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Índice

Sinopsis
Prólogo
1. Rosas en capullo
2. Entronizar
3. Alianza
4. Ejecuta
5. Manos sucias
6. Una prueba
7. Corderos al matadero
8. Fiebre interior
9. Crueles garantías
10. Aviva la llama
11. Viejos amigos y secretos sucios
12. Persiguiendo a la presa
13. Hermosa en sangre
14. El sabor del pecado
15. Una zorra para Saint
16. El Perdón
17. Intervenciones Calculadas
18. Reinado
19. Prender Fuego
20. Llave maestra
21. Nuevas Cadenas
22. Bautizo
23. Destinado a Arder
24. Los constructos del poder
25. Reyes y Reinas
26. Llámame tu Dios
27. Ese Amor Violento
28. Una Delicadeza
29. La zorra de Briony
30. Confesiones
31. Prueba sólida
32. Hermoso chantaje
33. Destruyendo Almas
34. Rostros formidables
35. A tu merced
36. Entrena a través del dolor
37. Todo
38. Evolución del Juego
39. Debajo de nosotros
40. Ojos de Exhibición
41. Guarda la Llave
42. Enfermos, Egoístas
43. Vale la pena
44. Amor abstracto
45. Asimilación del tacto
46. Desgastado
47. El más oscuro de los ángeles
48. Marcado
49. Señuelos y Lagunas
50. Nuestro Padre
51. Fe
52. La caída de Saint
53. Darles un villano
54. Venganza desatada
55. El Ojo de Mi Existencia
56. La Guarida de la Muerte
57. Lealtad
58. La muñeca del diablo
59. Nuestra propiedad
60. Epílogo: La Limpieza
Sobre la Autora
Sinopsis
La fornicación es un pecado.
Como se lee, debemos huir de la inmoralidad sexual. Cualquier otro
pecado que una persona comete está fuera del cuerpo, pero la persona
sexualmente inmoral peca contra su propio cuerpo.
Nos enseñan que estos pensamientos, estas acciones, son inmorales.
Pero ese lado oscuro que vive dentro de todos nosotros, la verdadera
naturaleza del hombre, nos impulsa a buscar la necesidad que arde
dentro, exigiendo ser liberada. En lo más profundo de nuestros huesos
yace esa necesidad intrínseca, desesperada por escapar. Un
comportamiento innato, aparentemente fuera de nuestro control.
Uno que grita por pecados que nos dicen que nos condenan.
Aero es la garganta desde la que grito.
Las partes oscuras de mí misma que quiero ocultar a este mundo son
todo lo que él ve cuando me mira bajo otra máscara.
Él es el demonio que me ahoga en mis propios deseos subyacentes.
Puede que nunca pare. No hasta que sucumba a mis verdades, o
muera bajo el peso de sus implacables garras.
Porque según él, la vida que he estado viviendo es un infierno mucho
peor que la muerte.
Advertencia de contenido

Este libro contiene elementos fuertes y potencialmente


desencadenantes, como acoso, trauma religioso, profanación de
artefactos religiosos, entornos de culto, CNC1, degradación, humillación,
voyeurismo, exhibicionismo, somnofilia, comportamiento posesivo,
representaciones gráficas de violencia/asesinato y explora varias formas
agresivas de juego sexual y BDSM.

1 No consentimiento consensuado.
A aquellos a quienes se les enseñó que habían nacido en pecado,
que recuperen su fe dentro de los confines de nuevas e impuras
restricciones.
Prólogo

Sexo, masturbación, pensamientos eróticos. Me enseñaron que esas


cosas eran vergonzosas. Pecaminosas. Viles.
Las chicas como yo no somos promiscuas. Despreciamos a las que
lo son. Somos correctas. Puras. Inocentes. Pero cuanto más veo del
hombre enmascarado que acecha en las sombras de la noche, más
pruebas de su enfermiza obsesión por mí, más se desboca mi lujuriosa
imaginación.
Quería pecar. Y lo quería con él.
Aero es mi acosador.
Es como el aire que le rodea. Desaparece cuando quiere.
Apareciendo para sorprenderme cuando menos lo espero y
complacerme de formas inimaginables.
Sólo tiene dos reglas para mí: entregarme a mis deseos ocultos y no
descubrir nunca quién es.
De lo que no se da cuenta es de que está creando un monstruo.
Uno con la misma hambre insaciable de la forma más enferma de
amor tóxico.
Capítulo 1
Rosas en capullo

M
iro fijamente la rosa recién cortada que yace en el viejo
cubo de basura de malla metálica cerca de mi escritorio.
Sus espinas atraviesan el metal, perforando las aberturas
enrejadas. La cortaron demasiado pronto. El capullo
apretado, redondo y aterciopelado ni siquiera ha tenido la oportunidad
de abrirse. No ha tenido tiempo de florecer.
Un final.
Un mensaje.
Una advertencia.
Sé que fue él. Siempre es él.
Mi desconocido.
Mi acosador.
Ninguna chica de veinte años tan pura como yo debería tener que
preocuparse nunca por chicos al azar que le dejan flores recién cortadas
en el cubo de la basura o mensajes peculiares escritos en páginas
arrugadas de una Biblia arrancada. Pero en las últimas tres semanas,
desde la graduación, sólo me esperan mensajes crípticos y rosas en
capullo en la basura cada mañana.
Tumbada de lado, miro fijamente el capullo carmesí mientras soy
consciente de las manos sobre mi cuerpo. Una se apoya en la cálida piel
de mi cuello, mientras la otra descansa entre mis muslos suaves y lechosos.
Siento cómo el hormigueo cobra vida bajo mi piel. Esa sensación
incómoda que me hace un nudo en el estómago al tiempo que me
estremece los hombros.
Estaba aquí otra vez. Mirándome dormir. Cómo entra es una
pregunta que no puedo responder. Mi hermano se asegura de cerrar
todas las puertas y ventanas cuando se va a su dormitorio, sobre todo
ahora que nuestros padres se han ido.
Rodando sobre mi espalda, pienso en el esfuerzo, en las razones, y
nada de ello tiene sentido para mí. Es un secretito aterrador que sólo
conocemos Mia, mi mejor amiga, y yo. No me atrevería a compartirlo con
Baret. Sacar a mi hermano mayor de casa para que viva en los dormitorios
ha sido un gran alivio para mis estudios. Ya no necesitaba que su
comportamiento incesante y lascivo me distrajera.
La semana pasada, le pregunté a Mia si estaba sola en este
aparente acoso, omitiendo los detalles específicos, pero informándole de
los ojos que sentía a mi espalda en todo momento. Cuando se enteró, se
asustó tanto como yo y se convirtió en su nuevo proyecto por descubrir.
Supuso que alguien quería arruinar mi reputación. Para empañar el duro
trabajo que he logrado a lo largo de mis cuatro años de instituto, para
impedir que finalmente me uniera a la Academia Covenant como la
primera Magnus Princeps femenina.
Me preocupaba que hubiera oído hablar a Saint y a su ridícula
pandilla de amigos. ¿Acaso el futuro de nuestra congregación estaba
buscando nuevas e inusuales formas de torturarme? ¿Burlándose de mí
por mis logros? ¿Poniendo a prueba mis habilidades? ¿Mi fe? Parece
poco probable, ya que esta persona tiene un toque delicado en su
trabajo. Un enfoque delicado al acecho, y aunque está empezando a
madurar, Saint tiene un historial de ser cualquier cosa menos delicado. O
amable.
Esta persona parece tener una fascinación por mí que no termina.
Soy lo suficientemente estúpida y curiosa como para permitir que
continúe.
Quienquiera que me siguiera buscaba algo, y la única forma de
conseguirlo era a través de la obsesión silenciosa.
Cojo el cajón de la mesilla y saco la nota arrugada que escondí la
semana pasada. La sola idea de que esta persona arranque
despiadadamente páginas de la Biblia para usarlas como papel de carta
me eriza la piel de terror tanto como despierta mi interés.
La página está arrancada del Deuteronomio de la Biblia, y el pasaje
encerrado en un círculo dice: Porque Yahveh tu Dios es el que va contigo
a luchar por ti contra tus enemigos, para darte la victoria.
Sobre el pasaje hay una carta manuscrita en bolígrafo rojo, las
marcas de las letras garabateadas con tanta fuerza que casi rasgan la
delicada página.
Ahora soy tu DIOS -Aero
Pasar los dedos por los profundos surcos de su nombre despierta algo
dentro de mí, y me pregunto si las curiosidades de mi extraño acosador
son tan salvajes como las mías.
La idea me atormenta y quiero saber si ha sentido la tentación de
tocarme mientras me observaba en la cama. La idea de que tal vez ya lo
haya hecho me invade, y una especie de fuego salvaje se extiende entre
mis muslos, haciéndome sentir inmediatamente el peso de la culpa más
cargante que la manta que me envuelve.
La puerta principal se abre en la planta baja, sacándome de mis
pensamientos, y sé que llego tarde. Me duele el cuerpo por la falta de
energía. La que siempre se siente antes de tener que levantarse y estar
listo para un acontecimiento tan importante.
―¡Bri-uh-knee! ―Oigo la molesta voz de mi hermano desde el primer
piso.
Sus pasos torpes ascienden por las escaleras de madera de nuestra
casa de dos pisos hasta que aparece en mi puerta. Su complexión
musculosa, que parece en forma bajo la camisa de vestir y los pantalones,
aún me sorprende. Antes era un bobo. Un bobo palillo. Pero cuando llega
la madurez, los chicos se convierten en hombres. Es asqueroso cuando es
tu hermano. Lleva su expresión de fastidio maravillosamente bien,
mientras que sus característicos rizos rubios están más brillantes hoy. Un fin
de semana bajando por el río con sus compañeros de habitación de la
universidad hará eso.
De mala gana, lo empujo y salgo de la cama para ir al baño. Miro
fijamente mi reflejo, agarrándome las puntas del cabello para desenredar
los nudos con el cepillo de otra noche de sueño agitado. No era justo.
Siempre había deseado ser rubia como el resto de mi familia. Baret tenía
los genes que se suponía que me habían tocado a mí. Mi madre y mi
padre eran rubios, altos y delgados. Mi hermano siguió el ejemplo, y su
estatura ahora me supera, aunque ha rellenado un poco. Pero, a pesar
de todo, como una mancha de tinta, nací con el cabello negro como la
noche.
Cabello oscuro, piel de porcelana. La muñeca del diablo. Nunca
declararon que eso era lo que pensaban de mí, pero sus ojos de sutil
desaprobación gritaban la etiqueta involuntaria.
A mi madre siempre le preocupó que hubiera una raíz subyacente.
Una premonición bíblica que necesitaba aún más seguridad para ser
erradicada. Fueron duros conmigo. Más duros que con Baret. Había
llegado a comprenderlo y aceptarlo por ser la menor, además de la única
niña, y me había impuesto aún más la misión de demostrar mi valía en mi
familia y en la iglesia.
―¿Por qué no estás lista ? Hoy es la Inducción. Teníamos que llegar
temprano ―se queja Baret, apoyando la cabeza en el marco de la
puerta.
―Me habré quedado dormida ―digo disculpándome,
preguntándome por mi sueño que puede o no haber sido vigilado―. No
tardaré mucho.
Después de hacerme una trenza, me dirijo a mi habitación para
tomar el collar con el crucifijo que tengo en la mesilla de noche. Me lo
regaló mi padre cuando cumplí dieciséis años para celebrar mi
abstinencia. Me visto con mi falda verde a cuadros, mis medias negras
hasta los muslos debajo y mi camisa blanca abotonada con el escudo de
la Academia Covenant en el pecho. Me calzo mis Mary Jane Doc
Martens negras y cojo la mochila.
Baret espera impaciente abajo, con la nariz metida en un libro,
cuando por fin bajo las escaleras.
―¿Sabes algo de mamá y papá hoy?
―No, Bri ―responde con otro gemido―. Las llamadas no son tan
frecuentes cuando estás en la montaña.
Mis hombros deben de haberse desplomado ligeramente, porque la
molestia en su rostro disminuye. Cierra el libro y camina hacia delante,
dejándolo de nuevo sobre la repisa de la chimenea antes de girarse para
mirarme.
―Lo que están haciendo es mucho más importante que la
ceremonia de inducción. Tenemos que ver el panorama más amplio de
Dios. Difundir la palabra del Señor a la gente que no puede acceder a su
gloria. ―Extiende las manos ante sí de forma dramática, como si
imaginara la escena―. El trabajo de misionero hace girar al mundo.
―Si papá pudiera oírte ahora ―le digo, dándole un codazo en el
brazo mientras se ríe―. Estaría tan orgulloso.
―¿Qué? ―pregunta―. Soy tan santo como vienen. Y vaya si vienen.
―Me lanza una sonrisa socarrona.
―Eres repugnante. ―Le empujo y salgo al porche―. Y vil ―añado por
si acaso.
Baret es demasiado listo para su propio bien. Juega bien con el
sistema. Retratando al buen hijo cristiano en la iglesia, mientras estudia
medicina en la universidad, encontrando nuevas y creativas formas de
romper sus votos de celibato sin romperlos realmente. Siempre vivió al
margen de nuestra fe, utilizando su ingenio para llevar la fachada a la
perfección.
―Por favor. ―Se burla, siguiéndome―. Sólo estás enfadada porque
Saint aún se niega a cortejarte. ¿La mancha oscura de la condena? ¿No
es así como te llama ahora?
―¿En serio? ―Me giro hacia él y casi choca conmigo―. ¿Ahora tú
también te alimentas de eso?
―Cálmate, Briony. Sólo está bromeando. ¿No te has enterado? Los
chicos que son deliberadamente malos lo hacen con un propósito. Creo
que se olvidaron de enseñarte en la Academia Covenant que los chicos
tienen estas cosas llamadas hormonas. Testosterona para ser específicos.
Les hace hacer cosas raras. ―Se estremece dramáticamente.
―No te pongas científico, Baret ―le advierto con tono burlón
mientras me esquiva en dirección al coche―. Al obispo Caldwell no le
gustaría nada. Cristo actúa a través de nosotros. Cristo supera la
naturaleza humana pecaminosa que siempre debimos vencer. ―recito
usando sus propias palabras.
―Supera esto ―dice, haciendo un gesto lascivo que ni siquiera
entiendo.
Sacudo la cabeza ante la desesperación de mi hermano, que se
sube a su coche y sale de la entrada. Lentamente, nos alejamos de
nuestra pequeña casa perfecta, conduciendo por nuestra pequeña calle
perfecta, en dirección a mi importantísima Ceremonia de Inducción.
Puede que mis padres no estén aquí para apoyarme debido a sus
importantes obligaciones cristianas, pero no puedo evitar preguntarme
con curiosidad si habrá alguien más.
Capítulo 2
Entronizar

M
e acerco al borde del altar, respirando el fresco aroma del
incienso humeante mientras mantengo la barbilla alta,
dispuesta a emprender la marcha. Los profundos ecos
armónicos del coro del balcón resuenan en mi pecho,
llenando la santidad de la iglesia con una vibración inquietante.
Me sudan las palmas de las manos y las arrastro contra la larga
túnica negra mientras el obispo termina de recitar el voto del estudiante
que tengo delante.
―En su nombre, has nacido de nuevo, Michael. Hágase la voluntad
de Dios ―recita, haciendo la señal de la cruz ante él.
Guía a Michael hasta la gran pila bautismal, donde le espera el
diácono. El diácono se adelanta, le coge de la mano y le hace bajar los
cuatro escalones hasta el agua, que le llega hasta la cintura. Michael
cruza los brazos sobre el pecho antes de que el diácono le agarre los
antebrazos y le empuje rápidamente de nuevo bajo la superficie.
Pasan segundos mientras lo mantiene bajo el agua. Michael
empieza a dar patadas y a agitarse en la bañera, intentando salir a la
superficie. El obispo es testigo de cómo el diablo abandona el ser terrenal
de Michael mediante violentos intentos de salir a la superficie.
La congregación observa en silencio maravillada, mientras los ecos
de la lucha reverberan por los techos abovedados, con los ojos bien
abiertos a la escena, como si esperasen que el propio Cristo apareciese
ante nosotros para su segunda venida.
Contengo la respiración, haciendo rodar ansiosamente el crucifijo
de mi collar entre el pulgar y el índice mientras presencio el forcejeo. En
el momento en que el cuerpo de Michael queda inerte en sus garras, el
diácono lo levanta de nuevo en el aire y él jadea, tragando oxígeno en
sus pulmones, con los ojos muy abiertos y la boca entreabierta. Su madre
solloza entre la multitud de espectadores de la oscura catedral antes de
que su marido, que está a su lado, la tranquilice y la mire con orgullo.
En nuestra pequeña comunidad, sólo los descendientes de
miembros prominentes de la iglesia pueden ser admitidos como Magnus
Princeps, los líderes de la próxima generación de pastores del Evangelio
en línea para el codiciado título de obispo. Sólo a través de horas y horas
de estudio de la palabra antigua, y profesando a Cristo como nuestro
Señor y Salvador, se puede realmente alcanzar este codiciado estatus. En
mi grupo de edad, somos tres. Michael Donovan, yo y Saint Westwood.
El último de nosotros decidió no asistir hoy. Su familia no consideró
adecuado que aceptara un premio tan prestigioso junto a una mujer, y
solicitó que se le otorgara su propia ceremonia.
Según los Westwood, el lugar de una mujer no era ser líder, sino ser la
mejor seguidora. La mejor oveja del rebaño. La tranquila, obligada a
complacer y obedecer al pastor según la palabra de Cristo.
Por suerte, mi inteligencia y determinación me ganaron mi lugar aquí
en el escenario. Un lugar bien ganado, según mi familia, orgullosos
miembros de la Iglesia de la Alianza desde hace siglos. Mientras buscara
a Cristo, enseñando su palabra a las masas, nunca podría descarriarme.
El honor me correspondía a mí, y mi familia se sintió aliviada al ver que la
Iglesia progresaba hasta el punto de aceptar y permitir que una mujer
ocupara ese puesto.
Doy mi primer paso hacia el altar, acercándome al Obispo Caldwell,
esperando mis votos y la limpieza ceremonial con orgullo en mi corazón.
De reojo, veo a Baret en un banco lejano, mirando junto a algunos
de nuestros compañeros con una sonrisa de orgullo en la cara. Mia está
sentada unas filas detrás de él, acompañada de su familia, que la mira
con entusiasmo.
Respiro hondo y suelto el aire mientras empiezo a pronunciar mis
votos. A mitad de recitarlos, una sombra recorre el pasillo trasero de la
iglesia, reclamando mi atención.
Intento mantener la concentración y continúo con los votos antes
de que el fantasma de las sombras vuelva a aparecer por el rabillo del
ojo. La curiosidad se apodera de mí y mi mirada se desplaza hacia la señal
de salida que hay cerca de la puerta trasera.
De pie, entre los pilares de piedra, la silueta de un hombre se oculta
bajo las sombras del balcón. Todo mi cuerpo se pone en alerta y se me
eriza el vello de la nuca al preguntarme si es él. Está de espaldas al altar,
pero veo su corpulencia bajo una gabardina negra que le llega por
debajo de las rodillas. La capucha le cubre la cabeza mientras se apoya
en la columna, de espaldas al resto de la congregación. Está mirando
hacia las puertas de salida como si el acontecimiento que está
presenciando no estuviera detrás de él. Mis ojos vuelven a posarse en el
obispo Caldwell mientras continúo con los votos.
―En su nombre, has nacido de nuevo, Briony Strait. Hágase la
voluntad de Dios.
Repito la parte final de la frase mientras mis ojos se posan en Baret.
Él simplemente me hace un gesto con la cabeza. Un gesto amable para
un hermano mayor. Mis ojos se deslizan de nuevo hacia el fondo de la
iglesia en busca del encapuchado, pero al echar un segundo vistazo, la
sombra ha desaparecido por completo.
Sigo al diácono hasta la bañera bautismal, las palabras de mi
acosador resuenan en mi cabeza, haciéndome cuestionar los motivos.
Ahora soy tu DIOS.
Le cojo de la mano y me ayuda a meterme en el agua helada; el
frío me cala hasta los huesos. Mi túnica se vuelve pesada, arrastrándose
detrás de mí mientras doy unos pasos más adentro, dejando que el agua
me llegue a la cintura. Cruzando los antebrazos sobre el pecho, el
diácono dirige una rápida mirada al obispo Caldwell en el altar. Le hace
un gesto con la cabeza mientras sus ojos vuelven a encontrar los míos.
Hay algo duro en la mirada que me dirige, carente de toda emoción,
pero antes de que pueda pensármelo dos veces, el diácono me empuja
hacia atrás.
Respiro rápidamente antes de caer a través de la superficie bajo su
agarre, el escalofrío que me estremece me sube por el cuello con su
punzada helada. Mis oídos se llenan del zumbido hueco de la nada,
mientras siento que los pulmones ya me duelen con la necesidad de
expandirse.
Sólo un poco más.
El peso de su firme agarre no deja margen de maniobra para ningún
tipo de liberación. Mis pulmones piden aire a gritos mientras el pánico se
apodera de mí. Necesito respirar. Empujo contra sus brazos, arañándolos
para liberarme, pero él me sujeta con más fuerza, asegurándose de que
permanezco bajo la superficie para librar mi forma humana del mismísimo
Diablo.
Ha pasado demasiado tiempo. Michael no estuvo sumergido tanto
tiempo.
Mis ojos se abren bajo el agua oscura mientras visualizo la escena
del mosaico sobre mí. El diácono no está frente a mí. Está mirando hacia
el altar, hacia el obispo. Grito bajo la superficie, el último oxígeno de mis
pulmones burbujea en mi garganta mientras me agito.
¡Es demasiado tiempo!
Mis gritos de auxilio son ignorados y pierdo todo autocontrol. Ahora
se ha convertido en una lucha por mi vida mientras trago agua con mis
gritos y la oscuridad se nubla sobre mis ojos, derrumbándose sobre la
escena que tengo ante mí. Lucho con todo lo que tengo, la presión sobre
mis pulmones que arden me paraliza. Pero me desvanezco a medida que
el entumecimiento se apodera de mí, mi cuerpo se siente más ligero a
medida que pierdo la lucha contra el agua amargamente fría de la
limpieza ceremonial.
A través del agua, un zumbido explosivo invade mi cabeza cuando
las manos del diácono se aflojan. Un gran rayo de color naranja crece
desde el lado de mi visión, el color distorsionado, doblado y retorcido de
todas las maneras equivocadas bajo las olas por encima de mí. ¿Mi paso
a la otra vida?
Antes de que pueda evaluar las peculiares imágenes y sonidos que
me rodean, la oscuridad me consume, y lo siguiente que recuerdo es ver
flashes de caras; Baret, que parece presa de un pánico inimaginable, el
obispo Caldwell, que parece perturbado mientras pasa frenéticamente a
nuestro lado, dirigiendo a la congregación, y Mia, que parece petrificada
encima de mí.
Me llevan a través de la ahora luminosa y parpadeante iglesia. Mi
vista se centra en el techo abovedado sobre mí, estudiando los
angelicales querubines pintados bajo los picos mientras continuamos
hacia las puertas de madera. Un destello naranja los ilumina aún más. Sus
ojos están pintados de negro. Hay equis sobre sus rostros antes
querubinescos.
Mi cuerpo permanece entumecido, recibiendo destellos de luz
anaranjada mientras Baret me abraza con fuerza contra su pecho. El
espeso olor a humo llena mis fosas nasales antes de que vuelvan las nubes
oscuras.
Una tormenta de oscuridad, tragándome entero.
Capítulo 3
Alianza

M
ia camina delante de mí, al borde de la cama, mientras
me froto los ojos con los nudillos y pestañeo para disipar la
neblina del sueño. Se agarra el cabello hasta los hombros
en mechones dorados entre los dedos, que prácticamente
queman el suelo de madera con la fricción de vaivén.
―¡Ha destrozado tu ceremonia! El diácono se quedó perplejo
cuando se produjo la explosión. Nada de esto está bien ―declara Baret
con fuego en la voz.
Eso es lo que debe haber sido. ¿Verdad? Su razón para no prestar
atención a la chica luchando por su vida bajo el agua. La explosión robó
su atención.
Sentí miedo en lo más profundo de mi alma mientras aquel hombre
me sujetaba bajo el agua. Una sensación espeluznante que ahora me
inquieta y me pesa en el estómago. La duda me asalta por primera vez,
y no quiero creerlo.
―No sabemos si tuvo algo que ver con esto ―le corrige Mia,
haciendo de abogado del diablo como siempre―. Por lo que sabemos,
ni siquiera estaba allí. ¿Verdad?
Mientras contemplan si Saint provocó o no el incendio de la iglesia,
perturbando la finalidad de mi ceremonia, mi mente gira en torno al
pensamiento de una persona y sólo de una persona.
Aero, quienquiera que sea, tuvo todo que ver. Pero es el motivo lo
que no puedo entender.
―Los Westwood siguen organizando la fiesta post inducción esta
noche ―declara Mia.
―¿A pesar de que se negaron a venir? ―Baret pregunta, sonando
molesto como siempre―. Menuda idiotez.
Suspiro, escuchándolos discutir como siempre.
―Su familia sigue siendo la que más contribuye a la iglesia. Se les
permite hacer lo que quieran ―añado.
Mia suspira.
―Como quieras. Te ayudaré a prepararte.
Entrecierro los ojos y frunzo el ceño.
―No. No voy a ir a su fiesta.
―En realidad, sí ―me corrige Baret―. Y nos enfrentamos a esto.
Mia pone cara de dolor, claramente atrapada en medio de este
extraño aprieto. Me levanto de la cama y me dirijo a la ventana. Mis
dedos recorren la pintura blanca del alféizar mientras me asomo y veo
que el sol se está poniendo y el cielo se tiñe de un precioso tono rosa y
púrpura.
Si quiero que me consideren alguien de valor dentro de la Iglesia,
tengo que dar a conocer mi presencia. Tienen que saber que Briony Strait
no se acobardará, sino que se afrontará a la adversidad de frente. Como
lo haría un líder.
―¿Sabes qué? ―Golpeo con los dedos en el alféizar, la
determinación endereza mi postura―. Tienes razón ―digo, ganándome
una mirada de sorpresa por parte de ambos―. Tengo que abordar esto, y
sólo hay una forma de hacerlo.
Se miran antes de que sus ojos encuentren los míos.
―Bueno, supongo que empezaremos por meterte en algo que llame
la atención.
Pongo los ojos en blanco mientras los suyos se iluminan y sus cejas se
mueven hacia mi hermano, que mira con aprensión.

Me trago mis miedos internos y levanto la cabeza mientras los tres


entramos en el vestíbulo de la mansión Westwood.
El lugar es lo que cabría esperar del dinero antiguo. Techos elevados,
suelos de mármol, cuadros que cuestan más que la mayoría de las casas
familiares corrientes. Es extravagante, elegante, sofisticado, y sólo significa
el por qué su familia tiene el control que tiene sobre la iglesia. Sus
contribuciones mantienen el lugar en funcionamiento. Por supuesto,
gobiernan los procesos de toma de decisiones.
El dinero es poder, incluso en la religión.
Aliso con las palmas de las manos el bajo del vestido negro entallado
que Mia me ha convencido para que me ponga, mientras me paso el
cabello negro liso por detrás de los hombros y por la espalda. Después de
convencer a Mia y a Baret de que estaba más que preparada, salgo en
busca de Saint.
Se necesita una conversación. Una conversación adulta para
abordar esta situación. Sólo esperaba que él estuviera dispuesto.
Saint me ha atormentado durante años con su pandilla de colegas
que parecen estar siempre a su lado. Crecer en una ciudad pequeña
pero próspera hace que todo el mundo te conozca a ti y a toda tu familia.
Aunque nuestra familia distaba mucho de ser escandalosa, siempre había
gente dispuesta a encontrar secretos que desenterrar y a revivir rumores
muertos para sus propias venganzas. Saint era el típico matón de primaria,
que siempre se burlaba de mí por ser tan aventajado como yo, y odiaba
el hecho de que le superara en todas las clases y asignaturas.
Su familia tenía expectativas para él, que yo podía entender y con
las que me sentía identificada, pero él no podía quedar por detrás de una
chica. Por desgracia para él, así fue. Me gradué como la mejor de la
clase, y después de que me concedieran el honor de convertirme en la
primera Magnus Princeps femenina, su familia claramente no quiso
aceptarlo.
A mi padre le contaron que incluso se pusieron en contacto con el
despiadado dictador Alastor Abbott, el recién nombrado gobernador, un
hombre que, según he oído, baila habitualmente con el diablo en sus
procesos de toma de decisiones, con la esperanza de convencerle de
que propusiera un proyecto de ley para limitar de algún modo el número
de mujeres que pueden progresar académicamente. Cualquier cosa con
tal de flexibilizar a los débiles y retrasar el reloj para permitir que los
hombres reinen victoriosos.
Para su desgracia, la mente pesa más que el músculo, y yo sigo aquí.
Caminando entre el caos de la fiesta, veo a la mayoría de la gente
de nuestra edad y mayores mezclándose por el salón principal de la gran
mansión.
Uno de los camareros me ofrece una copa de champán. Al
rechazarla cortésmente, veo a Saint desde el otro lado de la sala. Gira la
cabeza justo cuando lo miro y nuestras miradas se cruzan. En su rostro se
dibuja una sonrisa de oreja a oreja antes de dar un sorbo a su bebida y
girar hacia la multitud, en dirección al pasillo principal.
Me apresuro a seguirle y veo que gira a la derecha para entrar en
una habitación. Al acercarme a la puerta, pienso en llamar, pero decido
no hacerlo y giro el pomo para entrar detrás de él.
Nada más abrirla, encuentro la habitación vacía. Cierro la puerta
con cuidado detrás de mí y observo lo que parece ser su dormitorio. Es
extravagante, como yo suponía. El azul marino oscuro del edredón de la
cama con dosel combina a la perfección con las largas y gruesas cortinas
que cuelgan de las ventanas. El agua sale de un lavabo del cuarto de
baño adjunto y tomo asiento en el banco tapizado delante de la cama,
esperando su regreso.
Sale del baño con una toalla, secándose la cara como si acabara
de lavársela. Deja caer la toalla y abre ligeramente los ojos al verme.
―Briony Strait. ―Dice mi nombre como si le doliera pronunciarlo―.
¿Qué hace la primera Magnus Princeps femenina en mi dormitorio?
Deshonroso, ¿no crees?
Le miro con los ojos entrecerrados mientras se acerca a mí, cada vez
más alto. Es alto y delgado, y los ángulos de su mandíbula son más
pronunciados con el corte de pelo rapado que le caracteriza, sobre todo
desde este ángulo. Trago saliva, sintiendo cómo se me estremece la
garganta, y sus ojos se posan en mi cuello.
―Buen trabajo declinando el champán. ―Sonríe apreciativamente,
luego suspira―. A padre le encanta poner a prueba a la juventud.
Por supuesto, eso es lo que era. Cualquier cosa para atraparme
resbalando.
―Esperaba que pudiéramos hablar ―digo, encontrando mi coraje―.
Como adultos.
Sus labios se estiran en la comisura, y mi corazón se agita
salvajemente en mi pecho ante lo que pueda decir o hacer.
―Adultos, ¿eh? ―Se acerca hasta que me veo obligada a levantar
el cuello para mantener el contacto visual―. Para ser sincero, me
sorprende verte aquí. Debes tener un buen par de pelotas debajo de ese
vestido para entrar en esta casa después de los rumores que circulan
sobre el incendio de esta tarde.
Entorno aún más los ojos hacia él.
―Sé que no fuiste tú.
―¿Cómo puedes estar tan segura? Sabes que daría cualquier cosa
por arruinar tu gran día ―rezuma sarcasmo.
―¿Lo harías? ―pregunto sin rodeos, alzando las cejas.
Me mira fijamente por un segundo, sus ojos dibujan una línea hasta
mis labios y viceversa. Esa mirada repentina me hace sentir incómoda de
una forma totalmente nueva.
―No ―respira, el sarcasmo se desvanece por completo de su tono
mientras su rostro mantiene una expresión suave―. No, no lo haría.
―Bueno, está bien ―digo encogiéndome de hombros―. Entonces,
¿podemos dejar atrás este asunto que tienes conmigo? No voy a ir a
ninguna parte, Saint, así que podríamos encontrar una forma de trabajar
unidos, ya que vamos a pasar la mayor parte del tiempo juntos.
Un Magnus Princeps trabaja junto a los obispos en nuestra
congregación, centrándose principalmente en el estudio de la palabra y
empleando nuestro tiempo para dedicarlo a la comunidad a través de
oportunidades de voluntariado o impartiendo clases a estudiantes, hasta
que superamos la prueba para determinar la colocación permanente de
los funcionarios designados, ostentando un rango oficial dentro de la
iglesia. Es un honor prestigioso para cualquiera, pero especialmente para
una mujer.
Saint se sienta a mi lado en el banco y apoya los codos en la cama
de detrás. Suspira y mira hacia el baño, enderezando las piernas y
ajustándose los pantalones de vestir.
―Supongo que tienes razón ―dice―. Mucho voluntariado por
delante. Mucho tiempo juntos.
Se queda mirando al suelo, mordiéndose la comisura del labio
inferior mientras lo imagina, antes de volverse hacia mí.
―Sé que mi familia nunca dirá esto, así que lo haré yo en su nombre
―empieza mientras mis nervios amenazan con apoderarse de mí―.
Enhorabuena. Es un honor recibir esto junto contigo.
Pongo los ojos en blanco.
―¿Pero?
Su cara se estira hasta fruncir el ceño.
―¿Pero qué? Pues eso. Te felicito por un impresionante trabajo bien
hecho. No hay vuelta de hoja. Eres una fuerza. Supongo que no hay nada
más que hacer que formar una alianza, ¿verdad?
―¿Cuál es el truco? ―Pregunto, aun desconfiando de su cambio de
comportamiento.
Levanta las manos.
―No hay trampa, lo juro. ―Esboza una sonrisa genuina que se
desvanece en un rostro de seriedad mientras asiente―. Es hora de que mi
familia afronte lo inevitable y evolucione con los tiempos. Me alegro por
ti, Bri.
Nunca me había llamado Bri. Sólo murmullos de verruga, peste o
eterna mancha de condena. Ni siquiera estaba segura de si realmente
sabía mi nombre en la escuela primaria.
Se inclina hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas,
encorvado, vuelve la cabeza hacia mí y me mira con ojos ardientes,
nuestros cuerpos aún más juntos que antes, nuestros muslos
prácticamente sellados.
Puede que mi hermano tenga razón sobre él.
―Bueno, gracias ―susurro, la conversación se vuelve extrañamente
íntima.
Vuelve a esbozar una media sonrisa mientras sus ojos me miran los
labios. Al sentir el calor que me produce su mirada, los muerdo.
―¿Me acompañas? ―me pregunta, y mis ojos se posan en su mano
extendida, esperando a que la coja―. Me encantaría enseñarte los
terrenos.
Aprieto el labio inferior con los dientes, buscando el truco. Pero sus
ojos se ablandan mientras se levanta y sigue tendiéndome la mano.
Con una respiración rápida y la confianza de un líder, pongo mi
mano en la suya.
Es una alianza.
Capítulo 4
Ejecuta

C
aminamos brazo con brazo alrededor de la mansión
mientras me enseña los jardines.
Los ojos están puestos en nosotros allá donde vayamos,
susurros silenciosos de conversaciones flotando alrededor, tejiendo sus
redes de sospechas y cotilleos.
―Al ser el único hijo de la familia me ha tocado asumir el papel de
llevar el apellido Westwood a la iglesia ―explica, señalando hacia la
fuente para indicarme hacia dónde nos dirigimos.
―¿Es éste un papel en el que sientes que has caído o que has
elegido?
Gira la cabeza hacia abajo para mirarme, con una sonrisa ladeada.
―Inteligente, Briony. Eres lista. ―Se ríe antes de que su rostro caiga en
seriedad―. Pero he elegido esto. Lo quiero. No hay nada que me gustaría
más que llevar un título de obispo al nombre de la familia. Pero no es
simplemente el título lo que me apasiona, sino convertirme en el
recipiente en el que difundir la palabra. ¿Qué hay más honorable que
eso?
Sigo caminando a su lado, absorbiendo sus palabras, hasta que nos
acercamos a la fuente. El agua burbujea sobre la enorme escultura de un
ángel a la luz de la luna; la oscuridad tira de mis ojos hacia abajo,
haciendo que el estanque del fondo parezca algo espeluznante en su
negro abismo.
―Me alegro de que me buscaras esta noche ―dice, volviéndose
hacia mí mientras toma mis manos entre las suyas antes de que nos
encontremos―. He estado esperando la oportunidad de hablar a solas.
Ya es hora de que deje las niñerías a un lado.
Mi respiración se entrecorta cuando sus pulgares acarician
suavemente los surcos de mis nudillos.
―Siento cómo te he tratado ―continúa, mirándome con ojos
compasivos.
Se acerca más y junta nuestras manos contra los firmes pectorales
que tiene bajo la camisa de cuello mientras me mira.
―Has crecido mucho estos dos últimos años. ―Traga saliva,
enderezando la columna, mientras sus ojos recorren mi figura hasta mis
talones y vuelven―. Siento haber tardado tanto en ponerme al día.
Baret tenía razón.
Siento una opresión en el pecho mientras sus pulgares siguen
acariciándome suavemente y su contacto visual directo hace que el
mundo que nos rodea se vuelva borroso. El calor se apodera de mis
entrañas, amenazando con quitarme el control, y necesito una vía de
escape.
―¿El baño? ―pregunto, cerrando los ojos con fuerza, rompiendo el
contacto y aclarándome la garganta. Su ceño está fruncido cuando por
fin vuelvo a abrir los ojos―. Perdona. ¿Puedes decirme dónde está el
baño?
Tengo que salir de aquí.
Dejo caer sus manos, creando cierta distancia entre nosotros,
mientras doy unos pasos hacia atrás, tropezando prácticamente con mis
talones al hacerlo.
―Por el pasillo, segunda puerta a la izquierda ―me dice con un gesto
de la cabeza, con cara de perplejidad.
Prácticamente corro de vuelta a la casa entre el tumulto de gente
de la fiesta, evitando miradas y conversaciones, hasta que encuentro el
cuarto de baño. La puerta, la segunda a la izquierda, está
lamentablemente ocupada, así que continúo por el pasillo hasta
encontrar la siguiente habitación libre disponible.
Sólo necesito un segundo para respirar, lejos del incómodo
intercambio y del ajetreo y el bullicio de la gente que socializa y se
relaciona con los altos cargos de nuestra pequeña comunidad.
Encuentro lo que parece ser una habitación de invitados vacía,
cierro la puerta tras de mí y me apoyo en ella en el espacio poco
iluminado.
¿En serio Baret tenía razón? Sería la primera vez. Puede que Saint
sintiera algo por mí que él había ocultado con su inmadurez. La mirada
en sus ojos esta noche no se parece a nada que haya visto de él. Serio.
Casi necesitado. Oscura.
Algo había cambiado y debía tener cuidado para navegar
correctamente.
Me asustó. Esa sensación cuando nuestras manos se encontraron.
Algo se despertó en mí y me vino a la mente la idea de esas manos en mi
cuerpo, tocándome por debajo del vestido. Obra del diablo. Necesitaba
alejarme de estas tentaciones, de la repentina lujuria que amenazaba mi
control, especialmente con mi nombre ahora bajo los focos.
Ruedo junto a la puerta, apoyando la frente en ella mientras mis
manos me sostienen contra la fría superficie, necesitando tiempo para
librarme de estos viles pensamientos y distracciones antes de volver a la
fiesta.
―Oh, muñequita. ―Oigo la voz profunda de un hombre detrás de mí
y se me pone rígida la espalda. Antes de que pueda darme la vuelta, un
cuerpo se pega contra mi espalda y me inmoviliza contra la superficie de
madera―. Piensas mucho cuando estás sola ―dice, y su tono oscuro me
eriza el vello de la nuca.
Intento girar la cabeza para mirar a quienquiera que sea, pero el
miedo me deja literalmente sin aliento cuando me aprieta más contra la
puerta con su cuerpo.
―Shh ―susurra contra mi cuello, el olor a cuero y azufre golpea mis
fosas nasales―. No grites ―su voz profunda retumba en mi pecho mientras
su cabello me hace cosquillas en el cuello―. No me gustaría romper mi
nuevo juguete favorito.
Manos adornadas con varios anillos y una plétora de cicatrices se
deslizan por mis brazos contra la puerta hasta encontrar los míos. Sus
dedos se introducen lentamente por las hendiduras de los míos hasta que
entrelaza nuestros dedos con sus manos fuertes y venosas. Rápidas
respiraciones caen de mis labios mientras estudio los anillos, todos
plateados y negros, centrándome en uno en particular que destaca
sobre el resto. Es plateado, con una gran piedra negra en el dedo índice.
Dentro de la piedra hay una imagen de un crucifijo invertido.
―¿Quién eres?― pregunto sin aliento.
No me contesta mientras siento su cara recorrer mi nuca. El calor se
extiende por la piel expuesta entre mis omóplatos y me estremezco ante
la sensación. Se acurruca contra mí y me acaricia el cabello con la nariz.
Aspira mi aroma y me roza la nuca con la cara, como si el olor de mi
cabello le produjera un placer enfermizo. Sus labios se acercan a mi oreja
y el miedo prácticamente paraliza mi tembloroso cuerpo.
Es él.
―Dilo ―exige contra la concha de mi oreja, aspirando otra vez
profundamente contra el costado de mi cabeza.
El pánico se apodera de mi mente cuando sus palabras envuelven
mi débil figura como una serpiente, tan segura de la muerte de su presa.
―¡Dilo! ―vuelve a decir, y yo doy un respingo, jadeando mientras
cierro los ojos con fuerza, conteniendo el grito.
¿Quiere que le diga quién es? No, necesita oírme decir su nombre.
―Aero ―susurro temblorosa.
Tararea su aprobación contra la carne de mi cuello, su cuerpo de
piedra encapsulando el mío mientras sigue presionándome.
―Si quieres salir con vida ―susurra contra mi piel, con el calor de su
aliento haciéndome cosquillas en la piel―, corre por tu vida.
Trago saliva antes de que un gemido de terror salga de mi garganta.
Esas manos grandes, cubiertas de anillos, siguen agarrando las mías,
presionando contra la puerta, antes de que todo su peso se desprenda
por completo de mí y pulse el interruptor que hay junto a la puerta,
apagando la luz que queda en la habitación para dejarme de nuevo en
completa oscuridad.
Me doy la vuelta rápidamente, con el pulso acelerado ante lo
desconocido y la espalda pegada a la puerta mientras unas manos
torpes escalan la superficie de madera en busca del picaporte. La
encuentro y la abro bruscamente, dejando que la pizca de luz que entra
por el pasillo ilumine la habitación.
Pero tal y como esperaba, ahora no hay nadie.
Vuelvo a caminar entre los asistentes a la fiesta y finalmente localizo
a Baret en una esquina y a Mia junto a la pared de la otra. Me acerco a
Mia, apartándola rápidamente de su conversación.
―¿Estás lista para irnos? ―Pregunto, mis ojos recorren el espacio
abierto.
Entrecierra los ojos con desconfianza antes de inclinarse y susurrar:
―¿Qué pasa? ¿Qué ha pasado?
Me recorre con la mirada antes de centrarse en mi cuello.
―¿Qué es esto? ―Su mano sube hasta tocarme el lateral del cuello
mientras se limpia los dedos allí antes de enseñármelos. Están negros.
Toco la zona donde me estaba acariciando con la boca y mis ojos
se abren de par en par al ver los dedos que ahora están cubiertos de lo
que parece ser una especie de pintura negra. Mi confusión debe de
haber preocupado bastante a Mia, porque enseguida corre hacia Baret.
Con el corazón latiéndome en el pecho, recorro los rostros de los
asistentes, con la sospecha corriendo por mis venas. Los rostros del mal
están por todas partes, cubiertos de su propia pintura, dando el
espectáculo de una organización civilizada.
De vuelta cerca de las puertas abiertas de la terraza, el corazón se
me cae al estómago cuando mis ojos conectan con los suyos.
La mitad de un rostro, observándome desde detrás de la columna.
Un hombre encapuchado, apenas iluminado por la luz de la luna, con
una espeluznante máscara de pintura negra y blanca en la cara que le
hacía parecer un esqueleto, y mechones negros que le colgaban de la
frente hasta los ojos.
Se da la vuelta, desapareciendo en la oscuridad tan rápido como
apareció en esa habitación detrás de mí. En silencio y con intención.
Lo que aún no he descifrado es su mensaje general. Podría ser una
de dos cosas.
Una amenaza o una advertencia.
Capítulo 5
Manos Sucias

i jefe está en su despacho cuando me acerco a la

M
habitación, el olor a puros caros y Bourbon ya flota en el
espacio poco iluminado.
―¿Ya está hecho? ―pregunta, sin levantar la vista de su pila
de papeles.
Una risa seca sale de mi garganta cuando me acerco al escritorio,
con la excitación agitándose bajo mi carne. Me siento en la gran silla de
cuero con respaldo de ala frente a su escritorio, arrojo mis dos botas de
combate de cuero sobre él y revuelvo sus fotos y papeles por la superficie.
―Hay un arte en esto, Al, pero apuesto a que oyes esas palabras más
a menudo que no.
Frunce el ceño, agarrando un marco caído.
―¿Que hay un arte en ser tan desquiciado e irrespetuoso como tú?
―No. ―Apoyo las manos detrás de la cabeza y le lanzo una sonrisa
demoníaca―. ¿Ya está hecho?
―Aero, no te asigné a esto para que pudieras joder. Hay un cheque
esperando...
―¿Parezco un tipo que se excita con el dinero? ―Me levanto
bruscamente.
Traga saliva, recostándose en su asiento, conociendo bien mi
temperamento.
―Que dejes que el dinero doblegue tu moral no significa que afecte
a la mía ―replico.
―¿No te gusta el dinero? ―Se burla―. Es la primera vez que lo oigo.
Te pago un ojo de la cara por el trabajo que haces.
―No actúes como si no estuvieras feliz de tener a alguien dispuesto
a hacer tu trabajo sucio. Hay que mantener limpias las manos de los
políticos, ¿no?
Soy el único con las manos sucias aquí.
Alastor Abbott rastreaba el sistema penitenciario en busca de un
criminal de su agrado. Uno que no sólo no tuviera corazón, sino que fuera
inteligente y despiadado. Me encontró, sabiendo que era el hijo bastardo
de uno de los hombres más ricos de la ciudad, utilizando esta alianza, y
pagando al sistema para liberarme para su uso personal. Como su propia
arma secreta para usarla cuando fuera necesario, a cambio de mi
libertad de la cadena perpetua que me impusieron por los crímenes que
dicen que he cometido. Nadie sabe que me han liberado, pocos saben
siquiera que existo. Cal se aseguró de ello.
―Sabes que te estoy agradecido por tu servicio ―dice con toda
seriedad.
Pongo los ojos en blanco.
―Especialmente teniendo en cuenta el cliente.
―Quitar vidas es tan fácil como parece. Lo difícil es lidiar con el peso
de esa conciencia que cala hondo en los huesos de los débiles.
―Todos tenemos nuestros talentos, nuestras jugadas de ajedrez que
nos colocan en posición de ganar. ―Se encoge de hombros―. El tuyo
siempre ha sido la falta de alma.
―Encantado de ser útil. ―Sonrío, mirando mi anillo. Religión. Una
broma.
―Tienes una semana ―dice con tono acalorado, recogiendo los
papeles esparcidos por su escritorio―. Tu padre quiere que nos ocupemos
de esto.
―Ese hombre no es mi padre ―me enfurezco, golpeando su escritorio
con el puño.
―No me levantes la voz porque naciste bastardo ―responde Alastor.
―Di lo que quieras, pero sigues teniendo su nombre, y esa estructura ósea
tan conocida. Una semana.
Coloco ambas manos en el borde del escritorio, inclinándome hacia
delante, haciendo que sus ojos se abran de par en par y se le corte la
respiración. Me encanta el miedo que le produzco. Por muy mal hombre
que sea, me sigue teniendo miedo y eso me excita. Le sonrío a través del
cabello negro que me cae sobre los ojos.
―Entonces me tomaré mi dulce, dulce tiempo con este.
Las posibilidades son infinitas. La tendré gritando por su Dios,
rogándole por redención, sin saber que soy yo quien está ahí para
salvarla.
―Haz lo que tengas que hacer, Aero. Acaba con ella. Necesito las
contribuciones antes de las próximas elecciones. Cal Westwood está
pagando un ojo de la cara para que desaparezca sin dejar rastro ahora
que la iglesia ha dejado caer la pelota.
Rechino los dientes ante la mención. Había supuesto
correctamente.
Alastor inclina la cabeza ante mi expresión, dando por sentado que
no sé lo que ha pasado.
―Cree que su propio hijo lo estropeó al intentar arruinar él mismo la
ceremonia de inducción, sin darse cuenta de que su padre ya había
pagado al diácono para que acabara con ella.
Me encanta. Le echan la culpa del incendio que se inició al
pobrecito Saint. Qué maldito lío han creado sólo para liquidar a esta
chica. Un lío que se está convirtiendo en mi nueva obsesión favorita, y mi
nuevo curso de venganza contra los hombres que me arruinaron.
―¿Qué ha hecho esta zorra para que todos estos hombres se
vuelvan locos? ―Pregunto, ya sabiéndolo.
―¿Una mujer avanzando en el mundo religioso? ―Alastor frunce el
ceño―. ¿Qué será lo próximo, Aero? ¿La política? Creo que no. ―Se ríe de
lo absurdo―. Acaba con ella, y hazlo limpiamente. No me gustaría volver
a pagar a la policía si no es necesario.
―Creía que lo sabías. ―Ladeo la cabeza, saco una navaja
ensangrentada del bolsillo y la arrojo sobre su escritorio. Retrocede
bruscamente, con su cara vieja y arrugada marcada por el asco más
absoluto―. No hago nada limpio.
Me mira desde su silla.
Meto la mano en el otro bolsillo, haciendo que se acobarde.
Riéndome, saco una caja de cerillas y me pongo una entre los dientes.
Jugueteando con la punta, hago la señal de la cruz con ella mientras
retrocedo hasta salir por la puerta.
Una semana. En una semana puede pasar tanta diversión.

Está usando ese maldito crucifijo de nuevo.


Qué ganas tengo de arrancarle eso de su delicado cuellito,
cortándole la carne en el proceso, sólo para ver la sangre roja y brillante
gotear de su perfecta piel de porcelana.
Mi preciosa muñequita.
No puedo esperar a verla romperse debajo de mí.
Paso los dedos por la piel de su suave brazo y veo cómo se eriza el
vello como reacción a la sensación. No hay nada como disfrutar del
hecho de que su cuerpo reaccione al mío, incluso cuando está
inconsciente. Es tan inconsciente de las señales que su cuerpo me envía.
Llevarla a la guarida del diablo rompiendo su modo de vida puro e
inocente será mi mayor deleite.
Vuelvo a erguirme sobre su cuerpo dormido acurrucado en su lado
de la cama. Me he obsesionado ligeramente con su pureza desde las
semanas que llevo acechándola y estudiándola. Mi misión es cubrir esa
cara limpia con una hermosa mezcla de semen y lágrimas. Quiero que se
excite con sus miedos hasta convertirse en una criatura oscura y retorcida
como yo. Ella no es como ellos. No puede serlo. Ella tiene un verdadero
potencial para la venganza. Sólo necesito abrir su mente a esa
posibilidad.
Su cabello está esparcido por la funda de la almohada, negro como
el color de mi alma. Agarro la navaja del bolsillo trasero y la levanto con
el pulgar. Tomo un poco de su cabello entre los dedos y deslizo la hoja,
cortando unos cinco centímetros del extremo. Me la acerco a la nariz,
sintiendo su olor. Ella despierta esa bestia primitiva que llevo dentro con su
olor, e inmediatamente necesito que me cubra.
A su debido tiempo.
Me froto el cabello cortado por el cuello y sobre la nuez de Adán,
pensando en quedármelo antes de rebuscar en el bolsillo y sacar una hoja
rasgada. La dejo sobre la cómoda y coloco el cabello encima.
Contemplo sus pechos flexibles, que suben y bajan bajo su endeble
camiseta de tirantes con cada respiración profunda, y veo el contorno
de sus pezones rosas perfectos, intactos. Aprieto la mandíbula mientras
mis fosas nasales se dilatan con la mayor contención. No hasta que me lo
ruegue.
Jugueteando con el extremo de la cerilla que permanece entre mis
dientes, arrojo el capullo de rosa recién cortado a su papelera. Una
especie de tarjeta de visita; un mensaje poético de muerte antes del
despertar. Cojo la navaja y la clavo en el cabello cortado, en la página y
en la madera de su mesilla de noche. Sus pestañas se abren al oír el
sonido, pero antes de que pueda orientarse, ya estoy saliendo.
Somos muy parecidos, los dos. Calculados, inteligentes, conscientes.
Lo que no logro entender es por qué interpreta ese papel cuando, en el
fondo, debe saber que todo es mentira.
Su curiosidad la empuja hacia mí. Sólo tengo que esperar a que se
la coma viva.
Capítulo 6
Una Prueba

A
bro los ojos, me incorporo de inmediato y lo busco por toda
la habitación.
Ni siquiera sé quién es, pero algo dentro de mí no sólo
está aterrorizado, sino intrigado.
El sol está a punto de asomar por el horizonte. El resplandor de la luz
en mi habitación ilumina la navaja que sobresale de mi mesilla de noche.
Hay una navaja en mi mesita de noche.
Agarro mis mantas, apretando la suave tela contra mi pecho. Como
si ahora importara. Él estaba aquí otra vez. Observándome mientras
dormía.
Un escalofrío recorre mis brazos, la piel de gallina me cubre como si
su presencia siguiera aquí, tocándome.
Entrecierro los ojos y veo lo que parece cabello clavado en la
madera. Mi cabello. Lo agarro con las manos, palpo las puntas y
encuentro los bordes afilados del corte reciente. Se me escapa el aire por
los labios mientras el corazón me late como un tambor. Me inclino más
hacia ella y vuelvo a mirar la página arrancada de la Biblia, esta vez de
Lucas 12:7.
De hecho, los cabellos de tu cabeza están contados. No temas;
vales más que muchos gorriones.
Sobre el pasaje marcado con un círculo está escrito su mensaje en
tinta roja.
Una muñeca con una mancha. Un juguete con imperfecciones. Una
mujer con un arma. -Aero
Se me oprime el pecho al leer las palabras y la mente se me llena de
pensamientos. Ni siquiera puedo decidir si lo que siento es miedo o
excitación. Miro al cubo de la basura y veo el capullo que me espera.
Me acerco, lo arranco del tallo espinoso e inspecciono el insidioso
mensaje. Sentada en el banco ante mi gran espejo de tocador, acerco
el fresco y aterciopelado capullo a mi pecho. Mis ojos se concentran en
el reflejo mientras lo arrastro lentamente desde la pequeña hendidura
bajo mi garganta, pasando por mis clavículas y entre mis pechos.
Algo parecido a un fuego se agita en mi interior, se enciende por mis
venas y cierro los ojos, sintiendo cómo mis pezones se endurecen hasta
convertirse en apretados y puntiagudos capullos. Imagino de nuevo sus
manos sobre mí, recuerdo el intenso olor a cuero y azufre que crea una
extraña gama de sensaciones. Abro ligeramente las piernas y trazo una
línea con el capullo de rosa desde entre mis pechos hasta mi abdomen.
Cuando el capullo encuentra mi muslo, inclino la cabeza hacia atrás,
arrastrándola a lo largo de la sensible piel hasta que se encuentra con el
lugar que me duele con un calor que nunca antes había sentido.
Suena mi teléfono, sobresaltándome, e inmediatamente tiro el
capullo a la papelera. La decepción me inunda y me siento frustrada
conmigo misma por las tentaciones que se agitan en la boca del
estómago.
Hace aflorar sentimientos que vienen de algún lugar oscuro y
demasiado profundo. Sensaciones que las chicas como yo no nos
distraemos.
Veo que es Saint quien llama, así que lo cojo, intentando sonar
despierta y alerta, no vulnerable y a punto de quebrarme.
―Buenos días Bri ―dice en un tono entrecortado, como si acabara
de despertarse.
―Es un poco pronto para ti, ¿no? ―bromeo, mirando el reloj.
Son más de las seis.
―Quería llegar a ti antes de que fuera demasiado tarde.
Se me cae el corazón al estómago, preguntándome qué sabe él
que yo no sepa.
―Pensé que podría llevarte, ya que ambos estamos dando la clase
de catecismo hoy.
Me invade el alivio.
―Oh ―suspiro―. ¿No sabía que también te habían asignado esa
clase?
―Durante las próximas seis semanas ―dice con un suspiro.
Oigo de fondo lo que parece una ducha.
―¿Qué me dices? ¿Puedo recogerte?
Me miro en el espejo y me relamo los labios. Me lo imagino llegando
en su lujoso y engalanado Jeep, con sus pantalones de vestir ajustados a
su alta estatura mientras se acomoda en el asiento, sus antebrazos
acordonados flexionándose mientras nos lleva hacia el instituto...
―¿Eso es un sí o un no? ―Su voz interrumpe mis pensamientos
desinhibidos y me aclaro la garganta, dándome cuenta de que no he
respondido.
―Sí. Sí, eso sería genial. ―Trago saliva, frunciendo el ceño ante mi
reflejo.
Me estoy perdiendo en deseos desconocidos para mí. Es como si mi
mente se contaminara más con cada visita nocturna.
―Perfecto ―dice, acercándose al sonido de la ducha―. Estaré allí en
unos treinta minutos. ¿Te parece bien?
Pienso en él desnudo mientras me habla, a punto de meterse en el
vapor caliente y el agua que sale del cabezal de la ducha, dejando que
llueva sobre su cuerpo bronceado y tonificado, bañando todo el camino
a través del rastro de vello claro hasta su virilidad.
Las tentaciones se arremolinan a mi alrededor, nublando mi visión.
Tirando de mí hacia abajo, más profundamente hacia el mismo diablo.
Un demonio llamado Aero. Mis ojos se fijan en la navaja que sobresale de
la mesilla de noche en el reflejo del espejo detrás de mí, y me viene a la
mente un pensamiento que no había estado allí antes.
―Um ―digo con la garganta seca, aclarándola―. Estaré lista.

Treinta y cinco minutos más tarde, Saint nos conduce a la Academia.


Como parte de nuestro interinato para convertirnos en miembros oficiales
de la Iglesia, se nos exige que impartamos estas clases de Catecismo a
las generaciones más jóvenes, enseñándoles la palabra mediante
estudios rigurosos y explicaciones e interpretaciones de los pasajes.
Saint me sujeta la puerta cuando entramos en el edificio y recorre
conmigo los pasillos de la Academia Covenant en silencio hasta que
encontramos nuestra clase. Soy plenamente consciente de su alta
presencia a mi lado mientras nos colocamos detrás del estrado,
disponiendo los libros y los apuntes para preparar la clase. Traga saliva y
me mira de reojo.
―Estás muy guapa con el cabello así hacia atrás ―dice en voz baja,
antes de pasarse la mano por la nuca, casi como si no quisiera hacerme
un cumplido, pero se le escapara de todos modos.
Casi me río de su comentario, solo porque la razón por la que lo llevo
recogido en esta coleta es para ocultar que mi acosador me cortó cinco
centímetros anoche.
Debería estar horrorizada. Petrificada. Buscando a mi alrededor una
cara, una sombra de quienquiera que sea. Debería contárselo a alguien.
Alertar a las autoridades, contarle los detalles a Mia, informar a mi
hermano... a cualquiera. Pero no lo hago. No me atrevo a intervenir en el
mensaje que intenta darme porque, por alguna extraña razón, busco
desesperadamente algo más. Ahora estoy atrapada, curiosa por el
significado de todo esto.
―Gracias, Saint. ―Le ofrezco una media sonrisa―. Me has hecho más
cumplidos en los últimos dos días que toda nuestra infancia junta.
Se ríe entre dientes, mirando hacia abajo con timidez. Es realmente
entrañable. Se muerde el labio rosa antes de que sus brillantes ojos azules
vuelvan a encontrar los míos. Está flirteando conmigo. Lo noto en el aire
y, por alguna extraña razón, no me resisto como debiera.
Los alumnos entran en fila en el aula y yo me enderezo la falda. Los
ojos de Saint permanecen fijos en mí un segundo más, pero los míos están
ahora clavados en los adolescentes que se desploman en sus asientos.
Hago un rápido recuento y me doy cuenta de que no me he preparado
correctamente. Por alguna razón, no hay suficientes catecismos para
todos.
Me inclino hacia Saint y le susurro.
―No hay suficientes libros. Debo haber contado mal o algo así.
¿Puedes empezar mientras voy a la biblioteca de la oficina y cojo más?
―Por supuesto ―dice amablemente, asintiendo con la cabeza.
Hago una mueca de dolor, dando las gracias, mientras me
escabullo entre los alumnos que van entrando. Su tono exigente les llama
la atención y les ordena que se sienten.
Caminando por el pasillo vacío, llego por fin a la biblioteca de la
oficina. Llamo antes de entrar, aunque supongo que está vacía por la
falta de luz. Paso junto a unos cuantos escritorios hasta que llego al
armario de suministros donde guardamos todas las biblias, catecismos e
himnarios que nos sobran.
Recorro el corto pasillo del armario, pasando el dedo índice por el
lomo frío y duro de los libros, buscando, hasta que encuentro la sección
que necesito. Cuento cinco más y los sostengo en mis brazos,
apretándolos contra mi pecho mientras me giro para salir por la puerta.
La puerta que ahora está cerrada.
Levanto los ojos del suelo y miro los mocasines de cuero y luego los
pantalones de vestir del uniforme de la Academia. Jacob Erdman, uno
de los burlones miembros del pelotón de Saint que me ayudó en mis años
de tormento, se queda mirando el borde de mi falda antes de subir la
vista hasta mi pecho.
―Me sorprende que una chica tan calculadora como tú se
equivoque. ―Mira la pila de libros apoyada contra mi pecho, la que ahora
sube y baja más rápido que antes. ―¿La cuenta estaba mal?
Se aparta de la puerta, se pasa una mano por el cabello castaño
desgreñado y se acerca lentamente a mí.
Él planeó esto.
―¿Qué quieres, Jacob? ―Pregunto enojada.
Coloca una mano en la parte superior de los libros y tira bruscamente
de ellos hacia abajo, haciendo que caigan a mis pies mientras suspiro.
―Bueno, todo depende ―dice con una sonrisa altiva―. ¿Qué estás
dispuesto a dar?
Trago saliva y doy un paso atrás. Necesito salir de aquí y me doy la
vuelta para correr, pero me encuentro con el borde de la estantería.
Jacob se abalanza sobre mí, agarrándome por la nuca para
empujarme contra el frío metal de la estantería mientras su cuerpo se
aprieta contra el mío.
Grito de terror, pero aquí atrás no hay nadie que me oiga.
Me pasa la palma de la mano por la cara y me golpea la cabeza
contra la estantería con tanta fuerza que los libros caen a nuestro
alrededor.
―¡Cállate, Briony! Se supone que no debo dañarte la cara, pero lo
haré si me das una razón para hacerlo ―me gruñe al oído.
Los ojos me escuecen por las lágrimas mientras intento comprender
el significado de las palabras que ha soltado. Mis dedos se aferran al
borde de la estantería, buscando algo, lo que sea, que pueda utilizar.
Una muñeca con una mancha. Un juguete con imperfecciones. Una
mujer con un arma. Un mensaje.
Una advertencia.
Aprieto los muslos, sintiendo el borde del mango entre ellos, metido
en el borde de mis medias hasta el muslo.
No es una amenaza.
Pero una prueba del hombre que se ha aficionado a llamarse mi
Dios.
Capítulo 7
Corderos al Matadero

e siento al fondo de la oscura oficina, subo una de mis

M
botas a los escritorios de la esquina, abro las piernas y me
siento en la silla, pasándome un dedo por los labios
cubiertos por la máscara.
Me endurezco al oír sus gritos entrecortados bajo la
rendija de la puerta, me relamo los dientes bajo la máscara
y me paso la mano por la piedra que se me forma en el muslo al pensar
en su impotencia. Miro la puerta de madera con ojos entrecerrados,
esperando los resultados.
O va a morir como el corderito de su propia ingenuidad, o se va a
convertir en todo lo que yo esperaba que fuera.
Le he dado la rama de olivo. Vamos a ver lo lista que es mi
muñequita.
Pasan unos segundos de silencio y pongo los ojos en blanco. Si un
tipo tan estúpido como Jacob Erdman encuentra realmente la forma de
quitarme la diversión, haré algo peor de lo que ya tenía planeado.
Dejo caer mi pesada bota al suelo, a punto de levantarme, cuando
el picaporte de la puerta se abre lentamente. Observando con delicioso
humor, veo la espalda de Jacob saliendo lentamente de la habitación,
con las manos levantadas ante él. Mi muñequita sostiene la navaja en su
garganta, apuntándole directamente con un brazo fuerte y un fuego
oscuro en su mirada acalorada mientras lo aleja de ella.
Tiene fuego dentro. Esa pasión y agallas bajo la fachada de niña
buena que ansía la violencia. Es lo que necesito para ver si tiene alguna
posibilidad de sobrevivir. No hay nada que me guste más que una buena
pelea en una mujer.
Flexiono la mandíbula y un gruñido sale de mi garganta mientras me
pongo en pie.
―Sólo... sólo tómalo con calma ahora. Sólo estaba jugando contigo.
Digo... sólo bromeaba contigo ―tartamudea, el miedo en su tono es
evidente.
Cuando salen de la habitación, me fijo en su camisa blanca
abotonada, abierta y con un sujetador blanco de encaje debajo. Una de
sus medias se asienta más abajo en su muslo expuesto. La ha tocado.
La tocó.
La tocó.
Mis fosas nasales se agitan bajo el pasamontañas negro y me
rechinan los dientes. Aún no puedo decidir si la idea me excita o me
enfurece.
Sin pensármelo dos veces, me acerco silenciosamente a Jacob por
detrás. Los ojos de Briony se abren de par en par, conectando por fin con
los míos, al verme aparecer de entre la oscuridad. La miro fijamente,
absorbiendo esa mirada viva que tiene ahora que está consciente en mi
presencia. Sus hermosos ojos azules se estrechan al verme, sus cejas se
fruncen mientras me mira casi confundida.
Antes de que se dé cuenta de que estoy ahí, le rodeo el cuello con
una sola mano. Gime de asombro y sus ojos se desorbitan mientras mira
hacia ella en busca de ayuda. Lo acompaño hasta una mesa cercana
en el oscuro despacho mientras se agita asustado. Le arrojo la cabeza
contra la superficie y clavo su débil y quejumbroso trasero a la madera
por el cuello, haciendo volar bolígrafos y papeles al suelo, cerca de mis
botas.
―Yo me encargo, cariño ―murmuro bajo la máscara.
Entreabre los labios y mira nerviosa a Jacob, luego a mí, jadeando
mientras nos apunta con la navaja. Inclino la cabeza mientras ella se
queda mirándome.
Esos labios regordetes y húmedos. Ese delicado cuellito cubierto de
mentiras. Observo cómo sus pechos suben y bajan bajo la camisa abierta
mientras mantiene la navaja sobre mí, insegura de en quién confiar.
Desconociendo al hombre que tiene delante.
Me encanta ver cómo su mente da vueltas, sentir los efectos de todo
su pequeño mundo al revés. Quiero que me odie. Necesito que siga
sintiendo ese fantasma de miedo que se arrastra como arañas bajo esa
piel de porcelana. Quiero hacerle tanto daño.
―¿Qué le vas a hacer? ―pregunta, apenas por encima de un
susurro.
Al estudiar su rostro, mis ojos se desplazan desde la curva de sus
labios hasta esos profundos ojos azules. Los que rara vez puedo
contemplar. Jacob intenta levantarse, pidiendo ayuda a gritos, así que
vuelvo a golpearle el costado de la cara contra el escritorio por el cuello.
Sorprendentemente, ni siquiera se inmuta.
Inclino la barbilla hacia abajo y la miro a través de las pestañas.
―Mira cómo le cambia la cara cuando vuelvas.
Su garganta se estremece, sus ojos se llenan de lágrimas mientras
sacude la cabeza. Le hago un gesto silencioso con la cabeza y me mira
como una cierva idiota atrapada en los faros del pragmatismo más
crudo.
No quiere creerme. Aún no está preparada para abortar sus valores,
sus creencias. Pero los hechos permanecen. Saint y su padre están
decididos a acabar con ella de una forma u otra. Saint con sus propios
jodidos planes de aficionado y su padre, camino de ser jodido por mí,
ambos utilizando a otros para hacer su trabajo sucio como un par de
cobardes ricos jugando a las marionetas. Lo que no se dan cuenta es que
los juguetes con los que creen estar jugando están a punto de dirigir el
espectáculo.
Levanto la pierna sobre la superficie de un escritorio cercano y la
observo mientras dobla la navaja y se la vuelve a meter en las medias
contra la suave piel de la cara interna del muslo, subiéndoselas lo
suficiente para que pueda ver el borde, la curva de ese culo
deliciosamente prieto bajo la falda plisada.
Contemplo la posibilidad de degollar a Jacob aquí mismo, sobre la
mesa, y luego agarrarle las caderas y follarme ese dulce culito sobre su
cadáver sangrante, pero de algún modo encuentro fuerzas para
abstenerme.
―¿Qué parte de ti tocó? ―Le pregunto mientras baja la pierna.
Levanta dos dedos y se toca la boca, luego la nuca. La miro
fijamente y la imagen me calienta por dentro.
―¿Qué mano?
Sus ojos se arrugan en las comisuras como si se resistiera a decírmelo.
―¿Qué puta mano? ―Exijo, haciéndola saltar.
―Derecha... la derecha ―tartamudea rápidamente.
Vuelvo a asentir con desdén.
―¿Quién demonios eres? ―pregunta abrochándose la camisa, sin
apartar sus ojos de los míos.
A una parte de mí le encanta que necesite saber más de quién soy,
pero nunca se lo diré. No cuando mantener vivo el misterio es tan
divertido. Y necesario.
―Vete ―exijo.
Sus ojos buscan la puerta y luego vuelven a mí.
―¡He dicho que te vayas, joder!
―¡No, no! Briony, ¡por favor no te vayas! ¡Me va a matar!
Las súplicas de Jacob me llenan de disgusto y de una alegría
insuperable.
Me encojo de hombros ante ella.
―Es verdad.
La mirada llena de horror de Briony me encuentra de nuevo. Si no se
va, me veré obligado a demostrarle quién coño soy.
―Saca la mano ―le ordeno con calma.
Jacob sacude la cabeza contra la mesa. Le aprieto la garganta y
sus ojos se desorbitan mientras se esfuerza por respirar. Finalmente, levanta
la mano derecha y la pone sobre el escritorio.
―Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor ―recito, abriendo una
navaja nueva con una mano―. ¿No es cierto, chico? ¿No es eso lo que
te están enseñando estos días?
―¡¿Quién carajos eres?! ―Jacob grita en el escritorio de madera.
Mis ojos enamorados encuentran a mi intimidada muñequita. He
despertado todo su interés mientras me observa con las pupilas dilatadas,
prácticamente sintiendo su pulso desde el otro lado de la habitación.
―Loco ―respondo con un suspiro, mirándola directamente.
Sin apartar la mirada, clavo la navaja en la palma de la mano de
Jacob, la sangre gotea lentamente alrededor de la herida mientras grita
obscenidades. Le suelto el cuello, erguido mientras él permanece
inmovilizado contra el escritorio, observando cómo los ojos de Briony
enrojecen. Se queda con la boca abierta mientras parpadea y las
lágrimas caen por la suave piel de sus mejillas. Avanzo hacia ella,
disfrutando del miedo que bulle en sus venas a cada paso que doy.
―Otro cordero más al matadero, cariño ―susurro, acercándome a
ella y secándole una de las lágrimas de la cara con el pulgar, mirándola
con disgusto―. No llores por él. Esas lágrimas te sientan fatal.
Le meto el pulgar en la boca, alimentando su lengua con esas
patéticas lágrimas. Su labio inferior tiembla mientras retiro lentamente el
pulgar de su boca suave y cálida, y una sonrisa de satisfacción se dibuja
en mi rostro mientras los gemidos de dolor de Jacob continúan de fondo.
Me inclino hacia delante, mi boca a centímetros de su oreja desde
detrás de mi máscara.
―Eres una niña muy buena, Briony ―susurro, deslizando los dedos
bajo su falda. Ella se estremece, cerrando los ojos antes de darse cuenta
de que sólo estoy golpeando la navaja entre sus muslos―. Escuchando las
crípticas palabras de un hombre que ni siquiera conoces.
―¿Por qué haces esto? ―pregunta sin aliento, con la barbilla alzada
con valentía.
Me subo el pasamontañas lo justo para dejar al descubierto mi boca.
Sus ojos se posan inmediatamente en mis labios y se detienen un instante
antes de volver a mirarme a los ojos. Sólo nos separan unos centímetros y
prácticamente ya puedo saborearla en la lengua. Me meto el pulgar en
la boca, chupo el sabor real de su lengua y gimo alrededor de mi dedo
antes de responder.
―Porque no has florecido ―digo directamente―. No puedo acabar
con algo que no ha tenido la oportunidad de vivir. Eso sería... indecente
por mi parte.
Su frente se arruga mientras repasa mis palabras.
―¿Vas a matarme? ―pregunta de repente, temblando ante mí.
―No ―digo, inclinando la cabeza y frotándome la mandíbula―. Hoy
no, al menos.
Se encoge sobre sí misma, con los brazos envolviéndose el pecho, y
eso me llena de alegría.
―Vuelve a clase. Está esperando. ―Le hago otro gesto con la
cabeza, despidiéndola―. Y observa esa cara.
Vuelve a mirar nerviosamente a Jacob, que sigue suplicando
clemencia, antes de retroceder lentamente y mirarme con desconfianza.
―No te olvides de los libros, cariño ―le digo mientras me vuelvo a
tapar la cara con la máscara.
Entra en el armario de suministros para coger la pila que se le ha
caído. Bordeando la pared del fondo, no me quita ojo de encima hasta
que por fin se da la vuelta y se escabulle por la puerta del despacho para
volver al pasillo.
Me vuelvo hacia Jacob y sacudo la cabeza ante el trabajo que
tengo por delante.
Este tipo realmente pensó que podía joder lo que es mío.
Supongo que no me gusta la idea después de todo.
Capítulo 8
Fiebre Interior

O
bserva su cara.
No quiero saber el significado detrás de su mensaje
críptico. El hombre es aterrador. Pensé que estaba
asustada en presencia del intento de Jacob... fuera lo que
fuera. Pero aún tenía algo de miedo cuando saqué la navaja de mis
mallas y se lo clavé bajo el cuello. ¿Aero? Bueno, sea quien sea, no tiene
nada. Parece que tampoco tiene alma.
Esto es un juego para él, un juego que le divierte a juzgar por el
repulsivo bulto de sus vaqueros cuando me escapo.
De alguna manera, sabía que estaría allí en esa oficina. Es como si
ahora pudiera sentirlo. Puedo sentir cuando sus ojos están en mí,
quemando sus cuencas a través de esa puerta, prendiendo fuego a mi
piel. Lo que no puedo entender es cuál es su propósito. Claramente me
dio esa navaja, sabiendo que esto pasaría hoy, sabiendo que me
emboscaría en ese armario de suministros.
Me invaden escalofríos, la idea me aterroriza. ¿Cómo ha podido
saberlo? ¿Cómo pudo saberlo? Y lo que es más importante, ¿por qué?
Entro en la clase y cierro la puerta en silencio. Un alumno lee un
pasaje en voz alta a la clase mientras Saint sigue su catecismo. Levanta
la vista de la página y me ve desde el otro lado del aula.
Mira cómo le cambia la cara.
En blanco.
La cara de Saint está completamente inexpresiva mientras me mira
con mis libros. Con un rápido parpadeo, se le dibuja una sonrisa en los
labios.
No lo entiendo. Aero insinuó que vería algo en su cara. Alguna
evidencia de que quizás él también sabía que Jacob me estaba
esperando. Que esto era una especie de trampa en ciernes. Pero no me
dice nada. Nada más que una inclinación de cabeza con su sonrisa
brillante y sexy, llamándome silenciosamente hacia él.
Tengo la extraña sensación de que puedo confiar en Aero. No sé a
qué se debe. Llámalo intuición quizá, pero hasta ahora, todo lo que ha
dicho y hecho me ha parecido un juego para obligarme a no confiar en
las únicas personas que conozco.
La clase termina con una lentitud angustiosa mientras me pregunto
qué estará pasando al otro lado del edificio, detrás de esas puertas
cerradas. Cuando termina la sesión y los alumnos se marchan, hago la
maleta lo más rápido que puedo. Necesito salir del edificio antes de que
la ansiedad por lo ocurrido me paralice por completo.
No quiero ser parte de lo que Aero le hizo a Jacob. Pero sé que si por
casualidad sigue vivo, me veré implicada en su agresión. Su familia es
demasiado orgullosa y demasiado rica para permitir que el daño a su hijo
quede impune, aunque sus intenciones fueran hacerme daño a mí. Es
repugnante, de verdad.
Saint me lleva a casa, se detiene cerca del bordillo de mi casa y
estaciona el coche. Se vuelve hacia mí con el codo apoyado en la
consola.
―Sé que esto puede parecer extraño... ―Hace una pausa, y espero
lo que va a salir de su boca―. Pero quería saber si vendrías conmigo al
Baile del Gobernador mañana por la noche. ―Se aclara la garganta, mira
hacia abajo entre nosotros antes de que sus ojos se dirijan lentamente a
los míos―. Como mi acompañante.
El corazón me late en el pecho. Siento algo dentro de mí que desea
esto; que desea ser su cita y permitirle que me muestre quién es
realmente. Pero hay otra parte de mí que sabe que lo que estoy sintiendo
ahora es lo máximo que voy a sentir por él.
Pienso en Aero. Es extraño pensar en tu acosador psicótico cuando
te está invitando a salir un chico que es más de tu estilo.
Saint y yo procedemos de entornos similares. Nuestras familias son
muy religiosas y están muy implicadas en la iglesia, y la necesidad de
hacer progresar nuestros nombres nunca ha estado más presente. Los dos
somos muy trabajadores, como demuestra la constante competencia
que hubo entre nosotros en el pasado, y tenemos objetivos reales que no
consisten en acampar y ver en sus habitaciones hasta altas horas de la
noche a chicas a las que aún no han decidido del todo si quieren matar
o no.
Enfadada por los juegos mentales, respondo rápidamente:
―Me encantaría.
Una sonrisa sincera se dibuja en su rostro y, cuando me giro para abrir
la puerta del coche, me toma la mano izquierda. Me vuelvo hacia él y se
lleva la mano a los labios. Con sus ojos suaves clavados en los míos,
acerca sus labios cálidos y suaves a la parte superior de mi mano,
depositando un beso en mi piel.
Vuelvo a sentir ese estremecimiento entre los muslos y separo la
boca, aspirando un suspiro, mientras él apoya los labios en mi mano, casi
saboreando la sensación para sí mismo. Sus ojos se alejan de los míos y se
posan en mis labios.
Justo cuando tengo la sensación de que está contemplando la
posibilidad de besarme, un fuerte estruendo me hace gritar con fuerza.
Tiro del brazo hacia el pecho y me repliego sobre mí misma mientras
una explosión de objetos afilados cae sobre mí. Saint me cubre con un
brazo para protegerme mientras su parabrisas se rompe en miles de
pedazos.
Temblando, encuentro el valor para abrir los ojos. Un solo ladrillo
yace sobre el capó de su Jeep, su parabrisas es ahora un recuerdo lejano.
Sus ojos están muy abiertos y asustados mientras jadea con los labios
entreabiertos.
―¿Estás bien? ―me pregunta rápidamente, examinándome la cara
y echándome el cabello hacia atrás, detrás de las orejas.
Desempolva algunos fragmentos del hombro de mi uniforme y los
envía al fondo del suelo del jeep, sumándolos a la colección acumulada
debajo.
―Estoy bien ―tartamudeo, ahora me tiemblan las manos.
Cuando ambos nos volvemos para mirar por el cristal roto, veo una
sombra detrás de él.
Ahí está, en el lado del conductor del vehículo, con sus vaqueros
negros sucios y su sudadera manchada de barro, el pasamontañas
todavía sobre la cabeza inclinada. Me hace un gesto con la cabeza
antes de desaparecer detrás del Jeep.
Saint mira hacia delante y fija los ojos en el ladrillo que rompió el
parabrisas. Sujeta el ladrillo con la palma del antebrazo llena de
pequeños cortes. Se lo acerca a la cara y entrecierra los ojos mientras
parece leer algo en él. Me mira con las cejas fruncidas y traga saliva.
―¿Qué? ―Pregunto asustada―. ¿Qué dice?
―No hay nada. No hay nada. ―Lo aferra a su costado, abre la puerta
del Jeep y sale a la calle―. Niños estúpidos ―murmura en voz baja.
Camina hacia el lado del pasajero, abre la puerta, ya sin el ladrillo,
y me tiende la mano.
―Vamos, te acompaño a la puerta ―dice con ternura, flexionando
la mandíbula mientras sus ojos entrecerrados escrutan la calle de forma
protectora.
Le cojo la mano y me levanto mientras los cristales caen sobre la
hierba del jardín. Saint me ayuda a quitar el resto de los cristales antes de
que su húmeda palma apriete con fuerza la mía mientras me acompaña
escaleras arriba hasta nuestro porche. Se queda allí un momento,
pasándose una mano por el cabello rubio recortado, sin apartar los ojos
de la calle.
Abro la cerradura, doy un paso y me giro hacia él.
―¿Quieres que entre? ¿Que eche un vistazo? ―pregunta.
Pienso en ello durante un segundo, contemplándolo, antes de sentir
que los ojos me queman en la nuca. Se me erizan los pelos de la nuca.
Está dentro.
Por alguna extraña razón, me da más miedo lo que pueda pasar si
Saint entra aquí que el hecho de que un psicópata potencialmente
asesino y acosador esté de pie en algún lugar detrás de mí,
observándonos atentamente.
―Estaré bien ―digo con un gesto de desdén, me tiemblan los dedos
al sujetar el borde de la puerta.
Saint se queda quieto como inseguro de si dejarme sola o no.
―¿Paso luego? ―pregunta con los ojos cargados de preocupación.
―Sólo... envíame un mensaje esta noche. ―Suspiro―. Ocúpate de tu
Jeep.
Hace una pausa y veo que se le pasa una idea por la cabeza. El
mensaje de aquel ladrillo, fuera lo que fuese, le obsesiona lo suficiente
como para preocuparse por mi seguridad.
―Está bien ―susurra, con los hombros caídos―. Siento mucho que
esto haya pasado, Briony.
Retrocede un paso por la escalera del porche, sujetándose a la
barandilla mientras permanece de cara a mí. Casi como si encontrara
una forma de justificar el hecho de dejarme, asiente con la cabeza y
finalmente se da la vuelta, corriendo hacia su Jeep. Me muerdo el labio
inferior mientras lo veo alejarse, el crujido de los cristales bajo las ruedas
me recuerda al hombre que me espera detrás.
Cierro la puerta y suelto un suspiro tembloroso cuando siento que se
desliza detrás de mí. Con los ojos cerrados, apoyo la frente en la puerta,
la sangre se me hiela en su presencia.
―Qué buena chica manteniendo esa boquita tan bonita cerrada
―susurra con ese tono agrietado y retumbante contra mi cuello, y yo
respiro su aroma memorable. El aroma que inunda mis sentidos de forma
vertiginosa.
Con las palmas de las manos apoyadas en la puerta, me acaricia la
nuca como un león peligroso que evalúa a su presa. Me aparta el cabello
y, antes que pueda siquiera pensar, noto la sensación de una lengua
cálida y plana lamiéndome la nuca. Me estremezco ante el calor que
nunca antes había sentido mientras él dice:
―Pero serías una chica mucho mejor si me la abrieras.
Mi temperatura sube ante sus indecentes palabras.
Sus dedos sucios se deslizan por mi mano izquierda sobre la puerta,
donde tengo un corte de tamaño decente en el dedo índice por su
jueguecito de tirar ladrillos. El movimiento me recuerda mucho al
momento de la fiesta en que me inmovilizó contra la puerta de aquel
dormitorio a oscuras.
―Ensucié mi muñeca ―dice, evaluando claramente la herida.
Despegando mi palma de la madera, lleva mi mano temblorosa
hacia su boca detrás de mí. Noto la sensación de una lengua húmeda y
cálida lamiendo un largo trazo sobre el lugar donde los labios de Saint
estaban en el dorso de mi mano.
Él está lamiendo el toque de todos los demás en mí. Limpiándome
de su suciedad a su manera enferma y retorcida. Eso explica el lamido de
mi nuca donde describí las manos de Jacob sobre mí en ese armario de
suministros.
―Sáname, Señor, y seré curado ―cita la Biblia detrás de mí, haciendo
que mi respiración se entrecorte y se vuelva incontrolada―. Sálvame y
seré salvado ―susurra suavemente―. Porque a ti te alabo. ―Justo cuando
las crípticas palabras salen de sus labios, siento el calor de su boca
cerrarse en torno al dedo sangrante.
Con esa cálida lengua apretándome la herida, me zumba la
cabeza, y la sensación me lleva directamente al punto que me duele
entre las piernas. Aprieto los muslos y se me escapa un suspiro mientras él
succiona lentamente, acariciando la herida con la lengua y soltando el
extremo con un suave chasquido. Mis rodillas chocan contra la puerta,
pero no antes de que él me coja por debajo de los brazos.
El crudo acto, destinado a ser enteramente sexual, se desliza por mis
venas. El calor sustituye a la sangre fría, y esa fiebre dentro de mí crece
como un incendio forestal en un campo de maleza adormecida y
muerta.
Mis mayores temores y curiosidad están estallando como pequeñas
bombas en la boca del estómago.
El bien y el mal bailan juntos al son de la música de mis lamentables
y debilitadas excusas, mientras me encuentro atrapada en una lenta
danza con el mismísimo diablo.
Capítulo 9
Crueles Garantías

u piel sabe a caramelo salado. Dulce, pero con un toque ácido.

S
Un caramelo que ya no puedo evitar. Un sabor que ahora sé
que no me negaré, aunque ella se resista.
Por suerte para mí, la lucha adecuada no será larga. No
con la forma en que su cuerpo responde al mío. Está rompiendo
poco a poco esas cadenas que la retienen; su cuerpo pesa más que su
mente, su moral.
Aprieto los dientes mientras presiono mi cuerpo contra la redonda
curva de su culo bajo la falda, y me vienen a la mente pensamientos
como arrancarle las bragas y clavarla a la puerta con mi polla.
Mía. No suya.
Podría haberlos matado a ambos en ese Jeep. Hubo un segundo en
que quise hacerlo. Vi cómo se desarrollaría. Sus labios en su mano
perturbaron cada parte de mí, enojándome hasta el punto de arruinar
todo este plan. Pero tengo que ser inteligente y usar las herramientas que
me han dado para que esto funcione. El mensaje en el ladrillo fue
suficiente para mantener a Saint ocupado con su padre durante la tarde.
Gruño para mis adentros, frunzo el labio y me contengo ante la
necesidad irrefrenable de clavarle los dientes en el hombro y hacerla
gritar de dolor. Me separo de ella, camino de vuelta por la casa que tan
bien conozco de las innumerables noches que he pasado espiándola a
solas y subo las escaleras hasta su cuarto de baño.
Ella me seguirá. Mi obediente, asustada, demasiado curiosa
muñequita.
Me encanta cuando escucha. Quiero recompensarla por su
agudeza de ingenio y su capacidad para interpretar los escenarios que
se le presentan, pero prefiero castigarla por lo estúpida e ingenua que ha
sido ante mí.
Tal como esperaba, me sigue hasta el segundo piso, retrocediendo
unos metros mientras me estudia, agarrándose a la barandilla de la
escalera con sus delicadas manitas. Manos suaves por haber sido
mimada toda su vida como la jodida princesita que sus padres hicieron
que fuera. Muy distintas a las mías. Mis manos están llenas de cicatrices,
callos e historias. Incontables vidas reclamadas por sus garras.
Me miro las manos, las palmas cubiertas de tierra recién cavada, los
restos pegados debajo de todas y cada una de las uñas.
―¿Qué quieres de mí? ―pregunta desde el pasillo, sonando como
un tímido cervatillo―. Por favor. ¿Por qué haces esto?
Quiere respuestas, pero aún no las merece. No sé hasta qué punto
ha llegado. Cuán contaminada está su mente. Necesito saber si
realmente hay esperanza para ella, o si todo esto termina con ella
silenciada de una vez por todas.
―Voy a ducharme ―respondo, molesto por el tono tímido de su voz―.
Necesito asearme.
La siento silenciosamente detrás de mí mientras me desabrocho la
sudadera y me la bajo por los brazos. Me mira mientras me la quito y la
dejo caer al suelo, dejando sólo mi camiseta blanca debajo. No me
arriesgo a que se me caiga la máscara delante de ella, el parecido es
desgraciadamente asombroso, así que aprieto la camiseta con las dos
manos y me la arranco del pecho. Su garganta se estremece al ver mi
cuerpo sin camiseta, y se me ocurre que probablemente nunca ha visto
a un hombre desnudo ante ella. Al menos, no uno como yo. Todo lleno
de tatuajes y cicatrices; heridas de guerras que ella nunca entenderá,
cubiertas de tinta de mi propia elección.
Así que decido hacer un espectáculo.
Con la camisa hecha jirones en el suelo, me abro la hebilla del
cinturón. Sus inocentes pestañas se agitan y el calor sube a sus mejillas
mientras se agarra con fuerza a la barandilla. Abro el cinturón, agarro el
extremo y lo paso rápidamente por las trabillas. Salta ligeramente como si
la golpeara con el extremo, con los ojos muy abiertos y horrorizada.
Enrollo lentamente el cinturón de cuero alrededor de mi mano, con
los ojos fijos en su cuello mientras lo rodeo con fuerza alrededor de la
palma. Imagino su cuello atado con el cinturón, luchando contra el
impulso que siempre tengo de llenar su vida de terror puro y absoluto.
―Podría llamar a la policía, ya sabes... ―dice con voz temblorosa.
Inclino la cabeza, mis manos dejan caer el cinturón al suelo de
baldosas con un sonoro tintineo.
―Descubrirían lo que hiciste... dónde lo pusiste ―continúa mientras
mis dedos abren el botón de mis vaqueros, abriéndolos y dejando que
cuelguen de mis caderas―. No te saldrás con la tuya.
Levanto las cejas, divertido, antes de soltar las manos y bajarme los
pantalones para mostrar más de mí mientras me acerco a ella.
―Sí, no me van bien las amenazas ―le digo despreocupadamente,
empujándola contra la pared del pasillo. Sus ojos recorren mi abdomen
hasta que se encuentran con la V donde terminan mis vaqueros abiertos
hasta que la parte posterior de su cabeza golpea la pared,
sacudiéndola―. Así que no vuelvas a amenazarme.
Sus ojos se abren de par en par cuando rápidamente le rodeo el
cuello con una mano, inmovilizándola contra la pared. Noto cómo se
mece la garganta bajo mi mano, y la creciente erección contra su muslo
es inevitable.
―Y si descubren dónde lo enterré ―refunfuño, inclinándome hacia
delante hasta que mis labios bajo la máscara recorren su mandíbula,
susurrando―. Tendrás que dar muchas explicaciones.
Su pecho se agita bajo mi antebrazo mientras me inclino hacia atrás
hasta que volvemos a estar cara a cara, nuestras narices prácticamente
rozándose.
Joder, siempre me enamoro del fuego de esos ojos llenos de terror.
Los quiero hinchados y húmedos de tanto luchar por tragarme hasta el
fondo. La quiero sollozando en sus intentos de complacerme como ella se
siente necesitada. Flexiono la mandíbula al sentir la suave sensación de
su garganta bajo mis garras y meto el muslo entre sus piernas,
inmovilizándola aún más contra la pared. Mi polla está más dura que una
piedra contra su muslo mientras ella calcula mis palabras.
―¿Por qué iba a meterme en problemas? ―Prácticamente gime, su
garganta vibra contra mi palma.
Una sonrisa diabólica crece bajo la máscara antes de que apriete
mi boca contra la suya, susurrando las palabras en sus labios.
―Porque está enterrado en tu patio trasero.
Se le arruga la frente y parece que va a desmayarse.
Bien. Deja que se desmaye. Que se caiga. Que se levante. Manéjalo.
Hará lo que le pida, probablemente porque es lo bastante lista como
para saber que cualquier prueba que yo deje sólo recaerá sobre ella. A
regañadientes, la he obligado a limpiar esta escena del crimen,
forzándola a ser cómplice de asesinato. Una pequeña póliza de seguro,
por así decirlo.
―¿Por qué...? ―Ella aspira aire como si no fuera fácil―. ¡¿Por qué
harías eso?!
―¿Por qué no iba a hacerlo? ―La miro como si fuera idiota y suelto
el agarre de su cuello.
Vuelvo al baño humeante, fuera de su vista, y me quito el resto de la
ropa, amontonándola en el suelo delante de la puerta. Me quito el
pasamontañas de la cabeza, lo dejo sobre el lavabo y me meto en el
agua caliente de la ducha, cuyo vapor crea una nube a mi alrededor.
Sumerjo la cabeza en el agua, el cabello oscuro me cae sobre la
frente y el calor me resbala por la cara. Disfruto del alivio del agua
caliente que recorre los músculos cansados y doloridos de mi espalda y
apoyo las manos en la pared, debajo de la alcachofa de la ducha, para
relajarme un segundo. Gimo ante la sensación, disfrutando de sus ojos
curiosos que escudriñan mi cuerpo en la bruma a través de la puerta
empañada; tentaciones que se filtran bajo su piel.
―Sé buena y quémalas en el fregadero del sótano ―le digo,
señalando con la cabeza el montón mientras sigo mirando hacia delante.
―¿Cómo...?
―Briony, por favor ―interrumpo, pasando las manos por las crestas
de mi abdomen y a lo largo de mi cuerpo―. He estado observando
durante un tiempo, pero siempre te he visto. Te vi mucho antes de que
pudieras verte a ti misma.
Es más parecida a mí de lo que cree. El demonio que ella cree que
soy es simplemente una ilusión que han proyectado. Lo correcto y lo
incorrecto no son tan sencillos cuando estás en mi lado del camino. La
moral es viable, algo que debes doblegar a tus necesidades para
sobrevivir. Lucharé hasta convertirme en un cadáver putrefacto para
demostrárselo.
Sigo sintiendo sus ojos clavados en mí mientras me revuelvo el
cabello, sacudiendo la cabeza bajo el agua como el hombre salvaje que
la intriga. Ella toma las palabras que he dicho y hace que signifiquen algo.
Como debe ser.
Capítulo 10
Aviva la llama

on manos temblorosas, bajo la ropa al viejo fregadero de

C
porcelana de nuestro sótano. Agarro el mechero y busco
una cerilla en las estanterías metálicas que cubren la pared
de cemento del sótano. Se me acelera el corazón cuando
pongo las manos en el borde del fregadero y me inclino
sobre la ropa cubierta de sangre y suciedad.
Está en tu patio trasero.
La bilis me sube por la garganta y, justo cuando lucho contra las
ganas de vomitar, lo siento detrás de mí. Su mano se desliza por mi nuca,
me agarra del cabello y tira con fuerza hasta que mi cabeza cae hacia
atrás. Jadeo cuando aprieta su cuerpo contra el mío, sintiendo su duro
físico contra mi trasero.
―Eras tú o él ―dice con su tono gutural, su boca cerca de mi oreja―.
Eres un maldita idiota por no verlo.
Me suelta el fuerte apretón del cabello y mi cabeza cae hacia
delante. Me giro inmediatamente y le miro con el ceño fruncido. Tiene las
manos a ambos lados del lavabo, sujetándome. Vuelve a cubrirse la cara
con la máscara y sus ojos color avellana, que siempre tienen una mirada
peligrosamente inerte, se clavan en los míos. Lleva una camiseta negra y
unos pantalones negros nuevos. No entiendo de dónde han salido, a no
ser que se haya traído literalmente una bolsa al entrar.
Se inclina hacia mí, demasiado cerca. Se eleva sobre mí y me mira,
temblorosa.
―Nadie te hace daño, salvo yo ―dice definitivamente, como si eso
debiera reconfortarme.
Vuelve a acariciarme con la cabeza, como si me rozara con su
aroma, o con mi aroma, antes de susurrarme al oído:
―Pero el dolor que te causaré es el que necesitas. El que tu cuerpo
me suplica que encuentre en lo más profundo de ese dulce exterior. Del
tipo que tu interior grita por liberar pero que está amortiguado con
engaños de pecado.
Cierro los ojos mientras respiro agitadamente. Siento ese grito, ese
dolor al que se refiere, la tensión en el bajo vientre. Mis muslos, ahora
tensos, vuelven a apretarse el uno contra el otro.
Se echa ligeramente hacia atrás, separándose sólo lo suficiente para
llevar su dedo corazón a la base de mi garganta, donde se hunde.
Lentamente, lo desliza por mi pecho, por encima de la camisa, entre mis
pechos y por la línea de mi abdomen hasta llegar al lugar justo por
encima del dobladillo de mi falda.
―Puedo librarte de ese dolor, muñeca ―susurra, pasando su mano
cubierta de anillos por el borde de mi falda, empujando el dedo justo por
debajo del dobladillo―. Si te permites caer conmigo en las llamas del
infierno eterno. ―Prácticamente puedo oír la sonrisa en su tono.
Su tacto me despierta la piel y un gemido reacio retumba en mi
garganta. Inclina la cabeza y sus ojos se clavan en los míos. Solo en sus
ojos puedo ver la satisfacción bajo el pasamontañas negro. Es consciente
de los efectos que produce en el cuerpo que tiene delante.
Se levanta la máscara lo suficiente para dejar al descubierto su
mandíbula afilada y sus labios carnosos. Respiro cuando se coloca una
cerilla entre los dientes, como si fuera un cigarrillo, y dirige el extremo
hacia mí.
Azufre. El olor. Es el olor que ahora me recuerda a él.
―Cógelo ―aprieta los dientes.
Me pone tan nerviosa. Aterrorizada, pero a la vez intrigada.
Levanto lentamente la mano y le quito el extremo de la cerilla de los
labios, con cuidado de no tocarlos. Me mira con dureza, y veo el pliegue
de su garganta, la garganta que, si observas bien, está cubierta por un
tatuaje de una rosa negra.
Nunca he visto a nadie como él. No conozco a nadie como él. Mi
mente vuelve a llenarse de preguntas mientras intento averiguar quién es
y por qué su presencia me resulta tan familiar, por qué confío en él.
―Reconoce Briony, que soy el aire para tu fuego. Todo lo que tienes
que hacer es avivar la llama. ―Sus ojos caen a la cerilla en mi mano y de
vuelta―. Termínalo. ―Ladra sus órdenes a través de una mandíbula
apretada, una frialdad en su tono.
Vuelve a bajarse la máscara, se da la vuelta y sube las escaleras del
sótano. Miro la cerilla que tengo en la mano, sus palabras vuelven a
clavarse en mí. El simbolismo que utiliza constantemente es un extraño
espejo de su propia verdad, o un juego calculado para engañarme.
Cojo la cerilla y la golpeo contra la pared de ladrillo que hay detrás
del lavabo. La llama prende en el aire, el azufre se incendia. Hice el
movimiento. Avivé la llama. Lanzo la cerilla al fregadero, la ropa prende
rápidamente y contemplo el resplandor anaranjado y rojo, sintiendo un
extraño consuelo en su llama.

