You are on page 1of 66

Sistema Bibliotecario de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

Catalogación
PO
FO Atienza, Manuel
C156 Reflexiones sobre Ética Judicial / Doctor Manuel Atienza. - - México :
A843r Suprema Corte de Justicia de la Nación, Dirección General de la
Coordinación de Compilación y Sistematización de Tesis, 2008.
64 p. - - (Ética Judicial ; 17)

ISBN 978-970-712-913-9

I. t. II. ser.

1. Ética judicial – Conferencias 2. Código de ética judicial – principios


éticos 3. Virtudes judiciales – Independencia – Imparcialidad
4. Motivación 5. Código Modelo Iberoamericano de Ética Judicial
6. Jueces 7. Deontología jurídica 8. Filosofia del Derecho I. t. II. ser.

Primera edición: octubre de 2008


D.R. © Suprema Corte de Justicia de la Nación
Av. José María Pino Suárez, Núm. 2
C.P. 06065, México, D.F.

Impreso en México
Printed in Mexico

La edición y diseño de esta obra estuvieron a cargo de la Dirección General de la Coordinación de


Compilación y Sistematización de Tesis de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

Ministro Guillermo I. Ortiz Mayagoitia


Presidente

Primera Sala
Ministro Sergio A. Valls Hernández
Presidente

Ministro José Ramón Cossío Díaz


Ministro José de Jesús Gudiño Pelayo
Ministra Olga Sánchez Cordero de García Villegas
Ministro Juan N. Silva Meza

Segunda Sala
Ministro José Fernando Franco González Salas
Presidente

Ministro Sergio Salvador Aguirre Anguiano


Ministro Mariano Azuela Güitrón
Ministro Genaro David Góngora Pimentel
Ministra Margarita Beatriz Luna Ramos

Comité de Publicaciones y Promoción Educativa


Ministro Guillermo I. Ortiz Mayagoitia
Ministro Mariano Azuela Güitrón
Ministra Margarita Beatriz Luna Ramos

Comité Editorial
Mtro. Alfonso Oñate Laborde
Secretario Ejecutivo Jurídico Administrativo
Mtra. Cielito Bolívar Galindo
Directora General de la Coordinación de
Compilación y Sistematización de Tesis
Lic. Gustavo Addad Santiago
Director General de Difusión
Dr. César de Jesús Molina Suárez
Director General de Casas de la Cultura Jurídica
y Estudios Históricos
Dr. Salvador Cárdenas Gutiérrez
Director de Análisis e Investigación Histórico Documental
REFLEXIONES SOBRE
ÉTICA JUDICIAL

Manuel Atienza*
* El autor es profesor de filosofía del derecho en la Universidad de Alicante.
Especialista en argumentación jurídica, en bioética y en derechos humanos.
Es director de la revista Doxa y miembro de la Comisión Nacional de
Reproducción Humana Asistida. Ha sido vicepresidente de la Asociación
mundial de filosofía jurídica y social. Dirige un curso de especialista en
argumentación jurídica que se celebra anualmente en la Universidad de
Alicante.

Fue miembro de la Comisión redactora del Código Modelo de Ética Judicial,


dentro de la Cumbre Judicial Iberoamericana, y entre las obras que ha publicado
pueden mencionarse: Las razones del derecho; Tras la justicia; Las piezas
del derecho; El sentido del derecho; El derecho como argumentación,
y Cuestiones Judiciales, entre otras.
CONTENIDO

Presentación .......................................................................................... 9

Prólogo ................................................................................................... 11

¿Por qué no un código deontológico para jueces? ....................... 13

Un código modél(ic)o ......................................................................... 27

La imparcialidad y el Código Modelo Iberoamericano de


Ética Judicial ......................................................................................... 41

7
PRESENTACIÓN

A partir de la expedición del Código de Ética del Poder Judicial de la


Federación, la Suprema Corte de Justicia de la Nación promovió
la publicación de la Serie Ética Judicial, que ha reunido participaciones
de juristas nacionales y extranjeros para analizar la ética del juzgador
como presupuesto esencial para la correcta marcha de los Poderes
Judiciales del mundo. En esta ocasión, el número 17 de la Serie, titulado
Reflexiones sobre ética judicial, ofrece tres ensayos del jurista español
Manuel Atienza.

Los textos son reelaboraciones de conferencias que tuvieron lugar


en distintos foros judiciales. Su tópico central son los códigos deontoló-
gicos para Jueces. El trabajo titulado "¿Por qué no un código deontológico
para Jueces?" se expuso originalmente en la Ciudad de México, en la
sede del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, mientras
que "Un código modél(ic)o" se pronunció en Lisboa. El tercer texto,

9
10 P RESENTACIÓN

"La imparcialidad y el Código Modelo Iberoamericano de Ética Judi-


cial", fue expuesto en Madrid en 2008.

El pensamiento deontológico de Atienza se manifiesta en estas


colaboraciones, escritas con sencillez no exentas de rigor, y dirigidas no
sólo a quienes realizan funciones jurisdiccionales, sino también a liti-
gantes, investigadores y, al público en general, principal interesado en
contar con juzgadores virtuosos que sirvan a la justicia con cada uno
de sus fallos. En estas reflexiones, el autor da elementos para considerar
la conveniencia de regulaciones éticas para Jueces, tomando en cuenta
que los principios rectores de su función (independencia, imparcialidad
y motivación) se ven continuamente amenazados por factores externos
a la actividad propiamente jurisdiccional.

No obstante su brevedad, esta obra aborda con gran suficiencia


académica temas actuales en las judicaturas del mundo. La Suprema
Corte de Justicia de la Nación se complace en presentar esta obra con
la finalidad de fomentar la cultura de la legalidad entre quienes forman
parte del Poder Judicial de la Federación y el público en general, espe-
rando sea de utilidad en el desempeño de sus actividades.

Ministro Guillermo I. Ortiz Mayagoitia


Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
y del Consejo de la Judicatura Federal
PRÓLOGO

E mpecé a interesarme por la ética judicial hace un poco más de una


década. Me llevó a ello una invitación para participar en unas
jornadas sobre selección y formación de los jueces en el Estado de
derecho organizadas, en Madrid, por el Consejo General del Poder
Judicial. Se me pidió entonces que desarrollara el tema "desde la pers-
pectiva de la filosofía del Derecho", y me vi en la necesidad de aclarar
qué había que entender por "buen juez". Partí de la idea —bastante
obvia— de que un buen juez no es sólo quien aplica el Derecho vigen-
te sin incurrir, en el ejercicio de esa actividad, en la comisión de delitos
o de faltas sancionables disciplinarmente —quien no es corrupto—,
sino quien es capaz de ir "más allá" del estricto cumplimiento de las
normas jurídicas. Y me encontré así con la problemática de las virtu-
des judiciales y con la conveniencia —o la necesidad— de trasladar los
rasgos característicos del concepto de "buen juez" —o algunos de ellos—
a un código de conducta de tipo moral.

11
12 P RÓLOGO

Los tres textos que siguen son reelaboraciones de conferencias que


tuvieron lugar en diversos foros judiciales y giran en torno a la cuestión
de los códigos deontológicos para jueces: la primera tuvo lugar en la
Ciudad de México, en la sede del TRIFE, en el año 2003; la segunda en
Lisboa, en 2006, en el contexto de la XIII Cumbre Judicial Iberoame-
ricana que aprobó el Código Modelo Iberoamericano de Ética Judicial;
y la última en 2008, en ocasión de un curso sobre imparcialidad
judicial, organizado en Madrid por el Consejo General del Poder Judi-
cial. Son, como el lector podrá comprobar, textos "encabalgados", de
manera que hay cierta superposición entre el final de uno y el comienzo
de otro. Tiene el obvio inconveniente (para el lector; no —o no necesa-
riamente— para el asistente a una conferencia) de la repetición, pero
me ha parecido que ello reforzaba —aunque sea retóricamente— su carác-
ter unitario y le daba incluso un cierto aire de frescura que podría no
venir mal. En todo caso, el lector juzgará.

Agradezco a Cielito Bolívar su amable y persuasiva insistencia para


incorporarme a esta colección de escritos sobre ética judicial. Muchos
de mis trabajos sobre cuestiones judiciales y, en general, sobre teoría del
Derecho, están vinculados a México y me siento, en consecuencia, suma-
mente honrado por esta nueva oportunidad que se me brinda para publi-
car en un país que, desde hace ya mucho tiempo, no puedo considerar
ajeno.

Alicante, septiembre de 2008


¿POR QUÉ NO UN CÓDIGO
DEONTOLÓGICO PARA JUECES?

I. INTRODUCCIÓN

H ace algunos años escribí un pequeño texto para preparar un


seminario, con jueces españoles, sobre ética judicial. Trataba
de ser, simplemente, una propuesta de trabajo, un esquema para ser
discutido y, si acaso, desarrollado en las direcciones que allí se indica-
ban. La idea, redactar un código de conducta judicial, un código deonto-
lógico, no constituye, obviamente, ninguna novedad, pero parece
(o parecía) contar con bastante más predicamento en los países de common
law (particularmente, en los norteamericanos) que en los de Derecho
continental. En Estados Unidos, por ejemplo, existe desde 1973, y luego
ha sido revisado en diversas ocasiones, un código de ética judicial de
gran importancia práctica. Y el Consejo Judicial Canadiense publicó,
en 1998, unos Principios éticos para jueces que me parecen de particular
interés; no los conocía en el momento en que preparé aquel seminario

13
14 M ANUEL A TIENZA

(que se debió celebrar por esas mismas fechas), pero la metodología que
yo sugería se asemejaba mucho a la seguida por los jueces canadienses.
Por lo demás, mi propuesta se enmarcaba en el contexto español que
era —y creo que sigue siendo— bastante reacio ante la idea de un código
deontológico. Muchos jueces piensan que las únicas normas que deben
regir su conducta son las del ordenamiento jurídico, digamos general
(desde el punto de vista de las que ellos deben aplicar) y las de régi-
men disciplinario (desde el punto de vista de las que a ellos se les pueden
aplicar). Todo lo demás les parece "música celestial" o, aun peor, moralina
contraproducente. Diría que esa opinión es —o era— más intensa entre
los jueces con una ideología de izquierda, precisamente por la vincula-
ción que se cree percibir entre el discurso sobre la moral y sobre las
virtudes, por un lado, y la religión , en particular el catolicismo, por el
otro. Por supuesto, no faltan motivos para establecer esa conexión
(un juez amigo me habló en alguna ocasión de la existencia —que no he
podido comprobar— de folletos sobre virtudes judiciales, inspirados
en el nacional-catolicismo, editados por el Ministerio de Justicia en
los peores años de la dictadura franquista), pero no por ello esa acti-
tud deja de parecerme equivocada; y, en cierto modo, el objetivo central
de mi propuesta no era otro que combatirla. Debo añadir también que
esas reticencias —por lo que he podido observar— son menores entre los
jueces latinoamericanos (y, como antes sugería, entre los jueces españo-
les de talante más conservador) y, de hecho, existe desde 2001 un Estatuto
del juez iberoamericano, aprobado en la VI Cumbre Iberoamericana de
Presidentes de Cortes Supremas y Tribunales Superiores de Justicia.
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 15

Ese documento contiene diversas normas deontológicas, pero se trata


esencialmente de un texto de mínimos que, por lo demás, quizás vaya
a ser desarrollado en los próximos años en el marco de cada uno de los
países allí representados. En cualquier caso, me parece que la propuesta
metodológica que hacía entonces sigue teniendo algún sentido. Era
como sigue.

