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Igualdad en Educación Superior: September 2011
Igualdad en Educación Superior: September 2011
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ISBN 978-987-630-109-1
Colección: Educación
Serie: Universidad
ISBN: 978-987-630-109-1
Hecho el depósito que marca la Ley 11.723
Prohibida su reproducción total o parcial
Derechos reservados
Presentación ............................................................................................... 9
1. Deserción en educación superior y desigualdad social ........................... 11
1.1 La masificación, una tendencia clave .............................................. 11
1.2 Una inclusión excluyente, socialmente condicionada ..................... 17
1.2.1 El abandono, una tendencia estructural ................................ 17
1.2.2 Una brecha social aguda y en alza.......................................... 22
1.3 El primer año del grado: un tramo crítico y un movimiento
internacional en crecimiento ................................................................ 27
2. Dificultades académicas y desigualdad cultural: un factor decisivo ........ 33
2.1 La deserción: un proceso educativo sobredeterminado ................... 33
2.2 Preparación académica y estatus social ........................................... 35
2.3 El papel del ciclo medio y el valor del concepto de
capital cultural ..................................................................................... 38
Este libro gira en torno a una hipótesis central. Según ella, y en el marco de
una masificación extraordinaria y persistente de la educación superior en el mun-
do, irrumpe una tendencia estructural y nodal: altas tasas de fracaso académico y
abandono, en perjuicio de vastas franjas sociales en desventaja –desfavorecidas
en la distribución de capital económico y cultural–. Una inclusión excluyente.
Así, se abren brechas de graduación, que son brechas de clase, muy agudas. Una
problemática de orden global, pues, que se explora en el primer capítulo.
Asimismo, el texto encara una lectura causal. Es decir, se interroga acerca
del porqué de esas brechas. Para ello, postula otro juego de hipótesis, y tam-
bién de conceptos, como los de capital cultural y habitus organizativo, para los
que plantea una construcción teórica inicial. En ese contexto, y sobre todo,
el trabajo indaga y recalca el rol crítico de las propias instituciones del tramo en
la edificación de fracaso educativo. En particular, sugiere que usualmente los
establecimientos, y en especial la enseñanza, favorecen a estratos ya privilegiados,
con mayor capital cultural, mientras marginan y expulsan a capas con menor
dotación. Por ende, tendría lugar la reproducción ampliada de una desigualdad
cultural socialmente condicionada. Entonces, una óptica causal, muy realzada,
que se aborda en los tres capítulos siguientes (2, 3 y 4).
En suma, y acerca de aquella problemática, el análisis busca demarcar ten-
dencias estructurales y mundiales, y en tal sentido es un estudio internacional. Para
10
6
Por ejemplo, y en el caso de un país del capitalismo central como Estados Unidos, en los
últimos 35 años la proporción de trabajos que requerían educación postsecundaria subió del
28% al 59% y se espera que la cifra se eleve al 63% hacia el fin de la década, de acuerdo con el
Center on Education and the Workforce, de la Universidad de Georgetown (Duncan, 2010).
7
Se trata de una problemática que excede los alcances de este trabajo. Un estudio del sistema
mundial moderno, su origen y evolución actual, así como una exposición de las principales
corrientes de pensamiento vigentes para su análisis, se puede consultar en un trabajo reciente
de José Luís Fiori (2009).
11
8
No obstante, cabe señalar que, en nuestra visión, los Estados-Nación siguen siendo los prin-
cipales actores de la arena internacional. Por lo tanto, no adherimos a la idea de la globalización
como un proceso necesario, inevitable, que niega el papel de los Estados y de lo político en su
desarrollo.
9
Los datos cuantitativos incluidos en este apartado corresponden al documento citado de la
UNESCO (2009), salvo aclaración.
10
La tasa de crecimiento fue muy elevada en África Subsahariana: durante más de tres décadas
se elevó a un promedio del 8,6% anual, pero este progreso se vio opacado por el incremento
demográfico y por eso las tasas de participación subieron poco (del 0,8% en 1970 al 5,6% en
2007). El alza también fue marcada en Asia Oriental y el Pacífico: entre 1979 y 2007, la matrícula
aumentó 12 veces, de 3,9 millones a 46,7 millones de alumnos.
11
La UNESCO define la Tasa Bruta de Matrícula (Gross Enrolment Ratio, GER) como el nú-
mero de alumnos matriculados de un determinado nivel educativo, independientemente de la
edad, expresado como porcentaje de la población del grupo de edad teórica correspondiente a
ese tramo de enseñanza. Para la educación superior, la población incluye al grupo de cinco años
que sigue a la edad teórica de salida del ciclo secundario.
12
13
una aceleración a partir del año 2000 –desde entonces, el crecimiento promedio
anual es del 6,8%–. En el mismo sentido, el Instituto Internacional para la
Educación Superior en América Latina y el Caribe (IESALC), de la UNESCO,
acuerda y añade que entre 1994 y 2006 la matrícula tuvo una suba sobresa-
liente del 125,6% –de aproximadamente 7.544.000 alumnos a 17.017.000
(Gazzola, 2008)–.15 No obstante, y en proporción con la población, subsisten
disparidades muy marcadas entre países –en 2008, la Tasa Bruta de Matrícula
en Argentina, Uruguay y Venezuela rebasaba el 60%, en México y Brasil se
ubicaba en torno al 30%, y en Guatemala y Honduras caía a algo menos del
20% (UNESCO, 2010)–.16
En consecuencia, en América Latina se ha dado y tiene lugar un avance
intenso y generalizado en la matrícula del ciclo superior, sí, pero aún existe una
desigualdad intrarregional, entre países, muy acentuada, y por eso hay sistemas
nacionales con grados de masificación muy disímiles.17
Por otro lado, en la región, el stock de egresados,18 así como los flujos de
graduación,19 resultan bajos,20 al igual que en países como Arabia Saudita,
Austria, Croacia, Filipinas y Sudáfrica, entre otros.
Por ende, inscripciones en alza, pero egreso escaso.21 Entonces, es posible
plantear la hipótesis de que la masificación en América Latina se liga con un
abandono relevante –un tema que se retoma luego–.
15
Una matrícula que se concentró en el grado (95,8%) y en instituciones públicas (66,6%, sin
considerar Brasil).
16
Venezuela, 79%; Argentina, 68%; Uruguay, 64%; Chile, 52%; Panamá, 45%; Ecuador, 42%;
Brasil, 34%; México, 27%; El Salvador, 25%; Honduras, 19%; Guatemala, 18% (UNESCO,
2010).
17
Sistemas con grado de masificación alto (55% o más); medio-alto (46% a 54%); medio (36%
a 45%); medio-bajo (26% a 35%); bajo (25% o menos) (CINDA, 2007).
18
El porcentaje de población (25 años y más) que culminó alguna educación terciaria.
19
Número de personas que se graduaron en 2007 cada 100.000 habitantes.
20
El stock de egresados es en Argentina, 11,1%; Brasil, 8,1%; Colombia, 9,7%; Costa Rica,
15%; El Salvador, 10,6%; México, 14,9%; Uruguay, 9,6%.
21
Cabe señalar que en materia de stocks de egresados y flujos de graduación, la UNESCO clasifica
a los países en tres grupos. El primero combina tanto stocks como flujos altos, e incluye a países
como Estados Unidos, Finlandia y República de Corea, entre otros. La situación opuesta, el peor
escenario, se da en un segundo grupo que registra stocks y flujos bajos, y allí se ubican los países
de América Latina considerados: Argentina, Brasil, México, Venezuela y Uruguay (aunque la
UNESCO señala que últimamente en Venezuela los flujos crecen de modo acelerado). Asimismo,
hay un tercer grupo con stock bajo pero flujos altos, como Hungría, Italia, Malasia, Portugal,
Rumania y República Checa, entre otros.