Esa noche, escucho a Mia balbucear tonterías a través del teléfono


mientras observo mi patio trasero a través de la ventana de mi dormitorio.
La incredulidad y la rabia me invaden ante el hecho de que Aero me
haya chantajeado, enredándome en su red de destrucción. Es hora de
que diseñe un plan contra él.
―Olivia dijo que esperaba que Terrance la invitara al Baile del
Gobernador, pero que probablemente elija a Erin porque ella se la chupó
en su auto el viernes por la noche. ¿Puedes creerlo?
―¿Qué? ¿Que elegirá a Erin antes que a Olivia?
―No. ―Se burla con disgusto―. ¿Que Erin le hizo eso? Ahora todo el
mundo la llama la puta del pueblo en Facebook desde que los pillaron en
ese estacionamiento.
Así son las cosas. Cualquiera, especialmente las mujeres de nuestra
comunidad, es castigado por esto. A los hombres, no tanto. El sexo no es
algo de lo que se hable en voz alta. En un matrimonio, esa parte íntima
de la relación permanece a puerta cerrada, lejos de los temas de
conversación. Pero se acepta. Lo que no lo es, es la fornicación, y en
cuanto te dan el título de puta del pueblo, no hay quien salve tu alma.
Las repercusiones de tal acto paralizarán para siempre tu credibilidad
como mujer del Señor en nuestra iglesia.
El perdón del que tanto les gusta hablar sólo proviene de aquellos
que eligen vivir su vida para el Señor. ¿Un acto como este? Es
prácticamente imperdonable a sus ojos. Ellos pasarán por los actos de
arrepentimiento, pero nunca tendrán un lugar en la congregación como
alguien de respeto apropiado o verdadero valor.
Aquí es donde mis creencias internas entran en conflicto. Yo no veo
a mi Dios como uno que no perdona, pero la iglesia y sus miembros hacen
saber bien que una mancha como esta en una mujer es una que nunca
será lavada.
―Me pregunto por qué habrá hecho eso. ―Pregunto en voz alta―.
Quiero decir, si ibas a comprometerte en algo tan estremecedor para tu
reputación, ¿por qué no ir a por todas y tener sexo?
―¡Briony! ―Mia jadea en el receptor.
―Bueno, lo digo en serio. ¿Por qué no? ¿Por qué?
―Porque parece que a algunas mujeres promiscuas les excita excitar
a otra persona ―dice repulsivamente antes de suspirar―. No sé. Quizá
pensó que si no llegaba hasta el final, aún se salvaría.
Mis pensamientos giran inmediatamente en torno a Aero. Me
invaden imágenes de mí arrodillada ante él, mirando su rostro cubierto
por una máscara. Mis dedos recorren su tenso abdomen cubierto de tinta
grabada a fuego en mi mente, cicatrices e historias del infierno en el que
reside. Sus manos grandes y venosas vuelven a estar en mi cabello,
agarrándome y tirando con fuerza mientras le complazco con la boca,
haciéndole gruñir de placer.
―De todos modos, la cosa… ―continúa Mia―. ¡He oído que Saint te
lo ha pedido hoy! ¿Por qué no me lo has dicho?
Sacudo la cabeza para alejarme de esos pensamientos, y encuentro
mis dedos descansando entre mi pecho donde él me tocó, recorriendo
el mismo camino. Explorar ese elemento desconocido de impulsos y
curiosidad está cobrando sentido para mí. Ni siquiera puedo culpar a Erin
por ser curiosa. Sólo puedo culparla por dejarse atrapar.
―Um, lo siento. Literalmente acaba de suceder hace como horas
―digo, poniéndome de pie y caminando hacia el banco de mi tocador,
mirando el rubor en mis mejillas por los pensamientos inapropiados―. ¿No
has oído lo que ha pasado?
Seguramente, la noticia del misterioso lanzador de ladrillos le llegó
antes que la de que me invitara al baile.
―¡Me acaban de decir que te lo ha pedido esta tarde después de
clase y que has dicho que sí! ¡Estoy tan contenta de que vayamos los dos!
No puedo creer que no se conozca información como el hecho de
que Jacob está desaparecido, o que todo el parabrisas de Saint fue
destrozado en un misterioso ataque, pero sí cada estúpido detalle sobre
quién va con quién al Baile del Gobernador, o que Erin está dando
cabezazos. Es tan inquietante.
―Tendré que volver a pedir prestado un vestido ―digo mirando mi
triste armario. Me levanto del banco y me dirijo a la cama, me tumbo y
miro al techo―. ¿Tal vez podamos arreglarnos juntas?
―Por supuesto ―dice rápidamente, como si no se nos hubiera
ocurrido hacerlo de otra manera―. Traeré mi armario mañana.
Después de arreglarlo con Mia, cuelgo el teléfono, mirando
fijamente el blanco de mi techo, desprovisto de cualquier color.
Parece una reminiscencia del sendero recto y estrecho por el que
camino en mi vida. Tomando las decisiones correctas, siendo esa chica
que sigue las reglas, sólo para encontrarme aún pisando el agua mientras
los hombres de nuestra iglesia miran desde su barca. La desigualdad es
evidente en el hecho de que Saint fue asignado para dar la clase
conmigo en lugar de que yo enseñara sola como me habían dicho.
Me pregunto por qué me pierdo en los colores. El rojo en particular.
El carmesí profundo de las rosas en capullo y las llamas que arden como
prueba.
Esta noche, me quedaré despierta.
Le cogeré desprevenido.
Esta noche me encontraré con mi demonio en la oscuridad.
Capítulo 11
Viejos Amigos y
Secretos Sucios

espués de salir de su casa, me senté en el coche y me

D
presioné el labio inferior con el pulgar. En aquel sótano, me
había mordido el labio hasta saborear la sangre. Partirme la
carne era la menor de mis preocupaciones. Estar cerca de
ella en estado consciente me está volviendo más loco de lo
que jamás hubiera imaginado. No hay nada que anhele más
que romper a esta chica. Mostrarle lo roto que está el mundo que la
rodea. Destruir esa luz dentro de ella que se desangra a través de esos
ojos inocentes, permitiéndole verme en la oscuridad. Esta noche. Esta
noche, le mostraré esa verdad destructiva.
Ahora lo veo cada vez que estoy cerca de ella. Es receptiva a mi
masculinidad. Deseando ser reclamada como una mujer de su pureza
sólo puede soñar. Puedo sentirlo arrastrándose bajo esa piel de
porcelana. Quiere liberarse de las cadenas de esas reglas que pretendían
reprimir sus verdaderos deseos.
Le enseñaré a gritar. Seré la voz que nunca supo que necesitaba.
Pero primero, otro trabajo.
Una visita a un viejo amigo para adquirir algunos conocimientos. La
suciedad barrida bajo la alfombra de los hombres en el poder se
acumulaba, y la exposición se estaba volviendo más atractiva que las
simplicidades del trabajo por el que me pagaban.
Al entrar en la discoteca, siento el golpeteo familiar de la música
meciéndome el pecho, el parpadeo constante de las luces rojas
fundiendo los cuerpos unos con otros en un desorden sangrante de
embriaguez. Me dirijo hacia las habitaciones privadas del fondo y saludo
a dos hombres corpulentos con los brazos cruzados sobre el pecho, uno
con barba y otro sin ella.
―Vengo con Nox ―le digo al hombre que tengo delante.
Sus ojos se entrecierran y sus brazos se cruzan con más fuerza, pero
no hace nada por moverse o responder.
―¿Me estás tomando el pelo? ―Digo, mirando al otro guardia que
está de pie como una estatua.
Saco las pistolas de la parte trasera de mis pantalones, apunto una
a la sien del hombre y extiendo la otra hacia el otro idiota.
―¿C-cómo ha conseguido entrar aquí? ―pregunta el otro guardia,
ahogándose en sus palabras, retrocediendo con los brazos en alto.
―Por lo visto no hace falta cerebro ni cojones para abrir la puta
puerta, ¿eh? ―Digo, sacudiendo la cabeza―. ¡ESTOY AQUÍ PARA VER A
NOX! ―Repito, golpeando el cañón de la pistola en la cabeza del
hombre.
El hombre tantea detrás de él y pulsa el botón de llamada.
Sonrío a ambos hombres, disfrutando del miedo que desprenden,
casi preguntándome por qué es tan fácil, antes de que se abra la puerta
tras ellos y vea al hombre al que he venido a ver.
La sonrisa de Nox se extiende por su rostro inmediatamente antes de
arquear una ceja, mirando las armas que he apuntado a sus hombres.
―No debería sorprenderme, la verdad.
Se gira y me indica con la cabeza afeitada y tatuada que le siga.
Les guiño un ojo a los chicos de la puerta antes de guardar mis armas y
seguir a Nox.
―Sí, lo sé ―comienza, paseando su larga figura por el pasillo poco
iluminado mientras habla―. No son los más listos del equipo, pero son los
que más pegan. Asustan a la mayoría de la gente. ―Se vuelve para
mirarme y se detiene frente a una puerta negra con una ventana roja―.
No es que tú seas la mayoría de la gente, claramente.
Nox me conoce mejor que nadie. Conoce las profundidades de mi
locura. Servir juntos te hará hacer amigos que nunca pensaste que harías,
estar en compañía de la gente equivocada. La gente que encuentra a
tu criminal creativo y lo convierte en algo más intrigante y con más talento
que nunca. La cárcel es una educación de la que he aprendido muchas
cosas.
Posee y regenta un club de striptease y un bar que lava dinero para
los Señores de la droga clandestinos. No sólo se dedica a su propio
suministro, tanto de mujeres como de drogas, sino que también recibe
sobornos de políticos, representantes de la iglesia y destacados
ciudadanos de nuestra dulce y verde comunidad para que mantenga la
boca cerrada sobre lo que ocurre a puerta cerrada. No tiene lazos con
nadie. Nadie excepto yo.
No culpo al hombre por sacar tajada de donde puede. No es él
quien obliga a nadie a entrar y conseguir una mamada y un polvo
rápidos, y lo que ocurre aquí es totalmente consentido. Las chicas sucias
babeando por dinero y los hombres inmaculados babeando por chicas
sucias. Las amas de casa no se abren de la forma en que estos
prominentes miembros de la sociedad realmente desean. No, estos
hombres fingen a la luz del día y se desatan en la oscuridad de la noche.
―¿Estás aquí por Anika otra vez? ―pregunta con una medio sonrisa,
poniendo su tarjeta llave en la puerta―. Ha pasado un tiempo.
La puerta pita y se abre para nosotros.
―Jugado ―me burlo―. Pero esto son negocios, gilipollas. Necesito
información de una de tus chicas.
―Sabía que alguien tan jodido como tú se hartaría rápido de ella.
Estos cuadrados no tienen suficiente. ―Señala con la cabeza la puerta
donde está el club detrás de nosotros con una risita.
―Brandi. Envíala fuera ―exijo.
Me tiende la mano, indicándome el camino. Entro en la habitación
oscura, donde una única luz roja brilla desde el techo, enfocada hacia
un escenario circular y un poste que mira hacia un sofá rojo afelpado.
―Siéntate ―dice despreocupadamente, señalando el sofá―. Le haré
saber que estás listo.
Se da la vuelta para salir de la habitación, pero se detiene y mira
hacia atrás.
―Siempre es un placer, Aero. ―Asiente con una sonrisa pícara,
despidiéndose.
Me acomodo en el sofá, con las piernas abiertas y los brazos
apoyados en el respaldo, dispuesta a acabar de una vez para poder
concentrarme en mi último proyecto. Aniquilar a Briony de la forma más
primitiva. Oigo abrirse la puerta y una sombra se abre paso hacia la luz.
Entra una mujer escasamente vestida con una larga peluca negra
atada en coletas, su atuendo literalmente me hace poner los ojos en
blanco. ¿Una colegiala? ¿Una maldita colegiala? ¿Podría este hombre
ser más obvio?
―Hola, nene ―me dice, caminando hacia mí con sus tacones de
plataforma―. ¿Escuché que me querías para un baile privado?
Sienta el culo en mi regazo, con su minúscula falda a cuadros subida,
dejando al descubierto todo su cuerpo. Huele a alcohol barato y aceite
bronceador y apoya la espalda en mi pecho. Me mira y se pasa los dedos
por el cuello, bajando hacia el pecho. Es entonces cuando me fijo en el
brillante crucifijo que cuelga de una cadena entre sus pechos.
Jodidamente gracioso.
Tiene la información que necesito mientras está aquí sentada,
haciendo el papel de colegiala católica guarrilla. La ironía.
Agarro el collar con la mano y se lo arranco del cuello. Jadea,
agarrándose la piel donde ya se está formando una marca roja oscura.
Sus ojos se abren de par en par, pero intenta disimular. Se pone de rodillas
mientras la música rock sigue retumbando en la habitación y se gira para
sentarse entre mis piernas. Sus manos suben lentamente por mis muslos,
acercándose cada vez más a mi polla.
―¿Qué puedo hacer por ti, cariño? ¿Qué es lo que te gustaría,
Huesos?
Huesos. Mi apodo se ha extendido claramente por el club por la
infame máscara de calavera que llevo cada vez que aparezco.
―Háblame de tu última visita, Brandi ―le digo, mirándola de rodillas.
Traga saliva, y sé inmediatamente por la rigidez de su cuello que le
dijeron que mintiera por él. Que mantuviera la boquita cerrada si quería
seguir ganando dinero.
Me inclino hacia delante, agarro mi Glock de detrás de mí y me
rasco perezosamente la sien con ella, revolviéndome el cabello oscuro y
rebelde por la frente.
―Te lo preguntaría otra vez, pero odio repetirme.
Abre la boca y un gemido sale de su pecho. Se echa hacia atrás y
se sienta sobre los talones.
―Dime, Brandi ―digo, girando el cañón de la pistola hacia ella y
colocándolo suavemente sobre su frente. Se le agita el pecho bajo la
camisa blanca de botones que lleva anudada bajo los pechos―. ¿Es
cierto que si respiras por la nariz puedes tragar prácticamente cualquier
cosa?
Le paso el filo de la pistola por la nariz mientras sus ojos permanecen
fijos en los míos. Llego hasta sus labios y, mientras las lágrimas caen de sus
ojos, su profundo ceño fruncido intenta quemarme.
―Se lo tiene merecido ―me espeta―. Está obligada a joderme el
dinero.
La mención de Briony hizo que mis fosas nasales se encendieran.
Sabía que esta puta sabía más de lo que decía. Ser la puta de un hombre
de poder tiene sus ventajas. Los susurros de negocios siempre se infiltran
en estos lugares y a las mujeres como ella les encanta guardar sus
secretos.
Le agarro el cabello por encima de la cabeza, sobresaltándola.
―Abre ―exijo.
Sus labios temblorosos se separan y se lleva a la boca el extremo de
mi pistola. Noto cómo sus dientes golpean el filo y murmura algo antes de
ahogarse.
―Por la nariz, ¿recuerdas? Como has practicado.
Intenta decir algo, protesta, sus ojos se entrecierran sobre mí. Una
amenaza sin palabras.
―Lo siento, no puedo oírte, cariño ―le digo dulcemente,
inclinándome hacia delante y acariciándole un lado de la cabeza―. Tus
mentiras e historias no evitarán que esta bala impacte en la nuca.
Más lágrimas inundan su rostro, sus pestañas postizas se convierten
en un revoltijo.
―¿Lista para hablar? ―Pregunto, y ella asiente rápidamente―. Buena
chica.
Le quito la pistola de la boca y sigo sujetándole el cabello de la
cabeza mientras tose.
―¿Qué te obligan a hacer?
―¿Quién?
―¿Tus clientes que mejor pagan? ¿Cómo actúas para ellos?
Sus ojos recorren la habitación, pidiendo ayuda como si alguien la
estuviera observando.
―Las cámaras están apagadas, cariño.
Sus ojos se abren de par en par.
―Eso no es...
―Me importa una mierda el protocolo para tu seguridad en este
momento. Te das cuenta de eso, ¿verdad?
Resopla, mirándome.
―¿Cómo actúas?
―Este conjunto. Con una peluca corta.
Interesante.
―¿Y qué les apetece?
―Depende...
―¡Dímelo de una puta vez! ―Gruño, tirando de su cabello hacia
atrás, obligándola a mirarme.
Entrecierra los ojos.
―Por detrás. Mayormente anal. Me llama Bradie. Siempre Bradie.
Jesús. ¿Podrían ser más evidentes?
―¿Quién es?
Mirando hacia abajo, contempla la posibilidad de responder.
―Caldwell. ―Vuelve a mirarme y no hay culpa alguna.
El maldito obispo.
―¿A qué hora te visita?
Ella suspira.
―Siempre a las 3:30.
―¿Y quién te paga para protegerlo? ―Exijo, con veneno en mi tono.
Se lame los labios y traga saliva antes de volver a mirarme, aún
debatiéndose entre engañar al hombre que le paga o recibir un balazo
en el cráneo. El hecho de que esté considerando la posibilidad de morir
por ese pedazo de mierda me hace querer volarle los sesos yo mismo en
ese pequeño escenario.
―C-Cal ―tartamudea, su cuerpo tiembla―. Callum Westwood.
La miro fijamente durante un minuto. Sospechaba esta información,
solo necesitaba que se confirmara para construir mi caso contra el
capullo y destruirlo desde dentro.
―¿Tú también te lo follas?
Sus ojos se entrecierran aún más, intentando penetrarme con la
mirada. No quiere responder, pero finalmente asiente.
―Bravo Brandi ―digo con una sonrisa, soltando mi agarre de su
cabello y deslizándolo por un lado de su cara antes de darle dos
palmadas en la mejilla―. Bravo.
Vuelvo a recostarme en el sofá y cojo el pasamontañas negro de mi
abrigo de cuero. Lo saco y se la pongo en la cara. Ella la toma con cara
de confusión, lo mira y vuelve a mirarme.
―Ahora cúbrete la cara.
Abro las piernas y ajusto las caderas mientras apoyo el cuello en el
respaldo del sofá.
Se coloca la máscara sobre la peluca y me mira a través de los ojos
mientras se la ajusta.
―Cubre esa cara débil, hambrienta de dinero y moralmente
depravada, y fóllame ―exijo.
Parece haber vuelto a su elemento, se inclina sobre sus rodillas, me
desabrocha el cinturón y se apresura a abrirme los vaqueros. Sus dedos
encuentran mi polla, me agarra por la base y me acerca a su boca.
―No, nena ―le digo, usando una mano para detenerla―. No quiero
tu sucia boca sobre mí. Sólo las manos.
Recuesto la cabeza contra el sofá, imaginando esa piel de
porcelana, esos labios rojos y temblorosos, las curvas naturales de sus
pechos flexibles. Finjo que la mujer que me toca es la inocente belleza a
punto de caer rendida a sus deseos. Un gemido sale de mis labios al
imaginar a la muñeca morena con la que me he obsesionado
enroscando sus suaves manos alrededor de mi endurecida polla.
Briony hace algo por mí que nadie más ha hecho. Ha mantenido
una inocencia en un mundo de corrupción, ensombreciendo de algún
modo las verdades a las que estoy obligado a exponerla. Briony Strait está
a punto de romperse por mí. Yo la romperé. Ensuciándola como cualquier
otra persona. Pero los pecados a los que la haré ceder serán su despertar.
Su bautismo en la naturaleza humana y los deseos animales que nos
impulsan. Una lección de lo que significa estar vivo de aquel a quien
pronto llamará Dios.
―Ah, joder, muñeca ―murmuro para mis adentros con los ojos
cerrados con fuerza, pensando en mi chica mientras encuentro mi
liberación con la puta del armario de mi sano padre.
Capítulo 12
Persiguiendo a la Presa

e pesan los ojos cuando siento que el sueño me atrapa en

M
mi carrera contra el reloj.
Descansar toda la noche antes de otro día de clases
y luego elegir un vestido para asistir al Baile del Gobernador
debería ser lo único que me preocupara en este momento.
Pero, por supuesto, Aero tiene mi mente.
Se ha infiltrado en ese espacio de curiosidad que se ha convertido
en algo que no puedo ignorar. Como un virus, me invade con la
abrumadora necesidad de saber más. Diría que es para protegerme de
él, pero la verdad es que ya podría haberme matado. Son sus razones
para no hacerlo las que me hacen necesitar saber más.
Espero aquí en la oscuridad, detrás de la puerta de mi habitación,
atenta a cualquier señal suya. Siempre viene, pero ¿cuándo? No tengo
la menor idea.
El sol de la tarde se había puesto, y la noche se arrastraba a mi
alrededor como una manta de ansiosa tortura, aferrándose a mis
hombros, sin irse nunca. Tras su abrupta marcha después de la ducha, me
dejó preguntándome adónde había ido. ¿Dónde reside este hombre
cuando no está fuera de mi casa? ¿Cuál es su profesión, si es que tiene
alguna? ¿Tiene familia o parientes cercanos? Seguro que hay respuestas.
Un hombre no aparece de la nada con un conocimiento íntimo de quién
eres sin una historia previa, y menos en esta ciudad.
Pensaba que Saint me habría llamado o se habría pasado por aquí
para asegurarse de que estaba bien después de lo que pasó cuando me
dejó, pero aún no sé nada de él.
Siento que se me caen los párpados y miro por última vez el reloj de
la mesilla de noche.
3:13 A.M.
Descansaré los ojos un segundo. Sólo un segundo.
En cuanto me doy la oportunidad de hacerlo, me sobresalto al oír el
crujido de la madera. Mi corazón se acelera mientras la sangre corre por
mis oídos.
Está aquí.
Con toda seguridad, oigo débiles pasos subiendo las escaleras,
como si acabara de entrar por la puerta principal, cerrada con llave. Me
deslizo lentamente por la pared hasta ponerme de pie y agarro la navaja
entre los dedos, deslizándola hasta que la tengo firmemente sujeta en la
palma de la mano.
Los pasos se acercan a medida que el suelo de madera cede ante
su ubicación.
Me trago cualquier último temor que pueda tener mientras el pomo
de latón de la puerta gira lentamente. La puerta se abre y puedo olerle
antes de verle. Cuero, azufre y almizcle de hombre. Tan característico.
Conteniendo la respiración, observo cómo avanza hacia la
habitación, con la luz de la luna apenas iluminando su silueta. Es un
hombre alto y corpulento, de hombros anchos y cintura delgada. Lleva el
cabello desgreñado al descubierto, revuelto sobre la cabeza, y me
pregunto si llevará puesta la máscara.
¿Quién eres, Aero?
Camina hacia mi cama antes de tirar el capullo de rosa a la basura.
Su espeluznante tarjeta de visita. Me acerco a la pared detrás de él, con
el brazo extendido y la navaja apuntando directamente a su nuca.
Su mano se extiende ante él, agarrando las mantas de mi cama en
un lento puño. Es curioso cómo puedo percibir su ira solo por el
enloquecedor agarre de su mano grande y tensa, visualizando
claramente la falta de alguien en la cama que tiene delante.
Doy otro paso adelante, intentando regular mi respiración, cuando
su cabeza se gira ligeramente, dejándome al descubierto su oreja.
―¿Qué quieres de mí? ―Exijo en la oscuridad, ahora sosteniendo la
punta de la navajq en su nuca.
Se vuelve hacia mí y deja que la punta de la hoja recorra la piel,
formando un arañazo rojo a su paso.
Mi mirada se dirige a su boca, donde se dibuja una sonrisa de
suficiencia. Esta noche lleva una máscara nueva. Es un cráneo parcial
que se ha abierto en una línea irregular, dejando al descubierto un
pómulo cincelado, parte de la mandíbula y los labios carnosos. Sus ojos
parecen más oscuros. Más fríos que antes, si es que eso es posible en
alguien que carece de alma.
―Ahí estás ―dice lentamente, sonriendo mientras se inclina hacia la
navaja en la base del cuello, contra el gran tatuaje de una rosa.
―¡¿Por qué estás aquí?! ¡Respóndeme! ―Exijo, empujando la navaja
contra él, sin echarme atrás como probablemente supone que haré.
¿Quiere que pelee? Le demostraré que puedo.
―¿Cuál era tu plan, muñeca? ¿Ibas a matarme? ―Sonríe
dulcemente antes de lamerse los labios.
El corazón me retumba en el pecho mientras su mirada recorre mi
cuerpo, dejando un rastro de calor en cada lugar que tocan sus ojos.
Siento un cosquilleo en los pechos. Mis pezones se endurecen hasta
convertirse en apretados capullos bajo mi camisón blanco y endeble
mientras él los observa.
Combiné la camisa con unos pantalones cortos de noche blancos
a juego, más cortos que cortos. Si necesito distraer al hombre con mi
cuerpo para tener ventaja sobre él, lo haré. Cualquier cosa con tal de no
acabar en una tumba poco profunda en mi patio trasero junto a Jacob.
Parece estar teniendo un efecto negativo, porque cuando sus ojos
vuelven a los míos, parecen más enfadados. Le devuelvo la mirada y
mantengo firme la navaja.
―¿Y con mi propia navaja? ―Chasquea la lengua―. Eres una cosita
salvaje.
―¡¿Qué es esto?! ―Grito―. ¿Tú qué sabes, Aero? ¿A qué clase de
juego enfermizo estás jugando?
―Sé que tienes muchos problemas, Briony ―dice, inclinándose aún
más hacia delante antes de que su voz baje a un tono grave y serio―. Y
me necesitas mucho más de lo que yo te necesito a ti.
Intento descifrar sus palabras. Preocupada por cortarle, veo cómo
la navaja que tiene en la garganta le atraviesa la piel y se forma una
mancha de sangre bajo el filo de la hoja. Me quedo con la boca abierta
mientras aspiro y, en una fracción de segundo, su brazo se levanta y
vuelve a agarrarme por el cabello de la nuca. Jadeo mientras tira con
fuerza, obligándome a echar la cabeza hacia atrás. Mantengo la hoja
firme hacia él.
―Es tu última oportunidad, cariño. ―Se eleva por encima de mí,
mirando hacia abajo mientras la sangre gotea lentamente por su cuello
desde la herida que sigue empujando, como si no sintiera dolor. Como si
lo disfrutara―. No volverás a tenerla.
Algo muy dentro de mí sabe que este hombre no tiene miedo a la
muerte. No conoce el miedo en general. Amenazarlo de nuevo fue un
gran error. Uno que definitivamente tendrá consecuencias si fallo.
Me tiembla el labio y la mano me tiembla de miedo. Dejo caer la
navaja entre nosotros y cae con un ruido sordo sobre la madera que
tenemos debajo. Aero la observa y luego vuelve a mirar mis ojos
temerosos. En un movimiento rápido, saca una pistola de algún lugar
detrás de él y me empuja contra la pared agarrándome fuertemente por
el cabello. Me doy un fuerte golpe contra la pared y el filo de la pistola se
apoya cerca de mi sien. Me estremezco de miedo mientras respiro
entrecortadamente y se me llenan los ojos de lágrimas.
―Ya te dije que no me van bien las amenazas ―dice bruscamente
mientras siento el calor de su aliento contra mi mejilla.
Su rodilla me presiona entre los muslos y me empuja, abriéndome las
piernas mientras sus caderas me aprisionan contra la pared.
―La próxima vez que esto ocurra ―dice, deslizando la pistola por mi
mejilla y luego por mi cuello. El cañón se desliza por mi abdomen hasta
que lo baja hasta el lugar donde se juntan mis muslos, con sus ojos oscuros
fijos en los míos―. Te daré una buena razón para llorar.
Me frota la pistola entre las piernas, deslizándola lentamente a lo
largo de todo mi hormigueante centro, el frío metal en marcado contraste
con el calor que se acumula allí. Mis pestañas se agitan y cierro los ojos
con fuerza, tratando de alejar la sensación que estoy saboreando a
regañadientes.
La presencia de Aero hace algo diferente en mí. Me empuja a sentir
cosas que me he negado a mí misma para salvar mi alma. Lo que no
puedo decidir es si caer en su oscuridad me liberará o me destruirá por
completo.
Con la mirada fija en mí, la pistola apuntándome al clítoris y un
puñado de cabello sujetándome contra la pared, se acerca hasta que
nuestras narices se tocan y nuestras respiraciones se entrecruzan. Su
cabello oscuro y desgreñado cuelga por encima de la máscara, dejando
su ardiente mirada clavada en mí. Me mira peligrosamente a los ojos,
saca la lengua y siento su cálida humedad lamiéndome lentamente
desde la base de la barbilla, pasando por los labios hasta la base de la
nariz.
Gimo ante la sensación, su mirada directa me aterroriza mientras lo
hace.
―Limpio ―susurra contra mis labios.
Entonces me doy cuenta. Todavía no me había lamido el toque de
Jacob sobre mi boca. Este hombre es sádico y retorcido, y mi cuerpo no
puede negar lo que eso me provoca. Una enfermedad dentro de mí
disfruta de su versión demente del afecto. Hay que apagarla. Tengo que
alejarme de este psicótico antes de ser víctima de sus diabólicos
encantos.
Miro hacia la puerta y luego vuelvo a mirarle. Me estudia un segundo
antes de volver a esbozar esa sonrisa que produce terror, mostrándome
el blanco de sus dientes y los cortes extrañamente afilados de sus caninos.
―Ah, ya veo ―susurra―. Mi muñequita quiere correr, ¿no?
Los músculos de mi cuello se tensan y él me mira la garganta.
―Hazlo ―dice, soltando su agarre sobre mí.
Respiro hondo y veo cómo se aleja lentamente de mí. Sus pantorrillas
chocan contra la cama, se sienta y deja la pistola sobre el edredón.
―Corre, Briony. ―Él asiente hacia la puerta―. Y si logras salir de esta
casa antes de que yo llegue a ti... me iré.
Libérate de él en su propio juego. Si quieres salir viva, corre por tu
vida. Sus palabras. Tendría que ser rápido. Inteligente.
―Sin embargo ―dice, inclinando la cabeza―. Si te atrapo... ―Sus ojos
evalúan mi cuerpo bajo el endeble conjunto de noche de algodón―. Te
entregas a mí por completo, permitiéndome mostrarte la luz.
Mis cejas se fruncen ante su extraña proposición. ¿La luz? No
importa. Voy a salir. Tengo que hacerlo. Conozco el plan perfecto.
―¿Te irás? Y ya está. ¿No volverás? ¿No te veré más en las sombras?
¿Acechando? ¿Observando? ¿Esperando? ―Hago una pausa,
cautelosa, antes de añadir―. ¿Asesinarme?
―Que nunca dejaré de hacerlo ―responde rápidamente.
Tragaría saliva si pudiera, pero mis nervios están a flor de piel.
Estudiándome mientras prácticamente me derrumbo en un saco de
huesos temblorosos, se limita a decir:
―Te daré ventaja.
Dando unos pasos hacia delante, sus ojos me siguen. Me pongo en
cuclillas frente a él y agarro el filo de la navaja del suelo. Lo deslizo
lentamente en mi mano y la agarro mientras mis ojos se atreven a mirarle.
―Ahí está mi chica lista ―dice con una sonrisa burlona,
aparentemente contento de que haya decidido defenderme de él.
Con la tensión a flor de piel, un silencio espeluznante llena la oscura
habitación mientras nos miramos fijamente. La presa decidida al asesino
calculador.
―Tres.
Antes de que pueda decir nada más, me doy la vuelta y corro.
―Dos.
Corro por mi vida.
Capítulo 13
Hermosa en Sangre

ugar con mi muñequita es mi nueva obsesión favorita. ¿Estos

J
juegos a los que jugamos? Son sólo el principio.
Se pone en marcha cuando empiezo la cuenta atrás, y
noto que se le revuelven las tripas. No se da cuenta de que sé
lo inteligente que es. No soy como esos demonios que la
rodean, que frenan su crecimiento, que la consideran incapaz, que
trabajan para destruir el poder que posee. Sé lo capaz que es, y cada vez
que lo demuestra en su lucha, sólo aumenta mi obsesión.
―Uno ―digo finalmente, levantándome de la cama.
Salgo de la habitación, justo a tiempo para ver cerrarse las dos
puertas de los dormitorios que quedan arriba, una justo antes que la otra.
No sé cómo lo ha hecho. Es lo bastante lista como para no salir corriendo
por la puerta principal, sabiendo que la atraparía fácilmente. Le dije que
si salía, se libraría de mí. Pero incluso si logra salir, no lo estará.
Briony aún tiene que aprender que nunca la dejaré ir. Y con el
tiempo, nunca querrá que lo haga.
Me interpongo entre las dos habitaciones escuchando
atentamente, cuando recuerdo que sólo una de ellas tiene un trozo de
techo por debajo, lo que le permite escapar por la ventana. Abro la
puerta de esa habitación y me adentro en la oscuridad, dejando que me
trague. La luz de la luna apenas brilla a través de la ventana cerrada. Si
está aquí, se esconde bien. Un crujido en las tablas del suelo envía mis ojos
hacia el armario y me muerdo el labio inferior, la sonrisa creciendo con
cada paso que doy más cerca de ella.
―Sal a jugar, muñequita ―susurro, antes de meter la mano en el
armario, balanceando los antebrazos en el espacio.
Ropa. Nada más que ropa colgada. Mis cejas se fruncen cuando
oigo el chapoteo de unos pies descalzos pasar por delante de la puerta.
¡Esa perra curiosa estaba en la otra habitación!
Ella sabía que yo conocía el trazado lo suficiente como para elegir
esta primero. Me río para mis adentros, disfrutando del hecho de que ella
iba un paso por delante de mí. Su mente no deja de sorprenderme.
Me doy la vuelta, salgo corriendo de la habitación y me agarro al
marco de la puerta cuando veo su cabello negro volando escaleras
abajo. Me agarro a la barandilla, balanceándome sobre ella, y bajo de
un salto algunos peldaños. Agarro con una mano el borde de un gran
cuadro de la pared, que cae al tirar de él y se hace añicos en los
escalones que quedan entre nosotros. Salto sobre cuadro y me acerco a
ella. Corre por su vida, intentando llegar a la puerta, pero yo soy más
rápido.
Me abalanzo sobre ella, la agarro por la pantorrilla y tropieza,
cayendo de bruces sobre el abdomen mientras se le va el aire de los
pulmones. Observo su culo redondo, que rebota al caer, me pongo de
rodillas y trepo por su cuerpo. Ella se da la vuelta, se lleva una rodilla al
pecho y me da una patada en la mandíbula que me hace perder la
cabeza. Me arranca un trozo de diente y me rompe el labio. La sangre se
acumula en mi boca casi de inmediato.
Me mira fijamente por encima de ella con terror y conmoción en los
ojos, incrédula de su propia fuerza. Me paso el pulgar por el labio inferior
y veo la sangre.
―Oh, joder, sí. ―Se me dibuja una sonrisa en la cara y siento que la
sangre me sube a la polla.
Se escabulle de debajo de mí y corre hacia la cocina. Corro tras ella,
con la sangre chorreando por mi camisa. Al abrir la puerta corredera de
cristal de la cocina, sonrío para mis adentros, sabiendo que hay un poste
atascado en su recorrido. Se abre sólo medio metro antes de chocar con
el poste, lo que hace imposible que ella se cuele por ella. Se da la vuelta
rápidamente, con las manos agarradas a la encimera detrás de ella,
estabilizando su cuerpo, aterrorizada.
Su cabello negro le cuelga parcialmente delante de la cara, sus
pechos se balancean y sus pezones rosados son visibles con la luz
creciente que nos rodea. Me estremezco y me imagino mordiéndolos
hasta que sangran en mi lengua.
Sólo la isla de la cocina se interpone entre nosotros. Ella mira hacia
abajo, dándose cuenta también. Levanta la hoja con un movimiento de
muñeca, como una experta, y mi polla salta de excitación.
Se me escurre la lengua entre los labios y lamo la sangre,
saboreando el familiar matiz metálico. Me dirijo hacia ella, de pie en el
lado opuesto de la isla, dejando caer las palmas de las manos sobre el
granito mientras me inclino hacia delante, con la sangre goteándome de
la barbilla.
―¿Cuál es tu movimiento, muñeca? ―Pregunto, burlándome de ella.
Alarga la mano que tiene libre hacia atrás, coge un jarrón de flores
y me lo lanza a la cabeza. Lo esquivo con facilidad, choca contra la
pared y se hace añicos en el suelo. Enarco el ceño bajo la máscara
mientras camino alrededor de la isla.
―¡Estás loco! ―grita, apartándose el cabello de la cara.
―Mmm. ―Me paso la lengua por los dientes―. Sí.
Sostiene la navaja con fuerza y firmeza, apuntándome mientras
camina hacia atrás por la isla, manteniéndolo seguro entre nosotros. En
un movimiento rápido, planto las palmas de las manos, levanto las piernas
y deslizo el culo sobre la isla. Jadeando, se apoya contra el mostrador
contrario, con la navaja apuntándome al cuello de nuevo.
Me paso los dedos por el labio ensangrentado y alargo la mano para
tocarla. Ella blande la navaja y me hace un buen corte en el antebrazo.
Siseo de dolor antes de que un gemido retumbante salga de mi
garganta.
―Mierda, nena ―digo, observando la herida. Una sonrisa diabólica
se dibuja en mi cara mientras sigo inclinada hacia delante―. Nunca
imaginé cuánto disfrutarías infligiendo dolor. Eres una pequeña viciosa.
Tienes más fuerza de lo que pensaba.
Vuelvo a estirar la mano, y esta vez ella mantiene la navaja en mi
cuello. Tomo dos dedos y le paso lentamente la sangre del labio por la
clavícula, por el hombro y por el brazo hasta llegar a la tira de la camisa
que se ha caído. Deslizo suavemente los dos dedos ensangrentados por
debajo de la correa y vuelvo a subírsela por el hombro, observando su
garganta, imaginando que la rodeo con fuerza con la palma de la mano
mientras mi mirada se dirige de nuevo a sus ojos dilatados.
Justo cuando suelto los dedos de su hombro, ella estira el brazo que
tiene libre hacia atrás, coge de algún modo una botella que está justo
detrás de ella y me la tira a la cabeza. Me golpea cerca de la sien,
haciéndose añicos por toda la cocina mientras el zumbido de mis oídos
me inunda la cabeza. La vista se me nubla.
Ella pasa corriendo, pero yo la agarro del cabello con una mano y
la aprieto con fuerza cuando resbala y cae de espaldas sobre el amasijo
rojo de vino y vasos que tenemos debajo. Ella gime de dolor y yo caigo
de rodillas a su lado. Una risa enloquecida sale de mi pecho mientras
intento apartar las estrellas de mi vista cuando ella se pone en pie y sale
corriendo hacia la puerta principal.
No puede irse.
Gira el pomo, abre la puerta y suspira aliviada. El alivio dura poco,
ya que la puerta choca contra mi bota. Me inclino sobre ella y cierro la
puerta de madera con las palmas de las manos justo delante de su cara.
Ella solloza derrotada, apoyando la frente contra la madera antes de
rodar a lo largo de la puerta y girarse para mirarme. La aprieto con las
caderas y la inmovilizo. Su hermoso rostro está cubierto de telarañas, y las
lágrimas hacen que se le pegue a las mejillas. Sus labios se entreabren
mientras jadea, agotada por el demoníaco jueguecito.
La sangre de mi cabeza gotea sobre su nariz y su mejilla, pero está
demasiado cansada para defenderse, demasiado cansada incluso para
limpiarse de mí.
―Joder, qué guapa te ves llevando mi sangre ―le digo, cogiéndole
un lado de la cara y frotándole suavemente un poco más en el pómulo.
¿No se da cuenta de lo brutalmente hermosa que es? Cómo abrazar
esa oscuridad dentro de ella podría hacerla más poderosa de lo que
jamás imaginó. Atraerla es la tarea por la que me estoy destruyendo.
―Has ganado. ―Su voz se quiebra, sonando completamente
derrotada.
―Oh, cariño ―susurro, pasando mis labios por su mandíbula,
encontrando mi camino hasta su oreja―. ¿No lo ves? Así ganamos los dos.
Le lamo la concha de la oreja y ella se estremece contra mí. Aprieto
mi dura polla contra su cadera y no puedo negar lo que ese pequeño
juego acaba de provocarme. La insaciable necesidad de follármela
hasta dejarla sin sentido es un impulso creciente que lucho por controlar.
Mi cuerpo anhela a esta mujer que está aprendiendo a luchar,
aprendiendo a ser fuerte por sí misma, aunque sea contra mí.
Al apartarme, la miro a los ojos; la sangre embadurnada en su rostro
hace que el frío azul de sus ojos me impacte aún más. Es consciente del
efecto que produce en mí, aunque se sonroje con pensamientos
indecentes. Se muerde la comisura del labio, sus largas pestañas negras
se agitan para encontrarse con mi mirada, las posibilidades de los
pecados que siempre ha deseado destellan tras sus ojos.
Que comience el bautismo.
―¿Qué pasa ahora? ―Su voz es un susurro entrecortado. Aterrorizada
e intrigada.
―Un renacimiento. Un renacimiento. Una especie de despertar
―comento, rozando con mis dedos su sien.
Sus ojos se arrugan de preocupación mientras un suave gemido se
cuela entre sus labios. Sé que es virgen. Introducirla en esto va a ser difícil
para mí cuando quiero poseerla rompiéndola de forma tan devastadora.
Pero empezaremos despacio, introduciéndola en sus deseos
desconocidos, cometiendo actos de pecado que otros hombres han
puesto en práctica para domarla. Antes de que se dé cuenta, me estará
poseyendo con ese fuego indomable que tiene.
―Ahora sé buena y chúpame la lengua ―le exijo, inclinándome
hacia delante y ofreciéndosela.
Capítulo 14
El Sabor del Pecado

stá por encima de mí, con sus más de dos metros de estatura

E
por encima de mi mísero metro setenta.
Ganó. Me atrapó. Pensé que escaparía fácilmente de mi
propia casa siendo más lista que él. Pero en vez de eso, le
pateé la cara. Le corté. Le rompí una botella en la cabeza, y
sin embargo, aquí está. Sangrando sobre mí con ojos que se
clavan en los míos, como si todo el juego hubiera sido simplemente un
juego previo para un hombre de las profundidades del infierno.
La locura ni siquiera lo cubre.
―¿Q-qué?
―He dicho que seas buena y me chupes la lengua ―me suelta.
Nunca he oído hablar de tal cosa.
―¿Quieres que... te bese? ―Pregunto.
Veo sus ojos entrecerrarse bajo la máscara de cráneo fracturada.
―No. ―Frunce el ceño con disgusto, como si la idea le repugnara―.
Te dije que chuparas mi lengua. Envuelve tus labios alrededor de ella, y
chupa.
Sus palabras, su forma de exigir y la mirada salvaje de sus ojos hacen
que me sude la frente y que mi cuerpo se tense con una mezcla de nervios
e impulsos que parecen escapar a mi control.
Me aprieta contra la puerta y noto cómo se le endurecen los
pantalones mientras me aprieta. La sola idea de que yo pueda provocar
semejante reacción en un hombre hace que se me sonroje la cara. Se
inclina sobre mí, inclina la barbilla para que nuestras bocas queden
alineadas y su cabello desgreñado y húmedo me hace cosquillas en la
frente. Huele a vino, a cuero y a decisiones horribles que destrozan el
alma.
Sus labios se entreabren, su lengua sale de su boca y la agita
suavemente ante mí como la serpiente engañosa que es. Me siento
desfallecer mientras mi mirada se desplaza de sus ojos a su lengua.
Lentamente, con movimientos tambaleantes, mis labios se separan por fin
y envuelvo su lengua que me espera. Deslizándome sobre ella, la chupo
como una piruleta, desprendiéndome de ella al final.
Su lengua húmeda y cálida me sabe sutilmente dulce en los labios,
nada que ver con el sabor del pecado que había imaginado. Me
recuesto contra la puerta de madera y lo miro, sintiendo que me invade
una extraña oleada de placer por este acto tan simple y extraño.
―Sentiste eso ―dice, sus ojos estudiando mi cara―. Esa sensación de
hormigueo que te recorre la columna vertebral y viaja entre las piernas,
haciendo que los músculos se tensen y se contraigan.
Trago saliva, frunzo el ceño ante su acertada descripción antes de
que mis ojos se claven en el suelo, avergonzada.
Su mano me agarra la mandíbula con fuerza, inclinando mi cara
hacia la suya.
―Esos sentimientos, esos pensamientos... esos deseos. ―Su agarre se
suaviza mientras sus dedos recorren el lateral de mi cuello―. Están
totalmente arraigados en tu constitución genética. Se originaron mucho
antes de que los hombres crearan reglas para controlar tus
profundidades.
Contengo la respiración y le devuelvo la mirada mientras su nariz se
alinea de nuevo con la mía.
―Eres una mujer sin voz, Briony ―susurra contra mis labios―. Déjame
ser la garganta a través de la cual gritas.
Sus palabras me dejan atónita y me siento casi borracha en su
presencia. Al menos, lo que supongo que se siente al estar borracho. Estoy
aturdida, mareada, y sin embargo cada parte de mi cuerpo está alerta y
vivo, arremolinándose en la autodestrucción, alimentándose de la
escritura personalizada que está profesando.
Su cabeza se inclina hacia mi cuello, donde siento que sus labios
rozan mi piel. Los desliza por mi pecho cubierto de sangre hasta
arrodillarse en el suelo ante mí, con la cara en línea directa con mis
pechos. El ritmo de mi corazón se acelera cuando sus grandes manos se
extienden por mi abdomen. Las mantiene ahí antes de parpadear y
mirarme a través de la máscara rota.
El mal puede venir a ti de muchas formas. Seducción. Como una
serpiente, se desliza hasta mis venas, encontrando lo más profundo de mí.
Alcanzando esos huesos, se envuelve fuertemente a mi alrededor hasta
que mi vida es tomada como rehén, y mi única liberación es a través de
su laberinto. Es mi dueño. Mi libertad en sus juegos.
Lentamente, sus manos se deslizan. Una palma se desliza hacia
arriba, hasta que sus dedos cubiertos de anillos se introducen bajo el
dobladillo de mi blusa, y la otra viaja al mismo tiempo hacia el sur.
Debería parar esto. Necesito parar esto. Cada parte de esto es vil. Es
indecente. Es dañino. Pero no consigo que mi boca forme las palabras
porque una parte oscura y autodestructiva de mí ansía esta sensación de
lo desconocido. Estoy bajo su hechizo, siguiéndole en las profundidades.
Mi cuerpo me pide las sensaciones que me han atormentado desde
que lo conocí. Cuando su mano izquierda roza la zona dolorida entre mis
muslos y su mano derecha se desliza hacia arriba y me acaricia el pecho,
echo la cabeza hacia atrás, contra la puerta.
Un gemido estrangulado sale de mi garganta, y me sorprende, esta
completa falta de control.
Mi pezón es un guijarro apretado cuando se desliza entre sus dedos.
Sus dedos arañan la carne de mi pecho, apretándola con fuerza. Siento
el roce de su pulgar contra el capullo hinchado que tengo entre las
piernas y casi me estremezco; mi mano se agarra a la madera por encima
de mí mientras la otra palma se pega detrás de mí, hacia la puerta.
―Tu mente le dice a tu cuerpo cómo reaccionar por instinto,
buscando esa recompensa ―murmura contra mi muslo expuesto antes de
lamer la piel con un largo movimiento de su lengua.
Dicho cuerpo arde. Me estremezco al sentir su lengua tan cerca del
dolor. De repente, necesito que me toquen en todas partes y a la vez.
Lugares que de repente ansían el contacto con cosas que nunca he
experimentado. Me agarra por detrás del muslo derecho, echándoselo
por encima del hombro, abriéndome a él.
―¿Ese calor que sientes justo aquí? ―dice, acercando su boca al
lugar hinchado donde acaba de rozar su dedo.
Dejo caer la cabeza para mirarle, luchando por respirar
correctamente. Inhala profundamente, absorbiendo mi aroma, antes de
que su lengua se deslice por sus labios y sienta el calor de su larga y una
lenta lamida sobre mis bragas. Bragas que ahora siento húmedas,
pegadas a mí. Su lengua lame esa humedad a través de la tela mojada
que me cubre y jadeo.
―Ese es tu cuerpo preparándote para mí. ¿Esa humedad
resbaladiza? Es tu cuerpo intentando estar más cómodo para cuando
decida follarte. ―Su lengua recorre de nuevo la zona sensible con un
golpe largo y fuerte, haciéndome tragar un gemido.
―Pero no ayudará, Briony. No te quitará la incomodidad que sentirás
cuando finalmente te folle. Debes aprender a abrazar el dolor con tu
placer. A descubrir que lo necesitas para alcanzar esa recompensa final.
―Vuelve a pasar su lengua por mi cuerpo y mis ojos se cierran―. Ser mi
niña buena y aceptar ese dolor y poseerlo.
Sus palabras son pecaminosas por sí solas, pero ¿en combinación
con las sensaciones? Caigo de cabeza en un remolino de llamas y me
encanta el ardor de su fuego contra mi piel.
Me roza el pezón con el pulgar por debajo de la camisa y respiro
entrecortadamente. Suelta rápidamente el hombro, haciendo que mi
pierna caiga bruscamente al suelo. Me tambaleo un poco y tengo que
agarrarme a la puerta para apoyarme cuando se levanta y vuelve a
sobresalir por encima de mí.
Me agarra la mandíbula con fuerza, clavándome los dedos en la
carne, obligándome a mirarle cuando dice:
―Pero sólo cuando estés preparada y lo supliques.
Lo miro con incredulidad. Su malvada sonrisa se dibuja en sus labios
antes de aflojar lentamente su agarre y apartar la mano de mi mandíbula.
Se aparta de la puerta y sube las escaleras.
En este momento, no sé qué está pasando. No sé quién soy ni qué
estoy haciendo. Acabo de dejar que un extraño enmascarado al que
ataqué con saña en mi cocina me toque en lugares donde nunca me
han tocado.
La parte que más desprecio es lo mucho que se me vuelve a antojar.
Giro la cabeza hacia un lado y veo mi reflejo en el espejo de la
entrada. Mi cara está sonrojada y cubierta de la sangre de ese hombre.
No reconozco a esta chica. Se está transformando ante mí en algo
totalmente desconocido. Algo en lo que me dije que nunca me
convertiría.
Aparto los ojos de mi reflejo cuando le oigo bajar las escaleras. Las
baja trotando suavemente, haciendo crujir los cristales rotos de la obra de
arte, ahora destrozada, y pisando el marco roto. Me acomodo en la
esquina de la entrada cuando se acerca y me alejo de él. Tiene un
cigarrillo detrás de la oreja y en la mano sostiene la navaja doblada con
la que le amenacé en la cocina. Con la que le corté. Ni siquiera sé cómo
la consiguió ni de dónde salió.
Se la quito despacio, con cautela, porque me mira peligrosamente
mientras su lengua recorre su labio inferior, casi saboreando mi gusto, que
ahora está marcado para él. Se quita el cigarrillo de detrás de la oreja y
se lo pone entre los labios. Con la lengua, hace la señal de la cruz con el
cigarrillo, con un brillo burlón en la mirada.
Entonces, como si nada hubiera pasado, gira el pomo de la puerta
principal y me empuja, desapareciendo en la noche, dejando que la
puerta se cierre de golpe mientras él desaparece de nuevo.
Capítulo 15
Una Puta para Saint

P
oco a poco, se va hundiendo en mí.
La curiosidad es un arma de doble filo. A un idiota,
puede parecerle algo hermoso. Para un individuo inteligente,
una tentación peligrosa. Tiene la capacidad de hacerte
cuestionar tus pensamientos, tus decisiones. Explorar lo desconocido hace
que alguien de su inteligencia calcule sus elecciones, que su mente luche
contra su cuerpo en un juego mortal de tira y afloja. No se puede negar
lo que ese cuerpo curvilíneo me está diciendo. Prácticamente está
suplicando esa dulce liberación, suplicándome que le dé la voz que
siempre ha necesitado. La razón para dejarse llevar.
Briony Strait se romperá por mí.
Pero sólo después de romper el sistema que quiere que se vaya.
―Ah, sí, Aero. Hazle pasar ―oigo a mi jefe, Alastor Abbott, hablando
con su ayudante mientras irrumpo en el despacho―. Aero.
Sus pobladas cejas se levantan cuando empujo a la voluptuosa
mujer y arrojo una pequeña nevera azul y blanca sobre su escritorio,
encima de su lío de papeles. Mira nervioso la nevera manchada de
sangre; las manchas recorren la tapa y el asa de plástico blanco.
Lentamente, vuelve la vista hacia mí.
―¿Qué es esto? ―pregunta mientras su asistente chupapollas
retrocede lentamente fuera de la habitación.
―Decidió no cooperar.
Alastor arruga los ojos con preocupación mientras mira fijamente la
nevera. Conoce el precio de no cooperar. Miembros y dígitos en lugar de
comas.
―Bueno. ―Chasquea la lengua, dejando escapar un suspiro
nervioso―. Eso es todo, supongo.
―También quería que supieras que Clive McGregor no se retira de
las elecciones. ―Afirmo despreocupadamente, caminando hacia el bar
de su despacho y cogiendo la botella de whisky del mostrador de cristal.
La abro y me sirvo un vaso. Bebo un trago con una mano y con la
otra sujeto la botella por el cuello.
―Ese cabrón ―murmura, cerrando la mano en un puño sobre el
escritorio―. ¿Dónde estás con la chica? Necesito el apoyo de Cal ahora
más que nunca.
La chica. Me limpio la boca con el dorso de la mano y aprieto los
dientes mientras me esfuerzo por no agarrar a este hombre por la nuca y
romperle la cara contra la madera de su escritorio.
―Si el gilipollas de su hijo dejara de intentar demostrarle su valía a su
padre, ya lo habría hecho ―miento.
Si la quisiera muerta, estaría pudriéndose a dos metros bajo tierra
mientras hablamos. Es tan simple como eso.
―No es suficiente. ¡Krista! ―dice hacia la puerta llamando a su
ayudante. Entrecierro los ojos al oír sus pasos por el pasillo. Ella asoma la
cabeza por la puerta.
―¿Sí, Sr. Abbott?
―Krista, ponme a Cal Westwood al teléfono, ¿quieres?
Cojo el vaso vacío con la mano y lo arrojo contra la pared, junto a
la cabeza de Krista. El cristal se rompe detrás de ella, que grita y se
encoge.
―¡Aero! ―Alastor regaña.
Me doy la vuelta y me dirijo hacia él rodeando su escritorio. Lo agarro
por el cuello y lo levanto de la silla para lanzar su peso contra la pared. Se
tambalea hacia atrás, cae contra ella y los marcos de los cuadros se
descuelgan y caen al suelo. Aprieto los dedos con fuerza, cortándole el
suministro de aire.
―Será mejor que no te metas en mis asuntos, Al ―gruño, con el tono
entrecortado―. Las cosas pueden complicarse mucho cuando hay
demasiadas manos involucradas.
Mis ojos miran hacia la nevera de su mesa y le siguen. Vuelvo a mirar
a Al con las cejas levantadas y una sonrisa ladeada, viviendo de su miedo.
―¿Alguna vez te he decepcionado, Al? ¿Alguna vez he dejado caer
la pelota cuando se trataba de seguir adelante con nuestros acuerdos?
Sacude rápidamente la cabeza, con los ojos desorbitados mientras
la grasa de su barbilla tiembla por encima de mi agarre.
―Bueno, entonces te aconsejo que dejes que el hombre que se
ensucia las manos por ti continúe con su trabajo.
Asiente con la cabeza mientras unos gorgoteos resuenan por toda
la habitación, se cae hacia delante cuando le suelto el cuello, sus manos
lo estabilizan contra el escritorio mientras jadea en busca de aire.
Le guiño un ojo a su ayudante, cuyo rostro está ahora húmedo por
las lágrimas, mientras me dirijo hacia la puerta, marchándome.
―¡Espera! ―grita Alastor, aún resollando por la asfixia.
Me detengo con la mano en el marco de la puerta y me giro hacia
él.
―¿No vas a... ―Señala la nevera―. ¿Qué se supone que voy a hacer
con...
Está nervioso. Aterrorizado. Asustado. Todo lo que no puedo ser para
hacer lo que hago. ¿Quiere intervenir y jugar al sicario por un día? Dejaré
que limpie su propio desastre por una vez. Este hombre no podría manejar
un día en las calles si lo intentara. Esta gente, son obesos, codiciosos y
hambrientos de dinero. Más que listos para tirar algo de dinero por
crímenes que creen que no les pueden tocar. Yo soy los guantes que
cubren sus putas manos sucias, pero él es el que tiene suciedad bajo las
uñas.
―Resuélvelo de una puta vez ―digo, antes de darme la vuelta para
irme.
Capítulo 16
El Perdón

i cuerpo me duele. Tengo los músculos cansados. Después

M
de limpiar los destrozos causados por los juegos de Aero,
me di una larga y humeante ducha caliente, antes de
meterme en la cama y caer en un sueño desorientado. Un
sueño en el que no podía distinguir qué era realidad y qué
era simplemente una broma de mi mente.
Puede que lo haya soñado, pero juraría que sentí que la cama se
hundía a mi lado. Estaba casi segura de que sus dedos recorrían mi mejilla,
dibujando una línea por la curva de mi cuerpo antes de oír la respiración
entrecortada cerca de mi cuello.
¿Estaba soñando? ¿O ha vuelto de verdad?
En cualquier caso, me desperté con una nueva página de la Biblia.
Esta está arrancada de Efesios 4:32.
Sed amables y compasivos unos con otros, perdonándoos
mutuamente, como Dios os perdonó a vosotros en Cristo.
En tinta roja sobre el pasaje estaba su mensaje.
PERDÓN -Aero
Lo guardo en el cajón de la mesilla junto con los demás y me paso
las manos por la cara, preguntándome si estos juegos terminarán y
cuándo. Continúo en mi estado de aturdimiento, vistiéndome y
preparándome para dar clase. Saco la ropa interior del cajón y frunzo el
ceño al ver la tela rasgada.
Al levantar una pieza, me doy cuenta de lo que estoy viendo.
Toda mi ropa interior ha sido destruida.
Cuando Aero subió corriendo las escaleras, rebuscó claramente en
mi cajón de la ropa interior, clavando un cuchillo en cada una de ellas y
convirtiéndolas en añicos. Me pruebo un par, pero el enorme agujero de
la entrepierna deja al descubierto todo mi cuerpo bajo la falda. Grito de
frustración y tiro el conjunto al suelo.
Las faldas son el uniforme establecido para las mujeres en la
Academia. Aero lo sabe. Es más que obvio por su juego. También sabe
que no puedo llevar falda si no tengo nada que ponerme debajo. Gimo
y cojo un pantalón negro que tengo en el armario desde hace años, pero
que nunca me he puesto. Me lo pongo, me meto la camisa de la
Academia Covenant por dentro y me miro en el espejo.
Me reprenderán por esto. Preparándome para una reunión con el
obispo después de clase en la oficina; tiempo que esperaba para echar
una siesta antes de que Mia venga a prepararse para el Baile del
Gobernador conmigo.
Me recojo rápidamente el cabello en dos trenzas y salgo por la
puerta para subir al asiento del copiloto del Jeep recién arreglado de
Saint.
―¿Una noche dura? ―me pregunta, mirándome con aire juguetón,
echando un vistazo demasiado fuerte a mis pantalones.
―No tienes ni idea. ―Gimo, apoyando la cabeza en el cristal de la
puerta del copiloto.
Su expresión se vuelve seria.
―¿Estás bien? ¿Te sientes bien?
Me froto la nuca y vuelvo a enderezarme.
―Sí, estoy bien. Estaré bien ―digo, quitándomelo de encima.
Parece que quiere decir algo sobre mi atuendo, pero no quiere
ofenderme.
―La colada ―digo, sacudiendo la cabeza―. Se acumula, incluso
cuando sólo estoy yo.
Riéndose, se muerde el labio inferior y me dedica una tímida sonrisa.
―El obispo Caldwell va a tener un día de gloria contigo, chica.
Suspiro, hundiéndome en el asiento.
―Lo sé.
―Bueno, con suerte, te dejará salir del confesionario el tiempo
suficiente para que asistas al Baile del Gobernador conmigo esta noche
―bromea, pasándose una mano por la cabeza rapada―. Sigues
dispuesta a ser mi cita, ¿verdad?
Me ruborizo ante la encantadora sonrisa que me dedica. Está siendo
muy tímida y a gusto con todo esto de la cita. Esta nueva faceta coqueta
me resulta intrigante.
―Lo soy. ―Le devuelvo la sonrisa―. Escogeré mi vestido esta tarde.
Menea la cabeza, sonriendo casi como incrédulo.
―Vas a estar increíble.
Me río mientras él me mira soñadoramente.
―Ni siquiera sabes lo que me voy a poner.
Me coge la mano del regazo y me la estrecha mientras contengo la
respiración. Baja la mirada y desliza lentamente sus dedos por los míos.
Inmediatamente me pregunto si va a necesitar neumáticos nuevos al final
de esta experiencia. Mira hacia abajo, hacia su pulgar, que roza
suavemente la parte superior de mi mano, y levanta la vista, mirándome
a los ojos.
―Sé que lo estras. Eres preciosa, Briony.
―Veo que tu parabrisas está arreglado ―digo rápidamente,
aclarándome la garganta mientras deslizo mi mano fuera de la suya,
cambiando de tema―. ¿Cómo le explicaste eso a tu padre?
Me mira fijamente durante un segundo antes de hablar. Un segundo
que dice mucho. Un segundo que me dice que la conversación que tuvo
con su padre le preocupó lo suficiente como para preguntarse qué
decirme.
―No sé si te has dado cuenta, pero últimamente están pasando
cosas raras por aquí ―dice, mirando hacia la carretera, poniendo el Jeep
en marcha mientras continúa―. Cosas que realmente no tienen sentido.
Esta es una de ellas. ―Señala el parabrisas con la cabeza.
Mis nervios se disparan y la sensación de náuseas me golpea de
nuevo. Me agarro los pantalones que cubren mis rodillas.
―Mi amigo se fue de la ciudad. Simplemente... desapareció.
El mareo me invade y cierro los ojos con fuerza.
Saint se vuelve para mirarme justo cuando los abro, y yo finjo parecer
confusa, esperando que no pueda ver a través de mí del todo.
―¿Qué amigo? ¿Quién? ―Pregunto, sabiendo exactamente de
quién está hablando.
Suspira, volviendo la vista hacia la carretera que tenemos delante.
―Jacob Erdman.
Siento la saliva acumularse en mi boca, la necesidad de tragar
nunca más presente. Pero no quiero tragar. Pareceré culpable si lo hago
ahora. Soy un desastre ansioso.
―¿A qué te refieres con... dejar la ciudad?
―Al parecer, escribió una carta a sus padres, diciendo que había
terminado con esta vida. Religión. La Academia. Que quería ver la luz. La
verdadera luz. Lo que sea que eso signifique.
Aero.
―La letra era horrible, como si la hubiera escrito con la mano
contraria, pero seguía siendo su letra ―continúa Saint mientras hace el
giro hacia la calle del colegio―. Greg y Nancy están hechos un lío. Están
muy confundidos porque él nunca actuó como si quisiera otra vida. Esta
Academia y nuestra religión eran su vida.
Siento las gotas de sudor formándose en mi frente. Su mano. No
podía usar la mano derecha. Voy a vomitar.
Todos los pensamientos y preocupaciones sobre Jacob se
desvanecen por completo en cuanto entramos en el estacionamiento
del colegio.
―¿Qué es eso? ―dice Saint, con los ojos entrecerrados para enfocar
a lo lejos mientras estaciona―. ¿Qué dice?
Una multitud se agolpa en la acera que conduce a las puertas
principales mientras los estudiantes se agolpan en el edificio. Salimos del
Jeep, Saint y yo cogemos nuestras mochilas y nos las echamos al hombro
mientras nos acercamos al grupo de estudiantes congregados fuera,
cerca de las cuatro puertas de cristal.
Los ojos de los curiosos se vuelven hacia nosotros. El ceño fruncido,
los ojos entrecerrados de desaprobación y las miradas lastimeras de
decepción me sorprenden a medida que nos acercamos. El corazón se
me para literalmente en el pecho cuando veo la pinta.
Pintado con spray en toda la entrada de la Academia Covenant es
mi muerte literal.
Saint se queda quieto en su sitio, sus ojos se desvían hacia mí mientras
aumenta el calor en mi cuello. Mis dientes posteriores rechinan, la
sensación de mis uñas atravesando mi palma no hace nada para
controlar mi ira por esta traición. El mensaje de esta mañana está claro. El
perdón parece una idea que nunca llegará a buen puerto.
A través de las ventanas se ven las palabras rociadas con la pintura
aún goteando.
BRIONY STRAIT ES LA PUTA DE SAINT
Capítulo 17
Intervenciones Calculadas

estrozada.

D
Manchando mi reputación. Destruido mi duro
esfuerzo para establecerme en una religión dominada
por hombres, solo para que él me tache de la zorra de la
Academia.
Insípido. Sin clase. Todo lo que un acosador psicótico
debería ser.
Saint me envuelve rápidamente con su brazo y tira de mí hacia el
interior del edificio mientras la multitud susurra en voz baja sus secretos. Sé
que ya se está corriendo la voz. Las abejas están zumbando y la colmena
de la ciudad sabrá que algo pasa entre Saint y yo, asumiendo
naturalmente lo peor.
¿Pero esto? Esto tiene el poder de desmantelar todo por lo que he
trabajado.
―Escucha, Saint ―empiezo, tirando de él hasta el pasillo bajo las
escaleras para hablar antes de clase―. Sobre esta noche... creo que
deberíamos olvidar...
―No, Briony ―me interrumpe―. No voy a dejar que ganen. Alguien
está tratando seriamente de meterse contigo, tratando de hacer una
campaña de desprestigio sobre tu nombre, y no voy a permitirlo. No va a
hacer que me aleje de ti o de la pelota para el caso.
Se apoya en la pared con el hombro, girándose hacia mí en actitud
protectora.
―Pero tu padre, y la diócesis... todos ya están hablando. ¿Cómo
vamos a defendernos de esto? ―Pregunto, sintiendo esa ansiedad
familiar.
Nuestra ciudad es como un tribunal corrupto. Primero te acusan y
luego empleas todo tu tiempo y esfuerzo en defenderte de las
acusaciones. Esto es una cuesta empinada, y sólo puedo imaginar la
rabia que su padre, Callum Westwood, tendrá por el hecho de que su hijo
está ahora de alguna manera vinculado a esto. Ese hombre ni siquiera
quería que Saint participara en la ceremonia junto a mí. ¿Rumores de
tener sexo prematrimonial? El daño, irreparable.
―Probablemente sean unos estúpidos de la clase que buscan
hacerse un nombre intentando sacarnos de quicio ya que damos clase
juntos.
Me burlo.
―Para ti es fácil decirlo. No es tan fácil lavar la mancha de esta zorra.
Una vez que te marcan con eso, no hay vuelta atrás.
―Haré todo lo que pueda para defender tu honor, Briony. Lo digo de
todo corazón ―dice, con el rostro más serio y preocupado que nunca―.
Lo sabes, ¿verdad? No voy a tolerar esto.
Respiro hondo y asiento con la cabeza, sintiendo alivio por su apoyo
en todo esto. Él podría decir fácilmente que necesita dar un paso atrás,
con los ojos de la congregación puestos en nosotros. Saber que me cubre
las espaldas me quita algo de presión. Levanta la mano y la apoya en mi
mejilla, rozando suavemente con el pulgar para reconfortarme.
―No dejaré que nadie te haga daño. Te lo prometo ―susurra.
Sólo puedo pensar en lo diferente que sonaría esa frase viniendo de
otro hombre. Nadie te hace daño excepto yo.
Sí, definitivamente me lastimó con esta. Aero es tóxico y totalmente
disfuncional. Lo veo más claro ahora que no estoy bajo su hechizo
embriagador.
Saint se inclina más hacia mí, mirándome los labios, y justo cuando
me pregunto si va a besarme, suena el timbre de aviso de la clase,
sobresaltándonos a los dos.
―Vamos Bri. Demostrémosles a todos que no nos afecta ―dice
tendiéndome la mano con una sonrisa empática.
Le cojo de la mano y me abre la puerta del pasillo. Caminamos de
la mano por el pasillo mientras los alumnos más jóvenes se ríen y señalan.
Saint me da un ligero apretón tranquilizador cuando nos acercamos a
nuestra clase.
―Mantén la barbilla alta ―susurra, notando la vergüenza y el pudor
que me mantienen acobardada en mí misma.
Me toca la barbilla con dos dedos, me levanta la cabeza y yo finjo
confianza.
Abriéndome paso entre la multitud de estudiantes, me fijo en el
diácono, que se dirige hacia nosotros con su sotana blanca. Tiro
suavemente del brazo de Saint para alertarle. Me mira y luego se dirige al
diácono, que está a unos metros de nosotros.
Sus ojos me recorren de arriba a abajo, y puedo ver la
desaprobación en su mirada condescendiente cuando por fin se acerca
a nosotros.
―Srta. Strait, al Obispo Caldwell le gustaría hablar con usted después
de clase.
―Estaríamos encantados de hablar con él sobre esta desafortunada
exhibición en la que nos hemos metido esta mañana ―responde Saint por
mí―. Dígame, ¿esta escuela no tiene cámaras para permitir que sigan
ocurriendo fechorías como ésta?
―Sr. Westwood...
―Estoy realmente preocupado por la seguridad de los profesores
aquí en la Academia Covenant. Claramente ha habido un ataque
directo a uno de los suyos, y me encantaría ver cómo la junta va a
manejar este caso.
―No se trata de los grafitis, joven, y harías bien en bajar la voz
cuando hables conmigo ―le dice con tono severo, haciéndole saber a
Saint que aunque su padre tenga tirón dentro de la iglesia, eso no le da
derecho a replicar a alguien del rango del diácono.
―¿Qué? ―pregunta Saint, con cara de espanto.
―¿De qué se trata, entonces? ―Pregunto, atrayendo la mirada de
ambos hacia mí.
―Tu falta de respeto por esta institución. ―Sus ojos se posan en mis
pantalones, y la frustración me inunda―. Justo después de clase.
Saint sacude la cabeza con disgusto mientras el diácono sigue su
camino. Miro fijamente cómo se marcha; las ruedas giran en mi mente. Su
mano cae sobre mi hombro, guiándome hacia la habitación.
―Vamos, Briony. Vámonos.
Terminamos las clases del día, pero mis pensamientos siguen girando
en torno a los últimos acontecimientos. Mi mente trabaja
incansablemente para resolver este rompecabezas. Todo lo que hace
Aero está calculado. Me he dado cuenta de ello. Las notas crípticas, el
fuego en la iglesia, el cuchillo para protegerme. Todo lo que hace es por
una razón. Una razón específica que aún no he descubierto. ¿Podría ser
esto lo mismo? ¿Qué propósito tendría destruir toda mi ropa interior aparte
de garantizarme un viaje a la oficina del obispo? ¿En qué me beneficiaría
que me tacharan de puta?
Me pone a prueba continuamente; quiere que luche, empuja mis
límites, necesita ver si tengo lo que hace falta. Pero, ¿por qué? ¿Para qué?
¿Hay algo más en los juegos de un hombre enfermo y retorcido?
Inspiro hondo por última vez, dejándolo salir antes de limpiarme con
las palmas de las manos los infames pantalones que fueron toda una
bofetada a esta institución.
Giro el pomo de la puerta y entro en el despacho principal para mi
reunión con el obispo. El pasillo, oscuro e inquietante, conduce a las
puertas de los cargos electos. El silencio resuena en mis oídos mientras
avanzo unos pasos. Al acercarme a la puerta del obispo Caldwell, levanto
la mano para llamar, intentando sacudirme los nervios, cuando oigo a
alguien olfatear.
―Es la voluntad del Señor ―oigo la voz del obispo Caldwell en voz
baja.
Ya hay alguien dentro.
―No querrás decepcionarle, ¿verdad, Brady? ―continúa.
Me doy la vuelta para sentarme en la silla junto a la puerta,
esperando a que termine la reunión que tengo ante mí, cuando oigo un
llanto. La curiosidad me hace apoyarme en la puerta para escuchar. La
intuición me mantiene en pie.
―No quiero decepcionarlo. Pero tengo miedo. Estoy confundida.
―Ya, ya, hijo ―dice el obispo Caldwell mientras oigo llorar al chico
que ahora sé que se llama Brady―. Sabes lo que dice la Biblia, ¿verdad?
Todo el mundo debe someterse a las autoridades que gobiernan, porque
no hay más autoridad que la que Dios ha establecido. Las autoridades
que existen han sido establecidas por Dios. Esta es la voluntad de Dios.
Acepta al Espíritu Santo en tu vida.
El niño llora más.
Algo no va bien.
Agarro la manilla de la puerta, girando el viejo pomo, y empujo la
puerta con el hombro.
Tropiezo con la habitación y jadeo cuando mis pies se quedan
clavados en su sitio. Al ver al obispo Caldwell de pie encima de un chico
joven, respirar me parece una idea que aún no he descubierto. Tiene la
sotana negra levantada hasta la cintura, la hebilla del cinturón de los
pantalones debajo, colgando abierta.
Pero lo que grita sus obscenidades es el terror que se dibuja en su
rostro plagado de culpa, la vejación en su mirada oscura y contrariada.
Capítulo 18
Reinado

I
nmovilizada por el miedo y con la boca abierta, no he
parpadeado desde que abrí la puerta.
Se me desencaja la mandíbula y se me hace un nudo en el
estómago cuando el niño, que llora, sale corriendo de la habitación,
empujándome con total humillación.
¿Me han engañado mis ojos? ¿Estaba el Obispo Caldwell realmente
a punto de abusar de este niño a puertas cerradas con engaños de la
voluntad del Señor?
Siento el pecho comprimido, y esa necesidad de respirar sigue
siendo un pensamiento que quedó en otra vida.
El obispo Caldwell carraspea mientras se ajusta la sotana sobre las
piernas.
―Señorita Strait —comienza, caminando de nuevo alrededor de su
escritorio y tomando asiento detrás de él como si nada hubiera pasado—
. Llamar a la puerta es un requisito aquí en la Academia Covenant.
Interrumpir las lecciones es merecedor de disciplina. Ahora, ¿qué puedo
hacer por usted?
Todavía aturdido por la imagen, soy incapaz de pronunciar
palabras.
―T-tú... —Tartamudeo—. ¿Qué ha sido eso? ¿Qué estaba pasando?
Señalo el lugar donde tenía a aquel joven sentado ante él, con los
pantalones abiertos.
Inclina la cabeza hacia un lado, su pecho rechoncho suelta un
suspiro pesado, sus arrugas profundas y su pelo negro peinado hacia
atrás, salpicado de canas, le dan un aspecto más desmejorado.
—¿Qué fue qué?
―Acabo de verle...
―Me viste asistiendo a un hijo de Dios, Briony —interrumpe,
echándose hacia atrás en su silla, ajustándose la faja sobre el vientre
hinchado, lleno de la dieta malsana de un hombre célibe. Me clava una
mirada desafiante—. Ahora, vuelvo a preguntar, ¿qué puedo hacer por
ti?
Está a punto de pasar por encima de esto como si nada. Como si
mis ojos me engañaran, cuando sé a ciencia cierta que no es así. Levanta
una ceja, como si pudiera oír mis pensamientos. Su rostro adopta una
expresión demasiado legible. Sus finos labios se enroscan en su boca y sus
ojos se entrecierran. Una mirada demasiado cómplice. Nadie te creerá.
―¿N-necesitabas verme? —Pregunto, confundida por qué sigue
preguntando qué puede hacer por mí cuando esta reunión fue a petición
suya—. Por eso estoy aquí.
Baja las cejas y frunce el ceño antes de sentarse en la silla y mirar el
cuaderno que tiene sobre la mesa. Al hojear las páginas, la luz ilumina el
crucifijo de su rosario negro, lo que me revuelve el estómago de asco.
Sacude la cabeza mientras se le arruga la frente.
Nunca tuve una reunión con él.
Todo esto fue obra de Aero.
Las paredes se derrumban y la oscuridad amenaza con consumirme
por completo. Estoy abrumada por la revelación, aterrorizada por el
hombre que tengo ante mí, en quien he confiado durante años. He
puesto todo mi tiempo, energía y pasión en una institución en la que creía.
Una fe que seguiría hasta el final. Dirigida nada menos que por un lobo
con piel de cordero.
Todo es mentira.
Antes de darme cuenta de lo que está pasando, siento que mis pies
se mueven debajo de mí mientras salgo lentamente de la habitación.
Le oigo gritar mi nombre, pero ya estoy corriendo.
Atravieso las puertas de la oficina, salgo al pasillo lleno de
estudiantes que se marchan y tropiezo caigo de rodillas. Al levantarme, le
oigo gritar mi nombre de nuevo y se me saltan las lágrimas.
Todo es mentira.
Me alejo de los estudiantes que me miran, corriendo por el pasillo
vacío, cuando una mano me tapa la boca y me tira bruscamente hacia
atrás. Siento que vuelvo a caer en un armario oscuro y grito contra la
mano. Intento escapar del agarre cuando siento un cuerpo duro pegado
a mi espalda.
―¡Shhh... cálmate, Briony! —Oigo el tono familiar.
La voz del hombre que me tendió la trampa.
Pierdo la batalla con mis emociones y empiezo a sollozar contra su
mano. Me aprieta más contra él, con su voz en mi oído.
―¡Para! Deja de llorar, joder —me exige, rodeándome la cintura con
el otro brazo y estrechándome aún más contra él.
Intento dominar mis emociones cuando oigo al obispo Caldwell en
el pasillo, preguntando a alguien si me ha visto. Las voces se apagan
lentamente mientras se alejan del armario de suministros en el que
estamos escondidos.
―Deja de ser una zorra débil, Briony —me gruñe Aero al oído—. Ya
era hora de que te unieras al mundo real con el resto de nosotros.
Respiro entrecortadamente por la nariz y me tranquilizo
apoyándome en su mano. Cuando lo hago, por fin suelta las manos y me
gira por los brazos para mirarle. Su primer error.
Visualizo la silueta de su cara elevándose sobre mí en el espacio
oscuro y aprovecho la oportunidad y le doy una bofetada en toda la
cara.
El rostro cara que no enmascara.
Me doy cuenta cuando siento el calor de su mejilla contra el escozor
de mi palma, el agudo sonido de la bofetada resonando en la estrecha
habitación.
Jadeando, busco detrás de mí el interruptor de la luz. Necesito verle.
Antes de que pueda hacer algo más que tocar la pared, me agarra las
muñecas con fuerza y me empuja contra lo que parecen casilleros
metálicos. Me sujeta las muñecas por encima de la cabeza y presiona sus
caderas contra las mías, inmovilizándome. Una posición que me resulta
demasiado familiar.
―Me diste una bofetada —dice apretando los dientes, con la nariz
presionando firmemente contra mi mejilla.
―¡Tú lo sabías! Sabías lo que estaba pasando y no hiciste nada para
impedirlo. —Ladré, agitándome salvajemente en su agarre.
Me golpea las muñecas contra el casillero, y el dolor me recorre los
brazos.
―Despierta de una puta vez, chica de la iglesia —se rezonga―. Esto
no es un incidente aislado.
Intento darle una patada, pero su cuerpo se pega al mío.
―Tu ingenuidad me repugna —continúa―, pero Jesús, esa
bofetada... —Aspira entre dientes―. Joder, me encantan esas manos
sobre mí.
Lucho contra su agarre contra mis brazos, balanceando mi cuerpo
violentamente contra los casilleros mientras gimo de frustración.
―Sácalo —me dice―. Vamos —me anima.
Esto es lo que le gusta. El miedo. Aero se excita con mi miedo y mi
agresividad. La emoción de todo ello unida a mi ira me hace explotar
contra él, descargar todas mis frustraciones en este momento, usarlo
como saco de boxeo.
Pero es demasiado fuerte. Siento su sonrisa contra mi mejilla, su pelo
haciéndome cosquillas en la cara mientras lo respiro jadeando de
cansancio.
―Adelante. Lucha conmigo, muñequita. Sólo conseguirás que te
jodan —dice en su tono arenoso.
―¡Quítame las manos de encima!
―Discúlpame, por favor —dice con sarcasmo, agarrando mis dos
muñecas con una mano por encima de mí―. Todo lo que hago es por ti.
¿No lo ves?
Su otra mano se desliza por el interior de mi antebrazo hasta llegar a
la parte superior de mi cabeza. Dos dedos se deslizan por el centro de mi
frente, bajando lentamente por la curva de mi nariz hasta llegar a mis
labios, casi memorizando el perfil de mi cara. Introduce esos dos dedos
entre mis labios, chocando contra mis dientes. Sigo su ejemplo, abriendo
la boca mientras se introducen en mi lengua.
Apoya la frente contra la mía en la oscuridad y desliza los dedos
cada vez más adentro, hasta que me llegan al fondo de la garganta y
toso alrededor de ellos, ahogándome con su longitud. Se le escapa un
gemido y se me humedecen los ojos cuando los mantiene ahí un segundo
antes de volver a sacarlos.
Retirando los dos dedos, oigo cómo separa los labios mientras los
chupa. De algún modo enfermizo y retorcido, algo en ese acto tan crudo
me revuelve la boca del estómago. Las tentaciones que me acosan sin
cesar.
―¿Ves? —susurra―. No eres su putita. Ni siquiera puedes tragarte bien
una polla.
El grafiti. Sus juegos enfermizos y retorcidos no tienen fin.
―¿Tú hiciste eso? —preguntó furiosa a través de los dientes
apretados―. ¿Escribiste esas cosas viles sobre mí?
Suspira contra mí.
―Perdóname. Es de mal gusto, lo sé. No es realmente mi estilo, pero...
cuando en Roma, hacemos como los romanos, ¿no?
Está loco. Sus procesos mentales están tan desordenados que ni
siquiera puedo entenderle la mitad de las veces. Siempre hay un
elemento religioso en sus acertijos, y debo llegar a la raíz de todo ello.
Toda su identidad es un laberinto para mí; un ciclo interminable de vueltas
y revueltas. La línea de meta, nunca a la vista.
―¿Por qué? —Grito mientras las lágrimas amenazan con
reaparecer―. ¿Por qué me haces esto?
Estoy frustrada. Confundida. Dolida. Me siento más sola que nunca,
sabiendo que un líder al que he dedicado mi vida me ha engañado a mí
y a todos los demás de nuestra comunidad de la forma más perturbadora
posible. Todo ello mientras lucho contra estas sensaciones oscuras e
indecentes que Aero desvía continuamente de mí. La cabeza me da
vueltas, mi mente es una niebla total.
―Porque el Señor, tu Dios, es el que va contigo para luchar por ti
contra tus enemigos, para darte la victoria —me recita.
Sujeto mi cuerpo contra el suyo, absorbiendo las palabras,
escuchando la frase y descifrándola. Dejo escapar un suspiro de
incredulidad y me relajo contra su abrazo mientras mi mente trabaja en
las palabras familiares. Es uno de los primeros pasajes que arrancó de la
Biblia y me dejó en la cómoda.
―Quieren silenciarte, Briony —susurra―. Quitarte la voz. Cortar el
capullo antes de que florezca.
El código críptico, revelando su respuesta. No ha estado haciendo
nada de esto sin razón. Me ha estado protegiendo silenciosamente a su
manera enferma y retorcida. Protegiéndome de la gente que él supone
que son mis enemigos, mientras simultáneamente me endurecía para la
lucha.
―Pero necesito que florezcas. Necesito que te despliegues ante mí
en toda tu oscura y deliciosa belleza. Desentraña tu fuerza y muéstrame
la profundidad entre tus pétalos —dice, pasando el dorso de esos mismos
dedos por mi mejilla.
Sus palabras me paran el corazón. Deberían significar algo más
profundo, pero cuando las dice con ese tono agrietado y necesitado, los
músculos de mis muslos vuelven a tensarse. Mi cuerpo me engaña en su
presencia, siempre buscando algo más.
―Ahora soy tu Dios —le susurro sus palabras, las mismas que escribió
sobre el pasaje, descifrando por fin el mensaje.
El Señor tu Dios va contigo a luchar por ti contra tus enemigos. No
era una blasfemia. Era una señal de su protección. Está dispuesto a ser mi
escudo, pero sólo si yo llevo la espada.
Endereza la columna, se eleva en silencio sobre mí y, si pudiera ver
con más claridad, imaginaría que su rostro contiene una orgullosa mirada
de admiración. Su cabeza se inclina hacia mi cuello, mis ojos se cierran
con fuerza mientras mi cuerpo tiembla por el miedo a la revelación. Unos
cálidos labios húmedos rodean el lóbulo de mi oreja, haciendo que ese
chisporroteo vuelva a recorrer mi cuerpo. Me lo chupa suavemente antes
de que sienta su húmeda lengua deslizarse a lo largo de mi oreja.
El pulso me late con fuerza en la nuca y apenas se me escapa un
ronco gemido. Me pone algo pequeño y metálico en la palma de la
mano y mis dedos lo rodean. Apenas puedo ver el destello de luz que le
llega a los ojos desde el resquicio bajo la puerta, pero su fuego arde en la
oscuridad.
―Y reinaremos victoriosos —ronronea su suave voz.
Capítulo 19
Prender fuego

S
algo del vehículo, agarro la tela sobrante de mi largo vestido
de seda con una mano y extiendo la otra para pedir ayuda.
Justo a tiempo, Saint lo agarra, sonriéndome tras su
máscara de bronce de estilo mitológico romano-griego. Está guapísimo
con su traje azul marino entallado y su impecable camisa blanca
abotonada. Una nueva decoloración de su ya corto pelo rubio hace que
su mandíbula parezca aún más definida bajo la máscara parcial, y sus
brillantes ojos azules brillan de emoción. Me ayuda a subirme a los
tacones, ajustando las costuras del vestido para que me quede justo en
las caderas y la tela se hunda lo menos posible entre los pechos.
Mia es definitivamente más delgada que yo, pero el vestido
plateado me quedaba mejor que cualquiera de los otros a la hora de
cubrir mis bienes. También me ayudó a recoger mi larga melena negra en
un moño suelto y bajo, con algunos mechones enmarcándome la cara
para acompañar el look clásico.
Con la mano en la de Saint, sujeto mi máscara veneciana blanca y
plateada por el palo, joyas que gotean de la parte inferior para colgar de
hilos sobre mis mejillas.
―Como un ángel —dice llevándose mi mano a los labios.
Me sonrojo bajo la máscara parcial mientras el chófer se aleja por el
camino arbolado. No sé si son los labios de Saint sobre mí, o si es que sé
que la lengua de Aero estará sobre mí más tarde para borrarlo lo que
vuelve a provocarme esa tirantez en el bajo vientre. Frotándome los
labios, con la esperanza de que mi pintalabios color malva siga en su sitio,
doy el primer paso, pasando mi brazo por el de Saint, sabiendo que esta
noche va a ser una experiencia reveladora. Una llena de misterios por
resolver.
Guiándome al interior de la enorme casa con aspecto de castillo del
Gobernador en persona, veo a Alastor Abbott al otro lado de las colosales
puertas dobles de madera, saludando a los invitados a medida que
llegan. Invitación especial sólo para este evento. Grandes nombres. Sólo
los hombres más importantes, junto con sus esposas, se reúnen para
celebrar su éxito promocionándose unos a otros, elogiándose
mutuamente por consolidar su prístino estatus.
―Vayamos a saludar —dice Saint, guiándonos hacia el hombre
redondo y animado.
Trago lo que parece una montaña de arena, consciente de que
estoy viendo a todo el mundo a través de una nueva lente desde que
conocí al hombre desaparecido de las sombras que se ha colado en mis
huesos.
Nos presenta, estrechando la mano al gobernador Abbot y a su
esposa, que luce joyas caras mientras sostiene su copa de vino en una
mano, con la barbilla tan alta como sus implantes. El gobernador Abbot
me mira un segundo más de lo que yo consideraría socialmente
aceptable mientras me estrecha la mano.
―Ah, sí, Briony Strait. La primera mujer Magnus Princeps de la
Academia Covenant. —Tira de mi mano hacia él, haciéndome caer
sobre su pecho―. Nunca han visto a nadie como tú —susurra antes de
echarse hacia atrás con una cierta sonrisa en su cara redonda y
grasienta. Una sonrisa que no consigo identificar.
Seguimos hasta el salón de baile, que está brillantemente decorado
al estilo art déco, con candelabros, cortinas de hilo con los más finos
drapeados rodeando la pista de baile y una araña de cristal
excesivamente ornamentada colgando del centro de la sala. El
ambiente tenuemente iluminado por la luz de las velas que rodea la sala
me hace agarrarme al brazo de Saint con más fuerza de la que
normalmente lo haría.
Caras enmascaradas pasan por delante de nosotros a diestro y
siniestro. El anonimato de todo el evento no sólo es hilarantemente irónico,
sino completamente aterrador.
En una habitación llena de riqueza, los ricos deciden ocultar sus
identidades por una noche, viviendo sus demonios por una noche bajo
las mentiras de una nueva máscara.
Recorro la sala con la mirada, buscando apresuradamente la
llegada del obispo Caldwell. Una sensación nauseabunda me golpea las
tripas cuando me separo de Saint, apoyándome contra la pared del
salón de baile. Sin duda estará aquí, esperando una conversación para
asegurar mi silencio. El momento inevitable cimenta un desagradable
malestar en toda la velada.
Saint entabla conversación con un hombre mayor que lleva una
máscara de animal con un largo pico y un traje gris oscuro. Al girar la
cabeza, me ve cerca de la pared y rompe la conversación. Se acerca a
mí, nervioso y preocupado.
―Oye —susurra, apoyándose en la pared junto a mí, inclinando la
cabeza hacia abajo mientras habla―. ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?
Me fuerzo a sonreír y asiento con la cabeza.
―Estoy bien. Solo... recuperando el aliento. El vestido —me paso la
mano por el cuerpo, soltando una risita falsa―. Me dificulta la respiración.
Me mira fijamente con la preocupación aún presente en su mirada
preocupada, mis palabras no hacen nada para quitar mi evidente
malestar. Alarga la mano para agarrar la mía. Me empuja hacia delante
hasta que me aprieta contra él. Me rodea la parte baja de la espalda
con un brazo y con el otro me toca la mejilla. Contengo la respiración y
miro a los demás invitados que nos observan o no.
―Lo entiendo, Briony. Esta gente... este lugar. —Mira a su alrededor
antes de encogerse de hombros―. Todo es mentira.
Sus palabras me revuelven el estómago. ¿Qué sabrá él?
―Aquí nadie sabe bailar de verdad —admite con una sonrisa sexy―.
Hablan por hablar, pero no saben andar. Mentirosos y estafadores, estos
hombres.
Suelto un suspiro, riéndome de mí misma por pensar demasiado.
Se aleja de mí y me tiende la mano, tirando de mí hacia el centro
de la pista de baile, donde los invitados forman una fila frente a frente.
Los violines entonan en el aire su dulce y familiar melodía mientras las
parejas se preparan para comenzar el baile de estilo barroco que hemos
estudiado y nos han enseñado desde que éramos jóvenes estudiantes en
la Alianza.
―Vamos a enseñarles lo que tenemos —dice Saint con una sonrisa
confiada, alineándome frente a él en la fila de mujeres enmascaradas.
Se une a la fila de enmascarados que tenemos enfrente y no me
quita los ojos de encima mientras yo recorro la fila con la mirada. Máscara
tras máscara ornamentada, observo a los hombres, inseguro de quién se
esconde bajo cada disfraz, cuando mis ojos se posan en un caballero
mayor, unos cuantos hombres más abajo, que mira fijamente a su
izquierda. Directamente a Saint.
No tardo mucho en averiguar de quién se trata. Callum Westwood
fulmina con la mirada a su hijo mientras éste me sonríe inocentemente,
con una excitación casi palpable. Los ojos se mueven inquietantemente
despacio, mientras la mirada de Callum sigue un rastro entre nosotros
hasta caer sobre la mía. Nos miramos fijamente durante un momento. Un
escalofrío me recorre los hombros y me sube por el cuello cuando el
peligro que acecha en esa mirada me estremece.
Odio. Asco. Aborrecimiento.
De un vistazo, sé que ese hombre preferiría que yo no estuviera
presente esta noche. Soy yo quien está arruinando la oportunidad de su
hijo de convertirse en todo lo que puede llegar a ser. Parece que la idea
de que yo me gane algún tipo de nombre es al mismo tiempo arrastrar a
su hijo por el fango. La carrera para convertirse en el obispo reinante tras
la dimisión de Caldwell en los próximos años, el santo grial de los logros.
Uno que Callum claramente quiere sólo para su hijo. Su legado.
Me vienen a la mente las pintadas en las ventanas de la escuela.
BRIONY STRAIT ES UNA PUTA PARA UN SANTO
Aero no escribió eso para molestarme. Empañar mi reputación en
esta comunidad, de seguro. Pero una reputación en esta congregación
no significa nada para alguien como Aero. Ni siquiera lo escribió para
molestar a Saint. Es por eso que el mensaje de perdón llegó esa mañana.
Necesitaba que supiera que no era su estilo. No había nada personal en
ello. Sólo otro movimiento en su enfermo y retorcido juego de ajedrez.
Escribió ese mensaje para afectarle. Callum Westwood.
Su hijo. En el Baile del Gobernador. Con la puta de the Covenant. No
tiene buena pinta.
Antes de que me dé tiempo a asimilarlo todo, empieza a sonar el
estribillo. Todas las mujeres de la fila hacen una rápida reverencia para
comenzar el baile. Los hombres se acercan a nosotras y yo cojo la mano
de Saint entre las mías. Su padre mira nuestras manos entrelazadas
mientras todos giramos a la izquierda para empezar el baile.
Caminamos juntas mientras los hombres nos cortejan,
deteniéndonos para mirarnos de nuevo mientras nos tomamos de las
manos, los hombres doblando las rodillas en una rápida zambullida antes
de que las mujeres nos sigan. Saint me guiña un ojo, lo que hace que se
me dibuje una sonrisa en la cara. Me muerdo la comisura del labio,
conteniendo la risa mientras se me calientan las mejillas.
Es totalmente adorable cuando está así; vertiginoso y bobalicón.
Cada vez disfruto más del tiempo que paso con él. La idea de que tenga
algún tipo de venganza contra mí, como su padre, o incluso Jacob
Erdman, parece casi imposible. O este tipo es el actor con más talento
que he conocido, o es realmente insensible al odio de su padre. La forma
en que me defendió ante el diácono. La forma en que me felicitó,
sabiendo que su familia no lo haría. La intuición me tiene frustrando el
razonamiento analítico.
Nos separamos el uno del otro mientras las mujeres se entrelazan a
través de la fila de hombres, completando nuestro primer cambio de
parejas. Me junto con otro caballero mayor, de cabellos blancos
grisáceos que le caen hasta los hombros y barba blanca bajo una
máscara dorada que proyecta un pico desde la nariz. Sonríe,
acentuando las arrugas cerca de la boca, y me hace un sutil gesto con
la cabeza. Levantamos las palmas de las manos y las juntamos, y antes
de que me dé cuenta, los hombres se entrelazan en la fila de mujeres,
cambiando de pareja una vez más.
El corazón se me para prácticamente en el pecho cuando mi
mirada se clava en la del obispo Caldwell, que se acerca. Otro hombre
pasa y los ojos negros y oscuros de Caldwell se clavan en los míos desde
debajo de nuestras máscaras. Se detiene ante mí y su palma choca con
mi mano levantada. El tiempo parece detenerse mientras se comunica
sin palabras. Mirándome con la misma mirada de condena, nos
rodeamos mutuamente antes de que se desconecte y continúe a mi
alrededor.
La imponente figura de Saint se acerca a mí, el siguiente de la fila.
Volvemos a conectar y su sonrisa se ensancha cuando se da cuenta. Me
mira con las cejas arqueadas por debajo de su máscara mientras nuestras
manos se unen, provocando una oleada de chispas reconfortantes en mi
interior. Me atrae hacia sí y me empuja hacia fuera antes de que nuestras
manos se suelten y ambos giremos para mirar a la bailarina que nos
espera detrás.
Callum Westwood espera, y la reconfortante sonrisa que su hijo dejó
en mi rostro se desvanece rápidamente mientras asimilo su enfurecido
aspecto. Sabía que vería a estos hombres aquí esta noche, pero para lo
que no estaba preparada era para la tensión de estas decepciones que
pesan tanto sobre mi pecho. La incapacidad para respirar mientras la
mano de Callum rodea la mía se hace presente y es totalmente
aterradora. Su presencia es como una soga firme alrededor de mi cuello.
Su ceño fruncido nunca se aparta del mío. Dice tanto sin decir nada en
absoluto. Es como si pudiera oír los fuertes y estruendosos latidos de mi
ansioso corazón, encontrando satisfacción en el terror que me
proporciona.
La ruptura entre compañeros llega cuando las mujeres vuelven a
enhebrarse entre la fila de hombres. Los rostros enmascarados se mezclan
en un espectáculo espeluznante a medida que paso junto a ellos, las
máscaras de repente parecen haber cobrado vida ante mí. Hombres
malvados, horribles y aterradores me rodean uno a uno mientras mi
corazón late desbocado bajo los confines de mi débil cuerpo. La
pesadilla que estoy viviendo cobra vida ante mí. Es demasiado, la soga
del desafortunado conocimiento se aprieta aún más alrededor de mi
cuello.
Mareada y aturdida, me doy la vuelta y abro los brazos a la última
pareja que ha completado este baile. Me coge en brazos un hombre alto
y de pecho ancho. En mi estado de desorientación, tropiezo con su
núcleo endurecido, sintiéndome nauseabunda y totalmente fuera de
lugar. Unas manos fuertes me agarran, una en la parte baja de la espalda,
enderezando mi columna, y la otra me coge por la barbilla, levantando
mi mirada hacia él.
Una oleada de familiaridad me inunda cuando contemplo esos
penetrantes ojos avellana destinados al mal bajo la máscara de hierro
que cubre toda la cara. La máscara ostenta una larga y profunda
hendidura que atraviesa desde la esquina de la frente hasta la mandíbula
opuesta, atravesándola como un rayo mortal. Viste un traje negro de
diseño entallado, y el borde de un tatuaje en el cuello asoma por el cuello
de su camisa blanca abotonada. Lleva el pelo oscuro peinado hacia
atrás y recogido detrás de las orejas, lo que hace que el ángulo afilado
de su mandíbula se vea cortado, sus labios rosas sobresalen por encima
de mí con una cicatriz evidente cerca de la boca y a lo largo de la
mandíbula en la que no había reparado antes.
Aero está impresionantemente guapo con su traje y, sin duda, es el
hombre más guapo que he visto nunca, incluso con la máscara puesta.
Me quedo atónita y sin aliento mientras mi cuerpo continúa los
movimientos, y damos un paso juntos antes de girar en sus brazos, dándole
la espalda. Se eleva sobre mí y me acerca la cara a la oreja.
―Atrévete, Briony —susurra bajo la máscara, provocándome un
escalofrío; mi cuerpo cobra vida solo con el sonido de mi nombre saliendo
de su lengua. Me gira hasta que volvemos a estar cara a cara. Absorbo
todo lo que puedo de él en este leve y pequeño instante de tiempo,
respirando un nuevo almizcle de colonia mientras nos acercamos el uno
al otro en el baile, nuestros pechos casi rozándose―. Atrévete a prender
fuego a esta noche y lo haré.
La seriedad de su mirada me dice todo lo que necesito saber sobre
lo que este hombre haría por mí. Quemaría las iglesias hasta reducirlas a
cenizas y suciedad. Asesinaría y mutilaría a cualquiera que pretendiera
hacerme daño. Enseñarme a explorar sensaciones que la naturaleza
humana ansía desatar.
Me coge la mano y siento su tacto por todas partes. Me permite
hacer una reverencia junto con el resto de las mujeres, poniendo fin al
baile, antes de inclinarse e inclinarse ante mí, con esos ojos eléctricos
clavados en los míos. Percibo la confianza en su estatura mientras se
levanta lentamente ante mí, sabiendo de algún modo que la he traído
conmigo esta noche.
Me suelta la mano y se incorpora antes de rodearme corriendo,
rozándome ligeramente el hombro al hacerlo, las puntas de sus dedos
barriendo las mías. Mientras intento despejarme de la repentina niebla de
seducción que ese hombre deja tras de mí, Saint se acerca a mí desde
lejos.
Habla animadamente sobre el baile, pero no oigo ni una palabra.
Sólo puedo concentrarme en el fantasma de Aero. Me doy la vuelta,
buscando al hombre misterioso del traje inquietantemente apuesto y la
máscara de hierro, pero lo pierdo entre la multitud de fiesteros
enmascarados que se reúnen ahora.
Cuando estoy a punto de volverme hacia Saint, veo a lo lejos la alta
figura de Aero subiendo de dos en dos las escaleras del segundo piso. Al
llegar a lo alto de la escalera del salón de baile, se detiene un momento.
Su mano se detiene a lo largo de la barandilla de hierro negro mientras
vuelve la mejilla hacia su hombro, deteniéndose brevemente como para
que yo lo sepa, enviando efectivamente el mensaje.
Entonces, al igual que los rincones oscuros de este mundo a la tenue
luz de una media luna, se aleja, desapareciendo de mi vista.
Saint sigue hablando mientras me giro para reconocerle, pero no le
escucho ni me concentro en absoluto. Estoy planeando mentalmente mi
huida. Simultáneamente, trazo un mapa de todos los fuegos que estoy a
punto de desafiar a encender a este hombre taimado.
Capítulo veinte
Llave maestra

E
s un puto pecado para ella tener el aspecto que tiene esta
noche en esta habitación llena de lobos babeantes y
hambrientos de carne.
Contemplan asombrados su hermosa y torneada figura, cada parte
de ella goteando la esencia de una mujer que aún no ha encarnado.
Siempre fuera del alcance de las ratas de las alcantarillas, que sueñan
con su sumisión, siempre por encima de los hombres que la quieren
debajo de ellos.
Solo he estado, sucumbiendo a los horrores de mi pasado que estos
mismos hombres me infligieron. Llegué por accidente. Una horrible
mancha de los pecados de un hombre demasiado prestigioso.
Querían acabar conmigo antes de que viviera, tal como lo hacen
con Briony, pero mi madre aguantó, secretamente dando a luz al hijo de
un hombre que le había hecho cosas indescriptibles. Desafió a los
hombres que intentaron acabar con ella, viviendo escondida en un
infierno propio mientras criaba al niño que se convertiría en el hombre que
buscaba la venganza que siempre merecía. La venganza que merecía
después del infierno que Callum Westwood me había hecho pasar al
descubrir al hijo bastardo que llevaba su sangre.
Encontré mi camino a través de la oscuridad que una vez intentó
ahogarme y la convertí en mi hogar. Emergí, sucio y crudo, con un
corazón que late negro.
Pocas almas saben que existo. Las únicas que lo hacen son lo
suficientemente malvadas como para buscarme, utilizando mis
habilidades para sí mismas, conociendo la implacable ira que bombea
por mis venas. Alastor Abbott pensó que podría controlar y domar al
animal que salvó de la trampa. Como si afilara una hoja desafilada, me
usaría como su espada; una ventaja sobre la compañía que mantenía,
dándome sin saberlo la llave de mi propia libertad enfermiza.
Libertad de las cadenas de una institución que ha controlado la
mente de la más pura de las muñecas.
Está limpia. De alguna manera no contaminada por los horrores que
la rodean. Mi dulce, inocente e ingenua muñequita. Romperla para que
se convierta en la contrapartida de mi alma en esta vida de infierno
demoníaco es mi misión; la única esperanza proviene de la hermosa
liberación de una venganza deliciosamente oscura.
Yo le enseñaré. Le enseñaré lo asquerosamente satisfactorio que es
desgarrar la carne de los que lo merecen, ver cómo se les escapa la vida
a los que nos hieren mientras sus pálidos rostros nos miran. Será perfecta,
empapada en la sangre de otro hombre.
Espero en un rincón oscuro del pasillo, en el piso de arriba de la
extensa casa del mismísimo Gobernador. Vi la expresión en la cara de
Alastor. Está sorprendido de verla aquí. Viva. Verla en presencia de estos
hombres me sorprendió, para ser honesto. No creí que tuviera el valor de
mirarlos a la cara, sobre todo después de ver de primera mano el sucio
secretito de Caldwell. Secretos que son bien conocidos por cada hombre
repugnante aquí esta noche.
―Todos tenemos nuestros vicios. —Oí decir una vez a Alastor por
teléfono en su despacho, en relación con la adicción de Caldwell a
abusar de los jóvenes, antes de pagar a los policías corruptos para
conservar su voto.
Estos hombres tendrán lo que se merecen, tan pronto como consiga
que Briony se corra para mí.
Con mi mirada, agujereé su cuerpo en aquella pista de baile
cuando la tocó, su mano envolviéndole la parte baja de la espalda, su
otra mano aferrándose a la de ella. Mis fosas nasales se encendieron y mi
cuerpo tembló de rabia, los demonios y la oscuridad multiplicándose en
mi interior amenazando con apoderarse de mí. Hizo falta de todo mi ser
para contenerme y no hacer lo que instintivamente sentía la necesidad
de hacer.
Desmembrarlo haría que mi corazón enfurecido se excitara como
un loco. Pero lo necesito. Lo necesito para llegar a su padre, destruyendo
la dinastía que siempre ha imaginado. Uno a uno, los derribaré
internamente antes de derribarlos literalmente. Todos juegan un papel en
este dulce juego de venganza.
Por suerte para mí, Briony está cayendo en mis tentaciones, cada
paso suyo por esta escalera apartada me da esa satisfacción consciente.
Mirando por el pasillo a su derecha y luego hacia la oscuridad a su
izquierda, es como si sintiera mi presencia. Paso a paso, su cuerpo se
mueve a través de la luz, acercándose a la oscuridad como una leona;
cautelosa, pero a la caza, conocedora de los animales que merodean a
su alrededor.
Se acerca a mí por la última puerta del pasillo, la oscuridad la
absorbe por completo. Prácticamente puedo oír su pulso palpitando bajo
la piel de su suave cuello. El repentino deseo de sentirlo se apodera de mí
y alargo la mano para rodear la parte delantera de su cuello y girarla
hasta que su espalda choca contra la puerta.
Jadeando, aprieto más fuerte, apretando para sentir el pánico bajo
su carne.
―Aero. —Jadea con el único aire que le queda. Pero no es de
miedo; es sólo de reconocimiento.
―Hola, cariño —arrullo, levantándome la máscara de la cara entre
las sombras.
Recorro su cara con la nariz, necesito que su aroma vuelva a
impregnarme. La respiro y noto que el bulto bajo mis pantalones se
agranda al sentir el dulce perfume de lilas mezclarse con el aroma natural
de su piel.
―Has entrado en la guarida de los lobos y te encuentras con el
mismísimo lobo feroz —le susurro al oído mientras mi mano sigue aferrada
a su cuello―. ¿Pero estás preparada para su mordisco?
Le pellizco el lóbulo de la oreja y ella gime un dulce gritito.
Cada vez más fuerte ante sus gritos, deslizo la boca hasta su hombro,
donde vuelvo a rozar con los dientes. Se le eriza la piel y se le pone la
carne de gallina en los brazos. Le sujeto la garganta con una mano,
apoyo la otra en la puerta y me inclino aún más para pasarle la lengua
por el pecho.
―¿Me tienes miedo? —Susurro contra su piel, sintiendo el pulso
ascendente de su cuello contra mi palma.
―Sí —se atraganta.
―Y sin embargo, sigues buscándome.
Su pecho se agita mientras respira rápido y entrecortadamente
antes de tragar y noto el balanceo de su garganta.
―Hace más calor cerca del fuego —susurra ella.
Su voz es tranquila pero llena de una confianza que no esperaba.
Permanezco inmóvil, absorbiendo sus palabras. Ahora me habla en mi
idioma, leyendo los acertijos, el código críptico. Comprensión.
Mi boca se encuentra con su clavícula y la muerdo entre los dientes.
Lucho contra el impulso de marcarla con el mordisco, aflojo la mandíbula
e inclino la cabeza hacia la suya, con algunos mechones del cabello
cayendo sobre mi frente.
Al fondo del pasillo, la más tenue de las velas ilumina las curvas bajo
su vestido plateado. Su pecho se estremece bajo mi antebrazo cuando
se agarra el pecho. Bajo las cejas y miro el borde del vestido, la tela
plateada que se hunde entre los hermosos montículos de carne rolliza. Su
mano se hunde en el vestido, le levanta el pecho, deja al descubierto más
de ella, y un profundo gruñido sale de mi garganta.
Al retirar la mano del vestido, veo la llave metálica que le di en el
armario.
Una lenta sonrisa se dibuja en mi cara. Ella lo trajo.
―Te daré las llaves del reino de los cielos —recito, cogiendo la llave
de sus dedos temblorosos.
―¿Para qué es esto? —pregunta, su voz preocupada vibrando
contra mi palma―. ¿Cuál es la prueba que me estás haciendo?
Está preocupada por la confianza que pone en mis manos. Debería
estarlo. Nada de esto será suave o tierno. Romper mi muñeca sólo la
convertirá en la bestia en la que está destinada a convertirse.
―Un bautismo —digo, agarrando la mano que estaba en la de
Saint―. Para borrar la purificación en la que te han empapado
convirtiéndote en una mujer fuerte, dueña de tu sexualidad; de tu libertad
—continúo, antes de enderezarme.
Agarro su mano y me llevo el dorso a la boca. Como siempre, la
necesidad de limpiar la marca de cualquier otra persona de ella, es
necesario. Arrastro la lengua por su mano, saboreando su dulce piel
contra mis papilas gustativas.
Vuelve a estremecerse ante la sensación, y veo que sus muslos se
cierran con más fuerza bajo el vestido, consciente de la humedad que se
acumula allí. Esa dulce y espesa miel que su cuerpo produce solo para
mí.
Estoy destinado a romperme. No puedo contenerme durante
mucho tiempo. Esta necesidad de sumergirme en su aroma, en su
deliciosa excitación, me está llevando al borde de la locura. La
necesidad de tenerla cubierta de mí; el semen goteando por su cara,
mezclándose con las lágrimas y las manchas de rímel.
Meto la llave en la puerta detrás de ella y la abro. La emoción de los
crímenes que estamos a punto de cometer me inunda al darme cuenta.
Busca el fuego.
Briony Strait está avivando la llama.
Está dispuesta a arder bajo el único hombre al que querrá servir y
obedecer. El único que la adorará de un modo que hará que su Dios se
sonroje de furia.
Capítulo 21
Nuevas cadenas

