You are on page 1of 127
REUBEN FINE PSICOLOGIA DEL JUGADOR DE AJEDREZ El hecho de buscar cudl es la ca- pacidad especial que distingue a los grandes ajedrecistas de los de- més hombres ha sido, durante mu- cho tiempo, tema de las més enco- nades controversias. El principal ‘obstéculo para aclarar esta cuestion ra que los psicélogos que empren- dian el estudio, tales como Binet, ‘no se encontraban introducidos en e] émbito de los jugadores de pri- mera categoria: circunstancia que se repetia cuando el caso era el inverso. Sin embargo, hay una excepcién im- Portante. Reuben Fine, ademés de uno de los grandes jugadores de este siglo, es un notable psicoana- lista. De esta forma, su obra puede circunscribirse a un significado pro- fundo del juego y, al mismo tiempo, trazar las categorias y el enten nto combinatorio de las carac- teristicas que forjan un maestro. A varios de los grandes jugadores que aqui aparecen, el doctor Fine los ha conocido directamente tanto en el campo del ajedrez como en el del trato personal. Otros, los nombres ya legendarios, han sido estudiados por referencias orales © escritas. EI resultado es una sin- tesis sorprendente que se aleja de todo simplismo para dar, por vez primera, el reflejo de los mecanis- mos que albergan las mentes de los grandes maestros. Ccbierte do Coeet overated PSICOLOGIA DEL JUGADOR DE AJEDREZ REUBEN FINE PSICOLOGIA DEL JUGADOR DE AJEDREZ : EDICIONES MARTINEZ ROCA, S. A. BARCELONA ‘Titulo original. The psychology of the chess player ‘Traduccign del inglés por ICNacio Gaos © 1986 by the National Psychological Association for Psychoanalysis Ine © 1967 by Reuben Fine © 1974 por Ediciones Martinez Roca, S.A Gran Via, 774, 7, Bareelonacl3 1984 Impreso por Disgrafic, S.A, Conatitucié, 19, Barcelona-14 Impreso en Espana = Printed in Spain INDICE Resefia de textos Comentarios generales sobre el ajedrez ... . 4 Campeones del mundo Psicosis entre los ajedrecistas Resumen: Teoria del ajedrez . Dos cartas de Ernest Jones... ... ... 109 Apéndi Eibllogratiegs te gee te e113) 1 RESENA DE TEXTOS En la literatura psicoanalitica, el clasico sobre el ajedrez es el ensayo de Ernest Jones titulado “El problema de Paul Morphy” (23)*, primero lefdo ante la British Psychoanalitical Society, en 1930, y publicado en 1931. La mayor parte de este penetrante documento se consagra a la patografia de Paul Morphy, de quien hablaremos posteriormente con més ampli- tud. Respecto a las cuestiones generales de la psico- logfa del ajedrez, Jones establece los puntos siguien- tes: resulta indudable que el juego del ajedrez. es un sucedineo del arte de Ia guerra. El motivo sub- consciente que impulsa a los jugadores no es el sim- ple afén de agresividad caracteristico de todos los deportes de competicién, sino el més avieso de! pa- rricidio. La indole matemética del juego confiere al ajedrez un peculiar cardcter sddico-anal. La sen- sacign de arrolladora superioridad por parte de uno de los jugadores se complementa con la de fatal impotencia por parte del otro. Este rasgo sadico- “Los miimergs entre paréntesis remiten a ls bibliogratia de 1a pégina 113, anal es lo que permite al ajedrez acomodarse per- fectamente para satisfacer, al mismo tiempo, los aspectos homosexuales y antagénicos de la rivali- dad padre-hijo. Otros trabajos realizados por Karpman (24), Coriat (8), Menninger (31) y Fleming (17) no afia- den nada sustancial a Ja tesis de Jones. Todos coin- ciden en que una combinacién de impulsos hostiles y homosexuales se encuentran sublimados en el aje- drez. Esta clase de enfoque se concentra en los con- flictos libidinales. Si bien ilumina ciertos atributos del juego, deja sin tocar muchos otros. Al fin y al cabo, la contienda afecto-hostilidad con el padre forma parte integrante de todo choque entre dos hombres. Debido a la ubicuidad de las porffas libi- dinales subyacentes, el psicoandlisis moderno, sobre todo en los tiltimos treinta afios, ha proyectado su atencién, de modo creciente, en el ego. El propdsito del presente ensayo consiste en abordar la cuestién de los elementos que diferencian al ajedrecista de Jos demas hombres, tanto desde la perspectiva del “ego” como desde la del “ello”. La literatura psicolégica contiene varios estu- dios interesantes, que compendiaremos aqui breve- mente. En el torneo internacional de Moscti celebrado en 1925, tres profesores de psicologia, Djakow, Pe- trowski y Rudik, sometieron a doce participantes a una serie de rests psicolégicos, entre los que se in- 8 clufa el de Rorschach. Los psicélogos no aclararon Jas razones por las que sélo eligieron a doce juga- dores, ni tampoco se identificé a los mismos. Se publicaron los resultados y existe una traduccién al alemén (11). Las pruebas consistian en diversas estratagemas ideadas para medir lo siguiente: 1) Memoria. a) Memoria y comprensién (Aufnahme- vermégen) del tablero. b) Aptitud para recordar posiciones de las piezas. ©) Memoria para los nimeros. 4) Memoria para los dibujos geomé- tricos. 2) Atencidn. ©) Ambito de atencié: f) Aptitud para concentrar la atencién en el tablero. 2) Distribucién de la atencién (aptitud para observar simulténeamente varias cosas distintas). h) Dindémica de la atencién (aptitud para prestar interés a impresiones su- cesivas). 3) Funciones combinatorias ¢ intelectuales. Siete damas en el tablero.' ‘Este problema consiste en situar en el tablero siete damas, de tal forma que ninguna de ellas pueda ser capturada por cual- quiera de las otras. i) Serie de mimeros (secuencias l6gicas). Kk) Rapidez de procesos intelectuales (es- timulo abstracto). 1) Rapidez, de procesos intelectuales (es- timulo concreto). 4, 5) Tipo de imaginacién y psicologia (rest de Rorschach). En las pruebas psicométricas, los maestros aje- Arecistas demostraron una amplia superioridad en cuanto al dominio (sin més detalle explicativo) de todas las tareas relacionadas con el tablero y las, piezas, asi como en lo concerniente a la situacién de dichas piezas. Pero en las demés pruebas sdlo se aprecié preeminencia en dos cuestiones: capacidad para prestar atencién simulténeamente a varias co- sas distintas (Aufmerksmkeitsverteilung) y pensa- miento abstracto (series numéricas). No quedé esta- blecida la idea de que los ajedrecistas, en general, posean una inteligencia mucho més alta, se concen- tren mejor y dispongan de superior retentiva. Sin embargo, los rests empleados eran tan toscos y la metodologia tan deficiente, en relacién con los ni- veles actuales, que poco valor puede concederse a estas conclusiones. El test de Rorschach dio los siguientes resulta- dos principales: mimero de respuestas, de 5 a 88; respuestas totales, 3-30 (muy por encima del pro- medio); objetos inanimados, 15-60%; reacciones al color, 0-7 (seis sujetos sin color); reacciones al 10 movimiento 1-4 (nueve sujetos sin movimiento). EI psicograma del test de Rorschach no obtuvo ulterior interpretacién por parte de los psicélogos rusos. Pese a la inexistencia de més datos, salta a la vista que el perfil modal de la personalidad co- tresponde a un individuo oprimido —en Ja termi- nologia de Rorschach— y coartado (ningun color, ningtin movimiento). El comentario de Rorschach sobre este tipo contribuye a explicar algunos de los, descubrimientos rusos. Rorschach asevera (34): El tipo coartado y, en sensible medida, también los tipos coartadores? se caracte- rizan por Ja extraordinaria importancia que dan a las tendencias que pueden in- tensificarse mediante la aplicacién de aten- cién consciente. Tanto el coartado como el coartador son, en primer lugar, alguien légicamente disciplinado. Pero a esto se llega, no obstante, a través de una atrofia dilatada de las tendencias introversivas y extratensivas: mediante el sacrificio de su capacidad para.la experiencia. Las observaciones de Rorschach explican las dos diferencias que aparecieron:: atencién agudizada en cuanto a diversos acontecimientos simulténeos y ra- ciocinio numérico abstracto. Al propio tiempo, co- (La marca de coartacién es aquella en que, como méximo, hay tuna respuesta al color o al movimiento.—R. F) n mo ello se consigue a expensas de otras facetas de la personalidad, no puede especificarse si las pun- tuaciones bajas en otras evaluaciones se deben a falta de aptitud innata, carencia de motivacién o atrofia (trastorno emocional). Cuando Samuel Reshevsky, luego campeén del mundo occidental, era un nifio prodigio de nueve afios (alcanz6 a los cinco la capacidad de un autén- tico maestro), la psicélogo suiza Franciska Baum- garten le sometié a una serie de pruebas psicomé- tricas (2). La inteligencia oral del chiquillo estaba por debajo del nivel medio y su desarrollo general no llegaba al de un nifio berlinés de cinco aiios. Sdlo en una prueba sobresalié: la de retentiva de niime- Tos. Asi, pues, la conclusién de la doctora suiza fue similar a las de los psicélogos rusos. Sin embargo, también su metodologia era imperfecta y pasé por alto el detalle de que el muchacho habia estado tan abstrafdo en el ajedrez que no asistié al colegio con la adecuada regularidad. Posteriormente, Reshevsky terminé sus estudios universitarios en los Estados Unidos y demostré poser, a todos los efectos, una inteligencia superior al nivel medio. Un estudio efectuado por Buttenwieser (5) pre- tendia calcular el grado de deterioro que, a causa de la edad, sufre el maestro ajedrecista en su des- treza deportiva. Buttenwieser descubrié que la habi- lidad del jugador de ajedrez no experimenta menos- cabo alguno antes de los cincuenta afios, que a partir de entonces Ja pérdida es relativamente pequefia y 12 que cuanto mas diestro es el practicante del juego, menor es esa merma de facultades. Como veremos més adelante, las psicosis tampoco afectan material- mente a la habilidad ajedrecista. Podrfa parecer que, una vez alcanzado cierta cota de destreza, ésta se conserva indefinidamente. En 1938, el psicdlogo holandés A. de Groot (10), que también es consumado ajedrecista, analizé los Procesos meatales de determinado mimero de maes- tros y algunos aficionados. Acaso su descubrimiento més ‘itil sea la confirmacién de que, al estudiar a fondo una posicién, el ajedrecista Neva a cabo la misma clase de proceso que realiza el investigador para resolver un problema. El jugador de ajedrez se encuentra en un estado de incertidumbre y ten- sién continua hasta que da con el movimiento apro- piado, con la particularidad de que son muchos los casos en que le resulta imposible determinar a cien- cia cierta cudl es el movimiento apropiado. A los psicdlogos contempordneos, con su domi- nio de las técnicas psicométricas y andlisis de fac~ tores, les seria bastante facil preparar un buen con- junto de pruebas para expertos en ajedrez y, a través de ellas, precisar las aptitudes que se correlacionan con la destreza ajedrecista. A falta de tal estudio, las averiguaciones citadas mds arriba no pueden considerarse més que como datos de valor mera- mente indicativo. B 2 COMENTARIOS GENERALES SOBRE, EL AJEDREZ El ajedrez es uno de los juegos més antiguos de la civilizacién occidental. Los historiadores suelen establecer su nacimiento alrededor del 600 6 700 de nuestra Era y sitdan su origen en la India. Se intro- dujo en Europa durante el siglo xi. Sin embargo, sdlo en el curso de los tiltimos cien afios, aproximadamente, ha alcanzado el ajedrez ca- récter de juego popularizado a escala universal. El primer torneo internacional se celebré en Londres el afio 1851, Desde entonces, las competiciones in- ternacionales se han venido desarrollando con regu- laridad. Como quiera que el juego se practica de forma sustancialmente idéntica en todos los paises civilizados, se ha convertido en un verdadero y cos- mopolita medio de comunicacién. La literatura referente al ajedrez, colecciones de partidas jugadas por grandes maestros, manuales y textos que exponen ef modo como un jugador puede mejorar su técnica, ha aumentado hasta tal punto que su acervo, segtin se afirma, es superior al de la literatura relativa a todos los demds juegos juntos. Hoy por hoy, el ajedrez ha logrado su maxima popularidad en la Unién Soviética, donde es virtual- mente deporte nacional. Para innumerables ajedrecistas, la partida ejerce una peculiar fascinacién. Durante la misma, todo puede olvidarse: esposa, amigos, familia, activida- des profesionales. El ajedrez se convierte en un mundo aislado. Las partidas pueden durar horas, a veces incluso dias, y, entretanto, el mundo exterior queda completamente al margen. En muchas socie- dades ajedrecistas hay por lo menos un miembro que ha renunciado, a cambio del juego, a cuanto ofrece la vida: un hombre que se alimenta, piensa y duerme a base de ajedrez. En ocasiones, se trata de un profesional que a duras penas consigue sub- sistir, pero lo més frecuente es que s6lo sea una per- sona dominada por su fandtica aficién. Tan tentadora es la perspectiva de abandonar el mundo por el ajedrez que muchos hombres do- tados de sentido realista se dan cuenta del peligro, abandonan totalmente el juego y sélo vuelven a practicarlo cuando han quedado eliminadas las de- més preocupaciones. Un anénimo eclesidstico del siglo xv pergefié una vivida descripcién de la clase de atractivo que ejerce el ajedrez, La titulé Perfidias del ajedrez (20): I. Es un gran dilapidador de tiempo. iCudntas horas preciosas (que nunca vol- verén) he perdido prédigamente con ese juego! 