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“Sexo – género: más allá de lo binario”

Autora: Mariela Carla Morandi1

Resumen

A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, la relación entre las categorías de sexo y
género ha ido modificándose de la mano de las conceptualizaciones de autoras feministas y
posfeministas que se apropiaron de este binomio para denunciar las consecuencias del
patriarcado, describir las causas de la subordinación femenina y mostrar los complejos
mecanismos que el sistema heterocentrado pone en marcha para el disciplinamiento de los
deseos, las sexualidades y los cuerpos de los sujetos.
En este artículo intentamos relevar algunos de los significados adoptados por dichas
categorías, con el objeto de destacar algunos puntos de inflexión que generaron crecientes
interrogantes al régimen sexual bipolar de la Modernidad, sintetizando así las
modificaciones y reconceptualizaciones que cada época e investigadora produjeron sobre
las mismas.

Palabras clave

Sexo, género, sistema heterocentrado; feminismos.

“Beyond the gender binary”

Abstract

Since the 1950´s, the relationship between the categories of sex and gender have been
modified through conceptualizations of feminist and postfeminist authors. They use this
categories to denounce the consecuences of Patriarchy, describe feminist causes of
subordination, and show the complex mechanisms that the heterocenter system employs to
discipline desires, sexualities and bodies.
In this article we intend to review some of those meanings adopted for the above mentioned
cathegories, aiming to stress some inflection points that questioned the bipolar sexual
regime of Modernity, summarizing the modifications and reconceptualizations that each
age and investigator produced over those cathegories.

Key words
1 Es Magíster en Ciencias Sociales y Licenciada en Trabajo Social. Integra el “Núcleo de Estudios y
Extensión en Género” que funciona en la Escuela de Trabajo Social (Fac. de Ciencia Política y R.R.I.I -
U.N.R) y se desempeña como trabajadora social del Área de Diversidad Sexual de la Secretaría de Promoción
Social de la Municipalidad de Rosario.

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sex; gender; heterocenter system; feminisms.

Sexo – género: más allá de lo binario

Introducción

Es a mediados de la década del 50 cuando la categoría de género es utilizada por


primera vez por el discurso médico estadounidense, inaugurándose con su aparición, la
posibilidad de producir cuestionamientos al régimen sexual bipolar característico de la
Modernidad. Sin embargo, desde entonces, muchas producciones debieron ser escritas para
arribar a la formulación de elaboraciones teóricas no adheridas a una relación causal y
unívoca entre sexo y género, tales como las que sustentan desde la década del 90 a las
corrientes posfeministas anglosajonas y europeas y a los movimientos queer. Pero ¿cómo se
produjeron tales transformaciones en la relación entre las categorías mencionadas? y ¿qué
problematizaciones y debates dieron origen a las mismas?

En este trabajo intentamos relevar someramente los derroteros seguidos por las
categorías de sexo y género en el ámbito del feminismo académico anglosajón y europeo de
la segunda mitad del siglo XX con la finalidad de clarificar puntos de inflexión claves que
modificaron y ampliaron el significado de estas categorías así como la relación entre
ambas. La selección de autorxs y los cortes temporales realizados, se basan en la
identificación de planteos teóricos que aportaron a la complejización de la relación entre las
categorías mencionadas, o bien, en antecedentes de dichos planteos, que posibilitaron de
uno u otro modo, las producciones posteriores. Los debates que aquí se presentan son
producto del diálogo que el feminismo académico ha intentado sostener – no sin
contradicciones - con el feminismo como movimiento social y político.

Cabe destacar que la categoría de género, popularizada mayoritariamente en las


décadas del 60 y 70 entre las feministas anglosajonas, fue reapropiada por autoras
latinoamericanas a partir de la década del 80, con la traducción y análisis de textos
originalmente escritos en inglés. Coincidimos con autoras como Francesca Cargallo

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(2006:21) y Marta Lamas (1999: 148), en que dicha apropiación en lengua castellana del
término “gender”, que en inglés refiere claramente a la existencia de dos sexos, trajo
aparejadas algunas confusiones y complejidades. Especialmente nos interesa señalar que
atrapó al feminismo académico latinoamericano en el binarismo que remite
permanentemente “género” al análisis de las mujeres en su relación con los varones. Por
tanto, sin desconocer la importancia de planteos posteriores a los 90, de autorxs
latinoamericanos como Marta Lamas, Diana Maffía, Mauro Cabral, Valeria Flores y
muchos otrxs que buscaron trascender las fronteras de lo binario, los mismos no serán
consignados en este trabajo retomando sólo planteos pioneros de autoras anglosajonas y
europeas.

