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Gregory Perea Costumbres funerarias y sociedad del Clasico tardio en la cuenca de Zacapu, Michoacan Av inicio del siglo xi, cuando los antepasados del Cazonci se establecieron en la cuenea de Zacapu, Ilegaron a un territorio ocupado desde hacia mucho pot pueblos sedentarios. Los datos proporcionados por las fuentes etnohis- {6rieas muestran que, en esa época, los grupos de pescadores y agricultores que vivian en las cuencas lacustres de Michoacén tenfan una compleja organizacién social. Si bien la Relaién de Micioacda relata la llegada al poder de un grupo su- puestamente chichimeca, también nos ensefia que cl intrincado proceso de formacién del estado tarasco resulté de laintegracin de los recién llegados con las poblaciones aut6ctonas. Sin embargo, hasta hace poco no se sabia mucho de Ia historia de esos pueblos que vivian en las cuencas lacustres de Michoacén antes del Postclisico. Las investigaciones realizadas por el CEMCA en la regién de Zacapu desde hace més de diez afios revelaron una parte de esa historia antigua. El propésito del presente articulo es dar a conocer parte de esos tra- bajos. Aqui, intentaremos sacar provecho de los datos proporcionados por el contexto funerario para conocer mejor las sociedades que se desarrollaron en Tacuenca de Zacapu entre 500 y 900 de nuestra era. Enfocaremos, en particular, Jos complejos funerarios excavados en el sitio de Guadalupe. Guadalupe pertenece a un conjunto de sitios ubicados al noreste de la ciudad de Zacapu (fig. 1). Estos asentamientos se distribuyen sobre una serie de li- geras ondulaciones del terreno, conocidas localmente como /omas. Las inves- tigaciones arqueoldgicas ¢ hist6ricas realizadas en esta zona a partir de 1983 (Arnauld et a/., 1993) mostraron que ¢l contexto ambiental de esos sitios ha- bia sufrido cambios drasticos al inicio del presente siglo. En aquella poca, el fondo de la cuenca, atin inundado por una gran ciénega, fue desecado de ma- nera artificial por los hermanos Noriega, duefios de Ia hacienda de Cantabria. Desde entonces, las lomas, como toda Ja ciénega, constituyen una gran Ilanu- ra agricola. Sin embargo, en la época prehispdnica las lomas formaban una avan- zada de tierra firme en el gran pantano de Zacapu. * Cenivo de Esucios Mevcanas y Certroamericaros (CEMCA) @ Fig. 7 Ubicacitn de los silos mencionados La loma de Guadalupe se encuentra en el limi- te sur de esta zona. El sitio fue descubierto en. 1994 durante el recorrido sistemtico efectua- do en el marco del proyecto Michoacdn (idem). Desde entonces, la presencia de importantes concentraciones de materiales arqueol6gicos en a superficie llam6 la atencién de tos arqueé- ogos. A pesar de que los sitios de las lomas se caracterizan por la ausencia de estructuras vi- sibles en superficie, dos elementos interesan- tes destacaban en Guadalupe. Primero, la pre- sencia de bloques y lajas de basalto levantados por el arado indicaban que podian existir es- tructuras conservadas en el subsuelo. En efec- to, el sustrato natural de la ciénaga carece de este tipo de material, que fue extraido por el hombre a partir de los macizos volednicos que rodean Ja cuenca. Segundo, ademas del abun- dante material cerémico visible en ka superficie, el duefio de la parcela habia encontrado ahi una mascara de piedra de estilo teotihuacanoide (ibid., p. 121). Dos primeras temporadas de excavaciones fue- ron realizadas en 1985 y 1986 (idem.). Varios son- deos mostraron que el sitio presentaba depésitos antrépicos bien conservados, en particular en la cumbre de la loma, En esta zona se realizaron ex- cavaciones extensivas que permiticron cl descu- brimiento de un importante conjunto funerario (dos tumbas colectivas). La comple- jidad de esas estruccuras funcrarias y el buen estado de conservacién de los vestigios plantearon la necesidad de volver a excavar en el sitio para tratar de entender mejor los ritos mortuo- rios del Clasico. Dos nuevas tempora- das fueron realizadas en 1993 (Pe~ reira, 1996a), las cuales permitieron ampliar las excavaciones alrededor de Jas tumbas colecrivas y explorar otros conjuntos funerarios ubicados en di- vversas partes de la loma (fig. 2). Los trabajos realizados en la loma de Guadalupe permitieron conseguir importante informacién tanto acerca de las costumbres funerarias como de las propiedades bioantropolégicas de las poblaciones del Clasico tardi6.! En este articulo nos limitaremos a presentar las caracteristicas socioculturales resultantes de esta investigaci6n. Cronologia y secuencia de ocupacién Las excavaciones realizadas en Guadalupe indi- can que cl sitio fue ocupado de manera conti- nua durante la segunda mitad del Clasico. Va- rias etapas ocupacionales fueron definidas con base en las evidencias estratigraficas (Pereira, 19962, pp. 38-58). Esas etapas pudicron ser fe- chadas con el material cerimico asociado, res- pecto a la secuencia cronolégica establecida por Michélet (1993; Michélet ef a/., 1989). Las nu- ‘merosas vasijas enconcradas en las ofrendas fu- nerarias (95 piezas completas) permitieron confirmar Ia secuencia. Seouencia de ocupacién Las primeras huellas de presencia humana en la loma corresponden a fa fase Loma Alta 3 (350- 500 d.C.). Los vestigios arqueolégicos atribuibles .2ese periodo son escasos (una fosa y algunos tepal- cates dispersos) e indican una presencia humna- In Guadalupe se han excavao 40 sepuuas y se denen los restos de avecedor de 100 indviduoz 18+ JULO-DICEMBRE 1997 © Fig. 2 Plano ge- ae eral de la Lorma ens Lape iy de Guadalupe Seana Pa (Mion 215) na muy reducida, de caricter probablemente no funerario. En aquella época la morfologia gene- ral de la loma no estaba modificada y conforma- ba entonces un pequefio islote separado de las otras lomas por un brazo del pantano. La ocupacién funeraria del sitio empieza con la fase Jardcuaro (500-600). Tal vez para proteger estas primeras zonas funerarias de las inhunda- ciones temporales de la ciénega, cl piso natural de la loma fue realzado con un relleno de tierra. Esos rellenos, teforzados por muros de conten- ci6n periféricos, se irsn repitiendo con regulari- dad hasta el final del Clésico. En la fase Lupe (600-850), la superficie de la loma es ampliada al rellenar la depresién natural que separaba la isla de las lomas ubicadas al este. Nuevos con- juntos funerarios son establecidos en esa zona. Al final de este periodo (Lupe tardio-La Joya: 750-900), el sitio alcanza una superficie de 2 a3 ha. A pesar de la fuerte erosién sufrida por el sitio desde que se introdujo el arado meciinico en la zona, se piensa que la acumulacién de re~ enos artificiales pudo