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Todo Incluido. Excepto El Amor - Rose Gate
Todo Incluido. Excepto El Amor - Rose Gate
Todos los derechos reservados, incluidos los de reproducción total o parcial. No se permite la
reproducción total o parcial d este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su
transmisión, copiado o almacenado, utilizando cualquier medio o forma, incluyendo gráfico,
electrónico o mecánico, sin la autorización expresa y por escrito de la autora, excepto en el caso de
pequeñas citas utilizadas en artículos y comentarios escritos acerca del libro.
Esta es una obra de ficción. Nombres, situaciones, lugares y caracteres son producto de la
imaginación de la autora, o son utilizadas ficticiamente. Cualquier similitud con personas,
establecimientos comerciales, hechos o situaciones es pura coincidencia.
A todos los que me leéis y me dais una oportunidad, y a mis Rose Gate
Adictas, que siempre estáis listas para sumaros a cualquier historia e
iniciativa que tomamos.
Introducción
No, no, no y no, eso no podía estar pasándome, justo en el momento en
que estaba subida a la tabla, cabalgando la ola perfecta, metafóricamente
hablando, que yo solo sabía de surf lo que el buenorro de Patrick Swayze
nos enseñó en Le llamaban Bodhi.
Pues lo que te decía, que estaba en el culmen de mi carrera, saboreando
las mieles del éxito, cuando me vi sumergida hasta el fondo y sin saber
nadar.
¡Maldita fuera mi estampa! ¡Si es que era imposible tener tan buena
suerte! Tenía que venir Murphy con su ley de las narices para joderlo todo
de un plumazo.
Entré en mi apartamento de sesenta metros cuadrados, el mismo que
compartía con Noelia, mi mejor amiga de la infancia, su perro Garbanzo y
Laura, a quien conocimos cuando las tres nos convertimos en pretendientas
del piso y decidimos que, en lugar de discutir, era mejor idea compartir
gastos. Lau estaba en el trabajo, por lo que no era testigo de mi declive.
Cerré la puerta de una patada y me dejé caer en el desvencijado sofá que
rescatamos del contenedor de enfrente, me refiero al edificio, el mismo día
que nos mudamos.
Cuatro plantas sin ascensor, varios raspones y algún culetazo nos llevó
encajar aquella reliquia en nuestro diminuto salón. Era eso, o sentarnos a lo
indio sobre algunos cojines dispuestos en el suelo, así que a caballo
regalado, no le mires el muelle, que era justo lo que acababa de clavarme en
la nalga izquierda, porque cuando un día se tuerce, se tuerce.
—Auch —protesté.
—¿Qué te pasa?
—El puto muelle.
—No me refiero a eso, sino a la cara que traes.
Es que era pensarlo y se me retorcían las tripas.
—Ah, eso —proclamé en una sorpresa fingida—. Pues que Victoriano
me ha dejado —confesé, pinzándome el puente de la nariz.
—¡Tomaaa! —celebró ella, alzando la zanahoria que barajaba entre los
dedos.
—¡¿Toma?!
—Pero ¡¿no estabas deseando patear a Culo Ganador y eliminarlo de tu
existencia?! —proclamó sin comprender mi desasosiego.
Así llamaban Noe y Lau a mi ex, Culo Ganador, o lo que era lo mismo,
según ellas, Victori-ano, ya me entiendes. Por lo menos, usaban el
sobrenombre cuando estábamos a solas, porque a él, con lo serio y estirado
que era, no le hubiera hecho ni pizca de gracia.
—¡Sí! Pero no justo ahora, cuando más lo necesitaba, ¿recuerdas mi
plan? ¿Dejarlo con él cuando tuviera el trabajo y les hubiera demostrado a
mis jefes que mi compromiso era con su empresa y no con ese lechuguino
más enamorado de su madre que de mí? No podía cortar con él antes de
coger el avión al que se suponía que deberíamos haber subido los dos juntos
porque mis jefes esperan que llegue con mi prometido colgando del brazo.
Noelia bufó mientras mordisqueaba la zanahoria y Garbanzo daba un
salto al sofá para que le rascara entre las orejas.
—Pues te cuelgas una foto, que en tu contrato laboral no pone que Mari
Carmen Romero Rubio tenga que estar casada o prometida para aceptar su
nuevo puesto. Diles la verdad en cuanto pongas un pie en la isla, ¡que lo
habéis dejado y que te has quitado un enooorme culo de encima! —
proclamó, dando un segundo bocado al vegetal.
Noe era crudívora, lo que centraba su alimentación en frutas, verduras,
frutos secos, cereales germinados, legumbres y semillas. Por un lado, era
genial, porque yo y las verduras no nos llevábamos del todo, así que no veía
peligrar los alimentos por su parte; no podía decir lo mismo con Laura, a
quien apodábamos Chin, de chinchilla, porque era de mecha corta y tenía
réplicas muy cortantes.
Laura y yo podríamos subsistir a base de hamburguesas y patatas fritas,
mientras que a Noe no podían faltarle un buen par de pimientos y sus
semillas de chía.
Me tiraría de los pelos si no acabara de ponerme unas carísimas
extensiones que me costaron una cuarta parte de mi sueldo, porque ellas
insistieron en que una melena por la cintura les daría a mis jefes la
publicidad subliminal que necesitaban para ofrecerme el puesto por el que
estaba suspirando, y las muy hijas de Esperanza Gracia no fallaron.
Tras mi intervención en la última reunión anual, que se llevó a cabo
hacía dos días, en la que presenté los resultados del hotel que dirigía, me
dieron la noticia por la que tanto me había sacrificado.
Lo merecía más que nadie, mis resultados eran los mejores de la cadena,
lo que les hacía arrugar el morro a todos mis compañeros varones, casados
y algunos con hijos. Mis jefes pronunciaron mi nombre como la candidata
ideal para encabezar el proyecto más ambicioso de la compañía, el puesto
que todos los directivos anhelábamos, porque el sueldo era el doble de lo
que ganaríamos más incentivos y porque, ¿quién no querría liderar la nueva
joya de la corona que suponía la expansión de SunTravel hacia aguas
internacionales?
El premio gordo incluía irse a trabajar al primer resort cinco estrellas
gran lujo ubicado en Moorea, la Polinesia francesa.
¿Cómo te quedas? Pues imagino que como yo y el resto de crápulas que
ya se veían rodeados de agua cristalina, cocoteros, arena fina e increíbles
puestas de sol bajo una palmera, yo incluida.
Dijeron mi nombre, y sus sonrisas falsas de tiburón emergieron para
darme la enhorabuena mientras mi jefe me decía que preparara las maletas
junto a las de mi prometido, tendiéndome un par de billetes de avión de ida
y sin vuelta.
No podía estar más eufórica, se suponía que Victoriano estaba de
acuerdo en reacomodar su vida en el paraíso, pero cuando ese día lo invité a
comer a nuestro restaurante favorito para darle la noticia, su cara se
transformó y arrojó contra todas mis ilusiones un puñetero coco del tamaño
de Pakistán.
¡No era justo! Era mi sueño, mi P.U.T.O. S.U.E.Ñ.O., y el lechuguino de
Culo Ganador no tenía derecho a abandonarme en un mar, sangrante y
rodeada de tiburones. Si me negaba a ir, todos mis «compañeros» irían a por
mí para desmembrarme sin miramientos, y todo porque decía que no se veía
viviendo rodeado de agua.
¡Que íbamos a vivir en la Polinesia, no a convertirnos en los Snorkel!
Así que ahí estaba yo, hundida en el sofá de flores, mientras Noelia me
miraba aferrada a su zanahoria y yo a mis dos billetes de avión con destino
a estrellarme.
Capítulo 1
Maca
—Pero ¿habéis roto, o ha sido un calentón? —me preguntó Noe,
buscando algún tipo de solución al desastre épico que era mi vida.
—No hay solución, yo creo que en el fondo pensaba que no me lo iban
a dar, por eso me animaba.
—¡Típico de los tíos, pensar que no tenemos posibilidades cuando
estamos llenas de ellas! —resopló.
¿He dicho ya que adoro a mis dos amigas? Pues las adoro.
Noelia y yo nos conocimos en el colegio porque nuestros pueblos de
origen tenían tan pocos habitantes que no había suficientes niños para llenar
dos centros. El autobús nos recogía a ambas, a mí en la parada de Peleas de
Arriba, Zamora, de donde yo soy oriunda, y a ella en la de Peleas de Abajo.
En el cole nos llamaban las peleonas, no porque sea el gentilicio de nuestras
poblaciones, sino porque les hacía gracia y, por qué no decirlo, porque nos
costaba muy poco enzarzarnos en una discusión.
Noe también era conocida como la novia de Chucky, por su parecido
con la muñeca —rubia, de ojos azules y poco recorrido que la distanciara de
sus zapatos—. Su alma era sangrienta, le encantaban los malos malísimos
de las series y los libros, creo que si alguna vez tuviera que probar la
sangre, no lo dudaría dos veces si fuera a manos de Damon Salvatore.
Aunque después de que estudiara para convertirse en personal shopper,
pasó a ser la Rati, porque siempre iba conjuntada.
Sin embargo, ya no se dedicaba a eso, porque decía que en Mérida no
había mucha salida. Hizo un curso de coaching mentoring, y en ese
momento ofrecía sus servicios a empresas, aunque cuando llegaba a casa, se
cagaba en todos ellos, menos mal que no la escuchaban.
Tenía un timbre agudo, igual que su inteligencia para hacer planes.
Usaba su mirada de cachorrita para despistar, porque en cuanto te sacaba el
cuchillo, te destripaba con sus palabras sin dudarlo.
Noe se sentó a mi lado con su mirada de cavilar, y Garbanzo no dudó en
subirse a sus piernas.
Era un cruce de crestado chino y grifón de Bruselas que mi amiga
rescató de la perrera después de ver un anuncio en Instagram donde ponía
que si nadie iba a buscarlo, lo sacrificarían. Tenía pelo solo en la cabeza y la
punta del rabo, el cuerpo repleto de lunares, los colmillos de abajo salidos
para afuera de los labios y sufría estrabismo, por lo que nunca sabías al cien
por cien qué estaba mirando. Si el Dioni hubiera tenido mascota, fijo que
sería suyo.
Nunca ganaría un concurso de belleza perruna, pero era juguetón,
agradecido y un forofo de los garbanzos, era lo único que comía cuando lo
trajo al piso, de ahí su nombre, aunque si lo llamabas, respondía más al
nombre de José Luis.
Lo descubrimos viendo un reportaje del famoso ventrílocuo y productor
televisivo, era escuchar el nombre, y el perro ladraba, movía el rabo e iba
hacia la tele, así que para nosotras se llamaba Garbanzo, pero cuando
queríamos que nos hiciera caso teníamos que tirar de José Luis.
Laura decía que quizá el perro tuviera un alma humana atrapada en él.
—¿Tan grave es? A ver, tus jefes ni siquiera le conocen, te has ganado
el puesto a base del sudor de tu frente, tendrían que ser muy lerdos para
rechazarte porque a ese idiota no le apetezca vivir en el paraíso.
—Es que tú no los conoces, son supertradicionales, a mí no me
ascendieron hasta que vieron este anillo. —Le enseñé la mano.
No es que Victoriano me pidiera ser su mujer, es que hacía tres años,
cuando fui a ver a mi abuela por Navidades, me regaló su anillo de
compromiso, decía que prefería que lo tuviera mientras viviera y lo
disfrutara, que no que hubiera peleas por ver quién se quedaba con la
alianza.
Cuando mi jefe contempló mi mano, no lo dudó, dio por hecho que
estaba comprometida y, boom, vino el ascenso. También es que el director
de mi hotel se jubilaba y yo era la jefa de Recepción, además de poseer la
diplomatura en Dirección Hotelera. Sin embargo, sé que la joya ayudó.
Para mis jefes, estar casado o comprometido significaba lo mismo que
ser un Mercedes en el sector del automóvil; solidez, fiabilidad, confort y se
aseguraban de que la persona que mandaran a Moorea no abandonara y los
dejara con el culo al aire una vez se hubiera hecho con el control del
proyecto. Porque cuando te estableces con tu pareja o tu familia en un
destino, es más difícil que te vayas. De hecho, los Alemany tenían fama de
que sus trabajadores nunca se querían marchar de la empresa; pagaban bien
y te trataban de una manera excepcional.
—Contrata a un puto.
—¡¿Cómo voy a contratar a un puto?!
—O llévame a mí y les dices que somos lesbianas. Al fin y al cabo, tu
intención era conseguir el puesto y decirle a Victoriano: ciao, ciao, culo
mojao.
—No puedo contratar a un puto, o por lo menos, no a uno con la
suficiente clase como para que pase toda esa cantidad de tiempo conmigo,
¡me arruinaría! Y lo de llevarte a ti… ¿Qué haríamos con tu curro?
—Puedo pillar una baja, a ver, soy freelance.
—Ya, pero te está costando mucho hacerte un nombre, y no sé si mis
jefes son homófobos. No los conozco tanto como para saberlo.
Las dos resoplamos.
Un olor fétido llegó a mi nariz, podría tratarse de mi día de mierda, pero
no, sospechaba que lo que acababa de alcanzarme era uno de los
superproyectiles de nuestra mascota.
—¡Garbanzo! —exclamé al verlo contemplarme con cara de
circunstancia.
—Creo que ha sido la mezcla de brócoli con las coles de Bruselas, no
termino de digerirlos bien. Lo siento —proclamó Noe, echando mano al
ambientador de emergencias que teníamos al lado de la mesilla.
—Esto no puede ser sano, Noelia —me puse en pie—, o estás podrida,
o fermentando, seguro que cagas compost.
Sacudí el aire con una mano, me puse en pie y abrí la ventana para
asomarme y tomar aire. Lo peor de convivir con una crudívora era el efecto
invernadero que reinaba en el apartamento… Por eso no invitábamos a
nadie, bueno, por eso y porque nuestra vida social era un pelín limitada.
Vi que Laura se acercaba por la calle y venía rumbo al portal. Quizá le
hubieran cancelado el grupo de turistas de su ruta «Mérida mágica». Lau
era guía turística en la ciudad, aunque una un tanto peculiar, hablaba sobre
misterios y leyendas, sobre todo, todo aquello que incluyera romanos y
falos.
Tras ventilar, volví a dirigirme a mi mejor amiga.
—¿Te puedes creer que me dijo que no me veía tampoco a mí? Me puso
como excusa que algunas plantas me dan urticaria, que llevo mal que me dé
algo de grima la arena, sobre todo, cuando se me mete por el culo, y el
brinco que di el último día que fuimos a la playa cuando me rozó una
botella de plástico y yo pensaba que era un cangrejo.
—Excusas, se nota que en cinco años no te conoce bien del todo, porque
si yo hubiera tenido que poner una pega, sería el pavor que te da volar.
—Gracias por tu inestimable puntualización… —rezongué.
—No te lo tomes a mal, ya sabes que Laura iba a pedirle a su amigo
unas pastis que te van a dejar como al negro de El Equipo A. Ni te vas a
enterar de los treinta y cinco mil kilómetros que te separarán de España. Te
la enchufas una media hora antes de embarcar, cuando abras los ojos en la
escala de Los Ángeles, te tomas otra, y la siguiente vez que abras los ojos,
ya estarás en Papeete rumbo a Moorea, que ese vuelo es solo de quince
minutos en avioneta.
Noté un sudor frío recorriendo mi espalda. Lo que peor iba a llevar eran
los más de treinta y cinco mil kilómetros que me separaban de mi destino y
que para llegar no pudiera hacerlo por tierra.
—Calla, calla, que es pensarlo y me pongo mala…
—¿Mala? ¿Tú también? —preguntó Laura, asomando por la puerta con
una mano apretando su barriga—. Eso es algo que hemos tomado para
desayunar, o el café, que estaba caducado. He tenido que irme del curro
porque me cagaba patas abajo, y no de miedo como los turistas…
Su piel morena estaba un pelín verduzca.
—Yo del estómago estoy bien… —le aclaré.
—Pues tienes una cara…
Su estómago hizo un sonido de peli de terror y Lau salió corriendo,
dando un portazo cuando llegó al baño.
Capítulo 2
Maca
Laura salió con el pelo mojado y la mirada descompuesta, tenía cierto
aire a la actriz América Ferrera, solo que ella había estudiado historia, y se
especializó en epigrafía votiva, es decir, inscripciones dedicadas a los
dioses.
Era morena, de rasgos exóticos y ojos achinados; según nos contó
cuando nos conocimos, solían bromear con ella y decirle si era filipina
como la Preysler.
Si tuviera que compararla con un personaje, sería con el Monstruo de
las Galletas, siempre estaba pegada a un tarro, y en ese instante se dirigía
hacia uno con el ceño arrugado.
—Estoy pensando que puede que lo que me sentara mal fueran estas
galletas nuevas, no pienso volver a comprarlas.
—Pero ¡si eso son las galletas crudiveganas que le compré a Garbanzo!
—espetó Noe—. ¡¿No te has fijado cuando te las has llevado a la boca que
tenían forma de hueso?!
—Ya sabes que por la mañana, antes del café, yo no soy persona… ¿Y
qué hacen en uno de mis tarros? ¡¿No me jodas que he comido galletas para
chucho?! —Noelia se encogió de hombros.
—A ver, son cien por cien de origen orgánico, me las dieron en una
bolsa de papel y las puse en uno de los botes vacíos para que no se
estropearan —explicó Noe.
—¡Pues a mí me han estropeado el intestino!
A mí me dio la risa floja, y es que cuando la cosa se iba de madre, me
daba por reír, aunque no tuviera sentido. Mi risa tonta me había acarreado
algún que otro quebradero de cabeza, como cuando alguien se caía o se
chocaba contra una farola y a mí, en lugar de socorrerlo, me daba por
carcajearme en toda su cara. Menos mal que mis amigas ya me conocían.
—Eso, tú ríete, que verás qué bien cuando te las ponga mañana antes de
pillar el tren, vas a pasarte las cuatro horas de AVE encajada en el váter —
gruñó Laura, vaciando el tarro en la basura—. Esto no se lo damos ni al
perro.
Volví de nuevo a la realidad, y mi estómago se anudó.
Mañana estaba más cerca a cada minuto que pasaba, tenía que madrugar
para no perder el primer tren rumbo a Madrid, porque mi vuelo salía desde
la capital y solo contaba con sesenta minutos para llegar de Atocha al
aeropuerto, donde tenía que estar dos horas antes del embarque.
—Otra vez tienes cara de haber comido galleta perruna, ¿seguro que no
cogiste ninguna? —cuestionó Laura.
—No, es que Culo Ganador la ha dejado, ya sabes que mañana tenían
que pillar el vuelo los dos, y, según Maca, sí o sí tiene que ir con prometido
para que le den el curro.
—¡Hostias! ¿Cómo que la ha dejado? Pero ¿no iba a ser al revés?
—No le ha dado tiempo, y ahora necesitamos un nuevo candidato antes
de que pille el tren, que sus jefes son del Opus y muy tradicionales.
—¿Del Opus?
—¡Mis jefes no son del Opus! Bueno, no lo sé, creo que no, porque solo
tienen dos hijos, y uno se les murió.
—¡Qué putada! —suspiró Noe. Pero rápido se le pasó la pena y volvió
al ataque dirigiéndose a Laura—. ¿Tú no tendrás algún amigo al que le
interese unas vacaciones pagadas?
—Hombre, chochete, así a bote pronto… Se lo diría a mi primo, pero no
llegaría, se fue a vendimiar a Francia y allí la cobertura es pésima. Déjame
pensar… —Laura chasqueó la lengua—. ¿Qué me decís de Hermes? El hijo
de doña Petra, la del 5º B, es soltero y entero, por lo que dicen las malas
lenguas, no ha conocido mujer. Siempre que nos lo cruzamos por la
escalera, mira mucho a Maca y se mete la mano en el bolsillo. Yo creo que
se toca pensando en ella.
—¡Quiero un acompañante, no un posible obseso sexual con tendencia
al onanismo! —me quejé, pensando en Hermes, quien, por buscarle un
parecido, sería Javier Cámara en Torrente, gafas de culo de botella
incluidas.
—Pues estoy hasta el potorro moreno de ese imbécil, que sepas que esto
no se va a quedar así, que a mi amiga no la dejan plantada para que el sueño
de su vida se tambalee. Mañana hablo con la Paca para que lo ligue, solo
necesitamos un pedazo de cuerda y que escribas su nombre en ella —me
comentó Laura muy segura de lo que decía. Yo no es que creyera en la
brujería, pero a mi amiga le iba todo lo que tuviera que ver con el ocultismo
y la magia, y cuando una está desesperada…
—Y si lo anuda, ¿me acompañará al viaje? ¿Es algo así como un
amarre? ¿Como cuando le atas los cojones a San Cucufato para que
aparezca aquello que no encuentras?
—¡San Victoriano, san Victoriano, con esta cuerda te amarro como un
cirujano, y si no te vas con mi amiga de viaje, se te arrugará como un
gusano! —canturreó Noe como si fuera una hechicera.
—Tú ríete, pero no vas mal encaminada, de viaje no irá, pero, por lo
menos, se quedará impotente; cuantos más nudos le hagamos, menos se le
levantará, y no se merece menos por cabrón.
Mi gozo en un pozo, a ese ritmo, no iba a encontrar a nadie que fuera
conmigo, y cada vez nos quedaban menos soluciones
—Entonces, déjalo, tampoco es que fuera un prodigio en la cama…
—¡Si es que yo no sé qué le veías, hija mía! Vale que era guapo, pero
todo lo que tenía de planta lo tenía de soso y de pelele de su madre —
protestó Laura.
—Pues tú me lo presentaste —la acusé.
—¡No para que te liaras con él! ¿Cómo iba a saber que después de esa
fiesta empezaríais a salir?
—Podrían habértelo dicho tus dioses —me quejé.
—Parad de discutir, que se me ha ocurrido algo. ¿Y si llevas una urna
con cenizas? —propuso Noelia—. No hace mucho que leí un libro en que
las protagonistas se iban a Ibiza con las del marido de una. Cuando llegues
a la Polinesia, le dices a tus jefes que ahí yace Victoriano, que no quería
perderse el viaje ni muerto.
Noe se echó a reír ante su propia ocurrencia, Laura le chocó la mano, y
yo no pude más que sumarme a la risa conjunta porque estaba desesperada.
Menos mal que siempre me quedarían mis amigas, aunque cuando estuviera
en mitad del océano, no las tendría a ellas. El pensamiento hizo que pasara
de la risa al llanto, y las pobres terminaron abrazándome para darme
consuelo y decirme que si al final tenía que volver a Mérida, seguiría
teniendo mi cuarto, que no pensaban alquilarlo.
Laura nació y creció aquí, pero nosotras lo hicimos gracias a un puesto
laboral.
Cuando terminamos el instituto, Noe y yo nos mudamos a Madrid para
estudiar, yo me matriculé en Turismo y ella se buscó una academia privada
para cursar lo suyo. Parecía que juntas las cosas eran más fáciles.
En mi último año de carrera, acepté unas prácticas en uno de los
establecimientos de la cadena hotelera de los señores Alemany en Madrid, y
tuve la buena suerte de que el jefe de Recepción me recomendó para una
vacante que tenían de recepcionista en uno de sus hoteles ubicados en
Mérida.
Como era lógico, acepté, que el paro juvenil no estaba como para ir
rechazando ofertas laborales, y Noe dijo que se sumaba al carro, que no se
veía viviendo sola en Madrid y que su carrera de personal shopper no
terminaba de convencerla.
Los alquileres eran mucho más bajos en Mérida, por lo que la vida nos
sería mucho más cómoda que en la capital. Lo que más me convencía era
que tenía una buena conexión terrestre y un jamón que te caes de espaldas.
Al poco de mudarnos al piso, Laura nos invitó a una fiesta de
cumpleaños de unos amigos, y allí conocí a Victoriano. Como ella decía,
era guapo, calmado y en aquel momento pensé que era justo lo que
necesitaba. Una que es tonta con veintitrés años.
Era feliz, o eso pensaba, porque poco a poco se instaló en mí cierta
inquietud, la misma que me llevó a estudiar Turismo. No había salido de
España porque me daban pánico los aviones, sin embargo, en mi fuero
interno me moría por viajar, conocer lugares exóticos, así que cuando mis
jefes dijeron que habían adquirido un resort en Moorea hacía un par de
años, que lo iban a restaurar y convertirlo en el buque insignia de la
compañía, y que quien mejor liderara su hotel, del que era directora desde
hacía tres, tenía muchos puntos para ocuparse de él, supe que era mi nuevo
objetivo vital.
Se me metió entre ceja y ceja que la Polinesia era el lugar en el que
quería vivir. Vi innumerables vídeos, documentales, absorbí varias guías
turísticas y comprendí que mis miedos no me podían limitar, que quería ir
más allá, como Rapunzel, y que si tenía que abrirme paso con las otras
hienas de directores a sartenazo limpio, lo iba a hacer.
—Igual encuentras a alguien en el avión… —la sugerencia de Laura me
hizo volver a centrar la atención en ella—. Se han hecho mogollón de pelis
románticas sobre eso, y ya se sabe que la realidad siempre supera la ficción.
—También se han hecho sobre aviones que se estrellan y cuyos
supervivientes se alimentan de carne humana… —murmuró Noe—, y esa sí
que está basada en hechos reales.
—Ya estamos con la catastrofista-sanguinaria —se quejó mi otra amiga.
—¿Podemos no hablar de accidentes aéreos? Dados mis terrores, dudo
que ayude en algo —mascullé.
—Lo siento —se disculpó Noe con expresión compungida—. ¿Te
ayudamos con las maletas y después salimos de cañas? No hay mal que cien
años dure y que una tarde de cervezas con las amigas no cure —ofreció,
agitando la bandera de la paz—. Además, Garbanzo no ha salido y ya sabes
lo que le gusta pasear.
—¿Y si invertimos el orden? —propuse con pocas ganas de liarme con
el equipaje.
—Por mí bien, me tomo un Fortasec y estoy lista para la cebada —
aceptó Lau, echando mano al cajón de las pastillas para tragarse una junto
con un vaso de agua.
—Vamos, Garbanzo, que salimos a dar un paseo. —Noe agitó la correa
intentando que el perro centrara su atención en el sonido, porque tenía un
ojo en Donosti y el otro en República Dominicana—. Garbanzo —volvió a
intentar, tirando varios besos sonoros.
—José Luis, ¡a la puta calle! —espetó Lau. El perro alzó las orejas,
meneó el rabo y se dirigió a la puerta tan pancho—. No sé por qué os
emperráis en dirigiros a él como si fuera una legumbre, cuando está claro
que se siente expresidente del Gobierno.
Las tres reímos y bajamos a la calle debatiendo si sería correcto
cambiarle el nombre al perro a esas alturas, desde luego que iba a echarlas
mucho de menos.