La importancia de esta tarea para las ciencias sociales radica en recuperar el


potencial que las categorías de sexo y género han cobrado a partir de su apropiación
política y académica por parte un fragmento del feminismo latinoamericano así como de los
movimientos ligados a la diversidad sexual, como herramienta de análisis,
desnaturalización y cuestionamiento de los regímenes de poder y saber que han operado
históricamente sobre los cuerpos y las subjetividades, contribuyendo a producir identidades
legitimadas y negadas, así como desigualdades concretas en relación al acceso de lxs
sujetos a los derechos de ciudadanía en las sociedades occidentales.

Los orígenes de la escisión

Asociada a la medicina y a las tecnologías de intervención de la sexualidad, la


distinción entre las categorías sexo y género surge en Estados Unidos de la mano del
pediatra norteamericano John Money, quien estando especializado en el tratamiento de
niños con problemas de indeterminación de la morfología sexual, las utiliza en por primera
vez en 1949, ligadas a la posibilidad quirúrgica y hormonal de transformar los órganos
genitales durante los primeros meses de vida (Preciado, 2007:4). Por otro lado, el
psicopatólogo Robert Stoller debate y amplía las conclusiones de John Money, difundiendo
en 1963 el término “identidad de género” con el objeto de distinguir la biología de los
factores culturales de tal forma que el sexo comienza a ser relacionado con características

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anatómicas como los genes, las gónadas y las hormonas mientras que el género se asocia a
la cultura, entendida como el medio psicológico, social y económico en que se desarrollan
los sujetos. Tal como afirma Preciado (2007:4) con posterioridad a la Segunda Guerra
Mundial, Estados Unidos invierte cuantiosas sumas de dinero en la investigación sobre el
sexo y la sexualidad, transformándose el sexo en un objeto de gestión política de la vida
con el objetivo de controlar socialmente las desviaciones y el saneamiento de la sociedad.
La primera acepción de los términos sexo-género, entendía que el hombre o la mujer como
sujetos “acabados” eran producto de la intervención de la cultura sobre las características
anatómicas de las personas, produciéndose un conjunto de investigaciones y programas
terapéuticos asociados a la medicina, tendientes a normalizar las patologías existentes en
torno a los mismos.

Este mirada acerca de la sexualidad, denominada por Donna Haraway (1995:9)


“paradigma de la identidad genérica”, se enmarca en una amplia reformulación y
racionalización de la vida y de las ciencias sociales que se produjo en Estados Unidos luego
de la segunda guerra mundial. En este marco, el surgimiento del concepto de género
acompañó el desarrollo de un conjunto de técnicas de normalización que buscaron la
transformación del cuerpo de acuerdo a un ideal preexistente acerca de lo que la
corporalidad de una mujer o de un varón debía ser.

La segunda ola del feminismo

En las producciones teóricas feministas, los antecedentes de la distinción entre sexo


y género se remontan a la obra El Segundo Sexo de la novelista y filósofa francesa Simone
de Beauvoir, publicada en 1949. En la misma se asevera que “No se nace mujer, se llega a
serlo” para expresar que la cualidad femenina no deriva de una pretendida naturaleza
biológica sino que es constituida a partir de un proceso complejo ligado a lo social cuyo
resultado es hacer de una persona de sexo biológico femenino, una mujer. De este modo,
Simone de Beauvoir resalta el rol de la sociedad y la historia en la construcción de las
mujeres como el segundo sexo, inaugurando una serie de críticas a las posturas
deterministas que buscaban justificar la inferioridad del sexo femenino con razones

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biológicas. En efecto, si la raíz de las desigualdades se situaba en la biología, considerada
inmutable e inmodificable, no existían esperanzas de lograr la liberación de las mujeres,
siendo necesario ubicarla en la cultura como elemento pasible de transformación. Este
argumento constituyó una herramienta clave en las luchas y reivindicaciones políticas del
feminismo por la igualdad entre los géneros, influenciando en forma decisiva gran parte de
su producción teórica posterior.

