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v e n p s iM il it u o y m o t i v ^ c io a s .

b e tiA R O b e v e i r e
El siglo X V II francés conoció, en litera­ tal, desear su victoria sobre don Sancho,
tura, dos grandes procesos de verosimilitud. aceptar, ni siquiera tácitamente, la perspecti­
El primero se sitúa en el terreno propiamen­ va de una boda, etc.; la acción de la Princesa
te aristotélico de la tragedia —o más exacta­ de Cléves es mala porque Mme. de Cléves no
mente, en este caso, de la tragi-comedia— : se debía tomar como confidente a su marido
trata de la querella del Cid (1637); el segun­ — lo que significa, evidentemente, a un mis­
do extiende su jurisdicción al campo del rela­ mo tiempo, que esas acciones son contrarias
to en prosa: es el caso de la Princesa de Cié- a las buenas costumbres y que son contrarias
ves (1678). En ambos casos, en efecto, el a toda previsión razonable: infracción y acci­
examen crítico de uña obra se reduce, en lo dente. El padre d'Aubignac, excluyendo de
esencial, a un debate sobre la verosimilitud la escena un acto histórico como el asesinato
de una de las acciones constitutivas de la fá­ de Agripina por Nerón, escribe asimismo:
bula: la conducta de Jimena con respecto a "Esta barbarie sería no sólo horrible para los
Rodrigo después de la muerte del Conde, la que la vieran, sino increíble ya que esto no
confesión hecha por Mme. de Cléves a su ma­ debía suceder, o también, de un modo más
rido. En los dos casos también se ve hasta teórico: "L a escena no muestra las cosas co­
qué punto la verosimilitud se distingue de la mo fueron, sino como debían ser. Se sabe,
verdad histórica o particular: " E s verdad, di­ desde Aristóteles, que el tema del teatro, y,
ce Scudery, que Jimena se casa con el Cid, extensivamente, de toda ficción, no es ni lo
pero no es verosímil que una hija respetuosa verdadero ni lo posible, sino lo verosímil, pe­
del honor se case con el asesino de su padre" ro se tiende a identificar cada vez más neta­
y Bussy-Rabutin: "L a confesión de Mme. de mente la verosimilitud a lo que debe ser. Es­
Cléves a su marido es extravagante y no se ta identificación y la oposición entre verosimi­
puede hallar más que en una historia verda­ litud y verdad son enunciadas al mismo tiem­
dera; pero cuando se trata de imaginar una, po en términos típicamente platónicos por el
es ridículo dar a su heroína un sentimiento Padre Rapin:"La verdad sólo hace las cosas
tan extraordinario." En los dos casos, ade­ como son y la verosimilitud las hace como
más, se marca de una manera bien neta la re­ deben ser. La verdad es casi siempre defec­
lación estrecha, o, por decir mejor, la amal­ tuosa por la mezcla de condiciones singula­
gama entre las nociones de verosimilitud y res que la componen. No nace nada en el
de decoro, amalgama perfectamente repre­ mundo que, desde el momento de nacer, no
sentada por la ambigüedad bien conocida se aleje de la perfección de su idea. Es nece­
(obligación y probabilidad) del verbo deber: sario buscar originales y modelos en la véro-
el tema del Cid es malo porque Jimena no similitud y en los principios universales de
debía recibir a Rodrigo después del duelo fa­ las cosas: donde no entra nada de material

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y de singular que las corrompa" De este mo­ son acciones "extravagantes" según la pala­
do, las conveniencias internas se confunden bra tan expresiva de Bussy y la extravagancia
con la conformidad o conveniencia o propie­ es un privilegio de lo real.
dad de las costumbres exigida por Aristóteles
Tal es, groseramente caracterizada, la ac­
y que es evidentemente un elemento de la
titud de espíritu sobre la cual reposa explíci­
verosimilitud: "P or la propiedad de las cos­
tamente la teoría clásica de la verosimilitud e
tumbres, dice la Mesnardiére, el poeta debe
impl ícitamente todos los sistemas de verosi­
considerar que no se debe jamás introducir
militud que rigen todavía en los géneros po­
sin necesidad absoluta ni una muchacha va­
pulares tales como la novela policial, el fo­
liente, ni una sabihonda, ni un criado crite-
lletín sentimental, el western, etc. De una
rioso. . . Poner en el teatro esas tres especies
época a otra, de un género a otro, el conte­
de personas con esas nobles condiciones es
nido del sistema, es decir, el tenor de las nor­
chocar directamente con la verosimilitud
mas o juicios de esencia que lo constituyen
corriente. (En todos los casos, salvo necesi­
pueden variar en todo o en parte (d'Aubig-
dad) que no haga nunca un guerrero de un
nac observa, por ejemplo, que la verosimili­
asiático, un hombre fiel de un africano, un
tud política de los griegos, que eran republi­
impío de un persa, un verídico de un griego,
un generoso de un tracio, un sutil de un ale­ canos y cuya "creencia" era que "la monar­
mán, un modesto de un español, ni un des­ quía es siempre tiránica" ya no es admisible
cortés de un francés." De hecho, verosimi­ por un espectador francés del siglo X V II:
litud y decoro se unen en un mismo criterio, "N o queremos creer que los reyes puedan ser
a saber "todo lo que está de acuerdo con la m alos")(3); lo que subsiste y que define lo
verosímil es el principio formal de respeto de
opinión del público". Esta "o p in ió n " real o
la norma, es decir, la existencia de una rela­
supuesta, es prácticamente lo que se llama­
ría hoy una ideología, es decir, un conjunto ción de implicación entre la conducta parti­
cular atribuida a tal personaje y tal máxima
de máximas y prejuicios que constituye a la
vez una visión del mundo y un sistema de va­ general implícita y recibida. Esa relación de
lores. Se puede pues, indistintamente enun­ implicación funciona también como un prin­
ciar el juicio de inverosimilitud bajo una for­ cipio de explicación: lo general determina y,
ma ética, sea: "E l Gid es una obra mala por­ por lo tanto explica lo particular; compren­
que da como ejemplo la conducta de una hi­ der la conducta de una persona (por ejem­
ja desnaturalizada (1) o, bajo una forma lógi­ plo) es poder referirla a una máxima admiti­
ca: El Cid es una obra mala porque da una da y esta referencia es recibida como un as­
conducta reprensible a una hija presentada censo del efecto a la causa: Rodrigo provoca
como honesta (2). Pero es bien evidente que al conde porque "nada puede impedir a un
una misma máxima subtiende esos dos jui­ hijo bien nacido vengar el honor de su pa­
cios, a saber, que una hija no debe casarse dre"; inversamente, una conducta es incom­
con el asesino de su padre, o también que prensible o extravagante cuando ninguna má­
una hija honesta no se casa con el asesino de xima, recibida puede justificarla. Para enten­
su padre, o, mejor y más modestamente, que der la confesión de Mme. De Cléves sería ne­
una hija honesta no debe casarse, etc., es de­ cesario referirla a una máxima tal como "una
cir que tal hecho está en el límite posible y mujer honesta debe confiar todo a su mari­
concebible, pero como un accidente. Ahora d o "; en el siglo X V II esta máxima no es ad­
bien, el teatro (la ficción) no debe represen­ mitida (lo que equivale a decir que no exis­
tar más que lo esencial. La inconducta de J¡- te); se preferiría más bien esta que propone,
mena, la imprudencia de Mme. de Cléves, en el Mercure Galant un lector escandali-

