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Conjeturas Psicopatológicas- (Gomel, Matus)

CAPITULO 4: EXIGENCIAS DE TRABAJO Y FUENTES DE SUFRIMIENTO


VINCULAR

Exigencias de trabajo vincular


Para constituir una pareja y/o una familia, se ponen en juego dos exigencias básicas de
trabajo vincular: una proveniente de la cultura y otra de los sujetos del vínculo. La
primera se relaciona con el hacer recomenzar (Legendre, 1985) en cada generación los
requisitos imprescindibles para la continuidad de la organización social, y la segunda con
el velamiento de la ajenidad del otro, es decir, de la imposibilidad vincular. Estas
exigencias de trabajo suponen diferentes operatorias: en cuanto a la primera, requiere de
la transmisión generacional de las legalidades básicas de la cultura y de los imaginarios
necesarios para la pertenencia social y cultural. La segunda supone la instalación de un
pacto denegativo que pueda posibilitar el armado de un vínculo, en interjuego con el
contrato narcisista. La operatoria edípica y la derivada de los vínculos de paridad ponen
en juego diferentes vicisitudes en el cumplimiento de estas exigencias. Por otra parte, la
construcción del vínculo terapéutico erige a la cuestión transferencial en una tercera
exigencia de trabajo psíquico tanto para los pacientes como para el analista.
En todo vínculo, la tensión paradojal entre lazo/diferencia, posible/imposible, sujeto/
vínculo/cultura, exige un trabajo psíquico y vincular, fuente de sufrimiento tanto a
nivel de lo psicopatológico, como en relación a su necesario procesamiento. Llamamos
sufrimiento vincular al ineludible resto, a la discordancia imposible de suturar entre las
exigencias de trabajo psíquico para el armado vincular, y las legalidades propias de un
sujeto. Pertenecer a un vínculo implica un monto de renuncia pulsional a los sujetos del
vínculo que puede ser leído como sufrimiento y emergerá primordialmente respecto de
las vicisitudes de la presencia y del procesamiento de las diferencias. “Debemos
distinguir entre el sufrimiento patológico y el que se genera en el proceso de formación,
mantenimiento o disolución del vínculo, teniendo en cuenta que toda situación de
encuentro expone a la desilusión, consternación, añoranza, tristeza, desconsuelo,
ansiedad.“ (Bianchi, 2005) Se esboza un equilibrio difícil entre suscribir el contrato
narcisista y el riesgo/necesidad de diferenciarse en los propios pensamientos.
Sufrimiento no es equivalente a psicopatología y está siempre en juego como resto en el
devenir de todo vínculo. Por ejemplo, la separación de los cuerpos endogámicos como
mandato de la cultura es fuente de sufrimiento y al mismo tiempo, motor para la
constitución subjetiva y vincular. En cambio, el producido por desmentida o repudio de
la imposible continuidad genealógica y/o de la ajenidad del otro, es una de las fuentes
privilegiadas de patología en lo vincular. “El sufrimiento es una necesidad y un riesgo.
Necesidad porque obliga a los sujetos a reconocer la diferencia entre realidad y fantasía
y las diferencias entre sí, pero también es un riesgo porque ante el exceso de sufrimiento
se puede, vía desinvestimiento, restringir o anular la relación al otro” (Bianchi, 2005).
Vamos a desarrollar a continuación las dos primeras exigencias de trabajo psíquico para
lo vincular: transmisión generacional y velamiento de la imposibilidad vincular. En
relación a la tercer exigencia relacionada con la transferencia, el lector puede remitirse al
capítulo 2. Desplegaremos asimismo las dos fuentes básicas en la eclosión del
sufrimiento: vicisitudes de la presencia, procesamiento de las diferencias.

