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EL PAPEL DE RUSIA EN EURASIA:

¿PRAGMATISMO O EURASIANISMO?

Javier Morales Hernández


Universidad Carlos III de Madrid
jamorale@der-pu.uc3m.es

Resumen: Este trabajo tiene como objetivo responder a la pregunta de


en qué medida la política exterior de la Rusia postsoviética puede
considerarse “eurasianista”, o por el contrario —como es nuestra
hipótesis— se ha guiado en la práctica por consideraciones menos
doctrinarias y con mayores dosis de pragmatismo. Para ello,
comenzaremos analizando las características del eurasianismo como
corriente de pensamiento, desde sus orígenes en las primeras décadas
del siglo XX hasta su nuevo auge tras la disolución de la URSS;
comparándolas posteriormente con el pensamiento oficial sobre la
política exterior rusa vigente en las presidencias de Yeltsin y Putin.

Javier Morales Hernández es Doctor en Ciencias Políticas e investigador postdoctoral


en la Universidad Carlos III de Madrid. Sus principales líneas de investigación son las
relaciones internacionales, la seguridad internacional y la política exterior y de
seguridad de Rusia. Ha realizado estancias de investigación en el Instituto Estatal de
Relaciones Internacionales de Moscú (MGIMO), el Carnegie Moscow Center y la
Universidad de Birmingham.

Rusia, Eurasia, eurasianismo, política exterior.

Introducción

El debate sobre la identidad nacional de Rusia y su papel en el sistema internacional a


partir de 1991 ha tenido como principales referentes externos —tanto positivos como
negativos— a dos áreas geográficas: Occidente, entendiendo como tal a los países
miembros del bloque capitalista durante la Guerra Fría, y el espacio postsoviético, que
comprende los quince Estados surgidos de la disolución de la URSS. Esto ha llevado a
algunos analistas a presentar la formulación de la política exterior rusa como una
rivalidad entre occidentalistas o atlantistas, partidarios de convertir a Rusia en una
democracia con relaciones de cooperación con EE.UU. y la UE, y neoimperialistas o
eurasianistas, quienes tratarían de mantener el espacio postsoviético bajo el control
de Moscú, como su área tradicional de influencia.

Pese a que gracias a su simplicidad conceptual esta clasificación sigue gozando de una
difusión muy amplia en la opinión pública y algunos medios de comunicación,
consideramos que ya no representa con exactitud las tendencias existentes en la
Rusia actual. Aparte de un evidente etnocentrismo —según el cual los dirigentes rusos
que no traten de integrar a su país en nuestra comunidad de Estados occidentales han
de ser, por fuerza, nostálgicos del imperio zarista / soviético—, se trata también de un
marco erróneo para interpretar la política exterior de Moscú, al presentar las
relaciones ruso-occidentales como un “juego de suma cero” y obviar la existencia de
intereses comunes en determinadas áreas.

Con este trabajo pretendemos responder a la pregunta de en qué medida la política


exterior de la Rusia postsoviética puede considerarse “eurasianista”, o por el contrario
—como es nuestra hipótesis— se ha guiado en la práctica por consideraciones menos
doctrinarias y con mayores dosis de pragmatismo. Para ello, comenzaremos
analizando las características del eurasianismo como corriente de pensamiento, desde
sus orígenes en las primeras décadas del siglo XX hasta su nuevo auge tras la
disolución de la URSS; comparándolas posteriormente con el pensamiento oficial
sobre la política exterior rusa vigente en las presidencias de Yeltsin y Putin.

1. ¿Qué es el eurasianismo?

1.1. Orígenes históricos

El eurasianismo es una corriente intelectual que surge a partir de 1920 entre los
intelectuales rusos emigrados tras la revolución bolchevique; su iniciador es el
príncipe Nikolai Trubetskoi, catedrático de Filología Eslava en la Universidad de Viena.
El punto de partida de estas ideas se encuentra medio siglo antes, en el paneslavismo
de Nikolai Danilievski, quien se basaba en su formación como zoólogo para dividir la
humanidad en “tipos culturales” o civilizaciones independientes y autosuficientes,
similares a las especies animales. Con esto se justificaba la especificidad de la “cultura
eslava” y el rechazo de cualquier influencia de la “cultura europea”; considerando, en
última instancia, a los eslavos como una civilización superior, que debía unificarse en
un mismo imperio bajo el dominio del zar1.

