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Con lo dicho hemos indicado ya la direccién en que se moverin las reflexiones de este libro. Estas reflexiones se ballan estrechamente unides las que, bajo el titulo El Ocaso de la Edad Moder- nna *, aparecieron con anterioridad, En muchos puntos presuponen lo dicho en aguel libro; en otros, lo prow siguen, Por esta razén, ambas obras se entrecruzan constantemente; ello explica las repeticiones que apa- recerin y que son inevitables, y por las que pido ex- casa. Quisicra, erapero, subrayar que la presente obra constituye un todo independiente. Munich, septiembre de 1951. Publicado en Fd, Guadarrama, 2° edicién, 1963, 18 LA ESENCIA DEL PODER Tratemos en primer lugar de formarnos una idea clara de lo que es el “poder”. ‘Al contemplar las fuerzas elementales de la natu- raleza, gpodemos hablar de poder? ;Podemos decir, por ejemplo, que una tormenta, o una epidemia, o un edn tienen poder? Es claro que no, a no ser en un sentido inexacto, anilogo. Existe aqui sin duda algo capaz de obrar, de producie efectos; pero falta aquello que, sin que- rerlo, pensamos también cuando hablamos de “poder”: falta h iniciativa. Un elemento natural tiene —o es— “energia”, pero no poder. La energia se convierte en poder tan sélo cuando hay una conciencia que la co- nhoce, cuando hay una capacidad de decisién que dis pone de ella y la ditige a unos fines precisos. La pa- labra “poder” sélo puede aplicarse a las energias de Ja naturaleza en un sentido determinado: cuando se las siente como “poderes”, es decir, como realidades risteriosas doeadas de una iniciativa que de alguna ‘manera se supone personal. Pero esta representacién no pertenece a nuestra imagen del mundo, sino a la imagen mitica, en la cual Ia existencia consta de rea- 37 lidades operantes, que se relacionan entre sl, se com- baren, se unen. Tales entidades poseen un caricter religioso; son “dioses”, y aparecen como mayor 0 menor claridad. La palabra “pod plea en un sentido parecido al que acabamos de in- dicat, aunque no tan preciso, y sin tenet clara con- ciencia de lo que se entiende exactamente por él, cuando se habla de los “poderes” del corazén, del es- pirieu, de la sangre, etc. También aqui se erata de presentaciones originariamente miticas acerca de ini- Ciativas divinas demonfacas que, con independencia de Ia voluntad del hombre, surgen en su mundo in- tetior. Tales imégenes se disfrazan después con con- ceptos cientificos, artisticos y sociolégicos, y suscitan en el interior del hombre moderno unos movimientos que, al no estar casi nunca vigilados, tienen por ello mismo ms graves consecuencias *. Preguntémonos, por oto lado: una idea, una nor- ma moral, tienen “poder”? Esto suele afirmarse a menudo, pero sin razén. Una idea como tal, una ‘norma moral en cuanto tal no tienen poder, sino vali- dez. Se presentan con una objetividad absoluta. Su sentido aparece claro, pero no acta todavia por si mismo. El poder es la facultad de mover la realidad, y Ja idea no es capaz por si misma de hacer tal cosa. Unicamente lo puede —convirtiéndose entonces en poder— cuando la vida concrcta del hombre la asume, cuando se mezcla con sus instintos y sentimientos, con las tendencias de su desarrollo y las tensiones de + Esto aparece de manera especial en ls piclogla funds, muchos de cuyos conceptor se paren enaarde sariamente a los que emplesba la alga 22 sus estados intetiores, con las intenciones de su obra yy las eareas de su trabajo, ‘As, pues, sélo puede hablarse de poder en sentido verdaico cuando fe dan esma dos ehmenem: de an lado, energias reales, que pucdan cambiar la realidad de las cosas, doterminar sus estados y sus reciprocas relaciones; y, de otto, una conciencia que esté dentro de tales encrgias, una voluntad que les dé unos fines, una facultad que ponga en movimiento las