Transmisión generacional
En el año 1912 Freud escribió: ¨Habremos pues de admitir que ninguna generación
posee la capacidad de ocultar a la que le sigue hechos psíquicos de alguna
sustantividad”, introduciendo así en el corpus teórico del psicoanálisis la idea de lo
transgeneracional. Al finalizar la Segunda Guerra se multiplicaron los trabajos tanto
sobre hijos de sobrevivientes del holocausto como de criminales de guerra, con el objeto
de evaluar los efectos de lo traumático transgeneracional en la constitución psíquica. El
campo del estudio de la transmisión obtuvo un nuevo impulso con los estudios sobre el
esquizofrénico y su familia: Lidz, Bateson y Stierlin –entre otros- se ocuparon de mostrar
los modos comunicacionales de transmisión de sentidos que crean un campo apto para la
eclosión de la esquizofrenia en un individuo.
Ya en los setenta, fueron psicoanalistas franceses los que, a partir de impasses en los
procesos de análisis de pacientes bajo dispositivo individual, acuñaron conceptos tales
como cripta, fantasma, telescopaje generacional o transmisión de la vida psíquica entre
generaciones: Abraham, Torok, Kaës., Faimberg. En Argentina, Isidoro Berenstein
(1981) escribió sobre la Transmisión de los significados a través de la estructura familiar
inconsciente, apoyándose en ese momento en la teoría estructuralista.
A pesar de las diferentes fundamentaciones teóricas, estas corrientes de pensamiento
concuerdan en un punto: el sujeto humano no se constituye sólo a partir de las
experiencias acaecidas a lo largo de su propia vida, y por tal motivo la subjetividad
muestra límites imprecisos entre pasado, presente y futuro. Aparece en primer plano el
concepto de intersubjetividad ligado a la transmisión, aquello que surge por la co-
producción vincular de dos o más sujetos. Dicha producción intersubjetiva es a su vez
eficaz productora de subjetividad, pues la continuidad psíquica de las sucesivas
generaciones a partir de la pertenencia a una cadena genealógica impone una exigencia
de trabajo a los sujetos eslabonados en ella.
Transmisión generacional no es equivalente a patología. Se trata de un proceso propio de
la cultura: se transmiten lo prohibido y lo permitido, el idioma, el sistema de parentesco,
los valores, las ideologías, los criterios estéticos, la historia oficial. Sin perder de vista
que lo transmitido por una familia consiste en un recorte posibilitado por su particular
perspectiva sobre las reglas y convenciones de la cultura.
Pero el proceso de transmisión no se funda únicamente en quién transmite y qué se
transmite; se encuentra asimismo sustentado en los modos en que el receptor recibe el
legado de la transmisión, cómo va a hacerla suya, qué nuevo giro, qué novedad puede
introducir en ella, cuánto toma y cuánto desecha. La transmisión resulta así un proceso
construido entre las generaciones, haciendo borde en cada una de ellas.
Proceso realizado a dos vías: a través de la historia familiar tal como es contada de
padres a hijos, y como fragmentos de la vida psíquica de generaciones anteriores que se
convierten en parte del bagaje inconsciente de generaciones posteriores. Pero existe
también otra dimensión de la transmisión que tiene como cualidad primordial no haber
podido ingresar al mundo de lo representable, de lo pensable. Situaciones donde lo que
no pudo ser procesado psíquicamente en una generación, se transmite en su cualidad de
vacío a las siguientes, promoviendo ambigüedad y confusión. (Gomel, 1997) Circulan
trazas imposibilitadas de reescrituras psíquicas, que van trasladándose de una generación
a otra en su cualidad de irrepresentadas y, desde ese estatuto, se arborizan en diferentes
psiques. En este punto se hace necesario introducir el concepto de trauma, como agujero
de sentido que rompe las concatenaciones lógico-causales y espacio-temporales. Vacío
de pensamiento, se descarga por vía de la acción impulsiva. Atravesar una vivencia
traumática puede llevar a un trabajo de ligadura en el propio psiquismo o a una
desligadura tanática: las generaciones subsiguientes tendrán una muy distinta exigencia
de trabajo psíquico según una u otra de estas alternativas.
Lo no ligado ancestral, las pérdidas no dueladas, lo traumático insemantizado, lo
desmentido y repudiado en una generación -verdaderas precipitaciones del hacer - se
transmiten como blanco a las siguientes y retornan bajo el sesgo de la compulsión a la
repetición, perforando la capacidad representativa de la psique. En el seno de lo familiar,
las pérdidas no dueladas, al no poder ser enhebradas a una historia, impregnan el presente
familiar de sentimientos de culpabilidad, que muchas veces aparecen conectados con una
cruel necesidad de castigo: pérdidas en la generación de los hijos, como indemnización
imaginaria de aquello que se perdió en la generación de los padres. Los fragmentos del
pasado vincular obstaculizados de transformarse en hechos históricos emergen por la vía
del hacer, en generaciones con frecuencia alejadas de aquéllas que protagonizaron los
hechos. 1
Sin embargo, en este punto se abren las posibilidades a una repetición que en el cada
vez de nuevo vaya produciendo ligaduras, en contraste con la compulsión a la
repetición, ciega búsqueda de una identidad imposible con lo pretérito. La repetición
puede abrir paso a la novedad, lo que nunca fue y se hace posible a través de la
producción vincular intrageneracional; la compulsión a la repetición, en cambio, marca
el derrotero de lo endogámico, de un goce que obstaculiza la formación de nuevos
vínculos (Gomel, 2001).

