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T22. Daño Cerebral Adquirido
T22. Daño Cerebral Adquirido
Objetivos de aprendizaje:
Desde el punto de vista estructural cerebral, el TCE grave en la edad pediátrica puede producir con
frecuencia lo que se denomina lesión axonal difusa. Esta lesión se ha vinculado con las
características evolutivas de la cabeza del niño: mayor tamaño respecto al cuerpo que en el adulto,
relativa debilidad de la musculatura cervical y falta de mielinización en el cerebro. Se asocia con las
fuerzas de aceleración y desaceleración que dan lugar al traumatismo y conlleva múltiples lesiones
pequeñas que pueden seguirse de desconexiones por cizallamiento de los axones, en especial en
estructuras de la línea media, como la sustancia blanca parasagital, el cuerpo calloso, los ganglios
basales y el mesencéfalo (Sans et al., 2009; Tasker, 2006). Aunque las pruebas de neuroimagen
pueden ser poco demostrativas en etapas iniciales, en dichas pruebas se detecta que la lesión
axonal difusa evoluciona hacia la atrofia cerebral cortico-subcortical (Tasker, 2006).
La expresión del daño cerebral adquirido infantil depende de dos procesos opuestos que forman
parte de un mismo continuo: la plasticidad y la vulnerabilidad. La plasticidad cerebral se define
como la capacidad del SN para modelar su estructura y función con arreglo a la experiencia, lo que
dará lugar a los procesos de aprendizaje. El término vulnerabilidad temprana se refiere a la especial
sensibilidad del cerebro inmaduro a un daño cerebral adquirido. (Ver cap. 2).
Existe mucha bibliografía sobre las repercusiones neuropsicológicas del daño cerebral adquirido en
la edad pediátrica. En el caso de los TCE, las funciones cognitivas más susceptibles de verse
afectadas son la capacidad intelectual general, la memoria, la atención y las funciones ejecutivas
(Anderson et al., 2012; Crowe et al., 2013). Estos procesos son esenciales para adquirir
conocimientos. Por ello, el rendimiento escolar va a verse afectado y, en ocasiones, puede empeorar
con el paso de los años y asociarse al fracaso académico.
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Neuropsicología del Desarrollo
BLOQUE VII: Daño cerebral adquirido
Tema 22: Traumatismo craneoencefálico
En general, la mortalidad es baja y el estado vegetativo menos frecuente. Sin embargo, los niños son
particularmente vulnerables a la persistencia de los déficits cognitivos, y el pronóstico es difícil de
establecer.
De acuerdo con el modelo de Dennis (1989), es necesario considerar el período evolutivo de una
determinada función cognitiva en el momento de la lesión. Dennis propuso tres etapas sucesivas
para cada una de ellas.
a. Emergente (habilidad no funcional). Un daño en este período es muy probable que tenga
consecuencias devastadoras en la evolución futura de todos las funciones y procesos
cognitivos.
b. En desarrollo (adquirida parcialmente). Los daños en este período pueden influir en la
velocidad, el dominio y las estrategias utilizadas de esas funciones cognitivas, de modo que
su maduración se vería enlentecida, la funcionalidad alcanzada no sería óptima y se
necesitaría estrategias compensatorias.
c. Establecida (totalmente funcional). En este caso el daño se asocia generalmente a una mejor
recuperación.
Por lo tanto, las consecuencias de un daño cerebral adquirido dependen de la interacción entre la
madurez cerebral, la naturaleza de la función (simple o compleja) y el nivel de desarrollo de la
habilidad. A diferencia de los adultos, los problemas pueden aparecer incluso años después de
haber sufrido el daño, cuando las demandas académicas y sociales son mayores. Por lo tanto, es
importante efectuar un seguimiento de estos niños a largo plazo.
El TCE se clasifica en leve, leve-complejo, moderado y grave. El instrumento más utilizado para
clasificarlos es la Escala de coma de Glasgow, desarrollada por neurocirujanos. Se usa en la fase
inicial a fin de efectuar un seguimiento objetivo del daño y así detectar mejoría o empeoramiento a
partir de tres parámetros: respuestas ocular, verbal y motriz. En la versión para lactantes y niños
menores de 5 años se han adaptado los ítems relativos a las respuestas verbales. Existen otros
indicadores adicionales que junto con la Escala de Glasgow ayudan a determinar la intensidad del
traumatismo (Silk et al., 2013):
TCE leve: 13-15 puntos en la Escala de Glasgow en el momento del daño, sin alteración en el
nivel de conciencia, focalidades neurológicas o evidencia de lesión cerebral en la tomografía
computarizada (TC) o la resonancia magnética (RM).
