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MOSHE FELDENKRAIS

Autoconciencia
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por el movimiento
Ejercicios fáciles para mejorar
tu postura, visión, imaginación
y desarrollo personal

:^::-i"VrL- j-.v.-í El libro básico del método Feldenkmii


i ' .¡a-/- v
Título original: Awareness through movement.
Health exercises for personal growth
Publicado en inglés por Harper & Row Publishers, Inc., Nueva York

Traducción de Luis Justo

Cubierta de Julio Vivas

© 1972 by Moshe Feldenkrais


© 1985 de todas las ediciones en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, S. A.,
Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona
http://www.paidos.com

ISBN: 84-493-0392-3
Depósito legal: B-31.212/2004

Impreso en Hurope, S.L.,


Lima, 3 - 08030 Barcelona

Impreso en España - Printed in Spain


SUMARIO

P rim e ra , p a r t e
Comprender al hacer

Prefacio................................................................................... 11
La autoim agen....................................................................... 19
Niveles de desarrollo............................................................. 33
Dónde empezar y cóm o.......... . ............................................ 39
Estructura y función............................................................... 49
La dirección del progreso.................. . ................................ 57

S eg u n d a p a rte
Hacer para comprender: doce lecciones prácticas

Observaciones generales....................................................... 65
Algunas sugerencias prácticas........................................ .. 71
Lección 1. ¿Qué es una postura correcta? ........................... 75
Lección 2. ¿Qué acción es buena? ....................................... 93
Lección 3. Algunas propiedades fundamentales del
movimiento.................... .................................... 95
Lección 4. Diferenciación de las partes y las funciones
en la respiración.............................. .................. 107
Lección 5. Coordinación de los músculos flexores y de los
extensores.......................... ................................ 123
Primera parte

COMPRENDER AL HACER
PREFACIO

Actuamos de acuerdo con nuestra autoimagen. Ésta —que a su


vez gobierna cada uno de nuestros actos— es condicionada en gra­
do variable por tres factores: herencia, educación y autoeduca­
ción.
La parte hereditaria es la más inmutable. El patrimonio bioló­
gico del individuo —forma y capacidad de su sistema nervioso, es­
tructura ósea, músculos, tejidos, glándulas, piel, sentidos— es de­
terminado por su herencia física mucho antes de que él posea
identidad establecida alguna. Su autoimagen se desarrolla a partir
de sus acciones y reacciones en el curso normal de la experiencia.
La educación determina el propio lenguaje y crea un patrón de
conceptos y reacciones común a una sociedad dada. Tales concep­
tos y reacciones varían según el ambiente en que nace la persona;
no son característicos de la humanidad como especie, sino sólo de
ciertos grupos de individuos.
De la educación resulta en gran medida la dirección que segui­
rá la autoeducación, que constituye el elemento más activo de
nuestro desarrollo y que, en el plano de lo social, empleamos con
frecuencia mayor que los elementos de origen biológico. La auto­
educación influye sobre la manera en que adquirimos la educación
exterior, así como sobre la selección del material que se-aprende y
el rechazo de lo que no podemos asimilar. Educación y autoedu­
cación son procesos intermitentes. En las primeras semanas de la
vida infantil, la educación radica sobre todo en absorber el am­
biente, y la autoeducación casi no existe: sólo consiste en rechazar
todo aquello que, desde el punto de vista orgánico, resulta extraño
e inaceptable para las características hereditarias del infante, o en
resistirse a ello.
La autoeducación progresa a medida que el organismo infantil
crece y se estabiliza. El niño desarrolla poco a poco características
individuales; empieza a elegir, de acuerdo con su propia naturale­
za, unos u otros objetos y acciones. Ya no acepta todo cuanto-la
educación trata de imponerle. Esta y las propensiones individuales
se asocian para establecer la tendencia que gobernará toda nuestra
conducta y nuestras acciones habituales.
De los tres factores activos que intervienen en la formación de
la autoimagen, sólo la autoeducación está, en cierta medida, en
nuestras manos. Recibimos la herencia física sin haberla pedido, la
educación nos es impuesta, y ni siquiera la autoeducación es por
entero voluntaria en los primeros años, sino que es decidida por la
relación de las fuerzas de la personalidad heredada, las caracterís­
ticas individuales, el funcionamiento eficiente del Sistema nervioso
y la intensidad y persistencia de las influencias educacionales. La
herencia hace de cada uno de nosotros un individuo único por su
estructura física, su aspecto y sus acciones. La educación hace de
cada uno de nosotros un miembro de alguna sociedad humana
particular, y procura hacernos tan parecidos como sea posible a
todo otro miembro de esa sociedad. Esta dicta nuestra manera de
vestirnos, por lo que nuestra apariencia es similar a la de otros. Al
damos un lenguaje, la sociedad nos hace expresarnos en la misma
forma que otros. Instila en nosotros una pauta de conducta y valo­
res, y trata de que también nuestra autoeducación influya de ma­
nera tal que deseemos parecemos a todos los demás.
Como consecuencia, incluso la autoeducación, es decir, la fuer­
za activa que pugna por abrir paso a lo individual y llevar al cam­
po de la acción lá diferencia hereditaria, tiende en gran medida a
poner nuestra conducta en concordancia con la de los otros. El de­
fecto esencial de la educación, tal como la conocemos hoy, reside
en que se basa sobre prácticas antiguas y a menudo primitivas que
no perseguían en forma consciente ni clara su propósito igualita­
rio. Ese defecto tiene su ventaja, puesto que al carecer la educa­
ción de todo propósito definido, salvo el de moldear individuos de
modo que no sean inadaptados sociales, no siempre logra anular
por completo a la autoeducación. Sin embargo, incluso en los paí­
ses avanzados, donde los métodos educacionales se perfeccionan
constantemente, hay similitud cada vez mayor de opiniones, apa­
riencia y ambiciones. El desarrollo de los medios masivos de co­
municación y las aspiraciones a la igualdad política también con­
tribuyen en forma sustancial a la actual confusión de identidades.
Los conocimientos y técnicas modernos en los campos de la
educación y la psicología ya han permitido al profesor B. F. Skin-
ner, psicólogo de Harvard, presentar métodos para producir indi­
viduos «satisfechos, capaces, educados, felices y creativos». Ese es
también, en efecto, el objetivo de la educación aunque no se lo
enuncie en forma tan explícita. Por cierto, Skinner no se equivoca
acerca de la eficacia de esos métodos, y existen pocas dudas de que
en su momento seremos capaces de crear unidades de forma hu­
mana, educadas, organizadas, satisfechas y felices: y si aplicáramos
todos los conocimientos que poseemos en el campo de la herencia
biológica, incluso lograríamos producir varios tipos distintos de
dichas unidades, con el fin de satisfacer todas las necesidades de la
sociedad.
Esta utopía, que tiene posibilidades de realizarse en nuestro
tiempo, es el resultado lógico de la situación actual. Para mate­
rializarla sólo necesitamos provocar uniformidad biológica y em­
plear medidas educacionales apropiadas para impedir la autoedu­
cación.
Muchas personas consideran que la comunidad importa más
que los individuos de que se compone. En todos los países avan­
zados se advierte una tendencia hacia el mejoramiento de la co­
munidad; las diferencias residen sólo en los métodos que se eligen
para alcanzar esa meta. Parece haber acuerdo general en que lo
más importante es mejorar los procesos sociales de empleo, pro­
ducción y provisión de iguales oportunidades para todos. Toda so­
ciedad procura inculcar en los más jóvenes, mediante la educación,
aquellas cualidades que les permitirán formar una comunidad tan
uniforme como les resulte posible, capaz de funcionar sin mayores
tropiezos.
Puede que tales tendencias sociales concuerden con la ten­
dencia evolutiva de la especie humana; de ser así, todos debería­
mos, por cierto, dirigir nuestros esfuerzos hacia el cumplimien­
to de ese fin.
Empero, si por un momento hacemos- a un lado el concepto de
sociedad y nos volvemos al hombre mismo, comprobamos que
aquélla no es la mera suma total de las personas que la constituyen
y que, desde el punto de vista del individuo, tiene un significado
distinto. Para éste, la sociedad importa, ante todo, como campo en
el que debe avanzar para ser aceptado como miembro valioso; va­
lor que, a sus propios ojos, es influido por su posición en la socie­
dad. Pero ésta también le importa en cuanto campo donde ejerci­
tar sus cualidades individuales, desarrollar y expresar aquellas
particulares inclinaciones propias que forman parte orgánica de su
personalidad. Las características orgánicas provienen de la heren­
cia biológica y es esencial manifestarlas para que el organismo fun­
cione en toda su plenitud. A medida que la tendencia a la unifor­
midad, dentro de nuestra sociedad, crea innumerables conflictos
con los rasgos individuales, la adaptación a la sociedad puede re­
solverse por supresión de las necesidades orgánicas individuales, o
bien por identificación del individuo con las necesidades de la so­
ciedad (en forma tal que a él no le parezca impuesta), lo que pue­
de llegar hasta el punto de que. el individuo se sienta rebajado
cuando no acierte a comportarse con arreglo a los valores sociales.
La educación provista por la sociedad obra en dos direcciones
a la vez. Elimina toda tendencia disidente mediante penas consis­
tentes en el retiro de su apoyo y, al mismo tiempo, inculca al indi­
viduo valores que lo obligan a superar y desechar los deseos es­
pontáneos. Por efecto de tales condiciones, la mayoría de los
adultos viven hoy tras una máscara, la máscara de la personalidad
que el individuo procura presentar a otros y a sí mismo. Toda as­
piración o deseo espontáneo es objeto de una,rigurosa crítica in­
terna, no sea que revele la índole orgánica del individuo. Esas as­
piraciones y deseos despiertan inquietud y remordimiento, y el
individuo procura combatir el impulso de realizarlos. El único
premio que torna soportable la vida a pesar de tales sacrificios es
la satisfacción derivada del reconocimiento, por la Sociedad, del
individuo que alcanza el éxito tal como lo entiende ella. Tan inten­
sa es la necesidad de recibir apoyo constante de los propios con­
géneres, que la mayor parte de las personas parecen consagrar la
principal parte de sus vidas a consolidar sus máscaras. Sólo la re­
petición del éxito puede estimular al individuo a persistir en la
mascarada.
El éxito tiene que ser visible y supone un ascenso constante por
la escala socioeconómica. Si el individuo no logra ascender, no
sólo se tornarán difíciles sus condiciones de vida; además, él dis­
minuirá de valor ante sus propios ojos hasta el punto de poner en
peligro su salud mental y física. Apenas si se permitirá tomarse
unas vacaciones, aunque disponga de los medios materiales para ello.
Las acciones y el impulso que las origina —necesarios para mante­
ner una máscara exenta de fallas y grietas, so pena de revelarse tal
como él es— no se derivan de necesidad orgánica alguna. Como
consecuencia, la satisfacción que obtiene de esas acciones, por más
éxito que tengan, no es orgánica, no lo revitaliza; es una mera gra­
tificación superficial, externa.
Muy lentamente, con los años, ese hombre llega a convencerse
de que el reconocimiento de su éxito por la sociedad tiene, que
darle contentamiento orgánico; más aún, se convence de que se lo
da. Con no poca frecuencia, tanto se adapta el individuo a su más­
cara, tan completa es su identificación.có.n ella, que ya no siente
impulso orgánico alguno, ni satisfacciones de esa especie. Tal vez a
raíz de ello descubra que en sus relaciones familiares y sexuales
hay fallas y trastornos, y que quizá siempre los hubo, pero siempre
se los pasó por alto en atención al éxito del individuo en la socie­
dad. Pues la verdad es que, en comparación con la brillante exis­
tencia de la máscara y con su valor social, la vida orgánica privada
y la atención de necesidades urgentes de poderosos impulsos or­
gánicos no tienen casi importancia. La gran mayoría de las perso­
nas viven, detrás de sus máscaras, vidas lo bastante activas y satis­
factorias como para que puedan sofocar, sin gran dolor, cualquier
vacío que sientan al detenerse y escuchar qué les dice el corazón.
En las ocupaciones que la sociedad considera importantes, na­
die triunfa hasta tal punto que le permíta vivir una vida de másca­
ra satisfecha. Muchos de aquellos que, en su juventud, no acerta­
ron a labrarse una profesión u oficio que les brindara prestigio
suficiente para.mantener sus máscaras en vida, afirman que son
perezosos y no tienen el carácter ni la perseverancia necesarios
para aprender algo. Intentan tina cosa tras otra, van de empleo en
empleo, v sin-embargo se consideran, invariablemente, aptos para
cualquier cosa que se les presente-. Tal confianza en:sus pioj5Ías'ap­
titudes les infunde satisfacción orgánica suficiente, para justificar
cada tentativa nueva. Pueden no tener menos dotes naturales que
otros —tal vez tengan más—, pero han adquirido hasta tal puala
el hábito de descuidar sus necesidades orgánicas, que ya no logran
sentir interés genuino por actividad alguna. Acaso tropiecen con
algo en lo que se asienten más que de costumbre e incluso alcan­
cen cierta eficiencia. Pero, aun en ese caso, será la suerte de haber
encontrado ese empleo y, gracias a él, una posición social, lo que
les permitirá fundar un juicio sobre su propio valor. Al mismo
tiempo, el débil respeto que sienten por sí mismos los lleva a bus­
car éxito en otras esferas, una de las cuales bien puede ser la pro­
miscuidad sexual. Ésta, paralela al constante cambio de empleo, es
activada por el mismo mecanismo, es decir, la creencia en alguna
dote propia y especial. Eleva su valor ante sus propios ojos, y tam­
bién proporciona por lo menos una satisfacción orgánica parcial;
bastante, en todo caso, para que valga la pena intentarlo de nuevo.
La autoeducación —que, según vemos, no es del todo autóno­
ma— provoca aun otros conflictos estructurales y funcionales.
Muchas personas padecen de algún trastorno en la digestión, la
eliminación, la respiración o la estructura ósea. El alivio periódico
de una de esas disfunciones trae consigo otros mejoramientos y,
por un tiempo, un aumento de la vitalidad general. Este.período
será seguido, poco menos que en cada caso, por un período de sa­
lud y ánimo empobrecidos.
Resulta obvio que de los tres factores que determinan en gene­
ral la conducta del hombre, tan sólo la autoeducación está sujeta
en medida apreciable a la voluntad. La cuestión radica entonces en
cuál es realmente esa medida y, más en particular, en qué forma
puede uno ayudarse a sí mismo. Muchos optarán por consultar a
un especialista, y en los casos graves es la mejor solución. Empero,
muchos no lo consideran necesario, o no desean en modo alguno
hacerlo: en todo caso, dudan que el especialista pueda serles útil.
En definitiva, el único camino abierto a cada uno es ayudarse a sí
mismo.
Camino duro y complejo, está sin embargo entre las posibili­
dades prácticas de toda persona que sienta necesidad de cambiar y
mejorar, mientras tenga presente que debe comprender con clari­
dad algunos puntos para que ese proceso —la adquisición de un
nuevo conjunto de respuestas— no le resulte demasiado difícil.
Es preciso entender bien desde el principio que el proceso de
aprendizaje es irregular, consiste en pasos y no carece de altibajos.
Esto rige incluso para algo tan simple como aprender de memoria
un poema. Un día un hombre puede aprenderlo, y al día siguiente
no recordar nada. Pocos días después, sin haber vuelto a estudiar­
lo, tal vez compruebe de pronto que lo sabe perfectamente. Inclu­
so si deja de pensar en ese poema durante meses, un breve repaso
se lo restituirá por completo. No debe desanimamos, en conse­
cuencia, comprobar que en algún momento hemos retrocedido al
punto inicial; a medida que el aprendizaje continúa, esas regresio­
nes se tomarán más raras, y más fácil, en cambio, retornar al nue­
vo estado.
También es preciso comprender que a medida que se operan
cambios en la propia persona se descubren dificultades nuevas,
hasta entonces inadvertidas. La conciencia las rechazaba antes,
fuese por miedo o por dolor; sólo a medida que la confianza en sí
mismo se fortalece se torna posible reconocerlas.
Muchas personas efectúan tentativas esporádicas por mejorar
y corregirse, aunque a menudo no tengan clara conciencia de ello.
La persona media se contenta con sus actividades y piensa que no
necesita nada, salvo un poco de gimnasia para corregir unas pocas
deficiencias que ha notado. Todo lo dicho en esta introducción se
dirige, en rigor, a ese hombre medio a cuyo juicio nada de esto le
concierne.
A medida que cada uno trata de mejorarse, puede encontrar en
sí mismo varias etapas de desarrollo. Y a medida que progresa, los
recursos necesarios para corregirse más aún se toman cada vez
más sutiles. En el presente libro, he trazado con detalle considera­
ble los primeros pasos por ese camino, con el fin de que el lector
llegue más lejos aún por su propio impulso.
D in á m ic a d e l a a c c ió n p e r s o n a l

Cada uno de nosotros habla, se mueve, piensa y siente en for­


ma distinta, de acuerdo, en cada caso, con la imagen de sí mismo
que ha construido con los años. Para modificar nuestra manera de
actuar debemos modificar la imagen de nosotros mismos qúe lle­
vamos dentro. Esto implica, desde luego, cambiar la dinámica de
nuestras reacciones, no el mero reemplazo de una acción por otra.
Tal proceso supone no sólo cambiar nuestra autoimagen, sino tam­
bién la índole de nuestras motivaciones, y movilizar además todas
las partes del cuerpo interesadas en ello.
Esos cambios determinan las notables diferencias en la forma
en que cada individuo ejecuta acciones similares, por ejemplo, es­
cribir a mano y pronunciar.

LOS CUATRO COMPONENTES DE LA ACCIÓN

Nuestra autoimagen consiste en. los cuatro componentes que


intervienen en toda acción: movimiento, sensación, sentimiento y
pensamiento. El aporte de cada uno de ellos a una acción particu­
lar varía, tal como difieren las personas que la ejecutan, pero en
cualquier acción estará presente, en alguna medida, cada uno de
los componentes.
Para pensar, por ejemplo, una persona debe estar despierta, y
saber que está despierta y no soñando; o sea, debe sentir y discer­
nir cuál es su posición respecto del campo de gravedad. De ello se
deduce que en el pensar intervienen también el movimiento, la
sensación y el sentimiento.
Sentirse iracundo o feliz, exige a un hombre adoptar cierta
postura, en alguna suerte de relación con otra persona y objeto. O
sea, también debe moverse, tener sensaciones y pensar.
Para tener una sensación —visual, auditiva, táctñ— la persona
debe interesarse o sorprenderse por algún hecho que le concierne,
o tener conciencia de éste. Es decir, debe moverse, experimentar
un sentimiento y pensar.
Para moverse, debe emplear por lo menos uno de sus sentidos,
consciente o inconscientemente, lo que involucra además senti­
miento y pensamiento.
Cuando alguno de esos componentes de la acción disminuye
casi hasta el punto de desaparecer, la vida misma puede correr pe­
ligro. Es difícil sobrevivir, aun por períodos breves, sin efectuar
movimiento alguno. Un ser privado de todos sus sentidos carece
de vida. Es el sentimiento lo que nos impulsa a vivir; sentirnos so­
focados nos fuerza a respirar. Sin siquiera un mínimo de pensa­
miento reflejo, ni un escarabajo subsiste mucho tiempo.

LOS CAMBIOS SE TORNAN FIJOS COMO HÁBITOS

En realidad, nuestra imagen nunca es estática. Cambia de una


acción a otra, pero tales cambios poco a poco se transforman en
hábitos; o sea, las acciones asumen un carácter fijo, invariable.
En la edad temprana, cuando la imagen va cobrando forma, su
ritmo de cambio es activo; rápidamente se adquieren formas de ac­
ción nuevas, que tan sólo la víspera superaban la capacidad del
niño. El infante empieza a ver, por ejemplo, pocas semanas des­
pués del nacimiento; un buen día empieza a ponerse de pie, cami­
nar y hablar. Las experiencias del propio niño y su herencia bioló­
gica se combinan lentamente, hasta crear una manera individual
de pararse, caminar, hablar, sentir, atender, así como de ejecutar
todas las restantes acciones que otorgan sustancia a la vida huma­
na. Pero si bien la vida de una persona, vista desde cierta distancia,
parece muy similar a la de cualquier otra, un examen más deteni­
do revela que son por completo distintas. En consecuencia, debe­
mos emplear las palabras y los conceptos de manera tal que se apli­
quen más o menos flexible o igualmente a todas.

CÓMO SE FORMA LA AUTOIMAGEN

Nos limitaremos, pues, a examinar en detalle la faceta motriz


de la autoimagen. Por estar el instinto, el sentimiento y el pensa­
miento conectados con el movimiento, el papel que cumplen en la
creación de la autoimagen se revela por sí solo cuando considera­
mos el papel que corresponde en ella al movimiento.
La estimulación de ciertas células de la corteza motriz del cere­
bro activa un músculo particular. Hoy se sabe que la correspon­
dencia entre las células de la corteza y los músculos que activan no
es absoluta ni exclusiva. Sin embargo, podemos considerar que
existe base experimental suficiente para justificar la suposición de
que ciertas células específicas activan músculos específicos por lo
menos en sus movimientos básicos.y elementales.

A c c ió n in d iv id u a l y .a c c ió n s o o a l

El recién nacido es incapaz de ejecutar prácticamente nada de


lo que hará como adulto en la sociedad, pero es capaz de hacer casi
todo lo que hace el adulto como individuo. Puede respirar, comer,
digerir, defecar, y su cuerpo es capaz de organizar todos los proce­
sos biológicos y fisiológicos, con excepción del acto sexual que, en
el adulto, puede considerarse como un proceso social, pues se
consuma entre dos personas. En el comienzo, la actividad sexual
permanece confinada a la esfera individual. Ahora en general se
acepta que la sexualidad adulta se desarrolla a partir de la autose-
xualidad inicial. Este enfoque permite explicar las insuficiencias
en ese campo como una falla de desarrollo individual hacia la se­
xualidad social plena.

C ontacto c o n el m u n d o externo

El contacto del infante con el mundo exterior se establece


principalmente por medio de los labios y la boca; por medio de
ellos reconoce a su madre. Cuando utiliza las manos para tocar
desmañadamente y ayudar en la tarea de la boca y los labios, co­
noce por el tacto lo que ya conoce con los labios y la boca. A par­
tir de allí progresará gradualmente hacia el descubrimiento de
otras partes de su cuerpo y sus relaciones mutuas, de donde resul­
tarán sus primeras Hociones de distancia y volumen. El descubri­
miento del tiempo empieza por la coordinación de los procesos de
respirar y tragar, conectados ambos con los movimientos de los la­
bios, la boca, el maxilar inferior, las ventanas de la nariz y la zona
circundante.

La a u t o im a g e n e n l a c o r t e z a m o t r iz

Si marcáramos con color, en la superficie de la corteza motriz


del cerebro del infante de un mes, aquellas células que activan los
músculos sujetos a su creciente voluntad, obtendríamos una forma
semejante a la de su cuerpo, pero que sólo representaría las zonas
de acción voluntaria, no la configuración anatómica de las par­
tes del cuerpo. Veríamos, por ejemplo, que los labios y la boca ocu­
pan el sector más extenso de la superficie coloreada. Los músculos
que trabajan contra la fuerza de gravedad —los que abren las arti­
culaciones y otorgan al cuerpo la postura erecta— no responden
aún al control voluntario; los músculos de la mano, a su vez, sólo
ahora empiezan a responder, por momentos, a la voluntad. O b­
tendríamos una imagen funcional en que el cuerpo humano estaría
indicado por cuatro delgados trazos correspondientes a las extre­
midades, unidos entre sí por otro trazo corto y fino, correspon­
diente al tronco, y en que los labios y la boca ocuparían la mayor
parte de la imagen.

Cada f u n c i ó n n u e v a m o d if ic a l a im a g e n

Si coloreásemos las células que activan los músculos sujetos a


control voluntario de un niño que ya ha aprendido a caminar y es­
cribir obtendríamos una imagen funcional no poco distinta. Los
labios y la boca ocuparían de nuevo la mayor parte del espacio, por
haberse agregado a la imagen anterior la función del habla, que in­
volucra la lengua, la boca y los labios. Pero además se notaría otro
gran parche de color, correspondiente al sector de células que ac­
tivan los pulgares. El área cubierta por las células que activan el
pulgar derecho sería notablemente más grande que la cubierta por
las que activan el izquierdo. El pulgar interviene en casi todos los
movimientos de la mano, la escritura en particular. La zona co­
rrespondiente al pulgar sería más amplia que la representativa de
los restantes dedos.

La im a g e n m u s c u la r d e l a c o r t e z a m o tr iz e s ú n ic a
PARA CADA INDIVIDUO

Si volviéramos a trazar esos bocetos cada pocos años, no sólo el


resultado sería cada vez distinto; además, variaría cafacterísticar
mente de un individuo a otro. En un hombre que no hubiese
aprendido a escribir, las manchas de color representativas de los
pulgares seguirían siendo pequeñas, porque las células que po­
drían haber incluido no fueron utilizadas. El área correspondien­
te al dedo medio sería más amplia en una persona que hubiese
aprendido a tocar un instrumento musical que en otra que no lo
hubiera aprendido. Las personas que conocieran varios idiomas,
o los cantantes, presentarían áreas más amplias de células que
activan los músculos que controlan la respiración, la lengua, la
boca, y demás.

Só lo l a im a g e n m u s c u l a r h a s id o c o m p r o b a d a
POR o b se r v a c ió n

En el curso de mucha experimentación, los fisiólogos han esta­


blecido quv,, por lo -menos en lo que concierne a los movimientos
básicos, las células que intervienen en ellos-se conectan en la cor­
teza motriz del cerebro de manera tal que configuran una forma
parecida a la del cuerpo humano, a la que dieron el nombre de ho­
múnculo. El concepto de «autoimagen» tiene, pues, una base váli­
da, por-lo menos en lo que se refiere a los movimientos básicos. No
hay prueba experimental similar en relación con la sensación, el
sentimiento o el pensamiento.
N uestra , a u t o im a g e n es m á s p e q u e ñ a q u e n u e s t r a
CAPACIDAD POTENCIAL

Nuestra autoimagen es por necesidad más pequeña que lo que


podría ser, pues sólo la constituye el grupo de células que hemos
utilizado efectivamente. Por añadidura, tal vez más importantes
que su número material sean los varios patrones y combinaciones de
células. Un hombre que ha llegado a dominar varios idiomas uti­
lizará mayor número de células, así como de combinaciones de
ellas. En las comunidades minoritarias del mundo entero', la mayo­
ría de los niños conocen por lo menos dos idiomas; su autoimagen
está un poco más cerca del máximo potencial que la de las gentes
que sólo conocen su lengua materna.
Lo mismo puede decirse de la mayor parte de las restantes es­
feras de actividad. En general, nuestra autoimagen es más limitada
y pequeña que nuestro potencial. Existen individuos que saben de
30 a 70 idiomas. Ello indica que la autoimagen media sólo ocupa
alrededor del cinco por ciento de su potencial. La observación y el
trato sistemático de varios miles de individuos, originarios de la
mayor parte de las naciones y las civilizaciones, me han convenci­
do de que la fracción que empleamos de todo nuestro potencial
oculto llega aproximadamente a dicha cifra.

A lcanzar o b je t iv o s in m e d ia t o s t ie n e u n a s p e c t o n e g a t iv o

El aspecto negativo de aprender a alcanzar objetivos reside en


que tendemos a poner fin al aprendizaje cuando hemos adquirido
conocimientos suficientes, para lograr nuestra meta inmediata. Por
ejemplo, mejoramos nuestra dicción hasta que podemos hacemos
entender. Pero toda persona que desea hablar con la claridad de
un actor descubre que debe estudiar dicción durante varios años
para aproximarse siquiera a todo lo que podría dar en ese sentido.
Por un intrincado proceso de limitar sus aptitudes, el hombre se
acostumbra a bastarse con el cinco por ciento de su potencial, sin
comprender que su desarrollo se ha atrofiado. Lo complejo de la
situación resulta de la independencia —inherente a ambos térmi­
nos dé la relación— entre el crecimiento y el avance del individuo,
y la cultura y la economía de la sociedad en que vive.
La e d u c a c ió n e st á s u b o r d in a d a , e n g r a n m e d id a , a la s
c ir c u n st a n c ia s

Nadie sabe qué propósito persigue la vida, y la educación que


cada generación trasmite a la siguiente se limita a perpetuar los hábi­
tos mentales de la primera. Desde el comienzo de la humanidad, la
vida ha sido una lucha áspera; la naturaleza no tiene contemplaciones
con las criaturas que carecen de conciencia. Es imposible ignorar las
grandes dificultades sociales creadas por la existencia de los muchos
millones de seres humanos que la tierra alberga desde los últimos si­
glos. En tales condiciones de tirantez, la educación se mejora sólo en
la medida de lo necesario y lo posible para que una generación nue­
va reemplace a la anterior bajo condiciones más o menos similares.

Un d e s a r r o l l o m ín im o d e l in d i v i d u o b a s t a p a r a las
n e c e s id a d e s d e l a s o c ie d a d

La tendencia biológica básica de todo organismo a crecer y


prosperar en la mayor medida posible ha sido considerablemente
gobernada por revoluciones sociales y económicas, que al mejorar
las condiciones de vida de la mayoría permitieron que mayor nú­
mero'de personas alcanzaran cierto mínimo de prosperidad. En
esas condiciones, el desarrollo potencial básico cesó en etapa tem­
prana de la, adolescencia, porque las exigencias sociales permi­
tieron a los miembros de la generación joven ser aceptados, en es­
cala mínima, como individuos útiles. En rigor, más allá de los
primeros años de la adolescencia la capacitación se limita a lá ad­
quisición de conocimientos prácticos y profesionales en algún
campo, y el perfeccionamiento fundamental continúa por azar y
en casos excepcionales. Sólo una persona fuera de lo común per­
siste en mejorar su autoimagen hasta que se aproxima bastante a la
aptitud potencial inherente a cada individuo.

El c ír c u l o v ic io s o d e l d e s a r r o l l o in c o m p l e t o
Y LA SATISFACCIÓN DE REALIZARSE

A la luz de lo dicho, resulta evidente que la mayoría de las per­


sonas sólo alcanzan a utilizar poco más que una fracción diminuta
de su capacidad potencial; la minoría que aventaja a la mayoría no
lo hace porque posea un potencial superior, sino porque aprende
a utilizar una proporción mayor de su potencial, que bien pue­
de no superar el término medio, habida cuenta, desde luego, de
que no hay dos personas que tengan la misma capacidad natural.
¿Cómo se crea un círculo vicioso tal que, a la vez, atrofia las fa­
cultades del hombre y sin embargo le permite sentirse razonable­
mente satisfecho con aquello a lo cual él mismo se ha limitado, o
sea, con una escasa proporción de sus aptitudes? La situación es
curiosa.

Los p r o c e s o s f is io ló g i c o s q u e o b s ta c u liz a n e l d e s a r r o ll o

En los primeros años de su vida, el hombre se parece a cualquier


otro ser vivo: pone en acción todas sus distintas facultades y utili­
za toda función que se encuentre suficientemente desarrollada. Como
todas las células vivas, las de su cuerpo procuran crecer y cumplir
sus funciones específicas. Esto se aplica también a las células del sis­
tema nervioso; cada una vive, como célula, su propia vida, mientras
participa en la función orgánica para la cual existe. Sin embargo,
como parte del organismo total, muchas células permanecen inacti­
vas. Ello puede deberse a dos procesos distintos. En virtud de uno
de ellos, el organismo puede estar ocupado en acciones que exigen
inhibir ciertas células y activar otras. Si el organismo se consagra
más o menos continuamente a esas acciones, cierto número de célu­
las permanecerá en estado casi constante de inhibición.
En el otro caso, puede que algunas funciones potenciales nunca
maduren. Tal vez el organismo no necesite ejercerlas, sea porque
no le resultan valiosas como tales, o porque sus propios impul­
sos lo llevan por un camino distinto. Ambos procesos son comu­
nes. Y la verdad es que las condiciones sociales permiten que
un organismo funcione como útil miembro de la sociedad sin que en
modo alguno desarrolle sus aptitudes hasta el punto máximo.

El h o m b r e s e j u z g a a sí m is m o p o r su v a l o r e n l a s o c ie d a d

En nuestros días, la tendencia general hacia el mejoramiento


social ha conducido directamente a .desatender, si no a-descuidar
por completo, el material humano de que se compone la sociedad.
El error no radica en la meta misma —esencialmente es construc­
tiva—, sino en el hecho de que los individuos, con razón o sin ella,
tienden a identificar sus autoimágenes con lo que ellos valen para
la sociedad. Aunque se haya emancipado de sus educadores y pro­
tectores, el hombre no lucha por diferenciarse en modo alguno del
esquema que se le imprimió desde el principio. Así, la sociedad lle­
ga a constituirse de personas que se parecen cada vez más por sus
costumbres, sus conductas y sus objetivos. Aunque las diferencias
hereditarias entre unos y otros son obvias, pocos individuos pien­
san acerca de sí mismos sin remitirse al. valor que la sociedad les
atribuye. Tal como un hombre que se obstina en hincar una estaca
cuadrada en un agujero redondo, el individuo intenta limar sus pe­
culiaridades biológicas desentendiéndose de las necesidades que
le son propias. Brega por encajar en el agujero redondo, que en
todo instante desea llenar activamente, porque si fracasa en esto,
tanto disminuirá él mismo de valor ante sus propios ojos, que
perderá toda iniciativa. Estos son puntos que deben tenerse en
cuenta cuando se quiere apreciar en toda su amplitud la abruma­
dora influencia que tiene la actitud del individuo hacia sí mismo en
el momento en que, de nuevo, quiere facilitar su propio creci­
miento, o sea, permitir que sus cualidades propias se desarrollen y
maduren.

Juzg ar a u n n i ñ o p o r su s é x it o s l o d e s p o j a d e
e s p o n t a n e id a d

Durante sus primeros años, un niño es valorado, en general, no


por sus éxitos sino por lo que él mismo representa. En las familias
donde asi sucede, el niño evolucionará de acuerdo con sus aptitu­
des individuales. En aquellas familias donde ante todo se juzga a
los niños por sus éxitos, pronto se eclipsará toda espontaneidad.
Esos niños se convertirán en adultos sin pasar por la adolescencia.
Y tal vez esos adultos sientan, de vez en cuando, una nostalgia in­
consciente por la adolescencia que les faltó, un deseo de procurar­
se esas aptitudes instintivas que ellos contienen y que su voluntad
juvenil no tuvo oportunidad de desarrollar.
El m e jo r a m ie n t o d e sí m is m o d e p e n d e
de LA PROPIA EVALUACIÓN

Es importante comprender que si un hombre desea mejorar su


autoimagen, debe en primer término aprender a valorarse como
individuo, aun si cree que sus defectos, como miembro de la so­
ciedad, pesan más que sus méritos.
Deberíamos aprender de las personas baldadas desde el- naci­
miento o la niñez cómo puede verse un individuo a sí mismo en el
enfrentamiento con insuficiencias palpables. Aquellos que logran
mirarse con sentimiento humanitario lo bastante, amplio como
para tener por sí mismos un respeto firme, son capaces de alcanzar
alturas a las que la persona de salud normal nunca llegará. En cam­
bio, quienes se consideran inferiores a raíz de sus insuficiencias y
las superan por pura fuerza de voluntad, tienden a transformarse
en adultos duros y amargados que se desquitarán contra congéne­
res que no tienen la culpa; más aún, tal vez no sean capaces de mo­
dificar sus propias circunstancias aunque se lo propongan.

LA ACCIÓN: ARMA PRINCIPAL PARA PROMOVER


EL PROPIO MEJORAMIENTO

Reconocer la propia valía es importante al emprender el mejo­


ramiento de sí mismo, pero el logro de todo mejoramiento real
exige relegar a un segundo plano el respeto por sí mismo. Si no se
alcanza una etapa en que ese respeto deja de ser la principal fuer­
za motivadora, ningún perfeccionamiento que se alcance bastará
para satisfacer al individuo. En rigor, a medida que un hombre
crece y se mejora, toda su existencia se centra cada vez más en tor­
no de qué hace; quién lo hace adquiere una importancia cada vez
menor.

La d if ic u l t a d d e m o d if ic a r u n p a t r ó n d e ACCIÓN ANTERIOR

Aunque la autoimagen sea, en realidad, el resultado de la pro­


pia experiencia, el hombre tiende a considerarla como algo que le
ha sido otorgado por la naturaleza. El aspecto físico, la voz, la ma­
nera de pensar, el ambiente, la relación con el espacio y el tiempo
—hemos mencionado al azar— se dan por sentados como realida­
des nacidas con la propia persona, cuando en rigor todo elemento
importante de la relación del individuo con otras personas y con la
sociedad en general es el resultado de un extenso ejercicio. Las ar­
tes de caminar, hablar, leer y reconocer tres dimensiones en una fo­
tografía son técnicas que el individuo acumula a lo largo de mu­
chos años; cada una de ellas depende de la suerte y del lugar y el
tiempo de su nacimiento. La adquisición de un segundo lenguaje
no es tan fácil como la del primero, y su pronunciación llevará la
marca de la influencia de éste; la forma de estructurarse la oración
en el primero se impondrá en el segundo. Toda pauta de acción asi­
milada a fondo interferirá en las pautas de las acciones siguientes.
Se presentan dificultades, por ejemplo, cuando una persona
aprende a sentarse de acuerdo con la costumbre de una nación
que no es la suya. Como esas pautas tempranas, como la manera de
sentarse, no resultan sólo de la herencia, sino también de la oca­
sión y las circunstancias del nacimiento, las dificultades radican
menos en la índole del nuevo hábito que en apartar los hábitos del
cuerpo, el sentimiento y la mente de sus patrones establecidos.
Esto vale para casi todo cambio de hábito, cualquiera que sea su
origen. No nos referimos, desde luego, a la mera sustitución de
una actividad por otra, sino a un cambio en la forma en que se eje­
cuta el acto, en toda su dinámica, por efecto del cual el nuevo mé­
todo será, en todo sentido, tan bueno como el anterior.

D e .m u c h a s p a r tes d e l c u e r p o n o h a y c o n c ie n c ia

Una persona que, echada de espaldas, intenta sentir en forma


sistemática todo su cuerpo —o sea, dirigir su atención, por turno,
a cada miembro y parte de su cuerpo— comprueba que ciertos
sectores responden con facilidad, en tanto que otros permanecen
mudos, o dormidos, más allá del alcance de su conciencia.
Es fácil, por ejemplo, sentir las puntas de los dedos o los labios,
y mucho más difícil en cambio sentir la nuca, entre las orejas. Des­
de,luego, el gradó de la dificultad es variable, pues depende de la
forma de la autoimagen. En general, es difícil encontrar a una per­
sona que pueda tener conciencia de todo-su cuerpo por igual. Las
partes que se definen con mayor facilidad en la conciencia son las
que se usan a diario, en tanto que las mudas o dormidas son aque-
lias que sólo desempeñan un papel indirecto y están poco menos
que ausentes de la autoimagen de la persona en el momento en que
ésta actúa.
Una persona totalmente incapaz de cantar no puede sentir esa
función en su autoimagen salvo mediante un esfuerzo intelectual
de extrapolación. No tiene conciencia de ninguna conexión vital
entre el espacio hueco de su boca y sus oídos o su respiración,
como la tiene el cantante. Un hombre que no puede saltar no será
consciente de aquellas partes del cuerpo que intervienen en el sal­
to y que, en cambio, están claramente definidas para el hombre ca­
paz de hacerlo.