No obstante, el eurasianismo presenta importantes diferencias respecto del


paneslavismo. La primera y más evidente es que Rusia ya no se considera parte de
una civilización eslava, sino de un espacio más amplio: Eurasia, que incorporaría

1 Utechin, 1964: 86, 256.


elementos europeos y asiáticos, pero transformándolos, dando lugar a una síntesis
distinta de ambos. La influencia europea como tal, así como los proyectos de
europeizar Rusia como el de Pedro el Grande, son considerados abiertamente
perniciosos, por lo que habría que desprenderse de ellos. Esta preocupación por
reafirmar las diferencias respecto de Europa llevará a eurasianistas como Vsevolod
Ivanov a enfatizar la influencia asiática en la cultura rusa2.

Eurasia sería así, desde un punto de vista geográfico, un continente separado tanto de
Europa como de Asia, que —según Trubetskoi— incluiría a los rusos junto con pueblos
ugro-fineses y túrquicos del Volga, Siberia y Asia Central. Esto coincide con el
territorio del antiguo Imperio Ruso, dejando fuera sus regiones más occidentales y
“europeas”, como Finlandia, el Báltico o Polonia. Más tarde, otros teóricos
eurasianistas como Piotr Savitski identificarán aproximadamente Eurasia con las
fronteras de la URSS. No obstante, al contrario que los paneslavistas, Trubetskoi
rechaza una restauración del imperio zarista, ya que considera que la civilización
eurasiática es multicultural, por lo que los rusos no pueden atribuirse el papel de
nación dominante. De esta forma, el eurasianismo se distancia inicialmente del
nacionalismo ruso extremo, ya que lo consideran en cierto modo como una forma de
“separatismo” respecto a Eurasia3.

La progresiva consolidación del régimen soviético hace que se produzca una


convergencia entre algunos sectores del eurasianismo y la doctrina oficial. Pese al
rechazo de la ideología marxista-leninista por parte de los eurasianistas, varios de
ellos apoyan el establecimiento de un régimen totalitario, considerándolo como el más
apropiado para las características culturales de Rusia. Más adelante, la recuperación
del nacionalismo iniciado con Stalin, y especialmente presente en el mandato de
Leonid Brezhnev, incrementaría el apoyo de estos intelectuales a la URSS. Otro de los
factores para este acercamiento es el discurso oficial de propaganda sobre la
fraternidad entre las naciones constituyentes de la Unión —a diferencia de la
“superioridad eslava” de los paneslavistas—, que coincide con la visión de los
eurasianistas acerca de una civilización eurasiática común. Esto da lugar a escisiones
como los “eurasianistas de izquierdas” liderados por Piotr Suvchinski, quienes asumen
abiertamente las tesis del régimen soviético4.

2 Bassin, 2001: 1-3; Utechin, 1964: 256; Shlapentokh, 1997: 134.


3 Utechin, 1964: 257; Bassin, 2001: 2-5; Shlapentokh, 1997: 131.
4 Utechin, 1964: 259-261; Shlapentokh, 1997: 131, 133-134, 136-142; Zapater, 2002: 102-105; Bassin,
2001: 4; Shlapentokh, 2005.
1.2. El eurasianismo tras el fin de la URSS

A partir de 1991, las ideas eurasianistas experimentan un claro resurgimiento en la


Rusia postsoviética, en paralelo a un renovado interés por el estudio de la geopolítica,
para tratar de explicar el nuevo papel de Rusia y sus intereses nacionales como
Estado independiente5. El punto de partida es la pérdida territorial que supone la
independencia de las otras catorce repúblicas de la URSS, así como la disminución de
la influencia rusa en Europa Central y Oriental, que deja a Moscú con los países de
Asia Central o China como sus principales socios en su entorno inmediato 6. Esta
“retirada” de Europa es traumática para la identidad nacional rusa, especialmente en
el caso de Ucrania y Bielorrusia, las otras dos ex-repúblicas soviéticas eslavas,
percibidas por Rusia como parte inseparable de su misma nación7.

Las ideas eurasianistas se convierte así en un marco interpretativo para comprender la


realidad internacional e identificar los intereses del país en el nuevo entorno. Sin
embargo, este eurasianismo no constituye ya una doctrina homogénea, sino que es
asumido en distinta medida por occidentalistas, nacionalistas pragmáticos y
ultranacionalistas8. Así, Tsygankov clasifica el pensamiento eurasianista postsoviético
en cuatro grupos: “geoeconomistas”, “estabilizadores”, “civilizacionistas” y
“expansionistas”, que explicaremos a continuación9.