14
Por otra parte, y como es sabido, Estados Unidos fue el primer país que
logró una educación superior masiva. En efecto, ya en 1969, alrededor del
40% del grupo de edad se inscribía en el tramo. Pronto siguió Canadá y
posteriormente, en los años ochenta, fue el turno de Europa Occidental. Por
ello, debido a esa alta matriculación y a nacimientos declinantes, a partir del
año 2000 en América del Norte y Europa Occidental, el alza fue menor en
términos comparados –con países de ingresos medios–. Así, subió del 64% en
2000 al 71% en 2007 (+7%) –en Estados Unidos, del 77% al 82% (+5%)–.
Una cobertura muy prominente. Por su lado, Europa Central y Oriental pasó
del 41% en 2000 al 62% en 2007 (+21%), y al 64% en 2008 (UNESCO,
2010). Por eso, en virtud de su potente matriculación, ambas regiones son
líderes mundiales en el rubro.
En suma, una masificación global, pero muy desigual, con tasas elevadas en
América del Norte y Europa Occidental, así como en Europa Central y Oriental,
y aún muy bajas en África Subsahariana, y en Asia Meridional y Occidental.
Tabla 1
Tasa Bruta de Matrícula (%)
Educación Terciaria
2000-2007
15
22
Martin Trow, de la Universidad de California, es el autor que en 1973 postuló los llamados
modelos de acceso, una propuesta muy influyente que diferenció tres etapas básicas respecto
de la participación de la población en el ciclo superior: de elite (absorbe menos del 15% del
grupo de edad correspondiente), de masas (entre el 15% y el 35%) y universal (más del 35%).
23
Un trabajo del Banco Mundial se pregunta qué desencadena esa tasa comparativamente baja
en América Latina. Y responde que los principales factores parecen ser: a) los costos y el escaso
financiamiento para los alumnos de la educación terciaria; b) un acceso insuficiente y desigual
al tramo secundario; c) la falta de información sobre el ciclo superior; y d) la presencia, entre
los jóvenes de bajos ingresos, de bajas expectativas respecto de la posibilidad de cursar estudios
postsecundarios (Murakami y Blom, 2008).
16
En el sistema teórico aquí propuesto, una primera hipótesis básica es que ese
ciclo extraordinario de masificación, que abre la entrada a capas en desventaja,
entraña otra tendencia estructural clave: altas tasas de deserción. Otro fenómeno
global, de gran alcance.25
Ello también se da en el capitalismo central. Así, la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en su documento anual
Education at a Glance 2010, indica que, en promedio, y en los dieciocho países
sobre los que hay información, aproximadamente el 31% de los alumnos que
ingresan abandonan y no se gradúan.26 A la vez, existen variaciones destaca-
das entre países. En efecto, Estados Unidos padece una deserción del 54%;
Nueva Zelanda, Suecia y México, entre el 42% y el 47%; Polonia, Noruega,
República Eslovaca y Reino Unido, entre el 35% y el 39%, mientras que en
España, Bélgica, Francia, Dinamarca, República de Corea y Japón, la tasa
es menor al 25%.
24
Además, consignan que algunos investigadores plantean otra visión según la cual, si la expan-
sión se da junto con una diferenciación jerárquica: establecimientos estratificados por prestigio,
recursos y selectividad de alumnos y docentes, no se produce inclusión, sino un proceso de desvío
(diversion) por el que miembros de la clase trabajadora son apartados de las oportunidades de
elite y canalizados a segmentos institucionales de menor estatus.
25
Cabe consignar que existen problemas de información estadística en la materia, a nivel ins-
titucional y agregado. Al respecto, Philip Altbach y colegas (2009:45) apuntan que “sobre tasas
de graduación sólo hay disponibles datos limitados, especialmente en los países en desarrollo”.
26
Las tasas de graduación son definidas por la OCDE como la proporción de nuevos alumnos
que entran al ciclo y egresan con al menos un primer grado.
17
Tabla 2
País % País %
Promedio 31%
Estados Unidos 54 Finlandia 28
Nueva Zelanda 47 Países Bajos 28
Suecia 46 Portugal 28
México 42 Islandia 27
Polonia 39 España 24
Noruega 37 Bélgica 24
República Eslovaca 37 Francia 21
Reino Unido 35 Dinamarca 16
--- --- República de Corea 15
--- --- Japón 11
Federación Rusa* 21
Eslovenia 35
* Education at a Glance recaba datos de los 31 países miembros de la OCDE, e incorpora infor-
mación sobre otros cinco: Brasil, Federación Rusa, Eslovenia, Estonia e Israel.
Fuente: OCDE (2010). Education at a Glance.
18
Tabla 3
País % País %
Promedio 30%
Suecia 51 Bélgica 28
Estados Unidos 43 Finlandia 28
Nueva Zelanda 43 Islandia 28
México 42 Países Bajos 28
Polonia 39 Suiza 28
Noruega 37 España 21
República Eslovaca 37 Australia 20
Francia 36 Reino Unido 19
Austria 36 Dinamarca 18
Alemania 33 Luxemburgo 16
República Checa 30 Portugal 14
--- --- Japón 7
Fuente: OCDE (2010). Education at a Glance.
19
28
Por otra parte, esa brecha es incluso algo mayor si se observan las tasas netas de graduación,
el porcentaje de egresados de la cohorte de edad correspondiente, en el subsector universitario.
En efecto, Estados Unidos (37,3%) se coloca en el sitio catorce, detrás de Finlandia (62,6%),
República Eslovaca (57,1%), Islandia (56,6%), Polonia (50%), Australia (48,5%), Nueva Zelanda
(48,3%), Dinamarca (46,8%), Irlanda (46,1%), Portugal (45,3%), Noruega (41,5%), Países
Bajos (41,4%), Suecia (39,9%) y Japón (39,4%).
29
Se trata de una fundación situada en Indianápolis, Estados Unidos, la mayor del país dedicada
exclusivamente a incrementar el ingreso y éxito de los estudiantes en la educación postsecundaria,
en particular alumnos de estatus desfavorecido.
30
Robert Barro y Jong-Wha Lee (2010) hacen estimaciones más bajas.
20
Tabla 4
País % País %
República de Corea 95 Reino Unido 59
Finlandia 94 Japón 58
Estados Unidos 82 República Checa 55
Nueva Zelanda 80 Francia 56
Dinamarca 80 Portugal 56
Noruega 76 Austria 51
Australia 75 República Eslovaca 51
Suecia 75 Suiza 47
Islandia 73 México 27
España 69 --- ---
Polonia 67 --- ---
Bélgica 62 --- ---
Países Bajos 60 --- ---
Fuente: OCDE (2010). Education at a Glance.
21
de 2009 propuso en el Congreso que en 2020 el país ostente otra vez la mayor
tasa de egresados terciarios en el globo. Luego, el propósito ganó jerarquía y
fue incluido en la Estrategia de Seguridad Nacional 2010, un documento de
máximo nivel que la Casa Blanca elabora periódicamente –y que retoma la idea
de restaurar el “liderazgo mundial” de Estados Unidos en el rubro para 2020
(The White House, 2010:29)–.
Por consiguiente, y en suma, en Estados Unidos la graduación en educación
superior ha devenido de modo expreso en asunto de seguridad nacional –por
ende, también, el combate a la deserción–. Ello confirma que a comienzos del
siglo xxi el ciclo ha cobrado un rol crítico, y que ya es un soporte del poder de
los Estados-Nación así como de su distribución internacional. Entonces, es un
factor de orden geopolítico. A la vez, la batalla contra la deserción en el tramo hace
a la justicia social a escala global. ¿Por qué? Es que el abandono golpea sobre
todo a la población de estatus en desventaja, en un proceso de reproducción
de la desigualdad, intenso y creciente.
