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Aún

me
Perteneces


Lia Carnevale
Primera edición: marzo de 2021
Copyright © 2021 Lia Carnevale
traducción por: ElleBi translations
Gráficos de

Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y eventos son fruto de la imaginación del autor o se utilizan de forma ficticia.
Cualquier parecido con personas, empresas, hechos o ubicaciones reales o pasadas es mera coincidencia.
Reservados todos los derechos. Ningún fragmento de este volumen puede ser reproducido, almacenado o transmitido de cualquier forma o
por cualquier medio, electrónico, mecánico, fotocopia, disco o de otro modo sin la autorización del autor.









PRÓLOGO



Londres 2019

—¿Está usted segura de esta decisión? —Miré a la mujer con bata blanca a los pies de mi cama.
Tenía una mirada triste y compasiva.
¿Cuántas chicas en mi estado veía por día?
¿No se había acostumbrado aún a esa triste realidad?
—Estoy segura. —La vi tomar una respiración profunda, probablemente reteniéndola con la
esperanza de que cambiara de opinión.
No podía.
Ella, como cualquier otra persona, quizás me juzgaría mal. Me considerarían cobarde. Una mujer
sin corazón.
Tenían razón.
Tenían razón en todo.
Tenía miedo. Pero sobre todo, tenían razón en una cosa fundamental, mi corazón estaba roto y en
cuanto terminara, lo habría perdido para siempre.
No volvería a sentir nada.
Hubiera sido más fácil seguir adelante.

CAPÍTULO 1


Charlotte

Hoy día


—¡Vamos Charlotte, puedes hacerlo! —El sudor goteaba por mi frente, mi cabello, recogido en una
cola estaba empapado, la blusa y los pantalones cortos se podían escurrir.
Empecé a contar la serie que me faltaba para terminar la sesión de abdominales y cuando llegué a los
treinta me estiré exhausta en el suelo laminado del gimnasio.
—Oh, Dios mío, mis abdominales arden —dije colocando mi mano sobre mi vientre plano y
esculpido.
—Para ser bella hay que sufrir, ese es nuestro lema, ¿no? —Abigail me tiró la toalla que se estrelló
directamente contra mi cara.
Me eché a reír y comencé a secarme la cara y el cuello.
—Bueno, todavía no hemos terminado, así que apurémonos. —Me puse de pie y me uní a mi mejor
amiga en la máquina caminadora junto a la suya.
—El desfile de los Angels en Nueva York es en menos de un mes —dijo acelerando la velocidad. La
observé, era la más hermosa de todas, los rasgos orientales heredados de su madre y los ojos azules de
su padre americano la hacían irresistible y de un exótico encanto.
—Lo sé, no duermo la noche —respondí aumentando también el ritmo.
El insomnio había vuelto a hacerme compañía, lo que me preocupaba mucho. Tenía que dormir al
menos nueve horas seguidas para aparecer como el entrenador me quería, pero en los últimos meses
lograba dormir a veces durante sólo cuatro horas.
—¿Qué te preocupa, baby? Ahora somos Ángels, lo logramos y somos modelos súper bien pagadas,
así que lo peor ya pasó. —Abigail me guiñó un ojo.
Era así, habíamos luchado contra las dietas y el duro entrenamiento para llegar a tener las medidas
perfectas, la forma perfecta y el carisma adecuado para ser un Ángel, o mejor dicho las únicas modelos
que tenían la oportunidad de participar en el “Fashion Show”, el evento anual de la casa de lencería más
grande del mundo. Nuestro sueño se había hecho realidad, habíamos llegado a la cima de la cúspide, pero
yo no disfrutaba de las vistas.
El hecho es que no me sentía completamente satisfecha, había algo que no me hacía sentir bien. Algo
que estaba escondido en un rincón remoto de mi mente, que no me permitía tener sueños apacibles.
—Bueno, he terminado. Nos vemos en mi habitación, me voy a dar una ducha —advirtió Abigail.
Había conocido a Abigail durante una sesión de fotos en Roma hacía un año; ya desde las primeras
palabras que intercambiamos entendí que no era una chica que intentaba ponerte los pies en la cabeza
para lograr el éxito, sino que brillaba con luz propia y me fascinaba.
Me intrigaban sus ojos almendrados de color tan claro, donde era fácil perderse y que no reflejaban
en absoluto el barrio de Brooklyn de donde decía provenir. Afortunadamente, el rodaje duró más de uno
día y tuvimos la suerte de encontrarnos en el mismo hotel.
La primera noche que cenamos juntas, descubrimos que teníamos los mismos objetivos, un camino
común a seguir, por lo que no tardó en concertar una cita con su agente y llevarme a su propio barco.
Estábamos decididas a alcanzar la cima de la carrera de top model.
Estábamos decididas a echar alas y emprender el vuelo y después de muchos sacrificios, lo habíamos
logrado.
Me quedé sola en el imponente gimnasio del hotel Hilton en París, donde nos alojábamos.
Seguí entrenando, deteniéndome para recuperar el aliento solo un par de veces y tras estirarme, fui
hacia la suite para ducharme y comer algo.
El chorro de agua relajó mis músculos tensos y cansados. Permanecí mojándome durante unos largos
diez minutos antes de aplicar acondicionador en mi cabello y enjabonar mi cuerpo. La cabina estaba
envuelta en el vapor creado por el calor, pasé una mano por el espejo empañado, incrustado en los
azulejos y me miré durante unos segundos.
Los mechones caían casi tocando mi cintura, eran rubios y aún más brillantes por la decoloración, la
piel estaba roja y caliente, mis pechos henchidos en perfecta armonía con los sesenta centímetros de mi
cintura.
Aparentemente era perfecta y aunque pasaba mis días bastante feliz, me faltaba ese impulso para
depositar mi total confianza en el destino.
Dejé ese pensamiento a un lado, enojada conmigo misma por no estar agradecida por la oportunidad
que la vida me había ofrecido.
Hay cosas peores, Charlie.
Ahora era un Ángel, envidiada por muchos y deseada por todos y tenía que estar orgullosa de haber
logrado mi objetivo sólo por mí misma.
Sin degradarme ni venderme acostándome con alguien para subir más alto.
Me enjuagué, cerré el grifo y salí de la ducha.
Diez minutos después me reuní con Abigail en el lujoso salón.
—¿Una zanahoria? —preguntó con ironía mientras cortaba un par de ellas para acompañar los
huevos.
—No, paso, gracias. —Sonreí mientras tomaba una bebida dietética del refrigerador.
—¿Qué es esto? —pregunté notando un sobre plateado que contenía un billete dentro.
—La agencia lo envió, es la invitación a la fiesta de Ryan J. de mañana por la noche —explicó
Abigail.
Me apoyé en la isla donde estaba preparando la cena y tomé un sorbo de la botella.
—Vaya, el jugador del Paris Saint Germain. ¿Tienen que exhibirnos como trofeo? —pregunté con una
mueca de desaprobación.
—¿No es eso lo que somos?¿Trofeos? —replicó ella.
Abigail era una chica inteligente, se graduó de la universidad con matrícula y aunque nuestra
profesión podría hacernos pasar por chicas superficiales, que habían ganado dinero con sus cuerpos y su
belleza, todas éramos más que eso.
—Ganar dos campeonatos nacionales no es suficiente para tenernos —dije con firmeza.
En realidad, nadie podría tenernos. Cada una de nosotras había sacrificado el amor por su carrera.
—Exactamente, cariño, pero debemos hacerles creer que es parte del juego, son chismes y es la
tapadera, así que vallamos a esa fiesta —declaró con firmeza.
—Está bien, jefa. Invitación aceptada. —Abigail se rio y me tiró un trozo de zanahoria.
—Los huevos están casi listos, prepara la mesa —ordenó señalando la zona frente a la ventana, con
vista a la Torre Eiffel iluminada.
—Menos mal, me muero de hambre. —El estómago retumbó por enésima vez. Aunque éramos
huéspedes de uno de los hoteles más prestigiosos de la ciudad de los enamorados, no se nos permitía el
servicio de habitaciones, según órdenes del entrenador.
Armé como me dijo y cuando puse el último cubierto sobre la servilleta, me volví hacia las luces que
iluminaban la ciudad.
Ya había estado aquí cientos de veces, pero como en cualquier parte del mundo, nunca se me permitió
disfrutar realmente del ambiente parisino. Nunca había tenido tiempo de caminar por las orillas del Sena,
comer una baguette o visitar el Louvre debido a los compromisos laborales.
Mi vida se había convertido en un patrón mecánico de desfiles de moda, sesiones de fotos y fiestas,
aunque básicamente eso era lo que buscaba.
Eso era lo que me esperaba cuando decidí arruinar mi vida privada.
CAPÍTULO 2


Brian


Más de un millón y medio de personas vivían o eligieron vivir en Manhattan. Sin embargo, pocos
habían logrado el éxito y en poco tiempo, permitirse un lujoso apartamento en el Upper East Side como el
mío.
Salí a la terraza del ático que había comprado un mes antes. Manhattan estaba a mis pies,
literalmente, y ad litteram, estaban a mis pies la mayoría de los que tenían el poder.
La ira, el resentimiento, el deseo de redención, de fama y de estrellato me habían ayudado a poner de
rodillas a cualquiera que se enfrentara a mí en un tribunal.
Me había convertido en uno de los abogados más buscados por managers, grandes empresarios,
políticos y líos hombres que habían cometido los crímenes más atroces.
Sin embargo, con el tiempo, aprendí a seleccionar a mi clientela, priorizando sólo a aquellos con
billeteras rebosantes y rechazando a asesinos y violadores.
Por eso mi tarifa era de mil dólares la hora.
Era despiadado.
Malo.
Sin una pizca de sentimiento.
Mi objetivo era ganar.
Siempre.
A cualquier costo.
Y carajo, si no lo lograba.
Mi familia materna ejercía esta profesión desde mi tatarabuelo, la jurisprudencia estaba mezclada en
nuestro ADN, así como la dialéctica y la inteligencia.
Respiré el aire primaveral que se cernía sobre la ruidosa ciudad. Amaba también esto de Nueva
York, nunca descansaba, ambos estábamos desvelados, pero nunca apagados.
Saqué un paquete de cigarrillos del bolsillo de mi pantalón de chándal, me senté en el banco de
madera que bordeaba la pared de la galería y encendí uno.
Había llegado aquí dos años antes para encontrarme con mi primo Alex; había dejado atrás un
período difícil y doloroso tratando de alguna manera de reconstruir mi futuro.
Parecía que lo había logrado. Parecía que el tiempo me había ayudado a eliminar el pasado y junto a
él, los sentimientos que me habían destruido.
Sentimientos que nunca volvería a experimentar.
Ahora era un hombre satisfecho que vivía su vida sin límites, que no dependía de ninguna mujer y
follaba cómo y dónde quería.
Mi vida era perfecta, como todo lo que había decidido rodearme.
Aspiré el cigarrillo y cerré los ojos. Los sábados por la mañana me gustaba tomarme un poco de
tiempo libre, entregarme a los vicios y sin pensar en la cantidad de trabajo que me esperaba desde la
madrugada del lunes.
—Buenos días, Brian. —Me volví hacia la dirección desde donde venía la voz. Shein estaba apoyada
contra el marco de la puerta con mi camisa blanca de Armani, los brazos cruzados, su espeso cabello
rojo ardiente que caía sobre sus hombros y las piernas largas y bronceadas de algún solárium aludían
recuerdos de la noche anterior, cuando estaban envueltas alrededor de mi cintura.
—¿Preparo el café? —Señaló el interior del apartamento con el dedo.
Afirmé con la cabeza y me volví hacia los altos rascacielos que bordeaban la calle ochenta. No
estaba acostumbrado a que las mujeres que me follaba se quedaran a dormir en mi cama. Normalmente,
una vez ambos satisfechos, las invitaba a que se fueran, haciendo esto, no es que no las respetara, al
contrario, lo dejaba claro desde el principio.
La regla era solo una: sin ninguna expectativa.
No tenía nada que ofrecer excepto placer mutuo.
Shein era diferente sin embargo, de alguna manera se las había arreglado para ser querida como una
amiga, como un amante que cuando era el momento nunca se negaba.
Había venido a Nueva York buscando el éxito en el mundo de la moda, había sido mi vecina durante
casi dos años, muchas veces nos encontrábamos en la azotea del antiguo edificio donde vivía para beber
y fumar.
Ella conocía mi historia, tal vez porque su profesión era la misma que la de mi ex, por lo que fue fácil
contarle lo que había pasado.
Finalmente llegué a la conclusión de que ella me había dejado para alcanzar su sueño. Sus objetivos
eran más importantes que lo nuestro.
Que yo.
No la había buscado.
Nunca.
No había nada más que hablar entre nosotros desde hacía demasiado tiempo.
Ella no quería verme y sólo podía aceptar su decisión.
Shein, había aceptado ser parte de mi vida sin invadir la privacidad que me había propuesto
preservar cuidadosamente.
Me acompañaba a recepciones, eventos, fiestas y muchas veces terminamos desnudos en el
dormitorio. La idea de poder amarla nunca se me había pasado y ella lo aceptó sin hacer preguntas.
—¿Compromisos para hoy? —Regresó con una taza de café humeante y se sentó a mi lado. Sus ojos
verdes eran un mar que había aprendido a explorar en poco tiempo, al igual que yo, tenía mucho que
contar, pero pocas ganas de hacerlo.
—Voy a holgazanear en el sofá todo el día. ¿Tú? —Apagué mi cigarrillo y tomé un sorbo de la bebida
que sostenía en mis manos:
—Tengo un rodaje a las tres en punto, así que será mejor que me mueva. —Después de tocar mis
labios con los suyos, se levantó y caminó hacia la ventana francesa.
—Siempre es un placer pasar la noche contigo, Brian. —Me guiñó un ojo y desapareció de mi vista.
Volví a mirar el panorama de la ciudad.
¡Ya! Era un buen partido, una gran compañía, un buen amante, y una pena que no me importara un
carajo serlo.


La alarma del lunes por la mañana sonó a las cinco en punto. Me levanté de la cama y me dirigí a la
cocina a hacer café.
Diez minutos y estaba en la sala en la que solía entrenar. Había equipado un gimnasio con una
máquina de remo, un banco y una cinta de correr.
Caminé hacia las pesas y cargué la barra. El sol estaba saliendo y los rayos se filtraban a través de
las altas ventanas de vidrio.
Amaba mi vida diaria, pero de cinco a siete era mi hora favorita del día. Era cuando la mayoría de la
gente aún dormía, cuando mi mente estaban lo suficientemente clara como para planificar las estrategias
que implementaría en la corte.
Había aprendido a planificarlo todo.
Ya no quería que nada me tomara por sorpresa.
Agobiado por los acontecimientos.
Antes de sentarme en el banco, encendí el estéreo con el mando a distancia y las notas de Bad Liar de
Imagine Dragons me ayudaron a poner la carga adecuada y comenzar los ejercicios.
Con cada levantamiento de la barra podía sentir los músculos de mis brazos y el pecho tirando.
Medía un metro noventa y noventa kilos de peso. Mi cuerpo se había convertido en motivo de miradas
por parte de las mujeres y envidia por parte de los hombres. Entrenaba especialmente para mí, para
desahogarme, para sentirme bien, para liberarme de toda la presión que sentía en el pecho.
Una vez terminé, salí de la habitación y me encaminé para darme una ducha. El chorro de la bomba de
hidromasaje fue la guinda del pastel.
Estaba preparado, lleno de energía y relajado.
Cerré el grifo y me pasé una toalla por la cintura, me acerqué al espejo, miré la barba de dos días y
sonreí. Había decidido no afeitarla, al menos por el momento, me gustaba tener un aspecto casi
trasnochado cuando tenía un caso importante que enfrentar en el tribunal. Noqueaba a mis oponentes. Los
desencajaba.
La mayoría de los abogados de esta ciudad vivían de las apariencias, cuanto más perfecto parecías,
mayor era la sugestión que podías transmitir. Para mí importaba la regla inversa: cuanto menor era la
expectativa, mayores eran las posibilidades de ganar.
Me encontré con mis ojos azules en el reflejo. Ojos que odiaba desde la adolescencia porque eran los
mismos que los de mi madre. La mujer que me abandonó cuando tenía solo siete años para mudarse a los
Emiratos con su amante.
Seguía llamándome por Navidad, por mi cumpleaños, hasta se le ocurrió la idea de llevarme a vivir
con ella. Solicitud en vano y nunca cumplida.
Mi padre, en cambio, me había criado con todo el amor que un hombre desilusionado y abandonado
podía ofrecer a su único hijo. Lo respetaba por todo lo que había creado con arduo trabajo, por darme la
oportunidad de vivir mi vida como creía, por dejarme libre para cometer errores, para crecer.
El hecho de que mi madre se hubiera ido debió ser como una llamada de atención. La primera
advertencia de que no debería confiar en las mujeres. De ninguna de ellas.
Me moví rápidamente hacia el dormitorio, agarré el traje azul Armani recién planchado, la camisa
blanca que Marie, la empleada, me había dejado la noche anterior y me vestí.
A las ocho estaba sentado en mi Lamborghini Murciélago Roadster plateado. El motor rugió en el
garaje tan pronto como lo encendí y la emoción de la invencibilidad hirvió en mi sangre.
Había tenido la oportunidad de probar mi última compra en una recta hacia las afueras de Nueva
York, la llevé a doscientos veinte por hora, fue en ese momento que tuve un atisbo de recuerdo de cómo
se sentía uno cuando el corazón latía en el pecho.
Me metí en el tráfico de Nueva York y cuarenta minutos después, estaba frente al edificio que
albergaba el bufete de abogados Spencer and SB del que era socio.
Cuando llegué a mi oficina, en el piso cuarenta y tres, mi asistente me dijo que Alex ya estaba
esperándome.
—¡Buenos días! ¿Por qué mi asistente te sigue dejando entrar sin mi permiso? —pregunté
acercándome al escritorio.
—Buenos días también. Porque es una emergencia. Tenemos que hablar. —Me volví hacia mi primo.
Sólo una vez había visto aquella expresión seria y realmente preocupada en su rostro, cuando había
descubierto que tenía una hija.
—¿Qué carajo pasó esta vez?
CAPÍTULO 3


Charlotte



—Charlotte mira a la cámara. —Giré mi rostro hacia la voz del fotógrafo lo suficiente para que la
cámara capturara mi mejor perfil. No era el único que pronunciaba mi nombre en la alfombra que nos
conducía al interior de uno de los clubes más prestigiosos de París, donde se llevaba a cabo la polémica
fiesta de cumpleaños del futbolista más importante del momento.
El vestido cubierto con flecos de Dior apenas podía cubrirme el trasero, mientras que las sandalias
altas de pedrería con los cordones atados al tobillo me regalaban otros generosos diez centímetros para
agregar a mi metro setenta y ocho.
El cabello estaba suelto y suave mientras que el maquillaje más sensual se exponía en mi rostro.
Con cada paso que daba, perdía la cuenta de los cumplidos que me gritaban desde atrás de las
barreras que separaban a los mortales ordinarios de nosotros.
Con cada paso que daba, trataba de sonreír ante aquellos cumplidos, aunque siempre, con cada paso
que daba me recordaba a mí misma que aquello era tan solo un papel, una forma de hacer que la gente me
apreciara, de volverme aún más popular, pero que en realidad lo que más odiaba eran los cumplidos de
ese tipo.
Sonríe Charlie, puedes eclipsar el sol con tu ser. Eran palabras de mi abuela. La única mujer del
mundo que me ha mostrado un mínimo de amor maternal.
Yo era una mujer hermosa, había elegido una profesión que sin duda ponía mi cuerpo en exhibición,
aunque chocaba con mi carácter antipático, por fuera parecía impecable, pero por dentro estallaba.
Y sin embargo, tenía aquel mundo en mi manos.
Todos querían mi cuerpo, pero pocos realmente me querían a mí.
Odiaba a quienes, para llevarte a la cama, largaban una innumerable serie de cumplidos.
Prefería al hombre directo. El hombre que iba al grano, que no fuera tan bueno con las palabras, sino
con los hechos.
El hombre que si quería llevarte al dormitorio, te mostraría las llaves directamente.
No es que hubiera terminado en las portadas de los periódicos varias veces por mis noches
exuberantes, durante un tiempo había sido la cara de las noches más locas. El sexo y el alcohol se habían
convertido en mi mundo. Hasta que pedí ayuda. Cuando me di cuenta de que buscaba algo en la misma
perdición. Algo que nunca hubiera encontrado así. Por este motivo, junto con mi agencia, decidimos que
era hora de buscar ayuda de un profesional.
Nada de sexo y nada de alcohol.
Afortunadamente, nunca había tenido buena relación con las drogas, así que me ahorré ese hábito. Ni
siquiera era alcohólica, al menos no aún. No sentía necesidad de beber, yo quería beber.
Sin embargo, fue entonces tras un largo viaje que desafió seriamente mi estabilidad mental, cuando
entendí de que el pasado no era solo mi pasado, seguía siendo mi presente y estaba socavando mi futuro.
Durante aquel viaje caí en la cuenta de que tenía que dejar atrás toda la mierda que llevaba y empezar
de nuevo. Reinventándome para poder volver a vivir, a sonreír, a disfrutar lo que tenía.
Fue en ese momento que me di cuenta de que él no podía, y ya no sería parte de mi vida.
Nunca más.
Tenía que olvidar sus caricias, sus besos, sus manos, sus palabras y el dolor que me habían traído.
Especialmente el dolor.
Afortunadamente, todo lo que había experimentado antes de convertirme en un personaje conocido
había sido enterrado por mis abogados y por la agencia. Los periodistas y los espectadores nunca
podrían llegar hasta ahí.
Al menos eso esperaba.
Aunque mi historia no había sido escrita en las páginas de revistas de todo el mundo, la había vivido
en mi piel y no podía fingir que no pasaba nada, pues me había cambiado, me había marcado, me había
vuelto frágil.
—Bienvenidas chicas, estáis deslumbrantes. —Jason, que obviamente había decidido asistir a la
noche simplemente para ver cómo estábamos, nos estaba esperando en la entrada.
—Charlotte, hay un mar de testosterona en esa sala, así que sé buena, ¿de acuerdo? —Me susurró al
oído.
—No soy una ninfómana, Jason —respondí irritada a mi agente.
—Lo sé cariño, pero eres increíblemente hermosa, incluso a un gay como yo le gustaría llevarte a la
cama, así que sigue mi consejo. Si yo pudiera, me follaría a todos esos hombres de ahí dentro. —Me eché
a reír ante esa declaración.
—¿Quieres acostarte conmigo, Jason? Tranquilo, apenas recuerdo cómo es el sexo. —Jason sonrió y
me dio unas palmaditas en el trasero, luego se alejó para saludar a otras chicas de nuestro equipo.
Entramos en la sala de recepción. Después de saludar al cumpleañero e intercambiar unas palabras
con conocidos del mundo del deporte y el entretenimiento, nos dirigimos al mostrador donde se servían
las bebidas.
Pedí un refresco de frutas, tenía un desfile importante. La primera de una larga serie esperaba.
—¡Guau! No han escatimado en gastos en este lugar —me susurró Ab en voz baja para evitar que
alguien cerca de nosotras lo oyera.
Miré a mi alrededor, el gran salón de baile estaba lleno de mesas para seis personas, sobre cada una
había una canasta con una botella de champán dentro. Las luces que iluminaban la sala eran una mezcla
de azul y rojo, los mismos colores que el equipo de fútbol, así como los tonos que usaba el personal de
servicio.
Los guardaespaldas estaban apostados frente a cada salida de emergencia y todos los invitados
estaban vestidos con ropa de diseño y accesorios muy caros.
—Si pienso que hay niños muriendo de hambre en mi barrio, me dan ganas de vomitar ante todo esto.
—Ab suspiró tras decir esas palabras y continuó bebiendo el vaso de vino blanco que sostenía.
Levanté una ceja y me volví para mirarla.
—Tú también vives en medio de este lujo —dije arrepintiéndome de inmediato. Abigail enviaba más
de la mitad de sus ingresos a Brooklyn para ayudar a su madre y sus cuatro hermanos menores de edad.
Su padre la había abandonado y la obligada a crecer demasiado rápido. Por eso nunca se ataba, dejó
de creer en el amor cuando por culpa de un hombre, su familia se vio obligada a recurrir a
organizaciones benéficas.
Recibiendo una sonrisa de circunstancias de ella me muerdo el labio.
A veces soy una gilipollas.
Nunca me había faltado el dinero, me consideraban la princesa de la casa, desde pequeña había
estado rodeada de muñecos y unicornios y cuando crecí no me faltaron las joyas y tarjetas de crédito.
Pero me sentía más pobre que Abigail.
El dinero no compraba el cariño que necesitaba, no me brindaba la protección y el calor de una
familia. La veía cuando llamaba a su madre, cómo se le iluminaban los ojos. Mi teléfono, por otro lado,
nunca sonaba excepto por el trabajo.
La velada transcurrió según lo previsto en toda fiesta que importaba, una cena cinco estrellas, un DJ
famoso y unos fotógrafos privilegiados que habían recibido la invitación para capturar los momentos más
destacados de la velada y luego vender a los mejores periódicos.
—El pastel finalmente ha llegado. Vamos Charlotte, tenemos que hacernos fotografiar junto al
cumpleañero y luego al fin podremos ir a dormir.
Me levanté del sofá de dos plazas donde había pasado la mayor parte del tiempo y seguí a Abigail.
Estábamos en sintonía en todo, incluso en términos de hombres.
Ella creía que eran la causa de sus dolores.
Y yo había dejado de mirarlos.

