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9 GEOGRAFIA POLITICA Joan Nogué Universidad de Girona, Espafia Estado, nacién y ugar son y han sido temas fundamentales en la historia de la geogratia polit- a, aunque su peso ha variado en funcién de los diferentes contextos nacionales e histéricos. EL presente capitulo analiza el papel que dichos temas —y otros que de ellos derivan, como el nacionalismo, el paisaje como elemento identitario la alteridad o la dialéctica local/global— tienen en la geografia politica contemporsnea, no sin antes rastrear sus orfgenes més inmedia- tos. Para ello se ha divido el capitulo en cuatro subapartados: en el primero se esbova una pequefia historia de la geografia politica contempordnea; en el segundo se incide en la dimen- sion terztorial de los nacionalismos y en la aportacién de la geografia politica al estudio de los :ismos; en el tercer subapartado se analiza la tensiGn dialéctica entre lo local ylo global desen- ccadenada por los actuales procesos de globalizacién yen cémo el enloque geogralico aporta, novedosas interpretaciones del mismo; finalmente, en el cuatto y ultimo subapartado se co- ‘mentan las nuevas perspectivas en geogratia poltica a ratz de sus més recientes aportaciones. 1. Evolucién de la geograt politica A pesar de que a lo largo del texto se concebiré la geografia politica de una manera mucho ‘mas amplia yrica, tradicionalmente ésta ha sido definida como el estudio de las relaciones centte los factores geogréficos (fisicos y humanos) y los fendmenos y las entidades politicas (Sanguin, 1981). La geograla politica convencional se ha interesado siempre por la distribu cid ylas consecuencias espaciales de los procesos y de los fenémenos politicos. La sociolo- afa y las ciencias polticas se interesan también por los procesos y las entidades politicas, pero lo que caracteriza ala geograffa ya distingue de las demas ciencias sociales es precisa ‘mente st perspectiva espacial, con todo lo que la adopeidn de ésta coalleva. Hasta hace poco, la eografia politica se habia centrado casi exchusivamente en la figu> ra del Estado. Se trata de una lejana tradicién iniciada en el siglo pasado por Friedrich Ratvel, un gedgrafo considerado por lo general como el padre de la geografia politica. En efecto, en su Geografia politica, Ratzel (1897) identifica la geografia politica con el estudio de Inestructura territorial del Estado La obra de Ratzel es indisociable de su contexto desde muchos puntos de vista, empe- zando por el entomo intelectual. En él influyen Humboldt y Ritter y sus més directos maes- ‘wos Oskar Peschel y Ernst Haeckel (Capel, 1981; Raffestin, 1995), quienes le aportan inter- 202 “TRAADO DE GEOGRAFIA HUMANA Geogratia politica pretaciones de la relacién entre el teritorio y el Estado y, principalmente, de las teorfas de Charles Darwin aplicadas a la sociedad (el «darwinismo social» en la Iinea de Lamarck y Spencer). De estas influencias, que Ratzel profundiza, resultan conceptos basicos de su geo- ‘graffa politica, empezando por el Lebensraum (el espacio vital), que ser uno de sus principa les legadas. Estos referentes sittian a Ratzel dentro del positivismo; de hecho, su obra es bésicamente un intento de dotar de base cientilica —teorfa, leyes, previsibiidad— al com. portamento espacial de las sociedades y de los cuerpos politicos. Son también evidentes en elpensamiento ratzeliano las influencias de la filosoffa alemana, en especial el idealismo de Hegel yla interpretacién hist6rica del pueblo aleman de Herder ‘La obra de Ratzel se puede sintetizar en el trinomio Estado-posicién-dindmica. Toda la teorfa ratzeliana parte y desemboea en el Estado, un Estado sintesis y producto de la socie dad, de carécter hegeliano, que trasciende sus aspectos meramente legales. Pero un Estado ‘que tiene como componente fundamental el suelo o, si se quiere, el espacio, Ello no signifiea tinicamente extensidn espacial, sino también, y sobre todo, la relacién entre el espacio y la sociedad que alberga. Desde Ratzel y casi hasta la actualidad, el Estado ha constituido el principal objeto de estudio de Ia geogratia politica. De hecho, el asunto no se ha agotado y todavia siguen apareciendo muchos tratados de geografia politica —algunos bastante innovadares—cen- trados directa o indirectamente en el Estado (Anderson, 1986; Bidart, 1991; Dommen y Hein, 1986; Foucher, 1988; Hoerer, 1996; Nogué y Vicente, 2001; Williams, 1993; Wilson y Donnan, 1998). Fstrechamente vinculados con el Estado encontramos los grandes temas ‘gue hasta hace poco estructuraban la mayoria de manuales de geoprafia politica y, tam- Dién, la investigacidn en este campo: la evolucién y modificaciGn del mapa politico del mundo, procesos de integracién y desintegracién, el papel de las fronteras estatales, la ‘gcografia de las relaciones internacionales, la estructura interna del Estado a partir de su organizacién en diferentes unidades politico-ternitoriales, Ia dimensién termitorial de la administraci6n pablica, politicas de planificacién territorial y de desarrollo regional y el amplio campo de la geografia electoral (los procesos electorales, factores espaciales que influyen en el comportamiento electoral, andlisis espacial de los resultados electorales, delimitacién de las eircunscripeiones electorales y su efecto sabre los resultados) La geografia politica no ha abandonado, ni mucho menos, los andliss de diferentes as: ppectos de las relaciones internacionales contemporaneas, basados atin en el Estado, El propio Peter Taylor (1994) titula explicitamente uno de sus principales libros Geografia polities. Eco- noma mundo, Estado-naci6n y localidad, aunque en él se supera fa imitacidn dela centralidad del Bstado hasta legar a una definicién de la disciplina mas amplia, cuyo objeto serfa el estu- dio de ela division del espacio global por las instituciones» (Agnew y Corbridge, 1995: 4), Asi pues, nadie puede negar que el Fstado es uno de los espacios politicamente organi zados més interesantes y més influyentes de los dos ttimos siglos. Pero no es el nico, ni tampoco es la tnica expresién tervitorial de los fenémenos politicos. Consciente de ello, la ‘geograffa politica de las dos tltimas décadas ha ensanchado considerablemente su radio de accién, intereséndose no sélo por el Estado, sino también por toda organizacién dotada de poder politico capaz de inseribirse en el espacio (Méndez, 1986). Se ha llegado, en definitiva, ‘a una geogralia politica concebida como tuna geagrafia del poder (Claval, 1978; Sanchez, 1981), de un poder econémico, ideolégico y politico capaz. de organizar y de transformar el territorio —a todos los niveles— en funcidn de unos intereses concretos y siguiendo unas cestrategias de actuacién dificiles a veces de entrever: Puesto que, tal como nos recuerda Norberto Bobbio (1987), no hay teoria politica que no parta, de forma directa o indirecta, de un anélisis del fenémeno del poder, tampoco hay una verdadera geograffa politica que no considere dicho fenémeno. Sila teorfa politica puede considerarse