la vio mirando por las ventanas hacia
el cielo que se iba iluminando poco a poco.
—Hola —dijo uniéndose a ella.
—Hola —dijo.
Permanecieron en silencio durante un minuto.
—Vi cómo le salvabas la vida a Bram —dijo ella en voz
baja.
—Él también salvó la mía, así que estamos en paz.
—Le diste sangre.
—Tenía que hacerlo.
—No, no tenías por qué, pero me alegro de que lo hicieras.
—Cora. —Hizo que se volviera hacia él—. Le pregunté a
Bibiana sobre tu hermano, pero no me dijo nada, solo que es
un vampiro excepcional. Lo siento, supongo que eso ya lo
sabes.
—Dillon —dijo, sus ojos brillaban con fuerza en la suave
luz del amanecer—. ¿No lo entiendes? Dijo es. Eso significa
que está vivo. Ahora solo tengo que encontrarlo.
Se acercó y le besó con suavidad y ternura en la mejilla.
—Gracias —susurró.
—Quizá pueda volver a hablar con ella —dijo Dillon,
inclinándose hacia Cora y anhelando volver a sentir su
contacto, pero ella estaba inquieta y distraída.
—Será mejor que vaya a ver a Bram —dijo, alejándose, y él
luchó por ocultar su decepción—. No puedo ignorarlo, está
herido —agregó en voz baja—. Intenta entenderlo. Tiene el
orgullo herido y está luchando con la idea de que tú, el
dhampir al que se supone que odia, le has salvado la vida.
El problema era que podía llegar a entenderlo, había sentido
el dolor y la agonía de Bram y, en el fondo, tenía que admitir
que él también estaba esforzándose por reconocer la increíble
valentía y capacidad de liderazgo de Bram. Mientras
observaba a Cora dirigirse hacia la puerta, sintió que una
oscura y agotadora penumbra caía sobre él y, deslizándose tras
ella, se encaminó directo a su ataúd.

Su estado de ánimo seguía siendo sombrío cuando Madame


Dupledge los llamó a él y a Bram a su despacho la noche
siguiente. Tenía una expresión seria.
—He hablado con Chiro y con Borzak, y el Sr. Hunt ha
analizado los datos de vuestras pulseras. Parece que anoche se
produjeron dos incidentes graves. Dillon, quizá te gustaría
explicar qué le pasó a Bram.
Dillon miró a Bram, dándose cuenta de que parecía incluso
más pálido que de costumbre, y tenía los ojos muy
ensombrecidos. Su rostro era de una belleza inquietante. Para
mayor sorpresa, Bram le dirigió una rápida mirada
conspiradora en lugar de la habitual mirada llena de ira.
Vacilante, empezó a hablar:
—Bram trató de atrapar al dron, pero al parecer le dio una
descarga eléctrica de gran magnitud, tal vez porque había
estado usando sus habilidades electromagnéticas. Se estrelló
contra el hielo y, cuando lo saqué, vi que una esquirla de hielo
le había atravesado el pecho. Lo saqué y me quedé con él hasta
que revivió.
Madame Dupledge levantó una ceja y él luchó por mantener
la mente en blanco.
—¿Eso es todo?
—Sí. —Asintió, obligándose a sostenerle la mirada.
—¿Cómo sabías que Bram estaba herido? ¿Lo viste caer?
—Vi el rayo eléctrico, pero luego —Dillon miró a Bram de
nuevo— sentí su dolor.
Madame Dupledge asintió con una ligera inclinación de
cabeza.
—¿Le ayudaste a revivir?
Sintió una oleada de malestar y pudo sentir a Bram deseando
que guardara silencio respecto de la sangre. Madame
Dupledge había dejado muy claro la primera noche que era
una de las cuatro reglas que no se podían romper. Ella lo
observaba con atención y él sabía que tenía que bloquear los
sentimientos de Bram.
—Mantuve la mano sobre la herida hasta que se curó —dijo,
rezando para que la cámara del dron no hubiera captado lo que
había sucedido en realidad, y sintió una oleada de alivio que
venía de Bram.
Dirigió su atención a Bram.
—Bram, ¿es así como lo recuerdas?
—Sí —dijo Bram, mirándola a los ojos.
La mujer inclinó la cabeza.
—¿Y el segundo incidente?
—Uno de los vampiros del SSV perdió el control —dijo
Bram—. No quería soltar a Dillon, así que le lancé la sierra de
hielo, y Dillon consiguió liberarse.
—¿No tenías conocimiento previo de ese ataque?
Si Bram lo sabía, no mostró ninguna señal al respecto, y
negó con la cabeza.
—Por supuesto que no.
—Muy bien. Te veré después, en la ceremonia de entrega de
premios, Bram. Dillon, la condesa Fassano quiere hablar
contigo.
A Dillon se le aceleró el corazón; sabía que no era lo
bastante fuerte como para impedir que Bibiana le leyera la
mente, y Bram le lanzó una mirada de advertencia cuando
salió de la habitación. Dillon oyó a Bibiana saludarle en la
puerta y entonces le golpeó el exótico y especiado aroma que
normalmente la precedía. Al instante, su poderosa presencia
inundó la sala. El profesor Dukan estaba con ella y cerró la
puerta, dejando a sus guardaespaldas en el atrio. Se unió a
Madame Dupledge junto al escritorio.
—Espero que te hayas recuperado de lo que hiciste ayer,
Dillon —inquirió.
—Así es, gracias, condesa.
—Nos preocupa que haya habido otro intento de matarte o
de secuestrarte —gruñó, yendo directa al grano—. Si es así, se
trata de una violación de la seguridad muy grave, y he iniciado
una investigación inmediata. En estos momentos, el vampiro
en cuestión está bajo vigilancia mientras se cura. Después de
que el reflejo de Bram lo incapacitara con rapidez, Chiro y
Borzak fueron capaces de someterlo y traerlo para un
interrogatorio.
»Como ya sabemos, tu sangre es increíblemente fuerte,
Dillon, y el profesor Dunkan cree que está haciéndose aún más
fuerte. Podrías ser un activo increíble para nosotros, y mi
equipo perseguirá a cualquiera que intente apoderarse de ti.
Chiro y Borzak continuarán vigilándote cuando salgas de
VAMPS. ¿Entiendes la gravedad de tu situación ahora?
—Eso creo. —Se encogió de hombros, su humor apagado le
hizo añorar su vida en Irlanda, cuando no tenía que lidiar con
nada de todo esto. ¿Volvería alguna vez a casa?
—Muy bien, puedes irte. —Y de inmediato añadió—:
Espera, solo una cosa más… —Mientras abría la puerta para
salir su voz bajó a un tono más lento, más apagado y más
suave—. ¿Bram Danesti te obligó a que le dieras tu sangre en
el Desafío del Hielo?
Lo miró a los ojos buscando algo y el corazón de él se
aceleró. Era evidente que ya lo sabían todo. Sabían que Bram
y él habían mentido. De pie, le devolvió la mirada, y el sonido
de su voz fue claro y directo.
—No, no lo hizo. Bram estaba inconsciente. Pensé que se
estaba muriendo. Lo hice para salvarle la vida.
Durante un segundo se hizo el silencio. Ahora sí que la he
cagado de verdad, pensó.
—Gracias por tu honestidad, Dillon —dijo—. Puedes irte…
y por favor, no hables tan mal.
Una vez más, se sorprendió por la facilidad con la que ella
podía leer sus pensamientos.

Bram golpeó la pared con furia.


—¿Por qué coño se lo has contado?
Dillon lo había encontrado en su habitación, mirando el
escudo de VAMPS en el traje destrozado que había usado en la
prueba.
—Ya lo sabían. —Dillon intentó controlar su temperamento
y razonar con él—. Les dije que tú no habías tenido nada que
ver.
—Si no me dan los colores por tu culpa —gruñó Bram—, te
mataré. Aléjate de mí. No te acerques. Tu sangre me está
haciendo perder la cabeza.
Dillon levantó las manos y retrocedió.
—Bien, como quieras —espetó.
Estaba claro que el momento de reflexión de Bram había
terminado. Volvía a ser tan combativo como siempre. Con
desazón, se preguntó si ahora iban a arrebatarle el cargo de VE
de forma definitiva.
Los vampiros de los picos Dos y Tres ya habían empezado a
congregarse en la sala de ceremonias, así que no tuvo tiempo
de buscar a Jeremiah y a Sade. Las conversaciones en voz baja
se extendieron a través del edificio:
— … Dillon Halloran conseguirá su…
— … Bram Danesti la ha cagado…
— … ni hablar, ya oíste lo que le dijo la condesa Fassano…
—¿Qué crees que le darán a Mahina…?
Mientras Dillon subía las escaleras a paso ligero, las luces
del edificio se atenuaron y la luz de la luna se filtró a través
del techo de cristal, dándole a la sala de ceremonias un tono
más tenue. Unas velas titilantes iluminaban el escenario
provisional y un sillón reclinable con agujas para tatuar justo
al lado. Junto a él aguardaba un vampiro con un intimidante
tatuaje de una llama negra que le cubría todo el cuello y subía
en forma de tentáculos por la mandíbula. Por primera vez,
Dillon sintió que el estómago se le revolvía por los nervios.
El resto de su año ya estaba agrupado con los vampiros de
los picos Dos y Tres frente al escenario. Ásta y Aron tenían el
rostro pétreo por la expectación provocada por los nervios.
Dillon se dio cuenta de que Bram aún no había llegado.
Jeremiah le hizo un gesto con el pulgar hacia arriba y
levantó una ceja.
—¿Está bien? —preguntó.
Dillon se encogió de hombros.
—Te lo diré después.
Bram se deslizó en silencio hacia Cora justo antes de que
Madame Dupledge entrara con el Sr. Hunt y ocuparan sus
puestos al frente del escenario. Bibiana los siguió, flanqueada
por dos de sus guardaespaldas.
—Bienvenidos a la ceremonia de entrega de premios del
181º Desafío del Hielo —dijo Madame Dupledge—. Estos
premios reconocen la gran valentía, el compromiso y el
talento. Una vez más, es un gran honor tener a la condesa
Fassano aquí para otorgar los colores.
La mandíbula de Bram se puso rígida por la tensión, y el
corazón de Dillon se retorció al ver que Cora le tocaba la
mano con suavidad. Bibiana dio un paso al frente.
—En VAMPS hay cuatro categorías de premios de color.
Los Cuartos de Color, la Mitad de los Colores, los Colores
Completos y, para los vampiros más excepcionales, el Anillo
de Alto Rendimiento.
»La Mitad de los Colores es un tatuaje del contorno del
escudo de VAMPS y su lema. En los Colores Completos hay
una gota de sangre de nuestros tres fundadores y completan el
tatuaje. El Anillo de Alto Rendimiento está hecho de una
mezcla de plata antigua y las cenizas de nuestro antepasado
vampiro más famoso, Dargan Afanas. En su centro, el ónix
negro representa el valor y la fuerza.
»Me gustaría conceder el Anillo de Alto Rendimiento a un
vampiro que se ha convertido en un talento excepcional y
ejerce con dignidad y moderación sus inmensos poderes. Ella
sobresalió en el Desafío del Pico Tres, y encarna a la vampira
moderna, a la vampira progresista que VAMPS aspira a ser.
Mahina Ikaika, ven a recoger tu premio.
Dillon sintió un nudo en la garganta cuando Mahina se
acercó al escenario, luchando por contener la emoción, y la
condesa Fassano deslizó el brillante anillo sobre el dedo índice
de su mano izquierda.
—Bien hecho —dijo—. Llévalo con orgullo.
La sala estalló en aplausos y sus amigos la abrazaron cuando
se reunió con ellos.
—El primero en recibir el honor de llevar la Mitad de los
Colores por su inmensa valentía, dedicación y liderazgo es…
—el corazón de Dillon se estremeció— Bram Danesti. Bien
hecho, Bram.
La sala volvió a estallar en aplausos, y Dillon esperaba un
triunfo ardiente, pero Bram bajó la mirada, luchando de forma
visible para contener sus emociones. Solo cuando Cora le
abrazó, provocando un coro de silbidos, logró esbozar una
pequeña sonrisa. Con aspecto de estar aturdido, se dirigió al
escenario y se inclinó ante Bibiana, que le estrechó la mano y
le dijo algo al oído.
El tatuador colocó las agujas y le indicó a Bram que se
tumbara. Al quitarse la camiseta, reveló unos músculos
pectorales suaves y delgados y unos abdominales hermosos y
esculpidos que desaparecían en la cintura de sus pantalones.
Varios vampiros de los otros años le miraban con hambre
mientras estaba recostado en la silla. Cerró los ojos cuando el
tatuador, proyectando una sombra sobre él, comenzó a a tatuar
el contorno del antiguo escudo de VAMPS con el lema In
Tenebris Refulgemus («En la oscuridad brillamos») a lo largo
del interior de su brazo.
Después, se reunió con Cora con el torso descubierto y
Dillon sintió otra agónica puñalada en el pecho mientras ella
besaba el tatuaje entre vítores y más silbidos.
—La siguiente persona a la que se le otorgará la Mitad de
los Colores… —una vez más, la voz áspera de Bibiana
silenció la sala— por sus habilidades de combate, fuerza
física, fuerza mental y compromiso con el equipo: Ásta
Einarsdottir.
Ásta lanzó un puñetazo al aire y Angelo, seguido de cerca
por Aron, la abrazó, levantándole los pies del suelo. Hubo
unas cuantas miradas por parte de los otros vampiros en
dirección a Dillon, que sintió que se le revolvía el estómago.
No le iban a dar los colores porque le había dado sangre a
Bram. Tendría suerte si no lo expulsaban. Apenas se dio
cuenta de que Ásta se había quitado el top sin ningún tipo de
vergüenza y se había tumbado en el sillón para que le pusieran
el escudo debajo de la clavícula.
Aron recibió la Mitad de los Colores en su musculosa
espalda y, mientras sonreía con orgullo, una sola lágrima de
color rosa se derramó por la mejilla de Fred. Bibiana otorgó a
Cora y a Ace la Mitad de los Colores, y a Celeste, Sade,
Angelo y Jeremiah, los Cuarto de Color. Fred recibió una
insignia por su trabajo en equipo y su perseverancia. Con una
sonrisa de felicidad, chocó los cinco con Aron y, con
discreción, le mostró el dedo corazón a Celeste.
La mayoría de los miembros del Pico Tres fueron
condecorados con los Colores Completos. George Gyllenborg,
el VE del Pico Dos, fue premiado con los Colores Completos
por su destacado liderazgo y habilidad en el Desafío del Pico
Dos. Dillon sintió que la vergüenza empezaba a recorrerle la
espalda mientras Sade y Cora lo miraban con simpatía.
Jeremiah sacudió la cabeza con furia y gruñó:
—Esto es una completa mierda.
Bibiana alzó la mano para pedir silencio.
—Y por último, por su inmenso valor, su aptitud para
trabajar en equipo, su compasión y… por salvar la vida de un
compañero… —hizo una pausa cuando los vampiros se
alborotaron—, otorgo los Colores Completos a Dillon
Halloran. Como todos sabéis, es un gran honor para un
estudiante del Pico Uno recibir los Colores Completos.
Un zumbido llenó los oídos de Dillon cuando Jeremiah,
dándole una palmada en la espalda, lo empujó hacia el
escenario.
—Bien hecho —dijo Bibiana en voz baja—. Que la fuerza
de nuestros ancestros te guíe siempre.
Levantó una pequeña ampolla llena de líquido carmesí para
que brillara bajo el techo iluminado por la luna y se la entregó
al tatuador.
—¿Dónde lo quieres? —ladró, los tentáculos de fuego
tatuados se movían de forma desconcertante por su mandíbula
mientras hablaba.
La mente de Dillon se quedó en blanco por un segundo, y
entonces pensó en su padre.
—En el pecho, justo encima del corazón —dijo.
El tatuador asintió y, aturdido, Dillon se quitó la camiseta.
Ásta silbó con fuerza, y vio a Mahina sonriendo mientras él se
tumbaba de espaldas en el sillón y miraba hacia el techo de
cristal. El fuerte y metálico olor a sangre al romper la ampolla
hizo que se le abrieran las fosas nasales, pero estaba en tal
estado de euforia que ni siquiera sintió cómo las finas agujas le
atravesaban la piel. En ese momento supo que ya no habría
vuelta atrás. Podía ser medio humano, pero ahora estaba
marcado para siempre como un vampiro.
22
Advertencia de sangre
El tatuaje se curó casi al instante, y cada vez que Dillon
miraba su pecho desnudo, trazaba la intensa y vibrante cresta
negra con las palabras en rojo oscuro: In Tenebris Refulgemus
(«En la oscuridad brillamos»).
—Dhamp, lo vas a desgastar —se burló Jeremiah.
No podía explicar cómo le hacía sentir; como si que le
hubieran elegido como VE no fuese una farsa, como si
estuviera destinado a formar parte de VAMPS. Por primera
vez, a pesar de que era diferente al resto, no se sentía como un
extraño.
Los demás ya estaban en el aula de Madame Dupledge
cuando él y Jeremiah entraron. Se respiraba un aire de
emocionante anticipación mientras esperaban a que la condesa
Fassano diera la clase sobre diplomacia vampírica y relaciones
internacionales. Ásta, que llevaba un top bajo, no dejaba de
retorcerse para mostrar su nuevo tatuaje, lo cual irritaba a
Celeste.
El corazón de Dillon se estremeció cuando vio a Cora y a
Bram sentados juntos; después de haberlo felicitado por los
colores, había desaparecido con Bram durante el resto de la
noche. No la entendía; él había descubierto lo de su hermano
por ella y, sin embargo, seguía eligiendo a Bram en lugar de a
él. ¿La valentía de Bram y la conmovedora muestra de
emoción la habrían conquistado para siempre? Recordó que
Bram dijo que ella se sentía atraída por los desamparados.
¿Sería eso lo único que había sido para ella? Ahora que había
demostrado su valía, ¿ya no le interesaba?
Apenas escuchó a Angelo mientras se sentaba.
—Vuelve a enseñarme tus colores —repitió Angelo.
