2023 04 26 Corriendo Con El DiabloDigital

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CORRIENDO CON EL

Jahir J. Jaimes

Copyright © 2023 Jahir J. Jaimes


Todos los derechos reservados.
Si supiera que la publicación de ese video iba a provocar que el mismo diablo
ordenara abrir el infierno para engullirme, lo hubiera pensado más antes de oprimir
la tecla de Enter.

Aun así, hoy, escondido desde este cuarto de hotel a más de 300 km de
Moscú, no me arrepiento de lo que hice, ni mucho menos de lo que estoy a punto de
hacer.
Primera Parte
01 de febrero de 2022.
Bosques de Mogilev. Frontera entre Bielorrusia y Rusia.

El portón se cierra haciendo un estruendo que lacera el silencio del bosque. Estamos
rodeados de pinos y coníferas cubiertas de nieve junto a una pequeña carretera sin
asfaltar. La miramos con anhelo, pero no podemos seguir por ella, las reglas son
claras de no usarla una vez estemos fuera. Atrás de nosotros hay dos militares
ubicados en las torres de control que lo confirman observándonos con los fusiles en
sus pechos. Miro a Olga y a Luka, sé que uno de los dos me ha traicionado. Es
paradójico tener que recorrer el bosque junto a dos personas que bien, uno de ellos
podría ser mi peor enemigo camuflado en la piel de una oveja.
Empezamos a adentrarnos entre los árboles. Mientras caminamos y el olor a pino
nos impregna las fosas nasales, me veo en la necesidad de hablarles sobre la
investigación que había hecho acerca de este lugar y, así mismo, que tenemos que ir
hacia el norte, como lo hizo el hombre que había escapado de aquí en los noventa, en
la época de la URSS.
—¡Escuchen eso…! —dice Olga interrumpiendo mi explicación.
Detenemos el paso, nos miramos entre nosotros y luego a nuestro alrededor,
inspeccionando cada movimiento.
—Parece ser una bala.
Apenas lo acabo de decir. Cuando de repente.
Tres.
Dos.
Uno.
Y una ráfaga de disparos corta el aire del bosque inundándolo de un ruido
ensordecedor.
—¡CORRAN! —grita Luka.
Cada quien se empieza a mover con rapidez, yo impulsado por el instinto, me tiro
al suelo y pongo las manos sobre mi cabeza, Luka hace lo mismo y Olga se queda
detrás de un árbol. Miro al frente, veo como algunos proyectiles impactan en las
ramas y los troncos de los pinos, esparciendo astillas por todos lados y haciendo un
estruendo aterrador. Los pájaros salen volando de inmediato buscando huir de

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semejante interrupción a la paz de su hábitat. Estoy nervioso, sigo en el suelo
rodeado de nieve y el sonido de los disparos no se detiene, parece que quieren vaciar
los cartuchos sobre nosotros. Tirado como un perro que busca salvar su vida, se me
pasa por delante un reflejo de solo unos segundos donde veo las atrocidades que
viví en esa maldita base: los abusos, las pruebas, el juego. El día cero… Y me viene
una conmoción desde las entrañas: «¡no puedo morir aquí, no sin antes contar esto!».
El ruido de las balas se acaba de detener en un susurro de paz tan efímera como
falsa donde quisiera creer que el universo me ha oído. Debe de haber pasado un
minuto y los tres estamos alertas. Escucho mi agitada respiración entrar y salir de
frente a la nieve. Pero de inmediato, me doy cuenta de algo aún peor:
Los militares pueden estar viniendo a buscarnos.
—¡Van a venir por nosotros!, ¡corran!
Me levanto y empiezo a moverme poseído por la adrenalina del momento, he
pasado por tantas situaciones que pusieron mi vida al límite, que no estoy dispuesto
a que ahora, estando tan cerca de la libertad, me la arrebaten. Olga y Luka corren
conmigo a toda velocidad, en el suelo se escuchan las ramas quebrarse ante el
acelerado avance de nuestras pisadas, hasta que algunos metros más adelante, oímos
otro ruido…
—¡Es el río!, estamos llegando a él —grita Luka.
Es el mismo al que habíamos venido en la primera prueba una vez fui metido
aquí. Cuando nadie se imaginaba lo que había detrás de las denuncias que hice y lo
trataban como simples conspiraciones, primero sobre la URSS y luego sobre Rusia.
Aunque en realidad ni yo mismo me lo hubiera creído si alguien me lo llegara a
contar en ese momento; lo trataría de descabellado. Y enfermo… Pero bien decía mi
abuelo que: «muchas veces la realidad, supera la ficción».
Las cuerdas que atravesaban el río todavía deben estar allí, así que podemos
cruzar por ellas. Lo pienso y luego lo digo en voz alta. El ruido del caudal está
aumentando hasta tener el río enfrente, lo debemos cruzar rápido, si los militares
nos persiguen, con seguridad, lo harán hasta este punto.
—Pero, ¡esperen…! ¿Dónde están las cuerdas? No hay nada…
—Las han cortado, ¡joder!, ¿cómo no lo intuimos?, no iban a dejarnos ese regalo
estando tan cerca de la base —responde Luka. Nos miramos con decepción y rabia.

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—Más abajo el río se hace menos angosto; vamos, podemos subir y cruzarlo desde
allí… —sugiere Olga apresurada.
Todos asentimos.
Enseguida corremos río abajo, la situación es muy estresante. Si nos alcanzan, será
el fin; no conseguiremos enfrentarnos a sus armas. Con qué lo haríamos… ¿Con
palos?
Subimos cargados de ansiedad. El caudal del río puede que disminuya, pero su
anchura no.
—Por aquí —digo—. No hay tantas piedras y si seguimos bajando, no lo vamos a
cruzar nunca. ¡Debemos decidirnos ya!
No me quiero imaginar si los militares aparecen detrás de nosotros. No puedo
darles el gusto de que me maten, tengo, ¡tenemos!, que sobrevivir y publicar lo que
hemos vivido aquí. Antes de lanzarme al río me llega el recuerdo de mi familia y el
intenso deseo por reencontrarme con ellos. ¿Dónde pensarán que estoy?, ¿creerán
que sigo vivo o ya habrán hecho un funeral en mi nombre?
Y sin cavilar más: me lanzo al agua, al tocarla, siento que me quema el cuerpo, me
corta la piel y me congela el cerebro, es como si me estuviera sumergiendo en hielo.
Pronto noto que la corriente me arrastra progresivamente río abajo, no es muy
fuerte, pero, así mismo, me ayuda a avanzar. De reojo veo que Olga está detrás de
mí, Luka es el último.
Yo nado con la rapidez que mi entumido cuerpo me permite antes de que inicie
con algún grado de hipotermia. No quiero ser arrastrado por la corriente hasta las
piedras ubicadas más abajo. Ni que los militares lleguen y nos empiecen a disparar
desde el otro lado, por eso, volteo mi cabeza cada tanto para asegurarme de que no
estén allí.
Debe ser por ello que no escucho con claridad cuando Olga me grita por primera
vez. Me giro en medio del agua para ver por qué me está llamando. Veo que mueve
sus brazos de lado a lado.
—Alex, ¡CUIDADO! —me grita.
Miro hacia el frente. Y veo que hay un oso en la orilla.

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Capítulo 1
La Noche de los tres disparos

140 días antes de la Guerra de Ucrania.


23:45 h, 7 de noviembre de 2021.

Alex se encerró en el cuarto con la amargura y la indignación aún rebosando en su


boca. En menos de 24 horas, su vida había sufrido una embestida que lo dejó
aturdido, y parecía que recién se estuviera despertando en un coche volcado y con la
sangre bajando por su cara. La noche anterior fue sacado a golpes de un bar gay, y al
siguiente día fue echado de su casa. El joven estudiante de derecho estaba
atragantado de rabia, porque consideraba que las causas de su desgracia eran
injustas y necesitaba expresar su versión de los hechos en una denuncia que calmara
su sed de justicia.
Se sentó en la silla dentro de la habitación y ajustó la cámara frente a él. Se puso la
camisa de manga larga morada, los guantes del mismo color y, por último, el
accesorio que protegía su identidad: una máscara de tela negra, con unas líneas
onduladas en la posición de sus ojos y un estampado en forma de «v» en el lugar de
su boca. Encendió la cámara y empezó a hablar, lo que, sin saberlo: estaría a punto
de arrastrarlo al infierno.

TRANSCRIPCIÓN DEL VIDEO

Desde hace dos semanas denuncié la brutalidad policial que usan para disipar las
manifestaciones que se viven en nuestro país. Sin embargo, anoche sucedió algo
inédito. Eran las 12:51 a.m., y estábamos cerca de veintisiete jóvenes dentro de uno
de los pocos bares gay que hay en toda la ciudad y que funciona en una especie de
submundo de clandestinidad bajo la fachada de ser un «billar». Sonaba de fondo
Save Your Tears de The Weeknd con Ariana Grande mientras tomaba unas cervezas

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con un amigo; cuando, de repente, un corte en la música interrumpió de abrupto el
tiempo y pareció detenerlo allí mismo.
Se escucharon las pisadas de tres hombres armados entrando en el lugar como si
de una emboscada se tratara. Pasaron por nuestro lado mirando con aires de
superioridad y prepotencia, parecía que estuvieran entrando en una cochinera de
cerdos y el olor les incomodara. Caminaron hasta la barra y pidieron hablar con el
dueño. Todos alrededor quedamos atónitos, nos miramos los unos a los otros sin
entender en realidad qué estaba sucediendo.
—¿Será un nuevo show? —dijo Nikolay, mi amigo. Sin embargo, algo me decía
que no lo era. Algunos chicos salieron de inmediato del bar. Con Nikolay pensamos
en hacer lo mismo. Pero antes de movernos, un militar se paró enfrente de la barra e
indicó que iría a realizar una requisa de documentos y drogas, ya que estábamos
supuestamente superando «el límite de aforo permitido», lo cual no era cierto.
Un chico de cabello rizado que estaba a mi derecha empezó a grabar la situación;
pero de inmediato, uno de los militares, desde atrás, se abalanzó sobre él y le
arrebató el móvil de las manos. Luego lo tiró con fuerza al suelo y nos advirtió: «si
alguien se atreve a grabar la inspección, le pasará lo mismo».
Ante la despreciable situación de abuso, todos salimos del bar entre la
indignación y la rabia buscando evitar un conflicto con los militares. Eran ellos
quienes iban armados, y aunque nos enfureciéramos: teníamos todo a perder en ese
momento. Cuando salimos a la calle, nos encontramos con que había una docena de
militares más esperando. En ese instante supe que algo en todo eso no iba a terminar
bien… El dueño del bar salió y les dijo a los militares que «no se estaba superando el
aforo máximo», sin embargo, ellos siguieron insistiendo en hacer la revisión como si
desearan con toda la fuerza de sus cojones encontrar algo más…
Pero… ¿¡Por qué no hacen lo mismo en los demás bares!?, me preguntaba, en la
calle había unos cuantos locales más y a este era al único al que se atrevían a entrar a
sacar a la gente. Eso mismo lo manifestamos inconformes. Pero ignoraron nuestros
reclamos, y empezaron a pedir documentación.
—Venga, enseñémosle el ID y nos largamos de aquí —le dije a Nikolay.
Pero la cosa no iba a ser tan fácil.
—Quienes no hayan prestado el servicio militar, se ubican allá —habló señalando
al otro lado de la calle. Yo miré de inmediato en dirección al sitio y vi que había un

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camión negro en el que subían a empujones a los primeros. Se empezaron a oír
reclamos y protestas.
Nosotros no habíamos prestado el servicio militar, pero tampoco podían
obligarnos a hacerlo… Y mucho menos bajo esas condiciones.
—¡Déjenme en paz, que no estoy haciendo nada indebido! —gritó un chico
mientras lo empujaban para que entrara. En ese instante, uno de los militares sacó
una porra y en una muestra de brutalidad militar y abuso de poder, lo comenzó a
golpear ante la mirada atónita de todos los que estábamos allí. No podíamos creer lo
que presenciábamos, así que, como una jauría salvaje que actúa movida por el
instinto de supervivencia, empezamos a gritar para que lo soltara.
Pero, ¿de dónde había sacado esa porra?, si se supone que los militares no las
usan…
El chico herido recibió golpes en la espalda y las piernas, y lo subieron al camión
como si se tratara de un saco de patatas. El otro militar que estaba frente a nosotros,
alzó la voz:
—¡Cállense todos!, ¿quieren seguir de revoltosos para que les pase lo mismo?
Y yo, escupiendo las palabras en un reboso de coraje, hablé.
—Acaso, ¿les parece justo lo que están haciendo?
El militar giró para ver quién había tenido la osadía de responderle y en esa
mirada de apenas una fracción de segundo, vi tanto odio como nunca antes lo había
visto en mi vida. Él se acercó.
—Qué no te parece justo, maricón.
Lo miré queriendo matar al muy hijo de puta. Y en un segundo que apenas
recuerdo en detalle, él intentó tomarme del brazo para empujarme hacia el camión,
pero yo con fuerza lo esquivé.
—¡Qué te subas!
—¿¡Y por qué lo tengo que hacer!? —respondí con furia. Él, al sentirse
desautorizado con mi reacción, me empujó bruscamente y no bastando con eso, se
abalanzó sobre mí para pegarme un puñetazo en la cara. Yo me moví con agilidad
hacia atrás, sin embargo, no fue suficiente para evitar que los nudillos de la mano me
rozaran golpeándome la nariz.
Pero eso fue la gota que rebozó la copa.

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De inmediato, todos se empezaron a empujar abalanzándose sobre los militares y
el caos se apoderó por completo del lugar; todo eran gritos, insultos y golpes por
donde se mirara. La jauría se había revelado.
La sangre empezó a bajar por mi nariz, y se mezcló con la rabia que me inundaba
hasta los huesos. El dueño del bar inició a gritar: «no se suban al camión», pronto
muchos más comenzaron a gritar en coro lo mismo.
Del otro lado, el militar que me había dado el puñetazo se acercó para tomarme
de la camisa, yo al verlo me escabullí con rapidez, dejando, sin querer, a Nikolay al
descubierto que estaba detrás de mí. El militar lo tomó para llevarlo al camión, pero
Nikolay, con toda la fuerza de sus piernas, intentó resistirse para no seguir
avanzando. Yo corrí hacia mi amigo y pronto algunos chicos más se acercaron a
quitárselo de las manos al militar, pero más militares se metieron empeorando la
confusión de la situación.
Todo eran gritos y golpes. A mí me empujaron con tal fuerza que me hizo soltar a
Nikolay de su chaqueta. Recuerdo que solo unos segundos después miré al camión y
vi que lo estaban levantando de las piernas para meterlo adentro.
—¡Suéltenme! —gritó airado. Me levanté del suelo y me apresuré hacia él para
tomarlo de los pies e intentar liberarlo. Pero antes siquiera de llegar, uno de los
militares me agarró con fuerza de la camisa y me tiró a un lado, provocando que esta
se rasgara. Todos los chicos empezaron a huir con rapidez del lugar, la calle se llenó
de gente corriendo en todas las direcciones. Y, de repente, un tiro desgarrador se
escuchó electrizando la angustiante escena. Aturdido, me traté de levantar del suelo,
pero antes de alcanzar a hacerlo, sonaron dos disparos más.

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Capítulo 2
Cuando el río suena, es porque piedras lleva

Miranda Belova
Minsk, Bielorrusia. 01 de noviembre de 2021
Publicación en el diario “Libération” de Francia.

Bielorrusia es un país eslavo de tradición católica ortodoxa, basado en una sociedad


conservadora muy propia de Europa del Este. La nación es una antigua república soviética
que limita con Rusia al este, con Polonia al oeste, con Ucrania al sur y con los países bálticos
al norte; aunque no tiene salida al mar, el territorio está rodeado de abundantes bosques que
suplen de materias primas a la población. Según el último censo, hay cerca de diez millones
de habitantes que, en su mayoría, conservan lazos familiares con Rusia: un país del que su
influencia aún perdura en la actualidad; sumado a un gobierno que no solo imita sus
políticas, sino que las agudiza aún más en este país.
Corría el año 1994, cuando llegó al poder Andréi Jrenin, después de un golpe de estado en
donde las fuerzas ultraderechistas se alzaron con la victoria, prometiendo a la población una
mayor equidad en los recursos y la erradicación de la pobreza. Han pasado ya varios años
desde ese entonces y el presidente se ha reelegido en seis ocasiones, a pesar de los múltiples
cuestionamientos de países occidentales que han catalogado su mandato como una
«dictadura». Hay generaciones enteras en Bielorrusia que solo han conocido a un presidente,
debido a que cuando nacieron, Jrenin ya se encontraba en el poder.
Desde aquel soleado verano de 1994, el gobierno ha tenido serias polémicas en materia de
derechos humanos, transparencia en las elecciones, corrupción y un sinfín de controversias
que en los últimos años han venido empeorando. El partido político del presidente ha
reprimido a la oposición con encarcelamientos, exilios, inhabilitaciones e incluso
desapariciones de algunos de ellos: véase el caso de Svetlana Tijanóvskaya, exiliada luego de
perder las elecciones y denunciar fraude. El Nobel de Paz, Alés Bialiatski, condenado a 10
años de prisión por su activismo de oposición al gobierno. Serguéi Tikhanovsky, esposo de

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Svetlana y ‘youtuber’ opositor condenado por incitación al «odio social». Mikola Statkevich,
excandidato a la presidencia, preso desde 2021 por sus críticas al régimen del país; estos, por
mencionar algunos, ya que el listado es mucho más largo.
El gobierno de Jrenin en su búsqueda de autoritarismo se ha encargado de silenciar a los
líderes opositores para que el pueblo no tenga figuras precursoras que representen su
desacuerdo. Y en su lugar, ha buscado instaurar entre sus seguidores un creciente
movimiento nacionalista, homofóbico y racista. Es un odio latente albergado en la mente de
muchos ciudadanos, quienes ven reflejados en el presidente un vocero inflexible que alimenta
esas ideas en sus mentalidades, valiéndose de un arma tan vil como hipócrita: el
aplastamiento de sus detractores y el rechazo a quienes por su origen, raza u orientación
sexual «son diferentes».
Sin embargo, no toda la población del país sigue este tipo de políticas, y eso es lo que se
está manifestando con las actuales protestas en donde el pueblo ha salido a las calles a exigir
la dimisión de Jrenin. Estas revueltas tienen sus más cercanos antecedentes en agosto de
2020, cuando el presidente se reeligió nuevamente, a pesar de los múltiples informes de
organizaciones internacionales que alertaron que en Bielorrusia se había cometido «fraude
electoral». Entre otras cosas, gracias al cual el presidente se reelige cada cinco años desde
1994, con una facilidad tan admirable como cuestionable. Siguiendo los pasos de dictadores
de otros países como Bashat asl-Ássad en Siria, Miguel Díaz-Canel en Cuba, Kim Jong-un en
Corea del Norte, Aí Jamenei en Irán, Nicolás Maduro en Venezuela o el mismo Serguéi
Nitup en Rusia.

Pero no son los años cuarenta, cuando se cometían crímenes de lesa humanidad en el
corazón de Europa y gran parte de la población lo desconocía. Bielorrusia, al estar ubicada
geográficamente entre Europa y Rusia, ha tenido contacto con occidente, en especial los más
jóvenes que han crecido sobre las cenizas de la URSS. El mundo está más globalizado que
nunca y la gente ve que en otros países se vive con mayores libertades y una calidad de vida
que en Bielorrusia, así como en otros territorios comandados por regímenes; no existe,
motivando a muchos de estos jóvenes a querer marcharse.
Desde hace años que la nación está en una crisis de corrupción, desempleo y desigualdad
que ha dejado una economía débil y una sociedad inconforme a causa de sus líderes. Los
cuales son los mismos que se encargan de inculcar un profundo recelo hacia occidente y su
estilo de vida, catalogado de «liberal y profano». En Bielorrusia, los pocos inmigrantes que

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hay son segregados y muchas veces ignorados, en especial si son provenientes de África. Los
homosexuales, señalados y discriminados hasta por el propio presidente, que una vez dijo la
frase: “La sociedad estaría libre de la depravación homosexual”. Por mencionar una de las
tantas que ha dicho. A esto, sumado el gran descontento social por los recortes
presupuestarios en educación y salud para invertirlos en armamento militar y desarrollo de
energías fósiles. Nada más retrógrado que eso. Todo lo contrario a lo que hacen países
prósperos de Europa Occidental, América del Norte o algunos de Asia. Tal y como lo hacían
en la época soviética, en donde mientras el pueblo moría de hambre, el gobierno compraba
armas, construía muros y despropiaba empresas para mantenerse en marcha e intentar cubrir
con eso el hueco social que se hallaba detrás del telón de acero.
Mientras la sociedad adentro seguía, (y sigue) reprimida, pobre e inconforme.

La suma de todos estos factores provocó las actuales manifestaciones donde el pueblo se ha
volcado a las calles, y ya hoy completa dos semanas de protestas constantes marcadas por la
violencia de las autoridades, denuncias de atropellos y, sobre todo: desapariciones.
Varios jóvenes que salieron a marchar en contra de las políticas del gobierno, los derechos
LGTBI, por el movimiento Black Lives Matter, y en general, en contra de la censura y
represión que se viven en la sociedad, han sido golpeados por la policía, algunos fueron
encarcelados y, otros tantos, según confirman sus familias: no han regresado a casa.
El pueblo debe tener el derecho a manifestarse pacíficamente y no ser reprimido como lo
hacen en Hong Kong o, en países como: Venezuela, Siria, Irán o la misma Rusia. Ya que
estaríamos bajo un régimen dictatorial y represor de las libertades de su población. Y eso es lo
que está pasando en Bielorrusia. Si el presidente y su gobierno no quieren escuchar al pueblo,
este se debe hacer oír de alguna manera. Aunque una parte de los ciudadanos está de acuerdo
con él, una que piensa que la homogeneidad es esencial dentro de la sociedad y cuanta menos
influencia extranjera se tenga: mejor. Es la misma que cree que muchos inmigrantes deben
ser expulsados, que el matrimonio solo puede ser concedido entre un hombre y una mujer, o
que le dan valor a una persona por su color de piel y/u origen.
Si algo ha aprendido la humanidad en sus años de evolución, es que la discriminación solo
trae brechas sociales perjudiciales; que todos los seres humanos somos iguales y tenemos el
mismo derecho a vivir en libertad y justicia sin ningún tipo de distinción. Que el presidente y
quienes le siguen, logren algún día verlo de esta misma manera y frenen la creciente
inconformidad que tiene la sociedad.

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Miranda Belova, Periodista de investigación.

Debido a la crisis política, social y económica del país; la población cansada de ello,
estaba saliendo a las calles a mostrar su inconformidad. Miranda había estado
siguiendo desde el inicio la ola de manifestaciones y algo en particular llamó su
atención: estaban desapareciendo jóvenes en las protestas bajo unas circunstancias
muy sospechosas. Ningún medio de comunicación lo había denunciado y los
reportes de los desaparecidos seguían aumentando. Esto la llevó a cuestionarse sobre
lo que estaba pasando con ellos. Pero lo que empezaría a descubrir en su
investigación resultaría ser algo tan perturbador que, hasta ese momento, nunca se
lo hubiera llegado a imaginar.

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Capítulo 3
Empezó la caza

Centro de Minsk.
01:10 h, 7 de noviembre de 2021.
Horas antes de la grabación del video.

—¡CORRE ALEX!, ¡CORRE! —grita Nikolay desde la puerta del camión. Yo aún en
el suelo miro a mi alrededor que todos corren como liebres buscando evitar ser
metidos en el vehículo. La confusión se apodera por completo de la calle. Un militar
se aproxima corriendo para capturarme; yo me giro lo más rápido que puedo, me
levanto del asfalto y empiezo a correr con todas mis fuerzas porque siento que mi
vida depende de ello, ¡joder! La adrenalina me sube al máximo nivel mientras
muevo las piernas con toda la velocidad que puedo. Escucho que alguien detrás de
mí grita:
—¡Maricón!, ¡maricón hijo de perra!
Volteo mi cabeza en un momento que parece trascurrir en cámara lenta y veo
como están siendo capturados varios de los chicos que estaban en el bar, otros a mi
alrededor corren con la misma rapidez que yo lo hago. Miro de nuevo hacia el frente
y, esta vez, avanzo sin mirar para atrás. Oigo los pasos del militar persiguiéndome,
acelero aún más y llego a una esquina donde giro a la derecha. Trago saliva y sigo mi
carrera sin detenerme. Respiro con intensidad, las piernas me tiemblan y el aire frío
que entra por mi nariz parece que me corta los pulmones. ¡Pero no paro de correr!
Continúo por unas calles más hasta atravesar un angosto callejón que me lleva a una
antigua plaza en el centro. Allí, muy cansado y por primera vez en varios minutos,
vuelvo a mirar hacia atrás: nadie me sigue. Me acerco a una de las aceras y caigo al
suelo como si fuera una cama, producto del agotamiento que siento. Oigo como el
agitado aire entra y sale por mi nariz, llevo mi mano a ella y me percato que estoy

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sangrando. Recuesto mi cabeza contra la pared para detener la sangre, mantengo mi
mirada a los costados como un animal en alerta.
El lugar está tranquilo, nada más hay algunos chicos bebiendo en la otra esquina y
una pareja transita por la mitad de la plaza. Todos completamente ajenos a lo que
acababa de suceder a unos tantos metros al norte.
Ahora empiezo a notar que mi camisa no solo está rasgada, sino también
manchada de sangre; tomo la parte limpia de esta y empiezo a secarme la nariz.
Luego me la quito, la tiro en una cesta de basura y me quedo apenas con la chaqueta
encima.
Miro mi teléfono, es la 01:17. Me tiemblan las manos; en mi cabeza resuenan un
sinfín de pensamientos mezclados entre la rabia, la indignación y la sed de querer
tranquilizarme. Pero… ¿Y, Nikolay?, ¿qué pasaría con él…? ¿Dónde estará ahora? En
el teléfono busco su contacto de mensajería. La última vez visto fue a las «00:11», ya
hace más de una hora. Cuando estábamos entrando al bar. ¿Hacia dónde se lo
habrán llevado? Al preguntármelo, me quedo en silencio unos segundos pensando
en él, no sé si habría logrado escapar del camión…
Aún agitado, sostengo el teléfono con furia en mis manos queriendo tener entre
ellas al militar que me había golpeado y, así mismo, acabar con él a puñetazos hasta
que perdiera su conciencia. Y ya desvalido, terminar dándole una patada en toda su
mandíbula, con un impacto tan intenso que se la dislocara, provocándole la muerte
inmediata. Cierro mis ojos con fuerza y distiendo mis manos tratando de no dejarme
llevar por el odio. Me levanto del andén y busco en mis bolsillos algo de efectivo
para luego dirigirme hasta el otro lado de la plaza, allí tomo un taxi que me lleve a
casa.
Una vez me subo, llamo a Nikolay… El teléfono suena algunas veces, pero
alguien corta la llamada. Intento hacerlo de nuevo, aunque en ese preciso instante
comprendo una cosa: si cortó la llamada es por algo. No debo insistir más en este
momento. Quizás sea peor, así que le escribo un mensaje:

Dime, ¿en dónde estás?… ¿A dónde te llevaron esos tipos? Escríbeme o llámame en
cuanto puedas.

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De inmediato, me doy cuenta de que su teléfono no tiene internet porque no
recibe el mensaje de WhatsApp. Es probable que lo apagara; debe estar en la base
militar o en la estación de policía y, siendo así, iré al amanecer.
El auto avanza entre las oscuras, frías y vacías calles de Minsk. Veo como ráfagas
en mi cabeza al militar entrando al bar, luego el puñetazo, los gritos y empujones,
Nikolay siendo arrastrado al camión poniendo resistencia con sus piernas, los
insultos, la sangre. El disparo. Lo recuerdo con mi orgullo golpeado. ¿Pero, cómo es
posible? Acaso soy un criminal huyendo… ¿Por qué estos militares entraron de esa
manera al bar?, como si fuéramos un grupo de repugnantes ratas revolcándose en su
inmundicia y ellos llegaran a «limpiar» el lugar… Me siento humillado, es que, ¿no
puedo salir con un amigo a charlar y tomarme un trago como lo haría cualquier
persona?, ¿por qué tenemos que ocultarnos? ¡Es inadmisible! Y esto cobra aún más
fuerza en mí por la profesión que he escogido y mis afinidades ideológicas. Soy un
estudiante de derecho a punto de graduarme y un crítico de las dictaduras, los
ultraderechistas conservadores, los racistas, los homofóbicos y cualquier tipo de
discriminación social.
Una vez llego a casa, tomo una ducha rápida y caigo en la cama; doy vueltas en
ella, especulo tanto que no me puedo dormir a pesar de lo cansado que estoy. Me
dirijo a la cocina donde me sirvo un vaso de agua. Reviso el teléfono de nuevo. A
Nikolay no le ha llegado el mensaje que le envié, me convenzo de que algo serio ha
pasado con él. Iré al amanecer a buscarlo y le contaré a su padre lo que sucedió. Me
regreso con ello en mente, me acuesto para intentar dormir; hasta que después de
dar vueltas, quedo profundo entre un ir y venir de emociones.
A la mañana siguiente, una vez abro los ojos con el reflejo del sol, me giro a buscar
mi teléfono para verificar si había leído el mensaje de WhatsApp, pero aún aparece
como última vez visto «00:11». Esto me lleva a deducir, con seguridad, que su
teléfono no está con él, ¿se lo habrán quitado? O quizás no le permiten usarlo…
Preocupado, me levanto de la cama de un tirón y me voy a tomar una ducha. Me
visto y bajo. Mis padres no están… Es domingo, así que, lo más probable es que
fueran al mercado de la ciudad antes de que yo me despertara. Busco algo rápido de
comer y salgo, voy en dirección a la casa de Nikolay para hablar con su familia sobre
lo sucedido.

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Al llegar, me abre Ivan, su padre, que, al juzgar por su actitud, ya sabe en dónde
está su hijo…
—Hola, Iván, ¿cómo está?
—Muy bien, ¿y tú qué tal?
—Algo preocupado por Nikolay, debo contarle lo que nos pasó anoche.
—¿Por qué lo dices?, si acabo de hablar con él.
—¿¡Con Nikolay!? —digo sorprendido.
—Sí, claro, hace unos minutos él me llamó…
—¿Y qué le dijo?
—Bueno, dime tú antes por qué me hablabas que estabas preocupado por él.
—Verá —tomo un suspiro para empezar a hablar—, porque anoche se lo llevaron
en un camión del Ejército en medio de una redada que hicieron, a mí también me
intentaron llevar, pero logré huir de allí. —Él me observa con una atención
juzgadora.
—Pues ahora que hablamos, lo escuché muy animado y me dijo que había tomado
la decisión de internarse en el Ejército y se encontraba dirigiéndose a una base
militar al este del país —me responde.

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Capítulo 4
Nace la conspiración

Hay acciones que cambian la vida


para siempre.
7 de noviembre de 2021. Publicación del video.

Al escuchar a Iván decir que su hijo está alistándose en el ejército, me quedo


boquiabierto.
—¿¡Cómo!? ¿Cómo puede ser cierto?, señor… ¿En realidad Nikolay le dijo eso?
—Sí, y se le notaba a gusto con lo que estaba haciendo. A mí también me parece
bien para que empiece a enderezar su vida… —me responde orgulloso de la
aparente decisión de su hijo.
—¿Y en dónde le contó que estaba?
—De camino a una base militar, como te dije.
—¿Y su móvil? Lo intenté llamar y le envié un mensaje, pero no le ha llegado.
—No lo tendrá por un tiempo, me llamó desde un teléfono en la base militar.
Estará desconectado para poder concentrarse mejor en el entrenamiento militar. Pero
él me confirmó que desde allí se pondrá en contacto por medio de cartas.
No puedo entender que es lo que estoy escuchando, ¡esto debe ser una confusión!
No sé en realidad de qué se trata… ¿Qué estrategia están usando y en realidad qué

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hay detrás de ello? Pero lo que más me perturba es la tranquilidad con la que el
padre de Nikolay me lo cuenta, inocente de las condiciones con las que su hijo se
montó a ese camión… No quiero ser yo quien le arrebate esa tranquilidad. Pero… Y
entonces, ¿qué se crea una mentira?
—¿En serio, él está bien? —pregunto incrédulo de nuevo.
—Sí, de hecho, lo escuché motivado, estará allí por seis meses; me dijo que en un
principio puso resistencia, sin embargo, luego de escuchar el plan que tienen para
ellos, se convenció de que era una buena idea internarse…—hace una pausa— Y,
¿por qué me decías que estabas preocupado?
Pronto me doy cuenta de que es mejor que Ivan tenga esa versión, quizás pueda
ser cierta…, aun así: no me termina de convencer.
—Por la manera en que los militares llegaron, pero no sé, fue muy extraño y
violento —le respondo—. Bueno, pero lo importante es que está bien —agrego.
Siento un nudo que me amarra la garganta al decir eso y me veo en un nivel de
impotencia que solo empeora después de oírlo decir lo siguiente:
—Si hubieras llegado unos diez minutos antes, habrías podido haber hablado con
él…
Me lamento dejando salir un suspiro, así lo habría escuchado y salido en realidad
de la duda sobre lo sucedido. El hombre me ofrece seguir, yo le agradezco, pero
prefiero salir de nuevo.
Me voy de camino con las palabras que me dijo dando vueltas en la cabeza como
un torbellino. Pero, aún hay algo que no me termina de encajar en esto… Nikolay
nunca se alistaría en el ejército ni aunque le pagaran… la versión que le contó a su
padre al teléfono no coincide del todo con lo que vi anoche. Siento el impulso de
buscar en Internet alguna noticia relacionada con lo ocurrido, así que, con rapidez,
indago en mi teléfono, sin embargo: no encuentro nada. Ningún tipo de indicio,
información y mucho menos denuncia. En los últimos días ha habido algunas
protestas contra la brutalidad policial en las manifestaciones de opositores del
gobierno, inmigrantes y la comunidad LGTBI a quienes el presidente Jrenin ha
segregado con sus políticas que solo empeoran las condiciones de este país. El
pueblo está cansado de la misma corrupción y atraso social en la que nos han
sumergido desde la era soviética y las protestas son un reflejo de ese descontento.

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Aunque, por otro lado, hay mucha gente en este país atascada en una ignorancia
disfrazada de conservadurismo religioso y xenofobia camuflada de patriotismo,
entre otros usados como excusa para discriminar. Dado eso, tuve la necesidad de
empezar a manifestar mi desacuerdo y desde hace un tiempo abrir un canal en
YouTube donde comencé a denunciar, entre otras cosas, los atropellos a minorías
sociales que hace el gobierno. Y después de darme cuenta de que en Internet no hay
nada relacionado con lo que presencié anoche, me decido a ser el primero en
publicarlo. Necesito hacer algo. Lo que hicieron anoche esos militares no se justifica.
Eso me recuerda a Stonewall y como asediaban los bares gais de la época. Pero no
estamos en los sesenta, ¡eso no se puede repetir! Empiezo a escribir en mi teléfono el
guion de lo que hablaré en el video, mientras voy en el metro de regreso a casa. Ya es
cerca del mediodía y, al llegar, noto que mis padres acaban de regresar.
—Hola, ¿dónde estabas? —pregunta mi madre.
—En la casa de Nikolay —le respondo y le cuento lo sucedido anoche. Al
escucharme se queda extrañada, lo veo muy bien en su rostro.
—Bueno, ¿pero por qué pasó todo eso? —me dice.
—Porque son unos canallas, estábamos en un bar gay charlando, sin hacerle daño
a nadie, como lo haría cualquier persona, y de repente, ellos llegaron a sacarnos.
—¿En un bar gay? —pregunta ella, mi padre gira hacia mí para verme con
atención.
—Así es. —Bastaron soló unos segundos después de haber dicho esa última
palabra, para que ellos comprendieran lo que les intentaba decir…
—¡Qué tristeza…! ¿Quiere decir… que…, que, tienes esa inclinación, Alex?
Antes de responder, ya me siento incómodo porque supongo como será la
reacción de mis conservadores padres. Pero es hora de terminar con esto, ya es
suficiente.
—Sí —le respondo con tranquilidad y, mi madre, automáticamente, empieza a
mover su cabeza en señal de desaprobación.
—Qué decepción… ¡Qué decepción tan grande, Alex!
Mi padre me mira desde el asiento y empieza hablar.
—Son esas ideas que te vives metiendo en la cabeza. Ya te hemos dicho muchas
veces que no vayas a esos sitios con los amigos que tienes. Es por estar en ese…, ese

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ambiente de libertinaje y perversión. Por eso es que los jóvenes se terminan
desviando y ¡pasa lo que pasa!
Escuchar esas palabras me duelen y me llegan como lanzas al pecho. Pero son las
mismas que me arman de valor para responder.
—Yo no soy un depravado ni un delincuente como para que me digan que soy
una decepción. Aunque no te culpo —le digo mirando a mi madre—. Son esas ideas
que les meten en la iglesia, ese fanatismo que no les permite ver más allá de las
fronteras de la religión, como si no existiera nada más…
—¿Y cómo quieres que apruebe eso…? No es correcto, va en contra de los valores
cristianos ¡Y que eso te sirva para dejar de ir a esos sitios de perversión y peligro! ¿Si
te das cuenta?
—Mamá, dispararon, nos sacaron a la fuerza, un militar me pegó un puñetazo en
la nariz…, y se llevaron a Nikolay, ¡es qué no me escuchaste! ¿Por qué no lo puedes
dividir?, no somos ningunos criminales cómo para que nos hagan eso.
—Lo hicieron buscando dispersar a la gente, para que dejen esa vida que llevan.
Además, por el aforo ahora es prohibido que tantas personas se reúnan en bares.
Es inútil seguir discutiendo, no tiene sentido.
—¿Y se lo llevaron a prestar el servicio militar? —pregunta mi padre después de
una breve pausa.
—Al parecer, sí; se lo llevaron a la fuerza.
—Pues tú deberías hacer lo mismo para ver si allí te corrigen esas desviaciones,
Alex. Seguro que están intentando cambiar ese estilo de vida que llevan y en eso es
en lo que trabaja el presidente, en erradicar esas prevenciones.
—¿Qué?... —hago un alto mirándolos a los dos—. No puedo creer que sean tan
ignorantes, tan ciegos, ¡por la maldita homofobia! —Reviento en rabia al escucharlos
decir eso.
—¡EL QUE ESTÁ CEGADO ERES TÚ! Y respeta a tu madre y a mí. Deja de crear
debates sobre lo mismo, Alex. Esas ideas de un mundo rosa y feliz donde los
homosexuales viven a plenitud su libertinaje y hacen de su vida un carnaval… Es
fantasear con comportamientos de fanatismo… el tema de la igualdad, el famoso
«respeto»; es por culpa de esas amistades, Alex. Ese ambiente en que te has dejado
arrastrar lo que te crea esas ideas de persecución… Los hace sentirse diferentes,

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quieren que les den atención todo el tiempo como si fuera algo bueno lo que hacen.
Mejor deberías volver a la iglesia con tu madre.
—¿Sabes? —le digo interrumpiéndolo—. Aquí el verdadero decepcionado no eres
tú: soy yo, porque si algún día llego a tener a un hijo no me permitiría discriminarlo
de esa manera. Lo aceptaría y le daría amor por encima de todo. ¡Les ha faltado
carácter para no desconocerme!, en lugar de dejarse llevar por los prejuicios que solo
les lavan el cerebro.
—¡No hables así! Se te olvida que soy tu padre y mientras estés aquí me debes
respetar, quieras o no —me responde enfurecido.
—Si hablo es porque creo en las causas que defiendo, y defiendo el hecho de que
merezco respeto. ¡Yo no soy menos que nadie! —estoy prácticamente gritando—,
como para que piensen eso de mí y si alguien se debe sentir defraudado aquí: soy yo
de tu ignorancia.
Una vez digo esa última palabra, mi padre se abalanza sobre mí y me pega una
cachetada.
—¡NO! —Grita a un lado mi madre. Yo, de forma instintiva, pongo mi mano en la
mejilla. Lo miro con dolor, uno que me intoxica y me carcome cada poro. Me doy
media vuelta y me subo por las escaleras sin decirle nada. Esta es la gota que rebosa
la copa para irme de aquí, ¡debo salir ya! No puedo estar en un lugar donde soy
rechazado por ser quien soy, aunque sea por las mismas personas que me han dado
la vida. Eso solo incrementa el dolor y el resentimiento que siento.
Entro en mi cuarto con rabia, me limpio las pocas lágrimas que me brotaron. Me
trataron como un delincuente o un violador, porque para ellos el ser gay es una
condición a la par de ello. Como si fuera lo mismo. ¿Cómo pueden ser tan
ignorantes? ¿Por qué se dejan llevar por los prejuicios, en vez de la razón y la lógica?
Empiezo ahora a pensar para dónde me iré, esta es mi ventana al mundo, ¡quiero
salir de este país!, irme a Italia o España. Llevo mucho tiempo esperándolo y ahora
siento que está llegando el momento de emprender vuelo. El dinero que tengo
ahorrado no es mucho, apenas me alcanzaría para un billete, pero puedo trabajar
estando allá, realizar un intercambio, un voluntariado, algo... Pienso en mi hermana,
ella me podría prestar el dinero que me hace falta. Sobre la marcha empiezo a llenar
una vieja maleta con mis cosas: ropa, libros, zapatos, mi portátil, documentos...

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Mientras lo hago, vienen a mi mente muchas ideas de como solventarme y buscarme
la vida cuando esté afuera.
Una vez termino de empacar, salgo del cuarto y mi madre me ve.
—¿¡Te vas a ir!?
—Sí. Prefiero irme antes que quedarme en un lugar donde me tratan como un
delincuente. Si escucharas menos al pastor y sus discursos, me podrías entender
mejor.
—Tú no entiendes, Alex —dice ella.
—Eres tú la que no entiende, mamá. —le digo esforzándome por no llorar.
Cargo la maleta y bajo las escaleras con rapidez. Mi padre, desde la sala, me
observa salir de casa sin decir una sola palabra. Una vez estoy en la calle, siento un
golpe de desolación como si el puñetazo del militar y la cachetada de mi padre se
sumaran en una sola. Aun así, estoy determinado, tengo muchos planes en mi
cabeza y el deseo de luchar por ellos. Mis ganas son más grandes que mis miedos.
Me dirijo al piso de mi hermana. Desde anoche, hasta este instante, no han pasado
más de 24 horas y ya siento que todo en mi vida está al revés, como si me hubieran
zarandeado de un momento a otro, y ahora, debo intentar poner todo en orden.
Llego al edificio donde vive Veronika, mi hermana, ella baja de inmediato, ya le
había avisado de mi llegada y al verme, me pregunta:
—¿Qué fue lo que pasó? Le empiezo a contar mientras vamos subiendo mis cosas;
ella es quizás el único apoyo en mi familia, su mentalidad y la evidente diferencia
generacional con mis padres, hacen que pueda ponerse con mayor facilidad de parte
mía. Veronika es liberal y feminista. Recién se mudó junto con su novio a un piso; yo
sigo a la única habitación libre que tiene, aunque está llena de cajas y enceres que no
usan, los acomodo a un lado, después empiezo a desempacar lo mío. Tomo una silla
que está aquí, cierro la puerta, ubico la cámara en un buen ángulo, me pongo la
camisa morada, los guantes, la máscara negra que cubre mi identidad y grabo el
video relatando el incidente del bar que, sin aún saberlo:
Cavará mi propia tumba.

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Capítulo 5
Un descubrimiento aterrador

Días después de la publicación del video.


Tres meses antes de Guerra de Ucrania.

Pasaron unas pocas horas desde que Alexéi, o Alex, como lo llamaban sus familiares
y amigos, hubiera subido el video a su canal y el número de reproducciones empezó
a aumentar vertiginosamente. En la noche del lunes 8 de noviembre ya era un video
viral en la ciudad, había sido compartido más del doble de veces que lo sucedido con
sus anteriores videos. El tono de reclamo y contestación tuvo un buen recibimiento.
En la grabación también hablaba de los ataques a comunidades negras, musulmanas
y judías que pocos denunciaban; así como de la opresión a quienes se manifestaban
en contra del gobierno: los llamados «rebeldes», que eran movimientos, en su

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mayoría, de jóvenes universitarios que se organizaban para protestar. Todos ellos
tenían algo en común: eran reprimidos por el autoritarismo del país. Y de allí nació
su seudónimo en Internet.
Alexéi Abramov se hacía llamar, Рэпрэсіі que traduce: «La Represión», no
mostraba su cara en ninguno de los videos, mucho menos decía su nombre o algún
dato con el cual lo pudieran identificar. Siempre llevaba una máscara de tela negra
con una «v» en la posición de la boca, unas líneas para el marco de la cara y otras
onduladas para los ojos, acompañado de unos guantes morados y una camisa de
manga larga del mismo color.
Ya hacía más de un año que realizaba contenido y poco a poco la audiencia había
ido aumentando. Con seguridad, era porque las personas que los veían se sentían
identificadas con la realidad que vivían en el país.

Aquí no nos pueden reprimirnos ni atacarnos con gases lacrimógenos, golpearnos o


encarcelarnos. Nos sentimos libres. Aunque sea, tan solo en el campo virtual.

Comentario en YouTube de uno de sus seguidores.


Solo tres días después de la publicación del video, cuando este ya había
acumulado más del triple de visitas que la suma de sus anteriores publicaciones,
Alex recibió un correo electrónico. No estaba firmado por nadie y el remitente era un
grupo de números sin aparente relación. Leyó el mensaje con el corazón latiéndole
en la garganta:

Por violación a la ley D-403 y D-1113 que prohíben la difamación y calumnia al gobierno
del país, y la propaganda homosexual, respectivamente, no debe volver a generar ese tipo de
videos. Las publicaciones en artículos, entrevistas o cualquier contenido relacionado, será
censurado de inmediato por atentar contra la integridad, el orden nacional, social y moral de
Bielorrusia.

Al terminar de leer el e-mail, de inmediato, se dirigió a su canal para revisar el


video y se dio cuenta de que este ya no estaba... No había ningún rastro, ni el más
mínimo de que hubiera existido. Ni siquiera aparecía el mensaje de «video no

23
disponible», ya que simplemente no estaba. Cambió la dirección IP para acceder
como si fuera desde otro país. Pero no encontró nada.
Alex se sentó en una silla en un rincón de la habitación sumergido en una
avalancha de impotencia. «Me quieren callar», pensó como si hasta ahora hubiera
empezado a asimilar el peso real de la situación. El blog también estaba cerrado, ¡no
había nada!, era como si nunca hubiera existido. La denuncia del ataque al bar no fue
publicada por ningún medio de comunicación. Estaban manipulados por el gobierno
y cualquier cosa que no le conviniera al régimen, no era publicada, ellos se
encargaban de enterrar todos sus atropellos, como lo haría un gato que tapa sus
heces con tierra.
El único medio que quedaba para denunciar eran las redes sociales. «Pero ya ni
siquiera eso», concluyó sintiéndose furioso con la censura impuesta en el país, y
seguro de que allí dentro no iba a encontrar un futuro prometedor; se convenció aún
más que debía irse de Bielorrusia lo antes posible.
Se puso una chaqueta, cogió el ordenador y salió del piso; se dirigió a la biblioteca
de la universidad, en donde buscó información en blogs y páginas para recuperar la
cuenta. Pero las respuestas eran simples: «Se debe generar el contenido desde fuera
del país, lo más alejado posible. Donde no puedan rastrear ni bloquear la IP».
Pasó casi toda la mañana indagando información en Internet, las horas avanzaron
sin apenas percibirlas y, cerca del mediodía, recibió un misterioso e-mail titulado «Yo
estuve en la base 11». Lo empezó a leer y, al intuir el contenido, lo devoró con
avidez:

Hola, ‘La Represión’, me llamo Gilled y he visto el último video que has publicado en tu
canal. Intenté buscarlo de nuevo, pero, por alguna razón, no lo encontré. Lo que me lleva a
pensar dos cosas, lo eliminaste o alguien más lo eliminó.
Verás, en el año 1991, cuando la era soviética estaba en sus últimos días, el Ejército Rojo
solía realizar “redadas de limpieza”, bajo un total hermetismo, con el fin de “reformar”
determinados grupos de personas que llevaban un estilo de vida fuera del ideal para la época.
Si ser homosexual, opositor político o minoría racial, sigue siendo difícil ahora, solo imagínate
como lo era en aquellos años.
Yo era un joven de clase media que iniciaba su vida laboral en la ciudad. Tenía un pequeño
círculo de amigos con quienes hablábamos el mismo código. Nos gustaba salir los fines de

24
semana a tomar y entretenernos. Una noche a finales del verano de aquel año, fuimos al único
bar de ambiente gay que había en la ciudad, era toda una novedad para la época y
rápidamente se convirtió en el único sitio donde hombres y mujeres gais se sentían libres
consiguiendo vivir a plenitud sus vidas. Sin embargo, esa noche, todo cambió.
Una división del Ejército Rojo, entró al lugar solicitando la clausura del mismo por orden
del gobierno de la URSS. “Al ser un sitio que fomentaba las desviaciones del carácter de
hombres y mujeres”. De inmediato, al irrumpir de esa manera en el bar, provocó que se
generaran desórdenes, voces de protesta y desacuerdo en contra de semejante opresión. Hasta
pensamos que podría ser el inicio de otra manifestación como la ocurrida en Nueva York
cuando atacaron el bar «Stonewall Inn» en los años sesenta.
Pero, por desgracia, no fue así. Ni siquiera se nos permitió protestar, empezamos a ser
golpeados por los militares, quienes no dudaron en usar la fuerza para contener al público
que, furioso, se resistía. Yo estaba junto con dos amigos más en medio de la trifulca, gritamos
e intentamos sacar las sillas para ubicarlas en la calle de enfrente con el fin de bloquear el
paso y que la gente viera lo que estaba pasando adentro. Sin embargo, los militares llamaron
a más refuerzos para contener la creciente rebelión y empezaron a atacarnos con porras y
gases lacrimógenos, ¡dentro del mismo bar!
Yo inhalé el gas, una bomba de esas cayó justo al lado de donde estaba, salí corriendo, pero
el ardor en los ojos me desorientó por completo, caí justo a los pies de uno de los militares,
que, sin dudarlo, me golpeó en el estómago. Nunca me había sentido tan ultrajado y
humillado al no poder defenderme. Después, él me levantó tomándome de un brazo y, en
medio de los gritos, el humo y la algarabía; en cuestión de segundos, me vi dentro de un
camión con más hombres. Estaba en completa oscuridad, me sentía desorientado y solo sabía
que estaban allí porque los podía escuchar. Tras unos minutos, alguien golpeó la puerta del
camión y este arrancó a toda velocidad con nosotros adentro.
Nos llevaron hasta la base principal de la ciudad. Ya era de madrugada; allí nos hicieron
bajar y nos interrogaron a quienes no habíamos prestado el servicio militar, —pero ninguno
de los que estábamos lo había hecho—. Así que nos dijeron que ahora “debíamos cumplir con
nuestro deber con el país y prestarlo para pulir nuestros caracteres, y reformar las
desviaciones”. Nos despojaron de las pocas pertenencias que teníamos y, esa misma noche,
nos montaron de nuevo en el camión. Salimos por varias horas en carretera hasta llegar en la
mañana a una base del Ejército cerca de la actual frontera con Rusia, en donde, aún sin
saberlo. Me esperarían los peores cuatro meses de toda mi vida.

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Había sido enviado a un campo de concentración para homosexuales, negros, musulmanes,
opositores políticos y cualquier tipo de etiqueta que estuviera fuera de los parámetros
aceptados para el comunismo soviético. Allí fuimos obligados a realizar trabajos de
agricultura y construcción bajo unas condiciones lamentables y sin ningún tipo de
compensación por nuestro trabajo. Solo nos daban dos miserables porciones de comida al día
y una litera con sábanas sucias que compartíamos con ratas, polvo y humedad.
Éramos cientos de hombres, capturados y llevados hasta allí, bajo la fachada de “prestar el
servicio militar”. Vi morir a muchos de mis compañeros, dadas las pésimas condiciones que
debíamos soportar. No había ningún tipo de atención a enfermos o para quienes se lastimaban
haciendo los duros trabajos con temperaturas de hasta diez grados bajo cero. Hubo algunos
que intentaron escapar, pero fueron fusilados disparándoles varios tiros por la espalda. La
seguridad era muy estricta y no dejaban que nadie se escapara y revelará lo que allí adentro
sucedía. Todo era bajo un completo hermetismo y ocultamiento. Fuera de aquella base militar
infernal, nadie en el país, ni fuera de él, se imaginaba lo que allí adentro vivimos.
Las personas creían que los campos de concentración habían terminado en la Alemania
nazi, pero nadie tenía idea de que estos continuaban en la Unión Soviética.
A mi familia le habían dicho que yo estaba prestando el servicio militar en la Alemania
Oriental, de hecho, muchas familias perdieron a sus seres queridos pensando que habían
muerto como soldados de la patria.
No fue sino hasta la caída de la Unión Soviética, el 26 de diciembre de 1991, que quienes
habíamos sobrevivido, logramos escapar del campo de concentración. Ya que los militares
empezaron a dejar la base y cada vez había menos. Por eso, un día planeamos con cuatro
amigos más escapar del campo.
Caminamos durante dos extenuantes días en el bosque hasta llegar a una granja ubicada
hacia el norte de la base, cerca de la única colina del lugar. Allí nos dieron comida y techo por
una noche, desde este sitio nos orientaron para llegar hasta la estación de tren más cercana. Y
luego de cuatro meses, de haber perdido más de diez kilos, soportado trabajos forzados y
maltratos; llegué a mi hogar de nuevo, le conté lo sucedido a mi madre y junto a ella
decidimos emigrar a Argentina.
Hubo algunas denuncias de lo ocurrido, sin embargo, negaron la existencia de dicha base y
la calificaron como una “conspiración” en contra de la URSS. Nunca supe qué pasó en
realidad con el resto de hombres que quedaron allí. Solo mantuve contacto con dos más de los

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que logramos escapar. Y una vez vi tu video, no pude evitar recordar aquel episodio de mi
vida y mi temor a que la historia… Se está empezando a repetir.