15 16 IL En mi caso, tenia una propiedad fascinadora: me habfa embrujado; una vez empezaba, no me era posible reunir fuerza de voluntad suficiente para renun- ciar. Il. No acababa conmigo, cuando yo habia terminado con él. Me seguia al gabi- nete, me acosaba en el piilpito; mientras me entregaba a la oracién o estaba predi- cando, continuaba (mentalmente) jugando al ajedrez; lo mismo que si tuviese el ta- blero ante los ojos... IV. Me obligé a quebrantar muchas resoluciones formalmente adoptadas; ne- gativas, votos y promesas. A veces, me comprometia ante mi mismo, de la manera més solemne, a jugar cierto mimero de partidas, con varios rivales 0 con una sola persona, en determinado espacio de tiem- 0, y a dejarlo luego definitivamente Obligaciones y promesas que rompi a me- mudo. V. Vulneré mi conciencia y destrozé mi paz. En los momentos més graves, me entregué a tristes reflexiones acerca de él. Me doy cuenta, ahora que parece que voy a morir, de que el recuerdo de este juego podria turbarme en gran manera, como una mirada fija en mi rostro. He lefdo en la vida del célebre John Huss que, poco antes de su muerte, se sintié enormemente desasosegado por culpa de la préctica del ajedrez. VI. La mia originé mucho pecado, asi como pasién, disensiones, palabras ociosas (si no mentiras), en mi mismo, en mi anta- gonista o en ambos. El ajedrez me impulsé a descuidar muchos deberes para con Dios y con los hombres... En marcado contraste con la fascinacién que el juego tiene para sus adictos, esté la actitud del des- interesado ajeno a él. Este se mostrara predispuesto a considerarlo frio, soso, aburrido, altamente inte- lectual, una especie de crucigrama de categoria su- perior, y sera absolutamente incapaz de comprender la tempestad de emociones que puede producir. El ajedrez es principalmente un juego masculino. Aunque no hay disponibles datos estadisticos exac- tos, puede calcularse que la proporcién entre hom- bres y mujeres practicantes es de cien varones por una hembra. Inclusive en Rusia, donde el ajedrez constituye pasatiempo nacional, las mujeres mani- fiestan mucho menos interés que los hombres. Sélo una, Vera Menchik, ha progresado hasta el punto de poder competir con los hombres en torneos de maestros. En el bridge, la situacién es radicalmente opuesta. Aqui, las mujeres juegan con frecuencia, 7 alcanzan talla de maestro y forman parte de equipos seleccionados para campeonatos mundiales. Para jugar al ajedrez es imprescindible cierto grado de desarrollo intelectual. A un nifio menor de ocho afios le resulta dificil adquirir suficiente destreza para disfrutar del juego y, normalmente, no suelen aventurarse en él antes de los diez. aftos. Prevalece la generalizada impresién de que la habilidad ajedrecista require un alto nivel de inteligencia. Si bien los estudios rusos o las pruebas efectuadas con Reshevsky no cotroboran esta idea, tampoco seria justificable rechazar la observacién, hija del sentido comin, sin indagar més a fondo. La investigacién historica realizada por De Groot (10) sefiala que los expertos en ajedrez consiguen tam- bign gran cantidad de triunfos en otros terrenos. Frecuentemente, el interés por el deporte aje- drecista se concentra en determinados periodos dz la vida del individuo. El primer ramalazo acostum- bra a llegar inmediatamente antes de la pubertad. entre los diez y los doce afios de edad. Luego, en los inicios de su adolescencia, vuelven a ser corrien- tes los casos de muchachos entusiastas del juego. Por ejemplo, en los institutos de ensefianza media, el club de ajedrez es el més amplio o uno de los mayores, mientras que en las universidades su im- portancia es mucho menor. Por tiltimo, los hombres que han doblado el cabo de la edad mediana vuel- ven en numerosos casos al ajedrez, tras un lapso de bastantes afios. 18 Todos los observadores estén de acuerdo en que, desde el punto de vista del jugador, el ajedrez per- tenece al grupo de juegos “apasionados”. Muchos de Jos jévenes y adultos que lo adoptan tratan de él como si fuera una de las cuestiones primordiales de la vida, Estudian, compran libros, juegan dia y no- che, se ponen en comunicacién con otros ajedrecis- tas, por carta e incluso por radio. En esa época, el objetivo méximo consiste en mejorar y vencer a los demas compaiieros, y todos los esfuerzos se proyec- tan en esa direccién. La emocionante experiencia que se deriva de superar a un contrario es, a menu- do, mas intensa que la relacionada con el logro de un sobresaliente en los estudios o un ascenso profe- sional. En tanto contintia progresando, el ajedre- cista se mantiene absorto. Tarde o temprano, sin embargo, alcanza un “techo” y, por un motivo u otro, no consigue pasar de ahi. En este punto, mu- chos pierden interés y reducen el tiempo que le dedicaban 0 lo abandonan por entero. Sélo un pe- quefio grupo se mantiene prendido firmemente al juego durante toda la vida. A escala popular, el ajedrez ocupa un lugar es- pecial entre los juegos. Se le alude Maméndole “el juego de los reyes”, “el rey de los juegos”. Es el Xinico cuya prictica se permite en los locales de! Parlamento de Gran Bretafia. Algiin espiritu irénico ha dicho que el ajedrez es demasiado dificil para ser un juego y demasiado sencillo para ser una cien- cia. El deleite que proporciona el ajedrez supera al 19 que produce cualquier otro pasatiempo, Desde lue- go, el ajedrez se halla mucho més cerca tanto del arte como de la ciencia. Constituye una pugna entre dos hombres, en la que intervienen gran ntimero de factores relaciona- dos con el ego. En cierto sentido, roza los conflictos circundantes de la agresién, homosexualidad, mas- turbacién y narcisismo, que alcanzan particular re- lieve durante las fases del desarrollo anal-félico. Desde el punto de vista de la psicologia del “ello”, las observaciones de Jones pueden, por lo tanto, confirmarse, e incluso ampliarse. Genéticamente, es el padre, o un sustituto del padre, quien, en la ma- yoria de los casos, ensefia al chico a jugar al ajedrez. De ese modo, el juego se convierte en medio reso- ltivo de la rivalidad padre-hijo. El simbolismo del ajedrez tiende en su esencia, del modo més ins6lito, a dicha rivalidad. En el cen- tro, la figura del rey. En todos los aspectos, el rey desempefia un papel decisivo. Es la pieza que da nombre al juego: el término “ajedrez” es la version castellana de la voz “chess”, que se deriva de la persa sha, rey, y que poco mds o menos es la misma en todos los idiomas. De hecho, las tres palabras universales del juego son chess (ajedrez), check (ja- que) y king (rey), derivadas todas de sha. Las demas piezas tienen diversas denominaciones, segin los distintos idiomas. Asi, la reina o dama es en ruso fyerz. que no tiene nada que ver con mujer; el alfil 20 se lama bishop (obispo) en inglés, fou (bufén) en francés y Idufer (corredor) en aleman. Con excepcién del rey, el ajedrez tiene una sen- cilla construccién légica sobre el tablero. Hay una pieza que se mueve en diagonal (el alfil), una que se mueve horizontal y verticalmente por filas y co- lumnas (la torre), una pieza que s6lo avanza (el peén) y, cuando no puede seguir avanzando, puede transformarse (coronacién) en otra pieza que le pro- porciona movilidad, una pieza que recorre cualquier mimero de cuadros en cualquier direccién en linea recta (la dama), una pieza que avanza un solo cua- dro en cualquier direccién (el rey) y una pieza que combina el movimiento vertical-diagonal y que tiene Ja facultad de saltar por encima de las otras piezas (el caballo). Seria posible idear nuevas piezas, 0 dividir sus poderes, cosa que se ha hecho en oca- siones; por ejemplo, se ha sugerido una pieza que combinase los movimientos del caballo y de la reina. O la propuesta de que hubiera dos clases de torres, similar at caso de los alfiles, una de las cuales se moverfa por las columnas y Ia otra por las filas. Todas estas alteraciones ampliarian las reglas del juego existentes ahora, pero no alterarian el cardc- ter basico del ajedrez. En esencia, los juegos con tablero consisten en situar las piezas en el mismo de forma que uno pueda capturar las del enemigo, como ocurre en el juego de damas, o levar las de uno hasta una posi- cién determinada previamente, como en las damas 2 chinas. Una vez cumplida esta premisa, se ha gana- do el juego. Aqui entra el rasgo singular del ajedrez: el objetivo consiste en dar jaque mate al rey. Se proyecté un reglamento completamente nuevo, que establece la forma en que ese jaque mate puede © no puede efectuarse, y ese conjunto de normas es lo que confiere al ajedrez su distintiva fisonomfa Naturalmente, la captura de las piezas del enemigo sigue vigente; pero a diferencia de los otros jue- 05, uno puede aduefiarse de casi todos los ele- mentos del adversario y, no obstante, perder la pat- tida. Asi, el rey es indispensable y de suprema impor- tancia. También es irreemplazable. Teéricamente, resulta posible contar con nueve reinas, diez torres, diez caballos 0 diez alfiles, como resultado de la coronacién de peones, pero solo se puede tener un rey. Todas estas cualidades de indispensabilidad, im- portancia absoluta e irreemplazabilidad le hacen a uno pensar en los soberanos de Oriente. Sin embar- 0, se introduce aqui una diferencia vital: como pieza, el rey es muy débil. Sus poderes resultan muy limitados. Se pueden establecer valores aptoxima- dos para las otras piezas; por ejemplo, tres peones equivalen a un alfil o un caballo, dos de estas piezas valen, casi mds © menos, lo que una torre y un pedn, etcétera. Debido a su naturaleza, el rey carece de equivalentes auténticos. No obstante, el rey es un poco mds fuerte que un pedn, aunque no tanto como 2 cualquiera de las otras piezas’. Con fines de efec- tividad, el rey debe mantenerse protegido (enroque) durante la mayor parte de la partida. Sélo puede salir a la descubierta cuando se han cambiado mu- chas piezas, particularmente cuando las damas han desaparecido. Por su suprema importancia, las otras piezas han de protegerle y no el rey a ellas. Que haya podido averiguar (26), ningtin otro juego de tablero dispone de una pieza que altere tan radicalmente la naturaleza absoluta del mismo. En las damas, sin ir més lejos, la pieza maxima es simplemente como una extensién de las facultades de las dems, pero puede capturarse lo mismo que a éstas. El rey es lo que hace al ajedrez, literalmente, tinico. En consecuencia, el rey se convierte en la figura central del simbolismo del juego. Recapitulemos sucintamente: el rey es indispensable, de impor- tancia absoluta, insustituible y, sin embargo, débil y necesitado de proteccién. Estas caracteristicas conducen a la sobredeterminacién de su significado simbélico. En primer lugar, representa el pene del muchacho en la etapa félica y, por lo tanto, vuelve a estimular el complejo de castracién caracteristico de ese periodo. Segundo: describe ciertas peculiari dades esenciales de una imagen propia y, en conse- cuencia, resultard atractivo a quienes tienen un con- > Hablando estrictamente, al rey no se le considera “pieza”, En sentido téenico, nos referimos a los peones, las piezas (mayores ¥ ‘menores) y el rey. B cepto de si mismos que les permite considerarse indispensables, absolutamente importantes ¢ insus- tituibles. En este sentido, concede al ajedrecista una oportunidad adicional para resolver conflictos cen- trados en torno al narcisismo. Tercero: es el padre disminuido ante Ja talla del chico. Subconsciente- mente, proporciona al hijo la ocasién de decir al padre: para el mundo exterior, es posible que seas grande y fuerte, pero si Hegamos al fondo de la cuestién, resulta que eres tan débil como yo y nece- sitas tanta proteccién como yo. Los deportes llevan inherente un proceso de nivelacién; en la pista de atletismo, en el campo de béisbol, ante el tablero, todos los hombres son iguales. En el ajedrez, sin embargo, existe un factor adicional que lo diferencia de los otros juegos: hay una pieza de valor distinto al de todas las demds y en torno a la cual gira la partida. La presencia del rey permite un proceso de identificacién que va mis alld de lo que puede darse en otros juegos.