Décadas más tarde, las académicas feministas anglosajonas de los años 70 difunden
el concepto de género en las ciencias sociales con el objetivo primordial de combatir las
tesis biologicistas que ligaban el rol y el status social de las mujeres a su anatomía. Tanto
en EEUU como en Europa, las autoras se plantean como principal preocupación la
indagación del origen de la opresión femenina y el cuestionamiento de las afirmaciones que
naturalizaban la subordinación de las mujeres en diferentes planos de la vida social
(Mayobre, 2007: 35). Tal como señala Marta Lamas (1986: 103) varias antropólogas
feministas como Michelle Zimbalist Rosaldo, Louise Lampert y Rayna Reiter reeditaron
con sus producciones el debate “naturaleza versus cultura” buscando el origen biológico o
social de la opresión, a través de investigaciones que indagaban los roles ocupados por las
mujeres en otras culturas y sociedades con el objeto de relevar los diferentes modos de
subordinación existentes. El interrogante planteado, cuyas respuestas tuvieron un matiz
político de suma importancia para el feminismo, giraba en torno a la existencia o no de
vinculación entre las diferencias biológicas y las diferencias culturales. Si los roles sexuales
constituían un constructo cultural ¿por qué las mujeres permanecían excluidas del ámbito
público, recluidas en la domesticidad? Si en cambio dichos roles eran determinados
biológicamente ¿qué alternativas existían para lograr su modificación? Mientras que las
posturas biologicistas consideraban que las diferencias biológicas constituían la causa de
las desigualdades sociales entre mujeres y varones, las construccionistas postulaban el
origen sociocultural de la subordinación femenina. Para estas últimas, mientras que el sexo
constituía un factor natural y un imperativo biológico identificado con los genitales, la
diferencia de género derivaba de una construcción social y simbólica relacionada a un
proceso de dominación y opresión en el que los opresores eran los varones y las oprimidas
las mujeres.

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Sin restar importancia a los debates planteados por estas académicas en el contexto
social y político de la época, Javier Saez (2004: 98) señala que hasta ese momento el
análisis del género estuvo circunscrito a las formas de dominación de la mujer en su
relación con los varones, pero no produjo el abordaje de la heterosexualidad como lugar
principal del que emanaban la mayoría de estos dispositivos de opresión. Es alrededor de la
década del 70 que aparecen entre las feministas anglosajonas y europeas, autoras lesbianas
que abren una nueva perspectiva para el análisis de la opresión de las mujeres,
identificando los mecanismos estructurales productores y reproductores de dicha
subordinación: Monique Wittig, Adrienne Rich y Gayle Rubin constituyen tres importantes
nombres que revolucionaron desde diferentes perspectivas las formas de pensar las
categorías sexo y género, en el marco de la matriz heterosexual dominante.

Gayle Rubin
Es la primera en realizar una sistematización del sistema sexo/género. Esta
antropóloga feminista norteamericana publica en 1975 el artículo titulado “The Traffic in
Women: Notes on the Political Economy of Sex” en el que plantea un modo provocador de
entender la organización social del sexo biológico y la construcción de lo masculino y lo
femenino. Básicamente, postula que todas las relaciones sociales están mediatizadas por el
sistema sexo-género y que son esas relaciones – y no la biología- lo que contribuye a la
opresión de las mujeres. El género es entendido como una división de los sexos impuesta
por la sociedad, resultado de un proceso cultural por el cual los seres de sexo femenino y
masculino son transformados en mujeres y varones. “El sistema de sexo/género consiste en
una serie de acuerdos por los que una sociedad transforma la sexualidad biológica en
productos de la actividad humana (Rubin, 1996: 3). La domesticación de las hembras
humanas, o sea, la opresión de las mujeres, no constituye un hecho natural, sino que es un
producto social llevado a cabo mediante de un sistema de parentesco controlado por los
varones y sintetizado por la autora en la idea del “tráfico de mujeres”. Este concepto,
describe un mecanismo de intercambio social utilizado originalmente en sociedades
primitivas, que aún persiste en la sociedad moderna, en el cual:
“Las mujeres son objeto de transacción como esclavas, siervas y prostitutas, pero

