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Resumen
A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, la relación entre las categorías de sexo y
género ha ido modificándose de la mano de las conceptualizaciones de autoras feministas y
posfeministas que se apropiaron de este binomio para denunciar las consecuencias del
patriarcado, describir las causas de la subordinación femenina y mostrar los complejos
mecanismos que el sistema heterocentrado pone en marcha para el disciplinamiento de los
deseos, las sexualidades y los cuerpos de los sujetos.
En este artículo intentamos relevar algunos de los significados adoptados por dichas
categorías, con el objeto de destacar algunos puntos de inflexión que generaron crecientes
interrogantes al régimen sexual bipolar de la Modernidad, sintetizando así las
modificaciones y reconceptualizaciones que cada época e investigadora produjeron sobre
las mismas.
Palabras clave
Abstract
Since the 1950´s, the relationship between the categories of sex and gender have been
modified through conceptualizations of feminist and postfeminist authors. They use this
categories to denounce the consecuences of Patriarchy, describe feminist causes of
subordination, and show the complex mechanisms that the heterocenter system employs to
discipline desires, sexualities and bodies.
In this article we intend to review some of those meanings adopted for the above mentioned
cathegories, aiming to stress some inflection points that questioned the bipolar sexual
regime of Modernity, summarizing the modifications and reconceptualizations that each
age and investigator produced over those cathegories.
Key words
1 Es Magíster en Ciencias Sociales y Licenciada en Trabajo Social. Integra el “Núcleo de Estudios y
Extensión en Género” que funciona en la Escuela de Trabajo Social (Fac. de Ciencia Política y R.R.I.I -
U.N.R) y se desempeña como trabajadora social del Área de Diversidad Sexual de la Secretaría de Promoción
Social de la Municipalidad de Rosario.
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sex; gender; heterocenter system; feminisms.
Introducción
En este trabajo intentamos relevar someramente los derroteros seguidos por las
categorías de sexo y género en el ámbito del feminismo académico anglosajón y europeo de
la segunda mitad del siglo XX con la finalidad de clarificar puntos de inflexión claves que
modificaron y ampliaron el significado de estas categorías así como la relación entre
ambas. La selección de autorxs y los cortes temporales realizados, se basan en la
identificación de planteos teóricos que aportaron a la complejización de la relación entre las
categorías mencionadas, o bien, en antecedentes de dichos planteos, que posibilitaron de
uno u otro modo, las producciones posteriores. Los debates que aquí se presentan son
producto del diálogo que el feminismo académico ha intentado sostener – no sin
contradicciones - con el feminismo como movimiento social y político.
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(2006:21) y Marta Lamas (1999: 148), en que dicha apropiación en lengua castellana del
término “gender”, que en inglés refiere claramente a la existencia de dos sexos, trajo
aparejadas algunas confusiones y complejidades. Especialmente nos interesa señalar que
atrapó al feminismo académico latinoamericano en el binarismo que remite
permanentemente “género” al análisis de las mujeres en su relación con los varones. Por
tanto, sin desconocer la importancia de planteos posteriores a los 90, de autorxs
latinoamericanos como Marta Lamas, Diana Maffía, Mauro Cabral, Valeria Flores y
muchos otrxs que buscaron trascender las fronteras de lo binario, los mismos no serán
consignados en este trabajo retomando sólo planteos pioneros de autoras anglosajonas y
europeas.
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anatómicas como los genes, las gónadas y las hormonas mientras que el género se asocia a
la cultura, entendida como el medio psicológico, social y económico en que se desarrollan
los sujetos. Tal como afirma Preciado (2007:4) con posterioridad a la Segunda Guerra
Mundial, Estados Unidos invierte cuantiosas sumas de dinero en la investigación sobre el
sexo y la sexualidad, transformándose el sexo en un objeto de gestión política de la vida
con el objetivo de controlar socialmente las desviaciones y el saneamiento de la sociedad.
La primera acepción de los términos sexo-género, entendía que el hombre o la mujer como
sujetos “acabados” eran producto de la intervención de la cultura sobre las características
anatómicas de las personas, produciéndose un conjunto de investigaciones y programas
terapéuticos asociados a la medicina, tendientes a normalizar las patologías existentes en
torno a los mismos.
