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Fondo Sur

Manuel Vicent

Se alimentaban de la electricidad que generaba el propio grupo al restregarse


entre sí en las gradas. Ninguno sabía nada del otro. Los días de partido
quedaban en un punto del paseo de la Castellana en medio del río de la gente,
se olisqueaban brevemente y luego seguían juntos berreando camino del
estadio. Al principio sólo se reconocieron por el hedor adolescente de sus
cuerpos o tal vez por sus miradas de goma. Después comenzaron a aullar de
un modo peculiar y finalmente se grabaron en la frente la letra distintiva, una B
mayúscula, que los hizo miembros de la misma camada en el fondo sur.
Llevaban idénticas bufandas, gorros y escarapelas; y escupían pipas de girasol,
bebían cerveza caminando sin hacerse preguntas del pasado ni del futuro. Sólo
esperaban que esa tarde ganara el Real Madrid. Ni siquiera eso. Tal vez su
único deseo era entregarse en las gradas a un espasmo colectivo al margen de
lo que ocurriera en el terreno de juego y para eso habían llegado cada uno por
separado desde un lugar diferente del suburbio hasta el punto de reunión una
hora antes de que empezara el partido. No eran más de diez entre machos y
hembras y sin duda las chicas parecían más duras, lucían algún garfio en los
vaqueros y ninguna pasaba de los diecisiete años.

Entre ellos había surgido un jefe natural, un bello aprendiz de chapista llamado
Berberecho y nadie lo había elegido, pero todo el grupo de forma instintiva lo
acató desde aquel día en que el muchacho le aplastó el cráneo a un viejo
bujarrón que aprovechaba las olas y avalanchas que se producían en las
gradas del fondo sur para sobar de modo voluptuoso a algunos camaradas.
Aparte de eso el guapo Berberecho podía aportar un mérito especial: el
presidente del Real Madrid le había posado una mano en el hombro en plan
amigable y eso era como una consagración, cosa que sucedió en medio de una
aglomeración de hinchas al pie del autobús que recogía a los jugadores en el
aeropuerto de Barajas. Otra causa de su poder era que mantenía a raya a sus
chicas. Durante los entrenamientos en la ciudad deportiva cada una de ellas por
su lado podía soltar grititos de histeria cuando las piernas aceitadas de Michel,
o de Zamorano pasaban muy cerca, pero en el grupo no permitía querencias
amorosas. Entre ellos el sexo no existía. Ante la victoria del equipo sus cuerpos
se fregaban en intensos abrazos e incluso podían cabalgarse unos a otros
simulando fugacísimas cópulas en el instante de un gol decisivo como hacían
los jugadores en el césped. Semejante frotación nunca derivaba en una carga
erótica sino sólo en una sucesión de rugidos absolutamente puros e idénticos y
ésa era la única energía, ya que el grupo tenía sus carnes de búfalo
hermanadas. Por eso el guapo Berberecho se arrojó contra el cráneo de aquel
bujarrón con la ferocidad ciega del que defiende una ley fundamental de la
banda y esto no lo acababa de entender el juez en el momento del juicio.

-Veamos, relate usted los hechos -le dijo el juez a Berberecho.

-No se puede ir al fútbol a hacer el guarro -explicó Berberecho al pie del estrado
dando doctrina.

-¿Qué significa hacer el guarro?

-El tipo era un viejo... Llevaba una peluca colorada... Cuando vi que ese sujeto
primero me tocaba el culo sin venir a cuento y después me dio un beso en la
boca sólo porque Laudrup había marcado un gol me mosqueé muchísimo.

-¿Y qué pasó luego? -insistió el juez.

-Le di un puñetazo, nada más -contestó el jovenzuelo.

-¿Nada más?

-Bueno, sí. Le arranqué la peluca y le di otro poco en la cresta pelada.

-¿Con el palo de la bandera?

-No. Con el puño.

-¿Y cómo se explica que ese señor llegara al hospital con el cráneo abierto?

-No lo sé. Nosotros no queremos sexo. Sólo nos reproducimos gritando. Con
eso tenemos bastante para llegar a la inmortalidad. Yo no tengo la culpa de ser
tan guapo -dijo Berberecho pavoneándose.

No quedó demostrado que el muchacho fuera el causante directo de la herida y


puesto que aún no había cumplido la mayoría de edad el juez lo dejó suelto de
nuevo en plena calle pero este lance judicial creó una aureola en torno al
cabecilla Berberecho, si bien lo que más admiraba de él su cuadrilla era que
siempre llevaba un puñado de entradas falsificadas que repartía entre los que
tenían la señal distintiva en la frente, de modo que bastaba con que moviera
una ceja o escupiera por una muela para que los suyos, siguiendo esta
contraseña, cerraran filas o se abrieran en ángulo sobre el asfalto camino del
estadio.

No se conocían de nada. Tampoco sus pequeñas hazañas contra el Código


Penal les había unido hasta entonces. Cada uno por separado en un lugar
distinto del extrarradio solía tener algún encuentro con la policía o había
experimentado el tedio final que precede al estallido de huevos o de ovarios
junto a un muro de cemento, en el terraplén de cualquier paso a nivel o en el
mugriento vestíbulo del Instituto. Berberecho era aprendiz de chapista. Otro
estudiaba informática. Otro repartía telepizzas. Otro no era nada. Otro llevaba la
cabeza rapada. Una había sido novia de un atracador callejero. Otra era cajera
de un supermercado. Otra solía pintarse la boca reflejándose en el tubo de
escape de las motos de gran cilindrada antes de bailar el rock. Nadie sabía la
historia que cada uno arrastraba ni tampoco hablaban de sus deseos para el
lunes siguiente. En el camino hacia el estadio se encontraban, chocaban en el
aire la palma de la mano, comían pipas de girasol, escupían y bebían cerveza.
Durante el partido rugían, se fregaban los cuerpos, lanzaban insultos y
terminado el encuentro se diluían entre la multitud dando algunas patadas a las
papeleras si el Real Madrid había perdido, seguían vociferando a coro y
finalmente se despedían sólo con la mueca concertada. Después de dos
temporadas de haber fundado la camada en el fondo sur ninguno de ellos
conocía el nombre del otro, salvo que todos pronunciaban con mucho respeto el
apodo del jefe Berberecho y su letra inicial era el signo distintivo que el grupo
llevaba inscrito en la frente con un lápiz de labios.

Uno de ellos, tal vez el que estudiaba informática, fue el primero en darse
cuenta de que una de las chicas faltaba desde hacía mucho tiempo a la cita del
Bernabéu y cuando lo dijo nadie parpadeó por eso. En ese momento Buyo
acababa de realizar una magnífica parada y todo el grupo se unió en un abrazo
que había liberado una gran energía. En realidad la chica se llamaba Yolanda.
Se había matado con la moto en compañía de un tipo que había conocido en
una discoteca y hacía varios meses que estaba enterrada. Tampoco advirtió
nadie la ausencia durante todo el invierno del repartidor de telepizzas, pero éste
se volvió a incorporar a la reata después de haber cumplido con el tribunal de
menores cuando robó el tercer coche y ninguno del grupo le preguntó nada. Él
se limitó a pintarse la inicial de Berberecho en la frente y luego se puso a
berrear en el estadio. Una pareja también había causado baja porque se había
enamorado y eso era algo que el jefe no permitía. Tan pronto descubrió
Berberecho que aquella chica comenzaba a doblar el cuello en el hombro de
otro de la banda fue muy tajante.

-No me gustan los pichones. Esto no es un palomar. No quiero veros más la


jeta.

Lo dijo con gran autoridad sin escupir siquiera y la pareja de tórtolos se esfumó
para aparearse durante un tiempo, pero otros hinchas adolescentes muy
similares iban sustituyendo a los que causaban baja por muerte, cárcel, sexo,
amor o cansancio y nadie era capaz de distinguir a los hinchas antiguos de los
nuevos. Sus berridos eran idénticos, tenían el mismo cuerpo, olían igual,
llevaban los mismos granos en la cara, la pelusilla del bigote y exhibían las
mismas escarapelas, gorros y bufandas. También la marca en la frente se la
pasaban unos a otros. Sólo Berberecho no se repetía nunca. Un recién llegado
a la cuadrilla, que iba de punki claveteado, se atrevió a expresar sus dudas a
los demás mientras accedía al estadio con una entrada falsificada en el último
partido de la temporada.

-¿Y ése por qué manda?

-Porque un día logró invitar a Zamorano a una ración de berberechos.

-¿Y sólo por eso es el jefe? -insistió el punki apartando el imperdible que tenía
engarzado en la nariz para que se entendiera bien.

-También se fajó con un bujarra, ha roto cinco escaparates y se ha empatado


con un guardia a caballo. Además de todo eso lo han absuelto en un juicio.

-¿Por qué delito?

-Un tipo con peluquín le metió la lengua en la boca después de que Laudrup
marcara un golazo y Berberecho se mosqueó.

-¿Está prohibido besarse? -preguntó el punki atusándose la cresta color cereza.

-Berberecho no tolera que lo bese nadie si no lleva su marca en la frente.

-Otros dicen que Berberecho manda porque es el más guapo y el único de


nosotros que no ha muerto -exclamó una chica con la bandera del Real Madrid
puesta como un refajo.

-¿Tú también has muerto alguna vez?

-Sí, alguna vez -contestó ella entre los aullidos del público que saludaba la
salida del Real Madrid al terreno de juego.

En ese momento comenzó el partido final de la Liga en que iba a decidirse el


campeón. El estadio aparecía rebosante de carne con cemento y banderas,
pancartas, alaridos y gritos a coro que imitaban los cantos guerreros de los
vikingos.

Berberecho gobernaba a los suyos en las gradas del fondo sur. Primero toda la
camada se limitó a dar saltos para calentar el cuerpo y dentro de la olla del
estadio Berberecho sólo era un punto insignificante pero él se sentía inmortal.
El Real Madrid comenzó jugando bien desde el principio; parecía un mecanismo
capaz de destruir el tiempo y el espacio sirviéndose de una pelota. Ésta era
impulsada o atraída por los músculos y el coraje, también por la inteligencia.
Ante la primera internada de Raúl, cuyo pase al centro del área fue rematado al
poste de cabeza por Zamorano, en las gradas del fondo sur se produjo el primer
oleaje al compás de gritos rituales. Todos los componentes de la banda de
Berberecho iniciaron la frotación de su carne apelmazada bajo las banderas y
pronto se liberó una energía común que tenía el foco principal en el cuerpo de
Berberecho. Eran diez entre machos y hembras.

A los quince minutos de partido ya no les interesaba nada de cuanto ocurría en


el terreno de juego puesto que el partido se disputaba entre ellos y no
participaba su cabeza sino las entrañas de cada uno, de donde salían las
canciones, los insultos, los vítores. En un momento dado una de las chicas
escupió el chicle contra el pescuezo del espectador que tenía delante y
después exclamó:

-Creo que voy a resucitar. Necesito un poco más de impulso.

-Vamos. Hay que ayudarla -gritó Berberecho haciendo oír claramente su voz de
mando en medio de los rugidos del público.

- ¡Ahora! ¡Ahora! -volvió a exclamar la chica. En ese instante el árbitro pitó un


penalty a favor del Real Madrid e iba a ejecutarlo Michel pero eso nada tenía
que ver con el éxtasis que estaba experimentando en las gradas de pie aquella
adolescente sin nombre conocido. Cuando Michel ejecutó el castigo un enorme
rugido acompañó al gol e impulsado por el sonido terrible de los espectadores
el grupo de Berberecho, chicos y chicas, comenzó a copular contra la grupa de
la adolescente que había pedido ayuda y los diez formaron brevemente una
sola carne de la que salía una extraña energía que no era erótica sino espiritual,
capaz de resucitar a los muertos. Esa carga entraba y salía de cada cuerpo
mientras el partido avanzaba.

-¡Ahora a mí! -gritó otra chica.

-Vamos -mandó Berberecho.

En el último partido de la temporada el tipo del peluquín rojo había vuelto al


estadio en busca de amor y ahora avanzaba Amavisca por medio del campo
sorteando las tarascadas del enemigo y cuando estaba a punto de entrar en el
área la compulsión de la olla fue creciendo hasta producir una avalancha en el
fondo sur. En medio del oleaje de las gradas se acercaba a la pandilla de
Berberecho el tipo del peluquín rojo. Se acercaba sonriendo a medida que la
multitud de adolescentes lo apretujaba. En ese instante Amavisca marcó el
segundo gol del partido y hubo dos cañonazos seguidos, el que había lanzado
el jugador con la izquierda y el que salió de la garganta de todo el estadio. Bajo
esta doble explosión la otra chica fue cabalgada con una velocidad matemática
por cada uno de la pandilla hasta que ella gritó llena de felicidad que ya tenía
suficiente energía para vivir toda la semana olvidando que existía. Una nueva
avalancha acercó al hombre del peluquín rojo un poco más.
Durante dos temporadas todos los elementos del grupo de Berberecho se
alimentaron de la electricidad que generaban sus cuerpos al frotarse en las
gradas pero ellos no conocían los nombres de sus compañeros ni la parte de la
ciudad de donde procedían. El jefe tampoco podía decir nada acerca de aquel
camarada que repartía pizzas o del otro que estudiaba informática, ni se había
preocupado por el paradero de la cajera del supermercado ni sabía que una de
las chicas se había matado y que otro estaba en la cárcel. Los miembros de la
pandilla se habían renovado, o tal vez eran los mismos, únicos o distintos, y él
repartía entradas falsificadas a los nuevos que iban llegando con la inicial en la
frente hasta el lugar de reunión una hora antes de que comenzara el partido,
pero ahora el final de la liga estaba a punto de dispersar el grupo hasta después
del verano. Ganaba el Real Madrid por dos a cero. Hacia la mitad de la segunda
parte fue cuando se produjo el altercado en el fondo sur. Se veían policías
corriendo por los pasillos. Otros estaban parapetados contra la valla. La
agresión se realizó mientras Zamorano lanzaba una falta directamente a puerta.
La pelota entró por el ángulo y mientras sus camaradas se fundían en un
abrazo dentro del júbilo, Berberecho sintió que algo parecido a una lengua de
fuego le entraba también entre dos costillas. Cayó con la camisa ensangrentada
y los gritos de horror se confundieron por un momento con los alaridos que el
gol había creado. Junto al cuerpo exangüe permanecía el tipo del peluquín rojo
sonriendo. Berberecho falleció de este navajazo ya que la hoja del cuchillo no
era de la misma sustancia inmortal que el grito engendrado por la victoria.
Cuando el fiambre de Berberecho fue bajado por los camilleros el tipo del
peluquín mandó detener la camilla y le estampó un prolongado beso en los
labios. El tipo llevaba una señal determinada en la frente pero la navaja que
estaba tirada en la grada no tenía huellas ni marca alguna.

(Inédito)

Esse est percipi" Fútbol, Borges y Bioy Casare

ESSE EST PERCIPI


"Viejo turista de la zona de Núñez y aledaños, no dejé de notar que venía faltando
en su lugar de siempre el monumental estadio de River. Consternado, consulté al
respecto al amigo y doctor Gervasio Montenegro, miembro de número de la
Academia Argentina de Letras. En él hallé el motor que me puso sobre la pista. Su
pluma compilaba por aquel entonces una a modo de Historia panorámica del
periodismo nacional, obra llena de méritos, en la que se afanaba su secretaria.
Las documentaciones de práctica lo habían llevado casualmente a husmear el
busilis. Poco antes de adormecerse del todo, me remitió a un amigo común, Tulio
Savastano, presidente del club Abasto Juniors, de cuya sede, sita en el Edificio
Amianto, de avenida Corrientes y Pasteur, me di traslado. Este directivo, pese al
régimen doble dieta a que lo tiene sometido su médico y vecino doctor Narbondo,
mostrábase aún movedizo y ágil. Un tanto enfarolado por el último triunfo de su
equipo sobre el combinado canario, se despachó a sus anchas y me confió, mate
va, mate viene, pormenores de bulto que aludían a la cuestión sobre el tapete.
Aunque yo me repitiese que Savastano había sido otrora el compinche de mis
mocedades de Agüero esquina Humahuaca, la majestad del cargo me imponía y,
cosa de romper la tirantez, congratulélo sobre la tramitación del último goal que, a
despecho de la intervención de Zarlenga y Parodi, conviertiera el centro-half
Renovales, tras aquel pase histórico de Musante. Sensible a mi adhesión al once
de Abasto, el prohombre dio una chupada postrimera a la bombilla exhausta,
diciendo filosóficamente, como aquel que sueña en voz alta:
-Y pensar que fui yo el que les inventé esos nombres.
-¿Alias? -pregunté, gemebundo-. ¿Musante no se llama Musante? ¿Renovales no
es Renovales? ¿Limardo no es el genuino patronímico del ídolo que aclama la
afición?
La respuesta me aflojó todos los miembros.

-¿Cómo? ¿Usted cree todavía en la afición y en los ídolos? ¿Dónde ha vivido, don
Domecq?

En eso entró un ordenanza que parecía un bombero y musitó que Ferrabás quería
hablarle al señor.

-¿Ferrabás, el locutor de la voz pastosa? -exclamé- ¿El animador de la sobremesa


cordial de las 13 y 15 y del jabón Profumo? ¿Estos, mis ojos, le verán tal cual es?
¿De verás que se llama Ferrabás?

-Que espere -ordenó el señor Savastano.

-¿Que espere? ¿No será más prudente que yo me sacrifique y me retire? -aduje
con sincera abnegación.

-Ni se le ocurra -contestó Savastano-. Arturo, dígale a Ferrabás que pase. Tanto
da…

Ferrabás hizo con naturalidad su entrada. Yo iba a ofrecerle mi butaca, pero


Arturo, el bombero, me disuadió con una de esas miraditas que son como una
masa de aire polar. La voz presidencial dictaminó:

-Ferrabás, ya hablé con De Filipo y con Camargo. En la fecha próxima pierde


Abasto, por dos a uno. Hay juego recio, pero no vaya a recaer, acuérdese bien, en
el pase de Musante a Renovales, que la gente sabe de memoria. Yo quiero
imaginación, imaginación. ¿Comprendido? Ya puede retirarse.

Junté fuerzas para aventurar la pregunta:


-¿Debo deducir que el score se digita?

Savastano, literalmente, me revolcó en el polvo.

-No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se
caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación
de los locutores, ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido
de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso
momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género
dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta
ante el cameraman.

-Señor, ¿quién inventó las cosas? -atiné a preguntar.

-Nadie lo sabe. Tanto valdría pesquisar a quién se le ocurrieron primero las


inauguraciones de escuelas y las visitas fastuosas de testas coronadas. Son
cosas que no existen fuera de los estudios de grabación y de las redacciones.
Convénzase, Domecq, la publicidad masiva es la contramarca de los tiempos
modernos.

-¿Y la conquista del espacio? -gemí.

-Es un programa foráneo, una coproducción yanqui-soviética. Un laudable


adelanto, no lo neguemos, del espectáculo cientifista.

-Presidente, usted me mete miedo -mascullé, sin respetar la vía jerárquica-.


¿Entonces en el mundo no pasa nada?

-Muy poco -contestó con su flema inglesa-. Lo que yo no capto es su miedo. El


género humano está en casa, repatingado, atento a la pantalla o al locutor, cuando
no a la prensa amarilla. ¿Qué mas quiere, Domecq? Es la marcha gigante de los
siglos, el ritmo del progreso que se impone.

-¿Y si se rompe la ilusión? -dije con un hilo de voz.

-Qué se va a romper -me tarnquilizó. -Por si acaso, seré una tumba -le prometí-.
Lo juro por mi adhesión personal, por mi lealtad al equipo, por usted, por Limardo,
por Renovales.

-Diga lo que se le dé la gana, nadie le va a creer.

Sonó el teléfono. El presidente portó el tubo al oído y aprovechó la mano libre para
indicarme la puerta de salida."
Apuntes del fútbol en Flores

Por Alejandro Dolina

En un partido de fútbol caben infinidad de novelescos episodios. Allí reconocemos la fuerza, la


velocidad y la destreza del deportista. Pero también el engaño astuto del que amaga una conducta
para decidirse por otra. Las sutiles intrigas que preceden al contragolpe. La nobleza y el coraje del
que cincha sin renuncios.

La lealtad del que socorre a un compañero en dificultades. La traición del que lo abandona. La
avaricia de los que no sueltan la pelota. Y en cada jugada, la hidalguía, la soberbia, la inteligencia,
la cobardía, la estupidez, la injusticia, la suerte, la burla, la risa o el llanto.

Los Hombres Sensibles pensaban que el fútbol era el juego perfecto, y respetaban a los cracks
tanto como a los artistas o a los héroes.

Se asegura que los muchachos del Ángel Gris tenían un equipo. La opinión general suele
identificarlo con el legendario Empalme San Vicente, conocido también como el Cuadro de las Mil
derrotas.

Según parece, a través de modestas giras, anduvieron por barriadas hostiles, como Temperley,
Caseros, Saavedra, San Miguel, Florencio Varela, San Isidro, Barracas, Liniers, Nuñez, Palermo,
Hurlingham o Villa Real.

El célebre puntero Héctor Ferrarotti llevó durante muchos años un cuaderno de anotaciones en el
que, además de datos estadísticos, hay noticias muy curiosas que vale la pena conocer.

En Villa Rizzo, todos los partidos terminan con la aniquilación del equipo visitante. Si un cuadro
tiene la mala ocurrencia de ganar, su destrucción se concreta a modo de venganza. Si el resultado
es una igualdad, la biaba obra como desempate. Y si, como ocurre casi siempre, los visitantes
pierden, la violencia toma el nombre de castigo a la torpeza.

En ciertas ocasiones, los partidos deben suspenderse por la lluvia u otras circunstancias. En
ningún caso se extrañará la estrolada, que llegará sin fútbol previo, pura, ayuna de pretextos.

- En Caseros hubo una cancha entrañable que tenía un árbol en el medio y que estaba en los
terrenos de una casa abandonada.

- En un potrero de Palermo, había oculta entre los yuyos una canilla petisa que malograba a los
delanteros veloces.
- Cierto equipo de Merlo jugaba con una pelota tan pesada que nadie se atrevió nunca a
cabecearla.
- En un lugar preciso de la cancha de Piraña acecha el demonio. A veces los jugadores pisan el
sector infernal, adquieren habilidades secretas, convierten muchos goles, triunfan en Italia, se
entregan al lujo y se destruyen.

Otras veces los jugadores pisan al revés y se entorpecen, juegan mal. Son excluidos del equipo,
abandonan el deporte, se entregan al vicio y se destruyen. Hay quienes no pisan jamás el coto del
diablo y prosiguen oscuramente sus vidas, padecen desengaños, pierden la fe y se destruyen.

Conviene no jugar en la cancha de Piraña. Las últimas páginas del cuaderno de Ferrarotti
contienen historias ajenas. Algunas de ellas muestran un conmovedor afán literario. Veamos.
Cuentos del fútbol argentino

Antología de una pasión nacional

Selección y prólogo de Roberto Fontanarrosa

Es probable que esta antología haya comenzado a


El
gestarse en su antecedente inmediato, que con selección
y prólogo de Jorge Valdano reunió hace dos años a
tipo que escritores de España y América latina tras una tapa con
pasaba el mismo título de este libro (sin las restricciones del
por ahí gentilicio, por supuesto). O quizá todo haya empezado
en los pies de los jugadores que pasaron por el
inolvidable Alumni, allá cuando el siglo actual nacía,
Suele ocurrir
para, después de décadas, crecer con las gambetas y los
en los
goles de Sarlanga, Di Stéfano, Bianchi, Kempes o
equipos de
Maradona; los relatos de Fioravanti o Muñoz, y los
barrio que a
anhelos de cualquier chico que en un potrero soñó con llegar a primera... Quién sabe.
la hora de
Tampoco interesa demasiado. Lo realmente importante es que este deporte plástico y viril
comenzar el
para unos, violento e insensato para otros, ya forma parte, a su modo, de nuestra historia
partido faltan
literaria. Y, para demostrarlo, Roberto Fontanarrosa seleccionó textos que van desde la
uno o dos
anécdota chispeante y el relato ingenioso hasta la pintura del drama social y humano que
jugadores.
a veces envuelve tanto al ídolo como al más miserable de los hinchas.
Casi siempre
se recurre a
Dentro de esta variada gama, las aguafuertes más logradas corresponden a Osvaldo
oscuros
Soriano, Alejandro Dolina y el propio Fontanarrosa, quienes, conocedores de los códigos
sujetos que
barriales, recrean satíricamente y con envidiable ingenio la magia del picado, los
nunca faltan
amistosos y las sacrificadas ligas regionales.
en la
vecindad de
Por su parte, Guillermo Saccomano, Juan Sasturain y Marcos Mayer se ajustan a las
los potreros.
reglas del cuento creando obras que se despegan de lo anecdótico y alcanzan la
El destino de
dimensión artística necesaria para bucear en el fracaso, el resentimiento, la locura y los
estos
sueños que habitan en el fútbol como fenómeno social. A los trabajos de ellos se suman
individuos no
dos obras maestras del género: "Falucho", de Pacho O`Donnell, que desnuda con crudeza
es envidiable.
el mundo anónimo de un hincha y sus absurdas ansias de heroísmo, e "Insai izquierdo",
Deben jugar
en puestos de Humberto Costantini, que narra magistralmente la inestable relación entre un gran
ruines, nadie jugador venido a menos y sus simpatizantes.
les pasa la
pelota y En este mismo sentido, el de las relaciones humanas (pues qué es si no esa suerte de
soportan rechazos y adhesiones entre la hinchada y el deportista), se expresan los trabajos de Juan
remoquetes Pablo Feinman, Liliana Heker y Marcelo Cohen. Es de lamentar que el cuento de este
de ocasión, último narrador, aunque excelente, esté ambientado en España y que el lector deba
como realizar una forzada conversión de términos como chutar, portería y carrerilla, más
Gordito, cuando de fútbol argentino se trata. Del resto de los autores, Rodrigo Fresán, Luisa
Pelado o Valenzuela, Elvio Gandolfo y Héctor Libertella no consiguen despegarse de lo
Celeste, en meramente anecdótico y, al respecto, cabe mencionar que varios de los trabajos son
alusión al inéditos, lo que mueve a la sospecha de que fueron realizados especialmente para esta
color de su antología y, por ende, no alcanzan el vuelo de lo escrito sin la imposición del tema.
camiseta. Si Aunque nunca falta la excepción, y en este caso se trata de Inés Fernández Moreno,
quien, sorprendiendo desde su condición de mujer, compone un breve y formidable
cuento en el que se rinde homenaje a los relatores radiales y se pone de manifiesto la
ilusión colectiva que genera la camiseta albiceleste.

Por último, y para demostrar que nadie podía permanecer ajeno a esta pasión de
multitudes, Fontanarrosa incluyó en su selección una aguafuerte "lunfarda" del recordado
periodista Luis Sciutto, quien con el seudónimo de Diego Lucero dejó unas inolvidables
crónicas deportivas, y un cuento de Bioy Casares y Borges, que por medio del célebre
Bustos Domecq asisten al extraño caso de la desaparición de los estadios de fútbol. En
fin, una antología para todos los gustos y para todos los aficionados, no importa cuál sea
el cuadro de sus amores.

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repentinamente llega el jugador que faltaba, se lo reemplaza sin ninguna explicación y ya nadie se
acuerda de su existencia.

Pero una tarde, en Villa del Parque, los muchachos del Ciclón de Jonte completaron su formación
con uno de estos peregrinos anónimos. Y sucedió que el hombre era un genio. Jugaba y hacía
jugar. Convirtió seis goles y realizó hazañas inolvidables. Nunca nadie jugó así. Al terminar el
partido se fue en silencio, tal vez en procura de otros desafíos ajenos.

Cuando lo buscaron para felicitarlo, ya no estaba. Preguntaron por él a los lugareños, pero nadie lo
conocía. Jamás volvieron a verlo. Algunos muchachos del Ciclón de Jonte dicen que era un
profesional de primera división, pero nadie se contenta con ese juicio. La mayoría ha preferido
sospechar que era un ángel que les hizo una gauchada. Desde aquella tarde, todos tratan con más
cariño a los comedidos que juegan de relleno.

El referí demasiado justo

Por Alejandro Dolina

El colorado De Felipe era referí. Contra la opinión general que lo acreditó como un bombero de
cartel, quienes lo conocieron bien juran que nunca hubo un árbitro más justo. Tal vez era
demasiado justo.

De Felipe no sólo evaluaba las jugadas para ver si sancionaba alguna infracción: sopesaba
también las condiciones morales de los jugadores involucrados, sus historias personales, sus
merecimientos deportivos y espirituales. Recién entonces decidía. Y siempre procuraba favorecer a
los buenos y castigar a los canallas.

Jamás iba a cobrarle un penal a un defensor decente y honrado, ni aunque el hombre tomara la
pelota con las dos manos. En cambio, los jugadores pérfidos, holgazanes o alcahuetes eran
penados a cada intervención. Creía que su silbato no estaba al servicio del reglamento, sino para
hacer cumplir los propósitos nobles del universo. Aspiraba a un mundo mejor, donde los pibes
melancólicos y soñadores salen campeones y los cancheros y compadrones se van al descenso.

Parece increíble. Sin embargo, todos hemos conocido árbitros de locura inversa, amigos o lacayos
de los sobradores, por temor a ser sus víctimas. Inflexibles con los débiles y condescendientes con
los matones. Una tarde casi lo matan en Ciudadela. Los Hombres Sensibles de Flores lamentaron
no haber estado allí, para hacerse dar una piña en su homenaje.

El patio de las pelotas perdidas

Por Alejandro Dolina


Los demonios ladrones andan merodeando cerca de las canchas. Cuando la pelota se va lejos, la
ocultan entre los yuyales o en las zanjas para que los jugadores no puedan encontrarla. Ya en la
noche, llevan las pelotas perdidas a un patio secreto.
Los demonios realizan además acuerdos infames con vecinos chúcaros. Y en las madrugadas
recorren techos, canaletas y terrazas para comprobar su despojo.
Nadie lo sabe, pero en el patio están todas las pelotas perdidas: duras reliquias con tiento,
flamantes cueros profesionales, humildes "Pulpo' de goma, infames bolas de plástico que doblan
en el aire, ásperas veteranas que han conocido mil costurones.
Un día entre los días vendrá del sur un duende bienhechor que ha de sacar las pelotas cautivas
para devolverlas a sus dueños Y todos sentirán la emoción de revivir viejos piques olvidados.
 
Instrucciones para elegir en un picado

Por Alejandro Dolina


Cuando un grupo de amigos no enrolados en ningún equipo se disponen para jugar, tiene lugar
una emocionante ceremonia destinada a establecer quienes integrarán los dos bandos.
Generalmente dos jugadores se enfrentan en un sorteo o pisada y luego cada uno de ellos elige
alternativamente a sus futuros compañeros.
Se supone que los más diestros son elegidos en los primeros turnos, quedando para el final los
troncos. Pocos han reparado en el contenido dramático de estos lances.
El hombre que está esperando ser elegido vive una situación que rara vez se da en la vida. Sabrá
de un modo brutal y exacto en qué medida lo aceptan o lo rechazan. Sin eufemismos, conocerá su
verdadera posición en el grupo. A lo largo de los años, muchos futbolistas advertirán su
decadencia, conforme su elección sea cada vez más demorada.
Manuel Mandeb, que casi siempre oficiaba de elector observó que las decisiones no siempre
recaían sobre los más hábiles. En un principio se creyó poseedor de vaya a saber qué sutilezas de
orden técnico, que le hacían preferir compañeros que reunían ciertas cualidades.
Pero un día comprendió que lo que en verdad deseaba, era jugar con sus amigos más queridos.
Por eso elegía a los que estaban más cerca de su corazón, aunque no fueran tan capaces.
El criterio de Mandeb parece apenas sentimental, pero es también estratégico. Uno juega mejor
con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo
perdonarán. Un equipo de hombres que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, más
vale compartir la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños o los indeseables.

El último partido de Rosendo Bottaro

Por Alejandro Dolina

Había jugado muchos años en primera. Ahora, los muchachos lo habían convencido para que
integrara un cuadro de barrio en un torneo nocturno.
-Con usted Bottaro no podemos perder
Bottaro no era un pibe, pero tenía clase. Confiaba en su toque, en su gambeta corta, en su tiro
certero.
Su aparición en la cancha mereció algún comentario erudito:
-Ese es Bottaro, el que jugó en Ferro, o en Lanús...
Se permitió el lujo de unos malabarismos truncos antes de empezar el partido.
La noche era oscura y fría. Las tristes luces de la cancha de Urquiza dejaban amplias llanuras de
tinieblas donde los wines hacían maniobras invisibles.
En la primera jugada, Bottaro comprendió que estaba viejo. Llegó tarde, y él sabía que la tardanza
es lo que denuncia a los mediocres: los cracks llegan a tiempo o no se arriesgan.
Pero no se achicó. Fue a buscar juego más atrás y no tuvo suerte. Se mezcló con los delanteros
buscando algún cabezazo y la pelota volaba siempre alto.
Apeló a su pasta de organizador: gritó con firmeza pidiendo calma o preanunciando jugadas, pero
sus vaticinios no se cumplieron. Ya en el segundo tiempo, dejó pasar magistralmente una pelota
entre sus piernas pero el que lo acompañaba no entendió la agudeza.
Después se sintió cansado. Oyó algunas burlas desde la escasa tribuna. En los últimos minutos no
se vio. A decir verdad, cuando terminó el partido, ya no estaba. Lo buscaron para que devolviera su
camiseta, pero el hombre había desaparecido. Algunos pensaron que se había extraviado en las
sombras del lateral derecho.
Esa noche, unos chicos que vendían caramelos en la estación vieron pasar por el caminito de
carbonilla a un hombre canoso vestido con casaca roja y pantalón corto.
Dicen que iba llorando.
Los Refutadores de Leyendas definen el fútbol como un juego en que veintidós sujetos corren tras
de una pelota. La frase, ya clásica, no dice mucho sobre el fútbol, pero deschava sin piedad a
quien la formula. El mismo criterio permite afirmar que las novelas de Flaubert son una astuta
combinación de papel y tinta. ¡Líbrenos Dios de percibir el mundo con este simple cinismo!
El fútbol es -yo también lo creo- el juego perfecto.
Hoy que el destino ha querido hacernos campeones mundiales, conviene decirlo
apasionadamente.
Lejos de las metáforas oficiales que nos invitan a seguir el ejemplo de nuestros futbolistas para
encontrar el destino nacional, yo apenas cumplo con homenajear a Bottaro, a Ferrarotti, a Luciano,
a los miles de pioneros atorrantes que impartieron una ética, una estética, tal vez una cultura, cuyo
inapelable resultado son los goles superiores, memorables, excelentísimos de Diego Maradona.

Dieguito
Según su padre, que tal vez lo odiara, Dieguito era decididamente idiota. Según su madre,
que algo había accedido a quererlo, Dieguito era sólo un niño con problemas. Un niño de 8
años que no conseguía avanzar en sus estudios primarios -había repetido dos veces el
primer grado- taciturno, solitario, que apenas parecía servir para encerrarse en el altillo y
jugar con sus muñecos: los cosía y los descosía, los vestía y los desvestía, vivía consagrado
a ellos. Un idiota, insistía el padre, y un marica también, agregaba, ya que ningún
hombrecito de ocho años juega tan obstinadamente con muñecos y, para colmo, con
muñecas. Un niño con problemas, insistía la madre, no sin deslizar en seguida alguna
palabreja científica que amparaba la excentricidad de Dieguito: síndrome de tal o síndrome
de cual, algo así. Y no un marica, solía decir contrariando al padre, sino un verdadero
varoncito: ¿acaso no amaba el fútbol? ¿Acaso no se prendía a la tele siempre que Diego
Armando Maradona aparecía en la mágica pantalla haciendo, precisamente, magia, la más
implacable de las magias que un ser humano puede hacer con una pelota?

Dieguito se deslizaba por la vida ajeno a esos debates paternos. Se levantaba temprano, iba
al colegio, cometía allí todo tipo de errores, torpezas o, siempre según su padre,
imbecilidades que luego se expresaban en las estólidas notas de su libreta de calificaciones,
y después, Dieguito, regresaba a su casa, se encerraba en el altillo y jugaba con sus
muñecos y con sus muñecas hasta la hora de comer y de dormir.

Cierto día, un día en el que incurrió en el infrecuente hábito de salir a caminar por las calles
de su barrio, presenció un suceso extraordinario. Fue en un paso a nivel. Un poderoso
automóvil intentó cruzar con las barreras bajas y fue arrollado por el tren. Así de simple. El
tren siguió su marcha de vértigo y el coche, hecho trizas, quedó en un descampado.
Dieguito no pudo dominar su curiosidad. ¿Quién conduciría un coche tan hermoso? Corrió
-¿alegremente? - a través del descampado y se detuvo junto al coche. Sí, estaba hecho
trizas, negro, humeante y con muchos hierros retorcidos y muchísima sangre. Dieguito miró
a través de la ventanilla y se llevó la sorpresa de su corta vida: allí dentro, algo deteriorado,
estaba él, el hombre que más admiraba en el mundo, su ídolo.

Una semana después todos los diarios argentinos dedicaban su primera plana a un suceso
habitual: Diego Armando Maradona llevaba más de diez días sin acudir a los
entrenamientos de su equipo. Hubo polémica, reportajes a variadas personalidades (desde
ministros a psicoanalistas y filósofos) y conjeturas de todo calibre. Una de ellas perseveró
sobre las otras: Diego Armando Maradona había huido del país luego de ser arrollado por
un tren mientras cruzaba un paso a nivel con su deslumbrante BMW. ¿A dónde había
huido? Muy simple: a Colombia, a unirse con el anciano y desfigurado Carlos Gardel,
quien aún sobrevivía a su tragedia en el país del realismo mágico. Ahora, desfigurados
horriblemente, los dos grandes ídolos de nuestra historia se acompañaban en el dolor, en la
soledad y en la humillación de no poder mirarse a un espejo. Ellos, en quienes se había
reflejado el gran país del sur.

En el medio de la tristeza nacional no pudo sino sorprender al padre de Dieguito la alegría


que iluminaba sin cesar el rostro del niño, a quien él, su padre, llamaba el pequeño idiota.
¿Qué le pasaba al pequeño idiota?, preguntó a la madre. "No sé", respondió ella. "Come
bien. Duerme bien." Y luego de una breve vacilación -Como si hubiera, demoradamente,
recordado algo inusual- añadió: "Sólo hay algo extraño". "Qué", preguntó el padre. "No
quiere ir más al colegio", respondió la madre. Indignado, el padre convocó a Dieguito. Se
encerró con él en su escritorio y le preguntó por qué no iba más al colegio. "Dieguito no
queriendo ir al colegio", respondió Dieguito. El padre le pegó una cachetada y abandonó el
escritorio en busca de la madre. "Este idiota ya ni sabe hablar", le dijo. "Ahora habla con
gerundios". La madre fue en busca de Dieguito. Le preguntó porque hablaba con gerundios.
Dieguito respondió: "Dieguito no sabiendo que son gerundios".

Transcurrieron un par de días. Dieguito, ahora, ya casi no bajaba del altillo. Sus padres
decidieron ignorarlo. O más exactamente: olvidarlo. Que reventara ese idiota. Que se
pudriera ese infeliz: sólo para traerles desdichas y papelones había venido a este mundo.

Sin embargo, hay cosas que no se pueden ignorar. ¿Cómo ignorar el insidioso, nauseabundo
olor que se deslizaba desde el altillo hacia el comedor y las habitaciones? ¿Qué diablos era
eso? ¿A quién habrían de poder invitar a tomar el té o a cenar con semejante olor en la
casa? Decidieron resolver tan incómodo problema. "Esto", dijo el padre, "es obra del
pequeño idiota". Llamó a la madre y, juntos, decidieron emprender la marcha hacia el
altillo. Subieron la estrecha escalera, intentaron abrir la puerta y no lo consiguieron: estaba
cerrada. "¡Dieguito!", chilló el padre. "¡Abrí la puerta, pequeño idiota!" Se oyeron unos
pasos leves, giró la cerradura y se abrió la puerta. Dieguito la abrió. Sonrió con cortesía,
dijo "Dieguito trabajando", y luego se dirigió a la mesa en que yacía el ídolo nacional
ausente. Sí, era él. El padre no lo podía creer: no estaba en Colombia con Gardel, sino que
estaba ahí, sobre la mesa, y el olor era insoportable y había sangre por todas partes y el
ídolo nacional ausente estaba trizado y Dieguito con, con prolija obsesividad, le cosía una
mano (¿la mano de Dios?) a uno de los brazos. Y la madre lanzó un aullido de terror. Y el
padre preguntó: "¿Qué estás haciendo, grandísimo idiota?" Y Dieguito (oscuramente
satisfecho por haber sido, al fin, elevado por su padre a los dominios de la grandeza) sólo
respondió:
-Dieguito armando Maradona.

 
José Pablo Feinmann, Página/12, 1996.
Incluido en "Cuentos de fútbol argentino", selección de Roberto
Fontanarrosa, 1997, Ed. Alfaguara.

Milagro en Parque Chas


Inés Fernández Moreno

Aquella noche, las calles de Parque Chas me recordaban más que nunca el
cementerio de La Chacarita. Esas módicas casitas de la calle Berlín o Varsovia, de
ventanas estrechas y muros grises, se correspondían indudablemente con
aquellas bóvedas de mármol y piedra del cementerio vecino. Unas casas un poco
más reducidas al fin y al cabo, un poco más silenciosas, pero esencialmente
iguales. Bóveda o casita, allí estaba la misma orgullosa clausura de la propiedad
privada, el mismo persistente deseo de jardinete delante, de cantero florido, la
misma respetuosa interdicción en el umbral. Hasta los enanitos de jardín y los
perros de terraza mantenían su parentesco con ciertas figuras de vírgenes o de
ángeles guardianes en lo alto de los mausoleos.
Admito que yo estaba deprimido. Hacía pocos días que me había quedado sin
trabajo y los brasileros nos ganaban uno a cero en la Copa América. Así me lo
había dicho durante todo el primer tiempo la voz impiadosa del relator. Y así me lo
seguía diciendo, a través del walkman, en los comienzos del segundo. Por eso, tal
vez, aquella nube de pensamientos fúnebres se las arreglaba para trabajarme el
ánimo, en segundo plano, pero en una unívoca dirección de melancolía y derrota.
Llegué hasta la avenida Triunvirato en busca de un quiosco abierto para comprar
cigarrillos y me detuve frente a la vidriera de una casa de artículos para el hogar.
Un grupo de seis o siete hombres seguía las alternativas del partido a través de
varias pantallas encendidas. Siempre me ha producido cierta desazón ver a esos
solitarios, es fácil imaginarlos con hambre, con frío, sometidos a un deseo que se
conforma con las migajas del confort. Pese a todo, en medio del abandono y la luz
mortecina de la avenida, el grupo resultaba una isla esperanzada de humanidad.
Me paré detrás de todos y me dejé magnetizar como ellos por las imágenes
mudas de la pantalla. Yo tenía la dudosa ventaja del sonido, con la voz del relator
puntuando el movimiento de los jugadores. Es decir: los errores de nuestra
Selección y el avance avasallante de los brasileros. Súbitamente las luces
parpadearon, las pantallas dejaron ver un último destello luminoso y después se
oscurecieron por completo, dejándonos desconsolados y boqueando como
cachorros a los que hubieran arrancado de su teta. No sé por qué razón, tal vez
porque yo era el que había llegado último, todas las caras se volvieron hacia mí.
Levanté los hombros, un poco desconcertado.
–Se debe haber cortado una fase, aventuré.
Me siguieron mirando. Yo de electricidad, sabía poco y nada. ¿Qué querían de
mí? Vamos, hombre, aclaró por fin un viejo de boina gris, diga usté, que está
conectado, cómo va el partido. Todos hemos tenido, de chicos, la fantasía de ser
relatores de fútbol, todos hemos intentado alguna vez alcanzar la portentosa
velocidad necesaria para seguir la carrera de una pelota y la de los jugadores tras
ella. No lo niego. Pero verme lanzado así a relator, de buenas a primeras, era otra
cosa.
Algunos avanzaron un paso hacia mí, no supe entonces si en actitud amenazante
o más bien como buscando una mejor ubicación. Los miré. Vi en primer plano a un
muchachito ojeroso envuelto en una bufanda verde, a un morocho corpulento de
campera de cuero, a un hombre rubio de cara gastada con el diario doblado bajo
el brazo...
Eran hombres abatidos, lo suficientemente castigados por los políticos, por la falta
de trabajo, de esperanzas, por la torpeza de nuestra Selección y ahora, además,
por ese corte inesperado que los dejaba otra vez afuera del partido. Era un deber
solidario agarrar esa pelota. Empecé tímidamente a reproducir las palabras del
relator.
“...recibe la pelota Aldair... Aldair para Ronaldo... sigue Ronaldo... sotana para el
Tulu... ¡qué bien la hizo Ronaldo!... pasa mitad de cancha... pelota para Romario
que está habilitado... se viene Romario... ¡ay, ay, ay!... ¡¡peligro de
gol...!!”
Apenas iniciado el relato pude notar cómo las palabras, entumecidas al principio,
se daban calor unas a otras, cómo se volvían resueltas y hasta temerarias –ya me
lo había comentado un amigo que estudiaba teatro, la voz emitida públicamente se
anima de otra fuerza, se enamora de su propio arrullo y termina haciendo su
propio juego. Fui casi el primer sorprendido cuando en lugar de cantar el poderoso
gol de Romario con el que Brasil se ponía dos a cero, desvié unos centímetros la
pelota en el aire y la hice pegar en el travesaño. “...pega la pelota en el
travesaño... –dije–, increíble, señores –agregué–, increíble... Argentina se salva
por milagro de un nuevo gol brasilero.”
Mi tribuna suspiró aliviada y yo seguí adelante, sin vacilaciones. “...viene el
Zurdo... toca para Angelini... Angelini para Pedrete... Pedrete para
Gonzalito...Gonzalito...Gonzalitoooo...” La ofensiva argentina hubiera continuado
limpiamente su avance si no fuera por Quindim, el central brasilero, un mulato
descomunal que traba con Gonzalito, gana firme en la línea de fondo, y pone un
pelotazo en el área argentina. No resultó igual de fácil desviar la dirección en que
rodaban mis palabras.
De manera que digo: “...Quindim traba fuerte abajo... tropieza, cae y sigue
Gonzalito... ahora nadie lo para...se viene el mano a mano... tira Gonzalito y...
¡gooool! ¡¡¡gooooooooooool de Argentinaaaa!!!!... –canto– que se pone uno a uno
con los brasileros... ¡¡¡Graaaande, Gonzalito!!!”, –apunto, ganado sinceramente
por la euforia del empate. Mi tribuna salta de alegría. El grito crece hasta
estremecer la impávida quietud de Triunvirato. El jubilado se saca la boina gris y la
agita en un arco enorme, como si quisiera saludar con ella al universo entero. El
pibe ojeroso de la bufanda se abalanza sobre la espalda del morocho, que lo
agarra de las piernas y le hace dar varias vueltas a caballito. Más atrás un grupo
de tres o cuatro se abraza y salta rítmicamente. Yo mismo corro hacia la esquina
con los brazos en alto. Un motociclista, contagiado por el entusiasmo, se detiene
en el semáforo y hace sonar su bocina.
El festejo se silencia apenas retomo el relato, pero persiste en los ojos brillantes y
la actitud expectante del grupo. Con un vértigo de angustia entiendo que todo ha
quedado ahora en mis manos, en mi voz. Que puedo hacerlos caer nuevamente
en el desconsuelo o hacerlos vivir momentos de gloria. El frío se ha vuelto más
penetrante y desde las pantallas de la casa de electrodomésticos me llega, como
una advertencia, un guiño de luz.
Empiezo a desplazarme por Triunvirato hacia La Haya. Y ellos detrás de mí,
siguiendo el hilo tenso de mi voz que consigna cada vez con mayor
profesionalismo el increíble vuelco de la Selección argentina en el segundo
tiempo.
Me basta con corregir apenas al relator. Cuando habla del avance seguro “de los
brasileros”, digo “de los argentinos”; cuando dice “Bertotto se durmió en el pase”,
digo “Branquinho se durmió”; cuando dice “uhhh, qué gol se comió el arquero
argentino”, digo “uhhh, qué gol se comió el carioca”. Una pareja que se besa
lentamente en La Haya se suma a la hinchada. Un ciruja nos saluda con su
linterna y echa a rodar su carro detrás del grupo. Un hombre que pasea dos perros
salchichas por las veredas de Berlín empieza a seguirnos. Una mujer
desmelenada, en pantuflas, corre por Varsovia y nos alcanza. Dos pibes que están
fumando un porro en Amsterdam, también. Como en el flautista de Hamelin, el
despliegue armónico y consistente de la Selección argentina resulta una música
irresistible. Llegamos al fin a la plaza Éxodo Jujeño. Aunque el verano ya ha
quedado atrás, hay en el aire un recuerdo de jazmines. Dejo entonces de
escuchar al relator, a aquel que sólo me hablaba a mí, con la voz soberbia y
estridente de quien se cree dueño de la verdad. No lo necesito. Me irrita con su
voz chabacana y sus goles mentirosos. Ellos, los de mi grey, sólo escuchan mi
voz, ven a través de mis palabras, se elevan y gozan y temen pero sólo para
volver a gozar porque, como nunca, la acción se ajusta a una estrategia inteligente
y rigurosa: los delanteros atacan, los defensores defienden, los arqueros atajan.
Los errores brasileros, en cambio, se multiplican. Equivocan los pases, se comen
los amagues, se arman mal en la línea de fondo, erran dos penales
imperdibles...El equipo argentino se perfecciona, se vuelve imaginativo, deja
jugadas –un caño, un taquito, un gol de media cancha– que podrán recordarse por
años. Los goles, en esa fiesta de grandeza, son casi lo de menos y llegan con
asombrosa puntualidad. Ganamos cinco a uno. Ni la niebla que desciende sobre el
parque, ni la pobre claridad de los faroles, logran opacar la alegría. Por el
contrario, les confieren a los abrazos, a las camperas y las bufandas desplegadas,
a las manos que se agitan, a los que caen de rodillas, se santiguan y se besan y
cantan y bailan, una dimensión de misteriosa epopeya.
Parque Chas es territorio liberado, y lo ha sido por la vibración de mis palabras,
por las imágenes que ellas han convocado frente a todos aquellos ojos. La
hinchada por fin se dispersa lentamente. Yo camino a la deriva. Voy como entre
nubes, agotado, pero sereno y orgulloso.
Una lucecita, como una boya, me guía hasta el quiosco de Gándara y Tréveris,
que ahora está abierto.
–Antes no estaba abierto –le comento al quiosquero.
–Las cosas cambian –me dice con filosofía–. ¿No vio acaso cómo terminó el
partido?
Lo dice con una sonrisa que bastaría para iluminar el barrio entero.
–Todos lo vieron –digo yo, tratando de recordar su rostro entre los hombres de mi
hinchada.
Después le cabeceo un saludo y sigo mi camino.
Lanzo hacia el cielo una bocanada de humo que se prolonga en una nube tenue
de vapor.
En el techo de una casita gira locamente una figura oscura. Es una veleta. Un
perro de azotea. Un ángel que festeja el milagro de Parque Chas.

Escenas de la vida deportiva


Roberto Fontanarrosa
Andá cambiándote, Tito -pidió Rogelio, que estaba sentado en el suelo poniéndose las
medias. Tito se quedó mirando hacia la cancha, fruncida la nariz.

¿Nadie vino a reservar la cancha? –preguntó. Jorge había atado el extremo de una
venda al paragolpes del auto, se había alejado un par de metros y ahora la enrollaba
prolijamente. No contestó.

-¿El boludo del Ruso no vino a reservar la cancha? -insistió Tito, el bolso al hombro.

-Cambíate Tito -dijo Aguilar-. Ya se van los muchachos.

-¡Ruso! -gritó Jorge-. ¿Reservaste la cancha?

El Ruso ni se dio vuelta para responder, sentado sobre el piso aún húmedo.

-No vine, Jorge -gritó-. ¡Con lo que llovió anoche! Pero no hay drama...

-El Ruso se la piroba a la vieja y la vieja se la presta -asesoró Aguilar.

-¡Ruso! -llamó Tito-. ¿Te seguís haciendo tirar la goma con la vieja cada vez que venís
a alquilar la cancha?

-Por lo menos no te la cobrará ¿no? -aportó el Pichicua.

-El Ruso se piroba a la vieja -Jorge ya había terminado de enrollar las vendas-. La
vieja no le cobra el alquiler pero después él nos lo cobra a nosotros.

-Esas viejas son perfectas para chuparte el zodape porque no tienen dientes, ¿no
Ruso?

El Ruso movió la cabeza de un lado al otro.

-Hijos de puta -reprochó-. Como ochenta años tiene la vieja. ¿No tienen madre,
ustedes?

-¿Qué? -Tito eructó-. ¿Te querés culear a mi vieja también?

Se rieron. En la cancha, una multitud de morochos corría detrás de una pelota marrón
y deformada. Algunos de ellos con pantalones largos arremangados y descalzos.
Jugaban y gritaban. Se reían.
-¡Tienen un pedo éstos! -dijo Marcelo.

-Claro. Si se comieron un asadito allá, detrás del arco.

-Mira la zapan de aquél... Hijo de puta, parece embarazado.

-Éstos no se van a ir más -calculó Tito, indolente.

-¡Cambíate forro! -le gritó Miguel-. Cambíate de una vez y deja de hinchar las pelotas.

-¿Y quién les va a decir que se vayan?

-Tito concedió descolgar el bolso del hombro-. -. ¿Vos les vas a decir que se vayan?

-¡Ya hablé con uno de ellos, pelotudo! -dijo Aguilar-. Se van ahora nomás.

-Mira la caripela de los negros. Como para decirles algo está...

-Si no se pueden ni mover del pedo que tienen. Juegan cinco minutos más y se
mueren...

-¿No se pueden ni mover? -se hizo oír el Ruso, atándose los botines-. Mira cómo la
pisa el gordo aquél... ¡recién hizo un gol!...

Tito se sentó sobre el pasto con un resuello.

-Sabes qué ganas de apoliyar que tengo... Me hubiera quedado durmiendo –dijo.

-Está lindo para dormir -aprobó el Ruso.

-Es al pedo -meneó la cabeza, Miguel-. Lo que es no saber un carajo de fútbol. Estos
son los mejores días para jugar, querido. Nublado, fresco...

-Estuvo lloviendo, Negro -se quejó Tito.

-Quieren venir a jugar cuando hay sol y un calor de cagarse -Miguel afeó la voz,
doctoral-. Ahí quieren venir a jugar. Cuando no te podés ni mover del calor que hay.
Hoy está perfecto, papá.

-Es verdad. Es un día bárbaro -aprobó el Ruso, que dudaba entre sacarse el buzo o no.

-¡Pero claro, querido! -siguió Miguel-. Ni siquiera hay viento. Es preferible jugar con
lluvia que con viento, mira lo que te digo.

-Seguro -Marcelo ingresó en la controversia, desde lejos-. Con viento es una cagada.
Nunca sabes para dónde mierda sale la pelota. Con lluvia, cuando le agarras la mano
al pique... chau ... cuando le adivinas el sapito...
-Es que sale como arriba de un vidrio...

-¡Eso! Ahí está la joda. Pero es mejor que con viento.

-Es que éstos no saben nada, Chelo -se envalentonó Miguel-. Hay que explicarles todo.
Quieren entrar al Primer Mundo y se quedaron en la Pulpo de goma...

-No pasaron de la de tiento.

-Se quedaron en la Plastibol.

Tito, luego de sentarse, se había ido dejando caer hacia atrás, hasta quedar acostado
con el bolso de almohada.

-Avísame cuando empiece -pidió.

-¡Vestite, boludo! -atronó Aguilar-. Después empieza el partido y todavía te estás


cambiando, como el otro día.

Tito se rió.

-¿Cuántos polvos te echaste, Tito? -preguntó Rogelio, que había terminado de enrollar
las vendas. Tito seguía riéndose, tapándose los ojos con un brazo. Se le sacudía el
estómago bajo la camisa a cuadros-. ¿La colocaste hoy? ¿Te permitió la patrona?

-¿Usted también la puso, Marcelito? -se interesó Aguilar, generalizando el tema.

-Cuatro al hilo.

-¿Y te podes sentar todavía?

-¿No se cansa tu novio? -añadió el Ruso.

Tito se seguía riendo. Pero se levantó de pronto, como alarmado.

-¡Che, esto está mojado!

-Y claro, nabo, si llovió toda la noche.

-¿Llovió mucho? -preguntó Marcelo,

-Yo me desperté a eso de las cuatro y caían soretes de punta-dijo Miguel que había
abierto la botellita de aceite verde-. Dije "cagamos"..

-El Negro es como los pibes Jorge, ubicado entre los autos, meaba un neumático-. Se
despierta a la madrugada para ver si llueve y si al día siguiente se puede jugar.

-¿Y qué te parece?


-Toda la semana esperando el sábado.

-Che... -Tito había empezado, morosamente, a desabrocharse el pantalón-. ¿Quién


trae la pelota?

-Rogelio -Aguilar buscó con la vista y llamó- ¡Rogelio! Vos tenés la pelota, ¿no?

-No -se alarmó Rogelio.

-Ay, la concha de su madre -Marcelo tironeaba de los cordones-. Siempre el mismo


quilombo con la pelota. ¡No me digas que no hay una pelota!

-Yo se la di a Pepe el sábado pasado - se encogió de hombros Rogelio.

-Uy, la puta que lo parió...

-Bueno, muchachos... -anunció resignadamente Tito, abrochándose de nuevo el


cinturón.

-No. No -calmó Rogelio-. Pepe viene. Viene seguro.

-¿Cuándo hablaste con él?

-Esta mañana. Me dijo que venía. Más, teniendo la pelota. No nos va a cagar así.

-El que no viene es el Flaco -anunció el Ruso.

-¿Por qué no viene el Flaco?-se ofuscó Miguel-. ¿Otra vez nos caga ese hijo de puta?

-No sé, tenía que hacer...

-Pero... ¿será posible? -Miguel se había puesto de pie, deteniendo la minuciosa


dispersión del aceite verde por sus piernas.- Yo no me explico. ¿Qué otra cosa más
importante que jugar al fútbol podes tener que hacer un sábado a la tarde, decime?
¿Qué otra cosa?

-Tenía que viajar, iba a Córdoba, no sé...

-Pero que se vaya a la concha de su madre, que no venga más.

-Tiene una novia allá, por Alta Gracia, que le da cuerda.

-Ya se van los muchachos -el Ruso miraba hacia la cancha.

Los morochos se iban retirando. Había uno tirado en el suelo, boqueando. Otros dos
corrían a un flaquito, que persistía en dispararse con la pelota. "¡Cuajada! -le
gritaban-. ¡Para Cuajada o te vamos a cagar matando!" Se reían.
Gonzalo, que se cambiaba adentro del auto, por el frío, llegó al trote, endurecido.

-Pediles a ver si nos dejan la bola -sugirió al Negro. Aguilar miró hacia la cancha.

-¡Qué mierda te la van a dar! ¿Y dónde se la devolvés, después?

-Se la llevamos a la casa.

-¡Ni casa tienen estos negros! -se rió Marcelo-. Si vinieron todos en un camión. "Se la
llevas a la casa". ¡Mira las amistades que tiene el Gonza!

-¡Boludo! ¡Si no tenemos pelota!

-Gonzalo miraba irse a los morochos, como con pena.

-Ahí viene Pepe. Ahí viene Pepe. Él la trae -tranquilizó Jorge.

-¿Ese es el auto de Pepe?

-Sí. Un Renault.

-¿Rojo?

-Sí, rojo.

-Ese auto no es rojo.

-Espera que pase detrás de la casilla y lo vas a ver bien.

-Sí, es Pepe, es Pepe...

-Es Pepe.

-¡Es Pepe! -certificó, casi desde el centro de la cancha, Marcelo.

-¿Qué haces, Chelo, estás rezando? -le gritó Gonzalo-. Marcelo se había arrodillado y,
en un impensable rasgo de pudor, meaba cortito sobre el césped.

-Es muy católico el flaco.

-Che... -Tito se había quedado en calzoncillos y mostraba unas piernas flacas y


lampiñas-. ¿Ellos vinieron?

Había logrado interpolar una nueva nota de intranquilidad. Aguilar y Miguel miraron
hacia el otro costado de la cancha.

-Sí, vienen -masticó Miguel, que no quería pensar en la posibilidad de suspender-.


Vienen. Ellos vienen.

-¿Vos viste a alguno?

-El jueves lo vi en el centro al pelado que juega de cinco. Y me dijo que venían.

-El jueves no, boludo. Ahora, te digo. ¿Acá viste a alguno?

El Ruso pisaba cuidadosamente la cancha casi pelada. Daba saltitos para entrar en
calor.

-¡Allá hay uno! -gritó, señalando hacia los árboles de enfrente.

-Ah, sí... -Rogelio se quedó con el pantaloncito en el aire, escudriñando la lejanía-. El


morochito que juega de siete. El... ¿cómo le dicen?

-El Bimbo, el Pimba, algo así. La mueve ese hijo de puta.

-¡Qué sorete la va a mover!

-¿Ah no? ¡El zaino que te hizo comer la vez pasada!

-¡Qué va a mover! A tu hermana se puede mover el flaco ese...

-Y con uno solo... ¿Qué hacemos?

-Tito dudaba en sacarse la camisa.

-¡Ya vienen los otros, pelotudo! Vienen todos juntos. El otro día vinieron en dos autos,
sobre la hora.

-¿Qué hora es?

-Cambíate, gil, y deja de romper las bolas.

-Chupame el choto -recomendó Tito-. Y pasame el aceite verde.

-Cómprate, si querés aceite verde-negó Miguel-. Miserable de mierda. Vos sos como el
otro, el Gonza, que nunca pone guita para la cancha...

-Métetelo en el orto.

-¿Vos sabes como pica?

-¿Nunca te lo pasaste sin querer por las bolas?

-Ay, mamita querida. ¿Y el Fonalgón?


Pepe había estacionado el auto y venía a paso lento hacia el grupo.

-¿Trajiste la pelota? -le gritaron varios.

-La tengo en el baúl.

-¡Y bajala, sota, o te crees que vamos a estar toda la tarde esperando!

-¡Pepe maricón! -chilló Marcelo, distorsionando la voz.

-¡Putazo! -se unió Tito. Pepe, caminando de nuevo hacia el auto, giró hacia ellos y se
agarró los huevos. Después siguió caminando.

-¿Cuántos somos? -preguntó Miguel-. ¿Juntamos gente?

-Sí. Estamos. Estamos -dijo Aguilar.

-La concha de su madre puta -farfulló Tito. Se había quedado con la mitad de un
cordón del botín en la mano.

-¿Sabes por qué te pasa eso? -asesoró el Negro-. Porque te pasas el cordón por
debajo de la suela. ¿Te lo enrollas por debajo de la suela? Así se te rompe.

-¿Por qué no me chupás un huevo, cabezón? -Tito resoplaba reacomodando el largo de


los cordones-. ¿Ahora me lo decís?

-Hay que decirles todo, Negro -habló Miguel-. No están para el Primer Mundo.

-Si por lo menos viniera un par más de ellos -calculó Gonzalo-. En el último de los
casos hacemos un picado.

-¡Si ellos vienen, ellos vienen! -desestimó Miguel, que había terminado de lubricarse-.
¡Allá vienen!, ¿no ves? ¡Para que te dejes de hablar al reverendo pedo!

-Ahí estamos -musitó Gonzalo, levantando apenas la vista-. ¡Llegaron, che! -les avisó
a los otros. Pepe había sacado la pelota del baúl del auto, la apretó un par de veces
para ver cómo estaba y después la tiró hacia la cancha donde ya trotaban y hacían
flexiones casi todos.

-¡Traela! ¡Traela! -pidió el Ruso, que sólo se ponía locuaz cuando entraba a la cancha.
Miguel, en cambio, se mantuvo serio. Fue hasta donde estaba Tito y se puso en
cuclillas junto a él.

-Tito -le dijo-. Hoy no te mandes tanto al ataque. Seguro que por tu lado va a jugar el
flaco del otro día, ese que le dicen Trastorno. Es muy rápido. Trata de encimarlo y no
dejarlo dar vuelta. Si lo dejas darse vuelta -te pinta la cara porque es un pedo líquido
ese hijo de puta. Le vas encima y ponete de acuerdo con Aguilar para que cierre por
detrás tuyo si se la meten a tu espalda... -Tito aprobaba con la cabeza, obediente-..
¿De acuerdo? ¿De acuerdo? -recalcó Miguel-. Porque vos me decís que sí y después no
haces un carajo de lo que te digo...

-Sí. Pero decile al Negro. Porque aquél agarra la lanza y se va arriba y después no
vuelve en la puta vida.

-Si vos te vas a volantear, yo te hago el relevo, quédate tranquilo. Pero además, yo le
digo al Negro -Miguel se puso de pie como si hubiese terminado con la indicación, pero
antes de meterse en la cancha, se volvió para decir-. Guarda los bolsos en el auto, Ro-
gelio. Nunca se sabe.

A Tito lo único que le faltaba ponerse era la camiseta verde, y puteaba por el frío.

-Loco ¡qué busarda que tenés! -Pepe, desde el suelo, poniéndose los botines, lo
miraba y se reía. Tito se miró el estómago como si recién lo descubriera.

-Tengo que salir a correr -calculó.

-¿No salís a correr en la semana?

-No tengo tiempo, Pepe. Debería. Pero...

-Salgamos. Llámame y salimos.

-Sí. Porque así...

-Después se siente en los partidos...

-Te llamo, porque no hay nada más rompebolas que correr solo.

-Después no me llamás nunca, hijo de puta. Ya el mes pasado me hiciste lo mismo.

-Te llamo, te llamo -prometió Tito, pero ya Pepe corría hacia el arco más cercano,
donde peloteaban al Lungo. Miguel no se dignaba a patear. Intentaba tocarse la punta
de los botines con los dedos y recomendaba "elongá, elongá" a cada uno que le
pasaba cerca. Pero, de pronto se irguió y siguió atentamente el curso de una pelota
que se iba entre los árboles.

-¡Che...! -advirtió-. ¿No está bofe esa pelota?

-Está un poco globo -admitió el Ruso-. Pero está bien.

Víctor la había ido a buscar casi hasta el terraplén, detrás del arco, y la devolvió hacia
la semiborrada línea del área. Marcelo la paró con el pecho y la tiró de nuevo a la copa
de los árboles.

-¿Con qué le pegas, hijo de puta? -lo observó, fijamente, Miguel, las manos en la
cintura-. ¿Cómo se puede tener tan poca sensibilidad en el pie? ¿Cómo se puede ser
tan animal? -Marcelo se reía-. Si te ve Federico Sacchi se muere de un infarto, querido
-la siguió Miguel-. ¡Y pretenden jugar al fútbol! ¡Qué agravio a la cultura futbolística
del país, por favor! ¡Son jugadores de terraza, nacidos en el centro! ¡Cuánto potrero
que te falta, por Dios!

La pelota, esta vez, y quizás intencionadamente, le llegó a Miguel, que la puso bajo la
suela y miró el arco.

-¿Dónde la querés? -le preguntó al Lungo.

-Pateá y dejá de hinchar las bolas -dijo el Lungo.

-Decime, decime.

-Ahí -señaló el Lungo, mostrando el ángulo bajo del segundo palo. Miguel le pegó de
derecha, con estilo, y la pelota se elevó unos cuatro metros para caer tras el terraplén.
Hubo risas.

-¡No! ¡Trae! ¡Trae para acá! -Miguel había salido disparado detrás de la pelota, a
grandes trancos, enojado-. ¡No se puede jugar con eso! ¡Es un bofe esa pelota, hay
que inflarla!

-¡No rompas las bolas, Miguel! Está bien la pelota. Mejor si está blanda. Dejala así -se
quejó Gonzalo-. Después se moja y se pone que pesa una tonelada. Te hace mierda el
balero si cabeceas...

-Mirá lo que es esto. Mirá lo que es esto -graneaba Miguel, oprimiendo la pelota con
ambas manos-. No se puede jugar al fútbol con esto.

-¡Lárgala! Jorge se golpeó las manos, girando sobre sí mismo. ¡Cómo rompe las bolas
el negro este!

-¡Pero si a ustedes les da lo mismo jugar con una pelota que con un ladrillo, querido! -
dijo Miguel-. Para lo que juegan, todo les resulta lo mismo...

-La verdad que está un poco floja -admitió el Ruso, junto a Pepe.

-Pero es la única que hay.

-¡Muchachos! -llamó, Gonzalo, a los rivales-. ¿Ustedes trajeron una pelota? El Pelado
negó con la cabeza.

-Nos dijeron que ustedes tenían. ¿Qué le pasa a esa? -preguntó después.

-¿Tienen un inflador? -Miguel estaba empecinado.

-¿Y qué haces con un inflador, Miguel, si no tenés un pico? -dijo Gonzalo, un poco
harto.

-Pico hay. Pico hay. ¿Vos no tenés un pico en el auto, Pepe?


Pepe puteó por lo bajo y se fue para el auto.

-El flaco aquel tiene un inflador -alertó el Ruso, señalando, dentro del grupo de la
contra, al que había llegado primero en bicicleta. Miguel se encaminó hacia allí.

-¡Déjala así, Negro! ¡Dejala así! ¡Está bien así! –insistió Jorge.

-A ver si todavía la hace cagar este pelotudo -previno Tito.

-¡Ustedes corran! -ordenó Miguel, dándose vuelta y sin soltar la pelota-.¡Muévanse,


elonguen que hace frío!

Cuando Pepe llegó con el pico ya tenía el inflador.

-Dame -dijo. Y empezó a escudriñar el cuero de la pelota con los ojos entrecerrados-.
¿Dónde está la marquita?

-Hacela girar, hacela girar -dijo Pepe, con su cabeza casi apoyada sobre el hombro de
Miguel.

-Sin anteojos no veo un choto.

-Marquita puta... Es una flechita...

-Una flechita. Pero se le borra después...

Miguel seguía haciendo girar el balón, mirándolo, con la nariz prácticamente pegada al
cuero.

-A veces la marcan con una birome...-¡Acá está!

Una minúscula flecha bordada en cuero señalaba un orificio diminuto, disimulado en la


costura de dos gajos.

-¿Es este, no, seguro?

-Sí, sí, es ese... Miguel carraspeó.

-Metele un gallo -recomendó Pepe. Miguel sostenía la pelota con una mano contra el
pecho mientras con la otra manipulaba el pico.

-¡Cómo vas a jugar con la pelota así, macho! -se escandalizó-. ¿Dónde se ha visto?
¡Estos, porque tienen un garfio en el empeine! Juegan al fútbol porque Dios es
grande... No saben un sorete, hay que decirles todo...

-No te comprenden, Miguel.

-Sufro la soledad de los líderes, Pepe...


-¿Qué pasa, Miguel? -se acercó corriendo Tito-. Ya estamos para largar.

Miguel escupió una saliva blanca y espumosa sobre el agujero de la pelota. Le erró por
un centímetro. Primero hizo girar el balón, procurando que la oscilación deslizara la
escupida hasta cubrir el agujero. Pero luego, apurado, la empujó directamente con el
dedo hasta tapar la casi inapreciable juntura. Luego metió la punta del pico hasta
encontrar resistencia.

-Ojo... -recomendó Pepe-. ¿Ahí está el agujero?

-Para -dijo Miguel. Sin sacarle el pico del inflador, bajó la pelota hasta aprisionarla
entre sus rodillas.

-Ojo -repitió Pepe. Miguel hizo fuerza, empujando el pico.

-No entra el hijo de puta -cerró los ojos.

-¿Estás seguro que está ahí la válvula? ¿No se habrá corrido la cámara?

-No. Está ahí. Está ahí -aseguró Miguel y pegó un nuevo empujón al pico. Se oyó una
explosión ahogada y la pelota pareció aflojársele entre las manos.

-La pinché -dijo Miguel, girando la cabeza y mirando a Pepe con cara inexpresiva-. La
pinché.

Estuvieron unos veinte minutos más viendo si llegaba alguien con una pelota. O si
pasaba alguien que tuviera una. Marcelo se ofreció a ir a buscar una a la casa de un
primo, en el centro, pero no sabía si el primo estaba o se había ido a la isla... Le
dijeron que no. A la media hora, Tito comenzó a cambiarse de vuelta. Gonzalo lo puteó
por enésima vez a Miguel y rumbeó para el auto.

-¡No se podía jugar así, querido! -reafirmó Miguel-. Se pinchó, mala suerte. Pero así
no se podía jugar. Ningún jugador de fútbol que se respete puede jugar con una pelota
así.

-Vos te quedaste en la Pulpo, Miguel -hirió Jorge, yéndose-. No estás para la de cuero.

-Y ustedes se quedaron en el Tercer Mundo, hermano -no daba el brazo a torcer,


Miguel-. Les da lo mismo pato o gallareta. Total... para ustedes todo es igual...

