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SANTO DoMINGO ADOLFO CASTANON “En Santo Domingo mueren nuestros hermanos.” (Octavio Paz, “Viento entero iajo en un relémpago a Santo Domingo, la Haitf de los aborfgenes, la Espafiola de Co- én, Ia Hispaniola de Pedro Martir y me hos- pedo, por cierto, en el hotel bautizado con este ‘Gltimo nombre, una taciturna herradura de madera donde dormir cuesta 135 d6lares diarios. Copia de italianos visitan la ciudad de Santo Do- mingo del Puerto fundada en 1496, hace exactos 500 afios. Aniversario que, signo elocuente, nadie —salvo el vigjero an6nimo— celebra ni al parecer recuerda. ‘Quien visita Republica Dominicana con el ofdo abierto, escucharé quiera que no los ecos del terrén originario de donde provienen no pocas voces distin- tivas del espafiol ia en en Anesca Ya nitida- mente aborfgenes como westigos araicen del catclano ea por los pe eros pobladores (conocencia, catar, ana) 0 voces de los antiguos dialectos peninsulares aplicadas a las nuevas realidades americanas y que perduran ahora en Ia lengua por su uso americano —plézano, nispero, tas llevando a cada parte el caudal lingafstico acopiado que después segufan ‘0 acomo- dando en los nuevos paises conquistados. Ast se lla- mo estancia a la granja o cortijo, estanciero, al que en. ella hacta trabajar a los indios (vor que luego ha pa- sado a signficar el que ene o guards una extancia) allf quebrada se hizo sinénimo de arroyo; se generalis6 el sentido de ramada; y se aplicé a las puchas 0 gachas * RJ. Cuervo, citado por Pedro Henriquez Urefia en Max Henriques Urefia: Pedro Henrfques Urefa, Aniologis, Li- Ibrerfa Dominicana, Ciudad Trujillo (Hoy Santo Domin- #0). Repéblica Dominicana, 1950, p. 149. 36 VuntA 253 Dicieuaee DE 1997 ‘Como | vibra el acento estentéreo del que de mafz hactan los indios el nombre de mazzmo- 17a. con que la gente de mar Ilamaba al potaje hecho de pedazos de bizcocho hervido en agua; allf empezé a decirse que los indios o animales se algaban y a ha- blarse de culebras o tigres cebados”. Santo Domingo y los dominicanos despiercan en sf mismos el recuerdo de una lengua que oyeron ha- blar ayer sus ancestros tainos a Don Cristobal Colén, ‘cuya memoria surca todavia los canales de esta ima- ginaci6n insular y solar. Habla espafiol Ia copia de ‘negros que evoca el de sus rafces, el espectro colonial en el blanco casco sarakoff, que aqut se Lama bombo, de los polictas. ;Cartagena! Veracruz? jLa Habana? No, Santo . ;Conumel, La Guaira, ‘Tuxpant No, Santo Domingo. El espafiol, velo: y pa- latal, impetuoso y recortado se hace chicle en las bo- cas dominicanas, “y tienen un habla la més dulce del mundo, y mansa y siempre con risa” (Colén, citado ya | por Pedro Henrique: Urefia).' Es dia de Las Merce- des, fecha de feria y huelga que infunde un aire rigido de letargias y en Ia calle donde todos los comercios ‘esti cerrados s6lo algunos sitios de alimento y res- ‘tauraciGn abren sus puertas a la prostitucién y al tu- tismo. Pero hasta los turistas son pocos y recorremos como espectros de un suefio a medias olvidado la Ca- sa de los Avila, de Calén, el patio inmévl surpendi- do por las higueras voraces en cuya grave sombra dominicano. El mismo mar que recibié a Colén estrecha la isla donde, como en tanto sitios del Caribe, el pueblo come poco pes- fade,y mucho artor- A lo largo del malecén se reitera uutopfa usamericana, ese ubewo ninguna pare fa tiicad de herds psc bus elécerica, pz, veza y neén al pulso galopado del i merengue Sean en el aire algunos vestigios de Oriente —no chinos ni coreanos sino acaso hindées. En las calles insola- das se ofrecen botellas rellenas de corteza —envases de la Dama Juana, visticos para la tensién y el dolor. (Otro aire decadente contrasta con la viva paleta tro- ical y las calles ostentan las ingenuas imagenes, los abigarrados y plasticos paisajes que te recuerdan a Tahitf, tan vecino fonético de Haitt, pals fronterizo en la otra punta insular de Santo Domingo. Pablo chico: inflemo grande pero qué decide | lengua expails (El