Velamiento de la imposibilidad vincular


El pacto denegativo necesario para la consolidación de un vínculo presenta dos
polaridades: una organizativa y otra defensiva tanto del espacio intra como
intersubjetivo. Constituye un acuerdo inconsciente para que el vínculo se organice y
apunta por una parte a lo imposible, a las cuestiones necesariamente excluidas para
fundar vínculos; y por otra a los pactos y acuerdos inconcientes que posibilitan y
1
D. Kordon y L. Edelman (2007)también utilizaron esta herramienta teórica para analizar el impacto de la dictadura
militar sufrida en nuestro país entre los años 1976/83
promueven los lazos vinculares (Kaës, 1991). El pacto, motor de las tramas deseantes,
está a su vez articulado con el contrato narcisista (Aulagnier, 1975) 2 .
El interjuego entre pacto denegativo y contrato narcisista, que consideramos una de las
maneras de velamiento de la ajenidad, nos habilita a pensar la relación entre los sujetos
del vínculo simultáneamente desde tres dimensiones: como semejante, diferente y
ajeno, dimensiones anudadas, necesarias y no excluyentes, que al desanudarse abren el
camino a la psicopatología vincular. Tradicionalmente se utilizaron los conceptos de
ajenidad, alteridad y semejanza para pensar el lugar del otro del vínculo. Sin embargo se
trata de lógicas posicionantes no sólo del otro, sino también del sujeto en el vínculo con
ese otro. Diferencia y lazo se constituyen en simultaneidad, produciendo tramas
heterogéneas en cada situación. Esta idea se corresponde con suponer lo vincular como
un conjunto complejo en el cual coexisten lo simple y lo diverso, en una relación que por
su parte es también compleja.
Los conceptos de ajenidad y alteridad describen más puntualmente las vicisitudes del
procesamiento de la diferencia, en tanto que la semejanza apunta a aquello que produce
comunidad entre los sujetos. La diferencia entendida desde la perspectiva de la alteridad
apunta al reconocimiento del otro como sujeto y no como mero objeto, y se juega del
mismo modo que la semejanza, en términos de lo que Kaës (1991) denomina lo posible
del vínculo. La diferencia en cuanto a lo imposible -el lugar en el cual estamos
irremediablemente solos- remite a la ajenidad, imposibilidad que necesita ser velada para
poder sostener la relación. Lo imposible es una fracción constitutiva de lo que somos: lo
ignoto del otro nos enfrenta una y otra vez a lo ignoto en nosotros mismos. Así, los
términos ajenidad e imposible aluden a aquello que hace tope a toda idea de unicidad.
Por su parte la semejanza, en tanto complementariedad narcisista, constituye un
movimiento imprescindible de acercamiento entre los sujetos y la diferenciamos de la
alienación y los fenómenos de duplicación.
2
“El contrato narcisista tiene como signatarios al niño y al grupo. La catectización del niño por parte del grupo
anticipa la del grupo por parte del niño. En efecto, hemos visto que, desde su llegada al mundo, el grupo catectiza al
infans como voz futura a la que solicitará que repita los enunciados de una voz muerta y que garantice así la
permanencia cualitativa y cuantitativa de un cuerpo que se autorregenerará en forma continua. En cuanto al niño, y
como contrapartida de su catectización del grupo y de sus modelos, demandará que se le asegure el derecho a ocupar
un lugar independiente del exclusivo veredicto parental, que se le ofrezca un modelo ideal que los otros no pueden
rechazar sin rechazar al mismo tiempo las leyes del conjunto, que se le permita conservar la ilusión de una
persistencia atemporal proyectada sobre el conjunto y, en primer lugar, en un proyecto del conjunto que, según se
supone, sus sucesores retomarán y preservarán” (Aulagnier, P.: La violencia de la interpretación, del pictograma al
enunciado, Amorrortu, Bs. As., 1975)
Queda así planteada la hipótesis de una imposibilidad vincular constitutiva del sujeto y
sus vínculos, que surge predominantemente según dos vertientes: como motor del
vínculo, o como un vacío conducente a la desligadura y la fragmentación. (Matus, 1997).
Cuando la dimensión de ajenidad puede ser velada funciona como productor vincular, en
cambio cuando aparece al desnudo, sin velamiento, promueve la desligadura vincular.