CAPÍTULO 4


Brian


—Disculpa, pero cuando vi la procedencia no pude evitar abrirlo. Tuviste que arreglar esto hace
años, Brian —regañó Alexander mientras se sentaba en la silla de cuero negro, frente a mi escritorio.
Pasé la mano por mi cabello.
¡Coño!
—¿Me estás escuchando? —reanudó. No, había dejado de escucharlo desde hacía un rato. Desde que
había tomado aquella maldita hoja de papel y leí su contenido.
¡Estábamos en 2021! Un puto correo electrónico, en lugar de una carta estúpida, me habría dado más
tiempo.
—Tenias. Que. Cerrar. Esa. Historia. ¡Hace Años! Te lo advertí —rugió, poniéndose de pie.
Necesito algo fuerte. Ahora.
—Ahora dime, genio, ¿qué vas a hacer? —Alexander comenzó a caminar de un lado a otro del
despacho.
Parecía al borde de un ataque de nervios.
—Si vas a ponerte histérico, será mejor que te vayas. ¡Tú eres quien tiene que tranquilizarme, maldita
sea!
Yo soy el que está en la mierda. ¿Dónde puse la botella de whisky de doscientos cincuenta dólares?
Carajo.
Yo también me levanté, mientras me dirigía al armario de licores me aflojé la corbata. Hacía
demasiado calor, tenía que encender el aire acondicionado, sino llegaría al tribunal en un mar de sudor.
—Tienes razón. Tú eres el que está en la mierda, no yo. —Le devolví una mirada de reojo mientras
quitaba la tapa y bebía directamente de la botella. Alexander me miró como si me saliera una segunda
cabeza.
—¿Qué pasa? Necesito aclararme la cabeza —balbuceé emitiendo una pequeña tos por la gran
cantidad de alcohol ingerido, a las nueve de la mañana.
—Beber no te ayudará a encontrar una solución. Necesitamos una, Brian, sino, estás jodido.
Alex tenía razón.
Necesitaba un plan.
Un proyecto que me ayudara a recuperar lo que me pertenecía. Lo que aún era mío. La última pieza
que me unía a mi pasado. Tenía que hacerlo rápido. Inmediatamente. Sin dudarlo. Sin perder ni un minuto
más. Sin dejarme de nuevo el corazón.
—Necesitamos una solución —repetí sus palabras.
—Vamos a sentarnos y encontrarla, sin entrar en pánico.
Yo conseguiría hacerlo.
Era abogado, totalmente no afectivo, una mezcla perfecta para no juntar sentimientos y trabajo.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por alguien que llamó a la puerta. Simon hizo su entrada.
—Oh, gracias a Dios, ven y siéntate. También necesito tu ayuda, pero primero debes saber todo desde
el principio.


Las Vegas, cuatro años antes


A Little Wedding Chapel.
Leí aquel letrero por segunda vez mientras estrechaba la mano de la mujer con la que estaba a
punto de casarme.
El viaje hacia Contea Clark County había sido una sorpresa al celebrar el vigesimoprimer
cumpleaños de Charlotte.
Ella y yo.
Despreocupados.
Libres.
Felices.
Habíamos estado buscándolo y ahora estábamos a punto de…
—Nos vamos a casar, Brian —dijo Charlie emocionada debido al exceso de champán que bebimos
unos minutos antes.
Me volví hacia ella, la noche estrellada y las luces centelleantes de la ciudad de la perdición,
iluminaban su mirada radiante.
Ella lo quería, podía verlo en sus ojos.
¿Yo? Joder, si lo quería.
Sabía que sería mía a los diecisiete años, cuando ella sólo tenía trece. Cuando la vi por primera
vez.
Rápidamente se había convertido en mi obsesión.
Mi enferma fantasía.
Mi constante, único, deseo.
La conocí en una cena que había organizado mi padre. Era una noche de agosto. Londres estaba
extrañamente envuelto en un calor sofocante.
Caminaba, aislado en el gran jardín que bordeaba nuestra finca en Wimbledon, manoseaba mi
teléfono celular. Le escribía a amigos, o a alguna chica con la que de vez en cuando, me acostaba.
No recordaba exactamente el momento en que el teléfono se me resbaló de las manos y me encontré
con una cabecita rubia con grandes ojos verdes, mojados por las lágrimas.
—Estoy perdida. Quería seguir a esa ardilla, pero ahora no puedo volver.
Era fácil perderse entre un árbol y otro, entre un arbusto y una columna cubierta de hiedra
trepadora.
Me quedé en silencio por un momento.
Mi corazón latía demasiado rápido para considerarlo normal.
¿Qué me estaba pasando?
¿Qué era esa repentina aceleración de la emoción?
—¿Me puedes ayudar? —Estaba llorando y sentí la necesidad de que parara.
¿Con un beso, quizás?
Era pequeña.
Quizás la habría asustado aún más.
—Por aquí. —Me limité a decir.
La seguí y con cada paso que daba, quería preguntarle su nombre.
Quería saber si regresaría a mi casa de nuevo, tal vez para darse un chapuzón en la piscina.
Era una tontería, probablemente todavía jugaba con muñecas.
Cuando volvimos a cenar, la vi correr entre los invitados y arrojarse a los brazos de su padre.
A partir de ese día nos encontramos cada vez más a menudo.
La fusión del nuestro negocio familiar con el suyo nos llevó a pasar mucho tiempo juntos. Entre
viajes, fiestas, veladas de diversión desenfrenada, pasaron los años y nos enamoramos.
—Realmente lo estamos haciendo. —Envolví mi mano alrededor de su cuello y la besé.
—No tenemos testigos. —Se detuvo unos metros antes de la entrada.
—Estoy seguro de que encontraremos alguno—.
Le preguntamos a dos desconocidos, borrachos perdidos, si podían testificar nuestra boda.
La ceremonia duró unos minutos y después de pagar ciento cincuenta dólares, salimos de aquella
pequeña instalación como marido y mujer.
Tomé a mi esposa en mis brazos, subimos al primer taxi libre y nos dirigimos al hotel, con vista a
la Torre Eiffel.
—Fue en París donde me pediste que me casara contigo. —Me recordó Charlie cuando con un
rápido gesto se quitó el vestido rosa pálido de su cuerpo.
—Solo pasó hace dos meses. No hemos esperado mucho. —Me acomodé en el sillón de terciopelo
rojo y la vi dar unos pasos hacia mí.
El cuerpo de mi esposa estaba cubierto solo con un sostén de encaje negro a juego con las bragas.
Los pechos henchidos apenas se contenían en las copas, mientras que el estómago plano y entrenado,
allanaba el camino a mis fantasías más perversas.
Se sentó a horcajadas sobre mis piernas y me besó.
—Tengo algo para ti —dije alejándome antes de perder completamente el control.
—¿Un regalo de bodas?
—Era para tu cumpleaños, pero viendo cómo iban las cosas… —Le ofrecí una sonrisa y la levanté
suavemente.
Saqué una hoja de papel de mi bolso y se la entregué.
—Esto no es una broma, ¿verdad? —Su mirada se dirigió a mí cuando se dio cuenta de lo que era.
—Ahí está mi firma, sólo falta la tuya. —Me acerqué y la abracé por detrás.
—Era la empresa de mi padre. Yo. No sé si puedo aceptar. Él no quería… —Puse mi mano sobre su
boca para silenciarla y besé su cuello.
Charlie echó la cabeza hacia atrás y mordí su delicada piel.
—Ahora soy dueño de la mayoría de las acciones y quiero compartirlas contigo. Con mi esposa —
susurré en su oído.
—Me echó de casa, Brian, dejó que mi hermano y tu padre se encargaran de ello. Me excluyó del
testamento. Y cuando murió yo no estaba.
Cuando el padre de Charlie descubrió las fotos de su hija semidesnuda en una revista y le pidió
una explicación, no aceptó ni la respuesta ni su decisión de ser modelo y la echó de casa.
Era un hombre criado en una familia católica, donde preservar la dignidad y seguir un camino
libre de pecado era su mantra.
El mayor pecado, sin embargo, lo había cometido él, poniendo a su hija en la calle.
—Estos también te pertenecen. —Charlie se volvió. Ojos llenos de lágrimas. Su rostro se llenó de
gratitud.
—Te amo, Brian. No sé qué hice para merecerte.
Era yo quien no entendía que había hecho para tenerla a mi lado.

—¿Estás casado?
¡Sí! La había cagado enamorándome, pero ese no era el problema.
—¡Es lo que acabo de decir! —respondí ignorando su mirada divertida.
—Mala historia los matrimonios. —Él lo sabía bien, su ex esposa no solo lo chantajeó, sino que usó
a su hijo de tres años para hacerlo.
—Era una parte de mi vida que había olvidado, pero el destino, cabrón, quería que lo recordara, que
me arrepintiera amargamente por no pedir el divorcio a su debido tiempo. —Nunca había pensado en
esta opción.
Simplemente me había ido.
—La pregunta es obvia; ¿por qué no lo hiciste? —preguntó Simon.
Miré a Alexander, que permanecía de pie en un pensativo silencio.
Amigo, no eres tú quien lo va a perder todo. O casi.
—Esto no es relevante para propósitos de resolución. —Me remangué la camisa y cogí la carta de
nuevo, buscando una singularidad a la que afirmarme.
—¡Si tú lo dices! Pero por la expresión que tienes, no creo que esta mujer, tu esposa, te sea
completamente indiferente incluso hoy. Y bien, ¿la has olvidado? —Apreté los puños y lo miré con
expresión sombría.
Simon no entendió un carajo. Ella estaba muerta para mí.
—No la he visto ni tenido noticias de ella desde hace dos años, así que quiero continuar durante los
próximos setenta al menos, pero tengo que recuperar las acciones, de lo contrario, el arduo trabajo de mi
padre se ira a hacer puñetas. —Le entregué la carta y Simon comenzó a leerla.
Cuando terminó, parecía más confundido que antes.
Solté un bufido y me acomodé mejor en la silla tras del escritorio.
—Mi padre y el padre de Charlotte eran socios. Pero mi familia poseía el sesenta por ciento de las
acciones, así que cuando mi padre murió unos años después del suyo, yo me convertí en el accionista
mayoritario. Sin embargo, dejé la gestión al hermano de mi esposa, que poseía el cuarenta por ciento.
Soy abogado y aunque mi padre era el único de la familia Davies que se ocupaba de las relaciones
públicas, decidió que, como hijo único, aún tendría que heredar lo que era suyo.
Me sentía terriblemente culpable por haber abandonado el negocio, imagino si peor aun si la
hubiera perdido.
—Ahora está claro para mí. Los dos hermanos están compaginando sus acciones para estar en
mayoría y darte el portazo. —Asentí con la cabeza mientras notaba la ira hervir en mi sangre. Nunca
pensé que me afectaría así.
—Y la responsabilidad es en parte tuya, porque confiaste en ella.
—Exactamente. —Apreté los dientes recordando cuando el amor me había vuelto ingenuo.
—No hay mucho que hacer, Brian. Esas acciones ahora son suyas. —Simon y Alex habían estado
trabajando con leyes desde hacía más años que yo y era muy consciente de que ninguno de los tres podría
encontrar una solución legalmente sólida, pero aun así, quería escuchar sus puntos de vista.
—Tienes que jugar sucio, Brian —intervino Alexander.
—¿Qué quieres decir? —pregunté dudoso.
—Ella sigue siendo tu esposa. Reclámalo —afirmó dando algunos pasos.
—Estás loco si crees que todavía quiero lidiar con ella. —Me levanté y caminé hacia la ventana
francesa donde se entreveían algunas nubes grises, que pronto llegarían a la ciudad.
—Alex, Brian tiene razón —confirmó Simon con firmeza—. Quítale su libertad y ella te dará lo que
quieras para recuperarla.

CAPÍTULO 5


Charlotte


Era una noche estrellada que se cernía ruidosamente sobre París. La Torre Eiffel, un símbolo de la
ciudad, emanaba rayos de luz en forma de diamante que iluminaban los edificios, las calles y la pasarela
montada en la plaza de abajo. Todo estaba perfecto para el evento. El desfile que cerraría la semana de
la moda en París.
Los invitados ya habían llegado, los organizadores iban dando indicaciones para acomodarse en sus
asientos, mientras las notas musicales de acompañamiento sonaban por los altavoces.
Detrás de escena había un bullicio de modelos, maquilladores y diseñadores de vestuario gritando.
Traté de no sonreír ante tales escenas de pánico, mientras Jasmine, la persona a cargo de mi
maquillaje, untó el bálsamo sobre mis labios.
Estaba acostumbrada a todo eso. El caos, la confusión, la histeria de las chicas que desfilaban por
primera vez, formaban parte de mi vida diaria.
Y me gustaba.
Me gustaba estar en medio de ese delirio, se amoldaba a mi estado de ánimo.
—Arderá un poco. Hay una sustancia que hincha la boca. —Están a punto de estallar, pensé,
mientras la sensación de haber comido medio kilo de ají prendía fuego mi cara.
Soporté silenciosamente aquel picor, de la misma forma que en silencio sufría la presión de los
alfileres que tiraban de mi peinado o la fría corriente de marzo que penetraba mi piel desnuda bajo mi
bata de seda.
Nuestra vida no solo consistía en hermosos zapatos y ropa cara, sino también sacrificio, fatiga y
renuncia.
Renuncias que pagamos caro.
—Tengo hambre, Charlotte. No veo la hora en que todo termine para ir a llenarme bien. —Hablando
de renuncias. Ab de repente se acercó, haciéndome saltar sobre el taburete donde llevaba sentada al
menos dos horas.
—¿A quién le cuentas? Estoy pensando en helado escondido en el congelador todo el día. —Los
nutricionistas mantenían bajo control nuestra estricta dieta, pero al final de cada espectáculo se nos
permitía osar un poco más.
—Va a ser una noche loca —dijo Ab, mirándome con ojos ansiosos.
—Parece que quieres comerme a mí —dije dándole una palmada en el hombro para alejarla.
—Ahora mismo me comería cualquier cosa. —Me eché a reír mientras seguía observando su
expresión seria.
Ella, comparada conmigo, sufría mucho más la falta de comida, yo de alguna manera había pasado
muchos momentos de ayuno por mi carácter que tendía a somatizar atacando directamente el estómago.
—¡Charlotte! ¿Empezamos? —llamó el vestuarista que se encargaba de la ropa que me iba a poner
aquella noche, devolviéndome a la realidad.
—Tres horas y todo habrá terminado —susurré a mi amiga antes de alejarme.
Mientras me acercaba, escuché las notas musicales de una canción pop que procedían del exterior. El
espectáculo estaba a punto de comenzar. La adrenalina rápidamente comenzó a fluir por mi sangre hasta
que mi corazón se aceleró. Tenía que hacer cuatro salidas, más la final; eran solo momentos, pero en esos
instantes me sentía viva, vulnerable, frágil y sobre todo tenía miedo.
Miedo a equivocarme, a caerme, a lastimarme, a arruinar todo lo que había construido.
Pocos minutos en los que arriesgaba mi profesionalidad, mi talento y mi cuerpo me ayudaban a volver
a sentir algo. Sensaciones que pensaba que nunca podría volver a sentir.
Inseguridades que habían permanecido como única parte real de mí.
La moda se había convertido en mi mundo.
El único amor que nunca me traicionaría.
Que no me engañaría.
Las primeras chicas empezaron a salir. Me apresuré a ponerme el vestido de tafetán negro, largo
hasta los tobillos y decorado con imágenes florales entrelazadas con hilos dorados. Me puse tacones con
tacón del doce y corrí hacia la cortina que nos cubría de las miradas indiscretas de los espectadores de la
primera fila.
Cuando fue mi turno, suspiré, cerré los ojos por un momento y salté a la pasarela. De los altavoces
salieron las notas de Nobody’s Love de Maroon Five y no pudieron elegir palabras más escogidas para
acompañar mi actuación.

Si mi amor no es tu amor
Nunca será el amor de nadie.

Di un par de giros antes volver por la pasarela.
Recibí los aplausos.
Las miradas de la gente.
Los detalles que, yo sabía, estaban haciendo en sus mentes.
Me apreté todo lo que pude para seguir adelante. Para seguir pensando en que realmente no valía la
pena dejarlo todo.
Que ese mundo me pertenecía.

Después de casi dos horas finalmente logré llegar al auto que me llevaría de regreso al hotel.
Al día siguiente finalmente estaría de regreso en Londres y podría tomarme unos días libres antes de
irme de nuevo.
Ab ya había regresado, al igual que las demás, me detuve para algunas entrevistas para las
publicaciones en línea.
La fiesta posterior al espectáculo todavía estaba en curso, pero las chicas siempre quedábamos
demasiado agotadas como para poder participar por mucho tiempo, así que me dirigí a mi camerino
detrás del escenario y agarré mi bolso colocado frente al espejo.
Después de meter la última prenda dentro, la cerré y me levanté.
Estaba perdida en mis pensamientos cuando me volví hacia el espejo iluminado por lámparas de neón
a los lados y vi sus ojos encontrarse con los míos en el reflejo.
Ojos indeseados, siempre buscándome, en todas partes.
Ojos que odiaba.
—Stefan, ¿qué estás haciendo aquí? —pregunté manteniendo un tono frío.
—Encantado de verte de nuevo, hermanita. —No podía decir lo mismo.
—No sabía que estabas en París. —Coloqué la bolsa sobre mi hombro y finalmente me volví hacia
él.
Éramos muy parecidos, el mismo color de ojos, el mismo cabello rubio, la misma boca, aunque en
temperamento no podíamos ser más diferentes.
Era igual que mi padre: frío, cínico y calculador.
—De hecho, no estaba previsto. Vine por ti —afirmó con aquella sonrisa arrogante que tanto odiaba.
—Debe ser muy importante no podía esperar mi regreso a Londres.
—Lo es. ¿Podemos hablar de ello en un lugar más tranquilo? Reservé una mesa en un restaurante a
poca distancia de aquí. No hemos pasado juntos en mucho tiempo, Charlie. —¿Desde que salí de la
clínica?
—Deja de llamarme Charlie. —Charlie ya no existía. El sonido de aquel nombre no quería volver a
escucharlo.
—Veo que tu mierda ha empeorado, hermanita. —Me mordí la lengua para no dar voz a mis
pensamientos y no golpearle con toda la rabia que llevaba dentro.
—Dime a qué viniste y acabemos con esto. —No quería pasar ni un minuto más con él.
—Está bien, si realmente no quieres hablar de ello con calma, como quieras. Toma. —Sacó una hoja
de papel del bolsillo interior de su elegante chaqueta y me la entregó.
La agarré. Sentí un nudo en la garganta cuando la abrí. Nunca traía buenas noticias, nunca.
Empecé a leer y cuanto más seguía, más sentía que me fallaba el aire.
No podía pedirme algo así.
—Veo que mi opinión cuenta poco, como siempre. Lo has hecho todo sin consultarme. Lo siento por
ti, hermanito, pero la respuesta es no. —Le devolví el papel, que agarró arrancándolo de mis manos; pasé
por delante de él para finalmente salir de la carpa preparada para el evento, que de repente se volvió
demasiado pequeña para contener a ambos.
—Será mejor que lo reconsideres, de lo contrario me veré obligado a actuar de manera incorrecta.
Brian recibió la comunicación esta tarde, así que será mejor que firmes. —Su tono áspero rompió el
silencio y mi respiración.
No podía hablar en serio.
—¿Qué quieres decir? —pregunté volviéndome hacia él.
—Quiero decir que me veré obligado a divulgar tu pasado a la prensa, todo.
—No puedes, a menos que quieras que presente una demanda por difamación. No hay más pruebas.
—¿Está segura? Recuerdo tener una, la más importante. —Me quedé mirándole, el dolor ardía en mi
pecho y se apoderaba de mi corazón. No podía hacerme eso. No después de todo lo que había vivido.
—¿Me estás chantajeando, Stefan? ¡Te has convertido en un monstruo! —Mi voz temblaba, las
lágrimas se apresuraban a salir.
Quería llorar, porque estaba enojada y no porque mi hermano, por cuyas venas corría mi propia
sangre, me chantajeara por mi mayor vergüenza.
—No soy un monstruo, Charlotte. Me tomó años obtener el consentimiento de la junta directiva y
ahora que lo tengo en la mano, podemos recuperar lo que es nuestro. Lo que nuestro padre construyó a lo
largo de su vida. —¡Ya! La empresa de la que nuestro padre me echó.
—No te importa nada, Charlotte. Tienes tu carrera, tu vida, tu futuro lejos de oficinas. Pero para mí lo
es todo. Deja atrás el pasado, firma el papel y ya no tendrás que lidiar con la empresa ni con él. —Me
miró directamente a los ojos mientras me decía esas palabras, pero me vi obligada a apartarlos para
ocultarle lo mucho que todavía me dolía pensar en Brian.
Me había jurado a mí misma que olvidaría el pasado y si para hacerlo, tenía que ceder al chantaje.
¡Al diablo! Lo haría.
Saqué pecho y me acerqué con orgullo a mi hermano. Le arrebaté la hoja de las manos, tomé el
bolígrafo que me entregó y firmé.
Le cedí mis acciones.
Le cedí el único vínculo que me unía a Brian.
—Ahora, mantente alejado de mí —ordené golpeando el pedazo de papel en su pecho.
—Has hecho lo correcto. —Lo escudriñé una vez más y me volví para caminar hacia la salida.
Necesitaba aire, respirar, gritarme a mí misma que me había convertido en una mujer fuerte y que ya
no me arrastraría mi dolor.
Tenía que hacerlo, porque una cosa era segura, que después de lo que acababa de hacer, él volvería.

CAPÍTULO 6


Brian


Eran las cinco de la tarde en Nueva York cuando terminó el desfile. En París eran las once de la
noche y en ese momento el dron mostraba imágenes de La Trocadero, la plaza que albergaba la famosa
torre construida por Gustave Eiffel, donde se realizaba el desfile.
Pasé una mano por mi mentón, acariciando mi barba sin afeitar de un par de días y cerré la
computadora portátil más fuerte de lo que quería. Me recliné en la silla, con la intención de contrarrestar
el torbellino de sensaciones que se había apoderado de mi racionalidad en el momento en que la vi.
Odio.
Arrepentimiento.
Decepción.
Rabia.
Eran demasiadas para soportarlas todas juntos.
Apreté el botón del intercomunicador y esperé a que la voz del asistente sonara desde el otro lado.
—No me pases llamadas y no dejes entrar a nadie —gruñí.
Me levanté, la oficina estaba rodeada de luz natural que atravesaba el doble vidrio de la ventana.
Era un día gris en Nueva York, parecía invierno a pesar de que nos acercábamos a la primavera. Miré
el fondo de la ciudad, pero lo que encontraba no eran edificios y rascacielos, era ella.
Imágenes de ella. Las piernas que mostraba orgullosa mientras desfilaba frente a toda aquella gente.
Su vientre perfecto. Senos rebosantes. Y su carita, que me había vuelto loco.
¡Coño!
Era tan hermosa.
Tan lejana.
Tan aún mía.
¿Cómo pudo traicionarme así? ¿Cómo pudo darme la espalda dos años atrás y volver a hacerlo
ahora?
Entonces fue por la carrera
¿Pero, ahora?
Pensé que habíamos tocado fondo hace años, que el daño que nos habíamos hecho fue suficiente para
toda la vida.
En cambio, ella había querido hundir el cuchillo en mi pecho una vez más.
Esta vez no acabaría con silencio, con distancia. Esta vez enfrentaríamos el pasado a mi manera.
Sin piedad.
Sin remordimientos.
Sin sentimiento.
Había pasado toda la noche reflexionando sobre la carta que me envió su querido y confiable
hermanito.
Habría un cambio en la cima, tomaría el relevo con mayoría gracias a las acciones que yo mismo le
había donado a su hermana.
Pero ninguno entendió nada.
Tenía un as en la manga.
Una solución.
Como siempre.
El vuelo a Londres ya estaba reservado, a la tarde siguiente ya estaría en suelo londinense.
Suelo donde no había puesto pie en dos años, desde que nuestra casa quedó vacía aquella noche.