En primer lugar, los “geoeconomistas” enfatizan las oportunidades económicas que


ofrece para Rusia su posición entre Europa y Asia. El objetivo es el desarrollo
económico del país, convirtiéndolo en una vía de comunicación entre ambos
continentes, y rechazando la orientación exclusiva hacia uno de ellos. Según estos
autores, existe un vínculo entre desarrollo e interdependencia económica, por un lado,
y seguridad por el otro; la solución a los problemas de seguridad de Rusia pasaría por
mantenerse como centro económico de Eurasia10.

Los “estabilizadores” superan esta concepción meramente económica, al considerar


que la misión fundamental de Rusia en el espacio eurasiático es también promover la
estabilidad y la seguridad por medio de su influencia como potencia regional,
fomentando la integración política y económica de Eurasia; aquí se incluirían las

5 Serra, 2005: 138; Tsygankov, 2003: 106; Berman, 2001.


6 Shlapentokh, 1997: 148; Smith, 2006: 41.
7 Kerr, 1995; Valdez, 1995: 89; Light, 1996: 36; Serra, 2005: 102-103
8 Kubicek, 2004: 5.
9 Tsygankov, 2003: 106.
10 Tsygankov, 2003: 107-108, 116.
iniciativas en el marco de organizaciones como la CEI. Esto no implicaría
necesariamente un rechazo o una confrontación con Occidente, ya que esta influencia
no se ejercería mediante la fuerza ni tratando de instaurar un control directo sobre los
países de la región. Sin embargo, para ellos las cuestiones tradicionales de equilibrio
de poder y seguridad militar aún conservan su importancia11.

Por su parte, los “civilizacionistas” —representados por los comunistas— ven a Rusia
como el núcleo de una civilización propia, incompatible con la occidental, y para la
cual Occidente representa una amenaza. En consecuencia, defienden la recuperación
del estatus de superpotencia, así como la restauración de la unión entre los países ex-
soviéticos en torno a la influencia política y el potencial militar rusos; para ellos las
fronteras de la URSS eran las naturales de Rusia, mientras que las actuales se
tratarían de una construcción artificial impuesta por Occidente.

Los “civilizacionistas” se asemejan también a los eurasianistas clásicos en su idea de


la influencia rusa en el espacio postsoviético no como una colonización directa, sino
como un espacio o glacis de seguridad que permitiera el desarrollo autónomo de Rusia
a salvo de las influencias occidentales, consideradas como extrañas a su tradición 12.
En esto enlazan con la concepción soviética del Pacto de Varsovia como una barrera
frente a Occidente.

Sin embargo, son los “expansionistas” quienes se identifican más abiertamente con el
eurasianismo tradicional. Su principal ideólogo, Alexander Dugin, crea una ideología
política que se ha denominado neoeurasianismo, caracterizada por considerar la
influencia occidental como una amenaza y definir a Rusia como un imperio en
constante expansión territorial, basado en una civilización propia con unos valores
superiores a los occidentales13. El neoeurasianismo conserva del eurasianismo clásico
el rechazo tanto de la influencia política de Occidente como de su influencia como
modelo cultural para Rusia; así, para autores como Alexander Panarin, la “civilización
ortodoxa” eurasiática es una alternativa a la “globalización tecno-económica” liderada
por Occidente14.

Esta visión imperialista de Dugin está enraizada en las teorías geopolíticas de


pensadores como Halford Mackinder, Alfred Thayer Mahan y Karl Haushofer,

11 Tsygankov, 2003: 108-109, 118-119.


12 Tsygankov, 2003: 109-110, 121-122.
13 Black, 2004: 124-125.
14 Schmidt, 2005: 92.
concibiendo el espacio eurasiático —el Heartland de Mackinder— como centro de la
competición mundial entre las potencias “terrestres”, como Rusia, y las “marítimas”,
como EE.UU. Así, Washington o simplemente el “mundo Atlántico” aparecen como el
principal enemigo, a diferencia del eurasianismo clásico, que identificaba a Occidente
con la influencia cultural europea; en esto podemos encontrar una síntesis entre el
pensamiento anterior y la doctrina soviética de la inevitabilidad del conflicto con el
bloque capitalista.