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zado: "una mujer no debe jamás arriesgarse razones respetables son las razones de verosi­
a alarmar a su marido"; la conducta de la militud.
Princesa es, pues, incomprensible en este sen­ El relato verosímil es, pues, un relato
tido preciso que es una acción sin máxima. cuyas acciones responden, como otras tantas
Y, por otra parte se sabe que Mme. de l_a Fa-
aplicaciones o casos particulares, a un con­
yette es la primera en reivindicar, por boca
junto de máximas recibidas como verdaderas
de su heroína, la gloria un poco escandalosa
por el público al cual se dirige; pero esas má­
de esta anomalía: "V o y a haceros una confe­
ximas, por el mismo hecho de ser admitidas,
sión que no se ha hecho jamás a un marido."
permanecen la mayoría de las veces implíci­
y también: "L a singularidad de una confe­
tas. La relación entre el relato verosímil y el
sión como esta de la cual ella no hallaba nin­
sistema de verosimilitud al cual él se sujeta es
gún ejemplo", y también: "N o hay en el
pues, esencialmente muda: las convenciones
mundo otra aventura parecida a la m ía " y
de género funcionan como un sistema de
aún más: (es necesario tener en cuenta la si­
fuerzas y de obligaciones naturales a las cua­
tuación, que le impone disimular delante de
les obedece el relato como sin percibirlas y a
la Reina Delfina, pero la palabra debe ser se­
fortiori, sin nombrarlas. En el western clási­
ñalada) "Esta historia no me parece muy ve­
co, por ejemplo, son aplicadas (entre otras)
rosím il" Tal alarde de originalidad es, de por
las reglas de conducta más estrictas sin ser
sí, un desafío al espíritu clásico; se debe, sin
explicadas jamás porque son obvias en el
embargo, agregar que Mme. de la Fayette ha­
contrato tácito entre la obra y su público.
bía buscado una garantía al colocar a su he­
Lo verosímil es pues, aquí, un significado sin
roína en una situación tal que la confesión se
significante o, más bien, no tiene otro signi­
convertía en la única salida posible, justifi­
ficante que la obra misma. De ahí ese atracti­
cando así por lo necesario (en el sentido
vo muy sensible de las obras "verosímiles"
griego del anankaion aristotélico, es decir, lo
que a menudo compensa y va más allá, la po­
inevitable) lo que no lo era por lo verosímil:
breza o la chatura de su ideología: el relativo
como su marido desea obligarla a volver a la
silencio de su funcionamiento.
corte, Mme. de Cléves se ve forzada a revelar­
le la razón de su retiro, lo que ella, por otra En el otro extremo de la cadena, es de­
parte, había previsto: "S i M. de Cléves se cir, en el éxtremo apuesto de este estado de
•obstina en impedirlo o en querer saber las ra­ verosimilitud implícita, se encontrarían las
zones, tal vez yo le haga el daño, y a m í tam­ obras más emancipadas de todo respeto de la
bién, de hacérselas saber." Pero se ve bien opinión del público. A q u í el relato no se pre­
que este género de motivación no es decisivo ocupa más de respetar un sistema de verda­
a los ojos del autor puesto que esta frase es­ des generales, no depende sino de una verdad
tá recusada por esta otra: "Ella se pregunta­ particular o de una imaginación profunda.
ba por qué había hecho una cosa tan arries­ La originalidad radical, la independencia de
gada y hallaba que se había lanzado en ella esta posición lo sitúa bien, ideológicamente
casi sin habérselo propuesto"; en efecto, un en las antípodas del servilismo de lo verosí­
propósito forzado no es totalmente un pro­ mil; pero las dos actitudes tienen un punto
pósito; la verdadera respuesta al p or qué es: en común que es una misma supresión de los
porque no podía hacer de otro modo, pero comentarios y las justificaciones. Citemos so­
ese porque de necesidad no es de muy. alta lamente como ejemplo del segundo el silen­
dignidad psicológica y parececasi.no haber si­ cio desdeñoso que rodea en Rojo y Negro,
do tenido en consideración en la querella de la tentativa de asesinato de Julián contra
la confesión: en "m o ra l" clásica, las únicas Mme. de Renal o, en Vanina Vanini, la boda

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final de Vanina con el príncipe Savelli; esas tos, una gradación a la manera de Pascal en
acciones brutales no son, en sí mismas, más la cual el papel del primer grado que está en
"incomprensibles" que muchas otras y el la ignorancia natural, estaría ocupado por el
más torpe de los novelistas realistas no hu­ relato verosímil y el de tercer grado, la igno­
biese tenido dificultad en justificarlas por rancia sabia que se conoce, por el relato enig­
v ías de una psicología que llamaremos confor­ mático; quedaría, pues por localizar el tipo
table, pero se diría que Stendhal eligió deli­ de relato intermedio, de relato semi-hábii, di­
beradamente conservarles o, tal vez conferir­ cho de otro modo: salido del silencio natural
les por su negativa a toda explicación, esta de lo verosímil y no habiendo aún alcanzado
individualidad salvaje jque constituye lo im­ el silencio profundo de lo que se llamaría,
previsible de las grandes acciones — y de las utilizando el título de uno de los libros de
grandes obras. El acento de verdad, a mil le­ Yves Bonnefoy, lo improbable. Borrando to­
guas de toda especie de realismo, no se sepa­ do lo que sea posible de esta gradación toda
ra aquí del sentimiento violento de una arbi­ connotación valorizante, se podría situar en
trariedad plenamente asumida y que no se la región mediana un tipo de relato demasia­
preocupa por justificarse. Hay tal vez algo de do alejado de las trivialidades de lo verosímil
eso en la enigmática Princesa de Cléves a para descansar en el consenso de la opinión
quien Bussy-Rabutin reprochaba el haber vulgar, pero al mismo tiempo demasiado liga­
"pensado más en no parecerse a las otras no­ do al asentimiento de esta opinión para im­
velas que en respetar el sentido com ún". Es ponerle sin comentario, acciones cuya razón
de notar, en todo caso, este efecto que pro­ correría peligro entonces de escaparle: relato
viene tal vez al mismo tiempo de su parte de demasiado original (tal vez demasiado "ver­
"clasicism o" (es decir, respeto de lo verosí­ dadero") para seguir siendo transparente a su
mil) y de su parte de "m odernism o" (es de­ público, pero aún demasiado tímido o dema­
cir, de desprecio de las verosimilitudes): la siado complaciente para asumir su opacidad.
extrema reserva del comentario y la ausencia Un relato semejante debería entonces buscar
casi completa de máximas generales que pue­ la transparencia que le falta multiplicando
de sorprender en un relato cuya redacción fi­ las explicaciones, reemplazando a cada paso
nal se atribuye a La Rochefoucauld y que es las máximas ignoradas por el público capaces
considerado por lo menos como novela de de dar cuenta de la conducta de sus persona­
"moralista". En realidad, nada es más ajeno jes y del encadenamiento de sus intrigas, en
a su estilo que la epifrase (4) sentenciosa, una palabra, inventando sus propias triviali­
como si las acciones estuvieran siempre por dades y simulando completamente y por las
debajo o por encima de todo comentario. A necesidades de su causa un verosímil artifi­
esta situación paradójica La Princesa de Cié- cial que sería la teoría —esta vez forzosa­
ves debe, tal vez, su valor ejemplar como ti­ mente explícita y declarada- de su propia
po y emblema de relato puro. práctica. Este tipo de relato no es pura hi­
pótesis; todos nosotros lo conocemos y, ba­
La manera por la cual los dos "extre­ jo sus formas degradadas, llena todavía la li­
m os" representados aquí por el más dócil re­ teratura con su inagotable palabrerío. Vale
lato verosímil y por el más liberado relato no más aquí considerarlo bajo su aspecto más
verosímil se unen en un mismo mutismo con glorioso que resulta ser también el más carac­
respecto a los móviles y a las máximas de la terístico y el más acusado: se trata, evidente­
acción, ahí demasiado evidentes, aquí dema­ mente del relato balzaciano. A menudo se
siado oscuros para ser expuestos, induce na­ han burlado de esas cláusulas pedagógicas
turalmente a suponer, en la escala de los rela­ que introducen con poderosa pesadez las

