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Giacomo Marramao PODER Y SECULARIZACION Traduccién de Juan Ramén Capella Prélogo de Salvador Giner ediciones peninsula® Titulo original: Potere e secolarizzazione. © Copyright by Editori Riuniti, 1983, Sete nei ant se tn oe ect et thr sts lech genes mle ts gistro 0 por otros 2 Py por esata Se fe So Cubierta de Loni Gest y Tone Hoverstad, Primera edicién: abril de 1989, Faenachos exclusivos de esta edicién (incluyendo la traducciéa y el Gifefio de ta cubierta): Edicions 62 sia, Provenca 278, 08008; Bact Iimpreso en Nova Grafk sia, Puigcerda 127, 08019. Depésito Legal: B. 12.686-1989, aaa enh meresioma ISBN: B49 0232, El tiempo del poder: a propésito de la filosofia histérica de Giacomo Marramao 1 BI hombre entiende el poder seguin su concepcién y viven- ia de la temporalidad. No ha sido ésta una verdad siempre obvia. Y sin embargo, una consideracién somera de la dimen- sin social y humana del tiempo pronto nos hace ver que el modo de percibirlo tiene consecuencias politicas. Cada época revela 'una intima conexién entre el poder y autoridad que la preside y la forma, ritmo y direccién del tiempo que la Ilena, Pensemos en Ia dimensién politica del tiempo escatolégico mesidnico, la det tiempo revolucionario, la de quienes espe- rah eliadvenimiento del comunismo, la del tiempo tribal que parece negar la historia tal como la entendemos las gentes dechoy, Ia de los inversores capitalistas, la del campesinado en el mundo preindustrial. ‘Sélo nuestra peculiar situacién contemporinea, con su acopio muy considerable de erudicién historiogréfica y etno- gréfica, nos permite empezar a indagar las implicaciones po- tices de’ esa pluralidad de percepciones y concepciones pa- sadas y presentes y en particular las que ha tenido para nues- tra época el entendimiento especfficamente moderno de Ia historia durante 10s Iamados «tiempos modernos, asi como el significado que cobran los «antiguos» frente a ellos. Se tra- ta'de un entendimiento que se ha venido a identificar con la modernidad misma. La paradoja es que reparamos en las diversas concepcio- nes histéricas del Uempo y en el significado ambiguo de la €poca moderna precisamente cuando ésta, bajo el empuje de su propia dindmica, estalla y se deshace en una multipl cidad de, tiempos diversos. No sélo el fisico, el cultural, el econémid®, el psicalégico y el biolégico caben en el elenco posible. Tiempos varios los de hoy, que pucblan un mundo cada vez més incoherente. Mientras tanto la palabra misma, tiempo, reviste una creciente polisemia que no hace sino sub- rayar esa misma incoherencia. Frente al arraigado lugar comin que afirma hoy la acele- racién contempordnea de la historia cabe preguntarse si lo 5 que hay, en realidad, no seré mds bien una proliferacién de tiempos. Tiempos distintos y posiblemente irreductibles en- tre sf, En todo caso 1a supuesta aceleracién histérica ha dado lugar a una voluminosa literatura, en la que un publico avido de que le confirmen lo excitante y estupendo que resulta vi vir en nuestra época ha conseguido apagar su sed, aunque sdlo sea por un momento, antes de retornar a sus perplejida. des habituales. Se trata de una literatura de sensacionalismo cultural, destinada a anunciar que el futuro nos traerd un sobresalto 0, mejor dicho, que ser puro sobresalto él mismo, un shock, ya que en inglés se suele bautizar al fenémeno. Tal vez con elio se haya inyectado algo de ciencia ficcién —rama optimista— en la cultura mesocrética predominante. Bien Pudiera ser, sin embargo, que la cosa requiera una reflexion més rigurosa que la que pretende exorcizar la supuesta neu- astenia colectiva del future shock mediante su mencién so- mera. Esa reflexién exigente podria empezar por considerar la multidimensionalidad del tiempo en la cultura contempord- hea, sin dejar de constatar, por lo pronto, que la multidimen- sionalidad, como tal, no es algo enteramente nuevo. Por fuer. za el tiempo tenia que ser antafio distinto para el creyente y Para el escéptico, para el sefior y para el criado, para el bur. gués y para el labrador. No obstante, la combinacién de los tiempos artificiales producidos por la tecnologia con los rit- mos de vida de Jas gentes ha complicado la situacion. Asi 1a factoria industrial quebré la percepcién de las estaciones y el ritmo del afio. El obrero vino a habitar un tiempo distinto al del campesino, ligado éste a la siembra y la cosecha, Pero la automatizacién y Ia robotizacion de Ia empresa ha roto a su vez el tiempo tradicional industrial. Surgen, ademas, es- isiones como aquella que separa al ocio o «tiempo libre» (ero, es libre?) del trabajo. Aparecen periodos més largos ¥ dotados de distinto sentido, como el de estudio y forma- ‘cién, mas largo que nunca y que abarca hoy a mucha mas gente. Mientras, Ia vida misma alcanza otra duracién. La con- vVivencia matrimonial, por ejemplo, si no es interrumpida por el frecuente divorcio, suele durar ahora varios decenios mas que Ia anterior, a la que la mortandad por parte o enferme- dad hacia mucho més breve. No acaba aqui la cosa. Las po- Mticas de Jos gobiernos (por ejemplo hacia la jubilacién), la comercializacién e industrializacion de los entretenimientos, el turismo masivo y tantos otros factores se entreveran y 6 ; en mutaciones en la vivencia y calidad de unos tiem- ‘pos que cada cual habita precariamente segén su situacién “en Ja sociedad. . La aceleracién temporal ha aproximado el porvenir al pre- ‘gente de modo que éste sdlo se entiende en funcion de aquel. {EI tiempo presente es tiempo futuro. ¥ no lo es en el sentido qué podia tener para un cristiano su tiempo presente como cto de un destino que iba a realizarse en la vida sobre- fa¥ural nla salvacion o el castigo, sino en forma plenamente secillar. Asi, el poder se legitima hoy con los resultados mun- ‘anos que su gestién dard mafiana. Podremos mirar con cier- ta fronia la ingenuidad de los Planes Quinquenales soviéticos y'su futurologia despética —el sacrificio de una generacién ‘extera por un porvenir que ha resultado ser muy distinto al decretado por un mero Comité Central— pero no cabe duda que’ reflejan quintaesencialmente la nueva relacién tiempo- poder que ha venido a prevalecer en nuestro mundo. La del presente en funcién de un futuro que se decreta por volun- tad politica. Es una relacién que esta tan viva en la empresa ta como en las instituciones que formulan las estra- tegias del sector ptiblico o planean los programas de explo- acién espacial y los vuelos interplanetarios. En todo caso, si.algo se ha erosionado en este campo de las expectativas politicas ha sido el sentido pretérito de quienes esperaban, segiin la frase hecha, clave' predominantemente filoséfico-politica; esto es: se emtiende como una aportacién a una interpretacién metapo- tid del’ mal entendida ha in- Mei descuidar harto frecuentemente una circunstancia emente obvia, pero en realidad decisiva: que la histo- terial (el producto de unos actores cuyas acciones oer ea Giampre por modelos culturaes y normativos idan referencia a la esfera de la consciencia intersubje- ae ‘sentido comtin, y que, cn cierto grado, presiden la stoesivilido también, con pleno derecho, para la semén- (EZ a q ‘pdel tiempo. Toda civilizacién —toda Kultur— se da siem- patie coe ana experiencia del tiempo determinada; todo im de civilizacién, por tanto, implica necesariamente una ‘gattiscin fundamental de Ia intuicién del tiempo, mutacién “que condiciona determinantemente el cuadro de los valores vegnsiguiente el de la politica. Como toda semdntica, ee a del: tiempo remite por tanto a una pragmética y ‘g™onin socio-pragmitica, esto es, a esa red de posibilidades e igietrelaciones:que proporcionan el horizonte —determinado fermalmente— del sentido del obrar. Una ulterior i | @l6n‘del: procedimiento adoptado aqui es la imposi L Intivi’'de* reconstruir esos nexos sin tomar en consideracién, ‘-fatnto a: los:complejos definidos teoréticamente (los términos- ‘goncepto), las trabazones figurativas que acompafian a sus “formas’expresivas; éstas, en unos casos, sobreviven a trans- forinaciones radicales de