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también simplemente como mujeres. Y si los hombres han sido sujetos sexuales
-intercambiadores- y las mujeres semiobjetos sexuales -regalos- durante la mayor parte de
la historia humana, hay muchas costumbres, lugares comunes y rasgos de personalidad
que parecen tener mucho sentido (entre otras, la curiosa costumbre de que el padre
entregue a la novia)…” (Rubin, 1996: 3)

De este modo, Rubin pone en cuestión el control ejercido sobre la sexualidad


femenina, proclamando que la noción de sexos opuestos es una construcción social que no
se desprende de ninguna diferencia natural sino que deriva de la división social del trabajo.
A partir de la lectura de Levi-Strauss, afirma que la finalidad de tal división es garantizar la
existencia de mujeres y varones que conformen parejas heterosexuales en tanto unidades
pequeñas y económicamente viables, creando necesidades que sólo pueden ser satisfechas
por el sexo opuesto.

Adrienne Rich
Poeta y pensadora feminista norteamericana, da a conocer en 1980 un texto muy
influyente para el pensamiento del momento denominado: “Heterosexualidad obligatoria y
existencia lesbiana”. En el mismo, analiza el concepto de “heterosexualidad obligatoria”
como complejo de fuerzas por medio de las cuales las mujeres fueron convencidas de que
el matrimonio y la orientación sexual heterosexual se constituyen en realidades inevitables.
Desvelando el modo en que la heterosexualidad fue construida en tanto institución política
así como los fines a los que ha servido, la autora caracteriza el sistema heterocentrado como
una organización económica que ha sustentado la división sexual del trabajo. Al decir de
Rich, el no reconocimiento de la heterosexualidad como institución, comporta una negación
de que el sistema de opresión económico, racial, de género, se mantiene debido a una
multitud de operaciones. Y la dificultad preponderante de este análisis radica en el
reconocimiento por parte de las mujeres heterosexuales de que su propio deseo sexual
puede no ser una elección o preferencia sino algo impuesto, organizado y mantenido a la
fuerza” (Rich, 2001: 66).

Otro de los principales méritos de esta autora fue poner al descubierto el

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heterocentrismo que había caracterizado a la casi totalidad de las producciones académicas
feministas desde sus orígenes, al punto de negar la existencia y las luchas de las mujeres
lesbianas. Esto, produjo entre otras consecuencias su invisibilización así como la no
discusión acerca de factores como la raza y las diferentes orientaciones sexuales
produciendo discriminaciones al interior del movimiento feminista. Para Rich, el
lesbianismo debe ser observado en un ”contínuum lésbico” que solidariza a todas las
mujeres que, de uno u otro modo, se distancian de la heterosexualidad e intentan crear o
reforzar vínculos entre mujeres, en la lucha contra del sistema patriarcal.

Monique Wittig
Constituyó una escritora francesa de vanguardia, feminista y radical. En su primer
obra “The straight mind”, texto escrito en 1978 y publicado en 1980, postula el status
político de la categoría de sexo, el cual, no remite a nociones naturales, biológicas ni
basadas en una diferencia ontológica ni económica sino que constituye una categoría
producida por el propio sistema dominante de pensamiento que funda la sociedad
heterosexual. Éste ha construido a lo largo del tiempo a la heterosexualidad como dato
incuestionable conformando un dispositivo constituido por un conjunto de discursos
variados sobre las ciencias humanas que producen e instauran heteronormas en materias de
sexo, género y filiación. Desde esta perspectiva, la relación varón-mujer es vista como
obligatoria y anterior a toda ciencia ya que es a partir de dicha relación que se han
elaborado interpretaciones de la historia, la sociedad, la cultura, el lenguaje, etc. las cuales
son consideradas válidas para todas las sociedades y épocas; y sólo adquieren sentido en la
diferencia de los sexos como dogma filosófico y político. (Saez, 2004:100). Es desde esta
mirada, que la autora propone desterrar las categorías de mujer y hombre enunciando que
las lesbianas no constituyen “mujeres” en tanto no se encuentran enmarcadas dentro de la
economía política de la heterosexualidad.

