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TEMA 3 LA REFLEXIÓN ÉTICA

Índice

1. LA ÉTICA COMO DISCIPLINA FILOSÓFICA


1.1. Tareas de la ética filosófica
2. LA ÉTICA COMO REFLEXIÓN SOBRE LA ACCIÓN MORAL: CARÁCTER, CONCIENCIA Y
MADUREZ MORAL
2.1. Las normas morales
2.1. Valores morales
2.3. El desarrollo moral
3. RELATIVISMO Y UNIVERSALISMO MORAL
4. ALGUNAS TEORÍAS ÉTICAS
4.1. El origen occidental de la ética
4.2. Teorías sobre la felicidad
4.3. Teorías sobre la justicia
4.3.1. La ética del deber: Kant
4.3.2. Éticas del consenso: Habermas
4.3.3. El velo de la ignorancia: Rawls
5. CUESTIONES DE ÉTICA APLICADA
5.1. Bioética
5.2. Ética e internet

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1. LA ÉTICA COMO DISCIPLINA FILOSÓFICA

A lo largo del día realizamos muchas acciones diferentes. Por ejemplo, cuando
respiramos lo hacemos de forma instintiva, sin pretenderlo. Dormir lo realizamos de
forma inconsciente, sin saber que lo estamos haciendo. Sin embargo, cuando entramos
en una tienda y NO robamos un CD, no realizamos esta acción porque sabemos que no
debemos hacerlo. ¿Qué diferencia hay entre las primeras acciones y las últimas? Las
primeras acciones son instintivas e inconscientes, las hacemos sin pensarlas y elegirlas,
no podemos decir de ellas si están bien o son correctas, porque no somos responsables
de ellas. Sin embargo, sobre nuestras acciones conscientes, aquellas que sabemos lo
que hacemos, QUE PODEMOS DECIDIR SI LAS REALIZAMOS O NO, y que a través de
ellas podemos perjudicar o beneficiar a nosotros mismos o a los demás, sí podemos
aprobarlas o rechazarlas (tanto de nosotros mismos, como de los demás). Este tipo de
acciones conscientes (como robar o matar) caen dentro de lo que se considera la
dimensión moral del ser humano. Esta capacidad nos permite diferenciar entre lo que
hacemos y lo que deberíamos hacer, por ello somos capaces de valorar estos actos como
justos o injustos, buenos o malos. Para hacer una valoración de este tipo, estoy teniendo
en cuenta un conjunto de normas especiales, así como los valores, costumbres, ideas
que me han sido inculcadas en sociedad desde que he nacido.

En nuestra vida cotidiana continuamente hacemos valoraciones de la conducta de las


personas, en las que calificamos las acciones de unos y otros refiriéndonos a si nos
parece que han actuado bien o mal. También es frecuente que pensemos en los motivos
y repercusiones de nuestros actos. Ambas reflexiones califican las distintas conductas
con una aprobación o rechazo. Por ejemplo: cuando pensamos “mi vecino no respeta
las horas de descanso de los demás”, estamos reprobando su comportamiento.

Los filósofos de todos los tiempos se han preocupado por investigar en qué nos basamos
para poder llevar a cabo los juicios morales. La ética es la disciplina filosófica que
reflexiona y aclara qué es lo moral y los rasgos que la caracterizan, su fundamentación
y las razones por las cuales los hombres se comportan moralmente (bajo qué criterio
catalogamos una acción como buena o mala). También da reglas para la acción que se
aplican en la vida social. La ética es una reflexión racional sobre los criterios que se
emplean para fundamentar los códigos morales, nuestro comportamiento y el de los
demás. Se trata de una materia normativa: no describe cómo se comportan las
personas, sino cómo deben comportarse, revisa críticamente los contenidos de la moral
cotidiana, evaluando hasta qué punto es racional, razonable, consistente, libre de
errores. Para ellos Se sirve de argumentos, buenas razones para revisar nuestras
convicciones morales cotidianas. La inquietud humana por esclarecer nuestro propio
comportamiento dio lugar a la ética, disciplina que nace en la Grecia Clásica en el siglo
IV. A C. Esta palabra también proviene del griego (ethos), que significa costumbre,
hábito, carácter, al igual que el término moral en latín, pero la ética es el estudio
filosófico de la conducta moral.

La palabra moral viene del latín mos-moris, que significa costumbre, modo de vivir,
carácter o forma de ser tanto de un individuo como de una sociedad, aunque también

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alude a norma o precepto. La moral es el conjunto de normas por las que se rige la
conducta de una persona o un colectivo en una sociedad y las valoraciones que
hacemos sobre actos humanos que consideramos desde la perspectiva de lo bueno o
lo malo, lo justo o lo injusto. La moral es una capacidad universal propia de todos los
seres humanos y producto de la evolución. Diferencia entre lo bueno y lo malo, entre
lo reprochable y lo que no lo es. Hay morales en plural, dependen de las visiones del
mundo, cada sociedad considera un conjunto de valores como acertados y los trasmite
a la siguiente generación a través de la educación. Los contenidos morales cambian de
una época a otra, de un pueblo a otro. Lo que no cambia es la forma moral: señalar qué
comportamientos se consideran buenos o malos para una comunidad. De esta forma se
generan ciertas expectativas recíprocas (que los demás se comporten de cierta manera
y lo que los demás esperan de ti).

Lo cierto es que ambos términos a veces se usan como sinónimos. Cuando se utilizan
como sinónimos, se refieren a lo que se consideran buenas y malas acciones, justas o
injustas, correctas o incorrectas desde el punto de vista de la bondad o maldad. Por
ejemplo: cuando alguien dice “Juan es una persona moralmente/éticamente excelente”,
se trata, en ambos casos, de una persona que se ajusta a las normas y valores morales.
En estos casos, moral y ética se refieren a ese saber de la vida cotidiana que todos
aprendemos desde la infancia para orientar nuestro comportamiento de una manera
que consideramos digna de los seres humanos.