-U n a a u t o im a g e n c o m p l e t a e s u n e s t a d o r a r o e id e a l

Una autoimagen completa supondría conciencia cabal de to­


das las articulaciones de la estructura esquelética, así como de toda
la superficie corporal: la espalda, los costados, el espacio compren­
dido entre las piernas, y demás. Se trata de una condición ideal y,
en consecuencia, rara. Todos podemos demostrarnos que todo
cuanto hacemos está de acuerdo con los límites de nuestra autoima­
gen y que ésta no representa más que un estrecho sector de la
imagen ideal. También se observa con facilidad que la relación en­
tre las distintas porciones de la autoimagen se modifica de una ac­
tividad a otra y de una posición a otra. Esto no es fácil de advertir
en las situaciones corrientes, debido a su familiaridad misma, pero
basta imaginar el cuerpo listo para ejecutar un movimiento poco
familiar para notar que las piernas, por ejemplo, parecen cambiar
de longitud y grosor y modificarse en otros aspectos al pasar de un
movimiento a otro distinto.

La e s t i m a c i ó n
d e l t a m a ñ o v a r ía d e a c u e r d o
CON LOS DISTINTOS MIEMBROS

Si intentamos, por ejemplo, mostrar el ancho de nuestra boca,


con los ojos cerrados, primero mediante el pulgar y el índice de la
mano derecha, y después mediante-los índices de ambas manos,
obtendremos dos valores distintos. No sólo ninguna de las medi­
das corresponderá al verdadero ancho de la boca; por añadidura,
tal vez ambas sean mucho más grandes o más pequeñas. Análoga­
mente, si con los ojos cerrados intentamos mostrar la profundidad
de nuestro pecho separando nuestras manos una de otra, primero
horizontalmente y después verticalmente, lo más probable es que
obtengamos valores bastante diferentes, ninguno de los cur1-*
coincidirá, por gran diferencia, con la realidad.
Cierre el lector los ojos y tienda los brazos al frente, separados
por una distancia más o menos igual al ancho de los hombros. A
continuación imagine el punto donde el rayo de luz que va del
dedo índice de la mano derecha al ojo izquierdo se cruza con el
rayo de luz que va del dedo índice de la mano izquierda al ojo de­
recho. Trate después de marcar ese punto de intersección con el
pulgar y el dedo índice de la mano derecha. Cuando abra los ojos
para mirar, es improbable que el lugar elegido le parezca correcto.
Pocas personas poseen una autoimagen lo bastante completa
como para ser capaces de identificar en esa forma el lugar correc­
to. Más aún, si se repite el experimento utilizando el pulgar y el
dedo índice de la mano izquierda, lo más probable es que se mar­
que un sitio distinto para el mismo punto.

La a p r o x im a c ió n m e d ia e s t á l ejo s d e s e r l a m e jo r
QUE PUEDE LOGRARSE

Es fácil demostrar, mediante movimientos con los que no esta­


mos familiarizados, que nuestra autoimagen está lejos en general
de ser tan completa y exacta como suponemos. Nuestra imagen se
forma por medio de acciones que nos son familiares y en que la
aproximación a la realidad se mejora haciendo entrar en juego va­
rios de los sentidos, que tienden a corregirse entre sí. Así, nuestra
imagen es. más precisa en la región situada frente a nuestros ojos
que en la situada detrás de nosotros o sobre nuestras cabezas, y
también lo es en posiciones que nos son conocidas, como la de es­
tar sentados o de pie.
Si la diferencia entre las posiciones o valores imaginarios'—es­
timados una vez con los ojos cerrados y otra con los ojos abier­
tos— no supera el 20 o el 30 %, puede considerarse que la exactitud
es mediana, si bien no satisfactoria.
Los INDIVIDUOS ACTÚAN DE ACUERDO CON SU IMAGEN SUBJETIVA

La diferencia entre imagen y realidad puede ser de hasta el


300 %, y más aún. Si a una persona que por lo general mantiene su
pecho en la posición correspondiente a una exagerada expulsión
de aire por los pulmones, de modo que el pecho está a la vez más
hundido qué lo que debería y demasiado hundido para servirle
con eficacia, se le pide que indique, con los ojos cerrados, la pro­
fundidad de su pecho, es probable que le atribuya una profundi­
dad varias veces mayor que la real. O sea, que a ella la estrechez ex­
cesiva le parece correcta, y todo aumento de profundidad, un
esfuerzo exagerado por expandir los pulmones. La expansión nor­
mal de éstos le resulta similar a lo que otra persona consideraría
como una expansión forzada.
La forma en que un hombre mantiene los hombros, la cabeza y
el estómago, su voz y su expresión, su estabilidad y su manera de
presentarse, se basan por igual en su autoimagen. Pero esa imagen
puede ser disminuida o ampliada para que se ajuste a la máscara
con arreglo a la cual ese hombre quiere ser juzgado por sus congé­
neres. Sólo él mismo puede saber qué parte de su apariencia exte­
rior es ficticia y cuál genuina. Sin embargo, no cualquiera es capaz de
identificarse con facilidad; la experiencia de otros puede ayudar
considerablemente a ello.

La c o r r e c c i ó n
s i s t e m á t i c a d e l a im a g e n e s m á s ú t i l
QUE LA CORRECCIÓN DE ACCIONES AISLADAS

De lo dicho sobre la autoimagen resulta que la corrección sis­


temática de la imagen constituye un método más rápido y eficaz
que la corrección de las acciones y los errores aislados que pre­
senta la conducta y cuyo número aumenta cuanto más pequeños
son. Establecer una imagen inicial más o menos completa, aunque
aproximada, posibilitará mejorar la dinámica general, en vez de
enfrentar fragmentariamente las acciones aisladas. Este último me­
joramiento es similar a corregir la ejecución de una música con un
instrumento desafinado. Mejorar la dinámica general de la imagen
equivale a afinar el piano mismo, pues resulta mucho más fácil to­
car correctamente con un instrumento afinado que con uno que
no lo está.
P r im e r a e t a p a : l a a c t it u d n a t u r a l

En toda actividad humana pueden distinguirse tres etapas suce­


sivas de desarrollo. Los niños hablan, caminan, pelean, bailan y
después descansan. También el hombre prehistórico hablaba, ca­
minaba, corría, peleaba, bailaba-y-descansaba. Al principio esas ac­
tividades se ejecutaban «naturalmente», es-decir, en la misma forma
en que los animales hacen lo que necesitan para vivir. Aunque tales
acciones se presentan en nosotros naturalmente, no son en modo
alguno simples. Incluso la más simple de las actividades humanas es
tan misteriosa como el retomo de la paloma al palomar desde lar­
gas distancias o la 'construcción de la colmena por las abejas.

L as a c t iv id a d e s n a t u r a l e s c o n s t it u y e n u n a h e r e n c ia c o m ú n

Todas esas actividades naturales son similares en las personas,


como lo son entre las palomas y las abejas.
En todas partes del mundo existen tribus que en forma natural
han aprendido a hablar, así como a correr, saltar, combatir, usar ro­
pas, nadar, danzar, sembrar, tejer lana, curtir cueros, hacer cestos,
y demás, e incluso lo han hecho así familias aisladas residentes en
islas. En algunos sitios estas actividades.se han desarrollado y-ra­
mificado; en otros, siguen iguales a como eran en los primeros
tiempos.
L á SEGUNDA ETAPA ES INDIVIDUAL

En las épocas y lugares donde ha tenido lugar una evolución


siempre encontramos una etapa especial, individual. Esto significa
que ciertas personas establecieron su forma propia y esoeciai de
ejecutar las actividades naturales. Una puede haber dado con su
manera particular de expresarse, otra con una forma singular de
correr, de tejer o confeccionar cestos, en suma, con un estilo indi­
vidual, que difiere de la manera natural, de ejecutar esta o aquella
actividad. Cuando este método personal demostró poseer ventajas
decisivas fue adoptado por otros. Así, los australianos adquirieron
el arte de arrojar el bumerán, los suizos aprendieron a cantar pa­
sando de la voz natural a la de falsete y viceversa, los japoneses a
servirse del yudo y los isleños de los Mares del Sur a nadar bra­
ceando en crol. Esta es la segunda etapa.

T ercera e t a p a : m é t o d o y p r o f e s ió n

Cuando cierto proceso es susceptible de ejecutarse en varias


formas, alguien puede advertir la importancia del proceso mismo,
prescindiendo de la forma en que lo ejecute este o aquel individuo.
Discernirá algo en común entre las actividades individuales y defi­
nirá el proceso como tal. En esta etapa, que es la tercera, el proce­
so se consuma de acuerdo con un método específico que resulta
del conocimiento y deja de ser natural.
Si estudiamos la historia de los'diversos oficios que se practi­
can en el mundo civilizado encontramos esas tres etapas casi sin
excepción. En los albores de la humanidad el hombre creó natu­
ralmente dibujos hermosos. Leonardo da Vinci aplicó principios
elementales de perspectiva, pero sólo en el siglo XIX éstos fueron
plenamente definidos (por Monge) y desde entonces se los enseña
en todas las escuelas de arte.

EL MÉTODO APRENDIDO DESALOJA LAS PRÁCTICAS NATURALES

Según puede observarse, las prácticas naturales han cedido


gradualmente su lugar a métodos adquiridos, «profesionales»; la
sociedad en general niega al individuo el derecho a emplear el mé­
todo natural y, antes de permitirle trabajar, lo obliga a aprender la
manera aceptada de hacerlo.
El nacimiento de un niño, por ejemplo, fue en otro tiempo un
proceso natural y las mujeres sabían, llegado el caso, cómo ayu­
darse unas a otras. Pero cuando la partería se convirtió en método
aceptado y la partera contó con un diploma, la mujer común dejó
de estar autorizada o capacitada para ayudar a otra durante un
parto.
Hoy en día asistimos a un continuo proceso de desarrollo de
sistema construidos conscientemente, que reemplazan-a los-méto­
dos individuales e intuitivos, y vemos que las acciones ejecutadas
antes en forma natural se convierten en profesiones reservadas
para especialistas. Hace tan sólo 100 años era posible tratar a los
enfermos con métodos naturales. Hoy en día el atender una casa se
transforma en profesión, y amueblarla está a cargo del decorador
de interiores. Lo mismo ocurre con muchos otros campos de acti­
vidad, donde se incluyen las matemáticas, el canto, el teatro, la
guerra, la planificación, y otras esferas similares; empezaron como
actividades naturales y llegaron a convertirse, por efecto de per­
feccionamientos individuales, en sistemas y profesiones.

Cuanto m á s sim p l e e s u n a a c c ió n m á s t a r d a
EN PERFECCIONARSE

La observación y el estudio revelan que cuanto más simple y


común es una acción natural, más tiempo necesita para alcanzar la
tercera etapa, la sistemática. Hace miles de años qué se desarrolla­
ron métodos aceptados para el tejido de alfombras, la geometría,
la filosofía y las matemáticas. Caminar, estar de pie v otras .activi­
dades básicas llegan sólo hoy a la tercera etaoa.
En ei curso de su vida, toda persona pasa por las tres etapas en
algunas de sus actividades; en muchas otras no va más allá de la
primera o de la segunda. Todo hombre nace en un tiempo deter­
minado y crece en una sociedad donde se encuentra con distintas
actividades en varias etapas de desarrollo: algunas en la primera,
otras en la segunda y otras en la tercera.
ES DIFÍCIL DEFINIR LAS ETAPAS

Todo hombre se adapta a su época. En el caso de ciertas accio­


nes, la manera natural de realizarlas constituye el límite de cuanto
es capaz de hacer, y también de lo que su sociedad es capaz de ha­
cer: en el caso de otras se espera de él que llegue a la segunda eta­
pa, y en el de muchas otras a la tercera. Esa adaptación presenta
dificultades obvias que se deben a lo vago del proceso. En muchas
situaciones resulta difícil determinar si el individuo debe atener­
se a lo natural, o empezar por el principio y estudiar las etapas
metódicas.
Así, muchas personas incapaces de cantar o bailar lo justifican
diciendo que nunca lo aprendieron. Pero también existen muchos
que cantan y danzan naturalmente, y están seguros de que los can­
tantes y bailarines formados como tales no saben más que lo que
saben ellos, a menos que posean mejores dotes naturales. Hay mu­
chas personas que no saben tocar el tambor, saltar en alto o en lar­
go, tocar una flauta, dibujar, resolver crucigramas o ejecutar mu­
chas otras actividades que en tiempos pasados sólo se aprendían
de manera natural; hoy ni siquiera se atreven a aprender por sí so­
las esas artes debido a que existen para ..ello métodos aceptados.
Tan grande es a juicio de esas, personas el poder del sistema,
que incluso borran de su autoimagen lo poco que aprendieron de
niños acerca de esas actividades, por encontrarse empeñadas en
otras que aprendieron sistemática y conscientemente. Si bien tales
personas son muy útiles para la sociedad, carecen de espontanei­
dad y, en las esferas ajenas a lo profesional, sus vidas tropiezan con
dificultades.
Volvemos, pues, a la necesidad de examinar y perfeccionar
nuestra autoimagen, para poder vivir de acuerdo con nuestra
constitución y nuestras condiciones naturales, no de acuerdo con
una autoimagen que fue establecida por el azar, sin mayor conoci­
miento nuestro.

P roblem as q u e p u e d e n p r e s e n t a r se c o n l a t er c e r a e t a p a

La etapa sistemática de acción no consiste en puras ventajas.


Su principal inconveniente reside en que muchas personas ni si­
quiera tratan de hacer cosas especializadas y, como consecuencia,
nunca intentan siquiera pasar por las dos primeras etapas, que es­
tán dentro de la capacidad de cualquiera. Sin embargo, la etapa
sistemática es de gran importancia. Nos permite hallar formas de
conducta y acción que concuerdan con nuestras necesidades per­
sonales e interiores y que no podríamos encontrar naturalmente
debido a que las circunstancias e influencias externas nos han lle­
vado por otras direcciones donde es imposible progresar de forma
continuada. El estudio sistemático y la conciencia deben propor­
cionar a cada hombre los medios necesarios para indagar en todos
los campos de acción, con el fin de encontrar para sí mismo un si­
tio donde pueda obrar y respirar libremente.
DÓNDE EMPEZAR Y CÓMO

M étodos d e c o r r e c c ió n h u m a n a

El problema de corregirse a sí mismo —sea con ayuda de otros o


mediante el propio esfuerzo— ha preocupado al hombre a lo largo
de toda su historia. Muchos sistemas se idearon para ese fin: las di­
versas religiones han procurado describir formas de conducta
orientadas hacia el mejoramiento del hombre. Distintos métodos
de análisis se proponen liberar su comportamiento de compulsiones
hondamente arraigadas. Los sistemas «esotéricos» —es decir, «inter­
nos»— practicados en Tibet, la India y Japón, y aplicados en todos
los tiempo de la historia humana, influyeron también sobre el judais­
mo. Los cabalistas, los tzadikim y los practicantes del «MussaD> (mo­
ralistas), menos conocidos que aquéllos, fueron más influidos por el
budismo Zen y el Raja Yoga que lo que parece a primera vista.
Hoyes común también toda una s«“r>e dcmciuuub Je sugestión
e hipnosis (se los aplique a una sola o a muchas personas). En dis­
tintos lugares del mundo se emplean por lo menos cincuenta de ta­
les métodos, considerado cada uno de ellos, por sus adeptos, como
el método.

E sta d o s d e l a e x is t e n c ia h u m a n a

Es habitual distinguir, en la existencia, entre dos estados: la vi­


gilia y el sueño. Definiremos un tercer estado: el conocimiento. En
éste, el individuo sabe con exactitud qué hace mientras se encuen­
tra despierto, tal como a veces sabemos, al despertar, qué soñamos
mientras dormíamos. Por ejemplo, un hombre de 40 años puede
adquirir conocimiento de que una de sus piernas es más corta que
la otra sólo después de haber sufrido dolor de espalda, de que se le
hayan sacado radiografías y de que un médico le haya diagnostica­
do su problema. Esto se debe a que, en general, el estado de vigi­
lia se parece más al de sueño que al de conocimiento.
Siempre se ha considerado que el sueño es un estado conve­
niente para inducir mejoramientos en un hombre. Coué utilizaba
el momento en que un individuo se duerme para provocar la auto­
gestión, y el sueño mismo para lograr la sugestión. En la hipnosis,
el sujeto es sometido a un estado de sueño parcial o profundo que
permite sugestionarlo con más facilidad. Algunos métodos mo­
dernos recurren al sueño para enseñar matemáticas o idiomas, así
como para sugestionar.
El estado de vigilia parece apropiado para aprender procesos
que suponen repetición y explicación, pero no sugestión. Es difícil
modificar los hábitos adquiridos en estado de vigilia; por otro
lado, presentan pocas dificultades cuando se trata de comprender
material nuevo.

Co m ponentes d e l e s t a d o d e v ig il ia

Cuatro componentes constituyen el estado de vigilia: sensa­


ción, sentimiento, pensamiento y movimiento. Cada uno sirve
como base para toda una serie de métodos de corrección.
En la sensación incluimos, además de los cinco sentidos cono­
cidos, el sentido cenestésico, que comprende el dolor, la orien­
tación en el espacio, el paso del tiempo y el ritmo.
El sentimiento comprende —aparte de las conocidas emocio­
nes de alegría, tristeza, ira y demás— respeto de sí mismo, senti­
miento de inferioridad, supersensibilidad y otras emociones cons­
cientes e inconscientes que tiñen nuestras vidas.
El pensamiento abarca todas las funciones del intelecto, tales
como la de oponer derecho e izquierdo, bueno y malo, acertado y
errado, y las de entender, saber que uno entiende, clasificar cosas,
reconocer reglas, imaginar, saber qué es lo que se siente, recordar
todo lo anterior, y demás.
El movimiento incluye todos los cambios temporales y espacia­
les del estado y las configuraciones del cuerpo y sus partes, tales
como los que se producen al respirar, comer, hablar, circular la
sangre y digerir.

H ablar sobre c o m po n e n t e s p o r sepa rado su p o n e


UNA ABSTRACCIÓN

Excluir cualquiera de los cuatro componentes sólo se justifica


al hablar de ellos. En la realidad, en el estado de vigilia no hay un
solo instante en que el hombre no emplee al mismo tiempo todas
sus facultades. Es imposible, por ejemplo, recordar un hecho, una
persona o un paisaje sin emplear por lo menos uno de los sentidos
—la vista, el oído o el tacto— para recobrar el recuerdo junto con
la autoimagen de aquel momento, tal como la posición, al edad, el
aspecto, la acción o los sentimientos agradables o desagradables.
De esa interacción resulta que prestar atención cuidadosa a
cualquiera de los componentes influirá sobre los otros y, por lo
tanto, sobre toda la persona. En realidad, no hay manera práctica
de corregir a un individuo que no involucre un mejoramiento gra­
dual dirigido, alternativamente, al todo y a las partes.

LAS DIFERENCIAS ENTRE LOS SISTEMAS PARECEN MAYORES


EN LA TEORÍA QUE EN LA PRÁCTICA

Las verdaderas diferencias entre los diversos sistemas de co­


rrección no radican tanto en lo que hacen como en lo que dicen.
Explícita o implícitamente, en su mayor parte se basan sobre el su­
puesto de que el hombre tiene propensiones innatas que pueden
modificarse, es decir, suprimirse, controlarse o inhibirse. Todos los
sistemas que atribuyen al hombre un carácter fijo consideran cada
una de sus cualidades, facultades y dones como un ladrillo en un
edificio; en algunos edificios, este o aquel ladrillo puede faltar o
ser defectuoso.
Estos sistemas exigen años de esfuerzo a la persona que quiere
mejorarse a sí misma. Algunos de ellos incluso le requieren consa­
grar toda su vida a esa tarea.
M e jo r a m ie n t o d e p r o c e s o s , a d if e r e n c ia d e m e jo r a m ie n t o
d e .p r o p ie d a d e s

Ese enfoque estático convierte la corrección en un camino lar­


go y complejo. Creo que se basa en supuestos erróneos, pues re­
sulta imposible reparar los ladrillos defectuosos de una estructura
humana o agregarle los que faltan. La vida humana es un proceso
continuo y lo que debe mejorarse es la calidad del proceso, no sus
propiedades o su tendencia.
Muchos son los factores que influyen sobre ese proceso y es
preciso combinarlos para que éste sea fluido y pueda ajustarse por
sí solo. Cuando más claramente se entiendan los fundamentos del
proceso, mejores serán los resultados.

U t il iz a r l o s d e f e c t o s pa r a m e jo r a r

Así como en cualquier proceso complejo las desviaciones res­


pecto de lo normal se utilizan como ayudas para corregirlo, en el
mejoramiento del ser humano no se deben suprimir, pasar por alto
o superar por la fuerza los defectos y desviaciones, sino que se los
debe emplear para dirigir la corrección.

C o r r e g ir l o s m o v im ie n t o s c o n s t it u y e e l m e jo r m o d o
DE MEJORARSE a SÍ MISMO

Se ha señalado que cualquiera de los cuatro componentes del


estado de vigilia influye inexorablemente sobre los restantes. La
elección del movimiento —uno de dichos componentes— como
principal medio de mejoramiento se basa en las siguientes razones:

1. La principal ocupación del sistema nervioso es el movimiento

El movimiento constituye la principal ocupación del sistema


nervioso porque no podemos ejercitar los sentidos, el sentimiento
ni el pensamiento en ausencia de una serie de acciones polifacéti­
cas y sutiles que el cerebro ejecuta para sostener el cuerpo contra
la fuerza de gravedad; necesitamos saber al mismo tiempo dónde
estamos y en qué posición. Para conocer nuestra posición, dentro
del campo de gravedad, en relación con otros cuerpos, o para mo­
dificarla, debemos recurrir a nuestros sentidos y a nuestras facul­
tades del sentimiento y el pensamiento.
Hacer intervenir activamente todo el sistema nervioso en el
estado de vigilia constituye parte de todos los métodos de mejora­
miento de sí mismo, incluso de aquellos que afirman ocuparse en
sólo uno de los cuatro componentes de la vigilia.

2. La cualidad del movimiento es más fácil de distinguir

Tenemos un conocimiento más claro y seguro de la organiza­


ción que tiene el cuerpo contra la tracción de la gravedad que so­
bre la ira, el amor, la envidia e incluso el pensamiento. Es relativa­
mente más fácil aprender a reconocer la cualidad del movimiento
que la cualidad de los otros factores.

3. Tenemos una experiencia más rica del movimiento

Todos tenemos más experiencia del movimiento que del senti­


miento y el pensamiento, y mayor capacidad para aquél. Muchas
personas no diferencian entre sobreexcitabilidad y sensibilidad y
consideran como una debilidad una sensibilidad altamente desa­
rrollada. Suprimen todo sentimiento perturbador y evitan las si­
tuaciones que pueden provocarlo. Muchas personas restringen o
dislocan en forma similar el pensamiento. Se considera que pensar
libremente significa desafiar las normas de conducta aceptadas, no
sólo en lo religioso sino también en cuestiones conectadas con las
relaciones sociales, la economía, la moral, el sexo, él arte, la políti­
ca y hasta la ciencia.

4. La capacidad para moverse influye mucho sobre la propia


valoración

Es probable que para la autoimagen de una persona su con­


textura física y su capacidad para moverse sean más importantes
que cualquier otro factor. Nos basta observar a un niño que ha
encontrado una imperfección en su boca o algún otro rasgo de su
aspecto físico que parece tornarlo distinto de los demás, para con­
vencernos de que ese descubrimiento afectará en forma considera­
ble su conducta. Por ejemplo, si su columna vertebral no se ha de­
sarrollado bien, le resultará difícil efectuar movimientos que exi­
gen un agudo sentido del equilibrio. Tropezará fácilmente y ne­
cesitará ejercer en forma constante un esfuerzo consciente para
hacer lo que otros niños hacen con toda naturalidad. Se ha desa­
rrollado enjEoxma..distinta de los otros; comprueba qué necesi­
ta pensar y prepararse de .antemano; no puede confiar en sus
propias reacciones espontáneas. Así, sus dificultades de movimien­
to socavan y deforman su respeto por sí mismo y le imponen una
conducta que interfiere en su desarrollo según sus inclinaciones
naturales.

5. Toda actividad muscular es movimiento

Toda acción se origina en la actividad muscular. Ver, hablar e


incluso oír exigen acción muscular. (Cuando oímos, el músculo
regula la tensión dél tímpano de acuerdo con la intensidad del
sonido.)
El cualquier movimiento no sólo tienen importancia la coordi­
nación mecánica y la exactitud temporal y espacial; también es im­
portante la fuerza. Por efecto de la relajación permanente de los
músculos la acción se toma lenta y débil;, por efecto de su tensión
excesiva y permanente, se torna brusca y angular. Ambas situacio­
nes ponen de manifiesto estados mentales y se relacionan con el
motivo de las acciones. En los alienados, las personas nerviosas y
las de autoimagen inestable, es posible discernir en el tono muscu­
lar alteraciones que concuerden con el trastorno psíquico. En
cambio, otros atributos de la acción, como el ritmo y el ajuste en
tiempo y espacio, pueden ser más satisfactorios. Incluso un obser­
vador que carece de preparación especial y no sabe con exactitud
qué es lo que le parece mal puede advertir trastornos en la regula­
ción de la intensidad del movimiento y en la expresión facial de
una persona que ve por la calle.

6. Los movimientos reflejan el estado del sistema nervioso

Los músculos se contraen por efecto de una interminable serie


de impulsos que provienen del sistema nervioso. Tal es la causa
por la cual el patrón muscular dé la posición vertical, la expresión
facial y la voz reflejan el estado del sistema nervioso. Como es ob­
vio, ni la posición, ni la expresión ni la voz pueden modificarse sin
que en el sistema nervioso se opere un cambio que desencadene
los cambios exteriores y visibles.
En consecuencia, cuando hablamos del movimiento muscular
nos referimos, en rigor, a aquellos impulsos del sistema nervioso
que activan los músculos, que no pueden funcionar sin impul­
sos que los dirijan. Aunque el músculo cardíaco del' embrión empie­
za a contraerse antes aún de que se hayan desarrollado los nervios
que han de controlarlo, no funciona en la forma que nos es común
a todos hasta que su propio sistema nervioso puede regular esa ac­
tividad. De esto podemos extraer una conclusión que a primera
vista resulta paradójica: el mejoramiento de la acción y el movi­
miento sólo puede presentarse después de haberse producido
un cambio previo en el cerebro y el sistema nervioso. O sea aue un
perfeccionamiento, de laja.cción corporal refleja un cambio en el
control central, que es la única autoridad. El cambio en el control
central es el que sobreviene en el sistema nervioso. En cuanto ta­
les, esos cambios son invisibles para el ojo humano; en consecuen­
cia, algunos consideran que su expresión exterior es puramente
mental, en tanto que, a juicio de otros, es puramente física.

7. El movimiento constituye la base del conocimiento

La mayor parte de lo que sucede dentro de nosotros permane­


ce apagado y oculto hasta que llega a los músculos. Sabemos lo que
sucede en nuestro interior no bien los músculos de nuestro rostro,
corazón o aparato respiratorio se organizan de acuerdo con ciertos
patrones, que nosotros conocemos como miedo, ansiedad, risa o
algún otro sentimiento. Si bien sólo se necesita muy corto tiempo
para organizar la expresión muscular de la respuesta interna, o
sentimiento, todos sabemos que es posible controlar la propia risa
antes de que otros la adviertan. En cambio, no podemos impedir­
nos expresar visiblemente el miedo y otros sentimientos.
No nos damos cuenta de lo que sucede en nuestro sistema ner­
vioso central hasta que^cobramos conciencia de cambios operados
en nuestra postura, estabilidad y actitud, pues tales cambios se ad­
vierten más fácilmente que los que se producen en los musculos
mismos. Somos capaces de impedir una expresTón'muscular-eom-
pleta gracias a que los procesos de aquella parte del cerebro que
atiende las funciones peculiares del hombre son mucho más lentos
que los procesos de las porciones cerebrales encargadas de aten­
der lo que es común al hombre y al animal. La lentitud misma de
esos procesos nos permite juzgar y decidir si actuaremos o no. El
sistema entero se ordena por sí solo de.modo.que los músculos se
preparan tanto para ejecutar la acción como nara impedirla.
No bien adquirimos conocimiento de los medios que se apli­
can a organizar una expresión, podemos, a veces, discernir qué
estímulo la desencadena. En otras palabras, reconocemos el estí­
mulo de una acción, o la causa de una respuesta, cuando nos tor­
namos suficientemente conscientes de los músculos que intervie­
nen en ella. A veces podemos tener conciencia de que algo ocurre
en nuestro interior, sin ser capaces de definirlo con exactitud. En
este caso, está surgiendo una nueva pauta de organización, que
aún no sabemos cómo interpretar. Después de que se haya presen­
tado varias veces se tornará familiar; entonces reconoceremos su
causa y advertiremos incluso los primeros signos del proceso. En
algunos casos la experiencia deberá repetirse muchas veces antes
de que la reconozcamos. En definitiva, de la mayor parte de lo que
sucede en nuestro interior nos damos cuenta principalmente por
intermedio de los músculos. Una parte menor de esa información
nos llega por intermedio de la envoltura, es decir, la piel del cuer­
po entero, las membranas que revisten el tracto digestivo y las
membranas que encierran y revisten los órganos de la respiración,
así como las superficies internas de la boca, la nariz y el ano.

8. Respiración es movimiento

Nuestra respiración refleja, todo esfuerzo emocional o físico,


así como cualquier trastorno. También es sensible a los procesos
vegetativos. Las alteraciones de la glándula tiroides, por ejemplo,
causan una respiración de tipo especial que ayuda a diagnosticar la
enfermedad. Todo estímulo fuerte y repentino detiene la respira­
ción. Cualquier persona sabe, por experiencia propia, cuán estre­
cha relación existe, entre la respiración y los cambios emocionales
fuertes o su inminencia prevista.
A lo largo de toda la historia humana encontramos sistemas y
normas encaminados a inducir un efecto calmante mediante el
perfeccionamiento de la respiración. El esqueleto humano se halla
construido de tal modo que resulta poco menos que imposible or­
ganizar la respiración de manera adecuada sin dar al mismo tiem­
po al esqueleto una posición satisfactoria en relación con la grave­
dad. Sólo se logra reorganizar la respiración en la medida en que
se logra, para aquel fin, perfeccionar la organización de los múscu­
los esqueléticos para mejorar la postura y el movimiento.

9. Los goznes del hábito

Queda por fin una razón —la más importante de todas— por
la cual debemos elegir la esfera de la acción para iniciar el ataque
hacia el mejoramiento del hombre. Toda conducta, como señala­
mos antes, constituye un complejo de músculos, sensación, sentid
miento y pensamiento que se movilizan. En teoría, se podría utilii-
zar cada uno de esos componentes en lugar de alguno o algunos
otros, pero tan importante es el papel que cumplen Jos músculos
en cualquiera de esas alternativas que, si se los omitiera de las pau­
tas de la corteza motriz, el resto de los componentes de esas pautas
se desintegraría.
La corteza motriz del cerebro, donde se establecen las pautas o
patrones que activan los músculos, se encuentra sólo a pocos milí­
metros por encima de la capa cerebral donde se operan los proce­
sos de asociación. Todos los sentimientos y sensaciones que un
hombre ha experimentado se vincularon, en algún momento, con
los procesos de asociación mental.
El sistema nervioso posee una característica básica: no pode­
mos ejecutar una acción y, al mismo tiempo, la acción contraria.
En cualquier momento dado, el sistema entero consuma una suer­
te de integración general que el cuerpo expresará en ese momen­
to. La postura, la sensación, el sentimiento y el pensamiento, así
como los procesos bioquímicos y hormonales, se combinan de
modo tal aue forman un todo que no puede dividirse en sus dis­
tintas partes. Por complejo e intrincado que ¡>ca, v.¿c tcdc ccncti-
tuye el conjunto del sistema tal como se integra en ese momento
dado.
Dentro de una y otra integración, sólo adquirimos conciencia
de los factores donde entran en juego los músculos y la envoltura
de piel y membranas. Ya hemos visto que, en la conciencia, los
músculos desempeñan el papel principal. No puede operarse un
cambio en el sistema muscular sin un previo cambio correspon­
diente en la corteza motriz. Si lográramos, de alguna manera, pro­
vocar una modificación de la corteza motriz y, por medio de tal
cambio, una alteración de la coordinación de las pautas o de las
pautas mismas, se desintegraría la base sobre la cual se sustenta la
conciencia en cada una de las integraciones elementales.
Debido a la estrecha proximidad existente entre la corteza mo­
triz y las estructuras cerebrales relacionadas con el pensamiento y
el sentimiento, así como a la tendencia de los procesos de un sec­
tor del tejido cerebral a propagarse hacia los tejidos vecinos, un
cambio radical en la corteza motriz no puede sino tener efectos pa­
ralelos sobre el pensamiento y el sentimiento.
Un cambio fundamental que se opere en la base motriz, dentro
de cualquier patrón de integración, puede fracturar la cohesión
del conjunto y, en consecuencia, liberar al pensamiento y el senti­
miento de las ataduras que los sujetan a los patrones de sus rutinas
establecidas. En esa situación es mucho más fácil efectuar cambios
en el pensamiento y el sentimiento, puesto que la parte correspon­
diente a los músculos, por intermedio de la cual el pensamiento y
el sentimiento llegan hasta nuestra conciencia, ha cambiado y ya
no expresa más las pautas que nos eran familiares. El hábito ha
perdido su principal sostén, que son los músculos, y se ha tornado
más dócil al cambio.
La a b s t r a c c ió n e s e x c l u s iv a m e n t e h u m a n a

Hemos dicho que todo el proceso de la vida puede descompo­


nerse en cuatro componentes: movimiento, sensación, sentimiento
y pensamiento. Este último diiíere en muchos aspectos del movi­
miento. Tal vez podamos aceptar la idea de que, bajo la forma en
que se encuentra en el hombre, el pensamiento es propio de éste.
Si bien cabe admitir que en los animales superiores se pueden ob­
servar algunas chispas de algo similar al pensamiento, no hay duda
de que la abstracción es territorio exclusivo del hombre; la teoría
de la armonía en música, la geometría del espacio, las teorías de los
conjuntos y de las probabilidades, son inconcebibles fuera de la
mente humana. El cerebro y el sistema nervioso humanos poseen
además, en cierta parte de su estructura, una peculiaridad que la
diferencia por completo de la estructura de otras partes del cere­
bro, parecidas en general a las que poseen otras criaturas vivas.
Aquí no hay espacio para un análisis detallado de las diferencias
anatómicas y fisiológicas; deberá bastar, pues, una descripción ge­
neral de la estructura.

La pa r te e st r ic t a m e n t e in d iv id u a l d e l cer e b r o

El cerebro necesita, para subsistir, cierto ambiente químico y


cierta temperatura. Y todo organismo vivo contiene un grupo de
estructuras que dirigen y regulan la química y la temperatura del
conjunto de modo tal que éste pueda sobrevivir. Ese grupo de es­
tructuras constituyen el sistema rínico; atiende los requerimientos
internos individuales de cada organismo vivo. Si esas estructuras
son defectuosas, el organismo queda lisiado o deja de ser viable.
Son simétricas y hereditarias en todos los detalles de su disposi­
ción y funcionamiento.

Im pu lso s in t e r n o s p e r ió d ic o s

Un segundo grupo de estructuras cerebrales atiende todo lo


que concierne a la expresión exterior de las necesidades internas
vitales. La necesidad de sustentar el cuerpo y el sistema rínico
crean impulsos internos que se expresan hacia el ambiente. Esto es
cumplido por el sistema límbico, grupo de estructuras que tiene a
su cargo todo cuanto concierne a los movimientos del individuo
en el campo de gravedad y a la satisfacción de todos los impulsos
internos, como el hambre y la sed y la eliminación de los produc­
tos residuales. En resumen, atiende todas las necesidades internas,
que se intensifican cuando no son satisfechas, y disminuyen o de­
saparecen cuando lo son, hasta que la necesidad aumenta y el ciclo
empieza de nuevo.
Todas las maravillas que habitualmente adjudicamos al instin­
to, como la construcción de nidos por las aves, la confección de su
tela por la araña y la capacidad de la abeja y la paloma para en­
contrar a gran distancia el camino de vuelta, se originan en dichas
estructuras.

LOS ALBORES DE LA CAPACIDAD DE APRENDER

Ya en actividades de este tipo pueden advertirse las propieda­


des específicas del sistema nervioso humano. La estructura, la or­
ganización y las acciones son principalmente hereditarias, a dife­
rencia de lo que sucede con el sistema rínico, descrito antes, que es
por completo hereditario y no cambia de un individuo a otro, sal­
vo en los casos de cambios fundamentales por evolución.
Los instintos no son tan estacionarios y definidos como a me­
nudo pensamos; varían y presentan pequeñas diferencias entre un
individuo y otro. En ciertos casos el instinto es débil y su acción
necesita ser provocada por cierta cantidad de experiencia indivi­
dual; es el ejemplo del niño recién nacido que no chupa hasta que
sus labios son estimulados por el pezón. En otros casos el instinto
permite un considerable grado de adaptación a las circunstancias,
y allí se encuentra .el primer indicio de aptitud para cambiar de
acuerdo con las exigencias del ambiente; en síntesis, el nacimiento o
albor de la capacidad de aprender. Así, los pájaros, cuando se los tras­
lada a un ámbito extraño, se acostumbran a construir nidos con
materiales que no conocían. Pero la adaptación es difícil.y no todos
los individuos tienen el mismo éxito. La adaptación de los instin­
tos a las exigencias de un ambiente nuevo puede llegar hasta el pun­
to de acercarse a lo que solemos llamar entendimiento y aprendizaje.

La d if e r e n c ia c ió n f i n a e s u n a pr e r r o g a t iv a h u m a n a

Un tercer grupo de estructuras cerebrales se ocupa en las acti­


vidades que diferencian al hombre de los animales. Se trata del sis­
tema supralímbico, mucho más desarrollado en el hombre que en
cualquiera de los animales superiores. De este sistema depende la
delicada diferenciación de los músculos de la mano, lo que multi­
plica el número posible de pautas, ritmos y matices de cada opera­
ción. Ese sistema hace de la mano humana un instrumento capaz
de ejecutar música, dibujar, escribir y realizar muchas otras activi­
dades. El sistema supralímbico imparte igual sensibilidad a los
músculos de la boca, la garganta y el aparato respiratorio. Análo­
gamente, el poder de diferenciación multiplica en este caso el nú­
mero de patrones sonoros que es posible producir, de lo cual re­
sulta la creación de centenares de lenguajes y gran variedad de
.maneras de. cantar y de silbar.

E x p e r ie n c ia i n d i v i d u a l c o n t r a h e r e n c ia

La estructura y los tejidos de este sector del sistema nervioso


son hereditarios, pero su función depende en gran medida de la
experiencia individual. No hay dos escrituras iguales. La letra de
un individuo depende del lenguaje que aprendió a escribir en pri­
mer término, el tipo de escritura que se le enseñó, la pluma o ins-
'truniento que haya utilizado, la posición asumida al escribir, y así
sucesivamente; es decir, dependerá de todo cuanto haya afectado
la formación de pautas o códigos en la corteza motriz durante el
aprendizaje.
La pronunciación correcta de la lengua madre por un indivi­
duo determina en gran medida el desarrollo de los músculos de su
lengua, así como el de su boca, su voz y su paladar. El primer len­
guaje de un hombre influye sobre la potencia relativa de los
músculos de su boca y sobre la estructura de la cavidad bucal has­
ta tal punto, que en' cualquier lenguaje que hable con posteriori­
dad será posible reconocer, debido a las dificultades de ajustar los
órganos del habla a las nuevas inflexiones, qué lenguaje habló an­
tes esa persona. En este caso, la experiencia personal del individuo
se convierte en un factor que determina el desarrollo estructural
en medida no menor que los factores hereditarios mismos. Se tra­
ta de una peculiaridad única.