‘ En este sentido, el ajedrez propicia una vigorosa afir- macién de la personalidad. Torre, alfil, caballo y pen también simbolizan frecuentemente el pene. Aparte de que pueden tener otros significados. Para cierto ajedrecista, el alfil estaba “libidinizado” como una figura de “super- “1 doctor Theodor Reik ha sefalado que las caracteristicas de ‘que goza el rey en el ajedrer son asombrosamente similares 2 mu- hos de los tabies especiales que rodeaban a los caciques primitivos. Véase la seccién (b) del Tabu de los gobernantes, en la Parte Ti de Totem y tabi, de S. Freud, m ego”... El término se tomé literalmente. El simbo- smo del caballo esta claro, su propio nombre lo indica. Los peones simbolizan nifios, en particular nifios pequefios. Pueden crecer (transformarse) cuando al- canzan Ja octava fila, pero no deja de resultar signi- ficativo que les esté vedada la categoria de “rey”. Simbélicamente, esta restriccién aplicada a la coro- nacién de los peones significa que se subraya el aspecto destructivo de la rivalidad con el padre, mientras que se obstaculiza el constructivo, lo que pudiese permitir al chico ser como el padre. Por consiguiente, en el ajedrecista anticipariamos, de un lado, una actitud muy critica hacia la autoridad y, de otro, una ineptitud o apatia para avanzar en la misma direccién del padre’ El contraste entre el poderoso rey y el humilde pedn vuelve a simbolizar la ambivalencia inherente al concepto de s{ mismo que tiene el jugador de ajedrez, una ambivalencia que también es evidente en Ia figura del propio rey. Como es de esperar, a dama o reina representaré la mujer o figura madre. La dama no se convirtié, en la potente pieza que es hoy, hasta la introduccién del ajedrez en Europa, durante el siglo xt. Salta a la vista que ello es un reflejo de las distintas acti- tudes hacia la mujer imperantes en Oriente y Occi- dente. Jones comenta que los psicoanalistas no se He observado que son muy escasos los ajedrecistas expertos ‘cuyos hijos destaquen por su destreza en el juego; subconsciente- ‘mente, el padre no permite que se cumpla la identificacién, 25 sorprenderdn lo mas minimo al comprobar que, en un ataque contra el rey (padre), el apoyo mas eficaz Jo procura la dama. En conjunto, el tablero de ajedrez con todas las piezas puede simbolizar sin dificultades la situacién de la familia. Lo cual explica la fascinacién del juego. Sumido en sus pensamientos, el ajedrecista puede encontrar soluciones basadas en la fantasfa, cosa que no le fue posible hacer en la realidad. Volviendo al “yo” del jugador de ajedrez, obser~ vamos, para empezar, que emplea principalmente defensas intelectuales. En el ajedrez, el pensamiento reemplaza a la accién. En contraste con otros de- portes, como el boxeo, no hay contacto fisico de ninguna clase. Ni siquiera la forma de contacto in- termediaria que se da en el tenis o en la pelota vasca, donde los adversarios golpean o lanzan el mismo objeto. Al jugador de ajedrez sélo se le permite tocar las piezas de su oponente con fines de captura, cuando, de acuerdo con el reglamento, la pieza ha de retirarse del tablero. Cuando el ajedrecista adquiere més experien él tabii del “tocamiento” se hace més fuerte. En las partidas entre maestros, se observa escrupulosamen- te la regla de “pieza tocada-pieza jugada”. Si un jugador toca una pieza, esta obligado a moverla Si la toca accidentalmente, debe decir “‘adoube”, que viene a ser algo asi como “compongo”, en fran- cés. Quienes practican el ajedrez.cifiéndose al regla- mento necesitan pronunciar el término en francés. 6 Hay una forma de jugar, conocida como ajedrez por correspondencia, en la que el distanciamiento entre los dos contrincantes es atin mayor, puesto que ni siquiera se ven. Toda la partida se juega por correo. Aqui es permisible tocar las piezas, pero, naturalmente, los jugadores no estén frente a frente. A la vista de! prédigo simbolismo félico del jue- go, el tabii del tocamiento tiene dos significados subconscientes 0, dicho de otro modo. el ego rechaza dos amenazas. Una es la masturbacidn (no te toques el pene; no toques las piezas y, si lo haces, apresti- Tate a pedir excusas). La otra amenaza es la homo- sexualidad, 0 contacto corporal entre los dos hom- bres, en especial la masturbacién reciproca. Ademés de este carécter puramente defensivo, la intelectualizacién del ajedrez. tiene otros muchos significados. Para el espectador, la indiferencia res- pecto al mundo exterior es el rasgo sobresaliente del ajedrecista. Una serie de vifietas humoristicas, en un club de ajedrez, presenta los dibujos de dos jugadores adolescentes que inician una partida y cuando la concluyen son ya ancianitos. Los propios jugadores se dan perfecta cuenta de la tendencia a extraviarse en sus pensamientos. Esto constituye tal peligro que en los torneos oficia les llegé un momento en que se consideré necesario establecer un limite de tiempo para los movimientos. Desde 1880, todas estas competiciones se han venido jugando con relojes de ajedrez. Se cuenta un inci- dente gracioso ocurrido en el curso de una partida a entre Paulsen y Morphy, celebrada antes de la apa- ricién de los relojes. Ambos permanecieron sentados ante el tablero durante once horas, sin pronunciar una palabra ni efectuar movimiento alguno. Al cabo de ese tiempo, Morphy, paciente hasta el herofsmo, alz6 la vista hacia su contrario, con expresién mas bien burlona. Entonces, Paulsen exclams: “Ah, ;me tocaba mover a mi?” Si bien el ajedrecista puede pasarse varias horas seguidas meditando, llegado el caso también es ca- paz de efectuar con rapidez celérica sus jugadas. En los torneos de “velocidad” o “partidas répidas”, que vemos con frecuencia, el tiempo limite con que se juega es de diez segundos por movimiento. A veces, los maestros practican el ajedrez “blitz” (relampa- g0), en el que estén obligados a mover instanténea- mente, en menos de un segundo. Con estos Kmites de tiempo es posible jugar docenas, en ocasiones centenares, de partidas en una sola velada. El juego mas lento del mundo se convierte en el més répido. Tan sefialados contrastes son toda una caracte- ristica del completo proceso mental que se da en el ajedrez. En los torneos, el tiempo limite acostum- brado es de cuarenta movimientos en dos horas y media. Esto quiero decir que el jugador puede dis- tribuir su tiempo como le plazea, siempre y cuando efectiie el movimiento cuadragésimo dentro de las dos horas y media prescritas. Sucede a menudo que dedica dos horas y veintiocho minutos, supongamos, a los primeros veinticinco movimientos. Por lo tanto, 28 tiene la obligacién de realizar en dos minutos los quince movimientos restantes. Esto es lo que se lama “presién del tiempo” o “apuros de reloj”. So- metido a tal presi6n, el jugador, que anteriormente fue incapaz de hacer sus jugadas en un plazo pru- dencial, a menudo efectia los movimientos neces: rios, con tiempo de sobra y extraordinaria precisién. Cabria preguntar: ;En qué estuvo pensando ante 4Si es posible idear un buen movimiento en diez segundos, por qué tardar media hora? La respuesta a esta pregunta reside en la conti- nua incertidumbre que acosa al ajedrecista. Las po- siciones a que se llega en el desarrollo de una pattida suelen ser verdaderamente complejas. En muchos casos es facil dar con el movimiento apropiado, pero Ja mayorfa de las veces no ocurre asi. En ocasiones, pueden hacer falta horas ¢ incluso dias de anélisis minucioso para agotar todas las posibilidades y de- cidir cudl es el mejor movimiento. Ante el tablero, contadas personas pueden tener Ia absoluta certeza de haber encontrado la adecuada solucién; la mayor parte de los jugadores confian en su “juicio posicio- nal” o “intuicién”. La idea que albergan los profa- nos de que el maestro ajedrecista tiene previsto el juego con veinticinco movimientos de anticipacién es un mito més que otra cosa, aunque ello no obsta, naturalmente, para que el experto calcule el futuro de la partida con mucha més exactitud que el prin- iante. En esa situacién, el ajedrecista se debate en una 2 constante inseguridad en sf mismo. Si no tiene més remedio, puede cortar el nudo gordiano e intentar algo; sino, prefiere probar y sopesar sus ideas hasta que se acerca el maximo posible a la solucin apro- piada. De Groot compara este proceso con el de la in- vestigacién, donde se exploran varias hipétesis me- diante métodos experimentales. Hay, sin embargo, una diferencia fundamental : el ajedrecista s6lo pue- de formularse hipétesis meramente imaginativas, ya que una vez adopta una decisién, debe jugarselo todo a esa carta. En consecuencia, se ve sometido a una tensién bastante mayor que la del investiga- dor quimico, por ejemplo, que puede ensayar una conjetura y, si le falla, intentar otra. Cuando no le toca mover, el ajedrecista dispone a menudo de cierto espacio de tiempo: cinco, diez minutos, a veces media hora e incluso una entera. Durante ese perfodo, podria esperarse de él que estudiara la situacién. Ello sucede rara vez. En la mayoria de los casos se dedica a sofiar despierto y sus divagaciones mentales siguen un rumbo que nada tiene que ver con el ajedrez. Al mismo tiempo, la tensién persiste, porque no sabe cuando se le convocaré de nuevo para que efectiie un movi- miento. Volvemos a tropezar aqui con otro marcado contraste: febril incertidumbre y busqueda intensa cuando toca jugar; ensofiacién ociosa cuando pro- visionalmente se esté libre de tal obligacién. Y el 30 estado de tensién continua se mantiene a lo largo de ambas situaciones. Nada tiene de extraiio, pues, que muchos ajedrecistas se lamenten de que el jue- g0 les pone “nerviosos”, y no son pocos los que lo abandonan, porque la tensién les resulta insopor- table 0 porque consideran que no merece la pena tanto esfuerzo. En cuanto a la conversacién, hay una paradoja similar, Aunque la norma para la mayoria de los jugadores consiste en abstenerse de hablar, se en- cuentra una curiosa excepcién entre algunos ajedre- cistas que, en partidas no oficiales, se pasan al ex- tremo contrario y charlan por los codos. Algunos recitan versos de Lewis Carroll. Otros se han pre- parado una clase especial de lenguaje “camelistico” que carece de sentido incluso para ellos. Un hombre diria, cada vez que diese jaque: “Shmincus crachus tifus mit plafkes escrum escrum.” Otro pronunciara una frase como esta: “Vayamos a Veracruz con cuatro haches.” Lo que nunca aparece es la forma de hablar corriente. Es como afirmar: cualquier clase de actividad fisica permitida ha de mantenerse a nivel infantil. Naturalmente, la disociacién de palabras de su -ado original es caracteristica del pensamiento obsesivo. Estas diversas polaridades contribuyen al escla- recimiento del proceso mental. El yo emplea fan- tasias y medios intelectuales para dominar los con- flictos. Pero no permite que este proceso vaya dema- siado lejos. Debido a la propia naturaleza del juego, 31 el ajedrecista siempre se ve obligado a volver a la realidad. La meditacién sustituye a la acciGn, pero Ja accién también interrumpe el fluir, sin obstécu- los, de los pensamientos. En ese aspecto, el jugador de ajedrez difiere, digamos, del sofiador o del esqui- zoide que no estén sometidos a ninguna compulsion externa para renunciar a sus divagaciones EI proceso mental, en si mismo, oscila entre el que presenta exigencias de gran categoria, compara- bles en cierto sentido a los problemas que surgen en la investigacién cientifica, y el que constituye sim- plemente una expresién de ambivalencia obsesiva. El cambio de accién a pensamiento puede ser una via de escape para las aptitudes intelectuales de un individuo, una maniobra defensiva con la que re- chazar las diversas inquietudes despertadas por 1a accién, 0 una mezcla intermedia. EI ajedrez debe de acentuar unos aspectos de Ja inteligencia mas que otros. ,Cudles son? El es- tudio ruso efectuado en 1925 intentaba contestar esa pregunta, pero la metodologia empleada fue demasiado burda, en comparacién con los niveles actuales. Slo podemos aventurar ciertas ideas pro- visionales. En el ajedrez. parecen predominar cuatro aspec- tos de la inteligencia: memoria, perspectiva, orga- nizacién ¢ imaginacién! "Davis, en un andlisis de factor del tert de Wechsler Bellevue (9) en 1952, idemtificé con la maxima claridad siete factores. De ellos, tres estin intimamente relacionados con los que se citan arriba: perspectiva, razonamiento general v deduccién de vinculos 32 Para practicar bien el ajedrez es imprescindible recordar centenares, probablemente miles, de posi- ciones previas. La retentiva del ajedrecista experto alcanza asi tan alto grado de especializaci6n y tanta destreza que le permiten realizar hazafias increfbles para el profano. Un maestro puede jugar simulta- neamente cincuenta sesenta partidas; va de un tablero a otro y efectiia ante cada uno el movimiento correspondiente. Si se alteran las posiciones de un tablero, aunque sea del modo mas nimio, avance de un cuadro por parte de un pedn, por ejemplo, se percatard del cambio automsticamente. Pese, inclu- 80, a no tener consciencia de ello, es evidente que su memoria conservaré detalles muy preciosos de los sesenta tableros. La perspectiva es esencial porque al jugador no se le permite cambiar las piezas de sitio, salvo cuan- do efectiia un movimiento. No deja de ser intere- sante observar que Hadamard (19), en sus estudios sobre creatividad matematica, considera que !a pers- pectiva desemperia un papel secundario;; el