una estructura conceptual; en otros, ‘i vambio, las anticipan. En este sentido nos ha servido de “guiia|'en'el' curso del trabajo, la teoria y la préctica metafo- Be de'Hans Blumenberg (autor de quien sin embargo “mos"distanciamos en aspectos fundamentales: cfr. infra el ‘@itlayo’ introductorio y el capitulo II). Esta teoria permite \.ealiza dos’ operaciones fundamentales. En primer lugar, em- ‘penta: describir sumariamente ese cuadro de las interaccio- Mes'entre niicleos simbdlicos, componentes seménticos y mo- ‘datos 'tedricos del que se origina el complejo de las motiva- ‘tavies|-1os impulsos y las orientaciones normativas del obrar leas como ‘dpa historia material (y que, por consiguiente, permite supe- Far‘las \perspectivas tradicionales que relacionan estas dos ‘dimensiones del proceso cultural en términos de una distri- ‘wucién topolégica espacial, ya sea de tipo simétrico, especu- lu ya'de tipo piramidal y jerérquico). En segundo lugar, esa : 7 teoria permite encarrilar una arqueologfa de la cultura occi. dental basada en la distincién entre seméntica metaférica y semntica referencial. Este segundo aspecto nos ha parecido el mas innovador y cargado de consecuencias incluso para la economia y el régimen sumario de nuestro discurso. Para Blumenberg —como ha sefialado Enzo Melandri— la «contra. posicién usual de sentido traslaticio y sentido literal de una expresién no es una explicacién; es més bien el sintoma de una renuncia a comprender no ya s6lo el mecanismo de la metaforicidad sino incluso todo el fenémeno semédntico». Des- de el momento en que para el pensamiento occidental moder. no «una teoria no lo es si admite anomaliass (y «la excepcién s6lo es admisible provisionalmente, como preludio a una teo- ria més elevadas), la excepcién acaba convirtiéndose en més significativa que la regla, como clave de béveda de las meta- morfosis y desarrollos teoréticos. ‘Aqui se incardina la principal conquista de Ia investiga. cin de Blumenberg: el concepto de «metéfora absoluta», La expresién sirve para designar la metéfora criginaria, ya no ableitbar, indeductible por traslacién, respecto de la cual in- cluso el Ilamado sentido literal, si mantiene un momento de contraste con el otro, lo hace sélo porque «él a sui vez no es més que el estadio de degeneracién extremo de metéforas antiquisimas, ya olvidadas, que en su tiempo fueron abso- lutass. Entretejida en la genealogia conceptual, Ia semdntica me- taférica de Blumenberg permite respetar —aunque sea den- tro de ciertos Iimites— la admonicién de Wittgenstein de ir a la rafz de la racionalidad constructiva y de su imagen del proceso como Stufenbau, edificio en perenne elevacién det Saber y de la Humanidad. Solo recurriendo a los «arquetipos», ‘a los Grundbegriffe y a las metéforas absolutas es posible individualizar el consiante replautearse de Ia tsedimentaciéns en la forma de un intercambio o de una continua conmix- tién entre s{mbolo y teoresis, figura y concepto, mythos y logos, La eestructura cada vez més compleja» (segin Jas pe- labras de Wittgenstein) edificada por la cultura occidental unde sus rafces en una tierra de aluvién formada por la el significado de una categoria genealégica en'situacién de abarcar el sentido unitario del desenvolvirnien- to hist6rico de Ia sociedad occidental moderna (tanto en Tén- nies como en Weber —aunque con muy distintos acentos— «secularizacién» sefiala el paso de la época de Ja comunidad ala de la sociedad, de un vinculo fundamentado en la ot gacin a otro basado en el contrato, de la «voluntad substan- cial» a la evoluntad electiva»).+ En una importante obra de 1966, y en el curso de Ja subsi- gaiente polémica con Karl Léwith y Hans-Georg Gadamer Hans Blumenberg puso en cuestién la capacidad de la meté fora de la secularizacién para expresar la complejidad de Ia época moderna: dado que no postula la originariedad sino ‘solamente Ia derivacién y la heterodeterminacién de lo Mo- demo, «secularizacién» no puede ser considerada una metd- fora absoluta, esto es, originaria. Blumenberg le contrapone Ia categoria de legitimidad, arraigada en la que él considera como la auténtica metéfora absoluta de la modernidad, la ‘stevolucién copernicanae, entendida como Selbstbehouptung, como capacidad del individuo de apoderarse de nuevo de su B propio destino en una inmaneneia sin residuos y, consiguiente. ‘mente, de autoafirmarse como productividad libre’ La rela, itn entre las eategorias de la modernidad y los teologemas 10 deberia entenderse, pues, en términos de transtormecion, de metamorfosis (como ocurre madlicamente ‘en Lbwishy sing en términos de disolucign: el concepto de Iegitimidad fendria asi la ventaja de sedalar el mismo fenbmeno denoted por sectlarizacion, pero «desde un punto de vista inmanente sin ennnotacionas derogntoriase? ‘Las observaciones de Blumenberg —de cuya extraordina- ria abundancia de referencias no es posible, naturalmente, dar cuenta aqui— coatienen sin dda una indi valor: I de. considerar paradigmsticamcate dos tesis, Ia de la secularizacion y la de legitimidad, come ‘utoafirmacion del sujeto moderno (y en este sentido pueden verse nuestras considersciones gencrales desarvolladas ca el ‘capitulo segundo). De a compleja estela de str argumentacton srgen sin embargo algunos problemar notables, que @ muce, ‘xo modo de ver han quedado en suspense y requicren, por {anto, una profundizacién ulterior: en primer lugar, tanibien legitimidad es una categoria juridica, y la extension mete forica de su uso genera problemas no menos delicados que Jos que suscita el concepto de secularizacicn (la iden de mine, Jegitimacién se limits a transferira In subjetividad individual 48 atributos teolégico-poltices tradicionales dela sobera. nla); en segundo lugar, la idea de la modernidad como pre, ‘es0 no tanto de transformacién cuanto més bien de ditghe, ion de las hipéstasis teoldgico-metatisicas (y de todos los codgulos heterénomos de la autoridad) no.es en absoluto ce trafia@ Ta tesis de Ia secularizacién, sino que, por el conte, to, representa tuna vatiante interna de Ta misera, 1a nocién de secularizacion se define hoy correntemente ‘Por parte de quienes se vinculan a la concepcion webcrians fn el campo socioppolitologico— por referencia» wes erinen ‘ios fundamentates: el principio de la acid clctiva (6 prin ipio de is autodecision individual); el principio de ln dife, enciacién y especificacién progresivas (que abarca papeles, sfatus instituciones),y el principio dela legitimacion (enten, dda como recunocimiento 6 incluso como instituclonaliercey del cambio)* Una definicién ast tiene dos implicastonce sae Famente acordes con el andlisis de Blumenberg. La primera se refiore a la cuestion de la individualizacion, sgnifiande este érmino el surgimiento progresivo dela. sutsdclermiasiss m ae hn econsciencia de si mismon: este aspecto epee eh encima fn ne subjetivdad ‘eet sable laine de separaclon ; ra pr tanto, de ccomsrts ia Yealda soil ene ona ora alk cea Se ae ne oe eite tasado en reliciones de orden contar: Be ae mrteectat Se eadate ete Seti aude en eae tty one peas ter tence % ‘a In célebce distincién weberiana— de tipo peckeel sa es io tee ieee Uc ancien ei tae te ao re secularizacién y aumento de complejic «mune Se 9 ne me cece Iota Erin ve ota a ontop tin star Se mtn eo Tanreaadoea sta orcoacon cabe advert i ulla. pro ee ee ae head eae ee ras Le apes terrp clare mete Seeds ean ara settee sccm Se reer err Feces tnalicamente ya veces idenincabes concreta Sea cain 2 item toa coe eee ee ee Hee es ls es er a rr de larizacién (substancialmente coincidente con Ia tesis de eS eee eae Se SET Meee Sac hai SEL yea ete Ine en a ie ct alae, Paeseet Hoe ec ee Sada ench en comin, cavo el hecho de. gor todas clas ce ee ae Se oe eth SENT ar tpo tnsaenn a ecg EE oe say Sie CT Pen i nln Soke Heat naka gran Sate es ls egiey emer aa ep peg 3 i) a as | misma moneda: una mira en ta direccién del resultado final del proceso, y la otra en la de su feconduselén genealégice: Ja una es ciencia de las consecnencias, la otra, flosofla del ‘rigen, En sentido transversal a esta concordia discors se sitGa Ta gama de