Obligando a su mente a dejar de pensar en Cora, Dillon se
levantó la camiseta.
—Qué bien quedan —suspiró con envidia.
—Estoy seguro de que el año que viene tendrás el tuyo —
murmuró Dillon, cubriéndose de nuevo.
—Sí. —El rostro de Angelo se ensombreció—. Siempre y
cuando sobreviva al viaje a la estación de esquí.
—Lo harás —dijo Dillon, y lo decía en serio.
Angelo había estado trabajando duro en las clases extra con
Madame Dupledge, y ahora confiaba en él, pero a Dillon
todavía le molestaba cuando Angelo se acercaba a su cuello y
contaba hasta diez a cámara lenta. Por suerte, sucedía menos
que antes.
Con ese olor agridulce, Madame Dupledge entró en escena.
—Por desgracia, la condesa Fassano tuvo que ausentarse a
mediodía para ocuparse de una emergencia diplomática —
informó.
La expectación que había en el aire se desinfló como un
globo.
—Mierda —gruñó Celeste en voz baja, y Bram se esforzó
por ocultar su decepción.
—Sé que estabais esperando su lección, pero ha prometido
que volverá tan pronto como la emergencia se resuelva.
Mientras tanto, es una buena oportunidad para asegurarnos de
que estemos bien preparados para el viaje a la estación de
esquí.
»Vuestras actuaciones en el Desafío del Hielo han
demostrado que todos tenéis el valor necesario para la
siguiente etapa de vuestro desarrollo como vampiros
modernos. Sin embargo, durante las próximas semanas, me
gustaría que practicarais las técnicas de control y me
informarais si sentís que necesitáis ayuda. Jeremiah, el
profesor Dukan ha estudiado tus estadísticas vitales durante el
Desafío del Hielo y ha ajustado tus dosis de sangre, por si
quieres reunirte con él después de la clase.
Dillon vio el alivio en la cara de Jeremiah, y se preguntó por
qué se había negado a reconocer que necesitaba la ayuda del
Dukan durante tanto tiempo.
—La profesora Sandhu estará aquí en un minuto para
repasar algunos de los últimos preparativos para el viaje. Oh,
aquí está…
—¡Hola a todos! —La profesora Sandhu saludó a la clase
con alegría mientras se deslizaba por la puerta vestida con un
colorido caftán; el pelo largo le caía por la espalda.
Madame Dupledge se volvió hacia la clase.
—Os dejo ya. Un recordatorio. No podréis pasar al Pico Dos
de VAMPS si no aprobáis la prueba del viaje a la estación de
esquí, así que aseguraos de que estéis totalmente preparados.
Al lado de Dillon, Angelo se movió nervioso.
—Gracias, Madame Dupledge. —La profesora Sandhu
sonrió a la clase—. Enhorabuena a todos. El Desafío del Hielo
fue muy entretenido y todos lo hicisteis muy bien.
Sacó una caja del bolso.
—Los protectores bucales están listos, así que por favor
comprobad que os queden bien —dijo, repartiéndolos mientras
caminaba por la clase.
Dillon se puso el suyo. Quedaba ajustado, pero sintió que
eso era algo bueno. Al minuto siguiente, la profesora Sandhu
abrió su frasco de sangre y la esparció por la sala.
—Sonreíd, por favor.
Mientras todos le enseñaban los colmillos, el único protector
bucal que se deslizó poco a poco de su sitio fue el de Fred, lo
que hizo que sus colmillos salieran hasta la mitad.
—Es mi suerte —se quejó.
—No pasa nada, Frederick. Es mejor que lo hayas
descubierto ahora. —Lo tranquilizó—. Vengan a verme para
que les haga un reajuste después de clase. También necesito
que todos toméis vuestras tallas de ropa para que pueda pedir
prendas apropiadas para después de esquiar.
Celeste y Ásta fruncieron el ceño.
—Me gustaría elegir la mía —dijo Ásta.
La profesora Sandhu enarcó una ceja al ver que Ásta llevaba
el top muy escotado.
—No estoy segura de que sea una buena idea, Ásta. No te
preocupes, sé lo que os gusta a los vampiros jóvenes.
Dillon vio que Ásta miraba con escepticismo el caftán
chillón de la profesora Sandhu, pero ni siquiera ella se atrevió
a herir sus sentimientos. Justo después de la clase, aunque ya
era tarde, Dillon fue a la sala de sangre para llamar a su padre.
Tal y como esperaba, estaba vacía y, para su sorpresa, su padre
contestó al segundo tono.
—Papá, conseguí los colores —dijo con orgullo.
Su padre se rio.
—Bien hecho, Dill. Pues claro que los conseguiste. Supongo
que tienes un tatuaje magnífico en el pecho.
—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Dillon.
—Tu m… Madame Dupledge me lo dijo.
—Ah —dijo Dillon, que se quedó callado durante un
momento. Claro que sí, Madame Dupledge mantenía una
conexión directa con su padre que él no tenía—. Bueno —
continuó—, solo quería contarte eso… y que tenemos una
prueba más antes de graduarnos del Pico Uno.
La cálida voz de su padre se volvió grave.
—Ten cuidado, Dillon. Cúbrete las espaldas.
—¿A qué te refieres? —preguntó Dillon.
—Parece que has irritado a algunas personas. No confíes en
todos los vampiros de la misma manera y no bajes la guardia
ni por un segundo.
—Me estás preocupando, papá. ¿Qué quieres decir? —dijo
Dillon, sintiendo que un miedo inexplicable le recorría la
columna vertebral.
—Lo siento. Solo quiero que tengas cuidado.
Dillon se sobresaltó cuando un pequeño grupo de musculitos
del Pico Tres entraron en la sala de sangre y dejaron claro que
querían el espacio para ellos.
—Papá, tengo que irme. Te llamaré en un par de semanas,
después del viaje.
Sin embargo, su padre parecía reacio a dejarle marchar.
—Dillon… Te quiero, hijo. Te he querido desde el momento
en que te vi, y siempre te querré, sin importar lo que pase.
A Dillon se le hizo un nudo en la garganta y un terrible
presentimiento se apoderó de su corazón.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien? Me estás asustando, papá.
—No te preocupes por mí. Cuida de ti mismo, ¿me oyes? —
le ordenó con una vehemencia que Dillon rara vez había
escuchado en su padre.
—Confía en mí; lo intentaré, papá. Pero es difícil… —
Temblando, Dillon interrumpió la llamada antes de que la
emoción se apoderara de él.
Los del Pico Tres le miraron y se apresuró a marcharse. Se
avergonzó por sentirse tan atemorizado, incluso con lágrimas
en los ojos. Sin embargo, también sintió una punzada de celos,
incluso de paranoia, de que Madame Dupledge se hubiera
convertido en la confidente de su padre. Parecían uña y carne.
Antes solo habían sido su padre y él. Todos parecían decididos
a que se enterara de las cosas el último, y ahora su padre
también estaba metido en el ajo.
23
La sangre hiere
Dillon pasó inadvertido durante las siguientes semanas; le
torturaba la visión de unos enamorados Cora y Bram y estaba
inquieto por la conversación con su padre. Le hubiera gustado
hablar con Sade sobre el tema, pero ella también le evitaba.
Fue un alivio cuando la noche del viaje a la estación de esquí,
la última prueba, por fin llegó a mediados de marzo.
Después de que el profesor Dukan supervisara las raciones
de sangre, la profesora Sandhu ordenó a todo el curso que se
reuniera en el atrio de entrada para poder inspeccionar su
aspecto y dar las últimas instrucciones. A pesar de las reservas
de Ásta y de Celeste, la ropa de esquí que había encargado era
elegante y parecía cara. Dillon nunca había conocido tal lujo.
La profesora Sandhu hizo una mueca cuando vio la ropa
ajustada de Ásta.
—Ásta, ¿me has dado la talla correcta? —preguntó.
—Claro que sí, profesora. La ropa de esquí debe quedar
estrecha —dijo Ásta con despreocupación.
La profesora Sandhu se mostró escéptica, pero no dijo nada
más; en cambio, se dirigió al grupo.
—Aseguraos de tener vuestras gafas y los protectores para
los colmillos y la nariz.
Dillon palmeó la cajita en el bolsillo de su chaqueta de esquí
para verificar que los tuviera y notó que Angelo hacía lo
mismo.
—Ahora bien, recordad que debéis pasar desapercibidos —
advirtió—. Atraeréis la atención, así que no dejéis que se os
suba a la cabeza. No hagáis movimientos rápidos, no os
acerquéis demasiado a los humanos y estad en guardia todo el
tiempo. Quiero que tengáis todo controlado en todo momento.
Buena suerte y, aunque sea una prueba importante —sus
traviesos ojos azules brillaron—, divertíos.
De pie junto a ella, Madame Dupledge frunció un poco el
ceño.
—Pero no os divirtáis mucho. Os daré más instrucciones
cuando lleguemos a Zermatt; los helicópteros están aquí.
Dillon sintió una gran emoción al salir del edificio de la
academia y volar hasta los tres elegantes helicópteros que
esperaban en el hielo. Ni siquiera el hecho de saber que Chiro
le vigilaba le hizo perder el ánimo.
Agachándose, Jeremiah, Bik y él saltaron a uno de los
helicópteros, junto a Sade, Ásta y Angelo. Chiro subió al lado
del piloto vampiro y Sade se sentó en el asiento que estaba
más alejado del suyo. Dillon intentó sonreírle, pero ella evitó
el contacto visual. Suspirando, miró por la ventana mientras
los motores del helicóptero rugían y se elevaban en el aire.
Ásta gritó:
—¡Libertad!
Dillon vio desaparecer el edificio de la academia con forma
de colmillo y rechazó un ligero presentimiento ante la idea de
presentarse por primera vez entre los humanos como dhampir.
Volando rápido y bajo, llegaron al helipuerto de Zermatt en
menos de dos horas. Mientras el helicóptero rodeaba la
imponente montaña Matterhorn, Dillon quedó maravillado
ante el pintoresco pueblo dedicado al esquí. Por el rabillo del
ojo, vio a Angelo ponerse con discreción el protector de
colmillos en la boca.
Las vistosas luces de las ventanas de los chalés y las
lámparas exteriores iluminaban el camino desde el helipuerto
hasta la terminal del teleférico. Había personas con chaquetas
de esquí de colores y gorros térmicos por todas partes: en los
bares après-ski, saliendo de los acogedores restaurantes y
paseando por las bonitas calles adoquinadas.
—¿Cómo pueden soportar caminar tan despacio? —
preguntó Celeste.
Incluso Dillon, habiendo pasado casi cinco meses entre
vampiros, consideró que el ritmo era bastante lento. Estaba
sorprendido por lo sonrosados y desaliñados que parecían los
humanos en comparación con la fría perfección de porcelana
de los vampiros.
Angelo se impregnó de la mezcla de seres humanos que
tenía frente a sus ojos.
—Dios mío, Dillon —gimió en voz baja—. Hay tantos y
huelen tan bien.
—Calla, Angelo —dijo Dillon entre dientes, mirando a su
alrededor—. Puedes hacerlo.
Angelo se estremeció cuando una chica humana lo rozó.
—Tienes razón. Puedo hacerlo —dijo, mostrando seriedad
en sus ojos color caramelo—. He estado practicando mucho.
—¿Practicando el qué? —preguntó Ásta, colándose entre los
dos.
—La abstinencia —dijo Angelo.
—Oh, Dios, qué aburrido —dijo Ásta y se fue a hablar con
Celeste.
La terminal del teleférico estaba más tranquila que las calles,
solo unas pocas personas se dirigían a la montaña a esa hora
de la noche. Madame Dupledge, vestida con un chaleco de piel
sintética, pantalones negros ajustados y botas, se detuvo para
darles unas instrucciones de última hora.
—Os hemos dividido en dos grupos para la primera parte de
la noche, ya que si todos llegáis a un bar al mismo tiempo eso
creará demasiadas distracciones. Ásta, Angelo, Jeremiah,
Cora, Celeste y Frederick, ireis con Dillon. Sade, Ace, Aron y
Bik acompañarán a Bram. El grupo de Bram es un poco más
pequeño por el tamaño del bar.
Ásta le sonrió, y Dillon sintió el mismo revuelo de
presentimientos.
—El grupo de Dillon pasará una hora y media en el
exclusivo Benjy’s Ice Bar, en las pistas. El grupo de Bram irá
al también exclusivo bar Z, en el río. Ambos grupos se
reunirán después en el club Nightjar, en el centro del pueblo.
Hemos elegido esos locales porque la clientela es joven y
glamurosa. Borzak estará en la ciudad y Chiro en la montaña,
pero ambos mantendrán un perfil bajo a menos que haya una
emergencia. Os reuniréis con ellos a las dos de la mañana en
un punto fuera del Nightjar. No bajéis la guardia ni un
segundo. Se espera que os relacionéis, pero tened mucho
cuidado de no acercaros demasiado a los humanos. Recordad
todo el trabajo que hemos hecho en las lecciones sobre el
deseo, y si sentís que estáis perdiendo el control, emplead
todas las técnicas que hemos practicado. Mientras dure el
viaje, el Sr. Hunt y yo esperaremos en el chalet de VAMPS a
las afueras del pueblo. Volveremos después del Nightjar.
Recordad lo importante que es este viaje para vuestro
desarrollo como vampiros modernos y responsables. —Sonrió
—. Estad atentos, pero confío en vosotros, y creo en vosotros.
Este año, el grupo de Dillon tiene una ligera ventaja, ya que
Dillon podrá guiaros. Buena suerte a todos.
Madame Dupledge y el Sr. Hunt se fueron hacia el pueblo.
Sade le miró nerviosa mientras se unía al resto del grupo de
Bram y él le sonrió; no tenía ninguna duda que estaría bien.
Tenía un control brillante, excepto cuando se trataba de su
sangre. Se dio la vuelta mientras Bram le daba un beso de
despedida a Cora.
—Ten cuidado. No te metas en problemas —le escuchó
decir.
Dillon y su grupo se dirigieron a la plataforma e intentaron
pasar inadvertidos mientras esperaban a que llegara el
siguiente teleférico. Algunos humanos se bajaron, con los
esquís colgados sobre los hombros, y miraron con curiosidad a
los vampiros cuando entraron por el otro lado.
—Huele tanto a humano —se quejó Angelo, lamiéndose los
labios mientras las puertas se cerraban y se alejaban a
trompicones por la montaña.
Dillon nunca había esquiado. Mientras el teleférico se
balanceaba hacia arriba, la ladera que tenían debajo brillaba
como si fuera glaseado auténtico por los focos, y observó a
unos cuantos esquiadores de snowboard que trazaban
elegantes curvas en forma de «S» por la montaña.
Celeste miraba con mal humor por la ventana del teleférico.
—Dios, solo quiero que esto se acabe. Los humanos son tan
inferiores a nosotros tanto en lo intelectual como físicamente.
Solo sirven para una cosa.
—Bien, Celeste —dijo Dillon—. Soy medio humano.
¿Podrías explicarme eso para que mi lado humano «inferior»
lo entendiera?
—Sí, bueno, Dillon, a día de hoy al menos actúas más como
un vampiro que como un humano.
—Sí, Dillon, has cambiado mucho —dijo Angelo—.
Aunque ahora lo controlo mejor; ya no quiero chuparte la
sangre a todas horas.
—Me partes el corazón —dijo Dillon con una sonrisa.
—Y te has vuelto muy guapo —dijo Celeste, lanzándole una
mirada socarrona—. Las chicas humanas van a tener
dificultades para resistirse a ti.
—Oh, piérdete. No soy nada del otro mundo —dijo,
esquivando la sonrisa de Cora y mirando por la ventana para
ocultar su incomodidad—. Preparaos —añadió, notando que
estaban casi en la cima—, es hora de unirse a la raza humana.
Cuando bajaron, el único que estaba presente era el operador
del teleférico, y al mirar hacia atrás, Dillon vio que los
observaba con asombro. La situación era muy diferente a su
última experiencia en el mundo de los humanos.
El camino hacia el bar estaba marcado con cálidas luces en
forma de guirnalda y un rústico cartel de madera. El sonido de
la música y de las risas flotaba en el aire fresco de la montaña,
excitándolos ante la perspectiva de disfrutar de los placeres
que les esperaban.
Angelo aceleró el paso.
—Vaya. —Al doblar la esquina y verlo por primera vez,
sonrió y se relamió los labios.
Benjy’s Ice Bar resultó ser más bien una aldea de hielo; se
habían construido varios edificios grandes de estilo iglú con
cúpula en la ladera de la montaña, y una larga barra exterior en
forma de medialuna en el centro. Los taburetes de bar al aire
libre tenían mantas de piel sintética y la gente se amontonaba
alrededor de dos toboganes de hielo en un extremo del bar.
Los esquís y las tablas de snowboard estaban apoyados en
estantes de madera y las luces hacían brillar el hielo
transparente del bar como si fuera una tabla de surf azul neón.
Las vistas de las pistas de esquí iluminadas y del pueblo
resplandeciente que había debajo eran increíbles. Las estufas
de exterior colgadas de altos postes mantenían el frío a raya y
los jóvenes vestidos con ropa de esquí de diseño se aferraban a
bebidas humeantes mientras se movían al ritmo de la música.
—Bien, aquí es; mantened las cabezas agachadas. No
llaméis la atención y pensad como humanos —les recordó
Dillon.
—Nunca podría ser tan tonta —dijo Celeste.
A pesar de que la multitud era glamorosa y joven como
había dicho Madame Dupledge, mientras caminaban hacia el
bar Dillon se dio cuenta de que seguían causando furor. La
gente se detenía, con las bebidas a medio camino de la boca, y
se quedaban mirando. Cerca del bar, notó, impresionado, que
los toboganes de hielo eran núbiles torsos masculinos y
femeninos. Un grupo de esquiadores de snowboard a la última
moda cantaban mientras se servían chupitos en la parte
superior del atractivo tobogán de hielo femenino y se los
bebían mientras bajaban helados por la parte inferior. Las
chicas se reían a carcajadas mientras bailaban el limbo bajo el
torso masculino e intentaban atrapar el vodka con la boca
antes de que salpicara la nieve. Dillon se quedó mirando y
Ásta sonrió.