22
23
y según Jennifer Engle y Vincent Tinto (2008), para muchos el viaje termina
donde empieza.
Ello ha sido convalidado reiteradamente por el Beginning Postsecondary
Students Longitudinal Study (BPS), una investigación que el National Center
for Education Statistics lleva a cabo de modo regular y que recoge información
a lo largo de seis años sobre una muestra nacional de alumnos que comienzan el
ciclo, a los que entrevista en tres ocasiones: al concluir el primer año, tres años
después, y a seis años del inicio. Por ejemplo, en el estudio 1996-2001 (Engle
y Tinto, 2008), los resultados muestran: a) que el 26% de los alumnos de bajos
recursos y primera generación desertó durante el primer año, casi cuatro veces
más que sus pares sin esos factores de riesgo (7%); b) que seis años después del
ingreso, casi la mitad (43%) abandonó y sólo el 11% se graduó, en contraste
con el 20% y el 55% de educandos más favorecidos, respectivamente.36 A
fines de 2010, Alexandria Radford y colegas presentaron los hallazgos del más
reciente Beginning Postsecondary Students Longitudinal Study, 2004-2009,
que recabó datos sobre una muestra de aproximadamente 19.000 alumnos y
que arroja conclusiones muy similares a las de los estudios previos.
• Por una parte, ratifica la vulnerabilidad, aguda, del estatus de primera
generación, una tendencia medular y perdurable. Así, y a seis años del
inicio, el 42% (35,9% de la cohorte) desertó y solamente el 15,4%
egresó, en contraposición al 25,5% y al 49,4% de aquellos cuyos padres
obtuvieron un grado (38,9% de la cohorte).
• Asimismo, confirma que las tasas altas de abandono también son
corolario de otros factores de riesgo, propios de ese estatus en desventaja,
usualmente concurrentes, como la dedicación parcial al estudio (el
71,3% había desertado), el atraso en la entrada al ciclo luego del cole-
gio secundario (49,2%), los mayores de 30 años (55,1%), los negros
(43,4%) y los hispanos (42,1%).37 Otra tendencia persistente.38
36
Para todos los tipos institucionales, de cuatro, dos y menos de dos años, públicos y privados.
37
En la cohorte 2004, el 61,7% eran blancos, el 15,0% hispanos, el 13,5% negros, el 5,1%
asiáticos, y otros, 4,8%.
38
Adicionalmente, el estudio establece una vez más que la deserción es muy superior en institu-
ciones con programas de dos años (46%), que por lo general reciben más estudiantes de primera
generación, en contraste con los establecimientos de cuatro años (23,6%). En efecto, el nivel
educativo de los padres y el tipo de institución se vinculan. Así, en la cohorte 2004, el 65%
de los inscriptos en organizaciones de menos dos años eran alumnos de primera generación, el
43% en las de dos años y el 23% en las de cuatro años. Por otro lado, si se considera la totalidad
de los estudiantes de primera generación de dicha cohorte, el 57,4% se anotó en instituciones
24
de dos años, el 28,2% en las de cuatro, y el 14,5% en las de menos de dos. Al respecto, cabe
consignar que si se observa el conjunto de la cohorte, el 43,6% comenzó en establecimientos
de cuatro años, el 48,1% en los de dos años, y el restante 8,3% en los de menos de dos años.
39
Entonces, y según lo expuesto, aquí usamos estatus socioeconómico como un concepto
que engloba pero excede los ingresos monetarios, y que también incluye dimensiones como
las credenciales educativas de los padres y, más en general, el capital cultural, un tema que se
ahonda más adelante. En ese contexto, la noción de estatus se acerca a la categoría de posición
social propuesta por Pierre Bourdieu –una aproximación que ya señalamos a propósito de una
investigación empírica llevada adelante en la Universidad Nacional de General Sarmiento sobre
la deserción en su curso preuniversitario (Gluz et al., en prensa)–.
40
En ese sentido, Postsecondary Education Opportunity sostuvo a fines de 2010 que la educación
superior en Estados Unidos es una máquina de desigualdad, que por añadidura se agrava. Así, y
en términos de ingresos monetarios, en 2009 un estudiante que nació en una familia del cuartil
de recursos más alto tenía diez veces más posibilidades de lograr un título de grado (Bachelor)
a los veinticuatro años que otro perteneciente al cuartil inferior. En 2008 esa diferencia era de
nueve veces, en 2007 de ocho veces, en 2005 de siete veces y en 1980 se reducía a cinco veces.
41
Empero, las oportunidades de ingreso a la educación superior todavía muestran un marcado
sesgo de clase. Es decir, continúan beneficiando a franjas socioeconómicas más favorecidas
(Aponte-Hernández, 2008). En efecto, el alumnado del ciclo sigue fuertemente sesgado hacia
los quintiles de mayores recursos monetarios, con excepción de Venezuela (CINDA, 2007).
25
Tabla 5
Nivel %
Primario incompleto 3,1
Hasta medio incompleto 5,9
Medio completo 5,4
Técnico y superior incompleto 18,7
Superior completo 71,6
Fuente: CEPAL (2007). Panorama Social.
Así, el papel decisivo del estatus de primera generación como factor causal de
abandono recrudece en la región. En ese marco, y en suma, en América Latina
la masificación, al igual que en Estados Unidos, conlleva brechas fortísimas
en el egreso según el estatus socioeconómico. Brechas de graduación, brechas
de clase, una desigualdad social rotunda. Entonces, y más en general, a escala
global, la hipótesis es que ese ciclo extraordinario de masificación supone una
inclusión, sí, pero una inclusión excluyente, según clases y sectores sociales. Es
decir, socialmente condicionada. Otra tendencia estructural medular.42
Una tendencia que no ha sido suficientemente realzada. En ese marco, sin
embargo, la problemática va despuntando. Por ejemplo, uno de los reportes
preparatorios de la última Conferencia Mundial de Educación Superior, ya
citado, aborda el asunto (Altbach et al., 2009). Así, puntualiza que el acceso es
más que el ingreso, y que el auténtico progreso depende de una elevada finali-
zación del ciclo en todos los grupos de población. En esa línea, añade que no
se logrará una educación superior más inclusiva si porcentajes apreciables de los
42
Así, y según lo expuesto, la noción de inclusión excluyente apunta a dar cuenta de una
contradicción. Una contradicción empírica, de orden estructural y mundial –a la que el teórico
Vincent Tinto alude con la imagen de una puerta giratoria, antes mencionada–. En efecto, y
como vimos, en el ciclo se constata una mayor inclusión ya que se da la entrada de franjas antes
excluidas, que a la vez tienden a ser expulsadas.
26
27
nuevos alumnos –una proporción que sube en las franjas desfavorecidas (Reason
et al., 2006)–. En la misma línea, el programa Parsing the First Year of College,
del Center for the Study of Higher Education (CSHE, Universidad Estatal de
Pensilvania), pondera que más del 60% de los estudiantes de una cohorte dada
que desertan a lo largo de cinco años lo hará antes de comenzar el segundo.46
A su turno, Robert Reason, Patrick Terenzini y Robert Domingo (2006), en
un trabajo desarrollado en treinta campus, añaden que el primer año no sólo
resulta crucial para la deserción, sino que también es vital en aprendizajes y
desarrollo cognitivo –por ejemplo, estiman que aproximadamente el 90% de los
progresos en pensamiento crítico se da durante los dos primeros años–. Agregan
que esas pérdidas, en alumnos y aprendizajes, sufridas por muchos individuos y
por el grueso de los establecimientos, son un desperdicio de talento y recursos
inaceptable y a la vez innecesario.