Las características de la acción moral son las siguientes:

- Se ajusta a un código o conjunto de normas y valores morales. Estas normas y


valores designan lo que tiene que ser considerado como moralmente bueno o
malo, justo o injusto.
- Este código moral debe ser elegido libremente. Por este motivo la moral es una
cuestión individiual.
- Para poder ser responsable de nuestras acciones, debemos actuar libremente.
La responsabilidad es la obligación de responder acerca de nuestros actos. Si las
acciones de una persona se ajustan a las normas morales existentes en una
sociedad, se las considera moralmente buena, si conoce esas normas y las
transgrede, lo consideramos inmoral.
- Para poder juzgar si una persona actúa o no moralmente bien, tiene que darse
como requisito fundamental que esa persona sea consciente de lo que hace, de
esta forma podemos decir que actúa libremente, y que, por tanto, es
responsable de sus actos. El ser humano es un ser racional, cuando actúa, sabe
lo que hace, elige entre varias posibilidades, juzga si le convienen o no y es capaz
de prever las posibles consecuencias o resultados.

1.1. Tareas de la ética filosófica

• Aclarar en qué consiste la moral, proporcionando criterios para no confundirla


con la religión, derecho, normas de cortesía y buenos modales.

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• Fundamentar la moral, dar razón de por qué existe la moralidad y por qué debe
existir. Por ejemplo, alguna de las razones en las que se basa nuestra condición
de seres morales estriba en nuestra libertad.

• Aplicar estos conocimientos a las situaciones de la vida cotidiana, aportando


principios, argumentos y orientaciones que puedan servir a las personas que
buscan honestamente soluciones éticas a los problemas de los distintos ámbitos
de la vida (salud, ecología, economía, profesiones). Esta tarea es propia de las
éticas aplicadas (bioética, ética de la economía, ética de los medios informativos,
ética de las profesiones).

Moral cotidiana = ética cotidiana Ética filosófica= Filosofía moral

• Un saber aprendido desde la niñez • Un saber especializado que


por toda persona para orientar el reflexiona sobre la moral vigente
comportamiento conforme a las para revisar racionalmente sus
expectativas recíprocas. contenidos.

• Orientar la acción de modo • Orienta la acción de modo


inmediato, con prescripciones. mediato, haciendo uso de
argumentos y principios
• Evoluciona a través de las generales.
circunstancias históricas que
provocan cambios culturales. • Evoluciona a través de la
investigación filosófica y el debate
entre filósofos.

2. LA ÉTICA COMO REFLEXIÓN SOBRE LA ACCIÓN MORAL: CARÁCTER,


CONCIENCIA Y MADUREZ MORAL

Como afirmó Erich Fromm, “en el arte de vivir, el hombre es al mismo tiempo el artista
y el objeto de su arte, es el escultor y el mármol, el médico y el paciente”. Dicho de otro
modo, desde su libertad el ser humano se hace a sí mismo: es constructor y construcción
al mismo tiempo. Y es que, a diferencia de la acción animal, que aparece preprogramada
o determinada, el comportamiento humano se define por ser abierto y libre. Este
carácter libre y abierto de la acción es lo que hace al ser humano responsable de sus
actos. Un individuo que ante una determinada situación reflexiona, toma una decisión
y actúa en concordancia con ella es el autor de esa acción y, por tanto, ha de responder
a ella; debe estar dispuesto a recibir el reconocimiento o amonestación de sí mismo y
de los demás.

Este carácter libre de actuar constituye también la base del carácter moral que posee
en exclusividad. La libertad, es decir, la capacidad para decidir y elegir entre varias
opciones posibilita que las acciones concretas, que alguien lleva a cabo, se ajusten o
no a las costumbres y normas de su comunidad. La libertad nos permite elegir entre
esto y lo otro, pero no se nos permite no elegir, no se puede elegir no ser libre o no ser

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moral: “El ser humano está condenado a ser libre”, decía Jean Paul Sartre, quien
renuncia a su propia libertad ya está actuando libremente. Concebido de esta manera,
el ser humano no puede ser amoral, pues se encuentra con una serie de normas
concretas de acción y se encuentra obligado por su libertad a acatarlas o no.

El carácter moral del ser humano está arraigado en nuestra historia como especie.
Antes de la aparición del lenguaje, la selección natural favoreció el éxito de los
individuos más propensos a la sociabilidad. Esta tendencia primitiva a buscar la
cooperación con los otros para lograr un objetivo común dio paso a la intuición moral,
una especie de sexto sentido que permitía reconocer aquellos comportamientos que
contribuían al mantenimiento de la comunidad.

Más tarde, el lenguaje potenció el desarrollo de la capacidad racional, que fijó las
primeras normas morales. Sin embargo, la elección de tales normas estuvo fuertemente
condicionada por aquella sociabilidad original, de ahí que según el psicólogo
estadounidense Jonathan Haidt debían funcionar ciertos principios morales universales:
respeto a la vida de otros miembros del grupo, el sentido de la reciprocidad (origen del
concepto de justicia), lealtad al grupo o reconocimiento de la jerarquía, entre otros.

Así pues, los seres humanos, dotados de carácter moral por nuestra condición de ser
capaces de actuar de forma libre y responsable, según vamos creciendo tomamos
conciencia de nuestra manera de ser y de pensar, y reflexionamos acerca de las
experiencias que vivimos. De este modo se desarrolla progresivamente en nuestro
interior una voz íntima y personal que denominamos conciencia moral. Esta reflexión
valora nuestra propias normas y acciones, con lo que posibilita el progreso o desarrollo
moral. También acoge como propias todas o algunas de las normas de la sociedad, y se
sirve de ellas para valorar cuál es el comportamiento correcto. Puesto que tiene
conciencia moral, se dice que el ser humano es un sujeto moral, y que la moral es un
rasgo esencial e inevitable del mismo.

