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CONJURO PARA UNA CASA DOMINADA POR LOS ESPÍRITUS MALIGNOS

Oh Señor Dios de nuestra salvación, Hijo del Dios vivo, Quien Te sientas sobre
los Querubines y superas toda jefatura, autoridad, poder y señorío. Oh
magno y temible para los que Te rodean; Quien has extendido el firmamento
como bodegas has hecho la tierra con tu fuerza y has enderezado el universo
con tu sabiduría; Quien haces estremecer la tierra que está debajo del
firmamento desde sus cimientos sin que sus pilares se remuevan; Quien al
dar órdenes al sol no saldrá y ocultará su luz a los astros; Quien increpas el
mar y lo haces desecar y cuya ira derrite las jefaturas y las autoridades. Oh
Quien has desmenuzado las rocas, las puertas cúpricas, has deteriorado las
tracas férreas, agarrotando al fuerte y destrozando sus recipientes. Oh Quien
has vencido al tirano con Tu Cruz, has atraído la hidra con el aliciente de Tu
Encarnación y la has encadenado con las tinieblas de la gehena. Tú pues,
Señor, apoyo de los que han puesto en Ti su esperanza y muralla fuerte de
los que se fían en Ti; ahuyenta y expulsa de esta casa toda acción diabólica,
arremetida demoníaca y artificio de toda fuerza contraria, alejándolos todos
de esta casa y de sus moradores, quienes, revestidos de la señal de tu terrible
Cruz vencedora de los demonios, invocan Tu santo Nombre. Sí, Señor, Quien
has expulsado legiones de demonios, has intimado órdenes al espíritu
inmundo y sordomudo, para que saliera del hombre en el cual habitaba, y no
volviera a él. Oh Quien has extirpado a todos los cortejos de los invisibles
enemigos y has dicho a los que creen en Ti y que Te conocen: “Heme
dándoles el poder de hollar víboras y alacranes y toda fuerza del enemigo”.
Resguarda, Señor, a todos los moradores de esta casa, de todo perjuicio y
desgracia; sálvalos del temor nocturno, de las saetas que vuelan por el día, de
las cosas que cruzan en la oscuridad y de todo atropello diabólico a mediodía.
Para que tus siervos, hombres, mujeres, infantes y niños, habiendo obtenido
Tú ayuda y habiendo sido resguardados por las huestes angelicales, canten
todos a una sola voz y clamen con fe diciendo: El Señor es ayuda mía, y no
temeré ¿qué me hará el hombre? Y también: El mal no temeré, porque Tú
estás conmigo. Tú eres, Oh Dios, Oh potente sostén mío, un Gobernante
poderoso, el Adalid de la Paz y el Padre del siglo venidero. Tu reino es eterno,
a Ti sólo pertenecen el reino, la fuerza y la gloria, juntamente con Tu Padre
que no tiene principio y Tu Espíritu, bueno y vivificador; ahora y siempre, y
por los siglos de los siglos. Amén.

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