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Gomel, S. y Matus, S. (2011) - Exigencias de Trabajo y Fuentes de Sufrimiento Vincular
Gomel, S. y Matus, S. (2011) - Exigencias de Trabajo y Fuentes de Sufrimiento Vincular
Transmisión generacional
En el año 1912 Freud escribió: ¨Habremos pues de admitir que ninguna generación
posee la capacidad de ocultar a la que le sigue hechos psíquicos de alguna
sustantividad”, introduciendo así en el corpus teórico del psicoanálisis la idea de lo
transgeneracional. Al finalizar la Segunda Guerra se multiplicaron los trabajos tanto
sobre hijos de sobrevivientes del holocausto como de criminales de guerra, con el objeto
de evaluar los efectos de lo traumático transgeneracional en la constitución psíquica. El
campo del estudio de la transmisión obtuvo un nuevo impulso con los estudios sobre el
esquizofrénico y su familia: Lidz, Bateson y Stierlin –entre otros- se ocuparon de mostrar
los modos comunicacionales de transmisión de sentidos que crean un campo apto para la
eclosión de la esquizofrenia en un individuo.
Ya en los setenta, fueron psicoanalistas franceses los que, a partir de impasses en los
procesos de análisis de pacientes bajo dispositivo individual, acuñaron conceptos tales
como cripta, fantasma, telescopaje generacional o transmisión de la vida psíquica entre
generaciones: Abraham, Torok, Kaës., Faimberg. En Argentina, Isidoro Berenstein
(1981) escribió sobre la Transmisión de los significados a través de la estructura familiar
inconsciente, apoyándose en ese momento en la teoría estructuralista.
A pesar de las diferentes fundamentaciones teóricas, estas corrientes de pensamiento
concuerdan en un punto: el sujeto humano no se constituye sólo a partir de las
experiencias acaecidas a lo largo de su propia vida, y por tal motivo la subjetividad
muestra límites imprecisos entre pasado, presente y futuro. Aparece en primer plano el
concepto de intersubjetividad ligado a la transmisión, aquello que surge por la co-
producción vincular de dos o más sujetos. Dicha producción intersubjetiva es a su vez
eficaz productora de subjetividad, pues la continuidad psíquica de las sucesivas
generaciones a partir de la pertenencia a una cadena genealógica impone una exigencia
de trabajo a los sujetos eslabonados en ella.
Transmisión generacional no es equivalente a patología. Se trata de un proceso propio de
la cultura: se transmiten lo prohibido y lo permitido, el idioma, el sistema de parentesco,
los valores, las ideologías, los criterios estéticos, la historia oficial. Sin perder de vista
que lo transmitido por una familia consiste en un recorte posibilitado por su particular
perspectiva sobre las reglas y convenciones de la cultura.
Pero el proceso de transmisión no se funda únicamente en quién transmite y qué se
transmite; se encuentra asimismo sustentado en los modos en que el receptor recibe el
legado de la transmisión, cómo va a hacerla suya, qué nuevo giro, qué novedad puede
introducir en ella, cuánto toma y cuánto desecha. La transmisión resulta así un proceso
construido entre las generaciones, haciendo borde en cada una de ellas.
Proceso realizado a dos vías: a través de la historia familiar tal como es contada de
padres a hijos, y como fragmentos de la vida psíquica de generaciones anteriores que se
convierten en parte del bagaje inconsciente de generaciones posteriores. Pero existe
también otra dimensión de la transmisión que tiene como cualidad primordial no haber
podido ingresar al mundo de lo representable, de lo pensable. Situaciones donde lo que
no pudo ser procesado psíquicamente en una generación, se transmite en su cualidad de
vacío a las siguientes, promoviendo ambigüedad y confusión. (Gomel, 1997) Circulan
trazas imposibilitadas de reescrituras psíquicas, que van trasladándose de una generación
a otra en su cualidad de irrepresentadas y, desde ese estatuto, se arborizan en diferentes
psiques. En este punto se hace necesario introducir el concepto de trauma, como agujero
de sentido que rompe las concatenaciones lógico-causales y espacio-temporales. Vacío
de pensamiento, se descarga por vía de la acción impulsiva. Atravesar una vivencia
traumática puede llevar a un trabajo de ligadura en el propio psiquismo o a una
desligadura tanática: las generaciones subsiguientes tendrán una muy distinta exigencia
de trabajo psíquico según una u otra de estas alternativas.