—No tenía ni idea de que los humanos pudieran ser
divertidos —dijo—. Vamos a tener que hacer un intento. ¿Qué
pido?
—Vodka, creo —dijo—. Recuerda que solo uno.
Se acercó a la barra y sonrió al camarero.
—Seis chupitos de vodka, por favor —dijo, mirándole a los
ojos.
El pobre chico se puso rojo y parpadeó con rapidez.
—Por supuesto —tartamudeó, tanteando los vasos de
chupito—. ¿Algún sabor en particular?
Ásta se inclinó sobre la barra.
—¿Qué me recomiendas?
El sudor le invadió la frente y tiró del moderno pañuelo de
camuflaje que llevaba al cuello.
—El de frambuesa está bueno —dijo.
—Mi color favorito. —Ásta le dedicó otra devastadora
sonrisa y al chico casi se le cayó la botella de vodka.
La guapa camarera de pelo rubio que trabajaba con él había
notado que Angelo y Jeremiah estaban detrás de Ásta y los
miraba con la boca abierta. Angelo sonrió hasta que vio que
Ásta fruncía el ceño y sacó un par de gafas oscuras que, en
lugar de disminuir su atractivo, le hacían verse todavía mejor,
como si fuera una estrella de rock. La camarera se puso
colorada y le sonrió con ojos soñadores.
—Por el amor de Dios —exclamó Ásta en voz baja—. Qué
patético.
—¿Qué? —Angelo se encogió de hombros—. No puede
evitarlo.
—Angelo, recuerda que todo lo que tú puedas hacer, yo
puedo hacerlo mejor —dijo mientras repartía los chupitos—.
Vamos —le hizo una seña y se dirigió a los toboganes de hielo.
Los esquiadores de snowboard estaban tan absortos que no se
dieron cuenta de su presencia al principio—. Ahora me toca a
mí —le dijo con voz ronca a un chico de pelo largo que iba a
ser el siguiente.
—En un minuto —dijo él, sin darse cuenta de que sus
amigos se habían quedado callados.
Mientras se giraba para beber, vislumbró a Ásta y al resto de
los vampiros agrupados detrás de ella y se quedó boquiabierto.
El trago de vodka le salpicó en la cara mientras,
balbuceando, se levantó y se quedó mirándolos.
Ásta, con su chaqueta ceñida y sus botas, se acercó al torso
femenino.
—Dillon, vierte el vodka por mí —le dijo por encima del
hombro.
—No soy tu esclavo —murmuró, pero la siguió—. ¿Lista?
—Por supuesto. —Le guiñó un ojo al chico de pelo largo
que seguía mirando fijamente, con el vodka chorreándole por
la cara.
Vertió el vodka de frambuesa en la parte superior del torso
femenino, y Ásta vio cómo se deslizaba y luego, despacio y
con sensualidad, extendió la lengua y lamió con lascivia el
líquido rojo sangre mientras caía.
—Sorprendentemente bueno —dijo, pasándose la lengua por
los labios.
Dillon vio que los ojos de los esquiadores de snowboard se
abrían de par en par. Mierda, pensó, mientras otras personas
del bar se daban cuenta de que algo estaba pasando y
empezaban a acercarse. Ese no iba a ser un buen comienzo.
—Otro chupito, Dillon —pidió, con sus ojos rasgados
oscuros por la excitación.
—Venga, vamos. Estoy seguro de que alguien más está
esperando un turno —dijo Dillon.
—No seas aguafiestas —dijo.
—Se supone que no debemos llamar la atención. Todo el bar
está mirándote —respondió.
—Dios, Dillon. A veces eres tan aburrido.
—Soy el VE —gruñó—. Se supone que te estoy ayudando a
integrarte.
—Solo viértelo —replicó.
—Uno más y ya está —dijo él, y volcó otro chupito.
Cuando Ásta volvió a chupar el líquido, un pequeño hilo
rojo goteó sobre su barbilla y, enderezándose, se limpió la
boca y se lamió cada uno de los los dedos con lentitud. El
chico que estaba a su lado parecía a punto de estallar, pero
nadie se atrevió a acercarse. Los ojos de Ásta se habían vuelto
aún más felinos y, como había dicho la profesora Sandhu, era
como si pudieran sentir que había algo peligroso en ella.
Angelo no tuvo esas reservas y, con los ojos en llamas, se
tragó el chupito del vaso y la besó con pasión. La multitud
suspiró, incapaz de apartar los ojos de ellos, y Dillon recordó
cómo se había sentido cuando había visto a los vampiros por
primera vez. Su atractivo era magnético e irresistible.
—Ásta, no estoy muy segura de que eso sea precisamente
«integrarse» —dijo Cora.
Ásta, que seguía pegada a la boca de Angelo, levantó el
dedo del medio en dirección a Cora.
La profesora Sandhu había dicho que el alcohol tenía menos
efecto en los vampiros, pero Dillon notó que hacía que sus
ojos brillaran por un instante.
—Esta cosa está buena —dijo Fred, con aprobación—. No
tan buena como mi sangre embotellada, pero no está mal.
—Quiero intentarlo —dijo Celeste con la voz ronca, y
Dillon la miró sorprendido. No se había dado cuenta de que
estaba mirando con los demás. Tenía los ojos azules como el
hielo, enormes y oscuros, y presentaba un aire de emoción
reprimida.
—Quizá más tarde —dijo Dillon, preocupado por si la
exhibición de Ásta o el chupito de vodka hubieran encendido
algún tipo de pasión oscura en ella—. El público se está
inquietando.
Furiosa, frunció el ceño hacia él.
—Vamos a ver esas cosas curiosas de los iglús —dijo Cora
para distraerla.
Consciente de que los ojos de toda la multitud los seguían,
Dillon se agachó pasando por debajo de la entrada en forma de
arco de uno de los iglús. En el interior, a través de un pasillo
corto, había un increíble bar con animales de la jungla tallados
en las paredes de hielo y un techo de hielo abovedado. Más
mantas de piel sintética cubrían los asientos, y las luces
colocadas en las minúsculas alcobas de hielo alumbraban las
paredes brillantes. La barra estaba cubierta de luces LED.
Un ritmo frío e hipnótico y las conversaciones llenaban la
sala, y la gente se arremolinaba en las mesas bajas, bebiendo
cócteles de vodka.
—Tú consigue una mesa. Yo traeré más vodka —ofreció
Fred, con los ojos brillantes.
Dillon hizo una mueca.
—Fred, creo que ya hemos bebido suficiente.
La cara de Fred se desplomó.
—Vamos, Dillon. Tenemos que pasar desapercibidos. Una
más no va a hacer daño a nadie.
—Vale, pero esta es la última —advirtió Dillon—. Pediré
yo.
Pidió una jarra del cóctel de vodka de invierno.
—¿Puedes hacerla floja, por favor? —le dijo a la chica
detrás de la barra.
Lo miró con admiración.
—¿Sois modelos? —preguntó, y se echó el pelo largo y
castaño por encima del hombro, mostrando una bonita oreja
con pendientes y bajando las pestañas.
—¿Qué? No, somos… somos estudiantes.
—¿En serio? ¿Estudiantes de interpretación?
—No, estudiantes normales —Dillon se encogió de
hombros, y deseó haber pensado un poco más en la tapadera
—. Ya sabes, estudiantes estudiantes. Que estudian… cosas.
—¿De verdad? No parecéis estudiantes. ¿Alguno de
vosotros quiere venir al Nightjar después? Algunos de
nosotros vamos a ir allí después del trabajo. ¿Por qué no me
das tu número? Por cierto, soy Lola.
Dillon reflexionó durante un minuto.
—Lo siento, no tengo el móvil. Quizá nos veamos allí…
Se quedó callado cuando de repente ella se inclinó hacia
delante y lo besó. Todo lo que pudo percibir fueron sus cálidos
labios y el olor de la sangre bajo su piel. Sintió que la cabeza
le daba vueltas y, cuando sus colmillos empezaron a salir,
retrocedió alarmado, cerrando la boca.
—Lo siento —dijo, interpretándolo mal—. No sé qué me ha
pasado. No suelo hacer eso.
—No es por ti. Es que me pareces muy atractiva —murmuró
Dillon con la boca cerrada.
Fred, que estaba a su lado, sonrió.
—Estará allí más tarde —dijo, guiñándole un ojo y
recogiendo la jarra de vodka.
—Brillante, Dillon —exclamó Celeste mientras colocaba las
copas en la mesa—. Veo que estás dando ejemplo.
—No ha sido culpa mía —se dirigió a Fred—. ¿Lo ha sido?
—Ja, la pobre chica estaba desolada por tu irresistible
atractivo.
—Yo solo pedí las bebidas —protestó.
—Sí, y seguro que la has mirado con esos impresionantes
ojos azules. Apuesto a que lo has hecho —se burló Ásta.
Dillon parpadeó, nunca nadie le había dicho que tenía unos
ojos impresionantes.
—Siéntate, Dillon —dijo Ásta—. Deja de parecer tan
confundido. La Sangre Dorada te ha hecho muy atractivo.
Ahora eres todo un semental.
Dillon sintió que un ligero calor le subía por las mejillas.
—Mira, ya no te pones tan rojo como antes. Aunque, en
realidad, lo echo de menos. Es muy excitante para nosotros,
los vampiros.
—Para mí, no —dijo Angelo—. El rubor humano me vuelve
loco.
Dillon notó que los humanos de las otras mesas los miraban
con atención.
—Baja la voz, Angelo —dijo, sirviéndose un trago—. Y
deja de llamar al resto de la gente del bar «humanos». Ya sabes
que tienen oídos. Y ahora: slainte! —dijo, levantando su vaso.
—¿Slantcha? —preguntó Fred.
—Es la palabra irlandesa para «salud» —explicó.
—Oh, como santé —dijo Fred, levantando su copa también.
—Slainte! —coreó el resto del grupo, bebiéndose el vaso de
un solo trago.
Dillon se dio cuenta de que el alcohol producía un agradable
ardor; ni de lejos tan embriagador como el de la sangre, pero sí
bastante agradable. El bar se llenaba a medida que la gente,
fascinada por el grupo de hermosos vampiros, iba entrando.
Los vampiros también estaban fascinados por la situación.
—Es increíble lo que beben —se maravilló Fred—. Están
perdiendo el control de sus sentidos. Podríamos dejar este sitio
limpio.
—¡Fred! —exclamó Dillon.
Se encogió de hombros.
—Solo era un comentario.
Dillon miró a su alrededor. Fred tenía razón; la gente estaba
perdiendo la inhibición. Muchos se balanceaban ebrios al
ritmo de la música en el centro del bar. Un par de chicas con
un bronceado color caramelo y una ligera marca de las gafas
se atrevieron a acercarse a su mesa.
—¿Quieres bailar? —dijo la más guapa, arrastrando las
palabras y sin poder apartar los ojos de Jeremiah.
—Gracias, a lo mejor más tarde. —Jeremiah sonrió y las dos
chicas se sonrojaron bajo su bronceado.
—Son como corderos yendo hacia el matadero —susurró
Ásta, observando a las chicas que se reían a trompicones y
lanzaban anhelantes miradas hacia Jeremiah mientras iban a
reunirse con sus amigos.
Fred sonrió.
—Voy a actuar como un humano y voy a buscar más
bebidas. ¿Os apuntáis todos?
—No más, Fred —dijo Dillon.
—Está bien, Dillon. A nosotros no nos afecta —insistió
Fred.
Arrastró a Jeremiah para que le ayudara y toda la sala se
quedó paralizada. Los ojos de la camarera guapa se pusieron
vidriosos cuando Jeremiah le sonrió.
Fred volvió a la mesa sonriendo.
—Jeremiah es como un tigre entre palomas. Ha incendiado
el local.
Tenía razón, Dillon sintió que el ambiente se estaba
volviendo cada vez más cargado. El intenso atractivo de los
vampiros estaba aumentando la tensión de la habitual
atmósfera de fiesta del après-ski.
Los ojos de Ásta empezaron a brillar de forma peligrosa y
también los de Cora. Fred y Jeremiah se pusieron los
protectores bucales en la boca. Dillon podía sentir cómo el
alcohol se mezclaba con la Sangre Dorada de una forma muy
placentera. En casa, había disfrutado de una pinta con su padre
en el pub local, Mulligans, pero esto era algo más.
—Vamos, chicos. Vamos a bailar —dijo Ásta, quitándose la
chaqueta para revelar un diminuto crop top negro. Consciente
de que estaba mostrando sus tonificadas curvas, se balanceó
suavemente hacia el centro de la sala, lanzándole la chaqueta a
Angelo.
Dillon se estremeció.
—Angelo, será mejor que vayas ahí.
Angelo se despojó de su chaqueta y comenzaron a girar de
un modo lento y sensual. Más y más gente se amontonaba en
el centro y formaba un círculo de admiración alrededor de
ellos. Celeste atrajo a un reacio Jeremiah y, agitando su larga
melena rubia plateada, se puso a bailar de forma provocativa
con él. El ambiente se estaba volviendo cada vez más salvaje.
Al quedarse sola en la mesa, los ojos de Cora se encontraron
con los suyos.
—¿Quieres bailar conmigo, Dillon? —le preguntó, sus ojos
verdes como el mar brillaban.
Bebió de su hermoso rostro, pero apenas le había hablado
desde el Desafío del Hielo.
—No estoy seguro de que sea una buena idea hacer eso aquí
—murmuró—. Se me está yendo de las manos.
—No pasa nada —dijo, ignorándolo, y le tomó la mano,
enviando pequeños disparos eléctricos que subieron y bajaron
por su brazo.
En el borde de la multitud, ella comenzó a balancearse, y sus
sentidos vampíricos siguieron el ritmo perfecto de la música.
Se acercó.
Dillon retrocedió un poco mientras la cabeza le daba vueltas.
—¿Qué estás haciendo? —susurró mientras sentía que el
inevitable calor empezaba a arder alrededor de su cuerpo.
—Solo me divierto —susurró, acariciándole el cuello y
haciéndole cosquillas en la oreja con los labios, volviéndolo
loco.
—No —susurró—. Has dejado claro que prefieres estar con
Bram.
—Shh —dijo ella, acercándose más—. Bram no está aquí.
Vamos a divertirnos.
A Dillon la cabeza le daba vueltas. Había estado anhelando
esto desde la enfermería en su primer día en VAMPS. En
alguna parte de su interior, encontró la voluntad para dudar.
—¿Por qué ahora?
—No tendremos otra oportunidad para escaparnos.
Dillon miró a los otros vampiros. Fred estaba detrás de la
barra, aprendiendo a hacer cócteles. La multitud seguía
hipnotizada por Jeremiah, Celeste, Ásta y Angelo y se iba
aproximando a ellos.
Sin duda, las cosas se estaban descontrolando, pero él no
podía pensar con claridad, el embriagador aroma de Cora le
nublaba el cerebro y el ritmo de la música lo tenía casi
hipnotizado. La combinación de la Sangre Dorada que había
bebido antes de salir y el vodka le estaban mareando.
Una sensación surrealista, como si estuviera soñando, se
apoderó de él y no la detuvo cuando le condujo hasta un arco
cubierto con una cortina de pieles y se deslizó tras ella. Había
un pasillo de hielo y otras dos puertas cubiertas con pesados
revestimientos de piel sintética. Dentro de la primera había
una acogedora sala en forma de iglú con más pieles apiladas
en una plataforma elevada en el centro. Unas velas largas,
blancas y finas parpadeaban alrededor de la habitación.
—He oído a un par de chicas decir que la gente paga por la
experiencia de dormir aquí una noche —susurró Cora.
Dentro, era acogedor y similar a un útero. Dillon se sintió
como en un sueño largo cuando Cora lo atrajo hacia ella y
acercó sus labios a los de él. Una vez más, se contuvo.
—Sigo sin entender… —susurró, mirándola a los ojos.
—Descubriste que mi hermano estaba vivo —murmuró ella
—. Y quiero hacerlo.
El calor que había estado creciendo entre ellos durante todo
el tiempo se desató y, de repente, él no podía saciarse de ella.
Cora se apartó un poco y le quitó la chaqueta. Con los dedos
temblorosos, él le bajo la cremallera del abrigo, y al recorrer
sus perfectas curvas con las manos, ella se estremeció,
atrayéndolo más. Las manos de ella se deslizaron por debajo
de su camiseta y le acariciaron el pecho, bajando despacio
hasta llegar a la cintura. Le acarició la zona justo debajo del
hueso de la cadera, deslizando los dedos en el hueco entre la
piel y el cinturón. De forma involuntaria, los abdominales se le
tensaron y jadeó de placer. Un gemido escapó de los labios de
él y, sin poder resistirse más, tiró de ella hacia las pieles,
arrancándole el resto de la ropa con frenesí.
Durante un segundo, se detuvo. Bajo la luz tenue, su cuerpo
brillaba pálido y suave y las extremidades de ella se enredaban
con las de él. Sediento, bajó la boca hasta su cuello y recorrió
el aroma de la sangre que lo había vuelto loco durante meses.
Despacio, con suaves lametones, siguió el recorrido de la
carótida desde el cuello hasta los pechos. Con suavidad, le
mordió los pezones y sintió que se endurecían bajo su lengua.
Con un gruñido, ella arqueó la espalda de placer y la cabeza de
él se tambaleó ante el sabor de su piel. Gruñendo otra vez,
ahora con más urgencia, se arqueó de nuevo hacia él.
—Más —susurró ella.
Él respondió succionando en profundidad, sus pequeños
gruñidos de placer le volvían loco. Lo apartó con suavidad, los
ojos de ella brillaban de deseo y no dejaron de mirar los suyos
mientras cambiaba de posición y bajaba despacio encima de
él. La cabeza de Dillon se echó hacia atrás: la sensación era
exquisita. A medida que empezaban a moverse juntos, él podía
sentir que el calor crecía y crecía, y perdía el sentido de
cualquier cosa que no fuera la sensación del cuerpo de ella
sobre el de él. De repente, ella se detuvo; lo dejó temblando al
borde del placer, e inclinó la cabeza. Dillon sintió que los
dientes de ella le rozaban el cuello y se hundían en su piel.
