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02 - K.L. Taylor Lane - Heron Mill Tenebris
02 - K.L. Taylor Lane - Heron Mill Tenebris
¡Disfruten de la lectura!
Reading Girls
Este es sólo para mí.
Contenido
Nota del Autor
Sinopsis
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Epílogo Uno
Epílogo Dos
Postfacio
Próximamente
Agradecimiento
También por K.L. Taylor-Lane
Nota del Autor
Tenga en cuenta que este libro contiene muchos temas oscuros
que pueden resultar incómodos o inapropiados para algunos
lectores. Este libro contiene temas muy fuertes, así que por favor
presta atención a la advertencia y adéntrate en él con los ojos bien
abiertos.
Este libro sólo debe leerse después de Heron Mill. Sin embargo, no
es necesario leer este libro para disfrutar de Heron Mill o de los
libros siguientes. Si lo desea, puede saltárselo por completo.
Soy extraña.
Soy violenta.
Soy querida.
No soy Madre.
Estoy atormentada.
Estoy sufriendo.
La luz.
La oscuridad.
Pertenecemos a la oscuridad.
Hunter y yo.
No tardará en llegar.
Las puntas de mis pies tocan el borde del hielo, mis finas medias
se pegan a la gruesa cubierta del lago. Aprieto un poco más,
probando su resistencia, mirando la superficie helada, el agua
debajo atrapada, pequeñas burbujas encerradas ahí. La luna
brilla en la superficie, una ligera capa de nieve la cubre, y el viento
áspero es como un cuchillo que me corta la piel.
Una sonrisa curva mis labios agrietados por el viento, mis mejillas
doloridas al levantarse con el movimiento. Al oír mi nombre en sus
labios, transportado hasta mí por el viento, se me cierran los ojos
y se me calienta el pecho. Lentamente, me giro hacia él, mi
Hunter, y me doy cuenta de lo lejos que estoy de la orilla. Ni
siquiera nadamos tan lejos, no puedo, Hunter siempre esta
conmigo, por si me meto en problemas, ahora sé nadar, pero no
soy una gran nadadora.
Más lejos.
—Gracie.
Es lento.
Cauteloso.
Un depredador meticuloso.
Que me posea.
—Hipotermia.
—Mhm.
Espero.
Y ya puedo oírlo.
Lo siento.
Caminar por los pasillos de Heron Mill por toda la eternidad sería
todo lo que podría esperar con Hunter a mi lado.
Para devorarme.
No soy como ella, pero tampoco estoy segura de lo que soy como
madre sea exactamente correcto.
—Hunter se va a irritar.
—Lo sé —resopla.
—Realmente irritado.
—Lo sé.
—No creo que debas follarte a la niñera —le digo con seriedad,
pero él resopla en respuesta.
—Alguien tiene que hacer que se sienta más bienvenida —se ríe
entre dientes, pero sus palabras tienen sentido, frunzo el ceño,
incapaz de ocultar mis sentimientos al respecto.
Olvídalo.
—¿Qué?
—No te tiene que gustar alguien para follártelo —su voz profunda
sacude su pecho, el humor en su tono me hace ladea la cabeza—.
Puedes encontrar a alguien lo suficientemente atractivo como para
simplemente meterle la polla. Quiero decir, de verdad... ni siquiera
te tiene que gustar tanto mirarlo... Aún así se siente bien, ¿sabes?
Nunca me atraso.
Esa es una de las principales razones por las que los Swallow
trabajan con los Blackwell, es histórico, la relación de nuestras
familias, además, tenemos una gran reputación, nunca nos
atrapan. Nunca hay pruebas, todos los rastros se cubren tan bien,
que aunque alguien nos filmara directamente a mí o a uno de mis
hermanos prendiendo fuego a un cadáver en medio de la Plaza del
Pueblo, seguiría sin ser prueba suficiente para procesarnos.
Me necesita.
Soy papá.
Y así empiezo a sentirme mejor.
Distracción.
Gracie está de pie en el lago helado, su piel pálida brilla bajo la luz
de la luna llena. Todo lo que la rodea se atenúa en mi visión, solo
ella y su jodido ser temerario. La forma en que se movía por el
hielo sin ninguna sensación de peligro, sin preocuparse de
sumergirse en las profundidades, con los pulmones llenos de
agua, mientras sus músculos se congelan, la hipotermia se instala
demasiado rápido, el corazón se ralentiza a medida que su pálida
piel se vuelve azul.
No tiene miedo.
La casa está fresca, las tablas del suelo vestidas con una fina
alfombra, frías bajo mis pies húmedos. El cielo exterior está
apagado, lo que oscurece el interior de la casa, de madera
envejecida y ricos colores. Las lámparas están encendidas a
ambos extremos del largo vestíbulo, la oscuridad de los
candelabros vacíos entre sus brillos anaranjados. Me dirijo a las
escaleras para cambiarme cuando lo oigo, su balbuceo de dos
años empezando, lo único que quiere cuando se pone así es a mí.
Vacilo, con la mano apoyada en el poste cuando empiezan los
chillidos.
River.
—Sí.
—Vamos, Atlas, haz lo que dice Rachel, por favor —le dice papá,
levantándolo y dejándolo en el suelo.
—Hunter.
—¿Qué?
—Sé amable.
No a mí.
—¿Cómo tú...?
—¿Y si lo hace?
—Bien.
—¿Me ayudas?
Confía en ti.
Protegerla de su oscuridad.