-Miguel -llamó el Ruso, ya cambiado, en su habitual tono calmo y medido-. Ándate un


poco a la concha de tu madre -y aceptó la invitación de Aguilar de volverse juntos en
el auto para el centro.
Roberto Fontanarrosa
Revista Tres (Montevideo - Uruguay)
Liliana Heker | Del libro «La crueldad de la vida», publicado por Alfaguara, 2001

Había un momento de la tarde —podían ser las cuatro, tal vez las cinco si era verano— en
que el viejo se pegaba a la ventana, la cabeza un poco ladeada, la mano haciendo de
pantalla contra la oreja, y con voz de velorio decía: Lástima la música. Eso, después que
nosotros nos habíamos pasado las horas meta Magaldi, meta Charlo, todo ese revival para
tenerlo contento porque (como dijo una vez tía Lucrecia) un domingo de mala muerte que
lo traemos bien podemos hacer un pequeño sacrificio con tal de verlo feliz. (Para pequeño
sacrificio le sobraba una sota: como al viejo le hacía falta no sé qué calor humano para vivir
como Dios manda, nos teníamos que clavar todos hasta las doce de la noche, porque con lo
del Hogar —decía— no quería sentarse ni a ver la tabla de posiciones, todos viejos chotos,
y que una vez un vasco se entusiasmó tanto con un gol de chilena que dio un tremendo salto
para atrás, se fue de nuca al suelo, y ahora está viendo cómo crecen los rabanitos desde
abajo. Así que a la noche teníamos que instalarnos todos frente al televisor —mamá, papá,
tía Lucrecia, tío Antonito, yo y hasta los mellizos—, rodeándolo al viejo que para la
ocasión se calzaba en la cabeza un pañuelo con las cuatro puntas atadas y, a falta de
chuenga, masticaba un pedazo de neumático; ni hablar de cuando jugaba Boca: se zampaba
la camiseta azul y oro y ni el tío Antonito, que es fanático de River, podía decir —valga la
contradicción— esta boca es mía; la única vez que se animó a porfiar que un gol de no sé
quién había sido en orsai el viejo se le fue encima tan fiero que si no iban a pararlo los
mellizos —que aunque usan arito y el pelo hasta la cintura son la debilidad del viejo— el
tío Antonito termina haciéndole compañía al que festejó la chilena).

Si es por música, entonces, no se podía quejar. Así que cuando empezó con la letanía de
“lástima la música” todo lo que hicimos fue comentar que estaba chiflado y no darle más
vueltas al asunto. Hasta que una tarde el tío Antonito, que ya estaba harto de tanto Corsini y
sobre todo estaba harto de que el viejo, cada vez que lo veía aparecer, le cantara aquello de
Tenemos un arquero que es una maravilla, ataja los penales sentado en una silla, perdió la
paciencia y, apenas escuchó “lástima la música”, le dijo: ¿Contra qué música está
refunfuñando, viejo?, si acá la única música que se escucha todo el día es la que usted. Pero
el viejo no lo dejó terminar; levantó la mano con autoridad para que se callase y, como
sobrándolo, le dijo: No hablo de la música que se escucha, Antonito; hablo de la que falta.

Creo que si era por nosotros la historia se cerraba ahí mismo. Yo, al menos, reconozco que
no sentí el más mínimo interés en averiguar cuál era esa bendita música que le faltaba al
viejo; ya me estaba cansando de sus caprichos; no es muy grato para una mujer casadera
quedarse junto a su abuelo hasta las doce de la noche vociferando los goles como una
desgraciada sólo para que él se sienta acompañado. El tío Antonito lo expresó sin
eufemismos: Si ahora viene con que le falta no sé con qué música, que se vaya a buscarla a
la concha de su hermana. Pero los mellizos no son de los que se rinden así como así. Lo
volvieron loco al viejo hasta que un buen día les dijo: ¿Y qué música iba a ser la que falta?
La música de los domingos.

Parece que poco a poco fueron entendiendo qué quería decir el viejo con “música de los
domingos”, algo que en otros tiempos había estado en todas partes, dijo, y que se podía
escuchar desde que uno se levantaba. Como una comunión o una sinfonía, parece que dijo,
y que terminaba recién al caer la noche con la vuelta de los últimos camiones. ¿Qué
camiones?, les pregunté yo a los mellizos. Pero la explicación casi ni la pude escuchar,
tanto se reían los mellizos tratando de representar a unos camiones que hacían música.

A la otra semana se vinieron con la novedad: para el cumpleaños del viejo (caía domingo)
le iban a regalar eso que él llamaba “la música de los domingos”; ya tenían apalabrada a la
gente de la cuadra: todo lo que debíamos hacer era convencerlo al viejo de que esta vez el
festejo iba a ser en la casa de los mellizos (viven en una especie de conventillo, por
Paternal) y traer la comida; todo lo demás corría por cuenta de ellos.

Protestamos, claro, pero con los mellizos no se puede. Así que el domingo ahí estábamos
con los fuentones, mamá, tía Lucrecia, tío Antonito y yo, esperando que llegara papá con el
viejo. Los mellizos le habían encargado a papá que lo fuera a buscar lo más tarde posible, y
papá cumplió, pero no fue una buena idea: el viejo llegó con un humor de perros, no saludó
a nadie, y lo primero que dijo fue que ahora hasta los barrios eran una porquería. Ya no hay
comunión, dijo, la gente no armoniza, y que hoy en día cada uno se rascaba para sí. No fue
un comienzo alentador, y lo que siguió fue peor. Yo, durante todo el almuerzo, me estuve
preguntando qué hacía en este conventillo el domingo entero, todo por darle el gusto a un
viejo fabulador y desagradecido. Cuando llegó el café ya me había hecho la firme promesa
de que éste sería el último domingo que pasaba con el viejo (y en realidad lo fue). Tal vez
todos estaban pensando lo mismo porque de pronto nos quedamos en silencio. Y fue en
medio de ese silencio que, desde la ventana, llegó el sonido de la radio. Transmitía, con un
volumen más alto que el habitual, algo que me pareció el clásico de Avellaneda. Ves,
abuelo, ves que teníamos razón, dijo uno de los mellizos; ¿ves que en los barrios todavía se
puede escuchar la música? El simulacro había empezado. Nos miramos con resignación
porque ya sabíamos por los mellizos lo que nos esperaba: varias radios a buen volumen
transmitiendo distintos partidos detrás de las ventanas, dos o tres muchachos en una puerta
entonando el cantito que le gusta al viejo, unos chicos, en algún lugar bien audible, jugando
un picado. Y nosotros, como idiotas, vareándolo al viejo. Qué música ni música, dijo el
viejo; ¿vos acaso te creés que una golondrina hace verano? Ahí tuve ganas de mandar todo
al diablo e irme, pero los mellizos como si nada, empezaron a porfiarle que no, que la
música de los domingos no había desaparecido, que en los barrios aún podía escucharse con
sólo salir a la calle. Y ahí nomás, como por casualidad, nos proponen que salgamos todos a
dar una vuelta, a ver si no era cierto. Empieza el show, me dijo mamá en el oído, y el tío
Antonito resoplaba de rabia.

Salimos todos, como en procesión, abriendo la marcha, los mellizos; detrás papá, tratando
de tranquilizarlo al tío Antonito, después venía tía Lucrecia con el viejo. A mí, en el
momento de salir, mamá me había agarrado de un brazo y me había dicho: Vení, nosotras
dos separémonos un poco que esto es lo más ridículo que vi en mi vida. Así que veníamos
atrás de todo.

Caminábamos muy despacio, siguiendo a los mellizos. Las radios se empezaron a oír
enseguida. Una o dos desde enfrente, otra, a todo lo que daba, atrás de nosotros, algunas,
todavía débiles, adelante. Del otro lado de un paredón se escucharon voces de chicos;
decían pasámela a mí, decían dale, morfón. Tres muchachos sentados en el umbral de un
portón, justo cuando pasábamos empezaron a cantar: Tenemos un arquero / que es una
maravilla / ataja los penales / sentado en una silla / si la silla se rompe / le damos
chocolate / arriba Boca Junior / abajo River Plate. Le miré el perfil al viejo; por primera vez
en esa tarde me pareció que sonreía. De alguna casa llegó una ovación; el eco, en la calle,
pareció extenderse. El griterío de los chicos del otro lado de la tapia se hizo más intenso,
más pasional, como si ahora ya no se tratara de una representación sino de algo en lo que
tal vez se jugaba el destino. La tarde se aquietó, los colectivos y los autos dejaron de
escucharse, las voces de las radios se hicieron más altas, más numerosas, decían se anticipa
el Negro Palma, decían avanza Francescoli, decían cabezazo de Gorosito, la espera
Márcico; escuché, me pareció escuchar, el nombre de Rattin, pero no podía ser, ¿no era el
que el viejo contaba que allá por los sesenta le hizo el corte de manga a la Reina?; escuché
recibe Moreno con el pecho, la duerme con la zurda, gira y… ¡Goool!, gritaron los
muchachos del portón, ¡goool! llegó desde las ventanas de la cuadra, o desde la otra
manzana, o desde más lejos aún. Y algo del grito perduró, quedó como suspendido en el
aire, lo vi en cara de papá, y en la de tía Lucrecia, hasta el tío Antonito parecía percibirlo,
una cosa que iba tramándose como una red y que daba la impresión de unirnos en la
amigable tarde del domingo. Mamá me apretó el brazo, los mellizos se miraron con ojos
alucinados, el viejo movía la cabeza como quien dice, era cierto entonces, la música estaba,
la música estaba todavía. Los del paredón aullaron, los de las casas se pusieron a discutir de
balcón a balcón, mamita, mamita, se acercó un chico gritando, una madre asustada dejó el
piletón, gambetas como filigranas fueron festejadas en baldíos y campitos, Oléee, olé-olé-
olá, corearon las tribunas, Y ya lo ve, y ya lo ve, gritaron en las calles, que esta barra
quilombera no te deja de alentar, se cantó en los zaguanes, en las azoteas, en los patios de
las casas. Y un ruido bamboleante vino creciendo desde lejos, un murmullo cada vez más
poderoso que llegaba desde el confín de la tarde, desde la hora en que se escuchaban los
bailables y empezaban a amasarse, alegre o amargamente, los episodios del domingo que
acababa. Los vimos acercarse cada vez más nítidos en la luz confusa del atardecer,
haciendo sonar rítmicamente sus bocinas, desbordantes de gente que agitaba banderas
blanquicelestes, azul-rojas, rojiblancas, auriazules, toda la ciudad se puso de fiesta para
recibirlos, era un diapasón, o era un unánime corazón celebrante.

Después llegaría la melancolía de los lunes, después vendrían historias de miedos y de


muerte, después cerraríamos para siempre los ojos del viejo. Pero nosotros ya sabemos que,
bajo un cielo remoto de domingo, hubo una vez una música por la que fuimos fugazmente
apacibles y felices.

Liliana Heker | Del libro «La crueldad de la vida», publicado por Alfaguara, 2001.

Palabras para enamorar la pelota

Jesús Castañón Rodríguez

La fiesta de las palabras no se limita al recinto del triunfo. Toma las calles para generar
nuevos productos en combinación con otras manifestaciones artísticas. El nuevo juego sin
exclusiones de picar las palabras, centrarlas al área de la expresividad, alargar sus
significados, y conseguir nuevos tantos de fantasía en la plena creación de idioma, en la
plasticidad de los cineastas y en las sonrisas del humor gráfico.

El arte de la plena creación

A lo largo de la participación iberoamericana en el torneo cabe destacar un buen puñado de


curiosidades que superan aquella experiencia llevada a cabo por Günter Grass y el SC
Friburgo, de la lectura de fragmentos del escritor en un estadio repleto de 25.000 seguidores
tras recibir el Premio Nobel en 1999.

En la Comunidad Iberoamericana existe una gran variedad de tácticas y estrategias a la hora


de ensanchar el idioma en su versión artística de plena creación gracias a artículos de
Premios Nobel de Literatura, literatos convertidos en cronistas deportivos de actualidad y
composiciones basadas en acontecimientos de las fases finales.

Una clasificación por países presenta numerosas curiosidades. En Chile, la fase final de
1962 inspiró el poema "Homenaje al Mundial", con el que Julio Barrenechea obtuvo el
Premio Nacional de Literatura de Chile. En Colombia, el Premio Nobel Gabriel García
Márquez comentó la muerte del defensa Andrés Escobar, tras un autogol en el encuentro
Colombia-Estados Unidos de la edición de 1994. En España, el campeonato de 1950 dio
lugar a "Romance de las botas de Zarra en el España-Chile en Río de Janeiro" de Pedro de
Miranda; y la edición de 1982 convirtió a numerosos escritores en cronistas y comentaristas
de la actualidad del acontecimiento, entre los que se puede destacar al Premio Nobel
Camilo José Cela y a Miguel Delibes. Otro caso llamativo se encuentra en Paraguay, donde
Augusto Roa Bastos prepara una biografía del portero José Luis Chilavert, ídolo en la
edición de 1998, con el que comparte la preocupación por la suerte de los pobres o la lucha
contra la corrupción política y que asumió gran parte de los gastos de una operación de
corazón que realizaron al escritor en Buenos Aires. Y en Perú, se puede destacar cómo en la
edición de 1982, Mario Vargas Llosa ejerció de corresponsal de prensa acreditado en Vigo
y escribió "Elogio de la crítica de fútbol", texto donde exponía que la crónica es una
modalidad de literatura de ficción contemporánea que crea mitología, incrusta lo irreal en la
realidad cotidiana y añade una dimensión mágica de la experiencia humana.

Uruguay: servilletas y biromes

En Uruguay, los biromes se han desangrado en renglones dedicados al fútbol con gran
acierto para destacar sonidos, colores, emociones colectivas, alegrías y temores
compartidos, polirritmos, humor, amargura... a la hora de redescubrirse con ilusión gracias
al triunfo de los pies. Si se suelen reconocer de forma general las aportaciones de Mario
Benedetti al relato de fútbol con "Puntero izquierdo" y de Eduardo Galeano con un estilo
reflexivo en El fútbol, a sol y sombra, la victoria en la Copa del Mundo ha presentado un
carácter innovador.

La fiesta social ha dado lugar a un festejo de las letras con la exaltación literaria realizada
por José María Delgado en "La hazaña" para el triunfo de 1930 y por Lucha Odín Fleitas en
"Golkíper" en 1950. Y también sirvió para elevar a categoría literaria la admiración por
Obdulio Varela en todos los niveles de la sociedad, tal y como reflejan los personajes de las
obras de Carlos Martínez Moreno.

Brasil: la danza de la esperanza

La época del tri, con la consideración del fútbol como baile, generó obras en lengua
portuguesa y en castellano, por la gran admiración que despertó. Entre las primeras cabe
destacar las composiciones de Jorge Amado, Mário Filho, Armando Nogueira, Manuel
Picón o Vinicius de Moraes al juego y a los mitos de Pelé y Garrincha. Además, para la
historia de la Copa del Mundo el campeonato de 1958 fue cantado por Francisco Firmino
de Paula y Joao Severo de Lima; el éxito de 1962 fue reflejado por Alipio Bispo dos Santos
y Jean Cau con su relato "Todos somos brasileños"; el triunfo de 1970 es recogido en
poemas de Palito, Carlos Drummond de Andrade y de Manuel d'Almeida Filho así como en
poemas del escritor uruguayo Horacio Ferrer en "Balada para Pelé" y del español Vicente
Gaos en "Oración por un gol" .

Argentina: evocaciones y naranjas

La literatura argentina de tema balompédico alcanza todo tipo de géneros literarios y hasta
ha creado programas audiovisuales de evocación que incluyen literatura y fútbol, como los
presentados por José Luis Cantori, Alejando Apo o Bernando Bergé. La lista de autores
futbolísticos es amplia y el triunfo en la Copa del Mundo de 1978 logró inspirar a Carlos
Ferreira en el poema "Mundial", a Rodolfo Braceli en su casificción "Un gaucho histórico
en el Mundial del 78" y a María José Campoamor en el monólogo teatral "Corre y no cae"
para recrear ambientes históricos del deporte y de las dificultades de la historia a partir del
gol de Mario Kempes en la final.

La victoria de 1986 en México tuvo su exponente literario en el gol de Diego Armando


Maradona a Inglaterra con los relatos "El día del gol" de Rodolfo Braceli, "Dieguito" de
José Pablo Feinmann y "Final" de Rodrigo Fresán. Además, la figura de Maradona llevó a
Osvaldo Soriano hasta la concentración de la selección criolla en Trigoria, durante la Copa
del Mundo de 1990, a quien le produjo una gran fascinación la habilidad del futbolista de
golpear una naranja con todo su cuerpo, hasta el punto de servir para la creación del cuento
"El hijo de Butch Cassidy".

La plasticidad

También han realizado comentarios y crónicas reconocidos cineastas para destacar la


plasticidad del espectáculo deportivo y exponer sus opiniones sobre el campeonato. Así,
entre otros, destacan los casos del español José Luis Garci en 1994 para el diario madrileño
ABC y del chileno Antonio Skármeta en el partido Chile-Uruguay para la clasificación de
la Copa del Mundo de 1998 en el canal TVN de Uruguay.

La sonrisa
El comentario social del triunfo del pie también ha provocado sonrisas, con un excelente
nivel en Argentina. Numerosos ases del humor gráfico (Caloi, Fontanarrosa, Garaycochea,
Mordillo, Quino...) se han ocupado de las evoluciones de su selección en las diferentes
ediciones de la Copa del Mundo, pero quizás ejemplifica ese estado de participación
apasionada y animación albiceleste el personaje de Clemente, que lanza una lluvia de papel
alrededor de una bola del mundo, sale de la ventana de la casa y festeja el campeonato
dando unas cuantas vueltas de euforia alrededor del planeta Tierra o llega al éxtasis en un
abrazo con Carlos Gardel en la avenida Corrientes.

Referencias bibliográficas

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VARIOS AUTORES: Hinchas y goles. Buenos Aires: Desde la gente, 1994.

VARIOS AUTORES: Cuentos de fútbol. Madrid: Alfaguara, 1995.

Geopolítica, globalización y futbol



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Futbol y literatura

Alejandro Estivill

Juan Villoro

Marcos Mayer
Sociología y economía del deporte

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Eric Dunning

Janet Lever

Jean-Marie Brohm

Dante Contreras y Andrés Gómez-Lobo

Pacho O’Donnell: del cuento a la histo


Hay una faceta de Pacho O’Donnell que ha permanecido casi en las penumbras, ya que sus trabajos como historia
supieron eclipsar su obra de ficción que, ahora, con la edición de sus Cuentos completos está al alcance de tod

“Casi todos mis libros de ficción tuvieron una vida bastante negra, porque fueron publicados cuando estaba prohibid
exiliado. Como con La seducción de la hija del portero (1975), que levantó tal alboroto que al otro día fue allanad
editorial porque al entender de los militares era pornográfico. Dijeron que si publicaban otro más le cortaban la cadena
distribución”, comentó O’Donnell en la sala Jorge Luis Borges de la Feria del Libro (5 de mayo 20

“Lo gracioso, o no tanto, es que hace unos años quise afiliarme a un club y para no rechazarme me pidieron
desistiese. Cuando pregunté el porqué me respondieron que era por ‘izquierdista y pornógrafo’. Una vez le preguntaro
Borges sobre el cuento y dijo: ‘Es un muchacho audaz porque llama portero a quien debería llamar encargado…’, co
dando a entender que le gusta

El médico especializado en psiquiatría y psicoanálisis sostuvo que fue abandonando la ficción debido a que necesit
nuevos re

“Si me hubiera dedicado a una sola cosa quizá hubiese llegado a algo, no lo sé. Mi vida, como mi obra, e
desparramada. Nunca estoy satisfecho con lo que hago por eso sigo buscando nuevos desafí

Luego de leer fragmentos de sus cuentos Falucho y Los mayas argentinos, O’Donnell reflexionó sobre sus otras pasion
el teatro y la histo

“El teatro desnuda muchas cosas, revela aspectos de las personas. Cada vez que presenté una obra en el fondo tenía
deseo profundo de que nadie se hubiese dado cuenta qué es lo que mostré de

Además, comentó que en su próximo libro La batalla de la Vuelta de Obligado, buscará “reivindicar una epopeya” que
sido desvalorizada por las corrientes ideológicas del mome

“(José de) San Martín decía que este combate estaba a la altura de las guerras de la independencia porque se derro
las potencias de aquel entonces, Inglaterra y Francia. Por esto, San Martín decidió legarle su sable a (Juan Manuel
Ros
Cristina Mucci y Pacho O'Donnell - Feria del Libro de Buenos A

“En cambio, la bacanería argentina no entendía cómo ese gaucho bruto había disparado sus cañones a esos que e
tanto admiraban. Vivimos presos de un mito ajeno, que nos fue impuesto. La ideología del elitismo, de una sociedad
confundía civilización con Europa y la barbarie con lo nuestro. Esta es una de las razones por las que Rosas e
descalificado, ni siquiera hay calles con su nomb

Finalmente, opinó acerca de los nuevos enfoques que está teniendo la historia argentina: “Mi idea no es humaniza
mostrar sentimientos. Si esto sucede es porque estos personajes son hombres, como todos. No me interesa mostra
cama de los próceres. Eso es una patología del revisionismo contemporáneo, es convertirse en un papara

PUBLIC

Falucho
Por Mario Pacho O'Donnell

Ruiz forcejeó con la puerta atascada hasta hacerla ceder con un crujido y el picaporte
quedó vibrando en su mano mientras miraba el cielo con los ojos entrecerrados por la
miopía y por el sueño. Algunas nubes, desteñidas por el amanecer, se desplazaban
empujadas por el viento que también arrastraba hojas secas y papeles haciéndoles hacer
piruetas entre la tierra que se alzaba de la calle. "Son nubes de viento, no de lluvia",
diagnosticó, ensordecido por la costumbre al concierto de sapos y grillos. Una cuadra más
allá se hamacaba el único farol del barrio arrojando baldazos de luz sobre las casas
humildes desparramadas anárquicamente, sin otra ley urbanística que la necesidad.

Con movimientos pausados pero sólidos Ruiz volvió a cerrar la puerta tirando del picaporte
hacia arriba para encajarla en su marco. "Revisar las bisagras", volvió a pensar como si
ese pensamiento no fuera más que el último paso de la maniobra porque sabía, estaba
seguro, de que no se trataba de un simple tornillo flojo sino que la madera barata había
terminado por hincharse y arquearse desigualmente. Como también se había curvado el
techo, amenazando con derrumbarse en cada lluvia. Es que las casas prefabricadas, sobre
todo las muy económicas, terminan por arruinarse. Como los pantalones o los ventiladores.
Les pasa como a las de los chanchitos haraganes del cuento de Juan Carlitos, viene el
lobo y de un soplido las echa abajo. Aunque el cuento de la realidad es distinto.

Porque Ruiz no era haragán. Él trabajaba igual que todos. Igual que la mayoría. No podía
decirse que su trabajo lo entusiasmaba pero tampoco le sacaba el bulto. Nunca había sido
flojo para eso, ni de chico.

No iba a llover y eso lo alegraba. Pero en esto no tenía nada que ver el techo abombado
porque Ruiz nunca lo miraba. Había aprendido a no levantar la vista y entonces las
manchas de humedad y las junturas desplegadas no existían. Cuando el techo se
derrumbara, si se derrumbaba, porque hacía ya varios años que amenazaba inofensi-
vamente, entonces habría que ocuparse de eso. Porque no hay forma de reparar el cartón
prensado. Solamente es cuestión de esperar y confiar en que no pase nada. O en que dure
lo más posible.

Lo de la lluvia, mejor dicho lo de la no lluvia, era bueno porque entonces no habría peligro
de que el partido se suspendiera. La noche anterior se había acostado con alguna
preocupación porque la luna mostraba a su alrededor ese halo claro que es presagio de
tormenta. Pero no, hoy el día despuntaba promisoriamente.

Ruiz abrió la boca y los pulmones se le llenaron del aire que después expulsó en un
bostezo que fue agonizando en una especie de quejido. Puso la pava sobre el fuego y dejó
la yerba sobre la mesa. Después se sentó a esperar, con la mirada fija en las llamas,
pensando. Pensaba en Juan Carlitos porque el viento empujaba la casa, haciéndola crujir y
entonces se acordó del lobo y los chanchitos que a Juan Carlitos le gustaban tanto. Antes,
porque ahora había crecido y ya no lo perseguía con el librito.

A Ruiz le hubiera gustado haberle dicho menos veces que no tenía tiempo, que estaba
cansado, que se lo pidiera a la madre. ¿Dónde estaría el librito? Hacía mucho que no lo
veía y lo entristeció pensar que se habría roto o perdido. Ojalá que estuviera en el fondo
del ropero. Se prometió buscarlo. No sabía para qué, a lo mejor para guardarlo de
recuerdo. Porque Juan Carlitos ya no leía esas cosas. Ahora Juan Carlitos se encerraba en
el baño.

—Tenés que hablarle —le había dicho su esposa. O su compañera. O su concubina.


Nunca supo cómo llamarla. Yolanda. Que ahora dormía con esos resoplidos que le
llegaban de la pieza de al Iado. En cambio a Juan Carlitos no se lo escuchaba. Los chicos
no hacen ruido al dormir. Respiran mejor. Cuando uno envejece se va poniendo feo y hace
ruido al dormir.

La seducción de la hija del portero


Por Mario "Pacho" O'Donell*

Al principio era salada y al final tenía gusto a vainilla. Una mezcla de vainilla y romero. Divina la
conchita. Lampiña, apenas una suave pelusa. ¿Alguna vez tocaron terciopelo? Muy parecida al
terciopelo. Lo que más me impresionaba era, no sé cómo decirlo, siempre me impresionaron las
cosas flamantes y la conchita de María era una de las cosas más flamantes que he conocido en mi
vida. A lo mejor algunos de ustedes se impresionan con lo que les cuento. O les da asco, no sé.
Jódanse. Cuando se llega a los setenta años como yo si no se comprende que el asco, los
escrúpulos, las buenas maneras y todas esas cosas son frenos para la vida, caput. Ya bastante
freno es la vejez para que encima haya que sujetarse a todo eso. No sé, a mí me parece que es
así. Aunque en general no pienso tanto. Cuando me pongo a filosofar caigo en lo barato, en lo
cursi.

Los deseos hay que cumplirlos y chau. Porque vivir es lo mismo que desear. Por otra parte, no
creo haberle hecho mucho daño a María. No sé, a lo mejor hasta le sirvió. A lo mejor aprendió
muchas cosas de acuerdo con la mejor pedagogía. Viviéndolas. Además yo no estoy de acuerdo
con eso de que por tener catorce años como María se es ingenua. Deberían de haber visto sus
ojos cuando recibía el premio.

Esos ojos no eran ingenuos. Eran perversos, ambiciosos, crueles y todo lo demás. María no era
ninguna ingenua. Por tener catorce años no se es ingenua. También se puede tener setenta y ser
el monumento a la ingenuidad.

Yo nunca necesité decirle que no le contara nada al padre. Además le ocultaba lo que compraba
con mi plata, si no peor: compraba una muñequita barata para disimular y escondía los collares o
los cigarrillos. Cuando ella aceptó el primer cigarrillo que le convidé, un poco en broma, con la
seguridad de que lo rechazaría, fue muy evidente que ya era canchera en eso. Si tragaba el humo
y todo. Lo largaba por la nariz para que no quedaran dudas de que sabía fumar.

A veces pienso que si María hubiera tenido madre las cosas hubieran sido distintas. No sé, se me
ocurre que las madres se dan cuenta de esas cosas. A lo mejor no, a lo mejor es una idea mía
nada más. Sin embargo creo que el padre fue un boludo en no darse cuenta antes.

Por algo no me sorprendió el día que no vino más. Ya lo esperaba. Y debo confesar que tenía
miedo pero ya no me podía echar atrás. Hortensio podría haber llamado a la policía, hacerme
juicio, de todo. Sin embargo un día desaparecieron de la portería y no se supo más nada de ellos.
Sí, tuve miedo. Durante varios días esperé que vinieran a llevarme. Estupro. Qué nombre tan feo
para algo tan lindo. Lo repito, si se escandalizan, jodansé. Porque fue lindo, jamás quise tanto a
nadie como a María.

La desaparición de Hortensio fue el tema obligado de los inquilinos. En la puerta de entrada, en el


ascensor, se hablaba de eso. Que parecía mentira, que era un ingrato, que después de tantos
años, que— hombre debía estar mal de la cabeza. Hubo una reunión del consorcio para tratar el
tema. Yo nunca voy, me parecen ridículas esas reuniones. Hablan del agua caliente, del felpudo,
del incinerador como si fueran las cosas más importantes del mundo. A ésa fui no sé por qué. En
realidad sí sé por qué fui: fui porque quería evitar que hicieran algo que me embromara. Y tuve
razón porque la pelotuda del cuarto A propuso hacer una denuncia a la policía. Yo dije que no, que
era injusto, que no debíamos olvidar los años que Hortensio había trabajado en el edificio, que no
teníamos derecho a perjudicarlo. Ustedes me acusarán de cinismo pero también dije que teníamos
que pensar en esa chica, María, hija única, huérfana de madre, en qué iba a ser de su vida si le
creábamos problemas al padre. Sin embargo no fue cinismo, lo dije con absoluto convencimiento.
A María la quería mucho y no deseaba que le pasara nada malo. La sigo queriendo.

La quise desde que era chiquita. Creo que me impresionaba eso de que no tuviera madre.
Hortensio contó que había muerto poco tiempo después de nacer María. Pero las versiones que se
chismorreaban en el edificio eran otras. La más acertada, o por lo menos la que a mí me pareció
más creíble, era la de que la tipa se las había tomado porque Hortensio chupaba demasiado. Casi
nadie se daba cuenta de su alcoholismo. Yo sí, porque los años me enseñaron a descifrar esa
pose laxa, esa mirada medio vacuna, esa especie de normalidad forzada típica de la mañana que
sigue a una noche de tranca. Eso también me impresionaba. Que ese hombre flaco y amarillo, más
abúlico que no sé qué, fuera el padre de esa pibita deliciosa, divina. Porque María siempre fue muy
bonita. Un remolino rubio que cantaba, saltaba, jugaba. Al mirarla no quedaba otro remedio que
acordarse del cuento de la hiena. O del me río por no llorar del tango.

Los mojigatos boludos y las mojigatas boludas que lean esto no lo van a creer pero en este
momento tengo los ojos llenos de lágrimas. Una inundación de ternura.

Todos en el edificio la querían mucho, salvo la loca del primero que siempre se quejaba de que
María no la dejaba dormir la siesta. Ésa es una ley de la vida: siempre que alguien se permite
juntarse con su deseo y salirse de lo establecido, porque el deseo y lo establecido son como el
aceite y el agua, no sólo se las tiene que ver con las prohibiciones internas sino que nunca falta
una loca del primero, que chiste y proteste. Esto viene a cuento de que no se crean que me fue
muy fácil hacer lo que hice. Nada fácil. Me insulté, me critiqué, me putié, me llamé al orden, me
amenacé con la policía, con la cárcel. Pero no hubo caso. Mi pasión por María siempre era más
fuerte.

Les cuento lo que me sucedió recién: me quedé un rato largo mirando la palabra “pasión”. Qué
palabra tan chirle, aguachenta, llena de agujeros por donde se escapa lo que no puede significar.
Tampoco hay ninguna que la pueda reemplazar con ventaja. Amor, deseo, calentura, necesidad.
Son todas una cagada. Para poder transmitir lo que sentía por María necesito inventar alguna. Por
ejemplo “restello”.

O juntar varias: luztemblorvidamariamuertesiempre yo. También se me ocurren palabras opuestas:


negro blanco, odioamor, puroinmundo. Tampoco. Quizás lo más gráfico sería que tomara esta hoja
y la refregara contra mis genitales impregnándola de olor, después dejaría caer dos o tres gotas de
lavanda, que era el perfume que a María y a mí nos gustaba. Lavanda Devon. Después la
mancharía con sangre. Sangre de la yema de estos dedos que recorrían su cuerpo, que se
hundían en su vaginita, que se derretían en la tibieza de su cuello, de sus muslos. Pero todo esto
también sería insuficiente porque para completar lo de los olores necesitaría el de su piel. Ese olor
mezcla de transpiración de bebé y de puta después de una jornada de laburo.

Es que así era María. Mezcla de angelito y de canalla. No es una disculpa, pero juro que todavía
no sé si era yo quien la utilizaba, o si era ella la que me dominaba y hacía conmigo lo que se le
cantaba. El juego del gato maula con el mísero ratón. Es cierto, no lo niego, al carajo con la loca
del primero, que ella se desvestía y se metía en la cama para que yo me desahogara, no es ésa la
palabra exacta, para que yo la amara, la deseara, la acariciara. La palabra nueva: para que
restalláramos juntos. Pero también es cierto que ella me jodía como la más consumada de las
amantes francesas: si habíamos convenido que subiría a mi departamento a las cinco podían ser
las seis y ella nada, ni noticias. Yo sufría, sufría de veras, transpiraba, caminaba de un lado a otro,
fumaba cincuenta cigarrillos por minuto. Me desesperaba la idea de perderla, de que no volviera
más, por arrepentimiento o porque nos hubieran descubierto o cualquier otro motivo. Hasta que
sonaba el timbre y ella entraba con esa naturalidad impresionante, como si llegara a la escuela o
de visita a lo de una tía y enfilaba derechito a la cama. Como si quisiera acabar con el asunto lo
más rápido posible, sin rodeos, para después cobrar y poder irse.

Las primeras veces, claro, fue distinto. Voy a tratar de contárselo lo más ordenadamente posible. Si
no puedo o si puedo a medias tendrán que entender que setenta años no pasan al cuete. Además
hay cosas que no son fáciles de contar aunque, insisto, no me arrepiento de nada. Sería hipócrita
hablar de arrepentimiento. Porque si en un platillo de la balanza pongo la moral, los mandamientos,
las normas y todos esos soretes, en el otro está la última oportunidad, y de eso estoy seguro, que
la vida me dio de sentir la sangre dentro de mi cuerpo dibujando cada arteria y cada vena. La
última chance de sentir mis músculos enchotecidos por la vejez vibrando de entusiasmo. La piel
con esas arrugas que ya ni me animo a mirar en el espejo hirviendo de calentura. Todo mi cuerpo
estallando en esos orgasmos que hacía veinte años que no sentía. Más de veinte años. Desde que
Berta se fue, la hija de puta. Y recuerdo que entonces ni siquiera me había jubilado.
Se lo aseguro: si el infierno existe voy a entrar en él con una sonrisa de oreja a oreja, haciéndole
pito catalán a Satanás, Belcebú o como mierda se llame el gerente. Así que imagínense lo que me
puede importar el juicio de un simple mortal como cualquiera de ustedes. Bueno, para qué lo voy a
negar, un poco me importa y eso se ve muy claro en el julepe que todavía me produce
encontrarme con cualquier vecino. Algo así como la sensación del chorro cuando un cana lo
encara por alguna infracción de tránsito. Está claro: ese susto es la protesta de la loca del primero
que todos tenemos adentro, la moral que nos atornillaron en el caracú desde que dimos la primera
chupada a la teta.

El asunto empezó más o menos así: una tarde, me acuerdo que el jacarandá de la vereda de
enfrente era una mancha violácea así que sería noviembre más o menos, al salir del departamento
me encontré con María jugando en la vereda. Como siempre. Como todos los días. Como todas las
veces que salía del departamento. Pero ese día pasó algo. Es un poco ridículo contarlo otra vez,
siento que las palabras no transmiten nada. Sirven, se me ocurre, para deslizarse sobre un tema
pero no para reproducir sentimientos. Pueden referirse a los sentimientos pero no ser ellas mismas
el sentimiento.

La cuestión es que María saltaba la cuerda y debajo de la remera se movía algo. Una tetita
enloquecedora, más que divina. En la remera decía “University de no sé qué” y una de las íes
pasaba exactamente por encima de la tetita y se curvaba sobre ella. Una curva suave, apenas
visible.

Lo juro. Sentí que me ahogaba. Fue tan repentino, tan inesperado, que me asusté. Creí que me
pasaba algo, un ataque o algo así. Me costó aceptar que si jadeaba como si hubiera corrido era por
esa tetita tímida, casi invisible. Mi corazón latía toctoctoc a todo lo que daba. Sentía el cuerpo
recorrido por oleadas de frío y de calor lo creara. Despacito, demorando lo mejor. Estirando el
orgasmo lo máximo posible. Después la besaba y la lamía. Besaba y lamía cada centímetro de su
cuerpo, hasta dejarlo brillante.

Yo sabía que la muy guachita estaba con los ojos abiertos, mirando el techo, esperando que yo
terminara. Inmóvil como una muñeca. A veces, muy pocas, consentía en acariciarme sin
demasiado entusiasmo. Yo no le pedía nada, me bastaba con que se sacara la ropa y se metiera
en la cama. Era una delicia la guachita. Yo le decía ahora y ella abría las piernas y se dejaba
hacer. Pero me desvié de lo que les estaba contando.

Ahora se me ocurre pensar por qué estoy contando eso. No lo sé. Realmente no lo sé. A lo mejor
se lo cuento para espantarlos. O para que me comprendan. O como si escribiéndolo pudiera
sacarme de adentro a María. Expulsarla para que se deje de hacer estropicios en mi interior. Dejar
de soñarla, de extrañarla, de verla por las calles. De quererla con mi tuétano y mi retuétano. En fin,
no sé por qué les cuento esto. Ni siquiera sé si al final no voy a romper los papeles. Es muy
probable.

Sigo: fue Hortensio el que a los pocos días me ofreció la punta del ovillo. Porque yo había decidido
que la pibita ésa iba a ser mía. Aunque no me hacía muchas ilusiones, como es de imaginar. La
cosa fue que el pobre infeliz del padre, que me tenía mucha confianza, contó que la maestra lo
había llamado para decir que María era medio vaguita, que no atendía, que solamente le gustaba
jugar y que patatín y que patatán. Hortensio no sabía qué hacer. Yo me iluminé, evidentemente las
tetitas y las piernas de atleta me habían aguzado la sesera.

Ahora voy a hacer un minuto de intervalo para que los santulones, los reprimidos, los normales y
demás mierdas puedan tirarse al piso, arrancarse los pelos, desgarrarse la ropa, invocar a san
Jeremías, san Pancracio y san Culofrío, echar espuma por la boca, etcétera. Porque lo que sigue
no exactamente un ejemplo de moral y buenas costumbres. Saben por dónde me las paso a la
moral y a las buenas costumbres.

Adelante: la cuestión es que yo lo agarré a Hortensio y con mi voz más generosa le dije que a esa
chica había que crearle el sentido de la responsabilidad, que sin sentido de la responsabilidad no
se llegaba a nada en la vida. Yo, justamente yo, hablando de sentido de la responsabilidad. Si me
junté con Berta fue porque era la única persona en el mundo y planetas vecinos más irresponsable
que yo. Así me fue. La muy turra se las tomó con la plata que habíamos ahorrado pacientemente
para el viaje. Meses, qué digo, años nos pasamos hablando del viaje a Europa. Y cuando casi
habíamos terminado de juntar los dólares, bajó las escaleras muy despacito, con sus gambas de
centroforward, y se hizo humo. En fin, así es la vida, siempre hay alguien que jode y otro que es
jodido. Basta con lo de Berta.

Quedamos en que María, la guachita, la pendejita llena de sol, la pibita maravillosa, subiría todos
los días a mi departamento para hacer algún trabajito. Yo después le daría algún premio. Le
expliqué a Hortensio que lo del trabajito sería algo así nomás, nada que le significara ningún
esfuerzo. Lo hacía por ayudarlo. Los sistemas modernos de enseñanza dicen que el buen
aprendizaje no se logra por el castigo sino por el premio. Parece que el bestia del tipo le había
dado una paliza bárbara después de estar con la maestra. Borracho, a lo mejor.

En este momento se me ocurre algo. María era una chica de catorce años pero muy curtida: madre
muerta o fugada, padre medio curdela y boludo que encima le daba palizas. Una persona así a los
catorce años sabe más de la vida que muchos adultos. Y eso se le veía en la mirada. Una mirada
que no tenía un pito que ver con el resto de la cara. Unos ojos tristones, graves. De esos ojos que
incomodan. Como si pidieran pero sin mucha esperanza de recibir.

Atención: recién me detuve porque no sabía si escribir lo que creo haber descubierto al terminar el
párrafo anterior. Pero se lo voy a contar. Además es muy posible, casi seguro, que estas hojas
terminen en el incinerador. Aunque el incinerador es demasiado vulgar. Si hago desaparecer
tendría que inventar un rito, algo que tenga que ver con María.

Lo que descubrí es esto: María subía a mi departamento no sólo por la plata que le daba sino
también porque a lo mejor esperaba recibir de mí lo que no le habían dado ni su madre ni su padre.
Ese pedido que había en sus ojos. Debo confesarles a los Jueces de la Moral, para vuestro
regocijo, que pensar esto me jode, me hace mal. Pero vosotros aceptaréis, salvo que vuestra
boludez no os permita percataros de los asuntos de esa cosa tan extraña, tan hermética que se
llama Vida, que generalmente, o quizás siempre, la felicidad de unos radica en el sufrimiento de
otros. Y si no, sus Señorías, preguntádselo a la turra de Berta, que bien habrá gozado de los
dólares.

El asunto es que cuando María tocó mi timbre por primera vez yo ya había ensayado
obsesivamente la sonrisa y el tono de voz con que la recibí. Me acuerdo de que entró dando
pasitos cortos y observándolo todo, sin decir nada. En ese momento creí que era timidez, pero
ahora, a raíz de todo lo que sucedió después, sé que era desconfianza. Le encargué que limpiara y
ordenara un estante absolutamente limpio y ordenado. El estante donde están mis piezas de
arqueología americana, calculando que le iban a interesar. Me senté en el otro extremo del living,
disimulándome en la penumbra, y fingí leer La Nación.

Lógicamente, habéis acertado: lo que hice fue junarla por el rabillo del ojo, acecharla. Si en la
vereda me había parecido hermosa, allí, recortada contra el ventanal, el sol contorneando su piel
con una línea de tonalidad ocre, María parecía mucho más que una persona. Era una mezcla de lo
más salvaje y lo más temido y lo más envidiado, algo que hubiera deseado comer, meterme
adentro, no dejar salir, transformarme en eso. Algo que podía odiar o amar con la sola diferencia
de una sonrisa no devuelta o de alguna mirada una décima más prolongada. Algo que tenía
aquello que yo ya había perdido o aquello que jamás había podido tener. Nada que hacerle. Todo
esto que escribo tiene un franco tufo a cursilería, pero la culpa es de las palabras. Esas mismas
palabras sirven con un orden distinto y algunos agregados o algunas quitas, para presentar una
queja a la Municipalidad porque los barrenderos hacen demasiado ruido al quitar los tachos en la
madrugada o para desarrollar una sesuda especulación sobre la cuadratura del círculo. No hay
forma de escaparse de la hijaputez del alfabeto. Lo sentido y su descripción están a años luz. Esto
lo deben haber señalado muchos otros antes que yo y mucho mejor pero como no soy una persona
culta no me queda otra alternativa que buscar por mi cuenta. Y eso es algo que no os recomiendo,
normales de ceño fruncido, porque os daréis de jeta contra verdades que harán tambalear vuestras
solideces. ¡Soretoides del mundo, no penséis! Limitaos, forzaos, a creer simplemente, creed, creed
y multiplicaos.

Vuelvo: a la pendejita maravillosa la adoraba, por tocar su piel hubiera sido capaz de dar años de
mi vida (Vivan los lugares comunes! No queda otra alternativa). Ella era capaz de cualquier cosa,
buena y mala. Y lo fui. Ahora tapaos los ojos, boca y oídos, como los tres monitos que nunca
entendí muy bien qué querían decir ni por qué eran monos: la seduje, me acosté con ella, la inicié
sexualmente, la prostituí, le enseñé el valor de la guita, le inyecté la codicia. Etcétera, etcétera.
Ahora podéis despejaros ojos, boca y agujero del culo porque sois unos pobres imbéciles que por
aferraros amblando a las convenciones os habéis perdido lo mejor de la vida. Porque para la
maldad y la perversión hay que tener mucho coraje. Pero también podéis quedaros tranquilos
porque acabo de decidir que estos papeles van a. desaparecer en cuanto la Lettera 32 cuyas
cuotas todavía estoy pagando haya incrustado el punto final contra el papel tamaño carta marca
“1028”. Os informo, pajeros clandestinos, que aún no está decidida la manera, aunque os anticipo
que ocurrirá en una tocante ceremonia.

Continúo, lamentando las continuas digresiones a que me obliga la multitud de locas del primer
piso que me bitan, con sus chistidos y sus gestos agrios. Durante no más de cinco minutos, María
pasó una franela sobre los huecos inmaculados y los desordenó redistribuyéndolos de acuerdo a
su tamaño, lo que después de todo no deja de ser un criterio tan válido como el mío de hacerlo por
cultura y edades. Por supuesto que nuevamente habéis acertado, oh guardianes de lo occidental y
de lo cristiano: demostré gran sorpresa y satisfacción por lo bien que había cumplido mis
instrucciones y le palmeé la coronilla y le di un beso rápido en la frente. Debo confesar que fue una
dura prueba de voluntad no apartarme del rol que me había impuesto para esa primera vez:
persona adulta, magnánima y amable, mitad bondad y mitad boludez, de la que pueden extraerse
beneficios si se es una pibita piola de catorce años. Me arrodillé a su lado y le hablé de los indios
mochicas y de su alfarería excepcional, de cómo otros indios guerreros que se llamaban incas los
habían hecho pomada como siempre suele suceder cuando uno tiene un arma y otro un pincel.
Salvo que el pincel esté mojado en ácido sulfúrico como aquel caso de La Razón, el del artista
celoso y su modelo infiel que aunque tenía toda la pinta de ser una de esas macanas que inventan
para llenar espacio no dejaba de ser divertido.

Otra vez me desvié. No en vano se cumplen setenta años. Le daba la lata sobre los incas
acariciándola un poquito, no mucho. No os alegréis, custodios del orden establecido, si no la
acaricié más fue únicamente en función de una táctica perfectamente diagramada. En el mismo
instante en que María echó atrás su cabeza, no más de un centímetro, con un fastidio que quizás
ni ella misma registró, entonces di por terminada su visita y le alcancé el billete. Mil pesos. Dado
que la inflación hace que nunca se sepa cuánto significa esa cifra, voy a traducirlo diciendo que mil
pesos eran el equivalente a lo que ganaba en dos horas la mujer que venía a hacerme la limpieza.
Cuando María vio mil pesos en mi mano, alzó sus ojos para mirarme, incrédula, recelosa. Yo le
sonreí con mi sonrisa más sonriente. No es exageración si escribo que en el fondo de su mirada
estalló un brillo como si se hubiera encendido un fósforo. Y en mí creció la esperanza porque su
codicia era un buen pronóstico para mis planes. Y mal a los vuestros, oh conchudos impolutos.

Lo que sucedió en las siguientes visitas de María no que sea difícil de adivinar se acortó el trabajo
y se estiró la felicitación, de manera que después de una o dos semanas ella subía a mi
departamento para dejarse besar y acariciar. Yo le iba aumentando la recompensa a medida que
íbamos avanzando en, qué palabras puedo utilizar, avanzando en las etapas. Llegué a pagarle
cinco mil. O cincuenta, como decía ella. Yo nunca me acostumbre al cambio de moneda. No es
solamente cuestión de la costumbre y su fuerza sino que sacar dos ceros o la coma dos lugares en
los precios, las cuotas, la jubilación es como violentar un proceso, sobre todo en se refiere al
tiempo. Un kilo de duraznos, por ejemplo, estaba a cuatro pesos hace veinte años y decir que
ahora cuesta lo mismo es como retorcerle el pescuezo a esa necesidad que todos tenemos de
ordenar las cosas que nos pasaron, nuestros proyectos, todo. Poner en fila lo que tenemos
adentro.

Oh, sacrosantos genuflexos, seguramente no os habéis dado cuenta porque si tuvierais algo en la
mollera no creeríais tanto en lo que os es impuesto como verdades, pero acabo de descubrir que
me voy por las ramas cada vez que tengo que vérmelas con un punto espinoso. Pero si tuve
coraje, o inconciencia, no sé, para salvar las “etapas”, también voy a tener eso para contárselas. A
propósito: creo que ya voy vislumbrando cuál va a ser el ritual en que estas páginas van a ser
inhumadas. Aunque lo de inhumado debe tener que ver con el humo y el fuego, como su nombre lo
indica, y no sé todavía si su final va a ser alguno de estos Rancheras que tengo al lado de la
Olivetti. Al asunto, cueste lo que cueste.

Lo bravo fue conseguir que se acostara. Para lograrlo, un día me metí entre las sábanas y simulé
una gripe. Ya he dicho que María se hacía desear, a veces demoraba más de una hora. Quizás
porque le costaba venir y estiraba el momento o, y esto se me ocurre como más probable, porque
le gustaba jugar conmigo, amenazarme con su desaparición, ablandarme de manera que cuando
ella tocara el timbre yo estuviera en disposición de darle todo lo que me pidiera. María conocía
mucho de la vida, acepto que aprendí muchas cosas de ella. Estábamos en que ella entró y yo con
“gripe”. Le pedí que se acercara, que necesitaba de su cariño porque las enfermedades me
deprimían mucho, que las personas viejas somos seres muy necesitados y otros argumentos por el
estilo que creo innecesarios describir porque vosotros ya los imaginaréis, que en vuestros cerebros
castos y nobles muchas veces habrán anidado fantasías similares. De donde se desprende que la
única diferencia entre los que como vosotros sois los adalides de la moralidad y los que como yo
merecemos tormentos del infierno reside simplemente en que unos tienen las pelotas y los ovarios
de hacer realidad las fantasías y los otros no, transforman sus pelotas y sus ovarios en fantasía. Si
estáis en desacuerdo me nefrega.

Por supuesto, ya que ése era un momento decisivo, prometí aumentarle la recompensa. De tres mil
a cinco. De treinta a cincuenta. María me miró y no dijo rada, yo trataba de disimular mi ansiedad,
María se dio vuelta, yo luchaba por aplacar mi pecho que subía y bajaba igual que si tuviera asma,
María se alejó dos o tres pasos, yo estrujaba el borde de la sábana como si colgara de un
precipicio, María muy lentamente, sin que su cara revelara la más mínima emoción, empezó a
sacarse la ropa, yo sentía que reventaba de alegría, que tocaba el cielo con las manos (otro lugar
común, con tan apenas cincuenta y pico letras que tiene el alfabeto es ridículo pensar en encontrar
la forma de transmitir lo que sentí en ese momento. Debe de haber sido más o menos, para que
podáis entender, lo que sintió la nenita ésa de Fátima cuando se le apareció la Virgen). Ese día
María se dejó la bombachita. Al día siguiente ya se la sacó.

¿A que no saben qué me sucede en ese momento? ¿No adivinan? Tienen tres chances. No. No.
No. Como siempre, habéis errado. Ahí va: tengo los dedos tan transpirados que las teclas quedan
húmedas. ¿Les molesta que se los cuente? Ya saben lo que tienen que hacer. Como los chinos.
Ya lo sabéis.

No hay caso, vosotros estáis adentro mío, vosotros sois, oh profilácticos de la civilización, una
parte mía: me parece que puedo seguir adelante solamente si confirmo mi decisión de deshacerme
de estas simples palabritas mecanografiadas. “Mecanografía” es una palabra antigua. Igual que yo.
Dos antigüedades. Çava. El ritual va a ser el siguiente: me voy a acostar, sin ninguna ropa, nada
que tape o disimule mis desnudeces medio arrugadas, bueno bastante arrugadas (qué se le va a
hacer), voy a desparramar estas hojas sobre mi cuerpo, como envolviéndome en ellas, quizás las
pegue, ¿con qué podría pegarlas?, con transpiración, seguro que si cierro los ojos y me concentro
en lo que vosotros imagináis, so picarones, voy a transpirar, o si no con saliva, porque la saliva
también es un elemento con mucho reminiscencias, no miréis hacia otro lado, no giréis vuestros
turbados rostros, después me voy a levantar y voy a bailar con Jobim, tenía buen gusto la guachita,
y voy a dar vueltas y vueltas, algunas de las hojas se desprenderán y planearán hasta la alfombra,
la misma alfombra que a veces nos hizo cosquillas en la espalda o en el pecho, no redondeéis la
boca en punta, lista ya para emitir ese ¡oh! de estupor y reproche, no lo hagáis porque aún falta lo
peor. O lo mejor. ¿A que no sabéis qué es lo que pondrá broche final al asunto? ¿No lo adivináis?
Aquello con lo tanto habéis soñado y deseado, imaginado y fantaseado, y que a veces os lo
permitís a costa de castigaros con la culpa y que reprimís en los demás aunque sepáis que hasta
el más miserable de los animales lo hace, el diminuto cuis o el hipopótamo colosal, pero gozando,
gozando con una sonrisa en la boca, o en el hocico, o en lo que tenga de jeta, gozando más,
muchísimo más que vosotros. So eunucos 007 con licencia para frustrar y frustrar. ¡Habéis
acertado! Iré al baño, cerraré la puerta, no, mejor la dejaré abierta por si queréis asomar vuestras
narices y presenciar el espectáculo, y me voy a masturbar. Prolijamente. Con la meticulosidad de
un cirujano en el quirófano. La gran paja.

Está bien, basta de mandarme la parte. Ante vosotros me cuesta reconocer que a medida que fui
avanzando con estas páginas me fue creciendo la tristeza adentro. No entiendo mucho de música,
mejor dicho entiendo bastante poco, pero una vez fui a escuchar a un violoncelista en el Colón y
me preparaba para aburrirme como una ostra, cuando de pronto el tipo le arrancó una nota a ese
armatoste de madera que tenía entre las piernas que me puso los pelos de punta. Era una nota
grave que se metía en los huesos, cacheteaba las paredes del estómago, ahuecaba las vértebras.
Era “mi” nota. Me acuerdo que le apreté el brazo a la amiga que me acompañaba, por ella había
aceptado el sacrificio de ir a un concierto, muy linda era, más que linda interesante, después no
pasó nada, muy frígida, y ella me contestó que era la nota “re”. Nunca supe si entendía realmente o
si me macaneaba pero ese sonido me quedó grabado. Esa misma nota es la que ahora revive en
mis vísceras (iba a escribir “genitales” pero me detuve para no faltaros el respeto). El “re” que
surge de este armatoste viejo y de cuerdas gastadas, a punto de cortarse, zas, otra vez me puse
cursi.

Después voy a quemar, sí, inhumar, estos papeles y las cenizas, también las cenizas del pañuelito
que María se dejó olvidado aquel día y que no le devolví, las voy a lanzar al viento para que
perviertan esta ciudad de mierda, para que impregnen los semáforos con el perfume de aquella
conchita flamante como un amancay de Traful, para que el pan, los bifes, las tetas maternas, los
labios amados, todo, todo, tenga gusto salado al principio y después una mezcla de vainilla y
romero, para que las cárceles sean tan tibias como aquella piel para que todas las mediocridades y
las rutinas y las agonías puedan ser santificadas por un momento aunque sólo sea un momento,
del placer que sentí con María. Para que vivir tenga algún sentido aunque los policías hagan sonar
las sirenas y los jueces den un martillazo contra las perversiones y los psicoanalistas inventen
palabras difíciles para disimular lo que es tan simple y los mojigatos me ahorquen con sus rosarios.

Aunque vosotros me miréis con esas medias sonrisas irónicas, suficientes, victoriosas. Porque
tenéis razón. También vosotros a veces tenéis razón. Porque al final de todo, y estas hojas escritas
y la caja de Rancheras son el final de todo, sólo me queda volver a sumergirme en chota vida de
lesbiana setentona.

* Pacho O’Donnell: del


cuento a la historia
Hay una faceta de Pacho O’Donnell
que ha permanecido casi en las
penumbras, ya que sus trabajos
como historiador supieron eclipsar su
obra de ficción que, ahora, con la
edición de sus Cuentos completos
está al alcance de todos.

“Casi todos mis libros de ficción


tuvieron una vida bastante negra,
porque fueron publicados cuando
estaba prohibido o exiliado. Como con La seducción de la hija del portero (1975), que levantó tal
alboroto que al otro día fue allanada la editorial porque al entender de los militares era
pornográfico. Dijeron que si publicaban otro más le cortaban la cadena de distribución”, comentó
O’Donnell en la sala Jorge Luis Borges de la Feria del Libro (5 de mayo 2010).

“Lo gracioso, o no tanto, es que hace unos años quise afiliarme a un club y para no rechazarme me
pidieron que desistiese. Cuando pregunté el porqué me respondieron que era por ‘izquierdista y
pornógrafo’. Una vez le preguntaron a Borges sobre el cuento y dijo: ‘Es un muchacho audaz
porque llama portero a quien debería llamar encargado…’, como dando a entender que le
gustaba”.

El médico especializado en psiquiatría y psicoanálisis sostuvo que fue abandonando la ficción


debido a que necesitaba nuevos retos.

“Si me hubiera dedicado a una sola cosa quizá hubiese llegado a algo, no lo sé. Mi vida, como mi
obra, está desparramada. Nunca estoy satisfecho con lo que hago por eso sigo buscando nuevos
desafíos”.

Luego de leer fragmentos de sus cuentos Falucho y Los mayas argentinos, O’Donnell reflexionó
sobre sus otras pasiones: el teatro y la historia.

“El teatro desnuda muchas cosas, revela aspectos de las personas. Cada vez que presenté una
obra en el fondo tenía un deseo profundo de que nadie se hubiese dado cuenta qué es lo que
mostré de mí”.

Además, comentó que en su próximo libro La batalla de la Vuelta de Obligado, buscará “reivindicar
una epopeya” que ha sido desvalorizada por las corrientes ideológicas del momento.

“(José de) San Martín decía que este combate estaba a la altura de las guerras de la
independencia porque se derrotó a las potencias de aquel entonces, Inglaterra y Francia. Por esto,
San Martín decidió legarle su sable a (Juan Manuel de) Rosas.”

“En cambio, la bacanería argentina no entendía cómo ese gaucho bruto había disparado sus
cañones a esos que ellos tanto admiraban. Vivimos presos de un mito ajeno, que nos fue impuesto.
La ideología del elitismo, de una sociedad que confundía civilización con Europa y la barbarie con
lo nuestro. Esta es una de las razones por las que Rosas está descalificado, ni siquiera hay calles
con su nombre”.

Finalmente, opinó acerca de los nuevos enfoques que está teniendo la historia argentina: “Mi idea
no es humanizar ni mostrar sentimientos. Si esto sucede es porque estos personajes son hombres,
como todos. No me interesa mostrar la cama de los próceres. Eso es una patología del
revisionismo contemporáneo, es convertirse en un paparazzi”.
Cuentos del fútbol argentino

Antología de una pasión nacional


Se alzó
dándose un Selección y prólogo de Roberto Fontanarrosa
suave envión
con las Es probable que esta antología haya comenzado a
manos sobre gestarse en su antecedente inmediato, que con selección
las rodillas y y prólogo de Jorge Valdano reunió hace dos años a
caminó hasta escritores de España y América latina tras una tapa con
la ventana el mismo título de este libro (sin las restricciones del
para observar gentilicio, por supuesto). O quizá todo haya empezado
el reflejo de en los pies de los jugadores que pasaron por el
su cara inolvidable Alumni, allá cuando el siglo actual nacía,
pintada de para, después de décadas, crecer con las gambetas y los
celeste por la goles de Sarlanga, Di Stéfano, Bianchi, Kempes o
claridad del Maradona; los relatos de Fioravanti o Muñoz, y los
sol a punto anhelos de cualquier chico que en un potrero soñó con llegar a primera... Quién sabe.
de aparecer. Tampoco interesa demasiado. Lo realmente importante es que este deporte plástico y viril
"El sol de para unos, violento e insensato para otros, ya forma parte, a su modo, de nuestra historia
Mayo" pensó literaria. Y, para demostrarlo, Roberto Fontanarrosa seleccionó textos que van desde la
sin darse anécdota chispeante y el relato ingenioso hasta la pintura del drama social y humano que
cuenta a veces envuelve tanto al ídolo como al más miserable de los hinchas.
recorriéndose
la cara con la Dentro de esta variada gama, las aguafuertes más logradas corresponden a Osvaldo
yema de los Soriano, Alejandro Dolina y el propio Fontanarrosa, quienes, conocedores de los códigos
dedos. barriales, recrean satíricamente y con envidiable ingenio la magia del picado, los
amistosos y las sacrificadas ligas regionales.
Su cara
siempre le Por su parte, Guillermo Saccomano, Juan Sasturain y Marcos Mayer se ajustan a las
había reglas del cuento creando obras que se despegan de lo anecdótico y alcanzan la
parecido dimensión artística necesaria para bucear en el fracaso, el resentimiento, la locura y los
ajena, como sueños que habitan en el fútbol como fenómeno social. A los trabajos de ellos se suman
si no le dos obras maestras del género: "Falucho", de Pacho O`Donnell, que desnuda con crudeza
perteneciera. el mundo anónimo de un hincha y sus absurdas ansias de heroísmo, e "Insai izquierdo",
O como si de Humberto Costantini, que narra magistralmente la inestable relación entre un gran
nunca la jugador venido a menos y sus simpatizantes.
hubiera
tenido en En este mismo sentido, el de las relaciones humanas (pues qué es si no esa suerte de
cuenta. En rechazos y adhesiones entre la hinchada y el deportista), se expresan los trabajos de Juan
realidad Pablo Feinman, Liliana Heker y Marcelo Cohen. Es de lamentar que el cuento de este
pocas veces último narrador, aunque excelente, esté ambientado en España y que el lector deba
había podido realizar una forzada conversión de términos como chutar, portería y carrerilla, más
ocuparse de cuando de fútbol argentino se trata. Del resto de los autores, Rodrigo Fresán, Luisa
su cuerpo. Ni Valenzuela, Elvio Gandolfo y Héctor Libertella no consiguen despegarse de lo
siquiera meramente anecdótico y, al respecto, cabe mencionar que varios de los trabajos son
cuando inéditos, lo que mueve a la sospecha de que fueron realizados especialmente para esta
hundía el antología y, por ende, no alcanzan el vuelo de lo escrito sin la imposición del tema.
miembro en Aunque nunca falta la excepción, y en este caso se trata de Inés Fernández Moreno,
la cavidad quien, sorprendiendo desde su condición de mujer, compone un breve y formidable
que Yolanda cuento en el que se rinde homenaje a los relatores radiales y se pone de manifiesto la
le ofrecía de ilusión colectiva que genera la camiseta albiceleste.
vez en
cuando. Por último, y para demostrar que nadie podía permanecer ajeno a esta pasión de
Como la multitudes, Fontanarrosa incluyó en su selección una aguafuerte "lunfarda" del recordado
noche periodista Luis Sciutto, quien con el seudónimo de Diego Lucero dejó unas inolvidables
anterior, en crónicas deportivas, y un cuento de Bioy Casares y Borges, que por medio del célebre
que una vez Bustos Domecq asisten al extraño caso de la desaparición de los estadios de fútbol. En
más se fin, una antología para todos los gustos y para todos los aficionados, no importa cuál sea
el cuadro de sus amores.

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habían abrazado con esa violencia que sólo era una desesperanzada búsqueda del verdadero
placer que sus cuerpos no estaban entrenados para alcanzar. Algunas veces, al principio.

La pava comenzó a soplar y Ruiz apagó la hornalla. Cebó el mate y lo probó cuidando de no
quemarse. Después buscó la tijera y la radio portátil y por fin cargó con alguna dificultad la pila de
diarios que, como todas las semanas, había ido creciendo en un rincón. Eran varios los que lo
ayudaban a juntarlos: algunos en el ministerio, el panadero del cruce, el zapatero que vivía en el
fondo. Antes Juan Carlitos también lo ayudaba, pidiéndoles diarios a sus compañeros de escuela o
recorriendo el barrio y golpeando las puertas. Antes. Últimamente Juan Carlitos se interesaba
menos por sus cosas. Ya no lo acompañaba tampoco al ministerio para meterse en el ascensor y
quedarse muy serio, casi solemne, observando cómo el padre accionaba la palanca, abría y
cerraba las puertas, numeraba los pisos, respondía a las consultas.

—Al fondo del pasillo, izquierda, oficina doscientos diecisiete.

Era lindo darse importancia comentándole en voz baja que ese señor que acababa de bajar en el
cuarto tenía un vagón de guita o guiñarle el ojo para hacerlo cómplice de su trato confianzudo con
la rubia medio puta y después guiñárselo otra vez con una sonrisa dándole a entender lo que
nunca había sucedido. A veces se hacía el gracioso y gritaba los pisos con voz aflautada y
entonces se reían juntos. Sí, era lindo que Juan Carlitos lo admirara como cuando le contó que
Zubeldía había subido en el ascensor y que habían charlado de fútbol.

—Se ve que es un tipo macanudo.

Después le prometía:

—La próxima vez que suba le voy a pedir un autógrafo para vos, ¿querés?

Y Juan Carlitos sacudía la cabeza esperanzado, los ojos brillantes. Pero Zubeldía nunca más
volvió a viajar en su ascensor, y de haberlo hecho Ruiz quizás no se hubiera animado a ir más allá
del "chau Zubeldía" intimidado de la primera vez, apenas correspondido con una sonrisa rápida y
dos o tres dedos levantados.

Juan Carlitos tampoco volvió a subir al ascensor porque fue creciendo y ahora se pasaba la mayor
parte del día con esos amigos que a Yolanda no le gustaban.

—A mí no me gustan y no me gustan. Juan Carlitos es muy bueno y se deja convencer por


cualquiera. El padre del rubio gordito ése está preso por chorro.

Yolanda iba aumentando la presión y se encrespaba como gallina enfurecida.

—Tenés que hacer algo, Ruiz, antes de que sea demasiado tarde. Vos sos el padre, ¿no?

Pero a Ruiz no le era fácil conversar con Juan Carlitos. Las cosas ya no eran como antes, cuando
Juan Carlitos escuchaba en un silencio admirado lo que ocurría dentro del ascensor. Ahora no,
ahora el hijo estiraba irónicamente o bostezaba demostrándoles aburrimiento. También decía, a
veces tranquilo, otras furioso, otras entusiasmado:

—Yo no voy a ser un boludo como ustedes que se cagaron la vida por pobres. Yo voy a tener
guita.

Ruiz había dejado el mate vacío sobre la mesa y con la tijera cortaba tiritas de uno de los diarios.
Después tomaba un ramillete de las tiritas para seccionarlas transversalmente haciendo que los
papelitos cayeran dentro de una bolsa de polietileno que había ubicado entre sus pies. La radio
transmitía música y avisos y de vez en cuando los locutores se referían a la fecha patria, a la jor-
nada en que nuestros antepasados sellaron la argentinidad dándonos la libertad que ahora
gozamos, ese día lluvioso en que a la faz de la tierra surgió una nueva y gloriosa nación.

Ruiz recordó desvaídamente aquel cuello alto que había dibujado en la escuela. ¿De quién era?
Lleno de firuletes que había que pintar con el lápiz amarillo y después rellenar los espacios de azul.
Juan Carlitos había dicho que no quería ir más a la escuela y a Yolanda se le habían llenado los
ojos de lágrimas. "Vos no querés ser un boludo como nosotros", le había dicho él, "para eso tenés
que estudiar". Juan Carlitos ni siquiera los había mirado, como quien escucha a locos o a idiotas
para enseguida ir a juntarse con la barra, a desaparecer durante la mayor parte del día, a esconder
sus descubrimientos, sus secretos, sus proyectos. Para Juan Carlitos crecer era maltratarlos, a él y
a Yolanda, enrostrarles su fracaso, demostrarles que eran unos boludos, buscar una manera
distinta de vivir. Les mostraba lo que ellos no querían ver, en un acuerdo mudo y viejo. El techo
vencido, los malvones que no podían crecer en la tierra gredosa, las cuadras de tierra o barro
hasta el único colectivo de la zona, el fastidio de buscar agua en la bomba.

—Banderas argentinas, distintivos, compre en Longobardi —decía la radio. Después:

—Pase las fiestas patrias con su familia en restaurante "Savoy". Juegos, cotillón y mucha alegría.
Precios familiares.

Los papelitos seguían lloviendo dentro de la bolsa. Ruiz alzó los ojos y miró el cielo encuadrado por
la ventana, sin curiosidad, sabiendo que ya había amanecido y que el azul estaría emblanquecido
por las nubes. "No va a llover", insistió inútilmente.

El azul y blanco de nuestra bandera, de nuestra nacionalidad, de nuestra fecha patria que servía
para que los locutores invitaran a comprar, viajar, festejar, bailar, todas esas cosas que ni él ni
Yolanda podían permitirse porque con lo que él ganaba durante las doce horas diarias que se
pasaba en el ascensor, y gracias que le habían dado cuatro
horas extras, y con las changas de costura y lavado que
Yolanda conseguía en el barrio, apenas les alcanzaba para vivir.
90 minutos. Relatos de fútbol
Juan Carlitos tenía razón, era un boludo, pero él había vivido
como le enseñaron, él siempre creyó que eso era lo que había Empezó el partido. Arde el fuego
que hacer. Trabajar para progresar, formar una familia, tener de la pasión entre todos los
una casa, criar hijos. Eso era la vida. Pero a lo mejor Juan hinchas. Esa pasión que inflama
Carlitos tenía razón, a lo mejor ellos eran unos boludos porque sus corazones con el mismo
no podían pagar nada de lo que la fecha patria les ofrecía. entusiasmo que al pibe que va
Solamente esa escarapela que todavía estaría prendida del con el padre por primera vez a la
uniforme. cancha, a conocer en persona al
equipo que será dueño de su
amor por el resto de su vida. Este
—Mañana todos traigan escarapela —había indicado Martucci
libro homenajea esa pasión con
—. Orden de arriba así que nadie se olvide.
cuentos sobre padres e hijos,
hinchas, relatores y jugadores de
Ruiz la había comprado en la estación. La más barata. Siempre
ayer, que dejaban la piel en el
compraba lo más barato. Lo que podía comprar un hombre que
césped más allá de los premios y
se pasaba doce horas subiendo y bajando por la médula del
los sueldos, se peinaban con
ministerio encerrado en esa caja metálica que conocía más que
gomina por respeto y se
su propio cuerpo. Como si fuera su propio cuerpo. Ruidos,
bancaban todos los guadañazos,
latidos, cansancios. En el tercero siempre se pasaba así que
descosiendo los hilos gruesos de
había que tirar de la puerta un segundo antes. El picaporte del
las pelotas de tiento y salían a la
sexto estaba duro y había que aceitarlo. Las lamparitas de los
indicadores del segundo, cuarto y sexto estaban quemadas des- cancha aún con fiebre o resaca,
de hacía meses. El cartel en planta baja decía que el ascensor haciendo de su profesión un culto
no paraba en el primero pero estaba tan despintado que la al amor por la camiseta.
gente aprovechaba para no hacerle caso y Ruiz no se animaba
a seguir hasta el segundo, conformándose con la idea de que lo Para ustedes, fieles amantes del
hacía porque era un buen tipo. deporte más popular, son estas
historias.

Fuente: Programa Libros y


Casas,

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—Lo que pasa es que ustedes son unos cagones, nunca se animaron a progresar, porque para
triunfar en la vida hace falta tener bolas. Y yo voy a triunfar aunque tenga que hacer cualquier
cosa.

El padre del rubio gordito estaba en cana por chorro. Un año y chau, libre. La guita nunca la
encontraron. Después iba a poder viajar a Carmelo, aproveche las fiestas patrias, el Uruguay lo
espera, un verdadero crucero de placer o ir al match de polo que se jugará esta tarde en
conmemoración de la gesta de Mayo enfrentándose los conjuntos de Coronel Suárez y Santa Ana,
reeditando una vez más la clásica confrontación con la presencia de altas autoridades nacionales.

Ruiz movió la mano en el aire, bruscamente, como ahuyentando las moscas que volaban más allá,
atraídas por la luz, describiendo trayectorias perezosas. Y desdeñándolo. El insecticida más barato
por favor. El Raid es muy caro. Total son iguales. Pero las moscas seguían dibujando curvas y
contracurvas haciéndose invisibles al entrar en la penumbra de los rincones o al aterrizar sobre el
piso oscuro.

Se estiró para tomar una Crónica vieja y antes de cortajearla leyó el título de enormes letras:
"Perón enfermo". En ese momento Yolanda entró en el cuarto y Ruiz se dio cuenta de que hacía ya
un rato que se escuchaban ruidos desde la habitación vecina. No se miraron. Hacía mucho que no
se miraban. Como si no hubiera nada que ver en ellos. Como si no hiciera falta mirarla para saber
que Yolanda tendría la cara hinchada y surcada por las marcas de la almohada, algún mechón
balanceándose delante de su frente, el batón descolorido atado con una piola, ese cuerpo gordo
que se hundía gelatinosamente debajo de sus manos cuando trataban de inventar el amor, sus
pies arrastrando los mocasines viejos.

Durante un rato sólo se escuchó la radio, el tijereteo y los preparativos de Yolanda para el café con
leche.

—¿A qué hora llegó Juan Carlitos?

Ruiz alzó los hombros y estiró la boca aunque Yolanda le diera la espalda.

—Cada día llega más tarde —insistió ella mientras Ruiz levantaba la bolsa transparente para
constatar el nivel de los papelitos. Iba por la mitad. Yolanda miró en derredor y después apagó la
luz. Para ahorrar. Hornear pan viejo, secar cuidadosamente la hojita de afeitar, usar la ropa hasta
deshacerla, no tomar jamás un taxi, tener solamente un hijo y abortar los demás.

—Mejor criar uno bien y no muchos mal —habían sollozado juntos, la piel de Yolanda hirviendo por
la fiebre, aterrorizados por el castigo divino.

Pero a Juan Carlitos no le bastaba lo que ellos le daban.

—Los demás pibes tienen muchas pilchas y yo, mirá, parezco un atorrante, parezco.