como parte de la teoria, del poder, la geogralfa politica, a su vez, puede integrarse en una geogralia del poder més “TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA 203 Joan Nogué amplia. No hay que olvidar, por otro lado, que esta renovacién ha sido posible gracias a la integracion de gran parte de las innovaciones conceptuales y metodolégicas que ha conoci- do la ciencia madre, la geografia, en los tltimos decenios, concretamente en las décadas de los sesentay setenta, procedentes sobre todo de los enfoques radical-matxista y behaviorista ‘Asimismo, la eografia politica de Ios achenta y de los noventa se ha visto afectada por las innovaciones propias de la época. Durante estos afios hemos asistido en geogralia a una reconsideracién del papel de a cultura (Cosgrove, 1983, 1985; Mitchell, 2000; Thrift, 1983a),a una revalorizaciGn del papel del elugar» (Agnew, 1987) —Ia aportacién principal y més tras. ccendental de la perspectiva humanistica (Tuan, 1977)—ya un renovado interés por'una nueva, ‘geogralia regional que luera capaz de conectar lo particular (los locality studies, por ejemplo) con lo general (Cooke, 1990; Massey, 1984, 1994; Taylor, 1988), Incluso fuera de ia geogratia se hha ido destacando cada vez més el papel del espacio en la construccién de una teoria social. Anthony Giddens (1979, 1981), entre otras socidlogos, insste en Ia wrgente nevesidad de reco nocer que el espacio y el tiempo son basicos en la formulacién de la teoria social. Desde la historia —y no es la primera vez— se reconoce ahora con ciertainsistencia la absoluta necesi- dad de contemplar seriamente la dimensi6n espacial del hecho hist6rico, con arreglo a una ‘metodologfa en la que son evidentes «los préstamos v las conexiones con Ia geografia (sensibi- lidad hacia el hecho geogréfico, localizacion espacial y andlisis regional)» (Iradiel, 1989: 65). Se rata, segan este autor, de «hablar no tanto de historia local como de historia tritorial o de historia de los espacios —de historia espacial i el término no sonara tan extratekirico—, entre los cuales cabe incluir naturalmente “el espacio vivide", pero también el espacio material so- portado, vigilado, proyectado e incluso imaginador (Iradiel, 1989: 64; la cursiva es del autor, ‘Como decfamos, a geografia de los tltimos afios ha entrado en un interesante proceso de reconsideracién y de revalorizacién del papel del «lugar» en la explicacién de los fendme- nos sociales (Soja, 1980; Gregory, 1982; Massey, 1984; Smith, 1984; Entrikin, 1990; Th Nicolas, 1999), El slugar» como categoria de analisis ha dejado de ser patrimonio exclusivo de la geografia humanstica. Hoy los gedgrafos de inspiracién marxista, estructuralista y sobre todo posmodernista (Soja, 1989, 1996, 2000; Harvey, 2000; Short, 2000) se sirven tam- bign de él. Todo ello esté originando una geografia politica mucho més abierta y sugerente que conduce ademas a una reconsideracidn de la geografia regional, naturalmente desde una perspectiva muy alejada de la que lees propia ala geograffa regional tradicional. En esta linea, Allan Pred (1984) parte del concepto de lugar entendida como «proceso historicamen- te contingente» y John Agnew (1987) muestra que fenémenos sociales engendrados a macroescala estén mediatizados por las condiciones locales, de manera similar a como lo hacen Harloe, Pickvance y Urry (1990). Nigel Thrift (19835), por su parte, expone, en un articulo que tuvo amplia resonancia, la enorme importaneia que posee el hecho de situarla prictica humana en un espacio y en un tiempo concretos. Otro ejemplo muy interesante fue el de Sallie A. Marston (1988) quien, partiendo de la base de que la conducta politica esta ‘eogrdficamente arzaigada, se propuso investigar cémo el contexto espacial influia en la constitucién de una identidad y una solidaridad politicas y de grupo. Marston tom como objeto de estudio la comunidad irlandesa de Lowell (Massachusetts) del siglo x0 y explicd ue, en esos momentos de répida industrializaciGn y fuerte tensién social, la pertenencia a tuna ctnia concreta —la irlandesa en este caso— se definia espacialmente, siendo ademas el elemento de identidad més influyente, incluso mas que la pertenencia a una clase social. Marston conclufa que «la estructura espacial de a comunidad inmigrante contribuyé a acti varla etnicidad mnas que la clase como medio para hacer frente a las relaciones estructurales sociales més ampliase (Marston, 1988; 428). La misma autora ha examinado otro caso pare ido —centrado también en el émbito urbano decimonénico—, aunque ineorporando la Iengua y la relacién entre este elemento y la conciencia politica (Marston, 1989). Es un proyecto muy interesante que comparte ciertas afinidades con la obra de Allan Pred (1990). 208 “TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Geogratia politica Estamos asistiendo, como seve, a la configuracién de una geografia politica que parte de una concepeién distinta de la noci6n de espacio politico, entendido a partir de ahora ‘como tna accion colectiva localizada en un lugar conereto, como un conjunto de relaciones entre individuos, grupos familiares e instituciones, las cuales constituyen una verdadera {nteraccién politica; un espacio politico coneebido como un conjunto dinémico de relacio- nes fundadas en lejanasafinidades y traducidas en interacciones a costo plazo (Kirby, 1989; Lindén, 2000). Se trata, en definitiva, de legar a coneebir un mapa politico del mundo que zo se centre exclusivamente en los Estados-nacidn como si lueran ls dnieas unidades polt ticas posible, sino que lo conciba como un gran abanico de espacios politicos que van desde Jas naciones sin Estado hasta los espacios mis dilusos de cardeterreligioso, wibal 0 étnico, pasando por los diferentes barrios de una ciudad, los grandes espacios metropolitanos ylas cntidades regionales de eardctersupracstatal Es preeisamente dentro de este marco dere novacidn temitica,tedrica y metodolégica donde hay que encuadat el interés actual por el fenémeno nacionalista, como veremos en el préximo apartado, Laheterogeneidad, el contraste ylasimultaneidad de escaas, la alternancia entre unos espacios perfectamente delimitados sobre el teritorio y otros de caréeter més difuso y de Limites imprecisos son los rasgos esenciales de la geogratfa politica de nuestra época. Han cemperado a reaparecer «tierrasincdpnitas» en nuestros mapas, que poco o nada tienen que ver eon aquellas tera incognitae de los mapas medievales o eon aquellos espacios en blanco en el mapa de Africa que tanto despertaron la imaginacidn y el interés de las sociedades geogrifieas decimonénieas. Marlow: el principal protagonista de la novela El corazdn de las Iinieblas,escrita por Joseph Conrad entre 1898 y 1899, en pleno apogco de la expansion, coloaial europea, afizma en un momento determinado de la obra ‘Cuando era peguefio tenfa pasién por los mapas. Me pasaba horas y horas mirando Sudamérica,o Africa, o Australia, y me perdia en todo el esplendor de la exploracién. En ‘aquellos tiempos habfa muchos espacios en blanco