matemé- tico tiende a pensar de manera més abstracta. Este puede ser un factor determinante a la hora de elegir entre las matemiticas y el ajedrez. La perspectiva o representacién mental conti- nua desarrolla la capacidad del maestro ajedrecista para jugar sin ver el tablero o las piezas (“a ciegas”). ‘conceptuales. La hipétesis que te ofrece aqui consiste en que los ‘aspectos de la inteligencia son, fundamentalmente, funciones auts omar del ego, eh el sentido de Hartmann (21, 22) 33 Todo maestro puede jugar una partida a ciegas sin grandes dificultades, y muchos, bastantes, més de una. La plusmarca mundial la ostenta actual- mente Najdorf: cuarenta y cinco simulténeas. Para desarrollar tal mimero de partidas, el jugador indi- vidual debe mantener en el cerebro la represent. continua de cuarenta y cinco tableros con posiciones de piezas en constante variacién, ha de estar en condiciones de asociar la imagen correcta de cada uno con el niimero que le corresponde y ha de re- presentarse cada cuadro con exactitud y a voluntad. Como en el caso de los calculadores electrdnicos (4), esta facultad queda limitada en gran parte al ajedrez, a ciegas, pero ello no excluye la posibilidad de que, si el individuo hubiese promovido anteriormente idéntica disciplina en otro terreno, esa capacidad para la retentiva visual no hubiera podido desarro- larse del mismo modo. La memoria también cumple aqui una funcién de suma importancia; como nor- ma, después de una exhibicién de partidas a ciegas, el jugador individual es capaz de repetir, uno tras otro, los movimientos correctos, en el orden apro- piado de cada una de las partidas. La organizacién, que constituye un aspecto del Tazonamiento general, es igualmente basica. El aje- drecista debe coordinar y unificar las acciones de las piezas de modo que adquieran el maximo de efi- cacia. En este sentido, la estrategia ajedrecista es andloga a la estrategia militar, y academias militares 4 como la de West Point consideran tradicionalmente al ajedrez una asignatura necesaria. La imaginacién aplicada al ajedrez se relaciona con la perspectiva, si bien hasta cierto punto es in- dependiente de ella. En si mismo, el ajedrez es una creacién artificial. Como la musica, el arte y la literatura, puede convertirse en un mundo particu- lar, divorciado de las preocupaciones funcionales y desprovisto de toda aplicacién a los asuntos coti- dianos. Especialmente, la oportunidad de manifestar la expresién imaginativa es lo que enlaza el ajedrez con el mundo del arte. La oportunidad de identifi- cacién (con el rey y otras piezas) proporciona otro eslabén. Para exteriorizar estos recursos intelectuales, em- plearlos y aglutinar las energias libidinales en esa direccién, el ego debe poseer un grado considerable de vigor. En contraste con la omnipotencia del juga- dor 0 del aficionado a los juegos de naipes, las defensas del ajedrecista proceden de una etapa rela- tivamente avanzada del desarrollo de la personali- dad. Asi, mientras a primera vista el relevo de la accién por el pensamiento parece ser un simple ejemplo del famoso mecanismo obsesivo, aplicar esto al ajedrez, en plan general, constituye un exceso de simplificacién (8). A diferencia del verdadero obsesivo, el ajedrecista interrumpe sus fantasias para dar paso a la accién, sale de su mundo qui- mérico y emplea aptitudes reales, para cuyo desplie- gue se requiere un alto grado de desarrollo del ego. 35 Para el ajedrecista medio, el atractivo intelectual del juego es consciente por completo y, ante sus ojos, constituye su valor positivo mas importante. Si se le pregunta por qué practica el ajedrez, responde que es un deporte de habilidad, en el que un cerebro se enfrenta a otro cerebro, Por contraste, la agresividad se ve enormemente reprimida. La mayorfa de jugadores se sorprenden al enterarse de que el ajedrez es una vélvula de escape para los sentimientos hostiles. Y la naturaleza del juego se encarga de disimularlo de modo cre- ciente. Para empezar, no se propina golpe alguno, ni auténtico ni simulado. El objetivo habitual de capturar los elementos del adversario, como ya he- mos dicho, se transforma en el més sutil de dar jaque mate. Pueden capturarse todas las piezas, sal- vo el rey. Al rey hay que darle jaque mate: eso sig- nifica que debe estar amenazado directamente y no poder realizar ningtin movimiento legal. No basta con reducir al rey a un estado en el que no pueda efectuar ningiin movimiento legal: eso 10 dejaria “ahogado” y la partida terminarfa en tablas. Ha de estar sometido a un ataque —Io que para cualquier otra pieza representaria el ultimo paso antes de la captura— y, sin embargo, no se le puede capturar. Una situaci6n tan complicada, que como ya he- mos observado distingue al ajedrez de los demas juegos, tiene que estar repleta de connotaciones subconscientes. Si adaptamos los tres significados simbélicos del rey, jaque mate significaria: primero, 36 castracién; segundo, exposicién de Ia debilidad oculta, y tercero, destruccién del padre. Los tres, deben apartarse de la consciencia; por lo tanto, el ajedrecista no puede admitirlo ante sus deseos anta- génicos. Hasta el doloroso golpe del jaque mate se va diluyendo en el fondo de la cuestién a medida que los jugadores ganan experiencia. No tarda en alcan- zarse el estado de destreza en que los jugadores ceden o abandonan mucho antes de que exista la mis remota posibilidad de jaque mate; se someten a la contundente fuerza material. Entre maestros, una partida acabaré en jaque mate s6lo como resul- tado de un accidente caprichoso; no sucede més de una vez entre mil. Tras una breve practica del juego, el hombre medio descubre en seguida que su mayor placer se lo proporciona el ataque directo sobre el rey. A medida que se hace més experto, empieza a apreciar los matices sutiles, como el juego posicional, las maniobras de pedn, la estrategia abierta, etc. De nuevo, la agresién directa se desvanece paulatina- mente.” Si bien, por una parte, el ego del jugador de aje- Grez reprime ¢ intelectualiza su agresividad; por Muchos comentaristas de ajedrez no terminan nunca de dar nlasis al staque directo y, desdichadamente, colman Ja literatura ajedrecista de observaciones absurdas por demds. Parte del motivo ‘debe de residir en el deseo subconsciente de que los maestros ex: ongan por ellos, por los eriticos, sus instintor de complejo de Edipo. 37 otra, la satisface en cierta medida, a través del pro- pio juego. En consecuencia, no podria esperarse que el ajedrecista fuera persona pasiva-dependiente por completo. Més bien que estaria en condiciones de hallar numerosas vias por las que canalizar su agresividad y que esos conductos también se cefiran a pautas socialmente aceptables. De ello, pudiera anticiparse que los expertos en ajedrez estén igual- mente en situacién de obtener muchos triunfos en otros terrenos y, en la préctica, asi es. En relacién con esto, resulta de lo mas pertinente un comentario hecho por el doctor Milton Gurvitz (18), Sefiala que su experiencia como psicdlogo penal le demostré que los reclusos que aprendieron a ju- gar al ajedrez durante su perfodo de encarcela- miento se manifestaron después menos inclinados a la reincidencia, Desarrollaron medios mejores para gobernar sus instintos agresivos. También aqui parece que desempefia un pape! importante la for- taleza del ego que se necesita para practicar el ajedrez. En una situacién en la que dos hombres perma- necen juntos, por propia voluntad, durante horas, sin que haya ninguna mujer presente, no queda mas remedio que tener en cuenta las implicaciones homo- sexuales. La observacién indica que, entre los ju- gadores de ajedrez, la homosexualidad abierta es casi desconocida. Entre los maestros del siglo actual, no tengo noticias més que de un solo caso. Esto no deja de ser mas sorprendente si se piensa que entre 38 los artistas, con quienes les gusta compararse a los maestros del ajedrez, se dan con harta frecuencia casos de homosexualidad. E] abundante simbolismo félico del ajedrez. pro- porciona cierta satisfaccién fantasiosa del deseo homosexual, particularmente del deseo de mastur- bacién mutua. Naturalmente, reprimido por com- pleto. El jaque mate puede considerarse como la consecucién de la impotencia del padre, con lo que volvemos a una parte del complejo homosexual. En muchos aspectos, el ego del homosexual de- clarado es diametralmente opuesto al del ajedrecista. Bychowsky (6) relaciona cierto ntimero de defensas caracteristicas empleadas en el comportamiento del homosexual: particularmente, la estructura del ego débil basada en la disposicin narcisista y prenarci- sista, la vulnerabilidad del ego ante el impacto del estimulo libidinal, la imposibilidad de renuncia a la satisfaccién primitiva con objetos originales y lo arrollador del aparato mental por ataques del ins- tinto. Todas ellas resultan directamente antitéticas respecto a las que encontramos en el jugador de ajedrez: aqui, el ego es fuerte, capaz de resistir gran cantidad de estimulo libidinal, puede renunciar a la satisfaccién primitiva con objetos y puede neu- tralizar en alto grado las energias propulsoras. La ansiedad que acompaifia al juego es casi siem- pre consciente. Los ajedrecistas se lamentan de estar “nerviosos” 0 “tensos”, de que la partida no les deja dormir, de que tas piezas bailan dentro de su cabeza, 39 de que la derrota constituye un serio revés, etoétera. Ya hemos dicho que la tensién, en el curso de una partida, puede ser grande y, sin embargo, estin blo- queadas las vias de escape tales como acciones agre- sivas 0 el contacto fisico. EI origen de la ansiedad se localiza en seguida. La agresividad y homosexualidad, aunque reprimi- das a fondo, contintian latentes en forma disfraza- da; de abi el constante temor al castigo. Dado que no hay el més remoto elemento de azar, si una vic- toria es el producto de los propios esfuerzos de uno, Ja derrota es la consecuencia de los errores propios. Ganar ¢s, por tanto, vencer al padre; perder es caer derrotado ante el padre 0 someterse a él. Como resultado, no dejan de estar presentes los viejos con- flictos implicados en Ia contienda con el progenitor y la amenaza de su actualizacién conduce a la an- siedad que lo impregna todo. No obstante esa ansiedad, en el vltimo andi el jugador sabe siempre que se trata de una batalla fingida. La dureza del golpe queda suavizada por el hecho de que, al fin y al cabo, sdlo es un juego. Las reglas y normas relativas al jaque mate sirven tam- bién para mitigar gran parte de la ansiedad. Al mis- mo tiempo, y prescindiendo de lo que comprende Ja partida, en buen mimero de hombres se mantiene bastante ansiedad, y cabe esperar que el estado de m-ansiedad sea uno de los mas comunes, entre los ajedrecistas, de todos los sintomas neuréticos Desde el punto de vista del ego, debe disponerse isis 40 de una buena dosis de fortaleza para permitir al jugador soportar tanta ansiedad durante periodos tan prolongados. A este respecto, volvemos al con- traste con el ego débil del homosexual declarado, que trata de evitar el més leve sintoma de ansiedad al poner en practica sus impulsos. Diversos rasgos del juego sacan a relucir el nar- cisismo. El ajedrez es una batalla individual. La figura del rey tiende en si misma a répidas identifi- caciones, que ya hemos descrito més arriba. Una partida ganada permite exponer a la luz los elemen- tos grandiosos de la imagen propia, mientras que una partida perdida puede dejar al descubierto sen- saciones de debilidad. El narcisismo que se saca a relucir es principalmente el de la etapa félica, no el tipo primario de la etapa oral. Sin embargo, la pujanza del narcisismo falico estaria a su vez in- fluida por el grado de fijacién oral. El rey también descubre otro rasgo caracteristico del jugador de ajedrez: el culto al héroe. Apartado de todas las demés piezas, el rey puede simbolizar facilmente a los héroes legendarios. Sea cual fuere el ambiente en que se mueva, el ajedrecista se las ingeniard para encontrar algiin hombre al que ad- mirar desmesuradamente y al que trataré de imitar en su conducta. Esto, naturalmente, es un desplaza- miento del padre; sin embargo, la aptitud para efec- tuar tal desplazamiento se encuentra en el activo del caracter del hombre. De nuevo, tropezamos con el contraste del abierto homosexual, que habitualmen- a te es imcapaz de identificarse con su padre y de hallar un sustituto al que pueda emplear como mo- delo para fabricarse un ego ideat masculino. Hans Sachs (35) fue el primero en sefialar la transferencia del narcisismo, del yo al abjeto, como un factor de la creacién artistica. Vemos aqui otro nexo entre el ajedrez y el mundo del arte. Un exceso de narcisismo puede caracterizar f4- cilmente al ajedrecista. Se sumerge demasiado en si mismo y en sus propias hazafias o en las de sus héroes. La capacidad para entablar verdaderas rela- ciones précticas, particularmente en lo que respecta a intimar con mujeres, estd subdesarrollada. Con frecuencia, se