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Las nuevas reglas del método sociolégico Critica positiva de las sociologias comprensivas Anthony Giddens Amorrortu editores Buenos Aires - Madrid Biblioteca de sociologia New Rules of Sociological Method: A Positive Critique of Interpretative Sociologies, Anthony Giddens © Anthony Giddens, 1976, 1998 Traduccién: Salomén Merener Revisién de la segunda edicién: José Luis Etcheverry Primera edicién en castellano, 1987; primera reimpresién, 1993. Segun- da edicién, 1997; primera reimpresi6n, 2001; segunda reimpresién, 2007. Tercera edicién, 2012 © Todos los derechos de la edicién en castellano reservados por Amorrortu editores S.A., Paraguay 1226, T° piso - C1057AAS Buenos Aires Amorrortu editores Espaiia 8.L., C/Lépez de Hoyos 15, 3° izquierda - 28006 Madrid www.amorrortueditores.com La reproduccién total o parcial de este libro en forma idéntica o modifi- cada por cualquier medio mecanico, electrénico o informatico, incluyen- do fotocopia, grabacién, digitalizacién o cualquier sistema de almacena- miento y recuperacién de informacién, no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Queda hecho el depésito que previene la ley n° 11.723 Industria argentina. Made in Argentina ISBN 978-950-518-230-5 Giddens, Anthony Las nuevas reglas del método sociolégico. Critica positiva de las sociologias comprensivas. - 3° ed. - Buenos Aires: Amorrortu, 2012. 208 p.; 23x14 em. - (Biblioteca de sociologia) Traduccién de: Salomén Merener ISBN 978-950-518-230-5 1. Metodologia de la Sociologia. I. Merener, Salomén, trad. II. Titulo. CDD 316:303 Impreso en los Talleres Gréficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, pro- vincia de Buenos Aires, en enero de 2012, Tirada de esta edicién: 1.500 ejemplares. 8. La produccién y reproduccién de la vida social Orden, poder, conflicto: Durkheim y Parsons El tratamiento de Durkheim de la «exterioridad» de los hechos sociales y la «coercién» que ejercen sobre la con- ducta de los actores fue un intento de aportar una teoria sobre el nexo entre la accién y las propiedades de colecti- vidades sociales. Cuando introdujo por primera vez las nociones de exterioridad y coercién, en Las reglas del mé- todo sociolégico, Durkheim omitié separar el sentido onto- légico en el que el mundo fisico tiene una existencia inde- pendiente del sujeto cognoscente, y puede influir causal- mente sobre su conducta, de las propiedades coercitivas de la organizaci6n social. Pero después se empefié en acla- rar el supuesto, que de todos modos ya estaba fuertemen- te desarrollado aun en sus escritos iniciales, de que los fe- némenos sociales son, en su misma esencia, fenémenos morales, Las sanciones «utilitarias», que influyen sobre la conducta humana de una manera «mecanica», se distin- guen de las sanciones morales, cuyo contenido es especifi- co del universo moral al que pertenecen (la conscience collective); llegé a sostener que Ja adhesién a ideales mora- les no es coercitiva en un sentido simple, sino que es la fuente misma de la conducta intencional. En este ultimo sentido, se establece una triple conexién: social-moral- intencional. Esta es la clave de la sociologia de Durkheim aunque permanece confundida con una tendencia a ver ciertos designios como si fueran «egocéntricos», basados en impulsos organicos, y resistentes a su incorporacién al universo social de los imperativos morales.! 1 Anthony Giddens, «The “individual” in the writings of Emile Durk- hein», Archives européennes de sociologie, vol. 12, 1971. 125 Pero la idea de que los designios pueden ser considera- dos como «valores introyectados» no es en modo alguno ex- clusiva de los escritos de Durkheim; por el contrario, apa- rece en muchisimos sitios diferentes, y a menudo en las obras de aquellos cuyas ideas son en apariencia muy dis- tintas de las de Durkheim y, en verdad, directamente opuestas. Los axiomas centrales implicitos se pueden ex- presar como sigue. El mundo social se diferencia del mun- do de la naturaleza esencialmente por su cardcter moral («normativo»), Esta es la verdadera disyuncién radical, porque los imperativos morales no estan en relacién de si- metria con los de Ja naturaleza, y por consiguiente en mo- do alguno pueden ser derivados de estos, la «accién» —se declara entonces— puede ser considerada como una con- ducta orientada hacia normas o convenciones. Es asi como este teorema puede conducir por direcciones divergentes, dependiendo de que el andlisis le concentre en los desig- nios o motivos del actor o se ponga el acento, como lo hace Durkheim, en las normas mismas como propiedades de colectividades. Los filésofos poswittgensteinianos siguie- ron inevitablemente el primero de estos caminos, y abor- daron el estudio de la conducta intencional por la via de asimilar conducta «provista de sentido» a conducta «go- bernada por reglas», sin explicar los origenes de las reglas a las que se refieren (y sin considerar su cardcter de san- cionadas). El mismo curso siguieron otros numerosos es- critores recientes, quienes, aun sin ser filésofos, se vieron influidos por las ideas de los seguidores declarados de Wittgenstein. Asi, en uno de esos textos, se nos dice: «Los motivos [con lo que el autor se refiere a lo que en mi termi- nologia son los “designios”] son una via por la que un ob- servador puede asignar pertinencia a una conducta para que pueda ser reconocida como un caso de accidén ordena- da normativamente»; o también: «el motivo es una regla que describe el cardcter social del acto mismo».? Ya he indicado algunos de los defectos inherentes a es- te tipo de razonamiento y es adecuado en este punto tra- tar de relacionarlos con los puntos débiles de aquel que es nominalmente su contrario: 0 sea, el propuesto por Durk- ? Peter McHugh et al., On the Beginning of Social Enquiry, pags. 25 y 27 (las bastardillas son mias). 126 heim, y seguido posteriormente en aspectos importantes por Parsons, La deuda de Parsons con Durkheim en la for- mulacién de su «marco de referencia de la acciém» es expli- cita y reconocida. El tema principal de The Structure of Social Action es el de una inmanente convergencia del pensamiento entre Alfred Marshall, Pareto, Durkheim y Weber. Parsons discierne un paralelismo entre la conside- racién de Weber de la accién y el interés de Durkheim por la obligacién moral (interiorizada) que después aplica pa- ra aportar una solucién general al «problema del orden de Hobbes», La manera en que Parsons plantea y procura re- solver este «problema hobbesiano» tiene dos conjuntos principales de consecuencias —cuyas implicaciones quie- ro analizar—, que incluyen: 1) la tesis de que el «volunta- rismo» puede ser incorporado a la teoria social mediante el axioma de que los «valores» forman a la vez los compo- nentes motivacionales de la accién y los elementos centra- les del consenso universal, que es la condicién de la estabi- lidad social; 2) el supuesto de que el conflicto de intereses en la vida social se centra en la relacién entre el «indivi- duo» (actor abstracto) y la «sociedad» (comunidad social global), un punto de partida que conduce, como ocurriéd con Durkheim, directamente a la idea de que el disenso (crimen, rebelién, revolucién) se debe conceptualizar co- mo «desviaciém y ver como una falta de compromiso moti- vacional con las normas consensuales. El «woluntarismo» La obra inicial de Parsons estuvo dirigida a reconciliar el «voluntarismo» supuestamente inherente al enfoque metodolégico de Weber (y, desde un Angulo diferente, an- ticipado por Pareto) con la idea de la exigencia funcional del consenso moral. La nocién de «valor», tal como esté representada en los escritos de Parsons, desempefia un papel capital en el «marco de referencia de la accién» por- que es el concepto basico que vincula las disposiciones de necesidad de la personalidad (valores introyectados) y (por la via de las expectativas de rol normativas en el ni- 3 The Structure of Social Action, Nueva York, 1949. 127 vel del sistema social) el consenso cultural. «Un sistema concreto de accién —dice Parsons— es una estructura in- tegrada de elementos de acci6n en relacién con una situa- cién. Esto significa esencialmente una integracién de ele- mentos motivacionales y culturales o simbélicos, reunidos en cierto tipo de sistema ordenado».+ Una vez que se aprecia la significacién de esta idea, no es dificil ver por qué, como se ha sefialado, el «voluntaris- mo» que se destaca en el trabajo inicial de Parsons, The Structure of Social Action, parece desvanecerse en su posi- cién madura, tal como la expone en The Social System y escritos posteriores. Segtin lo presenta Parsons en su pri- mer trabajo, el voluntarismo se contrapone al «positivis- mo», pues este denota formas de teoria social del siglo XIX que procuraban evitar toda referencia al sujeto actuante como actor moral, mientras que el primero denota las que sittian en primer plano al sujeto actuante. El uso del tér- mino «voluntarismo» sugiere que Parsons procuré cons- truir dentro de su propio enfoque una concepcién del actor como agente creador e innovador. Para Parsons, los mis- misimos valores que componen el consensus universel, «in- troyectados» por los actores, son los elementos motivacio- nales de la personalidad. Pero, si son los «mismos» valo- res, {qué fundamento puede quedar para el carActer crea- dor de la accién humana que presupone nominalmente el término «voluntarismo»? Parsons interpreta este ultimo concepto por simple referencia a «elementos de caracter normativon;> la «libertad del sujeto actuanten se reduce entonces —y con absoluta claridad en la teorta madura de Parsons— a las disposiciones de necesidad de la per- sonalidad. En el «marco de referencia de la acciém, la «acciém misma sélo aparece en el contexto de una insis- tencia en que las explicaciones sociolégicas de la conducta se tienen que complementar con explicaciones psicolégi- cas de «los mecanismos de la personalidad»; el sistema es enteramente determinista.