You are on page 1of 114

Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

LOS
DEICIDAS
SEGUNDA PARTE

La historia de Jesús de Nazareth.


Un relato acerca de como los hombres asesinaron a Dios

La Editorial Virtual

Primera Edición - Abril 2005


Segunda Edición - Mayo 2014

—1—
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

ÍNDICE DE LA SEGUNDA PARTE


Ir a la Primera Parte

El Maestro
Las parábolas
La enseñanza
Los milagros
El taumaturgo
El arresto
Jerusalem
La última cena
El undécimo mandamiento
La copa
La espada
El juicio
El momento
Los datos bíblicos
La reconstrucción
La “luna en sangre”
Las leyes
La legislación hebrea.
La autonomía del Sanhedrín
La legislación romana.
Los procesos
Síntesis de lo ocurrido
La nulidad de los juicios
Los cabos sueltos
El apuro
El motivo
El verdugo
Pilato y Herodes
La fatalidad y el destino
La Crucifixión
Epílogo

—2—
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

El Maestro

Las parábolas

¿Qué es una parábola?

Si van al diccionario se encontrarán con unas cuantas definiciones y hasta


con desarrollos geométricos muy similares a la trayectoria de un proyectil.
Saliendo del territorio de la geometría, la definición formal de la parábola
establece que es una alegoría con fines didácticos. Pero, si investigamos un
poco más, nos encontramos con que el término proviene del griego “pará”
que significa algo así como “junto a”, “cerca de”, “hacia”, “a lo largo de” y de
“balein” que a su vez significa “lanzar” o “arrojar”.

Con lo cual me siento libre para interpretar que, en realidad, una parábola es
un disparo que apenas si le ha errado al blanco. Es una palabra lanzada sin
la pretensión de dar exactamente en el centro del concepto pero que, no
obstante, le pega lo suficientemente cerca como para permitirnos
comprender el verdadero significado del mensaje. Sería como arrojar un
buen ejemplo al lado de la Verdad para que, por analogía, podamos
comprender esa Verdad.

Cuando Jesús predicaba, con gran frecuencia utilizó parábolas. Muchos de


sus mensajes más importantes están encerrados dentro del contexto de una
pequeña historia. Y la palabra encerrada en una parábola no es un adjetivo
que califica atributos con minuciosidad descriptiva, ni un sustantivo que
establece conceptos con univocidad categórica. Es un Verbo que logra
definiciones por proximidad y por semejanza. Y en esto la palabra “Verbo”
va mucho más allá de su significado gramatical. Significa, en realidad, eso
que los antiguos llamaban “logos” y es con lo que arranca Juan cuando dice,
al comienzo mismo de su Evangelio: “En el principio era el Verbo, y el
Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.”

—3—
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Quienes han querido explicar por qué Jesús utilizaba parábolas nos han
señalado la sencillez y la simplicidad de su auditorio. Se nos ha dicho
siempre que la parábola fue lo que le permitió a personas humildes y
modestas entender un mensaje profundo, cargado de significado
trascendente. Muchas veces se nos ha destacado y subrayado que las
parábolas son la prueba de que la palabra de Dios es simple, sencilla,
directa, fácil de entender hasta por el más simplote de los mortales.

¿Es tan así?

¿Qué quiso decir exactamente Jesús cuando dijo “Bienaventurados los


pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”? [1] Para colmo,
entre todos los Evangelios que tengo aquí a mano, algunos dicen “los pobres
de espíritu” y otros “los pobres en espíritu”. ¿Estamos todos tan seguros de
saber bien qué significa esa bienaventuranza?

No lo creo. La palabra de Cristo no siempre es sencilla, directa, fácil de


entender. El Verbo no es siempre tan básico como lo predican muchas veces
los pastores actorales de la iglesia electrónica, ni tan rígido como la
entienden los curitas de parroquia aferrados a su versión simplificada del
catecismo, aunque tampoco sea tan enmarañado como llega a serlo cuando
la retuercen los graves teólogos que peroran desde sus cátedras,
enroscándose en esos laberintos dogmáticos en dónde muchas veces ni ellos
consiguen ponerse de acuerdo en decidir de qué lado queda la salida.

La palabra de la parábola no es necesariamente simple y puede tener varias


dimensiones. Lo cual, por supuesto, no quita que las parábolas hayan sido
utilizadas para llevar esa palabra a un nivel más accesible. Porque es cierto
que ésa fue, y es, una de sus funciones. Puesto que, si todo mensaje de Dios
fuese inmediatamente inteligible, Jesús no hubiera recurrido a las parábolas
en primer lugar. Y si las parábolas fuesen simples cuentos que cualquiera
puede asimilar, Jesús no hubiera explicado varias de ellas a sus apóstoles
para asegurarse que las entendiesen en forma correcta.

1
) Mateo 5:3
—4—
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

De modo que, si bien es cierto que las parábolas del Evangelio nos ayudan a
comprender, tampoco deja de ser cierto que hay en ellas mucho más de lo
que parece. Lo casi obvio no necesariamente tiene que ser todo lo que hay.
Una parábola puede ser una alegoría con más de una enseñanza; una
narración con más de una moraleja; una palabra con más de un significado;
un Verbo con más de una dimensión.

Es más: sospecho que es un mensaje con muchas dimensiones.

Por otra parte ¿cuál sería la alternativa? Si desechamos las alegorías lo único
que nos queda es la abstracción generalizadora en un extremo y la casuística
taxativa en el otro. O llegamos a un nivel de abstracción tal que hallamos el
concepto universal que abarca todos los casos, o nos ponemos a hacer la
prolija lista de absolutamente todos los casos posibles. El problema es que,
con frecuencia, cualquiera de estos dos métodos nos lleva más allá de lo
humanamente posible. Por lo que una hermosa parábola, bien elegida y bien
expuesta, fue, es y seguirá siendo una de las mejores maneras de irnos
aproximando a ese Verbo que tanta falta nos hace para entender quienes
somos, para qué estamos y cual es en absoluto el sentido de transitar nuestra
existencia.

Y por último, quizás estoy exagerando un poco, pero creo que las parábolas
de los Evangelios son una generosa consideración que Jesús ha tenido para
con los poetas y, a través de ellos, para con todos los artistas. Es posible que
sea sólo una de mis teorías disparatadas pero creo que la fe y la belleza van
juntas. O, por lo menos, no tienen por qué peregrinar por caminos
separados. De hecho, el arte y la religión estuvieron estrechamente
emparentados durante más de diez mil años y sólo en los últimos doscientos
o trescientos hemos permitido que se distancien.

Como en todos los divorcios, creo que ambos han perdido mucho con la
separación. En buena medida el arte se ha convertido en un concepto
abstracto y la religión en un asunto institucional. Que es lo mismo que decir
que el arte ha perdido la fe y la fe ha perdido la belleza.

Y eso no puede ser bueno.


—5—
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

La enseñanza
El grano de mostaza es uno de los más pequeños que ha creado la
Naturaleza. Pues, había una vez un hombre que la sembró en su campo. La
cuidó, la regó, y la pequeña semilla germinó, se hizo planta, la planta creció
y, después de algún tiempo, se convirtió en un árbol tan grande que los
pájaros del cielo pudieron hacer nidos en sus ramas. [2]

Y sucedió que, en otro campo, otro sembrador también salió a sembrar. Pero
éste sembraba al voleo y una parte de las semillas cayó junto al camino; con
lo que vinieron unos pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en unos
pedregales donde no había mucha tierra y las semillas brotaron pronto pero,
como no tenían suficiente raíz, cuando el sol salió las plantas se quemaron. Y
una tercera parte cayó en medio de unos espinillos que, cuando crecieron,
ahogaron a los brotes y malograron la siembra. Pero hubo una parte de las
semillas que fructificó: fue la parte que cayó en buena tierra. Tanto es así
que, por cada semilla plantada, el sembrador obtuvo muchos frutos en una
relación de treinta, sesenta y hasta cien frutos por semilla. [3]
En esto, no deja de ser significativo que la semilla, como tal, tuvo que
desaparecer – es decir: en cierto sentido, desintegrarse y morir – para
continuar su vida en la planta y en sus frutos, [4] y esto no deja de ser
misterioso hasta el día de hoy, a pesar de toda nuestra genética, nuestros
microscopios electrónicos y nuestro software de computación. Porque aún al
día de hoy necesitamos una semilla para hacer crecer a una planta; hasta el
día de hoy sigue siendo válido aquello de omne vivum e vivo – todo ser vivo
procede de otro ser vivo – que hace ya varios siglos atrás estableció
Vallisnieri. Hasta el día de hoy, incluso en nuestros mecanizados campos,
plantamos una semilla y ésta brota, se hace hierba, luego espiga y finalmente
espiga llena de grano. Y, en realidad, considerando el fondo mismo de la
cuestión, si buscamos las causas últimas y esenciales del proceso, aún hoy
tendremos que reconocer que no sabemos demasiado bien cómo se produce
el milagro. Todo lo que sabemos en realidad es que bajo determinadas
condiciones se produce. Porque la tierra y la semilla llevan en sí mismos la
capacidad de dar fruto. [5]

2
) Mateo 13:31-32 - Marcos 4:31 - Lucas 13:19
3
) Mateo 13:3-23 - Marcos 4:3-20 - Lucas 8:4-15
4
) Juan 12:24
5
) Marcos 4:26-29
—6—
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Los frutos de la Naturaleza, por su parte, tienen sus reglas y hay que saber
respetarlas. Y eso requiere dos cosas: dedicación y paciencia. Qué es lo que
aprendió el dueño de un campo donde había una higuera que hacía tres años
que no daba fruto y decidió cortarla. Sin embargo, la persona a la que le
encomendó la tarea le aconsejó algo diferente: cavar alrededor del árbol,
echar abono y esperar un año más. [6] Porque, si bien los frutos tipifican y
caracterizan a la planta, hasta el punto en que por los frutos es que, sin
posibilidad alguna de error, podemos identificarla – siendo, además, que el
árbol bueno sólo puede dar frutos buenos y el árbol malo sólo frutos malos
[7] – lo cierto es que, aparte de sus frutos, un árbol, por ejemplo una
higuera, también sirve como un muy buen indicador de esos ciclos por los
cuales Madre Natura parece tener tanta predilección ya que, cuando las
ramas del árbol se llenan de brotes y comienzan a aparecer las hojas, el
hombre puede tener la certeza de que el verano está cerca [8]. Incluso si no
tiene un almanaque o si no ha aprendido a medir el tiempo de alguna otra
forma.

Dedicación, paciencia, sabiduría y saber esperar fueron virtudes que otro


hombre de campo también tuvo que poner en juego cuando, luego de
sembrar trigo en su campo, vinieron unos enemigos suyos y le sembraron
cizaña encima. Cuando la cizaña se hizo visible, la primer reacción de la
gente fue considerar la posibilidad de arrancarla. Pero el dueño del campo
los detuvo. Si arrancaban la cizaña en ese momento, arrancarían el trigo con
ella y malograrían toda la cosecha. Lo mejor era dejar que crecieran juntas.
Luego, cuando llegase el momento de cosechar, se segaría primero la cizaña,
se la ataría en manojos y hasta se la aprovecharía para hacer fuego. Después
de eso, se cosecharía el resto y con eso se salvaría el trigo para hacer el pan.
[9]

No es muy difícil extraer alguna “moraleja” de todas estas parábolas. Son


relatos simples, directos, con una intencionalidad poco menos que evidente,
dirigidas a campesinos en el lenguaje del hombre de campo. Es casi obvia la

6
) Lucas 13: 6-9
7
) Mateo 7:16-20 Mateo 12:33 Lucas 6:43-44
8
) Mateo 24:32 Marcos 13:28 Lucas 21:29-30
9
) Mateo 13:24-30 -- 36-40
—7—
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

intención de mostrar que las cosas muy grandes y muy importantes con
frecuencia tienen orígenes pequeños – a veces hasta increíblemente
pequeños – por lo cual no es bueno descuidar lo pequeño, no es bueno
menospreciar el detalle, no es bueno desechar lo minúsculo porque muchas
veces eso que desechamos es justamente el origen de lo que nos asombra y el
detalle que descuidamos es precisamente lo que constituye la parte más
importante de lo que queremos construir.

Por otra parte, también es bueno seguir el consejo de no volvernos histéricos


por algunos fracasos parciales dentro del contexto de una gran obra.
Siempre habrá semillas que caen en el lugar equivocado, esfuerzos que se
pierden en el vacío y tiempo invertido en pruebas que no dieron resultado.
Pero, si insistimos en una tarea básicamente correcta, esos fracasos parciales
no impedirán que al final del día tengamos éxito en lo que importa y, más
aún, un éxito que recompensará con creces las pérdidas de los supuestos
fracasos.

El secreto es saber persistir con fe y con inteligencia; saber esperar hasta que
– como decía Napoleón – la breva esté madura y hacer todo lo necesario que
sepamos hacer para que madure lo mejor posible. Hay que darle una
oportunidad a las leyes que gobiernan a la Naturaleza. Aunque no
comprendamos totalmente esas leyes y aunque muchas de ellas sigan siendo
un misterio para nosotros. Las normas que rigen el Universo con frecuencia
no son para nada visibles. En muchos casos nos encontraremos con procesos
de los cuales, en última instancia, solamente sabemos que ocurren y – en el
mejor de los casos – a lo largo de los siglos hemos juntado la experiencia
suficiente como para conocer aproximadamente las circunstancias bajo las
cuales ocurren.

Vayan y pregúntenle a cualquier biólogo o agrónomo por qué germina la


semilla de trigo. Prepárense para una larguísima explicación saturada de
términos técnicos, químicos, físicos y metodológicos. Y cuando la
explicación haya llegado a su fin, repasen bien lo escuchado y se darán
cuenta de que el hombre les ha explicado con lujo de detalles cómo es que
germina pero no por qué germina una semilla de trigo.

—8—
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Es que no lo sabe. De hecho nadie lo sabe. De la misma manera sabemos


cómo se fecunda un óvulo femenino por el espermatozoide y cómo va
formándose el feto en el vientre de la madre pero seguimos a años luz de
saber realmente por qué es que todo eso está dispuesto de esa manera y
qué es, exactamente, lo que hace funcionar todo el proceso. Lo esencial
sigue siendo invisible a nuestros ojos. Aún a nuestros ojos científicos,
magnificados millones de veces por todo tipo de microscopios.

Pero a pesar de eso podemos aprender a leer en los signos que el Universo
nos brinda. Hoy tenemos relojes para medir los tiempos cortos y
almanaques para medir los largos. Son adminículos prácticos aunque
admitamos que, usados compulsivamente como a veces lo hacemos, hasta
pueden llegar a arruinarnos la vida. Y por más prácticos que sean, en muy
última instancia incluso se podría argumentar que son innecesarios.
Podemos averiguar cuando comenzará la próxima primavera consultando el
almanaque y sacando la cuenta de cuanto falta para el próximo 21 de
Septiembre. Pero también podríamos observar los árboles del parque.
Cuando aparezcan los primeros brotes, la primavera habrá llegado. Todo
depende de cuanto apuro tengamos y de cuanta previsión necesitemos. Y
reconozcámoslo: muchas veces tenemos un apuro totalmente inútil y
muchísimas veces nos preocupamos por el futuro de un modo
absolutamente innecesario.

Y después, no pidamos de las personas y de las cosas lo que no pueden dar.


Cada uno tiene una esencia y solamente puede dar según su esencia. El árbol
bueno dará frutos buenos y el árbol malo los dará malos. No es cierto que las
personas malas hacen solamente cosas malas, pero sí es cierto que las cosas
realmente malas las hacen solamente las malas personas. Una buena
persona puede equivocarse y hacer algo mal – incluso muy mal – y, de
hecho, esto es por desgracia bastante más frecuente de lo que se cree. La
enorme mayoría de los problemas que padecemos a diario son, en realidad,
producto de tremendas estupideces que las buenas personas son capaces de
cometer en cantidades increíbles. Las que comúnmente llamamos “cosas
malas” en una enorme cantidad de casos no son sino cosas mal hechas;
consecuencia de la desidia, la negligencia, la imprevisión, la ignorancia, la
ineptitud, la inexperiencia y hasta la soberana estulticia de personas que,
considerándolo todo y sopesándolo todo, no dejan de ser buenas personas.

—9—
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Por suerte es bastante raro encontrar a una persona realmente mala; a una
persona que hace maldades porque quiere hacerlas y que hasta disfruta la
maldad que comete y el daño que ocasiona.

Pero, en última instancia, son siempre los frutos los que nos permiten
reconocer el árbol. Las acciones son, de algún modo o de otro, el resultado
de la esencia de quien cometió la acción y, si queremos corregir de veras la
acción, tendremos que aprender a actuar sobre la esencia de quien la
cometió. Sea esa esencia verdadera maldad o simple estupidez. Pero no le
pidamos peras al olmo porque, para obtener peras, tendríamos que saber
convertir al olmo en peral.

De modo que, en este mundo, tendremos que aprender a caminar entre el


trigo y la cizaña. Y a no apurarnos a arrancar la cizaña porque haciéndolo
podríamos terminar destruyendo también al trigo. Como ya lo decía Hesíodo
setecientos años antes de Cristo, hay un tiempo para sembrar, hay un
tiempo para esperar, hay un tiempo para cosechar, así como hay un tiempo
para nacer y hay un tiempo para morir. Todo tiene su tiempo y hay cosas que
no se pueden ni se deben tratar de acelerar. La Naturaleza que Dios ha
creado todavía necesita nueve meses para convertir un acto de amor en un
ser humano. Por el mismo principio y por el mismo motivo, las semillas
necesitan su tiempo para germinar y los frutos su tiempo para madurar. No
alteremos esos tiempos. No son nuestros para alterar.

Fíjense en todas las cosas que a uno se le ocurren a partir de tan sólo nueve
parábolas de Jesús. Y esta es solamente una dimensión de las varias
posibles. Porque entre las parábolas que acabamos de ver hay unas cuantas
sobre las que se podrían llegar a escribir libros enteros. Por ejemplo, ¿por
qué debe desaparecer la semilla para que pueda surgir la planta? ¿Por qué la
vida está siempre basada en otra vida que desaparece? Goethe decía que la
muerte no es sino un recurso que utiliza la Naturaleza para poder crear más
vida.

Quizás nuestra habitual contraposición de vida y muerte está equivocada.


Quizás la contraposición no está entre la vida y la muerte sino entre el
nacimiento y la muerte. En otras palabras: quizás no es la vida lo que se

— 10 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

opone a la muerte sino tan sólo el nacimiento. Porque la vida sigue de largo.
Continúa su camino, impertérrita, pasando por sobre los cementerios,
alimentándose del fértil humus formado por los organismos muertos en
otras épocas. En este mundo la vida sigue creando más vida y se limita a
permitir que los muertos futuros entierren a sus muertos pretéritos. [10] Más
allá de este mundo, Jesús nos habló de una vida eterna. Todavía seguimos
pensando en la muerte como en un punto final y nos olvidamos que Cristo
enseñaba que se trata solamente de un alto en el camino luego del cual la
historia continúa.

No podemos vencer a la muerte propiamente hablando porque la muerte es


tan parte de la vida como el nacimiento.

Pero podemos vencer el olvido de nuestros semejantes grabando a fuego en


sus memorias el recuerdo de lo que fuimos por medio de nuestras acciones.
Ése es el secreto de los Inmortales que llegaron a tales alturas de perfección
humana que sus obras y su ejemplo han quedado grabados en forma
indeleble en esa Historia que no es sino la memoria consignada de la
especie. Y podemos, también, vencer nuestro instintivo miedo a la muerte
teniendo fe – es decir confiando – en el Creador que la dispuso. Y ése, a su
vez, es el secreto de los grandes sabios que también se hicieron Inmortales
siguiendo las huellas de un carpintero que supo convertir a pescadores de
peces en pescadores de hombres, para que terminasen siendo pescadores de
almas, hablándoles en parábolas cuyos últimos significados aún hoy, dos mil
años después, tratamos de desentrañar.

********

Insisto en mi – algo arbitraria – definición de parábola: es un disparo que


apenas si le ha errado al blanco. Lo que sucede es que, mientras existen
relativamente pocas y bastante bien establecidas formas de dar en el blanco,
hay, por el contrario, muchas y muy distintas formas de errarle. Aunque sea
por poco. El centro ocupa siempre mucho menos espacio que su periferia. Al
fin y al cabo, teóricamente, no es más que un punto.

10
) Mateo 8:22
— 11 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

El mecanismo esencial y básico de la parábola es un razonamiento por


imágenes. Vale decir: por analogías. Con lo cual la serie de imágenes
asociadas que dispara la imagen inicial contenida en la parábola puede
llegar a hacerse muy grande y, si no se toman las debidas precauciones,
hasta exagerada y abusiva.

La gran ventaja del razonamiento por imágenes es que permite saltar por
encima del razonamiento deductivo racional para entrar en el terreno del
razonamiento por analogía. Pero el creer que razonar por analogía equivale a
prescindir completamente de la razón es un error. El razonamiento por
analogía no es completamente irracional. Si lo fuese, no sería razonamiento.
En realidad, es algo así como un razonamiento efectuado a posteriori sobre
las asociaciones de imágenes que podemos realizar basándonos en
correlaciones fuertemente intuitivas y, por lo tanto, no racionales; o al
menos escasamente racionales.

Por eso es que la parábola es de más fácil comprensión por parte de las
personas simples. Resulta bastante obvio que deducir lo desconocido a
partir de lo conocido es siempre más fácil si lo desconocido se presenta
como algo similar a lo conocido. Mostrando lo desconocido por medio de
imágenes referidas a lo conocido se puede hacer llegar a las personas
sencillas, en muchos casos, más rápida y más directamente a la comprensión
de algo nuevo. Cuando los discípulos le preguntaron a Jesús por qué hablaba
en parábolas, su respuesta aludió precisamente al hecho de que una
cantidad muy grande de personas es mentalmente incapaz de realizar esa
“conexión” deductiva entre el saber y la ignorancia: “... les hablo en
parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden.” [11]

El precio que se paga con ello, por supuesto, es cierta enigmaticidad


inevitable y por ello, en varias partes del relato bíblico hallamos que Jesús
termina teniendo que explicar la parábola a sus discípulos para garantizar su
interpretación. [12] Un poco en broma pero bastante en serio, se ha dicho en
relación a la capacidad humana de establecer relaciones que el ser humano

11
) Mateo 13:13
12
) Por ejemplo: Lucas 8:9 – Mateo 15:15
— 12 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

es el único animal sobre el planeta capaz de decir “¡ajá!”. Eso – o alguna


interjección parecida – es lo que por lo general proferimos cuando de pronto
descubrimos, desvelamos, o conseguimos entender algo oculto que tiene
relación con lo manifiesto. Pero esa capacidad de decir “¡ajá!” está muy
desigualmente repartida por la población del planeta: no todo el mundo la
posee en la misma medida; no todo el mundo la entiende de la misma
manera y, sobre todo, no todo el mundo le adjudica el mismo significado. En
alguna medida, la capacidad relacional del ser humano se parece bastante a
su capacidad para el humor. Es básicamente cierto que el Hombre es un
animal que ríe y – estadísticamente al menos – es correcto decir que todos
los seres humanos ríen. Pero no todos ríen con la misma intensidad, no todo
el mundo se ríe de los mismos chistes y, sobre todo, no todo el mundo tiene
el mismo sentido del humor. Esta categoría de hechos (entre varias otras
cosas) es la que convierte al igualitarismo en una pretensión ridícula.

Por eso el mensaje parabólico ofrece también algunos peligros y riesgos. El


disparo apenas si le erra al blanco, es cierto. Pero le erra. Y las personas
sencillas, las personas de mente simple, dada la superficialidad que permite
el razonamiento por imágenes, pueden no darse cuenta de ello. Con lo que
terminan creyendo que han dado de lleno en el blanco. Y allí es dónde se
equivocan. Porque adquieren la sensación de hallarse en posesión de una
verdad absoluta cuando, en realidad, no han hecho más que aproximarse a
ella en la medida de su – generalmente bastante escasa – capacidad
intelectiva. El riesgo que de ello resulta es ese fanatismo intolerante y
excluyente que tanto ha envenenado las relaciones humanas en materia
religiosa – y no sólo estrictamente religiosa – a lo largo de la Historia.

Varias parábolas de Jesús comienzan con “el Reino de los Cielos es


semejante a ...”. Mi ya desaparecido profesor de física hubiera reprobado a
Jesús en este sentido. Se volvía poco menos que furioso si alguno de
nosotros intentaba definir, pongamos por caso a la gravedad, empezando
con: “ ... la gravedad es, por ejemplo ... “ o con “ ... la gravedad es como ... “.
Empezando así uno ya tenía el aplazo casi garantizado. “¡Quiero una
definición; no una descripción!” nos repetía hasta el cansancio. En
materia de gravedad, cualquier cosa que no fuese una fuerza de atracción
proporcional a las masas involucradas e inversamente proporcional al
cuadrado de la distancia que las separa lo dejaba totalmente insatisfecho.

— 13 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

(Es increíble hasta qué punto somos hijos del rigor: todavía me acuerdo, ¡y
eso que han pasado más de cuarenta años!). Decirle a mi profesor de física
que la gravedad es “como una piedra que cae” hubiera equivalido a desafiar
su tolerancia.

La cuestión es que, cuando Jesús dice: "El Reino de los Cielos es semejante a
la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina,
hasta que fermentó todo" [13], muchas personas creen que porque han
entendido la semejanza ya entendieron también al Reino de los Cielos. Y no
es así. Las analogías tienen la gran desventaja de ser bastante engañosas a
veces. Las personas estúpidas o ignorantes caer demasiado fácilmente en el
error de afirmar que, puesto que han entendido uno de los elementos de la
comparación, automáticamente han comprendido también el otro elemento
y, más aún, hasta pueden terminar convencidas de que dominan
perfectamente el significado y la intención de la comparación en sí.

Y hay pocas cosas más peligrosas sobre este mundo que la soberbia de los
ignorantes que creen haber accedido a una verdad absoluta. Porque, con
harta frecuencia, estas personas tienen la muy poco simpática tendencia de
sentirse autorizadas a hacer valer la verdad que creen poseer mediante el
expeditivo recurso de matar a todos los herejes e infieles que no la
comparten.

El otro riesgo, que tampoco es menor, es el de tomar ese disparo que apenas
le erra al blanco y convertirlo en un disparo al aire que ni siquiera da en el
blanco en absoluto. Es el peligro al que se hallan expuestas con harta
frecuencia las personas tan enamoradas de su propia capacidad intelectiva
relacional que siempre quieren llevar la analogía hasta sus últimas
posibilidades. Con ese criterio, dejando galopar libremente nuestra fantasía
por la estepa de las analogías, una mariposa puede llegar a relacionarse con
un helicóptero y forzando tan sólo un poco los argumentos el gusano de seda
puede terminar apareciendo como el pariente lejano del misil
intercontinental.

13
) Mateo 13:33 – Lucas 13:21
— 14 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Nuestra fantasía es una poderosa herramienta y, cuando está dotada de


sensibilidad artística, es ciertamente capaz de las más hermosas creaciones
que el ser humano puede realizar. Pero posee un elemento altamente
riesgoso: no conoce límites. O, por lo menos, tiene una enorme aversión por
los límites. El hecho en sí mismo no es necesariamente negativo. Es lo que
nos ha permitido ir empujando las limitaciones humanas cada vez más lejos,
con lo que hemos ido ganando espacio progresivamente para nuestras
posibilidades de acción y de opción, las cuales, a su vez, constituyen el
fundamento de nuestras verdaderas libertades. Pero que sea, en principio,
un factor potencialmente positivo no quiere decir que carezca de riesgos.

Probablemente uno de los más peligrosos es esa extraña y aparente similitud


que existe entre la parábola y la utopía, siendo que a ambas les es común su
natural aversión por los límites. Es tan fácil construir utopías a partir de
parábolas como lo es el expresar una utopía mediante parábolas. Con lo
cual, muchos pierden de vista que una parábola constituye un intento de
explicar lo que es mediante algo análogo, mientras que una utopía es
esencialmente la descripción de algo que no es por medio de un lenguaje
que lo relaciona con algo existente para hacerlo inteligible.
Etimológicamente, “utopia” significa “en ninguna parte”. Es la descripción
de algo que no existe con la – velada o manifiesta – intención de proponerlo
y, para ello, la utopía utiliza el lenguaje de lo existente a fin de hacerla por lo
menos imaginable.

Mediante el razonamiento por analogías, el pasaje de la parábola a la utopía


se hace, así, relativamente sencillo. Es tan tentadoramente atrayente
expresar una utopía con parábolas como lo es convertir un conjunto de
parábolas en utopía. Las fronteras y los límites se diluyen con aterradora
facilidad y de este modo es muy fácil que las analogías referidas al Reino de
los Cielos de un Dios existente terminen sirviendo de punto de partida para
la utopía del Reino de un Dios imaginario que nunca existió y nunca existirá
fuera de la fantasía utópica de su autor.