El c o n c e p t o d e o p u e s t o s se d e r iv a d e l a ESTRUCTURA

La actividad del tercer sistema es asimétrica ^-el lado derecho


difiere del izquierdo—, a diferencia de la simetría que impera en
los otros dos sistemas. Sobre esa asimetría se funda la distinción
entre derecho e izquierdo. Cuando la mano derecha es la domi­
nante, el centro del lenguaje se forma en el lado izquierdo del ce­
rebro, e inversamente. Se considera que esta oposición primaria
entre derecho e izquierdo constituye la base de nuestro concepto
de opuestos en general. Por serla mano derecha, habitualmente, la
más funcional de las dos, en muchos idiomas el término «derecho»
se asocia a significados tales como correcto, legal, afirmación de
propiedad y autoridad: compárense las connotaciones de vocablos
como «right», inglés; «pravo», ruso; «recht», alemán, y «droit»,
francés.
Los modos de pensamiento primitivos tienden a oponer bueno
a malo, blanco a negro, frío a caliente, luminoso a oscuro, y a ver
en esos términos oposición o conflicto. Un pensamiento más evo­
lucionado no puede atribuirse oposición en un sentido real. Oscu­
ro y frío, por ejemplo, no son los opuestos de luz y calor; hay os­
curidad cuando no hay luz, y lá relación entre calor y frío es más
completa aún.
F enóm enos rev er sibles y f e n ó m e n o s irrev er sibles

El nexo de este tercer sistema con los centros de la emoción es


considerablemente más débil que los fuertes nexos que tienen con
dichos centros los dos sistemas anteriores. Las emociones fuertes,
como la ira o los celos, interfieren en el funcionamiento de este de­
licado sistema y confunden el pensamiento. Pero el pensamiento
que carece de toda conexión con el sentimiento no tiene nexo al­
guno con la realidad. La celebración misma no tiene compromi­
sos, es neutral, y puede ocuparse con igual eficacia en enunciados
contradictorios. Para decidirse por un pensamiento y no por otro,
es preciso por lo menos sentir que ese pensamiento es «acertado:»,
o sea, que se corresponde con la realidad. El acierto es desde lue­
go, en este caso, una realidad subjetiva. Cuando «acertado» se co­
rresponde objetivamente con la realidad, el pensamiento posee va­
lor humano general.
La celebración no puede optar por sí sola entre dos proposi­
ciones: «Es posible llegar a la Luna» y «No es posible llegar a la
Luna», pues en sí mismas ambas son aceptables. Sólo la experien­
cia de la realidad confiere a un pensamiento la cualidad de «acer­
tado». Durante muchas generaciones la realidad rechazó la prime­
ra proposición, y se decía que alguien «estaba en la Luna» para
indicar que su mente se hallaba divorciada de la realidad. .
Si se trata de la pura celebración, la mayor parte de los proce­
sos pueden ser tanto reversibles como irreversibles. En la realidad,
la gran mayoría de los procesos son irreversibles: un fósforo frota­
do y quemado no puede volver a ser un fósforo, ni un árbol puede
volver al estado de brote.
Los procesos relacionados con el tiempo son irreversibles por­
que el tiempo mismo lo es. En rigor, pocos procesos, de cualquier
clase que sean, son reversibles, es decir, pueden volver atrás de
modo que se restablezcan las condiciones existentes antes del pro­
ceso. La cerebración desconectada de la realidad no constituye
pensamiento, las contracciones musculares al azar no representan
acción o movimiento.
La b a s e d e l a c o n c ie n c ia e n l a d e m o r a
ENTRE PENSAMIENTO Y ACCIÓN

Las vías nerviosas del tercer sistema cerebral son más largas y
más complejas que las de los otros dos sistemas. La mayor parte de
las operaciones del tercer sistema se ejecutan por intermediación
de los otros dos, aunque existen vías que permiten a aquél ejercer
un control directo sobre los mecanismos ejecutores. El proceso in­
directo demora la acción misma, de modo que eso de «pensar pri­
mero y hacer después» no es un mero decir.
Entre lo que se. engendra, en el sistema supralímbico y su ejecu­
ción por el cuerpo hay una demora. Esa dilación entre un proceso in­
telectual y su traducción a la acción es bastante larga como para que
ésta pueda ser inhibida. Esa posibilidad de crear la imagen de una ac­
ción v demorar después su ejecución —trátese de diferirla o de im­
pedirla— constituye la base de la imaginación y del juicio intelectual.
En su mayor parte, las acciones de este sistema son ejecutadas
por los otros dos, más antiguos, y su velocidad se limita a la propia
de éstos. Por ejemplo, no es posible aprehender el significado de un
texto impreso con mayor rapidez que la del ojo al recorrer la pági­
na para leerla. No se puede expresar el pensamiento con rapidez
mayor que la alcanzada al pronunciar las palabras que lo significan.
De ello se deduce que leer y expresar más rápidamente representan
unos de los medios que permiten pensar con mayor rapidez.
La posibilidad de una pausa entre la creación de la pauta de
pensamiento de cualquier acción particular y la eiecución de esa
acción constituye la base física de la conciencia. Esa pausa permi­
te examinar qué sucede en nuestro interior en el momento en que
se forma la intención de perpetrar el acto, así como durante su
comisión. La posibilidad de aplazar la acción —de prolongar el
período que separa la intención de su ejecución— permite al hom­
bre aprender a conocerse. Y es mucho lo que hay por conocer,
pues los sistemas que llevan a cabo nuestros impulsos internos ac­
túan automáticamente, como en el resto de los animales superiores.

H a c e r n o s ig n if ic a c o n o c e r

Que ejecutemos una acción no prueba en modo alguno que se­


pamos, así sea superficialmente, qué estamos haciendo o cómo lo
hacemos. Si intentamos consumar una ación en forma consciente
—es decir, seguirla en todos sus detalles— pronto descubrimos
que la más simple y común de las acciones, como la de levantarse
de una silla, constituye un misterio, pues no tenemos idea alguna de
cómo lo hacemos. ¿Contraemos los musculos del estómago o los
de la espalda? ¿primero tensamos las piernas, o primero inclina­
mos el cuerpo hacia delante?, ¿y qué hacen entretanto los ojos, o
la cabeza? Es fácil demostrar que ese hombre no sabe lo que hace,
hasta el punto de ser incapaz de levantarse de una silla. En conse­
cuencia, no tiene más alternativa que volver a su método habitual,
que consiste en darse a sí mismo la orden de ponerse de pie y con­
fiar a los organismos especializados que hay en su interior la ejecu­
ción de la acción, tal como les guste a ellos ejecutarla, que es como,
por otra parte, la ejecuta habitualmente él.
Así aprendemos que al autoconocimiento no se llega sin un
considerable esfuerzo y que incluso puede interferir en la realiza­
ción de acciones. El pensamiento y el intelecto que sabe son ene­
migos de la acción automática, habitual. Este hecho es ilustrado
por la vieja historia del ciempiés que, interrogado sobre el orden
en que movía sus patas, ya no supo cómo caminar.

El c o n o c im ie n t o h a c e c o in c id ir l a a c c ió n c o n l a in t e n c ió n

A menudo, a un hombre que está haciendo algo le basta pre­


guntarse qué hace para que se sienta confundido y no pueda con­
tinuar. En caso tal, ese hombre ha comprendido de pronto que la
ejecución de la acción no se corresponde realmente con lo que él
pensaba que hacía. Si nuestra conciencia no está despierta, hace­
mos lo que los sistemas cerebrales más antiguos hacen a su propia
manera, aunque la intención de obrar provenga del tercer sistema,
superior a ellos. Más aún, con mucha frecuencia la acción termina
por ser exactamente lo opuesto de la intención original. Esto suce­
de cuando la intención de actuar proviene del sistema superior,
cuyo nexo con las emociones es débil, y pone en movimiento los
sistemas inferiores, que tienen nexos mucho más fuertes con las
emociones debido a su mayor velocidad propia y también a su me­
nor demora propia entre intención yejecución.
En casos así, la acción de los sistemas cerebrales inferiores, por
ser automática y más rápida, determina que aquella parte de la ac­
ción relacionada con un sentimiento intenso sea ejecutada casi in­
mediatamente, en tanto que la parte que se relaciona con el pensa­
miento (proviene del sistema superior) se presenta con lentitud,
cuando la acción está casi concluida o lo está del todo. La mayor
parte de los tropiezos verbales —palabras que se atropellan, etcé­
tera— tienen ese origen.

El c o n o c im ie n t o n o e s in d is p e n s a b l e pa r a l a v id a

En el mayor número de personas, los dos sistemas antiguos, el


rínico y el límbico, se interrelacionan armoniosamente entre sí.
Ambos sistemas pueden satisfacer las necesidades humanas bási­
cas y ejecutar casi todas las acciones del hombre, incluso las que
atribuimos a la inteligencia. El sistema supralímbico, tan desarro­
llado como se encuentra en el animal humano, ni siquiera es indis­
pensable para la vida social. Abejas, hormigas, monos y animales
gregarios viven en sistemas sociales sin tener conciencia de ello.
Algunos de esos sistemas sociales son bastante complejos y supo­
nen la mayor parte de las funciones básicas de la sociedad huma­
na: cuidado de la generación más joven, gobierno por un rey, gue­
rras con los vecinos, defensa del propio territorio, explotación de
esclavos y otras acciones conjuntas.

El c o n o c im ie n t o e s u n a e t a p a n u e v a d e l a e v o l u c ió n

El sistema superior, más desarrollado en el hombre que en


cualquier otro animal, toma posible el conocimiento, es decir, la
identificación de las necesidades orgánicas y la selección de los
medios adecuados para satisfacerlas. Por su índole misma, ese sis­
tema nos da capacidad para juzgar, distinguir, generalizar, formu­
lar pensamientos abstractos, imaginar, y mucho más aún. Conocer
los propios impulsos orgánicos constituye la base del autoconoci-
miento humano. Comprender la relación entre esos impulsos y su
origen en la formación de la cultura humana ofrece al hombre un
medio —en potencia— para dirigir su vida, cosa que pocas perso­
nas han logrado hasta ahora.
Parece que vivimos en un breve período histórico de transición
que anuncia la aparición del hombre verdaderamente humano.
Todo hombre tiene dos mundos: uno personal, que le es pro­
pio, y el mundo externo común a todos. En mi mundo personal, el
universo y todas las cosas vivas existen sólo mientras yo vivo;
mi mundo nacido conmigo, muere y desaparece conmigo. En el
gran mundo que todos compartimos no soy más que una gota de
agua en el mar o un grano de arena en el desierto. Mi vida y mi
muerte poco o nada podrían afectar al mundo grande.
El propósito de Un hombre en la vida es cosa particular y suya,
hasta cierto punto. Un hombre sueña con la felicidad, otro con la
riqueza, un tercero con el poder, un cuarto con el conocimiento o
la justicia, y otros aun con la igualdad. Pero aún no hemos empe­
zado a conocer el propósito de la humanidad como tal. La única
idea de base razonable y aceptada por todas las ciencias es la de
que el desarrollo de las criaturas vivas sigue una dirección y de
que, en ese desarrollo, el hombre ocupa el peldaño más alto de la
escalera. Esa dirección de la evolución podría ser interpretada
también como su propósito. Vimos ese propósito al detallar, en el
capítulo anterior, las estructuras de nuestro sistema nervioso. En
ese caso, la evolución se orientaba hacia el aumento de la capaci­
dad de la conciencia para dirigir procesos y acciones más antiguos,
surgidos durante períodos anteriores, así como para acrecentar su
diversidad, inhibirlos o acelerarlos. Nosotros mismos comprende­
mos sin damos cuenta esa tendencia, cuando observamos que cier­
to artista o científico es muy capaz, pero carece de algo que le da­
ría «humanidad».
C o n c ie n c ia y c o n o c im ie n t o

Todos los animales superiores tienen un considerable grado de


conciencia. Conocen el sitio donde viven y sus inmediaciones, así
como su propia posición en el grupo familiar o la manada. Pueden
cooperar para la defensa de la familia o la manada e incluso ayudar
a un miembro de su grupo, lo cual significa que tal vez sepan qué
es lo bueno para su vecino. El hombre está dotado no sólo de una
conciencia más desarrollada, sino también de una capacidad espe­
cífica de abstracción' que le permite discriminar y saber qué ocurre
en su interior cuando emplea esa facultad. En consecuencia, pue­
de saber si sabe o no sabe algo. Puede decir si entiende o no algo
que sabe. Es capaz de una forma de abstracción superior aun, que
le permite estimar su poder de abstracción y la medida en que lo
utiliza. Puede decir si está empleando toda la capacidad de su con­
ciencia para saber algo y si comprende que no sabe algo.
Si bien los límites entre ambos términos, tales como los emplea­
dos, no son del todo claros, existe una diferencia fundamental en­
tre conciencia y conocimiento.* Puedo subir la escalera de mi casa,
con plena conciencia de lo que estoy haciendo, y sin embargo ig­
norar cuántos escalones he subido. Para saber cuántos hay, debo
subir por segunda vez, prestar atención, concentrarme y contarlos.
Conocimiento es conciencia junto con la comprensión de lo que
sucede dentro de ella o de lo que ocurre en nuestro interior cuan­
do estamos plenamente conscientes.
A muchas personas les resulta fácil tener conocimiento del
control de sus músculos voluntarios, pensamientos y procesos de
abstracción. Mucho más difícil es, en cambio, tener conocimiento
y control de los músculos involuntarios, los sentidos, las emocio­
nes y las aptitudes creativas. Por difícil que sea, sin embargo, no es
en modo alguno imposible, aunque a muchos este complicado
control les parezca muy poco probable.
Actuamos como un todo, por más que esa totalidad no sea muy
perfecta. De ello resulta la posibilidad de desarrollar también un'
conocimiento para el control de los sectores más difíciles. Los
cambios que se operan en las partes donde el control es fácil afec­

* El autor distingue entre consciousness y awareness, términos que en inglés


suelen emplearse indistintamente para designar la conciencia. En el texto se
adoptan «conciencia» para el primero y «conocimiento» para el segundo. [T.]
tan asimismo el resto del sistema, con inclusión de aquellas sobre
las que no tenemos poder directo. También la influencia indirecta
es una suerte de control. Nuestro trabajo consiste en un método
de ejercitación que convierte esa influencia, al principio indirecta,
en conocimiento claro.
Conviene ahora, llegado este punto, señalar que hablamos de
la ejercitación del poder de la voluntad y del autocontrol, pero no
con el fin de adquirir dominio sobre nosotros mismos o sobre
otros. Hemos empleado aquí los conceptos corrección de sí mis­
mo, mejoramiento, ejercitación del conocimiento, y otros, para
describir diversos aspectos de la idea de desarrollo. El desarrollo
se centra en la coordinación armoniosa de estructura, función y re­
sultado. Y una condición básica de la coordinación armoniosa
consiste en estar completamente libre tanto de autocompulsión
como de compulsión por otros.
El desarrollo normal es en general armonioso. En el curso del
desarrollo, las partes crecen, se mejoran y se fortalecen de manera
tal que el conjunto puede proseguir su camino hacia su destino to­
tal. Así como durante el desarrollo y crecimiento armonioso de un
niño aparecen funciones nuevas, en todo desarrollo armonioso
surgen facultades nuevas.
Desarrollarse armoniosamente no es cosa simple. Considere­
mos, por ejemplo, el pensamiento abstracto, que a primera vista,
diríamos, sólo ofrece ventajas. Sin embargo, desde el punto de vis­
ta del desarrollo armonioso, presenta también muchas desventa­
jas. La abstracción constituye la base de la verbalización. Las pala­
bras simbolizan los significados que describen y no sería posible
crearlas sin efectuar una abstracción de la cualidad o el carácter de
la cosa representada. Resulta difícil imaginar una cultura humana,
cualquiera que sea, carente de palabras. El pensamiento abstracto
y la verbalización ocupan el lugar más destacado en la ciencia y en
toda realización social. Pero, al mismo tiempo, la abstracción y la
verbalización se convierten en tiranos que despojan al individuo
de realidad concreta, lo cual, a su vez, trastorna gravemente la ar­
monía de la mayor parte de las actividades humanas. A menudo, la
intensidad del trastorno confina con la enfermedad mental y física
y provoca senilidad prematura. En la medida en que la abstracción
verbal se torna más cabal y eficaz, el pensamiento y la imagina­
ción del hombre se vuelven más ajenos a sus sentimientos, sus sen­
tidos e incluso sus movimientos.
Hemos visto que las estructuras usadas para pensar tienen un
nexo lejano con las que se encuentran en relación estrecha con el
sentimiento. Sólo hay pensamiento claro cuando no hay senti­
mientos fuertes que distorsionen la objetividad. Por lo tanto, una
condición necesaria para la existencia de pensamiento eficaz es
una retracción continua respecto de los sentimientos y las sensa­
ciones propíoceptivas.
Sin embargo, aun en caso de que el pensamiento eficaz consti­
tuya el factor de discordia, lo más importante para el individuo es,
aun así, un desarrollo armonioso. El pensamiento, cuando se des­
conecta del resto de la persona, se torna cada vez más árido. Aquel
pensamiento que se formula principalmente en palabras no extrae
sustancia de las estructuras más antiguas, que se relacionan estre­
chamente con el sentimiento. El pensamiento creativo y espontá­
neo debe mantener nexos con las estructuras cerebrales primiti­
vas. El pensamiento abstracto que no se nutre de vez en cuando en
nuestras fuentes más profundas se convierte en una fábrica de me­
ras palabras, vacías de todo auténtico contenido humano. Muchos
libros de arte y ciencia, literatura y poesía, sólo pueden ofrecer una
sucesión de palabras vinculadas entre sí por un argumento lógico,
pero carentes de contenido personal. Lo mismo se aplica a muchos
individuos en sus relaciones cotidianas con otros. El pensamiento
que no se desarrolla armoniosamente con el resto de la persona
puede llegar a constituir un obstáculo para ese desarrollo.
Concluir que el desarrollo armonioso del hombre es una meta
deseable puede sonar a trivialidad. En la medida en que conside­
remos sólo las abstracciones y el aspecto lógico de esa oración, ésta
permanecerá tan divorciada del «hombre completo» como cual­
quier otra verbalización despojada de significado práctico. La fra­
se trivial, empero, se transforma en una fuente ilimitada de formas,
figuras y relaciones, que posibilitan combinaciones y descubri­
mientos nuevos, cuando estimulamos nuestras emociones y senti­
dos e impiresiones directas, es decir, si la pensamos en función de
las imágenes que nos permiten nuestras diversas combinaciones
mentales. Estas son lo que debemos investir de palabras para esta­
blecer contacto humano con nuestros congéneres.
En toda criatura cuya especie tenga larga historia hay desarro­
llo armonioso. En el caso del hombre ese tipo de desarrollo es
acompañado por muchas dificultades debido a la relativa novedad
que representa el conocimiento en la escalera de la evolución. El
desarrollo armonioso de los animales, los antropoides y del hom­
bre primitivo exigió sentidos, sentimientos, movimientos y sólo un
mínimo de pensamiento, o sea, todo lo necesario para que la con­
dición de la vigilia difiera de la del sueño.
Los animales carentes de conocimiento erran de aquí para allá
sin que esto tenga significado alguno para ellos. Al aparecer el co­
nocimiento en la escalera de la evolución, un movimiento en una di­
rección se convirtió en una vuelta hacia la izquierda y, en la otra
dirección, a la derecha.
Apreciar la importancia de ese hecho no nos resulta fácil; nos
parece algo muy simple, tal como la facultad de verles parece sim­
ple a nuestros ojos. Sin embargo, por poco que lo pensemos nos
daremos cuenta de que, en realidad, la facultad de distinguir entre
derecha e izquierda no es menos compleja que la visión. Cuando el
hombre diferencia entre derecha e izquierda divide el espacio en
relación consigo mismo, se adopta como centro a partir del cual se
extiende el espacio. Este sentido de una división del espacio, que
no resulta del todo clara para nuestro entendimiento, se expresa a
menudo mediante los términos de «sobre la mano derecha» y «so­
bre la mano izquierda». Ello aporta un nuevo grado de abstrac­
ción a los conceptos de «derecha» e «izquierda», que pueden ser
expresados así en palabras. Con el tiempo los símbolos se vuelven
cada vez más abstractos y se toma posible construir oraciones como
ésta. Para avanzar un pequeño paso más en el conocimiento,
como lo supone la comprensión de derecha e izquierda, el hombre
tiene que haber prestado atención alternativamente, en algún mo­
mento, a lo que sucedía en su propio interior y en el mundo cir­
cundante. Ese traslado de la atención hacía dentro y hacia fuera
crea las abstracciones y palabras que describen el cambio operado
en la posición de su mundo personal en relación con el mundo ex­
terior. El desarrollo de este conocimiento no pudo sino traer con­
sigo considerables dolores de alumbramiento, y sus primeros res­
plandores han de haber causado a nuestros antepasados más de un
instante de perplejidad.
Debido a su novedad en la historia de la evolución, el grado de
conocimiento difiere mucho entre los individuos, mucho más que
la distribución relativa de otras facultades. Asimismo, en cada in­
dividuo se presentan variaciones periódicas del conocimiento y de
su valor en relación con otros aspectos de su personalidad. Puede
haber un punto de depresión, durante el cual el conocimiento de­
saparece momentáneamente o por cierto tiempo. Con menor fre­
cuencia puede darse un punto culminante, en el que existe una ar­
moniosa unidad y todas las facultades del hombre se fusionan en
una totalidad única.
En las escuelas esotéricas se relata una parábola tibetana. Dice
que un hombre sin conocimiento se parece a un carruaje en que
los pasajeros son los deseos; los caballos, los músculos, y el carrua­
je mismo, el esqueleto. El conocimiento es el cochero, dormido.
Mientras el cochero siga dormido, el carruaje será arrastrado sin
objeto alguno hacia este o aquel sitio; cada pasajero procurará di­
rigirse a un sitio particular y los caballos tirarán en otras direccio­
nes. Pero cuando el cochero se despierta y empuña las riendas, los
caballos tiran del carruaje hacia los destinos a donde deben llevar
a los pasajeros.
En aquellos momentos en que el conocimiento logra formar
unidad con el sentimiento, los sentidos, el movimiento y el pensa­
miento, el carruaje avanza a gran velocidad por el camino que le
corresponde. El hombre puede efectuar descubrimientos* inven­
tar, crear, innovar y «saber». Comprende que su pequeño mundo
y el gran mundo que lo rodea no son sino uno y el mismo y, en esa
unión, ya no se siente solo.
Segunda parte

HACER PARA COMPRENDER:


DOCE LECCIONES PRÁCTICAS

Hemos elegido estas doce lecciones entre más de mil que se


dieron, con el correr de los años, en el Instituto Feldenkrais. No
representan una secuencia; más bien fueron elegidas para ilustrar
varios puntos del sistema del autor y la técnica utilizada para
expresarlos. Sin embargo, representan ejercicios que requieren la
participación del cuerpo entero y sus actividades esenciales.
Los lectores interesados por estas lecciones deben seguirlas a
razón de una por noche, inmediatamente antes de irse a dormir.
En un lapso de pocas semanas comprobarán en sí mismos un me­
joramiento considerable de todas las funciones esenciales para la
vida.
M e jo r a m ie n t o d e l a c a p a c id a d

Estas lecciones tienen por fin mejorar la capacidad, o sea, ex­


pandir los límites de lo posible: convertir lo imposible en posible,
lo difícil en fácil y lo fácil en agradable. En efecto, sólo aquellas ac­
tividades que son fáciles y agradables se convertirán en parte de la
vida habitual del hombre y le servirán en todo momento. Las ac­
ciones de ejecución difícil, que exigen al hombre vencer por el es­
fuerzo su oposición interna, nunca llegarán a integrar su vida dia­
ria, y a medida, que envejezca perderá por completo su capacidad
para ejecutarlas.
Es raro, por ejemplo, que un hombre de más de 50 años salte
una valla, aunque sea baja. Dará una vuelta para contornearla, en
tanto que un joven la saltará sin dificultad.
Esto no significa que debamos evitar todo cuanto parezca difí­
cil o no emplear la voluntad para superar obstáculos, sino que de­
bemos diferenciar claramente entre mejoramiento de nuestra ca­
pacidad y esfuerzo por el esfuerzo mismo. Más nos vale dirigir la
fuerza de voluntad a mejorar nuestra capacidad, pues al término
del proceso podremos ejecutar nuestras acciones con facilidad y
comprensión de ellas.
C a p a c id a d y fuerza d e v o l u n t a d

En la medida en que aumenta la capacidad, disminuye la nece­


sidad de esfuerzo consciente. El esfuerzo necesario para acrecen­
tar la capacidad proporciona ejercicio suficiente y eficaz a nuestra
fuerza de voluntad.. Si se considera cuidadosamente la cuestión, se
descubre que la mayor parte de las personas dotadas de gran fuer­
za de voluntad (que ellos han adiestrado por el gusto de hacerlo)
son a la vez personas de relativamente poca capacidad. La gente
que sabe cómo obrar eficazmente lo hace sin mayor preparación ni
alharaca. Los hombre de gran fuerza de voluntad tienden a emplear
demasiada energía, en vez de utilizar con mayor eficiencia energías
menores.
La persona que confía sobre todo en su fuerza de voluntad de­
sarrolla su aptitud para esforzarse y se acostumbra a aplicar enor­
me cantidad de fuerza a acciones que podría ejecutar con energía
mucho menor si la dirigiera y graduara en la forma adecuada.
Ambas formas de proceder alcanzan por lo general su objetivo,
pero la primera puede además causar un daño considerable. La
fuerza que no se convierte en movimiento no se limita a desapare­
cer, sino que se disipa bajo forma de daño inferido a las articula­
ciones, los músculos y otras partes del cuerpo utilizadas para crear el
esfuerzo. La energía no transformada en movimiento se convierte
en calor dentro del sistema y provoca cambios que deberán repa­
rarse antes de que el sistema pueda volver a funcionar eficazmente.
Todo lo que podemos hacer bien no nos parece difícil. Hasta
podemos afirmar que aquellos movimientos que encontramos difí­
ciles nos lo parecen porque no los ejecutamos correctamente.

P ara e n t e n d e r e l m o v im ie n t o d e b e m o s s e n t ir ,
NO ESFORZARNOS

Para aprender necesitamos tiempo, atención y discriminación;


para discriminar necesitamos sentir. Esto significa que para apren­
der debemos aguzar nuestras facultades de sentir y que si intenta­
mos hacer la mayor parte de las cosas por pura fuerza lograremos
precisamente lo opuesto de lo que necesitamos.
Mientras aprendemos a actuar debemos contar con la libertad
necesaria para prestar atención a lo que sucede en nuestro interior,
pues en esas condiciones nuestra mente estará clara, la respiración
será fácil de controlar y no habrá tensión creada por el esfuerzo.
Cuando el aprendizaje se efectúa en condiciones de máximo es­
fuerzo, y éste ni siquiera parece suficiente, ya no hay manera algu­
na de acelerar la acción, impartirle mayor fuerza ni perfeccionarla,
porque el individuo ya ha llegado al tope de su capacidad. En ese
punto la respiración se detiene; hay esfuerzo superfiuo, escasa ca­
pacidad para observar y ninguna perspectiva de mejoramiento.
En el curso de las lecciones el lector comprobará que los ejer­
cicios sugeridos son en sí mismos simples y sólo suponen movi­
mientos fácñes. Pero se los debe ejecutar en forma tal que aquellos
que los realicen descubran cambios en sí mismos ya después de la
primera lección.

A guzar l a d is c r im in a c ió n

«Un tonto no puede sentir», dicen los sabios hebreos. Si un


hombre no siente, no puede notar diferencias y, desde luego, no es
capaz de distinguir entre una acción y otra. Sin esa capacidad para
diferenciar no puede haber aprendizaje, ni puede por cierto au­
mentar la capacidad de aprender. La cuestión no es simple, porque
los sentidos humanos se relacionan con los estímulos que los po­
nen en acción, de modo que cuando el estímulo es más pequeño la
discriminación es más aguda.
Cuando levanto una barra de hierro no siento diferencia algu­
na si una mosca se posa sobre ella o alza vuelo desde allí. En cam­
bio, cuando sostengo una pluma puedo sentir una diferencia si
sobre ella se posa una mosca. Lo mismo se aplica a todos los res­
tantes sentidos: oído, vista, olfato, gusto, calor y frío.
Los ejercicios que presentaremos se proponen disminuir el es­
fuerzo del movimiento, pues para reconocer pequeños cambios en
el esfuerzo es preciso en primer término reducir éste. El control
más delicado y perfecto del movimiento sólo se alcanza mediante
el aumento de la sensibilidad, es decir, mediante una capacidad
mayor para sentir diferencias.
La f u e r z a d e l h á b it o

Corregir una postura o un movimiento defectuoso habitual es


sumamente difícil, aun después que haberlo descubierto. En efec­
to, es preciso corregir tanto el defecto como la forma en que se
presenta en la acción. Y para movernos de acuerdo con lo que sa­
bemos, en vez de hacerlo de acuerdo con el hábito, necesitamos
gran persistencia y conocimiento suficiente para ello.
Si una persona dene el hábito, al estar de pie, de llevar dema­
siado adelante el estómago y la pelvis y, como consecuencia de
esto, de inclinar la cabeza hacia atrás, su espalda se incurvará de­
masiado para lo que conviene a una buena posición. Si entonces
lleva la cabeza adelante y echa atrás la pelvis, tendrá la sensación
de inclinar la cabeza hacia delante y llevar la pelvis demasiado atrás,
y la posición le resultará anormal. Como consecuencia, pronto re­
cobrará su postura habitual.
Por consiguiente, es imposible modificar el hábito a partir de la
mera sensación. Es preciso efectuar algún esfuerzo mental conscien­
te hasta que la posición ajustada deja de parecer anormal y se trans­
forma en hábito. Cambiar un hábito es mucho más difícil de lo que
puede parecer a primera vísta; todos los que lo intentaron lo saben.

P e nsar al actuar

En estas lecciones, el estudiante aprende a escuchar las ins­


trucciones al mismo tiempo que ejecuta el ejercicio, así como a
efectuar las modificaciones necesarias sin detener el movimiento.
En esta forma, aprende a actuar mientras piensa y a pensar mientras
actúa. En comparación con el hombre que detiene el pensamiento
mientras hace algo y detiene la acción cuando quiere pensar, esto
constituye un peldaño más arriba en la escalera de la capacidad.
(Un conductor experimentado puede cumplir fácilmente indica­
ciones mientras conduce, en tanto que el principiante se ve en di­
ficultades para hacerlo.)
Para obtener de los ejercicios el máximo beneficio el lector
debe, en consecuencia y en la medida en que le sea posible, pro­
yectar las instrucciones para el ejercicio siguiente sin detener el an­
terior; o sea, debe continuar el movimiento que está ejecutando
mientras prepara sus pensamientos para el que lo sigue.
L ib er a r l a a c c ió n d e l d e sp il f a r r o d e e n e r g ía

Es una máquina eficiente, todas las piezas se ajustan con exac­


titud entre sí; todas están bien aceitadas y no presentan polvo ni
suciedad en las superficies de contacto; todo el combustible con­
sumido se convierte en energía cinética hasta el límite termodiná-
mico, y no hay ruido ni vibración, es decir, no se gasta energía en
movimiento inútil que disminuye la capacidad operativa efectiva
de la máquina.
Los ejercicios que se expondrán a continuación se proponen
lograr precisamente eso: eliminar gradualmente del modo de ac­
tuar todos los movimientos superfluos, todo cuanto obstaculice el
movimiento, interfiera en éste o se oponga a él.
En los sistemas de enseñanza aceptados hoy en general se in­
siste sobre todo en alcanzar cierto objetivo a cualquier precio,
cualquiera que sea la cantidad de esfuerzo desorganizado y difuso
que se aplique. En la medida en que los órganos del pensamiento,
del sentido y del control no se encuentran preparados para una ac­
ción coordinada, continua, suave y eficaz —y, por lo tanto, tam­
bién agradable— hacemos intervenir partes del cuerpo sin discri­
minación alguna, aun si no son necesarias para la acción de que se
trate e incluso si interfieren en ella. Uno de los resultados consiste
en que a veces ejecutamos una acción y al mismo tiempo la opues­
ta. Sólo el esfuerzo mental puede lograr entonces que la parte diri­
gida hacia el objetivo supere las restantes partes del cuerpo que in­
tervienen para frustrarla. En esta forma, por desdicha, la fuerza de
voluntad puede tender a disimular la incapacidad de ejecutar co­
rrectamente la acción. Lo que debe hacerse es aprender a eliminar
los esfuerzos que se oponen a la meta deseada y a emplear la fuer­
za de voluntad sólo cuando se necesita un esfuerzo sobrehumano.
Volveremos sobre este punto cuando se lo haya demostrado a
sí mismo mediante su propia experiencia; entonces estará en con­
diciones de avanzar más aún por el camino acertado.

R it m o d e l a r e s p ir a c ió n d u r a n t e l o s ejer c ic io s

Al término de una lección ejecutada, correctamente, se sentirá


fresco y relajado como después de haber dormido bien o haberse
tomado un día de descanso. Si no ocurre así, probablemente se
deba a que los movimientos se han efectuado con excesiva rapidez
y sin prestar atención a la respiración.
La velocidad del ejercicio debe ajustarse siempre al ritmo de la
respiración. A medida que la organización del cuerpo se perfec­
ciona, la respiración empieza a ajustarse automáticamente a los di­
ferentes movimientos.

V e l o c id a d d e l o s m o v im ie n t o s

La primera vez que se sigue una lección los movimientos deben


ejecutarse con la lentitud estipulada en las indicaciones. Una vez
concluidas todas las lecciones, al seguirlas por segunda vez se debe
ir más rápido en aquellas partes que resultan suaves y fáciles. Pos­
teriormente, la velocidad debe variarse entre la mayor posible y la
mayor lentitud posible.
Cuándo r e a l iz a r l o s ejer c ic io s

La mejor hora para hacer los ejercicios es inmediatamente an­


tes de irse a dormir, pero por lo menos una hora después., de la
cena. Conviene acostarse no bien se los ha concluido. Una de las
razones más importantes de ello reside en que al cabo de un día de
trabajo y preocupaciones los ejercicios liberan de tensión tanto
mental como muscular y el sueño es más reposado y refrescante.
Al despertar, estírese durante un minuto o más en la cama y
trate de recordar la sensación general de la lección de la noche
anterior. Conviene repetir dos o tres de los movimientos recorda­
dos. Durante el día, mientras hace otras cosas, piense de vez en
cuando en la lección y trate de descubrir cualquier cambio que le
haya dejado.
Fíjese para esto momentos determinados durante el día, aun­
que sólo sean pocos minutos en cada oportunidad. Cada vez que
recuerde la lección pasada, ésta se establecerá con mayor firmeza
en su mente.
Cuando los ejercicios se hayan transformado en un hábito co­
tidiano, repítalos en cualquier momento que le resulte conve­
niente.
D u r a c ió n d e l o s e jer c ic io s

El tiempo que le lleve la lección dependerá de su velocidad in­


dividual. En las primera lecciones, la duración dependerá sobre
todo de la cantidad de veces que se repita cada ejercicio. Al prin­
cipio se debe repetir cada movimiento diez veces; al progresar, au­
méntese el número hasta 25 veces, de acuerdo con las instruccio­
nes incluidas en la lección misma. Con el tiempo es posible y
conveniente repetir un mismo movimiento centenares de veces,
tanto con la mayor lentitud como con la mayor rapidez posibles.
Pero recuérdese que rápido no significa apresurado.
De ello debemos concluir que cada una de las primeras leccio­
nes le llevará alrededor de 45 minutos y las siguientes tal vez sólo
20 minutos, o algo así; más adelante, cuando los ejercicios se trans­
formen en una rutina cotidiana, una lección podrá requerir desde
un instante para pensar en ella hasta cualquier cantidad de tiempo
que el individuo decida consagrarle.

D ó n d e h a c e r l o s ejer c ic io s

Lo mejor es realizarlos en el suelo, sobre una alfombra o este­


rilla lo bastante grande como para poder estirar a los lados brazos
y piernas sin ser obstaculizado por muebles u otros objetos. Si al
principio le cuesta habituarse al suelo, tienda sobre éste una grue­
sa manta o, si es necesario, practique los ejercicios en la cama.

I n d u m e n t a r ia

Cuanto más ligera sea, mejor. En todo caso, hay que asegurarse
de que sea cómoda, no interfiera en los movimientos ni en la res­
piración, no ajuste demasiado y no tenga botones ni cierres rápi­
dos en la espalda.

C ómo p r a c t ic a r l a s l e c c io n e s

Si usted trabaja solo y necesita leer las instrucciones, lo mejor


es ir poco a poco. Lea un corto párrafo de las instrucciones, lo su­
ficiente para saber qué tiene que hacer, y empiece. Cuando haya
repetido ese movimiento 25 veces, de acuerdo con las instruccio­
nes, lea el párrafo siguiente y practíquelo. Recorra así toda la lec­
ción, párrafo por párrafo. De esta forma la lección le llevará más
tiempo, de modo que lo mejor es dividirla en secciones y practi­
carla en varias fases. Cuando haya aprendido todos los movimien­
tos de una sección y no necesite más las instrucciones, reúna las
secciones entre sí y practique toda la lección completa.
Q ué s i g n i f i c a e sta r « d erech o»

«¡Siéntate derecho!» «¡Ponte derecho!» Esto lo dicen a menu­


do madres, maestras y otras personas que dan esa orden de buena
fe y con plena confianza en lo que afirman. Si tan sólo se les pre­
guntara cómo hace uno para sentarse o ponerse derecho, respon­
derían: «¿Qué quieres decir con eso? ¿No sabes lo que significa
derecho? ¡Derecho es derecho!».
Algunas personas, por cierto, están de pie y caminan derechas,
con sus espaldas rectas y la cabeza alta. Y desde luego hay, en esa
postura, un elemento de «ponerse derecho».
Si se observa a un niño o a un adulto al que se le ha dicho que
se siente o se ponga derecho, se torna evidente que acepta que hay
algo mal en la forma en que conduce su cuerpo, pues trata rápi­
damente de enderezar su espalda o alzar la cabeza. Lo hace por
pensar que de ese modo ha alcanzado la postura correcta, pero no
puede mantener esa postura «correcta» sin un continuo esfuerzo.
En cuanto alguna actividad necesaria, urgente o interesante le lla­
ma la atención, vuelve a la postura anterior.
Puede darse por seguro que no tratará otra vez de «mantener­
se derecho» a menos que se le recuerde que debe hacerlo o que él
mismo advierta que ha perdido la posición.
P or d e r e c h o e n t e n d e m o s v e r t ic a l

Cuando hablamos de ponerse derecho en este sentido, casi


siempre queremos decir «vertical». Pero si examinamos el esque­
leto ideal construido por el famoso anatomista Albino sólo encon­
tramos dos pequeñas secciones dispuestas en forma más o menos
vertical: las vértebras superiores del cuello y las situadas entre el
tórax y las caderas. No hay en el esqueleto entero ningún otro hue­
so dispuesto en posición vertical precisa (aunque los huesos de los
brazos adopten a veces una posición aproximadamente vertical).
En consecuencia, es obvio que cuando decimos «derecho» quere­
mos decir algo distinto, pues no tenemos idea precisa del signifi­
cado de la palabra en relación con este punto.

D e r e c h o e s u n c o n c e p t o e s t é t ic o

La palabra «derecho» es engañosa. No expresa lo que se necesi­


ta, ni siquiera lo que esperamos lograr o ver una vez producido el me­
joramiento. «Derecho» se emplea en un sentido puramente estético
en relación con la postura y no es un concepto útil ni preciso, por lo
que no puede servir como criterio par la corrección de defectos.
Para apreciar a fondo cuán poco coincide el significado de «de­
recho» que suele aceptarse con lo que es correcto en materia postu­
ra!, basta considerar el caso de un hombre que se ha roto la espalda
y es incapaz de enderezarla, ¿Cómo debe ponerse en pie o sentarse?
¿No puede una persona baldada utilizar su cuerpo correcta, eficaz y
graciosamente? Hay muchos tullidos cuya capacidad en este senti­
do supera la de personas saludables. Existen personas que han su­
frido graves daños en su estructura ósea y sin embargo denotan en
sus movimientos fuerza, precisión y gracia sobresalientes. Sin em­
bargo, es imposible aplicar a ninguna de ellas el concepto derecho.