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vueltas explicativas de la Comedia huma­ cen en provincia"), sus rasgos intelectuales
na (y a menudo las han imitado): He aquí ("este genio de análisis que poseen los pro­
que. . . Para comprender lo que sigue son ne­ vincianos. . . como las gentes de provincia
cesarias tal vez algunas explicaciones.. . Esto calculan todo. . . como saben disimular las
requiere una explicación. E s necesario entrar gentes de provincia"), sus pasiones ("uno
aq u í en algunas explicaciones. . . E s necesa­ de sus odios sordos y capitales como se en­
rio, para ¡a comprensión de esta historia, etc. cuentran en provincia"), otras tantas fórmu­
.. . Pero el demonio explicativo en Balzac no las que con muchas otras, componen como
alcanza exclusivamente ni esencialmente el el background ideológico "necesario a la inte­
encadenamiento de los hechos; su manifesta­ ligencia" de una buena parte de la Comedia
ción más frecuente y más característica es la humana. Se sabe que Balzac tiene "teorías
justificación del hecho particular por una ley sobre todo"(5), pero esas teorías no apare­
general supuesta desconocida o tal vez olvida­ cen por el sólo placer de teorizar, ellas están
da del lector y que el narrador debe enseñar­ en primer término al servicio del relato: le
le o recordarle; de donde esos tics bien cono­ sirven a cada instante de fianza, de justifica­
cidos: Com o todas las solteronas... Cuando ción, de captado benevolentlae, cierran todas
una cortesana. .. Sólo una duquesa... La vi­ las fisuras, balizan todas sus encrucijadas.
da de provincia, por ejemplo, supuesta a una El relato en Balzac está entonces a me­
distancia casi etnográfica del lector parisino nudo bastante lejos de este infalible encade­
es ocasión de una solicitud didáctica inagota­ namiento que se le atribuye sobre la fe de su
ble: "M . Grandet gozaba en Saumur de una seguridad y de lo que Maurice Bardéche lla­
reputación cuyas causas y efectos no serán ma su "aparente rigor"; el mismo crítico se
enteramente comprendidos por las personas ñala, solamente en el Cura de Tours, "el po­
que no han vivido o que han vivido poco en der del Padre Troubert, jefe oculto de la
provincia... Estas palabras deben parecer os­ Congregación, la pleuresía de Mlle. Gamard
curas a los que todavía no han observado las y la complacencia que pone para morir el vi­
costumbres propias de las ciudades divididas cario general cuando se tiene necesidad de su
en parte alta y parte baja... Vosotros solos, roquete", así como otras tantas "coinciden­
pobres ilotas de provincia, para quienes las cias un poco demasiado numerosas para pa­
distancias sociales son más largas de recorrer sar desapercibidas." Pero no son solamente
que para los parisinos, a los ojosde losfcuales esas complacencias del azar que a cada reco­
estas se acortan día a día. . . sólo vosotros do hacen ver ai lector un poco desconfiado
comprenderéis. . ." Balzac, que estaba com­ lo que Valéry hubiese llamado la mano de
penetrado de esta dificultad, no ahorró nada Balzac. Menos evidentes pero más numerosas
para constituir y para imponer, y se sabe có­ y, en el fondo más importantes, las interven­
mo lo logró, un provinciano verosímil que es ciones que alcanzan la determinación de las
una verdadera antropología de la provincia conductas individuales y colectivas y que
francesa, con sus estructuras sociales (aca­ muestran la voluntad del autor de conducir
bamos de verlo), sus caracteres (el avaro pro­ la acción, cueste lo que cueste en tal direc­
vincial tipo Grandet opuesto al avaro parisi­ ción y no en tal otra. Las grandes secuencias
no tipo Gobseck), sus categorías profesiona­ de intriga pura, intriga mundana como la
les (ver el procurador de provincia en Ilusio­ "ejecución" de Rubempré en la segunda par­
nes perdidas) sus costumbres ("la vida estre­ te de Ilusiones perdidas o,.jurídica como la
cha que se lleva en provincia. . . las costum­ de Séchard en la tercera parte, están llenas
bres probas y severas de provincia... una de de esas acciones decisivas cuyas consecuen­
esas guerras con todas las armas como se ha­ cias podrían también ser totalmente distin-

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tas, de esos "errores fatales" que hubiesen independientes de las del espíritu como las
podido decidir la victoria, de esas "habilida­ facultades del genio lo son de las noblezas
des consumadas" que hubiesen podido con­ del alma. Los hombres completos son tan ra­
vertirse en catástrofe. ros que Sócrates (6),etc." ¿Porqué Birotteau
Cuando un personaje de Balzac está en no está plenamente satisfecho de su existen­
el camino del triunfo, todos sus actos son cia después de haber recogido la herencia de
rentables; cuando está en la pendiente del Chapeloud? “Aunque el bienestar que desea
fracaso, todos sus actos —los mismos— cons­ toda criatura y con el cual él había soñado
piran para su pérdida: no hay más bella ilus­ tan a menudo le había tocado en suerte, co­
tración de la incertidumbre y de la reversibi­ m o es difícil para todo el mundo, aún para un
lidad de las cosas humanas. Pero Balzac no se sacerdote, vivir sin una manía, desde hacía
resigna a reconocer esta indeterminación de dieciocho meses el padre Birotteau había re­
la cual él aprovecha, sin embargo, sin escrú­ emplazado sus dos pasiones satisfechas por el
pulos y menos aún a dejar ver la manera por deseo de un canonicato." ¿Por qué ese mis­
mo padre Birotteau abandona el salón de
la cual él mismo manipula el curso de los
acontecimientos, y es aquí donde intervie­ Mlle. Gamard (lo cual como se sabe es justa­
nen las justificaciones teóricas. "Bastante a mente el origen del drama)? "L a causa de es­
menudo, reconoce él mismo en Eugenia ta deserción es fácil de concebir. Aunque el
Grandet, ciertas acciones de la vida humana vicario fuera uno de aquellos a quienes el pa­
parecen, literalmente hablando, ¡nverosímU raíso debe pertenecer un día en virtud del fa­
ies aunque verdaderas. Pero ¿no será porque llo. ¡Bienaventurados los pobres de espíritu!
se omite casi siempre derramar sobre nues­ él no podía, com o muchos tontos soportar el
tras determinaciones espontáneas una espe­ aburrimiento que le causaban otros tontos.
cie de luz psicológica sin explicar las razones Las gentes que carecen de espíritu se parecen
misteriosamente concebidas que las han ne­ a las malas hierbas que se sienten a gusto en
cesitado?. . . Muchas gentes prefieren negar los buenos terrenos y es justamente porque
los desenlaces en vez de medir las fuerza de se aburren que les gusta que los diviertan."
los lazos, de los nudos, de los vínculos que Es evidente que también se podría decir lo
unen indisolublemente en secreto un hecho a contrario en caso de necesidad y no hay má­
otro en el orden moral." Se puede ver que la ximas que remitan más irresistiblemente a las
"luz psicológica" tiene por función, aquí, transformaciones por inversión a modo de Du-
conjurar lo inverosímil revelando —o supo­ casse. Si fuera necesario, Mlle. Cormon reco­
niendo— los lazos, los nudos, los vínculos nocería en Atanasio sus propias delicadezas
que aseguran mal o bien la coherencia de lo porque los grandes pensamientos vienen del
que Balzac llama el orden moral. De ahí esos corazón; Birotteau se conformaría con su
entimemas característicos del discurso de apartamento porque un tonto no tiene sufi­
Balzac que constituyen la alegría de los co­ ciente paño para ser am bicioso; se sentiría a
nocedores y algunos de los cuales apenas gusto en el salón beocio de Mlle. Gamard
disimulan su función de relleno. ¿Por qué porque aslnus aslnum fricat, etc.. Sucede,
Mlle. Cormon no adivina los sentimientos de por otra parte, que la misma situación pro­
Atanasio Granson? "Capaz de inventar los duce sucesivamente dos consecuencias
refinamientos de grandeza sentimental que opuestas algunas líneas más lejos: "C om o la
primitivamente la habían perdido, ella no los naturaleza de los espíritus estrechos los lleva
reconocía en Atanasio. Este fenómeno m oral a adivinar las minucias, él se abandonó brus­
no parecerá extraordinario a las gentes que camente a muy grandes reflexiones sobre
saben que las cualidades del corazón son tan esos cuatro acontecimientos imperceptibles