Sufrimiento Vincular
Freud (1929) sostiene la existencia de tres fuentes de sufrimiento psíquico para el sujeto:
desde el cuerpo propio, desde el vínculo con el otro y desde la naturaleza. A su vez
Waisbrot (2007) 3 propone un cuarto origen del sufrimiento psíquico: las normas que
regulan los vínculos entre los sujetos.
Definimos al sufrimiento vincular como el producido en los sujetos por su pertenencia al
mismo. Si sujeto/vínculo/cultura constituyen una trama, sólo es posible pensar
predominancias en relación al sufrimiento en sus tres dimensiones: subjetivo, vincular o
social (Gomel y Matus, 2006). Dicho de otro modo, cada vez será un determinado tipo
de sufrimiento el que sale a escena, pero sin olvidar que los anudamientos vinculares
suponen otras zonas de sufrimiento en la sombra, llevando muchas veces a fronteras
inciertas y difusas.
Nos encontramos a veces frente al dolor 4 ante una pérdida significativa: muertes,
enfermedades, migraciones forzosas, colapsos económicos; otras frente a un sufrimiento
que transforma el dolor en goce, clásicamente los duelos patológicos, a los cuales hemos
preferido denominar imposibilidad en el trabajo de duelar y toda otra cuestión referida a
rasgos masoquistas; y otras aún en que el sufrimiento no está relacionado con la pérdida
sino con el exceso, situaciones siempre complejas y hasta paradojales: vincularidades
violentas, estados de irritación, proliferación del malentendido y/o de los mensajes
paradojales, locura vincular.