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biológicas. En efecto, si la raíz de las desigualdades se situaba en la biología, considerada
inmutable e inmodificable, no existían esperanzas de lograr la liberación de las mujeres,
siendo necesario ubicarla en la cultura como elemento pasible de transformación. Este
argumento constituyó una herramienta clave en las luchas y reivindicaciones políticas del
feminismo por la igualdad entre los géneros, influenciando en forma decisiva gran parte de
su producción teórica posterior.
Décadas más tarde, las académicas feministas anglosajonas de los años 70 difunden
el concepto de género en las ciencias sociales con el objetivo primordial de combatir las
tesis biologicistas que ligaban el rol y el status social de las mujeres a su anatomía. Tanto
en EEUU como en Europa, las autoras se plantean como principal preocupación la
indagación del origen de la opresión femenina y el cuestionamiento de las afirmaciones que
naturalizaban la subordinación de las mujeres en diferentes planos de la vida social
(Mayobre, 2007: 35). Tal como señala Marta Lamas (1986: 103) varias antropólogas
feministas como Michelle Zimbalist Rosaldo, Louise Lampert y Rayna Reiter reeditaron
con sus producciones el debate “naturaleza versus cultura” buscando el origen biológico o
social de la opresión, a través de investigaciones que indagaban los roles ocupados por las
mujeres en otras culturas y sociedades con el objeto de relevar los diferentes modos de
subordinación existentes. El interrogante planteado, cuyas respuestas tuvieron un matiz
político de suma importancia para el feminismo, giraba en torno a la existencia o no de
vinculación entre las diferencias biológicas y las diferencias culturales. Si los roles sexuales
constituían un constructo cultural ¿por qué las mujeres permanecían excluidas del ámbito
público, recluidas en la domesticidad? Si en cambio dichos roles eran determinados
biológicamente ¿qué alternativas existían para lograr su modificación? Mientras que las
posturas biologicistas consideraban que las diferencias biológicas constituían la causa de
las desigualdades sociales entre mujeres y varones, las construccionistas postulaban el
origen sociocultural de la subordinación femenina. Para estas últimas, mientras que el sexo
constituía un factor natural y un imperativo biológico identificado con los genitales, la
diferencia de género derivaba de una construcción social y simbólica relacionada a un
proceso de dominación y opresión en el que los opresores eran los varones y las oprimidas
las mujeres.
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Sin restar importancia a los debates planteados por estas académicas en el contexto
social y político de la época, Javier Saez (2004: 98) señala que hasta ese momento el
análisis del género estuvo circunscrito a las formas de dominación de la mujer en su
relación con los varones, pero no produjo el abordaje de la heterosexualidad como lugar
principal del que emanaban la mayoría de estos dispositivos de opresión. Es alrededor de la
década del 70 que aparecen entre las feministas anglosajonas y europeas, autoras lesbianas
que abren una nueva perspectiva para el análisis de la opresión de las mujeres,
identificando los mecanismos estructurales productores y reproductores de dicha
subordinación: Monique Wittig, Adrienne Rich y Gayle Rubin constituyen tres importantes
nombres que revolucionaron desde diferentes perspectivas las formas de pensar las
categorías sexo y género, en el marco de la matriz heterosexual dominante.