2.1. Las normas morales

El ser humano, como sujeto moral que vive en un entorno social, tiene que desarrollar
su actividad en espacios donde todo responde a determinadas normas o pautas de
comportamiento que se expresan con carácter de mandato. Las normas pueden
referirse a usos, costumbres, tradiciones y, sobre todo, a principios de comportamiento
social. Partiendo de lo anterior, podemos definir la norma moral como el valor o
precepto de conducta que la conciencia moral considera como obligatorio. Así pues,
en el caso de la norma moral, aceptamos la obligatoriedad de su cumplimiento no
porque haya una ley que lo mande o porque alguien lo imponga, sino porque
reconocemos su valor. Por ejemplo, ayudamos a un motorista que ha sufrido un
accidente y está en el suelo no porque haya una ley que nos demande socorrerle, sino
porque nuestra conciencia moral nos lo exige.

Cuando hablamos de las normas morales, cabe advertir que estas no pertenecen al
ámbito del ser (todo lo que existe de un modo efectivo), sino al del deber ser (todo
aquello que sería bueno que existiera, aunque no se dé en la realidad o solo exista

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parcialmente). El ser es el ámbito de la naturaleza; el deber ser, el ámbito de la moral.
Por ello decimos que la ética no es descriptiva, sino normativa. Si digo: Sandra está
humillando a su hermano pequeño, me limito a relatar lo que está pasando (ámbito del
ser), pero si al contrario señalo “los hermanos mayores deben cuidar de sus hermanos
pequeños”, me encuentro en el ámbito del deber ser (estoy anotando una norma
moral).

Aunque la norma moral sea de obligado cumplimiento, está íntimamente relacionada


con la libertad, ya que la presupone. Si no reconociéramos la capacidad de elección del
ser humano, no tendría sentido hablar de normas morales. Dicho con otras palabras, la
norma y la obligación (que esta comporta), surgen de la libertad, que nos permite acatar
o desentendernos de lo que esta nos manda. Por todo ello, podemos afirmar que las
normas morales poseen un doble carácter: de libertad, por un lado, y de
obligatoriedad por otro.

2.2. Valores morales

Las normas morales son tales porque apelan a unos valores que las trascienden (están
más allá), pero en definitiva son lo que les da sentido. Por ejemplo, una orden como
“respeta a tus semejantes” es aceptada como norma moral porque asumimos que la
persona es un valor digno de respeto. Aunque el término valor surgió en el ámbito
económico para referirse a aquello que valía (o tenía un precio), rápidamente se
extensió a todos los campos de la actividad humana. Los valores morales tienen dos
características principalmente:

• Tienen polaridad: a todo valor le corresponde un valor negativo o disvalor. Por


ejemplo, justo/injusto.

• Tienen carácter ideal: los valores, en tanto que fines u objetivos de las normas,
señalan nuestros ideales, lo que creemos que es valioso y digno de alcanzarse.
En este sentido, pertenecen al ámbito del deber ser y no al que de hecho es. Una
norma como “no debes matar”, apunta o se explica en relación a un valor, el
respeto a la vida. Aunque la mayoría esté de acuerdo en que se trata de un valor,
en la realidad existen maltratos, tortura, asesinatos, ejecuciones, suicidios etc.

2.3. El desarrollo moral

El carácter moral es un rasgo biológico de la especie humana, aunque después del paso
del tiempo este se materializa y desarrolla de manera particular en cada individuo.
Sucede lo mismo que con el lenguaje: nacemos con la capacidad de aprenderlo, pero
después cada individuo debe adquirir la lengua concreta de su comunidad. En ambos
casos, el desarrollo de esta facultad solo se puede hacer en sociedad. La conciencia
moral, es decir, la visión del mundo de la propia persona a través de los valores
morales, se va formando con el paso de los años como resultado de la interacción
entre los valores sociales que se transmiten a través de la educación y el entorno en
general, y la manera de ser y de pensar propia de cada uno.

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Un estudio en profundidad de cómo vamos despertando dicha conciencia moral fue
realizado por el psicólogo suizo Jean Piaget (1896-1980), especialista en el estudio del
nacimiento y el desarrollo de la inteligencia. Elaboró una teoría del desarrollo moral,
que divide la constitución de la conciencia moral en tres fases: premoral, heterónoma y
autónoma. Cuando realizo una acción porque otro dice que debo hacerlo así, cuando
hago algo no porque crea por mí mismo que debo hacerlo, sino porque otros (mis
padres, amigos, religión) dicen que está bien, actúo de forma heterónoma. Si lo hago
porque creo que debo hacerlo así, porque estoy convencido de que es lo mejor, estoy
actuando de forma autónoma. El término autonomía quiere decir que la ley (moral en
este caso) proviene de uno mismo, mientras que heteronomía indica que viene de otro.
La autonomía moral no significa actuar por capricho, sino actuar por razones, tener
madurez de criterio. La autonomía nos remite a la madurez moral, la madurez se
adquirirá cuando seamos capaces de considerar unos criterios que permitan elegir
nuestras acciones (tengamos independencia de criterio). Esta madurez la vamos
adquiriendo a lo largo de nuestra vida, es parte de nuestro desarrollo moral.

Piaget refiere el primer estadio al recién nacido y lactante, en el que no hay reglas para
su conducta, solo regularidades. Por ello se trata de un estadio premoral. El segundo
estadio es el estadio egocéntrico. Este nivel es heterónomo, las normas, reglas y
prohibiciones se obedecen sin rechistar y los valores se consideran absolutos. Durante
este estadio somos incapaces de adoptar la perspectiva de otras personas. Tampoco se
valoran las intenciones del autor, sólo las consecuencias de sus actos. El tercer estadio
es el de la autonomía moral, el sujeto comienza a actuar basándose en criterios propios.
Las intenciones son consideradas.

