Professional Documents
Culture Documents
(La Sonrisa Vertical 115) Guibert, Herve - Los Perros Seguido de Las Aventuras Singulares (16872) (r1.0)
(La Sonrisa Vertical 115) Guibert, Herve - Los Perros Seguido de Las Aventuras Singulares (16872) (r1.0)
ePub r1.0
ugesan64 05.07.14
Título original: Les chiens y Les aventures singulières
Hervé Guibert, 1982
Traducción: Carlos Manzano
Ahí, detrás del tabique, detrás del espejo colgado cuyo azogue
corta el paso a mi mirada, bajo las esteras de mimbre del
entarimado, sus dos cuerpos, exactamente debajo de mí, paralelos
a mí en el espacio, pues me parece seguirlos, desplazarme al
mismo tiempo que ellos, están colocados frente por frente,
desnudos ya, sus vientres se adhieren con el sudor, él la atrae
hacia sí aún más, la coge de la nuca, algunos de sus cabellos se le
quedan en la mano por efecto de la torsión, le mete bruscamente la
lengua en la boca, en lo más profundo de ella empieza a babear, su
sexo late contra el vientre de ella, con el calor sus pelos están ya
húmedos, al penetrarla la muerde, le muerde los labios, le muerde
el cuello, las nalgas se le contraen, espasmódicas, su pelvis lanza
embates hasta ella, que se desploma en silencio, él se deja caer
sobre ella con un ruido sordo, apenas perceptible, la monta, la
aplasta, la asfixia y después resopla y sale de ella, que se da la
vuelta, y la toma por detrás, a cada penetración le peina el pelo
con la punta de los dedos, ella se duerme y olvida su placer,
duermen, pero su comercio no se me va de la cabeza y me agobia
el cuerpo, me quedo de pie, inmóvil, siguiendo cada una de sus
posiciones, todas las tiras musculosas de mi cuello están tendidas
hacia ellos, me acuclillo para estar aún más cerca, intentar
conciliar el sueño, colocarme incluso en posición horizontal, sería
una pretensión quimérica, hace ya mucho tiempo que no se excitan
con mi presencia de espía, no me imaginan: al contrario, quieren
olvidarme, ya no perciben mi aliento contenido.
Sobre la húmeda sábana de mi insomnio, abandonada por mi
cuerpo empapado de sudor y cuyo molde conserva aún, me he
puesto a trazar rayas negras, superficies largas y después
redondas, como una pista de aterrizaje, bolas de tejido cuyo sabor
acre, rugoso, me llena la boca, he dividido ese sudario
deshilachado en fajas, tiras, mordazas para mi boca, en
barboquejos y frenos. Las tijeras han seguido las rayas negras y la
sábana se ha dejado rasgar con dos manos, a tirones, con un ruido
restallante. He recogido las tiras sobre mis brazos, como estolas,
chales de ceremonia. Cuando ha entrado en el cuarto, he tendido
los brazos hacia él, al principio no ha comprendido, venía a buscar
fuego, una espiral de hierbas estrujadas que quemar para
ahuyentar a los mosquitos, estaba desnudo y cubierto por su olor.
Detrás de la pared, justo encima del techo, sus dos cuerpos, por
encima de mí, se acercan, se tocan, ya desnudos, se estrechan, la
humedad de su piel los enlaza uno al otro, ella echa hacia atrás la
cabeza para ordenarle que le lama los senos, se los muerda
suavemente, después pega la cabeza al vientre de él, separa los
muslos, siente su lengua encajada, endurecida, en lo más profundo
de sí, se siente chupada, aspirada, algo un poco amargo le gotea en
la garganta intermitentemente, se dejan caer al suelo y oigo el
sordo ruido de sus cuerpos, que ruedan uno sobre el otro, se
penetran. De repente él llama a la puerta y entra como una
exhalación, con el pretexto de buscar esas espirales de hierbas
estrujadas que sirven para ahuyentar los mosquitos, se ha puesto
un pantalón, va desnudo de cintura para arriba, me dice: ábrete los
alares, y rápidamente me saca por la bragueta la picha atenazada,
consumida por la erección, se la mete en la boca, con fuerza, la
muerde, la atenaza y después se va. Se ha llevado el sabor de mi
polla para metérsela en la boca a ella dos segundos después, para
forzarla a mamar mi olor, en el cuerpo de ella insemina nuestra
historia.
(De seis a ocho meses habían pasado entre los dos textos, el
primero abandonado, interrumpido, sin conexión. Le envié la carta
con tres meses de retraso, esperando que por esa ausencia de
relación no le hiciera gracia, le resultara molesta, como la ceja
caída o la toalla demasiado mullida. Después encontré por azar el
fragmento del texto ya escrito y volví a tener la misma sensación
de aventura. Había que superar el olvido, había que remitirse a la
memoria).
La visita
Epilogo