en la Tierra, y cuando vea uno que pparecia particularmente tentador en el mapa (y cusl no lo parece), ponia mi dedo sobre él 4 deefa: «Cuando sea mayor ir alls (Conrad, 1986: 24), Un siglo mas tarde han aparecido de nuevo espacios en blanco en nuestros mapas. La _gcografia politica posmoderna se caracteriza por una cadtica coexistencia de espacios abso: Jutamente controlados v de territories planificados, al lado de nuevas tierras incégnitas que funcionan con una logica interna propia, al margen del sistema al que tebricamente pertene- cen. Estin apareciendo nuevos agentes sociales creadores de nuevas regiones, con unos mites imprecisos y cambiantes, dificiles de percibiry atin més de cartografiar: Uno de estos, agentes es el nacionalista, 2, Nacionalismo y geogratia Hace unas cuantas décadas, las ciencias sociales en general estaban firmemente convenci das de que la integracién mundial de la economia (que, por aquellos afios, empezaba ya a perfilarse con nitidez) traerfa consigo, al abo de unos afios (es deci, hoy dia), una progresi- va disolucion de los fenémenos nacionalista y regionalista, Crefan (y se aventuraban a profe- tizarlo) que la difusién a través de los medios de comunicaciéa de masas de elementos cultu rales y socioestructurales de émbito mundial, a modernizacién general de la economia y de Ja sociedad y cl imparable desarrollo econémico comportarian una creciente integracién cultural, politica y econémica, que llevaria, a su vez, a una progresiva substitucién de los conflictos territoriales de base cultural/dentitaria por contlietos de base social y econémica, “TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA 205 Joan Nogué es decir, por conflictos entre clases sociales, en la terminologia marxista del momento, Pues bien, aquellas previsiones sélo se han eumplide en parte, puesto que es verdad, por poner un caso, que se ha producido a lo largo de estos afios una pérdida de la diversidad cultural. Ahora bien, para sorpresa general de todo el colective académico, la realidad contemporé rhea nos muestra una exuberante y prolifica manifestacién de nacionalismos estatales y subestatales, de regionalismos y localismos, precisamente en unos momentos de mixima integracién mundial en todos los sentidos. Sin duda alguna, las identidades tervitoriales caracterizarn en buena parte este inicio de siglo y de milenio. Asi pues, a aportacidn que la geografia politica puede hacer al estudio de! nacionslismo cs crucial. Existen un sinfin de temas en los que es fundamental la perspectiva de los ge6gralos ‘como, entre otros, el proceso de construccién nacional del espacio social, a dialéctica local! slobal, el nacionalismo y el desarrollo desigual en relacién con los recursos naturales y los problemas ecolégicos, la localizacién geopolitica en relacidn con otros teritorios y Estados, el estudio de la trilogfa cultura/nacisniterztorio yen definitiva, todo lo que conlleva la conside racin del territorio como base y recurso politico del proceso de construcci6n nacional en un ‘mundo constituido por Estados. Algunos de estos temas se apuntan ya en cierta literatura _gcogréfica, concretamente—y sélo a modo de ejemplo y por orden alfabético— en las obras de Agnew (1984, 1987), Anderson (1986), Blaut (1986), Boal y Douglas (1982), Bureau (1984), Digkink (1986), Escobar (2001), Foleh-Serra y Nogué (2001), Girodano (2000), Johnston, Knight y Kofman (1988), Knight (1982, 1984), Lacoste (1997), McLaughlin (1986), MeNeill (2000), ‘Minar (1992), Nogué (1998), Nogué y Vicente (2001), Orridge y Williams (1982), Sack (1986), Williams (1982, 1985), Williams y Kofman (1989) v Zelinsky (1984, 1988). La geografia politi- a contempordnea empieza, pues, a ofrecer interesantes lecturas del fenmeno nacionalista ‘Todas ellas tienden a poner el énfasis en su perspectiva teritorial, una perspectiva poco o nada contemplada en los anslisisrealizados desde otras diseiplinas, Es desde este nuevo contexto académico e intelectual que se interpreta a los nacionalis- ‘mos como una forma territorial de ideologia. Las naciones reivindicadas porlos nacionalistas no sélo estan «localizadas» en el espacio y hasta cierto punto influidas por esta localizacién -reogrifica —rasgos comunes, por otra parte, a toda organizacién social sino que, diferen- cia de otros fenémenos sociales, los nacionalismos reclaman explicitamente determinados tertitorios que pasan a formar parte de la propia identidad y cuya supuesta particularidad, cexcepcionalidad e historicidad enfatizan, Uno de los rasgos mas caractersticos de la ideologia, yydel movimiento nacionalista es su habilidad para redefinirel espacio, politizandolo y tratin dolo como un teritorio histérico y distintivo, Los movimientos nacionalistas interpretan y se apropian del espacio, del lugar y del tiempo, a partir de los cuales construyen una geografia y ‘una historia altemnativas, En este sentido, la nocidn de «teritorio nacional» se halla en la base de todo nacionalismo y de ahi que la autodenominacién de muchos movimientos nacionals tasleve implicita esta enorme carga de ideologfa teritorial. En efecto, los movimientos nacio- nalistas expresan sus reivindicaciones en términos teritoriales, Al ser ideologias tertitoriales, los nacionalismos poseen un cardcter intermamente uni- ficador en el sentido de que definen y clasifican a la gente en funcién, sobre todo, de st pertenencia 0 no a un territorio, a una cultura (a una «nacine), mas que en términos de clase o de status social. a estrategia de los movimientos nacionalistas para conseguir reunir bajo el mismo paraguas a personas con intereses de clase opuestos es en gran medida una estrategia geogréfica, tan bisica, simple y meridiana como se quiera, pero ante todo geogré fica. Se parte de la base de que las personas que comparten un mismo territorio deben tener ala fuerza algun interés en comiin, simplemente por proximidad espacial, Este grado de comunién puede ser en realidad todo lo débil y parcial que se quiera, pero es fécilmente cexagerado porlos grupos dominantes con el objeto de oscurecer'y disimular otros conflictos deintereses. 