II. ÉTICA JUDICIAL

En los últimos tiempos ha adquirido una gran importancia la ética


aplicada (a problemas ecológicos, económicos, de política internacio-
nal, de medicina ... ) y la ética de las profesiones (de los médicos, de los
científicos, de los periodistas, de los empresarios, de los jueces...). Hay
diversas razones que explican esta orientación de la ética. Una es el prag-
matismo (que no hay por qué entender necesariamente como un término
peyorativo) que impregna nuestra cultura y forma de vida: importa
que las cosas funcionen, que sirvan para algo, que resuelvan problemas;
y la ética no se libra de esa exigencia. Otra es la complejidad creciente
de las profesiones y que afecta no solamente a cuestiones técnicas, sino
también éticas: el ejercicio de una profesión implica no sólo el manejo
de conocimientos de tipo instrumental, sino ciertos criterios sobre la
justificación o no de los fines (y de los medios para alcanzar ciertos
fines); la técnica no se basta a sí misma. Y una tercera es la desorien-
tación que la complejidad de la sociedad contemporánea y el cambio
acelerado que estamos viviendo en los últimos tiempos genera en el
16 M ANUEL A TIENZA

mundo de las profesiones: parecería que hemos dejado de saber con


alguna precisión qué significa ser un buen médico, un buen profesor o
un buen juez.

En el caso de la ética judicial, a los anteriores factores se unen, al


menos, los dos siguientes. Uno es de carácter, por así decirlo, subje-
tivo: el mundo judicial (en particular el español) ha perdido en los
últimos tiempos la homogeneidad (en cuanto a origen social, ideología,
etcétera) que le caracterizaba; ello hace que los conflictos (también
los de tipo ético) que tiene que encarar la profesión ocupen un papel
más destacado, más visible, simplemente porque no hay acuerdo en
cuanto a cómo resolverlos. El otro es de carácter objetivo, y tiene que
ver con el aumento del poder judicial; esto último es una consecuencia
del desarrollo de nuestros sistemas jurídicos (del Estado constitu-
cional de Derecho) que lleva a que los jueces intervengan (controlen)
actuaciones que en el pasado pertenecían en exclusiva al mundo de la
política en sentido amplio (por ejemplo, el control de la discrecionalidad
administrativa) y a que usen en su labor de aplicación del Derecho
instrumentos normativos —principios y valores— que, inevitablemente,
suponen cierto grado de indeterminación.

La ética judicial no puede, sin embargo, ser distinta a las otras


éticas, puesto que la ética es única y es última. Que sea última quiere
decir que, en un razonamiento práctico, no puede haber razones que
estén más allá de la ética; por ejemplo, un individuo —pongamos, un
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 17

juez— puede tener razones de diverso tipo (prudenciales, jurídicas,


morales) para hacer algo, pero esas razones están estructuradas, de
manera que no tendría sentido que alguien adujera razones de tipo
prudencial o jurídico para justificar hacer (o no hacer) lo moralmente
correcto. Y que es única significa que los principios de la moral son los
mismos para todos los campos de actividad. Lo que hay es una modula-
ción de esos mismos principios, de manera que, por ejemplo en el campo
de la ética médica, adquiere una gran importancia el principio de autono-
mía y el de paternalismo justificado (dada la asimetría de la relación
entre médico y enfermo), en el de la ética periodística, el de libertad de
expresión y el de respeto de la intimidad (la profesión del periodista
debe estar encaminada a generar una opinión pública libre), etcétera.

En el caso de la ética judicial, los tres principios rectores parecen


ser los de independencia, imparcialidad y motivación. El primero implica
que las decisiones de los jueces tienen que estar basadas exclusivamente
en el Derecho y viene a ser una consecuencia del papel institucional
del juez: en particular, del hecho de que tenga el poder de dar la última
respuesta a un conflicto social. El de imparcialidad supone que el juez
debe aplicar el Derecho sin sesgo de ningún tipo y deriva de la posi-
ción del juez como tercero frente a las partes, ajeno al conflicto. Y el de
motivación establece la obligación del juez de fundamentar su decisión,
pues ese es el principal mecanismo de control de su poder.

La ética judicial no se agota, sin embargo, en el plano de las normas.


El concepto de "buen juez" no se deja definir exclusivamente en términos
18 M ANUEL A TIENZA

normativos. El buen juez no es simplemente el que cumple ciertas nor-


mas de conducta (y no incurre en responsabilidad penal, civil o disci-
plinaria), sino el que ha desarrollado profesionalmente ciertos rasgos
de carácter que constituyen las virtudes judiciales. También aquí, las
virtudes de los jueces no pueden ser muy distintas de las que carac-
terizan a otras profesiones o prácticas sociales. Digamos que las virtudes
básicas (las virtudes cardinales de origen griego) reciben una cierta
modulación en razón de las peculiaridades de la práctica judicial. Así,
el principio de independencia exige sobre todo autorrestricción,
modestia y valentía; el de imparcialidad, sentido de la justicia y hones-
tidad personal; y el de motivación se conecta especialmente con la virtud
de la prudencia que, en términos aristotélicos, implica una capaci-
dad (tanto intelectual como moral) para aplicar los principios a los
casos concretos.

Una forma usual de negar la ética judicial consiste en postular su


no necesidad. El argumento (una forma de formalismo ético o positi-
vismo ideológico) viene a ser el siguiente: el juez no necesita preo-
cuparse por la ética, pues lo que tiene que hacer, en cuanto juez, es
exclusivamente aplicar el Derecho; en eso consiste su moral, en seguir
el Derecho. Ese planteamiento es equivocado, por varias razones: Una es
que, como se acaba de ver, el comportamiento ético no está determinado
exclusivamente por normas (del tipo que sea): ser un buen juez significa
algo más que cumplir unas normas. Otra razón es que no se puede des-
cartar la existencia de casos en los que el juez se enfrente al dilema de
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 19

hacer lo que le dice el Derecho o lo que le dicta su moral. Y una tercera


es que si el juez resolviera que lo que debe hacer siempre es obedecer
al Derecho (incluso aunque eso signifique realizar acciones que él juzga
moralmente incorrectas), esa opción es necesariamente, por definición,
de tipo moral.

Otra posibilidad de negar la ética judicial, igualmente usual, es


el escepticismo, el relativismo moral. Lo que se viene a decir en este
caso es que la construcción de una ética judicial es imposible, pues
el mundo de la ética es el mundo de lo irracional o de lo arracional.
Es imposible saber lo que significa "ética judicial"; cada uno —cada juez—
tiene la suya, y no hay criterios racionales que permitan optar a favor
de una o de otra. Quien pretende "tener razón", desde el punto de vista
moral, es simplemente un fanático. La racionalidad en este caso con-
siste en relativizar el propio juicio: en ser escéptico y, por lo tanto,
tolerante. También este punto de vista sobre la moral es equivocado, a
pesar de su popularidad. El relativismo moral en sentido fuerte (que
consiste no en reconocer, como cuestión de hecho, que existen diversas
opiniones morales sobre una misma cuestión, sino que uno es escéptico
con respecto a sus propios juicios morales, esto es, que no emite juicios
morales con pretensión de que sean objetivamente correctos) es una
concepción inconsistente e infrecuente en la práctica. En el caso de un
juez supondría, por ejemplo, que no puede justificar sus decisiones: si
—como me parece que ha de aceptarse— la justificación jurídica tiene
siempre un aspecto moral y la moral no es racional, entonces tampoco
la justificación jurídica (judicial) podrá serlo.
20 M ANUEL A TIENZA

Un método para construir una ética judicial (o una parte de la


misma) podría consistir en partir, por un lado, de los principios y de
las virtudes judiciales de que hemos hablado y, por otro lado, de los
casos controvertidos, esto es de los ejemplos de problemas éticos que
el juez encuentra en su práctica profesional, entendida en un sentido
amplio; esto último incluye tanto la práctica jurisdiccional en sen-
tido estricto, como la actividad ciudadana del juez, en la medida en que
tenga que ver con su profesión. La idea es que, a pesar de todo, hay un
cierto consenso básico entre los jueces, a la hora de decidir de una cierta
forma los problemas éticos de su profesión. Lo que habría que hacer es
confrontar esa práctica social (esa moral social) con los principios éticos
y las virtudes éticas a que me he referido y proceder a un ajuste mu-
tuo del que pudiera resultar algo parecido a un código ético, un código
deontológico.

Un ejemplo de lo anterior (referido no a la actividad puramente


jurisdiccional) es el problema de los límites a la libertad de expresión
de los jueces. Por supuesto, un juez puede incurrir aquí en responsa-
bilidad penal, civil o disciplinaria. Lo que se trata de ver es si se pueden
establecer también comportamientos que, sin incurrir en ninguno de los
anteriores tipos de responsabilidad, son incorrectos; o sea, cómo debería
comportarse un buen juez, más allá de lo que le ordena el Derecho posi-
tivo ¿Deben, por ejemplo, los jueces criticar las decisiones de otros
jueces? ¿Pueden hacerlo de la misma manera que cualquier otro ciuda-
dano? Si utilizáramos el método antes sugerido, mi opinión es que se
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 21

podría llegar a esta doble conclusión: 1) es lícito e incluso conveniente


que exista ese tipo de críticas, pues de esa manera se contribuye a
la conformación de una opinión crítica libre; 2) pero es reprobable
una crítica que no se centre en el contenido de la motivación y que se
dirija fundamentalmente a suscitar reacciones emotivas, en lugar de a
favorecer una discusión racional de la decisión.

Muchos parecen pensar que un código sin sanciones (como tendría


que ser un código de ética judicial) es inútil; o, como decía lhering a
propósito de un Derecho sin coacción: un fuego que no quema, una luz
que no alumbra. Pero no tiene por qué ser así. Podría servir, entre otras
cosas: 1) para hacer que los jueces tuviesen que reflexionar sobre su
propia práctica; 2) para explicitar ciertos criterios que, de hecho, inspi-
ran su práctica y, en consecuencia, para orientar la misma; 3) para
facilitar (a otros) la crítica justificada de su profesión.