las actitudes valorativas con que se conside- rm el proceso de secularizacion Ia tesis de la secularizacion puede servir tanto para formular un juicio optimista sobre el Presente como un juicio pesimista (empleando ademas el mis- ‘mo elenco de ejemplos); para exaltarlo en detrimento de un pasado de fanatismo y oscurantismo felizmente superado (Y fn este sentida el concepto pudo servit de emblema pars Ia Secular Society y la Deutsche Gesellschaft fir Ethische Kul. tur) o para denigrarlo como «resultado de una tradicién que, «en sentido cristiano o incluso en otf dstinto, es considerada mejor que un presente absolutamente falto de postbilidades positivase." En un contexto asi la funcidn polemiea desem Betiada por el concepto de secularizacién en'In Kulturkampf el siglo pasado reaparece pero vuelta del reves: en lugar de apuntar a un progreso historico universe! el término se halla ahora en el centro de una teorfa de la decadencia pro. ‘gesiva, que abarea en su critica todo el conjunto de los va. lores de la Modernidnd. Alas dos perspectivas de interpretactén (y a las dos orien taciones valorativas que las eruzan transversalmente) les sea. ‘pe casi por completo el rasgo earacteristico de la concepcién ‘weberiana de la secularizacién, que muestra afinidades prov fundas con la metacritica del concepto elaborada por la steo- lop de Ia crises de Karl Barth y Friedrich Gogarten- mo es sabido, la categoria «secularizacions,desempenia fen Weber tna funcién central: el modo en que él la willis ermitiria «colocar bajo este titulo todos sus estudios de Sociologia relisiosae! En Weber el antlisi de la secularism, cin se plantea de tal modo que excluye no ya solo cualquier sentimiento o juicio a la vista del proceso (como por lo demas demuestra el iono de angustia con que introduce, al Gnal de la Etien protestante, la celebérrima methiora de fa «jaula de ‘nierro»), sino incluso cualauler inclinacién valorativa que pur diera condiciooar la eficacia y ta claridad. Weber persigue el ‘deal de una profundidad transparente (fitz reunion de ideas contrarias, al parecer): el nexo de secularizacion, racionaliza, ign y Enizauberung se capta hicidamente en su implicacion extrema ~ser «un destino histérico irreversibles— yes acep- {ado como tal. El sdesencantor no implica un mundo dete eee dotnet ot kant er cates ee Shere Senate tac case uaaanir SRR aE Te atatee oats Simmer bee feet aces tee Se ease age erect Semoun ch deme arnet i iad ar aoa reco bans mate rec a mo at poten err tesmerncd air festa) mundo scundo b ddo iogar en dot Se cece = ida— a una actualizacién sustancial del estatuto tedrico ar eee ji i en at dog i eee er seein itech setsrienes atin ae icc sichammne' manana de ln rellgosidad: Con todo, uaa dialektische Theologe debe Pade ketene Set near ae or Seer ons msteaenlemr plete iaitrcae macmunearsrm fiobeer renenemoee cee oe eee a Dromoverla, tino que, por el contraro, tatan de desenmas rine ecu Gena em nee he cro ge eerie tote eee nmr ye ht henna atone ier cre, meee cote beter shapers mat nan ae oe ee ee tet phere caer nantes Bae cohen An oe uyfiegaes Bees uN ee ncaa we che ees a larizacién del creyente con el mundo». A la manumisién del problema de la fe del vinculo de la adhesién —nada divina por cierto— a un frente de defensa de la «civilizacién cristiana» corresponde la emancipacién de la tesis de la secularizacion del rigido esquema binario de Jo sagrado y lo profano: la radicalidad del desencanto, de la Entzauberung (en el produc- tivo sentido de la desilusién barthiana: «Donde estén las ventanas del mundo divino que se abren sobre nuestra vida social? ¢Quién nos autoriza a obrar como si existieran?»),”” no disuelve la dimensién de la fe, sino que, por el contrario, la condiciona para que pueda expresarse en su pureza, De esta redefinicién teorética del problema depende estre- chamente el sentido radicalmente nuevo que atribuye Gogar- ten a la vieja distincién entre secularizacién y secularismo: si a secularizacién es «la consecuencia necesaria y legitima de la fe cristiana» el secularismo en cambio es s6io una ex- Presién «degenerada» de ella. Secularismo es una actitud que Pretende «invadir el campo que corresponde a la fex, actitud que, bien mirado, nada tiene de profana, pues, al alimentarse de la creencia en el cardcter «omnidecisional» de los criterios politicos 0 culturales, eleva el mundo a la dignidad de lo abso- Tuto 0, en otras palabras, lo sacratiza.” Al confrontar posiciones ideales tan distantes como la de Weber por una parte y Ia de Barth y Gogarten por otra se pone de manifiesto la incongruencia del modelo sagrado-pro- fano para significar la problematicidad del concepto de secu- larizacién (para el que se podria repetir, con Hofmannsthal: «No hay nada sagrado que sea puramente espiritual>). Los efectos de esta incongruencia no son sdlo limitadores sino incluso desorientadores, ya que un socidlogo como Alain Tou- Taine ha podido escribir lo siguiente: «Es peligroso hablar de secularizacién cuando las sociedades industrializadas, como as que las han precedido, estén orientadas por un modelo cultural. Este es hoy practico y no ya metasocial, pero no por ello es menos sagrado. E] progreso es un modelo cultural mas Préctico que Dios o el soberano; sin embargo, todo Io que toca se convierte en sagrado. Incluso si se admitiera que las sociedades posindustriales en formacién tienen el equilibrio ‘como modelo cultural, habria que decir que el equilibrio es contemporaneamente objeto de culto y punto de cita de las Juchas sociales fundamentales.»® Nos hallamos aqui ante un caso tipico: se pretende rechazar Ia categoria de seculariza- cidn aduciendo precisamente aquellos temas que por el com 28 ieee trario deberian inducir a mantenerla o a profundizarla. Seme- jante equivoco es tanto més curioso y sorprendente cuanto procede de un estudioso a quien justamente le corres- \de el mérito de haber intuido, hace pocos afios, la necesi- dad tedrica de desplazar el centro de gravedad de Ia investi- gacién sociolégica det par orden-onflicto a la genealogia de Ia Modernidad: «La question gui domine tes sociétés indus- trielies n'est plus: comment Vordre social fonctionne-+til? Mais: comment avonsnous inventé la modernité? Pourquoi TEurope occidentale est-elle devenue le berceau du progres, de la révolution industrielle, de ta conquéte de la nature par homme?» “También es posible dar la vuelta andlogamente a los argu- tnentos —a la luz de las I{neas de profundizacin sumaria- mente descritas antes— respecto de Ia liquidacién del concep- to de secularizacién realizada por Blumenberg: precisamente In exigencia de rehacer Ia historia de la Modernidad en térmi- nos de una arqueologia, de un no-pensado, en el que los acto- res sociales son todavia actuados, postularia, en buena légica, una reelaboracién y una reevaluacin fundamentales de la Sikularisierung, en la perspectiva de rastrear los eventuales nexos.que Ia vinculan a la constelacién de la Legitimitit y de la Selbstbehauptung. Dicho en pocas palabras: habria que examinar si —y en qué medida— la propia dimensién t{pica- mente occidental de la cautodecisién» y de Ia econsciencia de Sf» dependen —no ya también sino sefaladamente— en el mundo moderno de modelos conceptuales, cédigos simbdlicos ¥ cuadros metaféricos de heterointegracion de los sujetos. ©, més puntualmente, si y en qué medida la clave de este mecanismo de heterodeterminacién no esta més bien en los pilares categoriales portadores de la modernidad: «progre- so», «revoluciéns y (concepto moderno par excellence) «libe- racién», 0, mas precisamente atin, en el rasgo que los pone en relacién y los fundamenta: la forma de la temporalidad propia del Occidente moderno, 2. LA LINEA Y El CIRCULO: LA CONTROVERSIA SOBRE «TIEMPO PAGANO» Y «TIEMPO CRISTIANO» La idea de proceso resolutorio, implicita en la estructura categorial de «progreso», «revolucién> y «liberaciéns, postu- F) ta una forma de la temporalidad que no puede derivarse sic et simpliciter del esquema heideggeriano de la «historia del nihilismo y de la metafisica> porque introduce un elemento de Solucién (aunque no se entienda como