Europa es ahora percibida bien como un mero instrumento de EE.UU., bien como una
víctima de la globalización atlántica que ve igualmente en peligro su propia identidad
cultural. Esto abre para Dugin la posibilidad de una alianza ruso-europea, aunque
manteniendo la independencia de ambas civilizaciones, que se plasmaría en un eje
París-Berlín-Moscú para contrarrestar la influencia estadounidense15 La competición
con el mundo Atlántico se plantea así como un juego de suma cero en el que Rusia
debe luchar por el control total de Eurasia, formando un “Nuevo Imperio” que se
extienda no sólo hasta las fronteras de la URSS, sino más allá, incluyendo parte de
Europa, Asia y Oriente Medio (gráfico 1)16.

Gráfico 1: El proyecto eurasianista de Dugin17

Los neoeurasianistas siguen también a los eurasianistas clásicos al no excluir de su


proyecto de restauración imperial a los no eslavos, basándose en una supuesta

15 Shlapentokh, 2007: 144; Bassin, 2008: 290-291.


16 Tsygankov, 2003: 109, 123-125; Kubicek, 2004: 5; Berman, 2001; Light, 1996: 49; Taibo, 2006:
223; Zapater, 2002: 114, 118-120.
17 Mezhdunarodnoye Evraziyskoye Dvizheniye, 2002.
superioridad étnica. Por el contrario, este “Nuevo Imperio” tendría carácter
multicultural, superando incluso las fronteras de Eurasia al unir a los eslavos con otros
pueblos, como los musulmanes, en una alianza contra la influencia de Occidente. El
factor político, y no el geográfico, es el que define para Dugin el espacio eurasiático;
los principales aliados de Rusia frente a EE.UU. serían Alemania, en Europa; Irán, en
Oriente Medio; y Japón, en Asia-Pacífico18.

Así, el neoeurasianismo de Dugin supera los límites del eurasianismo tradicional para
convertirse en una ideología mesiánica, en la que la civilización rusa y sus valores
espirituales se convierten en modelo para toda la humanidad19. Este tono visionario
queda patente en los escritos de este autor y los documentos de su partido,
situándolos en una posición maximalista que sin duda ha contribuido a limitar su
impacto en la opinión pública20. Por otra parte, hay que destacar que aunque en el
partido creado por Dugin figuren líderes religiosos ortodoxos, musulmanes y judíos,
esta ideología tiene sus orígenes en el resurgir del nacionalismo ruso más extremo en
la última etapa de la URSS: tanto Dugin como otros dirigentes de su partido
pertenecieron en los años ochenta al movimiento de ultraderecha Pamiat, de marcado
carácter antisemita21.

2. Influencia del eurasianismo en la política exterior

2.1. La presidencia de Yeltsin (1991-1999)

La política exterior realizada en los primeros años de la presidencia de Yeltsin, durante


la etapa de Andrei Kozirev como ministro de Asuntos Exteriores, privilegia la relación
con Occidente en detrimento de la influencia en el espacio eurasiático; continuando la
orientación iniciada con Gorbachov, quien definió a Rusia como parte de la “casa
común europea” y primó las relaciones bilaterales con EE.UU., en un intento de
mantener su posición como una de las dos superpotencias. Este sector de las élites
políticas, que Light denomina occidentalistas liberales, sufren duras críticas de los
comunistas y ultranacionalistas, que argumentan que Rusia no es culturalmente parte
de Occidente —en la línea del eurasianismo civilizacionista/expansionista— y debe
resistirse a su influencia, ante todo a la estadounidense22.

18 Light, 1996; Kubicek, 2004: 5; Berman, 2001; Bassin, 2008: 286, 288; Shlapentokh, 2007: 154.
19 Morozova, 2009: 21-22; Schmidt, 2005: 94-95.
20 Véase la página web del Movimiento Eurasiático Internacional (Mezhdunarodnoye Evraziyskoye
Dvizheniye), http://www.evrazia.info.
21 Black, 2004: 124-125; Kubicek, 2004: 4.
22 Light, 1996: 34.
La recuperación de argumentos geopolíticos para identificar los intereses de política
exterior de Rusia no se trata solamente de un fenómeno de origen interno, enraizado
en la tradición intelectual eurasianista. Por el contrario, responde también a una
percepción de que EE.UU. trata de llenar el vacío de poder dejado por Moscú en
Eurasia, consolidándose como la nueva potencia hegemónica en una región
fundamental desde el punto de vista estratégico. A esto contribuyen factores como el
libro del ex-consejero de Seguridad Nacional del presidente estadounidense Jimmy
Carter, Zbigniew Brzezinski, publicado en 1997; que recupera la teoría del Heartland
de Mackinder para afirmar que “la primacía global de los Estados Unidos depende
directamente de por cuánto tiempo y cuán efectivamente puedan mantener su
preponderancia en el continente euroasiático”23.