® Asi como no hay espacio aqui 4 The Social System, Londres, 1951, pag. 36 (las bastardillas son mias). 5 The Structure of Social Action, op. cit., pag. 81. ® Pienso que este comentario también vale para el andlisis desarrolla- do en Peter L. Berger y Thomas Luckmann, The Social Construction of 128 para la capacidad creadora del sujeto en el nivel del actor, una fuente importante de dificultades nace del intento de explicar el origen de las transformaciones de los propios criterios de valor institucionalizados, un problema que el sistema de teoria de Parsons (y el de Durkheim) comparte con las ideas de Winch, que en otro sentido son muy dife- rentes, sobre la filosofia de la accién, pues los dos tienen que tratar los criterios de valor («reglas») como dados. El individuo en sociedad La solucién de Parsons para el problema del orden tie- ne en cuenta, desde luego, la existencia de tensiones 0 conflictos en la vida social. Estas derivan de tres conjun- tos posibles de circunstancias, y cada uno de estos en cier- to sentido se centra en la nocién de anomia, fundamental en el pensamiento de Parsons como lo fue en el de Durk- heim. Uno de ellos es la ausencia de «criterios de valor obligatorios» en alguna esfera de la vida social; el segundo supone una falta de «articulacién», como lo expresa Par- sons, entre las disposiciones de necesidad de los actores y una «pauta de orientacién de valores» dada; el tercero se verifica cuando los elementos «condicionales» de una ac- cién, como los percibe el actor, se especifican erréneamen- te. Se ha dicho con bastante frecuencia que el esquema teérico de Parsons no deja sitio a los conflictos de intere- ses. De hecho, su mismo punto de partida es la existencia del conflicto de intereses, puesto que el teorema de la inte- gracién de designios y valores es la base principal de su propuesta solucién al «problema del orden de Hobbes», de- finido precisamente en funcién de la conciliacién de inte- reses diversos y divergentes. He sostenido en alguna parte que el «problema hobbesiano» no tiene en la historia del pensamiento social la importancia que Parsons pretendié asignarle,” pero es importante examinar aqui sus debili- Reality, Londres, 1967 [La construccién social de la realidad, Buenos Aires: Amorrortu, 1968], que fracasa, en mi opinién, en su intento de conciliar una teorfa de la accién con una teoria de la organizacién institucional. 7 Cf. Giddens, «Classical social theory and the origins of modern socio- logy», American Journal of Sociology, vol. 82, 1976. 129 dades analiticas. La cuestién no estd en que el sistema de Parsons (y el de Durkheim) no concedan un papel al con- flicto de intereses, sino en que ofrecen una teoria especi- fica, y defectuosa, sobre él, de acuerdo con la cual el cho- que de intereses existe en la medida en que un orden so- cial no es capaz de hermanar los propésitos de los diversos miembros de una colectividad con la integracién de patro- nes de valor en un consenso internamente simétrico, y s6- lo en esa medida. E] «conflicto de intereses», segtin esta concepci6n, nunca llega a ser algo més que un choque en- tre los propésitos de actores individuales y los «intereses» de la colectividad. En esa perspectiva, el poder no puede llegar a ser tratado como un componente problematico de intereses de grupo divergentes corporizados en una accién social, puesto que el entrelazamiento de intereses es con- siderado primero y ante todo como un problema de la rela- cién entre «el individuo» y «la sociedad». Desde este punto de vista, las ideas de Durkheim son mas complejas que las encarnadas en The Social System, por lo menos en un importante aspecto. Durkheim sostu- vo que hay dos modos principales en los cuales los intere- ses de los actores pueden llevarlos a apartarse de los im- perativos morales de la conscience collective, aunque en su pensamiento no consiguié esclarecer plenamente la rela- cién entre ellos. Uno se basa en el papel de los impulsos egocéntricos, organicamente dados, concebidos en tensién constante con las demandas morales de la sociedad 0 con el segmento socializado de la personalidad dualista del actor. El otro es el esquema conocido de la falta anémica de conjuncién entre los designios de los actores y las nor- mas morales establecidas. El tratamiento que Durkheim hace de la anomia ofrece algtin reconocimiento del conflic- to de intereses porque la «desregulacién» anémica deriva de una situacién en la que los actores tienen aspiraciones definidas que no son «realizables» (argumentacién elabo- rada después por Merton), y no de un vacfo moral, una au- sencia de normas morales obligatorias para las acciones.® Pero esta posibilidad, que podria haber sido vinculada con el andlisis de lo que Durkheim designé «divisién forzada del trabajo», y por esa via con el andlisis del conflicto de 8 Giddens, «The “individual” in the writings of Emile Durkheim», 130 clases, permanecié en buena parte inexplorada en los es- critos de Durkheim, y se pierde por completo de vista en el esquema tedrico de Parsons, puesto que este define la ano- mia como «la antitesis polar de una institucionalizacién plena», o «la completa quiebra del orden normativo». Aunque la interpretacién que Parsons ofrece de la linea de pensamiento de Durkheim en The Structure of Social Ac- tion es a mi juicio enteramente errénea,? la sefialada in- sistencia vincula indudablemente la obra de Durkheim con la de Parsons, y asi unifica la tradicién dominante en la sociologia académica. El «problema del orden», desde este Angulo, consiste en la centralidad de una tensién que se supone existente entre «egoismo» y «altruismo»: es el problema de reconciliar los intereses de actores indivi- duales con una moralidad social, la conscience collective o el «sistema comun de valores». Dada esa orientacién de teoria social, es imposible analizar de manera satisfacto- ria los intereses que se interponen entre las acciones de ciertos individuos y la comunidad global en su conjunto, los conflictos en que entran esas acciones, y las alineacio- nes de poder con las que se entrelazan. La interpretacién caracteristica del «orden» como con- senso moral aparece muy temprano en la obra de Parsons, y es atribuida a Weber tanto como a Durkheim. Asi, al co- mentar su traduccién del andlisis de Weber del orden legi- timo (Ordnung), Parsons sefiala: «Es evidente que por “or- den” Weber entiende aquf un sistema normativo. El mo- delo del concepto de “orden” no es, como en la ley de la gra- vedad, el orden de la naturaleza. . .».1° Sea que Weber lo haya entendido asi o de otro modo, el «problema del or- den» para Parsons es ciertamente el de una regulacién normativa, un problema de control. El enigma para el cual las formulaciones de Parsons se ofrecen como una so- lucién no es equivalente en su generalidad a la famosa pregunta de Simmel: «{Cémo es posible la sociedad?», que ® Véase la introduccién de Giddens, Emile Durkheim: Selected Writ- ings, Cambridge, 1972, pgs. 38-48. 1 Talcott Parsons, nota del traductor, en Max Weber, The Theory of Social and Economie Organisation, Londres, 1964, pag, 124. Cf. Par- sons, The Social System, pag. 36, donde distingue dos aspectos del «pro- blema del orden»: el «problema hobbesiano» y el «problema del orden en los sistemas simbélicos que hacen posible la comunicaciém», 131 mantiene su significacién aunque se abandone, como creo que se lo debe hacer, la presentacién de Parsons del «pro- blema del orden». Me parece que el término «orden» sdlo se debe emplear en la acepcién que Parsons, en su comen- tario sobre Weber antes mencionado, considera inapropia- da para la ciencia social: como un sinénimo genérico de «modelo» o antitesis de «caos». Orden, poder, conflicto: Marx Para buscar una alternativa a una teoria de este tipo, tendemos a recurrir al marxismo, con su manifiesta y ge- neralizada insistencia en el proceso, el conflicto y el cam- bio. Se pueden distinguir en los escritos de Marx dos for- mas de relacién dialéctica en el movimiento de la historia. La primera es una dialéctica entre humanidad y natura- leza; la segunda es una dialéctica de clases. Las dos se en- lazan con la transformacién de la historia y la cultura. Los seres humanos, a diferencia de los animales inferiores, no son capaces de existir en un estado de mera adaptacién al mundo material. El hecho de que no posean un aparato innato de respuestas instintivas los obliga a un juego reci- proco creador con sus circunstancias, tal