Un tramo decisivo, entonces, que por eso exige un cuidado singular. Una
atención que desde hace unos años se esparce a nivel internacional (Lotkowsky
et al., 2004). Al respecto, Diane Nutt y Denis Calderon (2009) aprecian que
son numerosos los establecimientos en el mundo que priorizan el primer año,
un movimiento global que nació en Estados Unidos y que se irradia a países
como Australia, Nueva Zelanda y el Reino Unido, entre otros.
Asimismo, un movimiento que hasta el momento dio lugar a cuatro confe-
rencias internacionales periódicas: la primera es la que desde 1986 reúne anual-
mente el National Resource Center for the First Year Experience and Students
in Transition, de Estados Unidos. Luego se unieron otras: sobre todo, descolla la
Pacific Rim Conference on the First Year in Higher Education, convocada desde
1995 por la Queensland University of Technology, de Australia, que en 2010
tuvo su decimatercera edición en la ciudad de Adelaida y que en 2011 se llevará
adelante en Fremantle, Australia Occidental. También existe la European First
Year Experience Conference, inaugurada en 2006 y organizada por la First Year
Experience Network, que en 2010 desarrolló su quinto encuentro en la ciudad
de Antwerp, Bélgica, y que en 2011 tendrá lugar en Manchester, Inglaterra.
Más recientemente, en 2008, se lanzó la Southern African Conference on the
First Year Experience, congregada por la Stellenbosch University, de Sudáfrica.
En ese marco, y como ya se sugirió, Estados Unidos es el país que dispone
de una tradición más sólida y larga en la materia, con un movimiento académico
46
Se trata de un proyecto de investigación y desarrollo, de tres años de duración, que busca iden-
tificar los factores que afectan el aprendizaje y la persistencia de los alumnos de primer año en 34
establecimientos del país. Sus investigadores principales son Robert Reason y Patrick Terenzini.
28
poderoso y maduro, de orden nacional, que tuvo origen a inicios de los años
ochenta. Además, es un movimiento integral. En efecto, por un lado, engloba
estudios e investigaciones, con una producción sumamente vasta, aunque con
un claro predominio del paradigma positivista y cuantitativo (Pascarella y Te-
renzini, 2005). Por otro, también abarca la creación y desarrollo de dispositivos
educativos ad hoc, diseñados para primer año y muy generalizados –como los
Seminarios de Primer Año y las Comunidades de Aprendizaje, que se abordan
más adelante (Cols, 2007)–. Adicionalmente, un movimiento apuntalado por
un soporte institucional muy potente, con algunos think tanks de envergadura
y alcance nacional.
Entre ellos, el National Resource Center for the First Year Experience and
Students in Transition, ya mencionado, de la Universidad de Carolina del Sur,
fundado en 1981 con el impulso de John Gardner, que organiza conferencias
periódicas sobre el primer año, una nacional y otra internacional,47 y que
también publica libros, monografías y el Journal of the First Year & Students
in Transition.
Hay otro centro específico, más reciente, el Policy Center on the First Year
of College, de Carolina del Norte, creado en 1999 por John Gardner, que en
2007 se reconvirtió y dio lugar al John N. Gardner Institute for Excellence in
Undergraduate Education. Es que en 2005 el Policy Center on the First Year of
College recibió fondos de la Fundación Lumina, durante tres años, para dejar
de ser una entidad subvencionada y tornarse en un organismo autosostenido,
aunque sin fines de lucro. En ese marco, y entre otras actividades, sobresale
el fomento y dirección de autodiagnósticos institucionales comprehensivos y
voluntarios denominados Foundations of Excellence in the First College Year.48
Además, resalta el Higher Education Research Institute (HERI), de la
Universidad de California, en Los Ángeles, lanzado en 1973, que alberga al
Cooperative Institutional Research Program (CIRP), un estudio longitudinal
del sistema de educación superior de nivel nacional y gran envergadura,49 cuya
génesis se remonta a 1966 y que comprende ciertos cuestionarios muy salientes
47
La Annual Conference on the First Year Experience, que en febrero de 2011 tuvo su trigésima
edición en la ciudad de Atlanta, Georgia; y la International Conference on the First Year Experien-
ce, que en junio de 2011 llevó adelante su vigésimo cuarto encuentro en Manchester, Inglaterra.
48
En 2009, alrededor de 160 organizaciones habían participado en ese proceso de autoestudio.
49
Según el instituto, el programa abarca datos de aproximadamente 1900 establecimientos, 15
millones de estudiantes y más de 30.000 docentes.
29
para alumnos del tramo. Por ejemplo The Freshman Survey,50 que se adminis-
tra en el momento del ingreso, y Your First College Year, gestado en el 2000,
el primero que analiza el desarrollo académico y personal de los estudiantes
durante el primer año, un trabajo conjunto con el Policy Center on the First
Year of College.
Por último, el Center for Postsecondary Research, de la Universidad de
Indiana, forjó varios cuestionarios, algunos para estudiantes y muy prominentes.
Entre otros, es el caso del National Survey of Student Engagement (NSSE),
también alumbrado en el 2000, muy influyente y liderado hasta 2008 por John
Kuh, que cada año se aplica a cientos de instituciones –en 2010, ya habían
participado más de 1400 colleges y universidades–.
Finalmente, cabe apuntar que en Estados Unidos el movimiento en torno al
primer año acentuó y aún hace hincapié en la deserción, al punto que la dupla
persistencia y abandono fue y es su eje central, con investigación empírica y
construcción teórica de fuste. Al respecto, y como ya se aludió, se distinguen
los aportes de Vincent Tinto, que propuso uno de los modelos teóricos con
más repercusión en Estados Unidos y a escala global, con foco en las nociones
de integración académica y social (Tinto, 1993). No obstante, desde fines de
la década de 1990 irrumpió un debate y una revisión intensa del modelo, que
incluso ha sido y es ajustado por el propio autor.51
Por su lado, en Australia el estatus del primer año como un área nodal arreció
de modo exponencial desde mediados de los años noventa (Kift, 2008) a raíz
de un conjunto de iniciativas. En particular, el arranque de una conferencia
anual, la Pacific Rim Conference on the First Year in Higher Education, antes
citada, auspiciada desde 1995 por la Queensland University of Technology, un
establecimiento líder en el rubro, que en 2010 además inauguró una revista
bianual: The International Journal of the First Year in Higher Education. También
destaca el Center for the Study of Higher Education, de la Universidad de
Melbourne, que desde 1994 administra cada cinco años una encuesta nacional
con alumnos de primer año, la última en 2009 –que expone los hallazgos de
los quince años de investigación en su conjunto (James et al., 2010)–. Por otra
parte, y con el patrocinio del Australian Council for Educational Research, en
2007 se lanzó un cuestionario anual: el Australasian Survey of Student Enga-
50
Este instrumento fue generado en 1966 por el American Council on Education y constituye
el estudio empírico más antiguo y vasto sobre el tema en la educación superior estadounidense.
51
John Braxton, de la Universidad de Vanderblit, publicó una compilación de trabajos que
plasman parte de dicho debate y esa revisión con la participación del propio Vincent Tinto
(Braxton, 2000).
30
31
52
Una noción en construcción, que por ende demanda trabajo teórico e investigación empírica.
En esa línea, hemos iniciado la delimitación de algunas de esas dificultades en torno al concepto de
capital cultural en el ingreso al ciclo superior, como veremos más adelante (apartados 2.3, 3.3 y 4).
53
Es muy posible que esta hipótesis no se aplique a instituciones privadas de baja calidad, que
al calor de la masificación se propagaron como establecimientos orientados a absorber la nueva
demanda. Francisco López Segrera (2009) señala que muchos alumnos en desventaja precisamente
entran a ese segmento institucional.