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para cualquier otro.", pero "E l vicario aca­ fundo por ejemplo el sentido es parejo: se­
baba de reconocer, un poco tarde en verdad, gún lo que el autor decida eí hábil ganará
los signos de una persecución sorda... cuyas gracias a su habilidad (es la lección del Cura
malas intenciones hubiesen sido adivinadas, de Tours) o bien será víctima de su propia
sin dudas, mucho antes por un hombre inte­ habilidad (es la lección de La solterona). Una
ligente." O también: "C o n esa sagacidad pre­ mujer burlada puede, a voluntad, vengarse
guntona que adquieren los sacerdotes habi­ por despecho o perdonar por amor: Mme. de
tuados a dirigir las conciencias y a profundi­ Bargeton honra más o menos sucesivamente
zar insignificancias en el fondo del confesio­ las dos virtualidades en Ilusiones perdidas.
nario, el padre Birotteau...", pero "E l padre Como cualquier sentimiento puede, al nivel
Birotteau que no tenía ninguna experiencia de la psicología novelesca justificar cualquier
del mundo y sus costumbres y que vivía en­ conducta, las determinaciones son, casi siem­
tre la misa y el confesionario, muy ocupado pre aquí, seudodeterminaciones y todo suce­
en decidir los casos de conciencia más leves de como si Balzac consciente y preocupado
en su calidad de confesor de los pensionados por esta libertad comprometedora, hubiera
de la ciudad y de algunas hermosas almas tratado de disimularla multiplicando un po­
que lo apreciaban, el padre Birotteau podía co al azar los porque, los pues, los p or lo tan­
ser considerado como un niño grande." Hay, to, todas esas motivaciones que llamaríamos
naturalmente negligencia en esas pequeñas seudo-subjetivas (como Spitzer llamaba "seu-
contradicciones que Balzac no hubiese teni­ do-objetivas" las motivaciones atribuidas por
do dificultad en borrar si se le hubiese ocu­ Charles Louis Philippe a sus personajes) y cu­
rrido, pero tales lapsus revelan también pro­ ya abundancia sospechosa no hace más que
fundas ambivalencias que la "lógica" del re­ subrayar para nosotros al fin de cuentas lo
lato sólo puede reducir en la superficie. El que quisieran disimular: la arbitrariedad del
padre Troubert triunfa porque a los cincuen­ relato.
ta años decide disimular y hacer olvidar su A esta tentativa desesperada debemos
ambición y su capacidad y hacerse pasar por por lo menos uno de los ejemplos más pas­
gravemente enfermo como Sixto V, pero una mosos de lo que se podría llamar la invasión
tan brusca conversión podría despertar la del relato por el discurso. En verdad, en Bal­
desconfianza del clero de la Touraine (des­ zac el discurso explicativo y moralista es, la
pierta, por lo demás, la del padre Chapeloud) mayor pacte de las veces (cualquiera sea el
por otra parte, él triunfa también porque la placer que el autor encuentre en ello y ac­
Congregación hizo de él el "procónsul desco­ cesoriamente el lector) estrechamente subor­
nocido de Touraine". ¿Porqué esa elección? dinado a los intereses del relato y el equili­
A causa de la "posición del canónigo en me­ brio parece más o menos mantenido entre
dio del senado femenino que hacía tan bien esas dos formas de la palabra novelesca; sin
la vigilancia de la ciudad", a causa también embargo, aún manteniendo a raya a un autor
de su "capacidad personal.". Se ve aquí co­ muy charlatán pero también muy apegado al
mo en otros pasajes que la "capacidad de un movimiento dramático, el discurso se extien­
personaje es un arma de doble filo: razón pa­ de, prolifera y parece a menudo a punto de
ra elevarla, razón para desconfiar de ella y asfixiar el curso de los acontecimientos que
por lo tanto para derribarla. Tales ambivalen­ tiene por función aclarar. Es así que la pre­
cias de motivación dejan pues entera libertad dominancia de lo narrativo se halla ya, si no
al novelista, que puede insistir por medio de impugnada, por lo menos amenazada en esta
una epffrase, tanto en un valor, como en obra que sin embargo es considerada sinóni­
otro. Entre un imbécil y un intrigante pro­ mo de "novela tradicional." Un paso más y