que deben procu- rar hacerse duefios de su ambiente en lugar de adaptarse simplemente a él como a algo dado; asi los seres humanos se cambian a si mismos cambiando el mundo que los ro- dea en un proceso continuo y reciproco. Pero esta «antro- pologia filoséfica» general (que no era original de Marx y que en la forma en que la expuso, en particular en sus pri- meros escritos, hizo poco mas que injertar la «inversién feuerbachiana» en el sistema de Hegel) se mantiene la- tente en las obras siguientes de Marx (con la excepcién parcial de las Grundrisse, donde la reelaboracién de estas ideas es atin fragmentaria). En consecuencia, es poco lo que se puede encontrar en Marx en la forma de un andli- sis sistemAtico o elaboracién de la nocién basica de la pra- xis. Hallamos afirmaciones como esta: «La conciencia es (...) desde su comienzo mismo un producto social, y lo se- r4 mientras existan seres humanos» y, mds especifica- mente: «El lenguaje es tan antiguo como la conciencia, el 132 lenguaje es conciencia practica que existe también para otros hombres (. . .) el lenguaje, como la conciencia, sélo surge de la necesidad, del intereambio con otros hom- bres».!! Pero antes que explorar las consecuencias de ta- les proposiciones, Marx se interesaba sobre todo en avan- zar directamente hacia la tarea de interpretar histérica- mente el desarrollo de tipos particulares de sociedad me- diante los conceptos de modos de produccién, divisién del trabajo, propiedad privada y clases, para lo cual se centra- ba, desde luego, en la critica de la economia politica y la transformacién eventual del capitalismo por el socialismo. Marx elaboré en ese contexto sus andlisis del interés material, el conflicto y el poder, que dejan translucir algu- nas de las ambigiiedades de los recursos conceptuales que los inspiraron. Es bastante evidente que, dentro del régi- men capitalista, las dos clases principales, capital y tra- bajo asalariado, tienen intereses divergentes (tanto en el sentido estrecho de la apropiacién del ingreso econédmico como en el sentido mas profundo en el que los intereses de Ja clase obrera promueven la incipiente socializacién del trabajo, en colisién con la defensa cerril de la propiedad privada por parte de la clase dominante); que estos facto- res implican que el conflicto de clases, latente o manifies- to, es endémico en la sociedad capitalista; y que esta con- dicién de antagonismo es regulada o estabilizada de ma- nera mas o menos directa por la gestién del poder politico del Estado. La superacién del capitalismo, sin embargo, marca la superacién de las clases, de sus conflictos de in- tereses y del «poder politico» mismo. En este Ultimo aspec- to, se puede sefialar sin dificultad la influencia residual de la doctrina de Saint-Simon, la idea de que la adminis- tracién de los hombres por otros hombres dara paso a la administracién de los hombres sobre las cosas. La idea que Marx se forma sobre la superacién del Estado es por cierto mucho mas refinada que esto, como lo prueban sus apuntes en sus criticas iniciales a Hegel y sus comentarios posteriores sobre la Comuna y el Programa de Gotha. Pe- ro las clases, los intereses de clases, el conflicto de clases y el poder politico dependen para Marx, en un sentido sus- tancial, de la existencia de un tipo dado de sociedad (la so- 11 The German Ideology, Mosct, 1968, pag. 42. 183 ciedad de clases), y como él rara-vez analiza los «intere- ses», el «conflicto» y el «poder» fuera del contexto de las clases, no resulta claro hasta dénde estos conceptos se re- lacionan con la sociedad socialista. Los intereses de clases y los conflictos de clases pueden desaparecer en la socie- dad socialista, pero gqué ocurre con las divisiones de inte- reses y los conflictos que no estan especificamente ligados a las clases? Hay afirmaciones en los escritos iniciales de Marx que podrian interpretarse en el sentido de que la llegada del comunismo marca el fin de todas las formas de division de intereses. Debemos dar por seguro que Marx no mantuvo este punto de vista; pero la ausencia de algo mas que indicaciones dispersas acerca de tales cuestiones impide hacer afirmaciones muy concretas sobre ellas. Ahora bien: se puede sefialar que Marx se negé a entrar en detalles acerca de la sociedad del futuro sobre la base de que tal especulacién degenera en el socialismo utépico, puesto que no es posible prever la forma de la organiza- cién social que caracterizaré a una sociedad basada en principios muy distintos de los existentes; y de modo simi- lar, tal vez se pueda sostener que los conceptos desarro- llados dentro de un tipo de sociedad —el capitalismo— no serian apropiados para el andlisis de otro —el socialis- mo—. Empero, estos argumentos no desmienten el punto principal: los inicos anélisis convincentes del conflicto y el poder se vinculan especificamente en Marx con los inte- reses de clases. Bajo este aspecto, sus escritos no proveen una alternativa elaborada frente a las grandes tradicio- nes del pensamiento social cuya «antropologia filoséfica» se centra en los conceptos de valor, norma o convencién. Lo que sigue se basa en la idea fundamental de la pro- duccién y reproduccién de la vida social, que ciertamente resulta coherente con la ontologia marxista de la praxis. Dice Marx: «Tal como los individuos expresan su vida, asi es como son. Lo que son, por consiguiente, coincide con su produccién, tanto con lo que producen como con el modo en que producem»,12 Pero «produccién» se debe entender en un sentido muy amplio, y para especificar sus connotacio- nes tenemos que ir mucho més alla de lo que nos ofrecen de una manera inmediata los trabajos de Marx. 2? Ibid., pag. 32. 184 La produccién o constitucién de la sociedad es un logro diestro de sus miembros, pero tal que no ocurre en condi- ciones que estén enteramente dentro de su intencién o comprensi6n. La clave para entender el orden social —en el sentido mas general del término que he distinguido an- tes— no esta en la «interiorizacién de los valores», sino en las relaciones cambiantes entre la produccién y la repro- duccién de la vida social por sus actores constituyentes. Pero toda reproduccién es necesariamente produccién: la simiente del cambio existe en cada acto que contribuye a Ja reproduccién de cualquier forma «ordenada» de vida so- cial. El proceso de reproduccién comienza con la reproduc- cién de las circunstancias materiales de la existencia hu- mana y depende de esta: la re-procreacién de la especie y la transformaci6n de la naturaleza. Los seres humanos, segtin dice Marx, producen «libremente» en intercambio con la naturaleza, en el sentido paraddjico de que estan forzados a transformar activamente el mundo material para sobrevivir en él, puesto que carecen de un aparato de instintos que les proveeria una adaptacién mds mecdnica asu ambiente material. Pero lo que sobre todo distingue a los seres humanos de los animales es que los primeros son capaces de «programar reflexivamente su ambiente, y asi regular su propio lugar en él; esto se hace posible sélo mediante el lenguaje, que es en principio el elemento de las actividades humanas prdcticas. éCuédles son, analiticamente, las principales condicio- nes que corresponden a la reproduccién de estructuras de interaccién? Se las puede analizar bajo las siguientes es- pecies: las destrezas constitutivas de los actores sociales, la racionalizacién de estas destrezas como formas de obrar; los aspectos no explicados de escenarios de interac- cién que promueven y permiten el ejercicio de tales capa- cidades, que se pueden analizar como elementos de moti- vacién, y lo que llamaré la «dualidad de estructura». En las préximas secciones de este capitulo elaboraré mi argumentacién con referencia al lenguaje, no porque convenga considerar la vida social como una especie de lenguaje, sistema de informacién o algo asi, sino porque, en tanto es forma social, el lenguaje ejemplifica algunos aspectos, y sdlo algunos, de la vida social en su conjunto, El lenguaje puede ser estudiado considerando por lo me- 135 nos tres aspectos de su produccién y reproduccién, cada uno de los cuales es caracteristico de la produccién y re- produccién de la sociedad mas en general. El lenguaje es «dominado» y «hablado» por actores; es empleado como medio de comunicacién entre ellos; y tiene propiedades es- tructurales que en cierto sentido estan constituidas por el habla de una «comunidad de lenguaje» o colectividad. Ba- jo el aspecto de su produccién como serie de actos de habla por un hablante individual, el lenguaje es: 1) una destre- za, 0 un conjunto muy complejo de destrezas, que posee cada persona que «conoce» el lenguaje; 2) utilizado para «conferir sentido», literalmente, como un arte creadora de un sujeto activo; 3) algo que es hecho, realizado por el ha- blante, pero no con pleno conocimiento de cémo lo hace. Es decir que probablemente el individuo pueda ofrecer sélo una versién fragmentaria de lo que son las habilidades que ejerce, o de cémo las ejerce. Bajo su aspecto de medio de comunicacién en interac- cidn, el lenguaje implica el uso de «esquemas interpretati- vos» para entender no sélo lo que otros dicen, sino tam- bién lo que denotan; la constitucién de un «sentido» como un logro intersubjetivo de entendimiento mutuo en un in- tercambio continuo; y el uso de indicios contextuales, co- mo propiedades del escenario, como parte integral de la constitucién y comprensién del sentido. Considerado co- mo una estructura, el lenguaje no es «poseido» por ningtin hablante particular, y sélo puede ser conceptualizado co- mo una caracteristica de una comunidad de hablantes; se lo puede concebir como un conjunto abstracto de reglas que no se aplican mecdnicamente, sino que las emplean de un modo generativo los hablantes miembros de la co- munidad de lenguaje. Me propongo decir entonces que la vida social se puede considerar como un conjunto de prdc- ticas reproducidas. Siguiendo el triple enfoque que distin- guimos antes, las practicas sociales pueden ser estudia- das, primero, desde el punto de vista de su constitucién como una serie de actos «producidos» por actores; segun- do, como formas constitutivas de interaccién, que inclu- yen la comunicacién de un sentido; y tercero, como estruc- turas constitutivas que pertenecen a «colectividades» o «comunidades sociales», 136 La produccién de una comunicacién «provista de sentido» La produccién de interaccién tiene tres elementos fun- damentales: su constitucién con cardcter «provisto de sen- tido»; su constitucién como un orden moral; y su constitu- cién como la operacién de relaciones de poder. Postergaré por el momento la consideracién de los dos tiltimos, pero s6lo porque su importancia merece un tratamiento deta- lado, y al final estos elementos deben ser reunidos, por- que se los puede separar analiticamente, pero en la vida social estAn sutil pero estrechamente entrelazados. La produccién de una interaccién en tanto provista de sentido depende ante todo de la reciprocidad de la «recep- cién» (Austin) en el intento comunicativo, donde el len- guaje es el medio primario pero ciertamente no el tinico. En toda interaccién intervienen un interés constante y una aptitud de descubrir modos para comprender la con- ducta del otro, aparte de la recepcién del intento comuni- cativo —por ejemplo, la comprensién de motivos—. Las sutilezas de la produccién cotidiana de interaccién pue- den parecer facilmente meras molestias periféricas si unos modelos idealizados de didlogo como «entendimien- tos mutuos perfectos» se ven como algo mas que un mundo posible de la filosofia. Dice Merleau-Ponty: «La voluntad de hablar es una y la misma que la voluntad de ser enten- dido».18 Pero mientras que esto presumiblemente tiene validez para si mismo como una asercién del filésofo, en situaciones diarias de interaccién la voluntad de hablar es también a veces la voluntad de contrariar, desconcertar, engafiar o ser mal entendido. Es esencial para cualquier anélisis adecuado de la in- teraccién como producto de las destrezas constitutivas de los actores reconocer que su «sentido» se negocia de modo activo y continuado; que no es sélo la comunicacién pro- gramada de sentidos establecidos: esta es, segan interpre- to, la sustancia de la diferenciacién de Habermas entre «competencia lingitistica» y «comunicativa». La interac- cién, como ya he sefialado, esta situada espacial y tempo- 13 Maurice Merleau-Ponty, In Praise of Philosophy, Evanston, 1963, pag. 54, 187 ralmente. Pero esto es una simple perogrullada sin inte- rés si no advertimos que es algo generalmente usado o aprovechado por los actores para producir interaccién. Anticipaciones de las respuestas de otros median la ac- tividad de cada actor en cualquier momento del tiempo, y lo que sucedié antes estd sujeto a revisién a la luz de la ex- periencia que siguié. De esta manera, sefiala Gadamer, la vida social practica presenta ontolégicamente las carac- teristicas del «circulo hermenéutico». La «dependencia del contexto», en las diversas maneras en que esta expresién admite ser interpretada, se puede considerar apropia- damente un elemento integral de la produccién de sentido en una interaccién, no un simple obstaculo para el ana- lisis formal. En relacién con teorias de las descripciones definidas, los filésofos han analizado con frecuencia las ambigtieda- des de frases como esta: «A quiere casarse con alguien que sus padres desapruebam». Pero es importante advertir que tales discusiones pueden volverse enteramente enga- fiosas si se las plantea como intentos de aislar una estruc- tura légica abstracta de la comunicacién de sentido en una interaccién. Aqui «ambigitedad» es ambigtiedad-en- contexto, y definidamente no se la debe confundir con las acepciones que una palabra u oracién dadas pueden tener en circunstancias distintas de aquellas en que las emitié un hablante particular en un tiempo particular. La ora- cién citada antes probablemente no es ambigua, por ejem- plo, si se la pronuncia en el curso de una conversacién en la que ya se mencioné al individuo que figura en los planes de matrimonio de A; 0 también si el curso de la con- versaci6n ya puso en claro para los participantes que A se ha propuesto elegir una esposa que resulte objetable para sus padres, aunque sin tener presente hasta ahora alguna en particular. Por el otro lado, una afirmacién que aparte del contexto parezca enteramente no ambigua, como «A se dispone a casarse mafiana», puede en realidad ser ambi- gua si, por ejemplo, se la pronuncia con suficiente insi- nuacién de sarcasmo como para que un oyente no sepa con seguridad si el hablante «mienta en realidad lo que dice». El humor, la ironia, el sarcasmo dependen todos ellos en alguna medida de posibilidades abiertas del discurso, co- mo elementos reconocidos de las destrezas por medio de 188 las cuales la interaccién se constituye en tanto provista de sentido.'4 Si bien esas destrezas desde luego suponen un «saber» que en principio puede ser expresado en forma proposicio- nal, es evidente que su saturacién por aspectos tempora- les y espaciales del contexto de comunicacién no se puede considerar en estos términos exclusivamente. Tomemos un ejemplo analizado por Ziff. Los lingiiistas han sosteni- do a veces que el significado de una oracién como «la plu- ma que esta sobre el escritorio es de oro», cuando se la uti- liza en el contexto diario de la comunicacién, podria ser ex- presada en un lenguaje formal como una serie de afirma- ciones, conocidas implicitamente por los participantes, que describan caracteristicas contextuales «pertinen- tes».15 Asi, el referente exacto se podria indicar sustitu- yendo «la pluma que esta sobre el escritorio» por «la inica pluma que esta sobre el escritorio de la habitacién que da al frente en Downing Street 10, a las 9 de la mafiana del 29 de junio de 1992». Pero, como sefiala Ziff, esta oracién no hace explicito lo sabido por quienes participaban en el encuentro en que la afirmacién se profirié y comprendié, o en que la emplearon para producir la comprensién mutua de la frase. Un oyente puede ser perfectamente capaz de entender lo dicho y el referente de la frase sin tener nocién alguna de los elementos adicionales introducidos en la oracién mas larga. Por otra parte, seria erréneo suponer que sila comunicacién corriente se construyera en funcién de sentencias como esta mas extensa, aumentaria la pre- cisién o disminuiria la ambigtiedad. La primera oracién, proferida en un contexto especifico, no es imprecisa ni am- bigua, mientras que el uso de la mas larga puede producir mas vaguedad e incertidumbre porque ampliaria el domi- nio de lo que tiene que ser «sabido» en comtin para consu- mar la comunicacién de un sentido. 14 Acerca de los juegos de palabras, acertijos, chistes, etc., dice Goff- man: «El juego de palabras mas parece celebrar el poder del contexto para descalificar todas las interpretaciones, menos una, que impugnar los efectos de esta fuerza» (Erving Goffman, Frame Analysis, Nueva York, 1974, pég. 443). 18 Paul Ziff, «Natural and formal languages», en Sidney Hook, Lan- guage and Philosophy, Nueva York, 1969; cf. también Ziff, Semantic Analysis, Ithaca, 1960, 139 El uso de la referencia a aspectos fisicos del contexto es sin duda fundamental para sostener un mundo intersub- jetivamente «acordado» dentro del cual ocurre la mayoria de las formas de la interaccién diaria. Pero la «noticia de un ambiente sensorial inmediato», como un elemento em- pleado para producir interaccién, no se puede desgajar ra- dicalmente de un fondo de saber mutuo que se aprovecha para crear y sostener encuentros, puesto que la primera es categorizada e «interpretada» a la luz del segundo. Uti- lizo el término «saber mutuo» para denotar genéricamen- te el «saber» que se da por sentado, que los actores supo- nen que los otros poseen si son miembros «competentes» “ de la sociedad, y que se aprovecha para sostener una co- municacién en interaccién. Esto incluye el «saber tacito», en el sentido de Polanyi; el saber mutuo tiene un cardcter «configurativo».16 Incluso el intercambio verbal mas ele- mental presupone y utiliza un acopio difuso de saber en la recepcién del intento comunicativo. Una persona dice a otra: «{Quiere jugar un partido de tenis?», a lo cual la se- gunda responde: «Tengo trabajo para hacer». ,Cual es la relacién entre la pregunta y la respuesta?!7 Para apre- hender lo que se dijo «por implicacién» es necesario cono- cer no sélo lo que significan «juego» y «trabajo» como items lexicales, sino poseer también otros elementos de conoci- miento de las practicas sociales cuya formulacién es mas dificil y que hacen de la segunda expresién una respuesta (potencialmente) apropiada para la primera. Si la res- puesta no es particularmente enigmatica, se debe a que es mutuamente «sabido» que el trabajo tiene prioridad sobre el] juego cuando entran en conflicto en la asignacién del tiempo de una persona, 0 algo por el estilo. Hasta qué punto el interrogador «la admita como respuesta adecua- da» dependera, desde luego, de diversas circunstancias particulares de la situacién en que se hizo la pregunta. El saber mutuo es aplicado en la forma de esquemas in- terpretativos por los cuales contextos de comunicacién se crean y sostienen en una interaccién. Tales esquemas in- 16 Michael Polanyi, Personal Knowledge, Londres, 1958. 