De la mía.
En la oscuridad.
Conmigo.
—Te amo, Gracie —le digo, las palabras sinceras se deslizan sin
querer, mis entrañas se retuercen con ellas al mismo tiempo que
consigo respirar hondo, aunque no entrecortadamente.
Ella lo sabe.
Yo lo sé.
Lo agradecería si es lo que quiere.
Para sentir.
La miro, sus ojos fijos en los míos, amplios y cálidos, una sonrisa
burlona en sus labios hinchados.
Hunter resopla sin decir palabra, con el ceño fruncido, los ojos
oscuros, llenos de peligro, alzados y fijos en nuestro padre, que
sigue hablando con Grace a pesar de la interrupción.
Parpadea con fuerza, sólo una vez, sin otra expresión en su suave
rostro, Hunter se mueve a su lado, su cuerpo grande y ancho
destila incomodidad. Ni una sola vez lo mira. Solía deferir ante él
de inmediato, buscarlo en un espacio abarrotado, en una
conversación difícil, aferrarse a su mano como si estuvieran
físicamente cosidos. Sigue haciéndolo cuando salimos del molino,
pero no aquí, con nosotros, en casa.
—Es sólo para conocerlo, nada más, nos tendrás ahí, nos
encontraremos en algún lugar público, en algún lugar de nuestro
territorio. No irás a ninguna parte, y sólo se hará si los resultados
del ADN demuestran que realmente es tu padre —la tranquiliza
papá, con sus palabras pausadas pero firmes, como siempre le
habla.
Los dientes de Hunter chirrían donde los aprieta con tanta fuerza,
los labios palideciendo mientras los cierra forzadamente. Siempre
fue el más silencioso de todos nosotros, todavía lo es, a menos que
tenga algo que ver con nuestra hermana pequeña. El hombre es
tan salvaje y tan violentamente obsesionado como parece. Su silla
se tambalea al levantarse y cae al suelo de piedra. Grace abre los
labios sorprendida por su arrebato y lo mira con el rostro
increíblemente enrojecido.
—¿Thorne?
—Bien...
Nunca temerario.
—Shane O'Sullivan.
Y me quedo boquiabierto.
La piedra está fría contra mis pies descalzos mientras miro por la
ventana. Cae más nieve, copos grandes y esponjosos que se
asientan sobre los restos de nieve que cayeron unos días antes.
Todavía está oscuro, es confortable, mi mano apretada contra el
vidrio empañado de la gran ventana del dormitorio. El calor de mi
mano forma pequeñas gotas de humedad en el interior del frío
vidrio. Observo cómo se acumulan y ruedan hacia abajo, creando
un camino por el vidrio de la ventana.
Sin decir nada más, me rodea el cuello con los brazos, confiando
en mí, lo que alivia un poco el dolor de mi pecho, pero el pánico
está muy presente en mi sangre.
—Mami está bien —le digo en voz baja, con un ardor en el fondo
de los ojos.
El sol está tapado por las nubes de nieve más allá de la vidriera
que da a la escalera, escondiéndose del horror del día, un poco
como me gustaría poder hacerlo a mí.
No creo que...
Roto.
Lo sabía.
¿Por qué no hice nada al respecto?
Por ella.
Ella me destruyó.
—Bebecita.
—Hunter —me dice, con ese suave susurro, su tono apacible, todo
en ella tan hermosamente frágil.
—Siento lo del agua —su voz tiembla con esas palabras, mis
labios se abren para regañarla por disculparse, pero ella me
interrumpe—. Pude verla en el reflejo y luego no pude hacerlo.
—¿Hacer qué?
Y luego están las otras cosas, las pequeñas tonterías que hace,
como no saber decirle a Atlas que no, y que nadie quiera hablar
con ella de eso, porque es Gracie y la amamos. Le dará a nuestro
hijo mayor lo que quiera porque lo ama. Y es así de simple para
ella. No importa que le diga que no a un segundo tazón de los
azucarados cereales del desayuno, o que le exija que se lave los
dientes aunque tenga una rabieta. Ella siempre lo consentirá, y él
no se aprovecha de eso, porque no sabe que es diferente. Porque
tiene cuatro años y medio y siempre ha sido así. Pero no se
supone que sea así.
Pero no puedo decirle que pare. Ni siquiera quiero. Sólo quiero que
sea madre como carajo quiera, porque a pesar de todas estas
cosas, ella es perfecta. La madre perfecta, la compañera perfecta,
el ajuste perfecto para mí. Para nosotros. Nuestra familia es
jodidamente hermosa, y todo se debe a ella.
Nos quedamos un rato así, con los ojos cerrados, las lágrimas se
detienen, mi mano calmándola, acariciando sus cabellos, su piel,
su rostro.
—Abre los ojos para mí, hermosa chica —es una orden suave,
pero una orden de todas formas.
—¿Por qué has hecho eso? —susurra con los ojos clavados en los
míos.
—No lo asustaste.
Masajeo sus cabellos con los dedos y tiro de ella para acercarla.
Sus manos vuelan hacia el borde de la bañera cuando tiro
bruscamente de ella.
Levanto los ojos y los clavo en los suyos, con un anhelo tan
profundo que me parte el corazón en dos. Trago saliva, me lamo
los labios y mantengo mi mano suave sobre su rostro.
Somos tóxicos.
Somos incorrectos.
—Sí.