Capítulo 3
Maca
Voy a obviar que lloré a mares cuando mis amigas y José Luis, como
acordamos rebautizar al perro después de un intenso debate que nos llevó a
vaciar tres rondas de Estrella Galicia, se despidieron de mí en la estación.
Si tenía alguna esperanza de que Victoriano se presentara en plan peli
romántica y se sentara en el asiento vacío que llevaba su nombre en la
reserva, mientras yo contemplaba las caras llorosas de mis amigas, con mis
ojos más inundados que el Titanic, iba apañada.
No se presentó por mucho que cruzara los dedos. No lo vi corriendo por
el andén pidiendo que alguien detuviera ese tren. Lo único que había
obtenido de él esa misma mañana cuando me levanté fue un mensaje de lo
más amenazante vía WhatsApp.
Victoriano
Maca
Se podía decir más alto pero no más claro. Victoriano era, oficialmente,
mi ex, y yo iba rumbo a pillar mi primer avión sin saber si llegaría con vida
a mi destino o no. Aunque quizá fuera el menor de mis males si me
devolvieran en cuanto me vieran aparecer sin mi prometido. ¡Que ya habían
puesto otro director en mi puesto!
Necesitaba entretenerme. Saqué del bolso uno de los libros que mis
amigas me habían regalado para el viaje, era del que Noe me había hablado,
el de las amigas que viajan con una urna. Conociéndola, sería una comedia
romántica de esas que te echas unas risas. Tenía buena pinta, solo que por
mucho que intentara meterme en la historia, mi cabeza me sacaba de ella
por culpa de mis miedos.
Tenía el ritmo cardíaco acelerado, sudores fríos y no podía dejar de
hacer tamborilear mi pie contra el suelo.
La mujer que tenía sentada enfrente me miró mal, ni siquiera me había
respondido a los buenos días que le ofrecí cuando ocupé la butaca de
delante. Quizá tampoco estuviera pasando por un buen momento y lo que
menos le apetecía era mantener una conversación. Me disculpé e intenté
distraerme escuchando la playlist que habían cargado mis compis titulada El
viaje de tu vida. Ya solo con ese título, me puse sensible, iba a ser un
trayecto complicado.
Cerré los ojos y me dejé llevar por la melodía de Motomami, de Rosalía,
cómo me conocían las jodidas, mi gusto musical pasaba por reguetón del
antiguo, tipo Gasolina, Break Beat o Rosalía.
A mis padres también les gustaba la cantante catalana, pensé en ellos y
en lo orgullosos que se sentían de mí al aceptar el puesto, ellos siempre
tuvieron un espíritu muy viajero, tanto que a mí me crio mi abuela, porque
su profesión los había llevado a viajar mucho y seguían haciéndolo.
Se conocieron como Noe y yo, en el colegio, y como nosotras,
decidieron irse a estudiar a Madrid una vez su relación estuvo ya
formalizada. Mi padre era oriundo de Peleas de Abajo, como mi mejor
amiga, y mi madre de Peleas de Arriba, y se negaban a que su futuro se
limitara a ir de Peleas en Peleas.
Ella estudió Periodismo, él, Telecomunicación Audiovisual, y tuvieron
varios trabajos con los que consiguieron ahorrar el suficiente dinero para
casarse varios años después de terminar la universidad.
Mis abuelos, los de ambas partes, querían que regresaran al pueblo, pero
¿qué pintaban una periodista y un cámara donde solo había ganadería y
agricultura? ¿Hacerles un reportaje a las coles y a los marranos?
Se negaron en rotundo, siguieron ahorrando hasta que pudieron pagar
una boda modesta y el alquiler de un pisito en Zamora, y para aquel
entonces, yo ya estaba en el horno, por lo que la abuela siempre decía que
se casaron de penalti.
La vida les sonreía, ficharon para una tele local. Al director de
contenidos de un programa que se llamaba Conociendo España le hizo
gracia la historia de mis padres y decidió encargarles una sección dentro del
mismo. Mis progenitores viajarían por el país en autocaravana, buscando
bonitas historias de amor en los pueblos con nombres más extraños de la
geografía española.
¿Sabes que hay un lugar en España donde confluyen el Purgatorio, Los
Infiernos y el Limbo?
Pues yo sí lo sé, y está en Murcia.
A mi madre le dio por romper aguas en Purgatorio y aunque mi padre
quiso llegar para que la atendieran en un hospital, yo me empeñé en salir y
tuvo que asistirla en el parto. Finalmente, llegué a la vida en Los Infiernos,
eso sí, sin rabo ni tridente, aunque con un llanto desconsolado que despertó
a varios vecinos.
No es que mis padres fueran unos imprudentes, es que llegué cuando
nadie me esperaba, porque me adelanté dos meses, así que soy sietemesina.
Nací con prisa, quizá por eso ahora me gusta tomarme las cosas con
cierta calma y planificarlas. Programo el despertador una hora antes de
cuando tenga que levantarme, por el simple placer de ir apagando la alarma
cada quince minutos y así saborear que puedo dormir un poco más.
Me pasé más de tres horas perdida en mis cavilaciones, la música y el
paisaje que descubría al otro lado del cristal. Estaba cansada, por lo que
paré el reproductor. Moví el cuello a un lado y a otro cuando escuché una
conversación que se desarrollaba a mis espaldas, hubo algo que llamó mi
atención, aunque el sonido era amortiguado.
Solía pasarme que cuando iba en transporte público, se despertaba mi
vena cotilla y me parecía de lo más interesante inmiscuirme en
conversaciones ajenas, sobre todo, si incluía gemidos y jadeos que las
volvían de lo más interesantes. Disimulé llevando mi oreja al cristal.
—Ahh, sí, sí, me estoy tocando, claro que sí… No, no tengo a nadie
sentado delante, hay un hombre, pero está al cruzar el pasillo. ¿Qué? No,
cómo me voy a sacar una teta, a ver si se piensa que se la estoy ofreciendo.
No, Salva, no, una cosa es sexo telefónico y otra que me haga
exhibicionista. Que sí, que ya sé que acordamos echarle un poco de
pimienta a la vida, pero no vaciar todo el bote.
Madre mía, al escuchar a la pasajera de atrás, me puse roja como una
guindilla y sentí muchísima curiosidad por verle la cara, no podía ver bien a
través del reflejo de la ventana, y mi vena cotilla pedía más carnaza. Por el
tono de voz, no parecía muy mayor, quizá rondara entre los veintitantos y
los treinta y tantos, como yo, que tenía veintiocho.
—Sí, sí, claro que me estoy tocando, no, no voy a mandarte una foto, ¿y
si la secuestra un pirata informático? ¡Que los tíos sois muy cerdos y de
enviaros estas cosas, y podría terminar en el móvil de mi padre y este
haciéndose una paja con mi parrús! Quita, quita…
Me dio la risa floja y la mujer que tenía delante me miró mal de nuevo,
debía pensar que era una loca y tampoco es que se equivocara.
Decidí ponerme de pie y estirar las piernas, así podría mirar con
disimulo a la chica del asiento de detrás.
Cuando pasé por el pasillo, la oteé de refilón. La mano que debería estar
dando un concierto de arpa sujetaba una revista de crucigramas, mientras
ella hablaba flojito con los auriculares puestos.
Si es que al final en las relaciones todo son mentiras. A mí, Victoriano
me dijo que le emocionaba la idea de vivir en una isla, y ayer reconocía que
odiaba lo de vivir rodeado de agua. Seguro que a ella ni le apetecía la
charla, se le notaba por la expresión y la postura.
Me dieron ganas de decirle que no merecía la pena, que si la relación
estaba muerta, no había sexo telefónico que la avivara, y mucho menos
cuando ella trataba de dar cabida a un animal de cinco letras que rebuznaba
en su vida y no en las casillas que permanecían vacías.
Tras darme un paseo, regresé al asiento, y por la megafonía dijeron que
en media hora llegaríamos a Madrid, por lo que mis nervios se volvieron a
desatar.
Le ofrecí una sonrisa nerviosa a mi compañera de viaje y esta se limitó
a regalarme un gruñido. Esperaba que en el avión me tocara una
conversadora mejor, aunque fuera a pasar la mayor parte del viaje dormida.
Coloqué la mano en el bolsillo de mi chaqueta de entretiempo, allí
llevaba un pastillero con mi pasaje asegurado a los brazos de Morfeo, solo
esperaba que no me las quitaran en el control del aeropuerto.
El tren se detuvo sin un solo minuto de retraso, cogí la maleta y
supliqué para que el uber que tenía que llevarme estuviera en el lugar
acordado.
Capítulo 4
Maca
Vale, llegué a tiempo, eso sí, apestando a pachulí e incienso por culpa
del conductor del uber que resultó ser hindú. En cuanto llegué al coche, lo
pillé eliminando los malos espíritus pasando por los asientos una de esas
barritas humeantes.
Desde Atocha al aeropuerto, la única música que sonaba era al más puro
estilo Bollywoodense, no me hubiera extrañado que paráramos en un
semáforo y todos los peatones se pusieran a cantar y bailar. A Laura le
hubiera encantado, era superfriki de esas pelis.
Le pagué el trayecto, me echó una mano con las maletas y entonces
comenzó mi odisea, ríete IKEA del jodido follón de terminales que tienen
en este sitio, para que luego digan que en esa tienda de muebles es un
laberinto. Pero ¡si de la T1 a la T4 le dabas la vuelta a Mérida cinco veces!
Me perdí, claro que me perdí, y no me digas como terminé arrastrando
la maleta hacia el interior de un baño. La mujer de la limpieza me miró con
cara de susto, y yo a ella con desesperación, que en lugar de un avión, a
puntito estuve de pillarle la fregona y salir volando.
Menos mal que la mujer, más maja que las pesetas, vio mi apuro y me
acompañó hasta el mostrador de facturación que estaba a puntito de cerrar.
Lo hice con un tembleque que pa qué y la sensación de haberme escapado
de una peli antigua de Alfredo Landa en la que se va del pueblo a la ciudad.
¡Si es que más cateta no se podía ser!
Al darle el billete y mi documentación a la azafata del mostrador para
que pudiera facturar mi equipaje, me costó tres intentos acercárselo, alegué
que tenía Parkinson cuando se me cayó el carné, era eso o confesar mi
terror a volar. Prefería que se apiadara de mí porque pensara que era una
enferma en lugar de una pardilla, por lo menos, era así como yo me sentía,
incapaz de controlar la sensación de angustia por mucho que me dijesen que
era el medio de transporte más seguro.
Ella me ofreció una sonrisa paciente, menos mal que di con una
trabajadora buena y me deseó que tuviera un buen vuelo, ojalá los dioses de
Laura la oyeran. Mi siguiente destino era pasar mi bolso por el escáner y yo
bajo el arco detector de metales.
Deposité mis pertenencias en la bandeja como todos los demás y desfilé
dispuesta a recuperarlas en cuanto cruzara por donde el policía me indicaba.
Seguía un pelín mareada por la peste a incienso y los nervios.
Fue atravesar el arco y esa cosa pitó. Me quedé muy quieta alzando las
manos y mirando al hombre con cara de terror. El policía me contempló con
las cejas alzadas.
—Le juro que no llevo ninguna pistola, una bomba bajo la americana o
un puñal —comenté tartamudeando. ¿Por qué narices había tenido que decir
esas cosas?
—Puede que sea el cinturón, o el anillo —explicó, echándome un
vistazo rápido.
Me había puesto un traje chaqueta dos piezas en color lavanda, una
blusa blanca, manoletinas en el mismo color y el cinturón que él me
indicaba. Cómoda pero arreglada, que no quería llegar a Moorea hecha una
zafia.
—Em, sí, claro, que tonta, es que es la primera vez que vuelo —le
aclaré, quitándome el cinto, como si a él le importara—. El anillo no puede
ser porque era de mi abuela y es de oro blanco.
—Del que cagó el manco, eso tiene pinta de baratija metálica.
¡Quíteselo todo y deje de dar por culo! —La que rebuznaba era la misma
mujer que tuve sentada frente a mí en el tren. Que se ganó un «señora, por
favor» por parte del agente de la ley.
—Proceda, señorita —me pidió con amabilidad.
El cinturón pasó por el escáner, pasé de nuevo y volví a pitar
ganándome un resoplido de la puñetera mujer que no paraba de protestar y
decir que le estaba dando el viaje desde el tren.
En otro momento, le habría contestado, pero estaba demasiado agobiada
como para hacerlo. Me puse a tirar como una loca de la alianza, pero con
los nervios se me debieron hinchar los dedos y no salía, así que escupí en el
dedo y literalmente me puse a hacerle una felación, porque no podía
catalogar de otra cosa lo que estaba haciendo metiéndolo tan adentro, con
tanta saliva y usando lengua.
Tiré con los dientes, y el muy hijo de joyero no salió. El policía se
removió inquieto y cambió de posición cubriéndose las partes pudendas,
que, como todo cadáver, parecía emerger después de una buena tormenta.
—No sale… —lloriqueé.
—A ver, pase.
Volví a pitar y debió ver mi cara de muy apurada porque me hizo a un
lado para que los demás clientes del aeropuerto no se quejaran, y me pasó
un aparatito portátil que dio con el culpable del pitido. Al llegar al bolsillo
derecho de la americana, se puso a sonar, metí la mano y saqué
abochornada la cajita de metal.
—Es el pastillero, lo siento, lo había olvidado, son mis pastillas para el
Parkinson —comenté, con la mano agitándose como un sonajero.
—Pase, y la próxima vez recuerde sacárselo antes.
—Disculpe, son los nervios.
El hombre asintió, y yo recuperé mis pertenencias con las mejillas
enrojecidas.
Me quedaba bastante tiempo hasta embarcar, así que fui directa a una
cafetería para pedirme una tila, conecté el móvil al cargador en una estación
de carga y les puse un mensaje a mis amigas a través del grupo de
WhatsApp.
Maca
Chin
Maca
Chin
Rati
Bufé, porque Noelia tendía a empezar a leer los mensajes por el final,
como si en lugar de leer un wasap fuera un cómic de manga, desde luego
que menuda lectora estaba hecha.
Maca
Rati
Maca
Chin
Rati
Maca
Rati
Chin
Maca
Rati
Escribiendo...
Chin
Rati
Maca
Chin
Maca
Chin
Maca
Chin
Rati
Maca
Chin
Maca
Rati
Maca
Maca
Chin
Maca
Chin
Rati
Maca
Rati
Chin
No era mala idea, de hecho, a mí se me había pasado por la cabeza, pero
me daba corte proponerle algo así a Álvaro. ¿Y si se cabreaba o se reía de
mí en mi puñetera cara?
Maca
Chin
Rati
Maca
Pregunté con suspicacia.
Me mandaron un vídeo corto descojonándose de la risa, para corroborar
mi sugerencia, estaban tal cual yo creía, con José Luis de los Garbanzos en
medio y alegando que así era más rápido. Los miré a los tres y sentí que ya
los echaba mucho de menos. ¡Qué difícil iba a ser estar sin ellos!
Llamaron a los pasajeros de mi vuelo para el embarque, tenía que darme
prisa, que todavía debía pasar por el restaurante que quedaba justo en frente
de los baños para pedirme un lingotazo.
Maca
Rati
Chin
Maca
*****
Maca
—¿En serio que sabes dónde estamos? —pregunté, mirando a las chicas
mientras nos internábamos en la selva—. Mira que tu sentido de la
orientación es menos que una mierda, que tú eres de las que con GPS
terminas con el coche encajado en unas escaleras. Aquí todos los árboles
son iguales, no hay tiendas para guiarse y, con mi suerte, seguro que
termino con el pie en una zanja.
—¡Esto es aventura isleña, Maca! —prorrumpió Laura—. Además, o lo
hacemos así, o corres el riesgo de perderlo todo. ¿Qué hemos hablado
antes?
Laura se refería a que Noe nos contó la conversación que había
escuchado entre Álvaro y Ebert. Mi falso prometido necesitaba desahogo, y
su brillante idea había sido salir con el alemán en busca de alivio. Pero si lo
hacía, corría el riesgo de que alguno de los trabajadores lo viera y se
corriera el rumor de que me ponía los cuernos.
No podía vivir en una isla en la que no se me respetaba, así que si quería
seguir adelante con el plan, no iba dejarlo liarse con nadie salvo conmigo. Y
si yo me liaba con él, tenía que jugar el papel de prometida plasta para
espantarlo. Tampoco es que tuviera muchas más opciones.
—Y yo que pensaba que cuando nos dijeron lo de la zona de distracción
del personal sería algo rollo Dirty Dancing en la parte de las cabañas, y allí
encontraría mi Patrick Swayze —suspiró Noe.
—Tú con el único que vas a dar es con Salchicha Peleona, que hay que
ver el mal genio que se gasta, a ese sí que hay que dejarlo desfogar, que
nadie lo interrumpa, a ver si vaciando los weber se le pasa la mala leche que
trae. Por cierto, Noe, alumbra, que con esta oscuridad ya no sé si voy por el
camino de la derecha o el de la izquierda —se quejó Laura que, para variar,
era la guía.
—Yo no estoy segura de que con este plan tenga éxito.
—¡Claro que vas a tenerlo! —espetó Noe—. Alvarito te come con la
mirada, lo único que tienes que hacer es echarle leña al fuego para después
espantarlo.
—Es que no sé si voy a saber —me quejé.
Algo me rozó en la pantorrilla y grité con tanta fuerza que las tres
chillamos y echamos a correr sin rumbo. En la huida atropellada, Laura se
comió una rama y todas caímos al suelo con el efecto dominó.
—Auch, ¿qué ha pasado? —preguntó mi mejor amiga, frotándose la
posadera.
—Me parece que algo me rozó. —Miré a un lado y a otro como si
tuviera capacidad de ver más allá que sombras.
—Aquí no hay nada, y por tu culpa me he arreado un buen golpe en la
cabeza, solo espero que no parezca el unicornio de la fiesta —gruñó Lau.
—Lo siento, me asusté.
Nos pusimos en pie y nos sacudimos la ropa.
—¡Shhh! ¡Creo que oigo algo! —exclamó Noe.
—Serán tus tripas, como te tires un cuesco aquí… —protesté.
—Que no, es como música. —Las tres nos quedamos en silencio y a lo
lejos se escucharon una especie de timbales—. ¡Por ahí! —La agarré del
brazo.
—¿Y si se trata de una tribu de caníbales? Nada nos asegura que no
hayamos tomado el camino equivocado.
—En la Polinesia no hay tribus de caníbales, aunque si damos con una,
espero que les mole el pescado, porque voy a ofrecerles toda mi ostra —
espetó Laura.
—¡Qué burra eres!
—¿Burra? La culpa es de Aquaman, no veas cómo me pone, qué
hombre, qué poderío, qué labia, qué pelo para atarlo a mi muñeca y hacerle
un tour privado por toda mi almeja. Aunque, tranquila, sé que es mi
superior y que tengo que mantener las distancias, que follar donde comes
siempre deja pelos.
—De verdad que tus reinterpretaciones de los refranes o frases
populares dan para hacerte un diccionario.
—Ya sabes que soy muy creativa, chochete.
—Para creativo ese chef de no sé cuantas estrellas Michelin que ahora
quiere cocinar con semen —comentó Noe mientras avanzábamos.
—No me jodas, ¿con el suyo? Porque va a tener que matarse a pajas
cada noche… Qué asco, por Dior, ¿qué pretende? ¿Preñar con su sabor a
todos sus comensales?
Laura emitió varias risas.
—Pues si hace eso, lo próximo serán morcillas de menstruación —
aportó—. ¿Que no? ¿Cuánto os apostáis?
—¿Queréis dejarme hablar? Que el semen no es suyo. Dice que viajó a
Japón y allí comió semen de pez globo, se ve que es un manjar.
—Pues por mí que se lo coma todo él —proclamé.
—A ver, si lo analizáis fríamente, seguro que nosotras también lo hemos
comido, si no de ese pez, de otras especies, que hoy hemos estado rodeadas
de peces y seguro que en nuestros estómagos habrá restos de pececillos
nonatos, por no contar con sus caquillas y vómitos.
Le arreé una colleja a Laura por detrás sin mucha fuerza.
—¡Calla! Que solo me hacía falta eso para no querer entrar más al agua.
A lo tonto a lo tonto, por fin dimos con el punto de encuentro de los
trabajadores de la isla. Aunque lo que no esperaba era encontrar a Álvaro en
pleno bailecito con una chica guapísima y a Ebert con las piernas abiertas
en la barra, una bebida en la mano y otra preciosidad con muy poca ropa
ofreciéndole un espectáculo solo para él.
Vale que no había ningún trabajador de nuestro hotel, pero si
aparecían…, ¿qué?
Me di cuenta de mi error, sí que había uno, Hori, el hijo de Maui, estaba
pinchando y no dejaba de mirar a Álvaro y su nueva amiga.
—¡Mierda!
—¿Qué pasa? —preguntó Laura.
—Ese es el DJ del hotel y no para de mirar a Álvaro.
—Tranqui, yo me ocupo de él, ve a por tu hombre.
Noe fijó la vista en la barra, primero contempló a Ebert, y después a un
grupo de chicos que parecían alegrarse de nuestra llegada por cómo nos
miraban.
—Yo voy a pedirme una copa, sé valiente, Maca, y no dejes que Vaiana
te lo quite.
Me dio un beso en la mejilla y se alejó hacia el grupo de chicos, que, de
inmediato, le hicieron sitio para pedir.
Me planté frente a la feliz pareja de brazos cruzados y mirada
aniquiladora.
—¡¿Te diviertes, cariño?! —pregunté, llamando la atención de ambos.
La superatractiva morena me contempló sin remilgos y algo sorprendida
por mi intervención.
—Maca, ¿qué haces aquí?
—Evitar que cometas una estupidez. —Le tendí la mano a la chica—.
Hola, soy Maca, su prometida. —Ella nos miró a uno y a otro y se mordió
el labio.
—Yo no sabía…
—Pues ahora ya lo sabes, pírate. —La chica inclinó la cabeza y se retiró
dejándome a solas con él.
Capítulo 31
Lau
Caminé muy decidida hacia la zona del DJ, donde un jovencito con
rastas, cara preciosa y los ojos más azules que había visto sobre una piel
morena, me premió con una sonrisa enorme que debía causar estragos entre
las más jóvenes. Como solía decirse…: si tuviera quince años menos… Uy,
no, ¡que eso me hacía sentir una viejales!, y yo todavía estaba para muchos
tiki-tiki y poco taca-taca.
—Hola, bombón —lo saludé con una caída de ojos.
—Bombón tú, ¿eso que se te ha caído ahí no era el envoltorio? —
contraatacó pillín.
«Vaya, estos mozuelos de Tahití no pierden punto».
Estaba tan obsesionada con Aquaman que hasta le veía al chaval un
aire.
—¿Se aceptan peticiones?
—Si son tuyas, por supuesto.
—¿Podrías poner una canción de esas que te dejan las piernas
temblando y el corazón caliente? Ya me entiendes, una que tú usarías
para…
—¿Follar?
Vaya con el niñito…
—Justo para eso.
—Seguro que puedo ponerte algo… —Jugó con la dualidad, lo que me
hizo sonreír—. Me llamo George, por cierto.
—¿De la jungla?
—De Moorea, ¿y tú?
—Si tú eres George, yo soy Rita la Cantaora.
George, qué cachondo el tío, quién iba a creerse eso, se notaba a la
legua que era de allí, aunque, bueno, quizá con esos ojos tuviera un padre o
una madre extranjero.
—Pues encantado de conocerte, Rita. —Me tendió la mano con uno de
los cascos en la oreja y la otra mano en los controles—. ¿Quieres tomar
algo? Te invito, dile a Turi que me lo apunte en la lista, la siguiente ronda te
invito en mi descanso y así nos conocemos. —Me guiñó el ojo.
—¿Tu lista es muy larga? —tonteé divertida porque un polluelo hubiese
puesto su mirada en mí, que podría ser su madre.
—Todo lo larga que quieras. Allá va tu canción, Rita.
Fui a corregir mi nombre, pero pensé que era divertido que me llamara
de un modo distinto. Le dediqué una sonrisa y me fui a la barra a por la
bebida prometida, no iba a despreciar algo gratis.
La canción Sin Pijama, de Becky G y Natti Natasha, sonó a mis
espaldas, lo que me hizo soltar una carcajada, y cuando me di la vuelta, los
ojos del DJ George me dieron tal repaso que me dejó muy clarito que estaba
más que dispuesto a cumplir con la letra si lo dejaba.
Justo a un paso, de espaldas a mí, Ebert estaba tan rígido que parecía un
poste. Si tenía intención de decirle algo, me callé, a veces era más divertido
observar desde el anonimato.
Sus ojos estaban puestos a un metro de distancia, justo en el punto en el
que Noe se marcaba un sándwich de nata y chocolate con un par de
polinésicos buenorros.
Los dos cañonazos la tenían rodeada mientras ella bailaba con los ojos
puestos en su jefe, que parecía al borde del colapso.
El camarero me sirvió el Mai Tai y pasé de una amiga a la otra, quería
ver cómo le iba a Maca.
*****
Maca
—Maca… —murmuró Álvaro por segunda vez con sus ojos azules
puestos en mí.
Me sentía un poquito expuesta. Noe no paró hasta que consiguió que me
pusiera un vestido blanco de raso, de tirantes finos y escote drapeado, que
me trajo de regalo. Tenía más de camisón que de ropa para salir de fiesta,
sobre todo, porque solo llevaba una braguita de encaje debajo.
Le ofrecí la sonrisa de la paz, puse mis manos donde habían estado las
de la tahitiana y me pegué a él.
—Dime, cariño.
—¿Qué haces? —preguntó, llevando las manos a mi cintura sin oponer
resistencia.
—Salir de fiesta con mi prometido, es lo que se supone que hacen las
parejas que van a casarse, salir juntos y bailar.
—Pero tú y yo no vamos a casarnos…
Alcé la comisura del labio y asomé la lengua. Ya hacía días que
observaba que a Álvaro le llamaba mucho la atención mi piercing, igualito
que a Culo Ganador, que no dejaba de darme la murga para que me lo
quitara, con lo mal que lo había pasado yo para conservarlo.
Me centré en la conversación y saqué a mi ex de la ecuación fijando la
vista en su mandíbula cuadrada.
—Eso no lo saben los demás, y así tiene que seguir siendo. Venir aquí
sin mí y bailar con ella ha sido una imprudencia, aunque habría sido mucho
peor si no hubiera llegado a tiempo para impedir que te liaras con… ¿Cómo
se llamaba? —No me acordaba de verdad del nombre de la chica.
—Ni idea —me sonrió, con los dientes asomando en su labio inferior.
—Tendrás que poner más hincapié cuando se trate de los clientes del
hotel, a la gente le gusta que te dirijas a ellos por sus nombres o sus
apellidos.
—Del tuyo no me olvido.
—Solo faltaría, a ver qué le diríamos a tus padres. —Él rio—. Por
cierto, ¿no te has fijado quién era el DJ antes de tontear con miss Tahití? —
Álvaro cerró los ojos.
—No pensé en eso, lo siento.