206 ‘TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Geogratia politica ‘Seguramente el émbito en l que identidad, territorio y politica se funden de una mane- ra més claraes cl nacionalista. En efecto, los nacionalismos son una suerte de movimientos sociales y politicos muy arraigados en el tertitorio, en el lugar, en el espacio; son, en gran ‘medida, una forma territorial de ideologia o, si se quiere, una ideologia territorial. Los naci- nalismos se muestran hoy dia como una de las respuestas ideol6gicas mejor adaptadas al proceso de fragmentacién territorial generado por la globalizacién, Es por todo ello por lo que la perspectiva geogréfica reviste un enorme interés ala hora de entender los nacionalismos, porque éstos estén estructurados por el contexto, el medio y cl lugar, Fs en el «lugar» donde se materializan las grandes eategorias sociales (sexo, clase, edad), donde tienen lugar las interacciones sociales que provocarsin tuna respuesta w otra a este fenmeno social. El papel desemperiado por el lugar es esencial en la estructuracién de ln expresidn nacionalista, porque la fuerza y la capacidad de atraccién del nacionalismo, en tanto que una forma de préctica politica, varia precisamente en funcién de su capacidad de respuesta a las necesidades del lugar: En este sentido, los nacionalismos podrian gar a interpretarse como una respuesta politica condicionada por el entorno local, El paisaje ilustra como pocos conceptos geogrificos esta dimension territorial de los nacionalismos. El paisaje, un concepto de larga tradicién en geografia (Cosgrove, 1985; Olwig, 1996), podria definirse simplemente como el aspecto visible y perceptible del espacio geo- sgrifico. Sin embargo, considerando que vivimos en un mundo extremadamente humaniza- do, deberia concebirse como el resultado final y perceptivo de la combinacién dinémica de elementos abiéticos (substrato geolégico), bisticos (flora y fauna) y antrOpicos (accién hu. ‘mana), combinacién que convierte al conjunto en una entidad singular en continua evolu- ci6n, El paisaje es el resultado de una transformacién colectiva dela naturaleza, un producto cultural, la proyeccién cultural de una sociedad en un espacio determinado. Esta definicién no se refiere slo ala dimensién material del paisaje, sino también a sus dimensiones espiritual, ideoldgica y simbélica (Turi, 1998). Las sociedades humanas han transformado alo largo de la historia los originales paisajes naturales en paisajes culturales, ccaracterizados no s6lo por una determinada materialidad (formas de construceidn, tipos de cultivos) sino también por los valores y sentimientos plasmados en el mismo. En este senti do los paisajes estén llenos de lugares que encarnan la experiencia y las aspiraciones de los seres humanos. Estos lugares se transforman en centros de significados y en simbolos que expresan pensamientos, ideas y emociones de muy diversos tipos. El paisaje no s6lo nos muestra cémo es el mundo, sino que es también una construceidn, una composicién de este ‘mundo, una forma de verlo, Los paisajes evocan un marcado sentido de pertenencia a un espacio cultural determinado (Clifford y King, 1993; Hak, 1999; Williams, 1999) yerean, en efecto, una suerte de identidad territorial (Agnew, 1998), ‘Asi pues, el paisaje es un concepto fuertemente impregnado de connotaciones cultura- les ¢, incluso, ideoldgicas (Peet, 1996). El paisaje puede ser interpretado como un dinamico ccédigo de simbolos que nos habla de la cultura de su pasado, de su presente y'al vez también de su futuro (Cosgrove, 1989; McDowell, 1994). La legibilidad semidtica de un paisaje, esto es, el grado de decodificacién de sus simbolos, puede tener mayor © menor dificultad, pero {std siempre unida a la cultura que los produce (Duncan y Duncan, 1988). Los nacionalismos se sven de un gran ntimero de simbolos, entre ellos los paisaiisticos, para conseguir que la poblaciGn se identifique a sf misma como pueblo, como comunidad, La mitologfa nacionalista ha creado una amplia gama de lugares de identificacidn colectiva, entendiendo por lugar un area limitada, una porcidn espeeifica de la superficie terrestre lena de sfmbolos que acta como centro transtisor de mensajes culturales. Podemos ha: biar, sin duda, de la existencia de un paisaje simbélico nacionalista (Gruffudd, 1995). Estos paisajes, estos lugares de identificacisn colectiva de earcter nacionalista no son ni inmanentes ni inmutables, Aparecen y desaparecen, como las naciones y los nacionalismos, y varfan en cl tiempo y en el espacio (Hlobsbawm y Ranger, 1983). “TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA 207 Joan Nogué ‘Tenemos, pues, que determinados paisajes —o elementos de los mismos— se convier tenn verdaderos simbolos de una ideologia nacionalista que evoca un pasado nacional més ‘© menos lejano. EI sentimiento nacionalista se expresa a menudo a través de la veneracién de este pasado, un pasado impregnado en el paisaje. Para el nacionalismo, més que para cualquier otro fenémeno social, el paisaje es un receptéculo del pasado inscrito en el presen- te Genkins y Sofos, 1996; Heffernan, 1995; Nogué, 1998). Este hecho, inherente a toda ideo logia nacionalista, se percibe de manera clara y diafana en determinados contextos naciona- Jes, como el inglés (Matless, 1998). Lowenthal y Prince (1965) van un poco més alla ylegan a considerar como una earacteristca inherente a la propia cultura inglesa su especial habi- lidad para saber mirar el paisaje estableciendo de forma inmediata estrechas asociaciones con el pasado, He ahi el paisaje nacional entendido como un paisaje o conjunto de paisajes {que representa e identifica los valores y la esencia de la nacién en el imaginario colectivo; he ahi, en definitiva el paisaje entendido como «alma» del termitorio, como receptéculo de la consciencia colectiva (Branch, 1999), 3. De lo global alo local Los diversos procesos de globalizacién hoy existentes han desencadenado una interesante € inesperada tensién dialéctica entre lo global y lo local, que esté en Ia base de este retorno al lugar que estamos comentando. Lo realmente paradéjico de todo este proceso es que, aun. gue cl espacio y cl tiempo se hayan comprimido, las distancias se hayan relativizado y las barreras espaciales se hayan suavizado, el espacio no sélo no ha perdido importancia, sino que ha sumentado su influencia y su peso especifico en los ambitos econémico, politico, social y cultural, Esto es, bajo unas condiciones de maxima lexibilidad general y de incre- mento de la capacidad de movilidad por el territorio, Ia competencia se convierte en extre- madamente dura y, por lo tanto, el capital, en su acepcién més amplia, ha de prestar més atencién que nunca a las ventajas del lugar. Dicho en otras palabras: la disminucién de las, barreras espaciales fuerza al capital a aprovechar al méximo las més minimas diferenciacio- nes espaciales, con el fin de optimizar los beneficios y competir mejor. En este sentido, las ppeguefias —o no tan pequefias— diferencias que puedan presentar dos espacios, dos lugares, dos ciudades, en lo referente a recursos, a infraestructuras, a mercado laboral, a paisaje, 3 patrimonio cultural o a cualquier otro aspecto, se convierten ahora en muy significativas. Precisamente cuando pareciamos abocados a todo lo contratio, estamos asistiendo a un exeepeional proceso de revalorizacién de los lugares que, a su vez, genera una competencia entre ellos inédita hasta el momento. Una competencia, en unos casos, basada ena explotacién dle precarias ventajas comparativas, como las que buscan —y encuentran— en lugares como ‘Marmuecos, Bangladesh 0 México (las conocidas emaquiladorass) empresas transnacionales En otros casos, basada en factores més cualitaivos y de prestigio, en lugares ubicados en paises centrales. De abf la necesidad de singularizarse, de exhibir yresaltar todos aquellos elementos significativos que diferencian un lugar respecto alos demés, de «saliren el mapa» en defintiva, (Cudlles, sino, el sentido y el objetivo timo de los planes estratégicos que se estin elaborando ‘ctualmente en tantas y tan diversas ciudades? Con el abierto apoyo en la mayoria de los casos de los sectores empresariales, de movimientos sociales varios ¢ incluso de los sindicatos, los _pobiernos regionales y locales compiten encarnizadamente a todos los niveles, incluso a nivel ‘mundial, por atraer magnos acontecimientos deportivos (Jos Juegos Olimpicos, por ejemplo), inversiones, capitales v equipamientos tales como grandes centros culturales, sedes de entida- des politicas supraestatales, institutos de investigacién y universidades, «Pensar globalmente y actuar localmente» se ha convertido cn una consigna fundamental {que yano sélo satisface alos grupos ecologistas, sino también alas empresas multinacionales, Geogratia politica alos planificadores de las ciudades y de las regiones...