fuerzas en diceccién a estos fines, Todo esto presupone el espiriu, es decir, aquella realidad que se encuentra dentro del hombre y que cs capaz de desligarse de los vinculos directos’ de la aturaleza y de disponer libremente sobre éta. 1 Como el poder es un fendmeno especificamente hu- mano, el sentido que se le dé pertenece a su propia Con esto no queremos deci tan sélo que el proceso del ejercicio del poder esti dotado de sentido. Tam- ign el mero efecto natural pose sentido, Nada hay en dl que no lo tenga. En primer lugar, posce el set tido mis elemental, el de la causalidad, segiin el cual ingtin efecto se produce sin una causa eficiente; y el de la finalidad, segiin el cual todo elemento de la realidad esté inserto en la relacién parteodo. A ello hay que agregar el sentido propio de las especiales formas estructurales y funcionales, tal como se en- euentran en las conexiones fisicas, quimicas, biolégi- cas, etc. Pero queremos decir mis alin, a saber: que Ia iniciativa que ejerce el poder le dota a éste de sen tido. El poder es algo de que se puede disponer. No ests ya de antemano, como ta energla de la naturaleza, én una telacién necesatia de causa a efecto, sino que es introducido en tal relacién por el que obra. Asi, ppor ejemplo, los efectos de Ia energfa solar se eransfor- 24 man en la planta, necesariamente, en unos determi- nnados efectos bioldgicos: crecimiento, color, asimila- cién, movimiento, ete. En cambio, las fuerzas cuyo empleo produce una herramienta deben ser dirigidas por el obrero hacia ese fin, Estin a su disposicién, y 4, mediante sus conocimicntos, sus planes y sus ma nipulaciones, las dirige hacia el fin que se ha pro- puesto. Esto significa, por otro lado, que las energfas dadas como naturales pueden ser usadas a discreciSn por el espiritu que las maneja, Este puede emplearlas para el fin que se propone, sin que importe el que éste sea constructive o destructor, noble o vil, bueno o malo. No existe, pues, poder alguno que tenga ya de antemano un seotido 0 un valor. El poder sdlo se de- fine cuando el hombre cobra conciencia de él, decide sobre él, lo transforma en una accidn, todo lo cual significa que debe ser responsable de tal poder. 'No existe ningiin poder del que no haya que res- ponder. De la energia de la naturaleza nadie es res- ponsable; © mejor dicho, ral energia no acta en ell Ambito de la responsabilidad, sino en al de la nece- sidad natural. Pero no existe un poder humano del que nadie sca responsable *, ee hha visto st ee ‘mejor atin, ha visto rene a confu- ser per a on pe age eee oe re ee a El efecto del poder es siempre una accidn —o, al menos, un dejar haccr—, hallindose, en cuanto tal, bajo Ia responsabilidad de una instancia humana, de tuna persona. Esto ocurte asf aun en el caso de que el hombre que ¢jerce el poder no quicta la responsabi- lidad ‘Mis atin, eso ocurre aunque las cosas humanas ¢s- tén en tal desorden 0 en tal falso orden que no re- sulte posible nombrar a ningtin responsable, Cuando esto iltimo sucede, cuando a Ia pregunta ";Quién ha hecho esto?”, no responden ya ni un “yo” ni un “nosotros”, es decie, ni una persona ni una colectivi- dad, el ejercicio del poder parece convertizse en un efecto de la naturaleza. Se tiene la impresién de que esto ocurte cada vez més frecuentemente, pues en ell decurso de la evolucién histérica el ejercicio del poder se hace de dia en dia més anénimo. La progresiva estavfieaciin. de los acontecimientos sociales, ccond. micos y téenicos, ast como las tcorlas materialistas ‘que interpretan la historia como un proceso necesatio, significan, desde nuestra perspectiva, el ensayo de st puesto asi.” “Esto contradice a la voluntad de Ia natu- raleza...", ete. Tales afirmaciones carecen. de sentido, La rnaturaleza no “quiere” nada, Respecto s ella sélo podemos expresamos asf: “Dentro de las