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El aprendiz Mario Méndez llustraciones de Rodrigo Lujén Esta es la historia de Nino, un huérfano, aprendiz deiperiédico de Hipélito Vieytes, y Lucia, la hija de un aragonés adinerado, que se conocen y se enamoran mas allé de las diferencias sociales que los separan. Ambds Sérdn atlemés, testigos y partfcipes de las luchas revolucionarias por la independencia. toate sect a wiratoquaratenti.com.aruven 3308 97-07-02 vege slragazalas: “eS smaneey Ay. Leandro N. Alem 720 (CLOOLAAP) Deere ISBN: 978-987-04-1391-2 ‘Hecho el depésito que marca la Ley 11.723 Libro de edicién argentina mpreso en Uruguay. Printed in Uruguay Primera ediciGn: febrero de 2010 Edicion: ‘Viousta Nosrivasr Coordinacién de Literatura Infantil y Juvenil: ‘Manta FeRvanna MAQUiERRA Disefio de la coleccién: Manat Esteapa, ‘Va édliors dei Grupo Santillana que edita en: Espatia ° Argentina + Bolivia + Brasil » Colombi Costa Rica * Chite + Ecuador + El Salvador + EE.UU~ Guatemala + Honduras « México + Pnamé » Paraguay erg + Portugal « Puerto Rico + Reptblica Dominicana ‘Uruguay + Venezuela Mendes, Maco El aprendir/ Mato Méodes;tustrado por Rodigo Lan, La o. ‘Buenos Aires Agila, Als, Tare, Alfguess, 2010, 128. :IL 1220, (Sexe Az) ISBN 978987-0615912 1. Ltecatra infty veil Arent. 1. Laja Roddig, us. ‘Tule COD ASS 9252 ‘Todos los derechos reservadas, Esta publicaciéa no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, niregistada en, o transmitida por, un sistema de recuperacién de {nformacién, en ninguna forma ni por ningda met‘, sea recknico, fologutimico, electrénico, magnético,electodptico, por fotacopls, ‘© cutlquier ato, sin el pemmiso previo por escrito de la editorial. EI aprendiz . Mario Méndez ilustraciones de Rodrigo Lujén We = PR6LOGO a eat ee empezar a contar esta, mi pequefia historia metida dentro de otra historia mucho més grande, por la mafiana en que los saldados del virrey me llevaron, con grilletes y a empujones, sumbo a Ja circel del Cabildo. ‘También: podirla clegiz, como punto de partida, los sucesos de julio de 1807, cuando me enconttd Lucla, con la cabeza vendads, tirado en el piso y; sin embargo, vencedor. Quizd fuera mejor iniciar el relato en Ja Plaza de la Victoria, bajo una lluvia que parecfa que no iba a tecminar jamds, junto a los Infernales; 0, por qué no, comenzar por el final, en una reciente tarde de domingo, saliendo de la iglesia. Sin embargo empezaré a contar mi histo- ria siguiendo las palabras de Hipdlito Vieytes, “por el principio, como manda la ley”. He aprendido de don Hipélito muchas cosas, y le debo mucho més: es justo que a la hora de contar mi vida siga siendo su aprendiz. Ry Qo $ q 5 a A penas nacido; me-dejaron en la Casa de Nifios Expésitos que los buenos vecinos de la Hermandad de la’ Santa Caridad y algunos cutas betleemitas sostenian detrds del Francisco. Mi nodtiza fue lz esclava muy buena y'muy regafiona que no solo me amamanté-sino que también me crié como una madre, Palmira tenia dos compafieras, Asunta y Nicolasa, que se encargaban, con ella; de la coci- na, de la limpieza y de todos los recién’ llegados. vento de San ra Palmira, una Pero fue Palmira la que me tomé como su consen- tido, De su mano aprénd{ a caminar.en la cocina, para largarme luego porlos patios de la casa, a ganar mi lugar. Entre las sotanas de los betleemi- tas, a empujones con los otros huérfanos, aprendi a hacerine valer. Y cuando los empujones no bas- taron, también aprendf a correr, y a refugiarme entre fas faldas generosas de cualquiera de las tres i 12 negras, pero casi siempre entre las de Palmira. Ella me preferfa, y yo la preferia a ella. Segiin cuenta el padre Venancio Tortillas, a m{ me entraron, envuelto en tapos, por el ven- tanuco del paredén de la Casa de Nifios Expésitos un dia 29 de noviembre, dfa de San Saturnino. De ahi mi nombre, que nadie usa, pues desde muy nifio’ fui, para todos, simplemente Nino. Ast me decfan los vendedores en fa calle, las mm layaban en el rfo, el director de la Casa y la sefiora de Zavala. Y también Lucfa, As{ me presenté el pfimer dia ea que nos vimos, yo Hevando unos tarros dé léché por encargo del director, ella aso- mada 4 la ventana, bordando un pafiuelo blanco. Un pafiuelo que le pedf de-regalo en ese mismi- simo primer encuentro, sin medir el grado de mi desfachatez, Y que més adelante, en un dia muy especial, finalmente ella me regalarfa,-ya termina- do de bordar. —Nino, Nino, eres incorregible —me decia Lucfa, cada vez que yo hacta de las mias, como Iaraba ella a mis pequefias travesuras, osa- dias de nifio criado a la vez entre los buenos sama- ritanos de la Hermandad, por un lado, y la gente de Ia calle, vendedores ambulantes, mendigos, soldados y. guitarreros, por el otro. Para alguien es que 13 que, como ella, apenas conocia el mundo a través de su ventana, yo era mucho més interesante que los pocos nifios que la visitaban. Tal vez por 50, no mucho tiempo después, ella se atreverfa, contra viento y marea (contra su padre, para ser claro), a aventurarse mis allé, mucho més alld de lo que le permitian. P Y yo refa. Siempre refa cudndo Lucfa me Tegafiaba o me hablaba seria. Se le marcaba un hoyuelo en Ja mejilla derecha y fruncla el cefio, pero al fin terminaba por sontefr, Yo amé-esa sontisa desde la primera vez que fa vi resplandecet en su rostro redondo y bello: aunque parezca una mera fantasfa, aunque pueda sonar increfble, ape- nas la vi supe que algtin dia me casaria con ella. jBra,imposible, acaso? Yo no lo crefa asi. A mi no me importaba ‘que Lucia fuera la acomodada hija de un comerciante espafiol y yo sélo un nifio de los expésitos. Como ‘tampoco tne importaba que su padre, un aragonés. que habla venido sin tun real a las colonias y que en pocos afios habla hecho diriero; me tuviera tanta ojériza que:apenas me descubrfa mérodeando en'‘la calle me soltara un insultoy me amenazara con un nudoso bastén de cafia. Don Diego de Fuenlabrada no tenia més que dos aspiraciones: consolidar su. prosperidad econdmica y casar a sus hijes (Lucla, la mayors, e primer lugar) con algin noble, de ser posible ico. _ por supuesto. En caso de no conseguislo, buscar de candidato a algtin fiancionario de la corona; un espafiol, claro esté. Casarlas con un ctiollo pobrs no entraba en sus planes, de ninguna manera, Sin embargo, yo estaba seguro de que me casarla con Lucta, No me lo impedirian ni mi condicién de expésito ni que mi futuro se adivinata tan poco promisorio. Yo estaba seguro de que Lucla yyo estébamos-destinades a vi ella, cuando me decfa “Nina, Ni ia al principio y riend yo tenfa razdn, cosas”, 8 fe Captruto 0 & ~APITULO IL scle nifio estuve destinado, no tengo dudas, a ser un muchecho del servicio, bueno para hacer mandados, tal vex apto para, vender-por las iss 0, quits s ian jos curss, se, para ser coldado, oficio que, pegita bien y requeria pace trabajo! Pero un como: 4 mis nueve afios, mandaron a hacer unas tareas a la.casa de Ja sefiora Elens de Zavala, una dama;bastante rica que era famosa por las tervulias que organizaba en su caserén. La buena sefiofa tocaba el piano para sus invitados en un salén donde, ademés de lucie sus