17 Tomo este ejemplo nuevamente de Ziff, «What is said», en Donald Davidson y Gilbert Harman, Semantics of Natural Language, Dor- drecht, 1972. 140 terpretativos («tipificaciones») se pueden considerar ana- liticamente como una serie de reglas generativas para re- cibir la fuerza ilocutiva de las proferencias. El saber mu- tuo es «un saber de fondo» en el sentido de que se lo da por supuesto, y en su mayor parte permanece inexpresado; por otra parte, no pertenece al «fondo» en el sentido de que constantemente es actualizado, mostrado y modificado por los miembros de la sociedad en el curso de su interac- cién. En otras palabras, el conocimiento que es supuesto nunca lo es del todo, y la pertinencia de algin elemento particular para un encuentro puede tener que ser «demos- trada», y a veces el actor debe luchar por ella; los actores no se apropian del elemento como de algo listo, sino que este es producido y reproducido de nuevo por ellos como parte de la continuidad de su vida. Ordenes morales de la interaccién Los elementos morales de la interaccién se conectan en forma integral con su constitucién en tanto provista de sentido y en tanto conjunto de relaciones de poder. Cada una de estas conexiones se debe considerar igualmente basica. Las normas son objeto de consideracién destacada tanto en los escritos de los que han adoptado una posicién fuertemente naturalista en la teoria social (en especial Durkheim) como en los de quienes han sido sus criticos mas fervientes. Aunque Durkheim sélo llegé a elaborar sus ideas originales en sus tltimos trabajos, de todos mo- dos propendié siempre a destacar la importancia de las normas en tanto coercitivas u obligatorias: se las debe con- siderar a través de la nocién de sanciones. Schutz, Winch y otros, en cambio, se mostraron mas preocupados por la cualidad de las normas de «constrefim y «habilitar». Me propongo sostener que todas las normas son a la vez cons- trictivas y habilitantes. Quiero distinguir también entre «normas» y «reglas», que son casualmente utilizadas como sinénimos por la mayoria de los filésofos poswittgenstei- nianos; trataré las reglas normativas o morales como una subcategoria de la nocién mas general de «regla», que vin- cularé con la de «estructura», 141 La constitucién de la interaccién como un orden moral se puede entender como la actualizacién de derechos y la imposicién de obligaciones. Existe una simetria légica en- tre unos y otras, que, sin embargo, puede ser quebrada en los hechos. Es decir: lo que es un derecho de un partici- pante en un encuentro aparece como una obligacién del otro de responder de una manera «apropiada», y vicever- sa; pero este nexo se puede desatar si una obligacién no se reconoce 0 no se cumple y no se puede aplicar eficazmente ninguna sanci6n. Asi, en la produccién de una interaccién, todos los elementos normativos tienen que ser tratados como una serie de pretensiones cuya realizacién depende de la actualizacién lograda de las obligaciones mediante las respuestas de los otros participantes. De tal modo, las sanciones normativas son esencialmente diferentes (como lo reconocié Durkheim) de las relacionadas con la trans- gresién de las prescripciones técnicas o utilitarias, que implican lo que Von Wright llama «proposiciones anan- kAsticas».18 En prescripciones tales como «evite tomar agua contaminada», la sancién implicita (el riesgo de en- venenarse) surge «mecdnicamente» de la ejecucién del ac- to: depende de relaciones causales que tienen la forma de sucesos naturales. Al establecer esta distincién, sin embargo, Durkheim descuidé un sentido vital en el que las normas pueden ser abordadas de una manera «utilitaria» por los participan- tes en la produccién de interaccién, y que se debe rela- cionar conceptualmente con el caracter contingente de la realizacién de las pretensiones normativas. Esto significa que una pretensién normativa puede ser reconocida como obligatoria, no porque un actor al que se aplica como obli- gacién acepte esa obligacién como un compromiso moral, sino porque prevé y quiere evitar las sanciones que se le aplicardn en caso de su no cumplimiento. En relacién con la persecucién de sus intereses, por consiguiente, un actor puede abordar las pretensiones morales exactamente co- mo lo hace con las prescripciones técnicas: en cada caso también puede «calcular los riesgos» implicitos en un acto particular en funcién de la probabilidad de escapar de la sanci6n. Es un error elemental suponer que la realizacién 18 Georg Henrik von Wright, Norm and Action, Londres, 1963. 142 de una obligacién moral implica necesariamente un com- promiso moral con esta. Como las sanciones que siguen a la transgresién de las pretensiones morales no operan con la inevitabilidad me- cdnica de los sucesos naturales, sino que entrafian las reacciones de otros, tipicamente existe cierto «espacio li- bre» para el transgresor, si se lo identifica como tal, para negociar el cardcter de la sancién que debe seguirse. Esta es una de las formas en que la produccién de un orden normativo se verifica en estrecha relacién con la produc- cién de sentido: lo que es la transgresién resulta potencial- mente negociable, y la manera en que es caracterizada 0 definida afecta a las sanciones a las que puede estar su- jeta. Esto es familiar y est formalizado en los tribunales de justicia, pero también se extiende por todo el campo de la constitucién moral puesto que opera en la vida diaria. Las sanciones se clasifican facilmente, en un nivel abs- tracto, segtin que los recursos que son movilizados para producir la sancién sean «internos», es decir que interesen a elementos de la personalidad del actor, o «externos», es decir que se basen en aspectos del contexto de la accién. Cada una de estas puede ser categorizada ademas segtin que los recursos que el agente sancionador es capaz de movilizar sean «positivos» o «negativos» en relacién con los deseos del actor que es el blanco de la sancién. De este modo, la actualizacién de las sanciones «internas» se pue- de fundar en un compromiso moral positivo del actor, o negativamente en la ansiedad, el temor o la culpa; la ac- tualizacién de las sanciones «externas» se puede fundar en ofrecimientos de recompensa 0, por el otro lado, puede esgrimir la amenaza de la fuerza. Obviamente, en situa- ciones concretas de interaccién, varias de estas pueden operar simult4neamente; y ninguna sancién «externa» resulta eficaz a menos que ponga en juego una sancién «interna»: una recompensa sdlo es tal si coincide con los deseos de una persona. . La «interpretacién» de las normas y su capacidad para hacer que una «interpretacién» cuente, por parte de los participantes en la interaccién, se relacionan sutilmente con su sometimiento a las pretensiones morales. La in- advertencia de esto, 0 en todo caso la incapacidad para es- tablecer explicitamente sus consecuencias, se relaciona 143 con algunos de los defectos caracteristicos del funcionalis- mo de Durkheim-Parsons y de la filosofia poswittgenstei- niana. La coordinacién moral de la interaccién es asimé- tricamente interdependiente de su produccién en tanto provista de sentido y de su expresién de relaciones de po- der. Esto tiene dos aspectos, estrechamente relacionados entre si: 1) la posibilidad de choques entre diferentes «vi- siones del mundo» 0, menos macroscépicamente, entre distintas definiciones de lo que es; 2) la posibilidad de cho- ques entre comprensiones divergentes de las normas «co- munes». Relaciones de poder en una interaccién Sostendré que la nocién de «acciém esta légicamente relacionada con la de poder. Esto es en cierto sentido reco- nocido por los filésofos, que hablan de que alguien «pue- de», «es capaz de» o «tiene poder para» en relacién con la teoria de la accién. Pero sus autores rara vez o nunca rela- cionan esos analisis con el concepto de poder en sociologia. La relacién entre «acciém y «poder» puede ser enunciada simplemente. La accién supone intrinsecamente la apli- cacién de «medios» para conseguir resultados, producidos por la intervencién directa de un actor en un curso de su- cesos, donde la «accién intencional es una subclase de los procederes del actor, o de su abstencién de hacer; el poder representa la capacidad del agente de movilizar recursos para constituir esos «medios». En este sentido