You are on page 1of 2

“Premio Nacional de Narrativa y Ensayo “José María Arguedas”

TODAS LAS SANGRES “Siempre ha de volar un gavilán cuando hay cabildo”, pensó
(José María Arguedas) la señora, contemplando el vuelo lento de un ave negra que
CAPÍTULO V parecía vigilar los tristes árboles de la plaza. “Dicen los indios
(pág. 145) que es el espíritu y el cuerpo del Apukintu...”
Doña Adelaida hizo la señal de la cruz sobre su frente —Pongo nuevamente a la consideración de los señores
cuando escuchó la voz solitaria de la campana mayor. vecinos mi propuesta de acordar que no vendamos a don
—¡Al fin...! —dijo. Fermín Aragón de Peralta ni una vara más de nuestros
Pero no continuó persignándose porque la campana dio otro maizales de “La Esmeralda”. En el cabildo pasado, el común
golpe y varios más sin alternar con la pequeña. ya lo decidió por boca de sus alcaldes.
—Llaman a Cabildo. ¡Tengo que ir! La pobre Rosario sigue —Usted, ¿no había renunciado? —preguntó el Brañez que
padeciendo sus culpas. ¡Es demasiado, Señor...! Sobre todo, ocupaba un sitio en la última banca, junto a la señorita
porque su agonía hace bailar a los más, y unas pocas Asunta.
mujeres la santificamos. —No señor. El cabildo se desbandó, si usted lo recuerda.
El gran corredor de su patio aparecía nítidamente —¡Ah!
ornamentado por un empedrado de guijarros negros y —Yo he hecho saber claramente mi decisión y opinión, no
blancos que formaban una especie de dibujos de alfombra. como alcalde, sino como vecino. Si vendemos “La
Las columnas de sillares blancos que sostenían el techo del Esmeralda” a Fermín Aragón la mina secará la pampa de la
corredor mostraban muy pocas reparaciones de cemento. que vivimos.
Grandes macetas alimentaban a enredaderas enclenques —¿Cómo? —volvió a preguntar Brañes.
que en ese mes de sequía trepaban débilmente, con las —No hay que ser ignorante. La mina necesita ese campo
hojas medio quemadas, sobre las cuerdas que alcanzaban llano para sus instalaciones y sus talleres también —intervino
los techos. Pero en mayo y abril florecían de campanillas “El Gálico”, poniéndose de pie—. ¡Señores vecinos notables
azules y rojas que hacían llegar de las zonas más tibias a y señores mestizos, menores contribuyentes! —y don
uno que otro picaflor fornido que danzaba para la dueña del Fabricio adoptó una actitud solemne—. ¿Con qué intención,
patio. Ella sonreía, entonces, como ante un prodigio hecho don Fermín nos compró casi a todos, hace poco tiempo,
por sus manos. pagando grandes precios, parte de nuestros cercos de maíz
De la Torre y “El Gálico” temían a esta señora. Cuando la de “La Esmeralda” y dejándonos, como si fuera buen
vieron subir al corredor del municipio, ensombrerada y con su cristiano, que nunca lo ha sido, en posesión de esas sus
bastón con puño de oro, el temor de ambos se hizo tan pertenencias?
evidente que palidecieron. La nariz de “El Gálico” se manchó Ahora lo sabemos. Había mala intención, traición, diría. Nos
de lamparones. va a abrir juicio, muy pronto, porque la mina ya resultó. ¡Se
Doña Adelaida tomó asiento en el silloncito que ella enviaba ha encontrado! El maestro Portales, y Justo Pariona, Pollana
siempre con una de sus criadas, apenas oía la campana. de San Pedro de Lahuaymarca, que ahora es perforista, han
Esta vez contestó el saludo de los vecinos, muy alegre, y llegado a la punta de la veta. ¡Oro y plata, dicen!
ocupó su sitio. —¡Habrá trabajo, don Fabricio! —le interrumpió Brañes.
Estaban presentes unos doscientos vecinos y algunos —A cambio de hambre. El maíz costará oro, mucho más que
mestizos. De pronto, Doña Adelaida, descubrió al final del el trigo y el ganado. ¡La tierra vale ahora como la mina!
corredor, detrás de los vecinos, a Asunta de la Torre, sentada —Tiene razón —dijo doña Adelaida—. Yo no le venderé a
en una de las bancas de madera. Sólo un vecino pobre, un Fermín ni una vara, como hasta hoy. Y no le venderé porque,
Brañes, la separaba de los mestizos. efectivamente, ahora sé que ha procedido con malicia.
—Empieza el cabildo, señores —dijo don Ricardo, el alcalde. Asunta abrió en ese momento un papelito que apretaba en su
Doña Adelaida levantó su bastón. mano izquierda; cubriéndolo con su pañuelo leyó
—Diga, señora. nuevamente el mensaje escrito en letras de imprenta:
—No puede empezar nada. No están los alcaldes indios; ni “Inginiero Cabrejos matando inocente maestro Gregorio,
un varayok hay. No sería legal el cabildo —advirtió. queriendo para gringos maizal Esmeralda. Ingimiero
—Señora —le contestó don Ricardo—. Esta es una sesión engañando don Ricardo, don Fabricio. Don Ambrosio Brañes
extraordinaria, para tratar de algo que el Común ya consideró vendido ya. Defiende pueblo vecinos valiente virgencita niña
y dio su acuerdo… Asunta. (Rompiendo papelito.)” Se dedicó a romper el papel
—¡Ah! ¿Y esa señorita? ¿Qué hace aquí? sólo ese día, luego de haber escuchado a “El Gálico” y a
—Mi hija tiene negocio abierto, de su propiedad. doña Adelaida.
—Y que ha prosperado... Otro Brañes, el más pobre de todos, un vecino con camisa de
—¡Señora!... Por eso mismo tiene derecho expedito para tocuyo, “el primer señor de la villa de San Pedro que se vio
opinar aunque no para resolver. obligado a usar camisa de tocuyo”, que en vez de pasar
—¿Ajá? Es cierto. Dispense, alcalde. desapercibida se distinguía Mejor, porque era a rayas de
Era cerca del mediodía. La basura que el viento arrastraba en color; ese Brañes pidió la palabra.
la plaza vacía, trayéndola por las cuatro bocacalles, se —Casi nos ha comido ya el peor de los hermanos —. dijo—.
elevaba a ratos; daba vueltas junto a los pobres troncos de No me ha valido de nada la plata que me dio Cedropampa.
los arbustos. Le he vendido casi todo. Por mis hijos menorcitos me quedé