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la acción dramática pasará a segundo plano, parece realmente probar que la conformidad
el relato perderá su pertinencia en provecho con la opinión no es el único medio de obte­
del discurso: preludio de la disolución del gé­ ner la adhesión del público: lo que no está
nero novelesco y del advenimiento de la lite­ lejos de arruinar toda la teoría de lo verosí­
ratura en el sentido moderno de la palabra. mil o de obligar a apoyarla sobre nuevas ba­
De Balzac a Proust, por otra parte, hay me­ ses. Pero pasemos al punto capital de la ar­
nos distancia de lo que se piensa —y Proust, gumentación, donde se verá que esta defen­
lo sabía mejor que nadie. sa no va sin cierta forma impertinente de lo
que se llamará más tarde, y en otro contex­
Volvamos ahora a nuestras dos querellas
to, la puesta ai desnudo del procedimiento:
de verosimilitud. En medio de esos testimo­
"Sé, dice Sorel, que no hay apariencia (igual
nios tan caracterizados de ilusión realista
a verosimilitud) en el hecho de que una hija
-puesto que se discute para saber si Jimena
haya querido casarse con el asesino de su pa­
o Mme. de Cleves tuvieron o no razón al ac­
dre, pero eso dio lugar a decir bellas agude­
tuar como lo hicieron a la espera de interro­
zas. . . Bien sé que el Rey hace mal en no ha­
garse dos siglos más tarde sobre sus "verda­
cer detener a don Gormas en lugar de rogarle
deros" móviles (7)— vamos a encontrar dos
que se conforme, pero si a sí hubiera sucedi­
textos cuyo aspecto e intención están muy
do no habría m uerto... Sé que el Rey debió
alejados de tal actitud y que tienen en co­
haber dado, órdenes al puerto, al estar infor­
mún (a pesar de grandes diferencias de am­
mado del designio de los Moros, pero si lo
plitud y de alcance) una especie de cinismo
hubiese hecho el C id no le habría prestado el
literario bastante salubre. El primero es un
panfleto de una decena de páginas, general­ gran servicio que obliga a perdonarlo. Bien sé
mente atribuido a Sorel y titulado E i juicio que la Infanta es un personaje inútil, pero
del Cid hecho por un burgués de París, D i­ había que Henar la pieza. Bien sé que don
rector de su Parroquia. El autor pretende ex­ Sancho es un pobre bromista, pero era ne­
presar, contra la opinión de los "d o cto s" re­ cesario que trajera su espada a fin de asustar
presentados por Scudery, la opinión del a Jimena. Bien sé que no era necesario que
"p u e b lo " que se burla de Aristóteles y regula don Gormas hablara a su sirvienta de lo que
el mérito de las piezas por el placer que reci­ iba a deliberar el Consejo, pero el autor no
be: "Encuentro que (el Cid) es bastante bue­ supo hacerlo decir de otro modo. Bien sé
no por esta única razón que ha sido bastante que la escena es, ya el palacio, ya la plaza pú­
aprobado." Este recurso al juicio del público blica, ya la alcoba de Jimena, ya el aparta­
será, como se sabe, la actitud constante de mento de la Infanta, ya el del Rey y todo es­
los autores clásicos y particularmente de M o ­ to es tan confuso que uno se pasa a veces de
lière, argumento por otra parte decisivo con­ uno a otro por milagro, sin haber pasado nin­
tra reglas que pretenden fundarse sobre la so­ guna puerta: pero el autor tenía necesidad
la preocupación de la eficacia. Menos clásica de todo ello (8). En plena querella, a algunas
e incluso típicamente barroca, esta precisión semanas del veredicto de la Academia, tal de­
que hace consistir el atractivo del C id "en su fensa parecería un elogio torpe, pero hoy
rareza y extravagancia." Este atractivo de ra­ que Scudery, Chapelain y Richelieu están
reza que confirma Corneille en su Examen muertos y el Cid bien vivo, podemos recono­
de 1660 recordando que la visita, tan critica­ cer que lo que dice Sorel vale lo que pesa, y
da, de Rodrigo a Jimena después de la muer­ expresa en voz alta lo que todo autor debe
te del Conde provocó "cierto estremecimien­ pensar bajito: al eterno ¿p o rq u é ? de la críti­
to en la asamblea que marcaba una curiosi­ ca verosimilista, la verdadera respuesta es
dad maravillosa y un redoble de atención". porque lo necesito. Verosimilitudes y conve­

68
niencias no son, a menudo, más que honestas función a término que es aún más importan­
hojas de parra y no está mal que de tanto en te. Porque la Princesa no solo confiesa a su
tanto venga un director de parroquia — para marido el sentimiento que ella experimenta
escándalo de las feligresas- a revelar ciertas por otro hombre (que ella no nombra, de
funciones. donde primer efecto a término, curiosidad y
El Juicio del Cid quería ser, a su manera averiguación de M. de Cieves); ella lo con­
indiscreta, una defensa de la obra; las Cartas fiesa también, sin saberlo, a Nemours, escon­
a ia Sra. Marquesa de * * * sobre el tema de la dido muy cerca, que oye todo y que se reco­
Princesa de Cieves, de Valincour (1679) se noce en cierto detalle. De donde, efecto pro­
ducido sobre Nemours, dividido entre la ale­
presentan más bien como una crítica de la
gría y la desesperación; de donde la confi­
novela, crítica a menudo rigurosa en el deta­
dencia que hace a uno de sus amigos de toda
lle, pero cuya seriedad constituía más bien
la aventura; éste la contará a su amante,
un homenaje que un ataque. Este libro se
quien la repetirá a la Reina Delfina, quien la
compone de tres "Cartas", la primera de las
repetirá a Mme. de Cieves en presencia de
cuales trata la conducta de la historia y la
Nemours ( iescenal); de donde reproches de
manera de conducir los acontecimientos, la
la Princesa a su marido de quien ella sospe­
segunda sobre los sentimientos de los perso­
cha naturalmente sea el origen de las indis­
najes y la tercera sobre el estilo. Sin tener en
creciones; reproches recíprocos de M. de Cié-
cuenta la tercera, es necesario observar pri­
ves a su mujer: he aquí algunos efectos a tér­
meramente que la segunda retoma a menudo
mino de esta escena de la confesión que han
la primera y que los "sentimientos" no son
sido y son todavía (9) descuidados por la
lo que más le importan a Valincour. Es así
mayor parte de los lectores fascinados por el
que la confesión, pieza capital del debate ins­
debate sobre los motivos, a tal punto es cier­
tituido en el Mercure Galant, no le inspira
to que el ¿de dónde viene eso? sirve para ha­
(abstención a señalar) ningún comentario
cer olvidar el ¿para qué sirve? Pero Valin­
psicológico concerniente a Mme. de Cléve, si­
cour no lo olvida. "S é bien también, dice a
no simplemente un elogio del efecto patético
propósito de la confidencia de Nemours que
producido por la escena, seguido de una crí­
eso está ahí para preparar la dificultad en
tica de la actitud del marido y de la evoca­ que se encuentran más adelante Mme. de
ción de una escena comparable en una nove­
Cieves y M. de Nemours en lo de la Delfina"
la de Mme. de Villedieu. Si Valincour, según y también: "E s verdad que si no hubiesen
la costumbre de la época, ataca frecuente­ cometido esas faltas uno y otro, la aventura
mente la conducta de los personajes (impru­ de la alcoba de la Delfina no hubiese ocurri­
dencia de Mme. de Cieves, torpeza e indis­ do". Y lo que él reprocha a tales medios es el
creción de M. de Nemours, falta de perspi­ traer tales efectos con demasiado esfuerzo y
cacia y precipitación de M. de Cieves, por comprometer así en sentido pleno, la econo­
ejemplo), es sólo en la medida en que inte­ mía del relato: "U na aventura no cuesta de­
resa la conducta de la historia que constituye masiado caro cuando cuesta faltas de sentido
su verdadero interés. Lo mismo que Sorel, y de conducta al héroe del libro" o bien:
aunque de manera menos desenvuelta, Va­ "Resulta enojoso que sólo haya podido ser
lincour pone el acento sobre la función de traída a la historia a expensas de lo verosí­
los diversos episodios: acabamos de ver la es­ mil (10). Se ve que Valincour está lejos del
cena de la confesión justificada por lo que se laxismo burlón de Sorel: las faltas contra la
puede llamar su función inmediata (lo paté­ verosimilitud (imprudencias de una mujer te­
tico); Valincour lo examina igualmente en su nida por sensata, faltas de delicadeza de un