III. SOBRE EL MÉTODO DE ELABORACIÓN DEL CÓDIGO

La anterior propuesta puede, me parece, concretarse todavía en diver-


sos aspectos. Para ello, un método adecuado puede consistir en plan-
tearse simplemente las clásicas preguntas de quién debería redactar
ese código, qué aspectos debería incluir, a quién debería dirigirse, con
qué finalidad y de qué manera. Veámoslo.

Que los llamados a elaborar un código deontológico deben ser los


profesionales del campo de que se trate parece indiscutible (o, si se quiere,
22 M ANUEL A TIENZA

inevitable). Muchas actitudes críticas en relación con un código de


conducta judicial vienen precisamente por ese lado: no es aceptable —se
dice— que una profesión tan cerrada en sí misma —tan corporativista—
como la de los jueces establezca además las normas de comportamiento
moral de sus miembros. Pues bien, sin entrar a discutir aquí sobre el
corporativismo de los jueces —que, por lo demás, quizás sea menor de
lo que muchas veces se piensa—, me parece que sería perfectamente
viable —y recomendable— que en la tarea de elaboración de esas normas
participaran no sólo jueces, sino también miembros de otras profesio-
nes jurídicas, quizás alguna gente lega en Derecho y, desde luego, algún
filósofo de la moral. Mi impresión, de todas formas, es que la principal
dificultad en cuanto al quiénes no está del lado de los no jueces, sino
del de los jueces. Quiero decir que la elaboración de esas normas parece
requerir un grado de organización interna (y de homogeneidad) de la
profesión judicial que, en el caso de algunos países, podría no existir.
En España, por ejemplo, no es fácilmente imaginable que miembros de
las diversas organizaciones judiciales existentes estuvieran dispues-
tos a colaborar en una empresa de ese tipo. En cuyo caso, lo único que
cabría es proponerse elaborar un código cuya vigencia se redujera
al ámbito de una determinada asociación judicial: no es la situación
ideal, pero no por ello habría que considerar la empresa sin sentido.

El contenido del código, como antes se ha dicho, debería girar en


torno a los principios de independencia, de imparcialidad y de moti-
vación de las decisiones, que constituyen los tres grandes núcleos de
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 23

la ética judicial. Más en concreto, parecería que la ética judicial debería


dar respuestas a preguntas como las siguientes: 1) ¿Debe estable-
cerse o no una separación tajante entre la vida privada y la vida pública
—profesional— de un juez? Si se admite cierta conexión, ¿a qué aspectos
de la vida privada podría atribuírsele relevancia profesional? 2) ¿Tiene
el juez el deber de procurar que aumente la confianza de la gente en (el
prestigio de) la administración de justicia? ¿Debe el juez prestar una
especial obediencia al Derecho? ¿En qué se traduciría? 3) ¿Hasta dónde
llega la obligación de abstenerse? ¿Qué significa, y en qué se debe tradu-
cir, la autorrestricción judicial? ¿Qué intereses (económicos, ideoló-
gicos, etcétera) puede legítimamente tener un juez? 4) ¿Cuáles son las
responsabilidades de los jueces en la organización de la oficina judicial?
5) ¿Qué actividades externas al ejercicio de la función judicial —como,
por ejemplo, la enseñanza— son éticamente admisibles? 6) ¿Qué tipo
de participación es aceptable que tengan los jueces en los medios de
comunicación? ¿Existen límites específicos a la libertad de expre-
sión de los jueces? 7) ¿Cómo debe comportarse un juez en sus relaciones
con otros colegas? ¿Qué trato debe darse a los abogados? ¿Y a los
justiciables? 8) ¿En qué sentido es aplicable a la conducta judicial la
máxima de que "las apariencias importan"? ¿Importan realmente?
9) ¿Tiene el juez una especial responsabilidad en la lucha contra la
discriminación por razón de sexo, raza, etcétera? ¿Cómo debe actuar
en materias particularmente sensibles como la violencia contra las
mujeres, los comportamientos xenófobos y, en general, en la aplicación
24 M ANUEL A TIENZA

de las normas que regulan la inmigración? 10) ¿Qué reglas especí-


ficas se derivan de la obligación general de motivación de las decisio-
nes? ¿Cómo deben tener lugar las deliberaciones en los tribunales
colegiados? 11) ¿Cuáles son los deberes de diligencia del juez hacia
su profesión? ¿Qué significa, y hasta dónde llega, la obligación de for-
mación? ¿Qué actitud debe adoptar frente a la evaluación de su activi-
dad? ¿Y sobre el sistema de retribuciones? 12) ¿Qué uso de la equidad
puede hacer un juez? ¿Está justificado en algún caso apartarse del
"Derecho estricto"? ¿Cuándo?

Los destinatarios directos de las normas de ese código son, natu-


ralmente, los jueces pero, como antes se ha visto, ellos no son —ob-
viamente— los únicos afectados (existen también destinatarios
indirectos). Un código deontológico ha de tener como objetivo regular
una profesión con el objetivo de fomentar la excelencia entre quienes
la ejercen, porque (y en la medida en que) de esa forma se incrementan
también los beneficios de los usuarios de la administración de justi-
cia y mejora en su conjunto el funcionamiento del sistema jurídico.
La búsqueda de un modelo de juez no es, por tanto, un ejercicio de
autocomplacencia, sino de responsabilidad social y jurídica. En cierto
modo, se trata de hacer compatible un ejercicio satisfactorio de la
profesión con el desarrollo de bienes relativamente externos a la misma.
El principal inconveniente del modelo de "juez funcionario", caracte-
rístico de los Derechos de tipo continental, es que se aparta de la concep-
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 25

ción de la judicatura como una profesión, no regulada exclusivamente


por normas de tipo disciplinario, sino también por normas —las de un
código deontológico— que buscan la excelencia de la profesión, el desa-
rrollo o el fomento de las virtudes judiciales.

El procedimiento de redacción del código podría seguir un mé-


todo típicamente judicial, consistente en distinguir los siguientes niveles:
el de las reglas que dan respuesta suficientemente detallada a las
preguntas del tipo de las antes señaladas; el de los principios y los pos-
tulados básicos en que se apoyan tales reglas; el de los ejemplos que
sirvan para ilustrar cómo se aplicarían esas normas a casos concretos.
Pero además del problema de encontrar el nivel (o los niveles) de abstrac-
ción adecuado(s), el cómo de la elaboración de un código deontológico
supone un procedimiento para decidir acerca del texto mismo. Es de supo-
ner que en muchos casos no ha de ser difícil lograr un consenso y, sin
duda, ese ha de ser el fin esencial del procedimiento (por eso, en sentido
estricto, un código deontológico no puede ser objeto de legislación) ,
pero algunas cuestiones podrían ser consideradas como "cuestiones
abiertas": no necesariamente cuestiones insolubles, sino problemas para
los que, de momento, no se ha llegado a un acuerdo y sobre los que la
deliberación debe continuar en el futuro.

Finalmente, cabría pensar en un procedimiento de aplicación (y


revisión) del código que se pareciera en cierto modo al funcionamiento
26 M ANUEL A TIENZA

de una comisión de ética: el comité judicial se reuniría ocasionalmente


para dar solución a las cuestiones planteadas por los propios jueces y
su cometido no sería dictar medidas disciplinarias, sino deliberar sobre
cuál tendría que ser, o debería haber sido, la actuación adecuada en la
situación que se somete a examen.
UN CÓDIGO MODEL(IC)O

H ace cosa de un año, un letrado del Consejo General del Poder


Judicial español se puso en contacto conmigo para invitarme a
participar, como experto por parte de España, en la redacción de un
proyecto de código modelo de ética judicial para Iberoamérica. Me explicó
que la elaboración y aprobación de ese código era uno de los objetivos
asumidos recientemente por la Cumbre Judicial Iberoamericana, y me
informó de que el grupo encargado de redactar el proyecto estaría inte-
grado por diversos jueces de Iberoamérica, entre los que se encontraba,
también en calidad de experto, Rodolfo Vigo.

Conocía a Vigo, aunque no mucho, desde hacía algún tiempo, pues


a su condición de magistrado de un tribunal argentino une la circuns-
tancia de ser un destacado representante de la filosofía del Derecho de
orientación iusnaturalista. En una ocasión había estado en Alicante,

27
28 M ANUEL A TIENZA

en mi universidad, participando en un seminario, y habíamos tenido


una discusión franca, y creo que satisfactoria por ambas partes, preci-
samente sobre el Derecho natural. Al letrado español —que acabó por
convertirse en un buen amigo— le contesté que agradecía y aceptaba
la invitación; que mi orientación iusfilosófica no era precisamente coin-
cidente con la de Vigo; pero que me parecía que ello no tenía por qué
hacer imposible un trabajo conjunto.

Yo me había ocupado en varias ocasiones de la ética judicial y


me había planteado incluso el problema práctico de cómo elaborar un
código deontológico en la materia: quiénes deberían redactarlo, qué
aspectos debería incluir, a quiénes debería dirigirse, con qué finalidad
y de qué manera debería redactarse. En relación con el primero de esos
extremos, me parecía que los llamados a redactarlo deberían ser esen-
cialmente —por razones obvias— jueces, pero juzgaba también conve-
niente alguna presencia extrajudicial, aunque sólo fuera para evitar
cualquier tentación corporativista; en cuanto a los jueces, parecía obvio
que tendrían que estar representadas las diversas tendencias de la judi-
catura, lo que planteaba un serio problema, pues no me resultaba fácil
imaginar que miembros de diversas organizaciones judiciales (estaba
pensando obviamente en el caso español) estuviesen dispuestos a
colaborar —y lograran hacerlo fructíferamente— en una empresa de
ese tipo. El contenido debería girar en torno a los principios de indepen-
dencia, imparcialidad y motivación y ofrecer una respuesta a cuestiones
a las que el ordenamiento jurídico no atendía o no lo hacía en forma
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 29

plenamente satisfactoria, no por defecto del orden jurídico, sino porque


se trataba de cuestiones que rebasaban en cierto modo el marco del
Derecho positivo; por ejemplo: ¿debe establecerse o no una separación
tajante entre la vida privada y la vida pública —profesional— de un
juez?, ¿qué significa y en qué debe traducirse la autorrestricción judi-
cial?, ¿existen límites específicos —aparte de los jurídicos— a la libertad
de expresión de los jueces?, ¿cómo debe comportarse un juez en relación
con otros jueces, con los abogados y con los justiciables?, ¿qué uso de
la equidad debe hacer un juez?, ¿cuáles son las exigencias de una buena
motivación? etcétera. El objetivo del código debería ser el de fomen-
tar la excelencia entre quienes ejercen la función jurisdiccional, porque
de esa manera se incrementarían también los beneficios para los
usuarios de la administración de justicia y mejoraría en su conjunto el
sistema jurídico; de manera que los destinatarios del código no serían
exclusivamente los propios jueces. Y, en cuanto al procedimiento de
redacción, sugería un método consistente en distinguir diversos niveles
de concreción normativa y un procedimiento para lograr el mayor con-
senso posible (un código deontológico no puede ser objeto de legisla-
ción y, por tanto, tampoco de negociación) con la posibilidad de dejar
algunas cuestiones abiertas, no por considerarlas exactamente inso-
lubles, sino más bien por entender que suscitan problemas respecto de
los cuales es preferible seguir deliberando: de ahí también la conve-
niencia de que existiera una comisión de ética cuyos cometidos habrían
de ser no disciplinarios, sino orientativos y deliberativos.
30 M ANUEL A TIENZA