Capítulo 6
La punta del iceberg

Recuerdo hace unos años, iba por la calle del centro de Minsk con mi padre y vimos
que algunos inmigrantes africanos estaban pidiendo trabajo en una bolsa de empleo.
No sabían hablar muy bien el idioma y su vestimenta era diferente; al observarlos, él
me miró y me dijo:
—Estos negros, seguro que lo que consiguen: es robado.
«¿Cómo…? ¿Por qué hablas así?» Quisiera decir que le pregunté eso, pero me
quedé callado, no supe qué responder con exactitud. Yo debería tener unos doce o
trece años y en aquel entonces no contaba con los suficientes argumentos para

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contrarrestar semejante prejuicio. Tan solo lo pensé y me quedó la duda sobre el
porqué mi padre me dijo eso, ¿qué lo hacía pensar de esa manera? Ahora, al
recordarlo, solo siento pena por él. Está más que demostrado que una determinada
característica, ya sea el color de la piel, el idioma, la religión, la sexualidad o
cualquier otra, no limita a ocupar un determinado puesto en la sociedad, ni
condiciona a ser alguien en específico. Es cada quien el que decide qué hacer con su
vida. De hecho, muchos se empoderan con esto para llegar más lejos o, diría mejor.
Nos empoderamos.
Al leer el correo de Gilled siento un alud de pensamientos e intento conectar
muchas cosas. La relación es muy clara. Es como si me hubieran iluminado el cuarto
en donde antes estaba dando golpes de ciego, ¡ahora no me queda ninguna duda!
Leo el correo de nuevo para encontrar la ubicación de la base que Gilled menciona
en la frontera con Rusia. De inmediato, empiezo a buscar tomas satelitales del lugar
y veo que está aislado por completo del país en medio de la densidad del bosque.
Deslizo el ratón y logro encontrar la imagen de lo que parecen ser dos cabañas con
un largo techo que deja ver la forma rectangular de su estructura, y aunque se ve
borroso, me es inevitable no pensar que se trata del sitio que este hombre menciona,
pero… ¿Puede serlo en realidad?
Busco en Internet información sobre alguna base militar ubicada en la zona, y
encuentro una que había sido abandonada en el año 1991, después de la caída de la
Unión Soviética. Con ello, me nace una duda adicional: ¿Querían ocultar algo más o
estaban desarrollando algún tipo de tecnología que pretendían proteger…?
Gilled finalizó el correo pidiéndome que no revelara ningún dato sobre él.
Enseguida, le respondo el mensaje preguntándole más información acerca de los
hechos, ¡Nikolay podría estar allí! Miro a los lados de la biblioteca, las personas son
indiferentes a todo esto, me siento extraño..., como si de un momento a otro me
acabaran de dar una mayor responsabilidad conmigo mismo, con Nikolay y con
todos los chicos que se llevaron en ese camión.
Busco con frenesí más datos que prueben lo que me cuenta Gilled, pero no
encuentro nada relevante. Parece que todo estuviera oculto del escrutinio público y
que se hubieran encargado de borrar, con sumo cuidado, toda prueba o denuncia
que involucrara al gobierno con algún tipo de acto así. Tal y como había pasado con
mi video.

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Han transcurrido alrededor de treinta minutos, cuando recibo la respuesta de
Gilled:

Intenté denunciarlo Alex, pero fue en vano con tan pocas personas dispuestas a contarlo.
Estamos dispersos en diferentes países y no teníamos, ni tenemos, pruebas físicas, ninguna
foto, ningún video; nada más que nuestro testimonio en contra de todo un gobierno, un
sistema, una misma opresión que negó con rotundidad nuestra versión. Esto hizo que nos
fuera imposible demostrar la existencia de dicho campo de concentración. Adicional a ello, en
aquella época no teníamos el mismo nivel de difusión de ahora. No había Internet, ni redes
sociales y el gobierno soviético ocultaba mucha información.
Tan solo logramos llamar la atención de un periódico del Reino Unido, que tomó el
testimonio de dos hombres que migraron a Francia y retrataron su experiencia en el campo.
Pero el periódico lo manejó más como si se tratara de una conspiración que como un hecho
real. Aunque al final se planteó la duda sobre su verdadera existencia.
El gobierno, por medio de sus fuerzas militares, sabe muy bien como limpiar los rastros de
las atrocidades que cometen cuidando cada detalle con el fin de que muchos testimonios
nunca vean la luz. Y se encargaron de hacer eso muy bien al final de la era soviética. Muchas
familias perdieron a sus seres queridos pensando que estos habían muerto sirviéndole al
Ejército Rojo; cuando en realidad, habían sido fusilados por intentar escapar de los campos de
‘reforma’, o por hambre, alguna enfermedad o herida infectada dentro de las pésimas
condiciones de la base.
Meses después, los pocos que logramos escapar, fuimos amenazados de muerte si
contábamos algo de lo ocurrido, así que, todos prefieren callar para tener una vida más
tranquila fuera del país. Es por eso, que los testimonios de dicha barbarie son casi inexistentes
y nadie se atreve a contarlo en público.
Te envío una foto tomada del periódico británico que contó la declaración de uno de los
sobrevivientes, está un poco borrosa dada la antigüedad, pero se alcanza a entender bien.
Por último, Alex, te diría que tengas cuidado, mucho cuidado de lo que publicas, piensa
que al gobierno no le importa llegar hasta las últimas consecuencias para hacer callar a quien
hable sobre algo que ellos desean mantener oculto.

Un saludo muy grande y suerte en tu camino.


Gilled.

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Me apresuro a ver la fotografía adjunta en el correo, está borrosa, como me lo
esperaba, pero logro entender. El periódico lo cuenta en un relato sin mayores
pruebas, como si se tratara más bien de un experimento o una conspiración atribuida
a los soviéticos. Es increíble todo lo que lograron callar manteniéndolo al margen del
resto del mundo; aunque no me cuesta trabajo creer como es qué lo han seguido
consiguiendo…
Con el testimonio de Gilled en primera persona y la fotografía con la publicación
del periódico británico en el año 1992, tengo una relación directa con lo que nos
ocurrió en el bar la semana pasada, es muy claro, y muero de ganas por publicar un
nuevo video denunciando esto. Siento que estallaría Internet con las pruebas tan
evidentes y su relación con los actuales hechos. Si antes tuvo repercusión solo con mi
experiencia, ahora aún más al estar conectada con un evento años en el pasado.
«Pero lo debo hacer cuando me vaya del país», me lo recuerdo calmando la
ansiedad, ante mi ferviente insistencia de publicarlo.
Salgo de la biblioteca, son las tres y media de la tarde, apenas he comido algo. Me
voy de inmediato para el bar donde estábamos el sábado pasado y, al llegar al sitio,
me doy cuenta de una cosa que, con cierta reticencia, ya sospechaba:
Está clausurado con precintos.
Toco la puerta para descartar que nadie esté adentro, manteniendo una vaga
esperanza de que alguien me abra. Pasan unos segundos más, pero nadie lo hace. Me
dirijo a un pequeño supermercado cruzando la calle y pregunto si saben algo sobre
los dueños del bar.
—Creo que lo clausuraron por alcohol adulterado —me dice quien atiende.
La miro con frustración. Sé que no fue por eso y sin forma de contactar con el
dueño, busco en Internet información sobre el bar, aparece como un billar en
realidad y no tiene ningún correo para contactar, solo un número de teléfono. Llamo,
pero nadie me contesta. Desisto y emprendo mi regreso al piso de mi hermana, estoy
empezando a organizar la manera en que publicaré esta nueva información. Aunque
antes, necesito preparar todo para salir del país e igual de importante…, ¿a dónde
llegaré?

30
He contactado con algunas granjas y fundaciones en España, Grecia e Italia para
llegar a trabajar allí, quiero ir un sitio más cálido, lejos del frío del Este que parece
congelar la mente de los líderes políticos y de quienes los eligen… Aunque mi
experiencia laboral no es precisamente extensa y no tengo un visado de trabajo, al
menos, hacer un trabajo no cualificado me serviría para sustentarme en las primeras
semanas, mientras me organizo mejor. Pero de momento, nadie me ha respondido.
Al llegar a casa, lo primero que hago es empezar a redactar el guion de lo que
hablaré en el próximo video. Y al escribirlo, me sale como un chorro de agua,
liberador y desintoxicante.
En la noche, hablo con mi hermana y le digo que deseo salir del país
manifestándole mi necesidad de hacerlo rápido.
—¿Pero te quieres ir ahora que está empezando el invierno? —me dice al
escucharme.
—Sí —le respondo—. No puedo seguir en Bielorrusia más, Vero, deseo, o más
bien, ¡necesito salir de aquí! Vivir en otro lugar donde me sienta con la libertad que
tienen las personas en los países civilizados, no en este donde parece que
estuviéramos en la edad media…
Ella me mira con inquietud.
—Esta mañana me censuraron todo el contenido de Internet —continúo—. Y
después recibí un correo con información muy valiosa que quiero publicar.
—Pero…, ¿entonces cómo lo vas a hacer?
—Me abriré un nuevo canal desde el extranjero y allí lo podré publicar sin las
censuras de acá.
—Alex... No te expongas. Debes tener cuidado, porque, aunque estés en otro país,
lo mejor es que no reveles ninguna información sobre ti. Imagino que ¿seguirás
cubriendo tu rostro? —agrega inquieta.
—No… —le digo sin aún estar seguro de mis palabras—. Me quiero quitar la
máscara algún día... Más adelante y, revelar mi rostro, darle una cara a mi denuncia
lo hará mucho más creíble y verídico. Pero lo haré cuando esté fuera de aquí, sería
muy tonto si lo hago mientras sigo viviendo en este país.
—Eso mismo —asiente ella con cierto alivio—, solo ten presente eso que te digo. Y
ahora dime, ¿para dónde estás pensando irte?

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—A España —le respondo—. O quizás Italia, por eso necesito pedirte el favor de
que me prestes dinero para solventarme durante las primeras semanas cuando ya
esté allá.
Veronika me observa intranquila. —¿Y la universidad? —pregunta evadiéndome.
—Tan solo me falta graduarme, que no será hasta dentro de tres meses. Mientras
tanto, puedo trabajar y luego regresar por el diploma. Pero aquí no quiero seguir, en
esta situación del país, no hay oportunidades, ni hablar de la mentalidad de la gente,
los salarios son muy malos. No soy el único que quiere salir. Además de cómo están
las cosas con mis padres…
Ella me mira sabiendo que no me convencerá de lo contrario.
—Imagino que no le has contado nada de esto a papá y mamá…
—No, estoy esperando a tener el dinero completo y los pasajes comprados para
decirlo.
—Bueno… —me dice suspirando—. ¿Y cuánto dinero te hace falta?
—Unos 45.000 Rublos, (quinientos dólares aproximadamente), con eso me podría
sustentar mientas consigo un empleo.
Ella se queda un par de segundos en silencio, pensando en lo que le acabo de
decir.
—Te puedo prestar 40.000, Alex, de hecho, debería sacar una parte de la tarjeta de
crédito para dártelos.
—Eso está bien, ¡Gracias Vero!, me servirán mucho —le digo apresurado, ya que
necesito seguir avanzando con mis cosas.
Una vez terminamos de hablar, me dirijo de inmediato al cuarto y empiezo a
organizar mis cuentas con una calculadora. Descontando los pasajes, alquiler, gastos
de papeleo una vez llegue, y un aproximado en comida para el primer mes, me
quedarían libres unos doscientos dólares. Sé que es muy ajustado, pero me
alcanzaría para responder ante cualquier eventualidad.
Luego de ello, abro mi correo y veo que he recibido un nuevo mensaje. El asunto
del e-mail es bastante sospechoso y me hace dudar…
«¿Será tu amigo el desaparecido número 33?».

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Capítulo 7
¿Dónde están los 32 desaparecidos?

Miranda Belova, 10 de noviembre de 2021.


Publicación en el periódico “Le Priet”.

Dadas las revueltas que se han venido presentando en el país en las últimas semanas y las
desapariciones asociadas a manifestantes que un día salieron a marchar y no regresaron a sus
casas. Decidí emprender una investigación con la ayuda de algunos colegas periodistas,
testimonios de familiares, amigos de los desaparecidos y fuentes que prefirieron mantenerse
33
en el anonimato. Gracias a ellos, hemos logrado establecer un determinado patrón que se
repite: siete de cada diez desaparecidos en los últimos dos meses son hombres jóvenes entre los
dieciocho y veinticinco años de edad, opositores del gobierno, inmigrantes, homosexuales o
minorías raciales.
Desde que inicié con la investigación he conseguido recopilar los datos precisos de 32
jóvenes en total, entre ellos 8 mujeres, que desaparecieron como si en una esquina cualquiera
de esta ciudad, la misma tierra se abriera y se los tragara vivos. Aunque según reportes de
organismos de derechos humanos, la cifra está sobre los setenta desaparecidos.
¿Dónde están? Si se los llevaron para alguna parte, exigimos respuestas.
He seguido el rastro a la estela de pistas que dejaron, he revisado sus redes sociales, mirado
el tipo de gustos que tenían, sus círculos de amigos, las carreras que estudiaban, trabajos que
desempeñaban y los lugares que frecuentaban, para así unir puntos y establecer parámetros.

 Tres de las mujeres desaparecidas, pertenecían a distintos equipos de fútbol, se


conocían entre ellas y eran abiertamente lesbianas, según sus compañeras de equipo.
 Cinco más eran fervientes opositoras del gobierno que, después de las
manifestaciones de la semana pasada, no regresaron a casa y fueron reportadas como
desaparecidas. Una de ellas es de origen musulmán.

Quedan veinticuatro.

 Diez de los hombres desaparecidos estudiaban diferentes carreras como


economía, administración, ingeniería, diseño y arte, eran defensores de los derechos
LGTBI; y según sus perfiles en redes sociales y el contacto que he hecho con sus
amigos, puedo establecer que, probablemente, fueran gais.

Quedan catorce.

 Seis eran jóvenes negros descendientes de migrantes africanos y afines al


movimiento “Black Lives Matter”, que después de manifestarse por los abusos y
discriminaciones raciales, no regresaron a casa. Les dijeron a sus familias que los
encarcelaron. Sin embargo, no hay ningún rastro de ellos.

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Quedan ocho.

 Entre ellos, cinco estudiaban o se habían acabado de graduar en derecho,


ciencias políticas y uno en administración de empresas. Eran miembros activos de los
grupos de oposición que se organizaban para salir a manifestar en contra de las
reformas del gobierno de Jrenin.

Quedan tres.

 Divididos entre un periodista que hizo acusaciones directas de corrupción al


gobierno, un senador que fue ferviente crítico de la pasada y actual administración, y
el líder estudiantil que empezó convocando las manifestaciones.

He intentado contactar con sus amigos, conocer un poco más de sus vidas e imaginar el
momento en que simplemente desaparecieron... Pero ¿cómo sucede? La aparente
arbitrariedad confunde, algunos parecen ser raptados de un grupo y otros de forma
individual. ¿Acaso se trata de una abducción extraterrestre entre los rincones de las calles?
Porque sus casas están intactas sin signo alguno de violencia.
Hay algo que está pasando para que este patrón se continúe repitiendo. No puede ser
apenas una casualidad. Mientras esto siga sucediendo, deberá ser denunciado por ellos, y los
sueños que les fueron interrumpidos, sus trabajos, sus estudios, sus familias y la
incertidumbre tan grande que les dejaron por no saber su paradero. Necesitamos conocer si
siguen con vida; o si están muertos y, de ser así, revelar el lugar en donde están sus cuerpos.
Es por la suma de todo esto que le preguntamos al presidente: ¿Dónde están los 32
desaparecidos de Bielorrusia?

Miranda Belova
Periodista de investigación.

Miranda, que trabajaba de un reconocido periódico del país, vio el video que Alex
había publicado justo antes de que lo eliminaran. Al analizarlo, sintió que allí podría
estar la pieza que hacía falta a la exhaustiva investigación en la que había estado
trabajando en el último mes. Ella había tomado unos hechos aparentemente aislados

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para hallar un patrón innegable. Sin embargo, en la denuncia de Alex, Nikolay había
llamado a su padre indicándole que estaba incorporándose al ejército…, lo cual, ni
para Miranda, ni para el gobierno, esto podía ser considerado como una
desaparición. Pero entonces, ¿por qué entraron así al bar? ¿Qué pretendían encontrar
allí y por qué no hicieron lo mismo con los otros bares de la calle? Al llegar a este
punto le surgió una otra hipótesis: ¿Qué tal si se tratara de una nueva estrategia de
desviación que estaban usando…? Algo así como una cortina de humo.
Al terminar de ver el video, le escribió a «La Represión» —Ya que aún no sabía su
verdadera identidad—.

Hola,
Mi nombre es Miranda, trabajo con el periódico Le Priet y actualmente me encuentro
realizando una investigación sobre las desapariciones que están ocurriendo en las protestas.
He visto tu video y me interesaría que me contaras más detalles acerca de lo ocurrido para ver
si así, lo podemos publicar en el periódico como parte de la investigación: “Los 32
desaparecidos de Bielorrusia”. Dime, por favor, si recuerdas los rostros de los militares,
¿tienes más pruebas de lo ocurrido, quizás, algún testigo más?

Espero tu respuesta, un saludo.

Alex le respondió esa misma tarde:

Gracias por tu interés Miranda, después de la publicación del video fui censurado y mi
canal eliminado por completo de Internet. Te reenvío el mensaje donde me lo notifican, puede
servir como prueba para reforzar la misma investigación. Por otro lado, sí recuerdo el rostro
de uno de los militares en particular. Cejas gruesas, nariz larga, 1,80 aproximadamente y
tenía una cicatriz en la frente en forma de línea horizontal, no muy grande.
Por desgracia solo conocía a mi amigo, pero tengo el testimonio de un hombre que vivió
algo muy similar a principios de los noventa, en la época de la URSS. Te dejo su mensaje,
este evento puede estar conectado con lo sucedido y estaría revelando algo que ya ha pasado.
Te envío una foto del billar (que en realidad funciona como bar), donde muestra que fue
clausurado después de esa noche.

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Por último, me gustaría que publicaras esto cuando ya me haya ido del país, y espero que
sea después del otro fin de semana. Ya desde el extranjero seguiré creando más contenido sin
el temor de ser censurado como aquí.

Miranda vio su mensaje y él de Gilled contando su historia. De inmediato supo el


valor que tenía el contenido, pensó en hacer una crónica de investigación con esa
información, sumado a dos nuevos testimonios que había recibido de familiares de
desaparecidos. Escribió un mensaje:

Perfecto, Alex, ¿Qué tal si lo publicamos todo a finales del mes?

Solo pasaron 52 segundos, cuando él le respondió:

Me parece muy bien, ¡hagamos la publicación!

Capítulo 8
El incidente del Aeropuerto

28 de noviembre de 2021.
88 días antes de la Guerra de Ucrania.

Una tarde estaba deslizando la lista de música que el reproductor me sugería y vi


una que, de modo particular, me llamó la atención por el tiempo que llevaba sin
escucharla. Es un tema que le canta a la indiferencia social, la brutalidad policial y la
amplia desigualdad, en especial, en países latinoamericanos, (en donde fue grabado

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el vídeo). La canción tiene un mensaje tan vigente, que pareciera que su compositor
se hubiera inspirado en la actualidad de este país para escribirla, —y fue grabada en
1996—, llena del ritmo y la pasión que solo un talentoso hombre le podía dar.
La canción no puede ser otra que «They Don't Care About Us» Brazil version de
Michael Jackson.

La música, sin duda, es una de las expresiones artísticas que más logra llegar y tocar las
fibras emocionales de quien la oye, te puede hacer sentir nostálgico, transportarte a un
determinado momento de tu vida, o recordar a alguien. Otras veces y, por el contrario, sirve
para llenarse de ánimo y energía.

Lo dijo un cantante que no recuerdo muy bien quien era.


La icónica, Imagine de John Lennon, la atrevida Born This Way, de Lady Gaga o la
animada Girls Just Want To Have Fun, de Cyndi Lauper, son canciones que se
manifiestan sobre la unidad social, la igualdad sexual, y la igualdad de género,
respectivamente. Todas, son composiciones muy bien logradas y con un mensaje que
va mucho más allá del ritmo sobre el cual están grabadas, deseando trasmitirle algo
al oyente para que se quede en su subconsciente y tome el mensaje para su vida.

Hoy me levanté escuchando justo esa primera canción, siento que todo fluye, y
eso me da buen ánimo. Mi hermana ya me ha prestado el dinero y con ello puedo
decir que tengo un pie fuera del país. He contactado con un lugar a las afueras de
Madrid a donde puedo llegar, es una granja y aunque tendré que limpiar establos y
ordeñar vacas, está bien para empezar. Me dejarán hospedarme y me darán la
comida. Ya me estoy haciendo a la idea, además de darme la oportunidad de estar
sumergido en otra cultura.
Compro los pasajes para el siguiente domingo 28 de noviembre de 2021, por un
precio razonable dada la cercanía a la fecha. Luego, me siento frente a la cámara, me
pongo mi máscara de tela negra, los guantes, la camisa morada y empiezo a grabar el
video que le enviaré a Miranda hablando sobre el campo de concentración al final de
la era soviética. Muestro el artículo del periódico británico del año 1992, donde lo
cuenta, y explico mi teoría sobre la reactivación de este campo, enlazando el ataque
al bar, con el testimonio de Gilled. Unos segundos antes de terminar, desvelo una

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sorpresa para la audiencia: me quito la máscara revelando mi identidad. No tengo
por qué tener miedo de mostrarme como soy, nadie debería tenerlo si queremos
aspirar a vivir en una sociedad libre y justa, donde el expresarse no sea una causa de
condena o miedo por las represalias que esto pueda tener. Pero tampoco soy tonto
para revelar mi rostro y quedarme aquí, como si nada. No en este país.
Al terminar me siento tan emocionado que me levanto del asiento y empiezo a
caminar en círculos por la habitación. Estoy ansioso, enérgico ¡Tengo ganas de
mostrar al mundo lo que he hecho en este cuarto! Pero debo esperar. Debo ser
prudente y no dejarme llevar por la emoción.
Luego de unos segundos, un sentimiento de culpa por lo sucedido con Nikolay
me invade. Podría haber sido yo, me lo recuerdo. Me iré sin saber qué pasó en
realidad con él o si está bien, pero, por otro lado, podré hacer mucho más estando
desde afuera que desde aquí adentro.
Edito el video y le escribo un mensaje a Miranda confirmándole que ya lo tengo y
le reitero mi condición: que este solo deberá ser publicado el día que yo me vaya del
país. Me acuesto en la cama y me sumerjo en el colchón sintiendo que mis
pensamientos se descargan en su superficie blanda. Ya tengo el video y el hecho de
haber comprado los pasajes, le da una fecha, hora y lugar a mi sueño. Será la primera
vez que salga del país y no puedo esperar para ver esa otra vida de libertad e
igualdad que me aguarda allí afuera de las fronteras de este sitio. Será un nuevo
comienzo, sin duda, y tengo muchas expectativas.
Días después bebo unas cervezas con dos amigos de hace muchos años, a quienes
les cuento que me iré a vivir a España. Es mi despedida, al final nos abrazamos, y a
una de ellas le dan ganas de llorar por mi partida. Trato de ser fuerte y le digo que
regresaré, que todo estará bien. Los tres reímos, me despido de nuevo y me doy la
vuelta sintiendo un vacío en el estómago. Es como estar en la sala de espera listo
para una cirugía que cambiará tu vida a costa de un procedimiento doloroso y con
una recuperación larga. Pero al final: valdría la pena.

Pasa una semana y, por fin, ha llegado el día. Desde tempranas horas en la mañana
arreglo mi maleta. Mi hermana me acompaña hasta el aeropuerto, me despido de
ella en la entrada para hacer el registro, nos abrazamos y me desea lo mejor.

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—Que logres establecerte allí —me dice—. Me llamas en cuanto llegues y en lo
que necesites, estamos en contacto.
Yo la miro a los ojos con sentimiento y asiento con la cabeza. De nuevo, tengo
ganas de llorar, pero lo reprimo. Le doy un beso en la mejilla y me doy la vuelta con
un vacío en el pecho. Otra vez. Seguramente porque me despedí de mi madre solo
por teléfono y al final, discutimos. Mi padre, ni siquiera se tomó el trabajo de
llamarme.
Tengo algo de miedo y ansiedad, no lo niego. Pero más ganas y motivación que
todo lo anterior junto.
Son las dos de la tarde, realizo el check-in pasando directo al mostrador, a
continuación, me dirijo a una famosa cadena de restaurantes dentro del aeropuerto y
pido un sándwich. Saco mi ordenador, ha llegado por fin la hora, le envío el correo a
Miranda con el último video que he grabado.
Al pulsar la tecla de Enter, siento una liberación y una tensión al mismo tiempo…
Es extraño, es el primer video donde muestro mi cara y presento unas pruebas tan
contundentes; pienso en cómo reaccionarán mis seguidores. Ellos saben que mis
videos desaparecieron y, ahora, al verme denunciando esto, crearán una auténtica
bomba en Internet. O eso espero, aunque prefiero reducir mis expectativas y ser más
realista. Levanto la cabeza del ordenador y miro hacia arriba, observo todas las
personas a mi alrededor en el aeropuerto, llegando y saliendo de diferentes partes
del mundo, hablando distintos idiomas, viviendo la vida desde sus culturas y formas
de ser. Al verlo, me siento tan pequeño y grande a la vez.
Termino de comer y me dirijo al control de migración para marcar la salida del
país. Camino emocionado entre la muchedumbre, llego a la fila, preparo mi
pasaporte y paso cuando ha llegado mi turno. El guardia de migraciones, revisa en
su ordenador lo que será mi registro de salidas del país… No debo tener ninguno,
quizás sea por eso que se demora en hablarme. Levanta su rostro y me mira directo a
los ojos:
—Espéreme un momento, por favor, —me dice. Acto seguido, se levanta de la
silla y se dirige al final del pasillo.
Eso me inquieta… no sé qué pensar, ya que mientras hacía la fila, no vi que se
levantara antes con ninguno de los pasajeros… Miro en dirección a donde se ha
dirigido, y veo que ha empezado a hablar con otro agente, ¿será rutinario?, ¿quizás

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es algo en mi equipaje? ¡Pero no tengo nada! Todo se me está pasando por la cabeza
en este instante, cuando veo a la distancia que el hombre empieza a regresar.
—Voy a pedirle que se dirija a esa oficina que está en el fondo —me dice
señalando el lugar de donde él venía.
—¿Cómo…? ¿Dónde?, allá... Y, ¿por qué? —estoy nervioso, casi me confundo al
hablar.
—Es por un registro de rutina, se hace para los pasajeros que salen hacia la Unión
Europea.
—Vale, ¿y a los demás por qué no los han hecho pasar a esa oficina?
—Porque es la primera vez que usted viaja. No se preocupe que es solo para
diligenciar un formulario de registro antes de subirse al avión.
No tengo mucho que decir… Debo hacer lo que él me dice, así que tomo mi
mochila, e intranquilo me dirijo hacia allí. Cuando estoy a unos pocos metros de la
oficina, de repente, dos hombres salen del sitio y me llaman.
—Señor Alexéi Abramov, acompáñenos un momento, por favor.
—Claro, pero ¿cuál es el motivo?
—Es una revisión de rutina, en un momento le explicaremos con más detalle —me
responde el hombre de ojos pardos, el otro es blanco, de barba abundante y negra.
Me siento aún más inquieto ante esta situación, no llego a entender exactamente
de qué se trata. Los sigo desconfiado hasta que llegamos a una sala en donde me
piden que me siente.
—¿Me pueden decir el motivo, por favor? No tengo ningún tipo de sustancia o
elemento indebido en mi equipaje.
Se miran entre los dos. —Aguarde ahí, y permítame sus documentos, teléfono,
ordenador y cualquier equipo de comunicación —habla el barbudo con un tono
tajante.
Me siento atacado por su actitud —¿Y por qué le debo dar el teléfono? —le digo
armándome de valor.
—Es una revisión, le estamos requisando y, mientras eso se hace, no debe tener
ningún elemento de comunicación. Soy servidor público, puede estar tranquilo.
En este instante quiero poner resistencia, pero casi de inmediato comprendo que
¡es eso!, precisamente lo peor que puedo hacer. Aun por injusto que parezca todo.

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Saco mi teléfono del bolsillo y el ordenador de la mochila, los dejo encima de la mesa
que tengo enfrente.
El agente los toma de inmediato, se da media vuelta y entra a una oficina. El otro
agente de ojos pardos lo sigue.
Estoy inquieto aguardando ahora yo solo en el lugar. Intento tranquilizarme,
pienso que todo saldrá bien, que descartarán cualquier tipo de sustancia que lleve o
antecedentes y me dejarán salir. No saben mi identidad con respecto a mis videos,
además, han sido eliminados de la red. La cabeza me da vueltas y no puedo dejar
mis pensamientos en paz, creo que habrán pasado unos veinte minutos… Y la
impaciencia empieza a apoderarse de mí, voy a perder el vuelo si no salgo pronto.
Me levanto y voy hasta la oficina donde los hombres han ingresado.
—¿Hola?, voy a perder mi vuelo, necesito salir.
Nadie me responde. Miro a mi alrededor he intento abrir la puerta por donde
entré, pero está bloqueada, mi ansiedad aumenta.
—¡Que alguien me explique lo que está pasando, por favor!
Pasan unos minutos más, no tengo un reloj para saber qué hora es, y eso me
desespera aún más, ¡voy a perder el vuelo si no salgo ya! Camino por la sala
tratando de liberar tensión, hasta que escucho unos pasos aproximarse a la puerta,
alguien mueve la manija y la abre.
De inmediato lo reconozco.
Es el militar que me había dado el puñetazo hace unos días en el bar.

Capítulo 9
Los cinco hombres desnudos

Al verlo, me contraigo, siento que se me ha hecho un nudo en la garganta de


inquietud y rabia. El militar me mira de nuevo con esos ojos penetrantes cargados de
odio en su rostro.

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—Así que se llama «La Represión». Lo hubiera sabido antes y no lo había dejado
escapar para que saliera corriendo como una niña. ¡Salga! —grita apuntando con la
mano la puerta.
—¡Voy a perder mi vuelo! —le respondo instintivamente como si tuviera las
palabras en mi boca listas para escupirlas en su cara.
—De igual manera, no tiene permitido salir —me responde a un lado el agente
que sale de la oficina.
—¿¡Cómo!?
—¡No hay más preguntas!, a partir de ahora está retenido por calumnia,
conspiración y propaganda en contra del gobierno del país. Lo llevaremos a la base
para que allí comparezca.
—Pero ustedes no me pueden retener… No he cometido ningún delito para que lo
hagan —les digo tomando mi mochila y dando un paso hacia atrás.
El militar se apresura a asegurar la puerta que está a su espalda y me señala con el
dedo.
—Si opone resistencia, será peor. Eso se lo aseguro —me dice.
Me siento acorralado, como si fuera un maldito criminal. Lo miro sin poder hacer
nada… ¿Corro?, ¿discuto para que me dejen tomar el vuelo? Todo pasa demasiado
rápido y no me da tiempo de procesar cada cosa. El militar abre la puerta y me
señala con la mano el camino para que avance detrás de él. Empiezo a hacerlo a
regañadientes. Guardo silencio, no me conviene, ni quiero hablar. Me aferro a mi
valentía, es lo único que me queda, me han despojado de todo y solo han pasado un
par de minutos… ¿Qué más vendrá?
Camino unos metros más por el pasillo, veo una puerta en el fondo abierta y
bastante iluminada. Al llegar, está un coche del Ejército aparcado, es evidente que
nos dirigimos para allá.
—Móntese.
—¿Pero, por qué, que esss …?
El tipo me corta y me empuja adentro. Caigo como un pedazo de carne que va
para el matadero. El vehículo arranca. El militar que me propinó el puñetazo en el
bar está adelante de copiloto con mis documentos, el otro tipo conduce. Hablan
sobre los videos que he publicado como si yo no estuviera allí escuchando… Tengo
un vacío en el estómago. Lo saben todo, pero: ¿cómo, si no he mostrado mi cara?

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Miro por la ventana hasta que nos aproximamos a la base militar de la ciudad,
estoy nervioso, aunque intento disimularlo para no mostrar signos de debilidad ante
ellos. Tampoco de arrogancia.
Al parar el vehículo, el militar se dirige a mí.
—Bájese —dice en tono tajante.
Lo hago, hay militares por todos lados, apenas miro a mi alrededor. El que estaba
conduciendo me hace un gesto con la cabeza para que lo siga. Camino junto a él.
—Entre aquí —me dice señalando una oficina.
—¿Qué pasará…? ¿Qué debo hacer? —hablo con torpeza.
Él no me responde nada y yo entro. Al hacerlo, cierra de inmediato la puerta y me
quedo en una oscuridad absoluta.
—¿¡Qué pasa!? ¿¡POR QUÉ ME ENCIERRAN!? —grito con incertidumbre y
movido por el instinto.
Miro a mi alrededor para comprobar si hay alguien más, pero solo hay oscuridad;
toco la puerta e intento jalarla con fuerza, aunque está cerrada, como es obvio. No
escucho nada, doy unos pasos con las manos hacia al frente y siento una pared, la
toco como si me estuviera aferrando a la vida y empiezo a seguirla con mi tacto
hasta llegar a la esquina del muro. Me doy cuenta de que no es muy grande el cuarto
y que estoy completamente solo. Me veo reducido como un roedor nervioso y
desesperado por salvar su vida. Toco mi pecho, siento que mi corazón late con
intensidad. Me dejo caer en el suelo, es preferible antes que estar de pie en medio de
la oscuridad total. Y aquí, es donde el silencio me da el tiempo y espacio para
empezar a pensar en toda esta mierda que me está pasando. Es evidente que saben
que soy yo el que publicó el video, pero ¿será el último que le envié a Miranda desde
el aeropuerto? ¿Fue ese el que vieron…? Pero ¿cómo…?, si ella no lo ha publicado
aún… Me quedo unos segundos pensando en esa última frase, y al igual que una
bomba cayendo en cámara lenta, aterrizo en una nueva hipótesis: Y, si sí lo hizo.
Y yo, como un completo estúpido, le entregue el video en bandeja de plata para
que ella me delatara… ¡Era una maldita trampa...! ¿Cómo no lo pensé antes?,
¡Miranda me engañó, trabaja para ellos y yo caí como un imbécil! Me hago muchas
preguntas y el no poder confirmar ninguna de ellas, me está torturando al igual que
unos choques eléctricos en mi cabeza. No estoy seguro de que Miranda me hubiera

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delatado…, ¿o sí?, recapacito en un ir y venir. Se supone que ella está en contra del
gobierno… Sin embargo, nada me es confiable ahora.
Pienso en mis padres, en mi hermana, en Nikolay, en todo lo que ha pasado en
los últimos días. Es como estar en una sobredosis, me recuerda a ello. Solo que esta
vez, no he tomado nada…, lo cual es mucho peor.
Pasan unos largos y tediosos minutos más hasta que un militar abre la puerta.
—¡Levántese! —me dice.
De inmediato lo hago, camino detrás de él en dirección a una habitación que tiene
una mesa y una silla a cada lado. Lo primero que se me viene a la mente es que me
van a interrogar. Me siento y unos segundos más tarde entra el militar de ojos
negros. Ese hijo de puta que me golpeó.
—Alexéi… o «La Represión»… —Mira a un lado y se ríe sin disimular—. Tienes
un saldo pendiente con nosotros y con el país, señor… Y, aun así, esperabas salir
descaradamente con ese historial delictivo.
—¿Historial delictivo? —pregunto con sorpresa.
—Así es, o me dirás que no sabes quién es «La Represión», que no conoces quién
se esconde como un cobarde detrás de esa máscara, ¡que habla con aires de redentor
cualquier cantidad de patrañas y estupideces sobre el gobierno!
Intento hablar, pero antes de hacerlo el militar saca un ordenador portátil y
empieza a reproducir el video que le he enviado esta tarde a Miranda.
Estoy atónito.
Llega al momento donde me quito la máscara y muestro mi cara. Y en ese instante
me lamento tanto de haberlo hecho, no puedo sentirme más inocente por no haber
esperado hasta llegar a Madrid para allí sí publicarlo. Dejo salir el aire por mi boca
en un suspiro que el militar escucha, y me voltea a mirar:
—Esto solo es una confirmación. Estás detectado desde hace más de seis meses
cuando realizaste una de las primeras publicaciones en tu canal. Desde el principio
sabíamos tu nombre, el lugar donde vives y la universidad donde estudias…
—¿Cómo…? —digo casi susurrando.
—Somos el gobierno, chico, trabajamos con equipo especializado, no con un
portátil en el sótano de una casa… ¿Qué pensabas…?
—¿Y eso me convierte en un criminal? —le respondo—. Por publicar información
que está investigada y corroborada.

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Me mira arrogante.
—No solo eres un criminal, eres un instigador del orden social y de la moral,
atreviéndote a reclamar por unos derechos que piensas tener, ¿creías que te
censuraríamos y ya…?, qué todo se quedaría así; ¿qué no haríamos nada más?
Me siento muy impotente, tanto que, por un momento me parece que esto no es
real… Lo que están haciendo, no está bien desde ningún punto de vista que se le
mire, los ciudadanos tenemos derecho a expresarnos libremente y no ser
encarcelados por eso. Pero este país no funciona así.
—Estás difamando el gobierno y las fuerzas armadas de Bielorrusia—continúa.
—Estoy comunicando la verdad.
Y un golpe se escucha en la mesa, el militar está molesto porque le he respondido.
Me quedo callado, sé que el próximo golpe puede ser en mi cara. Bastardo.
—¡Levántese! —me dice sacudiendo con sus palabras mi orgullo y mi coraje.
Me siento humillado ante esta situación. Miro a mi alrededor, solo hay muros y
un espejo tras el cual intuyo que hay más personas observando. Observo al militar,
tiene un arma en su cinturón. Si me van a matar, por lo menos quiero saber en dónde
va a ser. Me levanto y pregunto:
—¿Para dónde me llevan?
—Ya verás… No preguntes tanto, mejor. Dirígete al salón del fondo —me dice
señalando con su mano la dirección.
Salgo como lo haría un borrego que va para el matadero. Empiezo a recordar los
momentos más significativos de mi vida en un par de segundos que trascurren bajo
un vórtice de angustia donde mi alma parece ahogarse. Solo bastan un par de pasos
para llegar al salón, hay unos diez militares más alrededor del sitio y cuatro jóvenes
en el centro. Me señalan para que me una a ellos.
Nos fusilarán a todos, lo siento venir…, hasta aquí ha llegado mi vida. Y un dolor
indescriptible me invade el pecho.
—Quítense la ropa y la ponen a un lado —dice otro militar desde el frente.
Nos miramos entre nosotros, como esperando a que alguno inicie para continuar.
—¡Es que no escucharon! ¿¡Lo debo repetir!? —dice esta vez gritando.
Todos estamos siendo observados como una exposición de ganado. Tomo mi
chaqueta, me la quito, sigo con la camisa y el pantalón hasta quedar tan solo en ropa
interior. Todos hemos quedado iguales, se puede palpar la angustia en nuestros

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rostros. El salón es grande, somos los únicos en el centro y los militares no despegan
sus miradas de nosotros.
—Señores, dije: COMPLETAMENTE DESNUDOS.
Al oírlo, me bajo la ropa interior de un tirón; a estas alturas ya no tengo nada más
que perder. Ubico las manos en mi miembro y miro hacia al frente. Escucho algunas
burlas, son los militares a nuestro alrededor; mantengo mi mirada rígida para evitar
darles importancia.
—Perfecto, ahora vayan a bañarse. Háganlo rápido y cuando terminen, vienen de
nuevo hasta acá —Y señala con su mano las duchas, están al fondo descubiertas por
completo y sin ningún tipo de muro divisorio entre ellas.
Todos caminamos en línea uno detrás del otro, yo soy el último. Los militares nos
observan a los costados, puedo sentir la presión de sus miradas encima. Abro el
grifo, ¡el agua está fría!, tan fría que, al caerme en la espalda, siento cómo quema al
pasar por mi piel. La temperatura afuera debe estar a unos cuatro grados.
Los demás se han empezado a bañar con rapidez ante el intenso frío del agua, yo
hago lo mismo, es evidente que cuanto más rápido lo hagamos, será mejor. Nadie
dice nada ni se queja del frío.
—Pónganse esa ropa que está a su izquierda —nos ordenan.
Es un pantalón de camuflaje, una camisa negra y una chaqueta del mismo color.
Me lo pongo y me dirijo de nuevo al centro del lugar. El militar empieza a hablar:
—Ahora van a ser trasladados a una base en donde tendrán un entrenamiento
especial que tiene el gobierno por medio de las fuerzas militares. Una vez lleguen
allí, se les explicará cómo funciona el programa.
«¿Qué un programa?»
—¿Y por qué? —dice el chico que está a mi lado—, eso es en contra de nuestra
voluntad.
Me sorprende su coraje, lo miro de reojo esperando no presenciar un
fusilamiento.
—¿En contra de su voluntad? —responde en tono irónico—. Señores, aquí se les
va ¡a hacer un favor!, después lo van a entender. Se van a reeducar para superar sus
desviaciones sexuales, su mentalidad opositora y, sobre todo: las flaquezas de su
carácter.

47
Yo apenas doy crédito a lo que estoy escuchando. Mi mirada es de un
desconcierto total, al ver la manera en que el militar está hablando como si estuviese
presentando algún tipo de oportunidad que cambiará la vida de quien la tome…
—Estarán prestándole un servicio a su patria —continúa—, retribuyéndole algo
de lo que tanto les ha dado. Se formarán como hombres de verdad y saldrán para
servir a la sociedad. Verán que después de todo, no será tan malo; y como les dije, se
les estará haciendo un favor. Ahora diríjanse hacia allá —dice señalando con sus ojos
una puerta en el fondo.
Miro al militar con ganas de decir algo, de enfrentarlo y pelear en contra de este
maldito abuso. Pienso en salir de aquí, ¡correr!, siento que estoy a punto de entrar al
mismo infierno. Pero si alguien intentara escapar ahora, sería un suicida. Me callo,
hace solo unos segundos estaba pensando que eran los últimos momentos de mi
vida, ahora me dicen que voy a ser internado en un programa… Camino como los
demás. Solo unos metros más adelante está un camión negro. El mismo que vi
aquella noche en el bar y en el que se llevaron a Nikolay. Es aquí en donde todo se
conecta y cobra un claro sentido para mí.
Pero de repente, el segundo chico en la fila sale corriendo hacia uno de los
costados.

Capítulo 10
Un rumbo desconocido

Madrugada del 29 de noviembre de 2021.

48
—ATRÁPENLO —gritó alguien.
Un militar se abalanzó sobre él golpeándolo en las piernas e hizo que cayera al
suelo.
—Déjenme ir, ¡suélteme! —gritó el joven.
Un segundo militar llegó y recogió al chico del suelo sujetándolo por la espalda,
mientras que el otro le dio un golpe en el estómago.
—Qué ni se te ocurra volver a hacer lo mismo, —le dijo metiéndolo al camión,
luego se giró y miró a los demás—. Quien intente hacer algo similar en el lugar a
donde van, no podrá contar la historia… ¡Ahora, súbanse!
Alex fue el último en montarse al camión y, casi de inmediato, cerraron las
puertas y este arrancó con todos dentro. Allí, ante la ausencia de luz y el fuerte olor a
humedad y óxido que lo impregnaba todo, aumentó su inquietud; el movimiento del
vehículo se mantenía en un constante traqueteo, al igual que su ansiedad por no
saber a dónde lo llevaban.
Todo estaba en silencio y, de repente, alguien habló.
—Escuché decir que están reclutando soldados para entrenarlos militarmente por
una guerra que hará Rusia contra algún país vecino…
—¿Una guerra?, lo dudo… Nos pretenden «reeducar» según lo que el militar dijo.
Ellos desean callarnos, que no protestemos ni digamos nada en contra del régimen
que está gobernando este país. Y ahora que nos quieren internar en ese «programa»,
es la muestra que confirma su tiranía.
—A dónde sea que nos lleven, es en contra de nuestra voluntad —replicó otro,
proviniendo su voz muy cerca de Alex.
—Y me choca que ningún medio de comunicación hable de esto, ni siquiera los
medios extranjeros, ¿cómo es que nadie lo difunde? —dijo alguien más justo a su
otro lado.
—Están censurados y no se quieren arriesgar —habló Alex por primera vez y un
silencio quedó flotando entre el olor a óxido y la oscuridad.
—Y tú, ¿en dónde estabas? —le preguntó alguien rompiendo el incómodo
momento.
—¿Le preguntaste al último que llegó? —respondió de nuevo la voz justo al lado
de Alex.
—Sí.

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—OK, porque yo no lo había visto en la reunión.
—¿Reunión? —dijo sorprendido Alex.
—Sí, a todos nosotros nos trajeron de allí. Somos líderes de la oposición y
estábamos reunidos organizando una manifestación para la próxima semana.
Cuando salimos, unos militares estaban afuera esperando para pedirnos papeles,
luego, sin apenas hablar, nos metieron a una camioneta.
«Son los ‘rebeldes’», dijo en voz baja como si estuviera revelando un secreto.
—Y…, ¿cómo supieron en dónde iban a estar? —pregunto Alex.
—Creemos que nos han seguido por Internet, rastreando correos y grupos de
WhatsApp para encontrar a quiénes organizan las manifestaciones —le respondió.
—La censura y la represión que vivimos aquí, es muy grande —habló otro—. El
presidente y su gobierno no quieren que se revelen muchas cosas que ocultan, pero
el pueblo ha empezado a darse cuenta de la realidad, de la corrupción tan grande y
los crímenes que cometen. Soy Dmitry, diputado. Y a ti, ¿por qué te trajeron hasta
aquí?
—Bueno…, estaba en el aeropuerto a punto de salir del país y allí fue donde me
retuvieron por haber publicado contenido revelador del gobierno en mi canal de
YouTube.
Alex les contó que se hacía llamar «La Represión» y todos lo reconocieron de
inmediato. Él no podía evitar sentirse incómodo, era como si una parte de sí se
avergonzara por recibir atención y respeto.
—¿Y por eso no te dejaron salir del país?
—Así es, me tenían rastreado.
—¡Vaya nivel de atropello! Nunca había escuchado que retuvieran a alguien de
esa manera en el aeropuerto, no aquí. Aunque sabemos que en Rusia sí ha pasado.
Está claro que pretenden callarnos estos imbéciles; ajustarnos a la hegemonía
conservadora y que el pueblo solo baje la cabeza y obedezca como borregos. El
gobierno nos ve como instigadores del orden que difunden un pensamiento crítico y
reclaman, es por esa razón que nos pretenden «reeducar» —dijo Dmitry.
—¿Hasta cuándo seguirá toda esta mierda? —preguntó alguien en la oscuridad.
Y un silencio reflexivo quedó por unos segundos. Luego Alex respondió.
—Esto va a seguir hasta el día en que todos nos revelemos y provoquemos que
esta maldita opresión caiga…

50
La conexión entre los chicos fue inmediata y hablaron por más tiempo motivados
por algo: todos estaban inconformes con la dictadura. El recorrido en el camión se
hizo menos tedioso gracias a ese sentimiento en común, y hasta por un instante Alex
olvidó que iba un destino desconocido. Que podía haber llegado a Madrid en aquel
momento; y al recordarlo, la decepción y la zozobra lo invadieron por completo.
Pensó en lo que vendría… ¡En el instante en que el camión se detuviera! Por su
mente pasó el recuerdo de sus padres, con profundo dolor se preguntó si los lograría
volver a ver… Se apartó de la conversación del grupo, se quedó en silencio y unió
sus manos intentando tranquilizarse. Todo se convirtió en desolador y la oscuridad
parecía disecar su vida adentro del vehículo. Pasó varios minutos así, e intentó
quedarse dormido, pero no lo consiguió. Hasta que después de unas largas y
agotadoras horas. El camión se detuvo.
Escucharon el sonido de un portón abriéndose, seguido de unos pasos que se
aproximaron venir, abrieron la puerta y una linterna se encendió.

Capítulo 11
No es solo un campo de concentración.
Es un juego macabro

29 de noviembre de 2021.

51
Campo de concentración N.º 11. Frontera con Rusia.

Recuerdo en particular una de mis clases en la universidad, cuando mi profesor de


derecho penal puso sobre la mesa un tema de discusión.
—Quería iniciar un debate en la clase de hoy. Muchos países alrededor del mundo
han aprobado el matrimonio gay; ha sido como una avalancha influenciada por
occidente y sus ideologías… Por eso, me gustaría escuchar opiniones fundamentadas
desde la constitución, acerca del tema —comenzó diciendo mi conservador profesor.
Un chico de cabello negro y delgadez singular fue el primero en levantar la mano.
—Es sencillo, la constitución del país especifica que la unión civil solo debe ser
entre un hombre y una mujer. Dios no creó a Adán y a Juan —Algunos empezaron a
reír al escucharlo. Era la undécima vez que oía tal argumento tan retórico, trillado y,
no por menos, homofóbico.
Luego Minerva pidió la palabra. —Para que una pareja del mismo sexo se pudiera
casar, se tendría que modificar la constitución y los congresistas no lo harían solo por
eso… Y si se sometería a un referéndum, lo más probable es que la mayoría de las
personas votemos en contra.
—El derecho de casarse no debería ser sometido a votación pública —dije yo
entrando en el debate—. Es como si el derecho a la educación, la salud o a que una
pareja heterosexual se casara, se estuviera condicionando a la voluntad de unos
cuantos quienes estarían haciendo el papel de jueces para decidir si tienen ese
derecho o no… —hablé en un impulso, donde los argumentos que tenía en mi
cabeza salieron como un alud.
—Señor Abramov, no pidió la palabra antes de pronunciarse. Y lo que usted
fundamenta sobre el derecho que se tiene, está desconociendo el principio moral y
jurídico en pro de una… minoría —dijo en evidente tono despectivo.
El flaco que habló de primero dejó escapar una risa burlona, mientras los demás
compañeros de clase me miraban como si estuvieran frente a un extraterrestre…
Pero la incomodidad no me iba a hacer callar mis convicciones.
—No es una minoría, profesor.
—¡Somos!, quisiste decir —dijo el bromista de clase interrumpiéndome. Todos se
echaron a reír a carcajadas.

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Lo miré a un lado pensando en que iría a decirle, mientras en mi cabeza sentía que
una olla de presión estaba hirviendo a punto de estallar.
—¿Sabes por qué no creo que seamos una minoría? Porque muchos tipos callan su
sexualidad por miedo al «qué dirán», ya que no son lo suficientemente valientes
como para vivir a plenitud sus vidas y se dejan regir por la opinión de los demás…
¡Ese tipo de hombres!, son los que se burlan detrás de una pantalla o de una broma
de clase, como es el caso. Todo porque viven tan paranoicos con que los demás
sepan de sus deseos, que no les queda otra que burlarse. Al final de cuentas, son
menos hombres y más cobardes que quienes sí viven su sexualidad a plenitud —dije,
y una descarga de adrenalina me subió por el cuerpo—. No creo que seamos una
minoría —continué—, pienso es que en esta sociedad hay muchos mojigatos e
hipócritas. Y eso, sí que debería atentar en contra del principio moral.
Todos se quedaron callados una vez terminé de hablar, incluido el profesor. Me
sentí como un rockstar una vez dije aquellas palabras enfrente de todos mis
compañeros de clase, sentí que me podía levantar y darle un puñetazo allí mismo al
larguirucho que se había intentado burlar de mí.
Desde ese día, mis compañeros y profesores supieron que yo era gay, la mayoría
me siguió tratando igual y algunos pocos me dejaron de hablar.