¢ incluso a los lideres nacionalistas. En efecto, «lo local y lo global se entrecruzan y forman una red en la que ambos elementos se ‘ansforman como resultado de sus mismas interconexiones. La globalizacién se expresa a través dela tensiGn entre las fuerzas dela comunidad global ylas de la particularidad cultural, Ia fragmentacién étnica, y la homogeneizacidn» (Guibernau, 1996: 146). Mas aun: el ugar acta a modo de vinculo, de punto de contacto einteraccién entre los fenémenos mundiales y In experiencia individual, En efecto, «glocal» se ha convertido en un neologismo de moda. Es sorprendente, pero lo cierto es que, en vez de disminuir el papel del territorio, la internacionalizacién y la integracién mundial han aumentado su peso especifico; no s6lo no han eclipsado al teriorio, sino que han aumentado su importancia, Estamos, pues, ante una revaloxizacién econémica del lugar, sin duda, pero no sélo ceconémica. Este reaparece también en sus dimensiones culturales, sociales y politicas. Ante In erisis del Estado-nacién y los procesos de homogeneizacidn cultural, las lenguas y las cculturas minoritarias reafirman su identidad y reinventan el terztorio, puesto que es innega ble que una cultura con base tertorial resiste mucho mejor los embates de la cultura de ‘masas mundializada. Por otra parte, muchos movimientos sociales de nuevo y viejo cufio se organizan—y en algunos casos se definen—territorialmente. Los grupos ecologistas, por ejemplo, no sélo se ‘organizan localmente, sino que su propia filosofia es descentralizadora y territorializada, en clsentido de que actian en primera instancia para resolver los problemas més inmediatos y is locales de degradacién ambiental, sin dejar por ello de preocuparse, obviamente, por temas de ambito mundial, como el cambio climatico o la disminucién de la biodiversidad, Otro ejemplo serfa el de las denominadas tibus urbanas, complejo fendmeno social de gran, trascendencia y enotmemente territorializado, En efecto, de nuevo nos encontramos aqui ante una suerte de paradoja espacial. El lugar (lo propio, lo cereano) se ve invadido por lo externo, por lo universal, porla globalizacién, en definitiva, y, porlo tanto, se converte en un espacio abstracto, neutto, homogéneo. As{ pues, aparentemente, estos jévenes habitantes urbanos son cada ver menos de un lugar conereto, puesto que éste, como la cultura, Ia, politica o la econom(a, se ha globalizado, Sin embargo, «lo que se intenta arrojar por la puerta, entra por la ventana, El debilitamiento de Ia identidad tradicional fundada en el espacio propio provoca una sensaciGn de vacio psicologico que propicia un movimiento de reacci6n, de vuelta atrés: perdida la seguridad que ofrectan las antiguas fronteras, se busean, centonces, nuevas barreras, nuevas divisiones...» (Pere-Oriol Costa, José Manuel Pérez Torne- roy Fabio Tropea, 1996: 29-30). En los movimientos neotribales urbanos tipicos de las socie dades postindustriales se observa con sorpresa que, cuanto més cosmopolita es una ciudad, iis deseos de enraizamiento localista se detectan, Se produce asf una especie de apropia- ‘in y delimitacién del teritorio guiada por un fuerte sentimiento de pertenencia al mismo. Finalmente, en lo referente a la dimensi6n politica, hay que reconocer que el terito- rio tiene un peso especifico cada ver mayor en el ambito politico, no sélo porque la polt tica absorbe problemsticas sociales de caréeter territorial, como las ambientales, sino porque las propias organizaciones politicas, incluidos los partidos, no tienen mas reme- dio que descentralizarse para acercarse més y mejor al ciudadano. Lo més curioso del ‘casos que algunas experiencias politicas supraestatales, fundadas y constituidas formal: mente por Estados-nacién, han desazrollado intensas politicas regionales ¢ incluso loca les. El ejemplo més ilustrativo es sin duda el de la Unin Europea, un complicado entra mado de forvs y de iniciativas polticas en el que los Estados-nacién tienen sin duda primacia, pero de una forma cada vez més difusa y condicionada por las estrategias regio: nales y locales. El resultado de todo ello es «un complejo orden politico en el cual la politica curopea se regionaliza, la politica regional se curopeiza y la politica nacional se ‘europefza a la vez que se regionaliza» (Keating, 1996: 68), “TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA 208 Joan Nogué As{ pues, sea cual sea cl punto de vista escogido, lo cierto es que el lugar reaparece con fuerza y vigor La geate afirma, cada vez con mas insistenca y de forma més organizada, sus races historias, culturales, eligiosas enicasyterstoriales. Se reafitma, en otras palabras, ca sus identidades singulares. Como indica Manuel Castells (1998), los movimientos sociales {que se oponen alla globalizacién capitalista son, fundamentalmente, movimientos basados nla identidad, que delienden sus lugares ante a nueva lgica de los espacios sin lugares, de Jos espacios de flujos propios de la era informacional en la que va nos hallamos inmersos. Reclaman su memoria hist6rica, la pervivencia de sus valores y el derecho a preservar su propia concepcin del espacio de tiempo. He ahi la gran paradoja: cl resurgimiento de las {dentidades colectivas en un mundo globalizado,identidades que, por otra parte, no son jas cinmutables, sino que se allan sometidas a un continuado proceso de veformulacién ‘Nos encontramos, en defintiva, ante una excepcional revalorizacién de los lugares en ‘un contexto de maxima globalizacién, proceso que favorece claramente la expansién de determinadas actitudes e ideologias, como los nacionalismos, ya analizados en el apartado anterior La sensaciGn de ndefensién, de impotencia, de inseguridad ante este nuevo contex- to de plobalizacin c internacionalizacin de los fenémenos sociales, culturales, politicos y econémicos provoca un retome a los mieroteritorios, a ls microsociedades, al lugar en definitva, La necesidad de sentrse identifiado con un espacio determinado es ahora, de ‘nuevo, sentida vivamente, sin que ello signifique volver inevitablemente a formas premodernas de identidad teritoril Sobre el diagnéstico realizado hay relativamente poca