33
34
finanzas constituyen un freno sustancial para el acceso con un peso mucho mayor que el que
esos estudios les atribuían.
35
58
El concepto es utilizado por los autores según la construcción de Clifford Adelman (2006,
1999).
36
59
Así, en ambos estudios el autor hizo el seguimiento de una cohorte nacional de egresados
del ciclo medio que ingresaron al superior. En el primer trabajo, el análisis empezó cuando los
alumnos cursaban décimo grado, en 1980, y fueron examinados hasta 1993. Por su parte, el
segundo comenzó en 1988, con los educandos en octavo grado, investigados hasta el año 2000.
En los dos casos, Adelman pretendió identificar qué factores son decisivos para la graduación y
concluyó que el más importante son los recursos académicos que los alumnos tienen al entrar al
tramo: una medida agregada que incluye el currículo de la escuela media, entre otros.
37
60
Por ejemplo, y dentro del concepto de recursos académicos, Clifford Adelman encontró que
el currículo del ciclo medio conforma la determinación dominante, la variable crítica.
38
Tabla 6
61
La Tasa Bruta de Graduación es calculada por la UNESCO como el número de egresados de
un determinado nivel educativo, independientemente de su edad, expresado como porcentaje
de la población en edad teórica de graduación en ese nivel.
62
La UNESCO (2009) aclara que al respecto dispone de estadísticas de 49 países que respon-
dieron cuestionarios sobre educación planteados conjuntamente por el Instituto de Estadística
de la UNESCO (UIS), la OCDE y Eurostat, la Oficina de Estadísticas de la Unión Europea, y
de otros 21 que participaron de una encuesta piloto desarrollada por ese instituto (UIS).
39
40
66
La noción de campo también es central en el sistema teórico de Pierre Bourdieu. Por ende, la
tesis es que la categoría de capital cultural no puede ser empleada sin referencia a la de campo.
Así, Erin Horvart impugna el uso selectivo y truncado de conceptos individuales sin situarlos en
ese sistema más amplio. ¿Cómo define Pierre Bourdieu el campo? Como un sistema de relaciones
objetivas, entre posiciones, que a su turno son definidas por los puestos ocupados en la distribución
de capital, económico y cultural. Así lo dice el autor, quien mantiene que “pensar en términos
de campo es pensar relacionalmente […] lo real es lo relacional: lo que existe en el mundo social
son las relaciones. No interacciones entre agentes o lazos intersubjetivos entre individuos, sino
41
42
70
Asimismo, algunos autores australianos recobran la noción y la destacan para la compren-
sión de las experiencias y perspectivas de los estudiantes de estatus en desventaja. Por ejemplo,
Marcia Devlin (2010), quien realza el valor de ciertas teorías y, en especial, de conceptos como
el de capital cultural, que a su entender podrían fundar políticas y prácticas institucionales que
faciliten el logro estudiantil.
71
Para ello, construyen dos variables: por un lado, el “capital familiar” de los alumnos (escola-
ridad y ocupación de los padres, recursos monetarios del hogar) y, por otro, su “capital escolar”
(promedio de notas y reprobación en el secundario, calificación en el examen de ingreso, la tra-
yectoria continua o discontinua entre el bachillerato y la entrada al grado). Entonces, los autores
pretenden “operacionalizar” el concepto de capital cultural, hacerlo observable a nivel superior,
basándose en información oficial actualmente disponible en los establecimientos de México.
43
45
72
En el caso de establecimientos con planes de estudio de cuatro años de duración.
73
También en instituciones de educación superior con un currículo de cuatro años.
46
asegura que en Estados Unidos son cuantiosos los establecimientos que hablan
sobre la retención y que incluso muchos se ocupan e invierten recursos abul-
tados. Sostiene que, no obstante, la mayoría aplica esa perspectiva marginal y
que por eso buena parte de los esfuerzos exhibe impactos exiguos.
47
48
49
2006). Al respecto, la National Resource Center for the First Year Experience
and Students in Transition cumplió y desempeña un rol sobresaliente. Así,
y por una parte, aplica periódicamente una encuesta ad hoc, muy expandida
en el país, el National Survey on First Year Seminars. Además, ha publicado
y difunde múltiples investigaciones sobre el asunto en el Journal of the First
Year Experience and Students in Transition y en una serie de monografías Ex-
ploring the Evidence: Reporting Outcomes of First Year Seminars. A su turno,
Mary Hunter y Carrie Linder (2005) agregan que, adicionalmente, centenares
de instituciones a escala nacional, de todos los tipos y tamaños, han llevado
adelante programas de evaluación que comprueban resultados benéficos en
diversos rubros.
No obstante, por lo regular priman los trabajos sobre persistencia. Al respec-
to, Ernest Pascarella y Patrick Terenzini (2005) declaran que hay evidencia uni-
forme, sustancial y consistente acerca de impactos positivos y estadísticamente
significativos de los Seminarios de Primer Año sobre la retención en todo tipo
de estudiantes: tradicionales y en riesgo, entre otros –aunque la permanencia
usualmente es explorada en el corto plazo, de primero a segundo año–.
Por ejemplo, así lo demuestran estudios sobre el Seminario Universidad
101, de la Universidad de Carolina del Sur, muy afamado y extraordinariamente
influyente, que comparan el retorno entre alumnos participantes y no partici-
pantes en numerosas cohortes (Fidler, 1991). Por su parte, Jayne Brownell y
Lynn Swaner (2008) registran que si bien son escasos los análisis que examinan
los impactos de los Seminarios de Primer Año en la continuidad más allá del
segundo año y en el egreso, los pocos existentes encuentran tasas de graduación
mayores entre los participantes.
Por añadidura, un cuerpo de investigación adicional revela otros efectos
benéficos y estadísticamente significativos, como un mejor conocimiento y
uso de los recursos de los establecimientos, una imagen más favorable de sí
mismos como aprendices, un mayor promedio de notas y más habilidad para
el manejo del tiempo (Brownell y Swaner, 2008; Pascarella y Terenzini, 2005).
Nuevamente, entonces, se observa el papel de la enseñanza como factor causal
primordial en el éxito estudiantil y, en particular, en la retención.
III) Asimismo, aquel estatus primario también ha sido verificado a escala
institucional. Es decir, establecimientos eficaces en el desempeño de sus alumnos.
Es el caso del proyecto Documenting Effective Educational Practice (DEEP),
liderado por George Kuh, de la Universidad de Indiana, que investigó veinte
50
51
83
Además, se subraya el valor de un currículo holístico, que como tal también abarque y com-
bine el ámbito cocurricular y las prácticas de enseñanza y aprendizaje en el aula física y virtual
(Kift et al., 2010).
52
84
El trabajo analizó la “percepción estudiantil” sobre el comportamiento de los docentes y, en
especial, acerca de una enseñanza “organizada y clara” a través de una encuesta que contenía diez
ítems de validez y confiabilidad probadas; entre ellos, “los docentes dan explicaciones claras” y “los
docentes hacen buen uso de ejemplos para explicar puntos difíciles” (Pascarella et al., 2008:62).
85
El aprendizaje activo es definido como aquel que involucra a los estudiantes haciendo cosas
y pensando acerca de lo que hacen (Braxton et al., 2008).
86
Entre otras técnicas, el estudio aplicó dos encuestas (en 2002 y 2003) a una muestra de 408
alumnos de primer año en ocho colleges y universidades.
87
Además, porque para alumnos trabajadores, y dado el escaso tiempo disponible, el aula se
convierte en el espacio esencial, si no único, para el encuentro con pares y docentes (Tinto, 2000,
1997). Asimismo, y como afirma Catherine Engstrom (2008), la clase es la arena clave para que
estudiantes con menor preparación participen en oportunidades de aprendizaje significativas y
poderosas.