Tengo ganas de sonreír y cierro los ojos con fuerza mientras sus
pasos se acercan, aferrándome desesperadamente a la sensación
de alegría, pero no consigo hacerlo a tiempo cuando su cuerpecito
choca contra mis piernas.
Como si me necesitara.
—¡Chicos!
La miro fijamente.
La niñera.
Rachel.
Es mayor que yo. Más alta. Tiene la cintura fina y el culo redondo,
los tetas grandes y siempre erguidas bajo las camisetas ajustadas,
los jeans pegados a sus piernas torneadas. Su cabello es oscuro y
brillante, sus ojos azules son oscuros como zafiros, a juego. Es
muy linda.
Arrow dijo que podría sentir algo al mirarlo. Que tal vez sentiría
algo familiar, una sensación de pertenencia, que algo dentro de mí
podría sentir calor. Pero cuando miro esta foto, al hombre en la
foto, me hace contener la respiración, mis entrañas se revuelven
de rabia. El calor me invade, pero no de la forma que Raine
sugirió.
—¿Grace?
Madre.
—Una hija.
—Sí.
Capítulo Diez
Nuestra.
Es desquiciante.
Enfermo.
Estamos enfermos.
Ella y yo.
Infectándonos.
Envenenándonos.
Ahogándonos.
Arruinándonos.
—Háblame.
Pone los ojos en blanco, luego mira a los míos, uno regalado por el
Diablo, lleno de fuego y pasión, y el otro por un Dios, frío, glacial y
observador. Me observa mirándola y siento su exhalación, un
suave soplo contra la piel de mi garganta, luego inspira, igualando
mi propia respiración. Disminuye el ritmo de su corazón, el rápido
latido es como un tamborileo en mis oídos. Acaricio su rostro, mis
pulgares recorren los pómulos, sus ojos se cierran, sus pestañas
cosquillean en la áspera piel de mis manos.
—Tengo miedo —susurra, sus labios rozan los míos, dejo caer mi
frente sobre la suya, su rostro se difumina donde mis ojos se fijan
para no apartarlos de ella.
Mis labios se curvan hacia un lado, una sonrisa sólo para ella.
Mis caderas chasquean contra las suyas, cada vez más fuerte, su
piel pálida enrojeciéndose, el rosa floreciendo contra su piel
helada, vestida de blanco, como si fuera una especie de ángel. Mi
polla se estrella contra ella, sus paredes me aprietan tanto que me
muerdo la lengua para no correrme antes de tiempo. Mis dedos
encuentran su clítoris, mi mano suelta su muslo, su espalda se
arquea hacia mí como si estuviera realizando un exorcismo
demoníaco, pero lo único que estoy haciendo en realidad es
contagiándola. El gemido que sale de su garganta es un sonido
hermoso y desesperado.
Para mí.
Con las caderas chocando contra las suyas y la polla cada vez más
gruesa, me subo sobre las manos y me cierro sobre ella. Hundo la
barbilla, dejo que la saliva gotee de mi boca a la suya, ella saca la
lengua, la boca abierta de par en par, mostrándomela. Mi sangre
manchada en la mitad inferior de su rostro, en la comisura de sus
labios, mi saliva brillando en su lengua. Es la maldita cosa más
bonita que he visto nunca.
El hombre pálido del otro lado de la mesa tiene los ojos marrones,
con un ligero color a tierra, o quizá a barro seco. Los vellos en su
rostro son demasiado corto para ser considerado barba, pero
demasiado largo para ser incipiente; los vellos cortos y ásperos
crecen de forma irregular a lo largo de la mandíbula. Una cicatriz
reciente atraviesa su vello, de color rosa oscuro, abultada y
desigual. Tiene el cabello castaño ceniza, salpicado de un gris
también ceniza, recogido detrás de las orejas y le falta un trozo de
la izquierda, un pequeño triángulo en la curva superior de la
oreja. Como si alguien hubiera cogido unas tijeras de manicura y
le hubiera arrancado el trozo.
—Yo...
Su última palabra está dicha con un desdén tan frío que hace que
mi pulso martillee con fuerza en mi cuello y de repente me
pregunto qué hay en este hombre o en sus palabras, quizá ambas
cosas, que ha desencadenado algo oscuro en mi chica perfecta.
—Voy a arrancarte los ojos de las órbitas y ahogarte con ellos —le
digo con calma, preguntándome con qué rapidez podría hacerlo.
No son iguales.
No se parecen en nada.
Ella es mía.
—Voy a hacer que te comas tus propios putos dientes si tengo que
mirarte un maldito segundo más, pedazo de jodida mierda.
Lárgate de aquí antes de que no puedas.
—Creo que eso es todo, Michael —le digo por encima del hombro
con desdén.
Archer le dijo que se fuera a casa esta noche, pero sólo después de
mirarme demasiado tiempo, demasiado de cerca. Me puso
incómodamente caliente, como si él estuviera viendo demasiado.
Sube mi... su... camisa, abre los botones a lo largo del algodón
blanco, llega a la parte superior de mis muslos, con las bragas de
algodón blanco debajo. Usando su nariz, el áspero roce de su
corta barba incipiente sobre la suave piel de mi vientre, aparta la
tela, dejando al descubierto el vientre y el coño cubierto de
algodón. Lo miro fijamente, con los brazos a los lados y las manos
aferradas a las sábanas verde oscuro, él levanta la vista, y sus
ojos oscuros se clavan en los míos.
Mi cuello se levanta con tanta fuerza que hace crujir los huesos.