Gayle Rubin
Es la primera en realizar una sistematización del sistema sexo/género. Esta
antropóloga feminista norteamericana publica en 1975 el artículo titulado “The Traffic in
Women: Notes on the Political Economy of Sex” en el que plantea un modo provocador de
entender la organización social del sexo biológico y la construcción de lo masculino y lo
femenino. Básicamente, postula que todas las relaciones sociales están mediatizadas por el
sistema sexo-género y que son esas relaciones – y no la biología- lo que contribuye a la
opresión de las mujeres. El género es entendido como una división de los sexos impuesta
por la sociedad, resultado de un proceso cultural por el cual los seres de sexo femenino y
masculino son transformados en mujeres y varones. “El sistema de sexo/género consiste en
una serie de acuerdos por los que una sociedad transforma la sexualidad biológica en
productos de la actividad humana (Rubin, 1996: 3). La domesticación de las hembras
humanas, o sea, la opresión de las mujeres, no constituye un hecho natural, sino que es un
producto social llevado a cabo mediante de un sistema de parentesco controlado por los
varones y sintetizado por la autora en la idea del “tráfico de mujeres”. Este concepto,
describe un mecanismo de intercambio social utilizado originalmente en sociedades
primitivas, que aún persiste en la sociedad moderna, en el cual:
“Las mujeres son objeto de transacción como esclavas, siervas y prostitutas, pero
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también simplemente como mujeres. Y si los hombres han sido sujetos sexuales
-intercambiadores- y las mujeres semiobjetos sexuales -regalos- durante la mayor parte de
la historia humana, hay muchas costumbres, lugares comunes y rasgos de personalidad
que parecen tener mucho sentido (entre otras, la curiosa costumbre de que el padre
entregue a la novia)…” (Rubin, 1996: 3)
Adrienne Rich
Poeta y pensadora feminista norteamericana, da a conocer en 1980 un texto muy
influyente para el pensamiento del momento denominado: “Heterosexualidad obligatoria y
existencia lesbiana”. En el mismo, analiza el concepto de “heterosexualidad obligatoria”
como complejo de fuerzas por medio de las cuales las mujeres fueron convencidas de que
el matrimonio y la orientación sexual heterosexual se constituyen en realidades inevitables.
Desvelando el modo en que la heterosexualidad fue construida en tanto institución política
así como los fines a los que ha servido, la autora caracteriza el sistema heterocentrado como
una organización económica que ha sustentado la división sexual del trabajo. Al decir de
Rich, el no reconocimiento de la heterosexualidad como institución, comporta una negación
de que el sistema de opresión económico, racial, de género, se mantiene debido a una
multitud de operaciones. Y la dificultad preponderante de este análisis radica en el
reconocimiento por parte de las mujeres heterosexuales de que su propio deseo sexual
puede no ser una elección o preferencia sino algo impuesto, organizado y mantenido a la
fuerza” (Rich, 2001: 66).
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heterocentrismo que había caracterizado a la casi totalidad de las producciones académicas
feministas desde sus orígenes, al punto de negar la existencia y las luchas de las mujeres
lesbianas. Esto, produjo entre otras consecuencias su invisibilización así como la no
discusión acerca de factores como la raza y las diferentes orientaciones sexuales
produciendo discriminaciones al interior del movimiento feminista. Para Rich, el
lesbianismo debe ser observado en un ”contínuum lésbico” que solidariza a todas las
mujeres que, de uno u otro modo, se distancian de la heterosexualidad e intentan crear o
reforzar vínculos entre mujeres, en la lucha contra del sistema patriarcal.
Monique Wittig
Constituyó una escritora francesa de vanguardia, feminista y radical. En su primer
obra “The straight mind”, texto escrito en 1978 y publicado en 1980, postula el status
político de la categoría de sexo, el cual, no remite a nociones naturales, biológicas ni
basadas en una diferencia ontológica ni económica sino que constituye una categoría
producida por el propio sistema dominante de pensamiento que funda la sociedad
heterosexual. Éste ha construido a lo largo del tiempo a la heterosexualidad como dato
incuestionable conformando un dispositivo constituido por un conjunto de discursos
variados sobre las ciencias humanas que producen e instauran heteronormas en materias de
sexo, género y filiación. Desde esta perspectiva, la relación varón-mujer es vista como
obligatoria y anterior a toda ciencia ya que es a partir de dicha relación que se han
elaborado interpretaciones de la historia, la sociedad, la cultura, el lenguaje, etc. las cuales
son consideradas válidas para todas las sociedades y épocas; y sólo adquieren sentido en la
diferencia de los sexos como dogma filosófico y político. (Saez, 2004:100). Es desde esta
mirada, que la autora propone desterrar las categorías de mujer y hombre enunciando que
las lesbianas no constituyen “mujeres” en tanto no se encuentran enmarcadas dentro de la
economía política de la heterosexualidad.