Londres, dos años antes

Era noche cerrada cuando abrí la puerta. Resoplé todo el aire de mis pulmones antes de regresar
al infierno al que había estado llamando casa desde hacía dos años. Miré a mi alrededor, los árboles
que rodeaban la mansión Kensington, en el barrio más exclusivo de Londres, estaban envueltos en
tinieblas, la luz de la luna estaba oscurecida por la bruma.
Una tarde de mierda que se convertiría en una noche de mierda, como lo había sido durante meses.
Charlotte había cambiado de repente.
No sabía por qué y ella no quería decírmelo.
—Estoy cansada —eran las únicas palabras que recibía, palabras que olían jodidamente a escusa.
No obstante, había decidido dejarla respirar. Para darle tiempo para dedicarse a sí misma. No me
quería cerca y traté de estarlo lo menos posible.
Aunque fuera difícil de aceptar.
Aunque cada noche anhelaba tocarla y cada día anhelaba oírla reír.
Dentro, las luces apagadas y el silencio me recibieron ya como de costumbre.
Compré esta casa para nosotros. Para crear una familia juntos.

Lo compré porque le gustó.
Porque quería que ella fuera feliz.
Que soportara mi ausencia por motivos laborales. Que no sintiera el peso de su renuncia.
Pero en aquel último tiempo, parecía odiarla tanto como ella parecía odiarme a mí.
Lo único que nos unía era nuestra infelicidad e insatisfacción con una relación que ya no existía.
La llamé por su nombre varias veces mientras cruzaba la puerta, pero no tuve respuesta, pensé que
estaba durmiendo o que había salido o incluso que no quería contestarme.
Al parecer, estaba acostumbrado a su indiferencia.
Yo también estaba cansado.
Me desabotoné la chaqueta, me quité la corbata y apoyé mi maletín en la entrada.
Cuando llegué a la cocina a buscar una botella de agua y encendí la luz, lo que vi en el suelo fue
una innumerable serie de platos rotos y comida esparcida sobre el mármol italiano.
¿Qué diablos había pasado?
Traté de sortear todo ese lío, estaba exhausto de tan solo pensar en eso en ese momento, pero no a
negaba la sensación de preocupación que me obligó a agarrar la bebida y caminar a grandes
zancadas hacia nuestra habitación de arriba.
El cuarto estaba vacío, la cama intacta, pero las puertas del armario estaban abiertas de par en
par. Un escalofrío de miedo detuvo mi respiración por un momento.
Me tomó unos minutos acercarme al lugar donde guardaba su ropa y cuando me di cuenta de que
estaba vacío, mi corazón se rompió por completo.
Ella se había ido.
Me había dejado, sin una palabra, sin una llamada, sin una maldita explicación.
Mi vida se rompió en mil pedazos tan fácilmente como se rompe un espejo al caer.
CAPÍTULO 7


Charlotte


El avión aterrizó puntual a las ocho de la noche. Me vi obligada a viajar sola cuando Ab se detuvo en
París para una sesión de fotos. Nos encontraríamos al día siguiente de todos modos. Había decidido no
volar a Estados Unidos con su familia debido a algunos eventos que habíamos planeado hacer en
Londres.
A lo largo del viaje, no había dejado de pensar en el encuentro que tuve con mi hermano y las
consecuencias que traería.
Sabía que Brian haría su movimiento, pero no esperaba que lo hiciera en mi contra.
Con esta esperanza traté de animarme, después de todo estaba segura de que él me había olvidado, ya
que nunca me buscó. Me acomodé en el asiento y traté de pensar sólo en los diez días de libertad que
tenía.
Ab y yo habíamos sido invitadas algunas noches a actos de beneficencia, pero en realidad no era
trabajo, Jordan no estaba y esto era suficiente para animarme.
Diez días sin sesiones de fotos, ni entrenamientos duros ni dietas.
Claro, no podía comer todo lo que quería, pero podía evitar las zanahorias y los huevos por un
tiempo.
Justo antes de bajarme del avión, me até el pelo en una coleta alta y puse un sombrero de Calvin
Klein. No había hecho esto antes principalmente porque viajaba en primera clase y la privacidad era un
privilegio, y porque ya tenía dolor de cabeza y solo lo aumentaría.
Ser un rostro familiar tenía sus contras, o que te pararan en la calle para sacarte una foto. Al principio
me gustaba la curiosidad de los fans cuando me reconocían o recibía flores y lindos mensajes, pero con
el tiempo me cansé, no de ellos, sino de sonreírles cuando no me apetecía.
Por suerte, el mundo de la moda y los chismes no eran seguidos por todos, por lo que algunos ni
siquiera sabían de mi existencia.

Treinta minutos después, estaba sentada en el asiento trasero del Land Rover negro que conducía mi
chofer. Toda mi vida se había convertido en un sube y baja de autos y aviones, que a veces sentía que yo
no lo estaba viviendo, sino que era tan solo un peón en un mundo aparentemente dorado. Muchas veces
me había preguntado si valía la pena continuar, pero era una pregunta que todavía hoy no sabía responder.
Estaba cansada, la noche anterior había dormido muy poco y mi único deseo era sumergirme en una
tina de agua caliente con mucha espuma y rodeada de velas perfumadas. El solo pensamiento lograba
devolverme un momento de serenidad.
Esta historia no hubiera afectado mi vida diaria, no lo hubiera permitido. Y además, si realmente
tenía que suceder, estaba dispuesta a enfrentar mi pasado. Brian no me haría daño. Nunca más.
Había leído sobre él en algunas revistas, lo había visto aparecer entre los hombres más codiciados de
Estados Unidos, no es que fuera nuevo para mí, había perdido la cabeza por él hace muchos años
precisamente por su impactante belleza. Entonces era solo un muchacho, ahora era un hombre. Un hombre
carismático, inteligente y magnético.
Sin embargo ya había sufrido demasiado y no tenía la intención de continuar. Su cabello rubio, sus
ojos del mismo azul que el océano ya no me robarían el corazón.
Quería disfrutar de las cosas bonitas que me había brindado la vida, que había logrado con sudor y
que, a pesar del gran esfuerzo, me hacían feliz.
Quería pensar en el presente y sobre todo en el futuro.
Lo que había sucedido años atrás, sólo había contribuido a que cometiera error tras error.
No podía permitirme caer de nuevo, probablemente no volvería a levantarme.
No sin dañarme tanto, al menos.
A lo lejos, empezaban a verse las luces de Londres. El gran Ojo se elevaba a pie del Támesis.
Me encantaba todo de mi ciudad, la niebla, el clima frío y húmedo, la lluvia ligera, las calles
abarrotadas y los colores de las casas y los carteles publicitarios.
Sin embargo, sabía que algún día la dejaría definitivamente.
No podría vivir allí para siempre. Me sentía sola en aquella metrópoli de recuerdos.
Cuando el coche se detuvo frente a la puerta principal de Kensington, suspiré aliviada. Aquellas
paredes representaban el único lugar donde podía sentirme a mí misma.
Por fin.
Tenía un hambre voraz y esperaba que Dasy, el ama de llaves me hubiera preparado algo caliente.
Salí del coche y saludé al chofer. Solo tenía una maleta pequeña, así que le evité salir y cargarla.
Cuando el coche se fue, me detuve a mirar la gran estructura. Aunque esa casa estaba llena de
recuerdos míos y de Brian, había decidido dejarlos a un lado, pero ahora que su nombre rondaba mis
pensamientos, no podía evitar recordarlo.
No pude evitar recordar el día en que estaba segura de que le había roto el corazón.

Londres, dos años antes

Anunciaron mi vuelo por última vez. Apreté el asa del carrito que había preparado sin tan siquiera
saber realmente lo que había metido en él. Había estado mirando el pasillo que me llevaría al avión
durante veinte minutos. Cada vez que me tocaba a mí, dejaba que alguien tomara mi lugar.
Ya no podía estar con él. No después de lo que pasó. De lo que había hecho.
Llevaba cuatro días fuera de la clínica. Había perdido mi corazón desde hacía cuatro días.
No quería nada más que dejar todo atrás y comenzar mi vida de nuevo.
¿Pero realmente lo conseguiría?
Solo tenía veintitrés años, podía hacerlo.
Lo conseguiría.
Era modelo desde los dieciséis años, había renunciado a los compromisos más importantes para
estar al lado del hombre con el que me había casado.
Hubo un tiempo en el que éramos felices. Donde no tuve ningún remordimiento por haber dejado
de lado mi carrera.
Pero él seguía adelante con la suya, dejándome atrás.
O mejor dicho, fui yo quien le había dejado poner su carrera por delante de mí.
Estaba ahogada en la soledad y la insatisfacción.
Esa noche quise hablar con él. Me propuse prepararle su plato favorito. Había comprado el mejor
vino italiano. Solo para decirle que me iría.
—Señorita, estamos cerrando el embarque. ¿Tiene que subir al avión? —Miré a la mujer frente a
mí, con el uniforme azul y el sombrero rojo. Las lágrimas llenaron mis ojos y vi una sonrisa compasiva
emerger en su rostro.
—¡Estoy segura de que más allá del océano hay algo hermoso esperándote! —La miré
directamente a los ojos. La suya fue una frase de circunstancias, tal vez porque emanaba
desesperación, pero quería que aquellas palabras se hicieran realidad.
Lo deseaba con todo mi ser.
Asentí y la mujer, después de revisar mi boleto en primera clase, me hizo un gesto para que me
acomodara.
Me di la vuelta.
Iba a ser un largo viaje alrededor del mundo.
Un viaje que me habría alejado definitivamente de él.
—Adiós Brian —susurré mientras el ruido de los tacones resonaba en el pasillo vacío del
aeropuerto de Heathrow.

CAPÍTULO 8


Brian


Más de veinticuatro meses que no tocaba suelo inglés.
¿Me había faltado?
Para nada.
Ya no tenía nada que me atara a aquel lugar, aparte de la empresa de mi padre y los recuerdos de la
infancia. No había puesto un pie en la oficina desde que me mudé. Me desinteresaba por completo la
evolución de los trabajos, lo único que me preocupaba era defenderla legalmente e informarme que no
iba a quebrar.
De mala gana, me di cuenta de que había bajado demasiado la guardia y que no había cumplido con
mis deberes.
Papá sabía que no lo haría, entonces ¿por qué el sentimiento de culpa seguía golpeándome en la cara?
Salí del aeropuerto y me puse las Ray-Ban. La niebla y el olor a humedad me trasladaron al pasado,
cuando no pensaba que existiera la ciudad más hermosa en el mundo para vivir.
Tan pronto como subí al taxi, volví a encender el teléfono. El primer mensaje que me llegó fue de
Alejandro.

¿Aterrizado? ¿Como estuvo el viaje? Espero noticias.

Rápidamente escribí respuestas secas.

Sí, te veo luego

No estaba de humor para hablar con nadie. Stefan Turner y su hermana me estaban haciendo perder el
tiempo. Un tiempo precioso que podría haber usado en otra cosa, como unas agradables vacaciones en
Hamptons, tal vez con alguna mujer hermosa dispuesta a satisfacer todas mis fantasías sexuales. En
cambio, aquí estaba, frente a alguien a quien no quería volver a ver.
Entonces, ¿por qué no pedí el divorcio?
Nunca había pensado en ello o nunca había querido pensarlo.
Simplemente la olvidé y carajo, casi lo logré.
Miré el Patek Philippe que llevaba en mi muñeca y giré la ruedecita para sincronizarlo con la hora de
Londres.
Eran las seis de la tarde. Tenía hecho un plan para mi estadía. Sabía que mi esposa vivía en nuestra
antigua casa, cuando no estaba desfilando por el mundo.
Sabía que hoy regresaba de París, así como sabía que en estos dos años no se había dado ningún
encuentro.
Apreté los dientes ante ese pensamiento.
Me había hecho dos ideas al respecto; la primera era que ella era una oportunista, esa casa era mía,
se la compré, todavía me pertenecía y ella tenía la desfachatez de no dejarla.
Se lo había permitido yo. ¿Por qué?
La segunda, que nunca le importó una mierda lo nuestro.
Esa idea fue la que aumentó mi ira.
En aquel matrimonio, el que perdió no solo fui yo, sino también alguien mucho más inocente que yo.
Había leído que también había estado con otros hombres después que yo, modelos, actores e incluso
algunos cantantes.
Imaginar las manos de otro hombre sobre su piel blanca era como sentirse quemado por las llamas
del infierno. Me quemaba el alma y al mismo tiempo me volvía dañino.
Quería destruirla.
Quitárselo todo y recuperarlo todo.
Le había dado la libertad para apropiarse de nuestro hogar. Había sido demasiado bueno dejándola
libre para disfrutar de la casa donde nos habíamos amado. Fui yo quien se alejó. Tratando de reconstruir
una carrera y una nueva vida en el otro lado del mundo.
Me pareció lo más justo.
Después de todo, la amaba.
Nunca había amado a nadie como a ella.
Pero ahora había ido demasiado lejos.
Había ido más allá.
Y había despertado un sentimiento que nunca pensé sentir tener por ella: el odio.
El taxi se detuvo frente al hotel. Pagué, salí del auto, entré en la recepción y me registré.
En cuanto llegué a mi habitación pedí algo de comer y mientras esperaba, me dirigí a la ducha.
Necesitaba toda la claridad posible porque pronto la visitaría.

Después de afeitarme y comer algo, me puse unos jeans celestes y el suéter negro de cuello alto.
Necesitaba tomar un poco de aire y volver a ver a un viejo amigo.
Le había enviado un mensaje a Evan antes de salir y él había respondido expresando todo su enojo
aludiendo el por qué no me había comunicado en los últimos años y el hecho de que no había aparecido
más.
No obstante, estaba feliz de verme y por ello ambos nos encontrábamos sentados en la mesa de un
club con vistas a Cannabis Street.
—Qué bueno ver de nuevo tu maldita cara después de dos años, Brian —exclamó Evan tan pronto
como nos encontramos.
Una sonrisa divertida me había dejado menos tenso y enojado.
—Lo mismo digo. —Estar en su compañía de alguna manera me hacía sentir como en casa.
Nos conocimos en la universidad, ambos asistíamos a cursos de derecho y ambos éramos algo
exaltados.
Las fiestas eran nuestro pan de cada día, junto a las chicas y el alcohol.
Fue el primero en notar mi cambio cuando decidimos estar juntos Charlotte y yo.
Cuando una noche a mediados de junio decidí que era hora de besarla y demostrar que ambos nos
pertenecíamos.
Por eso le conté la verdadera razón por la que estaba en Londres, él sabía todo sobre nuestra historia
y también quería compartir con él el triste final.
—Erais la pareja perfecta. De las que generan envidia —dijo con pesar.
Tomé un sorbo de cerveza y evité responder tal afirmación.
Sólo Dios sabe cuán cierto era.
Éramos el vivo retrato de la felicidad.
—¿Vas a divorciarte de una vez por todas? —preguntó.
—Depende de la evolución de mi encuentro con ella. —Evan me miró con picardía.
—Entiendo tu juego. Eres un idiota, Brian —afirmó sacudiendo la cabeza.
—Soy más que un simple idiota para quien intente pisotearme. Lo sabes bien.
—No la molestes demasiado.
—Lo suficiente —respondí sintiendo la adrenalina hirviendo en mi sangre que presagiaba el
comienzo del juego.
Posteriormente nos despedimos con la promesa de reunirnos al día siguiente para organizar algunos
eventos que tenía planeados y a los que él había aceptado acompañarme.
CAPÍTULO 9


Charlotte


Labios cálidos calentaban los míos.
Los mordían.
Intensamente.
Dolorosamente.
Manos fuertes me acariciaban el rostro.
Me aferraban del pelo.
Trataba de moverme, pero no podía.
Un peso mantenía mi cuerpo inmóvil.
Quería más.
Quería agarrar esas viscerales sensaciones y profundizar en ellas.
Quería que cada parte de mí estuviera involucrada en ese fuego que me quemaba por todas partes, por
dentro, por fuera y entre mis piernas.
El calor de aquella boca, de su lengua que combinaba perfectamente con la mía, amenazaba con
volverme loca de deseo.
Un deseo olvidado.
Un deseo que había buscado durante tanto tiempo, pero que nunca volví a encontrar.
Luego el frío.
Ningún contacto.
Las llamas se habían apagado dejándome en un glacial estado de inconsciencia.

Abrí los ojos de golpe y me senté en la cama.
¿Qué diablos había pasado?
¿Estaba soñando? Todo parecía tan real.
Miré alrededor. El dormitorio estaba envuelto en penumbras, pero se podían ver rayos de luz a través
de las rendijas de la ventana. La noche había pasado en un instante proporcionándome un amargo
despertar.
Quería volver a dormirme y seguir sintiéndome tan… viva, frágil e intensamente excitada.
Me estiré entre las sábanas negras.
Estaba en mi cama y no en la de cualquier hotel y eso era suficiente para concederme una pizca de
buen humor.
Me froté los ojos somnolientos y pensé que un buen café doble me pondría de nuevo en pie.
Estaba a punto de levantarme cuando un maldito olor familiar devastó mis fosas nasales y confundió
mi mente, ya devastada por el abrumador frío que aquel sueño me había dejado en el cuerpo.
El olor a especias y fragancias neo-orientales invadió la habitación. Su perfume había invadido la
habitación.
Busqué a tientas el interruptor para encender la luz, pero me congelé cuando a su olor se le sumó su
voz.
—Encender la luz solo confirmará lo que tu mente ya ha formulado. —El tono me llegó
inesperadamente, sumergiendo mi conciencia en un caos total.
No me giré para mirarlo.
Mis ojos permanecieron fijos en la misma posición, esperando con impaciencia a que la habitación
dejara de dar vueltas.
Estaba a punto de ponerme mala y tuve que usar todas mis fuerzas para sujetar el mareo y las náuseas
que me estaban atenazando el estómago.
Después de unos minutos logré tomar algo de aire para poder hablar.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —La sensación de que lo que había sucedido en mis sueños realmente
hubiera pasado, por unos segundos se materializó en mi mente, para desaparecer al instante.
Me odiaba, nunca me habría tocado, ni con un dedo.
Ese pensamiento dolía.
—El tiempo suficiente —respondió con frialdad.
Finalmente tuve la fuerza de girarme. Un estremecimiento recorrió mi estómago y mi pecho,
provocando que mi corazón se acelerara y me entraran náuseas.
Estaba sentado en el sillón junto a mi cama, vestido con jeans, una camisa y una chaqueta de cuero.
Guapo como nunca lo había visto antes.
Guapo para arrancarme un gemido de asombro.
Lentamente le vi ponerse de pie y acercarse. No recordaba lo alto que era y ni tampoco recordaba
que sus hombros fueran tan anchos. Apreté mis piernas para bloquear la sensación de humedad que estaba
sintiendo donde no debía, y presioné las sábanas contra mi pecho sabiendo que no llevaba nada más que
ropa interior.
Brian me devolvió una media sonrisa tan pronto como se dio cuenta de mi reacción ante su
proximidad. Sus ojos azules chocaron con los míos y la tentación de tocar aquel maravilloso rostro
luchaba contra la razón, que me impedía hacerlo.
—¡Hola, Charlie! Sabías que vendría, no finjas sorprenderte. —Dio unos pasos más hasta que se
sentó en el borde de la cama.
Estaba cerca.
Demasiado cerca.
Cerré los ojos.
No quería verle.
Tragué. —¿Cómo entraste? —Las palabras apenas salieron de mi boca. La sensación de alegría de
verlo se mezclaba con el miedo al daño que su presencia podría causarme.
—Me parece que este sigue siendo mi hogar. —Miré hacia el otro lado tratando de no encontrar su
mirada.
Sí, seguía siendo su hogar.
Agradecí la penumbra de la habitación, que me ayudaba a evitar sus ojos.
—Sé por qué estás aquí —dije finalmente. Para mí era mejor terminar ese enfrentamiento de
inmediato y encarar las consecuencias que el acto a favor de mi hermano me causaría.
—Entonces devuélveme lo que es mío y cerremos la historia. —Su tono permaneció tranquilo. Brian
nunca levantaba la voz, siempre había sido muy diplomático, un mediador. Las disputas con él se
resolvían en corto plazo y le costaba guardar rencor hacia alguien.
Pero algo me decía que había cambiado.
Que se había vuelto menos condescendiente y más combativo.
Algo me decía que él no aceptaría una negativa. Pero no podía hacer nada más. A estas alturas ya
había firmado aquellos papeles.
Quería deshacerme de la última pieza que me ataba al pasado y en cambio, esa pieza lo había traído
aquí.
—Estoy segura de que mi hermano y tú podréis llegar a un acuerdo —respondí, siempre evitando su
mirada.
Sentí su presencia acercarse. Su olor me envolvía aún más fuerte. Apreté las sábanas hasta que mis
nudillos se pusieron blancos.
Quería que desapareciera pronto, antes de que mis defensas me abandonaran y yo me abandonara a
mis sentimientos por él.
Contuve una lágrima.
No lo había olvidado, joder.
Mi corazón todavía le pertenecía. Lo tenía en sus manos. Años de sacrificios desperdiciados por su
sola mirada.
—No es tu hermano quien me debe nada, eres tú. —Su voz se había vuelto desdeñosa. Se levantó de
la cama, se acercó a la silla donde estaba sentado, abrió su maletín y sacó unos documentos.
Los lanzó y aterrizaron directamente al lado de mi regazo.
—¿Qué son? —pregunté agarrando aquellos papeles.
—Las cláusulas del divorcio. Supongo que anhelas la libertad. ¿Quizás quieras casarte de nuevo?
Futbolista, modelo, actor o director si te conviene. Pero sin esto estás atada a mí, para siempre.
Devuélveme lo que me pertenece y serás libre. Tienes diez días, luego tendré que tomar otras medidas. Y
Charlie, probablemente no lo sepas, pero me he convertido en el tipo de hombre que es mejor no tener
como enemigo. —Después de sus palabras me devolvió una última mirada y salió de la habitación.
Me quedé inmóvil por unos momentos pensando en lo que había pasado.
Luego, una ráfaga de sensaciones se apoderó de mí, precipitándome en un torrente de lágrimas.
Me llevé las manos a los labios, aún sensibles con el recuerdo del sueño.
Había vuelto…
Y podría destruirme con tan solo descubrir mi mayor culpa.
CAPÍTULO 10


Brian


Salí de la lujosa mansión que una vez sentí mía, más cabreado de lo que había entrado.
Volver a verla fue como una bofetada de realidad en mi cara. Y la verdad es que había fallado.
Había fracasado al enamorarme de ella, confiándole mi corazón.
Había fracasado al casarme con ella.
Había fracasado creyendo que la había olvidado.
No me había olvidado un carajo de nada.
Ella estaba ahí, fija en mi cabeza.
Tatuada en mi piel y el maldito latido acelerado que no había sentido durante años, había lacerado mi
razón.
Todo era culpa suya.
Había avisado el día anterior a Dasy de mi llegada, y cuando aparecí por la puerta a las siete de la
mañana, no se opuso a que entrara.
Fui directamente a su habitación, que una vez fue nuestra. Estaba allí con la intención de aclarar la
situación. Quería decirle que si no recuperaba lo que era mío, le quitaría todo.
Todo lo que quedara.
La habría dejado desnuda, indefensa y asustada.
En cambio, la encontré en aquella cama que habíamos compartido, su cabello rubio extendido sobre
la almohada, sus largas pestañas descansando sobre la piel blanca y visiblemente suave de su rostro.
La sábana la cubría hasta la cintura, dejando al descubierto el sujetador de encaje que cubría un
pecho cuya suavidad no había olvidado.
Cerré la puerta y me moví lentamente por la habitación. Los rayos del primer sol la besaron y por un
momento, sentí envidia de ellos.
Se había convertido en una maldita, hermosa, mujer.
La odiaba pero la deseaba al mismo tiempo.
Si no fuera por la mínima dignidad que tengo, no habría dudado en follarla.
El hecho de que su proximidad me hiciera sentir vulnerable fue la razón de mi creciente ira.
Un cabreo que no se me pasaría con solo recuperar las acciones que le había dado a ese hijo de puta
de su hermano.
No. La ira que sentía estaba lejos de saciarse.
Y quería que se calmara.
Y sabía que solo lo mitigaría cuando su corazón estuviera despedazado, así como estaba el mío.
Charlotte había pasado de ser el néctar de mi felicidad al veneno que me había matado sin piedad.
Por eso, cuando abrió los ojos, comprendí. Cuando vi aquellas pupilas del mismo color que las hojas
empapadas por la lluvia, mi plan cambió drásticamente.
En una fracción de segundo, me di cuenta de que las cosas se enredarían, aunque las complicaciones
eran mi pan de cada día, donde me divertía.
Y era el turno de subirme al tiovivo.
Con aquellos pensamientos rondándome subí al taxi que había contactado, para llevarme de regreso
al hotel.
A última hora de la mañana iba a tener una reunión con algunos miembros de la junta directiva.
Hombres que eran leales a mi padre y por lo tanto, me ayudarían, aunque no me conocieran en absoluto.
Al llegar al hotel decidí que era hora de buscar un desahogo. No tenía el gimnasio a mano, ni un saco
de boxeo donde pudiera descargar mi estado de ánimo, así que decidí salir a correr.
Rápidamente me endosé un pantalón de chándal y una sudadera, me puse los airpods en los oídos,
ignoré todas las llamadas perdidas, los mensajes del teléfono y lo guardé en mi bolsillo.
Crucé por los jardines reales, corrí al menos veinte kilómetros y cuando regresé estaba exhausto y
decididamente más tranquilo.
Necesitaba cada pizca de claridad para dirigirme al edificio donde estaba ubicada la empresa de mi
padre. Sabía que muchos de los empleados solo me conocían por mi nombre, y sabía que muchos
miembros de la junta no tenían una buena opinión de mí porque no estaba nunca.
¡Pero los enfrentaría con la cabeza en alto, carajo!