cualidades musicales (que; por cierto, la gente murtauraba que eran muy pocas); ostentaba unis biblioteca fabulosa. Yealli, en esaicasa a la que eneré de mandadero, frente alas estanterlas repletas de voliimenes, fui sorpren- dido por-la fascinacién de los libros, Mi fiituzo se decidi6, estoy convencido, cuando la propia doa Elena.me vio un buen dfa mirando.los dibujos de | tuno de sus bellos libros y, en vez de castigacme por holgazdn, como yo habfa esperado, me pasé una mano pot Ja cabeza y me dio un consejo. Un sebio dijo como al pasat, pero que para conisejo que ellz mi fue decisivo. —Algiin dia debes aprender « leer, Nino, ‘muchacho: es muy importante y a mi esas pala- bras me quedaron grabadas como una sentencia biblica. Desde ese dia comencé a hostigar al padre ‘Tomsillas para que me enseftase Jas letras, dispues- to a insistir hasta que consintiera. Por supuesto, ¢ lo conté a Lucia, frente a su ven- apenas Ja vi tana, como cada tarde a mi vuelta de la casa de Jos Zavala; mientras espiaba que no apareciera el padre blandiendo su-horrible bastén, Fuenlabrada era ya entonces mi pesadilla, y aunque yo afin no podfa imaginarlo, lo: seguirfa siendo por muchos afios, de un modo cada vez mds siniestro. Lucfa refa. Ella, que tenfa mi misma edad, no sabfa leer ni escribir, ni se le habfa pasado por la cabeza semejahite cosa: a Fuenlabrada no le parecta que fuera algo apropiado para una nifia, y para ella estaba bien asi. Unos afios después, cuando don Hipélito Vieytes y sus amigos defendieran pabli- camente el derecho de todas las Lucfa a aprender WV aleer ya escribir, yo aplaudiria fervientemente'sus sho antes de eso, a mis nueve palabras. Pero m afios, yo ya habia adivinado que el padre de Liicla estaba equivocado, Mds temprano que tarde, Ja nifia qué era mi amiga, la que algin dia serfa mi esposa ~€30, insisté, yo no fo dudaba-, aprenderia a valerse de la pelabra escrita, aunque tuviera que ensefiarle yo mismo. Lucfa refa.escuchdadome, y yo refa con ella, como tomdndojo a broma: Pero muy dentro de anf me propuse, como quien hace tuna promesa; que, si yo aprendia, ella tanibién vendefa que hacerlo. Mi prop! sui @badsctin a 99 de-griembie dal ho’ de 1800 y-yo cumplfa'los once aiios. O, para ser inds exacto, se cumplian ese dfa los once afios desde mi llegada a la Casa donde me criaron y me dieéon ni nombre. Porque era's4bado-y habia pocd’ que hacer, o tal vez porque ef buen cura decidié Ki me un regalo’ de cumpleafios, el padre ‘Toirillas resolvié que habfa llegado el momento de daime el gusto. Asf es que aquella mafiana inolvidable, cuando yo ya,empezaba a cteer que jamds lo hatfa, se avino a cumplir con su: promesa y comehz6 a ctisefiarme las primeras letras. Con sus mmithéras rudas me Hevs, hasta la cocina,,despejé la“mesa 8 vanbadre no se permitia esas delicadezas-, me dejé de regalo. Yo queria aprender a leer y 4 escribir desde hacia ya mucho tiempo, ast que me senté frente a los objetos que el cura habla desplegado sobre ,,f2 tabla, maravillado como si asistiera aun acto “de magia. Me basté que la mano grandota de mi brusco maestro arrastrara-ia mfa, acompafiando la primera letra dé mi nombre (la S, de Satu “at wy pluina cucin- nacer Ia Jetra, mayiscula y torpe, era un proiligio. Yo, Saturnino Caridad, uno més dé los muchos nifios expdsitos de la ciudad de Buenos Aires, algiin dia serfa, con la gracia de Dios, un escritor en toda ‘a regla. Tenfa tan solo once afios, pero ya abrigaba dos convicciones secretas, dos suefios que de tan enor- mes parecfan imposibles; contra viento y miarea me casaria con Lucia, y contra marea y viento seria nada menos que escritor. Y, sino se lo contaba a nadie, no era porque temiera que me tomaran por loco, sino porque no me importaba. Me bastaba con que Lucfa lo creyera. = Capfruto mt a, TE eects xe vlog ad podia considerarse prodigiosa, aprendi a leer y a escribir. Les quitaba tiempo a mis obligaciones en Ja Casa, al rato en que hacfa de mandadero de d6Ba Blena y hasta a los juegos en la calle, con vai de aprender, Mi avidez, por los-libros, por la lecttira, era enorme. Mis amigos guitarreros se refan cuafido me vefan, muy concentrado, apoyado en una pared de cualquier esquina Jeyendo alguno de los libros que me prestaba dofia Elena, y al poca tiempo ya no se sorprendian cuando yo, en vez de seguitlos a dar una serenata 0 acompafiarlos en alguna payada, preferia quedarme leyendo, con el cefio fruncido por el esfiterzo. También se, refan los otros huér- fanos, cuando yo dejaba pasar la oportunidad de saltar ls tapias para ira robar futa o a ver la llegada de un barco én el puerto, porque estaba demasiado intrigado por el final de una novela. del meigeeearpee cates SEL SS SURE ATETS Bero es claro que no siempre dejaba de hacer i egos. No es geqe me la pasaza leyendo todo el dia, por supuesto, Como no estaba leyendo el dfa en que recibf mi aobtimera herida en la cabeza, herida que, tengo que W decitlo, no fue producto de ninguna gesta heroica, ‘Uno de los quinteros de cerca del Retiro me habia (Sorprendido, junto unos cuantos muchachos ‘robando unos melones de su buerra; y antes de que pudigramos escapar nos llegé una Iluvia de piedras, que artojaban el duefio de la quinte y varios de sus vecinos. Une de ias pi mis trabajos ni, mucho menos, mis s me dic arriba de la ceja, y cuando Hlegné a Ja, Casa, ademas del melén, leva- ba de rectterdo una herida en la.frente y una gran mancha de sangre sobre el hombro. Eucla, que desde su: ventana me-vio pasar herido, me lamé con un susurro apremiante. Estaba asustada, pero | cuando Ie dije que no cra nada y le expliqué-a , qué se debfa el golpe, no pudo evitar retarme: | Como tampoco pudo, unos momentos después, refr con mi relato de la carrera entre las plantas; bajo la Iluvia de cascotes. Con el-cuchillito que siempre levaba en Ja cintura, le corté un pedare generoso del melén y se lo dejé de regalo en la ventana, ‘como si fuera una flor. Y luego escapé a la carrera, porque a unos cien metros se vela llegar el carro de los cuetos, con Fuenlabrada en el pescante, blandiendo el bastén Yasi como aprendf a leer, me sent’, osada- mente, capaz, de ensefiar, Apenas amanecia el dig en que.se me ocurrié llamar a la ventana de Lucia para sorprenderla con mi nueva idea. Llevaba en una bolsa un atadito de hojas viejas, un tintero y una pluma, y con ellos empecé a ens¢fiarle, tal como lo hahfa hecho el padre Tartillas.conmigo, pero con toda fa suavidad y la dulzura que el cura jams tendrfa, Lucia refa cuando Je tomé Ja mano y la guié, por entre Id reja de la ventana, para esctibiera Ia primera letra de su nombre. Y vez que tenfa un rato, de mafiana o de tarde, me pasaba por allf a ensefiarle algo, como malamente podfa, Sabla, claro esté, que ella necesitaria otro maestro, alguien que pudiera dedicarse a la ense- fianza con tiempo y tranquilidad, no como estaba yo, casi escondido ‘debajo de Ja ventana, atento todo ef tiempo a los ruidos de Ia calle, con miedo de ver llegar el funesto bastén de cafia, Pero, aun. asi, Lucfa habia aprendido las primeras letras de maf, y eso, no puedo negarlo, me inflaba el pecho de orgullo. a ance a Capfruto 1v ". L. noticia de mi primer