acto, una misa sic, ence t€ se estrecha, el danzani una ina donde, tiempo se cextiende y mandano san Belsguet que desde 1931 escribta ef manifiesto que llevaria a Trujillo al poder y luego lo releva durante y aun en 1996 (a unos meses de haber perdido las elec- ciones para cederle el puesto al joven presidente Leonel Fernéndez —un dominican to- cidlogo de extraccién humilde—, quisiera seguir te- jiendo los hilos de la autoritaria trama. Dizque el primerizo presidente se ha visto obligado a visitar no ppocas veces al sagrado elefante, al corifceo caudillo ciego a quien no se le escapa ni se le va episodio, in- tiga o incidente pues el ex-presidente inmemorial ciego esté, sf, pero mira con las orejas, no, no es sor- do y oye cémo se quiebra la mas leve ramita en la sel- va, cémo se desperera en la isa el reino insular que estaba y aun estd con él. do lage cerebro de Tryillo ef dicts ha s- ‘su heredero y su alter eco. Ha sored y dividiendo, haciendo deseparecer a ‘sus enemigos reales, supuestos o posibles. Su heren- cla han sido grandes construcciones y obras de las que se beneficiaba con un porcentaje. La arquitectu- 1a pasa a ser asf no me diga? la insignia incontesta- ble de la corrupcién. Las obras monumentales se elevan a la ponencia simbélica de metéfora transpa- rente del autoritarismo: el suntuoso Monumento a la Cafia celebra la quiebra de los ingenios, el Faro Co- 16m se eleva sobre terrenos expropiados a familias ‘verdugo, el escriba que arrastra el punzén sobre la pagina de los cuerpos. ;COmo se transformard esta expecie politica en la nueva polis? iCasl sex el nuevo din del Cauilo en In edad en la anomia uniforme del hombre unidi- ‘mensional? ;Cusntas generaciones habrin de pasar para que se comprenda que buena parte de nuestros males provienen de huir del espejo, de enterratlo y buscar el suicidio y Ia decapitacién, provienen de ne- gar los disfraces que hacen las veces de rostros? Quin sabe qué substancia tiene el plétano que mete en la sangre dominicana una pereza, don't worry, una lentitud, calma, no problem, que ha- ce de la antillana gente, easy, humanidad id6nea para las arces hospitalarias? (Del turismo y la restau- racién para arriba y abajo.) Dice con un dejo de sor- na una diplomética antioquefia que se desespera con Insangre —dice— de torugn de lov nacido en San ‘> lAatnto nun acto en honor de Pedro Henriques Urefia,sacerdote de una religién en éxodo —Ia de la te y fiesta escolar, lo presiden: el vicepresiden- te, el cardenal, los directivos del Lists dia- rio, fundado hace més de 100 afios; El Listin —diminutivo de Lista, una hoja volante que en el origen daba cuenta de las Ilegadas y salidas de los bu- tes y fue también un artista de la tijera. Pero al igual que sucede con ef monumento a la cafia que se eleva sobre la quiebra de los ingenios, temo que la estatua simbélica que se levanta en su memoria se alce sobre la ensefianza en ruinas de la lengua y la literatura na- clonales, 3. Por re © por fa, por angas 0 por mangas, los intelectuales y escritores han descuidado —y €8 poco decir—, desertado la ensefianza, la evan- gelizacién laica, al decir de mi reciente amiga pero antigua lectora —Soledad Alvares, critica y poeta acide aqut en RepGblica Dominicana, Santo Do- singe, la antigua Espafiola o Hispaniola. Hay, sf, una calle en honor de Don Pedro pero su biblioteca est cerrada, desaparecida pues él legé sus papeles a la Academia de la Historia pero en manos de un alba- cea, que al morir, dejé la funci6n a una hija que entré cen disputa con los académicos —jn0 me diga?