mas gene- ral, el «poder» denota la capacidad transformadora de la accion humana y, de aqui en adelante, en aras de la cla- ridad, emplearé esta segunda expresién y reservaré la pri- mera para un uso mas restringido, relacional, de «poder, que sera explicado en lo que sigue. La capacidad transformadora de la accién humana es colocada en primer plano por Marx, y resulta el elemento clave de la nocién de praxis. Todos los sistemas de teoria social han tenido que ocuparse de algtin modo de esto: de la transformacién de la naturaleza por el hombre ydela incesante modificacién de si como cardcter de la sociedad humana. Pero, en muchas escuelas del pensamiento so- 144 cial, la capacidad transformadora de la accién se concibié como un dualismo, un contraste abstracto entre el mundo neutro de la naturaleza, por una parte, y el mundo «car- gado de valores» de la sociedad humana, por la otra. En esas escuelas, sobre todo en las.asociadas con el funciona- lismo, que insisten en la «adaptaciém social al «ambien- te», la historicidad se pierde facilmente de vista. Sélo en Jas tradiciones afines a la filosofia hegeliana y al marxis- mo (en ciertas versiones de este), la capacidad transfor- madora de la accién, como proceso del trabajo que se me- dia a si mismo, se instalé en el centro del andlisis social. El trabajo es, como dice Léwith, «un movimiento de me- diacién (...) una modelacién o “formacién”, y en conse- cuencia una destruccién positiva del mundo presente en la naturaleza».19 Parece haber pocas dudas de que esta orientacién general no perdié su caracter basico en el pen- samiento maduro de Marx, aunque no se lo elaborara sig- nificativamente en este; en sus Grundrisse encontramos la afirmacién, en un lenguaje que reproduce de cerca su inicial inmersién en el «rio de fuego», de que «el trabajo es el fuego vivo, modelador; representa la impermanencia de las cosas, su temporalidad; en otras palabras, su forma- cién en el curso del tiempo viviente».2° Sin embargo, Marx se preocup6 cada vez mas no por el trabajo como capaci- dad transformadora del obrar, sino por su deformacién co- mo «ocupacién» dentro de la divisién del trabajo en el ca- pitalismo industrial; y el poder, en tanto interviene en el intercambio social entre los hombres, segtin lo indiqué an- tes de una manera preliminar, se analiza mAs como una propiedad especffica de las relaciones de clase que como un aspecto de Ja interaccién social en general. El «poder» en el sentido de la capacidad transformado- ra del obrar humano es la virtualidad del actor de inter- venir en una serie de sucesos para alterar su curso; como tal, es el «puede» que media entre intenciones o necesida- des y la realizacién concreta de los resultados buscados. El «poder» en el sentido mas estricto, relacional, es una propiedad de la interaccién, y puede ser definido como la capacidad de asegurar resultados donde la realizacién de 19 Karl Léwith, From Hegel to Nietzsche, Londres, 1964, pag. 321. 20 Grundrisse, pag. 265. 145 estos depende del obrar de otros. En este sentido, los hom- bres tienen poder «sobre» otros: este es el poder como do- minacion. Aqui hay que sefialar algunos puntos basicos. 1. El poder, en el sentido amplio o en el restringido, deno- ta capacidades. A diferencia de la comunicacién de un sentido, el poder no cobra existencia sdlo cuando es «ejercido», aun cuando, en definitiva, no exista otro cri- terio por el cual se pueda demostrar el poder que los ac- tores poseen. Esto resulta importante, porque podemos hablar del poder como de algo «almacenado» para un uso futuro. 2. La relacién entre el poder y el conflicto es contingente: tal como lo he formulado, el concepto de poder, en cual- quier acepcién, no implica la existencia de un conflicto. Esto se opone a algunos usos, 0 abusos, de lo que es quiz la mds famosa formulacién del «poder en la bi- bliografia sociolégica, la de Max Weber, de acuerdo con Ja cual el poder es «la capacidad de un individuo de rea- lizar su voluntad aun contra Ja voluntad de otros».21 La omisién del «aun» en ciertas versiones de esta defini- cién es significativa; asi sucede que poder presupone conflicto, puesto que el poder sdélo existe cuando la re- sistencia de otros tiene que ser vencida, y sometida su voluntad.?? Es el concepto de «interés», mds que el de poder como tal, el que se relaciona directamente con el conflicto y la solidaridad. Si poder y conflicto frecuentemente van juntos, no es porque el uno implique légicamente al otro, sino porque el poder se enlaza a la persecucién de intereses, y los intereses de la gente pueden no coinci- dir. Todo lo que quiero decir con esto es que mientras que el poder es un aspecto de toda forma de interaccién humana, la divisién de intereses no lo es. Esto no implica que las divisiones de intereses puedan ser superadas en toda sociedad empirica; y es cierta- mente necesario oponerse a la vinculacién del «interés» con hipotéticos «estados de naturaleza». e bad 21 Max Weber, Economy and Society, Nueva York, vol. 1, pag. 224. 22 Cf. Giddens, «“Power” in the recent writings of Talcott Parsons», So- ciology, vol. 2, 1968. 146 El uso del poder en una interaccién se puede entender en funcién de los recursos 0 facilidades que los participan- tes aportan y movilizan como elementos de su produccién, dirigiendo asi su curso. Incluyen no sélo las destrezas me- diante las cuales la interaccién es constituida en tanto «provista de sentido», sino también —y esto debe enun- ciarse aqui sélo en forma abstracta— todos los demas recursos que un participante es capaz de aportar para in- fluir o controlar la conducta de los otros que son parte de la interaccién, incluso la posesién de «autoridad» y la amenaza de uso de la «fuerza». Estaria enteramente fuera de lugar tratar de establecer en este estudio una elabora- da tipologia de los recursos del poder. Mi tnica preocupa- cién en este punto es ofrecer un esquema conceptual gene- ralizado que integre la nocién de poder en la versién teéri- ca desarrollada en el presente capitulo. Lo necesario, sin embargo, es referir este andlisis del poder a la produccién de sentido en una interaccién. Esto se puede cumplir de la mejor manera si retorna- mos brevemente al «marco de referencia de la accién» de Parsons 0, mas especificamente, a las criticas que le hicie- ron los influidos por la etnometodologia. Esa critica ha adoptado a grandes rasgos la forma que sigue. En la teo- ria de Parsons —se argumenta-—, el actor esta programa- do para obrar a consecuencia de valores «interiorizados» como disposiciones de necesidad de la personalidad (uni- das a «condiciones» no normativas de la accién). Los ac- tores aparecen como incautos no pensantes de su cultura, y su interaccién con otros, como la actualizacién de tales disposiciones de necesidad, y no como lo que realmente es: una serie de realizaciones diestras. Esta critica me parece correcta, pero quienes la expresaron no extrajeron de ella las suficientes conclusiones. Es decir que, siguiendo a Garfinkel, prestaron atencién sélo a la «narrabilidad», al manejo cognitivo de la comunicacién y los escenarios de comunicacién. Esto se considera el resultado del «trabajo» mutuo de parte de los actores, pero como si fuera siempre Ja empresa de pares en colaboracién, cada uno de los cua- les contribuye a producir una interaccién, y que tienen co- mo tnico interés sostener una apariencia de «seguridad ontolégica» por la cual se constituye el sentido. Aqui se puede notar la fuerte influencia residual del problema del 147 orden de Parsons, pero despojado de su contenido volitivo y reducido a un didlogo desencarnado. Frente a esto debemos destacar que la creacién de marcos de sentido ocurre como la mediacién de activida- des prdacticas y en funcién de los diferenciales de poder que los actores son capaces de aportar. Esto es decisivo para la teoria social, que debe tener por una de sus tareas principales la acomodacién mutua del poder y las normas en una interaccién social. La elaboracién reflexiva de mar- cos de sentido experimenta desequilibrios caracteristicos en relacién con la posesién de poder, resulte este de la des- treza superior lingiiistica o dialéctica de una persona en la conversacién con otra; de la posesién de tipos adecua- dos de «saber técnico»; de la movilizacién de la autoridad o la «fuerza», etc. «Lo que pasa por realidad social» esté en relacién inmediata con la distribucién de poder; no sélo en los niveles més mundanos de la interaccién diaria, sino también en el nivel de las culturas e ideologias globales, cuya influencia en verdad se puede sentir en cada rincén de la vida social cotidiana.?4 Racionalizacién y reflexividad Ya he sefialado que en la mayoria de las escuelas tradi- cionales del pensamiento social la reflexividad es tratada meramente como un estorbo cuyas consecuencias pueden ser ignoradas o deben ser reducidas en lo posible a un ni- vel minimo. Esto vale tanto respecto de la metodologia, donde la «introspeccién» es duramente condenada como contraria a la ciencia, como respecto de la representacién conceptual de la conducta humana misma. Pero nada re- sulta tan central en la vida humana nies tan distintivo de esta como la regulacién reflexiva de la conducta, que todos los miembros «competentes» de la sociedad esperan de otros. En los escritos de los pensadores sociales que no re- conocen que esto sea lo central hay una extrafia paradoja, con frecuencia sefialada por sus criticos: porque el recono- cimiento de su misma «competencia» como autores impli- 28 Henri Lefebvre, Everyday Life in the Modern World, Londres, 1971. 