De esta forma, desaparecido el régimen soviético, los argumentos culturales o


civilizacionales pasan a reemplazar al marxismo-leninismo como justificación del
rechazo a EE.UU. y Europa Occidental en el debate social y político sobre el papel de
Rusia en el mundo; siendo utilizados por la oposición parlamentaria para criticar
cualquier cooperación del Kremlin con Occidente, con el fin de desprestigiar a Yeltsin.
Por ejemplo, en un artículo de 1993, un académico ruso afirma que “sería muy
equivocado, y de hecho peligroso, olvidar que la historia de Rusia, la historia de la
formación de nuestra sociedad y nuestro Estado, difiere completamente de la de
Europa occidental”24.

Dentro del gobierno, uno de los principales partidarios de una cierta orientación
eurasianista es Sergei Stankevich, asesor de Yeltsin en cuestiones de política exterior.
Stankevich considera que en ese momento Moscú no puede aspirar a más que a ser
tratado como un junior partner por Occidente; por tanto, deben reforzarse las
relaciones con otras regiones más allá de EE.UU. y Europa. La “misión” de Rusia en el
mundo sería así liderar el diálogo entre culturas, civilizaciones y Estados, actuando
como puente entre Asia y Occidente, entre la Ortodoxia y el Islam; así como
desempeñando un papel estabilizador en el espacio postsoviético. Esta posición
mediadora destaca por su carácter instrumental: es decir, no parte de una supuesta
especificidad de la civilización eurasiática, sino que se trata de un medio para reforzar
la posición de Rusia frente a EE.UU.25

23 Brzezinski, 1998: 39, 47-48; Black, 2000: 11.


24 Sakwa, 2002: 364; cursiva en el original.
25 Light, 1996: 47-48; Rubinstein, 1997: 41.
Por otra parte, hay que destacar que las críticas a los occidentalistas liberales como
Kozirev no implican necesariamente una actitud hostil hacia Occidente, a diferencia
del eurasianismo clásico. Aunque estas críticas parten inicialmente de comunistas y
ultranacionalistas, muchas de ellas proceden también de reformistas descontentos con
lo que consideran debilidad de Yeltsin frente a Occidente, como el propio Stankevich.
Esta posición nacionalista pragmática rechaza una restauración del sistema soviético,
pero al mismo tiempo considera que no deben emularse sin matices los modelos
occidentales, sino que deben adaptarse a las peculiaridades del país. En el ámbito
internacional, esto se traduce en la necesidad de mantener un papel autónomo como
gran potencia mediante una política exterior “multivectorial” —iniciada por Yevgeni
Primakov—, manteniendo el equilibrio entre Occidente y las demás áreas geográficas,
ante todo el espacio postsoviético26.

No obstante, la versión más radical del eurasianismo continúa presente en el debate


político de la mano de Dugin y sus seguidores. El propio Dugin ejerce como asesor
para cuestiones internacionales de varios diputados y altos funcionarios, entre ellos el
presidente de la Duma Gennadi Selezniov, del Partido Comunista; también se le
considera influyente en las élites responsables de la política exterior y de seguridad,
incluyendo el Estado Mayor de las fuerzas armadas. Sus obras —como Principios de
Geopolítica, publicada en 1999— se convierten en la base de este nuevo pensamiento
eurasianista, y son incluso utilizadas como libros de texto en las academias militares.
Esta orientación es compartida en mayor o menor medida por otros dirigentes
políticos, como el líder comunista Gennadi Ziuganov, quien incorpora elementos del
eurasianismo a su propia ideología, elaborando una síntesis entre marxismo y
nacionalismo ruso27.

Sin embargo, estas ideas no se ven reflejadas en los niveles más altos de decisión, es
decir, en los verdaderos responsables de la formulación de la política exterior. El
propio Yeltsin se refiere al carácter eurasiático de Rusia en un sentido estrictamente
geográfico, como país presente en Europa y Asia; no como una civilización separada28.
En el mismo sentido, el ministro Kozirev considera a su país como un puente entre
civilizaciones, más que como un modelo que preservar de toda influencia exterior:

26 Light, 1996: 34, 51-55; Sakwa, 2002: 355.


27 Berman, 2001; Brzezinski, 1998: 116-117; Kubicek, 2004: 6.
28 Yeltsin, 1998: 152.
Rusia es una gran […] potencia eurasiática en todos los aspectos —europea, asiática,
siberiana y del Lejano Oriente—, una potencia que en su vida interna y política
exterior rechaza la profecía pesimista de Rudyard Kipling de que Oriente y Occidente
nunca se encontrarán29.