A
l entrar en la sala, abrazo abiertamente el caos y las
transgresiones desconocidas.
Parece que no puedo alejarme de él, igual que él no
puede alejarse de mí. Parecemos polos opuestos, colores diferentes
separados en el espectro, que se buscan el uno al otro. Él es la oscuridad
para mi luz y yo soy el color para su penumbra acromática.
Aero no se parece a nadie que yo haya conocido. Parece vivir en
un mundo de su propia moral. Una vida de destrucción calculada.
Es misterioso y demasiado intrigante. Un hombre sin rostro, que me
ha encontrado y me ha reclamado como a su muñequita, arropándome
bajo su ala protectora. Los sentimientos que me provoca son inesperados.
Pensamientos lujuriosos me persiguen en su presencia, y su áspera
agresividad no hace nada para alejarme de él, sólo me deja
preguntándome qué podría hacer este hombre a continuación.
El deseo es una telaraña peligrosa, que me enreda en esta
implacable necesidad de más.
―Primero, voy a necesitar que te subas el vestido por encima de las
rodillas —ordena su voz grave mientras cierra la puerta tras de sí.
Una tenue lámpara de esquina ilumina una fracción de la
habitación, que supongo que es una especie de despacho por las
estanterías que cubren las paredes y el gran escritorio que hay detrás de
mí. La luz ilumina un globo de gran tamaño, como una media luna, al otro
lado del escritorio; las sombras se llevan consigo la mitad del planeta de
aspecto fantasmal.
Exhalo, insegura de lo que está ocurriendo. Soy muy inexperta en
todo lo relacionado con los hombres. La curiosidad me ha llevado a
preguntarme por las sensaciones por debajo de la cintura, tentada de
explorar esas sensaciones por mi cuenta, pero he logrado mantener a
raya mis tentaciones de la forma en que me han enseñado.
La persona sexualmente inmoral peca contra su propio cuerpo, nos
dicen. Pero los pensamientos indecentes me han atormentado durante
demasiado tiempo, y la idea de explorar algo que parece tan natural a
la esencia de lo que soy está pidiendo a gritos que me libere.
Una pequeña lámpara de escritorio se enciende cerca de la puerta
y entrecierro los ojos ante el repentino aumento de luz. Vuelvo a
concentrarme y veo que Aero se ha vuelto a poner la máscara. Lo recorro
con la mirada, fijándome en su estatura y en el borde de ese tatuaje de
una rosa negra que asoma por encima de su camisa abotonada,
preguntándome por el arte que cubre el resto de su cuerpo. Avanza un
paso y se desabrocha los dos botones superiores de la camisa, dejando
al descubierto su garganta y un trozo de su pecho firme y cubierto de
tatuajes.
La visión me pone los nervios de punta cuando se levanta,
imponiéndose sobre mí.
―No pregunto dos veces, Briony. Algo que aprenderás muy pronto.
—Sube la mano y me agarra un mechón del cabello que me cuelga
cerca de la mejilla. Le da dos vueltas alrededor del dedo y lo enrolla en
la palma de la mano, apretándolo con fuerza hasta que la cabeza se me
va hacia delante y me lloran los ojos de dolor―. Soy un hombre
impaciente.
Desenreda el dedo y suelta el pelo, moviéndose a mi alrededor. Se
sienta en un gran sofá granate a mi derecha, que parece de cuero. Se
reclina en el asiento, acomoda las caderas y se encorva con las piernas
abiertas y los brazos apoyados en el respaldo.
Mi corazón se acelera ante las expectativas que tengo ante mí. Ni
siquiera sé por dónde empezar ni cómo hacerlo. Agarro el vestido de
seda por los muslos y aprieto el tejido para subirlo y pasármelo por las
rodillas. Él me mira a través de los agujeros de la máscara mientras
juguetea con los puños de su camisa, cerca de las muñecas, enrollando
la tela sobre sus antebrazos acordonados y dejando al descubierto más
tinta. El hombre está cubierto de ellas.
Me chupo el labio inferior, deslizando la lengua por él, intentando
calmar mi respiración, mientras me arrodillo sobre la alfombra del
aparente despacho en el que nos ha encerrado. Mis pestañas se agitan
mientras intento asimilar el hecho de que realmente estoy aquí, haciendo
esto... con él.
¿Qué estoy haciendo?
Me acomodo entre sus muslos abiertos y agarro con las manos la
tela sobrante de la bata. Me arrodillo, sintiendo la áspera textura de la
fina alfombra sobre el suelo de madera. Le miro fijamente en busca de mi
siguiente instrucción.
No puedo saber cuál es su expresión tras la máscara. Lo único que
veo son sus ojos color avellana reflejados por las tenues lámparas. Me mira
fijamente y se le escapa un bufido.
―Mírala. De rodillas, rindiéndose a su Dios. —Se ríe mientras me
invade una oleada de pánico.
Me arrepiento de mi confianza de hace unos minutos cuando le dije
que ansiaba el calor de su fuego.
―Arrástrate —ladra.
Le miro confusa. Ya estoy en el suelo, entre sus piernas.
―Levántate el vestido y pásalo por encima de las caderas y
arrástrate hasta el escritorio — indica, inclinando la cabeza hacia atrás
contra el borde del sofá.
Esto debe ser algún tipo de táctica de humillación. Cuando se da
cuenta de que no me muevo, se inclina hacia delante y coge algo de su
espalda. Se me para el corazón cuando veo la pistola en su mano. Hace
girar la pistola alrededor de su dedo, haciendo un extraño chasquido
bajo su máscara que suena como el tic-tac de un reloj.
La idea de que puedo confiar en alguien de su nivel de locura es
asín. Soy ingenua y me dejo llevar por las hormonas. Hormonas que me
ponen en peligro de un hombre calculador que no puedo quebrar.
Me subo lentamente el vestido por las caderas, sabiendo que mi
falta de ropa interior está a punto de hacer que me vea entera por detrás.
La humillación me recorre desde el cuello hasta las mejillas calientes
cuando me invade el rubor de la vergüenza. No quiero que vea la extraña
humedad que siento entre mis muslos, pero no puedo ocultarla.
Me alejo de él, gateando por la alfombra, manteniendo los muslos
tan juntos como puedo para ocultar la excitación de mi cuerpo. Llego al
escritorio cercano a cuatro patas y vuelvo la cabeza hacia él, esperando
la siguiente instrucción.
Sus ojos permanecen fijos en mi yo expuesto mientras ordena:
―Ahora gatea bajo el escritorio. Sobre los antebrazos.
Esto es ridículo. Quiero salir. Quiero salir de la habitación. La
humillación me pone enferma. Voy a levantarme cuando oigo que se
acerca a mí. Me pone la punta del cañón de la pistola en la cabeza y
jadeo de miedo y excitación a regañadientes.
¿Quién iba a pensar que una pistola en la cabeza me haría nadar
en una especie de lujuria enfermiza y oscura?
―7636 —balbucea.
Prácticamente estoy jadeando de miedo, de rodillas debajo de él.
Entrecierro los ojos y miro debajo del escritorio cuando todo se aclara. Hay
una caja fuerte del tamaño de una nevera pequeña.
Arrastrándome bajo él, arqueo la espalda mientras me bajo sobre
los antebrazos. Siento el calor de su mirada en mi centro expuesto, la
humedad pegándose al interior de mi muslo mientras me agacho más.
Uso el código que me ha dado y abro la caja fuerte. Está demasiado
oscuro para ver lo que hay dentro, y tengo miedo de lo que pueda ser.
―El sobre. Cógelo —dice, dejando caer la pesada pistola sobre el
escritorio que tengo encima.
Busco a ciegas dentro de la caja fuerte y encuentro lo que parece
ser un sobre de papel manila, grueso y pesado. Lo saco y se lo doy
cuando me dice que cierre la caja fuerte y gire la cerradura.
Al retroceder por donde me metí, mi culo desnudo choca contra sus
piernas.
―¿Creías que habías terminado?
Al girarme bajo el escritorio, me doy cuenta de que me está
atrapando con su cuerpo.
―Te lo dije, Briony. Este es tu bautismo —dice con voz controlada,
abriendo el cinturón de sus pantalones―. Es hora de que te quitemos tu
pureza.
Mi corazón se agita en los confines de su jaula cuando Aero se quita
el cinturón de las trabillas del pantalón.
―¿No es esto lo que quieres? —me pregunta, inclinándose hacia
donde estoy sentada sobre mis pantorrillas. Sujeta su cinturón con las dos
manos a medio metro de distancia y me lo pasa por la nuca―. ¿Que te
ensucie el diablo?
Tirando del cinturón hacia él, inclino aún más la cabeza y miro al
enmascarado que tengo encima. Algo en su cinturón detrás de mi cuello
hace que mi cuerpo se caliente con ese mismo asombro lujurioso que no
puedo contener, la tensión de mi bajo vientre me hace querer tocar el
espacio entre mis piernas para obtener algún tipo de alivio.
―Sí —susurro, y cierro los ojos con fuerza, odiando todo lo que siento
en su presencia.
Soy débil. Permitiéndole que me controle. Lucho contra los hombres
en la habitación debajo de nosotros por esta misma libertad que estoy
dando tan voluntariamente a Aero. Vendrán arrepentimientos. Muchos
de ellos.
Sus ojos se entrecierran y prácticamente puedo ver su sonrisa de
satisfacción bajo la máscara. Habla despacio mientras pasa el extremo
del cinturón por la hebilla, cerrándolo alrededor de mi cuello.
―Esa es mi buena... dulce... obediente niña.
Una especie de gemido sale de mi garganta al oír sus alabanzas
mientras me aprieta el cinturón con la hebilla hasta que me rodea la
garganta. Ni siquiera puedo asimilar lo que siento en este momento. Mi
cuerpo se enciende con un deseo sexual recubierto de miedo, que se
mezclan sin esfuerzo. Me olvido de lo que debo sentir mientras la niebla
familiar me envuelve de nuevo.
―Bájate las correas y exponte a mí —me ordena, con una confianza
que nunca había soñado poseer, tirando de la cola del cinturón hacia
delante hasta que me pongo de rodillas.
El apretón me produce de nuevo ese familiar retorcimiento en el
estómago. Se está formando un hambre. La siento en la base de la
garganta.
Levanto los brazos y tiro de los tirantes de la bata por encima de los
hombros, dejando que mis pechos sostengan la tela. Aero baja la mano,
agarra el material cerca de la mitad de mi pecho y tira de él hacia abajo.
El aire frío de la habitación hace que se me endurezcan los pezones.
Aprieto los dientes y cierro los ojos, sintiéndome demasiado descubierta y
expuesta.
Su pecho se expande y se contrae más deprisa que antes y un leve
rugido sale de su garganta. Alarga la mano y me coge suavemente la
base del pecho que me cuelga, lo levanta ligeramente mientras pasa el
pulgar por los pezones como guijarros antes de soltarlo y dejar que rebote
ante él.
No puedo negar el placer que me produce el tacto sensible de sus
manos ásperas y grandes sobre mi cuerpo. Me relamo los labios antes de
sentir el rápido escozor de su mano golpeando mi pecho, haciéndolo
oscilar. Se me escapa un gemido y me estremezco ante el dolor agudo
que crea una ola de calor que me recorre los muslos. Vuelve a
acariciarme con cuidado.
―No te crearon así de hermosa por nada, Briony —susurra, haciendo
rodar mi pezón entre el índice y el pulgar―. Joder, eres perfecta para mí.
—Gime mientras me retuerce el pezón bruscamente, haciéndome aspirar
aire―. El angelito manchado por el diablo.
Sus palabras me marean con un deseo enfermizo arremolinándose
a mi alrededor.
―Ahora ruega para complacerme —continúa, enrollando el
extremo del cinturón alrededor de su muñeca una vez antes de agarrar
la base cerca de mi garganta, tirando de mí con más fuerza hacia él―.
Necesito oírte suplicar por mi polla en tu boquita hambrienta.
Mis ojos se abren de par en par. Nunca nadie me había hablado así,
ni había oído expresar palabras como éstas. Cada parte es vil y
perturbadora, tanto que quiero bañarme en su inmundicia sólo para
apaciguarlo.
―Por favor. —Agito las pestañas, sintiendo que el cinturón me aprieta
la garganta mientras hablo.
Se pasa la mano por los pantalones, palpando la huella de su
erección.
―¿Por favor qué?
Entrecierro los ojos, incapaz de pronunciar las crudas palabras.
―No son más que palabras, Briony —susurra, acercándose y
deslizando el dorso de dos de sus dedos por un lado de mi cara―. Hay
libertad en la expresión completa.
Libertad. Libertad que he estado anhelando.
―Por favor, déjame envolverlo con mi boca —susurro, sintiéndome
completamente tonta.
―¿Envolver qué? —pregunta bruscamente, empujando.
Trago saliva y siento el flujo constrictivo de mi garganta bajo el
cinturón.
―Tu polla —susurro sin aliento.
La palabra provoca una risa oscura y altiva bajo la máscara de
hierro. La risa diabólica de un hombre dispuesto a poseerme. Liberarme
de mis cadenas colocando otras nuevas a mi alrededor.
―Pensé que nunca lo preguntarías.
Capítulo 22
Bautizo

E
stoy descubriendo que empujar a la dulce e inocente Briony
más allá de los límites de su ser moral es intoxicante.
Verla desnuda ante mí, con sus pechos llenos y pesados,
liberados del suave vestido de seda, pronunciando palabras de su boca
tan viles para ella en una vida pasada, es absolutamente emocionante.
Joder, estoy más duro que nunca, esperando para atormentarla de
todas las formas que he soñado. Todas las formas que he imaginado
mientras la veía dormir tan plácidamente en esa cama debajo de mí.
Aquellas noches me agarraba la polla, apretándola con fuerza para
imitar el dolor de tomar a alguien tan puro e intacto. Esas noches han
terminado. Briony aprenderá lo que es conocer su cuerpo. Aprenderá lo
que es abrazar su sensualidad, su sexualidad. Aprenderá a tomarme de
todas las formas que necesito, satisfaciéndonos mutuamente hasta que
ambos estemos completamente usados y completamente agotados.
Mi belleza morena se arrodilla debajo de mí en el suelo, tan
obediente, con un pequeño empujón. Sí, la pistola en la cabeza no era
realmente necesaria, pero por el aspecto de la excitación que brilla entre
sus piernas, podría jurar que fue su perdición, su miedo y su placer
convertidos en una hermosa mezcla de lujuria en su vientre. Confundida
en cuanto a cómo atender esas necesidades.
Con el cinturón bien sujeto alrededor de su cuello y el extremo
enrollado en mi muñeca, cojo la otra mano y me abro los pantalones de
vestir.
Ella necesita familiarizarse con lo que un hombre realmente es. Un
animal bestial en su núcleo.
Saco mi dura polla ante ella, agarrándola por la base, haciendo que
sus ojos se abran de par en par y el sonido de un grito ahogado salga de
sus labios.
Acariciándome un par de veces, paso el dedo por el piercing de la
punta, observando cómo el terror y la fascinación se desbocan tras esos
impresionantes ojos azules.
―Tócalo.
Su pecho sube y baja mientras mira de mi polla a mis ojos y viceversa.
―Tócalo y familiarízate. Será tu juguete nuevo favorito, muñequita.
Te lo prometo.
Unos ojos inseguros la contemplan antes de que una mano
temblorosa se alce y la rodee por el centro. Intento controlarme,
arrastrando los pies mientras sus ojos se iluminan con fascinación. Al sentir
la palma de su mano sobre mí, echo la cabeza hacia atrás y aprieto la
mandíbula.
―Es suave —susurra incrédula para sí misma―. Tan... grueso.
Desliza la palma de la mano por mi pene y recorre las venas que lo
rodean hasta que el pulgar se desliza por la corona. Roza el piercing,
explorándolo con los dedos. Me estremezco, el roce del piercing me
produce una salvaje corriente eléctrica que me pone aún más rígido.
Aún no sabe lo que hace y ya es demasiado.
―Abre la boca —le ordeno, ya sin aliento y ansioso.
Parpadea un par de veces y deja caer la mano, considerando
claramente sus opciones vitales, antes de lamerse los labios y separarlos
ligeramente. Su pulso late en su cuello, la sangre circulando bajo su piel,
algo que quiero saborear. Necesito saborearlo.
―Más grande —le digo―. Y saca la lengua.
Hace lo que le pido, abre lentamente la boca y saca su lengua
rosada y húmeda.
Contemplando a mi belleza arrodillada ante mí, presiono mis
caderas hacia delante, tocando con la punta su lengua. Ella cierra los
ojos con fuerza.
―¡Mírame! —grito, tirando del cinturón para que acerque la cabeza
y abra los ojos.
En los bordes ya rebosan lágrimas mientras ella me mira fijamente y
yo introduzco mi polla en su boca.
No seré blando con ella. Son las lágrimas derramadas lo que
necesito. El desorden de una cara bonita pintada manchada ante mí la
meta.
Empujo hasta el fondo y ella se atraganta cuando la punta golpea
el fondo de su garganta, pero la mantengo ahí, en su boca suave e
inocente. Me retiro un poco y casi me desmayo al sentir esos cálidos labios
envolviéndome por fin.
―Tienes que relajarte —le digo―. Respira por la nariz mientras te follo
la garganta.
Tirando del asa de su cuello, agarro el pelo de su coronilla. Traigo de
nuevo su boca hacia mí mientras la lleno con mi polla, haciendo que las
lágrimas se derramen por sus mejillas mientras vuelve a toser a mi
alrededor.
No me llevará mucho tiempo. Sólo tiene que aguantarme un poco
más.
Vuelve a tener arcadas e intenta respirar, y su saliva cae por debajo
de nosotros sobre su pecho desnudo mientras empiezo a empujar. Pero
sólo se aprende con la práctica. Su respiración es irrelevante para mí en
este momento, ya que mi objetivo de acabar es prioritario. Sus manos
suben hasta mis muslos, clavándome las uñas en las piernas,
empujándome hacia atrás para que me retire, luchando contra ello, pero
eso solo me excita más.
Agarro el cinturón con fuerza, gimiendo profundamente, follándole
la cara con más fuerza que antes, hasta que siento el cosquilleo en la
base de la columna. Las pestañas se le agolpan mientras el rímel se desliza
por sus mejillas, y los sonidos de los sorbos y las arcadas llenan la
habitación.
Me meto tan profundo como puedo una última vez, golpeando el
piercing contra el fondo de su suave garganta, y me retiro. Acaricio mi
polla un par de veces, un gruñido gutural se me escapa y la euforia me
invade mientras me libero en su cara, bombeando todo el semen de mis
apretados cojones sobre su preciosa carita.
Sus ojos se cierran con fuerza mientras jadea en busca de aire, la
mezcla de semen, lágrimas y rímel creando la imagen más hermosa ante
mí. Mi sucia chica finalmente cubierta de mí.
Vuelvo a meterme la polla semilimpia en los pantalones y le limpio la
mejilla con dos dedos. Me mira con los ojos húmedos de lágrimas y suelta
un sollozo.
Tomando el semen, le hago la señal de la cruz en la frente.
―En nombre de Aero, tu nuevo dios, te bautizo, Briony Strait. —Cojo
el resto y se lo paso por los labios mientras ella me mira con horrorizada
incredulidad―. Tu nueva vida comienza ahora.
Aparta la cabeza de mí y una mirada fulminante se apodera de la
inocencia que había en ella.
―¡Cómo te atreves! —me espeta, poniéndose en pie.
Sonrío mientras veo cómo se arranca el cinturón del cuello. Sabía
que iba a negarlo y a arrepentirse. Me lo lanza, golpeándome el pecho,
y yo lo atrapo con una mano. Veo cómo se pasa los tirantes del vestido
por los hombros, cubriéndose el pecho cubierto de saliva. Agarra la parte
inferior del vestido y se lo levanta para limpiarse la cara.
Soltando el cinturón, cargo contra ella. Agarrándola por el cuello,
suelta el borde del vestido, retrocediendo hacia el escritorio hasta caer
contra él, sentada en el borde.
―No te atrevas a desperdiciar eso —gruño―. Aprenderás a tomar
todo lo que te doy. Saboréalo hasta que te encuentres necesitando más.
Tendrás sed de mí, Briony. Recuerda mis palabras.
Sus fosas nasales se agitan cuando me pongo encima de ella. Le
limpio la cara con los dedos y se los doy lentamente para que los limpie y
los lama. Ella accede a regañadientes, tragando mientras un gemido sale
de su garganta, hasta que he sacado todo lo que he podido de su piel.
Algo en el peligro de estar en mi presencia, obligándola a disfrutar
de algo que ha aprendido toda una vida a negar, la excita hasta lo más
retorcido de su ser. Es encantador.
Estoy enfermo. Estoy retorcido. Definitivamente estoy jodido. Pero no
conozco otro camino. Briony aprenderá a vivir en mi mundo, obteniendo
placer del dolor y la humillación hasta que se apropie de sus debilidades.
Rompiéndola en su nueva vida como mi contraparte en este enfermo
juego de redención.
Inclinándome hacia delante, rozo su cara con mi máscara y vuelvo
a aspirar su aroma antes de marcharme. Es mía.
―Ve a limpiarte —le digo al oído―. Pero deja tus labios intactos.
Vuelvo a inclinarme hacia atrás, de cara a ella, y mis dos manos se
deslizan hasta tocar su mandíbula. Sus ojos se entrecierran confundidos.
―Sé mi niña buena y besa a tu príncipe esta noche con mi semen
aún pegado a tus labios.
Le doy una suave bofetada en la mejilla y me doy la vuelta,
agarrándome el cinturón antes de volver a enhebrarlo en su sitio. Ella
traga saliva y se estremece cuando suelta un suspiro. Alargo la mano
detrás de ella, cojo el sobre de papel manila del escritorio y me lo pongo
en la cintura a la espalda. Me dirijo hacia la puerta y me abrocho el resto
de la camisa mientras ella me sigue con la mirada.
―Hazlo, Briony —digo con severidad, alisándome la camisa antes de
metérmela por dentro―. O... mira lo que pasa si no lo haces.
Con eso, giro la cerradura, abro la puerta y dejo a mi manchada y
sucia muñequita con su nueva tarea entre manos.
Capítulo 23
Destinado a Arder

E
stoy asqueada.
Repugnada.
Este hombre acaba de profanar todo en lo que creo.
Todo lo que defiendo. Escupió en la cara de mi religión,
haciendo lo que hizo ahí dentro, pasando su liberación por mi frente en
una especie de enfermiza muestra de dominio.
Estoy acalorada, enfadada y nerviosa mientras me limpio la cara en
el baño del pasillo. Me agarro la cabeza con las manos y me inclino hacia
delante mientras el calor del agua hace que se forme un ligero vapor que
se eleva ante mí.
¿Qué he hecho?
Volví a caer en su trampa, completando la misión que me había
encomendado. La llave, la habitación, el sobre, la ruptura de mi
inocencia...
Nunca en toda mi vida me habían tratado tan irrespetuosamente. Y,
por supuesto, sería el hombre que no sólo está aparentemente
obsesionado con destruir mi pureza, sino que está totalmente decidido a
protegerme mediante acertijos y cuerpos ocultos.
Mis emociones, mis hormonas, mi mundo entero, se han movido
sobre su eje gracias a él. No puedo evitar que me fascine allí dentro, o en
cualquier habitación. Me guste o no, me siento atraída por él de formas
desconocidas para mí, como si algo en lo más profundo de los oscuros
rincones de mi interior hablara con la oscuridad que hay en él.
Era más grande de lo que había imaginado que sería un hombre. Su
visión me embelesó. Rígido, grueso y aterciopelado, con venas
palpitantes y un piercing dorado en la punta. Ni siquiera sabía que los
hombres se perforaran los órganos sexuales.
Me resulta totalmente extraño y confuso. Nadie puede verlo, así que
¿cuál es el propósito?
Recuerdo su áspero agarre del cinturón que me rodea el cuello y su
agarre de mi pelo, sus gemidos ásperos que salían de su garganta
mientras 《follaba》continuamente la mía, y esa mirada peligrosa en sus
ojos cuando me dijo que le mirara mientras estaba dentro de mi boca.
Vuelve el calor familiar entre mis muslos, la humedad siempre presente.
Esta sensación, la de estar atada tan fuerte... no se acaba.
Me siento sucia. Me siento usado. Me siento... insatisfecha, deseando
más. Tal como él quería.
Me frustra saber cómo pude disfrutar de un trato tan horrible. Pero la
verdad es que mi cuerpo lo quería y mi cerebro no entendía por qué.
Después de limpiarme el maquillaje de las ojeras, cojo un pañuelo
de papel para limpiarme los labios. Hago una pausa y miro mi reflejo,
recordando sus palabras.
Hazlo, Briony. O mira lo que pasa si no lo haces.
¿Le haría daño a Saint si no seguía adelante con este plan enfermizo
y retorcido?
¿Cómo iba a saberlo?
Voy a limpiarme los labios de todos modos, sin importarme sus
normas, cuando un golpe en la puerta prácticamente me paraliza de
miedo.
―¿Briony? ¿Estás ahí?
Es Saint.
Me arreglo rápidamente, me aclaro la garganta y abro la puerta.
Está de pie, despreocupado, con un brazo apoyado en el marco de
la puerta, tan guapo como siempre con su traje. Lleva la máscara sobre
el pelo dorado afeitado y su expresión despreocupada se frunce al
verme.
―¿Qué pasa? —Se pone rígido de inmediato al ver mis ojos
enrojecidos y manchados de lágrimas―. ¿Qué ha pasado?
Sacudo la cabeza, dejando escapar un profundo suspiro.
―Nada, sólo... creo que tengo que irme.
Sus cejas se levantan preocupadas.
―Briony, ¿qué pasó? ¿Alguien ha dicho algo? ¿Estás herida? Estoy
totalmente confundido.
Me coge de la mano y me acerca a él mientras trago saliva, mirando
la alfombra roja y ornamentada del suelo del pasillo, con los ojos llenos de
lágrimas, pero por un nuevo motivo. Ira roja y apasionada.
―Vamos —dice suavemente, poniendo un brazo protector sobre
mí―. Vamos a sacarte de aquí.
Me alegro de que no pida más. Sé que parece una locura; yo
llorando aquí en el baño, pero es mucho más que lágrimas en una fiesta.
Me guía fuera del baño y me ayuda a bajar las escaleras, donde el
baile de disfraces ha continuado sin mí. Me vuelvo a tapar la cara con la
máscara y me concentro en irme sin necesidad de hablar con nadie más.
Las conversaciones falsas con gente que finge tener un interés real
en quién soy me están afectando mucho. Esperaba que una vez que me
hubiera probado a mí mismo como un miembro respetable de esta
iglesia, ganaría algún tipo de respeto. Pero hasta ahora, nada ha
cambiado. Sigo aquí como la cita de Saint, y las mentiras y secretos
despreciables del obispo son aparentemente ignorados o desconocidos
para todos menos para mí.
Saint se ve envuelto en una conversación mientras nos vamos, y por
mucho que intenta soltarse para marcharse conmigo, el hombre con el
que está hablando no para de hablar. Desgraciadamente, Saint es un
tipo demasiado agradable para los ancianos de la comunidad como
para separarme de él, así que me alejo hacia la entrada yo solo,
desesperadamente necesitado de aire.
Cuando estoy llegando al salón, cerca de la puerta, me detengo en
el sitio al verla, sintiendo de nuevo la sensación de opresión en el pecho.
Cerca de la puerta, hay una papelera llena sobre todo de servilletas
de los invitados a la fiesta cuando se van. Pero lo que me llama la
atención es el capullo que hay encima. El capullo rojo sangre con el largo
tallo verde, a punto de florecer, pero cortado demasiado pronto por la
afilada hoja de un hombre con un mensaje.
Acercándome a él, le arrebato el tallo y lo recojo mientras se me
tensa la mandíbula adolorida.
Giro la cabeza y sé que me está observando. Siento ojos en mi nuca
desde algún lugar desconocido. La frustración me recorre las venas en
oleadas calientes que necesitan una salida.
Agarro el tallo con fuerza en la palma de la mano. Las espinas, como
las de Aero, me atraviesan la carne, igual que él, por desgracia. Me
abrazo al dolor mientras avanzo unos pasos hacia la crepitante chimenea
del salón.
Agachándome cerca de la enorme abertura de piedra, sostengo el
capullo sobre las llamas, observando cómo se ennegrece lentamente
antes de prenderse fuego finalmente. Me paro con él, observando cómo
se deteriora ante mí, las llamas disparándose hacia arriba, seguramente
iluminando mis ojos. Me giro, mirando hacia la sala abierta que hay detrás
de mí, donde la gente se mezcla y habla con palabras inútiles. Nadie
repara en mí, ni siquiera con un capullo de rosa ardiendo en la mano.
Arrojo el tallo a las llamas detrás de mí, mirando a la nada. No puedo
verle. Pero sé que está ahí. Merodeando en las sombras como lo hace.
Saint se me acerca con las manos en alto encogiéndose de
hombros.
―Lo siento —se disculpa―. No paraba de hablar del nuevo apéndice
que introdujo mi padre —Da otro paso hacia mí―. Venga, vámonos.
―¿Qué apéndice? —pregunto, dando un paso adelante hacia él,
casi cerrando el espacio entre nosotros.
Levanto la mano despacio, agarro suavemente el cuello de su
camisa blanca y lo levanto por donde se había doblado. Sin soltar la
camisa, mis manos bajan hasta el borde de la chaqueta de su traje,
tirando de él hacia mí hasta que nuestros pechos se tocan.
Que me vea.
Saint se detiene ante el contacto, antes de soltar un suspiro y rodear
lentamente la parte baja de mi espalda con un brazo. Su mano recorre
ligeramente la curva que se adentra en territorio desconocido. Está claro
que el contacto le ha sorprendido, pero no se aparta. Sus labios carnosos
se separan ligeramente y su otra mano se acerca para tocarme la cara.
Me inclino hacia él y cierro los ojos.
―No es nada... sólo política. Ya sabes cómo son esos hombres. —
Sacude la cabeza mientras pone los ojos en blanco.
Su uso de las palabras 《esos hombres》al referirse a su propio padre
me sorprende.
―Vamos —susurro, lamiéndome los labios y saboreando de repente
a Aero.
Me frustra la chispa caliente que me recorre, abriéndose paso entre
mis piernas, recordando su sabor. Su agarre. Su poder sobre mí.
―Vámonos de aquí —digo, apartando la sensación.
Los ojos de Saint se clavan en los míos antes de seguir hasta mis labios
y volver. Noto la tensión física entre nosotros. Es tan densa como la niebla
y estamos a punto de atravesarla.
Sus dientes rozan su labio inferior cuando vuelve a mirarme a los
labios y asiente con la cabeza, apretándome más fuerte la parte baja de
la espalda.
Me sorprende. Lo mucho que me gusta. Saber que está mirando. No
le haría daño a Saint. Si quisiera, ya lo habría hecho. Lo necesita para
algo. Igual que me necesita a mí.
Todos somos piezas en el juego de Aero.
Me está utilizando. Moldeándome en algo que aún no entiendo. Me
está afilando para convertirme en la daga que necesita. Otro hombre
que me utiliza en su propio beneficio mediante la seducción y verdades
desafortunadas.
De lo que no se da cuenta es de que ya soy un puñal. Escudado y
escondido en un mundo donde creía que mis conocimientos y mi empuje
me protegían.
Sé que estoy jugando con fuego.
Pero Aero aún no conoce las llamas que lo abrasarán.
Capítulo 24
Los constructos del poder

M
is dedos se retuercen en mi regazo cuando el Jeep se
detiene frente a mi casa.
Saint golpea el volante con los dedos, mirando hacia
abajo. Abre la boca como si fuera a decir algo cuando se vuelve para
mirarme. Me fijo en sus labios. Sus labios perfectamente rosados encierran
esa sonrisa blanca y brillante.
Todo en su boca es atractivo. No hay cicatrices, ni acertijos, ni
palabras de humillación o dolor que las dejen... No, nada de eso. Su
sonrisa me calienta, y su nerviosismo en este momento es entrañable.
Ambos sonreímos y empezamos a hablar.
―Tuve...
―Esta noche fue...
Ambos hacemos una pausa, riéndonos ligeramente, pero la tensión
que siento sigue en la boca del estómago. No tiene nada que ver con
Saint y todo que ver con Aero.
No estamos solos. Ya nunca estoy sola.
―Gracias —dice Saint, su voz irrumpe en mis pensamientos―. Por
acompañarme esta noche. Ese baile... —Se ríe suavemente, pasando la
lengua por los dientes mientras sonríe mirando su regazo―. Ese baile fue lo
mejor de la noche para mí.
―¿En serio? —pregunto, algo sorprendida.
No lo consideraría la mejor parte de la noche, pero mi noche estuvo
lejos de ser normal. Darme cuenta de qué parte se me ha quedado
grabada como mi desafortunada favorita me aterroriza.
―Sí, quiero decir... —Se inclina hacia delante en su asiento, tragando
saliva mientras su sonrisa se desvanece. Me coge la mano del regazo y la
coloca sobre la consola que hay entre nosotros. Con la palma hacia
arriba, las puntas de sus dedos recorren los míos hasta que se encuentran
con mi muñeca. Al llegar a la muñeca, los demás dedos se separan y sólo
el dedo corazón me recorre suavemente el brazo, con una suave
sensación de cosquilleo que sigue una línea directa hasta el lugar que
hay entre mis piernas―. Hasta esta parte.
Me echa una miradita de reojo, y puedo oír su corazón latiendo con
fuerza en el caparazón de este Jeep.
Sabe que no debería hacer esto. Su reputación. Su padre. Su futuro.
Pero, no puede parar, y secretamente, me encanta eso. Saint está
dejando que la raíz de lo que es como hombre se apodere de las
construcciones de su mente. Me estoy adueñando de eso,
perfeccionándolo, y controlándolo con los poderes de la sexualidad
dentro de mí, y lo estoy encontrando nada menos que emocionante.
―¿Quieres entrar? —Pregunto, rompiendo la tensión con la
confianza de quien no conozco―. Puedo prepararnos un té.
Le sonrío tímidamente, arqueando una ceja. Sus labios se entreabren
y me devuelve la mirada. La oferta está sobre la mesa, una oferta que
dice mucho, y él sabe que la respuesta debería ser no, pero yo estoy
presionando, poniendo a prueba mis habilidades por la emoción del
peligro que puede causarme.
―¿Té? —pregunta en voz baja.
―Sí. —Me muerdo el labio inferior, mirando directamente a su
boca―. Té.
Sé que desprendo energía coqueta, pero me siento bien. Se siente
natural. Empoderante. Me hace sentir algo que nunca había sentido
antes.
Poder bruto sobre un hombre.
Estoy revolviendo el caldero ante mí, sabiendo los celos que mi
magia está produciendo en algún lugar de la oscuridad donde él espera.
―El té suena increíble —susurra Saint, sin dejar de mirarme el labio
inferior cuando se suelta.
Una vez dentro, saco la tetera y la lleno de agua mientras él se
apoya en la encimera. La pongo en el fuego, esperando a que se
caliente el serpentín que hay debajo. Siento que se acerca por detrás. Mis
nervios se encienden cuando la realidad me golpea. Le he traído aquí
con estos pretextos, y ahora está aquí, detrás de mí, deseando esto a su
manera.
Soy plenamente consciente de su cuerpo cuando se inclina contra
mí, apretando silenciosamente su frente contra mi espalda. Siento su
pecho agitarse detrás de mí, siento el aire caliente de su aliento contra mi
cuello. Está perdiendo el control.
Me doy la vuelta y miro hacia su pecho antes de dirigir mi mirada
hacia la suya. Agito las pestañas cuando nuestros ojos se encuentran.
―Briony.
Mi nombre se escapa de sus labios con tanto dolor. Tiene las cejas
fruncidas y la frente arrugada por una agonía que nunca había visto en
él. Está luchando internamente, pero la guerra se desmorona ante él
cuando deja caer su frente contra la mía.
Quiero hacer que su dolor desaparezca. Aliviar su malestar. Quitarle
la guerra porque ahora sé que puedo hacerlo.
Levanto las manos y rodeo suavemente los lados de su cuello,
rozando con los dedos la piel suave y aterciopelada de debajo de sus
orejas. Su garganta se inclina y sus ojos se cierran con fuerza antes de
volver a abrirse y encontrar los míos. Tiene las pupilas dilatadas y veo la
necesidad que hay detrás de su mirada.
Esa necesidad inherente. Ese deseo primario. Incluso en nuestro
mejor momento, tratamos de luchar contra ella. Alejarlo, fingir que no
existe. Pero somos humanos, dirigidos por esas hormonas que piden
reproducirse, que nos provocan con la exigencia de romper y
desangrarnos en algo tan natural ante nosotros. Una conexión de mente
y cuerpo, más poderosa que los pecados que nos dicen que neguemos.
Nuestras mentes se apagan mientras nuestros cuerpos se despiertan
en este nuevo mundo de maravillas excitadas. Los sentidos se agudizan y
el tacto se convierte en el nuevo lenguaje que traducimos.
La claridad repentina cae sobre mí. Le estoy haciendo a Saint lo que
Aero me hace a mí con tanta facilidad.
Sin pensarlo dos veces, hago lo que me parece natural en ese
momento, inclino la barbilla hacia arriba y cierro los ojos. Saint se inclina
hacia delante, sus manos se apoyan en el borde de la estufa y sus labios
rozan los míos. Hago el último movimiento, acercando mi boca a la suya.
Sus suaves labios me devuelven la presión y, antes de que me dé cuenta,
sus manos están en mis caderas, agarrándome con fuerza por debajo de
la seda de mi vestido mientras nuestras bocas se abren y nuestras lenguas
se tocan.
Chispas de electricidad se disparan por todo mi estómago,
aterrizando en lo más profundo de ese lugar al que le duele la fricción.
Me agarro a su nuca y abro la boca para darle un beso que nunca
antes había experimentado. El estómago se me retuerce de placer ante
la suave sensación de su lengua deslizándose contra la mía. Pero ni
siquiera es el beso lo que me tiene tan atada. Es el hecho de que me esté
mirando. Es el conocimiento de la ira a la que pronto me enfrentaré por
sobrepasar los límites lo que hace que mis muslos se aprieten y mis
entrañas se enciendan con ese placer indescriptible.
Quiero presionar más. Quiero ser testigo de los efectos de su ruptura
de nuevo.
Saint se separa del beso, sin aliento, mientras su agarre de mis
caderas se afloja.
―Yo... Briony, lo siento mucho... —Sacude su cabeza contra la mía―.
No debería haber hecho eso.
Me relamo los labios e intento calmar la respiración cuando Saint me
sorprende agarrándome de nuevo por las caderas y apartándome de la
cocina. Caigo sobre él y su abrazo se hace más fuerte mientras se apoya
en la encimera contraria. Me rodea el cuerpo con los brazos y baja una
mano para estrecharme el culo con la palma. Su lengua vuelve a
lamerme el labio inferior y se introduce en mi boca.
Este beso es salvaje. Más temerario que el primero. Está lleno de una
pasión incontrolada que surge de ese lugar de nuestro interior que
negamos. Siento que empuja sus caderas hacia delante, su polla dura
bajo los pantalones de vestir, buscando algún tipo de intervención.
Deslizo la palma de la mano hacia abajo, entre los dos, y él gime en
mi boca. Se frota contra mí y noto lo grande que es cuando su lengua se
enreda con la mía. Su mano me acaricia el cuello y me duele sentir su
firme agarre, que me quita el aire.
Aero me asfixiaba. Observaría cómo el oxígeno abandonaba mi
cuerpo, haciéndome suplicar que me liberara antes de devolverme la
vida. Me daría el regalo de chuparle la lengua en lugar de besarme en su
propia forma retorcida de afecto.
Saint besa los labios que acaban de recubrirse de Aero.
Salgo de la neblina de lujuria al recordármelo y empujo las manos
contra el pecho de Saint hasta que puedo apartarme de él, separando
nuestra conexión.
Sus ojos se abren de par en par y se asustan ante mi reacción, pero
no tiene ni idea de la verdad que hay detrás.
―Oh no —susurra, su mano se acerca para frotarse la frente―. No.
Briony... yo...
No puedo creer que haya sucedido. No soy esta chica. No puedo
serlo.
―No debería estar aquí. Tengo que irme —se apresura, pasándose
una mano por la nuca―. No debería haberte hecho eso.
Se pasa la misma mano por la cara, el tormento ya presente.
Pero no es el beso en sí lo que me pone nerviosa. Es lo que hice antes,
y lo que he hecho después. Una parte enferma de mí disfrutó entrando
en el juego repugnante de Aero.
―Saint —le digo, estirando la mano y apartándosela de la cara―.
Está... está bien. No ha sido culpa tuya.
Suspira y vuelve a mirarme.
―Y, para ser honesta —continúo suavemente―. Fue... fue mi parte
favorita de la noche.
Sus ojos llenos de preocupación se funden de nuevo en una sonrisa
fácil ante mi mentira. La reacción a esto será mi parte favorita de la
noche.
Se endereza y aprieto su mano entre las mías.
―Esto es tan mala idea —susurra, mirando nuestras manos―. Nos
meteríamos en tantos problemas si supieran que vine aquí y
prácticamente ataqué a un compañero Magnus Princeps.
Una burla amenaza con salir de mí, pero me la trago. A Santa le
preocupa la molestia de un beso cuando, literalmente, he estado a punto
de presenciar cómo un hombre de Dios abusaba de un niño de la forma
más horrible. La ironía de la Academia de la Alianza y de nuestra diócesis
en su conjunto cae sobre mí y la necesidad de descubrir la verdad, mi
nueva misión.
―¿Llueve el té? —pregunta con remordimiento, insinuando su
necesidad de dejar las tentaciones ante sí.
Sonriendo, levanto la mano de forma sugerente. Quiero que me
bese el dorso y me dé las buenas noches. Quiero sus labios sobre mí, pero
no como debería.
Hace exactamente lo que yo esperaba, me besa el dorso de la
mano con delicadeza, antes de despedirse, escabullirse por la puerta y
marcharse en su Jeep por la noche.
Observo desde la ventana cómo sus luces traseras se desvanecen
en la oscura noche. Una sonrisa de satisfacción se dibuja en mi rostro
mientras espero en el vestíbulo de mi casa. Ni siquiera me sorprendo
cuando huelo el familiar cuero y el notable azufre arrastrándose detrás de
mí.
He abrazado a mi hombre enmascarado. Lista para jugar sus juegos
junto con él.
Justo cuando me dispongo a girarme y mirar a Aero, siento que un
paño me tapa rápidamente la nariz y la boca. Un brazo se desliza
alrededor de mi pecho, sujetándome con fuerza a su duro cuerpo
mientras intento respirar a través de la sustancia química que asalta mis
fosas nasales.
―Tranquila, mi putita —me susurra al oído―. No me gustaría hacerte
daño mientras no estás lo suficientemente despierta para sentirlo.
Mis piernas se despegan de mí e intento luchar contra él mientras
me arrastra hacia atrás, pero mi visión se nubla y mi lucha se debilita a
medida que mis músculos se vuelven líquidos y me derrito en él.
Y luego, negro.
Capítulo 25
Reyes y Reinas

M
e siento en la silla, esperando. Observando.
Mueve la cabeza hacia un lado y su pelo negro le
salpica la frente y los ojos. Veo cómo agita las pestañas y
un débil gemido sale de su garganta.
Me preocupaba haberle puesto demasiada anestesia, pero me di
cuenta de que no había dormido bien desde antes de conocerme.
Necesitaba descansar. Y yo necesitaba tiempo para hacer lo que hago.
―Aero —murmura, y mi polla se hincha.
Me llama, ya sabe que estoy aquí. No me gusta que se sienta segura
conmigo. No debería. Me levanto de la silla y me acerco a su cuerpo, que
está esposado a los barrotes de hierro de la cama.
―Despierta, nena —le digo inclinándome sobre ella. Le quito el
cabello de los ojos y aprovecho para volver a lamerle la cara cuando aún
está un poco ida―. Tengo una sorpresa para mi preciosa niña.
Abre los ojos de par en par, orientándose, y el terror que necesito ver
vuelve a aparecer. Va a sentarse, pero sus muñecas tiran de las esposas
de la cama. Mueve la pierna y siente la cuerda que le he atado.
Inmediatamente, su pecho se agita y tira de todas las ataduras al mismo
tiempo, agitando su cuerpecito desnudo para mi placer visual.
―¡Ayuda! —grita―. Alguien...
Le tapo la boca con la palma de la mano.
―Nadie va a ayudarte, Briony. Nadie más que yo —le digo,
apretándole la boca. Le aprieto la nariz y veo cómo esos preciosos ojos
llenos de pánico se fijan en los míos bajo el pasamontañas. Intenta apartar
la cara de mi agarre, pero yo la sujeto con fuerza, cogiéndole el aire―.
¿Por qué no lo entiendes?
Veo que intenta doblar las rodillas hacia dentro, cerrando los muslos,
pero las ataduras tiran con fuerza, abriéndole las piernas. No puede
ocultar que esto la excita, su falta de control. Su precioso coño rosa está
a la vista. Bien depilado y resbaladizo, como si estuviera esperando a que
alguien lo viera y salivara sobre él.
Se le llenan los ojos de lágrimas y trata de calmarse mientras
contengo la respiración, parpadeando una vez como si comunicara que
lo entiende. Eso o que está empezando a sentir que la falta de oxígeno la
lleva a una nebulosa felicidad. Retiro la mano, dejándola respirar de
nuevo, y ella inspira rápidamente, sus pechos redondos y turgentes se
elevan.
―Ahora ya sabes cómo me siento cada vez que estoy sin ti —le digo,
golpeándole suavemente el costado de la cara con cada palabra―. No
puedo. Respirar. Joder.
Traga saliva, sus ojos van y vienen entre los míos, el miedo hace que
le tiemble el labio inferior.
―¿Ahora vas a castigarme? —pregunta en un tono entrecortado y
tímido―. ¿Por lo que hice?
Me enderezo por encima de ella, gratamente sorprendido por su
pregunta, mientras cojo la cinta adhesiva de la mesilla de noche.
Alargo la mano y le paso el pulgar por el tembloroso labio inferior.
―No, muñequita. No voy a castigarte.
Frunce el ceño y frunce las cejas, confundida. Veo cómo gira la
cabeza y sus ojos preocupados encuentran su muñeca, casi morada de
lo apretada que la tengo.
Necesita conocer el dolor. Su vida ha sido demasiado fácil hasta el
punto de que prácticamente se desmoronaría en otras circunstancias. No
puedo tener eso. No lo permitiré. Su fuerza viene de mí, empujándola más
allá del punto de comodidad.
―Voy a recompensarte —le digo, girando su barbilla para que
vuelva a mirarme―. Por ser tan buena chica, esparciendo mi semen por
sus labios como te pedí.
Parpadea para disipar sus inminentes lágrimas y yo le suelto la
barbilla. Saco una tira de cinta adhesiva, me subo la máscara por la boca
para dejar los dientes al descubierto y muerdo el borde hasta arrancar un
trozo decente. Ella se agita cuando le coloco la cinta en la boca y ahogo
otro grito.
―No puedo tenerte gritando durante el espectáculo.
Cojo el móvil de la mesilla y me vuelvo a poner la máscara de punto
en la cara.
―Ahora, tu sorpresa . —Busco el vídeo y subo el teléfono al soporte.
Gira la cabeza hacia su hombro todo lo que puede, intentando ver.
Le doy al play y vuelvo a acercarme al banco de su tocador,
apoyándome en los codos. Pongo las botas delante de mí, encorvado
para ponerme cómodo, mientras observo el espectáculo con placentera
satisfacción, excitado por ver su respuesta.
Sus ojos se abren de par en par cuando se ve a sí misma en la
pequeña pantalla. Está en una posición totalmente distinta a la actual.
Boca abajo, desnuda, con las extremidades extendidas sobre la cama.
Yo acababa de quitarle el vestido después de que se desmayara por la
anestesia. Está mirando a la cámara, con los ojos cerrados y los labios
entreabiertos, durmiendo plácidamente como la preciosa muñequita
que es. Me acerco a la cámara, arrodillándome en la cama entre sus
piernas, detrás de ella. Separo más sus muslos, con la cúspide de su
redondo culo justo debajo de mis pulgares.
Oigo un gritito salir de su garganta mientras sigue mirando, y me
hace sonreír. Sé que está preocupada por lo que está a punto de ver.
La idea de que esté a punto de ver cómo se la follan por primera vez
me hace desear haberlo hecho yo. Joder, quería deslizar mi polla en ese
agujerito apretado, pero sólo cuando esté lo bastante consciente para
sentir el dolor. La necesito allí conmigo para experimentar eso.
Tirando de la máscara hasta la nariz en el vídeo, me inclino sobre ella
a cuatro patas, lamiendo el lateral de su culo hasta la parte baja de su
espalda.
Entrecierra los ojos mientras mira a la cámara antes de cerrarlos con
fuerza. Respira con dificultad por la nariz y veo que sus rodillas intentan
cerrarse de nuevo. La necesidad de seguir mirando se apodera de ella,
así que vuelve a abrir los ojos y se concentra en la pantalla. Me observa
mientras sigo moviéndome encima de ella, lamiendo todos y cada uno
de los lugares que ha tocado ese pedazo de mierda.
Finalmente limpio su cuerpo, arrastrando mi lengua por toda su
suave piel blanca mientras yace inconsciente. Acercándome a la
cámara, me agacho cerca de su cara en el borde de la cama. Manos,
boca, lengua... todo sobre su cara, antaño perfecta. Lamo los lados de
su cara antes de lamer sus labios entreabiertos. Meto mi lengua en su
boca, lamiendo su lengua suelta mientras me froto sobre mis pantalones.
Un suave gemido escapa de su garganta mientras mira fijamente el
móvil.
―¿Te gusta ver cómo te toco, cariño? —Le pregunto, y sus ojos se
clavan rápidamente en los míos.
Parece una niña a la que han pillado con las manos en la masa. Por
desgracia, su emoción es palpable y se le nota en la cara.
Me levanto del banco y me acerco a ella, que está inmovilizada en
la cama. Despacio, deslizo los nudillos por su muslo tembloroso hasta llegar
a su coño hinchado y resbaladizo. Me mira preocupada mientras subo la
mano. Por fin, deslizo el dedo corazón por la húmeda raja y recorro su
clítoris hinchado.
Su cabeza cae contra el colchón y su cuerpo se retuerce debajo de
mí. Sopla por la nariz, gimoteando contra la cinta, y vuelve a levantar la
cabeza para mirarme.
―Eres un desastre —digo quitando el dedo.
Me lo froto por el labio inferior, luego lamo el lateral del dedo,
saboreando de nuevo ese dulce néctar.
Sus caderas se mueven al perder el contacto, como si intentara
buscarlo de nuevo. Le doy una bofetada rápida en el monte y ella se
sacude, tirando de las ataduras mientras la cinta adhesiva atrapa sus
gritos.
―Te vas a perder la mejor parte, puta codiciosa. —Sonrío bajo mi
máscara.
Respirando agitadamente, con los pezones ahora apretados, vuelve
la cabeza hacia el móvil.
Briony se mueve en el vídeo, su brazo tira desde encima de su
cabeza hasta que cae por el lado de la cama.
Me observa fascinada, con la frente arrugada por la preocupación,
tan insegura de lo que voy a hacerle a continuación.
Su mano se desliza entre el colchón, desapareciendo por un
segundo mientras yo me distraía fácilmente, lamiendo su espina dorsal.
No podía contenerme. Necesitaba lamer cada hueso de su columna por
debajo de su carne, rodando lentamente por su piel de sabor dulce.
Morder su carne de marfil y saborear esa sangre rica y metálica, algo con
lo que sueño al volver a verla. Quiero bañarme en ella como ella se bañó
en mí aquella noche que nos peleamos en la cocina.
Su mano vuelve a salir de entre el colchón con mi espada en la
palma. Como si fingiera estar dormida, de repente echa el brazo hacia
atrás y me hace un corte en la parte superior del brazo, hendiendo la piel.
Sus ojos se abren de par en par, observándola, y luego miran mi brazo,
que ahora está envuelto.
Es difícil ver exactamente lo que ocurre a continuación en el vídeo,
pero me pongo de rodillas y maldigo mientras ella se da la vuelta debajo
de mí. Vuelve a blandir el cuchillo para apuñalarme en el abdomen, pero
le agarro la muñeca a tiempo y se la retuerzo hasta que grita, dejando
caer el cuchillo al suelo con un ruido sordo.
Saco las esposas del bolsillo trasero y aprieto rápidamente una
alrededor de su muñeca antes de levantarle el brazo y cerrar la otra
alrededor de la barra de hierro de la cama.
Su cara está en shock al ver lo que claramente no recuerda que
haya sucedido. Por fin se corta el vídeo y sus ojos nerviosos encuentran los
míos.
―Eres una zorra mala, Briony, incluso cuando estás sedada. ¿No te
parece? —Me burlo―. Impredecible como el infierno. —Me pongo de pie,
caminando unos pasos para arrodillarme en el borde de la cama al
espacio entre sus muslos. La tengo dura como una piedra, lista para
descargarme sobre su pecho desnudo sólo porque puedo. Pongo las
manos a ambos lados de su cabeza, inclinado sobre su cuerpo desnudo,
saco la lengua y lamo la cinta adhesiva antes de decir―. Me encanta.
Murmura algo y vuelve a tirar de sus ataduras.
―¿Lista para hablar? —Pregunto, apoyándome sobre ella.
Ella asiente con la cabeza, calmando su cuerpo. Le arranco la cinta
de la boca mientras se sobresalta y cierra los ojos con fuerza.
―Responde a la pregunta, Briony —digo directamente, un nuevo
propósito en mi tono―. La elección es enteramente tuya.
Sus pestañas se abren, su mirada encuentra la mía y levanta la
barbilla para mirarme. Veo el fuego detrás de sus ojos. La determinación.
Todo lo que he estado alimentando. Manifestando.
―¿Quieres ser la débil putita de Saint o la poderosa reina de Aero?
Traga saliva y mira hacia abajo, hacia mi cuerpo, que se mantiene
sobre ella en una postura parecida a una flexión. Sus ojos vuelven a
encontrarse con los míos, contemplativos. Se lame los labios, calmando la
respiración antes de hablar.
―Nunca he querido ser una puta —susurra, mirándome
peligrosamente.
Detrás de mi máscara se forma una sonrisa y me entran ganas de
morderme el labio.
―O la reina de alguien —continúa, bajando el tono y levantando la
barbilla desafiante.
Oigo un ligero chasquido y los músculos de mi espalda se tensan
mientras mi columna se endereza.
―Soy un Rey.
Me mira con desprecio y, al soltar un brazo, siento el agudo dolor de
la hoja al golpearme el cuello.
Capítulo 26
Llámame tu Dios

A
ero es un psicótico. Loco. Obsesivo. Y por alguna extraña
razón, no puedo evitar sentirme totalmente intrigada por su
lado tóxico.
Verle limpiarme de las caricias de Saint en el vídeo me tenía en vilo.
El calor entre mis piernas se intensificó al verle acariciarme con esa
lengua, cuidándome a su asquerosamente extraña manera. Me cautivó
por completo. Embelesada por sus perversas maneras. Me dolía entre los
muslos, preguntándome si iba a follarme delante de la cámara,
esperando y rezando para que no lo hiciera y poder recordar la
sensación. No quería que me robara esa oportunidad, y sólo esa idea me
estremecía.
Pero no soy tonta, y él tampoco.
Aero me da todas las herramientas para tomar mis propias
decisiones. Me he dado cuenta de que le gusta inmovilizarme,
debilitarme, pero lo que realmente le excita es mi capacidad para
defenderme. Coloca las herramientas, esperando a ver si soy lo bastante
lista para jugar a su juego, y dejar una hoja de bisturí al alcance de la
mano tras los barrotes de hierro de mi cama era prueba de ello.
¿Esperaba que le apuñalara en el cuello con ella? Probablemente
no. Pero aquí estamos.
Rápidamente, me doy la vuelta y uso el bisturí para forzar la
cerradura del otro brazalete.
Le oigo levantarse del suelo y suelta una carcajada. El brazalete se
abre con un chasquido, liberando mi muñeca adolorida, y me inclino
hacia delante, serrando desesperadamente la cuerda enredada
alrededor de mi tobillo. Él me observa, de pie junto al borde de la cama,
meneando la cabeza mientras se lleva una mano a la nueva herida.
Le di en el músculo del cuello, no en ningún lugar vital. No estoy
tratando de matar al tipo. No conscientemente, al menos.
Lo que es una locura es que no recuerdo haber cogido ese cuchillo
en el vídeo. Lo había guardado desde que me lo dio, sabiendo que lo
necesitaría para salvarme en algún momento, sin pensar que era capaz
de hacerlo mientras salía de mi niebla. Estoy sorprendida de mí misma y
de la lucha que mantengo en lo más profundo de mi ser.
Libero mi pierna de la cuerda que me rodea un tobillo e intento
desatar la otra, cuando él me agarra de ambas muñecas, golpeándome
contra la cama. Suelto la navaja y le doy un rodillazo en el costado con
la pierna libre. Gruñe, pero pone todo su peso sobre mi cuerpo,
inmovilizándome con las caderas.
Los dos jadeamos, mirándonos peligrosamente a los ojos. Dos
animales salvajes. Uno inherente, el otro aprendido. Ambos salvajes en los
mundos en los que prosperan, encontrándose en el centro de una nueva
jungla. Un hambre que los enfrenta hasta que se convierte en un baño de
sangre intencionado de dominación.
Vuelve a sacudir la cabeza y me mira a la boca antes de volver a
mirarme a los ojos, con una expresión de alivio brotando de esas pupilas
dilatadas.
―Ahí está.
La forma en que lo dice, con una mirada orgullosa en su rostro, me
hace sentir como si cada botón que pulsa es sólo para este propósito.
Para sacar la oscuridad que hay en mí. Para exprimir mi fuerza ante él,
dejando que le ahogue a su extraña y masoquista manera. No debería
excitarme tanto, pero la idea de que Aero me empuje a ser la versión más
mala de mí misma me atrae demasiado por todas las razones
equivocadas.
―¿Estás lista para escuchar? ¿Listo para sentir? —me pregunta,
bajando lentamente las manos desde mis muñecas hasta llegar a la curva
de mi codo.
Suavemente, esas manos recorren mi piel a lo largo de la parte
superior de mi brazo hasta encontrarse con mi cuello. Lentamente, me
rodea el cuello con ambas manos, manchándome la piel con su sangre.
―Mereces florecer, Briony. Te mereces el placer y todos los deseos
que te han negado, enmascarados por las normas sociales destinadas a
retenerte.
―¿Quién eres? —Las palabras se escapan de mis labios sin pensar,
necesitando respuestas como mi próximo aliento―. Necesito saberlo.
¿Cómo me ha encontrado? ¿Por qué quiere esto para mí? ¿Quién
es el hombre bajo la máscara? Las respuestas importan ahora más que
nunca.
Sus ojos color avellana, rodeados de espesas pestañas negras, van
y vienen entre los míos, y observo el giro de su garganta bajo el tatuaje
de una rosa que asoma por debajo de la máscara de punto.
―Conocer a una persona significa entender sus intenciones. Creo
que sabes cuáles son las mías.
Trago saliva, escuchando atentamente.
―Ya nadie puede controlarme, y menos un Dios ficticio creado por
hombres despreciables para controlar a las masas. No permitiré que vivas
en este mundo de engaños cuando estabas destinado a mucho más.
Todo lo que dice tiene tanto peso, como si las personas concretas a
las que sugiere le hubieran agraviado de la peor manera posible.
―Te están mintiendo, Briony. No te quieren. Nunca lo hicieron.
Miles de preguntas rondan mi mente ante sus palabras.
―Pero te quiero. Te deseo. Ahora eres mía, igual que yo soy tuyo.
―Pero yo ni siquiera...
―Mataré a todos —interrumpe―. A cualquiera que se interponga en
tu camino para dejarte vivir.
Las palabras van directamente a mi centro y, sin siquiera pensarlo,
levanto las caderas para encontrarme con él, rechinando esa parte tan
sensible de mí contra él en busca de la fricción que tanto necesito.
Su necesidad de protegerme al tiempo que me permite prosperar
me ha hecho perder la cabeza por mi cuerpo.
―Lo sé, nena —me dice, mirándome los labios mientras su mano
áspera y callosa recorre la curva de mi pecho―. Me ocuparé de ese dolor
para que puedas volver a pensar con claridad.
Me da una palmada en el pecho que me hace sentir el pinchazo en
el centro, como un relámpago de intenso placer, antes de sorprenderme
volteándome bruscamente boca abajo. Con una pierna aún atada a la
cama, la cuerda alrededor del tobillo, me apoya sobre las rodillas,
sujetándome las caderas mientras se desliza por la cama detrás de mí.
Cierro los ojos, sin aliento, sintiéndome totalmente expuesta con el
culo al aire, desnuda y abierta ante él.
Sus manos suben lentamente por la parte posterior de mis muslos
mientras habla.
―El coñito más bonito que he visto nunca —dice, con la voz ya no
amortiguada por la máscara como antes.
Las palabras que utiliza son vulgares y horribles. Me separa los labios
con los dedos, abriéndome para su placer visual.
―Te voy a hacer daño —advierte―. Voy a follarte este coñito
apretado, rosado y puro hasta que esté hinchado y rojo, y te desmayes
del placentero dolor.
Se me encogen los dedos de los pies y jadeo al sentir cómo me
escupe. Le miro por encima del hombro, demasiado aturdida para
moverme. No creo que nada de esto sea normal. Pero tampoco sé lo que
es normal.
Lo único que veo es la parte superior de su máscara negra sobre su
cabeza antes de que mi cara caiga de bruces sobre el colchón cuando
su cálida y húmeda lengua recorre mi cuerpo.
―Oh, Dios —gimo ante la sensación que me está volando la cabeza.
Nunca he sentido nada igual. Su lengua suave, cálida y esponjosa
toca la parte más íntima de mí. Sus labios rodean mi clítoris mientras
succiona la parte que más me duele. Estoy ardiendo, quemándome por
dentro con la tensión que siento, tan apretada que podría reventar.
―Eso es —murmura dentro de mí, acariciándome de nuevo con la
lengua y haciendo los chasquidos más sensuales con los labios―. Llámalo.
A ver quién viene primero. —Vuelve a pasarme la lengua antes de
chuparme la parte sensible e hinchada con los labios―. Él, o yo.
Su dedo recorre mi raja y noto lo húmeda que está. Empujo el dedo
dentro de mí y muevo las caderas hacia atrás, apretando el edredón con
las dos manos sobre la cama.
―Aero —gimo, sintiendo que cojo su dedo y aprieto contra él.
Lo retira lentamente antes de que otro dedo se una a él. Esta vez
siento un ligero pinchazo cuando gira los dedos, casi probando hasta
dónde puede estirarme.
―Me lo llevo todo para mí —susurra, sacando los dedos y llevándolos
hasta mi agujero fruncido que se aprieta cuando lo toca.
Se siente tan ajeno, extraño e inherentemente equivocado, y no
puedo evitar desear que toque en cualquier otro lugar.
―Ahora te pertenezco —declara, antes de que sienta el agudo
escozor de un mordisco en la carne de mi culo.
Antes de que pueda reaccionar, siento su mano agarrarme el
cabello de la coronilla. Me echa la cabeza hacia atrás hasta que miro al
techo y me dice:
―Que lo sepas, Briony. No hay forma de escapar de mí.
Trago saliva, intentando respirar por la nariz para calmarme y no
gritar. No tengo el control y creo que no quiero tenerlo. Quiero escapar
de él, solo para que vuelva a perseguirme.
Vuelvo a sentir su boca sobre mí y un fuerte gemido gutural sale de
mi pecho. Es como si ya no pudiera controlar mi cuerpo. Él es el director,
dirigiendo el caos que es mi orquesta, y la música que crea es cada vez
más intensa con cada golpe de su hábil lengua.
Se me van los ojos a la nuca, siento el estómago tan apretado que
podría explotar internamente. Siento la ruptura a punto de estallar; la
ruptura, la cresta de la ola...
―No puedo... está pasando... —Respiro.
Su lengua lame mi raja antes de que un intenso movimiento me
haga vibrar mientras los dedos me llenan en el lugar que ansía ser llenado.
Con los ojos bien cerrados, me invade la sensación más intensa.
Nace en el bajo vientre y se extiende por toda la columna vertebral.
Contengo la respiración mientras me recorre, esta sensación eufórica y
alucinante que literalmente me paraliza. Grito, abrazándola.
Y entonces, tan rápido como me inundó, estoy entumecido por
todas partes.
Se me escapa el aliento de los pulmones mientras los dedos de mis
pies se enroscan en sí mismos y mis manos siguen aferrando la manta que
tengo delante.
Vuelvo a sentir que me tiran del cabello de la coronilla, sacándome
de mi nebulosa felicidad.
―Chupa —exige, inclinándose sobre mí con la lengua fuera.
Obedezco, rodeando su lengua con mis labios y saboreándome en
ella. Él gime cuando me salgo del extremo, sintiendo el peso de su pesada
polla apoyada en mi trasero a través de sus pantalones.
Rápidamente, sin pensárselo dos veces, se desabrocha el cinturón.
Lo coge y me rodea con el cuero la parte superior de los brazos, tirando
de ellos con fuerza hacia mi espalda. Todavía estoy arremolinada por mi
primer orgasmo provocado por un hombre que ni siquiera conozco,
cuando la sensación de su cálida y carnosa polla roza mi sensible e
hinchado clítoris por detrás.
―Llama a tu Dios ahora, chica de la iglesia —dice bruscamente―,
Porque después de ensuciarte como pretendo, vas a necesitar algún
salvador al que aferrarte.
Capítulo 27
Ese amor violento

N
adie podía retenerme.
Ni una puta persona.
No el capullo de mi jefe, Alastor Abbott. No mi pedazo
de mierda de padre, Callum. No mi tonto medio hermano,
Saint. Ellos la quieren muerta. Quieren desmenuzar su alma dulce e
inocente en el suelo, mientras que yo quiero romperla, reviviendo sus
pedazos en mi oscuridad.
La hermosa Briony es mía, y verla florecer ante mí me hace perder
todo el control que alguna vez creí poseer.
Está abierta de rodillas ante mí, gimiendo algo inútil entre las mantas,
probablemente deleitándose aún con las secuelas de su orgasmo
mientras yo me desnudo por completo, sin dejar nada más que la
máscara.
No creo haber visto un coño tan perfecto en toda mi vida. Grita
inocencia y pureza, y las ganas de destrozarlo son enormes, sobre todo
después de que se haya corrido en mi cara, dejándome hecho un
desastre como yo esperaba. Estoy atado a ella. Mis pelotas están
apretadas y pesadas como la mierda; mi polla, que ya gotea pre-semen,
dolorosamente adolorida y buscando alivio mientras cuelga robusta entre
nosotros.
Sé que está limpia. Es tan pura que duele. Hace años que no follo
bien, así que usar protección no me interesa. Si vamos a follar, voy a
sentirlo todo. A la mierda el resto.
Agarro la base de la polla y deslizo la cabeza perforada por sus
cálidos e hinchados labios. Ella responde con una sacudida, tirando de la
pierna, que sigue atada a la cama, así que le doy un sutil golpe en el
costado del culo como advertencia, y luego le sujeto la cadera.
―Vas a necesitar respirar a través de esto.
Empujo la cabeza de mi polla hacia dentro, forzándola en su
apretado coño, viendo cómo sus paredes se derrumban a su alrededor
mientras grita contra el colchón. Vuelvo a agarrarla por la coronilla y la
saco de la cama.
―No —gruño, apretando mi agarre―. Necesito oír a los ángeles salir
de tu cuerpo a través de tu garganta.
Suelta un sollozo, jadeando por la forma en que le echo la cabeza
hacia atrás. Le suelto el cabello y le cierro el puño cerca del cuello,
enrollando los largos mechones alrededor de la palma. Ella baja un poco
la cabeza y se apoya en los antebrazos, con la espalda arqueada hacia
mí.
La curva de su columna vertebral es jodidamente magnífica desde
esta perspectiva. Tomo mi mano libre y la paso por el arco de su espalda,
acariciando cada hermosa protuberancia de su columna. Jadea debajo
de mí, con los muslos temblorosos, esperando con solo la cabeza de mi
polla dentro de ella.
―Por favor, sé suave... —gimotea.
Me burlo.
―¿Por qué tenemos dolor si no podemos moldearlo en placer?
Tantas reglas arcaicas, tradiciones y pecados se están rompiendo,
junto con Briony en esta habitación. Todo lo que quiero es que ella sepa
que nada de eso importa. Quiero que se sienta despertada por una
nueva fuerza, más poderosa que el dios ficticio al que adora. Busco
desesperadamente darle el poder al que tiene derecho. El poder que
siguen intentando arrebatarle, adueñándose infinitamente de su mente y
su cuerpo.
Briony se convertirá en el arma que siempre estuvo destinada a ser.
Escupo sobre mi polla, mojándola más para introducirme con más
facilidad en sus paredes vírgenes. Veo cómo se le ponen blancos los
nudillos de tanto agarrarse al edredón, y me abro paso con fuerza y
rapidez.
Jadea, un grito escapa de su garganta mientras se estira para
acomodarme. Sus paredes se aflojan lentamente, pero el agarre es tan
fuerte que su coño me aprieta como un puño.
Gimo fuerte, olvidando lo bien que puede sentar el sexo mientras
ella grita entre gemidos.
―Joder, esta vista —gruño, retirándome ligeramente y viendo su
semen cubriendo mi polla, las curvas de su cuerpo debajo de mí gritando
de feminidad en su perfección―. Este cuerpo fue construido para el
pecado.
Acelero el ritmo, le suelto el cabello y me agarro a la gruesa carne
de sus caderas, introduciéndome en ella cada vez más deprisa,
dejándome llevar por la sensación de ser el primero en llegar. Mía.
Mis pelotas se tensan al chocar contra su piel, dejando seguramente
sus labios bien rojos por el asalto.
Grita con fuerza antes de que me incline sobre su espalda y le rodee
la boca con la palma de la mano. Sigo dentro de ella, y mi polla se
endurece aún más al sentir cómo me aprieta de nuevo.
―Cuidado —gruño―. No necesitamos ningún héroe que venga aquí,
tratando de salvarte.
Dice algo amortiguado en mi mano, pero lo supero. Estoy tan cerca.
Hacía demasiado tiempo que no sentía un coño tan apretado alrededor
de mi pene. He soñado con este día con ella desde que empecé a
acecharla, observándola a altas horas de la noche, imaginando el
momento en que se da cuenta de que su cuerpo está goteando para mí,
como ahora. Su excitación gotea como un puto grifo sobre mi polla.
Joder.
Con la mano sobre su boca, siento cómo sus dientes se hunden en
la piel de mis dedos, y es todo lo que puedo aguantar. El dolor, junto con
el placer, me lleva al límite. La violencia es mi lenguaje amoroso, y ella
habla mi lengua materna.
Voy a perderlo.
Me deslizo rápidamente fuera de ella, agarrando la base de mi
pene, me sitúo en el borde de la cama y le ordeno que se gire hacia mí.
Su pierna queda torpemente debajo de ella mientras se gira hacia mí,
con la cuerda aún sujetándole el tobillo. La pongo de rodillas ante mí y mi
enfermedad vuelve a apoderarse de mí.
Profanando todo en lo que esta dulce e ingenua muñequita cree, le
agarro el cuello con una mano, respirando con dificultad a través de la
máscara de punto que me encierra. Abre la boca y me saca la lengua
rosada como mi niña buena, dando por sentado que quiero que se
trague todo lo que estoy a punto de darle. Aprende rápido.
Sus lágrimas manchan sus mejillas mientras el cabello largo y oscuro
se le pega a un lado de la cara. Me mira, con el terror y la intriga
fundiéndose mientras la agarro por el cuello y la inclino hacia atrás.
Aprieto la punta de mi polla húmeda y, de pie sobre su cuerpo desnudo,
me libero sobre su pecho agitado.
Sartas de semen blanco y caliente brotan de mí, cubren sus pechos
y caen por su clavícula como un hermoso collar. Su rosario personal.
Las sensaciones me dominan y me veo obligada a caer hacia
delante, apoyándome en el colchón con la mano mientras intento
recuperar el control de mí misma.
Me levanto, recupero el aliento, me siento mareado y abrumado por
el inmenso placer mientras vuelvo a mirarla. Tiene la frente arrugada y se
lleva la mano al pecho. Toca el desastre que he hecho y se mancha los
dedos antes de extenderlos ante su rostro horrorizado. Sus ojos se dirigen
hacia los míos cuando retira los dedos, dejando solo el del medio. Las
arrugas de su frente se suavizan y sus ojos se entrecierran, dejando el dedo
empapado de mi semen ante mí.
Me está sacando de quicio.
Una sonrisa oscura se desliza por mi cara y me muerdo la comisura
del labio, conteniéndola.
―¡Hijo de puta arrogante e irrespetuoso! —grita.
Ah, así que mi dulce muñeca entiende el significado detrás del
collar.
―No actúes ahora como si lo despreciaras, cariño —le digo, dando
un paso adelante. Le agarro la mano con el dedo que aún tengo dentro
y la fuerzo hacia su boca, presionando firmemente sus labios contra los
dientes. Por fin abre la boca y veo con satisfacción cómo se la chupa―.
La evidencia de eso está mezclada justo ahí.
Vuelve la cabeza hacia otro lado, con el ceño fruncido y las lágrimas
amenazando con caer de nuevo.
Ojalá la sociedad no le diera tanta importancia a que las mujeres
pierdan la virginidad. A quién coño le importa. No tiene por qué ser un
gran momento monumental. Has follado por primera vez. ¿Y qué? ¿Llorar
por ello? Ridículo. Debería agradecérmelo de rodillas, llorando lágrimas
de alegría por dejar que fuera yo quien la desvirgara por primera vez.
Alguien que realmente se preocupa por ella, no un chico punk de la
escuela que finge amarla antes de dejarla como un mal hábito para el
próximo coño apretado que viene llamando.
Encuentro el cuchillo en el suelo y la libero de la cuerda. La agarro
por el brazo y la ayudo a levantarse. Está un poco inestable,
probablemente adolorida. Pero será una sensación a la que tendrá que
acostumbrarse ahora que la he probado.
Me acompaña y la guío hasta el oscuro cuarto de baño, donde la
luz de la luna apenas se filtra por la pequeña ventana de mosaico. Pongo
en marcha la ducha y el agua se calienta rápidamente; el vapor ondea
en el pequeño espacio mientras ella se queda de pie en un rincón,
tiritando, abrazada a sí misma.
Me quito la máscara y el cabello me cae revuelto sobre la frente.
Me paso los dedos por él mientras siento el calor de sus ojos en mi espalda.
Es curiosa. Sé que quiere conocer al hombre que acaba de darle la vuelta
a su puto mundo.
¿Pero está preparada para conocer mis secretos?
¿Qué bando elegirá cuando se conozca la verdad y se derrumben
todas sus creencias preconcebidas?
Seguramente no es el villano de su historia.
Estoy destinado a matarla. Literalmente me contrataron para
acabar con su vida.
Pero no puedo.
No lo haré.
Porque ella no es como ellos. Ella es como yo. Yo, antes de encontrar
mi voz en este mundo. El mundo destinado a controlar a aquellos que no
temían a un dios omnipresente que siempre está vigilando, exigiendo
perfección y miedo en sus súbditos.
Aquellos lo suficientemente inteligentes como para saber que un
dios no respondería a las plegarias de un joven que busca ganar un
partido de béisbol, mientras su hermanastro yace casi muerto, suplicando
por su vida en la calle a los hombres que su padre contrató para matarlo.
Los que se defienden de todo lo que intentaron quitarles mientras se
burlan de la religión que profesan.
Uno por uno, haremos lo que sea necesario.
Verlos caer de rodillas ante nosotros y rogar a su dios que los salve
antes de enviarlos a las profundidades del infierno al que temen
pertenecer.
Capítulo 28
Una Delicia

Y
a no estoy segura.
Confiada en lo que sabía que era verdad. Pero desde el
momento en que Aero empezó a correr el velo sobre mi
existencia, no supe qué pensar.
Una vez creí que podía hacer lo correcto ante Dios y ser salvado.
Que si amaba a los demás como me amaba a mí mismo, si me convertía
en la imagen de Él, le adoraba y acataba sus mandamientos, que Él me
recompensaría en la otra vida, sin vivir con el temor de un infierno
perjudicial que me esperaba. Un lugar donde el sufrimiento te atormenta
persistentemente. La condenación eterna. Donde la esperanza va a morir
y los pecadores cosechan lo que siembran.
Pero estos pecados de los que hablan; masturbación, fornicación,
pensamientos eróticos... No me parecen pecaminosos. Me parecen
naturales. Biológicamente naturales. Como si alguna fuerza en lo
profundo de mi constitución genética me condujera hacia lo inevitable.
Me siento desinhibida de una manera que nunca había conocido, y libre
de las ataduras que me rodean. Deseo la sensación del tacto de un
hombre. Anhelo la pasión de un beso. Tengo un deseo abrumador de
tocarme y explorar estos pensamientos y sentimientos siempre
cambiantes.
Pero ahí, en el fondo de mi mente, están los pensamientos que me
atormentan. Pecado. Pecaminoso. Pecador.
¿Quién determina lo que es moralmente correcto y lo que es
moralmente incorrecto? ¿De verdad no querría un Dios todopoderoso
que explorara sentimientos y emociones que me conectan
profundamente con otro u otros seres humanos antes de firmar un papel,
encadenándome a uno de ellos de por vida? ¿Por qué se considera
inmoral incluso pensar en el sexo? ¿Acaso no soy un ser inteligente
sediento de conocimiento del mundo que me rodea? ¿De verdad se
espera que me quede con la boca cerrada ante las atrocidades que
ocurren en la academia? ¿No tengo todo el derecho a cuestionar esos
pecados que dicen que estoy cometiendo cuando los suyos son
horriblemente peores?
Mi mente es un caos. La confusión se arremolina mientras intento
calmarme de los acontecimientos que acaban de tener lugar.
Mantuve relaciones sexuales prematrimoniales con un hombre al
que ni siquiera conozco, y lo más aterrador es que nada me parecía más
necesario.
Sintiéndome ligeramente perturbada, recuerdo lo que más disfruté
de él. El aspecto áspero de la mano en mi cara, las palabras
despreciables que pronunció, la contundencia con que me llenó más allá
del punto de comodidad, la forma grosera en que terminó. Me pareció
tan moralmente incorrecto y, sin embargo, la excitación de ser tomada
por alguien que parece no poder controlarse a tu alrededor me hizo sentir
necesitada de una forma que nunca había experimentado. Querida.
Deseada. Reclamada.
Vuelvo a sentir espasmos, mientras escalofríos recorren mi cuerpo. La
necesidad de apretar los muslos con fuerza y cubrirme los pezones que se
me ponen duros para siempre en su presencia, una necesidad absoluta.
Ahora entiendo el piercing. Lo sentí de una forma que ni siquiera
podía explicar. Aparte del dolor ardiente de ser estirada para acomodar
su tamaño, podía sentir el extremo del piercing rozando en algún lugar
interno. Un lugar que emitía pequeñas ráfagas de placer en medio del
insoportable dolor de todo aquello.
Había querido que mi primera vez fuera con un hombre que me
quisiera. Un hombre que fuera respetuoso y receptivo a mis necesidades.
Pero Aero no es nada de eso. Es rudo, crudo y descarnado, y como él dijo,
disfruta del dolor con su placer. Estoy segura de que un hombre como él
nunca ha conocido el amor, la palabra retirada de su vocabulario.
Estamos en el baño, donde nos está calentando la ducha. Le sigo la
corriente, porque ya no sé qué es lo normal. Se quita la mascarilla y me
pongo rígida.
Las luces están apagadas y la mínima luz de luna que entra por la
pequeña ventana no me ayuda a ver.
Me vuelve a agarrar del brazo y me arrastra bruscamente bajo el
agua caliente.
Sin mediar palabra, coge una botella, la abre y huele su contenido.
Lo vuelve a colocar, repitiendo el proceso hasta encontrar el aroma
adecuado.
Mi perfume.
Que sepa distinguir mi champú de mi gel de baño con sólo olerme
me revuelve el estomago
Olvido lo bien que me conoce. Me aterra, sobre todo reconociendo
el hecho de que literalmente no sé nada de él. Por eso no puedo
entender por qué me siento tan atraída por él.
Enjabona mi cuerpo desnudo y sus manos me recorren con suavidad
y cuidado. Su erección ha vuelto como si nunca se hubiera ido, el enorme
órgano rebota en el aire entre nosotros, rozándome la cadera mientras
sus manos lavan sus restos en mi pecho, antes de masajearme
suavemente los pechos. Me acaricia los pezones con los pulgares
mientras parece estudiar mi cuerpo en la oscuridad.
Por muy adolorida que esté, hay una parte enferma de mí que ansía
más. Quiero volver a experimentar esa sensación de plenitud. Esa
sensación de estar tan estrechamente conectada a alguien en forma
física hasta el punto de perderme en una niebla llena de placer. La
euforia; inigualable.
Quiero volver a experimentar esa sensación de felicidad. Es un
subidón como nunca he experimentado. La sensación de atravesar por
fin ese amasijo de lujuria y alcanzar la recompensa definitiva.
Aprieto las piernas mientras el agua rebota en su espalda,
golpeándome indirectamente. Me estremezco y él se da cuenta
enseguida.
Respira con más fuerza que hace un minuto, mientras sigue
pasándome las manos enjabonadas por todo el cuerpo desnudo. Me gira
para que mi frente esté en línea directa con la alcachofa de la ducha, se
coloca detrás de mí y se echa más jabón en la palma de la mano. Me
estremezco cuando sus dedos tocan el interior de mi muslo.
―Deberías saber que estás a salvo conmigo —me susurra al oído, sus
dedos suben hasta mi centro―. Hace años que no follo.
Se me encoge el corazón ante el comentario. Pensé que quería
decir que me protegería y cuidaría en mi estado vulnerable, pero no.
Quería tranquilizarme sobre las ETS, ahora que ya no puedo hacer nada
al respecto. Qué tonta soy.
Mi frustración conmigo misma se apodera de mí y le doy un codazo,
apartándolo de mí para distanciarme bajo el agua. Cojo el jabón y me
enjabono, me lavo el cuerpo con mis propias manos y me limpio de él y
de su contacto.
―Briony, no —me advierte, agarrándome de la mano antes de forzar
mi espalda contra la pared de la ducha, su cuerpo inmovilizando el mío―.
Permíteme esto.
Miro fijamente la sombra de un hombre, preguntándome por su
necesidad de cuidarme a su peculiar manera. Relajada, permito que me
lave. Se toma su tiempo, casi memorizando cada parte de mí mientras
esas manos ásperas me acarician ahora el pecho, el vientre, los brazos,
incluso las manos entrelazando sus dedos con los míos.
Entrecierro los ojos y vuelvo a mirar hacia su sombra, intentando
distinguir su rostro, pero es inútil. No veo nada.
Pero puedo sentir.
Levanto las manos después de que se haya quitado el jabón y le
acaricio la mandíbula cincelada. Siento cómo se aprieta bajo mis palmas
mientras él se queda rígido en su sitio, congelado como una estatua. El
agua me salpica en la cara, así que cierro los ojos y dejo la boca
entreabierta mientras me cae por los labios.
Le toco, recorro con las yemas de los dedos el puente de su nariz
hasta llegar a sus labios entreabiertos. Su respiración se entrecorta y su
erección se apoya en mi vientre.
Levanto la mano y busco sus cejas con la punta de los dedos. Noto
una suave elevación hacia el exterior de la izquierda y mi dedo se detiene
allí. La protuberancia carnosa parece una cicatriz profunda.
Recorriéndola a lo largo, descubro que reaparece en lo alto de la
pronunciada curva de su pómulo. Internamente, me hago una imagen
de él en mi mente. El corte afilado de una mandíbula poderosa, el cabello
oscuro, la gran cicatriz que atraviesa sus hermosos ojos color avellana, la
cicatriz adicional junto a los labios inferiores y la débil cicatriz que recorre
el lado derecho de la mandíbula. He visto fragmentos de él tras diferentes
máscaras y, juntándolo todo, intento crear su imagen en mi mente.
Nunca había visto a nadie como él.
―¿De dónde vienes, Aero? —susurro, mientras mis dedos descienden
desde su mandíbula hasta su cuello. Noto las cicatrices que salpican su
carne, cubiertas por la tinta que ha pintado sobre un pasado demasiado
duro para alguien como yo.
―De ningún sitio bueno —responde, apoyando la cabeza contra la
mía mientras el agua resbala por sus mechones sobre mí.
Me muerdo la comisura del labio, preguntándome qué podría
significar eso. ¿Por qué ha pasado este hombre para convertirse en el
asesino despiadado y psicótico que tengo ante mí? Hay algo de corazón
ahí dentro. Tiene algo parecido a un alma. Es evidente en la extraña
forma en que se preocupa por mí, la extraña forma en que me protege
de elementos desconocidos.
―Pero no importa de dónde vengo. Porque estamos aquí. Nos
encontramos el uno al otro —dice, y sus manos bajan por mis brazos hasta
llegar a mis muñecas. Las levanta por encima de mi cabeza, sellándolas
a la baldosa detrás de mí―. Y ahora no vivirás sin mí.
Mis ojos se abren ligeramente ante su franqueza.
―Lo digo en serio, Briony. Tendrás que apuntar mejor la próxima vez
—dice en tono burlón―. Si quieres una vida en la que no esté yo, tendrás
que matarme tú misma. Soy tuyo, y tú eres mía para siempre.
Mi pecho se agrieta ante sus palabras. Es demasiado. La obsesión.
Es una locura. Es tóxica. Está haciendo que mi cuerpo cobre vida de
nuevo.
Inclina el cuello hacia delante, girando la cabeza hacia un lado.
―Lámeme —exige, colocando la herida de mi pequeño
apuñalamiento ante mi boca―. Cura tu daño.
Es tan primitivo. Tan animal por naturaleza. Me pide que lama sus
heridas. La herida que yo creé. Está loco, y parece que no puedo tener
suficiente. Atraída por él como la polilla suicida a una llama sabia.
Me aprieta las muñecas con las manos y hunde la cabeza en mí,
abriéndose a mi curación. Me detengo un momento, respirando
agitadamente entre los dos. Separo los labios, saco la lengua y lamo la
zona con la lengua plana. Al sentir el amargo sabor metálico de su sangre,
gime y se aprieta contra mí, con su erección presionándome la cadera.
Vuelve a ponerse derecho ante mí y me suelta los brazos, que caen
con fuerza a los lados. Agachándose, me agarra por detrás de los muslos,
me levanta y me golpea la espalda contra la pared de azulejos de la
ducha mientras todo el aire abandona mis pulmones. Envuelve mis muslos
alrededor de sus caderas antes de agarrarme el cabello mojado con una
mano y tirar de él hacia atrás, entregándole mi cuello.
Ahora tengo toda la cara bajo la alcachofa de la ducha, mientras
toso y escupo agua. Me sujeta por debajo, observando, escuchando con
fascinación antes de que sienta la cabeza de su polla alineada con mi
entrada. Vuelve a empujar dentro de mí y un ruido estrangulado sale de
mi garganta. La incapacidad para respirar hace que me concentre en
otra cosa mientras el dolor de estirarme a su alrededor vuelve a
apoderarse de mí. Me agarra por el muslo, cerca de la cadera, y me
penetra una y otra vez, indefensa ante su placer.
―Demuéstrame que puedes conmigo —gruñe, nuestra piel choca
violentamente mientras me folla a su ritmo.
Un ritmo loco.
Siento que me ahogo. La imposibilidad de respirar me ahoga. Su
mano me suelta el pelo, sólo para taparme la boca y la nariz con la
palma. Me quita el aire por completo mientras siento que me aprieto
internamente contra él. Gime con fuerza, y el sonido es totalmente
estimulante, lo que hace que me apriete más, y que el dolor ardiente sea
sustituido poco a poco por un electrizante recuerdo de la euforia que he
experimentado.
Veo borroso y, justo cuando siento que todo a mi alrededor se
oscurece, que el ardor de mi pecho y mis pulmones se funde en una
sensación de entumecimiento, él suelta la mano y golpea con la palma
la baldosa que hay detrás de mí. Empuja sus caderas hacia mí con
movimientos largos y duros, y mis pesados pechos rebotan salvajemente
entre nosotros. Jadeo mientras me sujeta contra la pared con su larga y
gruesa polla atravesándome.
Vuelvo a sentir el roce del piercing en ese punto y los ojos se me
ponen en blanco mientras me esfuerzo por concentrarme en eso y no en
la sensación de ser desgarrada por un hombre despiadado que toma lo
que necesita. Primitivo. Animal. Nada puede alejarlo de mí.
Como un rayo, me golpea el placer que me invade. Es rápido, pero
me golpea más fuerte que nunca. Grito, clavándole las uñas en los
hombros, antes de arrastrarlas por sus brazos, mientras se me escapan
sonidos que nunca había imaginado que podría emitir.
―Joder —sisea ante mi necesidad de desgarrar su carne,
volviéndose descuidado con sus movimientos.
Me aprieta con fuerza, quieto en lo más profundo, mientras se libera
dentro de mí.
Me duele la espalda por el roce de las baldosas mojadas, tengo el
coño hinchado, en carne viva, dolorosamente adolorido, y seguramente
tendré moratones donde me clavó los dedos en los muslos. Me quedo sin
aliento cuando se saca y me deja los pies en el suelo de la ducha.
Se inclina, me separa los muslos con las manos y me estremezco al
contacto. Puede que esto no acabe nunca. Puede que nunca pare. Me
dijo que tendría sed de él, pero parece que yo soy la comida de la que
tiene un hambre infinita.
No tiene suficiente.
Unos labios suaves rodean mi clítoris hinchado, y él lo chupa en su
boca con fuerza antes de rozar sus dientes.
―¡Ah! —grito ante el sensible dolor―. ¡Es demasiado, por favor!
La palma de mi mano choca contra la pared mientras la otra agarra
el largo cabello de la parte superior de su cabeza. Con su cálida lengua,
me lame todo el cuerpo antes de meterme la punta. Me tiemblan las
rodillas y, cuando estoy a punto de deslizarme hasta el fondo de la ducha
y caer rendida de cansancio, él se levanta y me rodea la espalda con un
brazo, estrechándome contra él.
Me agarra la cara con una mano y me mete los dedos en las mejillas
hasta que me veo obligada a abrirle la boca. Insegura de lo que viene a
continuación, siento cómo se corre en la boca.
Antes de que pueda reaccionar a la cruda acción, su boca está
sobre la mía, su lengua busca la mía en el beso más erótico y
estremecedor que he experimentado jamás.
Sus labios se separan y su hábil lengua recorre los míos. Saboreo su
semen en mi lengua y huelo mi aroma en sus labios mientras las
consecuencias de lo que hemos hecho se arremolinan entre nuestras
lenguas. Una deliciosa danza al son del dulce y seductor pecado.
Se echa hacia atrás, respirando con dificultad.
―Sabemos tan bien juntos. —Me golpea suavemente un lado de la
cara con la palma antes de sujetarme la mandíbula con fuerza―. Una
puta delicia.
Me quedo ahí de pie, apoyado en la pared para apoyarme,
preguntándome cómo he podido caer en este lío. La fuerza centrípeta
de mis acciones hace que mi cabeza se arremoline en un paraíso recién
descubierto. Uno que permite la unión de dos seres a través de una
sexualidad explorada y liberada de la idea de la restricción pecaminosa.
Ahora estamos en nuestro propio espacio. Una combinación de Cielo e
Infierno, creada especialmente para santos y pecadores como nosotros.
El cansancio acaba por vencerme y lo último que recuerdo son sus
poderosos brazos llevando mi cuerpo inerte hasta la cama.
Capítulo 29
La Zorra de Briony

M
e despierto en una habitación vacía.
No soy tan estúpida como para pensar que pasaría
la noche conmigo. Aero no es el típico amante sensible y
cariñoso. Mimos; otra palabra irrelevante para él.
Pero puedo decir sinceramente que la idea de despertarme
rodeada por los brazos de Aero era algo con lo que había soñado. Un
abrazo protector de un hombre que se preocupa a su extraña manera.
Ahora, despierta, siento su pérdida. Su ausencia se hace notar en lo más
profundo de mi ser, y eso me deja totalmente confundida.
Históricamente, ha mantenido sus hábitos habituales. Hay un
mensaje esperándome. Otra forma de comunicación de mi devoto
acosador, clavado en mi puerta con otra navaja atravesada.
Supongo que esta es la versión de Aero de un texto de la mañana
siguiente.
Recojo las mantas alrededor de mi cuerpo desnudo y me levanto de
la cama, sintiendo el dolor entre las piernas. El dolor que mi acosador me
prometió que solo duraría mientras siguiéramos juntos. Soy tuya, y tú eres
mío para siempre.
Caminando hacia la puerta, veo la escritura arrugada y angustiada,
el papel que parece arrugado y rasgado con mano despiadada.
1 Juan 1:9-10: Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo y nos
los perdonará y nos purificará de toda maldad. Si afirmamos que no
hemos pecado, le hacemos pasar por mentiroso y su palabra no tiene
cabida en nuestras vidas.
La palabra CONFESAR está escrita encima de la página con ese
mismo bolígrafo rojo agresivo, los golpes de tinta gritan la violencia de la
mano que la escribió.
Agarro el mango de la hoja y lo envuelvo lentamente con la mano,
sintiendo una sensación de excitación. Ni siquiera estoy segura de qué es
lo que me hace sentir viva por dentro en este momento. Si es la idea de
que su áspera mano, que no sólo ha matado por mí, sino que me ha
proporcionado el máximo placer, acaba de rodearla, o que tengo otro
acertijo ante mí.
Me he vuelto asquerosamente embelesada por sus juegos. Los
juegos enfermizos de un hombre retorcido destinado a hacer daño que
una vez temí y aborrecí. Mi mente se desboca, el miedo bajo mi carne se
convierte en una energía poderosa que necesita un escape. Estoy
aprovechando cualquier poder que me esté dando, y la intriga de todo
ello mezcla el terror y la excitación en algo que aún no he comprendido.
Me andaré con cuidado, sabiendo que hay tanto oculto bajo su
superficie que estoy destinada a despertar.