53
si, por el contrario, se abre otra brecha, ahora de perfil. Una brecha entre el
alumno real y el esperado.
Una categoría, la de alumno esperado, que ocupa un lugar central en el
esquema teórico aquí propuesto, y que refiere, por un lado, a un sistema insti-
tucional de expectativas, en buena medida tácito, y en especial a conocimientos
y habilidades que se dan por supuestos y que estructuran las demandas acadé-
micas dominantes. Así, se trata sobre todo, aunque no sólo, del capital cultural
esperado, un factor primordial, un eje organizador de la enseñanza.
Por otra parte, la noción alude a latencias institucionales, que aquí concep-
tualizamos como formaciones de sentido colectivas, implícitas y, además, eficaces,
es decir, que provocan efectos, que condicionan la función docencia.
Es un tipo de formación que originalmente detectamos en otros agentes
educativos, los alfabetizadores,88 a comienzos de la década de 1980 y que con-
cebimos como una instancia institucional que se encuentra “más allá” de los
miembros individuales porque es fruto de condiciones sociales de producción
y porque a su turno forja impactos, igualmente colectivos (De Lella y Ezcurra,
1984:42).89
Por otro lado, para esas formaciones de sentido hemos sugerido la categoría
de habitus, también postulada por Pierre Bourdieu (Ezcurra, en prensad). ¿Por
qué? En primer término, por su registro causal.
En efecto, Pierre Bourdieu entiende el habitus como una estructura que
opera como matriz o principio generador de prácticas (percepciones, aprecia-
ciones, acciones). Es decir, una “estructura estructurante”, con poder causal.
Además, una estructura que a la vez es resultado de ciertas determinaciones. O
sea, una “estructura estructurada” (Bourdieu y Wacquant, 2005:203).
Por ende, aquí se retoma el concepto de habitus, en primer lugar, por ese
doble movimiento causal, como estructura estructurante, con efectos sociales,
y también estructurada, socialmente condicionada. Sin embargo, la noción
de habitus es revisada, si bien de manera muy preliminar, desde la teoría del
discurso. Por eso, en lugar de estructura se acude a las categorías de formación
o configuración discursiva.90
88
Se trata de una investigación cualitativa desarrollada durante 1982 en México con educadores
del Programa Nacional de Alfabetización de la República Mexicana (PRONALF).
89
Un tipo de formación de sentido que posteriormente, al concluir la década de 1980, volvimos
a observar en docentes universitarios, y que incluso fundamentó una estrategia de capacitación
de profesores del nivel (Ezcurra et al., 1990).
90
Parafraseando a Michel Foucault (1972), diremos que en el caso de que entre ciertos enunciados
se pudiera describir un sistema de dispersión, un orden, correlaciones, transformaciones, se dirá
54
¿Por qué? Por una parte, para sortear esquemas que presuponen determina-
ciones rígidas, inexorables, productoras de invariantes estáticas –por ejemplo,
una cierta visión de alumno esperado que fuera interpretada como ineludible
en su aparición e impactos, y como relativamente inmutable–. En cambio, aquí
se pretende fortalecer la perspectiva de que no hay nada forzoso. En palabras
de Pierre Bourdieu, sí existe una “clausura relativa”, pero ello no define un
“destino”, sino un “sistema abierto” “constantemente sujeto a experiencias”
–que pueden reforzar, pero también modificar el habitus–. Entonces, se afirma
que el cambio no sólo es posible, sino que se da de hecho y se objeta cualquier
modalidad de determinismo fatalista (Bourdieu y Wacquant, 2005:195-196).
En suma, las formaciones de sentido son pensadas como sistemas móviles,
con invariantes y transformaciones.91 Por otro lado, las nociones de formación
o configuración, en vez de estructura, además buscan afianzar la idea de que no
hay un único significado. Es decir, esas formaciones pueden ser más o menos
homogéneas o heterogéneas en el establecimiento. Incluso, suelen coexistir
sentidos diversos y hasta contradictorios; por ejemplo, disparidades en materia
de capital cultural esperado.
En segundo término, la categoría de habitus no sólo es recobrada aquí por
su registro causal, sino también por su alcance institucional. Ello es mérito de
Patricia McDonough (1997), de la Universidad de California, quien recogió el
concepto, pero además, lo amplió. En efecto, lo aplicó a las instituciones: un
habitus organizativo. En particular, un habitus académico, noción aquí sugerida
que se basa en aportes de Joseph Berger (2000), aunque es muy inicial –por
su parte, a comienzos de los ochenta, Emilio Tenti (et al., 1984) formuló el
concepto de habitus pedagógico–.
En esa línea, Joseph Berger reafirma que dimensiones como “la naturaleza
y el diseño del currículo […], las estrategias pedagógicas, los comportamientos
esperados en las aulas, los tipos de apoyo académico, las normas de estudio y la
índole del contacto con los docentes, son modelados por el habitus más general
del college o universidad” (Berger, 2000:111-112).
Así pues, el alumno esperado es un eje organizador del habitus académico.
A la vez, hay otras formaciones de sentido asociadas. Es el caso de la llamada
aproximación “hundirse o nadar”, con frecuencia dominante en el ciclo superior,
por convención que se trata de una formación o configuración discursiva.
91
Por lo tanto, se pueden detectar tanto continuidades como cambios. Por eso, se usan indis-
tintamente las categorías de configuración y formación de sentido. Así, por una parte, se realza
la presencia de fijaciones de sentido, y entonces hay sistema y configuración, y, por otra, la posi-
bilidad de movilidad y cambio, y es entonces cuando resulta más propio el término formación.
55
56
92
Con este modelo conceptual, Peter Collier y David Morgan buscan acentuar que el éxito en
educación superior no sólo depende de la comprensión de los contenidos de los cursos, sino
también del entendimiento de esas expectativas docentes.
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96
Pierre Bourdieu diferenció tres tipos de capital cultural: a) “encarnado”, que refiere a com-
petencias o habilidades, “disposiciones duraderas de la mente y el cuerpo”, y que comporta la
inversión de tiempo dedicado a aprendizajes o entrenamientos; b) “objetivado”, “en la forma de
bienes culturales”, como pinturas, libros, diccionarios, instrumentos o máquinas, entre otros, en
tanto su utilización o consumo exige y supone un cierto monto de capital cultural “encarnado”;
y c) por último, y en sociedades con sistemas de educación formales, el capital cultural “institu-
cionalizado”, un modo de objetivación que, según Bourdieu, debe ser considerado aparte y que
alude a las credenciales educativas conseguidas (Bourdieu, 1986:3).
61
97
Una noción aún en construcción. En efecto, se da una considerable diversidad de enfoques. Más
todavía, se suelen emplear términos diversos, como habilidades, competencias y procedimientos.
En una investigación empírica que se desarrolló en la Universidad Nacional de General Sarmiento
y que diagnosticó el punto de partida de alumnos de su curso preuniversitario en habilidades de
comprensión lectora y expresión escrita, así como en matemática, se llevó adelante una revisión
inicial de esas nociones y una propuesta conceptual, también preliminar (Ezcurra et al., 1996).
62
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100
La metacognición es un conocimiento de segundo orden, un conocimiento acerca del co-
nocimiento, y refiere a la capacidad para pensar acerca del propio aprendizaje, definir objetivos,
regular por sí mismo la actividad y monitorear la comprensión, entre otros procesos (Cols, 2008).
66
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68
Hirschy, 2005). En definitiva, se trata de que los alumnos reciban señales que
atestigüen que son capaces de aprender y conseguir un buen desempeño en el
ciclo superior, que merecen un lugar allí, y que los profesores y la institución
están para ayudar (Kuh et al., 2005b; Terenzini et al., 1994).