empleo me la dio el propio director, don Pedro Diaz de Vivas, con el cefio fruncido y su postura mds solemné. El viejo me llamé a su lado y, mientras esquivabag fos huérfanos mas chicos que corrfan por el pati me hablé con afecto. Camo siempre, tartamy- deaba un poco al hablar, y se esforzaba para que yo no Io notara. Llevaba ambas manos tomadas tras la espalda, caminaba a grandes zancadas y no sonrefa, peto yo, que sabfa muy bien cudles eran Jas maneras en la Casa, no dudé ni por un instarite de que esa charla, aunque no lo pareciese, cra una manifestacién de enorme carifio. . Aldfa siguiente, de camino al taller de don. Hipélito Vieytes, donde se redactaba:e imprimfa el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, pasé por la ventana dela casa de Lucfa. Era muy temprano y tras escuchar los golpecitos suaves ella SELES f ; je se asomé todavia con cara de dormida. Yo iba aptecién. bafiado y levaba la camisa y el pantalén muy limpios y bien planchados. Se notaban los syjremiendos, pero no importaba, Me pregunté . nadénde iba tan elegante. Euférico, le conté que yribaa trabajar al Semanario, mientras ella me pedfa sigue bajara la voz, que fuera discreto. Yo estaba tan ¥. content que me habfa olvidado de su padre, pero ella me recordé que mejor no lo despertdramos, porque entonces sf que: tendrfamos problemas. No sin esfuerzo terminé por calmarnie, y le conté ja novedad con todo detaile. Cuando le repeti, casi palabra por palabra el discuso dél director, imitando su postura grave y exagerando sa tarta- mudeo, Lucia se tapaba la’boca para no refr: . “Nino, titienies ca ca torce aos, yaeres un “tamuchacho gra aaande, en edad de mantenerte y de ser titil. Sasa bes escribir, eres despi pi'pierto y habilidoso. No te desta'ta-cas por la obediencia y me pa’pa parece, mu mu, mu mu, muchacho, que dejas volar tu imagi’ gi ginacién més de Jo necesario y recomendable, pe pe pero, en fin, to to todo se corrige. El seitoi Vivi, el sefior Vivi, et sefior Vieytes ha requerido un‘ aprendiz-para el: taller de ti ti, tipografia, donde edita su periddi- co. Al prin prin, al principio no escribirds, peto, qui qui, quizés lo hagas algun dfa. Por ahora se se seguirés durmiendo y co nicndo aqui, con no no nosotros. Pronto .ten, tendrés que buscarte tus propias habitaciones. Ma ma, mafiana irds al, taller. Ve, hi hijo, que Dios te bendiga”: Le conté a Lucfa que habfa sentido ganas de abrazarlo, pero que, obviathente, no me habfa animado a hacerlo. Solo incliné la cabeza; agrade- ct y sali caminando lo més lentamente que pude hacia la cocina, aunque hubiera querido corret. Recién alli me permitt saltar de alegrfa, levantar » vilo a mi querida Palmsira, que estaba tan con- tenta como yo, y tomarme de un trago una taza de chocolate que la negra, para festejaz, me pre- paré apenas le conté la noticia, A pesar de todo, me parecié que en la mirada de la que habfa sido como una madre para mf aparecia alguna melan- colfa, que yo no alcanzaba a entender. Cuando se lo comenté, Lucia no dijo nada, pero asintié con la cabeza. Sin duda, ella podfa comprender ciertas cosas mejor que yo. Lucfa , sonreia, feliz. Con, una, mirada cémplice me pidié que _ esperara unos instantes, i i 28 y desaparecié en su habitacién. Cuando volvié trafa consigo el pafiuelo bordado, ese que yo le habfa pedido la piimera vez que la vi. Me lo puso en la mano y apreté suavemente mi palma. Y yo cref que no podfa haber mayor felicidad. < Cartruzo v. +. E, el taller de don.-Hipélito aprendi much{simas cosas importantes, la mayoria de las cuales me ha marcado el camino a seguir en la vida. Al principio trabajaba con los plemos y ios tipos de la imprenta, Y mds que nada con ia escobia y el trapo de fregar. Una mafiana, medio dormido, se me cayé de.las manas, de lamane- ra mds torpe, una linea que me habfa, costado horrores componer. Maldije para mis adentros y estaba a punto de agacharme a recogerla cuando justo pasé por.allf el negro-Domingo, que traba- jaba conmigo codo a codo. No hacia mucho que yo trabajaba alli, y ese dia estuvo a.punto de ser el tltimo. “| 3 —jAlcanzame eso; negro! —le grité a Domingo}-Era grande el:mal-humor que me habia provocado. el desbarajuste, pero no sélo era eso. En mi drrebato, yo copiaba las’ maneras de casi e es : todos los porte tratar a los negr —jApurate, qué , tf, cuando vi que no me hacta caso. Entonces Domingo me ‘mird serio, se pard a un paso de mi cara y me dijo muy lento, como pata que se me grabata —Momentito, Nifio —“Nifio”, y no Nino, me habia dicho—, que yo no soy tu escla- vo. Ni tuyo ni de nadie. A punto ’estuvimos de imos a las manos, pero en ese mornento entrd don Hipéiito. Qué pasa acd? el clima del taller, y cuando escuché Jo que habla pasado, me tomé de. un brazo y me Ilevé a su despacho- Pensé que me daria una filipica, pero me dejé parado frente a s tras revisaba una pila de viejos ejemplares del Semanario. Al fin encontré el que buscaba y me Jo dio, sefialandome un pésrafo. tu escritorio, mien- —Leé —me.dijo; con voz-firme. Yo nunca lo habfa visto asi de enojado. Obedect de inmediato. Tomé el periddico y lef en voz alta: “Proscribase para siempre este funesto trifico de esclavos, que causa perjuicios 32 tan enormes a millares de hombres, que, al mismo tiempo que sirven de oprobio a la sociedad, perpe- téan la pobreza y la miseria en América”. Cuando terminé de leer Vieytes me miré serio. —Andé a disculparte con tu compafiero —me dijo. O andate del taller, como prefieras. De més est4 decir que le pedi disculpas a Domingo, con quien al poco tiempo nos hicimos gtandes amigos. Pero lo que no esté de més decir es que las ideas “que don Hipélito escribia en su Semanario las sostenfa’en los hechos: en esa casa no habfa esclayos: El propio Domingo me conté que Vieytes le habfa-dado la libertad a los pocos meses de instalarse con. dofia Josefa, en su nueva casa-de hombre:cisido. Y.que despuiés le oftecié trabajo, por el inistho pago que cobraba cualquier trabajador. Recibf de don “Hipélito muchas otras eisefianzas; pero esta es la que menos me cuesta recordar: que nadie tiene derecho a sojuzgar a nadie, Ni th homibre.a otto hombre; ni un padre a su hija; fi iim sey a sus-siibditos..Y por todo eso, comolo comprobarfa ‘muy. pronto, habia que luchar. Captruto vr a® Moa sts ce ese, mi frimet y, tinico tropiezo con Vieytes, cuando este vio que yo va me habia hecho amigo de.Domingo, e incluso cuando alguna vez me vio asear por la.calle éon Palmira, dejé de tenerme descontianza y su.tiato fue volviendose cada vez més afectuoso.: Don Hipdlito sélo tena una hija adoptiva, y yo, que no-tenfa padre, enseguida me aferré a la idea de que él vefa en mi una suerte de hijo varén. O, al menos, un ahijado. Quiz4 por eso, casi-al afio de estar trabajando en el taller, me animé a alcanzarle una hoja manuscrita. Era el 20 de febrero de 1805, yo habfa ofdo infinidad de veces las charlas de mi patrén con sus\ amigos. Pefia, Donado, Belgrano Y otros tantés,, despotricando contra el mono- polio, quejéndose de las restricciones impuestas por Espafia, alabando él libre comercio. Y.se me ocurrié aprovechar la legada de un barco francés, 34 que era la gran noticia del