alcanzar 1.5 a 2 metros: Al inicio del Postclisico, las lomas sufrieron un. abandono general (Arnauld era/,, 1993). En Gua- pen, pero el sitio atin fue ocupado de manera dica durante el inicio de la fase Palacio (alrededor del 900). Dos sepuleuras y un deps- sito inteusivo proporcionaron materiales corre: pondientes a esta temporalidad. Evolucién de la cerémica® Respecto ala cerimica encontrada en las ofren- das, se pueden distinguir cuatro conjuntos. A ‘comparacién con los trabajos anteriores, las ex- cavaciones de 1996 permitieron mostrar que la ocupacién del sitio no se limita a las fases Jaré- cuaro y Lupe temprano sino que se extiende hasta el inicio de! Postclasico. ‘Aciuelmente ef crosor de as capas artrpicas tee 1 30m en [a parte mas elevaza dela Joma. Sn embargo, en algunas zones sé que la ercién puso aterar cas 1 mde secimertos, "10 spas cerdmcos que taremos aq. ueron defrids por veneer (1995). Electr encontrar una defen precio de eo pas en aque Wab340. aoio 2UORA ') Loma Ala aso 1 Urumbécuaes Rojo sobee Natural wan Inco Acanatds 1 Cknega Rojo 3 Cerémica de ta fase até * Para la fase Jardcuaro (fig. 3), tenemos 28 va- sijas. Segiin Mich@let (1993), esa fase corres ponde a un breve periodo que marca una tran- sicién entre los complejos cersimicos Loma Alta y Lupe. La fase Jardcuaro fue fechada de modo tentativo entre $50 y 600 d.C. (Michélet, 1990, p.284), Sin embargo, teniendo en cuenta la im- portancia de esa ocupacién en Guadalupe y la cescasez de fechas de carbono 14 disponibles has- tael momento (dos fechas), es razonable pensar que este period fue mas largo El material Jardcuaro se caracteriza por la coe xistencia de caracteres heredados de la tradi- cién Loma Alta, junto con elementos que anun- cian el complejo Lupe. La aparicién de los tipos Lupe Café Pulido y Giénega Rojo, asi como el predominio de la cerémica monocroma café 0 roja evocan las tendencias que caracterizan el complejo Lupe. Sin embargo, los elementos re- lacionados con Ia tradicién Loma Alta estén “Et imenvto ce 500-600 es tert presentes todavia, Aunque ya desaparecié la ce- rimica policromada tipica de esta fase (Carot, 1993), es notable que atin hay monocromos fi- nos del grupo Loma Alta (Loma Alta Pulido, In- ciso, Rayado o Acanalado; fig. 3b, c) asf como al- ‘gunas piezas del tipo Urumbécuaro Rojo sobre Natural (fig, 33), Las formas y las decoraciones muestran también una clara filiacién con la fa- se Loma Alta. Los cuencos hemisféricos de base convexa son comunes; sus paredes son delga- das y a veces tienen bordes convergentes (te- ‘comates). Algunas piezas presentan un contor- no poligonal (fig. 3a) que encontramos en el complejo Loma Alta. Los disefios incisos tam- bién son heredados de ese complejo: frisos de doble ola, rayas y acanaladuras oblicuas en cl cuerpo, motivos en forma de sol o de cruz de San Andrés. Las ollas presentan un perfil sencillo: panza globular, cuello y borde curvo-divergente, labios adelgazados. También se encuentran moteaje- tes con punzonado en el fondo y pequenios so- portes cOnicos sélidos (fig. 34). + La fase Lupe temprano (fig. 4) esta fechada ‘entre 600 y 750 (Mich@let, 1990, p. 284). A par- tir de este periodo los grupos ccrdmicos Lupe Café y Cignega Rojo se tornan dominantes. Te- ‘nemos 38 vasijas compleras en total de este pe- riodo, En comparacién con la fase anterior, ahora el grupo Lupe se hace dominante y remplaza al gra po Loma Alta. El grupo Lupe corresponde a una evolucisn de los monocromas Loma Alta. Se dis- tinguen de ellos por un acabado de superficie de menor calidad y por coloraciones mas variadas ‘que oscilan entre el beige y el café gris verdusco. Las formas marcan también una evolucién sen- sible: Los cuencos hemisféricos presentan formas cada vez mds abiertas y aparecen las escudillas de fondo plano y de paredes recto-divergentes; también hay algunas escudillas trfpodes de so- portes en forma de lengiicta (Arauld ef al, 1993, fig. 53). Las técnicas de decoracién son parecidas a las del grupo Loma Alta (incisiones, rayas, acanaladuras, punzonado); las innovacio- 1B + JULIO-DICEMBAE 1997 nes son pocas (pequefias protuberan- cias obtenidas por técnica de repuja- do; fig, 5b). Sin embargo, el reperto- rio gréfico muestra una evolucién. El ‘tema caracteristico de la fase Lupe es el friso de volutas angulares subraya- do por lineas horizontales onduladas (fig. 4a). Las acanaladuras son agrupa- das en pares radiales verticales deli- mitadas arriba por una acanaladura ho- rizontal (fig, 4b). FI tipo Ciénega Rojo es otro tipo diag- ndstico del complejo Lupe, en parti cular las copas de pedestal (fig. 4d), Yi 1) Lape tnciso 1) Luge Acad )y 8 Cienega Rojo decoradas con molduras externas en el cuerpo y disefios calados en la pared del pedestal. Hay también cuencos de bbasc anular (fig. 4e) marcados a veces por cortas incisiones en el fondo (moleajetes). Notamos asimismo la presencia de una olla de tipo La Joya Rojo con decoracién seudonegativa cen forma de triéngulos invertidos (fig. 4c). * Para la fase Lupe tardio-La Joya tenemos 22 vasijas completas. Este periodo esta fechado entre 750 y 900 (Michélet, 1990). El material cerdmico de esta fase es semejante al descrito de Ia fase inmediata anterior. No obstante, se distingue de ella por la presencia de formas ca- sacteristicas del final del Clasico que anuncian cl Postclisico temprano. Los grupos Lupe y Ciénega siguen dominando, mientras que las formas y la decoraciGn evolu- ional * escudilla tripode de silueta sinuosa y soportes bulbosos huecos (fig. 5a) que anuncia una forma tipica de la fase Palacio (of Michelet et al, 1989); * olla La Joya Rojo (fig. 5c) de silueta compues- tay borde Chirimoyo (moldura externa) ca- racteristico del Epictisico (idem.); * las copas de pedestal Ciénega Rojo decoradas con disefio al negativo (Iineas horizontales onduladas, grecas; fig. 5d, ) son caracteristi- cas de esta fase del Clisico tardio (tipo Cig- @ Fig. 4 Cerémica de ta fase Lupe temorano nnega Rojo Negativo), y anuncian también los ‘motivos al negativo del tipo Chilar de la fase Palacio. + La fase Palacio (fig. 6) est poco representada cen Guadalupe. Sélo siete vasijas procedentes de tres depésitos intrusivos son atribuibles a este periodo. Los tipos cerdémicos encontrados son caracteristicos del inicio del Postcl4sico en nues- tra zona (Michélet et al., 1989): tenemos tres escudillas de tipo Chilar Negro Negativo varie~ dad Crucita (fig, 6a, b), un cuenco y una escudi- lla tripode con soportes bulbosos de tipo Palacio Café Pulido (fig. 6c), asf como una vasija anaran- jada de produccién exégena (fig, 6d). Este con- junto, que presenta todavia marcadas semejan- zis con la cerdmica