Esa misma rabia que sentí aquella tarde, es la misma que siento ahora al verme
obligado a llegar hasta este lugar y bajo estas condiciones. Deben ser cerca de las
cuatro de la madrugada, veo en el fondo una edificación de ladrillos grises, con un
techo de baldosas negras, parece abandonado, bastante antiguo y con una
iluminación de apenas unos cuantos faroles alrededor.
—Bajen —dice un militar con una linterna en la mano.
Descendemos del camión ante la incertidumbre de un sitio que apenas
alcanzamos a ver. Mis compañeros están inquietos, yo tengo la respiración acelerada
y tan fría como el aire que hay en este lugar. Otro militar se aproxima, carga algo en
sus brazos.
—Este es el uniforme que usarán mientras estén aquí adentro, también hay una
sábana de lana, y un kit de aseo. Guárdenlo bien porque no se les dará uno más
durante este mes —agrega.
Veo el uniforme, es un overol de jean color azul, con una chaqueta gris.

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—Ahora vengan conmigo, no hagan ruido.
Todos nos dirigimos detrás de él, estoy mirando a mi alrededor y percibo que
todo está rodeado de muros y cercas. Estamos encerrados, parece una cárcel y lo que
sigo viendo me lo confirma. El militar abre unas puertas de madera y con su linterna
va alumbrando; en medio de la oscuridad logro reconocer que es un gran dormitorio
abarrotado de literas. Apenas veo, entre las sábanas en pésimo estado, algunos
rostros. El olor es pesado y al techo se le filtran pequeños rayos de luz. Y con
seguridad: agua.
El militar se detiene y señala hacia un sector que se encuentra desocupado.
—En esta parte es donde dormirán, acomódense allí.
Me dirijo en esa dirección, me subo a la cama de arriba de la litera y extiendo las
sábanas para cubrirme; no esperaba que nos dejaran dormir, pero, a decir verdad,
me estoy muriendo del cansancio. Luego de un viaje en donde veníamos como
ganado, todos mis músculos me piden descanso. Al acostarme me doy cuenta de que
unos ojos me miran fijamente. Son ojos de desconcierto, una mirada tan elocuente
que cualquier palabra dicha en este momento estaría de más… Apenas distingo su
rostro, pero el resentimiento y el dolor que veo en su expresión parecen que me
anticipan lo que estará por venir…

Siento que solo han pasado unos minutos, cuando el sonido de una sirena me
despierta de un salto. Quedo casi parado en la cama, aún está oscuro y con la
confusión de estar recién levantado, veo a mi alrededor la cantidad de personas, y
me sorprende: Son varios chicos de edades similares a la mía. Me toco los ojos con
las manos, doy un bostezo y me armo de fuerza para levantarme. Me dirijo a los
baños como todos; allí, unos pocos toman una ducha y se empiezan a preparar para
el día, luego veo que se ponen el uniforme junto con las botas. Yo, como un novato
que se intenta ajustar a la manada buscando sobrevivir, hago lo mismo, me doy
cuenta de que nadie habla con nadie, por lo tanto, yo tampoco lo hago… Luego
empiezan a salir a lo que parece ser el comedor donde nos darán el desayuno.
—¿Cómo ves todo esto? —me pregunta Dmitry, con quien venía en el camión.
—No sé qué decirte… Es como una cárcel en medio del bosque. —digo, esa es la
primera impresión que tengo.

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Seguimos caminando y entro al comedor, hay unas treinta personas, o quizás
más… Y para mi sorpresa, veo que hay mujeres repartiendo el desayuno, tienen un
overol como el nuestro, pero de color rosa oscuro. Hago la fila igual que los demás,
me siento impresionado de ver el ritmo de este lugar y como todos siguen una rutina
impuesta, aquí en medio del bosque, ¡de la nada! Busco en donde sentarme, doy una
mirada rápida a las personas y, de repente, alguien salta a mi vista, se me hace
familiar el rostro, me detengo y miro con más atención.
¡Es Nikolay!
Él me ve, lo saludo con una sonrisa y levantando mis cejas, aunque para mi
sorpresa, él no hace nada… Ningún gesto ni reacción, parece no reconocerme…
«Pero ¿qué ha pasado?», me siento desconcertado.
—Anda más rápido —me dice alguien detrás de mí.
No me di cuenta, pero me he quedado parado en medio del salón como una
estatua ante la apática reacción de Nikolay. Sigo avanzando y me siento en uno de
los últimos puestos. El desayuno es un pan con mantequilla y un extraño caldo de
maíz.
Han pasado solo unos segundos desde que me senté, cuando alguien habla por el
altavoz:

En cinco minutos todos deben estar en el salón de reuniones.


Repito, cinco minutos.

Algunos ya han salido, yo me acabo de sentar, así que me trago casi entero el pan,
bebo el caldo de un sorbo; pero igual quedo con hambre.
—Es muy poco —Le digo a Dmitry, es hasta ahora la única persona con quien me
hablo.
Él también se come el desayuno sin apenas probar y salimos al salón de
reuniones. Mientras caminamos, busco con mi mirada a Nikolay, aunque no lo
encuentro. Me está carcomiendo la ansiedad por hablar con él, ¿qué le pasó, por qué
no me reconoció? Se me pasan muchas cosas por la mente, como que esté
amenazado y no pueda hablar, que esté muy afectado psicológicamente… O que le
hayan borrado la memoria.
Hablan por el altavoz de nuevo:

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Ya deben estar en la sala de reuniones.
Repito, ya deben estar en la sala de reuniones.

Llegamos al salón, hay una tarima y dos bloques de filas enfrente; los militares
están sentados en las primeras, detrás de ellos, las mujeres que hay vestidas con el
overol rosa y, por último, los hombres con overol azul al igual que yo. Debe haber
unas cien personas.
Me acomodo al lado de Dmitry en los asientos traseros. A los pocos segundos,
entra un imponente militar por la puerta y se ubica en la tarima. Es blanco, alto, de
cejas alargadas y desordenadas, tiene un lunar en la nariz. En su cara veo la
arrogancia y el orgullo, no necesita hablar para identificarlo. De hecho, hasta ahora
va a pronunciar la primera palabra.
—Señores, el día de ayer salieron dos de ustedes… Del desempeño de cada quien
depende quienes serán los próximos. De sus anhelos, de su fuerza y sobre todo de su
coraje, como ya lo saben. —Hace una pausa y mira al fondo—. Para los nuevos que
llegaron hoy, levántense por favor, —nos dice.
Me miro con Dmitry y nos levantamos, los otros tres que llegaron con nosotros
también lo hacen. Y como si se activara un grupo de robots, todos se giran
lentamente hacia atrás y nos observan.
—Conózcanlos —continúa—, a partir de hoy inicia en sus vidas un recorrido que
los llevará a convertirse en unos guerreros, hombres de bien, valientes y dispuestos a
luchar por los ideales que aquí defendemos. Atrás quedarán las banalidades de las
que el mundo superficial los ha inundado, los desvíos sexuales, las ideas contrarias
al orden del país, las malas costumbres del extranjero, y, sobre todo: la debilidad del
carácter. Señores, ¡a partir de hoy inicia el nuevo ciclo del juego!
Los hombres, mujeres y militares se levantan y empiezan a aplaudir una vez dice
esa frase. Yo estoy aturdido, no termino de entender esas últimas palabras que ha
dicho; «juego», ¿qué «juego»? Y a qué ciclo se refiere…
—Ya se pueden sentar —dice el militar, quien supongo debe ser el director de este
infernal lugar.
—Para los nuevos, les voy a decir las reglas del juego, escúchenlas bien para que
no cometan el error de fallar en alguna de ellas. Hoy, con su llegada ha comenzado

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un nuevo ciclo que tiene la duración de un mes, durante el cual todos los integrantes
deberán participar en una serie de pruebas cada domingo, donde evaluaremos sus
habilidades físicas y mentales, su resistencia y sobre todo su virilidad. Las pruebas
funcionan con dos equipos que compiten entre sí, sin embargo, los puntos son
sumados de manera individual. Quienes consigan la mayor puntuación en sus
respectivos grupos, serán los elegidos para pasar a realizar la prueba más importante
de todas:
La de El día cero…
Allí tendrán la oportunidad de demostrarnos a todos su fortaleza viril y que se
han reeducado en realidad, estando listos para salir a empezar una nueva vida. Esto
fue pensado en un inicio para los… desviados, pero igualmente se aplica a los
rebeldes, inmigrantes y demás internos que pretendan salir. —Mientras el militar
habla, yo estoy sosteniéndome en mi asiento ante la ansiedad por saber cómo será
«El día cero»—
Los dos hombres seleccionados pasarán al frente ese día —continúa—. Aquí, en
este mismo salón y sobre este mismo escenario, cada uno deberá ser capaz de estar
con dos mujeres diferentes que nosotros traeremos, realizará el acto enfrente de
todos, tanto del cuerpo militar como de sus compañeros que esa noche asistirán. —
Yo estoy mirándolo sin dar crédito a lo que escucho, me siento asqueado y aturdido
—. Si alguno, o ninguno, de los seleccionados no pueden hacerlo —continúa—,
deberán seguir aquí y esforzarse para volver a ser elegido en los próximos ciclos.
Quien, por el contrario, supere la prueba en su totalidad, obtendrá la libertad. Ahora
escuchen con atención las reglas de la base 11:

 Se trabaja de lunes a sábado.


 Los hombres en la fábrica de metalúrgica. Las mujeres en la cocina y en la
huerta.
 Solo se sirve la comida en las horas señaladas en el comedor.
 Se despiertan a las siete de la mañana todos los días y a las diez de la
noche se apagan las luces.
 El irrespeto a un militar es castigado de tres a diez latigazos dependiendo
de su gravedad.
 Y, por último, pero no menos importante.

57
Quien intente escapar: será fusilado.

58
Segunda Parte

Infiltración transcrita del Servicio de Inteligencia Exterior ruso (SVR)


04 de enero de 2022, 23:08 h.

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51 días antes de la Guerra de Ucrania.

Las revueltas en las zonas sureste del país han venido incrementando en las últimas
semanas y las intenciones del gobierno por aliarse militarmente con occidente, son
cada vez más alarmantes para nuestra seguridad e intereses (…)

—Fin de la intercepción—.
Recibido por Miranda Belova.

Capítulo 12
La investigación se hace más fuerte

60
Bastó solo un día desde de la publicación del video en la página del periódico, para
que se generara el revuelo en redes sociales; avivó viejos prejuicios en la población y
creó diferentes hipótesis sobre lo sucedido en el bar.
Miranda intentó comunicarse con Alex para hablar del éxito del video, sin
embargo, le fue imposible hacerlo, no respondió los correos y su teléfono salía fuera
de cobertura. Al final, logró contactar con su hermana, quien le reenvió lo que la
aerolínea le había respondido por e-mail:

Se confirma que el pasajero, Alexéi Abramov abordó el vuelo BI 456, el día 02 de diciembre
a las 13:10, con destino a Madrid. Cualquier información relacionada con su paradero en
dicha ciudad, está fuera de las competencias de la aerolínea.

Su familia, preocupada, intentaba comunicarse con él por cualquier medio,


pensaban que algo le había sucedido a su llegada a España. Aunque Miranda no
estaba convencida de la versión de la aerolínea, y al enterarse escribió una columna
de opinión:

Diario “Le priet”


Publicación del 07 de diciembre de 2021.

El autor del último video de denuncia que publicamos en este medio, fue reportado como
desaparecido bajo unas extrañas condiciones: cuando intentaba salir del país. La aerolínea
dice que abordó el vuelo hacia España, sin embargo, no hubo ningún rastro de su llegada al
aeropuerto de Madrid, nadie recogió su equipaje, su teléfono no tiene cobertura ni se ha
conectado a Internet. En las cámaras del aeropuerto de Barajas, en la capital española, no se
le ve… Su familia está muy preocupada, era la primera vez que el joven iría a salir del país.
Muchos casos de jóvenes desaparecidos han sucedido en las últimas semanas, pero según
las autoridades, este último no aconteció dentro de Bielorrusia, por lo cual, la policía no recibe
el registro como desaparecido. Tan solo lo han archivado.
El gobierno no ha hecho mucho por dar una explicación sobre estos casos, o si hay algo que
se le está ocultando a las familias o al pueblo en general. Sin embargo, desde la presidencia
han tildado las acusaciones de «conspirativas e instigadoras».

61
Las protestas en las calles no han cesado, el inconformismo es tan persistente que no hace
falta mencionarlo para saber que está allí, es como el aire, uno que corta y seca los pulmones.
Los recortes al presupuesto de educación, la subida de los impuestos, la poca gestión del
gobierno para disminuir los actos de racismo y segregación; o los ataques directos y
descarados del presidente Jrenin hacia los homosexuales, diciendo que: «preferiría tener un
hijo muerto, antes que gay». Solo avivan la inconformidad de los jóvenes y los manifestantes.
La semana pasada recibimos una denuncia anónima de un ataque a uno de los centros
donde se concentraban los líderes de las marchas de la oposición. A raíz de este incidente; se
reportaron cuatro nuevos desaparecidos, sumando a la lista y pasando de 32 a 36. Pero ¿qué
de malo está en manifestarse organizadamente cuando el gobierno restringe las libertades y
empeora las condiciones de vida? O cuando no hace nada con los afrodescendientes que son
maltratados por la policía en las protestas. Han estado llegando nuevos reportes de jóvenes
negros que, después de las manifestaciones, no regresaron a casa. En su lugar, los familiares
recibieron una carta escrita a mano por ellos mismos, diciendo que han «decidido alistarse en
el ejército». Como el caso de Luka, hijo de inmigrantes kenianos, se desempeñaba como líder
del movimiento afro y, luego de las manifestaciones de octubre, no regresó a casa.
Su familia asegura que no tenía ninguna afinidad militar como para que se alistara de la
noche a la mañana. A pesar de que la carta fue escrita con su puño y letra…
Entonces, ¿dónde está en realidad?
Junto con este joven, hay 36 desaparecidos más bajo condiciones similares, otros en
redadas del ejército o en desapariciones puntuales sin dejar ninguna pista. Lo cierto es que
todos cumplen un patrón innegable: son opositores, negros, inmigrantes u homosexuales.
¿Qué está pasando con ellos?, ¿dónde ha quedado su rastro?, y por qué continúan
desapareciendo como si de callar la voz de quienes se sublevan y no siguen el modelo de
autoritarismo del régimen, fuera el fin.
Una nación que olvida su historia está obligada a repetirla. Que las atrocidades cometidas
en la época soviética y en la Alemania nazi, no se repitan en nuestros días y que hayamos
aprendido como sociedad de los errores del pasado.

Minsk, Bielorrusia.
Columna escrita por Miranda Belova.

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Aquella publicación fue la mecha que terminó de encender el horno, ya que su
alcance fue mucho mayor de lo que el periódico y Miranda esperaban. Se republicó
en más de diez países, y al siguiente día, fue publicado en la sección internacional de
The New York Times y de la BBC de Londres. Muchos medios se vieron interesados
en saber más de la verdadera situación que estaba viviendo Bielorrusia y, sobre todo,
querían informarlo al mundo.
Ante esta reciente oleada de denuncias e inconformismo, el gobierno no tardó
mucho tiempo en salir a negar firmemente «las difamaciones» sobre su supuesta
relación con las desapariciones y ratificó que se encontraban siendo procesadas como
«todas las demás». Esa misma semana se emitió un comunicado desde la
presidencia:

Se llama a la población a no creer en conspiraciones sin fundamento que buscan


desestabilizar y desprestigiar el orden social, económico y político del país.
La sociedad bielorrusa siempre estará en la búsqueda de recuperar los valores morales de
nuestra nación y alejarla de las influencias negativas de occidente.

El nivel de las acusaciones hechas por Miranda y que hubieran sido dadas en
medio de la censura que vivía el país, no iba a quedar impune. Después del
comunicado del gobierno, el periódico Le Priet recibió una notificación con relación
al tema. Esa misma mañana, Miranda fue llamada al despacho del director del
medio.
—Verás, te lo quiero decir sin tantos rodeos —le dijo mientras cerraba la puerta
del despacho—. Hemos recibido un ultimátum del ministerio de interior con
respecto a las publicaciones que se han hecho. Dicen que, si estas continúan,
bloquearán por completo la página y no permitirían más la venta del periódico en
las calles.
—¿Qué?... En serio, Ivan, ¿te notificaron eso? ¿Piensan bloquear el periódico por
completo?
—Así es, y estoy seguro de que no les temblará la mano para actuar si así lo
deciden… Ya lo han hecho antes, hace un año, consiguieron despedir y vetar por
completo a una periodista que denunció una red de prostitución dentro del cuerpo
militar… Si no lo hacían, censurarían el noticiero a nivel internacional.

63
—¿Y qué se supone que debemos hacer ahora? —le preguntó exaltada ante la
noticia.
—Bajar la guardia y mantenernos cautelosos. Miranda, sabemos quiénes tienen la
sartén por el mango y por mucho que queramos seguir destapando más cosas: no
podemos arriesgarnos a la censura definitiva del periódico. Ya hemos recibido
advertencias antes, solo que nunca se había generado el impacto mediático que esta
ha tenido y eso, Miranda: le incomoda mucho a Jrenin.
Ella lo miró intrigada pensando en qué responder.
—He visto como parte de la población ha empezado a reaccionar, ¡y no la
podemos parar!, en especial por las familias de los desaparecidos, que hasta ahora
no se les pasaba por la mente que sus familiares podrían estar haciendo parte de un
plan orquestado por el propio gobierno del país... ¿O qué me dices de los que están
engañados creyendo en que sus hijos se fueron a servirle a la patria alistándose en el
ejército…? Es aún peor, es inhumano, Robert.
—Esa pasión por informar también la comparto yo —dijo interrumpiéndola—. ¡Lo
sabes!, pero no podemos tomar el riesgo de ser cerrados, Miranda, ¡no ahora! —El
director se tomó un momento para respirar, y calmarse. Ella miraba a un lado
intentando organizar sus pensamientos.
—No es un tema de dinero, es de verdad —respondió Miranda—. Es que, a pesar
de ahora tener una advertencia directa, podamos seguir llegándole a la gente y
contar, aunque sea la punta del iceberg, lo que estamos viviendo aquí. Y me choca
que no podamos revelar el iceberg completo, contar lo que en verdad pasa; eso viola
el principio de libertad de prensa, que aquí sucede muy a menudo. Con este
gobierno opresor y corrupto encima de nosotros. Es como trabajar teniendo una
mano atada… Y con alguien apuntándote con un cuchillo en el cuello —agregó.
Robert la miró reflejando la misma frustración en sus ojos.
—Lo sé, llevo años en el medio y sé cómo funciona esto. Por eso te digo que
debemos bajar la guardia, no publicar más contenidos relacionados con la
investigación, ni casos de opresión política, racismo u homofobia. Es echarle leña al
fuego y arriesgarnos a que nos censuren… —hizo una pausa y volvió a hablar—:
Aunque no todo es malo.
Miranda lo observó con atención.

64
—Hoy en la mañana recibí un correo de la BBC de Londres —continuó él—.
Quieren publicar las noticias e investigaciones que desde aquí no podamos hacer.
Las desean trasmitir en su página guardando el anonimato del autor de la
publicación.
Ella no ocultó la emoción en sus ojos que lo miraban sin parpadear.
—¡Qué bueno... eso es, es maravilloso! —le respondió empezando a reanimarse.
—Así es, es una excelente noticia, solo que, para empezar a hacerlo,
necesitaríamos primero trabajar en el sistema y no dejar rastro de la procedencia de
la información que enviemos…
—¿Cómo sería?
—Debemos contratar a un hacker que camufle la dirección IP y cualquier rastro
que les permita identificarnos para así no dejar evidencia que las noticias enviadas a
ellos, provienen de aquí.

Al terminar la charla, Miranda salió del despacho pensando en lo paradójico de la


situación: que sí pudieran informarse en otros países, pero no dentro del mismo
donde ocurría todo. Muchos seguirían inocentes de lo que en realidad pasaba con los
desaparecidos. El periódico Le Priet era el único medio que, hasta ahora, había hecho
una acusación tan directa al gobierno, los demás no lo hacían por miedo a ser
censurados como ya había pasado en anteriores ocasiones. Esto provocó que, con los
años, la población estuviera muy desinformada de la realidad social y política que el
gobierno prefería ocultar… Ahora la oportunidad que recibían de publicar con un
medio tan reconocido como la BBC abría una posibilidad enorme para Miranda,
aunque fuera de manera anónima y no se llevara ningún crédito por sus
investigaciones. Pero a cambio, lograría mostrar la realidad al mundo contándolo
desde los ojos de una periodista que lo vería todo desde muy adentro.
Quizás más de lo que ella quisiera.

65
Capítulo 13
El reencuentro

03 de diciembre de 2021.
Campo de concentración N.º 11. Frontera con Rusia.

Una vez el general terminó de hablar en el salón principal, todos empezaron a


aplaudir. Yo estoy desconcertado, me parece absurdo y estrambótico el juego que
tienen planteado. Me siento como el participante de un circo.
Nos llaman a los recién ingresados para ir hasta un río ubicado a unos diez
minutos caminando fuera del campo, vamos escoltados por los militares y sus
amenazantes armas colgadas al pecho. Al llegar, nos hacen preparar la primera
prueba del ciclo: debemos llenar bolsos con piedras y cortar troncos de madera.
Pasamos algunas horas en ello, y después nos regresamos al campo en donde me
dirijo a hacer la fila para recibir el almuerzo. En medio del tumulto de gente que se
empieza a formar, una mujer con cara de puño me sirve el plato: pastas con tomate y
una mezcla de carne molida, —o eso parece—.
Busco donde sentarme, veo a Nikolay en el fondo del comedor. Me está mirando
fijamente, pero en completo silencio. Camino hacia él dudando sobre su reacción, no
sé si le borraron la memoria y no me reconoce, o si le habrá pasado algo diferente
que lo hace ver tan… extraño.
—¿Nikolay? —susurro.
—No hagas muy evidente que nos conocemos —me dice mirando a los lados—.
Siéntate allí, de espaldas.
—¿Por qué? —le pregunto ante mi confusión.
—Porque es mejor que piensen que no nos hemos visto antes, los militares nos
vigilan todo el tiempo, tienen sus ojos sobre nosotros. También para evitar
habladurías entre los demás.
—Entiendo, por un momento creí que estabas muerto —le digo.

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—No, pero es como si lo estuviera en vida, ha sido una verdadera tortura estar
aquí. Y aunque pueda sonar irónico, me alegra de verte a pesar de que sea en este
lugar.
—A mí también me alegra mucho verte de nuevo, desde que me subí al camión
tuve el presentimiento de que me iba a encontrar contigo.
—Y yo esperaba no encontrarte acá, que no te llegaran a raptar de la manera en
que pasó conmigo —dice lamentándose.
—Pues no creerás como me raptaron para traerme a este sitio. Y aunque no llevo
un día, ya me he dado cuenta de cómo funciona esto.
—No sabrás cómo funciona esto hasta que veas las pruebas, trabajes en la planta y
llegue El día cero —me dice cortando mi frase.
Le cuento todo lo que ha sucedido en medio de la incomodidad, estamos de
espaldas y es como si hablara solo. Una vez terminamos de almorzar, salimos a las
afueras del comedor en donde no hay tantos militares vigilando.
—¿Por qué llamaste a tu padre diciéndole que te alistabas en el ejército? —le
pregunto de inmediato.
—Me obligaron a hacerlo, así como con algunos más lo han hecho. Los militares
vigilan mientras escribimos las cartas, luego, leen el contenido para asegurarse que
no digamos nada que no les convenga a ellos.
Es absurdo, ya las cosas empiezan a dejarme de sorprender tanto y a parecerme
más «normales» dentro de este maldito lugar.
—Todos los domingos hacen las pruebas de resistencia que escuchaste decir en el
salón —continúa Nikolay—. Son auténticas muestras de lo peor de los militares,
algunas de las pruebas son prácticamente suicidas. Hay chicos que han muerto
haciéndolas. Pero ese es el juego que ellos tienen armado aquí, es su entretenimiento
cada fin de semana, y debemos sumar puntos en cada prueba hasta que puedas
presentarte al día cero.
—Es repugnante lo que hacen ese día —le contesto.
—Lo es, pero parece que es la única manera de salir con vida de aquí…
—Y entre semana, ¿cómo es el trabajo en la planta?
Nikolay hace una señal de malestar con sus ojos antes de hablar.
—Trabajamos allí —apunta hacia un edificio—, es una metalúrgica, se moldean y
arman piezas de hierro y acero. Estamos en la fábrica de lunes a viernes, de siete y

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media, a cinco de la tarde. Los sábados hasta mediodía. Todos los hombres debemos
trabajar como esclavos, mira mis manos. —Las veo, están ampolladas y manchadas
de grasa—. En un mes —continúa—, lucen como si hubiera trabajado un año.
—Esto es detestable, la manera en que explotan a la gente, cómo nos humillan. La
historia se está repitiendo, ¡es la misma porquería que le sucedió a Gilled! E incluso
peor, y está pasando de nuevo con nosotros… Hijos de puta.
—¿Quién es Gilled? —me pregunta. Le cuento sobre él, y que en la época soviética
no existían las pruebas o El día cero.
—Fue algo que agregaron para entretenerse a costa de los esclavos… ¡Esto es un
maldito genocidio! —le digo llenándome de coraje.
—Baja la voz —me responde casi susurrando—. Yo me siento igual de impotente,
Alex, todos lo estamos, pero no podemos salir de aquí tan fácil.
—¿Has visto que alguien intente escapar?
Nikolay mira a los lados cerciorándose que no nos vean.
—Sí, fue solo dos días después de que llegué. Un chico en medio de las pruebas
salió corriendo hacia el bosque haciendo zigzag, corrió con todas sus fuerzas; desde
el otro lado lo mirábamos con expectativa, pensábamos que lo lograría… Hasta que
Viktor, el militar que escuchaste hablar, se levantó y le apuntó con su arma, luego
escuchamos dos desgarradores tiros que nos dejaron fríos a todos y al siguiente
instante que lo vi: el chico estaba desplomándose en el suelo, sin vida. —Yo miro a
Nikolay sin mencionar una palabra, él continúa—. El cuerpo lo dejaron colgado de
un tronco en la mitad de la base, después de dos días lo arrojaron al bosque, donde
lo más seguro fue que los animales se lo tragaron. Había sido una muestra de
intimidación y de arrogancia. El director dijo que quien intentara escapar: le pasaría
lo mismo. Esas palabras sobraron, todos aquí por desgracia lo sabemos.
Me quedo unos segundos procesando lo que Nikolay me acaba de decir, me
siento aún más impotente.
—¿Y las mujeres que sirven la comida? —pregunto.
—Algunas son lesbianas, a otras las capturaron en protestas o son inmigrantes y
están aquí por lo mismo que nosotros, solo que el método que usan con ellas es
bastante diferente —hace una pausa antes de seguir—. Son violadas una vez llegan a
esta base, ellas son los juguetes sexuales de los militares y deben estar en la cocina

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preparando los alimentos de todos, limpiando este sitio y cultivando hortalizas en el
huerto.
—Piensan que así van a «curar» a las lesbianas, ¿violándolas para qué se vuelvan
heterosexuales…? —le digo con ironía.
—Pasa lo mismo con nosotros. Es la misma teoría ignorante y retorcida.
Lo miro asintiendo con la cabeza.
—Esto es mucho peor de lo que me imaginaba.
Y en ese momento, suena la voz por el megáfono. La prueba de este día está a
punto de comenzar.

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Capítulo 14
Qué comience el juego

Deben dirigirse al río ubicado al oeste, los militares los guiarán.


Repito, deben dirigirse al río.

Al oírlo, empezamos a caminar con Nikolay en dirección al sitio, todos hacen lo


mismo mientras yo me pregunto: ¿cómo hemos llegado a esto? Cada cosa en este
lugar me parece tan retorcida e inaudita, que aún necesito tiempo para procesarlo.
Aunque esto es mucho peor, me recuerda a la ley de los noventa: Don't ask, don't tell,
la cual consistía en que los homosexuales que estaban dentro del Ejército de Estados
Unidos no debían revelar su orientación sexual; ya que este tipo de «conductas»
estaban prohibidas dentro de las fuerzas armadas. Muchos se vieron obligados a
llevar una vida de heterosexuales, se casaban con mujeres y tenían hijos. Todo por el
miedo al rechazo de vivir en una sociedad que los reprimía por ser ellos mismos. No
fue sino hasta el año 2011, que esta ley fue derogada en el gobierno de Barack
Obama, y los hombres gais dentro del ejército lograron empezar a vivir con mayor
libertad, sin prejuicios injustificados que les impidiera servir a su patria.
Lo que pasa aquí me recuerda a eso y a las terapias de conversión que hacían con
choques eléctricos o con La Biblia en la mano… Es claro que vivo en una nación muy
retrasada, ya que esto no estaría permitido en un país occidental en pleno siglo XXI.
Lo comento en voz baja con Nikolay mientras caminamos, él es tan crítico y
reflexivo como yo, pero los militares nos callan, debemos guardar silencio. Al llegar
al río, Viktor —el director de la base—, se para enfrente de todos y empieza a
explicar las reglas de la prueba:
—¿Ven las cuatro cuerdas que atraviesan el río? —señala hacia ellas, todos
miramos—. Pues cada equipo tendrá dos cuerdas, una para atravesar el río y la otra

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para regresar. Escogerán a diez participantes por equipo, cada uno deberá tomar en
sus espaldas una mochila cargada de piedras, con ella, atravesarán el río
sosteniéndose tan solo de la cuerda que lo cruza. Al llegar al otro lado, sacarán las
piedras y llenarán la mochila con leña para devolverse, esta vez, colgados de la
segunda cuerda de manos y pies.
Mientras él explica la prueba, recuerdo que Nikolay me dijo que algunas personas
habían muerto realizándolas porque eran suicidas, y me baja una sensación de frío
por todo el cuerpo.
—Para los nuevos, hay una importante regla —continúa Viktor—. Durante el
primer ciclo podrán competir, pero no sumarán puntos para El día cero. Esto les
servirá para ir adquiriendo experiencia y así participar en el próximo ciclo.
Al escucharlo, me tranquiliza en parte la noticia, no estoy obligado a competir.
Por ahora.
—Ustedes dos —dice señalándome a mí y a Dmitry—. Van para el equipo azul.
Los otros dos nuevos, para el equipo rojo.
Veo que cada grupo se empieza a dividir rápidamente en dos círculos. Nikolay
también pertenece al equipo azul, nos ubicamos alrededor y un chico robusto de ojos
penetrantes, cabello negro y piel blanca como la nieve, toma la palabra empezando a
organizar la estrategia. Al parecer es el líder del grupo, su nombre es Daniell.
—Chicos, ahora somos dieciocho participantes en cada equipo, de los cuales solo
diez pueden competir por cada uno. —Daniell hace un barrido con la mirada para
determinar quiénes tienen más chances de conseguir un buen puntaje—. Los que no
participen este domingo, lo harán el otro —dice.
Seis se ofrecen a ir por voluntad propia y los otros cuatro son seleccionados por
cara y sello con una moneda. Yo observo tenso, al final, cada quien es responsable de
sumar sus puntos para así llegar al día cero. Pasan un par de segundos, y Nikolay ha
quedado seleccionado en el cara y sello. Me siento mal por él, lo miro deseándole
suerte, veo que empieza a ponerse inquieto.
Los veinte participantes se ubican en línea frente al caudaloso río. Los demás
miramos con atención.
—¿Preparados? —dice Viktor— ¡Arranquen ya!
Y una corneta suena con fuerza.

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De inmediato, los primeros en la fila salen corriendo a tomar la mochila, la
levantan y la ponen en sus espaldas, se ve en sus caras el esfuerzo que hacen.
Enseguida salen corriendo hacia el río, cada uno toma la cuerda de su equipo con
firmeza y empiezan a adentrarse en el agua sosteniéndose de esa cuerda, que, en este
momento, es el único resguardo de no morir arrastrados por la fuerza de la corriente.
En caso de que alguien se suelte: moriría primero ahogado que arrastrado, dado el
peso de la mochila. Lo pienso y un escalofrío se me pasa por las manos.
Miro a un lado, los militares están sentados viendo el salvaje «espectáculo», se
ríen entre ellos, otros se mantienen de pie con unos fusiles en el pecho preparados
por si alguien intenta escapar una vez llegue al otro lado del río. Un último militar
de origen ruso llamado Mijail, está con un cronómetro en su mano midiendo el
tiempo que cada concursante gasta en cruzar.
Miro de nuevo al agua, el esfuerzo que todos hacen es enorme. Daniell de nuestro
equipo fue quien empezó y Luka, un chico afro, lo ha hecho por el otro. Los dos se
mueven con fuerza y dificultad dada la corriente de agua que los golpea
continuamente, tienen la cuerda en sus manos para avanzar a través de ella, ambos
inclinan el cuerpo hacia adelante y suben la cabeza casi mirando al cielo para así
poder respirar. Es duro atravesar un río caudaloso, y más si es con una mochila
repleta de piedras que un grupo de bastardos te hace cargar en las espaldas.
La corneta suena por segunda vez.
Dos chicos más de cada grupo salen disparados a tomar las mochilas y entrar al
agua. Los primeros ya han avanzado más de la mitad del río. Miro a la fila, Nikolay
está de tercero, así que en el siguiente aviso él será quien salga.
Daniell acaba de llegar al otro lado, al hacerlo, de repente, escucho a mi izquierda
el sonido que hace un arma que es cargada. Dos militares le están apuntando.
Malnacidos.
Es claro que desde el otro lado del río se podría escapar adentrándose en el
bosque, pero antes de siquiera correr hacia los pinos, ya tendría una bala incrustada
en la espalda. Daniell se apresura a descargar las piedras de la mochila y luego
empieza a llenarla con la madera cortada que está a un lado. Luka, el chico del otro
equipo, inicia hacer lo mismo, los dos se mueven con rapidez y se regresan colgados
de manos y pies de la cuerda. El agua inunda la mochila, lo cual la hace más pesada,
y la corriente les golpea en la espalda.

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Suena el tercer aviso.
Nikolay sale corriendo de inmediato, me siento ansioso por él, es en realidad al
único que conozco de todos aquí y no lo quiero ver morir arrastrado por la corriente,
el peso de las rocas, o una bala en la espalda.
Una vez entra al agua empieza a avanzar con agilidad, y en cuestión de pocos
segundos llega hasta la mitad del río. Lo miro con atención, y en un momento, como
si fuera una escena en cámara lenta, veo que Nikolay deja resbalar una de sus
empapadas manos de la cuerda, soltándose de inmediato y quedando colgado solo
de una.
Unas risas maliciosas se escuchan de fondo.
—¡FUERZA, NO LA SUELTES! —digo, y aprieto mis puños con fuerza, como si
pudiera transmitirle algo de ella desde aquí.
Su cuerpo está siendo jalado por la corriente que lo reclama como si fuera suyo;
apenas se sostiene de una mano, una que podría significar la vida o la muerte. Todos
lo miramos expectantes. El chico más cercano está a unos cuatro metros de él. No es
lo suficientemente cerca como para llegar hasta Nikolay rápido. Al otro lado, los
militares parecen hacer fuerza, pero para que se suelte, y verlo morir arrastrado por
el río.
Nikolay, en un impulso de energía, mueve su cuerpo contra la corriente
acercándose a la cuerda, intenta tomarla con la mano izquierda, pero al hacerlo, se
suelta de la otra y el peso de la mochila lo hunde, lleva su cuerpo hacia adelante y
sumerge su cara de inmediato. ¡Se va a ahogar!, y movido por el instinto, empiezo a
correr en dirección al río, ¡me voy a meter!, no puedo ver morir a un amigo sin
mover un solo músculo para evitarlo.
—¡HEY! —alguien grita.
—¡HEY, usted! —dice de nuevo al verme avanzar. Me lleva unos instantes darme
cuenta de que es a mí a quien se refiere.
Acto seguido, escucho el sonido de un arma cargándose detrás de mí.

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Capítulo 15
El caldero ardiente

—¡Deténgase! No se puede meter al agua para ayudarlo. Va en contra de las reglas.


—Pero… ¡Se va a morir! —digo retractándome casi de inmediato, eso a ellos no
les importa; aprieto mis dientes con tanta fuerza, que siento se me pueden fracturar.
El militar me mira sin mover un músculo en su despreciable indiferencia. Me
genera más rabia aún. Observo de nuevo al río, Nikolay se está reincorporando
levantando su cara con toda la corriente del agua en su contra, aún sostiene la
cuerda con una mano. Empieza a impulsarse con fuerza, se muerde el labio inferior
y frunce el ceño hasta que consigue aferrarse de nuevo con las dos manos. Ya para
este momento el chico del equipo rival lo ha superado. Nikolay empieza a avanzar
como si tratara, desesperadamente, de recuperar el tiempo perdido. En cuestión de
segundos llega al otro lado de la orilla, se apresura a botar las piedras y tomar la
madera.
—2:59 segundos —escucho decir al militar el registro del tiempo.
Daniell ya ha terminado la carrera y el segundo de nuestro equipo está a punto de
hacerlo. Nikolay carga la madera en su mochila y se mete al agua para regresar. En
solo 2:03 minutos, atraviesa de vuelta el río. Fue rápido —pienso al escuchar el
marcador.
Una vez Nikolay sale del agua, se tira a la arena como agradeciendo por seguir
vivo, lo oigo respirar con fuerza, la fatiga le sale por cada poro.
Los concursantes restantes continúan hasta terminar la prueba. Falta el último de
cada equipo; por el rojo va un chico delgado, el peso de la mochila le genera mucha
incomodidad, avanza con lentitud sosteniéndose de la cuerda luchando contra la
corriente. Yo camino junto con Nikolay hacia donde están los demás chicos del

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equipo y me siento con ellos para terminar de ver la prueba, cuando, de repente,
alguien grita:
—¡SE HA SOLTADO!
Al escucharlo, volteo a mirar de nuevo al río y veo las manos del chico salir de
entre el agua mientras es arrastrado por la fuerza de la corriente.
—¡Ayudaaaa! —grita como puede.
Muchos empiezan a correr río abajo desesperados.
—¡Suelta la mochila! ¡Suelta la mochila! —le gritan.
Yo me levanto del suelo para ir a la orilla, el momento es demasiado estresante, su
gripo de auxilio atraviesa el ambiente de una prueba que creíamos estar terminando
sin mayores problemas. El chico lucha por mantenerse a flote entre el caudal del
agua que lo arrastra y el peso de la mochila que parece que acaba de soltar. Pero, de
un instante a otro, le pierdo de vista…, sus brazos desaparecen entre el movimiento
del río como si este lo hubiera absorbido, reclamándolo como su víctima. Todos
siguen gritando y corriendo, la situación es tan confusa que no termino de asimilar
lo que acabo de ver. Me siento nervioso, observo a los lados para ver la reacción de
los demás. Los militares se miran entre ellos bajo una atmósfera de complicidad tan
repugnante, que solo me da el deseo de poder acabarlos a tiros aquí mismo.
—Lamentable, la primera baja del ciclo —dice Viktor con tanta frialdad, que me
siento asqueado, quiero vomitar por presenciar todo esto—. Deben tener fuerza
física y, sobre todo, mental para que no les pase esto. Regresen a la base, los puntos
se informarán al finalizar el ciclo —agrega.
Caminamos como un grupo de corderos sometidos por su abusador amo. Y yo me
pregunto, ¿no van a hacer nada más?, ¿¡no vamos a hacer nada más!? Acabamos de
presenciar la muerte ahogado de uno de nuestros compañeros y todo lo que hicimos
fue correr y gritar… La impotencia me hace sentir como un completo imbécil,
sometido, humillado y, sobre todo: débil. Algo que odio.
Pero empiezo a entender que así es que funciona esto, y ese el juego que me está
tocando jugar.
Al regresar, nos permiten tomar un baño a quienes lo deseemos, yo lo hago a
pesar del frío; ducharme me relaja un poco y ahora lo necesito. Después de terminar
voy al comedor, Nikolay me está guardando un puesto.
—¿Qué tan a menudo sucede lo que pasó hoy? —le pregunto.

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Él piensa un momento antes de responderme. —Es la tercera vez que pasa desde
que estoy aquí.
No tengo muchas ganas de seguir hablando, él, al parecer tampoco, nos sentimos
igual de mal, creo que toda la base se siente igual. Me detengo un momento, miro
hacia el techo y pienso en que no puedo terminar de la misma manera. No puedo
morir en este sitio, tan lejos de mi familia y bajo estas condiciones. No es solo una
cuestión de competir: ¡es de sobrevivir! Si es el juego que nos toca, pues lo jugaré.

Intento dormir con poco éxito, al siguiente día el altavoz suena desde la siete en
punto. Aún no ha salido el sol y la temperatura debe estar a unos cuatro grados bajo
cero. Todos nos preparamos, nos dan un desayuno mediocre, luego vamos a la
planta a las siete y media. Aquí no se tolera la impuntualidad.
Nos ubicamos en línea frente a Mijail, el segundo general a cargo.
—Ustedes quince irán a armado, quince más van a los hornos, y el restante a
clasificación y preparación —dice parado frente a la enorme puerta de la
metalúrgica.
Una vez se abren las puertas de la fábrica, quedo pasmado. El contraste tan
grande que generan las máquinas e instalaciones modernas de la metalúrgica con el
restante del campo en medio de pinos y montañas. Es increíble.
Hay plataformas por todo el lugar, tuberías, unas hélices de barco y partes de
tanques de guerra. Todo es hierro por donde se mire, hay máquinas que hacen
ruidos ensordecedores, chispas que salen de sitios que no identifico, y lo más
inquietante: un caldero lleno de un líquido, tan caliente, que parece extraído del
mismo infierno. Me doy cuenta de que es el hierro fundido que brilla debido a la
temperatura que tiene. Y todo aquí… en medio de la nada. Los militares y generales
son los jefes. Nosotros: los obreros que trabajamos como esclavos, y las mujeres: las
cocineras. Todos sin ningún salario y bajo semejante nivel de opresión. Acaso,
¿puede haber peor forma de esclavitud?
Entro con el resto de los chicos, me pongo los guantes y empiezo a trabajar en
preparación alistando el hierro para ser fundido. Cada tanto, paso a escasos metros
del horno de fundición, es enorme y el intenso calor que sale de allí basta para
alejarse de él. Pienso en que, si alguien provoca a Viktor, o a cualquiera de los dos
generales, serían capaces de ordenar que lo echasen vivo al horno o al caldero. Es

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pavoroso, se me eriza la piel de solo imaginarlo. Veo a los militares que nos vigilan
como unos lobos desde las plataformas ubicadas sobre unos tres metros del suelo,
esperando al asecho a quienes no cumplan con las funciones asignadas.
Bajo mi vista y continúo cargando la carretilla, me cuestiono que no tengo un plan
concreto para salir de aquí; fugarme no es una opción nada fácil, fallar implica la
misma muerte por balas que me atravesarían la espalda. Y en caso de llegar a salir,
sería enfrentarme al basto bosque que rodea este lugar. Así que después de pensarlo,
llego a la misma conclusión: debo competir. No tengo más opciones si quiero salir.
¿O sí?
Veo que acaba de llegar un camión a descargar piedras y llevarse material
terminado; comprendo que lo deben hacer con cierta recurrencia, así que me
pregunto si, ¿se podrá escapar en uno de esos camiones…? Está vigilado por varios
militares, solo cuatro internos lo llenan y descargan. Descubrirían de inmediato si
alguien intentará salir, es muy obvio… Sigo trabajando con frustración hasta que
suena la sirena.
Es la hora de comer, todos dejamos los puestos de trabajo y salimos al comedor,
las mujeres están sirviendo la comida como se haría en una cárcel.
—Esto es ridículo, pretender que nos «corregirán» encerrándonos aquí. —le digo
a Nikolay mientras hacemos la fila.
Pero al decirlo, una de las chicas que sirve la comida nos escucha.
—Eres nuevo y ya estás revolucionado…
La miro un poco inquieto antes de responder… Sus ojos son expresivos, reflejo de
una personalidad vivaz y osada que de inmediato percibo.
—Pues, ¿quién no lo estaría al vivir esta situación? Es un completo genocidio —
agrego.
—Tú me recuerdas a un chico que estuvo aquí hace dos meses. Hablas como él.
Una noche intentó escaparse, escuchamos unos disparos y nadie más lo volvió a ver.
Le recibo el plato maldiciéndola con la mirada.
—No es fácil —agrega ella.
Como con Nikolay hasta que a las 13:00 h suena la sirena. Es hora de regresar, ¡de
nuevo!, me siento agobiado de tener que hacerlo. Me levanto obligado y me dirijo a
la metalúrgica renegando de la vida.

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Allí, hago el mismo trabajo una y otra vez hasta que son las cinco de la tarde. Al
terminar: tengo los brazos adoloridos, las manos manchadas y la espalda con una
pesada carga física y psicológica que parecen carcomerme entero. Muchos aquí ya
perdieron sus esperanzas de salir, lo puedo ver en sus ojos, han perdido la fe de
hacerlo por medio de las pruebas… les han arrebatado todo, o eso han pretendido
hacer los militares. Pero yo mantendré el enfoque de conservar mi poder de decisión
sobre las dificultades.
Y estoy decidido a ganar y llegar al día cero.

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Capítulo 16
Una guerra se está cocinando en el Este

24 de febrero de 2022.
Columna escrita por Miranda Belova para la BBC de Londres.

En el año 2014, el gobierno de Serguéi Nitup anexionó unilateralmente la península


ucraniana de Crimea a Rusia, provocando una oleada de sanciones económicas y políticas al
país, entre esas, quedar excluido del G8, el grupo de naciones más influyentes del mundo.
Desde ese momento, múltiples analistas predecían que esto era solo el inicio de algo más
grande que estaba preparándose para venir. Y así fue, ya que este 22 de febrero de 2022,
Rusia reconoció la independencia de dos regiones más en Ucrania: Donetsk y Lugansk, e
invadió el país dos días después, bajo la política de una “intervención de paz” hecha con
tanques de guerra, misiles y toda clase de armas usadas en contra de la población civil.
Los escándalos, así como los cuestionamientos políticos del país, han estado a la orden de
la prensa mundial durante muchos años, décadas incluso, desde la misma Unión Soviética, y
el comunismo aplicado como modelo para gobernar una nación. En 2008 Rusia intervino en
Georgia, invadiendo las zonas de  Osetia del Sur  y  Abjasia tomadas por prorrusos que
luchaban en contra del gobierno del país, y posteriormente las reconoció como países
independientes. El mundo recuerda lo aplastante que fue y la cantidad de muertes que causo
la intervención de unos de los ejércitos más poderosos del mundo en contra de un pequeño
país que no tuvo como defender la legitimidad su territorio.

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Rusia también intervino en la guerra en Siria en 2015, apoyando la dictadura de Bashar
al-Ásad, ocasionando la muerte de miles de civiles con sus bombardeos aéreos. Pero los
ataques contundentes no solo se han observado fuera de sus fronteras, entre 1999 y 2009
Nitup aprobó una beligerante y cuestionada guerra en Chechenia en contra del gobierno de la
república chechena que queria la independencia de Rusia, terminando con la muerte de miles
de civiles, y denuncias de torturas, violaciones y aniquilaciones por parte del ejército.
En 2004, ocurrió la Masacre de la escuela de Beslán en Osetia del Norte, que durante la
intervención de los militares rusos para liberar la escuela de los grupos guerrilleros chechenos
armado, ocasionó la muerte de 334 personas, entre ellos, 186 niños. Una suerte similar a la
ocurrida en con la toma del teatro Dubrovka de Moscú, en 2002 por parte de terroristas
chechenos, donde las fuerzas militares rusas en su afán por liberar los rehenes, se terminó
ocasionando con la muerte de más de 170 personas.
Por estas muestras de brutalidad implacable y malas prácticas de negociación son las que
han generado que muchos pequeños países que antes pertenecían a la URSS hayan buscado la
protección de occidente solicitando ser aceptados en la OTAN, por miedo a que Rusia pueda
interferir en sus asuntos internos y ocupar parte de su territorio, como sucedió con Georgia y
ahora con Ucrania.

La oposición tampoco es respetada en el país, y sus líderes son silenciados. Como lo


ocurrido en febrero 2015, cuando fue asesinado el líder de la oposición rusa,  Boris Nemtsov,
conocido por ser un duro crítico de las políticas de Nitup. Nemtsov fue baleado a pocos
metros del Kremlin, días antes de liderar una protesta antibélica en Moscú. En el año 2006 el
ex agente del KGB y critico del presidente Ruso, Alexander Litvinenko fue asesinado con
polonio-210 que mezclaron en su té, las investigaciones británicas concluyeron que en el
asesinato había estado implicado el gobierno ruso. En 2018 el ex espía ruso al servicio
británico Serguéi Skripal y su hija Yulia Skripal fueron envenenados con el agente nervioso
Novichok, perteneciente a un grupo de armas químicas que solo se fabrica en Rusia.
Después se realizó el intento de homicidio a Alekséi Navalny, envenenado con este mismo
compuesto, en un vuelo en 2020, Navalny es la figura de la oposición más conocida en Rusia
y un fuerte crítico de Nitup, al regresar a Moscú, fue arrestado en el aeropuerto.
. Entre otros casos de represión, dentro y fuera de las fronteras del país más grande del
mundo, cuyo gobierno no consigue aceptar alguna forma de oposición y solo ve como una
solución el aplastamiento de sus detractores, sin importar lo que deban hacer para

80
conseguirlo. Esto sin contar los múltiples casos de espionajes que se le acusa a Rusia de
realizar a países de la Unión Europea y a Estados Unidos, sumado a la prohibición de la
propaganda gay en 2013 y reforzada en 2023, como una muestra del autoritarismo que no
distingue los derechos humanos de opositores, manifestantes, minorías e incluso otros países.
Por último, las polémicas no están exentas de saltar al campo deportivo, como lo fue la
suspensión de múltiples atletas rusos por dopaje en los Juegos Olímpicos. Llevando a que, en
las competiciones celebradas en Tokio 2020, no pudieran participar representando a su
nación, sino que lo hicieran bajo una comisión llamada: “El comité olímpico ruso”, y la
bandera de este país no pudo ser ondeada en ninguna competencia. En los Juegos de Invierno
paso lo mismo.
Aunque siempre se debe ver el otro lado de la moneda. Una historia tiene, por lo general,
dos versiones. Pero cuando la mayoría de la sociedad condena una serie de actos, es porque
objetivamente hay algo que no se está haciendo bien, lo cual no significa que las decisiones
que tomen sus líderes representen a todo un pueblo de más de 140 millones de habitantes.
Rusia tiene gente buena, solo que a veces los malos se hacen notar más.

Publicado anónimamente.

81
Capítulo 17
Entre máquinas, órdenes y
explosiones

Todos los días se apagaban las luces y sonaba la sirena a la misma hora. Y a medida
que avanzaron los días, Alex empezó a conocer un poco más de la historia de
algunos de ellos. En el campo había cerca de sesenta internos entre hombres y
mujeres, la mayoría eran opositores del gobierno, seguido de homosexuales e
inmigrantes, principalmente africanos.
—Luka era el líder de un grupo de inmigrantes y descendientes de africanos que
se manifestaba por los derechos de la comunidad afro. Fue capturado en una
protesta junto con otro chico llamado Frank. Ambos llevaban dos meses en la base
cuando Alex llegó.
—Daniell, el líder del equipo azul, se desempeñaba como activista opositor del
gobierno, era uno de los llamados «rebeldes». Fue capturado por medio de un
rastreo de correos, —como Dmitry y los cuatro jóvenes que llegaron con Alex—.
Daniell se caracterizaba por ser reservado y asertivo.
—Olga, la mujer que había llamado «revolucionado» a Alex, fue capturada
después de ser citada a través de una red social para lesbianas.

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—Ionel y Jasha, eran dos chicos que fueron capturados después de salir de una
sauna gay. Unos militares, vestidos de civiles, los estaban esperando para llevarlos
hasta el campo.
—Ahmed, proveniente de Marruecos, había sido interceptado en una de las
protestas como «rebelde», además de ser inmigrante. Él se identificaba por su fuerte
carácter algunas veces impulsivo, y fue eso lo que en una ocasión le hizo pasar un
amargo trago.
Nikita, —uno de los dos generales al mando—, le dio la orden de pulir, por cuarta
vez, unos cilindros de metal; él, con frustración movió los cilindros a un lado y dejó
que se salieran de su boca unas palabras:
—Ya lo he hecho tres veces.
Nikita se giró de nuevo hacia él.
—Pues, aunque lo debas hacer cien, ¡no me importa! Hazlo de nuevo hasta que
quede bien.
Ahmed, ante la incómoda situación, tomó los cilindros y los arrojó al suelo, lleno
de rabia e impotencia por el nivel de humillación. Todos los que estaban alrededor
pararon sus actividades automáticamente y lo voltearon a ver. Algunos ya
presentían lo que estaba a punto de suceder…
Nikita, enfurecido, lo tomó por el brazo para llevarlo unos metros hacia adelante,
y lo ubicó en la mitad de la metalúrgica, donde todos lo veían. Allí, lo obligó a
quitarse la camisa, arrodillarse, luego le amarró las manos en la espalda con algo
similar a unas esposas; tomó de su cinturón un látigo, y desde atrás, le proporcionó
el primer latigazo.
—¡NO! —gritó Ahmed, desgarrando el aire alrededor.
Todos miraron enfurecidos e impotentes, Alex desde su posición sentía estar
revolcándose por dentro, era como si se lo estuvieran haciendo a él o a un familiar
suyo. La planta ardía de la rabia.
Llegó el segundo latigazo, muchos voltearon sus rostros para no ver más.
—¡Miserables! —se escuchó gritar retumbando en toda la fábrica un eco de dolor.
Llegó el tercer latigazo, Ahmed gritó aún con más fuerza su quejido.
«Este es el momento para revelarse», pensó Alex observando a su alrededor. «Si
todos nos uniéramos y desarmáramos a los militares, les ganaríamos por mayoría».