relaciones naturales de que aqut se trata, las cosas tienen que desarollarse de esta © de la otra manera”. Todo lo demés es litismo y mites fuera de lugar. En realidad la afiemaciéa “La naturaleza hhace esto o aquello ba sustituido a esta otra: “Dios, que fha creado la naturaleza, ha querida en este caso esta 0 lo tro”. Asi, pues, vistas las cosas en toda su hondura, tam: Dién de Ia energla de la naturaleza hay alguien que res- ponde, a saber, Dios, por haberla creado, 26 primir cl caricter de la responsabilidad, y de desligar el poder de la persona, convittiende su ejercicio en un fenémeno natural *, En realidad, el caricter esen- cial del poder, en cuanto es una energia de la que responde una persona, no queda suprimido, sino s6lo pervertido, Este estado se convierte cn una culpa y produce efectos deseructores **, A esto parece oponense un factor que aparece igual mente en este proceso? Ia dictadura. En la medida en que desaparece a auténtica responsabilidad, brota la tendencia fa resolver mediante decisiones autoritarias, 0, por mejor decir, arbitsaias, Ia abligacién de actuar. Pero examinando cl problema con mayor detenimiento, se ve que los que esto hacen no tienen una euténtica responsabilidad, sino que, en cada caso, se dicigen por instancias diferentes que les ordenan y mandan. Por su parce, la instancia suprema, a pesar de st independencia en el obrar, se sabe realize dora de una voluntad colectiva. Si éta no se cumple, fentonces el dictador es climinado de igual forma que elimina las instancias subordinadas, en a medida fen_que mucstran una iniciativa personal. Pero esto sig nifica que el dictador no es otra cosa que el elemento constructive opuesto al elemento colective. Ambos juntos ssuprimen la persona y forman el representante andnimo del poder, ‘* También Nietzsche, mediante su nocién de la “ino- ccencia del acto creador” inteneé sustraer el uso del poder al dmbito de la responsabilidad —que es siempre desde Iuego una responsabilidad moral— y convertirlo en un proceso natural de grado superior, frente a cuya fuerza inflexible la conciencia de Ia obligaeiéa moral aparece, se- gin él, como una enfermedad. Esta transferencia se pro- duce en Nietzsche de un modo mi susil que en el co- lectivismo, pues mantiene en el primer momento Ja ini ciativa del individuo. Y de este modo, en cuanto individuo, se convierte en una “naturslera”, en la cual actian las oO Por si mismo el poder no es ni bueno i malo; sélo adquiere sentido por la decisién de quien Io usa, Mis atin, por s{ mismo no es ni constructivo ni des- tructor, sino sélo una posibilidad para cualquier cosa, pues es regido esencialmente por la libertad. Cuando no es ésta la que le da un destino, es decit, cuando el hombre no quiere algo, entonces no ocurre absolu- tamente nada, 0 surge una mezcla de hibieos, impul- 808 inconexos, instigaciones ocasionales, es decir, apa- rece el caos, EL poder significa, en consecuencia, tanto la posi- bilidad de realizar cosas buenas y positivas como el peligro de produce elects males destructoren, Ete peligro crece al aumentar el poder; este es el hecho que, en parte de un modo subito y aterrador, se ha introducido en Ia conciencia de nosotros, los hombres de hoy. De aqui puede surgir también el peligro de que sobre el poder dispongs una voluntad dotada de una orientacién moral falsa, 0 que acaso no obcdezca yaa ninguna obligacién moral. E incluso puede ocu- ‘rir que, detrés del poder, no esté ya una voluntad a la que puede apelarse, una persona que responda, sino tuna mera organizacién anénima, en la cual cada uno sea conducido y vigilado por instancias proximas, en- contrindose asi —aparentemente— dispensado de toda responsabilidad. Esta forma del peligro que el poder energfas de la titra, del mundo, det Universo, En reelidad cs, de manera isemisible, una pertona y, en cuanto