Gritó mientras la sangre se convertía en fuego fundido. Sus
colmillos se dispararon en un reflejo y, sin saber lo que estaba
haciendo, le correspondió, hundiéndolos en su delgado cuello.
Ambos gritaron mientras una exquisita erupción doble recorrió
sus cuerpos. Cora se derrumbó encima de él y durante uno o
dos minutos yacieron en los brazos del otro, estremeciéndose
por las secuelas del placer.
—¡Fóllame, Dillon! —susurró Cora.
Dillon no pudo evitar esbozar una sonrisa.
—¿Qué? ¿Otra vez?
Cora apoyó la boca en el pecho de él para reprimir una
risita. Poco a poco, fue consciente de los ruidos del bar más
allá de la cortina de pieles y la sensibilidad volvió a sus
miembros.
Le tomó la cara con las manos.
—Lo siento, ¿te he hecho daño? —susurró, lamiendo con
suavidad la marca en forma de medialuna en el cuello para que
se curara más rápido.
—Nunca podrías hacerme daño —dijo.
El sonido de los gritos estalló en el bar.
—Será mejor que volvamos —dijo él, buscando su ropa.
—Se darán cuenta de que hemos desaparecido.
A la velocidad de un vampiro, se vistieron. Justo antes de
que ella alcanzara la cortina, él la tiró hacia atrás.
—Cora…
Ella le puso un dedo en los labios.
—No lo estropees…
Ella regresó al bar. Él aún no estaba preparado para
enfrentarse a los demás. Aturdido, siguió el pasillo de hielo
más allá de la otra sala del iglú a otro arco que lo llevó al
exterior. Abrazándose a sí mismo, observó el cielo de la noche
y los cientos de estrellas que lo salpicaban. Todavía le
hormigueaba todo el cuerpo, y se sentía más vivo de lo que
nunca había estado en su vida; era incluso mucho más intenso
que la Sangre Dorada. Respiró hondo y de forma controlada y
se propuso ralentizar su corazón. Ya la echaba de menos y
temía que fuera un acontecimiento que no pudiera repetirse.
Ella estaba con Bram. No podía enterarse nunca.
El sonido de los gritos del bar le hizo volver a la realidad.
Mientras se abría paso entre las pesadas pieles, el olor a
humano ardiente le hizo detenerse, y sintió que la saliva corría
por los canales de su lengua.
La situación se había complicado. Jeremiah, con los ojos
inyectados en sangre y la mandíbula desencajada por el
esfuerzo para no perder el control, mantenía a un desgreñado
esquiador de snowboard y a Angelo a distancia. Ásta tenía sus
brazos alrededor de Angelo, tratando de calmarlo. Tenía los
ojos negros y desorbitados, y emitía un ruido bajo y gruñón.
Los ojos de Celeste brillaban rojos por la excitación mientras
echaba leña al fuego de la confrontación y se burlaba del
esquiador de snowboard. Dillon sintió que la pasión que tenía
en las venas se convertía en rabia mientras se acercaba a ella.
—¿Qué coño estás haciendo? —espetó.
—Nada —respondió ella.
Le dio la espalda y se dirigió a Angelo.
—Cálmate, Angelo. No vale la pena. Has trabajado muy
duro.
De alguna manera, Angelo lo escuchó, y Dillon vio cómo
sus ojos, enormes y depredadores, reducían su tamaño y
empezaban a parecer un poco más normales.
—Tenemos que salir de aquí, ahora —le dijo a Jeremiah.
—Tendríamos que haberlo hecho hace diez minutos —dijo
Jeremiah, ceceando mientras sus colmillos hacían presión
contra el protector bucal—. ¿Dónde diablos estabas?
—Fui a explorar —dijo, ajustándose el cuello de la
chaqueta, cohibido; la marca de la mordedura de Cora se había
curado, pero seguía sintiendo que las llamas le lamían el
cuello.
Jeremiah lo miró por un segundo y levantó las cejas con
complicidad.
—Salgamos de aquí —dijo Dillon, ignorándolo.
Asintió con la cabeza y soltó al esquiador de snowboard que
se lanzó hacia delante, pero fue retenido por sus compañeros.
—¡Fue ella la que bailó conmigo! ¡Me chupó el cuello! —
gritó mientras Jeremiah arrastraba a Angelo al exterior—.
¡Sois todos unos putos raros!
Celeste le lanzó un beso y salió con paso firme tras ellos.
Dillon apretó los dientes; le irritaba a más no poder. Ásta salió
detrás de ella, sin bajar la guardia ni un segundo. El resto de la
multitud los observó marcharse en un silencio asombroso.
Cora seguía intentando persuadir a Fred para que dejara los
cócteles.
—Tenemos que salir de aquí rápido —insistió Dillon.
Cora lo miró, y él sintió que el cuello le ardía de nuevo.
Agarró a Fred, recogió las chaquetas y se unió a él. Pequeñas
descargas eléctricas recorrieron su cuerpo cuando ella le rozó
el brazo. El aire frío de la montaña les hizo recobrar el sentido.
La fiesta en el bar al aire libre seguía en pleno apogeo.
—Celeste, nos has puesto a todos en riesgo para que
perdiéramos el control ahí dentro —dijo Dillon, mirando hacia
atrás para ver si alguien los había seguido—. No puedes atraer
la atención de esa manera y luego darles la espalda.
—¿En qué siglo vives, Dillon? Debería poder comportarme
como quiera sin que un imbécil me insulte —dijo, con la
indignación dibujada en la frente.
—En nuestro mundo, sí. Pero no en el mundo humano,
donde se sienten atraídos por ti de una manera tan irresistible.
Se supone que no debemos llamar la atención hacia nosotros
en este viaje.
—¿Cómo te atreves a regañarme, Dhampir? —espetó, con
los ojos brillantes—. Si estabas tan preocupado por eso,
¿dónde estabas, VE?
Sus ojos se dirigieron a Cora, y él sintió otro extraño
presentimiento.
Un grito fuerte y aterrador le provocó un repentino
escalofrío. Una chica salió corriendo por el lateral del bar en
forma de iglú.
—Que alguien llame a los servicios de emergencia —gritó
—, ¡hay sangre por todas partes!
Angelo y Fred se pusieron nerviosos.
—Quedaos aquí —dijo Dillon, no quería a esos dos en
cualquier lugar cerca de sangre fresca.
—Voy contigo —insistió Celeste.
Dillon dudó.
—De acuerdo —dijo al fin.
No era su vampira favorita, pero tenía un control ejemplar.
Tan rápido y con tanta fuerza como se atrevieron, Dillon y
Celeste se abrieron paso entre la multitud. La bonita camarera
yacía inmóvil a un lado del bar iglú junto a las papeleras y las
cajas con bebidas vacías. Tenía la cara de un horrible color
gris azulado. Su pelo, antes rubio, y la nieve que rodeaba su
cabeza estaban manchados de rojo. Los colmillos rompieron la
superficie de sus encías y presionaron una vez más contra el
protector y, asqueado consigo mismo, tuvo que colocarse la
mano sobre su nariz para bloquear el olor.
Un estudiante de medicina se acercó corriendo y se agachó
para comprobar si respiraba. Con una expresión sombría, le
bajó la cremallera de la chaqueta de esquí y comenzó a
practicarle la reanimación cardiopulmonar. Dillon se volvió
hacia Celeste con horror, el cuello de la chica estaba
destrozado.
De repente, Chiro apareció a su lado.
—Salid de aquí ahora mismo —gruñó—. Los demás ya
están de camino al teleférico.
Chiro los guio hasta el borde de la multitud y, con una
mirada furtiva para comprobar que nadie les observaba, los
empujó a velocidad vampírica. Llegaron a la terminal del
teleférico en segundos.
—No podemos volar —gruñó—, los focos iluminan
demasiado.
—¿Qué ha pasado? —susurró Cora.
—Han atacado a una chica. Parecía como si le hubieran
arrancado la garganta.
Los ojos de Cora se abrieron de par en par.
—¿Cómo ha podido pasar eso? —preguntó, mirando a
Dillon.
Un skidoo paramédico subió por la montaña con las sirenas
sonando, seguido por la policía y los vehículos de rescate de
montaña. Mientras subían al teleférico, oyeron el ruido de un
helicóptero policial.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Angelo.
—No habléis —gruñó Chiro, paseando por el teleférico y
mirando por las ventanas.
Madame Dupledge y el Sr. Hunt les esperaban en la base.
Borzak se dirigió hacia ellos tan rápido como se atrevió, con
Bram y los demás. Una vez que estuvieron todos juntos,
Madame Dupledge se dirigió a ellos.
—Ha habido un incidente muy grave. Parece que han
asesinado a una chica humana. Chiro ha informado que parece
un ataque de un vampiro. Nuestros planes para pasar la noche
han sido cancelados y los helicópteros están esperando para
llevarnos directamente a VAMPS. Vamos a iniciar una
investigación completa de inmediato. El Sr. Hunt y yo nos
quedaremos aquí para empezar a limitar los daños.
Cuando los helicópteros despegaron y se abalanzaron sobre
la montaña iluminada, Dillon contempló las luces
intermitentes y los cordones policiales. Un skidoo que
arrastraba un trineo con el cuerpo de la chica cubierto con una
manta bajó a toda velocidad hasta una ambulancia que
esperaba en la base, dejando un rastro rosado de sangre
embarrada en la prístina ladera de la montaña.
24
Sangre traicionera
Aparte del zumbido de los motores, había un silencio absoluto
en el interior del helicóptero. Sorprendido y con el estómago
revuelto, Dillon miró a Cora, Celeste, Angelo, Fred, Ásta y
Jeremiah; sus rostros, inmóviles como el mármol, no
revelaban nada parecido a la conmoción interna que él sentía.
A excepción de Celeste, había visto a todos luchar para
controlarse, sobre todo a Angelo. ¿Habría subestimado su
poderoso instinto de beber sangre fresca? ¿Alguno de ellos
podría haberle arrancado la garganta a esa chica?
Aunque no quería hacerlo, tenía que preguntarlo.
—¿Alguien vio algo? —preguntó.
—Cora y tú fuisteis los únicos que desaparecisteis —dijo
Celeste, mirando de uno al otro—. Supongo que podéis dar
cuenta de cada uno.
Sin saber por qué, el revoloteo del presentimiento estalló en
un torrente de miedo, y sus ojos se dirigieron a Cora.
—Salimos a tomar el aire —respondió.
—Cora volvió por su cuenta —continuó Celeste—. Supongo
que tú necesitabas más aire «fresco».
—El vodka se le subió a la cabeza —dijo Cora—. Se sentía
sobrepasado.
—Entonces, me extraña que lo dejaras solo —dijo Celeste,
levantando una ceja. La mirada azul hielo de Celeste era dura.
—¿Qué quieres decir? —dijo Dillon.
—Fue tu primera vez entre los humanos como medio
vampiro. —Celeste se encogió de hombros—. Tal vez perdiste
el control.
Incrédulo, la miró a los ojos.
—He vivido entre humanos toda mi vida. Nunca podría
matar a una chica de esa manera. ¿No creerás eso de verdad?
Celeste se encogió de hombros.
—La sed de sangre provoca efectos extraños en los
vampiros.
—Soy un dhampir —dijo.
—Qué conveniente. Antes te has llamado a ti mismo
«vampiro» —dijo, sacudiéndose el pelo con desdén.
—Dejadlo estar, los dos. Madame Dupledge averiguará que
ha pasado —dijo Jeremiah—. Estoy seguro de que no tiene
nada que ver con nosotros. Quizás había un renegado por los
alrededores, o la atacó un animal salvaje.
—No sé por qué no pudieron resolverlo y dejarnos seguir
adelante —dijo Fred, ajeno a toda la tensión que se respiraba
en el helicóptero—. Quería ver el Nightjar.
Ásta se quedó mirando por la ventana con mal humor.
—Sí, la única noche que se suponía que íbamos a divertirnos
—dijo.
Al lado de Dillon, los ojos oscuros de Angelo brillaron de
alivio.
—Dillon, no he sido yo —dijo en voz baja.
Dillon trató de tragarse el miedo que seguía subiéndole por
la garganta.
—Lo sé. Lo has hecho muy bien, Angelo —dijo y se giró
para mirar por la ventana.
La cabeza le daba vueltas. ¿Cómo iba a explicar su ausencia
sin involucrar a Cora?
El lago helado brillaba por debajo de ellos mientras se
acercaban a VAMPS. Hacía poco tiempo que había sido el
héroe del Desafío del Hielo, la estrella de VAMPS. Sin
embargo, sintió una sensación de fatalidad inminente. Había
traicionado a Bram, y ahora iba a pagar por ello.
El profesor Dukan y la Dra. Meyer se reunieron con ellos en
la entrada.
—Un asunto terrible —dijo el profesor Dukan, caminando
de un lado a otro—. Madame Dupledge ha enviado un mensaje
para que vayáis directos a vuestras habitaciones. No habléis
con nadie más que con vuestro compañero de habitación.
Hablará con vosotros de forma individual en cuanto regrese.
En cuanto estuvieron en los ascensores, Bram se acercó a
Dillon.
—¿Qué diablos ha pasado? —dijo en voz baja.
—No estoy seguro.
—¿Estuvisteis juntos todo el tiempo?
—Más o menos.
Las cejas de Bram se unieron, y abrió la boca para hablar.
—No discuta, Sr. Danesti, por favor —interrumpió el
profesor Dukan—. Este es un asunto serio.
En silencio, caminaron por el pasillo hacia sus habitaciones.
Cuando Sade llegó a su puerta, miró a Dillon. Sus ojos se
mostraron llenos de preocupación. Le dedicó una pequeña
sonrisa, pero por dentro él se sintió mal, como si también la
hubiera traicionado.
En cuanto cerró la puerta de su habitación, Jeremiah se
volvió hacia Dillon.
—¿Vas a contármelo? —le preguntó.
—Ya sabes. Cora y yo salimos a tomar el aire.
—Vamos, estás hablando conmigo. La tensión ha estado
creciendo entre vosotros dos desde que os visteis por primera
vez y de repente desaparecéis juntos y volvéis con los ojos
brillantes. El aire fresco no hace eso.
—No volví con los ojos brillantes —protestó Dillon—. Fui
directo a ayudarte a solucionar lo de Angelo.
—Está bien, amigo. No voy a decírselo a nadie —dijo
Jeremiah—. Y si sirve de algo, confío en ti. Eres el único que
no se sabe dónde estaba, pero no te veo arrancándole la
garganta a una chica bonita; incluso si la sed de sangre se
apoderara de ti.
—Eh, gracias. Como dije, todo lo que hice fue tomar un
poco de aire fresco para despejar la mente.
—Como he dicho, te creo. Muchos no lo harían.
—¿Estás seguro de que nadie más salió del bar?
—Solo Cora y tú.
—Sé que yo no lo hice, así que debe haber sido alguien que
quería que pareciera que había sido uno de nosotros. Alguien
con rencor hacia VAMPS.
Jeremiah lo observaba con atención.
—¿Qué es lo que pasa?
Sacudió la cabeza.
—¿No crees que Bram y Cora podrían haberme tendido una
trampa?
—¿Qué? ¡No! Cora no es así.
Suspiró aliviado.
—Sí, tienes razón. Estoy siendo paranoico.
—Va a ser una noche larga. Voy a relajarme antes de que
todo empiece —dijo Jeremiah, abriendo el ataúd.
Dillon se sentó en el suelo con la espalda apoyada en la
pared y apoyó la cabeza entre las manos. Fue un alivio cuando
Chiro vino a por él al amanecer. Madame Dupledge se paseaba
arriba y abajo por su despacho, sola. Se detuvo cuando lo vio.
—Cierra la puerta detrás de ti, Dillon, por favor.
Dillon creyó vislumbrar una expresión de aflicción en su
rostro antes de que ella se volviera hacia él y lo mirara muy
seria.
—Dillon, quiero que seas sincero. ¿Atacaste a esa chica?
Dillon reaccionó y la miró a los ojos.
—¡No, claro que no!
—Celeste nos dijo que fuiste el único que desapareció del
bar anoche. Durante nuestra limitación de daños, encontramos
pruebas de tu sangre única mezclada con la de la chica.
Su corazón, que se había ralentizado, de repente empezó a
latir con fuerza y rapidez.
—¿Qué? Juro que la vi en el bar, pero no la volví a ver hasta
que dieron la alarma.
—¿Cómo explicas entonces tu tiempo a solas?
No podía decirle que necesitaba un poco de espacio para
saborear las increíbles emociones de estar con Cora.
—Tomamos unos cuantos vodkas. En combinación con la
Sangre Dorada. Me mareé. Fuimos a tomar aire fresco. Cora
quería volver; yo necesitaba más tiempo.
—A pesar de que eres VE y se supone que deberías estar
vigilando a los demás, sobre todo teniendo en cuenta que había
algunos de los vampiros más volátiles en tu grupo.
Se quedó en silencio, y luego dijo:
—Supongo que no fue mi mejor decisión, pero conseguí
mantener las cosas bajo control tan pronto como regresé.
—¿Habiendo satisfecho tu propia sed de sangre?
—No, ya te lo he dicho, no he tenido nada que ver con eso.
Siento la atracción de la sangre humana, pero —hizo una
pausa— creo que puedo controlarla.
Se esforzaba por aceptar su repentina hostilidad hacia él.
—El ADN de tu sangre en la escena es condenatorio, Dillon.
—No puedo explicar eso, excepto que todo el mundo sabe
que tengo una sangre única. Inculparme resultaría muy fácil
para alguien que quisiera deshacerse de mí.
—Es un poco absurdo que alguien se tome todas esas
molestias, ¿no crees?
—No es más descabellado que acusarme de algo que no he
hecho.
Ella le estudió durante un segundo y, a pesar del creciente y
oscuro pánico que amenazaba con abrumarlo, percibió su
conflicto de emociones.
Al final, cuando habló, su voz salió forzada.