del Epiclisico, con seguridad pertenece al inicio de la fase Palacio (alrededor del 900). Para concluir esta répida presentacién de la ce- ramica de Guadalupe, queremos hacer hincapié en que el material estudiado evidencia una im- portante continuidad cultural. Desde la fase Ja- récuaro, donde se observan nexos con Ia fase Loma Alta, hasta el inicio del Postclisico, don- “Es necesaro mereionar que no apace tos en i muestra & grupo ceraenco mis comin def ase Placa | ‘grupo Horas (Michelet at, 1989) 1) Lupe Pulido Sp Lape Acad © Fig. 6 Cordmica de la fase Lupe temprano-La Joya de se constituye el complejo Palacio, observa- mos una evolucién paulatina de los tipos cer’- micos, lo cual concuerda con las conclusiones. de Michélet eraf, (1989) en cuanto a la secuen- cia regional. Estructuracién general de los conjuntos funerarios Aeescala del sitio comprobamos que la distribu: ci6n de las sepulturas no es ni homogénea ni aleatoria. Las sepulturas forman grupos muy densos, separados unos de otros por zonas con menor densidad y hasta vacias. De hecho, si micamos con atencién, ob- servamos que los vestigios funerarios muestran una gran estabilidad y una importante continuidad, tanto en la manera de disponer las sepulturas como en la composicién de los depé- sitos. La conformacién de los conjuntos fu- neratios ilustra bien esta idea. Vemnos, en efecto, una voluntad de reocupa- ccidn sucesiva de los lugares de inhu- macién. A partir de un nécleo de varias sepulturas establecidas en la 2) tsar Negro Nepaive fase Jarécuaro, 0 Lupe temprano, los conjuntos van amplidndose con el tiempo, agregando nuevos entierros, y legan a formar grupos de relativa densidad, Los difuntos son deposita- dos al lado o encima de sepulturas més antiguas, pero, pese ala densidad de las sepulturas, las sobreposiciones ‘son pocas (lo cual implica un previo ‘conocimiento de los entiertos ya exis- tentes). Que los lugares de inhuma- cién continden siendo utilizados y que las caracterfsticas de los vestigios sigan siendo las mismas es indicio de «que los muertos pertenectan a un gru- po culturalmente homogéneo. Lo mismo nos demuestran los obje- tos asociados. Como hemos dicho, el estudio de la cerdmica indica que la evolucién de tipos y formas fue progresiva. La Iitica muestra, por otto lado, cierca estabilidad durante la ocupacién. Las deformaciones cefiticas constituyen un buen argumento en favor de una idea de con- tinuidad cultural, pues nos revelan una gran ho- mogeneidad en las épocas Jarécuaro, Lupe y quizé hasta la fase Palacio (Pereira, 1996a). ‘También comprobamos una continuidad en la arquitectura de las tumbas, tanto en sus técnicas de construccién como en el tipo de estructura LO i wh ‘ul ) tila Nepmo Negative std Coste y 4 €) tipo nara ndetrninads Fig. 6 Cordis de la jase Palacio 16+ JULIO-DICIEMBRE 1997 @ Fig. 7 Camera funerara: Sept ura 13- Sector Vil La entrada, percialmenie dos: ttuida por et ar do, tenia une pe uefa escalera, a cameraconiene 8 dos indviduos en relecion arate cca patcial (un adolescenie de sexo lemmenine (A) deciitto ventral exionado y un aduite masculino @)en decctrto dorsal tlexconzd) ios restos dis- persos Ge un nino ide altededor de 7 anos (C); nBtose fadisiibucion de 7 las olrendas en tres grupos. frente y en amos lados de la entrada Podemos pensar que las diferencias formales observadas no sean el reflejo de variaciones cro- nol6gicas, sino que ilustran la variabilidad inhe- rente a las priicticas funerarias. Si bien el sitio parece haber sido utilizado prefe- rentemente como lugar de entierros, tenemos datos que nos refieren también otros tipos de actividades rituales; por ejemplo, en las excava- ciones de la parte norte de la loma aparecieron algunas estructuras no sepulcrales; asiznismo, en el sector noroeste se despejé una plataforma ARQUEO LOoGiIA de forma circular de 5.6 m de didmetro; en el noreste fueron descubiertos los vestigios de un temazcal; recientemente, una prospeccién geo- fisica realizada por el equipo de Luis Barba (UNAM) ha permitido localizar otras estructuras de importantes dimensiones que indican que el sitio estaba dividido en dos sectores funcional- mente distintos: la parte sur y central de la loma estaba reservada para inhumaciones, mientras que en el sector norte se observan diferentes estructuras ceremoniales, rio sepulcrales. Es pro- bable que esas estructuras desempefiaran un AlaDoOTO3ZUOANA papel particular en el desarrollo del ricual fune- ratio, pero los datos de que disponemos acerca de su funcién son atin insuficientes. Arquitectura y uso del espacio sepulcral Los resultados obtenidos en las temporadas de campo de 1993 permitieron enriquecer sustan- cialmence la imagen de los rituales funerarios del Clasico medio-reciente que se tenfa hasta ese entonces. A las grandes estructuras funera- rias de la cima de Ia loma, hoy podemos asociar un conjunto de sepulturas més 0 menos com- plejas; esta diversidad plantea el problema del papel que desempefaban y del funcionamien- to de las estructuras sepulerales. Desde las particularidades observadas a nivel de los dispositivos arquitecténicos, nos ha sido posible distinguir diversos conjuntos dentro de nuestro corpus. Hemos definido las siguientes categorias: + Ciimaras funerarias (Fig. 7) * Cajas (fig. 8) * Sepulturas en nicho (fig. 9, 10, 11) * Sepulturas en fosa sencilla (fig, 12) * Umnas (fig, 13) Las categorfas fueron utilizadas de modo con- comitante. Los datos tafonémicos y arqueol6gi- 03 sefialan que la mayoria de estos elementos servian para acondicionar un espacio vacio en el que iban a ser depositados los restos de uno 0 © Fig. 6 Sepultura en caja: Sepultura 11-Sector 'V *JULO-DICIEMBRE 1997 8 Fig. 9 Pert de dos sepuituras 2 richo tel Sec- tor Xil-Seputurss y39 de varios individuos. Podemos cuestionarnos acerca del significado de las diferencias obser- vadas Cémaras funerarias Desde el punto de vista del modo de funciona- t0, las cAmaras funerarias ocupan un lugar particular, pues su arquitectura es la més elabo- rada. Se trata de estructuras de forma cuadran- gular construidas con bloques de piedras, va las, que se accedfa por una entrada lateral (fig. 7). El espacio sepulcral estaba cubierto por un techo, menudo desmontado cuando la tumba dejaba de ser utilizada. Tal vez. este techo estaria for- mado por grandes losas de andesita (fig. 14), sin duda reforzadas, en las grandes cimaras sepul- crales, por travesaos de madera, Cuando las cimaras eran utilizadas, es probable que la entra- da se cerrara con losas méviles. Hay cuatro tumbas de este tipo. Tres fueron encontradas en la cumbre de la loma (Estructu- ras Puncrarias 1 y 2, Scpultura 9) y correspon den a la fase Lupe tempranos la dltima se loca- liza en el Sector VIII y esta fechada en la fase Lupe tardfo-La Joya (Sepultura 13; fig. 7). Las Bscructuras Funerarias 1 y 2 son las mis gran- des: 3.5.x 3 m para la primera y 4.5 x3 m para la segunda, El contenido de la primera estaba intacto, mientras que el de la segunda fue muy alterado por perturbaciones poscortesianas.