un auténtico y verdadero Fin, sino como una linea de tendencia del movi tmiento histérico) que resulta desconocido para la intuicién cldsica del tiempo. El tiempo peculiarmente moderno seria pues el resultado no ya de una continuidad sino de una rup- tura; lo que en él se Seculariza no es, por tanto, un Principio que ha tomado nervio en la Aufklirung de Occidente, sino, més bien, la idea de coxatov propia del mensaje de redencién judeo-cristiano. Tal es, muy esqueméticamente resumida, la tesis funda- mental sostenida por Karl Léwith en sus trabajos sobre el sentido de la historias” En el presente libro se ha inten: tado argumentar en varios lugares (particularmente en el ca- pitulo primero) que dichos trabajos tienen una importancia no simplemente historiogréfica sino filoséfica stricto sensu. La tesis de Léwith ha sido objeto de numerosas criticas, algu- nas de las cuales (como la del propio Blumenberg o la de Jiirgen Habermas) se hallan incluso fuertemente articuladas y argumentadas. No obstante, el intento de refutacién més rico y fundamentado procede, a nuestro juicio, de un estudio- 30 italiano de gran relieve (no sdlo en el campo de los estu- dios .clisicos) como es Sandro Mazzarino2 Se examinardn pues, r4pidamente, los puntos fundamentales de Ia critica de Mazzarino a la’ posicién de Léwith (y con ella a las de Oscar Cullmann y Rudolph Bultmann) * dado que parecen ser los que representan mejor la actitud historicista respecto de Ia cuestin del tiempo. «Buena parte de la investigacién moderna —escribe Mazza. rino— [...] ha hablado, siguiendo a Agustin, de una tempora- Hidad circutar pagana frente a una temporalidad lineal judaica y posteriormente cristiana. La temporalidad pagana consistirfa fen la doctrina del Eterno Retomo; la judaica y cristiana, en una linea que en el cristianismo (0 sea, en la época medieval y modema) tiene como punto de referencia la Parusia, ex- Presdndose en el cdlculo de los afios ante Chrisium natum y post Christum natum. La temporalidad judaica y cristiana daria un sentido a la historia; en la temporalidad pagana la historia no tendria significado propio porque todo retorna enteramente.»® Pese a reconocer que «algo hay de cierto en Ja doctrina de Léwith, segin la cual el pensamiento histérico 30 ea giiego (a diferencia del moderno) no concibié ta presencia det Jogos en los prégmata histéricos» * Mazzarino omite destacar Ia peculiaridad de la actitud de Léwith respecto de las de Cullman y Bultmann (cuyas posiciones, en cambio, diferencia Gon precisién): esa-peculiaridad consiste en que para Léwith hegar a Ja Zeitauffassung cldsica una idea, en sentido moder- no, del Sentido de la Historia no implica juicio de valor negs- tivo alguno, sino, por el contrario, una apreciacién altamente positiva de aquélia, Por otra parte, aunque es indiscutible que ‘imagenes como ciclico y lineal no pasan de ser imégenes»,” Ia responsabilidad del uso de las metéforas geomeétricas a pro- ito de la cuestién del tiempo no puede atribuirse cierta- mente a las célebres expresiones agustinianas contra los fal- ‘sos ctrculos paganos, sino que procede de los textos del propio ‘Aristételes (0 de derivacién aristotélica): «El tiempo parece ‘sér el movimiento de la esfera, porque este movimiento es el que mide los demés movimientos y mide también el tiem- po [...] y también el tiempo parece ser una especie de circu- Jo [J por lo que decir que las cosas generadas constituyen ‘un circulo es decir que hay un circulo de tiempo.» Volviendo a la critica de Mazzarino, hay que apuntar en Seguida que sigue una I{nea argumental extremadamente com- pleja, valiéndose de una riqueza de referencias extraordinaria. ‘Al no poder dar cuenta de ella integramente por razones ob- vias, nos limitaremos a examinar sus pasajes més importantes para la clucidacién del tema de este libro, pasajes que han sido libremente ordenados aqui bajo dos voces. En primer lugar, la distincién entre una versién cosmo- J6gica y una versién histérica del Eterno Retorno, Esta dis- tincién, pasada por alto muy a menudo, tiene una funcién decisiva precisamente en la perspectiva de una comparacién entre la concepcién pagana y la concepcién cristiana de la Parusia. Mientras que Ia doctrina cosmologica del Eterno Retorno —en las escuelas que la han sostenido coherentemen- te (principalmente pitagéricos y estoicos, excluyendo la ten- dencia de Panecio)— implica la idea de una destruccién del ciclo dé1 mundo y de su puntual repeticién en toda la serie de sus acontecimientos, la doctrina estoica (tal como se pre- senta, por ejemplo, en Durides) contempla el milenario Retor- no como un recorrido que no supone la identidad de un ciclo y el siguiente (Durides fue un peripatético, y el Peripatético como asertor de la eternidad e incorruptibilidad del cos- mos— se oponia decididamente a la doctrina estoica de la 1 generacién y 1a corrupcién). A esta segunda versién de la doctrina del Eterno Retorno corresponde la palingenesta por excelencia de la antigiiedad: la égloga IV de Virgilio. Aqui el retorno de un nuevo Tifis y de un nuevo Aquiles es entendido ‘como el comienzo de una cetas absolutamente nueva, como un novum seculum: «El jadi, en suma, no implica identidad plena del Retorno; por el contrario, en cierto modo la excht- ye»® En sentido contrario, en la «segunda epistola de Pedro —definida por Mazzarino como «el documento mis interesan- te de la polémica sobre la Parusia (sobre cl tiempo escatolé- gico, por tanto) en el cristianismo antiguo>— la polémica contra los negadores de la Parusia tiene lugar, precisamente, sobre la base de una versién cosmolégica del ciclo de las des- trucciones y las regeneraciones: «A la vista de esta segunda epistola de Pedro no puede decirse que el cristianismo antiguo sustituya una Zeitauffasung ciclica por otra lineal [...]. Si acaso, y en rigor, deberiamos decir que por un lado hay cos- mologias con Zeitauffassung cfclica, con inicio y destrucci6n de los cosmos, como la estoica (salvo Panecio) y la cristiana de la segunda epistola de Pedro, y, por otro lado, hay cosmo- Jogias con Zeitauffassung mAs 0 menos lineal, como Ia peri- patética, que en realidad niega el origen y destruccién del cosmos.» El segundo tema es el relativo al entrelazamiento entre el componente esacro» y el componente «profano» de Ja intui- cién clisica del tiempo. Est4 subordinada a él la cuestién de Ja relacién entre los dos términosconceptos con que los griegos designaban el tiempo: xpovoc y auv. La idea de auiv se genera por la confluencia de dos aspectos de 1a temporalidad, el de duracién y el de fuerza vital. En la fenomenologia de Ja in- tuicién del tiempo propia del vocabulario indoeuropeo * ocu- pan un lugar destacado dos raices vinculadas a la idea de duracién: la raiz de la que se deriva el nombre de la diosa britdnica Setlo-cenia y el latin sceculum, y aquélla de la que proceden precisamente ausy y el término latino evum. El sig- nificado cosmolégico asumido finalmente por ambos términos, saeculum y auycevum, depende del hecho de que la idea de duracién se vincula a una extensién metaférica del con- cepto de crecimiento del tiempo: La delimitacién de la dura- cién no es sin embargo cooriginaria del término (originaria- mente éste sélo posee la intuicién del tiempo como tiempo vivido), sino més bien consecuencia de una caracterizacién seméntica posterior y gradual: si en Homero y en Herodoto 32 Awy sirve para expresar el tiempo de la vida humana, en Herdclito es ya el chiquillo que se divierte con los guijarros y ereina jugando», en Empédocles es un indicador de los tervalos de época, y asume finalmente, con Platén, el signif- cado de eternidad atemporal. Si la indicacién seméntica de ‘aww coincide con el tiempo vivido, la de zpoveg coincide con el tiempo medido, aritmético (por la misma razén pov es para los griegos una enfermedad pasajera mientras que awww es en cambio la enfermedad que nosotros los modernos le mariamos erénica). Si en los Herdcledas de Euripides Aw es presentado como hijo de Keovos (pero aqui hay que consi- derar la gran importancia que cobra la imagen de Chronos- Kronos en torno al 600 a.C.), en el Timeo platénico se con- vierte en el modelo viviente (cimagen movil de la eternidads), dela que Xpovoc representa una imitacién xaz’ apiCyov, segtin el mimero, y el De colo de Aristételes llega a significar el cumplimiento de todo el ciclo del Xpovoc de cada hombre. Cabe afirmar por tanto que awy y Xpoves presentan en Pla t6ny Aristételes «una acepcién conforme a Ja intuicién seman- tica griega de estas dos palabras, proyectadas en sus respec- tivos sistemas filoséficos».