tal, se encuentra esencialmente bajo la responsabilidad moral En consecuencia, el presunto caricter natural asf aleanzado nno es otra cosa que apariencia y desercisn, 28 representa se vuelve especialmente amenazadora cuan- do, como hoy ocurre, se va haciendo cada vez més Aebil el sentimienco que inspiran la persona, su dig- nnidad y su responsabilidad, los valores personales de la libertad, del honor, del caricter originario de su obrar y existir. Entonces el poder adquiere un carécter que sélo puede set definido en tltimo téemino desde la pers- pectiva de la Revelacidn: el poder se vuelve demo- nfaco. En la medida en que el obrar no se funda ya en la conciencia de la persona, y no se responde de él en sentido moral, aparece en el que obra un espacio vaclo de naturaleza peculiar, No tiene el sentimiento de ser él el que obra, de que la accién comienza en él, y. en consecuencia, debe responder de ella, Parece como si desapareciese en cuanto sujeto y que la ac- cidn no hiciese mas que pasar a través de él. Se siente a sf mismo como un clemento inserto en un conjun- to. Lo mismo ocurre con los demés, y pot ello el in- dividuo no puede ya apelar a una autoridad auténtica, pues ésta presupone la persona, la cual, por su propia naturaleza, se relaciona ditectamente con Dios y es responsable ante El. Se extiende, por el conerario, la idea de que, en el fondo, no es “alguien” el que obra, sino una pura indeterminacién, que no es posible su- jetar en ninguna parte, que no se presenta ante na- dic, que no contesta @ pregunta alguna, que no res- ponde de lo que acontece. Su manera de obrar es sen- tida como algo necesatio, y el individuo se somete a ella. Se la siente como algo inaprensible, y aparece, por tanto, como un misterio, al cual se dirigen, en forma pervertida, aquellos sentimientos que el hom- 29 bre debe experimentar ante ef destino y ante Dios *. Este vaclo que surge alli donde Ia persona, cierta- mente, no desaparece —pues el hombre no la puede rechazar, como tampoco le puede ser arrebatad: pero si es desatendida, negada, violentada, este vacl decimos, no dura, pues ello significarfa que el hombre se habria convertido en cierto modo en un elemento natural y que su poder se transformaria en una ener- gia de Ia naturaleza. Como esto no puede ocurtir, se produce en realidad una infidelidad, que se convierte en actitud, y de esta sicuacidn de la que nadie es due- fio se apodera otra iniciativa: la del demonio, El si- glo x1x, con la seguridad que le proporcionaba su fe en el progreso, se burlé de la figura del demonio, o, diga- mos mejor, més sincera y exactamente, de la figura de Satin. Pero el que tiene ojos para ver la realidad no se burla de ella; sabe que Satin existe y acta. Tampoco nuestra época, ciertamente, se hace cargo de esta verdad, Cuando habla de lo “demoniaco”, cosa aque hace con mucha frecuencia, no habla en serio, La mayoria de las veces se trata de pura palabreria, Y cuando habla seriamente, 0 bien expresa tan sélo tuna angustia indeterminada, 0 se refiere a algo psi- colégico 0 simbélico. Cuando la ciencia de las re- ligiones, la psicologia profunda, el teatro, el cine y la novela nos hablan de lo demonfaco, no hacen mis que dar expresién al sentimiento de que hay en la existencia un elemento de discrepancia, de contradic- Sn, de engaio, un elemento tltimo inineeligible y * CE las novelas de Kafka El proceso y El castillo 30 siniestro, que aparece con fuerza especial en determi- nnadas situaciones individuales ¢ histéricas, y al que responde una angustia peculiar. Pero de lo ‘que aqui se trate en realidad no es de lo “demoniaco”, sino de Satin. Y sélo la Revelacidn puede decirnos de manera fidedigna quign es Satdn 31 m1 Hay todavfa otro elemento que define el poder: su caricter universal. El hecho de que el hombre tenga poder y que al ejercerlo experimente