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La palabra laico es difícil encontrarla en el Nuevo Testamento. Sencillamente porque no aparece.

Tampoco se encuentra en los escritos de los primeros tiempos de la Iglesia. Surge algunos siglos
más tarde para referirse a aquellos que no eran sacerdotes. Desde el siglo XIX el término laico se
emplea para referirse a todo lo que no es religioso: una persona laica, una prensa laica, un estado
laico, una escuela laica…
Pero los cristianos si definimos a los laicos de una manera especial: somos fieles cristianos que
incorporados a Cristo por el bautismo integramos el pueblo de Dios. Nuestra misión es ejercer en
el mundo y en la iglesia la labor que nos corresponde. Y la Iglesia nos reconoce una enorme
dignidad: hijos de Dios, hermanos de Cristo, templos del Espíritu Santo, hombres y mujeres
llamados a la santidad. Un laico es un cristiano de los pies a la cabeza, cuya misión es santificar la
vida y cumplir la misión que Dios le ha encomendado en el mundo desarrollando cada día de la
mejor manera posible las pequeñas cosas ordinarias de su vida.
Somos gente que trabajamos, estudiamos, mantenemos relaciones de amistad, profesionales,
sociales, culturales… y que no tenemos miedo a desarrollar nuestra vocación cristiana para
intentar transmitir al mundo la presencia de Cristo en nuestra vida.
Estamos en este mundo para santificarnos en la vida profesional, la vida familiar y la vida
ordinaria y en todas las actividades de nuestra vida tenemos la ocasión para unirnos a Dios y
servir a los hombres.
Es un compromiso y una responsabilidad enorme. La Iglesia ha reconocido la santidad de
muchos hombres. Pero yo conozco a muchos santos anónimos que caminan a mi lado porque
viven la vida diaria desde la santidad, intentando unirse cada día a Cristo, siguiendo a Cristo,
siendo conducidos por el Espíritu; hombres y mujeres corrientes llamados por Dios a dejar de
lado la mediocridad para intentar buscar la perfección de su vida aunque sea con pequeños
gestos y detalles.
Por eso el cristiano debe ser el más responsable de los hombres; debe poner delante la conciencia
y la propia vida.
Hoy me hago esta pregunta: ¿soy un laico modelo? ¿Soy consciente de que formo parte del único
pueblo reunido en la Unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y que estoy llamado a
ejercer una misión, como Iglesia, de servicio al mundo, a ser testigo del Reino, a comprometerme
con el Reino en el mundo en mi situación, a humanizar y cristianizar con mi testimonio y con mi
obrar, trabajando por la promoción humana en las distintas esferas de mi vida familiar, laboral,
social, política…? ¿Qué hago yo desde el punto de vista cristiano por la sociedad?
¡Señor, quiero tener contigo un encuentro auténtico, profundo, íntimo, porque tú me invitas a la
conversión, a dejar atrás el hombre viejo para convertirme en un hombre nuevo! ¡Señor, quiero
seguirte aún a sabiendas de mi fragilidad, de mis caídas, de mis debilidades y hacer frente a
todas estas caídas buscándote a ti en la palabra, en los sacramentos, en la oración y en cada una
de las acciones de mi vida! ¡Seguirte a ti es un proceso que dura toda la vida, dame la fuerza de
tu espíritu para no desfallecer nunca, para ser fermento y signo del cristiano! ¡Señor, te pido por
todas las familias del mundo para que nos convirtamos en pequeñas iglesias domésticas, a
ejemplo de la Sagrada Familia, que crezcamos en un ambiente propicio donde reine el amor, la
generosidad, una espiritualidad firme, donde la fe esté arraigada Y donde todos nos sirvamos
unos a otros sin esperar nada cambio! ¡Señor, danos la fortaleza para crecer cristianamente, para
que los padres de familia estemos empeñados en trasmitir a nuestros hijos los valores cristianos!
¡Que tu Espíritu, Señor, nos ayude a vivir está espiritualidad frente al mundo, por eso te pedimos
también formadores de laicos que sean capaces de transmitir la palabra y tus enseñanzas para
alimentarnos y vivir nuestra vida cotidiana en unión contigo! ¡Señor, danos también sacerdotes
santos que caminen junto a los laicos para crecer en la vida de comunidad! ¡El hecho constitutivo
del laico es haber recibido el Sacramento del Bautismo por el cual nos convertimos en hijos de
Dios, miembros de la Iglesia, herederos de la vida eterna, ayúdanos a consagrar nuestra vida al
servicio tuyo y de la iglesia y que en este seguimiento radical estemos siempre acompañados con
la fuerza del Espíritu Santo! ¡Virgen María, se Tú nuestro modelo; que Tu «sí» en la Encarnación
y al pie de la cruz sea nuestro ejemplo! ¡San José, padre y esposo fiel, fidelísimo al Señor,
conviértete tú en nuestro modelo ejemplar!

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