Al respecto, el trabajo de Laura Rendon (1993) es muy revelador. En efecto,
señala que los educadores habitualmente no reparan en que el temor puede ser
el mayor escollo para el aprendizaje y crecimiento estudiantil, y que por ello
resulta fundamental que desde el ingreso los docentes expresen una creencia
sincera en que los alumnos pueden aprender. Por eso, acentúa el peso de aque-
lla validación –en especial, en primer año–. Así, y según la autora, uno de los
hallazgos más prometedores del estudio es que si esa validación se da, incluso
los alumnos más vulnerables pueden convertirse en aprendices poderosos. En
particular, hace hincapié en el rol de la validación académica en el aula –sobre
todo, temprana, en los primeros meses–. De ahí que la función de los profesores
sea decisiva; por ejemplo, armar experiencias que prueben a los estudiantes que
sí pueden, brindar retroalimentación significativa y trabajar con aquellos que
requieren apoyo adicional.
69
71
Así, un cambio radical. Ello entraña una ruptura con el habitus organizativo
dominante. Una reforma sistémica, pues. Entonces, ante la brecha académica,
clasista y excluyente, propia de aquel habitus, se ha de fomentar una “peda-
gogía racional”, cimentada en una sociología de las desigualdades culturales
(Bourdieu, 2005). Por ende, hay que revisar y trocar el régimen de expectativas
institucionales y, sobre todo, el capital cultural esperado y sus presupuestos
acerca de conocimientos, habilidades y hábitos críticos en el punto de partida,
como el saber estudiar, aprender y pensar, entre otros.
En síntesis, se alienta un ajuste al alumnado real. Ello se da en los esta-
blecimientos examinados por el proyecto Documenting Effective Educational
Practice (DEEP), ya aludido, que trabajan con los estudiantes que tienen, en
contraste con la obsesión, tan difundida, de enrolar a los mejores y más brillan-
tes. Por eso, encierran un mensaje clave: las instituciones y los alumnos pueden
lograr éxito a pesar de las desigualdades. Además es el caso de Institutions of
Excellence in the First College Year, que aceptan, respetan y aprecian a los
estudiantes que poseen tal como son.
Por otra parte, y frente a la aproximación “hundirse o nadar”, también
propia de aquel habitus, se ha de contraponer una política de compromiso
con los alumnos, con su logro. Entonces, las organizaciones son consideradas
responsables de asegurar que los estudiantes tengan la oportunidad de desa-
rrollar los conocimientos y habilidades suficientes para afrontar las demandas
académicas de la institución (Crissman y Upcraft, 2005; Kuh et al., 2005b).
Un rasgo que Betsy Barefoot y colegas (2005) juzgan sobresaliente en Ins-
titutions of Excellence in the First College Year. Por su lado, en Documenting
Effective Educational Practice lo extraordinario sería, precisamente, la prioridad
que en esos establecimientos alcanza el objetivo del éxito estudiantil, una cultura
organizativa con centro en ese logro (Kuh et al., 2006, 2005).
En suma, se anima una reforma educativa sistémica que remueva el habitus
hegemónico y que, por lo tanto, revea el capital cultural esperado y sus supues-
tos. En definitiva, y como alega Robert Lingard (2010), de la Universidad de
Queensland, Australia, se promueve una estrategia redistributiva, de redistribu-
ción de capital cultural. Para ello, el apoyo académico resulta necesario, pero no
suficiente. En efecto, el eje es la enseñanza: según el autor, una redistribución
de capital cultural a través de la pedagogía. Por eso, recalca que la premisa de su
argumento es que la naturaleza de la pedagogía constituye un asunto de justicia
social –sobre todo, aunque no sólo, en primer año–.
72
I. Por un lado, se trata de conferir al primer año una alta prioridad real,
que trascienda las declaraciones y proceda a una asignación sustancial de
recursos humanos y financieros, entre otros, de cara a otras prioridades
en competencia.
II. En segundo lugar, resulta preciso sobrepasar los programas aislados, o
un agregado o sumatoria sin jerarquías, y encuadrar el primer año y su
enseñanza como un todo, como una unidad de análisis e intervención.
Ello implica una planeación de conjunto.
III. A la vez, esa óptica de totalidad envuelve, muy especialmente, un
currículo de primer año ad hoc, intencional. En Estados Unidos, como
ya se consignó, ello ha dado lugar a dispositivos de enseñanza innova-
dores y específicos para el tramo, como los Seminarios de Primer Año
y las Comunidades de Aprendizaje. Además, dispositivos de muy alto
impacto, eficaces.
IV. Por otra parte, ese enfoque curricular, tan realzado en Australia, contiene
per se una perspectiva universal, en la que los esfuerzos se encaminan a
todos los alumnos, y comporta, de hecho, el fin de la focalización, que
por lo regular acota el quehacer a estudiantes evaluados en riesgo de
fracaso académico o abandono. En esa línea, Marcia Devlin (2010)
anota que si se hace hincapié en el logro de los alumnos de estatus
desfavorecido, entonces se deben brindar oportunidades ciertas, indu-
bitables, de aprender las habilidades académicas requeridas, y que ello
exige un marco de tipo estructural, que estandarice las acciones, más
que un esquema remedial o especial –en otros términos, focalizado–.
A su turno, y respecto de las prácticas de alto impacto, Jillian Kinzie
y colegas (2008) acuerdan y remarcan que dado su gran valor, así
como los datos que muestran que la participación de los estudiantes
en desventaja es menor, resulta fundamental su incorporación como
requerimientos de orden curricular, que como tales generalicen y ase-
guren esa participación.
73
V. Por eso, hay estructuras de apoyo académico que adquieren rango curricular
y así llegan al conjunto del alumnado en el punto de partida. Es el caso
de los Seminarios de Primer Año, que, además, suelen formar parte de
Comunidades de Aprendizaje.
VI. Sin embargo, y como puntualizan Thomas Laird, Daniel Chen y George
Kuh, dispositivos curriculares como los Seminarios de Primer Año y
las Comunidades de Aprendizaje son vitales, pero de ninguna manera
suficientes. En efecto, para mejorar la persistencia, hay que modificar
“la naturaleza de las experiencias académicas tempranas en todas las
clases” y no esperar que aquellos dispositivos sean los encargados de
compensar las deficiencias en la enseñanza del resto de los cursos (Laird
et al., 2008:95). Por ello, en primer año, es preciso que el currículo
prevea cuestiones transversales, propias de todas las asignaturas, que
hacen al desarrollo del capital cultural –de sus componentes nodales
en el punto de partida–. Es decir, en cada curso y en conjunto, qué
hacer en materia de habilidades cognitivas (saber estudiar, aprender
y pensar), hábitos académicos (implicación estudiantil y prácticas de
enseñanza que la promueven), dimensión metacognitiva (monitoreo
y retroalimentación), validación académica y evaluación certificadora
(iniciación al rubro, explicitación y comunicación de los desempeños
esperados y los parámetros de valoración).
Así, como vimos, entre las prácticas de alto impacto sobresalen los Semi-
narios de Primer Año, muy difundidos en Estados Unidos: según el National
Survey on First Year Seminars, del National Resource Center for the First Year
Experience and Students in Transition, cuya última aplicación tuvo lugar en
2006, el 85% de las 968 instituciones participantes cuenta con Seminarios de
Primer Año en su plan de estudios.102 Además, el 92,2% proporciona créditos
académicos (NRC, 2006). Entonces, una estructura curricular.
102
Según otra encuesta nacional, que en 2002 llevó a cabo el Policy Center on the First Year
of College, los Seminarios de Primer Año eran impartidos por el 95% de los 1000 colleges y
universidades participantes (Barefoot, 2002).