—Lo siento, Dillon, pero no tengo otra opción. A menos que
salga a la luz información que demuestre tu inocencia, tengo
que ponerte en aislamiento, y te enfrentarás a un juicio
vampírico con todas las de la ley. Si eres declarado culpable,
de acuerdo con las normas de VAMPS, serás condenado a
muerte.
Conmocionado y sin poder hacer nada, Dillon la miró,
incapaz de comprender lo que le estaba sucediendo.
—¿Muerte? —jadeó—. ¿Vais a matarme?
Ella miró hacia la puerta y habló muy rápido, en voz baja.
—Ahora debes actuar con mucho cuidado, Dillon. Hay
varios vampiros poderosos que quieren sacarte de esta escuela.
Debes intentar recordar cualquier cosa que hayas visto o
cualquier cosa que pueda ayudar a tu caso. En vista de la
evidencia en tu contra, estoy en una posición muy difícil. Yo
luché para que vinieras a VAMPS y no se me puede ver
apoyándote sin correr el riesgo de que me destituyan.
—Así que no crees que lo hiciera y aun así estás preparada
para arrojarme a los lobos.
Su mirada esmeralda brilló.
—Perder mi posición no nos ayudaría a ninguno de los dos
—dijo con frialdad.
—¿Cómo voy a defenderme? Quiero hablar con mi padre.
¿No debería tener un abogado o algo así?
—En nuestro mundo no funciona de ese modo. En el juicio
se descubrirá la verdad. Es mejor así.
Dillon la miró, incrédulo.
—Esto es de la época medieval. Quiero hablar con mi padre.
—Tu padre sabe que se hace así.
—Es imposible que mi padre se quede quieto y permita que
me pase esto —dijo con fiereza—. Quiero que te pongas en
contacto con él, y quiero verlo. Soy medio humano; es un
derecho humano básico.
—En un tribunal vampírico, tu lado vampiro tiene
preferencia. No hay mucho que tu padre pueda hacer. Él
conocía los riesgos cuando viniste aquí.
—No sabía que me iban a tender una trampa de alguna
manera o a incriminar por algo que no hice. —Le estaba
suplicando—. Prométeme que te pondrás en contacto con él.
—Lo intentaré, pero como he dicho, hay fuerzas poderosas
en tu contra.
Ahora se estaba aferrando a un clavo ardiendo.
—En ese caso, ¿qué pasa con mi madre? Si ella es de una
poderosa familia de vampiros, mi padre debería ser capaz de
pedirle ayuda.
—Dillon, haré lo que pueda, tendrás que confiar en eso.
Recuerda que yo también estoy bajo vigilancia. No hay mucho
tiempo. Chiro te llevará a la celda de detención ahora.
Permanecerás en aislamiento hasta el juicio.
Era como una pesadilla de la que no podía escapar. Se giró y
se dirigió a la puerta a trompicones.
De repente, se dio la vuelta.
—Tu intuición te diría que estoy diciendo la verdad. ¿Por
qué no puedes usarla?
—Dillon, tengo una fuerte intuición, pero no soy inmune a
los vampiros que pueden bloquearme, y tú has sido cada vez
más capaz de evadirme.
Dillon parpadeó, sorprendido. No lo había sabido y, sin
embargo, ahora que lo pensaba, la había bloqueado en un par
de ocasiones; sobre todo con Bram después del Desafío del
Hielo.
—Mi evidencia no sería aceptada en un juicio en el que hay
pruebas concretas de tu sangre en la escena. Las habilidades
para leer la mente de la condesa Fassano son tan fuertes, que
ella es la única vampira a la que podrían aceptar. Ya he hecho
una petición al Consejo de Vampiros, pero no hay garantía de
que lo permitan.
Una oleada de rabia lo invadió, haciendo a un lado el
pánico; no había querido venir a una academia de vampiros.
En todo momento se había sentido como un peón en un plan
mayor, sin control sobre lo que le ocurría.
—Tú y mi madre misteriosa maquinasteis que estuviera aquí
—habló con los dientes apretados—. Nunca quise venir. No
pedí ser Vampiro Electo. ¡No pedí beber sangre, o nadar
muchas millas bajo hielo sólido para luchar contra malditos
vampiros renegados! ¡No pedí nada de esto! Nada. Y en cada
paso del camino tú… —Señaló a Madame Dupledge con
enfado—. Tú probaste mi sangre. Dijiste que era especial. Que
yo era especial. No tiene sentido. ¿Por qué haría algo así?
Se calmó, cerrando los ojos y concentrándose en recuerdos
que lo relajaran: Cora estabilizándolo bajo el hielo; Cora
besándole para que volara; Cora en la habitación de hielo de la
estación de esquí, mirándole a los ojos. Y al hacerlo, sintió el
eco de la fuerza que ella le aportaba. Abrió los ojos, miró a
Madame Dupledge y continuó:
—Es vuestra responsabilidad sacarme de esto, pero todos
vosotros solo os preocupáis por vosotros mismos, ¿verdad?
Así que, muy bien, adelante, Madame Dupledge. Sálvese a sí
misma. Es lo que hace todo vampiro. ¿No es así?

Se alegró al ver que ella hacía una mueca de dolor cuando se


dio la vuelta y se fue, pero no le dio ninguna satisfacción. Cora
tenía razón cuando le advirtió que Madame Dupledge no era
tan poderosa como parecía. Le había pasado a su hermano y
ahora le estaba pasando a él. Chiro lo condujo a las entrañas
del edificio. En la base, en lo más profundo de la montaña,
había una pequeña celda con puertas de acero reforzadas. En la
puerta, Chiro se detuvo.
—Yo no creo que lo hicieses, Dillon. Te vi fuera y luego te
vi entrar —gruñó en voz baja—. Quienquiera que lo haya
hecho, fue lo bastante inteligente como para evadirme.
Dillon se volvió hacia él, agradecido. Por alguna razón,
Chiro siempre le había cubierto la espalda.
—Gracias, te lo agradezco, Chiro. ¿Se lo has dicho a
Madame Dupledge?
—Sí, pero hay algunas fuerzas poderosas en juego. Están
obsesionados con el tema de la sangre. Haré lo que pueda para
averiguar más. Las cámaras nos están vigilando, tienes que
entrar ya.
Cuando Chiro empezó a cerrar la puerta, Dillon se volvió
hacia él y le habló con urgencia en voz baja.
—Sade podría ayudarte. Es sumamente inteligente y tiene
contactos en las altas esferas. Su hermana trabaja en un
laboratorio de análisis de sangre.
—Lo intentaré, pero no será fácil. —Chiro hizo una mueca y
cerró la puerta.
Dillon oyó cómo sus suaves pasos se alejaban y sintió que la
ira se esfumaba dejando que la desesperación lo invadiera. La
celda había sido tallada en la montaña y contrastaba por
completo con el resto del edificio. Las paredes y el suelo eran
de roca desnuda, y el olor era húmedo y terroso. En el suelo
había un único ataúd y la única luz provenía del pequeño foco
verde de una cámara de vigilancia. Producía un leve zumbido
mientras lo seguía por la habitación.
Todavía estaba luchando por asimilar el abrupto cambio de
suerte. Durante horas se paseó por la celda; el poco tiempo
milagroso que había compartido con Cora parecía haber
ocurrido en otra vida. Su mente viajaba de un lado a otro a
través de un bucle interminable: iba del éxtasis con Cora al
horror de la chica muerta, buscando cualquier pista que
explicara quién estaba tratando de inculparlo.
En algún momento el cansancio lo venció y se acostó,
exhausto, en el ataúd. Era duro y estaba frío, muy diferente a
la versión de lujo a la que se había acostumbrado. Sin
embargo, el sueño se le escapó mientras su mente seguía
dándole vueltas a todos los detalles del viaje a la estación de
esquí; desesperado, trató de recordar si había visto a alguien o
algo que diera sentido a lo que había sucedido.
Al final, debió de caer en un sopor irregular, lleno de sueños
confusos. En uno de ellos, el rostro de Cora, bañado en lujuria,
se transformaba en el de la camarera guapa mientras le mordía
el cuello en éxtasis. Ella se retorcía en el mismo éxtasis, y él
descubrió que no podía dejar de beberse su sangre. La
sensación de que se derramara por su garganta, tan caliente y
fresca, fue exquisita hasta que sus ojos, mitad de Cora, mitad
de la camarera, se abrieron de par en par y se llenaron de
temor. Se revolvió contra él, pero no podía parar.
Se despertó sudando, con el corazón latiéndole con fuerza, y
se palpó la boca en busca de rastros de sangre. Aterrorizado, se
quedó allí, demasiado asustado para moverse. La sensación de
beber la sangre de la chica había sido tan visceral, tan realista,
que por un momento se preguntó si un ataque de sed de sangre
podría haberse apoderado de él sin que se diera cuenta.
—Dillon.
Se sobresaltó cuando Chiro apareció de forma silenciosa y
se inclinó sobre el ataúd. Habló rápido y en voz baja.
—Las cosas se están moviendo rápido. Como te dije, tienes
algunos enemigos poderosos, pero también tienes un poderoso
aliado.
—¿Quién? —susurró, sacudiendo la cabeza para tratar de
despejar la visión de la chica muerta.
—No estoy seguro. Hay muchas cosas en secreto que están
en marcha. Tu amiga Sade está ayudando.
El corazón se le hinchó al pensar en Sade. Ansiaba verla.
—Jeremiah es tu amigo, ¿no? —preguntó Chiro, con los
ojos rojos brillando por la oscuridad.
—Sí, ¿por qué?
—Dice que confesaste que fuiste tú cuando estuvisteis
juntos en la habitación.
A Dillon se le heló todo el cuerpo.
—¿Jeremiah? —preguntó como un estúpido.
—Sí, Jeremiah —gruñó Chiro.
Sintió que perdía el control de la realidad, que se precipitaba
hacia abajo por la ladera de un acantilado. Se inclinó hacia
adelante y vomitó. Chiro esperó a que terminara.
—¿Lo hiciste?
Se esforzó por levantar la cabeza.
—Joder, no, por supuesto que no. No lo entiendo; él siempre
me ha defendido.
—Ya te lo dije, parece que tienes enemigos poderosos.
—Él no haría eso —repitió.
—Lo ha hecho. El juicio se celebrará dentro de dos días.
No podía librarse de la sensación de que estaba muriéndose,
de que no había esperanza. Se agarró al brazo de Chiro para
estabilizarse.
—¿Puedes recordarle a Madame Dupledge que debo ver a
mi padre?
—Está bajo mucha presión. Alexandru Danesti y Eric
Torstensson están tratando de arruinarla.
—Alexandru Danesti tiene que estar detrás de esto —dijo
Dillon con amargura—. Ha intentado deshacerse de mí desde
el principio. —Se rio sin gracia—. Ojalá hubiera tenido éxito
antes. Sin duda alguna, preferiría una expulsión a la muerte.
—Sé fuerte —gruñó Chiro—. Tengo que irme ya. Ya he
estado aquí demasiado tiempo. El profesor Dukan te dará algo
de sangre antes del juicio.
A Dillon se le hizo la boca agua al pensar en la sangre, pero
asqueado consigo mismo después de la reciente pesadilla, de
inmediato se lo quitó de la cabeza. La pequeña celda estaba
empezando a volverlo loco. Era imposible saber cuánto tiempo
había pasado ya allí. Mientras se paseaba arriba y abajo, le
atormentaba que su padre no quisiera verlo, la traición de
Jeremiah y la paranoia de que Bram y Cora le habían tendido
una trampa. Tenía los ojos arenosos por la falta de sueño y
sentía la piel seca y marchita por la carencia de sangre.
No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado cuando oyó
un débil golpe al otro lado de la puerta metálica.
—¿Dillon?
Reconoció la voz de Sade al instante, pero consciente de la
cámara, se puso de espaldas a la puerta y se apoyó en ella con
la cabeza entre las manos, como si estuviera desesperado.
—¿Sade? —susurró—. ¿Cómo me has encontrado? ¿Sabes
que hay cámaras?
—Chiro me lo dijo; me he ocupado de las cámaras, pero
solo tengo un minuto. ¿Estás bien?
—No, ¿cómo voy a demostrar que soy inocente aquí
encerrado?
—Estamos en ello. Aguanta.
—¿Cómo ha podido traicionarme Jeremiah?
—Todavía no lo sé, pero no te preocupes, Dillon, lo
averiguaremos. Tengo que irme.
—Sade…
—Adiós, Dillon.
Oyó que ella se alejaba a paso ligero.
—Gracias —susurró, y se deslizó por la puerta, aterrizando
en un ovillo en el suelo.
Había oído que uno descubre quiénes son sus amigos en
tiempos difíciles, y se abrazó el estómago cuando el dolor de
la traición de Jeremiah se apoderó de él otra vez. Pensó en sus
dificultades con las pruebas de la sed de sangre. Tal vez no era
el vampiro que parecía ser.
En algún momento, se recompuso. Si Sade se estaba
jugando el cuello, él tenía que esforzarse por ella. Se devanó
los sesos en busca de cualquier pequeño detalle que pudiera
haber pasado por alto, pero, una vez más, no se le ocurrió
nada. Él había estado absorto en la exhibición de Ásta con el
tobogán de hielo y le resultaba difícil recordar nada del bar de
hielo, excepto el deseo enfermizo que sintió por Cora.
Cuanto más pensaba en ello, más crecía la paranoia de que
Cora le hubiese tendido una trampa. ¿Por qué otra razón habría
cambiado de opinión tan de repente? Cada vez que habían
estado muy cerca antes de eso, había dejado claro que tenía
que estar con Bram.
En algún momento, consciente de que se estaba volviendo
loco, intentó relajar la mente con la esperanza de alcanzar los
pensamientos de Cora o de Jeremiah. Cuando se esforzó por
captar una sola cosa, se dio cuenta de que era inútil; lo más
probable era que la celda estuviese equipada con tecnología
que bloquease la mente.
Cuando volvió a dormirse, lo hizo de forma irregular y con
muchas pesadillas. Cada vez, se despertaba gritando «¡No,
papá!» mientras su padre insistía que debía enfrentar la muerte
como un verdadero vampiro. Temblando, chorreando sudor,
tenía que luchar para recordarse a sí mismo que su padre
nunca haría eso. Cada vez estaba más débil y desquiciado.
Cuando la puerta metálica se abrió de nuevo y entró Chiro,
seguido por el profesor Dukan, había perdido por completo la
noción del tiempo.
El profesor Dukan tenía casi tan mal aspecto como se sentía;
tenía el pelo despeinado, llevaba la corbata torcida y tenía los
ojos un poco desorbitados e inyectados en sangre.
—Han decidido que ya no puedes tomar Sangre Dorada —
dijo—. ¿Estás lo bastante fuerte para el juicio? He traído otro
tipo, pero puede hacerte empeorar.
Mientras se inclinaba hacia delante para mostrarle la bolsa,
susurró:
—Dillon, estoy investigando el ADN de la sangre de la
escena. Alguien le envió a Sade una muestra de fuente
desconocida, pero tenemos poco tiempo. Retrásalo todo lo que
puedas.
Las fosas nasales de Dillon se encendieron al ver la sangre y
sus colmillos salieron disparados, perforándole el labio
inferior que se había agrietado.
—Está bien. De todos modos, me niego a tomar sangre —
dijo—. En protesta por el trato recibido. Si sobrevivo a esto,
me iré a casa, a Irlanda, y volveré a ser como antes, solo mi
padre y yo, no más de esta mierda de vampiros.
El profesor Dukan se quedó sin aliento.
—No puedes —dijo, retorciendo sus largos dedos en señal
de preocupación—. Tienes un gran potencial.
—¿Así que un minuto tengo un «gran potencial» y al
siguiente están hablando de matarme? ¿Ahí dónde queda el
maldito potencial?
El profesor Dukan hizo una mueca.
—Debes defender lo que es correcto. No puedes cambiar
algo que está mal si te rindes.
—Piensa en Sade —gruñó Chiro.
Los ojos conmovedores y serios de Sade parpadearon en su
mente, y él puso la cabeza entre las manos. Sin palabras,
aceptó la sangre y bebió, aunque cada trago le parecía una
traición. Tenía un sabor amargo y sentía que le quemaba la
garganta.
Mirando a la cámara, el profesor Dukan continuó en un tono
más alto.
—El juicio empieza a medianoche. Como es tradición, se
celebrará en la cima de la Montaña del Este y contará con la
presencia de Madame Dupledge, los gobernantes de la escuela
y todo el Consejo de Vampiros. El juez es el jefe del Consejo,
Nikolas Karayan. Llamará a los testigos al estrado para que
declaren contra ti. Te representas a ti mismo y tienes derecho a
llamar a cualquier testigo en tu defensa.
A Dillon le daba vueltas la cabeza.
—¿Pueden los testigos declarar de forma anónima?
Estaba pensando en Cora. Si ella le había tendido una
trampa, Bram ya lo sabría, pero si no lo había hecho, entonces
no quería traicionarla, a menos que tuviera que hacerlo.
—Es posible, es una decisión de Nikolas Karayan. Chiro
estará de vuelta para llevarte al pico del Este antes de la
medianoche.
El tono formal de su voz indicaba que hablaba para el
beneficio de la cámara de vigilancia. Cuando se volvió hacia la
puerta, susurró:
—Mantén la calma. La ira jugará a su favor. Piensa en quién
te gustaría que hablara por ti.
Chiro asintió.
—Sé fuerte —dijo, mientras cerraba la pesada puerta.
La sangre golpeó con fuerza el sistema de Dillon. En lugar
de engrasarlo como la Sangre Dorada, sintió que su cuerpo se
acalambraba y, por un minuto, pensó que iba a vomitar. Ya
estaba débil, y se sintió peor a medida que la sangre recorría su
sistema con lentitud.
Tratando de ordenar sus pensamientos con desesperación, se
pasó las manos por el pelo, y notó que lo sentía lacio y seco.
Nadie, excepto Chiro, le había visto fuera del bar, pero Chiro
no tenía ninguna prueba real de que no fuera él quien había
matado a la chica en otro momento. No sabía si podía confiar
en Cora, y Jeremiah, su protector, su apoyo, lo había
traicionado. Las manos de Madame Dupledge parecían estar
atadas, y no podía usar su intuición contra las pruebas de ADN
de la sangre. La única que podía ofrecer alguna esperanza era
la condesa Fassano, pero no había garantías de que accediera a
leerle la mente ni de que se lo permitieran. Dependía por
completo de que el profesor Dukan y Sade llegaran a tiempo
con algo.