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reaccionando contra un feminismo esencialista en sus fundamentos y objetivos.
Tal como señala Javier Saez (2004:120) el feminismo lesbiano comenzó a resaltar la
importancia del análisis de los dispositivos y las tecnologías, los discursos y las prácticas
que producen sexualidades y cuerpos, habilitando la pregunta acerca de quiénes definen y
configuran los diferentes status que adquieren los mismos en cada lugar y momento
histórico específico.
Sin embargo, es recién a mediados de los años 80, que comienza a gestarse, al decir
de Haraway (1995: 13), una desconfianza creciente respecto al binarismo de las categorías
de sexo y género y también - agregamos nosotrxs - respecto a la supuesta naturalidad del
sexo, inquietudes que se traducen en debates académicos al interior del feminismo.
Judith Butler
En la década del 90, la filósofa Judith Butler publica su libro “El género en disputa.
Feminismo y subversión de la identidad” el cual revoluciona el modo de entender las
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nociones de sexo y género, constituyendo las bases de lo que se denomina “teoría queer”. A
partir de la distinción de estas categorías realizada por críticas feministas y retomando a
autoras como Simone de Beauvoir, Adrienne Rich, Monique Wittig y otras, Butler afirma
que el sexo biológico no pertenece a un campo prediscursivo anterior a cualquier
interpretación ni el género constituye una ley inexorable que se construye sobre un cuerpo
pasivo sino que ambos se erigen en el marco de significados e interpretaciones culturales
que los preceden. De acuerdo a la feminista norteamericana Catharine Mackinnon, a quien
Butler retoma, tener un género implica haber establecido previamente una relación
heterosexual de subordinación, dado que la noción de género conlleva de por sí la idea de
que la jerarquía sexual es lo que la produce y consolida. Butler rompe con la visión hasta
entonces aceptada que concebía al sexo como la base material del género, para describirlo
como un concepto sociológico derivado de una lectura de los cuerpos realizada en un
contexto histórico y social determinado previamente marcado por la heteronormatividad.
En efecto, el sexo como algo natural se ha configurado dentro de la lógica del binarismo del
género siendo preciso revisar genealógicamente cómo ésta fue produciéndose
discursivamente en el ámbito científico, en tanto idea al servicio de intereses políticos y
sociales. En este sentido, con el objetivo de descentrar las instituciones del falogocentrismo
y la heterosexualidad obligatoria, Butler retoma de Foucault el uso de la genealogía del
género como método que se dedica a “investigar los intereses políticos que hay en designar
como origen y causa las categorías de identidad que, de hecho, son los efectos de
instituciones, prácticas y discursos con puntos de origen múltiples y difusos”. (Butler,
1990: 27- 31).
Es necesario señalar que Butler no niega la existencia real del sexo sino que insiste
en resaltar el hecho de que no hay posibilidad de acceso a la materialidad del cuerpo sino a
través de un imaginario social conformado por normas, prácticas y discursos que fueron
configurados dentro de una matriz de pensamiento heterosexual.
Por otro lado, la autora cuestiona los pares binarios mujer/varón y femenino/
masculino, como así también la existencia de sólo dos sexos y dos géneros, que se
corresponden miméticamente entre sí. El género no es el resultado causal del sexo ni
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tampoco es tan aparentemente fijo como el sexo ya que si “el género es los significados
culturales que asume el cuerpo sexuado, entonces, no puede decirse que un género sea
resultado de un sexo de manera única" (Butler, 1990: 38). Por tanto, si el sexo y el género
son dos términos diferenciados, no es una obviedad que ser de un sexo determinado sea
equivalente a llegar a ser de un género específico. En otras palabras, alguien nacido con un
cuerpo catalogado como femenino no necesariamente construirá su género como “mujer” y
alguien nacido con un cuerpo catalogado como masculino, no necesariamente se construirá
como varón. Esta afirmación da cuenta de que los cuerpos sexuados pueden ser
interpretados y significados en una gama de géneros variados, no limitándose éstos a los
socialmente naturalizados “varón” y “mujer”. El análisis de Butler respecto a la
multiplicidad de géneros existentes así como la utilización del concepto de
“performatividad de los géneros”, desestabilizó profundamente la idea de las identidades
como esencias fijas e inmutables a lo largo de la vida.