puerto, pare escribir tuna nota sobre un libro que, segiin todos declan, habfa pasado de las manos del capitin del barco a las de la sefiora de Zavala, mi antigua mentora, Se trataba de Pablo y Virginia, de Bernardin de Saint- Pierre, un libro més 0 menos reciente que hacta furor en toda Francia. Ea la nota, yo dedicaba algunas lineas a contar el argumento de la novela, del que me habia-enterado a medias, y me metfa de lleno a ctiticar la censura que impedfa la libre circulacién de los libros. Vieytes me felicité por el intento y dijo estar impresionado por “una pluma atin algo tosca, pero que. promeie”: Era casi el elogio de un padre, o.al’ menos asf lo senti yo, que no cabia en mi-de la alegria. La nota; por supuestd, no fue publicada, pero fue mi primer regalo literatio para Lucia, a quien se la lef en su ventana. Ella quedé admizada y, por primera vez, profiandamente convencidla de que también debia aprender a leer y-a escribix. Estaba visto que yo no podia ensefiarle, no tenfamos ni el tiempo ni el lugar donde yo pudiera seguir.con mis modestas clases. Pero, si no podia ser:su maestro, al menos tenfa una posible solucién. Una semana después me atrevi a visitar a dofia Elena de Zavala con la nota en la mano. Ella la leyé, se mostré orgullosa” 35 (sobre todo cuando Ie dije que habfan sido sus palabras las que me habfan guiado), y me dijo que intercederfa ante don Diego de Fuenlabrada para que Lucfa fuera a visitarla, . —Ya en casa nos encargaremos de que tu amiga aprenda a leer, estoy segura —me dijo, con un guifio cémplice. : ‘Ast empecé, poco a poco, cont’ mis dos pequefias luchas. La de convertitme en escritor y la de contribuir a que mi Lucfa aprendiera a leery aescribir. Y con ello, aunque no me lo habia pro- puesto, logré que don Hipélito Vieytes empezara a considerar que yo, ese muchachito que tenfa de aprendiz en el taller, podfa ser su discfpulo no solo en las cuestiones literarias 0 periedisticas, sinc también, y sobre todo, en las que cada dia me interesaban més: las politicas. a Capfruto vit i L. ocasién de sumarme a las luchas de Vieytes y su grupo no tardé en llegar. Yo seguia esctibiendo cada tanto algiin articulo por mi cuen- a, que casi siempre terminaba leyéndole a Fiucla ¥ que solo a veces me animaba a pasarle 4 mi patrén. Pero no fui publicado hasta mediidos de 1806, cuando los ingleses ya habfan toniado Buenos Aires y las tropas de Beresford, rifleros en su mayorfa escocesesy,se paseaban duefios y sefiores por las calles de Ia ciudad, para beney plicito de algunos y para futia de la mayorfa, entre los que nos encontrébamos mi patrén, sus amigos y yo mismo. Asf que debuté como petio- dista cuando toda Buenos Aires estaba tan convul- sionada que hasta don Hipélito Vieytes deseché su habitual prolijidad para encargarme a mi, al aptendiz, que esctibiera algo para el Semanario. Vieytes y sus amigos més cercanos (Pefia, Donado, a CariruLo vur @ Uros poces dis después comenss a ejecutarse el plan para la reconquista. Vieytes decidié. marchar a la chacra de Perdriel, junto con su amigo y futuro. socio Nigolds Rodriguez, Pefia. ¥ nos propuso a Domingo y a-mf que uno lo acompafiara, mientras que el otro debis qued: cuidando a dofia Josefa y a Carlota, su hija adop- tiva, y-a la espera de un llamado para reunirse con las tropas, llamado que, él crefa, debia de legar muy pronto. Claro esté que los dos preferiamos ir a la chacra, asi que lo echamos a la suerte, tirando ja taba. Tiré Domingo y cayé suerte. Me tocaba quedarme, no tuve més remedio que aceptarlo. En Perdriel,. Vieytes:y Domingo se encontrarfan con Juan Martin de Pueyrredén y,.entre otros, con el doctor Argerich y. el futuro médico Juan Madera, a los que yo. conocia de sus periddicas visitas a la Casa de Nifios Expésitos. Pasaban los dias 'y yo me aburria a més no poder. No trabajaba, no poclia visitar « Lucia’ (eu padte, ante Ja inminente contienda, que s© svecinaba, haba cerrado estrictamente todas las Frertas-y ventanas dela cas), 7 de fa chacra no eenfan noticias. Mi espera no fue tan larga, pero fae vana: antes de que me llegara el llamado, Jos ingleses tomaron la iniciativa. Beresford y sus ciflerss, enterados quién sabe por qué infidencia, Hlegaron a Jo de Perdsiel y en una répida refiiega igpesaron al grupo de miliclanos mal armados y poco drganizados que se bablan juntado en la y eera: Pronto llegaron las noticias’ de la derrota «Buenos Aires, casi antes de que la avaiwada de Beresford regresara victoriosa, Se los vela ufanos, pero no éramos pocos los portefios convencidos de que pronto les borrasiamos las.sonrisas de las caras pecosas. Un dia después del regteso de Beresford y” gus tropas, ofmos los cascos del alazdn de Vieytes en el patio trasero. El:corazén me dio un vuelco al ver que no lovmontaba dof Hipélito, siné Domingo: Todos temimos lo peor, pero el negto os trangiilizs de inmediato con un gesto de su mano y una tibia sonrisa. Don Hipilito estaba bien, habia participado heroicamente en la reftiega 45 y luego, nombrado capitén. de milicias, habla cru ado el rio para sumarse 2 las tropas que Liners estaba armando en Montevideo. Pronto caerlan, vla Colonia del Sacramento, sobre Buenos Aires. * Domingo nos cont6 que los milicianos habjan resistido la embestida inglesa todo lo que pudie- ron y que finalmente se habjan retirado, de Ia. batalla salvando la mayor parte de las aimas y las municiones. ‘Las tropas volverfan pronto, desde Ja otra orilla. Domingo y yo quedébamos a cargo de la casa y los talleres-y, cuando la hora sonara, nos sumarfamos a algunas de las colum- nas que penetrarfan por los cuatro extremes de la Plaza Mayor. Y asl fue que el 8 de agosto, Bajo la Ihuvia, nos reencontramos con don Hipélito, que venia avanzando desde et rfo Lujén al mando de un centenat de. hombres. Y junto a entramos, el 12, en la Plaza Mayor, Domingo ‘con un arcabuz en las manos; yo con un rifle tomado a los ingle- es) regalo de Vieytes' para mi bautismo militar. Ese dia contemplamos el horror de la, guerra desde adentro, nos-expusimos a la muerte, y tuyimos gue matat. Yimos obmo los Corsaios ancescs que peleaban a nuestro lado trepaban al fuerte, y como su propio jefe, Mordeille, recogfa la espada vencida 46 de Beresford y la elevaba hacia el cielo con uh, grito triunfal. ¥ todos nos emocionamos, los ilesos ylos heridos, con la’ revancha de Pueyrredén y sus ven- cidos de Perdriel, ahora vencedores no solo en la plaza y en las calles, sinto hasta en el agua, porque yo vi cémo un piquete de sus jinetes, tomaba nada menos que un barco, el justina, encallado en el Plata. Cuando salimos de la Plaza Mayor, como la gran mayorfa de los portefios, estdbamos conven- cidos de que algo habfa cambiado para siempre. Un cambio que hablamos empezado a ganamos a sangre y fuego, entre el humo de los disparos, cl olor imborrable de la pélvora y los gritos de los beridos de uno y otro bando, tan terriblemente iguales. - Después, éuando al dolor por los cafdos sucedié la euforia de la victoria, nos faimos can- tando el epitafio burlén con los que el ingenio del pueblo se refa del hasta ese momento ’orgulloso e invicto Regimiento del 71, los rifleros escoceses: Acq yace efaanoso Regimiento nombrado del inglés setenta y.1eo jamds vencido por enemigo alguno que en lides mil salié con lucimiento, ae Capfruio ne a Pp. OF supuesto que los ingleses no se iban a retirar tan tranquilos del Plats, No s6lo al Regimiento 71 tenfa fama de in la armada inglesa se ufanaba de ser la reina de los mares, y acd, en este rincén casi olvidado del mundo, un cjétcito novato la haba dertotado. ‘Todos sabla- mos, desde el mismo momento en que Beresford se tindid, que las tropas invasoras volverian, y Que lo harfan pronto. Bl virrey Sobremonte, a su regreso de Cérdoba, se habia instalado en Montevideo, donde era de esperar que las naves inglesas hicieran ‘una primera escala en su intento de ocupacién.