° La Sepultura 9 se encuentra al sur de la Estructu- ra Funeraria 1. Sus dimensiones reducidas (1.2 x 1-1 m) con seguridad se deben a que fue hecha para recibir los restos de tres nifios (alrededor de 6y 4 afios y 6 meses). Este tipo de estructuras estaba pensado para re~ cibir los restos de varios individuos. En las Sepul- turas 9 y 13 la disposicién de los restos 6seos indica que los individuos fueron objeto de de- pésito primario. En el caso de la Estructura Fu- neraria 1 es probable que esta forma de deposi- to quedara restringida a unos pocos individuos, mientras que la mayor‘a de los restos humanos Eas cubs son deseritas oe manera deta e£at (1793) y en Perea (1996) enananic frente a la entrada oa uno y otro lados de la misma (fig, 7). También los tes- tos humanos suftieron manipulacio- nes diversas, En la Estructura Funera- ria 1 los hucsos estan dispiicstos a uno y otro lados de la entrada, y una linea compuesta por fémures aparece segiin cl cje de ésta. En las Sepulturas 9 y 13, algunos huesos fueron retirados de Jas osamentas. Después de estas disposiciones finales, Jas sepulturas eran cerradas definitiva- mente. En las tumbas més grandes (Estructuras Funerarias 1 y 2, Sepultu- 1213), esta clausura implica desmontar cl techo y después rellenar el espacio interior de la cémara. En el caso de las Estructuras Funerarias 1 y 2 las tumbas fueron cubiertas cori un piso de lj Fig. 10 Colapso de ta tana de lajas de una sepultura en nicho corresponderian a depésitos secunda- rios (Pereira, 1992). Por otra parte, diversos indicios mues- tran utilizacién en diferentes etapas, lo que implica que la tumba fue reabier- ta. El tiempo de uso es dificil de caleu- lar, y sin duda varia de una sepultura a otra. Sin embargo, si consideramos los. datos estratigeificos y la ceraimica aso- ciada, parece que el tiempo de utiliza- ci6n fue relativamente corto, a escala de la cronologia cerémica pues, en efecto, las ofrendas funerarias presen- tan una gran homogencidad interna, Las modalidades de abandono de las cémaras funcrarias constituyen uno de los aspectos mas originales de este tipo de sepultura. Al parecer la clausu- ra definitiva de las sepulturas habria dado lugar a diversas manipulaciones. En cuanto al contenido de la tumbaes muy probable que los vestigios func- sani fayan olde aijena de ents | MS pueden sa per dootos ete tervencin final, e decir, de una ear Sons cs Ee eae eo eae ganizaci6n de las ofrendas, agrupadas —_yagrrertada y volleada ocasionadias por a calia de las lejas en los olrendas: Seputura 21-Secior Vil 18+ JULIO-DICIEMBRE 1997 Pese a las similitudes de las cémaras funerarias, aparecen también impor- tantes diferencias entre ellas, por ejemplo, en cuanto al tamafo de las estructuras 0 a la cantidad de indivi- duos enterrados. Desde este punto de yisca las Estructuras Funerarias 1 y 2 ocupan un lugar aparte. Su situacién topogrifica, sus caracteristicas arqui- tectnicas y la complejidad del siste~ ma funerario indican que su papel re~ basa el de una simple sepultura. La importancia de los depésitos (35 indi- viduos en la Estructura Funeraria 1; al ‘menos 10, en la 2) y la disposicién fi- nal de las osamentas confieren a estas estructuras el aspecto de verdaderos osarios. Otras formas de sepultura La mayorfa de las sepulturas presen- tan un dispositive funerario menos complejo. + Las sepulturas en fosa seneilla (fig. 12) son las mas frecuentes (20 ca~ s0s). El cuerpo del difunto es colo cado en una fosa de perfil simétri- co, a menudo cubierta por lajas. * Otras inhumaciones en fosas mas elaboradas las hemos llamado se- pulturas en nicho (8 casos). Se caracterizan por una fosa de perfil asimétrico: una de las paredes de ta fosa presenta una pequena ca- vidad en ta que se coloca al difunto. Después Ja apertura de la fosa se cerraba con algunas lajas oblicuas, cuyo borde inferior reposaba sobre una pequefia banquera de piedra o de tierra.’ Este tipo de dispositivo (figs. 9 y 14) fue encontrado también en el sitio de Loma "En Guadalupe, este singuiar Upo de dspasio pudo ser etectado gracias a cites tfonémices, al acon as labcervacones asteciSgcas in sitscon os elemertos de pears asociados figs. 10y 11), Se pudo comproba, per elerpl, ue e! deruribe de gas en ia cavigad vacls provocaba ‘ivesas perurbacones sobre las osmentas y as ofendas (cesplarementos yragmentacones}, ARQUEOLOGIA @ Fig. 12 Sepultura en fose sencia: Sepulura 32-Sector X) Alta (Pereira, 1996b), lo que demuestra que su uso comienza al menos a principios de nuestra era (fase Loma Alta 2: 0-350 d.C.). Las sepulturas en caja (ocho ejemplos) son caracteristicas del Clisico medio-tardfo. Son pequefias estructuras excavadas en el suelo y construidas con piedras verticales; las cajas pocas veces rebasan el metro cuadrado. Es- tn tapadas con lajas horizontales; el piso a veces esté enlosado (fig. 8; véase también la Sepultura 26, fig. 9) Inhumaciones en urnas (3 casos). Se trata, en todos los casos, de nifios colocados en el al aoswozauoha @ Fig. 13 Sopuitura on uma: Sepulture 27-Sector Xi, fondo de una olla cuyo cuello fue quebrado propSsito. La uma esté cubierta por un cuen- co grande volteado o por tepalcates de gran- des dimensiones (fig. 13). A diferencia de las cémaras funerarias, las se~ pulturas que acabamos de describir no dispo- nen de un sistema de acceso lateral. De modo general, parece que estas sepulturas fueron concebidas para ser usadas en ocasién de un evento Gnico. En fa mayorfa de los casos el su- jeto principal cérresponde a un depésito prima- rio, a veces acompafiado de algunos restos de otro individuo. Estas formas de depésito pare- cen deberse a una misma ceremonia, Cuando la inhumaci6n contiene dos dep6sitos primarios, las conexiones muestran que los dos cuerpos fueron colocados de manera simultinea. Es pro- bable que algunas sepulturas hayan sido abier- tas después para recuperar algunas osamentas (Pereira, en prensa), pero no hay pruebas de re- utilizacién de las mismas. Podemos concluir que las diferentes formas de sepulturas encontradas no reflejan modos de uso distintos. Mas bien creemos que las diferencias observadas en el modo de eonstmuveitin de cajas y fosas reflejan diferencias sociales 0 simbélicas. Tratamiento mortuorio y culto a las osamentas Una de las principales caracterfsticas