Esto es justamente lo que ha sucedido con muchas de esas utopías políticas


que pretendieron proponer paraísos terrenales. Por ello es, también, que
varias ideologías políticas se parecen tanto a verdaderas religiones seculares,
con sus ritos, sus símbolos propios, sus dogmas de fe, su panteón para los
— 15 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

elegidos y su infierno para los réprobos. Por ello es que muchos cristianos –
especialmente en Latinoamérica – fueron capaces de coquetear durante
tanto tiempo con el marxismo, a pesar de que un Papa lo había declarado
“intrínsecamente perverso” [14]. Porque no nos engañemos: el marco de lo
que allá por la década de los ’70 del siglo pasado se dió en llamar la “teología
de la liberación”, en última instancia se basaba en una utopía construida a
partir de las parábolas del “Cristo de los pobres”. Y desde ese marco, varios
de sus adeptos terminaron bendiciendo a la revolución armada y a la
guerrilla marxista del mismo modo en que hoy quizás bendecirían al
terrorismo si éste no hubiese sido notoriamente acaparado por un sector del
Islam, o no estuviese asociado con el narcotráfico en algunos casos al menos.

De modo que tengamos un poco de cuidado con las parábolas. Puestas en


manos de los ignorantes pueden dar lugar a esa casta de cazadores de brujas
siempre dispuestos a inmolar a todos los herejes e infieles que no comparten
una interpretación estrecha y extremadamente simplificada. Pero, por el
otro lado, si dejamos que los grandes intelectuales las manejen a su antojo, a
lo que estaremos dando lugar es a esa casta de utópicos idealistas
eternamente dispuestos a salvar a la humanidad fusilando a todos los que se
oponen.

Y, por favor, no confundamos intolerancia moral con intolerancia activa. Es


muy cierto que Jesús dio vuelta las mesas de dinero y expulsó a latigazos a
los mercaderes del templo [15].

Pero hay un pequeño detalle que sería mejor no olvidar: Jesús de Nazareth
no mató a nadie, ni causó deliberadamente la muerte de nadie, ni permitió –
por acción o por omisión – la muerte de nadie.

Es más: mejoró la vida de unos cuantos y hasta utilizó su Poder para


devolverle la vida a algunos otros.

14
) Pio XI a los Pastores: "procurad con sumo cuidado que los fieles no se dejen engañar",
pues "el comunismo es intrínsecamente perverso y no se puede admitir que colaboren con
el comunismo, en terreno alguno, los que quieren salvar de la ruina la civilización
cristiana" (Encíclica "Divini Redemptoris").
15
) Juan 2:15
— 16 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

En toda la Historia de la Humanidad no han habido muchos que dedicaran


una vida entera a hacer algo semejante.

Quizás también por eso hablamos de milagros cuando nos acordamos de


Jesús.

Los milagros

Así como deberíamos aprender a manejar las parábolas con el adecuado


cuidado y respeto, lo mismo deberíamos hacer cuando se trata de los
milagros.

Recordarán quizás que, al principio de esta historia, cuando vimos el


momento del nacimiento de Jesús, tocamos el tema de la magia y los
milagros. Tenemos que volver a considerarlos de nuevo – aunque ahora
desde otra óptica ligeramente diferente – porque es imposible relatar la
historia haciendo abstracción de los milagros consignados en los Evangelios.

Reitero lo que ya dije: frente a un milagro, la única alternativa posible es la


de guardar silencio. Si Dios hizo un milagro, pues lo hizo por más que lo
pongamos en duda; y si no lo hizo, pues no lo hizo por más que se lo
adjudiquemos. Además, tampoco creo que, en principio, el milagro tenga
que violentar siempre las leyes de la Naturaleza. No creo que el milagro
tenga que ser siempre y forzosamente algo sobre-natural. En última
instancia, siendo muy estrictos, si hay un Creador de la Naturaleza, lo único
auténticamente sobre-natural que puede haber es Dios. De Él para abajo, si
el fenómeno es visible, tangible o inteligible para nosotros, muy
probablemente y en la enorme mayoría de los casos, será parte de la
Naturaleza. Y si es parte de la Naturaleza, entonces no puede ser
completamente sobre-natural, aunque más no sea por definición. A lo sumo
será raro, excepcional, inaudito, extraño, inusual, extraordinario,
incomprensible, ... o lo que ustedes quieran. Pero difícilmente sobrenatural
en un sentido estricto. Y así y todo, si es un acto de Dios, todo ello no quita
que sea un verdadero milagro.

— 17 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Y, si esto se acepta, creo que podría tener muchas consecuencias. En varios


sentidos.

Por de pronto, le quita entidad a cierto escepticismo materialista que


pretende negarle la calidad de milagro a algunos actos de Jesús por el hecho
de que podrían ser “explicados” como fenómenos “naturales”. Por ejemplo,
una buena parte de los actos extraordinarios de Jesús se refiere a curaciones.
Hoy sabemos que la cura por imposición de manos existe. Será un fenómeno
muy extraño y muy raro pero existe. Algunas personas la practican incluso
hoy día. Hasta la Iglesia Católica conoce perfectamente los casos de Lourdes
y los de esos “curas sanadores”, como los llama el folklore popular. Más aún:
el fenómeno ni siquiera parece estar forzosamente relacionado con una fe o
con una religión en especial; aunque convengamos también en que hay una
enorme cantidad de charlatanería, superstición, autosugestión y hasta de
vulgar estafa en muchos lados. Pero, con todo: ¿es un milagro o un don de
muy contadas y rarísimas personas? ¿O es a veces una cosa y otras veces,
otra? ¿O es una combinación de ambas?

La verdad es que no lo sé. Confieso con total honestidad que no tengo la


menor idea concreta al respecto, más allá de las especulaciones más o menos
arbitrarias que, por supuesto, cualquiera puede hacer. Pero me pregunto:
¿es eso realmente importante para entender y aceptar el mensaje de Jesús
de Nazareth? Sencillamente me resisto a admitir el argumento de que el Hijo
de Dios hecho Hombre es el Hijo de Dios porque hizo milagros. Y tampoco
me siento inclinado a aceptar la recíproca en virtud de la cual, puesto que
hizo milagros, Jesús de Nazareth es el Hijo de Dios hecho Hombre. Porque
frente a estas propuestas siempre se me ha ocurrido pensar: ¿y qué hubiera
pasado si Jesús no hubiese hecho ningún milagro en absoluto? ¿Acaso
rechazaríamos el mensaje si su portador no hubiese hecho milagros?
¿Somos realmente tan duros de espíritu como para necesitar que alguien nos
plante un milagro en la cara para aceptar la divinidad? ¿Acaso podemos
aceptar la premisa de ese ateísmo miope – y tremendamente mezquino en
mi opinión – según cuya línea argumental Jesús no hizo milagros y, puesto
que no hizo milagros, Dios no existe?

— 18 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Me tendrán que perdonar mis amigos y lectores ateos pero creo que esto
último ni siquiera resistiría un análisis lógico.

*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*

Sin duda, la cuestión de los milagros es compleja.

Por de pronto, en los Evangelios, el concepto de “milagro” ni siquiera está


unívocamente definido siempre con la misma y única palabra. Nuestro
término “milagro” tiene su origen en el latín “miraculum” que significa algo
así como “hecho admirable” o “hecho asombroso”. Pero, sucede que en los
Evangelios no es ésta la palabra que siempre y consistentemente aparece en
relación con los hechos extraordinarios de Jesús. Más bien por el contrario:
lo que encontramos en la Vulgata es una variedad de términos tales como
“prodigia”, “virtutes”, “signa”, “opera”, que traducidas al castellano
aparecen como “prodigios”, “fuerzas”, “signos” y “obras”. ¿Son estas
palabras sinónimos conceptuales para designar siempre uno y el mismo
fenómeno o es que hay sutiles (o quizás no tan sutiles) diferencias que ya no
captamos?

En realidad “miraculum” muy probablemente es la versión latina de la


palabra griega “thauma” (que significa “admirable”), la cual – a su vez – fue
la que se empleó para traducir el término hebreo “peléh” cuya raíz,
curiosamente, significa “separar”, quizás para indicar que algo está
“separado” o “al margen del” curso normal de los acontecimientos. Más aún:
estrictamente hablando, en la tradición hebrea el lenguaje de la persona
devota o piadosa – el tzadik – ni siquiera conoce la palabra “milagro” ya que
para un tzadik cada suceso, cada instante es un milagro. Y esto es así, por
cuanto según esa tradición, “Dios se da a conocer a aquellos que le
reverencian” lo cual, como lo señala Yehuda Ribco, significa que “... el justo
reconoce la intervención divina en todo acontecimiento, sea extraordinario
o aburridamente cotidiano.” [16]

16
) Tehilim, Sotá 4b, 10a; Nidá 20b. Cf. también Salmos 25:14 según Yehuda Ribco en
http://serjudio.com/rap2001_2050/rap2022.htm
— 19 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

En la tradición cristiana la cuestión también es compleja. Por un lado


tenemos la interpretación de San Agustín y, por el otro, la de Santo Tomás
de Aquino.

Según San Agustín el milagro no ocurre ni fuera ni contra la naturaleza sino


al margen de lo que nosotros conocemos de ella: “Llamo milagro a lo que es
contrario a la expectativa o a la capacidad de aquél que lo admira”. [17] En
cambio, para Santo Tomás el milagro es algo que tiene lugar al margen del
orden natural (praeter ordinem totius naturae), con lo que se abre el
camino para la consideración del milagro como un hecho sobre-natural – es
decir para una consideración racional. A partir de ello varios estudiosos y
teólogos, como por ejemplo Rudolf Bultmann, llegarán a afirmar que "la
mayoría de los relatos de milagro contenidos en los evangelios son
leyendas o por lo menos están revestidos de leyenda" desde el momento en
que un evento que tiene lugar contrariando al orden natural implica una
violación de las leyes de la naturaleza y, por consiguiente, es imposible [18].

¿Qué quieren que les diga? No sé si mi opinión personal servirá para algo
pero, con todo el respeto que me merece Santo Tomás, en esto, me quedo
con San Agustín. No sólo me parece una reflexión más profunda sino, sobre
todo, mucho más segura. Porque ¿qué es para nosotros ese famoso “orden
natural” al final de cuentas? Lo podemos definir de muchas maneras
diferentes pero, en última instancia y una vez que todo está dicho, no deja de
ser un orden que depende muy fuertemente de nuestro conocimiento
científico del Cosmos. Y esto presenta toda una serie de dificultades. La
principal de ellas es que, si hacemos depender nuestra concepción de Dios y
los actos de Dios de nuestro conocimiento del Cosmos, a lo que llegamos es a
convertir toda religión en esa especie de “tapahuecos” que Bonhoeffer tanto
se resistía a admitir: “... no podemos dejar que Dios haga la figura de un
tapahuecos (Lückenbüsser) de nuestro imperfecto saber, porque cuando los
límites del conocimiento se alejan cada vez más (lo que necesariamente
habrá de ocurrir), también Dios tiene que alejarse cada vez más con ellos, y

17
) Cf. San Agustin, De civitate Dei, 20, 1,8,2. y De utilitate credendi, 16,34.
18
) Digamos, sin embargo, para ser justos con Bultmann que éste diferencia entre Mirakel
(milagro) y Wunder (prodigio) entendiendo por lo primero una violación o excepción a las
leyes de la naturaleza y por lo segundo un evento que cae dentro del orden natural pero que
es reconocido como obra de Dios.
— 20 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

se halla, por tanto, en una continua retirada.” [19] Si Dios está en todo
aquello que la ciencia no puede explicar, por fuerza nos iríamos alejando
cada vez más de Dios en la medida en que conociésemos mejor al mundo
que ha creado. Y esa es una suposición que no resiste el menor análisis
porque el Creador de una gran obra no puede alejarse de nosotros a medida
en que conocemos mejor a su creación.

A lo cual cabría agregar que tampoco deberíamos vanagloriarnos tanto de


nuestros conocimientos. Porque nuestro conocimiento científico del Cosmos
no sólo está muy lejos de ser completo sino que tampoco resulta monolítico
e indiscutido, ni mucho menos. Aún a pesar de la física cuántica y de una
concepción probabilística y estadística de los fenómenos, Einstein seguía
sosteniendo que “Dios no juega a los dados” – con lo cual tendía a descartar
el azar, el caos y la incertidumbre como leyes últimas del Universo – y no
obstante ello, un agnóstico casi ateo como Stephen Hawking no sólo llega a
especular con la idea de un Dios que es un eximio jugador sino que hasta lo
concibe como uno que todavía guarda algunos trucos en la manga [20]. De
modo que, a pesar de todo el fenomenal avance de nuestro conocimiento
científico, en realidad la pregunta de “¿qué es el orden natural
exactamente?” sigue siendo una pregunta abierta. Y, honestamente, creo que
seguirá abierta por mucho, mucho, tiempo más. Incluso creo que, a medida
que avancemos en nuestro conocimiento de ese Espacio Exterior que hasta
ahora solo hemos logrado vislumbrar de un modo por demás superficial, la
pregunta se irá abriendo más y más.

No sé si Dios tiene todavía algunos ases en la manga para jugar, pero que el
Universo nos tiene deparada más de una sorpresa, de eso no me cabe la
menor duda.

19
) Dietrich Bonhoeffer, Widerstand und Ergebung, Carta del 25 de mayo 1944.
20
) Stepeh Hawking, Does God play Dice? – Conferencia del citado autor, disponible en
http://www.hawking.org.uk . La célebre frase "Dios no juega a los dados" adjudicada a
Albert Eisntein, se refiere a la Teoría Cuántica. La Escuela de Copenhagen que agrupa a la
mayoría de los físicos cuánticos propone una visión estadística de la Naturaleza con lo que
asume y acepta la incertidumbre como elemento constituyente de la teoría. Frente a esta
escuela, los heterodoxos como Plank, Einstein, y Schrödinger proponen una Naturaleza de
índole causal. De ahí la frase "Dios no juega a los dados" queriendo indicar que Dios no
decide el destino del Universo según le salgan los dados de un modo aleatorio - es decir:
mediante un método estadístico lleno de incertidumbre – sino que todo el Universo se basa
en relaciones de causa-efecto que, si bien podemos no conocer por completo o no entender
por completo, rigen no obstante los fenómenos que ocurren.
— 21 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Lo que sucede muchas veces cuando se habla de milagros es que cometemos


toda una serie de peligrosos anacronismos. Por ejemplo: es un anacronismo
creer que los contemporáneos de Jesús consideraban al milagro con el
mismo criterio que Santo Tomás aplicaría unos 1250 años más tarde. Para
las personas del Siglo I DC lo “natural” y lo “sobrenatural” coexistían
pacíficamente – para decirlo de algún modo. En la época en que Jesús vivió
y actuó, lo que hoy llamaríamos “sobrenatural” era algo naturalmente
aceptado sin discusión. No sólo nadie cuestionaba la posibilidad de un
milagro sino que las personas consideraban actos de Dios a eventos que hoy
no vacilaríamos en catalogar dentro del repertorio de ciencias tales como la
medicina, la geología, la meteorología o la zoología. Una gran epidemia, la
epilepsia, la erupción de un volcán, la caída de un rayo o una plaga de
langostas se interpretaban casi inmediatamente como manifestaciones de la
divinidad. Los antiguos, acostumbrados a ver que cuando algo sucedía era
porque alguien lo hacía suceder, ante un fenómeno cualquiera podían
preguntarse qué lo causaba pero, con la misma facilidad, podían
preguntarse también quién lo había causado. Así, antes de que Benjamin
Franklin remontara su famoso barrilete – y se salvara de morir
electrocutado de puro milagro – los rayos y los truenos podían ser muy
fácilmente interpretados como la manifestación de la ira de Dios.

Frente a ello, hoy sonreímos con altanería porque sabemos catalogar,


clasificar y explicar todos esos fenómenos basándonos en nuestro
conocimiento científico del “orden natural”. Hoy, si observamos un
fenómeno, lo primero que tratamos de averiguar es qué lo ha provocado y
no quién lo causó. Pero lo que nos resistimos muchas veces a admitir es que
nuestra capacidad de catalogar, clasificar y explicar no agota el tema. En una
enorme cantidad de casos estamos autoengañándonos creyendo que con
saber cómo suceden las cosas, automáticamente hemos establecido
también, y de modo satisfactorio, una causalidad que explica en forma
absoluta incluso el por qué suceden.

Volvemos, con ello, a nuestra semilla de trigo. Sabemos que germina y


quizás podríamos escribir un grueso tratado acerca de cómo lo hace. Pero el
por qué lo hace, ese último, esencial y fundamental “¿por qué?”, es otra

— 22 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

historia. Y quizás en ese último y esencial “por qué” está muchas veces el
milagro que ya no vemos y un Dios que ya no percibimos.

Porque nos conformamos con el “como” o – peor todavía” – confundimos el


“cómo” con el “por qué” y creemos que, sabiendo el “cómo”, ya tenemos en
la mano la llave de todos los “por qué” que necesitamos. La causalidad sólo
nos explica la cadena secuencial de los acontecimientos. No siempre ni
necesariamente nos ofrece una clave sobre la esencia intrínseca de esos
mismos acontecimientos.

Por el otro lado, también es un anacronismo aferrarnos a la visión


aristotélica de Santo Tomás. Así como para las personas del Siglo I las
coordenadas de lo natural y lo sobrenatural confluían en la vida cotidiana,
para las del Siglo XIII las leyes naturales se concebían como inmutables.

Y hoy ya no estamos para nada tan seguros de esa inmutablilidad.

Cada vez es más difícil hablar de “leyes”, propiamente hablando, en el


terreno del conocimiento científico. Porque, por definición y en ese terreno,
una ley es una norma que no admite excepciones siendo que las que admiten
excepciones son las reglas. Hoy prácticamente todas las teorías científicas se
limitan a establecer reglas y luego siguen investigando para hallar alguna
solución a las – a veces numerosas – excepciones que se escapan a esa regla.
Konrad Lorentz señalaba, y con razón, que en la actualidad: “...Jamás una
hipótesis queda refutada por un único hecho contradictorio sino siempre y
únicamente por otra hipótesis que tiene la capacidad de incluir más hechos
que la anterior. ‘Verdad’ es, así, aquella hipótesis de trabajo que en mejores
condiciones está para allanarle el camino a la siguiente que, a su vez,
tendrá una mayor capacidad explicativa.“ [21]

Con lo cual, por supuesto, queda abierta la pregunta de si las leyes naturales
son – o no – inmutables. Pero lo que no puede ponerse en duda es que
nuestro conocimiento de ellas no es, para nada, inmutable. Y puesto que

21
) Konrad Lorentz, Los Ocho Pecados Capitales de la Humanidad Civilizada”, Cap. VIII.
Disponible en La Editorial Virtual http://www.laeditorialvirtual.com.ar
— 23 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

nuestra concepción de lo que es praeter ordinem totius naturae depende de


ese conocimiento, el juicio que emitamos frente a lo que hoy nos parece
sobre-natural, forzosamente habrá de ser un juicio provisorio, ad
referendum de lo que descubra o establezca la ciencia y el conocimiento de
los siglos venideros.

Que el Cosmos responde a una “lógica normativa”, vale decir, que más allá
de lo que llamamos vulgarmente “caprichos” de la naturaleza, existen leyes o
reglas que rigen los fenómenos, difícilmente sea algo cuestionable. Hay, de
hecho, una “legalidad” o “normatividad” en el Universo, válida por lo menos
desde la dimensión de una perspectiva humana. Si tiro una piedra al aire,
difícilmente podría llegar a suponer que no caerá con una aceleración que
respete a la Ley de la Gravedad. Y seguramente no cometeré ningún desatino
al suponer que ya lo hacía así hace 10.000 años y que seguirá cayendo según
la misma ley dentro de los próximos 10.000. La gran pregunta, sin embargo
es doble. Por un lado ¿qué me garantiza que también lo seguirá haciendo
exactamente igual dentro de, digamos, 10.000 billones de años terrestres, y
aún dentro de, pongamos por caso, 400.000 trillones de años-luz? Y, por el
otro lado, ¿qué me garantiza que esta ley, es realmente una ley y no una
regla? Es decir: ¿cómo puedo estar tan seguro de que, bajo ningún concepto
ni condición, en ningún caso, en ninguna dimensión y en ningún punto de
todo el Universo esta ley admite excepciones?

Es inútil. La discusión sobre si el milagro es un fenómeno natural o un


fenómeno que está más allá de la naturaleza termina siendo una discusión
interminable. Muy interesante quizás, pero una discusión sin un final
posible. Por lo tanto, una discusión perfectamente inútil. Lo único que
podemos decir del milagro es que, por definición, es un acto de Dios. Un
acto de ese Creador que puso en el Universo incluso aquella normatividad
que nos permite adquirir un conocimiento científico.

Hay “leyes” en el Cosmos. Y porque las hay, es difícil imaginarse una


legislación sin un legislador. Como decía Cicerón: “¿Quién es tan imbécil que
mire al cielo y no piense que Dios existe?”. Pero, si es difícil imaginarse un
Cosmos sin las leyes que rigen el movimiento de sus astros y más difícil aún
es imaginarse una legislación sin un legislador, lo que resulta casi imposible
de imaginar es un legislador incapaz de administrar ciertas excepciones.
— 24 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Por dentro o por fuera de esa especie de marco jurídico vigente que
llamamos “orden natural”.

Por lo cual, sea como fuere, el milagro es perfectamente posible. Todo lo que
necesitamos para admitirlo es un Dios que quiere que determinada cosa
ocurra.

O impida que ocurra.

O, quizás y a veces, que hasta simplemente permita que ocurra.

El taumaturgo

No sé si a alguno de ustedes le ha llamado la atención pero, ¿se han dado


cuenta de que los libros más leídos de la humanidad son todos libros
religiosos? La Biblia, el Corán, el Talmud, los Vedas, los Upanishads, el
Theravada, el Tao-te Ching... no hay novela, no hay tratado, no hay “best
seller” en el mundo entero que pueda competir con ellos. Han sido editados
cientos y hasta miles de veces. Han sido copiados a mano, ilustrados,
impresos y encuadernados de las más diversas maneras. Se han volcado a
formato electrónico y están publicados en Internet. Han sido traducidos a
prácticamente todos los idiomas conocidos. Fueron comentados, estudiados,
desmenuzados, analizados y hasta aprendidos de memoria. Han sobrevivido
a guerras, epidemias, catástrofes naturales, revueltas políticas y cismas.
Hasta han perdurado más allá de esas ocasionales quemas de libros
organizadas por los enanos que creen poder hacer desaparecer a una idea
quemando algunos de los libros sobre cuyas páginas está escrita.

En Occidente no hay libro que haya sido editado tantas veces y que haya
generado tanta literatura como la Biblia. En el Nuevo Testamento no sería
exagerado decir que cada concepto, cada frase, cada palabra ha sido
analizada, estudiada, comentada y discutida. Y si hay un tema que ha sido
tratado reiterada y exhaustivamente, ese tema es el de los milagros.

— 25 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Quienes han sacado la cuenta nos dicen que, por ejemplo en el Evangelio de
Marcos, los milagros constituyen el 31,38% del texto. Con honestidad, no sé
si este tipo de estadísticas sirve para mucho, sobre todo teniendo en cuenta
que los milagros relatados en forma puntual constituyen evidentemente tan
sólo una muestra de los muchos que Jesús realizó puesto que hallamos
pasajes en dónde se hace referencia a toda una serie de ellos, sin detallarlos
[22].

Pero, así y todo, les propongo hacer una cosa: miremos a los milagros
expresamente relatados un poco más de cerca.

El primero que realiza Jesús es en ocasión de una boda. Es una fiesta. Unos
jóvenes, probablemente de no muchos recursos económicos, se han casado y
todo el mundo en Caná de Galilea se ha reunido para festejar a los novios y
pasar un buen rato. Pero, de pronto, sucede algo muy embarazoso: o bien
los muchachos de Caná son realmente de buen tomar, o bien – lo que es
quizás más probable – la pobreza de la casa no daba para una gran
provisión, la cuestión es que se acaba el vino. Curiosamente, no es Jesús sino
su madre la que toma la iniciativa. María mira a su hijo y le dice tan sólo:
“No tienen vino”. Tan sólo eso. A buen entendedor, pocas palabras. Pero
más notable todavía es que Jesús, en un principio, trata de resistirse
argumentando que todavía es demasiado pronto, que aún no ha llegado su
hora. No sé qué pesó más en ese momento, si el pedido de una madre o la
previsible tristeza y vergüenza de los novios, pero el hecho es que Jesús hizo
que el agua de unas tinajas se transformase en vino [23].

La Biblia no lo dice de modo taxativo, pero estoy seguro de que ésa fue una
espléndida fiesta de casamiento.

En otra ocasión, en Capernaum, Jesús es requerido por un centurión. Y


permítanme subrayar la condición del interlocutor: es un centurión; vale
decir, un soldado romano. Como ya hemos visto, no precisamente uno de los
personajes más queridos y apreciados en la Palestina de aquella época. Más

22
) Cf. Mateo 9:35, 4:23; Marcos 1:39
23
) Juan 2:6-11
— 26 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

bien todo lo contrario. Pero el centurión no viene a pedir por él. Pide por
uno de sus criados, uno de sus empleados, que está enfermo. Ni siquiera
pretende que Jesús vaya a dónde está el criado; sólo desea que el Maestro
pronuncie la palabra que lo curará. Y Jesús pronuncia esa palabra porque,
según su propia expresión: “...ni aun en Israel he hallado tanta fe”. [24]

Jesús curando al criado de un soldado romano... Por favor, retengan eso en


la memoria para cuando lo tengamos ante Pilato, acusado de sedición.
En el estanque de Betseda, en Jerusalem, Jesús se encuentra con un
paralítico que no podía caminar desde hacía 38 años. Lo cura diciéndole tan
sólo: “Levántate, toma tu lecho y anda.” Pero es sábado. Sus enemigos
jamás le perdonarán el haber quebrantado de esa manera la Ley del día de
reposo y, sobre todo, el haberle contestado a sus críticos: “Mi Padre hasta
ahora trabaja, y yo trabajo”. [25] ¿Acaso Dios tiene un horario establecido
para hacer buenas obras?

Predicando a la orilla del lago de Genesaret, de pronto se da cuenta de que


hay demasiada gente escuchándolo. Pide una de las barcas de Pedro, se sube
a ella, la aparta un poco de la costa y sigue predicando desde allí. Cuando
termina, le dice a Pedro que navegue mar adentro y que eche las redes para
pescar. El pedido es algo extraño ya que los pescadores se habían pasado
toda la noche anterior trabajando sin resultado alguno. Pero, así y todo,
obedecen y el resultado es tan asombroso que no sólo las redes amenazan
con romperse sino que, el peso de la captura casi hunde las barcas. Por
supuesto que Pedro está pasmado y hasta con un susto mayúsculo ante ese
algo extraordinario que no llega a comprender. Pero Jesús lo tranquiliza
diciéndole: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres.” [26]

Después de su resurrección, volverá una vez más a llenar las redes de sus
pescadores. [27] Será su último milagro. El primero fue para salvar la alegría
de una boda. El último será para dar de comer a quienes lo habían seguido.

24
) Mateo 8:5-13; Lucas 7:1-10
25
) Juan 5:5-17
26
) Lucas 5:4-11
27
) Juan 21:1-14
— 27 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Pero mucho antes de eso, otra vez en Capernaum (y otra vez durante un
sábado), mientras enseñaba en la sinagoga del lugar, un poseído lo increpa.
Jesús simplemente da una órden y el poseído vuelve a ser una persona
normal. Pero ese día hay más. A la salida de la sinagoga van todos a la casa
de Pedro. Allí se enteran de que la suegra de Pedro está en cama, con fiebre.
De paso, nosotros nos enteramos de que Pedro era casado. Sea como fuere,
Jesús se acerca a la mujer, la toma de la mano y hace que se levante. Está
curada. Y al caer la noche Jesús sigue curando a todos los enfermos que le
traen. [28]

La lista de las personas a las que Jesús curó es muy larga. De hecho, la gran
mayoría de los milagros consignados son curaciones. Un leproso [29]; otro
paralítico [30]; un ciego y mudo [31]; el caso de los gadarenos endemoniados
[32]; la mujer hemorrágica de quien volveremos a hablar[33]; la hija de la
mujer Cananea [34]; un sordomudo [35]; el ciego de Betsaida [36]; el
muchacho ciego, mudo y endemoniado [37]; los diez leprosos [38] y una mujer
encorvada [39] son, aparte de los ya mencionados, los casos concretos que
podríamos citar haciendo referencia directa a distintos pasajes de los
Evangelios. Pero de ningún modo estaríamos autorizados a suponer que
estos fueron los únicos. Por un lado, es obvio que ninguno de los
evangelistas se propuso jamás hacer un listado completo de todos los casos
y, por el otro, como ya lo indicamos, hay varias menciones genéricas de
curaciones realizadas por Jesús en las que el evangelista no entra en
detalles.

