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Humanismo naturalista

P. Edward D. O’Conor, CSC

Una de las amenazas má s grandes para la Iglesia actual viene, no de los enemigos que
la atacan, ni de los que con rebeldía disienten armando escá ndalo, sino de una especie de
pseudocristianismo que, lentamente, está desplazando al auténtico cristianismo, como un
tumor del cristianismo desentendiéndose de lo sobrenatural. Más que atacar al
cristianismo, lo sustituye reemplazando las auténticas doctrinas de fe por falsas imitaciones,
en donde lo esencial del misterio cristiano es dejado de lado.

No hay duda de que la promoció n de los valores humanos ocupa una parte importante
en el cristianismo. Este nos enseñ a a ser bondadosos y misericordiosos, ya que todos los
hombres y mujeres son nuestros hermanos y hermanas. El cristianismo provee un só lido
fundamento para el desarrollo de los derechos humanos y de la dignidad humana. En el
campo psicoló gico, una tabla de valores cristiana busca la paz interior, una feliz expansió n de
las tendencias, una positiva, optimista visió n prospectiva, un interés por el bien comú n, un
fuerte deseo de contribuir al desarrollo humano en todo nivel.

Lo que estoy llamando humanismo naturalista reconoce y explota esta humanidad


del cristianismo, a expensas de lo sobrenatural. Utiliza mó viles cristianos para empujarnos a
ser buenos seres humanos, pero falla en la apreciació n del mensaje central de Jesú s, quien nos
llama a ser no só lo bueno seres humanos sino también hijos de Dios. Por el mismo escondrijo,
no alcanza a reconocer que la peor tragedia en la vida no es la muerte o el sufrimiento
sino el pecado.

El humanismo naturalista no es una doctrina bien delimitada que pueda ser definida
con precisió n, sino una amorfa actitud o tendencia que influye en la gente de modo
diverso. Es radical, claramente ofensivo y razonado en alguien es suave, difuso, pero por esta
razó n aú n má s insidioso, en muchos programas parroquiales de renovació n.

(…) El principio del humanismo naturalista es comenzar reconociendo que el


cristianismo sostiene la existencia de tres grandes ó rdenes en la vida humana: naturaleza,
gracia y pecado. De estos tres deja de lado el de la gracia y el del pecado y se centra en la
naturaleza: enfatiza en la comunidad, la asociació n, el compañ erismo, la autorrealizació n y la
satisfacció n.

(…) Merece ser llamando naturalista, en primer lugar, por su desprecio a la importante
doctrina de la gracia: que a través de Cristo hemos sido invitados a la vida de los hijos de Dios
–trasciende má s allá de toda relació n social-. El humanismo naturalista aú n desea hablar de la
gracia, en cuanto que Dios ayuda a hacer el bien o que Dios benignamente no mira nuestras
faltas (“quiere aceptarnos tal cual somos”). Pero el profundo misterio y la sublime
trascendencia de la gracia como íntima relació n personal con Dios, encuentro con la vida
divina, y, en una afirmació n má s honda, participació n de la naturaleza divina, difícilmente se
encuentra en una mentalidad que, justamente por esta razó n, es naturalista.
(…) Ademá s de desdeñ ar el misterio de las gracias divina, el humanismo naturalista
presta muy poca atención al tema del pecado. En vez de pecado, habla de problemas
psicoló gico s o “conductas antisociales”, y tiende a remediar el pecado por medio de un
asesoramiento más que por un llamado a la conversión. Nuevamente aquí hay una verdad
evidente –pero menos importante- está ayudado a que se esconda lo má s importante- Con
esto no se niega que la gente sufra de psicosis, neurosis y otros problemas psicoló gicos que
pueden tratarse a través de consultas y ayuda médica. Sin embargo, de manera muy frecuente,
quizá en la mayoría de los casos, estos problemas psicoló gicos se encuentran entremezclados
con cuestiones morales. ¡El pecado y la culpa son realidades que necesitan ser
reconocidos y tratados según su propio modo! No se pueden ser solucionados como
asuntos de la psicología y de la medicina.

(…)El humanismo naturalista es optimista en tanto que proclama que la gente se


encuentra necesitada en grandísima medida de ser alentada y no culpada o cambiada. (…) Es
cierto que, como dice San Francisco de Sales, se atraen má s moscas con una cucharada de miel
que con un barril de vinagre. Pero el pecado es una realidad a la que no puede ponerse
una tapa; existen ciertos momentos en los que el pecado debe ser reconocido y
condenado.

Pero en el caso de que ellos admiten el hecho del pecado, el humanismo naturalista
frecuentemente afirma que es difícil cometer un pecado mortal y que es raro que alguien
realmente pierda su alma en el infierno. Esto no concuerda con la actitud de Jesú s que nos
urgió a entrar por la puerta angosta, ya que muchos son los que pasan por la puerta ancha y
siguen el camino que conduce a la perdició n.