¥ Las vicisitudes del origen y de la interdependencia seméntica de estas dos intuiciones distintas darian as{ para Mazzarino una demostracién probatoria de la necesidad no sélo de considerar interrelacionados el «tiempo ciclico» y el «tiempo rectilineo» sino también de la de elabo- Tar una teorfa de Ia interferencia entre «tiempo sagrado» y tiempo profano» (Eliade), temps des dieux et temps des hommes (Chatelet)* Estas puntualizaciones de Mazzarino son de gran utilidad € incisividad precisamente en Ia medida en que sirven para prevenirnos contra un abuso de las metéforas geométricas, ‘que conduce inevitablemente a polarizaciones teoréticas insos- tenibles. Sin embargo, también parecen, mas que una refuta- cidn 0 liquidacién de la tesis de Léwith, una invitacion a nuancer de diversas maneras y a articular analfticamente los términos de la cesura. Numerosas cuestiones admitidas en este lityo de Mazzarino suenan, por otra parte, como una confirmacién indirecta de la hipétesis de Léwith: nos refe- rimos particularmente a la afirmacién segin la cual ela anti- gliedad clasica tuvo ciertamente un sentido de época, pero siempre delimitado en el espacio»; * 0 bien a aquella otra que refiere las razones del limitado uso de maquinas en el mundo antiguo al hecho de que «la cultura clasica [...] es contempla- 3 ES tiva, y en ella la intuicién técnica tiene predominantemente tun valor teorético puro». Sin embargo, el quicio del malen- tendimiento substancial de ia posicién de Léwith se halla en ‘un pasaje muy determinado del andlisis de Mazzarino: el pa- saje en que se reconstruye la polémica de Plotino «contra los gnésticos». Segtin Mazzarino, Plotino contemplaba el con fraste entre espfritu pagano y espfritu cristiano como «un contraste entre quien ama el mundo (la historia, dirfamos nosotros), pese a todas sus desigualdades, y quien no lo ama, predicando su fin y con este fin el de las desigualdades>” To desviado del razonamiento reside, a nuestro modo de ver, en la identificacién de amor por la historia (o sea, sentido his- t6rico) y doctrina de la eternidad de! mundo (que se hace coin- cidir, por otra parte, con una idea lineal del tiempo). Ahora bien: para Léwith la raiz, el fundamento oculto de la idea moderna de Historia se halla precisamente en el desprecio cristiano por el mundo; y aunque ese desprecio, una vez secu- Jarizado, no aparece como tal, conserva a pesar de todo la herencia de su origen en la idea de una inestabilidad y plas- mabilidad constitutivas de la realidad historica: ésta yo no ‘es un en si (como lo era el mundo para los griegos: objetivo, incorruptible, eterno), sino un para nosotros; solamente existe para ser transformada y como proceso de transformacion Jncesante. La forma de la temporalidad que sirve de tel6n de fondo a esta idea de la historia-proceso es, como ha sefialado Cullmann,” Ia de la unicidad absoluta del acontecimiento. Este tiempo de irreductible e irrepetible unicidad sirve de presupuesto de la idea de redencién. Por lo demés, el propio Mazzarino admite que la idea de la «plenitud del Tiempo» (expresidn griega que puede encontrarse en el propio Platén) ha «transformado el mundo antiguo» efectivamente al entre. cruzarse con la predicaciOn cristiana. Esta ha asumido asi el Glcance escatolégico de la «plenitud de los tiempos» como “cumplimiento del xaipog», y «el sentido griego del tiempo ha Tegado a encontrarse, de este modo, con la espera mesidnica del judafsmo»! Sin'embargo, Mazzarino evita plantear la cuestién fundamental implicada en este encuentro, esto est si comporta una coniaminatio o un enriquecimiento genérico, © si mds bien se trata de una metamorfosis fundamental de a intuicién del tiempo. Resulta sintomatica en este sentido Ia inclinacién de Mazzarino a infravalorar el significado de la reflexion agustiana: precisamente con Agustin la dimension temporal del kairds empieza a desplegar sus virtualidades pe- M4 riodizadoras. En este sentido i . En es podemos decir que nos halla- ‘mos ante una fase inicial y sin embargo deci va de la soo. rizacién del tiempo escatolégico como tiempo hist6rico, cuyo indicador esta representado —segtin se intenta demostrar en el capitulo primeto-~ por Ia génesis del concepto de sinteri- i» y por el cardcter eminentemente practico wpieza 2 tomar ia diferencia internoexterno. 7] 3. «EN QUETE DE LA GNOSE» La cuestién de la gnosis ha sido siempre referencia obli- gada para todo intento serio de reconstruccion de la orqusole gia de la Modernidad. Sin embargo Ia referencia a la gnosis hha suscitado en algunos casos auténticos cortocircuitos ge- nealogizantes. La gnosis ha acabado por significar asi no solo el lugar genético remoto sino incluso la causa directa de to- dos los males y perversiones del mundo moderno: éste ha- bria tomado prestadas sus categorias principales del tiempo gnéstico y no del tempo mesianico judeocristiano; en par- ticular, habria tomado de la gnosis Tas categorlas més radi cales, las ideas de autodecisién individual, liberacién y re La tesis del gnosticismo como «caracteristica de la mo- demidad», propuesta por Eric Voegelin en sus trabajos —par- ticularmente en The New Science of Politics (1952) y en Wis- senschaft, Politik und Gnosis (1942)—,® estd contenida en el concepto de inmanentizacién. A diferencia del cristianismo y del judaismo, lo peculiar de la actitud gnéstica no estaria fen realidad tanto en el énfasis dado al eoyerov como tal sino més bien en su introyeccidn existencial: «El intento de hacer Jamanente el einificado de la exstencia ec en substancia ol le garantizar a nuestro conocimiento de lo trascen- dente un asidero més sélido que el permitido por la cognitio fidei, el conocimiento de la fe; las experiencias gnésticas ofre- cen este asidero més s6lido porque dilatan el alma hasta el punto de incluir a Dios en la existencia del hombre.» © En esta inmanentizacién e introyeccién del eoxatov estd pues el origen de esa idea de .® Desde este punto de vista la «attitude gnostiques parece retomar la del helenismo, aunque con la unica y decisiva di- ferencia de que donde los griegos descubrian la imagen ne~ cesaria y verdadera de {a eternidad Ia gnosis descubre en cambio caricatura y mentira. Consiguientemente la gnosis no puede concebir ni lo puramente temporal del cristianismo ni Jo puramente atemporal de la filosofia griega: absorbe ambas dimensiones en lo mitico y las trata miticamente. Puech de- fine esta estructura mitica como una especie de atemporal articulado: en ella el mundo inteligible del Piéroma pierde su inmutabilidad para convertirse en el teatro de las muta- 38 {bles aventuras de los Eeones, mientras que los acontecimien- ‘ws concretos de la duracién histérica se transforman en so- s, cos 0 simbolos de las aventuras de este drama sin ‘Fempo. Pese a correr el peligro de parecer un hibrido o un Eeoncept batard>, el tiempo mitico de la gnosis no es en rea- dad, segin concluye Puech, «ni grec ni chrétien, mais répond ‘dune attitude spécifique, autonome.s” ‘eA condicién —-y sélo con la condicién— de tener en cuenta esta «actitud especifica» y de una transaccién continua entre doyas y mwtes que marca profundamente la propia intuicién del tiempo. 