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Perón (1946-1952)

Todo fenómeno político nacional transcurre condicionado por factores de alcance internacional
que, entre otras determinaciones, juegan un papel clave en su desarrollo y definiciones. Cómo
imaginar la estabilidad del gobierno de Menem sin tener en cuenta el proceso de restauración
política y económica de los años noventa, ahí estuvo el Consenso de Washington para
confirmarlo. O más cercano, el gobierno de Kirchner sin el boom de las commodities (2003-
2014) durante sus mandatos.

Entonces, el primer aspecto a considerar para entender el peronismo, es situarlo


históricamente. Emerge en el contexto de la configuración de un nuevo equilibrio internacional,
el ya no más del dominio británico, la emergencia del norteamericano y la aparición de la URSS
como la nueva potencia mundial victoriosa sobre el fascismo, vistiendo el espectro del
comunismo. Este interregno de inestabilidad geopolítica y excepcionalidad económica que se
extiende hasta finales de los 40, otorgó márgenes de autonomía que el peronismo en sus
orígenes supo hacer jugar a su favor y sobre los que construyó su épica antiimperialista y
popular.

La neutralidad que el país había sostenido ante la Segunda Guerra Mundial se había
transformado en un punto de conflicto al interior de la burguesía nacional, especialmente
después de 1941 cuando EEUU ingresa efectivamente en la guerra y presiona por el
alineamiento del país contra el Eje. El golpe militar de Junio de 1943 evitó ese giro copernicano
-solo declaró la guerra al eje en 1945 cuando las cartas estaban echadas-, mantuvo una
neutralidad que de facto favorecía al frente británico y a los grupos nacionales, la burguesía
terrateniente, vinculada al imperio.

4 de junio de 1946, Juan Domingo Perón asume como presidente.


En ese contexto se sitúa la emergencia del peronismo, “podemos decir que –producto de las
contradicciones en las que aparece– el peronismo surgió y se afirmó “apoyándose” en la vieja
estructura económica argentina y en oposición a la ofensiva del imperialismo norteamericano,
aprovechando las brechas abiertas por la competencia interimperialista para lograr una
ubicación más favorable en la división internacional del trabajo y una mayor autonomía del
país”, [1] adoptando medidas económicas y políticas que no cuestionaron la estructura
dependiente.

Frente al avance del imperialismo norteamericano y el debilitamiento del inglés, una política
que resistiera las presiones imperialistas necesitaba de la acción integral de las fuerzas vivas
de la sociedad. La debilidad de la burguesía nacional, característica propia de los países
dependientes o semicoloniales, la condicionó como factor decisivo para tal empresa. Perón
recurrió al apoyo de la clase obrera y los sindicatos como fortalezas, “maniobrando con el
proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de
disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros”, [2] en un equilibrio
inestable entre las clases, dando origen a un régimen que puede definirse como bonapartismo
“sui generis”.

Desde su paso por la Secretaria de Trabajo y Previsión, en el gobierno del golpe de 1943,
Perón había elaborado los decretos que pusieron en marcha una nueva política social -
otorgando importantes conquistas que formaron parte de las reivindicaciones del movimiento
obrero desde finales del siglo XIX - que combinó contención y disciplinamiento: impulsó la
sindicalización y el reconocimiento de los sindicatos por rama, aunque con una política
represiva sobre los dirigentes opositores y combativos; la creación de los Tribunales de Trabajo
para el control de las condiciones laborales; la promulgación de una ley de jubilaciones y el
Estatuto para el peón del campo en 1944. Desde 1945 se fijaron vacaciones pagas, aguinaldo y
una nueva normativa de estabilidad laboral. No menos importante, ese mismo año diseñó el
decreto 23.852, más tarde Ley de Asociaciones Profesionales, por el que el Estado reconocía
al “sindicato interlocutor” válido en las negociaciones, favoreciendo la cooptación de sus
dirigentes, la injerencia y el control del Estado sobre las organizaciones obreras. Y ya como
presidente, Perón propició el aumento de los salarios reales y el pleno empleo. [3]

Aunque los cambios internacionales provocaron realineamientos internos, éstos no se


tradujeron en crisis abierta pues la excepcionalidad de la guerra - las arcas del Estado parecían
desbordar de reservas a causa de la imposibilidad de importar bienes, el alza de la demanda y
de los precios internacionales de los productos agropecuarios - le permitió en el terreno
económico superávit en todas las áreas comerciales, lo que facilitó una política de concesiones.
Nadie mejor que Perón para explicarlo “(...) Señores capitalistas, no se asusten de mi
sindicalismo, nunca mejor que ahora estará seguro el capitalismo, ya que yo también lo soy,
porque tengo estancia y en ella operarios. Lo que quiero es organizar estatalmente a los
trabajadores, para que el Estado los dirija y les marque rumbos...” ("Discurso pronunciado por
Juan Domingo Perón en la Bolsa de Comercio”, 25 de agosto de 1944).