E sq u eleto , m ú sc u lo s y g raveda d

De ello se deduce que cualquier postura es en sí misma acepta­


ble mientras no contravenga la ley de la naturaleza según la cual la
estructura del esqueleto debe contrarrestar la tracción de la grave­
dad, dejando los músculos en libertad de movimiento. El sistema
nervioso y la estructura ósea se desarrollan juntos bajo la influen­
cia de la gravedad, en forma tal que el esqueleto es capaz de soste­
ner el cuerpo sin gastar energía pese a dicha tracción. Por otra par­
te, si los músculos tienen que cumplir la tarea del esqueleto, no
sólo gastan innecesariamente energía; además se ven impedidos de
cumplir su principal función, que es la de modificar la posición del
cuerpo, es decir, la del movimiento.
Cuando la postura es deficiente, los músculos están haciendo
parte de la tarea propia de los huesos. Para corregir la postura es
preciso descubrir qué ha deformado la reacción del sistema ner­
vioso a la gravedad, a la que cada parte del sistema ha debido ajus­
tarse desde que comenzó a existir el hombre.
Para llegar a una comprensión práctica del problema debemos
estudiar y aclarar los conceptos empleados antes. Veamos ante todo en
qué consiste la respuesta correcta del sistema nervioso a la gravedad.

R e l a ja c ió n : u n c o n c e p t o q u e a m e n u d o se e n t ie n d e m a l

Examinemos el maxilar inferior. Cuando no habla, come o


hace alguna otra cosa con la boca, la gente la conserva cerrada.
¿Qué es lo que mantiene el maxilar inferior contra el superior? Si
la relajación, que ahora está tan de moda, fuese la condición co­
rrecta, el maxilar inferior colgaría libremente y la boca estaría
siempre abierta. Pero ese estado de relajación sólo se observa en
los idiotas de nacimiento o en los casos de conmoción paralizante.
Tiene importancia comprender por qué una parte esencial del
cuerpo, como lo es el maxilar inferior, puede encontrarse en ese
estado de ser sostenido permanentemente, por músculos que tra­
bajan sin cesar mientras estamos despiertos, sin que tengamos, sin
embargo, la sensación de hacer algo para mantener así el maxilar
inferior. Para dejarlo colgar libremente deberíamos, en realidad,
aprender a inhibir los músculos que intervienen en ese proceso. Si
intenta relajar el maxilar inferior hasta que caiga por su propio
peso y abra la boca, comprobará que no es tarea fácil. Cuando lo­
gre hacerlo, notará que además se han producido cambios en la
expresión de la cara y en los ojos. También es probable que, al tér­
mino del experimento, descubra que normalmente tiene cerrada la
boca con demasiada fuerza. Tal vez descubra, asimismo, el origen
de esa excesiva tensión. Después de relajar el .maxilar, observe el
retorno de la tensión y, por lo menos, comprobará cuán infinita­
mente poco sabe el hombre acerca de sus propios poderes y de sí
mismo en general.
Para una persona inteligente los resultados de ese experimento
pueden ser importantes, más tal vez que atender a sus ocupacio­
nes, porque su capacidad para ganarse la vida mejorará cuando
descubra qué es lo que resta eficiencia a la mayor parte de sus ac­
tividades.

LOS MÚSCULOS QUE CONTRARRESTAN LA ACCIÓN DE LA GRAVEDAD


NO TIENEN CONCIENCIA DE SU ACCIÓN

El maxilar inferior no es la única parte que no cae tanto como


podría. Tampoco la cabeza cae hacia delante. Su centro de grave­
dad se encuentra bastante más adelantado que el punto donde la
cabeza se apoya en la columna vertebral (está aproximadamente
entre los oídos), porque la cara y la parte frontal del cráneo son
más pesadas que la parte posterior de la cabeza. Si a pesar de esa
estructura la cabeza no cae hacia delante, resulta obvio que el sis­
tema debe incluir alguna organización que lo impida.
Si relajamos por completo los músculos de la parte posterior
del cuello la cabeza caerá hasta la posición más baja que puede al­
canzar, es decir, hasta apoyar el mentón en el esternón. Sin embar­
go, nadie tiene conciencia del esfuerzo que realizan los músculos
de la parte posterior del cuello permaneciendo contraídos para
mantener alta la cabeza.
Si se toca los músculos de la pantorrilla (en la parte posterior
de la pierna, aproximadamente por la mitad) mientras está de pie,
advertirá que se hallan contraídos con fuerza. Si se relajaran por
completo el cuerpo caería hacia delante. En la postura correcta,
los huesos de la pierna presentan un pequeño ángulo respecto de
la vertical, y la contracción de dichos músculos impide que el cuer­
po caiga de frente.

NOS MANTENEMOS ERGUIDOS SIN SABER CÓMO

En consecuencia, no tenemos conciencia de ningún esfuerzo o


actividad por parte de los músculos que contrarrestan la fuerza de
la gravedad. Nos damos cuenta de su acción sólo cuando inte­
rrumpimos esa actividad o la reforzamos, es decir, cuando el cam­
bio voluntario se consuma con clara conciencia. Nuestros sentidos
no registran esa contracción que existe, permanente y normal, an­
tes de que ejecutemos un acto deliberado. En esto intervienen los
impulsos eléctricos que se originan en distintas fuentes dentro de
nuestro sistema nervioso. Un grupo de ellos produce la acción in­
tencional; el otro grupo provoca la contracción de los músculos
que contrarrestan la gravedad, hasta que ese trabajo compensa
exactamente la tracción de aquélla.

La p o s t u r a e r g u id a e s m a n t e n id a p o r u n a pa r te a n t ig u a
d e l sist e m a n e r v io s o

El estudio de las extremidades y partes del cuerpo tales como


los hombros, los ojos, los párpados, etcétera, revela que sus múscu­
los trabajan constantemente y que ese trabajo pasa inadvertido y
no se debe a ningún esfuerzo consciente. ¿Cuántas personas tie­
nen conciencia, por ejemplo, de que sus párpados están alzados y
pueden sentir su peso? Tal peso sólo se siente en los momentos en
que se oscila entre la vigilia y el sueño, cuando de pronto se toma
difícil mantener los ojos abiertos; es decir, cuando se necesita un
esfuerzo súbito para lograrlo. Mientras estamos erguidos, nuestros
párpados no caen, no obstante ser pesados. La posición vertical y
todo cuanto supone es organizada por una sección especial de
nuestro sistema nervioso, ejecutora de mucho trabajo complejo
del que sólo tenemos un atisbo en la conciencia. Esa sección es una
de las más antiguas en la evolución de la especie humana; es por
cierto más antigua que el sistema voluntario y también se encuen­
tra, desde el punto de vista físico, por debajo de éste.

El n e x o e n t r e i n s t in t o e in t e n c ió n

Una postura correcta, por lo tanto, debería ser atributo de toda


persona nacida sin grandes defectos físicos. Asimismo, como la or­
ganización de esa postura depende de un sistema que funciona en
forma automática, independientemente de la voluntad individual,
todos los seres humanos deberían erguirse de la misma forma, tal
como un gato está de pie de la misma forma que otro y todas las
golondrinas vuelan de igual modo.
Pero la realidad es habitualmente más simple y a la vez más
compleja que lo que parece a primera vista. Nos complacemos en
pensar que el instinto es algo por completo distinto dél conoci­
miento y la comprensión. Creemos que la abeja, la araña y los res­
tantes ingenieros del mundo animal efectúan por instinto y auto­
máticamente, sin necesidad de aprender, las cosas que nosotros
hacemos con ayuda de la inteligencia, la conciencia y la voluntad y
sólo después de mucho estudio. Esto es verdad sólo en parte. Ni
siquiera el instinto actúa en forma del todo automática, y las cosas
que hacemos deliberadamente no están divorciadas por completo
del instinto.

En e l h o m b r e , l a c a p a c i d a d d e a p r e n d e r r e e m p la z a
EL INSTINTO ANIMAL

Los instintos del hombre se han tornado débiles en compara­


ción con los de los animales. No todo infante empieza a respirar en
el momento en que nace, y a veces es preciso aplicar una acción vi­
gorosa para que inhale por primera vez. Lo mismo se aplica a la ac­
tividad de mamar. Muchos bebés necesitan ser estimulados y alen­
tados antes de que surja en ellos la urgencia y la capacidad de
satisfacer una necesidad vital. El hombre no cuenta con instintos
certeros que lo guíen sin error al caminar o al hacer otro movi­
miento, o siquiera en la actividad sexual. En cambio, su capacidad
para aprender es incomparablemente mayor que la de cualquier
otra criatura viva. Los instintos de los animales, más fuertes, no
permiten a éstos suspender la acción instintiva o resistirse a ella, y
resulta obvio que introducir cambios en esa acción no es fácil ni
tiene resultados permanentes.
Lo característico del hombre es, en consecuencia, su capacidad
de aprender, que supone la creación de nuevas respuestas a estí­
mulos como resultado de la experiencia. Esa capacidad nos sirve
en reemplazo de instintos poderosos, donde ni siquiera los más li­
geros cambios pueden operarse sino con grandes dificultades.
EL HOMBRE APRENDE SOBRE TODO DE SU EXPERIENCIA;
EL ANIMAL, DE LA EXPERIENCIA DE LA ESPECIE

La función del habla constituye un buen ejemplo para ayudar­


nos a comprender nuestras restantes funciones. Todo niño nacido
sin algún defecto grave posee el equipo esquelético, muscular y
nervioso que le permite aprender a hablar por medio de la audi­
ción y la imitación de sonidos. En cambio los animales, gracias a
sus instintos, que son más poderosos, tienen escasa necesidad de
aprender. Sus mecanismos de acción están ligados casi desde el na­
cimiento con los mecanismos del sistema nervioso que imparten
las órdenes. Las conexiones internas del sistema nervioso se en­
cuentran predeterminadas y basta un mínimo de experiencia para
imprimir permanentemente la función.
Así, el ruiseñor canta la misma melodía en Japón y en México.
(Esto puede no ser del todo exacto en el sentido científico, pero se
acerca bastante a la verdad como para servirnos de ejemplo.) Las
abejas construyen sus colmenas de acuerdo con el mismo modelo
en cualquier parte del mundo, y todo animal por cuyas venas corra
sangre de perro ladrará, aun si tiene algo de lobo o de chacal.
En el hombre, en cambio, no hay patrón de lenguaje establecido
desde el nacimiento; el habla se desarrolla y crece anatómicamente
y, a la vez, funcionalmente. Si un niño se cría en China hablará chi­
no; en suma, hablará cualquier idioma correspondiente a su medio.
Dondequiera que se encuentre, deberá formar, con ayuda de su ex­
periencia personal, aquellas conexiones entre células de su sistema
nervioso que activarán los músculos necesarios para hablar.
Al principio, esas células sólo están dotadas de la capacidad de
establecer libremente cualquier combinación de patrones que la
experiencia proporcione. Esos patrones, creados por la experien­
cia individual y no por la experiencia colectiva de la raza humana,
son por lo tanto permanentes mientras la experiencia perdura en
forma estable. Es posible incluso olvidar la lengua materna. Y no
es demasiado difícil aprender otro idioma.

E x p e r ie n c ia in d iv id u a l

Pero lo que más influye sobre el desarrollo de la boca y sobre


la mayor o menor potencia de unas cuerdas vocales en relación
con las otras son las tentativas iniciales de habla. Toda tentativa
posterior por aprender un idioma nuevo llevará la marca de las in­
fluencias iniciales, y por ello le resultará más difícil al individuo
acostumbrarse a las nuevas formas. Aprender un lenguaje nuevo es
dificultado más aún por las formas de habla ya existentes, que obs­
taculizan nuevas combinaciones de movimientos de los músculos
de la boca y la garganta, los cuales ya han contraído una tendencia
a continuar automáticamente con los patrones anteriores.

El g r a n p o d e r d e a d a p ta c ió n d e l h o m b r e

Estas observaciones nos ayudan a comprender por qué las pos­


turas al estar de pie y al caminar pueden diferir tanto de una per­
sona a otra, por más que las controle una parte del cerebro cuyas
funciones están más cerca de la función instintiva que de la volun­
taria.
Tal como el habla, la posición erguida carece de conexiones es­
tablecidas entre células del sistema nervioso, aunque el hombre
empieza a caminar antes que a hablar. También en esa función el
hombre .se ajusta con mayor libertad y variedad a su ambiente que,
por ejemplo, algunos animales de manada, capaces de caminar, co­
rrer, caer y ponerse de nuevo en pie pocos minutos después de ha­
ber nacido y cualquiera que sea el terreno donde hayan nacido.
Las funciones ya establecidas y fijadas en ese momento sólo pre­
sentan pequeñas variaciones de un individuo a otro; en cambio, en
el caso de las funciones que el individuo desarrolla mediante su ex­
periencia personal, las diferencias son la norma.

A specto s d in á m ic o s d e l a p o s t u r a

En la medida en que consideremos que las posturas de estar de


pie y sentado son estáticas, nos resultará difícil describirlas en for­
ma que pueda conducir a mejorarlas. Si lo que procuramos es esto,
debemos considerar su aspecto dinámico. Desde este punto de vis­
ta, toda postura estable consiste en una serie de posiciones que
configuran un movimiento. Al trasladarse de un lado al otro, un
péndulo pasa por la posición de estabilidad en el momento en que
alcanza su máxima velocidad. Cuando el péndulo se encuentra en
estado estable, en el punto medio de su recorrido, se queda allí
hasta que se le aplica alguna fuerza exterior. Esa posición estable
no necesita energía para mantenerse. Al caminar, erguirse o sentar­
se, el cuerpo humano pasa necesariamente, de vez en cuando, por
la posición vertical estable que no necesita energía. Empero, en los
casos en que los movimientos no se adecúan perfectamente a la
gravedad, el paso del cuerpo por la posición estable no se define
claramente y los músculos siguen haciendo trabajo innecesario.
Para mantener las posturas de estar de pie y sentado, que son
posiciones de estabilidad, no se requiere esfuerzo alguno. En el es­
tado estable sólo hace falta un mínimo de energía para iniciar un
movimiento y, en consecuencia, no hace falta ninguna para mante­
nerse en reposo.

Control a u t o m á t ic o y c o n t r o l v o l u n t a r io

La mayor parte de las dificultades teóricas y prácticas desapa­


recen cuando se presta debida consideración al hecho de que los
músculos voluntarios que responden a nuestra intención reaccio­
nan al mismo tiempo ante las órdenes de la otra parte de nuestro
sistema nervioso, la inconsciente. Aunque el control voluntario
puede presentarse en cualquier momento que se desee, en cir­
cunstancias de tipo corriente asume el mando el control automáti­
co. Cuando lo que se necesita es una reacción rápida, como en el
instante de caer al suelo o cuando la vida está súbitamente en peli­
gro, el sistema automático hace todo lo necesario antes aun de que
nos demos cuenta dé lo que sucede. Nos basta resbalar sobre una
cáscara de plátano para comprobar que nuestro cuerpo en general
se endereza a sí mismo «por su propia cuenta», en un movimiento
reflejo del que el control voluntario ni siquiera tiene conciencia.
El sentido kinestésico de nuestros músculos nos hace saber si
nos encontramos en posición estable. Si el control que se ejerce so­
bre los músculos pertenece al sistema voluntario, nos hallamos en
la posición estable; si pasa al sistema automático y el control vo­
luntario se suspende un instante, la posición ha dejado de ser esta­
ble. El control voluntario retornará no bien el sistema automático
haya logrado devolver al cuerpo una posición estable.
O r ig e n d e l a d is t o r s ió n d e l a s s e n s a c io n e s

Todo cuanto tiende a disminuir la sensibilidad del poder de


discriminación retarda la respuesta a los estímulos. La postura será
reajustada cuando su divergencia respecto de la posición estable
ya sea considerable, es decir, cuando el ajuste se haya tornado ur­
gente y exija mayor esfuerzo muscular. Ello reduce aún más la con­
ciencia precisa del cambio; todo el sistema de acción y control ha
pasado a tener dimensiones más groseras. Por último habrá serios
fallos en el control e incluso daño del sistema.
Una de las causas iniciales de que los acontecimientos sigan ese
curso es el dolor, que puede ser de origen físico o emocional. El
dolor que socava la confianza en el propio cuerpo y en sí mismo es
la principal causa de las desviaciones respecto de la postura ideal.
Cuando es de este orden, el dolor rebaja el valor del individuo ante
sus propios ojos. Aumenta la tensión nerviosa, lo cual a su vez re­
duce de nuevo la sensibilidad, de modo que no sentimos pequeñas
desviaciones continuas respecto de la posición ideal y los músculos
se tensan sin que el individuo tenga siquiera conciencia del esfuer­
zo que hace. El control puede falsearse hasta tal punto, que mien­
tras creemos no estar haciendo nada estamos en realidad fatigando
innecesariamente los músculos.

La s e n s ib il id a d e n l a .a c c ió n v o l u n t a r ia

Parece razonable suponer que si hemos de aumentar el grado


de conocimiento de nuestro esfuerzo muscular cuando los múscu­
los trabajan como resultado de la acción voluntaria, también de­
bemos aprender a reconocer aquellos esfuerzos musculares que,
como consecuencia del hábito, están normalmente ocultos de
nuestra mente consciente. Si pudiéramos librarnos de ese esfuerzo
superflub reconoceríamos la posición estable ideal con mayor cla­
ridad.. En ese caso habríamos «retomado» a la etapa en que desa­
parece todo esfuerzo muscular voluntario por mantener el equili­
brio, pues éste es conservado sólo por las partes antiguas del
sistema nervioso, que encuentran para cada uno de nosotros la
mejor posición compatible con la estructura física hereditaria d d
individuo.
D in á m ic a d e l e q u il ib r io

Volvamos a la idea de la estabilidad física como fenómeno di­


námico para aprender de ella cuanto nos sea posible. Vimos que la
posición estable del péndulo coincide con el punto medio de su
trayecto, en que la tracción de la gravedad procura mantener el
péndulo en posición puramente vertical. La fuerza que al princi­
pio pone el péndulo en marcha es absorbida por la fricción y los
movimientos se tornan cada vez más pequeños, hasta que el pén­
dulo se queda quieto en posición estable; de ella se lo puede mo­
ver mediante la aplicación de un mínimo de fuerza en cualquier
dirección distinta de la vertical. Lo mismo puede decirse de cual­
quier cuerpo en estado de equilibrio. Por ejemplo, un árbol que ha
crecido en posición vertical curvará la copa en la dirección en que
sople el viento. Análogamente, buena posición vertical es aquella a
partir de la cual bastará un esfuerzo muscular mínimo para mover
el cuerpo con la misma facilidad en cualquier dirección que se de­
see. Ello significa que en la posición erguida no debe haber es­
fuerzo muscular alguno que se derive del control voluntario, pres­
cindiendo de que ese esfuerzo sea conocido y deliberado o de que
sea ocultado de la conciencia por el hábito.

Balancearse de pie

De pie, deje que su cuerpo se balancee suavemente haría uno y


otro lado, como si fuera un árbol mecido por el viento. Preste
atención al movimiento de la columna vertebral y de la cabeza.
Continúe hasta completar de 10 a 15 movimientos pequeños y sua­
ves como éste y hasta que pueda observar una conexión entre esos
movimientos y su respiración. Después efectúe movimientos aná­
logos no hacía los lados, sino hacia delante y atrás. Pronto obser­
vará que el movimiento hacia atrás es más fácil y más amplio, en
muchos casos, que hacia delante, durante el cual sentirá cierta ti­
rantez en los tobillos.

Los puntos de tirantez varían de acuerdo con el individuo.


Sólo en casos raros los músculos del pecho —con inclusión de los
hombros, las clavículas, la nuca, las costillas y el diafragma— pre­
sentan una organización tan perfecta que se puede observar una
relación continua entre los movimientos hacia delante y atrás y
el proceso de la respiración, como en los movimientos laterales
previos.

Mueva ahora el cuerpo en tal forma que la coronilla (la parte su­
perior de la cabeza) trace un círculo en el plano horizontal. Conti­
núe hasta sentir que todo el trabajo es ejecutado por la mitad infe­
rior de las piernas y que todo el movimiento se siente en los tobillos.
Balancéese de nuevo hacia los lados, después hacia delante v atrás
y después en círculo, en ambas direcciones, pero esta vez descanse
el peso del cuerpo principalmente sobre el píe derecho; del pie iz­
quierdo, sólo el dedo gordo debe tocar el suelo. La pierna izquier­
da no debe tomar parte en el movimiento salvo para ayudar al cuer­
po a mantener el equilibrio y posibilitarle realizar el ejercicio con
exactitud sin interferir en la respiración. Repita los movimientos
apoyando la mayor parte del peso sobre el pie izquierdo. Repita
cada uno de estos movimientos 20 o 30 veces, hasta que logre eje­
cutarlos tan suave y cómodamente como le sea posible.

Moverse sentado

Siéntese sobre el borde delantero de una silla.. Apoye los pies


en el suelo, bastante separados, y relaje los músculos de las piernas
hasta que las rodillas puedan moverse hacia los lados y también
hacia delante con facilidad desde los tobillos. En esa posición,
mueva él tronco hacia uno y otro lado hasta lograr un balanceo
suave coordinado con una respiración igualmente suave. Después
de una pausa inicie movimientos similares hacia delante y atrás,
hasta tomar conciencia del movimiento de las articulaciones de las
caderas y la pelvis, así como del movimiento de las articulaciones
de las caderas y la pelvis, y del movimiento de las rodillas hacia
atrás y delante.
Ahora mueva el tronco en sentido circular, de manera tal que
la coronilla describa un círculo, sostenida la cabeza por la colum­
na vertebral como por una barra. No tiene que hacer cambios en
las posiciones relativas de las vértebras entre sí; la columna debe
moverse como si estuviera sujeta a la silla por su extremo inferior,
cerca del cóccix, y la cabeza en equilibrio sobre su extremo supe­
rior, mientras traza sus círculos igual que si la columna vertebral
fuese la hipotenusa generatriz de un cono apoyado sobre su vérti­
ce. Invierta la dirección del movimiento y siga hasta que todos los
obstáculos que se le oponen desaparezcan y se torne continuo,
fluido y suave.

El n e x o d in á m ic o e n t r e estar , d e p ie y s e n t a d o

Hemos llegado al punto más importante de todos: el nexo diná­


mico que existe entre estar de pie y estar sentado. La mayor parte de
las personas sienten que el cambio de posición de estar sentado a es­
tar de pie exige esfuerzo; sin darse cuenta, se preparan para ese es­
fuerzo contrayendo los músculos de la parte posterior del cuello, lo
que lleva atrás la cabeza y apunta el mentón hacia arriba. Este es­
fuerzo muscular superfluo se origina en el deseo de tensar el pecho.
Para el esfuerzo que harán las piernas principalmente con los exten­
sores de las rodillas, es decir, los músculos que las estiran. Después
veremos que también este esfuerzo es superfluo. Todos esos mo­
vimientos indican la intención de erguirse mediante un vigoroso
movimiento de la cabeza que arrastre tras ella todo el peso del tronco.
En lo que concierne al control voluntario y al control reflejo an­
tiguo, según los hemos llamado, la interferencia reside en el hecho
de que los pies hacen presión sobre el suelo, mediante un movi­
miento voluntario, antes de que el centro de gravedad del cuerpo se
haya movido hacia delante sobre las plantas de los pies. Cuando el
centro de gravedad se haya trasladado realmente hacia delante res­
pecto de los pies, en el sistema nervioso antiguo se originará un mo­
vimiento reflejo que enderezará las piernas, y ese movimiento auto­
mático no será sentido en modo alguno como esfuerzo.
Por lo general, los. pies hacen presión conscientemente sobre el
suelo demasiado pronto, antes de que el estímulo reflejo haya al­
canzado toda su magnitud. Como en los movimientos lentos pre­
valece el control voluntario, en este caso tiende a interferir en el
control reflejo primitivo y a impedir que el movimiento se ejecute
en la forma natural, orgánica y eficaz. Nuestro conocimiento debe
discernir esa necesidad orgánica. Tal vez ese discernimiento sea el
verdadero «conocimiento de sí mismo».
La interferencia se desarrolla del siguiente modo. Cuando los
pies, en esa tentativa por enderezar las piernas, presionan el suelo
demasiado pronto, la pelvis es mantenida por la fuerza en su sitio
y su parte superior incluso puede ser llevada ligeramente hacia
atrás. Los músculos del estómago intentan el movimiento de le­
vantar el cuerpo, lo cual tira la cabeza hacia delante y abajo. Pero
si este movimiento no tiene suficiente fuerza como para levantar el
peso de la pelvis sobre las piernas, tiesas en una posición inflexible
e incapaces de doblarse en las articulaciones de las rodillas y los to­
billos, el cuerpo recaerá en la posición sentada. Esa imposibilidad
de completar el movimiento puede observarse en las personas de
edad o debilitadas, que se incorporan a medias y vuelven-a caer: no
son lo bastante fuertes como para ejecutar los esfuerzos superfluos
ya descritos y, además, el esfuerzo realmente necesario para incor­
porarse, por más que éste sea relativamente pequeño y esté al alcan­
ce incluso de ancianos o personas debilitadas.

Mida sus errores y su mejoría

Antes de sentarse, para iniciar el siguiente ejercicio, ponga bajo


sus pies una balanza de baño. Después de ello usted se incorpora­
rá en la forma habitual. Cuando ponga los pies sobre la balanza,
observará que la aguja se mueve hasta un punto que marcará apro­
ximadamente la cuarta parte de su peso como peso de sus piernas.
Después póngase de pie y al hacerlo observe la aguja. Esta avanza­
rá hasta un punto situado mucho más allá del correspondiente a
su peso, volverá a uno anterior, oscilará atrás y delante y finalmen­
te se detendrá en la cifra acertada.
Cuando considere que su transieron de una postura a otra ha
mejorado, verifíquelo de nuevo con la balanza. Si ahora el movi­
miento es correcto, la aguja avanzará gradualmente, acompañando
poco a poco el movimiento, y no pasará más allá de la cifra que co­
rresponde a su peso. Esto demuestra que el movimiento ya no in­
cluye aceleración innecesaria alguna. Si trata de calcular cuánto es­
fuerzo desperdiciado se ahorra, comprobará además cuán poco
esfuerzo le basta para ponerse de pie correctamente.
Siéntese ahora en el borde delantero de la silla y deje que su
cuerpo se balancee hacia atrás y delante con movimientos cada vez
más amplios, pero sin súbito aumento del esfuerzo en punto algu­
no. Evite toda intención directa de incorporarse, pues de ello re­
sultará un retorno inadvertido a su manera habitual de hacerlo.
Para ponerse de pie no hace falta, en realidad, ningún esfuerzo
mayor que el que se efectúa en ese balanceo. ¿Cómo se hace? A
continuación se presentan algunos recursos auxiliares; vale la pena
probarlos todos aunque se tenga éxito con el primero.
1. Evite movilizar en forma consciente los músculos de las piernas

Al balancearse hacia delante, piense en levantar las rodillas y los


pies del suelo, de modo que la oscilación hacia delante no le haga
contraer aquellos músculos del muslo cuya función es enderezarlas
piernas. La contracción de esos músculos acentúa la presión de los
pies contra el suelo. La pelvis abandonará la silla sin esfuerzo adi­
cional alguno y usted pasará de estar sentado a estar de pie.

2. Evite movilizar en forma consciente los músculos del cuello

Durante la oscilación hacia atrás y delante, tome un puñado de


pelo de la coronilla y estírelo suavemente hasta que quede en línea
con la columna vertebral, tensado tan ligeramente que pueda sen­
tir si los músculos del cuello entran en tensión. Cuando al balan­
cearse usted hacia delante los músculos de la nuca no entran en
tensión, no se aplica presión adicional por medio de los pies y, al
cabo de unas pocas tentativas, el movimiento hacia delante pondrá
el cuerpo de pie sin cambio alguno de la respiración, es decir, sin
imponer al pecho ningún esfuerzo inútil.
Repita el ejercicio tirándose del pelo con la mano izquierda.
Por lo general el efecto varía de una mano a la otra.

3. Suspenda la intención de ponerse de pie

El movimiento hacia delante debe continuarse hasta el punto


en que se sienta un esfuerzo en las piernas y el aparato respirato­
rio, es decir, hasta aquel punto en que el movimiento rítmico se de­
tiene y el esfuerzo muscular aumenta. En este punto, incorporarse
deja de ser una continuación del movimiento previo para conver­
tirse en un esfuerzo de tirón brusco. Suspenda todo movimiento
adicional y quédese inmóvil en la posición: en que cesó el movi­
miento de balanceo. Suspenda la intención de incorporarse y de­
termine qué parte del cuerpo se relaja por efecto de ello. Allí esta­
ba el esfuerzo superfluo. Esto no es fácil de hacer; es preciso prestar
mucha atención para detectar el esfuerzo inútil. Al cesar la inten­
ción de incorporarse, la posición inmóvil se toma inmediatamente
tan cómoda como la de estar sentado y, a partir de allí, completar
el movimiento que falta para ponerse de pie resulta tan fácil como
sentarse de nuevo.
4. Movimientos rítmicos con las rodillas

Sentado en el borde de la silla, apoye cómodamente los pies en


el suelo, separándolos bastante. Empiece a mover sus rodillas acer­
cándolas y apartándolas hasta que el movimiento se tome rítmico,
regular y fácil. Tómese una mecha de pelo de la coronilla y esti­
rándosela llévese usted mismo hasta la posición de pie sin inte­
rrumpir el movimiento de las rodillas. Si el cuerpo no está debida­
mente organizado el movimiento de las rodillas vacñará, así sea
sólo por un momento; en caso contrario, usted tratará de alzarse
en el preciso momento en que las rodillas se encuentran en alguna
de las posiciones extremas de su movimiento, sea lo más distantes
o lo más juntas. En cualquiera de esas posiciones, las rodillas pue­
den cesar de moverse sin que usted lo advierta.

5. Separe la acción de la intención

Uno de los requisitos que deben cumplirse para mejorar la ac­


ción consiste en separarla de la intención, como el ejercicio si­
guiente, que a la vez ayuda a aprender y permite verificar la cuali­
dad de la acción ejecutada.
Siéntese en una silla como antes, con el respaldo de otra silla
enfrente de usted. Apoye las manos en ese respaldo y, en vez de
pensar en ponerse de pie, piense en levantar, el asiento de su silla y
al mismo tiempo en ponerse de pie. Cuando se haya incorporado,
ponga las manos en el respaldo de la silla de enfrente y, en vez de
pensar en sentarse, piense en bajar el asiento.
Poner el asiento en la silla es un medio de sentarse, tal como le­
vantarlo es un medio de incorporarse. De esa forma su atención
está centrada en el medio por el cual se ejecuta la acción, no en la
intención de ejecutarla. Muchas personas son capaces de levantar­
se o sentarse de esta forma sin pensar en lo que están haciendo.
Cuando la acción es efectuada correctamente, no hay diferencia si
el ejecutor piensa en la intención o si piensa en el medio de llevar­
la a cabo. Cuando la acción es defectuosa, un observador puede
decir inmediatamente cuál de las dos formas de pensar seguía el
ejecutor durante el movimiento.
C o ncentrarse e n l a m e t a p u e d e c a u s a r e x c e siv a t e n s ió n

Es fácil trasladar la atención del objetivo de una acción simple


a los medios de ejecutarla y concentrarse en éstos. Si se trata de
una acción compleja, cuanto más intenso sea el deseo de alcanzar
su meta, mayor será la diferencia de ejecución según cuál de am­
bos modos de pensar se adopte.
A menudo, un deseo demasiado intenso de alcanzar la meta,
provoca tensión interna. Esta tensión no sólo obstaculiza el logro
de lo que se desea; incluso puede poner en peligro la vida, como
cuando una persona cruza la calle apurada por tomar a cualquier
precio un vehículo y sin prestar atención a las inmediaciones.

Se p a r a n d o e l o b je t iv o d e l m e d io se m e jo r a e l r e n d im ie n t o

En la mayor parte de los casos en que la acción se relaciona con


un fuerte deseo, se puede mejorar su eficiencia separando la meta
de los medios de lograrla. Un automovilista desesperado por llegar
a destino, por ejemplo, viajará mejor si confía el volante a un buen
conductor que no está desesperado por llegar a tiempo.
Cuando tanto la acción como el logro de su objetivo dependen
de la parte antigua del sistema nervioso —antigua en el sentido de
su evolución—, sobre la que sólo tenemos control involuntario, el
rendimiento puede tropezar con graves obstáculos. Entre esas ac­
ciones pueden contarse la actividad sexual, el acto de dormirse o
la evacuación de los intestinos. La acción puede efectuarse como si
la meta fuera el medio, y a veces como si el medio fuese la meta.
Por lo tanto, conviene estudiar este problema cuando tanto la
meta como los medios son simples, a fin de aplicar en el caso de ac­
ciones más importantes el entendimiento ganado de ese modo.

La fuerza eficiente actúa en la dirección del movimiento

Siéntese en el borde de una silla y coloque las puntas de los dedos


de su mano derecha sobre la coronilla. El contacto debe ser lo bas­
tante leve como para que usted pueda detectar cambios de tensión en
la parte posterior de su cuello. Suba y baje el mentón (moviendo para
ello los músculos anteriores y posteriores del cuello) y observe si las
puntas de sus dedos registran el movimiento de la cabeza.
Aumente el movimiento de su cabeza hacia delante y arriba mo­
viendo las articulaciones de las caderas hasta que el asiento se levan­
te de la silla y usted se encuentre de pie, pero sin intensificar súbita­
mente el esfuerzo de las piernas en ninguna etapa del movimiento.
Advertirá que el control del movimiento por las puntas de los
dedos y la suave acción hacia arriba hasta ponerse de pie han or­
ganizado los músculos del pecho en forma tal que las costillas y el
pecho cuelgan de la columna vertebral y los músculos no los po­
nen rígidos.
Para que sea la columna vertebral la que cargue, él peso del pe­
cho y se respire libremente durante todo ese movimiento, el es­
fuerzo délos músculos délas articulaciones délas caderas debe di­
rigirse de tal modo que la fuerza resultante pase por la columna
vertebral misma. No deben desarrollarse fuerzas parasitarias que
modifiquen el ángulo de la cabeza y las vértebras del cuello o pro­
voquen una incurvación de la columna vertebral.
Para que este movimiento llegue a tornarse preciso y eficiente,
debe intensificarse, mediante la ejercitación, la sensación de sol­
tura y energía, hasta que se abandone espontáneamente todo in­
tento de prepararse para el esfuerzo conteniendo la respiración
o tensando el pecho. La tendencia a contener el aliento es instinti­
va y forma parte de un intento por impedir la aparición de esfuer­
zos de corte, es decir, fuerzas que tienden a trasladar las vértebras
en sentido horizontal, sacándolas de la línea vertical de la columna
vertebral, constituida por ellas.

La im p o s ib ilid a d d e e le g ir c o n v ie r t e l a t e n s ió n e n h á b ito

En la medida en que invierte esfuerzo innecesario en una acción,


el hombre debe erigir defensas, prepararse para un gran esfuerzo que
no es cómodo, agradable ni conveniente. La imposibilidad de elegir
entre efectuar un esfuerzo y no efectuarlo convierte aquella acción en
hábito, y con el tiempo nada parece más natural que aquello a lo cual
uno sé ha habituado, aunque se oponga a toda razón o necesidad.
El hábito facilita la persistencia en una acción, y en general es
muy valioso por esa causa. Sin embargo, a menudo nos dejamos
llevar demasiado por el hábito, hasta que la autocrítica es silencia­
da y nuestra capacidad de discernir disminuye, lo que poco a poco
nos convierte en máquinas que actúan sin pensar.
Lección 2

¿QUÉ ACCIÓN ES BUENA?

La a c c ió n EFICAZ m e jo r a e l c u e r p o y su c a p a c id a d
para actuar

La eficacia dé una acción se juzga ante todo por el simple cri­


terio de si alcanza o no su propósito. Sin embargo, esa prueba no
basta. Además, la acción debe mejorar un cuerpo vivo y en desa­
rrollo por lo menos lo suficiente como para que, en la siguiente
oportunidad, la acción sea más eficaz. Por ejemplo, se puede ajus­
tar un tomillo mediante un cuchillo de cocina, pero tanto el cu­
chillo como el tornillo quedarán averiados. El cuerpo humano es
capaz de efectuar movimientos y acciones de tan distintos tipos,
que resultaría difícil definir en forma breve cuáles son eficaces, y
toda definición en tal sentido simplificaría en exceso. Sin embar­
go, intentaremos poner en claro en qué consiste una acción bien
ejecutada.

La c a r a c t er íst ic a d e l m o v im ie n t o v o l u n t a r io
e s l a r e v e r s ib il id a d

Todos convendremos en que si sólo se trata de mover una mano


de derecha a izquierda y de vuelta a la derecha, a -una velocidad in­
termedia, el movimiento será satisfactorio si podemos interrumpir­
lo y revertirlo en cualquier punto, para retomar la dirección inicial,
o resolvemos a iniciar en vez de ése cualquier otro movimiento.
Esa cualidad es inherente al tipo simple de movimiento des­
crito, aunque no nos demos cuenta de ello, y se la encuentra en to­
dos los movimientos deliberados y conscientes. La denominaremos
«reversibilidad». Un leve golpe en el tendón situado exactamente
por debajo de la rótula provoca en la pierna un estiramiento pura­
mente reflejo, es decir, un movimiento que no podemos detener,
invertir ni modificar. Lo mismo sucede con los movimientos clóni­
cos, los estremecimientos o los espasmos. Ninguno de ellos es re­
versible porque son involuntarios.

LOS MOVIMIENTOS ÁGILES Y FÁCILES SON LOS MEJORES

Al considerar las maneras de levantarse de una silla, vimos que


hay buen movimiento deliberado cuando no existe conflicto entre
el control voluntario y la reacción automática del cuerpo ante la
gravedad, cuando ambos se combinan y se ayudan entre sí para
cumplir una acción que parece dictada por un solo centro. Por lo
general, el control voluntario es eficaz con los movimientos relati­
vamente lentos, siempre que el movimiento no ponga en peligro el
cuerpo o provoque tal dolor que la reacción automática asuma el
control, haciendo a un lado la decisión voluntaria.
También vimos que el movimiento simple de la mano era bue­
no, sin conocimiento previo alguno de lo que constituye un buen
movimiento. Como regla general, los movimientos ágiles y fácñes
son los mejores. Es importante aprender a convertir los movi­
mientos difíciles en buenos, es decir, en movimientos que en pri­
mer término son eficaces, pero además son suaves y fáciles.

E v it a r d if ic u l t a d e s e st a b l e c e n o r m a s d e c o n d u c t a

Por regla general, el ser humano deja de desarrollar o mejorar


su capacidad para ajustarse a las circunstancias alrededor de los 13
o 14 años. Las actividades cerebrales, emocionales y corporales
que a esa edad todavía son imposibles o difíciles quedarán perma­
nentemente más allá de los límites de lo habitual. Como conse­
cuencia, la capacidad del hombre es mucho más limitada de lo que
tendría que ser.
Por lo común, esas limitaciones se imponen por sí mismas al
individuo como consecuencia de dificultades surgidas en el proce­
so de desarrollo fisiológico o social. Cuando el individuo experi­
menta repetidas veces una dificultad, por lo común abandona la
actividad que le resulta difícil dominar, en la que no tiene éxito o
que le ha sido desagradable de algún modo. Establece una norma
para sí mismo, diciéndose, por ejemplo: «No puedo aprender a
bailar», o bien: «No soy sociable por naturaleza», o esto: «Nunca
entenderé las matemáticas». Los límites que se fija a sí mismo no
sólo detendrán su desarrollo en las esferas que ha resuelto aban­
donar, sino también en otras, y pueden-incluso influir sobre toda
su personalidad.
La sensación de que algo es «demasiado difícil» se propagará a
otras actividades hasta incluirlas. Es difícil estimar con exactitud la
importancia que tienen para el individuo las cualidades de que ca­
rece y las cosas que, por lo tanto, nunca intenta, incurriendo así,
sin saberlo, en pérdidas incalculables.