Me puse mi mejor traje, las gafas de sol y me dirigí a Bond Street. Me detuve unos segundos frente al
edificio de piedra que le daban al edificio un reflejo dorado. Entré y comprobé un tráfico de personas en
el recibidor moviéndose rápido. Me sentía incómodo dentro de aquellas paredes, no obstante me dirigí al
ascensor para llegar al piso donde John McKenzie tenía su oficina.
La secretaria me pidió que esperara unos minutos, señalándome un sillón cercano.
Esperé mientras miraba a mi alrededor. En Nueva York, el bufete de abogados y mi despacho estaban
decorados en tonos modernos, aquí predominaban los clásicos. Ventanas tan altas que llegaban al techo,
rodeadas por una gruesa cornisa de madera. El suelo de mármol se diseñó con imágenes abstractas en
color dorado, mientras que las puertas que separaban las oficinas eran de fina madera maciza.
Además reinaba el silencio. Había una quietud y una tranquilidad que había olvidado que existiera en
un lugar de trabajo.
—Puede sentarse, Sr. Davies. —Le agradecí y me dirigí a la oficina. Cuando entré, encontré frente a
mí a un hombre que hacía mucho que había pasado de la mediana edad. Cabellos blancos y un bigote del
mismo color, enmarcaban un rostro que en su día, ciertamente había despertado el asombro de muchos
empresarios.
Cuando me vio, sus ojos pasaron de ser fríos como el hielo a una pizca de dulzura.
—Eras un estudiante de primer año de Oxford la última vez que te vi y ahora te encuentro como uno
de los abogados más solicitados del otro lado del océano. ¿Cómo estás, joven? —Su voz, aunque ronca
quizás por demasiados puros fumados, dio lugar a una serie de recuerdos de él y mi padre conversando
sentados en la mesa de nuestro comedor.
—Le encuentro bien, Mr. McKanzie.
—Llámame John —resopló—. Vamos, siéntate. ¿Prefieres un café, o algo más fuerte? —Señaló la
silla frente a su escritorio.
—Un café está bien. —Esperé a que llamara a su secretaria a quien remitió nuestras órdenes antes de
empezar a hablar.
—Estoy aquí porque…
—Sé por qué estás aquí, Brian —interrumpió mirándome con aquellos ojos vidriosos y arrugados.
Quizás era mejor algo más fuerte que el café, pensé mientras contenía la tentación de aflojarme la
corbata.
—Estás aquí porque necesitas una mano contra ese capullo de Stefan.
Este hombre me empezaba a gustar.
—Bueno, debes saber que la mayoría de los ancianos tenemos mucho respeto por tu padre, pero los
socios más jóvenes nunca te han visto, excepto en alguna videoconferencia. Honestamente, aunque no soy
un gran admirador de Turner, creo que debes dejarlo en paz y darle la oportunidad de dirigir el tinglado.
Después de todo, hasta ahora lo ha hecho muy bien.
¿Dejar a ese idiota a cargo? De ninguna manera. La empresa fue fundada por mi padre, solo después
la familia Tuner se hizo cargo y no le permitiría tomar el timón.
—No puedo hacerle esto a mi padre. Contaba conmigo.
Fuimos interrumpidos unos segundos por la secretaria, que nos traía los cafés, pero cuando salió
dejándonos solos, seguimos en silencio.
John agarró su taza y bebió lentamente, desafiando mi paciencia.
—Tendrás mi apoyo, Brian, pero conmigo solo no basta.
—Quiero que Stefan las pague por engañarme, y una vez que recupere mis acciones y el consejo haya
votado en su contra, me aseguraré de que desaparezca para siempre.
—Gran plan. ¿Y luego qué pasará? —preguntó poniéndome en apuros con sus ojos estudiándome a
fondo.
—Que asumiré mis responsabilidades en la empresa y hacia usted.
No sabía cómo diablos iba a hacerlo, no sabía nada de marketing, pero encontraría una solución.
—Está bien Brian. Puedo persuadir a algunos socios y tú trata de no mandar al trasto todo el trabajo
de tu padre. Aprovecha ahora que Stefan está en París para un viaje que calificó de placer, aunque es una
lástima que esté allí para encontrar al administrador de Jhonson. ¿Quién sabe qué diablos tiene ese chico
en mente?
—Gracias, John, no te decepcionaré ni a ti ni a mi padre, donde sea que esté.
Unos minutos después nos despedimos con la promesa de que nos encontraríamos tan pronto como
cualquiera de los dos tuviera noticias.
Cuando salí del edificio me di cuenta de que inconscientemente había contenido la respiración.
Si mi intuición no me fallaba, sabía que Stefan tenía otros planes para la empresa y se lo impediría,
pero tenía que ir un paso a la vez y ya sabía cuál sería el primero.
Saqué el teléfono de mi bolsillo y marqué el número de Dasy.
—Prepara una habitación, estaré en casa a partir de esta noche.

CAPÍTULO 11


Charlotte


La noche era más negra que el rímel que alargaba mis pestañas. La luna pálida estaba cubierta por
una fina capa de niebla. Las estrellas, por otro lado, eran completamente invisibles volviendo el cielo en
un manto oscuro y fantasmal.
Abigail me estaba esperando dentro del coche que había alquilado. Puntual como reloj suizo, me
había enviado al menos cinco mensajes, el último de los cuales decía que si no movía el culo, se iría sin
mí.
Obviamente no la había creído, ya que ella solo tenía un amiga en Londres y era yo.
Los tacones resonaron mientras bajaba los escalones de piedra. El vestido demasiado corto
amenazaba con dejarme desnuda con cada ráfaga de viento.
El clima de Londres siempre era incierto. Un momento antes había una temperatura suave y al rato el
cielo se cubría de nubes. Abrí la puerta del Mercedes Cupé gris y literalmente, me hundí en el asiento.
Ab hizo una mueca cuando me senté. Juro que no quería asustarla, pero realmente no quería dar un
espectáculo a los transeúntes mostrando mis bragas rosas de Victoria Secret.
—Siento llegar tarde, pero la línea del delineador de ojos simplemente no quería ni saber de ir en
dirección correcta. —Era la verdad, pero había omitido intencionalmente que no podía usar maquillaje
debido a mis ojos hinchados por las lágrimas.
—Te iba a dejar aquí —admitió, arrancando y haciendo rugir el motor del deportivo.
—¿Quieres despertar a todo el barrio? ¡Son más de las nueve, Ab! ¿Y además, realmente sabes cómo
conducir esta cosa? —pregunté haciendo un gesto con mis manos para indicar la cabina iluminada como
si fuera de día con luces de todos los colores.
—Cariño, tu trasero está sentado en trescientas mil libras, así que abróchate el cinturón y relájate. No
puede ser peor que conducir en el Bronx. —Abigail me obsequió con una sonrisa de las que te entran en
el alma y la calientan.
—Entonces, ¿a qué esperamos para salir? —insté abrochándome el cinturón.
—Primero tengo que recordar cómo se hace —murmuró mientras presionaba el acelerador. El coche
apenas se movió antes de dar un tirón hacia adelante.
—Culpa de los tacones —afirmó mirándome mortificada. Me eché a reír en su cara. Ella, con su
comportamiento divertido y su buen humor, era la única capaz de hacer menos fuerte el dolor que había
atenazado mi corazón.
Finalmente logramos movernos. Tardamos treinta minutos en coche para llegar a Greenwich. Ab
estacionó en la explanada reservada para los clientes de XoXo y finalmente pude salir de aquel artilugio
mortal. Tenía náuseas y dolor en el cuello por todas las veces que había frenado en los stop o en los
semáforos que no había llegado a tiempo.
En el camino ya había pensado en la vuelta y se me había ocurrido un plan: hacer que bebiera para
que tuviera que tomar un taxi.
—Necesitábamos una noche entera para nosotros. ¿No crees tú también? —Lo creía y cómo, pues
habría sido una de aquellas noches divertidas si no fuera por tener la moral por los suelos.
Nos saltamos la fila gracias a que conocíamos al portero, una fiera de casi dos metros y una vez
dentro, nos invitaron a sentarnos en la mesa que teníamos reservada.
Lamentablemente el lugar no era el apartado de siempre, esa noche ya lo había ocupado alguien,
alguien a quien en ese momento odiaba con todo mi ser. Estábamos a pocos metros del centro de la sala y
por supuesto, los ojos de todos los hombres sobre nosotros.
Sin embargo, evitamos que esas miradas indiscretas arruinaran la velada el tiempo que pudimos, pero
dada la insistencia de las miradas, no era fácil lograr indiferencia y ser uno mismo.
—Nos están comiendo con los ojos. No puedo soportarlo —dijo Ab mientras mordía su
hamburguesa.
Esa noche no teníamos límites, o más bien los teníamos, pero habíamos decidido que algo más de
entrenamiento nos ayudarían a eliminar las proteínas y los carbohidratos.
—Ignóralos —aconsejé a pesar de que a mí también me molestaba aquella intromisión.
Ab miró a su alrededor mientras se secaba la boca con la toallita.
—Algunos son guapos. Tal vez podríamos sacar partido de vez en cuando, aprovecharlo. No he
tenido una buena montada en mucho tiempo —declaró tomando otro bocado del sándwich.
—Pareces un estibador por tu forma de hablar.
—Vamos Charlotte, ¿por qué no? No has follado desde hace más de un año, incluso tu psicólogo te
aconsejó que empezaras a buscar de nuevo. —Miré hacia abajo. Ojalá pudiera. Odiaba tanto el sexo que
no sabía si aún podría hacerlo sintiendo algo.
Y luego está él.
Él. Siempre. En mi cabeza. En mi piel.
Instintivamente, me acaricié los labios con los dedos.
Aquel sueño me había dejado con sensaciones tan intensas que parecían reales.
—¿Me estás escuchando? —La voz de Charlotte me sacó de mis pensamientos. —¿Qué pasa contigo?
—preguntó asumiendo una expresión preocupada.
—Brian ha vuelto —dije de un tirón.
—¿Brian? —repitió enarcando una ceja.
—Mi marido… me refiero a mi casi ex marido —respondí con un hilo de voz.
—Mierda, Charlotte. ¿Cómo estás, querida?
—No sé. No sé cómo me siento.
Lo que se suponía iba a ser una velada desenvuelta se convirtió en confesional. Conté con todo lujo
de detalles mi historia con Brian, la razón por la que había regresado y la imposibilidad de mi parte de
darle lo que había venido a recuperar.
Solo había omitido un pequeño detalle.
Un detalle que nos había destrozado.
Más tarde, cuando llegamos a casa, invité a Ab a que se quedara conmigo esa noche. Por supuesto
que ella estuvo de acuerdo.
—¿Tienes helado?
—A toneladas —respondí mientras entramos en la casa—. Entonces soy toda tuya.
—Espérame en la cocina. Me reuniré contigo en un minuto. Tengo que ir a vomitar la comida revuelta
por tu temeraria conducción.
—Oye, soy un as detrás del volante —respondió dándome una palmada en el trasero.
Mientras caminaba hacia las escaleras, escuché a mi amiga hablar con alguien en voz alta.
Regresé y cuando entré a la cocina, tuve que aferrarme con todas mis fuerzas para mantener los pies
firmes en el suelo y no caerme.
—¿Que está pasando? —pregunté, sacando mi barbilla hacia adelante y tratando de controlar mi voz
temblorosa.
Brian estaba frente a Ab. Un metro noventa de músculos y nervios y un rostro de diablo disfrazado de
ángel.
—Hola, Charlie, ¿no me presentas a tu amiga? —Dirigió sus ojos azules hacia mí por un momento,
antes de volver a mirar a Ab.
—Soy Brian, el marido de Charlotte. —Ab apretó la mano entre las suyas y mis ojos se posaron en
sus dedos, largos, refinados y capaces de excitarme con tan solo del recuerdo moviéndose en mi cuerpo.
—Te conozco. —Moví mi mirada hacia Ab, preocupada de que mencionara que se lo había contado.
Todos estos años había tratado de olvidarlo y no quería que supiera que no pude.
—Todos en Nueva York saben quién eres. O al menos a todas las personas a las que les gusta estar al
día con los hombres más sexys de Estados Unidos. Obviamente yo no miro las clasificaciones, pero mi
hermana menor está ahí para informarme. —Brian le devolvió la sonrisa sexy que me atrapaba cada vez
que quería algo de mí y de repente me sentí tan molesta que quise echarlos a ambos de la casa.
—¿Habéis terminado? Ahora que hemos hecho las presentaciones, ¿podrías decirme por qué estás en
mi casa a la una de la mañana? ¿Y por qué estás sin camisa y en pantalones de pijama?
Coño.
—¿Qué pasa, Charlie, estás celosa porque no eres el centro de atención? —habló con una voz
tranquila pero disgustada. Sus palabras me hicieron sentir pequeña frente a él.
¿Qué diablos sabía él por lo que yo había pasado? De lo que había sufrido.
Se apoyó en la isla de la cocina y cruzó los brazos sobre el pecho, mirándome directamente a los
ojos; aquel gesto puso en movimiento todo su tejido muscular, mostrando lo perfecto que era su cuerpo.
En aquel momento, el nuestro era un juego de miradas. Un desafío al que todavía no sabía darle
sentido. Solo sabía que tarde o temprano habría un ganador y tenía que encontrar lo antes posible una
estrategia para que fuera yo.
Pero ignoré sus palabras y le volví a hacer la pregunta.
¿Qué diablos quería hacer?
—Te recordaba más inteligente, Charlie. Esta es mi casa también, así que para responder a tu
pregunta, vivo aquí —afirmó alejándose de los muebles y acercándose a mí.
Cuanto más se adelantaba, más sentía el deseo de alejarme.
Cuanto más se acercaba, más respiraba su aroma y más perdía la claridad mental.
Me desestabilizaba.
Me destruía.
Me anulaba.
Di un paso atrás tan pronto como estuvo frente a mí, pero acortó la distancia de nuevo.
Seguimos mirando y cuando sus dedos rozaron mi mejilla, cerré los ojos tratando de no dejar que las
lágrimas fluyeran por mis ojos.
—Estos muros me pertenecen. Todo lo que hay aquí dentro es mío. Tú… Aún me perteneces. —Con
esas palabras salió de la habitación dejándome sin aliento. Sin fuerzas. Sin la esperanza de ganar esta
batalla.

CAPÍTULO 12


Brian


Miraba a mi esposa dormida entre sábanas blancas y cándidas. Podría haberla admirado durante
horas, como podría haber pasado horas dentro de ella.
La primera noche en nuestro nuevo hogar había sido bastante agitada, era un hombre satisfecho,
no quería a nadie más, solo a ella.
Conmigo.
Para siempre.
—¿Dejarás de mirarme? —Resopló abriendo aquellos ojos que me habían jodido mucho tiempo
atrás.
—¡No! —Sonrió y no pude evitar acercarme y tomar posesión de sus labios del mismo color que
las fresas.
—¿No tienes que ir a trabajar? —dijo tan pronto como la dejé recuperar el aliento.
—Ahora no. —Quité las sábanas disfrutando de la vista de su cuerpo completamente desnudo—.
¿Qué intenciones tienes? ¿No has tenido suficiente? —Ya estaba encima de ella, entre sus piernas,
entre su piel que había sido solo mía, seguro que estaba dispuesta a recibirme.
—Nunca tengo suficiente de ti. —Entré en ella con un solo empujón. El sexo matutino siempre
había sido mi favorito, era una historia completamente diferente.
Tener sus piernas envueltas alrededor de las mías, su excitación en simbiosis con la mía, sus
labios en mi cuello, su jadeo mezclado con el mío era como sentirme en el paraíso.
Un paraíso terrenal que me incluía a mí, a ella y a nuestra vida diaria. Solo nosotros.
Nos amamos y a pesar de la interferencia externa, nada nos destruiría.

Me gire de nuevo hacia el otro lado de la cama y finalmente cansado de esos pensamientos que nos
involucraban a Charlie y a mí en momentos felices de nuestra vida pasados en esa casa, decidí
levantarme.
Me había instalado en el dormitorio de invitados, el que en realidad iba a ser amueblado para nuestro
primer hijo.
Lo habíamos buscado tanto.
Tan deseado.
Apreté los puños. Me acerqué a la mesita de noche junto a la cama y agarré el paquete de cigarrillos.
Encendí uno, abrí la ventana francesa que conducía a uno de los balcones que miraba directamente a la
villa real y me apoyé contra el alféizar de la ventana.
La vida en Nueva York me parecía tan lejana. Aun así, solo habían pasado dos días desde que llegué
a Londres. Dos días emocionalmente pesados.
No sabía si sería buena idea vivir bajo el mismo techo que Charlotte. La tentación de agarrarla y
follarla desde todas partes fue abrumadora tan pronto como estuvo cerca de mí.
Incluso ahora, me moría por acercarme a nuestra habitación y hacerle probar lo que había decidido
dejar.
Ese era el punto. Ella me había dejado. Yo, yo nunca lo hubiera hecho.
¿Qué estaba buscando yo ahora?
Le dije que solo le concedería el divorcio después de que aquellas acciones volvieran a mis manos.
¿Era eso realmente lo que quería?
¿Había otra forma de disuadir a ese hijo de puta de la intención de quedarse con la mayoría?
Conociendo a Stefan, la respuesta era que no. Debería de haber intuido desde un principio que no podía
confiar en él.
Aun así, su padre siempre había sido leal al mío, y pensé que esta lealtad se había transmitido de
generación en generación.
Pero ambos hermanos ni tan siquiera conocían el significado de esa palabra.
Tiré el cigarrillo en una maceta, miré el reloj, eran las tres de la mañana mientras que en Nueva York
eran las diez de la noche.
Regresé a la habitación, agarré el teléfono y marqué el nombre de Alex.
Mi primo respondió después de dos tonos.
—Pensé que te habían matado.
—Un pensamiento estúpido diría, sabes que no sería tan fácil. ¿Cómo te va en esa parte del mundo?
—Todo avanza según lo planeado. ¿Pudiste convencer a tu esposa? —Pasé una mano por mi cabello
mientras me sentaba a un lado de la cama.
—No, pero necesito que hagas algo por mí.
—Después de que viajaste a México, infringiste la ley por mí, sabes que haría cualquier cosa para
ayudarte, Brian —respondió con firmeza.
—¡Lo sé! Necesito entender qué vincula a Stefan con el director ejecutivo de Johnson. Quiero saber
todo lo que hay detrás de sus encuentros. Ahora está en París y aunque lo ha calificado de viaje de placer,
mi olfato dice que no lo es en absoluto, sobre todo porque que lo vieron en compañía de ese hombre.
Teníamos gente de confianza en Nueva York, investigadores que nos ayudaban a encontrar pruebas
para aplastar a nuestros oponentes en los tribunales.
—Te haré saber tan pronto como sepa algo.
—Gracias.
—¿Cómo estás? —preguntó después de unos segundos de silencio.
Suspiré.
Estaba cabreado.
—Como alguien que le gustaría romper todo en este instante, pero se ve obligado a esperar el
momento adecuado. Solo espero que sea pronto.
—Lo conseguirás. Luego pensaremos en la empresa de tu padre. Lo haremos juntos.
—Como siempre.
Colgué sintiéndome menos solo y más fuerte.
Muy pronto cerraría ese capítulo de mi vida.
Para siempre.

