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Guillermo de Ockam
Guillermo de Ockam
sus más ilustres representantes se esforzaron por determinar un punto de vista desde el
que todos los conocimientos racionales y todos los datos de la fe pudiesen aparecer
como otros tantos elementos de un único sistema intelectual. El siglo XIV se encuentra
con el resultado de estos esfuerzos, y dicho resul-tado no le ofrece una solución del
problema, sino dos (Buenaventura, Tomás de Aquino), y quizá tres (Alberto Magno).
Esa es la razón de que el siglo xiv sea, en amplia medida, un siglo de crítica,
entendiendo la expresión en el sentido de crítica de la filosofía por la teología, o
por sí misma a instancias de la teología. Bajo este aspec-to, Duns Escoto es
verdaderamente el primer filósofo en quien se mani-festó el espíritu del siglo xiv
El carác-ter propio del siglo xiv consiste en haber desesperado de la obra inten-tada
por el XIII, o quizá más bien en haber utilizado la filosofía para mos-trar hasta qué
punto habían acertado aquellos teólogos desconfiados que, a partir del siglo xiii,
denunciaban la imposibilidad de apoyar el dogma en la filosofía. Es mejor asentar la
fe como tal que fundarla en seudo-justificaciones. La crítica despiadada que Ockam
hace de Escoto es típica de esta situación.
El filósofo que había de ejercer una influencia decisiva sobre el último desarrollo del
pensamiento medieval nació, poco antes de 1300, en Ockam, en el Condado de Surrey.
Perteneció a la Orden franciscana, hizo sus estudios en la Universidad de Oxford
Ockam no reconoce como válido y apodíctico más que un solo género de demostración.
Probar una proposición consiste en mostrar, bien que es inmediatamente evidente,
bien que se deduce necesariamente de una proposición inmediatamente evidente.
El conocimiento intuitivo, tal como lo definimos, es, por tanto, el punto de partida
del conocimiento experimental: es el mismo conocimiento experimental, y es el que nos
permite formular segui-damente, en virtud de ima generalización del conocimiento
particular, esas proposiciones universales que constituyen los principios del arte y de
la ciencia
He ahí una verdad fundamental, que tendremos que recordar siempre que
pretendamos afirmar la existencia de una esencia o de una causa. Frecuentemente
se ha recordado el uso constante que Ockam hace del principio de economía de
pensamiento: no hay que multiplicar los seres sin necesidad. Pero el modo tan
característico que tiene de emplear ese principio aristotélico, contra el mismo
Aristóteles si es preciso, no podría explicarse sin la preeminencia indiscutida que
Ockam reconoce y desea asegurar al conocimiento experimental. Si nunca se debe
afirmar que una cosa existe, cuando no se está obligado a ello, es porque la
experien-cia directa de la existencia de una cosa constituj'e la única garantía que
podemos tener de su existencia. Por eso, Ockam se dedicará activamente a explicar las
cosas del modo más simple posible y a expurgar el campo de la filosofía de las
esencias y de las causas imaginarias que lo obstru-yen. ¿Se quiere saber si una esencia
existe? Es preciso tratar de compro-barla, y en tal caso se verá siempre que coincide
con lo particular. Si se desea afirmar con certeza la causa de un fenómeno, es
necesario y sufi-ciente experimentarlo. Un mismo efecto puede tener varias causas,
pero no se le debe asignar ninguna sin necesidad, es decir, a no ser que la expe-
riencia obligue a ello. Se reconoce la causa de un fenómeno en el hecho de que,
puesta solamente la causa y suprimido todo lo demás, el efecto se produce, mientras
que, si no se pone la causa, aun cuando se ponga todo lo demás, el efecto no se
produce.
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