—No pasa nada, aunque ahora lo tendremos que arreglar —murmuré
con el vello del cuerpo erizado por su cercanía.
Movía mis caderas al mismo tiempo que las uñas en su cuello. Un brillo
de sufrimiento gozoso coronó su mirada azul.
—¿Estás bien? —me interesé.
—Contigo siempre lo estoy. —Su reflexión amplió mi sonrisa—. Venir
aquí fue idea de Ebert, hoy no es un buen día para él y creí que salir juntos
era lo que necesitaba.
—Ya está —susurré, dejándome llevar por la música. No era una
bailarina de diez, pero contaba con los suficientes movimientos como para
poner cardíaco a un tío, sobre todo, si me gustaba tanto como Álvaro.
Sus dedos descendieron hasta el límite de la prudencia que marcaban
mis lumbares. No lo detuve, de hecho, no quería hacerlo, me apetecía saber
cómo apresarían sus manos mi culo.
Si tú me llamas,
nos vamo' pa' tu casa,
nos quedamo' en la cama,
sin pijama, sin pijama…
*****
Ebert
—Señora, aquí no hay nada, ¿está segura de que lo perdió fregando los
platos? —proclamaría mientras la lazada de una bata muy femenina y de
raso se desataba accidentalmente. No habría nada bajo la prenda, solo un
cuerpo muy dispuesto y desnudo.
Separaría las piernas, carraspearía para llamar su atención, y en
cuanto asomara la cabeza, topándose con mi falta de ropa, le diría:
—¿Por qué no pruebas por aquí? Tal vez se me coló mientras me hacía
un dedo pensando en ti.
El frenazo fue tan bestia que no me di cuenta de que salía propulsada
hasta que me encontré con medio cuerpo fuera por la parte delantera del
carrito de los helados. ¡Que en esa cosa no había ni cinturón de seguridad ni
cristales!
—¡Hostia puta! ¡¿Lo has visto?! —voceó con mi cuerpo suspendido en
el marco delantero del vehículo. No me había dado tiempo ni a ver mi vida
pasar.
El contenido de mi botellín se había derramado por el minicapó, mi culo
estaba en pompa y el tanga se me había clavado en plan tirachinas.
—Pero ¡¿tú estás loco?! ¿Dónde te dieron el carné para esta cosa? ¿En
los autos de choque? —bramé, intentando volver al asiento. Las gafas se me
habían escurrido por el puente de la nariz y Ebert ni siquiera me estaba
prestando atención. Había dado un salto para coger una red tipo
cazamariposas y dirigirse a un precioso arbusto de tiaré, la flor típica de la
isla.
Miré mi camiseta, que ahora lucía un manchurrón del tamaño de la isla
y de color verde, cuando era rosa claro. ¡Genial! Iba a presentarme a la
reunión de personal como si me hubiera vomitado un trol.
Ebert se metió desesperado entre las plantas, ojalá hubiera anidado un
cactus y saliera con los weber como higos chumbos.
—¡Eh, tú! ¡Con cuidado! ¡Eso es maltrato floral! —chillé.
Conociéndolo, me echaría la culpa si le pasaba algo.
Emergió a los pocos segundos, con algunas hojas en el pelo y cara de
frustración.
Me hizo recordar a esos vídeos de humor en los que un tío se calza un
disfraz repleto de hojas para emular una planta, se mete en un macetero y te
arrea el susto de la vida cuando pasas por su lado y estira el brazo.
Era de mis favoritos, ese y el del tío que se tira pedos. Podía pasarme
horas ensimismada partiéndome la caja con esos vídeos.
Igual tendría que pedirme uno por internet, a ver si, con un poco de
suerte, a mi jefe le daba un infarto y lo perdía de vista por un tiempo.
—¡Estaba ahí! —rugió, subiéndose al carrito con la misma facilidad que
había bajado.
—¿Quién? ¿El presidente del gobierno?
—Tu madre en bicicleta, ¿quién va a ser? ¡La rata!
«¡¿José Luis?!». Todo mi cuerpo tembló de esperanza, aun así, traté de
disimular para que no se me notara.
—Mi madre no es ninguna rata, y casi me matas con el frenazo, ¡mira
cómo me has puesto la ropa, Tocaweber!
Extendí la camiseta frente a sus ojos, y él se dio un festival de la
transparencia; para un lugar como ese, puse en la maleta mis camisetas más
frescas. Ebert gruñó. Estaba segura de que bajo esas gafas tenía el ceño
fruncido.
—Eso es porque estabas ensimismada conmigo.
—¿Contigo? ¡Qué más querrías!
—Pues no dejabas de mirarme y babear, creí que iba a darte un ataque
de epilepsia.
«¡Será capullo el tío!».
—¿Ahora resulta que tienes visión periférica?
—Lo que tengo es un problema. Entre tú y la rata vais a acabar
conmigo.
—Ojalá fuera tan fácil —protesté. Volví a mirar hacia el lugar en que mi
jefe se había sumergido—. ¿En serio que la has visto?
Si Ebert había visto a José Luis, significaba que mi perro seguía en el
complejo, que era cuestión de tiempo que diera con él.
—Sí, aunque sigo pensando que ese espécimen es otra cosa. Tenía
demasiado pelo y manchas, aunque no pude verlo bien.
—Ya te dije que parecía mutante, en los laboratorios les hacen de todo a
esos pobres animales, quizá sea una nueva especie…
—No sé lo que es, pero voy a dar con ella.
Miró su reloj de pulsera.
—Joder, ¡es muy tarde!
—Si no llego a tiempo a la reunión, diré que la culpa es de mi jefe.
Él volvió a gruñir, seguro que era el único sonido que se sabía, junto a
los gritos y los bufidos.
—Agárrate, que voy a pisar el turbo.
—Pero ¿esta cosa va a más de veinte por hora?
Una sonrisilla de suficiencia curvó sus labios.
—Los demás vehículos no, por seguridad, pero este es el mío, y
digamos que cuenta con ciertos privilegios.
—Vaya, que lo has trucado.
—Después no digas que no te lo advertí —masculló ronco antes de
pisar el acelerador y salir a toda castaña.
Capítulo 37
Maca
Si me dijeran que me había atropellado un autobús, me lo creería, salvo
porque quien me despertó fue Álvaro, con un llamamiento muy suave y un
cóctel de «bienvenida resaca».
Lancé un quejido de perro herido y me di cuenta de que no estaba en mi
cama, sino en la balinesa.
—¿He dormido aquí?
—Sí, anoche llegaste un tanto perjudicada, así que te pasé por la ducha
y te acosté. ¿Recuerdas algo? —Negué.
«No quería imaginarme lo que pude decir ni lo que pude hacer».
—¿Me trajeron las chicas?
—Ebert.
—Oh Dios, ¡qué bochorno!
—No sufras, mi mejor amigo tiene un máster en borracheras, de hecho,
esto es de su parte. Bébetelo entero, tómate esta pastilla y date una ducha,
he apurado al máximo, pero ya no puedes dormir más, hoy tenemos la
reunión de personal con mi padre y después la excursión en quad.
—Madre mía, anoche se me fue muchísimo la olla.
—Es lógico, llevabas mucho estrés encima, necesitabas divertirte y
pasar un buen rato con tus amigas.
—Sí, pero ¡es que yo no soy así teniendo que cumplir con mis
responsabilidades al día siguiente! ¿Dije o hice algo por lo que tenga que
disculparme contigo?
Él me miró pensativo, y eso me hizo temblar por dentro hasta que habló.
—Nada que vaya a pasar a los anales de la historia, soltaste algunas
incoherencias, pero no pillé mucho, la verdad. ¿Tiene para ti algún sentido
la palabra gamba?
—¿Gamba? —pregunté sin comprender.
—Sí, no sé, igual te apetecía comer marisco. Me hacías como la letra c
con los dedos, y decías no sé qué de gambita.
Ahora sí que quería morirme de verdad. Noté cómo mi piel ardía.
—¿Qué más dije? —cuestioné ahogada.
—Nada más, movías los dedos y me pedías una gambita.
Menos mal que no era una cosa que supiera la mayoría. Tenía muchas
curiosidades sexuales, hacer la gambita era una que me torturaba desde que
escuché la explicación, prometía unos orgasmos alucinantes y pensé que
sería la solución para la falta de emoción que tenía con Victoriano, pero él
no quiso saber nada.
—¿Maca?
—Ni idea, seguro que era una gilipollez. Perdona por mi conducta,
siento que hayas tenido que cuidar de mí de nuevo.
—Es mi deber como buen prometido, bébete el vaso hasta el final.
Me metí la pastilla en la boca y no paré de beber hasta terminarme el
contenido.
—¿Cuánto tiempo me queda?
—Como te he dicho, he apurado al máximo, así que… veinte minutos a
lo sumo —comentó, mirando su móvil.
—Tendrá que bastar.
Eché un eructo silencioso, me puse en pie y fui directa al cuarto
obviando lo tremendamente bueno que estaba Álvaro.
Escogí el outfit de ese día teniendo en cuenta que me iba de excursión, y
con la ropa entre los brazos, fui directa al baño. Me metí bajo el chorro de
la ducha y me enjaboné todo lo rápido que pude deleitándome con el aroma
del champú del hotel, que era una maravilla, totalmente artesano y hecho en
la isla.
Cuando me pasé la toalla, desprendía un rico aroma a flores y fruta que
me tenía enamorada. Escurrí el exceso de agua del pelo, lo desenredé, me
hice un par de trenzas boxeadoras, bastante favorecedoras, que me
permitirían ir muy cómoda, y me puse unas gotitas de colonia de coco, que
me encantaba para el verano.
Me lavé los dientes, desodorante orgánico que duraba de tres a cuatro
días, aunque yo me lo ponía cada mañana, y me vestí. Escogí una camiseta
beige de tirantes y canalé, con un escote que estaba segura llamaría la
atención de Álvaro. Shorts multibolsillos a la altura del muslo color caqui,
calcetines que llegaban bajo la rodilla y zapatillas deportivas. Teniendo en
cuenta que la excursión incluía caminar un rato, sería el calzado más
cómodo.
Mi cara era todo un poema, esas ojeras no podría disimularlas con nada,
así que pasé de ellas y solo me eché la hidratante y el protector solar. Mi
mejor aliada serían las gafas de sol.
Cuando salí del baño, Álvaro me dio un repaso que me dejó claro que le
gustaba lo que veía, sentí bastante calor de inmediato. Puede que no
recordara cómo llegué a la villa, pero sí el beso que compartimos y lo que
produjo la sensación de tener su lengua en la mía.
—¿Hoy tengo una cita con Lara Croft?
—Qué más quisiera que parecerme a Angelina. Tendrás que
conformarte con tu prometida…
—Mi prometida no tiene nada que envidiarle a la Jolie.
—Gracias, tú también estás muy guapo hoy.
—¿Tanto como Angelina? —bromeó, y me hizo gracia que no dijera
Brad Pitt.
—Tanto como ella —dije, acercándome peligrosamente para cogerlo de
la nuca y susurrarle en el oído—. ¿Sabes? Sería a la única mujer que me
tiraría —respondí, apartándome de inmediato para fijarme en que lo había
dejado con la boca abierta. Si mi plan era seducirlo para después espantarlo,
tendría que mover ficha—. ¿Vamos? No quiero llegar tarde —le acaricié
con suavidad el dorso de la mano y cogí la mochilita que tenía preparada
para salir al exterior.
*****
*****
Noe
llegamos tarde por tu culpa —gruñí con un jadeo segundos antes de que
el dueño de la cadena arrancara con el discurso de bienvenida.
—Ha sido la rata —farfulló.
Alcé la mano un poco y saludé a Maca. Estaba guapísima, y Álvaro la
miraba de una manera que debía tener las bragas pulverizadas. Cada vez lo
tenía más en el bote. Ella seguía con la intención de conquistarlo para
espantarlo, pero me daba a mí que la última parte no se le daba muy bien.
Tras las palabras del señor Alemany, vinieron las de su hijo, quien no
dudó en darle todo el mérito a Maca y ganarse la simpatía de los
trabajadores.
Le tocaba hablar a mi amiga cuando agazapado en una de las cristaleras
lo vi.
—¡José Luis! —dije lo suficientemente alto como para que Ebert me
oyera.
—¡No jodas! No puedes tirarte un pedo en mitad de toda esta gente, la
estampida va a ser mortal. ¿O ya te lo has tirado?
Necesitaba salir a toda leche, y un pedo atravesado era la excusa
perfecta. Me llevé las manos a la barriga y negué.
—No, sigue aquí dentro, pero lo siento y va a ser descomunal, hazme
sitio, tengo que salir antes de que sea demasiado tarde.
No me incorporé del todo para llamar la atención lo menos posible,
tenía que alcanzar al perro antes de que lo viera alguien, porque estaba en el
ventanal izquierdo que daba a primera fila, un giro de nuca y se toparían
con él.
—¡Déjame pasar! —protesté, tropezando con sus piernas largas. Él las
encogió.
—Si por mí fuera, suprimía toda la fibra de tu dieta —masculló entre
dientes.
—Pues deberías probar a tirarte algún que otro pedo, a ver si se te
desinfla tu carácter de mierda —protesté sin que me importara que fuera mi
superior.
—Por ahí tienes la salida de emergencia, y lo tuyo es una, así que
cuanto antes salgas, mejor.
Gruñí y lo miré mal, consiguiendo pasar por delante de él sin incidentes,
para dirigirme al lugar indicado, que me quedaba mucho más cerca de
nuestra mascota.
Supuse que José Luis había visto a Maca, porque había empezado a dar
brincos y caminar sobre dos patas. O era eso, o que le había picado una
avispa asiática. Nunca le habíamos enseñado ese tipo de trucos.
Maca no me vio porque estaba demasiado ensimismada con Álvaro y le
tocaba dar su discurso.
Salí corriendo. En cuanto llegué al exterior, había dejado de saltar y
estaba morreándose con el cristal, llenándolo de babas y emitiendo
gemiditos.
Definitivamente, echaba de menos a Maca, ¿cómo habíamos sido
capaces de pensar que podría vivir sin ella? Antes de que el perro se
asustara, me abalancé sobre él y lo atrapé.
—¡José Luis! Pero ¡¿dónde te habías metido?! Nos tenías muy
preocupada.
Él lanzó otro gemido lastimero, me dio unos cuantos besos e intentó ir
de nuevo hacia el cristal. Fue entonces cuando me percaté del estado de su
chorra, gorda, morcillona, con la punta muy roja. Estaba totalmente
empalmado y no dejaba de jadear.
—¡Puaj! ¡Estás palote! —espeté, y él me lanzó una de sus miradas
disociadas, giré la cabeza hacia el lugar en el que nuestro perro había estado
saltando y entonces la vi. José Luis no estaba buscando a Maca, sino a una
preciosa perrita blanca que estaba sentada sobre las faldas de la señora
Alemany, llevaba un collar con más brillantes que la corona de la reina
Letizia y miraba de reojillo en nuestra dirección.
¡Era una jodida Barbie canina! No tenía mal gusto nuestro cabroncete,
no.
—¡Increíble! ¡Te ponen las pijas! —Ahora me sentía culpable por
haberle puesto tantas veces La Dama y el Vagabundo, puto Disney, al final
tendría que llevarlo a terapia—. Lo siento, Joselu, pero está fuera de tu
alcance. Las perras como esa no son pa tipos como tú-ú-ú-ú-ú —canturreé a
lo Shakira. Él hizo un mohín y un ruidito de frustración—. Entiéndelo, ella
es de Pedigree y tú de Pal. Y guarda todo eso, que no te la vas a zumbar por
muy grande que la tengas.
Lo cogí en brazos y fui corriendo hacia el carricoche de Ebert. Se había
dejado las llaves puestas porque las prisas no son buenas consejeras. De
camino a la cabaña, fui recogiendo algunas de las prendas que habíamos
dejado diseminadas. Menos mal, me había quedado sin bragas.
Una vez lo tuve encerrado a buen recaudo, volví al restaurante.
Salchicha Peleona me esperaba fuera de brazos cruzados.
—¡¿Dónde demonios te habías metido?! ¡¿Me has robado el vehículo?!
—Yo no te he robado nada, estaban las llaves puestas y era una
emergencia. Cuando asoma la tortuga, hay que llevarla a desovar a casa.
—¿Acabas de llamarle tortuga a tu…? —No terminó la frase—. Mejor,
déjalo —se pinzó el puente de la nariz y puso cara de disgusto—. Tengo
que ir a buscar productos para atrapar a la rata, es orden de Álvaro y Maca.
Tú vas a acompañarme.
—¿Yo? ¿Por qué yo?
—Pues por si necesitas comprar algún tipo de abono, fertilizante o
pesticidas para el control de plagas de las plantas y que no tengamos aquí.
—Con lo que haya en el almacén, yo me apaño, la naturaleza es sabia y
no soy muy de químicos.
—Lo que es sabio es el dueño de este sitio, y como se le muera una
puñetera palmera, tu culo estará montado en un avión antes de tu próximo
pestañeo.
—¡Muy bien, dopemos a las plantas! —proclamé, alzando las manos—.
Pero antes necesito decirle una cosa a Laura.
—Te doy tres minutos.
—Me basta con uno y medio, ve arrancando el superbólido.
—No iremos en el vehículo de empresa, sino en mi moto.
—¿En tu moto? —Ladeó una sonrisa que me aceleró el pulso. La culpa
era de esa puñetera cara.
—El señor Alemany necesita el coche y tenemos que volar a Papeete
para ir a la tienda especializada, así que sí, iremos en mi moto, ¿algún
problema?
—Ninguno, solo espero que sepas tomar bien las curvas.
—Las curvas son mi especialidad —masculló con una mirada que me
estremeció por dentro.
Capítulo 39
Álvaro
Aceleré y noté cómo los brazos de Maca se aferraban con más fuerza a
mi cintura.
Tenía la mejilla apoyada en mi espalda, por lo que el casco se me
clavaba un poco. Sus piernas rozaban las mías, diría que estábamos
encajados mientras iba lanzando grititos y sus tetas se aplastaban contra mí.
Si la noche ya había sido mala, con su cuerpo mojado friccionándose
contra el mío, diciendo palabras inconexas durante el sueño, lo de ese
instante estaba resultando una puñetera pesadilla.
Tendría que haberme hecho una paja para ir más aliviado, pero no, ahí
estaba yo, intentando seguir al guía con una erección de caballo y Maca
temiendo salir volando en cualquier momento dada su propensión a las
caídas.
Íbamos camino a Belvèdere para disfrutar de las fantásticas vistas de la
isla. Según nuestro guía, había escogido el recorrido ideal para descargar
adrenalina, nos metió por caminos estrechos rodeados de vegetación y
plantaciones de piña.
No parecía que fuera a llover, el cielo estaba completamente azul y solo
lo salpicaban algunas nubes, aunque en Moorea nunca se sabía. La
humedad y la cercanía de Maca me estaban haciendo sudar tinta, tenía la
camisa pegada y la frente perlada bajo el casco.
—¡Esto es increíble! —gritó mi compañera de viaje mientras yo
aceleraba.
Lo increíble era que estuviera aguantando como un jabato en lugar de
meterme por cualquier caminito secundario para perdernos y dar rienda
suelta a lo que más ganas tenía, que era hundirme en ella y volver a besarla.
«Dios, ¡dame fuerzas para resistir!».
El paisaje, el aroma de la vegetación, las frutas y el tiaré nos envolvían
por completo, te hacía sentir la magia de la isla y, aun así, en mi caso, Maca
lo acaparaba todo.
No podía disfrutar de la experiencia como era debido porque mi mente
se empeñaba en recrear cada instante vivido a su lado.
Sus caídas, sus sonrisas, nuestras bromas compartidas, la cena con mis
padres, la cama de agua, sus enfados, mis ganas, su baile, nuestro primer
beso, las lecturas nocturnas que terminaban en ducha y nuestra primera
noche mojados, acurrucados y durmiendo bajo las estrellas.
Bueno, durmiendo ella, porque yo no pude pegar ojo sopesando todos
los inconvenientes que podían suponer dar un paso al frente y tirármela.
El peor de todos eran las expectativas que pudiera causarle eso a Maca,
pero ¿y si no las tenía? ¿Y si acordábamos follar y punto? ¿Aceptaría?
Lo dudaba, pero si no preguntaba, me quedaría con las ganas.
Entre dudas y acelerones, llegamos a la parte alta del mirador, en la que
nos premiaron con un coco fresco para paliar la sed.
Nos quitamos los cascos y disfrutamos de las increíbles vistas sobre las
bahías de Cook y Opunohu.
—Guau, es impresionante, ¿no crees? —me preguntó, girándose sobre
la barandilla del mirador. Tenía un brillo en la mirada que me moría por
captar.
—No te muevas.
Obvié la GoPro que llevaba en el casco para realizar el vídeo montaje
de la excursión que ofreceríamos en el hotel, tuve la necesidad de coger mi
cámara y sacar una de las fotos que atesoraría para siempre.
—¡No me fotografíes! ¡Estoy horrible, resacosa y agotada! —protestó.
—Estás preciosa.
Y lo estaba, con el fondo verde de la montaña y el turquesa de las aguas,
su piel parecía resplandecer. Tenía ganas de acariciarla, besarla y hacerle el
amor allí mismo, pese a que estábamos rodeados de más turistas que en las
imágenes que solemos ver en internet.
Me estaba volviendo loco.
—¿Queréis que os saque yo una foto juntos? —se ofreció el guía.
—Eso sería genial —respondí, dándole cuatro nociones básicas de
encuadre y luz.
Me puse al lado de Maca, la tomé por la cintura y pensé que la
sensación de tenerla sujeta contra mí también era una de las mejores del
mundo.
Ella sonreía a la cámara y yo le sonreía a ella. La giré hacia mí e hice
que nos miráramos.
—¿Qué haces? —preguntó vergonzosa, con la brisa alborotándole
algunos mechones sueltos de las trenzas fruto del casco.
—Estás preciosa. —Ella me sonrió. Debería callarme y no decir ese tipo
de cosas que la pudieran confundir, aunque en su belleza no había
confusión, me lo parecía y punto.
—¿Seguro que ese coco no llevaba alcohol? —preguntó suspicaz.
—No necesito alcohol para ver lo guapa que eres. —Alcé la mano y
recoloqué uno de los mechones sin recibir protestas. Ella mojó sus labios y
yo tragué con fuerza.
—Maca…
—¿Sí?
Fui a decirle lo que me pasaba por la cabeza, pero preferí callar y no
confundirla todavía más.
—Tenemos que seguir, ¿quieres llevar tú el quad como te sugerí antes?
—¿Estás seguro? —Asentí—. Mira que si nos lanzo por un barranco…
—Le diremos al guía que evite caminos que puedan producir muerte. —
Ella rio.
—Vale, sí, tengo ganas de probar.
¿En qué momento pensé que era buena idea que ella condujera?
No lo digo porque lo hiciera mal, sino porque el cambio de tornas
supuso tenerla cogida por la tripa y su culo encajado en mi entrepierna.
Podía notar cómo botaban sus pechos cuando el guía decidió meternos por
un riachuelo para que fuéramos más fresquitos.
Al llegar a la siguiente parada, el Lycée Agricole, para probar
mermeladas caseras y jugos de frutas locales, Maca tenía la camiseta
empapada, la cara salpicada con motitas de barro y los pezones duros.
—Ahora sí que estoy hecha un desastre —se carcajeó.
«Ahora sí que estás para follarte», replicó mi mala cabeza, que no podía
dejar de arrojarme la posibilidad.
Me veía llevándola al baño, con la excusa de ayudarla a limpiarse,
quitándole la camiseta para devorarle las tetas. La boca se me hacía agua.
Ella jadearía, tiraría de mi pelo, me llevaría hasta su piercing para que la
besara, mientras yo me deshacía de su pantaloncito, amasaba su glorioso
culo, la subía a mis caderas y la penetraba.
Sus gemidos retumbarían en todo el establecimiento, pero no me
importaría, porque por fin estaría dentro.
—¡Álvaro! —chasqueó los dedos frente a mí—. ¿Estás bien? Estás
sudando y muy rojo, ¿te has puesto el protector solar? Igual es una
insolación.
—E-estoy bien, ahora vuelvo, solo necesito ir al baño —dije, dando
media vuelta. La tenía tan tiesa que no podía seguir allí sin ofender a
alguien.
Me mojé la cara, la nuca y apreté con fuerza el lavamanos. Tenía que
relajarme, tenía que relajarme, tenía que…
Golpearon la puerta.
—Ábreme, soy yo… —musitó su dulce voz.
—No es buena idea, dame un minuto.
—Álvaro, ábreme —insistió.
Lancé un bufido contra mi propio reflejo y fui hacia la puerta.
—¡¿Qué?! —espeté malhumorado con evidentes signos de mi estado
eréctil. Ella sonrió sin apartar su mirada de la mía.
—He venido a ayudarte.
Me empujó, cerró la puerta y echó mano a mis pantalones.
—Maca, ¿qué haces?
—O le ponemos solución a esto —acarició mi entrepierna de arriba
abajo—, o se te gangrena.
—No sabes lo que dices.
—Ya lo creo que sí.
Desabrochó el botón, descorrió la cremallera sin titubeos y se acarició
los labios con la punta de la lengua, dejando que viera aquellas dos bolitas
gemelas atravesándola. Mi respiración se volvió pesada y mis pelotas
todavía más.
Maca sacó un botecito de detrás de su espalda, era una de las
mermeladas de piña que nos habían dado para que probáramos.
—¿Se te ocurre algo que pueda untar en ella y llevarme a la boca? Se
me han olvidado las tostadas fuera.
Sonrió perversa y en mi mente solo estaba su declaración de que en el
avión me la quería chupar.
—A-antes de que hagas algo de lo que te puedas arrepentir… —titubeé.
—No me voy a arrepentir —comentó decidida, bajándome el
calzoncillo y el pantalón a la vez. Mi polla rebotó con total desvergüenza—.
Um, creo que sí que tienes algo que puedo llevarme a la boca.
Me dio un leve empujoncito para llevarme contra la pared, se puso de
rodillas, abrió el frasquito, lo removió con el dedo y lo saboreó cerrando los
ojos con la barbilla alzada.
—Mmm, deliciosa —proclamó, separando los párpados para mirarme.
Apreté los puños.
«¡Dios!».
Agarró mi erección con decisión y pasó el piercing por la hendidura de
mi glande sin dejar de contemplarme. Vale, sí, estaba hiperventilando y
controlando mis ganas de agarrarle el pelo y hundirme a lo bestia en ella.
«¡Serénate, Álvaro!».
—Mmm —saboreó la pequeña gota de humedad que segregaba—, le
falta algo dulce para que contraste.
Vació el botecito sobre mi grosor y paseó su lengua con total descaro
por mi rigidez.
—¡Joder! —Empujé mi cabeza atrás con tanta fuerza que me di un
cabezazo, aunque no protesté.
—¿Te gusta?