148 ca justamente lo obliterado en los relatos que ofrecen de la conducta de otros. Ningiin actor es capaz de controlar el flujo de su accién exhaustivamente, y cuando se le pide que explique por qué hizo lo que hizo en un momento y en un sitio particu- lares, puede optar por responder que «por ninguna razén», sin comprometer en modo alguno la‘aceptacién de los otros de su persona como «competente». Pero esto sélo va- le para los aspectos de la interaccién diaria que se consi- deran triviales, no para lo que se juzga importante en la conducta de un agente, para lo cual siempre se espera que el actor pueda aducir razones si se las piden (no conside- raré aqui hasta dénde esta observacién se puede aplicar fuera de la cultura occidental). Puesto que aducir razones obliga al actor a suministrar una explicacién verbal de lo que acaso sdlo implicitamente guia su conducta, hay una fina linea entre la «racionalizaciém, tal como yo he usado el término, y la «racionalizaciém que significa dar falsas razones después de un evento. Aducir razones se confunde con evaluar la responsabilidad moral por unos actos, y por consiguiente se presta facilmente al disimulo o al engafio. Pero aceptar esto en modo alguno equivale a sostener que todas las razones son meras «explicaciones de principio» ofrecidas por los actores acerca de lo que hacen a la luz de cAnones aceptados de responsabilidad, independiente- mente de que estos hubieran estado incluidos en algtin sentido en sus quehaceres. Hay dos sentidos en los cuales los actores pueden sos- tener que sus razones son «vélidas», y su entrelazamiento es de no pequefias consecuencias en la vida social. El primero plantea hasta dénde las razones aducidas por un agente expresan en verdad la regulacién que esa persona ejercié sobre lo que hizo; el otro lleva a preguntar hasta dénde su explicacién es acorde a lo que es generalmente reconocido, en su ambiente social, como conducta «razona- ble». El iltimo sentido, a su vez, depende de pautas de creencia integradas mas o menos difusamente, que los ac- tores invocan con el fin de derivar explicaciones fundadas de sus conductas reciprocas. Lo que Schutz llama el «aco- pio de conocimiento» que los actores poseen, y que aplican en la produccién de una interaccién, cubre en realidad dos elementos analiticamente separables. Existe lo que he 149 llamado genéricamente «saber mutuo», que denota los es- quemas interpretativos mediante los cuales los actores constituyen y comprenden la vida social en tanto provista de sentido; esto se puede distinguir de lo que denominaré «sentido comtim, bajo lo que podemos ver un cuerpo mas 0 menos articulado de saber tedrico, invocado para explicar por qué las cosas son lo que son u ocurren como ocurren, en el mundo natural y en el social. Las creencias de senti- do comin apuntalan en general el conocimiento mutuo aportado en cualquier encuentro por los participantes; es- te ultimo depende bdsicamente de un marco de «seguridad ontoldégica» provisto por el sentido comun. En modo alguno el sentido comtin tiene sélo un cardc- ter practico («un saber de recetas de cocina»). Normal- mente, en una medida sustancial, proviene de —y es sen- sible a— actividades de «expertos», que hacen la contribu- cién més directa a la racionalizacién explicita de la cultura. Los «expertos» incluyen a todos aquellos que tienen la au- toridad de un acceso privilegiado a los dominios del cono- cimiento especializado: sacerdotes, magos, cientificos, filé- sofos. El sentido comin, por cierto, es en parte el saber acu- mulado de los legos; pero las creencias del sentido comin reflejan y encarnan también las perspectivas elaboradas por expertos, Como sefiala Evans-Pritchard, el lego de la cultura europea considera la lluvia como el resultado de «causas naturales» que pueden ser expuestas por un me- teordlogo, aunque es improbable que él mismo pueda ofre- cer algo mds que una explicacién rudimentaria de esta es- pecie; un azande caracteriza los origenes de la lluvia den- tro de una cosmologia diferente.?4 La racionalizacién de la accién por la via del sentido co- muin es un fenédmeno de vasto alcance en sociologia porque los propios cientificos sociales pretenden ser expertos que proveen «conocimiento» autorizado. En consecuencia, se plantea la cuestién crucial: jen qué sentido los «acopios de conocimiento» que los actores emplean para constituir o dar existencia a la misma sociedad que es el objeto de ana- lisis son corregibles a la luz de la investigacién y la teoria sociolégicas? Sin prejuzgar sobre una discusién posterior 24§. B. Evans-Pritchard, Witchcraft, Oracles and Magic among the Azande, Oxford, 1950. 150 de esto en un nivel abstracto, consideremos ante todo dos aspectos desde los cuales la conducta de los actores puede ser opaca para ellos mismos: primero, el de la motivacién, y segundo, el de las propiedades estructurales de los con- juntos sociales. La motivacién de la accién Cometeriamos un error si supusiéramos que las clases de explicaciones que los actores buscan y aceptan para la conducta de los otros se limitan a la racionalizacién de la conducta, o sea, donde se presume que el actor comprende adecuadamente lo que hace y por qué lo hace. En el len- guaje corriente, como dije antes, las «razones» no se distin- guen claramente de los motivos; se podria preguntar: «iPor qué razén hizo usted Y?» como un equivalente de «jQué motivo tuvo para hacer Y?». Sin embargo, se reco- noce que preguntar por los motivos de alguien para actuar como lo hace es potencialmente buscar elementos en su conducta de los que él mismo puede no tener plena noti- cia. Por esto, a mijuicio, la expresién «motivos inconscien- tes» no resulta particularmente violenta en el lenguaje co- rriente, mientras que parece menos facil aceptar «razones inconscientes». Mi uso de «motivacién», por consiguiente, con referencia a deseos de los que un actor puede ser 0 no ser consciente, o de los que puede tomar noticia sélo des- pués de haber realizado el acto al que un motivo particu- lar se refiere, de hecho se ajusta bien al uso de los legos. La motivacién humana admite que se la conciba orde- nada jerdrquicamente, tanto en un sentido de desarrollo como en funcién de la distribucién de los deseos en cual- quier tiempo dado en la vida de la persona. Un infante no es un ser capaz de reflexividad: la capacidad de regular las propias actividades depende firme y fundamental- mente del dominio del lenguaje, aunque esto no excluye la posible aplicacién de la tesis de Mead de que la reflexivi- dad en su nivel mas primitivo se funda en la reciprocidad de las relaciones sociales durante la interaccién del infan- te con otros miembros del grupo familiar. Ahora bien: aunque el infante muy pequefio puede conocer unas pocas 151 palabras, que sirven como signos en una interaccién con otros, un nifio no aleanza un amplio comando de las des- trezas lingtiisticas, 0 un dominio de las complejidades de la terminologia deictica del «yo», el «m®, el «tt» hasta una edad que est entre los dos y los tres afios. Sélo cuando es- to ocurre, tiene la capacidad, o se espera que la tenga, de alcanzar los rudimentos de la facultad de regular su pro- pia conducta de una manera semejante a la de un adulto. Pero aunque un nijio no nace como ser reflexivo, nace con necesidades, con un conjunto de necesidades organicas para cuya provisién depende de otros, y que median su creciente incorporacién a un mundo social definido. En consecuencia, se puede presumir que el periodo mas tem- prano de la «socializacién» implica el desarrollo de la ca- pacidad del infante para el «manejo de la tensién», lo que le permite acomodar activamente sus necesidades a las demandas o las expectativas de otros. Dado que los modos de manejar las necesidades orga- nicas representan la primera.acomodacién del nifio al mundo, y en un sentido importante la de maximo alcance, parece legitimo suponer que un «sistema de seguridad ba- sica» —o sea, un primitivo nivel de manejo de las tensio- nes enraizadas en necesidades orgdnicas— sigue siendo central en el desarrollo posterior de la personalidad; y da- do que estos procesos ocurren en primer término antes que el nifio adquiera las destrezas necesarias para contro- lar conscientemente su aprendizaje, parece legitimo afir- mar que estan «por debajo» del umbral de aquellos aspec- tos de la conducta que, aprendidos posteriormente yen conjuncién con la regulacién reflexiva de ese aprendizaje, son facilmente verbalizados —y asi «hechos conscien- tes»— por el nifio mayor o el adulto. Sin embargo, incluso el aprendizaje mas temprano del infante se entenderd en un sentido erréneo si se lo concibe como una mera «adap- tacién» a un mundo externo ya dado; el infante es desde Jos primeros dias de su vida un ser que moldea activamen- te los marcos de su interaccién con otros y que, teniendo necesidades que en alguna