Entonces Yolanda bajaba la mirada, con vergüenza, dándole la razón y Ruiz gritaba, enfurecido, y
lo corría para pegarle, al único hijo que no habían abortado para darle todo, para que no le faltara
nada, no le quedaba otra alternativa que ésa, aullar fuera de sí, esquivando las sillas que Juan
Carlitos volteaba a su paso, forcejear con Yolanda que lo puteaba, que lo atajaba con esa fuerza
que siempre lo sorprendía, que le gritaba que también era hijo de ella, que si le tocaba un solo pelo
se iban a ir de una vez por todas y lo iban a dejar solo. Solo como un perro. Después venían esos
días terribles, angustiantes, en que tampoco le quedaba otra alternativa que estar en silencio,
inventando una cara de severo, de padre enojado, porque a un padre no se le falta el respeto, no
debía permitirlo, el suyo jamás lo había permitido, mientras por dentro se derretía en ganas de que
lo mimaran, de que Yolanda y Juan Carlitos le sonrieran y lo tomaran en broma. Pero Juan
Carlitos, hamacándose en la silla, escondiendo tristeza detrás de esa voz displicente, fría,
anunciaba que iba a dejar de estudiar para trabajar.

—En algo bueno, que dé guita.

—Hacé lo que quieras —decía entonces Ruiz, como si no le importara, porque un padre no afloja,
un padre se tiene que hacer respetar.

—Sos muy blando vos, este chico va a terminar mal—. Entonces él:

—Mirá quien habla, si vos lo estás defendiendo siempre.

Ella:

—A golpes no se arreglan las cosas. Vos siempre querés arreglar las cosas a golpes. Lo que Juan
Carlitos necesita es que le hables, que le expliques.

Como si Ruiz supiera cómo eran las cosas. A lo mejor Juan Carlitos tenía razón. Qué podía
explicarle él. Boludos.

Se alzó de su silla y caminó hasta la puerta del dormitorio, se asomó y vio el bulto sobre la cama.
Retuvo la respiración para escuchar la de Juan Carlitos y después volvió a sentarse, aliviado.
Siempre había sido igual. Cuando Juan Carlitos era chiquito se sobresaltaba y corría hasta la
cunita para constatar que respiraba. Lo acariciaba a lo mejor tratando de que se despertara y así
estar con él un rato, por lo menos un rato, arrojarlo al aire y abarajarlo entre las risas exaltadas del
pibe, que no dudaba en confiar en esos brazos.

Porque entonces Juan Carlitos confiaba en él. No lo juzgaba. Y a Ruiz le gustaba agacharse sobre
la cuna y besarlo en el cuello aspirando ese olor a bebé, mezcla de transpiración, talco y pis,
taparlo cuidadosamente para que no tuviera frío y desear que llegaran el sábado y el domingo para
estar con él. Porque durante la semana su hijo dormía cuando se iba al ministerio y al regresar ya
estaba durmiendo otra vez y el día de Juan Carlitos se reducía a los relatos de Yolanda a veces
entusiastas y a veces cansados de acuerdo a su estado de ánimo. "Y qué más", preguntaba Ruiz,
insaciable.

Casi sin darse cuenta había recortado la palabra "Perón" y la había dejado a un lado, indemne.
Después se estiró para recoger otro diario. Yolanda se sentó a su lado y Ruiz sin necesidad de
mirarla supo que sus ojos se perdían en el vacío mientras revolvía el café distraídamente. Tuvo la
impresión de que iba a decir algo pero también supo que iba a seguir en silencio. Como de
costumbre, como si ya no hubiera nada de qué conversar. También era habitual esa sensación de
desagrado, esas ganas de que Yolanda no estuviera tan cerca, de que no tuviera esa barriga que
lo avergonzaba cuando salían juntos, que el labio superior no terminara en esos pelos absurdos,
que no se succionara la saliva tan seguido. Pero su rechazo se enroscaba indisolublemente con la
ternura, con el no poder imaginarse sin Yolanda, agradeciéndole que lo salvara de la soledad total,
del no poder compartir ese absurdo de lo cotidiano.

—...constitución de los equipos —estaba diciendo el locutor y Ruiz hizo un movimiento veloz para
elevar el volumen. Escuchó varios avisos intercalados, jabones; lavarropas, muebles, vinos, la
mayoría referidos al glorioso 25 de Mayo. Después siguieron los nombres de los jugadores, con las
pausas al final del arquero, backs, línea media y delantera. Escuchaba con atención, con
verdadero interés, esperando a Vélez.

Porque el fútbol, su pasión por Vélez, era lo único que insuflaba algún entusiasmo en la vida de
Ruiz.

Antes del Prode él era el encargado de organizar la polla en el ministerio y durante años recolectó
los papelitos y las apuestas con una prolijidad y una honestidad obsesivas. El fútbol y Vélez eran
sus temas de conversación inevitables.

—¿Y Ruiz, qué les pasó el domingo? —le decían con expresión sobradora cuando perdían y otras
era él el que se hacía cargadas eufóricas, con esa brevedad de los viajes en ascensor. De fútbol
también conversaba en el bar, intercalando sorbitos de grapa. El fútbol era lo único capaz de ha-
cerle mover los brazos cuando hablaba, alzar la voz con énfasis, dar golpes sonrientes en espaldas
ajenas, y recibirlos.

—Vélez Sarsfield formará de la siguiente manera —la puta madre, otra vez lo ponían a Asad en
vez del pibe de la tercera.

—¿Me planchaste la bandera? —preguntó casi con sadismo, vengándose del director técnico,
descontando en la boca de Yolanda esa mueca crispada de todos los domingos. O de ese 25 de
mayo en que también había partido. Fomentándole la envidia por ese pedazo de su vida que ella
trataba de equilibrar infructuosamente con los fatigosos viajes hasta Garín para visitar a su prima
Gladys, dejando pasar el tiempo hasta que él volviera después del partido y de los comentarios en
el bar. Haciendo de cuenta que ella también tenía cosas que hacer, escenas donde incluirse.

Las manos redondas y opacas que aparecían a un costado del campo visual de Ruiz, sus arrugas
dibujando un follaje tupido y tenue, más allá de la tijera incesante y de esas tiritas de los diarios,
desgarraron un pedazo de pan con torpeza y sin brusquedad mientras la voz rumoreaba esa
protesta invisible que Ruiz hacía ya mucho que no oía. Como no se escuchan los ruidos sin
sorpresa que terminan por parecerse al silencio. Que si se creía que no tenía nada que hacer, que
ya estaba harta de lavar esa porquería, qué se creía, que en vez de ocuparse de Juan Carlitos, que
el único día que tenían para estar juntos, que si por lo menos volviera enseguida en vez de quedar-
se en el bar, que eso no era vida. Todo dicho en un susurro, sin entusiasmo, como un episodio de
una liturgia sin contenido.

Ruiz miró la bolsa. Ya faltaba poco. Dejó la tijera y el diario mutilado sobre la mesa y volvió a
forcejear con la puerta hasta abrirla. Dio unos pasos y respiró hondo. Sabía que a pocos
centímetros de sus pies desnudos estaban los palos secos y amarillentos de los malvones pero no
los miró.

—Ni las plantas crecen en este lugar de mierda —había dicho Juan Carlitos con un tono afilado
que lastimaba más por la decepción que escondía que por la agresividad que demostraba.
Confusamente, pero con la suficiente claridad como para no poder defenderse con la acusación o
el despecho, Ruiz descifraba en Juan Carlitos la necesidad de atacarlos, de destruidos en su
interior, de no quererlos por miedo a quedarse él también enredado en esa vida que no deseaba
como futuro. Ruiz sólo podía escudarse detrás de ese tono de padre severo que esgrimía de-
sesperadamente, como la silla del domador, para que los zarpazos de Juan Carlitos no lo
alcanzaran. Que no lo destrozaran. Por Dios, que no lo destrozaran tanto.

—Si querés irte te vas, podés irte cuando quieras, pendejo de mierda, insolente.

De vuelta venía el zarpazo inevitable, eficaz, despiadado.

—Cuando pueda me voy, claro que me voy a ir.

Y se iba a ir, Ruiz sabía que se iba a ir. Otra vez miró hacia arriba. Un pajarito cruzó su visión con
un vuelo desparejo. El viento traía el olor a azafrán de la fábrica vecina. A lo lejos un vecino alzó el
brazo para saludarlo y él le contestó. Era Medina el paraguayo, estibador, hincha de Boca. Con
Boca habían empatado en la primera fecha. Si no hubiera sido porque Benito se erró ese gol en el
último minuto. Los cadáveres de los geranios al lado de sus pies. No iba a hacer mucho frío. Más o
menos. La bufanda y listo. Era brava la hinchada de Chacarita, medio cabreros eran. Abrió y cerró
la mano para desentumecerla, para espantar esa fatiga dolorosa de la base del pulgar. Un poco
más y la bolsa estaría llena y sus dedos podrían descansar. Toda llena hasta el tope. Los papelitos
y la bandera. Mucho más chica que la de la barra brava, ésa que habían tardado dos meses en
coser, quince metros tenía. Pero la suya era linda también. Era lindo que fuera suya. Ruiz respiró
hondo y el frío le ocupó el tórax. También era lindo que fuera jueves y él ahí en la puerta de su
casa, lejos del ministerio, lejos del ascensor de mierda, sintiendo el aire frío que entraba y salía de
su cuerpo. Sin que el turro de Martucci se paseara frente a los ascensores con la pinta de un
general, como si fuera el dueño del ministerio. Todo porque lo habían puesto en la categoría
superior y eso lo hacía sentirse con derecho a tratarlos como si fueran no sé qué, sus esclavos.
Algún día lo iba a hacer cagar al Martucci ese. Ruiz no se dio cuenta de que de inmediato había
suspirado con resignación, como sabiendo que jamás lo iba a hacer cagar a Martucci. A Martucci ni
a nadie. Porque para hacer cagar a alguien había que tener algún poder, alguna fuerza, como las
treinta lucas más de sueldo de Martucci o la juventud de Juan Carlitos o la hijaputez del bigotudo
sonriente que les había vendido la casa. Garantizada por veinte años.

Pero era lindo que ese jueves fuera feriado, gracias a los próceres que hacía un montón de tiempo
habían declarado la independencia. No, la independencia no. La libertad. Dado la libertad. Se
acordó: Saavedra, aquel tipo serio con el cuello alto que había que pasarse largo rato pintando de
amarillo y azul. Cualquier cantidad de firuletes. Un día lluvioso y paraguas. Si ese 25 de mayo
hubiera habido fútbol a lo mejor la fecha se suspendía. El cabildo, no, con mayúsculas, el Cabildo.
Palomas. ¿Habría palomas entonces? A lo mejor habrían cagado encima de alguno de los
próceres. Decidió guardar el chiste en su memoria por si se daba la oportunidad.

Ruiz había vuelto a empuñar la tijera y cortaba la última Razón. Los papelitos caían en infinitas
trayectorias. Algunos girando sobre sí mismos, otros hamacándose en el aire, otros a plomo, otros
esquivando la boca de la bolsa para aterrizar sobre las baldosas. En los fondos de su conciencia,
Yolanda evolucionaba por la habitación, quizás preparándose para visitar a la prima de Garín y ha-
ciendo con la boca ese ruido de succión que se parecía tanto a un permanente chasquido de
fastidio.

—Aprovechen las fiestas mayas para visitar el túnel subfluvial. Agencia Calcos. Planes a crédito.

—Revista Anteojito trae de regalo un Cabildo troquelado para armar, una reproducción del Acta del
25 de Mayo y otros obsequios. No dejes de comprarlo.

—Fiesta de la argentinidad en Bragado. Doma, yerra, fiesta campera. Bragado lo espera.

Ruiz ató la boca de la bolsa con un piolín, cuidadosamente. Después estiró los brazos e hizo crujir
sus dedos contento de haber terminado. En ese momento sintió los ojos de Yolanda fijos en su
nuca. Sin saber por qué, como violando él también una consigna, se dio vuelta para mirarla y
entonces la vio allí de pie, con el cable del enchufe en una mano, gorda, avejentada, fea,
arruinada, como si la muerte le asomara ya en los ojos opacos, como si un llanto muy viejo y
contenido le hubiera arrugado la piel alrededor de los ojos, como si nada en ella pudiera despertar
sino lástima, pena, dolor, Yolanda allí parada, diciendo algo sobre el cable, que era una vergüenza
que todavía siguiera así, que era nada más que un minuto, que por favor Ruiz qué te cuesta, y
diciéndolo suavemente, casi con ternura, como gritando socorro Ruiz salváme, envuelta en ese
batón tan viejo y descolorido como ese gesto que se parecía o quería parecerse a una sonrisa, un
espejo despiadado y cruel de su vida, boludos, sos un boludo, Ruiz, la vida no consistía en
esforzarse pintando cuellos de Saavedra, la vida no es, no debe ser esa miseria que rezuma de
cada pestaña, de cada gesto, de cada olor de Yolanda, tu mujer, de vos mismo, Ruiz, que también
sos como esos mocasines aplastados y esos pies hinchados, ese cable suelto y esa grampa que
nunca se clava, un clavito que se dobla y ya está, Yolanda, para no gastar en una grampa,
después lo hago, ahora no, por favor, Yolanda.
—Me voy —dijo Ruiz poniéndose de pie bruscamente, como si un mecanismo de alarma se
hubiera disparado haciendo que el banco se deslizara sobre las baldosas arrancándoles un alarido
de terror. Ese terror de que Juan Carlitos se despertara y los viera a los dos con los mismos ojos
con que él había reconocido a Yolanda. Juan Carlitos, con su cuerpo sin grasa, sus movimientos
ágiles, su futuro sin usar—. Me voy —volvió a decir recogiendo la bolsa, la bandera, el saco,
deseando que Yolanda no dijera, no hubiera ya dicho ese "¿Cómo ya te vas?" tan desamparado,
tan triste. Ojalá hubiera gritado, ojalá se hubiera enojado así se podía ir dando un portazo,
puteando.

—Quiero ver un pibe de las inferiores —susurró con una voz tajeada por los crujidos de la puerta al
desatascarse—. Chau, Yolanda —volvió a decir inútilmente mientras caminaba hasta la parada del
cuarenta a paso rápido, tratando de escapar de ese malestar que lo envolvía como el viento frío
que hacía flamear su bufanda.

Sintió un alivio absurdo al ver el colectivo esquivando con dificultad los baches al fondo de la calle.
Encontró lugar junto a una ventanilla porque el recorrido se iniciaba apenas unas cuadras más allá
y apoyó la cabeza contra el vidrio como si le interesara ver a través de su superficie empañada.
Pero Ruiz estaba frente a sus propios ojos fantasmales, implacables, que lo observaban desde el
reflejo borroso. La angustia iba siendo reemplazada por una serenidad honda, esa lucidez que sólo
puede dar una tristeza que ha tardado muchos años, quizás toda una vida, en echar raíces.
Pensamientos tallados nítidamente sobre el fondo de la actividad cerebral. Una idea atrayendo la
siguiente, los recuerdos enlazándose en el orden natural, ese orden habitualmente fracturado por
la rutina, el tedio, las obligaciones, el cine, la televisión, los relojes.

Ruiz pensaba. No tenía escapatoria. Intentó cerrar los ojos y dormir, engañándose con que era
sueño lo que hacía pesar sus párpados y abanicaba esa niebla en la nuca.

Se rascó atrás de la oreja ahuyentando una de las moscas que habitaban el colectivo. Una mosca
dentro de un avión, ¿pesa o no pesa? Alguna vez, hacía muchos años, alguien le había hecho la
pregunta y él no supo contestarla. Todavía hoy no conocía la respuesta. Eran tantas las respuestas
que no conocía, tantos los problemas a los que no les había encontrado solución. Se revolvió en el
asiento y abrió los ojos. En ese momento una mujer subía con un bebito en sus brazos. No pudo
evitar sumergirse en esa mirada de dolor endurecido que le provocó una sensación física vaga-
mente ubicable a la altura de su estómago. Como si algo se hubiera dilatado de pronto. Se alegró
de que la mujer siguiera de largo por el pasillo, hacia algún asiento posterior, saliendo de su visual.
A duras penas había logrado no mirar la carita que asomaba entre la manta sucia y desflecada que
lo abrigaba. Se pasó las manos por ambos lados de su cara como si se quitara algo o como
registrándose, sin darse cuenta de que reproducía la misma línea que esa manta trazaba sobre la
cabeza del chico. Lo que sí advirtió con extrañeza fue la aspereza del contacto entre ambas
superficies de su piel. Como el roce entre dos superficies de cartón. De cartón seco. Uno se va
secando hasta...

Volvió a cerrar los ojos y en su retina quedó iluminada la lámina de una vidriera, quizás arrancada
de algún Billiken, donde se veía a varias personas, los próceres, arriba de un balcón, las manos
sobre el pecho o los brazos extendidos, mientras abajo en la plaza muchas más personas alzaban
sus cabezas para mirarlos, pendientes de lo que aquéllos hacían o decían. Siempre había gente en
los balcones y gente abajo. A él siempre le había tocado estar abajo. Hasta abajo de Martucci que
no era más que un infeliz con esos ojos siempre inyectados y esas manos amarillas. De pronto
sintió rabia contra esa mujer que se había ido al asiento de atrás. Rabia por el pendejito. No tenía
que acostumbrarlo a estar siempre en la parte de atrás. O de abajo. Se dio vuelta y le hizo una
seña para que se corriera hasta un asiento libre en la segunda fila pero la mujer se hizo la distraída
fingiendo ocuparse del chico. Ruiz no insistió sabiendo que a alguien con esa mirada debían de
haberle contado muchas cosas, tantas como para descontar que nadie se ocuparía de ella para
ayudarla. Mucho menos un desconocido, tan poca cosa como ella, que le hacía señas en un
colectivo semivacío.
Ruiz suspiró y al darse vuelta advirtió los ojos del chofer clavados en el espejo, mirándolo con
desconfianza. Desvió los suyos maquinalmente y eso le produjo una oleada de bronca contra sí
mismo. Volvió a buscar esos ojos al lado de la cabeza de indio que identificaba a la fábrica de
carrocerías pero el chofer estaba ya ocupado en cortar un boleto para dos muchachos alegres y
ruidosos, parecidos a Juan Carlitos. Desechó esa línea de asociaciones mentales y regresó a los
héroes de Mayo. ¿Qué le habrían contado a sus mujeres al volver a los hogares? Saavedra y los
demás. No estaba seguro pero le parecía que Belgrano era uno de ellos. San Martín, no. A lo mejor
había estado en la plaza sosteniendo un paraguas y comprando escarapelas. No, un tipo como
San Martín nunca está en la plaza. Ésos no se bajan nunca del balcón. Se bajan para ser calles,
nada más. En cambio él hubiera estado en la plaza. Candidato seguro, fija nacional. A un costado y
contando las monedas a ver si podía comprar una escarapela, la más barata por favor. Mañana
todos con escarapela, orden de arriba. De arriba del balcón. ¿Dónde hubiera estado Martucci? Más
hacia el centro de la plaza, quizás vendiendo escarapelas. Ruiz festejó para sus adentros el chiste
de que él hubiera estado charlando sobre Vélez y los goles de Santillán. Él entendía de fóbal. De
próceres, escarapelas y balcones muy poco. Sólo recuerdos descoloridos por el tiempo.

Estrechó los ojos para distinguir las letras en una cartulina pegada sobre la puerta. Gran baile en el
Club Atlético Tigre, 25 de mayo, alta tensión, los bárbaros, rosana falasca, sensacional, no dejes
de venir. Él iba a dejar de ir porque tenía que ir al partido. No jugaba Benito. Desgarro muscular.
Belgrano tampoco iba a ir al club Tigre porque estaba muerto. Aunque antes de morirse le habían
pasado un montón de cosas históricas. Estaba casi seguro de que era uno de ésos que aparecían
en el balcón. Además fue milico, luchó en unas cuantas batallas. Salta y Tucumán, Jujuy no, algo
se acordaba, la maestra había dicho que podía rendir bien. Pero había que laburar y además no le
gustaba el estudio. Igual que Juan Carlitos, de tal palo. Pero Juan Carlitos no se podía equivocar
como él. ¿Cómo se hacía para no equivocarse? Un hijo no debe faltarle el respeto al padre,
aunque tenga razón porque entonces... Chau Juan Carlitos, Ruiz no quería pensar en él y ese día
sus pensamientos le obedecían. Mejor seguir con Belgrano.

¿Habría estado contento Belgrano con su vida? A lo mejor también él se escapaba de su casa
corriendo, inventándose un entusiasmo. No, Vélez no era un invento: el fóbal lo entusiasmaba en
serio, qué joder. De eso sabía mucho. De repente se dio cuenta de que las últimas frases de su
pensamiento le habían arrastrado los labios, accionándolos mudamente. El hombre sentado del
otro lado del pasillo lo espiaba por el rabillo del ojo. Al advertirlo Ruiz se sintió molesto. Los que
subían a los balcones no se sentían molestos porque los miraran. Al contrario, para eso estiraban
los brazos como si señalaran algo mandándose la parte delante de los que estaban en la plaza.
Ruiz recordó que había una calle que se llamaba La Plaza. ¿Sería por los que estaban debajo del
balcón? Belgrano en cambio tenía una calle para él solo. Una avenida. ¿Cómo había muerto
Belgrano? En el mar. Tuberculoso. De un balazo. A lo mejor morirse era el precio de tener una
avenida. Yo también me voy a morir pero nadie le va a poner mi nombre a una avenida, ni siquiera
a una cortadita, pensó Ruiz a mitad de camino entre la alegría y la depresión. Negro Ruiz 684,6°
piso, departamento "D". La dirección de Juan Carlitos, donde viviría con su esposa y sus hijos. Muy
contentos y orgullosos.

Pero la cosa no era morirse solamente, sino crepar como un héroe. Ser un prócer. Ahora era muy
difícil ser un prócer. Antes era más fácil, en la época de Belgrano, Saavedra, San Martín y todos
ésos. Había batallas donde uno podía ser muy valiente y hacerse famoso. Este Ruiz es una fiera,
unas pelotas bárbaras, se despanzurró a cincuenta. ¿Cincuenta qué? Cincuenta españoles.
Siempre le llamó la atención que los próceres hubieran peleado contra los gallegos. Si la Argentina
estaba llena de gallegos. Su abuela era española y por parte de su padre, su bisabuelo. No era
fácil imaginarse a los españoles como enemigos. Y sin embargo los próceres lo eran por haberles
ganado. Al fóbal también perdían los españoles y Distéfano fue argentino. Y Bianchi se había ido
de Vélez para jugar a Francia, que no era España pero más o menos. Una lástima, era bueno el
Bianchi ése. ¿Le pondrían Bianchi a alguna calle? Ahora no había próceres. No se podía ser
prócer encerrado todo el día en un ascensor de mierda sin ni siquiera tener enemigos. Porque él le
tenía bronca a Martucci pero Martucci no era un enemigo. Enemigos son los que avanzan al paso
redoblado su rojo pabellón. ¿De dónde había salido esa frase? Ruiz recordó vagamente algún
canto escolar. Cabral soldado heroico. Si lo liquidaba a Martucci lo único que podía suceder era
que lo metieran en cana por asesino. Ya no había balcones donde subirse por prócer. Perón sí,
pero antes. Ahora hacía mucho que no aparecía en ningún balcón. Recordó el recorte intacto del
diario. Perón enfermo. ¿Dónde había dejado el pedazo de papel? Seguramente Yolanda lo habría
tirado a la basura. La niebla de la parte de atrás, por momentos, amenazaba con desparramarse
por toda su cabeza.

Recordó aquel juguete que había ido a buscar un día de Reyes, con Juan Carlitos, a aquella casa
del Bajo que después del cincuenta y cinco tiraron abajo. Una casa hermosa. Lástima de casa. La
señora ya había muerto. Una pelota les dieron, de cuero, reglamentaria, con el cartelito de la
Fundación. Los dos tenían los ojos llenos de lágrimas, él y Juan Carlitos, la primera vez que les
daban algo. Fueron a tomar una coca-cola en un bar y Ruiz le hizo prometer a Juan Carlitos que
iba a ser jugador de fútbol, que iba a empezar a entrenarse con esa pelota y que él iba a ayudar a
hacerse famoso. Fueron varias veces a un baldío y pateaban cuidando de no arruinar la pelota.
Después dejaron de ir porque no había caso, Juan Carlitos no quería ser jugador.

Ruiz cabeceó con fuerza en una frenada brusca del colectivo. Chasqueó la lengua sin darse
cuenta, protestando contra nadie y contra todos, quizás contagiado por Yolanda. Contra Juan
Carlitos porque no había querido hacerse famoso. Contra esa pelota que había terminado des-
panzurrada en un baldío lleno de cardos. Porque todo se gasta, todo se va arruinando. También los
negros ruices. Se sobresaltó al descubrir otra vez los ojos al Iado de la cabeza del indio. Ahora el
chofer lo estaba mirando con bronca y Ruiz tardó algunos segundos en descubrir el motivo. El
chasquido, el tipo había creído que protestaba por su maniobra. Un malentendido. Dos millones
cuatrocientos mil malentendidos. Otra vez Ruiz había desviado la mirada pero esta vez lo aceptó
con mayor resignación. A lo mejor los de abajo, los de la plaza, se dividían en los que aguantaban
las miradas fieras y los que no.

Qué se le iba a hacer. Él no había nacido prócer. Tampoco ayudaba a serIo ese colectivo
mugriento, esa ventanilla sonando como una castañuela al lado de su oreja, esa paraguaya o
boliviana dándole de mamar al pendejito en el asiento de atrás, todas esas caras que lo rodeaban
con tanto atractivo como las cortinitas desflecadas o los pasamanos pringosos. A lo mejor todo
colectivo salía de fábrica con sus caras. Le divirtió esa idea y se instaló en ella: habría caras de
colectivo, de almacén, de ascensor, en este punto la diversión se disipó. ¿Cómo se podía ser un
prócer de Mayo habiendo pasado la mayor parte de su vida rodeado de caras de ascensor? Caras
metidas para adentro, pendientes de lo que iban a hacer en el piso nueve o de lo que acababan de
hacer en el tercero. Todos de paso, como si él fuera invisible, o un cacho de puerta, los más
amables con tiempo apenas para saludarlo o hacerle alguna broma sobre Vélez. Ninguna bandera
que crear, ningún gallego que ensartar con la bayoneta, ningún caballo que ensillar. Abrir y cerrar
la puerta. Abrirla y cerrarIa. Abrirla y cerrarla hasta...

Descendió en un impulso, boludeándose porque casi había seguido de largo, dándole la espalda al
conductor para que no lo volviera a mirar fiero. Arrancó hacia la otra parada pero al acordarse que
tenía mucho tiempo de sobra decidió ir caminando. Despacio. "Nadie te corre, che, caminá
despacio", protestaba Yolanda, bamboleándose por el esfuerzo de arrastrar su gordura, cuando a
veces, tan pocas veces, salían juntos para ir a hacer un trámite o visitar un pariente. Una ternura
tibia llevó a Ruiz a decidir que volvería temprano, no se demoraría en el bar y trataría de arreglar
algo en la casa. El cable de la heladera. O la luz del fondo. Ni siquiera pudo proponerse abrazarla y
besarla o sonreírle. Eso ya era inimaginable. Simple y cruelmente porque habían institucionalizado
su convivencia como un ritual de frustraciones recíprocas, alternándose en los roles de víctima y
victimario, utilizándose para ejercitar la única venganza que la vida les permitía aunque fuera a
costillas de lo más amado. Entonces se equivocaban al creer que esa ternura no les hacía falta,
que bastaba con lavar desganadamente una camisa o arreglar después de demasiados reclamos
un enchufe. Como si darse cuenta de lo que no se daban, de lo que se amarreteaban
afectivamente significara el riesgo de abrir esa compuerta de todas las pérdidas. Reproduciéndose
así en la pareja el mecanismo básico de sus vidas: pudiendo tomar mucho, bastante, había que
conformarse con poco. Poco tiempo libre y poca plata, poco campo, poco cielo, poco descubrir,
poco pensar, poco elegir, poco desear. Mucho poco y poco mucho. Poco darse cuenta de que lo
poco es realmente poco. Poca alternativa de reclamar. Mucha necesidad de convencerse de que lo
poco es bastante.

Ese día la mente de Ruiz se había desbocado y se aventuraba más allá de la valla que marcaba el
límite exacto entre lo permitido y la audacia, entre lo que era prudente aceptar y lo que era
peligroso conocer para seguir desempeñándose dentro de los márgenes de sus propias
posibilidades y las que le proponía el mundo. El sorbo de mate que se enfriaba en el hueco entre la
lengua y el paladar, los puchos tirados por la mitad, el placer fugaz de sonarse la nariz
ruidosamente, el cosquilleo y la risa especial de los chistes verdes, aquel pasillo oscuro del abuelo
santiagueño atornillado férreamente en su memoria, el rostro de su madre, en cambio, diluyéndose
sin remedio en el de dos o tres vecinas, esa dificultad de sincronizar los "basta" y los "yo deseo",
las velas asomándose siempre en todas las pesadillas, los mármoles del ministerio y la sombra de
Martucci sobre sus baldosas, baldosas blancas y negras como las de aquel patio de la infancia,
esa tos terca de todas las mañanas, la panza que esquivaba ante los espejos y las vidrieras, esa
forma de pisar torcido que gastaba los tacos a pesar de la chapita de metal, el aburrimiento
desesperado de la última hora en el ascensor contando los minutos y los segundos, los olores tan
conocidos de Yolanda. Eran los postes que sostenían su existencia, un andamiaje preciso,
desgraciado. Pero ese día el pensamiento de Ruiz se animaba a ir un poco más allá. Apenas un
poco más allá.

Encajó la bandera en su axila y la apretó bajo el antebrazo derecho mientras con esa misma mano
sostenía la bolsa de los papelitos. Caminaba despacio, con tiempo para mirar y escuchar, sin
apuro, como no lo hacía desde mucho tiempo atrás, quizás desde siempre. Se detuvo frente a una
vidriera a mirar esa cara adusta de ojos penetrantes y pelo canoso que lo observaba mezclado
entre zapatillas, peines y frascos de perfume. Así era la cara de los próceres. Una cara de ésas no
anda por la calle. A su lado, quizás intrigado por la atención de Ruiz, un hombre parecía buscar
algo de interés en esa vidriera descolorida. El tipo tenía cara de oficinista o de mozo o de
ordenanza pero no de prócer. Ruiz se divirtió con la idea de que hubiera criadores de próceres
para evitar su extinción. Como los lobos marinos, eso que había leído en la Crónica. Algo así como
asociación pro conservación del lobo marino. Asociación por conservación del prócer.

El hombre se había alejado después de saludarlo con un cabezazo incómodo porque Ruiz lo
miraba con una sonrisa. A lo mejor el que imprimía esas láminas de Saavedra se parecía al tipo
ése. O a él mismo. Porque el tipo ése con pinta de infeliz se le parecía. O él al tipo: de pronto había
descubierto que la mayoría de las personas, las de la plaza, las de abajo, tienen la piel rosada
mezclada con un pomito de marrón. Un pomito Alba de ésos que se diluyen en los tachos para
pintar la cocina cuando Yolanda chantajeaba con no coser la bandera que ahora había que apretar
fuerte en el sobaco para que no se desarmara. Tres metros de largo con los colores azul y blanco
de Vélez. Allá en el cielo un águila. ¿Un águila? ¿Un águila qué? Heroica o guerrera. Los chicos no
tienen todavía disuelto el pomito marrón. Juan Carlitos no. Todavía no. Después viene lo marrón.
Cuando uno crece, cuando uno se mete en un ascensor, cuando a Yolanda le empiezan a crecer
los bigotes, cuando las placas del techo se arquean.

Ruiz seguía frente a la vidriera invaginado hacia sus pensamientos, sin darse cuenta de que la
dueña del negocio había descorrido un ángulo de la cortina para espiarlo, recelosa, incrédula de
que alguien pudiera interesarse en lo que exhibía. Pero Ruiz estaba ocupado en descubrir si ese
Saavedra también tenía marrón y sólo descubrió el marrón del que había impreso la lámina.
¿Cuántos años haría que trabajaba en esa imprenta? Trató de leer el nombre de la imprenta pero
su miopía se lo impidió. Quizás fuera simplemente el avance del marrón infiltrándose en sus ojos.
Un marrón mierda catalogó echando a caminar nuevamente. O marrón madera de cajón o de
puerta, en última instancia el ataúd también era una puerta. Marrón ascensor. Mañana le diría a
Martucci bromeando que había que pintar los ascensores de colorado. Colorado peligro. ¿De qué
había peligro? Peligro del marrón. Casi con un estremecimiento se dio cuenta de que su bufanda y
el pantalón eran marrones. También la tierra y el barro. De polvo eres y de polvo no sé qué. ¿Por
qué se llamaría polvo al garche? Quizás por lo marrón. Aunque había polvos luminosos, coloridos.
Pobre Yolanda, con ella nunca, siempre marrones. Antes marrón clarito, ahora marrón mierda.
Fuera Yolanda no quiero pensar en vos, después te arreglo el cable. Ningún club de fútbol tenía el
color marrón en su camiseta. Al menos no se acordaba. Ni San Lorenzo, ni River, ni Boca, ni
Racing, ni Independiente, ni Ferro, ninguno. De los clubes del interior no estaba seguro. Los de
Vélez eran limpios, chillones, porque Yolanda le lavaba siempre la bandera. Con mufa pero se la
lavaba. Otra vez esa tibieza. Le iba a decir hola vieja, cómo te va, voy a arreglar el enchufe. O lo
que vos quieras, a lo mejor ella hacía un chiste, era difícil pero a lo mejor, cuando quería la gorda
era chistosa, quizás iba a correrse hasta la ventana diciendo hoy va a llover o iba a hacerse la
desmayada, esperá que me siente. La pobre Yolanda. El pobre Ruiz. Fóbal, había que pensar en
fóbal, toma la pelota Tagliani se la pasa a Asad, él el pobre, los años y el ascensor, envía centro,
rechaza un defensor, ya no hay nada que defender, sólo la posibilidad de morirse, toma Fornari,
gambetea a Frassoldati, también a Gómez, no hay forma de evitar irse muriendo de a poco,
haciendo de cuenta como que no, como que todo está bien, es cuestión de no pensar, de pensar
en el fóbal, en que sigue avanzando, amaga tirar, pasa a Benito, Benito no porque está lesionado,
a Santillán, Santillán está frente al arquero, shotea y goooooolllll de Vélez, goooooollllll de Vélez.
Ojalá que ganaran esa tarde. Había que apurarse, ya no faltaba tanto.

El hombre con el bulto abajo del brazo y la extraña bolsa de polietileno en su mano miró otra vez
hacia arriba con el ceño fruncido confirmando que su pronóstico había sido correcto. Algo nublado
y frío. Ventoso. Los jugadores ya estarían llegando al estadio. A lo mejor. Caminó a mayor
velocidad empujando su cuerpo inhábil, pisando con las puntas de los pies hacia afuera, como si
marcaran las diez y diez. Había que diluir el marrón con el celeste y blanco de la camiseta y el
verde del pasto. Pero la multitud también era marrón. Un marco marrón. Un marco marrón para lo
que pasaba adentro. Curioso, en la cancha se daba al revés que en el Cabildo, los que miran
desde arriba son los que no, y los que se mueven abajo son los que sí. O los que más o menos.
Basta con los marrones, el balcón y toda esa bosta que se le había metido en la cabeza, la bosta
también es marrón. No, si va a ser rojo bermellón. Qué carajos tiene que ver que sea marrón.
Martucci tenía razón, usted Ruiz siempre el mismo boludo, y vos Martucci siempre el mismo
marrón. La gente a medida que vive, o que se va muriendo, porque uno se va muriendo desde que
nace, se va salpicando de marrón bosta. O lo van salpicando. A lo mejor lo salpican desde el
balcón del Cabildo. Esos tipos con los cuellos tan difíciles de pintar, con tantos firuletes. Fenoy,
Avanzi y Correa, ojalá que Fenoy jugara mejor que el domingo pasado. Carajo.

Ruiz, como siempre, se había ubicado en la periferia de la barra brava y buscaba a Orietti. Éste,
oscuro y trágico, lo saludó agitando una mano flácida.

—¿Trajo todo? —Ruiz asintió con la cabeza. Siempre se sentaban juntos. Ruiz ampuloso y Orietti
restringido, mientras transcurrían los partidos de tercera y reserva se preguntaban y se
contestaban sobre fóbal y Vélez. Sólo fóbal y Vélez. Jamás Ruiz supo nada de la vida de Orietti ni
éste se enteró de la existencia de Yolanda y de Juan Carlitos. Como un pacto mudo de mantener
aséptica la evocación de aquella delantera Sansone, Conde, Ferraro, Zubeldía y Mendiburu y su
acuerdo de que el wing izquierdo había sido el más patadura aunque pocos, quizás nadie, lo
igualaran en su maestría para los tiros libres. "Un genio", afirmaba uno u otro. Enseguida Ruiz
insistía en la lentitud de Ferraro ante el seguro meneo de Orietti quien a lo mejor se limitaba a eso,
quizás limpiando los anteojos, como si estuviera sopesando el esfuerzo de explicar algo tan obvio,
que Ferraro parecía lento físicamente pero que era muy veloz mentalmente. "Mucha repentiza-
ción", susurraba con la cabeza gacha como si le hablara al escalón o a algún vasito arrugado, y
agregaba un ademán displicente.

No se ponían de acuerdo en Ferraro y tampoco en Zubeldía. Con una sonrisa Ruiz festejaba
aquella vez en que había sido testigo del gargajo en el ojo del arquero de Boca, Mussimessi creía.
Orietti no, a Orietti no le gustaba ese fóbal, tipos como Zubeldía habían arruinado el fóbal.

—Porque usted estará de acuerdo que el fóbal de ahora no tiene nada que hacer con el de antes
—y lo miraba a Ruiz desde el fondo de los vidrios de aumento, sin pestañear, alerta, como si de
esa respuesta dependiera su amistad.
Pero Ruiz, infalible y sinceramente le daba la razón y entonces la charla podía deslizarse hacia
algún jugador de los treinta a quien rescataban como el mejor fulbá de la ve azulada. La ve
azulada, porque habían deglutido prolijamente la terminología de la radio y de las revistas,
metabolizando las palabras a su antojo, adjudicándoles un lugar en el código propio que había sido
edificado domingo tras domingo. Un código en el que los silencios o las inflexiones solían tener
más significados que las frases. O en el que alguna contraseña, como "cuando lo de la Bombone-
ra" o "el domingo en que usted tuvo aquel ataque de vesícula" bastaba para evocar y no repetir
opciones ya decididas o dudas ya resueltas o argumentos ya desarrollados.

Charlaban muy juntos, casi en secreto, convidándose un Particulares de vez en cuando y llamando
al cafetero para después dividir por dos lo pagado sin que sobrara o faltara ninguna moneda, o se
arremangaban los pantalones de manera que el sol pudiera desparramarse sobre alguna lonja de
sus pieles pálidas. Así construían y protegían ese escenario minúsculo en el que sus opiniones
eran increíbles y generosamenre escuchadas, rebatidas, incorporadas, desmenuzadas, festejadas.
Una burbuja dentro de la que, increíble y generosamente, podían sentirse valiosos.

Cuando terminó el preliminar se pusieron de pie.

—Los de Chaca están jodidos hoy... —había dicho Orietti mirando hacia la otra tribuna por debajo
de sus anteojos con un aspecto solemne de husmear alzando la nariz, una actitud que se volvía
disparatada porque a su lado los de la barra brava de Vélez saltaban y cantaban y porque Ruiz ya
se les había unido desplegando la bandera, su bandera, a la que enseguida se aferraron otras
manos también para sacudirla y agitarla mientras Ruiz, el dueño de la bandera, sentía crecer,
como si rezumaran de su columna vertebral, esas cosquillas o vibraciones que le agarrotaban el
cuerpo tensándolo como la cuerda de una guitarra. Alzaba la cabeza para aullar tan fuerte como
los de la barra, aunque fueran más jóvenes y menos marrones, y más fuerte que los de Chaca,
también animado por el contraste con esa prudencia de Orietti que sólo se permitía sonreír
desteñidamente y tirarle de la manga de vez en cuando para comentar algo innecesario. Mientras
la bandera que Yolanda había cosido con puntadas rabiosas o resignadas y que Ruiz guardaba
encima del ropero como si alguna arruga pudiera provocar una hecatombe, "ojalá a mí me trataras
como a la bandera" había murmurado la mujer alguna vez, esa misma bandera se contorsionaba
como el culo de la más famosa de las bataclanas, aunque pareciera increíble porque era su
bandera, la del negro Ruiz, la de quien en otros lugares no era nadie y en cambio allí todos los
domingos y algunos feriados era el dueño de esa bandera refulgente, idolatrada, esplendorosa,
que estallaba y se contraía para volver a estallar otra vez en blanco y celeste, como catapultando
sus colores hacia el cielo.

Y aún no había llegado el momento de la bolsa. Todos los domingos Orietti mantenía la vista
clavada en la boca del túnel, expectante, acelerando cada pestañeo, los dos respirando finito, y
cuando aparecía la cabeza del capitán de la ve azulada Orietti latigaba un "ya" filoso para que Ruiz
alzara la bolsa y la sacudiera con todas sus fuerzas dando libertad a una nube de papelitos, miles y
miles de ellos, millones, infinitos, que se desparramaban como un puñado de polvo en cámara
lenta, dóciles al viento, remontando vuelo y juntándose con los de otras bolsas y otros ruices, y
después de flotar y hamacarse empañando la visual de las otras tribunas, haciendo centellear
reflejos de sol y salpicando cabezas y espaldas finalmente aterrizaran con pereza sobre el pasto.

—Muy bueno, che, estuvo muy bueno...

La euforia inquietaba a Ruiz, lo hacía reír con fuerza, despilfarrando movimientos, contento,
muchos de esos papeles eran suyos, él los había cortado desde temprano, eran pedacitos de los
diarios que había apilado junto al horno, varios le palmearon la espalda, felicitándolo, repetían
"estuvo bárbaro, che, muy bueno" y también era lindo ese brillo en los ojos de Orietti, ese orgullo
de ser su amigo.

Hubo otras cosas lindas ese día, gritar el gol de Asad como sólo se grita en esa selva imaginaria
de cada infancia o en el límite entre el dolor y la muerte, sintiendo las venas del cuello hinchadas
de vida (tan pocas alegrías para gritar, y además, prohibido gritar, sólo a algunos les está permitido
gritar "prohibido"), insultar al referí porque anuló el cabezazo de Fornari (tantos insultos ahogados,
tanto poner el lomo a las arbitrariedades, como si el coraje residiera en aguantar, no en rebelarse),
abrazarse a desconocidos y besarlos y volverlos a abrazar porque Giachello erró el penal (si
hubiera podido hacer lo mismo con sus vivos y sus muertos, saldar tantos afectos adeudados,
tantos diálogos dolorosos quistificados en malentendidos, besar y abrazar a los otros hasta
conseguir besarse y abrazarse consigo mismo), hacer gestos obscenos hacia la tribuna contraria
abriendo y cerrando los brazos en una vagina monumental, hasta casi dislocárselos (si hubiera
podido, osado, sabido, faltarle el respeto a lo respetable y desear una y mil veces,
incansablemente, deseo lubricado en sangre, lágrimas y semen, lo indeseable), todos juntos
cantar, saltar, gritar, todos juntos (si hubiera sido, carajo, igual en el laburo, en los trenes, en la
vida, pudiendo así masacrar, hacer pomada la certeza conocida pero casi nunca reconocida de
tener que arreglársela siempre solo, despiadadamente solo, los otros, como obstáculos o como
espectadores indiferentes, que todo lo propio, lo poco propio, se tuviera que construir a expensas
de los demás. Que hubiera gente en los balcones gracias a que otros se amasijaban en la plaza, y
también gracias a que otros construyeron el balcón. O esa baldosa que ni siquiera aparecía en la
lámina de Billiken).

Sí, era lindo ir al fóbal. Mucho más en un día feriado. Mayo veinticinco. Habían izado la bandera, la
enseña que Belgrano nos legó, alta en el cielo, los calzones de mi abuela son de acero. Ahora no
había próceres, ahora los soldados estaban para soplar cornetas o golpear en sus tambores
mientras la azul y blanca iba subiendo espasmódicamente porque el cable se enredaba. Hacía
mucho que el mecanismo fallaba pero los de Vélez no lo habían arreglado. A Ruiz se le ocurrió que
Panzeri podría protestar contra los inicuos cuidadores del estadio don Pepe Amalfitani. Inicuo e
inefable. Andá a cagar, Panzeri. El flaco del bombo y el paraguas pintado aprovechó la
muchedumbre silenciosa para gritar una guarangada, y muchos se rieron. Hasta en la tribuna de
Chaca se rieron. A Ruiz no le pareció bien. A Orietti se veía que tampoco porque lo miraba al flaco
con los labios apretados y acomodándose los anteojos como cuando sacaba alguna conclusión, el
mismo gesto de un rato después al repetir "los de Chaca están jodidos" ahora limpiando los
anteojos con un pañuelo arrugado. Orietti tenía la particularidad de registrar y estar siempre
pendiente de lo periférico, de aquello que enmarcaba los sucesos. Era de esas personas que en el
teatro están atentas a la linterna del acomodador o a los pliegues del telón. Era cierto que los otros
estaban bravos, indignados por un evidente penal no cobrado y azuzados por esa bandera de
Chacarita que los de Vélez enarbolaban desafiantes refregándoles el trofeo conquistado en la
primera rueda.

Pero el fóbal es así, no era para tipos como Orietti que decían "me voy" cuando faltaban cinco
minutos para terminar y Ruiz sacudía su pañuelo entre tantos otros, como una bandada de
palomas iba a decir El Gráfico. Palomas felices, eufóricas, que anticipaban la cargada para el
ascensor, para Juan Carlitos, que a veces decía que era de River aunque el fóbal no le interesaba,
ya no, y River había perdido en su cancha, y la bandera, la suya, la suya, sacudida con fervor
porque le ganaban a Chaca y "chau, Orietti, adiós", un cagón este Orietti, siempre el mismo,
mentira que tenía que volver temprano, lo que pasaba era que no podía gritar ni saltar, parecía una
fruta seca con esos anteojos y esa piel tan blanca, en cambio él sí, él todavía saltaba y gritaba,
todavía estaba vivo, y lo abrazaban y lo palmeaban y era suya la bandera que muchos alzaban y
mostraban, no era la más larga, seguro que tampoco la mejor hecha, Yolanda la había cosido con
bronca, pero igual era linda, de la tribuna de enfrente se la debía ver linda, algún día Ruiz cruzaría
del otro lado a mirada.

Después el partido terminó, chau, hasta el domingo, buena suerte, chau, Ruiz dejándose llevar por
la multitud que al final de la escalera de cemento, vadeando charcos de pis, lo parió a su vida de
siempre.

Suspiró volviendo a sentir ese cansancio laxo que lo hacía caminar con un paso blando. El sol
estaba a punto de esconderse detrás de las nubes que encapotaban el cielo y el viento le provocó
un escalofrío. Se echó la bandera sobre los hombros para abrigarse. Otra vez estaba solo aunque
otras personas caminaban a su lado, algunos demorando el regreso como él, otros apurándose
hacia las colas de los colectivos. Un auto pasó rozándolo, el motor rugiendo para abrirse paso,
prepotente, y contuvo la puteada porque supo que le iba a salir marrón. Ya no era como en la
tribuna. Otra vez el pomito se había disuelto en su mente y en su cuerpo. Lindo gol el de Santillán,
Avanzi se la pasa a Santillán, éste a Fornari, nuevamente a Santillán que elude a no sé quién, va a
shotear, no, amaga, ahora sí, patea y goooollll, goooooollll.

Supo que algo iba a suceder en el mismo instante en que sucedía. Quizás una fracción de segundo
antes. Se lo confirmó el tipo que caminaba delante de él al darse vuelta y pegar un saltito y
susurrar en un grito estrangulado por el terror:

—¡Los de Chaca, vienen los de Chaca!...

Ruiz giró su cabeza para descubrir treinta o cuarenta siluetas borrosas que habían surgido de una
bocacalle gritando amenazas y puteadas roncas, con palos en sus manos, ¿eran palos?, palos y
botellas y fierros y cadenas, Ruiz corría, todos corrían, había que escapar, los de Chaca atacaban,
eran jóvenes y los jóvenes corren mejor que los ascensoristas de más de cuarenta, la panza
pesaba y las piernas no tenían fuerza, Orietti hijo de puta, el anteojudo de mierda había tenido
razón, ojo con los de Chaca que están jodidos, había que escapar, no muestren la bandera,
muchachos, no los provoquen, eso debería haber dicho alguien pero nadie lo dijo porque eso era
de marica y en la barra brava nadie es marica, nadie aunque ahora hubiera que correr con el pavor
arrancando gemidos y ensanchando los ojos. .

—¡Al de la bandera, al de la bandera!

Al de la bandera, eso no se grita, muchachos, porque él era el de la bandera, había que rajar, pero
los gritos sonaban mucho más cerca, correr, palos cadenas botellas, ¿hacia dónde?, todos los
negocios cerrados culpa de los turros de mayo, las casas con las puertas cerradas, correr, mamá,
los vecinos de Liniers ya estaban acostumbrados, cuando había lío cerraban la puerta y chau, que
esos negros de mierda se arreglen entre ellos, socorro, corren rápido los de Chaca, son bravos,
mamá, tienen cadenas y fierros, quieren la bandera, ojo por ojo y diente por diente, si tiraba la
bandera a lo mejor lo dejaban tranquilo, seguro, pero Ruiz corría sin soltar la bandera, agarrándola
más fuerte, apretándola, la bandera no, mamá, mamá, mamá, tenía miedo, se tiraba pedos por el
miedo y el esfuerzo pera la bandera no, él no era un gallina, la bandera flameaba a sus espaldas,
como una capa, como una capa, si hubiera podido volar como Superman, Superman era viejo,
como Astroboy, como en las revistas de Juan Carlitos, pero no, él era Ruiz, un ascensorista con
panza, una panza que no lo dejaba correr rápido, con várices en esas piernas que lo movían más
despacio que los de Chaca que ya estaban atrás, tanto tiempo parado, mamá, que ya estiraban la
mano para agarrarlo, mamá, por favor mamá, que ya alzaban el palo para pegarle.

De pronto, en el mismo instante en que su mente se expandía hacia el infinito, pulverizando rostros
y recuerdos, proyectos y sensaciones, varones, palabras y números, lágrimas y espasmos, nubes
grises y ojos asesinos, Ruiz giraba envuelto en la bandera y gritando hacia el cielo.

—Viva Ve...

Pero su voz se quebró con la patada, la primera, que lo alcanzó en el medio del abdomen, como si
su ombligo hubiera sido el blanco, doblándolo como un muñeco y ofreciendo su nuca al cadenazo
que ya surcaba el aire con un zumbido casi musical. Al Iado del poste de alumbrado en el que
alguien, festejando la gloriosa gesta de Mayo, alguien, un empleado municipal seguramente, había
fijado una escarapela de lata que chirriaba hamacándose en el viento.
Gallardo Pérez, referí (*)

Osvaldo Soriano

Cuando yo jugaba al fútbol, hace más de veinte años, en la Patagonia, el referí era el verdadero
protagonista del partido. Si el equipo local ganaba, le regalaban una damajuana de vino de Río
Negro; si perdía, lo metían preso. Claro que lo más frecuente era lo de la damajuana, porque ni el
referí, ni los jugadores visitantes tenían vocación de suicidas.

Había, en aquel tiempo, un club invencible en su cancha: Barda del Medio. El pueblo no tenía más
de trescientos o cuatrocientos habitantes. Estaba enclavado en las dunas, con una calle central de
cien metros y, más allá, los ranchos de adobe, como en el far-west. A orillas del río Limay estaba la
cancha, rodeada por un alambre tejido y una tribuna de madera para cincuenta personas. Eran las
"preferenciales", las de los comerciantes, los funcionarios y los curas. Los otros veían el partido
subidos a los techos de los Ford A o a las cajas de los camiones de la empresa que estaba
construyendo la represa.

Todos nosotros estábamos bajo el influjo del maravilloso estilo del Brasil campeón del mundo, pero
nadie lo había visto jugar nunca: la televisión todavía no había llegado a esas provincias y todo lo
conocíamos por la radio, por esas voces lejanas y vibrantes que narraban los partidos. Y también
por los diarios, que llegaban con cuatro días de atraso, pero traían la foto de Pelé, el dibujo de
cómo se hacía un cuatro-dos-cuatro y la noticia de la catástrofe argentina en Suecia.

Yo jugaba en Confluencia, un club de Cipolletti, pueblo fundado a principios de siglo por un


ingeniero italiano que tenía un monumento en la avenida principal. Todavía las calles no habían
sido pavimentadas y para ir al fútbol los domingos de lluvia había que conseguir camiones con
ruedas pantaneras.

Confluencia nunca había llegado más arriba del sexto puesto, pero a veces le ganábamos al
campeón. Muy de vez en cuando, pero le dábamos un susto.

Ese día teníamos que jugar en la cancha de Barda del Medio y nunca nadie había ganado allí. Los
equipos "grandes" descontaban de sus expectativas los dos puntos del partido que les tocaba jugar
en ese lugar infernal. Los muchachos de Barda del Medio, parientes de indios y chilenos
clandestinos, eran tan malos como nosotros suponíamos que eran los holandeses o los suecos.
Eso sí, pegaban como si estuvieran en la guerra. Para ellos, que perdían siempre por goleada
como visitantes, era impensable perder en su propia casa.

El año anterior les habíamos ganado en nuestra cancha cuatro a cero y perdimos en la de ellos por
dos a cero con un penal y piadoso gol en contra de Gómez nuestro marcador lateral derecho. Es
que nadie se animaba a jugarles de igual a igual porque circulaban leyendas terribles sobre la
suerte de los pocos que se habían animado a hacerles un gol en su reducto.

Entonces, todos los equipos que iban a jugar a Barda del Medio aprovechaban para dar licencias a
sus mejores jugadores y probar a algún pibe que apuntaba bien en las divisiones inferiores. Total,
el partido estaba perdido de antemano.

El referí llegaba temprano, almorzaba gratis y luego expulsaba al mejor de los visitantes y cobraba
un penal antes de que pasara la primera hora y la tribuna empezara a ponerse nerviosa. Después
iba a buscar la damajuana de vino y en una de ésas, si la cosa había terminado en goleada, se
quedaba para el baile.

Ese día inolvidable, nosotros salimos temprano y llevamos un equipo que nos había costado
mucho armar porque nadie quería ir a arriesgar las piernas por nada. Yo era muy joven y recién
debutaba en primera y quería ganarme el puesto de centro delantero con olfato para el gol. Los
otros eran muchachos resignados que iban para quedarse en el baile y buscar una aventura con
las pibas de las chacras.

Después del masaje con aceite verde, cuando ya estábamos vestidos con las desteñidas
camisetas celestes, el referí Gallardo Pérez, hombre severo y de pésima vista, vino al vestuario a
confirmar que todo estuviera en orden y a decirnos que no intentáramos hacernos los vivos con el
equipo local. Le faltaban dos dientes y hablaba a tropezones, confundiendo lo que decía con lo
quería decir.

Le dijimos -y éramos sinceros- que todo estaba bien y que tratara, a cambio, de que no nos
arruinaran las piernas. Gallardo Pérez prometió que se lo diría al capitán de ellos, Sergio
Giovanelli, un veterano zaguero central que tenía mal carácter y pateaba como un burro.

Ni bien saludamos al público que nos abucheaba, el defensa Giovanelli se me acercó y me dijo:
"Guarda, pibe, no te hagas el piola porque te cuelgo de un árbol". Miré detrás de los arcos y allí
estaban, pelados por el viento, los siniestros sauces donde alguna vez habían dejado colgado a
algún referí idealista. Le dije que no se preocupara y lo traté de "señor". Giovanelli, que tenía un
párpado caído surcado por una cicatriz, hizo un gesto de aprobación y fue a hacerles la misma
advertencia a los otros delanteros.

La primera media hora de juego fue más o menos tranquila. Empezaron a dominarnos pero tiraban
desde lejos y nuestro arquero, el Cacho Osorio, no podía dejarla pasar porque habría sido
demasiado escandaloso y nos habrían linchado igual, pero por cobardes. Después dieron un tiro en
un poste y el Flaco Ramallo sacó varias pelotas al córner para que ellos vinieran a hacer su gol de
cabeza.

Pero ese día, por desgracia, estaban sin puntería y sin suerte. Todos hicimos lo posible para meter
la pelota en nuestro arco, pero no había caso. Si el Cacho Osorio la dejaba picando en el área,
ellos la tiraban afuera. Si nuestros defensores se caían, ellos la tiraban a las nubes o a las manos
del arquero.

Al fin, harto de esperar y cada vez más nervioso, Gallardo Pérez expulsó a dos de los nuestros y
les dio dos penales. El primero salió por encima del travesaño. El segundo dio en un poste. Ese
día, como dijo en voz alta el propio referí, no le hacían un gol ni al arco iris.

El problema parecía insoluble y la tribuna estaba caldeada. Nos insultaban y hasta decían que
jugábamos sucio. Al promediar el segundo tiempo empezaron a tirar cascotes.

El escándalo se precipitó a cinco o seis minutos del final. El Flaco Ramallo, cansado de que lo
trataran de maricón, rechazó una pelota muy alta y yo piqué detrás de Giovanelli, que retrocedía
arrastrando los talones. Saltamos juntos y en el afán de darme un codazo pifió la pelota y se cayó.
La tribuna se quedó en silencio, un vacío que me calaba los huesos mientras me llevaba la pelota
para el arco de ellos, solo como un fraile español.

El arquerito de Barda del Medio no entendía nada. No sólo no podían hacer un gol sino que,
además, se le venía encima un tipo que se perfilaba para la izquierda, como abriendo un ángulo de
tiro. Entonces salió a taparme a la desesperada, consciente de que si no me paraba no habría
noche de baile para él y tal vez hasta tendría que hacerme compañía en el árbol de fama siniestra.
Él hizo lo que pudo y yo lo que no debía. Era alto, narigón, de pelo duro, y tenía una camiseta
amarilla que la madre le había lavado la noche anterior. Me amagó con la cintura, abrió los brazos
y se infló como un erizo para taparme mejor el arco. Entonces vi, con la insensatez de la
adolescencia, que tenía las piernas arqueadas como bananas y me olvidé de Giovanelli y de
Gallardo Pérez y vislumbré la gloria.

Le amagué una gambeta y toqué la pelota de zurda, cortita y suave, con el empeine del botín,
como para que pasara por ese paréntesis que se le abría abajo de las rodillas. El narigón se
ilusionó con el driblin y se tiró de cabeza, aparatoso, seguro de haber salvado el honor y el baile de
Barda del Medio. Pero la pelota le pasó entre los tobillos como una gota de agua que se escurre
entre los dedos.

Antes de ir a recibirla a su espalda le vi la cara de espanto, sentí lo que debe ser el silencio helado
de los patíbulos. Después, como quien desafía al mundo, le pegué fuerte, de punta, y fui a festejar.
Corrí más de cincuenta metros con los brazos en alto y ninguno de mis compañeros vino a
felicitarme. Nadie se me acercó mientras me dejaba caer de rodillas, mirando al cielo, como hacía
Pelé en las fotos de El Gráfico.

No sé si el referí Gallardo Pérez alcanzó a convalidar el gol porque era tanta la gente que invadía
la cancha y empezaba a pegarnos, que todo se volvió de pronto muy confuso. A mí me dieron en la
cabeza con la valija del masajista, que era de madera, y cuando se abrió todos los frascos se
desparramaron por el suelo y la gente los levantaba para machucarnos la cabeza.

Los cinco o seis policías del destacamento de Barda del Medio llegaron como a la media hora,
cuando ya teníamos los huesos molidos y Gallardo Pérez estaba en calzoncillos envuelto en la red
que habían arrancado de uno de los arcos.

Nos llevaron a la comisaría. A nosotros y al referí Gallardo Pérez. El comisario, un morocho


aindiado, de pelo engominado y cara colorada, nos hizo un discurso sobre el orden público y el
espíritu deportivo. Nos trató de boludos irresponsables y ordenó que nos llevaran a cortar los yuyos
del campo vecino.

Mientras anochecía tuvimos que arrancar el pasto con las manos, casi desnudos, mientras los
indignados vecinos de Barda del Medio nos espiaban por encima de la cerca y nos tiraban más
piedras y hasta alguna botella vacía.

No recuerdo si nos dieron algo de comer, pero nos metieron a todos amontonados en dos
calabozos y al referí Gallardo Pérez, que parecía un pollo deshuesado, hubo que atenderlo por
hematomas, calambres y un ataque de asma. Deliraba y en su delirio insensato confundía esa
cancha con otra, ese partido con otro, ese gol con el que le había costado los dos dientes de
arriba.

Al amanecer, cuando nos deportaron en un ómnibus destartalado y sin vidrios, bajo la lluvia de
cascotes, nuestro arquero, el Cacho Osorio, se acercó a decirme que a él nunca le habrían hecho
un gol así. "Se comió el amague, el pelotudo", me dijo y se quedó un rato agachado, moviendo los
brazos, mostrándome cómo se hacía para evitar ese gol.

Cuando se despertó, a mitad de camino, Gallardo Pérez me reconoció y me preguntó cómo me


llamaba. Seguía en calzoncillos pero tenía el silbato colgando del cuello como una medalla.

-No se cruce más en mi vida -me dijo, y la saliva le asomaba entre las comisuras de los labios-. Si
lo vuelvo a encontrar en una cancha lo voy a arruinar, se lo aseguro.
-¿Cobró el gol? -le pregunté. -¡Claro que lo cobré! -dijo, indignado, y parecía que iba a ahogarse-
¿Por quién me toma? Usted es un pendejo fanfarrón, pero eso fue un golazo y yo soy un tipo
derecho.

-Gracias -le dije y le tendí la mano. No me hizo caso y se señaló los dientes que le faltaban.

-¿Ve? -me dijo-. Esto fue un gol de Sívori de orsai. Ahora fíjese dónde está él y dónde estoy yo. A
Dios no le gusta el fútbol, pibe. Por eso este país anda así, como la mierda.

El fútbol es tema de varios textos literarios. Aquí una lista de algunos de ellos:

 Once cuentos de fútbol, de Camilo José Cela


 El fútbol a sol y sombra, de Eduardo Galeano
 Puro fútbol, de Roberto Fontanarrosa. El cuento “La barrera” se puede leer online.
 Arqueros, ilusionistas y goleadores,  de Osvaldo Soriano, 2010. “El penal más largo
del mundo” es uno de sus mejores cuentos.
 “Puntero izquierdo” de Mario Benedetti
 “El hombre que murió dos veces”, de Juan Villoro [sobre el arquero Moacyr
Barbosa]
 “El hincha”, de Mempo Giardinelli
 “Apuntes del fútbol en Flores”, de Alejandro Dolina

 
La Barrera
Cuento de Roberto Fontanarrosa

Un paso más atrás. Dos más atrás. Tres. Ahí está bien. Ya está la barrera
formada. Una baldosa más acá. Un momento. Ante todo, sacar las cosas del
arco. Hay botellas debajo de la pileta. Ya la otra vez cagó una. Y dos sifones.
El blindado no es nada, pero el otro puede reventar, y los sifones revientan y
los pedacitos de vidrio saltan y se meten en los ojos de uno. Bien juntas las
macetas de la barrera. El arquero muy nervioso. Miguel Tornino frente al balón.
Atención. El rubio Miguel Tornino frente al balón. Una mano en la cintura. La
otra también. La mano sacándose el pelo de la frente. La transpiración de la
frente. De los ojos. Hay silencio en el estadio. Es la siesta. Hasta el Negro se
ha quedado quieto. Resignado a ser simple espectador de ese tiro libre de
carácter directo que ya tiene como seguro ejecutor a Miguel Tornino, que
estudia con los ojos entrecerrados el ángulo de tiro, el hueco que le deja la
barrera, la luz que atisba entre la pierna derecha del recio mediovolante de la
visita y la pata de portland de la maceta grandota del culantrillo. Un solo grito
en el estadio: Miguel, Miguel. El público de pie ante ésta, la última oportunidad
del Racing Club cuando sólo faltan dos minutos para que finalice el match.
Habrá que apurarse antes de que vuelva a adelantarse la barrera o el Negro
insista en morder la pelota y hacerla cagar como el otro día que la pinchó el
muy boludo. Sonó el silbato. Habrá que pegarle de chanfle interno. La cara
interna del pie diestro de Miguel Tornino, el pibe de las inferiores debutante hoy
le dará al balón casi de costado, tal vez de abajo, con no mucha fuerza pero sí
con satánica precisión para que ese fulbo describa una rara comba sobre la
cabeza de los asombrados defensores, sobre el despeinado pirincho del
helecho de la segunda maceta y se cuele entre el travesaño, el poste, el
postrer manotazo de la lata de aceite Cocinero que se ha lucido hasta el
momento. ¡Tiró Tornino...! y... se hizo mimbre en el aire el arquero ante el
latigazo insólito de curva inesperada y con la punta de los dos dedos allá voló
la lata a la mierda, carajo que ladra el Negro, sí mamá... sí la guardo... está
bien... pero mirá vos cómo la viene a sacar este Guacho.

Las mujeres también han dejado su impronta en la literatura del fútbol. “La música de los
domingos” de Liliana Heker. “Milagro en Parque Chas” de Inés Fernández Moreno  y “El
mundo es de los inocentes” de Luisa Valenzuela nos muestran la percepción femenina
 

Antologías de cuentos de fútbol:

Cuentos de fútbol, 2006. ed. Mondadori

Cuentos de fútbol argentino, 2003, selección y prólogo de Roberto Fontanarrosa, editorial


Alfaguara

Reglas de juego. Cuentos latinoamericanos de fútbol, 2007, Monte Ávila editores.

Y el fútbol contó un cuento, 2007, selección y prólogo de Alejandro Apo, editorial


Alfaguara. Pueden leer las primeras páginas del libro haciendo click aquí.

De puntín. Cuentos de fútbol, 2003,  Ediciones Al Arco

Julio Llamazares regresa a un género al que aporta su particular mirada en doce relatos y una
fábula. Tanta pasión para nada.
Esta recopilación de cuentos comprende la mayoría de los que he escrito desde hace años. En una
época como esta en la que los escaparates de la librerías están llenos de libros de autoayuda y de
novelas de entretenimiento, el título quizá sorprenda, pero hace honor a su contenido. Y a mi
tradición nihilista: En mitad de ninguna parte, En Babia, El río del olvido, Nadie escucha…
Un jugador de fútbol que se enfrenta al momento más decisivo de su carrera, un viejo napolitano
que reencuentra al amor de su juventud antes de morir, un pobre hombre que quiere parar el
mundo, un conductor que desaparece, una mujer que desvela el gran secreto de su existencia
cuando ya es tarde… Los protagonistas de estos relatos son muy distintos, pero todos comparten
la misma extraña condena: descubrir que la vida es una pasión inútil.
Una pasión de la que forma parte el arte de escribir y de contar, que va unido al de leer y al de
pensar, y que nos permite seguir viendo pese a que conozcamos su inutilidad.

Doce cuentos y una pequeña fábula de apenas siete líneas nos trae Julio Llamazares en su
nueva obra, de título sugerente para el lector. Tanta pasión para nada reúne los relatos que
el autor leonés ha escrito durante los últimos quince años. El título proviene de la última
frase del primer relato, El penalti de Djukic, que cuenta la historia de aquel famoso penalti
marrado por el defensa del Deportivo de la Coruña que le hizo perder una liga.

La frase resume buena parte de lo que hacemos en la vida. Muchas veces ponemos todos
nuestros esfuerzos en algo que sabemos que es prácticamente imposible o que no nos lleva
a ninguna parte. Y para ello nos esforzamos con todo nuestro empeño y derrochamos toda
nuestra pasión… para nada.

Julio Llamazares nos muestra en sus páginas a una serie de personajes muy peculiares, que
van descubriendo que la vida muchas veces es un absurdo que no tiene remedio. Desde el
viejo que, sabiendo que va a morir, huye en busca de su amor de juventud al hombre que en
plena Nochebuena deambula perdido sin saber qué hacer, un conductor que se droga con
largos espacios de conducción… El propio autor habla de sus personajes en una entrevista
como “náufragos que luchan con todas sus fuerzas hasta el final y que les lleva la
corriente, un tren o la propia vida sabiendo que tienen la batalla perdida desde el
principio".

Hay una historia entre las doce que emociona y que, por si sola, merecería la pena la lectura
del resto. Se trata de una mujer que, en el ocaso de su vida, llega a saber por casualidad
quién fue un misterioso personaje que acudió y le ayudó casi medio siglo antes en un
asunto importante. El recuerdo le hará emocionarse y desvelar la que quizás fue la historia
más bonita y el momento más importante de su vida.

Los cuentos del leonés muestran pequeñas partes de la vida de las personas, la mayoría de
nuestro país, y en muchos de ellos la mala relación –según el autor- que tienen con el
pasado y la memoria. El autor dedica esta obra a su paisano, Antonio Pereira, recientemente
fallecido y al que dedica un prólogo en el que habla de él como uno de los grandes autores
de cuentos de nuestra literatura.

La melancolía, el pasado, las heridas abiertas, la nostalgia y el nihilismo se sientan a la


mesa en esta recopilación de relatos que hace Llamazares y que publica Alfaguara. La vida
se resume, en este caso, en poco más de 150 páginas, doce cuentos y una fábula de siete
líneas, que a su vez es el cuento más largo del mundo, porque es la propia vida, que deja un
sabor muy agradable y un regusto de reflexión en el paladar.

julio llamazares. tanta pasión para nada


Publicado el 01/06/2010 por intangibles

Libros sobre fútbol. Salvajes y sentimentales (Aguilar), Javier Marías. San Isidro Fútbol
(Puzzle), Pino Caccuci. Futbolia: filosofía para la hinchada (Kailas), J. Machado y M.
Valera García. El mundo en un balón (Debate), F. Foer. El miedo escénico (Aguilar), J.
Valdano. Goool! (Texto), Robert Rigby. Los ángeles blancos. El Real Madrid y el nuevo
fútbol (Seix Barral), John Carlin. El delantero centro fue asesinado al atardecer (Planeta),
Vázquez Montalbán. Barça: la pasión de un pueblo (Anagrama), Jimmy Burns.

Javier Marías acaba de recopilar un delicioso libro de artículos de


temas futbolísticos: Salvajes y sentimentales.Letras de fútbol
(Aguilar, Madrid). El fútbol es para Marías, "la recuperación
semanal de la infancia", y al hilo de esta recuperación desfilan por  
estas páginas los jugadores míticos de aquel inolvidable Madrid de
Di Stéfano (a quien yo vi marcar un gol de tacón en el viejo
Heliópolis), Kopa, Puskas, Rial, Gento y varios fenómenos más,
junto con otras secuencias pasadas y presentes del Real Madrid
republicano y no franquista, que así lo recuerdo yo en labios de mi
padre: el equipo del régimen era el Atlético, que llegó a ser el
Atlético Aviación, aunque esto parezca hoy inverosímil y pese al
Real, pero uno recuerda todavía el extraño clima que rodeó el final
de una Liga hacia 1951, cuando el Atlético le ganó al Sevilla un
campeonato con un gol conseguido tras un cetntro desde fuera del
campo. Los republicanos (y Javier Marías ha avivado en esto mi
memoria) sentían respeto y ninguna aversión por "el Madrid", así a
secas, como "el Betis" (no "el Real") o "el Donostia" (no "la Real
Sociedad").
Como viejo aficionado al fútbol, incluso cuando no estaba de moda
entre la intelligentsia, yo le agradezco a Javier Marías este libro que
ha reavivado mis recuerdos de seguidor del Betis, un equipo mítico
en los desastres, que fue campeón de Liga en el 35 (con aquellos
vascos que acabaron en el exilio: Urquiaga, Areso, Aedo, Larrinoa,
Lecue, Unamuno) y doce años después, con la guerra de por
medio, se hallaba en Tercera División y aún estuvo algún año a
punto de bajar a Primera Regional. Fue entonces cuando surgió uno
de los grandes gritos deportivos de la posguerra: "Viva el Betis
manque pierda", que fue una consigna metáforica de signo
antifranquista, que se rebelaba además contra las estructuras
deportivas del régimen, que sancionaban fichajes fuera de la ley
contra el club y castigaban a un jugador, el luego gran Del Sol, con
ocho partidos de suspensión por dirigirse al árbitro
"indebidamente", pero sin ser expulsado del campo. Vino después
la lenta remontada del peor franquismo y el club volvió a Primera,
con sus breves descensos a Segunda, pero siempre aupado por el
espíritu de "manque pierda", que es una divisa deportiva del más
puro estilo británico. Hasta que llegó un Jesús Gil al Betis, derribó
los restos que quedaban del antiguo Heliópolis, construyó un
estadio holandés, le puso su nombre, cambió la divisa como algo
nefando y con todos sus miles de millones, sin arbitrajes forajidos
ni otras excrecencias, el Betis se ha ido a Segunda División junto
con el equipo del otro Gil y, eso sí, con la impagable compañía del
Sevilla, a quien hace pocos años las fuerzas vivas salvaron de
descender a Segunda B, pero ahora no ha podido salvarle nadie.
El Sevilla era el Estado en Andalucía, pero eso ya se ha terminado.
Ha tenido presidentes que amaban a femeninos candelabros ("yo
estoy en el...") y han dejado exhaustas las arcas del club, giles
devaluados ellos. Con su Gil Gil disfrazado de ditero, el Betis, que
nunca ha sido el Estado, se ha ido a Segunda División, cosa que a
los béticos de verdad les trae sin cuidado, pues, como dijo un
inteligente político sevillano, si gana está bien y si no gana da
igual.
Gracias, Javier, por tu libro.