Así, ambos coincidían con las posiciones del eurasianismo “geoeconomista” y


“estabilizador”, sin la agresividad hacia Occidente que sí estaba presente en las ideas
de otros partidos, más próximas al neoeurasianismo de Dugin. Por ejemplo, Dmitri
Rogozin, presidente del Comité de Asuntos Exteriores de la Duma, coincidía con la
variante “civilizacionista” al declarar en 1999: “Ha llegado el momento de volver a los
valores tradicionales de la civilización rusa, que pueden ser la única base para una
estrategia de renacimiento de Rusia”30. En el mismo sentido, el diputado Nikolai
Rizhkov afirmaba ese mismo año, en el contexto de la guerra de Kosovo:

Occidente nos está imponiendo la idea de que […] el sistema de valores occidental es
el único verdaderamente humano y democrático […] la guerra en Yugoslavia ofrece un
ejemplo de choque de civilizaciones […] Se ataca una nación que está lo más cerca
posible de la civilización rusa […] Serbia es el puesto avanzado de nuestra civilización.
Por eso el corazón de los Balcanes poblado por los eslavos del sur ha interesado
durante siglos a Occidente, que ha intentado destruir ese puesto avanzado […] La
aceptación indiscriminada de los valores ideológicos occidentales y su transplante al
suelo ruso sin tener en cuenta la cultura rusa propia puede causar la destrucción de la
civilización rusa31.

De esta forma, el eurasianismo se convierte en un foco de atracción para todos


aquellos políticos descontentos con el declive de la influencia internacional de Rusia, y
como medio de reivindicar una política exterior más asertiva frente a EE.UU.32

2.2. La presidencia de Putin (2000-2008)

En la etapa de Putin, el nuevo presidente resalta en repetidas ocasiones la


importancia de los lazos históricos de su país con Europa, dando lugar a algunas
interpretaciones que lo califican inicialmente como un líder proeuropeo. Sin embargo,
otros le consideran un firme partidario de las ideas eurasianistas, basándose en unas

29 Smith, 2006b: 40.


30 Fedorov, 2000: 18.
31 Fedorov, 2000: 19.
32 Kubicek, 2004: 8-9.
declaraciones en las que afirma que Rusia se ha considerado siempre un país
eurasiático33.

La articulación más clara de las ideas de Putin acerca de la existencia de una supuesta
especificidad cultural es su definición en 1999 de unos “valores rusos” tradicionales e
inherentes a su carácter nacional, que habrían sido asumidos antes que los valores
universales, como los derechos y libertades individuales. Estos valores rusos
fundamentales serían cuatro: patriotismo, Rusia como gran potencia (derzhavnost),
poder estatal fuerte (gosudarvennichestvo) y solidaridad social34. Sin embargo, no se
llegaba a plantear una alternativa incompatible con la cultura occidental —como sí
hacían los eurasianistas radicales—, sino que se pretendía ante todo reforzar el orgullo
por la grandeza histórica de Rusia, como soporte de su política de gran potencia en el
exterior y de fortalecimiento del Estado en el interior.

Estas ideas cristalizarían, ya en el segundo mandato de Putin, en la ideología de la


“democracia soberana”, en la que se define la soberanía en un sentido negativo, como
ausencia de cualquier interferencia de otros Estados. Con esto se trata de
contrarrestar las críticas occidentales a las tendencias autoritarias en Rusia,
presentando un argumento frente a una posible contestación social similar a la
“Revolución Naranja” ucraniana, que pudiera poner en peligro la continuidad del
régimen. Así, se afirma por ejemplo que el papel central que ha tenido históricamente
el Estado en Rusia la separa de tradiciones liberales como las de EE.UU. o el Reino
Unido. Sin embargo, se rechaza igualmente la posición de comunistas y
ultranacionalistas en favor de recuperar un sistema de tipo soviético, ya que con ello
no se reforzaría la influencia del país, sino que se incrementaría su aislamiento35.