Cuando Borzak y Chiro volvieron justo antes de la
medianoche para recogerlo, estaba aún más débil y los
calambres seguían atormentando su cuerpo. Apenas podía
mantenerse de pie cuando Borzak le tiró de los brazos a la
espalda y le puso unas esposas de plata en las muñecas.
—¿Por qué estás poniéndome eso? —preguntó—. Es obvio
que estoy demasiado débil para escapar.
Borzak se encogió de hombros.
—Así es como se hacen las cosas.
Flanqueándole, le sujetaron mientras lo acompañaban por el
edificio hasta el quinto piso. No había rastro de los demás,
pero justo cuando llegaron a la puerta, Angelo apareció en las
escaleras y gritó:
—No se nos permite hablar contigo, pero sé que no lo
hiciste, Dillon. No me importa lo que digan los demás.
Dillon se giró y lo miró a los ojos.
—Gracias, Angelo —logró decir, abrumado por la emoción.
Borzak y Chiro le guiaron por las baldosas que formaban el
escudo de la escuela, a través de la puerta interior, hasta el
túnel de hormigón que había más allá.
—¿Listo? —preguntó Chiro.
Asintió y, con Borzak sujetando un brazo y Chiro el otro,
salieron volando por la puerta exterior y subieron por el lado
del edificio de la academia. Mientras volaban sobre el
impresionante techo de cristal, se preguntó si lo volvería a ver.
25
Juicio de sangre
De la nada, dos agentes del SSV, vestidos con su habitual
negro, se unieron a ellos, uno volando justo por encima y
delante, el otro por detrás. Chiro utilizó sus considerables
habilidades para que fuese un vuelo inolvidable, y Dillon trató
de olvidar su debilidad y el hecho de que podría ser el último,
mientras bajaban por las empinadas laderas de las montañas y
atravesaban impresionantes barrancos estrechos. El paisaje se
volvió más salvaje, y se desplazaron en medio de una
espeluznante y pálida niebla que se espesaba alrededor de las
colinas y cubría los valles oscuros. Dillon, incapaz de ver nada
más que los ojos rojos y brillantes de Chiro a su lado, perdió la
noción de dónde estaba, desorientándose tanto que ya no sabía
dónde estaban el cielo y la tierra. Chiro lo agarró más fuerte, y
sintió que empezaban a subir. De repente, casi en la cima de la
montaña, salieron disparados de la nube y Dillon jadeó. Unas
luces verdes se arremolinaban en lo alto, iluminando el cielo
con un resplandor verde etéreo.
A medida que volaban más alto hacia el espectáculo de
luces, el pico de la montaña se niveló en una espectacular
meseta rodeada de antorchas de fuego. En el centro había una
gran roca brillante, tallada en forma de rectángulo. Madame
Dupledge y un vampiro de aspecto tan frágil como antiguo,
vestido con una larga capa de armiño, los esperaban a su lado.
Sus rostros pálidos reflejaban los cambios de luz en la parte
superior y les daban un aspecto como de otro mundo.
Estaban rodeados por un círculo de formidables vampiros
vestidos con túnicas rojas con capucha. El hielo se apoderó del
corazón de Dillon cuando las antorchas de hierro en llamas
revelaron sus colmillos expuestos. Un círculo exterior de
vampiros vestidos con largas túnicas negras incluía a
Alexandru Danesti. Sus duros ojos negros parecían aún más
inquietantes bajo la sombra de la capucha y el brillo de los
colmillos. Los padres de Sade y Eric Torstensson (el padre de
Celeste, que tenía una expresión fría que era justo como la de
su hija) estaban a su lado.
Chiro los condujo a tierra y para Dillon fue como si
estuviera flotando en una plataforma, por encima de las nubes.
Los del SSV, silenciosos como sombras, circulaban alrededor
de ellos como águilas sobre una guarida. No cabía duda de que
estaba solo en la cima del mundo y a merced de un antiguo
sistema vampírico que apenas comprendía.
Cuando Borzak le quitó las esposas de plata que tenía
alrededor de las muñecas, Madame Dupledge habló.
—Dillon, este es Nikolas Karayan. —Su voz musical le
sonó inusualmente sombría, y casi dio un paso atrás,
conmocionado. Con los colmillos expuestos, tenía una belleza
salvaje y amenazante que él nunca había visto—. Es el líder
del Consejo de Vampiros y supervisará tu juicio.
Los intensos y pálidos ojos de Nikolas lo escrutaron con
interés.
—Por fin conozco al dhampir que ha estado causando tanto
revuelo.
Cuando Dillon lo miró a los ojos, sintió que el miedo se
apoderaba de él. A pesar de la apariencia casi frágil de
Nikolas, era sin duda el vampiro más intimidante que había
visto nunca.
Se le congeló la lengua y la ira lo abandonó.
—Lo siento —tartamudeó como un estúpido—. Nunca fue
mi intención.
Nikolas sonrió, mostrando unos colmillos afilados.
—Oh, qué entrañable es el ser humano —dijo, volviéndose
hacia el círculo de vampiros que los rodeaba—. Nunca te
disculpes, Dillon, no hasta que sepas por qué te estás
disculpando. ¿Es tu culpa que te hayan enviado a la academia
para vampiros más exclusiva del mundo? ¿O es culpa de
aquellos que creyeron que un dhampir podría mejorar nuestro
mundo?
No se atrevió a mirarla, pero Dillon sintió cómo Madame
Dupledge se estremecía sin remedio.
—Y ahora te encuentras en esta terrible posición, acusado de
matar a una chica humana inocente en un ataque de sed de
sangre. Un acto que está expresamente prohibido mientras eres
un estudiante en VAMPS, ya que se corre el riesgo de alterar la
delicada alianza entre el mundo de los humanos y el de los
vampiros. Como es habitual, vamos a escuchar las pruebas
contra ti y luego tendrás la oportunidad de defenderte.
»Las auroras boreales solo aparecen por encima de esta
montaña una vez cada dos años; resulta llamativo que
aparezcan para el juicio de esta noche, ¿no crees? Tal vez sea
una coincidencia, pero tal vez sea un hecho fortuito. ¿Acaso el
hecho de que aparezcan las auroras boreales significa que eres
especial, Dillon?
Dillon se tambaleó y Chiro le agarró del brazo para
sostenerlo.
—No tengo ni idea.
—Suéltalo, Chiro. Apártate —dijo Nikolas.
En cuanto Chiro lo soltó, Dillon se desplomó.
—Levántate —insistió Nikolas.
Temblando por el esfuerzo, Dillon consiguió ponerse de pie.
Detrás del círculo de vampiros, notó que el resto de su año
llegaba y tomaba su lugar más allá del círculo exterior. De
inmediato, buscó a Jeremiah, y sintió un dolor que fue como
un puñetazo en el estómago cuando vio la hostilidad que
irradiaba de él, apagando la pequeña chispa de esperanza de
que su traición fuera un error. Bram estaba de pie junto a Cora,
mirándole con una extraña expresión medio triunfante, medio
amarga en el rostro. Desesperado, buscó en el hermoso rostro
de Cora signos de culpabilidad. Estaba pálida y cansada y,
cuando sus vívidos ojos se clavaron en los suyos, vio el
arrepentimiento. Las rodillas se le doblaron poco a poco. ¿Qué
le había hecho?
—¿Puede presentarse el primer testigo de la acusación, por
favor? —pidió Nikolas.
Una ola de malestar inundó a Dillon cuando el círculo de
vampiros se separó para dejar pasar a Celeste.
—¿Cuál es tu nombre?
Celeste se enfrentó a él; el cabello rubio plateado brillaba
iridiscente bajo las luces. Tenía un aspecto tan impresionante
como seguro.
—Celeste Torstensson —dijo, y a pesar de su voz fría,
Dillon sintió la emoción reprimida.
Nikolas asintió con aprobación.
—¿Puedes contarnos lo que sucedió en la noche del viaje a
Zermatt?
—Desde el principio, Dillon dejó que la noche se fuera de
las manos. Permitió que algunos de los vampiros más
imprudentes bebieran alcohol humano y se exhibieran. Cuando
entramos, la situación empeoró y a pesar de que el ambiente se
estaba volviendo peligroso, desapareció con Cora. Cuando
Cora volvió, él no estaba con ella. En ese período de tiempo,
las cosas se volvieron aún más volátiles. Como VE, debería
haber estado allí. Cuando por fin apareció, tenía los ojos
vidriosos, y parecía aturdido, aunque en ese momento no
entendí por qué. Jeremiah nos puso a salvo y Dillon me acusó
de haber provocado la situación para distraer a los demás de su
propia culpa. Entonces oímos los gritos y vi que una chica
humana había sido asesinada. No fue solo cuestión de sangre;
le habían arrancado la garganta. Estaba claro que se trataba de
un asesinato descontrolado debido a la sed de sangre. Dillon
—ella se volvió y le señaló— fue el único que salió solo de la
sala. No pudo ser nadie más.
Hubo un leve revuelo entre el círculo de vampiros. Las
piernas de Dillon temblaron por el esfuerzo de mantenerse en
pie. La evidencia sonaba condenatoria.
—Gracias, Celeste. —Los labios de Nikolas se retrajeron en
una sonrisa que solo logró hacer que pareciera más siniestro
—. Alastair Hunt, acérquese, por favor.
El Sr. Hunt se deslizó hacia delante y sus ojos fríos de
cuervo recorrieron a Dillon. Desde la noche de la prueba de
vuelo, Dillon sabía que no podía confiar en él, y comprendió
que el Sr. Hunt haría todo lo posible para hundirlo. Bajo la
nariz en forma de pico, se le movieron los labios por el
esfuerzo de contener su júbilo.
—Chiro nos alertó a Madame Dupledge y a mí. Tan pronto
como los vampiros del año uno habían sido trasladados,
comenzamos a evaluar la situación. Se habían llevado a la
chica por la montaña. Coaccioné al equipo de rescate para que
me permitieran examinarla. Tal y como ha dicho Celeste,
estaba claro que se trataba de un ataque vampírico. Madame
Dupledge contactó con la condesa Fassano y ella movió
algunos hilos en el hospital. Uno de nuestros operativos del
SSV en tierra completó el examen y tomó las muestras de
sangre necesarias. Hicieron que la herida pareciera más bien
un ataque animal y difundieron la información de que la chica
había sido atacada por un lobo salvaje.
»Las muestras fueron llevadas directamente a nuestros
laboratorios secretos en Zúrich y se encontró ADN de un tipo
de sangre única que se sabe que es de Dillon. Creemos que
debió intentar curar a la chica con su propia sangre cuando la
sed de sangre cesó y se dio cuenta de lo que había hecho.
Dillon jadeó.
—No lo hice. No sé cómo llegó mi sangre allí. Debe haber
un error. Esto está mal.
—No hay ningún error. —El Sr. Hunt hurgó en su capa
negra y le entregó a Nikolas un sobre—. Estos son los
informes del laboratorio que comparan el tipo de sangre de la
escena con la de Dillon.
Nikolas hizo una pausa dramática antes de abrir el sobre, y
los vampiros de los círculos exteriores se inclinaron un poco
hacia delante mientras escaneaba el contenido.
—Gracias, Alastair. Puedo confirmar a todos los presentes
que el informe muestra una coincidencia directa.
El corazón de Dillon, antes lento como el de un vampiro,
empezó a latir más rápido. Como si fueran uno, todos los
vampiros se inclinaron hacia adelante al escucharlo. El Sr.
Hunt se inclinó también, y echándole a Dillon una mirada fría
más, volvió al círculo exterior de vampiros.
—¿Puede presentarse el tercer testigo, por favor? —gritó
Nikolas, con una expresión teatral de gravedad.
Mientras Jeremiah se dirigía al centro del círculo, las
rodillas de Dillon cedieron de nuevo. Cuando miró a su
compañero de cuarto, se sintió aplastado por el peso del
desprecio que ardía en sus ojos.
—Estuve con Dillon la noche del viaje a la estación de
esquí. Le vi salir del bar con Cora y volver después de que ella
lo hiciera. He llegado a conocerlo bien, ya que compartimos
habitación, y enseguida noté que parecía diferente. Parecía
excitado y, como dijo Celeste, tenía los ojos vidriosos. Cuando
empezaron los gritos, no quería que ninguno de nosotros fuera
con él, solo permitió que fuera Celeste porque ella insistió.
Después, en el helicóptero, negó que tuviera algo que ver con
ello, pero cuando volvimos a nuestra habitación, confesó que
el vodka combinado con su atracción por Cora había desatado
una terrible sed de sangre. Cuando vio que una de las chicas
del bar se llevaba las botellas vacías a la parte trasera del
edificio, perdió el control. Dijo que debió de perder el
conocimiento, pero cuando volvió en sí, se horrorizó al
descubrir lo que había hecho y se mordió la muñeca y le dio su
propia sangre. Cuando se dio cuenta de que era demasiado
tarde, le entró el pánico y la dejó allí.
Dillon lo miró fijamente.
—Vamos, Jeremiah. ¿Por qué haces esto? No he dicho nada
de eso. Nunca.
Buscó en el rostro de Jeremiah, pero no había ninguna señal
de compasión, solo un frío desprecio.
—Silencio. —La poderosa voz de Nikolas, en desacuerdo
con su contextura, reverberó alrededor del círculo—. Tendrás
tu oportunidad de hablar. Gracias, Jeremiah. Puedes retirarte.
Dillon, llama a tu primer testigo.
Se hizo el silencio. Dillon se desplomó y dejó la mente en
blanco durante un minuto.
—Chiro —dijo de golpe.
Chiro se arrastró hasta el centro del círculo, con un aspecto
aún más torpe y poco imponente en el suelo que de costumbre.
Cuando empezó a hablar, lo hizo con una voz demasiado
dubitativa.
—Estaba patrullando los cielos del pueblo glacial. Me
transformé en murciélago para evitar el riesgo de ser visto por
los focos. Había una masa de gente en el exterior del bar, pero
yo volaba en círculos bastante grandes por toda la zona, así
que no siempre tenía una línea de visión directa cuando estaba
revisando el bosque al otro lado de las pistas. Estaba
completando el circuito cuando vi a Dillon fuera del bar, pero
él solo estaba de pie mirando la montaña y el cielo. Cuando se
dio la alarma, los saqué a todos de allí.
—Gracias, Chiro. Para que quede claro para todos, ¿puedes
confirmarme un par de detalles? —preguntó Nikolas.
Chiro asintió con inquietud.
—¿Has dicho que no tenías una visión directa del lugar en
todo momento?
Chiro volvió a asentir.
—Como he dicho, estaba volando en círculos grandes y
como murciélago; se nota poco, pero soy más lento por mi
tamaño.
—Ya veo, ¿y no viste a Dillon salir?
—No, él ya estaba afuera cuando yo pasé volando.
—Así que ¿podría haber matado a la chica en un ataque de
sed de sangre antes de que lo vieras? —preguntó Nikolas.
Chiro miró a Dillon.
—Supongo que podría haberlo hecho, pero no habría tenido
mucho tiempo.
—Gracias, Chiro. ¿Quién es tu siguiente testigo, Dillon?
Mientras Chiro se alejaba, Dillon se sintió confundido; las
pruebas contra él eran abrumadoras, pero aun así prefería
morir que traicionar a Cora. Casi se desmayó cuando escuchó
su voz nítida.
—Me gustaría ofrecer mi testimonio.
Estaba demasiado débil y aturdido para discutir.
Cora se quedó junto a la roca brillante. A la luz del fuego,
sus ojos eran del mismo color que el cielo que tenía encima.
Nunca se había visto tan descaradamente bella ni tan nerviosa
como mientras le sostenía la mirada.
—Yo fui la razón por la que Dillon se fue del bar de hielo —
dijo, con su inglés cristalino—. El ambiente en el bar era
carnal. Desató un deseo explosivo entre nosotros.
Dillon sintió que el cuerpo se le calentaba al recordarlo, y
halló la energía para encontrarse con sus ojos.
—Sugerí que nos fuéramos del bar. Al principio, Dillon se
mostró reticente, pero le convencí. En cuanto nos quedamos
solos… —Cora hizo una pausa, buscando las palabras
adecuadas—. Nuestra necesidad mutua se incrementó y
tuvimos relaciones íntimas. Fue muy intenso porque la chispa
entre nosotros había estado creciendo desde hacía meses.
Ambos quedamos conmocionados, pero para Dillon, creo que
estoy en lo cierto al decir que fue especialmente abrumador, ya
que era la primera vez que estaba con un vampiro.
A pesar de la verdad en sus palabras, Dillon hizo una mueca
de dolor.
—Después, volví directa al bar con la esperanza de que los
otros no se hubieran dado cuenta de que nos habíamos ido.
Dillon todavía se sentía abrumado por la intensidad de lo que
acababa de pasar y dijo que necesitaba un poco de aire fresco.
No estuvo mucho tiempo fuera, y cuando regresó, tenía la
misma expresión que mostraba cuando lo dejé. No fue sed de
sangre.
»En cuanto volvió, tomó el control de la situación. Celeste
había prendido la sala bailando de forma muy provocativa y
burlándose de un chico humano. Cuando reaccionó y Angelo
se sintió obligado a defenderla, Jeremiah intervino y entonces
Dillon se encargó de sacarnos a todos.
Cuando terminó de hablar, salvo por el aullido del viento en
la cima de la montaña, se produjo un silencio absoluto. Apartó
su mirada de Dillon y se encontró con la de Bram.
—Lo siento, Bram —dijo ella, con el labio inferior
temblando por la emoción—. Nunca quise hacerte daño.
Mientras se miraban, Bram no pudo disimular el dolor y la
ira desnuda que tenía marcados en el rostro pétreo, y Dillon
agachó la cabeza, avergonzado.
—Ejem —Nikolas rompió el hechizo.