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Miró de nuevo el repugnante cuadro, sentía que estaba reviviendo una escena de
la esclavitud, en la época colonial. Y el último latigazo se escuchó en un seco y
cortante sonido en toda la fábrica, que quedó en silencio mientras el atroz acto
finalizaba en sus narices. Nadie hizo nada… sabían que quien lo hiciera se
arriesgaría a sufrir algo igual o peor.
A Ahmed le «correspondían» tres latigazos, «por desobedecer una orden», pero le
propinaron cuatro, seguramente por su manifestación de «¡miserables!». Nada más
que la verdad. Todos retornaron a sus labores en silencio y más dedicados que
nunca. Alex a un lado se sintió molesto y sucio, como si hubiera sido su culpa. Se
acercó a Ahmed cuando aún seguía arrodillado con su vista clavada en el suelo.
—Te ayudo a levantar. —dijo, más que una pregunta, era una confirmación. No
quería que sintiera lástima de su parte.
Ahmed lo miró, sus ojos estaban rojos y llenos de lágrimas, muestra de un dolor
no solo físico, sino de uno mayor: el del orgullo y la dignidad heridos.
Él tomó su mano sin decirle nada, se levantó y se fue hacia un costado alejado a
acomodarse el overol, y tocarse las heridas en la espalda, como si estuviera
comprobando la infeliz existencia de ellas. Después de unos minutos, continuó
trabajando fingiendo que nada había pasado.
Sin embargo, aquella mañana quedó retumbando en la mente de todos el eco de
su grito «¡miserables!» que se repitió una y otra vez durante el resto de la jornada.

Solo dos días después, llevaron a los dos equipos unos metros más arriba de la base
para realizar la que sería la segunda prueba del ciclo. Era un campo abierto del
tamaño de una cancha de futbol; alrededor, había varios árboles talados y en el
centro un grupo de palos de unos tres metros de altura clavados en el suelo y
distanciados entre sí creando un zigzag. Todos los internos observaban sin saber con
exactitud en qué consistía la prueba.
—Para el día de hoy, se tienen que valer de su astucia y agilidad —inició
hablando el director—. En cada palo hay un testimonio, deben recoger como mínimo
tres y atravesar todo el campo esquivando los palos hasta llegar al otro lado. Tan
solo un detalle, tengan cuidado donde pisan, ya que el suelo: está lleno de minas.
—¡Cómo!, ¿hay minas en el campo? —dijo Luka pensando en voz alta.

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Todos empezaron a especular, Alex quedó atónito perdiendo el habla allí mismo.
—Deben prepararse once de cada equipo —retomó Viktor después de una breve
pausa—, y ubicarse en línea recta para comenzar.
Todos se quedaron como si les hubieran dado una sentencia de muerte
instantánea.
—Pero… pero ¿Qué es esto? ¿De qué manera se pueden identificar para no pisar
una mina y evitar morir por la explosión en los pies? —dijo Nikolay.
—¡Nos quieren matar a todos! —respondió Alex recuperando el aliento.
Nadie se ofreció a iniciar, como era de esperarse. De hecho, querían salir de allí de
inmediato y evitar hacer una prueba que tenía el sello de muerte por todas partes.
—¡Deben empezar! —gritó Viktor.
Daniell, aturdido y nervioso, comenzó a hacer el cara y sello impulsado por la
presión de iniciar rápido. Por desgracia, Alex fue seleccionado, pocos segundos
después, Nikolay también resultó elegido. Al finalizar ya estaban los once
participantes seleccionados por el azar; enfrente de ellos: el campo lleno de minas
esperando como un cazador hambriento a que su presa llegara.
Todos estaban nerviosos, nadie quería morir por una bomba que le explotara en
los pies.
—¿Preparados? ¡Empiecen ya! —dijo el director sin apenas darles tiempo.
Los dos primeros de cada equipo entraron al campo caminando con atención y
cuidado, todos quedaron en un silencio electrizante. Alex observaba ansioso, era el
segundo en la fila, «Con seguridad, en el suelo, habrá algo que identifique en dónde
están las minas», pensó. Los competidores caminaban de lado a lado como si
estuvieran cruzando un río de lava pisando sobre las piedras. El chico del equipo
azul se aproximó al primer palo, tomó, con mucho cuidado, el testimonio del mismo
color —el rojo era para el otro equipo— y salió dando saltos; se acercó al segundo
palo a tomar el siguiente cuando, de repente, notaron que su pie izquierdo se hundió
lentamente en el suelo. Y en ese instante, el tiempo pareció detenerse en la retina de
Alex, quien vio su cara de incertidumbre y profundo miedo, el chico se había
quedado petrificado.
Tres.
Dos.
Uno.

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Y como si se le diera reproducir a una escena congelada en una pantalla, un
estallido sonó levantándolo más de dos metros por el aire.
Todo pasó tan rápido que nadie vio el cuerpo caer, había humo, algarabía entre
los internos, y en medio de eso, lograron observar que el chico yacía unos metros
más adelante, arrojado en la nieve como un bulto de carne.
—¡Quietos! —dijo Viktor.
El joven parecía moribundo, la escena era horrible e inhumana, todos estaban
consternados, pero entrar al campo a intentar ayudarlo podría significar terminar
igual que él.
—Deben seguir con la prueba, que pasen los siguientes en la fila.
Alex empezó a caminar muy trastornado luego de ver tan perturbadora escena.
Observó que en el suelo había algunas zonas con la tierra removida. Los esquivó
todos, «lo más seguro es que allí estén enterradas las minas», se dijo a sí mismo
intentando concentrarse. Tomó el primer testimonio y continuó al siguiente pasando
a escasos metros del chico que acababa de ser impactado. Alex se estremeció, el chico
aún estaba vivo… Lo observó unos segundos pensando en ir a ayudarlo, «si lo hago
me fusilarán», pensó de inmediato cerrando sus ojos, tragó saliva y continúo,
sintiendo un profundo desasosiego e impotencia.
Caminó con cautela, no despegaba su vista del suelo para detectar el más mínimo
rastro de dónde estaban enterradas las minas. Tomó el segundo testimonio, dio unos
pasos más y se aproximó hasta el otro lado del campo. Desde fuera se veía como si
estuviera caminando sobre una cuerda floja que bordeaba la muerte.
Tomó el tercer testimonio de un palo cercano a la salida del campo de minas, ya
tenía los tres en la mano, solo necesitaba salir. Calculó el recorrido con la mirada y
avanzó conteniendo la respiración en cada pisada que parecía ser la última. Una vez
puso los pies fuera del campo minado: le volvió el alma al cuerpo. Dejó los
testimonios en una urna y se sentó ligeramente aliviado, ya que después de él: iba
Nikolay.
Alex lo miró desde el otro lado y con disimulo le señaló que estuviera atento al
suelo.
—¿Preparados?, ¡empiecen ya! —dijo Viktor interrumpiendo el contacto.
Nikolay entró al campo minado y en pocos segundos se dio cuenta de la primera
zona de tierra levantada. Empezó a avanzar con rapidez, tomó los testimonios,

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caminó muy precavido a pesar del tiempo que esto le suponía, aun así, consiguió
llegar de primero al otro lado, superado al chico del equipo rival.
Continuaron dos más, entre ellos, Grigory, uno de los «rebeldes» que iba con Alex
en el camión, quien, acercándose a recoger el último testimonio, y en un acto que
pareció sacado de un déjà vu en cámara lenta, el suelo debajo de su pierna izquierda
empezó a hundirse. Grigory saltó a correr con rapidez, pero la mina ya había sido
activada y explotó en un estruendo que lo levantó unos tres metros en diagonal por
el aire. Su cuerpo cayó como un muñeco de carne. La imagen fue horrenda. Pasaron
unos minutos y la prueba terminó con los dos chicos que quedaron en el mismo
campo aún moribundos, los militares dejaron los cuerpos allí para «alimentar a los
osos».
Era la prueba más mortífera de todas y solo iban dos.

—SON UNOS MALNACIDOS —gritó Ahmed, una vez entraron a los dormitorios.
—¡Estoy harto de estos criminales y de lo que nos obligan a hacer! —respondió
Luka.
—Ver morir a alguien en tus narices sin la posibilidad de hacer nada, es una
maldita porquería —habló Alex.
Todos quedaron consternados, la prueba había sido muy impactante y los dejó
llenos de odio en contra de los militares y el juego que habían inventado. Los ánimos
estaban tan arriba, que discutían entre ellos saturados por la frustración y la
ansiedad. En cuestión de segundos, el dormitorio se convirtió en una jaula de toros
salvajes queriendo escapar de su depredador.
—Nos van a matar a todos, no van a descansar hasta hacerlo. Llegar al día cero es
solo una estúpida ilusión que nos venden para que sigamos siendo sus conejillos de
indias —dijo Daniell.
—Es despreciable, pero, ¿qué cosa podemos hacer? Yo odio esto tanto como tú…
Pero ¿Te imaginas que nos podría pasar si nos sublevamos a estos hijos de puta? —
habló Luka en un tono que nunca había usado.
—Nos matarían sin pensarlo dos veces —respondió Alex pensando en voz alta.
Casi todos los internos lo miraron.
—Sí… Nos matarían, pero me encantaría antes poder verlos morir también a ellos
—respondió Daniell.

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Esa noche nadie durmió bien. Alex tuvo pesadillas, se veía pasando por ese
campo minado y escuchando las bombas retumbar en su cabeza, se levantó
angustiado en mitad de la noche esperando salir de allí… Se quedó mirando al techo
en medio de la oscuridad, convenciéndose cada vez más que ya no se trataba de
ganar. Si no más bien de sobrevivir.

Capítulo 18
Sangre, sudor y golpes

Tercera prueba.
18 de diciembre de 2021
68 días antes de la Guerra de Ucrania.

Cae una suave llovizna y el aire se hace tan frío, que parece penetrar en los huesos.
Es sábado y en la noche nos reunimos alrededor de un viejo televisor ubicado en una
de las salas de este sitio, intentando darnos compañía en medio de toda la deplorable
situación.
—Y mi padre, orgulloso y convencido de que estoy embestido en el ejército… al
menos le pude escribir una carta para que la recibiera en Navidad—dice Nikolay con
ironía iniciando la conversación.

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—Quizás es preferible que piense eso, antes de que se torture sabiendo en donde
estás —le responde Luka mirándolo con conformismo—. Mi familia también recibió
las cartas diciendo que me investía en el ejército. Pero, con seguridad, saben que no
es así.
—¿Y crees que han hecho algo para buscarte? —pregunta Olga.
—No lo sé, les parecería muy extraño. Sé que deben sospechar que hay algo raro
en todo esto… Pero ¿Qué podrían hacer si no saben en dónde estoy? —Luka mira a
Olga—: ¿y tu familia?
—Ellos no saben si estoy viva o muerta, un día salí de casa y no he regresado.
—¿Eres de aquí? —le pregunto yo ante su acento.
—Sí, solo que me fui a vivir un tiempo fuera del país… cuando tenía veinte.
A mí, así como a la mayoría del grupo, nos da la sensación de que ella no es de
Bielorrusia, no solo por su acento, sino también por su forma de pensar y actuar.

Hablamos hasta que apagan las luces. Mañana es la prueba y se supone que
debemos estar en forma. Yo intento dormir, pero paso una noche de desvelo.
Después de desayunar, suena la sirena para que nos reunamos a realizar la prueba
de hoy.

Señores, todos al centro del campo.


Repito, todos al centro del campo.

Al llegar, me doy cuenta de que hay un rectángulo de madera en el suelo de unos


dos metros cuadrados. Viktor se ubica justo en el centro y empieza a hablar:
—Señores, en la prueba de hoy deberán escoger a diez participantes de cada
equipo para que peleen entre ustedes en este ring que está bajo mis pies. Ustedes
solo se encargarán de escoger a los que mejores habilidades tengan para la lucha,
que nosotros decidiremos quien irá contra quien. Queremos un buen espectáculo.
¡Que se enfurezcan por vencer al oponente! Ya que aquí puede estar el pasaje hacia
su libertad.
Mira a ambos lados.
—¡Comiencen la selección!
Daniell se gira de inmediato hacia mí —¿Vas a participar esta vez?

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—Sí —le respondo sin vacilar.
Aunque no sumará puntos para El día cero, me ayudará a practicar, ya han
pasado dos pruebas y no he estado en ninguna. En pocos segundos se completan los
diez participantes de cada equipo.
La lucha empieza con Daniell, nuestro líder, él es robusto y luego de solo dos
round, le gana al contrincante. Ahora sigue Luka del otro equipo, él también tiene
una buena complexión física y tras varios golpes en la cara a su oponente, gana, y
están empatados los dos equipos, ya para este momento el suelo de madera se ha
empezado a convertir en barro, cae una ligera lluvia y todos estamos mojados.
Llega mi turno, al escuchar mi nombre me baja un escalofrío por el cuerpo, paso al
ring, me pongo los viejos guantes, y con decisión, miro a mi oponente. Todos nos
observan atentos a que inicie el combate. Debo luchar contra un chico un poco más
alto que yo, blanco y de cabello rizado, con quien apenas he cruzado palabra.
Empezamos a dar saltos, primero en una pierna y luego en la otra, el chico me
mira directo a los ojos y, de repente, me lanza el primer golpe. Lo esquivo, sin
embargo, no percibo que con su otra mano saca un segundo puñetazo, golpeándome
con fuerza en toda la mejilla izquierda. Quedo aturdido, siento caliente la zona
donde me pega, me reincorporo y, con fuerza, le doy un puñetazo en la quijada. Los
demás gritan y alientan a nuestro alrededor. Luego, yo lo golpeo en el estómago y
mi contrincante cae al suelo.
Gano el primer ring. Los militares están efusivos, es el espectáculo que quieren
ver. La lluvia se intensifica y cae sobre nuestros cuerpos, dándole un tinte de
dramatismo aun mayor, sumado al suelo de madera del ring que ya está
completamente lleno de una mezcla entre barro y nieve.
El segundo asalto inicia, mi rival se acerca y me lanza varios golpes a las costillas,
yo me cubro, y luego lo aparto de un empujón con fuerza. Pero él regresa y, sin
apenas darme cuenta, me da un golpe en la cien. Me deja aturdido, sin medir bien mi
respuesta, lanzó otro puñetazo pegándoselo en la nariz, él me lo devuelve y luego
me pega uno más. Me derriba y caigo directo al barro.
—Dale con fuerza, ¡acábalo! —gritan algunos militares.
En el suelo me hace una llave en el cuello, tan fuerte, que por más que intento
quitármela, mi contrincante está decidido a retenerme con todas sus fuerzas. Aprieto
mis dientes con tanda fuerza, que siento se me pueden fracturar en cualquier

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momento, hasta que no sé cómo: consigo zafarme de la llave. Pero es demasiado
tarde, él ya ha ganado el segundo round.
Nikolay me pasa una botella de agua y una toalla, estoy empapado en la mezcla
de barro y nieve que me hace sentir como si oliera a estiércol de vaca.
Pasan solo unos segundos, empieza el tercer y último combate. Calculo mis
movimientos, él otro chico me lanza uno tras otro golpe, los esquivo esperando el
momento ideal para atacar y, en uno de esos, tomo impulso desde abajo y le doy un
golpe en toda la mandíbula. Su cara se levanta de inmediato y allí aprovecho para
darle un segundo puñetazo en su mejilla derecha. El chico queda aturdido y casi
pierde el equilibrio.
Los militares chiflan. Ese es el espectáculo que querían ver —pienso.
Ante el ruido, miro a mi alrededor: todos alientan la pelea con gritos, aullidos y
gestos, están eufóricos, y siento estar viendo una jauría de hienas que recién han
encontrado la carroña. De repente, y en una fracción de segundo, veo con el borde
del ojo como mi rival se aproxima con rapidez hacia mí, se me abalanza encima
tomándome por el abdomen y me hace caer a las tablas llenas de barro; con una
agilidad sorprendente, me da dos puñetazos en la cara. He perdido la ventaja, y
ahora, soy yo quien está perdiendo la pelea. Intento defenderme y levanto mis
rodillas, con ellas lo alejo de mi rostro y, con todas las fuerzas que me quedan
extiendo las piernas empujándolo hacia atrás; el chico cae al barro entre los pies de
los internos. Yo aprovecho ese instante para levantarme, estoy con la adrenalina
liberada en todo mi cuerpo y me debo ver como un lobo salvaje enfurecido.
Alrededor, las hienas continúan alentando la pelea por la supervivencia en la jungla.
Pero mi furia no debe estar desatada en contra mi oponente, reflexiono por un
segundo… ¡Es con este maldito juego que debo jugar! Así que me abalanzo sobre el
chico, aún en el suelo, lo retengo de manos y pies con el peso de mi cuerpo, —había
visto esa técnica en una película—.
Mi rival no logra defenderse y luego de unos segundos Nikita toca el pito, acabo
de ganar el tercer round. Y la pelea.
Suspiro en este instante, mi reflexión no me sirvió de nada: actúe como un animal
movido por el instinto y no pensé que la victoria me supiera tan mal; de hecho, no
me siento ganador, sino más bien me veo como un mono que es usado para la
diversión de otros. Apenas logro apoyarme sobre mis pies, me sangra el labio

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inferior y mi cachete izquierdo, me duelen las piernas, las costillas y los brazos; todo
es confuso entre la lluvia y la algarabía de las personas a mi alrededor. Llego sin
saber exactamente como hasta la entrada del baño. Allí está Olga, quien al verme
llegar se aproxima a mí.
—¿Te ayudo? —me pregunta poniendo su brazo en mi espalda.
Yo acepto asintiendo con la cabeza, ella entra al baño conmigo, me siento muy
agotado, me duelen partes del cuerpo que nunca me habían dolido, aquí no hay
espejos así que no puedo ver como estoy.

Sé que debo tener hinchado un ojo, toco la sangre que baja a un lado de mi boca, y
a continuación mi cara está llena de barro y nieve. El cabello también lo tengo
embarrado por completo.
Olga toma algunas toallas y me las entrega, yo entro en la ducha, el agua está tan
fría, que parece doler más que los mismos golpes.
Sin embargo, mi receso dura poco, unos segundos después llega Nikolay.
—Debes regresar al ring.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—Van a anunciar las puntuaciones de cada uno y deben estar quienes lucharon.
Me termino de duchar con rapidez y salimos para el ring.
Daniell ha tenido la mejor puntuación, luego me mencionan a mí.
—92 sobre 100.
Nada mal, de hecho, es la segunda mejor de todos los que habían peleado. Siento
una extraña satisfacción, aunque no contará para El día cero, me había mostrado
bien ante los militares, y eso, en este repugnante juego, vale mucho.

Solo unos días después es Navidad, vaya manera de pasar esta fecha… en medio de
este infernal lugar y, lejos de mi familia, que no sabe si estoy vivo o muerto.
Hablamos esa noche alrededor del viejo televisor, nos damos compañía en medio
de esta situación. Nada peor que pasar una noche así encerrados en una base militar
en medio del bosque. Nos contamos lo que cada uno estaba haciendo hace un año, y
durante el compartir nos sentimos menos miserables. Al final, todos vamos a dormir
bajo un ambiente de nostalgia y tristeza.

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Al siguiente día, veo que hay una nueva mujer repartiendo la comida en el comedor.
Su aspecto me llama de inmediato la atención. La miro, pero ella me esquiva.
Es Angelika, solo que aún no lo sabía, ni tampoco la particular razón que la había
traído hasta aquí.

Capítulo 19
Miranda no se quiere callar

24 de diciembre de 2021.

El autoritarismo que ha seguido gobernando Bielorrusia desde que se disolviera la Unión


Soviética, ha llevado a crear una sociedad en donde la libre de expresión es castigada y el
periodismo perseguido, un país así no puede ser justo ni democrático. El gobierno solo quiere
que sea “su verdad” la que sea contada, una que afecta a más de diez millones de personas y
desangra el país ante los ojos de impotencia de la comunidad internacional.
El pueblo pide la verdad, y está cansado de que el presidente se empeñe en seguir
ocultando las atrocidades de su mandato, como si se tratara de un animal que tapa con las
manos lo que hace con los pies.

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Así concluía la última columna de Miranda Belova publicada anónimamente por
la BBC de Londres. Esto generó una gran repercusión al ver la similitud de los
hechos con los ocurridos años atrás en Chechenia, una república perteneciente a
Rusia donde salieron a la luz denuncias de persecución a homosexuales que
encerraban en campos de concentración para torturarlos e incluso asesinarlos. Dada
la cercanía geográfica y política con este país, las comparaciones se empezaron a
hacer muy evidentes.
Miles de personas seguían llenando las calles manifestándose en contra del
gobierno. Dentro de algunas de las pancartas que llevaban los manifestantes se leía:
«¿Dónde están los 32 desaparecidos de Bielorrusia?» En nombre al artículo que
Miranda había publicado relacionándolo con los actos de represión, homofobia y
racismo orquestados por el régimen del país. «Detrás de cada rostro en la lista de
desaparecidos, hay una vida, una familia y unos sueños frustrados por culpa del
presidente». Se leía en otras pancartas.
—Siento que mi dedicación también va por esos jóvenes, que, como mujer
periodista defensora de los derechos, estoy en la labor de investigar e informar. No
puedo dejar de tomarme esto también de forma personal —lo comentó Miranda en
la cena de Navidad con su familia.
—Sabes que admiro la tarea que realizas, es enérgica y emocionante mantenerse
así. Aunque estoy algo inquieta. De hecho, muy inquieta —respondió Angelika, su
hermana gemela—. Anoche tiraron esto a la ventana. Está remitido para ti.
Era un sobre color vino tinto con una carta dentro. Miranda, muy sorprendida por
lo que le decía su hermana, se apresuró a tomarlo, lo abrió y empezó a leerlo con
detenimiento. Lo que vio, la dejó pasmada.
Hubo un momento de silencio en el comedor.
—Es una amenaza —dijo Angelika— Lo leí porque fue tirado junto con una
ardilla muerta.
—¿¡Cómo!? —respondieron nerviosos sus padres, que ya estaban mayores.
Miranda quedó muda mientras su madre leía la carta.

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—No debes exponerte tanto, hija, estás aproximándote mucho a la boca del lobo…
Ten más cuidado, no los provoques… Y ahora, ¿qué vas a hacer para detener esto?
—dijo ella desde el centro de la mesa.
La carta le advertía sobre la gravedad de sus constantes acusaciones al gobierno
en la prensa internacional, y el «delito» que esto representaba para la integridad y la
«buena imagen» del país en el exterior.
Miranda, aturdida, ni siquiera escuchó la pregunta de su madre. Ya había recibido
amenazas, pero nunca en la propia casa de sus padres. El mensaje era claro: sabemos
dónde vive tu familia. Muchos periodistas que habían recibido amenazas
terminaban presos, exiliados, desaparecidos o muertos… Al parecer, una táctica muy
usada por el gobierno para silenciar a quienes deseaban.
—Debes irte del país, denunciarlo no va a servir de nada; no puedes seguir
viviendo con miedo y mucho menos esperar a que actúen, debes ser más rápida que
ellos —dijo Angelika que se veía preocupada por su hermana.
—Tranquilos, esto se puede manejar, me voy a mudar de casa, cambiaré de
número de teléfono.
—¡Eso no bastará! —dijo interrumpiéndola—. Ellos saben dónde trabajas y que
eres tú quien redacta esas investigaciones para la prensa. ¡Lo saben!, también saben
que aquí viven nuestros padres, y yo… De hecho, nos pueden estar vigilando en este
mismo momento sin percatarnos siquiera.
—No es así, estás cayendo en cuestionamientos paranoicos, Angelika.
—No es paranoia, Miranda. Es la realidad y los hechos a nuestro alrededor lo
demuestran. Sé que te apasiona el trabajo que haces, sé que lo amas, pero debes
marcar el límite hasta cuanto se puede interponer en tu seguridad y en la de tu
familia.
—¡Yo no los expondría!
—Pues ya lo estás haciendo.
Miranda se levantó de la mesa. La cena se había convertido en una discusión y
sentía que era un momento muy inoportuno para hablar del tema. Ella no deseaba
dejar a un lado las investigaciones, la gente empezaba a enviarle muchos mensajes
sobre las nuevas capturas a manifestantes durante las protestas, de censuras en
Internet y medios de comunicación; fotos, videos y toda clase de pruebas que
incriminaban aún más al gobierno en prácticas de abuso y autoritarismo. «El pueblo

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está cansado», pensaba, y no estaba dispuesta a callarse y dejar de publicar. Aunque
tampoco a arriesgar a su familia.
Empezó a organizar las ideas, debía hacer un plan y este necesitaba comenzar a
tomar forma lo más rápido posible. Esa noche fue a la cama convencida de contratar
un servicio privado de seguridad, y en una semana se iría a Francia, donde tenía
contactos. Tampoco volvería a casa de sus padres, de hecho, les iba a proponer que
se mudaran.
Al siguiente día, en el desayuno, comentó con su familia el plan, quienes después
de discutirlo y acordar la mudanza, se mostraron de acuerdo con ella. Una vez
finalizada la conversación, Angelika se dirigió a realizar la salida matutina con
Harry, su perro. Al ser el día después de Navidad, la tranquilidad que reinaba en las
calles era absoluta, hacía frío y el aire parecía gris. Nadie estaba en el parque, salvo
una persona más paseando un pastor alemán y muy pocos vehículos pasaban por la
calle.
Angelika esperó unos segundos a Harry, ajustó más su abrigo y enseguida se
dirigió de regreso a casa. Pero, mientras caminaba, detrás de ella, un furgón negro
avanzaba a un ritmo más lento de lo que el resto de vehículos lo estaban haciendo.
Esto llamó la atención de Angelika, quien, de reojo, volteó levemente su rostro para
observar mejor el vehículo en su lateral. Sin embargo, una vez lo hizo sintió un
pinchazo en el cuello y se desplomó de inmediato al suelo. Dos hombres bajaron del
furgón y la tomaron de manos y pies para subirla sin dejar rastro alguno de su
presencia.
Tan solo quedó Harry a un lado ladrando en medio de la soledad y el frío de la
calle.

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Capítulo 20
La llegada de Angelika

Tarde del 25 de diciembre de 2021.


Campo de concentración N.º 11. Frontera con Rusia.

Me siento exhausto por el día de trabajo, me acuesto en mi cama queriendo


descansar, las piernas me duelen y siento que me ha pasado por encima de la

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espalda una vaca. Pero una conversación a escasos metros entre Olga, Nikolay y
Luka, no me deja pegar el ojo.
—No creo que la pobre pase de esta noche.
Abro mis ojos y la miro.
—¿A quién te refieres?
Ella mira hacia donde yo estoy acostado.
—A la nueva… Verás, la chica es linda y estos cerdos van a querer repartírsela.
Por lo general, no pasa del primer día, o, a más tardar, durante la primera semana.
—¡Es asqueroso! —dice Nikolay, y yo concuerdo. Aunque ya intuimos que es así,
no hemos tocado mucho el tema... por comodidad. Pero Luka, en esta ocasión, quiso
saber más.
—Y…, ¿el tuyo fue muy dramático? —pregunta con sutileza.
Ella se queda mirándolo por unos instantes antes de responder, no sé cómo
reaccionará Olga con su volátil temperamento.
—Fue una mierda… —dice tajante—. La peor porquería por la que pasado en
toda mi vida. Preferiría estar trabajando en la metalúrgica, antes que haber vivido
eso. Es como si te arrebataran tu dignidad y orgullo, de un solo tirón.
—¿Y sabes si alguna ha quedado embarazada? —Pregunto y me quedo pensando
que esto no me lo he planteado antes.
—Sí, hace un tiempo una de las primeras mujeres que llegó aquí, cuando el campo
llevaba poco de haber sido reabierto. Ella fue iniciada, así como a todas. Luego de
tres meses se dio cuenta de que estaba embarazada. Lo mantuvo en completo
secreto, solo una chica más y yo nos enteramos. Pero, por alguna razón, Viktor lo
terminó descubriendo y la hizo abortar. Unos días después de eso, nos levantamos
en la mañana y ella ya no estaba, era como si la tierra se la hubiera tragado. Nadie
más supo de su paradero.
—¿Y ahora que hacen para no quedar embarazadas? —añade Nikolay.
—Tomamos pastillas, los canallas las dan. Todo aquí es asqueroso —agrega y gira
su cabeza en señal de que no desea hablar más.
Es un tema que le incómoda mucho y más al saber que el repudiable acto se
repite según la voluntad del militar que escoge a la mujer como si de elegir un dulce
dentro de una vitrina se tratara. Nos miramos entre nosotros inquietos, es probable

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que ninguno hubiera sido forzado a tener relaciones sexuales y, con seguridad, no
pasaríamos por un aborto.

Al siguiente día, al llegar con Nikolay al comedor para desayunar, observo que la
nueva mujer está repartiendo las porciones de la comida, se le ve bastante
constreñida. Me doy cuenta de que esquiva mi mirada, y pienso tratando de ser
empático: ¿qué otra actitud puede tener alguien que llega aquí…? ¿De felicidad,
acaso?
Me parece una mujer atractiva, es blanca, de cabello castaño claro y rasgos finos.
—Es extraño que haya llegado sola, seguro que no fue de alguna redada o una
manifestación. —me dice Nikolay mientras nos sentamos en el comedor.
—Es posible que la hubieran contactado por redes sociales —le respondo.
Mi primera impresión es que su perfil es diferente… No sabría cómo explicarlo.
Es simplemente distinta.
Pasa la mañana de trabajo y a la hora de comer su semblante no ha cambiado
mucho, se le sigue viendo muy decaída. Mientras me sirve la comida, la miro y dejo
salir un:
—Hola.
Me mira con recelo y contesta con un casi inaudible:
—Hola.
Retiro mi plato, es evidente que prefiere no hablar. Sigo al fondo del salón, donde
habitualmente nos sentamos con Nikolay, es solitario y da cierta privacidad.
Pasamos varios minutos hasta que terminan de repartir la cena, la chica nueva se
ubica muy cerca de nosotros, seguro que al igual que Nikolay y yo: queriendo buscar
algo de soledad.
—Es horrible la comida, lo sé —le dice mi amigo intentando empatizar.
Ella apenas lo mira y tarda unos segundos en responder.
—No solo la comida, todo el lugar.
—Al principio cuesta adaptarse, todos sentimos un choque al entrar aquí.
—Hum… —murmura—, pienso que nadie se puede terminar de acostumbrar a
esto.
—Así es —le digo asintiendo con la cabeza.
—¿Cuánto tiempo llevan ustedes aquí?

99
—Yo voy a completar dos meses —dice Nikolay—.
Ella dirige su mirada hacia mí.
—Y yo tres semanas —respondo.
—¿Ya han hecho un plan para salir?
Su pregunta me recuerda a mí mismo cuando recién entré al campo. Ahora sé que
la única forma de salir vivo es ganando el ciclo y luego El día cero. No hay otra...
—No es tan fácil escapar de aquí —le respondo—. Todas las personas que se han
intentado fugar han terminado fusiladas por disparos en la espalda. Lo que nos
queda es jugar el juego que ellos nos han impuesto y ganarlo.
—Al menos ustedes tienen un juego. Nosotras parecemos condenadas a pudrirnos
en este lugar —se detiene un momento antes de continuar y agrega—: preferiría
morir intentando escapar, antes que seguir aquí.
—Las mujeres tienen opción de salir por el comportamiento —dice Nikolay.
—Básicamente por ser la puta de los militares, si a eso te refieres con «buen
comportamiento».
En su expresión veo rencor, me recuerda a mí. Nosotros ya hemos terminado
nuestra comida y ella inicia con la suya. Mientras nos levantamos le transmito algo
de esperanza. Así como me gustaría que lo hicieran conmigo.
—Espero algún día salir de aquí para denunciar esto y después ayudar a los
demás a escapar de este sitio —Ella me mira, y noto que la expresión en su rostro ha
cambiado.
—Pues, espero que lo logres —me responde.

Nos despedimos y al salir del comedor veo que en la mitad del campo están
instalando un muro de madera de unos cuatro metros de alto por cuatro de largo
rodeado de troncos en el suelo. Es nuestra siguiente prueba. Yo no quedo
seleccionado, por fortuna, ya que consiste en escalar el muro apoyándose en unas
zanjas que le han abierto, llegar hasta la cima y tomar una granada con la boca, para
bajar con ella por el otro lado del muro. Si se activa la granada, es el fin. Todos vimos
la prueba con taquicardia de ver un estallido en la cara de alguno de nuestros
compañeros en cualquier momento. De los veinte competidores, a ninguno le
explotó la granada, para desgracia de los militares y fortuna nuestra. Solo tres chicos
se cayeron del muro resultando heridos y uno de ellos se fracturó un tobillo. No

100
consigo explicarme cómo, pero, afortunadamente, nadie mure. Nikolay fue quien
más rápido hizo la prueba, para mi sorpresa.
Con esta, el ciclo ha finalizado, los militares ya deben tener a sus elegidos para
pasar a El día cero, y llevar a cabo la prueba que definirá quienes saldrán, la cual
coincidirá justo con el último día del año.

Capítulo 21
Alguien vigila

—¿Qué has logrado averiguar de él?


—Está resignado, señor, se le ve decaído y concentrado en seguir las reglas.
—¿Tan buen chico es?

101
—Más que bueno, es un niñato que ha perdido su supuesta valentía. Se le han
bajado los sumos estando aquí y viviendo en la realidad. Es el efecto del campo…
como le pasa a la mayoría.
—Quiero que le saques información sobre lo que pretende hacer y sus planes.
Vigílalo tan cerca como para mantenerme al tanto, pero no tanto como para que
desconfié de ti.

Capítulo 22
El día cero

«Cuando una ley es injusta,


lo correcto es desobedecer». Gandhi.
31 de diciembre de 2021.

102
Es viernes y nos han dejado salir desde el mediodía porque han adelantado El día
cero para que coincida con el último día del año… La sirena suena rayando con el
silencio que había, son las seis de la tarde y la mayoría estamos en el cuarto.

Diríjanse al salón principal.


Todos al salón principal.

Caminamos ansiosos y al llegar, veo que los militares están sentados en las
primeras filas, las mujeres justo detrás de ellos y los internos en las últimas. Miro a la
plataforma, hay una camilla ubicada justo en el centro y nada más que eso.
Me siento junto a Nikolay en las sillas, es mi primer día cero, y no sé cómo será
este circo de freak show… Segundos más tarde, entra Viktor y sube de inmediato a la
tarima. Todos quedamos en silencio.
—Buenas noches. Ya conocen la dinámica, hoy es el único día en que les da la
oportunidad para que puedan salir de aquí de la manera correcta y caminando con
sus propios pies... —Hace una pausa y observa alrededor—. Para los dos jóvenes que
serán seleccionados; espero no desaprovechen la prueba y la realicen de la forma
indicada, que el tiempo que han pasado aquí les haya dejado aprendizajes y forjado
sus caracteres como ciudadanos de bien. Que cuando suban aquí al frente a
demostrarnos su virilidad y capacidad de autocontrol: no se acobarden.
Yo estoy en la silla queriendo salir y vomitar ante tal discurso.
Después de participar en el programa —continúa—, tener un buen desempeño en
las pruebas y trabajar duro en la metalúrgica; los mejores puntajes del equipo Azul
son:
—Ahmed, con 82 puntos.
—Daniell, con 87 puntos.
¿Qué? Pensé que Daniell podría ganar, todos pensábamos eso. Si no es él quien ha
ganado, entonces, ¿quién es...? Y miro a quien tengo a mi lado.
—Nikolay, con 90 puntos.
Lo observo sorprendido, él también lo está, escucho como sale un suspiro de su
boca, y me mira.
—Trata de estar tranquilo, no dejes que los nervios te agobien —le aconsejo.

103
Daniell y unos chicos más le tocan la espalda en señal de apoyo. En este momento,
me doy cuenta de que lo he subestimado, no pensé que lo pudieran elegir. Y Ahmed
quedó de tercero… Aunque su rendimiento en las pruebas había sido bueno, el
incidente en la planta que le ocasionó los infames latigazos, estaba pasándole otra
factura, el mensaje era obvio:
Aunque seas bueno en las pruebas, debes ser sumiso en el campo.

Casi de inmediato Viktor empieza a nombrar los tres primeros puestos del otro
equipo, y así mismo, me llevo otra sorpresa: Luka ha quedado de segundo, creí que
era el favorito, pero otro chico llamado Yuri es quien gana. Está aquí por «rebelde» y
aunque sea heterosexual, las mujeres con quienes debe estar en el reto lo hacen muy
difícil incluso para él. Al verlas salir de la parte trasera de la tarima lo confirmo. Son
dos prostitutas retiradas que ya han dejado atrás sus años de gloria y juventud; cada
una tiene por lo menos setenta años, están completamente desnudas, con sus
cuerpos arrugados y flácidos.
—Que pase el ganador del equipo Azul.
Nikolay se levanta de la silla y se dirige hacia adelante. En ese instante Viktor saca
de su bolsillo lo que parece ser una cadena. Y en el momento en que Nikolay llega a
la plataforma, le pide que se siente en la camilla, él lo hace y queda mirando al
frente; enseguida Viktor le pone la cadena en el cuello. Es un símbolo para la prueba.
Me acerco con atención para ver la medalla que tiene, está enmarcada por un círculo
dorado y en el centro tiene la forma de una pirámide invertida con una cruz de San
Andrés en color dorado… o eso me parece… Creería que representa el símbolo con
el que identificaban a los homosexuales en los campos nazis, o más bien iconografía
illuminati. ¿Quizás habré visto muchos videos en YouTube sobre teorías
conspirativas?
Nikolay mira la medalla en su pecho, luego mira al frente. Y el tiempo parece
detenerse en medio de este asqueroso ritual.
—¡Que empiece el reto! —dice Viktor, y se baja de la tarima.
Las mujeres miran a Nikolay directo a los ojos, como queriendo intimidarlo. Ellas
no tienen permitido realizar ningún tipo de gesto cariñoso o ayudar de algún modo
al participante. Es el hombre elegido quien debe hacer todo, si desea conseguir su
libertad.

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Yo estoy incómodo en el asiento, no quiero presenciar nada, me repugna. Nikolay
duda, lo percibo en la forma de sus movimientos inseguros.
—¡No vas a ser capaz, maricón! —dice uno de los generales riéndose.
Y escucharlo es como si generara el efecto inverso en Nikolay, ya que se levanta y
toma por la mano a la mujer de la derecha, la sienta en la camilla, se quita la camisa
apresurado, como queriendo acabar con todo lo antes posible. La acerca a su pecho
para que lo bese. Pero la mujer tan solo rosa sus labios con las tetillas de él. Se queda
allí ubicada, quieta, no hace ningún intento para subir su cabeza, tampoco refuta. —
Apenas se queda allí—. Al verla, Nikolay se empieza a quitar los pantalones, está
acelerándose. Se los baja y sabe que solo es cuestión de tiempo para que tenga que
quitarse su ropa interior.
—¡A ver, hazlo!, si es que puedes, cabrón —dice otro militar, unos más lo siguen y
empiezan a insultar a Nikolay cuestionando su masculinidad. Se ha desatado la
manada de cerdos chillones. Hijos de puta.
Yo desde mi asiento quiero salir disparado de aquí, no recuerdo haberme sentido
tan incómodo en toda mi vida. Nikolay cierra sus ojos, —posiblemente para intentar
concentrarse—, y se baja la ropa interior, dejando ver todo su culo a los
espectadores, él recuesta a la mujer en la camilla y deja sus piernas hacia arriba, ella
no le quita la mirada de encima y, parece que también le dice algo, porque mueve
sus labios. Nikolay intenta acomodarla hacia él. Pero pasa algo:
Se ha quedado mirando su entrepierna y en ese instante la segunda mujer, de
repente, empieza a reírse a carcajadas mientras observa y señala su miembro…
Él ha quedado petrificado, no se mueve, ni sube sus pantalones, o intenta seguir
con el reto… Toca su miembro, pero este no responde, sin una erección no
conseguirá hacerlo, y con las risas e insultos de fondo, le será mucho más difícil. Solo
pienso en lo incómodo que está siendo para él. Se está jugando la oportunidad de
salir de aquí, y la puede perder en cuestión de segundos por culpa de estos
cavernícolas.
—¡Debemos hacer algo! —digo pensando voz en alta.
—No intentes nada, nos castigarán con latigazos —me dice Ahmed desde la fila
de adelante. Yo impotente veo la escena, Nikolay se ubica encima de la mujer,
dejándola en una posición donde puede conseguir el coito, se mueve de manera

105
torpe, la mujer no hace nada, la segunda se sigue riendo, y los militares hacen lo
mismo. Todos se confabulan para formar un circo de burlas e insultos.
De repente, Viktor se levanta de la silla.
—Ahora lo ven… Llegan hasta este día, y no son capaces de hacer la prueba más
importante, la que demuestre que en realidad el entrenamiento les ha servido. Pero
en tu caso: es evidente que no estás preparado.
Nikolay, en el fondo, se empieza a subir los pantalones, es la señal de que se está
rindiendo; en su cara veo la decepción y la vergüenza que lo embargan. Yo me siento
igual. Pero no por él, sino por las burlas que acabo de presenciar.
—Ha perdido la prueba y, por ende, la opción de salir de aquí —dice Viktor
quitándole del cuello la cadena.
—Ahora, que siga el otro finalista.

106
Tercera Parte

Infiltración transcrita del Servicio de Inteligencia Exterior ruso (SVR)


5 de enero de 2022, 10:09 h.

107
50 días antes de la Guerra de Ucrania.

Dada la posición estratégica de Bielorrusia, nos sería muy valioso contar con su
apoyo en la operación especial que desde el gobierno se busca adelantar para
proteger a los ciudadanos y la integridad de nuestro territorio. Conocemos de
antemano el compromiso con el que nuestros países han cooperado y esperamos
que, en caso, sea igual.
—Fin de la intercepción—.

Recibido por Miranda Belova.

Capítulo 23
El que menos corre...

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Yuri, un chico enérgico y dedicado del equipo rojo, se levantó como ganador y se
dirigió hacia el frente. Él había sido detenido en una de las manifestaciones
estudiantiles en contra del régimen de Bielorrusia, y fue capturado por el mismo
gobierno al que él le pedía mayores libertades y menos opresión. Dentro del campo
11, Yuri actuó como un prisionero de guerra siguiendo órdenes para salvar su vida,
aun por cuestionables que fueran. Su caso no se distanciaba mucho de los cerca de
seis millones de soldados y en menor cantidad, civiles, que fueron capturados como
prisioneros de guerra durante la Segunda Guerra Mundial. En medio de las
múltiples batallas, los soldados del bando perdedor, que no conseguían huir,
quedaban a merced de los soldados del bando vencedor. En la Alemania nazi o la
URSS, fueron capturados muchos de ellos y obligados a realizar trabajos en campos
de concentración. Años más tarde, salió a la luz pública que un buen número de los
prisioneros capturados por la URSS, también habían sido obligados a luchar en la
guerra formando parte del Ejército Rojo.

Yuri no estaba siendo llevado a la línea de frente de guerra como un señuelo, pero si
exponiéndose como un mono de feria. El director le quitó el collar a Nikolay y se lo
puso a él, dando con ello por iniciada la prueba.
El chico quedó con las dos mujeres a su lado, le pidió a una que se acostara en la
camilla, acto seguido, se bajó los pantalones y su ropa interior, todo de un tirón. Y
para sorpresa de todos: estaba erecto...
Los militares empezaron a abuchear casi de inmediato, sin embargo, Yuri estaba
decidido a continuar y con sus manos tomó las piernas de la mujer; quien, al igual
que lo había hecho antes con Nikolay, no le quitó la mirada de encima. La otra mujer
a un lado hizo lo mismo. Pero a él parecía no importarle y continuó. Algunos de los
espectadores prefirieron correr su vista ante la incómoda escena. Los militares lo
siguieron insultando durante los dos minutos de la prueba. Luego Viktor habló:
—Sigue con la segunda, cabrón.
Los militares no paraban de abuchear en ningún momento y entre burlas le
pedían que realizara varias posiciones. Alex desde el asiento se retorcía de
repugnancia. Hasta que por fin y luego de unos estresantes minutos… La prueba
terminó.

109
Todos miraron hacia la tarima, y vieron que el director había subido para
empezar a hablar.
—Espero que lo hayan visto les sirva para aprender cómo se hace, si es que nunca
lo han hecho con una mujer… —Y más risas se escucharon de fondo—. Para quienes
prefirieron voltear su mirada, sepan que perdieron un ejemplo que les serviría si
algún día son elegidos. —Hizo una pausa antes de seguir hablando y llamó a Yuri—.
El chico se veía extrañamente alterado y espontáneo...
—Él sale hoy del campo 11 con su carácter reformado —continúo—, y varias
enseñanzas aprendidas, esperando servirle al país, como debe ser. —Y le puso sus
manos sobre los hombros, tomando con suavidad el collar que aún colgaba de su
cuello—. ¿Qué tienes para decir antes de salir? —le preguntó.
Todos miraron expectantes a Yuri.
—Hmm… Que este entrenamiento ha cambiado mi vida en los, en los meses que
ha durado... Y ¡no sé!, gracias por ayudar a reformarme… y, y… mejorar.
Lo dijo sin estar seguro de sus palabras. Se le veía extraño… como fuera de sí.
Para los internos era obvio que estaba siguiendo el protocolo y el juego. Al terminar
la prueba, todos se levantaron y salieron del salón. Alex fue de inmediato a buscar a
Nikolay, que estaba unos metros más adelante; por la manera en que caminaba,
sabía que tenía mucha rabia. Alex lo siguió hasta el baño en donde se acercó para
darle su apoyo. Sin embargo, quedó sorprendido cuando lo escuchó hablar.
—¡Estaba drogado…!
—¿Qué…? Tú estabas drogado, o quién lo estaba.
—¡El otro tipo!, Yuri estaba drogado.
—¿Y por qué lo dices?
—Porque lo vi en sus ojos; los tenía desorbitados y su actitud era extraña... muy
efusivo. Es claro que había tomado algo, no sé qué, pero ese tipo hizo algo.
Era confuso, Alex revivió el momento quedándose pensativo.
—Si se drogó con alguna sustancia, ¿de dónde la sacó?
—Te digo que no lo sé… ¿Para ti no fue obvio desde las sillas? —le preguntó ante
su escéptica actitud.
—No... —Vaciló Alex—. No del todo y creo que para nadie fue evidente... Es
decir, no nos dimos cuenta que se tomara algo, Nikolay. Pero, ¿en qué momento lo
pudo haber hecho?

110
—Mientras yo hice la prueba él tuvo el tiempo suficiente para consumir algo, lo
que sea que se hubiera metido. Alguien del equipo se lo pasó. Ya lo tenían
preparado.
—Tiene algo de sentido —le dijo recordando que Yuri estaba extraño y
entusiasmado cuando terminó la prueba—. Pero ¿qué crees que se haya tomado?, ¿y
quién se lo dio estando aquí?
Aunque antes de que Nikolay le respondiera, entraron varias personas más al
baño. Debieron salir, era una conversación que no podía ser escuchada por nadie
más, así que se dirigieron a los alrededores de los muros del dormitorio.
«¿De dónde lo sacaría?» —se cuestionaba Alex mientras caminaba; ya que cuando
llegaron al campo los desnudaron para despojarlos de todas sus pertenencias. Así
que no lo podía haber traído con él.
—No lo sé —le respondió Nikolay moviendo su cabeza—. Pero lo que sea que
ellos tienen, ¡funciona! Porque el mes pasado el ganador de ese equipo también pasó
el reto con mucha facilidad, era como si lo hubiera estado haciendo toda su vida...
No sabes cómo hoy me sentí estando allá enfrente, desnudo, con dos mujeres que
son más viejas que mi madre y con una docena de malnacidos burlándose e
insultándome... Es la peor experiencia que he tenido. ¡Fue humillante!
Al decirlo, fue evidente la decepción y la rabia en los ojos de Nikolay.
—Sé que es detestable, para nosotros también lo fue presenciarlo. No te sientas
mal por eso, Nikolay, piensa en que tienes el potencial para volver a pasar allí y
ganar esa maldita prueba. Si se tomó algo, los chicos del otro equipo no nos contarán
qué fue… Pero hay alguien a quien, posiblemente, sí le puedan dar esa información.
Él levantó su rostro con la duda retenida en los ojos.
—¿A quién?
—A Olga —respondió Alex.
Nikolay se quedó mirándolo con atención pensando en la idea, no estaba seguro,
pero lo podrían intentar.

Esa amarga noche pasó, y al siguiente día, Alex la buscó decidido a averiguar lo que
escondían en el otro equipo. Olga estaba sentada en el comedor, mientras hablaba
con Angelika.
—Hola… veo que ya se conocen.

111
—Sí, bueno, somos pocas chicas y es difícil que una nueva pase desapercibida.
Alex se sentó junto a ellas y les contó lo que sospechaba después de ver a Yuri.
—Es probable que ganara con alguna ayuda alucinógena —dijo.
—¿Con una ayuda alucinógena...? —le respondió con sorpresa en sus ojos—. ¿Me
estás tomando el pelo?, eso es imposible, Alex; no tienen ningún tipo de droga aquí
dentro.
—Ninguno está seguro de eso, Olga. El estado en que se encontraba no es de una
persona que está sobria y en sus cabales. Nikolay, que lo vio de cerca, me dice que
tenía los ojos desorbitados.
—Mmm... Ya entiendo a qué te refieres, con algunas chicas coincidimos que
estaba muy enérgico y suelto... como si le gustara exhibirse en público.
—Eso mismo, y pensamos que la ayuda la pudo haber recibido del equipo Rojo.
—Lo dudo aún más, no pueden haber entrado nada, ustedes bien saben que nos
despojan de absolutamente todo antes de ingresar a la base, así que esa idea queda
descartada.
—Entonces solo queda la opción de que alguien de aquí adentro se lo esté dando.
—¿Y quién sería? —dijo Angelika entrando en la intensa conversación. Olga y ella
se miraron pensativas, luego observaron a Alex esperando a que continuara
hablando.
—Debe ser un militar a quien le convenía que saliera…. Nadie más lo podría estar
haciendo, nadie llega hasta esta base, no hay lugareños cerca, no hay nadie más... Y
Luka…
—Luka, ¿qué?
—No lo sé…, es raro que él no ganara.
—¿Y no crees que fue porque estos racistas de mierda no lo dejaron?
—No... no lo creo, Olga, pienso que tal vez no ganó porque los militares lo usan
para estar entre nosotros y pasar información.
Un silencio expectante quedo flotando en el aire por unos segundos.
—Eso que dices… abre muchas dudas adicionales… Él sería como un espía doble,
¿a eso es a lo que te refieres? —dijo Angelika.
—Sí, algo así…
—Pero entonces, ¿quién de los militares podría estar dándole drogas a Luka para
que él las entregue y su equipo supere las pruebas? —preguntó Olga.

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Los tres se miraron entre ellos.
—En eso tú nos podrías ayudar —asintió Alex mirándola.
—¿¡Yo!?
—Así es, lo más seguro es que los demás del equipo Rojo lo sepan también. Pero
si nosotros nos acercamos a ellos buscando esa información, será muy obvio que no
la darán... No será tan accesible. En cambio, si lo hace una mujer que no está en
competencia con ellos, será más fácil obtenerla.
—Pero ustedes no compiten con ellos... Bueno, no directamente, si los dos
finalistas pasan la última prueba, pueden salir, no porque uno gane quiere decir que
el otro pierda —afirmó.
—Así es, pero ellos no nos contarán que están tomando, y más si es uno de los
militares quien se lo está suministrando… a cambio de algo.
—Alex... OK, entiendo, podría hablar con Luka, ampliar la confianza con él. Pero
eso sí, no me presiones con el tema. Deja que me tome mi tiempo, no trabajo bien
bajo presión —respondió Olga dejando salir un suspiro.
—Tú me dijiste que querías salir para denunciar esto —habló Angelika mirando a
Alex y cambiando el tema de conversación.
—Sí… te lo dije porque quiero mostrar lo que pasa aquí, para que se intercepte
este sitio y nos ayuden a salir. Esto es un completo genocidio inspirado en las
atrocidades que hicieron los nazis en los campos de exterminio. Solo que aquí antes
de vernos morir, prefieren jugar con nosotros para divertirse.
—¿Eres periodista, o político? —le preguntó ella.
—Ninguno, o quizás algo similar a lo primero que mencionaste. Hacía
investigaciones sobre los abusos del gobierno en las manifestaciones, los
encarcelamientos y las desapariciones que estaban ocurriendo, entre otras cosas;
todo ello lo denunciaba en mi canal de YouTube. De hecho, hablé de la posible
existencia de este lugar y que lo usaron en la época soviética.
—¡Así que eras tú! El chico de la máscara —dijo Angelika sorprendida.
—Sí... ¿Por qué lo dices? —le respondió con una sonrisa tímida.
—Tú eras «La Represión». Mi hermana seguía tus videos. En una ocasión me
mostró uno en donde ponías como ejemplo a un hombre que logró salir de aquí
cuando se disolvió la URSS.