EDAD ETAPAS REGLAS CONCEPCIÓN DEL BIEN

Bueno es lo agradable;
0-3 PREMORAL No hay reglas coercitivas
malo lo desagradable.

Bueno es obedecer las normas


MORAL Las reglas son sagradas
3-8 de forma rígida y literal.
HETERÓNOMA e inalterables
No se juzgan las intenciones.

Se admiten variaciones si son


MORAL Reglas racionales pactadas
8- fruto de acuerdos.
AUTÓNOMA por consentimiento propio
Se juzgan las intenciones.

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Lawrence Kohlberg (1927-1987), discípulo de Piaget, amplió la teoría de su maestro,
desglosando en seis estadios el proceso evolutivo de formación de la conciencia moral.
Pero también apuntó que solo el cinco por ciento de los adultos llega a la madurez
moral.

Para Kohlberg, la vida moral comienza, aproximadamente, a los ocho años. Hasta
entonces el niño no se atiene a reglas ni sabe lo que es una obligación. Hace simplemente
lo que puede y le apetece. El criterio moral es el puro egoísmo. Hay aquí dos estadios: en
el primero, se busca el máximo placer obedeciendo a los que pueden proporcionarlo; en
el segundo, se obtiene por el intercambio equivalente.

El nivel convencional se define por el nivel social. El individuo actúa como miembro de un
núcleo social. Lo que importa ahora es la obtención del afecto y reconocimiento social. En
un primer momento (tercer estadio) del grupo cercano en el que se vive; en un segundo
momento (cuarto estadio) de la sociedad en general. El tercer estadio es denominado “del
buen chico”; el cuarto se caracteriza por el respeto a la ley.

El paso al siguiente nivel se obtiene cuando se da un paso más adelante en la


objetivación y universalización de las normas. El individuo se atiene no sólo a las normas
de su sociedad, sino que busca principios que puedan aplicarse a cualquier sociedad.

3. RELATIVISMO Y UNIVERSALISMO MORAL

Es evidente que los contenidos morales son diferentes según las épocas, las culturas y
los grupos, de modo que parece imposible hallar valores universales. Sin embargo,
cuando utilizamos ciertas expresiones morales como “esto es injusto”, lo hacemos con
la convicción de que toda persona debería reconocer que es así.

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Podemos entender que en la Edad Antigua la esclavitud no se considerase inmoral,
porque se tenía una idea distinta del ser humano. Pero podemos seguir pensando, al
mismo tiempo, que aquella era una situación injusta que no debería existir nunca más.
Además, sabemos defenderlo con argumentos, por ejemplo, afirmando que toda
persona es libre y tiene una igual dignidad. Existen ciertas cuestiones morales que tienen
razones para valer no solo para mí, sino para cualquier persona.

¿Hay valores morales que valen para todos, que todas las personas deberían reconocer?
Ante esta pregunta, algunos filósofos han respondido que no hay ni puede haber valores
morales universales compartidos, pero otros muchos han argumentado que, al menos,
algunos valores básicos son válidos para todos.

El relativismo moral defiende que no hay verdades absolutas y que el bien y el mal
dependen de las circunstancias. Por el contrario, el universalismo moral afirma que los
valores morales son objetivos y universales.

El origen del relativismo moral es muy antiguo. Nació en Grecia con los sofistas (siglo V.
a. C.) especialmente con Protágoras (Grecia, 485-411 a.C.). Estos pensadores conocían
muy bien la diversidad de las costumbres de muchos países y los diferentes puntos de
vista que hay dentro de una misma sociedad. A partir de ahí llegaron a la conclusión de
que no era posible encontrar criterios morales universales.

El relativismo moral consiste en afirmar que cada sociedad, e incluso cada persona, tiene
sus propios principios morales que forman parte de su mentalidad particular y que tales
principios solo valen para ella, pero no para todos los seres humanos. Partiendo de la
evidencia de que cada grupo humano tiene sus costumbres y tradiciones, y de que hay
diferencias de opinión moral entre las personas, el relativismo concluye que todos los
valores y normas morales son relativos a algún grupo a cada individuo, y que, por tanto,
no es posible alcanzar unos principios de valor universal.

Para Sócrates y para Platón, los valores morales son objetivos y universales; son, por
tanto, independientes de la conciencia humana. Aquellos que aspiran a un conocimiento
verdadero serán los virtuosos y los capaces de distinguir entre el bien y el mal, lo justo
y lo injusto. Las personas que obran el mal son aquellas que son incapaces de distinguir
entre estos dos conceptos.

Sócrates defiende la universalidad de los valores éticos, pero no pretende enseñarlos ni


exponerlos mediante discursos, sino ayudar con sus preguntas a que el interlocutor
llegue a descubrirlos en su interior. Mediante la mayéutica (arte de dar a luz), Sócrates
pensaba que la verdad era posible alumbrarse en el interior de cada uno de nosotros, el
maestro ayuda a que el discípulo encuentre esa verdad por sí mismo planteando
interrogantes.

Ambos autores consideran que quien actúa de forma virtuosa y correcta es porque
conoce lo que es el bien. De este modo, la virtud y la sabiduría van siempre unidas. El
que más sabe es el que mejor actúa. Por esta razón, esta teoría recibe el nombre de

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intelectualismo moral: la inteligencia y el saber son los caminos que nos conducen a la
virtud moral. El mal parte de la ignorancia y del error.