El p e r f e c c i o n a m i e n t o n o t ie n e lím ite s

El hombre que estaba habituado a leer a la luz de una antorcha


o una lámpara de aceite pensó que la vela de cera era la última pa­
labra y no prestó mayor atención al humo, el hollín o el olor que
despedía. Cuando consideramos el posterior desarrollo de la ilu­
minación artificial, comprendemos que al fijar límites sólo nos ba­
samos en la ignorancia. Cada vez que ampliamos los confines de
nuestro conocimiento, aumentan nuestra sensibilidad y la preci­
sión de nuestras acciones y se expanden los límites de lo que con­
sideramos normal.
Cuanto más avance un individuo en su desarrollo más fácil le
resultará la acción, facilidad que es sinónimo de organización ar­
moniosa de los sentidos y los músculos. Cuando la actividad está
exenta, de tensión y esfuerzo superfino, la facilidad resultante de
ello da margen libre para una sensibilidad mayor y una discrimi­
nación más aguda, que a su vez facilitan más aún la acción. Ahora
será capaz de reconocer el esfuerzo innecesario incluso en accio­
nes que antes le parecían fáciles. Al refinarse más aún, esta sensi­
bilidad para la acción se tornará cada vez más delicada hasta al­
canzar cierto nivel. Para superar este límite, es preciso perfeccionar
la organización de toda la personalidad. Empero, a esta altura del
proceso, los nuevos avances no se consumarán lenta y gradual­
mente, sino mediante súbitos pasos hacia delante. La facilidad de
acción se ha desarrollado hasta convertirse en una cualidad nueva,
que abre nuevos horizontes.
Supongamos que un actor, locutor o maestro que ha sufrido de
ronquera empieza a estudiar maneras de mejorar su habla a fin de
liberarse del problema. Al principio intentará localizar el exceso
de esfuerzo en su aparato respiratorio y su garganta. Cuando haya
aprendido a disminuir el gasto de esfuerzo y a hablar más fácil­
mente, advertirá con sorpresa que además ha estado haciendo un
trabajo innecesario con los músculos de su maxilar inferior y su
lengua, trabajo del que antes no tenía conciencia y que contribuía
a su ronquera. Así, la facilidad lograda en un campo posibilita una
observación más estrecha y exacta de lo que sucede en otros que
tienen relación con aquél.
Cuando siga ejercitándose en sus nuevas aptitudes y utilice sin
esfuerzo los músculos de su lengua y su maxilar inferior, esa perso­
na descubrirá que sólo había utilizado la parte posterior de la boca
y la garganta para producir su voz, y no la parte delantera de la
boca. Ello le suponía mayor esfuerzo para respirar, porque necesi­
taba mayor presión de aire para forzar la voz a través de la boca.
Cuando aprende a emplear también la parte delantera de la boca el
habla se le toma mucho más fácil, y entonces comprueba que ade­
más ha mejorado el uso de los músculos del pecho y el diafragma.
Entonces descubrirá, para gran sorpresa suya, que la interfe­
rencia en los músculos del pecho, el diafragma y la parte delantera
de la boca se debía a una tensión continua de los músculos de la
nuca y el cuello, que forzaba su cabeza y su mentón hacia delante
y alteraba la respiración y los órganos del habla. Esto lo llevará a
otras comprobaciones relacionadas con su manera de mantenerse
derecho y de moverse.
Esto significa que en el hablar correcto interviene el total de la
personalidad. Pero la historia no termina en estos descubrimien­
tos, en los perfeccionamientos que se derivan de ellos y en la faci­
lidad de acción resultante. Además, ese hombre descubre que su
voz, limitada antes a una sola octava, puede alcanzar ahora tonos
mucho más altos y más bajos. Descubre en su voz una cualidad en­
teramente nueva y se da cuenta de que puede cantar. También esto
abre nuevas posibilidades y le revela aptitudes con las que antes ni
siquiera hubiese soñado.
U sa r l o s m ú s c u l o s g r a n d e s para , e l t r a b a jo p e s a d o

Para que el movimiento sea eficaz, el trabajo pesado de mover


el cuerpo debe ser transferido a los músculos más capaces de ha­
cerlo.
Si observamos cuidadosamente, veremos que los músculos más
grandes y fuertes son los conectados con la pelvis. La mayor parte
del trabajo la ejecutan esos músculos, en particular los de las nal­
gas, los muslos y el abdomen. A medida que nos alejamos del cen­
tro de gravedad del cuerpo en dirección a las extremidades, los
músculos se tornan cada vez más delgados. Los músculos de los
miembros están construidos de manera que puedan dirigir sus mo­
vimientos con exactitud; a la vez, la mayor parte de la potencia de
los músculos pelvianos es conducida por los huesos de las extre­
midades hasta el punto donde debe ejercerse.
En un cuerpo bien organizado, el trabajo que hacen los gran­
des músculos es llevado por músculos más débiles hasta su destino
final, por intermedio de los huesos, pero sin que pierda en el ca­
mino gran parte de su energía.

L as fu er za s q u e t r a b a ja n e n á n g u l o r e s p e c t o d e l tr a y e c t o
p r in c ip a l c a u s a n d a ñ o

En condiciones ideales, el trabajo realizado por el cuerpo pasa


longitudinalmente por la columna vertebral y los huesos de las ex­
tremidades, es decir, en una dirección que se parece tanto como es
posible a la línea recta. Si el cuerpo forma ángulos respecto de la
principal línea de acción, parte del esfuerzo efectuado por los
músculos pelvianos no llegará al punto a donde se dirigía; además,
los ligamentos y articulaciones sufrirán daños. Por ejemplo, si em­
pujamos algo con una mano y el brazo completamente extendido,
la fuerza de los músculos pelvianos actuará directamente a lo largo
del brazo y de la mano. En cambio, si el brazo está doblado en án­
gulo recto en el codo, la fuerza ejercida por la mano no podrá ser
superior a la del antebrazo solo. La acción se toma difícil e incómo­
da, porque la fuerza de los grandes músculos no puede resultar
útil, ya que es absorbida casi totalmente por el cuerpo.
Cuando la estructura del esqueleto no logra transmitir la fuer­
za de los grandes músculos pelvianos por intermedio de los hue­
sos, resulta muy difícil-abstenerse de tensar el pecho para permitir
que los músculos direccionales hagan por lo menos parte del tra­
bajo que debería ser hecho con facilidad por los músculos pel­
vianos. La buena organización corporal posibilita ejecutar la ma­
yoría de las acciones normales sin sensación alguna de esfuerzo o
tensión.

D e sa r r o l l a r tr a y e c t o s d e a c c ió n id e a l e s

El trayecto de acción ideal del esqueleto al pasar de una posi­


ción a otra —por ejemplo, de sentado a de pie o de acostado a sen­
tado— es aquel que seguiría si no tuviera músculo alguno, es decir,
si los huesos estuviesen conectados sólo por ligamentos. Para al­
zarse del suelo según el trayecto más corto y eficiente, el cuerpo
debe hallarse organizado de modo tal que los huesos sigan los tra­
yectos que seguirían en un esqueleto sobre cuya cabeza se ejerciera
tracción. Si siguen esos caminos, el esfuerzo muscular se transmi­
tirá a lo largo de los huesos y todo el esfuerzo de los músculos pel­
vianos sé transformará en trabajo útil.
ALGUNAS PROPIEDADES FUNDAMENTALES
DEL MOVIMIENTO

En esta lección aprenderá a reconocer algunas de las propieda­


des fundamentales de los mecanismos de control de los músculos
voluntarios. Comprobará que para modificar el tono fundamental
de los músculos, es decir, el estado de contracción en que se en­
cuentran antes de ser activados por la voluntad, son suficientes al­
rededor de 30 movimientos lentos, livianos y cortos. Una vez efec­
tuado, el cambio de tono se propagará a toda la mitad del cuerpo
que contiene la parte en que se inició el trabajo. Una acción se tor­
na fácil de ejecutar y el movimiento se vuelve liviano cuando los
poderosos músculos del centro del cuerpo hacen la mayor parte
del trabajo y las extremidades se limitan a dirigir los huesos hacia
el punto de destino del esfuerzo.

Indague el estado de su cuerpo

Tiéndase de espaldas. Separe cómodamente las piernas. Ex­


tienda los brazos hacia arriba, un poco separados, de manera tal
que el izquierdo esté más o menos en línea recta con la pierna de­
recha y el derecho lo esté con la izquierda.
Cierre los ojos y trate de verificar las partes de su cuerpo que
están en contacto con el suelo. Preste atención a la forma en que
los talones yacen sobre el suelo; observe si la presión sobre ambos
es igual y si el contacto con el suelo se produce exactamente en el
mismo punto en los dos talones. Examine en la misma forma el
contacto que hacen con el suelo los músculos de las pantorrillas, la
parte posterior de las rodillas, las articulaciones de las caderas, las
costillas flotantes, las costillas superiores y los omóplatos. Fíjese en
las distancias a que están los hombros, los codos y las muñecas res­
pecto del suelo.

Unos pocos minutos de estudio le revelarán que en los hom­


bros, los codos, las costillas y demás, hay considerables diferencias
entre ambos lados del cuerpo. Muchas personas comprobarán
que, en esta posición, los codos no tocan el suelo, sino que están
suspendidos en el espacio. Los brazos no se apoyan en el suelo y se
torna difícil mantenerlos en esa posición hasta concluir el examen.

D e sc u b r a , e l t r a b a jo l a t e n t e d e l o s m ú sc u l o s

Tenemos un cóccix, un sacro, cinco vértebras lumbares, doce


dorsales y siete cervicales. ¿En qué vértebras de la región pelviana
se ejerce mayor presión? ¿Tocan el suelo todas las vértebras lum­
bares (las de la cintura)? De no ser así, ¿qué es lo que las eleva res­
pecto del suelo? ¿Sobre cuál de las vértebras dorsales (las de la es­
palda) se ejerce mayor presión? Al iniciar esta lección, la mayor
parte de las personas comprobarán que dos o tres de las vértebras
tienen evidente contacto con el suelo, en tanto que las otras for­
man arcos entre sí. Ello resulta sorprendente, pues nuestro propó­
sito era descansar tendidos en el suelo, sin hacer esfuerzo ni mo­
vimiento alguno, de modo que, en teoría, cada una de las vértebras
y las costillas debería descender hasta el suelo y tocarlo por lo me­
nos en un punto. Un esqueleto sin músculos yacería ciertamente
así. Se diría, en consecuencia, que los músculos, sin que nos demos
cuenta, elevan las partes del cuerpo donde se insertan.
Es imposible estirar toda la columna vertebral sobre el suelo
sin ejercer un esfuerzo consciente sobre varias de sus secciones.
No bien se relaja ese esfuerzo consciente, las secciones afectadas
volverán a subir y a separarse del suelo. Para apoyar toda la co­
lumna vertebral en el suelo debemos suspender el trabajo que los
músculos hacen sin que nos demos cuenta. ¿Cómo lograrlo si el es­
fuerzo deliberado o consciente no tiene éxito? Deberemos inten­
tar un método indirecto.
Un nuevo punto de partida para cada movimiento

Tiéndase otra vez y estire sus brazos y piernas como antes. Es


probable que por lo menos los dorsos de sus manos toquen ahora
el suelo y tal vez lo hagan además sus codos y brazos (parte supe­
rior, entre los codos y los hombros). Eleve ahora el brazo derecho
(parte superior), moviendo sólo el hombro., hasta que el dorso de
la mano deje de tocar el suelo; tiene que ser un movimiento lento
e infinitamente pequeño. Deje caer el brazo hasta que se apoye de
nuevo. Súbalo otra vez hasta que el dorso de la mano pierda con­
tacto con el suelo. Repita esto de 20 a 25 veces. Cada vez que suba
y baje el brazo efectúe una pausa completa, detenga toda acción,
de modo que el movimiento siguiente constituya una acción total­
mente nueva y separada.

Coordinación de respiración y movimiento

Si presta cuidadosa atención, advertirá que, al estirarse el bra­


zo antes de ser elevado, el dorso de su mano se arrastra un poco
por el suelo. Después de repetir el movimiento cierto número de
veces, comprobará que se coordina con el ritmo respiratorio. Veri­
ficará que la elevación y el estiramiento del brazo coinciden exac­
tamente con el instante en que el aire empieza a ser expulsado de
los pulmones.

Efectúe una pausa y observe

Al cabo de los 25 movimientos, Reve lentamente los brazos a


los costados del cuerpo. Asegúrese de hacerlo por etapas, pues un
movimiento rápido provocará probablemente dolor en el hombro
que ha trabajado. Doble las rodillas y descanse un instante. Mien­
tras descansa, observe la diferencia que existirá ahora entre los la­
dos derecho e izquierdo de su cuerpo.

Movimiento lento y gradual

Ahora dése la vuelta y tiéndase sobre el estómago, con los bra­


zos y las piernas separados como antes. Suba lentamente su codo
derecho desde el hombro hasta que se separe del suelo (ahora la m'ano
no se levantará necesariamente) y luego deje que baje de nuevo.
Para efectuar este movimiento en la forma descrita, los brazos
deben ser estirados cómodamente sobre la cabeza, es decir, en for­
ma tal que la distancia entre las manos sea menor que entre los co­
dos y éstos se encuentren ligeramente doblados.
Siga alzando el codo en el mismo instante en que empieza a
expeler el aire de sus pulmones. Repítalo por lo menos 20 veces.
Si el movimiento es lento y gradual, como debe ser, comprobará
que el codo ahora «se arrastra» con el brazo, es decir, se estira un
poco antes de empezar a elevarse del suelo. A medida que el codo
comience a subir lo suficiente para arrastrar la muñeca consigo,
también la mano empezará a elevarse respecto del suelo.

Eliminar el esfuerzo superfluo

Cuando un hombre, en esta posición, alza su muñeca, es im­


probable que la mano cuelgue relajada. Sin darse cuenta, la mayo­
ría de las personas tensan los extensores (los músculos del lado ex­
terno del antebrazo) de la mano, y ésta se eleva hasta que el dorso
y el antebrazo quedan en ángulo. Poco a poco, si se presta aten­
ción, es posible eliminar ese esfuerzo muscular inútil e involun­
tario.
Para lograrlo, debemos relajar los músculos del antebrazo, no
sólo los de los dedos. Cuando la relajación sea completa la mano
caerá y se formará un ángulo entre su palma y la cara interna del
antebrazo. Si entonces se eleva el codo, la mano colgará relajada.

Utilice los músculos de la espalda

Continúe ese movimiento y alce el brazo entero, con el codo y


la mano, hasta sentir que para hacerlo ya no necesita esfuerzo mus­
cular alguno de esa parte y que el único esfuerzo se efectúa en la
región del hombro. Para facilitar que los hombros se eleven res­
pecto, del suelo, deberá poner en acción los músculos de la espal­
da. Entonces el hombro se levantará del suelo junto con el omó­
plato y la porción superior derecha del tórax.
Tiéndase otra vez de espaldas, descanse y observe en qué dis­
tinta forma los hombros, el tórax y los brazos toman contacto aho­
ra con el suelo a derecha e izquierda.
Acción simultánea

Estire los brazos por encima de la cabeza, con las manos sepa­
radas. Estire las piernas, con los pies separados. Muy lentamente,
eleve la pierna y el brazo derechos. El movimiento debe ser muy
pequeño, suficiente para levantar apenas el dorso de la mano y el
talón respecto del suelo. Preste atención para establecer si la mano
y el pie vuelven a posarse sobre el suelo exactamente al mismo
tiempo, o uno después del otro. Cuando haya averiguado cuál de
ellos llega antes al suelo descubrirá que,-además, esa extremidad se
levanta antes que la otra. No es fácil alcanzar una simultaneidad
absoluta de acción en este movimiento. Por lo general siempre ha­
brá una pequeña diferencia entre el movimiento del brazo y el de
la pierna.
Para alcanzar mayor exactitud, eleve el brazo en el mismo ins­
tante en que deja de inhalar aire. Después levante la pierna cuan­
do empieza a exhalarlo. Finalmente, mueva brazo y pierna al ex­
halarlo. Esto mejora la coordinación entre ambas extremidades.

Sentir el alargamiento de la columna vertebral

Ahora eleve alternativamente el brazo y la pierna. Observe si al


levantar sólo la pierna, sin el brazo, las vértebras lumbares se ele­
van un poco respecto del suelo, y si el movimiento de esas vérte­
bras es afectado de alguna manera cuando se alza el brazo junto
con la pierna.
Las vértebras lumbares se levantan respecto del suelo porque
la pierna es alzada por músculos que se insertan en la parte delan­
tera de la pelvis. También los músculos de la espalda intervienen
en la elevación de esas vértebras. El trabajo que hacen estos múscu­
los de la espalda, ¿es necesario o superfluo?
Doble la pierna hacia la derecha; es decir, haga girar la articu­
lación de la cadera, la rodilla y el pie hacia la derecha. A continua­
ción; muy lentamente levante la pierna en esa posición y observe-
cómo la distinta posición de la pierna influye sobre el movimiento
de las vértebras situadas a la altura de la cadera. Poco a poco se
tornará patente que si elevan simultáneamente pierna y brazo en el
momento en que se empieza a expulsar el aire de los pulmones, ese
trabajo es ejecutado en forma coordinada por los músculos del es­
tómago y el pecho. Las vértebras lumbares ya no suben sino que,
por el contrario, son oprimidas contra el suelo. Elevar brazo y
pierna se torna más fácil y se tiene la sensación de que, en este pro­
ceso, el cuerpo se alarga. Esta sensación de alargamiento de la co­
lumna vertebral acompaña la mayor parte de las acciones ejecuta­
das correctamente.

LOS ESFUERZOS INNECESARIOS ACORTAN EL CUERPO

En casi todos los casos, el exceso de tensión remanente en los


músculos provoca el acortamiento de la columna vertebral. Cuan­
do la acción es acompañada por esfuerzo innecesario, éste tiende a
acortar el cuerpo. Toda vez que se prevé que una acción será difi­
cultosa, el cuerpo se contrae como para protegerse contra esa di­
ficultad. Es precisamente este refuerzo del cuerpo lo que exige el
esfuerzo superfluo e impide que el cuerpo se organice correcta­
mente para la acción. La capacidad corporal debe ser ampliada
mediante el estudio y la comprensión, antes que por el esfuerzo
obstinado y las tentativas de proteger el cuerpo.
Por añadidura, esa autoprotección y ese esfuerzo superfluo
que se agrega a la acción expresan falta de confianza del individuo
en sí mismo. No bien una persona tiene conciencia de que exigirá
a sus facultades más de lo habitual, efectúa un esfuerzo de volun­
tad mayor a fin de preparar su cuerpo para la acción; en realidad,
lo que hace es imponerse a sí misma un esfuerzo superfluo. El acto
resultante de esa tentativa por reforzar el cuerpo nunca será gra­
cioso ni estimulante, ni despertará en el individuo deseo de re­
petirlo. Si bien se puede alcanzar la meta de esta forma tortuosa,
el precio que se paga por ella es superior a lo que parece a prime­
ra vista.

Descanse un instante y observe el cambio operado en el con­


tacto de la pelvis con el suelo, así como la diferencia entre los cos­
tados izquierdo y derecho del cuerpo.

¿Qué es más cómodo?

Ruede sobre sí mismo hasta yacer de estómago y estire los bra­


zos por encima de la cabeza, muy separados. Abra las piernas y le­
vante con lentitud, al mismo tiempo, el brazo derecho y la pierna
del mismo lado. Cuando se disponga a alzar las extremidades, ob­
serve la posición de su cabeza. ¿Mira hacia la derecha o hacia la iz­
quierda, o está contra el suelo? Trate de levantar brazo y pierna al
respirar. Hágalo varias veces, primero con la mejilla derecha con­
tra el suelo, es decir, mirando hacia la izquierda. Repítalo después
con la frente apoyada en el suelo y, finalmente, con la mejilla iz­
quierda en el suelo.
Compare ahora la cantidad de esfuerzo exigida en las tres po­
siciones y decida en cuál es más fácil efectuar el movimiento. En
un cuerpo más o menos bien organizado, la posición más cómoda
habrá sido con la mejilla izquierda en el suelo. Repita el movi­
miento unas 25 veces y advierta cómo se toma cada vez más evi­
dente que la presión del cuerpo sobre el suelo se traslada hacia el
lado izquierdo del estómago, entre el pecho y la pelvis.
Siempre sobre el estómago, siga alzando brazo y pierna dere­
chos como antes, pero ahora, en cada movimiento, alce también la
cabeza, siguiendo con los ojos el movimiento de la mano. Después
de 25 movimientos, vuélvase sobre la espalda y descanse. A conti­
nuación repita el movimiento como antes, alzando a la vez brazo,
pierna y cabeza. Observe la forma en que su cuerpo yace sobre el
suelo; será distinta de lo que era antes del ejercicio. Identifique por
separado qué zonas del cuerpo están ahora en contacto con el suelo.
Determine con exactitud en qué punto es mayor la presión. Repi­
ta el movimiento 25 veces y deténgase.

¿Qué ojo está más abierto?

Póngase de pie, camine un poco y verifique las diferencias de


sensación en los costados derecho e izquierdo de su cuerpo, en el
peso y la longitud aparentes de los brazos y en la longitud de las
piernas. Examine su rostro en el espejo: fíjese en qué lado de.su
cara parece más fresco, dónde están menos marcados los pliegues
y las arrugas y cuál de los dos ojos está más abierto. ¿Qué ojo es?
Trate de recordar si notó, en las verificaciones efectuadas al
término de cada serie de movimientos anteriores, que un brazo y
una pierna parecían progresivamente más largos que las extremi­
dades del lado opuesto. No trate de superar la sensación de dife­
rencia entre ambos lados del cuerpo; al contrario, permítale per­
sistir y obsérvela hasta que disminuya y por fin desaparezca. Si no
surge un hecho que interrumpa la atención, tal como un contra­
tiempo o un alto grado de tensión, la diferencia seguirá siendo
perceptible durante muchas horas, o por lo menos durante varías.
Durante ese lapso, observé qué lado de su cuerpo funciona mejor
y de qué lado los movimientos son más suaves.

Trabaje sobre el lado izquierdo

Repita todos los movimientos detallados en esta lección, pero


esta vez sobre el lado izquierdo de su cuerpo.

Movimiento diagonal

Cuando haya concluido con los movimientos del lado izquier­


do, levante muy, muy lentamente el brazo derecho y la pierna iz­
quierda a la vez, y repítalo 25 veces. Observe los cambios operados
en las posiciones relativas de las vértebras y las costillas y tome
nota de que las partes de la espalda sobre las cuales se apoya aho­
ra el cuerpo difieren bastante de aquellas que identificó después
de levantar a la vez las extremidades correspondientes a un mismo
lado.
Después de un corto descanso, levante el brazo izquierdo y la
pierna derecha al mismo tiempo 25 veces, y después descanse. A
continuación, levante los cuatro miembros y la cabeza al mismo
tiempo que expulsa el aire de los pulmones. Después de descansar,
levante sólo las extremidades, con la cabeza apoyada en el suelo.
Repita estas combinaciones de movimientos tendido sobre el
estómago.
Finalmente, tiéndase de espaldas y observe qué zonas tienen
ahora contacto con el suelo, desde los talones hacia la cabeza,
como lo hizo al comenzar la lección. Tome nota de los cambios que
se han producido, particularmente a lo largo de la columna ver­
tebral.
DIFERENCIACIÓN DE LAS PARTES
Y LAS FUNCIONES EN LA RESPIRACIÓN

Ahora aprenderá a reconocer qué movimientos de las costillas,


el diafragma y el abdomen configuran la respiración. Para respirar
con profundidad y facilidad, es preciso que esos movimientos es­
tén correctamente ajustados. Podrá reconocer la diferencia de lon­
gitud entre los períodos de inhalar y exhalar y comprenderá cómo
el proceso de respirar se ajusta por sí mismo a la posición del cuer­
po respecto de la gravedad. Las costillas inferiores se mueven más
que las superiores y contribuyen más a la respiración. Finalmente,
comprobará que la respiración se torna más fácil y rítmica cuando
el cuerpo se mantiene erguido sin esfuerzo consciente, es decir,
cuando todo su peso es sostenido por la estructura esquelética.

Volumen del pecho y respiración

Tiéndase de espaldas; estire las piernas, con los pies separados,


y doble las rodillas. Las plantas de los pies se apoyarán ahora en el
suelo como cuando se encuentra de pie, con los pies separados.
Junte y separe varias veces las rodillas, hasta que cada una de ellas
quede en el plano que pasa por su pie respectivo, a lo largo de una
línea imaginaria que parte del centro del talón y pasa entre el dedo
gordo y el contiguo. Para mantener las rodillas en posición no hace
falta esfuerzo muscular.
Inhale hasta llenar sus pulmones, dilatando su pecho tanto
como pueda sin sentir molestia. Muchas personas, al respirar, no
dejan que su esternón se mueva en relación con la columna verte­
bral. En vez de aumentar el volumen del pecho de acuerdo con su
estructura, ahuecan la espalda, es decir, elevan del suelo todo el tó­
rax, con inclusión de la parte inferior de la espalda, de modo que
su volumen interno sólo es aumentado por el movimiento de las
costillas flotantes.
Determine si su columna vertebral se apoya en el suelo a lo lar­
go de toda la caja torácica al expandirse ésta y alejarse el esternón
de aquélla. No intente forzar la columna vertebral hacia abajo: no
haga esfuerzo alguno. Limítese a llenar los pulmones de aire, ob­
serve el ascenso del pecho y establezca si la columna vertebral se
apoya al mismo tiempo contra el suelo.
Detenga el movimiento. Espere hasta tener necesidad de respi­
rar, y repítalo. Hágalo varias veces.

Movimientos respiratorios sin respiración

Cuando lo haya hecho y el movimiento se haya tomado paten­


te, trate de elevar el pecho como antes, pero sin respirar. O sea,
efectúe con el pecho los movimientos respiratorios, pero sin inha­
lar ni exhalar aire. Repítalo varias veces hasta que sienta de nuevo
necesidad de respirar. Llénese los pulmones y repita los movi­
mientos del pecho. Deténgase y descanse, y después de repetir cin­
co y seis veces esta serie de movimientos observe su respiración.
¿En qué sentido ha cambiado desde que inició el ejercicio?

Aumentar el volumen del abdomen inferior

Con los codos en el suelo, coloqúese las puntas de los dedos so­
bre el abdomen. Espere hasta que sus pulmones se llenen de aire.
Comprima su pecho como para expeler el aire, pero contenga el
aliento: no exhale. La creciente presión del aire elevará la presión
interna del abdomen, que podrá dirigirse hacia abajo, en dirección
al esfínter anal. Al ser forzado el aire más allá del ombligo, la par­
te inferior del estómago se hinchará como una pelota de fútbol.
Observe sus manos: al hincharse el estómago, subirán y se
apartarán de los costados.
En los contenidos casi líquidos del abdomen, la presión se dis­
tribuye por sí sola igualmente en todas las direcciones. Sin embar­
go, en este ejercicio muchas personas no logran al principio ex­
pandir su estómago en todas las direcciones a menos que tengan
espalda y caderas fuertes y bien desarrolladas. En vez de ello, ten­
san los músculos de la espalda en las inmediaciones de las caderas,
hasta que la columna vertebral se eleva del suelo a la altura de éstas.
En consecuencia, es preciso esforzarse por crear en el estómago
una presión igual en todas las direcciones, incluso hacia atrás, es
decir, en dirección al suelo. Cuando se logra esto, se comprueba
que la acción de empujar el estómago hacia fuera o delante expul­
sa el aire de los pulmones. Espere a que los pulmones vuelvan a lle­
narse y entonces expulse de ellos el aire echando el estómago ade­
lante y expandiéndolo en todos los sentidos hasta sentir que las
partes carnosas de las caderas presionan contra el suelo. Descanse
y observe los cambios operados en la cualidad de su movimiento
respiratorio.

Movimientos de vaivén del diafragma

Llene los pulmones de aire y contenga el aliento: no inhale ni


exhale. A continuación, contraiga el pecho y expanda el estómago,
y repita esos movimientos alternados tanto como pueda sin inhalar
ni exhalar. Es bastante fácil ejecutar cinco o seis movimientos al­
ternativos como éstos con el pecho y el estómago, como si fueran
los platillos de una balanza: uno sube cuando el otro baja.
Repita todo el ejercicio cinco o seis veces. Inténtelo después de
nuevo con la mayor rapidez que le sea posible sin sentirse incómo­
do. Cuando los movimientos de pecho y estómago lleguen a alter­
narse con suficiente rapidez, será posible distinguir un movimien­
to, e incluso un sonido de.gargarismo, en algún punto situado
entre las costillas y el ombligo. Allí hay algo que cambia de posi­
ción y presiona alternativamente hacia arriba, en dirección a la ca­
beza, y hacia abajo, en dirección a los pies. Es el movimiento del dia­
fragma. En condiciones habituales no tenemos conciencia del
.diafragma. Sin embargo, este ejercicio nos permite identificar indi­
rectamente su posición en el cuerpo, aunque no conozcamos con
exactitud su ubicación anatómica.

Respiración normal

Tendido de espaldas, estire brazos y piernas, con los pies sepa­


rados. Repita los movimientos alternados de pecho y estómago sin
modificar su ritmo respiratorio habitual. Los movimientos alterna­
dos de pecho y estómago pueden efectuarse mientras contiene el
aliento. En esta forma es posible distinguir entre aquellos movi­
mientos esenciales para la respiración y aquellos que, siendo su­
perítaos, la acompañan.
Repita el movimiento 25 veces. Después de descansar un ins­
tante, vuélvase sobre el estómago, estire los brazos por sobre la ca­
beza, con las manos separadas, y estire las piernas, con los pies
también separados, y repita el movimiento anterior.

La c o l u m n a ver t e br a l RIGUROSAMENTE SIMÉTRICA NO EXISTE

Es raro encontrar una columna vertebral verdaderamente si­


métrica. En la mayor parte de los casos, el plano de los hombros y
el pecho está torcido respecto del plano de la pelvis y, como con­
secuencia, todos los movimientos son más fáciles con un lado del
cuerpo que con el otro. En los primeros años, cuando el niño tien­
de a efectuar gran variedad de movimientos al azar, aquel hecho
no tiene importancia alguna. En la edad madura, en cambio, la
gente tiende a repetir un limitado número de movimientos —a ve­
ces durante horas— en desmedro de otros. El cuerpo tiende en­
tonces a acostumbrarse a ese menor número de movimientos, la es­
tructura esquelética se ajusta a ellos, se producen cambios y la
postura se deforma.

Sentir la parte media

Es importante observar si el pecho, cuando se lo hace sobresa­


lir, toca el suelo en primer término con la línea media del esternón
y si el estómago, a su vez, toca el suelo con su parte media. No es
cosa fácil, pues nuestra capacidad para identificar tales partes está
poco desarrollada. Una persona puede creer que su cuerpo se apo-
ya simétricamente en el suelo, y un observador darse cuenta con
claridad de que no es así. Sin embargo, debe intentarse aquella
prueba varias veces.
Continúe con el ejercicio, pero con una diferencia: al sacar el
pecho deje que al lado izquierdo presione más sobre el suelo, y al
sacar el estómago, deje que primero toque el suelo el lado derecho.
Toda la espalda se moverá ahora oblicuamente, desde la arti­
culación derecha de las caderas, en dirección al hombro izquierdo.
Después de 25 movimientos como éste repita el ejercicio anterior,
tratando de apoyar en el suelo las partes medias del pecho y el es­
tómago, y observe el cambio que se ha producido en su sensación
del punto donde se encuentra esa parte. Efectúe a continuación
otros 25 movimientos en sentido opuesto, apoyando el lado iz­
quierdo del estómago y el lado derecho del pecho. Una vez efec­
tuado esto, trate de apoyar en cada movimiento las porciones cen­
trales del pecho y el estómago en el suelo y observe hasta qué
punto puede identificarlas con claridad.
Ruede hasta quedar de espaldas. Repita los movimientos alter­
nados de estómago y pecho y tome nota de cuánto ha aumentado
el movimiento del pecho. Observe la sensación de movimiento li­
bre y trate de identificar aquellas secciones de su espalda donde el
movimiento, al volverse más fácil, da origen a la sensación de li­
bertad.

Movimientos de vaivén tendido de costado

Tiéndase sobre el lado derecho. Estire el brazo derecho por en­


cima de la cabeza y apoye ésta sobre el brazo. Tómese la cabeza
con la mano izquierda, con los dedos sóbre la sien derecha y la pal­
ma de la mano sobre la coronilla. Levante ahora la cabeza con esa
mano hasta que la oreja izquierda quede cerca del hombro iz­
quierdo. Con la cabeza en esa posición erguida, expanda el pecho
en todas las direcciones y contraiga el estómago; después compri­
ma el pecho y expanda el estómago y observe los movimientos de
las costillas de ambos lados. Por el derecho, el suelo impedirá toda
expansión de las costillas, de modo que el pecho sólo podrá ex­
pandirse por el lado izquierdo, donde las costillas, al separarse en­
tre sí, forzarán la cabeza hacia atrás, más bien en dirección al bra­
zo derecho..
Repita este movimiento 25 veces; después tiéndase de espaldas
y trate de observar qué partes de su espalda han cedido y están más
en contacto con el suelo.
Repita el movimiento, 25 veces más, tendido sobre el lado iz­
quierdo,
Movimientos de vaivén tendido de espaldas

Tiéndase de espaldas, levante los hombros respecto del suelo y


sosténgase sobre las manos y los antebrazos, colocados paralela­
mente al cuerpo. Su tórax estará ahora en ángulo respecto del sue­
lo, y su cabeza y sus hombros estarán libres. Baje la cabeza hasta
que el mentón toque el esternón. En esta posición, ejecute de nue­
vo 25 movimientos de vaivén con el pecho y el estómago.. Tiénda­
se sobre la espalda y descanse.
Levántese como antes sobre los codos, antebrazos y manos,
pero esta vez, en cambio, deje caerla cabeza hacia ei suelo, con el
mentón tan lejos como sea posible del esternón. Efectúe 25 movi­
mientos alternados de estómago y pecho; al hacerlos, observe el
movimiento de su columna vertebral.
Tiéndase de espaldas y observe su respiración. Ahora tiene que
haber mejorado en forma claramente discernible y ser más fácil y
profunda.

Movimientos de vaivén en posición arrodillada

Arrodíllese con las rodillas muy separadas y los pies tendidos


hada atrás en línea recta con la pierna (las uñas de los dedos en
contacto con d suelo). Baje ahora la cabeza hasta tocar d suelo con
la coronilla, por delante de usted. Ponga las manos, con las palmas
hacia abajo, a ambos lados de la cabeza para sostener parte de su
peso y proteger la cabeza contra todo exceso de presión.
Llene d pecho de aire, contraiga d estómago y después comprí­
mase d pecho expandiendo d estómago; repítalo 25 veces. Al ejecu­
tar este ejerdcio, observe que al expandirse d pecho d cuerpo se
mueve hada ddante en la direcdón de la cabeza y que ésta rueda ha­
cia ddante, un poco, sobre d suelo. El mentón se mueve hacia atrás,
hacia d esternón, y los músculos de la región posterior d d cuello y de
la espalda se estiran y se tensan, a la vez que la columna vertebral se
incurva un poco más. En cambio, cuando se saca afuera d estómago,
la pdvis se asienta y retrocede como si usted se dispusiera a sentarse
sobre los talones. La columna vertebral está menos curvada y las vér­
tebras de la región pdviana forman una línea cóncava.
Repita el movimiento 25 veces; tiéndase de espaldas y observe
las diferencias que se han presentado en la respiración y en el con­
tacto de la espalda contra el suelo.
CÓMO INFLUYE SOBRE LA RESPIRACIÓN EL MOVIMIENTO DE VAIVÉN

Esta vez, el efecto sobre la respiración será más acentuado que


antes. En la posición de pie, los pulmones y otros órganos del apa­
rato respiratorio cuelgan y son llevados por su propio peso a la po­
sición más baja que pueden ocupar. Cuando se inhala aire, se ne­
cesita un esfuerzo activo de izamiento para que los pulmones,
puedan expandirse. En el ultimo ejercicio, en que la cabeza se apo­
ya en el suelo, su propio peso lleva los pulmones hacia la cabeza.
Inhalar ya no supone un esfuerzo de izamiento, pero al exhalar se
necesita cierto esfuerzo para llevar los pulmones de vuelta a la po­
sición que les corresponde cuando se desinflan. Debe recordarse,
además, que el tejido pulmonar mismo no contiene músculos y
que el trabajo de mover los pulmones lo ejecutan los músculos de
las costillas, el diafragma y el estómago.
¿Ha observado usted alguna vez que, en la posición vertical
acostumbrada, el aire se inhala rápidamente y se exhala con lenti­
tud? Cuando hablamos, por ejemplo, apenas si hay pausa entre
una oración y la siguiente. Hablamos durante el complejo proceso
de exhalar que acciona las cuerdas vocales. Cuando apoyamos la
parte superior de la cabeza en el suelo, el proceso de exhalación es
corto y rápido y la inhalación se prolonga. Trate de comprobarlo
mediante su propia experiencia.

Curvatura de la columna vertebral y movimiento pelviano

Arrodíllese con las rodillas separadas. Inclínese, como antes,


sobre la cabeza y las manos. Acerque un poco la rodilla izquierda
a la cabeza. Repita el movimiento de vaivén del pecho y el estóma­
go. Cuando el pecho esté expandido, el cuerpo se moverá hacia la
cabeza más o menos como antes, pero cuando adelante el estóma­
go y la pelvis retroceda hasta la posición de sentarse, sólo se moverá
én dirección al talón derecho y las caderas efectuarán un movi­
miento de torsión que las pondrá fuera de línea con los hombros.
Ahora pueden observarse dos movimientos distintos de la colum­
na vertebral: curvatura convexa y cóncava, como antes, y también
movimiento de la pelvis hacia la derecha y la izquierda en relación
con los hombros.
Cuando haya completado 25 movimientos como éste, tiéndase
de espaldas, descanse y observe los cambios que se han producido
en su pecho, en su respiración y en el contacto de su espalda con
el suelo.
Arrodíllese ahora de nuevo y efectúe otros 25 movimientos de
pecho y estómago, esta vez con la rodilla derecha más cerca de la
cabeza. Observe la diferencia que hay entre los movimientos pel­
vianos correspondientes a esta posición y los de la anterior. Trate
de descubrir la principal causa de la diferencia. Si ahora no puede
encontrarla, aprenderá a hacerlo con el tiempo, cuando haya me­
jorado su capacidad para observarla espalda (fig. 1).
Siéntese en el suelo con las rodillas lo bastante separadas como
para que pueda juntar los pies en el centro, frente a su pelvis, apo­
yándolos sobre sus bordes exteriores y con las plantas en contacto
entre sí. Extienda los brazos a los lados y atrás, y apóyese en las
manos. A continuación, lleve la mano derecha al costado izquier­
do del tórax, sobre las costillas inferiores, y la mano izquierda so­
bre las costillas inferiores del costado derecho, como abrazándose
la espalda. Baje la cabeza, saque el pecho y retraiga el estómago.
Invierta la respiración. Siga repitiendo estas acciones.
Observe la expansión de las costillas en su espalda, bajo sus de­
dos. El pecho no se expande por delante debido a que parte de sus
músculos están empeñados en el movimiento de abrazar la espal­
da. En este caso, los pulmones se han expandido como conse­
cuencia, en gran parte, del ensanchamiento producido en la región
posterior de las costillas inferiores. Este es el movimiento respira­
torio más eficaz, porque se produce en el punto donde los pulmo­
nes son más anchos.
Efectúe 25 veces este movimiento. Observe la región posterior
de sus costillas, en la espalda. ¿Continúan moviéndose?
Póngase de pie. Observe si su cuerpo está más erguido que an­
tes del ejercicio. Toqúese los hombros, cuya posición debe deno­
tar una diferencia considerable. Verifique su respiración. Será sin
duda mejor que de costumbre. Este mejoramiento en la dirección
deseada es el resultado del trabajo práctico. No se llega a respirar
así medíante la mera comprensión intelectual del mecanismo de la
respiración.
1

Siéntese en el suelo (...) y apóyese en las manos (...) con las rodillas
separadas (...) y con las plantas de los pies en contacto entre sí.