3
“Entonces, donde (Freud) había dicho “vínculos” pasó a decir “las normas que los regulan”, y lo denominó ética. No
es lo mismo. Lo que atañe a los vínculos pareciera ser más del orden del amor y el odio. En cambio “las normas que
los regulan”, atañen a lo permitido y lo prohibido en esas relaciones de amor y odio. En ese sentido entiendo que son
cuatro y no tres las fuentes de sufrimiento a las que Freud hace referencia: la naturaleza, el cuerpo propio, los vínculos
con los otros y las normas que los regulan” (Waisbrot, D: Duelo terminable e interminable, Revista Topía No 50 Bs.
As. 2007)
4
Isidoro Vegh, propone el término sufrimiento para el dolor que se ha convertido en goce. Por nuestra parte, siguiendo
la perspectiva freudiana, preferimos hablar de diferentes formas de sufrimiento, aun cuando debamos hacer algunas
especificaciones. (El abanico de los goces. Letra Viva, Bs. As. 2010)
Berezin (2010) propone dos sentidos para el dolor psíquico: “El dolor del duelo,
presencia de una ausencia irrecuperable, y el dolor que inflinge la crueldad del otro,
presencia del otro capaz de no conmoverse ni reconocer al otro como semejante.
Ausencia en una presencia.”
Como vemos, no es tarea fácil diferenciar taxativamente dolor o sufrimiento en lo
vincular. Siguiendo la idea kaësiana de metapsicología transubjetiva, observamos con
frecuencia que estas diferentes alternativas se encuentran distribuidas entre las psiques
de los sujetos del vínculo. Esto no implica que cada uno de ellos sufra de la misma
manera. Remarcamos que cualquiera sea el tipo de sufrimiento -subjetivo, vincular,
social- la sede del mismo es el sujeto. Tomamos dos ejes fundamentales para pensar el
sufimiento vincular: el procesamiento de la diferencia en sus tres recorridos de
semejanza, alteridad y ajenidad y las vicisitudes de la presencia de los sujetos del
vínculo.

Recorridos del procesamiento de la diferencia


La complementariedad narcisista o semejanza, la alteridad y la ajenidad conforman tres
vicisitudes del procesamiento de la diferencia siempre presentes en la vincularidad y de
sus enlaces y desenlaces dependerán las modalidades del vínculo. Cuando predomina la
semejanza, el sufrimiento se da por exceso de desanudamiento de lo imaginario, con su
efecto de déficit en lo simbólico. Se puede relacionar este sufrimiento con el Mito de
Narciso en el cual por una captura en la propia imagen se produce un pasaje al acto. Son
ejemplos de sufrimiento relacionados con el desborde de lo imaginario aquellas
situaciones ligadas a la ilusión de completud, el congelamiento del tiempo, el no registro
del cambio situacional o la violencia, entre otras.
Si reina la ajenidad, nos topamos con la hegemonía de la imposibilidad vincular -con su
correlato de caída de la ilusión- y su efecto de déficit de lo simbólico y lo imaginario,
vale decir de la semejanza y la alteridad. Podríamos relacionarlo con el Mito de
Drácula, en el cual no hay espejamiento y aparece la angustia del no reconocimiento del
otro. Algunos ejemplos de sufrimiento relacionados con la aparición de la imposibilidad
vincular surgen en las situaciones donde se da el pasaje al acto, la eclosión psicótica, la
implosión corporal, o las impulsiones.
Cuando la alteridad es hegemónica, podemos suponer su anudamiento a las otras dos
dimensiones, pero teniendo en cuenta que siempre se producen vacilaciones
fantasmáticas. Se encuentra relacionada con el Mito de Edipo, donde la diferencia está
reprimida y el sufrimiento se da por las vicisitudes del reconocimiento: de sentimientos
de soledad, del otro, de los límites en los vínculos y de los propios límites para estar en
un vínculo. También podríamos ubicar como expresión del predominio de la alteridad el
lazo fraterno logrado, y los diferentes vínculos en paridad. Relaciones que suponen el
reconocimiento del otro, y constituyen un espacio privilegiado para sostener la tensión
producida por la simultaneidad diferencia / lazo.
La construcción vincular necesita el anudamiento de estas tres dimensiones de lo ajeno,
lo semejante y lo diferente, por lo cual sin ilusión y sin reconocimento del otro como
diferente, no sería posible armar un vínculo. En este sentido, la clínica muestra que el
reconocimiento de las diferencias entre los sujetos facilita bordear el registro de la
imposibilidad vincular de una manera menos descarnada, permitiendo construir un
camino sublimatorio vincular y acceder a un cierto registro de la ajenidad (Matus y
Moscona, 1995).
En contraposición a esta posibilidad sublimatoria, en los funcionamientos vinculares en
los que predomina el déficit narcisista, las fallas en el velamiento de la imposibilidad
vincular, promueven graves dificultades en la construcción tanto de lo imaginario como
de lo simbólico, llevando a la indiferenciación entre los sujetos del vínculo, entre las
diferentes generaciones y entre las diferentes funciones vinculares.