Beatriz Preciado
Esta filósofa española puede inscribirse dentro de las teóricas del posfeminismo y de
quienes colaboraron con la emergencia de los movimientos queers europeos a partir de
fines de la década del 90. Basada en la lectura de autoras y autores como Foucault, Judith
Butler, Donna Haraway, Teresa de Lauretis, y Eve Sedgwick, Preciado produce una
resignificación de algunos conceptos de las teorías queers ortodoxas (mayoritariamente
fundamentadas en la obra de Judith Butler “El género en disputa”) a los que considera
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insuficientes para comprender los procesos de incorporación del sexo y el género.
Es por ello que a través del estudio de los aparatos sexuales y las relaciones cuerpo-
máquina en la construcción del género y el sexo, la autora busca poner en evidencia la
característica artificial de la división entre naturaleza y tecnología así como lo difuso de sus
límites, concibiéndolo como efectos de mecanismos políticos e ideológicos dominantes. El
cuerpo y las identidades genéricas (en tanto elementos del sistema sexo-género) son
visualizados como aparatos y prótesis producto de mecanismos de domesticación corporal
que con artificios farmacológicos o audiovisuales producen una fijación y una delimitación
de lo posible, lo imposible, lo aceptable y lo inaceptable (Hernández González, 2010: 85).
A partir de la descripción de los mecanismos de normalización que más allá del discurso y
los actos son productores de sujetos y cuerpos, Preciado se interesa particularmente por
aquellos que resisten las tecnologías de control ubicándose en los intersticios y fallas que
éstos dejan abiertos.
Conclusiones
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La reflexión acerca de los caminos seguidos por las categorías de sexo y género nos
conduce a identificar tres momentos relevantes en los que se produjeron giros y
redefiniciones en torno a las mismas. Un primer momento lo ubicamos en Estados Unidos,
a mediados del siglo XX, cuando surge la categoría de género asociada a la medicina y a
las tecnologías de intervención de la sexualidad, momento en el cual sexo es utilizado para
aludir a factores anatómicos y género refiere a las influencias del medio sociocultural. Estas
categorías son construidas en el marco de una visión funcionalista de la sociedad que busca
“reparar las “anomalías” existentes en torno a la sexualidad de las personas, para
encasillarlas en las identidades normativas “varón” y “mujer”. Este momento, es
caracterizado también por los primeros antecedentes de apropiación de las categorías de
sexo y género por parte del feminismo académico y político angloeuropeo, en sus intentos
por deslindar el fenómeno de la subordinación de las mujeres de las diferencias biológicas
entre los sexos. En ese contexto, la distinción sexo/género es utilizada para argumentar el
origen social y cultural de las desigualdades entre mujeres y varones, reafirmando la
imperiosa necesidad de las primeras, de luchar por su emancipación. Pese al carácter
revolucionario que tenían dichos planteos para el contexto europeo y anglosajón de la
década del 50 y 60, los mismos no indagaban aún en los mecanismos estructurales de
producción social de las desigualdades ni cuestionaban la supuesta complementariedad
biológica en la que se situaban las relaciones entre mujeres y varones.
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El tercer momento, va de la mano del surgimiento del posfeminismo y la irrupción
de Judith Butler como teórica anglosajona que a partir de los años 90, deconstruye las
categorías del binomio sexo-género, con la elaboración de una crítica filosófica. Esta
desencialización de ambos términos, basada en la idea de que las normativas de género
funcionan como un dispositivo que produce subjetividades, fue apropiada por colectivos
LGBTI2 y movimientos queer anglosajones y latinos que encontraron en los argumentos de
Butler un sustento teórico explicativo de los mecanismos productores de subordinaciones y
discriminaciones, los cuales ellxs sufren cotidianamente. Por el contrario, otros grupos de la
diversidad sexual, sostuvieron que planteos como el de Butler rompen con la matriz
identitaria necesaria para constituir un movimiento social y plantear demandas políticas
específicas. Más allá de esta distinción, es preciso resaltar que la autora dejó una marca
fundacional en la historia de la denominada teoría queer, produciendo un giro radical en las
reflexiones académicas relativas al sexo y al género.