Desde la primera reunión me resultó claro que a esas conclusio-


nes —seguramente obvias— habían llegado también los otros miembros
de la Comisión (entre otros, Francisco Távara, de la Corte Suprema pe-
ruana) y, en particular, el propio Vigo, el cual, además de experiencia
teórica, tenía una experiencia práctica en la materia en cuanto redactor
del código deontológico de su provincia, de Santa Fe. De manera que
mis reticencias iniciales quedaron eliminadas muy pronto. Las dife-
rencias de fondo no supusieron ninguna gran dificultad para llegar a
un acuerdo básico sobre cuál debería ser el método para elaborar el
código y cuál el contenido del mismo. En realidad, el único punto en
el que parecía haber una discrepancia profunda (aunque no sólo con Vigo)
fue el de la manera de regular —o de no regular— la vida no estricta-
mente profesional de los jueces; pero tampoco en este caso fue muy
difícil llegar a un acuerdo que se plasmó en lo que ahora es el art. 54:
"El juez íntegro no debe comportarse de una manera que un observador
razonable considere gravemente atentatoria contra los valores y sen-
timientos predominantes en la sociedad en la que presta su función".

Durante las diversas reuniones que tuvimos hasta concluir la redac-


ción del proyecto pensé muchas veces en algo que, recordaba, había
escrito Toulmin acerca de su experiencia como miembro de la Comisión
del Congreso de los Estados Unidos que elaboró, a comienzos de los
años 70 del pasado siglo, el llamado "Informe Belmont" con el que, en
cierto modo, comienza la bioética. Según él, a pesar de que los miembros
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 31

de la Comisión tuviesen concepciones muy distintas (opuestas entre


sí) de la filosofía, la religión, etcétera, sin embargo, estaban amplia-
mente de acuerdo acerca de las recomendaciones prácticas de carácter
específico; lo cual —dicho sea de paso— le llevó, en un libro famoso, a
defender un "nuevo casuismo" en ética y a precaverse contra "la tira-
nía de los principios". Se comparta o no la posición de fondo de Toulmin
sobre la ética y su método, lo que sí parece cierto es que, por fortuna,
el mismo fenómeno que él observaba en relación con la bioética parece
darse en los otros campos de la ética aplicada y, en particular, en la
judicial: llegar a consensos razonables es un objetivo más fácil de lograr
de lo que suele imaginarse.

Como antes he dicho, mi participación en el grupo de trabajo fue


en calidad de experto. Pero un experto en ética no es alguien que sepa
realmente más acerca de ética substantiva, acerca de lo que está bien o
mal, que los no expertos. Incluso cabe decir que, por lo menos en ocasio-
nes, sabe menos que los que, sin ser "expertos", tienen sin embargo la
"experiencia" de trabajar profesionalmente en el ámbito de que se
trate ¿En qué son entonces expertos? Pues bien, su experticia (permíta-
seme el neologismo) tiene que referirse a otra cosa, a otra dimensión
de la ética: a cierto conocimiento en el manejo de los conceptos y en la
teoría (o teorías) de la ética. Lo que puede aportar un experto en este
campo, en definitiva, es cierta capacidad de ordenación, de sistema-
tización; algo así como un método de trabajo.
32 M ANUEL A TIENZA

Aunque los otros miembros del grupo encargado de redactar el


borrador fueran jueces profesionales (Vigo reunía las dos condiciones
de juez y de experto), ello no quiere decir que jugaran algo así como el
papel de suministrar la materia prima para que luego, transformada por
los expertos, se convirtiera, como producto de la operación, en el
proyecto de código. Hubo, lógicamente, cierta división del trabajo, pero
no consistió en eso; entre otras razones, porque la materia estaba ya, en
cierta manera, disponible: existían muchos códigos de ética judicial
en el ámbito iberoamericano y existía también el Estatuto del Juez
Iberoamericano y muchas otras normas de carácter jurídico-positivo
(constitucionales o no) que recogían principios o estándares éticos. Por
ello, el objetivo que nos planteamos, expertos y no expertos, fue el
de cómo hacer con todo ese material (con alguna que otra agregación
—personalmente tuve muy en cuenta un reciente artículo de Perfecto
Andrés Ibáñez en la revista española Claves sobre la materia—)1 para
transformarlo en un conjunto de artículos, de estándares, que fueran
al mismo tiempo: indiscutibles, esto es, aceptables para cualquier buen
juez con independencia de cuál fuese su concepción del Derecho, su
ideología política, etcétera; y no triviales, o sea, que supusieran conte-
nidos significativos que no pudiesen ser tomados como un puro ejer-
cicio de retórica. Además, se aceptó por todos, prácticamente desde el
comienzo, la propuesta de Vigo de que el código contuviera una amplia
y fundamentada exposición de motivos.

1
"Para una ética positiva del juez", nº 152, 2005.
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 33

Para lograr el anterior objetivo se necesitaba un tipo de método


que, en la teoría de la ética contemporánea, suele llamarse "equilibrio
reflexivo". La idea es que las reglas éticas —las de la deontología
judicial— deben ajustar bien, ser coherentes, con un conjunto de princi-
pios racionalmente justificados y, al mismo tiempo, no deben chocar
con las intuiciones fundadas de los que viven la práctica, de los jue-
ces. Como en ocasiones es posible que ese ajuste no se dé de manera,
digamos, espontánea, es necesario proceder a alguna corrección de los
principios o de la práctica o, más frecuentemente, de los principios y
de la práctica. De manera que la tarea de redacción del código podía
verse esencialmente como un ejercicio en el que se trataba de articular,
de unir, la teoría con la práctica.

Más en concreto, el método se desarrolló en dos pasos: el primero


consistió en identificar los grandes principios de la ética judicial, para
luego, en un segundo paso, proceder a su desarrollo en los 13 capítulos
de que consta la parte primera del código: independencia, imparcia-
lidad, motivación, conocimiento y capacitación, justicia y equidad,
responsabilidad institucional, cortesía, integridad, transparencia, secreto
profesional, prudencia, diligencia, y honestidad profesional; si se añade
a ello que su aprobación tuvo lugar también en la XIII (ahora con roma-
nos) Cumbre Judicial Iberoamericana, quizás pueda llegarse a la conclu-
sión de que se trata de un código para no supersticiosos.

En todo caso, la tarea de identificación de los principios resultó


extraordinariamente facilitada por la existencia de un documento com-
34 M ANUEL A TIENZA

parativo de normas éticas elaborado por los dos coordinadores del


grupo, Eduardo Ferrer Mac-Gregor (de México) y Eduardo Orio (de
Argentina). Se trata de un utilísimo estudio que contiene una serie
de tablas y gráficas que ofrecen una guía sumamente completa sobre los
principios de ética judicial que cabe encontrar tanto en los orde-
namientos (jurídicos o deontológicos) de los diversos países iberoame-
ricanos, como también en otros ajenos a ese ámbito pero que los
coordinadores, con buen criterio, pensaron que merecía la pena tomar
en consideración (Canadá, Estados Unidos, Italia o Naciones Unidas).

La articulación, el desarrollo, de cada principio (para lo que tam-


bién fue fundamental el anterior documento) se hizo siguiendo una cierta
lógica interna, que puede verse reflejada en cada uno de los principios,
y que básicamente consiste en lo siguiente:

a) Se comienza señalando la finalidad, lo que sirve de justificación


para el principio en cuestión. Por ejemplo, a propósito de la indepen-
dencia: "el derecho de los ciudadanos a ser juzgados con paráme-
tros exclusivamente jurídicos"; "evitar la arbitrariedad" (art. 1)

b) Luego se procede a dar una definición del principio. Por ejemplo,


del de motivación: "expresar, de manera ordenada y clara, razones
jurídicamente válidas, aptas para justificar la decisión" (art. 19)

c) Se incluyen a continuación algunas reglas o estándares específicos


que resultan significativos. Por ejemplo, a propósito de la imparcia-
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 35

lidad: "el juez debe procurar evitar las situaciones que directa o
indirectamente justifiquen apartarse de la causa" (art. 12)

d) Y, finalmente, se señalan ciertas actitudes, ciertos rasgos de carác-


ter o virtudes, que favorecen el cumplimiento del principio en
cuestión. Así, en relación con el principio de cortesía: "el juez debe
mostrar una actitud tolerante y respetuosa hacia las críticas diri-
gidas a sus decisiones y comportamientos" (art. 52). O con el principio
de prudencia: "el juicio prudente exige al juez capacidad de com-
prensión y esfuerzo por ser objetivo".

Ese método nos pareció que tenía algunos inconvenientes, pero


también ventajas que eran realmente muy superiores y justificaban su
adopción.

Seguramente el mayor de los inconvenientes es la redundancia que


genera. Hay, inevitablemente, cierto solapamiento entre los diver-
sos principios; los límites entre ellos no son —no pueden ser— precisos:
piénsese, por ejemplo, en el principio de prudencia en relación con el
de justicia y equidad y el de independencia. Además, algunas de las
normas del código coinciden con normas de Derecho positivo, es decir,
con normas en vigor en no pocos ordenamientos de países iberoame-
ricanos y sus infracciones, en consecuencia, son objeto (por lo menos, en
ciertos casos) de sanciones (jurídicas) disciplinarias. Pero esto es muy
probablemente un riesgo menor. También en la cadena de ADN hay
36 M ANUEL A TIENZA

mucha información repetida, y eso no parece constituir un proble-


ma, sino que incluso puede verse como una ventaja. El verdadero
problema, como los juristas sabemos bien, es cuando falta informa-
ción y —quizás sobre todo— cuando la información es contradictoria,
no simplemente redundante. Los redactores del código modelo nos
esforzamos por lograr que el mismo fuera coherente y razonablemente
completo, pero no cerrado; de hecho está, en diversos aspectos, abierto:
por ejemplo, cuando hace uso de conceptos como el de "observador
razonable" (en el art. 15 o en el art. 54).