Tampoco la figura de Jesús dando de comer a quienes le siguen se agota en


los ejemplos citados. Es un tema que vuelve a aparecer en la alimentación de

28
) Marcos 1:23-34; Lucas 4:33-41; Mateo 8:14-16
29
) Mateo 8:2-4; Marcos 1:40-42; Lucas 5:12-13
30
) Mateo 9:2-8; Marcos 2:2-12; Lucas 5:18-26
31
) Mateo 12:22; Lucas 11:14
32
) Mateo 8:28-34; Marcos 5:1-20; Lucas 8:26-39
33
) Mateo 9:20-22 ; Marcos 5:25-34; Lucas 8:43-48
34
) Mateo 15:22-28; Marcos 7:25-30
35
) Marcos 7:32-37
36
) Marcos 8:22-26
37
) Mateo 17:14-20; Marcos 9:14-29; Lucas 9:37-42
38
) Lucas 17:11-19
39
) Lucas 13:10-17
— 28 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

los cinco mil [40], en la de los cuatro mil [41] y no forzaríamos demasiado los
argumentos señalando que se hace central en la Última Cena.

Muy significativo – al menos en mi humilde opinión – es la escasísima


referencia a sucesos que tienen que ver con fenómenos de la naturaleza.
Hay, es cierto, acontecimientos de esa clase referidos a distintos los
momentos de la vida de Jesús – como, por ejemplo, la estrella de Belén al
momento de su nacimiento y el oscurecimiento del sol en los últimos
momentos de la Crucifixión – pero directamente relacionados con Jesús
tenemos solamente dos y ambos hasta resultan muy similares.

En la primer ocasión, sube con sus discípulos a una barca y, agotado, se va a


dormir. Se desata una tormenta y los discípulos, asustados por el temporal,
lo despiertan. Él los reprende por su poca fe y aquieta la tormenta. [42] En la
segunda ocasión, los discípulos se embarcan solos y Jesús se llega hasta
ellos, de noche, caminando sobre las aguas que están embravecidas por otro
temporal. Pedro quiere imitarlo y sale a su encuentro pero, a último
momento, se asusta, pierde la fe y comienza a hundirse. Jesús, por supuesto,
lo salva y cuando ambos suben a la barca, el viento se calma. [43]
Por último, aunque obviamente no en último término, hay tres
resurrecciones.

La primera de ellas acontece en el poblado de Naín. Un cortejo fúnebre


acompaña el féretro del único hijo de una viuda que llora
desconsoladamente. Jesús se compadece de ella, se acerca, le dice que no
llore y tocando el ataúd exclama: “Joven, a ti te digo, levántate.” Y el
muchacho resucita y se reúne con su madre. [44]

En la segunda ocasión se trata de una niña de doce años. Es la hija de un


hombre llamado Jairo, el principal de la sinagoga del lugar. Postrándose
ante Jesús, el hombre le pide que entre en su casa ya que su hija está
gravemente enferma. La escena se complica porque Jesús está rodeado de

40
) Mateo 14:15-21; Marcos 6:35-44; Lucas 9:12-17; Juan 6:5-14
41
) Mateo 15:32-38; Marcos 8:1-9
42
) Mateo 8:24-27; Marcos 4:37-41; Lucas 8:23-25
43
) Mateo 14:22-33; Marcos 6:45-52; Juan 6:16-21
44
) Lucas 7:12-16
— 29 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

una gran multitud y es en este momento que la mujer hemorrágica toca


subrepticiamente su manto; algo que en realidad estaba prohibido por la Ley
mosaica ya que la mujer, al padecer una menstruación indetenible, se
consideraba impura. Inmediatamente Jesús pregunta “¿Quién es el que me
ha tocado? ” Los que están a su lado se asombran. Está apretujado por toda
una muchedumbre ¿y todavía pregunta quién lo ha tocado? Pero el Maestro
se explica: “Alguien me ha tocado porque he conocido que ha salido poder
de mí.” Al final, la mujer se da a conocer, completamente curada de su mal.

De pronto aparece una persona de la casa de Jairo para darle a éste la mala
noticia: “Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro.” Pero Jesús no le
hace caso. Entra en la vivienda y se encuentra con varias personas llorando y
lamentándose. “No lloréis – les dice – no está muerta, sino que duerme.”
Ante la incredulidad de los presentes toma de la mano a la niña y ordena:
“Muchacha, levántate.” Y la incredulidad se volvió asombro en apenas unos
segundos porque niña se levantó.

La escena termina con dos cosas que me han llamado la atención. La


primera es que, después de resucitar a la niña, Jesús inmediatamente manda
que le den de comer. La segunda es que a los presentes les ordena que no le
digan a nadie lo sucedido. [45]

Y en cuanto a esto último, destaquemos que ésa no fue la única ocasión en


que Jesús pidió discreción y reserva acerca de sus milagros.

La tercera resurrección es la de Lázaro. [46]

El entorno general en que se desarrollan los acontecimientos es bastante


complicado y, además, estamos en una etapa crítica de nuestra historia.
Poco antes de los hechos relacionados con Lázaro, Jesús había estado en
Jerusalem y no le había ido nada bien allí. Unos cuantos ya lo perseguían
para apresarlo y no faltaron tampoco quienes directamente casi lo matan.
Ante ello, se fue al otro lado del Jordán; al mismo lugar en el que Juan el
Bautista había estado predicando y bautizando.

45
) Mateo 9:18-26; Marcos 5:22-43; Lucas 8:41-56
46
) Juan 10:22-42; 11:1-44
— 30 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Allí le llega la noticia de que Lázaro está enfermo. Pero Jesús no se mueve de
su lugar. Se queda dos días más en dónde se encuentra y solamente después
de eso, de pronto, les notifica a sus discípulos: “Vamos a Judea otra vez.”
Casi no pueden creerle. La casa de Lázaro está en Betania y Betania queda
muy cerca de Jerusalem; según San Juan, a apenas 15 estadios, lo que
vendría equivaler a unos 2,7 kilómetros. ¿Allí quiere volver? ¿Prácticamente
al mismo lugar en el que faltó poco para que lo mataran a pedradas? Parece
una locura.

Pero Jesús tiene su decisión tomada. Más allá de saberse poseedor de la luz
interior que le indicará el camino, su motivo también es de otra índole:
“Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy a despertarle.” Otra vez la
alegoría del dormir para referirse a la muerte. Sus propios discípulos no lo
entienden. Por un momento creen que, realmente, Lázaro está sólo dormido.
Jesús tiene que decirlo claramente y con todas las letras: “Lázaro ha
muerto.” Recién allí todos comprenden la gravedad del caso. Con todo, el
estilo del Maestro perdurará en la tradición cristiana y quizás es por eso que
al lugar en dónde llevamos a nuestros muertos hasta el día de hoy lo
llamamos “cementerio” – que es el lugar en dónde los fallecidos descansan
en paz – y no “necrópolis” – que es una ciudad en la que los vivos guardan
a sus muertos. [47]

Además de ser triste la noticia, la empresa es tremendamente arriesgada.


Los fariseos ya están jugando con la idea de silenciar a Jesús. El
establishment de Jerusalem lo considera peligroso. Más de uno ya está
pensando en la conveniencia de matarlo para quitarlo de en medio. Sin
embargo, la decisión está tomada: “... mas vamos a él.” – por: “vamos
adónde está Lázaro”. Eso es final. Terminante. No hay discusión posible. Y si
Jesús se arriesga a que lo maten, allí es dónde Tomás, como ya vimos, junta
su coraje para declarar: “Vamos también nosotros, para que muramos con
él.”

47
) La palabra “cementerio” proviene del latín coemeterium, que a su vez viene del griego
koimeterion – koimasthai que significa “estar acostado, dormir”.
— 31 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Por fortuna, no murió nadie en esa ocasión. Todo lo contrario. Llegaron a


Betania cuando ya hacía cuatro días que Lázaro había muerto. Jesús habla
primero con sus hermanas. Es a Marta a quien le dice: “Tu hermano
resucitará” porque “...Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí,
aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquél que cree en mí, no morirá
eternamente.” Después, se hace conducir hasta cerca de la tumba del amigo
fallecido y, de pronto, pasa algo casi incomprensible: se echa a llorar.

Así es. Tal como acaban de leerlo. Vayan y repasen el versículo de Juan
11:35. Es uno de los más cortos de toda la Biblia, si es que no es el más corto
de todos. Contiene solamente dos palabras: “Jesús lloró”. ¿Por qué? Estaba a
punto de devolverle la vida a Lázaro. El amigo fallecido volvería a estar entre
ellos. Marta y María volverían a tener a su hermano. ¿Por qué llorar? Quizás
la respuesta esté un poco más adelante cuando, una vez retirada la piedra
que tapaba el sepulcro “... Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre,
gracias te doy por haberme escuchado...”

Y luego, “... habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera!”

Para asombro de todos los presentes, Lázaro salió de su tumba.

Había vuelto a la vida.

La admiración, la alegría y el júbilo de familiares y amigos deben haber sido


algo tremendo. Sin embargo, en medio de esa presumible algarabía, lo que
ninguno de ellos consiguió imaginar fue que allí, en ese preciso momento,
había comenzado el último acto del drama que terminaría en tragedia.

Porque con ese milagro Jesús de Nazareth había provocado la firma


definitiva de su propia sentencia de muerte.

Y, seguramente, Él lo sabía.

— 32 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Si siguen ustedes leyendo el Evangelio de San Juan, verán que luego de esta
resurrección algunos de los presentes fueron inmediatamente corriendo a
informar del hecho a los fariseos. Y la reacción de Caifás es digna de ser leída
con mucha atención.

Pero no nos apresuremos. Les prometo que volveré sobre esto más adelante.

*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*

¿Qué nos queda de todos estos milagros?

Si los ponemos en el contexto de la época, si los comparamos con las


historias de otros taumaturgos contemporáneos de Jesús, incluso si los
ponemos al lado de los relatos que figuran en los mismos evangelios
apócrifos, el resultado no deja de ser sorprendente: parecerían más bien
modestos y en muchos casos hasta de relativamente escasa envergadura.

Lo que sucede es que en este mundo actual hemos perdido la perspectiva. El


milagro como tal – o, por lo menos, el hecho extraordinario, asombroso,
prodigioso, como tal – es mucho más inconcebible para nosotros de lo que lo
era para los contemporáneos de Jesús. En su época había un sinnúmero de
personajes de quienes se contaban las cosas más portentosas que puedan
ustedes imaginar. Hoy sonreímos con escepticismo ante esas historias pero
en aquellos tiempos los que sonreían eran muy pocos. La enorme mayoría
creía firmemente en ellas. Las manifiestas exageraciones y fabulaciones de
algunos evangelios apócrifos, por ejemplo, al fin y al cabo no son sino
intentos bastante transparentes de poner a Jesús al mismo nivel y hasta por
encima de sus competidores en el plano del imaginario colectivo y popular.

Por supuesto que unos cuantos de estos personajes resultan ser simples
charlatanes que a Jesús de Nazareth no le hubieran llegado ni a la altura de
sus sandalias. Ahí está Simón el Mago, para citar sólo un caso que hasta
figura en las propia Biblia. Este personaje, que ejercía su oficio en Samaria y
que se hacía llamar “Gran Poder de Dios”, llegó al extremo de ofrecerle

— 33 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

dinero a los apóstoles tratando de comprar lo que él creía que eran simples
secretos de la profesión. [48]

Pero no todos fueron farsantes de tan baja estofa. Un caso muy interesante y
realmente digno de estudio es el de Apolonio de Tiana, un contemporáneo
de Jesús. Lo conocemos a través de una “obra por encargo” que la
emperatriz Julia Domna – la esposa de Septimio Severo – le encomendó a
Filostrato, un griego nacido hacia el 172 DC y que luego se desempeñó como
retórico y sofista en Roma. Al encargarle la tarea de escribir la biografía del
personaje, la emperatriz puso en manos de Filostrato las memorias escritas
por un tal Damis quien, a su vez, había sido discípulo y compañero de
Apolonio. Además, aparte de esta fuente, Filostrato utilizó también otros
documentos – como por ejemplo la de otro discípulo de nombre Maximus y
varias cartas escritas por el propio Apolonio de Tiana, algunas de las cuales
había guardado el emperador Adriano en su residencia de Antio – y hasta
realizó varios viajes visitando los lugares en que había vivido y actuado su
personaje. Lo cierto es que Filostrato se tomó su tiempo para escribir el
libro. Tanto es así que, con bastante probabilidad, la emperatriz que lo
encargó nunca llegó a leerlo. Apareció recién después del 217 DC y el original
no está dedicado a ella.

La figura de Apolonio de Tiana que emerge de la obra de Filostrato es la de


un filósofo neopitagórico, poseedor de poderes extraordinarios, que intentó
reformar las prácticas religiosas de su tiempo en lo que hoy es Grecia,
Turquía y Siria. La historia completa de este hombre sería realmente muy
larga de contar. El libro de Filostrato es voluminoso – por decir lo menos – y
la crítica posterior, abundante, variada y muy compleja. Pero, en cuanto a
su actividad taumatúrgica que es la que nos interesa aquí, hallamos en esa
historia prácticamente todos los aspectos ya vistos: curaciones de todo tipo,
exorcismos, acciones sobre la naturaleza y hasta resurrecciones.

Lo curioso en todo esto es que Filóstrato, a lo largo de toda su obra, hace


esfuerzos poco menos que sobrehumanos (llegando hasta la exageración)
para insistir en que Apolonio de Tiana no fue ni un hechicero, ni un “mago”
en el sentido peyorativo del término, sino una persona capaz de realizar

48
) Hechos de los Apóstoles, 8:14-20
— 34 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

milagros gracias a sus superiores conocimientos o virtudes, y no merced a


poderes oscuros, propios de los nigromantes.

En realidad – y permítanme aquí una breve digresión – la mala reputación


que Apolonio de Tiana tiene en la tradición cristiana no se debe a Filóstrato
y a su obra como muchas veces se ha dicho erróneamente. Proviene de un tal
Hierocles, un gobernador de provincia bajo el emperador Diocleciano, quien
escribió un libro en el cual lo pone a Apolonio en contraposición a Cristo
para tratar de demostrar que el primero fue muy superior en poderes, obras
y milagros. Por supuesto que esto generó la contraofensiva cristiana y
Eusebio, en un tratado escrito sobre la cuestión, le respondió a Hierocles
señalando que Apolonio no fue más que un simple charlatán quien, si
obtuvo algún resultado digno de mención en absoluto, ello habrá sido por su
relación con los espíritus demoníacos con los cuales seguramente estaba
asociado.

Con todo, también aquí hay algo curioso. A pesar de su andanada de


artillería pesada contra su oponente y su teoría, Eusebio tiene la suficiente
honestidad intelectual de señalar que, antes de Hierocles, a ningún escritor
anti-cristiano se le había ocurrido presentar a Apolonio de Tiana como el
rival o el competidor de Cristo.

¿Servirán para algo las controversias de esta clase?

No lo creo.

Si repasamos la Historia antigua – y hasta la medieval y contemporánea –


vamos a encontrar milagros por todos lados. Unos cuantos serán, sin duda,
puras fábulas fantasiosas. Otros cuantos serán, muy probablemente,
ingeniosos trucos de ilusionistas profesionales, más o menos montados
sobre algún sectarismo religioso. Una buena cantidad será producto de la
más vulgar charlatanería. Otra cantidad, quizás nada desperciable,
provendrá de ese tenebroso abismo en el fondo del cual residen los poderes
de la maldad. Y también, de seguro, habrá hechos que el vulgo en su
ignorancia supina denomina milagros y que obedecen a un conocimiento
superior, a veces incluso científico, que ciertas personas consiguen obtener a

— 35 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

fuerza de observación, análisis, estudio, meditación, dedicación, práctica,


perseverancia y paciencia.

Pero sopesándolo todo y considerándolo todo sin dogmatismos partidistas,


siempre encontraremos hechos que simplemente están más allá de lo que
nuestra limitada capacidad humana puede llegar a asimilar y de los cuales
solamente podremos suponer que sucedieron porque Dios lo quiso o porque
Dios lo permitió.

Y hay cosas que requieren un don. Una gracia especial. Los griegos lo
llamaban “carisma” y decían que es el don que tienen ciertas personas de
estar más cerca de los dioses que los demás. Hace falta ese don para ser un
gran líder; un gran conductor de hombres. Hace falta ese don para ser un
médico excepcional, porque no todo en la medicina es pura ciencia. Ese don
hace falta para ser un gran artista. Los verdaderos hombres sabios poseen
esa gracia especial. Como que también la poseen los auténticos hombres
santos que hacen los auténticos milagros.

Ser una buena persona es algo que muy probablemente está dentro de las
posibilidades personales de cada uno de nosotros. A alguno le costará un
poco más y a otro un poco menos, pero es algo que podemos llegar a ser
queriéndolo de veras y comportándonos en consecuencia.

Pero el ser una gran persona está más allá de nuestra voluntad individual.
Podemos soñar con serlo y podemos desear serlo pero, para lograrlo,
necesitamos ese carisma, ese don, esa gracia especial de la cual lo único que
sabemos es que Dios la otorga a su entera discreción, cuando lo considera
oportuno y cuando lo estima conveniente, a la persona que Él decide que le
corresponde por los motivos y por las razones que Él estima pertinentes.

Jesús de Nazareth poseía varios dones y, entre ellos, también el de hacer


milagros. Y empleó ese don solamente para hacer muchas cosas buenas. Se
hizo cargo de los pobres, los desamparados y los desahuciados. Los curó, les
dio de comer, los protegió, los amparó y los defendió. Los hizo vivir
rescatándolos de tempestades y hasta de la muerte misma. Les mostró a
todos, a pobres y ricos por igual, un camino que los conduciría a ser mejores
— 36 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

personas. Enseñó a saber diferenciar entre lo urgente de la necesidad y lo


importante de la trascendencia. Demostró con su propio comportamiento
que se puede vivir sin estar histéricamente aferrado a un montón de bienes
materiales que no cubren necesidades esenciales y que, por lo tanto, resultan
perfectamente superfluos. Todos los milagros que hizo, los hizo para ayudar
a los demás. No hizo ninguno para sacar ventaja sobre nadie, ni para hacerse
famoso, ni mucho menos para obtener un provecho material. Nos enseñó
que hay otra vida después de la vida; que la muerte no es el punto final sino
tan sólo un punto y aparte para comenzar un nuevo capítulo. Nos predicó
que tenemos un Padre que puede resultar algo difícil de entender a veces,
pero que cuida de nosotros y que siempre nos sostendrá en la palma de su
mano cuando lo necesitemos.

Y después de todo eso, y a pesar de todo eso, terminó traicionado, arrestado,


golpeado, escupido, flagelado y clavado en una cruz ante una muchedumbre
rabiosa que salió un día a gritar “¡Crucifíquenlo! ¡Crucifíquenlo!”.

¿Y saben qué es lo más triste y difícil de aceptar?

Lo más difícil de aceptar es que al final haya tenido que estar tan
tremendamente solo.

Pero, por difícil que sea, hay que aceptarlo.

No podría haber sido de otra forma.

— 37 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

El arresto

«Todo héroe es siempre


el único despierto en un mundo de dormidos,
como el piloto que vela en la nave,
en la soledad del mar y de la noche,
mientras los compañeros descansan.»
Giovanni Papini (Historia de Cristo)

¿Puede un Dios sufrir? La respuesta que se me ocurre es una


contrapregunta: ¿Por qué no? No veo por qué un Padre no habría de sufrir
cuando debe permitir el padecimiento de uno de sus hijos para que se
cumpla el destino de ese hijo. No veo por qué un Padre que generosamente
nos ha otorgado nuestro libre albedrío no habría de sufrir cuando nos
mandamos alguna de esas estupideces colosales que a veces solemos
cometer. No veo ninguna necesidad por la cual un Dios omnipotente,
omnisciente y omnipresente tenga que ser también insensible. Encuentro
perfectamente plausible el que Jesús haya sufrido – y sufrido mucho, hasta
el extremo de sudar sangre – durante las horas previas al desenlace final.
Encuentro perfectamente comprensible que le rezara a su Padre para que
retirara el cáliz que tenía que beber. Y creo que hasta Dios debe haber
sufrido ante la imposibilidad metafísica de retirar ese cáliz.

Después de la resurrección de Lázaro los hechos se precipitan. Se acerca la


Pascua y Jesús ya ha decidido que irá a Jerusalem. Todavía en Betania,
tendrá un breve momento de paz y sosiego. María, la hermana de Lázaro, lo
ungirá con un delicado y costoso perfume de nardo puro, algo que arrancará
la protesta de Judas Iscariote quien – como depositario del dinero del grupo
– aduce que el costo del perfume podría haber sido invertido de una manera
más provechosa. Pero Jesús detiene las críticas. Él sabe que esa unción no es
un lujo sino el ritual que le corresponde a alguien que habrá de morir. [49]

49
) Juan 12:4-6; Mateo 26:8; Marcos 14:4
— 38 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Jerusalem
Poco después, montado sobre un asnillo, entra en Jerusalem. Es un último y
quizás hasta desesperado intento de hablarle al corazón de toda esa gente
allí reunida. Algunos lo reciben con cánticos, con alegría, reconociéndolo
como Mesías y exclamando: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre
del Señor, el Rey de Israel! ” [50] Jugándose entero, arriesgándolo todo,
predica en el propio Templo durante el día y de noche sale para refugiarse y
pernoctar en el Monte de los Olivos [51]. Pero, aún cuando no todo es inútil,
aún cuando su prédica llama la atención hasta de unos griegos que se
encuentran en la región [52], la conspiración de los fariseos se va cerrando a
sus espaldas. Su popularidad les preocupa cada vez más [53] y la decisión de
eliminarlo es cada vez más firme. Consigue reunir una cantidad importante
de seguidores, aún dentro del estrato gobernante, pero la oposición es
fuerte; tan fuerte que son muchos los que no se animan a seguirlo por temor
a ser expulsados de la sinagoga [54]. Al cabo de un tiempo, la situación ya es
insostenible. El fin se acerca y Jesús sabe perfectamente que ese fin es
irreversible. [55]

Con todo, su popularidad todavía lo protege. Los principales sacerdotes y los


escribas tienen su decisión tomada pero deben resolver algunas cuestiones
operativas bastante espinosas. Por de pronto, hay que apresar a Jesús pero,
al mismo tiempo, hay que evitar también la reacción de sus seguidores [56].
El estrato dirigente en Jerusalem sabe muy bien cómo son estas cosas. El
problema no es solamente el galileo y sus partidarios; el problema también
está en toda la explosiva situación de Palestina creada por zelotas, romanos,
mesías varios, bandoleros, sicarios y fanáticos irritados en general. Se está
en vísperas de pascua y muchísima gente ha concurrido a la ciudad para
celebrar la festividad. Una protesta de relativamente mediana envergadura
en medio de una masa básicamente descontenta, si se sale de control, al final
puede terminar generando un motín de proporciones descomunales. Por
eso, a Jesús hay que arrestarlo en forma callada y discreta. Además, hay que

50
) Juan 12:13)
51
) Lucas 21:37-38
52
) Juan 12:21
53
) Juan 12:19
54
) Juan 12:42
55
) Juan 12: 27-36
56
) Mateo 26:3-5; Marcos 14:1; Lucas 22:2; Juan 12:9
— 39 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

desviar la agitación hacia carriles controlables. Hay que prever la


movilización de una muchedumbre que neutralice con sus gritos la
oposición de los partidarios del nazareno. No es fácil. Por lo menos, no es
tan fácil como algún desprevenido puede llegar a pensar.

Y en ese momento, aparece el traidor.

¿Lo dije ya en otra parte? Sí. Creo que ya lo dije: siempre aparece un traidor.
Por desgracia, en estas tragedias es rara la historia de una gran persona en la
que no aparezca la figura del traidor.

¿Apareció allí o ya venía siendo traidor de antes? ¿Fue algo súbito, un


impulso repentino, o fue el resultado de un proceso con largos antecedentes?
No es un dato menor y resulta difícil imaginar un acuerdo de esta clase sin
ningún tipo de contactos previos, pero la verdad es que no lo sabemos muy
bien. Lo cierto es que en ese momento Judas arregló con los principales
sacerdotes la entrega de Jesús.

El precio fue de treinta monedas de plata. [57]. La trampa quedó montada.

Pero aún hay un poco de tiempo. Algunas horas apenas. Un tiempo


brevísimo, pero suficiente, para consolidar y consumar el mensaje. Un
último mandato, una última prédica, una última enseñanza. Una última
cena.

La última cena
Jesús ordena que preparen una sala para comer la cena de pascua y para ello
envía a dos de sus discípulos a la ciudad. Deberán encontrar a “un hombre
que lleva un cántaro de agua”. Ese hombre tiene un aposento ya dispuesto
para la cena. [58] ¿Ya dispuesto? Pues, sí. Los apóstoles no lo saben, pero el
Maestro ya ha hecho los arreglos necesarios. Él lo sabe. Sabe que esa cena
será la última.

57
) Mateo 26:14-15; Marcos 14:10-11; Lucas 22:4-6
58
) Mateo 36:17-29; Marcos 14:12-15; Lucas 22:7-13
— 40 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Y porque sabe que es la última oportunidad que tienen para estar todos
juntos en un ambiente relativamente amable y tranquilo, cuando ya están
los Doce sentados a la mesa [59], decide darles la primera lección de esa
noche, y para ello hace algo completamente sorprendente: toma un
recipiente con agua, una toalla, y les lava los pies a todos ellos. [60]

Quizás valdría la pena detenerse un poco en esto. Lo que tenemos aquí no es


una persona humillándose ante las demás. Lo que tenemos es a un gran
Maestro enseñándonos que un buen conductor, un buen líder, un buen jefe
es, ante todo un buen servidor. ¿De cuantos de nuestros actuales y supuestos
dirigentes podríamos llegar a decir que son realmente buenos servidores?
¿Cuántos jefes de Estado han comprendido de un modo cabal que el Primer
Hombre del Estado debe ser, ante todo, el primer servidor de ese Estado?
¿Cuántos de los llamados líderes llegaron a entender en absoluto que el acto
de conducir es, por sobre todas las cosas, un acto de servicio? Deberíamos
volver a entender aquel viejo axioma del “protego ergo obligo” que
adoptaron los auténticos grandes Señores de antaño. Deberíamos volver a
entender que no se puede obligar a quienes no se ha protegido. Sólo aquél
que es capaz de proteger tiene derecho a obligar. Porque sólo quien se halla
protegido tiene, en contrapartida, el deber de obedecer. Y proteger es servir.
Mandar, obligar, ordenar, disponer, son cosas que sólo están permitidas en
buena justicia a los buenos servidores. La capacidad de servicio es, en
definitiva, la última, la más auténtica y quizás hasta la única legitimación del
mando.

Luego de la lección, Jesús decide poner todas las cartas sobre la mesa: “De
cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar” [61]. Por
supuesto que se produce un gran revuelo con todos preguntando “¿quién
será?” y algunos haciendo hasta la, un tanto infantil, pregunta de “¿Seré
yo?” Pero Jesús, muy sabiamente, no quiere entrar en demasiados detalles
sobre la cuestión. No tiene sentido. Aparte de no tener sentido, tampoco
serviría para nada; la suerte ya está echada de todos modos. Moja el pan en
su plato, se lo ofrece a Judas y le dice: “Lo que vas a hacer, hazlo mas

59
) Mateo 26:20; Marcos 14:17; Lucas 22:14
60
) Juan 13:5
61
) Juan 13:21; Mateo 26:21; Marcos 14:18; Lucas 22:23
— 41 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

pronto.” [62] Judas toma el bocado y sale. Ya es de noche. A partir de ese


momento, para usar la jerga típica de los servicios de inteligencia, Jesús
sabe; Judas sabe que Jesús sabe; y Jesús también sabe que Judas sabe que
Él sabe. Judas no engaña ya a nadie.

Excepto, quizás, a sí mismo.

La cena prosigue y en un momento dado Jesús toma el pan, lo bendice, lo


parte, y se lo da a sus discípulos diciendo: “Tomad, comed, esto es mi
cuerpo”. Luego hace algo equivalente con el vino. Toma la copa, da las
gracias y dice “Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre.” [63] Se está
despidiendo. Pero, al mismo tiempo, les está enseñando el ritual mediante el
cual desea ser recordado: “...haced esto en memoria de mí.” [64] Con ello
queda instituida la eucaristía. Pero también nace una de las leyendas más
interesantes de todos los tiempos: la del Santo Grial; la misteriosa historia
de esa copa en la cual, por primera vez, se transubstanció el vino en la
sangre de Jesús el Cristo. Aunque, bueno ... ya que lo he mencionado
tampoco sería honesto callar que quizás ésa no sea toda la verdad. Porque es
posible que también haya habido otro Grial y la tradición de ambos se
entrecruza y se entremezcla de un modo tan complejo que harían falta
muchas páginas tan sólo para plantear el tema.

Me perdonarán ustedes si no lo hago aquí. Con todo lo interesante y


apasionante que pueda ser, esa leyenda no pertenece en rigor a nuestra
historia.