—, pu- 0 llave a la biblioteca y oculté por razones de seguri- dad los incunables, lo libros del siglo XVI y del XVII idadosamente atesorados Urefia ame- ricanos: que el Cid siga muerto cabalgando con las botas de montar, que los cocodrilos sagrados vivan tres siglos y pasen imperceptiblemente de una orilla del tiempo a la otra semiocultos en el pantano; que Jos muertos no descansen en paz, que las bibliotecas de los muertos sean secuestradas, que los cadéveres de Evita Perén o de Trujillo sean enterrados y desen- terrados y vueltos a inhumar y a exhumar, que se al- ‘cen monumentos para conjurar la tumba sin sosiego, “hy Bedco le decla Alfonso Reyes a Pedro Flea quer Urefia algin dfa en México luego de una jorna- da de arduos estudio y trabajo— no es angustia lo que ti tienes. Es hambre. Vamos a comer”. “Estd su poblacién tan acompasada —escribié el poeta Juan de Castellanos— que ninguna vi yo me- Forrisads.. ‘Amplias calles, graces, blen medi das... De Norte a Sur Ozama la rodea."* Dicumens ox 1997 Vurira 25337 En Santo Domingo, supe darme algin tiempo pa- ra echar ojo y prestar ofdo a algunos personajes de laisla: Guillermito 0 Miguelito, joven negro de 17 afios, espigado y flamante padre de un hijo. Me guié sin que yo se lo pidiera por la zona colonial. Concluyé la secundaria y dice que le gusta la historia. Parece que sf pues habla y habla haciéndome una historia con- vencional y plausible de los principales monumentos. Habla répido y 2 la menor provocacién pasa al italia- no. Aunque le pregunto a medio paseo cufnto cobra- 4, posterga ladina y distraldamente la cuestién y al final se hace pagar 20 délares por media hora. La cosa ‘no me gusta. Regateo, pero termino pagando. Durante la discusién, aunque ya le he dicho mi nombre y apellido me llama con ¢l nombre de mi pate “Mira Mexico la vida en esa che ery cara ). Oye México zno quisieras comprar tafe! Me explics con un Clas enigndtca la die rencia entre guas ofitales y autorizados. Los primeros parecen ser los que dependen de los hoteles; los dltimos los que lv coelensal del Minineia de Turismo. Me dice que trabaja duro porque quiere tener cuatro hijos que lo mantengan en cuanto pue- dan trabajar. Calcula que se puede jubilar en menos de dies afios. Guillermito es un primor de picardia a medias recatada y no me extrafiarfa que, a cuenta de alguna deuda, alquilara a su hermana. Dofia Virtudes, la duefia de la Trinitaria, una ne- gra de unos cincuenta afios, dirige la Gnica librerfa de la ciudad especializada en cultura dominicana ge: letras, historia, polftica, ideas, folklore, masica, pintura, cocina, cartografia, libros nuevos y de segun- da mano, revistas, folletos, estampas. E] modesto local, pequefio pero ordenadisimo y limpio, tiene todas las apariencias de albergar una tertulia. Hay varios sillones cémodos de hierro y cuerda pléstica para que sus: consulten a sus anchas. La Trinitaria, sin duda, funciona también. como biblitse, punto de encuentro y colmena chismosa. La maciza Dofia Virtudes reina en su Tri- nitaria desde un sillén del que, por supuesto, no se mueve. Cuando le perturba una pregunta, se ajusta los lentes de carey como quien se rasca la cabeza y lanza a su ayudante una consigna perentoria, susurra- dae inaudible. Se advierte que esté acostumbrada a tratar con dignidad no exenta de condescendencia a sus clientes, Parece una obispa zumbona da a extender la mano para que se la besen. Mi reve- rencia ante este prelado y laico y femenino de la cultura de Santo Domingo consiste en atrever tres preguntas precisas: {Tiene libros de don Manuel Rueda? —Uurn... sf, a ver nifia béjalos del estante. No ése no, los tienes en frente. Mmm... s6lo hay esos tres. 38 Vusura 253 Dicteqaaz ps 1997 —Me llevo el de poemas y el de relatos. La nove- lita ya la tengo. (Me escruta con. ) —Y ,quién es el mejor poeta joven de este pais? —Hay muchos, us St, ya sé, muchos escriben y publican, zpero al- ‘guno vale realmente Ia pena? Dofia Virtudes suspira como aconsejéndose pa- ciencia a sf misma. —Tréeme el libro de José Mérmol (Ella pronuncia (Osé Mérmo). Llévese exo. Se puede leer. Se lo digo yo —y echa una mirada cémplice a la sefiora negra vvestida de azul eléctrico que le ayuda, y que ha de ser su pariente. —Y jqué més quiere?, pregunta con un desafiante retintin. —Una biografia seria de Trujillo... —Biografia, biografia no hay pero va usted a lle- varse el libro de un gringo (Robert D. Crasweller, Tilo. Legis verre del pode pesoal) au o- td bien hecho aunque sea una mezcla de periodismo y tesis —remata