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La Constitución y el medio ambiente: otra

razón poderosa para una Constitución


democrática
por LILIANA GALDÁMEZ ZELADA 4 marzo, 2017

La Constitución de 1980 contiene una norma de contenido ambiental en el catálogo de los


derechos fundamentales, no obstante, en la práctica esta disposición ha sido más bien
invisible. Su contenido puede desagregarse como (art. 19 No 8):

1.- Un derecho fundamental: “El derecho a vivir en un medio ambiente libre de


contaminación”;

2.- Un deber de protección: “Es deber del Estado velar para que este derecho no sea
afectado y tutelar la preservación de la naturaleza”;

3.- Una cláusula de restricción de derechos: “La ley podrá establecer restricciones
específicas al ejercicio de determinados derechos o libertades para proteger el medio
ambiente”.

La Constitución contempla, además, el recurso de protección para su garantía.

El artículo 19 No 8 es una norma con densidad gramatical, no obstante, es una


disposición que no ha desplegado su fuerza normativa. De ello da cuenta un informe de
2016 del Instituto Nacional de Derechos Humanos, que identifica más de cien conflictos
socio-ambientales, la mayoría se relaciona con proyectos mineros; centrales
termoeléctricas; extracción ilegal de aguas; contaminación de ríos; cultivo de peces en
pisciculturas; uso de transgénicos; pesca; y explotación de litio y otros.

Asimismo, un informe reciente de la OCDE (2016) señala que, “Los recursos naturales
representan un pilar de la economía de Chile... El país se benefició del auge de los
precios de las materias primas en la década de 2000 y experimentó un crecimiento
económico sostenido durante la mayor parte de los últimos 15 años…No obstante, este
crecimiento sólido se vio acompañado de una tenaz persistencia de la desigualdad de los
ingresos y de mayores presiones sobre el medio ambiente, sobre todo la contaminación
atmosférica, la escasez de agua, la pérdida de hábitats, y la contaminación del agua y el
suelo”.

Además, durante 2017 el país ha enfrentado sucesivas catástrofes ambientales de variada


índole. La más reciente, fueron/son, los incendios forestales, donde la superficie arrasada
ronda las 577.800 hectáreas.

La pregunta que cabe es, ¿por qué una norma garantista termina siendo invisible o
irrelevante?

Existe otro ámbito en la Constitución de 1980 que se ha destacado por su densidad y por
su fuerza normativa, se trata de la llamada Constitución económica, que se plasma en el
rol subsidiario del Estado y en el reconocimiento de derechos fundamentales asociados,
entre otros, derecho a la libertad de empresa, derecho a la propiedad, derecho de
propiedad y derecho de aguas.

En la jurisprudencia sobre medio ambiente (dictada por cortes de apelaciones y la Corte


Suprema) se evidencia una tensión constante entre el derecho fundamental a vivir en un
medio ambiente libre de contaminación, el derecho de propiedad y la libertad de empresa,
pero los jueces solo alcanzan a resolver casos puntuales, no diseñan políticas ambientales,
ni imponen límites genéricos a la libertad de empresa o al derecho de propiedad, ese sería
el rol del legislador. Además, en las sentencias dictadas entre 2009 y 2016, al menos un
tercio de los casos corresponde a recursos de protección presentados contra la industria
minera y de energía. La mayoría, se dirige contra decisiones de los órganos del Servicio
de Evaluación de Impacto Ambiental. Lo que se cuestiona, en el fondo del asunto, es la
vigencia del principio preventivo en la toma de decisiones ambientales, especialmente
cuando se trata de la aprobación de proyectos mineros y de energía.
En la cuestión ambiental parece que, desde la protección del interés público, es posible
acoger y proteger jurídicamente categorías como la de los bienes comunes, donde el
Estado adquiere un rol a la hora de, por ejemplo, planificar el uso del territorio y su
protección, eso antes de impulsar la iniciativa privada. No que la excluya, pero sí que
anteponga el interés público como criterio delimitador. Por eso y por otras muchas
razones, es que nuestro país necesita dotarse de un marco constitucional democrático
que delimite estas cuestiones.

La cuestión ambiental emerge con fuerza en Chile una vez que el entorno comienza a dar
señales de agotamiento. En el proceso participativo, impulsado por el ejecutivo para
diseñar las bases de una Constitución democrática, el valor: respeto/conservación de la
naturaleza o medio ambiente ocupó entre el 3 y el 5 lugar de importancia para quienes
participaron del proceso (ELA: 3º, CP 4º, CR: 5º)[1]; en cuanto los deberes y
responsabilidades constitucionales, protección y conservación de la naturaleza, esta
ocupó el 1 o 2 lugar de importancia para los participantes del proceso (ELA: 2º, CP: 1º,
CR: 1º).

Una disposición aislada en la Constitución, sin anclaje en la parte primera, de los


principios rectores e implementada desde la lógica del Estado subsidiario, deriva -la
experiencia lo demuestra-, en una norma más ornamental que eficaz. La formulación de
la cuestión ambiental como un derecho fundamental puede resolver una parte del asunto,
pero su judicialización no es la vía idónea para enfrentar los desafíos que implica
comprender los límites del entorno. Tampoco se trata de un asunto que pueda resolverse
únicamente desde el Estado, la cuestión ambiental supone también, necesariamente, una
lógica de responsabilidad de las personas (naturales y jurídicas).

Muchas nuevas constituciones Latinoamericanas (Ecuador, Colombia, Bolivia) tratan la


cuestión ambiental también a propósito del modelo económico de desarrollo y se
pronuncian en favor del cuidado de los bienes comunes. Esto no es casual, nuestros
países funcionan en base a economías extractivas donde los recursos naturales
representan un pilar fundamental para su desarrollo. Por eso parece importante que este
asunto tenga una referencia constitucional.

Finalmente, en la cuestión ambiental parece que, desde la protección del interés público,
es posible acoger y proteger jurídicamente categorías como la de los bienes comunes,
donde el Estado adquiere un rol a la hora de, por ejemplo, planificar el uso del territorio y
su protección, eso antes de impulsar la iniciativa privada. No que la excluya, pero sí que
anteponga el interés público como criterio delimitador. Por eso y por otras muchas
razones, es que nuestro país necesita dotarse de un marco constitucional democrático que
delimite estas cuestiones. En este ámbito la experiencia demuestra que el sentido común
y el derecho, muchas veces van de la mano.

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