«¿Si me gusta? ¡Necesito el comodín de la llamada para responder!».
Bajó de la punta a la raíz, estimulándome con el abalorio que me
llevaba loco. Cuando regresó al glande, se puso a trazar círculos
concéntricos en él.
—Me estás matando… —mascullé.
—¿En serio? Pues sí que te mueres rápido…
¿Quién era esa criatura de réplicas ardientes y tentadoras?
«Tu prometida», respondió una vocecilla en mi cabeza. Aunque el título
no me desinfló, al contrario.
—Dime, cariño, ¿qué quieres que te haga? —preguntó juguetona.
Tenía la boca como un zapato y las pelotas cargadas.
—¿Puedo pedir lo que quiera? ¿Cualquier cosa?
—No voy a repetirte la oferta, o pides, o me voy. —Hizo el amago de
levantarse.
—No —la frené tomado por la pasión. Mi cerebro había desconectado y
solo quería placer—. Chúpamela hasta que me corra —proclamé, pasándole
el pulgar por el labio inferior para después hundirlo en su boca cálida.
Ella gimió y sorbió en cuanto di la orden, fuerte, concisa, sin titubeos.
Maca sabía con exactitud lo que tenía que hacer. Apartó mi mano.
—Sí, cariño, voy a hacerte la mejor mamada de tu vida —respondió con
un deje sexy que precedió mi incursión en su boca.
Me dejó que me hundiera en ella, usando una de las manos para rodear
la base de mi tallo e incrementar la fricción.
Iba a ser la mamada más corta de la historia como siguiera
chupándomela así de bien.
Le tenía demasiadas ganas, además de que Maca salivaba bastante, me
daba el punto justo de succión. La tomé por las trenzas, incapaz de estarme
quieto, tenía que sujetar algo y me ponía mucho que fuera su pelo. Me puse
a bombear llevado por el deseo.
«¡Joder, joder, joder!».
Maca me engullía sin oponer resistencia a los embates que cada vez se
volvían más y más violentos, ¡estaba a punto de correrme!
Toc, toc, toc.
—Álvaro, ¿estás bien? Llevas mucho tiempo ahí dentro —preguntó la
voz femenina al otro lado de la puerta. Parpadeé varias veces. ¡Mierda!
¡Había tenido un sueño erótico sin estar dormido!—. El guía dice que en
cinco minutos nos vamos y tienes fuera tu degustación completa intacta.
Estaba tan jodidamente empalmado que era imposible que saliera en
aquel estado.
—Guarda el surtido de mermeladas para el hotel, el zumo me lo tomo
cuando salga, que no tengo muy bien la tripa —me excusé, ganándome una
protesta por parte de mi polla, que no se tomó bien mi falta de alivio.
—Vale, no tardes mucho.
En cuanto escuché los pasos alejándose, me bajé los pantalones, los
calzoncillos y miré a la protestona que se alzaba entre mis muslos.
—Cinco contra uno y rapidito, colega, tendrá que bastar —dije,
escupiendo en mi mano para regresar a mi fantasía.
Salí del baño algo más destensado, aunque al ver a la guapa y risueña de
mi prometida, supe que lo que había hecho era poner un parche.
Me bebí el zumo y salimos al exterior para dar un paseo por la
explotación de piñas y que nos contaran curiosidades sobre ellas.
Hice algunas fotos muy buenas. Maca se mostró muy atenta en todo
momento realizando algunas preguntas.
—Entonces, ¿cada planta solo produce una piña?
—Exacto, y la piña no es una fruta, sino una fruta múltiple, ya que se
hace con los ovarios de cientos de flores.
—Vaya, qué curioso. ¿Tú sabías eso, Álvaro? —Asentí.
—Me lo contaron la primera vez que vine a Moorea. Igual que cuando
tú comes la piña, la piña te come a ti —murmuré con una mirada intensa
que recorría su expresión.
—Eso es imposible —masculló.
—No lo es, su prometido está en lo cierto —nos comentó el hombre
encargado de la plantación. Cogió una piña, la cortó frente a nuestras
narices y nos ofreció media rodaja a cada uno—. Pruébela y note esa
sensación que se desatará de inmediato sobre su lengua, ¿la siente?
Menos mal que me había hecho una paja, porque al ver a Maca chupar
la pulpa amarilla, la comezón de mi entrepierna volvió a activarse. Ya dije
que solo había sido un parche.
—Sí, la noto —proclamó.
—Eso es la bromelina, estas encimas comen la proteína de tu lengua,
mejillas y labios. —«Quién fuera bromelina»—. Aunque no se preocupe, su
lengua volverá a reconstituirlo todo rápidamente. Hawái produce el 30 % de
la producción de piñas mundial, y como curiosidad le diré que a los cerdos
les encantan las piñas.
—A mi prometida le encantan los cerdos —recordé ese dato de su lista
—, y no me refiero a mí. —El hombre se rio—. Quiere uno de mascota.
—Pues yo puedo decirle un sitio donde conseguirlos.
Las mejillas de Maca se sonrojaron un poco.
—No es necesario, de verdad —respondió ella—. Tengo demasiado
trabajo como para ocuparme de un animal, con mi prometido es suficiente.
Los tres volvimos a reír.
Tras el paseo por la plantación, visitamos una de cultivo de vainilla y,
finalmente, fuimos a uno de los miradores más bellos de la isla, la Montaña
Mágica, que ofrecía una magnífica vista panorámica de la bahía de
Opunohu y la costa norte.
Maca se abrazó contra mí de forma espontánea y natural.
—Creo que deberíamos ofrecer esta excursión a todos los huéspedes, es
magnífica. ¿No crees?
Lo que yo creía era que la magnífica era ella y no una hamburguesa de
McDonald’s. Ese pensamiento apestaba a peligro, y lo peor de todo, no me
sentía capaz de frenarlo.
—Hay cosas maravillosas en esta isla —respondí, omitiendo el «entre
ellas tú» que crepitaba como la bromelina encima de mi lengua.
Era hora de regresar. La empresa nos devolvió al hotel y Maca insistió
en ir al despacho a firmar el acuerdo de colaboración ya.
—Álvaro, sé que esto es abusar, pero… ¿te puedes poner con el montaje
audiovisual del producto para que salga en el canal de ofertas de las
televisiones de las villas y en los monitores del mostrador de excursiones?
—A la orden, mi capitana.
—Gracias, te prometo que después te lo compenso.
—Y yo que te recordaré esa promesa.
Maca me premió con una sonrisa que me calentó por dentro e hizo que
moviera mis piernas hacia el ordenador. Ese día comeríamos tarde.
Capítulo 40
Ebert, un rato antes.
Ya tenía todo el material que necesitaba, además de a mi nueva
ayudante enfadada y cruzada de brazos a mi lado.
Pese a que era una impostora, y que no me hacía ni puta gracia eso,
reconocía que Noe tenía algo que me hacía reír por dentro, aunque no se lo
demostrara.
Era ingeniosa, cabezota, de lengua rápida y culo de infarto. Además,
parecía tener réplica para todo y no se avergonzaba de su problema de
gases.
Quizá sonara raro, pero incluso eso me resultaba gracioso, aunque
lógicamente no me gustaba oler esa sustancia corrosiva que te aniquilaba
por dentro. En una guerra, quizá le garantizara la supervivencia.
Cuando tras el desayuno de rigor con el equipo, al que tuve que acudir
porque Álvaro dijo que tenía que hacer piña y que teníamos tiempo
suficiente como para ir a Papeete y volver veinte veces, fuimos a por mi
moto.
Me gustó comprobar que en los ojos de Noe había cierta admiración. Su
expresión era de sorpresa.
Lau
«Sin rastro de José Luis y con un cabreo de tres pares con Aquaman».
La frase definía muy bien mi estado después de que el muy hijo de la
Polinesia quitara importancia a nuestro intercambio de lenguas.
Vale que yo arranqué, pero vamos, que él no se quedó quieto dejándose
hacer, y cuando Salchicha Peleona nos pilló con las manos en la masa, le
dio por negar la evidencia y decir que nunca tendría nada conmigo. ¡Ja!
Eso no se lo creía ni él, que en treinta y cinco años me había dado el
filete unas cuantas veces y era capaz de distinguir cuándo había atracción y
cuándo no.
Por la tarde no nos vimos, él tenía ensayo con los de animación y yo…
En fin, que tenía que haber estado empollando para mis tours de la isla,
pero estuve liada buscando al perro sola. A Noe le habían puesto deberes, y
no se podía despistar ni un minuto para acabar el informe a tiempo.
¡Puñetero fürer de las pelotas! Si es que todos los alemanes tenían el mismo
carácter.
Volví a encontrarme con Hori, y este no dudó en venir a saludarme.
—¿Te has pensado lo de esta noche?
—Todavía no he hablado con las chicas —me excusé.
—Vale, pero que conste que si ellas no vienen, a mí me da lo mismo, la
que quiero que venga eres tú.
Su coqueteo máximo me hizo sonreír. Su padre tan poco, y él tanto, si es
que no había un término medio.
—¿Tienes coche? —pasaba de ir andando, que la competencia estaba a
varios kilómetros, y yo no me encontraba bien para andar demasiado,
llevaba veinticuatro horas empalmando.
—Una furgo vieja heredada de mi abuelo, me sirve para llevarme y
traerme. —«Y seguro que de picadero», aunque no lo dije—. ¿Cuento
contigo?
—Creo que sí. —Después de mi fracaso con Aquaman, necesitaba
divertirme un rato.
—Guay, pues quedamos en el parking, podríamos cenar algo antes, si te
apetece…
—Tú no pierdes punto… —Él me ofreció una sonrisa tentadora—. Ya
veremos, Don Juan de Morrea.
—Espero tu respuesta por mensaje, Rita la Canta-Hori.
Su respuesta me hizo reír, lástima que fuera tan joven y que quien me
gustara fuera su padre, porque hubiera tenido muchísimas posibilidades de
terminar revolcándose conmigo.
Cuando llegué a la cabaña, Noe estaba hablando por teléfono con Maca,
me senté en el sofá y justo colgó.
—¿Has encontrado a José Luis?
—¿Ves un perro de belleza subjetiva entre mis brazos? Pues eso, que no
he aprendido a hacer magia y en mi coño no llevo chistera, chochete.
—¡Qué bruta eres a veces! ¿Dónde se habrá metido? Igual ha ido en
busca de la perra de los Alemany, tendrías que haber visto cómo estaba
cuando la vio en la reunión, se le puso morcillona y venga a chupar el
cristal.
—Esta isla parece que nos erecciona a todos, aunque no sé si de una
forma correcta.
—¿Lo dices por Aquaman?
—Lo digo porque esto parece el mundo al revés, Cupido debe haberse
puesto ciego a Mai Tai y dispara las flechas de la atracción a los culos
equivocados.
—Pues no te pierdas lo que acaba de decirme Maca.
—¿El qué?
Noe me puso al corriente de lo ocurrido con la pareja de tortolitos,
desde la excursión hasta el masaje, aunque sin ninguna duda, la parte del
spa fue mi favorita. Alvarito debía tener los huevos rellenos de amor
frustrado.
—¡Bien por Maca! Ya te digo yo que este no aguanta, va a caer de
cuatro patas.
—Pues no sé qué decirte, porque ha quedado con Ebert para cenar y
supongo que para aliviar tensiones —me aclaró.
—¡Qué cruz con el puto alemán! Aunque, por otra parte, no me extraña,
con la cara que puso con lo de la pelota… A ese sieso lo pones tieso.
—Pero ¡¿qué dices?!
—Vamos, además de que es de los que a ti te molan. —Noe arqueó las
cejas.
—¿Gilipollas?
—Y con una buena cinta métrica, a ti te molan los bordes y los azotes, y
este lleva escrito en la cara un «voy a darte con toda la palma abierta».
—Lo que lleva escrito en la cara es: soy insoportable.
—Eso también. No obstante, si ellos tienen planes, nosotras también.
—¿Buscar a José Luis?
—Olvídate del perro, al parecer, a este le gusta mucho campar libre por
aquí, le pondremos algo de comida y agua fuera, y listo, déjale
reencontrarse con su alma animal. Ah, y mándale un mensaje a Maca y dile
que se ponga guapa, necesitamos seguir perturbando la tranquilidad de
Alvarito, solo necesita saber dónde vamos a estar… —dije, poniéndome en
pie.
—Yo pensaba que íbamos a dormir, estoy agotada.
—No te quejes, que los médicos duermen menos y tienen vidas en sus
manos. Nosotras tenemos una misión igual de importante, ayudar a Maca.
—¿Qué vas a hacer?
—Ella nos ha echado una mano con el curro, y yo se la voy a echar con
Álvaro, tú dile que se ponga LPF.
—¿Eso es una marca de ropa?
—No, pero debería serlo, significa; lista para follar. De esta noche no
pasa que Álvaro Alemany cierre su compromiso de manera oficial.
—Yo no estoy segura de esto, me parece que a Maca le gusta de verdad,
¿y si Álvaro la destroza?
—Que no, chocho, que Maca es muy cerebral, lo único que le pasa es
que le pone ese tío, como a mí Aquaman; que nos ponga perras un hombre
no significa que nos queramos casar, ¿o tú te ves con Weber?
—¿Yo? ¡Qué va!
—Pues ahí lo tienes, vamos a por el ataque frontal, haz lo que te he
dicho.
Me puse en pie y salí corriendo de la cabaña. Los dioses estaban a mi
favor porque pillé a Álvaro golpeando la puerta del alemán, no me había
visto, así que fingí que estaba dando un paseo y lo saludé.
—¡Álvaro! —Él se dio la vuelta al mismo tiempo que Salchicha
Peleona emergía de su guarida vestido para que a cualquier mujer
despistada le temblaran las rodillas. De verdad que físicamente ninguno
tenía desperdicio.
—Hola —me saludó cordial.
—Hola, ¿vais a salir? —pregunté inocente. Ebert arrugó el morro y
Álvaro siguió respondiendo de forma amable.
—Sí.
—¡Qué bien, nosotras también!
—¿Otra vez a poneros ciegas de Mai Tai en el local de Turi? ¿No
deberíais dormir? —preguntó Ebert.
—Qué va, nosotras somos mitad vampiro, ya sabes, nos gusta la noche
y chupar —reí ante mi propia broma—. Además, a Maca le irá bien conocer
a la competencia —recalqué para que Álvaro se enterara del lugar al que
íbamos, por si acaso, iba a reforzar la info—. Nos vamos con Dj George,
cenaremos con él y después a disfrutar del Manava Beach, dicen que hay
mucha diversión y buena pesca —les guiñé un ojo—. Disfrutad, que
nosotras también lo haremos.
Me di la vuelta, les ofrecí un saludito de espaldas y regresé a la cabaña
con la semilla del mal plantada en sus cerebros.
Capítulo 48
Noe
Vestidas para arrasar, así nos titularía si fuéramos una película.
Yo me puse un vestido amarillo cítrico palabra de honor, muy corto,
asimétrico y con un corte en el muslo que te daba para cavilar si era posible
que llevara bragas.
Lau se puso uno color berenjena, tipo vendaje que se llama ahora, muy
ajustado a su figura curvilínea, con escotazo y tirantes anchos que
mostraban sus brazos desnudos, uno de ellos con varios brazaletes anchos
en dorado.
Maca, rojo fuego, con un volante en el pecho que le daba la vuelta por
los brazos manteniendo los hombros al aire y una falda corta de vuelo,
parecía sacada de una telenovela.
Lau insistió en que nos pintáramos los morros de rojo, según ella, la
costumbre procedía del antiguo Egipto, donde unas mujeres, llamadas
felatrices y cuya función puedes imaginarte, se los maquillaban de ese color
indicando el placer que podían proporcionar con sus bocas.
Hori nos llevó a cenar a Fare La Canadienne Burger House Moorea.
Teniendo en cuenta que mis amigas podrían vivir de hamburguesas, para
ellas fue todo un acierto y me congratuló ver un amplio surtido de
ensaladas, lo cual agradecí.
El hijo de Maui era un chico muy agradable, con la cabeza bien
amueblada y no dejaba de hacerle ojitos a Laura, lo que nos tuvo bastante
entretenidas.
Hubo un momento en que se nos escapó el nombre de verdad de mi
amiga, él puso cara de circunstancia y a Lau no le quedó más remedio que
confesar que Rita la Cantaora fue un nombre tapadera por si resultaba ser
un pesado. A Hori no pareció importarle, incluso le hizo gracia y terminó
diciéndole que para él siempre sería Rita.
Se fue al baño y nos dejó solas, así que aprovechamos el momento para
hablar.
—Lo tienes loco —mascullé divertida.
—Lo sé, es como volver a los dieciocho teniendo treinta y cinco, un
poco asaltacunas, ¿no creéis?
—Sí, asaltacunas, pero es que está muy bueno y tiene un palique que,
¿qué quieres que te diga?, a nadie le amarga un Bollycao —comenté, y las
tres nos echamos a reír.
Por la expresión de Maca, sabía que seguía dándole vueltas al asunto de
Álvaro.
—Hey —musité, cogiéndole la mano que jugueteaba con la esquina de
una servilleta.
—Es que no sé si estoy haciendo lo correcto —gimoteó.
—Gabinete de crisis —murmuró Laura—. ¿Cómo que no sabes si estás
haciendo lo correcto? Tenemos un plan.
—Lo que ocurre es que no sé si soy capaz de sostenerlo porque…
—Te gusta —sentencié.
Nos conocíamos desde pequeñas, sabía cuándo alguien entraba en el
radar de Maca porque ella no era como las demás niñas, cuando se fijaba en
un chico, lo convertía en el hombre de su vida y futuro padre de sus hijos,
hasta que ocurría algo que provocaba que dejara de verlo como tal, como
ocurrió con Culo Ganador.
¿Quién podía culparla? Cada uno sentía el amor a su manera.
Según Helen Fisher, antropóloga y directora del departamento de
Investigación de la Universidad de Rutgers, hizo un estudio a través de
resonancias magnéticas sobre el motivo fisiológico de qué ocurría cuando
nos enamoramos.
Descubrió que el amor romántico no era una emoción, como todos
pensábamos, sino un impulso, una necesidad fisiológica del ser humano. El
cerebro enamorado activaba la llamada zona de recompensa, o dicho de otra
manera, la que se asociaba a la motivación de conseguir objetivos, lo cual le
pirraba a Maca.
La zona que se activaba era la misma que cuando una persona
experimentaba el llamado subidón de la cocaína, por eso se decía que el
amor era como una droga o ciego, porque cuando uno se enamoraba, se
apagaba una parte del cerebro impidiéndonos ver lo que no nos gustaba de
la otra persona y aceptando el resto.
Por eso, en una relación larga, se pasaba del amor al cariño, porque el
primer estadio resultaba ser muy breve, de ahí que las relaciones de Maca
no hubieran prosperado. En cuanto se daba cuenta de lo zafios que eran sus
elegidos, adiós ceguera.
Maca estaba apuntito de cruzar la raya con Álvaro, lo veía en su cara, en
cómo se le iluminaban los ojos cuando hablaba de él o simplemente
pensaba en él.
—¿Te gusta para follar, o te gusta para tener una relación? —preguntó
Laura.
—¿No la ves? ¡Le gusta Álvaro! Punto pelota —proclamé—, y si lo
piensas, si de él descartamos su alergia al compromiso y a quedarse en
algún sitio, lo tiene todo; es guapo, atento, listo, no le da miedo una mujer
que haga bien su trabajo, es capaz de reconocerle los méritos y está
dispuesto a hacerle la gambita a Maca.
—No digas eso —proclamó mi amiga enrojecida—. Por Dios, debí
contárselo ayer cuando iba borracha, ¡qué vergüenza! A saber qué más le
solté.
—Es un tío —dijo Lau a modo de explicación—, y lo llevas más
caliente que el pico de una plancha, dijeras lo que le dijeras, estoy segura de
que solo se quedó con lo más guarro e interesante, es decir, la gambita.
—¿Y si te olvidas de ese estúpido plan de enamorarlo para echarlo de tu
vida y le permites conocer a la Maca que nos enamoró a nosotras? —sugerí
—. ¿Y si le das una oportunidad sin pensar en cómo terminará? Quizá te
sorprendas, a lo mejor Álvaro huye porque no ha encontrado un motivo real
para quedarse.
—No huye por eso —suspiró—, tampoco puedo contaros el motivo,
pero no creo que yo sea suficiente.
—¿Por qué no? —preguntó Laura.
—Porque si no lo fui para mis padres, que me dieron la vida, dudo que
para él lo sea.
Hori volvió a la mesa cortando la conversación de cuajo. Sentí pena por
Maca, porque siempre dudara de su validez como persona para que los
demás quisieran quedarse a su lado.
—¿Nos vamos?
—Nos falta pagar —susurró Laura.
—La cena de hoy ya está pagada, corre por mi cuenta, esta noche sois
mis invitadas y mi padre me cortaría la cabeza si supiera que estoy con tres
mujeres guapas y no me comporto como él me enseñó.
—¿Como un machista? —preguntó Lau ofuscada por la mención de
Maui. Hori sonrió.
—Como un buen anfitrión. Este bar es de mi familia, en concreto, de
mis abuelos maternos, ellos tampoco os cobrarían a sabiendas de que venís
conmigo, no sería nada hospitalario por mi parte. Y ahora lamento meteros
prisa, pero tenemos que irnos o llegaré tarde.
—Eso nunca —susurró Maca, poniéndose en pie—, diles a tus abuelos
que muchas gracias de nuestra parte y que seguro que repetiremos.
—De eso estoy convencido, hacen las mejores hamburguesas de la isla.
Regresamos a la furgo de Hori, la cual podría pertenecer a un Scooby
Doo mooreano.
Tenía tres asientos delante y un colchón detrás, además de algo de
espacio para guardar su material y un pequeño hornillo. Con ella se hacía
bolos por la isla e iba preparado para pasar la noche si era necesario, aunque
Laura estaba convencida de que era la Picafurgo, es decir, que a Maui le
iban los polvos entre matorrales y a su hijo los motorizados.
Maca y yo decidimos tumbarnos, las sábanas olían a limpio y no se
veían manchas sospechosas, mientras que Laura iba delante con don Juan
de Morrea.
—Respecto a lo de antes —le comenté a mi amiga, cogiéndola de las
manos—, tus padres te quieren, ellos te dejaron con las personas adecuadas,
tu abuela y tu abuelo te adoran.
—Sí, lo hacen, pero yo quería estar con ellos, no que me dejaran
olvidada.
—Lo que voy a decirte es duro, pero ellos nunca te han olvidado, te
llaman siempre que la cobertura se lo permite, han venido a verte en
Navidades y en tu cumpleaños, puede que no seáis una familia típica, pero
tampoco es que pasen de tu vida. Se alegran de tus logros, Maca, si te
dejaron con los yayos —mi amiga llamaba cariñosamente así a sus abuelos
—, fue porque una vida nómada no era lo más indicado para una niña, o una
adolescente; cuando terminaste el instituto, vinieron a la graduación y te
preguntaron qué querías hacer…
—Como si fuera a irme con ellos… ¡No tenía oficio ni beneficio!
—Las dos sabemos que podrías haber escogido una carrera a distancia e
irte con ellos, pero no lo hiciste, te fuiste a Madrid conmigo, y ellos
respetaron tu decisión. No hay una verdad universal, Maca, solo distintas
maneras de ver las cosas.
—¿Por qué nunca habíamos tenido tú y yo esta conversación? —Me
encogí de hombros.
—Porque hasta ahora no la habías necesitado. Quizá vaya siendo hora
de que abras un poco las miras, puede que tu relación con Álvaro no
arranque del modo esperado, pero lo importante no es cómo empiezan las
cosas, sino cómo terminan.
Maca me dio un abrazo sentido, y yo le devolví el gesto de afecto
pensando que le había dicho justo lo que necesitaba oír a mi amiga.
Capítulo 49
Ebert
Miré de soslayo a Álvaro, quien ya tenía el radar activado para
encontrar a Maca.
Vale, puede que mi noche de desahogo no terminara como pretendía,
pero que fuera Álvaro quien insistiera en venir a la competencia solo para
comprobar cómo estaban las chicas me decía mucho.
Si mi intención era que se quedara, ahora que por fin había encontrado a
una mujer que merecía la pena, debía seguir con el plan. Me había
funcionado más decirle que no debía estar con ella que apoyar la relación,
así que seguiría en mi papel de amigo cabrón.
—Oye, ¿en serio que quieres estar aquí? Dime que es porque aspiras
encontrar a la bailarina del otro día —comenté, caminando a su lado por las
instalaciones para dirigirnos al bar de la piscina, donde hacían las fiestas
nocturnas con DJ.
Álvaro resopló.
—No puedo pensar en tirarme a otra cuando Maca y sus amigas están
en peligro.
—¿Peligro? ¿De qué? ¿De ahogarse con una piña colada?
Mi mejor amigo me ofreció una mirada aniquiladora.
—Ayer llegaron muy bebidas, Noe y Lau van de empalme, y Maca no
es que durmiera demasiado. ¿Y si Hori empina el codo y tienen un
accidente?
—Hori tiene mucha más cabeza que su padre, es un chico centrado, y
tampoco es que haya una gran distancia entre nuestro hotel y este, o mucho
tráfico en la isla a estas horas, a lo sumo, se estrellarían contra un cocotero.
—Me da lo mismo, no voy a estar tranquilo.
—Genial, pues hagamos de escoltas de la tía a la que no vas a tirarte en
tu puta vida y las impostoras de sus amigas.
—¿Por qué te caen tan mal?
—No es que me caigan mal, es que sé que nos mienten y no quiero que
el negocio se hunda por enchufismo.
—Eres un poco trágico, a ver, que tampoco se van a ocupar de la
recepción o de los números, que una va a cuidar las plantas y la otra a hacer
tours místicos con los turistas… ¿Y si les das una oportunidad? Tus padres
siempre dicen que en Alemania se valora más la actitud que la experiencia,
y ellas tienen mucha actitud.
—No estamos en Alemania, y te recuerdo que yo nací en Mallorca.
Como la jardinera nos mate todas las hectáreas que tenemos de jardín, verás
qué risa te va a dar.
—¿Confías en Maca? —me preguntó.
—Sí, su trabajo es excepcional.
—¿Y piensas que alguien que valora tanto su trabajo sería capaz de
contratar a dos personas sin saber que son capaces de desarrollar la tarea
que les ha asignado, por muy amigas suyas que sean? —Me encogí de
hombros.
—No lo sé, quizá Maca valore más tener a la gente que quiere cerca que
su profesionalidad. Que tú no seas así, no significa que los demás sí.
—Y volvemos otra vez a mordernos nuestro propio rabo y a dar vueltas
en círculo.
—Vale, ya paro. Mira, es ahí —señalé.
Había muchísimo ambiente, el hotel debía rondar el 80 % de la
ocupación, por lo que el exterior estaba lleno de clientes bailando, tomando
copas y disfrutando de la noche.
La Fórmula, cantada por Maluma y Marc Anthony, era el tema escogido
por DJ George para hacerlos menear.