Sócrates y Platón se enfrentaron a los sofistas, en primer lugar, porque estos


consideraban que los valores éticos estaban sujetos a la opinión y dependían de cada
circunstancia y, en segundo lugar, porque enseñaban el arte de la persuasión, no para
buscar la verdad y el bien común, sino como herramientas instrumentales con las que
conseguir el éxito y el propio beneficio. Estos pensadores representan, por tanto, una
reacción frente a la disolución de los valores de los sofistas: en su pensamiento hay un
llamamiento a la virtud como una actitud relacionada con el deber y la intención de
construirla sobre unas bases sólidas, universalmente válidas y alejadas de toda
concesión y de todo relativismo.

4. ALGUNAS TEORÍAS ÉTICAS

Una teoría ética es una teoría filosófica que intenta fundamentar la moral, es decir,
justificar su validez y legitimidad. Como toda moral consiste en una serie de preceptos
o normas (busca el término medio, haz lo que beneficie a la mayoría) y una serie de
valores (templanza, utilidad, felicidad), la teoría ética deberá justificar precisamente
estas normas y valores. Desde que surgieron en la Antigua Grecia las primeras teorías
éticas, estas se pueden agrupar según consideren que la fundamentación de las normas
y valores morales es la búsqueda de la felicidad o según prioricen la garantía de una
situación de igualdad o imparcialidad, que podemos considerar como la justicia.

4.1. El origen occidental de la ética

La reflexión ética se inicia con los sofistas, denominación que procede del griego
sophisté, sabio. Se trataba de un grupo de maestros de retórica, oratoria y dialéctica que
ejercieron su actividad en los siglos V y IV a.C.

Un rasgo común a los sofistas fue el relativismo cultural y moral. En sus múltiples viajes
habían contemplado que, en ocasiones, lo que en una polis estaba bien considerado en
otra estaba mal visto, de modo que identificaron la moral como una simple convención
(es decir, como un acuerdo de los miembros de una comunidad). Como consecuencia
de ello, negaron la existencia de principios morales con validez universal, pues cada
sociedad establecía sus convenciones morales según sus intereses económicos,
políticos, culturales y estos eran distintos en diferentes lugares.

El intelectualismos socrático surgió como oposición al relativismo moral y cultural de


los sofistas. Sócrates presenta la primera teoría ética que defiende la existencia de
valores objetivos y universales (como el bien y la justicia). Sócrates mantuvo,
consecuentemente, que el objetivo de la filosofía era la búsqueda, mediante el ejercicio
de la razón, de las verdaderas definiciones de los conceptos éticos. Estaba convencido
de que si una persona era capaz de escuchar su propio daimon o conciencia interior,
dejando a un lado sus intereses particulares, entonces podría progresar en su
conocimiento de aquello que es realmente justo y bueno.

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Además, si una persona adquiere completa comprensión acerca del bien, ello tendrá
como consecuencia que actúe bien. Así, el conocimiento del bien conlleva su práctica,
pues uno descubre que hacer el bien es lo mejor tanto para sí mismo como para los
demás. Es por esta razón que Sócrates afirmará que quien actúa mal lo hace por
ignorancia o desconocimiento.

Desplegar dicho conocimiento es esencial desde el punto de vista socrático para


alcanzar la virtud, pues lo que nos mejora moralmente es el llevar a cabo acciones
buenas precisamente porque sabemos que lo son. Es decir, si una persona efectúa una
acción que podemos considerar buena, pero esta no lo ha hecho porque pensara que lo
fuera, sino por pura casualidad o movido por la codicia, por ejemplo, entonces no está
acrecentando en absoluto su virtud.

4.2. Teorías sobre la felicidad

Aquello que más profundamente anhela cada persona durante la existencia cotidiana, a
corto o a largo plazo es, sobre todo, ser feliz. Ahora bien, en qué consista tal experiencia
es uno de los problemas principales de la filosofía. Algunos consideran hoy, dado el
pluralismo moral reinante, que hay tantas concepciones de felicidad como sujetos que
la buscan. Pero, para muchos de estos pensadores, no es posible ser feliz al margen de
una vida moral.

La moralidad puede ser contemplada desde muchos vértices: como desarrollo de


virtudes, amor al prójimo, cumplimiento del deber, contribución del mayor bienestar de
la sociedad, realización de valores, superación del sufrimiento, fomento de la
compasión, persecución del sentido de la existencia, autenticidad en el obrar desde la
libertad, desarrollo de la vida buena, perfección de uno mismo a través de la apropiación
de posibilidades, formación de una personalidad autónoma, autorrealización,
seguimiento de fines últimos, servicio a la comunidad, goce de los placeres espirituales,
tomar en serio a uno mismo y a los demás. Lo común de ellas es que contribuyen a elevar
la existencia humana por encima de la animalidad y el egoísmo.

Para Platón la persona feliz está vinculada con aquella que realiza el bien y es justo.

Aristóteles combina una idea de felicidad en la que se tienen que dar unos mínimos
materiales (riqueza, salud), además de llevar una vida virtuosa. Fue uno de los primeros
filósofos en defender el eudemonismo ético (éticas que consideran la felicidad como el
fin de la vida humana y el máximo bien al que se puede aspirar). Para Aristóteles todos
los seres tienden por naturaleza a un fin, también en el caso del ser humano. La máxima
felicidad para el hombre reside en la vida contemplativa, es decir, el ejercicio de la razón,
en el conocimiento de la naturaleza y de Dios (motor inmóvil) y en la conducta moral y
prudente. A más sabiduría, más posibilidad de elección, sin duda, pero siempre
recurriendo a la mediación de la prudencia (phrónesis). La prudencia es “la capacidad de
escoger el justo medio, adecuado a nuestra naturaleza, tal como es determinado por la
razón, y como podrá determinarlo el sabio”.