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—Ese era yo… —Alex estaba sorprendido y ligeramente incómodo de que alguien
lo reconociera, Olga tampoco lo sabía. Nadie en el campo, con excepción de Nikolay,
lo sabía.
—Ella hizo una serie de investigaciones que complementó con las tuyas, para
publicarlas en la BBC de Londres. —continuó Angelika—. También la publicaron en
varios medios más, nos amenazaron por eso y, ahora estoy yo acá, rogando que ella
no esté en un lugar peor...
—Vaya, el mundo es un pañuelo… lamento que estés aquí por eso, pero…, hay
algo que no entiendo. Si ella fue quien hizo las publicaciones, ¿por qué te capturaron
a ti?
—Verás, porque somos hermanas gemelas y Miranda es una periodista… especial.

114
Capítulo 24
Una gran confusión militar y
un repugnante recuerdo

Mañana del 25 de diciembre de 2021


61 días antes de la Guerra de Ucrania

Angelika llegaba como sacada del cielo, pero para caer al infierno. Ya que el mismo
día que ingresó: la habían violado.
Era el proceso de «iniciación» como lo llaman los militares.
Una vez Angelika fue dopada en la calle mientras paseaba a su perro, la subieron
a una camioneta con los vidrios polarizados. Cuando recuperó el conocimiento, se
dio cuenta de que estaba sola y en un cuarto oscuro.
«¿¡Dónde estoy!?», gritó al sentirse intimidada y confundida con la situación. Tocó
sus bolsillos; las llaves del piso y su teléfono habían desaparecido. Después palpó su
rostro, no tenía ningún golpe, ni signos de que le hubieran forcejeado la ropa. Esto la
calmó, un poco. Estuvo allí durante unos minutos hasta que un militar entró por la
puerta y dio la orden de que le pusieran unas esposas para sacarla. Angelika empezó
a gritar, el militar la miró desde un lado.
—Eh, linda, shhhh… le conviene ¡callarse! No nos haga usar la fuerza; es mejor
por las buenas, ¿verdad?
Ella lo observó cargada de odio y miedo, pero en ese instante también
comprendió que su vida podía estar dependiendo de ellos. La llevaron a un cuarto
donde la sentaron, el militar se ubicó enfrente de ella y un viejo escritorio quedó
entre los dos.
—¡Por fin tenemos a la periodista mojigata que no se calla! —dijo con una ironía
que le rebozaba en la cara.
«¿Cómo…?» Angelika pensó confundida mientras en su cabeza empezaba a
entender lo que estaba pasando…
—Ya le habíamos pedido en repetidas ocasiones que se callara —continuó—. Que
no siguiera con sus «investigaciones» armadas y vergonzosas que solo sirven para

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sembrar mierdas en la gente que se cree todo lo que usted publica. Pero, siguió
publicando. No se calló cuando debía. ¿Por qué no lo hizo…? —en ese instante el
militar se acercó y, con su mano, le apretó los labios—, así nos facilitaría el trabajo,
putita —le dijo.
Angelika volteó su rostro de inmediato, apenas daba crédito a lo que escuchaba.
El parecido con Miranda, su hermana gemela, le estaba ocasionando la peor
confusión de toda su vida. En ese mismo instante comprendió que hablar y decirle al
militar que habían cometido un error, sería mucho peor porque irían a buscar a su
hermana, y a ella, en el mejor de los casos, la dejarían allí. Fue su conclusión
mientras lo escuchaba casi gritando.
—Ahora irá a un lugar en donde la enseñarán a callarse cuándo se lo piden, ¿me
entiende? Es preferible que no piense tanto y obedezca más, créame, a las mujeres les
va mejor así.
Ella lo observó queriendo ahorcarlo con las esposas que ataban sus manos, pero
optó por el silencio, que fue su mejor protesta en ese momento de clara desventaja.
Después de que el militar terminara de hablar, entraron dos más, cada quien se
ubicó a un lado de ella, y la empezaron a dirigir por un pasillo en dirección a la
salida del lugar. Angelika, muy nerviosa, veía como se iba a acercando hasta un
vehículo ubicado en el aparcamiento de la base. Era el mismo camión negro donde
habían llevado a todos los internos al campo. Aún esposada, los militares la
abalanzaron hacia adentro, ella opuso resistencia echando su cuerpo para atrás. Y se
escuchó su clamor:
—¿PARA DÓNDE ME LLEVAN? ¡¡AYUDA!!
Uno de los militares la tomó por el cuello y, con fuerza, la empujó adentro del
vehículo, mientras le gritaba que se callara. Sin que ella pudiera pararse aún por el
empujón, la puerta del furgón fue cerrada de inmediato. Tan solo quedaron unas
pequeñas líneas de luz que se colaban por las aberturas de la puerta y pudo
reconocer que eran suministros de comida y ropa.
El viaje trascurrió con ella inquieta, nerviosa y muy confundida. Estuvo sola por
completo en las casi seis horas de viaje. Se cuestionó las amenazas que había recibido
su hermana… Y estaba a punto de comprobar que era peor de lo que pensaba.
Al llegar al campo, sobre la madrugada, fue ingresada a la oficina del director.
Allí, y como si se tratara de una vaca que es evaluada en una feria ganadera, él la

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estuvo observando por unos segundos sin decir palabra, después le pidió que se
quitara la ropa mientras la veía.
—¿Qué?
—¡Hazlo!
Angelika no pensaba hacerlo, pero al ver el arma en el cinturón del militar, supo
que no le sería tan fácil negarse. Se la quitó temerosa, Viktor se levantó de su silla, y
caminó alrededor de ella con atención, la observó completamente desnuda. Luego se
ubicó justo al lado de su hombro, donde olió su cuello de manera sugestiva.
Angelika miraba hacia el frente con sus ojos fijos, casi sin parpadear, sin decir una
palabra y en una mezcla de rabia y nerviosismo que le hacía sentir que la sangre le
estaba hirviendo en la cabeza.
—Pasa para allá —le dijo señalando la salida de la oficina.
Angelika se apresuró a tomar la ropa y vestirse de nuevo.
—Ahh. ¡No! No, no. Ve desnuda, no eres la primera ni serás la última —dijo.
Ella lo miró con desconcierto, se irguió, respiró armándose de valor y salió como
su madre la había traído al mundo. El pasillo estaba rodeado de algunos militares
más que la observaron entre chiflidos y palabras grotescas. Viktor le señaló que
siguiera derecho hasta su cuarto ubicado al fondo. Ella caminó desnuda por en
medio del lugar, humillada e impotente ante las miradas y voces de los militares. No
observó a ninguno que se encontró en su camino. Solo anhelaba tener un arma en ese
instante y matarlos a todos.
Al llegar al fondo, Viktor —que estuvo caminando detrás de ella— le abrió la
puerta y le ordenó que se ubicara en la cama. Pero Angelika se quedó quieta, sintió
un miedo escalofriante que la dejó petrificada, su corazón empezó a latir aún más
rápido; miró con sutileza a su alrededor como queriendo encontrar algo con que
pudiera defenderse…
Cerró sus ojos, respiró y giró hacia él.
El director no dijo palabra, se acercó, y sin que ella lo viera venir; le dio una
cachetada.
—Llevo mucho tiempo queriendo hacer esto.
El impacto la dejó sosegada y puso su mano en el sitio en donde había recibido el
golpe, como intentando protegerse de otro.

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—Escúchame, y solo lo voy a decir una vez. Aquí empieza tu condena, vas a hacer
lo que yo te diga, y como yo te diga —dijo tocando el arma que colgaba de su
cinturón—. Ante cualquier intento de hacerte la inteligente, tendré que usarla. Aquí
no tienes tus columnas en el periódico para defenderte, zorra. ¿Me entiendes?
—Sí… Sí —dijo Angelika casi susurrando mientras se mordía la lengua.
—Necesitas que te espose o, ¿quieres hacerlo por las buenas?
Ella cerró sus ojos, abnegándose ante la repugnante situación. Tragó saliva.
—Sin esposas —dijo apenas creyendo lo que estaba obligándose a aceptar y lo que
haría…
—Acuéstate en la cama.
Lo hizo, él se bajó el pantalón y ubicó el arma en una mesa al lado de la cama.
Luego se acercó a Angelika, la tomó por el cabello y llevó su cabeza hacia atrás:
empezó a besarle el cuello, con la otra mano tocó su vagina. Ella cerró sus ojos con
fuerza deseando más que nada levantarse de la cama, salir corriendo, tomar el arma
y matar a ese hijo de perra allí mismo. En su cabeza pasaban muchas cosas con gran
velocidad: odio, tristeza e impotencia, y en ese instante, sintió como de un solo
golpe, fue penetrada.
El acto la hizo emitir un sonido entre el dolor y el asco. Mantuvo sus ojos cerrados
mientras el director seguía haciendo lo suyo.
—Abre los ojos —le dijo.
Angelika tragó saliva de nuevo y los abrió mirándolo de costado, estaba encima
de ella como un cerdo saciando su necesidad, eso fue lo que ella vio.
—Dime que te gusta. ¡Dímelo! Así empezarás a ir acostumbrándote.
Ella lo repitió, sintiéndose más humillada que nunca, entre el dolor de su
dignidad denigrada hasta el punto más bajo al que una mujer puede ser sometida.
Pasaron unos minutos más en donde Viktor la obligó a mantener los ojos abiertos
hasta que él terminó. Se levantó, limpió su pene con una toalla, se puso el pantalón
de nuevo y tomó el arma. Angelika se había sentado en el borde de la cama,
impotente y ultrajada. Quería vestirse, pero recordó que su ropa había quedado en la
oficina…
—Mañana tendrás la visita de uno más. Eres linda y le vas a gustar a los chicos —
Sacó del armario el overol de jean color rosa dado a las mujeres—. Póntelo —le dijo.

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Ella lo hizo con rapidez ante el asco de seguir desnuda en frente de él. Luego
abrió la puerta y mientras salía del cuarto, Viktor la llamó de nuevo.
—Fátima, en la cocina, te dará las pastillas —le dijo.

Capítulo 25
El pozo helado

02 de enero de 2022.
Inicio del nuevo ciclo.

Hoy es la primera prueba del año, el invierno está cada vez más duro y en las noches
me cuesta dormir bien porque la manta no me abriga lo suficiente. Estamos: Ionel,
Angelika y Dmitry conversando en el salón donde está el viejo televisor, cuando
suena el altavoz.

Diríjanse al río siguiendo a Mijail


Repito, diríjanse al río.

Al oírlo, de inmediato pienso en que la prueba será en el agua, ¿qué otra cosa
puede significar llevarnos al río que no sea entrar en él? ¡Mierda!, y con lo helada
que debe estar, se me eriza la piel de solo pensarlo.
Salimos de la base y caminamos río arriba hasta llegar a un tipo de pozo formado
por las rocas y la ecografía del lugar. Debe hacer unos cinco grados bajo cero y los
bordes del pozo se ven congelados.
—Señores —empieza diciendo Viktor—, aquí el agua está tan fría, que sentirán
que les quema la piel cuando la toquen, luego de unos minutos se acostumbrarán.
Solo recuerden algo: hoy empieza de nuevo el juego y tendrán la oportunidad de
iniciarlo haciendo las cosas bien.
Todos estamos inquietos, el humo sale por nuestras narices y bocas, en un instante
de tensión marcado por el ambiente en el que nos encontramos rodeados y las
palabras de este canalla.

119
—Debajo del agua hay escondidas diez barras doradas —continúa—, que han
sido esparcidas en el fondo del pozo, deberán escoger cinco participantes de cada
equipo, quienes serán los encargados de sumergirse y tomar las barras. Quien lo
haga en el menor tiempo, sumará más puntos para el acumulado.
Es una prueba muy arriesgada. Se puede morir congelado en este pozo, es
absurdo, —pienso y casi se me resbalan las palabras de la boca al oírlo hablar.
—¡Equipos!, escojan a sus participantes —dice.
De inmediato se hacen dos círculos. En nuestro equipo Daniell toma la palabra.
—El pozo tiene ahora todas las barras, así que será más fácil encontrarlas al
principio que al final cuando ya queden pocas en el fondo —nos mira a todos de
reojo—, ¿quién se ofrece a ir?
—Yo —dice Ahmed. Dmitry lo sigue.
—Muy bien, yo también iré —dice Daniell.
Y nadie más se ofrece como voluntario. No deseo sumergirme en esa maldita agua
helada y que me congele los huesos.
—Debemos hacer un cara y sello para sacar a los otros dos participantes —retoma
Daniell al ver que nadie más quiere ir.
Yo ruego no ser elegido, hasta que llega mi turno.
—Cara —digo.
Él tira la moneda al aire y, al caer: es sello.
Me he salvado.
Hace lo mismo con Nikolay y queda seleccionado, junto con Ionel, me lamento
por los dos. El primero no sumará puntos, pero el segundo, Ionel, es el chico más
débil del grupo, aunque puede ser que sorprenda. Él se ha quedado inquieto, suspira
y da un paso al frente.
—Deben empezar la prueba ya —dice Mijail que tiene el cronómetro en la mano.
Los cinco chicos de cada equipo se paran en línea frente al pozo, y se da la orden
de empezar.
Daniell es el primero en entrar al agua, mientras que Luka, lo hace por el otro
equipo. Se me destemplan los dientes al verlos como se sumergen en el agua
congelada, el pozo debe tener unos dos o tres metros de profundidad. Todos
miramos expectantes. Los dos salen a tomar aire y se sumergen de nuevo. Pasan solo

120
unos seis segundos, hasta que Luka sube a la superficie sosteniendo en su mano la
primera barra, que con su color dorado resalta entre el agua. En su equipo celebran.
Sin embargo, Daniell aún no sale… y ya nos empezamos a preocupar, pasan unos
electrizantes segundos más, hasta que casi al otro lado del pozo, sale dando una
bocanada fuerte de aire. La corriente del fondo lo ha arrastrado, y en su mano, no
tiene ninguna barra. Se toma unos segundos para recobrar de nuevo el aliento, con
seguridad el agua helada agota mucho más rápido que si no lo estuviera.
El participante del otro equipo ya ha salido con la segunda barra, hasta que
Daniell sale con la primera para el nuestro. Estamos perdiendo.
—¡Vamos! —Ionel y Dmitry lo animan, yo los miro y hago lo mismo; no pasa
mucho tiempo para que la mayoría empiece a animar a los compañeros. Los
militares a un lado parecen ignorarnos. Ahora sigue Ahmed por nuestro equipo, él
se tira al agua helada casi sin pensarlo, se sumerge dos veces y saca una barra unos
segundos después, está morado por el frío; todos seguimos animando.
Luego llega el turno de Nikolay, él no se sumerge de una vez. ¿Por qué no lo
hace? —me pregunto.
Nada hacia un costado del pozo donde nadie se había sumergido antes, una vez
llega hasta allí, toma una bocanada profunda de aire y se sumerge. Pasan unos
cuatro segundos, cuando sale del agua: en su mano tiene una dorada y reluciente
barra.
Ha sido el más rápido hasta ahora, y le ha funcionado la estrategia. De nuevo,
creo que lo he subestimado.
Lo aplaudimos.
Luego continúa Dmitry por nuestro equipo, se sumerge tres veces hasta que saca
la barra, esto le hace perder más tiempo. A estas alturas estamos los dos equipos con
cuatro barras cada uno, solo faltan las dos últimas.
Al final llega el turno de Ionel, ingresa al agua, titiritea antes incluso de hacerlo,
nada con lentitud a un costado del pozo, en su cara se ve que lo está pasando mal a
causa del frío. Se lo piensa antes de sumergirse. Hasta que lo hace. Pasan cerca de
diez segundos.
Luego quince.
Luego veinte.
Y ¡Ionel no sale del pozo!

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Todos nos preocupamos, miro a Daniell y le digo que debemos entrar al agua. De
repente, alguien grita:
—¡Hay que sacarlo!
Y en un impulso en el que apenas pienso, me lanzo al pozo.

Capítulo 26
La piedra en el zapato

Actúo por instinto, no puedo soportar la idea de ver morir a alguien ante mis ojos y
no hacer nada para ayudarlo. Me sumerjo en el pozo helado, al instante me genera
un agudo dolor en la cabeza, aprieto mis dientes para soportarlo, abro los ojos y me
doy cuenta de que el agua es clara, tanto que puedo ver por debajo de ella. El
corazón me late tan rápido que me obligo a mantener la calma. Miro a un lado, luego
al otro y, veo lo que parece ser una figura alargada en el fondo del pozo. Es Ionel.
Tomo fuerzas para ir hacia donde él está, pero en ese mismo instante me doy
cuenta de que me falta aire, salgo a la superficie, tomo una bocanada tan rápido
como puedo y me sumerjo de nuevo nadando con fuerza hasta donde él está. Logro
tomar su brazo y, apoyo mis piernas en el fondo para tomar impulso y salir a la
superficie. Nado con ansiedad, se me hacen eternos los segundos mientras veo como
la luz se va acercando a nosotros, hasta que salimos.
Tomo una bocanada de aire que siento, me devuelve la vida.
Todos están expectantes alrededor del pozo, oigo muchas voces y gritos al tiempo
que nado hacia la orilla con Ionel inconsciente; Daniell se apresura a ayudarme. Lo
sacamos del agua, todo trascurre en cuestión de segundos, sus labios están morados
y la piel pálida, se ve a medio morir. Por alguna razón, mi miedo se ha convertido en
valentía desde que ingresé al agua, no hay espacio para lamentaciones ni
quebrantos. Ubicamos bocarriba a Ionel e instintivamente empiezo a hacerle
compresiones en su pecho para sacarle el agua de los pulmones, es la primera vez
que hago esto en mi vida y me guio por lo que visto en películas.
Miro a Daniell, —¡dale respiración boca a boca!

122
Él lo hace de inmediato. Yo presiono su pecho con más fuerza y Daniell le da
respiración boca a boca de nuevo.
Pero no reacciona.
Esta vez sé que debe ser diferente si queremos salvarle la vida a Ionel, tengo esa
certeza como un instinto animal. Con rapidez, aprieto mi puño y con la parte inferior
de mi mano le doy un golpe directo en su corazón, luego presiono sus costillas, ¡y en
ese instante hay un quejido de Ionel!
—¡Aahhh!
Veo que sale agua de su boca.
Le tomo las manos y lo muevo con fuerza, él abre los ojos y siento que el alma nos
vuelve al cuerpo a los dos.
Estamos rodeados por todos los internos que expectantes ven la situación. Ionel al
abrir los ojos y percatarse de la realidad, empieza a llorar como un niño, está
alterado y confuso.
—Ya estás bien, no llores —le digo. En este momento la mesura recae sobre mí y
no puedo mostrarme débil.
Lo ayudamos a levantarse. A un lado, tanto Viktor como los demás militares ven
la imagen con indiferencia o al menos eso aparentan hacer… Cruzo una mirada con
Mijail, quien en sus ojos muestra una disimulada compasión, mezclada con la
indiferencia reinante de sus compañeros.
—Eso pasa cuando no están bien preparados —dice Viktor cortando el
angustiante momento que acabamos de pasar—. La vida es una prueba, señores, esto
les ayuda a forjar el carácter. Y para los maricones, esto los hace más fuertes y menos
susceptibles.
En ese instante lo miro, a un lado me retuerzo de furia y ganas de tirarlo al pozo y
matarlo a golpes allí dentro.
Viktor observa a Ionel y vuelve a hablar. —Agradécele a tu compañero por
haberte rescatado, si él no lo hubiera hecho, estoy seguro de que nadie más se habría
lanzado al agua.

Todos caminamos de regreso a la base y yo me sumerjo en mis pensamientos


intentando comprender el origen de la homofobia de este mal nacido, y eso me lleva
a recordar lo que veía en la iglesia a la que mi madre aún asiste. Fueron muchos los

123
comentarios ofensivos que escuché decir al pastor desde la plataforma, sembrando
en la gente un tabú mezclado con odio hacia los homosexuales. Esto generaba que lo
vieran como el peor de los males para sus hijos… Y mi madre replicaba ese odio
cargado de prejuicios e ignorancia. Yo tendría unos doce años, cuando una vez
comentó acerca de una mujer quien había descubierto que su hijo era gay; ella
escandalizada dijo:
—Eso es un mal que está atacando a la juventud de hoy en día, yo solo espero que
nadie en la familia salga así... —Me miró y agregó—, que tú nunca salgas con nada
de eso, Alex.
Yo la observé en medio de mi inocencia y no respondí nada. Sería porque en el
fondo sabía que yo era gay y eso me generó una tristeza dividida: la primera, porque
tendría que preocuparme de algo que muchos otros no, y la segunda, por el nivel de
ignorancia de mi madre. Aquel episodio ocurrido en mi niñez me dejó marcado, fue
directo y cargado de prejuicios infundados desde la religión. Provocó el miedo en mi
madre de que su hijo «resultara con ese mal», como el pastor lo catalogaba, entre
muchos más términos que usaba para referirse al tema. Todos tenían algo en común:
eran comentarios ignorantes y despectivos.
—¿Cómo es posible que nuestra vida valga tan poco para estos miserables? Que
estén tan cegados por sus ideas retrógradas y los lleve a pensar que están actuando
bien con meternos aquí y dejarnos morir con sus pruebas de porquería —dice
Nikolay una vez entramos al dormitorio.
Todos estamos más indignados que nunca, llenos de rabia y mucha frustración de
ser tratados de esa manera por los militares. Cuánta ignorancia, cuánta estupidez...
nos ven como seres inferiores y todos estamos bajo la misma atmósfera de
resentimiento.
—No pueden ser todos tan estúpidos, algunos de ellos deben saber que no es
correcto lo que hacen, que discriminar hasta el punto de querer ver morir a otro solo
porque no es igual que ellos, no está bien —responde Ahmed con rabia en sus
palabras.
—El director de este lugar piensa que está haciendo su deber, él cree que lo que
hace es lo correcto —digo entrando en la discusión.
—¿¡Cómo va a pensar que es lo correcto!? Ellos saben que nada de esto está bien,
que es un juego perversamente diseñado para matar maricones, negros, inmigrantes

124
y opositores... Es el gobierno, es ¡el presidente Jrenin!, quien comanda toda esta
porquería, el nivel de represión que se vive en este país está liderado por ese infeliz.
—Y su gabinete... —agrego—. No es solo él, si crees que él es el único que piensa
de esa manera estás equivocado, Ahmed. La mayoría de militares piensan igual,
ellos nos ven como gente que debe ser eliminada.
—Ellos están obedeciendo órdenes y esas órdenes las da el presidente —me
responde.
—Y ellos las siguen porque piensan igual que él. Hitler actuaba así porque
pensaba que estaba haciéndole un bien a su país exterminando a los judíos. La
iglesia católica aprobaba la esclavitud, porque creía que los negros no tenían alma. Y
en la santa inquisición pensaban que hacían bien al matar a los herejes —digo
enérgico.
—¡NO VAMOS A DISCUTIR ENTRE NOSOTROS! —interviene Luka
interrumpiéndonos—, y menos por ese tipo de cosas —continúa—. Todos estamos
alterados y molestos con la situación que acabamos de presenciar. Los ánimos están
muy arriba, pero lo menos que debemos hacer ahora es pelear entre nosotros
mismos y dividirnos… Necesitamos estar unidos, si es que queremos salir de este
infernal lugar algún día.
Todos nos quedamos mirándolo, el dormitorio está lleno y no hay nadie dentro de
él que no lo hubiera escuchado… le doy la razón por lo que dice.
—El enemigo está vestido de uniforme militar. No de overol—agrego.
Nos quedamos en silencio, aquí no hay dos equipos a pesar de que nos pongan a
competir entre nosotros, somos uno solo en contra de los militares. La real lucha está
con ellos y el sistema que representan. Debemos mantenernos unidos y ganarles en
su propia cancha.
Solo que hacerlo, no será nada fácil, y la siguiente prueba me lo iría a confirmar.

125
Capítulo 27
La vida debe continuar

Minsk, Bielorrusia.

La periodista Miranda Belova iba a completar tres semanas desde que hubiera visto
a su hermana Angelika por última vez esa mañana del 25 de diciembre, justo antes
de ser raptada a pocos metros de su casa. Las investigaciones la daban como
desaparecida, su perro había llegado solo a la recepción del edificio, muy inquieto y
con el collar en su cuello.
No hubo testigos, nadie vio ni escuchó nada. Con excepción de un niño quien
también paseaba a su perro en el parque, cuando vio a Angelika ir de regreso a casa
y ser montada en un vehículo… Pero no sospechó nada hasta que vio el cartel de «se
busca» con la cara de su vecina.
—¿Y qué más viste? —Preguntó Miranda en el interrogatorio con la policía.
—Era lejos y había muchos árboles, solo se me hizo extraño que la llevaran
cargada como si fuera una borracha… y la metieron en la camioneta. Pensé que era
algo raro, pero después lo olvidé, hasta que vi el anuncio pegado en la entrada del
edificio.
—El caso pasará a la sección de desaparecidos de la fiscalía, y desde allí se
continuará con la investigación —dijo la oficial que atendía el caso.
Miranda, a un lado, la escuchaba mordiéndose los labios de ira e impotencia.
Todo estaba orquestado, todo formaba parte de la misma mafia represiva
comandada por nada más y nada menos que el gobierno del país. El caso de la
desaparición de su hermana fue archivado y olvidado en los registros de la fiscalía.

126
Le era inevitable no sentirse responsable, si tan solo hubiera acatado las amenazas
desde antes, si se hubiera marchado para Francia no estaría pasando por ese
sentimiento de culpa, y sus padres no estarían sobrellevando esa intranquilidad.
Después de la desaparición de Angelika, tanto su madre como su padre
decidieron mudarse a otro piso a las afueras de la ciudad. Miranda también cambió
de residencia, y contrató un servicio de escolta privado, quien grababa sus pasos
cuando se encontraba en la calle, para, ante cualquier ataque, no solo la ayudará a
defenderse, sino que también quedará registrado en video. Por último, interpuso
una demanda en Amnistía Internacional.

Columna publicada en la BBC de Londres.


14 de enero de 2022.
.
Estamos viviendo un fenómeno de migración que hacía años no se experimentaba en el país,
la población, en especial los jóvenes, quieren salir en búsqueda de mejores oportunidades y
una mejor calidad de vida. Ya hace años que Bielorrusia no es un país receptor de
inmigrantes, sino uno emisor.
¿De qué sirve una sociedad dividida por las ideas de sus gobernantes?, cuando es el
ciudadano de a pie, el que se ve más afectado por toda esta ola de segregación e injusticia. Por
qué no piensan en que detrás de cada persona a quien golpean en alguna manifestación, hay
un individuo con derechos, hay una familia. Si el pueblo pide un cambio, es porque en
realidad lo necesita y el atropello de sus ciudadanos, es una muestra de ello. La sociedad está
cansada de este autoritarismo, que solo nos ha dejado estancados y retrógrados frente a
muchos de nuestros vecinos europeos, e incluso de países asiáticos y latinoamericanos.
Las familias de los treinta y seis desaparecidos de Bielorrusia han salido a las calles a
reclamar justicia con fotografías de sus seres queridos. Muchos de ellos aseguran que las
cartas que recibieron de sus hijos diciendo que se alistaban en el ejército: eran falsas, que no
podían haber sido escritas por ellos y piden al gobierno una explicación al tenerlos
completamente incomunicados. Las familias de los presos políticos también han salido a
marchar exigiendo su inmediata liberación, la comunidad LGTBI, los inmigrantes, las
comunidades de negros y musulmanes también lo han hecho para mostrar que existen, que
hacen parte del país y sus derechos y libertades son tan valiosos como las de los nativos.

127
¿Hasta cuándo este gobierno entenderá que la diversidad engrandece una nación, en lugar
de quitarle valor y “pureza” a la raza...? ¿Hasta cuándo seguirán proliferando esas
tendencias xenófobas y fascistas, que solo sirven para agrietar el país, dejándolo con heridas y
cicatrices en el pueblo, en lugar de avanzar como una nación próspera y libre?

Publicado anónimamente.

Miranda no solo investigaba y publicaba información de la actualidad de su país;


los Servicios de Seguridad Exterior de Rusia (SVR), habían detectado que algunas de
sus transmisiones estaban siendo interceptadas por terceros y publicadas por
diferentes periodistas a lo largo del mundo. Medios de comunicación como la
alemana DW, France 24, o Euronews eran algunos de ellos, y Miranda estaba dentro
del listado de posibles periodistas que recibían información que después filtraban. A
este grupo, el Servicio de Seguridad ruso lo llamaba: алигаторы, que traducía «Los
lagartos». Por esta razón fue «capturada», sin saber que en realidad la habían
confundido con su hermana gemela.
Miranda ya no firmaba ninguno de sus reportajes, los enviaba con la dirección IP
oculta y en el periódico se decía que ya no laboraba más allí. «Ella no se calla», fue el
eslogan con el que la empezaron a catalogar y ser reconocida desde el anonimato no
solo en su país, sino también en el exterior, al ser una vocera del movimiento anti
represivo de Bielorrusia. «Yo tampoco», completaban la frase los simpatizantes del
movimiento conformado, en su mayoría, por jóvenes que informaban al mundo, a
través de las redes sociales, lo que allí pasaba. Europa del Este aprendía de las
corrientes antidictatoriales de Hong Kong, Taiwán, Cuba, Siria o Venezuela. Entre
muchos países más que ven constantemente vulnerados sus derechos y libertades a
causa de la represión del régimen que los comanda.
Esto impulsó a Miranda a tomar acción e ir más allá, si la justicia no iba a hacer
nada para encontrar a su hermana. Ella misma lo haría. Pero para conseguir esa
información debía empezar por un sitio, y sabía a la perfección cuál era…
Así que tomó una identidad como periodista de otro periódico llamada
«Susanne», se puso una peluca, se bronceó más la piel y se maquilló de una forma
diferente. Con ello, solicitó una entrevista como parte de un reportaje para conocer

128
mejor el funcionamiento de la base militar de la ciudad y mostrar su historia en el
artículo. La cita se le concedió una semana más tarde, y acudió a ella con un
micrófono y una cámara escondida en su traje.
Miranda se encontraba decidida a averiguar en donde estaba su hermana y todos
los desaparecidos, aunque para conseguirlo debería meterse en la boca del lobo y
salir ilesa.

Capítulo 28
Carnicería de puntos

09 de enero de 2022.
Campo de concentración N.º 11. Frontera con Rusia.

Hoy es domingo, y siendo las 09:00 h suena el altavoz haciendo la llamada.

Todos al centro del campo, alrededor de las cajas de madera.


Repito, todos alrededor de las cajas de madera.

Es temprano para hacer la prueba, por lo general se organizan más tarde… Me


dirijo con rapidez al centro, y veo que hay dos cajas de madera grandes, se mueven
de lado a lado como si tuvieran a alguien adentro. ¿Qué podrá ser?
—La prueba de hoy es de tenacidad —inicia hablando Viktor—, cada equipo
deberá cazar un animal de los que está adentro de estas cajas. Pero antes necesitarán
ir a buscar las herramientas de caza que están sobre esa mesa —señala hacia el fondo
de la base y continúa hablando—. El equipo que lo haga en el menor tiempo: será el
ganador, ya saben que la puntuación es individual por el desempeño que estaremos
observando. Así que: ¡adelante!
Los militares se ubican en partes altas alrededor del centro de la base, lo cual me
preocupa más… ¿Qué clase de animales serán? Solo espero que no nos intenten
cazar antes ellos a nosotros…

129
De repente, un militar golpea ambas cajas y desde adentro se empiezan a escuchar
unos fuertes chillidos; yo trago saliva y miro a la mesa de las herramientas, está a
cerca de treinta metros de distancia y alcanzo a distinguir algunos cuchillos y
martillos. Esa será mi única defensa si el animal me ataca… ¡Vaya situación tan
acojonante!, estamos todos los internos a unos diez metros de distancia de las
malditas cajas y la ansiedad me está matando; cuando Frank identifica los chillidos:
—¡Son Jabalíes!
Y su grito es como si fuera la señal para liberarlos, los militares abren las cajas y
dejan salir a cuatro grandes jabalíes salvajes muy alterados que empiezan a correr
abalanzándose sobre nosotros.
Las mujeres han sido encerradas en el comedor y están mirando por las ventanas,
los militares observan montados sobre unas plataformas, solo los internos estamos
expuestos a los jabalíes y el campo se convierte en un caos en cuestión de segundos.
Los animales corren con agresividad por todo el lugar, yo me dirijo tan rápido como
puedo a la mesa de las herramientas y esquivo a un jabalí que me pasa justo por el
lado, rozándome uno de sus colmillos en el overol.
Llego muy agitado a la mesa, ya no quedan cuchillos, han tomado los pocos que
había, así que cojo una cuerda y cuando giro mi cabeza de nuevo, escucho un
quejido. Uno de los jabalíes ha mordido la pierna de Jasha, un chico de nuestro
equipo.
—Vamos, ustedes tres por allá, y nosotros por aquí —dice Daniell señalándonos
para intentar acorralar al jabalí. Pero es agresivo, parece que recién lo hubieran
sacado de su hábitat. Nosotros nos empezamos a mover intentando acorralarlo,
Jasha se va hacia un lado y el animal se mueve con rapidez, nos esquiva cada intento
por acercarnos. Gruñe y yo no puedo quitar mi vista de esos colmillos que
sobresalen varios centímetros.
Ahmed, Daniell y Frank lo persiguen para llevarlo hasta una esquina. Allí Frank
se abalanza sobre el animal cayendo encima de él, yo lo veo y parece una escena
sacada de Nat Geo Wild, cruda y feroz. El chico montado sobre el animal apoya con
fuerza sus manos en los colmillos del jabalí para intentar controlar su movimiento.
—ALGUIEN QUE LE SUJETE LAS PATAS —grita exasperado.
Daniell se apresura a tirarse encima para inmovilizar al jabalí que mueve la
cabeza apuntando con sus colmillos a la cara de Frank. Yo empiezo a correr y me tiro

130
al suelo de inmediato para agarrar las patas traseras del jabalí con la cuerda. Me
ensucio todo el cuerpo de barro, ahora el cerdo salvaje: soy yo, aunque logro
paralizar al animal. Ahmed llega apresurado con un cuchillo en su mano, se acerca,
se le ve dudar, es claro que está nervioso.
—¡Hazlo o lo haré yo contigo! —Dice Viktor que se ha bajado de la plataforma y
está justo a un lado.
Yo siento que no puedo ver la escena… El jabalí se mueve, cierro mis ojos por un
momento y escucho un desgarrador chillido…
Siento que el cuchillo me ha atravesado también a mí el alma.
Odio el sufrimiento animal.
Suelto la cuerda y de inmediato me voy hacia un lado, embarrado, todo lo que
sucede me incomoda y me hace sentir sucio. Pero detesto más a los militares por
obligarnos a hacer esto…
Somos los primeros en superar la primera mitad de la prueba, ahora debemos
quitarle la piel, y separar sus partes, sacarle los colmillos, vísceras, y todo lo demás
para finalmente colgarlo bocabajo, tal y como los muestran en las carnicerías. Solo así
completaremos la otra mitad de la prueba. Ionel, Dmitry y otros dos chicos más no
pudieron soportar la situación, se mantuvieron al margen y no tocaron el animal. Yo
me siento igual de asqueado y culpable, pero si no lo hago, no tendré ninguna
oportunidad de salir de aquí en este ciclo. De hecho, es seguro que ninguno de ellos
será escogido para El día cero.
Luego de dejar a los jabalís expuestos y colgados en la mitad del campo, los
militares le toman fotos, después nos hacen llevarlos hasta la cocina. La cena de esta
noche tendrá jabalí asado y el almuerzo del siguiente día: picado con un estofado.
Nikolay casi no hizo nada, sabe que no sumará puntos por lo cual no le es
motivante competir. Se sigue sintiendo mal por no haber superado la última prueba.

En la noche nos reunimos alrededor del viejo televisor, todos estamos incómodos,
molestos por el sacrificio del que tuvimos que ser partícipes… Todo fue repugnante.
—Esto podrá ser un calvario, pero chicos allí afuera en el bosque, continúan las
pruebas, ¿se imaginan cómo estará Yuri ahora mismo? —dice Olga.

131
—Es cierto, no se sabe que es peor, que los militares nos arrojen al bosque solos,
en pleno invierno y sin una ruta clara que seguir… O continuar aquí con esta mierda
de vida—agrega Nikolay.
—Lo de estar en el bosque solo es un acto suicida… Quizás estando acompañado
se puedan aumentar las oportunidades de sobrevivir—digo.
—Es seguro que muchos han muerto, no tenemos forma de comprobarlo, pero es
una cuestión de probabilidad. Nadie de nosotros sabe con certeza en donde estamos
ubicados, ni que más hay alrededor de esta base —habla Angelika.
—Bueno, en dirección al este se encuentra la frontera con Rusia —agrego yo.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo vi en el mapa investigando para los videos y las teorías que publiqué por un
hombre que estuvo aquí a inicios de los noventa, esa fue la información que le envié
a tu hermana.
Recuerdo que Gilled me dijo que la gente no le creía porque no tenía pruebas,
y yo no puedo evitar relacionarlo no solo con la situación que vivimos en esta
porquería de base, sino también con las denuncias de ataques a afrodescendientes
por parte de los abusos policiales. Muchos pensaban que eran casos aislados y no le
daban la importancia que merecía. Sin embargo, resultó ser más común de lo que se
supuso. Luego nació Black Lives Matter reivindicando los derechos de los
afrodescendientes, no solo en Estados Unidos, sino también en todos los rincones del
mundo, incluido aquí, donde se ha replicado el movimiento. Algunos no terminaban
—o terminan—, de entender el mensaje que se busca trasmitir. Y un amigo me lo
dejó muy claro con el siguiente ejemplo:
«Si vas por la calle en la noche y ves a un grupo de hombres negros venir hacia ti
por la misma acera, es probable que te cruces a la otra, o que sientas mucha
desconfianza. Ahora, si sucede lo mismo, pero con un grupo de hombres blancos:
¿sentirías el mismo nivel de desconfianza?, ¿intentarías cambiarte de acera?» —me
preguntó—. «¿Te das cuenta de cómo nos enseñan a ser racistas desde que somos
pequeños? No es culpa tuya, ni mía. Es el sistema, es la manera en que funcionamos
como sociedad la que nos influencia a crear tantos prejuicios que solo nos sirven
para intoxicarnos». Mi amigo había sufrido por el racismo, y yo por la homofobia. Al
final nos unía lo mismo: Éramos juzgados antes de conocernos.

132
—Pero…, ¿tienes certeza de que si es el mismo lugar que investigaste? —
cuestiona Angelika.
—Debe serlo —respondo suspirando—. Todo apunta a que sí, sin embargo, estoy
igual que ustedes: no tengo seguridad absoluta de en dónde nos encontramos… Solo
vemos árboles a nuestro alrededor.
Lo digo, aunque dentro de mí tengo la plena seguridad de que estamos en la
misma base en donde Gilled había sido llevado como parte del programa de
«reeducación» del gobierno soviético. Es muy claro, la infraestructura de este sitio
data de la época, así como la descripción que me había dado aquel hombre, es como
si esta base estuviera detenida en el tiempo, tanto física como ideológicamente…
—Y el hombre que estuvo aquí…, ¿recuerdas cómo logró salir de esta base? —
pregunta Nikolay.
—Sí, aunque no lo tengo tan claro. Me dijo que había caminado por dos días en
dirección al norte hasta llegar a la única colina del lugar, en donde encontró una
granja con lugareños que lo ayudaron a él y a los compañeros con los que iba…
—Pues ojalá que siga existiendo esa puta granja —dice Olga interviniendo.

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Capítulo 29
Código enigmático

16 de enero de 2022
39 días antes de la Guerra de Ucrania
“Siempre sepan que tengo algo bajo la manga”.

Hablamos más sobre el bosque que nos rodea, ahora empiezo a pasar más tiempo
con Angelika que con Olga. Me agrada ella y su forma de pensar, coincidimos en
muchas cosas y compartimos algo: somos críticos con argumentos, y eso, me gusta
de una persona. Hace unos días me hizo una pregunta que muchas veces me resulta
difícil responder; ¿cómo me veo dentro de diez años? Quizás miento más por el
miedo que tengo de ser juzgado, que por el hecho de no tener las ideas claras… Me
encantaría vivir en una casa en Miami, estar en una relación seria, crear mi propio
negocio y tener un hijo. Es por esto último que siempre que me preguntan me siento
un poco incómodo y, al final, termino omitiendo mi más grande deseo en la vida. Y,
¿por qué? La respuesta es muy obvia: si un gay quiere tener hijos biológicos debe
pagar tanto dinero, que es más barato ir y volver al espacio en una nave de Elton
Musk. O al menos eso me parece.
He conocido a varios hombres que piensan igual y la idea se termina volviendo
tan inalcanzable que no pasa de ser un sueño. Y eso es triste. La otra opción sería
adoptar, es más económico y requiere menos trámites. Sin embargo, yo prefiero

134
mantener la esperanza de que algún día será mucho más asequible que las parejas
homosexuales puedan tener hijos de manera biológica. Solo espero no estar soñando
despierto.

Pasa una semana más, Ionel recibió tres latigazos por no obedecer una orden en la
metalúrgica, Nikolay está cada vez más reacio y los militares hicieron que las
internas lavaran todas las sábanas.
Llega el domingo y estoy decidido a hacer la prueba, solo tengo claro algo: y es
que debo salir vivo de aquí.

Todos a la carretera enfrente de la base.


Repito, a la carretera en frente de la base.

Nos dirigimos al gran portón de la entrada, Viktor da la orden de abrirlo y los


militares, desde arriba, cargan sus armas y nos apuntan.
—Señores, la prueba de hoy es algo más… entretenida —dice Mijail, quien está
remplazando al director en esta ocasión—. Queremos hacer pruebas que les
proporcionen un nivel de entrenamiento mayor. Van a escoger diez por cada equipo,
detrás de mí están las piezas de dos antiguos carruajes romanos, deberán armarlos y
ser capaces de llevar en él a cuatro de sus compañeros mientras los otros seis lo
arrastran pasando por diferentes obstáculos. Una vez lleguen al extremo de la
carretera marcado, cambiarán de posiciones y regresarán. El equipo que lo construya
y llegue en el menor tiempo posible, ¡gana!
Mijail levanta sus manos y señala las piezas del carruaje que le corresponde a cada
equipo.
Nos seleccionamos entre nosotros, yo soy el primero que me ofrezco. Los otros
nueve levantan la mano casi enseguida. El equipo Rojo hace lo mismo.
—¿Preparados? ¡Empiecen ya!
Todos nos lanzamos a correr a la carretera buscando llegar a las piezas de los
carruajes lo antes posible.
—Ustedes, tomen esos palos que son para el armazón, luego los unimos con estos
tornillos —dice Ahmed asumiendo el liderato, que por lo general asume Daniell.
Nadie dice nada y empezamos a armarlo. Yo supongo que él sabe por qué lo dice.

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Empiezo a atornillar las partes y, de una vez, me doy cuenta de que estas no
cuadran con la imagen de lo que debería ser un carruaje romano...
—Deben ser esa parte la que va aquí en el frente —digo yo señalando lo que
parece ser una defensa.
—¡No! Esos son los de los laterales, y estos son los del frente. —replica Ahmed
tajante.
—No lo deben ser porque no cuadran en el tamaño, estos que yo tengo son más
grandes, seguro que van en los laterales. Y ese trozo tiene que estar ubicado es en el
frente del carruaje —agrego.
—Yo también creo que es así —dicen Daniell y Dmitry.
Ahmed queda incómodo, puedo ver la molestia en sus ojos, siente que lo estoy
desautorizando, sin embargo, la prueba no es individual, es de equipo y, debemos
trabajar así.
Empiezo a tomar el liderato de la prueba ante la mirada incómoda de Ahmed.
Nos movemos, trabajamos rápido y bien para conseguir armarlo, aunque me estoy
dando cuenta de que esto no es suficiente… porque ante nuestra mirada, el otro
equipo empieza a avanzar por los obstáculos compuestos por bloques de madera de
unos dos metros de ancho y un metro ochenta de altura.
—¡VAMOS!, NO HAY QUE DESANIMARNOS —digo.
Ajustamos la última rueda, tomamos con las manos las cuerdas, los palos de
agarre y empezamos a correr jalando el carruaje como unos caballos, nos movemos
rápido, estoy codo a codo con mis compañeros, unidos como una sola fuerza en esto.
Cuando, de repente, suena un estruendo.
Todos miramos de inmediato, el otro equipo se acaba de estrellar con uno de los
obstáculos y, como si se tratara de un efecto dominó hecho con personas, los chicos
se caen al suelo y una de las ruedas se sale.
—¡Deben cambiarla! —dice Mijail.
El error del equipo Rojo nos acaba de dar una nueva oportunidad. Con rapidez,
seguimos corriendo. La carretera está llena de los bloques de madera que debemos
esquivar, nos movemos coordinados y con mucho esfuerzo, y en cuestión de pocos
segundos, alcanzamos al equipo Rojo. Pero tan rápido como lo hacemos, ellos
terminan de ajustar la rueda zafada y empiezan a avanzar a toda marcha. Ahora
estamos muy parejos corriendo en zigzag por entre los obstáculos. La carrera es

136
intensa y muy reñida, tengo a Ahmed a mi lado jalando, hombro a hombro, los dos
corriendo con todo lo que nuestras piernas pueden.
Los que están montados en el carruaje nos dan ánimo y advierten de los
obstáculos. Llegamos al final de la ruta marcada, y las posiciones se invierten, los
que jalábamos pasamos a sentarnos en el carruaje y viceversa. Dmitry se resbala en
la mezcla de nieve y tierra, se golpea en su hombro, pero se reincorpora con rapidez;
ahora él junto a Frank, Ionel y otros tres chicos más jalan del carruaje, corren rápido,
aun así, no es suficiente para igualar al otro equipo que, durante el cambio de
posiciones nos ha tomado ventaja y salieron unos segundos antes.
—¡VAMOS CON FUERZA, AÚN PODEMOS GANAR! —digo en medio de la
euforia. Ahmed, al escucharme, se anima también a gritar...
Al frente los militares nos observan, Mijail está justo en la mitad de la línea de
meta. Los dos carruajes corren con intensidad esquivando los bloques de madera,
nos aproximamos a la meta bajo un ambiente de competitividad intenso. Nuestro
equipo ha recortado ventaja al otro y está a punto de igualarlo.
—Los vamos a alcanzar, sigan así, ¡sigan así! —digo.
Estamos a cerca de diez metros de la meta, nuestro carruaje iguala al equipo rojo y
pasamos la línea al mismo tiempo. Fue una final cargada de adrenalina. Mijail hace
un gesto de aprobación con su rostro, parece que a los militares les ha gustado la
carrera.
Yo me tiro al suelo del cansancio, y al mirar al cielo nublado me siento más que
nunca como un conejillo de indias… todos somos sus monos de circo y entre mejor
sea el espectáculo, mayores oportunidades tendremos de salir de aquí.

Nos acostamos a dormir, todos estamos molidos y al siguiente día yo amanezco


incluso peor, me duelen todos los músculos del cuerpo. Suena la sirena y hacemos la
rutina de las mañanas: ir al baño, desayunar y entrar a la metalúrgica a trabajar
como penitenciarios hasta que acabe el día. Somos un híbrido entre un preso y un
esclavo que durante los fines de semana se convierte en un payaso que se ubica
enfrente del público para que este se divierta. Solo que, en nuestro caso, en
cualquiera de los shows podemos llegar a morir.
En la noche nos llaman a todos a la sala de reuniones. Al llegar, está Nikita
sentado, nos observa y pregunta:

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—¿Quiénes de ustedes han escrito cartas para sus familiares?
¡Las cartas!, me acuerdo de inmediato como un pensamiento vago… Lo tenía
olvidado. Varios levantan la mano, unos veinte internos, entre ellos Nikolay,
Ahmed, Daniell y Luka; este último celebra moviendo sus manos, se le ve muy feliz.
—Bien, les voy a pasar unas hojas para que escriban una nueva carta a sus
familiares, me la entregan a mí, a nadie más; ya saben cómo es el proceso, nada de
trucos ni jugarretas. El resto —dice mirando a donde yo estoy—, se pueden ir.
Yo no había hecho ninguna carta cuando llegué, seguro porque decirle a mi
familia que me había enlistado en el Ejército cuando estaba saliendo del país, no
sería muy creíble...
Al recordar a mis padres siento una tristeza infinita, la incertidumbre que deben
sentir por no saber en dónde estoy o si aún sigo con vida. ¿Qué creerían que me
pasó?, ¿me reportarían cómo desaparecido?, ¿la aerolínea les dijo si abordé o no ese
avión? Y ¡las grabaciones en el aeropuerto!, ¿se las darían?, quizás solo con un juicio,
el gobierno no colaborará mucho para investigar las desapariciones y mi caso no será
la excepción… Seguro que fue archivado al igual que los demás.
En las noches puedo sentir el sufrimiento de mi familia por mí, como si su
zozobra se teletransportara en una conexión directa y me llegara hasta aquí en la
figura de un fuerte e ineludible presentimiento. Los puedo imaginar y sé que se
sienten tan mal como yo, porque la última vez que nos vimos habíamos discutido.
De solo recordarlo, las lágrimas me brotan de los ojos de forma inmediata. Ahora me
embarga el espejismo de verme regresar a casa y abrazarlos de nuevo, fantaseo con
ello mientras observo al cielo perdiéndome en las estrellas.
Nikolay sale del salón de reuniones interrumpiendo mis pensamientos, lo miro y
sé que en sus ojos esconde algo…, es una mezcla de emociones que parecen estallar a
través de sus pupilas.
—¿Qué te pasó?
—Ven para acá —me dice moviéndose a un lado más solitario—. He enviado un
mensaje en código a mi padre.
—¿¡En la carta!? Y, ¿cómo lo has hecho?
—Oculto entre las letras diagonales y marcándolo con los signos de puntuación.
Él sabe que escribo con pocas comas y puntos, y al verlo, sospechará que hay algo
raro en ella y deseará revisarla.

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—Me parece muy ingenioso, Nikolay ¿Y qué escribiste en el mensaje?
—Ayuda, estoy en una base en la frontera con Rusia.

Capítulo 30
Alguien sigue vigilando

—(…) Ha estado pretendiendo asumir un liderazgo sin mucho éxito, señor.


—¿Se ha creído las historias de tu familia?, ¿lo has despistado?
—Sí, está convencido de todo lo que le dicen, tanto yo como los demás.
—¿Y continúa sin darte ninguna señal de querer abrir la boca?
—Nada, el miedo a este lugar es más grande que su impulso por pretender seguir
de informante barato.
—Muy bien, te daré la recompensa. Como siempre, espera al final del mes, debo
ser discreto para no levantar sospechas entre los internos.

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Capítulo 31
El golpe final

23 de enero de 2022.

El mensaje en código que está enviando Nikolay es inteligente y audaz. Me


sorprende, aunque no debería ser así. Él es muy listo, solo que por momentos parece
que lo olvido. Esta semana he estado con él en moldeado, debemos enderezar y
perfeccionar unas barras de acero que están a más de 700 grados y brillan en un rojo
intenso. Afuera, el frío se ha incrementado, avanza el invierno y las caídas de nieve
son cada vez más frecuentes. El suelo de la base amanece muchas veces cubierto por
una capa de nieve poco profunda, que en cuestión de minutos se combinaba con el
barro que nuestras pisadas traen de otros sectores.
Ahora solo queda la última prueba de este ciclo. Debo participar en esta, y dar
todo de mí si aspiro a tener chances de ser seleccionado en El día cero. Son las 14:00
h estamos en nuestros dormitorios resguardados y descansando, cuando nos llaman
por el altavoz.
Todos al centro del campo.
Repito, todos al centro del campo.

Salgo y el aire es tan frío que siento que me deja congelado los pulmones y el
alma.
Viktor está vestido con un abrigo que le baja hasta las rodillas y tiene un gorro de
piel de mapache; no se me haría extraño que él mismo lo hubiera matado y ahora lo
esté usando para cubrir su asquerosa cabeza.