Me arrastra hacia él, me levanta la camisa, las sábanas se
arrugan debajo de mí. Se inclina hacia adelante, me baja las
bragas por las piernas, sin dejar de mirarme, y las deja caer al
suelo. Desliza el brazo por debajo de mi espalda y me lanza al aire,
echándome sobre su hombro como si no pesara absolutamente
nada.
Levanto la cabeza para ver cómo están los chicos, con el corazón
en un puño porque nos dirigimos a la puerta y no tengo el
monitor, ¿y si pasa algo mientras no los vigilo? El pánico se
apodera de mi corazón, apretándome, el miedo estrangulándome,
sofocando todo lo que está pasando en ese momento.
Y eso es peor.
Mucho peor.
Con la madera fría bajo mis pies descalzos, bajo las escaleras, la
casa a oscuras, en silencio. La respiración de Gracie es uniforme y
pausada, el pánico de hace unos instantes ha desaparecido
gracias a Archer.
Oscuridad.
Sombras.
Antes de encontrarnos.
Yo las elegía.
Ayúdala Hunter.
Una lágrima resbala por mi nariz, sus labios quietos bajo los míos,
y me pregunto cuándo dejé de amar su boca, cuánto tiempo he
estado perdido en mis pensamientos, cuánto tiempo me ha
esperado. Vuelvo a mover los labios, el sabor a hierro mancha
nuestro beso. Ella me devuelve el beso con la misma suave
urgencia que yo, sin hacer preguntas. La beso durante largos y
lentos instantes, necesitando que lo sepa, que lo sienta.
—Te amo, Gracie —se lo susurro en la boca, dejo que saboree mis
palabras, chupo su herida, lamo sobre la carne partida—. Te amo.
Y lo es, en ocasiones.
He visto a gente jugar con cuerpos antes, vivos o muertos, pero
nunca había visto las cosas que hace mi chica cuando tiene a
alguien sobre la mesa. Le gustan los bonitos, me he dado cuenta.
Y no estoy seguro de si los talla para hacerlos más bonitos o
porque quiere destruirlos.
La giro con las manos en las caderas y la hago avanzar hasta que
sus caderas, rodeadas por mis dedos, se apoyan en la fría mesa
metálica del centro de la habitación. Aspira, la fina camisa de
algodón se interpone entre ella y el metal, pero un temblor la
recorre igualmente, el frío del aire, la expectación, las cosas que
sabe que le permitiré hacer en esta habitación.
Yo lo sé.
Ella lo sabe.
Excepto quizá Wolf, que retira las piezas cuando terminamos y las
transporta a Cardinal House. Ha visto lo que mi chica puede
hacer. Las obras de arte que crea.
De seguridad.
Ella se aprieta contra mí, flexionando sus dedos entre los míos.
—Thorne.
—Habló demasiado.
—Ah, una rata —canturrea en voz baja, pues hace poco que ha
conocido algunos detalles más sobre lo que es realmente La Firma.
Dejo que se cierren mis ojos, mi cabeza cae hacia atrás, mi rostro
se inclina hacia el techo, la cabeza un poco mareada, porque toda
la sangre de mi puto cuerpo acaba de correr hacia mi polla.
—No, gracias.
Me pregunto por sus dudas, qué estará pensando, las cosas de las
que no quiere hablarme del todo, los secretos que guarda en su
interior.
Déjame entrar.
—¿Gracie?
—Bebecita —me lamo los labios, trago saliva y miro hacia arriba,
al otro lado de la mesa, hacia donde sé que está ella, aunque no
pueda verla. Puedo sentirla, sus ojos clavándose en mí a través de
la densidad de la oscuridad—. ¿Qué encontraremos en las
sombras cuando encienda esta vela?
No hacemos eso.
No Gracie y yo.
—Ahora, Gracie.
Algo violento.
Siempre hace lo que se le dice, ahora está mejor sin reglas, algo
que siempre ha necesitado para pasar el día, una rutina. Pero
ahora no hacemos eso, dejamos libertad, para la mente, para el
cuerpo, hay algunas cosas que le decimos, para que se sienta más
segura, como si tuviera una estructura, pero en realidad no son
reglas. Quiero que ella desee vivir libremente. Pero es una puta
buena chica y hace lo que le digo porque sabe que nunca le diría
que hiciera algo que la pusiera en peligro.
—Gracie —siseo su nombre, justo cuando sus manos húmedas se
acercan a mi garganta.
—¿Bebecita?
—Quiero acabar con ella —parpadeo, su cuerpo se aleja de la
mesa, un suave crujido de telas, sus pies barren el suelo mientras
se acerca a mí, puedo sentirla.
—Gracie —la palabra sale como una súplica, una plegaria, una
maldición, la piel se me eriza de inquietud.
—¿Qué pasa? —voz tan suave, tan perfecta, tan sabia. Tan...
Joder. Inocente.
—Es que... —Me lamo los labios, cierro los ojos por un segundo—.
Sólo necesito que sepas cuánto te amo.
—Enciende la vela.
Mis ojos se cruzan con los suyos, azul hielo, zafiro oscuro bajo el
resplandor anaranjado de la tenue luz de las velas, avellana
cálida, marrón rojizo y ardiente. Se lame los labios, respira por fin,
jadeos cortos, agudos, casi dolorosos, que silban entre sus
dientes, el pecho agitado bajo la tela empapada de sangre. Sujeto
la vela con fuerza en el puño, la cera caliente se desliza por el
lateral de la vela, sobre mis dedos enroscados, con un suave
escozor sobre la piel partida del nudillo.