Miguel García Posada

El País
En el prólogo a Salvajes y sentimentales, Paul
Ingendaay opina con acierto que Javier Marías ha
escrito el más personal de sus libros. No podía ser
de otro modo para alguien que ve el fútbol como
"la recuperación semanal de la infancia". Salvajes
y sentimentales reúne 40 momentos de militancia
futbolística en los que no priva otra objetividad
que la pasión. En esta vibrante bitácora, los
diagramas tácticos de los entrenadores resultarían
tan absurdos como un plano para anudarse la
corbata. Marías no pretende analizar una actividad
que mucho tiene de milagro: "Mientras veía el
partido no era capaz de ecuanimidad alguna". Si
los técnicos de vocación retórica (Menotti, Helenio
Herrera) sueltan abstractos filosofemas sobre los
modos de patear balones, los escritores curtidos
en las canchas y en las tribunas ven el fútbol como
una lección de vida cotidiana. De acuerdo con Bioy
Casares, la mejor forma de adquirir un temple
ante la adversidad es ser hincha de un club
perdedor. Cada equipo conlleva un destino: los
masoquistas de látigo afilado escogen escuadras
que en los malos días sólo pierden 7 a 0 y los que
desean domingos fáciles apoyan oncenas de
rutinario poderío. Forofo del Real Madrid, Marías
registra sus días de corazón tan blanco y la
peculiar noción de triunfo de una tribu que ha
hecho de la victoria una sufrida obligación. Aunque
también se ocupa de dos mundiales y del
Numancia, equipo entrañable, semiperdido en el
silencio y el frío de Soria, Salvajes y sentimentales
pone énfasis en el temple madridista y la terrible y
apasionada condena de ganar siempre y, de
preferencias, contra el demonio vestido de
blaugrana. La pieza maestra de este prontuario del
fervor futbolístico, El equipo más dramático, rinde
homenaje al archivillano que nutre la furia
merengue: "Para el aficionado español al fútbol,
nada hay comparable a ver saltar a los dos
equipos, siempre con sus primeros uniformes, a
Chamartín o al Camp Nou; y en cuanto el balón se
pone en juego, tenerle pavor al otro cada vez que
avanza, y sentir a los contrarios peligrosos y
malvados, y disfrutar también con ese miedo, con
la amenaza de la humillación y el desastre, tanto
como con la promesa de triunfos inolvidables. Qué
sería de nosotros sin ese castigo y ese premio
posibles, sin esa horrible incertidumbre. Así pues,
y lo digo de veras porque lo digo con puerilidad y
egoísmo: larga, larga, larga vida al Barça". ¡Pocas
cosas tan difíciles como merecer un enemigo
emocionante y duradero! En su vertiente de
cronista, Marías escribe las frases cadenciosas que
componen el tejido musical de sus novelas, pero
de protno inventa una pausa, amaga un lance, da
con una salida imprevista. Aunque por azar
también lo sea en la vida, desde el punto de vista
futbolístico es definitivamente zurdo. Su estilo es
el de esos jugadores que corren en el último
rincón del campo, los hombres salidos del espejo
que lanzan tiros al revés que muchas veces son
goles. El sistema de consonancias del novelista de
Todas las almas cede un poco a la improvisación y
al gusto por el vértigo de los desaforados que
hacen equilibrio en la línea de cal. En este juego
no valen los obreros zurdos; a los virtuosos del pie
izquierdo se les exige el pase inopinado, la
centella rápida y torcida. Fiel a este código, Marías
desdeña las jugadas fáciles y sólo acepta las
difíciles; adormece el balón, cuida la frase, y
cuando encuentra el hueco, suelta el epigrama
sorpresivo: "El Madrid hace tiempo que no es un
El equipo de Javier Marías

El novelista Javier Marías ha hecho una alineación futbolística con los escritores del siglo
XX, según sus cualidades literarias. Marías recopiló sus textos sobre fútbol en Salvajes y
sentimentales (Aguilar).

Portería. Dos que jugaron en su vida en esa posición: Vladímir Nabokov y Albert Camus.
Defensas. Lateral derecho Henry James por ser de largo recorrido. En el centro Dashiel
Hammet que parecía un tipo duro. Y defensa izquierdo Malcolm Lowry que al ser bebedor
sería uno de esos defensas duros que no dejan pasar a nadie.

Lateral izquierdo. Valle-Inclán, un autor muy vivo con malas pulgas a ratos.

Centro del campo. Tres de largo recorrido: Como trabajador Thomas Mann; como 10 y
cerebro del equipo y mente clara y organizadora del juego Marcel Proust; y W. Faulkner
que tiene mucho aliento.

Delantera. Jugaríamos con extremos: extremo derecho como siete Joseph Conrad, capaz en
pocos metros de crear gran desconcierto y admiración; delantero centro Thomas Bernhard
porque era muy agresivo; y con el 11, extremo izquierdo, uno de esos jugadores finos y
creativos como Lampedusa.

Banquillo. En la portería Camus o Nabokov que se alternarían la titularidad con igual


solvencia. Para momentos de crisis no estaría mal Conan Doyle que tendría gran capacidad
de juego para el medio campo. Defensa, Raymond Chandler. Y delantera un poeta: W.
Yeats.

(LA PARADOJA DE DJUKIC)

      Cuando recogió el balón, Djukic se acordó de lo que su mujer le había dicho aquella
tarde; parecía como si se lo hubiese profetizado. Si acaso, le había dicho Ceca, no se te
ocurra tirar un penalty.
      Como cada domingo, Ceca estaba más preocupada que él. A decir verdad, él nunca se
ponía nervioso, al menos no especialmente (sobre todo si se comparaba con algunos
compañeros); era ella la que se ponía nerviosa por él, a veces desde varios días antes. Pero,
aquel día, su equipo, el Deportivo de La Coruña, en el que jugaba por tercer año
consecutivo tras su marcha del fútbol yugoslavo, se enfrentaba al partido más importante de
toda su historia: se jugaba a una carta la Liga que durante toda la temporada había tenido en
la mano. Hasta seis puntos habían llegado a sacarle de ventaja al Barcelona, su perseguidor
más inmediato, ventaja que habían ido perdiendo, sin embargo, en los últimos partidos, sin
duda por la presión, hasta el extremo de llegar a la última jornada igualados a puntos al
frente de la tabla; aunque al Depor le bastaba con ganar: a igualdad de puntos, le daría el
título –el primero de su historia– su mejor gol average particular. Por eso, aquella semana,
los jugadores del Deportivo, Djukic incluido, la habían vivido en medio de una gran tensión
y, por eso, aquella tarde, cuando su mujer le llamó, como todos los días de partido, al hotel
de concentración para desearle suerte, le dijo muy preocupada: si acaso, no se te ocurra tirar
un penalty.
      Cuando Ceca se lo dijo, Djukic –lo recordaba ahora– se había echado a reír. Le había
hecho tanta gracia la cariñosa advertencia de Ceca, siempre tan temerosa, siempre tan
preocupada por él, que se había echado a reír como hacía cuando su madre le decía de
pequeño, allá, en Stitar (¡qué lejos estaba ahora!), que no tirase muy fuerte no fuese a
hacerle daño al portero. Cuando Ceca le dijo lo del penalty, él ni siquiera había pensado en
aquella posibilidad y, además, Djukic sabía que, en el caso de que se produjera (cosa
bastante improbable teniendo en cuenta las circunstancias de aquel partido), el encargado
de tirarlo era Donato. El sólo tendría que hacerlo en el supuesto también bastante
improbable de que Donato no estuviese en condiciones o en el campo (hasta el partido
anterior, cuando Bebeto falló su segunda pena máxima en un mes, incluso habría sido el
tercero, después de los dos brasileños, en el orden de los lanzadores).
      Fue lo primero en lo que pensó cuando, a falta de un minuto para el final del partido y
con el marcador a cero, el árbitro pitó penalty. Hacía dos minutos que en Barcelona había
acabado el partido (con victoria del Barcelona) y, en ese instante, éste era el campeón de
Liga. En Riazor, entre tanto, el partido había ido transcurriendo sin que el Coruña, hecho un
manojo de nervios, fuese capaz de batir la portería de un Valencia que, por lo que se
entregaban y corrían sus jugadores, que no se jugaban nada en aquel partido, estaba claro
que había venido primado, y los presentimientos peores de las vísperas estaban a punto de
consumarse. Lo que los más pesimistas habían augurado: que el Deportivo no tenía
mentalidad de campeón, que al final le podría la presión, que La Coruña y toda Galicia
sufrirían la peor decepción de su historia deportiva, etcétera, se estaba cumpliendo. El
Barcelona era ya el campeón de Liga. Quedaba sólo un minuto –más lo que añadiese el
árbitro– para que se produjese el milagro.
      Y se produjo. Llegó el milagro cuando ya nadie en el campo ni en las gradas lo
esperaba; en el campo, porque los jugadores del Deportivo, aunque seguían intentándolo,
ya apenas tenían fuerzas para correr (alguno, incluso, como Bebeto, renqueaba por el
césped con calambres en las piernas) y, en las gradas, porque los aficionados, al principio
tan bulliciosos, tan convencidos de la victoria, habían enmudecido, aunque siguieran en sus
asientos contemplando impotentes la tragedia que se cernía sobre su estadio. Pero, de
repente, un delantero deportivista, quizá Fran, quizá Bebeto (con la tensión del momento y
desde su posición en el campo, Djukic ni siquiera pudo ver quién había sido), se internó
decidido en el área del Valencia, regateó a un defensor, el defensa le zancadilleó y, ante el
asombro de todos los que seguían el partido con el corazón en un puño desde todos los
puntos de España y de Yugoslavia (los de Yugoslavia por culpa de él), el árbitro pitó
penalty.
      El campo se vino abajo. Los graderíos de Riazor, hasta ese momento mudos, estallaron
en un griterío como Djukic no había oído nunca antes; y eso que en Yugoslavia los
aficionados al fútbol también gritaban lo suyo. A lo lejos, en el área del Valencia, los
jugadores valencianistas rodeaban al árbitro protestándole el penalty –que, por cierto, había
sido muy claro–, pero Djukic sólo oía el inmenso griterío que recorría el estadio. Penalty.
Era verdad. El árbitro lo había pitado. Algunos jugadores del Deportivo se llevaban las
manos a la cabeza sin acabar de creérselo. Otros, como Liaño, el portero, se santiguaban.
Aunque parecía imposible, el milagro se había consumado.
      Mejor dicho: se podía consumar. El árbitro había pitado penalty, pero el penalty aún
había que meterlo. ¡Y a ver quién era el guapo que lo tiraba en aquellas circunstancias! Fue
justo en ese momento, cuando calibró aquel trance, cuando Djukic se dio cuenta de que
Donato no estaba ya en el campo. Hacía quince minutos que Arsenio le había sustituido por
Alfredo jugándose a la desesperada la carta del ataque. Cuando el entrenador hizo el
cambio, Djukic ni siquiera se fijó en él, entregado como estaba, igual que sus compañeros,
a la difícil tarea de levantar el partido –un partido que se les escapaba–, pero ahora se daba
cuenta de lo que suponía: que era él, precisamente él, el señalado por el destino para tirar el
penalty. De hecho, sus compañeros ya le buscaban con la mirada y, desde el banquillo,
todos: Arsenio, el médico, el masajista, hasta los jugadores reservas –entre los que divisó a
Donato–, le hacían gestos histéricos para que se dirigiera hacia la otra área. A Djukic le
pareció que todo el estadio se apoyaba de repente sobre él.
      Pese a ello, reaccionó con entereza. Aunque ninguno seguramente tan trascendental
como aquél, a lo largo de su vida deportiva ya había vivido muchos momentos difíciles.
Como cuando debutó en Primera (con el Rad de Belgrado, allá, en su país) o como cuando,
con el Deportivo, consiguió el ascenso a la Primera División española en un final agónico
en el que hubo hasta un incendio en los graderíos, en su primera temporada en el fútbol
español. Eso sin contar los que la otra vida, la de verdad, le había dado: el día que decidió
dedicarse al fútbol abandonando el trabajo que tenía entonces y contra la voluntad de su
padre, que prácticamente le echó de casa, el de su boda con Ceca –a la que conoció por
aquella  época–, el nacimiento de sus dos hijos (los seres que más quería) o la muerte de su
hermano Milosav en accidente de tráfico.
      Mientras cruzaba el campo entre el griterío del público y las palabras de ánimo de sus
compañeros, que le daban consejos distintos y hasta enfrentados (¡por arriba!, ¡por abajo!,
¡a romper!, ¡colócala!, ¡vamos, Yuka! …), Yuka, como le llamaban todos en La Coruña,
quizá porque era más fácil, recordó el largo camino que había recorrido hasta ese instante,
desde cuando jugaba en los prados de Stitar con los otros chicos del pueblo (todos más altos
que él) hasta que fichó por el Deportivo buscando ganar dinero y huyendo de la guerra que
asolaba su país. En medio, perdidos entre las brumas del tiempo y de la distancia, quedaban
los balones que su padre le pinchaba para que estudiara en vez de estar todo el día jugando
al fútbol (y que él reponía en seguida con el dinero que ahorraba); la bicicleta que aquél,
chatarrero de oficio, le fabricó, sin embargo, con trozos de bicis viejas para que pudiera ir a
entrenar cada día a Savac, la capital de la región, por cuyo primer equipo –el Macva, de
Segunda División– ya había fichado; su primera decepción y su abandono del fútbol tras su
fracaso en el Macva; su trabajo posterior, como palista en la estación del ferrocarril, trabajo
que alternaba por las tardes con los entrenamientos del Zeleznikar, el otro equipo de Savac,
al que le llevó Milinkovic, un jugador de su pueblo que había jugado en Primera, a cambio
precisamente de aquel trabajo; su triunfo en el Zeleznikar y su vuelta al Macva –ahora ya
como profesional– o, en fin, el primer dinero serio que ganó jugando al fútbol cuando, dos
años más tarde, le fichó el Rad de Belgrado: dos millones y medio de pesetas con los que se
compró su primer coche y amuebló la casa que su hermano Milosav le había hecho en
Stitar. Djukic todavía recordaba algunas veces –ahora con una sonrisa– el viaje en tren de
regreso a Savac comentando con Ceca, con la que se acababa de casar, si les daría tiempo
en toda su vida de gastar todo el dinero que acababan de pagarles.
      La verdad es que la suya no había sido una carrera fácil. Al contrario que otros, desde
que empezó en el fútbol, todo lo había logrado a base de mucho esfuerzo; nadie le regaló
nada. Aunque siempre, sin embargo –pensaba Djukic ahora mientras se acercaba al área–,
había tenido suerte en los momentos cruciales. Parecía como si una estrella lo iluminase. Si
no, ¿cómo se explicaba el hecho de que siempre hubiese acertado en las decisiones más
importantes, esas que determinan la vida de una persona, o que, en los momentos bajos,
cuando todo le iba mal, algo o alguien le empujaran a seguir hacia adelante? Le pasó
cuando Milinkovic le llevó a jugar al Zeleznikar (cuando él ya había decidido dejar el
fútbol) o cuando Juan Ballesta, el ayudante de Arsenio en el Deportivo, le fue a buscar a su
casa. En este caso, además, el azar ayudó también. Ballesta, por lo que él supo luego; había
viajado a Belgrado para espiar al Estrella Roja y al Partizán (el Deportivo andaba buscando
un líbero), pero, como se aburría en la ciudad, se fue a ver jugar al Rad, que jugaba sus
partidos los sábados por la noche para no coincidir con los de aquéllos. Ese día, Djukic hizo
uno de sus mejores partidos. Es más: tuvo hasta la buena suerte de debutar como líbero
(hasta entonces, lo hacía siempre de pivote) en sustitución del líbero titular, que atravesaba
una mala racha. Ballesta quedó tan impresionado que no sólo se olvidó del Estrella Roja y
el Partizán, que eran los dos equipos que había ido a ver, sino que se quedó dos semanas
más en Belgrado para seguir a Djukic, quien, por su parte, ni siquiera sabía que alguien le
estaba espiando. Lo supo a los pocos días, cuando Ballesta se presentó en su casa para
ofrecerle fichar por el Deportivo de La Coruña, una ciudad y un equipo que Djukic oía
nombrar por vez primera en su vida; ni siquiera sabía casi dónde quedaba España en el
mapa. De hecho, rechazó en un principio la oferta (tenía ya otras de equipos más
importantes, como el Paris Saint-Germain francés o el Standard de Lieja belga) e incluso se
escondía cuando veía el coche del ojeador español aparcado ante su casa para no tener que
hablar con él. Aunque, al final, acabó aceptando: quería ganar dinero y las ofertas de
aquéllos no terminaban de concretarse. Si entonces –pensaba Djukic ahora– el azar y su
buena estrella le iluminaron (desde que llegó al Deportivo todo habían sido éxitos), ¿por
qué no habrían de hacerlo ahora que se enfrentaba al momento de su vida deportiva
posiblemente más importante?
      Cuando el árbitro le dio el balón (le miró, por cierto, un instante, como si le
compadeciera), Djukic ya estaba decidido a tirar aquel penalty. No tenía, además, otra
elección. Podía, ciertamente, todavía echarse atrás (otro, en su situación, quizá lo hubiera
pensado) y pasarle la responsabilidad a otro compañero, a Bebeto, por ejemplo, que para
algo era la estrella del equipo y el que más dinero cobraba, pero Djukic no era de los que se
arrugaban. Desde que jugaba en Savac con apenas quince años, era de los que siempre
daban la cara. Y, además, sus compañeros nunca se lo hubiesen perdonado. Como tampoco
–pensó– le perdonarían en el caso de que fallase.
      Cogió el balón y lo apretó con las manos. Lo hacía siempre en esos casos, como para
asegurarse de que tenía aire. Aunque al que le faltaba el aire era a él. Sentía como si el
pecho se le estuviese cerrando. A su lado, un compañero le daba todavía algún último
consejo (¡por abajo, junto al palo!, ¡vamos, Yuka!…) y el árbitro le decía lo que siempre
dicen los árbitros en esos casos: que no hiciese nada extraño, que no se detuviera a mitad de
su carrera, que esperase a tirar a que él pitase…, pero él no les oía. Ni siquiera oía ya el
griterío del público, que se había ido apagando poco a poco, a medida que el instante
decisivo se acercaba. Djukic sólo oía ya el palpitar de su corazón y el zumbido entrecortado
de su respiración ahogada. Fue la primera prueba que tuvo de que estaba más nervioso de la
cuenta.
      Intentó recobrar la calma. Respiró hondo buscando aire y sintió cómo éste se agolpaba
en su diafragma. No podía llegar a los pulmones; era como si aquél se le hubiese
bloqueado. Djukic volvió a intentarlo. Posó el balón en el suelo, en el punto de penalty, y
retrocedió unos pasos. Frente a él, a mitad de camino entre el penalty y la portería, el
árbitro le daba ahora las advertencias correspondientes al portero del Valencia (por primera
vez en todo el partido, Djukic se fijó en él; hasta entonces, sólo se había fijado en que
llevaba un jersey azul) e imaginó, para consolarse, que a éste tampoco le llegaría el aire
hasta los pulmones, porque estaría tan nervioso como él en ese instante. La suposición no
bastó para tranquilizarle, pero sí al menos para que comenzase a pensar en el penalty. Hasta
entonces, había sopesado una por una todas las circunstancias de aquel momento, pero no
en cómo iba a tirarlo.
      A veces, en los entrenamientos –recordó Djukic entonces– él y sus compañeros habían
imaginado aquella posibilidad como un juego, como una hipótesis tan lejana que incluso se
divertían imaginándola: último minuto de un partido, empate a cero o a goles y el árbitro
pita un penalty. ¿Quién lo tira? ¿Y cómo? Djukic y sus compañeros (del Deportivo de La
Coruña y de todos los equipos en que había jugado antes) lo habían imaginado muchas
veces, siempre como una posibilidad, pero ahora aquella hipótesis no era una posibilidad, y
mucho menos un juego. Ahora, la hipótesis de los entrenamientos se había hecho realidad y
en las peores circunstancias en las que podía darse: en el último minuto del último partido
de una Liga que se jugaba precisamente en aquel penalty.
      Djukic, en esos casos –recordó entonces también–, era el primero en tirarlo. Le gustaba
tirar penaltys porque era la única manera que tenía de recordar sus tiempos del Macva, y
antes aún: de los partidos con el equipo del pueblo, cuando, por su pequeña estatura, jugaba
de delantero. Hasta los quince años, de hecho, era tan diminuto que la gente iba a mirarlo,
admirada de ver a aquel chiquillo que volvía locos a los contrarios pese a que a algunos de
ellos apenas les llegaba a la cintura. Pero, a los quince años, estando ya en el Macva,
Djukic empezó a crecer (en un año solamente creció 20 centímetros) y los entrenadores
comenzaron a retrasarle, primero al centro del campo y luego ya a la defensa, para
aprovechar su estatura y su poderío físico ante los delanteros contrarios. Pero él siempre
prefirió el juego de ataque. Le gustaba coger el balón, bien del portero o bien de algún
compañero, que se lo pasaban para que lo jugara, y, con su depurada técnica, cruzar el
campo con él hasta la portería contraria regateando a cuantos le salían al paso; lo cual le
había causado más de una bronca de sus entrenadores, que veían con temor cómo
arriesgaba el balón y cómo dejaba huecos a sus espaldas (Arsenio, incluso, le había
prohibido pasar del medio campo), aunque su natural instinto le llevara a repetir sus
arrancadas en cuanto se le presentaba otra oportunidad. Por eso, le gustaba subir a rematar
los córners (a lo que sí estaba autorizado) y, por eso, en los entrenamientos, era el primero
en tirar los penaltys. Lo hacía siempre muy suave, a la izquierda o a la derecha, colocando
el balón y engañando al portero con la mirada.
      Pero ahora era distinto. Ahora se estaba jugando el futuro de la Liga y de su equipo (por
no hablar del suyo propio) y no era momento para florituras. Era mejor tirar a romper,
olvidarse de la técnica y de lo que decía su madre y pegarle al balón con todas sus fuerzas
para asegurarse al menos de que nadie le diría nada. Porque, si el balón entraba, nadie se
iba a fijar en si iba bien o mal tirado (lo importante es que había entrado) y, si no, daría lo
mismo: la decepción iba a ser tan grande que durante toda su vida la seguiría recordando.
Pero, al menos, nadie podría decirle que la había provocado él por quererse lucir en aquel
trance.
      No le dio tiempo a seguir pensando. De repente, Djukic oyó el silbato del árbitro y
comprendió con angustia que el momento decisivo había llegado. Frente a él, la mancha
azul del portero llenaba toda la portería (que hasta entonces le había parecido inmensa:
siempre pasaba lo mismo) y a su lado ya no vio a nadie. Sólo otra mancha –la mancha
negra del árbitro–, que esperaba también a su derecha, junto a la raya del área. Los demás:
los jugadores de ambos equipos, el público, hasta los policías y los fotógrafos que hasta ese
instante se amontonaban por centenares detrás de la portería habían desaparecido. En el
estadio de Riazor –y en el mundo– sólo estaban ya él, el portero y el árbitro.
      Djukic comenzó a correr sin saber todavía cómo tirar el penalty. Ya no podía pensar; ya
era tarde para todo. Le dio al balón sin mirarlo, como si le pegara al aire (el aire que a él le
faltaba), y durante unos segundos, que a él le parecieron eternos, larguísimos,
interminables, miró cómo se alejaba en dirección a la portería donde la mancha azul del
portero comenzaba lentamente a desplazarse. Ni siquiera vio adónde iba; no vio cómo lo
paraba. Sólo vio que, de repente, el campo volvió a rugir, después de varios segundos
mudo, y el portero del Valencia, que había vuelto a levantarse, comenzaba a correr y a dar
saltos de alegría mientras sus compañeros de equipo corrían a abrazarlo. Había parado el
penalty.
      Los compañeros de Djukic tardaron más en hacer lo mismo con él, pero él ni llegó a
enterarse. Arrodillado en el césped, como un boxeador caído, sólo pensaba en huir de allí
mientras se repetía a sí mismo, como cuando se mató su hermano, lo que su padre solía
decir de la vida cuando la vida le golpeaba: tanta pasión para nada.

El arte y el fútbol

Juan Villoro
Ciberoamérica. México, 12 de abril.

Malraux definió nuestra época como “el extraño siglo de los deportes” y Huizinga al ser humano
como homo ludens. Tomadas al pie de la letra, estas ideas sugieren que la civilización
contemporánea es la historia del juego organizado y debe ser estudiada en las canchas y los
vestidores.

Es obvio que tan benévolas opiniones sobre la trascendencia del juego no son compartidas por la
mayoría. Si algo caracteriza nuestra humana condición es la capacidad de estar en desacuerdo.
Numerosos analistas han dedicado páginas de severidad marcial a criticar las pasiones excesivas,
la manipulación de la conducta y el embrutecimiento generalizado que se dan cita en los estadios.
Para colmo, el más popular de los deportes se juega con los pies, lo cual se opone a la historia de
la evolución. El hombre desciende de un homínido que comía frutas y era incapaz de servirse del
pulgar oponible; en consecuencia, una actividad que cancela el uso de las manos semeja un
retorno a la barbarie. ¿Cómo es posible que la especie que inventó el sistema decimal, de tanto
contarse los dedos, se apasione con un juego donde sólo el portero tiene dispensa para usar las
extremidades prohibidas?

En sus más simples fundamentos, el futbol propone un regreso a las cavernas, donde las manos
servían de muy poco. Por eso el poeta Antonio Deltoro ha escrito que sus batallas representan “la
venganza del pie sobre la mano”. La fascinación elemental del “juego del hombre”, como lo bautizó
el cronista Ángel Fernández, proviene de su tosca dificultad y su vínculo con un tiempo primigenio.
¿Qué significa este retroceso en el tiempo? Que el domingo podemos recuperar lo que aún
tenemos de tribu encandilada por el fuego, del griego que confunde a los dioses con los mortales,
del niño convencido de que los héroes duran 90 minutos.
Las definiciones de Malraux y Huizinga son certeras, pero requieren de una precisión histórica:
durante años el hombre chutó balones con placer sin aceptar que esa actividad definía su vida. Los
miles de ojos ávidos que atestiguaban un partido no pertenecían a la cultura.

Numerosos artistas repudiaron el futbol como una droga social o prefirieron mantener en secreto su
afición por los goles para evitar que sus pinceles, sus plumas o sus leotardos se mezclaran con las
gestas resueltas a patadas. El balón dominado con pericia y las barridas enjundiosas parecían
ajenas a las tareas de los estetas. Incluso las mitologías que acompañan a los equipos y a los
ídolos --el futbol como imaginativa forma de representación-- se descartaban como saldos
groseros, fundamentalistas, de un oficio que a fin de cuentas sólo servía para transpirar.

Resulta difícil concebir a Sartre, hombre de letras, comprometido con la razón 24 horas al día,
preocupado por la suerte del Paris Saint Germain. Aunque los guardametas de la época usaban el
suéter de cuello de tortuga de los existencialistas, el indagador del ser y la nada no fumaba su pipa
en los estadios. En una de sus clásicas paradojas, Oscar Wilde comentó: “El futbol es un deporte
de los más apropiado para niñas rudas; pero no apto para jóvenes delicados”. El intelecto debía
alejarse del tosco universo de las bestias: “La única forma posible del ejercicio es hablar”.

Hasta mediados de siglo pasado, una fuerte presión social impidió que el futbol rebasara los límites
del barrio, el descampado, el canallesco arrabal. Sin embargo, a contrapelo de las modas, tuvo
cultores privilegiados.

Albert Camus creció en una familia de pobreza extrema y decidió jugar de portero porque en esa
posición se gastan menos los zapatos. Años después diría que todo lo que sabía de la ética era
obra del futbol, el territorio en el que se ignora por dónde saldrá el balón.

En la pintura, Max Beckmann llevó el expresionismo al área chica, Robert Delaunay inmortalizó un
lance del “equipo de Cardiff”, Nicolas De Staël creó un paisaje perfectamente abstracto al que por
soberano capricho tituló “Los futbolistas”, Pablo Picasso dibujó a tres fantasmones regordetes que
flotan en pos de un sol hecho pelota y el mexicano Ángel Zárraga logró una sutil y perturbadora
transexualidad con sus mujeres futbolistas.

El cine ha ofrecido churros como El gran escape, donde Pelé comparte créditos con Max Von
Sidow, melodramas para llorar entre palomita y palomita (Pelota de trapo), rocambolescos driblings
de Resortes y episodios de alta temperatura intelectual como El miedo del portero ante el penalty,
de Wim Wenders, basada en la novela de Peter Handke.

Los escritores se dedican, con variada intensidad, a rendir testimonio de lo que miran en el césped:
Vinicius de Moraes retrató a Garrincha, Umberto Saba a un equipo sin gloria, Samuel Becket al
hombre acorralado, ansioso de que el destino le brinde un “juego de vuelta”, Günter Grass a un
arquero en un estadio nocturno, Pier Paolo Pasolini a los que corren en prosa y a los que corren en
poesía y Luis Miguel Aguilar a un virtuoso con tan buen toque que se electrocuta.

El futbol ha sido la más peculiar factoría de artistas: Joan Manuel Serrat aprendió a cantar en los
campos del Barcelona, Chillida se dedicó a la escultura cuando una lesión lo alejó para siempre del
Athletic de Bilbao y Jorge Valdano adquirió su buena prosa en las concentraciones del Real Madrid
y la selección argentina.

Los tiempos han cambiado tanto que se intelectualiza el futbol en exceso, se considera que
cualquier entrenador con ingenio es un filósofo y se publican odas lamentables en nombre del amor
a la camiseta. Lo decisivo, a fin de cuentas, es que el futbol se percibe como cosa mental. Nadie
puede jugarlo ni verlo sin imaginación. Se los digo yo, que una vez gané la Copa del Mundo, y no
tuve necesidad de despertarme.
Los cachorros.

Cuéllar, un niño que llega al colegio religioso Champagnat, situado en el exclusivo barrio limeño de
Miraflores, debe integrarse en el grupo de la sociedad miraflorina. En un principio, destaca por su
aplicación académica y deportiva con lo que se granjea la amistad, el respeto y el reconocimiento
del resto de los alumnos, entrando a formar parte de un grupo de cuatro chicos (Lalo, Chingolo,
Mañuco e Cholo). Pronto, Judas, el perro del colegio lo ataca tras un entrenamiento de fútbol, lo
que provoca la castración del muchacho. A partir de ahí, todo cambia: la actitud de sus padres
hacia él, de los profesores y de los compañeros, que le imponen el apodo “Pichulita”. Cuéllar
intenta demostrar su virilidad a través de los deportes y de actitudes machistas. Paulatinamente,
el protagonista asume una castración irreversible, separándose del grupo y reaccionando con
manifestaciones violentas e impropias, que termina con un desgraciado final. El resto del grupo
cumple con las normas sociales; los amigos se casan, se acomodan en una vida burguesa y tienen
hijos que iniciarán de nuevo el ciclo vital dentro de la clase alta Limeña.

Por @pedritolezkano

Es sabido que en la fecha, Augusto Roa Bastos cumpliría 99 años de nacido en un barrio de
Asunción, para luego malcriarse en Iturbe, un pequeño pueblo en el departamento de
Guairá; entre fábricas azucareras, el ferrocarril y las típicas canchitas que nacen en
cualquier espacio de tierra posible.

Fue en aquel lugar donde conoció a la mayor parte de sus personajes que encarnaron las
obras literarias del astro de la pluma paraguaya, reales o imaginarios, a lo largo de su vida.

"Un genio,  genio de las letras mundial", diría sin duda alguna, aquel buen relator en
trasmisión deportiva, si este arte se viviera con la misma grandilocuencia.

No obstante, no existe punto de comparación. Poesías, novelas, guiones y cuentos llenaron


la canasta de la literatura paraguaya, todos de la mano de Roa y un equipo increíble que
marcó el rumbo de la generación del 900.

En una entrevista conjunta con otro talentoso y también como él, ganador del Premio
Cervantes, Ernesto Sábato, a quien conoció en Buenos Aires, durante alguno de los 22 años
que éste pasó en esa ciudad a causa de su larga huida del ex dictador Alfredo Stroessner.

Sábato y Roa Bastos en Asunción


Ambos escritores fueron consultados sobre un montón de cosas y hablaron de sus ideas y
de sus pasiones, como la del fútbol, locura nuestra de cada día.

"Me parece increíble el dominio de la mente sobre los pies, para que éstos dirijan ese móvil
llamado pelota y producir estrategias casi guerreras", dijo en la oportunidad el mejor de los
escritores de este país.

En la misma conversación dudaba también Roa, de la nacionalidad de José Luis Chilavert,


por la manera en que el portero pateaba el balón y confesaba que no comprendía cómo los
clubes negociaban sumas siderales en pos de adquirir piernas.

Cabe mencionar que Chilavert fue quien pagó la cirugía de by pass a la que fue sometida
Roa Bastos en la Clínica Favaloro de Buenos Aires.

Arquero y escritor se profesaban un gran cariño y en el día del deceso del letrado, el ex
portero le hizo llegar una de las coronas de rosas más grandes de entre otras 40 que
rodearon el féretro del mismo en el Cabildo, a decir de la periodista Zunny Echagüe.

GOLAZO. "El crack", es también el título de un cuento genial entre tantas narraciones del
máximo exponente de nuestra literatura.  

Una historia donde el mismo despliega todo su realismo mágico a pleno, personificando en
texto a Goyo Luna, un extraordinario futbolista con ciertos defectos físicos, situación que a
su vez era su mayor virtud y que en su último partido realizó una proeza sobrehumana para
darle la tan ansiada victoria a su equipo.

En fin, Roa Bastos es una prueba más que el fútbol como espectáculo y como deporte
transcurre de puertas adentro en los estadios, pero sus efectos trascienden esos recintos y se
traducen en un más que evidente desbordamiento de sentimientos que llega a sepultar
cualquier racionalidad, hasta en aquellos que osan jactarse de ser "sumamente
intelectuales".                 

La narrativa argentina del Interior: Daniel Moyano / Carmen Ruiz Barrionuevo

La narrativa argentina del Interior: Daniel


Moyano
Carmen Ruiz Barrionuevo

Durante los años cuarenta y cincuenta se origina en Buenos Aires una gran
efervescencia editorial -sobre todo por parte de Losada, Sudamericana, y Emecé- y al
mismo tiempo una gran avidez lectora y una enorme difusión cultural, tanto en la capital
como en las provincias. Ello produce una mayor descentralización literaria y la aparición de
autores que hacen suya la realidad del interior. De este modo, la narrativa argentina de
nuestro siglo se consolida en toda su amplitud, encauzada «desde adentro»1 y en conflicto
con las influencias foráneas de los grandes centros culturales. Resultará entonces imposible
una narrativa mimética de la europea, y se buscará un tipo de relato totalmente argentino, a
la vez que se es consciente del fin de la tendencia criollista, para colocar en un primer plano
al lenguaje en la búsqueda de la propia objetividad novelesca. No importa lo que se cuenta,
sino cómo se cuenta. Y por eso estos narradores no se fijarán en la novedad de los temas y
plantearán frente a la novela descriptiva, la novela autónoma.

La eclosión de la narrativa hispanoamericana de los años sesenta alcanza también a la


Argentina. Por estas fechas se produce el éxito de narradores como Cortázar o como
Sábato, y por supuesto la admiración, siempre discutida, por la obra de Borges. Las
respuestas literarias se diversifican, Rayuela (1963) de Julio Cortázar significa un hito
fundamental que repercute en los autores del momento: la novela puede ser antinovela y
puede llevar en sí misma su crítica así como infinitas posibilidades de lectura. Se advierte
también la importancia de la obra narrativa de Onetti y se realiza una intensa relectura -
dentro del grupo de la revista Contorno (1953-1959)- de Roberto Arlt, negado antes por los
autores que se afirmaban en el cultivo del estilo literario. Estamos en plena efervescencia
de un grupo de escritores que aceptaron llamarse a sí mismos «los parricidas»2, por su
carácter iconoclasta frente a Borges, Mallea, Mujica Láinez o la revista Sur; escritores cuya
rebeldía ha dejado como herencia el culto por la novela arltiana, -que perdura en nuestros
días-, como lo prueba -entre otros- la obra de autores como Ricardo Piglia, que en Prisión
Perpetua (1988), incluye un «Homenaje a Roberto Arlt» donde parodia su estilo mediante
el hallazgo de un supuesto texto del autor de Los siete locos. Pero la narrativa argentina no
se doblega sobre sí misma, sino que continúa abriéndose a otros autores y tendencias; al
mismo tiempo se lee con pasión, por ejemplo, la narrativa norteamericana, el «Nouveau
Roman» o las novelas de Cesare Pavese.

Hacia 1965, con la incorporación de gran cantidad de lectores jóvenes, se incrementa


la exigencia de calidad y la preocupación renovada por la función que cumple la literatura
dentro de la sociedad. El ambiente cultural se acentúa propiciado por las revistas de finales
de los años sesenta como Primera Plana, Los Libros, Setecientos Monos, Macedonio -que
dirigen Juan Carlos Martini y Alberto Vanasco-, o ya en la década de los años setenta,
Crisis, dirigida por Eduardo Galeano, o Literal, de tendencia psicoanalítica que dirigen
Germán L. García y otros. Los escritores que emergen en torno a estas fechas muestran una
gran diversidad, su literatura se mantiene a contrapelo de los autores consagrados y alejada
de los círculos oficiales. Gravita sobre ellos la lingüística, el estructuralismo y la semiótica,
aparte del psicoanálisis en su modalidad lacaniana. En algunos de ellos aparece la reflexión
sobre el texto y el lenguaje dentro de una gran preocupación formal -El limonero real
(1974) de Juan José Saer (1937)3 puede ser un buen ejemplo-; en otros se aprecia
obsesivamente el rescate de subgéneros, como en la obra de Manuel Puig (1933-1990),
Boquitas pintadas (1969), The Buenos Aires Affair (1973) o El beso de la mujer araña
(1976). Otras veces las temáticas pasan por un interés acentuado por los procesos histórico-
sociales y por las implicaciones políticas; se recogen los temas nacionales de fondo
histórico como contexto, un precedente claro en el tiempo corresponde a la famosa novela
Zama de Antonio Di Benedetto, en 1956.

Pero es en los mismos años sesenta cuando surgen algunos de los títulos más
significativos del nuevo grupo de escritores. Citemos algunos teniendo en cuenta que tales
obras se publican en la misma década que Rayuela de Cortázar, y que La ciudad y los
perros de Vargas Llosa, ambas de 1963, y que Tres tristes tigres y Cien años de soledad
también de 1967; Sudeste (1962) y Alrededor de la jaula (1966) de Haroldo Conti; Los
hombres de a caballo de David Viñas, Los suicidas de Di Benedetto, ambas de 1967; El
oscuro de Daniel Moyano y La traición de Rita Hayworth de Manuel Puig, en 1968;
Boquitas pintadas también de Puig, Luego en Casabindo de Héctor Tizón, Cicatrices de
Juan José Saer y El amhor, los orsinis y la muerte de Néstor Sánchez, todas de 1969.

El autor que hoy nos ocupa, Daniel Moyano, pertenece a esta promoción de los años
sesenta, su obra se une a la de otros narradores del interior que, contrarios a todo
regionalismo pintoresco, se muestran preocupados en la búsqueda de nuevas formas. No
hay, sin embargo, uniformidad de estilos en el grupo, cada uno sigue su propio empeño.
Eso sí, dentro de una línea realista, en la que no suele haber drásticas rupturas. Antonio Di
Benedetto (1922-1987), Héctor Tizón (1929), Juan José Hernández (1930) y Daniel
Moyano (1930) son narradores ubicados en esas provincias argentinas y a través de ellos se
oye esa voz de la tierra canalizada por procedimientos distintos. Di Benedetto es narrador
de temas urbanos, pero la provincia aflora en los temas de sus cuentos. Su narrativa se
caracteriza por un pesimismo sombrío que todo lo invade, así en Sombras nada más...
(1985), su última novela, Emanuel se desangra en su pugna por persistir en un mundo cuyo
principal rasgo es la hostilidad y el rechazo. Sus obras nacen de una especial hiperestesia
que lo lleva a centrarse en temas como el absurdo, la soledad, la espera angustiosa, el mal,
la muerte. De su amplia obra, su novela Zama4 ha sido considerada, desde su aparición en
1956, como una de las obras fundamentales de la narrativa argentina de los últimos años.

En Zama la historia de Diego de Zama en Asunción del Paraguay nos sumerge en un


entorno de soledad y desamparo, en un tiempo estancado en círculos inmóviles que se
concretan en tres momentos de la vida de su protagonista. Víctima de la decadencia de la
corona española a fines del siglo XVIII, Diego de Zama espera un traslado que se demora
indefinidamente; irá perdiendo sus bienes y fortuna y emprenderá progresivamente un
peculiar itinerario hacia los infiernos, internándose por un terreno por el que ya se sabe
vencido de antemano. Diego de Zama en su hidalguía se descubre en una doble actuación
que lo proyecta hacia los demás y hacia sí mismo en busca de una meta inalcanzable. Es así
como el protagonista consigue una dimensión universal que lo engrandece. Los fracasos se
suceden, -los episodios cortos de la novela contribuyen a esa sensación de lo que se sabe
efímero-. Los problemas sexuales, la quiebra económica, la situación de su honor de
caballero ante la corona española, dibujan un panorama que sobrepasa cualquier
encasillamiento temporal.

La narrativa de Di Benedetto consiste en una difícil suma de una filosofía del mundo
como agresión deliberada y constante -en sus relatos las comparaciones con el ámbito
animal predominan- y una visión no exenta de ciertos componentes líricos que brotan de su
propio aislamiento y de la convicción de la absoluta necesidad de sobrevivir en un mundo
sórdido y cruel. Tal vez en este sentido, el breve relato «Caballo en el salitral» (1982) -
concebido, según propia confesión, de la contemplación de un carrito cargado de pan a
pleno sol, cuyo caballo, inmovilizado, acaso padeciera hambre y sed-, sea significativo. En
el final del relato consigue superar la muerte y la desolación para convertirlo en un triunfo
de la naturaleza, en un canto lírico en el que los despojos de la podredumbre sirven de
receptáculo para el comienzo de la vida.

Juan José Hernández, como Daniel Moyano, aborda el enfrentamiento de la provincia


y la capital aunque no hay en él un sentimiento de marginación. En sus dos primeros
volúmenes de cuentos El inocente (1965) y La favorita (1977) destaca una temática
centrada en el ambiente provinciano, la desmitificación de la infancia y el mundo de las
mujeres; en cuentos como «Anita», «Julián», «Reinas» o «La favorita» domina la relación
sorprendente o perversa, el poder teñido de sadismo en una naturaleza proliferante que
recuerda en algún momento el realismo mágico. Predominan también los cuentos que
tienen como protagonistas o narradores a niños, -y aunque también trata el tema del
desamparo de la infancia como Moyano-, en la mayoría se pone el acento en las hirientes y
dolorosas relaciones subjetivas del niño con los adultos. El propio Daniel Moyano dice de
él que «arma cuidadosamente su mundo. Un mundo cruel regido por mujeres dulces y
melodiosas que actúan como principio constructivo-destructivo. Esas mujeres, que
aparecen en los balcones, en las siestas provincianas, soltándose el pelo retinto, sabedoras
de los baúles donde están los vestidos de las novias enterradas, y de los patios donde
revientan flores lechosas y carnales, son la tierra; la madre tierra de la que surgen los
inocentes que, cada vez que intenten una salida de ese orden maternal y secreto, se
convertirán en víctimas»5. Pero es en su novela La ciudad de los sueños (1971) donde
plantea la relación de frustración y asfixia que produce la provincia frente a la gran ciudad
en la época concreta de los años 1944 y 1945. Y en consonancia con su tiempo organiza su
novela como una amalgama de discursos diferentes, enunciados por diversos personajes
desde distintos puntos de vista y tiempos diversos. Al discurso fundamental del diario de la
protagonista se mezclan fragmentos de una revista snob, cartas, monólogos y diferentes
niveles de lengua cuyo mejor ejemplo puede ser la narrativa de Puig.

En Héctor Tizón, lo urbano no aparece, hay en él una preocupación histórica, e intenta


reconstruir desde sus orígenes la historia argentina. La ficcionalización de lo histórico
abarca toda su obra y no resulta esporádica, como puede ser Zama de Antonio Di
Benedetto. En 1969 se publica Fuego en Casabindo y se inicia una fecunda década de su
producción literaria. En 1973 aparece su segunda novela El cantar del profeta y el bandido,
y en 1975 la tercera y la más ambiciosa de todas: Sota de bastos, caballo de espadas. Su
narrativa se organiza en esa reconstrucción del pasado en la que la búsqueda histórica se
alía a los elementos míticos. Esa pretensión de hacer ficción de la historia provoca que su
obra se organice a la manera épica, en tres ciclos. Cada novela se proyecta, por tanto, como
una historia a la vez real y fantástica, en cuyo interior lo mítico se reordena o se somete a
un tratamiento épico que los distancia. Como dice Mirta E. Stern, «Tizón convoca la
historia para presentar un mundo de seres alienados de la misma, dentro del cual todo
acontecer se acepta como una ley mecánica e inevitable. Los que sobreviven no son sino
fantasmas de una realidad que no les permitió salida, herederos de un mundo
deshistorizado, congelado y sin comunicación con el exterior»6.

A todos estos narradores se puede añadir la figura de Haroldo Conti (1925-1976)7, que
aunque no suele considerarse específicamente del interior, logra una literatura vital ligada a
una experiencia de lo próximo transmutado en escritura. En sus cuentos, como en sus
novelas, importa más el ambiente que las acciones, desde el realismo de Sudeste (1962) a la
epopeya paródica Mascaró el cazador americano (1975), o sus cuentos Todos los veranos
(1964), Con otra gente (1967) o La balada del álamo Carolina (1975) en los que se
evidencia una fuerte efusión lírica en el tratamiento de los ambientes marginados.

Resulta evidente que en todos los autores citados aparecen temas similares en amplios
registros personales y con una coherencia temática individual. Así, en la ficción de Moyano
hay siempre un apego referencial al realismo aun cuando se desplace hacia lo alegórico; en
Juan José Hernández y en Héctor Tizón se configuran unos espacios imaginarios que los
emparentan en cierto sentido, con el llamado «realismo mágico», y en ellos como en Di
Benedetto se presenta una intensa preocupación formal y estilística, así como una
cuidadosa reflexión sobre el lenguaje.

Años después de la consolidación del grupo, en 1975, se produce en la Argentina una


profunda crisis editorial; la censura y la falta de apoyo a los escritores nuevos sólo propicia
la permanencia de los nombres ya consagrados. De este modo apenas la literatura se
mantiene ante la apatía del público lector. Es entonces cuando las circunstancias políticas -
la dictadura militar- producen la dispersión. Unos siguen publicando en el exilio con las
dificultades consiguientes, y sus obras son apenas conocidas en su país, otros son
marginados en el exilio interior.

Daniel Moyano es un escritor representativo de esta situación. Nacido en 1930 en


Buenos Aires, vivió desde su niñez en el interior del país, primero en Córdoba y luego en
La Rioja. Se inició como periodista en el matutino Meridiano de Córdoba en 1956,
colaboró en La Gaceta de Tucumán y en La Prensa de Buenos Aires. Después en el diario
El Independiente y en la revista humorística El Champi. En La Rioja fue profesor de violín
en el Conservatorio Provincial, e intérprete de viola en el Cuarteto Estable de la provincia, -
entendemos así por qué la música aparece siempre incorporada a su obra-. Desde 1976, a
raíz de sufrir prisión y dificultades políticas, con el golpe militar, se traslada a España y
reside aquí desde entonces.

Moyano es autor de una extensa obra narrativa que abarca el cuento y la novela.
Comenzó con el cuento, con Artistas de variedades (1960), La lombriz en 1964, El juego
interrumpido de 1967, Mi música es para esta gente de 1970 y El estuche de cocodrilo de
1974. Selecciones de sus cuentos aparecen en otros títulos: El monstruo y otros cuentos
(1967) y La espera y otros cuentos (1982).
Se inicia en la novela en 1966, con Una luz muy lejana, dos años después, en 1968,
aparece El oscuro, titulada antes El coronel, que ganó el primer premio en el concurso de la
revista Primera Plana en 1967. Luego publica en 1974 El trino del diablo y, ya residiendo
en España, El vuelo del tigre en 1981, en 1983 Libro de navíos y borrascas y por último
Tres golpes de timbal en 1989.

En cuanto a la práctica de la literatura, se puede considerar a Moyano autodidacta, sus


fuentes han sido la vida misma y los libros, él mismo se ha referido a los escasos estímulos
que pudo poseer en su infancia: la biblioteca de la escuela de Córdoba, donde terminó la
primaria, y la figura del abuelo8. Porque algún recuerdo de la adolescencia está vinculado a
la Falda, en las Sierras de Córdoba, cuando después de una infancia poco feliz con los tíos,
fueron su hermana y él a vivir con los abuelos: «Aquello era el paraíso, del que conservo
esta imagen -nos dice-: cuando hacíamos el pan, en el horno de ladrillos poníamos también
a asar batatas. Con las brasas del horno, en invierno, llenábamos un gran fuentón para
calentar la casa. Y a la noche leíamos el Quijote alrededor del fuego, comiendo batatas
calentitas»9. El centro de esta reunión era el abuelo materno José Bellini, que -según sus
propias palabras- «improvisaba versos circunstanciales imitando el estilo gauchesco en su
media lengua mezclando italiano y castellano»10. Le leía al abuelo durante el invierno
versos de Zorrilla, obras gauchescas y el Quijote, y Moyano siempre recuerda la anécdota
de que cuando le leyó el capítulo donde muere el hidalgo se le saltaron las lágrimas y dijo
en su lengua natal: poverino il vechiotto. En estos años la maestra lo puso en contacto con
la obra de Dickens y de Dumas.

A los dieciséis años marcha a Córdoba, allí trabajó y pudo hacer el bachillerato en La
Rioja más tarde; todavía en Córdoba leyó a Kafka, lo que confiesa decisivo, y a Pavese en
su propia lengua.

Daniel Moyano tiene asumida su pertenencia a ese grupo de escritores del interior y
considera que le son próximos los nombres de Juan José Hernández, Antonio Di Benedetto
y Haroldo Conti, «sobre todo porque mirábamos más para adentro del país que de Buenos
Aires; más para Juan Rulfo, Carpentier o García Márquez, que para el lado de Borges.
Éramos como provincias que se integran a la unidad nacional. Hacíamos oír las voces del
interior sin folclorismos ni panfleto político. A partir del año 69 el país empezó a
aceptarnos»11. A ellos se unieron pronto en esta aceptación, otros nombres: Héctor Tizón,
Juan José Saer, Abelardo Castillo, Rodolfo Walsh.

Su obra, en sus cuentos y en sus novelas, presenta una unidad fundamental: trata temas
de marginación, de soledad o desarraigo que se incrementan en ocasiones en sus últimas
obras con la presencia del exilio. Suelen aparecer a menudo dos espacios o a veces uno de
ellos permanece latente, como en la memoria; la gran ciudad y la pequeña ciudad, Buenos
Aires y las ciudades del interior con todo lo que implican para sus habitantes, nos hacen
reflexionar acerca de esa inserción social del hombre de provincias en un medio extraño y
hostil. Mientras la provincia se extingue en sus relatos por el abandono y la pobreza, la
violencia irrumpe como fruto de esas situaciones marginales hasta abarcar todo el
continente americano. La intención testimonial resulta clara en cualquier caso. Pero no hay
nunca ningún folclorismo, ni ningún atisbo de lo pintoresco, no hay reproducción
minuciosa de ambientes, ni regionalismo, ni obsesión por transcribir el lenguaje local. De
tal modo su obra alcanza un universalismo que abraza a todos los seres humanos.

Si sus cuentos buscan temas relacionados con la infancia y la adolescencia marginadas


en un poso de tristeza, -es el caso de «La lombriz», «La puerta» o «Los mil días»- sus
novelas, muy especialmente las tres primeras, se articulan sobre un fondo social, la
emigración de los habitantes de las provincias pobres hacia el gran centro urbano, lo que
conlleva inevitablemente la marginalidad y el desarraigo. De sus tres primeras novelas Una
luz muy lejana y El trino del diablo tienen parecidas estructuras, un sujeto que enuncia el
proceso linealmente, y así se desgrana la conciencia del protagonista, y se va viendo la
dolorosa inserción en la ciudad que termina avasallándole. En cambio, en El oscuro da
complejidad formal es mayor y los puntos de vista varios.

Una luz muy lejana desarrolla y amplía el cuento «Artistas de variedades». Ya en la


ciudad, Ismael el protagonista va relacionándose con una serie de personajes marginados, -
disparatados a veces-, que recuerdan en algo las actitudes de los de Roberto Arlt. La ciudad
es el foco de su ilusión, así en el comienzo mismo se nos dice: «La ciudad parecía así, una
especie de disco radiante en medio del páramo»12. Luis Harss aclara en Los nuestros que en
esta novela Moyano «tocó con delicada poesía una de las raíces del mito americano: el
continente sin pasado que sigue en busca de sus momentos de verdad» 13. En efecto, es una
novela de búsqueda, de contenido metafísico, en la que comienza, como el mismo autor
confiesa, a ser fiel «a una realidad que teníamos ahí»14. Es así como surge la perspectiva de
la provincia frente a la cultura propiamente bonaerense, el deseo de resaltar en su obra -
como sucede en los autores citados de su generación- las facetas ocultas del interior: «Yo
descubrí que América Latina empezaba ahí en la provincia de La Rioja, que no éramos
Buenos Aires ni Europa»15. En este sentido, la obra de Rulfo resultó un ejemplo decisivo:
El llano en llamas se publicó en 1953 y Pedro Páramo en 1955.

Una luz muy lejana obedece a la técnica del cuento, y los capítulos se ligan a modo de
relatos por medio del motivo del viaje. El adolescente Ismael se enfrenta a la ciudad en un
paradigma mítico. La ciudad es el ámbito de lo maravilloso y a la vez el escenario de
múltiples encuentros humanos. Ismael -nombre bíblico- irá descubriendo seres sin
posibilidad de salvación, algunos de los cuales sienten la necesidad de practicar una
crueldad inútil como Peralta; otros han logrado evadirse de su realidad y se han inventado
otras existencias diferentes, como la Flaca -que pasaba las horas encerrada en su cuarto
cantando, porque sueña con ser cantante lírica- y ante la cual «Ismael sintió cruzar por
distintas zonas de su ser el deseo ferviente de tener un piano para regalárselo a la Flaca. Lo
pondría en aquel rincón, y ella podría cantar todo el día»16. O Reartes, el vendedor de
golosinas y helados, que empuja su carrito al toque del cornetín, («por eso le había gustado
tocar el cornetín de don Reartes. Aquello era una cosa verdaderamente hermosa, un hecho
que uno podía demorar durante un instante»17). La deforme Marta o Teresa que conviven
con el joven; o Teodoro que piensa que al fin y al cabo «querer es poder»18. La relación de
Ismael con todos ellos acaba en el fracaso, la frustración o la violencia.

En esta primera novela, la relación de los hombres con la ciudad ya se manifiesta


desde lejos; las luces y los monumentos se ven desde la periferia o desde un pozo, así lo
indican las imágenes que abren y cierran la novela; el panorama se observa desde «los
bordes», donde la niebla mezcla las cosas: el río, los vehículos, las calles y desde donde el
humo forma una aureola «como si fuese la cabeza de un gran santo». La ciudad es lo
inasequible y al final la única salida será abandonarla e iniciar una vida lejos de ella:

La ciudad había terminado. Una llanura interminable


apareció ante sus ojos, con un tren a lo lejos, sin ruido, que
apenas se movía. Sintió que seguir por allí era caminar sin
sentido. Y como habituando sus pensamientos al acto que
estaba realizando, pensó que era una suerte que allí estuviese
ese desierto. Allí cabían muchas casas, con otros hombres, y la
vida podría continuar de otra manera19.

Hay que pensar que éste es un efecto circular buscado en el que el paisaje ciudadano
actúa como trampa mortal.

El oscuro tiene como tema central la relación padre-hijo. En alguna entrevista,


Moyano señala varios detalles autobiográficos que pudiera contener: el abandono del padre
en su niñez y la búsqueda consiguiente de esa figura huidiza, pero añade que para el
personaje se basó en un modelo real, el padre de un amigo de muy humilde origen que
conoció en Córdoba. Pero este tema más general y trascendente contiene un aspecto
político: el personaje central es un coronel, jefe de la policía que ejerció actividades
golpistas.

En la novela se emplea de manera acertada la multiplicidad de los puntos de vista, así


podemos ver las distintas facetas de los sucesos, según sea el padre o el hijo, -o el
investigador privado Joaquín Echenique- quien los cuenta; pero casi siempre domina la
perspectiva del protagonista Víctor. Éste abre la novela con una reflexión que introduce el
motivo central: mirándose en el espejo en un momento crucial de su vida, -cuando entra en
la decadencia, y su mujer lo ha abandonado-, observa que «la expresión de los ojos
modificada por algunas arrugas, le devolvían la cara terrígena de su padre tocando el
tambor en la banda policial de la ya olvidada ciudad de La Rioja» 20. El problema es
complejo porque a lo largo de la obra veremos una contradictoria relación de búsqueda y
rechazo que es también una indagación sobre sí mismo, sobre las raíces europeas, -
representadas por la madre, muerta muy pronto-, y la figura del padre de acentuados rasgos
indígenas. La función de la memoria es fundamental en todo el texto pues ella es la que
selecciona los datos -entre los cuales gozan de especial predicamento los relacionados con
su propio padre-, y que se convierten a veces en fetiches de su pasado: el tambor y las
cartas que conserva pueden ser un buen ejemplo; o también los hechos de su propia vida
que incidieron en su matrimonio: su participación en los golpes de estado y la muerte del
estudiante.

Víctor sabe que la memoria puede perderse y modificar algún dato porque su obsesión
es el mal y su empeño es imponer la búsqueda del bien. En este momento de su vida llega a
pensar que «el error había sido salir de su ciudad natal y emprender la aventura del bien» 21
el no aceptar la línea paterna e incluso a Margarita; ella y su antiguo novio sabían que no
existe en el mundo separación entre el bien y el mal, sino simplemente hechos, cosas. Esta
lucha por establecer el orden y el bien a su alrededor hace que sólo se sienta seguro en los
recintos en los que reina el orden perfecto, como en el liceo de su juventud, -en el que la
obediencia regulaba la línea de separación entre el bien y el mal-; a imagen y semejanza
hay que establecer en la sociedad civil una única moral y el respeto a las jerarquías. Del
mismo modo, su propia casa funciona como ese centro desde el que puede mantenerse
firme en sus convicciones «en medio de un mundo que se desmoronaba»22. Víctor crea así
dos realidades, la suya propia, ordenada y coherente, -es un mundo de palabras, un mundo
perfecto- pero que en estos momentos de su vida se viene abajo, -y sin embargo es el único
que comprende-, y lo que su mujer Margarita representa: «el mundo de la precariedad,
inseguro y doliente, sin esquemas salvadores, sin dogmas precisos, inclinado siempre en la
pendiente del naufragio»23. Esta convicción le hace estar siempre al acecho de los ruidos
que se acercan a ese centro suyo y en ocasiones reproduce otra voz, que es la voz de
Margarita, a través de la cual podemos oír otro punto de vista de los problemas que le
atenazan:

Lo que pasa es que todo lo que te rodea está mal, nosotros


estamos mal, y el mundo entero está mal; solamente el señor
coronel es perfecto y está rodeado de imperfecciones; ordenaste
la muerte del estudiante y después dijiste que lo que mata es el
material, los hombres no matan, el señor coronel no mata24.

Como en la anterior novela, se advierte una oposición gran ciudad-interior, que a veces
se manifiesta por la imagen del desierto: el padre es la imagen del indio soterrado que viene
del «corazón del desierto»25. El padre representa todo lo odiado, pero a la vez el mundo
desconocido que simboliza a toda la humanidad que se opone a sus ideas, un mundo que
necesita explorar e indagar porque forma parte de sí mismo. El instrumento que toca, el
tambor, -aparte de relacionarlo con otros personajes que en las obras de Moyano sienten
pasión por la música-, es «símbolo del sonido primordial, vehículo de la palabra, de la
tradición y de la magia»26; está elaborado de la madera del árbol del mundo y a la vez en
algunas culturas africanas se lo relaciona con el corazón. Aquí también es posible esta
identificación, como lo confirma esta cita: «Lo alzó cuidadosamente, como si se tratara del
corazón del viejo, y sintió otra vez esa piedad ahogante» 27. También podemos ver en este
instrumento un valor telúrico, al ser un elemento relacionado con la tierra, pero a la vez con
carácter de ara de sacrificio. Todos estos aspectos enriquecerían nuestra percepción de la
figura del padre, y no debemos ver en ellos hechos casuales, aunque bien es cierto que este
instrumento musical es de los más modestos y frecuentes en las fiestas populares, por lo
que se refuerza el origen humilde del personaje.

El trino del diablo de 1974 introduce un elemento nuevo: el tono humorístico. Al


respecto de esta novela nos dice que la escribió muy rápido, «treinta o cuarenta días, si bien
los problemas fueron pensados, madurados durante mucho tiempo. El estilo refleja esa
rapidez. Digamos que yo seguía al personaje adonde iba. Salvo cuando empezaba a tomar
canales lógicos. Ahí suspendía la escritura. Era un acto de libertad y lo defendía»28.

Se puede ver en ella la reiteración de elementos temáticos y constructivos de la


primera en cuanto que los acontecimientos están centrados también en un único personaje:
Triclinio. También la crítica observó en su momento la intencionalidad alegórica y el hecho
de que fuera una «parábola sobre el destino del artista en la Argentina» 29. Pero tal vez esta
interpretación simplifique en exceso una obra en la que hay evidentes críticas a aspectos
políticos y sociales del militarismo argentino.

La novela comienza lejos en el tiempo, buscando las raíces en la fundación de la


ciudad de Nueva Rioja en 1591 por el logroñés Juan Ramírez de Velasco. El propósito es
desacralizar esos orígenes y también, en consecuencia, el presente. Así, ante lo poco
adecuado del lugar en que se funda la ciudad, argumenta el Padre Francisco Solano:
«Nuestra Rioja será pobre, pero sus habitantes, hombres en devenir, serán la reserva
espiritual, el refugio de los justos, el paraíso de los metafísicos» 30. Un hilo conductor une a
este Padre Francisco y a Triclinio, y es su buena disposición para la música, pero el sonido
del violín es símbolo de algo más, de la libertad, de cuanto el hombre reúne en sí de
superior. Todos los que gustan del instrumento, y en especial Triclinio, deben tener su
porvenir asegurado: -«Tú, hijo mío, serás el verdadero futuro de tu provincia» 31- aunque
irrisoriamente se juzgan las serenatas como pornográficas y a los violinistas como
peligrosos subversivos. Triclinio padecerá estas persecuciones conservando siempre su
violín, -el mismo que tocó San Francisco Solano-, y que resulta ser una especie de
maravilloso fetiche. Moyano en esta novela usa elementos del realismo mágico e
interrumpe la lógica para incidir en la parodia en momentos decisivos, por ejemplo cuando
los padres de Triclinio llegan a alimentarse de recuerdos, y se hacen invisibles.

Las salidas del humor son frecuentes: «-Es increíble -decía el cura-, parece mentira que
en esta tierra que fue de indios violinistas no haya lugar para los músicos. Ahora no te
queda otra alternativa que irte a Buenos Aires. Allá por lo menos serás un exiliado» 32. Así
el tema del exilio alcanza proporciones fantásticas, ya que no se trata sólo de la emigración
a la gran ciudad, sino de la imposibilidad de vivir en el propio país, por eso el violín se
convierte en símbolo de la cultura misma escamoteada por la dictadura: hay en los quioscos
todo lo necesario para reparar y cuidar los violines pero no se encuentran instrumentos; o
bien uno puede llegar a convertirse en violinista sospechoso y puede sufrir persecución y
hasta torturas, con lo que se reforzaría la idea anteriormente indicada.

Incrementa el carácter paródico la presencia de personajes que pueden llegar a ser


arquetípicos de la vida argentina, el general, el presidente civil y bondadoso, los soldados
con la cara pintada que se mueven en un contexto deliberadamente carnavalesco. Algunas
ironías tienen evidente carácter político: «Flotar en Buenos Aires no requería ninguna
técnica; bastaba ser una cabecita negra, todo lo demás venía solo»33. También es
intencionada la parodia de la marginación del ser humano en la parte que dedica a «Villa
Violín», el barrio en el que viven los violinistas artríticos con sus dedos retorcidos por el
agua fría de los camiones antidisturbios, músicos sin público, músicos a los que se les
impide tocar, porque la música sólo sirve para acallar los gritos de las torturas.
El trino del diablo supone un cambio de tono respecto a sus novelas anteriores, un
salto hacia lo imaginario en el que el humor llega a convertirse en doloroso sarcasmo.
Triclinio es un personaje arquetípico también y como algunos de los que le rodean, roza a
veces el esperpento. La falta de libertad, las dificultades para ejercer su vocación lo obligan
a marginarse cada vez más hasta refugiarse en el mundo utópico de Villa Violín que
reproduce la desaparecida ciudad de La Rioja. Por ello, la novela significa en sí misma un
divertimento que encierra dolorosas verdades. En definitiva, Moyano esgrime nuevos
métodos para cercar la realidad: el absurdo, la irrealidad y el esperpento. O la ironía que
aparece desde el título del primer capítulo: «Sobre el arte de fundar ciudades».

Fijémonos ahora en los cuentos. En un conocido ensayo sobre los cuentos de Daniel
Moyano, colocado al frente de La lombriz (1964), Augusto Roa Bastos34 habló del
«realismo profundo», de la madurez y la seguridad que brotan de su instinto de narrador
desde su primera entrega, Artista de variedades (1960). Desde luego que Moyano procede
creando ámbitos, climas, no prescinde de la anécdota, pero como sucede en la literatura
actual, no es ésta lo más importante, sino la forma de contarla, de presentar esos hechos,
muchas veces insólitos, sin retóricas ni extraños artificios estilísticos. El realismo profundo
consistiría en aquel modo narrativo que, sin desdeñar la alusión a la realidad social,
profundiza en los laberintos psicológicos de los personajes, en la atmósfera mágica de
situaciones ambiguas y complejas y en las contradicciones y absurdos de la vida cotidiana.
No hay reflexiones ni análisis, sino que deja en libertad al lector sobre la fábula misma,
pero para ello, el escritor debe trabajar en una ordenación previa, en una presentación y
selección de los elementos. A su vez Roa Bastos delimitaba ese realismo profundo
explicando que buscaba no reproducir, no duplicar la realidad, sino representar y «ayudar a
ver la opacidad y ambigüedad del mundo»35, en su realidad física y metafísica. De ahí que,
en efecto, la originalidad de la anécdota sea lo menos importante, porque lo que busca es el
hombre mismo, la razón y el íntimo sentido de la violencia, de la crueldad, de la soledad
que condiciona y acongoja al hombre. También el mismo novelista paraguayo apuntó dos
de sus autores más afines, -que Moyano confiesa haber leído con fruición-: Kafka y Pavese.
De Franz Kafka procede la narración de raíz metafísica que trasciende lo anecdótico a
través del empleo de la alegoría y el símbolo. De Cesare Pavese la narración con fondo
mítico en la que se atiende a la realidad del personaje que cuenta, puesto que es al fin y al
cabo el único narrador insustituible. El resultado es, sin embargo, una obra tremendamente
personal; el escritor crea atmósferas de tragedia y de fatalidad en los entornos cotidianos;
así se observa cuánto de inhumano tiene ese mundo que creemos humano. Se ordenan las
cosas, los hechos, los sucesos, para que el producto sea precisamente ése, y se proyecte esa
otra perspectiva.

Sus colecciones de cuentos presentan cierta unidad temática y estilística, aunque en los
cuentos posteriores al exilio asomen con más incidencia aspectos vinculados a la represión
y, tenuemente, a la personal vivencia madrileña.

Se ha hablado mucho de su preferencia por los temas de la infancia, y aun de la


posibilidad de reducir a un único argumento la temática de sus cuentos, porque en ellos
subyacería el mito del paraíso perdido, la situación del hombre en un mundo cerrado
próximo a la muerte, el tema de la víctima inocente, la promesa de salvación simbolizada
por el padre, la culpa y la expiación. Los espacios también están definidos como infiernos o
cielos, como sucede en «La puerta» o en «El joven que fue al cielo». Lo que sucede es que
los cuentos de Daniel Moyano giran en torno a la experiencia vital general del hombre en el
mundo, que no es ni más ni menos que signo de una fidelidad y de una autenticidad
narrativa.

En todos ellos se observa cómo el autor evoca sin retórica la existencia desnuda de los
seres, las circunstancias que descubren su destino. Los hechos son deliberadamente
cotidianos, nada o muy poco extraordinarios, pero se cargan de significación. Otras veces
son misterios diarios cuya presencia trata de cercar. El nuevo realismo se basa justamente
en eso, en desvelar esos fragmentos de lo real, sobre los que no puso atención el viejo
realismo, y en él entran lo desconocido, lo misterioso, lo insólito. A veces importa más en
esta técnica lo sugerido o lo que se sobreentiende, porque el escritor es consciente de su
destinatario, del lector que recibe lo escrito. En este sentido, en su reducida extensión, el
cuento es el cauce más apropiado, porque en él se puede condensar y captar el ser en el
mundo. Se indaga sobre ese ser, se explora la resonancia de un suceso y además puede
absorberse de manera natural lo fantástico y lo misterioso que conforman lo real.

Rogelio Barufaldi, en un conocido estudio sobre su obra, lo ha calificado de «mitólogo


infatigable e implacable» y ha añadido que en su obra «no ha hecho sino otorgar una
coherencia cada vez más lúcida a su íntimo y personal mundo de mitos» 36. Tal vez sus
relatos sean insistentes y obsesivos, pero con innegable personalidad, unos con otros van
formando un tejido de anécdotas que configuran las vidas de los personajes que se
confunden en uno solo: el hombre que busca una raíz, que busca un futuro, o que desea
alcanzar un paraíso. Las cosas extraordinarias no les suceden a estos seres, la atmósfera en
que se mueven es siempre anodina, como en el caso del Ramírez de «Nochebuena», y si
brota un patetismo es fruto de esa propia cotidianeidad.

Es frecuente incluso el choque con la realidad adversa, en la infancia y en la edad


adulta, como en «La puerta» o en «Artistas de variedades». En la infancia el niño se siente
herido por la sordidez de los que lo rodean y busca otro mundo, que cree posible, en su
edad adulta. Para Barufaldi, en este mundo de mitos que es la narrativa del escritor
argentino, se puede encontrar un recinto que conforma el infierno pero en el que se espera
la aparición de lo maravilloso. Esta sería la primera fase del proceso que se podría
ejemplificar con los cuentos de Artistas de variedades y La lombriz. En ellos aparecen los
motivos de una infancia oscilante entre el infierno de los tíos y el paraíso soñado que
representaría la salvación. En un cuento como «Los mil días» el baúl del abuelo configura
la suprema posibilidad de salvación, aunque irónicamente el billete de mil pesos allí
guardado sólo proporcionará una supervivencia de mil días: «a poco se apagaron las luces.
Juan, tapándose y poniéndose de costado para dormirse, pensó que todo había salido bien;
aunque el problema no se solucionaba en su totalidad, por lo menos le quedaban mil días
más de vida»37. En «Artistas de variedades», el misterio o lo maravilloso llega a la ciudad
con los artistas que Ismael contempla: «El corazón de Ismael saltaba regocijado. Por fin
había encontrado algo realmente bueno, que tenía sentido. Ésa era la gente que le hubiera
gustado conocer al venir a la ciudad, y si tal cosa hubiese ocurrido, entonces él ahora sin
duda sería como ellos, sería un artista de variedades»38.
En el extenso relato «La lombriz», el espacio está marcado con precisión: «en sus
recuerdos su tío asumía la perfecta imagen del demonio, y la casa, llena de tantos hijos de
todas las edades y tamaños, la del infierno»39. No hace falta señalar que la lombriz solitaria
que contiene el vientre de su tío simboliza el mal, y que los primos son pequeños demonios
disfrazados de ángeles. Pero en el fondo, se comienza a redimir aquí la figura del tío que
luego rescatará en «Mi tío sonreía en Navidad» (El estuche de cocodrilo)40.

Un cuento impresionante, que también está incluido en La lombriz, «El rescate», relata
la historia de una anciana que recuerda la muerte de su hijo sucedida en el último invierno.
Ello la ha llevado a una situación de abandono y de tristeza marchita, pero dentro de sí se
enraíza un impulso interior que la lleva a luchar contra esa tendencia destructora. Mientras,
mantiene vivos en la memoria ciertos gestos que evitan el olvido total del hijo. Realidad y
desvarío alcanzan un clímax al que se suma el miedo: es entonces cuando el fugitivo
asesino aparece en la puerta del rancho. La anciana acabará aceptando el reemplazo del hijo
muerto después de un proceso en el que las acciones van acoplándose en el ámbito de la
casa:

El sueño volvía, y mirando los huesos que florecían


elevando las frazadas pensó, pensaba, que ahora tenía un hijo,
la otra forma de los hijos que significa destrucción y que ahora
sus huesos vacíos habían alumbrado otra vez, tan débilmente
que en vez de un hijo había engendrado el rostro desconocido
de la muerte41.