Había un corro en la pista, las personas iban entrando y saliendo de él,
mientras los demás jaleaban a la pareja de turno.
Puede que no pegara mucho con mi imagen, pero lo cierto es que la
salsa siempre me había gustado. Mi madre fue campeona de bailes de salón
en su juventud, y uno de los recuerdos más bonitos de mi infancia era ella
bailando conmigo en mitad del salón cuando papá no estaba.
Caminé hacia el círculo atraído por la música y los recuerdos, dejé de
pensar dónde estaba y cuál era mi cometido, simplemente me acerqué y la
vi.
Allí estaba Noe, con el pelo suelto, moviendo las caderas junto a los
demás, riendo mientras Laura hacía lo que podía con un jubilado que se
movía de una forma muy particular. Incluso yo fui incapaz de contener la
sonrisa al verlos. Una señora, que debía ser la mujer del jubilado, los
jaleaba desde una silla de ruedas. Ella llevaba un pie vendado y daba
palmas sin cesar.
—¡Así se hace, Claus! ¡Enséñale a esa jovenzuela cómo se baila!
Volví a desviar la mirada hacia Noelia, quien me había descubierto y me
ofrecía una sonrisa mordida.
Llevaba los labios pintados de rojo, movía el vuelo de su falda con las
manos y me hizo pensar en lo poco que escondía.
¡Ese vestido le sentaba demasiado bien y en lo único que podía pensar
era en arrancárselo!
Claus y Laura regresaron al círculo, y esta última tiró de su amiga para
que saliera, la vi contemplarme con una sonrisa mitad desafío mitad
suficiencia. No sería capaz de venir hasta mí, ¿verdad?
Fui a hablar con Álvaro para decirle que era mejor que tomáramos algo
en la barra, pero me di cuenta de que no estaba a mi lado, como había dado
por hecho. Seguro que vio a Maca y se fue a por ella, alargué el cuello
intentando verlos.
—No disimules, te he visto, y tú a mí también. ¿Ahora me acosas fuera
del ambiente laboral? ¿Tan controlador eres que has necesitado venir hasta
aquí para ver lo que hacía? Pues mírame tanto como quieras, yo soy de las
que saben disfrutar —aseveró la cálida voz de la jardinera demasiado cerca.
Giré los ojos entornados hacia ella.
—Jamás se me ocurriría acosarte.
—Ah, ¿no? ¿Y a qué has venido? ¿A bailar? Dudo que sepas moverte
en el plano vertical —musitó sin dejar de contonearse. Aquel vestido de
torso ajustado, que dejaba una pierna completamente al aire, con un poquito
de vuelo, era una maldición.
—Quizá haga que te tragues tus palabras.
—¿Tú y cuantos más? Eres demasiado rígido para que te guste una
actividad tan flexible como esta, a ti te van más los palos, billar, puede que
golf, solo hay que mirarte para darse cuenta de que siempre llevas uno
metido en el culo para ir preparado.
—Muy graciosa.
—Eso dicen, el humor es como los culos, cada cual tiene el suyo, y el
tuyo es muy distinto al mío. Voy a buscar a alguien que quiera bailar
conmigo y disfrutar. Buenas noches, Weber.
Se dio la vuelta, la tomé sin pensarlo de la mano, tiré para enrollarla a
mi cuerpo y gruñí muy cerca de sus labios.
—No me des las buenas noches, la nuestra acaba de empezar.
Me contempló sorprendida mientras la deslizaba para arrojarla a la pista
y salía detrás de ella.
Me desabroché un botón más de la camisa y algunas de las mujeres me
premiaron con varios grititos. Noe me siguió el juego acariciándose el pelo
para trazar ochos con las caderas mientras me acercaba.
Cogí sus manos, las subí a mi cuello con una sonrisa ladeada y apoyé
una de mis manos en el límite donde moría la corrección y arrancaba su
jodido trasero, para poner un muslo entre los suyos y empezar con el paso.
Un, dos, tres, un, dos, tres.
No se movía mal, no era una experta, pero tampoco lo necesitaba para
lo que pretendía hacer con ella.
Le di unas vueltas, la encajé contra mi entrepierna y ella aprovechó la
tesitura para subir un brazo, acariciarme la nuca y frotarse contra mi polla,
que se mostró más que complacida ante el sugerente ataque.
La hice girar de nuevo para ser yo, esta vez, quien la tomara por su
cuello; el pelo era como seda líquida entre mis dedos. Tenía los ojos azules
tan abiertos como sus labios y el cálido aliento me golpeaba en el pecho
mientras sus manos lo recorrían con descaro.
Me estaba poniendo terriblemente cachondo.
—¿Esto es todo lo que sabes hacer? —me preguntó relamiéndose.
—No tienes ni idea de lo que soy capaz de hacer, pero te lo voy a
demostrar.
—Eso suena a fanfarronería —musitó mientras la palma de mi mano
dejó su cuello para pasar por su escote, por el centro de sus pechos hasta su
ombligo, dejándola boquiabierta ante mi descaro.
—Las personas dicen más por sus hechos que por sus palabras —la
silencié.
La alcé sin esfuerzo por la cintura y la deslicé por mi cuerpo al más
puro estilo Dirty Dancing, hasta que su boca quedó a escasos milímetros de
la mía.
—Se me está clavando algo que llevas en el bolsillo de tu pantalón,
Weber, creo que debiste probártelos antes de comprarlos para que no te
quedaran tan estrechos —jugueteó relamiéndose.
—Acepto tu consejo, la próxima vez que vaya de compras, te haré pasar
conmigo al probador para que les des el visto bueno, ¿por qué no me pruebo
tus labios a ver si me sientan mejor?
No creí que fuera a hacerlo, solo pretendía picarla, pero me equivoqué
de lleno, Noelia se lo tomó como un desafío y su lengua invadió mi boca.
Capítulo 50
Ebert
Tendría que haberla detenido, tendría que haber puesto algo de cordura,
pero no lo hice, más bien fue todo lo contrario, a su lengua se sumó la mía y
mis manos bajaron a ese punto de no retorno que era su glorioso culo.
Lo tenía en el punto justo, ni muy blando, ni muy duro, casi podía
visualizar mi mano rebotando sobre su carne mientras la tenía a cuatro patas
y tiraba de su pelo dorado.
La imagen me hizo apretarla más contra mi cuerpo, y no es que ella se
quedara quieta, tomó el relevo y amasó mis nalgas clavándome sus uñas en
ellas.
«¡Me cago en la puta! Ebert, ¡para ahora que estás a tiempo!».
Me separé jadeante de su boca. Tenía el labial intacto y la mirada
cargada de lujuria. El tema ya no sonaba, Hori lo había cambiado por una
bachata lenta y los clientes bailaban pegados mientras nosotros seguíamos
envueltos en calentura.
—Creo que son de tu talla —masculló, capturando la humedad que
quedó retenida en su labio inferior con la lengua—. Tengo hambre, ¿se te
ocurre alguna parte de tu cuerpo que pueda llevarme a la boca?
Aquella frase tan pervertida y lapidaria fue lo único que necesité para
terminar con la poca cordura que me quedaba. ¿Cómo esa cosa tan pequeña
y con cara de ángel podía tener una boquita tan sucia?
Adoraba esa contraposición, y lo único que me venía a la mente eran
guarradas, en ningún caso se dibujó la palabra no, ¡a la mierda! Si a ella no
le importaba hacerme una mamada, no iba a ser yo quien le pusiera pegas.
Sin hablar, la tomé de la mano y la arrastré conmigo hacia la playa.
No era la primera vez que estaba allí, sabía qué lugar era el idóneo para
saciar mis manos y mi entrepierna.
Me aseguré de que ningún curioso estuviera rondando. Estábamos en
una zona cercana al lugar en el que se apilaban varias hamacas, formando
una especie de cuartito al aire libre e improvisado. Alcé las cejas y la miré.
—Esto no va a cambiar nada entre tú y yo —la advertí.
—Por supuesto, solo te la voy a chupar, no espero privilegios, si lo
hiciera, eso me convertiría en una puta, y no lo soy, solo una mujer a quien
le apetece hacerte una mamada —respondió, llevando su mano a mis
pantalones para acariciar la dura erección que empujaba en ellos.
Las cosas claras y su mano en mis huevos. La jardinera me la ponía
como una regadera, con ganas de dejar caer todo mi contenido y
humedecerla.
No aparté la mirada de la suya cuando deslizó la tela hasta el suelo,
hincó las rodillas y trazó mi glande con la lengua sin ningún tipo de pudor,
abarcando mi tallo con la mano derecha.
Resollé y apreté los puños mientras ella empapaba mi polla en toda su
extensión. Llevé una de mis manos hacia su cabeza, necesité aferrarme a
algo cuando se la metió en la boca.
¡Hostia puta con la jardinera!
Quería mantener los ojos abiertos, pero no podía, era tan placentero que
me fue imposible. Noe me dio cabida ayudándose con la mano, chupó y
sorbió estremeciéndome al completo.
Con la mano libre, se puso a acariciarme las pelotas, y fue como el puto
Big Bang fraguándose en mis huevos, si no me corrí fue porque a
autocontrol no me ganaba nadie.
Su saliva goteó por ellas mientras la mía escaseaba. Empapó su dedo y
trazó el camino prieto que la llevaba entre mis nalgas, con la presión justa
como para que quisiera taladrarla, empujar sin remedio hasta el fondo de mi
garganta.
Moví las caderas absorto por el placer, hundiéndome en su boca
mientras que ella iba más allá y alcanzaba mi orificio trasero.
Mis gruñidos eran casi tan audibles como la forma en que me sorbía.
Me quedé sin aire.
¡Joder! ¡¿Acababa de colarme un dedo?! La pregunta ganó su respuesta
en cuanto se puso a moverlo, lo hacía con cuidado, tanteando el orificio
todavía estrecho.
No era la primera vez que me lo hacían, pero que fuera Noe, con su
carita de ángel, me tomaba por sorpresa. Tras varios movimientos, tuve
claro que, en esa ocasión, o la frenaba, o me corría. Me tenía por las
malditas nubes.
Tiré de su pelo y la obligué a sacarse mi erección de su boca, esta rebotó
contra mi bajo vientre.
—¿No te gusta?
—¿Estás de coña? No tienes ni idea de lo que me haces, o puede que sí.
¿Has terminado ya con la exploración rectal?
Ella sonrió.
—Quería asegurarme de que habías perdido el palo por el camino.
—Pues ahora que ya has visto que no lo tengo, vamos a hacer otra cosa.
Noe sacó la falange con cuidado, y yo bajé para ponerme a su nivel.
La besé sin soltarle el pelo, ella jadeó y yo aproveché para bajarle el
escote y dejar sus tetas a la vista. No eran muy grandes, pero sí redondas y
perfectas para mi mano.
Tiré de la melena hacia atrás, proyectando su torso hacia delante,
obligándola a dejar caer las manos y hundirlas en la arena mientras yo me
aprovechaba de aquellas preciosidades de pezones dulces como la crema.
Los mordí, besé, lamí y chupé hasta que Noe comenzó a jadear sin
remedio. Froté mi barba sobre ellos, los había torturado tanto que estaban
extremadamente sensibles al roce.
—Dios, Dios… —murmuró, ganándose una sonrisa sobre ellos.
—¿Te gusta?
—Podría correrme solo así. —Su confesión me hizo sonreír.
—Es bueno saberlo, ponte a cuatro patas, llevo imaginándote todo el día
así. —Abrió los ojos y me miró. Podía leer con total claridad que mi
petición la excitaba y mi confesión también.
—¿Llevas condón?
—Para lo que voy a hacerte, no vamos a necesitarlo, date la vuelta y
separa las piernas.
Obedeció, le subí la falda del vestido y por poco me caí de culo al
comprobar que no llevaba bragas.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó consciente del hallazgo al que se
enfrentaban mis ojos, su sexo expuesto, húmedo y listo para mi boca.
—Ahora te lo demuestro.
Abrí un poco más sus nalgas y le devolví el favor que me había hecho.
Pasé mi boca por sus pliegues anhelantes mientras Noe rozaba sus pezones
contra la arena.
Sabía a gloria, y su culo en mis manos era la perfección más absoluta.
Hundí mi lengua en su calidez y la follé con ella, a la par que mi mano
derecha estimulaba su clítoris haciéndola gritar.
—Más flojo, tigresa —murmuré. No tenía ganas de que nos
interrumpieran o llamar la atención de espectadores, era muy celoso de mi
intimidad.
—No puedo no gritar… —gimió.
—Sí puedes, no tengo tu pelota de goma aquí, así que tendrás que
conformarte con tu brazo para asegurar el silencio.
—Estoy muy cerca, Ebert, no voy a poder controlarme. —Eso era lo
que quería, tenerla en ese punto.
—Bien, así debe ser, tócate tú, acaríciate, deja que vea cómo lo haces,
yo también me daré placer, y a la vez… —Sostuve la palabra final y decidí
no pronunciarla para mostrárselo con la mano.
Acaricié su culo y empecé a repiquetear con la palma con suavidad en
su nalga para prepararla.
—Dios, sí —masculló cuando llegó el primer azote. Quién me lo iba a
decir, que sus gustos y los míos fueran tan similares.
Noe se daba placer del mismo modo que yo hacía, nos masturbábamos
al unísono y yo gozaba al ver su carne rebotar, la cálida abertura anegada en
flujo y las notas de su sabor mezclándose en mi boca. Era la comunión
perfecta para que mi paja fuera tan intensa como corta.
Aun así, aguardé apretando los dientes y enrojeciendo su nalga, quería
verla retorcerse de placer con la piel encendida y su mano follándola.
Introdujo sus dedos embistiéndose de un modo profundo y brutal.
—Me corro, me corro, me… —no llegó a pronunciarlo por tercera vez.
Se deshizo en su mano, en sus dedos, dejando un charquito en la arena, y
solo entonces apunté hacia su culo y me vine en él.
Ver cubierta la rojez por mi esencia fue todo lo que necesité para que la
catalogara como mi mejor corrida en mucho tiempo. No quería mancharle
el vestido, así que la masajeé hasta que su piel lo absorbió por completo.
Noe no dijo nada, seguía con los dedos metidos en su interior y el
cuerpo tembloroso.
Al terminar, se los saqué y los chupé desde detrás, para darle la vuelta y
besarla con pereza, me gustaba su sabor en nuestras lenguas. Me separé y
admiré su silueta, con las tetas salpicadas en arena y su mirada vidriosa.
—Ha sido… —La silencié llevando su lengua de nuevo a mi boca. No
tenía ganas de poner palabras a lo que acabábamos de compartir, se nos
daba mejor follar que hablar, así que, ¿para qué perder el tiempo?
—Buen sexo —terminé por ella con un beso apretado.
—Lo ha sido —afirmó, y ambos sonreímos.
—Lo que acabamos de hacer… —Esa vez fue ella quien no me dejó
expresarme.
—No es amor, solo puro vicio. —Sus respuestas eran para enmarcar, mi
sonrisa se ensanchó—. No tenemos que llevarnos bien, Weber, incluso para
portarse mal hay que saber con quién hacerlo, y creo que en eso somos los
mejores.
Dejé ir una carcajada que se había anudado en mi garganta.
—Muy buenos —murmuré, quitándole algo de arena de su mejilla para
después acariciarle los pezones, Noe suspiró.
—¿Has venido en moto? —Asentí.
—¿Y podemos largarnos en ella? Porque a mí no me ha bastado con
esto y preferiría estar llena de orgasmos en lugar de arena. Necesito una
ducha y más sexo, ¿te apuntas?
—He traído a Álvaro…
—Seguro que a Maca no le importa que los dejemos solos, tienen unas
habitaciones preciosas y mañana podemos venir a recogerlos. A veces hay
que empujar un poquito a los amigos en la dirección correcta, ¿no crees?
«¡Esa frase podría haber sido mía!».
—Eres perversa.
—Deja que te lo demuestre en tu habitación.
Noe me cogió de la nuca y dejé que me besara hasta que los dos
tuvimos claro que no habíamos saciado ni una décima parte de todo lo que
queríamos hacernos.
—Vamos a por la moto —gruñí.
Capítulo 51
Maca, cuando Ebert y Noe bailaban en la pista.
El Manava Beach era precioso y tenía muchísimo rodaje, se notaba en
cómo el servicio fluía sin incidentes, en cómo el personal sabía qué hacer
en cada instante para hacerle la experiencia más grata al cliente.
Debería estar desconectando, pasándolo bien, en lugar de fijarme en la
decoración, el protocolo o cómo estaban puestos los ceniceros en las zonas
habilitadas para fumadores, pero era incapaz de ello; yo era así,
perfeccionista y metódica, incluso cuando iba a ver la competencia, ¿qué le
iba a hacer?
Noe y Lau se habían ido directas a la pista, y yo…, a la barra, a ver qué
tal se les daba el servicio a los camareros. Puse la mirada en si el alcohol
era de importación o marca blanca, si el tiempo de espera de los clientes era
el adecuado o si las copas estaban lo bastante limpias y brillantes para estar
a la altura de lo esperado en un 5GL.
Era necesario un análisis exhaustivo de las debilidades, las flaquezas y
las oportunidades, para hacer resaltar nuestros puntos fuertes y mejorar lo
que lleváramos peor. Se me daba bien quedarme con las pequeñas cosas.
Removí el contenido de mi Mojito, no lo había pedido para consumirlo,
de hecho, era oler el alcohol y se me revolvían las tripas, solo lo hice para
ver la preparación, si la menta era fresca, si el azúcar era de caña o el ron de
la mejor calidad. En esas pequeñas cosas radicaba la diferencia entre algo
pasable y la excelencia.
—¿No está bueno? —me preguntó el camarero atento.
—Sí, es solo que… ¿Puedes ponerme un agua mineral con una rodaja
de limón?
—¿Quiere que le muestre nuestra carta de aguas, o tiene alguna
preferencia?
—La que tú elijas estará bien, gracias. —El camarero asintió y se retiró.
—¿En serio que no vas a bebértelo? —La voz me erizó el vello de la
nuca, no hacía falta que me girara para saber a quién le pertenecía porque la
reconocería en cualquier lugar del mundo.
Me di la vuelta y ahí estaba, el hombre más atractivo del planeta, el
culpable de mis delirios y mi estado permanente de excitación.
Vi cómo contenía el aire al verme. Según Lau, ese vestido que iba a
juego con su pintalabios era el combo perfecto para que Álvaro cayera en
mis redes.
—No lo pedí para eso, ¿lo quieres?
—Puestos a beber, prefiero beberte a ti.
Su respuesta me puso más nerviosa de lo que estaba, cuando fui a coger
la copa, le di un manotazo, y si no hubiera sido por los reflejos del barman,
la habría tirado.
—Lo siento, un error de cálculo —me disculpé con el chico, cuya mano
mojé.
—No pasa nada, le puede suceder a cualquiera —respondió amable—.
¿Preparada para probar el mejor agua del planeta? Me he permitido escoger
mi favorita. —Una especie de rostro tiki en dorado fue lo que sostuvo el
hombre entre sus manos. El recipiente desprendía lujo por todas partes, no
se parecía a la Solan de Cabras, u otra que hubiera bebido en España—. Le
presento nuestra agua de cristal, tributo a Modigliani. —No me sonaba de
nada, ¿debería? Seguramente, cuando terminara de servírmela, le
preguntaría si me podía llevar la botella para mostrársela a nuestro
responsable de Food & Beverage. Era tan bonita que me daban ganas de
hacer una manualidad y convertirla en mi nueva lamparita de noche, era
preciosa—. Es una combinación de aguas procedentes de Fiji y el deshielo
de glaciares en Francia e Islandia, los entendidos dicen que un sorbo es
como paladear vida.
—La botella es preciosa —observé.
—Y su contenido único.
Vertió el líquido transparente en mi copa y se me quedó mirando
expectante. Hice como si fuera una experta catadora, di un trago como si se
tratara de una copa de vino, dejé reposarla en la boca, por si tenía que notar
algo, en plan «tiene varias notas que me recuerdan a la corteza de sauco»,
pero no pasaba nada, y cuando estaba a punto de tragar, escuché que Álvaro
le preguntaba por el precio.
—Treinta mil francos la botella de doscientos cincuenta centilitros,
caballero.
¡Eso al cambio era más de doscientos cincuenta euros! Casi escupí el
contenido, pero ¿cómo iba a hacerlo si lo que tenía en la boca era lo mismo
que ganaba en una hora un camarero? Intenté tragar sin que se me notara el
estupor, pero mi garganta me jugó una mala pasada y la vida se me fue por
el otro lado. Me puse a toser como las locas.
—Maca, ¿estás bien?
«¡¿Cómo voy a estar bien? ¡Me estoy ahogando con un buche de agua
de doscientos cincuenta euros la botella, joder!».
No me entraba el aire y tampoco me salía.
—No llevará mango, ¿verdad? —preguntó Álvaro al barman—. Es
alérgica —especificó.
—No, caballero, solo lo que he dicho, es agua de…
—Ya, ya, ya, ya —repitió, agitando la mano y restándole importancia a
su respuesta—. ¿Y el vaso? ¿Puede llevar trazas? ¿Quizá de algún cóctel
anterior? —El chico nos miró horrorizado. Yo seguía sin poder respirar.
—No creo, aquí somos muy meticulosos con la limpieza.
—¿Qué pasa? —preguntó el encargado de barra.
—Mi prometida es alérgica al mango y creo que ese vaso no estaba todo
lo limpio que debería, está teniendo una reacción alérgica.
El hombre miró de forma reprobatoria al chico, quien perjuró que el
vaso estaba limpio.
—Mis disculpas, señores, ¿necesitan que llamemos a un médico?
—No hará falta, voy a acompañarla a la habitación para ponerle su
inyección, si se le sigue hinchando la lengua, podría morir ahogada por ella.
—Por supuesto, vayan, vayan… —nos espoleó.
Álvaro me tomó en volandas abriéndose paso entre la gente.
—Vamos, Maca, respira, que acabo de librarte de los doscientos
cincuenta euros peor invertidos de tu vida.
«¡Será cabrón!».
Nos apartó de la muchedumbre, me bajó al suelo cuando estuvimos lo
suficientemente lejos y pude controlar el desbarajuste que me suponía
respirar. Unos cuantos estertores después, conseguí que el aire regresara a
mis pulmones.
La mano de Álvaro acariciaba mi espalda, su voz susurraba en mi oído
un: «respira con suavidad, todo está bien, no pasa nada» que volvió a
erizarme la piel.
Tenía la garganta como la ladera de un volcán que entra en erupción,
aun así, conseguí hablar.
—¡¿Por qué has hecho eso?!
—Venga ya, ningún agua, aunque proceda de los confines de la tierra, o
que sea la última botella del planeta, merece doscientos cincuenta pavos.
Además, por tu cara parecía que fueran a robarte un riñón.
—¡Es que iban a hacerlo! ¿Sabes que ese dinero era mi aportación
mensual de piso, luz y agua? —dije, logrando relajarme lo suficiente.
—Entonces tienes que darme las gracias por hacerte ahorrar esa
mensualidad.
Hice rodar los ojos.
—¿Qué haces aquí, Álvaro?
—¿Y tú?
—He preguntado yo primero.
—Pues además de asegurarme de que no vacíes tu cuenta corriente en
caprichos innecesarios… Tenemos que hablar.
—Nunca me ha gustado esa frase. —Él me sonrió.
—Ya, bueno, a mí tampoco es que me entusiasme, pero creo que lo
necesitamos de verdad.
Álvaro estaba en lo cierto, después de lo que pasó en el spa, debíamos
poner voz a nuestro silencio.
—Está bien.
—Te diría que fuéramos a dar un paseo por la playa, pero, dada tu
aversión a la arena, casi que es mejor encontrar algún lugar tranquilo dentro
del recinto.
Me gustaba que siempre tuviera en cuenta aquello que me molestaba.
Sobre todo, porque yo hacía justo lo contrario, lo incordiaba para que se
marchara cuanto antes y, sin embargo, algo me decía que me apetecía muy
poco que se fuera.
Estaba hecha un lío, Álvaro trastocó desde su aparición todos mis
planes y ahora me hacía desear cosas que podrían complicar mucho mi
realidad. ¿Por qué tenía que unir las emociones al sexo? ¿Por qué no era
capaz de vivir una aventura como hacían mis amigas y ya está? ¿Y si era yo
misma la que me saboteaba? Tampoco es que lo hubiera intentado nunca,
estar con un tío a sabiendas de que lo único que iba a unirnos eran
maratones de sexo hasta el infinito, y por el modo en que me miraba
Álvaro, era justo lo que él quería. ¿Podría?, ¿sería capaz?
Caminamos en silencio, con las notas musicales filtrándose entre la
vegetación. Nos detuvimos cerca de la piscina infantil, en esa zona no había
nadie, ocupamos una de las hamacas, nos sentamos el uno al lado del otro,
aunque un pelín enfrentados, lo justo para mirarnos a los ojos, que nuestras
rodillas se rozaran y que Álvaro me cogiera de la mano.
—Sé que no soy lo que creías —arrancó. Su declaración me tomó por
sorpresa, esperaba cualquier cosa menos eso—. Imagino que, cuando me
propusiste que fuera tu prometido, buscabas un tío que se mantuviera al
margen, que no metiera las narices en tus cosas, ni pretendiera hacer lo
mismo entre tus piernas —rio por lo bajo, era incapaz de no meter una
pullita graciosa, aunque la conversación fuera seria—. Yo tampoco esperaba
que te cruzaras en mi vida, que me hicieras desearte prácticamente desde
que te caíste en mi entrepierna borracha y empastillada.
—Bonita imagen para contarle a nuestros nietos —bromeé, él sonrió—.
No iba en serio, ¿eh?
—Estoy contigo en que no sería algo con lo que aleccionar a nuestros
hijos. Yo también bromeo —puntualizó—. Te salí rana, igual que a mis
padres, nunca soy lo que los demás necesitáis y lo asumo, es difícil contar
con una persona que hoy está pero que no sabes cuándo se marchará.
»Te prometo que me estoy dejando la vida al intentar controlar mis
impulsos, que son muchos, cada vez que te miro, te rozo o simplemente te
respiro. Estoy en un punto que ni yo mismo sé qué decir o qué hacer
contigo. Me gustas mucho, muchísimo y, ¡joder!, tengo tantas ganas de
follarte que ni las pajas me sirven. Perdona que sea tan brusco.
Su confesión me hizo gracia, así que me limité a negar con la cabeza.
»En estas semanas he conectado contigo de un modo que me abruma y
me excita a partes iguales, me gustaría decirte que es una emoción que he
compartido con muchas de las mujeres con las que he estado, pero no es así.