Otra innovadora temática abordada en este ensayo es el enfrentamiento con el


feminismo tradicional a quien le critica su identificación con las categorías: “mujer” y
“femenino” como conceptos a los que se le otorgaron significados unívocos, dejando afuera
la multiplicidad de realidades e identidades existentes en el amplio mundo de las mujeres y

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reaccionando contra un feminismo esencialista en sus fundamentos y objetivos.

Estas tres autoras realizaron desde perspectivas diferentes, importantes aportes a la


construcción de las categorías “sexo y género”. A partir del cuestionamiento al sistema
heterocentrado y particularmente a la institución del matrimonio como eje de dicho sistema,
ubicaron los mecanismos de reproducción de los antagonismos entre dos grupos sociales
opuestos: las mujeres y los varones. La no participación en la institución matrimonial fue
vista como una posibilidad paradigmática para la conversión de las mujeres en sujetos
protagonistas de la historia, abandonando el rol de objetos de intercambio y apropiación por
parte de los varones. Además, desencializando la categoría “mujer” como eje de la política
feminista, lograron reivindicar a las lesbianas al interior del movimiento, como sujetos que
con su sola existencia constituían una afrenta a la heteronormatividad.

Tal como señala Javier Saez (2004:120) el feminismo lesbiano comenzó a resaltar la
importancia del análisis de los dispositivos y las tecnologías, los discursos y las prácticas
que producen sexualidades y cuerpos, habilitando la pregunta acerca de quiénes definen y
configuran los diferentes status que adquieren los mismos en cada lugar y momento
histórico específico.

Sin embargo, es recién a mediados de los años 80, que comienza a gestarse, al decir
de Haraway (1995: 13), una desconfianza creciente respecto al binarismo de las categorías
de sexo y género y también - agregamos nosotrxs - respecto a la supuesta naturalidad del
sexo, inquietudes que se traducen en debates académicos al interior del feminismo.

La caída de las certezas

Judith Butler
En la década del 90, la filósofa Judith Butler publica su libro “El género en disputa.
Feminismo y subversión de la identidad” el cual revoluciona el modo de entender las

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nociones de sexo y género, constituyendo las bases de lo que se denomina “teoría queer”. A
partir de la distinción de estas categorías realizada por críticas feministas y retomando a
autoras como Simone de Beauvoir, Adrienne Rich, Monique Wittig y otras, Butler afirma
que el sexo biológico no pertenece a un campo prediscursivo anterior a cualquier
interpretación ni el género constituye una ley inexorable que se construye sobre un cuerpo
pasivo sino que ambos se erigen en el marco de significados e interpretaciones culturales
que los preceden. De acuerdo a la feminista norteamericana Catharine Mackinnon, a quien
Butler retoma, tener un género implica haber establecido previamente una relación
heterosexual de subordinación, dado que la noción de género conlleva de por sí la idea de
que la jerarquía sexual es lo que la produce y consolida. Butler rompe con la visión hasta
entonces aceptada que concebía al sexo como la base material del género, para describirlo
como un concepto sociológico derivado de una lectura de los cuerpos realizada en un
contexto histórico y social determinado previamente marcado por la heteronormatividad.
En efecto, el sexo como algo natural se ha configurado dentro de la lógica del binarismo del
género siendo preciso revisar genealógicamente cómo ésta fue produciéndose
discursivamente en el ámbito científico, en tanto idea al servicio de intereses políticos y
sociales. En este sentido, con el objetivo de descentrar las instituciones del falogocentrismo
y la heterosexualidad obligatoria, Butler retoma de Foucault el uso de la genealogía del
género como método que se dedica a “investigar los intereses políticos que hay en designar
como origen y causa las categorías de identidad que, de hecho, son los efectos de
instituciones, prácticas y discursos con puntos de origen múltiples y difusos”. (Butler,
1990: 27- 31).

Es necesario señalar que Butler no niega la existencia real del sexo sino que insiste
en resaltar el hecho de que no hay posibilidad de acceso a la materialidad del cuerpo sino a
través de un imaginario social conformado por normas, prácticas y discursos que fueron
configurados dentro de una matriz de pensamiento heterosexual.