En cuanto a las ventajas, consideramos que ese método, esa técnica


de construcción, daba claridad y dotaba al código de ciertas señas de
identidad en relación con los vigentes en otros ámbitos culturales,
aunque no pretendimos en absoluto que fuera un texto original; al con-
trario, nos pareció importante subrayar las coincidencias y la continuidad
con otros productos de otras cumbres judiciales iberoamericanas (como
el Estatuto del Juez Iberoamericano) y con los códigos ya existentes en
diversos países. Pero, en todo caso:

a) Empezar señalando la finalidad del principio parece ser una guía


importante para su adecuada interpretación. Subrayar ese ele-
mento puede permitir descubrir sentidos que no son evidentes a
primera vista: por ejemplo, que la prudencia (art. 68) está orientada
al autocontrol del poder de decisión de los jueces (puesto que no
siempre los otros controles, los controles externos, son suficientes).
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 37

b) Definir, como se lee en un famoso texto del Digesto, es siempre


peligroso, pero es también una operación necesaria (o al menos,
muy conveniente), especialmente cuando no hay más remedio que
utilizar un lenguaje que, de otra manera, pudiera resultar excesi-
vamente impreciso.

c) La inclusión de reglas de conducta que, en ocasiones, son bastante


específicas da viveza al articulado: hace que el código no pueda verse
simplemente como una exposición de principios abstractos.

d) Y con la referencia a actitudes —virtudes— se incorpora una dimen-


sión imprescindible de la ética judicial, a la que últimamente se ha
prestado considerable atención. Como se recoge en el art. 29 a pro-
pósito del principio de conocimiento y capacitación: "El juez bien
formado es el que conoce el Derecho vigente y ha desarrollado las
capacidades técnicas y las actitudes éticas adecuadas para aplicarlo
correctamente".

Como ya antes he dicho, los que formamos el grupo de trabajo no


pensamos el código como un texto cerrado, prácticamente en ningún
sentido. No podía serlo, y el último artículo, el 95, es un reconocimien-
to de que su "aplicación" por parte de la Comisión Iberoamericana
de Ética Judicial no tendrá un carácter vinculante; digamos que este
órgano —como las comisiones de bioética que son sus primas herma-
nas— tiene competencias doblemente opcionales: aparte de que sus
38 M ANUEL A TIENZA

pronunciamientos no tengan fuerza vinculante, no puede actuar tam-


poco de oficio, sino a instancia de determinadas instituciones.

Lo anterior significa aceptar que la función esencial de un código


modelo es precisamente la de servir de orientación: por supuesto, de
la conducta de los jueces; pero también de la conducta de las autori-
dades políticas a la hora de diseñar instituciones y de establecer normas;
y de la de los ciudadanos, de manera que puedan enjuiciar con fundamento
—lo que no siempre ocurre— las actuaciones judiciales.

La aprobación definitiva del código modelo (sin que práctica-


mente sufriera ninguna modificación con respecto al documento entregado
por el grupo de trabajo) tuvo lugar en la reunión de la XIII Cumbre Judi-
cial Iberoamericana, a comienzos de mayo de 2006, en Lisboa. Hay un
fado de la gran cantante portuguesa Amalia Rodrigues que siempre
me ha dado que pensar y que dice aproximadamente lo siguiente: "O fado
quando é triste é que é verdade". Argumentando a contrario: cuando es
alegre es que es mentira, es que es falso. O sea, lo que se dice, o es triste
o es falso. ¿Será de aplicación el pesimista contenido del fado a otros
ámbitos? Por ejemplo, ¿podría decirse de un código modelo de ética
que, si resulta de fácil elaboración y aceptación, es que es falso, que sus
contenidos son triviales o destinados a la ineficacia? No lo sé. O mejor
dicho: no me parece que sus contenidos puedan calificarse de triviales
(aunque sí de obvios: cualquier buen juez debería de estar de acuerdo
con ellos) y sobre su eficacia no creo que pueda hacerse otra cosa que
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 39

esperar y confiar en el trabajo de la Comisión Iberoamericana de Ética


Judicial recién constituida y de la que va a depender de manera decisiva
que este código modelo pueda ser también modélico: que no se quede
en el nivel de las meras palabras y que contribuya en alguna medida
—por modesta y mínima que sea— a mejorar el funcionamiento de los
sistemas jurídicos y, de esa manera, a construir sociedades más decentes
—más igualitarias— en nuestros mundos iberoamericanos. Quizás no
tenga razón Amalia Rodrigues al equiparar la verdad con la tristeza pero,
desde luego, las desigualdades extremas —tan frecuentes en Iberoamé-
rica— sí que son incompatibles con la alegría.
LA IMPARCIALIDAD Y EL CÓDIGO MODELO
IBEROAMERICANO DE ÉTICA JUDICIAL

C uando se comenzaron los trabajos para la redacción del Código


Modelo Iberoamericano de Ética Judicial, se elaboró un "Documento
comparativo de normas éticas" con el que se trataba de conocer cuál
era la situación de la ética judicial en el mundo y, en particular, en
el mundo iberoamericano. Como era de suponer, en todos los códigos
deontológicos existentes, la imparcialidad (y la independencia) apare-
cían como principios básicos, mientras que, por ejemplo, no existía prácti-
camente ninguna referencia al principio de motivación. Además, en los
países en los que no había (y no hay) un código deontológico (como en
España) existían (existen) diversas normas jurídicas que hacen referencia
a la imparcialidad judicial.

A partir de ese material (y, naturalmente, de diversos trabajos doc-


trinales sobre ética judicial: no hay tantos) se trató de transformarlo en
un conjunto de artículos, de estándares, que fueran al mismo tiempo

41
42 M ANUEL A TIENZA

indiscutibles (aceptables para cualquier buen juez con independencia


de cuál fuese su concepción del Derecho, su ideología política, etcétera) y
no triviales (que supusieran contenidos significativos que no pudiesen ser
tomados como un puro ejercicio de retórica). Se optó por seguir un método
que en la teoría ética contemporánea suele llamarse "equilibrio reflexi-
vo": las reglas éticas —las de deontología judicial— tienen que ser cohe-
rentes con un conjunto de principios racionalmente justificados pero, al
mismo tiempo (de ahí la necesidad de un ajuste mutuo), no deben chocar
con las intuiciones fundadas de los que viven la práctica (de los jueces).

Más en concreto, el método se desarrolló en dos pasos. En el primero


se trató de identificar los grandes principios de la ética judicial. La lista
a la que se llegó es la siguiente: independencia, imparcialidad, moti-
vación, conocimiento y capacitación, justicia y equidad, responsabilidad
institucional, cortesía, integridad, transparencia, secreto profesional,
prudencia, diligencia, honestidad profesional. El segundo paso consis-
tió en desarrollar cada uno de esos principios, siguiendo una cierta lógica
interna que, básicamente, resultó en lo siguiente: a) se comenzó señalan-
do la finalidad, lo que sirve de justificación para el principio en cuestión,
b) luego se procedió a dar una definición del principio; c) se incluyeron a
continuación algunas reglas o estándares específicos que resultan signi-
ficativos; d) y finalmente se señalaron ciertas actitudes, ciertos rasgos
de carácter o virtudes que —se pensó— favorecerían el cumplimiento del
principio en cuestión.

En relación con la imparcialidad, el Código Modelo Iberoamericano


de Ética Judicial (CMIEJ), en su capítulo II, establece lo siguiente:
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 43

Art. 9.- La imparcialidad judicial tiene su fundamento en el derecho de los


justiciables a ser tratados por igual y, por tanto, a no ser discriminados en
lo que respecta al desarrollo de la función judicial.

Art. 10.- El juez imparcial es aquel que persigue con objetividad y con
fundamento en la prueba la verdad de los hechos, manteniendo a lo largo
de todo el proceso una equivalente distancia con las partes y con sus aboga-
dos, y evita todo tipo de comportamiento que pueda reflejar favoritismo,
predisposición o prejuicio.

Art. 11.- El juez está obligado a abstenerse de intervenir en aquellas causas


en las que se vea comprometida su imparcialidad o en las que un observador
razonable pueda entender que hay motivo para pensar así.

Art. 12.- El juez debe procurar evitar las situaciones que directa o indirec-
tamente justifiquen apartarse de la causa.

Art. 13.- El juez debe evitar toda apariencia de trato preferencial o especial
con los abogados y con los justiciables, proveniente de su propia conducta o
de la de los otros integrantes de la oficina judicial.

Art. 14.- Al juez y a los otros miembros de la oficina judicial les está
prohibido recibir regalos o beneficios de toda índole que resulten injusti-
ficados desde la perspectiva de un observador razonable.

Art. 15.- El juez debe procurar no mantener reuniones con una de las partes
o sus abogados (en su despacho o, con mayor razón, fuera del mismo) que
las contrapartes y sus abogados puedan razonablemente considerar
injustificadas.

Art. 16.- El juez debe respetar el derecho de las partes a afirmar y contradecir
en el marco del debido proceso.

Art. 17.- La imparcialidad de juicio obliga al juez a generar hábitos rigurosos


de honestidad intelectual y de autocrítica.
44 M ANUEL A TIENZA

La anterior regulación es, me parece, básicamente aceptable pero,


sin duda, plantea algunos problemas interpretativos, necesitaría quizás
de algún añadido en lo que se refiere a la definición de imparcialidad
que incorpora2 y, sobre todo (como es natural), deja abiertas muchas
cuestiones que no pueden resolverse en un código. El lector de ese
documento podría, entre otras, plantearse las siguientes cuestiones (o
grupos de cuestiones):

1. La justificación de la imparcialidad en la igualdad quizás no


sea discutible, pero podría haber diversas maneras de entender la
igualdad (como no discriminación). Si lo que la justifica es la igualdad,
¿puede identificarse la imparcialidad con la neutralidad? Dado que de
imparcialidad se habla no solamente en contextos jurídicos, sino
también en la moral y en la política, ¿tiene en los tres casos la misma
justificación, o hay alguna peculiaridad en relación con el Derecho, en
relación con los jueces? ¿La imparcialidad se orienta exclusivamente
hacia las partes y sus abogados (hacia el proceso)?

2. El concepto de imparcialidad plantea problemas cuando se


trata de deslindar de otros conceptos, especialmente del de indepen-

2
Una redacción preferible del art. 10 podría ser: "El juez imparcial es aquel que persigue con
objetividad y con fundamento en la prueba la verdad de los hechos, manteniendo a lo largo de
todo el proceso una equivalente distancia con las partes y con sus abogados [aplica e interpreta las
normas sin sesgo de ningún tipo], y evita todo tipo de comportamiento que pueda reflejar
favoritismo, predisposición o prejuicio.
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 45

dencia. ¿Es aceptable entender la imparcialidad como independencia


frente a las partes y al objeto del proceso? ¿La imparcialidad se refiere
únicamente a los hechos o hay también una imparcialidad en relación
con las normas? ¿Qué relación existe entre la imparcialidad y otros
principios de deontología judicial (además del de independencia)?

3. ¿Cómo hay que entender las virtudes de honestidad intelectual


y de autocrítica? ¿Son las únicas virtudes judiciales ligadas a la impar-
cialidad? ¿Se aprende a ser imparcial?