—Gracie...
—Sí.
—Tengo que coser estos trozos —me dice, indicando las tiras de
piel que ha colocado. Asiento, sin dejar de mover la vela sobre el
cuerpo para ver bien—. Y necesito que vigiles a Madre.
—Gracie.
Suspiro pesadamente.
—De acuerdo.
—Un poco más atrás —me dice, con los pies descalzos alejándose
de la mesa.
Engancho el brazo bajo la parte superior de la columna y el otro lo
paso por debajo y entre los muslos, levanto y volteo el cuerpo, que
cae de cara sobre la losa de metal.
Gracie recorre con los ojos la espalda del cadáver, de piel suave e
intacta, me mira, mis manos se agarran al lateral de la mesa y me
devuelve la vela. Es la segunda que tengo que encender desde que
ella empezó. La tomo y observo cómo pasa un dedo cubierto de
cera por la columna vertebral del cadáver, casi tímidamente,
deteniéndose en la base de los huesos de la espalda. Da un par de
golpecitos con el dedo en el lugar y luego vuelve a tomar la sutura
curva, sustituyendo el dedo por el trozo de piel, con el extremo sin
lengua hacia abajo.
Atlas está arriba con Hunter, quiere hablar con su papá de cosas
de chicos. No sé muy bien qué significa eso, pero yo no soy un
chico, así que supongo que no importa.
Se me erizan los vellos de todo el cuerpo, con los ojos fijos en él,
sus anchos hombros enfundados en un traje de chaqueta negro y
una camisa gris pizarra debajo. Tiene las manos juntas sobre la
mesa, el plato desplazado hacia atrás y el cuchillo y el tenedor
colocados juntos encima, lo que indica que ha terminado. El
rostro de Wolf no revela nada cuando lo miro, con las manos
apretadas alrededor de los cubiertos.
River gime más fuerte y necesito todo lo que llevo dentro para no
reaccionar, para no detenerme, para no pasárselo a papá, que
puede calmarlo con menos de una mirada. Llevaré a los niños a la
sala de juegos, fuera de esta cocina, y me sentaré en un lugar
donde pueda respirar.
—Puedo llevármelo, Grace —titubeo, oigo su voz cuando intento
pasar a su lado, la forma en que siempre dice mi nombre, cuando
considera oportuno dirigirse a mí, me hace rechinar los dientes.
Extraña.
Rachel tocándolo.
Cualquiera...
¿Por qué todo el mundo en esta casa está tan obsesionado con ella?
Incluida yo.
La odio.
Yo tampoco creo que seas tan lista, pienso para mis adentros,
porque yo soy el monstruo más grande.
Curioso.
—Gracie.
—Hunter.
Parpadea.
—Dímelo.
Soy mejor.
No soy Madre.
Es tan hermoso.
Con la boca seca, miro hacia abajo, mis pies descalzos, de piel
pálida y uñas pintadas de blanco, descansan sobre la punta de las
botas de Hunter. Me balanceo ligeramente, nuestro hijo dormido
es nuestra ayuda, apaciguando a nuestros demonios. Tengo unas
ganas irrefrenables de llorar y me inclino un poco más hacia él,
devorando el pequeño espacio que nos separa. Hunter observa mi
rostro y, aunque vuelvo a tener la mirada perdida, sé que me está
observando. Puedo sentirlo. Siempre siguiéndome. Manteniéndome
a salvo.
—Y cuando...
Todas las cosas que creo que quiero decir sobre ella mueren, con
la forma posesiva en que me rodea, sus manos tan, tan suaves
sobre nuestro bebé. Su otra mano me sigue tranquilizando, pero
de otra forma, rodeándome la garganta. Con el pulgar y el índice
controlando mi mirada, presionando mi mandíbula, pero me
siento segura, dejando que él tenga el control. Mi cerebro se relaja,
los músculos se derriten y dejo que me sostenga, mis ojos se
cierran y su aliento me recorre el rostro.
Con las pupilas dilatadas, sus ojos recorren mi rostro, bajan hasta
mis labios y vuelven a subir por mi rostro. Fragmentos rotos de
oro se abren paso entre el marrón intenso, y su labio superior se
levanta sobre los dientes en una sonrisa perversa. Se me acelera el
corazón, me hierve la sangre. Saca la lengua, cálida y húmeda, y
la pasa por mis labios entreabiertos.
Lo anhelo.
A nosotros.
A ti.
Esto.
Que me aceches.
Que me persiga.
Que me duela.
Siempre te necesito.
Te necesito, Hunter.
Sálvame de mí misma.
—¿A ti? —Susurro en voz tan baja que casi no me oye nada, pero
cuando levanto los ojos para ver los suyos, unos remolinos negros
me aprisionan en sus vicios y me quedo tan quieta que me siento
como convertida en piedra.
Hazme daño.
—Sí. ¿A. Ti.? —Es un susurro, pero hay tanto de mí sangrando en
las palabras que no sé cómo sigo respirando.
Y lo quiero así.
Lo necesito.
Hunter gira la cabeza, aún caída hacia adelante, con los ojos
oscuros desviados hacia la esquina para poder verme. Se lame los
labios, recorre mi cuerpo con la mirada y me hace arder. Pequeños
fuegos se encienden bajo mi piel, chamuscándome desde adentro
hacia afuera y de repente estoy tan caliente que apenas puedo
quedarme quieta.