Característica de esta etapa fue también el mayor intervencionismo estatal, que en Europa se
expresó como Estado benefactor, aquí una de sus manifestaciones fue la creación del IAPI; las
nacionalizaciones, como la del Banco Central y la formación de empresas estatales en áreas
de servicios como la Empresa Nacional de Energía, Yacimientos Carboníferos Fiscales o Gas
del Estado, entre otras.

Perón y la clase obrera


La política hacia la clase obrera del régimen peronista debe entenderse en este doble juego:
saldar la debilidad burguesa, apoyándose en el proletariado para resistir la ofensiva
imperialista, y controlar a la clase obrera que, ahora más numerosa y extensiva, contaba con
una larga tradición de lucha. La jornada del 17 de octubre de 1945 había provocado un cambio
en la situación política del país y la creación del partido Laborista, semanas después, por
iniciativa de sectores del sindicalismo expresaron la fuerza social del movimiento obrero que
irrumpía en la escena nacional, mostrando además su voluntad de conservar y ampliar las
conquistas que había obtenido.
La política de Perón buscaba evitar además que se contagiara la “marea comunista” del fin de
la guerra. No era especulación. La tradición argentina guardaba ejemplos de combatividad y el
escenario de la posguerra no excluía su irrupción radicalizada. Así había ocurrido en 1918-19,
cuando la agitación obrera había llegado a la calle o en los años recientes, la huelga general
los trabajadores de la construcción de 1936.

La seguridad del orden interno (burgués) era vital y hacerlo sólo por la fuerza atentaba su
durabilidad. En un régimen antiobrero que los excluía, como el de la Década Infame, Perón
apostó a incorporar a los trabajadores a la república burguesa, institucionalizarlos como
“ciudadanos-obreros” (Horowicz). No fue por azar que la Constitución peronista de 1949, cuyo
preámbulo repetía la fórmula “constituir una nación socialmente justa, económicamente libre y
políticamente soberana”, le concediera derechos civiles y sociales pero no mencionara el
derecho de huelga, elemental para su defensa como clase.

La política del peronismo significó el reconocimiento de la potencialidad de la lucha obrera y en


ese mismo acto, la clausura de sus tradiciones políticas e ideológicas previas, el fin de su
autonomía e independencia política. Este disciplinamiento se dio bajo la forma de un partido
encabezado por el coronel y por abajo, un movimiento de la clase obrera como base de
sustentación, “su columna vertebral”. La consagración de Perón como líder, a lo que
contribuyeron también la política antipopular y errática de las organizaciones obreras
(socialistas y comunistas), [4] permitieron su subordinación a un movimiento nacionalista
burgués, sostenido en la cooptación y estatización de las organizaciones sindicales. De modo
que la alianza del “pueblo peronista” y su líder cuestionaba a la clase obrera como sujeto
político capaz de reconocerse y hegemonizar la lucha emancipatoria junto a sus aliados y las
tareas de liberación nacional. No es poco.

Perón (1952-1955)
A comienzos de la década del 50 cambia el escenario internacional. Estados Unidos se
convirtió en el imperialismo hegemónico a la salida de la Guerra optando por una política de
estabilización económica de Europa (Plan Marshall) y política (acuerdos de Yalta y Postdam)
con la Unión Soviética. En América Latina el fin de la Guerra y el triunfo norteamericano
significaron el fin del impasse anterior y la vuelta a su injerencia abierta.

A partir de 1949 la economía argentina entró en crisis, marcada por la caída de las
exportaciones a Europa y la producción agropecuaria y con ella, la escasez de las divisas
necesarias para importar equipos y bienes en un mercado industrial altamente dependiente.
Las condiciones excepcionales que habían permitido una relativa autonomía se deterioraron
ante los comienzos de la crisis. El juego de maniobras que Perón había utilizado durante su
primer gobierno, y había contribuido a su liturgia nacionalista, se disiparon. El recetario
peronista volvía a las fuentes clásicas de las cobardes burguesías nacionales: sumisión al
capital extranjero y ajuste sobre los trabajadores y el pueblo. Veamos.

A partir de 1952, el gobierno entró en una nueva etapa. Perón recurrió al endeudamiento
externo, especialmente con Estados Unidos, convertido en el principal inversor extranjero y
proveedor en los rubros de maquinarias y vehículos. Se sancionó la ley de inversiones
extranjeras (1953) que establecía un trato igualitario entre compañías nacionales y foráneas. La
nueva orientación, por ejemplo, facilitó las negociaciones con la petrolera Standard Oil de
California.