69
gentilhombre, etc.) no lo dejan indiferente; tá puesto "para preparar" algún aconteci­
pero en lugar de condenar esas inverosimili­ miento extraordinario (11)". La defensa del
tudes por sí mismas (lo que es propiamente autor es "felix culpa"; el rol del crítico no es
la ilusión realista) como un Scudery o un el de condenar la falta "a priori", sino de
Bussy, los juzga en función del relato, según buscar qué^acierto acarrea, de medirlos uno
la relación de rentabilidad que une el efecto con otro y de decidir si, sí o no, el acierto
a su medio y no los condena sino en la medi­ excusa la falta.
da en que esa relación es deficitaria. De este Y el verdadero pecadora sus ojos, sería
modo, si la escena en lo de la Delfina cuesta la falta sin acierto, es decir la escena a la vez
cara, es en sf misma tan feliz "que el placer costosa y sin utilidad, como el encuentro de
que me ha dado me ha hecho olvidar todo el Mme. de Cléves y de M. de Nemours en un
resto." es decir lo inverosímil de los medios: jardín después de la muerte del Príncipe:
balanza en equilibrio. A l contrario, para la " L o que me pareció más extraño en esta
presencia de Nemours en el momento de la aventura, fue ver hasta qué punto es inútil.
confesión: "M e parece que no dependía más ¿Par qué tomarse el trabajo de suponer una
que del autor hacer surgir una ocasión menos cosa tan extraordinaria. . . para terminarla
peligrosa y sobre todo más natural (igual a: de manera tan extraña? Se saca a Mme. de
menos onerosa) para que oyera lo que el au­ Cléves de su soledad, se la lleva a un lugar
tor quería que supiera". Y también para la adonde no acostumbra ir; y todo esto, para
muerte del Príncipe provocada por un infor­ darle la tristeza de ver a M. de Nemours salir
me incompleto de su espía que vio a Ne­ por una puerta de atrás": (12) no vale la pe­
mours entrar de noche en el parque de Cou- na tanto esfuerzo.
lommiers, pero que no supo ver (o decir) que
esta visita fue sin consecuencias. El espía se Una crítica tan pragmatista no tiene evi­
comporta como un tonto y su amo como un dentemente nada para satisfacer a los aficio­
atolondrado y "n o sé si el autor no hubiese nados de alma, y se comprende que el libro
hecho mejor en servirse dé su poderío abso­ de Valicour no tenga buena fama: aridez de
luto para hacer morir a M. de Cléves en vez corazón, estrechez de espíritu, formalismo
de dar a su muerte un pretexto tan poco ve­ estéril, reproches como estos son, en seme­
rosímil como es el de no haber querido escu­ jante caso, inevitables— y sin importancia.
char todo lo que su gentilhombre tenía que Tratemos mejor de extraer de esta crítica
decirle": he aquí otro efecto que cuesta de­ los elementos de una teoría funcional del
masiado caro; se sabe bien que M. de Cléves relato, y accesoriamente, de una definición,
debe morir a causa del amor de su mujer por ella también funcional (tal vez deberíamos
mejor decir económica) de lo verosímil.
Nemours, pero la coyuntura adoptada es
torpe. La ley del relato tal como se despren­ Hay que partir, como de un dato fun­
de implícitamente para Valincour es simple damental, de esta arbitrariedad del relato
y brutal: el fin debe justificar el medio. "E l ya mencionada, que fascinaba y repelía a
autor no cuida mucho la conducta de sus Valéry, de esta libertad vertiginosa que tie­
héroes, no se preocupa de que olviden un po­ ne el relato, en primer lugar, de adoptar a
co, siempre que esto le prepare aventuras" y cada paso tal o tal orientación (es decir la
también "Apenas uno de los personajes. . . libertad, al enunciar La marquesa. . ., de
dice o hace algo que nos parece una falta, no continuar por salió, o también por volvió,
hay que mirar como en los otros libros, es o cantaba, o se duerme, etc.): arbitrariedad,
decir como algo que habría que suprimir; al entonces de dirección; luego, de detenerse
contrario podemos cerciorarnos que esto es­ en el lugar y de dilatarse por la añadidura

70
de tal circunstancia, información, indicio, desesperada que determina a la pistola, sino
catálisis (13) (es decir la libertad de propo­ que es la pistola la que determina a desespe­
ner, después de La marquesa..., enunciados rada. Para volver a ejemplos más canónicos,
tales como de Sevigné, o una mujer alta, seca M. de Ciéves no muere porque su gentilhom­
y altanera, o pidió su carruaje y. arbi­ bre actúa como un tonto, sino que el gentil­
trariedad de expansión. "Sería tal vez intere­ hombre actúa como un tonto para que M.
sante hacer una vez una obra que mostrara de Ciéves muera, o aún, como lo dice Valin-
en cada uno de sus nudos la diversidad que cour, porque el autor quiere hacer morir a
puede presentársele a la mente, y dentro de M. de Ciéves y esta finalidad del relato de
la cual él elige la continuación única que es­ ficción es la ultima ratio de cada uno de sus
tará dada en el texto. Sería de este modo elementos. Citemos por última vez a Valin-
sustituir a la ilusión de una determinación cour: "Cuando un autor hace una novela, la
única e imitadora de lo real, la de lo poslble- mira como a un pequeño mundo que él mis­
en-cada-instante, que me parece más verda­ mo crea; considera a todos los personajes co­
mo sus criaturas, de las cuales él es amo ab­
dero (14)." Es necesario observar, sin embar­
go, que esta libertad, en realidad, no es infi­ soluto. Puede darles bienes, ingenio, valor,
nita, y que lo posible de cada instante está tanto como quiera; hacerlas vivir o morir
sometido a un cierto número de restriccio­ tanto como le plazca, sin que ninguno de
nes combinatorias muy semejantes a las que ellos tenga derecho de pedirle cuentas de su
impone la corrección sintáctica y semántica conducta: "lo s propios lectores" no pueden
de una oración: el relato también tiene sus hacerlo, y si hay quien reprocha a un autor
criterios de "gramaticalidad" que hacen por de haber hecho morir a un personaje dema­
ejemplo que después del enunciado: La mar­ siado temprano, es porque no puede adivinar
quesa pidió su carruaje y . . . esperemos me­ las razones que tuvo, para qué esa muerte
jor: salló a dar un paseo en lugar de se fue a debía servir en la continuación de su histo­
acostar. Pero es sin duda un método más sa­ ria (15). Estas determinaciones retrógradas
no considerar primero al relato como total­ constituyen precisamente lo que llamamos la
mente libre, luego registrar sus diversas de­ arbitrariedad del relato, es decir no realmen­
terminaciones como otras tantas restriccio­ te la indeterminación, sino la determinación
nes acumuladas en lugar de postular desde de los medios por los fines, y, hablando más
el comienzo una "determinación única e imi­ brutalmente, de las causas p or los efectos. Es
tadora de lo real". Luego, hay que admitir esta lógica paradójica de la ficción la que o-
que lo que se lé aparece al lector como igual bliga a definir todo elemento, toda unidad
número de determinaciones mecánicas no del relato por su carácter funcional, es decir
fue producido como tal por el narrador. Des­ entre otras, por su correlación con otra uni­
pués de haber escrito: La marquesa, desespe­ dad (16), y a dar cuenta de la primera (en el
rada. . ., no está sin duda tan libre de prose­ orden de la temporalidad narrativa) por la
guir con . .. pidió una botella de champagne segunda, y así sucesivamente— de donde se
como con tomó una pistola y se levantó la deduce que la última es la que manda a todas
tapa de los sesos; pero en realidad, las cosas las otras, y que nada manda: lugar esencial
no suceden de este modo: al escribir La mar­ de la arbitrariedad, al menos en la inmanen­
quesa. . ., el autor ya sabe si terminará la es­ cia del relato mismo, pues luego es posible
cena con una parranda o con un suicidio, y buscarle en otra parte todas las determina­
es entonces en función del final que elige lo ciones psicológicas, históricas, estéticas, etc.
intermedio. Contrariamente a lo que sugiere que se quieran. Según este esquema, todo en
el punto de vista del lector, no es entonces La Prlncesse de Ciéves, dependería de esto