Por otro lado, la autora cuestiona los pares binarios mujer/varón y femenino/
masculino, como así también la existencia de sólo dos sexos y dos géneros, que se
corresponden miméticamente entre sí. El género no es el resultado causal del sexo ni

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tampoco es tan aparentemente fijo como el sexo ya que si “el género es los significados
culturales que asume el cuerpo sexuado, entonces, no puede decirse que un género sea
resultado de un sexo de manera única" (Butler, 1990: 38). Por tanto, si el sexo y el género
son dos términos diferenciados, no es una obviedad que ser de un sexo determinado sea
equivalente a llegar a ser de un género específico. En otras palabras, alguien nacido con un
cuerpo catalogado como femenino no necesariamente construirá su género como “mujer” y
alguien nacido con un cuerpo catalogado como masculino, no necesariamente se construirá
como varón. Esta afirmación da cuenta de que los cuerpos sexuados pueden ser
interpretados y significados en una gama de géneros variados, no limitándose éstos a los
socialmente naturalizados “varón” y “mujer”. El análisis de Butler respecto a la
multiplicidad de géneros existentes así como la utilización del concepto de
“performatividad de los géneros”, desestabilizó profundamente la idea de las identidades
como esencias fijas e inmutables a lo largo de la vida.

El concepto de performatividad describe al género como una actuación reiterada y


obligatoria que es realizada en respuesta a normativas sociales que trascienden a los sujetos.
Dicha actuación, está siempre atravesada por un sistema de recompensas y castigos y la
misma constituye una práctica y una repetición continua en la que la normativa de género
se negocia. Tal es así que el sujeto que se performa no es el dueño de su género y no
realiza simplemente la performance que más le satisface, viéndose obligado a actuar en
función de una normativa genérica que promueve y legitima o sanciona y excluye. En esta
tensión, la actuación de género que el sujeto recrea, es el efecto de una negociación con esta
normativa (Sabsay, 2009: 4-7).

Beatriz Preciado
Esta filósofa española puede inscribirse dentro de las teóricas del posfeminismo y de
quienes colaboraron con la emergencia de los movimientos queers europeos a partir de
fines de la década del 90. Basada en la lectura de autoras y autores como Foucault, Judith
Butler, Donna Haraway, Teresa de Lauretis, y Eve Sedgwick, Preciado produce una
resignificación de algunos conceptos de las teorías queers ortodoxas (mayoritariamente
fundamentadas en la obra de Judith Butler “El género en disputa”) a los que considera

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insuficientes para comprender los procesos de incorporación del sexo y el género.

A partir del cuestionamiento a las categorías de “poder” y “subjetivación” de


Foucault y de ciertos ejes argumentativos de la teoría de la identidad performativa de Judith
Butler, la autora plantea la utopía de una sociedad que sistemáticamente deconstruye las
prácticas de género y las prácticas sexuales diluyendo los límites entre naturaleza y
tecnología, cuerpo y máquina; a la vez que interrogando los binarismos como sexo-género,
varón-mujer, masculino-femenino.

Al decir de Preciado, la ortodoxia queer se basó en el psicoanálisis como disciplina


burguesa sustentada en la noción de sujeto (masculino) de la modernidad; colocándose el
énfasis en el análisis del género como acto discursivo reiterado, subestimando los procesos
corporales y las transformaciones sexuales presentes en los cuerpos transexuales y
transgenéricos pero también en las técnicas estandarizadas de estabilización de género y de
sexo que operan en los cuerpos “normales” (Preciado, 2003).

Es por ello que a través del estudio de los aparatos sexuales y las relaciones cuerpo-
máquina en la construcción del género y el sexo, la autora busca poner en evidencia la
característica artificial de la división entre naturaleza y tecnología así como lo difuso de sus
límites, concibiéndolo como efectos de mecanismos políticos e ideológicos dominantes. El
cuerpo y las identidades genéricas (en tanto elementos del sistema sexo-género) son
visualizados como aparatos y prótesis producto de mecanismos de domesticación corporal
que con artificios farmacológicos o audiovisuales producen una fijación y una delimitación
de lo posible, lo imposible, lo aceptable y lo inaceptable (Hernández González, 2010: 85).
A partir de la descripción de los mecanismos de normalización que más allá del discurso y
los actos son productores de sujetos y cuerpos, Preciado se interesa particularmente por
aquellos que resisten las tecnologías de control ubicándose en los intersticios y fallas que
éstos dejan abiertos.