Si en este cuento hay una superación de la violencia, en un cuento posterior, «Tía


Lila», publicado con El trino del diablo en su edición española, la violencia permanece
representada en la acción infantil de utilizar los sapos como pelotas de fútbol. La «Tía Lila»
con su eterno vestido blanco representa la inocencia:

Pobre tía Lila con su vestido blanco, tan alta, tan soltera.
Un vestido en el que trabajaron todas las costureras de las
sierras para aplisarlo y darle esa forma de campana ondulante
que tenía todas las tardes tía Lila cuando nos llamaba a rezar.
Chicos, dejen ya esa pelota, a lavarse las manos, a frotarse las
rodillas, a limpiarse la nariz que vamos a rezar42.

El vestido de tía Lila, la vida rural, el campo, y la casa de tío Emilio con sus flores, sus
panales, sus cabritos, y sus frutas maravillosas son el paraíso de la infancia, pero ese
paraíso conlleva también su infierno: la cancha de fútbol en la que los niños descargan su
violencia contra los sapos con la cruel inocencia de su edad. Los dos mundos acaban
confluyendo, el infierno alcanza para siempre el paraíso condicionándolo en su futuro,
instaurando la violencia, ello es visible en las manchas de sangre del vestido blanco de tía
Lila. Y así termina el relato: «La tía Lila creyendo en tantas cosas buenas. La tía Lila que
dicen que nunca pudo sacar del todo las manchas de sangre que hicimos en su vestido
blanco. La tía Lila sin saber que nosotros seguiríamos matando sapos»43.

Esta preocupación por la violencia aparece especialmente presente en las obras de los
últimos años ya marcados por el exilio. El vuelo del tigre (1981) se refiere también a la
violencia de América Latina. La acción se sitúa en un país imaginario, -fuera del espacio y
del tiempo-, en Hualacato. Alguna vez el autor ha explicado que empezó a escribirla en los
días previos al golpe militar de 1976, en un clima de violencia. Con su detención, el
borrador fue enterrado en el jardín por razones de seguridad, y reescribió la novela con
posterioridad.

La obra narra alegóricamente la vida del pueblo de Hualacato que ha sido invadido por
un ejército de percusionistas que odian el silencio y los gatos. La resistencia máxima contra
la opresión está presentada en la familia Aballay, con el viejo patriarca al frente. La magia
y el pasado indígena se introducen en el texto con este personaje que acaba orquestando la
expulsión de los invasores. Pero en la obra se eluden las escenas directas de una violencia
que se adivina en la tensa cotidianeidad.

Para distanciar más el tema, usa la perspectiva de una gata: «Belinda, trepada en la
veleta, miraba distraída los techos de Hualacato, ese pueblo perdido entre la cordillera, el
mar y las desgracias»44. A partir de este comienzo y desde esta situación se introducen los
personajes: el viejo fabulador Aballay, su familia y el salvador Nabu que llega a la casa de
madrugada. Las prohibiciones y las reglas comienzan: la obediencia forzada se impone, la
gente debe ser feliz con las normas que establecen los invasores percusionistas: «Todo
prohibido en Hualacato, pero la gente afina sus instrumentos en otro tono para no perder la
alegría. Y a medida que se va prohibiendo cualquier tono, ellos suben o bajan sus cuerdas,
ya se sabe que la música es infinita»45. La ironía se introduce también en la historia
alegórica con referencias reales a la situación social de la Argentina, así Nabu dirá: «He
venido a salvarlos, no a perderlos»46 con ese sentido mesiánico de tantas referencias
históricas.

Las normas estrictas de comportamiento trastocan la vida familiar, distorsionan el


tiempo, introducen juegos obligatorios absurdos y el control total de las acciones. La
resistencia se ejerce sobre la palabra misma, -palabra prohibida que es igual a libertad
perdida- y sobre la imaginación y la memoria. Los Aballay verbalizarán las fotografías
familiares, juzgadas como peligrosas y secuestradas por el salvador. A través de esos
recuerdos, se reconstruye la vida familiar, la boda de la tía Francisquita, la figura del
Cachimba, o la muerte del Tite. Al silencio impuesto, -pues Nabu les ha quitado las
palabras-, responde una necesidad de crear un sistema de comunicación: «Cuando algo
necesita ser nombrado, el primer sonido que surja ya le corresponde, ya está la palabra. Las
cosas entran en lo real buscando la palabra»47. Así va desarrollándose un complicado
sistema de señales que el viejo anota en su cuaderno. Y la familia se comunica en el nuevo
idioma, mientras el salvador Nabu lanza sus discursos sobre la importancia de las papirolas
o sobre los hechos trascendentes de la Historia. Así se van resistiendo a la muerte diaria de
las palabras: «Las palabras que el Percusionista les había matado ese día, increíble cantidad
de palabras muertas en tan pocos minutos»48. Esta resistencia va a cobrar mayor sentido
después de la muerte del Cholo, cuando la población se organice, y el viejo, desplazado de
la casa a la huerta, emprenda esa acción mágica que hará que los pájaros acaben con el
percusionista y lo arrojen al mar. Al día siguiente, las gentes liberadas se llaman y se
reconocen por las calles.

Bajo esta historia, ficción pura, hay muchas conexiones con la realidad social y
política de los pueblos del continente, pero el final busca la libertad y el triunfo del pueblo.
Lo que persigue es explicarse a su propio país, para ello usa la ironía, el humor y la
construcción ficticia en su sentido más genuino. No se trata aquí de establecer parentescos
de Hualacato con Macondo o con Comala, no se trata de ese tipo de espacios, pero los
personajes se mueven con su carga mítica y llegan a comprender que la raíz de sus vidas
reside en esas conexiones que los unen a la tierra. Por eso resulta tan importante la figura
del viejo Aballay que facilita la introducción y la credibilidad de estos elementos mágicos.

Libro de navíos y borrascas (1983) es la novela que, sin alcanzarlo, significa el


itinerario doloroso del exilio. Sabemos que en esta obra iba desgranando muchas cosas que
«le iban sucediendo a nivel espiritual»49 y que la realizó para liberarse de las pesadillas y de
la carga negativa del exilio.

Con una estructura musical, cada capítulo va avanzando en el itinerario con distintas
tonalidades, produciendo variaciones sobre el tema. Las quince partes en que está dividido
dan la oportunidad de introducir elementos diversos y de jugar con las historias y las
perspectivas de los distintos personajes. Es una novela además que contiene su propio
desarrollo o que va creando su propia teoría; el texto mismo en su inagotable lirismo, se va
gestando a base de reflexiones sobre sí mismo. «Contar una historia supone enredarse
enteramente con el lenguaje»50, nos dice.

Se trata de una historia contada, pues el punto de partida es un viejo caserón, -la vieja
casona de un cuento nórdico- desde donde se puede divisar un viejo faro, -faro que
alcanzará gran significación a lo largo de la novela-, y es también una historia contada que
refleja lo vivido, pues el punto de referencia es la historia de las dictaduras del Cono Sur.
En este sentido hay capítulos tan importantes como el «Diario de a bordo».

La base de la novela es real, se centra en la propia experiencia del autor, pero


traspuesta a otras realidades y a otros personajes. Así cuando se nos habla de «un barco
italiano real llamado Cristóforo Colombo, a punto de zarpar del puerto de Buenos Aires con
setecientos no deseables a bordo, sobrevivientes de un naufragio cuidadosamente buscado
por eso que llaman la Historia»51, las referencias surgen dolorosamente reales, como
cuando en el primer capítulo se imbrican los recuerdos del exiliado Rolando y su Rioja
natal y la evocación del abuelo, antiguo emigrante español, que hizo, hace tiempo, el
itinerario inverso. A todo ello se suma el efecto lírico que produce la historia del amor entre
un barco y una bahía («La bahía») que sirve de pauta para el tema amoroso que introduce el
capítulo titulado «Petunias». Pero tal relación no se desarrolla, pues la figura de Nieves no
alcanza entidad más que en la imaginación de Rolando. En cambio hay personajes con
fuerte contextura, como el de Contardi, el viejo pintor, a través del cual Moyano realiza un
homenaje a su amigo el escritor Haroldo Conti, desaparecido en 1976, en la época de su
salida de Argentina. El viejo Contardi llegará a España obsesionado por El quitasol de
Goya. -A lo largo de todo el texto el sol, tomar el sol, y el símbolo de la luz, que se
desarrolla en diferentes momentos bajo distintos sustentáculos, (el faro, el farol, los
fósforos), corporizan el deseo y la esperanza de libertad.

Toto, el Gordito; la uruguaya Sandra con su terrible historia de torturas, a la que se


quiere inventar una imposible historia de amor; Bidoglio con su cara de policía; Paredes el
titiritero; y el propio Rolando, van construyendo relatos en sucesivos discursos, y van
conservando la historia, o también parodiándola; así sucede con la representación de títeres
que reproduce la historia de Lavalle y Dorrego. Las conversaciones entre ellos también
traen otros temas que son preocupación del autor, como ciertos aspectos relacionados con la
identidad: «No somos de ninguna parte y se acabó. En el caso concreto de los rioplatenses,
se simplifica más. Descendemos de un barco como éste. Nombres-barcos como niños-
probeta»52 y continúa desmitificando así ciertos tópicos de la Grande Argentina.

Uno de los capítulos más dolorosos es el titulado «Cadenza» en el que se introduce el


tema de la tortura, en él aparecen los nombres de Paco Urondo, Rodolfo Walsh y Haroldo
Conti. Relacionada con este tema está la historia del guardafaro, que no es más que el
aprovechamiento del valor simbólico de la luz. Progresivamente se van realizando
variaciones, incluso irónicas, porque se trata de una historia realizada por los mismos
viajeros, supuestamente para ofrecérsela al viejo Contardi y dar, al mismo tiempo, un
posible final feliz a la historia de los desaparecidos.

Libros de navíos y borrascas es también una novela que va haciéndose a sí misma en


el desarrollo de una acentuada conciencia del lenguaje y de la escritura. Moyano va
ganando un proceso de autonomía que por ahora culmina en su última novela Tres golpes
de timbal (1989). En ella continúa el tono alegórico iniciado en El trino del diablo, pero
aquí la escritura se yergue como protagonista en un homenaje a la Gramática de Nebrija,
quien ya supo ver que palabra y música son la misma cosa. Este comienzo sirve al escritor
para armar una historia de rescate de la memoria de Minas Altas en sonidos escritos:
«Nuestra esperanza es sobrevivir en estas palabras que dejamos escritas»53 porque Minas
Altas aguarda su desaparición y su única esperanza es el propio lenguaje.

Demostración de la existencia de Dios. Almudena Grandes


Se trata de un monólogo interior de un adolescente, dirigido a Dios y relativo a la temprana
muerte de su hermano a causa de leucemia. El monólogo tiene lugar durante la retransmisión de
un partido de fútbol.
DERROTAS SUBLIMES: LA LITERATURA Y EL DEPORTE REY

YVETTE SÁNCHEZ (Universidad de San Gallen)

Coincidiendo con el Mundial 2006 en Alemaniai, realicé varias incursiones en la literatura


de fútbol por lo que me complace ahora, al cabo de una pausa de tres años, volver a tocar
este tema.  A pesar de que creía firmemente haber abarcado los textos hispánicos oportunos
y recopilado una bibliografía exhaustiva, me he topado con dos omisiones imperdonables
que, afortunadamente, puedo compensar mediante el presente artículo. Casi es de agradecer
mi descuido, ya que el sugestivo y revelador cuento "Buba" de Roberto Bolañoii, que
además puede abordarse perfectamente en la segunda enseñanza, en clases de bachillerato,
y el poema "Crónica de Mané Garrincha, el marido de Vanderlea" del poeta colombiano
Jorge García Ustaiii, me vienen ahora como anillo al dedo.
Los que nos hemos ocupado de la presencia del balompié en las letras ya nos hemos
quejado bastante de las deficiencias literarias con relación al deporte rey y de la clamorosa
ausencia de una novela de fútbol verdaderamente atractiva, con la excepción quizás de La
fiebre en las gradas (1992) de Nick Hornby, que narra la historia de un hincha del Arsenal.
Los literatos hispánicos, a lo largo del siglo XX, sí se apoyaron en una tradición futbolera y
publicaron en formatos cortos un buen número de ensayos, cuentos, poemas, memorias,
crónicas, que conviene tomar en cuenta, leer y estudiar.iv Pero, por lo general, se puede
comprobar el fracaso de la novelística ante el apasionante espectáculo del deporte rey,
cuando precisamente se esperaría de la ficción que condensara la experiencia humana y
ensalzara la realidad según las necesidades de la psique. Este mecanismo de superación y
sublimación de la realidad empírica parece no funcionar en el caso del fútbol, donde sufre
la reputación de la ficción a la que se adscribe la capacidad de encarnar verdades y se le da
cierto crédito de realidad.v

Ahora bien, el juego y el deporte en sí ilustran de manera ideal la dialéctica del binomio
éxito y fracaso y la correspondiente imprevisibilidad y contingencia notoria de resultados.
El desenlace de cualquier partido de fútbol puede pender de un hilo y favorece por tanto los
mecanismos de la providencia y el azar. El carácter veleidosovi y un determinismo
abrumador pueden requerir de los espectadores y de los jugadores el ejercicio del fracaso
con posibles efectos catárticos; piénsese tan sólo en las penalizaciones y castigos que tienen
lugar en la propia cancha: las tarjetas, el penalti, la exclusión, la lesión.
Dicha dialéctica pone de relieve la (supuesta) paradoja presente en nuestro título, que hace
referencia a los ámbitos deportivo, literario y metaliterario, afirmando que en los partidos
de fútbol la derrota puede tener matices sublimes, que la literatura procura reproducir en
sus textos; pero suele no estar a la altura y a menudo fracasa en el intento. Los textos
narrativos deben enfrentarse con el natural dramatismo que inunda las canchas del mundo
empírico, y con la consiguiente ficción, teatralidad carnavalesca, la simulación que todo
ello conlleva durante  los noventa minutos de ilusión, añadido a un sistema de signos con
sus propios códigos semióticos y retóricos y sus tramas; las letras deben contentarse con
ofrecer el pobre simulacro del partido ficticio en sí, la apariencia, la escenificación
redundante, deben prescindir del rabioso directo que caracteriza el juego. Al fútbol, que
dispone de su propia épica, no le hacen falta tramas paralelas.
Se ha postulado ya tantas veces la inconmensurabilidad de los dos ámbitos de sentimientos
canalizados, con el fútbol caracterizado habitualmente como el más inmediato de ambos,
que cabe empezar a preguntarse ¿realmente combinan tan mal la pelota y las letras, o se
perpetúa aquí una aseveración gratuita?
El futbolista es un icono pop, un artista. La dimensión performativa se muestra tanto en
vivo sobre el césped como en las transmisiones televisivas, que parecen seguir un guión y
ser tan ficticias como las mismas ficciones.
La excitación teatral, la sed latente de héroes, toda una maquinaria de seducción y el
instinto lúdico señalan esta performatividad que llevaría a Albert Camus a confirmar la
analogía atestiguando que sólo en el teatro y en el estadio de fútbol se sentía como un
hombre entero y libre.
A lo largo del siglo XX, relativamente pocos intelectuales y literatos han declarado
abiertamente su pasión por el fútbol como pantalla de proyecciones, también estéticas, pero
en la década pasada, ha habido todo un cambio paradigmático del estatus del fútbol: se ha
emancipado de los prejuicios, se ha legitimado, incluso ennoblecido y, por ende, tanto
escritores como lectores confiesan su querencia por este deporte sin que ello ponga en
riesgo su reputación, al contrario. Cultivar la épica futbolera se ha convertido casi en una
moda; además los escritores utilizan el salvavidas de la distancia irónica trabajando con la
"estrategia de la compleja ironización"vii, es decir, tiñen de comicidad las apologías y
confesiones sinceras del fenómeno profano de masas, inmersos en una paradoja crítico-
afirmativa, oscilando entre los vínculos emocionales y el comentario perspicaz y elocuente,
o bien entre la nostalgia y el humor.viii
Está claro que este cambio de actitud se nutre de un sustrato de textos pioneros. En la
Alemania de 1968, Peter Handke, por ejemplo, transforma una simple alineación de un
equipo, al modo ready-made, en lírica esencial con una gran carga de poeticidad: "Die
Aufstellung des 1. FC Nürnberg"ix. O existe la variante de una simple quiniela convertida
en poema por el artista malagueño, Rogelio López Cuenca.x La envoltura postmoderna de
triviales informaciones futboleras por medio de formatos cultos delata la inclinación de los
literatos a cultivar esta pasión, casi siempre con cierta dosis de ironía pero, a la vez,
mostrando una convicción seria e inquebrantable.
Justo Navarro, sea por casualidad, sea por intención intertextual, retoma en su breve
articuento "Los nombres"xi la enumeración de los jugadores que se hallaba en el poema de
Handke:

El fútbol es la música de los nombres de los futbolistas. Antes de que la televisión volviera
reales a los futbolistas, los futbolistas eran nombres que se oían por la radio, que se leían en
el periódico: una música, la música de las alienaciones y los goles radiales.xii

Por el cambio de reputación –también entre intelectuales– de repente surge toda una serie
de autores, cuyo denominador común fue una temprana vocación por el fútbol, que tuvieron
que abandonar por distintas razones: lesiones, por ejemplo, o falta de talento. Entre ellos,
Vladimir Nabokov, Albert Camus, Javier Marías o el escultor español Eduardo Chillida,
quien establece un interesante nexo espacial, rectangular, entre su pasado de portero y su
arte plásticaxiii:

El portero ocupa un lugar especial: entre tres palos, frente a un rectángulo que preside él,
bajo las cornisas de un estadio, también rectangular. Son problemas geométricos que notaba
día tras día. Esa visión la he tenido haciendo escultura y en ella se ha basado mi trabajo: la
de que todos estamos en un punto desde el que contemplamos el espacio y vemos pasar el
tiempo.

Si recordamos las geometrías esculturales de Chillida, se hace más que obvia su afirmación.

    
Eduardo Chillida. Gurutz Aldare (2000)                La casa del poeta (1980)

La relación de las letras con el fracaso siempre ha sido constituyente; el éxito se concibe
como poco poético, en cambio, se centra el interés en la esencia del malogro;
dignificándolo, recargándolo (o neutralizándolo) estéticamente y también utilizándolo en el
proceso de creación como impulso privilegiado por su fuerza afectiva de deficiencia. Los
fracasados, en todo momento han hallado una plataforma, un asilo en la literatura universal.

El elogio del fracaso cuerdo como intencionado oxímoron lo cultivó Samuel Beckett en su
famoso y citado  axioma, según el cual siempre cabe 'probar de nuevo' y 'fallar nuevamente
y mejor'xiv; se postula el fracaso menos como producto del azar que como principio
estimulante, código estético o fermento creativo del proceso artístico. Y se afirma que los
artistas se hallan en una posición privilegiada para fracasar donde los demás no se
atreverían a hacerlo, logrando crear así obras de arte auténticas y dignas, dotadas de una
camuflada cualidad edificante, sin olvidar nunca que la derrota puede ser no sólo heroica y
distinguida, sino también brutal y humillante, cotidiana y sin relieve, el verdadero hueco, la
manquedad.
La categoría estética de lo sublime (definida por Longino, Kant, Schopenhauer o Lyotard)
apunta a una dirección afín; a una belleza arrebatadora, extática, que puede descartar la
racionalidad y provocar dolor o temor en vez de placer. La identificación total en la
contemplación de un objeto de gran magnitud, turbulento, y las fuertes emociones
desencadenadas pueden ser las causantes de la agitación y la congoja en un espíritu
abrumado por lo que ve. Mientras que lo bello equivale a una tranquila contemplación de
un acto reposado u objeto benigno, lo sublime se opone a la perfección y nos advierte de
nuestras inestabilidades y de los límites de nuestros razonamientos.
Obviamente lo sublime y el fracaso hacen buenas migas, sobre todo si nos referimos a una
actitud que elogia el fracaso como impulso seductor e inspirador. Una cultura del fracaso
como prefiguración natural del destino, no como desvío imprevisto hacia la mala suerte, es
de gran relevancia social, ya que se fomenta el proceso de dejar de concebirlo como tabú,
siempre a base de la dialéctica del éxito y el fracaso.xv En el fútbol, la aureola mesiánica
rodea tanto a los héroes y sus gestos triunfales como a los trágicos perdedores y sus
lágrimas, ambos despiertan euforia y éxtasis, como fácilmente comprobamos después de
los partidos, por ejemplo, en los primeros planos televisivos que muestran caras y poses de
los jugadores.

El cuento de fútbol "Buba", dedicado por un aficionado al fútbol, Roberto Bolaño, a otro, a
Juan Villoro, quien escribiera ensayos magníficos sobre el deporte rey, traza los ires y
venires inescrutables entre la derrota y el triunfo de tres legendarios futbolistas del
Barcelona FC. El escritor chileno, quien había elegido Cataluña como lugar de exilio,
rememora los éxitos de su equipo de adopción, los azulgrana, en los años ochenta,
publicando el cuento en 2001. Los nombres propios no parecen referirse a jugadores
auténticos del club de aquella épocaxvi, más bien, según mis pesquisas en Internet, a
escritores (Delève, Neuhuys, Jovanovic, Buzatti, Acevedo, Buba, Herrera, etc.). ¿Un guiño
del propio Bolaño que subrayaría las conexiones literario-futboleras?
El cuento está escrito sin aparentes alardes, tan hábilmente camuflada la narración bajo una
escritura común y corriente simulando un carácter documental, mimético, que a primera
vista hace creer en la autenticidad de lo relatado.
Bolaño reúne en el cuento a su trío de protagonistas: Acevedo, jugador chileno y yo
narrador, su compañero de piso africano y maestro de ceremonias, Buba, y el local Herrera.

El carácter sagrado y arcaico que envuelve al fútbol y sus fanáticos seguidores suele
estimular prácticas ritualísticas entre espectadores y jugadoresxvii. El ritual de sangre
africano de Buba, ocultado a los dos compañeros,  parece catapultar a los tres de un día
para otro al estrellato internacional, cuando al principio, lesionado el uno y meros suplentes
los otros dos, los envolvía un aura de perdedores. La conexión entre los éxitos del equipo
en el césped y el ritual privado del jugador africano remite al antiguo debate teológico-
filosófico del liber arbitrium que contrapone los actos humanos radicados en el fatalismo y
la predestinación divina con la autodeterminación, decisión y los propios méritos del
individuo. Siempre resultará delicado subdividir la parte que tiene su origen en el hado y la
que se debe a las facultades de los jugadores.
Lo aleatorio de cualquier partido impulsa a la práctica de rituales privados, hogareños, y
también públicos, en el estadio o césped. La literatura de fútbol ha mostrado un interés
especial por estas prácticas, como lo prueba un sinfín de ejemplos que convierten al equipo
en once "oficiantes" o "sacerdotes", a la pausa de la mitad de tiempo en espacio para la
"meditación", a la cancha en "rectángulo cósmico", a la esfera en "bola sagrada" y al árbitro
en "maestro de ceremonias".xviii El mágico pensamiento analógico se remonta a los juegos
de pelota precolombinos en Mesoamérica que escenificaban un ritual de fertilidad: la
virtual fertilización de la tierra por la pelota que simbolizaba el sol (además de perfección y
armonía).  
La idolatría fervorosa, el culto hagiográfico a los jugadores pueden adquirir dimensiones
extremas y recargar adicionalmente la atmósfera en los estadios. Pero los fanáticos también
suelen continuar sus cultos rituales en el espacio privado del hogar y apoyar a su equipo
desde casa. El escritor brasileño João Ubaldo Ribeiro narra una anécdota de su entorno
familiar, en una entrevista concedida al periódico suizo Neue Zürcher Zeitungxix:

Mi padre, por ejemplo, en aquel entonces, cuando aún seguíamos los Mundiales en la radio,
llevaba los mismos vestidos en cada partido, siempre se bebía el mismo whisky, la botella y
el cubo siempre tenían que estar exactamente en el mismo lugar. Cuando tocaron el himno
nacional, se puso de pie, bien derecho y, en cada fase ofensiva de nuestro equipo, me obligó
a soltar el agua del inodoro. Porque una vez, en 1958, el Brasil había marcado un gol en el
primer partido contra Austria, justo cuando yo por casualidad había expulsado el agua del
bombillo. Desde entonces opinaba que nosotros habíamos contribuido de manera decisiva a
la victoria, no sólo en 1958 sino también en 1962. 

Las creencias de los hinchas en sus dotes mágicas, "brujerías" y "cábalas personales"xx, con
las que influir en el desenlace del juego también se describen en textos ficticios. El
cuentista de fútbol argentino Roberto Fontanarrosa, en su cuento "19 de diciembre de
1971", evoca al sapo enterrado "detrás del arco", la sal tirada "en la puerta de los jugadores"
del equipo contrario y los alfileres clavados en muñecos con camisetas de fútbol. Su yo
narrador, como los Ribeiro, se pone el gorrito "milagroso" y también el reloj de pulsera en
la mano derecha, para cambiar el curso del partido ("con eso empatamos").  
No se hacen tales declaraciones abiertas sobre los rituales privados en el cuento de Bolaño.
Buba nunca revela el acto secreto, ni tampoco da la clave, muchos años después, una casual
amante brasileña interrogada por Herrera. Ella habla de rituales afroamericanos, pero no los
explica; el misterio queda indemne.  

Bolaño, fiel a su poética de retener claves y desenlaces y frustrar las correspondientes


expectativas del lector, es decir, de quedarse con un resto de enigma y ambigüedad,
no resuelve los dos misterios metafísicos del cuento, ni el onírico ni el ritualístico, o sea, ni
el enigma del sueño del yo narrador ni el del rito de sangre de Buba. Las dos empresas, la
búsqueda onírica de una estatua del Che y los rituales africanos, tienen un final diferente, la
primera carente de éxito y la magia triunfante. Ésta sí parece surtir efecto, ya que empiezan
a ganar milagrosamente, Buba marca goles "endemoniados", y algunos pases y jugadas no
se los explica ni el yo narrador.
En cambio, fracasan los Acevedos, padre e hijo, en su búsqueda del monumento al Che en
Santiago de Chile. El símbolo de los ideales revolucionarios ya no está en pie, lo habían
destruido los militares. Los dos Acevedo andan cogidos de la mano por Santiago que, en el
sueño, se parece a una jungla muy espesa y oscura. Sin embargo, descubren en un claro de
luz el pedestal de la estatua destruida, es decir, que el sustrato de la ideología aún se
mantiene vivo. En este lugar, el yo se topa con un ser arcaico, un negro desnudo,
dedicándose a un acto ritual "haciendo unos dibujos en la tierra amarilla".xxi Cuando el yo
narrador quiere ver de cerca estos garabatos, el Buba del sueño se lo impide con un fuerte
apretón de manos que parece convertir en piedra a Acevedo, trasunto de la estatua perdida.
Final abrupto, trunco del sueño, como los finales (aparentemente inconclusos) de la
narrativa de Bolaño que no revelan el misterio. El propio yo narrador se queda con las
dudas.
En las tramas de la literatura de fútbol, normalmente se halla en el centro de atención y
ápice de la curva el fracaso, mientras que aquí es el éxito, el ascenso mágico de los tres
compañeros. De jugadores no fichados, solitarios, tristes, desesperados y tímidos (Acevedo
a los 19 años "consulta las putas" para intentar salir de su depresión), pasan a ser titulares
coronados de éxito y muy cotizados ("ganábamos y gustábamos" con una "racha
goleadora"xxii). Y, terminada la carrera (la de Buba por su muerte prematura en un accidente
de coche), al cabo de muchos años, los campeones de antaño, Acevedo, con su tienda de
ropa deportiva y Herrera, vuelven a encontrarse en un programa de televisión nostálgico,
que deja un regusto extraño, tristón, amargo incluso, de estrellas sin brillo o extinguidas,
entradas en años.
El riesgo de la derrota se prolonga o intensifica más allá de la fase activa del jugador. La
caída de los ídolos de fútbol con carreras alejadas en el tiempo la tematiza el yo narrador de
Justo Navarro, citado arriba, al pedir un autógrafo a uno de estos héroes de otra época, un
fracasado que incluso durante un tiempo dio con sus huesos en la cárcel (por unos
cheques)xxiii: "Abrí el papel: la firma, el nombre mágico de la estrella del fútbol era una
línea vacilante, ni recta ni curva, débil, nada. No era nada: como los sueños." La fugacidad
del éxito deportivo se transfiere a la letra del deportista, interpretada poética y
grafológicamente. La curva de ascenso y descenso en la carrera de un jugador, sublimada
en este carácter inseguro de la letra, podría constituir hasta cierto punto el símbolo de la
analogía general entre fútbol y literatura, con su carga afectiva paralela, su dramaturgia
(espacio-temporal), sus ritmos internos, el notorio suspense.
La historia narrada por el yo narrador de Roberto Bolaño, Acevedo, podría corresponder
metatextualmente a su misma presencia en televisión para hablar al público de los viejos
tiempos. El tono oral, informal, de confesión del yo narrador, en pose de personaje muy
conocido, iría dirigido a un público de televidentesxxiv. La terminología coloquial futbolera
(por ejemplo, "estar en dique seco" por 'lesionado') verifica tal constelación.
Bolaño con una lucidez que denota su empatía y sus profundos conocimientos sobre el
deporte rey, muestra las peripecias, el ciclo de sublimes éxitos y fracasos en el currículum
de un jugador profesional, pero también de un club.
Quisiera terminar este artículo con una variante más radical del mismo estupor sublime que
provocan los ascensos meteóricos y caídas abismales en la biografía de un futbolista. Se
trata del poema "Crónica de Mané Garrincha, el marido de Vanderlea" de Jorge García
Usta.xxv El esplendor de uno de los mejores jugadores (brasileños) de todas las épocas,
Garrincha, contrapone su triste final, la destronación, con el éxito perpetuado del segundo
rey futbolero de la época, Pelé, más poderoso y glamuroso, pero dicen que algo menos
brillante, de modo que la metáfora "espejo roto de Pelé" acuñada para Garrincha no
acertaría del todo.
El fenomenal puntero derecho, de una intuición irreverente e inocente encarna a la
perfección en todo momento de su biografía la dialéctica del éxito y el fracaso, del júbilo y
las insuficiencias. Nace con defectos congénitos, por ejemplo, con piernas torcidas, además
una seis centímetros más corta que la otra. Pero el atleta logra sobreponerse precisamente a
esta desgracia física con sus regates burladores y fintas inolvidables en la cancha.
Las imágenes del poema de García Usta, esbozadas en pinceladas sutilmente elementales,
reducen a lo esencial las dichas y desgracias de esta vida. Con gran empatía el poeta crea el
discurso del yo lírico, Garrincha (Manoel Francisco dos Santos, 1933-1983), quien se dirige
con una impresionante ternura a Vanderléa Vieira, su última mujer que estuvo a su lado en
su lecho de muerte prematura (por cirrosis hepática, resultado del abuso vitalicio de
alcohol), en un miserable hospital. Su acompañante fiel es lo único que le queda, y deplora
no poder devolverle nada ya: "tú desgastando tus morenuras / por este pájaro tiritantexxvi,
que vuelve / cada vez con menos ala a morder tu bodega […]." Cuando antaño era un
artista del balompié:  

El muchacho que hizo arte


con pocos requisitos:
un balón, dos metros de hierba y él.
La dicha elemental, idílica de este deportista al rendirse a la pasión del balón, al instinto
genial y pícaro se limita a la cancha, lejos de los estorbos seductores del alcohol y del lujo,
de Mundiales (en Suecia, 1958), Reinas y la FIFA, de su segunda esposa Elsa, cantante
famosa, por la que Garrincha vivió desengaños amorosos, o sea, "de la mano izquierda de
la reina sueca / y el celo y la chequera / de la señora Elsa Soares", y también en busca de
"otro cielo que no sea el de Havelange".
La simbiosis del yo con el césped hace que la imagen de su trágico y fracasado final de
abandono lo asocie con un "destino de estadio solo, con las luces apagadas / es lo que
resta."
Y describe su propio "sollozo" con gran plasticidad a base de una prosopopeya, "con la
virtud / de una garota violada que no piensa en el desquite". Se le ha apagado el instinto de
revancha, y su hinchada se limita despiadadamente a un puñado de aficionados viejos y
perros.xvii
Yo solo, Garrincha
muerto llorado y celebrado
por unos pocos muchachos curvos
peinados a la antigua
y carteles de muerte
que los perros babean y abandonan,
con primorosa crueldad.
La pelota era su cosmos y su fortuna, la vida alejada del esférico, en cambio, su perdición,
por parafrasear los primeros dos versos del poema de Gerardo Diego "El balón de
fútbol"xxviii: "Tener un balón, Dios mío. / Qué planeta de fortuna." Garrincha era uno de los
"reyes trágicos del balompié"xxix. Su figura y la de Buba ofrecen una vida harto tumultuosa,
siempre en el filo entre la gloria y el desastre, cuya carga afectiva parece tener efectos
estimulantes en los escritores rendidos a la pasión del balón.
Ambos textos se sirven de un discurso oral, coloquial, como podría encontrarse en boca de
cualquier comentarista deportivo, ambos yo narradores se dirigen, en un tono confesional,
comunicativos, lúcidos, auténticos, subversivos, exentos ya de toda simulación, sublimes,
aplastantes, a una segunda persona, el moribundo Garrincha a su mujer y Acevedo al
colectivo de televidentes, haciendo frente a la hora de la verdad, la verdad de la ilusión –de
esto sí que es capaz la ficción literaria– atentos a mantener intacto un resto de misterio.

i
Las tres conferencias dadas durante el Mundial se publicaron posteriormente. Remito a las
correspondientes bibliografías de literatura de fútbol:
"Ballkontakt. Die hispanische Fussballliteratur zwischen Verklärung und kritischer
Distanz." Eds. Wolfgang Muno/Roland Spiller, Diskurse rund um den
lateinamerikanischen Fussball. Veröffentlichungen des Interdisziplinären Arbeitskreises
Lateinamerika. Tomo 3, Maguncia, 2007: 42-56.
"La literatura de fútbol, ¿metida en camisa de once varas?" Iberoamericana. Madrid:
Iberoamericana/Vervuert, N° 27, marzo de 2007: 131-142.
"11 Spieler suchen einen Autor." Friedhelm Schmidt-Welle/Gregor Wolff (eds.): Fussball,
Fans und Literatur/Fútbol, afición y literatura. Berlín: Ibero-Amerikanisches Institut
(ibero-online, cuaderno 6), abril de 2008. 
http://www.iai.spk-berlin.de/fileadmin/dokumentenbibliothek/Ibero-Online/Heft_6.pdf.
ii
Roberto Bolaño. "Buba". Putas asesinas. Barecelona: Anagrama, 2001: 147-173.
iii
Jorge García Usta. Desde la otra orilla. Ed. por Rómulo Bustos Aguirre. Cali:
Universidad del Valle/Artes y Humanidades, 2006: 25-29.
iv
Pienso en textos de Juan Villoro (Los once de la tribu), Eduardo Galeano (El fútbol a sol
y sombra), Osvaldo Soriano ("El penal más largo del mundo"), Roberto Fontanarrosa
(Cuentos de fútbol argentino), Javier Marías (Salvajes y sentimentales), Horacio Quiroga
("Juan Poltí, half-back" o "Suicidio en la cancha"), Augusto Roa Bastos ("El crack"),
Camilo José Cela (Once cuentos de fútbol), Miguel Delibes (El otro fútbol), Mario
Benedetti ("Puntero izquierdo", "El césped"), Rafael Alberti "Oda a Platko", etc.
Además las antologías cunden y se venden cada vez más: unos 25.000 ejemplares de Y el
fútbol contó un cuento (Alfaguara), incluso 100.000 de El fútbol a sol y sombra de
Galeano. En México se distribuyó gratis, en una tirada de 20.000 ejemplares, la antología
Poesía a patadas. En Argentina fueron superventas Y el fútbol contó un cuento de
Alejandro Apo o Hablemos de fútbol de Víctor Hugo Morales y Roberto Perfumo, y hasta
existe una editorial especializada en el tema, El Arco.
v
Cf. Aleida Assmann. Die Legitimität der Fiktion. Múnich: Wilhlem Fink, 1980: 132.
vi
Jorge Valdano, en "El miedo escénico” (Alfonso Sánchez Rodríguez/José Antonio Mesa
Toré (eds.). Deporte, arte & literatura. Litoral 237 (2004): 79), cita a Kipling quien hace
tocarse los extremos de la dialéctica, sosteniendo que "el éxito y el fracaso son dos grandes
impostores". 
vii
Andreas Solbach. "Der neue Diskurs über  Fussball". Johannes Marx/Andreas Hütig
(eds.). Abseits denken. Fussball in Kultur, Philosophie und Wissenschaft. Kassel: Agon,
2004: 110.
viii
Ibídem: 116.
ix
Citado, en: Ibídem: 128.
x
Rogelio López Cuenca. "Quniela". Alfonso Sánchez Rodríguez/José Antonio Mesa Toré
(eds.). Op.cit: 109.
xi
Justo Navarro. "Los nombres”. Alfonso Sánchez Rodríguez/José Antonio Mesa Toré
(eds.). Op.cit.: 69.
xii
Gran parte de los relatos de fútbol se remontan a la infancia o adolescencia de los autores
entregados a idealizaciones retrospectivas que congelan un fútbol no mercantilizado del
pasado, cuyas gestas en la cancha se transmitían por la radio. "Cuando vemos un partido,
somos chicos oyendo un cuento", afirma el escritor argentino Martín Caparrós. Pablo
Hacker. "La pelota literaria". La Nación del 6 de enero de 2008. Versión digital hallada el
15 de junio de 2009 < http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=976639>
xiii
Eduardo Chillida. "Portero de barro”. Historias de fútbol, ABC literario. Citado en:
Alfonso Sánchez Rodríguez/José Antonio Mesa Toré (eds.). Op.cit.: 94-95.
La percepción espacial, la territorialización en estructura de red de los jugadores de hoy se
ve profundamente influenciada por los códigos de los juegos digitales, simulados por el
ordenador, las consolas, con los que han crecido. Ya Klaus Theweleit lanzó la tesis de la
digitalización del fútbol. Klaus Theweleit. Das Tor zur Welt. Fussball als Realitätsmodell.
Coloña: Kiepenheuer & Witsch, 2004. 
xiv
"Ever  tried, ever failed. No matter / try again, fail again, / fail better." La cita se halla en
su pieza tardía de prosa, Worstword Ho (London: John Calder, 1983), de apenas 41
páginas, en las que una voz emite monosílabos altamente poetizados, articulados en breves
frases de un staccato disfuncional, en general, de una estructura distorsionada.
xv
Cf. también el concepto del 'mito del fracaso' utilizado por José Pablo Feinmann en: "Los
mundiales de fútbol". El mito del eterno fracaso. Buenos Aires: Editorial Legasa, 1985.
xvi
Aunque había un Helenio Herrera, Don Hache, a finales de los cincuenta, según Enrique
Vila-Matas, quien ha compilado una lista de sus jugadores favoritos del Barça de la época
en: "Una temporada olvidada (manual de nombres)". Diario 16 del 18 de mayo de 1994,.
Citado en: Alfonso Sánchez Rodríguez/José Antonio Mesa Toré (eds.). op.cit.: 70-72. En
este artículo, Vila-Matas establece varios paralelismos entre fútbol y literatura, evocando
los dotes de Miguel Delibes (bajo el seudónimo de Miguel del Seco) de reportero de fútbol,
o la novela de Gonzalo Suárez, Los once y UNO [1964]. Barcelona: Plaza & Janés, 1997.
Hace un año, Vila-Matas volvió al tema publicando un artículo en El País del 31 de mayo
de 2008 titulado "Corazón tan tricolor" sobre el jugador, en el que se inspiró Horacio
Quiroga para su famoso y primer cuento de fútbol "Juan Poltí, half back" de 1918. El medio
centro uruguayo Abdón Porte hizo de su "ligero declive" como suplente de su club el
Nacional, una 'derrota sublime' matándose en el centro exacto de la cancha, depositando a
su lado unos versos de despedida algo patéticos de reminiscencias gongorinas escritos por
él. El artículo de Vila-Matas traza posibles paralelismos entre jugadores de fútbol "que
leen" y literatos aficionados al balompié que intercambian secretos sobre sus oficios. El
autor había preguntado a sus amigos futbolistas si hay jugadores que pueden estar
conscientes de que "acababan de hacer la mejor y última gran jugada de su vida. Se trataba
obviamente de una pregunta que, en términos literarios, pocos escritores aceptarían
responder. Yo, al menos, no he conocido a nadie que esté dispuesto a reconocer que su
mejor libro ya lo ha escrito".
xvii
"La historia del fútbol podría ser entendida como una verdadera antología de la
superstición, plagada de talismanes, amuletos y gestos rituales que el jugador utiliza como
muletas en que apoyar sus inseguridades." Jorge Valdano, "El miedo escénico". Op.cit.: 79.
Las canciones de los fanáticos, su indumentaria, los repetitivos actos colectivos cada
domingo, apoyan dicho carácter ceremonial.
xviii
José Luis Sampedro. "Aquel santo día en Madrid". Fulgencio Argüelles et al. Once
contra once. Cuentos de fútbol para los fanáticos de fútbol. Barcelona: fnac, 2006: 161-
170. 
xix
João Ubaldo Ribeiro. "Brasilien wird Weltmeister". NZZ Folio, mayo de 2006: 18-19.
[La traducción al castellano es mía.]
xx
Roberto Fontanarrosa. "19 de diciembre de 1971". Fulgencio Argüelles et al. op.cit.: 81-
101.
xxi
Roberto Bolaño. Op cit.: 151.
xxii
Idem: 162.
xxiii
Justo Navarro. Op.cit: 69.
xxiv
[...] "que para qué les voy a contar”, "como todo el mundo sabe", "ustedes ya me
entienden", "ustedes vieron los partidos por televisión". Idem: 154, 147.
xxv
Jorge García Usta. op.cit.: 25-29. Vinícios de Morais tiene un soneto titulado "O anjo
das pernas tortas".
xxvi
Mientras que había recibido su apodo Garrincha ('un pajarito de la selva') por sus aladas
jugadas y sus piernas delicadas, el pájaro ahora da una imagen deplorable, estremecida,
temblorosa por su grave enfermedad.
xxvii
Curiosamente ahora, a 26 años de su muerte, el guardián del cementerio, donde yace la
estrella brasileña de fútbol, informa que apenas vienen aficionados a visitar su tumba
abandonada.
En: Mi Santander, mi cuna, mi palabra [1961], citado en: Alfonso Sánchez
xxviii

Rodríguez/José Antonio Mesa Toré (eds.).Op.cit.: 97.


xxix
Ha acuñado esta formulación Juan Villoro en "Aficionados, tragedia y venganzas".
Friedhelm Schmidt-Welle/Gregor Wolff (eds.). Op.cit.: 26.

Mario Vargas Llosa y su elogio a la crítica


de fútbol
Por Mario Vargas Llosa

Aunque nunca fui un gran entusiasta de sus teorías literarias, siempre recuerdo un cursillo
que le oí a Roland Barthes, en los cursos de tercer ciclo de La Sorbona, a comienzos de los
años sesenta, sobre el lenguaje de la moda. El ensayista francés llevaba a las clases las
revistas de moda más populares –“Elle”, “Vogue”, “Marie Claire”– y sometía sus textos a
un análisis brillante e incisivo.

Sus explicaciones mostraban de manera convincente que la crítica de (sobre) modas tiene
muy poco que ver con la realidad que, supuestamente, describe con palabras –los vestidos,
sombreros, zapatos, adornos, etc. de damas y caballeros– y que es, más bien, una retórica
autosuficiente, autárquica, de gran originalidad e inventiva, cuya función consiste en
‘mitificar’ la moda, rodeándola de una aureola fascinante e irreal. Muchos de los lenguajes
críticos de nuestro tiempo cumplen una función parecida: crear mitologías, incrustar lo
irreal en la realidad cotidiana, añadir una dimensión imaginaria y fantástica a la experiencia
de los hombres. En contra de lo que piensan muchos intelectuales puritanos, convencidos
de que el hombre no debe distraerse jamás del mundo objetivo, de los problemas tangibles
y contables, de la HISTORIA con mayúsculas, yo pienso que esta actividad –que por otra
parte es la mía: fabricar ficciones– no tiene nada de enajenadora. Que es, más bien,
utilísima desde el punto de vista del individuo y de la sociedad. Todo lo que tienda a activar
la fantasía y la imaginación humana es bueno. Todo lo que contribuya a estimular el apetito
de la gente por ‘otro’ mundo, distinto de aquel en el que viven, es positivo, pues mantiene
viva la insatisfacción y la inconformidad, el deseo de cambio, que es el combustible del
progreso. Esta es la función principal de las ficciones en la vida –de todas las ficciones, las
de los libros y de las películas, las que se cuentan y las que se cuenta uno mismo en la
soledad de conciencia– y esto explica, sin duda, la terca longevidad de la ficción en el curso
de la historia. Mientras haya ficciones habrá esperanza. Cuando desaparezcan, ya no la
habrá, pues la humanidad se habrá robotizado del todo.

Igual que la crítica de (sobre) modas, la crítica del fútbol es también una formidable
maquinaria creadora de mitos, un espléndido surtidor de irrealidades que alimenta el apetito
imaginario de vastas multitudes. Hasta hace relativamente pocos años no lo era, pues los
comentarios de fútbol en la prensa, la radio y la televisión tenían un carácter realista, se
limitaban a cumplir el más mediocre cometido que cabe a la crítica: describir servilmente la
realidad, referir puntualmente las incidencias de un partido, informar con objetividad –es
decir, en un lenguaje invisible, transparente– sobre la actuación de los jugadores. ¿Qué
interés puede tener ese tipo de crítica científica? En ese tiempo había que leer la crítica
taurina. Era la verdaderamente creativa, fantaseadora, con un vocabulario entre esotérico y
folclórico, capaz de perpetrar las cursilerías más encantadoras y de un humorismo
involuntario constante.

En nuestros días, gracias a la demanda multitudinaria de ese público imantado por el fútbol,
que quiere ver fútbol no solo en los estadios sino también en los diarios, las radios, la
televisión, la crítica del balompié rompió ya con el realismo y accedió a ese estadio
superior de la escritura, que es la creación de mitos.

Sin temor a exagerar se puede decir que es regla casi general que las páginas deportivas
sean las más vitales e imaginativas de diarios y revistas, aquellas en las que el periodista
muestra una libertad y una audacia estilística mayores. Lo mismo se puede decir del
comentarista radial de fútbol, que, si es bueno, va enriqueciendo con sus palabras aquello
que transmite, como un trovador medieval transformaba en sus versos los amores o las
batallas que cantaba. El comentarista de televisión, en cambio, está embridado por la
presencia de la imagen, que lo ata a la realidad del partido.

Estos periodistas deportivos, cuando son talentosos, jamás describen un partido o


radiografían el desempeño de un jugador: los mitifican. Es decir, los sacan de su efímera,
pasajera realidad concreta y los instalan en la realidad permanente, intemporal e incorpórea
de la ficción.

He aquí unos cuantos ejemplos, elegidos sin trampa en los diarios a los que puedo echar
mano en este estadio Balaídos de Vigo, donde escribo estas líneas. Un periodista catalán,
refiriendo el desempeño que tuvo en el primer partido del Mundial ese arquero belga con
nombre de cachetada (Pfaff), lo define bellísimamente como “el portero de la vista
agrimensora”. Un crítico madrileño, por su parte, sintetiza con esta insuperable alegoría la
derrota argentina ante el equipo Belga: “Argentina murió al atardecer, en el centro del
campo. La magia de los campeones del mundo quedó atrapada por la tela de araña roja
tejida por los belgas en la zona entre áreas”.

Los árbitros, para otro comentarista, no castigan a los jugadores: les “muestran la cartulina”
o les señalan “el infamante camino del camarín”. Un partido no es un partido, sino un
pretexto para sugestivas formulaciones retóricas, en las que la “visión práctica” y la
“eficiencia zonal” del “estratega” (entrenador) soviético se enfrentaron a la “filosofía de
inspiración individualista”, al “ritmo embrujante y mareador” del “once” brasileño.

Se podría hacer una linda antología de críticas de fútbol, mostrando cómo los periodistas-
ficcionistas apelan, con instinto poético envidiable, para describir los partidos, a los más
diversos arsenales retóricos, y que hay encuentros reseñados como un espectáculo musical,
como una comedia de disparates, como una tragedia griega, como una hazaña épica o como
una catástrofe militar. Gracias al fútbol, la literatura de ficción contemporánea se ha
enriquecido con un aporte tan simpático como inesperado: las secciones deportivas de la
prensa.

Jóvenes estudiantes de Literatura: para comprobar prácticamente cómo la buena literatura


transforma la experiencia real en mito, ¡lean las crónicas del fútbol!

El éxtasis del fútbol, la agonía del país

Pasaron tres décadas desde aquel 3-1 a Holanda, con dos goles de Kempes y uno de
Bertoni, un éxito logrado digna y legítimamente en la cancha que la dictadura militar
manchó de sangre, como todo lo que tocaba, salpicándolo para siempre.

Por Juan José Panno

Fragmento de “La música que quiero”, un poema del periodista Carlos Ferreira.

“De la casa tejida sale el dueño,

piso su área, invado sus dominios,

amago que me voy, pero me quedo.

Pasa de largo

y entonces me transformo en un

torero:

levanto los brazos al tiempo que le

pego.

Giro de pronto,

apoyo las rodillas en el suelo,

aspiro todo el aire que me pide el

pecho

y empiezo a oír la música que

quiero.”

El poema no hace referencias personales, pero le cabe a Mario Alberto Kempes. Uno lee y por estos días
piensa en Kempes, en gol argentino. Goles para superar a Polonia, para dejar atrás a Perú, para la venganza
contra Holanda.
Kempes había jugado el segundo tiempo de aquel partido del ’74 contra la Naranja Mecánica, en
Gelsenkirchen. Entró por René Houseman en el inicio del segundo tiempo. Y tocó la pelota tanto como
Ubaldo Matildo Fillol, que integraba el plantel, pero estaba afuera... Los tres sufrieron en el pellejo propio la
vergüenza del baile y del 4-0 que no fue el doble porque los holandeses bajaron de revoluciones, para ellos el
campeonato seguía. A este cronista le tocó también padecer aquella goleada. No tocaron la pelota ni Kempes,
ni Houseman, ni Wolff, ni Carnevale, ni Balbuena y siguen los ni.

La primera llegada hasta el arco holandés fue un remate de Ayala desde lejos, a las manos del arquero
Jongbloed sobre la mitad del segundo tiempo. Alguna vez contó Roberto Perfumo que, con el partido 2-0, el
arquero Daniel Carnevali se apuró para ir a buscar una pelota que se había ido afuera y él le sugirió que
hiciera tiempo. “Pará, loco, tranquilo –le dijo– que éstos nos van a hacer media docena.”

Cuatro años después de aquello, Argentina disputó la final del Mundial contra casi los mismos jugadores
holandeses. Parecía mentira. En el medio pasó que César Menotti se hizo cargo de la Selección. El Flaco
jerarquizó al equipo nacional. Convenció a los deprimidos futbolistas locales de que con una buena
preparación física podían jugar de igual a igual con los europeos y hacer pesar la superioridad técnica; logró
darle contenido a la idea de que la Selección era la prioridad Nº 1; entrenó a fondo; hizo amistosos contra los
más pesados; llevó a la Selección por todo el país, convocó a jugadores de distintos equipos; se bancó las
críticas despiadadas (como Basile hoy, como Bielsa ayer) de quienes no aceptaban ni su estilo de juego ni su
manejo con la prensa y logró el objetivo de armar una selección competitiva. Los jugadores, acaso por
primera vez en la historia después del desastre de Suecia sentían orgullo de ser convocados para el
seleccionado. Eso sigue hasta hoy.

Argentina del ’78 era un equipo muy sólido, aguerrido, simple y contundente, aunque no todo lo vistoso que
hubiera pretendido el entrenador y quienes suscribían su ideario futbolístico. El Juvenil del ’79, sí lució en
tiempo completo la belleza estética que aquel cuadro del ’78 sólo conseguía fugazmente.

Jugaba con cuatro defensores, sostenía todo el andamiaje con Gallego parado delante de la línea de cuatro,
pendulaba con la movilidad de Ardiles y atacaba con dos wines bien abiertos: Bertoni o Houseman y Ortiz.
Un delantero centro, un referente de área como dicen ahora, Luque; y Kempes, líbero de toda la cancha,
inclasificable polifuncional capaz de arrancar de bien atrás para llegar hasta lo más profundo de las defensas
rivales.

Con tres de punta o con dos, con Valencia, Villa o Larrosa en la cancha, daba lo mismo: Kempes siempre
encontraba su lugar en el mundo y resultaba vital para el equipo y letal para los rivales. La columna vertebral:
Passarella-Gallego-Kempes se completaba con Fillol. El Pato conservaba en el arco lo que los demás
construían con paciencia arriba. La Selección pasó la primera fase, asimiló el impacto de la caída contra Italia
y atravesó el camino hacia la final, ya con Kempes en el mejor nivel. La historia es conocida: 2-0 a Polonia
con una primera atajada de Kempes para evitar que la pelota entrara y una segunda volada de Fillol en el
penal e Deyna; empate con Brasil, goleada a Perú. Punto y aparte.

Aquella goleada a los peruanos estará eternamente bajo sospecha. No hay pruebas fehacientes del arreglo,
pero sí datos cruzados que hacen pensar que el almirante Lacoste y sus secuaces se movieron para asegurarse
de que los peruanos no ofrecieran demasiada resistencia. Lo que está claro es que si hubo algo turbio no partió
de los jugadores ni del cuerpo técnico. Y también es innegable que la Selección estaba en condiciones de
hacerle los goles que necesitaba. Los peruanos habían llegado a este partido después de perder 3-0 con Brasil
y 1-0 con Polonia. Anímicamente caídos, recordaban que un par de meses antes, en Lima, Argentina había
ganado fácil, más allá del 3-1 final. Demasiados elementos para suponer que ese equipo supermotivado
necesitara de oscuras ayudas.

Treinta años pasaron desde la final que Argentina ganó digna y legítimamente en la cancha. Treinta años sin
que Kempes tuviera todo el reconocimiento que se merecía por lo que hizo en la cancha. Treinta años de una
final que la terrible dictadura militar manchó de sangre, como todo lo que tocaba.
Fragmento de otro poema de Carlos Ferreira: “Mundial”

“Cuánto bailamos en aquellos

días,

qué dulce fue el mareo del

engaño.

Cuántas ganas de ignorarlo todo,

de creer que había vuelto

el perfume de las buenas cosas.

Lo malo fue el final

indigno y torpe:

aquellos cadáveres volviendo

al lecho de los ríos,

a las comunes fosas,

meneando las cabezas,

canturreando una canción de

olvido

Y nosotros allí.

con esos bombos

con esas insensatas banderas

sudorosas,

con el mundo al revés,

hechos pelota”.

Perfume de Gol
(Cuentos / La Mujer y el Fútbol)
Editorial Planeta, Buenos Aires, 2009 y  
2010.

  De la Contratapa  
“El fútbol es una patria más intensa que la
patria misma, espeja nuestro exitismo y
fracasismo, nuestra violencia, las
supersticiones camufladas de religión, el
racismo de cada día y tanto más. Esa
patria, desde siempre, fue monopolizada
por los hombres”, dice el autor de este
libro.
En la creciente literatura referida al fútbol,
la mujer a lo sumo aparece como elemento
ocasional, decorativo, lateral, pero nunca
protagonista. En cada uno de los diecisiete
cuentos reunidos en este volumen, las
mujeres son el eje y el detonante.

– Aquí está Eva, con su nueva teoría sobre


el Pecado Original y el nacimiento del
fútbol.
– Y está en Villa Fiorito la partera de
Maradona con el insólito plan que le hizo
cumplir, mes a mes, a Dalma, para que el
hijo le saliera “Diego Maradona”.
– Y está la madre de Borges, metida en
medio de la popular, contándole a su hijo
Jorge Luis el único partido que verá en su
vida.
– Y está la mujer fanática.
– Y la relatora camionera que se inventa
un campeonato de fútbol para hacer
justicia con los equipos chicos.
– Y la esposa vengadora.
– Y la mujer que inmola su parte más
defendida del cuerpo para afrontar una
cábala.
– Y está la hermana de un muerto en
Malvinas cumpliendo una promesa para
que suceda el Día del gol.
– Y está la Raulito en su último día.
– Y la travestida que se infiltra en un
equipo de varones.
– Y la mujer harta que consuma el más
perfecto de los crímenes perfectos.

La lectura de este libro convoca a los dos


géneros –masculino y femenino–, unidos
por una misma pasión: el fútbol. La pareja
emparejada, por fin.
“Sobre el asunto del fútbol yo tenía, hasta
la lectura de estos cuentos, una opinión
que, ante mi perplejidad y asombro, ha
comenzado a variar. Es que, quizá, el
fútbol no es aquí más que un gran
pretexto, absolutamente válido y digno,
para meditar con hondura (¡y sobre todo
con gracia!) sobre lo esencial de nuestra
vida. Además, la excelente prosa de
Braceli es un raro ejemplo de
antisolemnidad y hondura.” (Héctor
Tizón).
   
ÍNDICE del libro

(Dalma Salvadora)   Recomendaciones


para parir un hijo que salga Maradona
(Eva)   Pecado original, nacimiento del
fútbol
(Selva)   Cosas del querer
(María)   El error de Dios
(Jacinta)   Compasión por la pasión, don
Borges
(Antonia)   Mandato
(Danubia)   Promesa, para que el Día del
Gol sea
(Ella)   La novia del wing que había una
   
vez
(Zulema)   Dice la esposa emputecida
(Josefina)   Platense y sopa
(Leonor)   Borges en la cancha. Por única
vez
(Rosalía)   Todo sea por Racing
(Juana)   El error de tener frío
(Fátima)   La almohada vengadora
(La Raulito)   Balada para decir adiós
(Nacha)   La relatora de todas las
Américas
(Petra)   Eulalio se fue a la guerra
Posfacio   La mujer y el fútbol. Desde
Adán y Eva hasta Eva y Adán 

  3 Cuentos (de los 17)  


I (Eva)   Pecado Original, nacimiento del
fútbol

Yo soy Eva, y vengo a poner las cosas en


claro.
Yo soy Eva, sí, la primera de todas, y
vengo a dar fe: que no hubo Pecado
Original. Que no. Ni Original ni pecado
alguno hubo, que no. Por otra parte, si
hubiese habido, original, mortal o venial, a
ver ¿qué hay con eso? Dicho sea: ¿se
puede saber quién fue el que dijo que es
pecado pecar?
Si me prestan un poco de atención, les voy
a referir lo que vengo a dejar en claro. No
le pongo ni le quito, las cosas fueron así
como ya se las estoy contando.
Demos por hecho que en el principio creó
don Dios el cielo y la tierra. La tierra era
un puro caos sin puntos cardinales y sin
arriba y sin abajo: ante eso don Dios
empezó a meter mano y dijo que exista la
luz y a la luz le llamó día y a las tinieblas
noche. Después juntó las aguas en un solo
lugar, apareció lo seco, quiso enseguida
que produzca la tierra vegetación, plantas
y árboles frutales y el mar peces grandes
que se coman a los chicos y peces chicos
que se comen a otros más chicos. Don
Dios, con desatado entusiasmo, fue
poblando la tierra de seres vivos, los aires
de pajaritos y entre los pajaritos cordiales
gorriones. Descansó el séptimo día.
Hasta aquí, detalles más detalles menos,
las cosas acontecieron como desde hace
tanto es del dominio público. Pero todo se
embarulla cuando llega el momento de la
creación del primer hombre, Adán, y la
primera mujer, que vendría a ser yo. Eso
de que nazco a partir de una costilla de él,
en qué cabeza cabe, ¡pura habladuría! Yo
y Adán nacimos, y listo.
Hablando de habladurías: cierto es que
fuimos expulsados del Paraíso, pero es
pura falsedad que se debió a que yo tenté a
Adán haciéndole morder la manzana del
árbol central del Edén. El tal árbol existió,
no lo niego. Y manzanas había, tampoco
lo niego. Y fuimos furiosamente
expulsados, qué duda cabe. Pero las
razones de esa expulsión no son las que
atravesando los siglos se han propagado.
Y esto es, justamente, lo que muy
embroncada vengo en este acto a poner en
claro.
Quien quiera escuchar que escuche,
quien quiera creer que crea.
Quien ni escuchar ni creer quiera,
que al carajo se vaya.
Pasó esto: el Edén estaba bonito,
rebosante de frutos y flores y peces de
colores en las aguas y de pajaritos a cual
más cantarín por los aires. Con Adán nos
llevábamos bien, digamos, compatibilidad
de caracteres; jugábamos a ponerle
nombres a las cosas, inventábamos todo el
tiempo palabras. A él le gustaba
especialmente la palabra tajo, a mí me
gustaba la palabra dedo. El día que
aprendimos a contar le dije que yo tenía
veinte y él veintiuno.Siete y otros siete
días le llevó entender por qué él tenía un
dedo más. Y entonces se río y se puso
colorado y salió corriendo.
¿Me siguen? Con Adán nos hacíamos el
amor, como se dice ahora, a cualquier
hora, a rajacincha. Pero ser felices todo el
santo día y todos los días nos empezó a
aburrir. Entonces, jugamos a escondernos
el uno del otro, a perdernos en los
frondosos recodos del este del Paraíso:
necesitábamos extrañarnos para después
buscarnos con miedo, con el corazón en la
boca, buscarnos con hambre y con sed.
Siempre terminábamos encontrándonos, y
al encontrarnos nos lamíamos y nos
ensartábamos. En ese punto yo le decía:
¿Viste Adán que dedos tenés veintiuno? Y
él, más que pronunciar, me respiraba la
palabra tajo.
¿Me están siguiendo? Ahora les cuento
qué pasó realmente con el Pecado Original
y toda esa vaina. Hubo dos situaciones,
dos, ambas sucedidas para colmo el
mismo día; sumadas, produjeron nuestra
expulsión.
 
Vayamos por lo que pasó en la mañana de
un día; tal vez era lunes, digo, por lo gris y
ventoso. Adán soñó hacia delante y por el
sueño se enteró que con los tiempos
prevalecería la teoría de que él tenía
treinta años cuando fue creado. Al
despertar con esa certeza Adán me dijo,
razonando con enojo: Si es cierto que yo
soy el primer humano que aprendió a
respirar,   soy también el primero al que le
afanaron Tiempo. Yo le recomendé que
mejor hablara en plural. Está bien, me
dijo, pero siguió en singular, levantando
temperatura y rabieta: Esto es un robo. Si
nací a los treinta, Dios me afanó tres
décadas. Tres décadas no es moco de
pavo real. Es casi la edad del futuro
Cristo.
La cuestión es que Adán sacó a relucir un
carácter que no le conocía ni le suponía.
No se quedó en el molde. Debo
confesarlo, me gustó muchísimo que no se
quedara en el molde. No hice nada para
contenerlo cuando me dijo: ¿Venís
conmigo, Eva? Yo esto se lo tengo que
plantear a este señor. Y llegamos ante don
Dios. Y fue éste el ríspido diálogo:
–Don Creador, usted me hizo de treinta
años.
–Yo hago. Y Yo deshago.
–Pero me sacó tiempo. Y me perdí eso de
mamar del pecho de una calidísima madre
y me perdí la niñez entera y me perdí la
adrenalina de tocar los timbres de las
casas y salir rajando… Una punta de
cumpleaños y la adolescencia me perdí…
–Pero te salvaste del servicio militar.
–De acuerdo, pero usted me sacó tres
décadas de tiempo. Tres.
–Adán, me huele a reclamo lo tuyo.
–Don Creador, ¡pido lo que me
corresponde!
–Aquí el único que pone el grito en el
Cielo ¡soy Yo! Fuera de mi vista,
¡desagradecido!

Paso a relatar el segundo y decisivo


episodio que produjo nuestro exilio del
Paraíso:
En la tarde de aquel día que tal vez era
lunes, vi que las manzanas del árbol
central del Edén estaban con el semblante
muy rojo, con decirles que con sólo
sacudir el árbol se desplomaban. Eso hice:
sacudí el árbol y llovieron manzanas,
muchas manzanas. No teníamos hambre
para afrontar tantas y nos pusimos a
chacotear con ellas. Alcé una y se la arrojé
a Adán, que estaba bostezando a unos diez
pasos. El intentó devolvérmela con el pie
derecho. No pudo, apenas la rozó con el
tobillo. Le arrojé una segunda manzana y
estaba vez fracasó peor, le pegó con la
canilla. Me reí con carcajadas; esto
despertó el amor propio de Adán. Me rogó
otra oportunidad: Voy a probar con la
pierna del lado del corazón, me dijo. Allá
va, le dije yo y mi Adán, así como venía,
la empalmó por encima de un arco iris, a
la manzana. Tal como les digo: la
manzana llegó hasta la misma nube en la
que don Dios estaba haciendo siesta: le
dio plena, exacta, en un ojo. 
Don Dios rugió un caraxus que
descuajeringó nubes y trizó montañas y
erizó mares. Un caraxus que hizo de los
aires vientos y de los vientos huracanes,
de ahí los cinco continentes. Caramba con
el caraxus de don Dios.
Nosotros, Adán y yo, ante esto, ¿qué? No
pedimos perdón, porque no había por qué.
Ni clemencia pedimos.
–Adán –le dije–, nada de indultos, rápido
rajemos de aquí, vayámonos a la Tierra,
busquémonos un lugar donde podamos
sufrir de vez en cuando y no seamos
felices todo el tiempo.
–¿Un lugar donde podamos ilusionarnos
con que tenemos albedrío?
–Sí, un lugar donde al miedo lo podamos
sentir juntos.
–¿Y habrá manzanas tan redondas en ese
lugar, Eva?
–Habrá, Adán, si regamos cada día el
árbol que nos da el fruto.   

Doy fe de lo que digo. Palabra de honor,


palabra de hembra, palabra de Eva. Aquí
vine, aquí estoy para poner de una vez las
cosas en claro. Ni soñado ni exagerado,
así, tal cual, fue lo que sucedió allá lejos.
La exacta manzana que entró en el ángulo
superior derecho de un ojo de don Dios,
fue la razón desencadenante de nuestro
exilio por los siglos de los siglos. Qué
sabía yo que al procurarle aquel juego al
aburrido Adán, al incitarlo con esa
manzana que empalmó con tan soberbia
izquierda, iba en ese instante a nacer algo
que ni Dios sabía entonces que iba a
llamarse fútbol.
Porque de fútbol somos, iba a valer la
pena el exilio. Iba a valer la alegría.
Coño, que no hubo Pecado Original, que
no.
   
  II (Dalma Salvadora)    
Recomendaciones para parir un hijo
que salga Maradona

La madre que parió a Maradona pudo


concebir a semejante ser porque antes
afrontó y cumplió al pie, al pie de la letra,
los consejos que la Pierina le anotó, de
puño y letra, en un cuadernito. La Pierina
era partera –perdón por la rima– a la hora
que fuera. Una digresión: también se
llamaba Pierina la partera que ayudó a mi
madre para que mis cinco kilos y pico
salieran a respirar al mundo. No se trata de
la misma Pierina, no, pero una me llevó a
la otra y la otra a esta historia.

En ese vértice del almanaque que abrocha


un año con otro, cuando brindamos y nos
abrazamos y nos besamos y nos ponemos
momentáneamente buenos, Dalma
Salvadora Franco, la Tota, le dijo a su
esposo, Diego Maradona, Chitoro, al oído
le dijo:
–El próximo será varón. Te lo juro.
–Eso me dijiste la primera vez…
–… y vino nena.
–Y la segunda vez…
–… y vino nena.
–Y la tercera vez…
–… y vino nena. Y la cuarta vez, sí,
también te lo dije.
–Y nena vino.
–Pero el quinto, Chitoro, será varón.
–Será varón, Tota. Si no viene nena.
–Te digo que será varón.
–Si nos sale nena yo la voy a querer igual.
Vos sabés.
–Será varón. Y jugará a la pelota como
diosmanda.
–Dios, Tota, no entiende un comino de
fútbol.
–Bueno, si no entiende, que mire para
abajo y aprenda de una vez.

Llovía sin consideración afuera de la


casilla en la Villa Fiorito de Lanús,
provincia de Buenos Aires. Pero la Pierina
prometió que iba a estar a las seis de la
tarde y allí estaba, ese 5 de enero,
empapada, con el paraguas desfondado.
Era una partera de palabra. La Tota le
alargó una toalla y un batón y se fueron a
la única habitación para poder hablar
tranquilas. Era una conversación de
grandes y las nenas que sigan jugando.
–Quiero que sea varón, Pierina. Varón y
futbolista y bueno.
–¿Bueno como persona o bueno como
jugador?
–Las dos cosas: varón bueno y jugador
buenísimo.
–Sabía que me ibas a pedir algo así. Pero
hagamos de cuenta que no me dijiste nada.
Y empecemos de cero. Respondéme, Tota,
a cada cosa que te voy preguntando.
–Bueno.
–Ustedes nunca fueron otra cosa que
pobres… tenés cuatro críos, cuatro,
¿querés tener otro?
–Sí, quiero.
–¿Y tu marido se anima?
–Sí, quiere.
–¿Lo querés hombrecito u hombrecita?
–Hombrecito.
–Entonces, Tota, deberás mirar el sol cada
vez que tomés agua.
–Miraré el sol cuando tome agua. Pero ¿y
de noche?
–Mirarás la nuca del sol, que vendría a ser
la luna.
–Tomaré agua mirando la luna entonces.
–No es todo. Vos y tu Chitoro, cada día
deberán comer cosas que vengan de los
árboles, de la madera.
–¿Para qué eso?
–Para que el venidero les nazca con palito.

La Pierina era una mujer con algunas


lecturas, por ejemplo, eso de “para que el
venidero les nazca con palito” se lo afanó
a un poeta que iba a escribirlo tres años
después en un libro que se llamaría El
último padre. Pasan estas cosas. Y hay
que decir, además, que la Pierina era una
partera apta para todo servicio: más de una
vez, con dolor en el corazón y en el alma,
ayudó a abortar criaturas que iban a ser
devoradas por la condena definitiva de la
pobreza. No hay derecho a arrojar a
nadie al hambre, decía ella.

Parir un hijo Jesús no fue fácil. Sólo una


mujer pudo. Parir un hijo Che Guevara
tampoco fue fácil. Sólo una mujer pudo.
Parir un Diego Armando Maradona
Franco, más que superdotado futbolista y
hacia 1986 el humano más famoso de
todos los seres vivos del planeta, tampoco
iba a ser fácil; para nada.
La Pierina pidió un té de carqueja ¡sin
azúcar! y lo tomó despacio, algo
pensativa.
–Decíme, Tota, ¿estás bien segura que
querés que el pendejo te salga futbolista y
buenísimo?
–Y sí. Que sea buenísimo, el mejor de la
villa.
–Mirá, si nos metemos en este baile
tenemos que apostar muy fuerte. Ya que
estamos que sea el mejor de la villa, el
mejor de la provincia, el mejor del país, el
mejor del mundo, el mejor del siglo y de
todos los tiempos.
–Y bueno, Pierina… ya que estamos.
–Te aviso que no va a ser sencillo.
Conseguir un pibe así te va a costar una
güeva y la otra güeva también. Yo me
vine bien preparada, Tota. Te anoté, mes
por mes, lo que tenés que hacer sin
saltearte nada. En cuanto te olvidés o no
podás hacer algo, despedíte del pibe 10.
Te vendrá un pibe 7 o 5 que jugará lindo,
pero como tantos.
–No no no, yo quiero que sea pibe 10, el
mejor de todos.
–Eso es, Tota, el mejor de todos así en la
tierra como en el cielo como en el
infierno.
–Pierina, ¿no podemos evitar eso del
infierno?
–No podemos: tierra y cielo incluyen
infierno. Por el mismo precio eh.
–Bueno, Pierina, digamé.