Sentada en los escalones de mi porche, compruebo de nuevo mi


teléfono, viendo pasar más tiempo sin llamadas de Saint.
¿Dónde está?
Tenía que recogerme hace diez minutos y nunca llega tarde. No es
su estilo. Es un tipo puntual, siempre llega temprano y puntual. Mis nervios
se encienden al preocuparme por el beso que compartimos en la cocina.
Es muy posible que lo que haya sentido, la tentación, la lujuria, lo haya
espantado. Que el breve intercambio fuera suficiente para que se diera
cuenta de que no merecía la pena estropear su futuro por las hormonas
que se le agolpaban al pensar en nosotros juntos. ¿Pero no llamar? No
parece algo que él haría.
Al llegar al estacionamiento del instituto, sintiendo el nerviosismo en
las tripas, me bajo del auto, esta vez con el atuendo apropiado.
Necesitaba ropa interior nueva después de deshacerme de las tiras
mutiladas por Aero.
Ahora me acerco al edificio con secretos. Secretos de pecado y el
engaño de quien digo ser. Aquí ya no soy inocente. Sé lo que debo hacer.
Se supone que debo confesar esos pecados, darlos a conocer, implorar
el perdón del mismísimo Dios todopoderoso. Pero incluso la idea de
revelar mi verdad a los hombres que han estado esperando ansiosamente
mi caída me da motivos para la decepción.
Los ojos me encuentran entre los grupos reunidos cerca de la
entrada. Susurros de palabras flotan en el aire cercano, y el ciclo
continúa. Es como si nadie hubiera desechado los rumores del mensaje
de la pintada. Las habladurías sobre mí siguen circulando, y el peso de su
juicio intenta agobiarme.
Los alumnos pasan a mi lado a diestro y siniestro. Ojos de asco me
golpean con más fuerza que antes. Al acercarme al aula, veo una nota
en la puerta. Las luces de la delgada ventana que hay junto a ella están
apagadas.
La clase se cancela hasta nuevo aviso.
Miro el mensaje manuscrito pegado a la puerta y suspiro. Algo va
mal. Algo ha ocurrido.
Con determinación, me encamino por el pasillo contrario en busca
del diácono para obtener algunas respuestas. Doblo la esquina en
dirección a las oficinas y me encuentro con un cabello castaño claro y un
rostro familiar que me detiene en seco.
―Brady —susurro sin aliento.
Baja la cabeza, apretando sus libros contra el pecho, cubriendo la
cresta de su uniforme mientras sigue caminando junto a mí, fingiendo
como si no acabáramos de cruzarnos los ojos por un momento, abriendo
la herida cerrada demasiado pronto.
Camino en su dirección y me detengo justo delante de él. Intenta
rodearme, pero le detengo por el hombro.
―Suéltame —suplica en voz baja, el miedo brotando de sus grandes
ojos mientras mira a mi alrededor.
Le arrastro por otro pasillo cogiéndole por el brazo y tropieza al
seguirme.
―Dime qué está pasando, Brady. Aquí estás a salvo. Conmigo —le
digo, tratando de tranquilizarlo―. ¿Qué te ha estado diciendo el obispo
Caldwell? ¿Qué ha...? —Me trago lo que parecen puñales y vuelvo a
intentarlo―. ¿Qué te ha...?
Apenas puedo digerir lo que he visto. Ni siquiera puedo terminar la
frase. La verdad en este joven aterrorizado seguramente me hará
enfermar.
―Nada que no mereciera —responde con seguridad.
―Brady. —Sacudo la cabeza y miro hacia el pasillo para asegurarme
de que no nos observan―. Lo que está haciendo... Está mal...
―No lo entenderías —me suelta, interrumpiéndome―. El Obispo
Caldwell me está ayudando. Ayudándome a buscar la rectitud. Estoy
agradecido por su amor y apoyo para devolverme al camino correcto. El
camino hacia Cristo.
Se me rompe el corazón dentro del pecho mientras hierve la rabia.
Está completamente convencido de que se lo merece. Lo que sea que
Caldwell le haya estado escupiendo ha cuajado, y Brady ve cualquier
terapia religiosa que Caldwell le esté proporcionando a puerta cerrada
como su redención. Su salvación. Los poderes le han lavado el cerebro.
―Esto no está bien. No es la manera, Brady. Alguien tiene que
saberlo. —Me mira fijamente, el dolor en sus profundos ojos marrones es
bastante evidente.
―No —dice bruscamente, apartando el hombro de mí―. Por favor,
déjame en paz. No quiero molestar a nadie.
Me pasa rozando por el pasillo, filtrándose de nuevo entre la mezcla
de estudiantes, mezclándose de nuevo como le apetece.
Exhalo un suspiro de frustración y necesito encontrar otra forma de
llegar hasta él. Mientras contemplo con quién hablar, mi mirada se posa
en una habitación situada unas puertas más abajo, la luz de la delgada
ventana cercana a la puerta se derrama sobre las baldosas del pasillo.
Entrecierro los ojos y me dirijo a la clase. Al asomarme por la ventana,
veo a Saint en el estrado de la cabecera del aula y me invade los nervios.
El calor me sube por el cuello y me inunda las mejillas mientras tiro de la
manilla de la puerta, empujándola. Levanta la cabeza y sus ojos se cruzan
con los míos. Me mira fijamente durante un minuto antes de fulminarme
con la mirada. Parpadea y vuelve a bajar la mirada hacia los papeles
que tiene delante, revolviendo las hojas de trabajo.
Está enfadado conmigo. ¿Por qué está enfadado?
Me acerco a él mientras algunos alumnos empiezan a sentarse
detrás de nosotros. Vuelve a mirarme y su mirada es más suave. Es una
expresión de dolor. No de odio, sino de dolor.
―Se supone que no deberías estar aquí ahora —dice fríamente, con
su falta de emoción presente.
Estoy confundida. Sí, lo invité a mi casa a tomar el té por la noche,
pero vino. Sí, lo besé, pero él me devolvió el beso. Me atrajo hacia él,
queriendo más. No dejaré que se salga con la suya volviéndose contra mí
para salvar su nombre, si eso es lo que está haciendo.
―¿Por qué no me llamaste esta mañana? Habría estado bien saber
que no pensabas recogerme. —Miro alrededor de la nueva habitación―.
O que ibas a dar clase sin mí. ¿Qué pasa, Saint?
No lo soporto. Odio la sensación de que se aleje de mí. Se ha
convertido en alguien en quien me he apoyado, dando la cara por mí
cuando el diácono me trataba injustamente. Quiero que volvamos a ser
lo que éramos. Una amistad incipiente que, a decir verdad, estaba
floreciendo en algo totalmente imprevisto. La idea de perderlo en medio
de todo lo demás en este momento me asusta, y no estoy segura de qué
hacer con eso.
―No creía que fueras así —dice moviendo la cabeza con
incredulidad.
―¿Cómo qué?
―Vengativa —dice la palabra como si supiera mal―. Sabes que yo
no escribí esas palabras. Te dije que yo no estropeé tu ceremonia. No he
sido yo. —Suspira frustrado―. Pensé que eras sincera, y creo que eso es lo
que más duele. Porque me importabas, Briony. Realmente me
importabas. Por alguna estúpida razón, todavía me importas —susurra,
poniendo cara de repulsión mientras revuelve la carpeta que tiene
delante.
Arrugo las cejas, confundida. Se aclara la garganta y mira detrás de
mí mientras se amontonan más estudiantes.
Sacudo la cabeza.
―Saint, ¿qué estás...?
―¡Briony!
Oigo mi nombre detrás de mí, me giro y veo a Mia en la puerta. Me
hace señas con la mano para que me acerque, con los ojos muy abiertos
por el pánico.
Mia está un curso por debajo de nosotros, por eso sigue asistiendo a
clase. Pero sus clases están en el otro lado del edificio, y por eso no
entiendo por qué está aquí ahora, fuera de esta habitación.
Me detengo un segundo y me alejo de Saint cuando llama la
atención de la clase que tiene delante. Una clase de la que, claramente,
ya no formo parte.
Mia me empuja hacia ella antes de agarrarme de la muñeca y
guiarme hasta la esquina del pasillo. Me acerca a las casilleros y me
impide ver a los demás alumnos que se dirigen a clase antes de que suene
el timbre.
―¡¿Quieres decirme qué ha pasado?! —susurra frenéticamente―.
Todo el mundo está hablando de ello. Sabía que eras competitiva, Bri,
¡¿pero esto?! Esto es... bueno, sorprendente. Especialmente para ti.
―Dime de qué estás hablando —exijo, impaciente.
―Quiero decir, sé que siempre has pensado que le gustabas, pero
incluso yo pensaba que a Saint le gustabas de verdad bajo la superficie.
Asumí que los juegos de acoso eran sólo su pobre intento de coquetear.
―¡Mia! —Grito, haciendo que mire hacia el pasillo y vuelva,
haciéndome callar―. ¡Dime de qué estás hablando!
―Esto —dice, sacando su teléfono del bolsillo trasero.
Desliza el dedo por la pantalla y se reproduce un vídeo.
El corazón se me cae al estómago, que inmediatamente se me cae
al suelo cuando siento que las paredes de la escuela se derrumban a mi
alrededor.
―Oh, no. No, no, no —digo sin aliento, llevándome la mano a la
boca.
Le quito el teléfono y mi corazón se acelera al ver un vídeo en el que
aparezco besando a Saint en la cocina. Hay una imagen clara de mi
mano acariciando su erección en los pantalones, como si hubiera
configurado mi teléfono para grabarlo, con las palabras escritas debajo
de la publicación en alguna plataforma de redes sociales: ¿LA PUTA DE
SAINT O LA ZORRA BRIONY?
Parpadeo hacia Mia, que me mira fijamente, con la preocupación
grabada en el rostro.
―Yo no hice esto, Mia. Yo nunca...
―¿Briony Strait?
Cierro los ojos con fuerza, de cara a ella, mientras oigo al diácono
pronunciar mi nombre por detrás. Abriendo lentamente los ojos de nuevo,
veo a Mia arrugar las comisuras, temiendo la ira a la que estoy a punto
de enfrentarme. Inspiro profundamente, dejándolo salir, antes de girarme
para mirarle.
―Confesionario —dice simplemente, girando sobre sus talones y
dirigiéndose al pasillo.
Se dirige a la iglesia de al lado, esperando a que le siga.
CONFESAR
Otro mensaje. Otra trampa. La palabra del hombre que
continuamente me atormenta de la forma más aparentemente
engañosa. La pintada, la caja fuerte, el vídeo...
Justo cuando creo que hay algo más en Aero, que disfruto de la
emoción de sus retorcidos juegos, me retracto y me siento manipulada.
Utilizada como nada más que una pieza empujada y tirada a ciegas,
esencial para su sucesión.
Necesito más de él. Necesito respuestas. Necesito lo que me han
privado.
La verdad.
El pasado de Aero le alcanzará de un modo u otro.
Pero depende de mí utilizar las herramientas que me han dado hasta
ahora para controlar mi propio destino.
Ahora más que nunca.
Capítulo 30
Confesiones

M
e siento en silencio, la madera oscura que me rodea
amenaza con excitarme con pensamientos sobre la
muerte y la agonía.
Un ataúd que encapsula la muerte del libre albedrío y los
pensamientos voluntarios. Extrañamente apropiado.
Ahora conozco el plan. Tras salir de casa de Briony en la madrugada,
me dirigí a la discoteca para visitar a Nox y ver si se había colado alguna
información nueva mientras los hombres ricos se emborrachaban y
discutían temas de conversación destinados a permanecer a puerta
cerrada.
Estos idiotas no tienen ni idea de que algunas mujeres que trabajan
para Nox, a las que miran como objetos inútiles, son básicamente
informantes a sueldo para él. Prosperan en la tierra del cotilleo. El único
problema es que algunas de ellas han conspirado con la escoria
adinerada de esta ciudad, disfrutando de las ventajas de unos cuantos
miles de dólares para mantener bajo llave sus secretos más profundos y
oscuros.
Eliminarlos ha sido divertido para Nox. El hombre es exigente y
despiadado cuando se trata de que alguno de sus empleados obtenga
dinero de fuentes externas. Encuentra sus propias formas creativas de
hacerles pagar sus deudas, dejándome ver para mi disfrute.
Por suerte para mí, bastó una mamada para que el tesorero de la
Academia Covenant soltara los labios.
Después de correrse por toda la cara de la informante no oficial de
Nox, reveló que Callum Westwood estaba cansado de esperar a que el
arma secreta de Alastor Abbott se ocupara de los asuntos. La iglesia
también se estaba inquietando, sobre todo después de toda la
controversia que rodeaba a Briony y sus escandalosas costumbres. Estaba
arrastrando con ella al sano Saint, el elegido, al futuro de esta parroquia.
Tal como pretendía.
Lo que hizo que difundir ese vídeo en las redes sociales fuera una
decisión sencilla para mí, y aún más esencial para su libertad. Por
desgracia, el vídeo no fue suficiente para destruir la reputación de Saint.
La zorra que intentó apartar de Cristo al futuro obispo de La Alianza
tendría que pagar por sus ofensas. La mismísima Muñeca del Diablo.
Cuando los hombres se ven arrinconados, se ven obligados a luchar.
Callum está en su rincón en este momento, inquieto y cansado, la verdad
de sus decisiones pasadas a punto de salir a la luz. La presión en su castillo
estaba creciendo hasta el punto de combustión, y saber que una guerra
estaba sobre mí era mejor que preguntarse cuándo o dónde atacaría a
continuación.
Yo le empujé a ello, y la paranoia de Alastor por los documentos
desaparecidos de su caja fuerte fue el punto de inflexión. Los secretos que
mantienen unida a esta institución están al borde del colapso. La
oligarquía, destinada a plegarse. Los mártires de la moralidad, al borde
de la última exposición.
Las voces llegan a la iglesia y su tono resuena en los altos techos
abovedados, donde los ángeles de ojos ennegrecidos aún revolotean,
cortesía de un servidor.
―No, ahora no —oigo decir al diácono―. Ve a clase. Las confesiones
continuarán mañana.
Los pasos siguen acercándose cuando la oigo preguntar:
―¿Dónde está el obispo Caldwell?
Inquisitiva, ella es, sabiendo lo malo que está haciendo el diácono.
―Está asistiendo a los hijos de Dios, Briony.
Las grandes y pesadas puertas de la iglesia se cierran de golpe una
vez más, dejando un extraño eco en la enorme catedral.
―Si se trata del vídeo, entonces Saint también debería estar aquí —
declara Briony, pero los pasos no hacen más que seguir acercándose a
la estrecha caja en la que estoy retenido.
El picaporte de latón de la puerta de madera contigua a la mía se
abre cuando el diácono entra en el pequeño cubículo situado a mi
izquierda.
―Sólo el obispo puede realizar este sacramento —continúa ella,
intentando llamar su atención, pero él no la escucha. Ya está dentro.
Vamos Briony. Confiesa tus pecados como te pedí.
―Ahora —ordena desde el otro lado de la cabina.
Hay vacilación en su silencio. Sabe que esto no está bien. Es
consciente del peligro que se cierne sobre ella y, sin embargo, algo en su
mente le dice que confíe intuitivamente.
No al diácono.
En mi.
Finalmente abre la chirriante puerta de madera que da al oscuro
espacio y la cierra lentamente tras de sí antes de ir a sentarse en el banco
que hay debajo de mí.
Aterriza en mi regazo y, antes de que pueda emitir sonido alguno, le
tapo la boca con la mano. Salta sorprendida, pero mi otro brazo aprieta
su cuerpo contra el mío.
―Shh —le susurro al oído.
Entra en pánico y sus músculos se tensan bajo la camisa blanca del
uniforme mientras lucha por zafarse de mi agarre.
No puedo controlar el movimiento de mis caderas dentro de ella; la
polla ya se me eriza al recordar los pecados que compartimos anoche.
Mi muñequita era una putita ansiosa por mí. No me lo esperaba,
pero la forma en que floreció me hizo preguntarme cuánto tiempo
llevaba esta pobre mujer conteniéndose para no ser ella misma y buscar
el placer al que tiene derecho.
Si realmente existe un cielo como ella cree, no se parecía en nada
a lo que experimentamos en esa casa. El infierno es el único lugar
adecuado para los tipos de fuego que evocamos.
Le lamo el lateral del cuello, extendiendo con seguridad la pintura
negra de mi cara por su piel clara. Ella se estremece, se reclina contra mi
pecho, su respiración por fin se calma mientras sus manos se deslizan
lentamente por mis muslos rodeándola, orientándose en la oscuridad.
Nos hemos familiarizado el uno con el otro en las sombras. Ella
conoce mi olor, igual que yo he aprendido el suyo.
―Comience —dice el diácono en tono autoritario.
Mi mano recorre lentamente sus labios, destapando su boca,
rodando sobre su barbilla. Mis dedos siguen el borde de su mandíbula
hasta que me encuentro con su cuello. Deslizo la palma de la mano hacia
abajo y la agarro por el cuello, mientras la otra mano desciende por su
abdomen hasta el borde de la falda.
Sin dudarlo, subo la parte delantera de la falda y agarro
bruscamente el coño que me pertenece, apretando aún más su
cuerpecito contra la parte delantera del mío.
Ha comprado más ropa interior. Me rechinan los dientes de atrás al
ver cómo mi cuchillo vuelve a triturar el material en tiras.
Asiento con la cabeza contra la suya para instarla a responder al
diácono mientras sus manos nerviosas agarran los vaqueros oscuros que
cubren mis rodillas bajo ella.
―B-b-bendígame, Padre, porque he pecado... —comienza, con la
voz temblorosa por el peso de su ansiedad. ―Ha pasado una semana
desde mi última confesión.
―Y en esa semana han pasado muchas cosas, ¿verdad? —pregunta
el diácono, con tono despectivo―. Confiesa tus pecados, Briony. Dile a
Dios en su propia casa lo que has hecho.
―Yo... —Vacila, tragándose los nervios. Vuelvo a lamerle la nuca,
tocándole la cabeza con la nariz―. He vuelto a tener pensamientos
impuros.
Mis labios hacen una mueca detrás de ella, aplicando la presión de
mi dedo corazón contra su clítoris. Un gemido ahogado sale de su
garganta y palpo la mancha húmeda que sé que se está formando en
sus bragas. Sus caderas se contonean mientras intenta apartarse de la
mano, pero eso solo la empuja de nuevo hacia mi polla, que se acomoda
entre la raja de su redondo culo.
Si no lo deja, voy a tener que follármela. Me importa una mierda
dónde estemos. Mi polla encontrará su hogar, de nuevo dentro de ella.
―Háblame de estos pensamientos impuros —dice el diácono.
―Umm. —Suspira contra mí, mientras aparta la ropa interior. Paso un
dedo por su raja antes de deslizarlo dentro de ella, y la encuentro
empapada como había supuesto. Sacude la cabeza, luchando contra
la sensación, pero es demasiado tarde. Las paredes aterciopeladas de su
coño aprisionan mi dedo, su cabeza cae contra mi pecho y se
estremece―. He vuelto a pensar en sexo. Sexo prematrimonial.
―Ya lo sabía —responde disgustado―. ¿Has estado dedicándote a
estos pensamientos impuros y pecaminosos? ¿Usando objetos extraños?
¿Tus manos? ¿Cómo has engañado a tu Señor y Salvador?
Saco el dedo de su apretado y húmedo agujero y se lo llevo a la
boca. Ella separa los labios y deja que el dedo presione su lengua. Su
boca lo envuelve, chupándolo como una buena chica, y mi paciencia
se pone a prueba.
―Sí —tararea a su alrededor.
―¿Qué parte? —pregunta. ―Necesitas expresar tus transgresiones
para que sean perdonadas.
Maldito enfermo y retorcido quiere masturbarse con su confesión
mientras yo me la follo.
―Hay un hombre con el que he estado fantaseando —admite, y yo
soy todo oídos.
Mejor que sea tu servidor, Briony.
―Era un compañero mío. De mi edad. Mi curso. Ahora trabajo a su
lado.
Me agarro con fuerza a su cuello.
―¿Saint Westwood? —pregunta, aclarando.
Sólo cuando me doy cuenta de que no puede respirar para
responder, aflojo un poco. Jadea y tose para recuperar el aliento.
―Sí —dice sin aliento―. Saint.
Me hierve la sangre. La rabia y la necesidad de reclamar me tienen
empujándola hacia delante, desabrochándome los pantalones y
bajándomelos para dejar al descubierto mí polla que le hará olvidar por
completo su nombre.
―¿Qué pensamientos te han rondado por la cabeza en relación con
él? —pregunta.
Tiro de ella hacia mi regazo y le subo la falda por la parte baja de la
espalda. Apartando la ropa interior, agarro la base de mi polla y la obligo
a sentarse sobre su cabeza. No se lo pongo fácil. Me meto dentro de ella,
deslizándome por su estrecho agujero mientras tiro de sus caderas hacia
mi regazo, aprovechando sólo la humedad que me proporciona para
empujarla hacia abajo, estirando su húmedo coño alrededor de mi polla.
Quiero que le duela lo que admitió.
Grita, el dolor y el placer recorren su pequeño y tenso cuerpo. La
idea de que se le humedezcan los ojos y se le corra el maquillaje de niña
bonita por las mejillas ante el dolor hace que se me tensen las pelotas y
que mi polla se retuerza de placer entre sus paredes.
―Confiésate a tu Dios, Briony. ¿Qué has hecho?
Le muerdo el hombro, presionando con los dientes contra su carne,
manteniéndola quieta sobre mi regazo, sin darle la satisfacción de
excitarse ni de obtener ningún placer de esto, sino obligándola
únicamente a permanecer abierta para mí. Mi coño.
―Yo... uh. —Ella gime suavemente―. Lo he sentido, sobre sus
pantalones. Su... su pene. He pensado en sus manos recorriendo mi
cuerpo. Tocando mis pechos. Jugueteando con mis pezones. Me hizo...
—se detiene, claramente le cuesta continuar mientras está tan llena de
polla.
Me encanta. Confesar pecados mientras los cometes.
―¿Hacerte qué? —pregunta.
―Me mojó —responde ella, con palabras apresuradas.
Oigo lo que parece un cinturón cayendo al suelo en la cabina de al
lado.
―Continúa —exige el diácono, su voz se oye a través de la ventana
oscurecida.
Briony usa las piernas para despegar las caderas de mí, pero clavo
los dedos en su carne y la aprisiono contra mí. Su coño se aprieta de
nuevo contra mi polla y contengo un gemido.
―He utilizado objetos domésticos... con forma fálica... —susurra.
Rápidamente enmascara un ligero gruñido con un carraspeo.
Bastardo enfermo.
―He imaginado que era él... penetrándome.
Me invade la ira ante la idea de que ella obtenga placer pensando
en él. Mi mano encuentra su cabello justo por encima de su nuca y tiro de
él hacia atrás hasta que queda mirando al techo de la pequeña cámara.
Intenta levantarse de nuevo, pero yo le tiro del cabello con más fuerza y
con la otra mano le presiono la vejiga, dejándola indefensa ante la
sensación.
Otro gemido quejumbroso sale de ella, pero por suerte para
nosotros, suena como si estuviera llorando por la liberación de sus
confesiones, la purga de sus pecados.
―Las putas como tú no pueden pasar el día sin necesitar meterse
algo en su asquerosamente codicioso coño.
En cuanto las palabras salen de su boca, me enderezo bajo ella,
sabiendo lo que está a punto de ocurrir.
Esto es lo que he planeado, y ahora mi muñequita se dará cuenta
de que todo lo que hago por ella tiene su propósito. Ella no sabe la
profundidad de mi obsesión, cuán profunda es mi lealtad hacia ella.
Somos uno y lo mismo.
La cortina escarlata se descorre, la reja con ventana que hay entre
nosotros se rompe en pedazos, y lo siguiente que veo es el silenciador
entrando en la recámara.
Capítulo 31
Prueba sólida

A
traigo su cuerpo hacia el mío; su espalda golpea contra mi
pecho mientras él lanza un disparo a la pared del
confesionario.
Justo cuando hago un movimiento para coger el arma, aparece un
cuchillo. Briony rápidamente balancea su brazo, cortando la muñeca del
diácono a través de la ventana enrejada.
Ella trajo mi cuchillo.
Grita de agonía desde el otro lado del confesionario mientras se le
resbala el agarre de la pistola. La atrapo en el aire mientras mi otro brazo
rodea su cintura. Me pongo de pie, aún sujetándola por delante mientras
mi polla se mantiene erguida, firmemente plantada dentro de ella.
Le apunto con la pistola a través de la rejilla rota que separa la
recámara y aprieto el gatillo, disparándole a quemarropa, observando
cómo su cabeza se echa hacia atrás al enterrar la bala. Un amasijo de
sesos, sangre y carne sale despedido por la parte posterior del cráneo y
salpica las paredes de madera mientras él cae hacia atrás, con el cuerpo
flácido y torpemente hundido contra el banco que tiene debajo.
Briony grita horrorizada.
Vuelvo a taparle la boca con la mano y ella se estremece contra mí,
con los ojos muy abiertos fijos en el diácono privado de vida mientras la
aprieto contra la pared que tenemos delante. Entrecierra los ojos, no
quiere ser testigo de la realidad que tiene ante sí.
―¡Mira Briony! —Le exijo, abriéndole las piernas con las rodillas
mientras la penetro profundamente por detrás―. ¡Abre tus malditos ojos!
Jadea cuando las palmas de las manos golpean la pared,
protegiéndola de la fuerza. Abre los ojos y vuelve a mirar al diácono.
―¡No te quieren! No vales nada para ellos. —Le doy un puñetazo en
el pelo, sujetándole la cabeza contra la pared, intentando despertarla a
la realidad que tiene delante―. ¡Nunca te han querido! No eres uno de
ellos. Quieren eliminar a los que son como tú de su mundo. Has ido
demasiado lejos. Eres una fuerza que no pueden manejar. ¡Seguiste
presionando, joder!
Las palabras caen de mi boca como veneno. Me duele todo el
núcleo emocional por la profunda herida sin resolver que esto reabre.
Estas son las palabras que me he dicho a mí mismo desde una vida
pasada que parece una eternidad. Aquel joven, tan perdido y confuso
tras la puesta a punto que sabían que nunca conquistaría.
Me marcaron como un asesino. Me marcaron como el enemigo
porque Callum Westwood sabía que una vida que me incluyera nunca
podría funcionar. Yo fui su mayor error. Su mayor caída.
Fría yace la mujer inocente en medio de la suciedad del callejón
junto a mí. Un mundo que ella tampoco eligió para sí misma. No era más
que un amasijo de sangre y huesos rotos, dejando a un lado los grandes
ojos azules puestos en mí. Los ojos más azules que jamás había visto,
clavados en los míos, atormentándome como aún lo hacen. La falta de
vida tras ellos no hizo nada para detener las lágrimas que se derramaban
en aquel charco de sangre bajo la oscura cabellera que se anudaba en
desorden bajo su cráneo destrozado.
Éramos sólo dos almas separadas atrapadas en los implacables
confines de su mundo enfermo y perturbador, encontrando destinos
separados, infiernos separados. Juré a aquellos ojos azules que no había
muerto en vano, como mi madre. Le prometí que los derribaría, uno por
uno. Le juré que encontraría a la hija que arrancaron de sus brazos antes
de acabar con su vida como si ni siquiera fuera humana.
Las lágrimas de Briony me devuelven al momento mientras sigue
sollozando silenciosamente contra mi abrazo.
Siempre me ha necesitado, igual que yo a ella. Soy su verdad. Su
voz. El arma que empuña para usarla cuando la necesita. Mi protección
y lealtad hacia ella nunca cesarán. No hasta que consigamos lo que es
nuestro por derecho. Dulce, oscura y despiadada venganza.
―Cualquiera —le susurro bruscamente al oído mientras ambos
contemplamos el desastre de hombre que tenemos delante.
Se mueve sobre sus pies y su culo se frota contra mi frente,
extendiendo su excitación por mi bajo vientre. Se me vuelve a poner dura
al verla.
Me separo un poco y luego la empujo con más fuerza, levantándola
hasta los dedos de los pies.
―Mi prueba ante ti. Acabaré con cualquiera que te niegue la
oportunidad de vivir.
Mi liberación está pendiente. Estar dentro de ella mientras toma
vidas me tiene más duro que una piedra, mi polla seguramente ya gotea
dentro de ella. Me tiene tan agarrado. El agarre de su coño apretado y
flexible se aferra a mi pene. Su mano se desliza lentamente desde la pared
hacia abajo entre sus muslos, más que probablemente complementando
su propio placer y liberación.
Mi cabeza cae sobre la pared junto a la suya, mi mano sujeta la
pistola mientras me apoyo contra los paneles de madera del
confesionario ante la abrumadora sensación.
―¿Pensando en él? —Pregunto apretando los dientes―. ¿Es Saint el
que te tiene agarrando esta polla dentro de ti?
―No podría aunque lo intentara —responde sin aliento.
Me abalanzo sobre ella, sintiendo cómo mi piercing recorre el interior
de sus paredes.
―Tienes suerte, ¿lo sabías? —Le lamo un lado del cuello antes de
chuparle la piel, mordiéndole la carne. Su garganta zumba con un
gemido e inclina la cabeza para que continúe―. Por suerte me di cuenta.
Me estabas protegiendo. Podría haberte matado por decir esas palabras.
Acelero el ritmo, mis caderas golpean con rudeza la piel de su culo
lleno de rebotes, follándome a mi homóloga en la casa de su Señor a la
sangrienta prueba de mi obsesión.
Nunca me había sentido tan cautivado por un ser en toda mi vida,
sobre todo ahora, después de saber a qué sabe y cómo se siente a mi
alrededor. Nunca me dejará. No le daré esa opción. O ella me elige a mí
o ambos dejaremos esta tierra en dos cavidades oscuras, excavadas una
junto a la otra.
Sus gemidos se hacen más fuertes y deja caer la cabeza contra la
pared, junto a la mía. Le entrelazo los dedos en el cabello y vuelvo a
levantarle la cabeza para que no pierda de vista la muerte. El mensaje
debe quedar grabado en su retorcida mente. Nada me impedirá
protegerla de los hombres que se creen sus dueños. Nada ni nadie se
interpondrá en mi camino para garantizar que mi muñequita sea mía.
Mientras vuelvo a perderme en el interior de esta mujer, siento el
agudo dolor de una cuchilla que desgarra la carne de mi brazo.
―¡Joder! —Escupo con incredulidad mientras doy un paso atrás,
saliendo de ella.
Rápidamente se vuelve hacia mí y me empuja con fuerza en el
pecho. Me balanceo hacia atrás antes de estabilizarme en la pequeña
caja, solo para que vuelva a blandirme con ese puto cuchillo.
Se me agrieta el pecho al agacharme, evitando las punzadas hasta
que mis pantorrillas chocan contra el banco, haciéndome caer de
espaldas en el asiento.
Briony salta sobre mí, sentada a horcajadas sobre mi regazo mientras
mi polla sigue erecta y húmeda por su excitación entre nosotros. Me
acerca el cuchillo al cuello y yo dejo caer la cabeza contra la pared,
mirándola a través de las pestañas, recuperando el aliento mientras mis
labios dibujan una sonrisa diabólica de incredulidad.
―Ya no puedes quitarme nada —gruñe, presionando la punta de la
hoja contra la carne de mi cuello―. Nadie lo hace.
Ella no se da cuenta de que esta ardiente pasión sólo activa mi
locura. Que lo salvaje enterrado en lo más profundo de su ser emerge por
fin ante mí. Necesito que me inflija su dolor para correrme. Lo ansío como
la oscuridad en la que crezco.
Se pone de rodillas y gira la hoja hasta que la punta apunta a mi
barbilla. Es realmente adorable. La idea de que pueda dominar a alguien
que no teme a la muerte. Pero, lo entretendré.
―¿Por qué estás aquí? —pregunta, entrecerrando los ojos para
verme en la penumbra―. ¿Cómo puedes saberlo?
Trago saliva, sabiendo que es demasiado lista para no cuestionarlo.
―Porque me necesitabas. Y porque literalmente se ha convertido en
mi trabajo.
Ella se burla:
―No te necesitaba. Lo tenía todo bajo control. ¿Y por qué es tu
trabajo protegerme, Aero? ¿Qué es lo que no me dices?
Se me escapa una risita antes de apuntarle a la sien con el arma.
Enarco una ceja antes de agarrarle la muñeca con la mano,
retorciéndole bruscamente el brazo por la espalda hasta que gime de
dolor y dejo caer la hoja al suelo detrás de ella con un ruido sordo.
Me inclino hacia delante, aprieto mi cara pintada de negro contra
la suya y nuestras frentes se sellan.
―No te confíes todavía, cariño. Tienes mucho que aprender —gruño,
apretando con más fuerza sus muñecas―. Y no es mi trabajo protegerte.
Nunca fue mi trabajo protegerte.
Sus ojos se arrugan en las comisuras mientras intenta estudiar mi
rostro. Dejo caer la pistola sobre el banco.
Mi objetivo era que se protegiera.
Antes de que pueda hacer más preguntas, le rodeo el culo con la
otra mano, abofeteando la suave piel con firmeza, antes de apartar de
nuevo la ropa interior húmeda.
―Ahora siéntate en esta polla y hazme un puto lío en esta casa de
mentiras —le ordeno, tirando de ella hacia delante.
―Aero...
Ni siquiera la dejo terminar lo que estaba a punto de salir de su linda
boquita. Necesito entrar en ella de nuevo antes de volcar esta maldita
caja de madera.
Recorro su vulva cremosa con la cabeza de mi polla, cubriendo mi
piercing, recojo su excitación y vuelvo a introducir la punta antes de tirar
de sus caderas hacia abajo, acomodándome en lo más profundo de su
calor, donde debo estar.
Jadea cuando la estiro lentamente, deteniéndome para abrazar mi
propia euforia. Sus brazos se posan en mis hombros y sus manos rodean mi
nuca hasta encontrar mi pelo. Me pasa los dedos por el cabello antes de
agarrarlo con fuerza.
Un gruñido salvaje sale de mi garganta.
―Ordeña el semen de tu polla, Briony.
Gimiendo, se pone de rodillas sobre el banco y luego vuelve a
sentarse lentamente, tragándose mi gruesa raíz antes de tirar de mi
cabeza hacia delante, contra la suya, por las raíces. Se levanta de nuevo
sobre mi regazo, con el pecho agitado bajo la camisa de uniforme.
―¿Cuál era tu trabajo, Aero? —pregunta, deteniendo su descenso.
Peligrosos ojos encuentran los suyos mientras descifro el escenario
que tengo ante mí. Me está presionando de verdad.
―¿Cuál era el puto trabajo? —vuelve a preguntar, sonando más
exigente.
Mi boca encuentra la suya antes de que ella esquive mis labios
apartándose de mí. Mis dientes rozan la afilada línea de su mandíbula y
muerdo, hundiendo los dientes en la suave carne, haciéndola sisear al
mismo tiempo que la empujo hacia arriba.
La libero de mi mordisco y mis manos rodean su pequeña garganta.
―El trabajo es lo que siempre ha sido —digo, apretando mi agarre,
sintiendo la sangre surgir a través de su yugular.
Ella grita y yo acelero el ritmo, inclinándome hacia atrás e
introduciendo mis caderas en ella hasta que puedo llegar tan profundo
como necesito.
―Q-qué... —Su boca intenta formar palabras, pero no puede. No
permitiré más preguntas sobre cómo llegamos aquí.
―Para verte florecer. Ante mí. —Mis gemidos guturales me hacen
hacer una pausa para recomponerme mientras la siento chorrear por mi
longitud, hasta mis pelotas, mojando mis muslos con ella―. Florecer ante
mí. Joder. A mi alrededor.
Grita mientras su coño se contrae y los espasmos ahogan mi polla.
Vuelve a hundir la cabeza contra la mía, la agarro por el cuello y dejo que
caiga sobre mi pecho. Con unas cuantas embestidas rápidas y duras, me
pierdo y sigo su orgasmo con el mío.
Sus preguntas continuarán porque no está segura de poder confiar
en mí. Es lista para no hacerlo. La hundiré tanto que seré el único que
quede a su lado.
Sus curiosidades continuarán hasta que ella pueda envolver su
hermosa cabeza alrededor de mis razones.
Razones que podrían hacerla huir.
Y huir de mí es una algo que nunca logrará.
Capítulo 32
Hermoso Chantaje

M
iro en silencio, recogiéndome, mientras él saca unos
guantes negros de su bolsillo trasero.
Simplemente aparecen, como si este hombre los
llamara a ser.
Coge un trapo de algún rincón oscuro del confesionario y limpia el
arma antes de colocarla cerca del diácono ya fallecido que intentó
asesinarme.
Dos personas.
Dos cadáveres que yo sepa.
Aero tiene las manos manchadas de sangre por mi culpa, y nada
me llevó más al punto de la lujuria absoluta que esta perturbadora
constatación.
Es mi protector. Mi maestro. Mi fuente del placer absoluto que me
habían enseñado que era el fin de mi salvación eterna. La que nunca
había conocido hasta él. Aún estoy descifrando todo lo que es el hombre
enmascarado que aparentemente ha llegado a mi vida de la noche a la
mañana, pero esta muestra de obsesión descarada me ha sobrecogido
de emoción. Emociones que no debería sentir por alguien de quien no sé
nada. Odio que me guste.
―Van a saber que alguien hizo esto. Las balas, el rastro... volverán a
nosotros... —Murmuro nerviosa detrás de él, reajustándome la falda.
Los nervios me hacen un nudo en el estómago. Se queda quieto, de
espaldas a mí, mientras contemplo su figura alta y ancha entre las
sombras, su ropa estirada para acomodar sus hombros esculpidos y la
musculatura tonificada de su espalda. Es un hombre realmente
intimidante cuando está de pie sobre ti de la forma en que lo hace, todo
oscuro e imponente, pero aun así, siento que puedo presionarlo de una
forma que pocas personas tienen la oportunidad de hacer.
Todo el asunto de usar el nombre de Saint en mi confesión... No se
equivocaba, le estaba protegiendo, pero al mismo tiempo me excitaban
los celos desquiciantes que parecía mostrar. Saint se mete en su piel como
ningún otro, y las razones para ello no están del todo claras.
Parece poseer un derecho sobre mí que no comprendo. No puedo
decir que esté dispuesta a dejar que este hombre me quite lo que quiera,
aunque he llegado a anhelar la sensación de su órgano grueso y venoso
dentro de mí, esa penetración que provoca orgasmos desde la base de
mi ser.
Este sexo, o lo que sea que estemos haciendo... es alucinante. Es de
otro mundo. Es indescriptible. Es una extraña liberación de esta tensión
que había acumulado durante años, contemplando si estaba mal de la
cabeza, era pecadora o estaba destinada a la desesperación. Los
pensamientos indecentes me atormentaban desde su llegada, como si
hubiera abierto las puertas a la sexualidad en su conjunto. Aero me hace
sentir que la expresión del sexo entre nosotros es innata, totalmente
natural y completamente necesaria, como el oxígeno que respiramos.
Debería sentirme culpable por mis transgresiones. Debería anhelar
confesarme y trabajar para volver a encontrar a Cristo y la luz, buscando
su perdón. Pero el peor pecado que he cometido ha sido no sentirme
culpable por mis pecados. Sabía que estaba destinado a la
condenación, y esta parte trastornada de mí estaba de acuerdo con ello.
Lo había aceptado a cambio del placer que mi cuerpo físico había
encontrado. El temblor y el leve zumbido reverberante de la energía
excitada que fluía por mis venas ante su contacto; era un atisbo de las
maravillas del Santo Reino aquí mismo, en la tierra. Una vida virtuosa,
desperdiciada ante la promesa de un Cielo que había encontrado tan
fácilmente alcanzable.
Se vuelve hacia mí en el pequeño espacio y entrecierro los ojos para
ver la pintura negra que le cubre la cara, observando el despeinado
cabello oscuro que le cuelga por la frente. Sus ojos se agudizan hasta
convertirse en rendijas, su disposición totalmente fría, mientras agarra la
capucha de su sudadera negra y se la echa por la cabeza. Coge una
bolsa de la esquina que yo no había visto antes y se la cuelga por delante
del pecho.
Aún puedo sentir su semen goteando, pegado a mis muslos,
filtrándose por los confines de mi ropa interior húmeda. Es totalmente
impuro. Es deshonroso. Es retorcido, indecente, y sin embargo, estas
razones son las que lo hacen atractivo.
―Tenemos que irnos —exige.
Suelto un suspiro, frustrada por su falta de explicaciones para nada,
pero asiento de todos modos. Tengo que depositar mi confianza en él en
este momento, por mucho que no quiera.
Me lleva por la muñeca con su mano grande y cubierta de guantes,
de vuelta fuera del confesionario y hacia la Sacristía, la sala de
preparación donde sólo los clérigos o monaguillos vienen a vestirse con
sus túnicas y quedan otras reliquias. El mero hecho de que conozca tan
bien este lugar me llena de infinitas preguntas.
―Un tipo... —Digo, deteniéndome en mi lugar detrás de él, tirando
de mi muñeca de su agarre mientras él continúa tratando de guiarme a
través de la habitación―. Un tipo me vio cuando entramos aquí. Soy la
última persona conocida que ha visto al diácono.
Lentamente, cruje el cuello mientras mira hacia otro lado. Hacia
delante y hacia atrás, su cabeza gira de un lado a otro mientras su puño
presiona contra su barbilla hasta que oigo el estallido de su frustración. Se
vuelve para mirarme por encima del hombro. Un único ojo color avellana
atraviesa la pintura negra de su rostro, abrasándome con el calor de un
asesino despiadado. Su mirada directa emana asco, decepción y
desprecio, lo que me hace tragar saliva y retroceder un paso.
―No tienes ni idea de quién soy ni de lo que soy capaz —su timbre
de grava vibra dentro de mi pecho.
Me encojo en mí misma, me pesa el pecho y me flaquean las
piernas. Su declaración me llena de terror ante lo desconocido de lo que
habla.
―Pero...
―Ahora cierra la puta boca y sígueme —dice apretando los dientes.
Es un alma tan dulce y cariñosa.
Me sacudo de encima y, por desgracia, pongo mi confianza en la
única persona que puedo. Caminando detrás de él, ese pensamiento
flota en mi mente. La única persona en la que puedo confiar.
Aero es totalmente calculado, su pasado un completo misterio. O
me da más de él, o me veré obligada a actuar temerariamente en
desafío, como una niña, intentando obtener algunas respuestas por mí
misma. Parece mi única opción en este momento. Necesita que siga sus
planes, supone que confiaré ciegamente en él. Pero este hombre se está
buscando otra cosa si cree que voy a seguir por este camino
desconocido sin ni siquiera saber su apellido.
Observo cómo saca algo parecido a un papel doblado de la bolsa
que lleva sobre el pecho. Coge una Biblia de un estante sobre el escritorio
del diácono y la hojea con sus guantes de cuero negro antes de
encontrar la página que buscaba. Introduce un papel en ella, antes de
cerrar la Biblia y volver a colocarla delicadamente en la estantería.
Todo es parte de su plan. ¿Una historia de suicidio plantada, quizás?
Pero la rejilla rota que separa la cabina... El primer disparo a la pared
opuesta...
Continúa por la habitación hacia la salida, haciéndome un gesto
silencioso con la cabeza.
Supongo que esa es mi señal para seguir.
Nos escabullimos al callejón de la puerta trasera de la iglesia, donde
hay un Jeep esperando.
Es el Jeep de Saint.
―¿Qué estás...? —Me faltan las palabras cuando me agarra del
brazo y me empuja bruscamente alrededor del auto hasta la puerta del
acompañante. Me arroja al asiento con un brinco y se toma su tiempo
para abrochármelo, tirando del cinturón con fuerza desde arriba hasta
que prácticamente me corta el pecho. Veo un trozo de su brazo al
descubierto, notando el corte reciente cerca de su muñeca del cuchillo
que usé. Antes de que pueda sentirme demasiado culpable por haber
cortado a mi extrañamente atractivo, psicótico y asesino acosador, da
un portazo, haciéndome estremecer.
Sale del callejón y se pone en marcha con la capucha sobre la
cabeza y las dos manos enguantadas agarrando el volante. Conduce y
conduce por todas las carreteras secundarias de nuestra pequeña
ciudad hasta que se adentra en el campo.
Las colinas se extienden a nuestro lado mientras me planteo poner
algo en la radio para ahogar el ruido entre nosotros. Tengo la sensación
de que a Aero no le van los éxitos pop ni el rock cristiano. Me gustaría
imaginar que, en otra vida, Aero era un hombre que bebía su whisky
mientras escuchaba música clásica, o que incluso leía novelas para
divertirse. Parece tener la edad de un hombre que aprecia los licores
caros y pasar las noches a solas en la soledad de su hogar. Su mandíbula
definida y recortada apesta a madurez endurecida, a diferencia de los
chicos que conozco. ¿Tal vez unos veinte años, si tuviera que adivinar?
Llevamos un rato sin pasar por casas ni granjas, y los bosques
circundantes se hacen más profundos, la carretera se estrecha y las
sombras del espeso bosque se ciernen sobre nosotros.
―¿Dónde estamos...?
―Mi casa —interrumpe―. Donde es seguro.
Me muerdo el interior de la mejilla. No puedo esconderme en su
casa. Tengo toda una vida fuera de él que necesito resolver.
―Necesito... coger algunas cosas...
Se vuelve hacia mí rápidamente y absorbo todos los elementos de
su misterioso rostro que puedo ver bajo la distorsión de la pintura.
―Todo lo que necesitas ya está ahí.
¿Cómo puede saber lo que necesito?
―¿Y si Mia o Baret, o mis padres necesitan localizarme? ¿Cómo se
pondrán en contacto conmigo?
Lo único que veo es el borde de su fosa nasal sobresalir del ala de la
sudadera con capucha y sus manos se tensan sobre el volante, casi hasta
el punto de privarlo de vida si hubiera estado respirando.
Mete la mano en la bolsa que lleva en el pecho y saca mi móvil. Lo
arroja sobre mi regazo y cae sobre mi falda. Con mano temblorosa, lo
compruebo y veo que no tiene batería ni tarjeta SIM. Mis ojos se abren de
par en par mientras el miedo amenaza con estrangularme.
―Estás buscando a tus —cierra los ojos con fuerza como si la siguiente
palabra le doliera antes de volver a abrirlos―, padres en el monte. La
iluminación de tus actividades recientes te hizo entrar en pánico,
buscando algún tipo de consuelo maternal.
Inventó toda una historia para mi desaparición. He desaparecido.
―Detén el vehículo, Aero —digo con calma. Tengo los ojos cerrados
y la mano en la hebilla del cinturón de seguridad.
Gira la cabeza en mi dirección antes de mirar hacia la carretera que
ahora es toda de grava. Con un clic, le oigo cerrar las puertas.
Se me acelera el pulso.
No tiene derecho a dirigir mi vida sin que yo pueda opinar. Si algo
me ha enseñado este desquiciado es que no permitiré que otro hombre
o institución dicte quién soy o cómo elijo vivir, aunque parezca creer que
sabe más.
―Para el auto —exijo con la mandíbula apretada, respirando con
dificultad por la nariz, sintiéndome enjaulado―. ¡Para el puto auto, o dime
qué coño estás intentando hacer aquí! Para el auto. —Grito con las
manos cerradas en puños.
No hace nada por detenerse. Sólo continúa acelerando por el
camino de grava.
―Me necesitas mucho más de lo que yo te necesito a ti, Briony. Ya
te lo he dicho —dice con una sonrisa lobuna, como si le excitara mi
enfado―. Especialmente ahora. Quiero decir, pensemos en ello —
continúa despreocupadamente, sentándose más profundamente en el
asiento―. Tus huellas están en la caja fuerte del Gobernador. Has estado
exhibiendo tu culito de zorra por todo el instituto, mientras intentabas
chantajear al dulce y sano Saint Westwood con tu propia forma creativa
de sextorsión. Eres la última persona conocida que vio al diácono
recientemente asesinado, y probablemente ya estés preñada del
engendro del mismísimo Satanás.
Gira la cabeza para mirarme, con la sonrisa más demente que he
visto nunca en su cara embadurnada de negro. Por alguna razón, con
esta luz, me resulta familiar. Me recuerda a alguien. ¿A quién?
Me ha chantajeado para que le necesite. La forma más enfermiza
de obsesión. Me ha manipulado para que sólo pueda confiar en él y sólo
en él para mi seguridad, protección y guarda de la integridad de mi
reputación.
La furia se apodera de mi pecho a medida que todo confluye, mi
corazón se acelera cuando el Jeep robado se derrumba. Las uñas se
clavan en mis palmas húmedas mientras arde la ira de la traición.
―No te preocupes, nena —me susurra con un tono ronco y profundo,
y su mano encuentra la parte superior de mi muslo. Los dedos se deslizan
bajo el dobladillo del uniforme que grita inocencia, apretando mi carne
blanca y lechosa con el cuero negro de su guante―. Rezaré por ti —
termina en tono burlón antes de que su sonrisa se ensanche hacia el
camino de grava, y las afiladas puntas de sus caninos brillen en su
delicioso terror.
Me agarro a su dedo anular desde mi regazo y lo doblo hacia un
lado con toda la fuerza que puedo por debajo de su guante, oyendo un
crujido o algún chasquido al hacerlo.
―¡Joder! —maldice, apartando rápidamente la mano de mi regazo
mientras se quita el guante con cuidado. Levanta la mano ante sus ojos
brillantes, viendo el dedo que ahora está doblado en un ángulo
totalmente antinatural, seguramente roto en la punta.
Se ríe entre dientes.
―Sucia zorra —maldice, mirándose el dedo con una sonrisa
inquietantemente bella.
Es extraño. Disfruta con el dolor que le inflijo. Aprovecho para
llevarme la mano a la hebilla del cinturón, pero sus ojos me miran de
inmediato.
―No lo hagas —ordena con dureza―. Ni se te ocurra...
Antes de que pueda terminar la frase, me desabrocho el cinturón,
quito el seguro y abro la puerta del acompañante.
La grava se clava en mi costado y caigo al suelo con un ruido sordo,
rodando hasta detenerme. Me he quedado sin aliento y la caída
seguramente me magullará las costillas. El Jeep se detiene bruscamente,
levantando una nube de polvo a su paso.
Me levanto del suelo y salgo corriendo hacia el bosque, tan rápido
como me permiten mis pequeñas piernas destrozadas. No tengo ni idea
de adónde voy. Podría decirte que este hombre me aterroriza, pero la
verdad es que la sangre que corre por mis venas se desboca por él.
No voy a huir de Aero. Nunca llegaría lejos. Sé que nunca se
detendrá. Es implacable en su misión de hacerme suya, y secretamente,
lo admiro. Su peculiar obsesión ha iniciado la mía.
Estoy huyendo de la idea de mí misma. La vieja, ingenua y arrugado
capullo de Briony, en busca de su verdad. La niña que se convirtió en
mujer por el hombre que la empujó en todos los sentidos que nunca pensó
que quería.
Capítulo 33
Destruyendo Almas

Me hirió el puto dedo, y la sangre corrió instantáneamente a mi ingle.


Como si eso fuera anormal. Prácticamente he permanecido duro
desde que empecé a estudiarla. Observando, esperando, y finalmente
golpeando... No puedo dejar de verlo. No puedo dejar de sentirla. Ella
tiene un aroma único que necesito fijar permanentemente en mi lengua.
Lo anhelo como los cristianos anhelan la sangre de Cristo. Es sanadora. Es
redentora. La engulliría con gusto, tragaría todo lo que es Briony para
expiar todos los pecados que he cometido en esta vida y en la siguiente.
Mi pequeña zorra disfruta haciéndome sufrir, y es una desgracia
para ella que sus pequeños arrebatos no hagan más que
desencadenarme aún más. Repongo rápidamente el dedo antes de
rodear el vehículo en su busca.
Corre como si quisiera que la atrapara. Como si la idea de que yo la
cace sacara el animal primitivo que hay bajo su ser. Esa prisa animal en
la que se produce tan arcaicamente nuestra respuesta de lucha o huida.
A través de la espesa maleza del bosque, intenta poner distancia
entre nosotros, mirando hacia atrás cuando el cabello le golpea en la
cara. Tropezando con los pies, tropieza cuando sus tobillos se enredan en
unos matorrales. Al caer de lado, la falda se le sube por el muslo, dejando
al descubierto el borde de su carne cremosa e inocente.
La persecución me hace hervir la sangre de lujuria y excitación
insaciable, y el corazón me retumba en anticipación de mi presa.
Su pecho se agita bajo la blusa blanca abotonada, pero sus pechos
no son lo bastante visibles para mi gusto. Me tiembla un músculo del cuello
al pensar en todo lo que le voy a hacer a esta muñequita cuando la coja.
Podría dejarla atrás fácilmente, pero verla tropezar y caer ante mí,
mirando por encima del hombro con el terror puro y absoluto que emiten
esos ojos angelicales, es mucho más emocionante.
Su mano roza la corteza de un árbol cercano, y lanzo un cuchillo
hacia ella. Al girar, pasa junto a su cabeza y se clava en la madera,
enviando astillas por el impacto directo. Se agarra un lado de la cabeza,
donde el cuchillo le ha pasado por el pelo, antes de volver a mirarme,
con los ojos entrecerrados por el asco y la incredulidad.
Envío otro al mismo árbol, al otro lado de su cabeza. Grita
horrorizada al recibir el impacto más cerca de la oreja que el anterior, sus
músculos se bloquean y su columna se endurece, enfrentándose a la
corteza agredida. Pisoteo la maleza restante y empiezo a acortar la
distancia que nos separa.
Sus pulmones se expanden y contraen a gran velocidad mientras
mira fijamente al árbol.
―¿Has acabado de correr, muñequita? —pregunto mientras saco
otro cuchillo de la bolsa que llevo en el pecho. Lo lanzo contra el árbol
que hay justo encima de su cabeza y ella se tensa, con los cuchillos
delineando su silueta.
Agarra el mango de un cuchillo clavado en la corteza y lo arranca
del árbol antes de emprender de nuevo la marcha. Pero yo ya he
terminado de cazar y estoy listo para devorar mi manjar en la intimidad
del bosque que nos rodea.
La alcanzo rápidamente y la derribo contra el suelo, utilizando mi
peso corporal para sujetar su agitado cuerpo a la tierra. La suciedad se
levanta mientras ella araña los palos y la hierba muerta que tiene cerca,
intentando escapar. El cuchillo está fuera de su alcance.
Cree que está lista, ¿pero pierde el manejo de su cuchillo? Ni siquiera
está cerca. Ni lo suficientemente cerca de donde necesito que esté.
Empujo mis caderas hacia la curva de su dulce y redondo culo,
agarrándola del cabello de la nuca para mantenerle la cabeza erguida.
Jadea horrorizada, pero por la mirada de sus pupilas dilatadas sé que esto
la excita mucho más de lo que está dispuesta a aceptar.
―Oh, dulce Briony —susurro, tirando de su cabeza hacia atrás―. He
estado soñando con el día en que pudiera follarme esa cara tan bonita.
Un gemido ahogado sale de su garganta mientras gime.
―Pero primero —digo, poniendo mi antebrazo delante de su cara,
mostrando el corte del confesionario―. Cúrate el daño.
Tiene la piel enrojecida a lo largo del cuello y el sudor la cubre con
un brillo resbaladizo, mientras los mechones negros del cabello cuelgan
desordenados ante su cara. Se saca la lengua de la boca y me lame la
herida. Mi polla se agita al verla y siento el contacto de su cálida y
húmeda lengua contra mi piel mientras cierro los ojos con fuerza y aprieto
mi erección contra el pliegue de su culo, acomodándola entre sus
mejillas.
Mis pelotas se contraen, tensas y dolorosamente duras de nuevo,
como si no acabara de acabar dentro de ella hace unos minutos. Pero
eso es lo que me hace este ángel. Me entrega sus demonios y,
suponiendo ingenuamente que seré el único que los saque de ella,
encuentra la forma de instigar aún más la violencia de los míos.
Sus labios rosados y brillantes me envuelven la piel, besan el corte y
la visión de mi sangre manchando su labio inferior es mi punto de ruptura.
―Las manos. Detrás de la espalda.
Con la mejilla apoyada en la fría tierra, me obedece y se lleva las
muñecas a la parte baja de la espalda. Me quito el cinturón y lo aprieto
alrededor de sus delicadas muñecas, asegurándome de que el cuero se
clava con fuerza en su carne.
―No somos como ellos, Briony —susurro, levantándole la falda hasta
la parte baja de la espalda, dejando al descubierto sus bragas mojadas
y estiradas. Las rasgo por la cadera, bajándolas por el muslo de su otra
pierna, e inspecciono mi precioso coño.
Está perfectamente rosada y reluciente por la combinación de su
excitación y las secuelas de nuestro polvo anterior. Su clítoris está
hinchado y ligeramente enrojecido y sé que después de esto necesitará
algunos cuidados, pero no he llegado al punto de romperla. Todavía no.
No se lo he puesto fácil ni mucho menos, y lo mejor de todo es que
ella parece aceptarlo de verdad.
―Somos como nosotros —responde ella, cerrando los ojos mientras
las palabras más hermosas caen de su boca deliciosa y sumisa.
Somos como nosotros.
―Joder —murmuro.
Ella es mi obsesión, pero más aún, es mi maldita existencia. El único
punto de destrucción que anhelo. Dejar que se adueñe mi oscuridad,
permitirle que me domine como puede hacerlo un hombre en la forma
más dolorosa de amor enfermizo. Briony Strait está abrazando la verdad
de quién es sin siquiera saberlo.
Levantando las caderas, se arrodilla ante mí en el suelo del bosque,
echando el culo hacia atrás. La abro ante mí, admirando lo jodidamente
perfecta que es, antes de hundir la cabeza y lamer la longitud de su
delicioso coño.
―Oh, Dios... —gime sin aliento―. Aero.
La lamo, pasando la lengua entre sus labios hinchados y usados
antes de separarla aún más y escupir en el agujerito fruncido de su culo,
admirando su cruda belleza.
―Lo mismo, cariño.
Su coño se aprieta y palpita para mí. Está ansiosa por mí como
debería estarlo. Como yo lo estoy por ella. Paso los dedos por su raja y
meto uno de ellos en su cálido centro. Ella jadea, inclinando las caderas
hacia atrás.
Retiro lentamente el dedo y miro la mezcla de semen que aún reside
en su interior.
―Te acostumbrarás —digo, llevándome el dedo al labio para lamer
el delicioso brebaje. ―Mi semen siempre goteando de ti.
Le vuelvo a meter el dedo y ella vuelve a agitar las caderas. Cuando
lo saco de su apretado agujerito con un sonido húmedo, tiro de las
muñecas que tiene atadas en la parte baja de la espalda y la levanto.
―Abre —susurro a lo largo de su sien.
Abre los labios y saca la lengua para probar nuestro manjar. Cierra
los labios en torno al dedo y su voz zumba a su alrededor. Le deslizo el
dedo húmedo por la barbilla, por el cuello, hasta posarlo sobre su corazón
desbocado. Agarro el borde de su camisa blanca abotonada y la abro
de un tirón antes de bajarle el sujetador y exponer sus pechos a la
naturaleza que nos rodea.
―Eres una putita asquerosa —le digo, apretando el pecho turgente
en mi mano antes de darle una palmada en el costado.
La agarro por la nuca y vuelvo a empujar su parte delantera hacia
la tierra, mientras con la otra mano me libero de los pantalones.
―Dime que eres mi puta, Briony —digo, apretando la polla con la
palma de la mano y gimiendo al ver su culo blanco y rollizo, abierto y
preparado ante mí. La punta de la polla se llena de semen y aprieto la
mandíbula anticipando el calor en el que estoy a punto de sumergirme.
―Soy tu puta —susurra, con la mejilla clavada en la tierra.
―Más alto —le exijo, subiendo y bajando la polla por su clítoris,
jugueteando con el capullo hinchado―. Grítalo desde tu débil garganta.
Su coño palpita, ansiando atención.
―¡Soy tu puta! —grita agitada―. Por favor... sólo...
Aprieto contra ella y la lleno con fuerza, pero sólo llego hasta la
mitad por el apretado roce. Grita contra el suelo y sus muñecas tiran del
cinturón. Envuelvo el cinturón con la mano y lo utilizo como ancla para
sacarla y penetrarla más profundamente.
Me quedo con la boca abierta mientras me hundo hasta que mis
pelotas se apoyan en ella por detrás. Empiezo a perderme de su apretado
agarre a mi alrededor, mareado y con un puto lío de emociones que no
estoy preparado para asimilar.
Me follo su cara en la tierra como estaba previsto. Me la follo en este
bosque, a la luz del día, como un maldito animal. Me la follo hasta que
saca lo peor de mí, la vil y perturbadora humillación y falta de respeto que
siento la necesidad de usar para romper la última parte de buena vida
dentro de su pequeño y puro corazón.
Quiero que llore. Quiero que sienta todo a la vez y que se ahogue
en el torrente de emociones. Quiero que la abrume hasta que se rompa.
Quiero ahogar la vida que conocía e insuflarle una vida completamente
nueva. Quiero salvar su alma borrándola por completo.
―Oh... voy a...
La saco rápidamente, sin darle aún la satisfacción de terminar. No
he terminado de ensuciarla.
Abriendola con ambas manos, escupo sobre su pequeño y
apretado culo de nuevo, frotándolo a lo largo de la suave carne blanca
de sus gloriosas curvas, antes de presionar mi pulgar contra la abertura.
―No, por favor... —Ella se tensa.
Sé que tiene miedo de intentarlo. Miedo de hacer las cosas sucias
de las que no hablan. Pero a Briony le va mejor si la empujo hacia
experiencias que sé que en el fondo está deseando probar, placeres que
aún no comprende. Deslizo la corona de mi polla de nuevo dentro de
ella, dejando que ahogue la punta antes de empujar el eje más
profundamente. Aprieto más el pulgar contra su abertura y ella tira de las
muñecas contra el cinturón, murmurando tonterías inútiles en el suelo.
―Cierra la puta boca y concéntrate en mi polla —gimo, mientras ella
tiene espasmos a mi alrededor, sus músculos apretándose y aflojándose.
Respira por los labios, con el nerviosismo reflejado en su rostro
cubierto de suciedad y pánico. Finalmente suspira y asiente con la
cabeza, tranquilizándose.
―Eso es. Relájate para mí —respiro―. Buena chica.
Su garganta zumba suavemente ante el elogio que le hago.
―Quiero que te corras a mi alrededor mientras te follo el culo con los
dedos.
Vuelve a estrecharse a mi alrededor y casi pierdo el control. Le
excitan las palabras soeces que uso para hablarle con desprecio; obtiene
placer solo de mi sucia boca.
Hundo lentamente mi dedo en su apretado agujero, y necesito mirar
al cielo y respirar para controlarme. Ella gime salvajemente, un gemido
profundo y gutural que insinúa la hermosa combinación de dolor y placer.
―Suelta tu mente —gruño, tratando de mantener la compostura,
sintiéndola aflojarse lentamente y relajarse―. Encuentra tu paraíso aquí
conmigo.
Vuelvo a acelerar el ritmo y le meto el pulgar hasta los nudillos
mientras el sonido del sexo húmedo y sucio resuena en los árboles que nos
rodean mientras me la follo salvajemente.
―Dios, sí —gime, y yo me inclino sobre su espalda, usando la palma
de la mano para empujar su cara hacia el suelo. Entrecierra los ojos
cuando el polvo y la arena se le meten en la boca—. Me corro. Me corro.
―Deprisa —me apresuro—. Córrete nena, me estoy volviendo loco.
Finalmente me oprime, estremeciéndose a mi alrededor mientras sus
paredes se contraen y se liberan, palpitando en una hermosa perfección.
Su culo se aferra a mi pulgar, tirando de él hacia el interior mientras se
convulsiona debajo de mí, soltando gritos salvajes que atraviesan el
silencio del bosque como una hoja afilada.
Estallo dentro de ella, me libero antes de salir y eyaculo el resto de
mi semen en oleadas calientes por todo su culo fruncido. Nuestras
respiraciones frenéticas se hacen eco la una de la otra mientras la
sensación de felicidad recorre mis miembros. Recupero el aliento y la miro,
boca abajo, con los muslos temblorosos tras el orgasmo que la ha
desgarrado por completo. Mi semen gotea por sus labios hinchados, un
hilo que cae a la tierra. Tomo los restos de mi eyaculación y se los
introduzco lentamente en el culo, disfrutando de la sensación del
apretado esfínter alrededor de mi dedo, antes de inclinarme de nuevo
sobre ella.
―Te pertenezco, Briony. Así como yo poseeré cada parte de ti.
Gime suavemente, con los párpados caídos, y sé que lo que más
necesita es descansar.
Al soltarle las muñecas, sus brazos caen al suelo junto a ella. Está
completamente agotada. He agotado a mi pobre muñeca emocional,
mental y físicamente hasta la extenuación. Después de volver a ponerme
los pantalones, me agacho y la cojo en brazos.
Su carita sucia cae sobre mi pecho, con un palo clavado en el pelo.
Me transmite una cruda vulnerabilidad que se me antoja. Siempre había
esperado que ella fuera lo que yo necesitaba, que su fuerza, resistencia e
inteligencia superaran a los hombres tóxicos que intentaban deformar su
mente inocente. Pero lo que me está devolviendo no se parece a nada
de lo que esperaba. Ahora sólo existo para ella. Mataré a Briony si alguna
vez intenta dejarme y acabaré con mi miserable vida junto a ella. Es tan
fácil como eso.
La acompaño hasta mi camarote mientras su suave manita roza la
piel de mi cuello.
―Enséñamelo —susurra, sus angelicales ojos azules se abren y se
centran en los míos. Sus dedos tocan la pintura negra de mi cara y la
extienden desde la mandíbula hasta el cuello―. Estoy lista.
Las palabras, tan sencillas, pero su significado, tan complejo.
No hay vuelta atrás. Una vez que Briony me vea, o acepta la verdad
y abraza nuestro destino de destrucción juntos, o me veré obligado a
completar el trabajo que nunca tuve la intención de terminar.
Capítulo 34
Rostros formidables

S
us brazos a mi alrededor hablan un lenguaje totalmente distinto
al de las palabras de su cuerpo en el bosque. Las manos se
aferran a mí en un nuevo e inesperado abrazo. Reconfortante.
Casi suaves y protectoras.
Aero me lleva al baño de uno de los camarotes más extraños que
he visto nunca.
Yo no lo definiría como una cabaña. Para mí, la palabra cabaña
implica algo antiguo, rústico y cálido. Esto es un elegante caparazón de
modernidad. Con su arquitectura lineal, el exterior presume de artesanía
de alta gama, que se hace eco de ese mismo diseño en el interior. Nada
más que paredes negras, suelos de granito, muebles que prácticamente
rozan el suelo con su escasa altura y ventanas del suelo al techo que dan
a un bosque totalmente oculto a nuestras espaldas.
Esto parece la escapada de un multimillonario, no un acosador sin
techo que se folla a sus conquistas en el bosque, aplastándoles la cara
contra la tierra que tienen debajo.
Lo que hacíamos ahí fuera era animal. Era orgánicamente primitivo.
La cruda pasión de su implacable necesidad agita mi feminidad interna
en un ciclón de deseo. Necesitaba que me reclamara como suya en su
bosque, ansiaba su liberación sobre mí como una especie de propiedad
marcada. Me di cuenta de que disfrutaba de la sumisión durante el sexo.
Me encantaba sentirme poseída y menospreciada para abrirme a sentir
esa liberación liberadora. Era extrañamente catártico para una mujer que
lucha a diario por la igualdad.
El orgasmo que experimenté en aquella suciedad desafía todo lo
que debería desear del sexo y la intimidad y, sin embargo, me aterroriza
por completo, porque no creo que ahora pueda ver el acto de otra
manera. Convertirnos en una sola carne es lo que Él quería para nosotros.
El sexo es su propia forma de adoración, y lo que hicimos fue nada menos
que honrar esta nueva religión que hemos creado. Si no es ese tipo de
pasión primigenia, esa escalofriante demanda de su cuerpo dentro de lo
más profundo del mío, no lo quiero.
El cansancio se apodera de mí y me pesan los párpados. Me deja
en la encimera del amplio y elegante cuarto de baño, abre una de las
duchas más grandes que he visto en mi vida y vuelve con una pequeña
toalla blanca.
Va a levantarme de nuevo, pero le agarro del antebrazo y se lo
impido. El vapor se eleva por encima de los suelos de granito negro y le
doy la espalda a Aero para mirarme en el espejo.
El barro y la suciedad cubren el lado derecho de mi cara, donde me
sujetaron. Hay follaje en mi pelo y noto la presencia de sangre untada
cerca de mi boca procedente de su herida. Mi camisa está desgarrada
y mis pechos se desbordan por el borde del sujetador. Mi falda está
cubierta de tierra y mis rodillas están negras por la tierra húmeda. Parezco
destrozada. En mi forma reflectante, estoy en carne viva. Lo más alejado
de la belleza y, sin embargo, con el rubor de mis mejillas, la hinchazón de
mis labios y el vientre retorcido por una lujuria interminable, nunca me he
sentido más etérea.
―Porque somos la obra maestra de Dios... —cita cerca de mi oído,
mirándome fijamente a los ojos en el reflejo que tenemos ante nosotros―.
Tu belleza es mi asfixia.
―El encanto es engañoso, y la belleza fugaz; pero una mujer que
teme al Señor es digna de alabanza —replico, arrancándome un palillo
del pelo.
Sus ojos se quedan clavados en los míos mientras observo el desastre
de pintura que le mancha la cara.
―¿Lo ves ahora? —me pregunta, rodeándome para coger la toalla
de mano. La moja con agua del lavabo que hay cerca de mí antes de
sacarla y volver a colocarse detrás de mí. Me rodea con las manos y se
inclina sobre mí, apoyando la barbilla en mi hombro mientras me habla al
oído. ―¿Cómo intentan domar lo salvaje que hay en ti? ¿Cómo se centran
en detener Su propia creación natural en su forma más pura y exquisita?
Hemos sido creados a Su imagen, ¿no es así?
Coge la toalla y me limpia la suciedad de la mejilla. Miro mi imagen.
La mujer que tengo delante, hecha a Su imagen. La que busca la libertad
en la expresión de su cuerpo, la apertura de su alma a otro. Sí, no hay
unión matrimonial entre nosotros, ¿pero eso hace que lo que estamos
haciendo tenga menos valor? ¿Estamos idolatrando todas las cosas que
el propio Señor nos pide que neguemos? ¿Es mi Dios un Dios
verdaderamente celoso?
―Porque así como por la desobediencia de un hombre muchos
fueron constituidos pecadores, así por la obediencia de un hombre
muchos serán constituidos justos —recito, las palabras salen de mis labios
tras años de estudiar la palabra. Pero estas palabras: desobediencia,
obediencia; se llenan de un nuevo significado, de una nueva
comprensión mientras el hombre que está detrás de mí me mira.
Aero me lee en mi reflejo.
―Nunca te alinees con las disciplinas de los hombres que restringen
la libertad de pensamiento. Fomentan la inmoralidad en lugar de
reducirla. Asumen la utopía en lugar de esperar el realismo. Tu religión es
una institución creada por el hombre que utiliza el miedo y la intimidación
para mantener el poder sobre ti. Pero el verdadero poder reside en ti,
Briony. Reside en ti, y reside en mí. Porque somos de esta tierra, no una
ilusión soñada por los hombres que nos precedieron.
Trago saliva mientras me acerca el paño caliente a la mejilla y me
mira a los ojos en el espejo. Esta verdad inevitable y universal ejerce su
peso sobre mí. Todo lo que declara procede de un hombre despreciado
por las mismas enseñanzas que profesa. Pero, ¿dónde reside la fe? Puede
que no esté de acuerdo con todas las enseñanzas de mi escuela y mi
religión, pero me mantengo firme en mis creencias en algo más grande,
mientras que este hombre ha perdido cualquier atisbo de fe.
―Hay bien y hay mal. Existe el bien y existe el mal —continúa―. Pero
sus definiciones se deforman para quienes tienen la capacidad de
fabricar su propio destino. Las palabras se distorsionan para ellos. Se
amoldan a lo que necesitan para mantener firme el poder sobre la
ingenuidad. Pero en esta vida, Briony, los desfavorecidos se rompen o
construyen a partir de los fragmentos de sus propios huesos destrozados.
Los débiles alcanzan una oscuridad tan baja que la existencia se vuelve
secundaria frente a la revelación de las verdades pragmáticas.
Me tiemblan las piernas mientras el estómago se me revuelve
incómodo ante las palabras que brotan de su alma atormentada. Está
revelando una versión de su propia historia y, de algún modo, la está
alineando con la mía porque, como él supone, somos la misma persona.
―¿Y cuál es esa verdad, Aero? —Pregunto con cautela.
Suspira, los poderosos músculos de su pecho tensan su sudadera al
tiempo que flexionan su mandíbula bajo la pintura. Cojo la toalla de la
encimera, donde la ha colocado delante de mí, y me vuelvo hacia él. Sus
ojos color avellana se clavan en los míos mientras sigue inclinado sobre
mí. Se quita la sudadera con una mano a la espalda y la deja caer al
suelo junto a nosotros antes de volver a mirarme. Su pelo es un revoltijo de
mechones oscuros entrelazados que cuelgan sueltos sobre su frente. Con
una mano se lo echo hacia atrás y, con la otra, le acaricio el rostro
cubierto de carbón.
A regañadientes, permite que le toque. Sumido en su incomodidad,
levanta la barbilla. Siento que intenta lo imposible. Sometiéndose a mí.
Lo estudio con ojos cautelosos mientras le quito lentamente la
pintura, sin que su mirada se aparte de la mía ni una sola vez. Entonces la
tensión es densa, la energía de la habitación que nos rodea cargada,
mientras me deja que le limpie, lavándole los restos de la ceja donde
asoma esa gran cicatriz carnosa. Sigo pasando el paño por sus labios,
observándolos mientras su cálido aliento abandona sus labios
entreabiertos, la tensión aumenta con cada pasada del paño. Continúo
hasta que su cara está lo bastante limpia como para contemplarla en su
totalidad.
Siento que me quitan el aire. Como si una mala hierba invisible se
introdujera en mi cuerpo, envolviendo mis pulmones, limitando su
expansión, despojándome de oxígeno. ¿Cómo puede ser?
―Tu eres... —Sacudo la cabeza, con la cara distorsionada de pura
confusión.
Ahora lo veo. El parecido es asombroso.
―Pero, él sólo tiene uno... así que tú tienes... —Sacudo la cabeza,
entornando los ojos antes de abrirlos para mirarle de nuevo―. Saint es tu...
—Tengo la boca seca como un desierto mientras intento asimilar que el
hombre que tengo delante es prácticamente la viva imagen del hombre
más opulento y poderoso.
Callum Westwood.
El padre de San.
El hombre que no soportaba la idea de que la ceremonia de su hijo
coexistiera con la de una mujer.
El hombre que prácticamente financia la ciudad, la iglesia y a todos
los que residen aquí con su riqueza y su elevado estatus.
Su estado prístino y chirriantemente limpio.
Con los largos mechones del cabello oscuro echados hacia atrás, la
mandíbula de corte fuerte, esos pómulos altos y definidos, la inclinación
de su nariz, todo ello recuerda a ese hombre malvado y poderoso. Todo
excepto los impresionantes remolinos de esmeralda y ámbar en esos
desalentadores ojos color avellana.
―Medio hermano —dice despreocupado como siempre, sin dejar
de mirarme directamente―. Técnicamente hablando.
―Pero entonces eso significaría...
―Fornicación. Lío extramatrimonial. Sí, cariño, el prestigioso hombre
en persona se folló a una mujer que no era su esposa y la dejó
embarazada.
Se me desencaja la mandíbula y pierdo las palabras.
―¿Se le ocurre un crimen más atroz para un hombre tan pulido? —
dice, inclinándose de nuevo hacia delante―. Porque se me ocurren
algunos otros.
Las cicatrices de su cara. El corte que va desde el ojo hasta la parte
superior del pómulo, la cicatriz cerca del labio y la que recubre la
mandíbula. Cicatrices irregulares que gritan por una cicatrización
inadecuada.
―¿Qué te ha hecho?
―Eso es lo mejor —responde con cuidado, estudiando mis ojos―. No
me ha hecho nada.
―¿A qué... te refieres?
―Los hombres, como él, no se ensucian las manos con los crímenes
que cometen. No dejan rastros para los admirables.
―Tu madre... —Empiezo, mi mano de repente temblando a mi lado―.
¿Dónde está...?
―Muerta —responde rotundamente.
El tono en que lo dice significa una rabia enjaulada que se ha
gestado bajo la superficie de años de tormento contenido. Un tono que
solo puede significar causalidad. ¿Callum mató a su madre?
Se levanta del mostrador y se pasa los dedos por el pelo de la
coronilla. Su pecho desnudo se agita con un tremendo suspiro, los
músculos de su abdomen se tensan y vuelvo a ver el tic de su mandíbula.
Apenas puedo hacerme a la idea. ¿Cómo es que nadie lo sabe?
¿Cómo ha podido Aero escabullirse entre las grietas y seguir siendo
este hombre, oculto en las sombras? ¿Y cómo ha podido Callum
Westwood someter a su propia sangre a este tipo de vida de flagrante
desprecio mientras su otro hijo, Saint, vive como un rey a la espera de su
reino?
Ahora entiendo el odio, los aspectos celosos que ha estado
interiorizando. Ha tenido que sentarse y ver a su medio hermano vivir la
vida que a él no le permitieron. ¿Mataron a su madre? Sólo puedo
imaginar los horrores a los que ha sobrevivido.
El mareo se apodera de mí mientras mi cuerpo se entumece y me
desplomo hacia un lado. Aero se desliza entre mis muslos, me coge en
brazos y me vuelve a sentar erguida, con la frente repentinamente
arrugada por la preocupación.
―Bri —susurra, agarrándome la nuca con una mano y rodeándome
la cintura con el otro brazo.
La oscuridad amenaza con cerrarse sobre mí, pero con unas
cuantas respiraciones profundas, se retira de mi visión. Me siento
abrumado por esta constatación. Otro hombre al que me han obligado
a admirar como el epítome de la perfección moral, un castillo de
privilegios roto y en ruinas. La dedicación a su iglesia, al pueblo, la
dedicación a su familia. Las malditas mentiras interminables.
Me tiende un vaso del fregadero, lleno de agua.
―Bebe.
Lo sostengo con dos manos temblorosas, sorbo despacio antes de
dejarlo a mi lado. Me observa con cautela, estudia mis movimientos antes
de que mis ojos recorran su cuerpo lleno de tatuajes y cicatrices. Tantos
mensajes garabateados en su carne. Una revelación bíblica propia;
historias de lucha y fuerza que cubren los músculos que suben y bajan con
cada aliento que respira en el mundo al que luchó por sobrevivir. Un
mundo que no permitiría que estas verdades innegables siguieran vivas.
Mi mirada se desvía hacia la rosa florecida de su cuello antes de
encontrar de nuevo su rostro.
Es espeluznante ver a su padre en su estructura ósea. Veo el
parecido con Saint en sus labios carnosos, en el inferior, que sobresale un
poco más que el superior. Empiezo a preguntarme si Saint conoce a su
hermano. Si alguna vez lo ha sabido. Se me pasan tantas preguntas por
la cabeza.
―¿Cuántos años tienes? —balbuceo en mi estado de
desorientación.
Esto hace que sus labios se curven en una sonrisa. Una sonrisa
verdadera y genuina que literalmente derrite cualquier pensamiento
negativo que haya tenido sobre este hombre. Es una sonrisa preciosa. Es
una pena que alguna vez haya sentido la necesidad de cubrirla con
máscaras y sombras.
―¿Esa es la primera pregunta que me haces después de lo que te
he revelado? —Su ceja se arquea mientras parte de su oscuro cabello
cae sobre sus ojos.
Levanto la mano y la vuelvo a apartar para poder contemplarlo por
completo. Creo que nunca me sentiré lo suficientemente satisfecha
mirando la obra de arte que es él. Es sencillamente impresionante.
Cortado en un paño de belleza modélica, recubierto de su propia garra.
Me agarra la muñeca como si mi contacto le hiciera daño, me aparta la
mano cuando vuelve a flexionar su fuerte mandíbula y se le abren las
fosas nasales.
Puede que hayamos conectado íntimamente, pero es obvio que
este hombre no tiene ni idea de cómo recibir un abrazo suave. Conoce
el control. Conoce la fuerza, pero no sabe nada de amor. No en su forma
más pura y orgánica. Conoce un amor filtrado por una obsesión
enfermiza. Por el dolor. Por venganza.
―Veintinueve.
Mis ojos recorren cada parte de él, como si con sólo examinarlo y
asimilarlo fuera capaz de comprender lo imposible. Sabía que tenía que
ser mayor que yo, pero son muchos años sin contar. Sólo puedo imaginar
los horrores de esta oscura revelación. Lo perjudicial que sería para toda
la dinastía Westwood. La resistencia y determinación de Aero lo
mantuvieron con vida, pero aparte de las complejidades de la venganza,
¿qué impulsó realmente a este hombre a sobrevivir?
―¿Dónde has estado todo este tiempo? —pregunto sin aliento.
Veo cómo se le revuelve la garganta cuando se acerca a mí y mis
piernas se abren sobre la encimera para acogerle. Me planta la palma
de la mano detrás y con la otra me acaricia el cuello. Vuelve a elevarse
sobre mí y la intensidad de su mirada me paraliza. Me mira los labios antes
de sacar la lengua y lamerse los suyos. Ojos de fuego se encienden ante
mí, arrastrándome a su febrilidad.
―Encontrándote —susurra contra mis labios, como si no hubiera otra
razón para su existencia―. La muñeca del diablo.
Capítulo 35
A su merced

L
a Muñeca del Diablo.
Solían llamarme así.
Mis padres, a puerta cerrada, en murmullos que
resonaban por toda nuestra casa familiar.
Mi piel blanca como la porcelana, que nunca tuvo el mismo
pigmento que la suya. El engañoso pelo negro que destacaba en
nuestras fotos familiares como una mancha de tinta. La oscura mancha
de la condena.
Tras su revelación, Aero no perdió el tiempo y nos metió en la ducha.
Me despojó de mis ropas rotas y harapientas y las arrojó al montón junto
a las suyas.
Mientras estamos bajo el agua, estudio su torso desnudo y me fijo en
el enorme crucifijo invertido que tiene a lo largo de una de las costillas.
Me recuerda al anillo que llevaba o a un diseño similar. Aero está sin duda
en contra de todos los pilares de la religión organizada. Lo demuestra con
sus acciones, pero lo profesa con su lengua afilada. Mis ojos recorren aún
más las hendiduras de su abdomen duro y tonificado, y aún más allá,
siguiendo la ligera estela de vello oscuro que conduce al gran órgano
expuesto que cuelga entre sus piernas. El brillo del piercing en la punta
hace que me estremezca el pecho y me tiemblen los muslos al recordarlo.
Mientras lo hace, me lava bajo el reconfortante agua tibia. Las
manos que me agarraban el pelo con rudeza en el bosque se entrelazan
ahora con las mías, enjabonando cada grieta con un delicioso jabón de
vainilla mientras él se para ante mí.
De repente, sus caricias se detienen y su impactante mirada se fija
en la mía mientras el agua de las duchas estilo lluvia cae sobre nuestros
cuerpos desnudos. Las yemas de sus dedos rozan mi caja torácica hasta
que sus manos se amoldan a mis pechos. Sus ojos se oscurecen cuando
sus dedos rozan mis pezones, una sensación que hace que el bajo vientre
se me contraiga.
Mis ojos se fijan de repente en cómo crece su erección ante mí.
Bamboleándose entre nosotros, vuelve a endurecerse rápidamente,
desvergonzado en su inevitable atracción. Se lava con el jabón,
cubriendo cada centímetro, pero le agarro el antebrazo, deteniendo el
movimiento cuando por fin llega al pecho.
Arruga las cejas y frunce el ceño. Le quito las manos del pecho y las
sustituyo por las mías. Deslizo lentamente las manos sudorosas por sus
anchos pectorales, rozo sus clavículas y subo hasta su cuello sin prisa, pero
con intención.
Da un paso atrás y me aparta las manos con brusquedad hasta que
caen entre nosotros. Se gira, cierra rápidamente el grifo y, en un abrir y
cerrar de ojos, sale de la ducha.
Se siente incómodo con cualquier forma de contacto suave.
Cualquier abrazo que lo considere adorable le escama literalmente la piel
como el ácido.
Vuelve un segundo después con una toalla sobre las caderas y otra
en los brazos y me tiende la mano para ayudarme a salir de la ducha de
piedra. Lo rozo y entro desnuda y empapada en su cuarto de baño en
busca de mi propia toalla.
Me afecta. Sin embargo, me toca libremente a su antojo y cuando
quiere. Soy su muñeca, como él dice, y sin embargo sigue estando a un
mundo de distancia de mí. Sí, puede que esto sea nuevo para él, pero
también lo es para mí. Me he abierto a él, a su forma de pensar. Me he
sometido a él por completo, depositando fe y confianza en un hombre
que no conocía, y sin embargo él sigue sintiendo que no puede hacer lo
mismo conmigo.
Encuentro una toalla en un armario y me la pongo alrededor del
cuerpo antes de buscar otra para secarme el pelo.
―Estás enfadada conmigo —declara contra mi hombro,
haciéndome dar un respingo.
Ni siquiera le oí acercarse a mí. Perdido en mis pensamientos,
supongo.
―No estoy enfadada, sólo... —Suspiro, sin saber cómo justificar
ninguno de mis sentimientos en este momento―. No sé lo que soy.
Quiero enfadarme, pero no tengo ni idea de por lo que ha pasado
este hombre para que sea como es. Mi empatía supera mi necesidad de
más, sabiendo que ya ha derribado muros que nunca había roto en su
vida por mí. Ha expuesto la verdad de quién es, y eso solo ya es mucho.
Pero no sólo eso, tiene las manos manchadas de sangre. Por mí.
Sus dedos suben por el borde de mi hombro, haciendo que el vello
se erice, despertando mi carne, hasta que me envuelven la nuca. Le oigo
aspirar mi aroma cerca de mi oído mientras se aprieta contra mí y su
agarre se estrecha.
―No me van bien las manos suaves sobre mí —dice con firmeza.
―Ya me he dado cuenta —digo en voz baja, poniendo los ojos en
blanco antes de separarme de él.
Me paso los dedos por el pelo en el espejo, intentando quitarme los
enredos, cuando él golpea un cepillo contra la encimera, haciéndome
dar un respingo.
Trago saliva y se lo quito de mala gana para terminar de cepillarme.
No bromeaba cuando me dijo que todo lo que necesitaría ya estaba
aquí. Lo tiene todo. Un cepillo de dientes para mí, cepillos, batas, ropa,
zapatos... todo de mi talla. Vuelvo a mirar mi reflejo y veo su mirada,
desgraciadamente hermosa, detrás de mí mientras termino.
Bajo el cepillo, cuando vuelve a abalanzarse sobre mí, sellando su
frente a mi espalda, con unos ojos duros que miran fijamente mi reflejo, lo
bastante directos como para hacer añicos un cristal.
―No tienes ni idea de por lo que he pasado —me gruñe al oído―.
Vuelve a ponerme los ojos en blanco, Briony —me insiste, con los orificios
nasales encendidos.
Su comportamiento amenazador me hace arquear los ojos.
Le meto un codazo en las costillas por detrás, apartándolo de mi
espalda. Me empuja con más fuerza, pero yo giro y vuelvo a empujarle
en el pecho para distanciarnos. Mira al suelo mientras su pelo mojado
cuelga ante esos ojos oscuros, y luego vuelve a mirarme. Su ceño se
arquea en señal de desafío y vuelve a dar un paso hacia mí.
―Tienes razón —digo de repente, haciendo que se detenga en su
sitio—. No la tengo. No tengo ni puta idea de por lo que has pasado, y sin
embargo pareces conocer mi historia por completo. ¿No es cierto?
Me mira fijamente con odio. Tiene muchas cosas en la cabeza que
no quiere revelar.
Le devuelvo la mirada. Como no contesta, continúo:
―Me saboteas, me expones, me amenazas, me obligas a dar la
espalda a mi religión y a todo lo que he conocido, simplemente para
obligarme a confiar en ti y sólo en ti. ¿Pero qué te hace pensar que tenías
que hacer todo eso sólo para ganarte mi confianza? ¿No habría bastado
con la verdad? ¿Tan ovejita perdida soy para ti? ¿Soy tan ignorante para
aceptar los hechos repugnantes que he visto? ¿Tan ignorante para
necesitar más explicaciones y razonamientos antes de poder ver la luz,
como tú dices?
No contesta, sólo absorbe mis palabras con atención.
―Crees que soy idiota —digo con naturalidad, con la cara
encendida de rabia.
Da un paso adelante.
―Sé que eres...
Le doy una bofetada en la cara antes de que pueda terminar,
arrancándole las palabras de la boca con una palma ardiente. Su cara
se inclina hacia un lado, el pelo le baila sobre los ojos, antes de que la
lengua le pase por los dientes. Esboza una sonrisa lobuna mientras sus ojos,
peligrosamente entrecerrados, se vuelven hacia los míos.
―Puede que no sepa por lo que has pasado, Aero —empiezo, con
veneno en la lengua―. No sé nada de tu pasado, pero tú no sabes nada
de mi futuro. Así que no finjamos que nos conocemos.
Echa la cabeza hacia atrás y me mira con curiosidad. Puedo sentir
cómo sus pensamientos bailan peligrosamente en su mente. Le tiemblan
los labios y veo cómo se contiene para no decir o hacer lo que
instintivamente quiere. Lo rozo, precavida ante sus represalias, pero éstas
no llegan. De hecho, me deja alejarme de él, y me siento muy bien.
Busco por los pasillos y encuentro una habitación abierta y oscura
con una cama de matrimonio. Dejo caer la toalla y me arrastro bajo las
sábanas, que sin duda han sido colocadas aquí para mí.
Los colores se parecen a los de mi habitación, e incluso hay un jarrón
de rosas en capullo en la mesilla. Sabía que me traería aquí en algún
momento. Me había imaginado durmiendo aquí, igual que sabía que el
obispo iba a matarme, igual que sabía que Jacob intentaría hacerme
daño, igual que sabía que sabotearían mi ceremonia.
Me acurruco de lado bajo el mullido edredón y, antes de que pueda
intentar contenerlas, las lágrimas caen como una lluvia. Lloro hasta
convertirme en un mar de sollozos. Lloro por una vida que ya no conozco.
Un pasado desperdiciado y un futuro desconocido.
Lloro hasta que los ojos me pesan tanto que el sueño me acuna con
el abrazo reconfortante que busco.

Un suave gemido vibra contra mí. Abro los ojos y me olvido de dónde
estoy. Aún está oscuro fuera, incluso con las pesadas cortinas que
cuelgan de la ventana que va del suelo al techo. Estoy en casa de Aero.
Oigo otro gemido detrás de mí, que me acelera el pulso.
No estoy sola.
Me doy la vuelta para mirarle mientras duerme a mi lado. Por
supuesto que entró aquí. No entiendo por qué este lugar tiene cerraduras.
Debe haberse arrastrado a mi lado una vez que me dormí.
Me sorprende su necesidad de dormir a mi lado cuando conozco su
odio a la intimidad.
Otro suave gemido sale de sus labios blandos y mohínos, y sacude la
cabeza rápidamente, haciendo que su cabello oscuro se agite sobre sus
ojos. Está claro que está soñando. La luz de la luna se cuela entre las
cortinas lo suficiente como para volver a ver el contorno de su rostro.
Es inquietantemente guapo. Esas cejas oscuras, la que tiene una
cicatriz que la atraviesa, esas largas y espesas pestañas que se posan,
ondeantes, en la parte superior de su mejilla, la tenue sombra de barba
incipiente a lo largo de su mandíbula y el labio cicatrizado que me dan
ganas de besar.
No es muy dado a los besos, pero recordarle diciéndome que le
chupe la lengua me produce esa misma opresión en el vientre.
Sin pensarlo dos veces, me entran ganas de tocarle de alguna
manera. Le rozo la mejilla con el dorso de los dedos, recorriendo la cicatriz
que, de algún modo, lo hace aún más hermoso y crudo. Su pecho
desnudo se dilata antes de que un profundo suspiro salga de él. ¿Lo ves?
Mi tacto te calma. Aún no te has dado cuenta.
En una fracción de segundo, la energía de la habitación cambia por
completo. Unas manos me rodean la garganta y Aero abre los ojos. Me
tumba boca arriba y el peso de su cuerpo entre mis piernas me aprisiona
entre las almohadas. Grito contra su abrazo hasta que no es más que un
grito seco y agrietado. Golpea sus antebrazos y su mirada oscura y mortal
me inmoviliza mientras su firme agarre me impide respirar. No hay vida tras
sus ojos. Sólo una máquina de matar pura y calculada. Está soñando y va
a matarme.
Sus ojos bajan de mi cara a sus manos y luego a mi cuerpo desnudo,
que se resiste bajo él, arañándole los antebrazos. Le clavo las uñas,
intentando sacarlo de este trance.
La sensación de miedo absoluto es sustituida por el dolor cuando
siento la corona de su firme polla empujando con rudeza contra mi
abertura mientras se abre paso entre mis muslos. Me llena de inmediato,
y mis ojos se cierran con fuerza, llorosos, mientras mi cuerpo lo acepta con
fricción.
Suspira mientras intenta recuperar el aliento. Como si por fin se diera
cuenta de dónde está y de lo que está haciendo, me suelta el cuello y su
rostro, antes lleno de odio apasionado, se transforma en uno de oscura
lujuria.
Mueve las caderas contra las mías, se retira lentamente para volver
a empujarme con más fuerza en el siguiente respiro, hasta que me folla
salvajemente. Sus primeros gemidos, que parecían de dolor e
incomodidad, se convierten en gemidos y jadeos de placer que salen de
su garganta.
―Te equivocas —dice sin aliento, con el aroma del whisky en la
lengua mientras nuestros cuerpos se golpean bruscamente―. Estás muy
equivocada, Briony.
Sus palabras tienen poco sentido para mí. Al igual que esta opresión
en la boca del estómago por otro orgasmo pendiente que se abre paso
en mi cuerpo. Esto es lo que él hace. Saca mi placer, mi dolor, mi
confusión. Mi realidad.
Me rodea la garganta con una mano, y su fuerte agarre me corta el
suministro de aire mientras veo los músculos ondulados y definidos de su
abdomen flexionarse con cada giro de sus caderas hacia las mías. Mi
cuerpo hace lo que él dice, y siento cómo la humedad sale de mí y lo
rodea, permitiendo que su gruesa polla entre y salga de mi centro
chorreante con facilidad.
―Aero... por favor. No puedo... —Ahogo las palabras, sin aliento,
mientras se me nubla la vista y siento que caigo en la sensación mareada
del desmayo.
Mi cuerpo se tensa mientras él me mira fijamente, las largas y rápidas
caricias de su gruesa polla desgarrándome sin descanso mientras siento
cómo la ola de euforia me atraviesa como una corriente estremecedora.
Lanzo un grito gutural e insonoro mientras mi cuerpo es literalmente
llevado a otro lugar. A otro reino. Un lugar donde el placer más intenso
sólo se obtiene entregando tu vida voluntariamente a otro.
Se suelta y yo jadeo. Se pierde dentro de mí, solo para sacarse,
acariciarse y cubrirme el pecho y el abdomen con húmedas y cálidas
hileras de semen. Jadeando, vuelve a introducirse en mí y se tumba sobre
mi cuerpo desnudo. Me rodea la cabeza con los antebrazos y, bajo la
oscura luz de la habitación, percibo una nueva y extraña mirada.
―Nunca he pensado que fueras menos de lo que sé que eres —
declara, sin aliento, con una pasión en su mirada directa que me hace
contener la respiración―. Eres el fuego que arde estancado, las brasas y
la ceniza anhelando la oportunidad de encenderse, listo para quemar
ciudades hasta los cimientos con tu ferocidad. Una fuerza más poderosa
que cualquier hombre que te haya precedido. Eres mi maldita existencia,
Briony. Vivo y respiro sólo para ti. Soy tuyo eternamente, completamente
a tu merced.
Le devuelvo la mirada, con los labios entreabiertos y mi respiración
entrecortada encontrándose con la suya en el espacio que nos separa,
antes de que él se incline hacia delante, capturando mis labios en el beso
más alucinante, erótico y enérgico. Un beso que nos conecta más de lo
que podría hacerlo el acto sexual por sí solo. Un beso que ata mi corazón
que late desbocado al corazón sin vida que reside en él.
Siempre ha sabido, bajo la superficie de la religión que profesaba,
que había una mujer cuyos pensamientos corrían desbocados. Una
mente que los códigos y la moral anticuados no podían detener. Una
mujer que buscaba verdades junto al realismo y la revelación sin filtros.
Una mujer que estaba preparada para la guerra al borde de su
horizonte.
Capítulo 36
Entrenar a través del dolor

s una criatura frágil, una que esperaba romper y traer a la

E
realidad, eso es hasta que me di cuenta de lo inevitable. Si no
tengo cuidado, una mujer con la mentalidad y la fuerza de
Briony me romperá. Ella tiene el poder de hacerme pedazos, y
el masoquista en mí con gusto permitirá cada parte de mi
destrucción.
Ella siempre ha sido mi muñequita para proteger, mi promesa de
mantenerla a salvo desde la distancia, hasta que esa distancia se
convirtió en la barrera que mi alma ansiaba romper, pero Briony Strait es
solo un perro callejero como yo, un error reinventado de formas que
hicieron aceptable su existencia. Observé desde lejos todos estos años
cuando pude, asegurándome de que la cuidaran, hasta que llegó la
inevitable llamada hace una semana. La mancha eterna de la
condenación se estaba mostrando, y era una mancha que querían
limpiar rápidamente.
Así pasó de ser una mujer prominente y respetada en la comunidad
a la bomba de relojería que amenazaba con su desaparición. Tan
parecidos somos.
Le di un poco de espacio después de que me golpeó, cuando todo
lo que realmente quería hacer era agarrar un puñado de su cabello y
decirle todas las formas en que era mejor que se arrodillara y comenzara
a escucharme, pero Briony no es del tipo que se sienta y obedece. A lo
largo de su vida, solo lo ha hecho porque no conocía otra manera.
Sobrevivía en el mundo en el que residía.
Le di un vistazo de su libertad, una vida de deseos desinhibidos y de
enfrentarse a los poderes fácticos. Mi pequeño petardo está a punto de
iluminar este mundo y encontrar consuelo en su venganza.
Cuando ella esté lista.
Y ella está tan cerca.
Pero esta realidad suya que he mantenido en secreto tiene el
potencial de romperla más allá del punto de reparación. Debo tener
cuidado con esta frágil flor, sus pétalos son demasiado frescos para
sostenerse.
Tuve otro sueño otra vez mientras descansaba a su lado. Del tipo que
me hace despreciar una mano suave, del tipo que me hace enojar con
la necesidad de borrar el pasado. Recuerdos de sexo mental destinados
a engañar a los niños para que confiaran en la autoridad. Recuerdos que
dejaron a un hombre como yo anhelando el dolor y el castigo en lugar
de la adoración cariñosa.
Desahogué mis frustraciones. Tomé a Briony y la utilicé para borrar las
manchas de mis propias desgracias. Tenerla debajo de mí me ahorró la
molestia de golpearme la cabeza contra una pared para acallar las
voces de los fantasmas de mi pasado. Era eso o tomar otra vida. La
necesitaba más de lo que ella nunca se daría cuenta.
Sentirla soltarse a mi alrededor es mi único cielo. Siempre adoraré a
la deidad que es su cálido y húmedo santuario. Encontrar una euforia
como esa es una tentación peligrosa para un hombre como yo, una
probada de Briony y estoy de rodillas, listo para matar o ser asesinado por
mi reina.
Se volvió a dormir después de que la limpié, y me senté y la estudié
como solía hacerlo en secreto. A diferencia de mi mente torturada,
pensamientos pacíficos parecían ocupar sus sueños, y ver ese labio
curvarse en una pequeña media sonrisa me volvió más loco de lo que
jamás pensé. ¿Con qué soñó? ¿Qué le dio tranquilidad? Sabía que no
podía ser yo. Soy demasiado vil y jodido para traer alegría genuina a
alguien.
Tuve la necesidad de atarla, manteniéndola sujeta y follándola sin
parar hasta asegurarme de que la había dejado embarazada. Quería
follármela hasta que vi que su vientre formaba un pequeño bulto y sus
tetas se hinchaban y dolían con la evidencia de mi afirmación.
Ella encontraría su propia manera de matarme antes de permitir que
eso sucediera voluntariamente, o volvería a plantar su llave de la libertad
para que pudiéramos pelear como animales antes de follar como ellos.
La dejé antes de que saliera el sol, permitiéndole descansar antes de
tener que deshacerse del Jeep de Saint apropiadamente. No podía
pensar en un mejor vehículo para huir que el preciado Jeep de mi dulce
medio hermano. Esta perra se va a quemar hasta los cimientos, y voy a
disfrutarlo como una mierda.
En mi caminata de regreso horas más tarde, a través de los
veinticinco acres de tierra boscosa que llamo hogar, me paso el
antebrazo por la frente, recogiendo las gotas de sudor que se han
formado desde que salió el sol.
Al pasar por los sonidos vibrantes del bosque, mis oídos se animan
cuando escucho uno que no se alinea. Más adelante, a través de la
maleza y los árboles, veo a una chica de cabello oscuro frente a un árbol
a unos tres metros de ella. Me planto contra un gran arce, cruzando los
brazos sobre mi pecho mientras la estudio con curiosidad desde lejos.
Ella está sosteniendo un cuchillo en el aire, vistiendo nada más que
una camiseta sin mangas blanca con pantalones cortos blancos a juego.
Mis cejas bajan mientras la veo caminar hacia el árbol delante de ella, y
con la hoja en alto, y su agarre con los nudillos blancos en el mango, lo
apuñala. Perforando la corteza con su cuchillo, sostiene el extremo,
respirando con dificultad antes de arrancarlo del árbol y repetir el
proceso.
Ella apuñala el mismo lugar en el árbol repetidamente, gritando
cuando su antebrazo choca con la corteza que se corta, y la hoja se
hunde más profundamente con cada golpe contundente.
Ella está asesinando a este árbol. Intentando acabar con una vida
antes que ella, necesitando que sangre, necesitando que tome su último
aliento para su propia satisfacción y liberación. Su propia venganza.
Sus frustraciones sacan lo mejor de ella mientras llora, se está
desmoronando. Me acerco a ella cuando su pequeña mano finalmente
suelta la hoja, su palma baja lentamente por la corteza dañada y se
hunde en el suelo.
Tomándola por debajo de los brazos, la sostengo contra mi pecho,
manteniéndola erguida.
―¡¿Por qué?! ―grita, un agudo dolor sale de su garganta―. ¡¿Por qué
no me dijiste?!
Mi frente se arruga con confusión mientras agarro la piel de su
cadera con una mano, y la envuelvo con la otra. Ella se agita contra mi
agarre, luchando contra mí mientras su camiseta sin mangas endeble se
eleva hasta su estómago.
―¡¿Cómo puede ser verdad?! ―grita, cubriéndose el rostro con las
manos.
Mis ojos caen al suelo del bosque cerca de la base del árbol que
intentó matar. El sobre, el de la caja fuerte que la obligué a abrir. La
obligué a encontrar su propia verdad, sin que ella lo supiera. Ella lo
encontró. Briony debe haber buscado en mi casa por todas partes desde
mi partida esta mañana como la mierdecita inquisitiva que es. Debería
haberlo sabido. Encontró el sobre manila que tomé de la oficina de
Alastor, el sobre lleno de los secretos del pasado que aún tiene que saber.
Ella lo sabe.
―Shhh … Briony ―susurro a modo de advertencia, abrazándola
firmemente, tratando de calmarla―. Escucha...
―¡Vete a la mierda! ―me interrumpe, antes de enviar sus codos a mis
costados mientras patea salvajemente en mi agarre―. ¡Vete a la mierda,
Aero! ¡Tú lo sabías! ¡Lo supiste todo el tiempo, y no dijiste nada! ¡Nada!
―grita, lanzándose hacia adelante hasta que agarra el mango de la hoja
del árbol.
Arrancándolo de la corteza, lo baja inmediatamente para cortarme,
tal vez incluso apuñalarme, pero la suelto. Ella gira para verme, su cabello
negro suelto golpea su rostro mientras su pecho se agita.
―Si vas a hacerlo, al menos ten las pelotas para mirarme a los ojos
―escupo, dando un paso adelante.
Tiene el rostro mojado por las lágrimas, la nariz mocosa y los labios
hinchados y rojos. Sus pezones rosados y carnosos se presionan contra la
suave tela de su camiseta, y tengo que reprimir el impulso de rasgarla por
la mitad, liberando esos perfectos puñados de piel aterciopelada,
sujetando su cuerpo contra la áspera corteza del árbol, permitiéndole
desgarrar la suave piel de su espalda mientras hago mi camino entre mis
piernas de nuevo. Odio que me encante todo sobre cómo se ve en este
momento. Odio que mi deseo de follar esas lágrimas de su alma sea el
único pensamiento que pasa por mi mente. No simpatía, no la necesidad
de consolarla.
Esto es dolor crudo, sin filtrar ante mí. El dolor de darte cuenta de que
no eres quien creías que eras, el dolor de saber que no perteneces, que
nunca lo hiciste, el dolor de saber que finalmente estás solo en este
mundo de mentiras, engaños y crueldad.
―Es hora de que empieces a hablar ―amenaza con la voz
quebrada, acechando hacia mí hasta que apunta mi cuchillo a mi
cuello―. Quiero respuestas, Aero. Explícame qué hay en ese sobre y por
qué mi nombre está en todo lo de adentro.
Inclino mi cabeza hacia atrás, dándole mi cuello. Me empuja en el
pecho con la otra mano, empujándome contra el árbol que se convirtió
en su víctima reciente.
―Comenzaré a hablar ―digo, apoyando la cabeza contra el árbol―.
Pero solo cuando limpies esas malditas lágrimas inútiles de tu rostro y
aprendas a defenderte.
Ella me mira, perdida en su odio, víctima del dolor. La veo romperse
debajo de su piel. Quiere fundirse con esta tierra, darse por vencida y
dejarse llevar. Perderse en sus penas, pero las brasas arden dentro de ella,
no le permitirán sucumbir a nada. Cuando interioriza su dolor, solo arde al
rojo vivo.
―Lánzalo. ―Asiento con la cabeza―. Apunta y golpea el espacio
sobre mi hombro derecho, y responderé una pregunta.
―¿Q-qué? ―Niega con la cabeza―. No puedes hablar en serio.
―Agarra la hoja con un pellizco. Dentro de las yemas de los dedos y
el pulgar ―le instruyo―. Cuadra tus hombros hacia mí. Mantén una
muñeca firme con el codo metido y mantén el movimiento fluido mientras
lo lanzas hacia tu objetivo.
―No ―dice rápidamente con los dientes apretados, sacudiendo la
cabeza―. No, no jugaré más tus juegos.
―Lanza el maldito cuchillo, Briony ―le espeto, burlándome de ella―.
Tíralo para asegurarte de que obtendrás tus respuestas, o no obtendrás
nada más de mí. Soy el único vivo que conoce tus secretos y está
dispuesto a contarlos, @sí que haz tu elección.
Sus fosas nasales se ensanchan cuando su otra mano se cierra en un
puño cerca de su cadera.
―Maldito bastardo.
No puedo evitar sonreír. Palabras así son juegos previos para un
hombre como yo. El dolor de la inevitable verdad detrás de la palabra
bastardo envía un golpe a mi estómago, desgarrando mi núcleo
emocional, enviando sangre a mi ingle. Si quiere su verdad, se verá
obligada a aprender a protegerse a sí misma por el mismo brutal asesino.
Descanso mi cabeza hacia atrás casualmente, arqueando una ceja
mientras ella limpia las lágrimas de su rostro, tirándolas con enojo a la tierra
debajo de nosotros, empujando a través de su dolor para encontrar la
lucha dentro de ella. Eso es, bebé.
―Jódeme, querida ―digo, viendo peligrosamente a sus tímidos ojos
mientras ella se cuadra y espero mi destino―. Es tu única oportunidad.
Capítulo 37
Todo