eva bastante bien con los hombres, merced a la represién de la agresividad y homose- xualidad, pero las mujeres representan un autén- tico obstéculo. Desarrollar sentimientos de ternura hacia las mujeres puede resultarle una tarea espe- cialmente dura, dificultad que acaso racionalice li tdndose a tratar con hombres. Por otra parte, este narcisismo tiene también su aspecto saludable, ya que contribuye a que el hom- bre vea a través de lo convencional y artificial y a que produzca algo nuevo y valioso. Federn (14) ha sefialado que el narcisismo saludable aparece a me- nudo en el individuo creador. Anne Roe (33), en sus estudios dedicados a cientificos eminentes, los des- cribe también como individuos narcisistas que, en general, se encuentran mas bien retrasados en cuanto a su desarrollo psicosexual. a2 Por tiltimo, debe aclararse algo acerca del “vo- yeurismo-exhibicionismo”. Es totalmente subcons- ciente y se satisface en una situacién en la que intervengan dos hombres. Como consecuencia, el ajedrecista estd predispuesto a experimentar intran- quilidad en medio de la muchedumbre y se le con- sidera un tipo de individuo més bien retraido. A causa del factor narcisista adicional, es probable que sienta indiferencia hacia los grupos organizados. Antes de adentrarme en el tratamiento de algu- nas personalidades, quisiera recapitular brevemente os puntos principales de este apartado. Los conflic- tos libidinales que se satisfacen en el ajedrez se cen- tran en torno a los que son comunes a todos los hombres en los niveles de desarrollo anal-falico, particularmente agresividad, narcisismo y actitud hacia el pene. Todos ellos pueden simbolizarse, sin dificultad, en el juego; en el centro de! simbolismo se yergue la figura del rey, que esté sobredetermi- nado y tiene tres significaciones distintas: pene del muchacho en la etapa falica, autoimagen de un hom- bre que se considera insustituible, indispensable, absolutamente importante y, sin embargo, débil, y el padre rebajado a Ja talla del chico. En el desa- rrollo histérico del jugador, el ajedrez forma parte de los esfuerzos de! hijo para igualar y sobrepasat al padre. El ego manifiesta ciertos rasgos bien definidos. Es el que prefiere utilizar defensas intelectuales. No obstante, aunque hay una retirada hacia la fantasia, B el ajedrecista no se pierde dentro de s{ mismo, tam- bién sale de su mundo imaginario. Existe mucha ansiedad, pero puede tolerarse bien. Es posible neu- tralizar las energias propulsoras para permitirse numerosos éxitos. En general, el ego da muestras de considerable fortaleza, especialmente en la destreza para emplear los recursos intelectuales y resistir si- tuaciones comprometidas. La debilidad del ego re- side principalmente en una fijacién narcisista, que dificulta al hombre sus intentos de emerger del nivel homosexual hacia el de desarrollo heterosexual 3 CAMPEONES DEL MUNDO E| andlisis anterior tiene més bien cardcter ge- neral y te6rico. Ahora quisiera examinar con més detalle la personalidad de algunos ajedrecistas, para comprobar si encaja lo que se sabe de ellos con lo que he expuesto precedentemente. En este sentido, pueden formularse tres preguntas. Primera, jexiste alguna constelacién cuyo miicleo de personalidad sea comtin a todos los jugadores de ajedrez? Segunda, {qué papel desempefia el ajedrez en la vida de cual- quier individuo particular? Y, tercera, ,qué rela- cién hay, caso de que hubiera alguna, entre la per- sonalidad y el estilo ajedrecista? Como complemento de este capitulo, sugiero pasar revista a las biografias de los campeones mun- diales del siglo diecinueve. Desde luego, puede obje- tarse que esos hombres no representan al ajedre- cista medio. Este reparo quizds sea vilido hasta cierto punto. En el mejor de los casos, es posible que tenga validez parcial en lo que respecta a deter- minados tasgos, pero no en cuanto a todos. Podria esperarse que muchas de las diferencias entre un campeén y un jugador corriente residan en la habi- 5 lidad innata, y que la estructura de la personalidad sea idéntica en numerosos aspectos. Ello resulta cierto en lo que ataffe a los artistas creadores cuya actividad se desenvuelve en otros terrenos, de forma que un estudio sobre pintores eminentes como Leo- nardo, Van Gogh o Picasso arrojaria bastante luz sobre la estructura del cardcter de sus colegas menos célebres. Que siempre existe una relacién entre el estilo y la personalidad, al margen del talento y del adiestramiento, es una suposicién que se debe a las técnicas proyectivas. Durante algo més de un siglo, el universo del ajedrez ha dispuesto de la suficiente organizacién para poder hablar de un campedn del mundo; el titulo se utiliza desde 1870, afio en que Steinitz se Jo asigné sobre la base de sus muchos triunfos. Antes de Steinitz (1866-1894), los campeones, ofi- ciosos, fueron: Staunton (1844-1851), Anderssen (1851-1858 y 1859-1866) y Morphy (1858-1859). 1) Howap Staunton (1810-1874) alcanz6 gran altura en el ajedrez y en la critica literaria. Se le supone hijo natural de Frederic Howard, quinto conde de Carlisle (13). Empez6 interesdndose por el teatro y, tras un breve intervalo como actor, se convirtié, como erudito de Shakespeare, en una de las autoridades mas destacadas de Inglaterra. Apa- recid, en la escena del ajedrez, a la edad relativa- mente avanzada de treinta afios. en 1840. El afio 1843, derroté al francés Saint-Amant y se le reco- 46 ialmente como e! mejor jugador del mundo. Inducido por sus inclinaciones literarias, fundé una revista titulada The British Miscellany and Chess Player’s Chronicle (“Miscelénea briténica y crénicas del ajedrecista”). Staunton escribié diver- 308 libros ; su Handbook (37) 0 “Manual” fue la guia mas sobresaliente del juego hasta que Steinitz pu- blicd The Modern Chess Instructor (38), “El instruc- tor del ajedrez moderno”. En 1851, Staunton organizé el torneo de Lon- dres, la primera competicién internacional de los tiempos modernos. Anderssen gané el primer pre- mio, delante de Staunton, que excusé su derrota con ingeniosas coartadas. El afio 1853 se desafid, en nombre de Staunton, a todos los jugadores del mun- do, pero las apuestas eran tan altas que Anderssen, a quien iba dirigido principalmente el reto, no pudo aceptarlo. Entonces, Staunton se retird del ajedrez. Algunos afios después, cuando surgié Morphy para desafiarle, Staunton esquivé todo encuentro ante el tablero, mediante pirotecnia verbal. Como hombre, Staunton era persona extraordi- nariamente agresiva, a la que nada le gustaba mas que una polémica en letra impresa. Existen innu- merables ejemplos de las batallas literarias en que se vio complicado. Una buena muestra la consti- tuye este pasaje de su diario (35): Un jurista, Colegio de Abogados.—Lla- man nuestra atencién las ridiculas altera- 7 ciones de las Leyes del Ajedrez hechas por G. Walker en su Nuevo Tratado de Aje- drez, y pregunto: “Es posible que el Club Ajedrecista de Londres sancione tales dis- parates?” La tinica sancién que el comité concede a las puerilidades de Walker es la de reirse de ellas. Sus libros sobre ajedrez no tienen autoridad, salvo entre la clase més baja de jugadores. Agresividad, organizacién y narcisismo son los evidentes hilos de la urdimbre que se entretejfa en la vida de Staunton. El cambio de actor a escritor ¢s parte del relevo de la accién por el pensamiento. Después se produce la mudanza de la literatura al ajedrez, un traslado desde el pensamiento hasta la accién. Posteriormente, vuelve a abandonar la ac- cién y entregarse al pensamiento. En el terreno ajedrecista, su carrera activa se interrumpié virtualmente a raiz. de la derrota sufrida en Londres. No cabe duda de que la sencilla expli- cacién de que no pudo soportar el golpe contra el narcisismo que representaba perder es la correcta. Su genio era tal que le permitié alcanzar la ma- yor altura, tanto en el terreno del ajedrez como en el de la critica literaria. Gracias a su condicién de docto en Shakespeare, la Encyclopedia Briran- nica (13) le dedieé un articulo, en el que se sefiala que, como critico literario, “demostré las mismas 48 virtudes de perspicacia y prudencia que le hicieron sobresalir en el ajedre2”. EI interés de Staunton por Shakespeare encaja con bastante facilidad adosado al ajedrez: sélo el Tey de los escritores podfa atraer a su pluma, Tenia su héroe. Uno de sus tiltimos trabajos, citado en la Encyclopedia, es e| que lleva por titulo “Insospe- chadas corrupciones en los textos de Shakespeare” ; tenia que defender al rey sometido a un ataque. Antes de adentrarnos en el comentario sobre su. juego, es necesari el sentido en que pode- mos hablar de “estilo” ajedrecista. Es amplia y extensa la literatura psicoanalitica que pinta la intima relacin existente entre las obras de los artistas y sus conflictos neuréticos. Cabe es- perar que similares fuerzas subconscientes interven- gan en el ajedrez, tanto en lo que se refiere al modo en que el juego se entrelaza con la estructura del cardcter, como en lo que concierne al estilo que el jugador adopta. A primera vista, no parece tener importancia la forma en que uno gana la partida de ajedrez; sin embargo, la experiencia enseiia que, incluso dentro del mismo nivel de potencialidad, un andlisis minu- cioso pone al descubierto grandes disimilitudes en la manera de abordar el juego. Fue Reti, en su libro Maestros del Tablero, quien sefialé esto por pri- mera vez y lo document con amplia cantidad de detalles (32). De hecho, lo mismo que un artista posee un estilo individual caracteristico que satura 49 sus obras hasta el punto de que cualquier experto teconoce en seguida un cuadro de Degas 0 de Leo- nardo, los estilos de los maestros de ajedrez asumen una fisonomfa distintiva fécilmente identificable por los especialistas. Sin embargo, uno descubre esta importante diferencia: por razones técnicas, el ca- récter tinico del maestro ajedrecista sélo sale a la superficie en determinadas partidas, no en todas, Por ejemplo, actualmente se ha puesto de moda el término “tablas de gran maestro”, que describe los répidos empates que acuerdan los grandes maestros que no quieren arriesgar nada cuando se enfrentan en un torneo de importancia. Igualmente, si existe una tremenda disparidad de potencia, si un jugador es muy superior al contrario, el desarrollo de la par- tida, hacia Ia victoria, resulta excesivamente ruti- nario. Con estas reservas mentales, puede empezarse por una divisién preliminar de los estilos ajedre- cisticos: ataque y defensa. Se ha dicho a veces que el ajedrez tiene una escuela romédntica (ataque) y una escuela clésica (defensa). Ademds de esta ele- mental divisién, muchos sutiles elementos adicio- nales aparecen cuando se examina el juego con més atencién. Algunos ajedrecistas, como Botvinnik, sa- ben atacar y defenderse con idéntica destreza. Otros, como Alekhine, dominan el ataque, pero se defien- den bastante mal. Y atin hay otros, como Reshevsky, capaces de defenderse bien, pero atacar de modo deficiente. Habitualmente, los maestros se adhieren 50 a determinadas aperturas que encajan con su tem- peramento. Los rasgos sobresalientes del estilo ajedrecista de Staunton fueron el eclecticismo y la placidez. No hha legado a nuestros dias ningin ejemplo suyo de partida brillante; ganaba principalmente merced a su habilidad para explotar los errores de sus ad- versarios. Evitaba los gambitos va bangue tan popu- Jares en aquella época. Este ultraconservadurismo contrasta marcadamente con su extraordinaria agre- sividad fuera del tablero. Tan manifiestas contradic- ciones no tienen nada de anormal. El hombre pa- cifico y pasivo puede jugar un ajedrez brillante; ast desarrolla su agresividad, sobre el tablero; en cambio, el hombre agresivo puede compensar su acometividad jugando un ajedrez. tranquilo. 