Trataré de dar respuesta ahora a los anteriores interrogantes, pero


no de una manera directa, sino a través de una elucidación del con-
cepto de imparcialidad que tenga muy en cuenta las analogías y las
diferencias de la imparcialidad con otras nociones más o menos
próximas.

1. A pesar de su estrecha conexión con la igualdad y con la no


discriminación, comportarse de manera imparcial no es exactamente
lo mismo que hacerlo de manera igualitaria (de manera "justa", si se
acepta que la justicia es la igualdad de trato: tratar igual a los seres
pertenecientes a la misma categoría). Y no lo es, por lo menos en el caso
de la imparcialidad judicial, porque la justicia o igualdad que aquí se
tiene en cuenta es la referida a la aplicación de las normas, no a las normas
mismas. Dicho en términos crudos, la aplicación imparcial de nor-
mas injustas no produce (o puede no producir) resultados justos (no
46 M ANUEL A TIENZA

discriminatorios). Por ejemplo, si se piensa que el trato que nuestras


normas de extranjería (pero no sólo las nuestras) dispensan a los inmi-
grantes no es un trato justo, entonces el juez que tiene que aplicar,
pongamos, una medida de expulsión contra un extranjero en situación
de ilegalidad, puede hacerlo de una manera exquisitamente imparcial,
pero no por ello va a dejar de contribuir a una discriminación difícilmente
justificable en términos éticos. Quiero decir que si uno parte de una teoría
de la justicia como la de Rawls (basada precisamente en la idea de impar-
cialidad; pero no —o no sólo— de la imparcialidad en la aplicación de
las normas), no me parece que pudiera decirse que los seres de la situa-
ción originaria y bajo el velo de la ignorancia (que no supieran si iban
a nacer en Europa, en Latinoamérica o en el África subsahariana) fuesen,
tras una discusión racional, a aceptar por consenso una regulación de la
extranjería como la que contiene nuestro Derecho (o cualquier otro de
los países ricos). Esas normas no parece que pudieran ser el fruto de un
juicio de imparcialidad. Para poner otro ejemplo más discutible: la aplica-
ción imparcial de la ley integral de violencia de género es dudoso que
no vaya a producir nunca (que no haya producido ya) resultados discrimi-
natorios, a pesar de que el tribunal constitucional acaba de desestimar
una cuestión de inconstitucionalidad referida al primer inciso del párrafo
1º del art. 153 del código penal (modificado por esa ley) que, como se
sabe, agrava la pena para los supuestos de malos tratos cuando la víc-
tima es una mujer y el agresor un hombre.
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 47

Todo lo anterior puede resultar muy obvio, pero es bueno no per-


derlo de vista, aunque sólo sea para comprender que la imparcialidad
no puede ser la única nota definitoria del buen juez.

2. Imparcialidad no es tampoco lo mismo que independencia.


En el CMIEJ, el juez independiente se define como "aquel que determina
desde el Derecho vigente la decisión justa, sin dejarse influir real o
aparentemente por factores ajenos al Derecho mismo" (art. 2) y se señala
que la razón de ser de la independencia es "garantizar a los ciudada-
nos el derecho a ser juzgados con parámetros jurídicos, como forma de
evitar la arbitrariedad y de realizar los valores constitucionales y salva-
guardar los derechos fundamentales" (art. 1). Cabría decir entonces
que entre independencia e imparcialidad habría un cierto solapamiento
y que la independencia vendría a ser algo así como un presupuesto, una
condición, de la imparcialidad. Un juez puede ser independiente, esto es,
autónomo a la hora de tomar sus decisiones ("que no recibe influencias
—directas o indirectas— de ningún otro poder público o privado, bien
sea externo o interno al orden judicial" –art. 3 CMDEJ), pero eso no asegura
su imparcialidad; pues aunque la autonomía no significa, obviamente,
que el juez sea totalmente libre, que no tenga ninguna vinculación a la
hora de tomar sus decisiones (sino que sólo está vinculado por el Dere-
cho), la aplicación del Derecho (al interpretar las normas o determinar
la prueba) puede ser parcial, esto es, contener algún sesgo a favor de
un individuo, un grupo, etcétera. Eso es típicamente lo que ocurre con
el juez machista (que, por ejemplo, no considera "particularmente veja-
48 M ANUEL A TIENZA

torio" "atar, amordazar y violar vaginal y bocalmente" a una mujer) o con


el juez que no hace abstracción —como debiera— de sus creencias religio-
sas al aplicar el Derecho (y se niega a casar a una pareja de lesbianas
utilizando cualquier pretexto que le "permita" presentar su decisión
como no violatoria del Derecho).

Lo que puede resultar más discutible es si un juez dependiente


puede, sin embargo, ser imparcial o, dicho de otra manera, qué tipo de
condición supone la independencia en relación con la imparciali-
dad. Está claro, como acabamos de ver, que la independencia no es una
condición suficiente de la imparcialidad. ¿Pero es una condición necesa-
ria? La respuesta probablemente tendría que ser que si la no independen-
cia se entiende referida a las decisiones del juez (el juez que no determina
desde el Derecho sus decisiones, que es arbitrario), entonces se trata de
una condición necesaria: si no es independiente no puede ser imparcial.
Pero si se habla de no independencia en un sentido más amplio, esto
es, en un sentido en el que no se consideraría independiente al juez
que no tiene garantizado el ser inamovible, el que su nombramiento y
promoción no dependa del poder político, etcétera, entonces habría
quizás que considerarla como una condición fuertemente contribu-
yente, pero no estrictamente necesaria. Si no fuera así, habría que pensar
que, por ejemplo en sistemas como el de Estados Unidos, los jueces care-
cerían de imparcialidad, puesto que, salvo los jueces de más bajo nivel
que son nombrados mediante elecciones locales, los otros son nombra-
dos por el Poder Ejecutivo. Y lo que, por cierto, ocurre en el ordenamiento
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 49

de este país3 es que, debido precisamente a esa circunstancia, no hay


una clara distinción entre independencia e imparcialidad; lo que el
sistema trata de tutelar (de manera analítica y eficiente) es la impar-
cialidad del juez en relación con la controversia concreta en la que se
ve envuelto.

3. Si se compara la noción de imparcialidad con la de neutralidad,


lo que habría que decir es que hay un sentido de neutralidad que no
forma parte del concepto de imparcialidad (al contrario, el juez
imparcial no puede ser "neutral" en esa acepción del término),4 pero
hay otro en el que sí, en el que los jueces deben ser neutrales y esa
neutralidad del juez forma parte del núcleo de significado de su
imparcialidad.

En el primero de esos significados, "neutral" quiere decir "avalo-


rativo"; un discurso neutral sería un discurso que no contiene juicios
de valor, sino únicamente juicios que describen hechos y juicios que
constatan la existencia de normas válidas y aplicables a tales hechos.
Se trata del modelo de juez del formalismo, para el cual, el único as-
pecto si se quiere valorativo que podría encontrarse en el discurso

3
Vid. la ponencia de M. Taruffo, "La cultura de la imparcialidad en los países de Derecho
anglosajón y de Derecho continental". La referencia, como en el caso de los textos de J. Aguiló y de
C. Gómez luego citados, es a las ponencias en el curso La imparcialidad judicial, organizado por el
CGPJ, en Madrid, en la primavera de 2008.
4
Vid. la ponencia de J. Aguiló, "Imparcialidad y aplicación de la ley".
50 M ANUEL A TIENZA

(justificativo) judicial sería su adhesión al Derecho positivo; acep-


tado que el juez debe obedecer las normas válidas de su sistema, todo
lo que habría hasta llegar a la decisión sería un conjunto de enunciados
neutrales, no comprometidos. Quizás merezca la pena aclarar que el ideal
de la neutralidad, del descriptivismo, no se refiere (en el esquema kelse-
niano y, en general, de los autores positivistas) al Derecho positivo (por
ejemplo, a la aplicación judicial del Derecho), sino a la construcción de
la ciencia del Derecho. Dicho de otra manera: positivismo no es lo mismo
que formalismo.

En todo caso, esa manera de entender la neutralidad y la impar-


cialidad judicial parece inviable. Los juicios de valor no están siempre
ausentes de los textos legales y la densidad de juicios valorativos es
precisamente uno de los rasgos más característicos de nuestras Consti-
tuciones. El juez que se toma en serio la Constitución (que asume, por
ejemplo, la obligación de interpretar todas las normas jurídicas en
concordancia con la misma) no podría ser, entonces, un juez neutral.
Frente a ese argumento, a veces se replica diciendo que en tales casos
(o sea, en las situaciones en las que tiene que recurrir a juicios de valor
para aplicar el Derecho) el juez no tiene tampoco propiamente que
valorar, sino que basta conque describa las valoraciones sociales exis-
tentes; o sea, una cosa sería describir un juicio de valor ("la sociedad S
considera que X es un acto discriminatorio") que no habría problema en
calificar como neutral (si es verdadero), y otra cosa expresar un juicio
de valor ("X es un acto discriminatorio") que no podría ser considerado
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 51

como verdadero o falso y, por tanto, como neutral, pues no está descri-
biendo nada, sino (suele decirse) mostrando la aprobación o desa-
probación de un sujeto en relación con un estado de cosas, un
comportamiento, etcétera. Ahora bien (y aunque el problema de fondo
—en el que no cabe entrar aquí— sea extremadamente complejo), esta
última opinión no parece satisfactoria por diversas razones. Una de
ellas es que presupone un juicio de valor (en relación con cómo deben
interpretarse esos enunciados), de manera que ella misma no es —en el
sentido que ahora nos está interesando— neutral. Otra razón es que,
aunque se aceptara esa propuesta (describir neutralmente los juicios
de valor), la misma resulta, en muchos casos, inviable: esas valoracio-
nes pueden no ser conocidas (o no ser conocidas en todos sus detalles:
puede estar claro, en términos genéricos, qué significa para los miembros
de una sociedad el juicio de valor "el mayor bienestar del menor", pero
eso no significa que el juez conozca también el significado de "el mayor
bienestar del menor X en las circunstancias C") o, simplemente, puede
que no exista un juicio de valor dominante. Finalmente, no es nada
obvio que el juez deba seguir (o deba seguir siempre) ese criterio; basta
con pensar en los juicios de valor subyacentes al garantismo penal y
que no siempre son aceptados por la opinión social dominante; para
operar con esos juicios de valor, el juez necesariamente tiene que dispo-
ner de alguna teoría moral y política (más o menos sofisticada) sobre
la Constitución y el Derecho que, naturalmente, no podrá ser una teoría
meramente descriptiva.
52 M ANUEL A TIENZA