E
stoy temblando. Mis frustraciones corren por mi torrente
sanguíneo, ardiendo con una rabia tan entrelazada con
confusión y dolor que podría estallar.
Me desperté para encontrar que Aero había dejado la cama fría a
mi lado. Supuse que sucedería y, para ser honesta, esperaba tener la
oportunidad de obtener algunas respuestas sobre el hombre misterioso
por el que late mi corazón.
Un hombre como Aero no piensa tradicionalmente. Sabía que sus
secretos no se guardarían en cajas fuertes escondidas en oficinas. No, sus
secretos se mantendrían a plena vista. Las mentes simples nunca
asumirían que su variedad de documentos descubiertos estaría
escondido y almacenado en los lugares menos sosprechados.
Pero después de una hora de registrar su casa, y encontrar una
puerta extraña en la parte trasera cerrada con llave y dejar el resto de su
casa en un desorden caótico de ropa, papeles y alrededor de mil
cuchillos escondidos, casi renuncio a encontrarlo. Pensando en la mente
del psicótico mismo, me di cuenta de que asumió que estaría sobre él. Tal
vez la clave era la simplicidad. Él asumiría que no iría por lo obvio,
sabiendo quién es él y quien soy yo. Estos juegos mentales me están
jodiendo, la psicología inversa está lastimando mi cerebro.
De vuelta en la habitación en la que estuve, la habitación que
preparó específicamente para mí. Pensé para mis adentros, ¿dónde
esconde el dinero la gente estúpida? Debajo del colchón.
Se me cayó el estómago cuando levanté mi lado de la cama, solo
para alcanzar debajo y sentir el borde del papel arrugado en la punta de
mis dedos, prácticamente se hizo un nudo cuando vi que el familiar sobre
con textura marrón amarillenta se deslizaba debajo del colchón. Se
hundió cuando sostuve el sobre contra mi pecho, sintiendo el mismo peso
en mi mano que sentí esa noche, sacándolo de la caja fuerte.
Lo abrí, inmediatamente saqué documentos y los hojeé.
Volteé tan rápido que mi cerebro ni siquiera pudo retener la
información correctamente. Nombres, fechas, ciertas palabras me
asaltaron y me inundaron con una ola de incertidumbre y pánico.
Certificado de nacimiento.
Callum Westwood.
Veronica Fields.
Estados Unidos contra Aero Westwood
Alastor Abbot.
Margarita Moore.
Hospital de San Agustín.
Homicidio grave.
Briony Strait.
¿Qué es esto? ¿Para qué son estos documentos? No cuadra nada,
y ¿por qué mi certificado de nacimiento es parte de esto? He estado
ligada a cualquier historia repugnante que tenga Aero, y él me ocultó
esto.
Toda mi vida... es una piscina de engaño y mentiras de los poderes
fácticos. Según el certificado de nacimiento que lleva mi nombre, dice
que ni siquiera nací en 2002, sino en 2004, en un hospital diferente, en un
pueblo completamente diferente.
Esto tiene que estar mal, ser algún tipo de error enfermizo y retorcido.
He estado nadando en engaños. Ahogándome, lentamente, las
burbujas de mi vida pasada se drenan de mis pulmones hasta que me
desvanezco en los sonidos entumecedores de las aguas profundas que
me rodean.
Así era, hasta que él me encontró.
Solo puedo esperar que haya algún tipo de explicación para esto,
que Aero tenga respuestas para aclarar lo que sea que haya descubierto,
que justificará sus razones para ocultarme esta información, y tomará esta
dolorosa sensación penetrante en mi cerebro y hará que se detenga.
Pero un lugar oscuro muy dentro de mí sabe que hay algo de verdad
en esto. Un razonamiento intuitivo dentro de mi mente está sintiendo una
especie de liberación porque cada parte de mi pasado que tenía poco
sentido ahora lo tiene.
La mancha eterna de la condenación. La muñeca del diablo.
Ahora estoy frente al hombre que de alguna forma ha encontrado
una manera de hacerme descubrir mi verdad, arrastrándome por los pisos
por él, sacando documentos, exponiendo mi propio pasado oculto al
encontrarlo en su laberinto. Quería que yo fuera mi propio heroína. Incluso
ahora, mientras se para contra este árbol, solo me dará mis respuestas si
aprendo a luchar por mí misma.
―Jódeme, cariño.
Quiero un abrazo. Un apretón. Quiero colapsar en los brazos de mi
hermano. Quiero llamar a Mia y llorarle, soltar todo y entregarle mis cargas
a otro. Quiero que mis papás regresen de su viaje misionero africano para
que me abracen, me digan que todo estará bien y que me concentre en
la voluntad de Dios. Poner mi fe en Cristo y dejar que él maneje las cosas
por una vez.
Una cosa es segura, Aero no es esa persona. Nadie maneja su
destino además de él mismo. Su idea de empatía está demostrando que
no lo mataré en esta demostración masoquista de una lección de
cuchillo.
Sosteniendo el cuchillo como me indicó, mi corazón se acelera, y la
incapacidad para respirar hace que mi pecho se apriete. Mucho me
pesa en este momento. Los intentos de asesinato, los secretos, las
mentiras...
Respiro hondo, tratando de internalizar mi confusión, mi dolor.
Cerrando los ojos, lo imagino contra el árbol. Escucho el silencio del
bosque circundante, todavía haciendo eco con mis gritos desgarradores
mientras sacaba mis frustraciones. La voz de Aero tararea de fondo,
diciéndome que lo vea, gritando instrucciones, pero no quiero escucharla
más. La fe y el destino deberán beneficiarlo hoy, me ha empujado
demasiado lejos. Hasta ahora.
Mantengo los ojos cerrados y sostengo el mango frente a mi rostro,
lanzándolo por la hoja con un movimiento fluido, como un dardo, como
me indicó.
Al oír que la hoja golpea algo, abro los ojos y encuentro unos
peligrosos llenos de fuego que ven en mi dirección. El cuchillo golpeó el
árbol justo por encima de su hombro derecho, según las instrucciones,
pero parece que le corté el cuello. La sangre, tan roja como la sangre
que bombea salvajemente a través de mí, brota de una herida menor.
Jadeo, dejando caer mis manos a mis costados.
―Pregunta ―exige en un tono oscuro, enojado mientras saca el
cuchillo con el puño del árbol detrás de él.
Mis ojos se arrastran hasta el sobre, y mi mente se vuelve
desenfrenada.
―S-soy, o fui… ¿adoptada? ―Se me llenan los ojos de lagrimas al oír
esa palabra.
―No. ―responde simplemente, alejándose del árbol, acercándose a
mí.
―Entonces, ¿por qué hay un certificado de nacimiento con mi
nombre de St. Augustine’s? Yo nací aquí, en San Francisco, y las fechas
―tartamudeo―. Las fechas están fuera de lugar.
Ignora mis divagaciones, busca detrás de su espalda y saca tres
cuchillos más de alguna parte, es la única respuesta que recibo. Estúpido.
Me los ofrece, pero mis cejas se fruncen y mi mirada se eleva para
encontrar la suya mientras su mano me los da para que los tome. Se
encoge de hombros y los deja caer en el suelo ante mis pies, alejándose.
Plantándome de nuevo ante el árbol, observo la longitud de sus
piernas delgadas debajo de sus jeans negros, admirando la fuerza de su
físico tonificado sin que él lo sepa. Se gira, asintiendo levemente con la
cabeza, instándome a continuar.
Mi labio se curva con disgusto, pero solo lo intriga más. Puedo decirlo
por la forma en que la emoción baila detrás de sus ojos oscuros, la forma
en que sus dedos se enrollan en su puño mientras su lengua patina sobre
su labio inferior. Incluso desde esta distancia, lo veo.
Tomando un cuchillo, su tono profundo me sobresalta.
―Hombro izquierdo ―ordena.
La sangre hierve debajo de mi carne. No sé lo que estoy haciendo,
pero si el dolor es lo que quiere, le daré una muerte lenta con mi
incapacidad para cazar. Manteniendo los ojos abiertos esta vez,
sostengo la hoja entre el pulgar y los dedos, usando la memoria muscular
en un intento de repetir lo que ya había logrado. Tan pronto como la hoja
sale de la punta de mis dedos, sé que está afilada. El cuchillo no alcanza
el árbol por completo, pasando volando a su izquierda.
Pero tiré un cuchillo, así que obtengo una respuesta
―¿Quién es Veronica Fields? ―pregunto, ansiosa por la respuesta.
Recoge el cuchillo antes de responder y yo recojo otro del suelo del
bosque. Acomodándose de nuevo frente al árbol, observo cómo flexiona
la mandíbula.
―Mi mamá.
Siento un dolor en mi corazón por él. Recuerdo lo que me dijo sobre
ella.
―Tira ―dice, interrumpiendo mis pensamientos.
No soporto sus respuestas de unas pocas palabras, me enfurecen.
Me dispongo a lanzar otro, apuntando al mismo lugar que él ya había
indicado. Él nunca se inmuta cuando tiro, no se encoge ni se mueve en
absoluto cuando los cuchillos se lanzan hacia él. No puedo entenderlo, y
solo enciende mi rabia.
El mango del cuchillo rebota en el árbol sobre su cabeza cuando
cae al suelo.
―¿Por qué me quieren muerta?
―¿Estás segura de que esa es la pregunta que quieres hacer? Ya
sabes la respuesta ―comenta con aire de suficiencia, recogiendo el
cuchillo.
Presionaste y presionaste... seguiste presionando. Sus palabras
cobran vida en mi mente.
Esos juegos. Este hombre. Las respuestas las sabe pero no quiere
transmitirlas, me estoy rompiendo.
―¡Respóndeme! ―grito de frustración.
―¡Porque no estabas destinada a serlo, Briony! Si te hubieras callado
y hecho el papel de ama de casa bonita, no estarías en este puto
problema, pero no ―espeta―. También necesitabas conquistar su mundo,
¿no?
―¡Eso no tiene sentido para mí, Aero! ―Recojo otro cuchillo del
suelo―. ¡No es suficiente! ―Se lo tiro.
Golpea el árbol sobre su cabeza, clavándose en la corteza en un
ángulo extraño. Sus ojos se abren un poco, pero vuelve a su
comportamiento frío una vez más. Me molesta. Quiero ira roja y ardiente
de él. Quiero que él reaccione ante mí. Por alguna extraña razón, esta
pequeña acción me está volviendo más loca que nunca.
―¡Dime todo! ―grito―. ¡Cuéntamelo todo!
Agarro otro cuchillo de la tierra y lo lanzo hacia él. Este se clava en
el árbol a su izquierda, por encima de su hombro. Golpeé donde
pretendía. El fantasma de una sonrisa se forma cuando sus labios se
levantan en la esquina. Está disfrutando esto, este hijo de puta enfermo y
retorcido está disfrutando de mi indignación y confusión emocional.
Esa misma ira que me han enseñado a cubrir y a sentarme en silencio
con Cristo, las preguntas que siempre quise hacer, pero nunca me
permitieron, las reglas que nunca entendí del todo, pero que se esperaba
que obedeciera... todo mi pasado se está poniendo al día para mí, y me
estoy rompiendo. Estoy perdiendo el autocontrol que pensé que había
conservado de todos mis años en The Covenant.
Se me acabaron los cuchillos, o eso cree él, lancé todos menos uno.
Alcanzo detrás de mí, en la parte de atrás de mi camiseta blanca, y saco
el cuchillo sentimental, que me dio el maestro mismo, desde el interior de
la tela apretada. Es hora de su prueba.
Con un giro de mi muñeca, saco el cuchillo y luego apunto
rápidamente directamente a su cabeza. Su mirada ya no está fija en mí,
los cuchillos están esparcidos en el suelo ante él, no se da cuenta de que
todavía tengo uno en la mano. Él asume que ya terminé.
La hoja se desliza de la punta de mis dedos, tirando de lo que se
siente como la última parte de mi antiguo yo junto con ella.
Instantáneamente sé que mi puntería y trayectoria están demasiado
acertadas. El cuchillo se lanza hacia su cabeza, en un camino directo a
su rostro. Con un movimiento rápido de cabeza y una mano rápida, lo
atrapa justo antes de que lo golpee. Su pecho está agitado mientras la
sangre gotea por su antebrazo, atrapó el cuchillo con la palma de su
mano, directamente entre esos ojos dilatados.
Su mirada se mueve del desorden de su corte frente a él a mí detrás
de él, claramente sacudida por la sorpresa.
Trago, los latidos de mi corazón por la ira se canalizan en latidos
palpitantes de miedo absoluto resonando en mis oídos.
Aero se empuja del árbol y comienza a caminar hacia mí.
Doy un paso atrás, tropezando con mis propios pies y cayendo de
nuevo sobre mi trasero, antes de empujar hacia arriba con las palmas de
mis manos, colocándolas debajo de mí nuevamente y poniéndome de
pie. Me alcanza, agarrando mi cabello negro por la nuca de mi cuello
con su mano herida. Jadeo mientras sostiene el cuchillo frente a mí, sus
ojos oscuros buscan en los míos.
―Te rompiste ―susurra sin aliento, con una sensación de asombro y
asombro en su mirada mientras sacude lentamente la cabeza con
incredulidad―. Bebé... te rompiste.
Jadea pesadamente sobre mí, doblando el cuchillo en una mano
mientras sus ojos permanecen clavados en los míos. Lo mete de nuevo en
la correa de mi camiseta ajustada, sus dedos se demoran en los
montículos de piel que suben y bajan rápidamente entre nosotros. Su
pulgar roza intencionalmente mi pezón empedrado, y un movimiento
pequeño y suave hace que la electricidad pase de la sensación al dolor
entre mis piernas.
Miedo y excitación. Es muy parecido. Potente y, a veces, que lo
consume todo. Muy parecido a todo su efecto sobre mí.
Aero me estudia como si nunca me hubiera visto antes.
Aparentemente, el intento de matarlo lo tiene cayendo por completo. Sus
cejas se juntan mientras ve por encima de mi rostro, observando mis labios
y luego encontrando mis ojos.
―Te lo contaré todo ―susurra en voz baja, aflojando su agarre en mi
cabello, con una promesa en su tierna mirada―. Te daré todo.
Su mano herida encuentra mi rostro mientras su pulgar se arrastra por
mi labio inferior. Estoy jadeando pesadamente cuando se arrodilla en el
suelo delante de mí. Su mano ensangrentada se abre paso por mi
garganta, bajando lentamente hasta que mi cuello y el blanco de mi
camiseta se cubren con su sangre carmesí brillante. Justo como le gusto.
Arrodillado frente a mí en el suelo del bosque, me mira, sus manos se
posan en mis caderas mientras sus labios separados descansan a
centímetros de mis pechos.
Este hombre. Este poderoso asesino, que mata antes de cuestionar,
está de rodillas ante mí, viéndome como si fuera de la realeza. Se está
sometiendo por completo. Cuando me rompo, él se dobla.
Él me ve, esperando que haga mi movimiento. La brisa corre a través
de los árboles, con una calidez en su empuje. Mi cabello baila ante mis
ojos, pero nuestro contacto visual directo nunca se rompe.
Somos dos almas perdidas bailando bajo la piel, anhelando ser vistas
por el otro. Hablamos sin palabras, reconociendo al otro en la forma más
primitiva de comunicación. Nuestros cuerpos, nuestro cambio en la
respiración, el latido de nuestros pulsos alineados, la elevación del cabello
en nuestro cuello, la forma en que nuestros ojos se dilatan cuando vos al
otro.
Esta es mi oportunidad, está buscando mi dirección ahora. Yo tengo
el control y él me está confiando todo lo que es después de presenciar la
lucha dentro de mí. Es un momento más poderoso que él dándome
control sobre su vida con unos cuantos cuchillos. Incluso entonces, él
sabía que tenía una salida, podía controlar a un enemigo que le lanzaba
armas. Lo que no puede controlar es la liberación de su corazón al mío,
una debilidad que aún no estaba preparado para abrazar.
Lentamente y con las manos cuidadosas, hundo mis dedos en sus
mechones negros como la tinta que están mojados por el sudor,
encontrando su cuero cabelludo. Con un suave abrazo, envuelvo mi
palma alrededor de la parte posterior de su cabeza, con su cabello
entretejiéndose entre mis dedos, la otra deslizándose lentamente
alrededor de la parte posterior de su cuello. Inhala con fuerza, cerrando
los ojos. Sus brazos se deslizan lentamente alrededor de mis caderas,
envolviéndome mientras jalo su rostro contra mi pecho. Él suspira en mi
abrazo, finalmente permitiéndose fundirse con la sensación que una vez
lo aterrorizó, permitiendo que la suave caricia de mis dedos masajeé su
cuero cabelludo a través de su cabello.
―Todo ―susurra.
Puede que esté hablando de decirme todo como prometió, pero
por la forma en que la voz quebrada dice la palabra, tengo la sensación
de que se está rindiendo por completo a mí. Me está dando todo lo que
tiene, cada parte viva y que respira de él. Las piezas que puedo ver, y las
rotas que no. Siento lo que él siente en este momento juntos.
Mis respuestas a las interminables preguntas están llegando, pero
hay una cosa que sé con total certeza. Solo somos él y yo en este mundo
de tortura y tormento. No somos como ellos. Somos como nosotros.
Y consolidar eso lo es todo.
Capítulo 38
Evolución del juego

T
ranquilizo mi cuerpo, usando todos los sentidos disponibles que
tengo.
Las alas de un pájaro revolotean desde las ramas de los
árboles sobre mí. Aspiro el fuerte olor a pino con el olor acre del
barro húmedo debajo de mis botas negras con cordones. Las
yemas de mis dedos rozan suavemente la corteza afilada del
árbol detrás de mí, sintiendo su anchura mientras mi visión se
mantiene enfocada en el área frente a mí, asegurándome de que esté
despejada.
Lentamente, me muevo a lo largo del árbol, con pasos suaves y
ligeros y un flujo constante de movimiento hasta que mi objetivo está en
mi línea de visión directa. Tomo una inhalación constante, exhalando
suavemente, calmando los nervios que siempre se acumulan antes de
atacar. Rozando los cuchillos a lo largo de las correas que cruzan mi
pecho, agarro las puntas de cada hoja y soy transportada a un lugar
completamente diferente.
Ahí, apoyada contra el árbol, está el contorno del repugnante
demonio que ataca a los niños.
El Obispo Caldwell.
Giro fuera del árbol, rápidamente hago contacto visual con mi
objetivo, y muevo mi muñeca, enviando la hoja girando tan rápidamente
por el aire que el sonido prácticamente se silencia cuando lo golpea
directamente en el ojo izquierdo. La sangre brota de su cabeza cuando
su boca se abre y su cuerpo aturdido cae contra el árbol.
Continúo a través de los árboles, sin ver cómo su cuerpo sin vida
choca con el suelo del bosque debajo de él, corriendo ligera de puntillas,
mis pies pisan las rocas y los palos que quedan en el suelo que podrían
delatar mi paradero.
Esquivando una bala lanzándome en un salto mortal, me levanto
sobre mi rodilla con una pierna apoyada delante de mí, estabilizándome.
Lanzo el cuchillo hacia arriba, girándolo para tomar el mango, y
sosteniéndolo, giro mi cuerpo hacia atrás, cortando el corazón del
hombre que se me acercaba con un movimiento de semicírculo con la
mano hacia atrás.
El hombre que hizo de la vida de Aero un infierno al asesinar a su
mamá, la amante, silenciando sus secretos de la única manera que sabía.
El mismo hombre que envió a su hijo a vivir en el oscuro sótano de la
iglesia, bajo la estricta mirada del propio obispo. Un hombre tan ansioso
por ayudar en el cuidado de otro niño inocente. El mismo obispo, cuya
idea de purificar y limpiar este engendro de Satanás, fue a través de una
atención excesiva y un toque suave y caricias.
El hombre que se hizo de la vista gorda ante los gritos de auxilio de
un niño pequeño, formado por sus propios genes, siendo abusado por la
misma institución que prometía proteger.
El hombre que creó su propia piel y sangre, acusando a un niño de
un crimen tan violento, tan vil, que a cualquiera le dolía creer que pudiera
ser verdad.
El hombre que trató de borrar la existencia de la única mancha que
nunca pudo.
Callum Westwood.
Corto en su abdomen, rasgando la hoja a través de la piel mientras
balanceo el cuchillo, derramando sus intestinos en la tierra a donde
pertenecen. Él gime antes de colapsar hacia adelante, la sangre brota a
través de mi rostro y brazo de su gran herida abierta mientras cae
torpemente a su muerte detrás de mí.
Agarro el borde afilado del último cuchillo de la correa en mi muslo,
apuntando al último objetivo que está justo delante de mí.
Sus llamativos ojos azules encuentran los míos, y su rostro se suaviza,
enviando una sensación retorcida a la boca de mi estómago. No estoy
triste por él. Ya no siento pena, pero siento que este acto que le regalaría
sería demasiado amable. Darle la muerte le da libertad, y después de
todas las mentiras y engaños, no se merece nada de eso.
Dudo. Mi muñeca tira hacia atrás junto a mi oreja, pero aguanto por
un segundo demasiado largo.
Mi único error.
Tal como esperaba, mi vacilación se apodera de mí y antes de que
pueda enviar el último cuchillo volando al corazón de Saint, alguien
agarra mi cuello con una mano firme por detrás, y otro envuelve mi brazo
detrás de mi espalda, retorciéndolo dolorosamente, mientras me veo
obligada a dejar caer el último cuchillo que me queda.
―Te equivocaste ―su tono grave y familiar ronronea a lo largo de mi
centro, su aliento caliente arde en mi cuello―. Dudaste, y ahora estás
muerta.
Este es el juego de Aero; Siempre lo ha sido, sigo siendo simplemente
una jugadora.
Siento la cuerda rodear mi muñeca mientras intenta agarrar la otra.
Le doy un codazo en la mandíbula y siento que sus dientes chocan antes
de que un gruñido de ira reverbere desde algún lugar profundo de su
pecho.
Golpeándome salvajemente en su agarre, siento su cuerpo
empujarse contra mí, forzando mi rostro contra la tierra debajo de
nosotros, y mis piernas se abren detrás de mí. Ya está duro.
Retorciendo mi otro brazo hacia atrás, lo ata a la otra muñeca. Una
vez que mis brazos están atados detrás de mi espalda, se sienta en mi
trasero antes de que pueda darme la vuelta para usar mis piernas.
―Hoy no, querida ―dice con confianza―. Aprendí esa lección.
Oigo el tintineo de los lazos metálicos de la mordaza de silicona
detrás de él mientras el olor de la correa de cuero inunda mis fosas
nasales.
No, no de nuevo.
―Abre, para no tener que romperte los dientes ―exige.
Llevando la gran mordaza en forma de polla a mi boca, la empuja
hacia mis labios. Giro la cabeza, negándome.
―Jódete ―escupo.
Una ligera burla sale de sus labios, y puedo imaginarme la sonrisa
demente plantada en su cara engreída.
―Tú lo harás.
Presiona el objeto de diez centímetros contra mis labios de nuevo,
con más fuerza esta vez, y los abro, mientras la circunferencia llena mi
boca, abriendo mi mandíbula. Instantáneamente siento arcadas contra
el objeto extraño, y mis ojos lloran mientras los horribles sonidos salen de
mi garganta.
―Relájate para mí ―dice molesto, pero aún acariciando
suavemente la parte superior de mi cabeza. El movimiento, es totalmente
contradictorio con su tono de voz―. Respira, perra débil.
Mis muslos se tensan ante sus degradantes demandas, y muevo mis
caderas contra la tierra, necesitando frotar mi adolorido calor contra
algo.
Odio que me encante. Odio cómo sabe cómo responderé. Él sabe
cómo me gusta sentirme usada, sucia y follada como su propia puta
personal, solo para ser tratada como su noble reina después.
Asegura el cinturón de la mordaza detrás de mi cabeza y me
concentro en respirar por la nariz tal como me enseñó, la saliva ya se
acumula alrededor de la polla falsa.
―Qué buena putita eres por mí, ¿no? ―susurra en mi oído―. Siempre
doblando la rodilla por un hombre.
Agarra mi tobillo, doblando mi rodilla hacia atrás. Está tratando de
acapararme de nuevo. Rápidamente envío mi cabeza hacia atrás,
golpeando la parte posterior de mi cráneo contra su rostro.
Maldice, antes de agarrar agresivamente mi tobillo de nuevo, pero
el pequeño lapsus me permite un momento para retorcerme bajo su
agarre. Me sacudo lo suficiente como para ponerme de rodillas, pero él
alcanza mi pantorrilla y fácilmente me desliza de nuevo debajo de él.
―Mierda ―gime, limpiándose la sangre de su labio inferior donde
ahora hay un corte―. Sabes que me encanta cuando me jodes, bebé.
Es demasiado fuerte, demasiado inteligente, demasiado rápido
para escapar de su alcance. Él nunca me dejará ir.
Continuó, dejando escapar un profundo suspiro por la nariz,
tratando de calmar mi corazón acelerado y concentrarme en respirar,
mientras la baba gotea por mi barbilla y la polla de silicona me tiene
prácticamente asfixiada. Jala mi cabeza hacia atrás por la correa de la
mordaza, viendo mi rostro por encima de mí.
Sé que debo parecer loca. Las lágrimas hacen que mi rostro luzca
como un desastre sonrojado, y la saliva se derrama sobre la hierba seca
y la tierra debajo de mí mientras mi garganta intenta expulsar el objeto
que sobresale.
Él me mira, con los ojos completamente dilatados, llenos de una
enfermedad primitiva, mientras la sangre gotea de su nariz por sus labios
carnosos. Siento que se derrama sobre mi frente y hago una mueca de
dolor cuando una gota de sangre cae cerca de mi ceja.
Esta mirada suya, es salvaje e indómita, cruda y despiadada. Me
vuelve insaciable por él. Mi coño tiene espasmos, mientras la humedad se
acumula en mis pantalones cortos en anticipación del castigo que está a
punto de infligir.
Somos tóxicos. Mi sangre está contagiada del mismo amor enfermizo
que me tiene. Anhelamos esta enfermedad. El dolor, la tortura, la
obsesión, los insultos, las burlas, la dominación, la sumisión.
Siempre es una guerra entre nosotros. Se avecina una batalla que
huele a pasión y lujuria subyacente. Nuestros cuerpos se sienten
combustibles hasta que podamos conectarnos y volver a ser nosotros
mismos, encontrando un lugar que solo nosotros podemos poseer. El
fuego.
Me carga sobre su hombro, llevándome de regreso a la cabaña. La
cabaña en la que vivimos juntos desde hace una semana.
Esto es lo que hacemos. Nosotros entrenamos. Peleamos. Follamos.
Dejándome caer en el borde de la cama, mis muñecas tiran con
fuerza contra la cuerda, buscando un escape.
Me atraganto silenciosamente con la polla de silicona que me llena
la boca y me roza el fondo de la garganta. Mis ojos se cierran con fuerza
mientras las lágrimas se derriten por mis mejillas, en una súplica silenciosa
para que me la quite.
Me ha estado entrenando para tragar profundamente a su sádica
manera, castigándome con la mordaza cada vez que pierdo el juego.
Me pone de rodillas, con las piernas debajo de mí y el pecho
levantado en señal de desafío.
―Es hora de que una polla real folle esa hermosa garganta ―dice,
agarrando suavemente mi barbilla y viendo el desastre frente a él
mientras la saliva se acumula en mis senos, mi blusa blanca cubierta. Su
mano baja por mi barbilla, acariciando suavemente mi garganta, donde
trato de tragar de nuevo.
―¿No es esto lo que anhelas? ¿La incapacidad de usar tu voz? ¿Ser
silenciada por los hombres y usada como el juguete sexual que eres?
Sus ojos oscuros destellan en los míos antes de que levante mi blusa,
permitiendo que mis senos reboten libres de ella. Palmeando ambos
senos, sus manos se extienden sobre la piel suave antes de que su pulgar
roce la punta endurecida de mi pezón izquierdo, su mandíbula se tensa.
―Voy a perforar estos ―declara, y mi frente se arruga mientras sus
grandes dedos juegan con ambos pezones. Los retuerce entre el pulgar y
el índice, haciendo rodar la piel sensible, enviando ondas de choque
eléctrico entre mis piernas―. Tan hermosa, Briony. Cómo te has
desarrollado.
Un gemido ahogado sale de mi garganta.
―Te he visto florecer ―dice, sus manos sostienen el peso de mis
pechos mientras los estudia a través de sus mechones despeinados que
cuelgan parcialmente en sus ojos―. Te he visto florecer en esta mujer
frente a mí. ―Un gemido sale de su garganta―. No podía esperar más.
Cumpliste dieciocho. Tenía que tocarte. Tenía que follarte ―dice en voz
baja, casi para sí mismo mientras mi clítoris duele por su deseo.
Dieciocho. No veinte, como me dijeron. Aero abrió la caja de
Pandora hace una semana y me regaló los secretos que me contaron
toda mi vida. ¿Qué haces cuando ves la prueba del hecho de que tus
papás no son realmente tus papás? Mi hermano no era realmente mi
hermano. Mi fecha de nacimiento y lugar de nacimiento ni siquiera eran
exactos.
Manipularon todo para una familia que no podía volver a concebir.
Brian y Cynthia Strait estaban viviendo su propia mentira. Yo era una niña
huérfana, una niña traída a este mundo como un error, una mancha,
como lo era Aero. Dos perros callejeros abandonados bajo el polvo de
una institución a la que no pertenecían. Una con la esperanza de una
oportunidad bajo un manto de mentiras, el otro, no tan afortunado.
Me enseñaron a perdonar, me enseñaron la verdad. Amar. Justicia.
Bondad. Hay un Dios. Tiene que haber. Tengo fe en ese hecho, y nadie
me lo puede quitar. En lo que no tengo fe ahora es en los humanos. Son
salvajes de la peor calaña que nos envuelven con verdaderas máscaras
de engaño.
Abre la parte de atrás de la mordaza sobre mi cabeza, enviando mi
cabello sobre mi rostro mientras jadeo por aire. Sin previo aviso, abrocha
un collar negro alrededor de mi cuello con un aro justo en mi garganta,
conectado a una cadena.
Este hombre tiene una plétora de juguetes y ataduras detrás de esa
puerta cerrada suya, construida para el placer y el dolor. Las dos
dimensiones centrales de la emoción que se correlacionan en una
hermosa sinfonía cuando nuestra música choca.
Lo veo fijamente, desafiante, pero obediente. El pecho desnudo de
Aero está cubierto de cicatrices y tatuajes de su propio desafío.
Inclinando la cabeza hacia un lado, observo cómo su lengua se desliza
entre los dientes con emoción y anticipación, viendo a su presa que
seguramente conquistará.
Se abre los jeans y se quita el resto de la ropa antes de apretar con
el puño la base de su gruesa y erecta polla, palmeando toda su longitud
ante mí.
Lo observo mientras pasa sus dedos por la punta, golpeando el
piercing con el pulgar, deseando desesperadamente algo de esa fricción
contra mi centro que está goteando por él. Anhelando la sensación de
ese piercing arrastrándose a lo largo de mi hambriento clítoris de nuevo.
―Voy a perforar esas tetas y encadenarte a mi polla. ―Él sonríe con
orgullo ante la idea, acariciándose mientras se apoya en esos gruesos y
esculpidos cuádriceps―. Para ver cómo te arrastras por el suelo debajo
de mí, guiada nada menos que por tu nuevo dios. ―Se sacude la polla.
―No vas a perforar mis pezones ―contesto, finalmente encontrando
mi voz.
Aero agarra la cadena conectada al aro alrededor de mi cuello y
la jala hacia adelante, haciéndome jadear.
―No te pedí tu opinión ―gruñe―. Ahora ponte boca abajo y ábreme
tu boca.
―Pero… ―protesto, mostrando mis manos atadas, esperando un
alivio.
―Las cuerdas se quedan ―responde simplemente.
Yo gimo.
―Te odio.
―Está bien ―dice, pasando por encima de la cadena con una
pierna y jalándola hacia atrás con una mano―. Mientras confíes en mí.
Lo fulmino con la mirada mientras vuelve a soltar la correa, jalando
mi cuello hacia él.
―Lo haces, ¿verdad? ―pregunta en voz baja, dejando caer su polla
con la mano y acariciando suavemente mi mejilla―. ¿Confías en mí?
Trago saliva, viéndolo. Esa se ha convertido en una pregunta fácil de
responder después de la forma en que me lo reveló todo. Las dificultades
de su torturado pasado, la verdad detrás de los hombres que han tratado
hundirme.
Acepto a este hombre por lo que es.
En quién lo obligaron a convertirse.
―Con todo lo que soy ―respondo confiada.
Capítulo 39
Debajo de nosotros

e le forma una sonrisa lenta y pasa el pulgar por mi pómulo antes

S de retirar la mano y abofetearme un lado del rostro. No es duro,


pero lo suficiente como para mover mi rostro hacia un lado y
dejar una picadura ligera.
―Buena niña.
Prácticamente gimo ante su alabanza antes de que guíe su polla
hacia mi boca. Él me permite mover mi cuello mientras él se queda quieto,
mojándolo, lamiendo su punta perforada, luego metiendo la boca en
toda su longitud hinchada. Trago todo lo que puedo de él, sosteniéndolo
en la parte posterior de mi garganta hasta que necesito salir para respirar.
―Mierda, eso es ―dice, agarrando el cabello de mi coronilla,
obligándose a profundizar de nuevo.
Sostiene la correa con un brazo detrás de él, jalándola mientras
aumenta el ritmo hasta que, literalmente, estoy siendo empujada hacia
adelante para tragarme su polla y él está follando mi garganta de
manera efectiva.
―Trágate mi polla, zorra ―exige. Gimo a su alrededor, las palabras
son tan viles, degradantes y demasiado atractivas para la muñeca sumisa
en la que me he convertido―. Toma tu castigo.
Después de llevarse al límite, casi perdiendo en su propio juego, sale
de mi boca, viendo el desastre húmedo y lloroso debajo de él con fuego
en sus ojos. Golpea su polla contra mi mejilla antes de empujarla entre mis
labios. Repite este proceso, sacándose, abofeteándome y luego
follándome la garganta otra vez. Jugando consigo mismo, jugando
conmigo
―Aero ―me quejo, anhelando mi propia liberación mientras frota el
piercing en mis labios, y una gota de semen se filtra en mi lengua―. Por
favor.
―Por favor, ¿qué? ―pregunta, arqueando una ceja.
―Dame lo que necesito ―lloro.
Su infame sonrisa tira de sus labios antes de que se incline más cerca
de mí. Su brazo se envuelve detrás de mí, y sus dedos se meten debajo de
mis pantalones cortos hasta que roza mi excitación, deslizando un dedo
profundamente dentro.
―Oh, sí, estás lista ―dice, con los ojos oscurecidos por su propia
hambre―. Dios, eres tan increíble, Bri. Mi muñequita sucia. Vamos a
ensuciarte, ¿sí?
En un movimiento rápido, suelta la correa, empujándome contra la
cama, con mis muñecas ardiendo por la fricción de la cuerda. Agarra mi
tobillo y me da la vuelta sobre mi estómago. La mordaza de polla vuelve
a llenar mi boca mientras me la ata de nuevo, más apretada que antes.
Arrancando los pantalones cortos por mis piernas, no pierde el tiempo
jalándome para ponerme de rodillas, estrellando mis pechos expuestos
contra el colchón frente a mí y abriendo mis piernas frente a él.
Pasa la punta de su pene por el empapado desastre entre mis
piernas, maldiciendo por la sensación. Sin previo aviso, se empuja desde
atrás, penetrando profundamente. Trato de gritar alrededor de la
mordaza, y mi coño se estremece alrededor de su grosor mientras él se
queda quieto, tratando de controlarse para mí.
Mis gritos son silenciados por la polla de silicona en mi garganta,
mientras él sale y luego vuelve a entrar profundamente a un ritmo lento y
tortuoso.
―Te quitaron la voz, pero recuerda que soy yo quien te hace gritar.
―susurra mientras sus manos me exploran.
Sus dedos se amoldan a mi piel, tocando cada superficie disponible
ante él como si fuera suya. Corriendo por mi columna, subiendo por la
parte posterior de mis muslos, sobre las curvas de mis caderas. Agarrando
la piel cerca de mis caderas, me atrae hacia él, mi humedad se extiende
por la parte inferior de su abdomen. Sus embestidas aumentan de nuevo
y mi cuerpo se enciende con electricidad explosiva en cada poderosa
colisión.
No me lleva mucho tiempo. La incapacidad de hablar mientras me
trago una polla y me llena con otra me hace caer en espiral en una sucia
piscina de deseo. Me siento traviesa y utilizada en la forma en que anhelo.
Quiero tomar las desventajas de ser vista solo como un objeto y una mujer
sin valor y poseerlo como propio bajo la dirección de Aero. Convirtiendo
nuestro dolor en placer.
Me aprieto, mis músculos se tensan mientras me acerco a mi
liberación. Debe sentirlo porque escupe sobre mi trasero, su saliva gotea
por mi abertura, frotando mi entrada antes de introducir suavemente su
pulgar dentro.
Un gemido bajo retumba a través de mi pecho mientras mis ojos se
cierran. Es demasiado abrumador. Estoy en una sobrecarga sensorial, y el
fuego dentro de la boca de mi vientre está ardiendo salvajemente,
requiriendo un escape con el calor de mi excitación.
El gemido más sexy sale de su garganta, y el sonido, más el hecho
de que tiene cada agujero mío lleno de la manera que pretendía,
usándome como su propia muñeca sucia, me tiene en la cima de la ola
del orgasmo más intenso.
―Ahora ―exige, sonando sin aliento―. Córrete, oh, mierda, córrete
sobre mí, niña sucia.
Nos perdemos el uno en el otro, deshaciéndonos al mismo tiempo.
Mi cuerpo explota cuando el fuego viaja a lo largo de mi columna y siento
que sus caderas se flexionan con fuerza contra las mías, su cuerpo se
convulsiona detrás de mí mientras mi rostro se muele contra el colchón
debajo de nosotros.
Exploramos y probamos nuestros límites, necesitando el miedo y el
dolor para impulsar el placer, y caemos con fuerza en nuestro cielo,
jadeando juntos hasta que nos volvemos a encontrar en esta tierra.
Acostados juntos en su cama después de limpiarnos, mis mejillas se
sonrojan mientras repaso las últimas horas en mi cabeza otra vez.
La forma en que se preocupa por mí después del sexo es nada
menos que hermosa, yendo completamente en contra de la naturaleza
de su carácter. Me limpió en la bañera mientras me sentaba entre sus
piernas, suaves besos ensuciaban mi cuello y orejas mientras sus manos
gentiles masajeaban mis tiernos músculos, discutiendo mis técnicas y lo
que podría convertirme en una asesina más hábil. Cocinó para mí y me
dio de comer otra comida llena de proteínas. Me dice que adore mi
cuerpo como el templo que es, manteniéndome fuerte y enfocándome
en alimentos que enriquecen en lugar de destruirme.
Metiéndome en la cama junto a él, se preocupa por mí,
asegurándose de que esté abrigada y cómoda. Me da aspirinas con un
vaso de agua helada antes de acostarme, sabiendo la incomodidad que
produce entrenar todo el día, seguido de una ronda de relaciones
sexuales agresivas.
No se parece a nadie que haya conocido. Se expresa a través del
dolor. Jalarme del cabello y gritar obscenidades es su propio cóctel
personal de amor. Simplemente nunca aprendió a abrazar la forma
adecuada de amor. El caos es su única emoción, y sabiendo eso, siento
que soy la única que puede entenderlo.
Aparta el cabello húmedo de mi rostro, jugando con los mechones
mientras me estudia una vez más, la mirada en sus ojos es de amor y
admiración, incluso si no sabe lo que eso significa.
Conozco esa mirada porque la estoy emitiendo directamente hacia
él. Aero ha dicho que yo soy su existencia, que no puede respirar sin mí,
pero yo no puedo vivir sin él, no sería nada sin él. Mi corazón se ha
derrumbado por el hombre que no tiene uno. Me encanta lo protector
que es, cómo literalmente ha pasado su vida esperándome,
observándome en silencio desde lejos, esperando hasta que llegara el
momento en que quisieran eliminar su flor que aún no había florecido.
―Aero ―susurro, parpadeando nerviosamente con los ojos
cansados.
―¿Qué pasa? ―pregunta, ya preocupado.
Lleva mi muñeca a su boca, viendo los pequeños cortes de las
ataduras con cuerdas. Mi ritmo cardíaco aumenta mientras contemplo
expresar las cosas que estoy sintiendo. Su lengua sale de su boca mientras
lame los cortes antes de besarlos suavemente. Curando su daño. Mi
corazón se hincha aún más.
―Debes saber que… ―empiezo tímidamente, viéndolo―. Creo que
estoy en… quiero decir, sé que te…
―No lo hagas ―interrumpe con severidad, sentándose sobre su codo
abruptamente―. Nunca me digas eso.
Mis cejas bajan y mi corazón se aprieta en mi pecho.
―No me digas que me amas porque yo nunca te lo diré de
vuelta―dice en un tono frío y sin vida. Un vacío de la misma emoción que
estoy emitiendo.
Mi labio inferior tiembla y sus ojos se sienten atraídos por él. Su mano
se extiende y su pulgar se arrastra suavemente a lo largo mi labio, los suyos
se abren, pero por un momento, no sale nada. Es como si hubiera
escuchado los ecos de la destrucción total que se produjo dentro de los
confines de mi pecho.
―Lo que tenemos juntos no se puede definir con una palabra creada
por otro hombre. Ninguna combinación de letras o lenguaje formulado
puede abarcar la magnitud de nuestras tragedias, nuestro dolor, nuestra
euforia. ―Sus ojos encuentran los míos, buscando profundamente a través
de mí mientras sus dedos acarician suavemente mi cabello detrás de mi
oreja―. El amor está por debajo de nosotros ―afirma con confianza.
Trago saliva, y mis lágrimas se derraman por mis pestañas ante
probablemente la respuesta más perfecta de un hombre que ama a su
manera indefinible. El amor está por debajo de nosotros.
Levantando mi mano, acaricio con cuidado las yemas de mis dedos
sobre la profunda cicatriz que atraviesa su devastadoramente hermoso
rostro. Todavía está trabajando en dejarme tocarlo. Golpearlo, cortarlo,
chocar mi cráneo contra el suyo... ese es el afecto que puede soportar,
pero el suave toque de una caricia amorosa todavía es propiedad de los
demonios que buscamos vengar.
―Pero tengo una pregunta para ti ―dice con los dientes apretados―.
Me ha estado pesando toda la tarde.
Dejo caer mi mano, y su rostro inmediatamente se suaviza mientras
toma aire, haciéndome saber que sostuvo la respiración todo el tiempo.
Me mata que tenga que trabajar tan duro para permitir que mis manos lo
toquen, lo está intentando, y lo odio. No quiero que tenga que intentar
sentirse cómodo con mi abrazo, si prefiere que lo abofetee, lo haré con
mucho gusto. No quiero cambiarlo, solo quiero amarlo como él me lo
permita.
―¿Cuál es la pregunta?
Sus cejas bajan y sus ojos se estrechan, contemplando.
―¿A quién imaginaste cuando dudaste en el último golpe durante
el entrenamiento de hoy?
Me detengo por un momento, viendo hacia abajo antes de reunir el
coraje para encontrar su mirada nuevamente.
―Saint.
Me ve por un momento, mostrando su ira con orgullo.
―No sé cuántas veces más necesitas que te lo explique. Él fue quien
contó mal los libros para la clase, Briony. Sabía que tendrías que visitar ese
armario donde su amigo te estaba esperando para acabar contigo. Viste
su rostro, ¿recuerdas? Ellos te tendieron una trampa. ―Se rasca la parte
superior de su cabello, visiblemente frustrado mientras sus fosas nasales se
dilatan ante el recuerdo―. El ladrillo. ¿Alguna vez te dijo qué tenía en ese
ladrillo que arrojé a través del parabrisas?
Sacudo la cabeza, recordando cómo lo miró Saint. Estaba
aterrorizado, como si hubiera leído algo horrible.
―Me dijo que no había nada en él, que solo eran unos niños
jugando…
―Exactamente, fue todo una puta mentira ―declara―. Saint nunca
estuvo de tu lado.
Todavía me persigue la forma en que lo dejé entrar. Saint es el
mentiroso más manipulador que existe. Mientras los demás mostraban
ansiosamente su odio, Saint se acercó a mí. Me mantuvo bajo su ojo
vigilante fingiendo interés en mí. Nunca estuvimos destinados a formar
una alianza, solo quería tener la oportunidad de probarse a sí mismo
como un miembro leal de la despreciable sociedad que mantiene a los
suyos en la cima.
―No es eso ―respondo, mientras Aero peina mi cabello con sus
dedos de nuevo, escuchando atentamente―. Ahora sé que él no era la
persona que pensaba que era, pero...
No sé cómo decir lo que estoy pensando sin mostrar la falta de
remordimiento que siento. ¿Me convierte en un monstruo? No, solo en una
mujer que busca el peor tipo de venganza.
―¿Qué pasa, Briony? ―me pregunta directamente, necesitando que
continúe.
―Siento que la muerte no es algo que se merece.
Su rostro se endurece mientras continúo.
―Quiero que sufra, que arda, de adentro hacia afuera.
Aero escucha atentamente, su rostro cambia a ese que me debilita
y hace que mi pequeño corazón aletee como una polilla hacia la luz
moribunda. La mirada de admiración. La mirada de un orgulloso
protector de rodillas ante su reina entronizada dirigiéndose a su reino. Está
viendo mi crecimiento. Mi evolución de fuerza ante él. El capullo se ha
abierto y por fin estoy lista para florecer.
―Quiero arruinarlo mientras vive.
Se inclina hacia adelante, su lengua deslizándose por su boca,
lamiendo las palabras de mis labios.
―Cuéntame más ―tararea, antes de lamer mis labios de nuevo.
―Quiero quitarle lo único que desmantelaría la institución,
arruinándolo con la misma mancha que nos han puesto a nosotros.
La cabeza de Aero se acurruca en mi cuello, donde siento su cálida
y húmeda lengua subiendo por mi garganta, lamiendo y pidiendo más.
―Quiero tomar su virginidad.
Se detiene contra mi cuello, su boca abierta y su lengua quieta
contra mi carne. Levantando la cabeza, me ve con una expresión
ilegible. Veo la guerra detrás de sus ojos mientras imagina la posibilidad,
con un empujón y un tirón del corazón que finge carecer.
Venganza. posesión _ Venganza. Afirmar.
―Matarlo es un arte demasiado fácil ―declaro, levantando la
barbilla.
Aero quiere poseerme, pero no puede si anhela una verdadera
retribución. ¿Confía en mí lo suficiente como para permitir la destrucción
del futuro de otro hombre mediante el uso de mi cuerpo? ¿Puede
entender que será una transacción sin sentido para mí, pero que solo yo
puedo realizar? Tengo influencia con Saint. He visto cómo puedo hacer
que él reaccione ante mí. En esa cocina, durante nuestro beso, quería
más. Lo necesitaba como la droga que también le han negado. ¿Puedo
ser yo quien lo empuje al límite?
Establecer y exponer al hombre en línea para convertirse en obispo
sería la ruina final para la totalidad de la iglesia, la congregación y la
comunidad, y Aero lo sabe. Esta institución se derrumbaría si uno de los
suyos fuera expuesto bajo la luz verdadera.
Su mandíbula se flexiona y sus dientes rechinan mientras agarra un
puñado de mi cabello. Siento el dolor en su agarre; los demonios
susurrando en su oído. Dejando escapar un profundo suspiro por la nariz,
relaja su agarre, sus ojos encuentran los míos mientras declara con
confianza: ―Cualquier venganza que desees. Será tuyo.
Capítulo 40
Ojos de Exhibición

M
ÍA
Ella está aquí. Está entrenando. Está evolucionando
en todo lo que imaginé que haría.
Briony lleva una semana viviendo conmigo en mi
cabaña aislada, donde ha aprendido todos los trucos y herramientas que
le he enseñado. Es una asesina fenomenal para su edad y el poco tiempo
que lleva entrenándose, y utiliza sus puntos fuertes para golpear
limpiamente y acertar siempre en sus objetivos. ¿Quién iba a pensar que
mi pequeña hija de la iglesia tendría una mano tan hábil y firme?
Esperé a que sus verdades la quebraran. Me preguntaba si la harían
desmoronarse. Tras días de lágrimas y más árboles destripados en el
bosque, se había librado de la tristeza de descubrir que había quedado
huérfana tal y como yo esperaba, poniendo toda su fe en mí y sólo en mí.
El hombre que aún guardaba su mayor secreto.
Se podría decir que la manipulaba para que se convirtiera en quien
yo quería que fuera. Así es como empezó. Pero en realidad, ella me
estaba mostrando quién era por sí misma.
La idea de hundir a Saint jodiéndolo y destrozando el celibato
clerical que se exige a todo sacerdote no me dejaba ver más que rojo.
Ella es mi flor. Mi muñeca. Mi propósito. Mi existencia. Y sin embargo, si
quiero que ella sea todo lo que tiene derecho a ser, tengo que encontrar
una manera de dejar que ella dicte su propia venganza. Como me ha
dicho antes, ella es el rey de su propio juego.
La muerte era un arte demasiado fácil.
Briony soltó las palabras de sus labios angelicales como si mi trabajo
no hubiera sido creado enteramente para matar. La afirmación me llenó
el pecho de orgullo por el pequeño demonio que era. Pensaba como
alguien que había perdido la cabeza y la moral, buscando infligir el mismo
dolor y tortura que ella casi había soportado. Quería que sufrieran. Y nada
hizo que mi polla se hinchara más.
Intenté calmarme durante nuestro entrenamiento. Intenté dominar
mi caos, mi sed de dolor, pero no había esperanza. La necesidad de
construirla destrozándola inundaba mi ser. Quería que sintiera cada
tortura infligida; quería que la abrazara. Necesitaba que oyera las
palabras repugnantes, viles y despreciables que salían de mis labios para
que las asumiera como suyas, tomando el poder de su significado y
elevándose por encima de él. Conocer su valor real en un mundo que
acepta sistemáticamente la cantidad por encima de la calidad.
Ella es mi diosa. Mi luz. Mi vida. Y después de cada sesión de
entrenamiento, me esfuerzo por demostrárselo. Tocarla es fácil. Ha sido mi
sueño durante años. Curar sus heridas, limpiar cada parte de mi muñeca
que he ensuciado; mi parte favorita. Podría hacer carrera atendiendo sus
necesidades, fortaleciéndola. La parte con la que sigo luchando es
permitir que su tacto me cure.
Exponer mi abuso no fue difícil. Forcé la reunión accidental, para
que viera de primera mano cómo trata el obispo a sus alumnos más
deseados. Los que él prepara. Los que necesitan lecciones adicionales
para aceptar y abrazar lo que él define el Espíritu Santo.
Me había atrapado en una trampa. Yo era joven e ingenuo. El
perfecto niño roto sin nadie a quien llamar mi pariente, que buscaba el
apoyo de una figura paterna en mi vida. Me había convencido de que
lo que hacíamos tras las puertas de la iglesia era sólo por mi bien. Para mi
salvación.
Pero siempre me sentí mal, y pedir que parara sólo le animaba más.
Había aprendido a callar y a aceptar las costumbres del mundo hasta el
día en que por fin rompí.
―Nacemos en pecado ―me decía―. Entrégate a Cristo para que te
purifique de esas transgresiones, y quizá entonces tengas una
oportunidad de verdadera redención.
La única redención que buscaba ahora era una bala en su cráneo
después de obligarle a ahogarse y vomitar sobre su propia polla cortada.
Me quitó la calma. Mi dulzura. Se adueñó de ella en las suaves
caricias que me proporcionaba. La palabra amor tenía un nuevo
significado. Amo la forma en que recibes a tu Señor. Amo tu lindo rostro
cubierto del Espíritu Santo. Te amo, hijo, mi hijo de Dios, dotado para mí.
Una palabra que anhelaba tanto cuando era un niño perdido y que
ahora está manchada para siempre. Grabado en mi ser como sucio,
desagradable... mal.
Ya no quería que me quisieran. Quería que me odiaran.
El tiempo se agotaba, y la mentira de que Briony seguía buscando a
sus padres en África se desmoronaría pronto. La estarían buscando.
Alastor me estaría buscando. Necesitaba más información sobre lo que
había pasado en el pueblo desde nuestra pequeña desaparición. Por
suerte para mí, los ojos y los oídos del aislado club nocturno lo guardan
todo.
―¿Dónde estamos? ―pregunta desde el asiento del copiloto del
Audi oscuro, con los ojos arrugados en las comisuras mientras mira a mi
alrededor, escudriñando el sucio exterior del edificio de ladrillo.
No le contesto mientras salgo del vehículo, acercándome a su lado
para abrir la puerta.
―¿Por qué llevo esto puesto? ―pregunta tirando del ajustado
minivestido negro de piel de serpiente y echando un vistazo a sus tacones
de diez centímetros, ya molestándome con sus preguntas.
¿Aún no ha aprendido a confiar en mí?
Le estoy ajustando el vestido, asegurándome de que su escote está
justo donde tiene que estar para que quepa, cuando veo que el collar
con el crucifijo vuelve a su cuello, colgando entre esos pechos turgentes.
Se da cuenta de que la miro y se lo agarra rápidamente entre los dedos,
sus ojos nerviosos me estudian, preguntándose qué haré.
Te arrancaré eso del cuello más tarde, cariño, no te preocupes.
Caminamos por el callejón, donde encuentro la vieja puerta de
acero del club. Se envuelve con los brazos, mirando el abrigo de cuero
que me rodea, combatiendo el frío de la noche. Si cree por un segundo
que voy a taparla con mi abrigo, está loca. Aquí no.
Llamo una vez, hago una pausa, luego llamo tres veces.
La puerta finalmente se abre, y él está allí esperando.
El gran portero tonto me mira a la cara cubierta de calavera, luego
inclina el cuello para mirar a Briony detrás de mí, antes de volver a
mirarme.
―Joder. Otro más, ¿eh? ―se ríe por la nariz, sacudiendo la cabeza―.
Al menos tienen buen gusto.
―Nox ―digo, interrumpiendo sus comentarios irrelevantes―. ¿Dónde
está?
Una inquietante sonrisa se extiende por su feo rostro.
―Sala Negra. ―Asiente detrás de él.
Lo empujo y atraigo a Briony hacia mí por la palma de su mano
sudorosa. Los ojos del hombre permanecen fijos en su cuerpo demasiado
tiempo para mi gusto, siguiendo su cuello hasta sus pechos turgentes y
llenos mientras ella camina torpemente con el minivestido. La empujo a
través de la puerta, antes de girarme y golpearle en la cara con mi Glock.
―¡Joder! ―maldice, agarrándose la cara.
Me agarra la camisa y la cierra en un puño antes de empujarme
contra la pared. Un gruñido se escapa de mis pulmones por la fuerza, y le
sonrío, amando su reacción mientras la sangre le resbala por la cara
desde el corte reciente sobre el ojo, su enorme cabeza, arrugada y roja
de frustración. Él retiene el otro puño, deseando usarlo.
―Hazlo ―me burlo con una sonrisa malvada―. Mírala otra vez.
―¡Alto! ―Briony grita desde detrás de él.
―Apuesto a que te encantaría chupar esas suaves tetas rosadas,
¿verdad?
―¡Por favor, para! ―continúa.
―Su cremoso y apretado culo es aún mejor ―continúo, mientras sus
ojos se entrecierran aún más―. Tan lleno y follable.
Sus ojos permanecen fijos en mí, sabiendo que mi locura no conoce
límites.
―¡Mírala! ―Exijo―. Vamos, dame una razón para arrancarte la parte
superior del cráneo. ―Sonrío, apuntando mi pistola a un lado de su
cabeza.
Ansío la lucha. El abuso. El dolor. Es lo único, aparte de ella, que hace
que la vida sea tolerable.
Sus fosas nasales se agitan mientras su pecho de barril hace
retumbar sus frustraciones en las tenues luces carmesí del pasillo. Se está
quebrando. Le cuesta permitir que Huesos, de entre toda la gente, entre
aquí y lo deje en ridículo otra vez.
―Me aseguraré de ser el primero en follarme este nuevo pedazo de
culo. Alárgala para todos los clientes hasta que nadie la quiera suelta,
coño de puta ―refunfuña por lo bajo mientras se vuelve para mirarla, con
los ojos fijos en sus piernas, subiendo hasta el lugar entre sus muslos que
me pertenece.
Siento cómo sube la fiebre. El fuego de mi cuello amenaza con
entrar en erupción. Me río entre dientes, disfrutando de esta nueva
sensación.
―Lo has conseguido. ―Me río para mis adentros con maníaca
incredulidad, lanzándole mi arma a Briony.
Lo coge y me mira con el miedo prácticamente goteando de su
bello rostro. El guardia de seguridad parece confuso.
―Joder, la has vuelto a mirar ―digo directamente con cara seria.
Sus cejas se fruncen cuando saco la navaja de debajo de la manga
de mi abrigo de cuero. Le apuñalo en el ojo izquierdo. Su grito, marcado
por el dolor, chilla a nuestro alrededor mientras suelta mi camisa y cae de
rodillas. La herida mana sangre a borbotones y él se lleva la mano a la
espalda en busca de su pistola.
―No te atrevas ―le advierte Briony, apuntándole a la nuca con el
cañón de la pistola.
Mi sonrisa vuelve a dibujarse en mi rostro, la emoción y la ferviente
lujuria bailan peligrosamente en mi interior.
Joder, se me ha vuelto a poner dura.
Su mano temblorosa se separa de sus pantalones.
―¡Malditos dementes! ―maldice, encontrando el equilibrio mientras
grita horrorizado, retrocediendo a trompicones por la puerta por la que
entramos.
Briony abre los ojos como platos y respira con los labios entreabiertos.
Jadea tan fuerte que sus pechos casi se desbordan por encima del
vestido. Está aterrorizada. Es divertidísimo. Estaba realmente preocupada
por mí. Nadie se preocupa por mí. Ni siquiera yo.
La conduzco a la sala con la puerta negra mate del fondo. Al abrir
la puerta de la sala de exposiciones, espero encontrarme con Nox
esperándome desde mi llamada.
Tan pronto como entramos en la oscura habitación, Briony jadea
ante la escena que tenemos delante, encogiendo su cara en mi hombro
inmediatamente ante la visión. Allí, tras el cristal, Nox tiene a una de sus
trabajadoras de rodillas ante él. Aprieta su coleta rubia, follándole la cara
mientras él se sienta en la silla con respaldo, disfrutando de su lucha.
Estas salas son para personas que pagan por ver sin poder tocar ni
ser vistas. Sala de exposiciones sólo para entretenimiento visual. A Nox, sin
embargo, le gusta montar sus propios espectáculos, y según parece, está
en proceso de una entrevista a fondo con un posible nuevo empleado.
―Joder, sí, gánate ese dólar ―gruñe a la mujer vestida con blusa
blanca y falda lápiz que tiene delante―. Ah, lo estás haciendo muy bien,
cariño. Sigue chupando esa propina.
Briony me suelta el brazo al oír sus elogios y emite un leve suspiro. Sé
que puede oírlo todo y que, en el fondo, disfruta hasta el último momento.
A mi chica traviesa le gusta mirar. Apuesto a que el único vídeo porno
que ha visto es el que le grabé desnuda y desmayada. En el que la toqué
y lamí mientras dormía y ella miraba, retorciéndose de excitación.
Dios, sólo recordar aquella noche me dan ganas de drogarla otra
vez. Follármela hasta dejarla inconsciente con su permiso y mostrarle
cuánto me desea su cuerpo, sobre todo cuando su mente está apagada.
Hacerla comprender sus propios deseos sexuales es un puto placer para
mí, uno que planeo explorar más.
Empujo hacia delante, adentrándome en la oscura habitación, y me
siento en el sofá de cuero preparado para la contemplación justo
cuando aparece otra chica vestida con un brillante bikini y tacones de
quince centímetros. Pone una pierna larga y bronceada sobre Nox, a
horcajadas sobre su bajo vientre, y se besan con la lengua mientras la
chica que está en el suelo entre sus piernas sigue chupando.
―Dios mío ―jadea Briony, tapándose la boca con la mano.
―Siéntate. ―Me siento en el sofá, abro las piernas y me acaricio los
muslos.
Hace lo que le pido y sienta el culo sobre mi polla. Con los muslos
bien apretados, casi puedo oír cómo su inocente corazoncito se acelera
bajo su piel de porcelana, cómo su coño se retuerce de deseo como un
animal en celo.
―Míralos jugar ―susurro mi orden mientras mis manos encuentran sus
hombros.
Le bajo suavemente los tirantes por los brazos, agarro el apretado
material con las dos manos a la altura de la cintura y tiro de él, dejando
al descubierto sus pechos blancos como la leche.
―Aero. ―Va a detenerme, sentándose hacia delante, pero la
atraigo de nuevo contra mi polla palpitante.
―No pueden vernos aquí.
Calma su respiración y vuelve a apoyarse en mi pecho.
Los ojos de Briony están fijos en la escena que tenemos ante nosotros,
la fascinación baila en sus pupilas dilatadas por el reflejo del espejo
colocado en la esquina. Levanto la mano y jugueteo con sus pezones,
retorciéndolos suavemente entre mis dedos sin tocar ninguna otra parte
de sus pechos. Solo sutiles tirones contra las bellezas empedradas. Su culo
se contonea en mi regazo, las tentaciones se vuelven demasiado para su
clítoris dolorido.
Mi muñeca está insaciable desde que explora sus nuevos deseos. No
puedo saciar su apetito, y me encanta.
La mujer que está debajo de Nox deja de chuparle la polla, coge la
base y la guía hacia la mujer que está en su regazo. Se aparta el bikini de
tirantes, se sienta de nuevo sobre su polla y sube y baja lentamente por su
tronco, cabalgándole la polla mientras la mujer oficinista se queda
debajo, chupándole los huevos mientras rebotan.
―¿Te gusta? ―Le pregunto al oído. Mis manos suben por sus muslos y
le ponen la piel de gallina. Las yemas de mis dedos rozan sus bragas
húmedas y las deslizo suavemente a lo largo de su clítoris―. ¿Verlos
compartir? Tal vez quieras ser la mujer que está encima de mí siendo
follada ―continúo, haciendo suaves círculos sobre la excitación
acumulada―. ¿O tal vez te gustaría ser la puta de rodillas, lamiendo el
placer que le doy a otra persona?
Los gritos de la mujer llenan la oscura sala de cine cuando Nox
empieza a embestirla, con sus pechos turgentes saliéndose de su brillante
top triangular, rebotando justo en su cara.
Briony se vuelve hacia mí. Se sube el vestido por los muslos y se sienta
a horcajadas sobre mi regazo. Su mano se desliza por mi nuca y se hunde
en mi cabello. Me lo tira hacia atrás con fuerza en la coronilla,
haciéndome flexionar las caderas hacia su dulce y cubierto coño. Me la
follaré ahora mismo si no tiene cuidado.
―¿Sí? ―pregunta, lamiendo un lado de mi cara cubierta de pintura―.
¿Disfrutas viéndolos compartir?
Mi polla salta dentro de mis vaqueros ante el repentino cambio de
papeles.
―Sí ―respondo mientras ella se agacha, lamiéndome la garganta,
mientras veo a la mujer del suelo sacar la polla de Nox y chuparla hasta
dejarla limpia antes de volver a colocarla en el húmedo coño que tiene
encima.
Su mano me echa bruscamente la cabeza hacia atrás contra el sofá
con un fuerte tirón, haciendo que me lloren los ojos y que mi polla deje
escapar una gota de semen. Joder.
―¿Estás listo para compartir? ―pregunta, con una ceja arqueada, la
confianza que exuda.
Estudio su rostro, absorbiendo sus palabras. Ahora lo entiendo. Me
está poniendo a prueba. Pequeña zorra lista.
Me tira del cabello aún más fuerte y un gemido sale de mi garganta
mientras ella se inclina hacia delante, con los labios pegados a mi oreja.
―¿Listo para ver cómo me folla tu hermanito? ¿Usarme y hacer que
me corra en su gruesa polla como la puta codiciosa que soy? ―susurra
seductoramente, apretándose contra mi regazo.
Maldito Cristo. Está sobre mí. Sabe que presiono sus botones para
endurecerla, y ahora está usando mis tácticas contra mí, entrenándome
para encontrar mi autocontrol, como si tuviera alguno. Acabo de sacarle
un ojo a un hombre por mirarla dos veces. ¿Cómo coño voy a permitir que
uno de mis mayores enemigos se deslice dentro de ella? ¿Que obtenga
placer hundiéndose en mi húmedo coño?
Un gruñido sale de la base de mi garganta al pensarlo.
―O tal vez ―empieza suavemente, soltándome el cabello. Su mano
desciende por mi frente, encontrando la cicatriz bajo la pintura que le
encanta tocar. Sus suaves dedos se deslizan por mi mejilla y me hacen
rechinar los dientes―. Quizá te castigue.
Mis ojos van y vienen entre sus ojos azules, que parecen aún más
brillantes con el maquillaje tan cargado que le hice aplicar, calculando
cada uno de sus movimientos. He creado un monstruo que no puedo
controlar. Briony está desatada, tomando este mundo como suyo.
―Tal vez, en vez de eso, te haga el amor dulce y suavemente, Aero
―susurra, pasando el dedo por la cresta de mis pectorales por encima de
la camiseta. Hace girar el dedo alrededor de mi pezón y el leve roce
envía una corriente eléctrica a mi polla. Odio responder a esa suave
caricia. Odio que me siente tan jodidamente bien, como si no me hubiera
entrenado para enrojecer con este tipo de caricias.
Me cabrea de cojones. Se está metiendo en mi cabeza ella sola
porque no le he permitido más.
―Me deslizaré despacio por tu polla, mirando fijamente esos ojos
color avellana ―gime, pasando la palma de la mano por mi polla,
rozando con los dedos la cresta de mi sensible punta―. Te susurraré lo
mucho que te quiero, y sólo a ti, mientras me llenas con tu semen―,
termina antes de inclinarse para besarme los labios, con su collar
colgando entre nosotros.
Agarro el collar con la palma de la mano y lo retuerzo hasta ajustarlo
a su cuello. Tiene los ojos entrecerrados y burlones, sabedora del estrago
que está causando.
―¿Qué coño te crees que estás haciendo? ―pregunto, cabreado y
con la guardia baja.
―¿Qué? ―pregunta despreocupada, apartando mi mano e
inclinando la cabeza hacia un lado, cerca del hombro, con todo el
aspecto de zorra en que se ha convertido―. ¿No te gusta recibir tu propio
dolor? ―Su tono es tan degradante como el mío cuando se burla de mí.
Podría estrangularla por su juicio rápido. Demasiado inteligente para
su propio bien. Ella me conoce como nadie, y con eso viene su habilidad
para paralizarme. Más poderosa de lo que ella cree. Somos fuego
jugando con maldito fuego, y estamos destinados a quemarnos
mutuamente hasta los cimientos antes de quemar el mundo que nos
rodea.
Por suerte, antes de que el lado tóxico de mí le cierre la boca con
cinta adhesiva y le folle el culo delante de todo el club para darle una
lección, oigo a Nox terminar con sus mujeres, sabiendo que volverá a la
sala de observación para nuestra reunión.
―Mmm, mierda. ―Me burlo, poniéndome en pie y levantándola
conmigo. La ayudo a ponerse de pie sobre esos tacones de plataforma,
ajustando su vestido en su sitio mientras una cara sonrojada de frustración
me mira con una sonrisa de comemierda―. Se te ha acabado el tiempo
para mi lección, cariño.
Capítulo 41
Guarda la Llave

B
riony se sienta sola en un rincón de la sala de exposiciones
mientras Nox y yo hablamos de negocios en silencio.
―Están inquietos. Hasta el puto culo de que haya huido ―me
dice Nox―. Al parecer, Callum envió a algunos de los suyos a buscarla tras
ver los billetes de avión comprados a su nombre. Cuando no pudieron
encontrarla en el aeropuerto, ampliaron la búsqueda. Galgos, todo eso.
La quieren, y ahora que se ha ido, Callum está flipando.
Me burlo.
―Me lo imaginaba. Perdieron el control de la situación al poner sus
necesidades en manos ajenas.
Mis manos.
―Tienes razón. Me encantaría enfrentarme a uno de esos grasientos,
enseñarle cómo funcionamos en las calles.
―¿Y Saint? ¿Se sabe algo de él?
―Nada. Y no puedo entenderlo. Supongo que se está haciendo el
desentendido para evitar que se le eche encima por el momento. Tal
controversia para él ser parte de esto, teniendo en cuenta ...
Mi lengua se desliza por mis dientes mientras sacudo la cabeza,
pensando en mi pequeña situación de chantaje.
―Quiero decir, parece que están presionando mucho para que dé
el paso y asuma el título de obispo, lo cual es extraño para alguien de su
edad, pero necesitan que el apellido se solidifique permanentemente en
la iglesia si esperan conquistar a la gente del pueblo, y pagarán lo que
sea para que eso ocurra.
―Todo por lo que ha trabajado esa familia. ―Me burlo, con sarcasmo
en mi tono.
―El mandato del obispo se acerca a su fin, y parece más que
deseoso de acelerar el proceso desde el suicidio. ―explica Nox.
El suicidio. Jodidamente perfecto.
―¿Qué suicidio? ―Pregunto, haciéndome el tonto.
―El diácono. ―Lo siento, pensé que lo sabías. Al principio pensaron
que era un asesinato por la forma en que apareció la escena. El
confesionario estaba todo revuelto. Múltiples disparos, bla, bla. Pero su
Biblia... ―Hace una pausa, inclinándose hacia adentro―. Dentro de su
Biblia personal, había confesado algunas cosas desagradables. Decía la
verdad, y todas las piezas conectaban.
Estoy sonriendo como un maldito demonio bajo mi exterior tranquilo.
Mis planes funcionaron a la perfección. Años sentado en una celda con
una imaginación desbordante y hablando con otros presos me ayudaron
a ello. Aprendí cómo funciona realmente el mundo entre rejas. Hice
amigos que se convirtieron en familia. Una puta familia de verdad. No la
basura flotando por mis venas, dándome mi apariencia física.
―Pero sí, Saint está agazapado, y Callum se ha hartado de Alastor.
Ese hombre está entrando en pánico. Las elecciones son pronto, y si el
mayor donante de Alastor lo deja por esta mierda, está arriesgando la
reelección. Ha estado aquí preguntando por Huesos.
El cabrón sabe demasiado.
―Sabía que iba a pasar. Era sólo cuestión de tiempo. Esos políticos
pierden la cabeza cuando las cosas empiezan a derrumbarse a su
alrededor.
―Mantén los ojos bien abiertos. Se están dando cuenta, Aero ―dice
directamente, antes de mirar a Briony en la esquina―. No puedes seguir
siendo el enmascarado para siempre.
Lo asimilo, mi mente da vueltas sin parar. No se equivoca. He
permanecido oculto con la ayuda de Alastor, cometiendo sus crímenes
mientras él protegía mi identidad, mis secretos. Pero traicionarlo al no
cumplir mis compromisos hace que esa protección disminuya.
―Sólo... ve a lo seguro ―dice suavemente, poniendo una mano en
mi hombro.
Me aparto de su contacto.
―Vete a la mierda.
―Lo digo en serio, Aero. Cuando los hombres se desesperan, hacen
locuras.
―¿De verdad? ―pregunto con sarcasmo.
Este hombre sabe mejor que nadie lo desesperado que puede llegar
a estar un hombre. Especialmente cuando se ve acorralado por una
institución dispuesta a acabar con él. Ha sido testigo de primera mano,
viendo a su amigo convertirse en un maldito sicario del enemigo sólo para
acercarse.
Inclina la cabeza, la mirada de sus ojos es de comprensión, seguida
de una advertencia para un amigo al que aprecia de verdad.
―No te ablandes conmigo ahora, Nox. Te he visto cortarle la lengua
a un tipo.
―Sólo digo... ―Hace una pausa, los ojos mirando a Briony―. El amor
tiene una manera de hacernos débiles. Nos ciega. ―Se pasa la mano
cubierta por un anillo por encima de su cabeza afeitada y tatuada―. No
quiero verte resbalar, ni siquiera por un segundo a causa de ello.
―En primer lugar, vete a la mierda. Segundo, ¿qué coño sabe un
chulo de Detroit sobre el amor?
Se ríe y se agarra el abdomen descubierto bajo la camisa
abotonada que lleva abierta desde su pequeña cita.
―Oye, todos tenemos nuestros vicios. Yo he amado a algunos que
no debería.
―Unos pocos ―repito asintiendo―. Precisamente el problema .
―Aunque lo entiendo. Tiene un cuerpecito muy sexy ―dice,
relamiéndose los labios mientras mira a Briony, que está jugando con las
puntas de su cabello en la silla de la esquina.
Me devuelve la mirada, estudia mi rostro, observa la tensión de mi
cuello. ¿Tan evidente soy?
―Y es joven ―continúa, presionando―. Un coñito apretadito
suplicando ser destruido.
Se pasa los labios mientras se frota la barbilla como si se lo estuviera
imaginando.
―Basta ―refunfuño en voz baja.
Se le dibuja una sonrisa de complicidad en la cara. Más le vale a
este cabrón que ni se le ocurra.
―Hola, cariño ―le dice, sin dejar de mirarme con esa sonrisa de
comemierda.
Jodete.
Briony levanta la vista, se suelta el cabello y al instante su columna
se endereza en la silla. El movimiento empuja involuntariamente sus
pechos hacia arriba, su pecho sube y baja mientras exhala
nerviosamente.
―¿Te ha gustado el espectáculo? ―le pregunta, pasando a mi lado
y acercándose a ella.
Aprieto los dientes y me giro, observándole con cautela.
Él toma asiento junto a ella en el sofá, cruzando
despreocupadamente la pierna sobre la rodilla. Tiene la camisa abierta y
ella le mira el abdomen cubierto de tatuajes, muchos de los cuales se hizo
él mismo mientras estaba encerrado. Briony se muerde el labio inferior,
con todo el aspecto de virgen inocente que él supone.
―Adelante. Habla. Sé que a Huesos le gustan sus mujeres silenciosas
y enmascaradas, pero eres libre de hablar aquí ante mí.
Gilipollas.
Traga saliva, sorprendida por su comentario, mientras sus ojos
cuestionan los míos.
―Lo hice. Sólo que... no sé... ―Vuelve a revolverse el cabello
nerviosamente entre los dedos.
Le agarra la mano suavemente, tirando de ella hacia su regazo, lo
que hace que mis fosas nasales se agiten.
―Continúa ―dice amablemente, como si supiera lo que significa esa
palabra―. No pasa nada. Cuéntamelo.
Briony suspira y yo la miro fijamente, pendiente de cada una de sus
palabras―. Quiero decir, me gustó el... ¿trío? ¿No se llama así? ―pregunta
inocentemente.
Una sonrisa oscura se extiende por los labios de Nox, disfrutando de
su pureza.
―Sí. Sí, eso es.
―Eso fue nuevo para mí. Nunca había visto nada igual.
―¿Tienes curiosidad por intentarlo? ¿Tal vez traer a una de nuestras
chicas y probarlo? Mostrarte lo divertido que puede ser. O tal vez... ―se
inclina más hacia ella y le pasa un dedo por un lado de la cara―. a ver
qué ideas se te ocurren.
Se ríe mientras un rubor llena sus mejillas. Su barbilla se acobarda en
su hombro y sus pestañas se agitan. ¿Le está tomando el pelo?
―¿Qué es lo que moja tus bragas, cariño?
Me crujo los nudillos antes de usar la barbilla para acomodarme el
cuello.
―Um, no lo sé. ¿Quizás... algo más confinado? ―Se encoge de
hombros inocentemente.
―¿Confinado? ―Su ceja se levanta mientras la emoción baila en sus
ojos.
―Sí, ¿como ataduras? Cuerdas. Cadenas. ¿Esposas? Siento que eso
podría ser divertido. No tener control sobre lo que alguien te está
haciendo. Dejar volar su imaginación.
Él gime de satisfacción, asintiendo con la cabeza mientras sus dedos
recorren su hombro y bajan por su brazo.
―Continúa.
Destripándolo. Del cuello a las pelotas.
―Deberían haberte esposado las muñecas a la espalda, guiandote
como quisieran. Usarte para su propio beneficio y hacerte suplicar que te
liberaran. Eso es lo que yo habría hecho.
Sus ojos se abren ligeramente y la mirada más sedienta que he visto
nunca inunda su expresión. El cabrón ni siquiera puede cerrar la boca.
―Me gusta dónde tienes la cabeza ―dice mirándola fijamente
mientras asiente.
No ha parpadeado. Será mejor que parpadee.
―Sí, pero no sabría ni por dónde empezar ―dice tímidamente, antes
de morderse de nuevo el labio.
Cruzo los brazos y la miro con los ojos entrecerrados mientras me
muerdo el labio, fingiendo que es el suyo. Voy a morderle el puto labio. Lo
desgarraré y haré que se trague su propia sangre.
―Es tan fácil como ponerle la boca encima a alguien ―dice Nox,
llevándole la mano a la rodilla―. Sólo tienes que empezar.
Sangre. Muerte. Dolor.
Él me presiona, ella me pone a prueba y yo pierdo los papeles
intentando mantener el control. Todos estamos jugando un pequeño
juego aquí, cada uno lo suyo.
―Vamos ―dice, tirando de ella hasta ponerla de pie. Su sonrisa de
satisfacción me encuentra―. Huesos, siéntate. Tu chica necesita una
lección de un hombre de verdad.
Me hierve la sangre bajo la superficie, pero este hombre sabe mejor
que nadie que no controlo mi locura. Rogaría por la muerte antes de joder
con ella delante de mí.
―¿Tal vez podamos jugar todos? ―ofrece―. Quiero decir, ¿si te
parece bien? Quizá podamos aprender algo nuevo. ―Me sonríe con una
sonrisita tierna y me muero de ganas de darle con la polla en la cabeza y
borrarle esa sonrisa.
Me paso la lengua por delante de los dientes, dejándola tomar las
riendas. ¿Quiere jugar al Rey del Reino? Pues vale. Veamos cómo
gobierna.
Vuelvo a sentarme en el sofá, me recuesto y me pongo cómoda
mientras Nox se reclina a mi lado. Ya tiene las manos cruzadas sobre la
cabeza tatuada y una sonrisa de satisfacción que no hace más que
anticipar lo que está por venir.
No es que no hayamos pasado por esto antes. Nox y yo hemos
tenido sexo con la misma chica al mismo tiempo. Cuando salí de la
cárcel, me puse a follar con todo lo que traía el club porque no podía
follármela a ella. Pero todo paró cuando la volví a ver por primera vez,
durmiendo en su habitación. Nadie podía compararse y nadie lo haría
jamás. Las otras mujeres me daban asco y la única forma que tenía de
excitarme era enmascarar a estas empleadas e imaginar su cara
manchada de lágrimas debajo de mí.
Sin embargo, a este hombre le gusta todo y a todos. Es como si le
excitara follarse cualquier cosa que pudiera considerarse tabú o
escandalosa. Le vi seducir y follarse por el culo al marido de una chica
delante de ella porque estaba robando dinero del club. El sexo normal no
es para gente como él. El hombre es un puto choque de trenes de malas
decisiones y deseos desinhibidos. Sabemos cómo jugar juntos. Cómo
compartir. Cómo complacer. Pero esto... esto es diferente.
Esta es mi Briony.
Briony se coloca de rodillas en el suelo, debajo de nosotras, con su
ajustado vestido sobre los muslos. Cada una de sus manos encuentra una
de nuestras piernas y las desliza hacia arriba, tocando nuestras rodillas, y
luego deslizándolas por nuestros muslos. Nox inclina la cabeza, mirando
por la parte delantera del vestido y luego por debajo de la falda, entre
los muslos. Joder, qué sed.
―Sabes, esto parece un poco al revés. ―Se ríe para sí misma antes
de levantarse de nuestras piernas y ponerse encima de nosotros―.
¿Puedo sentarme?
Nox gira la cabeza hacia la mía en el sofá antes de volver a mirarla
y darse una palmada en los muslos.
―Por supuesto.
No le hace caso y se sienta entre nosotros sobre el cuero, con una
mano en cada muslo. Sigo mirando a la que está en la pierna de Nox,
imaginando que le rompo los dedos, uno a uno, tal vez incluso le arranque
las uñas, hasta que lo único que viva y respire sea yo. Su mano cubierta
de tatuajes encuentra su muslo y empieza a masajear lentamente la
carne blanca que hay debajo.
―Mmm. ―Briony cierra los ojos, girando la cabeza hacia un lado―. Sí,
eso se siente bien.
Mi polla se tensa contra mis vaqueros ante sus suaves y sutiles
gemidos, endureciéndose por momentos. A mi putita hambrienta de polla
le encanta esto, y me está volviendo loco.
―¿Y si subo un poco más? ―le pregunta, deslizando lentamente los
dedos por el interior de su muslo―. Apuesto a que eso también se sentiría
bien.
Suelta una risita y junta las rodillas.
―Tengo cosquillas.
Le sube la mano por debajo del vestido y sus dedos desaparecen.
―Creo que le gusta que le hagan cosquillas, ¿no, Huesos?
Su mano se encuentra con sus bragas al rozarle el clítoris con los
dedos, y ella echa la cabeza hacia atrás contra el sofá, con los pechos
sobresaliendo de la parte superior. Mi otra mano se amolda a su pecho,
levantándolo ligeramente antes de dejarlo caer ante mí. Sus labios se
entreabren y emite un suave gemido.
Dios, sus labios son tan jodidamente perfectos.
Nox también le mira la boca, mientras su mano se mueve entre sus
muslos, intentando apartarle las bragas.
Ella le da un manotazo en la mano y él retrocede.
―Debería atarte por eso.
―Deberías ―replica con una sonrisa de satisfacción, inclinándose
hacia delante y sacando un par de esposas de detrás de su bolsillo
trasero.
El cabrón lleva esposas. Claro que las tiene.
―Haz lo que quieras conmigo. Tómame. Úsame ―dice, reiterando sus
palabras anteriores mientras coloca sus muñecas frente a ella,
burlándose―. Fóllame delante de tu noviecito. Enséñale lo que te has
estado perdiendo. Lo que ese puto enmascarado te está negando.
Voy a levantarme, a cerrarle la cara con el puño, pero Briony me
agarra por detrás de la camisa y me tira de nuevo al sofá.
Se ríe, dándose cuenta.
―Tu chica tiene un sabroso apetito. Uno que necesita llenarse, y no
creo que seas el hombre para el trabajo, Huesos.
―Nox ―advierto.
Me cuesta respirar. El humo sale de mis fosas nasales y estoy seguro
de que me sangran los ojos de lo mucho que me contengo. Pero Briony
me sube la mano por el muslo, cada vez más, hasta que me toca la polla
por encima de los vaqueros. Me mira de reojo, una mirada que
prácticamente grita: confía en mí.
―Las manos a la espalda ―le canta a Nox, cogiendo las esposas con
la otra mano. Él sonríe, hace lo que ella le pide y ella se las abrocha en las
muñecas.
―Ah, joder. ―Se ríe.
―¿Demasiado apretado? ―pregunta en voz baja, mirándole por
encima del hombro.
―Sí.
―Bien ―dice, antes de apretarlos aún más.
Sisea.
―¡Mierda, chica!
Se me eriza la polla cuando una fiebre de lujuria empieza a
quemarme por dentro.
―Ahora ponte en el suelo debajo de mí. De rodillas ―le exige desde
el asiento de al lado, con un tono totalmente distinto al de la niña
inocente y tierna que fingía ser hace un momento.
Este pequeño demonio, aquí.
Él hace lo que ella le pide, jugando a morder el aire delante de él,
haciéndola sonreír.
―Así es. Cara al suelo. Ahora mírame.
Observo con humor cómo mi mano sujeta posesivamente el interior
de su muslo, frotando suavemente su carne de porcelana con el pulgar.
Ella lanza sus exigencias hasta que él está agachado, boca abajo en el
suelo debajo de ella con las manos en la espalda ante nosotros. Ella se
levanta y le registra los bolsillos del pantalón hasta encontrar la llave de
las esposas, antes de ponerle un tacón en un lado de la mejilla. Sus ojos
se abren de par en par con cautela.
―No me pierdo nada, Nox ―le dice, con el tacón marcándole un
lado de la cara―. Y nadie, y menos un chulo salido de Detroit, le falta al
respeto a Aero delante de mí.
Oh, joder.
Los ojos de Nox me miran mientras yo asiento con una sonrisa de
satisfacción en la cara y enarco la ceja. Ha estado escuchando todo el
rato. No creí que pudiera oírnos.
―Hombre, están todos muy jodidos. ―Se ríe contra la alfombra
debajo de él―. Me encanta.
Sabía que lo haría.
―Quítame el tacón con los dientes ―ordena.
Lo hace, con ganas.
―Bésame el pie ―dice con una sonrisa angelical.
Le devuelve la sonrisa antes de besarle el borde de los dedos de los
pies.
―Ahora abre la boca ―le ordena, empujando su bonita uña rosa
contra sus labios―. Y enséñame lo bien que sabes chupar.
―Cásate conmigo ―pregunta bruscamente contra su pie―. Creo
que estoy enamorado de ti.
Gira la cabeza hacia atrás y su sonrisa diabólica se cruza con la mía.
Me lanza la llave y yo la cojo con las dos manos contra el abdomen.
―¿Huesos? Enséñale cómo sacias mi el apetito. ―Se pone en cuclillas
cerca de la cara de Nox, hablándole al oído mientras sólo me mira a mí.
―Muéstrale cómo eres el único hombre para el trabajo.
Estoy duro como una roca, tenso como la mierda, y listo para hacer
precisamente eso. Me duele la polla por el roce de los vaqueros, y mi
única misión es castigar su retorcido coñito con mi babeante y celoso
amigo esposado en el suelo mirándonos.
Briony retrocede hacia el otro tacón antes de acercarse al sofá,
dejando a Nox esposado y tumbado en el suelo mirándonos. Se inclina
sobre mí, sus pechos se mecen ante mi cara bajo el vestido barato,
seguramente dándole una vista de su culo, mientras su delicioso aroma
inunda mis fosas nasales, seduciendo de nuevo a mis demonios.
―Tú tienes la llave, Aero. Tienes todo el poder. Incluso sin ella, eres
dueño de cada habitación en la que entras, incluso de las que no.
Sus palabras y la seriedad con la que habla me demuestran que la
alumna está dando su lección al maestro. Se está entregando a mí,
asegurándome que todo lo que hace es por mí y sólo por mí. En esta
situación y, lo que es más importante, en las venideras.
Quería decirme que me amaba. Pero la palabra amor es inútil. No
es más que cuatro estúpidas letras juntas y usadas por todos. Las acciones
lo son todo, y esta exhibición e intercambio de poder y control significan
más que cualquier puta palabra inventada murmurada a puerta cerrada.
Se sienta a horcajadas sobre mi regazo y me rodea el cuello con las
manos.
―No somos como ellos ―me susurra al oído.
Se inclina sobre mi regazo, colocando sus bragas, ahora húmedas,
directamente sobre mi polla. Me coge la mano y se la lleva a los labios,
rodeando con la boca dos de mis dedos mientras me mira fijamente. Los
chupa despacio y luego me muerde con fuerza las yemas de los dedos,
haciéndome sisear y levantar las caderas hacia ella, antes de soltar la
mano de sus labios.
―Somos como nosotros ―afirma orgullosa.
No tiene ni idea de lo que me está haciendo; de lo peligrosamente
tóxicos que nos hemos vuelto juntos.
Mi rosa florecida, explorando esa oscuridad entre sus pétalos
mientras me empuja a explorar la mía. Ella está demostrando ser la
definición de confianza, poniendo mi firme creencia en su carácter, su
fuerza, su verdad.
Mi maldita existencia.
Capítulo 42
Enfermos Egoistas

L
a mirada de Aero debería aterrorizarme. La forma en que esos
ojos penetrantes se oscurecen mientras me miran fijamente, y
cómo esas pupilas se agrandan hasta convertirse en platillos,
deberían hacerme correr hacia la puerta, buscando escapar.
Es un loco al que he entregado voluntariamente mis riendas, y soy tan
ingenua como para pensar que puedo manejar a la bestia que es.
Sus ojos se entrecierran hasta convertirse en rendijas mientras me
mira desde su asiento en el sofá. La forma en que sus labios se curvan bajo
la pintura negra mientras me siento a horcajadas sobre su regazo hace
que el pulso me palpite en el cuello demasiado expuesto.
―De pie ―exige.
Creo que nota el nerviosismo en mi postura. Respiro rápidamente y
vuelvo a ponerme de pie en el suelo, ayudándome a levantarme. Me
mira fijamente mientras se sienta cómodamente en el sofá, apoyando un
brazo en el respaldo. Toda su aura me llama la atención. Desde la
confianza que electriza el aire entre nosotros y la postura relajada de su
imponente tamaño, hasta la franqueza de sus inquietantes ojos a través
de la pintura blanca y negra.
―Quítate ese vestido.
Parpadeo lentamente, mordiéndome la comisura del labio. Nox
sigue esposado detrás de mí, en el suelo, donde lo dejé, observándolo
todo atentamente. Aero está a punto de divertirse conmigo ante su
amigo, haciendo alarde de su muñequita para su propia y enfermiza
satisfacción. La idea de algo tan grosero y degradante hace que mi
clítoris palpite con anticipación.
Sufrimos la misma enfermedad, una de la que no me había dado
cuenta que residía en mis huesos hasta que él la invocó desde mis
entrañas.
Me bajo el vestido por el hombro y me detengo, nerviosa, al
encontrarme de nuevo con su mirada directa. Su ceño se arquea bajo la
pintura, aparentemente aburrido, y su pelo oscuro, que le cae sobre la
frente, tiene toda la pinta de ser el hombre peligroso que olvidé que era.
Se levanta del sofá y pasa a mi lado, caminando hacia la pequeña
barra que hay al fondo de la sala. Estoy al límite, jugando con fuego. Me
tiemblan los muslos ante lo desconocido. Agarra una botella por el cuello
y se acerca silenciosamente a mí, con los ojos recorriendo mi cuerpo,
mientras oigo una risa oscura y gutural en el suelo, detrás de nosotros, que
me produce escalofríos. Mi miedo se despierta.
Aero se acerca a mí, abre la botella de licor y bebe un trago. Veo
cómo se le revuelve la garganta y traga la sustancia tóxica sin inmutarse.
Con la otra mano, me agarra por la parte delantera de la garganta,
haciéndome girar hasta que mi espalda queda contra su pecho,
sujetándome en el sitio. Inclinándose sobre mí de la forma en que lo hace,
incluso sobre mis tacones, inclina mi cabeza hacia atrás, y comprendo lo
que quiere de mí.
Mis labios se separan mientras mi lengua se sumerge fuera de mi
boca. Me escupe el líquido en la boca, vertiendo una bocanada de
alcohol sobre mi lengua. Una sustancia ardiente con sabor a menta. Su
mano me sujeta la garganta para que trague, y parte del ardiente líquido
me cae por los labios, la barbilla y el pecho.
Nox mira con la boca abierta, la emoción bailando detrás de sus
ojos oscuros.
La mano de Aero se desliza aún más por mi garganta,
ahuecándome la barbilla mientras su susurro gutural me llega al oído.
―Vamos a enseñarle cómo jugamos, muñequita. Untémosle con
nuestra enfermedad.
Mi coño se aprieta y mis entrañas ya ansían ser llenadas en la tenue
habitación privada mientras suena de fondo una inquietante y oscura
música rock que crea el ambiente propicio para la destrucción.
Suelta la mano, dando un rodeo hasta situarse de nuevo ante mí.
Con una simple mirada y un movimiento de cabeza, me ordena sin
palabras que vuelva a quitarme el vestido. Con la barbilla levantada y los
ojos fijos solo en él, me bajo los tirantes por los hombros, tirando de él hacia
abajo, y dejo que el vestido caiga al suelo bajo nosotros, dejándome en
nada más que mi tanga negro de encaje y los tacones de aguja que me
dio para llevar esta noche.
Mis pechos desnudos suben y bajan mientras trato de regular mi
respiración, mis pezones en pequeños capullos apretados y duros,
sintiendo cada pedacito del aire fresco de esta habitación. Dos pares de
ojos recorren mi cuerpo y siento el calor de sus miradas como un contacto
físico que quema mi carne expuesta.
Nox se lame los labios mientras los de Aero se curvan en señal de
aprobación.
―Arrodíllate en el sofá ―su tono indiferente me atraviesa.
Me quedo quieta, vacilante, antes de dar un paso hacia el sofá. Me
arrodillo sobre el frío cuero y me agarro al respaldo para apoyarme.
―Ahora inclínate hacia delante, separa esos muslos y enséñale mi
bonito coño rosa.
Trago saliva, cierro los ojos con fuerza y suelto un suspiro rápido y
nervioso. Me inclino hacia delante, arqueo la espalda y levanto el culo.
Con el pulgar, tiro de la tira de encaje, exponiéndome a los dos hombres
que tengo detrás.
―Joder ―murmura Nox en voz baja.
―Sí ―responde Aero con un gruñido profundo, su acuerdo hace que
se me enrosquen los dedos de los pies.
―Déjame probar ―suplica Nox desde el suelo―. Dios mío, déjame
comer esa mierda.
Oigo movimiento detrás de mí y, antes de darme cuenta, las manos
de Aero se deslizan por mi piel y por la curva de mi culo, poniendo la piel
de gallina a su paso. Siento los dientes clavarse en mi carne, y siseo de
dolor antes de que él lama la zona sensible, curando su daño.
Espero más, pero me sorprende cuando se sienta en el suelo debajo
de mí, apoyando la espalda en el borde del sofá. No tengo ni idea de
cuál es su plan ni de hasta dónde llegará esto entre los tres, pero los
nervios me suben el pulso y tengo el estómago apretado por la
excitación.
―Oh, las cosas que le haría a ese coño ―continúa Nox, con los ojos
en blanco mientras observa desde unos metros de distancia.
―Deberías ver lo que le gusta ―responde Aero―. No te creerías lo
guarra que se pone este angelito. ―Su cabeza cae hacia atrás contra el
asiento del sofá, su cálido aliento acaricia mi coño mientras sigue
hablando, mirándome desnuda ante él―. ¿No es cierto, nena?
―Sí ―gimo, sintiendo que me mojo más con cada palabra que sale
de sus labios.
Sus manos rozan la parte posterior de mis muslos, sus dedos empujan
fuerte y profundamente hasta llegar a la cúspide de mi culo. Me agarra y
luego tira de mí para abrirme, dando a su amigo una visión completa de
cada parte de mí. Me siento humillada, degradada y, de algún modo,
más apreciada que nunca. Está exhibiendo su posesión más preciada y,
por deshumanizante que pueda parecer, no puedo evitar encontrarlo
extrañamente atractivo. Es totalmente abrumador, y ya me siento
mareada en este smog lleno de lujuria.
―Joder, es perfecta ―dice Nox, admirándome.
―¿Has visto alguna vez a un ángel abandonar un cuerpo?
―pregunta Aero, agarrando el tanga de encaje y haciéndome jadear
mientras lo desgarra, bajándolo por mi muslo―. Espera a ver su cara
cuando se corra.
Me retuerzo sobre él, ansiando algún tipo de contacto. Las palabras,
la forma en que habla de mí, el modo en que sus ojos atraviesan mi carne,
admirándome como si fuera una rareza. Es todo demasiado. Mi estómago
se retuerce de deseo. Necesito que me toquen.
―Fóllame la cara, Briony ―exige Aero entre mis muslos―. Asfixiame
con este clítoris. Hazme un lío en la cara delante de él, y oblígale a
rechinar la polla contra el suelo sólo para aliviarse un poco.
―Jesús ―gime Nox.
Un suspiro ahogado sale de mis labios ante sus viles palabras
mientras siento el agudo escozor de una bofetada en el culo.
―¿Ves lo roja que se pone esta piel impecable? ―Siento otra fuerte
bofetada que me hace gritar.
―Abofetéale el coño ―sugiere Nox en tono diabólico―. Abofetéale
ese coñito húmedo hasta que se hinche bien para nosotros.
Meneo las caderas entre las manos de Aero, sintiendo espasmos
ante la idea.
―Dime que lo quieres ―me susurra, su cabeza cae hacia atrás contra
el sofá mientras sus ojos encuentran los míos.
―Abofetéame ―digo sin aliento, mirándole debajo de mí,
necesitando algo. Cualquier cosa. El no tocarme me tiene atada tan
fuerte de deseo―. Hazlo, por favor.
Me da un fuerte golpecito en el clítoris, que me provoca un dolor
agudo y punzante, antes de abofetearme la vulva con una mano. El dolor
se transforma en un doloroso placer ante el repentino contacto, y vuelvo
a desear el dolor.
―Oh, Dios ―gimo, dejando caer la frente contra el respaldo del sofá.
―Mira cómo la ensucio ―dice Aero, mientras siento que sus manos
me agarran el culo, tirando de mí hacia abajo, hacia su cara cubierta de
pintura.
Me lame a lo largo con una lengua plana, acariciando cada parte
de mi clítoris dolorido y necesitado descaradamente delante de su
amigo. Chupa el capullo hinchado, roza ligeramente con los dientes y yo
me estremezco contra él, necesitando más.
―¿A qué sabe? ―Nox pregunta con entusiasmo.
―Como agua bendita ―murmura Aero contra mi piel, alternando
entre chuparme el clítoris, luego pasarme una lengua plana por encima
y luego sacudirlo rápidamente―. Me llueve a cántaros.
Su boca vuelve a cerrarse en torno a mi clítoris mientras un dedo me
penetra y otro se desliza a su lado. Incapaz de controlar los ruidos que
salen de mi boca, un profundo gemido sale de mi garganta mientras
vuelvo a sentarme sobre él, aplastándome contra su cara. Mi cabeza
rueda sobre el cuero, con el pelo revuelto en la frente. Sus dedos
masajean y acarician ese lugar dentro de mí que envía ondas de choque
eléctrico por todo mi cuerpo, haciendo que los dedos de mis pies se
enrosquen y mis muslos se aprieten alrededor de su cabeza mientras esa
lengua acaricia mi clítoris sin descanso.
―A-Aero ―jadeo.
―Joder, ya se va a correr ―comenta Nox sin aliento, claramente
observando con lupa desde atrás.
Agarro con la mano los mechones oscuros de la coronilla de Aero y
lo retengo mientras me aprieto contra sus dedos y me estremezco en
medio de un intenso orgasmo, perdiéndome en su cara, gritando mientras
él absorbe mi excitación a medida que gotea de mí.
―Quiero un poco ―gimotea Nox, su voz suena más cercana y
necesitada que nunca―. Vamos, déjame jugar. Necesito ese coño
envuelto a mi alrededor.
Me vuelvo hacia él, jadeante por las secuelas de mi orgasmo, y veo
que se ha puesto de rodillas entre las piernas abiertas de Aero, con las
pollas de ambos duras y erectas bajo los pantalones, y los brazos de Nox
aún esposados detrás de él.
―¿Has oído eso? ―Aero dice, mirándome antes de lamer más de mi
semen como un hombre deshidratado? ―Quiere saber cómo te sientes
alrededor de su polla.
Me da un último lametón y sale de debajo de mis muslos. Me
preocupa que deje que su amigo me haga lo que quiera, pero me doy
la vuelta y veo cómo se quita los vaqueros. Trago saliva mientras su
enorme miembro perforado rebota en el aire, completamente erecto y
dispuesto a destrozarme como él lo hace.
Nox se desliza por debajo de mis muslos separados, sentándose de
nuevo contra el sofá como acaba de hacer Aero, contemplando mi
coño sucio y húmedo con la boca abierta.
―Siéntate ―me suplica, antes de aspirar mi aroma―. Déjame
probarte, cariño. ―Mueve la lengua, mostrando un piercing que no había
notado antes―. Hueles a cielo en celo.
―Cierra la puta boca ―gruñe Aero. Pasa por encima de las piernas
de Nox, acariciándole la polla mientras pasa el puño por la punta―.
¿Quieres probar? Tienes que lamérmela, cabrón sediento.
Se sube la camiseta negra ajustada por encima de su abdomen
prieto y tonificado, coloca el extremo entre los dientes y lo sujeta con la
boca mientras se acerca por detrás de mí. Vuelvo a agarrarme al sofá,
consciente del dolor que me espera.
Me pasa el piercing por la raja y ambos suspiramos mientras se
impregna de mi excitación antes de penetrarme con dolorosa lentitud
justo encima de la cara de Nox.
―¿Ves cómo me envuelve ese coño? ―Aero le pregunta a Nox,
torturándolo debajo de nosotros―. Me aprieta la polla. Me empuja más
adentro como la puta necesitada que es.
―¡Oh! ―grito, la crudeza me sume en una neblina llena de lujuria.
Dejo caer la cabeza y agarro el cuero del sofá con las palmas
sudorosas mientras siento su polla caliente y resbaladiza deslizarse cada
vez más dentro de mí. Me quema el dolor de estirarme para acomodarme
a su tamaño. Siempre arde antes de que el punzante dolor se convierta
en placer.
―Lo quiero. Lo quiero ―recita Nox―. Joder, lo quiero.
Aero me agarra por las caderas y se hunde aún más, y cuando creo
que ya ha entrado del todo, me empuja hasta que siento que ya no
puedo estirarme más.
―Respira, Bri ―me instruye, de alguna manera sabiendo que estoy
conteniendo la respiración―. Muéstrale lo mala que eres.
Saco el aire por los labios mientras mantengo los ojos cerrados. Me
saca despacio, y siento cada vena y cada cresta de su polla hinchada
mientras lo hace.
―Es mejor que el cielo. Tan apretado, caliente y húmedo sólo para
mí ―presume, antes de repetir el proceso.
Me está follando literalmente encima de la cara de su amigo,
reclamando cada centímetro de lo que Nox está babeando debajo de
nosotros.
Demente ni siquiera empieza a cubrirlo.
―Jesús ―dice Nox con un suspiro―. Tu polla está recubierta. No
estabas bromeando, ella está jodidamente cremosa, amigo. Le encanta
esto.
―¿Te encanta esto? ―me pregunta Aero en un tono gutural,
agarrándome el cabello con una mano por detrás de la cabeza,
apartándome la cara del sofá mientras me folla con más fuerza―. ¿Eh,
nena?
Acelera el ritmo y su polla se hunde cada vez más en mi interior antes
de que sienta los dedos de su mano libre clavarse en mi espalda,
marcando mi carne. Grito, aceptando el dolor, abriéndome a él mientras
sus pesados cojones golpean con fuerza mis labios vaginales.
Intento asentir con la cabeza, los labios entreabiertos, las palabras
incapaces de formarse.
Nox se pone debajo de nosotros, pero antes de que pueda
acercarse demasiado a lamerme, Aero se aparta y me levanta del sofá.
Agarra el cuello de la camisa abierta de Nox con la mano libre y vuelve
a tirarlo al suelo, en medio de la habitación.
―¡Vamos hombre!
Me coge por la cintura, y mis piernas rodean instintivamente su tenso
cuerpo. Vuelve a sentarse en el sofá y me deja sobre sus muslos
tonificados antes de inclinar la cabeza hacia atrás y agarrarse la base de
la polla.
―Escupe ―me dice, mirándome a través de sus largas pestañas, tan
sexy como siempre, con la cara hecha un lío de pintura perdida.
Le escupo mientras lo frota sobre el piercing y por su longitud.
―Móntame hasta que me duela ―exige.
―¿A quién le duele? ―replico, rodeándole el cuello con las manos
mientras me siento a horcajadas sobre él y desciendo lentamente por su
grueso tronco.
Sus labios se entreabren y sus ojos amenazan con cerrarse mientras
aprieto con fuerza, clavándole las uñas en la carne, usando su cuello
como palanca mientras volvemos a acelerar el ritmo. Me penetra una y
otra vez, me manosea el culo, me araña la piel con los dedos mientras
siento el gruñido estruendoso de un gemido que sale de su garganta.
―Mi turno ―comenta Nox desde el suelo, y me olvido de que ha
estado aquí por un minuto―. Estoy tan jodidamente hambriento de ese
coño cremoso. Haré que olvide tu puto nombre.
Aero se queda quieto, sujetándome las caderas con firmeza,
mientras su labio se tuerce ante la afirmación. Me estremezco ante su
mirada enloquecida. Acaba de apuñalar a un tipo en el ojo por mirarme
demasiado tiempo. ¿Dónde se dobla la línea de la amistad y dónde se
borra?
Me desprendo de Aero lentamente, observando cómo su polla
mojada y erecta cae pesadamente contra su bajo vientre. Intenta
levantarse, pero choca contra mi palma. Lo empujo contra el sofá antes
de acercarme a Nox. Apoyo el talón en su pecho y lo piso, empujándolo
contra el suelo.
―¡Ah! ¡Joder!
―¿El nombre de quién voy a olvidar? ―Pregunto, clavando mi tacón
en su esternón.
―¡Mierda! Nadie, cariño. Nadie ―grita, sonriendo antes de lamerse
los labios con hambre.
A Nox le encanta ser dominado por mujeres. ¿Quién lo diría?
―¡Mis muñecas! Quítame las esposas, cariño, te lo ruego. ―Intenta
rodar torpemente para que el peso no recaiga sobre sus manos.
―Es un capullo quejica, ¿verdad? ―Aero se burla, viniendo detrás de
mí.
―Sólo porque no necesito dolor para...
―Cuidado con lo que dices ―le interrumpe Aero―. De hecho...
Mis ojos siguen a Aero mientras recoge mi ropa interior de encaje del
suelo.
―Pruébala ―gruñe, metiéndose las bragas húmedas en la boca
mientras Nox intenta resistirse―. Ya que estás tan jodidamente sediento de
ella.
Nox hace gárgaras inútiles mientras Aero le cierra la boca con la
palma de la mano, con mis bragas mojadas en la lengua.
―No hables de ella. No la toques. No pienses en ella ―gruñe mientras
sacude la cabeza de Nox de un lado a otro―. ¿Entendido? ―Le da una
palmada en la cara.
Nox le fulmina con la mirada y noto cómo cambia la tensión en la
sala. Lo que era un juego divertido se está convirtiendo en algo más serio.
Pero el comportamiento psicótico de Aero es claramente algo a lo que
Nox está acostumbrado, porque la sonrisa malvada que le dirige hace
que Nox mueva la cabeza.
―Móntalo, Briony ― me llama Aero.
Bajo las cejas. No puede hablar en serio.
―No te preocupes, se dejará los pantalones puestos ―dice―. ¿No lo
hará?
Nox escupe la ropa interior de su boca.
―Vete a la mierda.
―No lo hará ―replica Aero con suficiencia―. Pero adelante,
muñeca. Ve por él.
Me quedo inmóvil, con los ojos entre Aero y Nox. Aero me agarra por
la nuca, lo que me hace respirar entrecortadamente mientras mis pechos
rebotan y casi tropiezo con los talones.
―He dicho que te pongas con él ―exige―. Muéstrale lo que no
puede tener.
Me lame un lado de la cara y me apoya la frente en la sien antes de
girar la cabeza de nuevo hacia Nox. Su pecho se agita bajo la camisa
abierta, la huella de su polla dura visible bajo los vaqueros mientras nos
observa.
Le encanta la mierda retorcida tanto como a nosotros.
Vuelvo la cara hacia Aero mientras sonríe a su amigo. Hay algo en
la confianza y la arrogancia de su mirada que hace que me apriete los
muslos. Es tan posesivo. Tan tóxico. Me desarma a diario, me quita la
necesidad de hacer cualquier cosa que no sea someterme a su voluntad
para mi propio placer enfermizo y retorcido.
Le lamo un lado del cuello y él echa la cabeza hacia atrás,
permitiéndolo. Hundo los dientes cerca de su clavícula, tirando hacia
atrás hasta que la piel se resquebraja y veo cómo se forman lentamente
gotas rojas de sangre por el pequeño mordisco. Su mandíbula se flexiona
y respira con dificultad a través de las fosas nasales, consciente del dolor
que siente.
Me agarra del brazo y me tira bruscamente hacia abajo hasta que
estoy a horcajadas sobre su amigo esposado en el suelo.
Sin perder tiempo, inclina de nuevo la polla y me presiona por detrás,
mientras mi clítoris se cierne sobre la erección de Nox y mis brazos me
sostienen en el suelo. Aero me empuja hacia abajo para que mis brazos
se doblen y mis pechos rocen el pecho desnudo de Nox.
―Eres un puto retorcido ―grita Nox a Aero mientras me mira como si
fuera un manjar ante su boca que no puede permitirse. Levanta las
caderas, haciendo rechinar la roca bajo sus vaqueros contra mi clítoris.
Aero se desliza profundamente, gruñendo en un tono sexy y
agrietado, manteniéndose ahí.
―Abre ―dice sin aliento, mientras siento sus dedos a ambos lados de
mi cara―. Muéstrale la boca que quiere llenar.
Separo la boca y dos dedos de cada una de sus manos se deslizan
entre mis labios mientras me mantiene las mejillas bien abiertas, con la
lengua colgando, derramando saliva por mi barbilla.
―Le gusta que le llenen todos los agujeros mientras folla. ―se
regodea Aero.
―Mierda ―gime Nox, cerrando los ojos con fuerza mientras sigue
apretando contra mi clítoris.
Untarle esto en la cara claramente le está matando.
Aero me suelta, me mete dos dedos en la lengua y me los hunde
mientras intento respirar. Me saca los dedos cuando toso para respirar; mi
coño se convulsiona sobre su polla tiesa y mis babas caen sobre el pecho
de Nox. Me da una bofetada en la cara antes de agarrarme por las
caderas y volver a penetrarme con fuerza.
―Te lo has ganado, nena ―gime Aero, claramente cercano por su
tono entrecortado―. Mi chica asquerosa. ¿Estás lista para otro?
Su resbaladiza y gruesa polla empuja implacablemente dentro de
mí mientras estoy tumbada, a horcajadas sobre Nox, rechinando contra
su duro eje. La fricción de mi sensible manojo de nervios frotándose contra
su polla mientras otro me llena me tiene en una espiral de deseos sucios y
dementes.
Deseos que me hacen sentir libre y salvaje con una necesidad
primaria.
―Mierda, me voy a correr encima. ―Nox gruñe, su cabeza
curvándose en su pecho, antes de caer de nuevo contra el suelo y unos
pesados suspiros abandonan sus labios.
Al sentir en sus pantalones la evidencia de su liberación a
regañadientes, caigo en otro orgasmo ante la naturaleza degradante del
acontecimiento, la explosión me recorre mientras mis muslos tiemblan y
los dedos de mis pies se enroscan en sí mismos. Nox observa mi rostro con
fascinación, viendo cómo cada ángel abandona mi cuerpo mientras
grito y jadeo en busca de aire.
Aero me sigue poco después, liberándose dentro de mí mientras sus
manos se agitan, sus dedos hendiendo la piel de mis caderas mientras me
atrae con fuerza hacia su pelvis.
Todos calmamos la respiración antes de que Aero se corra por fin, y
noto la mezcla de nuestro semen goteando fuera de mí y sobre Nox,
debajo de nosotros. Miro por encima del hombro y lo veo limpiarse la polla
semierecta en el muslo cubierto de vaqueros de Nox, continuando con
los juegos degradantes.
Tras ayudarme a volver a ponerme el vestido y subirse los pantalones,
Aero me agarra bruscamente la cara, pellizcándome las mejillas hasta
que se me separan los labios. Me escupe en la boca y me cubre la lengua
con su saliva antes de meterme la lengua en la boca y besarme con una
pasión salvaje que no es de este mundo.
Nuestros labios se separan, dejándonos a ambos sin aliento, con
nuestras frentes selladas, mi cuerpo cubierto de su pintura embadurnada,
ensuciándome como él lo hace.
Me ahogo en nuestra disfunción. Viviendo para los sueños caóticos
de un futuro lleno de promesas de oscuridad y una obsesión interminable.
Si esto es morir, no quiero volver a ver la luz de la vida.
Saca la llave del bolsillo y la arroja sobre el pecho expuesto de Nox
mientras sigue mirándome fijamente, con obsesión y posesión en su
mirada.
Si esto era una prueba de confianza para él, falló miserablemente.
En todo caso, acaba de demostrar exactamente lo loco que está por mí,
y cómo la idea de que algo toque lo que es suyo está totalmente fuera
de los límites. Pero los planes que tenemos para romper esta institución
son más grandes que su reclamo sobre mí. Si busca la venganza definitiva,
tiene que abrirse a confiar en mí por completo, permitiendo lo
inimaginable.
―Gracias por la habitación ―comenta con suficiencia a su amigo.
―¡Vete a la mierda! ―escupe Nox, mirando el desastre que hemos
hecho en sus pantalones.
―Sí, gracias por todo, Nox. ―Sonrío tímidamente a Aero y él me
devuelve la sonrisa, me agarra por el cuello y me lleva hacia la puerta.
―¡Y que te jodan a ti también! ―me grita, y justo antes de que se
cierre la puerta le oigo murmurar divertido:
―Putos enfermos y egoístas.
Capítulo 43
Vale la Pena