2) ADOLF ANDERSSEN (1818-1879) era en mu- chos aspectos la antitesis de Staunton. Nacido en Breslau, desempefié varios afios el cargo de tutor de una familia particular. Luego, durante el resto de su vida, fue profesor de aleman y de matemati- cas, en un centro de ensefianza media de Breslau. Aunque soltero vitalicio, se comentaba su capacidad para “imprimir un giro galante” a las conversacio- nes con mujeres. Su carrera de ajedrecista activo empez6 con su victoria en el torneo de Londres celebrado en 1851. A partir de entonces, jug6 en todos los lugares y momentos que pudo, si bien rechazaba con frecuen- 3 cia las invitaciones que recibia, a causa de su cargo de profesor. Sin embargo, cuando no participaba en un torneo, no por eso dejaba de jugar partidas amis- tosas. De hecho, que sepamos, aparte de su labor docente, lo tinico que le interesé en la vida fue el ajedrez. Por su dedicacién a este juego y por sus extraordinarios triunfos, la universidad de Breslau le concedié un doctorado honorario, en 1865, tinico reconocimiento del mundo académico, caso que no se ha repetido desde entonces. Aunque perdié frente a sus dos grandes rivales, Morphy y Steinitz, las derrotas nunca le afectaron. ‘Adoraba el juego y el hecho de ganar o perder le parecia poco importante. Resulta bastante claro el papel que el ajedrez desempefiaba en la apacible existencia de un maestro de escuela; era su vélvula de escape libidi- nal més importante. En agudo contraste con Staun- ton, nunca se mezclé en disputas ni se gané ene- migos. Las tinicas quejas que pronuncié respecto al torneo londinense de 1851 tuvieron por motivo los precios “escandalosos” que regian alli. En las cartas que remitié a casa, algunas de las cuales se conservan, detalla con pormenor lo caro que estaba todo en Londres. Los contrincantes le parecieron agradables, los organizadores corteses, los progra- mas satisfactorios. Para él, todo en la vida era se- guro y estaba bien regulado; sdlo en el ajedrez podia realmente expansionarse. Asi, pues, su estilo fue el més roméntico entre 52 €l de todos los campeones. Ataque, sacrificio, con razén o sin ella. El hombre que en la vida real no podia sufrir ningin cambio en el orden establecido, era asimismo incapaz de tolerar un papel tranquilo en el mundo de fantasfa que le representaba el aje- drez. En éste todo tenfa que ser fluido, abierto, audaz, arrojado, azaroso. En tono desesperado es- cribié a su sucesor que “Quien juegue contra Mor- phy debe abandonar toda esperanza de pillarle en una trampa, por astutamente que esté preparada...” La posibilidad de modificar su propio estilo no se le ocurrié a Andersen; psicolégicamente, no podia cambiar. 3) PAUL Morpity (1837-1884) atrajo la atencién de tos psiquiatras a causa de las psicosis que jalo- naron la época final de su vida. Morphy es el tema del estudio realizado por Ernest Jones, que ya cité antes (23). Nacié en Nueva Orleans, el 22 de junio de 1837; su padre era de ascendencia hispano-irlandesa, su madre de origen francés. Cuando Morphy contaba diez afios, el padre le ensefié a jugar al ajedrez. A los doce afios de edad, Morphy consiguié vencer a su tio (hermano del padre), por entonces rey del ajedrez en Nueva Orleans. Hasta 1857, el muchacho se entregd a sus estudios. Dicho afi, se dirigié a Nueva York, donde gané fécilmente el primer puesto en el Campeonato Norteamericano, el pri- mero que se celebraba. Al affo siguiente, visité Lon- 3 dres y Paris, donde estaban concentrados entonces los principales maestros ajedrecistas del mundo, y derrot6 uno tras otro a cuantos contrincantes se le opusieron, incluido Adolf Anderssen. Sdlo Staunton se negé a enfrentérsele, pese a todos los esfuerzos de Morphy para concertar una partida. Entonces regres6 a Nueva Orleans, donde lanzé un desaffo para jugar con cualquier ajedrecista del mundo, concediendo la ventaja oportuna. Al no re- cibir ninguna respuesta a su reto, declaré concluida su carrera ajedrecista; apenas habfa durado afio y medio, y s6lo seis meses fue visto en partidas pi- blicas. Tras su retiro (ja la edad de veintitin afios!), se dedicé al ejercicio de la carrera de derecho —su padre era juez—, pero no logré destacar. Poco a poco fue cayendo en un estado de retraimiento y de excentricidad que culminé en inequivoca para- noia. Fallecié repentinamente, a la edad de cuarenta y siete afios, de “congestién cerebral”, probablemen- te apoplejfa, lo mismo que le ocurriera antes a su padre. Acerca de los sintomas de Morphy durante su Ultima enfermedad, Jones resefia lo siguiente: “Se imaginaba que le persegufan personas dispuestas a hacerle la vida imposible.” Sus imaginarios temores se centraron sobre el esposo de su hermana mayor, administrador de los bienes paternos, del que crefa que trataba de robarle su patrimonio. Morphy le desafié a duelo y después le demandé judicialmente 4 y dedicé su tiempo, durante afios, a la preparacién del caso. Ante el tribunal, pronto quedé demos- trado que la mayoria de las acusaciones carectan de base. Morphy también pensaba que diversas per- sonas, en particular su cufiado, intentaban envene- narle, y durante una temporada se negé a tomar alimentos, salvo cuando procedian de las manos de su madre o de su hermana menor, soltera. Otro de sus falsos temores eta el de que su hermano politico y un amigo intimo, Binder, conspiraban para destrozarle sus ropas. de las que Morphy se vanagloriaba, y asesinarle, En una ocasién, se pre- senté en el despacho de Binder y le atacé. Era muy inclinado a detenerse y contemplar todas las caras bonitas que pasaban por Ia calle. Durante cierto perfodo le dominé la manfa de recorrer, de un ex- tremo a otro, la azotea de su vivienda, declamando las siguientes palabras: “Il plantera la banniére de Castille sur les murs de Madrid au cri de Ville gag- nie, et le petit Roi s’en ira tout penaud.”* Su modo de vida estribaba en dar un paseo todos los dias, a las doce en punto y ataviado de la manera més escrupulosa, después del cual se re- ba hasta la noche, cuando salfa para la dpera, sin perderse nunca una sola funcién. No vela a na- “Asentard la bandera de Castilla en las murallas de Madrid, al grito de ciudad conquistada, y el reyecito se alejard cubierto de vergienza.” Jones confiesa que no pudo determinar el origen de este pérrafo. No obstante, resulta claro que es un grito de vic- toria sobre el rey, una expresiOn regresiva manifestada con palabras, ya que no podia manifestarse mediante Ja acciéa, Revisense los ‘comentarios sobre conversaciGn del capftulo anterior, 35 die, salvo a su madre, y se ponia furioso si la buena mujer se aventuraba a invitar a las amistades in mas. Dos afios antes de su muerte, Morphy recibid una solicitud para que permitiese la inclusién de su semblanza biografica en una obra que se preparaba sobre luisianos célebres. Contesté con una réplica indignada, indicando que su padre, el juez Alonso Morphy, del Tribunal Supremo de Luisiana, le ha- bia dejado, al morir, Ia suma de 146.162,54 délares y que él, Paul Morphy, no habia ejercido ninguna profesién y no queria tener nada que ver con cues- tiones biogréficas. Hablaba constantemente de la fortuna de su padre, y la simple mencién del ajedrez. solia bastar para irritarle. Naturalmente, la pregunta que surge de inme- diato es: jqué relacién hay, caso de que exista alguna, entre el talento de ajedrecista de Morphy y sus psicosis? Jones atribuye gran significacién a Ja negativa de Staunton a jugar con Morphy. Staun- ton era para él la suprema imagen mental idealizada del padre y Morphy le convirtié en la prueba maxi- ma que debia de superar, en cuanto a su capacidad ajedrecista y, subconscientemente, en cuanto a mu- chas otras cosas. Cuando Staunton, en vez de en- frentarse a Morphy con el tablero de por medio, se dedicé a lanzarle fementidos y groseros ataques, Morphy se descorazoné y abandoné la “senda per- versa” de su carrera ajedrecista. Fue como si el padre hubiese desenmascarado las pérfidas intencio- nes de Morphy y adoptase, en venganza, una acti- 56 tud hostil hacia el hijo. El ajedrez, que hasta en- tonces parecia una expresién laudable € inocente de su personalidad, se mostraba ahora como fuerza motriz impulsora de los deseos més innobles y pue- Tiles, el estimulo subconsciente para lanzar un ata- que sexual contra el padre y, al mismo tiempo, mu- tilarle profundamente. Sin embargo, por ingeniosa que sea la teoria de Jones, invita a una objecién bastante seria. En 1858, el oficioso campeén mundial ya no era Staunton, sino Anderssen. Todos los historiadores de ajedrez. situardn a Anderssen por delante de Staunton, en aquellas fechas. En 1866, cuando Steinitz gané el campeonato del mundo, se adjudicé el titulo al de- rrotar a Anderssen. Y Morphy habia vencido a An- derssen de una manera més decisiva. Por lo tanto, no queda muy claro por qué tenia que afectar tanto a Morphy la negativa de Staunton a enfrentarse con él Mas importancia debe asignarse a la declaracién que Morphy repitié varias veces, afirmando que no era ningiin profesional. A su regreso a Nueva York, tras los triunfos europeos de 1858, 1a recepcidn fue impresionante. Se habia difundido la sensacién de que era Ia primera vez en la historia que un norte- americano demostraba ser, no s6lo igual, sino supe- rior, en su terreno, a todos los representantes de los viejos pafses, de forma que Morphy acababa de afia- dir un codo a la estatura de la civilizacién estado- unidense. En presencia de una gran multitud, en 57 una universidad, fue obsequiado con un regalo con- sistente en un tablero de ajedrez a base de cuadros de nécar y ébano y un juego cuyas figuras eran de oro y plata; asimismo, recibié un reloj de oro, en el que los mimeros estaban representados por piezas de colores. En ese acto, el coronel Mead, presidente del comité de recepcién, aludié en su discurso al aje- drez como profesién y se refirié a Morphy califi- céndole de su exponente més brillante. A Morphy le molesté mucho que se le tildara de ajedrecista profesional, ni siquiera por implicacién, y express su resentimiento de tal modo que el coronel Mead se retiré del comité. En la alocuciSn que pronuncié Morphy durante el acto, expuso también las siguien- tes observaciones (23): No es sdlo el més encantador y cienti- fico, sino también el mds moral de los en- tretenimientos. A diferencia de otros juegos en los que el lucro constituye propésito y finalidad de los participantes, el ajedrez se recomienda por si mismo a los sensatos, merced al hecho de que sus simuladas ba- tallas se llevan a cabo sin buscar premio ni honor alguno. Indudablemente, es el juego de los filésofos. Dejad que el tablero de ajedrez sustituya al tapete verde de los nai- pes y en seguida se apreciaré una enorme mejora en la moral de la comunidad... El ajedrez nunca ha sido, ni jamés po- dré ser, otra cosa que un recreo. No de- biera consentirse en detrimento de otras cocupaciones més serias..., no debiera ab- sorber los pensamientos de quienes le rin- den culto en su santuario, sino que habria que mantenerlo en segundo término y re- cluido en la esfera que le corresponde. Como simple juego, como esparcimiento tras las duras pruebas a que nos somete la vida, merece las mayores alabanzas. La negativa de Morphy a abrazar el ajedrez co- mo profesién fue inmediatamente seguida de su negativa a dedicarse a cualquier profesin. Tan profunda resistencia a tomarse Ia vida en serio no cabe duda de que debia de tener unas raices mas hondas que las del accidente de la dispepsia verbal de Staunton. De hecho, la retirada, el retraimiento, debia de estar presente al principio, aunque com- pensado por el abrumador interés hacia el-ajedrez. Aprendié a jugar a los diez afios, fue campeén de Nueva Orleans a los doce, campedn de los Estados Unidos a los veinte y campeén del mundo a los veintiuno. A grandes rasgos, parecidas hazaiias han sido repetidas por otros, después de Morphy. Pero s6lo pueden lograrse a costa de una enorme dedi- cacién de tiempo y esfuerzo. En otras palabras, a lo largo de su adolescencia Morphy debié de pasarse la mayor parte del tiempo jugando al ajedrez. Que 39 se sepa, nunca tuvo experiencias sexuales 0, si las tuvo, fueron s6lo casuales. De modo que las acos- tumbradas actividades competitivo-sexuales del ado- lescente las abandoné Morphy en pro del ajedrez. En efecto, la préctica del ajedrez rechaz6 las psi- cosis. Su genio natural lo llevé a la fama universal. Y, su condicién de campeén del mundo, no podia seguir toméndose el ajedrez.a la ligera, consideran- dolo un simple juego. Si el ajedrez perdia su valor defensivo, al no poder ser un recreo, entonces la regresién ocupaba su sitio; 1a psicosis, previamente oculta, salfa a la superficie con toda su pujanza. Me gustaria también Hamar la atencién sobre una peculiaridad de lo escrito acerca de Morphy. Se conservan unas cuatrocientas partidas suyas, en- tre las que figuran veintidés de su época inicial y més de cincuenta en las que concedié ventaja. De éstas, sélo cincuenta y cinco corresponden a torneos © encuentros oficiales. Hoy en dia, ningin maestro acostumbra a tomar nota de las partidas que juega en plan amistoso 0 dando ventaja. ;Cémo es que hay registradas tantas partidas de Morphy? La mayor parte de ellas carecen de valor intrinseco; los encuentros amistosos rara vez lo tienen. Debid de conservarlas el propio Morphy (0 se hizo con su_consentimiento), inducido por un intento sub- consciente de exhibicionismo, para publicar una coleccién en alguna fecha futura. Al conseguir la celebridad, este desea exhibicionista amenazé con 6 descubrirse (en su cerebro) y sélo una regresién podia rescatarle del peligro. La existencia de tantas partidas amistosas ano- tadas demuestra también que Morphy no se to- maba el ajedrez a la ligera. Para él, era un asunto mortalmente serio, aunque al mismo tiempo fuese muy lejos negéndolo una y otra vez. Cuando al- canzé la fama, sus subconscientemente decididas protestas de que el ajedrez no era para él més que un simple juego no pudieron convencer a los de- més; aqui, de muevo tenia que resultar una re- gresién. EI andlisis del estilo de Morphy se ve compli- cado por un accidente histérico. Morphy estuvo en activo, en lo que