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ENVEJECER:

A LA NATURALEZA NO LE IMPORTA CUÁNTO


VIVIMOS
l legendario conquistador español Juan Ponce de León (1460-1521),
como muchos contemporáneos suyos sedientos de sangre, buscó fama y
fortuna en las expediciones de exploración del Nuevo Mundo. Se estableció
en la parte de la isla de La Española que actualmente es la República
Dominicana, antes de servir como gobernador de Puerto Rico durante dos
años. Cuando el hijo de Cristóbal Colón, Diego, ocupó su cargo, Ponce de
León se vio obligado a zarpar de nuevo. Había escuchado los relatos de la
población nativa sobre una fuente que devolvía la juventud a quienes de ella
bebían. Como parte de la segunda fase de su expedición de exploración,
Ponce de León se marcó el objetivo de encontrar esa esquiva fuente de la
longevidad.
Exploró un amplio territorio de las Bahamas y se cree que, en 1513, tocó
tierra cerca de la localidad actual de San Agustín, en el nordeste de Florida.
Bautizó esta tierra recién descubierta con el nombre de Florida, por su gran
abundancia de flores. Continuó luego explorando la costa y los Cayos de
Florida, pero murió sin haber llegado a encontrar la fuente de la eterna
juventud.
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Esta conocida historia es muy probablemente una absoluta ficción. Los
escritos de Ponce de León no hacen mención a su búsqueda de la fuente de la
eterna juventud y sus aguerridas expediciones respondían a razones más
prosaicas, como encontrar oro, identificar tierras que colonizar y difundir el
cristianismo. Pero el mito de una sustancia que pudiera revertir el
envejecimiento es tan atractivo que la leyenda perduró a través de los
tiempos. Sin embargo, el mito de la fuente de la eterna juventud es anterior a
Ponce de León; historias similares forman parte de las culturas de Oriente
Medio, de la Europa medieval y de la antigua Grecia. ¿Es realmente posible
frenar el envejecimiento? ¿Ha alcanzado la ciencia el éxito allí donde fracasó
Ponce de León?
¿En qué consiste envejecer?
Comencemos echando un vistazo al proceso de envejecimiento. De manera
instintiva, todo el mundo sabe lo que significa envejecer, pero para abordar
con éxito cualquier problema, la ciencia necesita una definición exacta.
Podemos considerar el envejecimiento desde distintos puntos de vista.
En primer lugar, el envejecimiento es evidente porque supone un cambio en el
aspecto del individuo. Las canas, las arrugas en la piel y otros cambios
superficiales son signos de la edad. Estos cambios físicos reflejan cambios
fisiológicos subyacentes, como disminución de la producción de pigmento en
los folículos pilosos y pérdida de elasticidad de la piel. La cirugía plástica
modifica el aspecto, pero no la fisiología subyacente.
En segundo lugar, podemos contemplar el envejecimiento como una pérdida
de función. Con el tiempo, las mujeres experimentan una disminución de la
fertilidad hasta que, en la menopausia, la ovulación cesa por completo, en un
proceso determinado en gran medida por la edad. Los huesos se tornan más
frágiles, aumentando el riesgo de fracturas, como la fractura de cadera, que
constituye un problema infrecuente en gente joven. Los músculos también se
debilitan, lo que explica por qué los deportistas que ganan todos los trofeos
son indefectiblemente jóvenes.
En tercer lugar, en los niveles celular y molecular, la respuesta a las hormonas
disminuye con la edad. Por ejemplo, los niveles elevados de insulina
(hormona de almacenamiento de grasa y glucosa) o de hormonas tiroideas no
suponen ningún beneficio para el organismo si las células no responden ya a
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ellas. Con la edad, las mitocondrias, importantes componentes celulares que
producen energía y que actúan como «centrales energéticas de la célula»,
pierden eficiencia y capacidad de producción de energía. La menor eficiencia
de un cuerpo que envejece da lugar a tasas más altas de dolencias y
enfermedades.
Con la edad, aumenta de manera exponencial el riesgo de enfermedad y de
muerte. El infarto de miocardio, por ejemplo, prácticamente no se da en niños
y, sin embargo, es frecuente en personas mayores. El envejecimiento no es en
sí una enfermedad, pero aumenta la probabilidad de desarrollo de
enfermedades, razón por la cual es el objetivo ideal cuando se trata de detener
o revertir enfermedades crónicas. La edad, medida en años cronológicos, es
como un río, cuyas aguas corren de manera irreversible en una sola dirección.
Pero no ocurre lo mismo con el envejecimiento medido en años fisiológicos.
Numerosos factores contribuyen al envejecimiento y la enfermedad y, en este
libro, consideramos fundamentalmente aquellos aspectos en los que influye la
dieta.
¿Por qué envejece el organismo? Se puede decir, en pocas palabras, que el
envejecimiento es la acumulación de daños. Los animales jóvenes, incluido el
ser humano, poseen una elevada capacidad de reparación de los daños que se
producen en el día a día, como, por ejemplo, cuando un niño se raspa las
rodillas. La supervivencia de la especie depende de la capacidad de
reparación de este daño, como ocurre en la curación de heridas o de fracturas
óseas. Con la edad, esta capacidad de reparación del daño disminuye, en todos
los sentidos, ya se trate de combatir infecciones, de limpiar arterias o de matar
células cancerosas. Pero este declive no es una conclusión natural inevitable.
La alimentación y el estilo de vida determinan en gran parte la velocidad y el
alcance del proceso de envejecimiento. Los pueblos del mundo con una
mayor esperanza de vida y que gozan de mejor salud comen pocos alimentos
procesados y son la prueba viviente de que es posible frenar el proceso de
envejecimiento.
Hipócrates, considerado el padre de la medicina moderna, vivió en la antigua
Grecia y era ya consciente de que la nutrición es la piedra angular de la salud
y la longevidad. El Hambre es uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis, pero
los problemas actuales de obesidad, resistencia a la insulina y diabetes son
mortales en la misma medida que el hambre.

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