-¥ en Buenos Aires, ai cargo de las tropas.% de hecho, del gobierno mismo, habfa quedado Liniers, el héroe de la reconquista, - __ Cuandoia principios de 1807: el visrey Sobremonte fracasé en la defensa de Montevideo, todos nos preparamos para la lucha. Poco tiempo 48 atrés, con la ciudad ocupada y en crisis, Vieytes habfa cerrado el Semanario, con la promesa de que algiin dia volveria a editarlo. Pero no era momen- to de pensar en el periédico, ni en la jaboneria a la que luego se dedicd. Las urgencias; en esos dfas, eran otras. Era necesario rechazar la invasién inglesa, y précticamente todos los hombres de la ciudad nos alistamos en las milicias. Eramos casi ‘ocho mil los enrolados en las diferentes tropas. A m{ me tocé estar a las érdenes directas de Liniers. Cuando los ingleses al fin-desembarcaron en nues- tras costas, el general Liniers acampé sus escua- drones en el Puente de Gélvez, dispuesto a dar batalla a las tropas de Whitelocke. Pero el inglés, quizé temiendo una trampa, decidié esquivarnos, y avanz6 hacia Ids corrales de Miserere. Liniers entonces dividié sus fuerzas y a mi esta vez me tocé estar con las que regresaron a galope tendi- do, en una cabalgata frenética, rumbo a la ciudad, para sumarnos a la defensa que organizaba el alcal- de Alzaga. Mientras tanto, el general Liniers, con la mitad de sus tropas, cafa derrotado en Miserere. Pero los hombres del francés que no habfan caido en [a batalla (y que por suerte eran muchos) vol- verfan a Buenos Aires al otro dfa, donde los recibi- mos alborozados. Los inglesés habfan cometido la 49 inexplicable torpeza de no avanzar cuando tenfan todo a su favor; con la ciudad casi desguarnecida. ‘Asi que ent los tres dfas que nos dieron para orga- nizarnos, Buenos Aires se colmé de trincheras y, precatias fortificaciones, y tanto las tropas criollas de los Pairicios y Arribefios como las espafiolas de Montafieses, Catalanes, Gallegos y Vizcainos se disttibuyeron en las calles de Ja ciudad, dispuestos a.resistir el avance briténico, . » EI 5 de julio de 1807, con un frlo que cortaba, los ingleses avanzaron sobre la ciudad. Se enfrentaron a las tropas que hacian fuego desde las trincheras y. que, cuando ‘podian, las salabian para atacarlos. Yo fui uno més de los que ese dia peleamos cuerpo a cuerpo con los. invasoresy’ en una lucha a muerte. Pero los ingleses no solo se enfrentaron con los soldados que, como yo, salté- bamos las trincheras para pelear: también tuvieron que vérselas con 1os.vecinos que desde los techos, balcones y- ventanas arrojaban agua hirviendo, palos y piedras, Al atardecer de ese mismo dfa ape- nas podfan defender un asentamiento en el Retiro yootro en la zona sur, en los alrededores de la iglesia ” de Santo Domingo. All{ me tocé ir, entonces, con una columna que habia recibido la orden de recu- perar la iglesia y bajar de su campanario Ia bandera 50 que habfan izado los ingleses, Estaba avanzando a “Jos gritos en medio del humo que parecia doshinar toda la ciudad, con el mismo rifle inglés que habfa - usado en Ia reconquista, cuando algo invisible y casi indoloro me tumbé al piso, Esta vez también tuve algo de suerte, aunque no tanta como el afio “anterior, El balazo se llevé la mitad inferior de mi oreja izquierda, y me dejé, aturdido y sangrando, tirado en medio de la-calle. Un rato después mis compafieros me lleva ron a Ja casa de una buena familia que habla ofte- cido el saldn principal de su vivienda para recibir a los heridos. Me Javaron la cara, me desinfectaron la herida, me pusieron un vendaje que me cruzaba media cabeza y me dejaron allf varias horas, des~ pués de que los oculpantes de la iglesia finalmente se rindieron. Yo atin no sabfa que desde ese: dia lucirfa, como una medalla de guerra, solo'la mitad superior de mi oreja izquierda. Ni que Lucfa, mi querida, Lucfa, me estaba buscando desde hacta mucho rato, q A petar dexque su padrerno habia queri= do involucrarse en la defensa, ella se las arteglé para hacer su aporte. Violando la prohibicién de salir a la calle, habfa llegado hasta la casa de dofia Elena de Zavala y; desde la terraza de la que se 51 habia convertido en su amiga y.maestra, participé de la refriega, lanzando agua hirviendo sobre las cabezas de los soldados invasores. Y luego, cuando los ingleses se rindieron, me bused, a la ver feliz... | por la victoria y asustada por mi desaparicién, entre Ia muchedumbre que festejaba en la plaza. Luca cortié ese atardecer.entre los hombres que se sorprendian de ver a esta jovencita agitida que, ya olvidada del triunfo, no hacia més que pregun- tar por su Saturnino. Por fin, después de mucho trajinar entre’los oficiales, tropexd con el negto Domingo, que no habla estado en mi mismo batallén pero ya se habia enterado de todo, como casi siempre, Lucia me encontté en las cercanfas de Santo Domingo. Me vio recostado en un innprovisado jergén, con la venda ensangrentada y poco menos que se lanzé sobre mf. Nuinca,-hasta ese Momento, nuestro secreto amor habia pasado de miradas cémplices, de sonrisas iintencionadas y de las risas alegres con’ que ‘lla festejaba mis ocurrencias. Era la primera vez qite yo sentfa sus manos acaticiéndome la cara, su ‘aliento tibio y fragante en las certanfas de mi boca yyal fin, su beso, el primer beso’ mégico por el que con todo gusto yo habria éntregado no ya media oreja,'sino Jas dos enteras, y la narlz también. 