La Pierina dijo ahora sí dame un par de


mates. De pronto apretó el ceño y los
tomó cabeceando, mirando al piso.
Mirando al piso como quien mira las
entretelas del futuro, con gravedad. Su
rostro fue como esos cielos luminosos que
sin aviso se oscurecen. Después de los
mates corrió su silla y se ubicó frente a la
Tota. Estaban rodillas contra rodillas.
La Pierina abrió el cuadernito y empezó a
leer con voz algo solemne:
–Para tener un hijo que como futbolista
sea el más genial de los geniales, el más
único de los únicos, tendrás que cumplir,
mes a mes lo que aquí está escrito.
–Lo haré, seguro que lo cumpliré.
–En el primer mes, cada día, un ajo en
ayunas.
–¡Un ajo!
–Un ajo. Caiga quien caiga.
–Y bueno, caiga quien caiga. Pero ¿para
qué el ajo?
–Para que venga sin pelos en la lengua.
Un único entre los únicos tiene que decir
siempre lo que le da la gana, así le moleste
al faraón o al sumo padre… Sigamos, que
se nos viene la noche. En el segundo mes
tendrás que dormir en el lado izquierdo de
la cama y después siempre así.
–¿Pará qué eso?
–Para que venga zurdo, bien zurdo. En el
tercer mes tendrás que hacer tres días de
ayuno: sólo líquidos.
–Pero voy a tener mucho hambre, Pierina.
–Y él también. Así vendrá con hambre.
Con hambre de gol, con hambre de todo…
En el cuarto mes tendrás que prepararte,
cada tres días, un caldo que tenga acelga,
apio, hinojo, rabanitos, calabaza, camote,
ají verde, cinco cebollas, cinco… y pastito
de ese que sale a la orilla del pozo de
agua. Una olla entera.
–¿Y esto para qué?
–No sé. Pero vos hacélo, Tota. El día trece
del quinto mes, el 13, deberás buscar una
piedra bien redonda, del tamaño de un
puño y a la piedra enterrarla en el medio
de la canchita más cercana. Eso lo harás
sola, sin ninguna mirada, a las tres de la
mañana.
–¿Mi marido me podrá acompañar?
–Sola dije. Y sin que nadie se entere. Ni
él.
Las recomendaciones para el sexto,
séptimo y octavo mes no fue posible
conocerlas porque la Pierina, vaya uno a
saber porqué, se las dijo al oído. Secretos
de hembras. Secretos sellados, porque la
hoja donde estaban escritas las
recomendaciones de esos tres meses fue
arrancada en el acto y prendida fuego.
–Pierina, ¿puedo preguntarle algo?
–Te la pasás preguntado.
–¿Por qué me habló al oído?
–Porque no quiero que escuche.
–¿Quién? Si estamos solas y encerradas.
–No tan solas, Tota, siento que alguien
nos está escuchando.
–Alguien…
–Sí, yo siento que aquí adentro, aparte de
nosotras hay… no sé, un escritor, alguien
así.
(Al escuchar esto sentí vergüenza, me
ruboricé…)
 
–Cebáme otro mate –dijo la Pierina
enseguida– pero antes cambiále la yerba. 
No me tinca el mate con gusto a enema.
Y el mate vino. Y después las dos mujeres
otra vez rodillas contra rodillas.
–Pierina, ¿podré cumplir con todo lo que
me está pidiendo?
–Eso me pregunto yo: ¿podrás, Tota?
–Quiero poder.
–Vas a poder.
–¿Y en el noveno mes qué tengo que
hacer?
–Desde el primer día caminar descalza por
las mañanas. Descalza, sintiendo que la
tierra es la espalda del mundo entero. Esto
para que tu hijo venga mundial,
ecuménico y planetario… barrilete
cósmico…
–¿Barrilete cósmico?
–Se me hace que así lo llamará un día
cierto relator que hoy todavía no imagina
que será relator, porque recién anda por
sus trece o catorce años de edad… Sí,
descalza, cada día por la espalda del
mundo andarás…
–Eso no me costará nada, me gusta andar
descalza.
–Lo que te costará un poquito más, en la
primera semana del mes noveno, será
enhebrar una aguja...
–Eso lo hago sin dificultad todos los días.
–… enhebrar una aguja con los ojos
cerrados. La misma aguja que usás para
pegar los botones de la camisa. No vale
aguja de colchonero eh.

Y la Tota quedó preñada a las casi tres


semanas de ese encuentro con la Pierina.
Se empezó a poner gruesa sin disimulo y
con entusiasmo. Mes a mes fue
cumpliendo una por una las
recomendaciones. Hasta que llegó el
crucial día de enhebrar la aguja con los
ojos cerrados. Lo empezó a intentar desde
temprano: se encerró en su dormitorio,
tomó aguja, tomó hilo y… creer o
reventar: en el primer intento no pudo. Ni
en el tercero ni en el décimo. Se dio
cuenta que estaba temblando. Ciega y
encima temblando, ni en un año podré
enhebrarla, gimió. Intentó tres, siete veces
más, no pudo; le dio una patada a un
ovillo de lana y el ovillo de lana se metió
justo por el ángulo de la banderola
entreabierta. Alguien en la vereda vio salir
el ovillo en parábola y bramó ¡gol carajo!
La Tota escuchó la palabra gol y salió
como resucitada de su creciente congoja y
decidió decir gol en los próximos intentos.
No necesito varios intentos, ya en el
primero sintió que el hilo había penetrado
por el enormemente pequeño ojo de la
aguja.
Sintió eso; lloró en silencio.
Y aquí entró el marido y la encontró así.
No se animó a interrumpirle el llanto, sólo
se hincó y le besó el vientre y él también
empezó a llorar bajito.

Dos días después, la Tota, sumamente


embarazada, le estaba dando una mano a
su marido. Él, empinándose desde una
silla, intentaba cambiar una bombita de
luz. Chitoro, qué te costaba hacerlo con
la escaler…No terminó de decirlo y a él se
le cae la lamparita. Ella interrumpe la
caída con la rodilla; la bombita vuelve a
subir y a caer, pero no se estrella en el
suelo; ahí, ella, por así decir, la acampuja
con el empeine y la lamparita va a dar a la
mano asombrada de él.
–¿Alumbrará esta lamparita?–, dice él.
–Seguro que alumbrará–, dice ella.
Ella, después de cumplir al pie, al pie
izquierdo de la letra, los mandatos de la
Pierina, no imaginaba que su hazaña de la
lamparita sellaría, como si fuera un antojo
al revés, el destino mundial y único del ser
que a las siete de la mañana del día
siguiente iba a nacer, en domingo,
naturalmente. A nacer por los siglos de los
siglos.

El 30 de octubre del año 1960 después de


Cristo la Tota rompió bolsa a eso de las
cinco de la madrugada. Camino del
Policlínico que, naturalmente, se llamaba
Evita, le preguntó a la Pierina, que la
acompañaba:
–Estoy segurísima que Dieguito va a ser
un pibe 10. Pero dígame Pierina, ¿mi hijo
va a ser feliz?
–Tu hijo estará condenado a dar felicidad
a los demás.
–Pero él, ¿él va a ser feliz?
–Mirá, el Policlínico. Por fin llegamos.
–Pero él, ¿él va a ser feliz?
–Dame la mano y bajá con cuidado.
–Pero él va a…
–Afirmáte en mí, Tota. Vamos. Rápido.
   
  III
(Nacha)   La relatora de todas las
Américas

El uno para el otro.


En los bordes de la ciudad de La Plata,
capital de la provincia argentina de
Buenos Aires, ellos nacieron en la misma
calle, a siete casas y dos baldíos de
distancia, con una semana de diferencia.
En el mismo mes de noviembre de 1947,
Nacha y Ambrosio recibieron tijera de la
misma partera. No es todo, hasta se
casaron el mismo día. Claro, no podía ser
de otra manera porque se casaron entre sí.
Los dos crecieron fervorosos de la religión
del fútbol. Tantas coincidencias hubieran
alisado, aguado sus vidas hasta ser
devorados por la peor de las caries, la de
la indolora monotonía, pero por suerte
había algo, esencial, que los distanciaba
gravemente: Nacha era hincha, como ella
decía, hasta las uñas de los pies, de
Estudiantes de la Plata, y Ambrosio era
hincha, como él decía, hasta las pestañas,
de Gimnasia y Esgrima de La Plata.
Sabido es: no puede haber mayor encono
que entre dos equipos del mismo pueblo o
ciudad. Hinchas eran los dos, y de cuajo:
en ayunas, sin feriados, con insomnios
incluidos. La luna y el sol, diástole y
sístole.  

Ambrosio, todavía en su morosa escuela


primaria, rondaba por los talleres
mecánicos y a partir de esto frecuentaba a
los camioneros de larga distancia. Empezó
de acompañante, sin cobrar, por la
comida, felicísimo. Con el tiempo su
patrón, viendo que era también un muy
hábil mecánico capaz de solucionar lo que
venga con alegría y maña y alambre y
palito, le confió uno de sus tres camiones
para que lo manejara por su cuenta,
primero atravesando el país en diagonal
hacia el norte y después hacia el sur. Al
tercer viaje ya se largó solo. Tenía
entonces veintidós años. 
Nacha, como su madre y como la madre
de su madre, sabía coser, sabía bordar, iba
para modista y, por así decir, para mujer
de su casa.
Nacha fue la primera novia de Ambrosio y
Ambrosio fue el primer novio de Nacha.
El primer beso en la boca fue ése, el
mismo para los dos. Muy largo resultó el
noviazgo porque empezó temprano, a los
quince, y se convirtió en una costumbre.
Pero a los veintiocho, sin que nadie
supiera porqué, imprevistamente
decidieron casarse con una velocidad que
a familiares, amigos y favorecedores hizo
pensar que era de apuro, que ella estaba
de encargue. Pero lo real es que Nacha y
Ambrosio nunca pasaron de los besos y
ciertos manoseos febriles de zaguán.
Corrían el peligro de transformarse en
hermanos.
El casamiento se organizó en tres
semanas, fue con iglesia, y de blanco ella.
Él estrenó el único traje que tuvo en su
vida; amoldar los zapatos le llevó a sus
pies planos tres semanas, a razón de dos
horas diarias. La fiesta se hizo en el barrio,
en plena vereda, sumando seis mesas, con
lamparitas de colores y música del
vecindario: se juntaron dos guitarras
entusiasmadas, una tuba caudalosa y un
violín que en fin. La comida, también
reunida por el vecindario, tuvo empanadas
recién sacadas del horno y tres lechones
asados en la panadería, bebida para tirar
para arriba, mucha sidra, más cerveza que
vino.
Era un sábado. Los dos acordaron que la
luna de miel, de una semana, fuera dos
días después, porque ese domingo
justamente jugaban Estudiantes y
Gimnasia (o viceversa) y les hubiera sido
insoportable irse sin sufrir y gozar ese
partido. Como es previsible, ese encuentro
terminó empatado, un resultado
providencial que sin embargo no le gustó
a ninguno de los dos. 
Vayamos un momento a la fiesta de
casamiento: se prolongó hasta muy
entrada la madrugada. A eso de la una y
media de la mañana, después de bailar con
todos, Ambrosio y Nacha se encontraron
bailando juntos. Ahí fue que ella le dijo:
–Estás preocupado. Contáme.
–Un poco cansado nomás. Estos zapatos.
–Decíme qué te pasa, Ambrosio.
–No me pasa nada te digo.
Y de los brazos de Nacha se va Ambrosio
a buscar una silla, con la excusa de que no
da más de los pies. Ella lo deja alejarse.
Pero al rato, distantes del barullo, Nacha
vuelve por Ambrosio. No le pregunta
nada, sólo le busca los ojos y le toma las
manos:
–Qué frías tenés las manos. Algo te pasa.
–Me pasa que… yo no sé hacer otra cosa
que manejar y arreglar mi camión...
–Lo tuyo, lo que siempre hiciste.
–Nacha, quiero decirte que estar con el
camión me gusta y me va a gustar
siempre, siempre.
Un silencio muy largo; él baja la mirada,
ella no. Él sigue, pero en voz baja:
–… la ruta, el motor, los viajes, es lo que
haré siempre. Vos lo sabés.
–Y claro que lo sé: desde los catorce que
ésa es tu vida.  
–Los viajes son largos, Nacha, varios días
de ida, varios días de vuelta, a veces una
semana…
–… a veces diez, doce días… Mirá,
Ambrosio, yo sé lo que estás pensando y
no te animás a decirme. Lo sé porque a mí
me pasa lo mismo que a vos.
–Entonces contáme… a vos te salen más
fácil las palabras.
–Ambrosio, decíme, ¿a vos te va a gustar
dejarme sola una semana, diez días, llegar,
estar en la casa unos días y volver al
camión otra semana larga?
–Nacha, te voy a extrañar mucho.
–Yo también te voy a extrañar mucho.
–Entonces, lo mejor es que me deje de
camión, de ruta y… No nos queda otra.
–Sí nos queda otra: yo me voy con vos de
acompañante, te ayudo en lo que pueda, te
cebo mate, te hago de comer, y mientras
manejás te relato partidos de fútbol.
La propuesta de Nacha no necesitó la
respuesta de Ambrosio en palabras. Con
un abrazo él le dijo que sí que sí. Fue tan
apretado, tan largo el abrazo, que subieron
las voces del vecindario: ¡Que vivan los
novios! 
Sin soltarse, Ambrosio, bajito le pregunta:
–Nacha, ¿siempre vas a ser mi
acompañante en la ruta?
–Siempre.
–¿Toda la vida?
–Toda la vida.
–Pero… cuando tengamos hijos no vas a
poder venirte conmigo.
–Todo no se puede en esta vida. Hijos no
vamos a tener.

La semana prevista para la luna de miel se


redujo a tres días; los otros cuatro
Ambrosio y Nacha los dedicaron a
acondicionar la cabina del camión, sobre
todo la cucheta, pensando que iban a ser
dos los que pasarían días con sus noches,
semanas, en ese reducido espacio. Ella,
hacendosa y práctica, se encargó de una
punta de detalles femeninos. Mientras
tanto él a la cucheta le agregó una
bandeja, especie de suplemento que
amplió el espacio para dormir. Se iban a
arreglar lo más bien porque Nacha era
menudita.
Una punta de horas le llevó a ella armar
un artefacto que hizo injertando una parte
de un carburador en desuso de Fiat 600
con un colador. Ése iba a ser el micrófono
que usaría para relatar partidos de fútbol
imaginarios.
Y salieron una mañana antes de que
asomara el sol, con el camión y su carga
de rollos de ruberoy y aislantes para
techos, rumbo a Río Gallegos. Felices
partieron en ese Dodge que, por años, iba
a ser para ellos como un hogar. En esa
casita la ventana del parabrisas les
renovaba el paisaje y durante algunas
horas clave se convertía en cabina de
arduas trasmisiones radiales. Las horas
elegidas para los relatos de Nacha eran las
del sopor de la siesta o las del temible
sueño del amanecer, cuando la ruta
produce en su infinita reiteración de
asfalto un encantamiento hipnótico. Ella,
en esos tramos, abría sus relatos sacando
de la visera de la cabina un cable que en
su extremo tenía el micrófono. Para sus
trasmisiones había programado, de común
acuerdo con Ambrosio, un campeonato de
fútbol con características muy propias. Por
empezar, los partidos podían durar dos
horas o dos horas y media si era necesario.
En esos torneos que empezaban, se
desarrollaban y terminaban en el lapso de
cada viaje, habían acordado que uno de
cada tres campeonatos fuera ganado por
uno de los equipos de La Plata,
Estudiantes o Gimnasia. (Perdón: o
viceversa). Los otros campeonatos se
repartían preferentemente entre equipos
del país interior; ocasionalmente ligaban
San Lorenzo, Vélez, Independiente,
Rosario Central, Ñuls, Huracán,
Argentinos Juniors, Lanús. Jamás, jamás,
River o Boca. Y esto por una cuestión de
principios, de federalismo, de justicia
divina. Resulta que Nacha, que había
completado el secundario, tenía algún que
otro libro leído: uno de ellos era La
cabeza de Goliat, de Martínez Estrada.
Precisamente esta lectura la aplicaba casi
con furia de barricada cuando
argumentaba en sus editoriales deportivas
que ya basta de Boca y de River, ya basta
de que la cabeza de Goliat crezca enorme
devorando su propio cuerpo, el cuerpo
que le da de comer…
Desde luego que las alternativas de los
partidos que trasmitía Nacha poco y nada
tenían que ver con las del campeonato
real. Ella digitaba triunfos, derrotas,
puntaje. Ella, relatora, era como una
especie de Dios planificador de un
campeonato justiciero, compensador de la
agraviante realidad.
Se permitían licencias no sólo como las de
la duración azarosa de los partidos. Ella,
discutiendo y acordando siempre con
Ambrosio, había establecido algunas
modificaciones verdaderamente
revolucionarias en las reglas de juego, que
contradecían a las de la AFA y la FIFA.
Era una especie de subversiva del fútbol
Nacha. Por ejemplo, el orsay empezaba a
partir de la línea del área grande; los
saques laterales se debían hacer siempre
con el pie; los tiros libre se ejecutaban sin
barrera. Tal vez la norma más imaginativa
era que, cada tres corner, el equipo
favorecido tenía derecho a un penal. Todo
esto, evidentemente, para propiciar y
favorecer y premiar el juego ofensivo, y
desalentar, según el decir vehemente de
Nacha, el juego aburrido y cobardón y
mezquino y conservador de los equipos
que se cuelgan del travesaño y especulan
penosamente con la usura de la ley del
orsay. Así planteados, los partidos
relatados por Nacha terminaban sumando
ocho, diez, quince goles. Un festival de
alaridos. Las canchas reventaban de gente
y la natural violencia se canalizaba en esa
abundancia de goles.

En esta historia hay tres momentos,


digamos, cruciales. Ya los compartiremos.
Antes agreguemos algunos pormenores.
Nacha era asmática. Eso hacía que
algunos partidos terminaran abruptamente.
El árbitro clava la pitada final por falta
de garantías, decía Nacha, y jadeando
cambiaba su micrófono por el
vaporizador.
Otra: En cada transmisión Ambrosio no se
limitaba a ser un oyente, compartía el
relato en distintos momentos. Por
empezar, él, que tenía un segundo
micrófono menos sofisticado, una ex
linterna de dos pilas, hacía la apertura con
voz adecuada: Señoras y señores oyentes
de los cuatro puntos cardinales… con
ustedes la relatora de todas las Américas
y de las provincias unidas del sud:
¡Nacha Marelli de Morales! Y Nacha
seguía con este saludo: ¡Buen día a la
hora que sea! ¡buen día país! ¡¡buen día
gol!! Después de esa destreza algo
literaria, invariablemente le pedía
tratándolo de usted: Ambrosio Morales,
pasemos al estado del tiempo y la
formación de los equipos… Durante el
vértigo de sus relatos, para darse un
respiro o un toque de mate, y muchas
veces para despabilarlo, Nacha le daba un
codazo a Ambrosio y le pasaba la posta:
Morales, ¿cómo se ven las caras en el
banco del equipo por ahora perdidoso? Y
Morales casi siempre acotaba lo mismo:
Hay preocupación, mucha bronca…y en
cualquier momento, Nacha, ¡se viene un
cambio! En los entretiempos, que Nacha
usaba para renovar el mate, la transmisión
seguía con Ambrosio, siempre desde el
vestuario del equipo más comprometido o
perdedor. Daba cuenta de algún lesionado,
reiteraba la temperatura, metía algunos
avisos fijos como el de Gran Tienda La
Unión… donde un peso rinde tres…
donde el cliente siempre tiene razón…
donde se venden los sombreros estilo
Mussolini y los zoquetes contra el
temblor…Codazo, y entraba Nacha con la
pregunta de siempre: ¿Novedades para el
segundo tiempo en el vestuario de los
perdedores? YAmbrosio se mandaba la de
siempre: ¡Hay orden de ganar! ¡Hay
orden de ganar!
No convendría dejar pasar un detalle:
Nacha hacía girar sus vibrantes relatos en
función de los perdedores, a tal punto que
cuando mencionaba a su emisora, decía:
Radio Diagonales, ¡la radio de los
perdedores de siempre! Y bajaba línea sin
disimulo: odiaba con todas las letras a los
tramposos periodistas objetivos y
neutrales.
Escuchémosla un momento, por favor:
–Amables soyentes, todo llega… ya falta
menos para que nos llegue el día en que
los hambrientos de la tierra doblarán la
resignación y perderán la paciencia y
bajarán como un río por las avenidas…
Mientras tanto, amables soyentes, el
fútbol es la única forma de justicia
posible, porque empareja en el mismo
alarido al millonario y al desgajado sin
dientes, al profesor y al analfabeto.

Momento de referir tres situaciones, entre


tensas y dramáticos, en la vida de Nacha y
Ambrosio en la sucesiva ruta.
El 7 de abril del 79 –era sábado, ya habían
cumplido tres años y medio de casados–
Ambrosio frenó imprevistamente el
camión, a la altura de  Piedra Buena.
Desde hacía un buen rato, nadie en la ruta.
Frenó y preguntó a boca de jarro:
–¿Seguís pensando igual que la noche de
nuestro casamiento?
–Me lo decís porque cambiaste de idea
Ambrosio.
–No… no cambié de idea. Pero por ahí
vos…
–Todo no se puede en esta vida. Hijos no
vamos a tener.

Pero conozcamos un poco más a esta


Nacha y a este Ambrosio; seguro que
terminaremos queriéndolos.
El 13 de marzo de 1981 vino viernes.
Llevaban seis horas sobre la ruta, sin
detenerse; llovía mansamente. Nacha
estaba trasmitiendo el segundo tiempo de
un partido entre Rosario Central y Lanús.
Kilómetros antes de entrar por la ruta 3, a
Río Gallegos, a la altura del Cañadón de
las Vacas, el camión se fue en una curva;
quedó con las ruedas mirando el cielo.
Ambrosio todavía respiraba pero estaba
inconsciente; medio rostro bañado en
sangre. Nacha intentó socorrerlo, pero en
cuanto se inclinó sobre él, perdió el
conocimiento; a ella la sangre le bajaba
por la nuca. La ambulancia llegó dos horas
después. Ya en su interior, les aplicaron
oxígeno. Ella entonces entreabrió los ojos
y al ver la mascarilla la consideró
micrófono y sin más dijo: Y el partido se
suspende a los 32 minutos del segundo
tiempo. Y cerró los ojos Nacha.
Podría ser más fuerte este momento si
escribiéramos que cuando largó y el
partido se suspende a los 32 minutos del
segundo tiempo, dijo sus últimas
palabras.Pero no fueron las últimas. Una
conmoción cerebral severa ella y no tan
severa él. Seis puntos de sutura para ella y
diez para él. Después el retorno a la casa,
para reponerse y arreglar lo dañado del
camión. Todo no había pasado de un
enorme susto, sobre todo para Ambrosio
que despertó primero y al ver tan quieta a
Nacha se arrojó desesperado sobre ella.
Veintidós días después volvían a la ruta.
Iban los dos ganados por el silencio; el
silencio se hizo más espeso cuando
llegaron a la curva del vuelco, ahí, cerca
de Cañadón de las Vacas. Apenas la curva
quedó atrás, Nacha tomó el micrófono:
Amables soyentes… y el partido se
reanuda a los 32 minutos del segundo
tiempo...

Último día del mes de noviembre de 1991:


Ambrosio y Nacha ya han celebrado con
dos asaditos en la ruta, sus respectivos
cuarenta y cuatro años de edad. El 30 vino
sábado. Los dos, con los micrófonos de
siempre, están haciendo una transmisión
en duplex porque hoy juegan, por un lado,
Boca y Gimnasia, y por el otro, River y
Estudiantes. Nacha salta de un partido al
otro con la impunidad de su imaginación.
Esta vez un casi vuelco del camión, con
toda su carga, casi se produce por esquivar
a un auto suicida que se les viene de
frente. El auto sigue como si nada. A los
diez minutos Ambrosio se aprieta, se
estruja el pecho con una mano, alcanza a
frenar. Ella le ve la mirada y se da cuenta
de que apenas le salen las palabras: le
acerca la oreja. Ambrosio, con menos que
un murmullo le está diciendo:  Me voy
nomás… Mi Nacha, gracias por no tener
hijos… con lo que te gustaban…
gracias… Cuando Nacha le pone los
labios sobre los labios para dejarle el
último beso, recibe en los suyos el airecito
del gracias de Ambrosio.
Da un alarido, sin llanto el alarido…
Muertito del corazón, por el corazón…
Después, muy quieta ella, lo mira
largamente… esperáme ¿sí?… Le baja los
párpados, le arregla el pelo…
Con una fuerza que no se conocía ahora
está trasladando el cuerpo al asiento que
ella ocupaba recién. Toma a su vez el sitio
del volante; sentada en el borde del
asiento pone primera, segunda, tercera…
pone cuarta. Toma el micrófono y dice:
Amables soyentes de Radio Diagonales,
Ambrosio nos ha dejado… se fue a
respirar de otra manera… Vamos a
interrumpir esta transmisión, vamos a
hacer un minuto, un día, un año, una
eternidad de silencio… El amado fútbol
seguirá haciendo su vida, y hace bien,
pero el espectáculo ¡mierda! hoy no debe
continuar… Corazón y pases cortos,
corazón y pases largos, amables soyentes,
siempre corazón… ¡Hasta el gol siempre!
El camión avanza veloz, llega a lo más
alto de una loma, nadie se ve en ese
camino de cornisa, que serpentea. Como
corresponde, piensa en voz alta Nacha,
como diosmanda… Y hunde el acelerador
a fondo antes de entrar en ésa, en esa
curva…

1
Al ser interrogado alguna vez acerca del fútbol, el escritor argentino Jorge Luis Borges
atribuyó su popularidad al hecho de que “no hay nada más popular que la estupidez”; antes,
había dicho: “Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son
especialmente hermosos”. Borges demostraba así que su desprecio por el fútbol era tan
grande como su desconocimiento de las reglas de ese deporte, ya que lo habitual es que
solo corran diez jugadores por bando mientras los dos porteros o arqueros guardan su
portería (aunque el portero turco Rüştü Reçber solía correr detrás del balón, según
recuerdo), pero, en cualquier caso, ¿quién podría llevarle la contraria al autor de El Aleph?

(Algunos otros escritores, por supuesto: Umberto Eco, Henry de Montherlant, Vladimir
Nabokov, Alan Sillitoe, Anthony Burgess, Albert Camus, Nick Hornby y otros, todos
grandes aficionados.)

Aunque hubo un tiempo en que no parecía posible interesarse por la literatura y por el
fútbol, hace mucho que ese tiempo parece haber quedado atrás, y hoy son numerosos los
escritores que se interesan (nos interesamos, debería decir) por las dos cosas, al punto de
que la intersección de ambos intereses es ya, de algún modo, un género o subgénero de la
literatura, en particular de la hispanohablante. Un listado provisional de los escritores en
esta lengua que han escrito sobre fútbol debería incluir a los argentinos Roberto
Fontanarrosa (autor del que, en mi opinión, es el mejor cuento de fútbol: 19 de noviembre
de 1971, acerca del día de “la palomita de Poy” del que hablaba en un artículo anterior de
esta serie), Eduardo Sacheri, Rodolfo Braceli, Osvaldo Soriano (autor de unas
Memorias del Míster Peregrino Fernández y de unos Cuentos de los años felices en los que
hay mucho fútbol), el uruguayo Eduardo Galeano (un escritor que, por otra parte, debería
estar en las listas negras de cualquier lector de calidad), el mexicano Juan Villoro (Los
once de la tribu, Dios es redondo), los españoles Javier Marías (Salvajes y
sentimentales), Manuel Vázquez Montalbán (El delantero centro fue asesinado al
amanecer), Antonio Hernández (El Betis: la marcha verde), Juan Bonilla, Camilo José
Cela (autor de unos Once cuentos de fútbol y demostración palpable de que una de las
principales responsabilidades de un escritor para con su obra es encontrar una buena viuda),
Gonzalo Suárez, David Trueba, Ramiro Pinilla, Sergi Pàmies y Enrique Vila-Matas,
pero también Rafael Alberti, Manuel Alcántara y Gerardo Diego, seleccionados junto a
otros por Luis García Montero y Jesús García Sánchez (Chus Visor) en la reciente Un
balón envenenado, antología de poesía hispanohablante sobre el fútbol.

Naturalmente, no es una lista de autores menores (y puede ser ampliada, por ejemplo con
los muchos y magníficos libros de periodistas como Santiago Segurola, Manuel Jabois y
Enric González, entre otros), pero el hecho de que, a pesar de todo, hayan sido pocos los
escritores que han hablado de fútbol (es decir, pocos en relación a la importancia social de
ese deporte y a lo mucho que se habla y se escribe sobre él en nuestros días) parece entrañar
una contradicción a lo dicho anteriormente. A falta de su constatación, quizás pueda
arrojarse una hipótesis que resulta de la lectura de los cuentos de fútbol: la razón de su
escasa ficcionalización en la literatura se debe al escaso interés narrativo de este deporte.
No en vano los mejores relatos de fútbol no se ocupan, o solo tangencialmente, de los
lances del juego: estos no son realmente atractivos cuando son puestos por escrito; leer
acerca de una jugada toma más tiempo que contemplarla y es menos atractivo. Lo
interesante narrativamente es aquello que rodea al fútbol y escapa a su racionalidad
deportiva, a su reglamento, a las jugadas y a las tácticas empleadas durante un partido.

Algo similar parece venir a decir el cine sobre fútbol: filmes como Harry el futbolista
(dirigida Lewin Fitzhamon, 1911), Pelota de trapo (de Leopoldo Torre Ríos, 1948),
Match en el infierno (de Zoltán Fabri, 1961), El presidente del Borgorosso F.C. (Luigi
Filippo D’Amico, 1969), La angustia del portero ante el penalty (Wim Wenders, 1972),
Escape a la victoria (John Houston, 1980), Ultra (Ricky Tognazzi, 1990), Das Wunder
von Bern (Sönke Wortmann, 2003) y otros prestan escasa atención al juego a pesar de que
la visualidad del medio cinematográfico determina de antemano que estos filmes estén en
mejores condiciones que la literatura de narrar un partido de forma atractiva.

Si un medio de la visualidad del cinematográfico claudica ante la posibilidad de construir


un relato atractivo acerca del fútbol que vaya más allá de lo meramente documental,
optando por referirse más bien a amoríos, relaciones entre padres e hijos, criminalidad
organizada (e incluso nazis) con el fútbol como telón de fondo, ¿cómo podría la literatura ir
en otra dirección? Buena parte de la literatura de ficción acerca del fútbol procura
responder a esa pregunta: personalmente, no tengo la impresión de que lo haga de forma
satisfactoria, y aun admitiendo que hay excelentes textos sobre el fútbol (el lector puede
proponer sus favoritos, por supuesto), me interesa mucho menos lo que podríamos
denominar la literatura socialmente sancionada del fútbol que un cierto tipo de literatura
marginal y, por consiguiente, más libre, más popular, menos centrada en la recreación
ficcional de lo que sucede en el fútbol que en el ejercicio de una antropología doméstica:
los giros a menudo extravagantes de los relatores (que tanto varían de un país del orbe a
otro), los textos y las canciones compuestos por las aficiones para alentar a sus equipos (la
circulación de temas y motivos de un lado a otro del Atlántico no ha sido suficientemente
estudiada, pienso), las historias de los equipos y de los jugadores y, en particular, las de
aquellos que han fracasado.

Entre los ejemplos de esto último me interesan particularmente dos: el blog de Pablo Díaz
La liga hecha un cromo, en el que el autor tira de álbumes de cromos (llamados “figuritas”
en Argentina) para contar historias de la liga española de fútbol de dudoso gusto: la del día
en que Marco Van Basten acabó con la carrera futbolística de Jordi Roura, actual
segundo entrenador del FC Barcelona; la del prodigioso Atila Kasas, la de Claudemir
Vitor y su esperpéntico paso por el Real Madrid, etcétera: ya solo volver a ver el bigote del
colombiano Adolfo “Tren” Valencia o la pinta de abuelo bondadoso de Carmelo
Navarro (jugador del Cádiz a finales de la década de 1980) convierte a La liga hecha un
cromo en un blog de referencia (aunque resulta difícil explicar por qué a alguien le gustaría
ver semejantes cosas: yo mismo no me explico por qué me gusta a mí).

El segundo ámbito para este tipo de literatura “baja” del fútbol se encuentra en En una
baldosa, una página web mantenida por un puñado de aficionados argentinos con la
colaboración de los usuarios. En ella se detallan las vidas más o menos desgraciadas de
cientos de futbolistas argentinos y de otras procedencias que tuvieron sus cinco minutos de
fama en la liga de ese país (y a veces considerablemente menos). El sitio es inusualmente
cruel, pero también aleccionador, y el lector aprende en él bastantes cosas, ninguna muy
importante: que los futbolistas tienden a escoger el peor corte de cabello posible en su
época (esto, en la década de 1980, era inevitable, por cierto), que ser una joven promesa a
menudo solo es el preámbulo a convertirse en una triste realidad, que siempre se puede caer
más bajo (algunos clubes de la sexta división italiana parecen existir solo para dar refugio a
los futbolistas argentinos poco afortunados, por ejemplo), que las drogas, el alcohol, las
madres y las novias son los principales enemigos del futbolista, que Dios es un ojeador
poco fiable y, como escritor de vidas de futbolistas, alguien con un sentido del humor
bastante singular (por no decir macabro). Muy pocas ficcionalizaciones del fútbol pueden
compararse a estos relatos verídicos (por cierto, Borges también realizó la suya: junto a
Adolfo Bioy Casares escribió en 1967 un relato titulado Esse est percipi que anticipó la
transformación del fútbol en un espectáculo en el que hay más de simulación que de
deporte y en el que quien menos importa es el aficionado; el cuento puede encontrarse en la
Red).

[Próximamente: Los malos y los buenos del fútbol en Argentina y en todos los demás
lugares]

Por DANIEL RIOBÓO BUEZO

Hace no tanto existía el prejuicio de que no era posible hacer buena literatura utilizando el
fútbol, algo que ha sido desmentido en los últimos años con la incursión de numerosos
autores en el campo. Pero en España el fenómeno es más bien reciente y en ocasiones
obedece más a una publicación oportunista (libros sobre Guardiola, Del Bosque o
Mourinho) que a un trabajo concienzudo o autobiográfico. En otras latitudes la literatura
deportiva tiene más tradición y existen obras que son ya prácticamente consideradas
incunables en la materia. Vamos a ocuparnos de tres obras que podrían componer la
Santísima Trinidad de la literatura sobre fútbol. Dos vienen desde Inglaterra, la cuna del
fútbol, y la otra desde Uruguay, un país donde la pasión por el deporte rey también es
centenaria. Sirven para comprender lo que significa este deporte más allá del terreno de
juego pero también para disfrutar ya que su calidad literaria es innegable, algo de lo que
pueden presumir merecidamente.

 “Fiebre en las gradas”, la sufrida vida del aficionado

Hoy en día ser aficionado del Arsenal es un orgullo, no tanto por los títulos, ya que lleva
años sin levantar una copa, pero sí por su fútbol estético y armonioso, no muy competitivo
en las grandes citas pero sí agradecido con el aficionado que acude al flamante Emirates
Stadium. Pero hubo un tiempo en el que el Arsenal no jugaba bien sino burocráticamente,
donde el 1-0 estaba a la orden del día y sus aficionados eran auténticos sufridores. Uno de
ellos era el autor del libro, Nick Hornby, que en “Fiebre en las gradas” (1992) a través de
un ejercicio semi autobiográfico ofrecía un documentado día a día de un aficionado cuya
vida, profesional y hasta sentimental, se ve afectada por lo que le ocurre a su equipo y
cuyos destinos parecen unidos por una pasión o incluso por algo más fuerte, una auténtica
forma de vida. El libro destila ironía y contribuyó a que el fútbol empezara a salir del
círculo de los aficionados para llegar a otros ámbitos de la sociedad y es una declaración de
amor a este deporte a la que siguen enganchándose los aficionados veinte años después. El
autor de “Alta fidelidad” consiguió que “Fiebre en las gradas” se convirtiera en un clásico
moderno de la literatura deportiva y que fue incluso trasladado con éxito a la pantalla en la
película “Fuera de juego” (David Evans, 1997).

 “El fútbol contra el enemigo”, cuando la política invade el juego

Viajar  por todo el mundo para conocer de primera mano cómo el fútbol puede tener una
importancia capital en muchos países y cómo los gobiernos lo utilizan para hacer política.
Es la misión que se propuso Simon Kuper, un periodista y aventurero inglés (aunque
nacido en Uganda) que estuvo durante casi un año recorriendo el mundo para entrevistar a
ex futbolistas, entrenadores, aficionados, periodistas y políticos para empaparse y
comprobar que, más allá del mero juego, el fútbol es algo mucho más importante en la
mayoría de países. Después contó todo lo vivido, escuchado y aprendido en “El fútbol
contra el enemigo” (1994).  A través de la mirada de Kuper podemos constatar cómo la
rivalidad surgida tras la II guerra mundial entre Holanda y Alemania ha sido trasladada al
terreno de juego en cruentas batallas así como comprobar el poder del fútbol en la
independencia de las repúblicas bálticas, cómo el fútbol simboliza la rivalidad histórica
entre católicos y protestantes entre los dos grandes equipos de Escocia o lo que significa el
Barça como símbolo de Cataluña. Sus viajes también le llevaron a conocer el fútbol
africano en Camerún, su significado casi religioso en Brasil y Argentina o la importancia
que tuvo en los enfrentamientos entre croatas y serbios para concluir su periplo en el
mundial de Estados Unidos 1994 comprobando su universalidad absoluta. Y en todos los
sitios a los que fue, Kuper pudo comprobar de primera mano que el fútbol y la política
están tan conectados que a veces es difícil separarlos. El libro fue publicado en Reino
Unido hace casi veinte años pero la edición española es de 2012 y está prologada por
Santiago Segurola. Se trata de un clásico que no pierde vigencia con el paso de los años y
que todo aquel interesado en comprender la dimensión global del fútbol debería leer.

Es el deporte más popular del mundo. Generador de pasiones, de personajes, directa o


indirectamente inmiscuidos en él; historias de la vida real, con toque de fantasía y milagro,
cómo no habría de ser material de literatura. Especialistas, exjugadores, periodistas y
escritores abordan el tema.

El futbol es el deporte que llama a las multitudes, apasiona a los seres humanos, mueve el
corazón de la masa; la gente da la espalda a sus problemas cotidianos cuando de apoyar a
su equipo se trata. No por nada se juega en los cinco continentes, sin importar ni género ni
estrato social.

Además de los cronistas del deporte, el tema  es analizado por escritores, sociólogos,
psicólogos y antropólogos, quienes observan la fuerza y poder que representa el fútbol para
la sociedad y la cultura del mundo.  Las Copas Mundiales, los jugadores, las jugadas, los
goles, los ídolos y el ardor de las multitudes.
Existen muchos géneros que se dedican a la narración e investigación del futbol, pero es
peculiar ver cómo grandes escritores han dedicado tiempo a ello.  Así, en el campo de la
literatura encontramos el caso de Eduardo Galeano con su libro El futbol a sol y sombra,
este destacado  artífice de la pluma nos envuelve de manera muy sentida en narraciones
minuciosas de partidos, jugadas y anécdotas particulares de personajes célebres del
balompié.

Otro gran libro sobre futbol es Dios es redondo, de Juan Villoro, que narra el amor a la
camiseta que los seguidores de este juego viven por sus equipo desde la infancia hasta la
edad adulta.

Uno de sus últimos libros es Balón dividido, retoma nuevamente el tema del futbol para
presentarnos un compendio de relatos y crónicas de este deporte  internacional, así como
las desventuras del balompié mexicano. Se trata de un libro lleno de anécdotas que
devuelve a los grandes jugadores de futbol a su dimensión humana.

Totalmente recomendable es Cuentos de fútbol, una antología realizada por Jorge Valdano,
exjugador que pasó del mundo del futbol al mundo de la literatura. En esta selección
encontraremos relatos sobre futbol realizados con gran maestría por Mario Benedetti,
Alfredo Bryce Echenique, Javier Marías y el propio Valdano.

Hambre de gol, Crónicas y estampas del futbol, es otro libro de relatos sobre el deporte del
balón, compilado por Juan José Reyes e Ingancio Trejo Fuentes. En donde a través de
cuentos, poemas, piezas para teatro y entrevistas se reflexiona sobre el fenómeno del
futbol mexicano.

Sin duda el futbol es para practicarse, para verse pero también para leerse. ¿Qué otros
textos sobre futbol recomiendas?

[Literatura y Fútbol] “Zapatitos con Sangre: 66 poetas del fútbol” de Víctor Munitas
– Edit- Cuarto Propio
Junio 30th, 2016 | Author: Fútbol Rebelde
El Fútbol. El rey de los deportes, pasión de multitudes, qué se puede decir que ya no se haya dicho
de esta manifestación humana que corre y golea tangencialmente a la sociedad mundial. Su relación
con la literatura es casi tan antigua como su origen. De esto no divagaré porque me separaría años
luz de lo que de esta reseña se trata. El lazo férreo de la literatura con este deporte se podría
representar con tres opiniones, comencemos con la detractora; Jorge Luis Borges, el “anarquista”:
“El fútbol es popular porque la estupidez es popular”. “Qué raro que nunca se le haya echado en
cara a Inglaterra haber llenado el mundo de juegos estúpidos, deportes puramente físicos como el
fútbol. El fútbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra”. “La idea que haya uno que gane y
que el otro pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía, de poder,
que me parece horrible”. Por otro lado el gran Premio Nobel: Albert Camus: “Todo cuanto sé con
mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol.”, Ahora, no es
casualidad que deje acá un solo pensamiento de alguien a favor. Es porque recurriré a un escritor
realmente fanático del futbol: Eduardo Galeano: “El fútbol se parece a Dios en la devoción que le
tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”. ¿Confuso? La
literatura siempre y recalco este siempre, ha estado detrás del sentir humano, y la pasión en todo su
espectro de acción. Es, en síntesis, tema para todo arte.
Víctor Munita Fritis, poeta  que comprende perfectamente ese fenómeno psico-fisiológico, que hace
desde amar incondicionalmente una camiseta, un color, una insignia hasta el reventar en un grito
que hermanado con el orgasmo, un ”GOOOOOOOOL” , una manifestación sonora que nace desde
un aurícula o ventrículo hasta los labios. El acto del futbol, con todas sus reglas, con todos sus
aspectos que representan la vida en sí misma y ésta, desde el desconocimiento total hasta el
fanatismo acérrimo. Nada más certero que un poeta para antalogar textos respecto a una pasión tan
enajenante como el deporte en comento.              
[Literatura y Fútbol] Pelota de Papel, cuentos de fútbol escritos por futbolistas
Por Ezequiel Scher | @zequischer.- De Sampaoli a Valdano, de Aimar a Cavenaghi, del Patón
Guzmán al Patrón Bermúdez, de Sava al Mago Capria, Seba Domínguez armó un libro escrito por
jugadores.
No es un artículo de la Constitución Nacional de cualquier país porque es una verdad universal: el
fútbol es, sobre y ante todo, un ejercicio de imaginación. Pero esa imaginación no se basa
estrictamente en el hecho de tener que pensar cómo hacer una jugada que termine traspasando los
dos palos que se encuentran al final de la cancha rival. Es más: de base, es el hecho de regular un
terreno, inventar un objeto que pueda patearse y juntar gente que pueda asumir un rol en ese
entramado. Aunque quiera depositarse demasiado campeonato simbólico en los colores de las
camisetas y de las banderas, el gran símbolo -gran y esencial- es la decisión de chicos o de chicas en
una escuela o en un campito o en donde sea de agarrar un papel o varios papeles, hacerlos un bollo
y lograr la ilusión, más que confirmada, de que eso es una pelota.
Literatura y Fútbol: Enfermo de Fútbol, Una Novela – Daniel Frescó
Marzo 15th, 2016 | Author: Fútbol Rebelde

Sinopsis: Una mañana Jesús José Miranda, un ignoto contador público del barrio de Caballito,
asume que está “enfermo de fútbol” y decide a partir de ese momento no hacer otra cosa que
quedarse en su casa mirando partidos frente al televisor. Su nueva condición lo obliga a lidiar con la
crisis familiar que se desencadena, la incomprensión de sus empleadores y las consecuencias de una
bancarrota. Pronto se convierte en un personaje célebre, aclamado por los hinchas y eje de una
controversia que sacude las bases mismas de la sociedad. ¿Es válido dar rienda suelta a la pasión o
conviene ponerle coto en aras del sistema? Fogoneada por Internet y las redes sociales, la polémica
crece y con ella el apoyo a Miranda, cuya fama trasciende las fronteras. Cunde la alarma y las
autoridades, atemorizadas por un incipiente efecto contagio, intentan neutralizarlo por todos los
medios.
Enfermo de fútbol es la primera novela de Daniel Frescó, autor entre otros libros de la biografía
oficial del “Kun” Agüero. En esta historia desopilante el autor proyecta la devoción por el fútbol en
el telón de fondo del mundo globalizado e hiperconectado del siglo XXI. El protagonista, a la vez
héroe y antihéroe, refleja en un espejo deformante a millones de fanáticos que sufren y gozan del
deporte más popular de todos los tiempos.

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Literatura y Fútbol: “Pelota de Trapo, fútbol y deporte en la historia popular” –


Quimantú
Febrero 28th, 2016 | Author: Fútbol Rebelde

El año pasado fuimos invitados a ser parte de la mesa de debate del lanzamiento del libro “Pelota de
Trapo: fútbol y deporte en la historia popular”, publicado por la Editorial Quimantú, continuadora
en cuanto a objetivos del proyecto editorial de gran arrastre y desarrollo creativo y cultural durante
el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende. Todo esto en el contexto de “Yo me libro”,
feria popular del libro y la cultura.
Nos sorprendió gratamente que desde la academia crítica y con un enfasis en la mirada que tenemos
los sectores populares comience a tener eco, uno de los objetivos que nos pusimos cuando nos
conformamos como organización. No sólo promover espacios de organización popular donde jugar
y sentir el fútbol, sino desde donde pensarlo y reflexionarlo, para entenderlo y transformarlo.
Proceso que debe ir a la par con un cambio social profundo, producto de las amplias y diversas
luchas que estamos dando como pueblo.
Con más tiempo en el verano hemos podido leerlo con tranquilidad y aquí va nuestra opinión al
respecto.

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[Literatura y Fútbol] “La Espada de Alá” de Jordi Calvet (Cataluña, 2015)


Noviembre 13th, 2015 | Author: Fútbol Rebelde
El próximo martes 17 de noviembre, cuatro días antes del clásico entre Real Madrid y FC
Barcelona, se publicará La espada de Alá, una novela que plantea la posibilidad de un atentado
terrorista en uno de los mayores espectáculos deportivos del mundo. Así pues, esta obra pone sobre
la mesa otra vez el tema de la seguridad en el deporte y, concretamente, en los estadios de futbol.
Incluso el autor, Jordi Calvet, aficionado y antiguo socio azulgrana, puso a prueba las medidas de
seguridad del Camp Nou y consiguió introducir un objeto metálico dentro de un bocadillo.
SINOPSIS
Pol Sahan, hijo de uno de los capos de la mafia tailandesa, no ha encontrado su lugar en el mundo.
Su padre es un expatriado catalán y su madre una tailandesa musulmana que ha renunciado a la fe
para estar con su marido y tener una vida mejor. Él se siente desplazado hasta que encuentra el
sentido de la vida al lado de sus hermanos musulmanes, con quienes escogerá el camino de la yihad.
Este camino lo llevará a enfrentarse a su familia asesinando a algunos de sus miembros. Después de
esta acción, pondrá rumbo a Barcelona para seguir el camino de odio y destrucción, con la misión
de sembrar el pánico en la Ciudad Condal. Allí, pronto verá que el mayor daño que puede infligir a
los ciudadanos es preparar un atentado en uno de sus símbolos más relevantes: el Camp Nou. El
momento escogido, un Barça-Real Madrid.

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26/06 Presentación del libro “Un año pelotudo, relato (futbolero y social) del 2014”
de Cristián Venegas T.
Junio 25th, 2015 | Author: Fútbol Rebelde
Un Año Pelotudo, Relato (futbolero y social) del 2014, escrito por Cristian Venegas Traverso,
pretende describir, en presente y en primera persona, la cronología del año que recién pasó. El
relato presenta como columna vertebral los hechos futbolísticos del periodo, desplegándose en finas
crónicas sobre lo político y social. De este modo, el libro puede verse también como un anuario
escrito desde un punto de vista reflexivo, actual, humorístico, crítico y satírico sobre este especial
año de mundiales y otras pelotudeces.
Luciano Weernicke(*) ve así el libro: “Conocí Chile ‘un año pelotudo’. Hasta 2014, como muchos
de mis compatriotas, viví de espaldas a la Cordillera, mirando hacia el norte o más allá del
Atlántico. En mi primera visita (“primera”, porque ansío retornar muchas veces) descubrí una
Santiago pujante, un pisco sour adictivo, un petit verdot deslumbrante y un autor que me
conquistó: Cristián Venegas Traverso. Ácido, mordaz, implacable, Cristián castiga con la misma
vara al tramposo como al vanidoso, al traidor como al charlatán. Como decimos en Argentina, “no
transa”. Sus ojos son dos escáner a la caza del hipócrita; sus dedos, defensores impiadosos que se
lanzan con los tapones de punta contra la impunidad, sin importar la camiseta vista”. 
El libro será presentado este viernes 26 de junio desde las 19 horas, en el Café Literario de
Providencia (Metro Baquedano), por los periodistas Emiliano Aguayo y Claudio Medrano. Se
ofrecerá un vino de honor.
(*) Escritor y periodista. Autor de “Historias Insólitas de la Copa Libertadores”, “James: Nace un
crack”, “Historias Insólitas del Fútbol”, entre otros).

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[Columna] Galeano
Abril 26th, 2015 | Author: Fútbol Rebelde
Gracias por luchar como un 5 en la mitad de la cancha y por meterles goles a los poderosos como
un 10. Gracias por entenderme, también. Gracias, Eduardo Galeano: en el equipo hacen falta
muchos como vos. Te voy a extrañar.
Diego Armando Maradona
Por Pablo Montes Palomares.- Los días siguientes al 13 de abril de 2015 ya no serán lo mismo,
Eduardo Germán María Hughes Galeano decidió que su estancia en este mundo debía terminar y
que Los fantasmas del día del león debían permanecer para dar constancia de su obra. Nos abrió los
ojos y dio cuenta a través de la historia, del despojo imperialista que dejó Las venas abiertas de
América Latina y la sigue desangrando hasta nuestros días. Dio  noticia de ello ya que, además de
su oficio de cronista, fue también un Vagamundo, que recorrió rincones inexplorados en las tierras
inhóspitas de los sentimientos y las pasiones, durante Días y noches de amor y de guerra. Antes de
irse nos enseñó que al balompié habría que tratarlo de Su majestad el fútbol. Disparó a gol mil y una
veces, no sin antes gambetear con la poesía y driblar con la historia. Testificamos El fútbol a sol y
sombra sin mediatintas o tapujos; nos mostró cómo sobrellevar y aceptar nuestra adicción a lo que
ahora llaman opio de los pueblos. Se ha ido, dicen, pero permanecerá eternamente como una de las
Voces de nuestro tiempo.

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[Teatro y Fútbol] Obra “El Fantasista” se va de gira al norte grande: entrada liberada
Abril 24th, 2015 | Author: Fútbol Rebelde
“El Fantasista”, es un montaje de teatro callejero desarrollado
por la compañía de Teatro Coraje, que realiza esta obra basada en la novela homónima de don
Hernán Rivera Letelier.
El Montaje tiene la particularidad de ser presentado en espacios no convencionales, con el fín de
acercar el teatro a espectadores que no tienen acceso a él, o que no están habituados a asistir al
teatro.
La compañía tiene entre sus principales objetivos rescatar el patrimonio cultural popular de Chile, y
generar nuevas audiencias de teatro. Es por esto que “El Fantasista”, es presentado en canchas de
fútbol de barrio, con el fin de llevar la obra directamente a su público objetivo: los gestores,
participes y espectadores del fútbol de barrio, como manifestación de la cultura popular.
En Mayo, la compañía de teatro CORAJE, llevará su espectáculo malabarístico deportivo, “El
Fantasista”, a las canchas de su norte querido, donde jugará de local. Ciudades, tales como,
Antofagasta, Mejillones, Tocopilla, San Pedro de Atacama, Maria Elena, Iquique, Pozo al Monte,
La Tirana y La Huaica, tendrán el privilegio de poder verla en eventos con entrada liberada.

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Fútbol Rebelde, Compañía de Teatro Coraje, Cultura y Fútbol, El Fantasista, Fútbol Popular, Hernan
Rivera Letelier, Literatura y Fútbol, Teatro y Fútbol | No Comments »

Günter Grass, el Nobel que centraba desde la izquierda


Abril 16th, 2015 | Author: Fútbol Rebelde
Por Revista Líbero.- Los hinchas más punk del St Pauli, en Hamburgo, puede encontrar un
momento de relax en su estadio para leer fragmentos de las novelas de Günter Grass (1927-2015).
El Premio Nobel de Literatura de 1999, fallecido hoy, acordó con el presidente del reivindicativo
club ceder esos textos para apoyar al modesto club. Fue un gesto del influyente escritor alemán con
el fútbol modesto. Hincha desde siempre del Friburgo, en los últimos años apoyó al reivindicativo
club de Hamburgo porque se identificaba con el fútbol popular. “La comercialización del fútbol me
parece terrible”, declaró antes del Mundial celebrado en su país en 2006.
El autor de El tambor de hojalata dedicó algunos de sus textos al balón. En Mi siglo, una
recopilación de sucesos que marcaron su vida, aparecen tres episodios del siglo XX que marcaron la
vida de Grass a través del fútbol. El primero es la primera final de la Copa de Alemania que el autor
narra en primera persona puesto que se disputó en la antigua Danzig (Gdansk, Polonia), su ciudad
natal y donde transcurre su citada obra cumbre. Después salta a 1954, la final ganada por Alemania
occidental a Hungría en el Mundial de Suiza. Según Grass, la historia no habría sido igual si el
árbitro pita fuera de juego en los goles de Alemania contra la gran Hungría de Puskas, que les había
goleado en la primera fase. Durante años intentó sin éxito que Puskas y su otro ídolo, el alemán
Walker, se reunieran para hacer las paces por aquel partido que les enfrentó incluso dialécticamente.

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La camiseta de nuestro Estrella Roja es elegida por Quique Peinado en prestigiosa


Revista Líbero
Abril 15th, 2015 | Author: Fútbol Rebelde
Quique Peinado, periodista español, autor del libro de investigación “Futbolistas de Izquierda“,
sobre deportistas profesionales que tenían sus ideales al lado izquierdo del corazón, fue parte de la
sección “Mi once más seis” del número 12 de la prestigiosa e internacional revista cultural sobre
fútbol, llamada “Libero”.
En la sección de la Revista Libero, se busca que el entrevistado realice una lista de sus 11 jugadores
favoritos, incluyendo además, un entrenador, un presidente, un himno, un estadio y una camiseta de
su gusto, de forma que la institución ficticia del entrevistado incluya todos los aspectos básicos de
un club.
Quique Peinado, además de ubicar en el ordenamiento de su once a varios de los futbolistas que
aparecen en su libro, incluyó a Eggil Olsen como entrenador, el Estadio del Rayo Vallecano como
su campo de fútbol, La Marsellesa como el himno de su equipo y para grata sorpresa y orgullo
nuestro, la camiseta del Club Deportivo, Social y Cultural Estrella Roja, como la tricota de su
equipo ideal.

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Literatura y Fútbol, Quique Peinado, Revista Líbero | No Comments »

[A 91 años de su muerte] “Lenin en el futbol”, un cuento sobre la sindicalización del


balompié
Enero 26th, 2015 | Author: Fútbol Rebelde
Por Guillermo Samperio.- Ya ves, el que no se vuelve entrenador, pone su negocio o hace
comerciales. No sé si has visto al Reynoso haciendo comerciales para el pan Bimbo, y al Pajarito
anunciando relojes contra balonazos durante un supuesto partido de garra. Yo he estado a un lado
de la portería y nunca le he mirado ningún reloj, si hasta las rodilleras le molestan. En la actualidad
nada más los mamones usan rodilleras y relojes, como Calderón. Yo las llegué a utilizar, pero ya
llovió desde entonces, ahora a pura rodilla pelona y nada más, manito. Pero el asunto que me tiene
jodido no fue una cosa que se me ocurriera de la noche a la mañana; además, tú sabes bien que los
jugadores siempre se han quejado, los de ayer y los de ahora, y siempre es la misma cantaleta; no
hay seguridad y todo déjalo a la buena suerte de tus piernas. Otro hecho que me animó a pensar
mejor las cosas fue el movimiento sindical del Suterm, que se la está rajando bonito y sabroso.
Desde luego que no trato de escamotear mi responsabilidad, ni desmentir lo que dicen los
periódicos sobre la propaganda que yo realicé, y esto no lo escamoteo porque creo que nosotros
teníamos la razón, ¿verdad? Lo estuve pensando mucho tiempo y hasta me leí un libro de Lenin que
habla sobre los sindicatos y lo pinche que son los patrones.

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Revolucionaria, Revolución Rusa, Sindicalismo de Clase, Sindicalismo y Fútbol, Sindicatos de
Futbolistas, Vladímir Ilich Lenin | No Comments »

Cine y Fútbol: Papeles en el viento (Argentina, 2014)


Diciembre 31st, 2014 | Author: Fútbol Rebelde
“Papeles en el viento”, es la historia de un grupo de amigos entrañables, que mientras intenta
sobreponerse a la pérdida de “El Mono” lucha por garantizar el futuro de su pequeña hija. Para
Fernando (Diego Peretti), Mauricio (Pablo Echarri) y El Ruso (Pablo Rago), el desafío no es
sencillo: deben recuperar una cuantiosa inversión realizada por Alejandro “El Mono” (Diego
Torres), en la compra de una promesa del fútbol que quedó trunca.
¿Cómo recuperar una pésima inversión? ¿Cómo moverse en un mundo cuyas reglas se desconocen?
¿Cómo seguir siendo amigos si los fracasos van abriendo fisuras en las antiguas lealtades?
Un profesor de secundaria, un abogado ambicioso y un comerciante caótico desplegarán una serie
de estrategias nacidas del ingenio, la torpeza, el desconcierto o la inspiración para conseguir su
objetivo.
Basada en la novela homónima de Eduardo Sacheri (autor de El secreto de sus ojos), PAPELES EN
EL VIENTO, una historia que aborda las profundidades de la amistad cuenta con la dirección de
Juan Taratuto (No sos vos, soy yo; Un novio para mi mujer, La reconstrucción) y llegará a los cines
el 8 de enero de 2015.

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Fútbol, Papeles en el Viento | No Comments »

Literatura y Fútbol: “Contar el Juego“ de Ariel Scher (Argentina, 2014)


Octubre 27th, 2014 | Author: Fútbol Rebelde
En Argentina, como en tantas partes, muchísimas
historias tienen que ver con el deporte. Y muchísimas, con la literatura. Y hay, además, muchísimas
historias que entrecruzan al deporte con la literatura. De eso se trata “Contar el Juego“, el libro en el
que Ariel Scher construye las biografías deportivas de nueve grandes escritores argentinos. Todo un
equipo: Eduardo Sacheri, Roberto Fontanarrosa, Julio Cortázar, Osvaldo Soriano, Juan Sasturain,
Haroldo Conti, Adolfo Bioy Casares, Martín Caparrós y Rodolfo Braceli.
Editado por Capital Intelectual, el libro le permite a Scher plantear que hay muchos caminos
posibles para indagar sobre los vínculos entre el deporte y la literatura. Y que recorrer las historias
de esos escritores es un camino cautivante para andar sobre un terreno fecundo pero poco estudiado.
Así, en un original abordaje, detalla cómo jugaron, cómo se apasionaron y cómo escribieron sobre
uno o sobre muchos deportes esos hombres que son conocidos por sus textos y no por sus goles.
Hay triunfos y hay derrotas, hay anécdotas increíbles, hay frases para la historia, hay testimonios de
gente que compartió con esos autores la emoción de un partido, de una pelea o de una página. Y, en
el medio, como otra cara del mismo fenómeno, hay deportistas que revelan qué les sucedió al leer a
esos narradores.
Scher es periodista, docente y cuentista. Publicó “Fútbol, pasión de multitudes y de élites” (con
Héctor Palomino), “La patria deportista”, “Wing izquierdo, el Enamorado”, La pasión según
Valdano”, “Fútbol en el Bar de los Sábados” y “Deporte Nacional. Doscientos años de historia”
(con Guillermo Blanco y Jorge Búsico). Ahora, con “Contar el juego” certifica que la literatura y el
fútbol son dos maneras grandiosas de jugar. Y que también pasan cosas grandiosas cuando juegan
juntos.
Fuente: http://www.damepelota.com.ar

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Literatura y Fútbol: “Pisando la Pelota”, Por José Antonio Lizana


Septiembre 22nd, 2014 | Author: Fútbol Rebelde
El heroísmo de Pinilla o por qué leer a José Antonio Lizana:
Por Eduardo Téllez Lúgaro(*).- Lizana tiene estilo de púgil tailandés.  Enjuto, llano e inmediato.
Derecho, como dictan las reglas inmemoriales del muay thai, al cuerpo del otro. En este caso, el
otro resulta ser el lector. Y cuando digo cuerpo estoy pensando literalmente en eso. No solo en la
mente sino el organismo entero. Visto que se trata de deportes, su mera contemplación (y creo que
la escritura es una extensión de ese estado) trae sobre nosotros, así sea por una tarde, un chorro
(inmerecido, en mi caso) de bienestar. Esa, su manera, no ha sido el producto bruto de un parto
natural. José Lizana admite que se trata de un alumbramiento sin cesárea inducido en las clínicas
literarias del argentino, Emilio Fernández Cicco, devoto del laconismo espartano en materia de
relato deportivo. A fin de cuentas, dada esa propensión estoica, no hay por qué buscar analogías en
el boxeo oriental. Bastaría, creo, remitirse a nuestro más probable pugilato clásico, al occidental,
con sus “fajadores” y combatientes de corta distancia. A una reyerta de Jack Dempsey vislumbrada
–de otro modo no podría ser- en imperecedero blanco y negro.
Pisando la pelota (Ceacheí, Santiago, 2014), cuarto libro ya de este joven bruno, de talla discreta y
cortesía arcaica, es el trasunto de esa forma estilística, impregnada de sequedad sintáctica e
inhibición retórica. La excepción a esta regla es el uso, con desparpajo e insistencia –a ratos en
demasía- de modismos y fórmulas coloquiales evocadas con la lealtad con la cual los antiguos
criollistas reproducían el dialecto del campo. Pero que va: es el habla periódica, el “decir” común a
aficionados, practicantes y relatores de futbol: el argot de los estadios y las pistas de recortan,
evocado sin prestancia borgiana, pero con propiedad, gracejo y plena inconciencia.

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Literatura y Fútbol: “No Soy De Ningún Equipo” de Cristóbal Joannon


Agosto 24th, 2014 | Author: Fútbol Rebelde
De Cristóbal Joannon, editado por Lolita Editores: Me gustaba jugar.
Siempre lo hacía en la misma posición: entre los defensas y los mediocampistas, a la derecha.
Estaba eximido de responsabilidades: nadie me culpaba si metían un gol y tampoco si
desaprovechaba una oportunidad en la línea de ataque. Además podía ver el partido como si
estuviera fuera de la cancha y también tenía tiempo para comentar con el arquero y sugerir
alternativas de juego y brindar apoyos morales, que nunca están de más. Como no hacía fouls ni me
picaba y hacía de vez en cuando mis contribuciones, era una buena carta para salir del paso. Por
supuesto que cuando los capitanes elegían jugadores para formar el equipo después del sorteo ?un
cachipún de tres fases, sin ventaja y sin revancha?, mi nombre aparecía hacia el final, pero nunca
último; en rigor, justo antes de que se llegara a los declaradamente malos o problemáticos:
comilones sin sentido de realidad, mocheros, descomprometidos que se mandaban a cambiar en
cualquier momento, mandones no autorizados, presuntos cracks? insignes representantes del
laucherismo estéril? que no hacían más que complicar las cosas. Nunca metí un autogol, por una
razón muy sencilla: les dejaba el trabajo pesado a los que sabían cómo manejar el asunto, y Dios o
el azar quiso que nunca Vuestro Seguro Servidor fuera víctima de un rebote que terminara en el
arco propio.

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Literatura y Fútbol: “Todo es Cancha: Perspectivas Socioculturales del Fútbol


Latinoamericano”
Agosto 24th, 2014 | Author: Fútbol Rebelde
Análisis y perspectivas socioculturales del fútbol latinoamericano es una
compilación de ensayos y resultados de investigación de destacados académicos latinoamericanos,
miembros de ALESDE y autores de su Revista, como Bernardo Guerrero, Eduardo Santa Cruz y
Pablo Alabarces.
Todo es cancha, de la Editorial Cuarto Propio (238 páginas), es un volumen de ensayos editado por
los sociólogos Carlos Vergara y Eric Valenzuela. Deporte y sociedad, el impacto de la
globalización, identidades e imaginarios son los grandes temas que diversos especialistas
desarrollan con la mirada puesta en cómo el fútbol latinoamericano se ha transformado en un
fenómeno que rebasa largamente el asunto meramente competitivo. Aunque los autores son en su
mayoría sociólogos, agrupados en el Núcleo de Estudios de Sociología del Fútbol, son también
hinchas; de ahí que no solo hay análisis, sino que también cariño.

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Sociología del Fútbol | 1 Comment »

Literatura y Fútbol: “De Puntin”, 11 cuentos inéditos de fútbol


Agosto 24th, 2014 | Author: Fútbol Rebelde
“De Puntín”, es una recopilación de 11 cuentos inéditos de fútbol
de otros tantos periodistas en actividad, tiene un prólogo de Jorge Valdano, manager general del
Real Madrid; lustraciones del escritor, dibujante y humorista Roberto Fontanarrosa y un comentario
en la contratapa del reconocido escritor uruguayo Eduardo Galeano.
El libro incluye cuentos de Alejandro Caravario, Walter Vargas, Daniel Lagares, Ariel Scher, Juan
Pablo Bermúdez, Miguel Bossio, Cristian Garófalo, Ariel Greco, Gustavo Grabia, Marcos González
Cezer y Julio Boccalatte.
“Son once. Juegan con palabras, en cancha de papel y los dibujos de Fontanarrosa comentan el
partido. Cada cual se luce según su maña y manera, pero los once forman, juntos, un lindo equipo”,
expresa Galeano.
“Ojalá encuentren la hinchada que la buena prosa, como el buen fútbol merece”, precisa Galeano.

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Literatura y Fútbol: La Parvá – Carlos Labbé (Chile,2014) [Descarga Gratuita]


Julio 4th, 2014 | Author: Fútbol Rebelde
La parvá del escritor Carlos Labbé, primera novela sobre el Campeonato Mundial de
Fútbol de Chile 1962, arranca durante la víspera nocturna de la inauguración del certamen. En un
tren desde Temuco a Santiago, una dirigenta deportiva con intenciones secretas aborda a un retirado
periodista radial para convencerlo de que vuelva a su labor de relator, en beneficio de la selección
nacional. El periodista posee un don insólito: mediante la narración en vivo su voz es capaz de
mover a jugadores y equipos.
Tras el hipnótico relato del partido de semifinales entre Chile y Brasil por parte de este narrador
periodista, se revelará la trama oculta en el palco de la diplomacia chilena, la impotencia del pueblo
en los pastos del estadio y el origen inesperadamente terrenal de un don que transforma a equipos,
oyentes, lectores en parvá. En esta, la sexta novela de Carlos Labbé, cobran inesperada relevancia
las negociaciones de lo no dicho en los relatos competitivos y capitalistas, también en las decisiones
de quienes desaparecen rumbo al sur –una dirigenta y un periodista deportivo– como si así pudieran
predecir el estado actual de Chile.
Descárgalo de forma gratuita en los enlaces hasta el 13 de Julio: PDF – Mobi – ePub
Fuente: Editorial Sangría

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Literatura y Fútbol: Maní Confitado – Ignacio Valenzuela (2014)


Julio 2nd, 2014 | Author: Fútbol Rebelde
El periodista y relator deportivo de Canal 13, Ignacio Valenzuela, acaba de lanzar un libro de fútbol
para niños que ve la luz con el nombre de “Maní confitado”. 
Este libro infantil cuenta los inicios del fútbol y cómo se instaló este popular deporte en nuestro
país, relatándonos la historia y el presente de los principales clubes, estadios y figuras chilenas. Con
este libro, grandes y chicos podrán compartir, aprender y disfrutar de la pasión futbolera.

Los pequeños lectores también podrán interiorizarse respecto a los clubes del fútbol chileno y su
participación en torneos internacionales.

Mediante un lenguaje simple, directo, didáctico, y apoyado por coloridas ilustraciones, en el libro se
explica, por ejemplo, por qué el estadio de Universidad Católica es San Carlos de Apoquindo, por
qué Deportes Concepción juega de lila, o por qué se asocia a Coquimbo Unido con los piratas.

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Literatura y Fútbol: “Historia social del fútbol” – Julio Frydenberg (2013)


Junio 30th, 2014 | Author: Fútbol Rebelde
Hubo un tiempo, los primeros años del siglo XX, en que el fútbol no era parte de la vida cotidiana
de la mayoría de los argentinos: se jugaba en los colegios ingleses para fomentar la disciplina, e
informalmente en algunos barrios por el gusto del desafío y el honor del vecindario. Entre esta
primera etapa en que las canchas de los clubes no estaban en su zona de influencia (el club de Once
tenía su cancha en Floresta o Devoto; el de Almagro, en Parque Chacabuco) y la efervescencia que
llevó a que se popularizaran y sus hinchas fueran bautizados con provocadores apodos
(“millonarios”, “diablos rojos”, “funebreros” o “leprosos”), el fútbol se convirtió en un espectáculo
masivo, y los jugadores, inicialmente amateurs, se transformaron en cracks que brillaban en los
medios, como Américo Tesorieri, Fernando Paternoster o Miguel Ángel Lauri.
¿Cómo se produjo esta transformación formidable, que hizo que un deporte creciera al ritmo
vertiginoso de los barrios porteños hasta constituir un universo propio, caracterizado por el talento,
la destreza y los rituales colectivos? En este trabajo excepcional y novedoso, Julio Frydenberg
recorre la evolución del fútbol en la Argentina: cuáles fueron los primeros desafíos entre equipos
rivales, los primeros “clásicos”, cómo nacieron y crecieron los clubes, cuáles eran las prácticas de
los dirigentes, cómo organizaban los torneos, cómo se relacionaba la vida cotidiana de los hinchas
con el fervor de cada evento dominguero, cuál fue el rol de los medios en el surgimiento del
espectáculo deportivo, qué formas adoptaba la violencia.
“Historia social del fútbol, del amateurismo a la profesionalización”, cuenta con maestría cómo un
deporte casi inexistente fue instalándose y creciendo hasta convertirse en la pasión de multitudes
que es hoy.
LA LUZ OSCURA de Nicolás Vidal

Edit. LOM / 200 pg.

Por Marcelo Beltrand Opazo

La memoria, nuevamente la reconstrucción de la memoria.


Benedetti dice que “en el fondo el olvido es un gran
simulacro; nadie sabe ni puede, aunque quiera, olvidar; un
gran simulacro repleto de fantasmas”. Así es La luz oscura
de Nicolás Vidal, un simulacro repleto de fantasmas, que
vuelven, que siempre vuelven a recordarnos que en Chile se
torturó, que en Chile se exilió. La historia que acá se nos
relata va construyendo lugares común que son mostrados
como novedosos, únicos en sus particularidades. Acá el
futbol y la pasión que despierta se superponen como un
tinglado a los años de dictadura, a la experiencia de las
detenciones en el Estadio Nacional, donde lo cotidiano se
suma a un panorama real y verosímil, en el nuevo Chile post
dictadura. Nicolás Vial logra recrear o mejor, ficcionar, al
país sumido en el consumo, al país habitual que vemos cada
vez que caminamos por la calle.

Matías, el protagonista de esta novela, rearma su historia


con su padre y vuelve a los años en que este estuvo
detenido en el Estadio Nacional, busca, desesperadamente
al torturador, a ese que le cambió la vida a su padre; busca,
finalmente, las respuestas existenciales, que expliquen por
qué su historia es como es. Y lo encuentra, y lo acosa, y lo
interroga, y lo enfrenta, pero Patricio Reinoso carga con sus
propias culpas, con sus propios fantasmas y se lo dice: Ya te
dije, esto no es una película gringa, aquí no hay héroes, aquí
la mierda los manchó a todos por igual, aquí nadie pudo
volver a dormir, aquí nadie pudo olvidar, aquí…

Lo que se nos plantea con este texto, es el tema que ha


rondado los último años a Chile, acá aparece la pregunta
por el lado B de los diecisiete años de Dictadura, que son
todos aquellos que participaron activa o pasivamente del
gobierno de facto, y hoy viven vida normales, caminan por
las calles como si todo fuera normal, tienen puestos de
gobierno, son parlamentarios, todo, de una u otra forma se
han mantenido en silencio, en las sombras. Todos viviendo
en el olvido, el gran simulacro del que habla Mario
Benedetti.

La luz oscura de Nicolás Vidal, consigue que leamos toda la


historia, y que podamos interpretar cada párrafo y cada
personaje, gracias a la estructura que logra articular, con un
narrador protagonista, que nos cuenta, de primera fuente lo
que ocurre, pero de pronto, entra otra voz, otro tono, otro
ritmo que rearma la vida de Ramón Gutiérrez (el padre de
Matías), paso a paso, y lo desviste de todo heroísmo,
situándolo en el lugar que ocuparon la gran mayoría de los
chilenos durante esos años. Ágil y dinámica es la lectura de
La luz oscura, un texto absolutamente recomendable, que
nos permitirá mirarnos, construirnos.
Los libros de fútbol se ganaron su lugar en las distintas librerías del país, para satisfacción de cientos de
hinchas-lectores. El fervor editorial ha llevado incluso a hablar de un pequeño boom. Sin embargo, pocas
voces tocan el tema de la calidad literaria. En una conversación de 90 minutos Francisco Mouat -editor de
Lolita Ediciones y autor de “Soy de la U”- pone la pelota contra el piso y levanta la mirada para hablar de un
tema tan apasionante como polémico.

Por Germán Gautier, Fernando Mora y Pablo Espinosa.

Mouat presentando su libro “Soy de la U”.

Hace más o menos una década se viene publicando en Chile libros vinculados al fútbol
de diversos géneros. ¿A qué atribuyes este fenómeno editorial? 