A pesar de esta reivindicación de un modelo propio de desarrollo para Rusia,


alternativo a la democracia occidental, no puede afirmarse que la política exterior de
esta etapa esté fundamentada en una visión del mundo estrictamente eurasianista.
Pese a que la percepción de su país como una gran potencia hacía inevitable una
rivalidad con EE.UU. por la influencia global, Putin no considera a “Occidente” como
una amenaza en todos los ámbitos, incluso para la propia existencia de Rusia como
nación. La posición oficial, en cambio, no está motivada tanto por concepciones
teóricas como por intereses pragmáticos: el ejemplo más significativo es el apoyo a la

33 Berman, 2001; Lo, 2003: 102-103.


34 Putin, 1999: 227-228.
35 Smith, 2006a: 3.
invasión de Afganistán como respuesta a los atentados del 11-S, que supone el
estacionamiento de tropas estadounidenses en el territorio eurasiático36

Del mismo modo, la incorporación efectiva de las repúblicas bálticas a la OTAN —que,
desde un punto de vista geopolítico como el de Dugin, pretendería privar cada vez
más a Rusia de su “espacio natural” de expansión imperial— es acogida con una
oposición notablemente menor que la que cabría suponer teniendo en cuenta los
debates de los años noventa, en los que comunistas y ultranacionalistas habían
acusado a Yeltsin de debilidad ante la Alianza Atlántica. Esta resignación al hecho
consumado de la ampliación no parte de una identificación con Occidente, como había
sucedido en la etapa de Kozirev, sino de una apreciación realista de los recursos con
los que cuenta Rusia para oponerse a ese proceso; así como de la percepción de
amenazas más graves para la seguridad nacional que la OTAN o EE.UU., como el auge
del terrorismo, que es necesario afrontar mediante la cooperación internacional.

La “línea roja” en las relaciones ruso-occidentales no se encuentra así en la mera


existencia de influencias foráneas en el espacio eurasiático. Se trata, por el contrario,
de impedir que esa presencia occidental se tradujera en una limitación de la
autonomía política de Rusia en el ámbito interno y de política exterior, cuya
manifestación más extrema habría sido el impulso a una revolución ciudadana contra
el Kremlin similar a la que había sucedido en Ucrania. Por tanto, la fecha clave en el
enfriamiento de las relaciones con Occidente durante la presidencia de Putin no es la
invasión de Afganistán —octubre de 2001—, ni la de Irak —marzo de 2003—, ni
tampoco en el ingreso de Estonia, Letonia y Lituania en la OTAN —marzo de 2004—;
sino el apoyo de EE.UU. y la UE a la “Revolución Naranja”, en noviembre de ese último
año.

A diferencia de las tesis neoeurasianistas, la posición estadounidense como única


superpotencia no dio lugar a una reacción neoimperial de Rusia, sino que se
mantuvieron iniciativas de cooperación con Occidente —con todas sus limitaciones—
partiendo de una identificación de determinadas áreas de interés común, incluso
aquellas tan sensibles como las relacionadas con la seguridad. Esto permitió, por
ejemplo, la colaboración e intercambio de inteligencia contra el terrorismo
internacional, así como la realización de actividades conjuntas en el marco del nuevo
Consejo OTAN-Rusia, sin que se vieran obstaculizadas por el inicio de la Guerra de

36 Lo, 2003: 102-103.


Irak en 2003 o la ampliación de la Alianza Atlántica en 2004.

El hecho de que se mantuvieran especiales relaciones de cooperación con Francia,


Alemania o Irán, coincidiendo con las tesis de Dugin, no parece prueba suficiente de
con ello se tratase de conseguir aliados para crear un “nuevo imperio” eurasiático en
el marco del inevitable conflicto con EE.UU. Por el contrario, se enmarcan en la visión
de un mundo multipolar enunciada en la “doctrina Primakov”, y en el intento de
maximizar la influencia internacional rusa como gran potencia partiendo de unos
recursos limitados. La identidad rusa como parte de Eurasia —no de Occidente, donde
sería considerada una potencia de segundo orden, ni de una Europa identificada con la
UE y los países aspirantes a ingresar en ella— se convertía así en la posición más
equilibrada para preservar a Rusia como un actor relevante de las relaciones
internacionales, permitiéndole establecer acuerdos puntuales con distintos actores que
no limitasen su autonomía a largo plazo37.