52 Luego de ese beso apasionado Lucia se reti- 16 algo espantatla de su propio arrebato y me miré muy seria. Yo me ref, de puro gusto. Ella me tomé la cabeza entre las manos una vez més y me pregunté si estaba bien. —Me duele la oreja, mi amor —fue mi confusa y risuefia respuesta—., {Te casards conmigo? Lucia se tio. Me dijo que estaba loco, me dijo que esa no era forma de pedir su mano, me dijo que siempre serfa el mismo Nino incorregible y desver- gonzado. Volvié a refrse, me repitid que estaba loco. Y¥ me dijo que s CapiruLo ix Lice yolvié 2 su casa, esa tarde de triunfo, tan feliz y conmovida como asustada,~ ‘Temla que su padre castigara su ausencia de una manera brutal, y tenfa razén en temerlo, Cuando Fuenlabrada se enteré de que su hija habla andado por las calles y la plaza festejando la rendicién de’ los ingleses, estallé en oblera y le prohibié, por tiempo indeterminado, que saliera de la casa. Puso! Ts a la puerta de calle y control6 en persona que el castigo se cumpliera, ‘A Lucfa le dolia profundamente el encierro, que no solo le impedia verme sino que, ademés, Ia privaba de las clases que le daba dofia Elena. Lucia estaba aprendiendo a leer y escribir, en total secreto. Ella no queria contarle a su.padre, «que se habrle opuesto, nia su madre, que era una mujer temerosa.. Y no queria interrumpir un aprendizaje que avanza- ba muy veloz, como supe bastante después. : 54 “Pero yo no me iba a resignas, ast como ast, "a dejar de ver a mi Lucta durante mucho tiempo. De ninguna manera iba a conformarme con adivi- cnarla a través de las banderolas de las persianas 0 * “con verla apenas de lejos, cuando aprovechaba las *‘partidas de Fuenlabrada para subitme a un Arbol que daba a su ventana y desde allf mirarla en silen- , ,j10- Ast que recurr{ a mis viejos amigos de las calles, ¥y fai, durante ese tiempo del encierto, encontrando © “Jos recursos més inesperados para verla al menos pot “unos minutos. Las primeras dos o tres veces entré “con el catfo del carbonero. Iba metico entie los carbones hasta que el carro cruzaba el patio y descar~ " gaba los montones'de carbén en el depésito del sub- “suelo. Allf estaba yo, rodando junto a los carbones y “ah{ quedaba, magullado y completamente negro, a fa espera de que el ayudante del carbonero le hiciera una sefia a Lucfa. La primera vez esperé como dos horas én el sétano, porque Lucia no lo crefa. Por fin vi aparecer su bello rostro por la ventanita que daba al patio. —Niho tad timidamente, todavia temiendo que se tratara de una broma—, ;dé veras estds ahi? Yo salté de entre los carbones, le tomé la cara con mis manos negras y le dejé la marca de 55 un. beso oscuro alrededor de la boca. Lucia refa, y su padre, ese dia, no pudo entender por qué su hija tenfa el vestido manchado de hollin y una sonrisa que desmentfa el encierro. * Otro medio que encontré para entrar, aun- que fue la primera y tiltima ver, fue escondido en uno de los catros del propio Fuenlabrada, leno de’ cueros recién curtidos. Lucia, esa vez, no nie dejé besarla: se me hahfa pegado tanto el mal olor de los cueros que tardé varios dfas en dejar de apestar. La tiltima vex que entré lo hice pintado de negro. Con corcho quemado me pinté la cara yle pedi a un amigo escobero que me piestara sus escobas, para pasar por vendedor, Cuando una vez dentro de la casa estaba acercindome a Lucia, el padre vio mis tobillos blancos y pegé el grito. Me cortié com el viejo bastén de cafia por el patio y las galerfas, entre las risas de los negros y hasta las de sus propios familiares, que disimulaban tapan- dose las bocas, hasta que al fin logré saltar Ia tapia, alcanzado apenas por los insultos-del viejo. Pero, aunque esa tarde-nos refmos, fue un tiempo tris- te, Durante semanas solo tuvimos esas silenciosas visitas en las/ventanas y las pocas veces en que hab‘a logrado colatme en Ia casa, demasiado poco para un encierro tan largo. 56 Recién en diciembre el padre levanté la prohibicién y de camino a lo de dofia Elena me reencontré con mi amada, Ella iba acompafia~ da de una de sus hermanas, la més chica de las tres, Mariquita. La nifia, enterada de todo, nos dejé solos un rato y abt pude volver a tomar la mano de Lucfa, robarle un beso furtive en una esquina sombreada y recordarle mi pedido. Yo querfa que nos casdramos lo més pronto posible. Ella me dijo que jamés se casarfa con otro que no fuera yo, pero me pidié que le diera tiempo. Prometf tener paciencia, pero no me zesultaba nada facil. ‘A fin dé afio, cuando en la plaza se festejé la Iegada ‘de 1808, volvi a repetirle mi pedido. Quise, también, darle un beso, pero Lucfa me rechaz6, con disimulada sonrisa, pero con firme- za. Su padre andaba cerca. Me despedf de ella y regresé, preocupado y de mal humor, a los festejos de la recova, donde me esperaban Domingo y sus hermanos. Tenfa la sensacién de.que alguien me observaba, y’ sospeché Io que un‘ tiempo después, desgraciadamente, pude comprobat: un empleado de Fuenlabrada, un bueno para nada que le hacta de sopldn, me seguta los pasos. El afio 8 empezaba, sin duda, con problemas. 57 Fue a mediados de ese afio decisivo cuando al fin Lucia se animé a contarle a dofia Leonora, su madre, que estaba enamorada de mi, que yo le habla propuesto casamiento y que ella habfa aceptado. Y fue entonces cuando don Diego de Fuenlabrada, enterado de nuestro secreto amor, fue a buscatme a la jabonerfa, Entré a los gritos, casi atropellé 2 Domingo en un-pasillo y mie ame- nazé con el bastén de cafia en la mano, como cuan- do yo era un chico. Dijo que encerrarfa a Lucia en un convento; y de no haber sido por don Hipélito, que se interpuso, me habrfa golpeado sin que yo atinara a defenderme, Fuenlabrada era el padre de mi amada y era un hombre mayor: yo estaba dis- puesto a dejarme golpear sin siquiera levantar una mano. No se me ocurtfa otra. manera de mostrarle, a pesar de todo, mi respeto y mi buena voluritad. Vieytes, que nada tenfa que demostrar y que se sentfa insuleado por la irmupcién de ese hombre en ¢ sti fibrica, fue mucho rhds duro. ~Sefion, “no me obligue a violentarme, © Tg ajo qui se vaya de aqui de inmédiato. No ¢s * usted biehvénido, tio dene usted derécti, alguno a.amenazar a'mi aprendiz, Saturnino bien podrfa foipeile ése’ridiéulobastén en la espalda,’ pero “ya ve’ cbmo ha'preferido no enfrentatlo. Perono 58 me provoque a mf, porque no respondo de mi cardcter. Los ojos de Vieytes confirmaban que no mentia, y Fuenlabrada se asusté, Comprendié que ese hombre que tenfa enfrente, que habia pelea- do en varias batallas, estaba.mds que dispuesto.a sacarlo a empujones de la jabonerfa. As{ que aga- ché la cabeza, musité algo ininteligible y se revird Desde Ja puerta volvié a buscarme con Ja mirada y levanté una vex més el bastén. Yo no dije nada. ‘Apreté los pufios y aguanté, Lucfa bien valfa mi paciencia. Capfruio xr Troge en [a jaboneria, de. Vieytes, que era una industria tan exitosa como apestosa, pues se trabajaba con sebo, era mucho ms duro que trajinar con los tipos de la imprenta para componer nuestro querido Semanario. Yo no podia olvidarme de que, cada vex que el periddi- co estaba listo, todos los que participabamos en su creacién sentiamos una alegifa renovada, una emocién que se repetia idéntica apenas tenfamos el impreso en las manos. En cambio, el producto dela maloliente fabrica jabonera no emocionaba, a nadie. Yo comprendia que Ja jabonerfa era una importante fuente de ingresos, pero no me senti satisfecho con mi trabajo alli hasta que la fibrica, al poco tiempo de inaugurada, se convirtié en un lugar de reunién politica, en el que se empezé a formar lo que algunos-bautizaron la “Sociedad de los Siete”, con don Hipélito Vieytes y Nicolas 60 Rodrfguez Pefia a la cabeza. La casa de Pefia, el café de Marcos y la jabonerfa se transformaron en los lugares de encuentro de los que luchaban para ser libres. Las reuniones, ya fuera a cara descu- bierta, cuando se pola, o en las'sombras, cuando habla que moverse con sigilo, se repetfan cada ver, con mayor asiduidad. All, con un optimismo conmovedor, se trazaban los planes de la futura independencia Yo, como cuando era.aprendiz de periodista (actividad con la-que pretendfa con- tinuar, en cuanto me fuera posible), participaba