Lo no ligado ancestral, las pérdidas no dueladas, lo traumático insemantizado, lo
desmentido y repudiado en una generación -verdaderas precipitaciones del hacer - se
transmiten como blanco a las siguientes y retornan bajo el sesgo de la compulsión a la
repetición, perforando la capacidad representativa de la psique. En el seno de lo familiar,
las pérdidas no dueladas, al no poder ser enhebradas a una historia, impregnan el presente
familiar de sentimientos de culpabilidad, que muchas veces aparecen conectados con una
cruel necesidad de castigo: pérdidas en la generación de los hijos, como indemnización
imaginaria de aquello que se perdió en la generación de los padres. Los fragmentos del
pasado vincular obstaculizados de transformarse en hechos históricos emergen por la vía
del hacer, en generaciones con frecuencia alejadas de aquéllas que protagonizaron los
hechos. 1
Sin embargo, en este punto se abren las posibilidades a una repetición que en el cada
vez de nuevo vaya produciendo ligaduras, en contraste con la compulsión a la
repetición, ciega búsqueda de una identidad imposible con lo pretérito. La repetición
puede abrir paso a la novedad, lo que nunca fue y se hace posible a través de la
producción vincular intrageneracional; la compulsión a la repetición, en cambio, marca
el derrotero de lo endogámico, de un goce que obstaculiza la formación de nuevos
vínculos (Gomel, 2001).
Sufrimiento Vincular
Freud (1929) sostiene la existencia de tres fuentes de sufrimiento psíquico para el sujeto:
desde el cuerpo propio, desde el vínculo con el otro y desde la naturaleza. A su vez
Waisbrot (2007) 3 propone un cuarto origen del sufrimiento psíquico: las normas que
regulan los vínculos entre los sujetos.
Definimos al sufrimiento vincular como el producido en los sujetos por su pertenencia al
mismo. Si sujeto/vínculo/cultura constituyen una trama, sólo es posible pensar
predominancias en relación al sufrimiento en sus tres dimensiones: subjetivo, vincular o
social (Gomel y Matus, 2006). Dicho de otro modo, cada vez será un determinado tipo
de sufrimiento el que sale a escena, pero sin olvidar que los anudamientos vinculares
suponen otras zonas de sufrimiento en la sombra, llevando muchas veces a fronteras
inciertas y difusas.
Nos encontramos a veces frente al dolor 4 ante una pérdida significativa: muertes,
enfermedades, migraciones forzosas, colapsos económicos; otras frente a un sufrimiento
que transforma el dolor en goce, clásicamente los duelos patológicos, a los cuales hemos
preferido denominar imposibilidad en el trabajo de duelar y toda otra cuestión referida a
rasgos masoquistas; y otras aún en que el sufrimiento no está relacionado con la pérdida
sino con el exceso, situaciones siempre complejas y hasta paradojales: vincularidades
violentas, estados de irritación, proliferación del malentendido y/o de los mensajes
paradojales, locura vincular.
3
“Entonces, donde (Freud) había dicho “vínculos” pasó a decir “las normas que los regulan”, y lo denominó ética. No
es lo mismo. Lo que atañe a los vínculos pareciera ser más del orden del amor y el odio. En cambio “las normas que
los regulan”, atañen a lo permitido y lo prohibido en esas relaciones de amor y odio. En ese sentido entiendo que son
cuatro y no tres las fuentes de sufrimiento a las que Freud hace referencia: la naturaleza, el cuerpo propio, los vínculos
con los otros y las normas que los regulan” (Waisbrot, D: Duelo terminable e interminable, Revista Topía No 50 Bs.
As. 2007)
4
Isidoro Vegh, propone el término sufrimiento para el dolor que se ha convertido en goce. Por nuestra parte, siguiendo
la perspectiva freudiana, preferimos hablar de diferentes formas de sufrimiento, aun cuando debamos hacer algunas
especificaciones. (El abanico de los goces. Letra Viva, Bs. As. 2010)
Berezin (2010) propone dos sentidos para el dolor psíquico: “El dolor del duelo,
presencia de una ausencia irrecuperable, y el dolor que inflinge la crueldad del otro,
presencia del otro capaz de no conmoverse ni reconocer al otro como semejante.
Ausencia en una presencia.”