Tiéndase de espaldas. Doble las rodillas. Cruce la pierna derecha so­


bre la rodilla izquierda.
Vuelva a la posición inicial (...) ambos pies en el suelo (...) cómoda­
mente separados. Levante los brazos (...) con las palmas tocándose
como al aplaudir (...) los brazos levantados en el aire, con los codos
rectos.

Levante el brazo izquierdo, y, pasando la mano derecha bajo la axila


izquierda, tómese el omóplato.
(...) rodillas dobladas en ángulo recto (...) las plantas de los pies ha­
cia el techo (...) imagínese que los tobillos (...) y las rodillas están ata­
dos entre sí con un cordel (...) incline ambas piernas.

Separe las rodillas hada los lados (...) los pies descansando sobre sus
bordes exteriores (...) la mano derecha, con la palma hacia arriba (...)
las puntas de los dedos pasan bajo el talón derecho (...) el pulgar si­
gue (junto) con todos los demás dedos bajo el talón (...) álcelo un
poco.
(...) tómese los dedos de los pies (...) con la mano, izquierda, de tal
modo que el dedo más pequeño se apoye en la palma de esa mano.

Siéntese de nuevo (...) mueva ligeramente su cuerpo a la derecha, de


modo que pueda apoyarse en el suelo con la rodilla y la pierna dere­
cha (...) el pie izquierdo debe alejarse hacia la izquierda y quizás hacia
atrás (...). A continuación incline la cabeza un poco más a la derecha,
sobre la rodilla.
(...) la cabeza un poco más a la derecha, sobre la rodilla (...) cerca del
suelo (...) usted sentirá de pronto que rueda (...) ruede sobre su omó­
plato derecho, con la pierna izquierda en el aire y, probablemente•,
también el pie izquierdo a distancia del suelo.

Desde la posición yacente, de espaldas, ruede hacia la derecha (...)


con la pierna izquierda equilibrando en cierta medida su peso (...) su
rodilla derecha (...) toca el suelo (...) la cabeza se acerca al suelo en la
dirección de la rodilla (...) el peso de la pierna izquierda le permite
(...) sentarse en la posición (...) de la que había partido.
Levante el pie derecho por delante de usted (...) llévelo más arriba
— más arriba— y en lo más alto (...) cúrvelo para acercárselo (...).
Baje la cabeza; es probable que pueda apoyar ese pie en algún punto
muy cercano de la coronilla.

(...) mueva la mano y la cabeza a la derecha (...) y desde esa posi­


ción (...) mueva la cabeza, junto con los ojos, de nuevo hacia la
izquierda (...) usted mira a la izquierda.
Siéntese en el suelo. Apóyese en la mano derecha, tendida hacia atrás
(...) doble la pierna izquierda (...) hacia la izquierda, sobre el suelo,
cerca de su nalga (...) el pie derecho cerca de usted (...) en algún pun­
to cercano a su rodilla izquierda (...). Levante la jnano izquierda fren­
te a (...) sus ojos...

(...) siéntese de nuevo (...) gire ambos hombros y la cabeza, de modo


que pueda apoyarse, sobre la derecha, con ambas manos...
COORDINACIÓN DE LOS MÚSCULOS FLEXORES
Y DE LOS EXTENSORES

Aquí aprenderá a intensificar la contracción de los músculos


que enderezan la espalda y comprenderá que la contracción pro­
longada de los músculos flexores del abdomen aumenta el tono
de los extensores de la espalda. Asimismo, se tornará capaz de
alargar los músculos que tuercen el cuerpo y advertirá que alargar
los extensores de la parte posterior del cuello mediante la activa­
ción de sus antagonistas, situados en la parte delantera de éste, me­
jora el equilibrio de la cabeza en la posición de pie y erguida. Tam­
bién aprenderá a diferenciar mejor los movimientos de la cabeza
de los del tronco.

Trayectoria del esfuerzo en un movimiento de torsión (fig. 2)

Tiéndase de espaldas y estire las piernas, con los pies separa­


dos. Doble las rodillas y cruce las piernas, poniendo la derecha so­
bre la izquierda.
Deje que sus rodillas cuelguen hacia la derecha, de modo que
ambas queden ahora sostenidas sólo por el pie izquierdo. El peso
de la pierna derecha ayudará a ambas piernas a bajar hacia el suelo.
Deje ahora que sus rodillas vuelvan a la posición neutral, o media,
y después déjelas caer de nuevo hacia la derecha. Repítalo 25 ve­
ces. Sus brazos deberán estar tendidos a los lados del cuerpo. Al
retornar las rodillas a la posición neutral, deje que sus pulmones se
llenen de aire, y exhálelo cuando las rodillas caigan, de modo que
cada movimiento se complete en un ciclo respiratorio.
Observe el movimiento de la pelvis en el momento en que sus
rodillas bajan. El costado izquierdo se elevará un poco respecto
del suelo y será tirado en la dirección del muslo izquierdo; la co­
lumna vertebral será traccionada por la pelvis, y ello a su vez arras­
trará consigo el tórax, de modo que el omóplato izquierdo tende­
rá a levantarse del suelo. Siga bajando las piernas hacia la derecha
hasta que el hombro izquierdo se despegue del suelo; después dé­
jelas volver al punto medio. Trate de observar el trayecto que sigue
el movimiento de torsión al transmitirse desde la pelvis hasta el
hombro izquierdo: pasa por las vértebras y las costillas.
El movimiento de la columna vertebral, desde luego, se tradu­
ce también en un movimiento de la cabeza, cuya parte posterior se
apoya en el suelo. Al bajar las rodillas hacia la derecha, su mentón
se acercará al esternón, y cuando las rodillas vuelvan al punto me­
dio la cabeza volverá a apoyarse como antes.
Estire las piernas, espere un momento y trate de sentir en qué
lado de su pelvis se ha producido el cambio más importante. Uno
de los lados yace más plano y su contacto con el suelo es mayor.
¿Qué lado es?

Movimiento de las rodillas (fig. 3)

Con los pies separados, doble las rodillas en ángulo tal que
cada una quede a plomo sobre su pie. Mejor aún, haga esto: mue­
va las rodillas acercándolas y alejándolas, una y otra vez, hasta sen­
tir en forma clara que cada una está directamente sobre su pie, o
sea, en aquella posición en que no se necesita esfuerzo muscular al­
guno para impedir que se apoyen una en la otra o caigan hacia los
costados.
Alce los brazos en dirección al techo, por encima de los ojos, y
júntelos como si aplaudiera. Sus hombros, cintura escapular y bra­
zos forman ahora un triángulo cuyo vértice está en sus muñecas.
Alce del suelo la cintura escapular como si alguien levantara su
hombro derecho. Ambas manos caerán hacia la derecha, en direc­
ción al suelo. El triángulo mencionado debe quedar igual, sin mo­
vimiento. alguno en los codos; no permita que sus manos se des­
licen entre sí. Vuelva al punto medio. Inhale, pero sin permitir que
la pelvis se mueva más de lo necesario.
Al exhalar, deje que el triángulo formado por los brazos caiga
hacia la izquierda. Repita todo el movimiento 25 veces.
Observe si necesita levantar la cabeza del suelo para ejecutar el
movimiento y hasta dónde puede mover los brazos hacia la iz­
quierda sin que también su rostro se vuelva hacia allí.
Descanse un momento. ¿Qué hombro se apoya con más firme­
za en el suelo? Doble de nuevo las rodillas. Ponga la rodilla dere­
cha sobre la izquierda y deje caer ambas hacia la derecha. Observe
si sus rodillas caen más que antes o no.
Invierta las rodillas, es decir, cruce la izquierda sobre la dere­
cha. Deje que ambas caigan hacia la izquierda y devuélvalas al
punto medio. Repita 25 veces este movimiento. Descanse un ins­
tante y observe qué lado está más cerca del suelo y tiene más con­
tacto con éste.
Deje caer las rodillas de lado otra vez y observe hasta dónde
caen y con cuánta facilidad; debe hacer esto a fin de estar en con­
diciones de apreciar la mejoría después de completar la etapa si­
guiente, durante la cual moverá la parte superior.

Movimiento de la cintura escapular hacia la derecha

Levante las manos formando un triángulo, como antes. Deje


caer ambos brazos hacia la derecha y complete 25 movimientos,
como lo hizo antes hacia la izquierda.
Descanse y observe el cambio operado en el contacto de los
hombros con el suelo.
Deje que sus rodillas caigan de nuevo hacia la izquierda y ob­
serve el mejoramiento que se ha operado como consecuencia del
movimiento de los brazos y los hombros hacia la derecha. El ma­
yor alcance del movimiento se debe a la relajación de los músculos
que hay entre las costillas, lo cual permite a la columna vertebral
rotar más libremente.

Movimiento de las rodillas con elevación simultánea de la cabeza

Cruce la rodilla derecha sobre la izquierda. Deje que ambas


caigan por sí solas hacia la derecha, sin esfuerzo especial alguno.
Una las manos por debajo de la cabeza, con los dedos entrelaza­
dos, y utilícelas para ayudarse a levantarla; deje que los codos se
acerquen entre sí mientras levanta la cabeza. Deje después que su
cabeza vuelva a descansar en el suelo, y los codos también. Deje
llenarse los pulmones de aire y alce de nuevo la cabeza, tal como
antes, cuando empiece a exhalar. Debe alzar la cabeza en dirección
al frente, aunque su pelvis y sus piernas estén giradas hacia la de­
recha.
Repita 25 veces, levantando en cada caso la cabeza en el ins­
tante en que empieza a exhalar. Al ejecutar este ejercicio, observe
qué cambios se producen en el contacto de las costillas, la colum­
na vertebral y la pelvis con el suelo. Descanse un instante y observe
qué parte del tronco ha cedido hacia el suelo más completamente.

Entrelace los dedos de otra forma

Cruce la rodilla izquierda sobre la derecha y deje que ambas


caigan hacia la izquierda tanto como lo sienta cómodo. Entrelace
los dedos de la forma opuesta a la habitual.
Cruce ahora de nuevo lo dedos sin pensarlo —es probable que
los entrelace como de costumbre—, vuelva a cruzarlos como lo ha­
bía hecho al principio y observe hasta qué punto este pequeño
cambio influye sobre la posición de los hombros y la cabeza.
Hasta puede tener la impresión de que «todo está torcido».
Levante la cabeza y repita el movimiento previo, prestando
cuidadosa atención a todos los detalles. Después de efectuar 25 mo­
vimientos, observe la distinta sensación que le produce el contac­
ta de su espalda con el suelo y descanse.

Cambios en las vértebras pelvianas

Tendido de espaldas, doble las rodillas, entrelace los dedos


bajo la cabeza y álcela al espirar. Repita 25 veces. Descanse unos
minutos tendido de espaldas en esa forma. Trate de tomar nota de­
tallada de los cambios producidos en las vértebras que están a la
altura de las caderas; puede que, por primera vez en su vida y sin
esfuerzo consciente alguno, descansen sobre el suelo. Tal vez, en
cambio, sólo hayan cedido mucho en dirección hacia abajo; esto
significará que todavía hay exceso de tensión en los músculos de la
espalda, que deben relajarse más aún.

Balancear el tronco con los brazos cruzados (fig. 4)

Tiéndase de espaldas y doble las rodillas de manera que los


pies se apoyen cómodamente en el suelo, a buena distancia uno de
otro. Ponga la mano derecha bajo la axila izquierda sobre el omó­
plato izquierdo; pase la mano izquierda bajo la axila derecha hasta
el omóplato derecho.
A continuación balancee su tronco rotándolo de izquierda a
derecha, en vaivén. La mano derecha debe levantar el hombro
izquierdo del suelo cuando el cuerpo va hacia la derecha, y la iz­
quierda debe alzar el hombro derecho cuando usted se vuelve ha­
cia la izquierda. No' trate de ayudar el movimiento desdé la pelvis;
limítese a rotar la parte superior del cuerpo de un lado al otro. H á­
galo 25 veces, al principio despacio, y aumente de velocidad hasta
que ruede en vaivén libremente y con ritmo fácil.
Descanse un momento. Cambie de brazos, de manera que la
mano izquierda se encuentre ahora b_aj.o su axila derecha y el bra­
zo derecho quede sobre el izquierdo. Efectúe otros 25 movimien­
tos en esta posición, al principio despacio, para cobrar después
velocidad.

Movijniento de balanceo con la cabeza inmóvil

Descanse y trate de recordar si su cabeza ha intervenido de al­


gún modo en esos balanceos de un lado a otro. Es casi seguro que
lo ha hecho.
Fije ahora los ojos en algún punto adecuado del techo. Abrá­
cese los hombros como antes y repita el movimiento de rotación y
balanceo de un lado a otro, con la pelvis quieta y los ojos fijos en
dicho punto. Esta vez su cabeza no tomará parte en el movimien­
to. Éste no le resultará familiar, porque lo habitual es que al mover
los hombros la cabeza se mueva en la misma dirección.
Descanse un minuto y repita el movimiento, pero esta vez deje
que la cabeza.se mueva junto con los hombros. Después, mientras
continúa el movimiento con la espalda, detenga el de la cabeza fi­
jando de nuevo la mirada en el techo. Observe cuánto mejora el
movimiento de rotación cuando usted ya sabe separar los movi­
mientos de la cabeza y los hombros.

Movimiento de la cabeza y los hombros en direcciones opuestas

Descanse. Después continúe los movimientos de rotación so­


bre la espalda, igual que antes, con la diferencia de que, esta vez,
usted volverá la cabeza y los ojos en dirección opuesta a la que si­
guen los hombros. Siga rotando la cabeza y los hombros en direc­
ciones opuestas, asegurándose de- que el movimiento esté bien coor­
dinado y sea suave.
Invierta la posición de los brazos —el que estaba debajo debe
ir arriba— y efectúe otros 25 movimientos de rotación de la cabe­
za y los hombros en direcciones inversas. A continuación descan­
se y reanude, esta vez con la cabeza y los hombros en la misma di­
rección. Observe que ahora, a pesar de que su ángulo de rotación
es mayor, el movimiento le resulta más fácil y continuo.
Quédese quieto. Al cabo de un minuto, trate de determinar si
se ha producido aigun otro cambio en la columna vertebral. ¿Se
apoya ahora toda ella en el suelo, con inclusión de las vértebras
lumbares?
Levántese muy despacio, dé unos pocos pasos y observe la for­
ma en que lleva ahora la cabeza, así como su respiración y la sen­
sación que tiene en los hombros. Comprobará que todo su cuerpo
está más erguido sin esfuerzo intencional alguno. Considere tales
cambios. ¿Puede usted comprender cómo y por qué se han pro­
ducido transformaciones tan grandes por efecto de movimientos
tan simples en tan corto tiempo?
DIFERENCIACIÓN DE LOS MOVIMIENTOS PELVIANOS
MEDIANTE UN RELOJ IMAGINARIO

En esta lección aprenderá a identificar los movimientos su­


perítaos e inconscientes que efectúan los músculos pelvianos, así
como a refinar el control de la posición de la pelvis y a mejorar la
alineación de la columna vertebral. Asimismo, acrecentará su ca­
pacidad para coordinar y oponer los movimientos de cabeza y
tronco. Esto mejora los movimientos de torsión de la columna ver­
tebral posibles en posición erguida. En los movimientos primiti­
vos, los ojos, la cabeza y el tronco giran al mismo tiempo hacia la
derecha o la izquierda. Adquirir conocimiento de esa tendencia
permite efectuar esos movimientos por separado o en distintas
combinaciones, lo que los facilita y acrecienta además de ángulo
de giro máximo. En esta lección también se estudiará la relación
entre la sensación causada por el movimiento del cuerpo y la ubi­
cación de las extremidades en el espacio.

Modificación de la curvatura lumbar

Tiéndase de espaldas, doble las rodillas y ponga los pies en el


suelo, separándolos entre sí una distancia cómoda, aproximada­
mente en línea con las caderas. Ponga las manos en el suelo a los
lados del cuerpo, también a distancia cómoda.
Levante las caderas del suelo mediante un esfuerzo de los
músculos de la espalda, de modo que las vértebras lumbares for­
men un arco sobre el suelo. Trate de agrandar ese arco lo bastante
como para que un ratón pudiese pasar por allí. Sentirá que sus pies
se aferran al suelo. Los músculos de la parte frontal de las articula­
ciones de las caderas ayudarán en el esfuerzo elevando la parte su­
perior de la pelvis respecto del suelo, lo que aumentará la presión
sobre el cóccix.

Un cuadrante de reloj en la pelvis

Imagínese que tiene pintado en la parte trasera de la pelvis un


cuadrante de reloj. El número 6 corresponde al cóccix y el 12 a lo
más alto de la pelvis, donde se une con la columna vertebral, pun­
to que se puede reconocer con los dedos (están en la parte inferior
de la quinta vértebra lumbar). Con el cuadrante imaginario en la
mente, podemos decir que, en el movimiento que acabamos de
ejecutar, las caderas fueron alzadas y la mayor parte de la presión
de la pelvis se ejerció en el sitio de las 6 en punto.
Completemos el cuadrante: las 3 en punto coinciden con la
zona de la articulación de la cadera derecha, y las 9 con la de la iz­
quierda. Las restantes horas van en los lugares correspondientes
entre las ya señaladas.
Trate una vez más de concentrar la mayor parte de la presión
de la pelvis sobre el suelo en el sitio de las 6 en punto, el hueso cóc­
cix. Los músculos de la espalda incurvarán las vértebras lumbares,
curvatura que será aumentada por la contracción de los músculos
de la pelvis y las rodillas. Esta contracción ejerce una tracción en
los pies, aún firmemente plantados en el suelo.
Traslade ahora la mayor parte de la presión al sitio marcado 12
en punto. Esto significa que la parte superior de la pelvis y las vér­
tebras lumbares se apoyarán ahora sobre el suelo. El cóccix, desde
luego, se elevará, y la presión sobre los pies aumentará.

Separe la respiración de la acción

Vuelva a las 6 en punto, de allí a las 12, una y otra vez, y re­
pítalo 25 veces. Disminuya gradualmente el esfuerzo y trate de
que el cambio de una posición a otra sea menos brusco; trate
también de separar la respiración del movimiento. Su respira­
ción debe continuar suave y fácilmente, con independencia de
los cambios de posición del cuerpo. Los movimientos pelvianos
deben ser lentos y continuos, y suave el cambio de una posición
a la otra.
Estire las piernas y estudie la sensación que tiene en la pelvis.
Trate de observar con precisión en qué puntos difiere ahora el
contacto con el suelo. ¿Advirtió que no bien separó la respira­
ción del movimiento su cabeza empezó a moverse en forma coor­
dinada con su pelvis, como si «copiara» el movimiento en escala
menor?

Un cuadrante de reloj en la parte posterior de la cabeza

Imaginemos ahora un pequeño cuadrante de reloj en la parte


posterior de la cabeza. El centro del cuadrante estará en el punto
donde se ejerce mayor presión cuando la cabeza se apoya en el sue­
lo. Cuando la pelvis esrá en la posición de presión máxima, a las 6
en punto, la cabeza es traccionada hacía abajo por la columna ver­
tebral, de manera tal que el mentón se apoya sobre la garganta; en
ese momento, en el dial correspondiente a la cabeza, la mayor pre­
sión se ejerce sobre las 6 en punto. Cuando la presión pelviana se
ejerce sobre las 12 en punto, la cabeza es echada atrás por la co­
lumna vertebral, el mentón es alejado de la garganta y el punto de
máxima presión se traslada en dirección a la coronilla, que corres­
ponde a las 12 en el cuadrante de la cabeza.
Ejecute los movimientos pelvianos 25 veces. Traslade el peso
de la pelvis de las 12 a las 6 y viceversa, pero asegúrese esta vez de
no impedir que la cabeza repita los movimientos de la pelvis.
Observe cómo influye este movimiento sobre su proceso respi­
ratorio y, también, cómo transmite su tronco los movimientos de la
pelvis hasta la cabeza, y al revés. Descanse un instante.
Encoja otra vez las rodillas y apoye la pelvis sobre el sitio mar­
cado 3 en punto, en la articulación de la cadera derecha. Ahora
descarga más peso sobre el pie izquierdo que sobre el derecho y la
articulación de la cadera izquierda se levanta del suelo. La presión
sobre la pierna derecha se relajará un tanto. Invierta el movimien­
to y apóyese sobre el sitio marcado 9 en punto. Rote la pelvis de
derecha a izquierda y viceversa 25 veces.
Observe cómo su cabeza repite este movimiento en escala me­
nor en la medida en que usted no tensa innecesariamente su pecho
ni interfiere en el ritmo de la respiración. Descanse un minuto.
Todo el cuadrante en movimiento continuo

Doble otra vez las rodillas. Apoye la pelvis en las 12, Traslade
el punto de contacto a la 1, y vuelva a las 12. Repítalo cinco veces.
Ahora mueva la pelvis de las 12 a las 2, pasando por la 1, y vuelva
de nuevo atrás. Repítalo cinco veces. Ahora traslade el peso de la
pelvis de las 12 a las 3, en la misma forma (pasando por la 1 y la 2).
Repita cada movimiento cinco veces; después agregue una
hora más, repita hasta llegar a las 6 en punto y repita retrocedien­
do hasta las 12. Cada movimiento debe trazar un arco continuo,
sin detenerse en las horas intermedias.
Observe cómo el conocimiento de la posición exacta alcanzada
por la pelvis se torna gradualmente cada vez más exacto y cómo el
peso, al trasladarse,, describe un verdadero arco, y no ya bruscos
movimientos rectilíneos al pasar de una hora del cuadrante a la si­
guiente.
Detenga el movimiento, tiéndase en el suelo y observe la dife­
rencia que hay entre los lados derecho e izquierdo de la pelvis.
Mientras descansa, trate de recordar si su cabeza seguía los movi­
mientos de la pelvis en su propia escala. Hacemos machas cosas
sin tener conocimiento de ellas.
Vuelva a las 12. Traslade el peso de la pelvis hasta las 11 en
punto y devuélvalo a las 12. Repítalo cinco veces. Lleve el peso
hasta las 10, pasando por las 11, y vuelva otra vez. Continúe como
antes, hasta llegar a las 6 en punto. Descanse un instante y observe
lo que sucede en su cuerpo.

Alargamiento de los arcos

Lleve la mayor parte del peso pelviano hasta las 3 en punto, o


sea, la articulación de la cadera derecha. Trasládelo hasta las 4,
vuelva a las 3, retroceda hasta las 2. Luego retome de las 2 a las 4
pasando por las 3, y vuelva. Repítalo cinco veces. Agregue una
hora al movimiento en cada dirección.
El movimiento siguiente lo llevará de la 1 a las 5, y el siguiente,
de las 12 a las 6. Repita cinco veces cada uno.
Descanse y observe qué cambios se han operado, como conse­
cuencia de este ejercicio, en el contacto de la pelvis con el suelo.
Repita esta serie de ejercicios sobre el lado izquierdo, con las 9
como punto de partida.
Descanse. ¿Observó los movimientos de la cabeza? ¿Tomó nota
de lo que hacían sus pies, o cualquier otra parte de su cuerpo?

El todo y sus partes

Describa con la pelvis 20 círculos en el piso, en el sentido de las


agujas del reloj. Al hacerlo, trate de observar el conjunto de su
cuerpo y a la vez las partes, separadamente. Traslade su atención
en forma sistemática de una a otra parte de su cuerpo, pero sin
perder de vista la totalidad. Desde luego, la sensación emanada del
cuerpo entero sólo formará un telón de fondo y será, por cierto,
menos clara. Se parece a lo que ocurre cuando leemos, echamos un
vistazo rápido a toda la página, pero esta impresión no nos basta
para comprender claramente; sólo podemos captar el significado
de aquellas letras y palabras que hemos visto con claridad.
Sin detener los movimientos, en el sentido de las agujas del re­
loj, de la pelvis y la cabeza, observe en particular los movimientos
de la cabeza. Fije la atención, alternativamente, en la cabeza como
guía del movimiento y después en la pelvis como guía. Observe
cómo la cualidad del movimiento mejora de manera persisten­
te, cómo se torna más continuo, suave, preciso y veloz.
Descanse. Efectúe, con la pelvis y la cabeza, 20 movimientos en
sentido contrario al de las agujas del reloj.

C o n s id e r e , o p o n i é n d o l o s e n t k e s í , e l j u ic io o b je t iv o
Y EL SUBJETIVO

Hasta ahora hemos imaginado que el dial estaba dibujado en el


cuerpo mismo, en puntos que identificábamos por la presión so­
bre el suelo. Imagínese usted ahora las 6 y 12 del cuadrante dibu­
jadas en el suelo y mida mentalmente la distancia que las separa.
También mentalmente, mida la misma distancia en su cuerpo, y
tome nota de cuán distinto es el sentido de la distancia en ambos
casos. ¿Cuál es el más concreto? ¿Cuál el correcto? En el primer
caso (el suelo), su juicio es más objetivo; en el segundo (su cuerpo),
más subjetivo.
A medida que avance en esta lección, advertirá que su juicio di­
fiere en ambos casos y que, sin embargo, la evaluación subjetiva
converge hacia la objetiva asintóticamente. En otras palabras, la
largo del tobillo y la pierna derechos, mientras el pie derecho se
acerca al suelo. Cuando las piernas vuelvan a la posición inicial, el
pie izquierdo se deslizará de nuevo a lo largo de la pierna derecha,
hasta pasar el tobillo y detenerse, junto al pie derecho. Repita es­
tos movimientos 25 veces y observe entretanto a lo largo de qué
partes de la estructura ósea ae su cuerpo es transmitido el movi­
miento de giro desde las pismas hasta las vértebras del cuello.
Observe cuál de sus codos es tirado un poco hacia abajo, en di­
rección a las piernas, durante el movimiento hacía la derecha, y
cómo ese codo retoma a su posición original al volver los pies al
punto medio. El movimiento del codo es bastante pequeño, desde
luego, pero lo bastante amplio como para que se note.

Mire hacia la izquierda durante el movimiento de la pierna


hacia la derecha

Ponga la palma de la mano izquierda sobre el dorso de la dere­


cha; vuelva la cabeza hacia la izquierda y apoye sobre las manos la
oreja y la mejilla derechas. Como antes, doble las rodillas, deje ba­
jar las piernas hacia la derecha y llévelas de vuelta al punto medio.
Obsérvese las costillas, por delante, y tome nota de la creciente
presión que se ejerce sobre un lado del esternón al bajar las pier­
nas hacia la derecha. Ajuste su posición relajando el pecho, de
modo que disminuya la presión sobre las costillas, y deje que la
presión se difunda sobre una superficie mayor hasta que logre re­
ducirla al mínimo. Al efectuar cada movimiento con las piernas,
siga sus efectos de una vértebra a otra en dirección a la cabeza, y
verifique si el movimiento de rotación es regular o si, en cambio,
en algunas secciones se mueven grupos enteros de vértebras a la
vez, en lugar de moverse una por una. Observe si el movimiento de
la pierna se hizo más amplio al girar usted la cabeza hacia la iz­
quierda.

Verifique tendido de espaldas

Después de ejecutar 25 movimientos, tiéndase de espaldas y


verifique la totalidad de su tronco para determinar si se han pro­
ducido cambios en su contacto con el suelo. Tendido, vuelva la ca­
beza de derecha a izquierda y observe si hay alguna diferencia en­
tre sus movimientos hacia ambos lados, es decir, si su cara se
vuelve hacia la derecha más fácil y suavemente, y sobre un arco
más amplio, que hacia la izquierda.

Cara y piernas hacia la derecha

Tiéndase de nuevo sobre el estómago. Ponga la palma de la


mano izquierda sobre el dorso de la derecha. Rote la cabeza hada
la derecha, de manera tal que la mejilla y la oreja izquierdas se apo­
yen sobre la mano de arriba. Continúe girando las piernas hacia la
derecha, asegurándose de que, durante el movimiento, la distancia
entre las rodillas no se modifique. Tal como antes, deje que el pie
izquierdo se deslice a lo largo de la pierna derecha.
Observe si ahora el grado de torsión de la columna vertebral es
mayor o menor, si mover las piernas hacia los lados es más fácil o
más difícil, si rotar la cabeza hacia la derecha tiende a obstaculizar
o a facilitar el movimiento de las piernas.

Torsión de la columna vertebral y respiración

Imagine un dedo que se traslada a lo largo de su columna ver­


tebral, desde el cóccix hasta la base del cráneo, y se detiene, en el
camino, para señalar cada vértebra. En esta forma resulta más fácil
verificar si en las vértebras hay movimiento alguno y determinar
dónde la torsión es gradual y dónde más acentuada. Tome nota de
cuál es el instante del movimiento en- que sus pulmones se llenan
de aire: ¿cuando las piernas retoman a la posición neutral, en el
punto medio, o durante la fase activa, cuando usted rota las pier­
nas? Para lograr una torsión más fácil y amplia tendido usted en el
suelo, su tórax debe estar vacío de aire y los músculos de sus cos­
tillas relajados. Descanse un minuto sobre la espalda.

Cabeza inmóvil y rodillasjuntas

Tiéndase sobre el estómago. Gire la cabera hacia la izquierda y


apoye'la oreja y la mejilla derechas en el suelo. Entrelace los dedos
de las manos y póngalos sobre la oreja derecha, apoyando los co­
dos en el suelo, de ambos lados de la cabeza. Esta posición res­
ponde al propósito de que el marco formado por los brazos ejerza
una presión suave pero continua sobre el costado izquierdo de su
cara y aumente así gradualmente el ángulo al cual su cabeza está
girada a un lado. Por sí mismo, el peso de los brazos sólo ayuda a
sentir el cambio aportado por el trabajo del tronco al facilitar el
movimiento de las vértebras. Junte las rodillas y dóblelas en un án­
gulo aproximadamente recto. Las plantas de sus pies ahora están
vueltas al techo.
Incline ambas piernas a la derecha, pero asegúrese esta vez de
que sigan a la par, como si estuvieran atadas entre sí en las rodillas
y los tobillos. Comprobará que puede inclinar las piernas hacia la
derecha sólo si la rodilla y el muslo izquierdos se separan del sue­
lo. Vuelva al punto medio e incline las piernas otra vez. Repítalo 25
veces.

Ablande el cuerpo

Regule el movimiento de piernas de modo tal que empiece


cuando usted exhale. Tome nota de la torsión gradual que se ha
producido en su columna vertebral, en toda su longitud, y preste
especial atención a las vértebras dorsales superiores y cervicales in­
feriores. La torsión de la pelvis causará un estiramiento de la co­
lumna vertebral. Observe el movimiento que se siente en el codo
izquierdo y, al efectuar cada movimiento, trate de alargar su cuer­
po y suavizar y completar perfectamente la acción de las piernas.
Preste especial atención a este punto cada vez que cambie de di­
rección el movimiento de las piernas.

Cambios en el movimiento de la cabeza

Cuando haya concluido con estos movimientos deje que la ca­


beza vuelva muy gradualmente a la posición central. Tan grandes
son los cambios que se han producido en las vértebras cervicales y
los músculos posteriores del cuello, que, probablemente, el primer
movimiento normal, efectuado sin tener en cuenta los cambios, le
resultará muy desagradable. Empero, después de un primer movi­
miento cuidadoso y lento no es preciso prestar atención especial;
por el contrario, el movimiento déla cabeza en la dirección en que
se ha efectuado este ejercicio ha mejorado de manera inequívoca.
Tendido de espaldas, apoye la cabeza en el suelo y vuélvala a
derecha e izquierda. Observe si el movimiento ha mejorado real­
mente y se ha tornado más continuo y suave en la dirección hacia
la cual se volvía la cabeza en el ejercicio anterior, y también si es ca­
paz de volverse hacia ese lado sobre un ángulo más amplio que del
otro lado.

Cuando t e n g a a l g o n u e v o , d e s h á g a s e d e l o v ie jo

Es interesante la incomodidad, e incluso el dolor, que se expe­


rimenta durante el comportamiento normal al cabo de gran núme­
ro de movimientos sucesivos en una posición particular. Sólo so­
mos capaces de emplear nuestros cuerpos de acuerdo con las
pautas, habituales de acción muscular. Aun cuando se introducen
cambios importantes en la mayoría de los músculos, o por lo me­
nos en aquellos que son esenciales para el movimiento que se eje­
cuta —como sucede al repetir 25 veces un movimiento— , aun así,
instruimos a nuestros músculos para que recaigan en su patrón ha­
bitual.
Sólo la experiencia del cambio y una cuidadosa atención nos
convencen de que debemos pensar y dirigirnos en forma distinta.
Sólo cuando esa experiencia del cambio nos induce a repudiar e
inhibir la pauta acostumbrada, que a nuestros ojos carece ahora de
validez, somos capaces de aceptar la nueva pauta como hábito o
segunda naturaleza. En teoría, todo lo necesario es un esfuerzo
mental, pero en la práctica no basta. Nuestro sistema nervioso está
construido en tal forma que los hábitos se conservan y tienden a
perpetuarse a sí mismos. Resulta más fácñ suspender un hábito
mediante una súbita conmoción traumática que modificarlo gra­
dualmente. Se trata de una dificultad funcional y tal es la causa por
la cual tiene importancia prestar mucha atención a cada mejora­
miento y asimilarlo después de cada serie de movimientos. Así ob­
tenemos un efecto doble sobre nuestra capacidad para sentir: in­
hibimos la anterior pauta de movimiento, automática, que ahora
nos parece errónea, pesada e incómoda, y estimulamos la nueva,
que nos resulta más aceptable, fluida y satisfactoria. El conoci­
miento así alcanzado no es de orden intelectual —probado, enten­
dido y convincente—, sino que pertenece a la sensibilidad profun­
da y es fruto de la experiencia personal. Conocer y comprender la
relación entre el cambio y sus causas es importante, porque ello es­
timula a repetir la experiencia en condiciones similares y con exac­
titud suficiente para reforzar su efecto y grabar profundamente
todo perfeccionamiento en nuestros sentidos.
Movimiento de torsión más fuerte

Tiéndase de nuevo sobre el estómago y vuelva la cabeza a la de­


recha, apoyando la mejilla izquierda en el suelo. Entrelace los de­
dos en la forma que no le es familiar; apoye las manos, tomadas así,
sobre la oreja derecha, junte sus rodillas y dóblelas en ángulo rec­
to como antes. Indine ahora las rodillas hacia la derecha. Cada vez
que las piernas se acerquen al sudo, d muslo y la rodilla derechos
girarán sobre su lado externo. Se produce un discernible efecto de
torsión sobre las vértebras del cuello y, desde luego, las piernas no
necesitan bajar hasta el suelo, pues aunque fuese posible, resulta­
ría incómodo. Continúe para mejorar poco a poco d movimiento,
que debe repetir 25 veces. Entretanto, observe con suma atención
su cuerpo entero.

Diferencias de sensación y movimiento en los dos lados del cuerpo

Descanse. Observe la diferencia que siente al tenderse ahora de


espaldas, en comparación con lo que sentía al comenzar la lección.
Levántese, camine un poco y tome nota de la distinta sensación que
le producen ahora los movimientos de la cabeza, la posidón ergui­
da dd tronco, el control de las piernas, la respiración y la posición
de la pelvis. Determine si puede notar alguna diferencia entre lo
que siente en d ojo derecho y el izquierdo. Mírese en un espejo
para establecer si su cara presenta alguna diferencia objetiva
demostrativa de cuál fue d lado hacia d cual ejecutó el ejercicio de
piernas.
Tiéndase de nuevo sobre el estómago. Apoye la frente sobre las
manos e incline las piernas hacia la derecha en la forma más sim­
ple que pueda. Ahora tocarán d sudo o por lo menos llegarán muy
cerca, con movimiento mucho más fácil y suave que antes de co­
menzar la lección.
Tiéndase de espaldas y verifique el contacto que tienen con el
suelo los dos costados de su cuerpo, desde los talones hasta la par­
te superior de la cabeza.

Recordar sólo con la mente

Tiéndase otra vez sobre el estómago. Repase con la mente to­


dos los distintos movimientos que ha practicado en esta lección.
No es muy difícil, porque hemos ido de lo simple a lo más com­
plejo, torciendo la columna vertebral desde sus dos extremos, des­
de la nuca y la pelvis.
Cuando pueda recordar todo con bastante claridad, trabaje to­
das las posiciones simétricas que adoptó con las piernas al mover­
las hacia la izquierda, pero sólo con la mente. Es decir, imagine la
sensación de esos movimientos en sus músculos y huesos, y llegue
incluso a tensar ligeramente los músculos, pero sin hacer movi­
miento visible alguno. Este método adquiere eficacia con rapidez
mucho mayor. Basta pensar cada movimiento sólo cinco veces,
pero, a fin de no soñar despierto, usted deberá contar los movi­
mientos. Es difícil concentrarse sin acción alguna; es más difícil
pensar que actuar y, por cierto, muchas personas preferirían hacer
a pensar lo que están haciendo.
Después de cada cinco movimientos imaginarios descanse y
verifique el resultado.

Conocimiento de la autoimagen

Lentamente, entrará en conocimiento de una sensación extra­


ña, con la que pocos están familiarizados: una representación más
clara de su autoimagen. En este caso, la nueva autoimagen con­
cierne sobre todo a ios músculos y la estructura esquelética. Es
mucho más completa y exacta que aquella a la que se había habi­
tuado y se preguntará por qué no se enteró antes de esa situación.
Tiéndase sobre el estómago y observe de qué lado es mejor el
movimiento: del lado con el cual practicó tanto, o del lado sobre el
cual pensó tan poco.
En esta lección, aprenderá a usar un grupo de músculos para
efectuar un movimiento específico en varias posiciones del cuer­
po. Impartirá flexibilidad a las articulaciones empleadas en el mo­
vimiento y alcanzará los límites de lo anatómicamente posible en el
lapso de una hora. Aprenderá el efecto de los movimientos de la
cabeza sobre el movimiento real, y aprenderá también a inhibir
la verbalización en el movimiento imaginado, todo lo cual lleva a
completar la imagen corporal. También adquirirá la capacidad de
transferir la mejoría obtenida activamente de un lado del cuerpo al
otro lado, el inactivo, que no tomó parte en el movimiento, y lo
hará tan sólo mediante el pensamiento o la visualización.