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heteronormatividad.
En definitiva, el recorrido realizado nos conduce a pensar que las categorías de sexo
y género fueron en una primera instancia diferenciadas entre sí por el feminismo con el
objetivo político de combatir planteos biologicistas, que asociaban las desigualdades
sufridas por las mujeres en su relación con los varones, a factores orgánicos. En un segundo
momento, esta crítica se amplia y profundiza incorporándose a la misma, el estudio de los
dispositivos productores de subordinación y diferencias desventajosas para las mujeres,
surgiendo análisis de las causas económicas, políticas y sociales que contribuyeron a
producir tales condiciones de subordinación. Si hasta ese momento, la relación amorosa
entre mujeres y varones era vista como natural y anterior a toda ciencia, estos planteos
rompen tal certeza, al señalar su carácter construido, habilitando la posibilidad de introducir
cuestionamientos a la heterosexualidad como obligación. En este segundo momento, no se
cuestionaba el significado primigenio de la categoría “sexo” como definición ligada a la
biología y “género”, como categoría ligada a la cultura. Es recién en un tercer momento, en
un contexto en el que la diversidad sexual y los movimientos queer anglosajones, se
preguntan por las orientaciones sexuales y las identidades de género no representadas en el
par mujer – varón heterosexuales, cuando maduran planteos teóricos como el de Judith
Butler, en los cuales estas categorías parecen acercarse entre sí en su significado, abriendo
la posibilidad de que lleguen a ser, al final, una única categoría. ¿Es el sexo una
materialidad fija e incuestionable, anterior al género? ¿Es el género un elemento que se
instaura con posterioridad al sexo? La certeza se desdibuja ante la idea de que el sexo es
interpretado en el marco de una sociedad ya significada, hablada y atravesada por esquemas
normativos acerca de lo que la corporalidad de lxs sujetos debe ser. Este tercer momento
instala la evidencia de que los cuerpos no pueden ser leídos por fuera de una matriz de
inteligibilidad previa que les asigna una significación y valoración específicas, con
consecuencias sociales y políticas concretas para lxs sujetxs.
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occidental, por sujetxs y movimientos ligados a la diversidad sexual, que la utilizan como
una herramienta de cuestionamiento del sistema heteronormado y de las corporalidades e
identidades legitimadas socialmente por este sistema. En otras palabras, la posibilidad
actual de modificar el cuerpo para adaptarlo al género sentido como propio, ¿puede ser
leída como una resignificación de las tecnologías que anteriormente estuvieron sólo al
servicio de la normalización? Si bien algunas de las construcciones identitarias actuales
refuerzan las corporalidades del par legitimado mujer – varón, otras, ligadas a las
denominadas identidades trans (travestis, transexuales e intersexuales), las ponen en crisis,
ubicando al cuerpo como un territorio modificable y a la tecnología como instrumento de
construcción de la identidad genérica sentida como propia.
Bibliografía
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HARAWAY, D. Ciencia, cyborgs y mujeres, Madrid, Ediciones Cátedra, 1995.
Disponible en Internet: http://www.cholonautas.edu.pe/modulo/upload/Haraway.pdf
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http://www.ucm.es/info/rqtr/biblioteca/Estudios%20Queer/Retorica%20del%20Genero
%20Beatriz%20Preciado.doc
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Universidad Autónoma de México, PUEG, 1996, pp.35-96.
Disponible en Internet: http://www.cholonautas.edu.pe/modulo/upload/Rubin%20G.pdf
SABSAY, L. Entrevista realizada a Judith Butler para la revista “Soy”, Diario “Página
12”.Año 2, Nº 61, (08/05/09), pp. 4 – 7, 2009.
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