El otro sentido de neutralidad que sí hay que considerar que forma


parte de la imparcialidad judicial es la idea de la filosofía política y
moral liberal (entendida la expresión "liberal" en un sentido amplio)
de que el Estado, los poderes públicos, deben respetar las diversas
formas de vida o concepciones de lo bueno existentes en una sociedad.
En este sentido, neutralidad vendría a significar algo así como respeto
del pluralismo. Un juez imparcial es aquel que, en relación con la deter-
minación de los hechos, la interpretación de las normas y la toma
de decisiones, no pone su propia concepción de lo bueno (sus juicios de
valor) por encima de las demás. Entiéndase bien. No quiere decir que
todas las concepciones de lo bueno, todas las formas de vida existentes
en la sociedad, deban respetarse por igual y que el juez no deba adhe-
rirse a ninguna. El respeto del pluralismo y la práctica de la tolerancia
están justificados en la medida en que no afecten a lo que se ha llamado
el "coto vedado"5 de los principios y valores fundamentales; digamos,
de los derechos humanos plasmados en la Constitución. Pero la idea es
que, dentro de esos límites, nuestras Constituciones son neutrales, no
toman partido por una u otra forma de vida (por ejemplo, hay diversos
tipos de familia constitucionalmente admisibles) y lo mismo deben hacer
los jueces al aplicar el Derecho. La Constitución no le pide al juez ni
que sea ni que deje de ser católico, agnóstico o ateo; lo que le requiere

5
Como el lector seguramente sabe, se trata de un concepto introducido por Ernesto Garzón
Valdés. Vid. Ernesto Garzón Valdés, Derecho, ética y política, Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid, 1993
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 53

es que no utilice los juicios de valor propios de una determinada con-


cepción del mundo (por ejemplo, la fe católica) a la hora de interpretar
y aplicar las normas del Derecho matrimonial. Esa aplicación neutral
(imparcial) de las normas es una exigencia central del Estado de Dere-
cho y condición necesaria para que los individuos puedan ser autónomos.

4. Imparcialidad no es exactamente lo mismo que objetividad, aun-


que la aspiración a la objetividad sea un ingrediente fundamental de
la imparcialidad judicial. Pero si no coinciden, es por lo siguiente.

En relación con los hechos, la objetividad puede entenderse como


una virtud epistemológica. El buen juez debe evidentemente esforzarse
para que lo que él considera como hechos probados coincida con lo que
han sido los hechos reales, o sea, para que su narración de los hechos
sea una narración verdadera. Lo que debe guiar al juez no es la coheren-
cia narrativa, sino la verdad objetiva. Los criterios de coherencia (de
coherencia narrativa) pueden ser valiosos, pero precisamente porque
son indicios de que la narración es verdadera; dicho todavía de otra
manera, la coherencia es un medio, no un fin en sí misma. En este sen-
tido, la tarea del juez puede asemejarse (como muchas veces se ha hecho)
a la del historiador (o a la del detective) volcado a la constatación de
hechos del pasado (por eso también, tanto en relación con los historia-
dores como con los jueces, el paradigma "narrativista" pretende despla-
zar al de la objetividad, al de la correspondencia con los hechos). Sin
embargo, esa analogía tiene un límite, que viene marcado por el rol institu-
54 M ANUEL A TIENZA

cional del juez. A diferencia del científico (o del detective), cuya labor
está guiada exclusivamente por valores epistemológicos, los valores que
presiden la prueba judicial de los hechos no son sólo de naturaleza episte-
mológica, sino también práctica; en la ciencia, por ejemplo, no hay nada
parecido al principio que rige en el Derecho penal moderno, según el
cual es preferible absolver a un culpable que condenar a un inocente,
es decir, se trata de minimizar la posibilidad de que un inocente resul-
te condenado, y no de optimizar simplemente el resultado de que los
culpables sean condenados y los inocentes absueltos. Las garantías del
proceso penal no son, por tanto, exclusivamente, garantías epistemoló-
gicas, dirigidas simplemente a obtener la verdad. Por eso, la justicia (a
diferencia de la ciencia) se representa con una venda y una balanza: en
relación con algunos hechos, el juez puede tener que considerar (pense-
mos en la institución de la prueba prohibida) que no han existido,
aunque pueda ser perfectamente razonable (desde la perspectiva de la
racionalidad epistemológica) pensar lo contrario; o, dicho de otra
manera, el juez tiene que balancear razones epistemológicas y razones
prácticas.6

Y con respecto a la objetividad entendida como corrección de la


decisión, lo que el sistema jurídico le pide al juez en cuanto órgano
aplicador del Derecho (que sea imparcial), no es exactamente que per-

6
Sobre la imparcialidad vista en términos epistemológicos o como factor de equilibrio puede
verse Isabel Trujillo, Imparcialità, Giappichelli, Turín, 2003.
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 55

siga sin más la corrección moral. Como a veces se ha dicho, la raciona-


lidad jurídica (la racionalidad judicial) es una racionalidad de "lo
segundo mejor".7 El juez no puede tomar la decisión que, en abstracto,
pudiera considerarse como la más correcta, la más objetiva, sino que
tiene que contar con los límites que le impone el Derecho. Por ejem-
plo, es perfectamente posible que un juez que condena a alguien a una
pena de —pongamos— un año y un día esté convencido de que esa no
sería exactamente la pena que impondría si pudiera decidir con criterios
puros de justicia. Esto es así porque lo que él debe hacer es procurar
alcanzar la justicia, la decisión correcta, pero por medio del Derecho,
no sin límite institucional alguno. En los Derechos del Estado constitu-
cional son probablemente muy raros los supuestos en los que el sistema
jurídico impone, por así decirlo, una solución incorrecta, injustificable
en términos morales; pero frecuentes los casos en los que la solución (o las
soluciones) jurídicamente admisible(s) no coincide(n) con la más correcta
desde el punto de vista moral, si bien pueden existir razones morales
que justifiquen ese apartamiento (cuando el contraste entre "lo primero
mejor" y "lo segundo mejor" no es muy acusado): el problema de si existe
o no una obligación moral de obedecer el Derecho es sumamente com-
plejo, pero parece claro que el respeto del rule of law, del imperio de la
ley, contribuye de manera decisiva a hacer posible la autonomía de los
individuos y la autonomía, qué duda cabe, constituye un valor moral.

7
La expresión ha sido utilizada por Carlos Nino en varias de sus obras.
56 M ANUEL A TIENZA

5. La noción de imparcialidad puede entenderse (según habíamos


visto) como referida a la creación o a la aplicación de normas. La acción
de establecer normas supone, naturalmente, una cierta distribución de
cargas y de beneficios y la imparcialidad apunta a un reparto equitativo
de los mismos. Para conocer qué distribución es equitativa (impar-
cial) no basta con preguntar a los afectados, simplemente porque sus
respuestas pueden estar sesgadas a favor de sus intereses. Para evitar
esas distorsiones, se puede optar por alguna "idealización" como la posi-
ción originaria y el velo de la ignorancia de Rawls (que trata de lograr
que quienes deciden no sepan cómo les va a afectar a ellos esa decisión)
o bien como la situación ideal de diálogo de Habermas (basada en que
la decisión sea fruto de una argumentación siguiendo las reglas de la
discusión racional): normas justas, imparciales, serían aquellas que esta-
blecerían por consenso los individuos que deliberaran bajo alguno de
los anteriores supuestos (o bajo algún otro por el estilo).

La imparcialidad judicial tiene, sin embargo, que ver únicamente


con la aplicación de normas. El equilibrio que debe perseguir el juez,
el aplicador, se refiere únicamente a intereses de las partes y tal y como
han quedado fijados en las normas que debe aplicar; la idea es que el
juez no tiene (no debe tener) fines, intereses, distintos a los del orde-
namiento jurídico. Por eso, la imparcialidad judicial se distingue neta-
mente de la del legislador o de los órganos administrativos: la de estos
últimos se refiere al establecimiento de normas, y los legisladores y la
administración —cuando la actividad administrativa no tiene un carácter
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 57

puramente aplicativo— consideran el Derecho —por así decirlo— como


un medio para lograr ciertas finalidades (lícitas, conformes con la Consti-
tución). Para asegurar la imparcialidad judicial (respecto de los intereses
de las partes) se exige, por ello, que el juez esté realmente separado de
las partes (imparcialidad "subjetiva") y también del objeto sobre el
que ha de decidir (imparcialidad "objetiva"), precisamente porque —se
piensa— el haber intervenido en el proceso o tener algún tipo de interés
en el mismo podría perjudicar a alguna de las partes; además, el sistema
jurídico trata de asegurar no sólo la imparcialidad efectiva del juez
(imparcialidad material), sino también la apariencia de imparciali-
dad (imparcialidad formal).8

La imparcialidad en este último sentido (referida a la aplicación


de normas) es, por tanto, una virtud típicamente judicial: se refiere a
la posición de un tercero frente a los intereses de las partes. Eso no
quiere decir únicamente que no rige para los abogados ni, obviamente,
para los científicos: en relación con los primeros, porque ellos no tienen
que cuidar de los intereses de las partes, sino de los de una de las partes
(aunque, naturalmente, dentro de ciertos límites); y en relación con los
segundos, porque los resultados de la ciencia se orientan exclusivamente
hacia la verdad y no pretenden satisfacer o equilibrar los intereses de
parte alguna. Significa también que, cuando se trata de juzgar causas abs-

8
Sobre la clasificación y el examen de las causas de abstención y recusación en el Derecho
español, remito a la ponencia de Carlos Gómez, "Abstención y recusación del juez como garantía
de su imparcialidad".
58 M ANUEL A TIENZA

tractas (por ejemplo, un recurso de inconstitucionalidad), no tiene sentido


interpretar las causas de abstención y recusación de los jueces como si
se tratara de procesos ordinarios.9 En el control abstracto de las normas
no hay intereses subjetivos de las partes y, por eso, quienes pueden
interponer el recurso de inconstitucionalidad no lo hacen por su calidad
de "partes", sino porque ocupan una determinada posición institucional.
Esta es la razón de fondo por la que resulta tan equivocada la decisión
reciente del Tribunal Constitucional español (Auto 26/2007 de 5 de
febrero) aceptando la recusación del magistrado Pérez Tremps, en rela-
ción con el recurso de inconstitucionalidad contra la ley orgánica de
reforma del Estatuto de Cataluña, por haber este magistrado elaborado,
por encargo de una institución de la Generalitat catalana, un dictamen
en relación con uno de los puntos del Estatuto.