Como vemos, no es tarea fácil diferenciar taxativamente dolor o sufrimiento en lo
vincular. Siguiendo la idea kaësiana de metapsicología transubjetiva, observamos con
frecuencia que estas diferentes alternativas se encuentran distribuidas entre las psiques
de los sujetos del vínculo. Esto no implica que cada uno de ellos sufra de la misma
manera. Remarcamos que cualquiera sea el tipo de sufrimiento -subjetivo, vincular,
social- la sede del mismo es el sujeto. Tomamos dos ejes fundamentales para pensar el
sufimiento vincular: el procesamiento de la diferencia en sus tres recorridos de
semejanza, alteridad y ajenidad y las vicisitudes de la presencia de los sujetos del
vínculo.
Vicisitudes de la presencia
El tema de la presencia del otro en lo vincular es uno de los datos privilegiados para la
clínica, en oposición a lo que tradicionalmente se denominó relación de objeto. Pero
hablar de presencia exige, a nuestro entender, una mayor sutileza clínica: recordemos que
en todo vínculo cada sujeto es otro y cada otro es un sujeto, es por eso que preferimos
hablar de presencia de los sujetos y no solamente de presencia del otro.
Para cada sujeto la propia presencia y la del otro supone una exigencia de trabajo
psíquico para procesar aquello que excede a las representaciones. En un dispositivo
vincular la presencia constituye un tope, en excedencia a los engramas psíquicos que
cada uno tiene de sí mismo, del otro y del vínculo. El concepto pone a trabajar al
psiquismo a partir de lo que se presenta y no sólo de lo que se representa; se relaciona
con lo imprevisto, con el evento e intenta delinear la eficacia del accionar sobre el yo de
la situación de exceso irreductible del prójimo a las escrituras psíquicas. Pero la
presentación puede abrirse a tres posibilidades: el golpe catastrófico, la repetición en
diferencia o lo inédito acontecimental (Lewcowicz, 1997). Ningún rasgo en sí mismo
logrará darnos la pista de cual será su efecto ulterior y sólo a posteriori podremos
enunciar algo acerca de los recorridos vinculares.
“La presentación se instituye con la inscripción de nuevas marcas, por lo que no se
pueden evocar como la representación, ni simbolizar aún., y constituye una operación
diferente del yo (Puget, 2007).
Cuando la presencia se presentifica y aparece sin envolturas simbólico-imaginarias,
exhibe una característica traumática que orilla lo siniestro. En ese sentido, el exceso de
presencia puede ser equivalente a ausencia, en cuanto al fracaso en la constitución del
vínculo. Por otra parte, la ausencia no garantiza la no presencia: ubicamos aquí el
fracaso en duelar las pérdidas, tanto dentro de una generación o transgeneracionales.
La no presencia, a su vez, puede darse en presencia. Solemos escuchar en sesión:
“Él/ella está de cuerpo presente, pero su cabeza está en otra parte, no conmigo”.
También los movimientos de exclusión, de arrojar fuera, así como los de autoexclusión,
exceden la figura de la ausencia. Por ejemplo, las familias religiosas en las que se da por
muertos a los hijos que se casan con personas de otra religión.
El sufrimiento vincular oscila así entre dos polos: un exceso de acercamiento del otro,
verdadero trauma por presentificación de la ajenidad y consiguiente borramiento de la
diferencia propio de las situaciones de abuso, sea éste sexual o psíquico; y un exceso de
alejamiento, que pone de manifiesto sentimientos de aislamiento, abandono y
nadificación. La clínica nos trae en este punto las situaciones de falta de holding que
llevan en muchas circunstancias a la accidentofilia, la implosión de los cuerpos y las
conductas impulsivas. Ambos extremos traen a primer plano la imposibilidad vincular,
en cuanto a que se produce un fracaso en el velamiento de la diferencia.
Sin embargo, surgen otras situaciones de sufrimiento vincular donde se conserva el
reconocimiento del otro y de uno mismo como otro, que atenúan la intensidad de los
efectos de estos movimientos de acercamiento/alejamiento. Ejemplo de ello son ciertas
conductas parentales de sobreprotección o por contrario de autonomía prematura de los
hijos. El encuentro y/o desencuentro con el otro inevitablemente provoca un exceso y en
este sentido, un cierto sufrimiento vincular y subjetivo. Dependerá de los caminos
elaborativos que el sufrimiento lleve a lo psicopatológico, o conduzca a la
complejización del vínculo y las subjetividades