4, «IMAGEN DEL MUNDO» Y FIGURAS DEL TIEMPO En una obra dedicada a Ias relaciones entre la ciencia y el mundo moderno, Alfred North Whitehead ha afirmado clara- mente,la impensabilidad de la génesis de la actitud cientifica que caracteriza hoy al «esptritu europeo» sin referirse a los principios de la teologia cristiana: «Cuando comparamos el ‘tono del pensamiento europeo con el aspecto independiente de otras civilizaciones tenemos Ia impresién segura de que el Primero se ha originado a partir de una fuente tinica. En Tealidad no puede provenir més que del concepto medieval 39 que insistia en la racionalidad de Dios, a quien se atribufa Ja energia personal de Jehova y la racionalidad de un filésofo griego.» ® ¥* Ms puntualmente incluso, en un escrito que lleva el significative titulo de Lorigine chrétienne de ta science moderne Alexandre Kojéve establece una relacién entre el cardcter scalculistay de la ciencia moderna y el dogma de la encamnacién: «Si un dios ha podide encarnarse y padecer, entonces también las abstracciones ideales de la matematica pueden ser susceptibles de medida en el mundo material» No se pretende seguir con este tipo de consideraciones, introducidas con el tinico objeto de mostrar que la tesis del sorigen cristiano de la ciencia moderna» se ha difundido en ambientes culturales muy distantes entre si aunque siempre significativos. El problema —claramente presente en Weber— del por qué y no ya del cémo la ciencia moderna sélo ha po- dido nacer en la Europa cristiana en realidad no constituye Ynicamente el objeto de una querelle historiogréfica (inclu- yendo la relativa a la llamada chistoria externa» de la ciencia) sino que mas bien hay que afrontarlo en términos rigurosa- mente filosdficos y conceptuales. En este sentido, al discutir la cuestién de Ja imagen moder- na del mundo hemos asignado a Ja posicién heideggeriana el lugar y la amplitud que en justicia le deben corresponder en cualquier consideracién seria del problema. Pues permite en- focar dos aspectos decisivos: el de Ja «representacién produc- tivas y el de lo Moderno como espacio connotado por la per- sistencia de la metafisica. El primer aspecto remite al rasgo de Tuptura que posee la ciencia moderna, basada en el prin- cipio practico-productivo de la calculabilidad y manipulabili dad del mundo frente al feueetv clisico; el segundo, al tema de la ineliminabilidad del fundamento, esto es: al hecho de que la afirmacién del cardcter productivo de la «tepresenta- cidn» (que permite Ia reduccién del mundo a Bild, a imagen, y de la cosa a Gegen-stand, a objeto que esté-frente al sujeto) no resuelve los términos del problema del fundamento sino que simplemente los desplaza remitiéndolos a la esfera del Cogito. De ahi Ja clara divergencia que se abre entre el con- cepto de imagen y el de vision: la solius mentis inspectio car- tesiana abre camino a una idea de Sustancia- subjectum no ya ‘como vaoxeizevov 0 como ovoia y forma del ente, sino como Ego del Cogito. La ciencia moderna, a diferencia de Ia enornun clasica, es ciencia de cogitata, de entes constituidos y produ- cidos desde el entorno del Cogito. En el circulo perfilado entre ” productividad y fundamento, devenir y presupuesto, muta- cién y substrato, forma y sujeto, el principio de constructivi- dad se da junto al de deyeccién en la inmanencia (el Dasein): por ello la historicidad misma se configura como un pro- ducto espectfico de la Metaffsica. Slo cuando alcanza a expo- ner su productividad no sdlo sobre la «objetividad» natural sino también sobre el mundo histérico —no sdlo en el espa- cio sino también en el tiempo— el proyecto de la Razén alcan- zael punto culminante de la «voluntad de poder» La obra de Heidegger se presenta asi como una especie de genealogia forzada, como constriccién a atravesar el espacio semantico con Ia thistoria del nihilismo y de la metafisica> para mos- trar en conclusién la raiz del Rimosso que acompafia constan- temente las vicisitudes de la Ratio y de sus Gebilde: la ine fabilidad del Ser, la intraductibilidad en Aoyog del porqué del Ser. Para calibrar el grado de fecundidad del diagnéstico he- deggeriano al objeto de comprender los rasgos de la Weltbild moderna serfa importante, a nuestro modo de ver, profundizar el discurso en dos direcciones. La primera deberia tender a verificar si los caracteres de «complejidad» (Wittgenstein) y de «pluralidad» (Heidegger) de 1a «imagen del mundo» mo- derna implican consecuencias relevantes también en la estruc- tura conceptual del Cogito: basta pensar en la diferencia en- tre el Cogito cartesiano y el de Pascal, o en los distanciamien- tos bruscos, en materia de racionalidad o de potencia del Su- jetoForma, resultantes de cotejar a Descartes con Spinoza 0 al primero con Vico. La segunda direccién —que en parte se-ha intentado seguir en este libro— busca en cambio la de- terminacion del surgimiento de una nueva idea de temporali- dad (en el sentido modemo de historicidad) mediante el and- isis del cambio de las figuras y metéforas que acompafian la génesis de la Weltbild en el siglo xvi. El carécter central del estudio de la metéfora para este siglo revela no sdlo una gené- rica exigencia de integrar interdisciplinarmente la indaga- cién filoséfica con la histérico-artistica 0 la histérico-literaria, sino incluso la de sefialar la naturaleza de paso-limite de este discutid perfodo, en el que la interferencia de la experiencia temporal sobre la representacién espacial y Sigurativa alcanza un punto critico. Como cualquier fase de paso y de transicién cultural, también la representada por la Welzbild del siglo xvit pone al desnudo una descompensacién Iégica, una grieta en la forma dominante de Ja racionalidad. A través de ella irrumpe 4 la metéfora, que se vale siempre del material figurativo legado por la tradicion. De ahf una primera advertencia: para una semintica meta- forol6gica correcta no cuentan las figuras-objeto como tales, sino més bien su posicién funcional en el contexto de la ere presentacién». El 4mbito de la metéfora —entendida en la acepcién barthesiana de figura sin vector, o figura que se mue- ve circularmente— desempefia, a caballo de los siglos xvr y xvi, un papel ciertamente particular: el de reflejar la preca- Tiedad de una representacin equilibrada de la figuralidad espacial en una fase de transformacin radical de la intui- cién social del tiempo. No es una azar que un historiador tan sensible y agudo como Edward P. Thompson se refiera, para mostrar el cardcter crucial de este trénsito, al cambio de ‘escena que se produce en el interior del teatro isabelino: «EI reloj sube al escenario isabelino, convirtiendo el tiltimo soli- loquio de Fausto en un didlogo con el tiempo: “ain se mue- ‘ven los astros, el tiempo corte, el reloj va a sonar’, El tiempo sideral, presente desde que empezara la literatura, se ha tras- ladado, en un solo movimiento, de los cielos al hogar. La mor- talidad y el amor se sienten con més intensidad mientras “el Jento avanzar de la manecilla en movimiento” cruza la esfe- ra, Cuando el reloj se lleva alrededor del cuello descansa pro- ximo a los latidos menos regulares del corazén. Las conven- cionales imAgenes isabelinas del tiempo como tirano devora- dor, mutilador y sangriento, como segador de guadaiia, son ya antiguas, pero tienen una hueva inminencia e insistencia.» © ‘Naturalmente, es posible argumentar que este «cambio de ‘escena» va acompafiado sin embargo de una presencia perdu- rable de la esfera y del ciclo (que se proyecta mucho més alld del siglo xvit): pero la presencia como tal, se ha dicho ya, no se halla por s{ misma en situacién de refutar ni de ‘confirmar tesis alguna En realidad tales metdforas habian empezado a perder su funcién desde el Renacimiento, como hhan mostrado las investigaciones iconolégicas de Erwin Pa- nofsky,” en la medida en que ya no estaban en disposicion de desarrollar la funcin paradigmdtica que desempefiaban fir- memente eo Ja cultura clisica (cuando designaban la forma de la temporalidad propia de los acontecimientos del mundo sublunar). A través de lo que Panofsky denomina una «rein- terpretacién» de la imagen cldsica de Xpovs, la iconografia renacentista creé segin este autor una nueva tipologia figura- tiva: la del «Padre Tiempor, La metamorfosis de la figura del R tiempo en la época del Renacimiento manifiesta «la intrusién de rasgos medievales en una imagen que, a primera vista, parece de cardcter clasico, e ilustra la conexién entre la mera iconografia y la interpretacidn de significados intrinsecos o esencialess* Donde el arte clisico representaba