la mirada maliciosa detrés del mo- vimiento con que se ajusta de nuevo los lentes de carey. A ver nifia, hazle un descuento al sefior mexi- cano. Le digo que no tengo mucho dinero, pero ella re- conoce s Rami, el chofer dl Lista dare que ha he- cho favor de traerme y dice: —Dinero no le ha de faltar si anda con ésos del Listn, dispara matando dos péjaros de un tiro. Al des- pedirme, la siento envolviéndome con una mirada de at lar | afectuosa ‘Virtudes sabe que yo sé que La Trinitaria que he visitado es uno de los lugares de saber y poder de la cultura dominicana contemporénea. Si se rehiciese el mapa de América Hispana resol- viendo el tamafio de los pafses por su capaci escritura, lectura y produccién editorial, la pequefia Repablica Dominicana (que cuenta con siete millo- nes de habitantes y un mill6n de dominiyorkinos que van y vienen con délares y cerveza entre la urbe de erro 7 la media nla del Caribe) seria sin dua ma- de la politica a las letras de bolero, los calendarios y santorales de la cult lrura dominicana pa- recen tener el mismo minucioso vigor que el duro sol antillano. Uno de los centros nerviosos de la cultura dominicana es la librerfa La Trinitaria, que leva el ‘nombre de Ia sociedad emancipadora que lans6 la In- dependencia, Su duefia es dofia Virtudes —Doctora Virtudes, le dice Ans, su ayudante—, quien se dirige ‘a mfen estos términos la segunda vez que la visito: “Mire, le voy a dejar la Enciclopedia de pintura do- minicana muy barata: hay que abrirle paso al libro dominicano, llevarlo fuera, nuestra historia y nuestra cultura, para salvarse, tienen que salir, saber salir.” ‘Son tantos los libros que he comprado que serd nece- saria una caja para Ilevarlos. Hago tiempo tomando un café mientras esté listo el paquete. Cuando regre- 0 a recogerla entreabro la caja para comprobar que ela mfa."“Abrala para que no diga luego que la Vie- ja Vireudes lo engafis”, me dice con retintin entre afectuoto y arrogante. “No me engafié, le dije, pero me sedujo: si no no hubiese regresado”y, cerrando la cai alg putiindle el fo Papo —chofer de taxi, negro de pelo entre- ancy axe empl foralen onal line dele ob sidad. Habla con ira de Trujillo y Balaguer. Se desahoga con ¢l visitante mexicano que tiene cara de intelectual, bohemio o escritor. “Usted debe ser ‘escritor, me dijo desde el primer viaje, tiene cara de algo asf. Me lleva al aeropuerto peto se desvia para censefiarme algunas obras de la dictadura. Me cuenta cémo en el Trujilloevo habfa en cada casa altares y leyendas de grativud en honor del Padre del Pueblo. “Bl Jefe de esta Casa es Trujillo” decfan los letreros. S(, un pafs de muchos muertos y de viejos podridos. Balaguer? £1 ha sido el gran verdugo. Pero tampoco hay mucha esperanza en Ia juventud”. Hace poco Don Papo se divorcié. Ya no quiso vivir con la mujer que le habfa dado “dos hijos que no supo educat”. Al mayor le dio por pasar largas temporadas en una fin- ca donde él y sus amigos se dedicaban a fumar droga. “Lo quisimos regenerat. Lo Ilevamos a un centro y cuando sali6, diaque ya curado, volvié a las andadas. Se levantaba sin hacer ruido en la noche y se iba en. el auto a consumir droga con sus amigos. La hija ‘también “resulté mala. Se enamor6 de un hombre 16 ‘afios mayor que ella, un vecino del departamento de abajo y, casi en nuestras narices, se la pasaba acostin- dose con él. Yo me separé de mi mujer porque ella no ssupo educatlos. No, sefior, aquf la juventud est po- drida. El pafs no tiene remedio. Nadie quiere vivie aqut. ¥ la gente piensa que se va a salvar si va a Mia- mio Nueva York. Pero los dominicayork estén en las mismas o peor”. Yo le digo que tal vez s{ hay esperan- za: en el espejo. Que hemos enterrado los espejos pa- ra sustituirlos por la TV, pero que si tenemos el valor de mirarnos al espejo por lo menos conoceremos completo nuestro cuerpo. Sé que no me entiende aunque ha comido algo que lo hace adivinar mis pa- labras. En el avion a Nueva York veo a un sefior de la misma edad de Don Papo leyendo El Listfn. Lo veo detenerse