de las practicas funerarias de Gua- dalupe reside en la coexistencia de depésitos primarios y secundarios, a menudo asociados, en un mismo es- pacio sepuleral. El depésito primario constituye la forma més extendida. Incluye suje- tos de todas las edades y de ambos sexos. La posicién del cadaver varia: dectbito dorsal (fig. 11), dectibito lateral derecho o izquierdo (fig. 12), decibito ventral, sedente (fig. 8); és- tas variantes no parecen tenet rela- ci6n con Ia edad 0 el sexo del difunto. Parece que en la fase Lupe son mAs diversas que en Ia Jarécuaro, donde el decibito lateral izquierdo predomina. Sin embargo, los datos de que ponemos son atin insuficientes como para con- cluir que este caricter refleja una evoluci6n sig- nificativa. Por otro lado, la posicién del cuerpo ya disposici6n de los objetos funerarios indican patrones. Vemos que, en todos los casos, el cuer- po del difunto fue colocado en forma flexio- nada, con los miembros colocados adelante del torso. La orientacién del cuerpo sigue, en gene- tal el eje de los puntos cardinales, aunque la direccién de la cabeza varia, Es raro que no se ‘encuentren ofrendas, entre ellas varios objetos con prucbas de uso cotidiano. Los recipientes de cerimica son los mas frecuentes; a menudo se encuentran cerca de la cabeza, y pocas veces cerca de los pics; los otros objetos estén dis- puestos de modo indistinto; los ornamentos, en. general, aparecen sobre el esqueleto. Por otro lado, los datos tafonémicos han permi- tido conjeturar que el cadaver era objeto de una preparaci6n anterior al depésito sepuleral; indi- cios de diferentes tipos muestran que el cuerpo se envolvia con telas y petates. En general, esta 1B + JULIO-DIGEMBRE 1997 envoltura formarfa un bulto funerario atado con cordeles. Si bien Ia informacién proporcionada por los de- pésitos primarios es prueba del trato reservado al cadaver, los depésitos secundarios permiten pensar en un conjunto de practicas basadas en la manipulaci6n de las osamentas. En Guadalupe los datos que disponemos indican, en efecto, que esas manipulaciones ruvieron lugar después de la descomposicién total de los tejidos blandos.. Los depésitos secundarios contienen restos de sujetos adultos, de ambos sexos, adolescentes y nifios. Del grupo de nifos comprobamos que falran los menores de 5 afios. Observamos tan- to conjuntos de huesos largos de un mismo es- queleto (depésitos secundarios no selectivos) ‘como piezas éseas aisladas (tibia, femur 0 erd- neo, en el caso de depésitos secundarios selec- tivos). Las dos formas de depésitos sccunda- rigs aparecen tanto para el grupo de adultos como para los nifios. ARQUEOLOGBIA ‘Aparte, parece que, contrario a lo que sucede con los depésitos primarios, los secundarios carecen de ofrendas, aunque algunos depésitos secunda- tios aislados escapan a esta regla. Pero, en todas las sepulturas donde las dos modalidades de depésito coexisten, los objetos estan siempre asociados al individuo en relacién anatémica; esto podria ser cierto también para la Estructu: ra Puneraria 1, ya que los resultados que obtuvi- ‘mos a partir del estudio espacial de los vestigios permiten suponer que originalmente las ofren- dias estaban asociadas a depésitos primarios (Pe- reira, 1992). {Debemos suponer entonces que las diferencias ‘observadas entre los depésitos primarios y secun- darios indicarfan diferencias sociales? No queda- mos conformes con esta explicacién por lo si- guiente: a) Hay probabilidades de que los huesos encontrados en los depésitos secundarios proce- dan de sepulturas primarias, las cuales sf conta- ban con aftendas. 6) Diversos depésitos de este |® Fg, 14 Reconsinuceién nipotética de un conjunto funerario del Secior Vil AlDO403 UDAA tipo dan muestras de la existencia de retico in- tencional de huesos. ¢) En cuanto a la Estructu- ra Funeraria 1, podemos sefalar que, si bien al- ‘gunos sujetos parecen haber sido introducidos cen la tumba como cadiveres, es también cierto que sus restos fueron finalmente mezelados sin distincién con los huesos traidos del exterior. Los elementos que acabamos de referir nos obligan a considerar que las diferencias entre los depésitos primarios y los secundarios cons- tituyen dos facecas complementarias del ritual funerario, dos etapas que parecen reflejar una transformaci6n en el trato acordado a los restos humanos. En efecto, el ritual que acompafia al entierro primario es muy diferente del ritual que acompafiaa las manipulaciones secundarias. Te- nemos la it muerte. Al difunto lo acompafian varios objetos que ilustran caracterfsticas de la persona en el mundo de los vivos: objetos cotidianos, orna- 2) Guadalupe, Mich ©) Alia Las Cuevas, aise ‘Weigand, 1998) ‘mentos que —como lo indica Binford (1971) — simbolizan el estatus social de! muerto. Esos atributos permiten ubicar al fallecido en el seno de la comunidad de muertos. Este carécter con- ‘rasta un poco con la imagen que nos ofecen Jos depésitos secundarios. Cuando pasamos del cadaver a las osamentas, el difunto parece per- der su estatus diferenciado, particular, y ganar un estatus indiferenciado, anénimo. Las dife- rentes caracteristicas observadas en las excava- ciones son ejemplo de lo que decimos, pues por un lado los restos Gscos no estin ya directamen- te relacionados con los objetos mismos, que a veces han sido reorganizados posteriormente, y, por otto, los huesos de varios individuos « me- nudo fueron entremezclados, dentro de un mis- mo depésito, sin haber renido en cuenta la in- tegridad de un mismo esqueleto (pues puede tratarse de un aporte parcial). En la Estructu- ra Funeraria 1, por ejemplo, los huesos de un mismo sujeto estén, en general, dispersos en tuno u otro montén de huesos. ) Loma At, Michoacin 4) BL Macc, Colina (ely, 1978) Fig, 15 Comparacion de los perfles de sepuluras en richo con algunas tumbas de tro 18 - JULIO-DIIEMBRE 1997 Es interesante comprobar que los comporta- mientos descritos intervienen al comienzo y al final del proceso de descomposicién; de hecho, parece que esta oposicién entre depésitos prima- Fios y secundarios muestra una oposiciOn entre cadaver y osamenta. Los datos tafonémicos in- dican que las intervenciones secundarias tuvie- ron lugar, como hemos dicho, cuando las partes blandas han desaparecido por completo. Parece también que a veces se procedié a una limpieza del hueso cuando ciertos residuos tardaban en desaparecer; al menos aslo interpretamos para el caso de trazas de raspado observadas en una de las tibias encontradas sobre fa tapa de una sepultura del Sector XII. sf pues, distinguimos dos momentos en el ritual funerario: las practicas que se le asocian parecen obedecer a una