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La hipótesis del mundo del ARN sugiere que la vida en la Tierra comenzó con

una simple molécula de ARN que pudo copiarse a sí misma sin ayuda de otras
moléculas.
El ADN, el ARN y las proteínas son esenciales para la vida en la Tierra. El ADN
almacena las instrucciones para la construcción de los seres vivos, desde las
bacterias hasta el abejorro. Las proteínas a su vez llevan a cabo las reacciones
químicas necesarias para mantener las células vivas y sanas. Hasta hace
poco, se pensaba que el ARN era solo un mensajero entre el ADN y las
proteínas, y que únicamente llevaba las instrucciones como ARN mensajero
(ARNm) para construir proteínas. Sin embargo, el ARN puede hacer mucho
más. Puede llevar a cabo reacciones químicas, como las proteínas, y llevar
información genética, como el ADN. Y como el ARN puede hacer ambos
trabajos, la mayoría de los científicos piensa que la vida, como la conocemos,
comenzó en un mundo de ARN, sin proteínas ni ADN.
Los primeros ARN
¿Cómo evolucionó el ARN en la Tierra? Los científicos creen que los bloques
de construcción del ARN (nucleótidos) surgieron en una sopa caótica de
moléculas en la Tierra primitiva. Estos nucleótidos formaron enlaces entre ellos
para hacer los primeros ARN. Tan pronto como se formaban, se rompían; sin
embargo, ARN nuevos se formaban en su lugar. Algunos ARN resultaron ser
más estables que otros. Estas cadenas de ARN se hicieron más largas y unían
nucleótidos más rápido. Con el tiempo, las cadenas de ARN crecieron más
rápido de lo que se rompían. Esto fue la oportunidad que tuvo el ARN para
iniciar vida.
La descendencia del ARN
Todos los seres vivos se reproducen. Copian su información genética y la
transmiten a su descendencia. Y para que los ARN pudieran comenzar la vida,
debían reproducirse también. Por esta razón, los científicos piensan que el
mundo de ARN se inició cuando un ARN pudo hacer copias de sí mismo. A
medida que lo hacía, surgieron nuevos ARN que se copiaban a sí mismos.
Algunos eran mejores en copiarse a sí mismos que otros. Los ARN compitieron
entre sí y el más exitoso ganó. Durante millones de años, estos ARN se
multiplicaron y evolucionaron para crear una variedad de máquinas de ARN. En
algún momento, el ADN y las proteínas evolucionaron. Las proteínas
comenzaron a llevar a cabo reacciones químicas en las células y el ADN —que
es más estable que el ARN— se dedicó a almacenar la información genética.

La teoría llamada “El Mundo del ARN” postula que al principio aparecieron
familias de moléculas de ARN capaces de autorreplicarse. La selección natural
favoreció las familias que interactuaban con aminoácidos y guiaban la
formación de proteínas. El paso siguiente fue la aparición de membranas. Si un
ARN formaba una proteína especialmente apta, pero ésta se diluía en un
océano de moléculas, la relación con el ARN original se perdía. Pero si ambos
permanecían en un mismo compartimiento, la selección podía actuar sobre la
proteína (el fenotipo) favoreciendo la prevalencia de su correspondiente ARN
(el genotipo). Las membranas estaban hechas de lípidos, sustancias que en el
agua forman espontáneamente pequeñas esferas.
Nuevas enzimas usaron el ARN como molde para la síntesis de un ácido
nucleico diferente: el desoxirribonucleico (ADN). Comparado con el ARN, el
ADN es más estable y se replica en forma más eficiente. Su condición de doble
hélice, dos cadenas enroscadas, permite la existencia de un sistema que
corrige y repara los daños que sufre una de las cadenas, usando la otra como
molde.
Por sorprendente que pueda parecer, a nivel molecular los seres humanos no
somos tan diferentes de un insecto, una planta o una bacteria. Todos los
organismos vivos que poblamos el planeta tenemos más en común de lo que
imaginamos: compartimos una única forma de almacenar nuestra información
genética. Esta plataforma biológica de almacenamiento universal recibe el
nombre de ácido desoxirribonucleico, más comúnmente conocido por sus
acrónimo: ADN. No es casualidad que el ADN esté presente en todos y cada
uno de los seres vivos, sus características bioquímicas lo convierten en la
biomolécula ideal para almacenar y transmitir el patrimonio genético de padres
a hijos. Por ello el ADN contiene la esencia de lo que somos, con un código
basado en tan solo cuatro “letras”, alberga toda la información necesaria para
dar lugar a un ser vivo completo. En otras palabras, nuestro ADN es nuestro
libro de instrucciones.

Este descubrimiento fundamental de que el ADN es el portador de la


información genética lo ha convertido sin lugar a dudas en la biomolécula más
popular, tanto entre científicos como entre el público general. Tanto es así que
el descubrimiento de su estructura a mediados del sigo XX marcó un hito en la
historia de la ciencia y de nuestra sociedad. Hoy sabemos que el ADN está
formado por una doble cadena en estructura helicoidal, semejante a una
escalera de espiral en la que cada peldaño estaría formado por dos bloques
que interaccionan entre sí.

 Aunque el ADN contiene y transmite la información genética, la


aplicación de esta información requiere un cambio de soporte. Es algo
similar a lo que ocurre con el dinero que se deposita en la cuenta de un banco:
se almacena y se transfiere desde allí, pero no se puede usar directamente, es
necesario convertirlo a otro formato (metálico o tarjeta de débito/crédito) para
poder comprar productos. Así, la secuencia de nucleótidos en el ADN ha de
transcribirse a otro tipo de ácido nucleico, el ácido ribonucleico o ARN.
Aunque químicamente son similares, los nucleótidos del ARN son distintos a
los del ADN puesto que contienen ribosa en lugar de desoxirribosa. Además,
en lugar de la timina el ARN contiene el nucleótido uracilo (U), así como otros
tipos de nucleótidos que no se encuentran normalmente en el ADN. Estas
diferencias hacen que en lugar de la disposición estable en doble hélice que
adopta el ADN, el ARN se configure como una molécula más lábil de estructura
helicoidal de cadena sencilla propensa al autoplegamiento.

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