—¿De verdad crees que alguna vez miraría a otra persona, mujer,
Gracie? —Sus palabras son tan lentas y cuidadosas, me dan
ganas de correr, pero me quedo donde estoy, sin ningún sitio al
que ir.
—Archer dijo...
—¿Sí?
—Sí.
—De rodillas.
De rodillas.
—Sepáralas.
Miro hacia abajo, mi pálida piel, casi del mismo tono que mi
vestido blanco, el heno y la paja me arañan las espinillas mientras
mis rodillas se deslizan separándose. Mis mejillas se calientan,
oigo un gruñido bajo retumbando en el pecho de Hunter, la fusta
sigue golpeándome las rodillas, estirándolas tanto que me arden
los músculos. El vestido recogido, los muslos al descubierto, la
larga cicatriz desigual, la entrepierna de mis bragas blancas de
encaje casi a la vista. Sigo mirando hacia abajo, incluso cuando
Hunter vuelve a pasarme la fusta por el cuerpo, el cuero frío, y la
piel se me pone de gallina por todas partes.
—Mírame —la fusta surca el aire con un leve silbido, el calor brota
de repente en la parte exterior de mi muslo izquierdo.
—Sí, Hunter.
—Sí.
—Sí.
—De acuerdo.
Con los dedos índice y pulgar aprieto la cinta que rodea el extremo
de la trenza, la suelto y me peino con los dedos. Una vez sueltas
las dos, el cabello cae por mi espalda, Hunter se coloca detrás de
mí, de rodillas, con los muslos aún más abiertos que los míos.
Con las rodillas a cada lado, lleva su mano a mi garganta, musgo,
margaritas, el arroyo, toda su presencia abrumando los olores del
establo.
—No te muevas —me dice en voz baja, rozándome la oreja con los
labios.
—Qué buena chica —jadea, con los ojos oscuros muy abiertos y
las pupilas dilatadas—. Ahora, llévame a tu boca y ahógate con mi
polla, Bebecita.
Por él.
Con él.
Por nosotros.
—Esta noche —me dice con voz ronca, horas después, y su voz
profunda me produce un escalofrío—. Yo absolveré tus pecados y
tú absolverás los míos —susurra, repitiendo algo que me dijo hace
tanto tiempo.
Echo los hombros hacia atrás, algo que veo hacer a papá cuando
quiere hablar de negocios. Es la postura permanente de Thorne,
con la cabeza alta, seguro de sí mismo. Me levanta la barbilla
cuando hablamos, nunca fuerza el contacto visual, es solo para
darme ánimos, ayudarme a recordar que puedo hablar libremente,
con confianza, ya no tengo que murmurar entre dientes.
Está bien decir verdades para las que a veces es difícil encontrar
las palabras, decirlas.
Sin mediar palabra, los tres hombres se ponen en pie, todos ellos
superan con creces el metro ochenta y se elevan sobre mí al pasar,
saliendo de la habitación.
Me giro, con la cabeza por encima del hombro y los ojos fijos en
los suyos.
Eso nos deja a Rosie y a mí aquí para pasar el día con los tres
chicos, el día libre para Rachel, y aún es temprano, pero hasta
ahora, ha sido agradable. Calma y tranquilidad. No he tenido que
taparme los oídos con las manos ni he sentido el impulso de
cortarle las cuerdas vocales a alguien con un cuchillo de
carnicero.
River tira del dobladillo de mi vestido blanco que llevo con unas
gruesas mallas de lana abajo; su carita me mira, ojos castaños
oscuros, una sonrisa amplia y dentada. Lo miro a él, abrigo blanco
que hace juego con el mío, con la cremallera hasta la barbilla,
pantalón térmico negro debajo, botas de agua amarillas, gorro del
mismo color sobre su cabello rubio.
—Atlas —digo en voz baja, sus ojos desiguales se desvían hacia los
míos, una sonrisa lenta tuerce su boca, la comisura de sus labios
metida entre los dientes.
Me mira, con los ojos muy abiertos, la mirada perdida bajo su ceja
caída, cierro los ojos y sacudo la cabeza. River me agarra la rodilla
con las manos y entierra su rostro en la parte posterior de mi
pierna, con la boca abierta, mojándome las mallas con su baba.
Atlas se acerca a mí cuando abro los ojos, con el abrigo azul
puesto, el gorro rojo, las botas rojas y la mano extendida hacia mí
con unas manoplas negras. Aprieto sus dedos entre los míos,
River chilla mientras rebota en su sitio, lo suelto de mi pierna,
salgo por la puerta trasera y bajo los escalones, silbando por
encima del hombro a Tyson y Duke.
—El tío Archer ha dicho que la próxima tiene que ser más
pequeña o no se apilará —me dice Atlas con seriedad mientras
empujamos y hacemos rodar otra gran bola de nieve.
Una vez colocadas las tres bolas de nieve, una encima de la otra,
saco del bolsillo unas piedras brillantes que recogí del arroyo en
los meses más cálidos. La que guardo en la mesita de noche y que
llevo en el bolsillo desde que saqué a Atlas en mitad de la noche.
Hunter me dijo que podría hacerme sentir mejor, que podría
proteger a nuestros hijos.