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—Señores, cerraremos el ciclo haciendo una de las pruebas que más nos gustan a
todos aquí, e incluiremos dos variables esta vez con el fin de hacerlo... más
interesante y entretenido para todos.
Entre nosotros nos miramos, incluidas las chicas que están a nuestro lado para ver
la prueba.
—Será de nuevo un ring de boxeo —continúa—, con la diferencia de que ya no
lucharán entre ustedes: lo harán contra nosotros.
Siento que una inyección de coraje y fuerza me sube por todo el cuerpo al pensar
en lo que pueda suceder con estos canallas... —¿En serio? —pienso en voz alta.
—Así es —responde mirándome.
Todos mis compañeros entran en revuelo. Los militares parecen contentos con la
noticia, en sus caras se ve que se sienten ganadores —premeditadamente—, es claro
que están en ventaja: mientras nosotros comemos como mendigos y trabajamos
como esclavos, ellos se alimentan como reyes y no tienen que preocuparse por cargar
barras de hierro o hacer pruebas suicidas cada domingo.
—Nosotros escogeremos quien peleará contra quien. Se empezará por el equipo
Azul —dice Viktor y todos quedamos expectantes—, Ionel, tú vas contra Lev.
Este último se empezó a reír una vez lo escuchó. Ionel es uno de los chicos más
endebles del equipo y que lo escojan a él para empezar, solo es una muestra de lo
cobardes que son.
Los dos pasan al centro del ring rodeado de cuerdas, cada uno se quita la camisa y
se ponen los guantes de boxeo. A un lado estamos todos los internos, al otro, los
militares y en el fondo, las mujeres.
—¿Preparados? ¡Empiecen!, y suena la campana.
Ionel inicia esquivando los puñetazos que el militar le lanza, el chico se mueve
con agilidad, pero a pesar de ello, esto no evita que Lev le pegue el primer golpe en
las costillas, dejándolo sin aire sobre la marcha. Ionel lleva sus manos al área donde
ha recibido el golpe y, en ese instante, el militar aprovecha para darle un puño en su
mejilla izquierda, enviándolo al suelo de inmediato. Lev se empieza a reír en una
muestra de prepotencia y superioridad que me intoxican.
—LEVÁNTATE, SIGUE PELEANDO —le dice.
—¡Vamos, golpéalo donde sabes que lo debilitarás! —le digo acercándome a Ionel.
No sé si me llega a escuchar. Tengo rabia, ¡mucha rabia!, de ver como estos

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miserables no buscan enfrentarse con alguien que esté en igualdad de condiciones
que ellos, un tipo con un peso y estaturas similares para que el combate sea más
justo. ¿Pero qué más se puede esperar de estos cabrones?
Ionel se levanta adolorido, está decidido a luchar, si pierde, lo hará no sin antes
dar la pelea. Todos pensamos igual. El militar se abalanza sobre él casi de inmediato,
Ionel se mueve esquivándolo en el último segundo, luego se da la vuelta, levanta la
pierna y le da a su rival un golpe directo en los testículos, dejándolo sin aliento.
—¡Pégale en la cara! —le grito. Pero antes de terminar la frase, veo que el militar
se ha abalanzado sobre él y le da un golpe en la mejilla que lo tumba al suelo. De
nuevo.
Empezamos a protestar, la clara desventaja nos enfurece, hay mucho odio y
resentimiento acumulado de nuestra parte, y es tan fuerte que puede incluso superar
la desventaja física que pueda existir. Todos nos sentimos identificados con este
chico y algunos ansiosos por pasar al ring... como yo.
Los dos asaltos los gana Lev.
Termina la pelea y Viktor toma la palabra.
—1–0 a favor de los militares. Ahora del equipo rojo: Luka contra Nikita —dice.
Aunque él sea del otro equipo, igualmente lo apoyamos, ya la competencia no es
entre nosotros, es contra el verdadero enemigo. Y eso nos une como un solo equipo,
lo que en realidad somos.
La lucha es intensa y muy pareja, pero al final, después de trampas y jugadas
sucias, da como ganador al militar, nada sorprendente. Ahora es el turno de nuestro
equipo.
—2-0 a favor de los militares. Sigue por el Azul: Alex, contra Mijail —dice.
Al escuchar mi nombre un frío intenso me baja por todo el cuerpo, estoy que
reviento de ganas por luchar. Nikolay me toca la espalda en señal de ánimo, yo
respiro con profundidad, doy dos pasos hacia el frente y quedo ubicado en el centro
del ring. Me quito la camisa y me mentalizo en que ¡voy a darlo todo! A mi alrededor
los militares me miran, mido 1.82 y peso cerca de 80 kg, Mijail debe tener unas
medidas similares, pero es mínimo diez años más viejo que yo.
Froto mis manos con fuerza para darme ánimo. Todos están agitados y enérgicos,
con ganas de ver un buen espectáculo. Mijail me observa con una frialdad
penetrante que amedrentaría con facilidad. Yo lo miro sin desviarle la mirada y en

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mis ojos le demuestro que no le tengo miedo, así es como lo hacen los boxeadores
profesionales.
Nos ponemos los guantes y los chocamos. Viktor levanta la mano y luego hace la
señal con la campana.
— ¡EMPIECEN!
Mijail a un lado calcula su primer golpe, no se abalanza sobre mí de una vez, sino
que está esperando el momento indicado. Yo también lo hago. Mira a un lado y de
repente, me lanza el primer puñetazo, parece una hiena salvaje, yo me cubro con mis
brazos de inmediato y lo esquivo, pero con la otra mano él me golpea en toda la cien.
Fue un movimiento falso para distraerme y me hizo girar al lado donde él quería
que me moviera.
Con rapidez levanto mi cabeza y lanzo mis dos puños a su estómago, él alcanza a
poner sus brazos para protegerse, pero es empujado hacia atrás por el impulso de mi
golpe. Con agilidad me lanza otro puñetazo de nuevo a la cien, esta vez lo esquivo
balanceando mi cuerpo para atrás; su mano pasa delante de mí como en cámara
lenta y sin apenas pensarlo, se la tomo para traerlo hacia mí y con la otra mano le
doy un puñetazo en toda la nariz, con tanta fuerza como nunca lo he hecho. El golpe
me sabe a la gloria más infinita que sentido en mi vida.
Mijail cae el suelo casi de inmediato y ¡yo tengo ganas de reventar a este cabrón!
El boxeo se me da bien, eso lo había comprobado en el anterior ciclo y ahora lo estoy
demostrando. Mis compañeros están efusivos y los ánimos en un punto muy alto al
ver al militar en el suelo entre la nieve y el barro.
—¡Dale con fuerza! —me grita Nikolay.
—¡No dejes que se levante! —agrega Daniell.
Yo los miro por un segundo, sin percatarme que, en ese instante, Mijail aprovecha
para lanzarme una patada desde el suelo que me abalanza en dirección a los
militares. Allí, dos de ellos me toman de los brazos, tan rápido que apenas tengo
tiempo de reaccionar, Mijail se levanta y empieza a darme golpes en el estómago
mientras los otros dos me sostienen. ¡Tramposos hijos de puta! Los golpes me están
dejando sin aliento y la rabia me consume la sangre; levanto mi pierna y con todas
las fuerzas que me quedan le pego un golpe en los testículos.
Él se lleva las manos a la zona, aún me sostienen los brazos los militares,

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—SUÉLTENLO, ¡No es justo! —gritan mis compañeros en una protesta que solo
parece incrementarse.
El militar toma aire después de haberse quedado sin aliento, casi de inmediato y
sin haberme soltado, se abalanza sobre mí y me da un puñetazo.
—¡Maricón! —me grita.
Siento el sabor salado de la sangre entre mis dientes, mezclado con la ira y el
resentimiento que bajan por mi boca. Estoy desvalido con mis brazos sujetados,
cuando, de repente, veo por un costado y sin dar crédito a mis ojos, que Luka se
abalanza encima de Mijail, lo toma con sus brazos y lo lleva hacia atrás de un tirón.
Nikolay y Daniell también se meten en este instante, atacando a los dos militares que
me sostienen los brazos. Yo caigo al suelo entre el impacto y la algarabía del
momento.
Cuando subo la vista, el improvisado ring se ha convertido en un campo de
batalla a cielo abierto: hay puños, patadas, gritos y toda clase de golpes por donde se
mire. Hasta algunas mujeres están golpeando a los militares. Me levanto del suelo
con rapidez para buscar a Mijail, entre el movimiento lo he perdido de vista, pero
quiero terminar con lo que empezamos ya sin que nadie me sujete los brazos.
Mientras observo al frente, siento que alguien me ataca por la espalda y con su brazo
me agarra el cuello, haciéndome una llave y aprisionándome contra él. Es Mijail que
me está sujetando tan fuerte que siento perder el aliento. Esto me llena de más furia,
mis orejas hierven y mis dientes chirrían entre ellos. ¡No voy a perder! Me digo casi
gritándomelo, aprieto mi puño con fuerza y con toda la energía que me queda, lanzo
mi codo hacia atrás dándole justo en las costillas. Puedo sentir sus huesos chocar
contra mi codo, y con el mismo rebote, llevo mi mano a su cara y lo golpeo directo en
la nariz. Esto hace que la presión sobre mi cuello baje. Pero aún no me suelta el
malnacido. Así que rápidamente tomo su brazo con mis dos manos y balanceo mi
cuerpo hacia adelante para arrastrar con mi fuerza el suyo. Surte efecto y Mijail cae
al barro mezclado con nieve. Lo miro tirado, sometido y solo puedo sentir aún más
odio hacia él.
Se me vienen muchas cosas a la mente en este instante, ¡quiero matarlo aquí
mismo! Son tantos pensamientos a la vez, que me abalanzo sobre él con mis manos
empuñadas y llenas de furia, y le doy tantos golpes como puedo.
—¿¡POR QUÉ!? ¿¡POR QUÉ NOS HACEN ESTO!?

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Grito en una descarga que sale como una avalancha consumida por la presión de
estar aguantando tanto, que siento reventarme por dentro. Es una catarsis
exorcizadora de todo el resentimiento y el odio acumulados. Él me mira en el suelo, y
sin que pueda reaccionar, le doy otro golpe tan fuerte como los anteriores.
Y, de repente, suena un tiro ensordecedor.

Capítulo 32
Sangre sobre la nieve

Viktor había disparado para controlar la situación, Alex se levantó trastornado y aún
enfurecido. Todos los internos quedaron en shock al pensar que alguien había
recibido la bala; el campo quedó en silencio después de semejante algarabía, y fue lo
único que logró separar a los dos bandos. A Nikolay le estaba sangrando una ceja,
Dmitry tenía morado un ojo, y otros dos chicos más también estaban bastante
adoloridos. Alex sentía haber pasado por una descarga de adrenalina que disminuía
el dolor de los golpes que había recibido.
El director guardó el arma en su cinturón y en un acto completamente inesperado
e irónico: empezó a aplaudir.
Todos quedaron pasmados, incluso los militares.
Los chicos se miraron entre ellos sin saber qué hacer o esperar... Algunos
pensaban que les iba a disparar una vez terminara de aplaudir... Hay pocos
momentos en la vida donde el nivel de euforia y excitación pueden ser tan altos, que
no importa morir por defender quien se es y en lo que se cree: y ese era uno de ellos.
Ante tal situación, los internos se miraron entre sí y en un acto espontáneo
cargado de emoción; se tomaron de las manos, las mujeres también lo hicieron, y
pronto se conformó una barrera humana, quedando enfrente de los militares en

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medio de la base entre la nieve con algunas manchas de sangre que la pintaron de
rojo.
El director los miró y dejó de aplaudir.
—Hoy han demostrado que el entrenamiento aquí sí les ha servido, que se han
formado como hombres valientes y aguerridos, más allá de cualquier cosa... —Sus
cejas se arquearon en este momento—. El haber salido a enfrentarse por ayudar a un
compañero, ¡fue un acto honroso!, que demanda coraje y decisión. Y eso, señores;
habla mucho del carácter de una persona.
Al terminar de decirlo, se dio media vuelta, y se marchó dirigiéndose hasta su
oficina. Detrás de él se fueron Mijail, Nikita y unos militares más, en lo que parecía
ser un reclamo hacia el director.
Todos los internos quedaron perplejos, confundidos, no sabían cómo interpretar
las palabras que habían oído. ¿Eran reales o estaba siendo sarcástico?
—No entiendo lo que dijo. No sé si celebramos o nos lamentamos de lo que ha
acabado de pasar —dijo Ionel.
—Pensé que iba a hacer otra cosa... No lo sé, que iba a sacar el arma y fusilarnos a
todos aquí mismo —replicó Olga. La mayoría pensaba lo mismo.
—¿Cómo podemos interpretar lo que Viktor acabó de hablar?... es decir, ¿es real o
puro sarcasmo? —pregunta Luka, al ser el primero en haberse metido en la pelea.
—Yo pienso que nos estaba felicitando, que fue real y no con un doble sentido —
dice Alex.
—¿Felicitando? —habla Ahmed.
—Así es, piensen, si nos quisiera castigar por lo que hicimos, lo habría hecho en el
momento...
—No creo, Alex. Para ellos es más entretenido que paguemos por esto lenta y
dolorosamente, como acostumbran a hacerlo estos miserables.
—Yo no opino lo mismo. Fue su actitud y la forma en la que habló y nos miró, lo
que me hace deducir que sí fue así, ¡que no estaba siendo sarcástico! Solo que el resto
de los militares no piensan igual, es cuestión solo del director —agregó.
—¡Claro que estaba siendo sarcástico! —responde Ahmed, moviendo sus brazos,
como tratando de darle fuerza a su argumento—. Que golpeemos a los militares y
después nos feliciten por eso, es de tontos, hay que ser muy ingenuo para creérselo
—dijo.

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—Pero... Si no hablaba en serio, ¿por qué los militares se fueron detrás de él, como
si estuvieran en desacuerdo con lo que acababa de hacer...?
—Tiene sentido lo que Alex dice. Dudo mucho que sea solo sarcasmo... Sería
distinto la manera en que lo hubiera hablado —agrega Angelika.
—Esto fue inesperado y nos dejó confundidos…, pero solo se pueden hacer dos
interpretaciones, chicos —habla Luka—. Esperemos sea la que menos nos perjudique
a todos, ¿no creen?
La atmósfera de escepticismo reinaba en el campo, los que habían luchado se
dirigieron a las duchas, y luego al dormitorio. Alex no paraba de hacerse teorías y
conclusiones sobre lo que había ocurrido. «¿Y si el director en realidad estaba siendo
irónico?» se cuestionaba.
Nadie sabía, con certeza, lo que pasaba por la mente de Viktor y en realidad qué
buscaba con ese discurso; era como si la temática de las pruebas fuera a dar un giro y
sus palabras lo anunciaran. Ya que, en ese ciclo, nadie había muerto…

Al siguiente día todos estaban expectantes al llegar a la planta. Después de que


prácticamente boicotearan la prueba, algunos chicos incluso estaban convencidos de
que ese día los fusilarían a todos en la mitad del campo. Alex por su parte era un
poco más optimista.
Abrieron las puertas de la metalúrgica y apareció Mijail con un trozo de
esparadrapo en el tabique. Al verlo, el momento se plagó de tensión. Él mantuvo su
mirada sobre Alex, mientras entró por la planta. Era como si reclamara su orgullo y
le anunciara que se desquitaría, se había creado un resentimiento que deseaba
encontrar la manera de liberarlo...
Se acercaba El día cero y a la hora de la comida Alex se acercó a Olga para
preguntarle algo que tenían pendiente al respecto.
—¿Has logrado averiguar información sobre la droga que usa el otro equipo?
—Estoy en ello, solo te puedo asegurar algo: «la droga» no viene de ningún
militar… está aquí mismo, entre nosotros.

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Capítulo 33
La infiltrada

Base militar central. Minsk, Bielorrusia.


24 de enero de 2022
31 días antes de la Guerra de Ucrania.

Miranda se había convertido en una vocera anónima de las libertades del país, una
denunciante del régimen, y estaba a punto de realizar la tarea más riesgosa que,
hasta ahora, había hecho en su carrera como periodista. Estaba decidida a desvelar lo
que escondía el Ejército en la base central de la ciudad. Después de camuflarse
cambiando su apariencia física y llevar una identificación falsa como periodista de
otro medio llamada «Susanne»; Miranda acudió a realizar el reportaje acordado que
tenía como fin «promover y mostrar la buena imagen de las fuerzas armadas».
Ya en su coche, justo antes de ingresar, se miró al espejo: parecía que estaba frente
a otra mujer, se instaló una pequeña cámara con micrófono en forma de botón en su
chaqueta. Y entró a la base.
El general Vladimir era el encargado de comunicaciones y la persona que
atendería la visita de «Susanne». Se saludaron y siguieron a la oficina de él.

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—Sabemos que el ejército ha dado una ayuda importante controlando a los
rebeldes en las manifestaciones de los últimos meses. Por ello quería que me contara
sobre las armas no letales que emplean para estas intervenciones —Inició ella
preguntando.
—Así es, usamos diferentes métodos, entre esos las balas de pintura, gases
lacrimosos y armas acústicas. Ninguna de ellas causa un real daño a la población,
como algunas personas señalan, solo ayudan a dispersarlas —indicó.
Miranda a un lado, sabía que esta información era falsa. Había videos circulando
en Internet donde se veía a los militares empleando la fuerza bruta, atropellos con
camionetas y tanques de guerra e incluso el uso de armas de fuego en contra de los
manifestantes.
—¿Qué tiene que decir con respecto a las acusaciones que han hecho de utilizar
armas letales en contra de la población? —preguntó metiéndose en el papel de una
actriz.
—Que el ejército está para apoyar a la policía cuando los vándalos pretenden
tomarse las ciudades y saquear, delinquir y destruir los bienes públicos. Permítame
dejar esto claro: nuestros soldados no disparan a la población, la controlan. A
quienes pretenden alterar el orden social se les da su respectiva captura y se dejan en
manos de la justicia.
—Usted ha mencionado que los manifestantes «saquean y destruyen bienes
públicos»; quiere decir que, ¿hay vándalos infiltrados en las protestas, general? —
preguntó atenta a su respuesta.
—Así es, las protestas no siempre son pacíficas, muchas terminan en desmanes y
saqueos orquestados por infiltrados prooccidente y sus corrientes ideológicas que
pretenden desestabilizar la política del país —dijo mostrando una fuerte convicción
en sus palabras.
—¿Qué piensa de los homosexuales, inmigrantes y opositores que salen a
manifestarse en las calles pidiendo que se les respeten sus derechos, general?
—A los primeros, que deben adaptarse a vivir en una sociedad con moral y
valores; que no somos nosotros los que debemos ser como ellos. A los inmigrantes,
que se sepan acoplar a nuestra cultura y la respeten si quieren vivir aquí. Y a los
opositores, que aporten más y critiquen menos. —Su respuesta fue tajante y directa.

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Miranda, a un lado, no tenía otra opción que fingir una aparente aprobación a sus
palabras. Se mordió la lengua de ira y habló.
—¿Hay homosexuales dentro del ejército?
—No, la ley lo prohíbe. Los comportamientos de ese tipo no son aceptados dentro
de las filas militares. Y para quienes quieran cambiar, reformándose, el ejército hace
un acompañamiento y brinda el apoyo necesario.
—Entonces…, ¿sería algo similar a la ley «Don't ask, don't tell» que rigió en
Estados Unidos y que prohibía a los homosexuales servir al ejército? —agregó ella
expectante.
—Es parecida…, pero la nuestra fue diseñada con un factor diferencial muy
importante. Nosotros le brindamos reeducación para quienes desean cambiar. No
solo lo prohibimos. Lo cual es una diferencia y una mejora con la ley que existía en
América.
—Me parece muy interesante eso que menciona, general. ¿En qué consiste esa
«reeducación» exactamente?
Vladimir se empezó a ver incómodo con las reiteradas preguntas de Miranda.
—Los participantes lo manifiestan por voluntad propia —respondió tomando un
sorbo de café—, luego se inicia con ellos un entrenamiento establecido para corregir
esas conductas, y puedan así servir a su país como debe ser. Nada del otro mundo —
dijo con fría naturalidad. Miranda apenas daba crédito a lo que escuchaba, y lo que
ella misma decía.
—¿Y los asignan en alguna base especial para contribuir con su reeducación?
El general la miró con detenimiento. Ella, a un lado, sentía estar en un juego del
gato y el ratón. Sabía que él estaba mintiendo, aun así, debía seguir manteniéndose
cautelosa con sus preguntas. Pero estaba siendo tan difícil como pensó.
—Es una labor que no todos los organismos hacen. Y es bueno que personas como
usted lo valoren —dijo Vladimir—. Los voluntarios son direccionados a nuestras
bases militares según la capacidad que se tenga.
—Entiendo, ¿y cuántas bases militares tienen en el territorio, general?
—Tenemos diez en todo el país.
—¿Hay alguna base inactiva...?
—No, todas están operando.

150
Miranda tomó aliento para su siguiente pregunta. Estaba algo nerviosa, pero hacía
todo lo posible por no demostrarlo.
—¿Qué podría decir de las acusaciones sobre que algunos desaparecidos están
siendo llevados a una base militar especial?
Vladimir la miró con atención antes de responder la pregunta. —Son acusaciones
falsas, conspiraciones, nada más que eso. Es lo que le podría decir.
—¿Solo conspiraciones, general…?
—Eso mismo, usted como periodista sabe que toda información publicada tiene
que ser corroborada antes y, mientras no se demuestre algo, así es como se le debe
llamar: conspiraciones y acusaciones falsas.
Al escucharlo supo que había sido suficiente, si preguntaba algo más relacionado
con el tema, quedaría en evidencia.
—¿Puedo hacer un recorrido por la base? —preguntó resignada.
—Sí, la acompaño —respondió Vladimir. Se levantaron y juntos empezaron a
recorrer algunos sectores. Por su mente pasó ofrecerle dinero al general, pero de
inmediato lo descartó, sabía que él no lo aceptaría, no de manera tan directa. La
ansiedad de Miranda era tal, que en su baraja de opciones estaba contemplando
todo…
En la base vio salones, campos de prueba, zonas de entrenamiento y oficinas.
Nada que saliera de lo normal. Al llegar a la zona administrativa terminó su
acompañamiento y se empezó a despedir del general.
—¿Cuándo saldrá el reportaje? —preguntó.
—La otra semana —dijo vacilando un poco.
—De acuerdo, por favor, envíame una copia antes al correo. Para revisarlo.
—Claro, lo haré, puede estar tranquilo —respondió ella con una afirmación tan
falsa como su cabello. Se dio media vuelta buscando la salida y caminó invadida por
un sentimiento de fracaso, no tenía información relevante que aportara a las
investigaciones. Había entrado a la boca del lobo, y aunque no había sido mordida,
tampoco consiguió nada importante. Miranda continuó y unos metros más adelante
vio un rostro que se le hizo muy familiar.
—¿Jelena?
—Mmm, sí, soy yo... —respondió una mujer de traje militar y típico peinado con
el cabello recogido hacia atrás— ¿Nos conocemos?

151
—Soy Miranda, del instituto femenino.
—¿Miranda...? ¡Pero… pero, como has cambiado...! Te ves... Diferente.
Por un momento había olvidado que llevaba peluca y un maquillaje que la hacía
lucir más latina, y al ver la reacción de su antigua compañera fue que se percató. De
inmediato miró a los costados y hacia atrás para asegurarse de que el general no la
estuviera observando; al confirmar que este ya se había ido, miró de nuevo a la
mujer.
—Sí —sonrió forzadamente—, todos cambiamos, ¿verdad? No sabía que
trabajabas aquí —dijo desviando el tema.
—Así es, llevo ya más de diez años trabajando en el Ejército y hace poco estoy en
el área administrativa, antes era suboficial.
—Qué interesante, imagino que no ha sido fácil en este mundo de hombres —
agregó ella.
—Nada fácil —confirmó con su cabeza—. Y tú, ¿cómo has estado?, ¿qué te trae
por aquí?
Miranda sabía que no podía contarle toda la verdad, no era el momento ni el
lugar adecuado; hacía años que no la veía como para ahora revelarle las verdaderas
intenciones que la habían llevado hasta allí.
—Trabajo como periodista, estaba haciendo un reportaje —Jelena levantó sus cejas
en expresión de sorpresa—. Ahora... iba justo de salida, estoy retrasada. Pero…
¿Podría apuntar tu número y quedamos para un café? También tengo el contacto de
Katia —dijo esperando obtener una respuesta positiva.
—¡Katia! Claro que sí, podemos organizar algo y nos vemos este fin de semana las
tres.
Las viejas amigas se despidieron, Miranda salió con una nueva e inesperada idea
en su plan... Jelena y ella habían sido buenas amigas en el instituto, pero con el paso
de los años se habían distanciado. Y al reencontrarse vio en ella una oportunidad
perfecta; ¿quién mejor para revelar información del ejército que alguien que labora
dentro? No llamaría a Katia, era una excusa para que no fuera tan personal la
invitación.
Salió de la base, fue hasta el aparcamiento donde había dejado su auto, allí
adentro se quitó la peluca, se desmaquilló y cambió su ropa. No estaba satisfecha

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con la información que había obtenido en el reportaje. Pero sí con la que podría
llegar a obtener de su vieja amiga.

Cuarta Parte

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Infiltración transcrita del Servicio de Inteligencia Exterior ruso (SVR)
26 de enero de 2022, 15:05 h.

29 días antes de la Guerra de Ucrania.

Las intenciones que el presidente ucraniano ha venido mostrando en los últimos


meses, orquestadas por el gobierno de Estados Unidos y sus aliados, son una clara
provocación que busca implantar su hegemonía en la región. Estos últimos actos nos
están llevando a tomar medidas que defiendan nuestra seguridad y la de los
habitantes del noreste de Ucrania (…)

—Fin de la intercepción—.

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Recibido por Miranda Belova.

Capítulo 34
El momento esperado

29 de enero de 2022.
Final del ciclo.

El siguiente sábado llega, al fin, y con él: El día cero, donde sabremos quiénes son los
ganadores que pasarán a realizar la última prueba. Todos estamos ansiosos, en el
campo reina un sentimiento de incertidumbre por saber cómo serán los resultados
luego de la última prueba de boxeo.

Todos al salón principal.


Repito, todos al salón principal.

Al escuchar la voz, me levanto y camino hacia allí. Estoy aproximándome a la


puerta del salón y aprovecho para hacer un recuento de mi rendimiento en las
pruebas de este ciclo: La del pozo, aunque no participé en ella, terminé ingresando al

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agua helada para sacar a Ionel. La del jabalí, había sido de los pocos que actuó para
tomar el animal, aunque no lo había matado, lo hizo Ahmed. En cuanto a la prueba
del carruaje, estoy seguro de que fue la mejor para mí. Y, por último, la de boxeo, si
le quitara la revuelta del final, podía decir que también fue buena... Pero nada está
escrito. Daniell es muy bueno, —me lo recuerdo casi de inmediato cuando siento que
he tenido un buen rendimiento—. Ahmed también tiene chances, y quizás unos dos
más... Estoy entrando al salón, cuando de repente, oigo que alguien me llama desde
atrás. Me giro y veo a Olga aproximándose a mí con rapidez. Se me acerca al oído y
me habla con voz agitada.
—Ya sé qué están tomando los chicos del otro equipo.
La miro de inmediato, ante la sorpresa de lo que me está diciendo.
—¿Con qué? Ella mira hacia los dos lados, me toma del brazo y me lleva a un lado
de la entrada del salón. Una vez allí, abre su mano y me muestra.
—Es con esto.
—¿Hongos?
—¡Así es! Son hongos que provocan alucinaciones Alex.
Me quedo callado mirando las plantas en su mano, mientras proceso lo que me
acaba de decir.
—Y es eso lo que usan... ¿No hay nada más?
—Sí, eso es todo. Te dije que no había forma de entrar drogas, Jasha es quien los
consigue, están en un tronco caído detrás de la metalúrgica —Acerca su mano y la
pone sobre la mía.
—¿Los quieres?
No estoy muy seguro... No lo sé. Pero de inmediato me ratifico. Si ellos los
comieron y les había dado resultado, yo también lo podría hacer. Estoy en juego ¡por
mi libertad y mi vida!
—Dámelos —le digo.
Olga me los pasa y yo los guardo en mi bolsillo. Somos los últimos en entrar al
salón. Ella se ubica al frente con el resto de las mujeres y yo atrás.
Solo unos segundos más tarde entra el director, se para enfrente de la tarima con
el collar en su mano, e inicia la prueba de El día cero.
—Felicitaciones a todos. El ciclo pasado fue uno de los mejores, que hemos visto
hasta ahora —empezó diciendo—. Hoy dos de ustedes pasarán al frente a realizar la

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última prueba. Quienes la superen, deberán dejar una información con nosotros, la
cual corroboraremos y solo así se les abrirá el portón y podrán salir. Siento que hay
un avance, que la productividad en la fábrica ha aumentado y el nivel de exigencia
en las pruebas también —Nos miramos entre nosotros, hay un ambiente de
desconcierto, que no se habla, solo se siente—.
—Voy a nombrar los tres primeros lugares del equipo azul —dice y todos
tomamos aire, hay ansiedad y nervios como nunca antes lo ha habido en este salón.
—En el tercer puesto con 79 puntos es: Ahmed.
Dejo escapar el aire, lo veo de reojo, está una fila delante de mí lamentándose.
—El segundo lugar con 81 puntos es: Alex.
Una vez escucho mi nombre, me impresiono, Nikolay me mira con expresión de
felicitación. Yo lo asimilo enseguida: no saldré este mes. Debo seguir aquí en este
maldito juego, y un mar de desánimo y decepción me viene en la forma de un alud
que casi ni me percato cuando nombran el primer puesto:
—Con 85 puntos, el ganador por el equipo Azul es: Daniell.
Miro a su asiento, muchos lo empiezan a felicitar y yo de inmediato recuerdo
algo: ¡los hongos! Esto lo puede ayudar, si no me servirán a mí, ¡que sí le sirvan a él!
El director empieza a nombrar los tres primeros puestos del otro equipo. Sé que
debo actuar rápido, es solo cuestión de segundos para que Daniell tenga que subir a
la tarima y necesita que los hongos hagan su efecto. Me inclino, lo llamo, está una
fila delante de mí.
—Psss, Daniell…, ven.
—¿¡Cómo!? —me dice.
Comprendo que debo ser yo quien vaya hacia él. De fondo se escucha el ganador
del equipo Rojo.
—Luka.
En ese momento Daniell se levanta para dirigirse a la tarima. ¡Debo actuar ahora!
Con rapidez, saco los hongos de mi bolsillo mientras él camina hacia el pasillo
central, me aproximo por en medio de las sillas, me acerco a él, le estrecho la mano, y
le doy un abrazo.
—Cómete esto, confía en mí —digo apoyado en su hombro. Daniell me mira con
una expresión de duda en su cara, puedo leer lo que está pensando: «¿Qué?»,

157
observa los hongos en la mano, da unos cuantos pasos más para adelante, me mira y
se los lleva a la boca.
Los traga.
Eso me hace sentir bien y así mismo nervioso, ha confiado en mí. Solo espero que
le dé tiempo para hacer efecto y pueda funcionar. Mientras él camina hacia la tarima,
las dos mujeres salen de los costados, son de aspecto y edades similares a las de la
última vez. De hecho, creo que son las mismas. Viktor recibe a Daniell en la
plataforma, él se sienta y el director le pone el collar en el cuello que da inicio a la
prueba.
Daniell ha quedado con las dos mujeres y la camilla en la mitad de la tarima...
Encojo mis hombros ante el malestar que representa ver la escena. Él es heterosexual,
es posible que le resulte más fácil en comparación con un hombre homosexual... ¿O
no? Lo veo seguro de sí mismo y defensor de las causas «rebeldes» que lo trajeron
hasta aquí. Aunque nada está dicho en este tipo de retos. Escucho como las burlas de
los militares empiezan, es un completo circo de vergüenza y estupidez en vivo y en
directo; no por Daniell. Es por los militares.
—Eso es lo que destruye cualquier intento por concentrarse y hacer la maldita
prueba —me dice Nikolay hablando en voz baja.
Quién mejor que él para decirlo. —Esperemos que lo haga —digo viendo como le
empieza a quitar la ropa a una de las mujeres.
—Yo también deseo que salga, solo que esas risas de fondo complican todo. Por
cierto, ¿qué fue lo que le diste? —me pregunta susurrando.
—La supuesta droga que usan los del otro equipo, Olga me la entregó antes de
entrar. Son unos hongos alucinógenos —afirmo.
Nikolay me mira sin decir nada más, sé que él está reviviendo toda la frustración
del mes pasado. Al frente Daniell se encuentra desnudo haciendo la prueba.
Los militares lo siguen insultando.
—¡Revoltoso, y ahora también maricón! —grita arrogante uno de los militares y
más insultos de ese tipo se siguen desatando en un sabotaje tan vulgar como
desagradable. Volteo mi cabeza para no ver más la incómoda escena. Pero los gritos
no los puedo dejar de escuchar… Pasados unos segundos habla Nikolay.
—Lo hizo, lo hizo con la primera —me dice. Se supone que una vez consigue la
penetración, debe estar con cada una por lo menos dos minutos continuos… Daniell

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lo está consiguiendo. Luego se acerca a la segunda, la ubica en la camilla e intenta
hacer lo mismo, pero no lo consigue... Su erección ha bajado, los gritos y burlas a un
lado parecen desconcentrarlo tanto: que sus movimientos empiezan a ser torpes y
repetitivos. Casi hace caer a la mujer con sus grandes manos. Pasan unos segundos
más y Daniell no consigue estabilizarse. Se ha desconcentrado por completo ante la
presión de toda la situación de la prueba.
Parece que la historia se está repitiendo, lo presiento temerosamente. Y el director
habla.
—Se acabó el tiempo —Todos los militares empiezan a reír. Daniell mira hacia el
frente aún desnudo por completo, está decepcionado y muy furioso. Lo veo en su
mirada. Yo también lo estaría, estuvo tan cerca, tan cerca de salir de aquí.
—Déjeme el último intento, por favor —dice.
—No, hijo, las reglas son reglas. Tienes cinco minutos para hacerlo, si no lo
consigues en ese tiempo, se acaba —confirma Viktor.
Se me hace extraño que Daniell acabe de decir eso y también que no se suba los
pantalones aún... Pienso que se puede deber al efecto alucinógeno que los hongos le
han generado. El director se acerca y le quita el collar, después le hace la señal para
que se baje. Daniell sabe que no habrá más oportunidades y que ha perdido el reto.
Se siente humillado. Baja tan rápido como puede de la tarima. Llega a la puerta del
salón y se queda allí, en un rincón en medio de la oscuridad. Luego el director llama
a Luka y la prueba empieza con él.
Me siento mal por Daniell, había sido víctima de lo mismo que le hizo perder la
oportunidad a Nikolay: la estrategia de la burla y la humillación, y ha quedado
demostrado que es efectiva y funciona. Desvío mi mirada a un lado para no ver nada
más del siguiente acto.
Nikolay y unos pocos más comentan muy cerca de mí. Luka ha logrado hacerlo
con la primera, los insultos de fondo no se detienen, pero parece que él tampoco. Lo
hace con la segunda mujer y en menos de los cinco minutos está superando la
prueba. De repente, todo se detiene con un solo grito que se oye como el estruendo
de un vidrio al partirse.
—¡¡ESTÁ ESCAPANDO!!
Es Daniell.

159
Capítulo 35
La más dramática de las
noches

No lo pienses. Solo, ¿corre?

Todos nos giramos de inmediato para ver, la puerta del salón se acaba de cerrar.
—¡PERSÍGANLO! —dice Viktor, los militares se paran de inmediato de las sillas y
se dirigen a la puerta.
—¡Esta trancada! —grita uno.
En ese instante, yo me estoy acercando con rapidez a una ventana para ver hacia
afuera. Daniell está corriendo con todas sus fuerzas, sabe que el momento de actuar
es ¡ahora! Se dirige como un velocista en dirección al portón de la entrada que se
encuentra solo.
Da pasos rápidos y fuertes con sus largas piernas.
Está alejándose con rapidez y se aproxima hasta el portón. —¡Lo va a lograr! Tú
puedes. ¡Tú puedes! —se me escapan las palabras de la boca viéndolo correr en
medio de la adrenalina.

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La puerta del salón se abre de un violento golpe, los militares han acabado de
tumbarla prácticamente. Y todos, como una jauría de hienas salvajes, salen detrás de
Daniell apuntando con sus armas. Siento que él puede lograrlo si consigue llegar al
bosque antes de que sea alcanzado por las balas. Hago fuerza para que ¡escape!
Todos hacemos fuerza por lo mismo. Daniell entra a la cabina y con una agilidad
asombrosa oprime el botón de abrir el portón. Cuando el primer disparo suena
impactando la cerca que lo rodea. Él sigue corriendo desesperado, como una liebre
que busca escapar de su depredador, y sale de la cabina en dirección al portón
mientras se abre.
Se escucha el segundo disparo y de inmediato varios más detrás de este. Daniell
se intenta escabullir entre la oscuridad, las cercas y la distancia que actúan como
cómplices.
Todos desde las ventanas vemos con suma ansiedad la escena, está saliendo por el
portón con disparos alrededor suyo impactando entre las cercas y confundiéndose
con la poca iluminación. Y en este instante veo como levanta su pierna y deja escapar
un fuerte grito.
—¡AHHHH!
Acaba de ser impactado en su pantorrilla, Daniell empieza a cojear, ya no puede
correr con la misma agilidad. La escena se torna aún más dramática.
—¡PAREN! —grita Viktor extendiendo su mano hacia adelante.
Todos nos quedamos petrificados ante su reacción, no se escucha un disparo más.
Delante de nosotros vemos como Daniell camina cojeando con mucho esfuerzo, pero
no se detiene para llegar al bosque. ¡Está decidido a escapar!, aprieto mis puños con
fuerza como pretendiendo transmitírsela a mi amigo.
¿Qué dirá Viktor? ¿Permitirá que salga?
Daniell lucha para no caer. En medio del angustiante momento, el director
empieza a caminar en dirección a él y da la orden de que todos los militares se
queden en sus posiciones.
Mis ojos no dan crédito a lo que estoy viendo. Daniell continúa caminando con su
pantorrilla herida. Está a punto de entrar al bosque y perderse allí dentro. Viktor
camina detrás de él y, ante la mirada perpleja de todos nosotros, apunta con su arma
y le dispara en tres ocasiones impactando directo en su espalda.

161
El tiempo para mí trascurre en cámara lenta, es como si estuviera viendo una
película sin sonido y a blanco y negro. Daniell del otro lado se desploma cayendo al
suelo ante los impactos de bala, queda en la entrada del campo y a pocos centímetros
del bosque. Su cuerpo, ahora, yace tirado y sin vida.
Adentro una tormenta de gritos se desata, yo en mi cabeza siento que estoy
regresando a la realidad y, dejando de ver la escena en cámara lenta. El salón entra
en pánico, todos se mueven, protestan y algunos lloran. Estoy perplejo con mis
manos apoyadas en el borde de la ventana, las llevo a la cara y dejo escapar un grito
de odio.
—¡NOOOOOO!
Cierro mis ojos e inmediatamente las lágrimas empiezan a bajarme.
Algunos militares entran al salón, el ambiente es tan pesado que siento no poder
soportar un segundo más aquí adentro. Me quiero largar ya, ¡matar a estos mal
nacidos! ¿¡Cómo pueden hacer esto!? ¿Cómo lo pudieron haber matado de esa
manera, ¡por qué tanto odio!?
Entra el infeliz que lo ha acabado de asesinar y se ubica enfrente de todos. Yo
sentado me revuelco en la impotencia de ¡no poder cobrar justicia! Y entre los cientos
de pensamientos que me invaden, recuerdo los hongos que le di.
Me quedo frío.
Viktor empieza a hablar algo desde la tarima, pero mi mente está por completo
desconcertada, ¿tendría algo que ver su reacción de salir corriendo y escaparse, con
el efecto generado por los hongos...? No me lo puedo creer. Me llevo las manos a la
frente. Me siento muy agobiado, culpable, es como si en este instante una lápida me
estuviera cayendo sobre mi espalda, una enorme, con el peso de una vida misma a
mis costillas. Llevo mi otra mano al estómago, siento náuseas, enojo, ira, y mucha,
muchísima culpabilidad. Todos a mi alrededor se giran y empiezan a mirarme, ¿es
tan evidente mi reacción?, ¿así de clara es la angustia que siento? Pero incluso los
militares al lado de la tarima me observan, yo en el fondo de la penumbra escucho
una voz que dice mi nombre.
—¡Alex...!
Estoy tan desconcertado e impactado con todo, que no me da tiempo para
entender lo que está pasando. Hasta que Nikolay me toca un brazo.
—¿Escuchaste?

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—¿¡Qué!? —le digo visiblemente alterado.
—Te llamaron, ¡es para que hagas la prueba!

Capítulo 36
Al filo de la navaja

Aquella noche había sido la más dramática desde que reabrieran el campo. En
anteriores ocasiones algunos internos habían sido baleados intentando escapar
adentrándose en el bosque; sin embargo, en ninguna ocasión se dejó pasar tanto
tiempo para que este siguiera vivo después de recibir el primer impacto. Esto hizo
que la escena fuera muy dolorosa de presenciar: había sido un asesinato que acarició
el rayo de la esperanza a puertas de la libertad.
La exaltación reinaba entre los internos, como un fantasma que cargaba la
memoria de Daniell aún suspendida entre el dolor y la impotencia.
—¿Cómo? ¿Para que haga qué? —dijo Alex al escuchar que debía hacer la prueba.
Pero enfrente los militares habían empezado a levantarse de sus asientos para
salir.
—¿No escuchaste...? —le dijo Nikolay.
—No, no entiendo qué me estás diciendo.

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—Por haber quedado en el segundo lugar, te escogieron para que hagas la prueba
mañana. Según las reglas, si durante dos ciclos seguidos el ganador de un mismo
equipo no supera la prueba, el segundo en la puntuación puede hacerlo.
—No conocía esa regla —vaciló, apenas salía de su asombro.
—Todos quedamos igual que tú —le dijo Nikolay al ver su cara—. Es un tipo de
«repechaje», porque nadie en nuestro equipo ha salido en los últimos meses. Viktor
hizo la advertencia de quien intentara escapar, terminaría... Ya sabes.

Alex miró a su alrededor, ya casi todos habían salido del salón; se levantó de la silla
sintiéndose confundido, «voy a vomitar», creía. Caminó solo, se sentía culpable, aún
no asimilaba lo que había sucedido con Daniell cómo para escuchar que debía hacer
el reto... Continuó unos metros más y vio a Olga junto a Angelika que entraban a los
dormitorios. Alex aceleró el paso y se acercó a ella de inmediato.
—¿¡Qué efecto hacen esos hongos!? ¡Dime!
—Alucinógeno, te hace sentir más suelto... ¿Por qué me lo preguntas, sí ya lo
sabes?
—Porque se los di a Daniell.
Olga lo miró desconcertada en ese momento... —Eso... eso, no tendría por qué
afectarle así ¡No a impulsarlo a escaparse!
—Y, ¿qué tal si en realidad tuvo algo que ver?
Al decirlo, quedó un silencio por unos segundos.
—No… no te debes sentir culpable por lo que acabó de suceder, ni yo tampoco
soy culpable. Estoy segura de que Daniell ya había pensado en escaparse desde
antes.
—Yo también —dijo Nikolay que estaba escuchando a un lado—. ¿Si recuerdas en
la última prueba lo que él comentó sobre ese momento?, dijo que ese instante era
ideal para poder salir, ya que todos los militares se iban al salón y no quedaba nadie
fuera.
—¿Cómo? Nunca lo había escuchado decir eso.
—A mí sí me lo dijo ¡Él ya lo tenía analizado! —aseguró Nikolay.
Pero sin importar lo que ellos dijeran para intentar hacerlo sentir menos culpable,
Alex estaba muy mal. Había sido la última persona del equipo con quien interactuó
antes de morir asesinado de semejante forma. Aún las náuseas no se le iban del

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cuerpo. En la noche dio tantas vueltas en la cama, que solo deseaba salir corriendo
de allí, «aunque me maten a tiros por la espalda», pensaba; creyendo que así por fin
conseguiría paz, en lugar de estar viviendo ese infierno en vida.
Todos en el campo tuvieron que pasar por las peores cosas que jamás habían
vivido en sus vidas, enfrentarse a situaciones que los llevaron al extremo, pelear
como unas bestias por mantenerse a flote, como un perro que desesperado lucha
para no hundirse en el fango. Trabajar en la metalúrgica hasta que sus cuerpos
dijeran «¡no más!», con las manos ampolladas, la cara quemada hasta las pestañas y
los ojos ardiendo del calor del hierro fundido.
Alex no pudo dormir bien esa noche, si tenía lapsos de sueño, se esfumaban al
despertarse bruscamente con la pesadilla de estar viendo a Daniell. Llegaban a su
cabeza como recuerdos pertenecientes a otra dimensión. Veía el momento en que le
entregaba los hongos en la mano, luego cuando salía corriendo, podía sentir su
angustia y ese indomable deseo de terminar con todo y por fin obtener su libertad.
Sabía que verlo correr como una liebre mientras los militares le disparaban a sangre
fría, le quedaría grabado en la cabeza hasta el día en que muriera.
Cuando sentía que su mente ya no daba más, le llegaba el recuerdo de que él sería
el siguiente en hacer el reto... En el momento en que por fin logró tener un sueño
más continuo, sonó la sirena. Eran las siete del domingo. Y aquel día iniciaría el
nuevo ciclo.
Diez personas más ingresaron al campo esa mañana: tres rebeldes, cinco
inmigrantes —entre ellos tres negros—, y dos mujeres. Sin embargo, a una de ellas
no la ubicaron en la cocina, sino que fue asignada con el resto de hombres para que
trabajara como una más en la metalúrgica… Su nombre era Sasha y era una mujer
transexual.
Con ellos comenzó el nuevo ciclo en medio de una atmósfera cargada y tensa,
todos estaban indispuestos después de lo que habían visto la noche anterior.
Algunos fueron seleccionados para ir a preparar la prueba de esa tarde, el domingo
era libre para la mayoría y Alex prefirió irse a la huerta.
Su aspecto era de abatimiento y cansancio, se encontraba muy pensativo y esto
era evidente. Cuando Angelika lo vio así, se acercó.

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—Si quieres derrotarlos, Alex, hazlo jugando en su propia cancha y bajo sus
propias reglas. La mejor forma de vengar la muerte de Daniell, es que ganes el reto
de esta noche y salgas —le dijo.
—No estoy tan seguro, mi nivel anímico está muy bajo —le respondió mirándola
con un desánimo que se escapaba por los ojos—. Si es difícil hacerlo en un estado
normal… ahora solo imagínate cómo lo sería estando así. Ellos lo hacen apropósito,
para divertirse y ver a otro jugándose la vida en la tarima.
—Todos estamos cansados de este chantaje de juego. Pero piensa en lo qué harás
una vez estés fuera de aquí, en cuando esto salga a la luz y logremos hacerlos pagar
por absolutamente todo lo que nos han hecho. Sé que mi hermana no se va a quedar
callada. Y tú tampoco —Alex la observó con atención, sintiéndose inspirado con sus
palabras—. Necesitamos contar lo que pasa —continuó—, alguien tiene que detener
está barbarie.
—Debemos contar lo que pasa aquí —habló dando énfasis a las palabras de
Angelika—, aunque siento que no solo estamos luchando en contra de estos
militares… ¿Si recuerdas que Luka fue quien inició el sabotaje de la prueba de
boxeo?
—Sí, ¿por qué?
—Porque a pesar de eso, fue el ganador del equipo Rojo… ¿Cómo lo pudieron
elegir sabiendo que él había desatado la pelea en contra de los militares…? Es decir
—sacudió su cabeza— le agradezco que me ayudara… Pero ese no es mi punto, es la
forma de actuar del director… No lo entiendo.
—Bueno, tal vez esté premiando la valentía que Luka tuvo para salir a defenderte,
recuerda que Viktor lo mencionó justo después de la pelea.
—Lo recuerdo muy bien, es solo que… me genera desconfianza, es como si el
director lo estuviera usando y que no haya contado nada de los hongos, me lo
confirma… Ni siquiera creo que lo que le dieron a Olga fuera lo mismo que ellos
toman…
—Crees… ¿Quieres decir que Luka está jugando también para los militares?
—No lo sé. Pienso que hay algo turbio en esto. Y sí, puede ser probable que Viktor
lo esté usando.
Angelika volteó su rostro y enmudeció.
—¿Qué te pasó?

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—Nada… es solo… Te contaré algo, pero guárdalo para ti, no lo cuentes a nadie.
—Claro, no lo haré —dijo Alex mirándola con atención.
—Estoy hablando con Luka… Estamos conociéndonos, ya sabes, aunque sea en
este lugar y bajo estas condiciones. Él me gusta, creo que es un buen hombre y eso
que me cuentas, aunque reconozco que pueda ser algo extraño, no pienso que él sea
un tipo de infiltrado…
Alex quedó suspendido unos segundos, no vio venir esa confesión.
—Yo espero lo mismo. Igualmente, no… mejor no le comentes nada de esto que te
acabo de decir —habló inquieto.
—Por supuesto. Puedes confiar en mí, al igual que yo confío en ti —dijo Angelika
asintiendo con la cabeza.
Al decirlo, Alex quedó embargado por un sentimiento de fuerza, que le revivió
sus convicciones, esas mismas que lo impulsaron a denunciar lo que pasaba con las
continuas represiones del gobierno. Allí, sentado en la huerta, solo una cosa le daba
vueltas en la cabeza: «No puedo perderme a mí mismo. No puedo perder este
juego».

Horas más tarde, se realizó la prueba de ese día, Alex no participó. Las pruebas
empezaban a tener un entrenamiento «más militar» y «menos mortíferas» a partir de
ese nuevo ciclo, ya que en las nuevas directrices que había recibido Viktor desde la
cúpula del gobierno, así lo exigían.

El día avanzó y en el atardecer, unos minutos antes de entrar al salón para que
Alex hiciera la prueba. Olga y Luka se acercaron a hablar con él.
—Lo que le diste ayer a Daniell, no es tan fuerte como para inducir a una persona
a suicidarse o hacer algo contra su propia voluntad... —inició diciéndole él.
Alex lo observó sin decirle nada. Luka continuó:
—Estos son unos hongos venenosos que, al tomarlos en una cantidad moderada,
te inducen a un estado de descontracción. Pero se demoran en actuar entre 30 y 45
minutos, no es inmediato. Es algo así como fumar mariguana, pero distinto... Nada
más que eso.
Olga lo miró expectante.
—¿No quieres probar algo antes de entrar a la prueba?

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—No, te lo agradezco, Luka, pero prefiero hacerlo sin tomar nada —dijo
observando los hongos en la mano de él—. Luka lo miró y asintió con su mirada,
Olga, por su parte, se mostraba indescifrable.
Todos entraron al salón. Alex sentía una presión tan elevada que le bajaba hasta
los pies, dejándoselos helados. Había un grupo de más de noventa personas que
estaban reunidas para verlo en «intimidad», completamente desnudo y mientras
recibía toda clase de insultos. Un motivo suficiente para atemorizar a cualquiera, ¿no
es así?

—Buenas noches —habló Viktor desde la tarima—. Cuando era niño y papá daba
una orden, esta se debía cumplir, fuera como fuera. Si la hora de llegada era a las
once de la noche, a las diez y cincuenta minutos yo ya debía estar llegando a la
puerta de la casa. Fue riguroso, pero eso me llevó a desarrollar disciplina en la vida.
A saber, que las cosas se obtienen con sacrificio y constancia. Que nada es gratis y si
deseaba algo: debía luchar por ello.
«¡Cuánto cinismo!» —pensaba Alex sintiendo intoxicarse al escucharlo.
—Quien cree que la libertad la obtendrá —continuó Viktor—, corriendo como un
desquiciado recién liberado, está muy equivocado; si desean salir, más bien vayan
demostrándolo superando las pruebas, trabajando duro en la planta y sabiéndose
comportar, que es la única forma de salir de aquí. De lo contrario, mejor
acostúmbrense a vivir en medio de la base, porque será lo único que seguirán
viendo. —Se tomó un momento para mirarlos a todos—. Y por cierto... Este reto, no
lo inventé yo...
Después de ello dio la bienvenida a los nuevos internos y explicó las reglas de la
base. Alex en su asiento se retorcía, «¿cómo puede decir eso después de matar a un
hombre por la espalda?» —se preguntaba queriendo vengar de alguna forma la
muerte de Daniell, al ver con furia como el director justificaba su fusilamiento
hablando de disciplina y constancia. Quería tener un arma y dispararle, no de
espaldas como él lo había hecho, sino de frente y en ese mismo instante delante de
todos.
—Dicho esto —continuó hablando—. ¡Qué pase el finalista de hoy!

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Capítulo 37
Por el todo

“Y, de repente, algo se acciona, y en ese momento sabes que las cosas van a cambiar.
Y a partir de ahí nada volverá a ser lo mismo”.
30 de enero de 2022
25 días antes de la Guerra de Ucrania.

Hace un tiempo, un hombre me contactó por Internet, cruzamos algunas palabras y


nos quedamos de ver en su casa. Cuando llegué, me di cuenta de que en la sala del

169
piso había una foto de él con una mujer y dos niños. Las palabras sobraban, no le
quise preguntar nada para no incomodarlo. Solo recordé que, durante ese mes, ya
había conocido a tres hombres en condiciones similares. De hecho, hablando con
amigos, esta situación es tan común, que ya no son casos puntuales, ni extraños; sino
habituales.
Carls, —así se llama— sabrá si está casado solo para mantener una imagen ante la
sociedad, dado que su homofobia no le permite vivir a plenitud. O si, en realidad es
bisexual y solo buscaba algo diferente.
En cualquier caso, después de ese día, empecé a verme tan solo con hombres que
vivían su sexualidad abiertamente, al igual que yo. Ya que encontraba un
sentimiento más genuino y real con ellos.