71
1

que sería propiamente su telas: Mme. de ni tampoco la verdadera función global de


Cléves, viuda, no se casará con M. de Ne­ cada una de estas obras, Stendhal y Flaubert
mours, a quien ama, del mismo modo que nos la indican con bastante precisión (17): la
todo, en Bérénicé, depende del desenlace de Bovary es ser una novela de color pardo,
enunciado por Suétone: dimisit invitus in­ como Salammbô será de color púrpura) la de
vitara. la Chartreuse es dar la misma "sensación"
Esquema, por cierto, y aún, esquema cu­ que la pintura de Corregió y la música de Ci-
marosa. El estudio de tales efectos supera un
yo efecto reductor es menos sensible a pro­
poco a los medios actuales del análisis estruc­
pósito de una obra cuyo dibujo es (como se
tural del relato (18); pero este hecho no au­
sabe) eminentemente lineal. Sacrifica a su
toriza ignorar su estatuto funcional.
paso, sin embargo, lo que llamamos hace un
momento la función inmediata de cada epi­ Llamamos entonces aquí arbitrariedad
sodio: pero estas funciones no dejan por eso del relato a su funcionalidad, lo que puede
de ser funciones y su verdadera determina­ parecer con razón una denominación mal
ción (la preocupación p or el efecto), no deja elegida; su razón de ser es la de connotar un
de ser una finalidad. Hay entonces, en reali­ cierto paralelismo de situación entre el relato
dad, y aún en el relato más unilineal, una y la lengua. Es sabido que tampoco en lin­
superdeterminación funcional siempre posi­ güística el término arbitrariedad propuesto
ble (y deseable): la confesión de Mme. de por Saussure, va sin objeciones; pero tiene el
Cléves detenta así, además de su función a mérito, que el uso ha vuelto hoy imprescrip­
largo plazo en la articulación del relato, un tible, de oponerse a un término simétrico,
gran número de funciones a corto y mediano que es: motivación. El signo lingüístico es
plazo, de las cuales nos encontramos con las arbitrario también en el sentido de que sólo
principales. Pueden existir formas de relato está justificado por su función, y se sabe que
cuya finalidad se ejerce no por una articula­ la motivación del signo, y en particular de la
ción lineal sino por una determinación en "palabra"(19), es en la conciencia lingüística
haz: así las aventuras de don Quijote en la un caso típico de ilusión realista. Ahora
primera parte de la novela, que se determi­ bien, el término motivación (motivacija) ha
nan menos unas a otras de lo que ya están sido acertadamente introducido (como el de
todas determinadas (aparentemente, recordé­ función) en la teoría literaria moderna por
moslo, puesto que la determinación real es los formalistas rusos para designar la manera
inversa) por la "locura" del Caballero, la cual como la funcionalidad de los elementos del
tiene un haz de funciones cuyos efectos se­ relato se disimula bajo un disfraz de deter­
rán distribuidos en el tiempo del relato, pero minación causal: así el "contenido" puede
que se encuentran lógicamente en el mismo no ser más que una motivación, es decir una
plano. Hay sin duda muchos otros esquemas justificación a posteriori, de la forma que, de
funcionales posibles, y hay también funcio­ hecho, lo determina: don Quijote está pre­
nes estéticas difusas, cuyo punto de aplica­ sentado como erudito para justificar la intru­
ción queda fluctuante y aparentemente in­ sión de pasajes críticos en la novela, el héroe
determinado. No diríamos por cierto sin per­ byroniano está desgarrado para justificar el
juicio para la verdad de la obra que el telos carácter fragmentario de la composición de
de la Chartreuse de Parme es que Fabrice del los poemas de Byron, etc. (20). La motiva­
Dongo muera en un retiro a dos leguas de ción es entonces la apariencia y la coartada
Sacca, o el de Madame Bovary que Homais causalista que se da la determinación finalis­
reciba la Legión de honor, ni tampoco que ta que es la regla de la ficción (21): el por­
Bovary muera desengañado bajo su glorieta. que encargado de hacer olvidar el ¿para qué?

72
y por lo tanto de naturalizar, o de realizar ces, lo que es muy diferente, pero igual de
(en el sentido de hacer pasar por real) la f ic­ económica, una motivación-cero. A s í nace
ción disimulando lo que tiene de concerta­ un nuevo verosímil (24), que es el nuestro,
do, como dice Valincour, es decir de artifi­ que nos encantó hace un rato y que debemos
cial: en una palabra, de ficticio. El vuelco de también quemar: la ausencia de motivación
determinación que transforma a la relación com o motivación.
(artificial) entre medio y fin en una relación Formularemos ahora de manera más ex­
(natural) entre causa y efecto, es el instru­ peditiva, el propósito, un poco cargado, de
mento mismo de esta realización, evidente­ este capítulo:
mente necesaria para el consumo corriente, 1 o. Sean distinguidos tres tipos de relato:
que exige que la ficción esté dentro de una a) el relato verosímil, o de motivación
ilusión, aún imperfecta y a medias actuada, implícita, ejemplo: "L a marquesa pidió su
de realidad. carruaje y fue a dar un paseo".
Hay entonces una oposición diametral, b) el relato motivado, ejemplo: "L a
desde el punto de vista de la economía del marquesa pidió su carruaje y se fue a acos­
relato, entre la función de una unidad y su tar, porque era muy caprichosa" (motiva­
motivación. Si su función es (groseramente ción de primer grado o motivación restrin­
hablando) para lo que ella sirve, su motiva­ gida), o aún: ". . . porque, como todas las
ción es lo que le hace falta para disimular su marquesas, era muy caprichosa" (motiva­
función. Dicho de otro modo, la función es ción de segundo grado, o motivación genera­
un beneficio, la motivación es un costo. El lizante).
rendimiento de una unidad narrativa, o, si se c) el relato arbitrario, ejemplo: "L a
prefiere, su valor, será entonces la diferencia marquesa pidió su carruaje y se fue a acos­
proporcionada por la resta: función menos tar".
motivación. V — F — M, es lo que podríamos 2o. Comprobamos entonces que, formal­
llamar el teorema de Valincour (23). No de­ mente, nada separa al tipo " a " del tipo "c ".
bemos reírnos demasiado de este sistema de La diferencia entre relato "arbitrario" y re­
medida, un poco brutal, pero que vale tanto lato "verosím il" solo depende de un juicio
como otro, y que nos proporciona en todo en el fondo de orden psicológico u otro, ex­
caso una definición bastante provechosa de terior al texto y eminentemente variable:
lo verosímil, que todo lo que precede nos según la hora y el lugar, todo relato "arbi­
dispensará de justificar más: es una motiva­ trario" puede volverse "verosímil", y recí­
ción implícita, y que no cuesta nada. A q u í procamente. La única distinción pertinente
entonces, V = F — cero, es decir, si cuento es entonces entre los relatos motivado y no-
bien, V =: F. Cuando se ha medido una vez la motivado ("arbitrario" o "verosímil"). Esta
eficacia de tal fórumula, no se sorprende distinción nos reconduce, de manera eviden­
uno más de su uso, ni aún de su abuso. ¿Pue­ te, a la oposición ya reconocida entre relato
de imaginarse algo más económico y renta­ y discurso.
ble? ¿L a ausencia de motivación, el procedi­ Traducción de Fanny Dobinsky
miento desnudo, apreciado por los Formalis­ y Lucía Flores.-
tas? Pero el lector, humanista por esencia, (Alliance Française e
psicólogo por vocación, respira mal ese aire Instituto de Profesores).
enrarecido; o mejor dicho, el horror del va­
cío y la presión del sentido son tales que esta
(Texto integro del artículo "Vraisemblance
ausencia de signo se vuelve rápidamente sig­
et motivation" extraído de Figures II. Ed.
nificante. La no-motivación se vuelve enton­
du Seuil. París, 1969.)