Dillon se hundió completamente en sus rodillas. La montaña
rusa de emociones había agotado aún más su limitada energía.
—Tu apasionada defensa de Dillon es admirable, Cora, pero,
aun así, no puedes decir dónde estuvo Dillon en el período de
tiempo en que estuvo fuera sin ti. No puedes probar que
vuestra… —hizo una pausa— no provocase una sed de sangre
en Dillon. Dime, ¿bebió sangre de ti?
Cora dudó un poco y luego levantó la barbilla y lo miró a los
ojos.
—Sí —dijo al fin.
Hubo un ligero murmullo de algunos de los vampiros y
Nikolas levantó las cejas.
—¿Tomaste sangre de Dillon, a pesar de saber que iba en
contra de las reglas de la academia?
Cora se mordió el labio.
—Sí, pero en ese momento no era consciente de mis
acciones.
—Muy bien, Madame Dupledge debatirá las consecuencias
de la transgresión contigo más tarde.
Cuando volvió a ponerse al lado de Bram, que miraba
fijamente al frente, con la mandíbula tensa, a Dillon le llegó el
impacto de una repentina avalancha de revelaciones. Tal vez
Bram no le había tendido una trampa. Se habían convertido en
rivales por Cora y por el hecho de que él hubiera sido elegido
como VE. Su poderosa familia le había enseñado a ser
arrogante y a manipular el sistema para su propio beneficio,
pero en última instancia, Bram era un vampiro honorable y un
líder francamente bueno. Esa fue la razón por la que se había
ganado a Cora. Ahora que estaba mirando a la muerte a la
cara, Dillon preguntó, y no por primera vez, si la cata de
sangre había acertado.
—Te queda un testigo, Dillon —le recordó Nikolas.
No quedaba nadie más que pudiera actuar como testigo por
él; no había ni rastro de Sade ni del profesor Dukan. Al menos
le habían ahorrado el testimonio de Cora.
—Hablaré por mí mismo —dijo, aferrándose a la extraña
roca luminosa para mantenerse erguido—. Yo no maté a esa
chica. Es cierto que tengo muchos defectos, pero no creo que
la sed de sangre descontrolada sea uno de ellos. —Se obligó a
sí mismo a no pensar en el terrible sueño que había tenido en
la celda—. El testimonio de Cora es cierto. Salí porque estaba
completamente abrumado por lo que acababa de suceder.
Por el rabillo del ojo, notó que Bram se estremecía.
—Necesitaba algo de tiempo antes de volver. Sé que, como
VE, no debería haber dejado el bar y que manejé la situación
de forma equivocada. Sé que Bram nunca habría hecho eso.
Lo que dice Chiro es cierto, estaba viendo el mundo con otros
ojos, incluso el cielo y la panorámica de las montañas parecían
diferentes. No pude haber estado fuera más de cinco minutos.
No habría tenido tiempo de rodear el edificio y atacar a esa
chica antes de que Chiro me viera. Nunca se lo confesé a
Jeremiah porque no había nada que admitir. Estoy dispuesto a
que me lean la mente para demostrar que digo la verdad.
Nikolas parecía afectado.
—Lo siento, Dillon. La condesa Fassano es el único
vampiro lo suficientemente cualificado para leer la mente en
un juicio y me temo que ha rechazado nuestra petición.
La sujeción de Dillon a la roca vaciló; ya nadie más podía
salvarle.
—Dillon, el Consejo y los gobernadores se transportarán
ahora para discutir y decidir tu destino.
Los dos círculos internos de vampiros desaparecieron al
instante, dejando al círculo exterior solo con Chiro y Borzak.
Dillon se deslizó por la roca sin fuerzas. Por un segundo, nadie
dijo nada.
Cora se dirigió de nuevo a Bram, con la voz algo
temblorosa.
—Bram, ¿qué puedo hacer? Estoy muy avergonzada. Dillon
y yo… siempre hemos tenido una chispa… las cosas se nos
fueron de las manos esa noche. Por favor, créeme que no tenía
ninguna intención de hacerte daño.
Los puños de Bram estaban apretados por la emoción
reprimida. Su mirada se había oscurecido por el dolor y,
cuando habló, tenía la mandíbula tensa por la presión.
—Te creo, Cora, pero no estoy seguro de que pueda
perdonarte nunca —dijo en voz baja.
Cora se balanceó como si sus palabras la hubieran golpeado
de forma física, con el rostro tan ensombrecido por el dolor
como el de él. El propio dolor de Dillon se apoderó de su
estómago y se dobló al recordar las palabras de Bram de que
no era bueno para Cora y que la retendría.
Ásta resopló.
—Vamos, chicos, ¿desde cuándo los vampiros tenemos
exclusividad? Estáis actuando como un par de humanos
enamorados. A menos que ocurra un milagro, Dillon no va a
ser un problema durante mucho más tiempo.
—¡Ásta! —exclamó Angelo, mirando a Dillon.
Ásta adoptó una postura agresiva, y Dillon se dio cuenta,
sorprendido, de que estaba enfadada.
—Alguien le ha puesto la soga al cuello. —Se giró y, con los
puños en alto, se enfrentó a Jeremiah—. ¿Qué ganas con esto,
maldito traidor?
Jeremiah se agachó hacia adelante en una posición defensiva
y gruñó.
—Solo he dicho la verdad.
—Ya —se burló Ásta—. Celeste consiguió convencerte,
¿verdad?
Celeste gruñó y Jeremiah se abalanzó sobre Ásta, pero ella
estaba preparada y dio una voltereta en el aire, aterrizando
junto a Dillon. Aron, Fred y Angelo saltaron de inmediato en
el aire y aterrizaron con suavidad junto a ella. Los dos grupos
se enfrentaron, sacando los colmillos y emitiendo gruñidos en
voz baja en sus gargantas.
Hubo una alteración en los remolinos verdes del cielo
caleidoscópico sobre ellos cuando el Consejo de Vampiros
regresó y rodeó al pequeño grupo junto a Dillon.
Nikolas dirigió sus fríos ojos hacia ellos.
—Interesante. Parece que Dillon desata fuertes pasiones
entre vosotros. Volved a vuestras posiciones de inmediato.
Hemos tomado una decisión.
Con actitud desafiante, ayudaron a Dillon a levantarse.
El tono ligero y burlón de Nikolas cambió al instante.
—Dejadlo —gruñó.
Temblando, Dillon se enfrentó a él mientras el círculo se
abría para dejar pasar a los vampiros que habían resultado ser
amigos leales.
Nikolas lo observó.
—Dillon, como ya sabes, tu presencia como dhampir en
nuestra academia más exclusiva ha provocado división y
rencor, incluso entre tus compañeros. Algunos pensábamos
que tenías la llave de nuestro futuro; parece que estábamos
equivocados. Hemos consultado y la mayoría está de acuerdo
en declararte culpable y en que debes ser condenado a muerte.
Madame Dupledge, de pie junto a él, agachó la cabeza.
—¡No! —gritó Cora—. Él no quería nada de esto.
Dillon se sintió extraño, como si las palabras que lo
inundaban no tuvieran ningún significado.
Nikolas continuó.
—Según la tradición, el Consejo se alimentará de tu sangre
hasta que estés muerto. Como la condesa Fassano no está,
recogeremos un frasco para ella.
Dillon jadeó. Por supuesto, debería haber sabido que solo
los vampiros podrían hacer algo tan macabro.
Nikolas le hizo un gesto para que se acercara.
—Dillon, te has convertido en un vampiro. Ahora enfrenta
tu muerte como uno. Quítate la camisa.
Con los dedos temblando, Dillon se desabrochó los botones
de la camisa. Al quitársela, su tatuaje, «En la oscuridad
brillamos» parecía una broma de mal gusto. La piedra del
collar que llevaba al cuello ardía a la luz de las antorchas
parpadeantes y los ojos de Nikolas se entrecerraron como si la
reconociera. Haciendo una pausa, dio un paso adelante para
examinarla más de cerca.
—¿De dónde has sacado esto? —preguntó.
Dillon se encogió de hombros.
—No lo sé. Mi padre dijo que era un regalo de mi madre.
Nikolas pareció desconcertado por un momento y miró a
Madame Dupledge, que lo observaba fijamente, con el rostro
desencajado. Cerró los ojos y al parecer estaba luchando
contra algo. Dillon sintió que la cabeza le daba vueltas.
Al final, parecía haber llegado a una decisión y volvió a
abrir los ojos.
—Puede resultar desafortunado, pero las reglas son las
reglas —dijo—. Borzak, ayuda a Dillon a subir a la piedra.
Borzak lo levantó y lo colocó boca arriba en el centro de la
piedra. Era lisa y estaba fría contra su espalda desnuda.
Dillon trazó el tatuaje con los dedos y se giró, buscando a
Madame Dupledge.
—Dile a mi padre que le quiero —se atragantó—. Dile que
no he hecho nada malo.
Madame Dupledge tragó saliva y se esforzó por ocultar la
emoción en su rostro. Oyó un gruñido bajo por parte de sus
amigos mientras el círculo interno se acercaba a él.
De forma ostentosa, Nikolas levantó una caja de peltre
ornamentada y espolvoreó una ceniza ligera, con aroma a
almizcle, sobre la garganta de Dillon. Coreando palabras
antiguas y desconocidas, trazó extraños símbolos en su piel.
Por último, se inclinó hacia él, y Dillon vio que sus delgados y
pálidos labios se habían estirado para revelar la extensión de
sus largos colmillos de color marfil. Por instinto, su cuerpo se
agitó mientras intentaba escapar, y Borzak volvió a ponerle las
esposas, debilitándolo aún más.
Cerrando sus extraños ojos pálidos una vez más, Nikolas
bajó la boca a la garganta de Dillon. De cerca, olía a algo viejo
y mohoso, como un sarcófago abandonado desde hacía mucho
tiempo, y Dillon se estremeció, apartando la cabeza del olor
por instinto. En cambio, Nikolas se detuvo, saboreando con
toda claridad el embriagador y único aroma de su sangre.
Haciendo una pausa para inhalar más a fondo, Dillon sintió su
ansia apenas controlada por ella. Dillon cerró los ojos. Se le
tensó todo el cuerpo mientras esperaba a que los colmillos que
iban a acabar con su vida le perforasen la piel. En su mente se
concentró en el rostro de su padre. Quería que fuese lo último
que viese.
Cuando la incisión llegó, fue rápida y eficaz y Dillon se
sacudió cuando los labios secos y polvorientos de Nikolas
presionaron con fuerza contra su garganta.
—¡Esperad!
Dillon reconoció la voz del profesor Dukan y sintió que una
ráfaga de aire recorría su pecho desnudo.
—Hemos encontrado pruebas de la inocencia de Dillon.
Sus ojos se abrieron de golpe.
—Es demasiado tarde —gruñó Nikolas, retrayendo a
regañadientes los colmillos y levantando la cabeza un
centímetro, pero todavía agachado sobre Dillon, con los ojos
rojos por la sed de sangre.
—No puedes tomar la decisión de condenar a muerte a los
vampiros de la escuela sin el consentimiento de todo el
Consejo. La condesa Fassano no estaba presente.
—Ella ha sido informada. Repito: es demasiado tarde,
profesor Dukan —murmuró Nikolas, escupiendo las copiosas
cantidades de saliva que habían empezado a chorrear por sus
labios.
—Tengo pruebas de que fue Celeste Torstensson quien mató
a la chica la noche del viaje a la estación de esquí. La única
sangre que se encontró en la escena fue robada de una muestra
en la escuela. Es de Dillon, pero la muestra es vieja; su perfil
sanguíneo ha cambiado desde que empezó a tomar Sangre
Dorada, y su lado vampírico ha seguido desarrollándose. Es
importante que aprendamos de él, no que lo destruyamos.
Dillon escuchó una oleada de silbidos y mientras miraba el
mágico cielo verde, que se arremolinaba sobre él, se preguntó
si estaría soñando. ¿Acaso Nikolas se habría bebido ya su
sangre?
—Encontré el frasco vacío que tenía la muestra de sangre de
Dillon en el bolsillo de la chaqueta que Celeste llevaba esa
noche. Sé que era de Dillon porque yo recogí esa muestra.
Hubo otro murmullo de sorpresa, pero el sonido de la voz de
Sade le convenció de que estaba despierto. Cuando se giró,
miró con asombro su hermoso y brillante rostro. Era un ángel
enviado para salvarlo de las garras de la muerte.
—Nikolas, es justo que escuchemos al profesor Dukan.
Dillon no contaba con los tres testigos —dijo Madame
Dupledge; su voz sombría apenas ocultaba la tensión.
Muy despacio, Nikolas se enderezó. Cuando se enfrentó al
círculo, había conseguido controlar la sed y sus ojos
inyectados en sangre delataban lo mucho que había deseado la
sangre de Dillon. Ignorando a Madame Dupledge, se dirigió al
Consejo y a los gobernadores, con la voz todavía ronca.
—Ya habéis oído lo que el profesor Dukan y Sade han
dicho. Ellos conocen las consecuencias si lo que dicen no es
cierto. ¿Estáis preparados para aceptar sus testimonios aquí y
ahora?
Eric Torstensson, el padre de Celeste, se abrió paso hasta el
círculo interior y se quitó la capucha.
—Esto es un ultraje —gritó, con el rostro contraído por la
inquietud—. Una invención absoluta de la verdad. Todos
estuvimos de acuerdo en que el dhampir debía ser condenado a
muerte.
Un pequeño murmullo recorrió de nuevo el círculo a medida
que los vampiros deliberaban e, ignorando a Eric Torstensson,
asintieron a Nikolas.
—Celeste, acércate. —El tono de su voz se mostró grave y
amenazante. Celeste mantuvo la cabeza alta y se unió a su
padre. Tan solo un leve temblor en la mejilla delataba el temor
que sentía.
Nikolas se enfrentó a ella.
—Se ha presentado una acusación muy seria contra ti. El
profesor Dukan te ha acusado de robar una muestra de sangre
de Dillon, matar a una chica humana y colocar su sangre en la
escena. Si el Consejo acepta su acusación, también serás
culpable de habernos mentido. ¿Cuál es tu respuesta?
Celeste se detuvo para mirar a su padre, y Dillon vio que sus
ojos se nublaban de dolor. Mientras se miraban el uno al otro,
Dillon tuvo la extraña sensación de que en su interior se
arremolinaban oscuros nubarrones de miedo, duda, confusión
y profunda tristeza y en su cabeza había aún más, encerrados
detrás de la fachada perfecta que había mantenido durante
tanto tiempo.
La voz ronca de Sade volvió a romper el silencio.
—Hay algo más. Se encontró un pequeño diamante en una
de las pruebas.
Se volvió hacia Celeste, que tenía los ojos oscuros por el
dolor.
—Lo siento, Celeste —dijo—, pero no puedo quedarme de
brazos cruzados y dejar que se cometa una injusticia. Creo que
es el diamante de tu colmillo izquierdo.
Al final, la tormenta se desató en Celeste y, al apartar los
ojos de su padre, derramó las palabras llenas de agonía.
—Es verdad —dijo, enfrentándose a Nikolas, tocada y
hundida, pero todavía llena de orgullo.
Se oyeron jadeos y murmullos de asombro.
—No, Celeste —gruñó Eric—. Él es culpable. No hay
pruebas de que el diamante sea tuyo.
—Se acabó, padre —dijo Celeste en voz baja, con la voz
desgarrada por el dolor.
Nikolas los miró y frunció el ceño.
—Muéstrame tus colmillos, Celeste —le pidió.
Celeste dejó descender sus colmillos y se acercó a la roca
sagrada. Nikolas le retiró el labio superior y se inclinó hacia
delante para mirarlos de cerca.
—Puedo confirmar que no hay ningún diamante en el
colmillo izquierdo —anunció un segundo después.
—¡Eso no significa nada! —gritó Ace y trató de abrirse paso
a través del círculo, pero Aron se lo impidió.
Nikolas lo ignoró.
—Dime una cosa. ¿Por qué? —le preguntó a Celeste.
Ella habló despacio y con dificultad.
—Lo odio. Él no pertenece a VAMPS. Es un dhampir. Bram,
Ace o yo éramos mucho más aptos para el papel de VE; hemos
sido criados para ello. Desde el principio, Madame Dupledge
le dio un trato especial y privilegios que no merecía.
Dillon la miró sorprendido. Sus palabras sonaban a verdad,
pero no coincidían con el desorden que había en su mente. No
podía creer que lo odiara tanto como para desear su muerte.
Como si supiera lo que estaba pensando, los ojos de Celeste se
encontraron con los suyos. Tal vez fuera por la descarga de
emociones, porque Dillon había estado a punto de morir, o tal
vez por la agonía de Celeste, pero, como una presa cuando se
desborda, sus pensamientos le inundaron la mente.
Se agarró la cabeza cuando le cayeron encima, y sintió una
historia llena de pensamientos perturbadores y emociones
dolorosas como si fuera suya. Desde la muerte de su madre,
había intentado complacer a su poderoso padre y había estado
a merced de sus terribles ataques de ira. La compostura fría
como el hielo era una farsa, una fachada construida con mucho
esmero para protegerla.
Aunque Dillon todavía estaba débil, se incorporó,
aferrándose a la roca para apoyarse.
—Un momento, ella no merece ser condenada a muerte: ha
sido manipulada por su padre.
Su voz resonó en todo el círculo de vampiros,
sorprendiéndolo por la fuerza recién encontrada. Varios de los
vampiros más viejos murmuraron entre sus colmillos. Eric
Torstensson lo miró furioso, con los ojos como puñales.
Nikolas enarcó una ceja.
—Es interesante que defiendas al artífice de tu roce con la
muerte. Sin embargo, Celeste ha infringido dos reglas de
VAMPS, cuyas consecuencias se os dejaron muy claras en la
ceremonia de iniciación. Además, ha mentido al Consejo
frente a la roca sagrada.
—Lo entiendo —volvió a hablar Dillon—. Pero ella ha
estado a merced de su padre durante años y él se ha
aprovechado de su culpabilidad por la muerte de su madre
para manipularla.
—Una defensa apasionada, Dillon, pero ¿puedo preguntar
cómo has llegado a entender las acciones de Celeste?