el Tiempo ‘inicamente como Oportunidad huidiza (xas0c), 0 como eter- nidad creadora (aww), el arte del Renacimiento suministra el nuevo «tipo» del Padre Tiempo por medio de una fusion de la representacion escoléstica medieval del «Temps» y la an- gustiosa y siniestra imagen de Saturno (un ejemplo de tal fusin lo dan las ilustraciones de los Trionfi de Petrarca). De ello resulta, pues, una representacién del Tiempo como edax rerum, Devorador y Destructor: «Sélo al destruir los falsos valores puede el Tiempo cumplir su misién de desvelar la verdad. Sélo como principio de cambio puede mostrar su poder verdaderamente universal. En este sentido, incluso las Tepresentaciones del Tiempo de Poussin se diferencian:de las clasicas, ya que no niega los poderes destructores de! tiempo ‘en favor de su poder creador, sino que funde en una unidad Jas dos funciones opuestas. Incluso en él la imagen del Tiem- po sigue siendo una fusién det Aién cldsico con el Saturno medieval.» ® El aspecto figurativo y metaférico cobra atin mayor im- portancia para enfocar el status de la cuestién del tiempo en el siglo xvit. Por lo demés, Jean Rousset, uno de los més des- tacados historiadores del Barroco, sefiala que la metéfora es el «punto neurdlgico» de la cultura de este siglo.” Frances- co Orlando ha retomado en un libro reciente’ los andlisis de ‘Rousset para plantear una cuestién decisiva: gcémo explicar Ia contemporaneidad de una cultura artistica y literaria basa da en la metéfora como «reina de las figuras» y los progresos de una ciencia nueva que, desde el Saggiatore de Galileo has- ta las Provinciales de Pascal, rechaza decididamente los pro- cedimientos analdgicos? «La hostilidad de la nueva ciencia hacia Ia metdfora —escribe al respecto Rousset— no debe sorprender, puesto que rechaza el sistema de la analogia uni- versaly de las correspondencias entre microcosmos y macto- cosmos, sistema que constituye el fundamento ontolégico de la metafora.»” Por otra parte, el destino paradigmatico, por decirlo asi, de la metéfora estaba ya echado si se piensa en el resultado de la querelle des anciens et des modernes, de la que sale liquidado e] paradigma clasico de la mimesis Desde este punto de vista, el andlisis de las constantes barro- uc ‘eas realizado por Foucault en Les mots et les choses es sin mis tributario de Rousset: «Al comienzo del siglo xvrt, en el periodo que con razén o sin ella se ha llamado barroco, el Pensamiento deja de moverse en el elemento de la seme- janza, La similitud no es ya la forma del saber, sino més bien la ocasi6n del error, ei peligro al que se expone cuando no se examina el lugar mal aclarado de las confusiones.» * Bastar4 recordar para confirmarlo la critica de la semejanza realizada por Bacon (en el anilisis de los idola de la caverna y del teatro) y Ia de Descartes en los primeros pasos de las Regulae.® La liquidacién del paradigma analégico es posible, en el interior de la Weltbild cientifica de la modernidad, al aislarse una operacién de confrontacién mas poderosa y abs- tracta; ciertamente, la semejanza queda excluida como expe- niencia fundamental y forma primera del saber (al demostrar- se que constituye una peligrosa fuente de error), pero esto 8 as{ sobre la base de una operacién conceptual particular ‘que podemos definir como generalizacién del acto de confron- tacién, De este modo la ratio se constituye como criterio com- pensador de las excedencias, como criterio de conmensurabi- lidad, Cualquier acontecimiento, aspecto y contexto serd ana- lizado en adelante en términos de identidad y diferencia. Y ello tiene lugar por el procedimiento de la comparacién entendido su forma pura. A través de la comparacién volvemos a en- contrar la figura, la extensién y el movimiento. Gracias a ella estamos en situacién de representar el mundo en términos de medida y de orden* Pero, ecémo es posible que semejante prestacién cognitiva —que no es una intuicién (que por s{ misma sélo puede dar de s{ una evidencia aislada) ni una deduccién— tenga el caréc- ter de una verdad? Descartes responde que «casi toda Ia indus- tria de Ja raz6n humana consiste en despachar esta opera- cién».” Crear orden via la medicién significa analizar lo seme- jante segun la forma calculable de la identidad y la diferencia. Nos hallamos aquf en el corazén teorético del problema del ‘orden del siglo xv11 (que condiciona simulténeamente la idea de ciencia y la de politica). La forma que expresa este proble ma es ahora la de la zatnoic, entendida como capacidad de cuantificar, racionalidad capaz de producir una determina- cién cuantitativa de las relaciones entre las cosas. Foucault Uega pues, en historien, al mismo resultado al que habfa llega- do en philosophe Heidegger: «Todo esto ha sido de gran im- Portancia para el pensamiento occidental; lo semejante, que ” durante mucho tiempo habia sido una categoria fundamental del saber —a la vez forma y contenido del conocimiento—, ega a disolverse en el interior de un andlisis realizado en tér- minos de identidad y diferencia; ademis, ya sea indirectamen- te, a través de la medicién, ya directa y casi automAticamente, Ja comparacion se refiere al orden.» El carfcter que llega a asumir este orden no es el de la objetividad sino el del con- vencionalismo: «La comparacién ya no tiene como tarea reve- lar el ordenamiento del mundo; éste se realiza segiin el orden del pensamiento y on cl proceder natural de lo simple a lo complejo.» ® ‘As{ se explica la aparente paradoja de la convivencia de cri sis de la semejanza y omnipresencia de la metéfora en el si- glo xv1t. La edad de to semejante ha quedado superada, y pre- cisamente por esto puede dar lugar al s{mil como juego, como puesta en escena de Ia similitud: «Las quimeras de ia simili- tud cobran forma por todas partes, pero se sabe que son qui- meras.» ® Se abren las puerias al tiempo privilegiado del trom- pet’oeil, de Ia ilusién escénica, de Ia metaescena; un tiempo que encuentra expresién en el topos del mundo como teatro. Este aspecto alude al cardcter crucial que cobra en el siglo xvit la caracterizacin metaférica de la figuracién espacial mucho mis alld del ambito hist6rico-artistico en sentido estricto. En realidad se incardina aqui el papel desempefiado por el con- cepto de «simulacro» en la literatura politica de la época, 0 la concepcion de la politica como escena artificial: s6io en tér- minos teatrales se puede producir la analogia entre cosmos ¥ construccién politica, cuyo orden tiene un cardcter fundamea- talmente racional-convencional El nacimiento de la politica moderna se caracteriza pues por la exclusién de cualquier espacio de rescate y de «reden- ign» (como el que habia alimentado, entre los siglos x1v y xz, los motivos simbélico-figurativos de una literatura poli- tica encaminada a soldar los momentos de la exégesis biblica y de la profecfa del advenimiento de lo Nuevo contenida en ja idea de Renovatio).