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El justo medio no se trata de una media aritmética entre cantidades, sino del ejercicio
de la moderación, afinado por la experiencia. Por ejemplo, cuando hablamos de la
cantidad de comida que debemos ingerir, la virtud se situará en el punto medio entre
apenas comer nada (defecto) y ser un glotón (exceso). No obstante, no podemos fijar
una cantidad determinada adecuada para todo el mundo igual, pues el punto medio
será diferente en cada persona atendiendo a su altura, corpulencia etc. Otro ejemplo
estaría en la valentía, los extremos serían la cobardía y la temeridad.

Los epicúreos y estoicos formulan reflexiones en torno a la felicidad que también se


vinculan a una vida moral. Los primeros orientan las decisiones hacia las consecuencias
placenteras o dolorosas que nos pueden acarrear, defendiendo una vida frugal, con
dominio de nuestras pasiones, para evitar aquellos deseos que más daño nos pueden
producir. Para ellos el placer es la ausencia de dolor y perturbaciones. No se trata, por
tanto, de buscar el placer sensual del cuerpo, sino de la ausencia de pesar del alma. Esta
serenidad y tranquilidad del alma) es el objetivo que debe perseguir todo ser humano y
es la verdadera esencia de la felicidad. Para alcanzar esta felicidad es necesario un
cálculo de placeres que tenga en cuenta que lo que hoy puede ser un placer (disfrutar
manjares) mañana puede ser un dolor (enfermedad), de igual manera, lo que hoy se nos
presenta como dolor, en un futuro puede ser bien (infringir dolor para curar una
enfermedad). El sabio tiene que conducirse razonablemente y escoger aquello que le
reporta un bien.

Los estoicos mantienen una actitud de serenidad ante las adversidades, tener desapego
hacia los seres queridos y las riquezas, para conseguir la tranquilidad de espíritu. La ética
estoica se basa en una particular concepción del mundo, este se encuentra gobernado
por una ley o razón universal que determina el destino de todo lo que en él acontece, lo
mismo para la naturaleza que para el ser humano. Por lo tanto, el ser humano se halla
limitado por un destino inexorable que no puede controlar y ante el que solo puede
mantener sabiamente una actitud de aceptación.

¿Por qué tantas veces las personas explican y manifiestan que son infelices? Según los
estoicos la causa es su deseo de que las cosas son distintas de cómo son, dado que con
frecuencia las pasiones oscurecen la razón. Por ello, la virtud consiste en la eliminación
de todas las pasiones. Esta es la razón de que la felicidad solo sea posible en el seno de
una vida tranquila, conseguida gracias a la imperturbabilidad del alma, es decir,
mediante la insensibilidad hacia el placer y el dolor.

No obstante, conviene aclarar que la aceptación que reclaman los estoicos no debe
interpretarse como resignación, conformismo o inactividad, los estoicos también
destacaron por su crítica a la sociedad y a la política, entre ellas la demanda de la
abolición de la esclavitud. Así, cuando hablan de aceptar el orden natural que emana de
la razón universal que rige todos los acontecimientos, se refieren a que debemos tratar
de conocer su logos, su sentido, para orientar nuestra vida en consonancia y no
lamentarnos por aquello que es inevitable, como por ejemplo, nuestra condición mortal.

Algunos pensadores cristianos de la Edad Media, como Santo Tomás, argumentan que
una vida plena y feliz no es posible en este mundo contingente y limitado. Solo tras la

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muerte seremos completamente felices, con la unión amorosa con Dios, si hemos
llevado una vida buena en nuestra libre existencia temporal. La creencia en una vida
más allá de la muerte implica que, si se lleva una vida alejada de las virtudes, no sólo no
seremos felices en esta vida, sino que seremos eternamente desgraciados en la otra.

Hume, sin ningún tipo de referencia a la divinidad, explica hasta qué punto las virtudes
morales contribuyen en mayor medida a la felicidad del género humano (como a la
propia) por su utilidad social.

El utilitarismo es una doctrina ética muy cercana al eudaimonismo y el hedonismo,


puesto que vincula la felicidad al placer, pero surgió mucho tiempo después, en la
Inglaterra de los siglos XVIII y XIX. Fue fundada por Jeremy Bentham y desarrollada por
Stuart Mill. La tesis central de esta corriente es el principio de utilidad, según el cual el
acto moralmente correcto es aquel que proporciona mayor placer o felicidad al mayor
número de personas. En este sentido, sería un concepto matemático, estadístico. La
principal diferencia entre el utilitarismo y el hedonismo clásico es que el primero
trasciende el ámbito personal. Cuando un utilitarista afirma que el fin de toda acción
correcta es la felicidad, no entiende por felicidad el interés o placer personal, sino el
máximo provecho para el mayor número de personas. El placer es, por lo tanto, un bien
común o general. Así, el utilitarismo pretende vencer el carácter egoísta que muchos
críticos habían atribuido a las éticas hedonistas clásicas.

Stuart Mill habló de placeres inferiores y superiores, e identificó los segundos como
aquellos que promueven el desarrollo moral e intelectual del ser humano. Para Mill
somos morales cuando contribuimos con nuestras acciones a la felicidad comunitaria.

Nietzsche defiende una felicidad individual, es el propio individuo, desde su voluntad


creadora, quien puede ser feliz siguiendo sus propias pautas personales de conducta.

4.3. Teorías sobre la justicia

Las teorías éticas que se conocen como éticas de la justicia son aquellas que hacen
hincapié en la imparcialidad, al considerarse esta una condición indispensable de la
misma. Pero establecer dicha imparcialidad solo es posible mediante el reconocimiento
de determinados principios morales abstractos (independientes de las particularidades
de los individuos) y universales (válidos para todos los humanos). Por esta razón, las
éticas de la justicia suelen ser éticas formales, que no consisten en preceptos concretos,
sino en las condiciones formales que pueden garantizar unos principios universalmente
válidos, como sucede en las propuestas de Kant, Habermas y Rawls.