Levante el pie en dirección a la cabeza (fig. 6)

Siéntese en el suelo con las rodillas separadas y los pies apoya­


dos sobre sus bordes externos, frente a usted. Ponga la mano de­
recha bajo el talón derecho, de modo que éste se apoye en la pal­
ma de la mano, con una cuña, entre el suelo y el talón. Mantenga
el pulgar junto a los restantes dedos, que aferran el talón. A conti­
nuación, tome los cuatro dedos pequeños del pie derecho con la
mano izquierda, de manera tal que el pulgar izquierdo pase entre
el dedo gordo y el contiguo a éste. Cierre la mano izquierda. Los
dedos pequeños quedarán agarrados por ella (fig. 7).
Levante el pie derecho con ayuda de ambas manos y al mismo
tiempo empújelo alejándolo de su cuerpo. A continuación, me­
diante un movimiento uniforme y completo, llévelo hacia la frente;
bájelo después a la posición inicial. Repita el movimiento, alzando
la pierna al exhalar el aire. Deje caer la cabeza hacía delante tanto
como pueda, de modo que su pierna, que será elevada lentamente
muy por encima de la cabeza, puede completar en forma suave el
movimiento hacia el cuerpo antes de retomar al suelo.
Siga alzando la pierna, pero sin tensión excesiva ni intentarlo
con violencia, ni forzar el movimiento. Limítese a repetirlo, de
modo que cada vez sea más suave y fácil, más continuo y cómodo.
Obsérvese el pecho, los hombros y los omóplatos y deje de «inten­
tar». «Intentar» impide que el movimiento se torne más fácil y am­
plio. Si el esqueleto no tuviese músculos, nadie tropezaría con la
más mínima dificultad para alzar el pie hasta apoyarlo en la coro­
nilla. El principal obstáculo radica en los músculos, porque algu­
nos de ellos, aun en estado de completo reposo, siguen tensos y
más cortos que lo correspondiente a su verdadera longitud ana­
tómica.
Repita el movimiento alrededor de 20 veces; después tiéndase
en el suelo para descansar.

A c c ió n s in c o n o c im ie n t o

Después de un movimiento efectuado sin mucho esfuerzo, us­


ted no descansa para reponer energías, sino para estudiar los cam­
bios que se han operado durante la acción. Es preciso que trans­
curran un minuto o dos, y a veces incluso más tiempo, antes de que
sea posible observar esos cambios. Como consecuencia, las perso­
nas habituadas a pasar de una acción a otra sin pausa suficiente en­
tre ambas no logran observar los efectos resultantes de una serie
de movimientos repetidos. Muchos maestros no dan a sus alumnos
el tiempo necesario para detectar las consecuencias de sus diversos
actos, ni siquiera si son tan abstractas como el puro pensar.
Emplear los músculos sin observación, discriminación ni com­
prensión constituye un movimiento meramente mecánico, que sólo
vale por su producto; se lo podría obtener también de su perro
o incluso de una máquina. Ese trabajo no necesita de un sistema
nervioso tan desarrollado como el humano. La recepción de im­
presiones mentales abstractas no pasa de ser un proceso puramen­
te mecánico, a menos que se permita al individuo cobrar concien­
cia de que está prestando atención y de que esa atención es sufi­
ciente para comprender. Sin ello, las impresiones no pasan de ser
un mero registro. El resultado consistirá, en el mejor de los casos,
en una repetición mecánica del proceso mental, sin que éste llegue
a formar parte integrante de la personalidad.

Alzar un pie, tendido de espaldas (fig. 8)

Tiéndase de espaldas y recoja las piernas, con las rodillas sepa­


radas como antes. Levante el pie derecho y, tendiendo ambos bra­
zos entre las rodillas, tómelo mnio antes:- la mano-derecha bajo el
talón, con todos los dedos bajo éste, y la mano izquierda tomando
los cuatro dedos pequeños. Con las manos, levante el pie en forma
suave, alejándolo de su cuerpo en dirección al techo. A continua­
ción, permita que el recorrido del pie se incurve hacia la cabeza y,
al mismo tiempo, alce la cabeza como para llevarla al encuentro
del pie. baje éste hasta una posición cómoda, pero no lo suelte. Re­
pita el movimiento 25 veces, sin forzarlo.
Elija para su pie un trayecto aéreo que configure un movi­
miento leve y suave. Logrará hacerlo si no se empeña en que re­
sulte perfecto. Observe los cambios que se presentan en el recorri­
do del pie y las diversas tensiones que el movimiento impone al
pecho y los brazos. Detenga el movimiento y descanse tendido de
espaldas.
Doble de nuevo las rodillas y tome otra vez el pie derecho con
ambas manos. Deje descansar el pie izquierdo en el suelo. Utilice
las manos para/ddsr-J uie-dfifecho..de su cuerpo, y a continuación
vuelva la pelvis hacia la derecha, de modo que el muslo derecho
toque el suelo. También la cabeza y el cuerpo se volverán a la de­
recha. Al exhalar, inclínese para llevar la cabeza hacia delante, en
dirección a la rodilla derecha; describa de esta forma un arco cer­
ca dei suelo, tratando al mismo tiempo de sentarse.
Inténtelo de nuevo. Ayúdese con la pierna izquierda: deje que
se levante del suelo, se estire y después se mueva hacia atrás y un
poco hacia la izquierda, mientras la rodilla se dobla al tratar usted
de sentarse. No es necesario ni importante que logre hacerlo en la
primera o segunda tentativa. Lo consiga o no, tiéndase otra vez de
espaldas y trate de volverse ligeramente hacia la derecha, sin efec­
tuar para ello un esfuerzo especial.
Mover la cabeza en un arco cercano del suelo

Prosiga con el movimiento de cabeza cercano del suelo y em­


plee las manos para tirar suavemente del pie derecho, en forma tal
que ayude a la cabeza a trazar el arco más cerca aún del suelo, en
dirección a un punto imaginario de éste, situado frente a la rodilla
y un poco a la derecha de ella. Tal como antes, utilice la pierna iz­
quierda para ayudarse. Acuérdese de mantener el pecho relajado,
de no forzar la acción y de observar aquellas partes del cuerpo en
que hay esfuerzo muscular que no se transforma en movimiento.
Repita varias veces. En cada ocasión, observe qué partes de su
cuerpo están ausentes de la imagen corporal del movimiento, y tra­
te de completar esa imagen.
Repita 25 veces, pero no espere resultados manifiestos de cada
movimiento. Descanse alrededor de dos minutos.

Balanceo del tronco de un lado a otro

Siéntese, con las rodillas dobladas y separadas. Estire los bra­


zos entre las piernas y tómese el pie derecho como antes. Levante
el pie hacia delante y arriba sobre la cabeza y observe si se ha pro­
ducido algún mejoramiento.
Sin soltar el pie derecho, ponga la pierna izquierda detrás de
usted, apoyando en el suelo la cara interna de la rodilla y el pie. Al
mismo tiempo, ponga el pie derecho en el suelo, frente a usted. Su
cabeza se inclinará ligeramente hacia delante, junto con el tronco.
Acérquela al suelo, por delante de usted, en cualquier dirección
que le resulte cómoda, sea hacia el frente de la rodilla derecha o de
la pierna. Balancee el tronco de derecha a izquierda, con los movi­
mientos más pequeños que le sean cómodos.

Rodar de la posición sentada a la yacente, sobre el lado derecho


(figs. 9 y 10)

Después de unos pocos movimientos pequeños, intensifique la


acción de balanceo hasta que, bajando la cabeza, logre rodar hacia
la derecha sobre el suelo, hasta yacer de espaldas. Desde luego, tam­
bién su pie izquierdo se levantará del suelo. Si el movimiento es lo
bastante cómodo y suave, usted pasará por toda la posición de yacer
de espaldas y se encontrará casi tendido sobre el costado izquierdo.
Apoyándose en el suelo con el pie izquierdo, inicie el movi­
miento de vuelta hacia la derecha. Doble el cuerpo y ruede; la ca­
beza debe guiar el movimiento y mantenerse cerca del suelo hasta
llegar a la rodilla izquierda. Si se acuerda de plegar la pierna iz­
quierda por detrás, hacia la izquierda del cuerpo, puede estar se­
guro de que recobrará la posición de sentado.
Ponga cuidado en no enderezarse al estar otra vez sentado; al
contrario, mantenga cabeza y tronco tan cercanos al suelo como le
sea posible. En esta posición, mueva el cuerpo un poco a la dere­
cha, mediante un movimiento del tronco y la cabeza que le dará
impulso, y ruede de nuevo hacia la derecha hasta encontrarse
tendido de espaldas. Repita el movimiento de rotación 25 veces y
descanse.

Repita, pero sólo con la-imaginación

Si no logró rodar desde la posición yacente hasta la de sentado


y volver a la primera, trate de ejecutar el movimiento con la imagi­
nación tanto tendido de espaldas como sentado, cinco veces en
cada posición, prestando atención a tantas partes del cuerpo como
pueda. Observe el movimiento imaginado y asegúrese de que sea
continuo. Asegúrese también de que su respiración se mantiene a
ritmo sereno y trate nuevamente de ejecutar el movimiento real.

Sentado, levantar un pie en la realidad y con la imaginación


(fig■U)
Siéntese como al principio de la lección. Tome su pie como an­
tes y trate de llevarlo por sobre su cabeza, con ambas manos, y de
apoyarlo en la coronilla. Un cuerpo bien organizado no necesita
esfuerzo alguno para apoyar el lado interno del pie, cóncavo, en la
coronilla. Si le cuesta ejecutarlo, siéntese con los ojos cerrados y vi­
sualice el movimiento en todos sus detalles y como acción conti­
nua. Tome nota de cuán difícil es imaginar la sensación de un mo­
vimiento que usted no es capaz de ejecutar.
La v e r b a l iz a c ió n p u e d e a s u m ir l a s f u n c io n e s
d e l a s e n s a c ió n y e l c o n t r o l

Desde luego, pensar el movimiento en palabras no ofrece difi­


cultad alguna. Una de las grandes desventajas del lenguaje habla­
do reside en que nos permite enajenamos respecto de nuestros se­
res reales hasta tal punto, que a menudo creemos erróneamente
haber imaginado o pensado algo, cuando en realidad nos hemos li­
mitado a recordar la palabra apropiada. Cuesta muy poco com­
probar que cuando imaginamos realmente una acción enfrenta­
mos las mismas dificultades que tendríamos que vencer para
ejecutarla. Ejecutar una acción particular puede ser difícil porque
las órdenes impartidas por el sistema nervioso a los músculos no se
corresponden con la acción. El cuerpo no se doblará lo suficiente,
por ejemplo, debido a que la orden, dada conscientemente, de que
se doble no puede ser cumplida y a que los músculos antagonistas
—en este caso, los que enderezan la espalda-— siguen trabajando
demasiado por razones de hábito, resultante a su vez de una mala
postura. Basta que esa actividad obstructiva entre en el campo de
nuestro conocimiento consciente para que se presente, de pronto,
una flexibilidad nueva en nosotros, una flexibilidad igual a la de
un infante, y para que el movimiento de doblarnos se torne conti­
nuo, cómodo, milagroso.
Cuando sucede esto, el.individuo tiene la impresión de que se
ha abierto una ventana en un cuarto a oscuras y se siente invadido
por una sensación desconocida de capacidad y vitalidad. H a des­
cubierto el dominio de sí mismo y comprende que la responsabi­
lidad de sus movimientos incontrolados le corresponde eñ gran
medida a él.

Complete su imagen corporal

Cierre los ojos y piense en todas las posiciones incluidas en esta


lección. Observe la sensación de sus extremidades durante cada
«movimiento» y repítalo dos o tres veces en cada posición, con
amplias pausas entre mi movimiento y el siguiente. A continua­
ción, trate de levantar de nuevo su pie y observe si ahora obedece
más fácilmente a su deseo de alzarlo por sobre la cabeza, y si aho­
ra puede apoyárselo en la coronilla.
El p e r f e c c io n a m ie n t o n o t ie n e l ím it e s

Puede que las obstrucciones al movimiento hayan llegado a ser


tan grandes, que no resulte posible consumar el cambio descrito
antes en el curso de una sola lección y sin maestro. Cuando se pro­
porciona enseñanza personal a grupos de 40 a 50 hombres y muje­
res de todas las edades (más de 60 años en algunos casos), se com­
prueba que el 90 % de los presentes llegan por lo menos a tocarse
la cabeza con los dedos grandes de los pies, y que la mayoría llega
incluso a todo cuanto es posible hasta ahora: apoyar el pie sobre la
coronilla. Todos denotan un mejoramiento considerable, y eso es
lo que importa. Si una persona puede llegar a un punto en que ad­
vierte un mejoramiento cada vez que hace algo, sus posibilidades
de realizarse no tienen límite.

Repita todos los movimientos hacia la izquierda, con la imaginación

Incorpórese, camine y observe las diferencias de sensación en­


tre el lado estudiado durante los ejercicios y el otro lado. Examí­
nese la cara, los ojos, el movimiento y el aspecto general de uno y
otro lado.
Tiéndase de espaldas y limítese a doblar las rodillas. Cierre los
ojos y estudie las diferencias de contacto con el suelo entre los la­
dos derecho e izquierdo. Imagínese todas las etapas de movimien­
to de esta lección sobre el lado izquierdo, en vez del derecho, pero
imagine la sensación, no palabras. Repita tres veces cada movi­
miento imaginario, haciendo largas pausas entre cada movimiento
y el siguiente.

Se mejora más mediante la visualización que mediante la acción

Ahora siéntese y tome su pie izquierdo con ambas manos, en po­


sición simétrica de la asumida antes; levante el pie por sobre la ca­
beza y trate de ponerlo en la coronilla. Descubrirá, ciertamente, que
el lado con el cual se limitó a imaginar los ejercicios le obedece más
y funciona mejor que el lado con el cual los ejecutó en forma real.
El lado que se ejercitó realmente efectuó además muchos mo­
vimientos erróneos o nocivos, que es lo habitual cada vez que se
intenta un movimiento nuevo, y, en consecuencia, el rendimiento
que se alcanza con el segundo lado es superior.
O bservarse a sí m is m o e s m e jo r q u e r e p e t ir m e c á n ic a m e n t e

Estudie la importancia de esta conclusión. Usted trabajó toda


una hora con un lado y dedicó sólo unos pocos minutos al segun­
do —y nada más que con la imaginación—, no obstante, el mejo­
ramiento fue mayor en el segundo lado. Sin embargo, todos los
métodos de gimnasia se basan en la repetición de la acción. Y no
sólo de gimnasia, pues todo cuanto aprendemos se basa en gran
medida en el principio de repetición y memorización. Esto puede
explicar por qué un hombre puede ejercitarse a diario con un ins­
trumento sin hacer progreso alguno, en tanto que otro mejora día
a día. Tal vez el talento —explicación aceptada de esa diferencia—
se derive de que el segundo estudiante observa lo que hace mien­
tras ejecuta, en tanto que el primero se limita a repetir y memori-
zar, basándose en el supuesto de que repetir suficientes veces una
mala ejecución terminará de algún modo por inculcarle una exce­
lente capacidad para la música.
Nos hemos referido antes al concepto de contacto interno y ex­
terno, que incluye la transferencia de observación consciente des­
de la sensación interior del cuerpo hasta sus cambios en el espacio
exterior a él. Considérese qué hace un pintor cuando observa un
paisaje y trata de dibujarlo en su tela. ¿Podría hacerlo sin prestar
atención a la sensación de su mano al dirigir el pincel? ¿Podría ha­
cerlo sin conocimiento de lo que sus ojos están viendo?
A todos se nos presentó alguna vez, mientras leíamos, la nece­
sidad del volver atrás y releer un pasaje porque la primera vez lo
leimos sin prestarle atención. Aunque probablemente la primera
vez hayamos leído todas las palabras, e incluso las hayamos forma­
do sin decirlas, no comprendimos ni retuvimos nada. ¿Qué es, en
realidad, lo que notamos durante la segunda lectura? ¿Es en ver­
dad tan importante —como para causar esa diferencia— que ob­
servemos el funcionamiento de nuestra mente mientras leemos?
LAS RELACIONES ESPACIALES COMO MEDIO
DE COORDINAR LA ACCIÓN

En esta lección se enseña que la atención consciente a las rela­


ciones espaciales entre los miembros en movimiento otorga a éstos
coordinación y fluidez, y que la indagación sistemática y atenta de
una parte del cuerpo puede relajar la tensión muscular innecesaria
que allí haya. La acción mecánica no nos enseña nada ni mejora
nuestra capacidad. Los movimientos comunes ejecutados en for­
ma distinta revelan con la mayor frecuencia coordinación defi­
ciente, no capacidad individual superior. En realidad, a medida
que mejora, el movimiento se acerca cada vez más al movimiento
habitual de la mayoría de las personas.

Un reloj frente al rostro

Siéntese en el suelo, con las piernas cruzadas, o con las rodillas


:ómodamente separadas. Eche atrás las manos, para apoyarse so-
üre ellas. Imagine que frente a su cara está el cuadrante numerado
le un reloj y mueva la nariz en forma circular, como si quisiera mo-
/er las manecillas sobre el cuadrante en el sentido en que se mue­
len para marcar la hora. El círculo trazado debe ser pequeño, por-
jue si fuera mayor la nariz perdería contacto con las agujas en los
ixtremos derecho e izquierdo del cuadrante. Continúe con este
novimiento muy lentamente, muchas veces, asegurándose de que
10 interfiere nada en su respiración.
Trayectoria del lóbulo de la oreja

Imagínese que el lóbulo de su oreja izquierda está unido por


una delgada banda de goma al borde de su hombro izquierdo. De­
termine en qué parte de aquel movimiento la banda elástica se es­
tira y cuándo se acorta, y cuánto. El movimiento de la nariz es cir­
cular y se realiza a velocidad uniforme. El movimiento del lóbulo,
¿es también circular? Trate de calcular dónde estará el lóbulo de la
oreja cuando la nariz marque las 12 en punto, las 3, las 6, las 9 y
otra vez las 12. Repítalo muchas veces, cada vez con mayor calma.
Trate de seguir la acción del lóbulo de la oreja mediante la simple
sensación: limítese a prestar atención, hasta sentir claramente dón­
de se relaciona el lóbulo de la oreja con el borde del hombro.

P odem os a c t u a r s in s a b e r l o q u e h a c e m o s

La acción descrita no es simple. Usted no logrará ejecutarla in­


mediatamente, y no hay razón alguna para que pueda. Una solu­
ción inmediata sería de carácter puramente intelectual, basada en
fórmulas geométricas que usted aprendió; no agregaría nada a su
conocimiento. Pero, ¿no es sorprendente que en una parte de su
cabeza suceda algo tan poco claro, mientras con otra usted hace
algo por completo claro? Se diría que somos capaces de hacer co­
sas sin saber que las hacemos. La verdad es que no nos damos
cuenta de todos los movimientos de la cabeza mientras pensamos
en un aspecto particular del movimiento.

Traslade el foco de atención del lóbulo a la oreja y viceversa

Continúe con el movimiento de la nariz y, sin interrumpirlo,


traslade el foco de su atención al lóbulo de la oreja. Trace con éste
círculos imaginarios en forma tal que la nariz pueda proseguir sus
movirtiientos regulares. ¿En qué dirección se mueve ahora la ore­
ja? Observe qué le sucede a la banda elástica que une el lóbulo de
la oreja y el hombro; el movimiento no es el mismo de antes. ¿Ha
cambiado de trayectoria su nariz; sigue describiendo círculos?
Vuelva la atención a la nariz y deje que se mueva en círculo. Veri­
fique de nuevo la trayectoria del lóbulo de la oreja. Podríamos ha­
ber supuesto que, como la nariz y la oreja forman parte de la mis­
ma cabeza, si una describe un círculo, la otra (y con ella el resto de
la cabeza) hará lo mismo. Sin embargo, al parecer la cosa no es tan
simple.

Mire con el ojo izquierdo

Invierta la dirección de los círculos descritos por la nariz, de


modo que ésta empuje ahora las agujas del reloj en dirección con­
traria a la habitual. Cierre ambos ojos y centre su atención en el iz­
quierdo. ¿A dónde mira usted, realmente, con ese ojo? Trate de
mirar con su ojo izquierdo, cerrado, en dirección al puente de su
nariz, entre ambos ojos, y después hacia fuera, en dirección a la co­
misura izquierda de su ojo izquierdo, mientras sigue describiendo
movimientos circulares con la nariz. Después de intentarlo unas
pocas veces sin dar con una solución clara, la mayoría de las per­
sonas desisten. Tal vez encontremos la solución sólo después de
habituamos al movimiento.
Trate de mover el ojo izquierdo en círculo y determine en
qué forma influye esto sobre los círculos que traza con la nariz.
Descanse.

Tinte la mitad izquierda de su cabeza con una brocha imaginaria

Siéntese cómodamente en el suelo con las piernas cruzadas.


Trace con la nariz círculos en el sentido de las agujas del reloj y, al
mismo tiempo, trate de pintar la mitad izquierda de su cabeza con
una brocha imaginaria de unos dos dedos de ancho. Imagine que
la mano izquierda sostiene la brocha y la mueve primero desde la
primera vértebra dorsal hacia el lado izquierdo de la porción pos­
terior del cuello, trazando una franja de dos dedos de ancho a lo
largo del cuello y la parte posterior de la cabeza, a la izquierda de
la línea que divide a ésta por la mitad. Continúe desde la coronilla
hacia la cara, pasando por la frente, el ojo izquierdo, la mejilla, el
labio superior, el labio inferior, el mentón, la porción de ahajo del
maxilar inferior y el costado izquierdo del cuello hasta llegar a la
clavícula. Imagine que la brocha vuelve, en la misma forma, hacia
la parte posterior del cuello. Continúe hasta cubrir toda la mitad
izquierda de la cara y la cabeza con bandas adyacentes de color,
que llegan hasta el hombro izquierdo.
A l pintar la mitad izquierda de la cabeza mueva la nariz
a la derecha

Descanse un momento y a continuación invierta la dirección


del movimiento de la nariz. Pinte de nuevo la mitad izquierda de
la cabeza, pero esta vez con pinceladas aplicadas en ángulo recto
respecto de las anteriores, es decir, que vayan de derecha a iz­
quierda y vuelvan a la derecha, de modo que toda la mitad de la ca­
beza y la cara sean cubiertas por segunda vez. Determine si los mo­
vimientos de la pintura interfieren en los de la nariz y, de ser así, en
qué puntos. ¿Cuándo la brocha cambia de dirección? ¿Se siente
igualmente el paso de la brocha en todos los puntos, o existen si­
tios que permanecen confusos al pasar la brocha sobre ellos? O
bien, ¿dónde interfiere la pintura en la respiración? ¿En qué sitio
hubo tensión muscular e interrupciones del movimiento? ¿En el
ojo? ¿El cuello? ¿Los hombros? ¿El diafragma? Descanse.

Trasladar la atención de una parte a otra

Continúe con los movimientos de la nariz en sentido contrario


al de las agujas del reloj. Sin interrumpirlos, decida que quiere tra­
zar círculos con el mentón. Al cabo de pocos minutos, decida que
lo que usted está moviendo es en realidad el ángulo izquierdo del
maxilar inferior, exactamente bajo la oreja. Después traslade su
atención a la sien izquierda, y después a un punto situado entre la
oreja y las vértebras cervicales situadas en la base de la cabeza.
Al cabo de cada cinco o diez movimientos de cabeza, imagine
que traslada el centro de movimiento de uno a otro punto de la ca­
beza, pero entre uno y otro vuelva a la nariz. Continúe hasta que
pueda incluir con igual claridad, mediante un solo esfuerzo men­
tal, todas las partes de la mitad izquierda de la cabeza y el rostro.
Descanse.

Arrodíllese con el pie derecho en el suelo

Arrodíllese sobre la rodilla izquierda, con la planta del pie de­


recho en el suelo. Estire su brazo derecho frente a usted y el iz­
quierdo hacia atrás, ambos a la altura del hombro. Cierre los ojos e
imagine que una delgada banda de goma conecta su oreja izquier­
da con su mano izquierda (tendida hacia atrás) y que una segunda
banda elástica la conecta con su mano derecha (tendida hacia el
frente). Efectúe con la nariz 25 movimientos circulares en una di­
rección y otros 25 en la opuesta, mientras trata de seguir el alarga­
miento y el acortamiento de las dos bandas elásticas en el espacio.

Pie izquierdo en el suelo

Después de un breve descanso, arrodíllese con la planta del pie


izquierdo en el suelo; tienda hacia delante la mano izquierda y ha­
cia atrás la derecha, ambas a la altura del hombro. Repita los mo­
vimientos de nariz y siga observando cómo se mueven las bandas
elásticas.
Incorpórese y camine. ¿Siente alguna diferencia al tener la ca­
beza vuelta hacia la derecha o la izquierda? ¿Es la sensación de es­
pacio distinta de ambos lados? ¿Experimenta la misma sensación
con los dedos de ambos pies, o distintas?

La c a l is t e n ia p o r l a c a l is t e n ia m ism a n o e n s e ñ a n a d a

Todos los movimientos que ejecutamos fueron simétricos tan­


to en función del espacio como de los músculos. En consecuencia,
¿qué es lo que ha provocado estas diferencias entre el lado dere­
cho y el izquierdo? Hemos efectuado del lado izquierdo exacta­
mente los mismos movimientos, exactamente el mismo número
de veces, pero, de ese lado, apenas si se advierte cambio alguno. Tal
vez sea difícil recordar cómo se sentía antes el lado derecho, y
puede que no debamos confiar en nuestrá memoria, pero no hay
duda de que el lado izquierdo no se siente como el derecho. ¿No
significa esto que el movimiento tiene por sí mismo muy poco va­
lor? La mayor parte del cambio se ha operado sobre el lado ál que
se prestó atención consciente. ¿Debemos suponer que la repe­
tición mecánica no tiene valor, salvo en la medida en que estimula
la circulación y emplea los músculos? ¿Es ésta la causa por la cual
personas que hacen gimnasia toda su vida no tienen mucho más
éxito, en cualquier actividad constructiva, que aquellas que no la
hacen? Por otro lado, existen personas que continúan observando
la sensación que les produce su cuerpo, como la observaron du­
rante el período de crecimiento, y que, en consecuencia, siguen
aprendiendo y se transforman y desarrollan durante toda la vida.
El m o v im ie n t o , q u e p k im e r o e s i n d iv id u a l ,
DESPUÉS SE GENERALIZA

Es un simple movimiento de cabeza, tal como lo hacen distin­


tas personas, las diferencias pueden derivarse de que, al volver la
cabeza, una preste atención a su oído y considere que ése es el mo­
vimiento acertado, en tanto que otra presta atención a su configu­
ración de oído y hombro, y úna tercera a los pliegues de la piel de
su cuello. El número de combinaciones posibles es tan grande, que
todo movimiento parecerá por completo personal y específico.
En un grupo de estudiantes numeroso, cuando intentan por
primera vez el movimiento circular de nariz, puede observarse
gran variedad de movimientos de cabeza, algunos insólitos hasta lo
increíble. Hacia el fin de esa lección, se advierte un movimiento
más general y común. La nariz traza realmente círculos exactos,
tanto en el sentimiento subjetivo como en la realidad. Cuando la
autoimagen se hace presente con claridad en el conocimiento del
individuo durante el movimiento, y cuando tanto las impresiones
o representaciones objetiva y subjetiva son exploradas tan fácil­
mente como se mira un objeto que está ante los ojos, la acción se
torna fácil, exacta y agradable. Además, se acerca a los movimien­
tos de una persona que ha desarrollado su conocimiento. La indi­
vidualidad debe expresarse en valores positivos, no en rarezas.
EL MOVIMIENTO DE LOS OJOS ORGANIZA
EL MOVIMIENTO DEL CUERPO

Estudiaremos ahora cómo el movimiento de los ojos coordina


los movimientos del cuerpo y cómo se relacionan con el movi­
miento de los músculos del cuello. Someter a prueba por separado
esas conexiones entre los ojos y los músculos del cuello acentúa el
control de los movimientos corporales y los facilita. El movimien­
to de los ojos en dirección opuesta a la que sigue el movimiento de
la cabeza, y el movimiento de la cabeza en dirección opuesta a la
que sigue el cuerpo, agregan una dimensión de movimiento que
muchas personas no conocen. Esos ejercicios amplían el espectro
de la actividad y ayudan a eliminar hábitos defectuosos. Esta lec­
ción permitirá también distinguir entre los músculos que regulan
el movimiento de los globos oculares y aquellos que controlan en
forma más específica la visión.

Movimiento a derecha e izquierda, de pie

De píe, con los píes separados un poco, balancee su cuerpo a


derecha e izquierda, con las manos colgando flojas a los lados. Al
ir el cuerpo hacia la derecha, la mano derecha se mueve hacia la
derecha y atrás de la espalda, y la izquierda se mueve hacia la de­
recha y frente al cuerpo, como si tratara de alcanzar el codo dere­
cho. Al ir el cuerpo hacia la izquierda, la mano izquierda se mueve
en esa dirección y hacía atrás del cuerpo, mientras la derecha
va hacia la izquierda y por delante del cuerpo.
Continúe con los movimientos de balanceo dei cuerpo y cierre
los ojos. Asegúrese de que los movimientos de la cabeza sean sua­
ves. Cada vez que cambie de dirección, obsérve qué es lo que em­
pieza a volverse antes: los ojos, la cabeza o la pelvis. Efectúe mu­
chos movimientos, de derecha a izquierda y de vuelta, hasta que
tenga una respuesta clara y pueda observar todos sus miembros
durante el movimiento, sin detenerse en el comienzo o el fin de la
oscilación.
Abra los ojos y siga balanceándose como antes. Tome nota de
si sus ojos continúan mirando hacia su nariz, como cuando estaban
cerrados, o si hacen algo distinto. Si así ocurre, ¿qué hacen? ¿An­
ticipan los movimientos de la cabeza? ¿Saltean partes del horizon­
te visual?

Coordinación de los ojos y fluidez de movimiento (fig. 12)

Cierre otra vez los ojos y trate de sentir cuándo los movimien­
tos de balanceo son más suaves y fluidos: ¿con los ojos abiertos o
cerrados? Trate de alcanzar, con los ojos abiertos, la misma suavi­
dad que alcanza con los ojos cerrados. Cabría esperar que el movi­
miento fuese mejor en todo sentido con los ojos abiertos, pero en
la práctica ocurre que esto lleva a frecuentes interrupciones de la
fluidez y la amplitud del movimiento, debido al hecho de que, en
muchas personas, el movimiento de los ojos no está bien coordi­
nado con su actividad muscular. Tome cuidadosa nota de la sensa­
ción de los movimientos de las piernas y la pelvis y de todos los de­
fectos, por pequeños que sean, del movimiento de balanceo, a fin
de tomar después conocimiento de los cambios que han de ope­
rarse en el control de todos los movimientos del cuerpo.

Sentado, gire el cuerpo a la derecha (fig. 13)

Siéntese en el suelo. Doble la pierna izquierda hacia atrás y ha­


cia la izquierda; la cara interior de esa pierna quedará apoyada so­
bre el suelo, y lo mismo el pie. Apoye en el suelo la palma de la
mano derecha. Lleve el pie derecho hacia su cuerpo, de manera tal
que la pantorrilla derecha quede paralela al frente del cuerpo y la
planta del pie toque el muslo cerca de la rodilla izquierda. Extien­
da su mano izquierda hacia delante, frente a los ojos, y gire el tronco
hacia la derecha, guiado por la mano izquierda. En este giro hacia
la derecha, siga con los ojos el pulgar de la mano.
Vuelva al punto medio y retorne a la derecha, dentro de los lí­
mites de la comodidad. Doble el codo izquierdo de manera tal que
la palma de la mano pueda avanzar más hacia la derecha. Asegúre­
se de que los ojos permanecen en reposo, es decir, fijos en la palma
de la mano cuando la cabeza y los hombros se mueven hacia la de­
recha. Continúe moviéndose lentamente; no intente girar hacia la
derecha más allá del ángulo que le resulte cómodo. Asegúrese de
que sus ojos no van hacia la derecha más allá del punto hasta donde
los lleva la cabeza. Trate de no acortar la columna vertebral, es decir,
no tense el pecho y las costillas, y permita que la cabeza se despla­
ce sin efectuar usted ningún esfuerzo deliberado por sentarse más
derecho. Fíjese en que los ojos sigan la palma de la mano izquier­
da al moverse ésta. Muchas personas, sin darse cuenta, llevan la
vista más allá de la mano derecha cuando ésta se ha detenido, y
a veces lo hacen incluso después de que se les ha dicho que no de­
ben hacerlo.
Tiéndase para descansar y verifique el contacto de su espalda
con el suelo.

Sentado>gire el cuerpo hacia la izquierda

Siéntese y mueva ambos pies hacia la derecha hasta alcanzar


una posición simétrica de la anterior. Estire el brazo derecho fren­
te a sus ojos y gire el tronco entero a la izquierda, con los ojos si­
guiendo el pulgar de la mano. Al moverse la mano hacia la iz­
quierda, doble el codo derecho, de modo que la mano alcance una
posición más alejada hacia la izquierda. Vuelva a la posición inicial
y efectúe 25 giros hacia la izquierda; trate de que cada movimien­
to sea más fácil que el anterior. Preste atención al movimiento mis­
mo y a su cualidad, no a llevarlo muy lejos hacia la izquierda. Tome
nota de lo que ocurre en la pelvis, la columna vertebral, la parte
posterior del cuello, así como de cualquier rigidez excesiva en las
costillas o todo otro factor que pueda interferir en la facilidad del
movimiento. Tiéndase sobre la espalda y descanse.

.El movimiento del ojo amplía el ángido de giro

Siéntese y doble la pierna izquierda hacia atrás y a la izquierda.


Recoja la pierna derecha sobre el suelo, cerca del cuerpo. Vuelva
el tronco hacia la derecha v apóyese con la mano derecha sobre el
suelo. La mano se encuentra así más lejos hada la derecha que an­
tes, debido a que el tronco ya ha girado hacia la derecha. Alce la
mano izquierda sobre el frente, hasta tenerla ante los ojos y, con un
movimiento del tronco, llévela a la derecha. Doble el codo iz­
quierdo en forma tal que la mano izquierda llegue tan a la derecha
como le resulte cómodo, y déjela allí.
En esta posición de torsión del tronco, mueva los ojos hacia la
derecha de la mano izquierda y después llévelos de vuelta a la
mano. Mueva así los ojos —hacia la derecha de la mano y de vuel­
ta a ésta— alrededor de 20 veces. Para guiar la dirección de su mi­
rada utilice los movimientos de la cabeza. Asegúrese de que los
movimientos de los ojos se mantienen sobre una línea horizontal;
en efecto, en el extremo derecho del recorrido tienden a dirigirse
hacia abajo.

No acorte el cuerpo

Para facilitar este movimiento, empéñese en evitar el acorta­


miento del cuello. La columna vertebral debe moverse ágilmente,
tal como si alguien ayudara a disminuir el peso de la cabeza tiran­
do en forma suave del pelo de la coronilla. También puede facili­
tarse el movimiento alzando el isquion izquierdo (hueso de la nal­
ga). Descanse.
Trate de volverse hacia la derecha una vez más, con la mano iz­
quierda como guía del movimiento, y tome nota de si el arco des­
crito por la torsión es más amplio y, no obstante, más confortable.

Los o j o s n o s ir v e n s ó l o p a r a v e r

Observe el importante papel que cumplen los ojos en la coor­


dinación de la musculatura corporal; es más importante aún que el
de los músculos del cuello. La mayoría de las partes del cúerpo sir­
ven para dos funciones: la boca, para comer y hablar; la nariz, para
oler y respirar, y el oído interno, además del papel que cumple en
la audición, interviene en la conservación del equilibrio durante
los movimientos tanto lentos como rápidos. Análogamente, los
músculos de los ojos tienen influencia decisiva sobre la forma en
que se contraen los músculos del cuello. Para comprender el im­
portante papel que desempeñan los ojos en la dirección de los
músculos del cuerpo basta recordar qué le sucede a uno al subir o
bajar escaleras cuando los ojos no ven el suelo al terminar los es­
calones.

Cada ojo por separado, y los dos a la vez

Siéntese. Doble su pierna derecha hacia la derecha y recoja la


izquierda hacia el cuerpo. Vuelva el cuerpo hacia la izquierda y
apóyese sobre la mano izquierda, tendida tan lejos como le resulte
posible y a la vez cómodo. Levante su brazo derecho hasta el nivel
de los ojos y muévalo hacia la izquierda en un plano horizontal.
Mire la mano derecha y vuelva la cabeza y los ojos hacia cualquier
punto de la pared, más allá de la mano derecha y hacia la izquier­
da. Mire después la mano, luego la pared, otra vez la mano, y repi­
ta el movimiento alrededor de 20 veces: diez con el ojo izquierdo
cerrado, y ejecutando el movimiento de mano o pared sólo con el
derecho, y diez con el ojo izquierdo solamente. A continuación,
trate de ejecutar todo el movimiento una vez más con ambos ojos
abiertos, para determinar si los alcances del movimiento de torsión
hacia la izquierda han aumentado. El mejoramiento es con fre­
cuencia asombroso.
Ahora doble hacia atrás la pierna izquierda, recoja la derecha
hacia el cuerpo y trate de mejorar el movimiento también hacia la
derecha. Acuérdese de ejecutar el ejercicio con cada ojo alternati­
vamente abierto y cerrado.

ha coordinación de los ojos conduce al perfeccionamiento del tronco

Descanse. Observe qué partes de su cuerpo están más cerca del


suelo. Ese contacto ha sido causado por su conocimiento de los
movimientos del ojo. Si en algún momento futuro el tronco se tor­
na de nuevo rígido, usted podrá advertir una correspondiente pér­
dida de flexibilidad en los movimientos oculares. La técnica de
coordinar los movimientos del ojo puede llegar a dominarse en
forma tal que mejore el movimiento del tronco entero.

Vuélvase a la derecha; mire a la izquierda

Sentado, doble hacia atrás la pierna izquierda y recoja la dere­


cha hacia el cuerpo. Gire el tronco, la cabeza y los hombros tan ha­
cia la derecha como le resulte cómodo. Apóyese sobre la mano de­
recha, colocada por detrás de usted. Levante la mano izquierda,
con el codo doblado, hasta la altura de los ojos y muévala hacia la
derecha. Mire la mano y después, hacia la izquierda de ésta, mire
un punto determinado de la pared, devuelva la mirada a la mano y
continúe 25 veces. En cada mirada usted verá un poco más hacia
la izquierda.
Cierre un ojo y ejecute así alrededor de diez de esos movi­
mientos. Cierre el otro ojo y haga lo mismo. Asegúrese de mante­
ner la cabeza quieta al cerrar cada ojo. Abralos y efectúe otros cin­
co movimientos. Recuerde el tirón del pelo, suave e imaginario, en
la coronilla. Después, intente un movimiento simple hacia la dere­
cha y observe si el arco que describe es más amplio y confortable.

Vuélvase a la izquierda; mire a la derecha

Sentado, doble la pierna derecha hacia atrás, recoja la izquier­


da y, apoyado sobre la mano izquierda, gire tronco, cabeza y hom­
bros hacia la izquierda tanto como pueda. Levante el brazo dere­
cho hasta la altura de los ojos. Mire hacia la derecha de esa mano
muchas veces. Cierre primero un ojo y después el otro. Después
ábralos y efectúe cinco movimientos con ambos ojos abiertos. O b­
serve, tal como antes, la cualidad del movimiento, de torsión. Tién­
dase de espaldas y descanse.

Movimiento de la cintura escapular hacia la derecha (fig. 14)

Siéntese. Doble hacia atrás la pierna izquierda y recoja la dere­


cha hacia su cuerpo. Gire el tronco entero a la derecha. Apóyese
primero sobre la mano derecha y después sobre la izquierda; am­
bas reposan sobre el suelo a cierta distancia una de la otra. Levan­
te la cabeza y mueva la cintura escapular hacia la derecha, en for­
ma tal que el hombro derecho vaya hacia atrás y hacia la derecha y
el hombro izquierdo adelante y a la derecha. Asegúrese de que
cada uno de los hombros se mueve decididamente en esa direc­
ción, uno hacia atrás y otro hacia delante, hasta que la presión so­
bre ambas manos sea pareja.
Al moverse los hombros hacia la derecha, la cabeza y los ojos,
por razones de hábito, giran en el mismo sentido. Trate de mover
la cabeza hacia la izquierda cuando sus hombros lo hacen hacia la
derecha, y hacia la derecha cuando los hombros lo hacen a la iz­
quierda.
Observe su pecho y su respiración y siga moviendo la cabeza
en sentido opuesto al de los hombros hasta que el movimiento re­
sulte placentero.