controversia. Donde sf hay dis- paridad de opiniones es en su valoracién. Por un lado, nos encontramos com los que valoran dicho proceso de una forma més bien negativa, pesimista, en términos de autodefensa, de repliegue por impotencia ante un mundo inseguro e incierto, David Harvey se muestra pr- ‘ocupado en este sentido porque, seatin d, ela disminucion de las barreras espaciales crea un sentimiento de inseguridad y de amenaza que, combinado con la intensificacién de Ia competitividad entre paises, regiones y eiudades, produce un repliegue en la geopoltica local, el proteccionismo, la xenafobia yel “espacio defendible"s (1988: 25); esa eso alo que lpropio Harvey (1988) denomina «trampa comunitaria. Desde esta perspectiva,elretoro 2 lo local conllevaria, en titima instancia y en sus posiciones més extremas, el cultivo de acttudes retrépradas, conservadoras e incluso antiurbanas y antimetopolitanas. He abla cultura de la desesperanza que, ante un futuro ineiert, invoca un pasado mitico, idealizada syendefinitiva,tergiversado. En un vano intento por recuperar una tersitoralidad existencial hoy perdida, esta especie de localismo neorroméntico reivindicaria costumbres, habitos, disefios urbanos y formas arquiteeténicas propias del pasado, olvidando —siempre segtin, sus ertieos— que las pequefias comunidades locales han sido siempre lo espacios porexce Tencia de la jerarquia, de la sumision del individuo al grupo y del grupo ala tradicién, del contol social y del eonformismo asfxiante. De abt que, de una forma tajante algunos auto- res nos pongan en fuardia ante el peligro de volver a espacios microsociales, después de tantos esfuerz0s realizados en los ttimos siglos por intentar eseapar precisamente a las logicastribales y corporativas: «Hay mucha nostalpia restauradora en tantas rewvindicacio- nes locales... una nostalgia andloga als tentativas de encervarse entre murallas medievales centun mundo que cambia en direccién opuestan (Sernins, 1989: 38) Como era de espera, existen, por oto lado, valoraciones totalmente opuestas alas anteriores, de carécter positive v optimista Frampton, 1985; Cooke, 1990). Estas interpre- tan lfensmeno en téminos progresistas y de resisteacia cultural. Elsetomo alo local sexia 1un excelente antidoto contra la imposicin de valores supuestamente universales, dictados por los grandes poderes eeonémicos y transmitides por los mass-media. Es en los lugares coneretos, en los microespacios (pucblos, barrios, eiudades pequchas y medianas) donde, svacias a Su peculiar quimica social, se crea y reerea la diversidad, y no en los grandes 210 ‘TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Geogratia politica ‘espacios abstractos, incluyendo también en esta categoria alas grandes metrpolis contem: porineas. En as megal6polis, egtin estas versiones, la ciudad tradicional ha dejado de exis- tir: ha explotado en mil fragmentos, se ha baleanizado y descontextualizado, ha perdido sus contomnos y su cohesiGn y su estructura ya no es comprensible; en definitiva, ha dejado de ser humana, ha perdido su identidad, Contra todo ello se alzaria el redescubrimiento del lugar y de la ditnensién local. Las comunidades locales serfan la base fundamental de la ‘nueva movilizacién social, al canalizar las reivindicaciones por conseguir una mayor des centralizacin del poder y de la toma de decisiones. ‘Como ocurre a menudo, es probable que las dos interpretaciones tengan algo de razén, por lo que eabria pensar en la posibilidad de una tercera via que profundizara en aquellos ‘elementos no incompatibles de las mismas. Sea como fuere, Io cierto es que estamos asis tiendo a una revalorizacin del papel del «lugar» y a un renovado interés por una nueva forma de entender el territorio que sea capaz.de conectarlo particular con lo general, uno de los rasgos esenciales de la nueva eografia politica 4, Nuevas perspectivas en geogratia politica Como vefamos al principio de este capitulo, la geografta politica esté experimentando en. aos recientes tuna notable vivificacién, hasta el punto de que ha llegado a considerarse ‘como una de las especialidades més dindmicas de la geografia contemporsnnea (Garcia Ba. Ilesteros, Bosque Sendra, 1985; Pacione, 1985; Léxy, 1988). La publicacion de libros y de ‘manuales sobre el tema es continua y existen varias tevistas especializadas como Hérodote y Political Geography. En otras revistas de temas més variados, como Documents d'Analisi Geograjica, Society and Space, Gender, Place and Culture o Antipode, también se observa una atencién especial al estudio de la dimensién espacial de los fenémenos politicos. ‘Acllo ha contribuido la reintroducciéa de la dimensign espacial en las preacupaciones propias de la teoria social, lo que ha resituado el papel de la geografia como saber clave para interpretar la cambiante realidad social de nuestro mundo. A st vez, la cultura ha dejado de ser una categor‘a residual, una variacién superficial no explicada por los anslisis econ6mi ‘cos: la cultura es ahora vista como el medio a través del cual las transformaciones se experi ‘mentan, contestan y constituyen. Hoy en dia lo cultural se halla inscrito en todos los espacios (también los politicos y los econdmicos) y en todos los ambitos de la sociedad, de manera ‘que este énfasis en lo cultural —en los procesos culturales— conlleva el replanteamiento de los principios y los objetivos de la propia geografia En esta nuieva geogralia politica de elevado componente critico las conexiones con Ia ‘scografia social y cultural son evidentes y se establecen en buena medida a través de un concepto clave, el de identidad, que a partir de ahora ya no sera concebido como algo ‘monolitico, sino més bien como un fenémeno multiple, heterogéneo, multifacial y hasta cierto punto imprevisible que problematiza y recompone tradiciones, La identidad es algo ‘que, en gran medida, se construye. Eltema de ls identidades culturales colectivas es fundamental en el contexto de la global zacién, La circulacion de las personas, bien de forma voluntara (viajes de turismo y ocio), bien, por necesidad (migraciones por motivas laborales 0 éxodos debidos a conflicos armados), con fronta al autéctono, al ciudadano que no se ha trasladado, con su propia identidad. Al contem- plar'y convivir con otras identidades culturales, este ciudadano se ve inevitablemente abocado a plantearse su propia identidad, a compararia con la de los demas. Es entonces cuando surge el conflicto, que puede resolverse satisfactoriamente —o no— en funcién de multiples y diversas variables, porque hay que reconocer que la diversidad identitaria en la que nos movernos no est exenta de tensiones y contradicciones, no s6lo de grupo, sino también individuales. “TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA a Joan Nogué Hay quicn teme que esta multiplicidad de identidades le leve a uno a una cierta cesquizofrenia. Utlizando su propio caso como ejemplo, Todorov (1994) reconoce experimentar tuna especie de tensién entre sus dos idiomas, el francés vel bilgaro, una tensién que