El undécimo mandamiento

Después de compartir el pan y el vino sucede algo que, en mi modesta


opinión, es una de las cosas más importantes de esa noche ya de por sí
cargada de cosas importantes. Ocurre cuando, de pronto, Jesús se dirige a
sus discípulos con el mayor de los cariños: “Hijitos, - les dice, y adviertan el

62
) Juan 13:27
63
) Mateo 26:26-28; Lucas 22:17-20
64
) Lucas 22:19
— 42 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

diminutivo que no puede dejar de tener un sentido especial – aún estaré con
vosotros un poco. Me buscaréis; pero ... A dónde yo voy, vosotros no podéis
ir.” Y ahora por favor, les pediría que presten atención porque esto es de una
relevancia tremenda. Mirándolos a todos agrega: “Un mandamiento nuevo
os doy: Que os améis unos a otros ... Que os améis unos a otros, como yo os
he amado.”

¿Se dan cuenta? Los Mandamientos no son diez. Son once. En su Evangelio,
Juan insiste en este nuevo mandamiento por lo menos tres veces [65]. ¿Por
qué a este pasaje no se le ha dado la importancia que merece? ¿Por qué
seguimos hablando de diez Mandamientos, ignorando – al menos de un
modo implícito – que hay uno nuevo, expresa y explícitamente instituido
por el propio Mesías. Noten que no se trata de una parábola; no es una
enseñanza; no es una recomendación ni un precepto: es un mandamiento.
Jesús en ese momento no induce, no explica, no sugiere, no muestra, no
propone ni alude. Lo ordena. El texto es clarísimo en las tres
oportunidades: “Un nuevo mandamiento os doy”; “Este es mi
mandamiento”; “Esto os mando”. Aquí no hay subterfugio ni interpretación
capciosa posible. Esto es lo que Jesús ordenó hacer: “Que os améis unos a
otros, como yo os he amado”.

De la Ley de Moisés, compendiada en los Diez Mandamientos, se ha dicho


en muchas oportunidades que, en el fondo, no es más que un Código Civil
enraizado en una tradición teocrática. Seamos sinceros: hay algo de eso,
aunque no compartamos el tonillo despectivo que la afirmación tácitamente
contiene. De cualquier manera, nadie me podrá negar que, si todos los seres
humanos cumpliesen acabadamente con esos mandamientos, este mundo
sería un lugar muchísimo más agradable para vivir. No matar, no robar, no
mentir, son actitudes que, miradas por el lado que se las mire, siguen siendo
una buena idea, ya sea que uno las considere como imposiciones jurídicas o
como mandatos divinos.

Pero ese undécimo mandamiento va mucho más allá de una norma de


convivencia y por cierto que va muchísimo más lejos que una simple
recomendación de “muchachos, pórtense bien”. Porque, para empezar, es un

65
) Juan 13:33-34; 15:12; 15:17
— 43 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

mandato que implica: “hagan lo que yo mismo hice”. Y el fondo hay mucho
más todavía. Porque, en realidad, entraña un: “hagan aquello por lo cual me
van a matar”. Es un perentorio, decisivo y terminante: “¡Háganlo! Yo lo hice.
¡Se puede!”.

Por supuesto que no es algo carente de riesgos: “Si a mí me han perseguido,


también a vosotros os perseguirán”; pero, por el otro lado: “si han
guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.” [66] Porque “El que
tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me
ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.” [67]

De modo que recuérdenlo: hay once Mandamientos; no diez. El undécimo


fue ordenado por el propio Cristo y es un mandato que obliga a todo
cristiano a asumir los riesgos de seguir el ejemplo de un Jesús de Nazareth
que murió clavado en una cruz por ayudar y por querer hacer el bien a todos
los que amaba.

No es fácil; de acuerdo. Y contiene una fuerte componente de utopía;


también de acuerdo. Pero, comparada con todas las utopías que se nos ha
ocurrido inventar – y algunas de ellas han sido francamente estúpidas – la
utopía de dejarnos de embromar y tratarnos los unos a los otros con más
respeto y cariño es una utopía que bien valdría la pena por lo menos
intentar. Aunque más no sea porque podríamos evitar muchas masacres,
muchas hambrunas, muchas carnicerías absolutamente tan macabras como
inútiles, mucho sufrimiento y muchas de esas increíbles imbecilidades que
insistimos en cometer creyendo que así arreglaremos el mundo cuando lo
único que hemos conseguido insistiendo con ellas es tan sólo arruinarnos la
vida.

Y les rogaría que no pasen por alto que dije “aunque más no sea”. Porque si
no queremos verlo desde el punto de vista religioso o moral; por lo menos
sugeriría considerarlo desde un punto de vista simplemente práctico.
Comportarnos un poco menos como histéricos egoístas acaparadores y un
poco más como seres humanos decentes ¿no sería algo bastante práctico de

66
) Juan 15:20
67
) Juan 14:21
— 44 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

intentar para mejorar nuestras relaciones y nuestra calidad de vida? Por


supuesto que el mensaje de Jesús va bastante más allá de eso pero ¿por qué
no empezamos con eso por lo menos?

¿Por qué después de dos mil años sigue vigente el mensaje de Jesús de
Nazarteth? Los hombres de fe dicen que es porque constituye un mensaje
divino y la palabra de Dios es inmortal. Muy buen argumento. Y no pienso
ponerlo en duda. Pero, por el otro lado, tampoco deja de ser cierto que en
esos dos mil años, los seres humanos que poblamos este planeta hemos
comprendido bien poco ese mensaje y nos quedan muchas, muchas,
asignaturas pendientes.

Y de nuevo: claro que no es fácil. Jesús mismo nos advirtió que no lo sería.
Nunca dijo que seguir su ejemplo sería algo fácil; más bien todo lo contrario.
Lo del facilismo es uno de los grandes embustes de nuestro tiempo.
Últimamente parecería ser que todo aquél que se propone enseñar algo,
antes de proceder, tiene que prometer que será fácil. Así, las maestras en la
escuela primaria tratan de hacerle creer a los chicos que las matemáticas son
algo fácil; el profesor de física les dice a los alumnos “no se asusten, la Física
es fácil”; hay libros enteros que pretenden ser de filosofía escritos bajo el
lema de “la filosofía es fácil”. Últimamente parece ser que todo debe ser fácil.
“Aprenda computación en quince días sin esfuerzo”. “Rebaje 15 kilos en una
semana sin sufrir”. El énfasis está siempre puesto en el “sin esfuerzo”, “sin
sufrir”, “sin problemas”.

¿Quieren que les diga algo desagradable? Es mentira. Todo eso es una
reverenda, enorme y criminal mentira. Es muy cierto que la física nuclear se
puede explicar de un modo oscuro, enmarañado y hermético, de manera que
nadie entienda un comino, y también se puede explicar en forma ordenada,
sistemática, progresiva, yendo de lo más simple a lo más complejo,
anudando las relaciones y construyendo el conocimiento por escalones y
etapas. Pero eso, en última instancia, equivale tan sólo a decir que la física
nuclear se puede enseñar mal o se puede enseñar bien. Pero que se pueda
enseñar bien no significa que sea fácil. Mucho menos significa que cualquier
tarugo puede llegar a comprenderla sin quemarse las pestañas estudiando.

— 45 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

¿Puedo atreverme a darles un consejo? La próxima vez que alguien les diga
“es fácil”, no le crean. Nunca las cosas importantes son fáciles. No lo fueron
nunca, no lo son ahora, ni lo serán jamás. Porque, por desgracia, las cosas
que realmente importan son casi siempre muy complejas. Y las cosas muy
complejas son cualquier cosa menos fáciles de comprender. Las cosas
importantes requieren dedicación, atención, análisis, estudio, perseverancia,
disciplina, método, constancia ... y unas cuantas cosas más. El que les diga
lo contrario les está mintiendo. O bien es tan superficial que ni se ha dado
cuenta de la complejidad del tema que debe exponer; o bien está tratando de
tranquilizarlos para que ustedes no salgan corriendo ante las dificultades
que, inevitablemente, deberán enfrentar y superar.

De modo que considérenlo: si es fácil, muy probablemente tampoco es


demasiado importante; y si es importante; lo más probable es que no será
fácil en absoluto. Lo cual no quiere decir que será imposible. Lo que quiere
decir es que requerirá esfuerzo y dedicación. Quizás hasta mucho esfuerzo y
dedicación. Prepárense para eso y, en la enorme mayoría de los casos, no se
equivocarán.

Lo único verdaderamente fácil en esta vida es dedicarse a ser superficial,


mediocre e inútil. Lograr eso es facilísimo. Pero para lograr cualquier otra
cosa sería mejor convencernos de que deberemos escalar algunas cuestas.
La historia de Jesús – la Historia de todo el cristianismo en general, si
vamos al caso – es un excelente ejemplo de lo que acabamos de ver. El
ejemplo de Jesús no fue y no es algo fácil de seguir o cumplir. Él mismo lo
sabía y lo dijo. Más todavía: a los propios apóstoles les resultó muy difícil
terminar de entenderlo y de seguirlo. En un principio ni siquiera
entendieron muy bien lo que estaba sucediendo y hasta se quedaron
dormidos. Y Jesús sabía que aún a último momento les costaba entender lo
que tenían que entender. Cuando Pedro, embargado por la emoción del
momento le dice: “Mi vida pondré por ti”, Jesús, con bastante más sentido
de realismo le responde: “No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres
veces.” [68]

Y todos sabemos que Jesús terminó teniendo razón.

68
Juan 13:37-38; Mateo 26:34-35; Marcos 14:30-31; Lucas 22:31-34
— 46 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

La copa
La cena llegó a su fin.

Como despedida Jesús se dirigió a sus apóstoles para decirles: “No hablaré
ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada
tiene en mí. Mas para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el
Padre me mandó, así hago. Levantaos, vámonos de aquí.” [69]

Cantaron el himno propio de la pascua y salieron en dirección al monte de


los Olivos, en las afueras de la ciudad. Allí se dirigieron a un huerto, a un
lugar que se llamaba Getsemaní.

Jesús estaba muy angustiado. La cena había terminado. Era de noche. Y era
la última noche. No habría otras. Lo que vendría a partir de ese momento
sería horrible. Lo sabía. No era tan sólo el hecho de que había llegado su
hora, su última hora, la hora de morir. Era, además, todo lo que vendría con
ello. Todo el atroz padecimiento, sufrimiento y hasta escarnio que
forzosamente precedería a esa muerte. Los pequeños enanos nigromantes
no se contentarían con eliminarlo de un modo expeditivo y rápido.
Necesitarían su macabro espectáculo, su sangriento festín, su tenebrosa
ceremonia. En ese contexto, la muerte inevitable era sólo una etapa
necesaria. Necesaria para la verdad porque era necesario demostrarla y la
manera más irrefutable de demostrar una verdad es haciéndole ver a todo el
mundo que un justo está dispuesto hasta a dar la vida por ella.

No estoy queriendo hacer comparaciones aquí porque, tomados por sí


mismos, los personajes no son comparables y las situaciones tampoco lo
son. Pero, en esencia, fue el mismo caso con Leónidas y sus trescientos
espartanos en las Termópilas: el verdadero patriotismo, el verdadero
heroísmo, el verdadero sentido del deber no se demuestran con discursos
sino poniendo el pecho dónde hay que ponerlo y aguantando lo que haya que
aguantar. Y fue también el mismo caso de Sócrates ante el tribunal de sus
conciudadanos: la integridad, la rectitud, la entereza y el honor de una
persona que conscientemente nunca le ha hecho mal a nadie tampoco se

69
Juan 14:30-31
— 47 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

demuestran con sofismas sino aceptando las consecuencias, manteniéndose


firme y hasta bebiendo la cicuta si hay que beberla. Del mismo modo, la
auténtica fe, el verdadero compromiso y la genuina altura espiritual de un
hombre santo no se demuestran encendiendo cirios ni repitiendo dogmas
mecánicamente, sino tomando la cruz y llevándola hasta dónde haya que
llevarla para que sobre esa cruz quede consumado lo que había que realizar.

Y si cualquiera de esas cosas hay que hacerlas en medio de una masa


enloquecida que hasta disfruta del espectáculo, pues lo mismo da. Si nadie
hace esas cosas, los ignorantes nunca se darán cuenta por sí mismos de su
significado. Haciéndolas, con el correr del tiempo, poco a poco, al menos se
puede tener la esperanza de que el significado de esos actos vaya penetrando
en las conciencias enfermas de mezquindad y en el fondo de esas
conciencias se encienda una pequeña luz.

Con todo, como ya he señalado, los casos no son comparables. Leónidas


murió combatiendo, rodeado de sus camaradas que pelearon hasta para
defender a su cadáver. Sócrates murió en la lúgubre oscuridad de una
prisión pero luego de haberse despedido de su familia y rodeado de sus
discípulos más queridos.

Jesús de Nazareth murió solo.

Quedó solo prácticamente ya en Getsemaní. Cuando llegaron allí, se retiró a


orar pero le pidió a Pedro, a Santiago el Mayor y a Juan: “Mi alma está muy
triste ... quedaos aquí y velad conmigo” [70]. Le rezó a su Padre con una
intensidad tal, embargado por una angustia de tal magnitud, que llegó a
sudar sangre: “Padre, si quieres, pasa de mi esta copa; pero que no se haga
mi voluntad sino la tuya” [71].

Su Padre no retiró la copa. Al igual que Sócrates, su destino era beberla


hasta el amargo final. Y cuando regresó, encontró a sus discípulos ...

70
) Mateo 26:38; Marcos 14:32-34
71
) Lucas 22:41-44
— 48 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

durmiendo. Y esto no pasó una sola vez. Dos veces más se repitió la escena.
Al final los dejó dormir.

Quizás el cordero de la cena había sido demasiado abundante. Quizás el vino


un poco demasiado fuerte. De cualquier manera que haya sido,
evidentemente no captaron lo que estaba sucediendo. Lo entendieron más
tarde, es cierto. Pero Cristo tuvo que morir y hasta resucitar para que lo
comprendieran.

No los juzguemos con demasiada severidad. Hoy, dos mil años más tarde,
podríamos contar por millones a los que siguen sin haber hecho ni siquiera
un pequeño esfuerzo por tratar de entender.

La espada
Dios no retiró la copa que Jesús debía beber. No podía hacerlo. Era una
imposibilidad metafísica de tal magnitud que al final Jesús mismo terminó
aceptándolo: “Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la
beba, hágase tu voluntad.” [72]. Y luego de ello, probablemente, se sintió
algo más aliviado.

Regresó dónde estaban sus discípulos y debió haberlos observado durante


largo rato mientras dormían. Allí estaban todos, con sus grandes y pequeñas
virtudes; con sus grandes y pequeños defectos. Con sus ilusiones, sus dudas
y sus esperanzas. Ése era el equipo humano por el que había apostado,
eligiéndolos uno por uno. A pesar de que en ese momento no terminaban de
entender lo que estaba sucediendo, ¿lograrían estar a la altura de lo que se
esperaba de ellos?

Los miró uno por uno. Sí. Lo lograrían. Todavía faltaban algunas lecciones y,
entre ellas, la más tremenda de todas; la de aprender lo que Él había
conseguido esa noche: a no aferrarse a la vida porque ninguna de nuestras
vidas es eterna de todos modos. La vida eterna es otra. Con ésta, que nos es
dada por un tiempo limitado, lo que tenemos que hacer es invertirla de la
mejor manera posible. Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé,

72
) Mateo 26:39-46; Marcos 14:35-42
— 49 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Tomás, Jacobo, Mateo, Lebeo, Simón. A todos les faltaba un poco todavía.
Pero resistirían. Aguantarían la prueba y se podría construir una Iglesia con
ellos. En especial con Pedro. Lo más importante ahora era preservarlos. Al
menos por el momento. Ya habría otras misiones y otras oportunidades para
dar testimonio y para enfrentar un destino duro y cruel. Pero no todavía.
Todavía no.

Los dejó dormir un rato más pero no pasó mucho tiempo sin que se
escucharan ruidos hacia la entrada al huerto. Fue y despertó a sus
discípulos. Había llegado el momento: “Levantaos, vamos; ved, se acerca el
que me entrega.” [73]

Guardias, alguaciles, con armas, linternas y antorchas. Toda una jauría de


esbirros para arrestar a un sólo hombre que ni siquiera pensaba ofrecer
resistencia. Y entre ellos el traidor: Judas. Que le marca el Maestro a los
demás dándole un beso. [74] Un gesto de cariño convertido en acto de
traición. Realmente detestable.

Pedro, uno de los pocos que está armado, se deja llevar por su impulso.
Desenvaina la espada y lanza un mandoble hacia el primero que se le cruza.
Esa noche, Malco, uno de los siervos de Caifás, tiene mala suerte. El sablazo
de Pedro le corta la oreja. Pero eso es todo porque, con una órden seca el
propio Jesús pone fin a la refriega: “Basta ya, dejad.” y tocando la oreja de
Malco detiene la hemorragia [75]. A Pedro le dice explícitamente: “Mete tu
espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?”
[76]

Este momento tiene para mi una importancia enorme. Reconozco que es


una interpretación muy personal y no pretendo que nadie la comparta
necesariamente, pero creo que bien vale la pena detenerse un segundo aquí
también.

73
) Mateo 26:39-46; Marcos 14:35-42
74
) Mateo 26:48:49; Marcos 14:44-46; Lucas 22:47
75
) Lucas 22:51
76
) Juan 18:11
— 50 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Pedro – el mismo que muy poco después lo negará tres veces – desenvaina
la espada que de algún modo se ha agenciado y se juega. Pasa al ataque en
defensa de su Maestro, y no precisamente de un modo simbólico. Esto obliga
a una serie de preguntas. ¿De dónde sacó esa espada? ¿Quién le dijo que la
consiguiera? ¿Por qué iba armado? Sólo podemos especular con las
respuestas pero, de cualquier manera que sea, el gesto nos obliga a
reconsiderar un poco sus dichos y a admitir que no fanfarroneaba del todo
cuando dijo que estaba dispuesto a morir por Jesús. Pero si, como lo
demostró, estaba dispuesto a dar pelea y a darla en serio, ¿por qué después
lo negó? ¿Fue ese sablazo un mero arranque temperamental, un simple
gesto espontáneo impulsado por el momento? En parte quizás sí. Pedro era
un poco impulsivo. En lo esencial, sin embargo, no creo que ése haya sido el
único motivo. No puedo demostrarlo pero creo que hubiera peleado hasta
hacerse cortar en pedazos por los guardias de Caifás. Envainó la espada
solamente porque Jesús se lo ordenó.

Lo cual nos pone ante una pregunta que no es tan simple de contestar como
parece: ¿por qué Jesús le ordenó envainar esa espada? Tenemos,
naturalmente, lo obvio: objetivamente hablando, frente al tropel de los
guardias del templo los apóstoles no hubieran tenido ninguna oportunidad.
De continuar, el enfrentamiento hubiera terminado en una masacre. Pero,
más allá de ello, estoy absolutamente convencido de que la óden que Jesús le
da a Pedro tiene un significado muchísimo más profundo y trascendental.

Hagamos una pregunta más: ¿por qué Pedro negó a Cristo? ¿Por cobardía?
No lo creo. Un cobarde hubiera huido inmediatamente. Ante el primer
guardia que asomara la nariz, un cobarde hubiera salido corriendo. Pedro no
hizo eso sino todo lo contrario.

Pueden ustedes criticarme todo lo que quieran por lo que voy a decir ahora y
admito desde ya que puedo estar equivocado, pero es la única explicación
que he podido encontrarle a lo sucedido aquella noche en Getsemaní. La
decisión de Jesús de dar esa orden no fue una decisión religiosa. Ni siquiera
fue una decisión militar.

Fue una decisión política.

— 51 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Los que creen que la triple negativa de Pedro se debió a una debilidad
humana pasan completamente por alto la dimensión política de toda la
situación. Pedro era “la piedra sobre la cual se construiría la Iglesia” [77].
Cristo tenía que morir para cumplir con su destino, pero Pedro tenía que
quedar vivo para cumplir con el suyo. Si Pedro hubiese seguido el destino de
Cristo los hombres de Caifás lo hubieran arrastrado y lo hubieran eliminado
igual que a su Maestro. Y si Pedro moría en ese momento, no hubiera habido
un Vicario de Cristo sobre la tierra. La piedra fundamental de la Iglesia
hubiera desaparecido antes de poner el primer ladrillo.

El traidor es Judas; no Pedro. Y esto no es porque uno lo vendió, el otro lo


negó, y vender a alguien es más reprochable que negarlo; o porque la codicia
es más repugnante que la cobardía. De hecho, si ésa hubiera sido realmente
la situación, me pregunto si podríamos hoy hacer alguna diferencia en
absoluto. La explicación es bastante simple y cualquier hombre de honor se
da cuenta de inmediato: a Judas no le ordenaron envainar la espada.

Cuando Jesús le ordena a Pedro envainar la suya, simbólicamente, pero de


modo explícito, está relevando a los apóstoles de su compromiso de lealtad.
En esa situación, cuando los hombres de Caifás sospechan de él, Pedro niega
a Jesús pero no reniega de Cristo. Agacha la cabeza, hace algo que sabe que
no está del todo bien – incluso algo que, muy posiblemente, le repugna
hacer en el fondo de su alma – pero con eso se hace funcional al plan de
Jesús que constituye una de las jugadas político-institucionales más
brillantes de todos los tiempos.

¿Qué sentido tenía la inmolación masiva junto al Maestro? Ninguno.


Levantado el compromiso de lealtad, la solidaridad personal de los apóstoles
hubiera sido un suicidio absolutamente inútil. Más aún: hubiese sido un acto
totalmente negativo porque hubiera imposibilitado toda la obra posterior.
Gracias a esa jugada maestra de estrategia y política institucional Jesús se
aseguró una Iglesia que ya viene durando dos mil años. Si hubiese permitido
que Pedro y los demás apóstoles lo defiendan a toda costa, hubieran

77
) Mateo 16:18
— 52 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

terminado todos muertos en Getsemaní, la Iglesia no hubiera existido jamás


y muy probablemente hoy seríamos todos musulmanes.

Pero además, hay también otro aspecto, nada menor, que tampoco se puede
pasar por alto.

¿Por qué obedeció Pedro? ¿Por qué envainó su espada y acató la decisión de
Jesús? ¿Por qué Jesús pudo dar esa orden? La respuesta no deja de ser
simple: porque tenía autoridad moral para darla. Y la tuvo porque pudo
decirle a su Padre, con legítimo orgullo: “Padre ... a los que me diste, yo los
guardé, y ninguno de ellos se perdió ... de los que me diste, no perdí
ninguno.” [78] ¿Se dan cuenta de lo que significa ser un verdadero líder? ¿Se
imaginan hasta qué punto tiene auténtica autoridad moral para obligar una
persona que es capaz de proteger de esta manera? Líderes, jefes y
conductores que han mandado a la muerte a miles y miles de combatientes
ha habido muchos. Pero jefes muriendo al frente de sus hombres como
Leónidas hubo muy pocos. Y jefes que, habiendo cumplido acabadamente
con su misión, pudiesen decir al final de la jornada: “de los que me fueron
dados, no perdí a ninguno”; de ésos, créanme, hubo menos todavía.

Es muy fácil hacerse el héroe con la sangre de los demás. Lo difícil es hacerse
responsable por los hombres a los que uno comanda. Lo difícil es arriesgar la
vida por ellos, si es necesario, y protegerlos siempre.

No para evitarles los riesgos del combate, sino cuidándolos para que no
mueran en vano.

78
) Juan 17:12; 18:9
— 53 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

El juicio

El momento

Puede parecer extraño, pero de Jesús no solamente no sabemos con


precisión cuando nació; tampoco sabemos a ciencia cierta cuando murió. El
único dato confiable al respecto es que el hecho debió haber ocurrido en
algún momento durante los 10 años que van del 26 al 36 DC porque este es
el período en el cual Poncio Pilato gobernó la región siendo que este es
prácticamente el único dato de referencia que tenemos aceptablemente bien
documentado y en el cual coinciden tanto los cuatro Evangelios como Tácito
y otros autores. [79]

Si uno repasa la vasta literatura que existe al respecto, verá que a lo largo de
20 siglos casi cada uno de estos 10 años ha encontrado algún partidario. No
obstante, la investigación ha ido estrechando las posibilidades y hoy, gracias
a trabajos como por ejemplo el de Humphreys y Waddington, si bien
seguimos sin una certeza absoluta, al menos tenemos una hipótesis por
demás razonable. [80]

Los datos bíblicos


Para interpretar los datos bíblicos correctamente es necesario tener en claro
algunos detalles importantes.

79
) Tácito Anales XV, 44
80
) Cf. Colin J. Humphreys & W.G. Waddington (Oxford) – “La Fecha de la Crucifixión” –
en la revista NATURE, vol. 306, 22/29 Diciembre 1983, págs 743-746. Disponible también
por Internet en http://www.fut.es/~msanroma/crucifixio.htm . Este es el trabajo que
mayormente hemos seguido aquí para la exposición de esta cuestión.
— 54 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

En primer lugar, el día hebreo no se cuenta de medianoche a medianoche


como lo hacemos nosotros sino de atardecer a atardecer; en otras palabras:
la puesta del sol marca el fin de un día y el comienzo de uno nuevo.
En segundo lugar, el calendario utilizado por la población de la región en
aquella época no era un calendario solar como el nuestro. Pero tampoco era
el hebreo actual – algo que ha llevado al error a algunos autores – ya que las
normas de este calendario se establecieron varios siglos después del siglo I
DC. Lo más probable es que se utilizara una variante del calendario
soli-lunar babilónico que emplearon los persas y los partos por la misma
época y que conocemos bastante bien gracias a los aportes de la arqueología.

En tercer lugar, sabemos que los hechos ocurrieron en Pascua. Por suerte
esta fecha está bien especificada: el sacrificio de los corderos tenía lugar
entre las 15 y las 17 horas del día 14 del mes de Nisan. La comida pascual –
es decir: la Pascua propiamente dicha – tenía lugar al anochecer, es decir: al
comienzo del 15 de Nisan según la manera de contar los días que acabamos
de señalar más arriba. [81] Ahora bien, este mes de Nisan proviene, con casi
total seguridad, del mes Nisanu babilonio que empezaba con la primer Luna
Nueva posterior al equinoccio de primavera en el hemisferio Norte.

En cuarto lugar tenemos el día de la semana. Aquí hay una cuestión que gira
alrededor del día en que tuvo lugar la Última Cena según el relato
evangélico. Hay una inconsistencia aparente entre los tres sinópticos –
Marcos, Mateo, Lucas – y Juan. [82] Sin embargo, también hay un detalle
significativo: ninguno de los Evangelios menciona la comida del cordero
pascual. Esto ha inducido a la mayoría de los estudiosos del tema a concluir
que la Última Cena tuvo lugar, en realidad, la noche anterior, con lo cual los
cuatro coincidirían en apuntar al 14 de Nisan como el día de la crucifixión.
No obstante, tenemos un problema. La mayoría de los estudiosos está de
acuerdo en que la crucifixión tuvo lugar un día Viernes, con lo que el 15 de
Nisan habría sido un Sábado. Pero también hay una interpretación que
coloca el 15 de Nisan en Viernes con lo cual la crucifixión habría tenido lugar
un Jueves.

81
) Cf. Levítico 23:5 y Números 28:18
82
) Cf. por ejemplo Mateo 26:17-20; Marcos 14:12; Lucas 22:11-15 comparados con Juan
18:28 y 19:31
— 55 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

La reconstrucción
El problema se resuelve reconstruyendo el calendario, de acuerdo a los datos
que tenemos, buscando un año entre el 26 y el 36 DC en el cual el 14 de
Nisan haya caído en Jueves o Viernes.

No voy a rehacer ahora aquí para ustedes todo el cálculo porque me temo
que sería odiosamente aburrido. Si desean intentarlo, por suerte hay
software abundante para modelar los datos. Baste con decir aquí que,
haciendo la matemática del caso y considerando varios factores – como, por
ejemplo, la posibilidad de algún mes intercalado – aparecen las siguientes
fechas tentativamente posibles:

Jueves 10 Abril 27 DC
Viernes 11 Abril 27 DC
Viernes 7 Abril 30 DC
Viernes 3 Abril 33 DC
Jueves 22 Abril 34 DC

Algunas de estas fechas las podemos descartar de entrada.

El 27 AC es demasiado pronto por varias razones. En esa fecha Pilato habría


estado apenas hacía un año en su cargo, lo cual es muy poco probable.
Además, según Lucas (3:1) Juan el Bautista comenzó sus actividades en el
15° año del gobierno de Tiberio. Esto, dependiendo del calendario que
tomemos para hacer el cálculo, nos daría un lapso comprendido entre los
años 28 y 30 DC. Sabiendo que la prédica de Juan el Bautista es anterior a la
de Jesús, el año 27 DC debería quedar, pues, descartado.

El 22 de Abril del 34 DC es demasiado tarde, aunque nada menos que Isaac


Newton fue partidario de esta fecha. La gran mayoría de los investigadores
está de acuerdo en que el 34 DC fue el año de la conversión de San Pedro; un
hecho necesariamente posterior a la crucifixión. Por otra parte, en dicho año
el 14 de Nisan cayó en Jueves, en contra de la opinión mayoritaria que
defiende el Viernes. Y por último, el 34 DC se puede considerar solamente

— 56 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

en la hipótesis de que ese año se hubiera intercalado un mes adicional [83],


por lo que la probabilidad de acierto se vuelve bastante baja.