Transición de movimiento opuesto a movimiento coordinado


y viceversa

Continúe con estos movimientos de cabeza y hombros en di­


recciones opuestas, pero al hacerlo, y sin detenerse, pase a efectuar
movimientos coordinados, en que la cabeza acompaña a los hom­
bros tanto a la derecha como a la izquierda. Después, sin detener
el movimiento, prosígalo en direcciones opuestas.
Deténgase y trate de descubrir si se ha presentado algún mejo­
ramiento en la torsión y en la sensación. Tiéndase sobre la espalda
y examine en qué forma ésta toca el suelo.

Movimiento de la cintura escapular hacia la izquierda

Siéntese. Mueva los pies hacia la derecha y ejecute todo el ejer­


cicio hacia el otro lado. Tal como en el ejercicio anterior, mueva la
cabeza alternativamente en la misma dirección de los hombros y
en la contraria. Recuerde, de vez en cuando, que debe tratar de
evitar el éxito logrado mediante el esfuerzo.

I n t e n s if ic a r el e s f u e r z o n o m ejo ra l a a c c ió n

Si en cada momento usted intenta llegar hasta el límite de sus


capacidades, terminará por conseguir poco más que músculos do­
loridos y articulaciones estiradas. Cuando usted se esfuerza por al­
canzar resultados, se imposibilita lograr siquiera parte del mejora­
miento que puede obtenerse mediante la ruptura de los patrones
habituales de movimiento y conducta, lo cual constituye el propó­
sito de estos ejercicios. Perfeccionar la diferenciación de los movi­
mientos de las distintas partes y de la relación entre ellas conduce
a una disminución del tono muscular (del grado déla contracción
causada por los centros involuntarios) y a un aumento real del con­
trol consciente.
De vez en cuando, usted debe sacarse la rutina de encima y
preguntarse si hace realmente lo que cree estar haciendo. Muchas
personas se engañan a sí mismas y se convencen de que, puesto
que se sienten ejecutar un esfuerzo y desean que sus hombros se
muevan, sus hombros por cierto se mueven, en relación con el sue­
lo y con sus cuerpos, como deberían hacerlo.
Asegúrese de que todo el esfuerzo muscular se transforma en
movimiento, pues el esfuerzo transformado en movimiento mejo­
ra tanto la capacidad como el cuerpo. El esfuerzo que no se con­
vierte en movimiento, sino que provoca acortamiento y rigidez, no
sólo conduce a una pérdida de energía, sino también a una situa­
ción en que la pérdida de energía deteriora la estructura corporal.

Incline la cabeza hacia uno y otro lado, con el cuerpo torcido


hacia la derecha y después hacia la izquierda

Siéntese. Doble la pierna izquierda hacia atrás y acerque la de­


recha al cuerpo; gire el cuerpo hacia la izquierda y apóyese sobre
la mano izquierda. Aumente un poco la torsión hacia la derecha y
lleve la mano derecha más aún hacía’la derecha, de modo que la
torsión sólo provoque poca tirantez. Póngase la mano izquierda en
la coronilla y utilícela para ayudar a la cabeza a inclinarse hacia de­
recha e izquierda, de modo que la oreja derecha se acerque al
hombro de ese lado, y después la izquierda al hombro de su lado.
Fíjese en que no debe volver la cabeza, sino inclinarla: la nariz
debe seguir apuntando en la posición frontal inicial aun cuando la
oreja derecha se acerque al hombro de su lado y la izquierda al
hombro del suyo.
A continuación, doble la pierna derecha hacia atrás y lleve la
izquierda cerca del cuerpo; gire el cuerpo hacia la izquierda y apó­
yese en la mano izquierda. Repita los movimientos de inclinación
de cabeza con la mano derecha en la coronilla. Podrá inclinarla
más hacia la derecha y hacia la izquierda si se ayuda moviendo la
columna vertebral, que se doblará hacia la izquierda cuando la ca­
beza vaya hacia la derecha, y viceversa.

Balanceo del tronco, sentado

Siéntese en el suelo y lleve ambos pies a la derecha. Balancee el


tronco de derecha a izquierda, con leves movimientos que aumen­
ten lentamente de dimensión. Deje que los brazos sean llevados
por el movimiento del tronco, tal como lo hizo, estando de pie, al
comienzo de la lección. Respire libremente para facilitar el movi­
miento.
Después de unos pocos balanceos, invierta los movimientos de
la cabeza y los ojos en relación con los movimientos del troncó y
los brazos, de modo que la cabeza y los ojos se muevan ahora ha­
cia la izquierda cuando el tronco lo hace hacia la derecha, y vice­
versa. Después, sin detenerse, deje que la cabeza siga de nuevo al
tronco, y después invierta otra vez los movimientos.
Continúe alternando estos movimientos del tronco hasta que el
paso de uno a otro sea suave y sencillo. Efectúe alrededor de 25 ac­
ciones de cada clase y a continuación descanse.
Repita el ejercicio sentado en dirección inversa, con ambas
piernas vueltas hacia la izquierda. Descanse.
Siéntese y observe los cambios operados en la cualidad y la di­
mensión del movimiento de torsión desde el comienzo de la clase.

Torsión del tronco en posición de pie, con ascenso alternado


de los talones

Póngase de pie. Separe los pies una distancia aproximadamen­


te igual al ancho de su pelvis y balancee los brazos y el tronco de
derecha a izquierda, mientras la cabeza se mueve con ellos. Al in­
clinarse hacia la derecha, deje que su talón izquierdo se levante del
suelo; al volverse hacia la izquierda, haga lo mismo con el talón de­
recho. Asegúrese de que los brazos se mueven libremente y conti­
núe hasta completar de 20 a 30 oscilaciones de derecha a izquierda.
Cuando los movimientos de la cabeza se hayan tornado suaves
y agradables, invierta la dirección. Siga volviendo la cabeza en la
dirección contraria a la del movimiento del tronco., hasta que tam­
bién ese movimiento se haya tornado suave y fácil. Invierta otra
vez la dirección y mueva la cabeza en el mismo sentido que los
hombros. Trate de invertir la dirección sin interrumpir el movi­
miento del tronco.
Camine y observe los cambios aparecidos en la forma en que
usted se mantiene erguido y en sus movimientos y respiración.
CÓMO CONOCER LAS PARTES DE LAS QUE NO
TENEMOS CONCIENCIA CON AYUDA DE AQUELLAS
DE LAS QUE TENEMOS CONCIENCIA

En todo cuerpo y en toda personalidad, existen partes de las


que el individuo tiene plena conciencia y con las que está familia­
rizado. Por ejemplo, en general se tiene más conciencia de los la­
bios y las puntas de los dedos que de la nuca o las axilas. Una au­
toimagen completa y uniforme respecto de todas las partes del
cuerpo —todas las sensaciones, sentimientos y pensamientos—
constituye un ideal que, por la ignorancia del hombre, hasta ahora
ha sido difícil de realizar. Esta lección sugiere técnicas para com­
pletar la autoimagen mediante la comparación de la sensación pro­
pia de aquellas partes del cuerpo de que se tiene conciencia con la
de aquellas partes de que uno no es consciente. Esa experiencia
ayuda a descubrir qué partes permanecen, en la vida normal, fue­
ra del alcance de un empleo activo y consciente.

Un dedo imaginario hace presión en su pantorrilla

Tiéndase sobre el estómago. Estire las piernas en forma tal que


queden separadas cómodamente, en posición simétrica respec­
to de la columna vertebral. Ponga las manos una sobre la otra, en
el suelo, frente a la cabeza. Descanse la frente sobre la mano de
arriba.
Imagínese que alguien aplica un dedo al talón de su pie dere­
cho y lo lleva hacia arriba, a lo largo de la pantorrilla, hasta la ro­
dilla. La presión ejercida con el dedo debe ser tal que se sienta la
dureza de los huesos de la pierna; el dedo imaginario no debe res­
balar hacia la derecha ni la izquierda. En consecuencia, es preciso
estirar el pie y los dedos, conservando el talón hacia arriba.

Una bola rueda sobre las nalgas

Trate ahora de imaginar una bola de hierro que rueda a lo lar­


go de su pierna, desde el punto medio del talón hasta la rodilla, y
de vuelta. La bola elegirá el camino que le ofrezca menor resisten­
cia —el mismo elegido por el dedo imaginario— , de modo que no
se desviará a la derecha ni a la izquierda. Trate de identificar con la
mente todos los puntos de ese recorrido, para asegurarse de que la
bola no salteará ninguno de ellos.
Piense en la presión del dedo y, después, de la bola de hierro,
hasta dar con todos los puntos de los que no está seguro. Esto no
le exige moverse. Siga imaginando el rodar de la bola desde la
rodilla hacia el muslo hasta llegar al gran músculo de la nalga, el
glúteo.
Encuentre el hueso del muslo; a partir de la rodilla, mueva la
bola hacia la nalga. Al acercarse a la nalga, está menos seguro de la
dirección que debe seguir. Procure determinar hacia dónde roda­
ría la bola si usted alzara la pierna. Síga haciéndola rodar, de, vuel­
ta a la rodilla y de allí al talón, y de nuevo hasta la nalga, hasta te­
ner en claro todos los puntos de su recorrido.

La bola en el dorso de su mano izquierda

Tienda adelante el brazo izquierdo, flexionado cómodamente


en el codo, e imagine que la misma y pesada bola de hierro se apo­
ya ahora en el dorso de su mano.
Encuentre el punto donde la bola podría reposar sin caerse.
Trate de hacerla rodar hacia el codo; imagine el trayecto, exacto y
firme, a lo largo del cual podría rodar hasta el codo y volver. A
continuación imagine la misma línea de, movimiento para el caso
de que alguien hiciera pasar un dedo; persista hasta tener todo
bien en claro.
Continúe en la misma forma desde el codo hasta el hombro y
tome clara nota del camino de la hola y el dedo. Hágalos volver
lentamente hasta el dorso de la mano y de allí hasta el hombro y el
omóplato. En este caso, tampoco resulta claro el trayecto final de
la bola.
Vuelva a la pierna derecha

Retome a la pierna derecha. Trate de levantar un poco el talón y la


pantorrilla e imagine los puntos donde la bola hace contacto al rodar
por la cara posterior de su pierna. Déjela seguir lentamente de la ro­
dilla al muslo y trate de determinar a dónde rueda al llegar a la nalga.
Tome nota de la movilización muscular que se produce en su
hombro izquierdo al rodar la bota por su camino.

Del muslo derecho al hombro izquierdo, y de vuelta

Trate de imaginar la bola mientras sigue rodando por su tra­


yecto: desde la rodilla a lo largo del muslo, hasta la pelvis y de allí
hacía el omóplato izquierdo. Encuentre con exactitud el punto
donde la bola cruza la pelvis para llegar hasta la cintura y desde
allí, a lo largo de la columna vertebral, hasta la paleta izquierda.
Eleve ligeramente el omóplato izquierdo y deje rodar la bola
por el mismo camino de vuelta: hasta la columna vertebral, la cin­
tura, la pelvis y el muslo derecho. Al hacerlo, determine en qué
punto cruza la nalga en camino hacia la rodilla y el talón. Trace esa
línea en forma clara, precisa y continua.

Desde el dorso de la mano izquierda hasta el talón derecho,


ida y vuelta

Devuelva la bola al dorso de la mano izquierda. Alce ligera­


mente la mano, dé modo que la bola ruede hasta la muñeca; álcela
un poco más, para que ruede hasta el codo, y aún más allá, hasta
llegar al omóplato. Para mantener la bola en movimiento, es preci­
so organizar el cuerpo de tal modo que, a lo largo del recorrido, el
punto situado delante de aquélla esté siempre por debajo, es decir,
que el punto donde la bola se apoya sea ligeramente más alto que
el situado por delante. Haga rodar la bola desde el omóplato, a lo
largo de la columna vertebral, la nalga y el muslo, hasta el talón.
Levante un poco la pierna derecha y deje rodar la bola hasta la
nalga y después a lo largo de la columna vertebral. Siga moviendo
el cuerpo de tal modo que la bola ruede sobre el omóplato, el
hombro, el codo y el antebrazo, hasta llegar al dorso de la mano.
Para ello el brazo debe estar doblado de modo que el trayecto de
la bola no presente curvas cerradas, lo cual evitará que se caiga.
Prosiga alzando alternativamente el brazo y la pierna; tiene que
asegurarse de que el movimiento de la bola a lo largo de su cami­
no le resulta a usted perfectamente claro, de que se traslada a rit­
mo regular y de que usted sabe en todo momento dónde está.

La bola rueda en una ranura

Apoye la oreja izquierda en el suelo, enderece el brazo izquier­


do ligeramente en el codo y levante el cuerpo en forma tal que la
bola pueda rodar, como en una ranura, desde la mano hasta el ta­
lón, ida y vuelta.
Tome nota del recorrido de la bola y asegúrese de que sabe cla­
ramente por dónde debe dirigirla.

Curve el cuerpo

Levante el brazo izquierdo y la pierna derecha y equilibre el


cuerpo en una posición ligeramente arqueada, sin forzarlo. Haga
rodar la bola por la curva lumbar, en un sentido y otro, mediante
movimientos rápidos y ágiles, de modo que ruede un poco hacia el
brazo y un poco hacía la pierna. Tome nota de la posición de la
bola en cada punto y procure determinar qué hace usted para que
ruede en cada dirección.
Siga haciendo rodar la bola en la curva lumbar. Levante el bra­
zo y la pierna con movimientos ligeros, sin levantar la oreja iz­
quierda del suelo. Aumente poco a poco el alcance del movimien­
to, de modo que la distancia recorrida por la bola sea cada vez
mayor, hasta que, en cada oscilación, recorra toda la distancia que
separa la mano del talón.
Póngase lentamente de pie y camine por el cuarto. Tome nota
de todas las sensaciones distintas de las habituales que experimen­
ta en el brazo izquierdo y la pierna derecha y a lo largo del reco­
rrido general de la bola.

Del talón izquierdo a la mano derecha, ida y vuelta

Tiéndase otra vez sobre el estómago. Estire las piernas, separa­


das, y extienda el brazo derecho por encima de la cabeza. Apoye la
oreja derecha en el suelo. Ponga la bola imaginaria en el talón del
pie izquierdo, hágala rodar hasta la rodilla y devuélvala al talón, y
desde éste, a lo largo de la misma línea, envíela por la columna ver­
tebral hasta el omóplato derecho. Desde éste, hágala llegar hasta el
codo y, a lo largo del antebrazo, hasta el dorso de la mano, y envíe­
la de retorno al talón.
Observe si, al principio, usted pensaba acerca de este brazo y
esta pierna en forma distinta de como pensaba sobre el par ante­
rior. Piense acerca de la bola y su trayecto, como pensó antes, has­
ta que pueda localizarla en cualquier momento y tenga una idea
clara y precisa de su camino.

Mueva la bola a velocidad uniforme

Cuando el trayecto de la bola resulta realmente claro, el brazo


y la pierna tienden a levantarse por sí mismos para devolverla al ta­
lón y al dorso de la mano. Permítales alzarse con movimiento pe­
queño, lento y muy suave; en caso contrario, la bola se saldrá del
camino. Procure moverse de manera tal que la bola se traslade a
velocidad uniforme en todo su trayecto. Observe que usted debe
activar cada parte del cuerpo en un momento distinto para que la
bola continúe moviéndose hacia su destino. Usted debe dirigirla
hacia el punto en que está pensando; en caso contrario, la bola no
sabrá hacia dónde rodar.

ha bola en la cintura, con movimiento de vaivén

Ponga la bola en la cintura. Levante ligeramente el brazo y la


pierna e imprima a la bola pequeños movimientos de vaivén, alter­
nativamente, hacia el brazo y la pierna. Aumente gradualmente la
amplitud de los vaivenes, hasta que la bola ruede, en cada movi­
miento, desde el dorso de la mano hasta el talón.
Incorpórese y camine un poco. Observe si se siente distinto de
como se sintió la última vez que se puso de pie y si puede definir
los cambios que se han operado en la espalda y dentro del cuerpo.
¿Dónde siente algo distinto de lo que sentía antes?

Desde la nuca hasta el cóccix, ida y vuelta

Tiéndase sobre el estómago. Separe brazos y piernas, con las


manos estiradas hacia arriba, por encima de la cabeza. Apoye el
mentón (no la nariz) en el suelo. Ponga la bola en la parte pos­
terior del cuello, entre los hombros y la cabeza. Alce un poco la
cabeza y, gradualmente, procure hacer pasar la bola, mediante
un lento movimiento de cabeza, entre los omóplatos. Deberá or­
ganizar los hombros, el pecho y la espalda de manera tal que la
bola encuentre un sitio adecuado para rodar. Siga hacia abajo
desde ese punto, con lentitud. Para ello deberá levantar el ester­
nón, de modo que la bola pueda rodar por la espalda a lo largo
de la parte de ésta que corresponde al pecho hasta llegar a la
pelvis. Asegúrese de que la bola no resbale hacia ninguno de
ambos lados.
Mueva la bola de vuelta hacia la cabeza. Para ello deberá le­
vantar las nalgas y organizar el estómago, la espalda y los hombros
de modo tal que la bola pueda llegar hasta la nuca; ésta, a su vez,
deberá bajar para que la bola pueda rodar por ella. Durante todo
este movimiento las rodillas deben quedar sobre el suelo.
Haga rodar la bola pelvis abajo y de vuelta hasta la nuca, eje­
cutando en cada oportunidad con lentitud y claridad mayores los
movimientos necesarios. Asegúrese de que la cabeza no se inclina
hacia uno u otro lado.

Con las piernas levantadas

Separe las piernas y, esta vez, levántelas ligeramente del suelo;


haga rodar la bola desde la cabeza hasta la pelvis, ida y vuelta, sin
bajar las piernas.
Baje las piernas y reanude la acción como antes. Observe la di­
ferencia entre ambos movimientos.

Con la pierna derecha y el brazo izquierdo alzados

Haga volver la bola a la cintura. Levante la pierna derecha y el


brazo izquierdo y haga rodar la bola, mediante pequeños movi­
mientos, hasta el dorso de la mano, y de allí a lo largo de la colum­
na vertebral, hasta el talón. Aumente en forma gradual la amplitud
del movimiento hasta que termine en franco balanceo.

Con la mano derecha y la pierna izquierda alzadas

Levanté la mano derecha y la pierna izquierda y repita lo hecho


antes. Piense primordialmente en el trayecto que sigue la bola, con
el fin de que le sea posible localizarla y dirigirla hacia donde usted
lo desee.
Haga volver la bola al medio de la pelvis, envíela hasta la parte
posterior del cuello y desde allí de vuelta a la pelvis.

Someta a prueba su imaginación

Tendido de espaldas, extienda los brazos a los lados, separe las


piernas e imagine, para la pelota, patrones de movimiento que le
permítan a usted sentir su imagen corporal anterior con la misma
claridad con que sintió la posterior después de efectuar los ejerci­
cios descritos.
Lección 12

PENSAMIENTO Y RESPIRACIÓN

Algunos métodos recurren al perfeccionamiento de la respira­


ción como clave del mejoramiento de la personalidad. Toda vez
que vacilamos, sentimos un interés, nos sorprendemos, nos asusta­
mos, dudamos, efectuamos un esfuerzo o intentamos hacer algo,
nuestra respiración se modifica. Lo hace en distintas formas, que
van desde contener el aliento por completo, hasta respirar tan rá­
pidamente y con tan poca profundidad que nos parece quedamos
sin aire.
La mayor parte de las personas no utilizan toda la vitalidad que
puede obtenerse de una respiración plena y regular, concordante
con la estructura nerviosa y física del hombre; en la mayoría de los
casos, ni siquiera saben lo que esa respiración significa.
En esta lección ensayaremos una forma de respirar que puede
convertirse fácilmente en hábito y acrecentar la capacidad general.

A b so r b e r m á s o x í g e n o s ig n if ic a t e n e r m á s v it a l id a d

Toda célula viva absorbe oxígeno y lo expulsa bafo forma de


dióxido de carbono. Si las células del cerebro humano son des­
provistas de oxígeno fresco por tan sólo 10 segundos, el cuerpo
muere o sufre grave daño.
Un pulmón saludable es capaz de inhalar más de 3,7 litros de
aire, pero no puede expulsar el último medio litro ni siquiera me­
diante un esfuerzo consciente. En condiciones medias, cuando un
individuo no se apura ni ejecuta un esfuerzo físico especial, no uti­
liza todo su aparato respiratorio y en cada respiración sólo inhala
y exhala alrededor de medio litro de aire. Como en estado de re­
poso esa respiración parcial es suficiente, resulta fácil advertir que
un ligero aumento del volumen respirado —tal vez de tanto como
una cuarta parte por movimiento respiratorio— mejorará todo el
proceso de oxigenación y el metabolismo en general.
El mejoramiento no puede obtenerse acelerando la respira­
ción, porque la respiración rápida no deja al aire bastante tiempo
como para calentarse suficientemente antes de llegar a los pulmo­
nes. La mejor manera de mejorar este proceso consiste en emplear
el aparato respiratorio en forma más completa que, si bien parcial,
será preferible a ese proceso respiratorio mínimo que se consuma
perezosamente.

E structura d e los pulm ones

Existen dos pulmones, el derecho y el izquierdo. El derecho es


mucho más grande qué el izquierdo, tanto en largo como en an­
cho, pues el otro debe compartir espacio torácico con el corazón y
buena parte del estómago. La diferencia de tamaño es tan consi­
derable que el pulmón derecho tiene tres lóbulos (superior, medio
e inferior) y el izquierdo dos (superior e inferior) y los bronquios
tienen tres ramas lobulares en el pulmón derecho y sólo dos en el
izquierdo.
Bajo los pulmones se encuentra una estructura muscular pare­
cida a una cubierta abovedada. Se trata del diafragma, conectado
por dos poderosos músculos a la tercera y la cuarta vértebra lum­
bares. (Los pulmones mismos carecen de musculatura. Los múscu­
los con que respiramos pertenecen a la región superior del pecho
y se conectan con los de la parte posterior del cuello, los de las cos­
tillas y los del diafragma.)
Los pulmones se parecen más a un líquido viscoso que a un só­
lido, pues se expanden en el interior de un espacio vacío con el que
tienen contacto. Los envuelve una fuerte membrana conectada
con las paredes de la caja torácica, cuyos movimientos determinan
el cambio del volumen pulmonar al inhalarse y exhalarse aire.
El s ist e m a r e sp ir a t o r io

Nuestro sistema respiratorio es complejo. Cuando dormimos,


corremos, cantamos o nadamos, respiramos en formas distintas.
Lo único que todas las maneras de respirar tienen en común con­
siste en que cuando inhalamos entra aire en los pulmones y en que
al exhalar lo expulsamos, porque todo el sistema se halla construi­
do de modo que aumente el volumen de los pulmones cuando en­
tra aire y disminuya cuando sale.
Ese aumento de volumen puede ser determinado por un movi­
miento del tórax por delante, detrás o en los costados, o por un
movimiento ascendente y descendente del diafragma. En general,
sólo se utiliza una parte del sistema, y no en toda la medida de lo
factible. Cuando la respiración debe acelerarse, como después de
correr mucho a gran velocidad, empleamos simultáneamente to­
das las formas posibles de respirar.

EL DIAFRAGMA

Cuando los músculos del diafragma se contraen, la cubierta es


traccionada hacia abajo, en dirección a las vértebras lumbares, y su
curvatura disminuye. También los pulmones bajan; entonces su
volumen aumenta y se inhala aire. Cuando los músculos se relajan,
la elasticidad de los tejidos estirados devuelve al diafragma su con­
figuración anterior y se expulsa aire. Desde luego, también los
músculos de las costillas y el pecho desémpeñan un papel en este
movimiento. Cuando exhalamos, la curvatura del diafragma au­
menta y éste adquiere forma abovedada. Al inhalar, su curvatura
disminuye y el diafragma es traccionado hacia abajo.

E l TÓRAX

Cuando inhalamos, el esternón se mueve hacia delante y arri­


ba. También las costillas ejecutan un doble movimiento, similar al
del esternón. Los músculos que determinan el movimiento respi­
ratorio en la porción superior del tórax traccionan además hacia
delante las vértebras cervicales. El movimiento de las costillas in­
feriores, las llamadas flotantes, que no se vinculan con el esternón,
tiene mayor efecto sobre la expansión de los pulmones que el mo­
vimiento de las costillas superiores situadas inmediatamente por
debajo de las clavículas, En la parte superior del tórax —donde los
pulmones son angostos y aplanados y el movimiento de las costi­
llas limitado— un gran esfuerzo muscular sólo provoca un aumen­
to relativamente pequeño del volumen pulmonar. Las costillas flo­
tantes, en cambio, se mueven con libertad mucho mayor: basta un
esfuerzo muscular relativamente pequeño para moverlas hacia
fuera y expandir los pulmones en su porción más ancha.

C o o r d in a c ió n d e t ó r a x y d ia f r a g m a e n l a s r e sp ir a c io n e s
NORMAL Y PARADÓJICA

Cuando el tórax se dilata para que respiremos, el diafragma


baja y se aplana y ayuda a aumentar el volumen de los pulmones.
Cuando exhalamos, el tórax se contrae y el diafragma recobra su
curvatura hacia arriba. Existe además una forma paradójica de res­
pirar, en que el diafragma actúa en forma opuesta, y algunos indi­
viduos siempre respiran así. La mayor parte de los animales que
rugen o mugen emplean la respiración paradójica; es decir, al ex­
halar aumentan el volumen del estómago y por este medio produ­
cen un sonido fuerte. En el Extremo Oriente es habitual cultivar la
respiración paradójica, pues se considera que otorga mejor control
de las extremidades y una posición más erguida que la respiración
común.
En realidad, todos recurrimos a la: respiración paradójica, aun­
que no nos demos cuenta de ello, cada vez que debemos efectuar
un esfuerzo súbito y violento. Es importante, en coí<s.ecuencia,
aprender algo al respecto.

E l PULMÓN e s u n ó r g a n o p a s iv o

Por defecto de la expansión del tórax, los pulmones son, por


así decirlo, sorbidos hacia el exterior por las membranas que los
recubren, y el aire que entra en ellos los lleva contra las paredes del
tórax. Cuando los músculos que han expandido el tórax se relajan
empezamos a expeler el aire, proceso al que contribuyen el peso
de los pulmones y la elasticidad de los tejidos conectivos. Al salir
el aire, los pulmones se retraen respecto de las paredes internas del
tórax y se contraen. Desde luego, también es posible reducir acti­
vamente el volumen de los pulmones mediante la expulsión deli­
berada del aire que contienen.

R e s p ir a c ió n y p o st u r a

El aire debe entrar por la nariz y la boca hasta la tráquea, los


bronquios y los pulmones ■ —y salir por el mismo camino— ade­
cuadamente, a fin de asegurar una provisión suficiente de oxígeno
en todo momento y en todas las circunstancias de la vida. Si el pro­
ceso se interrumpe por dentro no podemos sobrevivir más que
unos pocos segundos, aunque seamos capaces de contener la res­
piración varios minutos. La mayor parte de los músculos del apa­
rato respiratorio están conectados con las vértebras cervicales y
lumbares, por lo que la respiración influye sobre la estabilidad y la
postura de la columna vertebral; a la vez, y por lo mismo, la posi­
ción de la columna vertebral gravita sobre la cualidad y la rapidez
de la respiración. En consecuencia, buena respiración significa
además buena postura, tal como ésta supone lo otro.

Respirar en la zona del hombro derecho

Tiéndase de espaldas. Doble las rodillas hasta apoyar en el sue­


lo las plantas de los pies, cierre los ojos y trate de recordar los mo­
vimientos de los pulmones y el diafragma según los describimos. Res­
pire lentamente, por etapas breves, efectuando muchos movimientos
con el tórax y el abdomen cada vez que inhale o exhale. Obsérve­
se el tórax con la imaginación y vea, con el ojo de la mente, cómo
hace fuerza en su hombro derecho, entre la clavícula y el omóplato,
cada vez que se lleva aire a esa parte. Observe ese punto sólo al in­
halar y saltee con la imaginación el medio ciclo correspondiente a la
exhalación. El aire llega hasta ese punto desde la parte media del
cuerpo, más o menos a mitad de camino entre el esternón y el suelo,
es decir, desde el punto donde se abren los bronquios, tres a la de­
recha y dos a la izquierda. El tórax chupa el pulmón en varios senti­
dos a la vez: hacia el hombro derecho, entre la clavícula y el omó­
plato (en dirección a la oreja); hacia el punto situado debajo de la
axila; hacia el omóplato, apoyado en el suelo, y hacia el pecho.
Como visualizar todos estos detalles lleva cierto tiempo, le con­
viene efectuar varias respiraciones parciales a medida que piensa
en la secuencia. Observe la acción tractora de los músculos que to ­
man parte en el movimiento.

Paso del aire al bronquio lobular superior derecho

Imagínese ahora el paso del aire que entra por la nariz y se di­
rige a la parte posterior del paladar y a la tráquea. Cada vez que ip-
hale piense sólo en este punto, hasta que se haya familiarizado con
esas partes. Cuando esa sección inicial le resulte clara, siga el aire
en su trayecto desde allí hasta el bronquio lobular superior dere­
cho. Vuelva ahora a la nariz; cuando la reconozca siga hasta el pa­
ladar, baje por la tráquea hasta el espacio que la rodea, y siga el aire
que llena el pulmón llevándolo hacia las paredes del tórax y es for­
zado, en el lóbulo superior derecho, a dirigirse hacia arriba, hacia
el suelo y hacia el hombro y la axila.

Paso del aire al bronquio lobular derecho inferior

Imagínese ahora el trayecto del aire que entra por la nariz y


pasa por el paladar hasta la tráquea, para seguir hacia el bronquio
lobular inferior, por donde llega a la parte de abajo del pulmón de­
recho, donde éste se acerca al hígado. Observe este trayecto sólo
cada vez que respira.
Al observarlos, tome nota del espacio que rodea al bronquio
lobular inferior y de las direcciones en que el aire empuja en torno
del hígado y hacia las caderas: hacia delante y abajo, hacia las pier­
nas y hacía los costados.

Los bronquios lobulares derechos superior e inferior

Siga ahora, cada vez que inhale, el trayecto del aire por la nariz,
el paladar, la tráquea y los dos bronquios, superior e inferior. Ima­
gínese el pulmón derecho en expansión. Su parte superior se mue­
ve hacia arriba, mientras su parte inferior lo hace hacia abajo, de
modo que todo el lado derecho se estira y la distancia entre la pel­
vis y la axila aumenta.
Cada vez que inhale, piense en cómo el aire llena los espacios
situados en lo alto y en el fondo y en cómo el pulmón derecho es
estirado por el diafragma. Observe, al hacerlo, si puede sentir algo
en las vértebras lumbares. La tercera y la cuarta tienen que levan­
tarse respecto del suelo cuando los dos músculos del diafragma
tiran el pulmón hacia abajo.

El bronquio lobular medio

Imagínese ahora el bronquio lobular medio del pulmón dere­


cho. Trate de pensar en el paso del aire desde la nariz y por el pa­
ladar hasta ese bronquio. El estiramiento del pulmón derecho ha­
cia arriba y abajo lo estira también en la párte media (lóbulo
medio). Ahora, además de esarerp
en sentido antero-posterior, es decir, entre pecho y espalda; o sea,
se torna más grueso en relación con el suelo. Piense en las partes
internas del pulmón y en cómo el tórax lo «chupa» en todas esas
direcciones.

Repita todo el proceso

Trate de repetir el proceso entero de la respiración en medios


cidos de estiramiento y ensanchamiento, de principio a fin, y de
tomar nota de las secciones que pueden sentirse claramente y las
que no pueden sentirse nada. Repítalo hasta que todo el proceso
sea continuo y completamente familiar. Piense después en la con­
tracción del pulmón derecho al espirar. El aire ahora vuelve de lo
alto del hombro, del omóplato y del pecho, retorna por los bron­
quios a la tráquea, pasa el paladar y sale por la nariz. Cuando us­
ted exhala, el aire es exprimido del pulmón como si éste fuera una
esponja.

Lóbulos inferior y medio

Imagínese la misma acción en los lóbulos inferior y medio del


pulmón derecho. Observe cómo el pulmón se aleja respecto del
diafragma y las costillas, y también respecto del suelo y del ester­
nón, y fuerza el aire hacia el exterior, Respire lentamente, en la for­
ma habitual, de modo que pueda identificar la entrada del aire, el
alargamiento del lado derecho, la expulsión de aire y la contrac­
ción de ese pulmón. Póngase de píe y observe la diferencia que
puede sentir entre el lado derecho y el izquierdo.
Deje deslizarse el pulmón derecho

Siéntese en el suelo con las piernas cruzadas. Cierre los ojos, in­
cline la cabeza hacia delante, tómese las manos y llévelas hacia la
parte posterior de la cabeza, dejando que los codos cuelguen suel­
tos entre las rodillas. Si le resulta difícil doblarse así, comprobará
también que en el punto donde la columna.vertebral no es flexible
el pulmón no se mueve ni respira; lo que es difícil de hacer, tam­
bién es difícil de imaginar. Sentado en esa posición, piense otra vez
en el paso del aire por la nariz y el paladar hasta la tráquea; obser­
ve el estiramiento del pulmón derecho hasta el omóplato, en lo
alto, y hasta el hígado, en la parte inferior, y también en el lóbulo
medio. Determine si en esta posición usted puede pensar que sien­
te deslizarse el pulmón por dentro, más allá de la longitud total
que posee el revestimiento del pulmón. Tome nota de aquellos
puntos donde, en su pensamiento, el pulmón no se desliza libre­
mente. Cuando haya identificado esos puntos y pueda imaginarlos
con facilidad, su cabeza se inclinará hacia delante más aún y más
fácilmente.
Póngase de pie, camine y observe la marcada diferencia que
puede sentir en su respiración del lado derecho y del izquierdo.

Usted convendrá en que cuesta creer que pensar sobre el mo­


vimiento del aire a lo largo de la tráquea y los bronquios ha dirigi­
do realmente el aíre sólo a los diversos puntos de su pulmón dere­
cho. Tal vez los músculos correspondientes al lado sobre el cual
usted pensaba empezaron a funcionar en forma algo distinta des­
pués de practicar unos minutos, de modo que su respiración de
ese lado también cambió en cierto modo. En cualquier caso, los
músculos del lado derecho del tórax, así como el diafragma, traba­
jaron en la misma forma que sobre el lado izquierdo cada vez que
usted respiró,, pues resulta muy difícil aprender a mover un lado
del pecho sin permitir que el otro siga ese movimiento. La dife­
rencia que usted advierte resulta exclusivamente de los cambios
operados en el funcionamiento y la organización de los músculos.
Esos cambios, a su vez, se originan en la atención que usted pres­
tó simultáneamente a su trabajo y a la orientación espacial de
aquellas partes de su cuerpo que vigilaba.
Porque esos cambios, en realidad, se han producido en la par­
te superior de su sistema nervioso, no en los músculos mismos, y
abarcan todo el costado derecho. En consecuencia, usted podrá
observar la diferencia correspondiente en su rostro, y también no­
tará que el brazo y la pierna derechos le parecen más largos y livia­
nos. Si se mira usted en un espejo comprobará que la sensación no
es imaginaria, pues el ojo derecho estará más abierto que el iz­
quierdo y los pliegues de la piel del lado derecho de su cara serán
menos pronunciados que en el izquierdo.

Movimientos paralelos sobre el lado izquierdo

Siéntese en el suelo, cruce las piernas y, esta vez, piense en el es­


tiramiento del pulmón izquierdo. La cabeza empieza a elevarse
lentamente con cada respiración. Observe cómo el movimiento
respiratorio se propaga a lo largo de la columna vertebral junto
con los movimientos de la cabeza. En los puntos donde la colum­
na vertebral está rígida y el tórax no se mueve ni chupa suficiente­
mente el pulmón, éste no se desliza. Continúe hasta que piense
que sí, que se desliza. Tome nota de si puede identificar el movi­
miento de tracción entre el diafragma y las vértebras lumbares.
Póngase de pie, camine y observe la diferencia de sensación
que existe después de que usted ha tomado consciente gran parte
del proceso respiratorio.

Respirar con el pulmón izquierdo, con la cabeza volcada


a la derecha

Siéntese de nuevo en el suelo. Doble la pierna derecha hacia


atrás, acerque el pie izquierdo a su cuerpo, apóyese en el suelo con
la mano derecha y vuelque su cabeza a la derecha, de modo que la
oreja se acerque al hombro de ese lado. En esa postura, llene el
pulmón izquierdo. Con la imaginación, estírelo por el lado iz­
quierdo, hacia el interior del hombro y en dirección a la oreja, y al
mismo tiempo hacia abajo. En esta forma, el pulmón se deslizará
hasta ocupar todo el espacio del lado izquierdo del tórax. Observe
su cabeza, que ya no estará volcada sobre el hombro. La incapaci­
dad para inclinar más la cabeza se deriva de la falta de flexibilidad
del pecho, cuyos músculos siguen demasiado contraídos. En cual­
quier parte del pecho que no tiene plena flexibilidad la respiración
es incompleta.
Respirar con el pulmón derecho

Siéntese en el suelo y respire como antes. Imagínese el alarga­


miento del pulmón derecho y, a continuación, su retracción res­
pecto de las paredes del tórax cuando usted exhala y la sensación
de contracción, como si literalmente fuese traccionado para alejar­
lo de ellas. Tome nota de que mientras usted observa lo que suce­
de del lado derecho la cabeza y el tronco se inclinan hacia la iz­
quierda cuando usted está en la etapa de alargamiento del pulmón
y vuelven al punto medio cuando usted espira.
Póngase de pie y verifique qué cambios puede sentir en el
cuerpo.
La investigación actual sobre la conducta de los animales en su
ambiente natural ha arrojado muchas pruebas de que los elemen­
tos de la estructura social no son artificiales, en el sentido en que
lo son la música y las matemáticas humanas. El apego a una patria
o territorio, la lealtad a la manada, la hostilidad a los miembros de
una manada vecina, e incluso la jerarquía fija dentro de la manada,
indican por igual que las guerras territoriales y luchas por el poder
y la posición se derivan de la prosapia animal del hombre y no son
en modo alguno invención nuestra. El impulso agresivo siempre
ha constituido el principal escollo en el camino de los esfuerzos
humanos y por el mejoramiento propio. Los pocos y excepciona­
les hombres que de verdad procuraron la paz y el genuino amor
fraternal llegaron a ello mediante el perfeccionamiento de su co­
nocimiento, no gracias a la supresión de sus pasiones.
Si es cierto que los instintos son hereditarios, como lo es la ca­
pacidad de conocer, será preferible perfeccionar nuestro conoci­
miento a suprimir el animal que hay en nosotros. El conocimiento
es la etapa más avanzada del desarrollo humano y, cuando se lo
completa, «gobierna» con armonía las actividades corporales.
Cuando un individuo es fuerte, también lo son sus pasiones, y su
capacidad y vitalidad se presentan en la misma escala. Es impor­
tante eliminar esas fuentes de energía sin disminuir el potencial
total. Es preferible perfeccionar el conocimiento a cualquier ten­
tativa por superar los impulsos instintivos. Pues cuanto más se
completa su conocimiento, más puede un hombre satisfacer sus
pasiones sin infringir la supremacía del conocimiento, y más hu­
mana se toma cada una de sus acciones.
En el presente siglo, las generaciones más jóvenes se han libe­
rado de las convenciones de sus predecesoras en los campos de lo
moral, lo sexual y lo estético. Sólo en pocas esferas, como la cien­
cia y la creación de bienes materiales, pueden estas generaciones
seguir los pasos de sus mayores sin violentar sus propias convic­
ciones. En esos dos campos marchan por el camino establecido; en
todos los demás aspectos de la vida están en abierta rebelión,
cuando no simplemente confundidas.
Perfeccionar el conocimiento las ayudará a salir de la confu­
sión y a liberar sus energías para el trabajo creativo.

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