1
José María Arguedas
“Premio Nacional de Narrativa y Ensayo “José María Arguedas”
con la parte en que está el eucalipto mayor de “La ¡Siéntese! Su nariz va a reventar si continúa el castigo.
Esmeralda” y de todo el distrito. Ellos lloraban por el árbol. “El Gálico” obedeció. Y el silencio se hizo más puro en la
—No le ha quitado la tierra. Está usted sembrando — dijo, gran plaza. Bajó el gavilán como una flecha sobre los
tranquilamente Asunta, sorprendiendo al cabildo. Y si usted pequeños árboles de la plaza. Su cuerpo y sus alas negras
ahora lleva camisa de tocuyo es porque prefiere enterrar la rasgaron el aire. Se llevó en el pico un polluelo de torcaza.
plata antes que vestirse como es debido y vestir a su Desapareció tras la iglesia contra el fondo rojo de flores del
familia... Apukintu.
—¿Enterrar la plata? Doña Adelaida se puso de pie. Con la punta de su bastón
—¿Enterrar la plata? —se oyeron voces, señaló al alcalde.
—¿Enterrar la plata ha dicho? —preguntó “El Gálico” entre —Don Ricardo de la Torre —dijo; su voz no parecía de anciana,
indignado y perplejo. sonaba a metal en los oídos de todos los vecinos—; señor
Brañes parpadeó, como si Asunta se hubiera tramsformado alcalde: los indios creo que saben. Como aquí no hay un solo
en un fantasma. La joven habló desde la banca que ocupaba, varón que sea hombre, el Apukintu ha enviado a su gavilán, es
sin pararse. “El Gálico” observó agudamente a Brañes, que decir, él mismo se ha hecho presente, indignado; ha bajado cual
no contestaba y a la señorita De la Torre que esperaba la un rayo a nuestra plaza y ha sacrificado a una paloma que debe
respuesta. ser macho. Lo sé. ¡Váyanse a sus casas, señores, que aquí hay
—¡He dicho que entierra la plata! —repitió ella, Brañes cerró sólo dos varones: Asunta y yo! Cabrejos vino de noche a
el puño y los músculos de su cara; enrojeció. proponerme negocios demasiado favorables para que fueran
honestos. Lo comprendo ahora. ¿Y no se acuerdan que Bruno
Iba a gritar...
Aragón de Peralta es un caballero con las señoritas y que
—Con calma y respeto —dijo doña Adelaida.
ninguno de ustedes ha merecido una sola palabra de gracia de
—Usted se habrá, pues, levantado de noche para seguirme. Asunta de la Torre? ¡Fuera, he dicho! Véndanle sus tierras a
No hay ahora quien la cuide. Me habrá usted, pues, velado a Cabrejos o al demonio, pero váyanse de aquí.
la puerta de mi casa. Don Ricardo permaneció mudo e inmóvil; “El Gálico”
—No, señor Brañes. De día entierra la plata que desde hace lloraba.
tiempo le da para que usted, más bien, nos vele a todos, el Entonces, doña Adelaida, que siempre tenía su escaño cerca de
ingeniero Cabrejos. Usted es su acusete. la mesa del alcalde, avanzó hacia don Ricardo y le dio un
Brañes empezó a sudar. bastonazo en la cabeza.
—¡Hija! Sólo los hombres tienen derecho a lanzar —¡Qué alcalde ni qué alcalde! ¡Qué vecinos! Maricones,
acusaciones... fuertes... y dudosas —dijo el alcalde. muertos de hambre. ¡Fuera! El hambre más que la dignidad, no
—¡Ah, el ingeniero...! —exclamó doña Adelaida. en San Pedro. ¡En nombre de Dios que creó al hombre, a su