Porque me atrae tu cuerpo, pero también tu mente, o tu sentido del humor, o
tus tropiezos. Me da igual que no tengamos muchas cosas de nuestra lista
en común, porque hay muchas más que compensan nuestras diferencias,
porque siempre he creído que la pluralidad enriquece, y tú estás
jodidamente rica. —Bajó el tono y me miró con tanta intensidad que me
estremecí—. Te deseo, me vuelves loco y te prometo que si pudiera, me
encantaría pronunciar las palabras que necesitas, un »¿Por qué no lo
intentamos?». Pero si lo hiciera, te mentiría, y no quiero que lo que
compartamos sea eso, solo una mentira.
»Hace años que soy incapaz de quedarme mucho tiempo en alguna
parte, te confesé lo que me empujó a marcharme, lo que ha hecho que no
pueda volver o establecer una residencia fija. No puedo dejar de huir de mí
mismo, de la culpa que me consume, y no es justo que te haga creer que
contigo va a ser distinto.
—Te entiendo, mis padres tampoco creyeron que fuera suficiente para
ellos, también eligieron seguir su camino y dejarme atrás, con mis abuelos,
por eso siempre he buscado a alguien con quien echar raíces, alguien que no
quisiera apartarme porque no bastara.
—¿Cómo puedes decir algo así de ti? —Subió las manos y me acarició
la cara.
—Porque es cierto. Noe dice que no, que mis padres me quieren, que al
final siempre vuelven y están en los hitos importantes, pero yo los quería
para las pequeñas cosas, como cuando me caí de aquel árbol y me pasé
media hora inconsciente, cuando me dieron un diploma por mi trabajo sobre
los volcanes o la primera vez que me vino la regla, o me rompieron el
corazón. Sí, estaba mi abuela, y mi madre al otro lado de la línea, pero no
era lo mismo, necesité su abrazo, sus palabras en mi oído, y no las tuve…
Los ojos me escocían. Álvaro había sido franco contándome lo de su
hermano, y yo tenía que serlo con lo de mis padres.
—Maca, que las personas no estén a tu lado no significa que no te
quieran en su vida. Sé que es un concepto difícil de entender, pero, aunque
yo no esté al lado de mis padres, o de Ebert, o de mi hermano, ellos siempre
están conmigo aquí —llevó uno de mis dedos a su cabeza—, y aquí. —Y
bajó mi mano hasta la abertura de su camisa para meterla dentro de ella,
donde galopaba su corazón contra el pecho—. Estoy encantado de
conocerte, me pareces divertida, graciosa, lista, preciosa, empática y
terriblemente deseable. Cada día que paso a tu lado descubro nuevos
matices que me hacen querer saber más de ti y, aunque eso hace que me
plantee muchas cosas, no quiero ilusionarte, no quiero hacerte daño, me
importas y quiero que sepas que cuando me vaya te echaré de menos.
—¿Me echarás de menos? —pregunté extrañada, y él sonrió.
—Mucho, no podré dejar de pensar en ti, porque de algún modo que no
pretendía te has colado aquí —apretó su mano de nuevo sobre la mía, que
seguía en contacto con su piel caliente—. No puedo comprometerme
contigo, no puedo ofrecerte un futuro, pero sí unos días que se quedarán
siempre en nuestra memoria. Quiero complacerte, quiero hacerte reír,
llenarte de experiencias de esas que te calientan por dentro y te dejan una
sonrisa tibia en los labios. Quiero que cuando ya no esté y pienses en estos
días, lo hagas creyendo que mereció la pena lo que tuvimos.
—Y, entonces, ¿qué propones?
—No ponerle freno, que nos dejemos llevar sabiendo que esto tiene
fecha de caducidad. Yo me comprometo a hacerte feliz mientras dure…
—Es decir, mientras compruebas si soy capaz de que el resort dé
beneficios.
Por bonitas que fueran sus palabras, se activó mi parte práctica, la que
me decía que yo era el medio para conseguir un fin. Pero ¿no era ese el fin
que perseguíamos los dos? ¿Y si mi fin había cambiado? ¿Y si me gustaba
lo suficiente para no querer que se marchara?
—Sí —dijo sin que le temblara el pulso—. Mi propuesta no es tan
descabellada, somos adultos, nos atraemos, congeniamos, y si lo analizas
fríamente, cuando empiezas una relación, asumes un riesgo, muchas veces
vives con el temor de que la otra persona se canse de ti, o que se enamore
de otro, que todo termine; en nuestro caso, no será así, porque partimos del
punto que ya sabemos que estamos destinados a terminar y eso puede llegar
a resultar liberador. —Quitó la mano de su pecho y sostuvo mis dos manos
entre las suyas—. No te negaré que me encantaría que aceptaras, no
obstante, comprenderé si decides no hacerlo. Voy a respetar tu decisión
decidas lo que decidas.
—Te agradezco tu sinceridad y tus palabras.
—Y yo que entraras en ese avión y en mi vida. Ocurra lo que ocurra,
estoy encantado de haberte conocido, y si en algún momento me necesitas,
no dudes que puedes llamarme y te echaré una mano encantado, o las dos,
si me dejas. —Me guiñó un ojo pícaro.
—Voy a pensarlo, no puedo decirte otra cosa.
—Está bien, respetaré tu decisión sea la que sea, aunque si me dices que
no, no puedo prometerte que lo siga intentando hasta conseguir ponerte tan
cachonda que seas incapaz de rechazarme.
—Eso es juego sucio —protesté.
—Si eso te parece sucio, no entres en mi mente, casi siempre estás
desnuda y suelo ponerme muy cerdo.
Le sonreí incapaz de contenerme.
—¿Podemos volver a la fiesta? No soy una gran bailarina, pero me
apetece bailar contigo.
—Seguro que nos las apañamos, y si te entra sed, pedimos agua de
grifo.
Los dos nos carcajeamos y volvimos al lugar en el que DJ George
seguía pinchando, con la propuesta de Álvaro martilleando mi pecho y mi
entrepierna.
Capítulo 52
Lau
—¡¿Que te hizo qué?! —exclamó Maca con los ojos muy abiertos sin
dejar de contemplar a Noe. Nuestra amiga apenas había dormido de nuevo,
pero el chute de vitamina R que le había dado Salchicha Peleona le otorgó
un brillo que parecía que fulgurara.
—Pues que le hizo un peeling de semen —dije sin tapujos—, seguro
que tiene el pandero como el culito de un bebé. Eso sí que es darle un buen
uso, y no el del pez globo que pretende hacernos comer el cocinero.
Maca puso cara de ahogo, Noe se reía sin ningún tipo de problema,
menos mal que por lo menos había pillado una de las tres.
Al final, Álvaro, Maca, Hori y yo regresamos juntos en la furgo del DJ.
Lo pasamos bien, aunque no tanto como la disfrutona de Noe, que se había
hinchado a desatascar la tubería con Super Mario. Por mi parte, tuve que
hacerle la cobra al muchacho que había salido a por todas y se marchó a su
cabaña con mis labios en su frente.
«Eres demasiado para mí».
«Eso dímelo cuando vayas por el quinto orgasmo de la noche».
Todavía me estaba riendo ante sus ocurrencias, en eso se parecía al
capullo de su padre, y en que los dos estaban muy buenos, pero en nada
más.
Lo mandé a dormir, y yo tuve que contentarme con uno de mis falos de
jade.
—Imagino que hoy estará de buen humor… —comenté sin apartar la
mirada de Noelia, quien estaba repantingada en el sofá aniquilador.
—No lo sé, me fui antes de que se despertara, a ver, que yo tampoco
quiero una relación, lo pasamos bien y listo. Él por su lado y yo por el mío.
—Un momento… —murmuré—. ¿Te largaste sin despedirte del señor
Grey? Muy mal, Anastasia, ya sabes que ese tipo de cosas tienen su castigo,
¿o es eso lo que buscas, chica mala?
—No tengo que darle explicaciones, fue sexo, sin más; después, él a su
cama y yo a la mía. ¿Para qué iba a quedarme?
—¿No se supone que cuando son rollos de una noche los tíos no quieren
que te quedes? —preguntó Maca.
—Depende del tío, me da a mí que Mr. Weber no es de esos, tiene pinta
de controlador absoluto y haber preferido atar a Noe con unas bridas antes
de que se diera a la fuga.
—Sí, claro, y que le llevara un zumo recién exprimido en cuanto se
despertara, ¡no te fastidia! —proclamó Noe—. Que a mí me cuesta mucho
conciliar el sueño en cama ajena y necesitaba dormir unas horas, y ya
puestos, ducharme sin ser empalada por detrás cuando me enjabonaba el
pelo.
Hice un ruidito de frustración.
—Con lo que a mí me gusta que me empalen mientras hundo mis dedos
en espuma. Ya ni me acuerdo de cuándo fue la última vez que me tiré a un
tío en la ducha. A ti, Maca, no te lo recomiendo, que con tu propensión a las
caídas, fijo que terminas en urgencias. —Regresé mi mirada a Noe—. ¿Y
folla bien? —pregunté sabiendo la respuesta. Nuestra querida amiga no se
habría pasado tantas horas con el de mantenimiento si no tuviera un buen
manejo de la llave de tubo. Su sonrisita ladeada dejó clara la respuesta—. O
sea, que todo lo que tiene de mala leche lo tiene de empotrador, hija que
suerrrte.
—Algo bueno debía tener… —suspiró—. ¿Y tú qué vas a hacer con
Alvarito? ¿Hubo tema anoche? —cuestionó, buscando una respuesta
esperanzadora por parte de Maca.
—Hablamos —comentó, pasándose los dedos por el pelo.
—¿Y? —insistió Noe.
—Que no sé, que él tiene muy claro que quiere que follemos, que nos
divirtamos y que cuando llegue el día, si te he visto no me acuerdo, a no ser
que lo necesite y entonces vendría corriendo, o eso dice, pero es que…
¡Estoy hecha un lío!
—A ver, chochete, ¿no era eso lo que querías? Que se marchara para tú
quedarte con el control de todo esto, ¿dónde ves el problema? Mientras
Álvaro esté, le das alegría a tu cuerpo, Macarena, y cuando no esté, adiós
muy buenas. ¡Que te quiten lo follao! Anoche se os veía muy bien en la
pista, no sé, quizá podrías probar.
—¿Y si me enamoro y lo paso fatal?
—Nadie te garantiza que no lo vayas a pasar mal con cualquier otro, un
compromiso no es garantía de que la cosa vaya bien, mira lo que pasó con
Culo Ganador —comentó Noe.
—Eso también me lo dijo Álvaro anoche.
—Porque es un tío listo, otro te diría que sí a todo para llevarte a la
cama y pasaría de tus comeduras de olla, él es sincero y es un punto a su
favor. ¿Por qué no eres algo más flexible y te dejas llevar un poco? —Maca
resopló—. Escúchame, que no intimes con él no significa que tus
sentimientos vayan a perder fuerza, si tu destino es enamorarte de Álvaro,
lo harás con o sin sexo, sufrirás lo mismo o incluso más, mientras que si te
lo tiras, te darás una alegría, y si no lo haces, tu cabeza te torturará
pensando en lo bien que lo habríais pasado si os hubierais acostado. Es
mejor un buen recuerdo que uno incierto.
—Estoy con Noe en eso. ¿Votos a favor de que se lo folle? —Noe y yo
levantamos la mano—. ¿Votos en contra? —Maca no hizo nada—. Dos
votos a favor y una abstención, gana el sí, ¡a frungir, Mari Carmen!
Su móvil vibró, y ella lo miró sin responder.
—Es Álvaro, hoy nos toca hacer la parte del snorkel que no pudimos
hacer el otro día y la excursión a la cascada 'Āfareaitu después de comer.
—Dios, ¡una cascada! ¡Podéis hacer como esa parejita de El Lago Azul!
Esa peli siempre me ha puesto muy cachonda, y mira que a mí los rubios
como que no, pero ese estaba de toma pan y moja —admití.
—No creo que estemos solos como para emular nada, esos sitios suelen
estar petados de gente, además de que, con mi suerte, seguro que me
muerde el culo un tiburón o me pica una manta raya antes de que lleguemos
a la excursión.
—Chocho, no seas tan mal pensada, que atraes a la mala suerte con tus
predicciones y el universo es muy cabrón. Si lo prefieres, nos cambiamos,
no tengo ningunas ganas de aguantar a Aquaman. —Puse cara de fastidio.
—¿Te has peleado con Maui? —preguntó Maca.
Como apenas tuvimos tiempo a solas el día anterior, no se lo conté.
—Se besaron —apostilló Noe, metiendo el dedo en la llaguita.
—¡¿Os besasteis? ¿Cómo que os besasteis?!
—Fue un accidente, esa cosa intentó comerme, él vino al rescate como
buen superhéroe, y cuando me hacía el boca a boca, nos liamos, pero
entonces llegó Tocaweber, y él renegó de lo que su lengua le hacía a la mía.
Vamos, que poco más y me tira al suelo alegando que a mí no me tocaría ni
con un palo. ¿Te lo puedes creer? Pues eso, su hijo deseando y el padre
pasando… Ahora, que si él pasa, yo también, puede estar muy bueno, pero
a mí no me va suplicar limosna de un tío que se avergüenza de compartir
saliva conmigo.
—Hay muchos hombres en el horizonte —murmuró Noe—, y mañana
abrimos el hotel, así que quién sabe, igual encuentras un ricachón que te
retire y te folle bien.
—Lo primero se lo dejo a otra, pero lo segundo… Eso puede ser —le
sonreí.
—Nos vemos más tarde, Divinas, me encantaría seguir charlando, pero
no puedo, el deber me llama y los escualos ya huelen mi sangre; si no
sobrevivo, pensad en un epitafio bonito.
—Yo optaría por algo como: «¡Por fin polvo!». —Me carcajeé,
ganándome una peineta por parte de Maca.
—Portaos bien y trabajad.
—¿Es tu última voluntad? —pregunté muerta de la risa, no llegó a
responder porque se fue, igual que mi tocaya Laura en el mítico tema de la
Pausini.
Noe se recompuso en el sofá y me miró con fijeza, su expresión pasó a
ser una de preocupación.
—¿Seguimos sin noticias de José Luis? —preguntó, fijando su mirada
en la mía.
Para ser franca, anoche estaba tan agotada que, en cuanto pillé cama, caí
como un tronco, mi mente no estaba con el perro, ni mis pies tampoco.
—Eso parece, hoy te llegan sus galletas favoritas, ¿no? —Mi amiga
asintió preocupada.
—Me siento fatal, nunca le habíamos perdido y ahora…
—¡Se está dando la gran vida perro! Seguro que para él está siendo toda
una aventura, los animales se adaptan al medio y José Luis no será el perro
más guapo del universo, pero sí un superviviente, ¿o ya no te acuerdas que
tuvimos que cambiar mis galletas a los armarios de arriba porque si las
dejábamos abajo el muy cabrón abría el mueble, tiraba el tarro de cristal y
se las comía? ¿Qué te dijo el veterinario? Que o era un perro faquir capaz
de digerir el cristal, o el tío era capaz de no tragarse ni una mínima esquirla.
No puedes subestimarlo, los perros callejeros están hechos de otra pasta y,
según el de la perrera, cuando lo adoptaste, era carne de contenedor.
—Ya, pero eso no resta que esté preocupada. ¿Y si lo pillan? Nos
meteríamos en un buen lío y todavía no se lo hemos contado a Maca. No
me gusta que le ocultemos cosas.
—Era taerlo o dejarlo en Mérida abandonado, hicimos lo correcto.
Ahora no es momento de pensar en eso, siempre tendemos a ponernos en lo
peor y la mayoría de las veces no ocurre nada, hay que mantener la
esperanza. Yo le he puesto la foto de Joselu a uno de los falos protectores,
estoy convencida de que los dioses cuidarán de él hasta que lo
encontremos…
—Esperemos —suspiró Noe.
—Por cierto, vete preparando, acabo de ver a Mr. Tocaweber por la
ventana, con cara de malas pulgas y toda la intención de… —Pum, pum,
pum—. Te lo dije, Anastasia…
Noelia puso la mirada en blanco y se dirigió a la puerta.
Capítulo 53
Noe
Abrí la puerta con las cejas alzadas y mirada interrogante. Si mi jefe
esperaba encontrar otra cosa de mí, iba listo.
Sí, vale, habíamos follado, mucho y muy bien. Hacía tiempo que un tío
no me ponía tan cerda, pero ya. Él en su sitio y yo en el mío, a mí no me
pasaba como a Maca, sabía separar, por bueno que estuviera y que me
hiciera esas cosas con la lengua.
—¿Sí?
—¿Dónde cojones te habías metido? —gruñó.
—En mi cama, necesitaba dormir, perdona por no haberte despertado
con una mamada y un zumo, no soy de esas.
Él me lanzó una sonrisa irónica.
—No lo digo por eso, ¿has visto la hora que es? Hace media hora que
deberías estar comprobando el riego, yo llevo una hora y media despierto
programando lo que me dijiste, pero tú deberías haberlo supervisado como
mínimo.
Y yo pensando que venía a buscarme para echarme la bronca por
largarme de su cabaña sin avisar.
—No pensaba que tuviera que empezar antes.
—Ese es tu problema, que no piensas, lo de anoche no te da ninguna
ventaja, ¿comprendes? —Eso sí que me cabreó.
—Pero ¡¿tú qué te crees?! —siseé, entrecerrando la puerta para dejarnos
enfrentados—. No eres mi primera noche ni la última, lo que pasó no tiene
nada que ver con el trabajo, no soy de esas.
—Pues si no lo eres, ponte las pilas y mueve el culo para ver si se están
ahogando o no las palmeras —dijo cabreado.
—Todavía no había conocido a un tío que el sexo le hiciera más mal que
bien, siempre tiene que haber una primera vez.
—Quizá sea porque lo que hicimos estaba muy por debajo de mis
expectativas.
Vale, eso había dolido, sobre todo, porque hacía unas horas no daba la
impresión de estar pasándolo mal entre jadeo y gruñido.
—¿Y eso fue antes o después de que me tragara tu corrida número tres?
—¡¿Quieres hablar más bajo?!
—Tranquilo, Tocaweber, tampoco es que pensara repetir contigo —le
ofrecí una sonrisa forzada—. Ahora mismo voy a ir a revisar las plantas,
pero a ti no hay quien te revise, podrías ir pidiendo hora en una granja para
que te ordeñen la mala leche. Buenos días.
Cerré y lo hice cabreada, porque si bien era cierto que no había ningún
sentimiento que nos uniera, más allá de lo que hicimos juntos, yo pensaba
que le había gustado tanto como a mí, y no, al parecer, no había alcanzado
sus expectativas. «Pues muy bien, ¡que le den!».
—¿Todo bien? —preguntó Lau inmóvil en mitad del salón.
—¡De puta madre!
*****
Ebert
No había planeado que el encuentro fuera así.
Vale, reconozco que me molestó que Noe se marchara sin despedirse, a
hurtadillas, como si fuera una ladrona en lugar de una compañera de juegos
increíble.
La química había sido brutal, y cuando me hundí en ella, en acometidas
profundas y salvajes mientras sus uñas se clavaban sin piedad en mi
espalda, fue indescriptible. Igual que cuando se metió en la ducha y la tomé
sin avisar, o cuando una vez en la cama, desnudos y satisfechos, me premió
con una de las mamadas más magistrales que me habían hecho nunca.
Caí en un profundo sueño del que solo me despertó la vibración de la
alarma del móvil.
La había puesto la noche anterior para despertarme y poder hacer la
programación del riego, quería darle unos buenos días a la altura de sus
buenas noches, para que empezáramos con buen pie y quizá limar
asperezas.
En mi cabeza le comería el coño hasta que se deshiciera en mi boca y
después la follaría hasta derretirme yo en su interior. La llevaría al
restaurante, para eso tenía la maestra, quizá le prepararía un bol de frutas y
semillas de esas que le gustaban y pondría un par de cafés a hacerse.
Hablaríamos sobre la planificación que me había pasado y juntos
programaríamos el riego según sus cálculos.
Pero nada de eso sucedió porque, al alargar el brazo, me di cuenta de
que no estaba, y por cómo se veía la almohada, dudaba que se hubiera
quedado después de que yo emitiera mi primer ronquido.
Me di una ducha rápida, me vestí y, con el estómago vacío, me
encaminé al cuarto de mantenimiento.
Me dije que tenía que relajarme un poco con Noe, le dejé muy claro que
solo era sexo, y quizá ella había dado a entender que su función había
concluido cuando me quedé frito.
Al terminar mis quehaceres, fui en su busca, quería ser amable, invitarla
a desayunar, que habláramos, pero había sido un absoluto desastre desde
que llamé a su puerta.
En cuanto abrió y la vi bajo el marco, con un pantalón corto, una
camiseta de tirantes, los pezones marcándose y sin sujetador, mi entrepierna
reaccionó de inmediato, y el recuerdo de sus tetas en mi boca me hizo
salivar.
Noe me dedicó una mirada fría, calculada, incluso podría tildarla de
molesta, mientras en lo único que mis neuronas pensaban era en empujarla
al interior de la cabaña y castigarla con mi boca.
Quizá mi tono fue un pelín áspero al preguntar dónde se había metido,
pero ella no se quedó corta con lo del zumo y la mamada.
Me cabreé, mucho, muchísimo, no sé si con ella o conmigo, puede que
con mi escaso poder de comunicación cuando se trataba de Noe. La ataqué
porque me sentí acorralado por mí mismo, y cuando le dije lo de las
expectativas y vi su cara…
¡Joder! ¡Había sido un bocazas y un capullo! Lo peor de todo era que no
lo había dicho con esa intención, cuando pronuncié la frase en mi cabeza
antes de soltarla, no sonaba así, quizá porque después quería añadir que
estaba convencido de que la siguiente vez sería mucho mejor. Pero no lo
dije, me callé, y ella interpretó que la noche fue un desastre para mí,
entonces fue Noe quien movió ficha y… Me mandó a una puta granja. ¿Y
sabes lo peor de todo? Que lo merecía y que la respuesta me había hecho
gracia.
Estaba para que me encerraran en un psiquiátrico, Noe terminaba con
mi paz mental y la testicular, que seguía apretándose contra la pretina de mi
mono de trabajo.
Si fuera un tío listo, dejaría las cosas así. Como había dicho esa rubia
con cara de ángel y boca infernal, «tú por tu lado y yo por el mío», ese era
el mejor plan, el problema estaba en que mi cuerpo no parecía estar de
acuerdo y no había dado un solo paso para alejarse, al contrario, la estaba
esperando.
Cuando volvió a aparecer en mi campo de visión, apreté los puños para
no cargarla sobre mi hombro, meterla en mi habitación y retorcer ese par de
pezones hasta que suplicara más.
—¿Sigues aquí, o es que los dioses te han convertido en enanito de
jardín?
—No puedo arriesgarme a dejarte sola, dicen que las plantas captan las
emociones, y las tuyas están como para matarlas.
—Le dijo la sartén al cazo.
—Además, ahorraremos tiempo, si hay algo mal en la programación
podré ir anotándolo en la PDA para así poder reprogramar los puntos
exactos. Vamos con mi vehículo —cabeceé hacia el coche que estaba
aparcado unos metros más allá—, así terminaremos antes.
—Genial, me muero por perderte de vista.
«Y lo harás en cuanto te tenga bocabajo sobre mis rodillas».
Noe pasó por delante de mí y mi palma ardió en cuanto hice contacto
visual con su culo. Decididamente, ni ella por su lado, ni yo por el mío, me
ponía demasiado caliente. Su petición tendría que esperar.
Capítulo 54
Maui
—Anoche casi la besé. Pero me hizo la cobra, ¿te lo puedes creer? —
comentó mi hijo sonriente.
—¿Quién?
—Mi milf, está tan buena, es de las que a ti te gustan, papá; morena, con
buenas tetas, curvas y…
—Podría ser tu madre.
—Ojalá, si fuera así, ya se las habría comido —bromeó. Cogí una de
sus camisetas y la tiré contra su cara.
—Eres un guarro.
—Tengo a quién parecerme. Aunque, ¿sabes?, me pone que se haga la
dura, así es más divertida la caza, sin ella, esto era muy aburrido.
—Si te aburres, da clases de ukelele.
—Prefiero tocarte las narices con una madurita buenorra, me sale más
barato y es mucho más satisfactorio. —Le sonreí a mi hijo, con sus
respuestas podía sentirme más reflejado de lo que debería—. ¿Y sabes lo
mejor?
—Que hoy has vuelto a quedar con ella.
—No, aunque más tarde le mandaré un mensaje guarrete, a ver si me
sigue la corriente.
—Entonces, ¿qué?
—¡Pues que vive enfrente! Puedo tocar a su puerta alegando que se me
ha terminado la sal, o que no sé ponerme el condón.
Me costó procesar la información, pero cuando lo hice y mis neuronas
lograron hacer conexión, me encendí como el Hunga Tonga.
—Espera, espera, espera, ¿tú no me dijiste que se llamaba Rita?
—Sí, bueno, eso creía, ayer me enteré de que no, que se llama Laura,
fue una broma suya porque pensaba que yo era un pesado y me dio un
nombre falso. No pasa nada, para mí es Rita la Canta-Hori, ¿a qué mola?
—¿Qué mola? ¡Ya puedes ir quitándote a esa mujer de la cabeza! ¡No
tienes ni idea de quién es! —espeté. Hori arrugó el ceño.
—¡Claro que lo sé!
—No, no lo sabes, es mi jodida subordinada, y si no dejas de verla, ¡la
voy a denunciar!
—¿A denunciar? ¿Por qué? ¡Soy mayor de edad!
—¡Me da igual! ¡Eres mi hijo y te saca muchísimos años! Además, ya
conoces las normas, ¡nada de liarse con trabajadoras!
—¡Esa estúpida norma la pusiste tú! No va conmigo y no la pienso
cumplir, te garantizo que si me deja, voy a ir más allá, mucho más allá.
—Hori Taputu —mastiqué.
—¡Ni Taputu, ni Tuputa!
—¡Un respeto! —bramé. Nunca había discutido con mi hijo de un modo
tan hostil.
—Vale, lo siento, pero respétame también a mí, es mi vida, mi decisión
y esa mujer me gusta. Si te jode, te aguantas, no voy a renunciar igual que
tú tampoco renuncias a tirarte a un montón de mujeres que ni nos van ni nos
vienen.
»Laura vino a ver cómo pinchaba, fuimos a cenar al restaurante de los
abuelos y lo pasé genial. Es guapa, divertida y está muy buena, me da lo
mismo lo que digas sobre su edad, ¿o tú le preguntas la edad a las mujeres
con las que te acuestas? Más de una seguro que tenía la mía o alguno más y
no he visto que les hicieras ascos.
—Es distinto.
—No lo es, y paso de seguir aguantando tu brasa. Me largo, que mi
turno empieza en breve y debo tener listo el bar de la piscina para la
apertura de mañana.
—No hemos terminado de hablar —gruñí.
—¿Tú no? Pues yo sí, si quieres, puedes ir hablándole a mi foto, porque
no pienso cambiar de parecer.
Mi hijo metió la primera y se marchó sin importarle que siguiera
gesticulando y moviendo los labios.