En cuanto a las dos fechas remanentes, las opiniones están divididas. Sin
embargo, Humphreys y Waddington marcan un hecho poco tenido en
cuenta.

La “luna en sangre”
Es cierto que el hecho en cuestión es poco explícito. Aparece en dos fuentes:
en una referencia algo indirecta de San Pedro al profeta Joel [84] y en una de
las supuestas cartas de Pilato al César [85]. Probablemente, no merecería ser
mencionado si no fuese porque se ajusta sorprendentemente bien a la fecha
del 33 DC.

Ambas fuentes hablan de una luna de color rojo. Es una “luna en sangre”
según San Pedro o una luna que apareció “como si estuviese teñida en
sangre”, según el apócrifo. Lo notable es que resulta astronómicamente
demostrable que precisamente el 3 de Abril del 33 DC se produjo un eclipse
de luna que pudo muy bien aparecer de color rojo, dadas ciertas condiciones
atmosféricas – las que, por otra parte, se condicen muy bien con el
oscurecimiento del sol relatado por los tres sinópticos [86]. Dicho sea de
paso: no pudo haber ocurrido un eclipse de sol como a veces se desprende de
ciertas traducciones de Lucas 23:44-45 porque un eclipse solar es imposible
en Luna Llena. La concurrencia de los dos fenómenos – oscurecimiento y
eclipse – pudo muy bien haber producido cierta confusión haciéndole creer
a algunos que se trató de un eclipse de sol cuando, en realidad, lo que

83
) El intercalar un mes más en el año era algo que los sacerdotes solían hacer en el caso de
que el equinoccio viniese muy fuera de tiempo. Esto sucedía debido a que los doce meses del
calendario lunar tienen aproximadamente unos 11 días menos que nuestro año solar (el cual
tampoco es absolutamente exacto y por eso le tenemos que agregar un día cada 4 años).
84
) Hechos 2:20 “El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el
día del Señor...”.
85
) “Y mientras le crucificaban, sobrevinieron unas tinieblas que cubrieron toda la tierra,
quedando obscurecido el sol a mediodía y apareciendo las estrellas, en las que no había
resplandor; la luna cesó de brillar, como si estuviera teñida en sangre...” Carta de Pilato a
César - Relación de Pilato (Anaphora) VII – Según “Los Evangelios Apócrifos” de Aurelio
de Santos Otero, BAC ad 1996 (1ª Ed. 1956)
86
) Mateo 27:45 – Marcos15:33 – Lucas 23:44
— 57 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

sucedió fue el oscurecimiento del sol por un lado y un eclipse de luna por el
otro.

Lo concreto es que los cálculos astronómicos indican un eclipse de luna.


Según Humphreys y Waddington: “Los cálculos demuestran que este eclipse
fue visible desde Jerusalem a la salida de la Luna. (Todos los tiempos
utilizados son tiempos locales de Jerusalem medidos por un reloj de Sol, y
el error probable en los tiempos calculados es de ± 5 min.). El principio del
eclipse a las 3.40 p.m. no fué visible desde Jerusalem, al estar la Luna por
debajo del horizonte. En su máximo cerca de las 5.15 p.m, con el 60% de la
Luna eclipsada ésta estaba todavía por debajo del horizonte. La Luna salió
por encima del horizonte de Jerusalem sobre las 6.20 p.m. (el inicio del
Sabat judío y también el inicio de la Pascua en AD 33) con el 20%
aproximadamente del disco eclipsado y el eclipse finalizó unos 30 minutos
más tarde, sobre las 6.50 p.m.”

Y las mismas condiciones atmosféricas que produjeron el oscurecimiento del


sol hacen harto probable que el eclipse apareciese teñido de rojo ya que el
color de los eclipses depende fuertemente de estas condiciones. Por otro
lado, eclipses lunares de color rojo no han sido para nada tan infrecuentes
como podría creerse [87]. En la antigüedad, sabemos por lo menos de los
eclipses de los años 304, 331 y 462 DC en los que se observó el fenómeno. En
épocas contemporáneas no sólo se lo ha observado sino, incluso,
fotografiado. [88]

Va de suyo que en estas cuestiones nunca tendremos una certeza absoluta.


En realidad y si vamos al caso, tampoco es tan importante lograr una
precisión exagerada. Nuestro relato no cambiará en lo esencial si, en lugar
de aceptar el año 33 DC, nos inclináramos por la opinión de Isaac Newton
para tomar el 34 DC. Pero, honestamente, pienso que por todo lo arriba
apuntado, el 3 de Abril del año 33 DC es una fecha bastante sólida que nos
permite situar los acontecimientos en un marco confiable.

87
) Cf. Ginzel, F.K. “Spezieller Kanon der Sonnen-und Mondfinsternisse”, Mayer & Muller,
Berlin, 1899.
88
) Por ejemplo, durante un eclipse de luna, la “luna roja” pudo verse en Buenos Aires el 15
de Abril de 2014 ( Cf. Diario La Nación de dicha fecha)
— 58 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Para terminar con las palabras de Eduardo Vila-Echagüe: “En consecuencia,


Jesús de Nazareth habría sido crucificado el viernes 14 de Nisan del año 19
de Tiberio César. Según Poncio Pilato, quien ya usaba el nuevo calendario
instaurado por Julio César, la fecha fue el tercer día antes de las nonas de
abril, siendo cónsules Lucio Livio Ocella y Lucio Cornelio Sila. Para un
astrónomo de aquella época, la muerte ocurrió el 22 de Pharmouthi del año
780 de la era de Nabonassar, de acuerdo con el calendario egipcio usado
hasta los tiempos de Copérnico. Un astrónomo de hoy diría que sucedió en
el día juliano 1.733.204, mientras que para el común de los mortales,
finalmente, la fecha de la crucifixión fue el 3 de abril del año 33, a las 3 de
la tarde, hora de Jerusalem”.

Las leyes

La legislación hebrea.
Si hay algo minuciosamente establecido, reglamentado y catalogado en la
cultura hebrea – incluso de un modo detalladamente casuístico – ese algo es
su legislación.

Si abren el Antiguo Testamento en Deuteronomio 16: 18-20 encontrarán allí


los conceptos básicos de Moisés en cuanto a la estructura y esencia del
aparato jurídico. Vale la pena recordarlos como marco de referencia: “Jueces
y oficiales pondrás en todas tus ciudades que Jehová tu Dios te dará en tus
tribus, los cuales juzgarán al pueblo con justo juicio. No tuerzas el derecho;
no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega
los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos. La justicia, la
justicia seguirás, para que vivas y heredes la tierra que Jehová tu Dios te
da..” Noten, por favor, que la reiteración de la palabra “justicia” en la última
oración no deja de tener su significado.

A los efectos de lograr una implementación práctica de este mandato, todas


las comunidades relevantes de la sociedad hebrea tuvieron consejos locales y
un templo o sinagoga. Los consejos, compuestos por 23 hombres – en
número impar para que siempre hubiese una mayoría en el caso de
— 59 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

opiniones divididas y elegidos de entre los ancianos y los notables de la


comunidad – oficiaban de jueces y jurados en todos los casos civiles y
penales. El consejo terminó siendo denominado con la palabra “Sanhedrin”.
La palabra es la transliteración hebrea de un término griego (synedrin) que
significa “asientos contiguos”, vale decir: “sentarse juntos”.

Por sobre los Sanhedrines locales y actuando de Corte Suprema se ubicó el


Gran Sanhedrín residente en Jerusalem. La composición de este cuerpo es
compleja: 24 sacerdotes, 24 ancianos, 23 escribas; 71 personas en total,
incluyendo al Sumo Sacerdote que los presidía.

El código procesal que regía las actividades de estos tribunales es


sorprendentemente estricto y – por poco que se lo mire –
sorprendentemente sabio también si uno tiene en cuenta, como tiene que
tener, que se trata de disposiciones de hace más de dos milenios.

Por de pronto, no podían celebrarse juicios secretos. El procedimiento debía


ser público, a la vista de todo el mundo, por lo cual estaba expresamente
estipulado que debía celebrarse de día.

Los miembros del tribunal no podían acusar a nadie. La acusación estaba


exclusivamente a cargo de testigos y un solo testigo no bastaba. Nadie podía
ser condenado a menos que se probara su culpabilidad con la evidencia
presentada por más de un testigo; como mínimo dos, o tres. [89] Además,
debía haber alguien en el tribunal que hablara a favor del acusado. A tal
punto esta regla era estricta que, si se producía un fallo condenatorio por
voto unánime, el acusado era declarado inocente. Por más extraño que
parezca, la lógiga detrás de esta disposición es muy sabia: si nadie habla a
favor de un acusado, existe la fundada sospecha de que todo el juicio no es
más que una conspiración para condenarlo.

Ante el Sanhedrín, un testigo no podía venir con vaguedades. Estaba


obligado a ser muy preciso en cuanto a la identidad del acusado, y, además,
en cuanto al mes, el día, la hora y las circunstancias del hecho. Por otra

89
) Cf. Deuteronomio 19:15 y también 17:6
— 60 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

parte, los testigos también tenían que tener mucho cuidado con sus
intenciones. Un testigo falso, en caso de ser descubierto, recibía la misma
pena que hubiera recibido el acusado en el caso de haber sido hallado
culpable. [90]

Y más le valía al testigo ser cuidadoso en sus dichos porque las penas no
eran precisamente leves. Los 36 crímenes más importantes –como por
ejemplo el adulterio, la blasfemia, la idolatría, el homicidio, etc. – se
castigaban con la lapidación, la hoguera, la decapitación por la espada o la
asfixia por estrangulamiento. Para los 207 crímenes subsiguientes existía la
flagelación, con un máximo de 39 azotes. Y no se crea que estos castigos son
el producto de una jurisprudencia tardía. En lo esencial figuran en el propio
Antiguo Testamento. Por ejemplo, la pena de lapidación, mediante la cual el
reo luego de ser juzgado era entregado al pueblo que lo mataba a pedradas
en las afueras de la ciudad, puede verse en Deuteronomio 22:24 dónde esta
forma de ejecución se establece para casos de adulterio. También se aplicó
para castigar a la blasfemia, como lo demuestra el caso de Nabot en Reyes
21:8-14.

Digámoslo otra vez: los testigos tenían que tener mucho cuidado en lo que
afirmaban. Porque sucede que, por ejemplo en el caso de la lapidación,
estaban obligados a tirar la primera piedra. De un modo general, estaba
establecido que debían participar de una sentencia de muerte al menos de
un modo inicial: “La mano de los testigos caerá primero sobre él para
matarlo, y después la mano de todo el pueblo...” [91] Y la lógica detrás de
esto es demoledora: en el caso de que se descubriese después que el
ejecutado había sido inocente, el testigo perjuro no solamente debía
responder por falso testimonio sino, además, por homicidio. En todo caso, la
Ley de Moisés no permitía encargarle cómodamente todo el macabro trabajo
a un verdugo.

Y esto es algo que vale la pena tener en cuenta para comprender el papel
desempeñado por Poncio Pilato en el caso de Jesús.

90
) Cf. Deuteronomio 19:18-19
91
) Cf. Deuteronomio 17:7 – Es en este contexto que debe entenderse la conocida palabra
que Cristo sobre el “arrojar la primera piedra”.
— 61 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Además, la disposición también explica por qué, por ejemplo, no estaban


admitidas las mujeres y los niños como testigos: no hubieran tenido la
fuerza física suficiente o la determinación necesaria como para iniciar el
castigo. Pero tampoco podían ser testigos los esclavos – porque podrían
actuar por resentimiento – ni las personas de conocido mal carácter –
porque podrían estar impulsadas por su temperamento violento – ni
persona alguna que no estuviese en plena posesión de sus facultades físicas y
mentales.

En un proceso típico, los oficiales de la justicia traían al reo ante el tribunal


reunido en pleno. Dentro del tribunal, aparte de los miembros del
Sanhedrín, se ubicaban también auditores que constantemente verificaban
los procedimientos. Se leían los documentos relativos al caso y se llamaba a
los testigos para que hiciesen su declaración. Cada uno de ellos era
severamente exhortado por la máxima autoridad del tribunal a decir la pura
verdad con una fórmula que concluía con las siguientes palabras: “Si causas
la condena de una persona injustamente acusada, su sangre y la sangre de
toda su posteridad, de quienes habrás deprivado la tierra, caerá sobre ti;
Dios exigirá de ti una rendición de cuentas tal como la exigió de Caín por la
sangre de Abel. ¡Habla! ” [92]

Esta fórmula explica, dicho sea de paso, un pasaje del Nuevo Testamento
que, de otro modo, no se comprendería en su justo contexto. Después que
Pilato se lava las manos delante del pueblo y dice: “Inocente soy yo de la
sangre de este justo; allá vosotros” la masa que hasta hacía poco vociferaba
“¡Crucifícale! ¡Crucifícale!”, le responde: “Su sangre sea sobre nosotros, y
sobre nuestros hijos.” [93] Esa respuesta no es caprichosa. Es la repetición,
casi literal, de la fórmula con la que la Ley obligaba a los testigos.

Otro detalle significativo de la Ley hebrea es que un acusado no podía


declarar contra si mismo ni ser hallado culpable sobre la sola base de su
propia confesión. Si una persona se declaraba culpable de un delito, la

92
) Cf. Simon Greenleaf , The Testimony of the Evangelists - Jersey City: Frederick P. Linn,
1881 – Ver: John McArthur en http://www.biblebb.com/files/MAC/sg2389.htm
93
) Mateo 27:24-25
— 62 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

confesión debía ser ignorada a menos que fuese corroborada por lo menos
por dos testigos. Y esto también es una disposición muy sabia aunque
sorprenda y vaya en contra de nuestro aceptado axioma de “a confesión de
parte relevo de prueba”. Porque con este procedimiento se evita que una
persona tome sobre sí el crimen de otra, como podría suceder, por ejemplo,
con una madre que se auto-acusa para salvar a su hijo o con cualquiera que
esté dispuesto a inmolarse por un ser muy querido.

No obstante, el acusado – si no nombraba a alguien para su defensa y quería


probar personalmente su inocencia – debía ser obligatoriamente escuchado.
Y, de todas maneras, alguien debía siempre hablar a favor del reo.

Una vez finalizadas las presentaciones y las discusiones, uno de los jueces
debía recapitular y resumir todo el caso y luego se procedía a votar. En este
momento el público debía abandonar la sala. Dos escribas tomaban nota; el
uno de los votos condenatorios y el otro de los absolutorios. Si una mayoría
simple votaba por la absolución, al acusado lo liberaban inmediatamente,
pero, en todo caso, hacían falta más votos para condenar que para acusar:
por ejemplo, en los Sanhedrines locales de 23 miembros, en el caso de
delitos mayores once votos eran suficientes para absolver pero se requerían
trece para condenar.

Por otra parte, el procedimiento de emitir los votos también estaba


cuidadosamente establecido. En los juicios comunes votaban primero los
jueces más ancianos y luego los más jóvenes. Pero en los juicios con ofensas
capitales que podían terminar en una sentencia de muerte se invertía el
orden para que los jueces jóvenes no se viesen influidos en sus decisiones
por la mayor experiencia de los más viejos.

Si la sentencia era condenatoria, las penas graves no podían ser aplicadas


inmediatamente después de la votación. Por ejemplo, en el caso de un delito
penado con la muerte estaba estipulado que el reo sólo podía ser ejecutado
al tercer día, contando como primero el día del juicio mismo. En otras
palabras: si resultaba juzgado un día determinado, quedaba todo el día
siguiente para considerar la sentencia y recién al otro día se volvía a reunir el
tribunal que aún tenía que confirmar el veredicto y recién después se podía

— 63 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

proceder a la ejecución. Durante el día intermedio, los jueces no podían


dedicarse a nada que no estuviese relacionado con el caso. Debían
abstenerse de consumir cualquier bebiba alcohólica y tenían que guardar
ayuno a fin de no ingerir nada que obnubilase su mente o limitase su
capacidad de raciocinio. Dicho sea de paso: este es uno de los motivos por
los cuales un juicio no podía tener lugar en un día de fiesta ya que los jueces
habrían estado ayunando en un día festivo, lo cual también era contrario a la
Ley.

El tercer día, por la mañana, los jueces volvían a sesionar y votaban otra vez.
Y aquí viene algo muy curioso: aquellos que en la primera sesión habían
condenado podían ahora cambiar su voto por la absolución; pero quienes
habían absuelto no podían cambiar su voto por la condena. Si de esta última
votación surgía una mayoría por la condena de un delito penado con la
muerte, el reo era inmediatamente llevado al lugar de la ejecución. Pero, aún
a pesar de esta prontitud, se tomaban medidas realmente notables.

Por de pronto, los jueces no podían levantarse de sus asientos hasta que la
sentencia no hubiese sido ejecutada. Una persona, con una bandera en la
mano se colocaba a la puerta de la sala. Otro, también provisto de una
bandera, acompañaba al reo. Durante el trayecto, si aparecía alguien ante el
tribunal con algún testimonio de último momento a favor del acusado, el de
la puerta de la sala agitaba su bandera y el acompañante del condenado
debía traer de regreso al reo hasta los jueces. Por otra parte, si el propio reo
manifestaba recordar argumentos o hechos que no había manifestado antes,
lo llevaban de nuevo ante el tribunal hasta cinco veces. Delante de la
procesión debía marchar un heraldo anunciando a viva voz el nombre
completo del condenado, el crimen específico por el cual había sido
sentenciado y el nombre de los testigos en virtud de cuyas declaraciones se
había pronunciado la sentencia. La proclama del heraldo debía concluir con
la frase “...si hay alguien que posea pruebas a su favor, que se presente
rápidamente.” Por último, a cierta distancia del lugar de la ejecución, al
condenado se le ofrecía un brebaje que le ayudaba en alguna medida a
perder la noción de lo que habría de ocurrirle.

— 64 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

La autonomía del Sanhedrín


Mirémoslo por el lado que se nos ocurra mirarlo: la justicia hebrea no estaba
armada con tan sólo un par de normas amontonadas sin criterio. Era un
aparato complejo, cuidadosamente diseñado, bastante sofisticado, en el cual
se habían incluido numerosas garantías para los acusados. Incluso hoy en
día un reo no tendría por qué sentirse preocupado por sus derechos ante un
tribunal que funcionase de acuerdo con las reglas procesales vigentes en los
tiempos de Jesús.

Lástima que todo ese sistema no funcionó en absoluto justamente en su


caso. Pero sobre esto volveremos más adelante.

La cuestión es que algunos tratan de explicar la falla del sistema en el


proceso a Jesús por la presencia de los romanos. Pero esos argumentos, por
más que se los repita, resultan por demás débiles y mayormente no resisten
el análisis. Por un lado el Derecho Romano – que veremos en seguida en
forma breve – tampoco era algo improvisado, ni muchísimo menos. Y, por el
otro lado, la reiterada afirmación que la autonomía de los Sanhedrines se
hallaba coartada porque las autoridades romanas les prohibieron ejecutar
sentencias de muerte es una de esas argumentaciones que podríamos llegar
a comprar solamente en un cincuenta por ciento. Y no mucho más que eso.

En términos generales, la versión más difundida es la de que, en el Imperio


Romano, a las autoridades locales no les estaba permitido ejecutar a un reo,
siendo que solamente las autoridades imperiales tenían dicho poder.

Sin embargo, si uno repasa los casos históricos concretos, se encuentra con
que la realidad formal – que bien pudo haber sido como la indican los
estudiosos basándose en normas y disposiciones oficiales – muchas veces no
se condice con los hechos. Por un lado, como ya hemos visto, los romanos no
se desesperaban precisamente por inmiscuirse en las cuestiones religiosas y
civiles locales. Por el otro lado, tampoco puede ser ignorado que Cristo
mismo salvó a la mujer adúltera de ser lapidada con su inmortal frase: “El
que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra

— 65 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

ella”. [94] De lo que no es muy difícil deducir que existieron lapidaciones aún
a pesar de las disposiciones oficiales.

Mucho menos puede ser pasada por alto la muerte del primer mártir
cristiano, el diácono Esteban, quien murió lapidado tras ser acusado por el
Sanhedrín de haber pronunciado palabras contra la Ley de Moisés. Y esto
sucedió muy poco tiempo después de la muerte de Jesús, hacia el 34 o 35
DC; es decir: todavía bajo el gobierno del mismísimo Poncio Pilato ya que
éste gobernó la región hasta el 36 DC. Tanto es así, que San Pablo, antes de
su conversión – siendo todavía Saulo de Tarso, discípulo del famoso fariseo
Gamaliel [95] y dedicado a perseguir a los cristianos – participó en esa
lapidación aunque sólo de un modo pasivo porque, como a él mismo no le
estaba permitido arrojar piedras, se quedó custodiando el manto de los
apedreadores mientras observaba la escena. [96]

Hacia el 44 DC Herodes Antipas I ordenó decapitar por la espada a Santiago


el Mayor, el hijo de Zebedeo y hermano de Juan, después de lo cual Pedro,
luego de haber estado encarcelado, huyó de Jerusalem [97]. Y, si bien Antipas
era rey y por lo tanto tenía cierta autonomía política frente a Roma, unos 22
años más tarde murió Santiago el Menor, por sentencia del Sanhedrín,
lapidado según Flavio Josefo; o lo tiraron desde una de las torres del templo
según San Hegesipo. En todo caso Flavio Josefo nos cuenta que: “ Anano
reunió al Sanhedrín de los jueces e hizo comparecer ante ellos a Santiago,
el hermano de Jesús, llamado el Cristo, así como a algunos otros; los acusó
de haber violado la ley y los entregó a la lapidación” [98].

Es básicamente cierto que los romanos se reservaron, casi en todas partes, el


“jus gladii ”. Los prefectos – y Poncio Pilato era uno de ellos – poseían el

94
) Juan 8:7
95
) Gamaliel fue un muy renombrado fariseo, el primero en recibir el título de Maestro
(Rabban) de la Ley. Se dice que descendía de Hilel, otro grande de la tradición hebrea. Fue
la autoridad náxima (nasi) del Gran Sanhedrín y, según Hechos 5:34-39, habló en favor de
los discípulos de Jesús cuando éstos fueron llevados ante ese tribunal por predicar sus
enseñanzas. En Hechos 22:3 San Pablo reconoce expresamente haber sido su discípulo
cuando dice: "Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad,
instruido a los pies de Gamaliel..."
96
) Hechos 7:58-60 y 8:1-3
97
) Hechos 12:1-17
98
) F.Josefo Antigüedades, XX, 200
— 66 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

derecho a imponer la pena capital en su calidad de funcionarios. Pero entre


que lo poseyesen a que insistiesen terminantemente en la absoluta
exclusividad de este derecho hay una enorme distancia. Una vida humana
no valía tanto en aquellas épocas. Sobre todo, no podía valer demasiado la
vida de un galileo que, encima, ni siquiera era ciudadano romano.

De modo y manera que la argumentación en cuanto a que Cristo tuvo que


ser crucificado por los romanos porque el Sanhedrín no tenía el poder de
hacerlo lapidar resulta un argumento muy discutible. Si en el 34 DC Anás
tuvo el poder político suficiente como para ejecutar al diácono Esteban no se
ve muy bien por qué en el 33 DC no habría tenido ese mismo poder para
ejecutar a Jesús.

Cualquiera que haya actuado en política por más de cinco minutos seguidos
sabe que la mayoría de las normas procesales se cumplen sólo cuando
conviene cumplirlas.

O cuando no hay más remedio.

La legislación romana.
Aparte de ser juzgado por un tribunal hebreo, Jesús, como todos ustedes
saben, también debió comparecer ante Poncio Pilato, es decir: ante la
justicia romana.

Y cuando hablamos del Derecho Romano, por favor no olvidemos que


estamos hablando de una concepción jurídica que ha terminado sirviendo de
modelo y de fundamento para todo Occidente, más allá de las críticas que se
le han hecho a la estructura imperial que la implantó por todo el mundo
conocido de su época. No en vano el Derecho Romano aún hoy se enseña en
todas nuestras universidades y prácticamente no hay abogado o
jurisconsulto en el mundo que no lo haya estudiado como materia
obligatoria a lo largo de su carrera.

De un modo general, puede decirse que el concepto legal que los


magistrados romanos aplicaban se basaba, por un lado, en el derecho
— 67 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

mercantil de uso común en el comercio del Imperio; por otro lado, en


aquellas normas que más allá de su elemento formal podían ser aplicadas a
cualquier persona sin importar si la misma era, o no, un ciudadano romano;
y por último en la íntima convicción del magistrado actuante sobre lo que
consideraba justo y equitativo en el caso dado. Este era, a grandes rasgos, el
jus gentium adoptado por el Imperio, especialmente cuando las autoridades
provinciales se encontraron con el problema de tener que juzgar asuntos que
involucraban a los peregrini o “extranjeros” que no eran ciudadanos
romanos.

Por norma, las cuestiones entre personas que no fuesen ciudadanos


romanos pero que eran súbditos del mismo Estado perteneciente al Imperio,
resultaban juzgadas según las leyes del Estado en cuestión. El jus gentium se
comenzó a aplicar preferentemente a las disputas entre súbditos de
diferentes Estados que no tenían la ciudadanía romana o bien a disputas
entre ciudadanos romanos y peregrini. Pero la universalización progresiva
del jus gentium basada en la idea de que hay normas que pueden ser
aplicadas a todas las personas, sin consideración de su ciudadanía, se
produjo bastante después de la época de Cristo – hacia el siglo III DC
aproximadamente – y responde más a ideas tomadas de la filosofía griega
que a la tradición jurídica romana propiamente dicha.

Por la época en que Cristo fue juzgado, en el Imperio Romano las cuestiones
civiles, penales y administrativas de los ciudadanos romanos eran juzgadas
dentro del ámbito del derecho quiritario. Por su parte, a los no-ciudadanos
que se econtraban bajo la protección de Roma se les aplicaba el llamado
derecho pretoriano y esto siempre y cuando el caso no pudiese ser resuelto
aplicando las normas locales del Estado a cuya jurisdicción perteneciese el
súbdito. Dicho sea de paso: este es el motivo por el cual Pilato envió a Jesús
ante Herodes. Pilato era el prefecto de Judea y ni siquiera residía
normalmente en Jerusalem sino en Cesarea. Galilea se hallaba bajo la
autoridad de Herodes. Siendo Jesús de Galilea, en realidad y de acuerdo con
la legislación romana, la tarea de juzgarlo le hubiera correspondido a
Herodes. La situación que se dio fue que, con motivo de las fiestas de
Pascua, ambos – tanto Herodes como Pilato – se hallaban en Jerusalem y
esa ciudad sí estaba bajo la jurisdicción de Pilato.

— 68 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Pero sigamos con la justicia romana. De un modo general, el desarrollo de


un juicio según las normas procesales vigentes debía seguir una serie de
pasos claramente preestablecidos. Por de pronto, tampoco los romanos, al
igual que los hebreos, tenían fiscales acusadores de oficio estando la
acusación a cargo de los ciudadanos. Con todo, un magistrado – el praetor -
decidía si una determinada acusación era – o no – admisible ante el
tribunal.

Normalmente, se efectuaba una vista privada previa para que el principal


magistrado interviniente tomara adecuado conocimiento del caso y, cuando
había varios acusadores simultáneos, también se decidía quién actuaría por
la acusación la cual debía presentar luego los cargos procesales formales.
Presentado el caso de modo formal se procedía a establecer la fecha del
juicio y para dicho momento se designaban los jueces escribiendo en
tablillas una cantidad de nombres de candidatos, depositando esas tablillas
en una urna y extrayendo luego al azar tantas tablillas como cantidad de
personas se necesitaran para la constitución de un jurado.

El proceso tenía lugar en el forum, con actuaciones que obligatoriamente


debían tener lugar de día, desde el amanecer hasta una hora antes de la
puesta del sol. Y por último, la sentencia se pronunciaba por votación
secreta de los jueces, utilizándose a tal efecto piedras negras y blancas
representando las primeras los votos por la absolución y las segundas los
votos por la condena del acusado.

Es muy cierto que en las provincias no siempre ni en todos los casos las
disposiciones legales se seguían al pie de la letra pero, de cualquier manera
que sea, los magistrados intervinientes tenían expresas instrucciones de
respetarlas en el mayor grado posible.

Al menos esa era la teoría.

Porque en la práctica, como se dio en el caso de Cristo, las cosas podían


suceder de una manera bastante distinta.

— 69 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Los procesos

Si se analiza desde un punto de vista estrictamente jurídico todo el


procedimiento del cual Jesús fue objeto desde su arresto hasta su
crucifixión, uno no puede menos que llegar a conclusiones pasmosas.
Efectivamente, en su aspecto legal, si se mira el juicio y la condena de Jesús
con los ojos de un abogado – aún con los de un abogado romano o judío de
aquella época – todo el procedimiento es un verdadero mamarracho
procesal. La cuestión es que, incluso analizando el caso dentro del contexto
de las normas jurídicas vigentes en aquél momento, la totalidad de la
actuación resulta nula y de una nulidad insalvable.