# La politica, pues, ordena y mide: pro- tege ywgarantiza; «conserva la vida» pero no «libéra». Por es0 es impensable, como sefialé Benjamin, una «escatologia ba- roca»: en su lugar opera un «mecanismo que reine y exalta cuanto ha nacido sobre la tierra antes de entregailo a la muerte». Sdlo asi, a través del dominio de una necesidad ¢s- tatuida —esto es, puesta, convenida, decidida—, puede evitar Ja cuestién del orden el'cortocircuito entre critica y crisis: 45 res artificiates dicuntur vere per ordinem ad intellectum nostrum. Este ajuste del orden realizado por el principio produc- tivo-constructivo y cuantificador de Ia yafnoie queda expues- to sin embargo a las oscilaciones determinadas por el estado de incertidumbre subsiguiente al hundimiento del viejo uni- verso. La incertidumbre no puede ser abolida sino slo mante- nida bajo control, pues el desengaffo de la metaffisica no susti- tuye la intuicién tradicional del mundo por otra visidn na- tural, sino que se basa precisamente en una idea de artificia- lidad-convencionalidad que se potencia en proporcién inversa a la de la evidencia sensible y la experiencia corporal. No es casual que otro topos unificador de la literatura y la ciencia del siglo xvtt sea el representado por el eengafio de los sen- tidos», El Galileo del Saggiatore insiste en las ficciones senso- tiales de lo verdadero y en la ingenuidad retrégrada de fiar- se de ellas con palabras que, segin una aguda observacién de Francesco Orlando, parecen de Tristan L’Hermite™ Y por su parte Descartes, tanto en el Discurso como en las Meditacio- nes, habla de Ia duda y del demonio en unos términos que recuerdan mucho los de la comedia Les Sosies de Rotrou (re- presentada en 1636, justamente el afio anterior a la publica- cién del Discours). En las Meditaciones surge, como ocasién maxima de critica de Ia experiencia sensorial, ese tema del suefio que remite directamente a una obra cuyo titulo parece perfectamente ajustado al topos del mundoteatro: La vida es suefio® Se trata de la obra metafisica sobre el poder par excellence, al describir perfectamente la fenomenologia del desengancharse el poder de Ia palpabilidad sensible: Segis- mundo, baséndose exclusivamente en los sentidos, no logra decidir si se halla en estado de vigilia o de suefio (eni adn ahora he despertado; / [...] / ¥ no estoy muy engafiado, / por- que si ha sido sofiado / io que vi palpable y cierto / To que veo ser inciertos); Ia tinica certidumbre muestra ser la pro- cedente del fundamento ético de la decisién («que aun en suefios / no se pierde el hacer bien»). No de modo distinto al de las Meditaciones, el suefio se convierte aqui en «maestro»: las extrafias visiones de Segismundo le transforman en un rey sabio por estar metafisicamente desengafiado! ‘Como se ha sefialado anteriormente, es posible descubrir en los cambios ocurridos en la gran fase de transicién que va del siglo x1v al xv1t ese disponerse distintamente de la intui- cién del tiempo que abrir paso a un concepto de historia 46 invertido exactamente respecto del significado clisico de istw basado en el predominio del momento teorético (el histori dor como testigo-juez de un acontecimiento).# Esta metamor- fosis es ya perceptible en la progresiva imposicién en las artes figurativas de una imaginacién creatural vinculada al simbo- lismo del tiempo y en el dibujo concomitante del elemento de la fruicién como correlato estricto de la belleza estética. En este sentido, lo Bello del Renacimiento no tiene un valor contemplativo, sino préctico-activo. De ahi el circulo disfru- tarproducir: lo Bello es fruicién; no contemplacién. La fun- ccién sotérica de la imaginacién (don de Ia Gracia divina) esta ya claramente dibujada —como ha sefialado Giulio Carlo Ar- gan— en la obra de Rafael. La concepcién de lo Bello que surge de la pintura de Rafael ha influido, indiscutiblemente, sobre Castiglione, especialmente en Ia teoria del amor discu tida en el libro cuarto de It Cortegiano (que tiene a Bembo como interlocutor principal). Lo Bello no es una imagen-copia de fo divino, sino un signo de la Bondad divina. Algo dado al mundo y, por esto mismo, a la medida del mundo: lo Bello es gracia. El acto con que se recibe no es cognitivo; se trata més bien de un acto de goce, que influye profundamente en el sentimiento y en la conducta moral. Por esta misma raz6n a fruicién de lo Bello tiene una cardcter fundamentalmente liberador. Puede decirse, por tanto, que con Rafael nace esa idea de la funcién sotérica, salvificoliberatoria, de la imagi- nacién que seré el auténtico motivo de su éxito en el Ba rroco® El cardcter fuertemente graduado y articulado de la intro- duccién de la dimensién del tiempo-historia en la articulacién (conceptual y figurativa) de la Weltbild moderna induce, por tanto, a desenredar algunos de los elementos encerrados en el Gran Diagnéstico heideggeriano, ordendndolos en fases suce- sivas, Esta ordenacién, evidentemente, no tiene s6lo un alcan- ce histérico, sino que implica también desplazamientos con- ceptuales muy precisos; por esta razén se ha considerado ne- cesario no sdlo repensar substancialmente la aportacin de Karl Léwith —cuya tesis delimita Ja excesivamente compacta estela heideggeriana de la Geschichte des Nihilismus und der Metaphysik al aislar la cesura representada por el tiempo es- catolégico de la era judeo-cristiana—, sino también retomar la reperiodizacién de lo Moderno propuesta por Koselleck, el cual sitia su «patogénesis» en el paso del siglo xvi al si- glo xvii La constelacién conceptual y figurativa a que nos "1 hemos acostumbrado nosotros los modernos —la delimitada Por los conceptos de progreso y crecimiento, de liberacion y autodecisién individual, de revolucién y distanciamiento de toda autoridad heterénoma— tiene en realidad una vida bas- tante reciente, al haberse constituido con forma definida s6lo al fnalizar el siglo xvi. Por lo dems, ello lo demuestra el desenlace tardio de la querelle des anciens et des modernes (que puede advertirse en las Lettres persanes de Montesquieu) y en la igualmente tardia aparicién de un término obvio y familiar para nosotros, como es civilisation. Eu 1 curso de estos pasos, la irrupcién del tiempo como factor progresiva- mente dominante se abre camino en el interior del perdurar del entrelazamiento figurativo de linea y circulo: en la Welt- bild moderna Ja imagen del Tiempo jams se resuelve en una sola de las dos figuras, sino que se configura mas bien como Ja irrupcién que deforma la estructura constituida por su ple- x0, como la saeta que lo atraviesa y lo anima. También ahi, Pucs, se reproduce esa interrelacién caracteristica de logos y mito que acompafia a toda la historia del «racionalismo occi- dental, En el interior de esta ineliminable tensién se abre paso la idea «tipicamente constructiva» del Progreso como Stufenbau, como temporalidad cumulativo-irreversible (por mucho que interiormente sea diferenciada y compleja), que representa la dimensién propia del proceso de secularizacién modemo. El tiempo como mutacion y transformacion constantes —o sea, como original experiencia de la aceleracién— se convierte ast en Ia Forma de la modernidad por excelencia: no es solamen- te un atributo de ésta, sino su caracteristica distintiva sobe- Tana de la que dependen en tiltimo término las propias catego- tias fundamentales de la ciencia y de la politica® En el inte: rior de esta constatacién se puede pues estar de acuerdo con’ ‘el modo en que describe Foucault la nueva configuracién que Hega a asumir la modernidad a partir del siglo xix: «la teoria de la representacion desaparece como fundamento general de todos Jos érdenes posibles; [...] una historicidad profunda Penetra el coraz6n de las cosas, las aisla y las define en su coherencia, les impone érdenes formales implicados por la continuidad del tiempo Las prerrogativas del Sujeto-funda- mento pasan entonces a lo que Carl Schmitt, en Potitische Romantik, Yama los «nuevos demiurgos» de la modernidad: Ja Humanidad y la Historia Pero este proceso conduce inexorablemente a una progre- “a desestructuracién del Sujeto mismo, La crisis del Sujeto, Poleineabe de la Darstellung productiva, en realidad no es més que la consecuencia de la realizacién plena de la Repre- sentacién misma, de su hacerse ratio de la historicidad, o sea, Razén histérica. El problema del orden tender4 por tanto a desplazarse desde los grandes temas del Progreso y la Legiti- midad, como creciente autoconsciencia de la humanidad en el proceso histérico, hacia la cuestién ms prosaica de la dispo- sicién funcional a la conservacién y normacién del azar De Forma del Proceso el sujeto acabard transformandose asf en estructura hipotética de las trayectorias del ente, constante- mente expuesta a las fluctuaciones de una econtingencia» im- previsible. eTENCIA. Algunas partes de este libro retoman, con remugia de manera substancialmente alierada Cy tambien con numerosas adiciones y modificaciones) trabajos mios apa- recidos en revistas («Il Centauro», 1981, nims. 1 y 3; eLabore- torio politico», 1981, nium. 5/6) o en obras colectivas (Le politi- ca oltre 1o Stato, Venecia, 1981; Soggetti e potere, Napoles, 1983; 1, mondo contemporaneo Strumenti 2, Florencia, 1983; I concetto di sinistra, Milén, 1982). 0

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