en mi discurso sobre Pedro Henrique: Ure- ‘fa; el bochorno me contiene y no me identifico co- mo autor del texto que va leyendo. No es ése el ‘espejo que hoy quiero desenterrar. El dlctador Trujillo aparece en el libro Guiness de los Récords como el hombre en cuyo honor se han erigido en vida més estatuas. Esa fronda cesirea y escultérica de rancia estirpe latina proliferé, por supuesto, por la desaforada apetencia de autocon- memoracién del Dictador que impuso a un sinnGme- ro de escuelas, auditorios, instituciones, calles y espacios para culminar bautizando con su apellido a Ja capital de su pats. La proliferacién se explica tam- bin por el caldo de cultivo moral, por el évido solar sobre el que estamparon tantas efigies: carteles, tim- bres, libros, imagenes, estampas, fotografias que prueban que en América el érbol puede sustituir al bosque. Pero 1c6mo leet el hecho de que en la Feria del Libro se erijan puestos de libros dedicados a figu- ras polfticas (Bosch, Balaguer) e invelectuales promi- nentes (la familia Henriquez Urefia, el historiador Frank Moya Pons)? ‘Nunca viajo sin un encargo una bisqueda bi- bliografica (discogréfica, gastronémica, personal) que realizar. Esta vez era un tomo de las Obras Com- letas de Don Pedro Henrique: Urefia donde se re- roducen sus cartas con Daniel Cosfo Villegas, el historiador y editor mexicano cuyo centenatio se cumple en 1998 en México. Las obras de Henrfquez Urefia son inencontrables: hay que consultarlas en. bibliotecas pablicas pues en librerfas no estén dispo- nibles. Se cumple as{ con la ley del homenaje-se- cuestro: fuera de algunas cositas dominicanas de Pedro Henrique: Urefia es imposible encontrar sus escritos igual que en USAmérica no es facil ir més alld de dos antologtas de Emerson. Estaba yo resig- nado a ir a la biblioteca el dltimo dia —soy de esa raza que prefiere las librerfas insumisas a los discipli- nados acervos piblicos— cuando, el dltimo dfa de ‘mi paso, un encuentro inesperado me aligera el éni- mo. Lleg6 al lugar donde exhibfamos los libros del Fondo de Cultura Econémica en la Feria un joven escritor dominicano, Basilio Belliard, que me empe- 26 a hacer plética hasta que dio con el santo de mi nombre y el apellido de mis sefias. Miga amigando se puso a mi disposicién y me invité a ir con él a los tiraderos de libros usados, sf, ahf en la Feria, en una colinita, a unos cuantos pasos de donde me encon- traba. Ya era de noche y, por no enfriar su entusias- ‘mo, lo seguf hacia el sitio en cuestién. Desde lo alto de un monticulo, se dispersaban, sembrados por el suelo, cientos, por no decir miles de libros y revistas sobre los que hormigueaba una legién de gente acu- clillada y empinada, como un ejército de garimpei- +708, gambusinos al aire libre del répico, peinando y trillando, poniendo aparte algin texto de cuando en cuando. Suspiré desanimado pero igual me arro- dillé y comencé la trilla con metédico desdén. Se- ‘guro alertado por mi joven Basilio, uno de los dependientes aparecié junto a mf con una caja de cart6n. Con su gorra de beisbolista calzada vise- Dictmaons pr 1997 VuRLTA 25339 ra atrds, me invité a rebuscar en la caja con ojos traviesos y retadores: “Busque y a lo mejor lo en- cuentra”. Me puse a hurgar sin mucha fe, pero, ma- ravilla, ahf estaba Don Pedro esperdndome en sus cartas regafionas a Cosfo Villegas. “La isla —me di- je—quiere verme regresar En mis breves dias dominicanos, no logré franque- ar en la conversacién la frontera que divide a la Re pdblica Dominicana de Haiti: hablaba yo de la (esa?) colonia francesa y mis interlocutores ponfan los ojos en blanco, cambiaban de tema como si estu- viese preguntando por el petate en la casa del muer- to. Por giros y retazos supe que vienen muchos haitianos pobres a trabajar como braseros a Santo Domingo; que alld en el monte donde las fronteras se diluyen el Vadd y el Gagd, la Ganga y la Mojiganga, los ritos de los blancos y los ritos de los negros se en- sarzan en una sola rafz y que, para seguir con la magia verde, algunos dominicanos se