—Señor alcalde, papá, mírale cómo suda el señor Brañes. imagen y no a la de perros sin dueño! ¡Fuera, fuera!
Dios le perdonará. No sólo él recibe plata del ingeniero. Golpeó con el puño de su bastón a todos los que pudo
—¿Quién más, señorita? ¿Qué clase de amistad tiene usted para dispersarlos.
con el ingeniero para saber tanto? —preguntó “El Gálico”. Huyeron, o mejor, despejaron el corredor. “El Gálico” con un
—Oiga usted, señor, está usted hablando como un pañuelo sobre la boca, atravesó la plaza rápidamente. Algunos
anticristiano, contra de la razón. Si fuese amiga del ingeniero saltaron del corredor al campo, otros desfilaron delante de la
le taparía los enredos que ha amarrado, no para arruinar a señora para alcanzar las gradas. No hablaban. Vieron a “El
don Fermín sino para agarrarse después él todo San Pedro. Gálico” perderse en la esquina. Nadie se detuvo en los
corredores. No les quedó lugar en el ánimo para la curiosidad.
Es lo que digo.
Desaparecieron.
—¡Don Bruno le ha dicho! ¡Y de noche! —pudo gritar Brañes,
El alcalde permaneció en su sitio. Hacía señas con la mano para
y se sentó. El sudor se le había enfriado y le charreaba ya que los demás se fueran, pero él se quedó.
por el cuello, llamando la atención de todos, a pesar de que —No tienes que darle cuenta a nadie, hijita. ¿Puedes hacerme
la acusación de la joven estremeció a la mayoría de los el honor, con permiso de tu padre, de ir a almorzar a mi casa?
vecinos. Pero ella seguía, como les estaba permitido a las Soy viuda sola. Dios no quiso darme una hija como tú —le dijo
mujeres, sentada en la banca. doña Adelaida a Asunta
—-Don Bruno! ¡Y de noche! —repitió “El Gálico”, que —Don Ricardo: usted, ahora, ahora que lo veo, me parece el
permaneció de pie. verdadero alcalde de esta villa arruinada, quizá maldecida.
—“Mírale la nariz, niñita. No le contestes, corazón”, oyó Usted ha recuperado con el golpe de mi bastón parte de su alma
Asunta que le decían en quechua desde la calle. El corredor antigua. ¡A resucitar se dijo! Mi casa, por la gracia de Dios, no
tenía a ese lado como dos metros de altura sobre la calzada. ha envejecido como yo. Allí está la noble, la real villa de San
El otro Brañes oyó también la voz, y todos los que ocupaban Pedro de Lahuaymarca. Me llevo a la única hija digna de esta
la última banca, pero no se levantaron por temor de que el villa, de su esplendor de otros tiempos: doña Asunta de la Torre
alcalde los hiciera hablar y, también, porque la nariz de don y Pancorvo. ¡Adiós! La joven se dejó llevar. Ya cerca de la
Fabricio se iba amoratando, cuanto más duraba el silencio en esquina volvió la cabeza para mirar a su padre, Seguía de pie.
el corredor y la. plaza. No le extrañó que el varayok” de turno y dos jóvenes indios de la
—¡“El Gálico”, señalado por el Altísimo! —habló por fin doña comunidad lo escoltaran como a diez metros de distancia. Doña
Adelaida—. Usted no tiene derecho; no es un pobre infeliz Adelaida se detuvo y también miró el corredor y la plaza…
como Ambrosio Brañes, que tiene diez hijos.

2
José María Arguedas

You might also like