El ú nico tipo de pecado comú nmente aceptado por los humanistas consiste en herir a
los demá s. Especialmente hoy en día está de moda la condena de las injusticias sociales (…)
porque violan los derechos del hombre y no porque ofenden a Dios. En una conducta cristiana
este ú ltimo aspecto es el esencial del pecado, y no son só lo esas acciones, sino también
aquellas que violan el orden deseado por Dios y deforman la imagen de Dios en nosotros son
igualmente pecados. Por ejemplo, el abuso de uno mismo, los afectos y los apetitos
desordenados (gula, lujuria, ira), la satisfacció n de los malos pensamientos, son difícilmente
considerados como pecados en la perspectiva del humanismo naturalista, y cuando se
condenan, es principalmente por sus afectos deshumanizantes.

(…) El sentimiento de compasió n que caracteriza al humanismo naturalista conduce a


ser poco proclives a insistir en tomar firmes resoluciones en ocasiones difíciles. De allí
proviene la suavidad en temas como aborto, eutanasia, homosexualidad, divorcio,
anticoncepció n.

(…) En esto incluso no es ni humanista. Está ciego para ver la debilidad de la


naturaleza humana, y que se equivoca en no alentar aquellos esfuerzos que hacen una
vida plenamente responsable y que requieren heroísmo. En el mundo de los naturalistas
todo debería ser agradable y có modo; pero no habría héroes. Por el contrario un auténtico
humanismo cristiano enfrenta las duras dificultades de la existencia humana y (anima) a los
hombres a tener confianza ante las dificultades y les asegura que tendrá n la gracia necesaria
para superarlas –sin decir siquiera la enorme recompensa que les espera-.

El humanismo naturalista no es propiamente herético; es simplemente débil y muy


negligente en su apreciació n de los aspectos sobrenaturales del misterio cristiano.

(…) Negació n del infierno. ¿Có mo un Dios tan bondadoso, se arguye, haría ese lugar?
(…) o en el caso de que lo admitan por ser una doctrina de fe, los humanistas son rá pidos en
acotar que posiblemente nadie vaya allí. Este tono de hablar en muy diferente al de Jesú s, que
frecuentemente advirtió sobre las tinieblas de fuera “allí habrá llanto y rechinar de dientes”
(Mt. 8,12).

(…) El humanismo naturalista desvaloriza los sacramentos (…), es democrá tico y


cualquier aproximació n a la jerarquía le desagrada. Y por ello evita llamar a los sacerdotes
“Padre”, evita aceptar el há bito eclesiá stico o reconocer valor especial en la bendició n de un
sacerdote o de un diá cono.

(…) La espiritualidad de los humanistas consiste mayormente en el cultivo de las


virtudes sociales: ayudar a la gente a llevarse bien con los demá s. Abarca virtudes reales y a
veces hace honrosos reclamos, pero dista mucho de la santidad de los santos.

(…) La verdadera espiritualidad trae la paz, pero a través olvido de uno mismo y la
ubicació n de Dios en primer lugar. En una perspectiva humanista, la paz de la mente es un
objetivo en sí mismo.

(…) No tiene estó mago para digerir la penitencia o la cruz. La cruz de Cristo no sirve
má s que de emblema artístico. (…) Se burlan de la mortificació n y del propio renunciamiento,
o bruscamente los reprimen como “negativos” (…).

La direcció n espiritual pasa a ser un asesoramiento psicoló gico en el humanismo.


Frecuentemente se mira a Oriente y busca a los gurú s (…) Las clá sicas etapas en el
crecimiento espiritual –las vías purgativas, iluminativas y unitivas- han sido sustituidas por
las etapas del trá nsito de la vida, maduració n humana.

Para terminar, debemos preguntarnos: ¿qué nos condujo al desarrollo de este


humanismo, especialmente americano, el que, en la primera mitad del siglo, era
mundialmente conocido por su fidelidad doctrinal? En principio fue una especie de desgaste.
Se necesita un constante esfuerzo por mantener la fe cristiana. Tenemos que meditarla,
dejarnos llevar nuestras vidas por ella y estar deseosos de sufrir por ella. Cuando la fe pierde
su vigor aun posturas que son profundamente incompatibles con ella pueden aparecer como
nada má s que curiosamente interesante nuevas interpretaciones. Para conservar la fe
tenemos que vivirla de todo corazó n y sin compromisos. De otro modo siempre estaremos
propensos a ser seducidos por falsas imitaciones.

El segundo factor es simplemente el orgullo. La vida de fe es humillante para nuestro


intelecto. Requiere que permanezca en un misterio que se encuentra má s allá de nuestro
puñ o. El humanismo naturalista posee una verdad evidente que nos hace estar confortables;
podemos ver su racionalidad por nosotros mismos. Esto es mucho má s agradable a nuestros
intelectos orgullosos.

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