Al levantarme de la silla y dirigirme a realizar la prueba, siento que debo sacar a


flote ese otro yo, esa otra versión que me permita superarla. Todos me voltean a
mirar mientras voy caminando por el pasillo hacia la tarima. Estoy siendo
subestimado por decenas de ojos que me miran avanzar paso a paso, reina el
silencio, ellos piensan que no lo lograré hacer y menos después de lo que pasó aún
tan fresco en nuestras memorias.
Subo las escaleras de la plataforma, respiro con profundidad y me digo a mí
mismo: «Voy a ser capaz». Enfrente las dos mujeres salen como en cámara lenta,
cada una debe tener unos ochenta kilos, los pliegues de piel sobrantes cuelgan en su
cuerpo, tienen unas sombras excesivas en los ojos, el cabello desarreglado con las
raíces blancas y las puntas rubias. A un lado, Viktor se acerca a mí con el collar en
sus manos que marca el inicio de la prueba.
Lo miro a los ojos y deseo poder matarlo aquí mismo, tengo tanto resentimiento
que no puedo disimularlo, me sale como balas a través de mi mirada. Yo me siento y
él me pone el collar con el triángulo invertido y la cruz de San Andrés en el centro.
De inmediato percibo su peso, noto que este tiene unas púas que apuntan al cuello y
dan la impresión de amenazar a quien lo lleva puesto.
Viktor me da un ligero golpe en la espalda. Yo lo interpreto como una
confirmación de su subestimación. Se baja de la plataforma y yo me giro hacia las
dos mujeres. Cierro mis ojos por un instante. Pienso en recuperar mi libertad y en
cómo debo transformar esta situación con el poder de mi mente. Al abrir los ojos, ya

170
no estoy delante de dos mujeres de edad avanzada. Estoy frente al chico que me
gusta:
Nikolay.
Me quito la ropa, quedando apenas con las medias y el collar. Me acerco a la
primera, e inicio trabajándolo todo en mi cabeza, rápido y enfocado. La mujer huele
a naftalina. Las burlas detrás de mí se desencadenan, escucho toda clase de gritos e
insultos de los militares. Pero yo me mantengo firme, no estoy dispuesto a permitir
que eso me desconcentre y acabe perdiendo la única oportunidad de salir. No me
pasará. No les daré ese gusto.
Yo trabajo mi imaginación. No beso a ninguna de las mujeres en ninguna parte.
Sigo con la segunda, no me detengo a pesar de estar completamente desnudo frente
a más de noventa personas. O en la repugnancia que la situación me pueda generar.
Solo tengo en mi cabeza una cosa: hacerlo para salir de aquí.
Pero es en este lapso de tiempo, que me hace paradójicamente perder parte de la
concentración, he pensado tanto, que cuando bajo mi mirada. Me doy cuenta de que
he perdido la erección... De hecho, no sé si llegué a tener una real.
—Pedazo de cabrón, ¿qué, ya no te sirve la polla? —me gritan entre otros insultos
más.
La mujer me mira, logra ver en mi rostro la ansiedad y la sensación de no saber
qué hacer con exactitud. Sé que no puedo darme la vuelta y quedar en evidencia
frente a todos.
—¡Mierda! Me está pasando lo mismo que le había sucedido a Daniell. Cierro mis
ojos, e intento conseguirlo de nuevo, luego continúo, no estoy con el mismo ritmo
que había tenido antes, pero lo sigo intentando y me concentro.
Mantengo mi mirada a un lado, ignorando los gritos y las burlas a mis espaldas,
ellos solo ven mi trasero desnudo y expuesto frente a todos. Hasta que una voz
fuerte habla por encima de las demás.
—EL TIEMPO HA FINALIZADO.
Me detengo de inmediato, la mujer se aleja, yo cierro mis ojos con fuerza.
¡Lo he superado!, ¡he ganado la prueba! Grito en mi cabeza, y una descarga de
emoción me llega al cuerpo. Con rapidez me pongo la ropa interior y el pantalón. No
hago contacto visual con la última mujer, me siento como un animal, ¡en eso me han
convertido! Uno que es impulsado tan solo por el instinto, o más bien en mi caso: por

171
obtener la libertad. Me doy media vuelta y con ansiedad por escuchar lo que tiene
que decir.
—Estuvo aceptable. Aunque pudo estar mejor —dice Viktor—. Pero lo has
superado —agrega, y me quita el collar.
Todo está terminando —me digo ¡Voy a salir!
—Hay una última noticia antes —habla Viktor, regresando a la tarima en lo que
parece ser un olvido—. Dado al buen comportamiento con el personal militar, el
tiempo que lleva aquí y las tareas que desempeña. Hemos decidido darle la salida a
alguien más:
Olga Egorova.

Capítulo 38
Suciedad en la satisfacción

Todas las mujeres de la fila giran casi en sincronía sus cabezas para mirarla. Olga se
levanta de la silla y en un acto protocolario y humillante, habla:
—Gracias, señor.
Como si debiera agradecer por el hecho de ser violada, esclavizada y maltratada,
para así obtener su libertad... Los militares se empiezan a levantar de las sillas y, en
ese instante, Mijail se acerca a mí.

172
—Yo en tu lugar no cantaría victoria. Mañana a primera hora, me darás los datos
de tu familia. Solo hasta que yo los corrobore, podrás salir —me mira con
prepotencia y se va.
«De acuerdo» respondo para mis adentros, sintiendo que estoy a punto de
venderle el alma al diablo, pero: ¿qué otra opción tengo? Es eso o seguir encerrado
aquí. Los militares corroborarán los datos y solo hasta tenerlos confirmados me
abrirán el portón. Aparte de hacer un show de inmundicia como un animal de
exhibición usado para el circo más depravado que jamás hubiera visto, debo dar los
datos de mi familia a una jauría de hienas, con el fin de que puedan así hacerles
daño, en caso de que yo cuente algo… Pero no soy tonto como para exponerlos.
Salgo del salón, debe hacer unos diez grados bajo cero. Pero aun así me dirijo de
inmediato a las duchas como buscando sentirme menos sucio y recargado. Me meto
en el agua y siento que me quema la piel al contacto. Con fuerza paso el jabón por
todo mi cuerpo mientras intento convencerme a mí mismo de que al final todo está
cerca de acabar, que no soy culpable por lo que ha pasado, que todo lo he hecho para
salir de aquí... Y de que las circunstancias de las pruebas me han llevado a esto.
Salgo de la ducha titiritando de frío, me seco con rapidez, me visto con ropa
limpia, luego me voy al dormitorio. Nikolay, Angelika y Olga están allí
esperándome.
—Lo hiciste, ¡eres libre! —me dice Nikolay dándome un fuerte abrazo. Yo
también lo abrazo y los dos sonreímos. No puedo evitar sentirme culpable… el
seguirá aquí metido y yo me iré, aun cuando tuvo la posibilidad de haberse ido el
mes pasado. Pero sé que Nikolay está feliz por mí. Los dos nos quedamos mirando a
los ojos fijamente por unos segundos que parecen horas…
—¿Cómo te sentiste estando arriba? —me pregunta Angelika y la conexión se
corta.
—Incómodo, no sé, fue como si estuviera fuera de mí.
—¿Te comiste los hongos?
—No, cerré mis ojos y me imaginé a otra persona enfrente de mí... —Nikolay está
a un lado, oyéndome, yo lo miro de reojo—. Me concentré en eso y no en lo que
decían los militares —agrego.
En ese momento llega Olga, está feliz, aunque intenta disimularlo.
—Pues muy bien —dice— Parece que por fin estamos a punto de ser libres.

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Por un instante he olvidado que ella también saldrá mañana conmigo y Luka. Me
siento aliviado, en parte; al menos no tendré que enfrentarme al bosque estando
solo, y eso ayudará mucho.
Hablo con ellos unos minutos más, Luka se acerca y empezamos a conversar
sobre la salida de mañana. Es la primera vez que saldrán tres personas al mismo
tiempo, nos estamos convirtiendo en una inspiración para que muchos más también
lo logren. Conectar con mis compañeros en un sentimiento en común, me hace sentir
mejor. Después de varios minutos apagan las luces, es la señal para que nos callemos
y vayamos a dormir. Ya acostado en la cama, con mis ojos clavados en la oscuridad
del techo, siento que alguien se acerca detrás de mí y suavemente toca mi hombro.
—Quiero pedirte algo —habla susurrando.
Es Angelika, y su tono de voz me pone en alerta.
—Claro, dime —Y me doy media vuelta hacia ella.
—He escrito esta carta para Miranda, necesito que, por favor, se la entregues. Allí
le cuento lo que estamos viviendo en este lugar, lo hago con el fin de que ella lo
pueda divulgar en los medios.
—Pero..., Angeli —Ella toca mi hombro para que le permita continuar.
—No te va a delatar, Alex, la carta no te atribuye nada, ni Miranda revelará que
fuiste tú quien se la entregó. Con esto estaríamos haciendo algo para detener la
barbarie aquí adentro... Además, quiero que sepa que aún estoy viva.
Percibo la profunda emoción con la que Angelika me está hablando. Me siento
identificado con ella y con su hermana gemela.
—Claro que la quiero llevar —le respondo—. Pero ¿En dónde la camuflaría? Sabes
que me requisarán cuando vaya a salir.
—Lo sé... Por eso el mensaje: lo llevarás en tu cuerpo.

174
Capítulo 39
Una conversación que nunca existió

Minsk, Bielorrusia.
29 de enero de 2022
26 días antes de la Guerra de Ucrania.

Miranda era acompañada por un escolta siempre que salía, estaba viviendo en una
zona de bajo perfil, pero muy segura. Sus investigaciones seguían siendo publicadas

175
en Londres, desde donde eran replicadas por otros medios internacionales. Aunque
ninguno dentro de su propio país. En los artículos, habla de su hermana refiriéndose
a ella como alguien ajeno a su entorno, por seguridad. Luego de su visita a la base
militar de la ciudad, concertó una salida con Jelena, una amiga de la infancia a quien
había encontrado allí. La citó un sábado a finales de enero, en un café en una zona
tranquila y solitaria, estaba determinada y así mismo nerviosa. Había una gran
probabilidad de que no accediera a contarle a Miranda nada relacionado al campo
de concentración, o que, de hecho: no conociera de su existencia dado el hermetismo
con el que se manejaba. Aun así, era su única bala si quería indagar más desde
adentro. Y no estaba dispuesta a desaprovecharla.
—Quiero contarte algo importante, Jelena —le dijo después de entrada la charla
—, hace unos meses empecé a seguir las desapariciones de jóvenes, y dadas las
pruebas, testimonios y perfiles sé que los están reclutando en un sitio. Hay decenas
de familias que hoy sufren porque no saben del paradero de sus hijos. Si siguen
vivos o están muertos. ¿Te imaginas que alguien cercano a ti sea raptado solo por el
hecho de salir a manifestarse pacíficamente en contra del gobierno? —habló luego de
haberle revelado los verdaderos motivos de su visita a la base y explicarle el cambio
de apariencia...
—Lucho por una causa justa y noble —continuó—. He sido amenazada en
repetidas ocasiones y hace un mes mi hermana fue raptada a escasos metros de casa.
Mis padres y yo no hemos pasado ni un solo día de tranquilidad desde ese entonces,
he visto como mi vida y la de ellos se ha convertido en un completo caos de
ansiedad por no saber qué ha pasado con Angelika, para dónde se la habrán llevado
y qué han hecho con ella.
Jelena la escuchaba con atención, no esperaba que un reencuentro de amigas de
instituto terminara en semejante declaración.
—Siento mucho lo de tu hermana Miranda. Pero sabrás que para mí es muy
delicado revelar cualquier información confidencial del ejército. Me es prohibido
hacerlo por el trabajo… —suspiró como resignada—. Entiendo tu punto de vista, yo
tampoco estoy de acuerdo con el trato que le dan a muchos opositores, negros y gais
en este país…—Vaciló un momento antes de continuar, miró hacia un lado del café
en donde se encontraban sentadas—. ¿Y no has sabido absolutamente nada de tu
hermana? —le preguntó.

176
—No, la secuestraron para callarme, fue culpa mía, por eso mi preocupación de
saber a dónde se la llevaron. No quiero ni imaginarme que le habrán hecho esos
desgraciados —dijo con su voz empezando a entrecortarse, Jelena la observó por
unos instantes sin decir nada.
—Miranda…, solo te puedo contar lo único que sé, y que quizás está relacionado
con la información que buscas para encontrar a tu hermana... Pero antes debo tener
tu palabra que no revelarás la fuente de quien te lo contó.
—La tienes —dijo Miranda poniendo su mano sobre la mesa. Jelena pausó un
segundo antes de seguir.
—¿Estás grabando esta conversación?
—Claro que no —Miranda se levantó de inmediato, mostró su teléfono y los
bolsillos de su chaqueta.
Jelena la miró y bajó su tono de voz para continuar. —Desde hace unos meses se
reactivó una base que había funcionado en la época soviética. Es la base número
once, está cerca de la frontera con Rusia por el este, aunque solo se hable de que hay
diez bases activas. El plan está inicialmente para que opere por un año como un
centro de reeducación y entrenamiento militar, luego se cerrará de nuevo.
—¿Y por qué la cerrarán...?
—Es el tiempo de vida del proyecto y de la operación que funciona en ese lugar.
—¿Y qué pasará después?
—No te lo puedo decir.
—Dímelo, ¡por favor!
—Miranda, no.
—Hay vidas en riesgo, Jelena, mi hermana está allá por todo esto, ¡por favor!
Ella se levantó de la silla, tragó saliva y la observó negando con su cabeza.
—Los enviarán a una invasión que hará Rusia en Ucrania.

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Capítulo 40
El último desnudo

01 de febrero de 2022
23 días antes de la Guerra de Ucrania.
Campo de concentración N.º 11. Frontera con Rusia.

Estoy acostado en la cama en medio de la oscuridad, escucho a Angelika decirme


que lleve una carta camuflada en mi cuerpo, y se me vienen mil cosas a la mente.
—¿Cómo? —le pregunto.

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—He escrito el mensaje en la parte interior de este vaquero, lo podrás llevar
puesto y nadie notará que tienes escrito algo dentro de él —Tomo el pantalón, el
mensaje está inscrito con tinta negra, que sumado a la oscuridad: no me permite leer
nada.
—Tan solo es visible doblándolo hacia adentro.
—Es ingenioso —le digo.
—Es claro que los requisarán antes de salir. Por eso debe ser algo que pase
desapercibido.
—Se lo entregaré. Me gustaría mucho conocerla, siempre y cuando logre salir de
ese bosque y llegue a Minsk.
—¡Lo lograrás! Tienes a tu favor la investigación que realizaste, donde te
mostraba la ubicación de esta base, ¿no es así? —me dice.
—Sí —asiento con la cabeza.
La investigación a la que ella se refiere, no es otra que lo que me había dicho
Gilled en sus correos luego de escapar de aquí al final de la era soviética... Y según lo
que recuerdo, era «en dirección al norte, en la única colina de la zona».

A las seis en punto de la mañana suena la sirena, es el primer día desde que estoy
aquí en el que me levanto de buen ánimo y con deseo de que comience el día. Con
rapidez, tomo la misma ropa con la que había llegado, no tengo nada más. Los
uniformes los guardo en una bolsa para entregarlos, como me han dicho.
Desayunamos en el comedor y al final, es la hora de despedirme de todos. Nunca me
han gustado las despedidas, me hacen sentir incómodo y mucho más bajo estas
circunstancias. Nikolay se acerca a mí bajo un aire de tensa nostalgia y al mismo
tiempo alegría. El momento es algo extraño.
—Dile a mi padre donde estoy, cuéntale, por favor, y que revise los mensajes
ocultos en las cartas —me dice tratando de disimular su emoción.
—Lo haré, claro, lo visitaré y le contaré lo que hemos vivido aquí.
—Gracias. Imagino que te irás del país y vas a divulgar todo lo que sucede en este
lugar.
—Eso espero y deseo, aunque primero debo asegurarme de llegar con vida a
Minsk, después sí me iré, pero a buscar una manera de denunciar esto y sacarlos de
aquí.

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Lo miro, y él me mira a los ojos. Quedamos en silencio por unos segundos, de
nuevo. Se me pasan muchas cosas por la mente, nos acercamos el uno al otro y esas
emociones terminan manifestándose en un fuerte abrazo. Y en este momento tengo
plena conciencia de algo que me llega como un balde de agua helada: no sé si lo
volveré a ver… Nos separamos y me invade un sentimiento de zozobra en la forma
de un vacío en el estómago que parece escapárseme por los ojos. Aprieto mis dientes
para contener la emoción y no llorar, no lo haré, no ahora; no sé si yo sobreviviré en
el bosque y él aquí, o si terminaremos muertos antes de reencontrarnos, antes de ver
a nuestras familias, y eso me hace un hueco en el alma.
—¿Ya estás listo, Alex? —me pregunta Olga devolviéndome de la nebulosa a la
tierra.
—Eh, sí… ya estoy terminando —digo, aunque me desconecto de nuevo en ese
mismo instante, ella me habla algo más, pero apenas escucho su voz sin prestar real
atención a lo que me dice. Pienso en que no reprimiré mi deseo, puede ser que no
vuelva a ver a Nikolay nunca más en mi vida y el vacío en el estómago se transforma
en una emoción desbordante que me sube hasta el pecho, me giro hacia él y, sin
apenas pensarlo: le doy un beso.
El ruido enmudece y solo siento la emoción del momento conectarse de nuevo. Él
también me besa y me pregunto, ¿por qué no lo habíamos hecho antes…? Creo que
ninguno de los dos lo sabría responder, tal vez es por qué la situación en sí nos pone
de frente a esto. La zozobra de no saber si se volverá a ver a la persona, la angustia,
el deseo reprimido. Es todo junto. Nos abrazamos de nuevo, pero esta vez algo ha
cambiado.
—Sé que vas a lograr sobrevivir. Encontrarás la forma de hacerlo, Alex.
—Yo también lo espero, Nikolay.
Olga y Luka nos miran sonriendo y al mismo tiempo sorprendidos. No se lo
esperaban, y nosotros tampoco.
—No has comido nada, ¿verdad...?
—¿Para hacer esto?
—No, hahaha —los tres ríen—, para salir, tonto.
—¡Ah!, no, ¿por qué? —respondo sintiéndome torpe.
—Para que no pases hambre, come ahora todo lo que puedas en el comedor y
lleva en los bolsillos. No sabemos cuándo volveremos a probar bocado —dice Luka.

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Ya había pensado en eso mismo, y el hecho de que me lo recuerden me hace sentir
distraído. Hay tantas emociones encontradas que, por eso, no me gustan las
despedidas. Siento que mucha gente aquí espera que haga algo para desvelar lo que
sucede en esta base. Yo me voy, pero ellos se quedan, eso me hace sentir en cierta
forma mal, y al mismo tiempo me compromete a encontrar la manera de ayudar a
sacarlos de aquí.
Antes de salir del cuarto me despido de Dmitry con quien llegué hace dos meses,
también de Angelika, Ionel, Ahmed y de unos cuantos más. Todos estamos
visiblemente emocionados. Voy al comedor y desayuno el mismo pan seco de todos
los días, junto con un caldo de maíz, le pido a la chica que me sirva un poco más, y
lo como con rapidez, después salgo para verme con Olga y Luka; caminamos rumbo
a la oficina de Mijail. Al llegar, él está en su escritorio esperándonos.
—Sigan —dice— Les recuerdo que los datos serán corroborados antes de salir. Así
que mejor no mientan…—mira a Olga— Empiezas tú.
Pasan unos diez minutos y sale de la oficina.
—Luka —dice, y hace una señal para que entre.
Me quedo con Olga, estoy inquieto por la información sobre mi familia que debo
darles a estos buitres… Y por el pantalón, respiro hondo, si lo doblan hacia adentro:
Estoy jodido.
—¡Alex!
Me levanto y entro a la oficina. Una vez lo veo a los ojos, no puedo evitar recordar
el momento en que le pegué el puñetazo en la nariz. Me siento satisfecho, aunque
hubiera pagado un alto costo por ello. Me mira y, habla:
—¿Sabes cómo sobrevivir a un bosque en pleno invierno con temperaturas de
hasta menos quince grados?
Me quedo callado, no termino de entender si es una pregunta o solo sarcasmo.
—¿Qué si sabes, maricón?
—No.
—Pues, es una lástima porque la mayoría no sobrevive… De hecho, yo de tú
preferiría quedarme aquí.
Yo estoy sentado sin decir palabra. No me conviene hablar y menos estando tan
cerca de salir de esta pocilga. Él se levanta y en un asqueroso acto, me toca los labios,
mueve hacia los lados mi boca y mete su dedo dentro. Yo se lo quiero arrancar con

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los dientes, estoy anonadado… Con la otra mano se toca los genitales. Por un
momento parece la escena inicial de una película porno.
—Ahora llena esto, carbón, y rápido —me dice alejándose, tira una hoja que dice:

- Nombre completo de padres y hermanos.


- Números de identificación.
- Dirección de residencia actual y de los últimos diez años.
- Números de teléfono.
- Empresas donde laboran o han laborado.
- Instituciones donde estudian o han estudiado.

Relleno la información y me levanto de la silla sin decir nada. Es obvio que tiene
resentimiento, pero no me deja de parecer extraña su forma de actuar.... Solo espero
que no altere los datos que le acabo de dar. Ahora paso a un cuarto aledaño, aquí me
debo desvestir. Está Nikita, me quito el abrigo, la camisa, el pantalón y luego el
vaquero que tengo debajo con el mensaje escrito en su interior, me quedo
completamente desnudo. El militar me revisa, inspecciona todos los bolsillos, me
pide que abra la boca, luego se pone un guante y toca mis genitales.
—¿Por qué tienes dos pantalones?
—Es para el frío —respondo sin dar más explicaciones. Me mira sin decir nada
por unos segundos, luego habla.
—Entrégame el vaquero.
Me baja un rayo por todo el cuerpo, tomo el pantalón, intento mantener la calma,
no puedo dar la más mínima señal de inseguridad, pero esto no evita que la sangre
se me enfrié. Él lo toma con las dos manos y lo lleva hacia el frente. Revisa todos sus
bolsillos de nuevo, luego lo presiona de arriba abajo, tratando de encontrar alguna
anomalía en su composición. Yo mantengo mi mirada al frente mientras él lo hace.
Me pide el pantalón que tenía encima del vaquero, acto seguido: hace lo mismo que
había hecho antes. Me observa de arriba abajo.
—Sube los brazos y camina.
Lo hago. Al girarme, veo que ya se ha dado la espalda. Me hace una señal con la
mano para que me vista... Siento que vuelvo a respirar con calma, salgo del cuarto y

182
espero junto a Olga y Luka unos electrizantes minutos mientras corroboran que los
datos no sean falsos.
Estoy tan ansioso que puedo escuchar el sonido del reloj colgado marcando cada
segundo mientras avanzan sus manijas. Me siento culpable por dar información de
mi familia. Es como si los estuviera vendiendo. Cierro los ojos y respiro con
profundidad. Es la última maldita cosa que debo hacer para salir de aquí.
De un golpe, Mijail abre la puerta.
—Ya están corroborados —dice—. Lárguense…, ¿qué más esperan?
Salimos de la oficina y empezamos a caminar rumbo al gran portón. Recuerdo
todo como una película que se me pasa por enfrente de mis ojos. Desde que empecé
a realizar la investigación y subí los videos, la captura en el aeropuerto, el desnudo
en la base esa primera noche, luego el día que llegué aquí, las pruebas todos los
domingos, los abusos, las jornadas agotadoras en la planta, los golpes, los insultos,
El día cero. El fusilamiento de Daniell.
Nos abren el portón y vemos el inmenso, frío e inhóspito bosque esperando por
nosotros. Los tres nos ubicamos enfrente, nos miramos a los ojos, sabemos que aquí
empieza realmente: La última prueba.

183
Quinta Parte

Infiltración transcrita del Servicio de Inteligencia Exterior ruso (SVR)


01 de febrero de 2022, 10:35 h.

23 días antes de la Guerra de Ucrania.

Hoy a primera hora, Andréi Jrenin dio la autorización a sus fuerzas armadas en la
zona sureste del país, la más cercana a Kiev, para reactivar la operación Minsk.

184
Se necesitarán refuerzos técnicos y personal capacitado que llegarán desde Moscú
en las próximas horas para trabajar en conjunto con los militares locales en el
desarrollo del proyecto. Se requiere que esté listo antes del 24 de febrero, día en que
la operación especial iniciará.
—Fin de la intercepción—.

Recibido por Miranda Belova.

Capítulo 41
Cortando el silencio del bosque

01 de febrero 2022.
Bosques de Mogilev. Cerca de la frontera con Rusia.

185
Creo que nadie se imaginaba, solo unos meses atrás, que muchos de los
desaparecidos que figuraban en los listados fueran a parar a un campo de
«reeducación» donde nos obligan a trabajar y realizar pruebas dentro de un macabro
juego de entretenimiento. Para al final llevar a una tarima a los ganadores y
condicionarnos a estar con alguien enfrente de todos y así comprar el pase de
salida… ¿A qué degenerado se le ocurriría esto?, ¿al presidente Jrenin?
Cuando veía en las noticias los casos de desaparecidos, nunca se me llegó a pasar
algo así por la mente. Desde hace muchos años ha habido presos políticos, censuras
e incluso asesinatos camuflados a líderes opositores del gobierno; escándalos que,
como los de Rusia, han sembrado la incertidumbre y la desconfianza en el país.
Aunque al llegar aquí, no pensé que sería tan infernal, pero como decía mi abuelo:
«Muchas veces, la realidad supera la ficción».

El portón se cierra haciendo un estruendo que lacera el silencio del bosque. Ya no


hay nada más, sino pinos y coníferas a nuestro alrededor junto a una pequeña
carretera de tierra en la que los camiones entran a la base. La miramos con anhelo,
pero no podemos seguir por ella, las reglas son claras en no usarla como medio de
salida una vez estuviéramos fuera. Hay dos militares situados en las torres de
control que lo confirman mirándonos con los fusiles en sus pechos.
Me ubico de frente a donde está saliendo el sol.
—A mi espalda debe estar el oeste, a mi derecha el sur y, por ende, a mi izquierda
está el norte —digo pensando en voz alta.
—¡Cómo sabes eso…! ¿Estás seguro? —pregunta Luka.
—Sí, es un viejo truco de ubicación que no falla.
—Vale, espero que eso nos sirva para llegar a la granja de la que hablaste el otro
día —asiente Olga.
—Yo también —le confirmo. Y empezamos a adentrarnos en el bosque, el olor a
pino me impregna las fosas nasales. Debemos caminar en dirección al oeste en línea
recta y buscar la única colina que hay en la zona, una vez la localicemos,
necesitaremos ir alrededor de ella hacia el norte y encontraremos una granja.
—¿Cómo sabes esa información…? —Cuestiona Luka, de nuevo.
Le explico mientras caminamos sobre la investigación que había hecho y le hablo
de Gilled, quien logró escapar de aquí en la época de la URSS.

186
—Entiendo, pero eso sucedió hace muchos años… ¿Cómo vamos a creer que todo
sigue igual?, la granja podría ya no existir… Ni sabemos con exactitud con qué nos
iremos a encontrar en el camino —habla con incredibilidad en sus palabras.
—A mí también me genera dudas, pero no tenemos nada más… ¿O sí?... Es
preferible contar con eso... a no tener nada —le confirmo—. No podemos tomar la
carretera, ni siquiera sabemos a dónde lleva… Y aquí, en el bosque, si no fuera por
esa información, francamente no tendríamos nada más y estaríamos mucho peor.
Luka se muestra pensativo, sabe que tengo razón en lo que digo. Pero es el tipo de
hombre que prefiere organizar sus palabras antes de hablar y, sobre todo, que sean
sus acciones las que hablen por él. Y eso me identifica, yo soy igual. Olga, por su
parte, es más compleja debido a su fuerte temperamento y liberal carácter que no le
permite callarse las cosas. También me siento identificado en parte. Creo que soy un
término medio entre los dos.
El clima debe estar a unos siete grados bajo cero, hay sectores del bosque con
capas de nieve. A nuestro paso se escuchan algunas ramas quebrarse en el húmedo
suelo, sumado al canto de unos pocos pájaros. Son los únicos ruidos. Guardamos
silencio, hacemos un mutuo acuerdo para conservar la mayor energía posible, no
sabemos hasta cuando volveremos a comer.
Mientras nos vamos adentrando cada vez más entre los grandes pinos, abetos y
algunos cipreses, pienso en que cuando caiga la noche este paisaje blanco se
convertirá en un demonio que nos ofrecerá como presas para el sacrificio. No
tenemos nada, solo nuestra inteligencia y astucia para sobrevivir en este lugar.
Ahora miro a Olga y Luka, y sé que unos de los dos es un traidor. No confío en
ninguno de ellos. Antes sospechaba más de Luka, pero a estas alturas ya no lo tengo
tan claro. Es paradójico recorrer el bosque junto a dos personas que bien uno de ellos
podría ser mi peor enemigo camuflado en la piel de una oveja. Solo nos une un
sentimiento en común: buscamos salir de aquí para reencontrarnos con nuestras
familias, quienes, seguramente, ya habrán hecho un funeral en nuestro nombre.
—¡Escuchen eso…! —dice Olga rompiendo el silencio.
Detenemos el paso, nos miramos entre nosotros y luego alrededor inspeccionando
cada movimiento.
—Parece ser una bala.
Apenas lo acabo de decir. Cuando de repente.

187
Tres.
Dos.
Uno.
Y una ráfaga de disparos corta el aire del bosque inundándolo de un ruido
ensordecedor.
—¡CORRAN! —grita Luka.
Cada quien se empieza a mover con rapidez, impulsado por el instinto, me tiro al
suelo y pongo mis manos sobre mi cabeza, Olga y Luka hacen lo mismo. Miro al
frente, veo como algunos proyectiles impactan en las ramas y los troncos de los
árboles, volando astillas por todos lados haciendo un estruendo aterrador. Los
pájaros salen volando de inmediato buscando huir de semejante interrupción a la
paz de su hábitat. Estoy nervioso, sigo en el suelo y el sonido de los disparos no se
detiene, parece que quieren vaciar los cartuchos en nosotros.
Deben de haber pasado dos largos y tediosos minutos, los tres estamos tendidos
en el suelo, hasta que el ruido de las balas termina. Nadie se mueve. Esperamos a
estar seguros, pero de inmediato me doy cuenta de algo aún peor…
Los militares pueden estar viniendo a buscarnos.
—VAN A VENIR POR NOSOTROS. ¡CORRAN!
Me levanto y empiezo a moverme con rapidez, poseído por la adrenalina del
momento, he pasado por tantas situaciones que pusieron mi vida al límite, que no
estoy dispuesto a que ahora, estando tan cerca de la libertad, me la arrebaten.
Olga y Luka corren conmigo a toda velocidad, en el suelo se escuchan las ramas
quebrarse ante el acelerado avance de nuestras pisadas, hasta que algunos metros
más adelante, oímos otro ruido.
—¡Es el río!, estamos llegando a él —grita Luka.
Es el mismo al que habíamos venido en la primera prueba de mi llegada, las
cuerdas aún deben estar, así que podemos cruzar por ellas. Lo pienso y luego digo lo
mismo en voz alta.
El ruido del caudal está aumentando hasta tener el río enfrente, lo debemos cruzar
rápido, si los militares nos persiguen, con seguridad, lo harán hasta este punto.
—Pero, momento… ¿Dónde están las cuerdas? No hay nada…
—¡Joder! Las han cortado, ¡cómo no lo supusimos!, no iban a dejarnos ese regalo
estando tan cerca de la base —responde Luka. Nos miramos con decepción y rabia.

188
—Más abajo el río se hace menos angosto, podemos subir y cruzarlo desde allí…
—sugiere Olga apresurada.
Todos asentimos.
Enseguida nos ponemos a correr río abajo, estamos nerviosos, pero nos movemos
con toda la energía que tenemos. Si nos alcanzan, será el fin; no conseguiremos
enfrentarnos a sus armas. Con qué lo haríamos... ¿Con palos?
Subimos cargados de ansiedad. El caudal del río puede que disminuya, pero su
anchura no.
—Por aquí —digo—. No hay tantas piedras, y si seguimos bajando, no lo vamos a
cruzar nunca. ¡Debemos decidirnos ya!, no me quiero imaginar si los militares
aparecen detrás de nosotros.
Nos amarramos bien los zapatos, yo ajusto mi abrigo y me empiezo adentrar en el
agua. Está muy fría. Tanto que siento como si me estuviera sumergiendo en hielo.
Pronto noto que la corriente me arrastra progresivamente río abajo, no es muy
fuerte, pero así mismo me ayuda a avanzar. De reojo veo que Olga está detrás de mí,
Luka es el último.
Yo nado con la rapidez que mi entumido cuerpo me permite antes de que inicie
con algún grado de hipotermia, no quiero ser arrastrado por la corriente hasta las
piedras ubicadas más abajo. Ni que los militares lleguen y nos empiecen a disparar
desde el otro lado, por eso, volteo mi cabeza cada tanto para asegurarme de que no
estén allí.
Debe ser por eso que no escucho con claridad cuando Olga me grita por primera
vez. Me giro en medio del agua para ver por qué me está llamando. Veo que mueve
sus brazos de lado a lado.
—Alex, ¡CUIDADO! —me grita.
Miro hacia el frente. Y veo que hay un oso en la orilla.

189
Capítulo 42
Nadie dijo que sería fácil

Alex entró en pánico al ver al animal esperando al otro lado. Su primera reacción fue
nadar en contra de la corriente, pero la fuerza del agua lo empujó más hacia abajo,

190
¡hacia dónde estaba el oso! En cuestión de segundos, agotó la fuerza de sus brazos.
Olga y Luka se habían devuelto, pero él no lo consiguió con la misma facilidad.
Y en ese instante de suma presión y angustia, de repente:
Se dejó llevar por la corriente.
Alex había comprendido que era lo mejor que podía hacer. Con rapidez, se giró y
quedó bocarriba, con sus pies en dirección al flujo del agua y se dejó arrastrar. El oso
estaba en la orilla a unos cinco metros de él; tan cerca, que alcanzó a escuchar su
rugido y el golpeteo de sus patas contra el agua, ya que había empezado a correr en
la misma dirección que Alex.
De fondo oyó los gritos de sus compañeros que corrieron al otro lado del río. Pero
entre el sonido de la corriente y la distancia, Alex no identificó lo que dijeron. En ese
instante, solo se preocupó por avanzar lo más rápido posible y dejar el oso atrás.
Movió sus brazos impulsándose con la corriente. Tenía los pies al frente, así que
flexionó las piernas para amortiguar el golpe de las rocas que estaban adelante. Al
llegar a ellas se sostuvo con las manos, la corriente lo arrastraba, rechazándolo para
que siguiera su curso y no se pudiera sostener de las rocas. Pero Alex se aferró con
tanta fuerza, que no se soltó, a pesar de la corriente y el frío que le congelaba la
sangre. Se sostuvo como solo lo podría haber hecho si su vida estuviera
dependiendo de ello.
Él vio hacia atrás, el oso había bajado por la orilla y estaba muy cerca, era de color
marrón, media unos dos metros, tenía garras negras y gruesas, y se notaba
hambriento. Alex nunca había sentido tanto miedo en su vida por ver un animal
salvaje. El oso parecía estar aguardando a que se cansara y soltara la roca para
atacar. Lo veía como su cena. «Sin embargo, no creo que esté dispuesto a meterse en
el río y venir detrás de mí. ¡Los osos no hacen eso…!» O al menos, eso quería
suponer.
Buscó a Olga y Luka con su mirada. No los vio. Así que levantó su brazo,
esperando encontrar alguna respuesta. Sus compañeros, río arriba, lo reconocieron y
también empezaron a mover los brazos de lado a lado. Se acercaron corriendo por la
orilla y justo al otro lado: el oso aún continuaba merodeando, ya no tenía su mirada
clavada en «la presa», pero se mantenía expectante.
En ese instante, Alex comprendió que lo mejor que podía hacer era esconderse
para que el oso, al no verlo, perdiera interés y se fuera. Se movió al otro lado de la

191
roca, quedó oculto a la vista del animal, y tan solo visible desde la otra orilla. Donde
Olga y Luka lo veían con facilidad.
El oso gruñó de nuevo, pero esta vez más fuerte, como si estuviera reclamando su
cena… Alex se mantuvo quieto, sin hacer ruido en medio del cortante frío del agua.
Su vida estaba dependiendo de eso. «¿Y si se lanza al río para buscarme?» —Se
preguntó. Giró su cabeza levemente, vio por un lado de la roca que el oso parecía
empezar a devolverse río arriba.
—Alex —dijo Olga— ¿Estás herido?
—No, estoy bien, estoy bien —habló aún intranquilo.
El oso se aburrió y emprendió su marcha río arriba.
—Esperemos un momento a que ya no veamos el oso y nos vamos en la otra
dirección —propuso Olga.
—Perfecto.
El agua debía estar a unos siete grados bajo cero, el frío empezaba acalambrar sus
piernas y pies. Debido a ello, Alex se subió sobre la roca para mantenerse fuera del
agua. Sentía estar al borde de la hipotermia. Luka miraba con atención el camino por
donde el oso se había ido, ya era imperceptible para su vista.
—¡Se ha ido!, puedes salir del río.
Alex bajó de la roca, y observó que Olga había tomado un palo y lo afiló con lo
que parecía ser una navaja… «Pero ¿de dónde la sacó?» —pensó intrigado. En
cuestión de segundos ella afiló dos palos más.
Acalambrado, Alex nadó hacia la orilla donde minutos antes estaba el oso. Miró
con atención alrededor. No había nada. Así que hizo una señal para que Olga y Luka
cruzaran.
El día avanzaba y cada minuto de luz era valioso en el reto de seguir atravesando
el bosque.
Se lanzó primero él, y unos segundos más tarde, ella; después de haber guardado
los palos en una mochila que tenía colgada en la espalda.
—Debemos caminar para calentar el cuerpo —les dijo Alex una vez salieron del
río—, por cierto… ¿De dónde sacaste esa navaja? —le preguntó a Olga sintiéndose
muy extrañado.
—La traía —le respondió sin más.
—¿La trajiste y, de dónde…? ¿Cómo la lograste camuflar?

192
—Bueno, todos tenemos nuestros trucos… y esto nos puede salvar la vida. Toma
este palo, te va a ayudar si te sale otro oso —le dijo largándole lo que había
convertido en una lanza.
Olga era impredecible, a veces extraña, y otras veces atenta y amigable. Alex
prefirió no decirle nada más, al final el palo afilado realmente le sería de gran ayuda.
—Debemos caminar rápido, perdimos mucho tiempo en el río, no tenemos
comida y necesitamos llegar a un lugar donde podamos dormir —dijo Luka, era lo
mismo que los demás pensaban.

Caminaron con ansiedad, cada segundo contaba en su frenética carrera contra la


llegada de la noche. Se abrieron paso entre la densidad de los árboles del bosque,
atentos ante cualquier ruido o movimiento que los alertara. Los tres estaban
inquietos, era inevitable luego de haber visto tan de cerca aquel oso, y sentir que uno
de los tres pudo haber muerto en sus garras. Sumado al estruendo de los disparos,
que pretendía acabar con ellos.
Avanzaron algunos kilómetros más en dirección recta. Mantenían el ritmo
constante, no se detuvieron y prácticamente no hablaron. Hasta que Olga rompió el
silencio. Debían llevar unas dos horas sin mencionar palabra.
—¿Cuánto tiempo tardó aquel hombre en llegar a la granja?
—Demoró dos días, pero confío en que llegaremos antes, en su época él no
contaba con la información que tenemos ahora —respondió Alex.
—Esto es increíble..., que pretendan repetir con nosotros lo que hicieron los
soviéticos.
—Son unos retrógrados —dijo Luka.
—Eh, ¡eso mismo...! Acaso, ¿no aprendieron de los nazis y sus horrendos
genocidios? Se necesita estar mal de la cabeza para pretender cambiar a la gente con
un «programa de reeducación» —hizo una pausa—. Y tú, Alex, ¿ya no eres gay?
Él la miró y una risada se dibujó en su rostro. Luka también sonrió. Y todos
empezaron a reír de inmediato, allí, en medio del bosque, de la nada; a quién sabe
cuántos kilómetros de alguna persona más a su alrededor.
—Y a ti, Olga, ¿ahora sí te gustan los hombres? —agregó Alex.

193
—Creo que me gustan más ahora las mujeres. Después de pasar por todo eso,
hasta a cualquier mujer heterosexual le dejarían de gustar… Al menos por un
tiempo.
Los tres volvieron a reír.
—Y tú, Luka, ¿ya estás de acuerdo con las políticas racistas del país?... ¿No
volverás a protestar más…?, rebelde.
Las carcajadas siguieron, alivianando el paso de la extensa caminata.
Alex revisó su mochila, la botella de agua ya iba por la mitad, si se le acababa no
tendría más. A menos que encontraran otro río o un arroyo en el camino. Sus
estómagos también empezaban a vaciarse y a pedir comida. Ya había pasado la hora
del almuerzo hacía un tiempo. Se podría decir que la única ventaja era que el frío los
mantenía frescos mientras caminaban con rapidez entre los árboles. Pero en la noche
jugaría en su contra.
Alex miró al cielo, el sol estaba a sus espaldas cada vez más bajo, debían ser entre
las cuatro o cinco de la tarde.
—Necesitamos apresurarnos, chicos, nos queda una hora de sol más o menos.
—Yo puedo subirme a un árbol para ver si estamos cerca de algo a donde
podamos ir —dijo Luka.
—Buena idea, hazlo.
A él se le daba mejor escalar árboles que a los otros dos. Con rapidez subió a uno.
Olga y Alex estaban abajo con la lanza en sus manos, la sostenían por puro instinto
de supervivencia, al andar con ella todo el día sentían que ya hacía parte de sus
cuerpos.
—¿Vez algo?
—Nada, más árboles y las montañas al oeste —gritó.
«No deben ser las mismas que mencionaba Gilled, él indicaba que era una
«colina», lo recuerdo muy bien»—pensó Alex. No podía dudar de su memoria en ese
instante. Había dos personas que estaban siguiendo sus indicaciones con base en un
correo que había leído hacía meses…
Luka bajó del árbol y continuaron caminando con rapidez en la misma dirección
como si estuvieran huyendo de algún asesino o de un depredador que los buscaba
en medio del bosque. En este caso: la misma noche.

194
El cielo se tornó más oscuro con cada minuto que pasó y no encontraron nada.
Parecía que caminaban en círculos en medio de los pinos, que ya habían pasado por
los mismos lugares… Estaban angustiados. Miraron el cielo a sus espaldas, vieron el
color naranja del atardecer pintado con los últimos rayos del sol. Alex los observó a
los dos y habló:
—Debemos buscar un lugar en donde dormir ya. Más tarde será imposible.
Se detuvieron en seco, era la hora de enfrentarse a una realidad a la que le habían
estado huyendo durante el caminar frenético.
Debían pasar la noche en medio del bosque.

Capítulo 43
Mantén cerca a tus amigos.
Pero más cerca a tus enemigos

195
Algunos recuerdos del pasado hacen

que las almohadas sean incómodas y las noches muy largas.

Estamos en medio de un bosque que bien podría estar de camino a Moscú, buscando
un sitio en donde pasar la noche. Rodeados de la nada, sin saber qué peligros nos
pueden asechar. Con osos posiblemente a unos tantos metros de nosotros, un frío
electrizante y privados de la más mínima comodidad para dormir.
Y todo por ser diferentes a lo que el régimen quiere que seamos… De no ser así,
¿por qué otra razón está una lesbiana temperamental, un descendiente de kenianos y
un gay revolucionario en medio del bosque después de haber pasado por un maldito
campo de concentración? No tiene el más mínimo sentido tratar de pintar todo del
mismo color. Que todos estemos de acuerdo con el régimen, que seamos blancos,
heterosexuales y no pensemos de maneras diversas. Durante mi infancia y
adolescencia, mi madre me llevaba a una iglesia cristiana que implantaba unas
creencias similares. Una vez empecé a darme cuenta de que por alguna razón era
excluido, ya que chicos de mi edad les permitían participar dentro de las actividades,
pero a mí siempre me dejaban rezagado. Hasta que una tarde que estábamos un
grupo de jóvenes conversando para ir a un parque a promocionar una actividad de
la iglesia, una de las chicas dejó escapar un comentario.
—Pero… en ese parque hay muchas parejas gais…
—Bueno, pues podríamos ir y aprovechamos para convertirlos… —respondió
alguien justo a mi lado. Todos empezaron a reír, yo me quedé en silencio, ese
momento dividió en dos mis cuestionamientos sobre el motivo por el que estaba esa
tarde allí. ¿Qué hago aquí?, ¿qué hago en un lugar donde soy rechazado por ser
quién soy?
Después de esa tarde no regresé a la iglesia. No vale la pena estar en un sitio
donde no te quieren por lo que eres y pretenden cambiarte. Acaso, si el Dios de
quien predican no discrimina, ¿por qué los miembros de la iglesia sí lo hacen, si ante
los ojos de ÉL son tan pecadores e imperfectos como yo, o cualquier otro? Muchos de
los chicos de mi edad, ya tenían relaciones sexuales con sus parejas y no eran
excluidos por eso. A pesar de estar cometiendo un «adulterio».

196
Desde el asiento escuché innumerables veces señalar la homosexualidad como la
peor perversión. Era el blanco acusatorio más fácil de juzgar y parecía que
simplemente ignoraban otros «pecados» más que ellos mismos cometían. Cuando al
final, todos somos igual de pecadores, según las mismas doctrinas que ellos dan.
Tantos años en la iglesia me llevó a aprender algo:
Que quien se para enfrente de la plataforma a señalar y juzgar, no es mejor
persona por hacerlo, que yo.

Continuamos caminando y encontramos a nuestro alrededor un grupo de ramas


junto a un tronco, Olga saca la cuchilla de su bolso y las empieza afilar.
—Podemos hacer un tipo de cerca con estas ramas, las ponemos a nuestro
alrededor y nosotros nos ubicamos contra el tronco —dice.
—Perfecto —le respondo, Luka hace lo mismo. Es el sitio más seguro que hemos
visto, pronto empezamos a ubicar las ramas alrededor del árbol creando un tipo de
refugio improvisado donde haya lugar para los tres. Encima yo pongo ramas de
algunos arbustos cercanos con la intención de hacer algo similar a un techo. Olga
toma unas de esas ramas y las ubica justo en frente del refugio, después saca un
mechero y arma una fogata. Los dos nos quedamos mirándola.
—¿Que? Piensan que sobreviviremos al frio de la noche, así; sin fuego.
No puedo estar más de acuerdo con ella. Pero y ese mechero ¿En dónde lo
camufló? Todos trabajamos con rapidez, el cielo ya está tornándose azul oscuro y
cada vez vemos menos a nuestro alrededor. En cuestión de minutos parece que ha
caído un inmenso manto sobre nosotros, el bosque se torna negro y lo veo más
amenazante e inhóspito que nunca, como si esperara a que nos durmiéramos para
atacar.
Los tres entramos al improvisado refugio rodeado de ramas y palos afilados en la
punta.
—Debemos turnarnos para vigilar, yo puedo iniciar y luego de unas horas
despierto al siguiente para que continúe —digo una vez dentro.
—Está bien, yo puedo seguir después de ti —responde Luka.
—Siendo así, yo haría el de la madrugada —dice Olga mientras se acomoda en el
suelo lleno de raíces y tierra.

197
—Debemos encontrar algo de comer mañana. Tengo mucha hambre y debilidad,
estamos solo con lo del desayuno que comimos —digo sintiendo que el estómago me
está reclamando.
—Yo estoy igual, me duele la cabeza del hambre que tengo —responde Luka—.
Ya he pasado por varias etapas: retorcijones en el estómago, ansiedad, luego
debilidad y ahora siento la mezcla de todo junto.
—Todos estamos igual —dice Olga.
—Mañana podríamos ir en dirección diagonal hacia las montañas y ver que
encontramos mientras seguimos avanzando —propongo.
—Me parece bien, debemos encontrar algo, si no queremos morir de hambre —
habla Luka.
Olga está muy callada y al poco tiempo cae rendida. Converso con Luka por unos
minutos más, casi susurrando y sin vernos las caras ante la oscuridad. Luego él se
duerme.
Todo queda en silencio.
Aquí estoy en medio del bosque, me concentro y escucho de fondo el sonido de
unas larvas. Me he sentado con la espalda apoyada contra el tronco del árbol, en mi
mano derecha la lanza y en la izquierda, una botella con la poca agua que me queda.
Veo hacia arriba, los árboles bloquean prácticamente toda la luz de la luna, en el
frente, los palos y ramas nos cubren al punto de ser imperceptibles si alguien pasara
junto a nosotros. Nos reconocería por el olor algún animal, sin duda, pero para el ojo
humano somos invisibles.
No puedo negar que tengo miedo, ¿quién no lo tendría en esta situación? Me
imagino incontables veces cómo reaccionaría ante el ataque de algún animal. Lo
calculo tanto que no me deja dormir y apacigua mi hambre. Sigo concentrado, no
muevo un solo músculo; hasta que escucho un ruido entre las ramas.
Miro de inmediato hacia la fuente y aprieto con mi puño el palo afilado. ¡Suena de
nuevo!, viene de arriba. Miro con rapidez y entre las sombras de la oscuridad veo lo
que parece ser un ave grande. Tal vez un búho.
Me quedo quieto con la mirada hacia arriba, hasta que luego de unos minutos
observo la sombra del ave alzar vuelo y escucho su sutil aleteo. Deben haber pasado
unas dos horas como mínimo, Olga y Luka duermen profundos, están cubiertos con

198
los abrigos y las ramas para contrarrestar el frío. Espero unos segundos más, tomo
algo de agua, pongo más ramas en la fogata y toco el hombro de Luka.
—Voy a dormir, realiza la siguiente guardia.
Él se levanta, yo me acuesto cruzándome de brazos para conservar mejor el calor
y cierro mis ojos.
Debieron de haber pasado unas cuatro horas, hasta que el sonido de un paquete
me despierta. Está amaneciendo y veo que Olga guarda en su bolso lo que parece ser
una barra energética… «¿Cómo?, ¿de dónde habrá sacado comida?» —me pregunto.
Ella no ha notado que yo tengo los ojos abiertos. Dejo pasar unos segundos, no hace
nada más, así que me levanto.
—Buen día, ¿cómo estuvo? —le pregunto.
—Bien, nada de qué preocuparse, por fortuna, solo grillos y algunas aves en los
árboles —me contesta.
—¿Nada más…?
—No… ¿Y tú cómo dormiste?
Me devuelve la pregunta haciéndose la indiferente.
—¿Tienes comida en la mochila, Olga?
La interrogo confrontándola y su semblante cambia. Lo intenta disimular muy
bien. Pero no me engaña.
—Por qué me lo preguntas...
—Bueno, porque no hemos comido nada desde ayer… Todos tenemos hambre —
le respondo empezando a perder la paciencia.
Me mira por una fracción de segundo sin gesticular palabra alguna.
—Tengo algo… No les había dicho, porque lo tengo como último recurso por si
no encontramos nada.
—¿Y eso es todo lo que tienes?
—Sí, son unas barras que robé de la cocina, apenas tengo una para cada uno —Y
empieza a buscar en su pequeño saco.
«¿La cuchilla y mechero, de dónde los habrá tomado?» le voy a preguntar, pero en
ese instante Luka empieza a levantarse y al ver a Olga sacar las barras, le pregunta lo
evidente.
—¡¿Tienes comida?! ¿Por qué no nos habías dicho antes?

199
—Porque lo tenía reservado, es lo único que tenemos y lo debemos hacer rendir al
máximo posible. Si les decía, se las querían haber comido y ¡ahora no tendríamos
nada!
Su respuesta aparentemente considerada y segura me está dejando un sabor
amargo en la boca. Le recibo la barra, sabiendo que esconde algo. Miro a Luka y
tampoco estoy seguro de que él no lo supiera de antes… Ya me ha dado razones
para desconfiar y solo faltaría que él ahora saque un cañón… No sé qué más
esperar…
Nos levantamos, dispersamos las ramas y los palos para no dejar evidencia,
limpiamos nuestros zapatos y emprendemos de nuevo el viaje en dirección diagonal
hacia las montañas. Seguiremos hacia el oeste, pero con curvatura al norte con la
esperanza de encontrar comida. Debemos hallar algo, si no lo hacemos, no
llegaremos vivos a ninguna granja.
La barra me da un aire nuevo de energía, pero es como darle a un motor solo un
poco de gasolina. No es suficiente para lo que me está pidiendo el cuerpo. Trato de
mantenerme concentrado en el camino, siento que el hambre me puede generar
mareo y desorientación, crearme alucinaciones y desmayarme.
Pasan varios minutos y la cantidad de pinos y abetos, se empieza a reducir… O
eso me parece en medio del mareo. Llegamos a un arroyo, llenamos nuestras
garrafas de agua e intentamos pescar, sin suerte ya que son muy pequeños los peces.
Al lado hay un arbusto con unos frutos rojos, los tomamos, no saben muy bien, pero
es algo para el estómago. Luego empieza una zona más fangosa y húmeda, hay
partes con nieve. Mientras pasamos por allí, de repente, Olga grita.
—¡MIREN!
Me giro de inmediato, ella está apuntando con su mano a unas ramas que
sobresalen en medio del fango.
—¿Qué es? —le pregunto ante la forma que tiene.
Luka se acerca y con un palo mueve las ramas. Lo que vemos nos deja
impactados.