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Son varios los autores que señalan esos límites (Brownell y Swaner, 2008). Entre otros, un
acento intenso en la retención, con menos atención a los aprendizajes, y en el corto plazo, con
pocos estudios longitudinales de más largo aliento. Además, algunos analistas llaman la atención
sobre la importancia de controlar las características de los estudiantes. Es decir, para medir el
impacto real, o valor agregado del dispositivo, sería imprescindible considerar la influencia del
perfil del alumnado (Goodman y Pascarella, 2006; Porter y Swing, 2006).
104
Además, se aplicó a un único tipo: aquellos abocados a tópicos de la transición y al desarrollo
de habilidades necesarias para el éxito académico –es decir, Seminarios de Orientación–.
105
El otro tópico es la educación para la salud, cuya eficacia se asociaría con el hecho de que
connotaría preocupación del establecimiento por los estudiantes.
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106
La tipología también incluye los Programas Basados en Residencia (Residence Based Programs o
Living Learning Communities), que sólo se dan en el caso de estudiantes que viven en el campus.
80
Tipo Características
Cursos Agrupados En este modelo se aúnan dos o más asignaturas y en
(Paired or Clustered Courses) ellas sólo participan alumnos de la Comunidad de
Aprendizaje. Con frecuencia, incluyen un Seminario
de Primer Año.
Cohortes en Cursos Amplios Conocidos como Freshman Interest Groups,
(Cohorts in Large Courses) conforman el esquema más simple. En este caso, los
miembros de la Comunidad de Aprendizaje son
solamente una parte de cursos más grandes, que
también matriculan a otros estudiantes que, por ende,
no revistan en el dispositivo. Suelen agregar reuniones
en pequeños grupos, de la Comunidad de Aprendizaje,
posteriores a las clases, y a veces un seminario de
integración semanal.
Programas de Enseñanza en También denominados Programas de Estudios
Equipo Concertados, constituyen una modalidad más compleja
(Team-Taught Programs) ya que crean verdaderos cursos interdisciplinarios en
vez de ligar asignaturas existentes.
Por añadidura, Oscar Lenning y Larry Ebbers (1999) agregan otra variante:
Comunidades de Aprendizaje por Tipo de Estudiante (Student-Type Learning
Communities), diseñadas para poblaciones específicas; es decir, que se concentran en
grupos especiales de alumnos –por ejemplo, con problemas de preparación académica o
con discapacidades–.
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83
a) Por un lado, operan como una fuente sustantiva de sostén: los alumnos
se auxilian unos a otros, aprenden juntos. Por ende, esos grupos erigen
estructuras potentes de apoyo y, a la vez, de conocimiento.
b) En ese marco, y por otra parte, facilitan el avance de ciertos hábitos
críticos: en especial, ayudan a estar en foco, a tomar el estudio más seria-
mente, y así favorecen más implicación, una mayor y mejor inversión del
tiempo y la energía imprescindibles para aprender.
II) Otra estrategia, que el estudio tilda de clave, y que además resulta
inherente a las Comunidades de Aprendizaje, es el desarrollo de un currículo
integrado y coherente. Ello encierra una cooperación docente intensa. En efec-
to, en los establecimientos examinados, los profesores trabajan mucho juntos
para encontrar enlaces interdisciplinarios en el contenido de los cursos y para
coordinar las tareas y actividades encomendadas –otro aspecto muy estimado
por los participantes–. A su turno, esas conexiones harían que el aprendizaje
resulte más fácil y eficiente porque la información y habilidades adquiridas en
una asignatura son reforzadas en las otras. Por añadidura, y siempre en la visión
de los entrevistados, dicha integración lleva a aprendizajes más profundos y a
una motivación e implicación superiores.
III) Otra nota distintiva, y también un factor ponderado como esencial,
es un fuerte compromiso docente con los estudiantes, con su logro, que combina
expectativas altas con aliento y apoyo, y que involucra un elevado tiempo de
dedicación a los educandos. Un cuidado y preocupación que, entre otros efectos
y según los alumnos, redunda en un mayor compromiso de ellos mismos con
su aprendizaje, más ganas y esfuerzo.
IV) Finalmente, un rasgo propio, que da identidad a este tipo de Comu-
nidades de Aprendizaje, es que engloban una o más asignaturas orientadas al
avance de habilidades básicas –por lo general, Seminarios de Primer Año–. O
sea, estructuras curriculares que apuntan al desarrollo de competencias y hábitos
críticos, y, además, a “comprender y navegar” el sistema académico, tan desco-
nocido (Engstrom y Tinto, 2008:17). Por lo tanto, se enseña lo omitido, otro
quid del alto impacto de estas prácticas, un resultado convalidado por Pathways
to College Success.
Para concluir, y en síntesis, es imperioso rebasar la aproximación hegemó-
nica, de cambio marginal, con centro en los alumnos, y así emprender una
estrategia de reforma educativa radical, sistémica, con eje en remover el habitus
académico dominante y sus efectos excluyentes –en perjuicio de clases y secto-
res desfavorecidos–. Ello exige, ante todo, revisar el capital cultural esperado
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Desde fines de los años 2000, el Banco Mundial da una jerarquía rotunda a
la equidad en el ciclo superior a nivel planetario. Así, demarca una nueva agenda,
alentada por Jamil Salmi, coordinador de educación terciaria de la institución.
Para arrancar, se lanzó un estudio global 2009-2011 sobre el tema, rotulado
Equidad de Acceso y Éxito en Educación Terciaria, sufragado con fondos del
Bank Netherlands Partnership Program, erigido en 1998 entre el Ministerio de
Relaciones Exteriores de los Países Bajos y el propio banco. Un financiamiento
que da ímpetu al estudio y hace posible su asociación con entidades como el
Center for Higher Education Equity Research, de la Universidad de Sussex, y
la Asociación Internacional de Universidades. Según declara, en términos de
políticas, el estudio busca ampliar la participación en el tramo y mejorar las
chances de éxito de los jóvenes desfavorecidos, una meta que cataloga como
un imperativo de justicia social –y a la vez de eficiencia económica–. ¿Por qué?
Es que, en rigor, constituye un estudio sobre la desigualdad.110 Así, diagnostica
110
El estudio se propone cuatro objetivos principales: definir medidas apropiadas de las desigual-
dades en educación terciaria; documentar el alcance, significado y consecuencias de las dispares
oportunidades en el ciclo; expandir la comprensión acerca de las determinaciones centrales de
dichas desigualdades y ofrecer recomendaciones concretas de políticas, tanto monetarias como no
financieras, orientadas a ampliar la participación de los jóvenes en desventaja. Hasta el momen-
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to, se publicaron algunos documentos preparatorios, como estudios de caso (China, Vietnam,
Indonesia, este de Asia), y también una metodología para aquella medición de desigualdades
(D´Hombres, 2010).
111
Definimos la ambigüedad como la coexistencia de sentidos contradictorios en un discurso
que se presenta de hecho como unívoco.
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Por eso, en el caso de la creación de nuevas instituciones, privadas y virtuales, demanda que
los Estados se ciñan a marcos regulatorios restringidos, que fijen “requisitos mínimos de calidad”
y no levanten “barreras para el acceso al mercado” (Banco Mundial, 2003:xxv).
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Por ejemplo, y según Rafael Guarga (2009), el mercado privado en educación terciaria a
nivel global es de al menos US$ 87.000 millones –la estimación se basa en el cálculo de que
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y, sobre todo, el egreso de franjas con posición social en desventaja –en la dis-
tribución de capital cultural y económico–. Ello exige un compromiso de las
instituciones y, en particular, de los Estados, políticas públicas que impulsen
reformas educativas del ciclo sustanciales, sistémicas, y la remoción de barreras
económicas, entre otras.
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