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Sabemos que el uso excesivo de las redes sociales puede actuar como un factor de estrés y provocar otros

problemas de salud. En primer lugar, el uso prolongado de las redes sociales favorece el sedentarismo;
además, induce estereotipos o intentos excesivos por ser de una determinada manera. Por tanto, este uso
excesivo se ha asociado con síntomas de ansiedad y depresión.
A pesar de que esta asociación entre un uso excesivo de las redes sociales con síntomas de ansiedad y
depresión parece lógica, un reciente metaanálisis (Cunningham, 2021) señala que el problema no es tanto
el tiempo que se pasa en las redes sociales. Este autor defiende en su investigación que la asociación
principal entre depresión y redes sociales tiene que ver con el “uso problemático” más que con el tiempo
de uso o su intensidad.
Uso problemático de las redes sociales
El uso problemático de las redes sociales no está definido solamente por el número de horas que pasamos
delante de las redes sociales, sino por la repercusión que este uso tiene en la vida de la persona. Los criterios
para definir el uso problemático de las redes sociales son:
Cambios en el estado de ánimo motivados por el resultado de una publicación o por la opinión generada
en otros usuarios.
Preocupación excesiva por el uso de las redes sociales o por la aceptación del contenido publicado.
Efecto de tolerancia (incremento del tiempo dedicado a las redes sociales para saciar la necesidad de
conocer o estar informado).
Síntomas de abstinencia a redes sociales, como irritabilidad o ansiedad que aparecen si el acceso no es
posible o está limitado.
Recaídas en el uso (volver a hacer un uso excesivo de las redes sociales después de un periodo voluntario
de abstinencia).
A pesar del efecto negativo que puede tener sobre las personas, este uso problemático de las redes sociales
no está reconocido como una categoría diagnóstica por ninguna de las dos grandes instituciones que
clasifican los trastornos mentales: la OMS y la APA (American Psychiatric Association). Asimismo, tampoco
están reconocidas otras adicciones tecnológicas, como la adicción a internet o a los teléfonos móviles. Por
el contrario, la OMS (Organización Mundial de la Salud) sí que ha reconocido recientemente la adicción a
los videojuegos.
Un problema añadido al reconocimiento de las redes sociales como adicción es que socialmente no está
mal visto emplear casi todo tu tiempo libre (o el reservado para trabajar o estudiar) en las redes sociales.
Tampoco provocan consecuencias graves e inmediatas para la salud, como ocurre con el consumo de
drogas. Estos argumentos se han utilizado para que la adicción a las redes sociales no sea reconocida como
un tipo de adicción sin sustancia o adicción comportamental.

¿SON LAS REDES SOCIALES ADICTIVAS?


Cuando nos aburrimos o nos sentimos mal, recurrimos enseguida al móvil y nos decimos mentalmente:
«Solo un scroll más». Esta puede ser una de las frases que más repiten las nuevas generaciones (y las no
tan nuevas). Sin embargo, cuando levantas la cabeza del dispositivo, ya han pasado treinta minutos… ¡o
más!
Ese es el efecto que tienen las redes sociales en nuestro cerebro y en el que está implicada la dopamina.
La dopamina es el principal neurotransmisor del placer. Si nos acostumbramos a conseguirla fácilmente a
través del móvil, puede llegar a ser muy problemático.
Nuestra relación con las RRSS (redes sociales) es similar a la de una adicción. Las redes actúan sobre
nuestras regiones cerebrales más primitivas: las del sistema de recompensa y el neurotransmisor del
placer (dopamina).
Las redes nos aportan un flujo inagotable de información, interacciones con los demás, likes, vídeos
emocionantes, etc. En definitiva, la redes sociales proporcionan recompensas de una manera
intermitente, y su anticipación va a liberar dopamina y a favorecer un comportamiento adictivo. Además,
tienen el factor novedad, porque no sabemos lo que nos vamos a encontrar (un like, un comentario
positivo, un post interesante, una foto nueva del chicho que te gusta. Este tipo de recompensa variable y
sorpresiva hace que las redes sean todavía más “adictivas”.
En otras palabras, con las redes sociales, la dopamina se consigue rápido y fácil. Por tanto, ¿para qué
esforzarse en conseguir un buen chute de dopamina leyendo un libro o realizando una tarea más costosa?
El problema es que, mientras estamos hipnotizados por las redes sociales, dejamos de implicarnos en
otras tareas, renunciamos a otras cosas… ¡porque queremos más dopamina! Las redes sociales nos dan
dopamina sin esfuerzo y sin fin. El mundo digital va de la mano del concepto de infinito, porque ahí la
información fluye sin cesar. Es más, necesitaríamos varias vidas para consumir todo lo que allí se nos
presenta.

NUESTRA VIDA VISTA A TRAVÉS DE LAS REDES SOCIALES


Como animales que somos, tenemos la necesidad de ser aceptados en el grupo: necesitamos pertenecer.
Con las redes sociales, esa aceptación se comercializa en forma de likes (me gusta). «¿Y cuál es el
problema?», dirán algunos. «¿No es, a fin de cuentas, otra forma de pertenencia? Siempre ha habido unas
personas más populares que otras.»
El problema es que ahora lo popular y lo no popular, la pertenencia y el rechazo no tienen fin. Pueden
perpetuarse de una manera que no somos capaces de anticipar. No tenemos control sobre ello y tampoco
podemos adelantarnos a las consecuencias. Tanto lo bueno como lo malo puede ser transformado. Las
reglas del juego van cambiando y construir patrones se hace extremadamente complicado. Se muestran
vidas que no se corresponden con la realidad. Las redes están llenas de “yoes” idealizados que solo
muestran una parte seleccionada de sí mismos. La vida “sirve” para mostrarla, y las redes son el
escaparate. Como consecuencia, puede que nos olvidemos de disfrutarla. Además, cuando la mostramos,
tendemos a dejar ver sólo la parte más virtuosa -lo que nos gusta o será admirado-, pero no nuestros
defectos. Y todo ese escaparate impacta y marca estándares y referencias para la sociedad; referencias
sesgadas o desviadas de la realidad.

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