—Sí, necesito que vayas allí ahora y no mires atrás, ¿bien? Lleva a
River y a Roscoe allí, y no salgas de allí hasta que tu papá, tu
abuelo o uno de tus tíos venga a buscarte, ¿de acuerdo? Por nadie
más.
El corazón me late cada vez más fuerte en el pecho y creo que está
a punto de estallarme cuando se inclina hacia mí, me besa la
mejilla y camina directamente hacia los perros, despertando
suavemente a su hermano y tomando su mano mientras se pone
en pie.
Vuelo hacia la derecha, hacia los árboles que tan bien conozco y
amo. Nieve compacta y dura. Mis dientes castañean, mis brazos
bombean, la tela de mi abrigo se agita cuando mis brazos pasan
sobre mis costados. Vuelo entre los árboles, el pánico me araña
por dentro, me agacho bajo las ramas desnudas, decoradas por la
reciente nevada. La nieve cruje y se agrieta bajo mis pies, con
pesadas pisadas no muy lejos de mí. Respiro con dificultad,
resoplando en una nube ante mi rostro, giro a la izquierda, me
apoyo a un tronco, me deslizo detrás de él y me detengo. El aliento
me quema los pulmones, desesperado por escapar, agudizo el oído
y cierro los ojos para concentrarme en lo que oigo.
Nieve que cruje, tela impermeable que se agita. Cuento tres y los
distingo con facilidad. Espero con los oídos atentos al cuarto
sonido. Con el pecho a punto de romperse y los huesos de las
costillas como si se estuvieran inclinando hacia mis pulmones
marchitos, inspiro.
Obsesión.
—Chicos, soy papá, abran la puerta, ya está todo bien —digo con
calma, un movimiento muy silencioso y luego un golpe en el botón
de apertura de la puerta, otro movimiento, la puerta se hunde en
el espacio y se desliza hacia la izquierda.
Me sonríe.
—No pasa nada, mi chico —le digo para tranquilizarlo, sin dejar
de agarrarlo por la cintura mientras se pone de pie delante de mí.
—Mamá huyó, pero creo que los hombres malos la atraparon.
Capítulo Veinte
—El bebé está por llegar —le digo suavemente, aunque el dolor me
recorre el vientre y siento que mi interior se agita y se revuelve, me
esfuerzo por mantener la calma.
—Sí —susurro.
Cruza el espacio que nos separa con una amplia sonrisa dentada
en la cara, espero que me agarre la barriga, pero en lugar de eso
me sujeta el rostro con sus grandes manos. Me besa la frente, la
nariz, las mejillas, los labios. Sonrío bajo sus besos, su lengua se
cuela en mi boca, largos y deliciosos lametones de su lengua contra
la mía. Agarro un puñado de su camiseta, la retuerzo entre los
dedos mientras el dolor me aprieta la parte baja de la espalda. Lo
beso, lo atraigo hacia mí, lo mantengo cerca. Me sujeta el rostro, me
acuna las mejillas, se retira para mirarme y su nariz roza la mía.
—Atlas —susurra.
Rachel.
Sabía que ella estaba mal, que algo iba mal, pero Thorne la
comprobó. ¿Qué está pasando?
No puedo hacer nada más que intentar que mi cabeza deje de dar
vueltas, que el estómago deje de revolverse. Consigo ponerme más
recta en la silla y el codo choca contra lo que me parece que es
una mesa. Paso las manos por la superficie de madera, buscando
con los dedos cualquier cosa que pueda haber sobre ella. Me
pongo en pie, la cabeza me da vueltas, el cuerpo se inclina, pero
me agarro a la mesa, me inclino un poco sobre ella, lo que me
ayuda a encontrar el equilibrio.
Pienso en la mala suerte que tuve con mis padres, Madre, que
odiaba verme y me encerró en una escuela malvada. Padre que
sólo me buscaba para algo siniestro, queriendo usarme por
dinero.
Pero se equivoca con papá, él no pagará, vendrá por mí, con mis
hermanos, con mi Hunter.
Arrastrando los pies por el lateral de la mesa, tanteando el espacio
a medida que avanzo, mis dedos tocan un metal frío, lo recorro, la
superficie lisa se curva, un pequeño nódulo se eleva en un lado, lo
presiono, hace clic, y un repentino estallido de luz hace que cierre
los ojos. Una lámpara.
No hay nada sobre la mesa, solo la lámpara sin cables, así que
debe tener una pila o algo para que funcione. Miro a través de
unas ranuras, con los párpados intentando proteger mi dolorida
cabeza de la excesiva luminosidad. Algunos papeles y un bolígrafo,
una botella de agua que ya está abierta. Contemplo el riesgo de
beber de una botella abierta, pero mi boca seca decide que merece
la pena arriesgarse y bebo un pequeño sorbo del frío líquido. Sabe
a agua, pero no estoy segura de que el veneno sepa a algo, así que
bebo sólo lo suficiente para humedecerme la lengua.
Falda lápiz ajustada, blusa crema metida por dentro. Miro la parte
que le cubre el pecho, los botones nacarados hasta la base de la
garganta. El rojo florece allí, extendiéndose lentamente como las
alas desplegadas de una mariposa. Empapando el tejido de seda,
observo cómo se extiende como una explosión de fuegos
artificiales, el carmesí oscuro hipnotizando mi dolorida cabeza. Me
concentro en lo que tengo adelante, ignorando las burlas que me
susurra al oído.
No tengo miedo.