Capítulo 44
Corriendo contra el tiempo

200
02 de febrero 2022
22 días antes de la Guerra de Ucrania.
Miranda Belova.

Luego de que Miranda tuviera la conversación con Jelena en donde se enteró de que
los internos de la base serían enviados a una invasión que iba a hacer Rusia en
Ucrania, todo empezó a cobrar más sentido para ella. Era como si encontrara la pieza
que hacía falta al puzzle, unió cables y entendió la directa relación con los mensajes
filtrados que había estado recibiendo del Servicio de Inteligencia Exterior ruso (SVR).
Estas informaciones eran difundidas por un grupo de hackers desconocidos a los que
el Kremlin llama: алигаторы, que traduce «Los lagartos».
Desde esa noche se desarrolló en Miranda el intenso afán de agilizar todo para
sacar lo antes posible a su hermana gemela de allí. La información que Jelena le
había confesado significaba que Angelika y todos los desaparecidos que estaban en
la base 11 irían como prisioneros de guerra a una invasión en Ucrania. En las noticias
se hablaba de la tensa situación en Donestsk y Lugansk en la región del Dombás al
este de Ucrania, entre los separatistas prorrusos y el Ejército del país, además de las
intenciones de Zelenski de que Ucrania ingresara a la OTAN. Pero..., «¿era esto
suficiente como para que Nitup diera la orden de invadir a su vecino?» Se
preguntaba mientras conducía de regreso a casa en un terremoto de planteamientos.
Bielorrusia es aliado estratégico de Rusia y no le cabía duda que apoyaría una
eventual invasión. La información que Jelena le había dado era el equivalente a una
bomba nuclear mediática.
Al llegar a casa, contactó de inmediato con el director de Amnistía Internacional
en el Reino Unido, exponiéndole el caso. Él ya estaba informado de los abusos que
sucedían en Bielorrusia, pero el correo de Miranda esa noche fue más directo a tomar
acción.

Buenas noches, Sr. John Peterson

Por fuentes confiables, me acabo de enterar de que Rusia está planeando invadir Ucrania
en los próximos días o semanas. Van a enviar al frente de guerra a más de cuarenta personas

201
que están en un campo de “reeducación” aquí en Bielorrusia. Necesitamos hacer algo,
debemos actuar cuanto antes, mi hermana está allí, junto con un centenar más de jóvenes
inocentes que han sido reportados como desaparecidos. Estamos frente a un plan diabólico
que busca exterminar a opositores, inmigrantes, homosexuales y negros ofreciéndolos como
carne de cañón en una guerra.
Agradezco mucho la colaboración que, desde Amnistía Internacional, puedan brindarnos a
una sociedad que sufre y se desvanece con los abusos del régimen de Jrenin.

Un saludo.

Envió el correo, se inclinó hacia atrás en la silla y de inmediato se derrumbó.


Empezó a llorar en medio de su soledad. No podría con el peso de que su hermana
gemela muriera en una guerra a causa de un hombre que, movido por sus
ambiciones, la provocara.
Esa misma noche escribió la noticia para la BBC de Londres, informando de las
intenciones rusas de invadir a Ucrania. Envió otro correo a Human Rights Watch en
Nueva York, eran las tres de la madrugada y agotada por el cansancio, cayó en la
cama.
Al siguiente día, sus ideas de irse a vivir a Francia habían sido descartadas de un
plumazo, por lo menos de momento; no iba a salir sabiendo que su hermana estaba
en esa base. Sería abandonarla. Quería ir hasta el campo once, pero no podía hacerlo
sola. Sería suicida.
Eran las 9:35 h, cuando recibió una llamada de su editor jefe en Londres, donde le
decía que las acusaciones que daba en su noticia eran muy serias para publicarlas sin
pruebas… Una confesión anónima no era suficiente, por ello le ofreció publicarlo
como una columna de análisis geopolítico, pero no como un titular, que era lo que
ella pedía. Minutos más tarde recibió un correo de Amnistía Internacional.

Buenos días, Miranda

Lamentamos profundamente la situación en la que se encuentra tu hermana y el dolor que


tú y tu familia deben estar atravesando. Dada la gravedad de los hechos que comentas y las
pruebas que has recopilado en tus investigaciones, desde la organización se determinó enviar

202
a una comitiva para que haga el acompañamiento y logre esclarecer que está sucediendo en el
campo de concentración que mencionas. En anteriores ocasiones se ha hecho la misma
petición al gobierno de Bielorrusia, pero el presidente Jrenin se ha negado a recibirnos. Por
ello, esta visita será anónima y nuestros delegados no portarán ningún distintivo de la
organización. Así mismo, quiero informarte que en la mañana de hoy se informará de las
denuncias, al departamento de derechos humanos de las Naciones Unidas.
Elimina este correo una vez lo leas, en los próximos días recibirás noticias por medio de la
cuenta @AuaraMadrid, de Twitter. Fíjate en las minúsculas.
Un abrazo y mantente alerta.

Esa misma tarde fue publicada en la BBC la columna de Miranda anunciando las
intenciones de Nitup de invadir Ucrania.

Rusia estaría planeando tomar el Dombás al igual que tomó Crimea en 2014.

Así titulaba en su edición del miércoles 02 de febrero de 2022. En los argumentos


se citaba las crecientes tensiones generadas por las milicias de prorrusos en las
ciudades de Donestsk y Lugansk al este de Ucrania. Señaló que Bielorrusia podía ser
usada por los rusos para llegar a Kiev por el norte dada la cercanía y «la amenaza»
que representaba para Nitup que Ucrania fuera aceptada en la OTAN.
The Guardian, El país, Le Figaro y otros medios europeos más publicaron la
columna firmada anónimamente por Miranda, dada la atención que Ucrania estaba
generando. La existencia del campo de concentración se argumentaba desde la
realidad, y no como una teoría de conspiración, como las que rondan en Internet.

Dos días después, un delegado de Amnistía Internacional contactó con Miranda


por medio de la cuenta de Twitter, y acordaron verse. Su nombre es John Peterson y
era el propio director de la organización con sede en Londres. Junto con él llegaron
cuatro personas más y empezaron a establecer el siguiente paso en su plan:
Ir hasta la base once, y tomar la prueba que confirmara su existencia.

203
Capítulo 45
Sorpresas en el bosque

204
2 de febrero de 2022.

Bosques de Mogilev.

Al ver el cadáver, de inmediato doy un paso hacia atrás. Olga voltea su cara y Luka
hace un gesto de desagrado. Es la cabeza en descomposición de un chico. Su cuerpo
está enterrado casi en su totalidad en el fango congelado, las ramas y hojas cubren
parte de su cabeza. La imagen me deja aturdido, parece el retrato de un zombi, tiene
gusanos alrededor.
—¡Es Yuri!
—¿Cómo?
Me giro de nuevo para ver la perturbadora escena y lo reconozco por la forma de
sus cejas. —Es él, pero ¿cómo habrá muerto? —digo pensando en voz alta.
—Es posible que se haya quedado atascado en medio del fango —dice Luka.
—Y por el frío y el hambre…—agrega Olga—. Es la manera más simple y
probable de morir aquí, estaba solo, no tenía a nadie en quien apoyarse. Tuvo que
haber sido horrible —dice.
Nos miramos entre nosotros siendo conscientes de que podemos terminar como
él. La realidad me deja con los pelos de punta.
—Debemos hacer todo para evitar que esto nos pase. Si sobrevivimos a los abusos
del campo de concentración, podemos sobrevivir a esto también. No quiero terminar
enterrado en el fango. Y estoy seguro de que ustedes tampoco.
—Necesitamos acelerar el paso, crear una estrategia, ¡hacer algo! Pero no vamos a
sobrevivir si seguimos a este ritmo —dice Luka.
—Caminemos por esa zona que es más despejada —propone Olga señalando con
el dedo—, podemos ver si hay algo a la vista desde la parte alta de un árbol.
Nos dirigimos en esa dirección alejándonos del cadáver, buscamos un árbol y
Luka lo sube lento y con dificultad. Está débil, al igual que todos nosotros.
—Estamos más cerca de las montañas —dice desde arriba.
—¿Vez alguna colina?
—No.
Llevamos un día y medio caminando, y no hemos visto ningún rastro de ella.
Empiezo a cuestionarme un poco…, debe ser por el hambre tan grande que tengo,

205
estoy débil y no pienso con la misma claridad. Siento que mi mente da vueltas como
si estuviera viendo una lavadora girar mientras fumo marihuana.
Seguimos caminando, Olga encuentra un tipo de fruta seca. La comemos, al
menos sirve para calmar ligeramente el hambre. Ya a estas alturas siento que las
piernas no me responden del todo bien y que la visión se me nubla por momentos.
Es seguro que es a causa de la deshidratación, mi cuerpo está prolongando las
últimas reservas de grasa.
A medida que nos acercamos a las montañas, el aire se percibe más frío y en un
momento escuchamos lo que parece ser un águila…
—Debemos estar cerca —digo. Las águilas viven en las montañas y antes no
habíamos escuchado una.

Pasan unas horas. Entre una mezcla de ansiedad y debilidad, siento estar
recorriendo el mismo camino una y otra vez. Pinos, abetos, fango, nieve, escucho
algunos sonidos extraños y de nuevo veo más pinos… Yo debo estar caminando
como un zombi, de los mismos que salen en series y películas. Tomo agua y saco el
último pedazo de la fruta que Olga me dio, me la como sabiendo que no tengo nada
más y no sé si estaré vivo para probar algún otro bocado.
Veo hacia el cielo, el sol está cayendo, «Dios, no puede ser» —pienso entre el
agotamiento mental y físico.
—No vamos a soportar más tiempo, debemos parar —hablo y me tiro al suelo
arrastrado por un abatimiento que siento como el último de mi vida.
Olga tira su mochila al suelo y Luka cae a la nieve al igual que yo.
—Necesitamos comida —dice.
En el suelo rodeado de nieve, le pido a la tierra que no me trague vivo. Que no me
deje morir aquí. Muchas cosas se me pasan confusamente por la cabeza, recuerdo a
mis padres, mi hermana, algunas imágenes de la universidad, a Nikolay, amigos de
la infancia y junto a todo eso veo a los pinos dar vueltas a mi alrededor como una
escena psicodélica producto de la deshidratación que tengo. Ya casi no queda
energía en mi cuerpo y cerebro, no puedo pensar con claridad, las ideas se me
mezclan. Y, ahora, escucho de fondo el sonido de algo. Es rápido, es el ruido de, ¿un
motor…?
—¡Un auto! —digo en voz alta.

206
—¿Cómo? —me dice alguien que no reconozco.
Hago señas con mi mano para que guarden silencio, intento concentrarme en el
sonido. Pero no hay más que el apabullante silencio del bosque, el aire y la nada…
Cierro mis ojos con decepción y agacho la mirada. Fue una mala pasada de mi
cabeza.
—¡Sí, lo escucho! —dice Olga.
—¿De verdad, lo oyes? —No sé si en realidad suena tal sonido, o si hace parte de
un engaño que la debilidad de nuestros sentidos nos está haciendo creer.
—Tiene que haber una carretera por aquí, sí debe haber, ¡debe haber! ¡Joder!
Ella me mira y yo la miro recobrando algo de aliento, tomamos nuestras mochilas
y no sé con qué energías, pero empezamos a correr hacia la fuente del sonido
guiados por el instinto. Luka se apresura detrás de nosotros. Mientras corremos, veo
un movimiento a lo lejos en medio de los árboles, es rápido y no es un animal.
—Allí hay algo —digo señalando.
En ese instante escucho un golpe contra el suelo, confundido me volteo hacia atrás
y veo que Luka está tirado en la nieve.

Capítulo 46
La mujer de la primera casa

207
21 días antes de la Guerra de Ucrania.

Al final del otoño de 1991, la URSS estaba al borde del colapso, muchos de los
internos en los campos de «reeducación» habían ido a parar en la Alemania Oriental
bajo el servicio del Ejército Rojo. Una vez cayó la URSS, el 26 de diciembre de 1991,
muchos de ellos escaparon del país y emigraron a otras partes de Europa y EE. UU.
Algunos hombres habían atravesado con éxito el bosque que Alex, Luka y Olga
cruzaban con la esperanza de encontrar ayuda. Otros más habían muerto en el
intento.
Luka se había desmayado, sus compañeros se detuvieron y se aproximaron a él.
Pero estaba inconsciente.
—No puede ser, justo ahora. Yo también vi la camioneta, ¡yo también la escuché!
—dijo Olga entre la perturbación—, era azul, ¡una camioneta azul!
Alex la miró desconcertado. —Era gris, Olga, y no era una camioneta: era un
coche.
—¿Qué?
Esto lo hizo cuestionarse más, «¿dónde estaba ese auto?», «¿de dónde vino el
ruido?», dudó por un instante haberlo visto en realidad. La imagen fue confusa,
estaba lejos y entre los pinos… Alex, en un acto de desconcierto, cerró sus ojos con
fuerza, tomó la botella de agua, la abrió y vacío todo el contenido que quedaba sobre
su cabeza.
—¡NOOO! Pero, ¿qué haces? ¡La hubieras dejado para Luka! Él la necesita más —
le gritó Olga
Alex abrió sus ojos sintiéndose culpable. Se pasó las manos por la cara,
quedándole empapadas y luego se las pasó a Luka. El agua fría los congelaba. Él
reaccionó, pero no fue capaz de pararse, se encontraba abatido por el cansancio y la
falta de comida. El atardecer estaba llegando y con ello la noche. Alex y Olga se
miraron, no estaban seguros de poder sobrevivir una más.
—Vamos a morir si no encontramos un lugar donde dormir, no pasaremos de esta
noche —habló Alex volviendo en sí.
Ella lo miró tan perturbada y agotada como él mismo. Estaban movidos por un
sentimiento en común: sobrevivir y ayudar a Luka. Se pusieron de acuerdo, Alex lo

208
tomó por los brazos, mientras que Olga lo hizo de las piernas. Y lenta, muy
lentamente empezaron a desplazarse al punto en donde creían haber visto el auto.
Casi se arrastraban entre las ramas y la nieve. Podían escuchar su respiración entrar
y salir en medio de la fatiga.
Los dos se movieron por el instinto de supervivencia llevado al extremo.
La cantidad de árboles empezó a disminuir y les permitió observar mejor el
paisaje. Con los últimos rayos del sol a sus espaldas, vieron lo que parecía ser un
cultivo, y eso solo podía significar una cosa: había presencia humana.
—¡Mira! —dijo Olga señalando con sus ojos.
Alex giró su cabeza y la vio. ¡Por fin la vio! Era la granja junto a la colina de la que
Gilled le había hablado en el correo electrónico, se divisaba a la distancia.
—Esa es Olga —le dijo mientras sus ojos se aguaron. La esperanza les regresó al
cuerpo cuando sentían que este ya no daba más. Descargaron a Luka en el suelo,
Olga se acercó y le dio un golpe suave en el cachete. Confundido, abrió sus ojos.
—Parece que hemos llegado, guapo —le dijo.
Ella empezó a reír. Era una risa de satisfacción y agotamiento. Luka miró a su
alrededor percatándose de que habían llegado y abrazó a Olga entre las lágrimas.
Alex estaba a un lado viendo la escena y disfrutando el momento. Pero casi de
inmediato este sentimiento se opacó.
—Aún no sabemos si hay gente, necesitamos llegar a la granja y encontrar a
alguien.
—Sigamos caminando, seguro que dentro de la casa hallaremos personas—dijo
Olga.
Luka intentó levantarse, pero perdió el equilibrio. Todavía se sentía muy débil,
sufría del azúcar y estaba llegando al límite.
—Me duele mucho la cabeza —habló respirando con fuerza.
—¿¡Qué hacemos!? —preguntó Olga preocupada.
Alex, tratando de razonar, se ofreció a buscar ayuda mientras ellos esperaban allí.
—Quédate con él. Es lo mejor.
Ella asintió con su cabeza y él salió.
Caminó tan rápido como pudo. Pasó por lo que habían sido unos cultivos, hasta
que, oculto por la colina, vio que el techo de una segunda casa se empezaba a

209
asomar… El nerviosismo y la ansiedad lo desbordaban. Había dos casas separadas
por unos cuantos metros, «¿por qué hay dos?» —se preguntó.
De repente, vio a una mujer que salió de la primera casa. Alex se apresuró a
llamarla.
—Señora, señora; hola, ¡necesitamos ayuda, por favor!
Ella lo miró con sorpresa, Alex lucia como un indigente, estaba sucio, sus
pantalones llenos de barro y el suéter con algunos rotos. Reflejaba en sus expresivos
ojos la penumbra por la que se encontraba pasando. Al ver la reacción de la mujer, él
intentó tranquilizarse para no asustarla.
—Buenas tardes, disculpe, vengo de cruzar el bosque… tengo dos amigos que
están en muy, en muy mal estado, necesitamos un lugar donde pasar la noche… Por
favor, y comida…
La mujer tenía una expresión indescifrable en su rostro. Lo miró fijamente y le
preguntó:
—¿Vienen de alguna base militar?

210
Capítulo 47
¡Hay una espía!

“Desconfía más de tus amigos, que de tus enemigos”

Estoy viéndome como un vagabundo que acaba de salir del bosque, mi apariencia da
para miles de juzgamientos. Y al escuchar a la mujer preguntarme si vengo de una
base militar, me he quedado petrificado sin saber qué responder. No sé si le digo que
sí, o mejor responder que no… Dudo unos segundos antes de hablar.
—Sí… —vacilo—. Estábamos allí como parte de un programa.
Ella me mira y acomoda un tipo de canasto que lleva en su brazo.
—¿Y entonces necesitas un lugar donde dormir por esta noche?
—Sí… Por favor.
—Te puedes quedar aquí —Señala la primera casa—. Solo te puedo dar posada
por una noche.
—¡Muchas gracias! Tengo dos amigos más también que necesitan donde pasar la
noche, están muy débiles, no hemos comido en dos días.
—Tráelos, que entren directo, pero que no crucen por esta casa —me enfatiza.
Asiento con la cabeza como un adolescente a quien le han dado permiso para salir
de fiesta. De inmediato me voy de vuelta y traigo a Olga y Luka. Al escucharme
decir que sí nos podemos quedar: el semblante en sus rostros cambia, yo estoy igual.
Entramos los tres a la segunda casa, en realidad es un establo; vemos que hay unas
cuantas gallinas, patos y en el fondo dos caballos y algunas cabras. Nos acomodamos
al lado de unos bultos de fique y me dejo caer en ellos bajo una sensación de
descanso y relajación, es como si estuviera en una cama de un hotel cinco estrellas.
Dejo salir un suspiro desde la profundidad de mis entrañas.
A los pocos minutos llega la mujer de nuevo a la puerta, saluda a Olga y a Luka.
Está con la que parece ser su hija, una niña muy rubia de trenzas.

211
—Les voy a pedir que, por favor, no salgan de aquí, mi esposo está en casa y no le
gusta recibir visitas en este establo —dice dejándonos sobre una caja de madera dos
grandes platos de comida. La niña se acerca y pone uno más.
—Claro —respondemos todos en coro.
Le agradecemos mucho por la comida y nos sentamos alrededor de la caja,
parecemos unos perros hambrientos. Empezamos a comer con un nivel de ansiedad
que nos desborda cualquier tipo de educación y protocolo, literalmente nos estamos
muriendo de hambre. Tanto, que por un segundo nos olvidamos de Luka, él sigue
acostado.
—Luka, come esto —le digo dándole una cucharada de lentejas en la boca, él las
traga y yo le doy unas tantas más hasta que logra sentarse y empieza a comer con
lentitud.
La mujer está a punto de marcharse, pero antes le digo que, por favor, nos
informe dónde tomar un tren que nos lleve a Minsk.
—Mañana les doy las indicaciones para que lo puedan tomar, es cerca de aquí.
Escuchar eso me alivia, es como quitarme una carga de encima.
—¿Ya había recibido antes a más personas? —agrega Olga.
—Sí, hace unos meses llegaron dos chicos aquí. También hambrientos y muy
cansados. Me dijeron que estaban saliendo de una base militar.
Nos miramos entre nosotros.
—¿Y recuerda cómo se llamaban? —pregunto.
—Hmm... Uno de ellos creo recordar que era Boris, del otro no…, bueno —dice la
mujer retrayéndose—. Mañana les diré como ir a la estación del tren, imagino que es
allí a donde quieren ir.
Ella y la niña nos dan las buenas noches y se van. Olga espera a que salgan del
establo para hablar mientras seguimos comiendo.
—Ellos fueron los ganadores del reto de hace dos meses. Eran Boris e Igor, es
claro que hicieron el mismo recorrido para llegar hasta aquí.
—¿Y los ganadores de los siguientes retos…?
Ella arquea las cejas.
—No lo sé, pudieron haber terminado como Yuri…

212
—Quizás nosotros podíamos haber tenido la misma suerte si no hubiera sido por
tu navaja, el mechero y las barras de cereal que tenías guardadas —le digo
mirándola de reojo.
—Bueno. De nada —dice moviendo su boca hacia un lado.
—Ya que hemos pasado por todo esto. Ahora nos puedes contar de dónde las
sacaste.
—Las había guardado, ya te dije.
—Y las barras… ¿También las tenías guardadas desde que llegaste al campo?
Al escuchar eso, se voltea hacia mí, incómoda.
—Alex, lo importante es que, si no fuera por ellas, lo más probable es que no
estuvieras aquí.
Me quedo mirándola, Olga sabe muy bien como escabullirse cuando se siente
acorralada y quiere ocultar algo. Lo sé.
—Si yo no te hubiera visto comiéndotelas hoy en la madrugada, ¿hubieras
compartido las barras con nosotros?
Luka la mira de inmediato despegando su vista del plato.
—Claro… Lo iba a hacer, ya te dije que si lo hubiera dicho antes ustedes se las
comerían... Y luego nos quedaríamos sin nada.
—Aun así, nos podías haber mencionado desde el principio que tenías unas
barras de cereal y eso nos habría ahorrado cierta preocupación. Es una cuestión de
comunicación, nada más… Y tú dudaste cuando te pregunté si tenías algo de comer
luego de haberte visto guardar el paquete —agrego.
—¿Qué estás tratando de decir con eso, Alex…?
—No quiero decir nada. Lo digo directamente y ya tú lo interpretarás como
quieras…
—¡ERES UN DESAGRADECIDO! —me dice alejándose de la caja de madera— ¡Si
no fuera por eso no estarías aquí comiendo conmigo…!
Debo confrontarla. Sé que esconde algo.
—Yo fui quien dio las indicaciones para que llegáramos hasta aquí, por si no te
acuerdas, y no te llamo «desagradecida» por no haberme dado las gracias.
—Chicos, no vayan a pelear por esto, acabamos de llegar, estamos comiendo y
agradezcamos que seguimos vivos —dice Luka reviviendo.

213
Miro a Olga con detenimiento, sé que hay algo más detrás de ella, me lo dice mi
intuición y así mismo sale de mi boca sin siquiera pensarlo:
—Te las dio un militar, ¿verdad?
Todos quedamos en silencio.
—¿Qué? —Su expresión se ve seca—, ¿qué me las dio quién…?
—Alguien allí adentro te tuvo que haber dado las barras, de lo contrario no las
hubieras logrado ocultar de la requisa. ¡Nos desnudaron! ¿Cómo se podía haber
ocultado algo así…?
—¡Ya las tenía de antes y las camuflé en los zapatos! —afirma.
Luka me mira, sé que él piensa igual que yo.
—No te deberías esconder de nosotros. Después de todo lo que pasamos, ¿qué
más secretos podríamos tener?
Ella opta por ignorar mi comentario y sigue tomándose la sopa.
—No vayas a hacer ninguna tontería cuando estés en Minsk —me dice sin
despegar su mirada del plato—. Ellos tienen los datos de tu familia, así como los de
la mía. Por mi parte, no voy a permitir que le hagan daño a mi madre, a mí me
pueden hacer cualquier porquería, ¡ya he pasado por muchas en mi vida! Pero que a
mi madre no le suceda algo así por mi culpa…
Su tono de voz y su semblante se tornan muy emotivos. Yo la observo sin
entender con exactitud a que vienen sus palabras, ¿qué hay detrás de eso?, ¿qué está
queriendo decir aparte de lo obvio? Sé que Olga guarda algo, su personalidad es la
de aquellas personas que nunca terminas de conocer, de alguien que te puedes
esperar cualquier cosa, ya sea para bien… O para mal. No lo saco de mi mente, ato
clavos, relaciono un hecho con el otro. Y hablo.
—Los militares saben que fui yo quien realicé las denuncias, ellos tienen
conocimiento de mis videos…, y piensan que una vez salga continuaré haciéndolo...
—lo digo mientras creo rápidamente los vínculos en mi cabeza—. Por eso quieren
estar seguros de que no lo haga, están pensando que ahora contaré la historia que
hemos vivido allí metidos y buscan asegurarse que tenga la boca cerrada… Es eso,
¿verdad?
Olga me mira clavando sus ojos en mí con mucha seriedad.
—Ya entiendo por qué te seleccionaron para salir después de que yo superara el
reto, y no antes—continúo—. Los militares pensaban que no lo superaría luego de

214
haber visto morir a Daniell, que me pararía allí y tan solo me rendiría. Por eso fue
que te seleccionaron para salir después de que lo superara, te entregaron esas barras,
el mechero y esa navaja para que te dieran más chances de sobrevivir…
Ella empieza a mover cabeza en negación.
—¿Qué estás diciendo…?
—¡No me mientas! No debes hacerlo conmigo porque te considero una amiga. Y
en la verdadera amistad uno se muestra tal cual es. No hace falta mentir, Olga.
Ella se queda observándome directo a los ojos, corre su mirada a un lado. El
silencio es electrizante e incómodo, nadie habla. Hasta que ella suspira y se aleja de
nosotros.
—Solo te voy a decir una cosa: no hagas estupideces una vez lleguemos a la
ciudad. No las hagas. Si no te vas a callar por ti, entonces hazlo por proteger a tu
familia, que debe ser tan importante para ti, como lo son para mí —me dice.
—No los voy a exponer, y tengo un plan con el que ellos no se verán perjudicados
en todo esto. Pero la barbarie que sucede en el campo debe ser denunciada. Yo no
me voy a callar luego de haber vivido todo esto. NO LO HARÉ. No puedo tan solo
ignorarlo cuando muchos más como nosotros, como tú y como yo, están siendo
esclavizados en un campo de concentración solo por el hecho de ser «diferentes».
¿¡CÓMO ME PUEDO CALLAR ESO!?
Estoy gritando sin apenas darme cuenta.
—¡Pues te van a matar!, y también a toda tu familia, Alex…
—¡Eso no va a pasar…! Pero siendo así, prefiero morir por defender una causa,
antes que vivir siendo denigrado por ser quien soy.
Tomo aire pretendiendo tranquilizarme.
—Te enviaron para que me siguieras y asegurarles de que me quede callado ¿No
es así? —le digo casi susurrando—. Y ese acento… ¿Por lo menos me puedes decir
de dónde eres en realidad?
Ella no contesta.
En mi cabeza sigo uniendo posibilidades, hechos y como una iluminación que me
llega, no sé de dónde; hablo:
—Eres una espía rusa.

215
Capítulo 48
Nace La Rebelión

04 de febrero de 2022
20 días antes de la Guerra de Ucrania.
Minsk, Bielorrusia.

Los artículos escritos por Miranda se convirtieron en la mayor muestra de la


represión social vivida en Bielorrusia. Muchos medios de comunicación empezaron
a darle más cubrimiento a las protestas, para mostrar al mundo los abusos policiales
que la población sufría. Al publicarse la denuncia de que Rusia estaría planeando
invadir Ucrania, se empezó a generar mucha especulación, siendo tachado por
algunos reporteros de «sensacionalista» e «instigador». Muchos analistas veían una
eventual guerra en Europa como algo improbable, pero no imposible…
—Como pueden ver, la situación aquí es muy complicada. Siguen reportándose
desaparecidos, pero mi enfoque ya no está en ello. Está en llegar al campo once,
rescatar a mi hermana junto a quienes más pueda y tomar pruebas de la existencia
de la base —dijo Miranda.
—Tener esas pruebas será de ayuda, eso sin duda, Miranda, pero ¿sabes qué es
mejor aún?, un testimonio —dijo John, el director de Amnistía Internacional, un
británico que pasaba de los sesenta años y se mostraba tan determinado como
Miranda—. ¿Qué distancia hay de aquí hasta la supuesta ubicación de la base? —
agregó.
—Unos 320 kilómetros —dijo ella tomando su ordenador para comprobarlo.
Miranda había estudiado inglés en algunas academias, pero solo consiguió mejorarlo
cuando viajó una temporada a Irlanda, como au pair, en su época de estudiante.
—La idea es poder ir de noche y llegar en la madrugada —respondió John—, nos
ubicaremos a unos cuatro kilómetros del sitio y desde allí despegaremos un dron que
tome videos y fotografías de la base. Tiene que ser rápido y no nos pueden ver bajo
ningún motivo.

216
Miranda se mostraba inquieta y muy ansiosa.
—También nos acercaremos a la base… debe tener puntos ciegos, donde se pueda
abrir un espacio entre las cercas.
—Eso es muy peligroso, Miranda —dijo uno de los delegados que había viajado
con John.
—Pero, entonces, ¿cómo podremos sacar a mi hermana de allá y al resto de
gente…?
—Esta primera visita que vamos a hacer es una revisión de campo que nos
permita conocer mejor el funcionamiento del sitio, manteniéndonos a una distancia
segura. Ten en cuenta que son el ejército, están armados y la zona se encuentra
aislada por completo. Seríamos un blanco muy fácil —agregó John.
—Lo entiendo, esta situación me está matando y no sé cuándo enviarán a los
internos a la supuesta invasión.
Él la miró comprendiendo su angustia, aunque evitó precipitarse ante la compleja
tarea que estaban a punto de realizar.
—Yo no veo una invasión rusa como algo muy probable, Miranda; no ahora…
Pero no subestimo hasta dónde pueda llegar Nitup, y este país que es su patio
trasero.
Miranda dio un suspiro y observó su ordenador de nuevo, había acabado de
recibir un correo que titulaba: «La Rebelión».

Hola Miranda,

Somos un grupo antisistema llamado, La Rebelión; hace tiempo nos hemos organizado y
nuestro equipo no ha parado de crecer desde entonces. Ahora lo conformamos: ingenieros de
software que trabajan como hackers, mercenarios militares, algunos espías, activistas de
ONG y jóvenes en general que, cansados de ser tratados como borregos, hemos decidido
empezar a trabajar para cambiar las cosas, y no quedarnos en la denuncia, sino pasar a la
acción. Al igual que tú, no estamos de acuerdo con la manera en que esta dictadura que
vivimos sigue comandando a Bielorrusia, y buscamos cambiarlo. Hemos seguido tus
publicaciones desde que denunciaras los primeros desaparecidos y sabemos qué es lo que está
pasando con ellos. Entre nosotros reunimos la experiencia y los medios para actuar, pero nos

217
falta información que podemos complementar contigo, sumado de la voz precursora que
tienes para hacer eco de nuestro trabajo. Claro está, desde el anonimato.
Sabemos por una fuente confiable que la invasión de Rusia a Ucrania sucederá, no
tenemos certeza de cuándo, cómo ni dónde, pero estamos seguros de que se va a dar pronto.
Por ello, nos gustaría empezar a trabajar contigo, necesitamos llegar hasta la base 11 y evitar
que los capturados sean llevados a la guerra. Por qué eso es lo que pasará, los están
amaestrando como señuelos para que sean los primeros en morir en el frente de batalla.
Muchos de ellos son familiares, amigos y conocidos nuestros, por eso nuestro afán de actuar
lo más rápido posible.
Por favor, no responde a este correo y elimínalo una vez lo leas. Si estás interesada en
formar parte del grupo, nos vemos mañana a las 10:10 h en la exposición de ordenadores de
Apple de la calle Prospekt Nezavisimosti. Alguien de cabello blanco, se acercará a ti.
Un saludo.

218
Capítulo 49
Un regreso agridulce

03 de febrero de 2022.
21 días antes de la Guerra de Ucrania.
Viaje entre Homel y Minsk.

La sensación de descubrir que se ha estado conviviendo con el enemigo tiene un


sabor plagado de decepción. Tengo claro que uno nunca termina de conocer a las
personas, pero: ¿cómo no pude darme cuenta antes de las verdaderas intenciones de
Olga? Mi desconfianza la había enfocado en Luka y, tal vez por eso, descarté
cualquier otra opción más allá de él; hasta que Viktor la mencionó para ser liberada
de forma precipitada y después lo reforcé cuando Olga sacó esa navaja antes de
cruzar el río. Desde ese momento algo cambió y fue creciendo hasta el
enfrentamiento de hoy. Aunque ella ha negado todo, como lo haría cualquier espía
que es descubierto, pero sus esfuerzos son en vano. Ya lo veo claro y mi intuición no
se equivocó, por desgracia reaccioné tarde. Espero que no demasiado.
Abro los ojos. Está empezando a amanecer, me levanto del suelo rodeado de paja
y sacos, y casi de inmediato me doy cuenta de que Olga no está. Se ha ido. Es seguro
informará lo que hablamos… ¿Contará que tengo intenciones de divulgar lo que
pasa en la base? Es lo más probable, ¿qué más puedo esperar de ella? Un sinfín de
pensamientos me invaden la cabeza. Qué horrible forma de levantarme, me acerco a
una caneca con agua, no se ve muy limpia, pero es lo único que hay alrededor; me
lavo la cara con ella, sé que debo estar muy sucio. Al instante Luka se levanta
también. Le digo que Olga se ha ido, él hace un gesto de decepción y preocupación
al mismo tiempo.
—Buenos días —dice alguien.
Volteamos a mirar, es la dueña de la casa que ha llegado a la puerta del establo.
Respondemos su saludo.

219
—Mi esposo acabó de salir, pero no demora en regresar, por eso les voy a dar la
ruta para que lleguen a la estación del tren.
—Sí, por favor —los dos la miramos con atención.
—Deben tomar el bus que pasa a quince minutos caminando de aquí, esa ruta los
llevará hasta Homel, la capital de la provincia, y allí pueden tomar el tren para
Minsk.
—Muchas gracias, señora —le digo y miro a Luka, sin saber que más decir, ya que
ninguno tiene dinero para pagar los billetes del tren, ni del bus…
Al vernos, la mujer lo interpreta, toma algo de un canasto que tiene en la mano y
me lo entrega.
—Esto es para que desayunen. Son frutas.
Le agradezco su atención, pero ahora me siento aún más apenado como para
pedirle dinero…
—Señora, la verdad es que no tenemos nada para pagar los billetes, si nos pudiera
ayudar con eso… Se lo agradeceríamos mucho.
Ella me mira y hace un gesto con los labios.
Yo quiero que la tierra se abra y me trague.
—Lo imaginé, vale, les puedo ayudar con los billetes del tren, con los del bus
necesitarán decirle al conductor. Algunos acceden a llevar pasajeros sin cobrarles.
Y saca del bolsillo unos viejos billetes de tren.
—Le agradecemos mucho, no nos ha dicho su nombre.
Ella me mira y sonríe.
—Es mejor que no lo sepan. Márchense, por favor, que mi esposo no demora en
llegar.
Con rapidez salimos del establo, empezamos a recorrer el camino indicado. Es el
único que llega a la granja, es angosto y está rodeado de árboles. Aunque tiene
marcas de autos que han transitado por aquí, —como el que seguramente vimos—.
Luego de algunos minutos, veo la colina y en el fondo diviso lo que parece ser una
carretera.
—¡Estamos llegando! —digo.
Caminamos varios metros más y salimos a la vía principal, está sin pavimentar,
pero es tan grande como para que pase un bus.

220
—Por fin estamos viendo la luz al final del túnel —digo dejando salir un suspiro
de alivio. Luka me mira.
—Parece que, ¡ahora sí!, estamos terminando con toda esta pesadilla.
—¡Así es! —le respondo con una sonrisa de oreja a oreja.
Nos ubicamos en la orilla de la carretera, no hay absolutamente nadie a nuestro
alrededor. Solo se escucha el sonido de algunos pájaros en medio de los pinos y las
montañas se divisan mejor desde aquí.
Suena algo aproximándose.
—Debe ser el bus —dice él. Miro expectante en el fondo de la carretera, y de allí
sale como si emergiera de entre los árboles. Casi saltamos al verlo.
Lo paramos y paso por la vergüenza de pedirle que nos deje subir a cambio de las
frutas que la mujer nos dio —es lo mejor que se me ocurre—.
—¡Sigan! —dice el conductor sin dejarme terminar.
Subimos al bus, está lleno de campesinos de la región. Nos sentamos en la última
fila de sillas, yo quedo al lado de la ventana y empiezo a contemplar el paisaje. Veo
las montañas, la inmensidad del bosque en el que ayer estábamos sintiendo que
podíamos morir. Ahora se ve menos peligroso e inofensivo desde el asiento del bus.
Mientras me pierdo observando el paisaje, me imagino el momento en que me
reencuentre con mi familia. La emoción me invade como una avalancha. Los ojos se
me ponen llorosos, miro a otro lado para que Luka no lo note.
El bus hace unas cuantas paradas más y luego de una hora llega a Homel. Nos
bajamos en la terminal con el resto de pasajeros. Al fin, y después de todo este
tiempo: vemos gente en un estado social normal. No hay cercas que nos rodeen,
militares vigilándolos o uniformes azul y rosa. Podemos caminar con total libertad
mezclándonos entre la gente. Los dos sonreímos, a Luka se le humedecen los ojos.
—Hemos llegado, ¡lo hemos hecho, Alex!
—¡Por fin! —le digo dejando escapar un grito. Nos abrazamos con fuerza, creo
que es la primera vez en tres meses que me siento tan eufórico.
Entramos al tren que va para Minsk, pero nuestro aspecto no nos permite
camuflarnos con la misma facilidad que en el bus. Estamos muy sucios, algunas
personas nos miran con desconfianza, intento no prestarles atención ni sentirme
incómodo. No tengo más ropa, ¿qué más puedo hacer?

221
—Por un momento pensé que no lo lograríamos. Primero estando en el campo de
concentración y luego metidos en ese bosque —me dice Luka.
—Yo también lo pensé varias veces, pero nunca perdí la fe en que saldría algún
día de allí. Quizás el momento más difícil fue pasar la noche en medio del bosque,
sentía que en cualquier instante podía aparecer algo y atacarnos —respondo.
—Lo fue, yo creía lo mismo. Para mí el momento más difícil fue ver morir a
Daniell. Jamás sacaré esa escena de mi cabeza, la indignación, el resentimiento y la
rabia que me provocó.
Ver el asesinato de Daniell ha sido lo más traumático que he visto en mi vida.
El hecho de recordar todas las atrocidades que pasamos allí encerrados, solo aviva
mi deseo de hacer algo para acabar con todo eso. Sé que por mi cuenta no es
suficiente. Pero sabiéndome unir con las personas indicadas se puede terminar con
ese maldito campo.
Luego de casi cuatro horas de viaje llegamos por fin a Minsk. Es la hora de que
cada quien siga su camino luego de toda esta travesía, pero antes siento que debo
decirle algo a Luka.
—Sabes…, luego de aquella mierda con los hongos y de que te escogieran como
ganador después de haber iniciado el boicot en contra de los militares, empecé a
desconfiar de ti…
—¿¡En serio…!?, y ¿por qué?
—Porque pensé que podías ser un infiltrado, que eras lo que resultó ser Olga,
¡joder! Y quiero disculparme contigo por eso.
—No hay de qué, hombre —me dice restándole toda importancia.
Nos abrazamos como dos hermanos, es una reconciliación de mi parte. Pedimos
un bolígrafo prestado e intercambiamos números. Durante estos dos últimos meses
hemos sido compañeros, competidores y, ahora, amigos.
—Necesitamos sacar de ese maldito campo a Angelika, a Nikolay y a todos los
que quedaron allá —me dice, y en una ráfaga recuerdo lo que Angelika me contó
sobre su relación con Luka, o no sé cómo llamarla. Tampoco sé cómo llamar mi
relación con Nikolay…
—Eso es, no nos podemos quedar de brazos cruzados. Cada día allá es un día en
el infierno… Aunque salgan, atravesar el bosque es incluso peor, ya lo puedo decir
con argumentos.

222
—Yo quiero ir por ella —me dice.
Confirmo con mi cabeza sus palabras.
—Y yo por Nikolay, ¡y por todos! Debemos hablar de eso con más calma, te
llamaré para organizarnos.
Él me mira asintiendo. Nos despedimos y yo me voy a tomar el metro que me
lleva a casa, pero antes paso por un baño; una vez entro y veo mi reflejo en el espejo:
doy un paso para atrás y ¡me asusto! No me había visto detalladamente en uno hace
meses, estoy más delgado, sucio, mi aspecto físico se ve muy deteriorado. Abro mi
boca, el color blanco de mis dientes está remplazado por un tono amarillento, mi
cabello está enmarañado y quebrado. Pareciera que estoy viendo a otra persona…
Salgo del baño sintiéndome decaído, entiendo por qué la gente me veía tanto. Tomo
el metro, me siento avergonzado. Todos lucen limpios y perfumados, soy la
completa excepción dentro del vagón, por lo menos antes estaba acompañado y la
incomodidad era compartida.
Me bajo del metro, y ansioso, camino hasta casa, toco la puerta. Nadie responde.
Golpeo por segunda vez, tampoco obtengo respuesta, entiendo que no hay nadie y
eso me preocupa. ¿Será que Olga habló algo de mí y desde la base activaron un plan
en contra de mi familia? La sola idea me deja helado, se me revuelca el estómago.
Con rapidez empiezo a caminar alrededor de la casa para ver si hay algún signo de
entrada forzosa. Observo por la ventana: la sala está ordenada… normal. Voy a la
casa de los vecinos y pregunto por mis padres. Se quedan impresionados al verme.
Les digo que estuve trabajando fuera.
—Anoche los vi salir —me responde.
Pasan unos quince minutos de inquietud, hasta que veo a mi madre llegar con
unas bolsas en la mano.
—¡MAMÁ! —grito embargado de emoción.
Ella me mira y, ante el impacto, suelta las bolsas y se viene hacia mí, yo me voy
hacia mi madre y nos abrazamos en la mitad de la calle. Las lágrimas inundan el
momento, apenas puedo pronunciar alguna palabra, ella me toca la cabeza y me
habla.
—¿¡Dónde estabas!?, ¿¡qué ha pasado, Alex!?

223
Capítulo 50
He vuelto a la vida

03 de febrero de 2022.
Mucho antes de que existiera la homofobia, ya existía la homosexualidad.
Nada duele más que el rechazo cuando proviene de un ser amado.
Que los prejuicios infundados no te lleven a desconocer, incluso, a tu propio hijo.

Se me acaba de hacer un nudo en la garganta, es un alud de emociones incontenible,


no sé por dónde empezar, que decirle, ni cómo hacerlo.
—¡Te voy a contar todo lo que ha pasado mamá! —es lo único que puedo
pronunciar.
Entramos a la casa, está prácticamente igual que cuando me fui. Mi madre me da
algo de tomar, me siento con ella en la cocina y empiezo a contarle todo,
respondiendo sus múltiples preguntas. Inicio desde el momento en que fui retenido
en el aeropuerto.
—¿En el aeropuerto? Pero, si nos dijeron que tomaste el vuelo, Alex.
—¿¡Qué!?
—Así es, todo este tiempo pensamos que te había pasado algo en España. Tu
padre viajó hasta allá y te reportamos como desaparecido en ese país. Pero no
supimos nada de ti.
Me quedo atónito. Entiendo que les convenía más decir que estaba desaparecido
allí, les quitaría una responsabilidad más y un número menos en la lista.
Termino de contarle todo lo que me ocurrió a mi madre, siento desahogarme y
haciéndolo: paso por una montaña rusa de emociones. Revivo el viaje en el camión,
las pruebas de la base, la convivencia con mis compañeros, el sufrimiento, el miedo,
el odio. Al final y a pesar de todo, siento agradecimiento por seguir vivo y ver de

224
nuevo a mi madre. Ella a mi lado está estupefacta por lo que acabo de contarle. En
sus ojos se refleja el dolor de imaginarse por lo que he tenido que pasar.
—Gracias a Dios estás aquí y no hay nada peor que lamentar, Alex —me dice
abrazándome luego de sufrir tanto como yo con la historia. Ella llama a mi padre y a
mi hermana, hablo con los dos por teléfono, les resumo bastante lo que ha pasado y
les digo que, en un momento, cuando nos veamos, hablaremos mejor. Como algo y
voy a darme un baño, ¡lo necesito!
Al subir a mi cuarto veo que está intacto, y siento reencontrarme con esa parte de
mí que por momentos creí no llegaría nunca a recuperar.

He ido al infierno y he vuelto, he corrido con el diablo y he quedado vivo para ahora:
contar la historia.

Me lo repito al haber vivido una situación que no merecía. —Ni nadie de los que
está allí lo merece—.
Luego de ducharme, me dirijo al comedor en donde mi madre me ha preparado
un delicioso plato, me siento a comer y hablamos más. Ahora me voy frente al
ordenador de casa, no tengo el mío, no sé si aún estará en la base militar donde me
quitaron todas mis pertenencias. Abro el correo y empiezo a escribir a diferentes
personas sobre mi llegada. Le envío uno a Gilled, otro a Miranda informándole que
estoy de nuevo en la ciudad y necesito entregarle algo muy importante. Reviso y
tengo varios mensajes provenientes de personas que seguían mi canal antes de que
me censuraran. Veo que hay un mensaje de Amnistía Internacional sobre la denuncia
que están adelantando, eso me reconforta. De inmediato busco las páginas de
periódicos y noticieros, me informo de la actualidad, veo los reportes de la BBC, DW,
Euronews entre otros, sobre los abusos dentro de Bielorrusia, y encuentro
investigaciones firmadas anónimamente de quien supongo, es Miranda Belova…. O
algunos más que han seguido informando. También hay publicaciones en medios de
EE. UU. y Europa donde mencionan la situación de Bielorrusia. Leo todo con
rapidez hasta que un titular me roba toda la atención:

Capturados en campos de concentración, serían usados por Rusia para invadir Ucrania.

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Lo observo y después me quedo mirando a la nada mientras en mi cabeza intento
organizar las piezas…. ¿Será posible?... ¿No será solo una especulación
sensacionalista…? Eso mismo pensaban de los campos de reeducación... Y mira
ahora.
Escucho que abren la puerta, mi padre y mi hermana acaban de llegar. Me
despego de la pantalla del ordenador y nos saludamos entre abrazos y lágrimas. Les
cuento toda la historia.
Mi padre está anonadado.
—No puedo creer todo eso que me estás contando... es, es...
—¿Cómo que no me puedes creer? Es cierto, todo lo que estoy diciendo.
—Bueno, lo sé, sé que no te lo estás inventando… Pero Alex, ¿cómo es posible que
el gobierno respalde eso?
Tomo aire antes de responder.
—Eso es lo que pasa cuando la gente se deja llevar por sus prejuicios y hace lo que
hace pensando que está bien. Cuando no se preocupan, ni siquiera, por detenerse a
reflexionar sobre los actos que realizan y la manera en que discriminan a los demás.
Mis padres me observan sin despegar su vista de mí.
—¿Siguen creyendo que una persona es mala por el hecho de ser gay?
—Bueno… no —vacila mi padre en responder. Miro a mi madre quien está
consternada con toda la situación.
—¿Piensan que me merecía lo que pasó por el hecho de serlo?, ¿o qué mi amigo,
Daniell, merecía que lo fusilaran enfrente de todos por el hecho de expresar su
desacuerdo con el gobierno y luchar por sus derechos…? Quizás podría haber sido
yo..., en medio de mi desesperación por querer salir del infierno que vivía, un
infierno creado para reeducar personas a base de semejante esclavitud. ¿Acaso tiene
sentido? Si algo teníamos en común con todos los que estábamos allí, es que creemos
en una causa y la defendemos. El tener una determinada orientación sexual, ser
inmigrante, negro, u opositor político, no determina si eres o no una mala persona…
Para ser ladrón, asesino, o violador, no se debe ser homosexual, negro, o
musulmán… Dejen esos conceptos, mamá. —Ella me mira en silencio—. Sácate esos
prejuicios de la cabeza que en la iglesia te han metido con las predicaciones y
juzgamientos que solo sirven para discriminar, cuando el Dios de quien predican no

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rechazó, ni rechaza a nadie por ser lo que es… ¿¡Entonces por qué ustedes allí en la
iglesia sí lo hacen!?
—No puedo evitar decirlo sin que las lágrimas me bajen a través de mi orgullo
golpeado—. Por esas y otras ideas distorsionadas es que pasa lo que pasa —continuó
armándome de valor— y ahora, muchos siguen metidos en ese campo de
concentración llevando una vida infernal, siendo personas completamente inocentes.
Mi madre empieza a llorar al escucharme, yo siento que me he liberado de ese
resentimiento hacia ellos por haberme discriminado de la manera en que lo hicieron
cuando les conté. Siento que ella ha comenzado a entender mejor todo y mi padre a
dejar a un lado tanto machismo y homofobia. Nos abrazamos en familia junto con mi
hermana Veronika quien me apoyó desde el principio respaldándome con su sola
presencia.
Al final ella se acerca y me habla.
—La periodista, Miranda, me contactó preguntando por ti poco después de que…
te secuestraran.
Recuerdo en el instante, el mensaje que le había enviado al mediodía y me voy a
revisar el correo. Al entrar veo que ya ha respondido.

¡Hola Alex!
Me alegra mucho que estés bien, quiero escuchar en detalle todo lo que has vivido en esa
base y, por favor, hazme llegar el mensaje de Angelika, no sabes cuánto me alivia y al mismo
tiempo me preocupa, confirmar que está en ese campo. Te dejo la dirección de un hotel para
que nos veamos allí mañana al mediodía. Por favor, ven solo y vigila que nadie te siga.

Un abrazo, y quedo atenta a tu confirmación.

Le respondo diciéndole que iré mañana a primera hora. En la noche logro dormir
como en ninguna otra, mi cuerpo pide un descanso a gritos y mi mente paz.
Al día siguiente me preparo para empezar a retomar mi vida, esa que me habían
arrebatado. Pasaré primero a conocer a Miranda, luego iré al banco a tratar de
recuperar mis tarjetas y después a la universidad a averiguar información sobre mi
proceso de grado. Pero antes de salir, transcribo la carta que Angelika había escrito
dentro del vaquero. Me toma un tiempo, pero estoy seguro de que vale la pena.

227
Al llegar al edificio donde vive Miranda, me quedo un tiempo observando a los
lados para descartar algún movimiento sospechoso. No veo nada extraño. Paso y soy
anunciado en recepción.
—Puede seguir, piso 1006 —me dice el hombre.
Estoy nervioso, camino con rapidez y llego hasta el piso, toco y ella me abre la
puerta. Por fin la conozco en persona, la miro a los ojos, reconozco el parecido con su
hermana gemela, nos saludamos y le extiendo mi mano dándole la carta.
—Esto es lo que te vengo a entregar. Tengo un plan para sacar a todos los que
podamos de allí. Y he venido a explicártelo.
Ella mira la carta, la toma y luego me observa con atención.
—Necesitamos actuar rápido, Alex, y debe ser antes de que Rusia invada a
Ucrania.

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(…) Aun así, hoy, escondido desde este cuarto de hotel a más de 300 km de Moscú,
no me arrepiento de lo que hice, ni mucho menos de lo que estoy a punto de hacer.

Esto es un pequeño adelanto que lo será la segunda entrega, titulada: Corriendo


con El Diablo. La Rebelión, y solo puedo decir que, este grupo estará dispuesto a
todo para acabar con la represión vivida en Bielorrusia, y evitar que los capturados
en la base 11 sean enviados a la guerra de Ucrania, que empezará: en 20 días...

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Agradecimientos

Muchas gracias por haber llegado hasta aquí, por leer una historia escrita con el
firme deseo de transmitir un mensaje de conciencia social que denuncie y ponga en
evidencia, desde la literatura como espejo de la realidad, muchas de las situaciones
vividas en países gobernados por dictaduras que reprimen y cortan las libertades de
la población.

Te agradecería mucho que me dejaras un comentario en Amazon para difundir el


contenido de esta novela, (ayuda más de lo que crees). Leeré todos los comentarios.
Gracias a las primeras personas que leyeron este libro cuando aún era un manuscrito
en borrador y me animaron a continuar adelante con la historia.

La mayor inspiración para crear este contenido, es la homofobia que ha segado la


vida de una mujer a quien amo: Mi madre.

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