Dillon dudó. Miró a Madame Dupledge.
—A veces soy capaz de recibir pensamientos. Madame
Dupledge cree que puedo tener intuición.
Los ojos de Nikolas se dirigieron a la cadena que llevaba al
cuello.
—Si es así, explícanos cómo y por qué Eric Torstensson, un
poderoso y respetado miembro del círculo de gobernantes,
manipularía a su hija, arriesgando el futuro de ella y el suyo
propio, para acabar con un dhampir.
Dillon cerró los ojos, la puerta a la mente de Celeste todavía
estaba abierta.
—Eric Torstensson fue uno de los gobernadores que probó
mi sangre en un primer momento. Sintió su fuerza y se
obsesionó con ella. Quería que Celeste robara más de las
muestras guardadas en VAMPS, para poder investigar.
Encontrar la muestra que Sade recogió fue un regalo para
Celeste, y cuando se la envió utilizó las instalaciones de
pruebas líderes en el mundo en su corporación farmacéutica y
descubrió que, con el tiempo, mi sangre se volverá —Dillon
hizo una pausa—, mi sangre se autorregenerará, lo que
significa que no dependeré de la ingesta de sangre como la
mayoría de los vampiros.
Hubo varios jadeos y susurros de sorpresa.
—Eric ha estado trabajando durante años para crear un
método secreto, como una vacuna, que podría inyectarse en los
vampiros para cambiar su ADN y eliminar la sed de sangre. Se
puso furioso al saber que mi sangre podría arruinar todo por lo
que había trabajado, por no hablar de los miles de millones
que podría ganar. Ideó el plan para el viaje a la estación de
esquí. Celeste sabía que, si no cumplía con sus deseos,
arruinaría el trabajo de su vida. No le llevó más que unos
minutos matar a la camarera mientras el resto estábamos
distraídos alrededor del tobogán de hielo. Mi desaparición con
Cora fue como un regalo que le dio credibilidad a su historia.
»Toda su vida, Celeste ha tenido que aprender a esconderse
y a contener sus emociones frente a su padre. El talento mental
que posee se ha fortalecido y enseguida aprendió cómo obligar
a los demás. Fue capaz de convencer a Jeremiah para que
creyera que yo se lo había confesado. —Tragó saliva. El
inesperado hecho de saber que Jeremiah no le había
traicionado después de todo fue casi abrumador.
Se hizo el silencio. Dillon dejó de hablar y el viento aulló
alrededor de la meseta mientras los vampiros miraban a
Nikolas.
—Una fantasía absurda —escupió Eric, con los ojos
ensombrecidos por la rabia.
Nikolas le ignoró y se volvió hacia Celeste.
—Dillon afirma que tiene intuición y ha explicado a través
de su acceso a tu mente que tu padre controlaba tus acciones.
No podemos aceptar el testimonio de un clarividente. ¿Aceptas
la verdad de sus palabras?
Sin mirar a su padre, Celeste asintió, con los ojos
ensombrecidos por la agonía.
—Muy bien. He tomado una decisión. Voy a perdonar tu
muerte, pero serás expulsada de VAMPS con efecto inmediato.
Eric Torstensson, tu padre, será encarcelado y juzgado por
separado. Si eres declarado culpable, no se te mostrará
ninguna piedad, Eric.
Eric vociferó, dirigiendo toda su ira hacia Celeste.
—Has arruinado todo —gruñó—. La palabra de un supuesto
dhampir «clarividente» nunca se habría sostenido contra la
tuya.
Se quedó inmóvil y cuando él desapareció en el aire,
dejándola sola, no reveló ninguna emoción, como si esperara
ser abandonada.
Nikolas suspiró e hizo una señal a los agentes del SSV que
estaban sobre ellos.
—Encontradlo —dijo.
Celeste cerró los ojos y Dillon se hundió de nuevo al sentir
su agonía y el conflicto de emociones en él una vez más.
Detestaba por lo que su padre le había hecho pasar, pero culpó
a Dillon por su pérdida con una furia fría e implacable. Al
mismo tiempo, aunque odiaba que tuviera acceso a su mente,
sabía que le debía su vida.
Le dejó escuchar un pensamiento más antes de que Madame
Dupledge se la llevara.
Deberías haberme dejado morir.
Otra ráfaga de su agonía y vergüenza lo inundó antes de que
Ace atravesara el círculo y la detuviera. Tomándola en brazos,
le susurró:
—Iré a por ti.
Ella le besó en los labios de forma lenta y prolongada.
—No lo hagas. Te mereces algo mejor. Déjame ir.
Con una expresión cansada, Nikolas se volvió hacia Dillon.
—Bueno, has sobrevivido, Dillon; después de todo, la
aurora boreal ha sido fortuita. —Una vez más, sus ojos
recorrieron la cadena—. Tu sangre única y las pasiones que
inspiras requerirán una investigación más profunda.
Tendremos que asegurarnos de que beneficiarás a nuestra
comunidad vampírica y, si tu sangre tiene las propiedades que
el profesor Dukan y Eric Torstensson afirman, deberemos
evaluar en qué medida debemos proteger tal recurso.
Mientras escuchaba, Dillon sabía que Nikolas ansiaba su
sangre, sobre todo después de haberla probado, y reprimió un
escalofrío. Volviéndose con brusquedad, Nikolas chasqueó los
dedos, y el Consejo vampírico desapareció al instante, dejando
solo a Alexandru Danesti y a los padres de Sade.
Dillon se acercó a Sade, que seguía de pie junto al profesor
Dukan, con sus enormes ojos castaños todavía abiertos por la
conmoción.
—Disculpe, profesor —dijo.
En silencio, Dillon y Sade se miraron.
—Si no fuera por ti, estaría muerto —dijo con una voz baja
e insegura.
Ignorando a sus padres, que la miraban fijamente, se acercó
y aspiró su aroma con tiento. Cerró los ojos durante un minuto
y dio un paso atrás.
—Dillon, siento mucho haberme comportado de una forma
tan rara contigo, pero ya casi he superado la sed de sangre.
Estaba tan preocupada de que hubiera sido yo la que se había
bebido tu muestra de sangre cuando Celeste la robó que me
convencí de que no podía estar cerca de ti.
—Nunca podrías hacerme daño —dijo, y sintió que la voz le
salía bien por la emoción—. Te he echado de menos.
26
Sangre para siempre
Fred, Angelo, Aron y Ásta se apresuraron a acercarse a Dillon.
—Dios, Dillon, pensaba que estabas muerto —dijo Angelo,
dibujando una línea en su garganta para dar énfasis a sus
palabras.
—¿Por qué no habré aceptado apuestas? —se lamentó
Frederick—. Habría ganado una fortuna. Nadie esperaba que
sobrevivieras.
Dillon sonrió con timidez.
—Gracias, chicos, y Ásta, en serio, de verdad que aprecio
mucho que me hayas defendido.
—Resulta que para ser un dhampir estás bien—dijo Ásta
con sorna.
Mientras Sade se acercaba a sus padres, que hablaban con el
Sr. Hunt con sobrias expresiones de descontento, Dillon se dio
cuenta de que Bram estaba teniendo una intensa discusión con
Alexandru.
—Se acabó, padre —le oyó decir mientras se quitaba la
mano de su padre del brazo—. Dillon es el VE.
—¿Qué te ha pasado? —gruñó Alexandru—. Un dhampir
nunca debería merecer semejante honor.
Bram suspiró, el dolor de la confesión de Cora todavía se
podía ver en su rostro.
—Ya no me importa ser VE. Se lo ha ganado. Puede
quedarse con el puesto.
—¿Todo esto es por ella? —preguntó Alexandru, mirando a
Cora, que estaba de pie, conmocionada y afligida, sola.
Bram no respondió y Alexandru volvió a insistir.
—Aléjate de ella, Bram. Es como su hermano. No es buena
para ti. Te ha humillado.
Ignorándolo, Bram se alejó.
Furioso, Alexandru chasqueó los dedos, y al instante, dos
guardaespaldas descendieron del cielo, aterrizando de pie
junto a él. Mientras se alejaban, lanzó a Dillon una mirada de
puro odio antes de rodear a Bram de forma dramática.
—Hablaré contigo cuando te hayas calmado —gruñó y
desapareció.
Mientras el viento le helaba el pecho aún desnudo, Dillon
vio cómo Bram se detenía frente a Cora, y notó la pureza del
dolor en sus ojos mientras se miraban.
Necesitaba hablar con ella urgentemente; lo había arriesgado
todo por él, incluso perder la posibilidad de contactar con su
hermano. ¿Eso significaba que lo de Bram se había acabado?
Pero, cuando ella extendió la mano hacia Bram con tiento, él
vio que lo suyo no había terminado, y tuvo que darse la vuelta
para protegerse del dolor que sabía que vendría después.
El Sr. Hunt, con el rostro pétreo al ver que el juicio no había
acabado con Dillon, se puso a dar instrucciones.
—Que todo el mundo se dirija directamente a VAMPS
conmigo y con el profesor Dukan. Borzak y Chiro, quitadle las
esposas a Dillon y volad con él.
Era evidente que los padres de Sade, que parecían enfadados
y tenían los labios apretados, estaban advirtiéndole que se
mantuviera alejada de Dillon, negándose incluso a mirar en su
dirección.
—Lo siento —dijo ella, volviendo a reunirse con él después
de que se hubieran ido—. Ya sabes lo que piensan. Son
ambiciosos conmigo. Por cierto, ¿qué ha pasado con Cora y
con Bram? Parecen devastados.
Se dio cuenta de que ella había llegado después de la
confesión de Cora. Le tendió la mano.
—Es complicado. Te lo contaré más tarde.
—¿Quieres volar conmigo? —preguntó.
Ella sonrió y deslizó su mano en la de él. Chiro lo sostuvo
por el otro lado y, mientras despegaban, Dillon echó una
última mirada a la meseta ya vacía. Parecía que había pasado
toda una vida desde que la había visto por primera vez.
A medida que aparecían los rayos del amanecer, subían con
fuerza por el lateral de la escuela. Por primera vez, Dillon se
dio cuenta de que sentía que estaba volviendo a casa.

Solo quedaba un vampiro al que debía enfrentarse. Jeremiah


estaba esperándolo en su habitación, con su hermoso rostro
cubierto por la máscara de la vergüenza.
—Lo siento, Dillon. Me avergüenza y me escandaliza que
alguien haya podido obligarme con tanta facilidad sin que yo
sospechase nada. Créeme, nunca te haría eso a propósito.
Tengo la cabeza muy jodida… Me siento como un maldito
idiota. Lo siento. ¿Qué puedo hacer para compensártelo?
Para el cerebro emocionalmente agotado de Dillon era
demasiado lidiar con algo así. El desprecio que ardía en los
ojos de Jeremiah en el juicio y la sensación de traición
absoluta seguida del alivio abrumador de que fuera Celeste lo
habían dejado agotado.
Preocupado, Jeremiah volvió a hablar.
—Debería haber sido lo bastante fuerte para bloquearla.
A Dillon le pesaban los ojos, lo único en lo que podía pensar
era en su ataúd.
—Ocultó sus puntos fuertes, Jeremiah. Esto es una lección
para todos —dijo—. Mira, no estoy tratando de hacerte sentir
peor, pero voy a necesitar un poco de tiempo… —Hizo una
pausa al ver el relámpago de dolor en los ojos de Jeremiah.
Jeremiah asintió, tomándoselo con calma.
—Lo entiendo. Dormiré en otro sitio esta noche.
Dillon apartó la mirada, incapaz de seguir viendo el dolor de
Jeremiah.
—Gracias —dijo en voz baja.
Escuchó que Jeremiah recogía algunas cosas y salía de la
habitación, cerrando la puerta con suavidad tras él. Dillon se
desplomó contra su ataúd completamente agotado. Estaba
entumecido. Después de noches enteras de intensa tensión y de
haber estado al borde de la muerte, por fin podía apagar su
cerebro.
Llamaron a la puerta. Dillon se esforzó por despegar los
párpados cuando se abrió y Chiro se asomó.
—Madame Dupledge quiere que te proteja mientras
duermes hoy, por precaución tras los sucesos de la noche.
—Gracias por tu ayuda, Chiro —consiguió decir Dillon
mientras levantaba la tapa del ataúd—. Lo siento. Ahora tengo
que dormir, todo esto ha sido demasiado.
Los ojos rojos de Chiro brillaron.
—No me sorprende —respondió con un graznido—. Has
pasado por muchas cosas. Ahora no te preocupes. Estaré aquí.
—Graci… —Cuando Dillon se medio hundió en el ataúd, se
le apagó la voz.
Sabía que todavía tenía que disculparse con Bram, pero
tendría que esperar. Cuando la tapa se cerró con un suave
chasquido y la oscuridad lo envolvió, se quedó dormido.
Se despertó de repente con la sensación de que algo iba mal,
parecía que el ataúd se balanceaba de un lado a otro. Presa del
pánico, abrió la tapa.
Entrecerró los ojos cuando la luz de un cielo oscuro, teñido
de rojo y dorado, llenó el ataúd, y salió de él de un salto,
aterrizando en cuclillas sobre la cubierta de madera de un
barco. Dos figuras perfiladas contra el sol que empezaba a
ponerse se volvieron hacia él.
—Por fin —dijo su padre, sonriendo—. Dillon, aunque ella
no estuviera cerca, tienes que saber que tu madre nunca dejó
de quererte. Tuvo que tomar la… —Tragó mientras le fallaba
la voz— La insoportable decisión de dejarte para protegerte.
Ahora, por fin, ha llegado el momento de que os conozcáis.
Se volvió hacia la llamativa vampira que estaba a su lado.
—Dillon, esta es tu madre.
Bibiana le miró a la cara, con un aspecto más suave y menos
poderoso en comparación al que él recordaba. La piedra de
fuego en el centro de la cadena que llevaba al cuello
centelleaba como si fueran llamas, justo igual que la suya.
—He esperado este día mucho tiempo… —dijo ella,
sonriendo de forma tímida, con la voz ronca y cruda por la
emoción.
Dillon la miró sin saber qué decir. Ni en sus sueños más
salvajes jamás habría imaginado que Bibiana Fassano fuese su
madre.
—Lamento haberte sacado antes de que te graduaras del
Pico Uno —continuó—. Después de tu absolución, las
emociones están a flor de piel y hasta que las cosas se calmen,
hacerte desaparecer por un tiempo parecía la opción más
segura.
Hizo una seña a alguien detrás de él y la mandíbula se le
desencajó cuando Chiro apareció al lado del ataúd.
—Chiro es el mejor guardaespaldas del mundo de los
vampiros. Él y yo hemos estado juntos durante mucho tiempo.
Confío en él ciegamente; por favor, tienes que creer que ni él
ni yo habríamos dejado que Nikolas Karayan te quitara la vida.
Los ojos de Dillon se abrieron de par en par, incrédulo,
mientras recuperaba la voz.
—Pues dejaste que estuviera jodidamente cerca.
—Dill —lo reprendió Gabriel, y Dillon se estremeció
cuando Bibiana colocó una mano cariñosa en el brazo de su
padre.
—Está bien, Gabriel. Ha sufrido mucho.
Ella se volvió hacia él, y él sintió el intenso poder de su
escrutinio.
—Comprendo tu enfado, Dillon —dijo, examinando cada
detalle de su rostro—. Por favor, trata de entender que fue
complicado. Había cosas que tenía que poner en orden antes
de que el mundo de los vampiros se enterara de tu existencia.
Tenía que manteneros a ti y a tu padre a salvo.
—¿Te llevó dieciocho años? —espetó Dillon.
Se le encogió el corazón cuando ella le permitió sentir la
agonía que aquello le había causado. Desolado, se preguntó si
alguna vez podría volver a VAMPS, a los vampiros que se
habían convertido en sus amigos más cercanos y a Cora.
—Sí, volverás —dijo ella—. Solo que, esta vez, volverás
como el hijo de la condesa Fassano.
Agradecimientos
Muchas gracias a Jo McGrath, que tuvo la idea de crear
VAMPS y me dio la oportunidad de cumplir un sueño. Ha sido
un placer colaborar contigo y con Walter Iuzzolino en The
Writers’ Room; vuestras sugerencias narrativas siempre eran
acertadas. También estoy agradecida por vuestro constante
apoyo; sobre todo cuando las cosas se volvieron difíciles a la
mitad del camino y me vi abatida por el covid. Escribir
VAMPS fue duro, pero también fue muy divertido. Espero
haberle hecho justicia.
Gracias también a Ronnie Trouton por hacer que Dillon y
Gabriel parecieran más irlandeses y por el resto de sus útiles
sugerencias. Fue genial tener una perspectiva masculina sobre
algunos de los pensamientos y sentimientos de Dillon. Ahora
tengo el anhelo de visitar la costa oeste de Irlanda para comer
pan de trigo y nadar en el Atlántico en una mañana con niebla.
Otro enorme agradecimiento a Simon & Schuster por
haberme encargado VAMPS después de los tres primeros
capítulos. Estoy muy agradecida a Judith Long por sus
excelentes y muy útiles observaciones editoriales y su infalible
capacidad para detectar los puntos que no había pensado bien,
y a Clare Hey por su pasión y entusiasmo a la hora de defender
este proyecto desde el principio.
Muchas gracias a John O’Connell por leer el manuscrito y
ofrecer sus impecables consejos sobre gramática.
Los autores mencionan a menudo que escribir ficción puede
ser agotador. Yo no me di cuenta de cuánto hasta VAMPS.
Estoy increíblemente agradecida a mis amigos, a mis
amigos/clientes de Pilates y a mi familia, que lo entendieron y
fueron lo suficientemente generosos como para darme un
respiro.
En especial, gracias a mi madre y a mi padre: sois mi
refugio. Muchas gracias por vuestra ayuda y apoyo.
Zac, Benj y Lola, estoy muy orgullosa de vosotros, sois las
mejores partes de mis personajes favoritos. También sois mi
mundo. Todo mi amor y gracias por hacerme reír.
Por último, todo mi amor y mi más sincero agradecimiento
es para mi marido, Rob. No podría haberlo hecho sin ti.

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