Esa mañana me desperté más tarde de lo habitual, me había quedado dormido casi al amanecer, me
sentía como un adolescente a merced de la nostalgia y los recuerdos.
En cambio, yo era un hombre. Un hombre que ya había elegido qué haría cuando creciera y no un niño
que aún no había entendido el significado de la vida.
Me destapé de las sábanas y me levanté. Solía dormir solo en calzoncillos, así que me acerqué al
vestidor, donde Desy amablemente había arreglado mis cosas; agarré unos pantalones deportivos grises,
una camiseta blanca y me los puse.
Sentí la erección matutina abultando mi ropa interior y pensé que no desaparecería tan pronto, ya que
Charlie estaba cerca.
Necesitaba un café y una ducha lo antes posible.
Esa tarde iba a estar en la oficina para asistir a la reunión sobre un nuevo proyecto para lanzar una
campaña publicitaria de un gran cliente.
Era la primera vez que asistía a un evento de este tipo y tenía mucha curiosidad por saber cómo les
estaba yendo a los empleados a los que les pagaba tan bien.
Salí del dormitorio para dirigirme a la cocina y cuando bajé, escuché música alta proveniente de la
habitación que había preparado con televisión, PlayStation y todas las diabluras con las que solía
divertirme.
Crucé la sala de estar, un pequeño pasillo, donde una vez nuestras fotos estuvieron colgadas en la
pared, como si nunca las hubiera visto, abrí la puerta.
Las notas de Calvin Harris tronaban ensordecedoras. Miré alrededor. Un gimnasio equipado con
todas las máquinas había reemplazado todas mis cosas. Apreté los puños molesto, porque ella había
tocado algo que una vez más no le pertenecía.
Me había excluido por completo. Olvidado. Borrado todo rastro de mí.
Cuando hube absorbido el golpe, decidí dirigir la mirada en su dirección.
Me había despertado excitado, con el miembro que no quería colocarse en la ropa interior y cuando
la imagen de mi esposa corriendo en la caminadora llegó a mí, entendí que ese día entraría en el top ten
de los peores días de mierda.
No pude evitar mirarla, llevaba unos jodidos pantalones cortos rosas y un top que apenas le cubría
las costillas. Gotas de sudor perlaban su piel. Su cabello, recogido en una coleta alta, estaba mojado. No
quería, pero no pude evitarlo, mirar su trasero.
Era perfecta.
Mucho más perfecta de lo que la recordaba.
Tuve que contenerme. No podía mostrarle mi debilidad, aunque odiaba la forma en que ella había
terminado nuestra relación, no podía negarme que aún hoy, ella era la única mujer que hubiera deseado
para siempre. Y ella no podía ni debía saberlo.
Enfurecido conmigo mismo y con mi polla, presioné el botón del estéreo más fuerte de lo que quería.
La habitación quedó en silencio. El único sonido que se podía oír, eran los jadeos de su respiración.
Cielos.
Cuando Charlotte se dio cuenta de que no estaba sola, bajó el nivel de la carrera hasta detenerse.
Se volvió hacia mí.
Era el primer día que estábamos juntos, su amiga había decidido irse, convencida de que
necesitábamos estar solos para aclarar antiguos malentendidos. Como si eso fuera realmente posible…
Silenciosa bajó de la cinta, agarró la toalla que descansaba sobre una silla y se la pasó por el cuello
y la cara.
Seguí sus movimientos consciente de que mi respiración se aceleraba.
¡Mierda!
¿Podría una mujer romper así mis defensas?
Lo había logrado desde que era niña.
—¡Eres buena deshaciéndote de mis cosas! ¿Cuándo pasó, una semana después de que me fuera? ¿El
día después? —Me adentré más en la habitación.
Charlie, con mucha calma, tomó una botella de agua, desenroscó el tapón y tomó un sorbo.
Sólo cuando terminó se volvió hacia mí y me fulminó con la mirada.
—El mismo día, si no recuerdo mal —dijo mientras comenzaba a secarse de nuevo, esta vez entre sus
pechos.
¡Mierda!
Por supuesto, sabía bien que lo que decía no era cierto, ya que fue ella la primera en salir de Londres
y aún no había regresado cuando yo me había ido.
Descubrí unas semanas después dónde había estado, gracias a la portada de una revista que vi en un
quiosco mientras compraba el periódico.
—Veo que la celebridad te ha vuelto más gilipollas. —Di unos pasos hacia ella.
La vi morderse el interior de la mejilla, mientras me ofrecía una expresión de indiferencia.
—No mereces respuesta a ese comentario. Si no te importa, tengo que continuar con el entrenamiento.
—Caminó en mi dirección y cuando intentó adelantarme, la agarré del brazo.
—Lo siento en cambio —hablé a unos centímetros de su boca.
Ignoré su familiar olor a lavanda.
Ignoré esos labios perfectos.
Ignoré la sensación que el roce de su piel desencadenaba en mi cuerpo.
Ignoré todo para intentar no sentir nada.
—Déjame Brian. —Nuestras miradas se cruzaron. Aunque quería mostrar indiferencia, sus ojos
verdes expresaban todo lo contrario. Sus pupilas dilatadas, su respiración acelerada y los furiosos
latidos de su corazón demostraban que no le era indiferente.
—¿Y sino? —Pasé mi mano detrás de su espalda y la presioné contra mi pecho.
Era diez centímetros más alto que ella y tenía una vista clara de sus senos presionados contra mi
pecho.
Una visión que casi me doblega.
¿Qué diablos estaba haciendo?
Charlie contuvo la respiración. Me vi obligado a usar todo mi autocontrol para no mover mis manos
hacia su trasero y presionarla contra mi ingle.
—Déjame Brian —repitió esta vez con voz más insegura.
—¿Y sino? —respondí acercando nuestros labios.
Charlie intentó apartarme, pero la abracé con más fuerza.
—¿Por qué lo haces? —preguntó casi con lágrimas en los ojos.
Porque eres mi esposa.
Porque te quiero.
—Porque quiero ver si mi roce logra mojarte como solía hacerlo. ¿Por qué quiero entender cómo
diablos se te ocurrió dejarme así? —Inmediatamente lamenté esa pregunta. Aunque había mantenido un
tono firme en mis palabras, sentía mucho dolor. Sabía que no era un caballero en ese momento, al
mantenerla arrinconada en contra de su voluntad.
Ese comportamiento iba en contra de mi ética moral, pero tenía hambre de ella y en el fondo,
esperaba que ella aún me amara.
—Porque quiero saber cuánto tiempo necesito para hacerte implorar que entre en ti. Como en los
viejos tiempos, Charlotte, ¿recuerdas? Cuando follábamos por todos los rincones de esta casa. —En ese
momento parte de mi autocontrol se fue al carajo, agarré su trasero y dejé que nuestras partes íntimas
chocaran. Ella me dejó hacerlo y por el gemido que salió de su boca, ya no tuve ninguna duda: seguíamos
atraídos el uno por el otro.
—Nosotros ya no existimos —dijo empujando con sus puños en mi pecho.
No te voy a dejar. Coño.
No aún.
En ese momento vislumbré sinceridad en su mirada. Realmente sentía lo que estaba diciendo. Ella
había pasado página. Siguió adelante.
Me sentí como un idiota.
Ella me había convertido en medio hombre y eso fue suficiente como para reavivar mi ira contra ella.
Rápidamente la solté.
Ella aún me quería, lo había notado, no había sido un error. Todavía anhelaba mi cuerpo. Mi tacto.
Pero no lo que encerraba. No el hombre que había sido y en el que me había convertido.
Nueve días, Charlotte. Te quedan nueve días y luego todo esto ya no será tuyo.
Me alejé rápidamente, salí de la habitación y cerré la puerta.
Hubiera sido más fácil destruirla teniéndola lejos.

CAPÍTULO 13


Charlotte


Cuando Brian cerró la puerta, me vine al suelo. Mi piel en llamas, la dificultad para respirar y el
corazón que sonaba como el tambor el día de la boda de William y Kate.
Brian realmente había vuelto, con toda su habilidad para retorcer mi mente y mi razón.
Y yo, siempre más a merced de mis emociones.
De mis errores.
De mis sentimientos de culpa.
Si lo hubiera sabido.
Si solo hubiera imaginado lo que había pasado dos años antes, no solo me habría quitado todo, sino
que me habría arruinado por completo.
Tenía que llamar a Stefan.
Tenía que hablar con él y cerrar esta historia.
Luego tendría que buscar un nuevo hogar.
Quizás en otra ciudad.
Otro continente.
Lejos de todos.
Me arrastré hasta la pared apoyando la espalda y la cabeza. Cerré los ojos sin intentar contener las
lágrimas.
En ese momento no tenía que ocultar mi fragilidad ni a Jordan, AB, periodistas ni estilistas. En ese
momento estaba sola, como siempre lo había estado en la vida, crecida sin el amor de una madre que no
lograba sentir afecto por nadie más que por ella misma e inmersa en el odio de un padre.
En ese momento, sin embargo, extrañaba sentir el calor de una familia. Alguien que me amara, que me
extendiera su mano, que me sostuviera en sus brazos y me susurrara: “Apóyate en mi hombro”.
Necesitaba desesperadamente ese algo que había estado perdiendo durante demasiado tiempo, la
única familia real que había tenido.
Él.
En aquel momento no pude evitar volver a cuando era feliz. Cuando me hacía feliz.
Cuando, juntos, éramos uno.

—¿Qué escondes ahí atrás? —Brian había llegado de repente y estaba apoyado contra el marco de
la puerta con los brazos cruzados.
Llevaba un traje completo negro que resaltaba sus ojos azules y cabello rubio. Me sentía muy
orgulloso de haberme casado con un hombre no solo sexy y atractivo, sino también con una de las
promesas de la legislación inglesa.
—¿Yo? Nada. —Fingí indiferencia mientras seguía mirándolo con picardía desde el otro lado de la
habitación.
Me gustaba mantenerlo alerta. Esconderme como el ratón con el gato. Esta adversidad mía a
ceder fácilmente ante él, siempre lo había excitado
—Mentirosa —declaró mientras una chispa encendía su mirada de deseo.
Mordí mi labio mientras sostenía en mis manos algo que cambiaría completamente nuestra vida.
Brian se quitó la corbata y la dejó caer al suelo, al tiempo que lo hizo con su chaqueta.
Comencé a sentir la necesidad de él.
Una necesidad que crecía con cada paso él que daba en mi dirección.
Pero no era el momento de dejarse ir por la pasión, al menos no enseguida.
—Si no quieres decírmelo, significa que tendré que averiguarlo por mí mismo. —Se arrojó sobre
mí, pero me moví rápidamente.
—Pagarás el precio por este comportamiento, lo sabes, ¿no es así?
—No sé si excitarme o tener miedo —respondí moviéndome en la dirección opuesta a él.
—Yo diría que ambas. —Diciendo esto agarró mi brazo primero y cuando estuve lo suficientemente
cerca, agarró mis piernas y me levantó. Me aferré a él mientras dejaba que aplastara su cuerpo mi
espalda contra la pared de la ducha.
Me sentía protegida en sus brazos.
A salvo.
Junto a él había dejado de sufrir.
—Ahora abre ese puño y muéstrame lo que me ocultas —ordenó mientras sus cálidos labios
comenzaban a besar mi cuello.
—Si haces eso me pones las cosas difíciles —respondí empujándome hacia su cuerpo.
Entonces Brian se detuvo, me tomó por la barbilla y buscó hasta encontrar nuestra mirada y me
besó hasta dejarme sin aliento.
Cuando se despegó ambos estábamos jadeando y excitados.
—Te extraño a cada minuto —susurró cerca de mi boca.
En ese punto me armé de valor y puse la prueba de embarazo frente a sus ojos. Las dos líneas
rosadas se veían vívidas contra el fondo blanco.
Los ojos de Brian se movieron un poco antes de que la sonrisa más brillante que jamás había visto
apareciera en su rostro.
—¿Tienes un retraso? —susurró casi incrédulo.
—Pronto debería darnos el resultado. —Apreté su cuello y reforcé mis piernas alrededor de su
cintura.
Me agarró del pelo y empezó a besarme de nuevo. Le correspondí con la certeza de transmitirle
todo el amor que sentía.
Cuando nos separamos, volvimos a mirar la prueba que sostenía en mis manos.
Era negativo.
—No importa. Llegará y si no llega tendrás que conformarte sólo conmigo.
Incluso en momentos de gran decepción, Brian sabía cómo hacerme sonreír.
Si en realidad, hubiéramos estado solos él y yo, la vida habría sido de cualquier forma una vida
maravillosa.

Regresé a la realidad entre un sollozo y otro. El pasado era pasado y no tenía que dejar que me
destruyera aún. Quitarme de nuevo el pequeño espacio de felicidad que había construido con tanto
esfuerzo.
Mi esposo ya no me conocía. No conocía la horrible mujer en la que me había convertido. Él nunca
podría amarme.
¿No es así?
Había pasado demasiado tiempo reflexionando sobre nuestra historia, mis errores, y había ganado, lo
había dejado todo atrás, o al menos, eso era lo que pensaba.
¡Basta Charlotte! Ha llegado el momento de reaccionar.
Me levanté del piso, caminé hacia el estéreo y agarré el teléfono celular que había dejado antes de
comenzar mi entrenamiento.
—Oye, ¿cómo te va, cariño?
—No tienes perdón por lo de anoche, me dejaste sola. —Se había ido tan pronto como Brian salió de
la cocina. Me había deseado suerte, además de recordarme lo estúpida que era por no habérmelo follado
aún.
De hecho, me hubiera encantado acostarme con él. Simplemente no quise. Éramos dos imanes y las
sensaciones que había experimentado al estar cerca de él me recordaron lo que era estar excitada. Por
esto tuve que buscarme una distracción. Después de todo, incluso el psicólogo me había dado luz verde
para ello.
—Apuesto a que lo lamentaste. —Ab tal vez no entendió la gravedad de la situación, sin embargo, no
respondí a su afirmación, pero fui directa al grano.
—¡Saldremos esta noche! Quiero pasar una noche sin pensar. Una velada en compañía de duros
alcoholes.
—¿Qué intenciones tienes, Charlotte?
—Tengo intención de sacarme las ganas. —Ab se echó a reír.
—Ya era hora. Yo me ocuparé del sitio.
Después de colgar, marqué otro número, el de Stefan.
Brian tenía que irse y mi hermano tenía que ayudarme

CAPÍTULO 14


Brian


—Brian, ¿puedo entrar? —Me volví hacia John que estaba parado frente a la puerta abierta.
La oficina de mi padre estaba ubicada en el tercer piso, la única presente, junto con otra más pequeña
de su asistente.
La elegancia de los muebles antiguos y hechos a mano era la antítesis de lo que yo tenía en Nueva
York.
Mi oficina estaba amueblada con todos los accesorios modernos, así como un piano bar con licores y
aperitivos.
Encontrarme sentado en su lugar me hizo sentir incómodo, equivocado.
—Por favor —indiqué para que se sentara.
La reunión a la que asistía era considerada un evento, no solo porque trabajaban aquí los mejores
publicistas del mercado, pues había un ambiente familiar, de colaboración, respeto.
No pude evitar pensar que Stefan estaba haciendo un buen trabajo y por un momento se me pasó por
la cabeza de que dejarlo dirigir toda la empresa sería lo correcto.
—Mucha gente se ha quedado sorprendida con su presencia hoy aquí —dijo el socio principal,
tomando asiento frente a mí.
—También creo que por mi silencio. —Por primera vez no supe qué decir y cuando me preguntaron
qué pensaba de la presentación de la campaña, no encontré las palabras adecuadas revelando el hecho de
que no entendía un carajo.
John me devolvió una sonrisa que ciertamente no se reflejaba en su mirada.
Probablemente él también pensaba que si hubiera decidido poner la mano en su trabajo, habría
mandado todo a la mierda, pero lo que no sabía es que yo también había pensado en ello y seguro y de
hecho, ya tenía la persona en mente para delegarlo todo, una vez que Stefan dejara de tocar las bolas.
Solo tenía que encontrar una manera de que esto sucediera.
—Stefan sabe que estás aquí. Regresará en tres días. Ha convocado una reunión de la junta directiva,
estoy seguro de que querrá contarnos sus novedades.
Me levanté de la silla, me acerqué con calma a la pared donde colgaba un cuadro de mi padre,
retratado junto a la reina Isabel, metí las manos en los bolsillos y me detuve a mirarlo.
Mi familia paterna figuraba entre las más prestigiosas de Londres y aunque ya no tenía relaciones con
primos y tíos, seguía llevando un apellido importante.
No habría dejado que nadie manchara su reputación convirtiéndolo en el hazmerreír de la ciudad.
Mi padre no se lo merecía. Ya había sufrido demasiado cuando murió mi abuelo y las guerras para
impugnar su testamento habían provocado la ruptura de la familia.
—Stefan no tendrá nada más que la exclusión total de esta empresa —declaré con firmeza.
Estaba seguro de que estaba escondiendo algo como estaba seguro de que Alex me daría noticias
pronto.
Mi intuición nunca me había traicionado y esperaba que tampoco en ese momento.
—Los miembros más ancianos te apoyarán, pero los más jóvenes son devotos de él. Tienen miedo de
perder sus trabajos y eso es plausible.
—Nadie perderá nada. ¿Dijiste tres días? —No tenía más tiempo. Si Charlotte no recuperaba esas
acciones, tenía que intervenir con la única posibilidad que tenía.
Una posibilidad de la que había estado huyendo durante dos años.
—La reunión está programada para el martes a las diez de la mañana. —habló John detrás de mí.
—Ya veremos —declaré resueltamente.
Saludé a mi viejo amigo acordando que nos volveríamos a encontrar el lunes. Si Alex no me
proporcionaba algo, me vería obligado a revelarle al socio de mi padre mi jugada.
¿Pero estaba realmente preparado para lidiar con eso?
Por un momento lamenté todas mis decisiones.
Lamenté mi debilidad hacia la mujer con la que me había casado.
Lamenté haberla amado, amarla una y otra vez.
Ella me había demolido y por eso no quería dejarla libre.

Regresé a casa a la hora de la cena. Ciertamente no esperaba que Charlie hubiera preparado algo
para comer, ya que le había dado a Desy un par de días libres. Obviamente, mi esposa no estaba nada
contenta con esa decisión, gran satisfacción para mí.
Si antes vivía mis días para hacerla feliz, ahora en cambio, me hacía feliz molestarla.
Joder, parecía un chico de catorce años.
Crucé el pasillo, las luces estaban todas apagadas, el ambiente tan frío y desnudo que me dieron
ganas de escapar, de volver a las luces de Nueva York.
La música que venía del piso superior, sin embargo, era cualquier cosa menos baja.
Caminé en esa dirección, subí las escaleras para llegar a mi habitación a ponerme algo cómodo antes
de pedir comida, pero cuando llegué al final de la escalera, la música se detuvo y la risa llegó a mis
oídos.
Seguí caminando, pero en lugar de ir hacia mi habitación me dirigí a la de Charlie.
Me detuve a mitad de camino cuando vi que se abría la puerta y ella, junto con su amiga, salían.
Se estaban riendo de algo que Abigail había dicho y cuando levantó la vista y nuestras miradas se
encontraron, me quedé petrificado.
Habían pasado dos años. Dos años que no había visto la sonrisa de mi esposa. Una sonrisa que hice
bien en no apagar nunca. Una sonrisa que quería custodiar en su rostro, porque la hacía tan hermosa que
me enamoraba de ella cada día.
Y ahora su sonrisa estaba ahí.
En su cara.
Un rostro que no había olvidado.
Que había imaginado ver en cada mujer que me había llevado a la cama.
¡Maldición!
Charlie, seguida por su amiga, caminó en mi dirección.
El vestido, si se puede llamar así, le llegaba hasta la mitad del muslo.
Apreté los dientes.
Nunca me importó lo que vistiera mi esposa, pero en aquel momento ella no era mía. No estaba
saliendo conmigo. La idea de que cualquier hombre que le hubiera puesto los ojos encima y se la hubiera
querido llevar a la cama, me ponía como loco.
Sin embargo, traté de calmarme. No quería sonar como un celoso patético.
Los tacones tronaban en el suelo, las caderas se movieron sinuosamente. Estaba acostumbrada a
desfilar por las pasarelas del mundo, pero en ese momento lo hacía para mí. Nuestras miradas eran fuego
capaz de encender las sensaciones más primitivas.
¡Cielos! Cuánto quería meterme dentro de ella. Oler de nuevo el perfume de su piel y el sabor de su
boca.
Cuando llegó frente a mí observé que con los tacones me llegaba a la barbilla.
Con esos zancos de zapato hubiera sido fácil pegarla contra la pared y sumergirme sin el esfuerzo de
levantarla.
—Nosotras salimos —advirtió enojada.
—Pensé que os estabais preparando para una fiesta de pijamas —dije con ironía.
—Adiós Brian. —Pasó junto a mí con su amiga.
No la detuve.
Tendría todo el tiempo para recuperarla.

Una hora después de pedir el pollo frito que recordaba era mejor de Londres, me trasladé a la sala de
estar. Dejé la computadora portátil sobre la mesa, me senté en la silla que usaba mucho tiempo atrás,
cuando Charlotte y yo éramos una familia y la encendí.
Tomé otro sorbo de cerveza antes de conectarme a Internet.
La bandeja de entrada marcaba cincuenta y dos mensajes nuevos, pero sólo uno resultó ser el más
interesante.
Era de Alfred, nuestro investigador, Alex le había avisado de inmediato y se puso manos a la obra en
seguida. Habría pagado el doble con tal de que me salvara el trasero. Después de todo, esa era la causa
que más me interesaba.
Abrí el mensaje, el texto era breve y conciso.
—En las fotos está todo.
Descargué los archivos adjuntos, me tomó unos minutos verlos y leer los documentos y cuando
terminé, se imprimió una sonrisa en mi rostro.
Bingo.
Tenía lo que quería.
Cerré la computadora satisfecho, le envié un mensaje a Alex para ponerlo al día y agradecerle, y me
moví hacia la silla para disfrutar mi cerveza satisfecho.
Me interrumpió el sonido de la puerta al abrirse y los ruidos provenientes de la entrada.
Las voces se volvieron más insistentes y además de la de mi esposa escuché una masculina.
Maldiciendo, me levanté y me dirigí hacia allí. Cuando llegué, mi buen humor se reemplazó por el
urgente deseo de golpear al hombre que sostenía a mi esposa en sus brazos.
—¡Será mejor que te vayas de inmediato! —Charlotte se volvió hacia mí, su maquillaje desarmado y
su cabello estaba desordenado.
—Ups, me olvidé de decirte que estoy casada. —Ella se echó a reír mientras se dirigió al idiota que
la abrazaba por la cintura.
Estaba completamente borracha, era obvio, así que esperaba con todo mi corazón que él no la hubiera
tocado, de lo contrario haría mucho más que darle un puñetazo.
—Un pequeño detalle —respondió el idiota tragando.
—Tienes dos segundos para desaparecer. —Me acerqué a ellos y tomé a mi esposa de la mano,
sacándola de sus brazos y apoyándola en mi pecho.
Ella continuó riendo, poniendo a prueba mis nervios.
—Cálmate, amigo, solo queríamos divertirnos un poco.
—Ahora se acabó la diversión y si tan solo la tocaste con un dedo, mi cara será la última que verás.
¡Sal! —Yo era al menos veinte centímetros más alto que él y mucho más corpulento.
—No la toqué y no quiero problemas, así que me voy.
¡Gilipollas!
Cuando la puerta se cerró a mis espaldas, volví a mi esposa hacia mí. Apestaba, y su rostro dibujaba
la expresión clásica de quien está de mal humor.
—¿Qué crees que estás haciendo y adónde diablos acabo Ab? —Una leve sonrisa curvó sus labios y
luego su rostro cambió, se volvió de un verde pálido, lentamente vi sus mejillas hincharse hasta que fui
golpeado por algo en el pecho…

CAPÍTULO 15


Charlotte


Estaba flotando.
¿Había aprendido acaso a volar?
Estaba tan bien.
Quizás estaba muerta.
Sí, estaba muerta y un ángel me llevaba al cielo.
Olía tan bien.
Hacía tanto calor.
Tan protector.
Si esta fuera mi eternidad, no echaría en falta la vida.
Me abracé a aquel cuerpo acogedor, puse mis brazos alrededor de su cuello y apoyé mi cabeza en su
hombro.
¿Me estaba hablando? ¿Qué estaba diciendo? Palabras ininteligibles, ¿era acaso el lenguaje de los
ángeles?
Me parecieron maldiciones, pero tal vez era yo quien no conocía el significado.
Seguí con los ojos cerrados y me rendí ante aquellos brazos que me sujetaban y me llevaban quién
sabe dónde.
Finalmente estaba en paz.
Mi alma estaba en paz.
Entonces, ¿por qué sentí este fuego dentro que quemaba mi estómago?
Un sabor amargo que subía por la garganta.
Pero a quién le importaba, total, estaba muerta.
Pasaron unos segundos antes de que mi ángel me acostara en el suelo. Traté de agarrarme a sus
brazos, pero él me apartó y la falta de su contacto me dejó temblando de frío.
Abrí los ojos y me encontré cara a cara con el rostro de mi marido.
¿Qué hacía aquí?
¿También estaba muerto?
Entrecerré los ojos mientras sus manos vagaban por mi cuerpo.
Palabras de colores salían de su boca… ¿qué estaba haciendo? Me estaba desnudando.
Mi boca estaba pegajosa y no podía pronunciar una frase sensata, así que traté de escapar de su
contacto.
¿Estate quieta, Charlotte? ¿Qué carajo te bebiste? —Su tono era frío, nada que ver con la calidez de
mi ángel.
No era un ángel dispuesto a llevarme al Paraíso.
Lo había sido.
Mucho tiempo antes.
Pero ahora ya no lo era
Me quedé quieta y dejé que mi ropa cayera al suelo en una pila insignificante.
Brian me levantó de nuevo, mis ojos chocaron con la piel desnuda de su pecho.
Se había quitado la camisa. ¿Por qué?
Entonces los recuerdos empezaron a aclararse.
Le vomité encima.
¿Y el chico que había traído a casa? ¿Me había dejado tocar? ¿Besar? Esperaba que no.
Comencé a sentir lágrimas corriendo por mis mejillas mientras las náuseas se acumulaban.
Si no me hubiera traicionado.
Si aún no lo amara tanto.
¿Por qué? Porque nos pasó a nosotros.
Éramos tan felices.
Porque era tan imperfecta que cometí el mayor error de mi vida.
Me estallaba la cabeza y lo único que quería hacer era desaparecer y que desapareciera.
Había vivido los últimos años engañándome a mí misma pensando que había construido una vida
perfecta, pero en realidad todo lo que estaba experimentando era una mera ilusión.
No había vida sin él.
—¿Me has traicionado? Stefan dice… Stefan ha dicho…
A estas alturas mis ojos eran un río inundado, ni siquiera sabía si las palabras que había formulado en
mi mente habían salido correctamente de mi boca.
—No logré perdonarte y ahora no logro perdonarme a mí misma. —Deglutí. —Desearía poder amarte
de nuevo, pero ya no sé cómo hacerlo. —En ese momento, los sollozos resonaron en el aire.
Hubo silencio, lo que sentía era solo el dolor que por muchos años se había quedado atrapado en mi
alma y ahora empujaba por salir.
—Basta, Charlotte. Deja de hablar. —Mi mirada se encontró con la suya. En sus ojos azules vi el
horizonte. Mi destino. Mi refugio.
Sentí de nuevo calidez.
Aquellos brazos me apretaban aún.
El calor había vuelto a calentar mi cuerpo tembloroso.
Todavía podía oler aquel perfume.
El suyo.
Mi ángel había vuelto.