N
unca he sido adicto a las drogas, pero he visto el lado duro
de la adicción destruir a hombres perfectamente sanos. Les
hizo perder la concentración, caer en trampas, negociar no
sólo sus medios de vida sino también todo su 401K por un
golpe más. Incluso les he visto morir por ello.
Pero ahora lo entiendo.
Dejaría que me destruyera sólo para sentir su aroma en mis labios.
Permitiría que tomara toda mi atención sólo para tener esos ojos azules
debajo de mí. Caería en la desesperación por probar otra vez esa piel
dulce y deliciosa. Y moriría sólo por la promesa de deslizar mi polla entre
sus paredes en otra vida.
Siempre fue mi adicción. Mi aliento. Mi existencia. Y por desgracia
ahora, mi mayor debilidad.
Vivía, respiraba y me bañaba en ella. Ella era mía y yo era suyo, y
cualquiera que se le ocurriera interponerse se ganaría una bala alojada
en el cerebro.
Después de nuestro polvo salvaje en el club, la llevé de vuelta a la
cabaña. Me había pedido ducharse sola, pero se lo negué. Quería
lavarla. Necesitaba limpiarla con mis propias manos, cuidar el cuerpecito
sexy que tanto placer me producía. Proporcionarle el consuelo que
merecía después de permitirme violarla de la forma que yo ansiaba.
Era una diosa en aquella habitación ante nosotros. Nox ha visto y
follado con muchas mujeres en su vida, pero Briony mantuvo nuestra
atención como nadie más podía hacerlo. Ella tenía un poder sobre su
sexualidad que acababa de empezar a aprovechar.
A regañadientes, me permitió limpiarla, mirándome como un
cachorrito cabreado bajo el agua caliente mientras la enjabonaba con
su jabón de aroma de cereza y limpiaba cada centímetro de su dulce y
curvilíneo cuerpo.
Pude notar cierta agitación en la acción a medida que su mirada
hacia mí se intensificaba, y empezó a cabrearme.
―Será mejor que te des cuenta de que siempre haré esto después
de follar.
―¿Qué es eso exactamente? ―comienza con un borde, inclinando
la cabeza, haciendo que su pelo largo y húmedo caiga sobre su
hombro―. ¿Quitarme mis libertades?
Aprieto con más fuerza la mano que tengo en el puño mientras mi
mirada se endurece.
―No puedo ir de una prisión a otra, Aero ―dice en un tono más
suave―. Sé que tienes esa pretensión posesiva sobre mí, pero no soy un
objeto. Y por mucho que lo desees, no te pertenezco. A nadie. Ni la
iglesia. Ni Aero.
Me enfada tanto como me excita cuando exhibe su fuerza de esta
manera. Estaba claro que me estaba poniendo a prueba en ese club
privado, empujando los límites para ver dónde caía yo cuando se trataba
de compartirla.
Aero te poseerá, nena.
Le acaricio el cuello, rodeando lentamente con los dedos la carne
palpitante que cobra vida bajo mi contacto, deslizando la mano antes
de empujarla con fuerza contra la pared de la ducha. Su espalda golpea,
haciendo que sus hermosos pechos turgentes reboten ante mí mientras el
aire abandona sus pulmones.
―Soy tuya tanto como tú eres mía. Es diferente. Es primitivo. Es una
muestra de adoración y confianza insuperable. Te fortalezco, en lugar de
simplemente reclamarte. No es simplemente propiedad. Estamos más allá
de eso. Sus definiciones, por debajo de nosotros.
¿Cómo le hago entender la profundidad de mis emociones sin usar
las palabras contaminadas que le han enseñado a entender? ¿Asesinar
a dos hombres y sacarle un ojo a otro no es suficiente?
―Debajo de nosotros ―repite en voz baja, entendiendo nuestro
lenguaje personal mientras sus hombros pierden la tensión y su rostro se
relaja―. ¿Entonces confías en mí?
Contengo la respiración un momento, dándome cuenta de que me
ha pillado en una trampa. Es mucho más lista de lo que creía.
―La cuestión es ―continúa, liberando mi agarre sobre ella dando un
paso atrás―. ¿Confías en mí lo suficiente como para dejarme usar mi
cuerpo como un arma? ¿El arma para la que fue diseñado para derribar
la más sagrada de las instituciones engañosas?
Mía.
Mía.
Toda mía.
La palabra no me abandona ante la idea. La única forma en que
podría encontrar la idea aceptable es si yo estuviera de alguna manera
allí, viéndolo. Sabiendo lo que estaba pasando. Y, por supuesto,
asegurándome de que ella no obtuviera ninguna satisfacción del acto. Si
quiero ser dueño de algo, es que su placer sea mío y sólo mío.
Sus manos se levantan para acariciarme el cuello, tal vez con la
intención de reconfortarme, y yo me quedo quieto, con la espalda tensa
casi de inmediato por una especie de mecanismo de autodefensa que,
por desgracia, se ha arraigado en mí.
Sus pulgares me recorren suavemente la mandíbula y encuentran la
cicatriz, luego la que tengo junto al labio. Doy un respingo y quiero
empujarla contra la pared de la ducha, agarrarla por el cuello hasta que
llore, suplicando que la suelte. Antes de que me dé cuenta de lo que está
pasando, retira una mano y me da una bofetada. Con fuerza.
Suspiro, cierro los ojos con fuerza por el placer que me produce el
dolor, y los músculos de mi espalda se relajan cuando sus manos vuelven
a posarse cerca de mi cuello. La sangre me corre por la ingle y mi polla
se encaja en su ombligo. Ella se queda inmóvil bajo el agua y yo abro los
ojos para verla estudiándome. Las neuronas se disparan a diestro y
siniestro, intentando psicoanalizar a la psicópata.
Incluso bajo la cálida lluvia de la alcachofa de la ducha que cae
sobre nosotros, puedo ver las lágrimas que llenan el borde de sus
párpados.
Con el tono más suave y triste, susurra:
―¿Qué te han hecho?
Mis manos agarran sus muñecas, apartando su tacto de mí antes de
distanciarnos para terminar de lavar mi cuerpo. Lo que no necesito son
estas lágrimas. Su maldita lástima por un pasado que ya he vivido.
―Aero. ―Me agarra de la muñeca, pero se la quito de encima.
―Detente. No me empujes, Briony. Sabes que no debes hacer algo
que te lastime. Puede que incluso te mate. ―La regaño como a una niña,
sin importarme si es degradante.
No quiero esto. No necesito revivir cada parte de lo que sé que está
mal. He superado mi trauma no superándolo en absoluto. He puesto mi
energía y concentración en ella y en su libertad de los hombres que
trabajan incansablemente para acabar con ella después de acabar con
su madre antes que conmigo. La verdad de su desafortunado pasado
aún está por desentrañar.
Mi atención se ha centrado en ayudar a asegurar su crecimiento; su
hermoso florecimiento. Pero ella se está volviendo contra mí, encontrando
una misión para curarme de formas que yo no pretendía.
―¿Por qué no puedo tocarte? ―grita―. ¿Por qué no puedo abrazarte
otra vez? ¿Como te permitías en el bosque? ¿Como cuando duermes?
Permití que me abrazara en el bosque porque ese día me demostró
algo. Se quebró al soltarse por fin y luchar por sí misma. Nunca la había
visto tan hermosa, lanzándome esa navaja a la cabeza. Magnífica y sin
miedo. Fue sensacional una vez que lo dejó todo por puro odio y
determinación.
Pero, ¿abrazándome mientras duermo? Debe de estar tentando a
la suerte, porque recuerdo algunas madrugadas en las que me he
despertado con la polla profundamente plantada en su interior, las
manos alrededor de su cuello y un atisbo de miedo en sus ojos azules, sin
recordar siquiera cómo habíamos llegado hasta allí.
―Ya no soy quien era ―respondo con indiferencia―. Quizá nunca fui
quien era.
―Pero nunca te han dado la oportunidad de ver. Nunca has visto lo
que se supone que es el amor...
La empujo y salgo de la ducha con el agua aún goteando de mi
pelo y mi cuerpo mientras ella intenta alcanzarme de nuevo. Cojo una
toalla de la percha, me la envuelvo alrededor de las caderas y salgo de
la habitación que se estaba cerrando sobre mí. Ella cierra la ducha, coge
una toalla y me sigue hasta el dormitorio.
―Sólo quiero tocarte sin tener que golpearte ―grita detrás de mí―.
Quiero sentir tu piel y memorizar cada centímetro de ti. Quiero ponértela
dura sin necesidad de hacerte daño para conseguirlo. Quiero sentir tu lo...
Me vuelvo hacia ella y jadea sorprendida. Le agarro el cabello
mojado con el puño por detrás de la nuca y le echo la cabeza hacia
atrás mientras mis caderas cubiertas de toalla presionan las suyas contra
la pared.
―No lo hagas ―le digo con severidad―. Si necesitas que te
demuestre mi devoción con un toque suave y delicado, te esperan
muchas noches tristes y sin dormir. ―Me burlo, soltándole el pelo―.
Lágrimas desperdiciadas por un hombre que no existe.
―Dime qué te han quitado ―dice en tono entrecortado, haciendo
todo lo posible por no llorar. Pero la asquerosa humedad ya le cubre la
cara, y no de la forma temerosa que me encanta―. Explícame por qué
te duele.
Pienso en su uso de las palabras. Tiene razón en que me ha
condicionado a negar cierto tipo de caricias. Me duele físicamente sentir
esas caricias contra mi piel. La suavidad hace que se me erice la piel con
un picor que exige un rascado profundo y brutal para asegurarse de que
nunca vuelva. Sólo veo una cara cuando ocurre.
Pero si hay algo de lo que me he dado cuenta sobre Briony, es que
es demasiado perspicaz. Su necesidad de detalles es enloquecedora,
especialmente cuando ha visto de primera mano cómo el obispo trata a
sus favoritos.
―¿Quieres detalles? ¿Necesitas que descorra el velo de tu mundo
delirante, en el que estas cosas no ocurren cuando de verdad ocurren?
Las comisuras de sus ojos se arrugan mientras me mira, preocupada
por haber ido demasiado lejos. Lo ha hecho.
―¿Quieres saber cómo me obligó a arrodillarme ante él en el sótano
de aquella iglesia, un lugar donde se reprimían los gritos de un niño
pequeño, mientras él se introducía a la fuerza en mi boca? ―Levanto la
voz mientras continúo―. ¿Quieres saber cómo me inclinó sobre el escritorio
del diácono en la sala del altar, follándome mientras recitaba las
escrituras, como si violar a un niño en la iglesia fuera la más sagrada de
las tradiciones?
Se lleva las manos a la cara y solloza.
―¿Es eso lo que necesitas oír? ―Le suelto el cabello y la agarro por
los brazos, empujándola contra la pared y haciendo que el cuadro rebote
contra ella.
He sustituido la tristeza por el miedo, y eso sólo me impulsa a sacar
más. A borrar la pena con terror.
Mis dedos presionan profundamente sus hombros, haciendo
muescas en su piel mientras sacudo su cuerpecito contra la pared
mientras hablo.
―¿Quieres saber cómo me decía lo mucho que me quería cada vez
después de correrse? ―Doy un puñetazo a la pared por encima de su
cabeza, haciéndola estremecerse―. ¿Cómo el Espíritu Santo era un
regalo de Dios mismo que yo necesitaba aceptar para evitar la
condenación eterna a la que estaba destinada? ―Mi voz baja a un tono
firme―. ¿Cómo su palma suave y acariciadora frotaba mi polla hasta que
se endurecía, antes de regañarme por disfrutar desinteresadamente de
lo que se suponía que era un sacramento para el Señor mismo? ¿Que por
eso caería en el interminable ciclo de necesitar más clases privadas de
purificación?
Se agarra la toalla que le cubre el pecho, como si el dolor de los
detalles que me suplicaba incesantemente la partiera por la mitad.
―¿Te sientes mejor ahora? ¿Eh? ―La vuelvo a golpear contra la
pared y otro sollozo temeroso la abandona―. ¿Te sientes mejor porque
me lo has sacado? ¿Todos los detalles escabrosos que deseas para darme
sentido?
Ella niega con la cabeza.
―Tal vez ahora puedas unir tus jodidas piezas de por qué puedo
recitar la Sagrada Escritura y la patética blasfemia que la llena. Que
busqué incansablemente en todo ese libro una comprensión de por qué
mi vida llegó a ser lo que fue cuando otros no tuvieron mi destino. Que
cada pasaje de ese libro de mentiras puede ser malinterpretado por
quien pretenda usar su poder. Especialmente contra los débiles y
cansados.
Intenta limpiarse los ojos, pero yo la aparto de un manotazo.
―No soy un no creyente porque sí. Una vez creí. Temía mi
condenación predeterminada y dejé que eso impulsara el abuso. Tenía
la esperanza de que mi Dios me salvaría de toda mi desesperación como
había prometido. Que había una respuesta legítima a por qué mi vida no
era como la de Saint.
Sus ojos permanecen fijos en los míos, aferrándose a cada palabra
que brota de mi alma desalmada.
―Pero un día, recé a mi Dios y Salvador, pidiéndole que me quitara
el dolor en el que había nacido. En el silencio que siguió me di cuenta de
que no había ninguna razón para ello. Que mi vida había surgido al azar
y yo había caído en las grietas de una institución que se aprovechaba de
ello. Me di cuenta de que no podía esperar a que Él ni nadie viniera a
salvarme. Tenía que salvarme a mí mismo. Así que lo hice, joder.
Las visiones del pasado regresan, nublando mi visión. Mi ritmo
cardíaco se dispara y el rojo me encapsula.
―Te arruinaron ―solloza―. Te arruinaron y luego te culparon por ello.
Sus gritos me enfurecen aún más. Los sollozos silenciosos que salen
de su pecho me enfurecen.
―¡Y aquí estás, egoístamente necesitando tocarme, sólo para
demostrar amor! ―Grito, con mi cara a centímetros de la suya―. ¡¿Me
necesitas para probar mi maldito amor, Briony?!
Me quito de encima y me paso las manos por el cabello mojado,
buscando en la habitación algo, lo que sea, para demostrar lo que digo.
Veo unas tijeras cerca, en la cómoda, y las cojo mientras ella intenta
contener la respiración detrás de mí, todavía pegada a la pared.
Abro las tijeras y me acerco a ella. El terror llena su rostro, y es una
mirada mucho más atractiva que la lástima que nadaba en sus ojos hace
un momento. Los mantengo abiertos cerca de mi boca.
―¡Empújame, Briony! ―Advierto con los dientes apretados―. ¡Me
cortaré la puta lengua antes de volver a pronunciar las palabras
malgastadas contigo o con cualquier otra persona!
Meto la lengua por la abertura, los bordes afilados de las tijeras
amenazan con atravesar los lados.
―¡No! ―grita, llevándose las manos a la boca―. ¡No Aero, por favor!
Los bordes afilados me desgarran los costados de la lengua y el
sabor a hierro me llena la boca, pero no siento nada. Nada excepto la
rabia bombeando como fuego por mis venas. Me quito las tijeras de la
boca cuando sus hombros empiezan a temblar y sus ojos se abren de
terror.
―¿Necesitas que te demuestre mi amor? ―Digo la palabra como si
me diera asco, porque es así―. Déjame mostrarte lo que es el amor.
Tomando la hoja de las tijeras abiertas, la deslizo por el interior de mi
antebrazo, rasgando la piel. El agudo dolor hace desaparecer la suave
caricia que solía habitar allí. Suspiro satisfecha, observando cómo la
sangre gotea de la herida abierta.
―Me drenaré todo lo que bombea por estas venas sólo para
demostrarlo. ―gruño entre dientes antes de ahuecarle la nuca con el
brazo herido, la sangre goteando sobre su cuello, arrastrándose por su
pecho.
Junto nuestras frentes, nuestros ojos se alinean para que ella pueda
sentir físicamente mi verdad brotando de mi alma.
―Me desangraría por ti, Briony. Mataría a cualquiera para que
pudieras vivir. Te mataría si fuera necesario, sólo para seguirte hasta tu
tumba y que sepas hasta qué profundidades caería para demostrarte
que no podría sobrevivir sin ti. Sabotearía cada aspecto de tu privilegiada
y falsa pequeña vida hasta que te dieras cuenta de que sólo eres tu mejor
yo conmigo a tu lado. Nunca pararía.
Es tóxico. Es enfermizo. Es la única versión de amor que tengo para
ofrecerle como el monstruo en que me he convertido.
―Lo siento. ―Aspira mientras sus ojos asustados estudian la herida―.
Lo siento mucho. Lo siento mucho. Lo siento mucho, Aero. Por favor. No la
necesito. No necesito la palabra ―pronuncia rápidamente, intentando
calmarse a sí misma mientras me calma a mí―. Lo que me den, lo
aceptaré. No son como nosotros ―murmura en voz baja, mirándome a los
ojos―. No son como nosotros.
Permanezco allí, jadeando, mientras la rabia del pasado se asienta,
hasta que finalmente, el rojo que recubre mi visión se disipa, y no veo
nada más que a ella ante mí.
Mi Briony.
Mi rosa.
Su forma de entender el amor es totalmente distinta a la mía. Su
lente, a través de la cual ve el mundo que la rodea está deformada, en
mi opinión. Pero para ella, mi lente es un reflejo directo del dolor al que
aún no me he rendido.
―Algunos me llamarían rota ―vuelvo a decir con indiferencia―. Pero
nunca he conocido otra cosa que la comodidad de mis piezas.
Traga saliva y observo cómo se sacude la garganta antes de posar
mi mirada en esos labios rosados y deliciosos. Su respiración cae de ellos,
lenta y constante, su corazón prácticamente palpable bajo su pecho. Un
ritmo fuerte y sonoro, calmante por derecho propio.
―Sólo sé... ―dice con calma, la barbilla levantada para encontrarse
con mi mirada, la confianza bailando detrás de sus ojos ante las palabras
que está a punto de expresar―. Sólo sé que soy la única que puede
quitártelo.
Llévatelo.
Briony empuja y empuja. Es lo que siempre ha hecho. Es lo que la
puso en el radar de los hombres que no podían domarla. Los límites no son
algo que esta mujer protegida entienda o quiera entender. Eso es lo único
que no pudieron quitarle. Su capacidad para luchar y abrirse camino
hasta la cima de cualquier montaña u obstáculo que se le ponga por
delante. Incluso si ese obstáculo es mi reflejo. Mis demonios. Esto es lo que
inicialmente me atrajo de ella. ¿Quién diría que sería la fuente de mi
propio ajuste de cuentas?
Su mano encuentra cuidadosamente su sitio sobre el crucifijo
invertido que cubre mis costillas. Me atraviesa la carne con las uñas al
darse cuenta de que el tacto era suave. Las venas de mi ingle se
desbordan mientras respiro su delicioso aroma, con nuestras frentes unidas
en un abrazo casi doloroso.
Flexiona la mandíbula mientras su mente se fija en algo. Tal vez las
palabras del desafortunado pasado de un niño. La ira enloquecedora se
hace palpable a través de la tensión en el aire espeso mientras sus uñas
arañan la superficie del tatuaje y su mano viaja más al sur.
―Tú, Aero, eres la garganta desde la que se me ha permitido gritar
―susurra, con el poder de siglos de diosas en su tono inquebrantable
mientras su mano agarra el borde de mi toalla, tirando de ella bajo los
cortes de mi abdomen tatuado―. Pero yo soy los ojos a través de los
cuales por fin te darás cuenta de lo que vales.
Capítulo 44
Amor Abstracto

―D
ime ―murmuro, dejando caer la toalla de mi cuerpo,
las gotas de agua aún pegadas a mi piel húmeda.
Deslizo la espalda por la pared hasta que mi
culo se encuentra con los talones de mis pies descalzos. Le quito la toalla
de la cintura, que cae al suelo mientras se apoya con las palmas de las
manos en la pared.
―Briony ―dice sin aliento, con aprensión en el tono.
―Dime qué se ha llevado para que pueda recuperarlo ―susurro, mi
aliento espolvoreando la cara interna de su muslo antes de que mi lengua
salga para lamer la piel recién limpia.
Un gemido áspero apenas sale de su garganta antes de tragar
saliva, ajustándose sobre sus talones.
Su polla crece en longitud mientras unos ojos ardientes me observan.
Su mirada está cargada de ira y sé que lo que voy a hacer puede ser
peligroso. Sin embargo, me he acostumbrado a vivir en peligro desde que
conozco a Aero.
Unos dedos cuidadosos se deslizan por la parte delantera de sus
muslos separados, rozando los gruesos cordones musculares mientras se
afianza en su postura.
―Lo quiero todo. Lo quiero todo, Aero ―digo, acercando mis manos
a su virilidad―. Todo de ti. Ahora eres mío, ¿no lo ves?
Mis dedos tocan la base de su polla y la envuelven lentamente.
Aprieta los dientes, mirando hacia abajo a través del cabello oscuro que
le cuelga de la frente mientras sus caderas se impulsan hacia delante.
Con una mano giro lentamente la muñeca, masajeando su longitud, y
con la otra me apoyo en su bajo vientre, tenso y flexionado, con una
ligera capa de vello oscuro que grita la esencia del macho.
Su mano surge de la nada y me agarra bruscamente por la muñeca,
manteniéndome inmóvil contra él, y yo jadeo. Mis pestañas se agitan y le
miro. Los músculos de su cuello están rígidos y sus ojos oscuros me miran
fijamente antes de soltarse y respirar hondo mientras me suelta la muñeca
por completo.
Vuelvo a inclinarme hacia delante y le beso suavemente la cadera
antes de lamérsela. Las caricias y los besos suaves le resultan difíciles de
aceptar. Ansía sentir mis dientes hundiéndose en su carne, que le arañe
la superficie con las uñas, que lo acaricie con fuerza y rapidez, pero no lo
hago.
―Bri... ―advierte, bajando la mirada hacia mi palma suavemente
envuelta a su alrededor, plantando besos con la boca abierta a lo largo
de las grandes venas de su bajo vientre, arrastrando toda la sangre de su
cuerpo hacia su polla hinchada.
Me observa con cautela mientras me pongo en pie lentamente,
dejando un rastro de besos a lo largo de su abdomen y su pecho. Le
acaricio el pezón con la lengua mientras su polla derrama una gota de
semen sobre mi pulgar. Aprieta los dientes, respira agitadamente por la
nariz porque odia la sensación de disfrutar de algo contra lo que ha
luchado toda su vida.
―Mírame ―declaro.
Vuelve a clavar sus ojos en los míos. Hay pánico bajo la superficie del
muro que sostiene. Una mirada de ira feroz y tortuosa, fruto de un pasado
de abusos destinados a quebrarlo. Otra cara en mi lugar.
―Soy yo. Sólo yo. Tú y yo ―continúo, haciendo rodar suavemente la
palma de la mano por su piel aterciopelada surcada de venas furiosas,
mientras le rocío el pecho lleno de cicatrices con besos suaves―. Tú y yo.
Sólo nosotros. Aero y su Briony.
El pulso le late en el cuello mientras sigo dándole suaves besos en la
garganta entintada y deslizo la mano por su pene hasta la cabeza
perforada. Mi pulgar recorre la cabeza, mis dedos rodean la corona y
rozan el piercing que tanto me obsesiona mientras él abre la boca y sus
manos vuelven a apoyarse en la pared.
―Sáname, porque estoy curado; sálvame y me salvaré, porque tú
eres a quien alabo. ―Recito, mis labios a centímetros de los suyos.
―Joder. ―Su voz se quiebra mientras trabajo para reescribir su
pasado.
Gime y su frente se apoya en la mía, mientras su respiración
descontrolada se cruza con la mía. Mi mano se desliza por su vástago,
aún más arriba, hasta que le acaricio los testículos apretados y pesados.
Haciéndolos rodar suavemente entre mis dedos, deslizo la mano hasta
que se asientan cómodamente en mi palma. Sus labios exhalan una
bocanada de aire, sus ojos fijos en los míos. Mis dedos medios se mueven
más, presionando suavemente la piel aterciopelada que hay detrás de
ellos. Sus ojos se cierran con fuerza. Un gemido agudo y placentero sale
de su garganta cuando su polla salta ante el tacto extraño, uno que
empuja los límites de explorar más, y otra gota de semen se escapa de la
punta mientras se mueve sobre sus pies.
Veo cómo se le nublan los ojos mientras jadea prácticamente ante
mí, cómo las visiones del pasado se derrumban lentamente sobre el
presente mientras obtiene placer de algo que le ha roto. Necesito que se
quede aquí. Conmigo.
―Aero...
Su mano me agarra por el cuello, empujando mi espalda contra la
pared con un áspero golpe mientras sus labios se curvan y su mirada
acalorada me atraviesa. Mis pechos se agitan aterrorizados y mi cuerpo
amenaza con caer inerte ante su aterradora estatura. Este no es el chico
que ha visto traumas, este es el hombre vivo, que respira, capaz de
acabar con vidas por tan solo una mirada en la dirección equivocada.
Uno cuya venganza bombea caliente a través de sus venas. Lo he
empujado demasiado lejos. Demasiado pronto.
Las venas de su cuello se inflaman, la tensión se mantiene tensa en
su forma rígida, antes de parpadear, soplando aire por los labios. Sus ojos
me escrutan por completo, recorriendo la silueta de mi cuerpo antes de
volver a posarse en mi mirada llena de terror, aparentemente saliendo del
trance en el que se encontraba.
Me mira fijamente mientras yo levanto la barbilla, devolviéndole la
mirada en un silencio que parece un instante dilatado en el tiempo. Soy
en quien puede confiar. Soy la única destinada a entender a este
hombre. Para curarle, igual que él me ha salvado a mí.
Sin previo aviso, sus labios se abalanzan sobre los míos, su cálida
lengua entra en mi boca y se une a la mía en un lento y sensual lametón.
Gimo, y sus dedos me rodean el cuello al mismo tiempo que aprieto su
polla.
Apartando sus labios de mí, me dice:
―Te mereces algo mejor que el desastre que me hicieron.
Me besa de nuevo, como si descubriera que le gusta de verdad
sentir nuestros labios juntos.
―Pero nunca lo descubrirás, muñequita, porque nunca te dejaré ir.
Esto debería aterrorizarme. Debería hacerme correr y saltar a los
brazos de un hombre que pueda mantener las normas sociales del amor
y las relaciones. Pero sé que estoy lejos de ser normal. Tengo que serlo si
estas mismas palabras hacen que mi corazón palpite de la forma en que
lo hacen. Quiero un hombre que dé desinteresadamente cada parte de
sí mismo para garantizar que mi vida sea todo lo que debe ser, como
hace Aero. Su devoción y su fe en quien estoy destinada a ser significan
mucho más que cualquier relación falsa que haya vivido.
―Creo que nunca querré nada menos que el hombre que eres
―digo mis palabras con sinceridad, desde el lugar profundo de mi alma
al que él habla tan a menudo―. Somos de la misma materia, tú y yo.
Estamos violentamente arrancados de la misma tela sucia.
Hace un gesto de dolor y sus ojos transmiten el amor que no sabe
cómo expresar. Se inclina y vuelve a besarme, me agarra de las caderas
y atrae mi cuerpo hacia el suyo antes de girar sobre nosotros y llevarme
hacia atrás, hacia la cama.
―Nunca podré amarte como deseas ―susurra, desvelando a un
hombre roto en su tono profundo y dolido.
Vuelve a sentirse indigno. Indigno de un amor desinteresado que
nunca ha visto en un mundo que no se detuvo ante nada para comérselo
vivo.
―Lo que tú ames es lo que yo deseo ―le aseguro mientras sus labios
suaves y carnosos se vuelven a unir a los míos.
Encontraremos un término medio. Un lugar donde ambos podamos
florecer y prosperar. No espero un amor simplista con Aero. Nunca será
normal, como no debería serlo. Es complicado. Es una pieza abstracta
pintada con duros trazos de dolor, salpicaduras de decepción y colores
obscenos que gritan ante la injusticia.
No debería necesitar cambiarlo y, sinceramente, no quiero hacerlo.
Pero lo que deseo más que nada es una alineación de almas asentadas
en nuestro propio vínculo irrompible.
Su mano me rodea la nuca, sus largos dedos se deslizan por el pelo
recién lavado de mi nuca mientras continúo:
―Desafiamos las definiciones que nos encierran. Desafiamos las
tradiciones. Desafiamos las reglas establecidas por una oligarquía
moribunda. Creamos un mundo en el que no sólo sobrevivimos, sino en el
que prosperamos de la forma que tan violentamente deseamos.
Absorbe cada palabra con asombro mientras sigue guiándome
hacia la cama. Sus labios vuelven a encontrar los míos con fuerza,
presionando con rudeza contra mis dientes antes de que nuestras lenguas
se entrecrucen mientras me rodea la parte baja de la espalda con un
brazo, me levanta y tira de mí hacia el centro de la enorme cama que
hay detrás de nosotros. Me aprieta los pezones cuando su pecho firme
roza el mío antes de apartarse y volver a mirarme fijamente.
―Brillas en tu trono, Briony ―dice apoyándose sobre mí y sacudiendo
la cabeza con incredulidad mientras estudia mis ojos como si fuera la
reina más preciada que jamás haya reinado―. Te defenderé sin cesar.
Hasta que no quede nada del mundo que quemamos. El día de mi
muerte.
Me toca la mejilla con la palma de la mano y el pulgar me recorre
el labio inferior en una suave caricia que me pondría demasiado nerviosa
si se la hiciera a él.
―Nunca he estado tan decidida a destruir la casa en ruinas que nos
creó ―susurro, acercando una mano para tocar el profundo tajo de una
cicatriz que cruza su cautivadora mirada. Él permite la caricia, más
relajado que nunca, mientras se acomoda entre mis muslos―. Poner de
rodillas ante ti a todos los hombres que lastimaron a mi única, donde
deben estar. ―Digo con fuego bajo mi tono. Una rabia por su pasado que
ahora se me ha metido en la sangre, latiendo por mis venas con cada
latido enloquecedor.
Su boca cae sobre mí, sus suaves labios capturan los míos en una
demostración animal de afecto. Su lengua recorre la mía y la sensación
transmite ondas eléctricas de deseo a la humedad que se acumula entre
mis muslos.
Casi sabiendo exactamente cómo controla mi cuerpo en su
presencia, sus dedos recorren el interior de mi muslo, escalando cada vez
más alto hasta tocarme exactamente donde lo deseo. Lentamente, se
deslizan por mi raja, manchando mi excitación hasta que se deslizan
dentro de mí. Mi espalda se arquea sobre la cama, su boca capta mis
gemidos, se traga el placer a medida que sale de mi cuerpo, su lengua
saborea todo lo que la mía tiene que ofrecer mientras su pulgar frota
suaves círculos contra mi clítoris hinchado y dolorido.
Retira los dedos y se los lleva a la cara. Al separarlos, los dedos se
cubren de la pegajosa evidencia de mi excitación. Se los pasa por los
labios antes de extender lentamente la humedad por su cincelada
mandíbula y por el lateral del cuello.
―Límpiate de mí ―exige, inclinándose sobre mí.
Le aprieto el pelo de la coronilla, tirando con fuerza hacia un lado,
para su aprobación, mientras lamo mi excitación en su cuello. Gime por
mi nombre y flexiona las caderas contra mí, el eje de su vara de acero
deslizándose por mi húmedo centro mientras gira las caderas
rítmicamente contra las mías. Lamiéndole la mandíbula, llego por fin a sus
labios. Le lamo mi olor antes de dejar caer la cabeza contra la cama.
Acercando su brazo a mi boca, encuentro la profunda herida de las
tijeras. Su intento de transmitirme su amor enfermizo de la única forma que
puede. Me llevo el antebrazo ensangrentado a los labios mientras sus
pupilas dilatadas se concentran en mi boca. Doy unos besos suaves a la
carne desgarrada, que aún gotea sangre, y la cubro con mis labios. Mis
ojos se unen a los suyos mientras lamo todo el corte con la lengua plana.
Su sangre cubre mis labios y recorro la herida por mi barbilla hasta
que su sangre cubre mi cuello y mi pecho. En su mirada se encienden la
pasión y una lujuria insaciable mientras contempla su muñeca, ensuciada
solo para él.
Su abdomen se flexiona mientras su polla salta de nuevo, sus ojos me
atraviesan el alma mientras converso con él en nuestro propio idioma.
Sanando mi daño.
Con una fiebre de lujuria incontrolada, se alza sobre mí y angula su
polla, haciendo rodar el piercing a lo largo de mi clítoris hasta que
encuentra su entrada. La única que le pertenece. Cierra los ojos
brevemente, separando el contacto directo para deslizarse
profundamente dentro de mí.
―Ah, Aero ―siseo, haciendo una mueca de dolor cuando mis uñas
desgarran sus bíceps por la sensación de quemazón―. Estoy dolorida.
―Joder. ―Sus ojos se abren de golpe mientras se detiene dentro de
mí, una mirada arrepentida llena el duro rostro de un hombre que rara vez
siente arrepentimiento―. Lo siento, nena.
Se agacha, se apoya en los codos y coloca la cara justo encima de
la mía antes de acariciarme el cuello con el hocico, lamiéndome
suavemente el costado. Me adapto a su tamaño y respiro entre el leve
pinchazo de dolor antes de que vuelva a moverse lentamente.
―Eres el único atisbo de cielo que jamás veré ―murmura,
meciéndose en mí―. La única redención que necesitaré.
Sus palabras me oprimen el corazón.
Sus manos se entrelazan en la parte superior de mi cabeza,
anclándome en su sitio mientras sus caderas empujan cada vez más
fuerte. Mis gemidos llenan la habitación y mis piernas se enroscan en la
parte trasera de sus muslos, mientras a él se le escapan los gemidos más
sensuales y ásperos. Se esfuerza mucho por controlarse. Es evidente en la
forma en que se detiene de vez en cuando para recuperar el aliento,
mientras esos mismos ojos arrepentidos encuentran los míos,
comprobando que estoy bien.
Se está ablandando. Está tratando de ser mejor para mí. Cómo cree
que lo prefiero después de que lloriqueé y presioné para tocarlo. La
semana pasada por estas fechas me habría dicho que me callara y lo
aceptara. Que dejara de ser una perra débil y abrazara el dolor que nos
dice que estamos vivos.
Mis manos se aferran a su culo musculoso, clavando mis dedos en él,
hundiendo su polla más y más con cada poderoso empujón que me da,
permitiéndole encontrar su liberación de la forma que realmente
necesita. Rudo. Desinhibido. Salvaje. Me agarra del pelo de la coronilla y
tira con fuerza hasta que mi cabeza se inclina hacia atrás, abriéndome el
cuello.
―Todo lo que soy. ―Empuja profundamente, murmurando sus
palabras contra mi cuello.
Siento el escozor de sus dientes hundiéndose en mi hombro mientras
me muerde, tomándome como rehén de su liberación. Me quedo
tumbada, indefensa ante el placer, con las piernas abiertas para él,
mientras se entrega a mí por completo. Al sentir su polla palpitando dentro
de mí mientras sus caderas giran contra las mías con movimientos cortos
y temblorosos, los sonidos de su clímax me hacen sentir el mío propio. Me
aprieto contra él mientras la sensación me golpea como una tormenta,
sumiéndome en una oleada de euforia cataclísmica y maravillosa, que
me ilumina todo el cuerpo mientras se me escapan sonidos impíos.
Permanece profundamente enterrado dentro de mí, nuestros
pechos pegados mientras controlamos nuestras respiraciones, en silencio,
mirándonos el uno al otro con absoluto asombro.
No me importa cómo hemos llegado hasta aquí. Ni siquiera me
importa que mi vida siga en completo desorden. La misma iglesia en la
que una vez deseé ser un elemento básico me quiere muerto. Soy un
huérfano sin padres conocidos, sin hermanos conocidos, sin vida
conocida fuera del hombre sentado en lo profundo de mis paredes. El
que se desliza por los estrechos confines de mi corazón, controlando cada
latido. El hombre que ha sido testigo de mi entrega a una vida de engaño,
y se ha hundido en las profundidades místicas de mi alma recién
despertada.
Capítulo 45
Asimilación del tacto

N
o puedo parar.
Miro fijamente a mi muñequita tumbada a mi lado,
durmiendo tan plácidamente.
Sus pestañas negras hacen cosquillas en la parte
superior de sus suaves mejillas, sus labios sonrosados se asientan como un
pequeño corazón en su rostro, perfectamente sensual y delicioso, y su
hermoso y sedoso cabello negro yace espeso y extendido sobre su
cabeza. Su pecho sube y baja en respiraciones lentas y constantes.
Mi polla me insta a despertarla. Interrumpir su sueño y despertarla a
uno mejor. Pero otra parte de mí no puede soportar la idea de interrumpir
algo tan pacífico. Tan puro.
Nada me gustaría más que succionar en mi boca esos pezones
carnosos y perfectamente rosados que presionan contra la camisa
blanca de gran tamaño que cubre su cuerpo, separar esos muslos
lechosos y sorber mi fuente favorita de hidratación. Joder, podría
bebérmela durante días.
Pero ella mueve la nariz y luego acurruca su cabeza contra mi
costado, acurrucándose contra mí, y mi corazón se contrae mientras mi
cuerpo se pone rígido.
Lo hace mientras duerme. Acurruca su cuerpo contra el mío, casi
buscándolo para sentirse cómoda y cálida. Es raro pensar que alguien
pueda ser tan jodidamente sexy y al mismo tiempo parecer mono. Mi cara
se contorsiona ante la idea. Aprieta el puño contra el pecho y junta
suavemente sus delgados deditos. Es tan inocente como un conejito en
el bosque, pero si la despiertas, te aseguro que te enseñará los putos
dientes.
Ha llegado tan lejos por mí, se ha hecho realmente dueña de sí
misma en mi presencia. Pero sus palabras de antes resuenan; el deseo de
tocar, de memorizar cada centímetro de mi carne contra la suya.
Nunca he querido cambiar por nadie. La idea me enfurecía
literalmente. Me había convertido en quien era por una razón. Ahora
controlaba mi mundo y mi entorno, sin creer en nada más que en las
verdades que había visto materializarse ante mí. Tenía que hacerlo.
Perder el control que había sentido de niño era un horror que no deseaba
volver a vivir.
Pero con Briony, perder el control no me cuesta la vida. Me fortalece
porque de alguna manera ella ha descubierto cómo darme poder. Ha
demostrado que no me dejará caer solo. Ella me construye, al igual que
yo he hecho con ella todo el tiempo, aceptando al hombre roto de
cualquier manera que pueda conseguirme.
Una forma de la palabra amor de la que habla que nunca he
conocido. Amor desinteresado.
No lo hace para obtener nada de mí. No es una transacción de la
que ella obtenga algo de mí. Ella se pega a mi lado porque, por alguna
extraña razón, ella decide hacerlo. Briony gravita hacia la persona que
soy sin condiciones. Sin equívocos. Es una emoción que nunca había
sentido o conocido, y cuesta acostumbrarse a ella.
Mis dedos rozan los suyos y se me ocurre una idea. Recuesto la
cabeza contra la almohada y miro al techo. Inhalo el aroma a manzanas
frescas de la parte superior de su cabeza, el champú que lavé anoche
en sus sedosos mechones. Tomo su mano y la pongo sobre mi pecho. Con
la mandíbula apretada, sigo el rastro de su palma relajada y sus dedos
sueltos por mi carne llena de cicatrices y tatuajes, exhalando lentamente.
Desde los montículos de mi pecho hasta la hendidura de la línea de mi
abdomen, muevo su mano por la muñeca, adaptándome a la suave
sensación de su tacto sobre mí.
Respiro el malestar inicial y vuelvo a aspirar su aroma, que me
tranquiliza. Tengo el control.
Continúo así durante unos minutos, sólo con sus dedos dibujando
suaves círculos sobre mi piel mientras guío su mano por la muñeca. Como
disfruto de la sensación, mi corazón se calma y mi respiración se estabiliza
mientras unos dedos perezosos suben y bajan por mi abdomen. Me
relamo los labios y siento un hormigueo bajo las sábanas, mientras mi polla
cobra vida.
Me invaden visiones de su suave palma sobre mi creciente erección
mientras sigo su mano cada vez más abajo. Las yemas de sus dedos rozan
el bulto que se esconde bajo la fina tela blanca, y mis músculos
abdominales se tensan mientras respiro por las fosas nasales.
Mueve la cabeza a mi lado y un suave zumbido sale de su garganta.
Sus plumosas pestañas parpadean en la parte superior de sus mejillas
antes de levantar la cabeza y sonreír perezosamente.
La simple sonrisa me aprieta el pecho. Sus ojos azules, enmarcados
en gruesas pestañas negras, se centran en mí antes de bajar la mirada
hacia el lugar donde mi mano sujeta su muñeca. Sus cejas se fruncen y
vuelve a mirarme.
―Estaba intentando algo.
Una suave mirada de comprensión me encuentra.
―Bueno, por supuesto ―susurra, sonriendo a su muñeca en mi mano,
acurrucando su mejilla contra mí―. Continúa.
Reajusto una mano detrás de mi cabeza, que se apoya en mi bíceps
mientras sigo recorriendo con sus dedos los músculos de mi pecho y mi
abdomen. Suspira y se relaja contra mí mientras controlo sus caricias. Sus
dedos se cruzan sobre una gran cicatriz cerca de mi bajo vientre, y veo
que sus ojos se centran en ella.
―¿De qué es esa? ―pregunta dubitativa.
La recorro con los dedos.
―Una de las mujeres que trabajaba en el club de Nox acabó
embarazada de un cliente habitual. Un banquero de inversiones con
esposa y familia, que claramente había descuidado. Cuando se enteró
del embarazo, le pidió que abortara inmediatamente. Ella se negó. Así
que la encontró en un callejón después del trabajo, la golpeó hasta
dejarla en coma, causándole daños cerebrales permanentes, y
finalmente perdió el bebé en el proceso. Todo lo que él quería.
Briony aspira con cuidado ante la gravedad de la historia; su mano
sigue relajada mientras la muevo de un lado a otro sobre la larga cicatriz.
―Volvió sólo una semana después, queriendo una nueva chica para
saciar su apetito. Nox estaba listo para su regreso, seguro de hacerlo
pasar a una habitación privada, donde podría manejar los negocios para
él .
Ella traga saliva, sabiendo exactamente lo que eso significa.
―No esperaba mucha pelea, pero el banquero llevaba una navaja
escondida. Me alcanzó en el abdomen antes de que pudiera acabar con
él.
Se queda un momento en silencio, sumida en sus pensamientos, y
me preocupa haber dicho demasiado. Sigo el rastro de sus dedos por mi
abdomen, guiando su mano hacia los huesos de mi cadera. Bajo la
sábana de algodón que me cubre, nunca he notado tanto cómo me
afecta su tacto.
―¿Q-quieres tener hijos?
Giro la cabeza para mirarla mientras sus ojos nerviosos buscan los
míos, sin esperar la pregunta después de la naturaleza de la historia que
conté.
―Quiero decir, yo sólo... ―tartamudea, relamiéndose los labios―. Sólo
me preguntaba si...
Su nerviosismo me hace sonreír.
―¿Te preocupa que ya lo estés? ―pregunto con una sonrisa
cómplice.
Sus ojos se arrugan en las comisuras, una expresión de seriedad se
apodera de ella. Ella niega con la cabeza, y yo no lo entiendo en
absoluto.
Mi confusión se convierte rápidamente en rabia. ¿Le han hecho
algo?
―¿Por qué no estás preocupado? He hecho todo lo que podría dejar
a una mujer muy embarazada. ¿Por qué estás tan segura de que no lo
estás?
Ella traga saliva.
―Tomo anticonceptivos.
Sigo con su mano en mi estómago, sentándome sobre el codo para
mirarla con la boca abierta por la confusión.
―¿Cómo? No permiten...
―Llámalo intuición ―dice―. Llámalo como quieras. Pero una parte
de mí, en el fondo, me dijo que lo hiciera. Que si no lo hacía... ―Hace una
pausa―. Cualquiera podría intentar quitarme todo por lo que había
trabajado tan duro. Ser la primera mujer Magnus Princeps... sabía que
venía con condiciones.
Le preocupaba que alguien intentara embarazarla con la misión de
desmantelar el poder que estaba aprovechando. Me hierve la sangre
ante la idea de que mi niña se vea obligada a tener esos pensamientos.
―Fui a una clínica de mujeres de un pueblo de alrededor, donde
nadie me conocía, y me dieron una receta para mi propia protección.
―Pero se considera intrínsecamente malo para la iglesia,
entrometerse en la voluntad de Cristo...
―Supongo que yo hice mis propias reglas ―interrumpe, arqueando
una ceja con toda la confianza del mundo.
Se me dibuja una sonrisa de orgullo en la cara.
Ahí está otra vez.
La mujer de poder y fuerza que necesitaba tiempo y atención para
florecer. Siempre había tenido una columna vertebral ahí dentro,
dispuesta a desafiar lo que le decían que era moralmente incorrecto.
Había descubierto su propia brújula moral, su propia ética por la que
había decidido vivir. Trazó su propio camino, incluso antes de darse
cuenta de su valía. Briony tomó la decisión de tomar anticonceptivos
porque una parte de su subconsciente sabía que esos hombres tenían el
potencial de ser asquerosamente despiadados cuando trataban de
mantener su reino para sí mismos.
―Pero eso cambia ahora. ―Se me borra la sonrisa.
Le acaricio el cuerpo por debajo de la camiseta, bajo los brazos, el
vientre plano y tonificado, y luego entre las piernas, donde aprieta los
muslos con fuerza. Se muerde el labio inferior, conteniendo una sonrisa
mientras se retuerce debajo de mí, con los pechos rebotando bajo el fino
algodón.
―Aero, ¡para! ―exclama, subiendo la mano para agarrarme la
muñeca.
Saco la muñeca de su agarre y le inmovilizo los brazos contra la
cama.
―Será mejor que me digas dónde lo escondes.
Se ríe, toda mona, sonriéndome divertida, con las cejas levantadas
desafiante.
―No pienses ni por un minuto que no hablo en serio, Briony. ―Me
acerco, agarro un cuchillo de la mesita de noche, volteo la hoja ante su
cara―. Lo cortaré de tu carne si tengo que hacerlo.
Me mira boquiabierta y sus labios se entreabren ante la amenaza.
―Antes de que me hagas pedazos, no es un implante. Son sólo
pastillas. Pastillas que se me acabaron hace poco.
Por supuesto que se le acabaron. No encontré ninguna pastilla en su
casa cuando registré su habitación. Nunca las había visto allí. Parece que
mi chica es mejor guardando secretos de lo que pensaba.
Tiene sentido por qué no se negó a que la llenara con mi semen.
Nunca estuvo realmente preocupada por quedarse embarazada. Pero
la mirada en su cara insinúa que ahora, la posibilidad está ahí.
Un extraño e innato deseo de alimentarla con mi semen,
asegurándome de marcarla como mía con las tetas hinchadas y el
vientre hinchado, inunda mi mente. Quiero que lleve a mi hijo. Nuestro
hijo. Quiero que reescribamos nuestra historia juntos.
Pero ella aún es muy joven. Dieciocho años contra mis veintinueve.
A menudo olvido los detalles cuando su capacidad mental supera con
creces a la de alguien que acaba de convertirse en adulto. Tiene más
vida que vivir por sí sola, y nunca querría agobiarla cuando ya ha exhibido
tanta fuerza, estirando junto a mí esos pétalos recién florecidos. No puedo
ser como ellos. Encerrándola en nuevas cadenas para mi propio placer.
Arrojo la hoja sobre la mesilla de noche con un sonoro tintineo y
vuelvo a girar sobre mi espalda en medio de un torbellino de confusión y
pensamientos retorcidos.
―Te volveremos a poner en marcha ―le digo, agarrándola de nuevo
por la muñeca y colocando su mano sobre mi abdomen, repitiendo
lentamente el proceso de sus manos sobre mi piel. Se tumba de lado, con
una expresión inexpresiva en la cara mientras intenta leerme―. Lo que tú
quieras.
No es propio de mí siquiera darle una opción en el asunto. En otro
mundo, ya le habría metido la polla y liberado en lo más profundo de su
vientre, asegurando la concepción mientras manteníamos esta
conversación. Pero, aquí estoy... debilitándome para encontrarme con su
suavidad. Para ser alguien que ella necesita.
Quizá estoy evolucionando.
Un silencio confortable llena el espacio entre nosotros, y empiezo a
encontrar auténtico consuelo en su tacto. Ella tampoco me presiona,
intentando alcanzar más o tocar lo que quiere. Simplemente se recuesta
y me permite mover su mano, guiándola de nuevo en suaves círculos,
disfrutando de la experiencia tanto como yo.
―Es extraño incluso hablar de niños y niños cuando vengo de un
lugar tan vacío ―susurra al techo junto a mí―. Quiero saber de dónde
vengo, Aero. Hay una parte de mí que se siente perdida. Sin saber a
dónde pertenezco. Ojalá lo supiera.
Cierro los ojos y me siento culpable. Le estoy ocultando tantas cosas
egoístamente.
―Tú me perteneces. Como siempre lo has hecho ―digo
definitivamente.
Suspira de nuevo, acurrucándose a mi lado.
―Sí, tienes razón. Sí, tienes razón. ―Me sonríe suavemente, sus ojos
brillan con un extraño fulgor, aceptando la respuesta―. No me gustaría
estar en otro sitio.
Mi corazón vuelve a apretar. Ese dolor en lo más profundo de mi
pecho que sólo ella puede causar, incluso en medio de mi traición.
La preocupación me invade ante la idea de perder todo lo que he
encontrado con ella. Si huyera de mí, me vería obligado a encerrarla en
un mundo de Aero. Ella no puede dejarme. Acabaría provocando que
me odiara al quitarle la única parte de ella que amo. Su libertad salvaje e
indómita de las restricciones del mundo que la rodea.
Pero necesito protegerla. Los deseos y necesidades de Briony
tendrán que esperar hasta que los planes que tengo para la venganza se
pongan en marcha. No puedo soportar la idea de que pierda de vista la
cruda venganza que lleva dentro, emociones aparte.
Con su muñeca aún en mis manos, tiro de ella bruscamente hasta
que se sienta a horcajadas sobre mí, sin nada entre nosotros. Chilla y
apoya las palmas de las manos a los lados de mi cabeza, centrándose. El
calor de su coño desnudo se posa en mi vástago y mi polla se calienta.
Sus pechos se balancean sobre mí, la carne rosada y sensible suplicando
que le hinque el diente. Su rostro, que irradia toda la belleza posible, está
rodeado por su pelo negro y sedoso que brilla a la luz del amanecer a
través de las ventanas con cortinas.
Mi ángel caído.
Mueve las caderas y me aprieta mientras su resbaladiza humedad
se extiende por todo mi cuerpo. Se me escapa un gruñido mientras mis
manos se aferran a sus caderas. Se echa hacia atrás, apoyando todo su
peso en la polla de acero que tiene debajo, y apoya las manos en mi
pecho. Me agarroto un segundo, luego suelto un suspiro y mis ojos
pesadamente cerrados encuentran los suyos.
―No te haré daño ―susurra, mientras sus dedos se mueven
ligeramente por mis pectorales. Me roza los pezones con las yemas de los
dedos y mi polla se estremece de excitación.
―Ojalá lo hicieras ―replico en voz baja.
Me agarra bruscamente la mandíbula por el sentimiento y me
escupe en la boca abierta. Demasiado sorprendida por el repentino acto
como para replicar, me da una bofetada en la cara con la palma
abierta, haciéndome girar el cuello hacia un lado, antes de inclinarse
hacia delante, apretándome la mandíbula hacia ella y mordiéndome el
labio inferior. Mis dedos se clavan en la carne de sus caderas al sentir el
dolor, y la empujo hacia arriba antes de que se separe de mis labios con
una sonrisa burlona.
―Encontraremos un término medio.
Como un loco, se desata una lujuria feroz, y nos quito la manta que
queda. Nos doy la vuelta y la tumbo boca abajo como a un muñeco de
trapo, tirando de sus caderas hacia arriba para que su culo quede en el
aire ante mí. Con una mano áspera, le sujeto el cuello al colchón y me
inclino sobre la curvatura de su tonificada figura.
―Hacer tratos con el diablo es un negocio peligroso, cariño.
Agita las caderas contra mi entrepierna, burlándose de mí; mi polla
erecta baila entre la raja de su culo mientras ella lo hace, mis huevos
cosquilleando esos labios húmedos y empapados que retroceden contra
mí. Aprieto la mandíbula, intentando contener las ganas irrefrenables de
meterle la polla en su culito virgen para darle una lección.
―Me arriesgaré ―dice sin aliento, con un tono de voz femenino pero
desafiante.
Mi pequeña mocosa de mierda. Creo que olvida con quién está
tratando. En el fondo, sigo siendo un salvaje despiadado.
Le suelto el cuello, deslizo la palma de la mano por su columna
vertebral bellamente arqueada antes de agarrarle el culo con firmeza y
me inclino para lamerle el dulce y suave clítoris y el coño. Deslizo una
lengua pesada y plana a lo largo de su clítoris, sobre su dolorido agujero,
hasta llegar a su culo. Se agita en mis garras, claramente incómoda por
la nueva sensación. Le doy un golpecito en el muslo y se tensa mientras
me burlo de ella y luego hundo la lengua en su entrada prohibida.
―Joder ―grita ella, intentando zafarse de mi agarre, pero yo la
agarro por las caderas, obligándola a volver sobre mi lengua.
Briony rara vez maldice, así que cuando oigo sus inocentes labios
murmurar la palabra follar con mi lengua en el culo, es una receta para
el desastre. Vuelvo a inclinarme, con el pulso acelerado por la
anticipación, mientras una gota de semen gotea de la punta de mi polla,
necesitado de ensuciarla con un placer que ambos aún no hemos
descubierto. Abofeteo la blanca piel de porcelana de su culo con mano
áspera, adorando el rebote que me produce su carne, sediento de las
marcas enrojecidas, que acaban por hacerla gemir contra la manta
entre sus nudillos blancos.
No mentía cuando le dije que poseería cada parte de ella. He
estado soñando con este día desde que la seguía con esas falditas a
cuadros de ida y vuelta a la Academia. El día que profane a mi
muñequita.
―Aero ―dice sin aliento, con preocupación en su tono―. Prométeme
que no...
Escupiendo sobre ella, le cubro el agujero antes de reírme para mis
adentros.
―Muerde esa manta, nena ―susurro en un tono entrecortado. Un
tono que demuestra que estoy perdiendo el control.
―Prométeme que no me contendré.
Capítulo 46
Desgastado

S
in previo aviso, siento la cabeza caliente, húmeda y bulbosa de
su enorme polla empujando contra mi sensible abertura.
Es una sensación extraña. Una a la que no estoy
acostumbrada. Si soy sincero, ni siquiera estaba seguro de que la gente
hiciera cosas así. La idea de algo tan sucio, tan intrínsecamente malo y
vil, sin otro propósito real que obtener un placer enfermizo y retorcido,
hace que mis entrañas se estremezcan de excitación y anticipación.
Es una especie de acto degradante, y escuchar la contención en su
tono mientras siento cómo el cuerpo de Aero prácticamente vibra de
energía y excitación por la idea me hace querer permitirlo aún más.
―Tócate el clítoris, Bri. Frótalo en círculos lentos con los dedos y
respira hondo unas cuantas veces ―exige Aero con impaciencia.
Su voz es ronca y tensa, y parece que está perdiendo todo el control
que creía tener. Me había prometido que no se contendría, pero la forma
en que me hace pasar por esto dice cualquier cosa menos eso.
―Te lo voy a dar despacio. ¿De acuerdo, cariño?
Enrosco el edredón en la palma sudorosa y me lo llevo a la frente
mientras con la otra mano empiezo a masajearme con lentos círculos
entre las piernas, preparándome para el dolor que estoy a punto de
soportar.
―Vale ―digo exhalando.
Siento cómo empuja contra mí hasta que mi abertura se dilata. El
dolor y la incomodidad van seguidos de una extraña sensación de
plenitud cuando mi conducto se abre por fin y cede ante él. La corona
de su polla es absorbida por los apretados músculos que la rodean, y se
me escapa un gemido estrangulado mientras intento controlar la
respiración.
Gime, maldiciendo suavemente mientras sigue dentro de mí.
―Joder, está tan apretado. Casi duele lo fuerte que me estás
estrangulando la polla.
Está disfrutando de verdad. Apretando los dientes a través de las
sensaciones que lo destrozan silenciosamente.
Siento cómo gotea más saliva sobre el lugar donde nos
conectamos, una gran cantidad humedece aún más la zona mientras
respiro por los labios.
―¿Ya está dentro? ―Pregunto, asumiendo que lo peor ya ha
pasado.
Se ríe ligeramente a través de sus respiraciones cortas e
incontroladas.
―Sólo estoy en una pulgada, tal vez dos.
―Oh, mierda ―grito entre las mantas.
―Tenemos al menos siete más.
―No ―gimoteo entre las mantas.
―Tienes que confiar en mí, Briony ―me dice. Se inclina sobre mi
espalda, su mano se desliza por mi cabello mientras su pulgar roza mi
mejilla con un suave movimiento de barrido―. Confía en que te tengo.
Necesito que te encante esto porque pienso hacerlo a menudo.
El corazón me da un vuelco en el pecho ante esa afirmación. Una
afirmación muy distinta a la del hombre que conocí.
―¿Vale? ―pregunta en voz baja, captando mi atención antes de
moverse.
Trago saliva antes de relamerme los labios.
―De acuerdo.
Mi coño se contrae y se tensa, ansiando algún tipo de atención o
distracción.
Como si leyera mi cuerpo, Aero desliza una mano alrededor de mis
caderas, sus enormes dedos cubren los míos mientras me masajea el
clítoris en esos suaves círculos que me indicó.
―Ya está ―susurra antes de que un leve gemido salga de su
garganta―. Así, sin más. Ahí está mi niña buena, Bri baby.
Me convulsiono con sus palabras, sintiendo cómo la electricidad se
dispara por mi clítoris con cada golpe de su mano que cubre la mía
mientras me empalan por detrás.
―Ahora voy a empujar más hondo, ¿vale? ―pregunta, inclinándose
de nuevo hacia arriba.
Asiento con la cabeza, cerrando los ojos con fuerza.
―Joder, esto parece... ―Gime desde lo más profundo de su pecho―.
No duraré mucho ―murmura mientras siento que me estiro para
acomodar más de su longitud.
Grito, amortiguado por la manta entre los dientes, la ropa de cama
se humedece con mi saliva.
―Dios, me encanta cuando me dejas ensuciarte así ―dice entre
dientes apretados.
Sus dedos absorben el desorden que estoy haciendo entre mis
piernas antes de que los introduzca profundamente en mi coño,
enroscándolos hacia mi vientre. Un estremecimiento de sensaciones me
invade como una ola, y siento cómo me contraigo y me aprieto alrededor
de su gruesa circunferencia.
―Ah, joder, Briony ―sisea―. ¿Todavía estás bien?
Empuja más profundamente mientras sus dedos resbaladizos se
deslizan fuera de mí y empiezan a recubrir mi clítoris hinchado con mi
excitación mientras me toma por el culo.
―Oh, sí ―gimo mientras él sigue haciendo suaves círculos con los
dedos, la sensación me relaja lo suficiente como para soltarme para él.
Empujo hacia atrás su polla hinchada, aguantando el dolor en un
intento de encontrar el placer. Me siento llena en todos los aspectos de
la palabra, sus muslos chocan contra los míos, los pilares pétreos
sellándose contra mí, y él se queda quieto, presumiblemente
permitiéndome ajustarme.
―Eres una muñequita asquerosa, tomando pollas tan profundo en tu
culo.
Sus palabras degradantes encienden la vida bajo mi piel, y el placer
circula por la base de mi columna vertebral. Me muerdo el labio inferior,
dejándome convertir en la muñeca sucia que él desea.
―Mi sucia puta, dejándome hacerte estas cosas viles. ―Siento cómo
se retira, mojándose con mi excitación, y luego me agarra de la cadera
mientras vuelve a hundirse aún más. El movimiento hace chisporrotear
todas mis terminaciones nerviosas, despertando un nuevo calor erótico―.
Dilo. Prométeme que serás mi puta hasta el día de tu muerte.
―Hasta el día de mi muerte ―jadeo entre respiraciones agitadas―.
Destruye mi pureza, Aero. Ensúciame con tus demonios.
Maldice mis palabras, su firme agarre encuentra la carne de mis
caderas, los dedos de una mano me arañan la carne, la otra me sujeta el
cuello a la cama mientras me toma por detrás hasta que el escozor
disminuye y gime y sisea de placer. La suave piel de sus carnosos cojones
golpea mi vulva pegajosa y la realidad de lo que estamos haciendo me
sume en una espiral de placer deshonroso e irreflexivo.
―Libera a tus ángeles ―exige, incitando mi liberación.
Mis piernas tiemblan bajo él mientras los apretados temblores
recorren todo mi cuerpo. Nunca pensé que pudiera obtener tanto placer
del acto, pero me pierdo en sus palabras, en su polla masajeando esas
terminaciones nerviosas. Una parte nueva e inexplorada de mí que sólo él
puede reclamar. Bombea dentro y fuera de mí a un ritmo constante, el
placer crece como una bobina a punto de desatarse, mientras sigue
indicándome que me frote el clítoris. Caigo en un éxtasis orgásmico y grito
sobre las mantas con una ferocidad que nunca había oído cuando la
euforia suprema me encuentra y me sacude por dentro.
―Tan jodidamente hermosa, Briony ―respira, disfrutando de los
espasmos de mi temblorosa liberación, hundiéndose en mí una última vez
mientras las lágrimas llenan mis ojos.
Murmuro y gimo por Dios entre las mantas mientras las sensaciones
continúan en oleadas interminables.
Mi nombre sale de su lengua sin aliento mientras se pone rígido
detrás de mí y siento su polla saltar dentro de mis espasmódicas paredes.
Se corre dentro de mí antes de que sienta la gruesa punta salir por
fin del apretado anillo, y tres chorros más de cálido líquido me cubren la
espalda, deslizándose por la raja de mis mejillas mientras los acompañan
gruñidos feroces. Con el puño en la polla, ordeña hasta el final su
orgasmo, asegurándose de que está completa y totalmente agotado.
Cae a mi lado, con la boca abierta y los párpados pesados, con un
brillo post-orgásmico en la cara. Su polla sigue apuntando hacia el techo,
como si la sola idea de cómo se ha corrido lo tuviera listo para volver a
hacerlo, mientras los restos de su eyaculación gotean lentamente de mis
entrañas.
Verdes y marrones apasionados se arremolinan en una locura
majestuosa cuando sus ojos encuentran los míos y compartimos un
momento de hermoso silencio, simplemente mirándonos. La incredulidad
se apodera de los dos cuando las palabras de Aero llenan mi mente.
Palabras tan insignificantes como el amor están tan por debajo de la
profundidad del vínculo que compartimos en este momento de ajuste de
cuentas.
Nuestras respiraciones se alinean lentamente mientras él tira de mi
espalda hacia su frente, rodeándome la cintura con su antebrazo
acordonado, acunándome sobre nuestros costados. Su liberación se
extiende entre nuestros cuerpos sudorosos, pero a ninguno de los dos
parece importarle lo más mínimo.
―Maldita sea ―suspira, los dos aún sin aliento y en una nube de
felicidad, intentando asimilar lo que acabamos de compartir―.
Simplemente... todo. Todo a la vez.
Asimilo sus palabras, una comprensión total de su afirmación, con la
cara entumecida por las secuelas del placer.
Parece que nuestros cerebros han sido secuestrados por completo.
Los pensamientos y las palabras son ideas lejanas que flotan en otra parte.
Sólo estamos relajándonos en un bajón de las llamas del incendio que nos
desgarró a ambos, bañándonos en las pesadas emociones que siguen.
Tras ducharnos juntos, dejando que Aero me limpiara con sus manos
como siempre hace, nos ponemos ropa cómoda con planes de
desayunar y luego entrenar en su bosque el resto de la tarde.
Mi mente me grita, diciéndome que ha llegado el momento de mi
regreso. Necesito volver a la escuela, encontrar a Saint y comenzar los
planes que he establecido para destruir a las personas que más lo
merecen.
Después de recogerme el cabello seco en una coleta, miro en el
espejo cómo Aero se pasa unos vaqueros desgastados por encima de sus
musculosos cuádriceps, que se posan sobre sus delgadas caderas. Su
pelo sigue siendo una mata húmeda de mechones enmarañados que le
cuelgan de la frente, con las gotas de agua pegadas a sus anchos
hombros. Mientras disfruto de la vista de su trasero, sus músculos
ondulantes y sus brazos tonificados, oigo la cremallera de sus pantalones,
que me recuerda al monstruo enjaulado. Mordiéndome la comisura del
labio, mi piel se enrojece con un calor que se abre camino hacia el sur de
nuevo, sabiendo que lo que siento por él supera con creces todo lo que
podría haber previsto.
Todo lo que soy.
Al igual que los pensamientos de amor y cariño flotan como
luciérnagas bajo la superficie de mi piel, desaparecen por completo de
mi ser cuando veo pasar una figura negra por la ventana contigua. Antes
incluso de que pueda alertarle, veo que gira ligeramente la cabeza, al oír
de algún modo los pasos fuera de la ventana. Se gira para mirarme, sin
camiseta, vistiendo sólo sus vaqueros negros mientras su contacto visual
directo exige el mío. Me mira fijamente con una naturaleza salvaje y
protectora mientras se lleva un solo dedo a los labios, haciéndome callar.
El pulso me late en la nuca, un ciclón de terror me golpea las tripas,
y sin embargo él parece demasiado tranquilo. Levanta el resto de los
dedos y extiende la palma de la mano para decirme que no me mueva.
Maldigo por lo bajo y cierro los ojos con fuerza cuando la puerta del
dormitorio se abre de golpe.
Aero descansa en las sombras detrás de la puerta mientras yo
permanezco de pie cerca de la pared del baño, conteniendo la
respiración mientras mis ojos se abren lentamente hacia el espejo, viendo
el reflejo del intruso en nuestro espacio privado.
Como si supiera que tiene que despejar la habitación, el
enmascarado se agarra al borde de la puerta, a punto de asomarse
detrás de ella, donde está Aero. Lanzo mi cepillo de madera contra el
cristal del espejo, haciéndolo añicos por completo y robándole la
atención, aunque solo sea por un segundo. El hombre se gira y ve mi figura
a la luz del baño. Avanza rápidamente hacia mí y entrecierro los ojos,
esperando que el hombre que se acerca me dé un golpe en el culo.
Aero emerge de las sombras sin hacer ruido. Con un cinturón que ha
cogido de algún sitio, rodea el cuello del intruso y lo lanza contra su pecho
desnudo. Los ojos del hombre sobresalen bajo el recorte de la máscara, y
sus dedos arañan la carne de los antebrazos flexionados de Aero mientras
su agarre se hace más fuerte. Las piernas se separan y se estiran mientras
el hombre se hunde lentamente en el suelo, los segundos pasan como
minutos mientras veo cómo se le escapa la vida.
Sus ojos se abren por última vez y su boca se abre en busca del aire
que le falta. Unos ojos oscuros miran los míos mientras Aero deja caer al
hombre con un ruido sordo contra el suelo de madera que hay bajo él. Su
ira me penetra; su cuerpo, tembloroso de rabia. Este no es el hombre con
el que estaba hace un momento. Este es el asesino psicótico y entrenado
que ha enterrado numerosos cadáveres como si nada.
Otro hombre enmascarado entra en la habitación detrás de él. Aero
se desliza hasta el suelo, sacando sin problemas la pistola de la funda del
hombre fallecido. Apoya la espalda contra el extremo de la cama con
las piernas abiertas ante él mientras sus brazos se enderezan, apuntando.
Dispara una vez, el silenciador capta el sonido cuando la bala encuentra
el cráneo del sorprendido intruso. Éste tropieza contra la puerta antes de
que sus piernas cedan y se hunda lentamente en el suelo, dejando una
mancha de sangre roja y brillante en la madera.
He dejado de respirar. Temblores de asombro me recorren los
hombros mientras Aero se arrastra silenciosamente sobre el hombre,
registrando su cuerpo en busca de armas.
Encuentra otra pistola, la empuña, la coloca en la parte trasera de
sus vaqueros y luego le registra en busca de algún tipo de identificación.
Encuentra una cartera, asiente una vez para sí mismo y se la arroja al
pecho del muerto antes de escupir sobre su cuerpo. Me quedo paralizada
de miedo y temblor, con la boca abierta y el cuerpo rígido mientras él se
acerca a mí como un animal salvaje, desatado e indomable.
Me olvido de quién es cuando tantas veces me encuentro fingiendo
quién quiero que sea. Pero una cosa está clara, se ha quitado el velo de
la máscara oscura, y los susurros de Aero Westwood en nuestra pequeña
comunidad por fin se están dando a conocer.
Capítulo 47
El más oscuro de los
ángeles

C
reía que estar cerca de un asesino entrenado que se gana
la vida matando y disfruta infligiendo y recibiendo dolor me
haría sudar la gota gorda, pero esa realidad está muy lejos
de la realidad. Tal y como están las cosas, Aero me
proporciona más paz y protección de las que jamás he conocido. Sin
embargo, el edificio al que me acerco me hace temblar en mi falda
escocesa.
Asesinos. Los verdaderos asesinos residen aquí. Personas que usan y
abusan de su autoridad para controlar a las masas. Usando el disfraz de
una institución de amor y fe para cometer sus enfermizos actos de crimen
egoísta.
Enviaron hombres a Aero para encontrarle y asesinarle. No me
quedó claro quién dio el golpe, pero por el incesante retumbar de
palabrotas que caían de su boca mientras cavaba esos agujeros del
tamaño de un cuerpo en su propiedad, imagino que no se lo esperaba
en absoluto.
Su actitud había cambiado. No era el hombre que me abrazó
contra su pecho desnudo esta mañana. No era el hombre que llevó las
yemas de mis dedos a su abdomen para acariciarlo. Estaba visiblemente
frustrado, con nada más que odio y fría traición brotando de sus ojos
ardientes. Probablemente más enfadado consigo mismo que con nada.
Casi podía leer sus pensamientos cuando apretó la mandíbula
mientras pateaba al segundo hombre contra el suelo. Se odiaba a sí
mismo por haberse ablandado por mí. Por permitir que esos hombres le
tomaran la delantera y lo atraparan en un momento de debilidad, algo
a lo que este asesino entrenado claramente no estaba acostumbrado.
Por eso presioné a Aero para que siguiera adelante con los planes
que habíamos puesto en marcha.
Interpretando mi papel, entro en el edificio entre voces silenciosas y
miradas de reojo. Sabía que se había corrido la voz de mi desaparición.
Los estudiantes sabían muy bien que la única Magnus Princeps femenina
había desaparecido en busca de sus padres en el monte tras la
publicación del flagrante vídeo en el que aparecía seduciendo de
verdad al hombre amado en la línea para convertirse en el próximo
obispo.
En los oscuros rincones de los pasillos se murmuraban palabras como
zorra, puta y pecadora. Las chicas reprimían sus risitas y los chicos me
miraban como nunca mientras pasaba puerta tras puerta hasta llegar a
nuestra aula. La que debíamos utilizar juntos en nuestra misión de educar
a la juventud. Mantener su fe en una institución de control y mentiras. Mi
corazón se hunde cuando pienso que Brady sigue encerrado en los
confines de esta prisión.
Saint levanta la cabeza del podio, donde estaba revisando los
planes de clase antes de que entraran los alumnos. Sus ojos se abren de
par en par, preocupados, mientras sus hombros se hunden por el alivio, y
parece que se le ha ido el aire de los pulmones por completo. Se levanta
de la madera y da vueltas hasta detenerse justo delante de mí. Cierra los
puños a los lados, como si quisiera evitar tocarme.
La preocupación me inunda como una ola ineludible, amenazando
con hacerme retroceder en los planes que tengo entre manos.
Supero mis miedos y doy el primer paso. Abro los brazos y los
envuelvo alrededor de su apretado cuerpo, atrayéndolo hacia mí. Se
detiene un instante, inspira antes de rodearme con sus musculosos brazos,
me sujeta el cuello con la palma y me recorre la mandíbula con el pulgar.
Respiro su almizcle mentolado, reorientándome.
Hay un extraño consuelo en su abrazo. Tal vez el de una vida que
solía conocer, donde las cosas tenían sentido tras unos ojos ciegos. Mi
ingenuidad, proporcionando algún tipo de extraña familiaridad a una
época en la que mis prioridades eran simplemente ganarme el respeto
de mis mayores mientras desarrollaba mi relación con Dios y fortalecía mi
fe.
Ahora, mientras nos abrazamos, los secretos y las mentiras residen
entre ambas partes, la muerte y el engaño proporcionan los ladrillos al
muro que nos divide.
Me separo de su abrazo y miro a los ojos de un hombre en el que
una vez creí poder confiar.
―Briony ―suspira, agarrándome la cara con ambas manos, su caricia
suave y cálida.
Miro fijamente esos penetrantes ojos azules antes de estudiar los
cortes de sus prominentes pómulos, el borde afilado de su fuerte
mandíbula y el labio inferior lleno y rosado que sobresale ligeramente más
que el superior, viendo tal parecido con su hermano mayor que no puede
pasar desapercibido.
―Estaba muy preocupado por ti ―admite, recorriendo mi cara con
la mirada―. Incluso fui al aeropuerto donde dijeron que habías huido, sólo
para ir contigo. Para ayudarte a encontrar a tus padres y solucionar esto.
Le miro sin comprender, tratando de entender.
―Dijeron que huiste por mi culpa. Por lo que pasó. ―Sacude la
cabeza, sus ojos se clavan en mis labios en señal de recuerdo, una
vergüenza arrepentida en sus hombros caídos―. Me sentí fatal. No podía
dejarte caer por algo que hicimos los dos. Era tan injusto que te culparan
a ti de todo, como si no fuera yo la que estaba allí, devolviéndote el beso.
Devuélveme el beso. Se me seca la boca ante su afirmación.
―Nunca publiqué ese video, Saint. Tienes que saber... ―Se me llenan
los ojos de lágrimas, lágrimas que son bienvenidas teniendo en cuenta el
tema que nos ocupa.
Pero mis lágrimas no son para él. Son por la antigua yo. La chica que
siempre quiso defenderse, hacer lo correcto, pero sintió el peso de sus
compromisos a su alrededor. La chica que nunca imaginó un mundo en
el que la venganza fuera dulce y estuviera justificada.
―Ven aquí ―dice en voz baja, mirando detrás de mí mientras me
agarra la mano con su gran agarre protector.
Me guía hacia el armario de la clase y me mete dentro antes de
cerrar la puerta.
Fuera de la vista. Aero estará encantado.
Me tiemblan las manos ante la proximidad del hombre en el que
tengo que fingir que confío con todo lo que soy. Mi mente da vueltas en
torno a la hoja atada al interior de mi muslo, pero mis piernas se cierran
con fuerza, cediendo a su necesidad.
―No sé lo que has oído, pero en este lugar retumba el caos
―declara, apoyándose en la pared, aún cogiéndome de la mano―. Oí a
mi padre hablar de la situación con Alastor Abbott.
Mis oídos se agudizan al oír el nombre.
―Dicen que hay un loco a la caza. Un miembro excomulgado de la
iglesia que fue encerrado por un horrible crimen hace muchos años. Ha
escapado de la cárcel, descontento por su propia caída con Cristo,
buscando acabar con cristianos y creyentes por igual. Tiene todo que ver
con el estado de caos en que se encuentra nuestra comunidad.
Las mentiras que están alimentando al público. Repugnante.
―Sea quien sea, también sospechan que se llevó a Jacob ―dice con
un deje en el tono.
―¿Cómo? ¿Cómo es posible?
―El diácono... ―comienza con vacilación, sacudiendo la cabeza―.
Dicen que se suicidó, pero no lo creo ni por un segundo. ―Su expresión se
endurece―. El diácono fue asesinado. ―Toma aire rápidamente―. Mi
padre dijo que el mandato del obispo se acaba y quieren que yo dé un
paso al frente. Especialmente ahora, cuando no hay nadie que guíe a
nuestro rebaño en medio del desmoronamiento de nuestra institución.
Es gracioso cómo la letra escarlata se me pegó tan bien, incluso con
un presunto asesino suelto. Nunca se me tuvo en cuenta para un puesto
en nuestro clero, a pesar de que mis calificaciones académicas y mis
logros superan a los de Saint. Nunca hubo esperanza de que yo tuviera
un título legítimo en esta iglesia. Siempre iba a ser un hombre antes que
yo. En un mundo donde la dominación masculina es un requisito previo
para el control, la igualdad nunca fue una previsión.
Como Aero dijo tan elocuentemente, había empujado y empujado
hasta que empujé demasiado lejos. Gracias a Dios que me llevó a su
camarote cuando lo hizo. Ya habrían borrado la mancha de la condena
sin dudarlo si hubieran sabido mi paradero.
―Pero serás un objetivo, Saint ―susurro, con preocupación en mis
palabras―. ¿Por qué quieren acelerar el proceso para hacerte obispo?
¿Especialmente con todo lo que está pasando? ¿Por qué se apresuran?
Aún eres muy joven.
―Ya soy un objetivo ―declara con un suspiro pesaroso―. Mi Jeep,
¿recuerdas? No sólo lo destrozaron aquel día contigo, sino que ahora es
robado, se lo llevaron aquí mismo, del aparcamiento del colegio. Lo
vieron salir de la iglesia justo antes de que encontraran al diácono. Quería
inculparme si la hipótesis del suicidio no prosperaba.
Prácticamente se me agrieta el pecho y las palmas de las manos me
brillan de sudor al recordar el Jeep. El recuerdo de aquel día en el
confesionario. Por suerte, la falta de cámaras en esta ciudad no ha
podido rastrear el Jeep muy lejos. Conociendo a Aero, todas y cada una
de las imágenes ya han sido borradas.
―Me necesitan ―continúa Saint―. Es hora de que dé el paso que mi
padre siempre esperó que diera.
Necesario. Para mantener el nombre de Westwood en la cadena de
mando, utilizando su influencia para continuar el ciclo enfermizo de poder
y control sobre esta ciudad. Me muerdo la expresión que me encantaría
usar y llevo mi preocupación en la manga.
―Tengo miedo por ti. ―Mis ojos se arrugan mientras aprieto su mano
entre las mías―. Tengo miedo por mí.
―Shh, ya está bien. ―Me atrae hacia él, envolviéndome de nuevo
con sus brazos―. Estás a salvo, Briony. Estoy tan feliz de que hayas vuelto.
Estaba enfermo, preguntándome dónde estabas. Te he echado de
menos.
Una mujer inferior habría creído sus mentiras.
Mis manos se aferran a su apretado torso por debajo de la camisa y
lo aprietan de una forma que grita necesidad. Le oigo tragar saliva de
nuevo, y su mano, apoyada en la base de mi espalda baja, sube
lentamente, estrechándome contra él.
―Oh, Saint ―grito, apretando su camisa con mis puños blanco . ―No
quiero estar sola esta noche. Mi casa parece tan grande y vacia y me
aterroriza ser el objetivo.
―¿Y Baret? ―Sugiere a mi hermano como si realmente tuviera uno―.
¿Puede venir...?
―No contesta al teléfono ―miento. No tengo ni idea de dónde ha
estado ni de si ha intentado ponerse en contacto conmigo. La falta de
teléfono no ayuda―. No puedo contactar con nadie. Ni a él. Ni a mis
padres. Estoy sola. ―Mi labio inferior tiembla de miedo mientras mis manos
tiemblan ante él.
Los acerco al centro del pecho de Saint, donde toco los botones de
su almidonado uniforme mientras la parte delantera de sus muslos
conecta con los míos en el estrecho espacio del armario utilitario.
―Por favor. ―susurro, entrecortando mi tono hasta la perfección
torturada―. Incluso venir aquí hoy era un riesgo que tenía que correr.
Necesitaba verte. Necesitaba... verte.
Su nuez de Adán se balancea cuando su frente roza la mía. Me
quedo mirándole el cuello, respirando su colonia, mientras sus ojos se
posan en mis labios separados. La tensión sexual va en aumento y,
aunque no enciende cada átomo de mi ser como su hermano mayor,
sigo sintiendo atracción por la belleza física que tengo ante mí. Es un
hombre muy guapo, y yo soy un animal en el fondo.
―Estaré allí ―susurra, su aliento mentolado empolvando mis labios―.
Me quedaré contigo. Iré justo después de clase, ¿vale?
Nuestros ojos se cruzan por un momento y siento el anhelo y la
emoción en su mirada. El hecho de que pasemos la noche juntos en una
casa, completamente solos, hace que su mente se sumerja en una
cacofonía de escenarios. Espero que ninguna de ellos sea bueno.
Vuelve a inclinar la barbilla y fija la mirada en mis labios. La batalla
entre el bien y el mal se libra en su interior mientras la tensión sexual entre
nosotros se vuelve casi insoportable. Es todo lo que necesito para saber
que este plan funcionará inevitablemente.
Saint se lame los labios, separándolos mientras se inclina hacia
delante, pero justo cuando rozan los míos, giro la cabeza hacia un lado,
cierro los ojos y atraigo sus caderas hacia las mías. Nuestros pechos se
entrelazan, mostrando la falta de contención que sentimos el uno por el
otro. Saint deja caer la cabeza hacia la puerta, detrás de mí, y noto cómo
su gruesa excitación empieza a hincharse contra mi muslo.
Sonrío diabólicamente para mis adentros ante la prueba. Está
perdiendo el control.
―Escápate por detrás. Lejos de miradas indiscretas ―me susurra al
oído, sus labios rozando la concha mientras continúa―. Estaré allí pronto,
Bri.
Se echa hacia atrás, nuestras miradas se vuelven a cruzar, nuestros
labios se separan unos centímetros y mis manos permanecen sobre los
montículos de músculo de su pecho. Asiento con la cabeza y me paso la
lengua por el labio inferior. Sus ojos se posan inmediatamente en mi boca
y él se calla antes de soltar un suspiro y acompañarme fuera de la clase
antes de que los alumnos entren en fila en el aula.
En cuanto salgo al pasillo, siento que los ojos de Aero me atraviesan.
La falta de visión durante esos pocos minutos en el armario le ha hecho
tambalearse ante lo desconocido. Satisfecha conmigo misma por la
rápida interacción, me escabullo sola por la parte trasera del edificio,
detrás de los contenedores, y espero hasta oír el rugido silencioso del
suave motor.
Me deslizo en el asiento del copiloto del familiar Audi negro y me giro
para mirarle. Antes de que pueda siquiera calibrar su expresión, mi cuello
recibe una sacudida cuando la parte posterior de mi cabeza golpea con
fuerza contra el asiento. Aero sale del aparcamiento y unas manos
agresivas agarran el volante mientras su silencio me desgarra en secreto.
Mi hombre celoso y sobreprotector.
Atraviesa la ciudad a toda velocidad y llega a la calle de detrás de
mi casa. Me escabullo y atravieso el jardín arbolado mientras él esconde
el coche como había planeado. Segundos después, entra por la puerta
de atrás, cerca de la cocina, pisando fuerte hacia mí con esas botas de
combate negras y el pasamontañas puesto.
El terror y la lujuria tiemblan simultáneamente en mí cuando su mano
rodea la parte delantera de mi cuello, empujándome contra la pared
con una fuerza que sólo este hombre dominante puede ejercer.
―¿Dónde? ―gruñe, sus ojos color avellana se clavan en los míos
mientras se inclina sobre mí.
Mis muslos se aprietan bajo la falda. Su necesidad tóxica de conocer
los detalles íntimos de lo que pasó en ese armario me hace querer mentir
y forzar la situación para enfurecerlo y comprometerlo aún más.
―Mis labios ―me apresuro, su mano alrededor de mi garganta
apretándose.
―¿Te ha besado, joder? ―gime entre dientes, subiéndose la máscara
por la frente con la mano libre. Su pulso se acelera, una vena furiosa
sobresale de su sien.
Respiro ante sus rasgos devastadoramente hermosos, estudiando las
cicatrices que los atraviesan como insignias de determinación y poder
infinitos. Sus ojos se oscurecen y, una vez más, su belleza etérea me
sobrecoge.
―No. ―Sacudo la cabeza―. Lo intentó, pero me voltié...
Una lengua plana sube y pasa por mis labios, interrumpiendo mis
palabras. El cálido y húmedo lametón continúa por mi cuello, donde
aprovecha para limpiarme. El calor viaja entre mis muslos y siento que me
contraigo de necesidad. Me agarra la muñeca y me levanta la mano
mientras su lengua recorre mi palma mientras unos ojos salvajes conectan
con los míos, eliminando por completo el tacto de Saint, antes de
agarrarme ambas muñecas e inmovilizarlas por encima de la cabeza.
―Aero, estámos en la calle... ―susurro, su nariz traza la línea de mi
mandíbula antes de aspirar el aroma de mi pelo de la forma hipnótica
que lo hace.
Me siento mareada de lujuria cuando una de sus ásperas manos me
sujeta los brazos, las muñecas por encima de la cabeza, y la otra me
agarra la piel de la cadera con tanta fuerza que seguramente me hará
moratones. Su lengua encuentra de nuevo mi cuello y lame largos
senderos hasta el lóbulo de mi oreja, donde muerde, presionando contra
mi vientre esa larga y gruesa erección que recorre su muslo.
―Entonces será mejor que nos demos prisa ―susurra contra mi boca
antes de morderme el labio inferior. Tirando de él con los dientes, gimo en
su boca cuando mi labio se rompe por su implacable agarre―. Porque
planeo tener mi semen goteando de tu coño goloso antes de que esté
envuelto alrededor de él.
Gruñe para sus adentros antes de golpearme la muñeca contra la
pared, haciéndome gritar de dolor.
―Mírame todo el tiempo, y no pienses ni por un puto segundo que
puedes correrte. Si noto que estáis obteniendo algún placer de esto, os
mataré a los dos yo mismo y quemaré toda la puta iglesia sobre sus
putrefactos cadáveres. ¿Entendido, cariño?
Trago lo que me parece un montón de arena, nerviosa por su actitud
tranquila pero intimidante, con el cuerpo temblando de miedo sólo por
su tono. Porque sé a ciencia cierta que haría exactamente eso, si no algo
peor. La mutilación estaría ahí en alguna parte.
―N-nunca ―tartamudeo, intentando humedecerme la boca seca―.
Nunca...
Me levanta la mano de la cadera y me agarra la cara entre los
dedos. Me aprieta con fuerza, me obliga a abrir la boca y su mirada
directa busca en la mía cualquier muestra de deslealtad. Inclinándose
sobre mí, me escupe en la boca, su saliva me cubre la lengua, antes de
atacarme los labios con la fuerza más primitiva, reclamando todo lo que
quiere con una ferocidad tenaz.
Gimo cuando fuerza su entrada en mi boca, su lengua
prácticamente follándome con un hambre insaciable, obligándome a
sucumbir a su fuerza mientras el calor de su polla confinada presiona con
urgencia contra sus vaqueros, buscando el alivio que tanto ansía.
Pero es la forma en que se comunica con su lengua lo que me
vuelve loca. Aero dice todo lo que necesita en su anárquica
demostración de afecto.
Su lengua azota la mía, gritando notas de sufrimiento y aflicción en
medio de un placer caótico. Nuestra canción, escrita en la tortura,
armonizada con el cálculo humano, y tocada sólo por la sinfonía de las
verdades vengadoras.
Me arremolina una lujuria desviada. Mi estómago se retuerce de
anticipación y nervios sin fin. Aero planea marcarme como suya antes de
que su hermano tenga la oportunidad. Nos estamos comprometiendo
con este plan, y él está permitiendo que su confianza en mí y en mi fuerza
prevalezcan sobre sus instintos.
La naturaleza enfermiza y retorcida de lo que estamos a punto de
hacer debería tenerme prácticamente vomitando de ansiedad.
Y, sin embargo, mis entrañas se encienden con las llamas que sólo el
más oscuro de los ángeles podría poseer.
Capítulo 48
Marcado