respecta al ajedrez, durante un pe- riodo de poco més de un afio (1857-1858), en una época en la que el ajedrez era de lo més rudimenta- rio, comparado con su situacién actual. A causa de Ja cada vez mayor fortaleza de los maestros, el estilo audaz, de ataques fulgurantes, caracteristico de aquellas fechas, tendié a retroceder, dejando paso aun tipo de juego més sutil, refinado y conser- vador. Los comentaristas de ajedrez han lamentado esta tendencia y citado a Morphy como ejemplo del gran genio del juego combinativo que, a ciegas, hubiera derrotado a todos los asustadizos maestros modernos. Esto no es més que el habitual mito del pasado y la vulgar queja de la generacién senecta : “En mis tiempos, los futbolistas si que eran hom- bres de pelo en pecho; en mis tiempos si que habia 6 jugadores de ajedrez invencibles; en mis tiempos, los boxeadores eran algo serio...” Y asi sucesiva- mente. Si nos circunscribimos a las cincuenta y cinco partidas serias que figuran en la coleccién de Mor- phy, s6lo unas cuantas pueden calificarse de brillan- tes, ¢ incluso haciendo un esfuerzo de imaginaci6n. Muchas de ellas son aburridas. Lo que Morphy tenia y a sus rivales les faltaba era, primero, la aptitud para ver las combinaciones con claridad (lo que es cuestién de potencia, no de estilo), y, se~ gundo, Ja intuitiva comprensién de 1a importancia del juego posicional, que en sus tiempos era casi desconocido por completo. De hecho, si se compara estilisticamente el juego de Morphy con el de sus adversarios poderosos, como Anderssen y Paulsen, se observa que la dife- rencia principal reside en su répida comprensin de los principios de desarrollo. En cierto sentido, ello debié de ser una expre- sin de las més profundas raices de su personalidad. El juego posicional consiste, ante todo, en la capa- cidad para organizar las piezas del modo més efec~ tivo. Ya hemos visto el comportamiento de! super- organizado Morphy en sus psicosis: el paseo al mediodia, la tarde con su madre, la 6pera por la noche. Tan extremada organizacién se nos ha hecho familiar en otras personalidades obsesivas y para- noides. El desarrollo del juego posicional de Mor- phy surge asi de sus intentos para ordenar su mun- 2 do de manera més significativa. Sin embargo, la particular aplicacién a través del ajedrez puede atribuirse s6lo a su talento innato. El tratamiento tedrico del capitulo anterior pro- porciona una viva explicacién de los sfntomas psi- céticos de Morphy. La rivalidad con el padre se represent6 primero en el ajedrez y después fue go- bernada por una identificacién psicética regresiva. Durante su carrera ajedrecista, Morphy se hizo fa- moso por sus virtudes de “caballerosidad”,, reprimfa totalmente la agresividad. Una ulterior represién se asenté en Ia psicosis, interrumpida sélo por el ataque homosexual contra Binder, el hombre que supuestamente atentaba contra sus trajes, es decir, que le desenmascaraba. La ausencia de ansiedad, que tantos observadores han notado, era mds bien sintoma de debilidad de ego y no de fortaleza del mismo; tenia que fingir que se vefa libre de toda emocién humana. La crisis de Morphy puso al des- cubierto rasgos que previamente se habjan subli- mado en el ajedrez: la memoria retrocedié hasta una fijacién de su entorno infantil; 1a perspectiva cayé en el voyeurismo, satisfecho con la pera, me- diante la contemplacién de los rostros femeninos, y a través de la excéntrica costumbre de colocar en semictreulo zapatos de mujer. Cuando le pregun- taron por qué disfrutaba situdndolos asf, repuso: “Me gusta mirarlos.” Ya se ha mencionado el nexo entre organizacién y sistematizacién paranoide. La paranoia era también una expresién regresiva del a miedo de ataque que se habia sublimado en el ajedrez. En vez de estar en condiciones de aceptar el imaginario mundo ajedrecista, perdié la capaci- dad de distinguir entre fantasfa y realidad (se con- virtié en su padre, a través de una identificacion psicética con él), Pese a todo ello, el ego se man- tuvo lo bastante intacto como para permitirle con- tinuar viviendo fuera de un hospital. 4) WitHELM Stetnrrz (1836-1900) nacié en Pra- ga y en su temprana juventud era ya conocido como el mejor jugador de ajedrez de su ciudad natal. En el colegio se distinguié en matemdticas. El afio 1858 se trasladé a Viena para estudiar en el Polytechnis- che Anstalt. No mucho después, sin embargo, re- nuncié a su instruccién formal y dedicé el resto de su existencia al ajedrez. En 1862, se mud6 a Ingla- terra (no se sabe de modo definitive por qué aban- doné Praga), donde permanecié durante unos veinte afios. Hacia 1882, tenia tantos enemigos que emigré a los Estados Unidos y residié alli, con algunas interrupciones, hasta su muerte. EI ajedrez representaba para Steinitz la gran pasién de su vida. A diferencia de Morphy, lo con- sideraba algo més que un juego y se enorgullecia, de sus triunfos en él. Bachmann. su bidgrafo, cita la siguiente carta que Steinitz le dirigid, escrita en 1896, que proporciona un retrato del hombre (1): El ajedrez no es para los espiritus timi- dos. Exige un hombre hecho y derecho, que no se cifia servilmente a lo que se le ofrece, sino que intente, con independen- cia, sondear las profundidades del juego. Es cierto que soy criticén y que no me siento complacido facilmente, ,pero no debe uno ser criticén cuando escucha con tanta frecuencia juicios superficiales sobre posiciones que sélo pueden aclararse me- diante un examen a fondo y un andlisis completo? ;No debe uno preocuparse si ve cémo los métodos anticuados se empe- fian en seguir vigentes, sélo para evitar que se turbe la comodidad de uno? Si, el aje- drez es dificil, exige esfuerzo, reflexién se- tia, y s6lo el escrutinio diligente puede sa- tisfacer. La critica despiadada es lo tinico que conduce al objetivo. Pero, por desgra- cia, muchos consideran la critica como un enemigo, en vez de una guia hacia la ver- dad. Sin embargo, nadie me apartaré nunca del camino que conduce a la verdad. Steinitz, cuya familia se dice que deseaba fuera rabino, se convirtié, en cambio, en el arquitecto del ajedrez moderno. Morphy fue un cometa brillante; Steinitz, durante los cuarenta afios que dedicé al juego, lo establecié en su forma actual. Aclaré los conceptos del juego posicional, clasificd las aper- turas, instituy6 las leyes cldsicas que todavia son Validas hoy, como por ejemplo, el control del cen- 65 tro, y contribuyé a elevar el nivel medio de des- treza hasta una altura no vista anteriormente. En agudo contraste con la objetividad de Mor- phy, Steinitz fue un luchador que batallaba palmo a palmo. Tanto es asi, que Sergeant observa: “Staunton mojaba la pluma en hiel, Steinitz la mo- jaba en vitriolo”. Incluso antes de dedicarse al ajedrez, ya era ma- nifiesto el gusto de Steinitz de discutir por discutir. Bachmann cita la siguiente anécdota, tomada de la autobiografia de Josef Popper (1), el mismo Popper- Lynkeus al que alude Freud: Uno de mis amigos era el gran jugador de ajedrez Wilhelm Steinitz, que también era el talento més grande que he conocido en la vida. Hasta entonces, ese extraordi- nario y sensible joven habfa sido admirador entusiasta de Mozart, es decir, sus gustos estaban de acuerdo con los mfos, y, de pronto, admiraba... a Wagner. Casi todas las veladas dedicamos luego largas horas a discutir si la miisica de Wagner era real- mente hermosa, si resultaba melédica y, después, si podia resistir 1a comparacién con la de Mozart. A pesar de todos mis esfuerzos, no pude sacar a Steinitz de su opinién de que la musica de Wagner era particularmente bella. La de “Lohengrin” especialmente maravillosa y Ja produccién de Mozart patentemente inferior. En Steinitz, la agresividad intelectualizada se coloca por encima de todas las demas cualidades. Combatia en el tablero, batallaba en las revistas de ajedrez, discutia interminablemente con sus amista- des. Atribufa a sus enemigos antisemitismo (desde Tuego, en ello no dejaba de haber algunos elemen- tos de verdad) y empezé a escribir un libro sobre los judfos en el ajedrez, a fin, segiin dijo, de con- fundir a los antisemitas. Naturalmente, tanta agresividad debfa ir acom- paiiada de grandes complejos. De hecho, este re- sulté haber sido el caso. A Steinitz se le describe como una especie de macho histérico, que sufrié durante treinta afios repetidos ataques “nerviosos”, cuyos sintomas principales fueron sobreexcitacién, nerviosismo ¢ insomnio. Pata superar esos ataques recurrié al tratamiento “Kneip”, una forma de hi- droterapia que comprendia bafios frios; por aquella €poca existia una Sociedad Kneip, en Nueva York, y eran numerosos los firmes creyentes en el mé- todo. La satisfacci6n de ser el rey mundial del ajedrez le condujo gradualmente hacia un complejo de me- sias. Se sintié literalmente Hamado a rescatar de las soledades a los ajedrecistas perdidos en el desierto. Una anéedota de sus primeros afios refiere que, en un club ajedrecista de Viena, Steinitz solfa jugar con 7 un hombre llamado Epstein, que era una de las prin- cipales figuras de la Bolsa de Viena. Al surgir una vez cierta disputa entre ambos, Epstein exclamé: ‘,Cémo se atreve a hablarme asi? {Es que no sabe quién soy?”. A lo que Steinitz replicé : “Ah, sf, usted es el Epstein de la Bolsa. Pero aqui, el Epstein soy yo”. Como rey del ajedrez mundial, Steinitz se las arreglé muy bien para dominar lo suficiente sus an- siedades. Pero cuando, en 1894, perdié el campeona- to ante Lasker, y volvié a perder el “match” de desquite, en Moscii, dos afios después, vivid un breve episodio psicético. Tras la derrota se aplicé a re- dactar su libro sobre los judios en el ajedrez, con 4nimo de prepararlo con la mayor rapidez posible. A tal efecto, contraté los servicios de un secretario uso que dominaba con fluidez el inglés y el aleman. Empezé a albergar la ilusin de que podia hablar por teléfono sin hilo ni auricular y el secretario le sorprendia a menudo esperando respuesta a través del invisible audifono. También solfa acercarse a la ventana, donde hablaba y cantaba, queddndose después a la espera de una contestacién. El secre- tario informé de ello al cnsul norteamericano, Im lance parecido se cuenta de Reshevsky, que va ten‘a fama de nifio prodigio en Polonia durante la primera guerra. mut ‘uando el ejército aleméa ocupé su zona. El general tudesco, qu ‘mandaba las tropas, ordené que aquel fenémeno del ajedrer (que tentonces slo contaba siete afios) compareciese para jugar una par- ‘ida con . Sin dejarse impresionar, Reshevsky £4n6 el juego y, en Yiddish, dijo al general: “The spielt milkhoma, ich spiel schach.” ("Usted practica la guerra; yo juego al ajedrez.") 68 Quien sugirié que se recluyese a Steinitz en el sana- torio Morossow. Eso fue el 11 de febrero de 1897. EI 6 de marzo del mismo aiio escribié a un médico de Viena, amigo suyo de la infancia, que “como todos los lundticos, imagino que los médicos estan més locos que yo”. Asimismo, se encontraba lo bastante lticido como para aconsejar a los psiquia- tras: “Trétenme como a un judfo y éhenme a patadas.” Steinitz tenfa entonces sesenta aifos. La ilusoria idea del teléfono sin alambres debid de ser una aberracién inofensiva, puesto que se vio libre de ella en cuestién de semanas y, durante otros cuatro aiios, participé activamente en torneos. En 1900, poco antes de su fallecimiento, volvié a desplegar varias ideas ilusorias. Pensaba que podia emitir co- rrientes eléctricas, con ayuda de las cuales le serfa factible mover las piezas a voluntad. Una historia dice que aseguraba estar en comunicacién eléctrica con Dios y que podia darle de ventaja un peén y Jas blancas. Estuvo hospitalizado una corta tempo- rada y luego le dieron de alta, considerandole ino- fensivo. Murié al cabo de escasas semanas. Tanto si padecid psicosis seniles, con alguna base orgdnica, como si no las tuvo, los desvarios de su edad provecta pueden interpretarse como deseadas compensaciones por su derrota frente a Lasker. Cuando la agresividad dejé de ser efectiva, aparecié una regresién en el nivel megaloménico inicial. 