simbologia diferente. Los atribu- tos del primer entierro (dep6sito primario) indi- can ampliamente la identidad del difunto, mien- tras que las prdcticas que intervienen después de hhuesos, depésitos secundarios, reestructuracion de los objetos, etc.) obedecen a una légica colec- tiva (Zcomunitaria?) en 1a que los caracteres in- dividuales del difunco dejan de percibirse. De acuerdo con lo que sugiere Thomas (1984) a pro- pésito de otros contextos culturales, nos podemos preguntar si este comportamiento corresponde a un proceso de integracién det difunto al seno de lacomunidad de los antepasados. Si asi fuera, uno clos objetivos de las précticas secundarias habia sido el de mantener una cohesién entre los muer- tos, simbolo de continuidad y de estabilidad para la comunidad de los vivos. Patrén funerario y organizacién social Si bien los ritos secundarios tienden a mostrar una determinada cohesién en ef interior de las, comunidades, esto no significa que la sociedad del Clésico cardio haya sido igualitaria. Muy al contrario, varios elementos muestran que en lla habfa una verdadera jerarqufa. Estas diferencias son aparentes por la organizacién global de la ne~ crépolis, el grado de elaboracién del dispositive funerario y la naturaleza de las ofrendas. ARQUEOLOGIA Ubicacién de las sepulturas ‘Como hemos dicho, a organizacién espacial de las sepulturas permite distinguir varios grupos repar- tidos en diferentes sectores de la loma. De los conjuntos que pudimos excavar, nos parece posi- ble destacar elementos centrales y periféricos. * Acescala del sitio, el conjunto funerario loca- lizado en la cima de la loma parece ocupar un lugar especial. Se distingue de los otros grupos por su posicién central y dominante (desde el punto de vista de la topografia), asf como por la amplitud de las estructuras que ahf apare~ cen y por la riqueza de las ofrendas.* *+ Aescala local, la organizacién de los depésitos permite distinguir una tumba central y,alre- dedor de ella, sepulturas més sencillas. Bs el caso del sector localizado en la cumbre del tio, en el cual las grandes cémaras funerarias ‘ocupan este lugar principal. En el Sector VII, Ja Sepultura 13 desempefia un papel similar; Jo mismo la Sepultura 26 en el Sector XII. ‘Vemos también que esas tumbas centrales se es- tablecen justo encima de una sepultura mis an- tigua. Tal es el caso de la Estructura Funeraria 1 (cémara funeraria colectiva Lupe temprano), construida por encima de la Sepultura 3 (caja Jaricuaro con restos de dos adultos de sexo mas~ culino); de la Sepultura 13 (cimara funeraria miltiple Lupe tardfo) establecida encima de la Sepultura 18 (sepultura maltiple en fosa Lupe ‘temprano); de la Sepultura 26 (caja Jaricuaro con Jos restos de un hombre y de un adulto de sexo no determinado) encima de la Sepultura 26 (sepul- turaen nicho de un adulto de sexo masculino, co- rrespondiente también a la fase Jarécuaro). Porotra parte, comprobamos que los cadaveres de los nifios de menos de cinco afios de edad eran generalmente inhumados en zonas distintas: fue- ra de las grandes estructuras funerarias, si nos re- ‘Recordemos que e:eneza zona donde una rascara de icra de exo ect xncarode ue descuteta po prope: ‘ao de a mipa. La presencia de esa pera excepoional ‘efuerza emporancia amuida a as Sepultura: ee esta 203 AlaOVoORTUOAA ferimos a la cima de la loma, agrupados en la par- te sur del conjunto, en cuanto al Sector XIII (véanse las sepulturas 27, 28, 37, 38, 41, fig. 9) ‘Surgen interrogantes acerca del significado po- litico y social de los conjuntos funerarios. La presencia de reagrupamientos de sepuleuras y Ja estructuracion de estos conjuntos alrededor de tumbas principales indica un sistema de or- ganizacién jericquica. Las sepulturas evocan dos niveles de jerarquia: *+ Una jerarqufa interna del grupo, dentro de la cual las tumbas centrales parecen ocupar un lugar principal. * Una jerarquia entre grupos, dentro de la cual el sector de la cima del sitio se destaca con claridad. Es interesante ver en este esquema de organi- zaci6n funeraria una imagen de la organizacién social, éLos personajes inhumados en las tumbas centrales corresponden a jefes de linaje? éLas di- ferencias entre los grupos dan muestras de una ‘organizacién politica y, de ser asf, los personajes de la cima de la loma pertenecfan a una élite? Que algunos individuos gozaron de una cierta posicién politica y social es cierto; sin embargo, el significado de los conjuntos de sepulturas es més complicado. éEsos grupos estarfan deter- minados por lazos de parentesco entre los indi- viduos, por la pertenencia un mismo grupo de habitaciones 0 a un mismo grupo social? Sin ha- ber podido aiin relacionar los datos funerarios y los de dreas habitacionales, es dificil excluir cualquiera de estas posibilidades. La antropo- logia biol6gica oftece algunas pistas de interpre~ taci6n. Indica, primero, que no hay al parecer especializacién global de! sitio, segiin criterios de edad o sexo. La hipétesis del caricter fami- liar (en sentido amplio) de los grupos esta su- gerida por los datos procedentes del Sector VIII, donde los sujetos inhumados parecen compar- tir variaciones morfol6gicas que evocan un de~ terminado parentesco biol6gico. Los resultados aportados por el sector central no son determi- nantes en este sentido. Por otro lado es posible que el uso de las grandes cémaras funcrarias tenga relacién con otros criterios como ac dad socioprofesional, pertenencia a una misma entidad politica, social, eteétera, Elaboracién de las sepulturas Segiin Tainter (1977), el grado de elaboracién de Ja sepultura puede reflejar ciertas formas de di- ferenciaci6n, En Guadalupe observamos grandes diferencias en la arquitectura de las sepulturas y en los materiales de construccién usados; sobre este aspecto, el uso mis o menos importante de la piedra ejemplifica diferencias notables en ‘cuanto a lo utilizado en la construccién de una u otra sepultura. Recordemos que las piedras en- contradas en el sitio debieron ser transportadas desde los yacimientos situados en los macizos volcnicos que rodean la cuenca. Asi pues, el conjunto funerario de la cima de la loma desta- caotra vez de los otros sectores, dada la gran can- tidad de piedra empleada en la construccién de las grandes cdmaras funerarias; si consideramos este factor, las Sepulturas 3, 11 (cajas) y 9 (pe- queiia cémara funeraria) destacan también. En los otros sectores Jas tumbas centrales son las que tienen mayor cantidad de piedras, Es el caso dela Sepultura 13 (cémara funeraria), en el Sec- tor VIIL. Enel SectorXIII, a Sepultura 26 corres- ponde a una caja con dimensiones mas modestas uc las tumbas