circunstancia van a chocar con las de otros, puede entrar en conflictos de intereses con ellos. Que las necesidades humanas estén jerarquicamente ordenadas e incluyen un niicleo de «sistema de seguridad 152 basica» que en gran parte es inaccesible a la conciencia del actor no es, por supuesto, una afirmaci6n incontrover- tible, y tiene muchos puntos en comtin con la orientacién general de la teoria psicoanalitica; pero no implica un compromiso con los elementos mds detallados del esque- ma tedrico o terapéutico de Freud. E] mantenimiento de un marco de «seguridad ontolégi- ca» es, como otros aspectos de la vida social, una realiza- cién continua de los actores legos. Dentro de la produccién de modos de interaccién en los cuales el conocimiento mu- tuo requerido para sostener esa interaccién es «no proble- miatico», y por eso se puede «dar por sentado» en gran par- te, la seguridad ontolégica esté fundada en rutinas. Las «situaciones criticas» se verifican cuando tal fundamento rutinario resulta radicalmente dislocado, y cuando en consecuencia las destrezas constituyentes acostumbradas de los actores ya no coinciden con los componentes moti- vacionales de su accion. La «seguridad de existim, que en gran medida es aceptada sin cuestionamiento en la mayo- ria de las formas diarias de la vida social, resulta asi de dos tipos relacionados entre si: el sostenimiento de un or- den cognitivamente ordenado de propio-ser y otro, y el mantenimiento de un orden «eficaz de manejo de las ne- cesidades. Las tensiones y ambivalencias en la motiva- cién pueden derivar de una u otra de estas fuentes, y en- tonces se analizardn como conflictos que se producen en el interior de —y entre— las «capas» en que esas necesida- des se estratifican. La produccién y reproduccién de una estructura El verdadero lugar de la distincién de Weber entre «acciénm» y «accién social» esta en diferenciar la accién de actos realizados con algun tipo de intencién comunicativa, que son la condicién necesaria de la interaccién. Bajo este aspecto, la mutualidad de orientacién se puede considerar una caracteristica que define a la interaccién, mientras que todo lo demas —por ejemplo, la adoracién que siente un hombre por una estrella de cine que desconoce su exis- 153 tencia— es un caso limite de accién. Debemos sefialar aqui dos cuestiones que desarrollaremos con mas ampli- tud después: 1. Una intencién comunicativa, a saber: la produccién de «sentido» en esta acepcién, es slo un elemento de la in- teraccién; como ya sefialé, no menos importante es que toda interaccién constituye también una relacién mo- ral y de poder. Las colectividades «consisten en» interacciones entre sus miembros, no asi las estructuras; pero cualquier sistema de interaccién, desde un encuentro casual has- ta una organizacién social compleja, se puede analizar estructuralmente. n Se puede ensayar un anilisis de la estructura en socio- logia comparando lo que llamaré ahora simplemente el «habla» (accién e interaccién) con la «lengua» (estructura); esta Ultima es una «propiedad» abstracta de una comuni- dad de hablantes. Esta no es una analogia: definidamente no pretendo sostener que «la sociedad es como un lengua- je». 1) El habla esta «situada», o espacial y temporalmente localizada, mientras que la lengua, como lo sefiala Ri- coeur, es «virtual y esta fuera del tiempo».25 2) El habla presupone un sujeto, mientras que la lengua es especifica- mente carente de sujeto —si bien de hecho no «existe» sino en cuanto es «conocida» y producida por sus hablantes—. 3) El habla siempre reconoce potencialmente la presencia de otro. Su aspecto de facilitar la intencién comunicativa es fundamental, pero también es el medio intencional, co- mo lo aclara Austin, de una serie de otros «efectos ilocuti- vos»; por otra parte, la lengua (natural) como estructura no es un producto intencional de sujeto alguno ni se orien- ta hacia otro. En resumen, generalizando esto, las practi- cas son los quehaceres situados de un sujeto, pueden ser examinadas con respecto a los resultados intentados, y pueden incluir una orientacién en cuanto a asegurar una respuesta o una serie de respuestas de otro o de otros; la estructura, por otra parte, no tiene localizacién socio-tem- 25 Paul Ricoeur, «The model of the text: meaningful action considered as a text», Social Research, vol. 38, 1971, pag. 530. 154 poral, se caracteriza por la «ausencia de un sujeto», y no puede ser enmarcada en funcién de una dialéctica de su- jeto-objeto. En la mayoria de las versiones de lo que se ha llegado a llamar «estructuralismo» y en particular en los escritos de Lévi-Strauss, «estructura» no se considera un concepto descriptivo: una estructura se discierne en el mito por aplicacién de reglas de transformacién que penetran bajo el nivel de las apariencias. Es bien conocido el linaje de es- te punto de vista en la lingiiistica saussureana, y por bri- Tlantes que hayan sido sus logros en la diseccién formal de las mitologias, arrastra una limitacién originaria en su incapacidad para considerar las cuestiones de la génesis y la temporalidad del sentido. Lévi-Strauss estuvo al pare- cer dispuesto, en un tiempo al menos, a aceptar la presen- tacién de Ricoeur de sus ideas como un «kantismo sin su- jeto trascendental», y no la consideraba un reproche. Des- pués abdicé de esta posicién, pero todavia parece que no le preocupa «poner entre paréntesis al sujeto actuante».26 En el funcionalismo, desde Spencer y Durkheim, pa- sando por Radcliffe-Brown y Malinowski hasta Parsons y sus discipulos, «estructura» se utiliza de una manera des- criptiva, en gran parte no examinada; «funciém, en cam- bio, se convoca para el papel explicativo. Introducir la idea de funcién como elemento explicativo, en la sociolo- gia de Durkheim, excluia la temporalidad de los principa- les dominios del andlisis social porque la historia (y la causacién) se separaba de la funcién. He afirmado en otra parte que Durkheim pensé en la historia mucho mas de lo que se le reconoce hoy.27 Una razén de que no se lo ha- ya reconocido es que separé metodolégicamente historia —sucesos en el tiempo— y funcidn, y después no pudo re- combinarlas. Buscamos en vano en Durkheim una expli- cacién sistematica del cambio social relacionada teérica- mente con sus anélisis funcionales de la integracién mo- 26 Claude Lévi-Strauss, «Réponses 4 quelques questions», Esprit, vol. 31, 1963, pag. 633: «Estoy (.. .) completamente de acuerdo con P. Ricceur cuando define mi posicién —sin duda a modo de critica— como “un kan- tismo sin sujeto trascendental”. Este defecto lo mueve a abrigar ciertas reservas, mientras que a mi nada me impide aceptar su formulacién». 21 Capitalism and Modern Social Theory, Cambridge, 1971, pags. 65 y sigs., y passim. 155 ral; el cambio aparece sélo como un esquema abstracto de tipos de sociedad en una jerarquia evolucionista. Es sin duda cierto que estas inspiraciones reaparecen también en los escritos de Parsons, y lo es igualmente ver que las insuficiencias del funcionalismo tienen su fuente en Durkheim, quien, siguiendo una linea caracteristica en buena parte del pensamiento social del siglo XIX, se inspiré en «analogias organicas». No intentaré trazar la li- nea del concepto de funcién en manos de Merton, etc., por- que propongo abandonar la idea completamente. La sepa- racién entre funcién (relaciones entre «partes» y «todo») y serialidad (sucesos en el tiempo), que Durkheim traté de establecer, no se sostiene; una relacién funcional no se po- dria enunciar sin referencia implicita a la temporalidad. Por analogia con la fisiologia, en la que se inspira la con- cepcién de Durkheim, podemos decir que el coraz6n man- tiene una relacién funcional con el resto del cuerpo, y con- tribuye a la perpetuacién de toda la vida del organismo; pero tal afirmacién presupone una referencia a una serie de sucesos temporales: el bombeo de sangre del corazén a las arterias lleva oxigeno a las otras partes del cuerpo, etc. Una estructura puede ser descripta «fuera del tiempo», no asi su «funcionamiento». En fisiologia, enunciados que se expresen por referencia a relaciones funcionales se pueden transcribir siempre, sin residuo, en enunciados de conexiones causales: las propiedades causales del flujo de Ja sangre, etc. El interés principal del «andlisis funcional» no se relaciona en verdad con «todos» 0 con «partes», sino con la postulacién de una homeostasis. Esto, sin embargo, se reconceptualiza facilmente como un problema de repro- duccién de estructura: como en el reemplazo constante de Jas células en la piel en una fisiognomia que —por su mis- mo proceso— mantiene su identidad estructural, Corresponde aclarar que el uso de «estructura» en teo- ria social no se ve necesariamente envuelto en los fracasos del estructuralismo o del funcionalismo, a pesar de su aso- ciacién terminoldgica con estos: ninguna de esas dos es- cuelas de pensamiento es capaz de apresar adecuadamen- te la constitucién de la vida social como produccién de sujetos activos. Trataré de hacer esto introduciendo la no- cién de estructuracién como el verdadero lugar explicativo de un anflisis estructural. El estudio de la estructuracién 156

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