una satisfacciéa especial no es algo que se dé sélo en un Ambito ais- lado de la existencia, sino que se vincula —o puede, cuando menos, vincularse— con todas las actividades y ciecunstancias del hombre, incluso con aquéllas que en el primer momento patecen no tener relacién al- guna con este carieter del poder. Es manifiesto que toda accién, toda creacién, toda posesién y todo goce producen inmediatamente el sentimiento de tener poder. Lo misma ocurre con to- dos los actos vitales, Toda actividad en la que repet- cuta directamente la fuerza vital representa un ejer- cicio de poder y es experimentada como tal. También podemos afirmar esto mismo con respecto al conaci- miento. En si mismo, el conocimiento significa la pe- netraciSn intuitiva e intelectiva de lo que es, pero el gue conoce experimenta en ello la fuerza que pro- duce esta penetracién, El que conoce experimenta cimo se “apodera de la verdad”, y esto se transforma a su vez en el sentimiento de "ser duefio de la ver- 32 dad”, Aqu{ se advierte ante todo el orgullo del que conoce, orgullo que puede crecer tanto més cuanto tnds aljado- partes ese de a inmediata praxis el ebjevo conocido, Pignsese en la frase de Nietzsche acerca de “el orgullo de los filésofos", La sumisién a la verdad se transforma agufen un sentimiento de do- minio sobre ella, en una epecie de legislacién espiri- tual. Pero la conciencia de poder producida por el conocimiento encuentra también una expresién que actiia de manera directa; csto ocurre cuando se trans- forma en magia, Tanto los mitos como las leyendas ros hablan del saber que d2 poder. El que conoce el nombre de una cosa o de una persona tiene poder sobre clla, Piénsese en todo lo que sigoifican el en- cantamiento, los conjuros, las maldiciones. En un sentido mis honda, el saber que da poder es un saber acerca de la esencia del universo, del miscerio del des- tine, del curso de las cosas humanas y divinas. Es aquel saber por medio del cual son duefios del mun- do los dioses que lo gobitesan, saber que, en el re- lato de Ia tentacién del Génesis, introduce Satdn en las palabras de Dios, para confundir el verdadero sen tido del conocimiento del bien y del mal. En las le- yendas es siempre un voablo determinado el que vence al dragén, descubre el tesoro escondido, libra al hombre sometido a un encantamiento, etc. El sentimiento de poder puede ir unido inchaso con situaciones que parecen exit en contradiccién con él, como las del sufrimiento, la privacién, la inferioridad. Asi, por ejemplo, el que sufre tiene conciencia de que, mediante su dolor, adguiere una visién de la vida 3B vady jootunca auc x que posee el que esté sano; por vv pute, ef que fracasa se dice a st mismo que ello wate porque él es mas noble que los que teiunfan. Incluso el tan doloroso sentimiento de la inferiori- dlul se encuentea siempre ligedo a un complejo de superioridad, més 0 menos disimulado, aunque sélo sea porque la persona cn cuestiSn se siente a si misma incapaz de estar a la altura de las elevadas normas que se han impuesto. Todo acto, todo estado, incluso el simple hecho de vivir, de existi, esté directa o indicectamente uni- do con Ia conciencia del ejercicio y del goce del poder. En su forma positiva, este eercicio y este goce sus- citan la conciencia de disponer de si mismo y de te- ner fuerzas; en su forma negativa se convierten en soberbia, orgullo, vanidad. Ast, pues, la conciencia del poder tiene un cardcter completamente universal, ontolégico, Es una expre- sidn inmediata de la existencia, y esta expresién puede adoptar un caricter positive 0 negative, verdadero 0 aparente, justo 0 injusto, Es asf como ef fenémeno del poder nas Ileva al te- rreno metafisico 0, dicho con mayor exactitud, al te- rreno religioso. 34 EL CONCEPTO TEOLOGICO DEL PODER

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