Su plan de estabilización económica se resolvió por la decisión de reducir el gasto público y el


ajuste sobre los salarios, la prórroga de la vigencia de los contratos de trabajo. Se creó la
Comisión Nacional de Precios y Salarios para vincular salarios a la productividad. Perón intentó
imponer las necesidades del capital extranjero y nacional contra las conquistas que los
trabajadores habían logrado, pero fracasó, aumentando la crisis política y enfrentando un
aumento de la conflictividad social, que demostraba que los trabajadores no estaban
dispuestos a perder conquistas y en la que las comisiones internas y los cuerpos de delegados
cumplieron un rol central.

Se preparan las condiciones para el golpe. Con apoyo de Estados Unidos, los capitalistas
inclinan la balanza hacia esa salida golpista en septiembre de 1955. Con la excusa de evitar un
derramamiento de sangre, Perón decidió no enfrentarlo y huyó para salvar a su clase. Como
señala Horowicz, refiriéndose al general que dio el golpe: “Lonardi [general al frente del golpe
que derrocó a Perón] instrumentó un buen número de estratagemas que, en el mejor de los
casos, debieron permitirle liberar una batalla pero de ningún modo alcanzar la victoria. Es decir:
más que las dotes militares de Lonardi, más que en el arrojo de sus oficiales (...) la victoria se
asienta en un solo punto: la decisión de Perón de no combatir”. (Horowicz, Los cuatro
peronismos). Negándose a armar al pueblo, cuando a pesar de su líder comenzaba la
resistencia a la embestida, Perón demostró ser el mejor garante del orden burgués.

Junio de 1955, bombardeos a Plaza de Mayo previos al derrocamiento de Perón.


Clase obrera, partido y movimiento
La persistencia del peronismo ha sido y es un problema político estratégico para quienes
consideramos que otra sociedad es posible, que la argentina capitalista solo tiene como
promesa mayores desigualdades y penurias para las grandes mayorías. Es que si la clase
trabajadora en la lucha por sus reivindicaciones y experiencias, se constituye en clase para sí,
como diría Marx, aún sigue siendo una clase “de la sociedad burguesa”, pues la lucha de “clase
contra clase” es política. Es en este sentido que el peronismo como movimiento burgués ha
aportado a la burguesía un gran legado: la impostura de postularse como representante de los
intereses de la clase obrera.

Ha reemplazado la lucha de clases por la conciliación posible del capital y el trabajo y la ilusión
de que este Estado (burgués) puede expresar la voluntad del pueblo. Envoltura de su
verdadera esencia, la del partido del Orden, el que controla las tendencias a la insubordinación
obrera y popular, sea por el consenso o la represión, en épocas de vacas gordas o,
especialmente, de crisis. Será en la etapa abierta por el Cordobazo en la Argentina, que el
peronismo muestre abiertamente este rol. Perón retorna del exilio en 1973 para desviar la
radicalización y el poderoso ascenso de la clase trabajadora, apelando incluso al accionar de la
Triple A. Su muerte anticipada al frente de su tercer gobierno y luego el golpe, interrumpieron la
experiencia de los trabajadores con esa corriente.

En la actualidad, el peronismo aunque sin la épica de sus orígenes “conjura en su auxilio los
espíritus del pasado, toman sus nombres de guerra, su ropaje” como diría Marx, para volver al
gobierno aunque ensayando otros relatos, como el de enfrentar la crisis social por medio del
voto (“hay 2019”) y del “nunca menos” al “es lo que hay” como expresión de una política de
pasivización. Pero esa es la apuesta del país capitalista. La perspectiva actual está lejos de la
coyuntura del 46, ni tan siquiera la del kirchnerismo en términos económicos.

En medio del desarrollo de la nueva crisis económica, política y social, se presenta una nueva
oportunidad de superar esta dirección burguesa de la clase obrera, que ha impedido en cada
uno de los saqueos (golpe genocida, hiperinflación, 2001) que la clase obrera imponga su
salida emancipatoria. Los pasos que viene dando la izquierda anticapitalista y socialista, que se
opone al nuevo pacto de coloniaje del FMI, que se delimita de los gobiernos burgueses y todos
sus representantes políticos, apuesta a confluir con la vanguardia obrera y popular en el nuevo
escenario que se irá configurando. En el protagonismo de los sindicatos, el desgaste de la
burocracia sindical, la persistente y masiva pelea del movimiento de las mujeres y la
explosividad de una nueva clase obrera feminizada, precarizada y juvenil están los cimientos
para superar las tradiciones burguesas en las filas del movimiento obrero. Las grandes batallas
de clase aún están por venir.

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