Por de pronto, no hubo un proceso, ni dos. En realidad, a los efectos


prácticos hubo seis.

Repasemos un poco los hechos.

Síntesis de lo ocurrido
Es bien entrada la noche y Jesús está en Getsemaní. Llega Judas, que había
recibido dinero por entregarlo, acompañado por la guardia del templo. Le da
un beso al Maestro, luego de lo cual los guardias y los alguaciles del
Sanhedrín lo prenden y lo atan. Jesús no ofrece resistencia alguna y hasta
impide que Pedro lo defienda.

De allí lo arrastran hasta Anás que lo interroga acerca de sus discípulos y su


doctrina. Cuando Jesús le contesta señalándole que todo lo hecho lo hizo en
público, por lo que esa pregunta debería hacérsela a quienes lo escucharon y
no a él, uno de los alguaciles lo abofetea. Vayan tomando nota: primer
interpelación.

Esa misma noche Anás lo envía a su yerno Caifás [99] dónde ya estaban
reunidos al menos los principales miembros del Sanhedrín [100]. Allí lo
acusan varios testigos, tan falsos que ni siquiera consiguen hacer coincidir

99
) Juan 18:13 y 18:24
100
) Marcos 14:53
— 70 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

sus testimonios [101]. Por último, viendo que por ese camino no se conseguía
avanzar, Caifás le pregunta a Jesús directamente si es el Hijo de Dios. Ante
la respuesta afirmativa, los presentes dan por probado el delito de blasfemia.
Se pronuncia la condena a muerte y Jesús es escupido, golpeado a puñetazos
y abofeteado. Otra interpelación y van dos.

Al otro día por la mañana se vuelve a reunir el Sanhedrín, se confirma el


fallo de la noche anterior y se decide enviar a Jesús ante Pilato para que éste
ejecute la sentencia. [102] Tercer proceso.

Pilato lo interroga preguntándole si es el rey de los judíos. Notemos, de paso,


que aquí se cambia la acusación. Ya no es blasfemia sino sedición o
insurrección. La acusación por un delito religioso pasa ahora a ser otra por
un delito político. Jesús permanece en silencio y no responde. Pilato queda
desconcertado. Encuentra inocente a Jesús pero, como no halla la manera
de soltarlo sin provocar la ira de sus acusadores, se le ocurre enviárselo a
Herodes. [103] Otro proceso más y van cuatro.

Herodes, por una parte teme encontrarse ante una reencarnación de Juan el
Bautista a quién mandó decapitar en su momento. Por otra parte, siente
curiosidad por ese misterioso personaje de quien se dice que ha hecho
muchos milagros. Lo interroga y espera que Jesús haga ante él algo
extraordinario. Pero el acusado permanece en silencio. No queriendo
inmiscuirse en un asunto por demás complicado y probablemente no
queriendo tampoco sumar la responsabilidad por la muerte de Jesús a su ya
asumida responsabilidad por la de Juan el Bautista, Herodes se limita a
menospreciarlo y escarnecerlo para enviarlo de regreso a Pilato. [104] Quinto
proceso.

Finalmente, Pilato, interroga nuevamente a Jesús y vuelve a encontrarlo


inocente pero, ante el chantaje político del cual lo hacen objeto acusándolo

101
) Marcos 14:56
102
) Marcos 15:1
103
) Lucas 23:7
104
) Lucas 23:11
— 71 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

de no ser “amigo de César” si suelta al acusado [105], se lava las manos ante
todos ellos y ordena la ejecución [106] . Sexto y último proceso.

La nulidad de los juicios


Lo admito: en la síntesis que acabo de hacer faltan unos cuantos hechos.
Pero, si nos concentramos en el aspecto legal, creo que está lo más relevante
de lo que ocurrió.

Y el análisis de lo ocurrido arroja un resultado poco menos que desastroso.


[107]

El juicio ante las autoridades del Sanhedrín, teniendo en cuenta las


disposiciones de la propia legislación hebrea, está completamente viciado
por más de una docena de razones. Veamos:

1. El arresto de Jesús se produjo de noche.


2. Es consecuencia de la traición de Judas, una persona que fue sobornada por
los propios miembros del tribunal – o como mínimo por los acusadores –
con la expresa misión de traicionar al acusado.
3. Aún suponiendo una culpabilidad positiva por parte de Jesús, su entregador
sería, de hecho, un cómplice ya que Judas era uno de los discípulos y había
participado de las acciones del acusado.
4. Las audiencias ante Anás y Caifás también se efectuaron de noche.
5. Al menos ante Anás la causa fue examinada por un solo juez. En el segundo
procedimiento ante Caifás no tenemos ninguna garantía de que la totalidad
del Sanhedrín haya estado efectivamente reunida.
6. El procedimiento no fue público y la defensa no tuvo libertad para ejercer
sus descargos en forma apropiada, tal como lo marcaba la Ley.
7. Los testigos eran falsos y se contradijeron, por lo que no hubo ninguna
certeza en lo referente a la acusación.
8. No hubo una discusión pública, ni un resumen del caso, después de
presentados los testimonios.

105
) Juan 19:12
106
) Mateo 27:24
107
) Para un análisis jurídico exhaustivo de los juicios a Jesús Cf. Walter M. Chandler, The
Trial of Christ from a Lawyer's Point of View, 2 Tomos - Federal Book Co. 1925
— 72 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

9. El acusado estaba no sólo maniatado sino que fue golpeado, escupido e


insultado. No tuvo, en absoluto, posibilidad alguna de ejercer su defensa en
condiciones dignas y equitativas.
10. No se tomó medida alguna para prever y eventualmente corregir errores de
testimonio.
11. Los procesos tuvieron lugar el día anterior a una festividad.
12. Las actuaciones tuvieron lugar todas en un mismo día. Recordemos que el
día judío empezaba y terminaba con la puesta del sol y no a medianoche
como lo calculamos nosotros. No se respetó el día intermedio de reflexión ni
mucho menos el plazo de tres días que marcaba la Ley.
13. La condena se basó exclusivamente en la confesión del propio acusado. No
existieron los testigos en el número legalmente exigido que corroboraran
positivamente esa autoacusación. Se procedió con el criterio del “a confesión
de parte, relevo de pruebas”, algo no admitido por la legislación hebrea.
14. La condena del Sanhedrín fue simultánea y unánime. De acuerdo con la ley
hebrea, lo primero fue una violación del procedimiento y lo segundo tendría
que haber equivalido a una absolución.
15. No hay ninguna indicación en cuanto a que el procedimiento de votación
seguido por los jueces haya sido el que establecía la ley. Tampoco hay
indicación alguna de que se haya procedido a un recuento reglamentario de
los votos.
16. Varios de los jueces, comenzando por el mismísimo presidente del tribunal,
dieron pruebas de una manifiesta enemistad, o al menos animosidad, para
con el acusado. Esto ya de por sí hubiera tenido que descalificarlos para
dictar sentencia. De hecho, la acusación principal – la de blasfemia –
provino del propio presidente del tribunal.

En cuanto a los procedimientos ante la autoridad romana, la evaluación


jurídica es también cualquier cosa menos satisfactoria. Puedo citar por lo
menos ocho razones para afirmar que el procedimiento seguido por Pilato
fue absolutamente ilegal y nulo:

1. El juicio según la ley de Roma tendría que haber sido un proceso


completamente nuevo y no basado en otro con sentencia preexistente, entre
muchos otros motivos también porque los delitos por los cuales Jesús fue
acusado eran completamente diferentes. La sentencia previa ante el

— 73 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Sanhedrín se basaba sobre la acusación de blasfemia. El caso presentado


ante Pilato era el de sedición, insurrección o, en todo caso, de lesa majestad.
2. La acusación debió haber sido presentada por testigos claramente
identificados y no por un cuerpo colegiado en forma genérica y menos
todavía por una masa vociferante que simplemente gritaba “¡Crucifícale!”.
3. Puesto que había más de un acusador, debió haber tenido lugar una
audiencia preliminar para determinar cual de ellos actuaría de fiscal
representando a la acusación.
4. Esta audiencia preliminar tendría que haber sido privada, a puertas
cerradas, estando presentes solamente el magistrado interviniente, el
acusado y los testigos. Sólo después de esta audiencia se hubiera podido
establecer una acusación concreta y en firme para presentarla ante el juez de
la causa.
5. Hecha esta presentación se tendría que haber fijado una fecha para el juicio.
6. El día fijado, se tendría que haber convocado a las personas en condición de
actuar como jurados y se tendría que haber seleccionado entre ellas,
mediante un procedimiento determinado por el azar, a quienes formarían
efectivamente el jurado.
7. El juicio tendría que haber tenido lugar en un sitio apropiado, en una corte
reglamentariamente constituida, con asientos para los jueces y un entorno
adecuado para la legítima defensa del acusado.
8. La sentencia tendría que haber sido pronunciada mediante el voto anónimo
de los jueces, utilizando las piedras blancas y negras dispuestas a tal efecto.

¿Se dan cuenta de lo que quiero decir cuando afirmo que los juicios a Jesús,
jurídicamente hablando, fueron un completo mamarracho?

En realidad, seamos honestos: a los efectos prácticos no hubo ningún juicio.


Solamente se trató de darle un viso de legalidad a una sentencia de muerte
decidida de antemano y pronunciada por fuera de toda norma jurídica.

La pura verdad es que a Jesús no lo ejecutaron.

Lo lincharon.

— 74 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Los cabos sueltos

La gran pregunta que surge después de todo esto es ¿por qué?

¿Por qué tanto sanguinario empecinamiento en matar a un hombre? ¿Por


qué ese casi frenético apuro en lograr su ejecución? ¿Por qué esa machacona
insistencia en que fuesen los romanos los ejecutores? ¿Por qué Pilato no
pudo negarse a hacerle el juego al Sanhedrín? ¿Por qué no pudo
simplemente decir: “No. Este hombre es inocente. No lo crucifico un
comino. Si les gusta bien, y si no, váyanse a gritar a otro lado” ? ¿Por qué
crucificaron a tres y no a Jesús sólo? ¿O es que alguno de ustedes se puede
imaginar a un centurión diciéndole a Pilato: “Oiga, jefe, ya que estamos,
¿por qué no crucificamos a esos otros también?”¿Eran realmente ladrones
los crucificados junto a Jesús? Barrabás, con casi total seguridad, era
bastante más que un vulgar ladrón. ¿Y los otros dos? La crucifixión era la
pena más tremenda y severa aplicada por la justicia romana. ¿Castigarían
los romanos con la cruz a simples ladrones de gallinas?

Ya lo sé: son muchas preguntas. Y las respuestas no pueden ser más que
especulaciones. Más o menos fundadas, pero especulaciones al fin. Pero si
queremos entender lo que sucedió – o, por lo menos, si queremos tratar de
entenderlo – no hay más remedio que hacer las preguntas abiertamente e
intentar las respuestas, aunque éstas no sean nunca del todo satisfactorias.
Siempre quedarán cuestiones abiertas y zonas grises. De hecho, hace dos mil
años que los estudiosos discuten sobre ellas y por cierto que ni siquiera se
me ha cruzado por la cabeza la idea de poner aquí un punto final a la
discusión.

Pero creo que hay que hacer esas preguntas. Y hacerlas hasta en forma
descarada. No es cuestión de ser irreverente – especialmente no en este caso
y por motivos más que obvios – pero hay algunas que surgen del simple
sentido común y el sentido común con frecuencia parece irreverente; sobre
todo cuando cuestiona inverosimilitudes convertidas en dogma por pereza

— 75 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

mental o estulticia espiritual. De todos modos, no veo por qué habría uno de
tener miedo a hacer preguntas. Lo que sí creo es que quizás terminemos
asustándonos un poco de las respuestas.

Porque, después de haber profundizado bastante en esta historia, creo que


los cabos sueltos que aquí quedan están tapando en realidad un abismo que
muy pocos quisieran ver. Es el abismo que nos conduce hasta las más
hondas y sórdidas profundidades del alma humana y que se hacen tanto más
insondables cuanto más se las compara con la formidable altura del
personaje principal.

Al menos ése es el resultado final de mi interpretación y concedo, desde ya,


que precisamente por tratarse de una interpretación, absolutamente nadie
tiene la obligación de estar de acuerdo con ella.

El apuro
Uno de los aspectos que más me ha llamado la atención en el juicio de Jesús
es la velocidad con la que sucedieron los hechos. Es curioso cómo
relativamente pocos han reparado en este detalle. Prácticamente fue una
detención con juicios sumarísimos y ejecución inmediata. Y todo a una
velocidad que habría sorprendido hasta a los verdugos de la KGB. Piensen
ustedes tan sólo en esto: Jesús fue arrestado un día por la noche. Antes de
las 6 de la tarde del día siguiente moría en la cruz. En menos de veinticuatro
horas su caso había sido juzgado, la sentencia dictada y la ejecución
cumplida. Uno no puede menos que preguntarse: ¿Por qué tanto apuro?

El argumento que más se ha esgrimido es que al día siguiente comenzaba la


Pascua (además de ser sábado según las versiones más aceptadas) y como
durante la festividad quedaban prohibidas las ejecuciones, las alternativas
para los del Sanhedrín eran cerrar el caso ese mismo día o esperar por lo
menos una semana más hasta el final de la Pascua.

Pero es precisamente esa supuesta explicación la que hace surgir la


pregunta: ¿Por qué no pudieron esperar unos días? Es cierto que, para las
autoridades de Jerusalem, Jesús había demostrado ser algo escurridizo y

— 76 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

difícil de aprehender. Estaba constantemente en movimiento. Contaba con


discípulos que lo seguían y simpatizantes que lo protegían y alojaban. Su
campo de acción principal estaba en Galilea, es decir: fuera de la jurisdicción
específica de Judea y Jerusalem. Está bien, concedámoslo: es posible
suponer que no fuese una persona tan fácil de detener y, con eso, alguien
podría decir que liquidaron su caso literalmente entre gallos y medianoche
por el simple hecho de que lo tenían a mano.

Pero la suposición no se sostiene. Los dirigentes en Jerusalem contaban con


un Judas sobornado que bien podía informarles sobre los pasos del Maestro.
Y, en todo caso, para una patrulla de soldados, el arresto de todo el grupo
congregado alrededor de Jesús hubiera sido un juego de niños. Jesús y sus
apóstoles no tenían ninguna capacidad operativa militar. Ni siquiera estaban
armados. Y aún cuando alguno de ellos lo estuviese – como en el caso de
Pedro al momento de la detención en Getsemaní – su destreza en el manejo
de armas no pasaría nunca de lo más básico imaginable. A lo máximo que
llegó Pedro con su espada es a cortarle una oreja a Malco. Cualquier
legionario romano mínimamente adiestrado, incluso el más novato, le
hubiera cortado limpiamente la cabeza.

Sin embargo y aún así, ¿por qué hacer grandes esfuerzos por encontrarlo si
ya estaba allí, en Jerusalem, predicando en el Templo durante el día y se
podía especular con buen fundamento que seguiría viniendo a Jerusalem de
todos modos? Muy posiblemente jamás conseguiré demostrarlo más allá de
toda duda razonable, pero estoy convencido de que a Jesús los dirigentes del
Sanhedrín lo estaban esperando. Sabían que vendría a Jerusalem para la
Pascua. Tenían informantes. Conocían sus costumbres. Le habían seguido
los pasos. Si no salieron a buscarlo fue simplemente porque sabían que
Jesús vendría a ellos. Y, por consiguiente, ya sabían de antemano que
dispondrían de muy poco tiempo para hacer lo que se proponían. Lo que
creo, en suma, es que Jesús cayó en una emboscada muy hábil y muy
cuidadosamente montada.

Y ¿por qué no se quiso esperar hasta el final de la Pascua?

— 77 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Miren, cualquiera que haya tenido tan sólo un mínimo de experiencia en


procedimientos judiciales sabe que, ante un caso muy dudoso, hay
solamente dos estrategias posibles: si uno quiere una condena, hay que
apurar el procedimiento; y si uno busca una absolución, lo mejor es estirarlo
en el tiempo hasta que los enredos propios del proceso hagan poco menos
que imposible una sentencia de culpabilidad. La notoria velocidad con la que
se decidió el caso de Jesús revela bastante a las claras que sus acusadores no
se sentían demasiado seguros en cuanto a la solidez de sus pruebas y
solamente tenían en claro su deseo de eliminarlo lo antes posible y lo más
rápidamente posible.

Además, es bastante evidente que se aprovechó el fervor religioso de la


ocasión; un elemento adicional que, entre varias otras cosas, también hacía
más fácil la movilización de una muchedumbre en contra del acusado.
Durante las grandes fiestas la población de Jerusalem aumentaba en forma
tremenda. Según Flavio Josefo en dichas ocasiones llegaba a haber hasta
2.700.000 personas en la ciudad, incluyendo los habitantes permanentes.
La cifra me parece bastante exagerada pero, de cualquier modo que sea, la
cantidad de gente allí reunida debe haber sido impresionante y, en ese
ambiente, armar una gran concentración popular no debe haber sido nada
difícil para unos dirigentes acostumbrados a manejar multitudes.

Si vamos al caso, la presencia de Pilato en la ciudad durante las festividades


se explica en buena medida también por esto mismo. Resultaría difícil creer
que Poncio Pilato hizo turismo de Cesarea a Jerusalem solamente para no
perderse el espectáculo de la Pascua judía. El Pesah es la festividad en la que
el pueblo hebreo celebra su liberación de la servidumbre en Egipto bajo la
conducción de Moisés. Es una fiesta religiosa pero, al mismo tiempo, tiene
un claro significado político de liberación nacional. Para el gobernador
romano de la provincia de Judea resultaba más que aconsejable estar
presente, en la buena compañía de una respetable dotación de soldados
imperiales, no fuese cosa que, con todo ese montón de gente reunida, los
acontecimientos se saliesen fuera de control y la ceremonia religiosa
deviniese en motín político. El señor prefecto sabía perfectamente que no
gozaba de muchas simpatías entre el pueblo en general. Y Flavio Josefo
habrá podido exagerar un poco con sus números pero, aún con cálculos más
conservadores, de seguro había allí congregadas varias decenas de miles de

— 78 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

personas básicamente hostiles a Roma representando un riesgo que no era


como para descuidar.

La cuestión básica en todo esto es que la totalidad del escenario resulta casi
completamente previsible. La Pascua es una fecha establecida. Tenemos el
momento. La gran cantidad de gente que concurrirá es previsible. Tenemos
la herramienta de presión. Que Pilato no faltará a la cita es previsible.
Tenemos al verdugo. Que Jesús vendrá también es previsible, aunque más
no sea porque ahí está Judas que lo debe haber informado. La cosa puede
fallar. A último momento el galileo puede decidir no aparecerse por la
ciudad. Pero es poco probable. Es razonable pensar que también tenemos a
la víctima.

El único problema es que hay que encontrar un buen pretexto y, después de


eso, argumentando que la Pascua se nos viene encima, hay que actuar
rápido.

Lo más rápido posible.

Las arbitrariedades hay que hacerlas rápido. Si se estiran, al final se


complican.

El motivo
Con lo cual tendríamos el motivo para el apuro pero nos sigue faltando el
motivo para la decisión principal: ¿por qué ese cruel empecinamiento en
matarlo a toda costa? ¿Por qué tomarse el trabajo de montar toda esa
satánica trampa para matar a alguien que no hacía más que recorrer el país y
predicar?

Como en muchos otros casos similares, creo que sería un error tratar de
encontrar aquí un motivo. Estas cosas nunca tienen un solo motivo.
Aunque, si estuviese forzado a nombrar uno, y uno solo, seguiría la trama de
todas las novelas policiales y pensaría en las dos alternativas clásicas del

— 79 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

cherchez la femme y el cherchez l’argent [ 108]. Descartaría la primera por


motivos obvios y me quedaría con la segunda; bastante seguro de no estar
demasiado lejos de la verdad. El dinero siempre, en todas las circunstancias
y en todas partes ha sido desgraciadamente un muy buen movilizador de los
crímenes más increíbles. Que su influencia funesta llegue hasta el deicidio,
para decir la pura verdad, no me extrañaría en lo más mínimo. Pero
vayamos por partes y, tanto como para ir de lo más seguro a lo menos
seguro, comencemos por lo obvio.

Y lo obvio es que, para la casta de los fariseos, Jesús era un adversario


declarado al que, de alguna forma u otra, había que tratar de acallar.
Repasen los cuatro Evangelios y fíjense en la cantidad y la severidad de las
críticas que Jesús le hace al fariseísmo. Con leer tan sólo lo que Jesús dice en
todo el capítulo 23 de Mateo se puede comprender sin dificultad el odio que
los fariseos habrán sentido por Jesús y sus enseñanzas.

Sobre todo porque, si se lee con atención, se advierte que la crítica de Jesús
es básicamente ad hominem. No se trata de una crítica a la doctrina ni a la
religión mosaica sino de una severa censura al comportamiento de esos
hombres: “En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así
que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no
hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen.” [109]. La censura
demoledora es al proverbial “hijo mío, haz lo que yo digo y no lo que yo
hago”. Es la admonición a los hipócritas que no ponen sus acciones, ni
mucho menos su corazón, allí en dónde ponen sus grandilocuentes palabras
y sus aparatosos gestos. Desde este punto de vista, la ejecución de Jesús
sigue la misma lógica asesina que la eliminación de Juan el Bautista. Y sobre
este punto volveremos más adelante.

Créanme: no hay rencor más vengativo que el rencor de un hipócrita. No hay


odio más mortal que el odio de una persona capaz de disfrazar su odio de
piedad.

108
) “Busque a la mujer” y “busque el dinero” en francés.
109
) Mateo 23:2-3
— 80 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Pero esto, con ser obvio, no es todo y por lejos. Porque tan sólo un poco
menos obvio, pero aún así bastante evidente, es que había mucho dinero en
juego. Mucho dinero.

El Templo en Jerusalem no era solamente un templo. Cuando Jesús sacó de


allí los mercaderes a latigazos y dio vuelta las mesas de dinero [110] lo que
hizo fue amenazar con arruinar un enorme negocio. No solamente se
vendían allí los animales destinados a los sacrificios. Esas ventas movían
sólo la caja chica. Los animales tenían que ser comprados con moneda local
y como muchos judíos concurrían a Jerusalem provenientes de varios otros
países, las mesas de dinero del templo oficiaban de casas de cambio con
operaciones en divisas que arrojaban muy buenas gananacias. Pero aparte y
encima de todo ello, muchas personas, especialmente las más ricas,
guardaban su dinero en ese lugar porque era el que más seguridad podía
brindar; con lo que, al final de cuentas, el templo terminaba siendo un banco
administrado por una parte de la casta sacerdotal. De modo que el Templo
de Jerusalem no era solamente un templo. Era un mercado, era una agencia
de cambio de divisas y era el Banco Central de toda la comunidad judía.

Ahora, imagínense lo que podrán haber pensado los gerentes que


administraban esas operaciones de un galileo que andaba por allí diciendo
que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un
rico llegar al Reino de los Cielos. Convendrán conmigo que un Mesías con
ese mensaje no es precisamente alguien que puede caerle simpático a
quienes están completamente dedicados a los grandes negocios. Y esto
tocaba no sólo a Anás, Caifás y a su grupo de financistas y banqueros
sacerdotales. Tocaba también, y muy especialmente, a toda la casta de
adinerados saduceos para quienes la convivencia con los romanos
representaba una oportunidad de hacer negocios en gran escala y a un nivel
que hoy calificaríamos de internacional. Los saduceos, contaban entre los
romanos con muy buenos socios y no tenían ningún interés en que las
buenas relaciones con Roma desmejoraran. Todo lo contrario. La parte
sustancial de su comercio internacional dependía directamente de la
posibilidad de cultivar la mejor posible de las relaciones con las autoridades
romanas. Para este sector de la sociedad judía un conflicto serio con los

110
) Juan 2:15 ; Mateo 21:12-13; Marcos 11:15-18; Lucas 19:45-46
— 81 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

romanos significaba la pérdida de oportunidades de negocios con enormes


ganancias.

En este sentido, Jesús era por lo menos potencialmente peligroso. En


especial, teniendo en cuenta que toda la región estaba prácticamente
inundada de pequeños y grandes líderes que propugnaban la rebelión contra
Roma. No olvidemos que Jesús no era el único Mesías. Bien es cierto que era
el único que proclamaba que su reino no era de este mundo. Pero había
varios otros que también se anunciaban como Mesías y en un sentido
bastante más material y mundano, tratando de encarnar y de poner bajo su
liderazgo las antiguas aspiraciones del pueblo judío en cuanto a un
Mesías-Rey que unificase al pueblo hebreo, lo hiciese poderoso y lo liberase
de la dominación extranjera. Desde el punto de vista político, toda Palestina
era un polvorín donde más de un caudillo insistía en jugar con fósforos.

Dentro de este contexto, la acusación contra Jesús de haberse proclamado


Rey de los Judíos era ciertamente falsa pero no tenía nada de fantasiosa ni
de arbitraria. En realidad, era sumamente malévola y muy específica.
Equivalía de hecho a acusarlo del delito de insurrección. Implicaba
concretamente señalarlo como una persona que representaba un peligro
para el poder constituido; alguien que podía solviantar a las masas para
derrocar las autoridades vigentes.

No es probable que los saduceos creyesen realmente en que Jesús tenía esas
intenciones; ni mucho menos ese Poder político. Pero, con su actitud y sus
enseñanzas, sus discípulos podían llegar a contribuir a la promoción o al
fomento de la inquietud y la agitación que sacudían a toda la región. Podían
contribuir a desestabilizar la ya de por sí bastante inestable situación
sociopolítica imperante. Los muy ricos no podían verlo con simpatía. Jesús
era alguien al menos incómodo y cuyos seguidores podían volverse
peligrosos en cualquier momento.

Y todos sabemos lo que suele ocurrir con las personas que les resultan
incómodas o peligrosas a los muy ricos.

— 82 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Además, todo lo anterior me parece que encuadra bastante bien con un


pasaje de Juan [111] en dónde el evangelista relata como ya luego de la
resurrección de Lázaro los fariseos urdieron el complot para matar a Jesús.
Creo que bien vale la pena citar textualmente el fragmento (el resaltado, por
supuesto, es mío):

“Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y


dijeron: ¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si le
dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán
nuestro lugar santo y nuestra nación. Entonces Caifás, uno de ellos, sumo
sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada; ni pensáis
que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que
toda la nación perezca. Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era
el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la
nación; y no solamente por la nación, sino también para
congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Así
que, desde aquel día acordaron matarle ”.

Personalmente le doy bastante importancia a este testimonio por varias


razones. En primer lugar los otros tres evangelistas también coinciden en
que hubo un complot [112], de modo que difícilmente se puede pensar en una
interpretación personal de Juan, aunque éste es por lejos el más explícito de
los cuatro. La razón de ello no es fácil de explicar pero podemos intentar una
aproximación.

Recordemos que, cuando a Jesús lo arrestan en Getsemaní y lo llevan


detenido al palacio de Anás, Pedro sigue al Maestro y entra
subrepticiamente al lugar pero, según Juan, hubo “otro discípulo” que
“...era conocido del sumo sacerdote, y entró con Jesús al patio del sumo
sacerdote:...” [113] ¿Quién era este otro discípulo? Juan es el único que lo
menciona. Los tres sinópticos sólo recuerdan a Pedro acompañando a Jesús
hasta el lugar de su primer interrogatorio. Muchos han coincidido en señalar
– y me parece por demás plausible – que este “otro discípulo” muy
probablemente fue nada menos que el mismo Juan.

111
) Juan 11:45-53
112
) Cf. Mateo 26:1-5; Marcos 14:1-2 y Lucas 22:1-2
113
) Juan 18:15
— 83 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Claro que aquí uno podría preguntarse también cómo es que un discípulo de
Jesús podía llegar a ser tan conocido de Anás que lo dejaban entrar a su
palacio como a alguien de la casa. En todo caso, este “otro discípulo”
difícilmente haya sido Judas. Por una parte Judas es un traidor. A los ojos
de Anás no debe haber valido ni las treinta monedas de plata que se le
pagaron. Judas es una de esa clase de personas a las cuales los poderosos
alquilan para hacer un trabajo sucio y después prefieren no verlas nunca
más. Por otra parte, si hubiese sido Judas, es muy poco imaginable que
todos los demás evangelistas se olvidasen de mencionarlo.

Es cierto que, en tren de especulaciones puras, también pudo haber sido


José de Arimatea o algún otro saduceo de su mismo nivel. Pero en este caso
no dejaría de ser extraño que Juan mencione como “discípulo” a alguien
que, en el mejor de los casos, no pasaba de ser un mero simpatizante. De
cualquier modo que sea, uno se queda con una pregunta terriblemente
perturbadora: ¿cuántas vías de comunicación hubo realmente entre los
fariseos y los discípulos?

Y, por favor no piensen mal. No estoy insinuando, en absoluto, la posibilidad


de un segundo traidor. Ni siquiera estoy pensando en un informante, ni en
un agente provocador, ni en nada por el estilo. Es tan sólo que tengo alguna
pequeña idea de cómo funcionan los aparatos de inteligencia y sé
perfectamente bien que siempre se tienden algunas redes hacia el enemigo o
el adversario para, aunque más no sea, tener un interlocutor válido en caso
de necesidad. Y con frecuencia esto es tan tremendamente útil como bueno.
En muchas guerras y en muchos conflictos, las amistades personales a nivel
de aparatos de inteligencia han hecho más por la paz que todas las
diplomacias juntas.