Así, el eurasianismo como ideología neoimperialista ha ido quedando relegado


progresivamente a un papel secundario, siendo desplazado por el más moderado
“nacionalismo oficial” de Rusia Unida. No obstante, aunque su popularidad entre la
opinión pública sea más limitada, Dugin y sus seguidores continúan estando presentes
en el debate sobre la política exterior, gracias a sus conexiones con figuras de
relevancia política: por ejemplo, el ministro de Cultura Alexander Sokolov, el
vicepresidente del Consejo de la Federación Alexander Torshin, el asesor presidencial
Aslambek Aslajanov o incluso el presidente separatista de Osetia del Sur, Eduard
Kokoiti. Al mismo tiempo, Dugin mantiene una relación estrecha con el responsable
ideológico de Rusia Unida, Ivan Demidov, con el que ha trabajado en varios programas
de televisión38.

En consecuencia, la visión predominante en el Kremlin reclama para Rusia un papel


influyente en el espacio postsoviético acorde con su condición de gran potencia, pero
sin llegar a pretender una restauración imperial como la que propone Dugin. Moscú es
consciente de la imposibilidad tanto de recuperar el dominio directo sobre su periferia,
como de mantenerse aislado de cualquier influencia occidental en un contexto de
globalización; este intento le situaría además en una posición de marginación con
respecto a Europa y Asia, en lugar de aumentar su influencia39. De esta forma,

37 Berman, 2001; Lo, 2003: 17; Putin, 2004: 124.


38 Laruelle, 2008; Umland, 2008.
39 Kubicek, 2004: 7, 10; Morozova, 2009: 8-9.
autores como Trenin han llegado a considerar que el proyecto eurasianista está
condenado al fracaso a largo plazo40.

Conclusiones

Nuestra primera conclusión es que no puede establecerse una línea clara de


continuidad entre el eurasianismo clásico y las teorías existentes en la actualidad.
Aparte del hecho de que los primeros eurasianistas estuvieron —como hemos visto—
más unidos por su rechazo a Europa que por una idea común de lo que significaba
para Rusia su pertenencia a una “civilización eurasiática”, el resurgir de estas ideas a
partir del final de la URSS se ve condicionado por la experiencia de la Guerra Fría, que
se convierte en el prisma a través del cual se interpreta la nueva realidad
internacional. Así, seguir considerando a EE.UU. como una amenaza existencial,
radicalmente incompatible con la identidad cultural rusa, aparecía para estos sectores
como la clave para identificar los intereses nacionales en el nuevo escenario a partir
de 1991. Por otra parte, las carencias de Yeltsin como gobernante y su enfrentamiento
con la oposición alentarán este debate en términos de juego de suma cero, en el que
cualquier apertura a la colaboración con Occidente es percibida como debilidad frente
a Washington.

En segundo lugar, el propio término de “eurasianismo” ha sido aplicado de forma un


tanto abusiva para designar un espectro muy amplio de posiciones ideológicas, que
incluye desde los partidarios de una restauración imperial —como Dugin— hasta los
nacionalistas pragmáticos que utilizan el concepto de Eurasia como símbolo de
independencia frente a Occidente; o quienes simplemente consideran que, dada su
posición geográfica, Rusia debe conservar un papel relevante como actor en el espacio
postsoviético. Esta confusión puede llevarnos a afirmar que el acercamiento a Europa
de los Estados que pertenecieron a la URSS y el mantenimiento por parte de dichos
países de unas relaciones fluidas con Moscú son opciones mutuamente excluyentes,
ya que lo que estaría en juego sería su soberanía respecto de su antigua metrópoli.
Por otra parte, la hostilidad hacia Occidente por parte de los eurasianistas más
radicales contribuye a esta “profecía autocumplida” de la incompatibilidad de
intereses, al incrementar el aislamiento de su país del resto de la antigua URSS, en
favor de otras grandes potencias como EE.UU. o China.

Finalmente, consideramos que la influencia del eurasianismo más extremado en la


40 Trenin, 2002.
formulación de la política exterior ha sido sobrevalorada, aunque conserve su
popularidad en determinados círculos, como los comunistas, los ultranacionalistas o
las fuerzas armadas. La consolidación de la “vertical del poder” durante la etapa de
Putin ha situado el centro de toma de decisiones en manos del presidente y su
entorno inmediato, privando a los demás actores gubernamentales y a la oposición
parlamentaria —donde es mayor la popularidad de estas ideas— del protagonismo del
que gozaban anteriormente. De este modo, el nacionalismo oficial articulado por
medio de Rusia Unida se encuentra ahora al servicio de los intereses del Kremlin, y no
a la inversa; lo cual otorga a los dirigentes un amplio margen de autonomía para
formular las políticas más adecuadas en cada momento, sin las limitaciones de una
ideología maximalista como el neoeurasianismo de Dugin.

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