TCE leve-complejo: 13-15 puntos en la Escala de Glasgow con evidencia de lesión cerebral en
el TC o la RM.
TCE moderado: 9-12 puntos en la Escala de Glasgow tras el daño, con alteración de la
conciencia, evidencia de lesión cerebral en la TC o la RM o focalidades neurológicas.
TCE grave: 3-8 puntos en la Escala de Glasgow en el momento del traumatismo y evidencia
de lesión cerebral en la TC o la RM o focalidades neurológicas.
En la rehabilitación del daño cerebral también son de una gran importancia las técnicas de
modificación de conducta (para los problemas comportamentales) y la terapia cognitivo-
conductual (en relación con los aspectos emocionales, sobre todo en adolescentes), ya que, sin
duda, optimizan los resultados. Otro de los aspectos que es necesario considerar es el
entrenamiento en habilidades sociales.
La memoria es una de las funciones cognitivas más susceptibles de resultar afectada tras un TCE. Las
alteraciones suelen persistir y son la principal queja subjetiva que manifiestan los niños tras un
traumatismo grave. Las dificultades más comunes se centran principalmente en la capacidad de
aprendizaje o en la adquisición de nueva información.
Las FE también son muy vulnerables ante un daño cerebral adquirido. Su desarrollo sigue un curso
lento y progresivo. Algunos estudios muestran que estas habilidades empiezan a emerger en la
infancia y su maduración se extiende hasta la edad adulta. Dicho proceso ocurre en paralelo a la
maduración de la corteza prefrontal (Goldman-Rakic, 1987).
Por otra parte, las FE no sólo están relacionados con procesos estrictamente cognitivos, sino
también con aspectos conductuales y emocionales. Cuando un niño ha sufrido un TCE pueden
aparecer signos de irritabilidad, impulsividad, conductas agresivas, desinhibición o, por el contrario,
apatía. Estos cambios conductuales y emocionales entorpecerán de forma significativa la
adaptación social y la autonomía de los pacientes. No debe olvidarse, además, que dichos síntomas
pueden evidenciarse años después de haber padecido el TCE.
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a. Fase aguda
Abarca los dos primeros meses tras el traumatismo. En esta fase se realizan la primera TC y RM para
ver el alcance de la lesión. En el caso de una lesión axonal difusa, como ya se ha comentado en la
introducción, múltiples estructuras se pueden ver afectadas. Un primera aproximación de apoyo a
la familia está dirigida a:
Ayudar al equilibrio psicológico y emocional de familiares directos.
Facilitar estrategias para controlar comportamientos extraños del paciente. Se explica que tales comportamientos
en esta etapa son producto de la propia lesión en el cerebro. Se les enseña a reaccionar ante estas conductas
para no reforzarlas.
Proporcionar orientación durante la recuperación para afrontar las limitaciones funcionales y cognitivas de la
niña. Se da información por escrito sobre posibles síntomas que puedan aparecer y las medidas que se
recomiendan para su manejo. Con ello se pretende reducir la ansiedad y el nivel de estrés.
También en esta fase se inicia el servicio de rehabilitación, con sesiones de fisioterapia, logopedia y
terapia ocupacional. En el caso de un TCE grave, en los primeros dos meses es posible que el
paciente sufra déficits de lenguaje, (p.e., no articula palabras, contestaciones con monosílabos,
emisión de palabras sueltas) motores, (p.e., incapacidad de andar) de memoria (p.e., amnesia
postraumática) y/o desorientación en espacio y tiempo. Una vez que el paciente empieza a recordar
nuevas informaciones y reconoce a los miembros de su entorno, algunas recomendaciones dirigidas
a la familia podrían ser:
Procurar un clima de familiaridad en la habitación del hospital para ayudar al paciente a orientarse (p.e., colgar
fotos, llevarle objetos o muñecos significativos).
Mantener un ambiente tranquilo.
Evitar la sobreestimulación que pudiera provenir de conversaciones, televisión, etc.
Dirigirse al paciente de uno en uno, en especial al hacerle preguntas o simplemente conversar.
Utilizar instrucciones simples y cortas.
b. Fase subaguda y crónica
A partir de los 3 meses. Una vez dada el alta hospitalaria, el paciente sigue acudiendo diariamente
al hospital para seguir con los tratamientos mencionados de logopedia, fisioterapia y terapia
ocupacional. Se lleva a cabo una nueva evaluación neurológica que comprende una historia clínica
detallada1 y una valoración cognitiva breve para obtener un rastreo de las diferentes funciones
cognitivas.