Lo que en mi humilde opinión apunta bastante sugestivamente al propio


Juan es que hay un error formal muy particular en el pasaje que menciona a
este misterioso “otro discípulo” [114].

114
) A decir verdad, el error está dos veces en la misma frase.
— 84 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

A lo largo de todo el texto que va del versículo 15 al 23 del capítulo 18 de


Juan, el evangelista describe como Jesús responde al interrogatorio del
sumo sacerdote. En el versículo 24, sin embargo, Juan expresa: “Anás
entonces lo envió atado a Caifás...” Con lo cual queda claro que todo ese
primer interrogatorio estuvo, en realidad, a cargo de Anás.

Pero resulta ser que Anás, estrictamente hablando, no era el sumo


sacerdote en ese momento. El que detentaba ese cargo era Caifás. No
obstante, quienes conocían bien la situación interna del Poder sabían
perfectamente que José Caifás era sólo una especie de testaferro. Por un
lado, estaba casado con la hija de Anás y, por el otro lado, este Anás – que es
el mismo al que Flavio Josefo menciona como Ananus Ben Seth [115] – era
quien realmente dominaba la situación. Tanto es así que la siguió
dominando hasta mucho más tarde, con cinco hijos suyos a los que también
consiguió colocar como sumos sacerdotes.

Solamente alguien bien interiorizado de las intimidades del Poder en


Jerusalem podía “confundir” a Anás con el sumo sacerdote. El “error” de
Juan no es tal en realidad. A lo sumo se trata de un lapsus calami. Es
simplemente el reconocimiento de una situación real que no se condecía con
la situación formal. Y un lapsus como ése muy bien puede pasarle a alguien
tan acostumbrado a tratar con el Poder real que comete un error al
consignar los cargos formales.

Pero, si Juan estaba tan bien al tanto de las cuestiones internas de las más
altas autoridades religiosas, entonces adquiere un valor muy especial su
testimonio en cuanto a las palabras arriba citadas de Caifás (identificado,
ahora ya sí, correctamente como el “sumo sacerdote aquel año”). ¿Y qué
está diciendo allí Caifás? Pues el mensaje es bien claro: Jesús es peligroso. Si
sigue haciendo milagros, predicando y ganando adeptos, la posición del
establishment local frente a los romanos está puesta a riesgo. Hay que
eliminar a Jesús porque, de no hacerlo, peligra el gobierno local y, si cae el
gobierno, peligra la cohesión de todo el organismo político. Y, en todo caso,
hay una razón de Estado: es preferible matar a un hombre como advertencia

115
) Cf. Flavio Josefo Antigüedades Judías, XVI11. ii. 1, 2; XX. ix. 1
— 85 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

ejemplificadora antes que permitir la desintegración de toda la nación. [116]


Porque no se trata solamente del gobierno de Jerusalem. Se trata, además,
de todas las comunidades judías diseminadas por todo el Imperio.
Recordemos que la frase concreta es: “Jesús había de morir por la nación; y
no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos
de Dios que estaban dispersos”.

Lo infernal del argumento está en que, técnicamente, es impecable. En la


tremenda inestabilidad política en la que vivía toda Palestina lo último que
el gobierno de Jerusalem necesitaba era alguien que viniese a crear un
conflicto más con los romanos. Y si Jerusalem caía en el caos,
inevitablemente arrastraría consigo a todas las demás comunidades judías
del Imperio. La lógica es de hierro. El razonamiento es políticamente
irreprochable.

El gran problema está en que, aplicado al caso de Jesús, es falso.

Ya lo hemos señalado: Jesús jamás tuvo enfrentamiento alguno con las


autoridades romanas. La prueba está en que Poncio Pilato lo declarará
inocente tres veces seguidas. Jesús nunca representó un peligro para la
relación de Judea con Roma. Su reino no era de este mundo. No tenía
absolutamente ninguna aspiración política. No predicaba la insurrección
sino el darle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Sus
discípulos jamás realizaron ninguna actividad sediciosa. Quienes hoy
quieren ver en Jesús de Nazareth a un revolucionario político no tienen la
más pálida idea de lo que es la política y de cómo se arma un movimiento de
liberación en un territorio ocupado por tropas enemigas.

Jesús representaba, eso sí, una crítica moral y religiosa muy fuerte para el
establishment al cual pertenecían los fariseos, los escribas y los saduceos. Y
para defender su posición, este Poder constituido inventó el argumento de
que su prédica representaba una amenaza política para la nación entera.

116
) En Juan, este argumento aparece no una, sino dos veces. En el pasaje ya citado y otra
vez en 18:14 en dónde identifica expresamente a Caifás como “...el que había dado el
consejo a los judíos, de que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo.”
— 86 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Lo más trágico de todo es que el argumento, a pesar de ser intrínsecamente


falso, resultó creíble. Y resultó creíble precisamente porque estaba muy bien
construido. La característica más importante que deben satisfacer las
mentiras eficaces es la de su credibilidad y los fariseos eran verdaderos
maestros en el oficio de convertir falsedades básicas en verdades
aparentemente evidentes. Además, la sofística había llegado a Palestina
hacía rato, haciéndose sentir especialmente en los círculos cultos de los
saduceos cuya mayoría estaba fuertemente helenizada. De modo que, aún
cuando los saduceos no compraran del todo el argumento del clero, aún
cuando entre ellos se encontraran algunos que, como José de Arimatea,
simpatizaran más o menos tibiamente con Jesús; aún así para la mayoría de
este sector el argumento pudo muy fácilmente haber entrado en la categoría
de esas excusas de las cuales se suele decir que, si no son ciertas, por lo
menos resultan útiles.

Por supuesto que a la credibilidad de la acusación contribuyó mucho la ya


mencionada efervescencia insurreccional extendida por la región. Más aún,
Jesús mismo había hecho referencia a ella cuando profetizó la destrucción
de Jerusalem [117], una profecía que efectivamente se cumplió apenas 37
años después de la crucifixión.

Lo notable aquí es que, políticamente hablando, tanto Caifás como Jesús


estaban previendo acontecimientos muy similares. La enorme diferencia
está en los motivos y en el mensaje de fondo. Mientras el mensaje de Jesús
es una recomendación a no darle tanta importancia a las cosas perecederas y
a concentrarse más en lo realmente esencial; mientras Jesús insta a sus
discípulos a que sus corazones no se carguen de “los afanes de esta vida”
[118] porque, en última instancia, de todas las maravillas que están viendo “...
no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida” [119]; mientras la
preocupación fundamental de Cristo es una vida más plena y sobre todo
trascendente, el desvelo de Caifás es la conservación del Poder y el
mantenimiento de un status quo dentro del cual uno pueda prosperar,
pasarla lo mejor posible y – de paso – enriquecerse un poco. O no tan poco.

117
) Mateo 24:3-28; Marcos 13:3-23; Lucas 21:6-24
118
) Lucas 21:34
119
) Lucas 21:6; Mateo 24:1-2; Marcos 13:1-2
— 87 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Y en ese desvelo, Jesús terminó convirtiéndose en una pieza instrumental.


La pregunta de por qué lo eligieron justo a él es increíblemente difícil de
contestar. En su caso, se superpone lo político con lo metafísico y con lo
teológico. No creo poder explicar a satisfacción de todos ustedes por qué el
Poder constituido lo eligió a Jesús de Nazareth para enviar por medio de su
crucifixión un mensaje de advertencia y admonición a todos los insurgentes
y sediciosos que amenazaban con alterar el comercialmente beneficioso
status quo de la región.

Desde el punto de vista político y policial quizás Jesús y su grupo de


discípulos aparecieron como tentadoramente fáciles de liquidar. Los otros
grupos estaban armados. Los otros grupos, de seguro, se resistirían y
combatirían, con lo que, manejando mal la situación, el escándalo podía
volverse mayúsculo y hasta descarriarse haciendo que el remedio resultase
peor que la enfermedad. Algunos grupos quizás eran más populares que el
de Jesús y arrastraban detrás de sí a un número mayor de adeptos y
simpatizantes. Pero, por sobre todo, quizás los otros Mesías, presentándose
como caudillos terrenales y militares molestaban mucho menos al poder
teocrático de los fariseos y, en todo caso, hasta los zelotes se presentaban
como menos herejes y por lo tanto menos condenables desde el punto de
vista teológico del fariseísmo dogmático.

Y quizás también, los sacerdotes del templo, o algunos de ellos por lo menos,
comprendieron o presintieron de algún modo la voluntad de Dios y
decidieron rebelarse contra esa voluntad porque, al tener que optar entre
Dios y el mundo, prefirieron aferrarse al mundo y alejarse de la mano de
Dios.

Aunque, por el otro lado, tampoco creo que Jesús haya sido el único
crucificado por sedición aquel día. Pero dejemos esto para más adelante.

Por el momento y en términos muy generales, esto es probablemente lo más


cerca que podemos llegar a la elucidación del abanico de motivos que hubo
detrás de la crucifixión de Cristo. Sinceramente no creo que podamos ir
mucho más lejos. Así que recapitulemos poniéndolo en términos simples.
Cristo hablaba de salvar lo más esencial que tiene el ser humano y para ello,

— 88 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

en sus parábolas, recurría a conceptos cotidianos y usuales que, por lo


menos en lo esencial, podían ser entendidos por todos. Caifás hablaba de
salvar el dogma y el negocio y, para ello, recurría a la razón de Estado, a
sofisticados argumentos patrióticos y a consideraciones de alta política
internacional.

Es increíble como los políticos utilizan siempre los mismos trucos desde
hace miles de años. Cuando está en peligro el dinero que tienen en los
bolsillos, siempre se ponen a predicar la necesidad de salvar a la Patria.
Aunque, está bien. Ya sé lo que todos están pensando. Siempre hay unos
cuantos para quienes el dinero es la única Patria que cuenta.

El hecho es que Cristo no pensaba así.

Y en honor a la verdad, eso es lo único que realmente importa.

El verdugo
Tenemos hasta ahora dos cosas aproximadamente en claro. Primero; la
absoluta nulidad de los procedimientos judiciales obligó a la rapidez. Se
trataba de matar a un inocente y eso es muy difícil de hacer mediante
procesos formales con todas las garantías. Segundo; el abanico de motivos
abarcaba múltiples razones que barrían todo el espectro que va desde lo
religioso, pasa por lo político y termina en lo comercial. Más allá de que se
utilizaran unos argumentos para justificar a otros; más allá de que algunos
de los motivos declarados sirvieran para no tener que hablar de los
inconfesables, a los ojos de la dirigencia en Jerusalem el caso contra Jesús
fue lo suficientemente justificable como para arriesgar toda una serie de
irregularidades procesales.

Pero ¿por qué Pilato? ¿Por qué usarlo a él?

Están, por supuesto las razones tradicionales, inmediatas, que pueden


esgrimirse. Ya hemos mencionado que Roma se había reservado el jus gladii
quitándole a los Sanhedrines el poder de ejecutar sentencias de muerte. Pero
también hemos probado que esta disposición estuvo lejos de ser respetada a
— 89 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

rajatabla y en varios casos fue limpiamente transgredida sin mayores


consecuencias para los infractores.

Por otro lado, también es bastante evidente que siempre es muy conveniente
encargarle el trabajo sucio a otro. Si las cosas llegan a salir mal, no está
nunca de más tener alguien a mano para usarlo de fusible.

Intercalándolo a Pilato, si algo salía torcido siempre se podría decir:


“Nosotros lo juzgamos y lo hallamos culpable. Está bien. Nos equivocamos.
Pero nosotros no lo matamos. Los que lo mataron fueron los romanos. Sí. Es
cierto. Los presionamos un poco para que lo hicieran pero, de última ¿por
qué se dejaron presionar? Y por otra parte, nuestro juicio habrá sido un poco
desprolijo, pero nosotros lo hallamos culpable de blasfemia y al galileo no lo
crucificaron por blasfemo sino por sedicioso. Los romanos podrían haberse
ocupado de investigar un poco mejor su caso, ¡qué embromar!. Al fin y al
cabo fue el caso de ellos y no el nuestro el que lo llevó a la muerte. Si Pilato
nos lo hubiera devuelto ... y bueno ... hubiéramos tenido que esperar hasta el
final de la Pascua, le hubiéramos tenido que hacer un juicio en regla con
todas las garantías, y allí el hombre seguramente habría podido demostrar
su inocencia. ¡No nos vengan ahora a decir que fue culpa nuestra que ese
tarambana de Pilato se apuró tanto en mandarlo a la cruz!”

¿No me creen ustedes que esos hubieran sido los argumentos en el caso de
que algo saliera mal? Pues, si no me lo creen se equivocan. Esos mismos
argumentos, bien que no de un modo tan burdo como acabo de exponer
aquí, fueron efectivamente usados cuando la dirigencia judía tuvo que
empezar a defenderse de las acusaciones de los primeros cristianos. Además,
sigan un poco la lógica de nuestros políticos actuales en todos aquellos casos
en que una pésima decisión terminó produciendo un desastre y después me
cuentan. No creo haber exagerado en lo más mínimo con lo anterior.

Es más: pienso que, muy probablemente, me quedé corto.

Sea como fuere, planteado el tema de este modo quizás hay una incógnita
que podemos despejar con relativa facilidad. Si nos preguntamos: “¿por qué
hacía falta Pilato?” la respuesta podría ser relativamente simple: porque la
— 90 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

actuación del Sanhedrín, al ser totalmente ilegal, no hubiera podido nunca


justificar la ejecución de una sentencia de muerte.

Si nos atenemos a lo que disponía la ley hebrea, el Sanhedrín nunca llegó a


probar fehacientemente la culpabilidad de Jesús. Las gruesas
irregularidades de procedimiento hasta podrían llegar a hacernos dudar de
que se trató de un proceso en absoluto. No sería completamente arbitrario
suponer que fue sólo una reunión informal de ricos y poderosos que, por sí y
ante sí, decidieron que Jesús debía morir, completamente al margen de lo
que disponían las normas procesales. Sobre una base tan endeble hubiera
sido muy difícil, por decir lo menos, justificar una lapidación. Juzgarlo de
noche – lo cual era ilegal – y lapidarlo al día siguiente – algo también ilegal
al no respetarse el día de reflexión intermedio – basándose en testigos que
se contradecían y en la propia confesión del acusado – todo ello ilegal según
la ley mosaica; ¿se hubiera podido lapidar a Jesús con eso? No lo creo.
¿Cómo hubieran justificado ante toda la población un procedimiento tan
manifiesta y evidentemente arbitrario? ¿Quién hubiera tirado la primera
piedra? ¿Acaso Caifás que, conjurándolo “por el Dios viviente” [120] obligó a
Jesús a revelar que era el Cristo, el Hijo de Dios, siendo que fue esa
revelación la que constituyó la base para la acusación de blasfemia? Lo dudo.
Lo dudo muchísimo.

Basándonos en el anteriormente citado testimonio de Juan es mucho más


plausible pensar en que, para los miembros de ese Sanhedrín, Jesús ya
estaba condenado de antemano. Lo habían condenado mucho antes de
traerlo hasta allí. Estaba sentenciado a muerte desde después de la
resurrección de Lázaro, largo tiempo antes de ser arrestado. Más aún, y
digámoslo directamente: lo arrestaron para matarlo, no para juzgarlo.

Lo que los Evangelistas relatan no es un juicio. Hay tantas irregularidades


que no puede ser un juicio. El relato de los Evangelistas refleja simplemente
una reunión de los conjurados con su víctima. Una reunión en la que el
impulsor principal de la conjura quiere hacerles ver claramente a sus
cómplices que tenía razón al promover y organizar la conspiración. Les
presenta a Jesús y lo obliga a revelarse como el Cristo. Y todo eso tan sólo

120
) Mateo 26:63
— 91 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

para poder decirles luego algo así como “¿Ven? ¿Ven que tenía razón cuando
les decía que hay que matar a este hombre?”. De hecho, lo que les dice
después de rasgarse teatralmente las vestiduras es: “¡Ha blasfemado! ¿Qué
más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su
blasfemia. ¿Qué os parece?” [ 121] Es como si, en un castellano más actual,
alguien dijera: “¡Ahí tienen la blasfemia! La acaba de decir él mismo delante
de todos ustedes. ¿Para qué queremos testigos? ¿Entienden ahora lo que yo
les decía?”.

En este punto Caifás ha probado su tesis y todos están de acuerdo en matar


al acusado. Pero ¿cómo hacerlo? Tenemos el acuerdo de los conjurados pero
este acuerdo no alcanza para justificar, ni jurídica ni políticamente, una
ejecución ante el resto de la sociedad.

Aquí es donde entra en escena Pilato. Que lo ejecute él. Las ventajas
derivadas de usarlo al romano como verdugo ya las hemos visto. La decisión
está tomada. Jesús debe morir y el que tiene que ejecutarlo es Poncio Pilato.
El Sanhedrín – o al menos la parte de sus miembros conjurados – se reúne a
la mañana siguiente. Se confirma lo resuelto la noche anterior y Jesús es
enviado expeditivamente ante el prefecto. No hay juicio. No hay sentencia.
No hay nada de eso. Lo único que hay es una decisión en firme de matar a
Jesús y de hacer que Roma se encargue del papel del verdugo. Eso es todo.

¿Es todo? ¿Es realmente todo?

Podría ser hasta cierto punto. Pero no lo creo.

Creo que hay más. Bastante más.

*********

121
) Mateo 26:65-66
— 92 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Para empezar, me llama poderosamente la atención que Pilato haya hecho


tantos intentos de revertir la situación. Al declararlo inocente a Jesús tantas
veces, faltó muy poco para una negativa rotunda de prestarse al juego. Y eso
es raro. Muy raro.

Cualquiera que sabe como se arman estas cosas; cualquiera que haya tenido
un mínimo de relación con el Poder; cualquiera que haya aunque más no sea
leído un poco de Historia y se haya informado mínimamente de las
intimidades de casos similares sabe perfectamente que uno no manda a un
inocente al verdugo si no está positivamente seguro de que ese verdugo hará
su trabajo sin hacer preguntas. ¿Se lo pueden imaginar ustedes a Stalin
enviando a Kamenev a juicio sin la absoluta certeza de tener a Vishinksy y a
Ulrich bajo control y sin asegurarse que la NKVD cumplirá su parte del
trabajo?

Yo tampoco. Y por las mismas razones no creo, no puedo terminar de creer,


que Anás y Caifás mandaran a Jesús ante Pilato así, súbitamente, de
improviso, sin ninguna clase de comunicación ni de acuerdo previo.

Esas cosas no se improvisan. Esas cosas se hablan, se arreglan y se negocian


primero. Ningún gobernante del mundo manda a una persona de la que se
quiere deshacer ante el Poder Judicial sin hablar primero con algunos jueces
y con las instancias adecuadas de ese aparato judicial. Y por favor no me
vengan ahora con el cuento de la independencia de los poderes. Ni siquiera
el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica hubiera puesto el caso de
John F. Kennedy en las manos del juez Warren si no hubiera sabido de
antemano que este juez produciría un informe políticamente correcto. Tan
correcto que hasta el día de hoy no sabemos a ciencia cierta quién mató al
pobre Kennedy y, sobre todo, no tenemos más que teorías acerca de por qué
lo mataron en absoluto.

No se arrastra a una persona ante el representante del César para decirle, de


buenas a primeras y a boca de jarro: “¡Toma! ¡Crucifícale!” No. Es
demasiado infantil. Si ése hubiese sido el caso, lo más probable es que Pilato
los hubiera sacado corriendo. Es pueril pensar en que se hubiera podido
patotear de ese modo a un prefecto de Roma. Vayan ustedes, tomen al

— 93 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

criminal más repugnante que puedan encontrar – un asesino, un violador,


un secuestrador que mató a su víctima; al peor que puedan imaginar –
junten luego una muchedumbre de varios miles de personas, convoquen
además, si les place, a todos los canales de televisión, preséntense así ante
cualquier juzgado y exíjanle al juez, a grito pelado, una condena perentoria e
inmediata. Créanme: por más barullo que metan y por más escándalo que
hagan, no van a encontrar ustedes en toda la República a un solo juez, ni al
más corrupto, dispuesto a dictar sentencia en esas condiciones. Muchísimo
menos si, después de interrogar al acusado, ese juez se da cuenta que es
inocente. Si hicieran algo así, les apuesto lo que quieran a que la cosa
terminaría en una nube de gases lacrimógenos, con todos ustedes molidos a
bastonazos por la Guardia de Infantería.

La lógica inmanente de este tipo de operaciones es que Anás y Caifás ni lo


hubieran considerado siquiera a Pilato de no haber tenido con él por lo
menos algún tipo de entendimiento previo.

Y yo creo que lo tenían.

Lo creo, en primer lugar porque, después de siete años de gestión es


inimaginable que Pilato no hubiese tomado contacto y hecho arreglos con
las autoridades de la región que estaba gobernando. La convivencia,
especialmente la de Poderes políticos antagónicos, siempre requiere
acuerdos, sean éstos explícitos o implícitos; formales o informales; honrosos
o inconfesables. Aunque más no sea la construcción y financiación del
famoso acueducto demuestra que había relaciones, comunicaciones y hasta
negociados; ya fuesen personales o a través de interpósitas personas. Y lo
creo también porque, de otro modo y como veremos enseguida, hay toda una
serie de cosas que no se explican o, al menos, resultarían tremendamente
difíciles de entender.

Para empezar: ¿de dónde salieron los “ladrones” que fueron crucificados
junto a Jesús? Muy especialmente: ¿de dónde salió Barrabás?

Por de pronto hay una cosa que debemos descartar de entrada: no pudieron
ser ladronzuelos comunes por la sencilla razón que los romanos no
— 94 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

castigaban con la crucifixión delitos de poca monta. Esa forma de ejecución


era el peor, el más tremendo, el más cruel, el más infamante de los castigos;
se aplicaba solamente a delitos muy graves y estaba rigurosamente
reglamentado según las costumbres y normas del More majorum
romanorum. Si quisiéramos tener el ejemplo de otro caso en el que se aplicó
esa pena tendríamos que citar hechos como el de Marco Licinio Craso que
hizo crucificar a los esclavos tomados prisioneros después de la sublevación
y la derrota de Espartaco.

Ahora bien, repasando atentamente los cuatro Evangelios tratando de


investigar quienes fueron los compañeros de infortunio de Jesús, buscando
especialmente algún dato que nos permita identificar a Barrabás, uno se
encuentra con que Juan es el menos explícito de todos, limitándose a
calificar a Barrabás de “ladrón” [122]. Mateo tampoco nos ofrece muchos
detalles ya que sólo nos habla de “un preso famoso llamado Barrabás” [123],
pero al menos sabemos por él que era famoso. Otro aspecto muy interesante
lo encontramos en Lucas cuando éste nos aclara que Barrabás “había sido
echado en la cárcel por sedición y homicidio” [124]. De modo que con esto ya
tenemos cuatro datos: el hombre era ladrón, famoso, sedicioso y homicida.
Y, por si necesitáramos confirmar nuestras deducciones, allí está Marcos que
nos dice bien claro: “Y había uno que se llamaba Barrabás, preso con sus
compañeros de motín que habían cometido homicidio en una revuelta.” [125]

No es tan difícil armar las piezas sueltas de este rompecabezas.

Como ya sabemos, toda la región de Palestina estaba repleta de bandoleros


de distintas calidades y motivaciones, desde asaltantes comunes hasta
zelotas que financiaban su lucha contra Roma mediante “expropiaciones
revolucionarias”. Barrabás era, muy probablemente, uno de estos últimos. Y
no precisamente de los menores porque, de otro modo, Mateo no podría
decir de él que era famoso. Uno no adquiere fama asaltando a cuatro o cinco
mercaderes y matando a dos o tres esbirros en un ambiente en donde
docenas de salteadores se dedican a hacer exactamente lo mismo. No.

122
) Juan 18:40
123
) Mateo 27:16
124
) Lucas 23:25
125
) Marcos15:7
— 95 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Barrabás tuvo que haber hecho algo más grueso para ganarse la fama. La
clave está en la palabra “sedición” utilizada por Lucas y que le otorga un
contenido específico a la palabra “revuelta” que emplea Marcos – aunque
este último ya es suficientemente explícito si tenemos en cuenta que,
previamente, nos indica la existencia de un “motín”.

De modo que el cuadro debería quedar bastante claro. Según todo lo que
tenemos hasta ahora, Barrabás era un sedicioso que se había alzado en
armas contra las autoridades constituidas, había matado a un número
indeterminado de personas, los romanos lo habían detenido y se encontraba
en la cárcel. De ser esto así, su delito estaba incuestionablemente penado
con la crucifixión, por el mismo principio por el cual, más de cien años antes
de la época de Jesús, Craso había crucificado a los esclavos sublevados con
Espartaco [126].

Pero hay un detalle que se nos está escapando. Barrabás no fue preso solo.
Su caso no fue el de un cabecilla que cae mientras sus secuaces consiguen
huir. Marcos es bien claro al respecto. Afirma que estaba preso con sus
compañeros de motín y, para mayores datos, emplea el plural – habían
cometido homicidio – cuando tipifica el hecho. O sea, si empleamos otra vez
la jurisprudencia del antecedente de Espartaco, todos ellos estaban
condenados a ser crucificados.

Y, si esto es cierto, entonces es imposible pasar por alto que, al momento de


la detención de Jesús, ya había en las mazmorras de Jerusalem un
determinado número de sediciosos que esperaban su ejecución en la cruz.

En otras palabras: había ya una crucifixión programada de antemano.

Si ponemos a Jesús dentro de este contexto, podremos entender mucho


mejor el juego, tanto de Anás, Caifás y los suyos como el de Pilato mismo.
El establishment local y las autoridades imperiales de la región muy
probablemente ya se habían puesto de acuerdo en instituir una severa
advertencia a los rebeldes que asolaban la zona y amenazaban con

126
) La rebelión de Espartaco terminó con la muerte de éste en el 71 AC
— 96 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

desestabilizar la estructura política y arruinar la parte más importante de las


oportunidades comerciales. En esto, tanto romanos como fairseos y
saduceos tenían intereses concurrentes. A ninguno de ellos les convenía una
alteración violenta del status quo.

Aprovechando la gran afluencia de gente a Jerusalem, el ajusticiamiento


público en la cruz de un notorio grupo de rebeldes seguramente tendría una
gran repercusión. En un mundo que no tenía ni diarios ni televisión, no daba
igual crucificar un par de rebeldes en cualquier época del año o hacerlo justo
en forma coincidente con la Pascua – o alguna otra festividad importante –
cuando Jerusalem estaba repleta de gente y constituía una excelente caja de
resonancia. La Pascua era, por lo tanto una buena fecha para la ocasión.
Miles y miles de personas se enterarían y la noticia cundiría adecuadamente
por toda la zona. Incluso por gran parte del Imperio ya que muchos de los
judíos presentes durante la festividad procedían de otras ciudades y de otras
provincias.

En mi opinión muy personal, es harto probable que la ejecución estuviese


programada y acordada para el final de la Pascua y no hacia su comienzo
como efectivamente se produjo. En la cruz, el reo normalmente tardaba
mucho en morir. Como que ése era, justamente, el macabro y sádico sentido
de la crucifixión: matar al reo muy lentamente para hacerlo sufrir lo más
posible. La muerte, en general, se producía recién luego de varios días. Los
crucificados sufrían la intemperie, los ataques de las aves de rapiña, las
hormigas, la sed y el hambre. El crucificado no moría por la crucifixión en sí.
Moría por extenuación. Por agotamiento. Hasta se tomaban el trabajo de
sujetar y apoyar los pies del reo sobre un taco de madera para que
sostuviesen el peso del cuerpo y la persona no pudiese morir asfixiada por
quedar mucho tiempo colgada de sus brazos. Tanto es así que, cuando se
quería acelerar el proceso, al condenado se le quebraban los huesos de las
piernas para que quedara colgado de los brazos provocando así un colapso
pulmonar.

Una crucifixión al inicio de la Pascua obligaría – como efectivamente obligó


– a precipitar la muerte de la manera indicada y a retirar los cuerpos en

— 97 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

forma rápida [127] ya que, por cuestiones religiosas y culturales, los mismos
no podían quedar expuestos durante la festividad. Además, incluso desde un
punto de vista de psicología elemental resultaba más efectiva una crucifixión
al final de la fiesta y no al principio de ella.