descritas anteriormente, Sin em- bargo, en comparacién con otras sepulturas del sector, esta estructura es la més elaborada. Las sepulturas en fosa implican una inversién més limitada al momento de acondicionar el lugar de inhumacién, Sin embargo, existen tam- bién diferencias dentro de este conjunto. En al- gunas fosas con perfil asimétrico se usaron, por ejemplo, bloques y lajas para cerrar la cavidad. Con excepcién de inhumaciones en urna, que parecen reservadas para los cadaveres de nifios de corta edad, los otros tipos de sepultura no parecen exclusivos de una clase de edad parti- cular. Encontramos los restos de adultos y ninos tanto en las cémaras funerarias, en las cajas, 1B + JULIO-DCIEMERE 1997 ‘como en los diferentes ripos de fosas. Si acaso hay diferencias, éstas se deben més a las dimen- siones de la tumba que a las caracteristicas. La Sepultura 9, que contiene los restos de 3 nifios, corresponde a un modelo reducida de las gran- des cdmaras funerarias. También observamos estas diferencias de tamafo a propésito de las cajas y de los diferentes tipos de fosas. Distribucién de las ofrendas En arqueologia funeraria las ofrendas son, en general, consideradas como indices muy preci- sos del estatus del individuo. Este aspecto fue demostrado por miltiples trabajos (Binford, 1971). Sin embargo, el valor acordado a cada ob- jeto puede variar considerablemente de una sociedad a otra. Entre la gama de posibilidades que se nos presenta, ¢s preciso considerar tan- to las caracteristicas biol6gicas del difunto (edad al momento del deceso, sexo) como las propie~ dades intrinsecas del objeto (su funcién, mate- rial con que esta hecho, etcétera). Para el caso de Guadalupe, hemos dicho que el estatus del individuo se manifiesta en la prime- ra inhumacién. La distribucién de los abjetos muestra que las diferencias de sexo son mas acentuadas que las de edad, En las sepulturas con restos de sexo ferenino encontramos artefactos utilizados para el hila- do, el tejido o la cesteria: malacates de barro de- corados con motivos geométricos finamente. incisos (fig, 12, nim. 2); punzones y agujas de hhueso; piedras utilizadas para aplanar y ablandar las fibras de tule y carrizo para el trenzado de petatesy cestas, Hoy, estas piedras atin son lizadas por los artesanos purépechas de las ori- Ilas del lago de Patzcuaro. En algunas sepultu- ras masculinas encontramos grandes cuchillos de basalto que con seguridad se usaron en la co- lecta de plantas lacustres (fig, 11, ntim. 3); sin embargo, la preeminencia de algunos hombres std expresada sobre todo por los atributos gue- rreros. Dichos atributos presentan variedad y gran elaboracién: mazos labrados en piedra ver- de o en basalto; étlatl provistos de agarraderas de. ARQUEOLOGIA hhueso 0 concha; puntas de proyectil de obsidia- na, calcedonia, silex, basalto, ete.; en fin, es- pléndidos cuchillos pedunculados de obsidiana trabajada por presién. La panoplia de esos gue- rreros aparece realzada por miltiples adornos de piedra y concha colocados sobre el cuerpo del di- funto: collares de cuentas, pendientes diversos, brazaletes, discos de piedra adornados con finos mosaicos de pirita, ete. Observemos, para fina- lizar, que el pigmento rojo (cinabrio y hematita) aparece s6lo en las sepulturas mascutinas, Parece entonces que en el Clisico tardfo y final el guerrero haya tenido una importancia cada ver mayor en fa sociedad. Exhibe su estatus con las armas y adornos que hablan de su capacidad po- Iitica 0 econdmica para procurarse objetos pre- ciosos. También es notable la presencia de algu- nas sepulturas infantiles donde aparecen esos objetos de prestigio, lo que sugiere que pudo existir una transmisién hereditaria de ese esta~ tus. Esta tendencia parece cristalizarse en todo el comienzo del Postclasico, con un personaje inhumado en la cima de la loma (fig. 8); sc tra- ta de un adulto joven de sexo masculino; Los {indices arqueolégicos y osteolégicos permitie- ron demostrar que este sujero murié a causa de. una lesién provocada por una flecha. El trata~ miento que se le dio y los objetos que le acom- pafian son de gran interés. Yace sentado en una caja con piso de lajas y estaba envuelto como bulto funerario, Presenta mutilacién dental” (tipo B4 y A4 de Romero, 1958) y lleva un rico conjunto de ornamentos, entre los que se en- cuentran numerosas cucntas de caolin; pla- quetas rectangulares y anillos de nécar; frag- mentos de un pectoral de nécar con forma de mariposa estilizada; una cuenta grande de pi- rita y un seecacuitlapili (espejo dorsal) de are- nisca con un mosaico de pirita (fig. 8, nim. 79). Diferentes objetos fueron depositados a sus lados: tres vasijas, delante de él (nim. 5, 6, 40); cuatro puntas de proyectil de colores dife- rentes (silex, calcedonia y basalto) situadas a la *s importante mencionar que la mutacin dental no es frecuerie ere os puebios petarascos de Wichoacdr Los rrineraes fueron dentfcados por cardo Sanchez Laboratori de Geciogla SiAsiNant GO . aar ews izquierda (ndim. 88); cn fin, a su derecha, lo que fue quiz4 una bolsa ricamente adornada con con- chas marinas (ntims. 9, 11 y 12) y que contenia cinabrio (trama cruzada), una navaja prismética deol ‘gra pulida (nim. 10). Los atavios con los cuales este personaje fue enterrado son muy interesantes, ya que recuer- dan la indumentaria de los guerreros toltecas tal como esta representada en Ia iconografia de “Tula. Al igual que los famosos atlantes del Tem- plo B, leva un tezcacuitlapill, un pectoral con forma de mariposa, cuatro dardos y una bolsita ritual, Sin embargo, en cuanto a la cronologia, es probable que nos encontremos, en Guadalupe, en un contexto anterior al florecimiento de la cultura tolteca del Altiplano Central: como he- mos sefialado, la Sepultura 11 puede ser fecha- da alrededor de 900 mientras que, segiin Cobean (1990), la fase "Tollan, que marca el apogeo de Tula, corresponderia mas bien a los siglos XI y XI1,’Tal vez ms significativo ain es que los ata- vios de este personaje tengan antecedentes en los entierros de la fase Lupe. La imagen del guerrero, tal como aparece en las sepulturas de Guadalupe, constituye un elemen- fo més que comprueba la anterioridad de rasgos culturales supuestamente tolrecas en el Centro- Occidente (Braniff, 1972; Faugére-Kalfon, 1991) yNoroeste (Hers, 1989) de Mesoamérica. En fin, eabe mencionar que uno de los atributos con los cuales estos personajes estén relacionados representan también un simbolo importante de los guerreros de la época tarasca: en la Relacién de Michoacdén existen numerosas alusiones alas cua- 110 flechas de color que simbolizan la guerra c6s- mica, Al igual que en la Sepultura 