también est presente en su propia concepcisn del espacio: «Aunque me considero francés y bilgare por igual, no puedo estar ala vez en Paris oen Sofia, La ubicuidad no se halla atin ami aleance. Mis pensamientos dependen demasiado del lugar donde son emitidos para que mi paradero sea invelevantes (Todorov, 1994: 211), Como dirta Elias Canetti, mi patria es mi lengua, sf pues, segtin Todoroy, dos elementos claves de a identidad, el idioma (la cultura) y el ugar (la geografia), multiplican y magnifican el conflicto yllevan al autora recanocer que, si bien es absurdo pensar que quien pertenece a dos culturas pierde su razén de ser, también es Iicito dudar de que el simple hecho de poseer dos voces, dos idiomas, sea un privilegio que garantice el acceso a la modernidad. Todorov opta finalmente por un yo bilingie equilibra- do, por una clara articulacién entre sus dos identidades lingtistieas y culturales, Bs una ‘opcién parecida a la escogida por Amin Maalouf (1999: 11-12) cuando alirma: «Lo que hace {que yo sea yo, y no otto, es ese estar en las lindes de dos paises, de dos o tres idiomas, de varias tradiciones culturales. Es eso justamente lo que define mi identidad. ¢Serfa acaso més sincero si amputara de mf una parte de lo que soy? [...] La identidad no esta hecha de ‘compartimentos, no se divide en mitades, ni en tercios o zonas estancas. Y no es que tenga, varias identidades: tengo solamente una, producto de todos los elementos que la han conti purado mediante una "dosificacién” singular que nunca es la misma en dos personas». Estamos asistiendo al surgimiento de nuevas «comunidades imaginadas», basadas en nuevas identidades creadas por grupos que, de forma directa o virtual, comparten unos ismos gustos, tendencias o intenciones, creéndose una especie de «comunidad de intere- ses» 0 ade visiGn», Muchas de estas nuevas comunidades de identidad son efectivamente virtuales, sin contacto directo entre sus miembros ni contigUidad espacial de sus lugares. Se tata, de hecho, delas comunidades de lugares localizadas en el limbo delllamado ciberespacio y propiciadas por la «destemporalizacién» del espacio, que permite que todo pueda suceder ‘simulténeamente (Crang y May, 1999), Esta eclosion de lugares e identidades tiene mucho que ver con el reconocimiento aca- démico e intelectual del «Otro», de Is alteridad, como categoria de andlisis. En este punto han jugado un gran papel las nuevas aportaciones criticas sobre orientalismo y posco- Ionislismo, La obra de Edward W. Said, Orientalism, publicada en 1978, fue clave en este proceso de renovacién. En esencia —e inspirdndose en Foucault y Gramsci— lo que Said plantea es gue «Oriente» no existe realmente: es una construcciéa europea, un producto intelectual europeo, una imagen del Otro que permite, al definir al Otro, identificarse a uno ‘mismo como europeo, como occidental. Por qué no existe un campo de estudio simétrico, cequivalente, denominado «Occidentalismo»? Esta pregunta, alirma el autor, deberfa hacer. nos reflexionar, En Espafia, el historiador Josep Fontana (1994) ha incidido de nuevo en la misma idea, en un libro cuyo titulo es ya de por si significativo: Europa ante el espejo. Sus argumentaciones son tan claras que no precisan comentario alguno: Para construirel concepto de europeo ala luz de la diversidad de los hombres y las cult ras, rinventamos» a los asiéticos, los africanos ylos americanos, atribuyéndoles una iden: tidad eolectiva que no tenian. [La mas sutil de estas invenciones ha sido precisamente Ja de Asia, que pasé de ser un mero concepto geografico a convertirse en una entidad histérica y cultural, el «Orientes, que nos permitia resolver el problema de whicar en nues to esquema lineal a unas sociedades de cultura avanzada que no podiamos arvojar a la prehistoria, como las de Africa, América y Oceania (Fontana, 1994: 127-128) Para Fontana, esa «invenciGn+ de Oriente no servia tinicamente para defini la superiori- dad de Occidente dentro de una concepeisn lineal del progreso en la historia. Era también a2 “TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Geogratia politica fruto de otro impulso bésico en el Romanticismo, el de la huida de una realidad sérdida, de un Occidente donde la industrializacién estaba en la base dela pujanza econdmica v del poderso militar, Este escapismo empujé a tierras orientales, sobre todo al Oriente islémico, a un bri- ante elenco de viajeros y viajeras, pero «el Oriente que buscaban era una invencién europea! ‘un refugio contra la mezquina fealdad del Occidente industrial que habfan elaborado ellos, mismos en sus suefios, adomnéndolo con todo lo que echaban a altar en su entomno.[..]Lo que de verdad habia y ocurnfa en estas tierras les importaba poco» (Fontana, 1994: 130), ! esquema de Said es especialmente sugerente para la geografia en general y para la _gcografia politica en particular porque, en la construccién de Ia alteridad, la espacialidad tiene un papel muy importante. Fl Otro es coneebido como una entidad externa contra la ‘que nosotros y nuestra identidad se moviliza, reacciona; ademés, en el encuentro colonial (ao serfa exactamente lo mismo en las sociedades occidentales contemporineas que han, recibido una fuerte inmigracién procedente de las antiguas eolonias), el Otvo vive ms all, cen otro lugar suficientemente lejano: contiene, por tanto, una dimensién espacial inherente De alguna forma, estamos ante construcciones sociales de demareaciones espaciales. Los cespacios coloniales, en tanto que unidades ternitoriales, son productos histéricos, no sélo por su estricta materialidad hist6rica, sino tambign por su significacién sociocultural. En teste sentido, Ia idea de espacializacién social es sin duda importante, pero también lo es la idea de socializacién espacial, esto es, el proceso a través del cual, por una parte, colectivida- des y actores individuales son socializados como miembros de especificas entidades espacia les delimitadas territorialmente y, por otra, se internalizan mas o menos activamente las identidades teritoriales colectivas y las tradiciones compartidas, ‘Settata, endefinitva, dellegar a ofrecer una visicn dela cultura y dela sociedad, en todas sus vertientes, no sometida (al menos tecricamente) a ningun discurso oficial nt alos dogmas de los grandes paradigmas. La nueva geografia politica aspira a analizar erfticamente estas cestructuras aparentemente sélidas e indiscutibles con el fin de ofrecer perspectivas alterna vas y de desenmascarar los mecanismos discursivos del poder establecido. En un primer mo: _mento fue el estructuralismo quien aport6 las bases a esta critica; posteriormente, una vez.que el marxismo cayé en el naufragio de las metanarvativas, han sido el posmodernismo o las visiones neoestructuralistas. El resultado ha sido la geografia politica ertiea que, como meto: dologfa, implica un andlisis dels fensmenos yhechos geopoliticos hasta cierto punto heterodoxa ‘enrelacién con otras perspectivas, Heterodoxa en sus contenidas, puesto que ampliaelinterés hacia temas tradicionalmente