Por todo ello pienso que lo más probable es que el acuerdo inicial consistió
en que los romanos procederían a crucificar a los sediciosos poco antes de
que la muchedumbre se dispersara. Todos volverían así a su lugar habitual
de residencia llevando consigo la imagen de los ajusticiados y la noticia de
que el ambiente se estaba poniendo caldeado para los bandoleros. Pilato
podría mandar su informe a Roma demostrando que se había ocupado
adecuadamente de los asuntos bajo su responsabilidad mientras el
contubernio de fariseos y saduceos culparía a los romanos y – por supuesto
– hablaría pestes de ellos, pero, con todo, también se encargaría de hacer
llegar el mensaje de que el horno no estaba para bollos porque nadie
pensaba tolerar aventuras revolucionarias que alterasen el orden. Y, en todo
caso, como ya lo había dicho Caifás, el criterio lamentablemente era que
siempre “conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la
nación perezca”. Y quien dice “un hombre” puede querer decir dos, tres,
cinco, una docena…

Lo que alteró este acuerdo fue que, en el interín, los fariseos y los saduceos
del Sanhedrín, junto con una muchedumbre vociferante, se aparecieron con
la demanda de crucificar a Jesús de modo inmediato.

Y si las cosas sucedieron así – o de una manera relativamente parecida –


podemos imaginarnos perfectamente que a Pilato la inesperada iniciativa no
le causó ninguna gracia en absoluto.

En primer lugar, Barrabás era, con casi total seguridad, su reo. Lo más
probable es que fueron los romanos quienes lo arrestaron, lo juzgaron y lo
condenaron siendo que su delito estaba clarísimamente previsto y penado

127
) La utilización de clavos en lugar de las ligaduras tradicionales también encaja bastante
bien con esta necesidad circunstancial de apurar la muerte por falta de tiempo.
Normalmente a los reos se los ataba a la cruz, no se los clavaba sobre ella como ocurrió con
Jesús.
— 98 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

por las normas de Roma. No así Jesús a quien los del Sanhedrín traían ahora
alegando que lo habían condenado, cuando era completamente evidente que
no habían tenido ni siquiera el tiempo reglamentario para juzgarlo.

En segundo lugar, aceptando la demanda había que adelantar las


ejecuciones y quedaban menos de doce horas para el inicio de la Pascua [128].
En ese tiempo ridículo no se podía hacer una crucifixión de acuerdo a lo que
marcaba la ley. Por lo que, ya de entrada, Pilato estaría obligado a cometer
una serie de irregularidades que no lucirían precisamente muy bien en su
foja de servicios.

En tercer lugar, ni siquiera había tiempo para juzgar al acusado como


correspondía según las leyes romanas. Y lo peor de todo es que el más
superficial interrogatorio ya demostraba palmariamente que el hombre era
completamente inocente del delito de sedición. Además, Pilato – con total
seguridad – también tenía sus informantes y es muy poco probable que
ignorara por completo quién era Jesús. Seguramente había visto o
escuchado informes sobre él. Seguramente podía imaginarse que
incomodaba sobremanera a los fariseos y, no menos seguramente, también
sabía muy bien que jamás había tenido un conflicto con las autoridades
romanas. No es para nada imposible que, en su fuero interno, Pilato
pensara: “¡Ojalá todos fuesen como él!”.

En cuarto lugar no le debe haber gustado, pero para nada, que un pandilla
de fariseos y saduceos, a la cabeza de un populacho enardecido y vociferante,
viniesen a imponerle una decisión. Un representante de César no tenía por
qué dejarse imponer una condena a muerte por personas que, al fin y al
cabo, eran sus propios súbditos y subordinados.

En quinto lugar, su propia esposa, Claudia Procula, le hacía llegar el mensaje


de que no se dejara atropellar por los querellantes: “No tengas nada que ver

128
) Considerando que por la mañana previamente había tenido lugar todavía la reunión
final del Sanhedrín, Cristo no podrá haber sido presentado ante Pilato mucho antes de
alrededor de las ocho de la mañana. Como el día, según la costumbre hebrea, terminaba
hacia eso de las seis de la tarde, a Pilato le quedaban apenas unas diez horas más o menos
para juzgar, condenar y ejecutar. Y eso con una clase de ejecución que tardaba normalmente
varios días en matar efectivamente al reo.
— 99 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él.”
[129]. Nunca sabremos si la mujer de Pilato sólo tuvo una pesadilla
premonitoria o, aparte de eso, también sabía algo más y quiso prevenir a su
marido cuando lo vio en aprietos, lo cual en mi opinión es bastante probable.
No es nada raro que las mujeres estén enteradas de muchas cosas bastante
mejor que la mayoría de los hombres.

En sexto lugar, su oferta de soltar a uno de los reos y de dar a elegir entre
Barrabás y Jesús hasta puede ser considerada una contraofensiva de parte
de Pilato. Porque, viéndolo desde la óptica en que lo hemos estado
analizando, eso equivalía a decir: “Tengo solamente tres cruces. Ustedes
deciden. Si crucifico al galileo, lo suelto a Barrabás. Así que elijan: si
crucifico al que ustedes llaman blasfemo entonces les suelto al insurgente
que ya nos ha costado unos cuantos dolores de cabeza.” No fue una mala
jugada. El Sanhedrín, por todas las razones que ya hemos visto, optó por
Jesús; pero desde el punto de vista de Pilato no fue una mala jugada y
presionaba mucho más a favor de Jesús de lo que usualmente se ha
considerado.

En suma, la reticencia y hasta la irritación de Pilato es por demás


comprensible. Y no sólo por su íntima convicción de la inocencia de Jesús.
También hay que considerar que lo estaban sometiendo a un verdadero
chantaje político. La frase final, con la que terminan por quebrar su
resistencia; esa desfachatada amenaza de “Si a éste sueltas, no eres amigo
de César” [130] lo debe haber puesto fuera de sí de rabia.

Porque, con eso, le estaban pegando justo en su punto más vulnerable.


¿Se acuerdan de Sejano? Es el hombre que se quedó con el Poder en Roma,
en el año 26 DC, cuando Tiberio decidió retirarse a su refugio en la isla de
Capri. Pues, al final, su proyecto de sentarse en el trono de César fracasó. En
el año 31 DC Sejano fue depuesto, arrestado y ajusticiado por traicionar a
Tiberio. Es decir: lo defenestraron y ejecutaron apenas unos dos años antes
de los acontecimientos que estamos considerando. Luego de su muerte, en
Roma se desató toda una cacería de brujas para liquidar a los cómplices,

129
) Mateo 27:19
130
) Juan 19:12
— 100 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

colaboradores y asociados del otrora hombre fuerte del Imperio. Antes de su


caída, una queja del Sanhedrín probablemente no hubiera encontrado en
Roma oídos demasiado dispuestos a escuchar. Pero en plena persecución de
los ex-amigos y partidarios de Sejano la situación se presentaba muy
distinta.

No olvidemos que Poncio Pilato había asumido su cargo justo en el 26 DC, es


decir: precisamente en el momento en que también Sejano había llegado a
su posición de máxima influencia. A nadie le hubiera costado mucho
esfuerzo presentar a Pilato como un hombre de Sejano. En el volátil
ambiente de persecuciones y ejecuciones que se había formado luego de la
defenestración del ex-comandante de la Guardia Pretoriana, una sospecha
acerca de la lealtad hacia el César le podía costar a Pilato mucho más que tan
sólo el cargo de prefecto de Judea.

Le podía costar la cabeza.

Y los saduceos, a través de sus extendidas operaciones comerciales, tenían


abundantes y bien aceitadas vías de comunicación con la capital del Imperio,
por lo que una acusación de esa índole no hubiera tardado mucho en llegar a
destino.

No estoy tratando de justificar aquí a Pilato desde el punto de vista moral.


Pero convengamos en que el hombre estaba en una posición política
totalmente insoluble. Si cedía ante los del Sanhedrín, menoscababa su
principio de autoridad y se arriesgaba a perder el control de la situación. Si
no cedía, salvaba a un inocente pero arriesgaba su puesto y probablemente
el cuello.

Palos si bogas. Palos si no bogas.

¿Qué hubieran hecho ustedes?

— 101 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Pilato y Herodes
Hay un pasaje muy curioso en el Evangelio de Lucas.

Despues de relatar como Herodes lo envía a Jesús de regreso ante Pilato,


Lucas comenta: “Y se hicieron amigos Pilato y Herodes aquel día; porque
antes estaban enemistados entre si.” [131]. Sobre este hecho en ninguna parte
he podido encontrar una explicación razonable. Sin embargo, mirando los
acontecimientos desde la óptica que acabamos de delinear, tampoco esto es
demasiado difícil de deducir.

No olvidemos que no estamos hablando aquí de Herodes el Grande sino de


su hijo Herodes Antipas, el mismo que en el año 4 AC, a la muerte de su
padre y por decisión de Augusto, se tuvo que conformar con la tetrarquía de
Galilea y Perea mientras su hermano Herodes Arquelao se quedaba con la
etnarquía y con lo mejor del territorio, Jerusalem incluida. Y cuando, en el 6
DC, Arquelao fue destituido por su incapacidad para mantener las cosas en
órden, Antipas tuvo que seguir conformándose con la tetrarquía de Galilea y
Perea, porque Judea, en lugar de ir a parar a sus manos, terminó siendo
declarada provincia romana.

Según el testimonio de Filón, al principio, Herodes Antipas habló pestes de


Pilato. Lo acusó de ser “venal, violento, rapaz, extorsionador y tirano”. Nada
menos. Pero seamos realistas: tampoco podemos dejar de ver que Pilato
estaba ocupando el lugar que él había querido conquistar desde siempre.
Quizás por ello durante mucho tiempo corrió el rumor de que Herodes
jugaba a dos puntas. Por un lado actuaba como informante al servicio de la
burocracia imperial reportando minuciosamente cualquier anormalidad
observada en Jerusalem y, por el otro lado, fomentaba secretamente
rebeliones e insurrecciones para desacreditar la gestión de los prefectos
romanos en Judea.

Se habían producido, en este contexto, algunos choques entre Herodes y


Pilato. En una oportunidad, el romano había detenido y ordenado ejecutar a
un grupo de galileos que había ido a Jerusalem, supuestamente para ofrecer

131
) Lucas 23:12
— 102 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

sacrificios en el Templo. Herodes, por supuesto, puso el grito en el cielo


cuando se enteró de que sus súbditos habían sido ajusticiados. Pero, de
algún modo, la cosa terminó en un punto muerto porque, por un lado,
muchos otros galileos que habían ido a Jerusalem por el mismo motivo
religioso no tuvieron ningún inconveniente y, por el otro lado, Pilato dejó
traslucir que estaba bastante bien enterado de algunas pequeñas
“irregularidades” habidas en la cuenta de Herodes. Como, por ejemplo, que
el tetrarca estaba acumulando una apreciable cantidad de armas y
pertrechos en lugares ocultos de Galilea.

En otro orden de cosas, recordemos también que fue Herodes Antipas el que
había mandado a prisión a Juan el Bautista. Después de eso, su mujer
Herodías y su hijastra Salomé prácticamente le tendieron una trampa a raíz
de la cual terminó teniendo que ordenar su decapitación. [132] El hecho es
bastante confuso porque, por un lado sabemos que Herodes arrestó a Juan
pero, por el otro, también sabemos que, aún a pesar de las amonestaciones
de las cuales Juan lo hacía objeto por su matrimonio con Herodías, el
tetrarca gozaba de la compañía del profeta y lo llamaba con frecuencia para
conversar con él. Suena mucho a un arresto por encargo o por compromiso.
Y su decapitación es algo que realmente hizo muy a disgusto. Fue un
tremendo error que tuvo que pagar por dejarse seducir por su hijastra cuya
madre lo urdió todo precisamente para lograr esa muerte.

Es posible que Herodías haya actuado sola y tramado la decapitación por


despecho, para vengarse de las críticas de Juan el Bautista. Pero es al menos
igualmente posible que no haya actuado totalmente por su cuenta. No es
para nada disparatado suponer que Juan era por lo menos tan incómodo
para los fariseos como más tarde lo fue Jesús y que ambos murieron, si bien
no por la misma causa próxima, al menos por la misma causa mediata.
En estas condiciones Herodes Antipas estaba en inmejorables condiciones
para entender la posición de Pilato. Si la deducción es correcta, tendríamos
que a Herodes los fariseos le impusieron el arresto de Juan el Bautista y
probablemente respaldaron a Salomé y a su madre para lograr su
decapitación. Por motivos bastante parecidos, a Pilatos lo chantajearon para
que ejecutara a Jesús.

132
) Marcos 6:17-27
— 103 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Los fariseos le habían torcido el brazo a ambos. Si esto fue así, no me


resultaría raro en absoluto que se hiciesen amigos.

Pocas cosas unen más que el tener rencores compartidos.

La fatalidad y el destino
Fatalidad es lo que nos sucede; Destino es lo que hacemos suceder. La
Fatalidad es algo que nos pasa porque, por algún motivo o por alguna razón,
se han dado en el Universo las condiciones para que eso sucediera. Al
Destino lo hacemos suceder, sea de modo consciente o – como sucede con la
enorme mayoría de las personas – de modo inconsciente, porque hay algo
dentro de nosotros mismos que nos empuja para hacerlo ocurrir.

La Fatalidad es la bala perdida que se cruza en nuestro camino, es el Vesubio


que nos entierra, el cáncer que nos mata. Es la carta que nunca llegó, el
número telefónico que nos dieron equivocado, el accidente que se llevó a un
ser querido. La Fatalidad es la pared que se derrumba, la inundación que
nos ahoga, el idiota que venía dormido y nos choca, o la eterna, proverbial,
teja que siempre nos puede caer en la cabeza. Pero también es el pueblo en
el que nos tocó nacer, el idioma que nos enseñaron desde la cuna, los padres
que hemos tenido, la cultura que nos fue dada y la religión en la que nos
bautizaron a los pocos meses de nacer. La Fatalidad es todo aquello que no
elegimos y tampoco podemos evitar. Por lo general es lo que no hubiéramos
elegido y hasta hubiéramos evitado de haberlo podido evitar. Pero muchas
veces, también, es lo que ni siquiera hubiéramos podido elegir, ni tampoco
hubiéramos podido evitar, porque es todo aquello que, para bien o para mal,
nos es dado.

En cambio el Destino es otra cosa muy diferente. Es lo que hacemos porque


algo dentro de nosotros nos empuja a hacerlo. Es la acción que refleja la
clase y calidad de nuestra alma. La clase y calidad de personas que somos. Es
el edificio que construimos porque tenemos alma de arquitectos, es el
combate que aceptamos y libramos porque tenemos alma de guerreros, es el
saber que buscamos porque tenemos sed de conocimientos, son los amigos

— 104 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

que elegimos porque los hemos preferido a los demás, es la profesión a la


que nos dedicamos, ya sea porque con ella nos sentimos realizados o bien
porque a través de ella creemos poder conquistar un objetivo deseado. El
Destino no es más que la consecuencia de elegir y asimilar lo externo que
está en resonancia con nuestro interior para luego poder expresar y entregar
lo que está dentro de nosotros mismos. El Destino es la manifestación de
una vocación y la vocación, como lo saben todos los buenos sacerdotes, es
una iniciativa divina. Es nuestro en la medida en que nos pertenece y
depende de nuestra acción, pero se manifiesta porque Dios quiere y cuando
Dios quiere.

A la Fatalidad no tenemos más remedio que aceptarla. Al Destino no


tenemos más remedio que construirlo. Y muchas veces ambos interactúan
de una forma misteriosa. A veces la Fatalidad es el gatillo que dispara
nuestro Destino. Otras veces un Destino bien realizado es una victoria sobre
la Fatalidad. Por lo general, un Destino fracasado es solamente culpa
nuestra y le echamos esa culpa a una Fatalidad inexistente. A veces la
Fatalidad es una prueba que Dios nos hace superar para fortalecer en
nosotros la determinación de realizar nuestro Destino y, a veces, también, es
la lotería que nos permite ganar para ayudarnos un poco en un Destino
demasiado difícil. Aunque, otras veces, el billete de lotería premiado puede
asimismo ser una prueba porque en muchas circunstancias el éxito es
incomparablemente más difícil de asimilar que el fracaso.

Una de las cosas más extraordinarias en la historia de Jesús es que es una


historia sin fatalidades. Desde el principio hasta el final es la historia de un
Destino. Vayan y busquen en esa historia una sola Fatalidad. No la
encontrarán. No la hallarán ni en los evangelios canónicos ni en los
apócrifos. Jesús recorre toda Galilea, pasa por Samaria, camina por Judea y
jamás tiene un accidente. Jamás es asaltado por bandoleros. Jamás es
herido. Vive prácticamente al aire libre, duerme sobre el suelo en las más
diversas condiciones climáticas, va vestido con la ropa más simple y sencilla
que ustedes puedan imaginar, y nunca está enfermo. En ninguna parte
podrán ustedes hallar que tuvo que guardar cama porque tenía fiebre o se
sentía mal. Jamás tiene siquiera un resfrío. No posee absolutamente nada,
de hecho ni siquiera tiene donde apoyar la cabeza [133] y aún así, en medio de

133
) Lucas 9:58
— 105 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

gentes por demás humildes, nunca corre peligro de morir de hambre, nunca
padece los síntomas de una desnutrición; ni siquiera las consecuencias
normales de una alimentación precaria y desordenada. La Fatalidad está
ausente de esta historia. No lo estará en la historia de los apóstoles. Pero sí
lo está en la historia de Jesús de Nazareth.

Y quienes quieran ver esa Fatalidad en la cruz que fue su patíbulo, se


equivocan. De haberlo querido la hubiera podido evitar. Le hubiera bastado
con no ir a Jerusalem aquella Pascua. Incluso el sólo salir a tiempo del
Monte de los Olivos y tomar el camino de Galilea hubiera alcanzado para
que Judas llevase su traición a un campamento vacío. Pero, de haberlo
hecho, el inocente – aún siendo inocente – hubiera parecido culpable; y la
blasfemia – aún sin ser blasfemia – hubiera parecido blasfemia. El inocente
que huye deja de ser inocente a los ojos de sus semejantes. Y la verdad que
no da testimonio de si misma se convierte en mentira para quienes la
escucharon.

Porque una verdad es Verdad cuando vale la pena morir por ella. Y una
persona dispuesta a morir por esa Verdad necesariamente tiene que ser
inocente.

Ante el aparato jurídico de su época, el único delito cometido por Jesús de


Nazareth fue el de haber sido inocente y resultó crucificado justamente por
ser inocente.

Parece un contrasentido, ya lo sé. Pero ¿saben una cosa? En este mundo


siempre ha sido muy peligroso ser inocente en medio de un montón de
culpables y hasta para nosotros resulta poco menos que un suicidio decir la
verdad en medio de una manga de mentirosos.

En todo caso, estoy completamente convencido de que nunca hubo una


sentencia formal más allá de la decisión de los complotados y del griterío y la
vociferación de la muchedumbre. El del Sanhedrín fue un juicio ilegal, con
una sentencia ilegal y una condena ilegal decidida de antemano. Fue una
sentencia que simplemente no se podía ejecutar porque estaba
insanablemente viciada desde su mismo origen. Para matar a Jesús
— 106 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

forzosamente, pues, había que recurrir a las autoridades romanas. De allí la


inconsistencia de las acusaciones. De allí también la insistencia irracional, la
utilización de una masa soliviantada como herramienta de presión y, al final,
el chantaje político para forzar la situación. Y aún así, ni Pilato, ni Herodes
lo condenaron. Herodes lo mandó de vuelta. De Pilato, en rigor de verdad, lo
máximo que se puede decir es que lo condenó por omisión. Lo mandó azotar
y después se limitó a entregarlo después de lavarse las manos porque no se
atrevió a soltarlo; pero en ningún momento lo pronunció culpable.

Quizás los cristianos ortodoxos exageraron la nota cuando incorporaron a


Procula y a Pilato en su santoral [134]. Yo no hubiera llegado a tanto. Pero
reconozco que me siento más cerca de ese criterio que de aquél otro,
enarbolado por los hipermoralistas de siempre, que echan sapos y culebras
contra el romano por no haber procedido estrictamente de acuerdo con su
conciencia.

No hay ética que consiga justificar la falta moral de permitir la muerte de un


inocente. Pero, algún día tendremos que admitir que la política no tiene gran
cosa que ver con la moral. Por lo general, desgraciadamente ni siquiera tiene
mucho que ver con la decencia.

De cualquier manera, hay algo que deberíamos subrayar. Con Jesús no


murió solamente un inocente. Murió alguien que, al final, ni siquiera fue
condenado. Algunos decidieron su muerte. Pero nadie logró condenarlo.
Como dije antes: en realidad, no lo ejecutaron. Lo lincharon.

¿Tenía que suceder así? ¿No podía haber sucedido de otra manera?

Esa es justamente la pregunta que sólo se puede responder teniendo en claro


la enorme diferencia que hay entre la Fatalidad y el Destino. Porque mucho
más allá de la responsabilidad individual y personal de los demás
participantes, cualquiera de las múltiples respuestas que podrían ser dadas a
estas preguntas revelaría que el Destino de Jesús se cumplió en la cruz. Más

134
) En el santoral greco-ortodoxo, el 25 de Junio es San Poncio Pilatos y el 25 de Octubre
está dedicado a Santa Claudia Procula.
— 107 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

allá, incluso, de la voluntad de los hombres intervinientes. Más allá de sus


intenciones, más allá de las bajezas, las mezquindades, las buenas
intenciones y las convicciones de algunos que intervinieron en su caso. Más
allá de la traición de Judas, más allá de Anás y de Caifás; más allá de José de
Arimatea y de Poncio Pilato; el Destino de Jesús el Cristo conducía a aquella
cruz.

Y no podía morir siendo siquiera formalmente culpable porque no podía ser


culpable en absoluto.

Para Pilato, Jesús fue una Fatalidad. Una Fatalidad que quiso evitar y no
supo o no pudo hacerlo. Para Cristo, sin embargo, Pilato fue el instrumento
de un Destino. Un Destino que en el Monte de los Olivos pidió que le fuera
dispensado pero que, una vez admitido como la voluntad de su Padre, aceptó
y no quiso evitar.

— 108 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

La Crucifixión

Desde cierto punto de vista, podríamos decir que la historia de Jesús de


Nazareth termina aquí. Lo que sigue, poco a poco va perteneciendo a otra
dimensión y a partir de cierto momento ya no podríamos seguir con nuestro
relato del modo en que hemos venido haciéndolo porque, a partir de ese
momento, el Hijo de Dios hecho Hombre morirá en la cruz para continuar
siendo el Hijo de Dios que se hizo Hombre. Y eso nos obligaría a
reconsiderar todo el relato de nuevo, desde una óptica totalmente diferente,
con la debida consideración por el aspecto teológico el cual decididamente
no es el ámbito de esta historia.

Por otra parte, la pura verdad también es que me resisto a describir en


detalle todo ese enorme sufrimiento y padecimiento que fue la tortura del
camino hacia la cruz y la muerte en ella.

Lo azotaron casi hasta matarlo. Lo obligaron a cargar una cruz de cerca de


70 Kg que al final ni siquiera pudo llevar por lo debilitado que estaba.
Tuvieron que forzar a Simón de Cirene, un simple espectador, para que
cargara con el madero porque el que iban a ajusticiar estaba ya tan
físicamente destruido que probablemente hubiera muerto antes de llegar al
Gólgota si era compelido a hacerlo por si mismo. Lo escupieron, lo
golpearon, y lo insultaron. Se buralron de él. Le tejieron una corona de
espinas y se la clavaron en la cabeza. Se repartieron sus ropas tirando los
dados para ver a quién le tocaba cual prenda. Los mismos que habían
vociferado “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” lo injuriaron desafiándolo a que
hiciera un milagro para salvarse a sí mismo…

Y su única respuesta a tantas afrentas y agresiones fue: “Padre, perdónalos


porque no saben lo que hacen.” [135]

135
) Lucas 23:34
— 109 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

¿Les puedo confesar algo? Cuando se estrenó la película de “La Pasión” de


Mel Gibson en el año 2004, después de escuchar las críticas y después de
leer varios comentarios sobre ella, decidí no ir a verla. Y mi decisión no tuvo
absolutamente nada que ver con la – en mi opinión bastante necia –
controversia que la obra suscitó. Lo que sucede es que, por desgracia, he
visto tanto dolor y tanto sufrimiento a lo largo de mi vida que no estoy
dispuesto a pagar entrada para que me sea permitido pasarme dos horas y
media viendo sufrir a una persona. No lo necesito. Más allá de que la
película haya sido excelente o mediocre. Simplemente creo que tiene que
haber algo de enfermizo en la idea de pagar para participar de un
espectáculo en donde la atracción central es el privilegio de ver como se
destruye a un ser humano.

Por la misma razón, no quisiera entrar en todos los detalles de las pocas
horas que faltan. Además, todos ustedes seguramente conocen la historia. Y
si no la conociesen, allí está en los Evangelios. Son unas pocas páginas.
Notablemente pocas en realidad.

Lo asesinaron.

Sabiéndolo inocente, lo clavaron en una cruz para matarlo.


Gozaron de la función amontonándose a su alrededor y gritándole
estupideces. Fue el eterno repugnante espectáculos de los enanos danzando
ante el sangriento sacrificio de un gigante. La eterna miserable venganza de
los mediocres que no pueden nunca perdonarle a los seres excepcionales el
ser superiores a la mediocridad.

Fue tan espantosamente horroroso que hasta Él mismo llegó a dudar por un
instante: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” [136]

Pero Dios no lo soltó de la palma de su mano. Todavía le dio fuerzas para


consolar al ladrón arrepentido.

136
) Marcos 15:34; Mateo 27:46
— 110 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Y después, cuando hasta el sol se puso de luto ante lo insoportable de la


escena, con la última fuerza de sus maltrechos pulmones gritó: “Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu.” [137].

Inclinó la cabeza y, en ese momento, Dios se lo llevó para recibirlo con un


abrazo muy especial.

El abrazo con el que sólo recibe a los Inmortales.

137
) Lucas 23:46
— 111 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Epílogo

En la iglesia, la penumbra apenas si había cambiado un poco.

El hombre volvió a mirar hacia el altar pero esta vez, el Nazareno, de alguna
forma misteriosa ya no aparentaba estar tan dolorido.

A pesar de sus llagas, a pesar de sus heridas, a pesar de la sangre que se


derramaba por su cuerpo, a pesar de esa posición virtualmente imposible en
la que lo habían clavado, hasta pareció en un momento que una fugaz y muy
tenue sonrisa había viajado de ese rostro coronado de espinas hacia el
hombre que seguía frente al altar.

“...no saben lo que hacen...”

Esta vez el que sonrió fue el hombre, pero su sonrisa fue amarga. ¿Qué no
saben lo que hacen? ¡Por Dios! ¡Lo saben perfectamente!

Allá afuera todo el país, toda España está en llamas. Se están matando a
mansalva. Los que no creen masacran a los que creen y los que creen se
dedican a liquidar a los que no creen. Y, por supuesto, todos se acusan
mutuamente de haber tirado la primera piedra. Y por supuesto, todos le
echan toda la culpa al otro. Y, por supuesto, todos afirman que la atrocidad
cometida no es más que una justa represalia por la atrocidad sufrida.

Y en el medio están todos aquellos a los que les importa un bledo que
España entera haya terminado crucificada a balazos, a cañonazos y a
bombazos porque esos ríos de sangre supuestamente son para demostrar lo
supuestamente excelso de una supuesta idea; o supuestamente para salvar lo
que se supone que aún queda de sagrado en una carnicería en donde lo
único que realmente hay en juego es el hambre de Poder de todos los
participantes principales.

— 112 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

“... perdónalos, no saben...”

¿Qué no lo saben? ¡Es imposible que no lo sepan! Lanzan discursos


anunciando lo que harán. Después se vanaglorian de haberlo hecho. Incluso
lo hacen en forma reiterada. Lo hacen todos los días. Hasta se les ha vuelto
un hábito.

Además…

Además, todos lo venimos haciendo desde hace miles de años…

“... perdónalos...”

Afuera, de pronto se escuchó la voz de mando de una mujer y el silencio de


la iglesia estalló en mil pedazos por el tronar de ocho disparos gatillados
simultáneamente.

El hombre escondió la cara entre las manos.

Era el 28 de Julio del año 1936.

Afuera, en el Cerro de los Ángeles, en el casi exacto centro geográfico de


España y a apenas unos kilómetros de Madrid, un pelotón de milicianos del
Frente Popular Republicano había consumado un fusilamiento tan sórdido
como imbécil.

Fusilaron a Cristo.

— 113 —
Denes Martos Los Deicidas (II Parte)

Levantaron sus fusiles, apuntaron y fusilaron el monumento al Sagrado


Corazón de Jesús que había sido erigido allí en 1919. [138]

Luego, el 7 de Agosto, lo dinamitaron.

Sin embargo, Dios no detuvo el reloj del Universo. No se vengó de quienes lo


habían fusilado.

Al día siguiente, simplemente permitió que volviese a salir el sol.


Cuando los deicidas vieron ese sol, quizás comprendieron que habían
fracasado después de todo.

Porque los deicidas siempre fracasan. Están condenados a fracasar.

*******************

138
) El monumento original fue construido por suscripción pública, salvo la figura de Jesús
que fue donada por Juan Mariano Goyeneche. Se inauguró el 30 de Mayo de 1919 por el Rey
Alfonso XIII. El monumento que hoy se puede ver en el mismo lugar fue reconstruido por el
Estado español después de la Guerra Civil.
— 114 —

You might also like