Estaba que me subía por las paredes. ¡¿Cómo se atrevía Laura a tontear
con Hori habiéndome besado?! ¿Sería de esas mujeres que les iba lo de
fornicar con todos los miembros de una misma familia? Pues iba lista. Que
una cosa era que me besara a mí, que tenía los huevos pelados de andar con
mujeres, y otra muy distinta que enamorara a mi hijo. Pero ¡¿qué se había
creído esa amante de los falos?! ¿Que éramos sus coleccionables?
Me puse una camiseta y salí de la cabaña hecho un basilisco, llamé a su
puerta, y cuando abrió, casi me olvidé de lo que fui a decirle.
—¿Qué narices llevas puesto?
Era una especie de camisola que terminaba a mitad del muslo, con el
cuerpo de una mujer desnuda impreso en ella. Si no te fijabas bien, podías
llegar a creer que se trataba del suyo, estaba muy logrado, incluso me costó
mirarla a la cara, ¡joder!
—Mi camisón. ¿Y tú? Ah, no, esa es tu cara de idiota, perdona.
Fue a cerrar, pero puse el pie.
—¡¿Qué haces?!
—¿Yo? ¿Qué haces tú?
—¡¿Yo?!
—Esto es una conversación de besugos. —Resoplé.
—Besuga tú, que estás intentando tirarte a mi hijo.
—¡¿Yo?! —esa vez fue ella la que preguntó.
—Sí, tú, lo sé todo.
—¡Esto es increíble! Es él el que… —Entonces se calló—. ¿Sabes? No
tengo por qué darte ninguna explicación.
—Claro que tienes, es mi hijo y hace nada era menor.
—Pero ¡ya no lo es!
—¡Igualmente es un crío! Tú eres la madura de los dos, es lógico que
pierda la cabeza por una mujer como tú —la señalé de arriba abajo—, pero
deberías tener el buen juicio de rechazarlo en lugar de alimentar sus
esperanzas.
—¿Y qué piensas que he estado haciendo desde que lo conocí? Me he
limitado a ser amable con él, lo que ocurre es que tu hijo es muy persistente.
—¿Por eso anoche fuiste a cenar con él? ¿Eso es ser amable, o
confundirlo?
—No íbamos solos, y aunque hubiera sido así, no hubiese pasado nada.
Asumo que hemos tonteado en plan divertido, pero nunca en serio, tu hijo
tiene mucha labia, ya sabes a lo que me refiero.
—¡Pues deja de verlo y de quedar con él!
—¿Por qué? ¿Porque tú lo digas?
—No, porque se piensa que está enamorado de ti y que eres la mujer de
su vida.
—Ya veo que sale a ti —comentó jocosa.
—Olvídate de Hori. —Laura se cruzó de brazos.
—Te repito que me cae muy bien, pero no tendría una relación con él, y
mucho menos seria. ¡Es tu hijo, por el amor de Dios! Imagínate tenerte de
suegro… —Se puso los dedos en la boca y emuló una arcada.
El gesto me tocó la moral.
—¿Ahora te doy asco? Pues bien que ayer me metías la lengua.
—¡Tendrás morro…! Fuiste tú el que negaste que nos besamos.
—Porque arrancaste tú, yo solo quise ser amable.
—¿Amable? Pues si Super Mario hubiera llegado quince minutos más
tarde, se hubiera encontrado tu ilustrísima amabilidad entre mis piernas.
—¡Fue un error y te recuerdo que yo solo buscaba salvarte la vida, no
que te hundieras en mi tráquea! Respondí por inercia.
—La inercia es lo que va a llevar mi puño a tu bocaza como no te calles.
Los dos resoplamos mirándonos alterados.
—Esto no puede ser, Laura, trabajamos juntos, pon un poco de cordura,
lo único que te estoy pidiendo es que seas franca con Hori y que no
alimentes esa cabeza suya llena de pájaros a punto de aparearse.
—Muy bien, hablaré con él, pero no porque tú me lo pidas, sino porque
no tengo ganas de hacerle daño; lo creas o no, tu hijo me cae muchísimo
mejor que su padre en estos momentos. ¿Tienes algo más que añadir? ¿Ya te
has quedado tranquilo al saber que no tengo ninguna intención en formar
parte de tu familia? Pues si es así, lárgate, que me has pillado a puntito de
meterme en la ducha.
Desvié la mirada por ese falso cuerpo imaginándolo empapado. Pensar
en ello no era una buena idea.
—Gracias, de verdad, y perdona por las formas, cuando se trata de mi
hijo, a veces, las pierdo. —Me bajé del burro y ella asintió—. Tienes que
familiarizarte con la ruta que vamos a ofrecerles a los clientes, así que te
espero fuera en quince minutos y te llevo de excursión. ¿Te parece?
—Me parece.
Capítulo 55
Álvaro
Había llamado a Maca desde el bar, estaba desayunando con mis padres.
Ella se despertó con ganas de ir a ver a las chicas, supuse que para
explicarles lo que hablamos ayer. Noté que estaba confusa por mi
propuesta, la atracción existía, podía sentirla en cada uno de nuestros roces,
en las miradas que nos prodigábamos y en cada sonrisa.
Maca era un viaje en el tiempo, volver a sentir la anticipación, los
nervios, las ganas, y no era una mala sensación, sino de las que no se
olvidan. Estaba convencido de que esa mujer marcaría mi vida, lo que me
asustaba llenándome de incertidumbre, pero sin restarme un ápice de
voluntad a vivir esa aventura a su lado.
Esperaba que sus amigas no le dijeran que era una mala idea, sobre
todo, por mi salud testicular, no había deseado tanto a alguien desde el
instituto, aunque en esa época las hormonas pensaban más que mi cerebro.
—Álvaro, cariño, ¿hay algo que te preocupe? —mi madre arrojó la
pregunta mientras removía el contenido de su taza de té. Siempre me
gustaron sus manos, de dedos largos, manicura cuidada y tacto amoroso.
Ahora tenía algunas manchas fruto de la edad, pero seguía conservando
aquel tacto delicado que tantas veces había recorrido mi rostro.
La mano libre se desplazaba por el pelaje de Linda que, como casi
siempre, estaba hecha una rosca sobre sus rodillas, porque le encantaban sus
carantoñas.
Mi padre se la regaló para su aniversario de bodas hacía cinco años.
—No —suspiré—, solo son los nervios por la inauguración.
—Tranquilo, hijo, que Maca es muy eficiente y rigurosa, no podrías
haber escogido una mujer mejor, ni en tu vida, ni para el negocio, aunque
esa decisión la tomara yo —se rio mi padre, palmeándome el hombro.
Se habían sentado flanqueándome, uno a cada lado. Si Marcos hubiera
seguido con vida, estaría a mi derecha, entre mi padre y yo. Todavía podía
imaginarlo ahí, aunque su rostro a veces se desdibujaba, no lo hacía la
sensación de ser pellizcado por debajo de la mesa. Todavía podía escucharlo
diciéndome: «Mis pellizcos de monja son los más dolorosos, nunca
superarás al maestro», y no lo hice, siempre tuvo más maña y fuerza para
realizarlos.
Retomé el hilo de la conversación y miré los ojos de mi padre, tenía las
comisuras más arrugadas, sin embargo, el brillo de su tenacidad seguía ahí,
siempre fue un hombre de gran corazón, instinto y fuertes convicciones.
—Sí, ella es increíble, tendrías que haberle dado el puesto de directora
en lugar de a mí, se lo merece más que yo, que lo único que hago es mirar y
aprender.
—Hijo, con los años te darás cuenta de que ese es el sino de todos los
hombres, mirar y aprender de sus mujeres —desvió la mirada hacia mi
madre, que lo premió con una sonrisa benevolente—. El puesto es lo de
menos, el sueldo es el mismo que tendría como directora, creo que dejé
claro en mi discurso frente a todo el personal que confío en Maca
ciegamente, y ella es consciente de que el peso del complejo recae sobre sus
hombros.
—Sí —insistí—, pero ella pensaba que venía a dirigir el hotel, y no
estuvo bien mentirle.
—¿Y tú por qué no le dijiste que el puesto era para ti? ¿Pensabas que se
iba a enfadar? —quiso saber.
No podía explicarle que ni siquiera la conocía antes de montarme en el
avión y que en la última escala me cagué, bueno, en realidad, algo de
verdad había en esa respuesta, si no se lo dije en cuanto Maca me contó a
dónde se dirigía, fue justo por eso. Iba a responder cuando su voz se alzó a
mis espaldas.
—Sí, seguro que lo pensó —atajó ella, sorprendiéndonos a los tres—.
Perdonad que os interrumpa, estas chanclas no hacen nada de ruido y no he
podido evitar escucharos mientras me acercaba —se disculpó.
Me giré para mirarla. Ya la había visto cuando despertamos, pero seguía
maravillándome lo bonita que era, con su cola alta despejando las facciones,
una nube de pecas salpicando el puente de aquella nariz recta y los labios
con la suficiente carne como para envolver los míos y hacerme jadear con el
piercing de su lengua.
—No pasa nada, Macarena —susurró mi madre condescendiente. Ella
ni se molestó en corregirla, seguro que ya la había dejado por imposible.
No se sentó, se quedó de pie, y yo pude recorrer su cuerpo con avidez.
Llevaba el bikini bajo un top de ganchillo calado, unos pantalones cortos
multibolsillos, las chanclas y una pequeña mochila a la espalda donde
estaban las zapatillas para la excursión, una toalla y crema para el sol.
—Álvaro sabía lo ilusionada que estaba con el puesto —prosiguió—, y
supongo que no sabía cómo decírmelo para que no me molestase, sobre
todo, teniendo en cuenta que él nunca quiso un puesto como el que ahora
ostenta y que a mí, a veces, me puede el pronto cuando me ocultan cosas.
—Hija, de verdad que no pensé que esto podría suponer una decepción
para ti —suspiró mi padre, frotándose el cuello—. Es solo que nos hacía
tanta ilusión que por fin Álvaro regresara a nosotros de algún modo que, en
fin, no lo pensé, perdóname.
—No pasa nada, Joan, lo comprendo, si yo hubiera podido ofrecerles un
puesto de trabajo a mis padres, en el lugar de sus sueños —dijo, desviando
unos segundos la mirada hacia mí—, para que quisieran quedarse a mi lado
en lugar de ir dando tumbos por el mundo, también lo habría hecho.
—Oh —suspiró mi madre—. ¿Tus padres son trotamundos?
—Algo así, periodistas, desde hace años se dedican a hacer programas
para una televisión autonómica tipo Callejeros Viajeros, así que no los veo
mucho, por lo que comprendo vuestra necesidad de tener a Álvaro aquí más
de lo que pensáis.
Mi madre se puso en pie haciendo bajar a Linda al suelo y la abrazó con
todo el cariño que fue capaz de reunir.
—Ahora nos tienes a nosotros, cariño, puede que no seamos tus padres,
pero esperamos ocupar un lugar en tu vida y en tu corazón, porque eres la
persona que en parte nos ha devuelto a nuestro hijo.
Y con eso, Maca tembló, me miró vidriosa, y a mí se me estrujó el
corazón rompiéndome un poco por dentro. Se había ganado lo poco que le
quedaba por ganarse de mis progenitores, y yo no sabía qué ocurriría
cuando tuviera que poner tierra de por medio. Los destrozaría a todos.
Linda se puso tiesa de golpe, lanzó un aullido y salió a la carrera
acabando con mi pensamiento, pero no con la congoja que sentía.
—¡Linda! —exclamó mi madre incapaz de detenerla—. ¡Joan! —Mi
padre dio uno de sus silbidos, pero la perra lo ignoró completamente—.
¡Álvaro! —exclamó entonces, como si yo pudiera correr más que la perra
—. Ay, mi Linda, ¡que se marcha! ¡Nunca había hecho eso!
—Tranquila, querida, es una perra, habrá visto un pájaro o lo que sea, la
hemos paseado por todo el complejo, sabe volver.
—Yo no voy a quedarme tranquila, Joan, ¿y si se pierde? —preguntó mi
madre soltando a Maca alterada.
—Nosotros tenemos que irnos a la excursión, podéis llamar a Ebert y
que la busque con el vehículo —propuse.
—Sí, Joan, por favor, si le pasara algo a Linda… —se le quebró la voz.
Maca le palmeó la mano.
—Tranquila, Agnetha, seguro que Ebert la encuentra.
*****
Linda (leer con acento francés Oh, là, là!)
*****
Ebert
Y la presión se siente,
Maui vas a… correrte.
Ahora voy a por todo,
a ti te acompaña la suerte.
Chumino, atento a la lengua,
porque esto es táctica.
Victoriano
«Siuuuuuu».
Entré en la habitación con el grito de Cristiano en la boca.
Los tenía a todos comiendo de la palma de mi mano, en una hora y
media Maca sería mi mujer y mis problemas económicos se solucionarían.
Conecté el móvil a los altavoces bluetooth mientras me desnudaba
arrojando la ropa de un lado a otro sin miramientos al ritmo de Old Time
Rock And Roll. Me sentía igual que Tom Cruise en Risky Business,
insuperable.
Fui al baño, accioné la ducha y dejé que el vapor de agua lo empañara
todo.
Me metí bajo el chorro y me enjaboné bien. Tenía que lucir pelazo en
las fotos, así que fui generoso con el acondicionador. Me lo puse en el pelo
y lo dejé actuar. Tenía tiempo de sobra. Corté el agua, me sequé y fui en
busca de mis cremas. Una buena capa de hidratación era justo lo que
necesitaba para que mi piel luciera como la del culito de un bebé.
Aproveché para sacarme algunas fotos y mandárselas a mamuchi, bajo
ellas podía leerse, «Tu hijo preparándose para solucionarnos la vida».
Cogí la pasta de dientes, la coloqué en el cepillo después de leer la
respuesta de mi madre, compuesta por varios emoticonos de ánimo.
*****
Maca
No daba crédito a lo que estaba ocurriendo.
Alguien disfrazado de mojón estaba aporreando el timbre de la
recepción mientras Paty le suplicaba que se calmara.
Noe y Laura entraron a la carrera vestidas como si fueran a aparecer en
un videoclip de Vicco, lanzando destellos rojos a todo aquel que osara
mirarlas.
Maui se abalanzó sobre el zurullo humano para retenerlo y que dejara
de liarla parda.
Cuando este se dio la vuelta, por poco me caí de culo. Era Victoriano,
con la piel naranja, sudando como un pollo, con los ojos inyectados en
sangre y emitiendo una especie de soniquete agudo e ininteligible que poco
tenía que ver con su voz.
—¡¿Victo?! —inquirí sin dar crédito a la imagen esperpéntica que me
taladraba las córneas.
Mis amigas me miraron con cara de susto. A ver, no iba vestida de
novia, pero mi ex estaba mucho peor.
Victoriano intentó desembarazarse de Maui sin que este se lo permitiera.
—¿Llamo a la poli? —preguntó Hori.
—No —jadeé—. Maui, suéltalo, por favor —le pedí amablemente,
acercándome a ellos sin entender lo que pasaba.
El rostro de Victo estaba envuelto en furia e impotencia.
—¡Me han saboteado! —logró vocalizar haciendo gallos.
—¡¿Qué?!
—¡Que me han saboteado! ¿No me ves? ¡No querían que nos
casáramos!
Bajó la parte de arriba del mojón que envolvía su cabeza y ahogué un
grito al ver el estropicio de su cabeza. Donde antes había pelo, solo
quedaban unos mechones sueltos.
—¿Quién te ha hecho esto? —pregunté incapaz de asumir lo que veía.
Aunque su color de la piel me recordaba a…
Victoriano apretó los labios y se fijó en Lau y Noe, que eran las que
estaban más cerca.
«Ay Dios, que ya sabía a lo que me recordaba y mis amigas desprendían
un tufo a culpabilidad que ni los de José Luis con las galletas orgánicas».
Victo pasó a observar a mis jefes, que me flanqueaban por detrás y no
tenían ni idea de lo cabronas que podían llegara a ser mis amigas.
—¡Ellos! ¡Ellas! —apuntó a todo el mundo—. ¡No lo sé!
Tenía que serenarlo y sacarlo de la recepción antes de que se liara más.
Miré de reojo a mis amigas sin que se me notara mucho, lanzándoles un
mensaje en clave que ellas entenderían a la perfección. Solo me hacía falta
ver cómo Noe se mordía nerviosa el interior del carrillo.
—Victo, tenemos que hablar, entra en mi despacho, por favor, será
mejor que lo hagamos en privado —murmuré sin querer espantar a los
clientes que pudieran pasar por la recepción.
—¡No! ¡Nos tenemos que casar! No podemos llegar tarde, es ahora o
nunca, Sweetie.
—No podemos casarnos.
—¡Claro que sí! —dijo fuera de sus casillas—. Da igual mi aspecto.
Soy como el príncipe de La bella y la bestia, mi belleza está en el interior.
—Se dio la vuelta y miró a Maui—. ¡Tú! ¡Gastón! ¡Dame tu ropa! —le dijo
a mi jefe de Animación. Él alzó las cejas y dio un paso atrás sin intención
alguna de prestarle nada. Victoriano volvió a contemplarme con una súplica
en su mirada—. Olvida la ropa, Maca. El pelo ya me crecerá y me daré
baños de lejía hasta recuperar mi color. —Se ofreció con la voz yendo y
viniendo. Parecía un muñeco al que se le acababan las pilas.
—No es por tu aspecto —me disculpé—, es que no puedo hacerlo. No
te quiero, Victo, lo nuestro se terminó incluso antes de que me subiera al
avión para venir a Moorea.
Él se puso a hiperventilar, me agarró de la mano con la vena del cuello a
punto de estallar y tiró de mí.
—Estás enajenada por mi aspecto. Tú me quieres y vas a convertirte en
mi mujer.
—¡No! No te quiero, tampoco te quería cuando te dije que me
acompañaras a Moorea, de hecho, te iba a dejar y no lo hice porque te
necesitaba para que me dieran el trabajo. —Eso sí que pareció
desestabilizarlo.
—¡¿Tú a mí?! ¡Ja! Pero ¿te has visto? ¡Estabas loca por mí!
—Puede que al principio me cegaras, pero mis sentimientos se fueron
apagando. No teníamos nada en común. Lo siento, te utilicé, no debí
hacerlo, estuvo mal y lo lamento. Pero no podemos casarnos por mucho que
tu madre haya muerto y tú se lo prometieras
—Su madre no ha muerto —murmuró Ebert, entrando en la recepción
con el ceño fruncido y acompañado por un par de agentes de la ley—.
Victoriano Jaramillo, también conocido como el Timbas, tiene una orden
internacional de busca y captura emitida por España. Medio mundo está
movilizado después de que todo haya estallado y timara al hijo del ministro
de Exteriores. Ha estafado a muchísimos hombres y mujeres que, por
casualidades de la vida, eran clientes de Sun Travel Mérida, como demostró
la investigación abierta que buscaba un vínculo entre las víctimas.
»Por una vez, Google ha acertado con las noticias que mostrarme, estos
señores se ocuparán de hospedarlo y pagarle el billete de vuelta para su
nueva casa, en la que gozará de pensión completa y vistas al patio
carcelario, señor Jaramillo. Su madre, lejos de estar bajo tierra, le espera en
dependencias policiales acusada de ser su cómplice durante años.
—¡Menudo hijo de Pitita! —proclamó Laura sin aguantarse.
—¡Se equivocan! ¡Me confunden con otro! —espetó Victoriano, que
nos había dejado a todos con la boca abierta.
Bueno, a todos menos a Ebert, quien lo contemplaba con un mosqueo
de tres pares de cojones. Un sudor frío me recorrió la espalda al comprender
toda la información que el jefe de Mantenimiento acababa de facilitarnos.
Volvía a sentirme colapsada, tenía náuseas y el esófago anudado.
Los policías avanzaron hacia él. Culo Ganador intentó echar a correr sin
demasiado éxito, en parte por el disfraz, en parte porque Hori le hizo la
zancadilla y terminó besando el suelo en lugar de a la novia.
Los agentes aprovecharon para reducirlo y llevárselo.
—Menudo trozo de mierda del que te has librado, hija de mis entretelas
—susurró mi abuela.
No la había visto llegar con todo el follón. Estaba allí, junto con el
abuelo y mis padres, los cuales iban guapísimos para ver casarse a su única
y desgraciada hija. Entraron por el otro acceso que quedaba en un lateral de
la recepción, a mis espaldas. Por sus caras, habían llegado a tiempo para
enterarse de todo.
El corazón se me iba a salir del pecho. No sabía qué decir o qué hacer…
—Dios mío, ¿un estafador? ¡Por mi culpa timó a los clientes del hotel!
—conseguí farfullar.
Era la gota que colmaba el vaso. Estaba hecha un flan. Todo me
temblaba y me daba vueltas.
La señora Alemany me cogió del brazo.
—Tranquila, Macarena.
—Mari Carmen —la corrigió su marido.
—Eso. ¡Que alguien le pida una tila, por favor! Ay, no, ¡que le está
dando una bajada de tensión! —Me sentía a punto de desfallecer, de hecho,
todo se estaba apagando igual que en una función del teatro—. ¡Que se
desmaya! —Fue lo último que escuché.
Capítulo 82
Maca
—¿Puede saberse dónde está Álvaro? A ver si al final tenemos que
llamar a Paco Lobatón, como diría mi madre.
El murmullo de Noe llegó a mis oídos como si fuera un sueño.
Despegué un poco los párpados y me di cuenta de que alguien me había
traído a la villa y que estaba tumbada en la cama, mientras mis familiares y
mis amigas cuchicheaban entre ellos.
Tenía bastante mal cuerpo, y es que el exceso emocional siempre me
había pasado factura en la tripa; como mi yaya decía, todos los disgustos se
me acumulaban en el estómago, aunque lo de ese día había ido un poco más
allá.
—Cariño —musitó mi madre. Estaba sentada a mi lado, y al ver que
abría los ojos, me acarició el pelo con expresión apenada.
Seamos francos, bastante pena sí que daba, hasta yo tenía ganas de
compadecerme de mí misma. ¿Cómo se había podido liar todo tanto en tan
poco tiempo? Aunque analizándolo fríamente, poco no fue, que el cabrón
de Victoriano llevaba tiempo jugándomela y aprovechándose de mi trabajo
sin que supiera nada.
—Mari Carmen, ¿cómo estás? ¿Quieres un poquito de agua? —me
ofreció mi yaya. Negué.
—No, no tengo sed, gracias.
—Has tenido una bajada de tensión, chochete. Te hemos puesto el
tensiómetro de tu abuela y estás un poquito baja, aunque no era para menos
después de la que ha formado el mierdolo de tu ex. ¡Menuda jeta! —bufó
Laura—. Para las bajadas va bien tomar café, sin embargo, no creo que la
cafeína sea lo mejor.
—También va bien la sal —apostilló Noe.
—Pues entonces voy al bar y nos pillo unos tequilas para acompañar…
—sugirió Laura.
—No hace falta, estoy mejor —anuncié, bebiendo un poco del agua que
me tendió mi yaya. Fijé la vista en mis amigas e hice la pregunta del millón
—. Fuisteis vosotras, ¿verdad? Me refiero al estado en el que llegó
Victoriano.
Sabía de sobra la respuesta, estaba ahí, en el fondo de sus miradas, aun
así, quería oírlas.
—Lo único que pretendíamos era retrasarlo, pensábamos que así
aplazarías el enlace y te daríamos tiempo, aunque viendo la clase de tipejo
que era Victoriano, poco le hemos hecho —gruñó Noe.
—Estoy de acuerdo, si lo llego a saber, además del paralizante de
cuerdas vocales que le metimos en la leche, le hubiera pedido a Poehere un
buen laxante para que se fuera jiñando e hiciera todavía más honor al
disfraz.
—Sé que teníais buena intención, tampoco me hubiera casado si hubiese
llegado bien, aunque reconozco que si hubiera sabido el tipo de rata de
alcantarilla que es, me hubiese encantado colaborar. No sé cómo he podido
estar tan ciega.
—Ese tipo de gentuza sabe ocultarse muy bien —musitó mi madre,
palmeando mi mano—. No te fustigues, no merece la pena.
Negué, claro que me fustigaba, yo había metido a ese cabronazo en la
vida de mis jefes, y se sabe que la reputación es algo que valora mucho la
gente de dinero.
Dudaba que, después de mi última estocada directa al corazón, los
Alemany quisieran mantener su oferta de que me lo pensara mejor.
Podía imaginar los titulares: «Clientes de una prestigiosa cadena
hotelera timados por el novio de su única directora mujer». ¿Era o no era
para cortarse las venas? Si ya lo teníamos difíciles en puestos de dirección,
llegaba yo y nos hundía un poquito más.
—He presentado mi carta de renuncia, voy a dejar el resort y volver a
Mérida.
—¡¿Que has hecho qué?! —preguntaron mis amigas al unísono—.
¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? —Fueron disparando alternándose entre las
dos.
—Porque la he liado mucho, muchísimo. Debí ser franca desde el
principio con ellos. No tuve que fingir mi compromiso con su hijo. Todo ha
estado mal, y ahora esto. No puedo quedarme aquí, no sería consecuente
con lo que soy.
—No entiendo nada, ¿qué compromiso? —preguntó mi abuela.
Había llegado el momento de destapar la caja de los truenos y
confesarle a mi familia que no era la chica perfecta que todos creían.
Les expliqué punto por punto cómo había llegado hasta allí y lo que
hice para garantizar mi puesto. Verbalizarlo en voz alta me hacía sentir
todavía peor porque no quería decepcionarlos a ellos también, aunque ahora
solo podía apechugar.
Cuando terminé de ponerlos al día, mi yaya me miró con su expresión
de amante de las telenovelas.
—¿Y todo eso te ha pasado? ¡Menuda fantasía! —Solo mi yaya era
capaz de decir algo así en unas circunstancias tan adversas—. Virgi, ¡que la
niña se nos ha enamorado del hijo de los terratenientes, han tenido un
romance falso que se ha convertido en verdadero y el muchacho está
desaparecido! ¿Nadie ha pensado que si el Victoriano se enteró, podría
haberlo secuestrado y ahora está herido y maniatado en el fondo de un pozo
oculto en la selva? ¡Por eso no ha venido a impedir la boda! ¡El pobre
Álvaro no ha podido presentarse! Y a ti lo que te pasa no es una bajada de
tensión, jovencita, esto es de telenovela de manual, tanto darle a la
mandanga te ha preñado. Y si no encontramos al hijo de los terratenientes a
tiempo, ¡mi bisnieto será huérfano!
—Julia, haz el favor, ¡que esto no es uno de tus culebrones de las
cuatro! —espetó mi abuelo, intentando que mi yaya entrara en razón.
—Pero podría serlo, que muchos hablan de cosas que pasan, mira la que
tienen formada los Pantoja y los Rivera. Tenemos que dar parte a las
autoridades y que busquen a Álvaro.
—Ya os he dicho que Álvaro se fue a Tanzania porque nunca me ha
querido. —«Y yo tengo la regla ahora mismo, así que de embarazo nada de
nada».