E
scuchar el leve gemido de su llanto, sentir la expansión de su
pecho, los pechos levantándose contra mi antebrazo, y ver el
fuego que arde en lo más profundo de los confines de sus ojos
siniestros. Está lista para librar su guerra. Mi hermosa muñeca
destructiva.
Debo reclamarla como mía. Necesito su dulce coño lleno y
goteante de mi semen, alimentando mi compulsión primaria de marcarla.
Necesito su carne recién cortada y sangrante por el poder de mi mano
antes de que este hombre toque el recipiente curvilíneo del alma que
poseo. No dejaré que se me escape. No mi Briony.
Sin embargo, la idea de destruir la parte más sagrada de la dinastía
Westwood, el querido y demasiado perfecto Saint, me hace estremecer
de una emoción palpable. Que se jodan todos por permitir que continúe
el repugnante ciclo de abuso y muerte de los débiles. Saint es igual de
culpable, y ese hijo de puta pagará como el resto. Le quitaremos su título
antes incluso de que tenga la oportunidad de reclamarlo, paralizando a
toda la institución y a todos los que pagan una parte para jugar.
La confianza de Briony en él y en todos los que una vez amó se ha
roto, y todo recae inevitablemente sobre mí, como había planeado.
Soy el único en esta tierra que podría protegerla como necesita ser
protegida para convertirse en su propio rey. Hombres menores limitarían
su poder, asegurándose de que siga siendo una mujer tradicional. Yo, sin
embargo, quiero que florezca en su dominio sobre las masas. Su
inteligencia arde libremente como un reguero de pólvora, destruyendo
las tradiciones del pasado.
Incluso ahora, con la espalda contra la pared y las piernas abiertas,
esperando, le encanta sumergirse en la oscuridad conmigo, explorar los
límites de la sexualidad por la que siempre ha sentido curiosidad pero de
la que se ha visto privada. Briony quiere que la presione, igual que ella me
presiona a mí. Pero mi lado más suave nos cuesta.
Alastor ha trazado una línea en la arena. Se cansó de esperar a que
yo completara el trabajo. Reconocí el nombre en una identificación de
uno de los hombres que nos atacaron. Era un miembro de la Pandilla
Caprano. Probablemente un chaval joven, contratado por Alastor, que
intentaba hacerse un hueco participando en un golpe. El gobernador era
un idiota por meterse donde no debía. Se volvería contra él sin ninguna
duda. No me preocupaba que esos hombres nos hicieran daño. Nadie
me da caza y vive para contarlo. Pero las palabras de Nox resonaban en
mi cabeza como una molesta alarma sin fin.
El amor tiene una forma de hacernos débiles.
No podía admitir que lo que sentía por Briony era amor, porque el
amor es un término desolador para mí. Pero mi obsesión y mi compromiso
con esa mujer superan con creces todo lo que he sentido por otro ser vivo.
No puedo ser débil. Especialmente no con el peso de lo que está por
venir.
Beso esos labios dulces y flexibles y aprieto mi polla palpitante contra
su cadera. La necesidad de demostrarle amor no es la emoción que se
derrama entre nosotros. Es una rabia infinita.
Rabia para luchar cuando nos dicen que no lo hagamos. Rabia para
respirar cuando las garras del mundo que nos rodea nos aprietan. Rabia
para caer violentamente en nuestro propio reino de deseos retorcidos,
donde sólo las versiones demoníacas de nosotros mismos sobreviven en
forma de retorcida salvación.
Se derrite ante mis caricias, cayendo en un charco de deseo
necesitado en mis garras. Sus piernas se abren y frota su pequeño y
codicioso coño contra mi muslo, buscando alivio.
―Bebé, me duele ―susurro contra sus labios, apartándome para
mirar hacia abajo.
Sus ojos siguen mi mirada, donde prácticamente está machacando
una mancha húmeda en el denim oscuro de mis vaqueros. Vuelve a
mirarme con esos labios hinchados y recién besados y una mirada
confusa, y se limita a asentir.
―Tan jodidamente necesitada ―comento, dándole mi muslo y
presionándolo con rudeza contra ese clítoris hinchado bajo esas bragas
empapadas. Su cabeza cae contra la pared y sus piernas se abren―. Mi
putita no tiene suficiente, ¿eh?
Sus dientes se hunden en su labio inferior ante mis palabras. A Briony
le encanta que la degrade, lo que me parece irónicamente tentador
porque, en la vida real, no soportaría que ningún hombre la rebajara. Pero
conmigo, hay libertad en ello porque ella sabe cómo la empodero en el
mundo fuera de nuestro sexo.
Deslizo la mano por detrás de su cabeza, agarro su largo cabello
negro con el puño y la obligo a mirar al techo. Mi mano se desliza por
debajo de su falda de uniforme, rozando la parte delantera de sus medias
hasta el muslo, retirándolas antes de encontrar el borde de sus bragas.
Hago a un lado el algodón empapado y deslizo dos dedos por su raja
antes de introducirlos en su resbaladizo y apretado agujero. Jadea,
arquea la espalda y sus manos me tocan los hombros, clavándome las
uñas en la camisa. Retiro los dedos empapados, los arrastro hasta su
clítoris hinchado y dolorido, y froto un suave círculo antes de hundirlos de
nuevo en su interior.
―Oh, Dios ―gime, sus ojos se cierran.
Le suelto el cabello antes de abofetearle un lado de la cara con la
mano libre, agarrándola por las mejillas, mientras los dedos de la otra
mano permanecen alojados en lo más profundo de ella, enroscándose
hacia mí.
―Abre ―le ordeno, necesitando que me mire.
Parpadea con sus largas y oscuras pestañas, jadeando cuando el
fuego de su mirada penetra en la mía. Me quito la máscara de la cabeza
y se la pongo a ella. Parece confusa mientras se la bajo
desordenadamente con una mano, los agujeros de los ojos encajan en
sus penetrantes ojos azules y la abertura de la boca se acomoda sobre
sus labios húmedos.
Saco los dedos de su coño empapado y se los llevo a la boca,
manchándola con su excitación.
―El que beba del agua que yo le dé no volverá a tener sed.
―Murmuro la escritura mientras ella separa los labios.
Le meto los dos dedos en la boca, los deslizo por su lengua hasta el
fondo de su garganta hasta que se atraganta con ellos, con los ojos muy
abiertos y llorosos bajo la máscara.
Cuando se los saco, tose mientras la saliva se extiende desde su
boca hasta mis dedos. Le pongo la mano en la cabeza y la empujo hacia
abajo hasta que comprende y se arrodilla ante mí. Apoyando ambas
manos en la pared para sostenerme, contemplo a mi muñequita todavía
con su impoluta camisa de uniforme y su falda a cuadros con la máscara
puesta, de rodillas ante su Dios, dispuesta a confesar todos sus pecados
desde su garganta.
―Sácala ―exijo, ampliando mi postura.
Me agarra el botón de los vaqueros y me los abre de un tirón antes
de abrir prácticamente la cremallera para liberar su juguete favorito. Sus
ojos se iluminan de fascinación, como siempre que ve mi longitud, y su
pulgar roza inmediatamente el taco de mi piercing mientras sus suaves
dedos me envuelven. Un gruñido desviado sale de mi garganta y mi polla
palpita en su suave palma, sintiendo cómo la sensación recorre mi cuerpo
a medida que la sangre inunda la región para endurecerme como el
acero.
―Hermosa ―susurra para sí mientras sus dedos envuelven mi
aterciopelada polla y empiezan a acariciarla. Recorren toda mi longitud,
encontrándose con el corto vello oscuro de mi ingle―. Devastadoramente
perfecta.
Estoy a punto de follármela hasta dejarla sin sentido. Sobre todo si va
a hablar así con mi polla colgando delante de su cara, con los ojos
encendidos como un niño en Navidad.
―Ábreme la boca ―le exijo, necesitando el suave calor de su
garganta a mi alrededor.
Apoya la cabeza contra la pared de la cocina, separa los labios y
sus manos se deslizan hasta la parte superior de mis vaqueros, agarrando
el borde y bajándolos lo suficiente para que mi polla se libere. Sin previo
aviso, me apoyo en los talones y deslizo la punta por sus labios, pasándola
por la lengua, empujando con las caderas hacia delante y empujando
con fuerza hasta que noto que la parte posterior de su garganta se cierra
alrededor de la punta de mi polla. Mis huevos se apoyan en su barbilla y
ella se atraganta como yo esperaba, con las manos agarrándome los
pantalones para respirar. Me contengo hasta que sus lágrimas caen sobre
la máscara negra de punto y su rímel ya sangra bajo sus ojos.
Tirando hacia atrás, ella jadea mientras los hilos de saliva nos
conectan.
―Escúpeme ―le ordeno.
Parpadea con sus ojos llorosos a través de los orificios de la máscara
antes de escupir sobre mi polla tiesa, que rebota en el aire ante ella.
Joder, me encanta. El exceso de saliva resbala por mi polla mientras la
agarro con fuerza por debajo de la tela y vuelvo a meterle la polla hasta
la garganta.
Joder, qué bien sienta. Su garganta cálida, húmeda y acogedora.
―Zorrita asquerosa ―murmuro, dándole con la cabeza contra la
pared. Sus muslos intentan cerrarse, pero le doy una patada en el interior,
abriéndolos de nuevo―. Apuesto a que te mueres por tocarte, ¿verdad?
Te mueres por llenarte. Muriéndote por llenar ese coño de puta con todo
tipo de pollas esta noche.
Zumba alrededor de mi polla, sus suaves labios se abren aún más
cuando empujo más profundo de lo que su mandíbula permite. Seguro
que mañana le dolerá.
Su lengua masajea la base de mi cuerpo, sin apartar los ojos de los
míos.
―Siente lo que estoy a punto de sentir, Briony ―jadeo, follando su
boca, luego empujándome profundamente hasta que se ahoga a mi
alrededor de nuevo.
―Total…
La empujo hasta la garganta y luego la saco del todo mientras
jadea.
―Pérdida…
Vuelvo a meterle la polla hasta el fondo de la garganta, sólo para
sacarla y abofetearle con ella la cara cubierta.
―De control.
Al volver a deslizar mi polla entre sus labios entreabiertos, la saliva se
derrama sobre su camisa blanca y su cara se enrojece por la falta de
oxígeno.
Me mantengo así, con los huevos apretados por el placer que me
recorre por dentro, hasta que sus ojos se vuelven vidriosos y deja de
agarrarme los muslos. Me retiro para dejarla respirar, bajo una mano y
acaricio mi polla húmeda con la palma, ofreciéndole mis huevos.
―Chupa.
Todavía está jadeando cuando su lengua rosada se desliza fuera de
su boca y sus labios hinchados me rodean. Se me van los ojos a la nuca
mientras aprieto la punta con fuerza, reteniendo el semen que ya se filtra
por la raja. Me acaricia los huevos con la lengua, húmeda y caliente, y
miro hacia abajo para verla mirarme con esos ojos insaciables. Esos ojos
inocentes que esconden todas las cosas sucias que hace por su hombre.
Maldigo y me alejo de ella, dejando la polla colgando entre los dos
mientras intento recomponerme.
Estoy a punto de correrme. Sus ojos llorosos y su inocente necesidad
de complacerme me hacen perder el control.
―Ven aquí ―le tiendo la mano, ayudándola a levantarse.
La acerco a la isla de la cocina, levanto su pequeño cuerpo, la
siento en el borde y le quito la máscara. La arrojo al suelo y su largo pelo
negro queda enmarañado sobre su cara. Parece salvaje e indómita, la
muñeca sucia que siempre había imaginado.
―¿Estás lista para una polla? ―Le pregunto, apartando sus bragas y
volviendo a meterle los dedos.
Gime, se arquea de nuevo hacia mí y sus muslos se abren para
permitirme pasar entre ellos.
―Aero, por favor... ―suplica, las palmas de las manos cayendo
detrás de ella sobre la encimera para estabilizarse mientras sus pechos
suplican ser liberados bajo la camisa abotonada―. Te necesito.
Su súplica entrecortada es todo lo que hace falta para que un
hombre como yo se doblegue.
―Suplica por mi semen, niña de la iglesia ―le exijo, rodeando de
nuevo su cuello con la mano―. Suplícame que te llene. Necesito que me
lo supliques.
―Por favor, nene. Lléname. Derrámate dentro de mí ―insiste sin
cesar, echando la cabeza hacia atrás entre los omóplatos y apoyando
los talones en el borde de la encimera, abriendo increíblemente las
caderas. Deja al descubierto su pequeño centro rosado y húmedo, con
las bragas empapadas hacia un lado, haciendo que sus labios parezcan
más grandes e hinchados. Sus medias negras hasta el muslo, con mi
cuchilla donde las guarda, ya se deslizan por sus muslos.
Mi polla palpita dolorosamente por volver a entrar en ella, roja en la
punta, firme y resbaladiza por su garganta, pero esta visión que tengo
ante mí es algo que necesito absorber. Maldita perfección asquerosa.
Gritando por mi semen, con los muslos cremosos bien abiertos y el coño
húmedo y goteante suplicando que lo desgarre. Ella está hormigueando
en anticipación con el placer apretado que sólo yo puedo dar.
El único cielo que conoceré.
Sin mediar palabra, alineo la cabeza con su húmedo centro,
arremolinándome con su excitación, y empujo con fuerza dentro de su
calor. Sus paredes se cierran en torno a mi vástago, apretándome contra
ella, y juro, por los espasmos que siento a mi alrededor, que ya está al
borde del orgasmo.
Me mantengo firme y su cabeza se levanta por fin, su mirada se
encuentra con la mía. Nuestros ojos se conectan en un momento de
silencio, nuestros pantalones abiertos reflejando los del otro. Disfrutamos
de la sensación de estar tan unidos, más allá del aspecto físico.
Nuestras almas suplican desgarrarse la una a la otra, exigiendo que
choquemos de la forma más catastrófica. No podremos ser uno hasta que
me meta en su piel y viva en lo más profundo de su ser de la forma que
deseo. Saco ka navaja que le regalé de la correa que lleva en el muslo y
abro la hoja con la muñeca. Ella lo mira con cansancio mientras lo alineo
con el interior de su muslo.
―Todo de lo que estoy hecho te exige a ti, Briony ―le explico,
nuestras respiraciones caóticas se alinean mientras ella se traga sus
miedos, observando cada uno de mis movimientos―. Yo soy tuyo, y tú eres
mía para siempre. Hasta el final de esta vida, y luego cualquier vida que
vivamos después.
Permanezco dentro de ella, con los ojos fijos el uno en el otro como
si no existiera nadie más en este universo. Empuño la hoja y atravieso su
carne perfecta. Sus ojos se estremecen ligeramente, pero no se atreven
a apartarse de los míos. Confía en mí de una forma en la que no debería
confiar en nadie. Con todo.
Su mandíbula se tensa mientras un leve gemido de dolor sale de su
garganta, y levanta más la barbilla para encontrarse con la mía. Es la vez
más sexy que la he visto. Decidida, pero todavía inquisitiva. Resistente
pero ligeramente temerosa. Me transmite sumisión total, pero sabe que es
totalmente imparable por sí misma.
Mi polla se hincha como una roca en su interior, estremeciéndose
dentro de su apretado agarre mientras le grabo la cruz invertida en la
carne, con una flecha apuntando hacia mí en la punta. Sus ojos miran
por fin la marca que ahora gotea sangre por la suave carne de la cara
interna de su muslo. La mirada más salvaje y feroz emana de sus pupilas
dilatadas, pasión directamente del alma.
Giro la hoja hacia mí, y ella agarra el mango, tallando el mismo
símbolo en la carne de mi bajo vientre, ajena al dolor mientras las
endorfinas inundan mi mente.
―Aero ―susurra, casi en reconocimiento, volviendo a la vida en este
preciso momento.
La miro fijamente, observando con asombro y admiración cómo mi
ángel se enamora de mí.
―Briony ―susurro.
Salgo de ella y me agacho entre sus muslos, arrodillándome ante mi
reina. Lamo la herida recién cortada, curando el daño con la lengua. Su
muslo se estremece ante la sensación, y el calor de su sangre me mancha
los labios y la barbilla antes de volver a ponerme ante ella.
Sin previo aviso, alarga la mano, me agarra del cuello y tira de mí
hacia delante, dejando caer la navajq al suelo bajo nosotros. En un
arrebato apresurado e imprudente, me besa, lamiendo su sangre con
perversas caricias mientras vuelvo a deslizar mi polla dentro de ella,
hablándole a mi alma por completo con nuestras lenguas enredadas
mientras empezamos a follar y a sangrar juntos.
Llaman a la puerta a la vuelta de la esquina, lo que desvía su
atención de mí.
Está aquí.
Pero eso no me detiene. En todo caso, mi polla crece al darme
cuenta de lo que estamos haciendo. Continúo dándole lo que necesita,
follándola con rudeza sobre la encimera de la cocina hasta que grita en
la palma de mi mano, apretada contra su cara. Sus uñas desgarran la
carne de mi cuello hasta la parte superior de mis pectorales mientras se
convulsiona a mi alrededor, perdiéndose en las sensaciones.
Agarrando su cabello con el puño, la aparto de mis labios y miro mi
polla entrando y saliendo de su coño apretado y hambriento de polla,
viendo su semen cubriéndome.
La follo hasta que finalmente me pierdo, muerdo la curva donde su
cuello se une a su hombro para ahogar mi rugido mientras me libero en lo
más profundo de sus paredes hasta que ambos goteamos en el suelo bajo
nosotros.
El golpe es más fuerte esta vez.
―¡Ya voy! ―grita en tono entrecortado, con el pecho aún agitado y
sus ojos cautelosos clavados en los míos.
Compartimos una mirada silenciosa. Una que nos infunde confianza
al tiempo que nos suplica que este momento monumental que se
avecina no nos cambie.
Capítulo 49
Señuelos y lagunas

T
omo un paño de cocina, me limpio rápidamente todo lo que
puedo, con cuidado de lavarme el corte reciente del muslo
mojando la toallita para eliminar la sangre embadurnada por la
cara interna del muslo.
Mi cuerpo aún vibra como consecuencia de mi orgasmo
increíblemente electrizante mientras doy la vuelta a la isla para abrir la
puerta. Estoy mareada y completamente ruborizada mientras miro hacia
atrás para asegurarme de que Aero está escondido, así como la navaja
y el desastre que hemos hecho en el suelo. Si todo va según lo previsto,
en poco tiempo tendremos a la iglesia y a la comunidad
desmoronándose en torno a esta polémica. Ser el cordero sacrificado por
la causa nunca había sonado tan tentador.
Me paso las manos por el cabello negro recién cogido e inhalo
profundamente, intentando calmar mis repentinos nervios. Me doy
cuenta de todo y el peso de mis acciones inminentes me hace un nudo
en el estómago.
Cuando abro la puerta, Saint se vuelve hacia mí en el porche, con
las manos en los bolsillos de los pantalones y el corte de pelo a la inglesa
más elegante que nunca. Sus ojos azules están más brillantes que antes,
pero se aprietan en las comisuras al entreabrir sus labios carnosos. Los
genes Westwood son fuertes y profundos.
―Briony ―susurra, dando un paso más cerca, preocupación
entrelazada en su tono―. ¿Estás bien?
Se acerca a mí en la puerta, su mano toca instintivamente un lado
de mi cara, su pulgar limpia debajo de mis ojos. Es entonces cuando me
doy cuenta de que aún tengo la cara embadurnada de rímel, lo que
hace pensar que he estado llorando y no ahogándome con la gruesa
polla de su hermano, como hacía unos segundos.
Resoplo, apoyando la cabeza en su mano.
―No ―digo sinceramente―. No lo estoy.
Se apresura a entrar en casa, cierra la puerta tras de sí y me abraza.
Me acaricia suavemente la cabeza y aprieta mi mejilla contra su pecho,
con el corazón latiéndole con fuerza.
Mis lágrimas caen libremente mientras una emoción desconocida se
apodera de mí. No estoy segura de si solo estoy liberando lágrimas
reprimidas tras la intensidad del orgasmo que acaba de recorrerme o si
estoy sintiendo el peso de una culpa desprevenida, pero siento un extraño
pellizco en el pecho al pensar en lo que estoy a punto de hacerle a este
hombre.
Vuelvo a rodearle con los brazos, buscando ese breve atisbo de
consuelo familiar que obtuve en el colegio, y sus brazos hacen lo mismo
mientras me derrito en su abrazo.
―Ven aquí ―dice con ternura, agachándose.
Me rodea la cintura con los muslos y me rodea el cuello con los
brazos. Siseo en silencio al sentir la fricción contra mi herida reciente.
Sujeta mi cuerpo inerte contra su pecho, me acaricia el cuello con una
mano y con la otra me acaricia el trasero cubierto por la falda.
Me coge en brazos y nos lleva al sofá del salón para sentarse
conmigo en su regazo y seguir abrazados.
―Shh. ―Me pasa la mano por el pelo, peinándome la espalda―. Ya
está bien. No hay necesidad de tener miedo. Lo solucionaremos todo,
Briony. Estás a salvo conmigo. Ahora estoy aquí.
Me recuesto en su regazo y me limpio los ojos con los puños de la
camisa del uniforme. Me mira con una suave preocupación en los ojos
mientras mi mundo da vueltas, sabiendo que nos vigilan de cerca.
―¿Qué pensaría tu padre de que estés aquí, Saint? ―Las palabras
caen de mis labios antes de que pueda siquiera intentar retenerlas.
Saint se mueve en su asiento debajo de mí, sus manos descansan
suavemente en la parte exterior de mis muslos mientras se lame los labios.
―Si te soy completamente sincero ―hace una pausa, pasándose
una mano por su corto pelo rubio antes de limpiarse la cara con la
palma―. No le gustaría. ―Sus ojos azules encuentran los míos y siento su
sinceridad―. Para nada.
Le devuelvo la mirada, buscando la respuesta obvia. Necesito ver la
verdad escrita ahí, que él es uno de ellos. Está de su lado. No es como
nosotros. Pero mi vista se nubla y mi mente se arremolina, un sinfín de
preguntas me atormentan.
Es mi ingenuidad la que me hace flaquear, mi control vacilante ante
la presencia del establecimiento destinado a acabar conmigo. Entonces,
como si Aero se me hubiera metido de repente en la cabeza, parpadeo
y recuerdo a los hombres que lo arruinaron.
―Y sin embargo... estás aquí ―declaro.
Mis dedos rozan sus antebrazos expuestos, encontrándose con los
puños enrollados de su uniforme. Sigo deslizando las manos por sus
apretados bíceps, y sus caderas se mueven ligeramente debajo de mí. Se
aclara la garganta, flexiona la mandíbula, claramente esforzándose por
mantener la compostura, pero mis manos encuentran la carne suave y
cálida de su cuello, y el pulso desbocado debajo de él grita pidiendo más.
Suspira, deja caer la cabeza contra el sofá y sus ojos buscan los míos
bajo los pesados párpados.
―No puedo alejarme de ti ―admite. Sus manos vuelven a encontrar
mis muslos, sus pulgares barren justo por debajo del algodón de mi falda,
jugueteando con la idea de algo más. ―Hay algo en ti que saca algo de
mí. Yo sólo... ―Sacude la cabeza, mira hacia abajo, donde estoy sentada
en su regazo, y luego vuelve a mirarme―. Simplemente no puedo ubicarlo.
La tensión sexual es palpable. Nuestros corazones se aceleran al
saber lo cerca que están nuestros sexos. Unas cuantas capas de tela, y
toda la dinastía corrupta termina.
―Sé lo que quieres decir, es como una asfixia. ―susurro,
mordisqueándome la comisura del labio.
Sus ojos se fijan en él de inmediato, y su mano se levanta y su pulgar
me arranca el labio de los dientes. Jadeo ante el repentino movimiento,
sorprendida por su acción.
―No hagas eso ―me advierte, con una voz cargada de algo que no
puedo distinguir.
Mis pestañas se agitan, comprendiendo cómo le afecta. Veo su
mandíbula flexionarse y sus pupilas dilatarse ante mí. Está claro que no
puede controlarse ante la tentación que soy para él. Soy su Satán y su
salvación, y este hombre no puede decidir qué camino tomar.
En lugar de eso, me relamo los labios y muevo el resto de mi larga
melena negra hacia atrás. Él cierra los ojos y sacude la cabeza,
exhalando de su garganta un gemido suavísimo. Sus manos vuelven a
tocarme los muslos y sus dedos penetran en mi piel bajo las mallas.
―Tengo unas ganas enormes de volver a saborearte ―susurro,
inclinándome ligeramente hacia delante para apoyar las manos en el
sofá, detrás de su cabeza.
Noto cómo su polla se alarga bajo el pantalón. Traga saliva,
totalmente consciente de ello.
―Yo también lo he estado deseando ―responde, mirándome a los
labios como si se lo estuviera imaginando―. No he dejado de pensar en
ello. Ese beso―. Vuelve a asentir con la cabeza―. Esta cocina.
Levanta la mano, me acaricia la cara y me roza los labios con el
pulgar. Me inclino hacia él y dejo escapar un leve zumbido de mi
garganta. Giro la cabeza y rodeo suavemente la punta de su pulgar con
los labios. Lo beso suavemente mientras sus ojos me miran fascinados.
Abro la boca y lo chupo antes de que mi lengua se deslice entre mis
labios, lamiéndolo suavemente por el lateral de una forma lenta y
seductora.
―Está mal por mi parte incluso proclamarlo. ―Sus ojos revolotean y
su pecho sube y baja entre nosotros―. Pero tu lengua ―dice en voz baja―.
Se sentía tan bien contra la mía. Tan cálida y húmeda. Tu boca, tan
tentadora.
Espero que Aero esté grabando y no tramando en silencio cómo
destripar a Saint desde el cuello hasta las pelotas mientras comenta los
detalles de nuestro beso íntimo.
Muevo las caderas, girándolas ligeramente hacia las suyas, con la
falda abriéndose para que solo mis bragas empapadas permanezcan
pegadas a su regazo. Noto cómo Aero sigue liberándose de mí mientras
me siento a horcajadas sobre su hermano, y ese pensamiento hace que
mi cuerpo se encienda con un calor que me quema en el vientre.
No debería excitarme como lo hace. Debería sentirme mal.
Culpable. Horriblemente imprudente por mis acciones. Y sin embargo,
todo lo que puedo pensar es en lo perturbadoramente excitada que esto
me pone.
Su otra mano se desliza lentamente por mi muslo, por encima de las
medias, y sus dedos rozan por fin la piel de mi culo al descubierto. Una
bocanada de aire sale de sus labios entreabiertos.
Los culos son su debilidad. Eso ya lo sé. Sus manos se han desviado
ligeramente hacia el sur antes, y he sido testigo de cómo corregía su
comportamiento antes de hacer alguna estupidez. Pero aquí, en esta
casa, a solas con sus tentaciones... ¿su fuerza flaqueará?
―Yo también he pensado en ti. En ese beso. Esta cocina ―admito
tímidamente, sobrepasando mis límites―. Muchas veces. ―Vuelvo a
morderme la comisura del labio―. En mi cama. Sola.
Se queda con la mirada perdida, como en estado de shock,
entendiendo claramente la afirmación.
―Sé que está mal, y es horrible que mi mente incluso vaya allí, pero...
―¿Qué te imaginabas? ―interrumpe bruscamente.
Bajo la mirada hacia su pecho, jugueteando distraídamente con un
botón de su camisa, fingiendo vergüenza.
―Imaginaba tus brazos a mi alrededor, abrazándome con
seguridad. Protegiéndome. Imaginaba el calor de tu cuerpo
rodeándome... detrás de mí. ―Trago saliva―. Sobre mí. ―Tomo aire y
continúo en un tono suave y sensual―. Imaginé tu peso cayendo sobre
mí. Manos suaves, explorando lentamente...
Cierro los ojos mientras se me escapa un suspiro. Llevo la mano al
cuello y mis dedos descienden entre los botones del uniforme.
―¿Qué más? ―dice rápidamente, incitándome, con sus caderas
moviéndose ligeramente debajo de mí otra vez.
―Me imaginaba esos dedos. ―Abro los ojos y dejo caer la mano de
mi cuello para agarrar la muñeca de su mano errante.
Lo pongo delante de mí y junto las palmas de las manos, mientras él
sigue con la mirada cada uno de mis movimientos.
―Esas manos fuertes y grandes vagando por lugares que no
deberían. Tocándome donde me han enseñado a no tocar, y haciendo
que mi cuerpo cobre vida de una forma que nunca había conocido.
Sin previo aviso, Saint separa la palma de la mía y me agarra la
muñeca. Sus dedos me aprietan dolorosamente y sus duros ojos se clavan
en los míos. Jadeo y sus fosas nasales se agitan. No estoy segura de sus
intenciones por el momento, pero supongo que está poniendo fin a esto,
sabiendo que probablemente está entrando en razón. Pero su agarre se
suaviza y finalmente parpadea, y sus ojos oscurecidos por la lujuria
vuelven a mirarme.
―Muéstrame ―exige.
Levanto las cejas al oír sus palabras, con la sorpresa dibujada en el
rostro.
―Muéstrame lo que hacías cuando estabas sola y pensabas en mí.
Se levanta bruscamente, lo que me hace jadear y agarrarme a su
cuello. Me agarra las nalgas con sus grandes palmas y camina con
intención hacia la escalera, sabiendo exactamente adónde ir.
Parece que ha encontrado su resquicio. Su red de seguridad. Su
puerta de entrada a la comisión de estos actos sexuales que se nos ha
dicho por nuestro todopoderoso Dios eran imperdonables antes del
matrimonio.
Puede mirarme todo lo que quiera, pero su red de seguridad tiene
un agujero. Uno que seguramente envolveré alrededor de su tobillo para
arrastrarlo a las profundidades de la oscura liberación a la que he
sucumbido.
Capítulo 50
Padre Nuestro

N
o es como nosotros. Es como ellos.
Es como ellos.
Ellos.
Lo repito en mi cabeza una y otra vez mientras Saint
me sube las escaleras hasta la cama y me coloca suavemente en el
borde antes de sentarse en el banco del tocador frente a mí. No tengo ni
idea de dónde está Aero, pero supongo que estará en algún lugar
vigilándonos de cerca, dispuesto a matarnos a Saint y a mí si el plan se
tuerce.
―Muéstrame ―murmura Saint una vez más, tirando del banco hacia
delante hasta el extremo de la estructura de hierro de mi cama,
mirándome fijamente mientras vuelve a tomar asiento―. Necesito ver lo
que te hago, Briony.
El ligero dolor en su voz inocente me mata en silencio. No es que
nunca me haya imaginado a Saint así. Es guapo, y extremadamente
atractivo comparado con el resto de mis compañeros. Pero es el hecho
de que su hermano ha sido el que ha ocupado continuamente mi mente.
Su atormentado y torturado hermano mayor que me ha mostrado la luz y
me ha hecho cuestionarme no sólo todo, sino a todos.
Me apoyo en los codos y retrocedo hasta que los talones se apoyan
en el borde de la cama. Echo una última mirada a Saint para calibrar sus
intenciones y, cuando nuestros ojos se cruzan, su inocencia resplandece.
Dios, estoy a punto de acabar con todo su sustento.
¿Y si Aero está equivocado? ¿Y si Saint no tiene nada que ver con
los negocios de su padre con Alastor Abbott, la iglesia y la corrupción
calculada que promueven? ¿Y si realmente es el espectador inocente
que, por desgracia, se ha visto atrapado en este caos como principal
objetivo de destrucción, cuando en realidad ha mantenido su inocencia
en este mundo de codicia, corrupción y poder?
Un leve crujido en la vieja madera de las tablas de nuestro suelo
procedente del pasillo hace que el corazón me dé un vuelco. Los ojos de
Saint se desvían de los míos, y el corazón me late desbocado en el pecho
al pensar en Aero en estado de alerta. Imagino lo que estará pasando
por su atormentado cráneo en estos momentos.
Pero antes de que Aero desvíe por completo la atención de Saint,
cubro el corte de la parte superior de mi muslo con el dobladillo de mi
falda de cuadros escoceses verdes y separo los muslos, abriéndolos de
par en par para dejar al descubierto mis bragas de algodón sucias.
Los ojos de Saint se desorbitan de fascinación y su mandíbula se
afloja ante la imagen que tiene delante. Traga saliva mientras me muerdo
el labio, rezando a Dios para que este sea el camino que debo recorrer
para sacar a la luz el verdadero mal.
―Así que es verdad. ¿Eso es lo que pasa cuando tu cuerpo se
prepara para la actividad sexual? ―pregunta sin aliento, sin dejar de mirar
la humedad que se acumula entre mis piernas.
Casi me río ante su afirmación. Había olvidado la ingenuidad que
una vez compartimos de toda una infancia de silencio en lo que se refiere
al conocimiento del sexo. Todo lo que sabemos es lo que oímos de las
aventuras sexuales de los manchados y pecadores. Su hermano podría
enseñarle un par de cosas sobre cómo preparar un cuerpo femenino para
el sexo. El hombre es un estado ambulante de excitación. Podría susurrar
lo puta y sucia que soy y me correría a la orden.
―Estás empapada ―afirma, y sus ojos finalmente suben para
encontrarse con los míos―. Como si estuviera por todas partes.
Asiento con la cabeza, reteniendo el conocimiento de que mi
aspecto húmedo ha sido causado por su hermano, antes de recostar
lentamente la espalda contra el colchón. Me agarro las bragas y respiro
rápidamente para calmarme, antes de deslizarlas por los muslos y
quitármelas, con cuidado de mantener cubierta mi herida fresca y de
aspecto satánico.
―He descubierto que me pasa cuando pienso en ti. ―Vuelvo a
levantarme sobre los codos, ladeando la cabeza hacia él―. Me pongo
resbaladiza aquí abajo. Resbaladiza y húmeda. ¿Creo que para aliviar el
dolor? De...
Aprieta la mandíbula y aprieta el pantalón con las manos,
mostrando cierta necesidad de contención, antes de asentir lentamente
con la cabeza, comprendiendo exactamente a qué me refiero sin
necesidad de oírme.
―Eso tiene sentido ―asiente, moviendo ligeramente la cabeza, casi
con incredulidad―. Es increíblemente atractivo.
Me sonrojo, vuelvo la mejilla hacia mi hombro y giro los labios hacia
dentro.
―¿Alguna vez... has usado algo? ―Sus ojos se desvían hacia mi sexo
antes de volver a mirarme a los ojos para calibrar mi reacción―. Quiero
decir, ¿algo que no sean tus dedos cuando piensas en mí?
Niego con la cabeza.
―Sólo estos.
Levanto dos de mis dedos y él los mira peligrosamente,
entrecerrando los ojos y pasándose la lengua por los dientes.
―¿Específicamente estos dos?
Le dirijo mi mejor mirada de culpabilidad antes de asentir. Me mira
con ojos atrevidos y llenos de lujuria mientras me coge la mano. Con su
mirada fija en la mía, se lleva los dedos a la boca. Se los mete en la lengua
y los chupa lentamente, sin dejar de mirarme. Mi clítoris palpita al instante
con un latido propio, y un escalofrío me recorre el brazo hasta llegar a mi
corazón ante el movimiento erótico que no esperaba que hiciera.
Me suelta la mano y vuelve a sentarse en el banco, aparentemente
dispuesto a ver lo que hago con esos dedos húmedos. Ya siento el aire
fresco de la habitación golpeando mi centro chorreante, suelto un suave
suspiro, calmándome lo mejor que puedo antes de volver a separar los
muslos ante él.
Con platillos por ojos, se inclina hacia delante en su asiento.
―Que el cielo me ayude ―susurra, mirándome a través de sus
pestañas, su mirada encapuchada bajando hasta mi centro expuesto y
goteante―. Eres preciosa.
Rechino con los dientes el dulce sentimiento, sin dejar que penetre
en mi nuevo exterior de acero.
Sus ojos revolotean de nuevo hacia mi cara, suaves e interrogantes.
Quiere tocarme, pero se pregunta dónde está la línea que protege su
pureza y si está dispuesto a cruzarla por mí.
Apoyada en un codo, deslizo los dedos por mi sexo depilado,
hinchado y húmedo de tanto usarlo. Mi clítoris zumba de excitación solo
de pensarlo.
―A menudo me he preguntado cómo eras ―susurro, usando mi
dedo corazón para frotar círculos sobre mi clítoris―. Quiero decir, lo he
sentido antes. ―Bajo sus pantalones, veo su erección―. Aquel día en la
cocina. A lo largo de tu muslo.
Se sienta más alto, los hombros echados hacia atrás, los músculos
agarrotados por mis palabras.
―He imaginado sentirlo aquí mismo. ―Dejo caer la cabeza contra la
cama y me meto el dedo hasta el fondo del coño, mientras se me escapa
un gemido entrecortado.
―Oh Briony ―suspira―. Jesús, no puedo... no puedo.
Continúo follándome con el dedo, con las piernas abiertas ante él,
con una mano sujetando aún esa falda por el muslo mientras levanto las
caderas al encuentro del placer que me toma como rehén.
―Oh, Dios ―gimo, arremolinando el dedo en el desastre que ha
dejado Aero, sintiéndome totalmente excitada y a punto de estallar.
―No puedo ―murmura de nuevo.
Esperando el toque de una mano que ya no puede controlarse a sí
misma, me tumbo con el dedo dentro de mi empapado centro, un
silencio sepulcral llena de repente la habitación.
Levanto la cabeza y veo a Saint sentado en el borde de su asiento
con los ojos cerrados y una expresión de dolor en la cara, respirando con
dificultad por los labios. Se pasa una mano por la cara, pero en lugar de
la oscura tentación que antes emitían sus ojos azules, cuando
conectamos, hay una expresión de decepción y disgusto retorcida en su
interior.
―Saint ―susurro, sentándome bruscamente y bajándome la falda.
Joder, lo estoy perdiendo.
―Lo siento ―suplico.
Sacude la cabeza, negándose a mirarme.
Mierda.
―Crucé una línea, Saint. No debería haber...
Se levanta del banco y se dirige hacia la puerta de mi habitación,
pero vuelve a girarse hacia mí y se frota el puente de la nariz con el pulgar
y el índice. Suelta la mano, como si quisiera decir algo, pero niega con la
cabeza.
Después de un momento, suspira, la frustración consigo mismo es
evidente.
―Me estoy aprovechando del hecho de que estás asustada y sola,
y está totalmente mal por mi parte.
Todo se está desmoronando.
―Debería... debería irme ―dice, finalmente mirándome con
remordimiento.
No seguirá adelante con esto. Su moral es demasiado fuerte. Más
fuerte de lo que nunca fue la mía. Fui ingenua al pensar que podría
influenciar a un hombre tan fácilmente con mi sexualidad. Especialmente
uno tan profundamente entrelazado con la iglesia y sus enseñanzas.
―¡No! ―Digo, poniéndome de pie, estirando la mano para ponerla
en su antebrazo y detener su paso―. Por favor, no te vayas. Por favor, no
te vayas. Yo tampoco estoy bien de la cabeza. Quizá podríamos...
―Suspiro, con los ojos desorbitados por la habitación―. ¿Podemos hablar?
¿Solo... hablar?
Me agarro a un clavo ardiendo, necesito no fallar por mí y por Aero.
Miro la cara de Saint cuando su mano agarra la mía. Está claro que
su mente está desbocada de decisiones e indecisiones. Le he lanzado a
una tormenta de pensamientos, ideas e imágenes que no puede evitar.
Parece estar elaborando teoremas imposibles en su cabeza.
―Podemos hablar ―susurra, me mira y finalmente asiente.
―Por favor, no pienses diferente de mí ahora ―le ruego―. No quiero
que esto cambie...
―Briony, para. ―Me agarra la barbilla entre el pulgar y el índice―.
Nunca pensaría menos de ti.
Sus amables ojos vuelven a encontrar los míos y su otra mano me
acaricia suavemente la cara. Una caricia reconfortante y demasiado
agradable. Tan bien que cierro los ojos y me deleito en ella, dejando
escapar un suspiro de mis pulmones. Cuando los abro, vuelvo a ver la
seriedad en su rostro. Ese deseo. Ese deseo infinito de necesidad lujuriosa
que no sabe adónde ir.
Se inclina hacia delante, apoya la frente en la mía y nuestros ojos se
estudian. Su mirada se posa en mis labios antes de acercarse lentamente
y apretar los suyos contra los míos. El beso es suave. Es cariñoso. Es sensible
y cariñoso. Abro la boca y él me sigue el juego, encontrando mi lengua
con un suave movimiento de la suya. Un gemido fluye de mi garganta a
su boca mientras seguimos besándonos con suavidad y sensualidad. Pero
justo cuando estoy segura de que avanzamos de nuevo, se separa, sin
aliento.
―Somos un problema cuando estamos juntos, ¿verdad? ―dice, con
un pequeño destello de maldad en su expresión.
Me río suavemente con él. Si lo supieras.
Caminamos de nuevo hacia el borde de la cama, recogiendo mi
ropa interior del suelo antes de que me ayude a sentarme a su lado.
―Pero creo que eso puede ser algo bueno ―continúa,
aparentemente decidido―. Nos da algo en lo que trabajar para nuestros
objetivos finales. Podemos encontrar formas de fortalecernos
mutuamente resistiendo los impulsos que se nos presentan. ―Sonríe,
empuja juguetonamente su hombro contra el mío y me tiende las bragas
saturadas de mi excitación y del semen de Aero―. Considéralo la prueba
definitiva.
Por dentro me derrumbo, sin saber cómo darle la vuelta a esto, pero
por fuera sonrío y asiento como un ingenuo idiota. Miro al suelo y mi mente
intenta resolver el rompecabezas que tengo ante mí.
Lo arruiné todo. No pude tentarlo como creí que podría. Estaba tan
segura de poder hacer que este hombre pecara conmigo, pero había
juzgado mal su fuerza. Deslizo de mala gana las piernas por el algodón
sucio, volviendo a meterlas bajo la falda, odiando que me encante el
acto vil.
―Sabes, creo que tienes razón...
―Briony. ―Su voz me interrumpe y me giro para mirarle.
Pero sus ojos no están fijos en mí. Están en mi pierna. Mi muslo, para
ser específicos. El muslo manchado de sangre fresca. El muslo con una
flecha y la parte inferior de un crucifijo, claramente visible.
―¿Qué es eso?
Su dura mirada se aleja lentamente de la herida hasta encontrar la
mía, y me pongo rígida en mi sitio, conteniendo la respiración. Se me
retuercen los nervios en la boca del estómago mientras mis nervios se
ponen a flor de piel. Tiene una mirada extraña. Una que es fría, que
parece completamente engañada.
Mis pestañas se agitan.
―Puedo explicarlo...
―¿Qué es eso, Briony? ―Su tono es entrecortado, y me aterroriza.
Me tiembla el labio inferior al sentir el dolor de mi traición. Sabe que
ha sido una trampa. Puedo sentirlo en mis huesos. Es imposible que no lo
sepa.
―Por fin has encontrado mi obra maestra.
La voz es profunda y familiar y atraviesa el silencio como un cuchillo,
haciendo que mi corazón palpite en mi pecho como un animal enjaulado
en busca de libertad.
Saint se levanta de inmediato y, en un movimiento sorprendente, tira
de mí hacia arriba y me saca de la cama, empujándome detrás de él.
Me asomo por su brazo para ver esos penetrantes ojos avellana bajo la
máscara negra, la figura sin camiseta de Aero cubierta de esas
interminables marcas y cicatrices. Un montón de músculos que parecen
tensos, como si le hubiera costado contenerse, vestidos únicamente con
los pantalones negros y las botas de combate que llevaba antes. Su
larguirucho cuerpo crece con cada paso abominable que da.
Saint me retiene, con el pecho agitado por el terror ante la presencia
de un desconocido que acecha en los rincones de mi habitación.
―Es él ―susurra para sí.
La sonrisa desigual de Aero se dibuja en sus labios a través del orificio
bucal de la máscara.
―Soy yo. ―Se detiene en su sitio ante nosotros―. Pero, ¿quién es él?
Tengo curiosidad por saberlo.
Ladea la cabeza antes de abrir una navaja en su mano.
Mis ojos se mueven nerviosos entre los dos. La tensión es tan densa
como el barro y parece como si las paredes de la habitación nos
encerraran.
Los dos, en la misma habitación, finalmente enfrentados.
―La verdad, no importa lo que te hayan dicho ―dice Aero
despreocupadamente, volteando la hoja afilada con un movimiento
rápido de muñeca, haciendo un movimiento suave con el cuchillo―. No
me creerías ni por un segundo si te lo dijera directamente. ―Se burla, con
la confianza que irradian sus ojos fríos y oscuros.
Saint se yergue ante mí, con una mano extendida hacia atrás,
estrechándome contra él de forma protectora.
―No viene al caso. Verdades. Mentiras. Quiénes somos bajo nuestras
máscaras... ―Aero continúa, aún jugueteando con la navaja, volteando
la hoja con sus hábiles dedos―. Lo que importa ahora es que hagas lo que
se te dice.
Trago fuerte, los nervios me debilitan las rodillas, sabiendo
exactamente adónde va esto. Ha encontrado el ángulo. Ha resuelto mi
rompecabezas, salvando mi dignidad. Aero recupera el control.
―¿Qué quieres con ella? ¡¿Te ha cortado?! ―Saint dirige la pregunta
hacia mí, sin dejar de mirar al enmascarado que tiene delante.
Estoy en shock, dándome cuenta de que Saint cree que soy
inocente en esta situación. Me ve actuando como rehén del mismísimo
demonio cuando, en realidad, todo esto era mi diabólico plan.
―¿Qué quieres de nosotros? ―Saint pregunta―. Mi padre puede
darte cualquier cosa.
Me quedo con la boca abierta y Aero se queda inmóvil en su sitio.
La mención de su padre me recorre los huesos. Se lleva un puño a la
mandíbula, crujiéndose el cuello en ambos sentidos antes de volver a
dirigir su mirada hacia Saint.
Sin pensárselo dos veces, Aero lanza su navaja contra Saint, que
apenas roza su cabeza y la mía mientras vuela entre nosotros. Grito y me
agacho en el suelo, agarrándome los lados de la cabeza mientras Saint
esquiva la navaja, cuya hoja se clava en la pared detrás de nosotros.
―Nuestro padre... ―El tono peligrosamente áspero de Aero me
taladra los oídos, y tiemblo en su presencia. Saint vuelve a enderezarse
lentamente, ayudándome a levantarme, aún sujetándome a su espalda
mientras Aero da un paso hacia nosotros―, que estás en los cielos.
Santificado sea tu nombre ―continúa, y yo aspiro una bocanada de
oxígeno, arañando el aire que se agota a mi alrededor.
―Venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad. ―Saca una pistola
de la parte trasera de sus pantalones, haciendo que Saint se ponga rígido,
antes de rascarse con ella un lado de la cabeza cubierta por una
máscara, acercándose despreocupadamente a nosotros―. Así en la
Tierra como en el Cielo.
―¡¿Qué quieres de nosotros?! ―Saint exige.
―No se trata de lo que yo quiera. ―Aero levanta la pistola y la coloca
en la sien de Saint. Saint se queda quieto en su sitio, su mano se tensa
alrededor de mi muñeca, y prácticamente puedo oler el miedo que se
filtra por sus poros―. Se trata de lo que necesito.
―Y ahora mismo... ―El arma de Aero se desplaza lentamente hasta
apuntarme detrás de él.
Me dedica una sonrisa inquietante bajo la máscara, sus ojos
centellean con la odiosa venganza que ha estado albergando todos
estos años. El dolor de toda su infancia, presente en la excitación del
miedo y el control que se deshacen ante él. Frío. Despiadado. Totalmente
aterrador. Estoy perdiendo al hombre que creía conocer a manos de la
oscuridad que lo posee.
―Ahora mismo, necesito que te la folles.
Capítulo 51
Fe

—¡¿Q
ué?! —Saint se burla, sacudiendo la
cabeza.
―No. De ninguna manera. Estás loco.
Aero no ha dejado de mirarme
por debajo de su máscara, y los
escalofríos que me produce hacen que mi cuerpo tiemble por lo
desconocido. Sus duros ojos me hablan, como siempre, pero su mensaje
no es claro.
Esta era mi idea. Mi plan. Me apunté a esto, pero algo en mis
entrañas se retuerce con el miedo al engaño. Que sigo siendo sólo una
pieza en su juego de ajedrez. Sólo otro peón en su enfermo y retorcido
juego de venganza.
No puede ser.
―Nos está utilizando — se dice Saint―. Este enfermo nos está
utilizando para arruinar la iglesia.
No está del todo equivocado en su afirmación. Yo colaboré en ello.
―Tenía razón sobre ti — gruñe Saint, y yo me aferro a su antebrazo,
que sigue extendiéndose hacia atrás para protegerme.
La afirmación hace que Aero ladee la cabeza con interés.
―Les he oído hablar de ti. De tu empeño en destruir el cristianismo y
a los que creen —espetó―. Eres una desgracia. Un alma caída que
necesita ser salvada.
―Vaya —pronuncia Aero con sarcasmo―. ¿Destruir todo el
cristianismo? Simplemente impresionante que supongas que tengo ese
tipo de poder. —Se burla para sí, dejando caer el arma a su lado―. Pero
te equivocas en una cosa.
Aero agarra la camisa de Saint por la mitad del pecho y lo tira de
espaldas sobre la cama antes de darse la vuelta y tomar asiento
despreocupadamente en el banco. Apoya los codos en mi tocador,
detrás de él, con la pistola colgando de los dedos.
―Mi alma me fue arrancada hace mucho tiempo. Salvar es el
fantasma de una idea perdida en el oscuro abismo.
Saint se queda paralizado de horror cuando sus ojos me miran. Me
lanza una mirada triste, que emite el pesar de lo que esto me hará.
Desinterés es todo lo que veo.
―Por favor —suplico, volviendo mi atención hacia Aero―. No
podemos hacerlo. No está bien.
Me refiero a nosotros como el “nosotros” aquí, rogándole que capte
el mensaje que le estoy lanzando. Creo que se equivoca con Saint. Y tal
vez lo está y lo sabe. Tal vez su objetivo general de destruir al hijo elegido
ha sido su misión todo el tiempo. Venganza por una vida que vio
entregada a Saint desde las sombras.
Hay formas de vengarse, pero no destruyendo a los inocentes. Tanto
si Aero cree en el cristianismo como si no, yo sigo teniendo mi propia moral
como ser humano decente de la que no puedo librarme.
Aero se pasa la mano libre por el abdomen, las uñas recorriendo sus
cicatrices como si de repente le picaran recuerdos de su pasado.
―Verás, Saint, el sexo no destruye el cristianismo —me dice,
ignorándome por completo, volviendo su dura mirada hacia él―. El sexo
es natural. Está programado genéticamente en nosotros como un
motivador biológico en el que vivimos nuestra vida cotidiana. Es
placentero, orgánico y una necesidad primaria que nuestros cuerpos
buscan constantemente, seas o no consciente. Luchas contra ello porque
te lo ordenan. Por ninguna otra razón que la idea de control. El control de
las masas.
―La fornicación es un pecado...
―El sexo no destruye el cristianismo —repite Aero con calma pero
con fastidio, interrumpiendo por completo a Saint―. Los hombres sí.
Los ojos de Saint se entrecierran, las miradas acaloradas de ambos
se clavan en el otro.
―Así que te la vas a follar como has estado imaginando, y le
mostrarás a tu padre quién eres de verdad; un hombre sin más apegos
que el amor eterno sólo por su Dios. Vas a usarla, tomar de ella, y tirarla a
la basura según lo planeado. Como él hizo con su amante. Como hacen
todos cuando llega el momento de demostrar su valía.
Me sube la bilis a la garganta ante su afirmación.
Saint sacude la cabeza, con las fosas nasales encendidas. Se
levanta de la cama y da un paso hacia Aero, y yo aspiro aterrorizada.
―¿Crees que puedes asustarme con estas amenazas? ¿Qué vas a
hacer? ¿Dispararme? ¿Matarme? ¿Enterrarme en la tierra? ¡¿Crees que
no estoy dispuesto a morir por mi religión?!
Se enfrenta a Aero, sin saber la locura que tiene delante.
Aero mueve perezosamente la cabeza hacia mí, con una
inquietante sonrisa en la cara, como si guardara algún secreto. Como si
me estuviera dando pistas sobre las piezas del rompecabezas que está
formando.
―Puede que estés dispuesto a arriesgar tu ignorante, privilegiada e
irrelevante pequeña vida por las reglas de otro hombre, pero ¿estás
dispuesto a permitir que ella muera por ello?.
Saint no contesta y Aero le mira con ojos cómplices.
―El sacrificio definitivo. La prueba definitiva. Te estaba preparando
para esto. El ladrillo. Las escrituras en la pared...
Se me revuelve el estómago y el corazón me da un vuelco de miedo
que sólo el silencio sepulcral de esta habitación podría crear. Ambos
hombres se miran fijamente. Palabras mudas coquetean entre sus miradas
y me siento totalmente aturdida en su presencia. ¿Sabrá realmente Saint
quién es su padre?
―¿Sabes lo que ha estado haciendo a puerta cerrada? —Aero
inclina la cabeza.
Mi mente se arremolina con pensamientos de última traición y
decepción mientras mis náuseas me desgarran.
―Créeme, el chantaje fue sólo la punta del iceberg.
Saint se le queda mirando con la traición y la incertidumbre bailando
peligrosamente juntas en sus ojos. La sonrisa de Aero se intensifica al darse
cuenta.
―No es ninguna santa —se regodea con humor―. Te lo aseguro. Su
retorcida mente me sorprendió incluso a mí, el mismísimo diablo.
―Estás mintiendo —replica Saint―. ¡Ella no tuvo nada que ver con
eso!
―¿No? ¿Por qué no querría la única Magnus Princeps mujer acabar
con su competencia? Tu padre lo sabe. Tú lo sabes. Todo el mundo lo ve.
Ella siempre ha deseado y se ha excitado estando por encima de ti. Por
encima de tu religión. Por encima de tus creencias.
Saint escucha atentamente, mirando fijamente a los ojos de Aero
que arden de desviación.
―Tal vez si supieras la verdad, pensarías diferente de tu dulce e
inocente niña de iglesia. Tal vez tu padre está poniendo a prueba tu
obsesión con la única mancha destinada a arruinarte. ¿Pensaste que
realmente podrías hacer esto por tu cuenta? ¿Pensaste que Callum
Westwood iba a dejar que su hijo tomara el asunto en sus propias manos
cuando desarrolló un enamoramiento de colegial por la mujer destinada
a destruir la estructura sagrada de la iglesia?.
Entonces me doy cuenta de que ya no sé nada con certeza. Estoy
ciega a estos retorcidos esfuerzos. ¿Estaba totalmente equivocado sobre
Saint y sus motivos? Mi corazón amenaza con fallar por lo fuerte que late
dentro de mi pecho.
Aero se levanta de su asiento y se dirige a mi mesilla de noche. Abre
el cajón, saca mi rosario y lo tira al suelo, fuera del alcance de Saint. Su
expresión de perplejidad se levanta del suelo y encuentra la de Aero. Una
simple pistola apuntándole a la cabeza hace que Saint se agache para
recuperarla.
―Átala a la cama —exige Aero.
Los ojos de Saint se posan en los míos.
Aero vuelve a rascarse el costado de la cabeza con el cañón del
arma y su tenso abdomen se flexiona, resaltando la evidencia de nuestras
heridas coincidentes, la suya aún rezumando sangre por su carne.
―No soy un hombre de mucha paciencia. Hazlo, joder. Ahora.
Cierro los ojos con fuerza, asintiendo ligeramente. Camino hacia la
cama y me acerco a Saint. Coloco la palma de mi mano sobre la suya,
temblorosa, que sostiene el rosario, y nuestras miradas se cruzan.
―Tengo miedo —susurro con sinceridad.
Saint intenta leer mi mirada, pero ya lo siento flaquear, escabullirse.
―Haz lo que dice —le suplico―. Es un hombre peligroso.
Las comisuras de sus ojos se arrugan por su creciente incertidumbre.
Me doy cuenta de que se está devanando los sesos en busca de
respuestas, de una salida, pero Aero es demasiado calculador. No hay
giro argumental que no haya imaginado ya.
―¡A la puta cama! —grita detrás de nosotros, haciéndome dar un
respingo.
Las cuentas del rosario se hunden en los tendones de mis muñecas,
causándome un dolor incómodo. Aero hace que Saint utilice su propio
rosario para mi otra muñeca, y una de mis piernas está atada con el
cinturón de Saint. Sus ojos apenados no dejan de desviar mi mirada
mientras sigue las órdenes de Aero con la pistola apuntándole desde lejos.
Una vez asegurada en su sitio, Aero se sienta en un rincón de la
habitación, observando atentamente.
No puedo captar las emociones que emite. Se ha convertido en un
muro de arte ausente, que no muestra más que profundas grietas
provocadas por años de abusos mientras se sienta despreocupadamente
a orquestar la caída, con sus ojos oscuros e implacables.
Ya no sé quién es.
Tal vez nunca lo conocí.
O tal vez...
Tal vez necesito recordar el núcleo de lo que soy. Una mujer cuyo
pasado es también una imagen agrietada de perfección cargada de
mentiras. Una mujer que es mucho más que otro peldaño para otro
hombre. Una mujer que se mantiene fuerte y erguida frente a quienes la
reprenden, la niegan y la frenan.
Una mujer que sigue firme en su fe.
Fe en el hombre que la ha obligado rutinariamente a salvarse.
Capítulo 52
La caída de Saint

—Á
brele la camisa, —exige la áspera voz de Aero
desde su asiento.
Saint hace lo que se le ordena, se agarra al
borde y me desgarra la camisa del uniforme. Los
botones se desparraman y dejan al descubierto
mi sujetador blanco, cuyos pechos casi resbalan por encima del encaje.
Me tiemblan los labios al exhalar un suspiro, esperando la siguiente orden
mientras repaso los conocimientos que he adquirido recientemente,
intentando comprenderlo todo.
La iglesia intentó acabar conmigo. No una vez. Dos veces. Aero ha
matado a hombres que pretendían hacerme daño, su chantaje me
obligó a depender únicamente de él mientras él hizo su misión de
obligarme a presenciar el asalto sexual del obispo a un niño, exponiendo
la verdad de los hombres que proclaman su santidad.
Aero puede tener el corazón lleno de venganza por sus propias
pérdidas, pero ¿y las mías? Ni siquiera sé dónde empieza mi historia. Un
pasado, como el suyo, desgarrado y retorcido en beneficio de alguien
más. Mi historia me da la fuerza que necesito. Para mí y para nadie más.
Lo único que no puedo dejar de preguntarme es qué lugar ocupa
San en todo esto.
―Bájate ese sujetador endeble.
Levanto la barbilla, las ataduras me aprietan y le ofrezco mi pecho.
Los dedos de Saint tantean, agarran el encaje y descorren las copas de
algodón para dejarme los pechos al descubierto. Los tirantes me aprietan
los hombros, y la presión del sujetador bajo mis pechos los aprieta con
fuerza. Mis pezones se endurecen en el aire frío de la habitación cuando
dos pares de ojos se fijan en ellos.
Me siento barata. Sin valor. Un objeto para ser utilizado sólo para la
satisfacción sexual, y sin embargo, hay un inmenso poder que recubre
eso. Es todo de lo que estoy sedienta. Saciar las partes oscuras de mí
misma que nunca habría descubierto si no hubiera sido por Aero. Él
literalmente me entrenó para este momento.
Lentamente, la lengua de Saint se arrastra por su labio inferior antes
de cerrar los ojos con fuerza, probablemente regañándose mentalmente
por mirar.
―Levántale la falda y rompe esas putas bragas inútiles.
Saint suspira. Se ha rendido por completo, haciendo lo que sea para
asegurarse de que cumple las exigencias del hombre que tiene el control.
Aero está totalmente en su cabeza, manipulándole.
Hace lo que le digo: me arranca la ropa interior sucia cerca de la
cadera, la arrastra por la pierna libre y la tira a un lado. Me roza el clítoris
y el aire barre mi centro húmedo. No quiero disfrutar de esto, pero ese
inquietante lado sexual mío está resurgiendo.
Insegura de hacia dónde va todo esto, miro a Saint por encima de
mí, buscando en él algún tipo de reacción. Siento su indiferencia. Parece
que él tampoco está seguro de en quién confiar, ya que me sube la falda
por el abdomen y vuelve a mirar mi centro como un desértico perdido
sediento de bebida.
―Coge el crucifijo de la pared. —El tono de Aero es oscuro y
exigente.
Saint abre ligeramente los ojos y dirige su mirada a Aero con
incredulidad. El pulso se me acelera en el cuello y el fuerte latido casi me
ahoga el oído.
No puede hablar en serio.
Miro a Aero desde la esquina y le lanzo una mirada fulminante por
la deshonrosa petición, pero sus ojos se centran en Saint, estudiando sus
manos y sus acciones como un halcón mientras coge el crucifijo de su
lugar en mi pared.
Es un loco despiadado. La naturaleza simbólica de la cruz no
significa nada para él. Sólo otro objeto extraño con un peso innecesario
de significado inútil unido a él, al igual que la religión organizada.
El corazón se me rompe en el pecho mientras le miro
desesperadamente a los ojos, deseando que se centren en los míos.
Deseando que reaparezca el hombre que empezó a aceptar mi suave
amor y mis abrazos, el hombre que dijo que lo que teníamos juntos lo era
todo, el hombre que preferiría morir antes que vivir en un mundo sin su
muñequita. Las lágrimas inundan mis ojos ante su lejana presencia
mientras Saint se cierne sobre mi cuerpo atado, con el crucifijo en la
mano.
―Rastrea su cuerpo, usando a tu Dios para tocarla en todos sus
lugares dolorosamente engañosos —instruye Aero, su tono totalmente
indiferente―. Límpiala de la suciedad a la que finalmente ha sucumbido.
Otra laguna jurídica. Un plan inteligente de un hombre demasiado
inteligente.
―Una limpieza —se susurra Saint, con la mirada vacía.
Me pasa la cruz de metal negro por el cuello con agonizante
lentitud. El frío y suave metal me pone la carne de gallina en el centro del
pecho y entre los pechos, y los ojos de Saint me absorben. La cruz recorre
mi abdomen hasta llegar al ombligo, donde la rodea suavemente. Mi
cuerpo se enciende como un reguero de pólvora que brota de la base
de mi columna vertebral ante la idea del acto grosero que Aero le está
haciendo cometer.
―A la sucia zorra le encanta —comenta Aero, haciendo que mi
clítoris zumbe en arrepentida aprobación.
Odio que me encante la inmundicia que dice. Odio que se adueñe
de mi cuerpo con su degradación. Cobra vida con sus palabras enfermas
y retorcidas. Me hace sentir sucia y desquiciada, odiándome por abrazar
el placer que viene con su tipo de amor.
Las lágrimas corren por mi cara mientras lucho contra las
sensaciones, enfadada conmigo misma por toda una vida luchando
contra los impulsos que son totalmente naturales para mí. Soy un ser
humano, dirigido por hormonas con una mente que me grita
constantemente, diciéndome que está mal. Está mal sentir placer.
Pero dicho placer supera a mi mente mientras mi cuerpo se prepara
para más. Las sensaciones se vuelven incontrolables e insaciables
mientras permanezco atada a su merced. La necesidad de alimentar mis
impulsos, nunca más presente, porque me he vuelto inmune a las voces
que antes gritaban impureza.
Ese amor enfermizo es el que ahora ansío inevitablemente.
Saint me roza el clítoris con el extremo de la cruz redondeada de
quince centímetros y mis caderas se levantan de la cama, mi cuerpo tira
contra mis ataduras mientras un gemido estrangulado sale de mi
garganta.
―Ahí está —tararea Aero desde lejos―. Mi pequeña descarada.
Volviendo a la vida de nuevo, ¿verdad?
Lo miro desde la esquina oscura y unos ojos demoníacos encuentran
los míos. Su mano agarra y suelta la pistola metódicamente, como para
calmarse.
Se está calmando.
Calmándose de la rabia celosa que arde en su interior.
Incluso la más mínima visión de algo tan confirmador me ayuda a
relajarme, sabiendo que no lo he perdido del todo en la oscuridad.
Saint sigue trabajando el extremo del frío metal contra mi raja,
mirándome a los ojos, calibrando mi reacción a medida que cambia su
respiración.
No debería excitarme. Esto no debería tener mi bajo vientre
apretándose y mi boca haciéndose agua por más. No debería estar
disfrutando de algo tan horriblemente vil y degradante. Pero lo estoy
haciendo.
―Círculos suaves, así —dice Aero mientras los ojos de Saint se
conectan con los míos―. Consigue que quiera separar esos muslos de
puta, abriendo ese coño dulce y descuidado cada vez.
Echo la cabeza hacia atrás mientras el metal vuelve a rodar sobre
mi clítoris. La tortura, la provocación y la incapacidad de tocarme ante
sus sucias palabras me hacen entrar en una espiral mientras mi hombre
me mira desde lejos. El éxtasis se apodera de mí y me pide que me libere.
Saint se inclina hacia delante y lame una lágrima perdida que ha
rodado por mi mejilla sin darme cuenta. Su frente se apoya en mí antes
de que sus labios rocen los míos, casi más para su propio placer, mientras
su muñeca gira expertamente, complaciéndome con la punta de la cruz.
Aero se levanta bruscamente, con el brazo estirado, apuntando la
pistola a la espalda de Saint.
―¡No la beses, joder!
Mi estómago se aprieta y mi coño se contrae ante el repentino
arrebato de celos, llenándome de sucio deseo y temiendo al mismo
tiempo por mi vida. Dos caras de la misma moneda. Dos emociones,
excitación y miedo, tan profundamente entrelazadas en mi ser sexual
como las espinosas enredaderas de mi rosa florecida.
Saint se detiene ante el arrebato antes de continuar haciendo rodar
lentamente el crucifijo sobre mi manojo de nervios. Noto el roce de su
aliento sobre mis labios, y la sensación me calienta.
Lamiéndome los labios, mis caderas se mueven hacia delante por sí
solas, buscando de algún modo ese breve destello de placer que ansío
desesperadamente.
―¿Quieres que te folle con él, nena? —pregunta Aero desde su
posición contra la pared, con la cabeza echada hacia atrás mientras nos
mira a través de sus pestañas―. Necesitas que te llene ese sucio coñito de
algo, ¿no? ¿Dónde está la vergüenza, eh?
Los vaqueros oscuros de Aero muestran el enorme bulto de su
erección, que se tensa contra la tela ante el espectáculo que tiene
delante, aunque la idea le desagrade. Saint se hincha contra mi muslo,
disfrutando a regañadientes de esto también, y yo estoy mojada y ansiosa
como el demonio por toda la retorcida interacción.
―Hazlo —exige entre dientes apretados―. Deslízala en su húmedo
coñito.
Saint apoya la punta del crucifijo en mi dolorido agujero,
empujándolo lentamente mientras mis caderas se abren de par en par y
mi mirada se fija en Aero. Otra lágrima de felicidad cae por mi rostro y
gimo profundamente, sintiendo cómo me aprieto alrededor del símbolo
de la fe. Él entrecierra los ojos y niega una vez con la cabeza.
¿Una advertencia para no disfrutar de esto? ¿Una orden de no
romper? No estoy segura.
Pero las sensaciones crecen fuera de mi control. La sensación de
estar atada de una forma tan perturbadoramente brutal mientras suaves
caricias me acarician el clítoris hinchado me provoca un dolor
pecaminoso por esta penetración. No ayuda que los dos hombres estén
dolorosamente empalmados y a punto de estallar a mi lado.
―¿Te sientes bien? —susurra Saint, aún suspendido sobre mí, con los
ojos brillantes de una inquietante mirada de lujuria.
Sus sentimientos me hacen girar de nuevo, incapaz de procesar sus
verdaderas intenciones.
Me relamo los labios, intentando despejarme.
―Sí. Sí, se siente... —Trago saliva, cuidando mis palabras, sabiendo
que Aero está escuchando atentamente―. No me duele —respondo sin
aliento.
―Buena chica, Briony —interrumpe Aero desde lejos, amartillando su
arma―. Acepta tus castigos como la zorra que eres. —Se pasa el pulgar
por el labio inferior con la otra mano mientras me observa tomar la cruz―.
Ahora tírale del cabello —ordena.
Saint me agarra del cabello por debajo y tira suavemente,
echándome la cabeza hacia atrás. Pero no es suficiente para él.
―¡Más fuerte!― Aero grita, y ambos nos estremecemos―. ¡Tírale del
cabello y haz que le duela!
Me agarra con fuerza, tirando de él con brusquedad, haciéndome
gritar y que mis pechos desnudos reboten entre los dos mientras arqueo
la espalda. El calor palpita entre mis muslos ante tanta crueldad. Saint
ahoga su gemido mordiéndose el labio inferior, apretando las caderas
contra mí, con su polla hambrienta rozándome el muslo por debajo del
pantalón.
―Fóllatela con tu símbolo de fe —exige Aero, la ira aumentando en
su voz antes monótona y firme―. Quítale su inmundicia como la vil
pecadora que es, y luego úntale la cara con ella.
Saint escucha sus palabras, dejando que penetren en su mente. Sus
ojos se endurecen, y la mirada antes suave y comprensiva se transforma
en algo mucho más desafiante. Algo mucho más oscuro. Algo con un
propósito.
―Castígala por disfrutar de esto cuando no debería.
Grieta.
Saint mira fijamente mi carne expuesta, con los ojos dilatados y
desorbitados, mientras empuja el extremo redondeado del crucifijo más
profundamente en mi centro resbaladizo, mi coño ansiando algo más
grueso que me llene mientras se aprieta y contrae alrededor de la punta
bulbosa del objeto extraño. Separo los labios y se me escapa un gemido
ronco cuando sus dedos recorren desde donde desaparece el extremo
de la cruz hasta mi clítoris hinchado, embadurnando mi excitación.
No te corras. Por favor, no te corras. Aprieto las muelas, ahuyentando
el placer.
―Esta puta libertina, sólo pide más con sus gemidos. —Se burla―. Lo
está disfrutando. —Aero advierte, con la cabeza apoyada en la pared y
una mirada peligrosa, los labios apretados por la furia―. No dejes que
obtenga ninguna satisfacción de ello. Esto es tomar.
Saint aprieta la mandíbula.
―Obscena. Se ha estado ofreciendo a los ancianos. Persuadiendo
sus deseos sexuales con su cuerpecito apretado, haciéndoles sucumbir a
sus demonios —continúa Aero―. Castígala. Castígala por tomarse su
pureza como la diablilla que es.
Está alimentando a Saint con las mismas estupideces mentales que
le alimentaron a él, utilizando la redención como una forma de justificar
el abuso sexual.
La ira sube por el cuello de Saint, el enrojecimiento se extiende a sus
mejillas mientras sus ojos azules cristalinos miran con incredulidad, casi
hipnotizados por el enmascarado de la esquina. Alarga la mano
temblorosa y me agarra el pecho, sus dedos se deslizan por el pezón y
tiran de la carne sensible hasta que se estira dolorosamente antes de
soltarla. Doy un fuerte grito ahogado cuando el otro me pide la misma
tortura casi de inmediato.
―Ha estado desafiando a la institución. Abriéndose camino entre las
grietas para consolidar su lugar entre ustedes, sólo para derribarlos desde
dentro.
El cuello de Saint no contiene más que tensión mientras me abofetea
el pecho a la orden de Aero. Grito, haciendo que el sonido resuene por
toda la habitación. Baja las cejas y respira con dificultad por las fosas
nasales antes de que la locura se apodere de él y me agarre el pecho
con la palma de la mano. Se inclina y me lleva a la boca.
Aero observa con expresión rabiosa. Una ira ardiente bajo la
superficie de un hombre entrenado para ser frío y tranquilo. Lo único que
desea es asesinar al hombre que tiene delante. Apenas puedo ver la
sombra de una rabia caótica bajo su expresión.
Saint desgarra mi suave carne con sus dientes antes de que su
lengua azote mi pezón, provocándome con el dolor.
―Tu padre mentía al público para protegerte. Mentía sobre mí. Mi
propósito siempre ha sido traer la oscuridad a la luz. Para finalmente borrar
esa eterna mancha de condena. Tu amada mancha.
Saint agudiza el oído al oír estas palabras y su rostro se ilumina como
el de un hombre encantado en trance. Amada mancha.
―Sácale la puta de encima. Demuéstrale que no puede ganar.
Toma su placer y destrúyela untándola con el Señor. Fuerza al Espíritu
Santo en su ser con tu cuerpo —murmura metódicamente Aero,
hablando directamente a la mente de un hombre entrenado en la
redención.
La ira impregna la amabilidad que una vez tuvo Saint mientras
asimila las palabras de un hombre roto por los pecados que cometen los
hombres en el poder. Sus ojos se enrojecen y se incorpora bruscamente,
mirándome con puro asco. Desliza la cruz fuera de mí, untándome la
boca con mi excitación antes de arrojármela al pecho. Se desabrocha
los pantalones, tira de la cremallera rápidamente y baja la cinturilla,
liberándose.
Suspiro en silencio ante la enorme diferencia que se abre ante mí.
Nunca había visto nada igual. Es grande tanto en tamaño como en
longitud, similar a la de Aero, pero está cubierta de piel adicional.
Mientras que Aero lo tiene desnudo y bulboso, con sus joyas adornándolo
como un rey coronado, Saint está claramente incircunciso, como el resto
de los hombres de nuestra fe.
Aero golpea la pistola contra su propia sien, apoyándola en la
frente, con el rostro tenso y adolorido en un intento de calmar su mente
enloquecida, antes de apuntar a la nuca de Saint. Observa a Saint con
mirada ardiente, decidido a acabar con él con un rápido apretón del
gatillo, tomando el asunto en sus propias manos.
Sus ojos me encuentran los míos abajo de Saint, y yo le suplico en
silencio. Le suplico que haga lo único que ha rechazado durante toda su
vida.
Le ruego que tenga fe.
Antes de darme cuenta de lo que está pasando, miro hacia abajo
y veo a Saint acariciándose la polla hinchada, apoyándose en un brazo
antes de penetrarme.
La piel suave y desnuda de la cabeza de la polla de Saint empuja a
través de mi abertura antes de que la plenitud me alcance. Se desliza
hasta el fondo y se queda quieto, con la boca entreabierta, jadeando en
medio de su locura. Saint recuesta su peso sobre mí, palpitando dentro
de mi húmedo centro. Me quedo boquiabierta cuando retrocede unos
centímetros y empuja con las caderas, hundiendo más su dura polla.
Mi coño se aprieta alrededor de su circunferencia y un gemido
profundo y doloroso sale de mi garganta mientras el placer de la fricción
de la polla de Saint masajea mis paredes. Me muerdo la comisura del
labio para guardar silencio.
―Ah, Cristo —gimotea Saint.
Con la mano que tiene libre, me agarra por debajo de la rodilla y
me levanta la pierna desatada hasta colocársela sobre el hombro
mientras me penetra hasta que sus pesados cojones se apoyan en mi
culo. Los párpados se me ponen pesados y los ojos amenazan con girarse
hacia atrás cuando las chispas de la base de mi columna se encienden
ante las largas y constantes caricias en lo más profundo de mi ser.
Aero siente mi placer. Conoce mis caras. Siente todo lo que yo
siento, porque somos de la misma materia. Sus celos pasan a un segundo
plano mientras instruye a Saint, adueñándose de la interacción,
controlando el escenario.
―Eso es. Fóllate a la puta —repite.
Sus ojos se entrecierran en peligrosas rendijas mientras se arranca la
máscara de la cara y la tira al suelo. Su cabello negro cae
descuidadamente sobre su frente, perdiendo por completo el anonimato.
Me inquieta su necesidad de ver esto, aunque mi sucio fuego siga
ardiendo en lo más profundo. Saint se echa hacia atrás antes de
balancear rítmicamente sus caderas al encuentro de las mías,
empujando profundamente su larga y resbaladiza polla. Su bajo vientre,
surcado por las furiosas venas que inundan de sangre su firme verga, roza
mi húmedo clítoris, provocando pequeños relámpagos de placer que me
recorren cada vez que conectamos.
―Se siente... ah, mierda, se siente tan bien —gime Saint, con la voz
entrecortada mientras intenta hablar.
Poco a poco va encontrando el ritmo y sus gruñidos llenan la
habitación mientras se pierde en nuestros cuerpos húmedos
abofeteándose mientras Aero permanece inmóvil en su sitio, con la
determinación inundando su expresión enloquecida.
―No te corras, joder —me dice con la boca, mis ojos aún clavados
en él.
Doy vueltas, el martilleo de mi cabeza ahoga el sonido circundante.
Puede que Saint esté muy dentro de mí, pero nunca podrá alcanzar las
profundidades de Aero. Aero se ha colado en mi alma. En la composición
de lo que soy. Se ha convertido en parte de mi ser, de mi corazón, de mi
vida... de mi amor.
―Mierda —vuelve a gemir Saint, atrayendo mi atención de nuevo
hacia él.
Miro hacia abajo, hacia donde conectamos, mientras su polla agita
el semen de su hermano dentro de mi coño hinchado, mi lío de excitación
cubriendo toda su ingle.
Joder. Eso. Justo ahí. Ese punto que está golpeando.
―Estoy cerca —se apresura, chocando contra mí.
Un nuevo terror me golpea y mis ojos se desvían hacia la esquina
vacía. Oscura y vacía. Mi hombre enmascarado, desaparecido por
completo.
La locura, junto con toda una vida de sacrificios motivados por la
religión, controla ahora a Saint. Un lado que nunca he visto de él. Un
propósito que siente que necesita cumplir. Un propósito que puede haber
sido parte de su plan todo el tiempo.
No puede terminar. No puedo dejar que termine.
Mis pastillas. Mi anticonceptivo. No las he estado tomando.
Tiro de mis ataduras, tirando desesperadamente para liberarme
mientras Saint sigue follándome cada vez más fuerte, acercándose a su
fin. Cierro los ojos y casi acepto mi destino; casi caigo ante otro hombre
dispuesto a arruinarme. Hasta que siento el afilado filo de una pequeña
hoja lamiéndome las yemas de los dedos.
Abro los ojos de golpe, pero el hombre que supuse que me salvaría
no lo hace. Está maldiciéndose a sí mismo en la ventana, mirando a algo
o a alguien fuera, tecleando rápidamente en un móvil que ahora tiene
en la mano.
Pero no necesito que me salve.
Me ha entrenado para salvarme.
Con dedos cuidadosos, agarro la hoja del bisturí del poste de la
cama donde él la plantó. Torciendo dolorosamente la muñeca, corto la
cuerda del rosario mientras Saint permanece absorto en la satisfacción
de su muerte sin saberlo. Con la mano libre, le acerco la hoja al cuello
antes de que pueda terminar. Se detiene en su sitio, firmemente plantado
dentro de mí, mientras sus labios se entreabren y aspira un suspiro
aterrorizado.
―Briony —dice sin aliento antes de mirar hacia el lugar donde
estamos conectados―. No. —Sacude la cabeza y se separa de mí. Su
polla tiesa y húmeda se balancea entre nosotros mientras se sienta sobre
sus talones, enterrando la cara entre las manos―. No. ¿Qué me he hecho?
¿Qué se a hecho?
El pánico inunda su forma marchita cuando la voz grave de Aero
desde la esquina ronronea:
―Has pecado.
Aero se aleja de la ventana y una sonrisa de satisfacción se desliza
por su rostro ante el tono desconcertante de Saint. Los amables ojos azules
de Saint tienen ahora un peso desconocido mientras me estudia con
silencioso enfado. Segundos después, se oye un fuerte alboroto en el piso
de abajo y la puerta que tenemos detrás se abre de golpe. Me arrancan
a Saint y lo tiran al suelo, con los pantalones bajados hasta los muslos. Miro
atónita, con las piernas cruzadas lo mejor que puedo mientras me bajo la
falda con la mano libre y me vuelvo a poner el sujetador sobre los pechos
para cubrirme.
Pero el hombre que me salvó no es el que yo había supuesto que
sería. El hombre que está golpeando la cara de Saint contra el suelo de
madera de mi habitación es el último que esperaba ver.
Baret.
Capítulo 53
Darles un villano

—¡¿Q
ué coño le estabas haciendo?!
Baret asesta otro puñetazo a la
mandíbula de Saint, haciéndola saltar
hacia un lado y salpicando el suelo de
madera con la sangre roja y brillante de su labio partido.
―¡Bastardo enfermo! —vuelve a gritar, enviándole un rodillazo al
abdomen.
Corro hacia Briony y la ayudo a desatarse el cinturón que aún tiene
atado al tobillo mientras siguen luchando en el suelo. Saint le da un
puñetazo en la cara a Baret, haciéndole crujir la nariz. Briony tiembla de
terror, intentando estabilizar su respiración, pero asustada por lo
desconocido mientras se frota las muñequitas rojas y en carne viva.
Estaba esperando a que apareciera después de planear la intrusión
accidental todo el tiempo. Cuando le envié un mensaje de texto desde
el teléfono de Briony diciendo que Saint estaba allí en la casa con ella
sola, actuando de forma extraña, ella todavía lo estaba entreteniendo
abajo. Había estado esperando a que él apareciera y pusiera fin al asalto
después de obtener las imágenes que necesitábamos, sabiendo que su
grito de ayuda lo haría correr.
Puede que no sea de su sangre, pero ha crecido con ella. Está unido
a ella como una verdadera familia. Cuida de ella como debería hacerlo
un hermano, y aunque preferiría que sólo dependiera de mí en esta vida,
Baret es esencial para el plan. Ella necesita a alguien más cerca de ella
en su interior cuando yo no esté.
Nox tenía razón. El hombre enmascarado no podía permanecer
oculto para siempre. De un modo u otro, mi verdad iba a salir a la luz. He
llegado hasta aquí permaneciendo en las sombras, pero los secretos no
pueden permanecer enterrados para siempre. No cuando hombres
como mi padre, Alastor y el obispo aún caminan por esta tierra.
Briony se aferra a mí instintivamente, pero la empujo y le tiro las
manos al suelo. No porque esta vez no quiera que me toque, sino porque
nuevos ojos me observan.
Mi hermosa muñeca, oscura en su venganza e ideas retorcidas.
Había tenido a Saint en sus garras. Burlándose y provocando con su
hermosa belleza y su inocencia ingenua y fingida. Pero la verdad del
hombre que tenía delante estaba lejos de su conocimiento. No tenía ni
idea de sus retorcidos planes, ni me creería si se lo contara.
Algunas cosas hay que descubrirlas por uno mismo para poder
formarse sus propias verdades en torno a ellas, de forma similar a los
secretos que se esconden tras las puertas cerradas del despacho del
obispo.
Saint no era quien ella creía que era. Así que hice lo que tenía que
hacer e intervine de la mejor manera que consideré oportuna. Juntos, lo
hicimos posible. Juntos, sentamos las bases para la destrucción de la
institución. Juntos, los haríamos caer.
Lo que no tenía previsto eran los hombres que pisaban los talones a
Baret, listos para acabar con toda la producción. Saint, el manipulador
definitivo, tenía refuerzos en espera.
―¡No fui yo! ―gruñe Saint, enviando otro puño a la cara de Baret en
represalia.
Me quedo mirando cómo los hombres se pelean, golpeando la
cómoda de Briony en el proceso y haciendo que sus fotos enmarcadas y
perfumes caigan al suelo mientras me preparo para el enfrentamiento
final. La que oigo subir las escaleras.
Baret rueda sobre Saint, haciendo crujir los cristales rotos, y le agarra
la camisa con una mano. A horcajadas sobre él, le asesta otro golpe en
la cara. La sangre carmesí mancha el uniforme blanco y brillante del
hombre que se creía puro y santo, pero su santidad se disuelve.
―¡Te he visto, cabrón!
―No has visto nada. —El tono familiar, profundo y aterciopelado
resuena en el pasillo, haciéndome hervir la sangre a la orden.
Baret levanta bruscamente la cabeza, con el puño aún agarrando
el uniforme roto de Saint, ambos jadeando con la evidencia de su pelea
goteando activamente de sus rostros. Briony abre los ojos horrorizada ante
la repentina intrusión y se levanta de la cama, poniéndose delante de mí
como si quisiera protegerme.
Joder, las cosas que haría por esta mujer.
Imágenes de abdómenes desgarrados y gritos espeluznantes
inundan mi mente, haciendo que mi mandíbula se apriete por impulsos
que escapan a mi control.
Es adorable que Briony piense que puede salvarme. Pero sé mejor
que nadie que aquí es donde termina. Este es mi sacrificio por mi reina.
Pongo mi frío y difunto corazón sobre esa mesa, esperando que ella tenga
la fuerza para revivirlo. Mi prueba final para ella.
Callum Westwood entra despreocupadamente en la sala
respirando un aire de confianza que no merece poseer, con tres de sus
sabuesos detrás de él y las manos en los bolsillos de sus pantalones de
vestir con un chaleco slim fit sobre una camisa abotonada. Se pasa una
mano por la espesa melena oscura, alineándola con el resto de su
pretencioso aspecto. Sus ojos se clavan rápidamente en los míos y es
como mirarse en un espejo envejecido.
Una sin el desafortunado reflejo de cicatrices y dolor que he
soportado. El desorden roto y hecho jirones que me convierte en todo lo
que soy en esta vida a la que he ido sobreviviendo por mi cuenta.
Saint se aleja de Baret hasta los pies de su padre, agarrándose a la
pernera de su pantalón como un puto perro.
―Arréglate los pantalones —le exige a su hijo, sin apartar los ojos de
los míos.
Los ojos de Baret van de Cal a mí y viceversa, con la mandíbula
prácticamente en el suelo bajo sus pies.
―¿Saint? —grita Briony, mirando extrañada a Cal con el tono
tembloroso y desgarrado―. ¿Qué está haciendo tu padre en mi casa?
Ni siquiera la mira a los ojos, sólo sigue mirando al suelo, todavía
recuperando el aliento de la pelea mientras su camisa yace abierta y
ensangrentada, con un aspecto tan patético como él.
―¡¿Qué hace tu padre en mi casa, Saint?! ― Briony grita, apretando
el puño mientras las brasas de su interior se encienden en las llamas que
siempre ha contenido.
―Un verdadero héroe. —Cal se apoya despreocupadamente en el
marco de la puerta, su estatura pomposa me enfurece con la cabeza
echada hacia atrás y su arrugada sonrisa de satisfacción en su sitio.
―Aero, corre. Por favor —susurra Briony sin aliento entre dientes
apretados ante mí―. Corre.
Está más loca de lo que pensaba si realmente espera que huya.
Nunca la dejaría. Jamás. No mientras el aire llene estos pulmones.
Aprieto suavemente su manita entre las mías antes de retorcerle
bruscamente el brazo hacia atrás, haciendo que arquee la espalda y
grite mientras el cañón de mi pistola se apoya en su sien.
―¡No! ¡Saint la estaba violando! La tenía atada a la cama. Un... un
crucifijo, Dios mío —Baret sacude la cabeza, pasándose las manos por la
cara.
―Creo que estás confundido, hijo —dice Cal con seguridad. Agarra
a Saint por detrás de la camisa y tira de él para que se ponga de pie a su
lado. Saint se tambalea a su lado con la mirada rota―. Este hombre es un
héroe. Salvó a la joven Briony, aquí presente, de ese criminal que
merodea por las calles, torturando brutalmente a los de la fe.
Ladeo la cabeza y me paso la lengua por los dientes. Conozco a
este hombre y sé exactamente cómo actúa, lo que me está funcionando
muy bien.
―¡No era él quien torturaba! ―grita Baret, poniéndose de pie―. ¡Fue
Saint! ―Señala a Saint, que le devuelve la mirada, el miedo delineando su
postura―. La tenía atada a la cama. La violó. Estúpido de mierda.
Baret carga contra Saint cuando uno de los guardaespaldas le
apunta con una pistola, haciéndole dar un paso atrás con las manos en
alto. Es un tipo corpulento, musculoso por derecho propio, con una
complexión similar a la de un balón de fútbol americano que encaja a la
perfección con su aspecto de héroe rubio americano, pero Baret lleva los
puños a un tiroteo.
―Como he dicho —repite Cal desde detrás del guardia―. Creo que
estás confundido en cuanto a lo que viste.
Baret fulmina con la mirada a Cal, luego mira fijamente la pistola
que le apunta antes de que su mirada vuelva a encontrar a Briony.
Debe de estar suplicando con la mirada lo suficiente como para que
él suelte un suspiro exasperado y se retire de mala gana. Es demasiado
inteligente para hombres como estos. Briony está armando el
rompecabezas que he formulado, dejando que todo encaje,
comprendiendo mis razones para ser el villano de esta historia. Tenía que
hacer mi papel. Sólo puede haber uno.
―Debí confundirme —recita Baret con indiferencia, sin que la furia
de su expresión alcance a su tono.
Cal sonríe, las arrugas de su rostro bronceado se contorsionan en la
sonrisa diabólica de un hombre que ha sonreído demasiadas veces ante
la adversidad. Una sonrisa que grita superioridad y derecho.
Rodea a Saint con el brazo y le da unas palmaditas en el pecho.
―Orgulloso de ti, hijo. Por fin le has cogido. Y justo a tiempo. Podría
haberse hecho daño. —Él asiente con la cabeza a Briony y sus mejillas se
sonrojan de ira―. Te debe la vida. —La frase tiene tanto peso subyacente.
Un matrimonio de conveniencia con un miembro de la congregación. Un
hombre de su elección. Un candado y una cadena oficiales para la mujer
que siempre han necesitado controlar y detener.
Miro a los tres enormes guardaespaldas que hay detrás de Cal.
Me he enfrentado a más. No tan grandes, pero aun así, joder, podría
acabar con al menos dos de ellos si no hubiera lanzado mi espada contra
la pared en un ataque de rabia.
―Déjala ir —dice Cal despreocupadamente―.Está bien Briony.
Ahora estás a salvo.
Briony casi se burla de él.
Se podría oír caer un alfiler por el silencio que reina en la sala. El único
sonido es el eco de una tabla del suelo crujiendo bajo uno de los
guardaespaldas de Cal mientras se mueve incómodo sobre sus pies,
todos nosotros esperando a que alguien más se mueva.
La inquietante quietud es casi ensordecedora. El dedo de Briony roza
suavemente el mío por detrás de su espalda, el roce contra mi carne me
produce una sensación distinta. No una de dolor. No de un pasado
horrible. Sino una sensación que conecta las cuerdas del corazón,
uniendo su alma a la mía.
Suelto el arma de su sien, arrojándola al suelo de madera con un
golpe dramático antes de empujarla a los brazos de Baret. Y ya está.
Un grito desgarrador me pica en los oídos, llegando hasta lo más
profundo de mi sangre. La misma sangre que bombea por mis venas y
llena mis músculos de furia mientras golpeo a uno de los hombres que se
acercan. Me defiendo lo mejor que puedo, derribando a uno al suelo,
desgarrando la carne de otro con mi navaja oculta y apuñalando con
éxito a otro en el muslo, antes de que me venzan.
―Enséñale. Enséñale lo que pasa cuando te metes con los poderes
fácticos —murmura Cal antes de darse la vuelta y salir de la habitación
con Saint a cuestas.
Me agarran de los brazos, me empujan hasta ponerme de rodillas y
me golpean por turnos. Me río como un loco en sus caras, escupiendo sus
intentos de arruinarme, incluso mientras mi ojo se hincha y mi
cabellomojado me golpea en la frente, manando sangre de mi cara.
Necesitaban desesperadamente un villano, y ahora les he dado
uno.
Lo último que veo antes de que se apaguen las luces son los brazos
de Baret rodeando a Briony, que grita y se aferra al marco de la puerta
con los nudillos en blanco. Sus dedos se desprenden uno a uno del marco
de madera hasta que la pierdo de vista.
Mi muñeca.
Mi reina.
Mi todo.
He hecho todo lo que sus ojos suplicantes me pedían. He puesto
toda mi fe olvidada en la única que me ha visto por lo que soy. Alguien
digno de todo lo que me han despojado.
Me he entregado para salvarla. Mi destino está ahora en manos de
la única persona a la que he amado.
Y ni siquiera he tenido la oportunidad de hacérselo saber.
Capítulo 54
Venganza desatada

M
e arrancan el corazón del pecho. El órgano sangriento y
palpitante yace ante mí, palpitando y desangrándose
mientras siento cómo se desgarra en pedazos con cada
golpe en su cara. En el lugar donde una vez estuvo, hay un agujero que
me duele con una tortura interna que nunca he conocido mientras Baret
me arrastra fuera de la escena.

Ya estoy perdida sin él.

Tras presenciar cómo los guardaespaldas le quitaban el


conocimiento, lo ataron, arrastraron su cuerpo inerte y sangrante por el
suelo de mi salón ante mis ojos y lo introdujeron en el vehículo que lo
esperaba.

Está vivo. Lo quieren vivo.

Tuve que recordármelo una y otra vez mientras observaba


horrorizada, aferrada a la camisa de Baret, mientras las lágrimas
inundaban mi visión y uno de los guardias vigilaba.
Se sacrificó como el villano que querían que fuera para ahorrarme
tiempo. Una historia beneficiosa, como bien sabe Aero, sirve de mucho
en este mundo de quedar bien sobre el papel de cara al público. Una
jugada de ajedrez para los que juegan al sucio juego de la política. Saint,
el héroe que salvó a la dulce e inocente Briony de un despreciable acto
de violencia en su propia casa. Era el montaje perfecto. La atención, la
culpa, las acusaciones, todo tenía un propósito. Todo llegó a un punto.

Callum Westwood lo tenía todo bajo control y en el bolsillo.

O eso creía él.

―Viniste por mí. —Me aferro a Baret, sujetando su camiseta


universitaria hecha jirones y rota, con su sangre seca embadurnada en el
gris jaspeado.

―En cuanto vi ese mensaje, lo supe. Simplemente supe que algo


estaba mal. No confío en esta gente. —Sacude la cabeza, mirando a Cal
mientras continúa en un susurro―. Nunca lo he hecho.

―¿Qué mensaje? —pregunto en voz baja, mientras Cal y Saint


caminan hacia la parte trasera de la casa.

No he visto mi teléfono desde que me encerraron con Aero en su


casa.

―El que tú me enviaste —me dice señalando.

Arrugo las cejas y le limpio la sangre de la barbilla.

―El de Saint actuando raro, estando a solas con él poniéndote


nerviosa...

Suspiro incrédula, sabiendo que todo ha sido obra de Aero. Él sabía


que esto podría pasar. Lo sabía todo y lo planeó de nuevo. Tres pasos por
delante de todos, como siempre.
―Sé lo que hizo. Lo vi con mis propios ojos —gruñe Baret entre dientes
apretados, abrazándome con fuerza―. No me importa cómo empezó. No
se saldrá con la suya, Briony.

Su furia por mí es reconfortante, pero sólo reitera el hecho de que no


somos de sangre. No estamos emparentados en absoluto, y aun así me
quiere de todo corazón como a su hermana.

Como si oyera los pensamientos que brotan de mi mente, su


expresión se vuelve compasiva y me acaricia las mejillas, con los orificios
nasales abiertos como si quisiera ahuyentar su propio dolor y su lucha.

Él lo sabe. Baret lo sabe. Sabe más de lo que dice. Tal vez esta fue la
razón por la que nunca se quedó con la iglesia y allanó su propio camino.
Tal vez por eso siempre se ha alejado de nuestra religión, pero se ha
mantenido lo suficientemente cerca como para apoyarme a mí y a mis
decisiones. Para cuidarme a su manera. Tengo tantas preguntas sin
respuesta.

―El dijo que me tomara esto. —Baret mira al guardia antes de


deslizarme una bolsita con una sola pastilla en la palma de la mano. Sus
ojos vuelven a los míos y asiente hacia el pasillo―. Al baño, ahora.

Los nervios me tienen en vilo, no estoy dispuesta a confiar en casi


nadie ahora que Aero se ha ido. Debe de notar mi confusión, porque se
inclina hacia mí y me susurra:

―Para que sigas creando tus propias reglas.

Mis propias reglas.

La última vez que dije eso fue cuando Aero y yo hablábamos de


anticonceptivos tras nuestra conversación sobre el embarazo. Me
consiguió una píldora del Plan B para que me la tomara después de que
todo fuera mal, sabiendo que no tomaba la píldora y conociendo las
posibilidades, pero dándome la libertad de tomar mi vida en mis manos
una vez más. ¿Pero cómo podía saberlo Baret? ¿Cuándo...?

―No sé qué está pasando, pero voy a desenmascarar a ese gilipollas


por lo que es —dice Baret, como si volviera a enfurecerse por el suceso.

Desenmascarar a un Westwood es más difícil de lo que él cree.

―No te creerán. Nadie te creerá, Bar. Haz tu papel —susurro en su


abrazo―. Haz el papel que ellos quieren que hagas mientras yo resuelvo
esto como debo hacerlo.

Niega con la cabeza, pero me separo de él y me dirijo al pasillo.

―¡No irás a ninguna parte! —dice el guardia en tono ronco desde el


otro lado de la sala, dando un paso hacia mí.

―¡Voy al baño! —Suelto un chasquido, mis lágrimas fluyen de nuevo


mientras me sujeto la parte de arriba, con peor aspecto.

El hombre se detiene en su sitio, sus ojos se suavizan ligeramente.

―Tenemos un hombre detrás y otro delante. No podrás escapar


aunque, por alguna razón, seas tan estúpido como para intentarlo.

―¡Ella necesita usar el baño, patético de mierda! Cierra ese agujero


en tu fea puta cara y déjala mear. —Baret replica.

Se miran fijamente mientras yo sigo mi camino por el pasillo hasta el


baño de la planta principal. Mi mente es un caos de confusión y
frustración mientras intento pensar en cómo salir de esta.

Al doblar la esquina para entrar en el cuarto de baño, oigo


murmullos de una discusión que tiene lugar fuera de la casa a través de
la mosquitera de la puerta trasera. Deslizándome a lo largo de la pared
en las sombras de la oscuridad, echo un vistazo por el pasillo para
asegurarme de que no hay ojos sobre mí, y me inclino más cerca para
escuchar.

―Me la follé. Me follé padre. Estoy acabado. Se acabó.

Es la voz de Saint. El olor a humo de cigarrillo me llega a la nariz y veo


las sombras de los dos hombres de pie en el patio trasero, cerca del borde
de los arbustos.

―¿Y qué? No importa. Nada de eso importa. Hemos borrado tu


vídeo y tus intentos fallidos. Lo que importa es que volvemos a tener el
control de la situación que has torcido. Lo tenemos bajo nuestra custodia,
y nadie necesita saber nada más al respecto. Baret hará lo mismo si sabe
lo que le conviene.

¿Saint intentó grabarme? Aero debía saberlo, por eso intervino y se


hizo cargo con tanta frialdad.

―¿Y si se queda embarazada? No puedo convertirme en lo que soy


si...

―Como si eso nos hubiera detenido alguna vez —interrumpe Callum


riendo―. Haremos nuestras propias reglas, y ella caerá en la línea. Te lo
debe. —Oigo una palmada en la espalda―. Sé agradecido, hijo. Has
sacado un buen coño del trato y una puta insignia de honor antes de la
inducción. La congregación estará más que bien con el voto unánime
ahora.

―La cagué. No pude hacerlo —dice, sonando derrotado.

El pulso me late en la cabeza, abrumado por la furia.

―Por eso tienes que dejarme pensar a mí y dejar de intentar tomar


el asunto en tus manos. Ya la has jodido bastante.

―La tenía. La tenía abierta y preparada, haciendo cosas para


incriminarse. Estaba tan cerca, pero entonces él vino y dijo que esta era
la prueba. La misma de la que tú y los ancianos siempre habéis hablado.
Se metió en mi cabeza.

Mi puño se aprieta en mi costado, las uñas se clavan en mi carne.

―¿Qué? —Callum pregunta con veneno en la lengua.

―La llamó mi amada mancha. Eres el único que la ha llamado así.

―Te la jugaron, hijo. Jugado como un maldito tonto. No quería que


manchara tu reputación, pero no pudiste mantenerte al margen. No
pudiste mantener tu polla en los pantalones, ¿verdad? —Se burla,
inhalando su cigarrillo―. Tienes suerte de haberme invitado a limpiar el
desastre.

Se oye un fuerte suspiro y se arrastran los pies. Apoyo más mi peso en


el marco de la puerta y ésta cruje. Contengo la respiración y cierro los ojos
con fuerza antes de oírles continuar su conversación.

―¿Adónde se lo llevan? —Saint pregunta en voz baja, y mis oídos se


agudizan―. ¿Le han matado?

Siento el pecho como si me lo atravesara un cuchillo sólo de


pensarlo. El dolor me impide respirar.

―No —responde Cal con calma―. Todavía no. Unos viejos amigos
querían hacerle una visita antes. —Se ríe entre dientes.

Hay una ligera pausa.

―Aw, no te ablandes ahora. No es tu sangre. La suya está


contaminada y estropeada con el ADN de una puta. No es puro, como
nosotros.

Puro como nosotros. La rabia llena mi visión, amenazando con


explotar desde la punta de mis dedos, pero recuerdo las palabras de Aero
durante mis lecciones en el bosque;
―Aprovéchala. Sujétala y moldéala en tu arma, usándola sólo
cuando estés listo.

―¿Qué le harán? —pregunta Saint.

―Destrúyanlo —responde con calma, y le oigo exhalar el humo―. Le


quitarán hasta la última pizca de esperanza que haya fabricado. Robarán
cualquier fragmento de determinación que haya cultivado y lo arruinarán
mientras esté lo bastante vivo para sentirlo.

―Bien —dice Saint, y mi estómago se revuelve con una sensación


nauseabunda.

Aero lo supo todo el tiempo. Siempre había intentado hacerme ver


la luz. La verdad que acecha en los rincones oscuros. Pero yo tenía
esperanzas en Saint. Pensé que era inocente en todo esto también. Pero
él es peor que todos ellos. Ha estado jugando el papel del bueno. Una
serpiente viscosa que se deslizó hasta el corazón de una mujer que
intentaba ver lo mejor en lo peor de las personas.

―No forma parte de esta institución, sino de la infección que


amenaza con desmantelar nuestro lugar en este mundo. Debemos
permanecer unidos y fuertes y cortar las cuerdas que nos retienen.

―Sí, ya he oído eso antes. —Saint se burla―. Y sin embargo, de


alguna manera, todavía salió de la cárcel. Incluso después de asesinarla.

¿La asesinaron? ¿Quién es ella?

―Sí, le hizo un gran favor a Alastor con eso. Esa mujer estaba
dispuesta a arriesgarlo todo para acabar con él por su bebé. Hilarante
giro de los acontecimientos, viendo a Briony tan inmersa en la misma
iglesia que su madre desafió. Pero tiene un irónico sentido del humor, ese
maldito. Acabé contratando a mi propia sangre sin saberlo, sólo para
acabar con nuestro pequeño y decidido descarriado.
Esta avalancha de información está siendo absorbida por mi mente,
pero las piezas del rompecabezas yacen a centímetros de distancia.
Alastor. Bebé. Madre. Iglesia. Extraviada.

No...

―Tiene suerte de haber aceptado sacar adelante mis propuestas,


porque si no forzaría mi dinero contra su adversario político.

―¿Pero cómo sabías que estaría aquí? —pregunta Saint, volviendo


claramente la conversación a Aero―. ¿Con ella? No creerás que estaba
metida en esto, ¿verdad?.

El pánico recorre mi espina dorsal al darme cuenta.

―No seas estúpido, hijo. Esa mujer puede pensar que está decidida
a hacerse un lugar en la iglesia, pero la venganza no está en su sangre. Es
demasiado blanda. Además, ni siquiera conoce a su padre. No hay razón
para que ella tome parte en tu muerte. Su fe nunca lo permitiría. Todo fue
una trampa del infame Aero Westwood —dice dramáticamente―. Él la
usó para llegar a nosotros, pero fracasó.

―¿Cómo?

―Su supuesto amigo nos habló de su paradero y de su enfermiza


obsesión con su 'muñequita', como él la llama. ¿El dueño del club
nocturno del que te hablé? El que podrás visitar una vez que seas obispo.
Sí, trabaja para nosotros. Ahí es donde lo llevan ahora.

Nox. Ese pedazo de mierda lo vendió. Le cortaré la polla. Lo juro.

―El obispo Caldwell está encantado de volver a contar con su


presencia —continúa Callum, divertido en su tono―. Tienen historia, esos
dos.

Mis entrañas se estremecen ante la mención de su nombre. Ese


hombre le hizo cosas horribles a Aero de niño, ¿y ahora va a estar
atrapado en una habitación con ellos? Los demonios que corren libres por
la tierra, utilizando su santidad como un pase exprés para abusar de los
demás. Brady viene a mi mente, y mi corazón se acelera mientras la
sangre que corre por mí arde con ardiente ferocidad.

Los mataré a todos si le ponen una mano encima ahí dentro.

―Bueno, vamos a disfrutar del espectáculo, ¿de acuerdo? —Oigo lo


que parece un pie rozando el hormigón, probablemente Callum
apagando su cigarrillo.

Corro hacia el baño lo más silenciosamente posible y cierro la puerta


tras de mí. Saco la pastilla de la bolsa, me la meto en la boca y la trago
con un poco de agua del lavabo. Miro mi reflejo, los ojos de una mujer
completamente distinta, con un pasado que se apagó. Mi madre me
devuelve la mirada. El azul intenso de mis ojos enmarcados en pestañas,
el cabello negro oscuro que rodea mi cara sonrojada. Decidida como
siempre a desafiar a la iglesia que se llevó a su hija.

Puede que no la conozca, pero su historia está arraigada en mi


sangre. Corre por las venas de una mujer enviada aquí para corregir sus
errores. La misma sangre que arde por la venganza que estoy obligada y
decidida a desatar.
Capítulo 55
El ojo de mi existencia

L
e doy la bienvenida al dolor.

El dolor es necesario.

El dolor me dice que estoy vivo y en la misma tierra que


ella.

Necesitamos estar en la misma existencia. Yo y mi Briony.

Me gotea sangre de la cabeza y el cabello se me queda pegado a


la frente. Tengo el ojo izquierdo hinchado y el labio abierto. La sangre
costra se mezcla con la sangre fresca que me chorrea por la barbilla. Me
han encadenado las muñecas por detrás a una barra de striptease a
través del respaldo de la silla en la que estoy sentada, y rápidamente me
doy cuenta de que estoy en la sala de exhibición, frente a un escenario.

Estoy en el club de Nox.

La luz sobre mí brilla en su singularidad, apuntando directamente al


desastre que soy. Sin camisa, dejando al descubierto la totalidad de las
cicatrices que me han creado, con los pantalones ensangrentados y la
cara contorsionada hasta quedar irreconocible. Todo lo que siempre
quiso.

El guardia que está cerca da vueltas con una carcajada,


disfrutando de la superioridad de estar por encima de uno de los asesinos
más despiadados y letales que probablemente haya conocido. Cree que
ha ganado, su arrogancia se pudre en la sonrisa de suficiencia que luce
en su cara de gorda, sin saber que me he atado voluntariamente ante él.

Se acerca a la mesa de objetos que han colocado a mi izquierda, y


entrecierro los ojos por el único ojo que me queda, fijándome en la botella
de vino que agarra por el cuello. Alguien detrás de mí me tira de la parte
superior del cabello con fuerza antes de que me sacuda bruscamente
hacia atrás. Mi cuello se dobla en un ángulo incómodo, girando mi cara
hacia la luz, y la sombra de un hombre sobre mí se hace visible.

―Ah, mi dulce, dulce niño. —Chasquea la lengua―. Hace muchos


años que no nos vemos. —Se inclina hacia un lado de mi cabeza,
susurrándome al oído en un tono que hace que mi columna se
estremezca con recuerdos rotos de mi torturado pasado―. He echado
mucho de menos nuestras clases.

Obispo Caldwell.

Me han metido en la boca del lobo, llena nada más que de los
demonios de mi pasado.

Tiro de mis ataduras, lucho contra el agarre de mi cabello mientras


doy todo lo que tengo para liberarme de sus garras, pero me duelen
todas las partes del cuerpo cuando intento retorcerme y girar. Las costillas
se rompen y los tendones se desgarran en la jaula a la que me he arrojado
voluntariamente.

A menudo hay que hacer sacrificios por el bien del pueblo. Así que
aquí estoy, ofreciéndome con la esperanza de que ella encuentre esa
fuerza que he alimentado y fomentado para salvar al hombre que la
demanda sin cesar.

―No voy a mentirte —empieza de nuevo, dando vueltas hacia


delante de mí mientras el guardia de detrás me agarra de la parte
superior del pelo, sujetándome de nuevo―. Estoy encantado de haberme
enterado de que has perdido la fe. Que te has alejado de Cristo y de la
santidad de tu religión.

Aguanto el dolor y le miro con el único resquicio de visión que me


queda.

No ha cambiado. Ha envejecido, de eso no hay duda, y eso se nota


en los surcos violáceos que tiene bajo los ojos y en la piel flácida que le
cuelga bajo la barbilla. Sus antiestéticas verrugas le han crecido en la
barbilla y el cuello, pero sigue luciendo el mismo rostro inquietante de
bondad, esas mejillas sonrosadas y redondas, cubiertas de bondad
artificial.

―Hace que tu resurrección sea aún más entretenida —dice con una
sonrisa sombría.

Le pasa la botella de vino al guardia que está encima de mí y le


hace un leve gesto con la cabeza.

―La sangre de Cristo —comienza, levantando los dedos para


bendecirme con la señal de la cruz.

El guardia me sujeta la cabeza hacia atrás antes de colocarme un


paño blanco sobre la cara. Sin previo aviso, el vino se derrama sobre mí,
llenándome la boca y la nariz de un sabor amargo y astringente. El alcohol
me quema los cortes mientras toso y me atraganto contra el líquido que
se derrama lentamente, luchando en vano contra mis ataduras.

Inhalo un poco, como era su intención, y se me hace un nudo en la


garganta al toser. Por fin se acaba la botella y, antes de que pueda tomar
el aliento que tanto necesito, me arrancan la tela de la cara y siento la
fuerza brusca y contundente de la botella romperse contra mi cabeza.

Risas y conversaciones llenan de nuevo el espacio mientras la


oscuridad se retira lentamente de mi nublada visión. Más voces saltan a
mi alrededor y el zumbido en mi cabeza va desapareciendo poco a
poco.

Siento como si me ahogara en la superficie con la opresión del dolor


en el pecho y el ardor en los pulmones. Cada inhalación es un dolor
agudo y punzante que me golpea los costados. El olor a hierro llena mis
fosas nasales, sustituyendo al vino agrio, antes de darme cuenta de que
es mi propia sangre lo que estoy inhalando.

Me rompieron la nariz, entre otras cosas, mientras estaba


inconsciente. Mi muñeca yacía flácida en las esposas, sin sensibilidad en
los dedos. Debía de llevar un buen rato inconsciente.

―Pensé que te habíamos perdido por un segundo —me dice la voz


bulliciosa del único Alastor Abbott. Me da una palmada en el hombro que
me produce un dolor agudo y punzante en el brazo―. Necesitamos ver la
desesperación en tus ojos muertos para que esto funcione. Me alegra ver
que has vuelto justo a tiempo para tu sorpresa.

Gimo, pero el cinturón en la boca que me han atado a la nuca me


impide replicar con la rabia que siento.

Saint se sienta en el borde del sofá, junto a mí, y sus ojos se desvían
hacia él, aunque parece que apenas puede soportar mi presencia.
Puede que no sea tan despiadado como su padre, Alastor, o incluso el
obispo Caldwell, pero su reticencia a defender lo que es correcto siempre
ha sido su perdición.

Si él está aquí, entonces ella no puede estar muy lejos.


El obispo Caldwell se levanta de la mesa, llevando algo en las
manos.

Intento parpadear la sangre de mi único ojo utilizable.

―Y si uno está enfermo, que llame a los Ancianos de la iglesia, y que


ellos recen sobre él y lo unjan con el aceite en el nombre de Nuestro Señor
—profesa, agitando el familiar recipiente de cristal que tiene en la mano
con un paño blanco envuelto alrededor―. Y la oración ofrecida con fe
restablecerá al enfermo. El Señor lo resucitará. Si ha pecado, será
perdonado....