Tan pronto como abrí los ojos, me inundó el estruendo que provenía de mi cabeza. Sentía un dolor
ensordecedor. Entendí que estaba en mi cama sólo porque reconocí la sensación de las sábanas de seda
sobre mi piel desnuda.
Desnuda.
Estaba desnuda.
Sentí ganas de vomitar y la idea de que Brian me hubiera visto en esas condiciones aumentó.
La habitación estaba envuelta en oscuridad, las contraventanas cerradas, pero había tenues rayos de
luz que me hacían pensar que era de día.
Los recuerdos de la noche anterior se habían desvanecido y no era necesariamente malo.
Probablemente había tomado un par de tragos como máximo, pero no había tocado el alcohol durante
más de un año y fueron suficientes para que se me fuera la olla.
Me senté, mi cerebro parecía querer explotar, simulaba una pesadilla.
Escuché un suspiro desde el otro lado de la habitación, me volví abruptamente y mis ojos encontraron
los suyos.
Estaba sentado en la silla y me miraba fijamente.
—Hay agua y una aspirina en la mesita de noche. Te esperaré abajo. —Su voz había perdido ese tono
molesto que no hacía más que confundirme.
Lo vi levantarse y venir hacia mí. Me tapé los pechos con las sábanas.
—No hay nada que tengas que no haya visto.
—No recuerdo… lo que pasó anoche. ¿Qué te dije… Qué hice. —Se sentó frente a mí y tomó un
mechón de mi cabello entre sus dedos.
—Hablamos de eso más tarde, ¿de acuerdo? Ahora toma la aspirina, arréglate y nos encontramos. —
Soltó mi cabello y me pasó el vaso de agua.
Nuestros dedos se rozaron y sentí aquella sensación de estremecimiento que solo él podía
transmitirme.
Nuestros ojos se encontraron. Fue increíblemente hermoso. Un hombre que podría haber tenido a
cualquier mujer.
Un hombre que una vez me eligió. Se había casado conmigo.
Y luego me había traicionado.
Me había negado durante demasiado tiempo lo mucho que lo extrañaba, pero ahora que estaba aquí ya
no podía mentir.
Nunca amaría a nadie como lo amaba a él.
Desafortunadamente, nunca podríamos volver a estar juntos.
Contuve las lágrimas. No quería que me viera llorar, ya me había humillado la noche anterior, aunque
no recordaba nada, estaba segura de que mi estado era repugnante.
Se levantó, salió de la habitación y me dejó solo.
Me quedé mirando la puerta cerrada. Tarde o temprano se iría para siempre. Por mi culpa. Una vez
más.
Solo quedaba ver si, como entonces, también se llevaría consigo mi corazón.

CAPÍTULO 16


Brian


Dos años antes

El bufete de abogados que me contrató era el mayor competidor de mi abuelo. No es que no me
quisieran en su despacho, era yo quien no quería trabajar allí.
Yo tenía mis reglas. Mi modus operandi, diferente al de ellos.
Sin embargo, a pesar de ser un abogado joven, en mi puesto actual me confiaban casos bastante
exigentes.
Como el que acabábamos de ganar, después de un arduo trabajo en equipo y compromiso por mi
parte y mi colega.
—¡Tenemos que celebrarlo! Con esta victoria hablarán de nosotros en todas las noticias. —
Descorchó una botella de champán y vertió su contenido en dos vasos.
Estaba en la cima de mi carrera, mi esposa estaba embarazada de mi hijo y no podría estar más
satisfecho de cómo estaba.
No sabía qué bien había hecho tan bien en estos veintiséis años, pero estaba seguro de que me
merecía toda esa felicidad y sin duda la disfrutaría al máximo.
—Brindemos; por nosotros, socio. —Agarré el vaso que Susan me entregó y lo choqué contra el
suyo.
Vacié el contenido, dejando que el sabor acre y las burbujas me rascaran la lengua.
Era tarde y mi único deseo en ese momento era irme a casa y celebrarlo con mi esposa.
Susan, sin embargo, no lo pensaba así. Para ella, aún no era el momento de volver con su marido,
al menos no antes de unir sus labios a los míos.
Era al menos cinco años mayor que yo, una mujer hermosa, eso sin duda, pero el contacto con su
boca me causó rechazo.
La traición no estaba contemplada en mi vida, ni por diversión ni por cabalgar en la ola de la
euforia, y aunque me tomó unos minutos separarme de ella, fui bastante claro después, cuando le dije
que olvidaría ese gesto, pero que no debía repetirse.
La dejé en mi oficina para correr a casa. Correr hacia la mujer a la que le debía respeto, a quien
amaba y que no merecía ser traicionada.

—¿Bacon frito con huevos? —La escuché preguntar mientras ponía el desayuno en la sartén.
—Son tus favoritos si no recuerdo mal. —No me volví hacia ella para no arriesgarme a quemarlo
todo. Ella me distraía. Sus ojos me distraían.
—No los he comido en dos años. Desde la última vez que los hiciste para mí —respondió con voz
emocionada.
Nos habíamos separado de la peor manera, pero después de lo que había afirmado la noche anterior
presa del alcohol, llegó el momento de aclararnos.
—Me gustaba cocinarlos para ti. Aunque odio el bacon. —Apagué el gas, agarré un plato, serví el
contenido, me volví y se lo entregué.
La miré en silencio mientras comía lentamente su plato, pensando lo que sucedería a continuación.
Pensando en la posibilidad real de dejarla ir. De disolver nuestro matrimonio.
Ambos merecíamos nuevas oportunidades y si el destino nos hubiera querido separar, probablemente
no podríamos luchar contra él.
Lo que estábamos compartiendo era un momento íntimo al que estábamos acostumbrados en el pasado
y aunque habían transcurrido años, me di cuenta de lo mucho que extrañaba nuestro día a día.
Podríamos estar juntos en cualquier lugar, o no estar en ninguna parte, si no teníamos las actitudes que
completaban nuestra rutina.
—Creo que explotaré pronto. Esto me costará una sesión de entrenamiento adicional —comentó
Charlotte después de morder el último trozo de panceta. La había estado mirando durante toda la comida,
disfrutando de su expresión claramente satisfecha.
Se me escapó una sonrisa y le quité el plato de debajo de los ojos.
—Brian, yo… —Se detuvo, probablemente buscando las palabras adecuadas para preguntarme qué
diablos me había dicho la noche anterior.
No creía en la teoría de que no se recuerda nada después de una resaca. Yo, por mi parte, había
bebido hasta desmayarme, pero los recuerdos, aunque no muy claros, nunca habían desaparecido por
completo.
Cuando terminé de arreglar los platos, me volví y me apoyé contra el fregadero. Estaba frente a ella,
nos separaban unos metros, y notamos claramente nuestra distancia. Era demasiada.
—Siento lo de anoche. No suelo beber, no traigo a chicos a casa. Al menos ya no.
Sabía del pasado de mi esposa. En los últimos días había decidido hacer una investigación sobre
ella, no en profundidad, sino sólo para saber qué había estado haciendo en estos dos años y lo que había
descubierto tan solo había alimentado mis celos hacia ella, pero su reacción estaba dictada por su falta
de claridad. El final de nuestra historia nos había marcado irremediablemente.
Para mí había sido lo mismo. Había follado hasta enfermarme, para olvidar algo que sabía que nunca
podría y para ella había sido lo mismo.
También éramos iguales en eso.
Mismo sufrimiento.
Misma reacción.
Solté un suspiro y me crucé de brazos. No tenía camisa, así que la mirada de Charlotte se detuvo en
mis abdominales y cuando se dio cuenta de que la estaba mirando, sus mejillas se pusieron rojas.
—¡Nunca te he engañado, Charlotte! Te amaba demasiado para hacer eso. —Mi voz era firme, nunca
hubo una verdad más plena en mi vida y ella lo sabía.
Un silencio tenso cayó entre nosotros.
Charlotte se mordió el labio inferior, desvió la mirada hacia el suelo antes de volverla hacia mí.
—Ha pasado mucho tiempo, Brian. Olvidamos lo que pasó y seguimos adelante con nuestra vida.
Ayer hablé con mi hermano, volverá en un par de días, dice que está dispuesto a negociar. Encontrareis
una solución.
Negociación, ¿eh? Una sonrisa invisible estalló en mi pecho. Si supiera lo que le esperaba, no
aparecería.
Se levantó dispuesta a salir de la habitación. Dispuesta a dejarme de nuevo, pero fui más rápido y la
agarré por el brazo.
—Ni tú ni yo hemos olvidado nuestra historia. ¿Cómo podemos pretender continuar? —Nuestro
contacto fue suficiente para incendiar el ambiente. Esa declaración fue suficiente para reavivar viejas
emociones.
Los ojos de Charlotte se llenaron de lágrimas. Tenía un gran deseo de besarla. Perderme en ella.
Sentirme vivo dentro de ella.
—Ya no puedo amarte. ¿Lo entiendes? —gritó tratando de soltarse.
—Son solo gilipolleces. —La hice retroceder hasta que apoyó la espalda contra la pared que estaba a
unos centímetros de nosotros y la bloqueé entre mis brazos.
—No puedo, Brian. Lo siento. —Sus dedos temblorosos rozaron mi mejilla. Estaban fríos, pero aun
así lograron quemarme la piel. Puso su otra mano en la otra mejilla. Nuestros ojos se encontraron. Se
mezclaron. Se miraron el uno al otro como lo hacían una vez.
Con amor.
Con pasión.
Con ganas de tener al otro.
Fue con esa convicción que sus labios alcanzaron los míos. Que nuestras bocas se tocaron.
Que se acortó la distancia.
Fue cuando nuestras lenguas se entrelazaron, nuestros sabores se mezclaron, que todo desapareció.
Que el pasado dejó de existir, el futuro fue olvidado. Sólo existía el momento.
Ella y yo.
Y el deseo desesperado de sentirse, como en el pasado, como cuando el único propósito era estar
juntos.
Charlotte siguió besándome, pero tan suave beso no fue suficiente para mí.
Yo la quería.
Toda.
Sujeté su cabeza y presioné mi boca contra la suya. El gemido que salió de su garganta me dio un hizo
recordar cómo le gustaba disfrutar cuando estaba debajo de mí.
—No voy a parar. Te quiero ahora. En este lugar —susurré alejándome de ella solo unos pocos
milímetros.
—No te detengas, Brian. Te necesito ahora mismo. —Sus palabras fueron suficientes para hacerme
perder el control.
Tomé sus largas piernas y la hice entrelazarlas alrededor de mis caderas. No había tenido una
erección así desde hacía dos años. Dos jodidos años en los que solo había follado y nunca había hecho el
amor.
Y ahora iba a remediar esa falta de realización.
Tenía la intención de recuperar el tiempo perdido y aunque realmente hubiera terminado, como ella
dijo, me llevaría conmigo el recuerdo imborrable del sabor de su piel.

CAPÍTULO 17


Charlotte


Sabía que todo se limitaría a eso. Era consciente de que no podía darle más que mi cuerpo, pero mi
cuerpo era todo lo que tenía ahora. Por eso trabajé duro para hacerlo perfecto. Para mantenerlo a salvo,
lejos de manos desconocidas, al menos en el último año. Desde que entendí que lo que estaba haciendo,
tan solo me lastimaba.
Pero con él, con Brian era otro asunto completamente diferente.
Sus manos no eran desconocidas.
Sus manos conocían cada centímetro de mi piel.
Sus manos podrían reparar las partes destruidas de mí.
Mientras su cuerpo se estrechaba al mío, incluso el sentimiento de muerte que cargaba durante dos
años aflojaba su tenaza ahora.
Dejé que Brian me acostara en el suelo. Que me despojara de toda la ropa. Que me besara donde
quisiera.
—He buscado tu sabor en cada mujer. Tu olor en cada compañía, pero siempre he salido perdiendo.
—Su voz grave y su jadeo irregular dieron lugar a espasmos en la parte baja de mi abdomen donde su
lengua había comenzado a explorar mi parte más íntima.
Agarré su cabello rubio dorado mientras empujaba más profundo.
Me había faltado todo. El placer. El deseo. La pasión. Sin él, mi vida era una serie interminable de
tonalidades oscuras.
El orgasmo llegó rápidamente, explotando en mil chispas eléctricas y otorgándole a mi cuerpo
momentos infinitos de intenso placer.
Nuestros ojos velados por la pasión se encontraron. Sus pupilas azules se habían vuelto negras como
la noche. Llegó a mi boca y la cubrió con la suya, devolviéndome mi propio sabor.
Lo quería dentro de mí. Pretendía recuperar aquel momento de plenitud que solo había encontrado
con él.
Pasé mis manos alrededor de su cuello, acaricié su espalda mientras me retorcía debajo de él.
Siempre fuimos nosotros, Charlotte. Siempre lo seremos —murmuró antes de alejarse de mí. La
lejanía del calor, de su presencia en mí, me hizo comprobar el frío que sentía sin él. Por un momento
pensé que se había ido, que me iba a dejar en el piso de nuestra cocina, tal como yo lo había hecho con
él, pero cuando vi que simplemente se estaba quitando la ropa, suspiré aliviada.
—Te prometo que te llevaré a la cama más tarde, pero ahora no puedo esperar ni un minuto más. —
Su peso volvió a estar sobre mí, se acomodó entre mis piernas y de un solo empujón, me penetró hasta
llenarme por completo.
Y en un instante, la perfección también llegó a mi alma.
Cada estocada que me imponía. Cada vez que se apoderaba de mí en lo más profundo, sentía alivio.
Alivio por haber encontrado, aunque fuera por poco tiempo, un amor perdido.
Un amor roto.
Roto por mí.
Sus gemidos superaron los míos. Me aferré a su espalda impregnada de gotas de sudor.
Me acostumbré a su movimiento. Lo seguí. Seguí aquella pasión que nos llevó al placer.
Hacia un orgasmo que solo juntos podíamos lograr.

Permanecimos en esa posición durante unos minutos, yo debajo de él y él dentro de mí. Cuando
nuestra respiración volvió a la normalidad, él se desplazó y lo vi sentarse a mi lado.
—¿Cómo pudiste pensar que otra podría darme todo esto? —Seguí mirando al techo.
Sabía lo que había visto. Lo que Stefan me había mostrado.
Sentí que las lágrimas me picaban los ojos. Si tan solo hubiera tenido el coraje de enfrentarlo, en
lugar de encerrarme en mí misma. En lugar de pensar que había renunciado a todo por él y que no se lo
merecía.
En lugar de huir.
—Hay fotos tuyas y de Susan en tu oficina. —No continué la oración. No había necesidad, Brian
sabía muy bien de lo que estaba hablando.
—¿Por esa razón te fuiste? ¿Destruiste nuestro matrimonio? ¿Sin hablar conmigo primero?
No.
—Era demasiado joven, Brian. Estaba renunciando al sueño de mi vida y después de que Stefan me
mostró las fotos pensé que tal vez no valía la pena —mentí. Ahora mentía bien.
Le oí suspirar.
—Stefan es un hijo de puta. Probablemente actuó para poder apropiarse de esas acciones. El único
propósito de su vida.
Stefan siempre me había odiado, era hijo de la primera esposa de mi padre, a quien dejó para casarse
con mi madre.
Mi familia siempre había sido un conjunto de incoherencias. Cristiana en apariencia. Practicante
cuando le convenía.
—Probablemente las cosas debían ir así, Brian. No podemos cambiar el pasado.
—Podemos pensar en el futuro. Stefan lo pagará, y sé cómo. Y nosotros… nosotros podemos volver a
hablar de nuestro matrimonio. —Sacudí la cabeza. El frío de las baldosas se había apoderado de mí
ahora.
Brian lo percibió, me levantó y me apretó contra su pecho.
Caminamos hasta el dormitorio.
Aún tenía ganas de él.
La tendría siempre.
Pero cuando me acostó entre las sábanas, sentí la necesidad de aclarar nuestra situación.
—Firmaré los papeles del divorcio. Se acabó entre nosotros, Brian, pero dejemos que estos últimos
días sean hermosos para que nunca podamos olvidarlos.
En su rostro vi pasar el dolor y al mismo tiempo, la resignación.
Nuestros caminos se habían dividido y probablemente nunca volverían a cruzarse.
En ese momento advertí su cambio.
En ese momento se contentó con lo que podía tener, mi cuerpo.
Sus brazos se mostraron firmes cuando me estiró en la cama. Sus besos fueron apasionados y
furiosos. Sus manos me exploraron como si nunca me hubieran tocado.
No habría más un nosotros.
Él y yo, juntos, se convertiría en un recuerdo inolvidable.
Incluso ahora, mientras sus manos agarraban mis pechos, mientras la pasión hacía que sus pupilas se
volvieran del azul más profundo que jamás haya visto, lo sentí distante.
Distante de mi corazón.
Distante de su corazón.
Seguía siendo su esposa y él mi esposo, pero estaba claro que ya no le pertenecía.
Pero aún quería pertenecerle sólo a él y sin embargo, no podía.
CAPÍTULO 18


Brian


Ella respiraba lentamente, mientras dormía con la cabeza apoyada en mi pecho. Pensó que todo había
terminado entre nosotros, pero yo sostenía lo contrario. Cerraría el asunto con su hermano, que además,
me debía una explicación anterior y luego la retomaría. Charlotte era mi esposa y lo sería para siempre.
Por eso el divorcio entre nosotros nunca se llevó a cabo por completo.
Ambos sabíamos que tarde o temprano nuestros caminos se unirían.
¿Cómo diablos sabía de Susan y yo? No hubo nada pero, ¿esa fue la causa de nuestra ruptura? Me
parece imposible que semejante estupidez jodiera lo que teníamos.
Acaricié su cabello, que parecía sedoso y suave. No quería despertarla, pero tampoco quería dejarla
dormir mucho más. Sentí la necesidad de hacer el amor con ella una y otra vez para recuperar el tiempo
perdido, para darle una idea de lo que nunca sentiría de nuevo, si tuviera aún la intención de dejarme.
Pasaron unos minutos más y sus párpados se abrieron.
—¿Todavía te gusta mirarme mientras duermo? —Siempre me gustó mirarla.
Trencé un mechón de su cabello con mi dedo y lo acerqué aún más contra mi pecho.
—Me gusta mirarte en general. —Una sonrisa tímida se esbozó en su rostro.
Nuestras caras estaban a milímetros de distancia y no pude resistir la tentación de besarla.
Charlotte me dejó hacerlo, sus dedos descansaron en mi cara. Entrelacé mis piernas con las suyas y
en un segundo se extendió debajo de mí.
—Lo que estamos haciendo es…
—Hermoso. —No la dejé terminar la frase.
Me di cuenta de que en su compañía me convertía en otro hombre. Un hombre que solo ella podía
tener, diferente al que era en un tribunal o al que se relacionaba con prácticamente todo el mundo.
Todo lo que podía ofrecer, el amor que pude dar, sólo podría tenerlo ella.
—Cuando acabe será aún más difícil. —Ignoré aquellas palabras. Estábamos juntos ahora y no quería
pensar en el después.
Después, habría una guerra en la que ella y su hermano perderían, a menos que ella decidiera luchar
contra él a mi lado.
Apresé su boca de nuevo, tomé sus brazos y los coloqué sobre su cabeza. Charlotte plegó sus piernas
detrás de mi espalda y me empujó hacia ella.
Entendí que no había tiempo para juegos previos, tal vez vendrían más tarde, en ese momento solo
necesitábamos mezclarnos, sentirnos, ser uno.
Entré en ella y me entregué a aquellas sensaciones tan primitivas y únicas. Llegamos juntos a la
culminación, me vertí en ella, hasta llegar a su alma.

Unas horas más tarde paseábamos por el jardín de Kensington. A Charlie siempre le gustó ese lugar,
un parque rodeado de árboles y flores y lleno de ardillas que le encantaba alimentar.
Habíamos comprado dos Hot Dogs y nos dirigíamos al pequeño lago en el centro del parque.
—No como Hot Dogs desde hace un siglo. Dios mío, qué rico.
Nos sentamos en uno de los bancos y quedamos en silencio unos segundos.
—Y bueno, gran abogado, ¿cómo es la vida en Nueva York? —preguntó de repente.
—Yo diría que no podría haber elegido una ciudad mejor. Caos, diversión, mucho trabajo y buenos
amigos.
—¿Cómo está Alejandro?
—Yo diría que está bien, después del caos que tuvo.
¿Qué le pasó ahora? Supe de la muerte de su esposa y su bebé, pensé que estaba mejor.
Le conté sobre el viaje a México y todos los antecedentes.
—Increíble.
—¡Ya! Una historia bastante inusual.
En ese momento fuimos interrumpidos por el timbre de mi celular. Lo saqué del bolsillo y leí el
nombre de Alex.
—Hablando del diablo… —mostré el teléfono. —Ha estado llamándome continuamente desde esta
mañana.
—Responde, tal vez sea importante.
—Lo llamaré tan pronto como lleguemos a casa. —Hogar, aquella palabra sonaba tan extraña después
de tanto tiempo.
—¿Y tú? ¿Qué has hecho en estos dos años? —La vi morderse los labios y me sentí abrumado por el
deseo de morderlos.
—Dando vueltas por el mundo. —Charlie sonreía, pero su risa no se mostraba en sus ojos. Parecía
feliz, pero ¿lo era realmente?
También me sentí satisfecho, pero felicidad, eso era otra cosa.
—No te he traicionado, Charlotte, debes creerme, es importante para mí —dije acariciando su
mejilla.
—Te creo Brian. Ahora te creo.

Continuamos nuestra caminata, cruzando las calles que solíamos recorrer juntos.
Stefan estaría de regreso en un par de días, así que todavía tenía tiempo para estar con mi esposa.
Cuando llegamos a casa, la dejé ir al baño a darse una ducha. Tenía toda la intención de encontrarme
con ella, pero antes llamé a Alex para averiguar qué tenía que decirme que era tan importante.
Miré el reloj, en Nueva York serían las once de la mañana.
Alex me respondió de inmediato.
—¡Brian! Te he estado llamando durante horas —vociferó desde el otro lado del teléfono.
—Probablemente no podría responder. —Me sentía relajado y no tenía ninguna intención de arruinar
mi estado de ánimo.
—Hay una cosa importante que debes saber. Algo que Alfred encontró de Charlotte.
—No sabía que también tuviera que investigar sobre ella. —Me quité la camisa, encendí un cigarrillo
y salí al balcón de la habitación donde dormía.
—Se lo pedí yo. Lo siento, pero tenía que saber si era algo asociado con su hermano. De todos
modos, te lo envío. Compré un pasaje, mañana nos encontramos. —Parecía preocupado y el hecho de que
quisiera venir hasta aquí, reforzaba esa sensación.
—No es necesario. Las cosas van según lo previsto, Alex.
—Lee el contenido del mensaje y sé racional, ¿de acuerdo? Te conozco, sé la reacción que puedes
tener, pero escúchame: mantén la calma.
Colgué envuelto en un mal presentimiento. Nunca me había interesado la vida de mi esposa después
de lo nuestro, porque quería que ella ya no fuera parte de mí, pero las cosas ahora estaban cambiando y
me di cuenta de que quería tener información de ella. Apagué el cigarrillo, volví a entrar en casa y
encendí el portátil.
El correo electrónico de Alex estaba ahí, algo me decía que no debía abrirlo, que no debía leer su
contenido, pero de mala gana pulsé sobre el mensaje y descargué los archivos adjuntos.
En la pantalla aparecían fotos de Charlotte y su hermano. Ambos con sus rostros cubiertos con
grandes lentes de sol negras y envueltos en sus caros abrigos.
Apoyaba la mano alrededor de su hombro y juntos entraban a una clínica.
¿Qué demonios?
Luego un documento.
Con fecha de 2019.
La firma de mi esposa en ese papel.
La solicitud de interrupción del embarazo.
Charlie estaba embarazada.
Charlie había abortado.
Y yo nunca me enteré de un carajo.
CAPÍTULO 19


Charlotte


Me estaba tomando más tiempo de lo previsto en la ducha, esperando a que Brian me alcanzara, pero
mi piel se estaba poniendo roja y mis dedos estaban escamosos, así que decidí salir a buscarlo para
entender por qué se demoraba tanto.
Las cosas estaban claras entre nosotros. No habría futuro, lo que más importaba ahora era el presente.
Y mi presente quería pasarlo con él.
Envolví una toalla alrededor de mi cuerpo, otra sobre mi cabello y salí del baño.
En la gran casa reinaba el silencio y no es que me sorprendiera, había vivido allí sola durante dos
años y aparte de Desy y a veces Ab, nunca nadie había compartido este espacio conmigo.
Me dirigí a la habitación donde se había instalado Brian. Una habitación que siempre evitaba, porque
estaba destinada a convertirse en la de nuestro hijo.
La puerta estaba cerrada, así que llamé. Esperé unos minutos, pero nadie vino a abrirme.
Lo llamé primero en voz baja, luego más fuerte, pero ni así obtuve respuesta.
Entré, probablemente él también había decidido refrescarse y había pensado en usar su baño privado.
Encontré la habitación vacía. No estaba. Miré a mi alrededor en busca de algo que atestiguara su
presencia, pero nada.
Salí de prisa. El sonido de pies descalzos retumbaba sobre el frío suelo de mármol. Bajé las
escaleras, grité su nombre en voz alta, pero ni rastro de Brian.
Giré hacia la derecha mirando de lado a lado, confundida, incómoda.
¿Dónde estaba?
¿Volvería?
Advertí que ni siquiera podía llamarlo, pues no tenía su número.
En ese momento estaba asolada por el pánico.
Quería que se fuera.
¡Pero no así! Sin palabras. Sin un adiós.
Yo había hecho lo mismo.
Me sentí abandonada, sola, vacía.
¿Era así como se había sentido él también dos años atrás?
Yo tenía un motivo.
Una razón válida.
Empecé a sentir frío. Mi piel se estaba secando en la humedad de la habitación, mientras la toalla que
envolvía mi cabello estaba empapada.
Empecé a temblar, por el frío, por la sensación de vacío, por el dolor.
De nuevo ese maldito dolor que rompía mi corazón y destrozaba mi razón.
El deseo de beber una copa de inmediato atravesó mis pensamientos, pero no podía. Beber de vez en
cuando sí, pero empezar de nuevo a colmar mis sentidos con malestar, no.
Un golpe en la puerta me sobresaltó.
¡Brian! Había regresado.
Me moví rápidamente en su dirección, pero cuando la abrí, noté un nudo en mi estómago.
Stefan estaba ahí y sus ojos no presagiaban nada bueno.