como un aprendiz de-politico, En la jabonerfa escuchaba con atencién lo que Vieytes y sus ami- gos discutfan mientras les cebaba mate en silencio ys muy de tanto en tanto, me animaba a decir mi opinién, que. aquellos hombres generosos ofan con satisfaccién. El afio 8;.todos Jo decian, podfa ser un afio clave. Desde que en Buenos Aires se supo que Napoleén habfa invadido Espafia, y que el trono estaba ocupada por José Bonaparte, todo fae, entre Ibs postefios, una pura efervescencia. Sabfamos que en la peninsula el pueblo espasiol se organizaba en juntas de gobierno y muchos, en Buenos Aires, comenzaroi a planear algo parecido. El virrey Liniers, pot ser también francés, pronto | ! | | 61 fue sospechado de desleal al rey Fernando y de tener sus simpatfas puestas del lado de Napoleén. Esto era injusto, porque Liniers nunca dio motives para que se desconfiara de su lealtad, mas bien todo lo . conerario: siempre nos parecié, al menos a los que estébamos con el grupo de Vieytes, que el héroe de Ja reconquista era fiel al legitimo monarca de Espatia. Pero el otro héroe de las invasiones;‘Martin de Alzaga; se le puso en contra, y para colocar una apropiada ceteza en el postre revuelto que fue el afio de 1808, el 1° de enero de 1809 intenté derro- carlo. Mi patron, cuando Saavedra y su Regimiento de Patricios intervinieron para respaidar ai virrey, respiré aliviado: si bien estaba de acuerdo con Alzaga en formar una junta de gobierno como las que se formaban en Espafia, no le gustaba nada que en Ja junta propuesta por el alcalde practicamente todos fueran espafioles. Como tampoco le gustaba que las tropas que respaldaban la asonada fueran todas, también, de origen espafiol. En cambio, con el triunfo de Saavedra y sus Patricios, y la posterior disolucién de las tropas de Catalanes, Vizcafnos y Gallegos, las fueyzas, poco 2 poco, empezaban a estar del lado'de los criollos. Durante 1809, las tertulias politicas de la jabonerfa se hicieron cada vex més asiduas, jee ha case see ita > 62 tanto como mds secretas, porque el nuevo virrey, Cisneros, habla creado un Juzgado de Vigilancia Politica, y los soldados estaban atentos a cualquier movimiento que pudiera hacer peligrar la auto- ridad constituida, No faltaron ocasiones en que, ante Ja amenaza de las patrullas, las reuniones en la jabonerfa se cortaban de manera abrupta. Entonces se apagaban las velas y los miembros de la Sociedad de los Siete: tenfan que esconderse, para escapar en cuanto se podia, aprovechando la oscuridad, por el patio triseto o por los techos. Una de esas noches, en que Agustis Donado estaba hablando y yo regresaba de la cocina con el agua caliente para el mate, of que la puerta de calle se abria furtivamente. Me escond{ tras una de las enormes tinas repletas de sebo y desde alli of el final del discurso de Donado, mientras que, a la véz, unos pasos sigilosos se dirigfan a la reunién. Estaba a punto de gritar la vor. de alarma cuando descubri que‘el que caminaba por los pasillos de la jabonerfa era nada menos que el padre de Lucia. Me quedé helado por la sorpresa, al igual que Vieytes, que cuando lo vio irrumpir en la reunién se pars de un salto, estupefacto, Tanto’ don Hipdlito como yo pensamos que Fuenlabrada vyenfa otravez a desaflarme, pero nos equivocamos. 63 Era mucho peor. Detrds del hombre, que la venia guiando, entré una patrulla armada. Puenlabrada habfa terminado por descubris, por medio de sus espiasy mi participacién en esos encuentros, y mg haba delatado. Poco le importaban a él los demas miembros de la sociedad: su enemigo era yo; ¥; si conmigo cafan otros, para él era mucho mejor. Después de todo eran criollos que atentaban con- tra el orden espafiol. ‘ ‘Al ver a Ja patrulla los miembros-de la sociedad se quedaron quietos, pues no habia armas con que defenderse ni manera alguna de escapar. Perc yo, todavia escondido, atiné a unasolucién desesperada. Cuando los soldados pasaton frente a la tina la empujé con todas mis fuerzas, volcando sobre sus cabezas kilos y kilos de grasa. Alguncis soldados cayeron golpeados por la propia tina, y los otros resbalaron en el sebo y perdieron pie, sidfculamente. Si yo no bubiera estado tan asustado, me habria refdo, sin dudas. Lutego grité y cort{ hacia la calle, atrayendo a los que se pararon’primero y dando alos hombres de a sociedad uns instantes preciosos para escapar por la parte trasera de la fabrica. Puenlabrada se habja quedado mnudo, parado a un par de metros del desastre de soldados cafdos y engrasados. Y yo 64 cort{ por las calles, rogando que todos hubiesen escapado. : Al otto dfa, escondido en una casa amiga, supe por Domingo que tanto la jabonerfa como el café de Marco habian sido clausurados. No habia orden de arresto para mi patrén ni para ninguno de los patriotas que asistian a las reuniones, pues el virrey atin no se atrevia a tanto. Pero el enfren- tamiento estaba desatado, y: para mf, que sélo era un peén en esa partida, el Juzgado de Vigilancia Politica s{ habfa dictado una orden de captura. Fuenlabrada podia sentirse satisfecho. Z Cariruzo xa a, D. dias después del escape de la jabo- nerfa, los soldados del.virrey entraron a la habita- cin donde yo'dormfa y.me detuvieron.-Se metie- ron en Ja casa y en.mi cuarto sin-tomar recaudo alguno: sabfan que yo no me escaparfa, y que no estaba. atmado, Bl delator que. me entregé, sin duda el hombre que Fuenlabrada habla mandado a seguirme y que conocia todos mis moyimientos previos, debié de darles los datos del sitio donde podia estar oculto. Los esbintos del virrey me bus- caron en lactiltima de las habitaciones del caserdn de los Allegue, sabiendo que esa-habitacién no tenfa mds aberturas que la puerta que ellos patea- ton al entrar, y-una minima ventana, Me sacaron de un tirdn de Ja cama, me obligaron a vestirme més que de prisa, me:calzaron unos oxidados gri- lletes en los tobillos y alos empujones me llevaron por la calle, de modo que cada vez que tropezaba 66 cala en la tierra, entre las carcajadas de mis cap- tores. Algunos curiosos, a través de las ventanas entornadas, me habrn visto caminar a Jos tum- bos delante de la cuadrilla, pero la mayorfa de los portefios dormia, Lucfa, mi secreta prometida, cuyo antiguo pafiuelo bordado atin Hlevaba yo en el bolsillo, no podfa saber lo que me estaba pasan- do, por supuesto, Para su suerte y la mfa.no habré vescuchado los gritos y risotadas de los soldados, que me llamaban “perro desorejado” y se burlaban de'mf, mientras me conducian a mi-encierro. Pero yo esperaba que, antes de que ella saliera en. mi busca, algiin buen amigo cortiera a su casa a darle Ia mala noticia. Se me acusaba de conspirador, de traidor al rey'y a‘Espatia, Quedaba a disposicién de la justicia, pafa ser juzgado en el momento en que lo decidieran Cisneros y los jueces del infame Juzgiado de Vigilancia Politica, ese invento del que debfa sentirse otgulldso. Podfan:pasar algunos dias antes de que se iniciara el proceso, pero también meses, Era una nueva’separacién. de Lucia, de mi naciente actividad politica; de todos mis proyec- tos ¢ ilusiones. . Encerrado en el htimedo calabozo que me destinaron; yo:sélo-podia‘esperar, y desesperar. A