6. Un medio, quizás el más importante, de asegurar la imparcia-


lidad del juez consiste en establecer la obligación de que tenga que
motivar sus decisiones (las más importantes).10 Es cierto que motivar
no significa exactamente explicar las causas (los "motivos" en una de
las acepciones de esa expresión) que le han llevado al juez a tomar una
determinada decisión; no consiste en exponer el proceso psicológico
—como a veces se dice— conducente a la toma de decisión. En sentido

9
El problema se plantea en el Derecho español, porque aquí (a diferencia de lo que ocurre en
otros sistemas semejantes; por ejemplo, en el alemán) no hay una regulación específica para los
magistrados del Tribunal Constitucional; a ellos se les aplica el régimen general.
10
Vid. Trujillo, op. cit., pp. 242 y ss.
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 59

estricto, motivar significa justificar, esto es —como se lee en el art. 19 del


CMIEJ— "expresar, de manera ordenada y clara, razones jurídicamente
válidas, aptas para justificar la decisión". O sea, en principio es posible
que un juez parcial, predispuesto a favor o en contra de alguna de las
partes, ofrezca sin embargo una justificación adecuada: el motivo
psicológico que le lleva a tomar determinada decisión puede ser la
aversión que siente por una de las partes, pero eso no le impide
construir una fundamentación impecable, esto es, ofrecer razones que
puedan considerarse como jurídicamente válidas y aptas para justificar
la decisión. Ahora bien, aunque este tipo de escisión pueda darse en la
práctica 11 lo cierto, como bien dice Aguiló,12 es que el ideal de la moti-
vación consiste en que las razones explicativas y las razones justificativas
coincidan, y las reglas jurídicas o deontológicas dirigidas a asegurar la
independencia e imparcialidad de los jueces tienen precisamente esa
finalidad. Dicho de otra manera, el principio de motivación, por un
lado, y los de independencia e imparcialidad, por el otro, se solapan al
menos parcialmente o, si se quiere, actúan de manera conjunta para
controlar que la decisión del juez es la adecuada: las exigencias de
independencia e imparcialidad operan, como dice Taruffo (op. cit.),
ex ante, y las de la motivación, ex post.

11
La distinción entre el contexto de descubrimiento y el contexto de la justificación es uno de los
presupuestos de lo que suele llamarse "teoría estándar de la argumentación jurídica". Siguiendo
esta distinción proveniente de la filosofía de la ciencia, muchos autores han considerado que
el estudio (filosófico o teórico; frente al psicológico o sociológico) de la argumentación jurídica
(judicial) se circunscribe a la justificación de las decisiones.
12
J. Aguiló, "De nuevo sobre independencia e imparcialidad de los jueces y argumentación jurídica",
en Jueces para la democracia, nº 46, 2003; y su ponencia en este curso: "Imparcialidad y aplicación de la ley".
60 M ANUEL A TIENZA

7. La imparcialidad que debe caracterizar la aplicación del


Derecho por parte de los jueces no tiene nada que ver con el formalismo
jurídico sino que, en cierto modo, es su contrafigura.13 La actitud im-
parcial no supone ninguna propensión hacia la interpretación literal
frente a la teleológica o valorativa, la tendencia a configurar la labor
judicial en términos mecánicos, a no tomar en consideración factores
sociológicos, culturales etcétera. Supone ver todos esos factores de
manera "equilibrada" y no usarlos para dar una ventaja —ilegítima— a
una de las partes frente a la otra. Por eso, la imparcialidad, en cuanto
vehículo de la justicia y de la equidad, se alinea inequívocamente del
lado del antiformalismo, pues el equilibrio sólo puede lograrlo el juez
que toma en consideración no solamente el tenor literal de las normas,
sino también sus razones subyacentes. El CMIEJ, en el capítulo referido
al principio de justicia y equidad, establece, en su art. 40, que "el juez
debe sentirse vinculado no sólo por el texto de las normas jurídicas
vigentes, sino también por las razones en las que ellas se fundamentan".

8. Tampoco debe considerarse la imparcialidad como una actitud,


una virtud, pasiva y que, por tanto, pueda definirse negativamente.14
Como antes se ha señalado, imparcialidad no significa neutralidad en el
sentido de que el juez —en su función de aplicar el Derecho— deba ser
indiferente con respecto a cualquier valoración. El juez imparcial es,

13
Vid. la ponencia de J. Aguiló, "Imparcialidad y aplicación de la ley".
14
Vid. de nuevo Trujillo, op. cit.
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 61

precisamente, el que toma partido en favor de los valores constitu-


cionales y —como hemos visto— no pretende imponer los valores
peculiares de su forma de vida, cuando hay otras formas de vida
compatibles con la Constitución. Pero además, la imparcialidad judicial
no supone que el juez deba carecer de poderes de instrucción como
pudiera ser el disponer de oficio la práctica de una prueba. Como muy
bien lo señala Taruffo, la imparcialidad del juez "no se asegura relegando
al juez al papel de un espectador pasivo de la contienda que se
desarrolla entre las partes, sino haciendo valer de manera efectiva las
garantías fundamentales del proceso, o sea, el derecho de defensa en
todas sus manifestaciones (incluido el derecho de las partes a aportar
pruebas contrarias y a poner en discusión las adoptadas de oficio) y la
obligación de motivación".15

9. La imparcialidad como virtud está, obviamente, ligada —como


lo señala el art. 17 del CMIEJ— a la adquisición de hábitos rigurosos de
honestidad intelectual y de autocrítica. Pero parece también claro que
difícilmente puede ser imparcial el juez que no ejerza su poder con modera-
ción y prudencia (rasgos de carácter que el CMIEJ vincula con la inde-
pendencia —art. 8—); que no muestre una actitud tolerante y respetuosa
hacia la crítica de sus decisiones y comportamientos (art. 52, en relación
con el principio de cortesía); que no actúe, en relación con los medios
de comunicación, de manera equitativa y prudente, cuidando de que no

15
M. Taruffo, op. cit.
62 M ANUEL A TIENZA

resulten perjudicados los derechos e intereses legítimos de las partes y


de los abogados, y que no trate de evitar comportamientos o actitudes
que puedan entenderse como búsqueda injustificada o desmesurada de
reconocimiento social (art. 59 y 60, en relación con el principio de trans-
parencia); que no muestre capacidad de comprensión y un esfuerzo
por ser —y parecer— objetivo (art. 72, en relación con el principio de pru-
dencia); o, en fin, que no tenga el valor suficiente para resistir todas
las presiones que puedan venirle de las partes, del propio Poder Judi-
cial, de los poderes políticos, de los poderes económicos o del poder de
los medios de comunicación. Los rasgos de carácter que constituyen las
virtudes judiciales tienen un sentido unitario, puesto que todos ellos
están dirigidos a un mismo propósito; son, conjuntamente conside-
rados, definitorios del buen juez, esto es, rasgos de carácter que favore-
cen el comportarse de determinada manera: respetando los principios
de la ética judicial.

Si, a partir de aquí, uno se hiciera la pregunta de si —y cómo—


pueden adquirirse semejantes rasgos de carácter, la respuesta sería que
lo que se requiere fundamentalmente es un tipo de aprendizaje práctico
en el que juega un papel fundamental la existencia de modelos a imitar,
esto es, de jueces que encarnen las virtudes del buen juez. Podría decirse
que se puede aprender a ser un buen juez —a comportarse de manera
imparcial— si se poseen ciertas capacidades y actitudes básicas y se
ejerce la función judicial en un contexto institucional adecuado en el que
abunda —o por o menos, no es rara— la figura del buen juez, del juez
R EFLEXIONES SOBRE É TICA J UDICIAL 63

objetivo e imparcial. Por eso mismo, la presencia de antimodelos juega,


lógicamente, un papel muy negativo, que puede llegar a ser devastador
cuando la ausencia de esas virtudes resulta manifiesta en los cargos
judiciales de mayor significación y en relación con decisiones que afec-
tan a los otros jueces. Dicho en términos más claros: pocas cosas pueden
ser más contraproducentes para la imparcialidad judicial que un siste-
ma de nombramiento de los altos cargos judiciales en el que la —nece-
saria— discrecionalidad se ejerza (la ejerzan otros jueces) de manera
arbitraria. ¿Cómo va a confiarse en que se comporte de manera impar-
cial en el ejercicio de su función el juez que ha accedido a la misma no
por su mérito y capacidad, sino por su pertenencia a determinada
asociación, su ideología política o sus relaciones personales con otros
jueces o, en general, con quienes detentan el poder de decisión en el
nombramiento y promoción de los jueces?

10. Precisamente, y en relación con lo anterior, parece importante


remarcar que el comportamiento imparcial no es incompatible con el
comportamiento discrecional. A lo que se opone la imparcialidad (y
la independencia) es a la arbitrariedad, esto es, a un uso —un uso ilegí-
timo— de la discrecionalidad. La discrecionalidad es un fenómeno inevi-
table, al menos cada vez que se tiene que aplicar una norma de fin,16 esto
es, una norma que establece la deseabilidad o la obligación de alcanzar

16
Vid. Isabel Lifante, "Poderes discrecionales", en el libro colectivo coordinado por A. García
Figueroa, Racionalidad y Derecho, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2006.
64 M ANUEL A TIENZA

un determinado fin (un estado de cosas) considerado valioso. La manera


de alcanzar ese fin no puede fijarse de antemano (o no se considera con-
veniente hacerlo, o no siempre) y por eso se deja cierta libertad al apli-
cador a la hora de elegir los medios e, incluso, en ocasiones, de moldear
los fines (puede haber varios objetivos que han de ajustarse entre sí).
El comportamiento discrecional es el que realiza quien ha de seguir
esas normas finales y estará justificado (y no será arbitrario) cuando se
eligen los medios adecuados y, en su caso, se efectúa la adecuada pon-
deración de los fines, sin incurrir en sesgo de ningún tipo.

Es cierto que la aplicación de reglas de acción, esto es, normas que


establecen que si se dan determinadas circunstancias, entonces alguien
debe, no debe o puede realizar tal acción, facilita en mayor grado la impar-
cialidad del aplicador, puesto que el procedimiento es, en este caso,
más simple y más fácilmente controlable. Esta es una razón importante
que explica, y justifica, que, en los Estados de Derecho, lo que tienen que
aplicar los jueces sea, fundamentalmente, reglas de acción. Pero, al menos
residualmente, es inevitable la presencia de esas normas de fin, y tam-
bién de principios en sentido estricto que requieren, respectivamente,
de discrecionalidad y de ponderación. El poder de los jueces en estos
últimos casos (cuando su argumentación no puede ser puramente clasifi-
catoria, subsuntiva) aumenta considerablemente, pero eso no quiere decir
que pueda ejercerse abandonando la imparcialidad. Más bien al contra-
rio, la imparcialidad (y la motivación) adquieren precisamente en estas
situaciones su mayor relevancia.
Esta obra se terminó de imprimir y en-
cuadernar en octubre de 2008 en los
talleres de GVG Grupo Gráfico, S.A. de
C.V., Calle Leandro Valle núm. 14-C, Col.
Centro, Delegación Cuauhtémoc, C.P. 06010,
México, D.F. Se utilizaron tipos Book
Antiqua de 8, 10, 11 y 15 puntos. La edición
consta de 1,000 ejemplares impresos en
papel couché mate dos caras de 100 grs.

You might also like