Las éticas materiales emplean imperativos hipotéticos y la ética forma imperativos


categóricos:

• Un imperativo hipotético es un mandato con contenido concreto que tiene


validez si nos conduce a un fin (si quieres sanar de tu enfermedad, toma esta
medicina).

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• Un imperativo categórico se cumple no para conseguir un fin, sino con buena
voluntad, por mero respeto al deber, independientemente de si son buenas o
malas sus consecuencias.

4.3.1. La ética del deber: Kant

La primera formulación de una ética formal se debe al filósofo alemán Inmanuel Kant.
Según este autor, solo una ética de estas características podría ser universal y garantizar
la autonomía moral propia de un ser libre y racional como el ser humano.

Según Inmanuel Kant las teorías hedonistas o eudemonistas no son verdaderas teorías
éticas, sino que en realidad serían códigos morales, pues nos dicen qué debemos hacer
para conseguir aquello que nos proponemos, pero dejan de tener sentido si no se acepta
ese fin. Las éticas anteriores serían para él éticas materiales, porque nos dicen cuál es el
fin que debería intentar lograr el ser humano en la vida, y cuál es el camino que debe
seguir para alcanzar dicho fin.

Pero, ¿qué sucede si no compartimos la idea de que el objetivo de la vida humana sea
el que dictan esas teorías? Según Kant, en tal caso sencillamente no nos sentiremos
obligados a seguir el camino que proponen. Sin embargo, el objetivo de una justicia
universal debe involucrarnos a todos, por lo que hay que optar por una ética formal: la
ética no ha de decirnos qué debemos hacer, sino cómo debemos hacerlo; es decir, la
ética no tiene contenido, no consiste en una lista de normas y preceptos que tenemos
que seguir. Solo debe decirnos cómo actuar para comportarnos correctamente.

Ahora bien, la ley moral o norma moral, no debe ser impuesta desde fuera del sujeto, ni
por la naturaleza ni por la autoridad civil. Según Kant, la razón humana debe dictarse la
ley a sí misma. Solo cuando es así, si la razón legisla sobre ella misma, la ley será
universal, pues será válida para todo ser racional (es decir, para todo ser humano). La
ley moral dictada por la razón se expresa mediante el imperativo categórico, que dice
así:

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• Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre como ley
universal.
• Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de
cualquier otro, siempre como un fin y nunca meramente como un medio.

Tal como Kant propone, iría en contra de una ética de la justicia la instrumentalización
de cualquier persona para satisfacer los deseos de otra. Cuando uno actúa siguiendo la
ley que emana de la razón, cuando esta se orienta según el imperativo categórico de
que exige tratar a las personas siempre como un fin en sí mismo porque entendemos
que ese es nuestro deber y no porque esperamos obtener ninguna recompensa,
entonces, y solo entonces, podemos decir que estamos teniendo un comportamiento
moral.

4.3.2. Éticas del consenso: Habermas

Retomando la idea socrática del diálogo racional para alcanzar la verdad y, a la vez, la
idea kantiana según la cual solo tiene validez la norma que se puede convertir en ley
universal, el filósofo alemán Jürgen Habermas defendió la ética discursiva o del diálogo.
Habermas sostiene que una norma moral será buena cuando, como resultado del
consenso y sin coacción ni discriminaciones, se alcanza el libre consentimiento de todos
aquellos a los que tal norma concierne.

El diálogo debe tener, entre otros, los siguientes requisitos:

• Todos los afectados por una determinada norma deben participar en el diálogo.
• Todos deben tener las mismas oportunidades de argumentar su postura.
• No puede existir coacción de ningún tipo.
• No se ha de tener en cuenta sólo el interés particular, sino el interés común.

4.3.3. El velo de la ignorancia : Rawls

John Rawls (1921-2002) motivado por los mismos principios de


imparcialidad y universalidad que hemos visto en las éticas de Kant y
Habermas, ideó la llamada posición original en su Teoría de la justicia

La posición ideal es una situación hipotética en la que un grupo de


personas tendrán que establecer las normas de convivencia que van a
ordenar la sociedad en la que vivan, pero para diseñar esas normas no
conocerán las características de ninguno de sus miembros (etnia, se xo,
religión) ni el lugar que iban a ocupar ellas mismas en dicha sociedad . Este
desconocimiento recibe el nombre de velo de la ignorancia , pretende
garantizar la imparcialidad de los legisladores. De esta forma se consigue
que nadie saliera perjudicado, c on lo que se garantizaría que todo el
mundo tuviera unos mínimos reconocidos y respetados.

De este modo, cabría esperar que se acordaran una serie de derechos


básicos para todo el mundo, tales como la libertad de pensamiento, de

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expresión o de asociación, así como atención a los menos aventajados de
la sociedad, lo cual contribuiría a definir una auténtica ética de la justicia.

Por “justicia” en el ámbito político se entiende la equidad en la


distribución de bienes públicos. La justicia es el elemento norma tivo y la
equidad es su traducción en la práctica: se tiene que convertir en realidad,
no debe quedarse en una posibilidad. Lo que eso supone es que tenemos
que poner entre paréntesis todo tipo de doctrinas, creencias, ideologías
y controversias individual es. Adoptar una cultura pública en términos de
justicia como equidad solo puede darse en una democracia constitucional.

Hay que definir cuál debe ser el núcleo que ha de estar presente en toda
sociedad para cooperar: hay una sola estructura básica, pero las concepciones del bien
son plurales. El núcleo del modelo es la justicia como equidad, un concepto en torno al
cual puede haber acuerdo, no como el bien. Para la vida política las creencias no son
relevantes, solamente la cooperación. La esfera pública no es foco de vida buena: hay
una distinción clara entre público y privado. El consenso se produce por solapamiento.
Lo justicia como equidad permite desarrollar los bienes primarios, no la idea de bien
moral. Esta justicia se manifiesta como igualdad de oportunidades. Las instituciones
tienen que ser imparciales, pero no neutrales: hay valores detrás de las instituciones,
como la igualdad, la equidad, la tolerancia. Las actitudes de cooperación y tolerancia se
subsumen bajo el término “civilidad”. Hay un doble contrato: disfruto de mis derechos
y libertades, pero debo aceptar los principios básicos. Por eso hay ciertas formas de vida
que rompen el sistema y tienen que permanecer fuera: intolerantes, corruptos.