Yo creo que está empujado por aquellas editoriales españolas, mexicanas y argentinas, que
vieron en el universo del fútbol una posibilidad editorial rentable. Esta cuestión surge
fundamentalmente como una operación de las editoriales. En Argentina, más que una
estrategia editorial como en España, han habido autores importantes, con buena llegada al
mundo de los lectores, como Soriano, Fontanarrosa, probablemente Sacheri en los últimos
diez años. En México, Juan Villoro incursiona en crónicas de fútbol desde los 90. Y acá no
había nada visible.
Cuando yo publiqué un libro chiquitito, antiguo, que se
llama Cosas del Fútbol (1989), lo que había hasta ese momento era una cierta mirada
histórica a través de los primeros libros de Edgardo Marín, un poco de la selección chilena
o la historia de Colo Colo.  Pero eso no produce ningún efecto significativo en la historia
editorial chilena respecto de los libros de fútbol. Creo que en la antología Cuentos de
fútbol,  que armó Jorge Valdano (futbolista, entrenador y escritor) en España,  están los
primeros ejercicios sistemáticos de recuperación de literatura vinculada al fútbol, y en este
caso de ficción.

¿La literatura comienza a dejar de sentirse incómoda en la galería y sobre el césped?

Al final esa suma de autores, de libros, consolida la idea de algo que ustedes y yo sabemos
desde siempre: que la literatura se nutre de cualquier ámbito de la vida humana. Y en
ese sentido, no hay fronteras que no pueda cruzar. Y a lo mejor esa vieja idea, torpe y
conservadora, de que el fútbol no ameritaba que se pudiese hacer literatura a partir de lo
que allí hay, empieza a caerse y se demuestra que no tiene un fondo de verdad artística que
logre sostenerla.

Algo habrá contribuido el hecho de que pocos intelectuales supieran lo que era una
rabona.

Alguna vez Umberto Eco habló muy mal del fútbol, pero yo creo que lo hizo casi como
una humorada o una provocación, diciendo que el fútbol era un rito caníbal, y que en
estricto rigor nada saludable se podía esperar de un ejercicio creativo que viniera de allí.
Pero tiempo después lo empezaron a fustigar y él señaló que lo había dicho porque era muy
malo para el fútbol, y era una manera de desquitarse porque a él siempre lo trataron  mal de
niño. Tú te das cuentas que en el fondo no había que tomarse muy en serio esas ideas.

Chile se toma muy en serio el fútbol, a pesar de ser un país de mitad de tabla. ¿Crees
que eso influye en el hecho de que existan más libros vinculados al periodismo o la
historia que a la ficción?

Hoy conviven ambos mundos, pero es indudable que se ha desarrollado mucho más el
mundo de los libros periodísticos que la ficción pelotera. Eduardo Sacheri (el escritor
argentino autor de La pregunta de sus ojos) señaló hace poco que quizás la sociedad
argentina está más futbolizada que la chilena; es decir, el fútbol está más instalado en el
ADN de la gente desde la militancia y el hinchismo. Y eso quizás explique el que haya más
narraciones desde ese mundo, desde esa mirada. Puede ser.

Eduardo Sacheri, escritor argentino autor de “Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol”

Acá aparecen en ciertos momentos un arquetipo de hincha; como por ejemplo, el hincha de
la selección en procesos clasificatorios, que no necesariamente responde a algo que esté en
el imaginario permanente de nosotros. Tiene que ver con el espectáculo, pero no
necesariamente con un arraigo en lo cotidiano, en lo permanente. Quizás eso tenga que ver
con que haya menos ficción futbolera y más trabajos de investigación.

¿Qué elementos son atractivos para hacer una obra de ficción vinculada al fútbol?

La colección “Soy de…”, de Lolita Editores, tiene una particularidad


que la hace atractiva: son libros de amor a la camiseta. Ahí hay un universo para mirar y
trabajar que tienen un fuerte componente artístico. Es una buena posibilidad literaria. La
posibilidad de convertir ese mundo en un lenguaje atractivo y sugerente depende de un
escritor que esté detrás y que sea capaz de sostenerlo.

El año pasado LOM publicó una novela de un abogado, Nicolás Vidal, que se llama La luz
oscura, y me ha parecido un libro interesante. Hay algo que está germinando que me
parece atractivo, justamente para romper con esta línea tan nítida de los libros de
inspiración periodística. Pero, por otro lado, por más que pienses que eso pueda abrirse, si
no hay autores que lo sustenten, no tenemos cómo.

¿Crees que la masividad de posibles lectores atenta contra la calidad literaria?

De repente existe la idea errada, que por el sólo hecho de ser el fútbol una actividad
entretenida, tiene buena parte del terreno ganado para encontrarse con un lector. Y eso es
una gran trampa. El pensar que existe un auditorio expectante porque se va a entusiasmar,
no puede ser suficiente para convertir a ese texto en un objeto de valor que tenga
permanencia y sustento. He detectado de parte de las editoriales el interés en publicar sobre
fútbol por razones comerciales. Varios de los últimos libros de fútbol que han salido en
Chile son bien discretos, porque se han hecho apurados, se han cuidado menos, han
apostado por vender rápidamente más que por permanecer.

¿Temes que la colección Amor a la camiseta se limite a un solo público, al de los


hinchas de ese equipo?

Ojalá que no. Hemos probado a lectores leyendo libros de equipos que
no tienen nada que ver con ellos y sorteando el examen. Creemos que en la primera etapa, es mucho más
probable que la mayoría lo lea por la identificación de la camiseta y la historia que se narra. Pero me gustaría
que eso se pudiera modificar en el tiempo y que se pueda valorar al que lo escribió y la mirada que hay
detrás. El libro Soy del Colo, de Esteban Abarzúa, yo lo encuentro un libro bueno y me gustaría que lo leyera
gente que no es del club para entender qué puede representar esa “colocolinidad”.
¿Es posible que este impulso literario esté construyendo un nuevo tipo de hincha, más
lector y reflexivo?

Todavía es un poco prematuro para aventurarse en un juicio. Pero en la medida en que haya
buenos libros, capaces de convocar al lector, hay más posibilidades que eso ocurra. Y que
ese lector efectivamente encuentre en los libros un espacio donde mirarse y donde mirar al
mundo que lo rodea, que le de herramientas para vincularse de un modo más interesante y
no tan básico. Los hinchas de fútbol, entre los que me incluyo, transitamos por
distintas capas, y puede que en un momento estemos convertidos en energúmenos, pero lo
que puede diferenciar a unos de otros es transitar por distintas zonas y en algún minuto
encontrarte con otro. No se lee un buen libro de fútbol de la misma manera como se va a
ver un partido al estadio. Son dos pulsiones totalmente diferentes, pero que se hermanan
por un gusto común.

"Boquita": mitos y anécdotas

Martín Murphy
BBC, Argentina

Como todo fenómeno que desata pasiones, la historia de Boca Juniors


está llena de mitos y cuentos interesantes.

Muchos de estos cuentos tienen como protagonistas al equipo, otros a los


hinchas. Hace poco, y coincidiendo con la celebración del "Xentenario", salió
publicado en Argentina el libro "Boquita", que hace un repaso detallado de
todo lo que tiene que ver con este histórico club.

La BBC conversó con su autor, el periodista y escritor argentino, Martín


Caparrós.

¿Cómo comienza la historia de Boca Juniors?

Hace casi exactamente cien años, cinco chicos muy jóvenes, de 16 o 17 años,
que jugaban en uno de los equipos que pululaban en la zona del puerto,
estaban muy descontentos con su equipo.
Según cuenta la historia, se reunieron
un sábado en la Plaza Solís del barrio
de La Boca y decidieron que querían
fundar un club. Es interesante,
porque barajaron dos líneas de
nombres. Una que tenía el sustantivo
Italia, y otra donde estaba el
sustantivo Boca.

Uno de ellos argumentó que Italia era


cosa de los viejos, de los padres, que El barrio de La Boca era
ellos ya no eran italianos. Entonces un barrio de mala reputación
decidieron que iba a ser un nombre en ese momento y pensaron
con la palabra Boca y terminaron que si le ponían "juniors",
agregándole la palabra "juniors",
porque el barrio de La Boca era un una palabra inglesa, iban a
barrio de mala reputación en ese aminorar un poco el efecto
momento, o ya, y pensaron que si le aterrador que podía tener la
ponían "juniors", una palabra inglesa, mención del barrio de La
iban a aminorar un poco el efecto Boca
aterrador que podía tener la mención
del barrio de La Boca.
¿Por qué "bosteros"? Hay
dos versiones. Una dice que Se dice que Boca es un equipo que
desata pasiones. ¿A qué se debe esto?
La Boca se inundaba mucho,
y que cuando subían las El barrio de La Boca es el único barrio
aguas del Río de la Plata de población homogénea que hubo en
había un fuerte olor a Buenos Aires a principios del siglo
excremento veinte. Llegaba mucha gente todo el
tiempo, que se iba desparramando por
la capital y se iba mezclando.

En cada barrio había italianos, españoles, rusos, turcos, alemanes. Pero en La


Boca se concentraron italianos y, sobretodo, genoveses, los xeneizes.

Allí donde los "señoritos" ingleses que solían seguir equipos de fútbol
aplaudían amablemente, los de Boca gritaban e insultaban. Es decir, tenían
una actitud mucho más bárbara y mucho más entusiasta.

Recién mencionabas la palabra xeneizes, como se los conoce a los de


Boca. Pero a los de Boca también se les dice "bosteros, ¿por qué?

Hay dos versiones. Una dice que La Boca se inundaba mucho, y que cuando
subían las aguas del Río de la Plata había un fuerte olor a excremento.

La otra versión, más suave, es que al lado de donde está la cancha de Boca
había una fábrica de ladrillos. Al barro para hacer los ladrillos lo pisaban
unos caballos que hacían sus necesidades y le daban al lugar un fuerte olor a
bosta.

¿Cuál fue el mejor momento desde el punto de vista futbolístico de la


historia de Boca?
Siempre hay mitos. Se dice que aquel equipo que ganó campeonatos en el 43
y 44 era muy bueno. Se dice también que había un buen equipo a fines de los
veinte. Hubo esta famosa gira de Boca por Europa en 1925, que fue la
primera gira importante de un equipo
argentino por Europa. Hubo un hincha, que tenía
un poco de plata y se pagó el
Pero, sin duda, el momento de pasaje, que acompañó al
mayores éxitos deportivos estuvo en equipo durante estos cinco
los últimos cinco o seis años, cuando meses
Carlos Bianchi se hizo cargo de Boca
como director técnico y consiguió
varias copas libertadores, dos copas del mundo y muchos campeonatos
locales.

Un capítulo aparte en la historia de Boca lo merece su hinchada, la


famosa "doce". ¿Por qué es tan famosa esta hinchada?

Tiene que ver con este carácter de los genoveses en el inicio del club. Es
decir, que eran mucho más bullangueros y entusiastas, y pensaban que le
transmitían este entusiasmo al equipo.

La primera vez que se habló de la "doce" o el jugador "número doce" fue en


la gira de 1925. Hubo un hincha, que tenía un poco de plata y se pagó el
pasaje, que acompañó al equipo durante estos cinco meses.

Hacía de utilero, los masajeaba, les llevaba las valijas, es decir, hacía lo que
podía para hacerse tolerar. Un poco para tomarle el pelo, los jugadores
comenzaron a llamarlo el jugador número doce. De ahí viene el nombre.

Breve diccionario clínico del alma


 

A short clinical dictionary of the soul

Roger Bartra
 

Jesús Ramírez–Bermúdez. Prólogo de Francisco González–Crussí. Debate,


México, 2010, 281 págs.

Siempre vemos con agrado que un médico se acerque al mundo de las letras, las
humanidades o la creación artística. Estamos seguros de que es una señal de su
amplitud de criterio y de su agudeza. Es lo que demuestra el doctor Jesús Ramírez-
Bermúdez en el Breve diccionario clínico del alma (Debate, México, 2010). Su libro
muestra un refinamiento reflexivo de amplio espectro y un buen uso literario de la
clínica. Pero hace algo mucho más arriesgado: introduce en su disciplina, la
neuropsiquiatría, muchos argumentos y figuras que vienen de afuera de ella, que le
son extraños. Por experiencia propia sé que estas intromisiones no siempre son
bienvenidas por algunos celosos guardianes del orden disciplinario tradicional de las
neurociencias. La referencia al alma en el mismo título de su libro podrá parecerles a
muchos una concesión inadmisible a la metafísica. La noción de libertad es con
frecuencia repudiada como una invasión de quimeras carentes de base científica. Jesús
Ramírez-Bermúdez cita como ejemplo el materialismo eliminativista de los conocidos
neurofilósofos Patricia y Paul Churchland que creen que el libre albedrío es un concepto
que debería eliminarse del diccionario científico, por considerar que hace referencia a
meras ilusiones.

Muchas de las fascinantes historias clínicas que relata y comenta nuestro autor giran
alrededor de otra idea que algunos neurocientíficos quisieran desterrar: la
autoconciencia, esa sensación de identidad y de que somos un Yo continuo que se
expresa en todos nuestros actos. El mismo Thomas Huxley, el gran biólogo darwinista
del siglo XIX, decía que la conciencia es un mero producto colateral del funcionamiento
somático y que no tiene ningún poder para alterar la operación del cuerpo. La
conciencia sería una mero epifenómeno, como el silbato de una locomotora o, como lo
expresó William James, como la música de un arpa, que no modifica la vibración de las
cuerdas, o como la sombra que se desplaza al lado del paseante, que no influye en sus
pasos.

A Ramírez-Bermúdez le interesa profundamente el misterio de la conciencia. ¿Soy


realmente el mismo en todos mis actos? ¿Cuál es la esencia de la mismidad? Cuenta la
historia de un joven que un día se despertó y vio su habitación dividida en tres partes,
a su izquierda estaba alguien parecido a él mismo; pero a su derecha estaban otras
personas que cuando miraba a la izquierda, hacían lo mismo, y cuando se arrodillaba,
lo hacían también. Cuando caminaba, sus múltiples egos lo acompañaban. Tenía un
tumor cerebral, que le fue extirpado. Cuando despertó de la operación exigió estar solo
para dedicarse a sus otros egos, a esa familia que habitaba el lado derecho de su
campo visual. Murió no mucho tiempo después, sin revelar qué le había sucedido a sus
compañeros, y si habían sido extirpados junto con el tumor. Al respecto, Ramírez-
Bermúdez recuerda una frase que le impactó de adolescente y que leyó en un libro de
filosofía, sobre hermenéutica y postmodernidad: la esencia de ese ser sin esencia que
es el ser humano es la libertad. ¿Existe o no ese núcleo central que ejerce la libertad o
puede dispersarse, como en el caso del paciente citado?

Otra condición patológica es la somatoparafrenia, trastorno que provoca que la


persona afectada deje de reconocer como propias partes de su cuerpo. Por ejemplo,
deja de reconocer su mano como pertenencia y la atribuye a otro individuo. En este
síndrome de la mano ajena aparentemente hay una desconexión entre las áreas
motoras del cerebro y las que perciben una acción como propia. Relata un caso tratado
por médicos en Milán: una paciente estaba convencida de que su brazo izquierdo no le
pertenecía, creía que era en realidad el de su madre. Los médicos hicieron con ella un
experimento sencillo: le irrigaron con agua muy fría el canal auditivo externo del lado
izquierdo. Inmediatamente después la enferma reconoció como propio su brazo, pero
esta sensación le duró solamente un par de horas. ¿La voluntad sobre una parte de su
cuerpo dependía de un chorrito de agua helada? Dependía, desde luego, de una lesión
cerebral. Jesús Ramírez-Bermúdez considera que el experimento es «una experiencia
estética donde la sencilla prosa del habla encuentra un camino, desconocido para la
conciencia, hasta el lugar donde la vida se constituye como la poesía del alma». A mi
me recordó otro chorro de agua fría, el que recibió la niña Hellen Keller en una mano,
mientras su tutora le deletreaba mediante signos táctiles la palabra «agua» en la otra
mano. Esta inteligentísima niña, sorda y ciega desde muy temprana edad, comprendió
en ese momento la relación entre la palabra y la realidad. Como ella lo describió
después, en ese momento dejó de ser un fantasma, una no-persona, y fue consciente
de su identidad. Tuvo que intervenir una especie de prótesis, que sustituyó su oído y
su vista, para que Hellen Keller naciera a la conciencia. Pues a fin de cuentas, la
conciencia es parte de una prótesis exocerebral que hemos construido para poder
navegar por el mundo.

La observación clínica del alma lleva directamente a un viejo problema enfrentado por
los teólogos. El alma, suponían muchos, no puede enfermar. Sólo el cuerpo se enferma
y queda esclavizado por la dolencia. El alma, puesto que es libre, solamente puede
sufrir males morales; es decir, puede pecar, puede elegir voluntariamente alejarse de
la ley divina y así condenarse. Puede también, a los ojos de los calvinistas, estar para
siempre sometida a la carga del pecado original. Estas ideas derivaron en la seguridad
científica moderna de que la locura es fruto de una disfunción de esa parte del cuerpo
llamada cerebro. De allí muchos han concluido que también los estados «normales» de
conciencia dependen única y exclusivamente del cerebro.

Pero hoy sabemos, y esto lo ve con claridad Jesús Ramírez-Bermúdez, que en los
desequilibrios mentales también hay factores externos al cerebro, y que están sujetos
a patologías sociales muy complejas que interactúan con el sistema nervioso. En
consecuencia, la estabilidad de una conciencia llamada «normal» depende también de
las estructuras culturales y sociales.

En este vaivén entre el cerebro y su contorno se encuentran las reflexiones de nuestro


autor. Especialmente revelador es el caso de Leonor, una señora melancólica que se
encerró en un abismal mutismo, vivía sumergida en una profunda tristeza, no
abandonaba su silla de ruedas, no comía y tenía que ser alimentada a través de una
sonda.

Esta mujer había recibido todos los medicamentos disponibles contra la depresión, la
psicosis o la ansiedad. Nada había dado resultados. Fue internada en el hospital. El
equipo médico decidió aplicarle un tratamiento que tiene muy mala fama. Recibió
choques eléctricos durante un sueño inducido mediante barbitúricos y relajantes. La
terapia electroconvulsiva dio buenos resultados, y tras cinco sesiones la melancólica
pudo regresar a su casa. Los médicos quedaron sorprendidos por una respuesta tan
espectacular: la señora Leonor, una tarde en que alguien en el hospital puso unos
merengues como música de fondo, saltó de inmediato y muy contenta sacó a bailar a
un joven médico. Se me ocurre pensar que, acaso aquellas sesiones machistas en las
antiguas cantinas mexicanas, con una caja de toques eléctricos, tenían algún sentido:
el marido regresaba a su casa con una melancolía más aplacada y su familia recibía los
beneficios del tratamiento convulsivo.

Hay un episodio en el diccionario que sin duda dejó una marca en el alma del médico.
Durante su estancia en una ranchería perdida y pobrísima, San Lucas del Maíz,
recuerda que para salvar a una anciana de una grave infección pulmonar le ocurrió una
de las peores pesadillas que puede vivir un médico: provocar al enfermo, al que le ha
inyectado un antibiótico, un fulminante choque anafiláctico, una reacción alérgica fatal.
Jesús Ramírez-Bermúdez recuerda, cuando temía ser agredido o linchado, la nieta de
la difunta, considerada por todos como «tonta», lo salvó al declarar su apoyo al doctor
que había tenido la mala suerte de haber ocasionado involuntariamente una muerte.
Así, la mujer afectada por una enfermedad mental que le había impedido aprender a
leer, que hablaba lentamente y con tropiezos, salvó la cordura saludable, pero
desafortunada, del joven médico. Seguramente el autor del Diccionario clínico quedó
desde ese momento marcado para siempre, destinado a retribuir a los enfermos lo que
éstos en su delirio o en sus desvaríos le regalan al mundo racional.

Publicado el 08 May 2014

Por: Miguel Méndez

Etiqueta: Prudencio Miguel Reyes


Prudencio Miguel Reyes es un nombre desconocido para la inmensa mayoría del
planeta fútbol, pero no fue un hombre más: utilero de Nacional, es catalogado como el
primer hincha de la historia.

Prácticamente desde que se inventó el fútbol, hubo espectadores. ¿Fue entonces Prudencio
Miguel Reyes el primero de los hombres en asistir a un espectáculo de este tipo? ¿Por eso
se lo conoce como el primer hincha? No. Pero lo de este utilero de Nacional llamaba la
atención de todos: no optaba por una postura semi indiferente, de mirar el partido sentado y
callado; él prefería acercarse lo máximo posible a la cancha y vivar a sus jugadores, los del
bolso, que tenían su apoyo incondicional.

Talabartero de oficio -dícese de la persona que trabaja de manera artesanal con objetos de
cuero-, en sus ratos libres era el utilero de Nacional. Por aquel entonces, principios del siglo
XX, una de las actividades como tal era inflar las pelotas. Dicen que las hinchaba a puro
pulmón, no más. Los mismos pulmones a los que luego castigaba los domingos de partido
empujando hacia adelante a los suyos.

Reyes se fue haciendo conocido en el ambiente, pues era el único en vivir así un partido
desde afuera. La gente, en las tribunas, preguntaba: “¿Y ese quién es?”. “Es el hincha
pelotas”, le respondían. El “hincha pelotas” quedó en “hincha” y el término se fue
popularizando en Uruguay y no tardó en cruzar fronteras.

No solo el concepto se transformó en universal. También esa particular manera de ser parte
del espectáculo fue rápidamente adoptada por prácticamente todos los espectadores del
fútbol. A partir de Reyes, cambió la postura de la gente ante el espectáculo.

Hoy, cualquiera sabe lo que es y qué hace un hincha. Y todo gracias a Prudencio Miguel
Reyes, de oficio talabartero
El fenómeno del fútbol en algunos textos
literarios: Clásicos y contemporáneos
The phenomenon of soccer in some literary texts: Classical and contemporary
Victor Gil Castañeda

Universidad de Colima. Facultad de Letras y Comunicación

Resumen
El artículo nos habla de cómo a lo largo de la historia de la literatura, distintos autores han
mostrado profundo interés por describir el fenómeno del fútbol, uno de los deportes más
populares del planeta. Este aspecto lo podemos notar en textos prehispánicos como: Popol
Vuh, hasta intelectuales modernos como Eduardo Galeano (uruguayo), en su libro: El
futbol a sol y sombra. El documento hace mención de otras obras literarias cuyos
personajes, o atmósferas narrativas, navegan en la descripción estética del balompié

Palabras clave: Pasión deportiva; Pasión literaria; Estética del fútbol; Espacios narrativos;
Ambientación socio-política

Abstract
This article talks about how in the literature history, many authors had shown a profound
interest in describing the phenomenon of football soccer, one of the most popular sports on
earth. We can see this aspect in pre-Hispanic texts like: Popol Vuh, also in some modern
intellectuals like Eduardo Galeano (Uruguayan), in his book: El footboy a sol y sombra.
The document also mentioned other literary texts which prominent figures, narrative
atmospheres, sail in the aesthetic description of the football

Keywords: Sports passion; Literature passion; Aesthetic passion of football soccer;


Narrative spaces; Socio-political setting

Intelectuales, fútbol y literatura. Del espacio popular al espacio narrativo

Los intelectuales son muy extraños. En los siglos anteriores procuraron que los temas de la
literatura no pasaran de quince; el amor, la tristeza, el origen del ser, la muerte, la guerra, la
política, etcétera. Pero hubo un fenómeno diabólico en las áreas de la cultura y la
educación; mientras los intelectuales se especializaban más y ahondaban en sus
conocimientos, la gran masa de ciudadanos enfrentaba problemas de analfabetismo y tenía
poco acceso a la educación superior. Esta zanja distanció la cultura elitista de sus posibles
receptores.

Con sus quince temas en la mano, los intelectuales fueron perdiendo público, los libros no
se vendían y bajo el argumento de que "la cultura es cara" cerraron editoriales,
disminuyeron los presupuestos y se canalizaron estos recursos a zonas de pertinencia social,
balance económico, amortiguación de la deuda, blindaje financiero, globalización, entre
otros conceptos de la tecnocracia nopalera.

Solos y sin lectores, los escritores vieron cómo los medios comunicacionales se apropiaban
de su público. A través de imágenes, sonido y voz, cautivaron al Receptor y lo
adormecieron en sus brazos mecánicos. Los intelectuales copiaron su estilo para contar
historias y lo fueron metiendo, como no queriendo la cosa, en sus propios textos.

El siglo XX es el de la metamorfosis. No hubo cuento, poesía, novela, drama o ensayo que


no viviera estas experimentaciones. Todos bebieron de la tecnología, aumentando sus temas
o anécdotas. Diversificaron las historias de sus libros y el público empezó a regresar a casa.
El Lector, el fiel lector, empezó a gozar los argumentos venidos de la montaña chiapaneca,
de la guerra, la vecindad, la rutina religiosa, del espacio, los mercados, los burdeles, los
crímenes del narcotráfico, la industria del alcohol, la escuela... y el futbol.

Este deporte entró con pecado y en silencio. Un verdadero intelectual no hablaría de este
asunto en sus obras, porque sería regañado por las mafias y las capillas literarias. Sin
embargo, de manera aislada y esporádica empezaron a editarse libros con esas anécdotas.
El balón invadió los trucajes narrativos y las estructuras poéticas. Así que al grito de todo
es cultura y "Nada de lo humano me es ajeno", se abrieron los diques de la timidez y el
fingimiento.

No era posible que en un país con más de 90 millones de habitantes, tres divisiones
profesionales de futbol, más de 5 mil ligas amateurs, con fanáticos que rezan y acuden al
templo para que su equipo no descienda; no era posible, no, dejarlo fuera de las pasiones
estéticas. Pero el ejemplo tuvo que venir de otros lados, porque en el mundo
contemporáneo fueron los escritores argentinos, uruguayos y varios de Sudamérica quienes
publicaron los primeros textos relacionados con este popular deporte. Posteriormente
vendrían los científicos sociales a medir pasiones, realizar encuestas afuera de los estadios,
elaborar las leyes; a organizar historias de vida y poner estructuras metodológicas que
dieran validez académica a estos productos, como lo han venido haciendo, exitosamente,
con otras áreas populares como la telenovela, el cine, la recepción de mensajes, el cómic,
los periodos electorales y la cultura indígena.

Antecedentes

Un antiguo antecedente de las relaciones entre la literatura y el fútbol (o juego de pelota) se


registra con la novela El Satiricón, escrita por Petronio Árbitro, quien fue maestro de
ceremonias y cónsul en la corte de Nerón (37- 68 a. C). Su argumento nos habla de un
pícaro llamado Encolopio al que todo le sale mal. Se la pasa en fiestas y banquetes, con
muchas aventuras amorosas, constantes pleitos por falta de dinero y al final, irónicamente,
deja un testamento. Revela profundas inclinaciones homosexuales y tiene como amantes a
Gitón, Licas y Trifena. De todos los temas que aborda la novela nos quedamos con el juego
de pelota. En el transcurso de los festejos, el anfitrión ofrece diversos espectáculos a los
comensales. Cuando Encolopio y sus amigos van a los baños describen la escena siguiente:
"Sin desvestirnos, nos pusimos a caminar, más bien a barzonear y llegamos
hasta un grupo de jugadores. Al instante atrajo nuestra atención un viejo calvo y
cubierto de una túnica granate que jugaba a la pelota, rodeado de varios
esclavos melenudos. Éstos, empero, aunque valían la pena, no nos llamaron
tanto la atención como el propio paterfamilias que, calzando sandalias, se
ejercitaba nada menos que con pelotas verdes. Cada bola que tocaba tierra era
desechada y para ese efecto, había un esclavo con una bolsa llena de pelotas que
servía a los jugadores". (Petronio, 1990: 74)

Un segundo ejemplo lo tenemos en la novela Ulises (1922) de James Joyce. El personaje


central Stephen Dedalus, acompañado de Buck Mulligan y Haynes, gastan sus quincenas en
beber "fenomenales tragos". Dedalus vive con Buck en una torre, frente a la bahía. Dedalus
es licenciado en Artes y profesor privado. Mulligan estudia Medicina. Haynes, alumno
inglés, estudia la lengua vernácula irlandesa. Llena de chistes e irreverencias, esta obra nos
habla del juego de pelota en la siguiente escena: Dedalus termina sus clases en un colegio
de Ricos. Se queda asesorando a un muchacho que tiene problemas con las matemáticas. El
director Deasy le pide corregir una carta que desea enviar al periódico. Afuera, dos equipos
juegan al fútbol usando palos (como el críquet). Mientras la conversación Dedalus-Deasy
avanza, la voz del narrador nos cuenta los detalles deportivos de manera paralela al resto de
la historia:

* "Gritos estridentes resonaron desde el campo de los chicos, y un silbido vibrante. Otra
vez: un tanto.

* Desde el campo de juego, los muchachos levantaron un griterío. Un silbato vibrante: gol.

* Salió por el portón abierto y bajó por el sendero de gravilla al pie de los árboles, oyendo
el clamoreo de voces y el chascar de los palos desde el campo de juego". (Joyce, 1984: 114-
118)

En la novela experimental Reivindicaciones, del Conde Don Julián, escrita por Juan
Goytisolo en 1970, y no menos compleja que el Ulises, hay un narrador en segunda persona
que nos ofrece un argumento lleno de bifurcaciones y enredos. El personaje, descrito desde
sus nueve años, logra fama y dinero en la vida académica. Se burla del mundo intelectual y
artístico. Más adelante el honorable señor Julián viola al niño Alvarito y todos se alejan de
su casa. Siguen burlas y chanzas contra los informadores.

Al final, una procesión de infantes por calles de España, tocando varios instrumentos, en
una escena incierta e irónica. Allí, las escenas relacionadas con el fútbol abundan y sirven
como distractores en las acciones de los personajes. No usa la voz como un cronista
deportivo, sino que Goytisolo toma el juego de pelota como una viciosa enajenación social
que impide las relaciones personales en un plano de inteligencia y profundidad.

La escritora cubana Cristina García, corresponsal del periódico Times, en Nueva York, nos
ofrece en su novela Soñar en cubano (1993) una historia triste, porque nos habla de
Lourdes Puente quien huye con su esposo al extranjero después del triunfo de la revolución
en 1959. Ese mismo año nace su hija Pilar que desea ser pintora. Su mamá Celia se quedó a
vivir en Santa Teresa del Mar, igual que su hermana Felicia y su cuñado Hugo Villaverde.
Lourdes compara la pobreza y las limitaciones económicas en que viven sus familiares
cubanos, con la bonanza financiera que ella tiene en East River, Estados Unidos. Temas
como la santería, el mercado negro y los balseros, están presentes. También hay una escena
de fútbol, pero es negativa, porque la narradora lo pone como un mal necesario en las
reuniones familiares. Mientras describe cómo se van reuniendo los parientes ella dice: "El
resto de la familia vive en apartamentos y los fines de semana mis tíos se reúnen allí para
ver el fútbol y comer hasta enfermarse". (García, 1993: 96)

Guillermo Cabrera Infante, también escritor cubano, reeditó en 1993 su libro de críticas
cinematográficas: Un oficio del siglo XX, publicado originalmente en 1963. Al hacer una
reseña de la película Las vacaciones de Monsieur Hulot, ofrece unos datos biográficos del
director, Jacques Taticheff, hijo de inmigrantes rusos, quien ha sobresalido como actor,
autor, hombre de teatro y cineasta. Éste Tati, como lo apodaban sus amigos, era un
aficionado y practicante del juego de pelota. Cabrera Infante lo describe así: "En su
juventud había sido all around y connotado jugador de balompié. De entonces muchos
recuerdan las imitaciones del coach, el portero rival y el fanático local, que Tati hacía para
regocijo de sus compañeros del club. Poco después Tati había dejado la mitad del nombre y
todo el fútbol para dedicarse al teatro". (Cabrera Infante, 1993: 82)

Más adelante comenta la película Doce hombres en pugna, basada en la novela del inglés,
Raymond Postgate. Dirigida por Sidney Lumet esta obra es un alegato contra la institución
del Jurado, pero no investiga la vida de los miembros, sino que deja que su decisión brote
de la personalidad de cada uno. Ellos determinarán si el acusado, un joven de piel oscura,
es culpable o no. Dos jurados son amantes del juego de pelota y Cabrera Infante los
describe irónicamente en la forma siguiente:

"El Presidente del jurado es un hombre camino de su madurez, con su espíritu


de organización, pero sin ninguna cultura. Trabaja de coach de futbol en un
instituto...El jurado número siete no tiene otra pasión que la pelota y su única
preocupación es llegar a tiempo al juego". (Cabrera Infante, 1993: 186)

El mexicano José Agustín publicó en 1982 la novela Ciudades desiertas. El argumento trata
de un congreso internacional de escritores becados por el gobierno norteamericano. En tono
fársico y esperpéntico el autor se burla de las actitudes pedantes y melodramáticas de los
poetas y narradores. Además de sufrir la vigilancia de los organizadores, se molestan
porque la pasión predilecta del Presidente del Programa de Escritores es el fútbol. Cada
semana les manda boletos gratis para que asistan al estadio y apoyen al equipo local.
Cuenta el autor:

"Rick quiso saber quiénes lo acompañarían en el juego dominical de futbol,


algo-que-no-debían-perderse-porque-era-el rito-de fertilidad y / o fecundidad
del país. Nadie estaba obligado a asistir, pero las entradas eran sumamente
caras, el Programa había hecho un esfuerzo especial y compró boletos. Siempre
les apartaban localidades privilegiadas, además, la pequeña ciudad de Arcadia
apoyaba reverentemente a sus Dogeyes, y ya se habían agotado los boletos de
toda la temporada. La mayoría, intimidada, accedió a acompañar a Rick al
fútbol, y Becky, para romper la vaga incomodidad que surgió, dijo que ya había
llegado la mayor parte de los participantes, sólo faltaban diez, pero se les
esperaba en los días siguientes". (Agustín Ramírez, 1995: 22)

Más adelante dice que el poeta egipcio, de estilo oficialista, termina haciendo odas al
fútbol, mientras su compañera filipina, Altagracia, compone odas a los botes de la basura.

Luis Arturo Ramos publicó en 1988 la novela Éste era un gato. La historia nos habla de un
viejo norteamericano que regresa a Veracruz, después de haber participado en 1874 como
francotirador, durante la invasión a este puerto mexicano. Las acciones son contadas por
Alberto, un adolescente que anhela ser periodista. Con una mamá que se ha vuelto loca, un
padre recién fallecido y un hermano marinero que muere frente al televisor, éste joven
enfrenta la vida en forma desagradable y el fútbol sale perdiendo, como se aprecia en la
narración siguiente:

"Me abstuve de asediar a Macrina sacrificando mi ventaja a favor de mi nuevo


papel. La obligación no significó un peso para mis años, sino la oportunidad de
renunciar sin vergüenza a todo lo que la edad colocaba frente a mí. Me
repugnaban las fiestas sabatinas, los partidos de fútbol y los paseos por el
zócalo. Mi dramática propensión a enamorarme de las putas creció estimulada
por la posibilidad de manejar el dinero familiar a mi antojo". (Ramos, 1988:
119)

Años antes, en 1979, Luis Arturo Ramos había publicado su novela Violeta-Perú. La
historia es de un Exchofer que cuenta su miserable vida, llena de fracasos y tropiezos. Hay
un personaje llamado Santos Gallardo, astuto ladrón y ratero famoso. Precisamente, cuando
el exchofer le pide ayuda para que maten a su antiguo patrón porque lo corrió de la chamba,
el Santos Gallardo roba descaradamente a un transeúnte, mientras el narrador nos describe
cómo juegan fútbol los niños del barrio. Las acciones están armadas como una escena de
obra teatral; hay tres personajes, acotaciones y un telón con la palabra Fin. Igual que en la
novela de James Joyce, otra voz nos habla del juego de pelota mientras la primera persona
nos va diciendo cómo sucede el robo, las reacciones del transeúnte, las amenazas que hace
Santos Gallardo para que no lo delate, los golpes que le da en el estómago y los testículos.
(Ramos, 1979: 119)

En el fragmento subtitulado Corrido de Santos Gallardo, las referencias al fútbol van en las
acotaciones de la forma siguiente:

"Una calle sucia y gris, más o menos las cinco de la tarde (...) El tráfico de los
automóviles ha ido reduciéndose. Unos niños pintan con gis una portería en la
pared descascarada (...) En la acera de enfrente los niños patean una pelota (...)
La calle se oscurece. Una delgada llovizna comienza a caer. Los niños patean la
pelota ajenos a la llovizna que los aleja y avejenta (...) Santos Gallardo se
coloca entre el transeúnte y los niños que juegan al fútbol (...) Los niños que
juegan fútbol se dan cuenta de lo que sucede. Abandonan la pelota para mirar.
Algunos sonríen porque seguramente conocen a Santos Gallardo. El
desconocido los mira con cara de miedo mientras permite que el otro lo registre
y despoje (...) Los niños sonríen y se codean llamándose la atención sobre algún
detalle particularmente gracioso (...) El desconocido se marcha encorvado. Los
niños regresan a su portería de gis". (Ramos, 1979: 14-21)

Sergio Pitol publicó en 1982 su libro de relatos Cementerio de tordos. En el cuento titulado
Los oficios de tía Clara, nos habla de un sobrino, joven universitario que malgastaba sus
noches en borracheras y desveladas artísticas acompañado por su mejor amigo, quien
termina en un manicomio, con una enfermedad incurable. Además de las fiestas, iban a los
partidos de fútbol. En una de estas escenas, el muchacho recuerda amargamente lo
siguiente:

"Y yo comencé a angustiarme con tus sueños, a inventar otros igualmente


atroces, con los que, en compensación, intentaba asombrarte, seguro de que
también los tuyos eran en buena parte falsos, hasta el dichoso domingo en que a
la salida del futbol me dijiste que de seguir así tendrías que visitar a un
psiquiatra..." (Pitol, 1982: 230)

Elena Garro publicó en 1996 su libro de relatos Busca mi esquela & Primer amor. Es en el
segundo cuento donde se hace referencia al fútbol. La historia trata de la Señora Bárbara y
su hija que pasan unas vacaciones en las playas del mediterráneo, donde conocen a unos
jóvenes alemanes, prisioneros de guerra. En una escena, cuando se dirigen al centro del
puerto, escuchan a unos presbíteros hablar emocionadamente de este deporte. Dice la
narración: "Salieron juntas de la mano. Caminaron la calle y cruzaron con dos sacerdotes
jóvenes que hablaban de un juego de pelota. Caminaron detrás de ellos tratando de oír lo
que decían. Discutían del juego con toda seriedad". (Garro, 1996: 77)

El escritor colimense, Salvador Márquez Gileta, publicó en 1995 la novela España, la calle
donde nos habla del joven futbolista Galilo Santalucía, atacante del equipo Lobos del San
José, excelente delantero que fue campeón goleador en los años del 78, 79 y 80. Es el
hombre más perseguido por los homosexuales colimenses. Su virilidad fue puesta a prueba
y se "despachó" a 3214 (tres mil doscientos catorce) chichifos. Su amante es Leonardo,
alias "La chula linda", quien le prende veladoras a cuanto santo se deja para que Galilo sea
contratado por un equipo de la primera división profesional. Sin embargo, cuando Leonardo
recibe la herencia de sus padres, convirtiéndose en un hombre rico, rompe relaciones con
Galilo, pero la mala fortuna lo deja en la ruina, pobre y abandonado en la calle España.
(Márquez Gileta, 1995: 25 y ss.)

El escritor argentino Ernesto Sábato publicó en 1961 la novela Sobre héroes y tumbas. Allí
nos habla de un personaje llamado D`arcángelo, apodado Tito, a quien le gusta mucho el
fútbol. Es su tema cotidiano y su pasión. Amigo de Martín, un joven de 17 años, enamorado
de Alejandra. Esta novela, amparada en el submundo y la vida de los ciegos, está basada en
un reportaje periodístico publicado por el diario La Razón, de Buenos Aires. (Sabato, 1961:
75 y ss.)
Algo de teatro y fútbol

El mundo del teatro también nos ha dejado acercamientos al escenario de la literatura.


Como ejemplo, describiré una obra de la dramaturga mexicana, Vivian Blumenthal (1962-
2007), donde las relaciones de estos fenómenos son claramente perceptibles. La obra fue
estrenada hace seis años en el foro universitario "Pablo Silva García", de la ciudad de
Colima. A continuación doy paso a la reseña (que publiqué en el periódico El Comentario),
tanto de la obra, como del espectáculo:

LAS CHIVAS AL ESCENARIO Y LA CRÍTICA SOCIAL

*Montaje de la Compañía Teatral de la U. de C.

*Tradición y trascendencia artística

Por: Víctor Gil Castañeda

El fútbol deja sus vestimentas deportivas y entra al mundo artístico. El fútbol sale de la
pantalla televisiva y sube al escenario. Deja de ser pasión para instalarse en la reflexión.
Abandona la pasividad del espectador y se convierte en un crítico agudo. El deporte deja el
juego de las patadas para pasar al juego de la mente, al análisis de los problemas sociales y
al enjuiciamiento político. El deporte se transforma también en un amplio espectro que nos
dice cómo andan las relaciones intrafamiliares, o procura explicarnos porqué el desmedido
consumismo de productos chatarra entre los aficionados.

¡Hoy juegan las Chivas¡ es una obra que nos provoca todos estos pensamientos. Fue
estrenada la semana anterior por la Compañía de Teatro de la Universidad de Colima, en el
foro Pablo Silva García. Ubicado en el género de la farsa, este montaje tuvo un inicio
espectacular, pues además de haber llenado el escenario, mucha gente se quedó afuera
esperando las siguientes funciones. Y es que la obra lo dio todo; bromas, ironía, sarcasmo,
decisión crítica, ataques fundamentados de los medios masivos de comunicación,
desmantelamiento de la ideología y el fanatismo religioso. La máxima del mundo latino
"Divertir, enseñando" es un justo calificativo para este trabajo.

La historia es amena y digerible: el matrimonio formado por Sofía y Nacho, juntan casi
veinte mil pesos para viajar al mundial de fútbol que será realizado en Japón. Nacho decide
no ir para gastar ese dinero en algo más positivo; una demanda judicial contra la compañía
constructora que les vendió sus viviendas en pésimo estado, pues las casas, recién
estrenadas están maltrechas, dañadas por los frecuentes sismos de la región, las lluvias y un
desagradable drenaje que empieza a brotar de las alcantarillas. Asimismo debemos señalar
el mal servicio de iluminación y lo estrecho de sus espacios arquitectónicos. Mientras
Nacho permanece escondido en su oficina, el mundial avanza y la selección mexicana ha
llegado a cuartos de final.

Los vecinos de la colonia que habían cooperado con ese dinero, descubren el engaño y
piensan golpear a Nacho, pero su esposa Sofía interviene y los hace reflexionar un
momento. Ella argumenta que la acción de Nacho era positiva y benéfica, pero el corrupto
abogado que los protegería de la empresa constructora se robó el dinero para asistir al
mundial de fútbol. Al final todos toman conciencia del fenómeno, dejan libre a Nacho, lo
perdonan y como buenos amigos aficionados, recuerdan que "Hoy juegan las Chivas" el
clásico de clásicos en el Estadio Jalisco. Como castigo, Nacho deberá pagar las entradas y
las cervezas durante todo ese campeonato.

Esta obra, estrenada en plena liguilla del fútbol mexicano, despertó interés y entusiasmo en
el público colimense. Únicamente al iniciar la obra se oyeron las porras y las rechiflas entre
los aficionados que se dieron cita en el foro universitario. Los gritos y los albures
transformaron el teatro en un Estadio San Jorge. Había por aquí y por allá camisas de las
Chivas, del América o el Cruz Azul. Pero nunca imaginaron lo que verían en el terreno de
juego: una profunda crítica a los mecanismos de control político e ideológico que mueven
la telaraña del negocio deportivo. Los espectadores se vieron reflejados en los problemas
matrimoniales señalados por la farsa, comprendiendo que el fanatismo y la religiosidad
exacerbada no conducen a buenos lugares.

De esta manera la Compañía Universitaria sigue demostrando su tradición en el gusto del


público, además de una trascendencia artística que los impulsa a superarse en cada montaje,
provocando una toma de conciencia entre los espectadores, a partir de temas e historias
aparentemente triviales, pero que reconstruyen, para bien o para mal, una organización
social.

CREDITOS: ¡Hoy juegan las Chivas¡ escrita por Vivian Blumenthal. Dirección de Rafael
Sandoval. Actuaciones de; Carmen Solorio, Francisco Salinas, Gerardo González, Clotilde
Campos, Minerva Parker, Carlos Mayagoitia, Gilberto Moreno y Ricardo Sánchez.

Conclusión

Como podemos apreciar, las relaciones de la literatura y este popular deporte no se agotan
con el comentario aquí hecho. Los escritores intentan reflejar su medio social con la mayor
amplitud posible, tocando ciertos temas o asuntos que ellos mismos han experimentado.
Las obras no se dedican únicamente a reflexiones filosóficas, psicológicas, científicas,
políticas o sociológicas; a veces también se deslizan por las veredas de los horizontes
populares del mundo cotidiano.

El juego de pelota aparece en la literatura como una referencia estética, como una acción
secundaria o telón de fondo que no disminuye los movimientos principales de los
personajes. En los textos aquí señalados no aparecen los problemas que aquejan al deporte
nacional o latinoamericano, como la corrupción de los organismos directivos, el uso de
drogas y anabólicos, las farsas del draft, la mediocridad competitiva, el abuso promocional
de las compañías televisivas, etc.

El deporte aparece apenas como un bosquejo en ciertas narraciones, poemas y obras


dramáticas. Tal vez, en un futuro sus jugadores se conviertan en personajes que den sentido
y profundidad a ciertas historias, que formen parte de las estructuras principales del relato,
como hace años predominaban los duendes, hadas, reyes, príncipes o brujas. Donde sí
podemos apreciar este deporte como tema central, es en los textos periodísticos e
informativos, que cuentan con un lenguaje especializado y una redacción tan provocadora
que asustaría a muchos gramáticos tradicionalistas.

Otras obras que nos hablan de esta temática son: Popol Vuh, El futbol a sol y sombra
(Eduardo Galeano), Once cuentos de futbol (Camilo José Cela), Lenin y el futbol
(Guillermo Samperio), Los once de la tribu (Juan Villoro), El blues de la avenida Alcalde
(Roberto Huerta Sanmiguel), La borra de café (Mario Benedetti), Las paredes oyen (Juan
Ruiz de Alarcón) y por supuesto, una magnífica tesis de Alberto Ramos Zaragoza titulada:
El futbol en la literatura.

Notas

El autor es Licenciado en Letras y Comunicación por la UdeC, titulado en 1985.


Diplomado en estudios de Opinión Pública, por la UdeG y UdeC en 1993. Maestro en
Literatura Hispanoamericana por la UNAM y UdeC, titulado en 1999.

Bibliografía

AGUSTÍN RAMÍREZ, José (1995). "Ciudades desiertas". México, Alfaguara.

CABRERA INFANTE, Guillermo (1993). "Un oficio del siglo XX". Madrid, El País-
Aguilar.

GARCÍA, Cristina (1993). "Soñar en cubano", Tr. Marisol Palés Castro. México, Espasa-
Calpe.

GARRO, Elena (1996). "Busca mi esquela & Primer amor" (Col. Más allá). Volumen 14,
México, Ediciones Castillo.

JOYCE, James (1984). "El Ulises", Tr. José Ma. Valverde. (Col. Libro amigo). Barcelona,
Bruguera.

MÁRQUEZ GILETA, Salvador (1995): "España la calle". México, Praxis.

PETRONIO, Árbitro (1990). "El satiricón", Tr. y edición de Julio Picasso. México, Red
Editorial Iberoamericana.

PITOL, Sergio (1982). "Cementerio de tordos", México, Océano.

RAMOS, Luis Arturo (1979). "Violeta-Perú" (Serie: Ficción). México, Universidad


Veracruzana.

RAMOS, Luis Arturo (1988). "Este era un gato" (Col. Narrativa). México, Grijalbo.
SABATO, Ernesto (1961). "Sobre héroes y tumbas". España. Seix Barral.

Muerte súbita
Enrigue, Álvaro

El 4 de octubre de 1599, a las doce en punto del mediodía, se encuentran en las canchas de
tenis públicas de la Plaza Navona, en Roma, dos duelistas singulares. Uno es un joven
artista lombardo que ha descubierto que la forma de cambiar el arte de su tiempo no es
reformando el contenido de sus cuadros, sino el método para pintarlos: ha puesto la piedra
de fundación del arte moderno. El otro es un poeta español tal vez demasiado inteligente y
sensible para su propio bien. Ambos llevan vidas disipadas hasta la molicie: en esa fecha,
uno de ellos ya era un asesino en fuga, el otro lo sería pronto. Ambos están en la cancha
para defender una idea del honor que ha dejado de tener sentido en un mundo
repentinamente enorme, diverso e incomprensible.

¿Qué tendría que haber pasado para que Caravaggio y Quevedo jugaran una partida de tenis
en su juventud? Muerte súbita se juega en tres sets, con cambio de cancha, en un mundo
que por fin se había vuelto redondo como una pelota. Comienza cuando un mercenario
francés roba las trenzas de la cabeza decapitada de Ana Bolena. O quizá cuando la
Malinche se sienta a tejerle a Cortés el regalo de divorcio más tétrico de todos tiempos: un
escapulario hecho con el pelo de Cuauhtémoc. Tal vez cuando el papa Pío IV, padre de
familia y aficionado al tenis, desata sin darse cuenta a los lobos de la persecución y llena de
hogueras Europa y América; o cuando un artista nahua visita la cocina del palacio toledano
de Carlos I montado en lo que le parece la máxima aportación europea a la cultura
universal: unos zapatos. Acaso en el momento en que un obispo michoacano lee Utopía de
Tomás Moro y piensa que, en lugar de una parodia, es un manual de instrucciones.

En Muerte súbita el poeta Francisco de Quevedo conoce al que será su protector y


compañero de juerga toda la vida en un viaje delirante por los Pirineos en el que una hija
idiota de Felipe II será propuesta para reinar en Francia y Cuauhtémoc, prisionero en la
remota Laguna de Términos, sueña con un perro. Caravaggio cruza la plaza de San Luis de
los Franceses, en Roma, seguido por dos sirvientes que cargan el cuadro que lo convertirá
en el primer rockstar de la historia del arte, y el amateca nahua Diego Huanitzin transforma
la idea del color en el arte europeo a pesar de que habla en castellano imaginario. La
duquesa de Alcalá asiste a los saraos reales con una cajita de plata rellena de chiles serranos
y usa un verbo que nadie entiende, pero parece temible: «xingar». Muerte súbita se vale de
todas las armas de la escritura literaria para dibujar un momento tan deslumbrante y atroz
en la historia del mundo que sólo puede ser representado mediante la más venerable y
maltratada de las tecnologías, el artefacto cuya regla de oro es que no tiene reglas: Su
Majestad la novela. Y estamos ante una novela realmente majestuosa, de enorme ambición
y gran calidad literaria.

«Álvaro Enrigue ha asimilado a la perfección, con personalísima mirada, el esperpento


valleinclanesco recreado sobre un "ruedo ibérico" renacentista, el fingimiento culturalista
del mejor Borges y el recargado tono barroco de una jocosa, por momentos hilarante,
crónica del poder ejercido entre desternillantes lances y desafíos... Espléndida novela para
tiempos de crisis» (Jesús Ferrer, La Razón).

«Álvaro Enrigue ha escrito, con Muerte súbita, una novela a la altura de su desmesurada
ambición. Se le exige mucho al lector y, como compensación, se le da lo mucho que
promete. Y más que caminar a oscuras lo hacemos en un vacío que poco a poco se va
llenando y adquiriendo sentido en un work in progress parecido al de un pintor o al del
tejedor de un tapiz… En Muerte súbita asistimos a un duelo formidable que cambiará el
destino de la humanidad y en el que caben la violencia y delicadeza, lo sublime y lo más
descaradamente obsceno, la hipérbole de las crónicas de Indias, la rica información sobre el
tenis desde sus orígenes y la conciencia de que, como todos los libros, este “viene
mayormente de otros libros”, sin que haya aquí nada de libresco. Por el contrario,
penetramos en lo más vital de la historia, del arte, y de los torbellinos que nos han
arrastrado a la modernidad» (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia).

«Es un texto literario que detiene el tiempo, lo secciona por donde mejor le parece al
autor cortando y agrietando esos sitios ciegos de la historia para imaginar un mundo
que no entiende de géneros. Es posible que sea también un divertimento histórico sobre
hechos contados muy libremente y un ensayo ficción sobre en qué cosa se puede convertir
algo tan moldeable como es la novela… No es solo un libro que cuenta un partido de tenis
entre Caravaggio y Quevedo, ni las historias cruzadas entre Hernán Cortés, Cuauhtémoc,
Galileo, Pío IV, el duque de Osuna o Ana Bolena, ni una lectura ejemplar de la Utopía de
Tomás Moro. Muerte súbita cuenta las vidas cruzadas de estos y otros personajes de la
Historia situándolos en su tiempo, pero leyéndolos desde el nuestro» (Ricardo Baixeras,
El Periódico).

«El autor toca tantas teclas que cabría temer que alguna pirueta llevase al descarrilamiento.
Si no ocurre así es por dos motivos. 1) Porque estamos ante una obra que, pese a su
complejidad temática, resulta siempre entretenida y con frecuencia divertida, siquiera
sea por la vía irónica. Y 2): porque el riesgo que asume se equilibra con un derroche de
talento en el engranaje de tramas que se desarrollan en diversos espacios temporales y
geográficos. El hilo conductor es una partida de tenis que, con reglas muy alejadas de las
actuales, disputan el 4 de octubre de 1599, en la romana Piazza Navona, dos hombres
excesivos y de vida y arte exageradas, con cuentas que saldar con la justicia, pero
destinados ambos al panteón de los genios: Quevedo y Caravaggio. Ahí se enfrentan “dos
versiones de la modernidad cuando ésta estalla” y cuando el mundo se ha hecho enorme
con el descubrimiento, exploración y conquista de América…

En el mejor texto de una contraportada que he leído en muchos años, se asegura:


“Muerte súbita se vale de todas las armas de la escritura literaria para dibujar un momento
tan deslumbrante y atroz en la historia del mundo que solo puede ser representado mediante
la más venerable y maltratada de las tecnologías, el artefacto cuya regla de oro es que no
tiene reglas: Su Majestad la novela”» (Luis Matías López, Público.es).

«Merece un aplauso cerrado. Ha tomado la novela como campo de juegos, como certera
excusa para armar un cuerpo único que, sin deberle nada, tiene un aire vilamatiano de
ensayo escondido, de materia que lleva una máscara muy rotunda y hace bailar a quien la
lee… El Premio Herralde de Novela siempre es un escaparate de polémica, ideal para las
tertulias, siempre más aburridas, de literatos y gente del mundillo. Aquí, si quieren discutir,
tienen un ejemplar diverso, una creación auténtica que intuye que debemos dar un
viraje a la modernidad mientras habla de sus orígenes con originalidad y un punto de
vista que se aleja de lo convencional. ¿Quién da más? La contienda es inagotable» (Jordi
Corominas i Julián, Blog personal).

«Libro sustentado en libros […] y en una densa y plural sustancia narrativa que el
escritor recorre para revisar e interpretar, como buen escritor de ficción, la Historia
como pudo haber sido, vista más desde las miserias que desde las grandezas y reescrita en
estas páginas con un verbalismo violento, desaforado y hasta sucio que refleja,
potenciándolo, “el charco de sangre y mierda que deja la Historia cuando se aloca” (p.118)
… Obra que refrenda que novelar es construir y la novela construcción, esfuerzo
compositivo. Hasta el caos ha de cumplir tal requisito y de ello da fe esta singular y
justamente premiada novela de Álvaro Enrigue» (Luis Alonso Girgado, El Ideal
Gallego).

Lenin en el futbol
Un cuento sobre la sindicalización del balompié.
Texto: Guillermo Samperio| Arte: Nano Malhora

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Ya ves, el que no se vuelve entrenador, pone su negocio o hace comerciales. No sé si has


visto al Reynoso haciendo comerciales para el pan Bimbo, y al Pajarito anunciando relojes
contra balonazos durante un supuesto partido de garra. Yo he estado a un lado de la portería
y nunca le he mirado ningún reloj, si hasta las rodilleras le molestan. En la actualidad nada
más los mamones usan rodilleras y relojes, como Calderón. Yo las llegué a utilizar, pero ya
llovió desde entonces, ahora a pura rodilla pelona y nada más, manito. Pero el asunto que
me tiene jodido no fue una cosa que se me ocurriera de la noche a la mañana; además, tú
sabes bien que los jugadores siempre se han quejado, los de ayer y los de ahora, y siempre
es la misma cantaleta; no hay seguridad y todo déjalo a la buena suerte de tus piernas. Otro
hecho que me animó a pensar mejor las cosas fue el movimiento sindical del Suterm, que se
la está rajando bonito y sabroso. Desde luego que no trato de escamotear mi
responsabilidad, ni desmentir lo que dicen los periódicos sobre la propaganda que yo
realicé, y esto no lo escamoteo porque creo que nosotros teníamos la razón, ¿verdad? Lo
estuve pensando mucho tiempo y hasta me leí un libro de Lenin que habla sobre los
sindicatos y lo pinche que son los patrones. A últimas fechas la idea se fue madurando
como una buena jugada para gol y cuando comencé con mi propaganda, manito, el lic
Iturralde dijo que lo único que faltaba, después de los tupamaros, era balompiecistas de
izquierda, como si los futbolistas fuéramos puros pendejos conformistas. Por su parte,
Benítez, un vendido a la directiva, argumentó que por lo menos (te das cuenta, manito: por
lo menos) ahora pagaban mejor que antes, que cuando El Dumbo Rodríguez y El Pirata
Fuentes. Que no había motivo para tanto escándalo. Pero Benítez es seleccionado, a Benítez
le importa una chingada lo que pasa en las reservas; Benítez no piensa en los de segunda ni
en los de tercera; Benítez gana bien, tiene una tienda de deportes, vive a toda madre y se
parece al lic Iturralde, en lo ojete. Sí, aunque tiene apellido español, es argentino pero de
los que dicen que hay que acabar con los comunistas; sí, estaría muy bien departiendo con
los militares, aunque no lo creas. Y Benítez no tiene remedio, y yo creo que me ha de odiar
porque en las asambleas siempre lo ponía de ejemplo de lo que no debe ser un futbolista.
Elvira también tenía miedo, pero un miedo distinto, de mujer, aunque podría pensarse que
Benítez tenía miedo de mujer, peor para él; Elvira me salió luego luego con sus no te metas
en líos, mira que los niños necesitan un futuro bien cimentado, deja el asunto para otra
ocasión y bla-bla-bla, y hasta en la cama seguía con su bla-bla-bla, machaca y machaca.

En Toluca ganamos algunos adeptos, en Guadalajara se decidieron a aplicar el programa de


acción hasta sus últimas consecuencias, o sea, hasta la huelga si era preciso. Hasta Gómez
se aventó.

Tú sabes lo sentimental que son las mujeres y Elvira me salió de las radicales, ya la
conoces; pero le agradezco sus caricias en las noches en que me veía muy desesperado.
Todo va a salir bien, me decía, a pesar de sus rabietas matinales, y sus manos me
despeinaban y luego me alisaban el cabello. Cuando me salía con sus reproches yo no le
decía nada, comía en silencio, tragándome también las chingadas madres, porque Elvira no
pensaba mejor las cosas, nada más existía su casa y sus hijos y su madre. Con mi suegra
fueron unos escándalos de los mil demonios; mi suegro estaba de acuerdo en la necesidad
de sindicalizar a los ba-lompie-cis-tas. Y todo lo planifiqué como si estuviera formando la
mejor selección nacional, manito. Fíjate. Algunos sólo querían que se pidiera aumento de
sueldo y primas extraordinarias; otros, con los que yo había platicado, pedíamos que no
sólo se remunerara debidamente a todos los compañeros, sino que era indispensable crear
una organización que nos protegiera ahora y en el futuro, que la mejor manera de que
lográramos respeto era ésa, un sindicato de futbolistas, que sólo así tendríamos la suficiente
fuerza para que desde tercera hasta primera dejaran de jodernos. Se nombraron comisiones
para ir a provincia: en Toluca ganamos algunos adeptos, en Guadalajara se decidieron a
aplicar el programa de acción hasta sus últimas consecuencias, o sea, hasta la huelga si era
preciso. Hasta Gómez se aventó la puntada de comprometerse a formar un buen equipo que
le entrara a las patadas en el área chica. Algún periodista me juró que si nosotros
armábamos el jaleo él se comprometía a lanzar unos buenos articulazos a nuestro favor, que
ya era tiempo de que se hiciera justicia al deportista, que a partir de nosotros surgía la
posibilidad de crear una gran confederación de deportistas; y mira que los articulazos
aparecieron pero en autogol, para jodernos, tratándonos de alborotadores y argumentando
que la política y el deporte eran como el agua y el aceite. Ahí fue cuando Elvira se puso
más necia que nunca y hasta mandó a los niños con mi suegra, porque, según ella, no
tardaban en hacernos algo. Mira manito, entiendo que el periodismo funciona inyectándole
dinero y que la cacheteada honestidad vale un carajo para los Iturraldes y para los mismos
periodistas deportivos; sin embargo uno se desespera y no nada más por no tener dinero
para llenarles de plata los bolsillos a los periodistas, sin y poco a poco hasta los de
confianza te dan la espalda. Aquel periodista me dijo unos articulazos como dándome a
entender que aparecerían en primera plana y con la fotografía de los muchachos que
estaban en el comité, pero nanay, manito, puro camote y bien redondo.
En el juego contra el Pachuca, el centro delantero y El Pelirrojo Pérez me estuvieron dando
duro, como si los hubieran mandado a joderme, como una advertencia, porque hasta me
decían, bajita la mano, ande cabrón, por revoltoso. A El Pelirrojo, el árbitro no tuvo otra
que expulsarlo en el segundo tiempo, porque cuando salté por un centro me sumió el codo
en las costillas a lo descarado. Tú sabes que siempre se forman dos bandos, mejor dicho, se
forman tres; y los más peligrosos son los que están codo con codo con el patrón, aunque
sean tus propios compañeros de juego. Tienen la fuerza del dinero, en forma de primas
extraordinarias, compensaciones, cheques que caen del cielo, sin contar con las amenazas
de que son objeto. Y a otros compañeros del comité les pasaba lo mismo; los chingaban y
los chingaban sus propios compañeros. Al principio nadie se echaba para atrás, estaban con
los huevos bien plantados; al final nada más quedamos unos cuantos. ¿Por qué? Las cosas
vinieron así: se formaron tres bandos; los de la directiva, que eran la mayoría; los que sólo
pedían aumento de sueldo, que también eran una buena cantidad; y nosotros, que después
de los dimes y diretes, resultamos no más de veinte. Al principio parecía que contábamos
con más de cien jugadores; todos te decían: estoy de acuerdo, saquen el documento y lo
firmo. Estoy de acuerdo, estoy de acuerdo: todo mundo. Y a la hora que el documento con
las demandas económicas y políticas circuló, nada más firmaron veinte, nadie más;
entonces en la Junta de Conciliación y Arbitraje se iban a burlar de nosotros. El documento
fracasó y con él fracasaba la oportunidad de crear el primer sindicato nacional de
futbolistas. De todos modos pensamos que la cosa no podía quedar así, había que agotar
todas las oportunidades: proseguir con la propaganda y comenzar por sindicalizar un
equipo, aunque fuera uno, así pondríamos el ejemplo y demostraríamos que no era para
tanto, que no pasaba nada, que nadie se moría en una lucha como ésas.

Bueno, una vez que el documento fracasó, la idea de sindicalizar al equipo cobró una fuerza
inesperada entre nosotros. Esa idea iba acompañada de otras demandas de menor
importancia pero indispensables para jalar otra poca de gente: vacaciones obligatorias,
indemnización absoluta en casos de accidentes serios de trabajo, pago proporcional para la
jubilación por parte de cada equipo en los que trabajaste, etc. Algún equipo tenía que
lanzarse a fondo y nosotros fuimos los primeros.

Ya lo ves, argumentos no nos faltaban: desde las fuerzas inferiores los chamacos necesitan
llevar algo de dinero a sus casas; primero, porque no estudian y quieren vivir de la patada, y
segundo, porque confían en que el futbol es la puerta para la gloria, y no hay nadie que les
haga desistir de la idea de querer ser los Borjas del futuro. Se van a probar a las reservas de
las reservas de las reservas, y si de casualidad los aceptan apenas les dan para los
transportes y cualquier babosada dizque para gastar; cuando te contratan te pagan una
miseria, ni siquiera el salario mínimo, son chingaderas. Y luego quieren que uno juegue por
amor a la camiseta, eso es imposible; el futbolista es un trabajador como cualquier otro y
nada más. Por lo regular uno se va a probar al equipo de su pasión y ahí se recibe el primer
frentazo: no, chamaco, te falta mucho para ser un futbolista de verdad (yo he escuchado a
esos mercachifles del deporte). Ni siquiera te dicen, amablemente, tienes este defecto y el
otro, te tienes que tirar con las piernas estiradas y luego arquearlas para caer bien, o cuida
mejor el ángulo derecho, nada, sólo te dicen que ni futbolista eres, que más bien pareces un
remedo del peor balompiecista. Yo he visto a muchos muchachos que le dan las tres y las
malas a Calderón. Luego, después de que has pasado años en las reservas, esperando que
alguno se lastime, que vendan a fulano, tienes que jugar contra el equipo de tus amores y
quisieras dejar pasar uno que otro balón para que ganara tu equipo, pero no se puede, tu
raya y tu puesto se ponen en juego, además de que siempre hay dos porteros detrás de ti
esperando que falles, que envejezcas, para sustituirte. Entonces le ganas a tu equipo, ni
modo, qué se le hace. Con el tiempo dejas de tener equipo favorito, te da lo mismo estar en
el Necaxa que en el América. Los únicos que no son aficionados al futbol son los mismos
futbolistas. Esto la gente no lo sabe. Un día Zague me contó la historia de Amado Benigno,
un portero extraordinario. En el año de 1926 era la estrella del Flamengo, luego pasó, con
los años, al Botafogo, y de ahí a la miseria y luego a la muerte; un día amaneció muerto en
la calle el que fuera el famoso golero Amado Benigno, contó Zague. Zague me dijo
también que en el Brasil tenías que ser un Pelé para que el gobierno te protegiera cuando
viejo. Y yo, mientras tanto, pensaba en los chamacos que juegan en los llanos, en los viejos
que ya no juegan. Aunque no sean viejos, porque tú sabes que los jugadores después de los
treinta valemos puritita cagada. Necesitas ser un Scarone para jugar con la calva a cuestas,
o poner tu negocito, o salir en la televisión anunciando el pan Bimbo, o cualquier oficio que
nada tiene que ver con la cancha ni los estadios. Bueno, una vez que el documento fracasó,
la idea de sindicalizar al equipo cobró una fuerza inesperada entre nosotros. Esa idea iba
acompañada de otras demandas de menor importancia pero indispensables para jalar otra
poca de gente: vacaciones obligatorias, indemnización absoluta en casos de accidentes
serios de trabajo, pago proporcional para la jubilación por parte de cada equipo en los que
trabajaste, etc. Algún equipo tenía que lanzarse a fondo y nosotros fuimos los primeros. El
lic Iturralde pegó el grito en el cielo de la directiva y salió con su eterna demagogia,
respondiéndole a la comisión: ustedes no son trabajadores, sino jugadores, entiéndanlo, ju-
ga-do-res. Ni su madre le creyó; la cosa era tan seria que ya nadie creía en esas niñerías, ni
en los gritos del lic Iturralde, ni en las amenazas de la directiva. Si no se cumplían nuestras
demandas, políticas y económicas, nos iríamos a la huelga, sí señor. Futbolistas de
izquierda, nada más eso nos faltaba. Mi error fue platicarle toda la situación a Elvira,
porque su cantaleta arreció, y si nos bañábamos juntos seguía dale que dale con su hogar,
sus niños, su futuro. Ni modo de responderle lo mismo que al lic Iturralde; yo me
enjabonaba despacio cada pedacito de carne; metía la cabeza en la regadera y ahí la dejaba
un buen rato, las palabras de Elvira se confundían con el ruido de la regadera, así
descansaba un poco, manito. Ahorita Elvira está en casa de mis suegros; mi suegra ya me
vino a gritar mis cosas, ella que tanto me pedía que le dedicara un paradón. Mi suegro viene
y me anima; bajita la mano me dice que no le haga caso a doña Elvira, que a veces no sabe
ni en dónde se encuentra parada. Cuando la directiva se dio cuenta de que la cosa iba en
serio, nos empezaron a atacar muy feo por los periódicos y por la televisión. Las amenazas
y las presiones estaban al orden del día. Luego vino la friega de a de veras: unos mafiosos
fueron a tirar piedras a la casa, un vidrio fue el que quedó sano y salvo, los demás estaban
hechos un llanto. Llegaron tarjetas anónimas y llamadas telefónicas para meternos miedo.
Elvira no esperó más y desde la noche de las pedradas se fue de la casa. Entonces pensamos
que había que dar el salto definitivo: ir a la huelga de futbolistas, la directiva no nos dejaba
otro camino. Y aunque ahora nos quieran responsabilizar a nosotros, la directiva fue la que
arrojó la primera piedra. El comité en su conjunto padecía insomnio, pero no se rajó: el
paro laboral tomó cuerpo. Y nada más ahí, en el pleito legal, ahora ilegal, la cosa se empezó
a desquebrajar. Lo que vino después, manito, ya te lo sabes de memoria. El equipo cambió
de razón social, se declaró la quiebra y el comité se quedó en el aire. Las demandas en mi
contra salieron a primer plano, aunque todas no tengan una base real. Mi licenciado parece
una tortuga de las grandes, porque no veo para cuándo voy a salir del tambo. Por ahí tengo
un dinerito ahorrado: la mitad se va para la fianza y la otra para una taquería o quizá para
un restorán. Y como estoy muy feo no creo que me contraten para los comerciales de la
televisión.

La borra del café


Dividida en cuarenta y ocho cortísimos capítulos, esta novela del escritor uruguayo Mario
Benedetti, publicada en 1993, teje un relato biográfico, cuajado de innumerables anécdotas,
sobre la infancia y la juventud del protagonista, Claudio. Con una prosa sobria, precisa y
cargada de cálida ironía, la obra, ordenada cronológicamente, comienza con la descripción
de la familia. Los padres, dos personas enamoradas y risueñas, tienen, sin embargo, gustos
y opiniones diametralmente opuestos sobre casi todo. Esto les conduce, entre otras muchas
cosas, a cambiar constantemente de vivienda y de barrio.

Mario Benedetti

A la vez, las continuas mudanzas comportan que el hijo tenga durante lustros cierta
confusión sobre la realidad objetiva de los acontecimientos. Así, a lo largo de su juventud
mantiene como hecho verídico una ensoñación acaecida en los tiempos de la mortal
enfermedad de su madre. Este sueño, encarnado por una niña llamada Rita, se le reproduce
posteriormente en diversas ocasiones y, si bien toma pronto conciencia de que se trata de
algo inalcanzable y platónico, su vida no sigue un camino definitivo y voluntariamente real
hasta que logra identificarlo con claridad como un fenómeno onírico.

Ello sucede durante un vuelo de trabajo a Quito a bordo de una rocambolesca compañía
aérea, la Aleph Airlines, durante el cual cree oír al comandante mencionar que aterrizarán
en Mictlán. No es casual que Mario Benedetti escogiera ambos nombres. El primero, el
nombre de la compañía aérea, coincide con el título de una obra en la que el escritor
argentino Jorge Luis Borges aborda el sentido y significado del tiempo, la presencia y
concepto de la muerte, la trascendencia y metamorfosis de la palabra, el enigma del
universo y la comprensión de la eternidad. El segundo, Mictlán, era el nombre que
otorgaban las culturas precolombinas mexicanas al reino de los muertos.

Desde el fallecimiento de su madre, que le arrancó de cuajo del despreocupado y alegre


reino de la infancia, la incomprensión de este fenómeno biológico persigue a Claudio. A
ello se asocian una morbosa y enigmática atracción por la huidiza figura de la muchacha
que en aquella ocasión entró en su habitación para consolarle trepando por la higuera del
jardín vecino, así como por la hora del trágico acontecimiento: las tres y diez.

Esta hora, que repite en obsesivos dibujos de relojes, encierra para él algo mágico, y
cualquier anécdota sin importancia que en este tiempo suceda cobra una dimensión
desproporcionada. Gracias a otra muchacha, Mariana, de la que se enamora, y con la que
congenia y quiere casarse, Claudio toma verdadero contacto con la realidad, pone fin a su
juventud y entra en la madurez.

Mientras tanto han ido desfilando, a lo largo de la narración, un sinnúmero de personajes.


Algunos le han enseñado que, a pesar de las circunstancias adversas, se puede encontrar la
felicidad, como el ciego Mateo, un amigo de los años mozos, y su esposa Luisa. Otros le
han ayudado a descubrir los goces del sexo, los múltiples matices del matrimonio y de la
amistad, la proximidad de la miseria o el placer por las pequeñas cosas cotidianas y propias
que aportan estabilidad al individuo: "Volver a tu casa todas las noches te dará un poco de
confianza, no mucha, pero un poco, en medio de este mundo tan poco confiable", le dice su
tío Edmundo, un viejo luchador sindicalista, cuando Claudio acude a comunicarle que ha
ganado bastante dinero en la ruleta y que esto le permite comprarse un piso y casarse con
Mariana, pero que se siente egoísta por ello conociendo las devastadoras secuelas de la
guerra.