alejados —como el medio ambiente, la cultura o el género—, ¥ cen sus formas, al renunciar a las rigideces paradigméticas. Ambos aspectos permiten unas visiones mis complejas de a realidad, y poro tanto «mds reales», y més erfticas respecto alos discursos insttucionalizados que intentan explicatlas (6 Tuathail, 1996) Esta geografia politica critica intenta deconstruir los discursos de poder institu: . Se trata, en palabras de O Tuathail (1996), de «una pequefa parte de la lucha para descolonizar nuestra imaginacién geogréfica, para demostrar que otras geografias y otros, rmuundos son posibles» (6 Tuathail, 1996: 256). Se persigue replantear la realidad académica através de una historiografia que recupere a las clases subalternas como agentes de la histo ra; de ser eapaces de deconstruir el pensamiento sobre el Otro, explorando las espacialida ds y sociabilidades de un amplisimo abanico de grupos minoritarios vio subalternos que tienen como Ginieo elemento en comtin, precisamente, su carécter de minorfa, bien sea de tipo étnico 0 religioso (gitanos, negros, idios, pueblos indigenas), por razén de edad (ado- lescentes, ancianos), orientacién sexual (gays, esbianas), condicién lisica (discapacitados), ‘comunidades salidas de la iamigracién ya minoria (que numéricamente es mayoritaria) de Jas mujeres (Shields, 1991). “TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA aa Joan Nogué En relacién con el tltimo ejemplo, de todos es sabido que la geografia del género con- entra su atencién en las maneras en las que las relaciones jerdrquicas entre los géneros son alavez afectadas por y marcadas en las estructuras espaciales de las sociedades, al igual que sobre las teorfas que pretenden explicar dichas relaciones. El objetivo ttimo es recilicar el androcentrismo que ha caracterizado el pensamiento cientifico hasta el presente y denun- iar su sfalocentrismo- (en el sentido de ser un posicionamiento autogenerado, masculino y singular que produce su propia forma de poder y de pensamiento sin preocuparse de nada ni de nadie més). La propuesta busca deconstruir una concepeién dual del mundo basada ‘inicamente en el enfrentamiento entre lo masculina y lo femenino, Ia cultura yla naturale 2a, lo intelectual y lo emocional, lo racional y lo magico, para asf plantear una relectura de las conceptualizaciones todavia vigentes sobre el espacio (Rose, 1993) El método posmodemo, inspirado, entre muchos otros, en la obra de los pensadores Michel Foucault (1969), Henri Lefebvre (1974), Jacques Derrida (1972) y Jean-Francois, Lyotard (1979) implica la resistencia a la cerrazén paradigmitica y alas formulaciones rigi- dasycategéricas, la bisquieda de nuevas formas de interpretar el mundo empitico ¥elvecha- 20 ala mistificacién ideol6gica. Se desconiia, en efecto, de las «metanarrativasy, esto es, de las grandes interpretaciones tebricas y de las explicaciones ideol6gicas hegemsnicas. El posmodernismo se rebela contra el fetichismo de los discursos totales, globalizadores y su- puestamente universales y propugna un nuevo discurso, un nuevo lenguaje de la representa ‘i6n que, en el caso de Lyotard, afecta incluso a la ciencia, que a partir de ahora seré consi- derada un juego de lenguaje entre otros, quedando despojada por tanto de su situacién pri- vilegiada en relacién con otras formas de conocimiento, Si la modernidad se asociaba al progreso lineal, al optimism histérico, alas verdades absolutas, a la supuesta existencia de unas categorias sociales ideales ya la estandarizacién v uniformizacicn del conocimiento, la posmodernidad, contrariamente, pondra el énfasis en la heterogeneidad y en la diferencia, cn la fragmentacion, en la indeterminacidn, en el escepticismo, en la mezcolanza, en el ceatrecruzamiento, ena redefinicién del discurso cultural, en elsedescubrimiento del «Otro», de lo marginal, de lo alternativo, de lo hibrido sf pues, a posmodernidad noes sélo una ruptura estética oun cambio epistemolégico, sino que expresa una nueva dimensién cultural, la propia del estadio del modo de produc- cién dominante. En ésta, algunas disciplinas del campo delas humanidades v de las ciencias, sociales, antes bien delimitadas, empiezan ahora a perder sus nitidos limites v a eruzarse ‘unas con otras en unos estudios hibridos y transversales que dilfcilmente pueden asignarse a un dominio u otro, como sefiala oportunamente Pery Anderson (1998) y como plasma de ‘una manera magistral Fredric Jameson en una de sus sltimas obras (1995). Es entonces cuando aparecen los denominados estudios culturales (productos de un egiro cultural» 0 cultural turn, sirvigndonos de la expresién ya consagrada en el mundo anglosajén) y poscoloniales, que en geografia humana han dado lugar'a nuevas geografias, tanto politicas como culturales (Albet y Nogué, 1999). En el campo de la geograffa, Ios dos libros que més han influido en el debate sobre la posmodernidad, son, sin duda, Postmadem Geographies: The Reassertion of Space in Critical Social Theory, de Fdward Soja (1989), y The Condition of Postmodernity: An Enquiry into the Origins of Cultural Change, de David Harvey (1989). Aunque ambos libros comparten una base comin estructuralista y postestructuralista, lo cierto es que el enfogue final difiere bastante, Asi, mientras Soja aspira a una coniluencia de las perspectivas marxista y posmodera, Harvey no traspasa los parimetros metodolégicos marxistas ni renuncia al proyecto modernista, aunque asume la necesidad de corregir sus défiit y sus excesos. Eno ue sf coinciden ambos es en la utilidad del posmodernismo para entender, tanto en la teoria como en la prictica, Ia reestructuracién contemporsnea de la espacialidad capitalista, Io ‘cual implica el restablecimiento de una perspectiva eritica espacial en la teorfa social con- 4 ‘TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Geogratia politica temporinea, En esta misma linea inciden nuevas © i Postmodern urban condition, de Michael J. Dear (2000) Paradojicamente, a pesar de la apertura intelectual que, en principio, permite la postnodemidad, el presente esté marcado por otra perspectiva mucho ms potente y elicaz Ia del denominado pensamiento nico. En efecto, la erisis de los grandes paradigmas, ade- ms de abrir ventanas, ha dejado via libre a visiones de la realidad tiranizadas por el pragmatismo, la competitividad y la homogenizacién cultural, Elreto de la nueva geografia, politica —una geogralia politica que ha recuperado y reconsiderado a fondo el papel de la ‘dentidad, dela cultura y del lugar en la construccién del espacio social—consiste en ofrecer visiones de la realidad alternativas a las del pensamiento nico dominante, eresantes aportaciones, como The Bibliogratia AGNEW, John A. (1984), «Place and Political Behaviour: The Geography of Scottish Natio. nalisms, Political Geography Quarterly, 3, p. 191-206, — (987), Place and Politics. The Geographical Mediation of State and Society, Boston, Allen and Unwin. — (1998), «European Landscape and Identity, en: B. 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