—Vístete y arréglate. Date prisa, tenemos que hablar —dijo con frialdad, entrando sin ser invitado.
Lo dejé allí y corrí a mi habitación. Me puse pantalones de chándal y una sudadera. Até mi cabello
todavía húmedo en una coleta y bajé las escaleras.
Encontré a mi hermanastro apoyado contra el mueble de la cocina, el mismo mueble donde Brian
había estado sentado unas horas antes, con una taza de café en las manos.
Stefan y yo no podríamos haber sido más diferentes. Él con su cabello negro y ojos oscuros
heredados de su madre y yo en cambio, con ojos verdes y cabello rubio, transmitido por nuestro padre.
—Siéntate princesita y escúchame bien. —Usó el apodo de manera despectiva, como lo hacía cuando
éramos niños.
Lo complací a pesar de que dentro de mí me moría de ganas de romperle la cara.
—Supongo que tu esposo ya te mostró los papeles del divorcio —comenzó a decir después de tragar
la bebida caliente.
No respondí, quería seguir escuchando y entender hasta dónde llegaría y además, no tenía ningún
derecho a meter la nariz en mis asuntos de nuevo.
Ya lo había hecho suficiente.
—¡Charlotte! Me tomó toda mi vida estudiar para estar a la altura de lo que construyó nuestro padre,
para tratar de ganar la mayor cantidad de dinero posible, hacerme más y más rico y ahora no serás tú
quien lo arruine todo. Nadie arruinará mi plan.
—No entiendo lo que quieres de mí. —No quería escucharlo, no en ese momento, cuando mi cabeza
estaba ocupada pensando en dónde había ido mi esposo y si alguna vez lo volvería a ver.
—No quiero que firmes esos papeles.
—¿Qué? —Me puse en pie.
Stefan había controlado mi pasado. Él había destruido mi matrimonio, no le permitiría volver a darme
órdenes.
—Hiciste todo lo que estuvo en tu mano para alejarnos. Viniste aquí con esas malditas fotos para que
nos separásemos. Sabías lo frágil que era en ese momento. Lo mucho que Brian estaba cada vez más
ausente con su trabajo y lo sola que me sentía y me atacaste. Si hemos llegado a este punto, es solo culpa
tuya —grité con toda la rabia que guardaba.
—No, Charlotte, es solo culpa tuya, que hayas decidido no confiar en tu marido. Un marido al que
escondiste tu embarazo.
—Se lo habría dicho —grité con todo el dolor que llevaba en mi corazón—. Se lo hubiera dicho si no
lo hubieras… si no me hubieras acompañado…
—Basta Charlie. Eras consciente de tu decisión y no hay vuelta atrás. Si firmas ese divorcio, las
acciones que amablemente me donaste volverán a las manos de tu esposo, así como a esta casa y todo lo
que tienes. ¿Quieres esto? ¿Crees que el modelaje te dará una casa de cuatro millones de libras?
¡Piénsalo! Te ayudaré. Dame tiempo para organizarme y extorsionaremos a ese hijo de puta por mi
negocio, tu pensión alimenticia y estos muros, pero necesitamos tiempo. —Lo miré y lo vi: al monstruo
que siempre había intentado ocultar.
Stefan era cruel, despiadado y sediento de dinero.
—Sal de esta casa. Sal de mi vida.
—Mañana por la mañana convocaré a la Junta Directiva donde mostraré la cesión por tu parte de las
acciones y pediré a los abogados que realicen el trámite del cambio. Ya lo habría hecho si no hubiera
descubierto el vínculo ligado a tu matrimonio, por eso quieren que tú también estés allí. Haz lo que te
digo o tu pequeño secreto estará en las páginas de todos los periódicos sensacionalistas. —Stefan dejó
lentamente la taza sobre la mesa, se acercó a mí y me acarició la mejilla.
—Ambos tenemos algo que ganar. —Aparté su mano y le di una bofetada en la cara.
Sus ojos se endurecieron pero en lugar de golpearme, como esperaba, me devolvió una de esas
sonrisas malvadas.
—Mañana por la mañana a las nueve.
Cuando estuve segura de que la puerta estaba se cerraba tras él, agarré la taza donde había estado
bebiendo y la arrojé contra la pared.
La porcelana se hizo añicos y cayó al suelo en pequeños pedazos.
Me vi a mí misma en esos fragmentos, en aquellas pequeñas piezas tan difíciles de volver a unir.
La verdad me devolvería la vida aunque alejara de mí para siempre al hombre que amaba.
Pero en el fondo, a estas alturas ya estaba acostumbrada al dolor de su ausencia.

CAPÍTULO 20


Brian


Charlotte me mintió. Me había mantenido oculto lo que para mí era lo más importante que podía
ocurrir en nuestra vida.
¿Cómo pudo hacerlo?
¿Quién era realmente la mujer con la que me había casado? ¿De quién me había enamorado?
La conocía desde que éramos adolescentes.
Joder, ¿cómo podía no haber entendido lo aprovechada y mentirosa que era?
Apreté la corbata alrededor de mi cuello. Me había afeitado la barba y peinado impecablemente. Mi
mirada era tan fría como el hielo, mi rostro, una máscara de dureza y mi alma había comenzado a no
sentir nada de nuevo.
Había llegado el día en que destruiría a ambos hermanos.
El día en que no quedaría nada en sus manos.
Sonó el teléfono de la habitación donde me alojaba y cuando contesté, la recepcionista me informó de
que habían llegado los invitados que esperaba.
Alex había logrado salir lo antes posible y conseguir que Mónica le siguiera resultó fácil. Habían
tenido una relación corta, ella se había enamorado, pero él la había parado en seco y ella había tenido
tiempo de desintoxicarse de aquel amor no correspondido.
Aunque Mónica no era gran admiradora de mi primo, lo que él le había propuesto era un ambicioso
proyecto para una mujer de carrera como ella que trabajaba en publicidad.
—Espero que hayáis tenido un buen viaje —pregunté mientras cruzaban el umbral de mi habitación.
—La primera clase es siempre grata. —Alex me dio un largo abrazo al que le devolví agradecido por
su presencia.
—Gracias por venir, Mónica. —Su elegancia y belleza eran cualidades que la habían ayudado mucho
en su ascenso hacia el éxito, pero fue su inteligencia, su talento para encontrar campañas ganadoras lo
que le había dado cierta notoriedad en los Estados Unidos.
—Gracias por involucrarme.
Les expliqué a ambos cuál era mi plan. Alex sabía todo sobre la historia empresarial de mi padre, mi
familia, Charlie y su partida, pero me vi obligado a contarle todo a Mónica y mientras le hablaba de
cosas tan personales sobre mí, me di cuenta de que realmente había llegado a un punto sin retorno.
Me di cuenta de que todo había terminado entre Charlie y yo. Que nunca había ido hasta el final con
el divorcio porque todavía la amaba, porque quería que no me olvidara, que permaneciera siempre atada
a mí.
Pero ahora, mi única voluntad era hacerla desaparecer de mi cabeza.
Obviamente esto pasaría, pero después de que me diera algunas explicaciones.
—Jhon, el socio mas anciano, me llamó anoche y confirmó que Stefan anticipó su regreso un día, así
que el juego comienza hoy.
Alex no había mencionado el embarazo de Charlie, no me había hecho ninguna pregunta. Había
vivido el dolor de perder a una hija y sabía que no mencionarlo en esos momentos era respetar mi dolor.
Hablaríamos de ello a su debido tiempo.
Media hora después entramos en el despacho de Stefan, encontrándolo ahí, como ya nos habían
informado, sentado detrás del escritorio que anteriormente perteneció a su padre.
La oficina había sido modernizada, era la única habitación que había sufrido un cambio. En las
paredes ya no estaban las fotos que atestiguaban el éxito de su padre, sino que habían sido reemplazadas
por las suyas.
—No veía la hora de verte, Brian. ¿Trajiste a los perros guardianes? —comenzó a levantarse de la
silla, que pronto nunca volvería a ver.
Le dediqué una sonrisa que no podía considerarse como amistosa y comencé con las presentaciones.
Cuando llegó el turno de Mónica, la anuncié como futura directora ejecutiva, lo que le provocó una
expresión confusa y una pérdida momentánea del habla.
Aquel prolongado silencio fue música para mis oídos.
No duró mucho, ya que su risa resonó en la habitación.
—Inspirar la fantasías sexuales de los hombres de aquí sería lo único que lograría hacer, por lo
demás, nunca ha habido una administradora y nunca la habrá, al menos mientras esto sea mío.
—Puto sexista. —Escuché farfullar a Mónica. En los Estados Unidos, tal afirmación podría
desencadenar una demanda importante.
De hecho, a partir de hoy la empresa ya no será tuya. —La cabeza de Stefan se giró velozmente en mi
dirección.
—Tengo la mayoría, Brian. Tu mujercita amablemente me donó sus acciones.
Fue en ese momento que sonó el intercomunicador y la secretaria anunció a Stefan la llegada de su
hermana.
—Charlie y yo tenemos cosas de las que hablar. Cosas de familia ¿Entendéis? Así que por favor
dejadnos solos.
—Sin embargo pueden quedarse. —La voz de mi esposa llegó desde la puerta.
No la había visto ni sabido de ella desde que la dejé sola en casa y quería seguir sin verla.
No me giré. No la miré, pero escuché el sonido de los tacones de sus zapatos mientras entraba a la
oficina.
Cuando pasó el olor de su perfume cerca, de su piel, me cortó el aliento por un momento.
La vi moverse hacia el escritorio, sacar un sobre de su bolso y abrirlo. No podía entender lo que
estaba haciendo.
Se volvió y me entregó el sobre diciéndome que lo había olvidado en casa, no me lo llevé cuando fui
a buscar mis cosas. Charlie había firmado los papeles del divorcio, poniendo la fecha de un mes antes,
había querido así vengarse de su hermano y del daño que le había hecho. Si ella ponía una fecha después
de la venta de las acciones que él le había extorsionado, no tendría ningún valor. Ella había sido
inteligente, pero…
Había puesto fin a lo nuestro. Para siempre.
Ella lo había hecho, cuando se suponía que era mi turno hacerlo.
—Mantenedme al margen de vuestras cosas —proclamó antes de dirigirse a la salida.
Stefan corrió tras ella, pero lo agarré del brazo.
—Esta afrenta te costará caro.
Mi ex esposa salió y cerró la puerta tras de sí.
—No es culpa suya si tú te vas. Deberías haberte ido igual, Stefan. Me jodiste dos veces, pero ahora
es mi turno de joderte. Siéntate. —Le empujé y señalé el sofá detrás de él.
Alex me entregó la carpeta donde guardaba las pruebas y cuando la tomé las tiré a su lado.
Los ojos de Stefan se agrandaron cuando comenzó a leer. En aquellos papeles estaban todos los
millones de libras que se habían transferido a cuentas en el extranjero para escapar de las autoridades
fiscales. Había fotos de él con el administrador de Jhonson y sus conversaciones telefónicas sobre cómo
absorber las dos empresas en texto escrito.
—¡Maldito! Esto es chantaje, Brian. Yo podría…
—¿Qué Stefan? ¿Quieres llevarme a tribunales? No hay nada que me divierta más que estar frente a
un juez. Deberías saberlo. —Se quedó en silencio, evidentemente en crisis.
Sabía que estaba acorralado, al igual que sabía que saldría de aquí con las manos vacías.
—¿Qué quieres? ¿Qué quieres por tu silencio?
—Quiero que te vayas. Quiero que me vendas todas tus acciones a precio reducido. De esta manera tu
secreto estará seguro, de lo contrario tendré que reportarlo.
Stefan se puso de pie de repente trató de golpearme.
—¿Cómo diablos lo conseguiste? —¿Cómo diablos llegaste hasta ahí? —gritó mientras lo apoyaba
inmovilizado contra la pared.
—Me subestimaste, cuñadito. Arruinaste mi vida, la de tu hermana y la de alguien que aún no había
nacido, ahora pasaré la mía arruinando la tuya si no desapareces de inmediato. —Tan pronto como lo
solté, se derrumbó en el suelo.
—No te mereces esta empresa. Nunca quisiste ocuparte de ella. En cuanto a mi hermanastra,
deberías preguntarle a ella qué le pasó a vuestro hijo. —Sentí que mi mandíbula se apretaba, traté de
reprimir la ira, que solo me llevaría cometer movimientos incorrectos.
—Le mostraste a Charlie una verdad que no existía, todavía me pregunto cuánto y a quién le pagaste
para que tomaran esas fotos.
—No eres el único con trucos bajo la manga y de todos modos fue fácil engañar a mi hermana. Si
vuestra relación hubiera sido más fuerte, ella no me habría creído. Fallaste con ella, Brian. Has sido
egoísta, solo has pensado en ti y en tu carrera, dejando atrás a tu esposa. Fue tu culpa que vuestro
matrimonio terminara. —La tentación de matarlo con mis manos era incontenible, así que terminé la
conversación antes de cometer un crimen.
—Alex, dame el contrato de cesión. —Mi primo me entregó el papel, lo puse frente a Stefan y le
arrojé un bolígrafo.
—Firma. Y hazlo de forma legible. —Le temblaban las manos, pero no lo suficiente para que no
pudiera hacer lo que le pedí.
—Tienes un día para dejar el despacho.
—Me las pagaréis —susurró mientras se levantaba del suelo.
Me quedé mirándolo durante unos segundos, pero luego el instinto de golpearlo fue más fuerte que yo.
Le aticé un puñetazo en la cara, de seguro que al menos le rompí la nariz.
—Vamos —dije a Alex y a Mónica.
Salí de aquel infierno con mi objetivo logrado, pero con peso en el pecho.

CAPÍTULO 21


Charlotte


Dos años antes

La sangre goteaba entre mis piernas. El miedo se apoderó de mi estómago. Era entrada la noche,
los dolores se volvían cada vez más insoportables, más fuertes.
La cama a mi lado todavía estaba vacía. Brian aún no había regresado a casa o tal vez estaba
durmiendo en el sofá, como solía hacer durante el último mes.
Desde que Stefan me mostró esas fotos, lo había dejado fuera de mi vida. De mi corazón y de
nuestro dormitorio.
No quería un hombre así a mi lado. El hombre por el que había renunciado a mi carrera, a mi
libertad, a mis sueños.
Las lágrimas comenzaron a mojar mi rostro. Envolví mis brazos alrededor de mi cintura.
¿Qué le estaba pasando a mi bebé?
Por qué me sentía tan mal?
Anhelaba tanto un embarazo y había llegado in el momento equivocado. En el momento en el que
ya no quería un hijo. No su hijo al menos.
Agarré el teléfono que estaba en la mesita de noche. Había un mensaje de mi esposo anunciando
que pasaría la noche en la oficina para estudiar los documentos de una causa importante.
Entonces, estaba sola.
Sola y con dolor.
Marqué el número de mi hermano. Entre sollozos le rogué que viniera.
Me levanté y fui al baño. Luchaba por caminar y no dejaba de sangrar. Probablemente mi bebé ya
no estaba, probablemente estaba perdiéndolo.
Si hubiera ocurrido ¿me sentiría aliviada?
Ese interrogante me hizo sentir culpable.
Equivocada.
Cuando llegó mi hermano, me arrastré por llegar a la puerta y su imagen entrando fue la última
que vi antes de desmayarme.
Abrí los ojos acompañada de un intermitente ruido que resonaba en mis oídos.
El techo blanco y la aguja clavada en mi brazo me dieron una idea de la triste situación en la que
me encontraba.
Los dolores habían desaparecido. Ya no sentía nada.
Traté de sentarme.
—Charlotte, así se te puede soltar el goteo. —Vi a Stefan sentado en la silla a unos metros de mi
cama.
Era de día. Los rayos del sol entraban por las polvorientas ventanas y se estrellaban contra el
aséptico suelo blanco.
—¿Qué me pasó?
—Un desprendimiento de placenta. El bebé está bien, pero tienes que quedarte en la cama y
descansar hasta que nazca. —En ese momento entré en pánico.
A los veintidós años mi vida era destruida.
—¿Dónde estoy?
—En una clínica en las afueras de Londres. Un lugar donde tienes la libertad de elegir… —Se
levantó de su silla y se acercó.
Tomó mi mano y la apretó entre las suyas, frías.
—Quiero hablar con un médico —dije asustada ante sus enigmáticos ojos negros.
—Como tu prefieras. Mejor que sea él que te cuente tu situación.

Me dejó sola, a merced de mis emociones. De mis dudas.
Para mi alivio, fue una mujer la que se presentó como doctora. Estaba feliz, sería más fácil hablar
de ello.
—Soy la doctora Moore. ¿Cómo estás?
—Creo que bien.
—Tu placenta está muy débil y también necesitamos mantener la presión arterial bajo control, que
tiende a subir. No será un embarazo fácil, pero podremos llevarlo a término. —La médico me sonrió
tratando de tranquilizarme, pero yo no quería tranquilizarme, quería sentirme bien. No quería tener
esta responsabilidad sobre mí. Quería vivir mi vida de manera diferente.
—¿Cuánto riesgo hay para mí y para el bebé?
—Elevado, si no seguimos un protocolo rígido.
—Stefan me dijo que tengo una opción. ¿Qué significa eso?
El rostro de la mujer se puso triste
Era del aborto de lo que estaba hablando.
Esa era la alternativa.
¿Un camino que tendría el valor de tomar?


Me senté en un rincón fuera de la oficina de Brian esperando a que llegara. Tenía que hablar con él.
Quería explicarle todo. Contarle todo. Confesarle el motivo por el que me había ido.
Quería que entendiera mi decisión, que supiera cuánto me había hundido y cuánto me había usurpado
cada gramo de amor.
Sabía que iba a encontrarme con su odio eterno, pero prefería que me odiara por una razón real y no
por algo que se había materializado en su cabeza.
Escuché pasos concisos por el largo pasillo. Metí las manos en mis jeans, si en ese momento hubiera
podido elegir qué ser, hubiera elegido convertirme en un pequeño insecto volátil y huir sin ser visto.
Escuché su voz, junto con la de Alex. Sus tonos eran serios, pero las voces parecían tranquilas.
Probablemente noquearon a mi hermano y esperaba que eso fuera suficiente para volverlo más dócil
cuando supiera mi historia. Nuestra historia.
Cuando vi su figura, me alejé de la pared donde estaba apoyada. Él estaba de espaldas, pero como si
hubiera notado mi presencia, se volvió hacia mí.
Nuestros ojos se encontraron. Sus ojos eran dos lagos de hielo azul, su piel sin barba le daba un
aspecto real y hermoso que te dejaba sin aliento.
Envidiaba a la mujer que lo amaría y me odiaba a mí misma por perderlo.
Hubo un breve silencio, luego fue él quien rompió la calma antes de la tormenta.
—Nos vemos en la sala de reuniones. —Alex y la mujer que estaba con ellos intercambiaron una
señal afirmativa.
Brian entró en su oficina sin decir una palabra y aunque no estaba muy convencida, lo seguí.
No lo estaba entendiendo en ese momento. Habíamos pasado algunos momentos íntimos juntos y
aunque ya le había anunciado que iba a poner fin a nuestra aventura para siempre, no pareció estar
enojado en aquel momento.
No entendía por qué parecía estarlo ahora.
Cerré la puerta detrás de mí. Brian miraba por la ventana, tenía las manos en los bolsillos de sus
elegantes pantalones azul oscuro y miraba hacia afuera.
—Ahora todo ha terminado —dije con voz débil, pero el eco que le siguió pareció un grito.
Hacía frío en esa habitación o era yo quien sentía la actitud fría de mi ex marido.
Él no respondió. Al menos no de inmediato y no con palabras.
Todo sucedió rápidamente. Se volvió hacia mí. Mis piernas se entrelazaron con su cintura y mi
espalda se apretó entre la puerta y él.
Su boca viajaba bruscamente por mi cuello.
Me aferré a él con todo mi ser. Con todo mi corazón. Con toda la intención de tatuarlo en mi cuerpo.
Me aferré a su cabello y alcancé su boca, pero Brian desvió mis besos, desabotonó mis jeans, dejó
que mis piernas tocaran el piso y me los quitó alejándose unos centímetros de distancia. Miró mi cuerpo
como el lobo miraría a Caperucita Roja. Me comía con los ojos y eso fue suficiente para aumentar cada
chispa de excitación.
Volvió sobre mí y después de desabrocharse los pantalones también se metió dentro de mí con un solo
empujón.
Fue rápido, duro, atormentado, amado, deseado.
Fueron mil sensaciones contenidas en pocos minutos.
Nuestros orgasmos florecieron juntos mientras nos manteníamos unidos después de que la pasión nos
hubo abandonado.
Fue él quien se desprendió a los pocos minutos. No me miró cuando lo hizo, solo se abrochó los
pantalones y se pasó las manos por el pelo.
En esos momentos me sentí confundida, triste, abandonada.
¿Dónde estaba el hombre que había hecho el amor conmigo dos días antes?