Vicisitudes de la presencia
El tema de la presencia del otro en lo vincular es uno de los datos privilegiados para la
clínica, en oposición a lo que tradicionalmente se denominó relación de objeto. Pero
hablar de presencia exige, a nuestro entender, una mayor sutileza clínica: recordemos que
en todo vínculo cada sujeto es otro y cada otro es un sujeto, es por eso que preferimos
hablar de presencia de los sujetos y no solamente de presencia del otro.
Para cada sujeto la propia presencia y la del otro supone una exigencia de trabajo
psíquico para procesar aquello que excede a las representaciones. En un dispositivo
vincular la presencia constituye un tope, en excedencia a los engramas psíquicos que
cada uno tiene de sí mismo, del otro y del vínculo. El concepto pone a trabajar al
psiquismo a partir de lo que se presenta y no sólo de lo que se representa; se relaciona
con lo imprevisto, con el evento e intenta delinear la eficacia del accionar sobre el yo de
la situación de exceso irreductible del prójimo a las escrituras psíquicas. Pero la
presentación puede abrirse a tres posibilidades: el golpe catastrófico, la repetición en
diferencia o lo inédito acontecimental (Lewcowicz, 1997). Ningún rasgo en sí mismo
logrará darnos la pista de cual será su efecto ulterior y sólo a posteriori podremos
enunciar algo acerca de los recorridos vinculares.
“La presentación se instituye con la inscripción de nuevas marcas, por lo que no se
pueden evocar como la representación, ni simbolizar aún., y constituye una operación
diferente del yo (Puget, 2007).
Cuando la presencia se presentifica y aparece sin envolturas simbólico-imaginarias,
exhibe una característica traumática que orilla lo siniestro. En ese sentido, el exceso de
presencia puede ser equivalente a ausencia, en cuanto al fracaso en la constitución del
vínculo. Por otra parte, la ausencia no garantiza la no presencia: ubicamos aquí el
fracaso en duelar las pérdidas, tanto dentro de una generación o transgeneracionales.
La no presencia, a su vez, puede darse en presencia. Solemos escuchar en sesión:
“Él/ella está de cuerpo presente, pero su cabeza está en otra parte, no conmigo”.
También los movimientos de exclusión, de arrojar fuera, así como los de autoexclusión,
exceden la figura de la ausencia. Por ejemplo, las familias religiosas en las que se da por
muertos a los hijos que se casan con personas de otra religión.
El sufrimiento vincular oscila así entre dos polos: un exceso de acercamiento del otro,
verdadero trauma por presentificación de la ajenidad y consiguiente borramiento de la
diferencia propio de las situaciones de abuso, sea éste sexual o psíquico; y un exceso de
alejamiento, que pone de manifiesto sentimientos de aislamiento, abandono y
nadificación. La clínica nos trae en este punto las situaciones de falta de holding que
llevan en muchas circunstancias a la accidentofilia, la implosión de los cuerpos y las
conductas impulsivas. Ambos extremos traen a primer plano la imposibilidad vincular,
en cuanto a que se produce un fracaso en el velamiento de la diferencia.
Sin embargo, surgen otras situaciones de sufrimiento vincular donde se conserva el
reconocimiento del otro y de uno mismo como otro, que atenúan la intensidad de los
efectos de estos movimientos de acercamiento/alejamiento. Ejemplo de ello son ciertas
conductas parentales de sobreprotección o por contrario de autonomía prematura de los
hijos. El encuentro y/o desencuentro con el otro inevitablemente provoca un exceso y en
este sentido, un cierto sufrimiento vincular y subjetivo. Dependerá de los caminos
elaborativos que el sufrimiento lleve a lo psicopatológico, o conduzca a la
complejización del vínculo y las subjetividades

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