El reto es identificar cuál es la base que hace que se sostenga toda cooperación. La
cooperación presupone la libertad y la igualdad: solo se puede cooperar
voluntariamente. Hay dos principios en los que se basa la cooperación entre ciudadanos
libres e iguales:

La teoría de la Justicia como equidad consiste en dos principios:

• Primero: Cada persona debe tener un derecho igual al esquema más extenso de
libertades básicas iguales compatible con un esquema similar de libertades para
otros (toda persona tiene derechos y libertades).
• Segundo: Las desigualdades sociales y económicas deben de resolverse de
modo tal que:
a) Los cargos y puestos deben de estar abiertos para todas las personas bajo
condiciones de igualdad de oportunidades (justa igualdad de oportunidades).
b) Resulten en el mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la
sociedad (el principio de la diferencia) LA COOPERACIN HA DE DAR VENTAJA A
LOS QUE SE ENCUENTRAN EN PEORES CONDICIONES.

La esfera pública tiene como principal función proteger las libertades básicas.
Ciudadanía es tener los mismos derechos en una sociedad equitativa.

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5. CUESTIONES DE ÉTICA APLICADA

En numerosas ocasiones nos vamos enfrentados a preguntas referentes a cuál sería el


modo ético de proceder en determinados contextos o situaciones ¿Es legítimo, por
ejemplo, investigar con animales e infringirles sufrimiento apelando a que si la
investigación da resultado se obtendrá una medicina que pueda ayudar a multitud de
personas? ¿O investigar con animales cercanos genéticamente a las personas como los
chimpancés? La ética aplicada se encarga de analizar y dar respuesta, a partir de las
propuestas de las distintas teorías éticas, a las cuestiones concretas con que nos vamos
encontrando en la vida cotidiana, tanto en el ámbito personal como social.

El desarrollo tecnológico ha superado algunas barreras materiales que se consideraban


inalcanzables, y con ello ha trastocado ciertas convenciones morales que se daban por
inalterables. Al hacerse posible llevar a cabo acciones que antes nunca se habían
imaginado, surgen nuevos interrogantes acerca de la conveniencia o no de poner en
práctica dichas posibilidades, y hasta qué punto. En la actualidad, esta disciplina ha
adquirido una importancia creciente en campos tan diversos como la investigación
científica, el mundo de la empresa, las relaciones con el medio ambiente, los
comportamientos profesionales, el ámbito de las comunicaciones etc.

5.1. Bioética

La bioética es una de las ramas de la filosofía de mayor actualidad, puesto que se ocupa
de los dilemas morales suscitados por el desarrollo de las tecnologías médicas y
biológicas aplicadas al ser humano. La manipulación de nuestros componentes
genéticos ha inaugurado una vía de investigación que puede deparar consecuencias
beneficiosas para la humanidad: por ejemplo, se espera tener métodos de curación para
muchas enfermedades degenerativas y hereditarias en un plazo no lejano.

Las cuestiones que se deben considerar son muchas ¿tienen los padres autoridad ética
para decidir el sexo de sus futuros hijos? ¿Es lícito alterar la dotación genética de los que
todavía no han nacido, aunque ello pueda favorecerlos? ¿Es éticamente correcto
modificar y hasta crear nuevas especies animales, alterando su determinación genética?

La bioética debe pronunciarse acerca de otros aspectos relacionados con la práctica


médica habitual: ¿Debe un médico decir siempre la verdad a sus pacientes?, ¿en qué
medida y hasta qué punto debe priorizarse el código deontológico médico por encima
de la voluntad de los pacientes?, ¿puede un médico imponer terapias curativas que
atenten contra los principios éticos de los pacientes?, ¿hasta cuándo debe alargarse
artificialmente la vida biológica? ¿cómo determinar cuándo sería aceptable aplicar la
ingeniería genética?

5.2. Ética e Internet

La aparición de las nuevas tecnologías de la información ha dado lugar a numerosas


discusiones acerca de cuál sería la manera adecuada de enfocar los problemas éticos
que se plantean al respecto. Cuestiones como el derecho a la privacidad y a la intimidad,

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la piratería y el respeto a los derechos de autor, el derecho al olvido o a borrar el pasado
en la red, la ética hacker, las falsas identidades o personalidades ficticias etc.

Para algunos se hace cada vez más evidente que la definición de lo que se podría
considerar el comportamiento ético a través de internet requiere de un tratamiento
diferenciado, en la medida en que el espacio virtual supone un marco absolutamente
distinto de todos los ámbitos en los que hasta ahora habían trabajado las diversas
teorías éticas. Desde esta concepción, los postulados de las éticas convencionales no
serían adecuados para abordar las nuevas situaciones a las que nos llevan las múltiples
posibilidades que ofrece internet, por lo que habría que pensar en una nueva ética para
el ciberespacio.

No obstante, conviene considerar que la frontera entre el espacio virtual y el real no es


algo absoluto, sino que ambos están completamente conectados de manera que lo que
sucede en uno repercute en lo que pasa en el otro, por lo que para algunos hace que no
sea válido el planteamiento anterior. Debemos asumir que lo que hacemos en la red
tiene consecuencias reales que pueden favorecer o perjudicar a otras personas, por lo
que cabe advertir del uso responsable de estas nuevas tecnologías.

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