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Reporte de lectura del: Decreto sobre las Iglesias Orientales

Por: José Guadalupe Contreras Torres | 3° de filosofía


21 de abril 2023.

Este es el sexto de los nueve decretos, resultantes en el Concilio Vaticano


II, y fue promulgado en Roma, el 21 de noviembre de 1964 por Pablo VI. Este
decreto consta de 30 numerales, agrupados varios subtemas, en general la
promulgación de este decreto persigue un único fin; que las relaciones entre la
Iglesia católica y las Iglesias Orientales separadas lleguen a la plenitud de la
comunión.

Comienza diciendo que la Iglesia católica aprecia las instituciones, ritos y


tradiciones de las Iglesias Orientales, pues son heredadas de la Tradición
apostólica, siendo parte del patrimonio indiviso de la Iglesia universal.

El cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, es formada por fieles que se


reúnen orgánicamente en el Espíritu Santo en la confesión de la misma fe, los
sacramentos y el mismo gobierno, que tanto en Oriente como en Occidente es el
romano pontífice, aun a pesar de las diferencias de ritos, liturgias o disciplinas
eclesiásticas. Dentro de esta unidad, se ha de luchar por preservar la fe e
incrementar las iglesias particulares con su jerarquía propia, así como parroquias
donde lo requiera el bien espiritual de los fieles.

Respecto a la conservación del patrimonio espiritual, las Iglesias de Oriente,


como las de Occidente, gozan del derecho y deber de regirse según sus
respectivas disciplinas peculiares, como lo exijan su venerable antigüedad, pide el
concilio, que sean más congruentes con las costumbres de sus fieles y resulten
más adecuadas para procurar el bien de las almas, también, pueden y deben
conservar siempre sus legítimos ritos litúrgicos y su disciplina, y que no deben
introducir cambios sino por razón de su propio progreso.

Respecto a los patriarcas orientales se le da ese nombre a el Obispo a


quien compete la jurisdicción sobre todos los Obispos, sin exceptuar los
Metropolitanos, sobre el clero y el pueblo del propio territorio o rito, de acuerdo con
las normas del derecho y sin perjuicio del primado del Romano Pontífice, los
Patriarcas de las Iglesias orientales son todos iguales en la dignidad patriarcal,
aunque se guarde entre ellos la precedencia de honor legítimamente establecida.

El concilio confirma y alaba la antigua disciplina sacramental que sigue aún


en vigor en las Iglesias orientales, así como cuanto se refiere a la celebración y
administración de los sacramentos, y si el caso lo requiere, desea que se restaure
esa vieja disciplina. Expone que todos los presbíteros orientales pueden conferir
válidamente el sacramento de la confirmación, junto o separado del bautismo, a
todos los fieles de cualquier rito, incluso de rito latino, con tal que guarden, para su
licitud, las normas del derecho general y particular, también los sacerdotes de rito
latino que tengan la facultad para la administración de este sacramento pueden
administrarlo igualmente a los fieles orientales de cualquier rito que sean,
guardando para su licitud las normas del derecho general y particular.

En lo referente al culto divino, pide que los clérigos y religiosos orientales


reciten, según las normas y tradiciones de su propia disciplina, el Oficio divino, tan
estimado desde los tiempos más antiguos por todas las Iglesias orientales y
también los fieles, siguiendo los ejemplos de sus mayores, tomen parte
devotamente, según sus posibilidades en el Oficio divino.

Respecto al trato con los hermanos de las Iglesias separadas, corresponde


a las Iglesias orientales en comunión con la Santa Sede, la especial misión de
fomentar la unión de todos los cristianos, sobre todo de los orientales, y lo harán
primeramente con su oración, su ejemplaridad, la exacta fidelidad a las antiguas
tradiciones orientales, un mutuo y mejor conocimiento, la colaboración y la fraterna
estima de instituciones y mentalidades.

Bajo ciertos criterios, pueden administrarse los sacramentos de la


penitencia, eucaristía y unción de los enfermos a los orientales que de buena fe
viven separados de la Iglesia católica, con tal que los pidan espontáneamente y
estén bien preparados; más aún, pueden también los católicos pedir los
sacramentos a ministros acatólicos, en las Iglesias que tienen sacramentos
válidos, siempre que lo aconseje la necesidad o un verdadero provecho espiritual
y sea, física o moralmente, imposible acudir a un sacerdote católico.

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