Es el sanctum chrism. El aceite consagrado utilizado para los


sacramentos y las funciones eclesiásticas. Pero el vaso está lleno de
condensación, lo que significa sólo una cosa.

―Eso es lo que eres, ¿verdad, hijo? ¿Un enfermo? —Hace un gesto


con la cabeza al hombre que está detrás de mí, y el cinturón que tengo
en la boca se suelta antes de ser arrojado al suelo bajo nosotros.

Alastor se ríe con Callum a mi izquierda, disfrutando de la tortura


enfermiza y retorcida mientras giro mi dolorida mandíbula.

Caldwell se inclina ante mí, todavía con la sotana puesta sobre su


vientre asquerosamente redondeado, esperando algún tipo de
respuesta.

―¿Estás enfermo, hijo mío?

El cariño inunda mi sistema de caos y una necesidad inherente de


destrucción mientras mi sangre corre caliente por mis venas.

―No tengas miedo de responder. El Señor está aquí. —Sonríe,


mirando alrededor de la habitación―. Está aquí para oír tus súplicas de
perdón. Para escucharte suplicar por tu misericordia de mi mano.
Me desgarran los recuerdos del niño que fue sometido sin cesar a
este tormento durante años. El chico que luchó incansablemente por su
cuenta para vengar a mi madre y a la suya. El chico que ha permitido
que este hombre tome y tome continuamente. Mi libertad. Mi placer. Mis
esperanzas de un futuro que contuviera alguna versión del amor.

―Estoy más enfermo que nunca —me regodeo con mi mirada fija
antes de escupirle a la cara.

Alcanza el pañuelo que Callum le tiende, la decepción ensuciando


su cara engreída y redonda. Mi dura mirada conecta con la de Saint en
el sofá, y la retengo un instante antes de que empiece a arderme la
carne.

Un gemido ahogado sale de mi garganta y aprieto los dientes para


evitar el dolor. El aceite caliente y abrasador se desliza lentamente por mi
torso, quemando un rastro de carne a medida que se asienta. Me entran
ganas de limpiarlo, de escapar del dolor, pero mi mente lucha contra las
abrumadoras señales de dolor.

Respira por la nariz.

Mira sus ojos amables y cariñosos ante ti.

Huele el fresco aroma de la manzana en su delicioso cabello recién


lavado.

Siente su carne aterciopelada y cálida bajo las yemas de tus dedos


al rozar sus curvas.

Escucha sus suaves zumbidos de relajación.

Otro chorro de aceite me cubre el pecho y mi cuerpo se tensa antes


de volver a realizar mi proceso de meditación para sobrevivir.

Oigo abrirse la puerta y cerrarse lentamente a mi izquierda, mientras


los pasos arrastrados de otro hombre entran en la habitación.

―Los dos siguen ahí —murmura Nox a alguien detrás de mí.

―Bien —responde Cal―. No debería tardar mucho aquí.

Siento cómo otro chorro del aceite caliente desgarra mi carne, y un


suspiro frustrado sale del pecho de Caldwell.

―Vamos, hijo. Grita por mí como solías hacerlo. Deja de aguantarte.


—Me quita el cabello de la frente con la mano libre antes de acariciarme
la mejilla, inclinándose hacia delante hasta que estamos cara a cara―.
Solía ponérmela tan dura por esos dulces gemiditos —susurra en un tono
inquietantemente tranquilo.

Sacude la cabeza, decepcionado por mi falta de agonía, mientras


sigue extendiendo el aceite hasta llegar a la parte superior de mis muslos.
Tiro de los brazos contra las esposas y respiro con dificultad por la nariz,
con el cuerpo tembloroso por el tormento incesante. El calor me escuece
al penetrar en la tela de mis vaqueros oscuros, y veo el vapor que sale de
mi regazo, acentuando el dolor.

En ella. Piensa en ella.

Sus delicados dedos recorren con seguridad mi abdomen con su


suave tacto. Seguro.

Una vez vaciado el vaso y vertido sobre mí, lo coloca junto con el
paño sobre la mesa. Sus ojos abrasan mi cuerpo con más fuerza que el
aceite mientras toma su mano y se frota sobre la sotana.

―Creo que ya está listo para su baile erótico, ¿no crees?. —pregunta
Callum, con una sonrisa de satisfacción en la cara mientras mira mis
muslos quemados y pintados con aceite―. Creo que todos lo estamos. —
Mira al resto de los hombres.
El obispo Caldwell se sienta en un sillón reclinable de cuero a mi
derecha, sus ojos me atraviesan mientras continúa con su demente
autoplacer.

Callum se coloca a mi derecha con los brazos cruzados y Alastor


toma asiento junto a Saint. Las luces del escenario principal se encienden
y un resplandor ámbar resalta la barra de striptease de la plataforma ante
nosotros.

―Esto te va a encantar, hijo. —Callum asiente a Saint antes de que


sus ojos se posen en el escenario en fila con todos los demás.

―Ah, sí. Mi dulce, dulce Brandi —tararea Alastor en señal de


aprobación.

―Favorito de los fans —Callum se ríe a mi lado―. Vamos a burlarnos


de este hijo de puta, ¿de acuerdo? —Sonríe a los hombres―. Colgadle
este último trozo de coño delante de la cara antes de que la jodamos de
una puta vez.

Parpadeo más sangre de mi único ojo que funciona cuando veo la


silueta de Brandi en el escenario ante nosotros.

Parece que va vestida con su atuendo normal para apaciguarlos.


La falda corta de cuadros verdes y negros, el top blanco atado, las
medias abrochadas, el crucifijo de gran tamaño colgando del cuello y la
peluca negra corta hasta la barbilla para rematar.

Está de espaldas a nosotros mientras el bajo de la música retumba


en el pequeño espacio de exposición. Comienza una canción sexy y
pausada mientras Brandi se agarra a la barra que tiene detrás. Desliza su
cuerpo ante el poste, parece hacer el amor con el aire que la rodea
mientras continúa con su tentadora provocación, su cuerpo rodando con
una energía embriagadora.
Los hombres se fijan en ella, caen en su trance. Un tigre bajo la
fachada de un gatito. Pero nunca he sabido que Brandi aguante el ritmo,
sólo acepta dinero y permite que los hombres malvados sigan
complaciéndose en sus pecados.

Estudio atentamente sus movimientos, observo cómo se hunde cada


vez más en la barra, cómo sus piernas se separan hasta que sus muslos se
abren y se balancea sobre sus tacones de plataforma. Arquea la espalda,
se pone en cuclillas sobre los tacones y endereza las rodillas lentamente
hasta doblarse. Agarra la barra por detrás y se desliza por el metal
brillante, levantando el dobladillo de la falda para dejar al descubierto el
borde de su culo redondo y perfectamente tonificado, con la barra
directamente entre las nalgas.

Los hombres gimen y ríen de placer cuando ella rodea lentamente


el poste sobre sus tacones, merodeando como una majestuosa leona,
sigilosa por naturaleza.

Está mirando al escenario mientras da vueltas; el cabello corto de su


peluca negra le cubre la cara.

No levanta la vista.

―¡Llévale a la iglesia, Brandi! —grita un guardia.

La música estalla en un salvaje ritmo erótico justo a tiempo para que


ella apoye la barbilla en el hombro, con la mitad de la cara oculta tras el
poste.

Un ojo azul penetrante y toda una galaxia de rabia incalculable.

Me devuelve la mirada con la mirada más seductora, más


posesivamente salvaje.

Con esa sola mirada, todo mi mundo cambia de eje.


Me quedo helado. Sin aliento y completamente asombrado
mientras vuelvo a mirar a los ojos de mi existencia.

Esa mirada lo dice todo.

Somos nosotros.
Capítulo 56
Guarida de la Muerte

R
espira por la nariz.

Visualiza sus ojos duros clavados en los míos, dándome


poder sin palabras.

Oler el cuero acre de su chaqueta y el azufre


descarnado de las infames cerillas que sostenía entre los dientes,
dispuestas a incendiar mi mundo dándome fuerzas para golpearlas.

Siente la aspereza de los callos masculinos acumulados en sus


manos mientras agarran con firmeza mi suave carne.

Escucha el suave suspiro de reticencia que sale de sus labios cuando


tus dedos recorren su piel desgarrada, aprendiendo por fin a aceptar el
tacto amoroso.

Con el ritmo cardíaco ralentizado y la baba derramándose por mi


barbilla, abro los ojos a la oscuridad del maletero, utilizando todos los
sentidos disponibles que tengo.

Después de tragarme la pastilla en el cuarto de baño de nuestra


casa familiar, salí y me encontré con que la seguridad de Callum ya
estaba atando a Baret con la cremallera mientras éste gritaba contra la
cinta adhesiva que lo silenciaba. Sabía que no sería fácil, pero por suerte
para mí, Aero iba por delante. Ya me había enseñado qué hacer.
Condujeron salvajemente, tirando juntos nuestros cuerpos en la
parte trasera de un maletero ennegrecido. Sentí pánico junto a Baret, que
se agitaba violentamente, gritando obscenidades ahogadas en su cinta.
Cuando el vehículo se detuvo por fin, inspiré hondo para calmarme y mi
mente se dirigió hacia él.

Aquellos días que pasé con Aero a solas en su cabaña fueron nada
menos que una experiencia educativa que me ha traído hasta este
momento. No perdimos ni un minuto de tiempo juntos. Había aprendido
toda una vida de información en una sola semana. Todo era un juego
para él, o eso creía yo. La persecución en el bosque, ser atada y utilizada
a su merced, ser atendida después mientras todo lo que había aprendido
durante nuestras lecciones era desmenuzado. Desde el movimiento de mi
muñeca lanzando las cuchillas hasta la habilidad para escapar de sus
trampas, aquí estoy sentada, contorsionada en la parte trasera de este
baúl, sentada sobre una mina de oro de habilidades preparadas para
liberarnos. Para liberarlo a él.

Siempre había sabido que llegaría este momento.

El momento en que por fin se soltaría y vería cómo su capullo florecía


hasta convertirse en su rosa salvaje, sangrando nada más que fuerza y
coraje por sus pétalos. El tallo, construido con las espinas más destructivas
del empoderamiento que jamás había conocido. Un guerrero surgiendo
de la suciedad de la institución destinada a asfixiarme.

Siempre se equivocaron con él. Siempre mantuvo su fe.

Su fe en mí.

Había dejado las muñecas una al lado de la otra mientras me


ataban con la cremallera en la casa, para asegurarme de que, cuando
nos llevaran, sería capaz de zafarme de ellas, tal y como él me había
enseñado. Efectivamente, al juntar las palmas de las manos, pude crear
un poco de espacio para zafarme de ellas, con una mano cada vez. Me
quito la cinta de la boca y miro a Baret.

―Shhh, calma tu respiración. —Le pongo la mano en la cara


mientras se agita y murmullos confusos salen de su garganta.

Finalmente hace lo que le pido antes de que le arranque la cinta de


la cara, tragándose su dolor mientras tanteo a su alrededor en busca del
pestillo del maletero.

―¡Joder, Briony! ¿Cómo has...?

―Vamos a salir de aquí —interrumpo, decidido como siempre.

―Espera —dice sin aliento. Suspira pesadamente, y prácticamente


puedo sentir la culpa en su pausa―. Lo siento.

Algo me inunda. No es ira por un pasado que aún tengo que


aprender. Es comprensión.

―Lo siento mucho, joder. Debería haberte dicho lo que había


descubierto. Que tú y yo no éramos realmente...

―Lo somos. —Le detengo―. Eres más mi familia que cualquiera que
haya conocido.

Sacude la cabeza, no quiere mirarme, el remordimiento le invade


claramente.

―Me has protegido, a pesar de las verdades que me ocultaron. Has


seguido siendo alguien fijo para mí en un mundo del que tú mismo no
querías formar parte.

Baret abandonó la Academia The Covenant en cuanto pudo,


persiguiendo sus propios objetivos en la universidad cercana. Nuestros
padres lo permitieron a regañadientes después de que le pillaran
acostándose por ahí y bebiendo, haciendo cosas que hacían la mayoría
de los adolescentes normales. Para ellos, él no era el elegido. Era yo.
Planearon toda mi vida para que yo fuera el faro de la fe de nuestra
familia. Para continuar la misión de caer silenciosamente en línea. Pero de
lo que no se habían dado cuenta era de que mi misión no estaba
destinada a ellos. Mi misión siempre había sido desvelar la naturaleza rota
del sistema construido sobre mentiras, desenterrando los horrores de su
interior. Dada la garganta por la que se me permitía gritar.

―Hay tantas cosas que no entiendes —comienza―. Siempre te ha


vigilado... desde lejos, mientras yo lo hacía desde dentro.

Baret sabe de la existencia de Aero. Hasta qué punto, no lo he


descubierto. El único razonamiento que puedo imaginar es que Aero lo
quería así. Siempre he estado protegida, las verdades afloraban a su
debido tiempo, cuando era lo bastante fuerte para aceptarlas. Para
creerlas como hechos.

Por suerte, el auto en el que nos han metido es un modelo más


nuevo, como sospechaba, lo que me deja tantear el espacio oscuro con
la mano libre hasta que las puntas de los dedos barren el pestillo de
seguridad. No era una lección de Aero, sino de mi pequeño arsenal de
conocimientos.

―De verdad que merece la pena tener un hermano mayor al crecer


—susurro para mis adentros mientras tiro del cordón y abro el cierre del
maletero.

No es el primer baúl en el que me encierro. Gracias, Baret.

Baret se ríe a mi lado con incredulidad.

―¿Quién iba a pensar que mis maneras de ser gilipollas darían sus
frutos algún día?.

La cerradura se abre cuando tiro del pestillo, pero el maletero en sí


no.

Joder.

Empujo el codo contra el capó e intento levantarlo, pero una


especie de peso lo sujeta.

―Gírate conmigo. De espaldas —susurro, poniéndome en posición―.


Arquea la espalda y patea hacia arriba.

Con un espacio mínimo, plantamos los talones y empujamos. Con la


fuerza suficiente, conseguimos levantar el capó el tiempo suficiente para
que yo pueda escabullirme antes de que el maletero vuelva a cerrarse
sobre Baret. Oigo una maldición ahogada procedente de él mientras
ruedo bajo el vehículo, haciendo crujir trozos de cristal roto en el proceso,
y evalúo mi situación.

―¿Estás bien? —me pregunta desde arriba.

El callejón está oscuro, pero no veo a nadie.

―Bien, B —digo, golpeando el lateral de mi puño bajo él.

Rápidamente, me hago un lío con los cordones de los zapatos y me


desato las botas para quitarme la cremallera de los tobillos. Después de
registrar la casa en busca de armas, el agente de seguridad que
acompañaba a Callum acabó llevándose las únicas que llevaba encima.

Salgo de debajo del vehículo y reconozco el callejón en el que


estamos. Es el mismo callejón fuera del club nocturno de Nox. Ese cabrón
literalmente les dio el lugar para torturarlo. Dios, cuando lo vea...

La ira penetra en mí, envenenando mi torrente sanguíneo mientras


busco en el auto vacío. Al abrir la guantera, descubro que los idiotas
compilaron mis cuchillos dentro. Por lo visto, no hace falta tener cerebro
para ser el músculo que rodea a los poderosos.
Casi me da asco; hasta qué punto me subestimaron de verdad a mí
y a mis capacidades.

Pero ahora me beneficia, así que lo usaré.

Después de empujar los bloques de hormigón del maletero del auto


que esos idiotas deben de haber cogido del callejón para “asegurarse”
de que nunca escaparíamos, ayudo a Baret a salir del maletero,
ayudándole a liberarse de sus ataduras. Se aleja mientras empiezo a
volver a colocar los pesados bloques de hormigón encima del maletero.

―¡Vamos! —susurra, rodeando el auto―. ¡¿Qué estáis haciendo?!


Necesitamos ayuda.

Me mantengo firme en mi sitio.

―¡Briony! Vamos! —suplica, su tono tenso.

Sacudo la cabeza una vez.

―No hay tiempo suficiente.

Justo cuando murmuro estas palabras, oigo el chirrido de la puerta


lateral del club al abrirse. Agarro a Baret por la camisa y tiro de él hacia
la pared de ladrillo que hay detrás de mí, en las sombras. Nos sellamos
contra los ladrillos fríos y mellados, conteniendo la respiración, mientras la
silueta de una figura oscura se cierne cerca.

Un hombre se acerca al vehículo e inspecciona los bloques. Su


cabeza se inclina hacia un lado cuando observa el que yace en el
pavimento. El que aún tenía que sustituir. Mierda. La luz de la farola
cercana apenas ilumina su cabeza cuando vuelve a erguirse. Afeitado.
Tatuado.

Es el maldito Nox.

Mi pulso late con un odio ardiente hacia el hombre que tan


claramente engañó a la persona que amo.

Baret se desliza desde las sombras contra el ladrillo e intenta


alcanzarme, pero me escabullo de su alcance. Agarro la navaja con la
mano y rápidamente rodeo con el brazo la parte delantera de Nox,
dirigiendo la afilada hoja directamente contra sus pelotas.

―Dime una buena razón por la que no debería cortarte esa polla de
lápiz tan usada ahora mismo —aprieto entre dientes.

Respira hondo y alza las manos a su lado. Presiono aún más la hoja
contra sus vaqueros, asegurándome de que sienta lo serio que voy.

―Joder... no. Por favor —suplica, con el pecho agitado y la voz


entrecortada―. Briony, cariño, por favor. La polla no. Cualquier cosa
menos la polla.

Presiono más la hoja contra sus cojones.

―¡Oh Dios, esos tampoco!

Su desesperación me excita. Disfruto con sus súplicas y sus tristes


gritos de auxilio, así que aprieto un poco más, sin duda cortando algo.

―Las manos en el techo —exijo.

Le registro rápidamente con la mano libre y encuentro una pistola


solitaria en la parte trasera de sus vaqueros, bajo el cinturón.

―¿Dónde está? —Exijo, lanzando Baret el arma de detrás de mí.

La atrapa contra su pecho y me mira con los ojos muy abiertos, con
cara de asombro por mi comportamiento, antes de darse cuenta
rápidamente de lo que estoy haciendo. Da una vuelta a nuestro lado y
apunta a Nox con el cañón.

Nox deja caer la cabeza entre los hombros, con los brazos apoyados
en la superficie del auto ennegrecido, y una risa inquietante llena el aire
entre nosotros.

Se gira para mirarme, su espalda cae contra el auto mientras su


sonrisa espantosa me encuentra.

―En la boca del lobo —dice con naturalidad, moviendo la cabeza


con resignación―. Exactamente como él lo diseñó.

Mis cejas bajan, mi hoja sigue presionando firmemente contra su


paquete.

Suspira, su sonrisa torcida cae en una mirada de abatimiento.

―Pero no la polla. Me he encariñado mucho con ella a lo largo de


los años. Como muchos otros.

Baret tiene una expresión contorsionada dirigida a Nox. Es un alma


extraña, de eso no hay duda.

―Llévanos allí. Méteme dentro —gruño, con el labio curvado


mientras hago mis peticiones.

Su espeluznante sonrisa se ensancha de nuevo en su rostro tatuado


mientras me mira con lo que sólo puedo suponer que es pura excitación.
Un asombro emocionante.

―Por aquí, muñeca.

Nunca había matado a nadie. Lo había imaginado sin cesar en esos


bosques. La corteza del roble macizo, mis víctimas. Pero me imagino que
es mucho más fácil que lo que estoy a punto de hacer.

De pie, con el falso uniforme, los tacones negros de plataforma que


me llegan hasta los tobillos y la peluca bien ajustada a la cabeza, me
parto los nudillos, dando un último suspiro mientras la luz ámbar de arriba
me ilumina hasta la habitación. Haciendo girar mi cuerpo al ritmo sensual,
encarno a la mujer en la que él me ha ayudado a convertirme. Alguien
que es dueña de su sexualidad; que se siente empoderada por ella. Una
mujer que sólo se enorgullece de las curvas de su cuerpo. Doy a estos
demonios todo lo que imagino que querrían.

Sacudiendo el culo desnudo contra el poste, me agacho para tocar


el borde de los tacones de plataforma, asegurándome de que la navaja
está bien sujeta. No parecen darse cuenta de que no soy la habitual que
aparentemente frecuentan.

Supongo que un culo es un culo para esta gente.

Dando vueltas alrededor del poste, intento ocultar mi identidad,


ensombreciendo mi rostro bajo el borde de la peluca negra picada, pero
mi pecho prácticamente se hunde sobre sí mismo cuando por fin le veo.

Allí está sentado, atado a una silla, ensangrentado y molido a


golpes.

Me preocupa haber llegado demasiado tarde, haber tardado


demasiado en llegar hasta él, antes de ver cómo su pecho se agita y su
cabeza baja aún más, sometiéndose casi por fin a mis manos. Sabiendo
que está a salvo en esas mismas manos a las que acaba de
acostumbrarse.

Su mirada directa sella su destino contra el mío desde el otro lado


de la habitación, y todo mi ser se enciende.

Es totalmente metafísico cómo podemos sentir la presencia del otro


simplemente por la energía resonante. Igual que yo sentía su electrizante
presencia en el aire antes de conocernos de verdad, él puede contar
cada latido del corazón que grita por él en cualquier habitación en la
que resida.

Estamos tan unidos como pueden estarlo dos cosas rotas. La


profundidad de sus grietas sellando el destino de las mías.

Y juntos, en la guarida de su propia desaparición, sellaremos el suyo.


Capítulo 57
Lealtad

E
stremecedor.

Briony me está cegando con su cruda sexualidad. Se


adueña de todo lo que he intentado encarnar con ella
mientras se desliza por el escenario, agarrándose a la barra
mientras su pequeño y apretado cuerpo cae en picado. Sus caderas
ruedan, un remolino embriagador de sexo puro, antes de que su merodeo
felino se centre en mí.

Su cuerpo es deseo líquido mientras se mueve. Olas de delicioso arte


penetran en los confines de la sala, aturdiéndolos en su trance. No tiene
nada de refinada. Su sexualidad es primaria y abiertamente obvia. Nada
sometida a los confines de las normas sociales. Aquí, en este club, puede
ser exactamente quien necesita ser, sin inhibiciones.

Marcha con confianza por el escenario al ritmo de las notas eróticas


que retumban en mi pecho. A medida que me gana terreno, mi mirada
se posa rápidamente en los hombres. Los charcos de saliva bien podrían
estar bajo sus posiciones. Están fijos en ella. Su aura sexual cautiva todas
las miradas.

Todos menos uno.


Cal da un paso atrás y se lleva la mano al bolsillo cuando su teléfono
se enciende en sus pantalones de vestir. El cabello engominado le cae
sobre la frente como puñales furiosos y las arrugas forman líneas duras y
ásperas. Sus ojos se entrecierran en la pantalla mientras una sonrisa se
dibuja en mi cara. La sangre costrosa se cubre con nuevos rollos de rojo
rezumante, pintándome como el loco que realmente soy ante la
deliciosa verdad.

Ha salido.

Briony finalmente acorta la distancia que nos separa, y yo la miro


admirablemente bajo mi rostro magullado y golpeado. En una habitación
llena de los peores hombres, de alguna manera he convocado al único
Dios que queda para salvarme. Mi hermosa muñeca sucia. Mi salvaje
gracia salvadora. Mi dulce y destructiva Briony.

Me preocupaba que al verme se derrumbara de tristeza, de miseria,


por un hombre que ha compartido la historia traumática de su vida. Pero
en el tiempo que hemos pasado juntos, se ha hecho fuerte. Lo veo en la
forma en que esos ojos azules se iluminan con llamas de dulce y
despiadada venganza. Su dolor se ha transformado en una rabia infinita,
y la confianza que desprende hace que mi polla amenace con hincharse
bajo los charcos de sangre a los que me han sometido, a pesar de las
circunstancias.

Se inclina hacia delante, mostrando el culo a los hombres que la


rodean y sacando la lengua de entre los labios. Me lame la sangre del
cuello y yo me resisto a gemir apretando los dientes. Sus dulces labios
encuentran mi oreja y la lamen antes de susurrar:

―Eres un maldito genio.

Por fin comprende mi sacrificio, mi necesidad de rendirme. Mis


razones para someterme voluntariamente al tormento y al dolor.
―No —le susurro, manteniendo la mirada baja―. Sólo se me pone
dura por un final dramático.

Sonríe antes de darme la espalda y colocarse a horcajadas sobre


mí, echando una pierna por encima de la silla. Presionando su espalda
contra mi pecho desnudo y ensangrentado, evita mi regazo poniéndose
en cuclillas sobre mis muslos.

―Me has traído todos mis favoritos —me susurra, su mano se acerca
a mi nuca mientras su cuerpo se balancea en esas ondas
embriagadoras―. Una venganza deliciosamente enfermiza.

―Pescado en un cubo, nena. —Siseo de dolor cuando se frota


contra la carne en carne viva de las quemaduras de aceite―. ¿Estás lista
para cazar?

―No he venido aquí a cazar. —Se levanta de nuevo y se vuelve


hacia mí. Su pierna se levanta y se apoya en mi hombro, colgando
seductoramente mientras me agarra el cabello de la parte superior de la
cabeza. Inclinando el cuello hacia un lado, hago una mueca de delicioso
dolor mientras ella susurra―. He venido a torturar.

―Está bien, está bien —interrumpe Alastor en su tono bullicioso,


cortando la música y levantándose del sofá. Tira de Saint por el codo,
obligándole a levantarse―. No podemos dejar que su hermano se
divierta. Dejemos que este joven tenga su turno.

Briony se acerca a la mesa de herramientas que los hombres han


preparado para torturarme. Alastor empuja a Saint en su dirección.

―Adelante hijo, haz que tu padre se sienta orgulloso.

Saint se mueve sobre sus pies, aparentemente nervioso mientras tira


del cuello de su camisa de uniforme, ahora arrugada. Sus ojos me miran
de nuevo al pasar, encontrando mi mirada bajo el cabello empapado en
sangre. Briony pone las palmas de las manos sobre la mesa, arqueando el
culo hacia él, ofreciéndose a él por segunda vez esta noche.

Si salgo vivo de esta habitación, estaré limpiándola de su presencia


durante semanas.

Se inclina sobre su trasero, plantando las palmas de las manos sobre


la mesa, rodeándola mientras su padre sacude la cabeza ante su
teléfono desde el otro lado de la habitación, pasándose una mano por el
pelo. Briony rueda sus caderas en la ingle de Saint, burlándose de él con
su culo mientras el resto del grupo observa con excitación, ululando y
gritando por el joven Saint para sumergir su polla en el mar de la
fornicación sucia.

―¡No, no, no! —Callum grita bruscamente desde la esquina oscura,


los ojos acalorados en su teléfono mientras se da la vuelta para salir de la
habitación.

Todo sucede muy deprisa.

Briony desliza las manos por la mesa y agarra lo que parecen unas
tijeras y una hoja de bisturí de entre las herramientas utilizadas para
atormentarme.

Saint grita de dolor agonizante cuando Briony le clava ambas manos


en la mesa con los objetos, inmovilizándole de hecho contra la madera
que hay bajo él.

Callum salta, retrocediendo hacia la puerta, sacando una pistola de


su espalda mientras Nox irrumpe por la entrada de la habitación con una
pistola apuntándole de nuevo.

Briony sale de debajo de la postura de Saint y coge otro cuchillo del


interior de su bota de tacón alto, enviándolo directamente al cráneo de
uno de los guardaespaldas de Cal que se le acerca por detrás. Él se
tambalea sobre sus pies antes de caer de espaldas sobre el hormigón que
tiene debajo, como un muro que se derrumba, mientras ella levanta
rápidamente y sin esfuerzo una rodilla y coge otro cuchillo de debajo de
la falda.

Con la precisión de una experta asesina, clava el cuchillo en el


pecho del otro guardaespaldas. Su entrenamiento brilla a través de sus
fluidos movimientos. Él grita, agarrando la hoja que está clavada
directamente en el centro de su pecho. La saca y la arroja al suelo con
un sonoro estruendo, avanzando a paso ligero, con su mirada mortífera
clavada en ella mientras saca una pistola de su costado. Ella se mantiene
erguida ante él, con la barbilla levantada, mirándole desafiante. Le
apunta con la pistola y ella cierra los ojos.

Tiro violentamente de mis esposas, necesito liberarme antes de que


pueda hacerle daño, aunque eso signifique arrancarme los brazos por los
hombros. Pero antes de que me adelante, el guardia da dos pasos más,
tropezando ligeramente antes de que un disparo desde el otro lado de la
habitación le valga un balazo en la nuca. La sangre del hombre salpica
la cara y el cuello de Briony, que se sobresalta. Callum parece totalmente
aturdido mientras el cañón de Nox permanece fijo en él, ambos con los
brazos extendidos, las armas listas para disparar.

El obispo Caldwell jadea horrorizado cuando Baret sale de detrás de


la zona del escenario, con su propia arma humeante apuntándole
directamente a él y a su intento de escapar. Sus viejas manos decrépitas
tiemblan ante él mientras se rinde de rodillas como el maldito cobarde
que es.

Alastor saca una pistola de la chaqueta de su traje y se abalanza


sobre mí, colocándola contra mi sien.

―Ahora, ahora, ahora... —dice con calma, mirando alrededor de la


habitación―. Vamos todos a respirar hondo antes de que alguien
importante salga herido, ¿eh?

Sus ojos se centran en Briony mientras fuerza el cañón contra mi sien,


dando a conocer sus insinuaciones. Soy su palanca.

Se queda sin aliento, con una rabia enloquecedora que emana de


sus llamativos ojos azules.

―Tú, rata de mierda —le dice Callum a Nox, con las armas
apuntándose el uno al otro―. ¡Y tú! ¡Estúpida perra callejera!

Me aflojo el cuello ante el sentimiento dirigido a mi Briony mientras


se tira la peluca a los pies, sacudiendo sus largos mechones negros de
firma. Saint se queda mirando con cara inexpresiva, atónita al darse
cuenta.

Sintiendo que la oscuridad se apodera de mí, amenazando con


liberar la misma rabia que tanto me he esforzado por moldear, mantengo
la mirada fija en ella para calmarme.

―¡Cómo te atreves a infiltrarte y engañar a mi hijo! Lo pagarás. ¡Te


arrepentirás de esto por el resto de tu miserable e inútil puta vida!

Todos estamos paralizados. Los nervios están a flor de piel mientras


la energía de la sala se transforma en terror en los rostros circundantes.

Nox se ríe.

―Bueno, mi lealtad siempre ha estado con los marginados. Huesos


me convenció de la idea—. Se encoge de hombros―. Era creativo y
sonaba divertido. Las cosas tienden a volverse repetitivas por aquí.

Me muerdo la sonrisa. El hombre está más loco que yo.

―¿Así que esto fue idea tuya? —Callum dirige la pregunta hacia mí―.
Tu plan desde el principio. Traernos a todos aquí juntos, ¿eh? Conseguir tu
dulce venganza de niño roto porque tuviste una puta por madre.
Los dedos de Briony se cierran en apretados puños, su labio se crispa
mientras las brasas de su alma se encienden y la venganza es la única
llama que arde.

―Has jugado conmigo y con mi dinero —gruñe Alastor, mirándome.

Se levanta y me golpea con la punta roma de su arma. Mi cabeza


se desvía hacia un lado, la sangre brota de mi boca, y Briony carga contra
él.

―No lo hagas. —Digo al suelo, escupiendo más sangre.

Obedece de inmediato mi orden y se detiene en su sitio. Necesito


que Alastor me apunte a mí y no a ella.

―¡Yo te saqué! Estás en deuda conmigo. ¡Mi arma! —Alastor


continúa.

Una risita seca sale de mi garganta. Crece y crece hasta que


empiezo a reír histéricamente. La cabeza se me echa hacia atrás y la
sangre que me entra por la boca se me derrama por la garganta.

―Lo hice. —Continúo riendo―. Hice de ti. Hice de Cal, hice de Saint,
hice de Obispo Caldwell... joder, incluso hice de la dulce Briony, aquí. —
Sus ojos encuentran los míos―. Pero yo no soy tu arma. —Hago un gesto
con la cabeza hacia el obispo Caldwell―. No soy su puta niña de iglesia.
—Asiento con la cabeza hacia Saint―. No soy la sombra del chico de oro.
—Miro fijamente a Callum, mi tono cambia a un gruñido arenoso―. Y no
soy su suciedad oscura y engañosa, tan cuidadosamente escondida bajo
muchas alfombras viejas.

Hago una pausa para recuperar el aliento. El dolor en mi pecho es


abrumador cuando vuelvo a concentrarme en ella.

―Soy su salvación. —Hago una mueca, mirando a mi Briony―. Así


como ella es la mía.
―¡Pon esa bala en su puta cabeza! —Callum le grita a Alastor―. ¡Nos
ha arruinado! ¡Nos ha arruinado! Saint está en todas partes. El vídeo se
está haciendo viral.

―¡¿Qué?! —dice Saint sin aliento―. N-no, no. No, no puede ser, papá,
¡no puede ser! ¡Lo he borrado! I... —Sisea de dolor, intentando apartarse
de la mesa, pero ella le clava literalmente las manos en ella. Dos agujeros
en sus palmas, como el mismo Cristo.

Muy creativo, Briony.

Briony niega con la cabeza mientras asimila sus palabras. Su mirada


encuentra la mía y se siente aliviada. Suelto una sonrisa y la saludo con la
cabeza.

Lo lograste, nena.

Hice todo lo que pude para mostrarme distante y desconectada,


para aterrorizarla lo mejor que pude en aquella habitación. Parecer frío y
totalmente despiadado para que sus lágrimas fueran crudas y reales
mientras la violaba como ella había aprobado tan angelicalmente. Todo
fue grabado. El uso del crucifijo, la rabia que mostraba mientras yo
escupía mis palabras en silencio, las bofetadas oportunas antes de
follársela atada a la cama. Todo estaba en ese vídeo. Y justo cuando el
testigo llegó corriendo, yo había subido con éxito el clip a la dark web,
donde el contenido de esta naturaleza realmente despega y se propaga
como un reguero de pólvora.

―¡Fui coaccionado! ¡Joder! —Saint grita desde la mesa, su sangre se


acumula en el borde y gotea al suelo debajo de él―. No fui yo, Briony.
¿No lo ves? —Él sacude la cabeza con incredulidad mientras ella se gira
para mirarle―. Yo no soy ese tipo. No soy como ellos.

No como ellos.
Briony parpadea lentamente, estudiando a Saint hasta que vuelve
a inclinar la cabeza hacia Baret. Ella le hace un simple gesto con la
cabeza, y él la entiende sin palabras, como lo harían los hermanos,
arrojándole el arma y sacando otra para seguir apuntando a Caldwell.
Ella la coge con una mano, apuntando a la sien de Saint. Él traga saliva,
respirando con dificultad por las fosas nasales.

―Briony, por favor. Lo que pasó en esa habitación fue un error. No es


lo que soy. Es quien ellos querían que fuera. Mi cabeza es un lío de
confusión y mentiras, igual que la tuya... Estaba perdida, ¿vale? ¡No soy
quien ellos querían que fuera! Soy inocente.

―¿Por qué debería creerte? —pregunta en voz baja, inclinando la


cabeza, haciendo que su cabello negro caiga sobre su hombro―. Dame
una buena razón.

No debería tener estos pensamientos en este momento, pero joder,


está preciosa, cubierta de la sangre de otro hombre mientras su delicada
mano sostiene esa gruesa pistola. El poder le sienta de maravilla.

―¡Él sabe quién es tu padre! —Saint escupe, su cuerpo temblando―.


Aero lo sabe.

Es su último intento desesperado.

Briony hace una pausa y deja caer lentamente el arma a su lado


para mirarme.

Su mirada insinúa que no quiere creerle, pero los hechos son los
hechos. Asiento una vez.

―Si te ocultó ese tipo de información, piensa en qué más te está


ocultando. No puedes confiar en él, Briony. ¡Siempre fuiste un peón en su
juego! Una pieza moldeada y utilizada a su voluntad. Sólo otra arma en el
arsenal de este hombre enfermo. Se deshará de ti tan rápido como del
resto de nosotros una vez que sea liberado.

Me mira fijamente, sus palabras desviándose a través de su hermoso


y pequeño cráneo. La mirada está en blanco. No hay ira, ni tristeza, ni
confusión... nada. No me dice nada.

Mi único ojo bueno permanece fijo en ella. Seguro que sabe que
todo lo que hago es con intención calculada. No te atrevas a perderme
ahora.

Todos observan la interacción, preguntándose si será suficiente para


convencerla. ¿Dónde reside su lealtad? ¿A la religión en la que creció, en
la que le enseñaron a tener fe ciega? ¿O al hombre que ha hecho todo
lo posible por abrirle los ojos ante los engaños de la misma organización
que está decidida a silenciarla?
Capítulo 58
La muñeca del diablo

B
riony se lleva las manos a la cabeza, con la pistola apuntando
al techo. Maldice con incredulidad. Se está quebrando y no
puedo soportarlo. La necesito fuerte. Necesito que ponga esa
fe ciega en mí y sólo en mí.

―¿Por qué no nos calmamos todos y tenemos esta discusión en otro


lugar? ¿En la iglesia, tal vez? —sugiere el obispo Caldwell, asintiendo
nerviosamente.

―No —exige Briony con firmeza―. No, vamos a tenerla aquí mismo.
Ahora mismo.

Se gira para mirarme. Veo angustia bajo la dura fachada, y fue


exactamente por eso por lo que no se lo dije. No hasta el momento
adecuado. Este momento. Cuando pudiera enfrentarse a él ella misma.

―Nuestros padres están en esta habitación ahora mismo —digo con


calma―. Pero eso ya lo sabes.

Su mirada es intensa mientras su mente trabaja.

―¡Mató a tu madre! —Saint grita―. Él mató a tu verdadera madre,


Briony. Mi padre me lo dijo. La hizo papilla en un callejón. Es por eso que
estaba en la cárcel. ¡No puedes confiar en nada de lo que diga!
Alastor se mueve sobre sus pies a mi lado mientras me siento en
silencio. Este es el momento. Todas las últimas semanas, los mensajes
bíblicos, la exposición de verdades, la formación, las piezas de este
rompecabezas formulándose en una imagen ante ella. Mírale la cara,
cariño. Míralo en sus ojos. Ella conoce mi historia, mis inquietantes
verdades, y ahora tiene todo lo que necesita para tomar su propia
decisión sobre los hombres que tiene delante.

―Siempre he intentado protegerte —continúa Saint.

Ella levanta la mano para detenerle. El silencio que mantiene unida


esta sala tiene una niebla energética propia mientras todos esperan a
que ella hable.

―¿Cuántos alumnos había en nuestra clase de catecismo?.

Callum y Alastor comparten una mirada antes de volver a centrarse


en Saint.

―¿Qué? ¿Por qué preguntas por eso?

―¿Cuántos alumnos? —vuelve a preguntar con los ojos cerrados.

―Veintitrés —responde rápidamente, respirando con dificultad.

Sus ojos se abren y se posan en él, una sonrisa siniestra crece en su


rostro salpicado de sangre.

―Precisamente.

Su rostro se contorsiona y mira nervioso a su padre y luego a ella.

―Ves, la has cagado, Saint —dice en el tono más dulce. Su


inocencia brilla en su dulce sonrisa mientras se apoya
despreocupadamente en la mesa que da a la habitación―. No soy tan
estúpida como todos ustedes suponen. Lo he usado en mi beneficio, por
supuesto, la ingenuidad, pero te he descubierto.
Vuelve a centrarse en él.

―Me llamaste temprano esa mañana, asegurando que fuéramos


juntos a la escuela, llegando a la misma hora. ¿Te acuerdas? —Inclina la
cabeza hacia un lado―. Sabías exactamente cuántos alumnos teníamos.
Sabías que no había suficientes catecismos. Sabías que necesitaría
conseguir más. También sabías que Jacob Erdman estaba en ese armario,
esperándome—. Se ríe ligeramente―. Conveniente, ¿no crees?

―No es cierto —replica Saint antes de tambalearse de dolor mientras


sus manos se mueven bajo los objetos que le inmovilizan―. ¡Lo que hizo fue
por su cuenta!

―De hecho, cuanto más pensaba en ello, más me acordaba. —Se


inclina más hacia Saint mientras sus ojos permanecen fijos en los míos―.
Algunas de las últimas palabras de Jacob fueron que no podía creer que
una chica tan calculadora como yo se equivocara, y que él, refiriéndose
a ti, dijo que se supone que no debo estropearte la cara, pero que lo haré
si me das una razón para hacerlo.

Saint se balancea sobre sus pies, una mirada de odio puro y frío
emana de sus ojos. Ella lo atrapó.

―¡Aero lo mató! Lo asesinó.

―Antes de que pudiera matarme —contesta ella―. Simplemente no


pudiste hacerlo. Ni con tu colega Jacob, ni tú solo en tus intentos de
incriminarme en mi dormitorio. El pobre Saint no pudo demostrarle a papá
que era algo más que una pieza en su juego de ajedrez. —Chasquea la
lengua―. Una verdadera tragedia.

Briony se levanta de la mesa y se acerca lentamente hacia donde


estoy sentado. Alastor me vuelve a apuntar con su arma en la sien al verla
tan cerca.
―Un paso más y se acabó para él —advierte, con angustia en su
tono tembloroso.

Sus ojos se iluminan con diversión y ladea la cabeza.

Él la teme. Ella se alimenta de eso. Mi sexy y perturbada muñequita.

―Sé quién eres. —Ella sacude la cabeza con repugnancia,


mirándolo de pies a cabeza―. Margaret Moore era mi verdadera madre.
Intentaste borrarla de la existencia porque se quedó embarazada y eligió
tenerme.

Sólo hay una manera de que supiera ese nombre. Los documentos
desaparecidos de su caja fuerte. Los documentos que descubrió en mi
casa después de que la obligara a robarlos. Los nombres. Admití en
nuestro juego de cuchillos en el bosque que Veronica Fields era mi madre.
Ella misma reconstruyó el resto. Le garantizo que la expresión de Alastor
está revelando cada rastro de sus miedos que cobran vida.

―No sé de qué estás hablando —niega Alastor―. No tengo ni idea


de quién es.

Ella le mira fijamente durante un momento, el silencio le corroe


claramente.

―Es gracioso que digas eso. ¿No soy yo la eterna mancha de


condena de tu pasado?.

Le oigo tragar por encima de mí.

―Corta las cuerdas que nos retienen —continúa Briony―. Le hizo un


gran favor a Alastor con eso. Esa mujer estaba dispuesta a arriesgarlo todo
para acabar con él por su bebé.

―Joder —maldice Callum desde el otro lado de la habitación,


golpeándome con la punta de la pistola.
Le está citando. Debe de haber oído esa conversación de Callum
sobre el montaje para inculparme de asesinato, y ahora hace
exactamente lo que le he enseñado, mirar fijamente al hombre que tiene
delante, estudiando su cara mientras miente.

―Se acabó para ti, querida —interviene Alastor―. Tu diversión


termina aquí. Para ti y tu pequeño amante enfermo.

―La verdad es innegable —continúa Briony―. Y ahora, gracias a


Saint, la misma institución que has trabajado incansablemente para
controlar se está desmoronando a tu alrededor. Ya no te necesitan. Sin
dinero. Sin poder. Sin votos.

―Las verdades son lo que los hombres de esta sala hacemos de ellas.
No puedes llegar muy lejos en nuestro mundo antes de que te eliminemos.
—Alastor se ríe y vuelve a golpearme la cabeza con la pistola. ―La sangre
impura limita tu futuro, por mucho que luches contra ella. No es cierto,
Aero.

―Tócale otra vez —dice Briony con calma, levantando la pistola con
el brazo extendido apuntando a la cabeza de Alastor.

Los hombres intercambian miradas nerviosas a nuestro alrededor.

―Vamos, tócalo otra vez —me insta―. Dame una razón para quitarte
la parte superior del cráneo.

La sonrisa de Briony es de lo más perversa. Está jugando a un juego


peligroso con él. Me muerdo el labio inferior, la sonrisa burlona se extiende
por mi cara ante las palabras familiares que había usado para protegerla
en este mismo club.

Tiene cierta confianza en nuestro destino. Una en la que confiaré


ciegamente.

Estamos locos, psicóticos y llenos de un deseo perturbador por el


miedo que estos hombres construyeron y al que ahora están siendo
sometidos. Este es nuestro juego ahora. Están en nuestra corte, recibiendo
su expiación.

Por el rabillo del ojo, Alastor me mira antes de volver a encararse con
ella, con la mano temblorosa mientras la pistola me revuelve el pelo.
Aprieta el cañón contra mi cabeza y aprieta el gatillo, y oigo el silencioso
chasquido contra mi cráneo.

A Briony se le cae la sonrisa.

―Realmente lo hiciste. —Su mirada se posa en la mía, y mi


inquietante risa corta el silencio―. Lo has vuelto a tocar, joder.

―¡¿La has vaciado?! —Su tono lleno de terror saca de la esquina la


risa diabólica de Nox.

―Sabéis que comprobamos todas las armas en la puerta —comenta


Nox con una sonrisa de dientes, sonriéndonos con orgullo―. Los hombres
como vosotros, tipos limpios que hacen que otros hagan su trabajo sucio,
ni siquiera se dan cuenta cuando cambia el peso de sus armas. —Se ríe
histéricamente, mirándonos admirablemente a Briony y a mí―. Joder, me
encantan estos dos.

Mi hombre, Nox. Realmente me ayudó. Sí, pensó que estaba loco


cuando sugerí todo el plan, sabiendo que necesitarían un lugar para
llevarme que estuviera fuera de los límites una vez que finalmente me
atraparan. Fue una trampa que nunca vieron venir.

Callum parece mareado cuando su mano toca su frente, y sus ojos


recorren la habitación con puro pánico al darse cuenta. Comprueba su
pistola y se da cuenta de que también está vacía, y Nox guiña un ojo,
llevándose el arma a la cabeza.

Alastor lanza su arma a Briony, provocándome otro ataque de ira


mientras intento liberarme, pero ella la esquiva con un rápido movimiento
de cabeza y una sonrisa inquietantemente bella.

―Desperdicio inútil de un buen fu...

El sonido explosivo del disparo interrumpe su frase. Briony aprieta el


gatillo y le vuela la parte superior del cráneo, como había prometido. El
cuerpo de Alastor golpea el poste a mi lado antes de caer con fuerza
sobre el hormigón detrás de mí. Pero mis ojos permanecen fijos en la
deliciosa magnificencia que tengo ante mí. Etérea y decidida en sus
acciones. Mi intelectual, pero despiadado Rey. Dios es, sin duda, una
mujer despreciada.

Nox se queda con la boca abierta y una mirada seductora se


apodera de su rostro. Está disfrutando de este espectáculo que ella está
dirigiendo, igual que yo. La mirada entumecida de Baret mira desde lejos
mientras los ojos del obispo Caldwell se hinchan hasta convertirse en
platillos horrorizados.

―Hablaba demasiado —se encoge de hombros―. Y sin embargo, no


tenía nada que valiera la pena decir.

Tras coger las llaves de las esposas de su cadáver inerte y sangrante,


me quita las esposas de las muñecas. Me ayuda a ponerme en pie,
tropiezo con ella y ella me coge, intentando sostener mi débil cuerpo en
pie. Sus manos se amoldan a mi rostro destrozado y desgarrado, y su
mirada cariñosa encuentra la mía.

―Aprended a hacer el bien; buscad la justicia, corregid la opresión;


haced justicia al huérfano y complaced la causa de la viuda —cita
elocuentemente la Biblia.

Mi corazón martillea en mi pecho por esta mujer. Siempre que está


en mi presencia, la siento como una atracción gravitatoria que une dos
almas perdidas con una fuerza formidable. Veo mi pasado, mi presente y
el futuro que nunca conocí en esos ojos azules. Los mismos ojos a los que
prometí mi vida hace tantos años en aquel callejón. Veo los rostros de
horrores traumáticos borrados por su belleza cautivadora. Su amor
desinteresado, erradicando por completo el odio de mis huesos,
limpiándome del pasado que me persigue.

Ella me llena de lo que ellos nunca podrían quitarme.

Fe. Esperanza.

El amor.

Todo. Todo a la vez.

―Me permitiste mi voz, Aero —su tono suave y angelical atraviesa mis
pensamientos.

Asiento entre sus manos, abrazando ese tacto suave que una vez
me negué a mí misma.

Sus ojos se clavan en los míos y la fuerza de su ser me infunde un


sentimiento de valía como nunca antes había sentido.

Su mirada se posa en el cadáver de Alastor detrás de mí, luego en


Callum y Nox, y finalmente en un tembloroso Bishop Caldwell en el suelo
debajo de Baret, detrás de nosotros.

Le di la venganza que no sabía que necesitaba, y en este momento,


ella me está dando la mía.

Me mira de frente, con la vista fija en mis labios antes de que esa
mirada oscura y taimada vuelva a buscar los míos. Saca una navaja de
debajo de la camisa, entre nosotros, metido en el sujetador.

Es el cuchillo que le regalé. Lo ha guardado todo este tiempo. Para


mí. Un intercambio de poder del que estoy de rodillas, ofreciendo mi vida.
Su labio se dobla en una sonrisa maliciosa y mis ojos se iluminan con
cruel fascinación.

―Ahora quítales los suyos.


Capítulo 59
Nuestra propiedad

S
iempre lo había sabido.

En algún lugar de mi interior, la voz de la intuición habló


alto y claro.

Me habían dado las pistas, las respuestas, la verdad por


mi propio descubrimiento sin el engaño de que me lo dijeran.

La muñeca del diablo.

Aero me enseñó, pero no contándolo. Abrió mi mente a las


realidades del mundo que me rodeaba introduciéndome en su caótico
laberinto. Tomó mi mundo como rehén, y sólo por mis propias habilidades
y elecciones me concedió la libertad de mi libre albedrío.

Siempre quiso más de mí. Vio ese fuego dentro de mi alma que
ansiaba un mundo en el que yo prosperara. El conocimiento de quién era
yo como mujer poderosa hasta la médula.

Me tenía en el suelo de la casa de Alastor, de rodillas, abriendo la


caja fuerte y entregándole directamente la verdad de mi pasado.
Mientras me entrenaba en casa de Aero, había encontrado los papeles
y guardado las piezas del rompecabezas en mi cabeza. Alastor Abbot,
Margaret Moore, el certificado de nacimiento que había sido alterado.
Ella era mi madre. Abatida por el mismo destino que Aero por no ser más
que una mancha que necesitaba ser limpiada por los hombres que
habían sido perseguidos por sus descuidados errores.

Saint ayudó a dar la pincelada final para completar la ilusión que


tenía ante mí. Cuando estaba hablando con Callum en mi patio, todo
había encajado.

Alastor Abbott era mi padre de sangre. Mis padres no podían tener


más hijos y eran la familia perfecta para recibir tan generosa donación
de una mujer muerta. Un hijo que quería salir de la fe, una niña a la que
podían moldear con mentiras engañosas para controlarla. Al igual que
hicieron con la madre de Aero, mataron a la mía a sangre fría, ocultando
otra vida bajo la alfombra, y me entregaron a prestigiosos miembros de
la iglesia.

Los mismos padres que Baret ha descubierto que hicieron


convenientemente ese viaje misionero para desaparecer, sancionando
la orden de la iglesia de ocuparse ellos mismos de la mancha oscura. La
mancha que fue demasiado lejos, buscando más para sí misma en un
mundo que exigía que sus ovejas se callaran y acataran.

Siempre fui una amenaza para ellos, igual que él. Fuera de su control.
Un extraño. Un extraviado que había desarrollado la inteligencia para ver
más allá de los confines de una religión organizada construida sobre
reglas engañosas. Aero tenía razón. Nunca me quisieron. Querían
obediencia para mantener en marcha el tren del poder engañoso.

Aero me dio mi voz al permitirme encontrarla por mí misma. Potenció


lo que habían etiquetado como pecado.

Y en esa habitación, obtuvo su venganza.

Observé cómo su padre entraba en pánico mientras era atado a


aquel poste por Nox. Fui testigo de cómo Aero liberaba su dolor a través
del cuchillo que tenía en la mano, dándose pura satisfacción con cada
grito de agonía que goteaba de los labios de Callum. Abracé la forma en
que la vida se le escapaba de los ojos mientras Aero apretaba el cinturón
al poste, ambos observando cómo el aliento que tomaba se convertía en
el último. Un hombre que se lo quitaba todo a los que le rodeaban,
maquinando sin piedad su camino por la vida bajo el velo de la fe. Los
gritos horrorizados de Saint llenaron la habitación de belleza armónica
mientras contemplaba el asesinato de su padre. Se desmoronó, sintiendo
todo el dolor que merecía al honrarle con el regalo de una vida de
aflicción sin fin.

Fui testigo de cómo el chico al que habían despojado de una vida


de felicidad que podría haber sido suya se vengaba del mal que le había
robado la inocencia. Apreté los dientes a su lado mientras arrancaba
capas de carne de los brazos y los muslos del obispo Caldwell, notando el
inquietante sonido de las tiras de piel golpeando y pegándose contra el
frío hormigón al caer. Saint se desmayó encima de la mesa mientras los
chorros de sangre caliente salpicaban nuestros rostros como una insignia
de honor vengativo. La emoción de saber que ningún niño sería violado
de forma tan violenta me llenó el corazón mientras veía cómo Aero se la
cortaba, los gritos de tortura resonando por todo mi cuerpo antes de ser
amortiguados por su propia polla arrugada y ensangrentada.

Era cruel. La mayoría lo consideraría directamente malvado. Pero


todo lo que vi fue la justicia divina y celestial de un hombre que merecía
algo mucho peor que cualquier dolor que pudiéramos infligir en esta
tierra.

Me coloqué detrás de Aero, apretando su mano ensangrentada


entre las mías mientras una vida se desvanecía y una nueva renacía.

El mal adopta muchas formas, a menudo enmascarado por quienes


proclaman la santidad. Hay maldades que acechan en la vida como
espectadores, observando y sometiendo en silencio al tormento de los
demás al hacer la vista gorda ante su dolor. Algunos males no son males
en absoluto. Es energía oscura que cierra el círculo, vengándose de los
que ansían el poder sobre los débiles.

Ahora entiendo su libertad. La libertad de Aero de un pasado en el


que nuestras mentes fueron deformadas para convencernos de que
habíamos nacido en pecado, necesitando pasar nuestras vidas expiando
simplemente el haber sobrevivido. Pero nos negamos a que nos atenace
el peso del pecado creado por hombres de otro tiempo y circunstancias.
Vivimos nuestras propias vidas, y las restricciones sociales a la naturaleza
humana que nos parecen naturales, puras y simplemente orgánicas ya
no pueden contenernos.

Deberíamos poder amar sin juzgar. Sin restricciones. Sin que los
hombres intenten gobernarnos con sus percepciones de la verdad.

Y por ese deseo de vivir nuestra vida al máximo, se nos ha dado


nuestra oportunidad.

Las sirenas resuenan de fondo mientras atravesamos la ciudad por


última vez, con el humo de la iglesia en llamas elevándose alto y oscuro
en nuestro retrovisor.

Habíamos acabado con ella. Habíamos empañado la institución


que creían haber construido con ladrillos y piedras, para convertirla en
una pila cenicienta de las más oscuras decepciones, con las pruebas de
sus mentiras en primer plano.

El destino de Saint es vivir el resto de sus días con el recuerdo diario


de la fe que una vez tuvo en sus manos. Las manos que ahora sostienen
sus cicatrices. El peso de su culpa sobre sus hombros cada vez que ve el
reflejo de la verdad dentro de ese espejo.

Destruimos la dinastía tal y como habíamos planeado. El vídeo se


hizo viral, y el nombre de Westwood se rompió para siempre. Toda
esperanza de que Saint se convirtiera en obispo fue salvajemente
destruida. Brady y su familia hicieron una declaración tras el anuncio de
la desaparición del obispo Caldwell. Un niño valiente hizo aflorar el coraje
en los demás, y antes de que se dieran cuenta, la ciudad se iluminó como
un árbol de Navidad con declaraciones de diferentes víctimas que salían
de la nada.

No éramos ingenuos. Sabíamos que en algún lugar volvería a surgir


el mismo tipo de mal y que el círculo vicioso de control y abuso
continuaría de nuevo algún día.

Dinastía a dinastía, le dije a Aero mientras encendíamos juntos las


llamas.

Y ahora, Aero me agarra posesivamente el muslo expuesto mientras


conduce, sacándome de mis recuerdos, con la otra mano agarrando el
volante del Audi oscurecido. Ahora ansía cualquier forma de contacto,
necesita estar conectado a mí, siempre me abraza con fuerza y mantiene
una mano protectora sobre mí en todo momento. No tiene suficiente y se
niega a pasar más tiempo de su vida sin ello.

Aparca el auto a un lado de la carretera arbolada y se vuelve hacia


mí.

―¿Qué haces? —pregunto divertido―. ¡Cariño, vamos a perder el


vuelo!. —gimoteo, pero su mirada sigue clavada en mí―. ¡Baret ha dicho
que el avión está a punto de salir de la pista!

Nos dirigíamos fuera de la ciudad con la ayuda de nuestra pequeña


arma secreta. Baret había estado recibiendo sus propios mensajes
cifrados de Aero, informándole de las amenazas que me rodeaban, sin
llegar a conocerle realmente. Juntos me habían protegido, uno desde
dentro, el otro desde fuera. Siempre le llevaría en mi corazón como a un
hermano, aunque no fuera de sangre.

Nuestro nuevo objetivo era vagar por lugares inexplorados del


mundo. Partes que a menudo eran etiquetadas como 'La maleza'. Le
había dicho a Aero que la venganza allí parece hermosa en esta época
del año, y que la caza salvaje era abundante en el país en desarrollo. Su
sonrisa perversa me dijo que comprendía lo impresionante que podía ser
esa vista y lo dulce que sabe la venganza en el país inculto, donde se
extienden más mentiras a vidas inocentes en forma de misioneros.

Seguiremos luchando por los que son demasiado débiles para luchar
por sí mismos, al tiempo que promovemos la libertad de creencias y las
distintas religiones. Tal y como están las cosas, ambos seguimos teniendo
fe. Una fe en algo más poderoso que cualquier cosa que el hombre
pueda conjurar.

Su mano cubierta de anillos me suelta el cinturón de seguridad y


empuja el asiento del conductor hacia atrás todo lo que puede. Me
agarra de la muñeca y me sube a su regazo mientras yo chillo ante su
fuerza y mis piernas se abren bajo la falda de flores para rodear sus muslos.
Me coge el cuello con las palmas de las manos y las desliza lentamente
por la curva de mi mandíbula, rozando con los dedos la piel que rodea
mis labios.

―Sabes, cuando me estaban torturando en esa habitación, atado


a su merced.... —Me estremezco al recordarlo mientras continúa—, lo
único que me mantuvo unido fuiste tú.

Trago saliva, con los ojos llenos de lágrimas. Saber que se entregó
voluntariamente a sus enemigos más odiados con la eterna confianza de
que yo lo salvaría fue tan doloroso como fortalecedor. Su pulgar me
acaricia la mejilla antes de bajar hasta el labio inferior.

―Pero no fue el dolor lo que me mantuvo unido. Fue mi capacidad


de recordar la sensación de tu tacto suave y reconfortante.

―Aero... —Ahogo un sollozo, con el corazón apretándome como un


puño en el pecho.

―Te estaba fortaleciendo mientras tú, sin saberlo, me fortalecías a


mí—. Siento que se endurece debajo de mí mientras su respiración
cambia, pero el poder de su mirada directa me tiene clavada en esos
ojos color avellana.

Recorro sus cicatrices con las manos y paso los dedos por la herida
carnosa que tiene sobre el ojo. La insignia de honor que lleva con orgullo
desde la noche en que mataron a mi madre es un escalofriante
recordatorio de una promesa cumplida por el hombre enmascarado que
siempre vigilaba. Siempre protegiendo.

Le rozo la mejilla con la palma de la mano y le recorro con el pulgar


la cicatriz que tiene cerca del labio y luego la de la mandíbula. Me abraza
y suspira aliviado, abriéndose por fin a la intensidad de mis cariñosas
muestras de afecto, antes de continuar.

―Te amo con cada latido resonante de mi oscuro y hueco corazón,


el agujero en el que se encuentra mi destrozada alma fantasma. Te amo
con todas las lágrimas fracturadas dentro de mi mente torturada. Con
cada aliento agonizante que respiro.

Con su mano deslizándose hasta mi nuca, tira de mí hasta que


nuestras frentes se apoyan, las puntas de nuestras narices rozándose,
mientras su mirada directa se clava en lo más profundo de mí.

―Me ayudaste a encontrar un fragmento de paz en un mundo


hecho de dolor —susurra contra mis labios, con el labio inferior
tembloroso―. Solo necesitaba —traga saliva―, que lo supieras.

Sonrío graciosamente contra su boca, sintiéndome completamente


bendecida y afortunada más allá de las palabras.

―El amor está por debajo de nosotros —pronuncio sin aliento,


recorriendo con mis labios la suavidad de los suyos.

Sus labios reflejan los míos, y su inquietante y hermosa sonrisa ante mi


declaración calienta lo más profundo de mi alma. Su lengua saborea mis
labios antes de que yo la junte con la mía, sellando nuestra conexión.

Mi corazón pertenece al hombre que me salvó dándome la voz


para salvarme a mí misma.

Una conexión como la nuestra no está hecha para historias de amor.


Su raíz es trágica y empañada. Llena de deseos oscuros y perturbadores
que la tradición y las normalidades sociales no pueden contener. Una
devoción por el otro, crecida a través de la suciedad de las tragedias del
pasado.

Es el veneno de una nueva flor, que se abre en su tóxica floración a


un mundo que no está preparado para aceptar la oscura belleza de sus
espinas. Transmitiendo una enfermedad rara, pero amarga, que se filtra
en tu torrente sanguíneo, exigiendo un rescate a tus deseos, cautivando
y controlando sólo devorando las falacias de lo que creíamos ser desde
dentro hacia fuera.

Es amor enfermizo.

Y es enteramente nuestro.
Capítulo 60
Epílogo: La limpieza

S
us ojos se han cerrado mientras una respiración lenta y
constante sale de sus labios entreabiertos.

Angelical en la luz más oscura.

Mi preciosa muñeca quiere jugar, sumergirse en esos deseos ocultos


de los que no hablan por miedo a parecer locas, psicóticas y
diabólicamente impuras. Pero eso es exactamente lo que somos, y
exactamente cómo vivimos nuestras vidas. Salvajes, crudos y sin filtros.

Levanto su cuerpo inerte del sofá de nuestro hogar temporal y la


llevo hacia el dormitorio trasero. Estamos huyendo, volando de ciudad en
ciudad, siendo África el próximo destino en nuestra interminable misión de
venganza contra quienes la han agraviado. Pero después de una
curación muy necesaria por mi parte, mi nena necesitaba una limpieza,
y la forma en que ella lo pidió tiene mi polla prácticamente cortando
cristales de excitación.

Con la cámara colocada en un rincón de la habitación,


enfocándonos a nosotros, la tumbo en medio de la cama de matrimonio,
sobre el edredón negro. Su cuerpo lánguido se pliega sobre la cama de
felpa, cuya suavidad amenaza con tragarse sus preciosas curvas.

Después de quitarle el vestido de flores que lucía tan inocentemente


bonito en una diablilla tan retorcida, miro fijamente su forma sedada,
cubierta sólo con un sujetador de encaje blanco y bragas, disfrutando del
espectáculo que tengo ante mí.

El pezón izquierdo se le ha salido del borde del sujetador y las bragas


están torcidas en las caderas por el forcejeo inicial. No sabía cuándo
ocurriría, sólo que ocurriría. Luchar contra ello no iba a ayudarla, sólo iba
a irritar más al monstruo que vivía dentro de mí.

Ha sucumbido a los sedantes, pero de vez en cuando un suave


gemido sale de su garganta, haciéndome saber que no está demasiado
ida.

Mi muñequita lánguida.

Me arrastro sobre ella, devorándola lentamente. Lamiendo desde su


muslo hasta el hueso de su cadera, extiendo esporádicos besos con la
boca abierta sobre la cálida carne que tengo debajo. Subo con la lengua
por su vientre, lamiendo entre sus pechos hasta llegar a sus pezones.
Chupo y saboreo cada uno de ellos, asegurándome de morder las puntas
lo bastante fuerte como para dejarlas rojas y doloridas. Un castigo por
haber ofrecido este cuerpo a alguien que no fuera yo, aunque en el
proceso haya derribado toda una institución sagrada para mi servidor.

Encuentro su cuello y la lamo por el costado, saboreando el brillo


salado del sudor que persiste sobre su pulso firme. Un suave gemido se le
escapa, haciendo que la necesidad de profanarla se convierta en un
deseo ineludible.

―Mi bella durmiente —murmuro, mis labios se acercan a su oreja.


―Te limpiaré de todas tus impurezas. —Recitando las escrituras, vuelvo a
bañar a mi bebé en mi aroma, ahogándola en todo lo relacionado con
Aero.

Le lamo la mandíbula y la barbilla hasta encontrar sus labios. Deslizo


la lengua entre ellos, saboreando el dulce gusto del interior de su boca,
conectando con su lengua suave y relajada. Gimiendo contra su boca,
la lamo por un lado de la cara y procedo a rozarla, marcándola de nuevo
como mía.

La limpio con mi boca, mi lengua; su sabor, mi droga para siempre.


Borro la suciedad y la sustituyo por la mía.

Vuelvo a sentarme sobre mis talones y observo a mi muñeca


sedada, disfrutando del control absoluto que me ha dado. Mis ojos
ardientes recorren su cuerpecito apretado debajo de mí. Me agacho y
abro sus piernas, que caen pesadamente hacia un lado. Coloco la cara
entre sus muslos e inhalo el delicioso aroma a excitación que sólo ella
puede desprender. El aroma que despierta algo salvaje dentro de mí.

Maldita agua bendita.

Aprieto la boca contra su ropa interior y lamo el exterior de sus


bragas húmedas. Mi lengua recorre su centro, presionando con firmeza
hasta que se introduce en su raja y roza con rudeza su clítoris. Su pierna se
estremece al contacto, pero es incapaz de moverse.

―Muñeca sucia —murmuro contra su carne.

Me estoy rehaciendo. Viendo cosas que tiran de la nube roja de


nuevo sobre mi visión. Saint estaba dentro de ella. Estaba dentro de mi
chica. Enterrado profundamente. Follándosela.

Rasgo su delicada ropa interior, arrancando la simple cuerda de


encaje de su cuerpo con la fuerza suficiente para que su pecho se deslice
por completo del sujetador mientras rebota sin vida contra la cama. Me
quito la camiseta ajustada con una mano por encima de la cabeza y me
froto la roca que se forma bajo los vaqueros, necesitando liberar esa
tensión contenida que está a punto de estallar.

Indefenso. Inocente. Necesita que la limpien de la suciedad a la que


se ha sometido.

―Maldita zorra asquerosa.

El rojo ha vuelto, tal como ella dijo que sería. Pero ahora, su color es
cegador.

Me abro los pantalones y libero mi polla palpitante. Acaricio su


longitud, rozando el piercing de la punta con el pulgar, haciendo que mi
pene se flexione en mi mano, y luego me subo a horcajadas sobre su
cintura. Sus pestañas se agitan, pero sus ojos permanecen cerrados
mientras mi peso presiona su vientre.

Cojo sus bragas, me las llevo a los labios y vuelvo a aspirar su


excitación antes de pasarlas por mi cara, por mi cuello y por mi cuerpo
sin camiseta hasta que se encuentran con la base de mi polla. Enrosco
sus bragas alrededor de mi erección y abro sus piernas detrás de mí con
una mano.

―Joder, me encanta tu olor. —Con el puño en la punta, muevo la


mano a lo largo de mi pene mientras aprieto la mandíbula. Con la otra
mano le acaricio el centro, sintiendo la húmeda y resbaladiza necesidad
que rezuma en mi dedo corazón. ―Me lleva más allá del punto de locura.

Incluso sedada, su cuerpo sigue respondiendo a mí, su excitación se


acumula entre sus muslos, permitiéndome penetrarla con facilidad.
Introduzco el dedo en sus húmedas paredes, disfrutando sin parar de su
calor y de su apretado coño que me succiona aún más. Me acaricio con
sus bragas sucias rodeando la base de mi polla, observando cómo
cambia su respiración.
Su pecho sube y baja más rápido mientras añado otro dedo y la follo
con los dedos hasta que mis pelotas se tensan y me invade la necesidad
de correrme.

―Joder, nena. Eres tan hermosa así —ronco―. Toda indefensa. Sana.
Deliciosamente pura.

Trabajo mi puño con fuerza mientras los sonidos húmedos de mis


dedos se deslizan dentro de ella desde detrás de mí.

―Voy a sofocarte con ese amor del que hablas, cariño. Envolverlo
alrededor de ese bonito cuellito y pintarte con mi puto corazón.

Mi respiración es superficial y mi voz áspera y entrecortada mientras


me dejo llevar por el placer. Sube desde la base de mi columna vertebral
y estalla en todo mi cuerpo. En el último segundo, agarro el centro de su
sujetador y tiro de él hacia abajo hasta que sus dos pechos caen por
encima. Rechonchos y flexibles, sus pezones perfectamente rosados
rebotan ante mí y me arrojan de la cornisa de la cordura.

Gimo, con los músculos en tensión, mientras derramo hilos de


esperma caliente en salvajes chorros por todo su cuello y sus pechos, y el
cálido rastro se derrama por la curva de su cuerpo hasta gotear en el
edredón que hay debajo de ella. Inmediatamente, le doy a probar,
esparciendo un poco de la semilla caliente de su cuello por su labio
inferior, metiéndole los dedos en la boca y cubriéndole la lengua.

―Aquí tienes, muñeca —susurro sin aliento―. Cómeme.

Mi liberación es momentánea y el deseo de sentirla a mi alrededor


se intensifica. Agarro una almohada que está encima de ella y la pongo
boca abajo, debajo de sus caderas, inclinando su culo hacia mí. Giro su
cara hacia un lado y sus suaves labios me llaman. Me inclino sobre ella y
le rodeo el inferior con la boca. Chupo con fuerza, tirando hacia atrás
antes de soltarlo, y luego hago lo mismo con el labio superior antes de
volver a hundir la lengua en su boca.

Vuelvo a sentarme sobre las rodillas y agarro su precioso culo con


mis ásperas palmas, abriéndolo para mi placer visual. Me inclino para
lamerle el coño y luego el culo. Cada parte de ella es mía. Deslizo la
lengua a lo largo de su hermosa y curvada columna y vuelvo a meterle la
polla húmeda y semidura, asentándome en sus estrechas paredes desde
atrás. La forma en que su cuerpo se aferra a mi polla, incluso cuando está
inmóvil, me hace contener las ganas de destrozarla de todas las formas
caóticas que deseo.

Entonces recuerdo sus palabras.

―Mi regalo para ti es mi cuerpo. Te estoy dando la propiedad


completa, entregándome a ti por completo. Te confío todo lo que soy. Mi
vida es tuya ahora, Aero. Vivo para ti. Haz lo que desees conmigo, y por
favor, ni por un segundo pienses en contenerte.

Me saco la polla, la agarro por la base y me lamo los labios. Escupo


sobre su agujero y veo cómo gotea por la raja de su culo. Con dos dedos,
recojo el charco de semen que gotea de su cuerpo sobre el edredón y lo
unto en su agujero prohibido. Empujo un poco dentro del apretado
esfínter, mi polla usada y enrojecida ya llena de ladrillos y goteando
semen, siempre necesitando más de mi ángel oscuro.

―Ah, joder —siseo mientras aprieto la cabeza de mi polla contra su


culo resbaladizo.

Veo cómo me traga entero, empujando cada vez más hondo hasta
que mis huevos se apoyan pesadamente contra sus labios empapados.
Un gemido de dolor sale de mi garganta al ver cómo se abre para mí.

―Usada y sucia otra vez. Justo como te necesito, nena.

Con unos cuantos empujones más, veo cómo mi brillante vástago


desaparece en lo más profundo de su culo, el placer prácticamente me
paraliza mientras mi cuerpo se enciende y vuelvo a perderme.

Ella es la única que puede entender mis necesidades y me acepta


como el hombre psicótico con deseos retorcidos y jodidos que soy.

Si supiera lo que me tiene reservado.

Me despierto sintiéndome deliciosamente adolorida, tal y como


había deseado.

El agua tibia me rodea, al igual que esos brazos poderosos y


familiares. Apoyo la espalda en el pecho de Aero y sus dedos recorren mis
brazos.

―Ahí está —me susurra al oído, reajustando su agarre sobre mi


cuerpo desnudo bajo el agua―. Despierta, nena. Te he echado de
menos.

Sus labios rodean la concha de mi oreja mientras sigue


devorándome, depositando interminables besos a lo largo de mi cuello y
mi hombro.

Todavía estoy un poco confuso. El efecto de los sedantes está


desapareciendo, pero el mareo persiste. Me agarro al borde de la
bañera, como si fuera a deslizarme bajo el agua.

―Te tengo —susurra, sujetándome firmemente en su regazo.

Suspiro, disfrutando de la sensación dolorosa pero relajante que me


envuelve. Los dos agujeros se sienten usados y me duele esa sensación de
ardor que me dice todo lo que necesito saber sobre cómo se lo ha
pasado. La idea de que se folle mi cuerpo inerte y sedado como le pedí
hace que mis entrañas se convulsionen con una necesidad propia. Me
entregué a él como su puta muñeca personal para que me usara a su
antojo.

―Aero —murmuro con los labios entumecidos.

Es entonces cuando mi visión se aclara y veo destellos que salen de


debajo del agua caliente. Como estrellas, brillan hasta que vuelvo a
parpadear y recupero el enfoque.

―¡Aero! —Jadeo, incorporándome y mirándome el pecho.

Tengo dos piercings en los pezones. Barras de oro atraviesan cada


uno de ellos, pequeños corazones dorados rodean las puntas.

La mano de Aero me agarra por detrás, tirando de mí hacia atrás y


aprisionándome contra su duro pecho.

―Cálmate. —Su tono profundo y autoritario retumba en mí―. Joder,


mírate.

Mis pechos flotan bajo el agua alrededor de su antebrazo


acordonado mientras los contemplo.

―No pude contenerme después de perforarlos. Tengo que


asegurarme de que permanezcan limpios. Dios sabe que ya los ensucié
bastante.

Suelto un suspiro silencioso, sintiéndome demasiado excitada para


mi propio bien ante la idea de que se corra sobre mi pecho desnudo.

―No puedo creerte —gruño, actuando irritada, pero ya adorando


su aspecto.
En realidad son extremadamente sexys y me hacen sentir aún más
emparejada con mi pareja y sus joyas personales a las que he cogido
demasiado cariño.

―Créelo. Te dije que lo haría. No me gustan los faroles, cariño. Creo


que lo sabes bien.

Vuelvo a sentir su erección formándose bajo el agua contra la raja


de mi culo, adorando el hecho de que siga desnudo conmigo.

―¿Preparada para tu espectáculo, muñeca? —pregunta,


colocando un móvil en el soporte de tablones de cedro que hay junto a
nosotros.

Trago saliva, juntando los labios mientras los nervios se acumulan


bajo mi piel. Asiente con la cabeza y me lame lentamente el cuello,
haciendo que me agite en su regazo. El pulso me late con anticipación y
mi cuerpo ya zumba con un entumecimiento que solo el miedo y la lujuria
pueden proporcionar. Separo los labios y miro su cuerpo en acción.

Verle utilizarme a su antojo, cuidarme y darme afecto mientras estoy


inconsciente, es estimulante. Verle en este elemento, escuchar las
palabras que escupe, ver cómo me devora por completo... Se está
formando de nuevo ese dolor. El dolor interminable que tiene mi cuerpo
constantemente gritando por él solo.

Nos quedamos en la bañera mientras él sigue lavándome con


manos suaves y acariciadoras bajo el agua jabonosa hasta que por fin
termina el metraje. Me doy la vuelta en la bañera para mirarle, sentada a
horcajadas sobre su regazo, necesitando estar más cerca. Nuestras
miradas se cruzan y mi cuerpo se enciende con oleadas de emoción sin
fin. En silencio, nos miramos a los ojos y nos transmitimos tantas cosas sin
necesidad de palabras.

Rastreo sus brazos bajo la superficie del agua con las puntas de mis
dedos, se deleita con mi tacto, ahora lo necesita para respirar. Un suave
suspiro de placer sale de él cuando llego a su cuello. Le paso el pulgar
por el labio inferior, cerca de la cicatriz. Se inclina hacia delante, me
rodea con los brazos, uno posesivamente detrás de mi nuca, el otro
ahuecando mis nalgas, mientras nuestros labios se unen.

El beso es suave. Una suave exploración mutua mientras las lenguas


se entrelazan y las emociones afloran a la superficie. Su boca acaricia la
mía con tanto cuidado que transmite todo su afecto.

―Siento tanto por ti que me abruma —dice entre besos―. Todo. —


Otro beso―. Todo a la vez.

―Yo también te quiero —sonrío contra su beso.

―Mmm, amor. —Vuelve a capturar mis labios, su lengua experta


recorre los míos―. Debajo de nosotros.

Nos besamos hasta que nuestros labios se hinchan y nuestros


cuerpos se funden al volver a ser uno. Se desliza dentro de mí y
conectamos hasta que el agua se enfría y nuestros cuerpos se agotan de
expresar ese amor que todo lo consume.

Al día siguiente, me muerdo el labio inferior y miro sus pestañas


ridículamente espesas, que se apoyan suavemente en sus mejillas. Un rayo
de sol que se cuela entre las pesadas cortinas ilumina la oscura habitación
que nos rodea. Ahora duerme tan profundamente. Plenamente. Como si
al matar a sus demonios hubiéramos borrado los horrores de su
atormentado pasado.

Pero hay más que necesito de él. Más que quiero tomar como mío.
Su cabello parece recién cogido, con los mechones oscuros
revueltos en la frente por los dedos que se lo enhebraron y tiraron sin cesar
la noche anterior. Su pecho emite un suspiro cuando estira la mano para
palpar la cama en busca de mí, incluso antes de abrir los ojos.

―Briony.

Al oír mi nombre en sus labios, mi pecho prácticamente se repliega


sobre sí mismo. Desliza perezosamente una mano por su vientre, y mis ojos
siguen la ligera capa de vello oscuro en las hendiduras de su tonificado
abdomen que conduce a mi juguete favorito bajo esas sábanas. Veo su
erección ya formada, presionando con urgencia contra la suave tela.

Antes de que pueda alcanzarme, le tiendo el vaso de agua.

―Bebe. Antes de que te deshidrates con el exceso de líquidos que


estás perdiendo.

Se le dibuja una media sonrisa en los labios mientras se pasa la mano


por el pecho y el pelo, revolviéndoselo perezosamente. Se apoya en un
codo y coge la copa mientras yo sonrío para mis adentros. Su garganta
se estremece cuando se traga todo el vaso y se lame los labios hasta la
última gota de agua que queda.

―Gracias —susurra antes de dejar el vaso en la mesilla y tumbarse


de espaldas. Me agarra de la muñeca―. Ahora ven a sentarte sobre tu
polla.

Le arranco la muñeca y él arquea una ceja. Mi sonrisa diabólica


crece lentamente en mis labios.

Sus ojos recorren la habitación mientras se sienta en la cama antes


de volver a mirarme.

―¿Qué has hecho? —Se lleva una mano a la frente y se pellizca el


puente de la nariz. Aprieta los ojos, luchando contra la sensación de
somnolencia que comprendo demasiado bien.

―Cariño —advierte, su tono es oscuro―. ¿Qué coño has hecho? —


Su mano recorre su cara mientras su respiración se intensifica―. ¿Qué me
has dado? —Le pesa la cabeza y cae de espaldas sobre la cama―. ¿Qué
coño está pasando?

Me inclino sobre su pecho, a horcajadas sobre su cuerpo desnudo,


sonriéndole con mi sonrisa malvada mientras sus párpados se vuelven
pesados y pierde la concentración.

Inclinada sobre él, mis labios rozan su oreja mientras recito las
palabras de un hombre calculador.

―Un renacimiento. —Me incorporo, observando con una sonrisa de


satisfacción cómo sus ojos finalmente se cierran―. Un renacimiento. —
Presiono mis suaves labios contra los suyos relajados.

―Una especie de despertar...

Como un león sedado que despierta de un fuerte tranquilizante, el


deseo de matar se apodera de mí inmediatamente, antes incluso de que
mis ojos tengan la oportunidad de abrirse.

Prácticamente me arranco los brazos por los hombros y tiro de las


correas que me sujetan las muñecas mientras la niebla que me cubre los
ojos se desintegra lentamente y mi visión se aclara.

Mi cuerpo arde de furia y mis labios se curvan con rabia, la


respiración sale de mis labios caliente y pesada. Intento liberarme de
nuevo, pero veo que me ha encadenado las muñecas con gruesas
esposas de cuero negro y pesadas hebillas metálicas a cada poste de la
estructura de hierro de la cama. Mis tobillos tienen una atadura similar.
Estoy completamente desnudo en la habitación poco iluminada, con
nada más que la sábana blanca de nuestra cama debajo de mí, una
lámpara de piedra en la esquina que emite un profundo resplandor rojo
en todo el espacio, que coincide totalmente con mi estado de ánimo
enfurecido.

Echo un vistazo a la habitación antes de pasar los dedos por el hierro


frío que hay sobre mí, buscando una llave para escapar. No hay nada.

―¿Qué coño es esto? —Gruño.

Un movimiento al otro lado de la habitación me llama la atención.

Briony.

Mis fosas nasales se encienden mientras la miro de pies a cabeza.


Ahí está, entre las sombras, con el modelito más sexy que jamás he visto.
Si no quisiera degollarla por haberme puesto en esta situación tan
vulnerable, le daría las gracias.

Tiras de cuero cruzan su cuerpo en el corpiño de este pequeño


teddy que se ajusta a sus curvas como un guante y se eleva sobre sus
caderas. Pero es la faja de cuero que une las tiras del teddy a sus muslos
tonificados lo que me pone. Joder, quiero pegarle. Azotar ese culito
blanco, cremoso y desafiante hasta que la huella de mi mano quede
grabada para siempre en su carne, como nuestras cicatrices.

Está apoyada despreocupadamente contra la puerta, haciendo


rodar algo entre sus dedos, pero es demasiado tenue para distinguir lo
que es.

Tengo la piel húmeda de sudor y el corazón me late con fuerza en


el pecho. Lo único que deseo es castigarla por lo que ha hecho para que
me encuentre en esta situación, pero tengo la sensación de que no
tendré esa oportunidad. Sobre todo con esa mirada escalofriante que
tiene clavada en mí.

―Ven aquí —exijo con calma desde la cama.

Su cabeza se inclina hacia un lado, su cabello negro le cae


suavemente sobre el hombro mientras se apoya despreocupadamente
en el marco de la puerta, mirándome de arriba abajo con una expresión
peligrosa, carente de emoción.

―Briony, ven aquí de una puta vez y desátame. —Respiro


bruscamente por las fosas nasales, sintiéndolas dilatarse mientras mi
mandíbula se tensa―. Ahora.

La pérdida de control me tiene mentalmente en una espiral, la rabia


crece caliente dentro de mi carne mientras hago todo lo posible por
mantener la calma.

Tras unos angustiosos segundos de silencio, empuja la puerta y cruza


lentamente la habitación con sus tacones de aguja negros. Aquellos ojos
angelicales de antaño son ahora ardientes en su mirada. Sus labios se
curvan y me sonríe.

Tiene la osadía de sonreírme, disfrutando del intercambio de poder.


Viviendo por la incapacidad de mi represalia. Me duele la cabeza y mis
pensamientos se desbocan ante lo que se avecina. Mi vista se aclara al
ver lo que tiene en la mano y entrecierro los ojos.

Se golpea la palma de la mano con el extremo del látigo, sacude la


cabeza y hace un tsk con la lengua.

―¿No te has enterado, cariño? —me susurra entrecerrando los ojos―.


No hablas a menos que te hablen.

Coge el látigo y juguetea con las tiras de cuero que cuelgan de la


punta, haciéndolas girar alrededor de su delicado dedo meñique
mientras una sonrisa ladina se dibuja en su hermoso rostro. Perdida en su
belleza, balancea el látigo hacia abajo, haciéndolo chasquear sobre mi
muslo desnudo.

Respiro agudamente ante la punzada de dolor antes de que el calor


viaje directamente a mi polla.

Me endurezco y sus ojos se posan en ella.

―Patético —se burla, antes de azotarme el pecho con el látigo.

Acepto el dolor complacido con la barbilla levantada, mi mirada


igualando la suya.

Me está llevando más allá del punto de locura, jugando a un juego


muy peligroso con un hombre demasiado calculador, trabajando para
doblegar al semental que tiene delante.

Se aparta de mí, se acerca a la cómoda y deja caer el látigo al


suelo. Veo una serie de objetos sobre una única tela blanca. Agarra por
el cuello lo que parece una botella de vino.

―Espero que te des cuenta de lo que esto significa, Briony —le digo
desde la cama―. Habrá retribución.

Se detiene en su sitio antes de girar la barbilla hacia el hombro. Una


risita seca sale de su garganta mientras agarra la botella con una mano.
Lentamente, la arrastra por el borde de la cómoda; el roce del cristal
contra la madera produce un zumbido bajo e inquietante. Al llegar al final
de la madera, la botella cae a su lado, donde agarra el cuello con los
dedos y vuelve a merodear hacia mí.

―Sí, así que no me van bien las amenazas.

La zorrita lista me robó las palabras.


Se acerca a la cama desde un lado y me recorre el muslo con las
uñas. Mis músculos se contraen y vuelvo a luchar contra las ataduras.

―Vas a necesitar respirar a través de esto —ronronea, levantando la


botella por encima de mí.

Me vierte vino sobre los labios cerrados, el dulce líquido se derrama


por mi boca y mi barbilla. Continúa, inclinando la botella sobre mi pecho,
donde vierte más. Los músculos de mi abdomen se tensan y el frío del vino
se acumula en las grietas. Se inclina y su lengua sale de su boca, lamiendo
la línea de los músculos. Mi polla responde de mala gana a sus
interminables burlas y se apoya en mi bajo vientre, rígida y pesada.

Si pensaba que romper a Briony era estimulante, aún no me había


dado cuenta de lo alucinante que sería ver cómo ella me rompía a mí.

Con sus ojos duros clavados en los míos, vuelve a llevarse la botella
a la boca y traga una buena cantidad de vino.

Ella es un animal. Un jodido animal salvaje que ha estado enjaulado


demasiado tiempo. Su gusto por la libertad la lleva a vagar por los límites
de su terreno, empujando los límites de una vida que no sabía que
necesitaba.

Verla en su elemento hace que mi pecho se hinche de orgullo por


mi reina.

Aún así la voy a joder por esto.

Se acerca a mí desde el borde de la cama y deja la botella


delicadamente en el suelo. Se arrastra hasta la cama entre mis piernas,
con los hombros arqueados como una auténtica depredadora,
conquistando a su presa mientras trepa por mi cuerpo desnudo.

A horcajadas sobre mi abdomen, coloca las palmas de las manos a


ambos lados de mi cabeza, inclinándose sobre mí desde arriba. Intento
incorporarme, pero las ataduras no me dejan avanzar mucho. Se echa
hacia atrás, enarcando una ceja maliciosa, burlándose de su libertad y
de la falta de la mía. Mi labio se tuerce de frustración.

―Este jueguecito tuyo no acabará bien para ti —digo con seguridad,


apoyando la cabeza en la cama.

Ella frunce el ceño. ―No te he pedido tu opinión.

Mis ojos recorren su hermoso cuerpo envuelto en el teddy de cuero,


deseando hacerlo trizas con mis dientes, mi cuchillo, mi puta polla.
Necesito salir de estas esposas.

―¿Entonces qué pides? —pregunto, mordiéndome el labio inferior


mientras miro fijamente el suyo, imaginando sus dulces gritos de dolor.

―Consentimiento.

me burlo. ¿―Consentimiento―? ¿Para qué?

―Dime que confías en mí —me interrumpe, bajando el tono.

¿Confiar en ella? Nunca he confiado en nadie en mi vida hasta el


punto que confío en ella. Ella ha florecido para mí. Sangrado por mí. Ha
matado por mí. La confianza ni siquiera es una pregunta.

―Con todo. —Le respondo.

Nuestras miradas se detienen un instante. La emoción que transmite


casi hace combustionar mi corazón negro y muerto.

Se sienta erguida y me recorre el pecho con los dedos.

―Bien —responde bruscamente.

Admiro su culo expuesto cuando se baja de mí de un salto y se dirige


de nuevo a la cómoda para coger lo que parece una mordaza de bola.
―No, joder, no —escupo.

Se acerca y sujeta la mordaza negra con una correa de cuero


enrollada en el dedo. Cuando me la pasa por un lado de la cara, alejo la
cabeza con un movimiento brusco.

Inclina la barbilla y dice: ―No puedes luchar contra mí. —Se inclina
hacia delante y sus labios rozan mi oreja. ―No hay escapatoria, no hay
llave esperando. No hay rompecabezas que esta inteligente asesina
pueda burlar. —Me agarra del cabello de la parte superior de la cabeza
y tira con fuerza hasta que siseo de doloroso placer. Mi polla salta entre
nosotros y flexiono los cuádriceps con fuerza. ―No escaparás de mí, Aero.

Mi dura mirada encuentra la suya. He creado un monstruo. Es una


alfa, su sed de dominio es más poderosa que la mía.

Me suelta el pelo, me da una bofetada en la cara y yo exhalo un


suspiro.

―Es divertidísimo lo que te hace un poco de dolor —se burla


mirándome la erección. ―Apuesto a que estás deseando un poco de
contacto. Deseando esta boca húmeda y caliente alrededor de esa
punta perforada. Imaginando deslizarte en mis húmedas y resbaladizas
paredes, ¿quizás?.

Prácticamente se me agita el pecho al oír las palabras que salen de


esos hermosos labios. Tiro una vez más de las correas que me sujetan, un
profundo gruñido de frustración retumba en mi pecho.

―Calla, mi amor —susurra seductoramente a través de su sonrisa. ―Es


hora de que borremos tu pasado.

La confusión se apodera de mí cuando me desliza la correa de


cuero de la mordaza de bola por la cabeza e intenta metérmela en la
boca. Me agito salvajemente, frustrando sus esfuerzos, hasta que se sube
encima de mí, colocando una rodilla en mi pecho y la otra en mi cuello,
inmovilizándome y cerrándome la nariz hasta que no tengo más remedio
que rendirme o asfixiarme.

Abro la mandíbula para tomar aire y enseguida me llena la boca


con la mordaza. Me asegura la parte de atrás y me aparta los mechones
de cabello que me cubren los ojos. Endurezco la mirada antes de que
pase delicadamente los dedos por la cicatriz que tengo cerca de la ceja
y luego por la boca, centrándose en los labios.

―Eso es. Ríndete a mí, cariño —susurra antes de darme un suave


beso en la sien.

Sigue dándome ligeros besos en la cara antes de llegar al cuello. Al


llegar a la clavícula, su cálida lengua recorre mi piel y desciende hasta mi
pecho. La mordaza atrapa mi gemido gutural mientras me rindo a su
tierno contacto.

Ahora conoce mi equilibrio. Amor suave, pero con una mordida.

Sus labios me envuelven el pezón antes de que la sensación de sus


dientes desgarre la carne. Mis caderas se levantan por sí solas, los
músculos de mis muslos tensos por la tensión, buscando algún tipo de
fricción contra mi dolorida polla ante el delicioso dolor. Joder, esto me
está volviendo loco.

Se endereza, y mis ojos recorren su cuerpo, esas barras doradas que


atraviesan sus pezones presionando la malla negra de la lencería,
dándome aún más sed de probarlas. Perdida en sus sucios pensamientos,
la palma de su mano vuelve a tocarme la cara. El cabello oscuro me cae
sobre los ojos y el escozor de la bofetada hace que prácticamente me
corra encima.

―Te vas a correr por mí, ¿verdad, niño bonito?


Joder.

La miro fijamente a través del pelo, respirando con dificultad por las
fosas nasales, y luego asiento con la cabeza.

Me agarra la polla con fuerza y yo levanto la cabeza de la cama.

―Sólo cuando yo te lo diga —me ordena, bajando la mano para


tocarme los huevos―. ¿Vas a escucharme ahora?

Contemplo con asombro a esta diosa demoníaca sobre mí.

―No hables más, joder —exige―. Asiente si lo entiendes.

Murmuro entre dientes y asiento con la cabeza.

Me toca suavemente los huevos con los dedos, jugueteando


conmigo, y luego presiona ligeramente debajo de ellos. Una zona
demasiado sensible para mi gusto.

Mi cabeza vuelve a caer contra el colchón y mis ojos se cierran con


fuerza.

―Pero antes de que te bajes, yo voy a por el mío.

Me agarra del cabello por la coronilla y tira de mi cuello hacia


delante, me desabrocha la mordaza y me la quita de la boca antes de
tirarla al suelo. Las babas me caen por la barbilla mientras ella se desplaza
sobre mí. Unos muslos cremosos rodean ahora mi cabeza y, antes de que
pueda respirar, aparta la tira de su teddy a un lado y sienta su húmedo e
hinchado coño sobre mis labios.

―Lame tu coño, nena —me ordena, embadurnándome con su


excitación.

La complazco, lamiendo ansiosamente su agua bendita mientras sus


dulces gemidos llenan la habitación. Mis dedos se enroscan en el borde
de las esposas, con tantas ganas de tocarla, de llenarla, pero mi lengua
tendrá que bastar. ¿Quiere que la excite? La haré ver las putas estrellas.

―Sí, eso es —me elogia, sofocándome con su sexo―. Haz que me


corra.

No necesito respirar. Follármela con la lengua mientras me degrada


es mucho mejor que el aire.

Se levanta sobre las rodillas y se pasa una mano por el sexo


empapado, dándose palmadas por encima de mí antes de introducirse
un dedo hasta el fondo. La miro, deseando nada más que destrozar a mi
pequeña provocadora. Si tengo la oportunidad, la destrozaré.

―¿Tienes hambre de más? —se burla, retira el dedo y me unta los


labios de cremosa excitación.

―Joder, sí —le respondo antes de que vuelva a aplastarme.

Mis caderas se elevan, mi polla tiesa y goteante sobre mi abdomen


mientras mi lengua separa sus pliegues. Sus muslos empiezan a temblar y
sus uñas se clavan en la carne de mi pecho. Chupo con fuerza su clítoris,
mordisqueando suavemente el capullo hinchado, y sus espasmos se
apoderan de ella.

Grita, rechinando su sexo resbaladizo, y se corre en mi cara, los


sonidos que salen de su garganta me ponen furioso.

Su respiración se regula lentamente y se levanta de mí mientras


tararea: ―Buen chico.

―Fóllame la polla, Briony —ordeno, sexualmente frustrado por mi


pérdida de poder en esta situación―. Siéntate ya, joder. Jesús, basta de
esta mierda. Desabrocha las esposas.

Se desliza sobre mí y se ríe de mis palabras. Tiene los ojos entornados


por el éxtasis que le ha provocado el orgasmo, burlándose aún más de
mí. Se acerca de nuevo a la cómoda y coge algo entre las manos. Se
acerca al extremo de la cama, cerca de mis pies, y yo levanto la cabeza
para intentar ver qué está haciendo.

―Realmente no me gusta tu tono de voz —regaña―. Además,


exigirlo no me va a funcionar. Voy a necesitar oírte suplicar por ello, llorar
por ello, suplicar por el placer que sólo yo puedo darte.

Vuelve a subirse a la cama, se sienta entre mis muslos separados y


se muerde el labio mientras me mira la polla. Se me acelera el pulso.

―¿Qué estás haciendo?

Su pecho sube y baja mientras respira profundamente. Agita las


pestañas y se lame los labios, parece nerviosa. ¿Por qué se le está
cayendo la máscara de pura confianza?

Sus ojos encuentran los míos y oigo un clic, seguido de un zumbido


bajo.

―Briony. —Hago un esfuerzo para sentarme, pero las correas me tiran


hacia atrás―. ¿Qué estás haciendo?

―Shh. —Me toca el interior del muslo con lo que parece ser un
vibrador―. No te resistas o la mordaza volverá a tu boca.

El vibrador sigue subiendo por mi muslo, más cerca de mi virilidad.


Las esposas me desgarran las muñecas mientras me masturbo con
agresividad.

―No. —Prácticamente gruño la palabra, el dolor presente en mi


expresión.

Su mirada me lo dice todo. Tuve mi oportunidad de limpiarla de la


suciedad a la que se había sometido por mí. Ahora ella va a limpiarme a
mí de la suciedad desgarradora de mi pasado.

―Te vas a correr por mí —declara, mientras el vibrador llega a la base


de mi polla.

Vuelvo a echar la cabeza hacia atrás mientras mis caderas se


sacuden de mala gana ante la placentera sensación.

―Pero sólo como yo quiero.

Oigo lo que parece un tapón de botella cerrándose mientras una


mano cálida y húmeda se desliza sobre mi polla.

―Ahh, mierda —siseo entre dientes.

Debe de tener un bote de lubricante, porque mi polla está


resbaladiza en su mano. El vibrador me recorre los huevos, y me
estremezco contra su mano ante el necesario contacto que hace arder
mi cuerpo. Su mano se desliza hacia abajo y me toca de nuevo los huevos
hinchados y pesados. Me pasa el vibrador por el pene hasta que llega al
piercing. Rueda sobre la punta, lanzando chispas de placer por todo mi
cuerpo en ráfagas rápidas y agudas.

―Jesús, Briony —jadeo, empujando contra ella―. Ah, joder.

―Respira —me exige, y sus dedos resbaladizos se deslizan aún más


para presionarme el culo.

―No. —Me alejo de ella―. No me toques ahí.

Inmediatamente, todo el placer se despoja de mi cuerpo y el pánico


inunda mi visión. Mi mente es expulsada de los confines de este espacio y
devuelta a la prisión de mi pasado. Los horribles recuerdos de mi
inocencia me son arrebatados.

Suelta el vibrador y sube por mi cuerpo hasta agarrarme la barbilla


con fuerza. Veo que mueve la boca para decir algo, pero lo único que
oigo son los fuertes latidos de mi pulso en toda mi cabeza.

―¡Aero! —grita―. ¡Mírame!

Cierro las manos en puños, con el cuerpo tenso mientras mis ojos se
abren por fin y conectan con los suyos.

―Mírame, nene. Sólo a mí —dice por encima de mí, con su larga


melena oscura cubriéndole la cara mientras me sujeta la cara entre las
manos―. Sólo tú y yo.

Respiro entre los labios, con la frente perlada de sudor mientras mi


pulso acelerado por fin se ralentiza.

―Les estoy quitando esto, Aero. Me estoy adueñando de cada parte


de ti. Sólo somos nosotros. No somos como ellos —respira, la confianza de
una guerrera emanando de ella―. Somos como nosotros.

Se levanta y me desabrocha una de las muñecas. Mis ojos se abren


de sorpresa antes de que mi codiciosa mano encuentre rápidamente su
pecho y libere la flexible carne rasgando la malla que lo cubre.

―Te amaré infinitamente —gime, deslizándose más hacia atrás,


deslizándose sobre mí con su centro resbaladizo―.,Pero me dejarás borrar
esto.

La palabra amor adquiere un nuevo significado. Ella exige mi


confianza, igual que yo había exigido la suya. Briony renunció a todo lo
que sabía que era verdad, todo por mí.

Jugueteo con su pezón, acariciando el piercing mientras siento


cómo se retuerce sobre mí. Mi mano sube por su pecho hasta llegar a su
cuello. La siento tragar saliva contra mi palma, nuestros ojos siguen fijos el
uno en el otro mientras aprieto más fuerte.

Somos tú y yo.
Suelto su cuello y me rindo mientras ella vuelve a hundirse entre mis
piernas. Las uñas me desgarran la carne de los muslos, provocándome el
dolor que necesito para sentirme segura. Mis piernas se doblan
ligeramente, mis tobillos siguen encadenados. Presionando el punto
sensible, su mirada se centra en mí mientras su dedo resbaladizo se
introduce en mi interior.

―Joder. —Aprieto en un puño la sábana que tengo debajo, con el


pecho agitado mientras el resto de mí permanece atado a la cama.

Hace rodar lentamente su dedo, masajeándome internamente. Mi


polla se eriza cuando me invade una oleada de máxima estimulación.
Empezando por las piernas, el fuego sube cada vez más hasta envolver
todo mi cuerpo en calor, como un volcán que explota desde dentro.

Intento hablar, pero las palabras se me escapan mientras ella sigue


pulsando con el dedo en ese mismo punto que me hace flaquear por
completo.

―Sí, nene —suspira, lamiéndose los labios, mirándome con ferviente


necesidad―. Déjame ordeñar el semen de mi polla de forma sucia.

Sus palabras. La forma sucia en que me toca para borrar mi pasado.


La forma en que sus ojos se iluminan con innegable lujuria mientras me
mira. Todo ello me hace maldecir al techo, gemir incontrolablemente y
agacharme para tocar mi dolorida polla.

Inmediatamente me da una palmada en la mano y sigue moviendo


el dedo. Es demasiado. Mis caderas se mueven hacia arriba, ansiando
una liberación dulce y devastadora mientras respiro entrecortadamente
y mis músculos se crispan. Me aprieto las pelotas contra el cuerpo y siento
que se acerca.

―Joder, nena... tócame. Chúpamela. Sujétame la puta polla —


gimo, echando la cabeza hacia atrás mientras me retuerzo debajo de
ella.

―Ruega por ello —ordena.

―¡Por favor! Maldito Cristo —suplico.

Su otra mano rodea por fin mi polla, y en cuanto se desliza por el


tronco y llega a la coronilla, mi cuerpo se pone rígido y un gemido largo
y profundo vibra en mi pecho mientras chorros de esperma caliente salen
de mi punta. Sigo empujando mis caderas contra su palma, aún
corriéndome, mientras el fuerte puñetazo en mi centro de placer hace
que mi cuerpo se licúe en el estallido de fuego con los ojos en blanco que
jamás he experimentado.

Estoy mareado, aturdido por lo que acaba de pasar, cuando me


doy cuenta de que ha desabrochado las esposas de cuero que
quedaban en mi cuerpo inerte. Me escama, pasando la mano por el
amasijo de semen que hay en mi abdomen. Contemplo aturdido cómo
se lo esparce por el cuello y el pecho, en la más sexy muestra de
marcarse, antes de que su dedo siga manoseando. Lo esparce por mis
labios entreabiertos y desliza un dedo dentro de mi boca.

Mi lengua envuelve su dedo mientras ella me mira orgullosa.

―Sabemos tan bien juntos. —Sonríe y me saca el dedo de la boca


antes de rodearlo con los labios para chuparlo ella.

Me invaden la locura y una lujuria abrumadora por esta mujer, y nos


doy la vuelta bruscamente, arrojándola de espaldas mientras chilla
sorprendida. Reflejo su sonrisa radiante antes de atacar su boca con la
mía. El sabor ácido de su excitación sigue en mi lengua, que se desliza
sobre la suya, uniéndonos de nuevo. Sigo tan empalmado como siempre
mientras acomodo las caderas entre sus muslos separados, deslizándome
en su hinchada cremosidad mientras los ecos de nuestros orgasmos
siguen recorriéndonos.
Me aparto de sus labios y miro fijamente a los ojos azules de la mujer
que me cambió de una forma que nunca creí posible. La mujer que me
devolvió a la vida destruyendo los demonios de mi pasado. La mujer que
renunció al Cielo para encontrar su lugar en el Infierno conmigo. La mujer
a la que siempre estaré atado, en esta vida y en la siguiente.

Sonrío para mis adentros, abrazando ese amor enfermizo mientras


nuestra oscura historia continúa.

―Una puta delicia.

FIN

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