Conclusiones

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La reflexión acerca de los caminos seguidos por las categorías de sexo y género nos
conduce a identificar tres momentos relevantes en los que se produjeron giros y
redefiniciones en torno a las mismas. Un primer momento lo ubicamos en Estados Unidos,
a mediados del siglo XX, cuando surge la categoría de género asociada a la medicina y a
las tecnologías de intervención de la sexualidad, momento en el cual sexo es utilizado para
aludir a factores anatómicos y género refiere a las influencias del medio sociocultural. Estas
categorías son construidas en el marco de una visión funcionalista de la sociedad que busca
“reparar las “anomalías” existentes en torno a la sexualidad de las personas, para
encasillarlas en las identidades normativas “varón” y “mujer”. Este momento, es
caracterizado también por los primeros antecedentes de apropiación de las categorías de
sexo y género por parte del feminismo académico y político angloeuropeo, en sus intentos
por deslindar el fenómeno de la subordinación de las mujeres de las diferencias biológicas
entre los sexos. En ese contexto, la distinción sexo/género es utilizada para argumentar el
origen social y cultural de las desigualdades entre mujeres y varones, reafirmando la
imperiosa necesidad de las primeras, de luchar por su emancipación. Pese al carácter
revolucionario que tenían dichos planteos para el contexto europeo y anglosajón de la
década del 50 y 60, los mismos no indagaban aún en los mecanismos estructurales de
producción social de las desigualdades ni cuestionaban la supuesta complementariedad
biológica en la que se situaban las relaciones entre mujeres y varones.

Un segundo momento, lo ubicamos alrededor de las décadas del 70 y 80, cuando la


categoría de género se divulga en el feminismo académico y político angloeuropeo. Si bien
existieron numerosas producciones que buscaron el origen de la opresión femenina,
señalamos particularmente aquellas de autoras lesbianas, las cuales instalaron una crítica
inédita hasta el momento: al sistema heterocentrado como matriz productora de
desigualdades desventajosas para las mujeres, preguntándose por los factores políticos,
económicos e institucionales que las producían. Paralelamente, introdujeron una pregunta
decisiva para la historia posterior del feminismo como movimiento social y político: ¿cuál
es el sujeto del feminismo?, denunciando la esencialización de “la mujer blanca,
heterosexual y de clase media” como eje de su política y la consecuente discriminación y
no inclusión de las demandas de mujeres negras, lesbianas, orientales y pobres, entre otras.

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El tercer momento, va de la mano del surgimiento del posfeminismo y la irrupción
de Judith Butler como teórica anglosajona que a partir de los años 90, deconstruye las
categorías del binomio sexo-género, con la elaboración de una crítica filosófica. Esta
desencialización de ambos términos, basada en la idea de que las normativas de género
funcionan como un dispositivo que produce subjetividades, fue apropiada por colectivos
LGBTI2 y movimientos queer anglosajones y latinos que encontraron en los argumentos de
Butler un sustento teórico explicativo de los mecanismos productores de subordinaciones y
discriminaciones, los cuales ellxs sufren cotidianamente. Por el contrario, otros grupos de la
diversidad sexual, sostuvieron que planteos como el de Butler rompen con la matriz
identitaria necesaria para constituir un movimiento social y plantear demandas políticas
específicas. Más allá de esta distinción, es preciso resaltar que la autora dejó una marca
fundacional en la historia de la denominada teoría queer, produciendo un giro radical en las
reflexiones académicas relativas al sexo y al género.

