FRANZ KAFKA Y EL PROCESO DE LA LITERATURA
No es mi propésito plantear en toda su amplitud lo que co-
mminmente se llama el «caso» Kafka, ni Ja interrogacién que plan-
tea necesariamente la interpretaci6n de su obra. Si, como es de
temer pese a todas las precauciones, llego a caer yo también en
el pecado de la exégesis —pecado que siempre se denuncia con
razon y del que nadie es completamente inocente— seré al me-
nos sobre un solo punto preciso y, espero, sin aumentar los
malentendidos.
Por otra parte, no voy a intentar exactamente hablar de la
obra misma, sino de Ja manera en que Kafka la concebia, o mds
precisamente, de la manera en que concebfa la literatura y el he
cho mismo de escribir, la escritura, retomando el término que,
en su Diario y sus notas intimas, designa mds frecuentemente
su actividad literaria. La palabra escritura, es bien sabido, ha
llegado a set hoy completamente cortiente, aunque ha adquirido
un giro erudito y un matiz un poco enfético. No era asi en la
época de Kafka, en la que la escritura, des Schreiben, como él
decfa, no podfa dar sino la medida més conereta y estticta de la
literatura.
Para evitar confusiones, debo manifestar en seguida que al
hablar de las relaciones de Kafka con su obra, no he puesto
mis mitas en una filosofia de Ja literatura, ni en teorfa estéti-
9ca alguna. Kafka no era un teérico: apenas se encontraria en
sus escritos unas pocas péginas de reflexiones tedricas, por lo de-
mas ambiguas, y muy frecuentemente bastante alejadas de los
problemas estéticos que agitaban su tiempo. Peto la literatura era
para él una pasién, tanto en el sentido profano del término como
en el religioso. Un amor, pues, y un calvario, con todo lo que
estos dos sentidos comportan necesariamente de cardcter patold-
gico y de fuerza ejemplar. Patoldgico, porque aqui la pasién, a
fuerza de desgartamiento, llega a negarse a si misma y a destruir
su propio objeto. Pero ejemplar también, por el radicalismo, Ja
verdad intransigente de la experiencia vivida que, pese o mejor
a causa de su singularidad extrema, nos hace conocer no sdlo las
dudas, la inquietud, el malestar del escritor aislado, sino también
una situacién generalizada en el arte con sus problemas, sus con-
tradicciones, su frivolidad y su tragedia.
Esta pasion es literalmente lo que inspita a Kafka, No quiero
decir solamente que sea la que enriquece la substancia de su
obra, dictdndole sus exigencias éticas de justicia y de perfeccién,
sino, sobre todo, la que se escribe, la que se representa a sf mis-
ma en el contexto novelesco, convirtiéndose seguidamente en
tema, uno de los mds constantes y mds ricos, el més original
quiza de su mundo ficticio. Kafka, que decia: «Todo lo que no
es literatura me abutre y lo odio, incluso las conversaciones sobre
literatura», no ha escrito nada que no corresponda rigurosamente,
con la mayor gravedad y una inimitable ironfa, a la realidad de
este sentimiento exclusivo: posefdo y desgarrado por la escritura,
ésta es su pasién, su «cruz» que, en verdad, da a llevar a sus
héroes.
Evidentemente, sigue en esto una tradicién novelesca bien es-
tablecida: la de los grandes novelistas del siglo pasado y de prin-
cipios del nuestro, quienes, como Balzac, Dickens, Zola, Gide y
tantos otros, colocan en su obra a un escritor 9 a un artista, al
que presentan abiertamente como intermediario, a fin de expresat
a través suyo las dudas y las esperanzas, las luchas intimas y el
combate social ligados a su propia condicién, Acerca de esto, sin
embargo —y la diferencia es seguramente esencial— si bien el
10
+
thescritor como tal no existe en la obra de Kafka, se le encuentra
sobre todo bajo Ja forma degradada y satirica del escriba, del co-
pista, que ya presentaba en el Bardleby de Melville o en Bouvard
ef Pécuchet. El escritor, pues, se emcuentra en todas partes, pero
para responder a Ja situacién de Kafka frente a la literatura y
frente ala sociedad de su tiempo, de todas partes se encuentra
desplazado, desnaturalizado, privado de sus atributos reconocibles,
des-bautizado, y, en cierta manera, des-nombrado. Por una ito
nfa, cuya amargura, sin duda, sdlo Kafka podia sentir, este poseido
del atte es desposefdo de todos sus atributos personales, de la
funcién que Ilena su vida, de su instrumento ¢ incluso de su nom-
bre: nada le queda salvo su pasién tetca y aparentemente absurda
por un objeto aparentemente quimérico,
2En qué reconoceriamos estas figuras de escritores que, bien
cntendido, no tienen ninguna semejanza extetiot con Kafka, y
que estén, ya relegadas a un segundo término de la trama, ya
cn primer plano, pero en general cuidadosamente camufladas? En
que su funcién, no importa bajo qué forma, presenta una analo-
gia evidente con Ja funcién literaria reducida a uno de sus as-
pectos fundamentales: por ejemplo, el de una comunicacin, el
de una circulaciéa de valores, el de una urgente tarea, o incluso
el de una misién. Asi, todos los mensajeros y los correos de
Kafka —como el Bernabé de El Castillo, que, dicho sea de paso,
no ha recibido casualmente ef nombre de un apéstol, de un amigo
de San Pablo, portador 1 también de