73
NOTAS
1. Scudery: "E l desenlace del Cid choca las bue­ 12. ibid., p. 129-130.
nas costumbres"; la pieza entera "es un ejemplo 13. Cf. Roland Barthes, Introduction â l'analyse
m uy m alo." structurale du récit. Communications 8,p . 9.
2. Chapelain: "E l tema del Cid es defectuoso en 14. Valéry, Oeuvres, Pléiade, I, p. 1467.
su parte esencial. . . pues. . . el decoro de las cos­ 15. Valincour, Lettres. . ., p. 216. Señalado por
tumbres de una hija presentada como virtuosa no nosotros.
es respetado por el poeta. " 16. Cf. Roland Barthes, art. cit., p. 7: "E l aima
3. Pratique du théâtre, p. 72-73. de toda función es, si así puede decirse, su germen,
4. Este término está desviado de su sentido retó­ lo que le permite sembrar el relato con un elemen­
rico estricto (expansión inesperada dada a una frase to que madurará más tarde. "
aparentemente terminada! para designar toda inter­ 17. No confundiremos por esto función e inten­
vención del discurso en el relato, o sea aproximada­ ción: una función puede ser en gran medida invo­
mente ¡o que la retórica' llamaba, con una palabra luntaria, una intención quizás fallida, o desborda­
que se convirtió, por otras razonesr en incómoda: da por la realidad de la obra: la intención global
epifonema. de Balzac en ta Comédie humaine era, como es sa­
5. Claude Roy, te commerce des classiques, p. bido, competir con el estado civil.
191. 18. En resumen, la narratividad de una obra na­
6. La vieille filie, p. 101, subrayado del autor. rrativa no agota su existencia, n i aún su literaria-
7. Ejemplo de esta actitud, Jacques Chardonne: dad. Ningún relato literario es "solamente" un re­
"Se ha criticado esta confesión en el siglo X V II. Se lato.
la halló inhumana y sobre todo inverosímil. No hay 19. Ejemplo clásico, citado (o inventado) por
más que una explicación: es una acción irreflexiva. Grammont, "Le Vers français", p. 3: "¿ Y la pala­
Pero esto solo es posible si una mujer ama a su ma­ bra "mesa'7 Vean cómo da bien la impresión de
rido. " Y también: "Mme. de Cléves no ama casi a una superficie plana reposando sobre cuatro pa­
su marido. Cree amarlo. Pero lo ama menos de lo tas".
que cree. Sin embargo lo ama mucho más de lo que 20. Cf. Erüch, Russian Formálism, cap. XL
piensa. Estas incertidumbres íntimas hacen la com­ 21. La importancia de la coartada es evidentemen­
plejidad y todo el movimiento de los sentimientos te variable. LLega al máximo, ai parecer, en la no­
reales." fTableau de la littérature française, Galli­ vela realista del siglo XIX. fn épocas más antiguas
mard, p. 128). La explicación nos seduce, no tiene
más que el defecto de olvidar que ios sentimientos (Antigüedad, Edad Media, por ejemplo), un estado
de Mme. de Cléves —hacia su marido y hacia Ne­ más rudo o más aristocrático del relato no intenta
mours— no son sentimientos reates sino sentimien­ disfrazar sus funciones. "La Odisea no confine nin­
tos de ficción y de lenguaje, es decir sentimientos guna sorpresa; todo está dicho de antemano; y to­
que agota la totalidad de ios enunciados p o r los do lo que está dicho, sucede... Esta certeza en la
cuales el relato los significa. Interrogarse sobre ¡a realización de los acontecimientos predichos afec­
realidad (fuera del texto! de los sentimientos de ta profundamente a la noción de intriga... ¿Qué
Mme. de Cléves es tan quimérico como preguntarse tienen en común la intriga de causalidad que nos es
cuántos hijos tenia realmente Lady Macbeth o si habituai y esta intriga de predestinación propia de
Don Quijote había realmente leído a Cervantes. 'La Odisea'?" (Tzvetan Todorov, El relato primiti­
Ciertamente es legítimo buscar la significación pro­ vo, "Tel Q uel" No. 30, p. 55).
funda de una acción como la de Mme. de Cléves 22. Hay sin embargo que hacer justicia, fuera de
considerada como un lapsus (un "descuido^! que la narratividad, a la eventual función inmediata del
nos remite a alguna realidad más oscura. Pero en­ discurso motivante. Una motivación puede ser one­
tonces, quiérase o no, no es el psicoanálisis de rosa desde el punto de vista de la mecánica narrati­
Mme. de Cléves que se comienza a hacer, es el de va, y gratificante en otro plano, estético por ejem­
Mme. de la Fayette o (y) e l del lector. Por ejemplo: plo: es decir el placer, ambiguo o no, que el lector
"si Mme. de Cléves se confía a M. de Cléves es por­ de Balzac recibe del discurso balzaciano —y que
que es a él que ella ama, pero M. de Cléves no es su hasta puede llegar a eliminar completamente el
marido, es su padre. " punto de vista narrativo. No es por la "historia"
8. Subrayado del autor. que leemos a Saint-Simon, nia Michelet.
9. Sobre la situación de Nemours en este episo­ 23. Es et momento de recordar aquí que excelen­
dio y en otro, ver sin embargo a Michel Butor, Ré­ tes eruditos atribuyen la paternidad real de las
pertoire, p. 74-78 y Jean Rousset, Forme et signi­
"Lettres sur la Princesse de Cléves" no a Valincoúr,
fication, p. 26-27.
sino al P. Bouhours.
10. Lettres sur le sujet de la Princesse de Clèves, 24. Si admitimos que lo verosímil se caracteriza
edición A. Cazas, p. 113-114. Subrayado del autor. por M = cero. Para quien juzgue sórdido este punto
de vista económico, recordemos que'en matemáti­
11. Ibid., p. 119, p. 125. Señalado p o r nosotros. cas (entre otras) la economía define a la elegancia.

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