A fines de la misma década, Beatriz Preciado comienza a ser difundida en el


contexto europeo como filósofa postfeminista asociada al surgimiento de los movimientos
queer. Esta autora, plantea fuertes críticas a ciertos fundamentos de los feminismos
tradicionales pero también a los movimientos queer ortodoxos surgidos a principios de los
años 90. A los primeros, les critica las explicaciones reducidas de la dominación histórica y
cultural basadas exclusivamente en las nociones de diferencia sexual y género que olvidan
elementos transversales como el cuerpo, la raza, la nacionalidad o la imagen, entre otras. A
los segundos, la ausencia de corporalidad en tanto materia fundamental para el análisis de
la construcción de las categorías de sexo y género. A partir de reformulaciones y
reapropiaciones de nociones como tecnología, poder y sexualidad - utilizadas por Foucault
y Teresa de Lauretis entre otros y otras –, Preciado se centra en la elaboración de una teoría
del género como “incorporación prostética”, que a la vez que aporta nuevos elementos al
debate acerca de la construcción de la sexualidad en las sociedades occidentales actuales, se
acerca a la interpretación de la construcción corporal de los sujetos y los colectivos que se
resisten a ser fácilmente encasillados en los esquemas interpretativos de la

2 LGBTI: lesbianas, gays, bisexuales, travestis, transexuales e intersexuales.

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heteronormatividad.

En definitiva, el recorrido realizado nos conduce a pensar que las categorías de sexo
y género fueron en una primera instancia diferenciadas entre sí por el feminismo con el
objetivo político de combatir planteos biologicistas, que asociaban las desigualdades
sufridas por las mujeres en su relación con los varones, a factores orgánicos. En un segundo
momento, esta crítica se amplia y profundiza incorporándose a la misma, el estudio de los
dispositivos productores de subordinación y diferencias desventajosas para las mujeres,
surgiendo análisis de las causas económicas, políticas y sociales que contribuyeron a
producir tales condiciones de subordinación. Si hasta ese momento, la relación amorosa
entre mujeres y varones era vista como natural y anterior a toda ciencia, estos planteos
rompen tal certeza, al señalar su carácter construido, habilitando la posibilidad de introducir
cuestionamientos a la heterosexualidad como obligación. En este segundo momento, no se
cuestionaba el significado primigenio de la categoría “sexo” como definición ligada a la
biología y “género”, como categoría ligada a la cultura. Es recién en un tercer momento, en
un contexto en el que la diversidad sexual y los movimientos queer anglosajones, se
preguntan por las orientaciones sexuales y las identidades de género no representadas en el
par mujer – varón heterosexuales, cuando maduran planteos teóricos como el de Judith
Butler, en los cuales estas categorías parecen acercarse entre sí en su significado, abriendo
la posibilidad de que lleguen a ser, al final, una única categoría. ¿Es el sexo una
materialidad fija e incuestionable, anterior al género? ¿Es el género un elemento que se
instaura con posterioridad al sexo? La certeza se desdibuja ante la idea de que el sexo es
interpretado en el marco de una sociedad ya significada, hablada y atravesada por esquemas
normativos acerca de lo que la corporalidad de lxs sujetos debe ser. Este tercer momento
instala la evidencia de que los cuerpos no pueden ser leídos por fuera de una matriz de
inteligibilidad previa que les asigna una significación y valoración específicas, con
consecuencias sociales y políticas concretas para lxs sujetxs.

Por último, es interesante señalar que la categoría género, surgida como un


elemento de normalización del cuerpo en el marco del paradigma médico hegemónico de la
sociedad estadounidense de posguerra, es posteriormente reapropiada en parte del mundo

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occidental, por sujetxs y movimientos ligados a la diversidad sexual, que la utilizan como
una herramienta de cuestionamiento del sistema heteronormado y de las corporalidades e
identidades legitimadas socialmente por este sistema. En otras palabras, la posibilidad
actual de modificar el cuerpo para adaptarlo al género sentido como propio, ¿puede ser
leída como una resignificación de las tecnologías que anteriormente estuvieron sólo al
servicio de la normalización? Si bien algunas de las construcciones identitarias actuales
refuerzan las corporalidades del par legitimado mujer – varón, otras, ligadas a las
denominadas identidades trans (travestis, transexuales e intersexuales), las ponen en crisis,
ubicando al cuerpo como un territorio modificable y a la tecnología como instrumento de
construcción de la identidad genérica sentida como propia.

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