Estaba claro que había atracción entre nosotros, como estaba claro que nunca tendría más.
Yo también me vestí y cuando terminé guardé silencio. No sabía que decir. Cómo empezar un tema
que nos mataría a ambos.
Pero no tuve tiempo de buscar las palabras correctas, cuando un montón de papeles fue arrojado a
mis pies.
Una mirada a aquellas fotos fue suficiente. A ese nombre. El nombre donde me despedí de mi bebé.
Sentí temblar la tierra bajo mis pies. El aire comenzaba a fallarme. Me apoyé en esa misma puerta,
donde poco antes había amado al hombre al que había traicionado en el pasado. A quien había mentido.
—¡Contéstame a esta pregunta, Charlotte! ¿Mataste a mi hijo? —No pensé que mi corazón pudiera
romperse más de lo que ya estaba, pero realmente así lo sentí, un crujido que casi me tira al suelo.
—Responde —gritó volviéndose hacia mí.
—Quería decírtelo. Hoy quería contarte todo… —Me eché a llorar y desde ese momento se hizo más
difícil encontrar las palabras, formular pensamientos.
—¿Querías decírmelo hoy? —Joder, ¿querías decírmelo hoy? Han pasado dos putos años. Dos años
en los que nunca supe que estuviste embarazada. Dos años tratando de averiguar por qué te fuiste. Dos
años siguiendo amándote, ignorando el hecho de que eres una mentirosa. Dos años sin saber que te
deshiciste de una parte de mí. ¿Por qué Charlotte? ¿Solo dime por qué? —No pude mirarlo, pero sus
palabras de ira se convirtieron en dolor.
—No puedo hacerlo, Brian. Así no. No de esta manera.
—No habrá otra manera, porque a partir de ahora no querré volver a verte. Desaparecerás de mi vida
para siempre y dejaré de amarte mientras viva. Solo quiero decirte esto, cualquiera que fuera el motivo,
tenías que decírmelo, tenía derecho a saberlo. Yo era su padre y si tú… si no lo querías, yo me hubiese
ocupado de ello. Yo me habría encargado de él. Lo habría criado y amado. Hubiera sido un buen padre.
—En ese momento lo miré, sus ojos brillaban, su rostro era una máscara de sufrimiento.
¿Podría olvidarme de todo esto?
¿Podría perdonarme a mí misma de todo esto?
Di un paso hacia él. Quería tocarlo. Explicarme. Quería poder contarle todo.
—No te acerques. No lo hagas, no estoy seguro de cómo podría reaccionar —ordenó antes de darme
la espalda de nuevo.
—Siento haberte mentido. No habértelo contado. No fue una elección fácil para mí, Brian. Yo sufrí.
No sabes cuánto sufrí…
—¿Tú has sufrido? No conoces el verdadero significado de esa palabra. Vete Charlotte, ahora.
—Por favor, Brian. Por favor, escúchame… —Las lágrimas ahora nublaban mi visión. No me había
sentido tan mal desde aquel maldito día.
—Fuera de aquí, Charlotte, fuera de mi vida para siempre. —Retrocedí unos pasos. Sabía que la
revelación de esa verdad nos llevaría a una confrontación, y si pensaba que estaba preparada, estaba
equivocada.
Sin embargo, hice lo que me dijo. Corrí hacia la puerta y salí de la habitación.
Lo dejé y esta vez no por mi voluntad.
CAPÍTULO 22


Brian


El cielo gris de Londres se reflejaba en las aguas del Támesis. Las luces de los rascacielos
londinenses aparecían difusas por la niebla que se cernía sobre la ciudad.
Nada había cambiado desde que me fui, aunque todo en mi vida había cambiado.
Me di cuenta de que ya no tenía familia, por elección propia o por los hechos que habían sucedido,
había estado sola en esta metrópolis, que había sido mi hogar durante casi veinticinco años.
Seguí caminando por el río con la cabeza plagada de preguntas sin respuesta. Preguntas de las que no
quería respuesta.
Había salvado la empresa de mi padre y esto ya aliviaba mi sentimiento de culpa, por haberla
abandonado durante tanto tiempo.
Mónica había accedido a administrarla hasta que eligiéramos a un nuevo director ejecutivo y
encontráramos a alguien en quien confiar por completo.
Pero, ¿volvería a confiar en alguien?
La sorpresa que mi esposa me tenía reservada me había aniquilado, si antes aún podía vislumbrar
algo bueno en las personas, a pesar de todo, ahora esa perspectiva se desvanecía por completo.
Me detuve a unos metros del Tower Bridge.
Por primera vez en mi vida, no sabía cómo manejar una situación.
Lo que sentía por mi esposa era demasiado fuerte para tenerlo encerrado. Era una guerra entre las
fuerzas del bien y del mal.
Cuando apareció en la oficina de mi padre quise poseerla por última vez, sin dejarla hablar, sin
dejarla respirar.
Quería saborear a la mujer que conocía desde hacía más de diez años y de la que estaba seguro nunca
cometería un acto tan mezquino.
Luego, cuando todo terminó, la realidad se mostraba frente a mí.
Realmente lo había hecho.
Había interrumpido una vida.
Joder, no podía pensar en eso.
No quería creerlo.
Quería destruirla por cualquier medio que tuviera a mi disposición, pero la había dejado ir, esperaba
que fuera el tiempo en darle lo que se merecía.
Saqué de mi bolsillo la pequeña alianza que habíamos intercambiado la tarde que estuvimos en el
registro civil validando nuestra boda en Las Vegas y la arrojé al río. La corriente se la llevó, muy lejos.
Era una parte de la vida que se iba. Un pedazo de mí que estaba perdiendo para siempre.
Ahora toda mi vida estaba en el fondo del Támesis.
Estaba caminando de regreso cuando escuché sonar el teléfono. Lo tomé y leí el nombre de Alex.
—Diga.
—He conseguido dos asientos en primera clase para mañana. ¿Estás seguro de que quieres salir tan
temprano?
—Ya tomé mi decisión, Alex. Adelante.
—Brian, ¿estás bien?
¡No! No estoy bien. Pero no puedo cambiar una situación que no puede cambiarse. No puedo hacer
un carajo para estar bien, sino ir hacia adelante y esta vez, olvidar de verdad.
—Estoy bien, nos vemos en el hotel.
Regresaría a Londres con bastante frecuencia como para odiar esta ciudad más de lo que ya la
odiaba. Pero había prometido ocuparme de la empresa de mi padre y cumpliría mi palabra.
Me dirigí a la calle que me llevaba de regreso al hotel.
Mañana aterrizaría en casa.
O a la que se convertiría en mi único hogar.

CAPÍTULO 23


Charlotte


Pasé la noche más terrible en años. Me había visto obligada a contactar con la doctora que me había
seguido durante todo el año de rehabilitación y no ceder a los pensamientos obsesivos que me devoraban
la mente.
Me había convertido en una mujer fuerte.
Siempre me lo repetía. Llevaba una gran cicatriz que nadie podía ver, pero que no podía ocultar a mí
misma.
Hablando con ella logré vislumbrar un rayo de racionalidad.
Bueno, Brian lo sabía. Lo peor había pasado. Habíamos decidido poner fin a nuestro matrimonio para
siempre y por eso, nada cambiaría en mi vida.
Entonces, ¿por qué me sentía tan mal?
¿No era suficiente el dolor que cargaba por haber elegido el camino que me pareció el correcto en
aquel momento?
Pero, ¿cómo pude pensar qué solo ese camino era el correcto?
Nunca lo había creído, pero me lo había ocultado a mí misma.
Los ojos de Brian, aquellos ojos azules que me miraban con el dolor de un padre que nunca conocería
a su hijo, habían golpeado mi alma, destruyéndola para siempre.
Llegaron los primeros hilos de luz, señal de que la noche estaba dando paso al día, para atormentar
mis ojos hinchados y cansados.
Era el amanecer de un nuevo día.
De una nueva vida.
Al menos eso era lo que yo creía, antes de recibir el golpe que me dejara completamente por los
suelos.
El teléfono comenzó a sonar repetidamente, a medida que los eventos se desarrollaban con velocidad.
La llamada telefónica de Ab.
Los titulares en los periódicos.
Las mil llamadas de mi agente.
Mi hermano lo había hecho.
Se había vengado.
Había vendido mi historia a los periódicos.
Había perdido a mi bebé, Brian y todo lo que había construido para mantenerme a flote y no
hundirme.

CAPÍTULO 24


Brian


Un mes después


Terminé la exposición mostrando evidencias abrumadoras hacia la defensa y cuando llegó el
veredicto, nuestra victoria estaba clara.
Salí del juzgado con Alexander y como en cualquier juicio que captaba el interés de los medios, nos
encontramos a la salida un grupo de periodistas hambrientos de exclusividad.
Pasé junto a ellos sin detenerme en las voces y preguntas que gritaban. No necesitaba publicidad,
visibilidad, ya sabían mi nombre y lo temían.
Subimos al coche y nos incorporamos al tráfico de Nueva York. Había sido una semana difícil en un
mes igualmente difícil.
Había dejado a un lado mi vida privada y me dediqué exclusivamente al trabajo.
Incluso había evitado las llamadas telefónicas de Shein. No es que no pensara ser un cabrón por
hacerlo, éramos amigos después de todo, pero no quería mujeres en mi vida.
No ahora al menos.
—Tanjia me dijo que te recordara que su cena de cumpleaños es esta noche. ¡Tú sabes cómo es! No
acepta excusas. —Sonreí mientras reducía la velocidad.
—La estás malcriando demasiado, amigo. —La pareja de Alex no había tenido una vida fácil,
aparentemente parecía una de esas mujeres acostumbrada a los placeres materiales, pero en realidad
había tenido más agallas que cualquiera que hubiera conocido en toda mi vida.
—Siempre lo ha sido —dijo con una nota de dulzura.
Continuamos el viaje en silencio hasta nuestra oficina.
El día transcurrió entre trámites y correos electrónicos que contestar.
A las seis de la tarde decidí marcharme a casa.
Entrenaba en el gimnasio, si antes me bastaba una vez al día, ahora para liberar la tensión necesitaba
hacerlo el mayor tiempo posible.
Pensaba en Charlotte más tiempo del que quería. Pensé en cómo estaría después de que la historia de
su aborto llegara a las páginas de los tabloides.
Desafortunadamente, no pude evitar saberlo, pues estaba prácticamente por todas partes. La
condenaban y buscaban al padre del niño.
No obstante, aunque el deseo de localizar al hijo de puta de su hermano había sido grande, no lo hice,
él también habría obtenido lo que se merecía y básicamente, la opinión pública pronto se olvidaría del
pecado de mi ex esposa.
Hasta donde yo sabía, ella estaba de vuelta por las pasarelas más importantes del mundo.
Dejé las pesas en el suelo y fui a darme una ducha.
A las ocho en punto estaba frente a la casa de Alex. Realmente no tenía muchas ganas de festejar, pero
le debía a mi primo mucho más que una falsa sonrisa y compañía, así que haría una excepción aquella
noche.
—Brian, ¿Has venido? —Tanjia me abrazó tan pronto como me vio. Le correspondí y le entregué un
pequeño paquete que contenía mi regalo.
—Ve al porche, los hombres están ocupados con bistecs. —Alex y Tanjia se habían mudado a
Tribeca, un barrio neoyorquino muy tranquilo y adecuado para familias con niños.
Hice lo que me dijo pero en cuanto puse un pie en la terraza me llamó la atención Isabel y Daniel
jugando sentados en el suelo. No pude evitar pensar que mi hijo podría estar con ellos.
La posibilidad de que pudiera convertirme en padre era una obsesión que nunca me había
abandonado.
Me detuve para mirarlos más de lo debido, lo suficiente para llamar la atención de Tanjia.
—Pensé que tal vez podrías ayudarme en la cocina. ¿Quieres? —Tanjia colocó unos tomates en la
mesada y me entregó un cuchillo.
—Sabes cómo cortarlos, ¿verdad? —Se burló.
—Soy un hombre de recursos —respondí comenzando a cortarlos.
—Brian… —exclamó en tono serio.
—Huelo a opinión femenina. Te dejaré hacerlo porque hoy es tu cumpleaños. —Sonrió y sus
pequeñas arrugas alrededor de los ojos, señal de tanto sufrimiento, se hicieron más evidentes.
—Alex me lo contó todo y pareces más muerto que vivo desde que regresaste. ¿No crees que es hora
de cortarla?
—Esa es mi intención —respondí en voz baja.
—No lo estás haciendo bien —me regañó.
—¿Y cuál sería la forma correcta? Ilumíname. —¡Qué carajo!
—La forma correcta sería perdonarla y hacer lo que realmente quieres, estar con ella porque la amas.
—Apreté el mango del cuchillo.
La amo y me odio por ello.
—Cada vez que pienso en ella, la imagen de lo que hizo es lo primero que veo —admití por primera
vez en voz alta.
—Eso es lo que quieres ver. ¿Has intentado imaginar cómo se siente? ¿Has intentado pensar en lo que
significa para una mujer llevar este flagelo toda su vida? ¿Has pensado en cómo vive cada día con el
remordimiento de no poder cambiar el pasado? Se equivocó, Brian, lo sé, pero la vida está compuesta de
errores más o menos graves y no podemos señalar con el dedo a una chica que se ha enfrentado sola a una
situación tan complicada y que llevará consigo de por vida. Ese ya es un castigo más severo de lo que
piensas.
—¿Y la confianza? ¿Dónde quedó la confianza cuando fue a esa clínica sin mi conocimiento? ¿Dónde
estaba la confianza cuando se enteró de que estaba esperando a mi hijo? ¿Cómo puedo confiar en ella en
el futuro?
Siempre que aún me quiera.
—¿Dónde estabas cuando su cuerpo estaba empezando a cambiar? ¿Dónde estabas cuando te
necesitó? ¿Dónde estabas cuando las cosas empezaban a ir mal?
Ella me echó de su vida y yo… no hice nada por volver.
Míranos a mí y a Alex. Él me perdonó. ¿Aún quieres ser feliz? ¡Ve con ella! Habla con ella.
Escúchala. Entiéndela. No olvidaréis nada de esta historia, pero podéis recordarla juntos, sufrir juntos y
ayudarse mutuamente. Eso lo hará más fácil.
—Ni siquiera sé dónde está Se fue de nuestra casa respetando el tiempo que le di para buscar otro
alojamiento. Probablemente no querrá volver a verme.
—Yo sé donde está. —Tanjia dejó el cuchillo con el que estaba cortando queso, se lavó las manos y
agarró una revista de un estante.
—¡Esta aquí! En Nueva York. —Hojeó las páginas y su imagen apareció junto a un artículo de un
desfile que se llevaba a cabo esta semana.
—No creo que sea una buena idea —dije mientras dejaba de mirar las fotos.
—El desfile será en tres días, el lugar donde se llevará a cabo solo lo conocerán los invitados
favoritos, pero creo que tú tienes el conocimiento suficiente para poder averiguarlo. Buena suerte, Brian.
—Me guiñó un ojo, agarró el cuenco lleno de queso y se dispuso a unirse a los demás.
Sus palabras me habían desestabilizado. Después de todo, también había pensado en esta opción, a
veces, solo por unos minutos. Los minutos en los que decidía que quería estar bien.
Agarré el teléfono e hice una llamada, la que debería haber hecho hacía dos años y no hice.
Y en aquella llamada telefónica encontré la verdad, la Dra. Moore me lo contó todo.
Y no la había dejado hablar. La había juzgado. Ofendido. Sacada de mi vida y privada de su
dignidad.
Probablemente no querría volver a verme, pero tenía que intentarlo.
Tenía que recuperar mi oxígeno.


CAPÍTULO 25


Charlotte


—Te arreglo yo el pelo. —Ab lo colocó en una coleta sujetando mi cabeza.
—¿Estás mejor? —preguntó sentada a mi lado en el lujoso piso de Cipriani en la calle 42, donde
transcurría el desfile.
—Sí —respondí apoyando mi cabeza en su hombro.
—Llevamos esperando este día desde hace años y mira cómo estoy.
—Nada que un poco de maquillaje no pueda arreglar.
—Tengo miedo, Ab —confesé.
—¡Lo sé! Todo irá bien. Estaré contigo. —Acarició mi rostro y dejó escapar un profundo suspiro.
Había sido un mes difícil, con muchos cambios, de peleas con los paparazzi y enemigos. Luchas
contra mí misma y los sentimientos de culpa, pero aquella noticia me había devuelto las esperanzas, él
tendría su final feliz, yo, no lo sé.
—Claro que lo harás. Iremos a buscarle después del desfile.
—Él me odia. —No sabía cómo se lo iba a decir y qué reacción tendría, pero esperaba que esto fuera
suficiente para permitirme volver a entrar en su vida.
Que pudiera recompensarle.
—Oye, deja de sentir lástima por ti misma. Eres una mujer fuerte y valiente. Tienes que sacar tu
carácter.
—Tienes razón. Pero ahora aléjate si no quieres que te vomite encima. —La escuché reír cuando me
invadieron las arcadas.

—Vamos chicas, pasemos al maquillaje. Rápido. —Detrás de escena reinaba un caos absoluto. Las
chicas acabábamos de terminar el último ensayo y el desfile comenzaría en unas horas. Me senté frente al
tocador esperando que se acercara la maquilladora.
—La audiencia con tu hermano tendrá lugar en quince días. —Jason se materializó frente a mí
leyendo algo de su teléfono.
—¡Tenías que decírmelo justo ahora! —exclamé molesta.
—Cariño, le patearemos el trasero a tu hermano por ponerte en esa situación. —Asentí con la cabeza
y me miré en el espejo. No había nada que deseara más que hacerle pagar por ello.
Mi cara sosa estaba marcada por noches de insomnio y círculos oscuros rodeaban mis ojos. La
maquilladora tendría que hacer un gran trabajo para dejarme en condiciones, al menos.
Jason se alejó después de darme la noticia mientras por el reflejo vi a una chica detrás de mí, con el
pelo rojo y una cara magnífica. Su rostro me era familiar, la había visto en los ensayos, pero no era un
Ángel.
—Hola —comentó moviéndose a mi lado—. Soy Shein. Alguien me dijo que te dejara esto. —Me
entregó una nota que tomé con poco interés. Recibía cientos de ellas y ya podía imaginar lo que estaba
escrito en ella.
—Debes leerlo. Alguien importante te lo envía.
—Gracias —dije en un tono quizás, demasiado grosero y con una tenaza que apretaba mi estómago.
—No me iré hasta que lo abras. Esa fue la orden. —Me guiñó un ojo y se echó a reír. Su risa genuina
me transmitió buen humor y me sentí culpable por tratarla mal.
Lentamente abrí el sobre y saqué la tarjeta.
Inmediatamente reconocí su letra redonda y elegante.
Mis manos comenzaron a temblar mientras leía aquellas palabras.

Probablemente no querrás volver a verme.
También lo creía de ti, luego pensé en tus ojos, cuando te encontré en aquel jardín, asustada
porque estabas perdida y los imaginé en la mujer en la que te convertiste y el miedo que pasaste
cuando te arrancaron la mayor alegría de una mujer. Me preguntaba por qué? Me lo he preguntado
tantas veces que me obsesiona, pero lo entendí, una llamada a la clínica fue suficiente. Estabas
perdida y yo no estaba ahí. No estaba ahí para apoyarte. Para lograr que encontraras el camino
apropiado.
No es culpa tuya, pero es culpa nuestra.
Mía y tuya.
Estoy en el bar esperándote y espero que esta vez sea tu corazón que te muestre el camino de
regreso a casa.
Brian.

Me limpié los ojos con la palma de la mano. Brian ahora sabía que había tenido un aborto
espontáneo.
—Gracias —susurré a Shein.
—Eres una mujer afortunada —dijo antes de alejarse.
Volví a leer aquellas pocas palabras.
Justas.
Perfectas.
Capaz de aliviar la carga de un corazón roto.
Brian sabía cómo hacerme feliz, siempre lo hizo y lo amaba mucho.
Me levanté de la silla justo cuando se acercaba la maquilladora.
—Ahora no. Yo no puedo. —Pasé junto a ella sin esperar a que me contestara.
Había trabajado para este desfile durante dos largos años y ahora estaba a punto de arruinarlo todo.
Pero ¿qué me importaba? En el fondo, lo que realmente quería era a mi hombre y mi futuro junto a él.
Llevaba solo una bata de seda blanca, pero no tenía tiempo de cambiarme. Salí corriendo, crucé el
vestíbulo abarrotado y entré al área que me indicó Brian.
No fue difícil encontrarlo, su altura se destacaba mientras estaba en el mostrador bebiendo su
habitual vaso de whisky.
Verlo ahora ya no dolía.
Con cada paso que daba hacia él, sentía una grieta cerrarse en mi pecho.
Verlo ahora me recordaba lo hermosa que era la felicidad, la vida, los sentimientos y las sensaciones.
Sus ojos celestes me encontraron. Lo que leí en ellos era la misma felicidad que flotaba en los míos.
Habíamos estado perdidos, durante mucho, mucho tiempo, pero no era demasiado tarde para
reencontrarnos y esta vez, habría sido para siempre, porque después de todo nos perteneceríamos una y
otra vez.
EPÍLOGO


Brian


Tres años después

—Una vez fuimos tres solteros hambrientos de sexo. —Simon descorchó una cerveza y me la entregó.
La agarré tomando un sorbo y disfrutando del sabor fresco de la bebida.
—Eso fue hace mucho tiempo. —Escuché responder a Alejandro. Estábamos sentados en un
chiringuito en Santa Mónica, Los Ángeles, el sol se estaba poniendo, los niños seguían jugando en la
orilla con nuestras mujeres.
—Nunca he sido un mujeriego como vosotros dos —admití mientras disfrutaba de la vista.
La vista, por supuesto, era mi esposa y mi hija.
—¿Nunca fuiste tan fascinante como nosotros, quieres decir? — se burló Simon. Sonreí ante su
declaración. No tenía idea de cuántas veces había dicho no.
—Cuando conocí a Melinda, mi mundo se estaba desmoronando. Quién hubiera pensado que en
cambio, fuera el comienzo de una maravillosa historia de amor. —Vi como sus ojos buscaban a su
esposa.
Seguí su mirada y la vi jugando con Daniel mientras salpicaban agua.
Se casaron tan pronto como se divorció de su primera esposa. Melinda era diez años más joven que
él, pero era mucho más madura que Simon, eso estaba claro y me lo guardaba para mí.
—Estoy contento de haber colgado los hábitos y dedicarme solo a ella —admitió sin dejar de
mirarlos.
—Ciertamente no puedo decir que mi relación con Tanjia fuera fácil. Era la mujer más consentida y
enigmática que jamás había conocido. Nunca nos habríamos elegido uno al otro, pero fue el destino el
que nos eligió —pronunció Alex.
Ninguno de los tres habíamos recibido ningún beneficio de la vida. Habíamos viajado kilómetros,
infringido leyes, empuñado armas para recuperar lo que era nuestro y defenderíamos lo que nos
pertenecía con la misma vida.
Volví a mirar a Charlotte. Su vientre estaba creciendo de nuevo. Otra vida estaba a punto de llegar al
mundo.
Me enteré de su embarazo justo después del desfile cuando fui a verla, con la esperanza de que
pudiéramos empezar de nuevo.
—Te tengo una sorpresa —dijo después de que hicimos el amor en el baño de su camerino.
Tomó mi mano y la puso sobre su vientre.
—Te lo habría dicho aunque no hubieras venido hoy. —se apresuró a declarar.
No tenía ninguna duda. No tenía más dudas de ella, pero necesitaba aclarar algo antes de permitirle a
mi corazón que se llenara de felicidad por la noticia.
—Cualquier sospecha o malentendido que tengas durante nuestra vida juntos ¿me prometes que
siempre me lo contarás?
— Te lo prometo, Brian. No cometeré el mismo error. —En ese momento la besé trasportándola en un
torbellino de pasión que solo ella podía apaciguar.
No había salido más de Nueva York desde aquel día.
Había seguido desfilando, haciendo sesiones de fotos, pero fue después del nacimiento de Ariel que
decidió que era hora de crear algo propio.
Junto a Abigail, abrieron su propia agencia de moda y en menos de un año se habían convertido en
una importante marca representativa de modelos emergentes.
—Ahora nos espera un nuevo desafío, queridos. —Siempre era la voz de Simon la que perturbaba
mis pensamientos.
—Mirad allí —señaló a nuestros hijos.
Alexander y yo intercambiamos una mirada divertida.
—Un neoyorquino, una mejicana y una londinense. Nos harán salir canas.
—Mi hija no verá a chicos hasta la universidad —dijo Alexander con firmeza.
Me eché a reír.
—Ellos son nuestro futuro Alex. Heredarán lo que dejemos —continuó Simon.
—¿Sabéis lo que os digo? Que me voy con ellos. —Me levanté y caminé hacia sus risas.
Tan pronto como Ariel me vio, se acercó a mí. Tenía ojos verdes y el cabello rubio de su madre.
La levanté y la balanceé en el aire disfrutando de su alegría.
Pronto mis socios también se unieron a nosotros.
Éramos una gran familia y nuestros hijos vivirían como hermanos y aunque el tiempo aún quedaba por
pasar, Simon tenía razón, tarde o temprano ellos crecerían, irían a la universidad y nosotros tendríamos el
pelo blanco.
Pero lo pensaría más tarde, ahora quería disfrutar del presente.
El único período de tiempo que realmente nos pertenecía.
Agradecimientos


Un agradecimiento especial a todas las lectoras españolas.
¡Gracias por vuestra fantástica bienvenida!
Gracias a Paco y Laura de la ElleBi translations. Gracias a las bloggers por su apoyo. Espero que
disfrutéis la historia de Brian.
Hasta la próxima.
Lia
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
EPÍLOGO
Agradecimientos

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