nadie le gusta estar encetrado, y no pude dejar 68 de pensar en que Lucfa se habia pasado meses sin salir de su casa. Los dos encierros, aunque distin- tos, tenfan un mismo responsable: Fuenlabrada, su padre; mi enemigo. Y lo peor estaba por venis, porque los soldados que él habla conducido a Ja jabonerfa no me perdonarian asi nomds la engra- sada que yo les habia propinado. Mientras esperaba las represalias con las que los soldados del virrey no dejaban de ame- nazarme, pensaba en que no serfa nada raro que Cisneros ni siquiera se dignase a tenerme en cuenta, Me tenfan riada més que como a un rehén calificado, que no podfa informarlos de nada que no supieran ya. Pero me preocupaba que quisieran castigar esi mia Vieytesy a su grupo, como si fuera un simbolo. De alguna manera, este pensamiento era, ala vez, un intimo orgullo. Yo habia pasado de cébador oficial a simbolo, de los. patriotas con- fabulados. Esa idea y el pafuelo de Lucia, que mantenfa aferrado en mis manos, eran mis tinicas armas contia el frfo intenso de esa noche horrible, mi primera noche-de prisién. a mientras yo estaba encerrado. Lucfa, en su casa, sufifa por partida doble, pues ya sabla que mi prisién era consecuencia directa de Ja denuncia de.su padre. Fuenlabrada, para colmo,:le habla dicho que la casarfa con un.tal conde de Narvier, un improbable noble navarro recién Megado a la colonia, viudo, viejo y desagtadable, pero rico. Vieytes habia tenido que interceder ante French, Beruti y algunos de los mds exaltados compafieros de lucha, pata que no irrumpieran én casa de los Fuenlabiada a hacer justicia con don Diego. Don Hipélito les dijo que él sé encargarfa, y ast lo hizo. Tal vez porque mi prisién lo indigna- ba tanto como le dolla, tal vez porque a esa altura realmente me habfa’ tomado bajo su proteccién como si yo-fuerajsu hijo, Vieytes tomé a su cargo mi representacién y en mi nombre aparecié en la Cartruto xm a 70 casa de Fuenlabrada, sin previo aviso, Temblando de sabia contenida golpeé la puerta con el pomo de su espada (por cierto, mucho més intimidante que el bastén de cafia de Fuenlabrada) y exigié hablar con el duefio de casa. Don Diego acepté el pedido y tecibié a Vieytes en Ia sala, atemorizado pero también ofendido. Quiso protestar, pero Vieytes no lo déjé ni hablar. Le dijo que era un‘canalla y que @l deberfa cobrarse lo sucedido en.a jabone- rfa, ‘pero. que lo pasarfa por alto, solo porque lo guiaba una cuestién més noble: pedir para mf la mano de Lucfa. Puenlabrada no podia creer lo que le esta~ ba pasando en su propia casa, pero Vieytes no lo dejé reaccionar, =~ “Mi hija Carlora, que es amiga de Lucfa, me ha dicho que quiere usted comprometerla con un conde, un duque o algo por el estilo. Es prefe- rible que olvide la idea, Fuenlabrada. En América soplan vientos de cambio, ino lo olvide. Dicho esto, yantes de irse, Vieytes descubrié a Lucla, qe estaba asomada a la puerta de la cocina, y se ditigié a ella con un'saludo muy especial. —Lucfa, mi casa esté’a tu disposicién —le dijo, y esto, Fuenlabrada lo sabia, también era una amenaza. 7 Apenas Vieytes se fue, lo supe después, don Diego le ordené a su hija que se retirara a su habitacién y se puso a esctibirle al vierey. Estaba aterrorizado, pero todavia le quedaba orpullo como para enfrentar el desaffo. Hl no iba a permi- tir que ese criollo petulante viniera a exigitle nada en su propia casa, Ya se verfa si Lucfa se casaba con un mequetrefe como yo, 0 con ef conde de Narvéer, como él habla decidido. ak ze a Capfruto xiv + D., dias después de la presentacién de Vieytes en la casa de Fuenlabrada recibf mi primera visita, Habfa pasado unas noches espan- tosas, dando vueltas en el calabozo m{nimo que me habfan destinado, humillado por los guardias que yo habfa burlado en Ja jabonerfa y que ahora-me tenfan a su merced. El pan y el agua eran exiguos y cuando, estragado por la sed, me atrev{ a reclamar mds agua, recibi un baldazo cruel que empapé mi jergén. Yo desesperaba en mi soledad, pero Castelli, abogado de la Real Audiencia, y compafiero de lucha, habfa logrado que Je petmitieran verme. Seguramente no le gusté lo que vio, mi aspecto desgrefiado, la suciedad que me rodeaba, las marcas de los malos tratos en mi rostro, pero supo disinu- ar Ja impresin y logré que sus palabras esperan- zadas me reconfortaran. Y aundue me preocupé la noticia de que muy pronto nie interrogaria uno de 74 Jos jueces del Juzgado de Vigilancia Politica, ala vez me tranquilizé saber que, llegado el caso, Castelli mismo me defenderia, Antes de irse me dedicé su mejor sonrisa y me entregé una carta. —Si alguien como quien he tenido el pla- cer de conocer te escribe una carta perfumada con jazmines, Nino, ninguna esperanza esté perdida. Apenas se fue abrf el sobre con avider. Bra, como yo esperaba, una carta de Lucfa. Su primera carta, nada menos. Casi lloro de la emocién al ver esas letras grandes, prolijas.y algo torpes, como las de un estudiante primerizo, las primeras letras de mi querida Lucla. Me tiré a leer ence! jergén de mi calabozo, sin que me importara la incomodidad ni la humedad malsana dé mi encierro, queen esos instantes habfa olvidado por coinpleto. El corazén me dio un nuevo vuelco tan solo al leer el encabe- zamiento. Cenacle mies Ciyfare gue Cor carneberan permiln ot mat farimantn lt Uegunee a Ter maner. {ols ae i frets wo gee momen: fe cnacla muensa. Caf agen he poe fenced sua eegetlare el che gue gracian o be Arena renee, ole Zavala ge ate tmacalcnsin en 75 ghrenclicle, ob pio) & emsihinn Te mee sents Piethy voter goes oat Cele 1 life yo Wahopere, fore swanche emggine gue Tan ype Lectin bo gue sankey, ab gue vale ba Kena of epluerge. - Quiero pe crayon goss lon alo ae fraser ante mc fackree en Tee mabe fer bee fics, « be empty mugger, ohiake ait mans. 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Coyle en ctlimen ere fermine, fire maker me frecrigfan poe ree mi facies guizm me yanga © gue vepe: Riga comme fare, gow ve nen firm TE eatin ponlicn, Tent eal olamtnge corms chem és cline ole mucclina vila. \ | vrerée tn om camrenTinienley Die aabads fer | | Dejé de leer con Ios ojos rojos de ‘Ilanto contenido. No iba a darles a los guardias la alegria deleznable de ofrme lloras, pero-por dentro estaba destrozado. Sabfa que mi Lucfa intentaria cumplir su promesa, pero en la desolacién de mi encierro yo lo vefa todo negro. Sinceramente no crefa que mi dulce muchacha pudiera escapar de su casa, de : las gatras de su padre, de sus designios funestos. En Wess ese agujeto siniestro donde me tenfan detenido yo Wei no podfa imaginarme a mi amada més que como i? condesa de Narvéez, y no como Lucia de Caridad, I a Carfruto xv 4, A los tres dfas los guardias volvieron , { a levantarme de la cama, como mal podia Ila- marse al desvencijado camastto cubierto con pajas donde dormfa, y me sacaron a Ia iastra de Ia celda, rumbo a la sala del juzgado. Me ataron . nuevamente fos brazos a la espalda y los soldados, « que no habfan olvidado el episodio del sebo en la 2 | _ Jabonerfa, me empujaban todo el tiempo, hacién- dome. tropezar. una y otra vez. No me habian :

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