Cierro los ojos, respiro con calma, cuento hasta cinco, me tomo mi
tiempo, pero incluso cuando llego al cinco, la siento allí, sus dedos
en la parte exterior de mi rodilla. Me sobresalto, abro los ojos de
golpe y unos ojos azul turbio me miran fijamente, tardo un
segundo en asimilarlo, mi cabeza palpita, los ojos parpadean
pesadamente cuando un hombre se inclina sobre mí. Su aliento
me recorre el cuello, su rostro está demasiado cerca del mío, su
mano en mi rodilla, donde la falda se ha subido por encima de mis
gruesas mallas. Ni siquiera pienso en eso. Mis dedos se envuelven
alrededor del bolígrafo que llevo en el bolsillo, con el codo retirado
hacia atrás, golpeo el bolígrafo contra su ojo.
Matarlos.
Yo soy real.
Esto es real.
—Deja que le dé una lección, Mike, por Letty —dice el tipo que me
aprieta, con un mordisco de excitación en el tono.
Paso los dedos por el marco tallado, mi pie calzado golpea una
plataforma baja, levanto la pierna, el aire frío punza mi piel
expuesta, a la vista a través de mis mallas rotas. Encuentro el
pequeño escalón, me meto en el espacio, de espaldas al arco, y la
luz de la linterna se enciende sobre mi escondite, continuando a lo
largo de la pared.
Me rio por eso, una risita demoníaca, porque llegaría hasta ella
muerto si hiciera falta.
—¿Me oyes? —le pregunta a Thorne, que debe responder con una
confirmación porque Arrow contesta— Genial.
Sonrío.
—¿Estás bien?
—¿Gracie?
—Uno de ellos me ha hecho daño en la garganta —vuelve a decir
en voz baja, pero hay un hilo de sollozo en sus palabras.
—¿Después de...?
—Rachel es...
Engancho los pulgares a los lados de sus mallas y se las bajo por
las piernas. Se agarra a mi hombro con una mano y juntos
sacamos sus piernas de las bragas y las medias. Con la misma
mano me tira del hombro de la camiseta y yo me inclino hacia
adelante, rozando sus labios con los míos mientras dejo que me la
quite por encima de la cabeza. Me aprieta la polla y mueve
lentamente el puño arriba y abajo. Con un mano me bajo los
jeans, y con la otra acaricio su nuca.
Ella se aferra a mí, con las uñas clavándose cada vez más, lo noto
cuando por fin rompe la piel, la pequeña gota de sangre se desliza
por mi omóplato.
Ceder.
Déjate llevar.
Juega conmigo.
Hacerme daño.
Me rindo.
Pienso en la forma en que me abrazó tan fuerte hace tan solo unas
semanas, la noche en que Hunter me trajo a casa, la forma en que
sollozó en mis brazos y me hizo prometerle que nunca volvería a
marcharme. Me trago la emoción, el miedo, le doy un último
apretón y ambos nos apartamos, de modo que sus ojos se centran
en los míos.
Miro por encima del hombro, contemplo el cielo brillante y por fin
siento paz.
Epílogo Dos
—Por ella —le gruño, preguntándome por qué diablos pensé que
pedirle a Archer que nos casara era una puta buena idea.
Somos los más cercanos en edad, Archer y yo, él sólo diez meses
mayor, pero somos los más diferentes, nos amamos pero él me
vuelve jodidamente loco. Todo el tiempo.
Thorne y Wolf toman asiento al otro lado del pasillo, con las
cabezas juntas murmurando secreto, los observo por un
momento, frunciendo el ceño. Cuando un agudo silbido de Archer
llama mi atención.
Rosie corre hacia mí cuando me giro para mirar por encima del
hombro, siguiendo su movimiento de cabeza. Con sus pasos
apresurados, su sonrisa brillante y sus ojos cálidos, echa un
vistazo a mi atuendo en su camino, sin duda comprobando que
estoy vestido correctamente. Se detiene ante mí, con los ojos
verdes brillantes, el cabello canoso recogido en una elegante
trenza, colocado sobre un hombro, un vestido azul claro de flores
sobre su corta figura. Me acaricia las mejillas y me besa en la
frente cuando me inclino a su altura.
Nuestra conexión.
Más tarde esa noche, los dos sin aliento tras una persecución
entre los árboles, tengo su cuerpo desnudo enredado con el mío.
El cielo lleno de estrellas, su mirada inquebrantable, los ojos
perdidos en el paisaje, igual que los míos se pierden
irremediablemente en ella, le digo que la amo.
Mi obsesión.
Cabello del color del fuego, ojos del jade más profundo.
Leah, ohhh, Leah. Joder, ¡Te amo! Gracias por amar a Hunter y
Gracie tanto como yo... si no más. Por enviarme canciones a la
1am que te hacen pensar en ellos, por leer esto antes que nadie.
Esta era para nosotras. Eres una diosa y un genio creativo. No
puedo esperar más. Esta serie es tu bebé, y no podría estar más
agradecida por tu pasión.
Kristen, esposa, por llamarme por vídeo cuando estás haciendo las
tareas y hacerme reír tanto que lloro. Te amo tanto, estoy tan
agradecida por ti.
KYLA-ROSE SWALLOW
PURGATORY
PENANCE
PERSECUTION
CHARLIE SWALLOW
RUIN
HUNTER BLACKWELL
HERON MILL
ROOK POINT
WOLF BLACKWELL
CARDINAL HOUSE
(Próximamente)
TORMENT ME
BURY ME
(Próximamente 2023)