van a Hait{ a vender dlares a los franceses. ‘A Haitt, por el momento, s6lo viajarfa con la ima- ginacién, asistido por el libro del Eric Stier: La pas- se du vent. Une histoire Haitienne. El tfnalo, El paso del viento, le viene de ese confin llamado Canal du Mole, ‘no muy lejos del Méle de Saint-Nicolas, sitio donde se dice que Crist6bal Colén puso pie por primera ver en ‘América y cerca de donde el navelisea Jacques Seep han Alexis desembarcs para ser lapidado, prendido y desaparecido. La historia que cuenta Sarner es pun- tualmente la de la bisqueda de los rastros biogréficos del excritor franc6fono antillano, acaso més lefdo en Par(s que en América Latina. A lo largo de su expedi- ign en prosa, Siimer va trenzando historias y mitos de la isla, y el relato de un viaje al fondo de Ia amne- sia haitiana, en busca de un personaje a la vez real y fantasmal, se transforma muy pronto en una historia verdadera de Haitt, desde los tiempos de la Colonia hasta el pasado inmediato (Papadocritico) y el pre- sente (Jeanclaudicante), incluyendo en el viaje por el pasado la rebelién Toussaint-Louverture, la Coro- nacién ubuesca de Cristophe I, el breve Imperio gro- tesco de Jacques I, sin olvidar el paso del General Leclere y la presencia fugaz pero memorable de Pauli- na Bonaparte. A esas historias terribles y fascinantes te afiaden las dela flsa zombie, Hadriana Siloé (que se fing undies par ine de Lana de el), el pcre sagrado dela rebelin general dels eaclvos i fle bbre anécdota de c6mo Colén describié a los reyes ca- t6licos la Isla Espariola estrujando una hoja de papel y arrojéndola al suelo para dar a entender la rugosa 40 Vusia 253 Dicteuaee DE 1997 gropatia de la isla, el trato salvaje y sanguinario de los hacendados franceses a sus esclavos, las leyes crio- las evocadas por los escritores Jacques Sthephan Alexis y René Depestre, la leyenda ial usame- ricano Faustin Wirkus que fue reconocido clandesti- namente como reencaracién de un rey negro, el duvalierismo, el episodio de la masacre de los cerdos criollos que fueron substituidos por los cerdos blan- cos. No falta, desde luego, la descripciGn de un rito -vudd, la etimologta de la palabra ron (del inglés rum, 1654, derivado de rumbollion, voz empleada en las Is- las Barbados para designar tn poderoso aguardiente de fabricacién local). Ni el paso electrizante de An- cdré Breton en 1945 con motivo de la inauguracién de una muestra pict6rica organizada por el escritor Pie- re Mabille y que tuvo como resultado desencadenar un movimiento revolucionario. E| libro de Samer despliega un sugestivo cuerpo a ‘cuerpo en el que el novelista se mide con la geogra- fia, la historia y la fantastas de Hayry, la misteriosa is- la de la cual los dominicanos hablan —y dicen saber— tan poco; Haitf, la otra cara de la Espariola. Hadi a Santo Domingo es bllegueo yeu tuoso. El aeropuerto respi re, perece un abigarrado cruce de camminos: querellas, gritos, discu- siones, maletas, paquetes y bultos coloridos y monu- ‘mentales, la fila es un nervioso merengue mulato que se agita que un maletero cuela a su cliente su- brepticio al principio de la cola. Ahi esté el rubio vi- kingo formidable reducido a nifio triste por la noble ‘mulata que le brind6 unos dias la oporcunidad cardia- ca de entrever el océano del amor; ahi los viejos ne- grazos solemnes que van a despedir al nieto que va a intentar otra vida fuera de la hermostsima y agobian- te isla (“para salvarse tienen que salir”); abf sus com- pafieros que supieron prenderle fuego a una guagua sin que nadie les dijera nada; abt el patriarcal profe- sor europeo que vino a cobrar en laureles los réditos de la traduccién que otrora hiciera de las obras del Escritor Presidente. Aquf en fin el jovencito sobrepa- gado y el auditorio en camisa floreada, la esposa y la madre del edecdn que vinieron a pasar sus vacaciones ‘con descuento. Aqu{ el mexicano que busca un espe- joenel Sur. Notas * Peiro Henriques Urefa. Obras Compleens, p. 238, *Op.cit 348 <<

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