—Eso no es cierto.
La voz masculina que alcanzó mis oídos me hizo levantar la cabeza y
me cortó el aliento.
Mira tú, parece que la invocación a Paco Lobatón, al fin y al cabo, ha
surtido efecto —masculló Noe mientras la habitación se sumía en un
absoluto silencio.
Álvaro estaba guapísimo con un traje oscuro y un… ¿cerdo vietnamita
entre los brazos?
Era un bebé, llevaba un lazo gigante en el cuello de mi color favorito y
una chapa dorada con el logo de Cinco Jotas. ¿De dónde lo habría sacado?
—Bonita forma de decirle a Maca que te has portado como un cerdo —
atacó Laura.
No tenía nada que ver con eso, ese no era el mensaje.
Cuando le pasé mi absurda lista a Álvaro para conocernos mejor, le dije
que quería casarme, tener cinco hijos y un cerdito vietnamita al cuál
llamaría Cinco Jotas, porque odiaba el jamón.
De toda esa afirmación, solo era cierto que quería casarme, lo demás era
para quitarle las ganas y, sin embargo, ahí estaba con el animalito en su
pecho y mirándome.
Mi corazón latía con muchísima fuerza y muy rápido. ¡No era justo que
Álvaro estuviera tan guapo mientras yo era un absoluto desastre!
—¿Es tu regalo de despedida? —pregunté seria.
—Más bien es una declaración de intenciones. Llevo todo el día
solucionando cosas porque no pienso marcharme de Moorea, no cuando sé
que ningún lugar será suficiente si no estás conmigo.
Mi abuela suspiró con fuerza y casi pude escuchar los vítores que
lanzaba su alma romántica.
—¿Qué os parece si les dejamos a solas? —sugirió mi madre.
—¿Por qué? Ahora que viene lo mejor, que es la declaración de amor…
Yo soy Julia, la abuela de Mari Carmen, aunque siempre me llama yaya. —
Ni corta ni perezosa, se acercó a Álvaro—. Las historias de amor entre el
hijo de los terratenientes y la pobre campesina siempre han sido mi
debilidad —le guiñó un ojo pizpireta.
—¡Yo no soy una campesina! —protesté.
—¡¿Cómo que no?! Te has criado en el campo y tu abuelo tiene algunas
tierras.
—Sí, pero ¡mi padre es cámara y mi madre periodista!
—Eso da lo mismo, tú eres más de campo que los cogollos de Tudela —
zanjó mi abuela, terminando la discusión para volver a mirar a Álvaro con
ojos de adoración—. Te doy permiso para cortejar a mi nieta, un cerdo
siempre es un buen regalo, sobre todo, si te gusta el Cinco Jotas como a
nosotras. ¿Verdad que sí, Maca? A mi nieta le pirra, es igual que mi
Herminio, mi marido le inculcó la pasión por los ibéricos, si uno tiene que
comer colesterol, que sea del bueno.
Mis mejillas se pusieron rojas y Álvaro me contempló divertido con las
cejas alzadas. Porque acababa de pillarme en otra de mis mentiras.
—Es bueno saberlo —masculló.
—Anda, tunanta, vámonos fuera, que los muchachos tienen que hablar.
—Mi abuelo besó una de sus mejillas y miró con fijeza a Álvaro—. Ya
puedes hacer las cosas bien con mi nieta o me traeré la escopeta del pueblo,
y en cuanto te dé caza, te echaré de comer a Cinco Jotas hasta que no quede
de ti ni los dientes.
—¡Abuelo! —espeté. Pero él ni caso.
—Descuide, señor Herminio, no tengo intención de hacerle daño.
—Más te vale, o ya sabes lo que te espera, que yo no amenazo en balde,
soy de la vieja escuela —comentó, palmeando la cabeza al cerdito. Le puso
la mano en la cintura a mi abuela y salieron.
Estaba un pelín avergonzada por la vehemencia de mi yayo. Ni siquiera
tenía escopeta y sería incapaz de hacerle daño a una mosca, pero me quería
tanto que había creído necesario defenderme sin dudarlo.
Mi padre fue harina de otro costal, porque se acercó a Álvaro
preguntándole si era Álvaro Alemany, y cuando este se lo confirmó, por
poco le pidió un autógrafo.
—¡Te lo dije, nena, lo reconocí en cuanto cruzó la puerta! —exclamó,
mirando a mi madre con absoluta felicidad—. Soy muy seguidor de tu
trabajo, el último reportaje que hiciste en Zimbabue sobre la Sabana
arbolada de teca del Zambeze fue la leche. Te han nominado a los premios
Wildlife Photography of the Year de este año, ¿verdad?
—Sí —afirmó Álvaro ruborizado.
—¡Si es que lo sabía! Tío, eres la hostia con la cámara. —Mi padre se
giró hacia mí—. Hija, si no lo ha hecho del todo bien, perdónale, ya sabes
cómo somos los artistas, sabemos capturar la esencia de las cosas y lo más
importante se nos escapa entre los dedos.
Lo decía porque mi madre estuvo a punto de salir con otro porque mi
padre no se atrevía a decirle lo mucho que le gustaba. ¿Era posible que la
historia se estuviera repitiendo?
Mi padre se acercó a mí, me besó en la mejilla y agarró a mi madre de
la mano para salir del cuarto murmurando: «Álvaro Alemany, ¿te lo puedes
creer? Increíble».
Las únicas que quedaban eran Noe y Laura, que contemplaban a Álvaro
con cara de pocos amigos.
—Nosotras estaremos cerca, si necesitas algo, grita —me informó Noe,
pasando por el lado de Álvaro, cuando lo hizo, puso el dedo índice y el
corazón en forma de v enfocando su mirada para después apuntar hacia la
de él—. Te tenemos vigilado, no vuelvas a cagarla o lo que le ha pasado a
Victoriano se va a quedar en el olvido en menos que canta un gallo.
—Tienes mi palabra, intentaré hacerlo mejor.
Noe asintió, y por fin nos dejaron a solas.
Capítulo 83
Álvaro
No mentía cuando le dije a Maca que me habían bastado treinta y seis
horas para darme cuenta de que lo que no quería en mi vida era vivir su
ausencia.
Ya no quería huir más. Había comprendido que cualquier lugar del
mundo carecería de lo más importante si no la tenía a mi lado.
Adoraba su sonrisa, la imprevisibilidad de sus caídas, el piercing que
decoraba aquella lengua que me hacía perder la cordura y la noción del
tiempo. Adoraba la intensidad con la que vivía cada decisión como si la
supervivencia de la raza humana dependiera de que acertara.
Me gustaba que su puerta siempre estuviera abierta para todo el mundo,
que observara el mundo con cierta ingenuidad e ilusión, parecida a la que
tienen los niños, que les queda mucho por vivir y que se sorprenden a la
menor oportunidad, llenando cualquier experiencia con un brillo casi
mágico.
No me importaba que el despertador sonara cuatro veces, porque
aprovechaba cada minuto para gozar de la forma en que su cuerpo se
moldeaba para acurrucarse contra el mío.
Anoche dormí solo, lo que me hizo sentir frío en el alma. Estaba
convencido de que mi hermano se estaría mofando de mí desde el cielo, por
capullo, por no echarle huevos al asunto, por no arrancarle la cabeza a ese
imbécil de su ex cuando lo pillé comiéndole la boca.
Entre tú y yo, me moría de ganas de trocearlo y lanzarlo a los escualos.
Si me contuve fue por Maca, porque necesitaba respetar su decisión, porque
en teoría lo nuestro no era real, porque yo le había puesto fecha de
caducidad. El karma siempre se ocupa de ponerte en tu sitio y devolvértelas
todas.
Maca era mi karma, estaba convencido de que no podría amar nunca a
nadie con la misma intensidad que la quería a ella. Maca era mi tren y
quería subirme a él.
Necesité hablar con mis padres, confesar lo que me llevaba a huir
constantemente para librarme de la culpa que me gangrenaba por dentro. Lo
que no esperaba era haberme equivocado en mi sentencia y haberme
condenado sin ser culpable de un solo cargo.
Entender que no tuve nada que ver con la muerte de Marcos, que todo
había estado en mi cabeza, fue el puntapié que necesité para darme cuenta
de que muchas veces los problemas no existen, que los creamos nosotros
mismos erigiendo falsos obstáculos que nos ahogan y nos hacen tomar
decisiones pésimas.
Supe que si quería que Maca me creyera, si quería tener una
oportunidad con ella, debía hacer las cosas bien y desde el principio.
Me costó un poco, porque no fue fácil obtener todo lo que pretendía en
el poco tiempo que tenía. Temí hasta el último minuto no llegar a tiempo y
encontrármela con un anillo de casada en el dedo, aunque ni siquiera eso
me hubiese detenido.
Ahora la tenía ahí, en la cama que tantas noches habíamos compartido,
despeinada, agotada y preciosa. Me temblaba cada célula del cuerpo por la
necesidad de tocarla, acariciarla, besarla hasta que comprendiera que iba en
serio, que había sido un tonto, un necio, pero no lo sería más, o por lo
menos no en cuanto a nosotros.
Dejé a Cinco Jotas en el colchón. El cerdito correteó hasta subirse a su
falda, hacerse una bolita y buscar su calor. Maca le sonrió y pasó los dedos
por su pelaje, el animal emitió un ruidito de placer absoluto, yo también lo
habría hecho si ella me estuviera tocando el pelo como a él.
¿Estaba sintiendo envidia de un animal?
La estaba sintiendo.
Necesitaba arrancar de alguna manera, y lo hice rescatando una
evidencia, queriendo saber por qué me había mentido y cuántas cosas más
de su lista no eran verdad.
—Así que fan del jamón ibérico… Si lo llego a saber, te traigo la pata
en lugar de al cerdo.
—El cerdito también me gusta —admitió sin dejar de acariciarlo—. No
todo lo que te dije era mentira.
—¿Te parece si lo hablamos?
—No sé si voy a estar a la altura de la conversación, hoy no está siendo
un día fácil, en realidad, ayer tampoco lo fue.
—Quizá yo pueda mejorarlo si me dejas. Lo creas o no, tú siempre estás
a la altura, soy yo el que la caga constantemente y se precipita como si la
Parca lo estuviera acosando con su guadaña. ¿Me das permiso para
sentarme? —pregunté esperanzado.
Ella extendió la palma invitándome a hacerlo. Me acomodé sin
acercarme demasiado, con la proximidad justa para que no se sintiera
incómoda, porque si fuera por mí, en ese mismo instante estaría tumbado a
su lado y comiéndole la boca.
—Antes que nada, quiero disculparme por desaparecer y que creyeras
que me había largado de la isla. En parte sí que me fui, pero no a Tanzania,
ni con la intención de no volver. Tenía que ir a por Cinco Jotas, en Moorea
no tenían ningún cerdito vietnamita a la venta, así que me escapé a Tahití. A
por él, a por la chapa que lleva en el cuello y unos cuantos libros que
esperan en casa para leértelos por la noche.
—¿En la de tus padres? —Negué. Separé un poco la chaqueta y saqué
unas llaves del bolsillo interior. Se las tendí, tenían un bonito llavero azul,
con varios símbolos marinos, una tortuga, una estrella y un caballito de mar
que simbolizaban el día que hicimos snorkel juntos.
Maca pasó de temer una actividad a amarla, igual que yo, que había
pasado de estar aterrorizado por la posibilidad de enamorarme de ella y ya
no podía pensar en otra cosa que pudiera hacerme más feliz.
—Son tuyas si las quieres —las balanceé.
—¿Mías?
—Llevo todo el día mirando propiedades en Moorea, ha sido bastante
difícil dar con una que reuniera todas las características indispensables para
formar la palabra hogar, pero di con ella, y me muero de ganas de
enseñártela, que me des el visto bueno y que empecemos a disfrutarla. Este
es tu juego de llaves. —Ella las contempló perpleja y aproveché para tomar
aire. Estaba muy nervioso por lo que pudiera pensar—. Es mi manera de
decirte que apuesto por nosotros, que no me marcho a ninguna parte, lo que
no quita que, de vez en cuando, quizá deba viajar para cumplir con algún
reportaje, aunque lo consensuaré contigo, jefa. Los clientes del hotel no
saldrán nunca perjudicados, me han dicho que la directora del Moorea
Lagoon es la hostia conciliando la vida de sus trabajadores —murmuré
esperanzado.
—Espera, espera, espera. ¿Me estás diciendo que te has comprado una
casa?
—Te estoy diciendo que he comprado nuestra casa, si aceptas venir a
vivir conmigo, claro. —Su pecho se infló hasta los topes y fue soltando el
aire despacio—. Esta villa está genial, pero no me parece bien ocupar
eternamente un sitio destinado a los huéspedes, y quiero que tengamos
nuestro propio espacio para llenarlo de recuerdos y cosas absurdas que nos
gusten a ambos.
Su mirada se estrechó, la cosa no estaba yendo como pensaba.
En mi mente, Maca se habría arrojado a mis brazos, me besaba y me
decía que le hacía muy feliz la idea de que por fin me hubiera dado cuenta.
—No voy a mudarme a vivir contigo, Álvaro, de hecho, he renunciado a
mi puesto, regreso a Mérida —comentó seria.
Vale, esa era otra opción que estaba ahí pero había preferido obviar.
Vi a mis padres antes de entrar en la habitación, sabía que Maca había
presentado su renuncia y creí ser capaz de hacerla cambiar de idea, al fin y
al cabo, parte de la decisión que había tomado era por mi culpa.
Encerré las llaves en la palma de mi mano y las dejé caer sobre la
mesilla. Tomé sus dedos, con los nervios había empezado la casa por el
tejado y tenía miedo de haber llegado demasiado tarde para que me abriera
las puertas de su corazón.
Respiré hondo y lo solté.
—Maca, te quiero. Cuando te vi abrazada a tu ex, fue como si un rayo
me alcanzara, me creciera el martillo de Thor entre los dedos y fuera a
usarlo para golpear su cabeza y erradicarlo de nuestras vidas para siempre.
No lo hice, no por falta de ganas, actué de forma contraria a lo que sentía,
por miedo a joderla yendo a la cárcel y porque volví a sentir crecer la
angustia en mi interior de querer demasiado a alguien y poder perderlo. Me
acojoné, me faltó el aire, llevaba unos días asumiendo que lo que estaba
sintiendo por ti iba mucho más allá que una farsa y buen sexo. Había ideado
todo un plan de excusas para seguir a tu lado más allá de los tres meses, y
de golpe fui consciente de que eran eso, excusas, porque lo que realmente
me pasaba era que estaba enamorado de ti hasta las trancas.
»Sentí terror de no estar a la altura, de no saber cubrir tus expectativas,
de fallarte, de cagarla tan a lo bestia que mi incertidumbre pudiera ser
nuestro fin. Puedo parecer un tío muy seguro de mí mismo, con la salvedad
de que tengo el mismo pánico a perder a las personas que me importan que
tú a volar, y tú me importas mucho, muchísimo, Maca.
—¿Por eso me deseaste que fuera feliz con otro? ¿Por eso me dejaste
tirada en la habitación cuando fui en tu busca para que te quedaras en lugar
de irte a Tanzania?
—Me comporté como un capullo y lo siento, pero en mi defensa diré
que no quería imponerme a tus deseos, bueno, en el fondo sí quería, le
hubiera arrancado la cabeza a ese tío y dado una patada tan bestia que lo
habría arrojado a otro continente, si no hubiera sido una conducta penada
por la ley. Quería darte la oportunidad de escoger y que me eligieras a mí.
—¿Me estás diciendo que habrías dejado que me casara cuando has
comprado una casa que según tú es para nosotros? Esto es de locos.
—¡No! A ver si me explico bien. Tenía la esperanza de que no llegaras
hasta el final, que te dieras cuenta de que soy el hombre de tu vida, al igual
que tú eres la mujer de la mía, y decirte que me muero por tus besos y por
cualquier cosa que tenga que ver contigo.
—¡¿Y si hubiera llegado a casarme?!
—Va a sonar muy feo lo que voy a decir, pero si te hubieses casado, no
me habría marchado de la isla, no habría renunciado a mi puesto, ni a ti, te
habría puesto las cosas terriblemente difíciles hasta que te dieras cuenta de
que habías cometido el error de tu vida al quedarte con un tío incapaz de
hacerte la gambita. Porque puede que haya actuado como un auténtico
gilipollas, pero soy tu gilipollas y te quiero, y estoy absolutamente loco por
ti.
»Me da igual si te pirra el jamón ibérico, si hablas con tu tatarabuela
muerta, si eres sonámbula o una friki de las pelis de terror.
—Todo eso era mentira —torció el morro—. Al principio, se me ocurrió
la brillante idea de espantarte lo suficiente como para que quisieras huir de
la isla.
—Eso es imposible, porque aquí estabas tú. —Ella se quedó callada—.
¿Sigues queriendo que me vaya? —pregunté esperanzado de que
respondiera que no.
—Ahora no sé lo que quiero, Álvaro, han pasado demasiadas cosas, he
perdido todo lo que creía que era importante para mí, he metido la pata
hasta el fondo y no sé si seré capaz de arreglar las cosas o de encontrarme a
mí misma. Todo en lo que creía me ha estallado en las narices. Tus padres,
el hotel, su reputación…
—¡Mis padres te adoran tanto como yo! ¡Tú no has hecho nada, Maca!
Ellos son muy conscientes de que la culpa de lo que ha ocurrido no es tuya.
Antes de entrar a verte, me han puesto al corriente y me han dicho que te
diga que su oferta sigue en pie, que te tomes unos días, que no quieren a
otra en tu puesto y que, por favor, perdones al estúpido de su hijo por ser
tan tonto y no reconocer al verdadero amor cuando ha estado durmiendo
cada noche a su lado.
—¿Eso te han dicho? —preguntó, pellizcándose el labio inferior entre
los dientes.
—Bueno, puede que la última frase sea mía, pero seguro que la han
pensado. Dime por lo menos que lo pensarás, por favor.
Ella suspiró.
—Lo pensaré. —Asentí, no podía pedirle más. Levanté sus manos y
besé los nudillos con nostalgia, perdiéndome por un instante en el calor de
su piel.
—No voy a tirar la toalla. Me importas demasiado.
Ojalá viera en su mirada lo mismo que días atrás. No era así, había
perdido la fe en mí, y eso escocía.
—Necesito descansar, Álvaro.
—Muy bien, os dejo.
Me levanté de la cama con un nudo en el pecho y ganas de poder
dominar el tiempo y recular dos días atrás.
Capítulo 84
Maca
Habían pasado dos días desde que todo saltó por los aires.
Les pedí a los Alemany que me dejaran las cuarenta y ocho horas que
iba a quedarse mi familia para enseñarles a mis padres y mis abuelos la isla.
No tenía la cabeza como para trabajar, y ellos tenían la estancia pagada, me
apetecía aprovechar para mostrarles los lugares que me habían enamorado
de Moorea.
Maui accedió encantado a hacernos de guía en su día libre, comimos en
el restaurante de su familia, visitamos a su madre y recogimos a José Luis
cuando le dieron el alta.
Al día siguiente, Agnetha pidió que lo lleváramos a su casa para que
pudiera conocer a sus hijos y de paso hacer una barbacoa en ella con mi
familia.
Mis padres aceptaron encantados, y reconozco que yo tenía el corazón
en un puño porque creía que estaría Álvaro, me equivoqué, lo habían
llamado para hacer un reportaje exprés de la Polinesia y aceptó. Después de
rechazar lo de Tanzania, tampoco es que tuviera otra opción. Además, podía
ir y venir en el mismo día a su nueva casa. Me estaba dando mi espacio,
como yo le había pedido, así que tampoco es que pudiera reprocharle que
no estuviera allí. Sería bastante contradictorio.
Me sentí cómoda, los Alemany eran unos grandes anfitriones, y en
ningún momento quisieron forzar la máquina conmigo. No preguntaron por
mis intenciones, así como tampoco sacaron a colación el tema de su hijo. Se
limitaron a ser encantadores con mis padres, mientras que la abuela no
dejaba de decirle al señor Alemany cuánto le gustaba su casa de
terrateniente.
Él no podía disimular la gracia que le hacía la palabra y la invitó a venir
a visitarlos con el abuelo, de vacaciones, las veces que quisieran.
José Luis no se separó de sus cachorros ni de Linda. Se enroscó al lado
de su amor perruno, mientras las juguetonas criaturas que había engendrado
se acercaban a olisquear a su padre. Era muy gracioso verlos interactuar.
Me encantó que Agnetha le regalara a José Luis un precioso collar con su
nombre grabado en una chapita y una graciosa pajarita que lo hacía parecer
un gentelman algo exótico.
—Hacen buena pareja, ¿no crees? —preguntó, colocándose a mi lado
mientras yo admiraba a la familia feliz.
—Sí —suspiré, mirándolos con cierta envidia.
—Parece que Lindy ha encontrado el amor en la isla y al padre de sus
cachorros. El amor es como la magia, te sorprende cuando menos lo
esperas, intentas descifrar el misterio porque escapa a tu raciocinio, pero no
puedes y te envuelve en una sensación indescriptible de la que no eres
capaz de deshacerte nunca, ni siquiera habiendo descubierto el truco.
Linda se puso a darle unos cuantos lametazos a Joselu, mientras los
pequeños mamaban.
Me quedé en silencio contemplando la estampa perruna, analizando las
palabras de Agnetha y asumiéndolas sin demasiado esfuerzo, porque tenía
razón, en el amor había mucha magia y bastantes polvos, si no, que se lo
dijeran a Joselu.
Había hablado con las chicas sobre el posible futuro de nuestra mascota,
todas estábamos de acuerdo en que separarlo de Linda o sus hijos no era lo
que queríamos para él.
—Agnetha.
—¿Sí?
—Las chicas y yo creemos que, si a ti y a Joan no os importa, sería
buena idea que se quedaran juntos. —Cabeceé hacia ellos.
—¿Te refieres a que nos quedemos con José Luis?
—Sí, bueno, no sé cómo lo verías, pero no querríamos separarlo de
Linda. —Ella me ofreció una sonrisa franca.
—Si te soy sincera, Joan y yo queríamos hablaros de lo mismo, nos
haría mucha ilusión que pudieran vivir su amor en esta casa, junto a
nosotros, por supuesto que podríais venir a visitarlos cuando quisierais, y a
cambio, os pediríamos, a cada una de vosotras, que os quedarais con uno de
los cachorros y los trajerais de visita para ver a sus progenitores de vez en
cuando.
—Pero en el complejo no se puede tener animales.
—Es cierto, pero tampoco creo que vosotras estéis viviendo en él para
siempre. Los cachorritos todavía son muy pequeños, mi idea es dejarlos con
sus padres unos meses, que son los que creo que necesitan tus amigas para
dar un paso adelante con sus respectivas parejas. Soy perra vieja, Macarena,
y sé lo que ven los ojos de mi corazón.
»Ebert adora a Noelia, ese muchacho viene a mi casa desde pequeño y
te garantizo que conozco cada una de las expresiones de su cara, y la suya
dice «no te voy a dejar escapar».
»La adoración más profunda y ancestral titila en las pupilas de Maui
cuando Laura está cerca, ellos tienen un alma afín y se les nota que navegan
en la misma sintonía, su complicidad se palpa. Además, que no va a estar
compartiendo esa minúscula vivienda con ella y con su hijo. No tardarán en
querer algo más que una cabaña de madera en frente de la otra. ¿No crees?
—Yo había pensado lo mismo, así que asentí.
»En cuanto a ti, no he querido sacarte el tema, pero te lo voy a decir.
Joan y yo seguimos creyendo que eres la persona ideal para estar al frente
del resort; eres honesta, trabajadora, luchadora y todo el personal te adora,
además de obtener muy buenos resultados a nivel de números. No puedo
pedirte que ames a mi hijo, si no es lo que sientes, pero sí que me gustaría
que aceptaras el puesto que siempre te perteneció y que nosotros te
quitamos erróneamente.
»Acepta la semana que te ofrecimos, desconecta de todo y de todos, pon
en una balanza los pros y los contras que te trajeron a Moorea, y elije.
Asumiremos la decisión que tomes y no la rebatiremos sea la que sea.
En el fondo, yo también pensaba que necesitaba esa semana conmigo
misma y tomar una decisión coherente.
—Voy a aceptarla, y también sé el lugar al que quiero ir. —Los ojos se
le iluminaron.
—¡¿En serio?! ¡Eso es fantástico! ¿Dónde irás?
—Me apetece visitar O‘ahu. —Sabía que para ello tendría que coger un
avión, que eran cinco horas y media de vuelo, una prueba definitiva
conmigo misma que quería asumir.
—Sabia decisión, Hawái está precioso en esta época del año, te
encantará. Le diré a Joan que se encargue de la reserva, hay un hotelito
precioso que creo que puede ser un refugio maravilloso para pensar.
—Suena bien.
—Ya verás como sí. Ahora vayamos con tu familia, ya les he robado
demasiado tiempo de su querida hija, y hoy es día de disfrutar con ellos,
gracias por escucharme.
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La Elección de la Única
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La Gran Colonización
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Koroleva.
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Capuleto
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Vitale
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Kovalev
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COMEDIA UNIVERSITARIA:
En tu cuerpo o en el mío
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[1] Vahine: Mujer, en tahitiano.
[2] Popa'a: extranjera, en tahitiano.
[3] Mauruuru roa e a oaoa i te mahana: muchas gracias y a disfrutar del día, en tahitiano.
[4] Tae roa mai i teie pô, e mea nehenehe mau: Hasta esta noche preciosa.
[5] Flute dog: traducción literal de perro flauta, ya te darás cuenta de que Jose Luis de inglés
poco, aunque se dé aires de la realeza británica e intente poner acento, nació en el Peñón, un bar de
Albacete, aunque a él le gusta decir que es originario del de Gibraltar.
[6] Free: libre, en inglés.
[7] Fucker perreator: la traducción de José Luis de jodido perreador.
[8] Dog of my life: a la perra de mi vida, traducción literal de José Luis.
[9] My class: mi clase, traducción literal de José Luis.
[10] Freedom: libertad, en inglés.
[11] Orations: oraciones, traducción literal de José Luis.
[12] Don’t call me garbanzo, call me José Luis: No me llames garbanzo, llámame José Luis, en
inglés.
[13] Sausage: salchicha, en inglés.
[14] Fucking love of my life: El jodido amor de mi vida, en inglés.
[15] Ma fleur: mi flor, en francés.
[16] Hello my Darling: Hola querida, en inglés.
[17] Ça va, mon amour?: ¿Qué tal, mi amor?, en francés.
[18] Eyes: Ojos, en inglés.
[19] Window: ventana, en inglés.
[20] Smile: sonrisa, en inglés.
[21] Puppies: cahorros, en inglés.
[22] Bitches: zorras, en inglés.
[23] Tree: Árbol, en inglés.
[24] A good idea: Una buena idea, en inglés.
[25] Bon Voyage!: ¡Buen viaje!, en francés.