11, esas flechas son de color rojo, negro, blanco y amarillo, Guadalupe y las sociedades del Clasico tardio en el Gentro- Occidente de Mesoamérica Como lo han mencionados varios autores (Fau- gére-Kalfon, 1992; Pollard, 1996), el Clasico tardio-Epiclasico coincide con un periodo de transformacién de la sociedades prehispinicas del norte y centro de Michoacén. En la region de Zacapu, las investigaciones realizadas por el CEMCA han permitido evidenciar tina serie de cambios tanto en el patron de asentamiento como en las estructuras econémicas. En part cular, la fase Lupe se caracteriza por un im- portante aumento demogréfico: mientras que —durante las fases Loma Alta y Jarécuaro—el asentamiento se concentra en ia cuenca lacus- tre de Zacapu, durante la fase Lupe los secto- res de la sierra y de la vertiente Lerma son pro- gresivamente colonizados (Michélct eral, 1989). Al final del Clisico, la ocupacién humana es densa y se evidencia una jerarquizacién en el patrén de asentamicnto (Faugere-Kalfon, 1992, 1996; Migeon, 1990). La mayorfa de los sitios son aldeas ubicadas cerca de las zonas de cul- tivo, pero también eaisten varios poblados mas importantes que presentan una pequefia érca ceremonial. Ademés, existen algunos sitios ma- yores con reas ceremoniales importantes, for- madas por plazas, patios, pirimides, canchas de juego de pelota, ete. En la cuenca de Zacapu, el sitio de Loma Alta, para el Clisico medio, y el de Yacata La Virgen, para el Epiclisico, parecen desempefiar un papel importante. Varios datos indican que existe un intensifica- cién en la explotacién de los recursos. En la zona de la vertiente Lerma (Faugére-Kalfon, 1992), asi como en Ia sierra (Migeon, 1990) se than detectado amplias zonas de terrazas agrico- las. Esa intensificacién de la produccién agricola es consecuencia de una aceleracién drastica de Ja crosién en las zonas de vertientes: en los al- rededores de los actuales pueblos de Naranja, Carétacua y Comanja (sur de la cuenea), Tricart (1992, pp. 182-197) identificé capas coluviales ‘que atestiguan un importante suceso erosivo, el cual empezé a finales del Clasico como conse- cuencia de la intensa antropizacién de esta zona, Es importante mencionar que es también a fi- nales del Clisico cuando las minas-talleres de Zinéparo-Prieto entran en una etapa de explo- tacién intensiva (Darras, 1991, 1996). 8» JULIO-DICIEMBRE $997 De acuerdo con estos datos, las sociedades de fi- nales del Clisico atraviesan un proceso de com- plejizaci6n politica y econdmica. Los datos proporcionados por los contextos funerarios de. Guadalupe nos permiten acerearnos a las carac- terfsticas socioculturales de esos pueblos. Atinidades culturales En cuanto la culcura material, se nocan impor- tantes semejanzas entre la cuenca de Zacapu y varios sitios contemporaneos ubicados en fas ticrras altas de Michoacan y en el suroeste del Bajio guanajuatense. Por un lado, la cerémica de Guadalupe se asemeja a las piezas encontradas por Pifia Chan y Oi (1982) en la Tumba 1 de'Tin- gambato, asi como a las que que proceden de Jas excavaciones de Pollard (1995, 1996), en Uri- chu. Es necesario mencionar que el material procedente de esos sitios se asemeja mAs a la ceramica correspondiente a la ocupacién Lupe tardio-La Joya y Palacio inicial de nuestro sitio que a las fases anteriores. Destaca, en particu- lar, la presencia de vasijas de forma y decoracién parecida alos tipos Ciénega Rojo Negativo (Pini Chan y Oi, 1982, fig. 6; Pollard, 1995, fig. 8a). En Tingambato también hay ollas de silueta compuesta y bordes tipo Chirimoyo (Pifia Chan y Oi, 1982, fig. 12), caracteristicas del Epiclé- sico en la cuenca de Zacapu. Por otto lado, exis- ten vinculos evidentes entre la cerdmica de Guadalupe y la estudiada por Sanchez Correa (1995) para la zona d= La Gloria, Guanajuato. De nuevo encontramos ahi las copas de pedes- tal de engobe rojo y decoracién geométrica al negativo, ast como los cuencos monocromos ro- {jos con base anular y café con decoracién incisa, Asi, segiin D, Michélet (1990), el centro-norte de Michoacén manifiesta, desde finales del Clé- sivo, tendencias culturales comunes. De acuer- do con los datos disponibles, podemos extender este parentesco cultural a los grupos que pobla- ban el sur de Guanajuato. Esta relacién es no- table desde ef punto de vista de la cerdmica para el Clisico tardfo, asf como para los periodos més antiguos (Carot, 1993), pero también es perceptible por medio de la arquitectura monu- ARQUEOLOGIA mental (Carot era/, en prensa; Paugere-Kalfon, 1996; Taladoire, 1989). En cuanto a los sistemas funerarios, la falta de datos comparativos para el Cilisico tardio en el Bajfo nos impide ampliar nuestras comparacio- nes en este dominio. No obstante, para el esta- do de Michoacén, las excavaciones realizadas en diferentes proyectos nos permiten relacionar Guadalupe con una tradicién que abarca gra parte de las tierras altas de la regién, En efee- to, cdimaras funerarias con caracteristicas muy similares a las que hemos descrito en Guada- lupe han sido descubiertas en varios sitios cls- sicos de la zona. ‘Tal es €! caso de Tingambato en el sur de fas tierras altas (Pifia Chan y Oi, 1982), de Urichu en la cuenca de Patzcuaro (Pollard, 1995, 1996), pero también de ‘Tres Cerritos en la Cuenea de Cuitzeo (Mactas G. y ‘Vackimes S., 1989). A pesar de las variaciones locales, esas tumbas tienen caracteristicas co- munes: se trata de construcciones de piedra compuestas por una camara de planta cuadrada © rectangular con un acceso lateral; muestran evidencias de depésito sucesivo y contienen los, restos de numerosos individuos; la calidad y cantidad de ofrendas que contienen indican ‘también que ese tipo de entierro estaba relacio- nado con la élite. Las excavaciones realizadas en Guadalupe mues- tran también que, al lado de esas edimaras fune~ rarias, existen otras sepulturas mAs sencillas, Por ser menos espectaculares, es frecuente que los arqueélogos no presten tanta atencién a ese tipo de entiertos. Sin embargo, como hemos mencio- nado, corresponden a patrones bien definidos. En cuanto a las sepulturas en caja, se reporta también un ejemplo en Uricho (Cahue y Pollard, 1996). Por otro lado, es interesante comentar que los entierros flexionados en sepulturas de caja son muy caracteristicos del complejo El G1 Ilo del valle de Atemajac, Jalisco (Galvan, 1976). En esta zona, dicho complejo aparece a finales del Ciisico, de manera que la tradicién de sepul- turas en caja reportada en Guadalupe podria ser, como lo sugiere Beekman (1996), un posible antecedente de los entierros de El Grillo

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