Como es sabido, las secuelas de un TCE en el niño se comportan de modo dinámico, y gran parte de
la recuperación espontánea ocurre durante el primer año después de la lesión. Sin embargo, siguen
produciéndose cambios pequeños pero significativos entre los 2 y 5 años siguientes. Así, durante
los primeros meses, aun habiendo iniciado la rehabilitación de manera precoz, no se aconseja
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utilizar baterías neuropsicológicas amplias, ya que los resultados en este período son muy
cambiantes. A partir del año de haber sufrido el traumatismo, cuando las funciones cognitivas
están más estabilizadas, es conveniente llevar una exploración neuropsicológica exhaustiva, que
incluya tanto pruebas estandarizadas como cuestionarios de funcionamiento personal y social.
Además de las pruebas formales, se recomienda añadir una valoración ecológica, que se realiza en
el entorno natural del niño a través de instrumentos administrados a la familia y a los maestros.
En una fase inicial las sesiones suelen ser cortas, y en ellas se empieza a trabajar la memoria y el
lenguaje, así como las FE y atencionales, siempre utilizando material significativo para el paciente y
lo más «ecológico» posible para conseguir la generalización a la vida cotidiana. Un ejemplo de ello
es:
Memoria. Antes de empezar las sesiones, el paciente realiza un recordatorio de lo que ha hecho
durante la semana (día a día) y se le pide que cuente la experiencia más alegre. También se le pide
que evoque lo que ha comido el día anterior y la ropa que se había puesto. Parte del entrenamiento
de estas funciones se realiza mediante ejercicios de lápiz y papel y también con ordenador.
Lenguaje. En ocasiones se graba la voz del paciente para que posteriormente comente con la
neuropsicóloga su nivel de expresión y comunicación no verbal. Mediante esta estrategia se
pretende enseñar al paciente a organizar y secuenciar la información. Para ampliar el vocabulario y
recuperar el léxico puede ser útil la técnica de diagramas de palabras (p.e., a partir de una palabra
se hace una lista de todas las relacionadas) y la técnica de visualización para mejorar las habilidades
narrativas (p.ej., «recuerda cuando el sábado fuiste al supermercado: ¿con quién fuiste?, ¿cómo era
el supermercado?, ¿qué compraste?).
Funciones ejecutivas. Se entrena el uso de autoinstrucciones y de una agenda diaria. Para las
autoinstrucciones, mediante unas fichas con 5 pasos a seguir, se pretende instaurar unos hábitos.
También se trabaja la planificación de actividades cotidianas y la organización de los enseres
personales.
*En el caso que se presenta en el manual, una de las secuelas más llamativas que se observa en el
paciente es la apatía y la poca iniciativa que presentaba en el comienzo de sus actividades. Por ello,
se estructuraron las sesiones de manera que se comenzaba por aquellas que requerían niveles de
alerta elevados y alta velocidad de procesamiento. Mediante un juego de atención selectiva y
rapidez oculomanual se conseguía mantener al paciente mucho más centrado en la tarea y
participativo durante el resto de la sesión.
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Por lo tanto, la intervención centrada en habilidades académicas se adaptará a la edad escolar del
niño. Se iniciará de forma secuencial con contenidos previos al curso escolar correspondiente y,
posteriormente, se irá avanzando hacia los más actuales en función de la evolución del paciente. A
su vez, la intervención se focalizará en las áreas académicas más afectadas tras la lesión. La
participación familiar en este ámbito (como en todos) también es importante. Un ejemplo de
participación sería acompañar al paciente a la biblioteca para escoger un libro y así incidir en
vocabulario, comprensión lectora y expresión oral.
Aquí se realiza una exploración neuropsicológica más completa con el fin de observar el
rendimiento cognitivo global. En función de los resultados obtenidos, se priorizará trabajar más
específicamente en aquellas áreas que muestren déficits.
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d. Transcurridos 6 años
Existen casos en los que los déficits atencionales y en FE se han tratado farmacológicamente con
metilfenidato. Los resultados han sido positivos destacando (en el caso que presenta el manual) un
aumento en la iniciativa y la motivación para el trabajo, así como mayor capacidad de resolución de
problemas y adaptación a situaciones nuevas. En este caso, también mejoró la capacidad atencional
del paciente (p.e., en actividades de cálculo mental).
Es importante realizar el seguimiento a largo plazo de los niños que han sufrido un daño cerebral
adquirido. En cada etapa evolutiva se enfrentarán con una dificultades concretas que deberán ser
valoradas y tratadas. En las primeras etapas de la infancia y la adolescencia es necesario tener en
cuenta la repercusión a nivel escolar, social y emocional. No menos importante es la integración
laboral en la edad adulta, dado que en muchos casos puede ser deficitaria, incluso en aquellos que
de niños han mantenido un ritmo escolar aceptable (Sans et al., 2009).