6 La relacién entre la personalidad de Steinitz y su estilo de juego es rectamente sencilla y clara- mente directa. En su juventud, practicaba con auda- cia el gambito y ganaba las partidas mediante ataques furiosos y esplendorosas combinaciones; no deja de ser irénico que sus partidas de ese pe- riodo sean tipicas del modo en que se suponia iba a jugar Morphy, pero que nunca jugé. Salta a la vista que Steinitz estaba destronando al padre por la fuerza bruta. Una vez fue campeén, se convirtié en el padre y tenia que rechazar los ataques de los hijos. En consecuencia, su estilo experimenté una transformacién radical y Steinitz pasd a ser un ju- gador defensivo invencible. Se encerraba en las po- siciones més fantésticamente esquinadas, de las que sélo podia escapar gracias a su enorme talento. Del mismo modo que anteriormente levaba el ataque a sus més avanzadas consecuencias, compri- mié después la defensa a sus ultimos reductos. En una variante que le encantaba jugar con las negras, mantenfa su peén en 4R frente a toda amenaza y ataque, lo mismo que en la vida real se aferraba tenazmente a su punto de vista, sin hacer caso de lo que dijesen los demés. La defensa puede tener a menudo carécter pro- vocativo y Steinitz podia ser extremadamente provo- cativo. Seguin se cuenta, Blackburne, un maestro inglés al que Steinitz vencié en numerosas ocasio- nes, se enfurecié tanto en cierta ocasién que arro- j6 por Ja ventana a su eminente adversario. Aparte 70 el ajedrez, el amor principal de la vida de Black- burne era la bebida y es muy probable que estuviese borracho cuando ocurrié el incidente, pero Steinitz pudo muy bien contribuir a atraer sobre su cabeza las iras que provocaron el ataque. En el caso de Steiniz encontramos un directo suma y sigue de su conducta en la vida real a su comportamiento frente al tablero. Si bien esto se da con bastante frecuencia, de ninguna manera debe considerarse norma invariable. 5) EMANUEL Lasker (1868-1941) presenta toda- via otro tipo de personalidad. Nacié en Berlinchen, en 1868. De acuerdo con nuestras noticias, apren- dié los movimientos de las piezas a la edad de doce afios, aleccionado por su hermano Berthold, que también fue un maestro de primera clase, por derecho propio, aunque se dedicé a la profesién médica. Emanuel no se tomé en serio el ajedrez hasta haber cumplido los quince afios. Alcanzé el titulo de maestro cuando, segtin la costumbre ale- mana, vencié en el Hauptturnier (torneo maximo) de Breslau, en 1894. En el afio 1892 efectué una larga visita a Inglaterra y, tras cierto mimero de Gxitos, se trasladé a América, donde derroté a Steinitz en 1894. Después de ganar el campeonato del mundo, obtuvo una serie de extraordinarias victorias en torneos: San Petersburgo, 1895-96; Nuremberg, 1896; Londres, 1899, y Paris, 1900, que demostraron a todas luces que estaba muy por en- n cima de todos los maestros ajedrecistas de aquella época. Se retiré entonces de las competiciones, durante ‘una temporada, y obtuvo un doctorado, en filosofia matemitica, en Erlangen, el afio 1900. Aunque pudo haber ensefiado matemiticas o convertirse en ju- gador de ajedrez profesional, prefirié que se le con- siderase fildsofo y entregarse con independencia a Jo que le interesaba en aquel momento. A pesar de negarlo, continué practicando el ajedrez de cuando en cuando y se mantuvo entre los mejores hasta muy avanzada edad. En 1924, a los cincuenta y seis afios, atin gané el primer premio en el torneo de Nueva York por delante de sus mds calificados tivales, incluido Capablanca. Se cas6, en 1908, con una escritora alemana y a la edad de cuarenta afios se convirtié, segtin ex- presin propia, en esposo, padre y abuelo, todo de una vez, ya que su mujer bastantes afios mayor que él, ya era abuela. En 1921, Lasker perdié frente a Capablanca el encuentro por el titulo, un “match” en el que mani- festé escaso interés y se dio por vencido prematura- mente, sin poner a contribucién lo que habia pre- dicado en su libro, Kampf (29) (“Lucha”), en 1907. Varios afios después declaré ptiblicamente que la organizacién mundial del ajedrez era enemiga de todo maestro ajedrecista que aspirase a ser artista creador y anuncié su retirada oficial del juego. Du- rante nueve afios se mantuvo alejado del deporte, 2 pero el advenimiento del régimen nazi acabé con su fortuna personal y, en 1934, la presién econd- mica le obligé a volver. En Moscii, el afio 1935, ain fue fo bastante bueno como para alcanzar el tercer puesto, a la edad de sesenta y siete afios, una proeza que muchos denominaron “milagto biolégico”. Tras residir varios afios en Mosc, regresé a Estados Unidos, donde murié en 1941. Principalmente, Lasker fue un espirita emanci- pado y durante la mayor parte de su vida actué como intelectual independiente. Le interesaron mu- chas y variadas cosas; ensefié mateméticas, escri- bid sobre filosofia, inventé un modelo de tanque en la primera guerra mundial, redacté una Enci- clopedia de los Juegos y un libro acerca de juegos de tablero y, hacia el final de su existencia, pro- yecté una serie de reformas sociales, expuestas en una obra titulada The Community of the Future (30) (“La comunidad del futuro”). En cuanto a personalidad, Lasker era la antitesis de su predecesor, Steinitz. Afable, cortés y, al me- nos en la superficie, totalmente desprovisto de cual- quier clase de hostilidad. Quienes le conocian se impresionaban ante su negativa a complicarse en discusiones o a pronunciar una sola palabra incon- veniente para alguien. Se enorgullecfa de su tem- peramento filoséfico. A lo largo de varios afios, a principios de la década de 1930, Lasker mantuvo relaciones amis- tosas con Einstein, quien escribié el prélogo de una B biografia de Lasker. Entre otras cosas, Einstein refiere que ambos sostuvieron prolongadas argu- mentaciones sobre la teoria de la relatividad. Lasker presentaba la insdlita objecién de que estaba atin por demostrar que la velocidad de la luz en el vacio es infinita, y dado que ese supuesto es una piedra angular de la teoria de la relatividad, Einstein no tenfa motivo justificado para aplicar la teoria, en tanto esa suposicién no quedase demostrada o fuera refutada. Einstein respondia que a uno no le era posible esperar indefinidamente, especialmente cuando, por el momento, no se disponia de ningiin método determinante de verificacién, y afiadia que Ja pertinaz resistencia de Lasker para llegar a una conclusin era consecuencia de su temperamento de ajedrecista, que no requerfa que algo se estable- ciese categéricamente, puesto que, después de todo, el ajedrez no era més que un juego. Aqui, la ambi- valencia obsesiva de Lasker obtuvo lo mejor, pero para si mismo; de otro modo, quizds su extraordi- nario cerebro habrfa aportado algunas contribu- ciones importantes a la fisica. {Qué papel desempefis el ajedrez en la vida de tan destacado intelectual? Deberemos suponer que le proporcionaba una importante fuente de satisfac- cién instintiva por el vinico camino que le resultaba aceptable, o sea, el intelectual. De cuando en cuan- do, Lasker nos ofrece un vislumbre del placer que le sacaba al juego, un placer que conscientemente negaba. Escribié una vez, refiriéndose a Tarrasch: * “Carece de la pasién que hace hervir la sangre.” ¥ de su celebrada victoria sobre Capablanca en San Petersburgo, en 1914, dijo por escrito (16): Los espectadores siguieron los movi- mientos finales con la respiracién conte- nida, Que la situacidn de las negras era desesperada lo vela hasta el principiante més inexperto. Y Capablanca tumbé en- tonces el rey. De los centenares de asisten- tes surgié una ovacién como jamés habia escuchado yo en toda mi vida de ajedre- cista. Fue como el estruendo de los aplau- sos absolutamente esponténeos que retum- ban en el teatro, de los cuales el individuo casi no tiene consciencia®. En otras palabras, a veces se daba cuenta de que la satisfaccién libidinal que le procuraba el ajedrez era demasiado grande. De ahi que fuese jugando cada vez menos, ¢ incluso que renunciara a 41 durante mueve afios y se negase a asignar el valor correspondiente a sus éxitos en el mundo aje- drecista. Particularmente, su agresividad qued6 so- metida a una creciente reaccién-formacién. No podia rematar muchos de sus otros proyectos, por- que hacerlo asf significaba evar a cabo una accién agresiva. Las tendencias masoquistas hacen su apa- Wa cursiva es mia—R. F B icién mezcladas con la agresividad. Durante la primera guerra mundial escribié un libro para demostrar que la civilizacién quedaria destruida si Alemania no ganaba el conflicto bélico. Su prema- tura renuncia ante Capablanca, en el encuentro de 1921, debié de ser una determinacién masoquista; se sentia demasiado “viejo”, aunque en cierto nui- mero de partidas subsignientes derroté a su més joven adversario, la wltima vez nada menos que en 1935. En 1925 “se considers maltratado” por el mundo del ajedrez. El médico que le atendié du- Tante su ultima enfermedad (una afeccién de prés- tata) dijo que, si se hubiera sometido antes a trata- miento, su vida podria haberse prolongado cierto mimero de afios. La intelectualizacién fue dema- siado lejos; descuidé la salud corporal. El estilo de Lasker es mas dificil de definir que el de cualquiera de los otros campeones y, en cierto sentido, esta es una caracteristica suya (como ob- servé Einstein, era imposible hacerle concretar). Dos rasgos destacan: uno, su superioridad téc- tica, el otro es su biisqueda de la claridad y el orden. Puede parecer extrafio el hecho de que esa su- perioridad tdctica constituya un caso tinico; mas bien se esperaria que todos los campeones Ia tu- viesen. En el caso de Lasker, sin embargo, se elevd hasta alcanzar nivel de estilo propio. A diferencia de los demas, Lasker no se comprometia con nii gin punto de vista doctrinario. Steinitz se manifes- taba frecuentemente més vido de demostrar sus 76 teorias que de ganar; Capablanca deseaba simpli- ficar; Alekhine, atacar. Lasker podia atacar o defender. Aunque nor- malmente preferia defender, contaba con talento suficiente para desarrollar la apertura, el medio juego y Ja parte final con idéntico virtuosismo. Era un artista completo del ajedrez... caracteristica que refleja la aspiracién manifestada por su propia vida de ser experto en diversos terrenos. Se negaba a concretar. Ante el tablero de ajedrez, ello consti- tuye una actitud positiva, puesto que el eclecticismo a ultranza proporciona a la larga el mayor numero de victorias. Pero en otras actividades era un riesgo. El deseo de estar en todo contribuy6 probablemente a su inicial aficién al ajedrez; el que se inclinase por este juego no deja de presentar un contraste Tespecto a su igualmente dotado hermano, que abandoné el ajedrez en serio para dedicarse a la medicina. Se nos ha dicho que su hermano le en- seié a jugar y nos damos perfecta cuenta de! pro- fundo impacto de la rivalidad fraterna en la for- macién de la personalidad. El otro rasgo del estilo de Lasker es su busqueda de la claridad y el orden. Su primer libro sobre el juego (s6lo escribié dos) llevaba el titulo de £ senti- do comuin en ajedrez (28). En el prélogo de su obra filoséfica La comprensidn del universo (27), dice: Este libro se ha escrito para todos los hombres. No da nada por sentado. Sin 7 embargo, al redactarlo he tenido en la mente cierta clase de lector: se dirige pre- feriblemente a las personas educadas que atin conservan la sencillez. Si tiene éxito entre las personas complicadas, seré por- que las habré hecho sencillas. La biisqueda de la claridad estarfa, para Lasker, intimamente ligada al deseo de contener o “regular” sus impulsos sexuales. Podemos evocar su declara- cién de que, al casarse, se convirtié de golpe en esposo, padre y abuelo, todo al mismo tiempo. Tal vez no sea ninguna casualidad que las dos variantes de apertura que levan su nombre (la variante de cambio en la Ruy Lépez y la defensa Lasker en el gambito rechazado de dama) comprendan un inter- cambio de damas insdlitamente tempranero; es decir, para aclarar la situacién, se desembaraza de las mujeres. 6) José RaGt CAPABLANCA (1888-1942) fue el don Juan del universo ajedrecista. Nacié en La Ha- bana y, como es habitual en los campeones, apren- 4i6 pronto los movimientos de las piezas: a los cinco afios de edad e instruido por su padre. En 1900, cuando contaba doce afios, derroté a Corzo en un “match” por el campeonato de Cuba. Su familia estaba bien situada; uno de los hermanos era senador y los otros desempefiaban altos cargos en la vida de aquel pais. 8 Se le envié a Nueva York para que estudiase ingenierfa, pero tras una breve estancia en la uni- versidad de Columbia, su talento para el ajedrez se hizo tan patente que no tardé en abandonar el centro docente. El afio 1909 vencié a Marshall en un encuentro y se le reconocié como campeén de las Américas. En 1911, se clasificé primero en el torneo de San Sebastin y autométicamente quedé claro que era el segundo ajedrecista del mundo, detrs de Lasker. El “match” entre ambos tuvo que retrasarse por culpa de la guerra, pero cuando se celebré, el cubano obtuvo Ia victoria con notable facilidad. Los compatriotas de Capablanca estaban entu- siasmados con los triunfos del ajedrecista. Se le concedié un puesto en el cuerpo diplomético; sus obligaciones eran pocas y tuvo libertad para dedi- car mucho tiempo al ajedrez. Durante los seis afios que Capablanca conservé el titulo de campeén mundial se le consideré casi invencible, una “‘méquina de ajedre2” que nunca cometia un error. Como en el caso de Morphy, el mito no se ajusta a Ia realidad; por ejemplo, en os dos torneos en que compitié con Lasker, éste acabé delante de él ambas veces. ¥ muchos de sus otros rivales jugaban frecuentemente mejor que Capablanca. En 1927 se concerté un encuentro con Alekhine, por el campeonato del mundo, en Buenos Aires. El favorito era Capablanca, pero, ante la sorpresa ge- 7”

You might also like