Esta contienda, la Segunda Guerra Mundial, se encuentra presente a través de las noticias
periodísticas, como los lanzamientos de bombas atómicas por los norteamericanos, o por el
testimonio de un exiliado judío cuyos padres perecieron en un campo de concentración
nazi. Pero se trata sólo de un eco lejano que llega de forma intermitente y sacude levemente
el plácido discurrir de la vida en Montevideo.

Esta ciudad y sus diferentes barrios se perfilan con nitidez, así como sus gentes y el
pensamiento que las anima. Por estos conciudadanos, sobre todo por los corrientes, "grises"
como él dice, el protagonista siente verdadera pasión. Se detiene en una esquina desde
donde los observa para aprender detalles y matices de la conducta humana y poder
compararlos con los protagonistas literarios de sus febriles lecturas. El resultado es una
obra transparente que rezuma amor por la sencilla vida cotidiana. Y ello a pesar de la
profundidad de algunos de los temas que trata.

Por Pier Paolo Pasolini *

El fútbol es un sistema de signos, o sea un lenguaje. Tiene todas las características fundamentales del lenguaje
por excelencia, el que nosotros nos planteamos en seguida como término de confrontación, o sea el lenguaje
escrito-hablado. De hecho, las “palabras” del lenguaje del fútbol se forman exactamente igual que las palabras
del lenguaje escrito-hablado. Ahora bien, ¿cómo se forman estas últimas? Se forman a través de la llamada
“doble articulación”, o sea a través de las infinitas combinaciones de los fonemas que son, en italiano, las
veintiún letras del alfabeto. Los fonemas, por tanto, son las “unidades mínimas” de la lengua escrito-hablada.
¿Queremos divertirnos definiendo la unidad mínima de la lengua del fútbol? Veamos: “Un hombre que usa
los pies para patear un balón” es esa unidad mínima: ese “podema” (si queremos seguir divirtiéndonos). Las
infinitas posibilidades de combinación de los “podemas” forman las “palabras futbolísticas”, y el conjunto de
las “palabras futbolísticas” forma un discurso, regulado por auténticas normas sintácticas. Los “podemas” son
veintidós (casi igual que los fonemas), las “palabras futbolísticas” son potencialmente infinitas, porque
infinitas son las posibilidades de combinación de los “podemas” (en la práctica, los pases de balón entre
jugador y jugador); la sintaxis se expresa en el “partido”, que es un auténtico discurso dramático.

Los cifradores de este lenguaje son los jugadores, nosotros, en las gradas, somos los descifradores: así pues,
poseemos en común un código. Quien no conoce el código del fútbol no entiende el significado de sus
palabras (los pases) ni el sentido de su discurso (un conjunto de pases). No soy ni Roland Barthes ni Greimas,
pero como aficionado, si quisiera, podría escribir un ensayo mucho más convincente que esta mención, sobre
la “lengua del fútbol”. Pienso, además, que se podría escribir también un bonito ensayo titulado “Vladimir
Propp aplicado al fútbol”, porque, naturalmente, como toda lengua, el fútbol tiene su momento puramente
“instrumental”, rigurosa y abstractamente regulado por el código, y su momento “expresivo”.

En efecto, antes he dicho que toda lengua se articula en varias sublenguas, cada una de las cuales posee un
subcódigo. Pues bien, en la lengua del fútbol se pueden hacer también distinciones de este tipo: también el
fútbol posee unos subcódigos, desde el momento en que, de ser puramente instrumental, pasa a convertirse en
expresivo. Puede haber un fútbol como lenguaje fundamentalmente prosístico y un fútbol como lenguaje
fundamentalmente poético. Para explicarme, pondré –anticipando las conclusiones– algunos ejemplos:
Bulgarelli juega un fútbol en prosa: él es un “prosista realista”. Riva juega un fútbol en poesía: él es un “poeta
realista”. Corso juega un fútbol en poesía, pero no es un “poeta realista”: es un poeta un poco maldito,
extravagante. Rivera juega un fútbol en prosa, pero la suya es una prosa poética, de Elzevir. También Mazzola
es un “elzeviriano”, que podría escribir en el Corriere della Sera, pero es más poeta que Rivera: de vez en
cuando él interrumpe la prosa e inventa en seguida dos versos fulgurantes. (N. de la R.: se trata desde luego de
jugadores italianos de la época; es factible el ejercicio de proponer nombres actuales para cada una de las
categorías propuestas por Pasolini.)

Quiero aclarar que entre la prosa y la poesía no hacemos distinción de valor; la mía es una distinción
puramente técnica. Sin embargo, entendámonos: la literatura italiana, sobre todo la reciente, es la literatura de
los Elzevir: ellos son elegantes y extremadamente estetizantes, su fondo es casi siempre conservador y un
poco provinciano... en fin, democristiano. Entre todos los lenguajes que se hablan en un país, incluso los más
jergales y difíciles, hay un terreno común que es la cultura de ese país: su actualidad histórica. Así,
precisamente por razones de cultura y de historia, el fútbol de algunos pueblos es fundamentalmente en prosa;
prosa realista o prosa estetizante (este último es el caso de Italia), mientras que el fútbol de otros pueblos es
fundamentalmente en poesía.

En el fútbol hay momentos que son exclusivamente poéticos: se trata de los momentos del gol. Cada gol es
siempre una invención, es siempre una perturbación del código: todo gol es ineluctabilidad, fulguración,
estupor, irreversibilidad. Precisamente como la palabra poética. El máximo goleador de un campeonato es
siempre el mejor poeta del año. En este momento lo es Savoldi. El fútbol que expresa más goles es el fútbol
más poético. También la gambeta es de por sí poética (aunque no siempre como la acción del gol). De hecho,
el sueño de todo jugador (compartido por todo espectador) es salir del centro del campo, gambetear a todos y
marcar. Si, dentro de los límites permitidos, se puede imaginar en el fútbol una cosa sublime, es precisamente
ésta. Pero no sucede jamás. (N. de la R.: el autor escribe 15 años antes del gol de Maradona a los ingleses en
el Mundial de 1986.) Es un sueño que he visto realizado sólo en I due maghi del pallone (Los dos magos del
balón), la película de Franco Franchi que, aunque sea a nivel rústico, ha conseguido ser perfectamente onírica.

¿Quiénes son los mejores gambeteadores del mundo y los mejores goleadores? Los brasileños. Por lo tanto, su
fútbol es un fútbol de poesía: de hecho, en él todo está basado en la gambeta y en el gol. El “catenaccio”
(encadenado) y la triangulación es un fútbol de prosa: en efecto, está basado en la sintaxis, o sea en el juego
colectivo y organizado: es decir, en la ejecución razonada del código. Su único momento poético es el
contraataque, con el gol añadido (que, como hemos visto, no puede más que ser poético). En definitiva, el
momento poético del fútbol parece ser (como siempre) el momento individualista (gambeta y gol; o pase
inspirado). El fútbol en prosa es el del llamado sistema (el fútbol europeo). Su esquema es el siguiente:
El gol, en este esquema, está encomendado a la definición, a ser posible de un “poeta realista” como Riva,
pero debe derivar de una organización de juego colectivo, basado en una serie de pases geométricos
ejecutados según las reglas del código (se trata de una perfección un poco estetizante y no realista, como en
los centrocampistas ingleses o alemanes).

El fútbol en poesía es el del fútbol latinoamericano. Su esquema es el siguiente:

Esquema que para ser realizado debe requerir una capacidad monstruosa de gambetear (cosa que en Europa es
repudiada en nombre de la “prosa colectiva”) y el gol puede ser inventado por cualquiera y desde cualquier
posición. Si gambeta y gol son los momentos individualistas-poéticos del fútbol, es por eso que el fútbol
brasileño es un fútbol de poesía. Sin hacer distinción de valor, sino en sentido puramente técnico, en México
la prosa estetizante italiana ha sido vencida por la poesía brasileña.

Q Artículo publicado en Il Giorno el 3 de enero de 1971. El año anterior, en la final de la IX Copa Mundial de
Fútbol, en México, Brasil había vencido a Italia por 4 a 1. El texto fue incluido en Saggi sulla letteratura e
sull’arte (Ensayos sobre la literatura y el arte), publicado en 1999 (ed. Mondadori).

Del deporte y los hombres - Roland Barthes


 
Del deporte y los hombres
Roland Barthes
Colección El arco de Ulises
Editorial Paidós

(Buenos Aires) Hernán Díaz

La película Le sport et les hommes nace de la colaboración entre dos grandes


escritores: Roland Barthes y Hubert Aquin.

Barthes, de origen francés, ya era en 1960 un autor muy conocido. Hubert Aquin no
era todavía el novelista de Prochain épisode (1965) o de Neige noire (1974) y sólo se
le conocía únicamente en Québec como colaborador de la revista Liberté.

En 1965 Auquin, que a la sazón era el realizador en el Office Nacional du Film de


Montreal, lee las Mitologías. Y en una carta fechada el 4 de abril de 1960 le propone
al crítico francés Roland Barthes escribir el comentario de su película
provisionalmente titulada Le sports dan le monde. La intención de Aquin es presentar
cinco deportes nacionales como un fenómeno nacional y poético. Para eso piensa en
las corridas de toros en España, en las carreras de coches en Italia, en la carrera
ciclista del Tour de Francia, en el jockey canadiense y en el fútbol de Hungría.

La elección de los países representados variará durante la realización, pero la de los


deportes ya quedará fijada. Barthes acepta la invitación y escribirá el comentario –
que se puede leer en este libro – y Aquin se reservará la responsabilidad del montaje
visual. Construirá su película a partir de fotos de archivo y de secuencias de
noticiarios comprados aquí y allá.

Barthes, de quien Susan Sontag dijo: “Había decidido que todo podía tratarse como
sistema: un discurso, un conjunto de clasificaciones. Y como todo era un sistema,
todo podía superarse” en este libro escribe acerca de la corrida de toros, además de
los deportes antes  mencionados::
 

“… La corrida de toros no es exactamente un deporte, y, sin embargo, tal vez sea el


modelo y el límite de todos los deportes: elegancia de la ceremonia, reglas estrictas
del combate, fuerza del adversario, ciencia y coraje del hombre, todo nuestro deporte
moderno está en este espectáculo de otra época, heredado de los antiguos sacrificios
religiosos. Pero este teatro es un falso teatro: aquí se muere de verdad. El toro que
entra en el ruedo va a morir; y la corrida es una tragedia justamente porque esta
muerte es fatal. Esta tragedia se desarrolla en cuatro actos, cuyo epílogo es la
muerte…”

Educación Física y Ciencia, 2008, vol. 10, p. 45-57. ISSN 2314-2561


Universidad Nacional de La Plata.
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Educación Física.
Artículo/Article

Las mujeres, el fútbol y el deseo de


disputa: Cuando lo deportivo debe
volverse político
Juan Bautista Branz

Universidad Nacional de La Plata

Resumen
El artículo pretende realizar un análisis cultural de las mujeres y su participación en el
espacio del fútbol. Propone un recorrido reflexivo sobre la compleja institucionalización de
lo masculino y lo femenino dentro del campo deportivo, e intenta señalar la continuidad
histórica y desbalanceada de las relaciones que se cristalizaron como naturales, y se
construyen desde los lugares de dominación (y por lo tanto de dominados) en la
constitución de la hegemonía dentro del fútbol: lo femenino subordinado a lo masculino
Palabras clave: Comunicación; Cultura; Género; Hegemonía

Abstract
The article seeks a cultural analysis of women and their participation in the space of
football. Proposes a reflective journey on the complex institutionalization of male and
female within the sports field, and tries to point out the historical continuity of relationships
and unbalanced to be crystallized as natural and are constructed from the places of
domination (and therefore dominated) in the constitution of hegemony within the football:
female subordinate to the male

Keywords: Communication; Culture; Gender; Hegemony

La partida y el interrogante

Mirando y pensando los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 - tregua mediante con el sueño-,
pudimos apreciar la histórica celebración de la pureza, la belleza y la destreza de los
cuerpos deportivos, heredados de la tradición olímpica moderna (griega), cada vez más
entremezclados y orientados por las matrices empresariales. Hasta aquí ninguna novedad.
Lo interesante resulta cuando analizamos cómo se narran los juegos, quiénes lo narran, y
sobre todo, y aún más atractivo, cómo se visibilizan las relaciones de poder y las disputas
por ocupar simbólicamente los espacios.

Sin problemas, por lo menos desde los supuestos ontológicos, la cuestión del género puede
aparecer -recordando los últimos juegos- como conflictiva y, afortunadamente, jugosa para
el análisis. Porque siguiendo a Judith Butler (2001), podemos pensar que la crisis de la
categoría género está a la vuelta de la esquina. Las prácticas sexuales desplazadas [1] por
las hegemónicas ponen en riesgo la normatividad - y seguridad- atribuida a lo femenino y a
lo masculino.

Pero la pregunta a retomar podría ser: una práctica deportiva nombrada como femenina,
¿pone en riesgo la concepción masculina (histórica) del deporte?

El abordaje y la propuesta

La configuración del Deporte como práctica sociocultural, históricamente estuvo asociada a


lógicas de dominación y - por lo tanto- de dominados. La pretensión de este artículo es
plantear un análisis cultural, entendiendo que la relación entre la Comunicación y la Cultura
es necesaria e indisoluble. Partiremos entonces comprendiendo a la Comunicación como
intermediaria de las estructuras materiales de existencia y sus dimensiones simbólicas
(Saintout, 2003), y a la Cultura, según Jorge González (1994), como el principal
organizador de la experiencia.

El análisis de la cultura permite ordenar y estructurar el presente, a partir del sitio que los
agentes ocupan en las redes de las relaciones sociales. Es entendida como una dimensión de
análisis de todas las prácticas sociales. Permite observar la dinámica de construcción y
reelaboración constante de los agentes, en el espacio histórico y cotidiano de la
significación. La cotidianeidad y las relaciones entre los agentes adquieren sentido a partir
de considerar a la cultura como megaordenador de los mundos sociales (Morin, 1997).
Entender a éstos como sujetos a una variación constante entre lo fijo y lo móvil (Morin,
1997), significa entender la cultura como proceso, que se vale de lo histórico y se nutre de
la constante construcción de sentido.

En esta circunscripción epistemológica, resulta preciso definir la zona del estudio del
Deporte y las identidades como lugar de lucha, de relaciones de hegemonía. Pues la
hegemonía permite volver inteligibles las relaciones entre clases desde el punto de vista
cultural. Expresa el resultado de tensiones entre diferentes fuerzas, con equilibrio precario,
que debe ser cotidiana y constantemente renovado en todos los ámbitos de la vida social y
colectiva, a pesar de ser capaz de aglutinar en torno a "su cultura" al conjunto del bloque
social (González, 1986). La hegemonía jamás puede ser individual, su trascendencia está
dentro de otra escala de representación en la cual las clases-estatuto entran en juego
(Fossaert, 1980).

Es decir entonces que, para analizar la construcción de hegemonía, se debe pensar en la


legitimación como el funcionamiento de espacios sociales y la adhesión de los agentes a sus
correspondientes reglas de juego. Hay legitimidad cuando se da un reconocimiento por
parte del conjunto de los agentes, de la necesidad de esa relación desbalanceada de
autoridad cultural (González, 1986). Es la autoridad la que confiere a la fuerza bruta, el
reconocimiento de que no solamente es fuerte, sino justa, buena, bella, útil y necesaria
(Accardo, 1983). Por lo tanto, el dispositivo de legitimación de una dominación tiene
siempre un doble mecanismo: por un lado, es un acto de reconocimiento y, al mismo
tiempo, un acto de desconocimiento de las raíces sociales de la dominación (González,
1986).

El deporte se concibe, desde lugares comunes, como espacio sin fisuras, sin lugar a
conflictos de ninguna índole. Según Galindo Cáceres (2005), "el deporte está en la base de
la vida social, no es algo secundario ni superfluo". Sin embargo está afuera de la agenda de
investigación del campo comunicacional (excepto en la hiperespectacularizada guía
televisiva, nutrida de los grandes eventos deportivos - Juegos Olímpicos, Mundiales,
Torneos locales, etc, etc. Pero casi nunca [2] conceptualizando al deporte como espacio
donde se dirime el poder y se configuran las relaciones sociales:

"Estudiar al deporte, investigar al deporte, es por fuerza un ejercicio de


profundización y sistematización para ir más allá de lo evidente, un espacio de
lo obvio e implícito de gran tamaño, tanto, que parece una tarea casi imposible
el lograr avanzar más allá del lugar común y la determinación cultural" [3]
(Galindo Cáceres, 2005)

La historia de la invención (y éxito) del deporte como dispositivo disciplinador de los


cuerpos, según José Ignacio Barbero González, guarda inmediata relación con una génesis
estrictamente masculina. Desde las "Public Schools" [4] , a lo largo del Siglo XIX, se
controlaron las actividades de tiempo libre de los jóvenes (hijos varones, futuros dirigentes
sociales), buscando regular las prácticas del cuerpo individual y colectivo (antes
impensados). Siempre inscripta en la necesidad demandada por el nuevo orden
social/político/económico/cultural vaticinado por la revolución burguesa.

Las "Public Schools" situarán al deporte [5] como fundamental en el diseño de su programa
curricular, y como principal modelador y modulador del carácter de aquellos futuros
dirigentes sociales: "se construía un nuevo ideal que desdeñaba la erudición y exaltaba la
virilidad, se adquiría la hombría y el coraje..." (Barbero González, 1993:16). No sólo
asistimos a la escena política masculina por excelencia, sino también, a la conformación
diacrónica del hombre en su dimensión genérica. Nada más, ni nada menos, que a través del
deporte como espacio fundamental donde la diferencia se visibiliza como jerarquía. Como
el lugar del poder instituido.

Las mujeres y la odisea en el espacio masculino

Entre el estallido organizado de las competencias de los últimos Juegos Olímpicos,


dispuesto por los dispositivos televisivos, pudimos habernos encontrado con un caso
exclusivo para el análisis (por lo menos a quienes nos interesa este tipo de análisis): la
cuestión del fútbol femenino.

A pesar de que algunos puedan desconocer la raíz de lucha histórica que reivindica la
práctica femenina del fútbol en Argentina [6], todos y todas contemplamos una relativa
incorporación de las mujeres al universo masculino por excelencia: el fútbol. Y digo
relativa, porque a la vez pregunto (más allá de la valiosísima posición luchada/ganada),
¿cuál es realmente la posición de las mujeres en el fútbol?

Las continuidades históricas nos advierten que los procesos no son casuales, ni mecánicos,
ni mágicos. El fútbol en la Argentina mantenía la matriz fundacional inglesa (movimientos
mercantiles y sociales incluidos), logrando criollizarse (por lo tanto diferenciarse) tiempo
más adelante. Pero lo que nada ni nadie puede negar es que el fútbol sea, según Archetti
(1985), un espacio estrictamente masculino, donde hombres, y proyectos de hombres,
construyen un mundo varonil, que por supuesto establece lo permitido y lo negado. Entre
esto último, las mujeres:

"La construcción social arbitraria de lo biológico, y en especial del cuerpo,


masculino y femenino, de sus costumbres y funciones, en particular de la
reproducción biológica, proporciona aparentemente un argumento natural a la
visión androcéntrica. Esta forma de dominación masculina se produce a partir
de dos operaciones básicas: legitíma una relación de dominación
inscribiéndola en una naturaleza biológica que es en sí misma un construcción
social naturalizada [7]" (Bourdieu, 2000:37)

No dudo ni un instante y rearfimo, la contundente apreciación de María Adolfina Jansson


[8] al advertir que las mujeres ponen el mismo empeño que los hombres en la práctica del
fútbol, y que "se esmeran en jugar bien, en hacerlo en forma sistemática y encuadrarlo en
organizaciones. Además, ya es posible definir los lógicos matices que diferencian al fútbol
femenino del masculino: a) La necesidad de imponer tiempos de juego más cortos (de 25
minutos). b) Respetar el arbitraje (aunque de esto no se puede estar tan segura después de
presenciar algunos encuentros). c) Cuidarse el pecho. Cuidar la distancia. Evitar los
golpes del adversario" [9].

Destaco la decisión política de disputar un espacio cristalizado como masculino. No


adhiero a los fundamentos que Jansson dispone como reivindicaciones diferenciales
"ganadas" por las mujeres: la necesidad de imponer un tiempo mínimo de juego y el
respeto al arbitraje, nos estarían sugiriendo la vuelta (o la continuidad) a las funciones y/o
atributos normativos y prescriptivos de "lo masculino y lo femenino". A viejas (pero
vigentes) clasificaciones que exigen una taxonomía definitoria, "el hombre es más fuerte, y
por lo tanto resiste más que la mujer". Esto implica volver a pensar (y por lo tanto
retroceder analíticamente) a una idea asociada a identidades masculinas y femeninas, como
naturales y complementarias, materializadas en las bases corporales y en los atributos
dispuestos para cada sexualidad. A las mujeres les "corresponde" la armonía, la estética, la
delicadeza, a los hombres la virilidad, la fuerza, el vigor. En resumen, continuaríamos
reafirmando la designación clasificada por el concepto de género, organizando (y dejando
como estaba) las diferencias sexuales: dadas, estancas, sin fisuras, y operativamente
eficaces para una reproducción masculinizada de las prácticas. En este caso del fútbol.

Hacer hablar a la realidad

Tres dimensiones analíticas podrían orientar el abordaje crítico y reflexivo, siempre


asumiendo que estamos en presencia de un conflicto diacrónicamente debatido, de un
problema político. La fundamentación para hacer visible el conflicto del género y el campo
futbolístico estaría basada en tres dimensiones que, al contemplarlas por separado, no
indican pensarlas por separado (sólo son formas argumentativas):

- La dimensión lúdica

Desde la exploración lúdica (indisoluble de las siguientes dimensiones) el fútbol femenino


no advierte radicales alteraciones con respecto al fútbol oficial (masculino). Desde la
vestimenta, idéntica a la de los hombres, pasando por los movimientos corporales, de
control del balón, la sistematización de la mecánica de desplazamientos, a lo gestual,
protestas y vicios-, hasta los esquemas de juego (tácticos-estratégicos):

"La percepción, la intención y la acción se entrelazan en las relaciones


corrientes con los otros en una evidencia que no debe hacer olvidar la
educación que está en su origen y la familiaridad que las guía. Así, pues, el
cuerpo no es una materia pasiva, sometida al control de la voluntad, obstáculo
a la comunicación, sino que, por sus mecanismos propios, es desde el principio
una inteligencia del mundo, una teoría viva aplicada a su ambiente social [10]"
(Le Breton, 1999:41-42)

No se trata de pretender la invención de un nuevo deporte, reclamando una separación


"natural" de las lógicas de juego, porque "lo femenino no debe mezclarse con lo
masculino", por supuesto que no. O de sugerir el "uso de polleras" para las mujeres, porque
así estaría "todo normalizado". Sí de señalar la similitud e influencia histórica de la
modelación del juego entre las mujeres como imagen cultural masculinizada, "intervenida y
gobernada" por los hombres. O acaso no se podría pensar en fuerzas instituyentes que
orienten a resquebrajar esta "igualdad" entre los juegos (masculinos y femeninos). Es un
desafío complejo para pensar desde dónde y cómo atacar el sentido lúdico del fútbol
masculino, cómo arremeter contra lo instituido en las gramáticas corporales teniendo en
cuenta que "El cuerpo es ´proyecto sobre el mundo´, el movimiento ya es conocimiento,
sentido práctico [11] " (Le Breton, 1999:41)

Porque, dado el sub-género [12] Fútbol Femenino, nos advierte otra tipología de la GRAN
CATEGORÍA fútbol. Pero, ¿cuál es la diferencia lúdica entre el fútbol masculino y
femenino? ¿No hay otra posibilidad que asuma la responsabilidad de disputa del orden
masculino en el plano del juego? En caso de no haber una alternativa, deberíamos
resignarnos a contemplar un fútbol femenino "menos igual" al masculino. Es decir, ¿no hay
otras formas de jugar al fútbol que no sean las de los hombres, o sea las pensadas,
practicadas y nombradas por la mirada masculina?

"Además, los movimientos del cuerpo no difieren únicamente de acuerdo con


las condiciones sociales y culturales: están marcados por el estatus asignado a lo
masculino y lo femenino según los grupos [13]..." (Le Breton, 1999:43-44)

No estoy reforzando la taxonomía de géneros, como determinismo biológico. Pienso en


cómo sería posible agrietar desde el plano lúdico, la matriz hegemónica masculina futbolera
construida como una retórica (como serie de metáforas, estructuradas desde el lenguaje) y
una estética (como representación de belleza, que se basa en una estética masculinizada,
llevada a cabo mediante diferentes performances, siempre remitidas al fútbol masculino).
Una retórica ordenada alrededor del gran relato histórico que construyó la tradición del
fútbol criollo, marca particular diferenciadora en la construcción de la identidad futbolera
argentina: el mito del pibe, el portero, la gambeta y la picardía (Archetti, 2001), narrada y
operada por las editoriales de la Revista El Gráfico, desde se fundación.

El problema es que el mito siempre se refirió (y aún sigue vigente) al "pibe" y jamás, ni
siquiera por diplomacia, a la "piba" y su práctica participativa en el fútbol...

- La dimensión productiva

El empleo remunerado se inscribe como marca significativa "en cuanto determina no sólo
el bienestar material sino también el bienestar psíquico de las personas, al mismo tiempo
que constituye un elemento central para la integración social. A su vez, el empleo explica
la posición que ocupan mujeres y varones dentro de la sociedad" (Pautassi, 2007:51).
Establece un reconocimiento social, con la añadidura del prestigio correspondiente.

En la división social del trabajo en el mercado productivo (muy productivo) del fútbol, la
participación de las mujeres parece ser materia pendiente. La progresiva incorporación de
las mujeres sólo parece establecerse desde las tribunas como las "nuevas hinchas" que en
gran magnitud han conquistado los estadios. Si se trata de la distribución de los ingresos del
gran mercado de producción de ganancias del fútbol, resulta inequitativa para las mujeres.
La monstruosidad del negocio mediático en relación al fútbol no admite - salvo
excepciones [14] - la incorporación central de las mujeres. Central como el lugar referencial
de las voces "autorizadas" para el tratamiento del fútbol. Paulatinamente (pero en forma
muy lenta) las mujeres fueron asumiendo los roles de conductoras de noticieros deportivos.
Una innovación que, desde no hace muchos años, parece perpetuarse sólo como la
conducción. Porque los especialistas siguen siendo los hombres, lo que significa que el
proceso de autonomía dentro del campo sigue supeditado a los imperativos de la tradición
masculina del fútbol. Ni hablar de los ingresos en divisas.

Y no sólo la precariedad laboral - en términos de cantidad y calidad de puestos de trabajo-


marcha por los medios, sino que en la práctica del fútbol las mujeres deben soportar la falta
de apoyo (no sólo económica) en los clubes [15] aletargando su proyecto de
profesionalización. Y por consiguiente, se suspende el propósito de lograr mayores
facultades, y acceder a beneficios económicos y sociales brindados por la producción
laboral dentro del campo, y la participación en la estelar distribución del ingreso:

"El empleo no sólo procura ingresos sino vínculos sociales. Más allá de su
importancia económica tiene un enorme significado simbólico, ya que para
muchas mujeres el acceso al trabajo [16] es un paso importante en un proceso
más amplio de autonomía y ejercicio de derechos ciudadanos..." (Pautassi,
2007:52)

Estamos en presencia de la degradación y de la prescindibilidad de las fuerzas productivas


féminas, relegadas a lo ornamental, como cuerpo deseado, o a la representación de la
mimesis (amateur) del fútbol.

- La dimensión de la política y la gestión

Desde el momento enunciativo esta dimensión demuestra que debemos concebir que el
problema se dirime entre fuerzas sociales desiguales, y en términos políticos.

Una muestra más de la tozuda separación de la teoría política y social moderna [17] nos
indica que, en el campo futbolístico, lo público (lo masculino), advierte una vinculación
estrecha con la capacidad direccional de las acciones y el poder ciudadano, vía los
ejercicios de la razón. Mientras que lo privado, tendrá que ver con la domesticidad, lo
corporal, lo emotivo, destinado como espacio delimitador de lo femenino.

En el fútbol, la jerarquía de lo universal y general (lo público) gobernado por los hombres,
dispone el reconocimiento y la subordinación inmediata de lo particular (lo privado), de las
mujeres. Sólo con recorrer los organismos internacionales y nacionales que regulan la
práctica deportiva, contemplamos que lo masculino acumula la mayoría del capital en juego
para decidir las reglas del espacio social futbolístico.

Desde las estructuras y formas lingüísticas de la Federación Internacional de Fútbol


Asociado (F.I.F.A.) [18] se establece lo legítimo, diseñando un reglamento (en teoría
universal, inclusivo y democrático), y neutralizando el conflicto mediante aclaraciones
referidas a la "simplificación de lectura":
Hombres y mujeres

Toda referencia al género masculino en las Reglas de juego por lo que respecta a árbitros,
árbitros asistentes, jugadores o funcionarios oficiales equivaldrá (para simplificar la
lectura) tanto a hombres como a mujeres.

Y para dar muestra de la jerarquización de "lo masculino" y su correspondiente


reconocimiento por parte de "lo femenino" nada mejor que repasar el diseño no sólo de un
sitio web, sino de la concepción naturalmente enunciada y coherente con el mundo
masculinizado del fútbol. En la página de la reguladora Asociación del Fútbol Argentino
(A.F.A.) se insiste con trazar la diferencia enunciando al Fútbol masculino como "Torneos
Superiores", y a la práctica de mujeres como "Fútbol Femenino", categorizando
explícitamente la inclusión (y al mismo tiempo desprendimiento) de una en la otra [19].

El espacio perdido (hasta hoy) en la política y la gestión representa la invisibilidad de las


mujeres para participar, en forma directa, de las decisiones que tienen que ver con sus
prácticas deportivas. Por lo tanto, las voces se multiplican sólo por lo masculino, anulando
la posibilidad de conflicto: "todos pensamos el fútbol por y para los hombres". El fútbol
femenino es sólo un subgénero desprendido del "Fútbol Superior", basado rigurosamente en
la génesis masculina. Lo masculino reguló los espacios, lo movimientos, los gestos, el
tiempo, el cuerpo, y en concordancia, lo político.

Una necesidad para volverse disputa

Lo analizado establece un orden reflexivo. Pensar que estamos cerca de la "igualdad" de los
géneros en el espacio del fútbol y su práctica, parecería presentarse sólo como un deseo,
por su calidad de ausente. Aspirar a esa "igualdad" significaría el encorsetamiento en la
categoría de género, que ni siquiera es cuestionada en el fútbol. Al contrario, goza de
comodidad. Vienen dadas por obra y gracia de la historia y sus contingencias (construidas
como "naturales", por supuesto). Más allá de reivindicar el lugar logrado dentro del campo,
la cuestión de las mujeres y el fútbol no se admite en el plano del debate y del conflicto.
Pareciera un sentido masculino perpetuo, cristalizado, muerto, aprobado y reproducido por
instituciones culturales (deporte o trabajo).

Pero nunca la masculinidad está dada. Se debe seguir definiendo y consolidando en relación
a los otros. En este caso las mujeres que participan del fútbol. Lo hegemónico, como el
proyecto legítimo y la cosmovisión oficial, debe ser continuamente recreado, renovado y
defendido. Por lo tanto siempre debe estar en guardia, en lucha. Y en el fútbol, la
hegemonía tiene sus recompensas, justamente al presentarse como lugar cálido, sin
conflictos, y sin la posibilidad de que los haya. Sobre todo porque pareciera que el deporte
no admite polémicas, distinciones, prejuicios, relaciones desiguales de poder, visiones de
mundo, o cualquier tipo de problema de la vida social. Cuando el deporte, según José
Ignacio Barbero (en Vidiella Pagès, 2007), es uno de los ámbitos más homófobos de
nuestra sociedad. Imaginemos cuán traumático resultaría la práctica para travestis, teniendo
en cuenta que a nivel profesional, por ahora, no se registran casos (o no son visibles, en
términos mediáticos).
Parecería que la práctica del fútbol por parte de las mujeres no alcanzaría a disputar el
orden oficial a los hombres. Ni a nivel lúdico, ni productivo, y menos en el político. Será
quizás que lo logrado hasta ahora no quiere perderse. Porque como explicara Gayle Rubin
(en Butler, 2001), una mujer funciona como mujer según la estructura heterosexual
dominante, y cuestionar la organización de esa estructura significaría perder lo obtenido
hasta el momento, situada como género. Pero igualmente no sería mal comienzo (aunque
complejo), pretender revertir la dirección de los flujos de sentido. La tarea estaría dada por
el intento de desnaturalizar, siguiendo a Butler (2001:24), "la violencia normativa que
conllevan las morfologías ideales del sexo, así como de eliminar las suposiciones
dominantes acerca de la heterosexualidad natural o presunta que se basan en los discursos
ordinarios y académicos sobre la sexualidad". En nuestro caso, desagregar las formas
legítimas y restrictivas de jugar, producir y decidir en el fútbol.

¿Cómo cambiar esos flujos de sentido? No hay recetas, si algunos caminos. Ante el difícil
escenario, que no sólo es desfavorable en el campo deportivo, sino en el campo social
(siempre pensándolos en relación), una posibilidad inmediata (contemplando todo el
conjunto de adversidades) sería declarar en emergencia la problemática (del fútbol y las
mujeres) y otorgarle, sin titubeos, el rótulo de problema político. Esto aportaría al proceso
de transformación de la idea de que todo lo deportivo no tiene conflictos. Si bien la cuestión
de la categoría género es interpelada desde hace tiempo por movimientos feministas, que
reivindican el concepto de identidad como relacional, dinámico e histórico, es necesario
(apelando a la autonomía relativa de los campos) ponerlo en común en el espacio deportivo,
y así disputarle a las prácticas ese sentido de "natural y lógico". Es necesario "construir
formas de vinculación superiores a la suma de diferencias" (González, 2008:32). Otorgarle
importancia de primer orden a aquello que articula las estructuras materiales y sus
dimensiones simbólicas: la comunicación. Y cuestionar lo legítimo, es profundizar sobre el
desconocimiento de la matriz hegemónica. Reflexionar diacrónicamente y volver pensable
la desigualdad. Entonces cultivar y desarrollar una nueva cultura de comunicación (nuevas
formas de conocer y de informar el mundo, y de producir y reproducir lo conocido y lo
informado) "implica siempre una actitud abierta y horizontal para poder suscitar las
diferencias que no se resuelven con el canal tecnológico, sino cuando modificamos la
relación social que desbalancea y naturaliza las diferencias en desigualdades." (González,
2008:32)

Hasta ahora, el fútbol practicado y vivido por las mujeres no parece disputarle la
dominación al fútbol practicado y vivido (y además gobernado) por lo masculino. El primer
ejercicio sugerido, es creer y reforzar, siguiendo a Stuart Hall, la idea de que "lo deportivo
también es político"

"Si percibimos al mundo social así, y en el configuramos al deporte como


constructor de vida social en ese sentido, lo que tenemos es una visión del
deporte como estructurador social general, y eso es un fenómeno de gran
complejidad. Imaginemos por un momento la posibilidad de percibir y construir
al mundo desde el deporte. No es sólo un ejercicio de imaginación, es una
visión constructiva tan poderosa como otras, tan sugerente como tantas, más
eficiente que muchas [20] " (Galindo Cáceres, 2005)
Notas

[1] Es decir, las que se encuentran deslegitimadas por la concepción sexual hétero.

[2]Podemos decir "casi" gracias a las líneas fundadoras del campo de estudios en Deporte y
Sociedad en Argentina y América Latina, que obstinadamente tejieron y legitimaron un
lugar propio en la Academia. Trabajos como los de Eduardo Archetti, Pablo Alabarces,
María Graciela Rodríguez, Julio Frydenberg, Roberto Di Giano, José Garriga Zucal, entre
tantos, marcaron territorio y elaboraron las leyes propias de un espacio oportuno para el
estudio de las identidades y conflictos sociales en torno a temáticas como género, territorio,
nacionalidad, patria, culturas populares, elites, medios de comunicación, modernidad,
posmodernidad, consumo, violencia, política, entre otras.

[3] Galindo Cáceres, Jesús (2005). "Comunicación y Deporte. Un Ejercicio de


Exploración, Especulación y Análisis, Hacia una Comunicología Posible". Texto publicado
en la Revista Comunicologí@: indicios y conjeturas, Publicación Electrónica del
Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana Ciudad de
México,Primera Época, Número 4, Otoño 2005, disponible en:
http://revistacomunicologia.org/index.php?
option=com_content&task=view&id=101&Itemid=127

[4] Centros educativos elegidos por la aristocracia británica.

[5] La concepción de deporte, según Barbero González, es inherente al proyecto moderno,


y se contrapone a los pasatiempos tradicionales predeportivos. La incorporación de leyes en
el deporte significaría una gran diferencia con el predeporte, en especial las relacionadas a
regular las técnicas corporales.

[6] Que se remontan a la década del ´50, y que cuarenta años más tarde (en 1991) se
institucionaliza a través del reconocimiento de A.F.A (Asociación del Fútbol Argentino).

[7] Bourdieu, P. (2000): "La dominación masculina", Ed. Anagrama, Buenos Aires p. 37.

[8] Jansson, María Adolfina (1998):"Aproximaciones al tema del fútbol femenino y los
límites a tener en cuenta para una interpretación sociológica", en Alabarces, P. et al.
"Deporte y Sociedad", Buenos Aires, Eudeba

[9] Ibídem

[10] Le Breton, David (1999): "Las pasiones ordinarias. Antropología de las emociones"
Ed. Nueva Visión. Bs. As.

[11] Ibídem

[12] Queda claro que el género fútbol fue nombrado históricamente desde la concepción de
lo "masculino". El fútbol femenino conserva el lugar de subalterno.
[13] Le Breton, David (1999): "Las pasiones ordinarias. Antropología de las emociones"
Ed. Nueva Visión. Bs. As.

[14] La inclusión de las mujeres en los medios vinculados al fútbol recupera, en ciertos
casos, lo peor de un machismo sin disimulos, cuando se presenta a las mujeres que
mantienen romances con futbolistas como las "botineras". Serían las "especialistas" de los
"coqueteos" con los jugadores. Las narrativas mediáticas insisten en fundamentar esta
práctica como la posibilidad que obtienen las "botineras" de lograr la visibilidad necesaria
que las lleve "al estrellato". Lo que daría como ecuación, una desesperanzadora y miserable
afirmación, dejando sin chances a los romances y su "verdadera" dimensión sentimental. En
conclusión, la objetivación de las "botineras", representando el deseo sexual de los
jugadores.

[15] Falta de indumentaria deportiva, y de todo un equipo de trabajo especializado


destinado al desarrollo del fútbol femenino

[16] En el caso de las futbolistas, sería la profesionalización de la práctica.

[17] Cuestionada insistentemente por la teoría feminista.

[18] Para observar el reglamento,


http://es.fifa.com/womensworldcup/organisation/documents/index.html

[19] Para observar el sitio web, http://www.afa.org.ar/

[20] GALINDO CÁCERES, Jesús (2005). "Comunicación y Deporte. Un Ejercicio de


Exploración, Especulación y Análisis, Hacia una Comunicología Posible". Texto publicado
en la Revista Comunicologí@: indicios y conjeturas, Publicación Electrónica del
Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México,
Primera Época, Número 4, Otoño 2005, disponible en:
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Revista Educación Física y Ciencia, Departamento de Educación Física (Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación (UNLP), Año 9.

Cómo Desmond Morris veía el fútbol

Un pequeño error al principio se convierte en un enorme error en la conclusión.

Me dispongo a hablar del libro The soccer tribe, de Desmond Morris, que la Editorial
Argos Vergara publicó en gran formato y con gran número de fotografías en 1982 (el
original en inglés era de 1981). Y aquí viene el detalle: En lugar de traducirlo como La
tribu del fútbol, alguien tuvo la ocurrencia de titularlo El deporte rey. Lo peor es que este
título-topicazo no refleja, ni de lejos, el contenido del libro. Efectivamente, Morris dividió
su libro en estas partes: Las raíces tribales, los rituales tribales, los héroes tribales, los
adornos tribales, los jefes de la tribu, los seguidores tribales y La lengua tribal.

¿Y qué hubiera ganado el libro si el título hubiera respondido al original en inglés?

Mucho, porque ya la portada hubiera servido para empistar al lector hacia el contenido.

 ¿Ha perdido fuerza el libro con el paso del tiempo?

 Cuentan que Alejandro Dumas acabó de escribir Los tres mosqueteros y, en la misma
página, escribió el título de su siguiente novela: Veinte años después. He vuelto a leer una
vez más el libro de Desmond Morris y me he planteado si el libro ha perdido fuerza
después de treinta años. Y mi respuesta es que, si los “comentaristas” del fútbol, que tanto
abundan, leyesen este libro a fondo, elevarían muy mucho la calidad de sus escritos. Desde
luego, no estoy sugiriendo que lean La Crítica de la Razón Pura, de Kant, o la
Fenomenología del Espíritu, de Hegel. Tampoco quiero mostrarme como un experto en
periodismo deportivo. Lo más que puedo hacer es afirmar que una disciplina se ordena pre-
científica y científicamente. Precientíficamente, mediante unas técnicas o tecnologías y/o
mediante un arte muy desarrollado. Científicamente, mediante categorías bien fundadas. Si
no cuenta con unas categorías bien fundadas, es casi seguro que nos encontramos ante un
camelo, no ante una ciencia.

 Las categorías de Morris


 El etólogo inglés dedica poco espacio a la ordenación precientífica, que él engloba bajo la
denominación «Los orígenes tribales». Cuando estructura las categorías, ofrece siete
grandes esferas: El partido de fútbol como caza ritual; como batalla estilizada; como
reflejo de la posición social; como ceremonia religiosa; como droga social; como un gran
negocio y como representación social.

Cada una de estas esferas engloba muchas otras subcategorías, que él va estudiando y
comunicando al lector en las 240 páginas siguientes. Repito, con muchas ilustraciones.

 Un libro-modelo

 Tendría que dedicar varias entradas de este Blog a comentar este libro. Sin embargo, la
alternativa que propongo es la siguiente: Que los interesados en estudiar cualquier
profesión desde la comunicación no verbal, lean este libro, aprendan el sistema de trabajo
de Morris y publiquen un libro como éste sobre cada profesión. Me voy a poner publicitario
y asegurar el éxito a quienes acometan este trabajo. Y además, disfrutarán mucho con su
trabajo. Eso sí, para asegurarse el éxito, no sólo tienen que actuar como científicos sino
como comunicadores. El estilo de Morris es suyo. Cada uno tenemos nuestra manera de
comunicar. Por eso, el libro de Morris no sólo es un modelo de cómo hacer ciencia, sino de
cómo hacer llegar nuestros hallazgos a los demás.

El fútbol a estudio
24-06-2006 | Mauricio-José Schwarz
Lo detestemos o lo disfrutemos, este juego puede enseñarnos mucho sobre el hombre
social

En el juego del fútbol, donde unos ven la desmedida ambición del negocio o la celebración
de la habilidad personal y el trabajo de equipo, otros ven un escenario donde se resume la
esencia tribal que tenemos todavía a nuestras espaldas, que apenas hace unos miles de años
era la única forma de ser humano.

Una guerra ritual, donde los héroes de la tribu, los campeones, los davids y los goliats en la
persona de Ronaldinho, David Villa o Zinedine Zidane, representan a todos sus seguidores
(del equipo o de la selección nacional), los cuales los siguen con los rituales identificativos
de la tribu: colores, escudos, himnos, parafernalia que deja muy claro el espacio de
existencia de nosotros y la frontera que marca exactamente dónde comienzan ellos, ésos
que son los otros, el adversario, el enemigo, el oponente a vencer.

Las reglas nacen de los acuerdos de un consejo de ancianos legislativo. Son las
federaciones, las confederaciones y la FIFA misma, que sólo responde ante sí misma de sus
decisiones, autoritaria y autónoma. Son ellos, junto con otros ancianos o personajes
principales, los que presiden los partidos: presidentes de equipos, dignatarios
internacionales, representantes de las fuerzas políticas y económicas que subyacen al juego.

Quien representa a la ley y la hace cumplir, el poder judicial, también responde únicamente
ante el consejo de ancianos: es el árbitro, el hombre de la última palabra, apoyado en sus
asistentes. En el campo de juego no hay democracia, no hay juicios justos con desahogo de
pruebas, no hay segunda ni tercera instancia. Como en el pasado humano, la condena es
definitiva y, además, la sentencia se ejecuta de inmediato.

Al interior de los equipos, igualmente, no se encuentran para nada los elementos de una
sociedad moderna, la democracia, la horizontalidad en las decisiones, el consenso y el
pluralismo. Los ancianos dueños nombran al entrenador como a un general de ejércitos que
manda, no pregunta ni da explicaciones si no quiere. Si todo sale bien, será glorificado
como César a la vuelta de las Galias. Si no, será sacrificado. Y sus órdenes llegan a la tropa
en el campo de batalla precisamente por medio de un capitán, nombre revelador.
Todo esto es parte de lo que etólogos, sociólogos y antropólogos han leído en el juego del
fútbol como expresión de una necesidad tribal social que el ser humano mantiene porque la
evolución no ha tenido tiempo (ni necesidad, probablemente) de eliminar de su bagaje
conductual innatamente determinado o condicionado. Un juego que emula, repite y
satisface las mismas emociones que los enfrentamientos tribales en los que lo que se ganaba
no era un valor simbólico como una copa, sino tierras, ganado, riquezas reales.

Tales observaciones serían aplicables a muchos deportes, en mayor o menor medida. Sin
embargo, el fútbol se distingue por su atractivo universal (descontando a los Estados
Unidos) y porque en él parecen estar presentes todos los elementos tribales, de tropa de
primates, que la antropología nos dice que fueron la base de la sociedad humana y
prehumana durante millones de años.

El etólogo (estudioso del comportamiento natural) Desmond Morris, autor de libros como
El mono desnudo, El zoo humano y, recientemente, La mujer desnuda, escribió en 1981
The Soccer Tribe, traducido al español como El deporte rey y que resume esta visión y
estas teorías acerca del significado del fútbol. Este libro comenzaba señalando que si una
civilización extraterrestre realmente llegara a la Tierra y la orbitara algunas veces para ver
sus poblaciones, no podría dejar de notar que en todas las ciudades, e incluso en muchas
poblaciones de no muchos habitantes, existen esos rectángulos de hierba rodeados de
gradas, todos con prácticamente las mismas medidas, todos con las mismas líneas pintadas,
con las mismas estructuras en los extremos… y que generalmente sólo se usan una o dos
veces por semana. Es algo que parece totalmente universal, que trasciende a todas las
demás diferencias, y algo que ocurría incluso antes de que el fútbol fuera un negocio a los
niveles que podemos apreciar hoy en día.

En un mundo de habitantes diversos, de idiomas diversos, de culturas diversas expresadas


en su arquitectura más evidente, seguramente le darían a los campos de fútbol una
importancia elevada como explicativo de las constantes de nuestra cultura. Algunos
científicos consideran que, en tal caso, tales extraterrestres tendrían razón.

Para Morris, el atractivo principal del fútbol yace en dos elementos clave. Primero que
nada, la sencillez de sus reglas, pocas y fáciles de entender (y de adaptar) sin demasiadas
complicaciones y que dejan abiertas muchísimas posibilidades para el juego. Y, en segundo
lugar, el que no hace falta equipamiento, campos especializados y ni siquiera un balón para
jugarlo. En su sencillez y, también, en su economía, podría estar al menos parte de la
explicación del atractivo generalizado que produce. A esto habría que añadir el nivel de
reconocimiento social que obtienen los grandes jugadores de fútbol en todo el mundo. El
futbolista triunfador, el campeón de la tribu del fútbol según Desmond Morris, llega al más
alto nivel de heroísmo disponible en nuestra sociedad actual, ya sea en su club, en su país o,
en algunos casos, a nivel mundial.
El fútbol. Vicente Verdú

Escribí hace años un libro sobre el fútbol (El fútbol: mitos, ritos, símbolos. Alianza
Editorial) con la intención de tratar de explicarme por qué a los seguidores de un equipo
nos influyen tanto sus victorias y sus derrotas. Ahora, durante el tiempo en que se ha
celebrado este Mundial, no son sólo los seguidores de un equipo particular sino los
patriotas apegados a la  selección nacional  han vivido  con  tanto énfasis su  éxitos o sus
fracasos  que la magia de esa gran explosión y gran depresión queda todavía por entender.
Yo escribí entonces y lo he hecho muchas veces más ofreciendo teorías de todo tipo pero
llego al día de hoy en que todo lo dicho -por mí y por los demás-  me parece del todo
insuficiente para dar cuenta de lo que verdaderamente pasa.

Lo que pasa es tan exageradamente emocional y colectivo, contagioso y simbólico, que la


vida, el mundo toma un aspecto u otro si  gana o pierde el equipo. Y no sólo el mundo
exterior se altera violentamente sino la vida interior, la creencia en el destino personal y
todo eso.

De los maltratos a niños, mujeres, ancianos o animales tiene responsabilidad el fútbol, de


las actitudes afectivas bondadosas y altruistas  tiene responsabilidad el fútbol. Ser un
apasionado seguidor de un equipo (no un simple aficionado) es equivalente a sumergirse en
una atmósfera emocional de reacciones extremas. Y no se diga ya cuando esa integración 
se potencia con el nacionalismo salvaje.

Ha terminado el Mundial y todo regresa casi de golpe a lo que era. Simplemente, los
partidos han cesado y con su ausencia reaparece una cotidianidad demasiado mediocre,
mala o buena, más bien mala que buena y, encima, experimentándola a solas, sin el clamor
del estadio, las calles, los campos, las azoteas, el corazón multiplicado por millones de
corazones multiplicados.

El culto al fútbol
Vicente Verdú

31 MAY 2008
Durante la larga época en que el libro imperó como supremo patrón de la cultura, el fútbol
fue absolutamente inculto. Ni siquiera las contadas aportaciones que novelistas o ensayistas
hicimos para incorporarlo al acervo cultural sirvieron para gran cosa. Igual que con el
fútbol, con el diseño gráfico, con la moda o con los automóviles, vino a ocurrir tres cuartos
de lo mismo: en tanto sus asuntos no se registraban como tratados nutriendo las venerables
bibliotecas era inconcebible que aspiraran a considerarse cultos.
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Todo ello se ha venido abajo cuando el libro ha entrado en decadencia. Frente a la


indiscutida supremacía de la cultura escrita ha emergido la poderosa cultura audiovisual y
el actual patrón de valor lo constituye el espectáculo. No en exclusiva, necesariamente, pero
de manera importante, creciente y sobresaliente. De ese modo, incluso el teatro de toda la
vida ha pasado de promover el texto a la performance, de la escritura al movimiento y de la
meditación al impacto.

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En contraste con la cultura propia del libro, que requería aplicación e intensidad en la
atención, la cultura audiovisual reclama extroversión y extensividad sensorial ante el
panorama. Leer evoca una acción con profundidad para descodificar apropiadamente los
garabatos, pero las pantallas o los panoramas se corresponden con una recepción en
superficie. La cultura del libro es del orden del silencio mientras que la audiovisual
pertenece a la naturaleza del estruendo. O bien, el clamor de la muchedumbre en la grada
constituye el revés de la callada lectura en el gabinete solitario.

La cultura del libro, en fin, es de máxima concentración y la audiovisual de expansión


máxima. Igualmente, el escenario amplio abierto sustituye a la encuadernación estricta y la
intemperie del campo al confinamiento. De este modo diverso, a una cultura suave sucede
otra agitada. A una insignia del saber culto, expresado por antonomasia durante siglos en el
sigilo del libro, se superpone el ruidoso saber de la cultura pop democratizada y extendida
en la sociedad del espectáculo.

Para casi todo aquel sujeto conspicuamente adiestrado en la etapa precedente el fútbol
significa, a menudo, lo inculto. Pero el fútbol será, en este sentido, inculto sólo en la
medida en que no se parezca en nada a la significación del saber libresco ni se avenga con
sus santuarios. Será inculto -y anticultural- para aquellos feligreses del reino cultural
anterior pero para la nueva época, saturada de saber audiovisual y ejercitada en la cultura de
superficies, el fútbol representará no sólo un fenómeno propio de la cultura imperante sino,
como hacen saber los millones de aficionados en todo el mundo, una muestra suprema de la
nueva experiencia culturizada. El culto al fútbol. -

Vicente Verdú (Elche, 1942) es autor de El fútbol, mitos, ritos y símbolos (Alianza
Editorial, 1981). Recientemente ha publicado No Ficción (Anagrama, 2008).
* Este articulo apareció en la edición impresa del Sábado, 31 de mayo de 2008

Wisnik, José Miguel. Veneno remédio. O futebol e o Brasil.


São Paulo: Companhia das Letras, 2013. 446 pp.

El principal reto al que se enfrenta José Miguel Wisnik en este ensayo es la posibilidad
de desarrollar un lenguaje crítico desde los estudios culturales latinoamericanos para
abarcar ese fenómeno (hoy omnipresente gracias a los medios masivos de
comunicación) que es el fútbol. El punto de partida de su reflexión consiste en rebatir
la idea de que el fútbol, en tanto que se halla apresado desde hace un buen tiempo por
la industria del espectáculo y es un producto de consumo masivo en el mercado global
postindustrial, es una materia que no merece siquiera la atención de las disciplinas
humanísticas ni de la academia. La propuesta es encontrar un modo de análisis que
supere el vaivén entre la apología gratuita y el facilismo del desprecio habitual entre
los intelectuales latinoamericanos (ejemplificados, por lo demás, según Wisnik en el
libro de Juan José Sebreli, La era del fútbol) que reducen al fútbol al factor alienante
contemporáneo de las masas, es decir, "al nuevo opio del pueblo". En ese sentido, lo
primero que hay que señalar es que el libro logra efectivamente apropiarse del fútbol
desde una mirada que combina en su análisis diversas disciplinas como la
antropología, la historia social y cultural, la literatura, la crítica de las artes y,
fundamentalmente, el psicoanálisis. Para Wisnik el fútbol –el juego en sí mismo, pero
también los efectos que tiene en la sociedad– constituye un entramado simbólico (un
"campo de conflicto transcultural", llega a decir) que abre la posibilidad de articular
narrativas que van desde la construcción de identidades colectivas y nacionales, a
entretejer características culturales arraigadas en las sociedades latinoamericanas de
nuestro tiempo.

En particular, Wisnik hurga en la conformación histórica de Brasil dialogando con


autores como Machado de Assis, Mario y Oswald de Andrade, Gilberto Freyre o Sérgio
Buarque de Holanda para ir discutiendo y criticando las imágenes que de ese proceso
se han construido desde la sociología, la historia o la literatura brasileñas (desde la
cultura letrada, digamos). La posición de Wisnik, sin embargo, no es la de adoptar la
exhaustividad historiográfica o la rigurosidad empírica de la sociología, sino la de
hablar desde la libertad y el goce estético de un amante del fútbol. En este sentido, el
libro aporta la riqueza de su prosa al gran caudal de la mejor tradición ensayística
latinoamericana. El sesgo autobiográfico no se esconde en ningún momento: Wisnik se
asume como un analista lejos de la objetividad, que ha visto y jugado al fútbol desde
muy niño por haber crecido en una de las zonas de Brasil donde el deporte inglés
arraigó más pronto (la región metropolitana de São Paulo, más precisamente en São
Vicente, al lado de Santos), en la que además floreció uno de los mejores equipos de
la historia –el "Santos", donde jugaba Pelé. La importancia del fútbol en Brasil, según
el autor, supera la simple explicación identitaria (frecuente en Europa) según la cual
los ciudadanos se identifican con el equipo nacional a partir de su pertenencia a un
país; para Wisnik, en cambio, Brasil existe como país, se constituye modernamente
como tal, gracias, en buena medida, al fútbol.

La propuesta de Wisnik consiste en dos ensayos mayores, independientes entre sí,


pero que se iluminan mutuamente y funcionan de manera orgánica. El primero expone,
por decirlo de alguna manera,"la teoría" –en el capítulo 2 "A quadratura do circo: a
invenção do futebol"– y el otro profundiza sobre la realización de esas ideas en el caso
de Brasil –en el capítulo 3 "A elipse: o futebol brasileiro". El análisis del primer gran
ensayo (conformado a su vez por pequeñas reflexiones que van desmenuzando cada
aspecto del juego) se monta en una línea cronológica que busca en los orígenes
europeos del juego –particularmente en el caso de Inglaterra, que lo institucionaliza y
le da forma en un código reglamentario–, sus peculiaridades y, más aún, las razones
de su rápida y extendida popularización. La reflexión retrocede incluso al sustrato de
las culturas mesoamericanas para rescatar de ellas los aspectos rituales y religiosos
del juego en sí mismo, e incluso revalorizar el aspecto antropológicamente encantador
de la pelota.

Wisnik se revela aquí como un gran observador de los aspectos lúdicos del fútbol, que
lo atan a impulsos atávicos (los orígenes tribales de los juegos de pelota como
recreación de la caza o el carácter ritual del juego de pelota entre los mayas para
sostener el equilibrio del cosmos) y los actualiza en el deporte institucionalizado de
nuestros días. Su tesis es que si el fútbol, el deporte moderno codificado y dispersado
por el imperialismo británico en la segunda mitad del siglo XIX, arraigó tanto y tan
pronto en sociedades altamente desarrolladas como las de la Europa continental y en
sociedades menos industrializadas como las latinoamericanas es porque se trata de un
juego que aglutina esos valores premodernos, –el contacto con la tierra (se juega al
aire libre y en cualquier campo, tenga césped o no) o el poder hipnótico de la redondez
de la pelota– con los valores modernizadores, civilizatorios (muy en la lógica positivista
e higienista del cambio de siglo) que representan tanto el deporte como la actividad
física. Es en ese sentido que el fútbol representa "la cuadratura del círculo" a la que
alude el título del capítulo segundo: un deporte que fascina por su capacidad de
replicar el azar de la vida a partir de las múltiples posibilidades generadas por su
carácter indeterminado y abierto (en oposición a los deportes más racionales y
urbanos, como el básquetbol, el béisbol o el fútbol americano).

En Brasil, en particular, el juego pasó muy pronto de ser practicado exclusivamente


por las elites anglófilas de Río y São Paulo, a popularizarse masivamente entre los
estratos medios y bajos en una sociedad altamente polarizada y recién salida de la
esclavitud. Es aquí donde el ensayo de Wisnik entronca con discusiones de más largo
aliento como las que incumben a las teorías de la modernidad en América Latina, que
discuten la transferencias culturales europeas en términos de transculturación,
transplante o mestizaje. Para Wisnik, en definitiva, el deporte, tal como lo concibieron
los ingleses, es reinventado por sus practicantes en el Brasil, añadiéndole una gran
cantidad de matices y rasgos particulares. De Chico Buarque, por ejemplo, toma la
idea de que hay "donos de campo" y "donos da bola" en el fútbol, dependiendo de si
los que lo juegan son "ricos" o "pobres": los primeros privilegian el control de la pelota
en función de ir ganando territorio –el espacio entre jugadores es más amplio; en
cambio, los segundos tienden a apropiarse de la pelota y retenerla lo más posible
gracias a toda suerte de malabares y habilidades que incluyen regates y fintas (hay
que pensar en Maradona o Ronaldinho Gaúcho como dos exponentes de esa cultura de
la pobreza).

En esa adaptación del juego británico en Brasil radica, según el autor, el significado
que representa la encrucijada del fútbol para el país: la disyuntiva que expresa una
ambivalencia y que da nombre al libro. El fútbol en Brasil es el veneno remedio (el
veneno y su antídoto) a partir del cual se anudan y resuelven alternativamente las
múltiples complejidades que implican la constitución histórica de una nación
multicultural y socialmente desigual. En la utilización de esa fórmula ("veneno
remedio") Wisnik dialoga abiertamente con Gilberto Freyre quien veía en la versión
brasileña del fútbol (más curvilínea y sinuosa, por oposición a la rectitud y la rigidez
europeas) la influencia decisiva de las expresiones corporales de la cultura mulata
ejemplificadas en la capoeira (esa danza practicada por afrodescendientes y mulatos –
esclavos recién liberados– que se desarrolla como una forma de acrobática
autodefensa en los márgenes de la ciudad, a finales del siglo XIX). Para el autor, la
observación de Freyre es innovadora porque extrae del veneno, el remedio: es decir,
de los propios estigmas de la esclavitud surgen las peculiaridades expresivas del fútbol
brasileño que lo vinculan con la estética y la plástica de la danza. El fútbol, para
Wisnik, al igual que la música popular, tiene ese valor liberador y expresivo en la
conformación de la cultura brasileña contemporánea. El autor valora muy
positivamente, a través de la idea de la "prontidão" (que describe como una
"inteligencia del cuerpo"), el aporte de las culturas afrodescendiente y mulata por
medio del deporte y la expresiones musicales a la constitución cultural del Brasil
moderno. En términos de la historia del fútbol brasileño (materia del mencionado
segundo gran ensayo del libro), Pelé y Garrincha son las figuras decisivas en la
consagración de Brasil como campeón mundial en 1958. En la "prontidão", Wisnik
conceptualiza una vez más una figura ambivalente: la del ingenio que proviene de la
escasez material. Y ese carácter ambivalente se mantiene en constante tensión a lo
largo de su reflexión: unas veces en la historia contemporánea de Brasil el fútbol es
veneno, y en otras remedio. No se le escapa a Wisnik, por ejemplo, el hecho de que
durante un buen tiempo el fútbol fue una expresión de cultura de masas ajena al
influjo imperialista estadounidense, en un momento (a raíz de la segunda posguerra,
sobre todo) en que las películas de Hollywood y las estrellas musicales imponían un
modelo de vida y consumo en el resto del continente (y del mundo). El fútbol es, en
ese sentido, un vehículo de expresión de la propia cultura brasileña.

Al mantener abierta la tensión en la fórmula "veneno remedio", Wisnik intenta no caer


en una celebración ingenua de la productividad del mestizaje cultural o, más
específicamente, en una intelectualización y estetización de lo irrelevante (el fútbol).
Más bien intenta problematizar la imbricación del fútbol con la cultura en la
construcción moderna de Brasil a través de esa tensión oscilante que permanece
irresuelta. Wisnik se niega a una visión del fútbol y la cultura musical brasileña como
una compensación simbólica por todo lo que el país no logra en otros niveles. Más
bien, eso lo subraya el texto, extrae de esas expresiones culturales múltiples claves
para una mejor comprensión de las complejidades de la experiencia brasileña
contemporánea.

No hay duda de que la forma en que Wisnik articula su análisis de un fenómeno


popular como el fútbol, recurriendo a una compleja red de relaciones entre la
literatura, la música y los registros psicoanáliticos y antropológicos, resulta muy
sugerente e inspirador para analizar realidades sociales análogas en el ámbito
latinoamericano. La prosa ensayística de Wisnik, caracterizada en este libro por la
permanente iluminación mutua entre conceptos provenientes de muy diversos ámbitos
disciplinares, es quizá el mejor ejemplo de lo productivo que resultan la creatividad y
el ingenio que él tanto admira en Pelé, Tostão, Zico o Rivaldo.

Iván Pérez Daniel


Universidad de Talca
iperez@utalca.cl

[Francisco Uriz cumple hoy 80 años y lo celebra por todo lo alto: con la publicación de su
libro ’Poesía reunida’ (Libros del Innombrable). hace un par de semanas publiqué esta
entrevista, con pequeñas variaciones, en Heraldo de Aragón. La traigo aquí a modo de
conmemoración y de felicitación para Paco y sus amigos. La foto es de mi compañera
Esther Casas, en sus tiempos en Heraldo.]

"MI RELACIÓN CON LOS ESCRITORES

NÓRDICOS HA SIDO MARAVILLOSA"

Francisco Uriz (Zaragoza, 1932) vive en una casa llena de libros, de música y arte. Y de
fotos de familia: de su hijo Juan, de sus cuatro nietas, del álbum disperso de una existencia
casi itinerante. Su mujer Marina Torres, traductora de lenguas nórdicas como él, pone el
orden. Sobre una mesa de cristal del amplio y soleado comedor se ve una foto de los años
60 o 70 con ambos en medio de una manifestación. He aquí varias de las razones de la vida
de Uriz, o las claves para forjar un retrato: es un hombre esencialmente político, que dedicó
un poemario a Vietnam, militó durante años en el Partido Comunista de España desde
Suecia, y es un traductor de todos los géneros (ha traducido más de 150 autores, hasta
cartas a los brigadistas), pero sobre todo de poesía. Ha ganado en dos ocasiones el Premio
Nacional de Traducción: en 1996 y este año. Estos días sale a la calle su ‘Poesía reunida’,
más de 600 páginas que publica uno de sus lectores más amados: Raúl Herrero, de Libros
del Innombrable, con quien ha colaborado en más de veinte publicaciones. En ese sello ha
publicado, entre otros, a Gunnar Ekelöff, Marta Tikkanen o Jörn Donner, el escritor
finlandés con quien descubrió el cine de Ingmar Bergman. Otro amigo esencial e
inolvidable de Paco Uriz es el recientemente fallecido José Luis Borau.

-¿Empezamos por él?


-José Luis fue un amigo muy entrañable. Siempre lo llevo dentro. En los tiempos de la
Universidad, los dos cursábamos Derecho y luego nos reuníamos con los amigos, con Pepe
Pérez Gállego y Román Escolano, entre otros. Íbamos y veníamos por el bulevar de
Independencia: nuestra charla era cine y literatura, literatura y cine. Siempre así. Borau era
una persona admirable, deslumbrante, querido por todos. Lo sabía todo y nos contaba
historias de cineastas, de escritores. Era un avanzado de la época. Él se fue a Madrid y yo a
Suecia...

¿Cuándo volvieron a verse?

Más de veinte años después, en 1976. Él acababa de estrenar ‘Furtivos’ y a mí me


encargaron que organizase una Semana del Cine Español en Suecia. Pensé en los clásicos:
Bardem, Berlanga, Gutiérrez Aragón, y entre ellos también estaba Borau. Me trasladé a
Madrid, y un día le llamé y le dije: “Señor Borau, soy Francisco Uriz, nos conocimos hace
veinte años”. Y él, desde el otro lado del teléfono, me dijo con esa voz afectuosa y quizá un
poco bruta, expansiva: “Pacooo, coño, amigo”. Y me riñó, claro, por haberme puesto tan
ceremonioso. “¿Cómo iba a olvidarme de ti?”. La Semana de cine se convirtió en un mes de
cine español en Suecia.

¿Tuvieron algún otro contacto?

Volvimos a contactar con motivo de su película ‘La sabina’. Un día me llamó Borau para
decirme que había pensado en contratar a Harriet Anderson para la película. Yo, no sé por
qué, siempre pensé que hablábamos de Bibi Anderson. Las dos habían sido compañeras de
Ingmar Bergman. Accedí a Harriet, la mujer preciosa y joven de ‘Un verano con Mónica’,
porque era la compañera de un gran amigo mío: Jörg Donner. Crítico de cine, productor,
director, novelista. Años atrás yo había ido a Finlandia tras una mujer; allí conocí a Donner,
nos hicimos amigos y recuerdo que una vez vimos todo el cine de Ingmar Bergman, cuando
solo era conocido como dramaturgo. Lo vimos solos los dos y tomamos muchas notas. Y
discutíamos. Donner escribió un libro sobre  Bergman, que he traducido para Libros del
Innombrable; y yo no he escrito nada con mis notas. Luego he traducido muchas cosas de
Bergman: sus memorias, ‘La linterna mágica’, por ejemplo.

Sabemos que Borau contrató a Harriet Andersson.

Sí. Y no solo eso: el propio Donner fue coproductor: aportó dinero, a la propia Harriet y
algunos técnicos de fotografía y sonido. Sin embargo, la película fue destrozada en su
estreno en Suecia: Donner tenía demasiados enemigos en Suecia. Era y es un hombre con
personalidad, autoritario, que dice las cosas directamente, y solían recordarles a los suecos:
“Los pactos están para cumplirlos”. Donner fue muy importante en mi vida por otras cosas:
él me regaló un libro de Pablo Neruda de la editorial Losada y me puso en contacto, a
través de su compañera de entonces, la escritora Sun Axelsson, con Artur Lundqvist...

A Sun Axelssson también la ha traducido su esposa Marina Torres en Zaragoza: los


poemas de ‘Arena’.
Era una mujer menuda y rubia, de gran personalidad. Tenía una complicada historia: había
sido amante de Nicanor Parra. Se la llevó a Chile y ella descubrió que el poeta ya estaba
casado. Allí la acogió y la protegió su hermana Violeta Parra, tradujo a Pablo Neruda al
sueco...

¿Quién fue Artur Lundkvist?

Un personaje capital de la Academia Sueca al que le fascinaba el español, nuestros


escritores, y era poeta. Yo he traducido su lírica: ‘Textos para la nieve’. Era un enamorado
de la poesía española y latinoamericana: un día se enteró de mi existencia y me propuso que
hiciéramos juntos una antología poética de hispanoamericanos al sueco. Estaban César
Vallejo, Borges, Huidobro... Me dijo los autores que había escogido, me pasó sus libros, me
dijo qué selección había hecho él y me dijo que hiciera yo la mía. Fue muy generoso y
apenas hizo correcciones a mi trabajo. Titulamos la selección ‘Cóndor y colibrí’ (1962).
Luego tradujimos al sueco a Pablo Neruda, a los poetas españoles contemporáneos y
recuerdo que también hicimos una versión de ‘Así que pasen cinco años’ de García Lorca.

Era una hermosa manera de empezar...

Desde luego, aunque luego yo lo que he hecho es traducir, en concreto, lenguas nórdicas al
castellano. Un día le dije a Lundkvist que tenía fijación por Aragón: había escrito de Luis
Buñuel, había publicado una novela sobre Goya y ahora trabajaba con un aragonés, de
Zaragoza. Se rio...

¿Cómo fue su relación con los escritores suecos?

Maravillosa. Con los suecos y con los nórdicos en general. Ellos están muy agradecidos por
nuestro empeño: no es lo mismo escribir para ocho millones que para 300 o 400. Antes de
volcarme de manera exhaustiva en autores concretos, hice antologías de literatura sueca
para España y Cuba, y de literatura nórdica en general. Y eso siempre lo agradecían mucho.

¿Siente predilección por alguno en concreto?

Desde luego. Incluso por aquellos a los que no conocí: por ejemplo Gunnar Ekelöff. He
publicado varios libros suyos, entre ellos aquí en Zaragoza su antología ‘Non serviam’. No
lo fui a conocer por timidez y porque tenía fama de difícil. Conocí a su viuda y me ayudó
muchísimo: es una mujer excepcional. Ekelöff está considerado el poeta sueco más
importante del siglo XX.

Demos un pequeño giro. ¿Siempre le ha interesado la política?

Mucho. En España, en Suecia, allá donde iba, pero Suecia fue decisiva en mi  vida por la
aportación política. Veníamos del franquismo. En 1963, tras entrar en contacto con los
brigadistas internacionales suecos, nos sumamos al Partido Comunista. Marina, mi mujer, y
yo. A la Guerra Civil española vinieron a combatir 500 suecos y murieron más de 200; los
que volvieron fueron represaliados por el régimen sueco no en un campo de concentración
pero sí los dejaron en una especie de refugio o ghetto. Poco a poco se fueron incorporando
a la vida normal, pero nosotros supimos donde se reunían, empezamos a ir, vencimos
suspicacias (vieron que no todos los españoles eran fascistas; les traducíamos sus cartas) y
nos aceptaron y nos contaban muchas cosas. Con ellos, participamos en una campaña, en
vano, para salvar a Julián Grimau, por ejemplo. Permanecimos en el partido hasta 1980.

Uno de los grandes proyectos de su vida fue la fundación de la Casa del Traductor.

En cierto modo nació en una comida en Casa Emilio. Allí conocí a mucha gente vinculada
a ‘El día de Aragón’, en un momento en que estábamos buscando casa. Vicente Sánchez,
empresario, gran amigo y uno de los personajes más entusiastas que conozco, un personaje-
esponja, nos habló de Tarazona y de un chalé. Me inspiré en Elmar Tophoven, un alemán
que había creado una Casa del Traductor: decía que los traductores debían tener un sitio
para reunirse, para hablar, para trabajar.  Con otra compañera traductora, francesa,
Françoise Campo-Timal, en Arlés, hablamos de ello. Y allí hablamos de la importancia que
había tenido el Rey Juan Carlos I en la fundación de la Casa del Traductor de Alemania: en
uno de sus discursos, elogió la labor del traductor y Elmar Tophoven lo supo usar muy
bien.

¿Cuál es el balance de la Casa del Traductor?

Bueno. Muy bueno. Se convirtió en una factoría de palabras y de profesionales. Contamos


con muchos apoyos decisivos: el alcalde Moreno Lapeña, Juan José Vázquez, jefe de área
de la Diputación de Zaragoza, Juan Manuel Velasco, Director General del Ministerio de
Cultura, que nos ayudó mientras estuvo en el cargo. Y el Gobierno de Aragón, sobre todo
en la época de Pilar de la Vega. Y por supuesto ha sido muy importante el apoyo de la
Comunidad Europea: allí se eliminaban burocracias y facilitaban el trabajo.

¿Qué hacían en la Casa del Traductor?

En la Casa del Traductor hemos hechos muchas publicaciones, revistas, hemos publicado a
escritores y hemos defendido el estatuto del traductor, algo por lo que venía luchando desde
hacía mucho tiempo Esther Benítez. La gente venía y se marchaba encantada. Y aún me lo
recuerdan. Y le dábamos prestigio a Tarazona. Ahí hemos traducido a mucha gente, entre
ellos un futuro premio Nobel como Seamus Heaney. Vino una vez Bernardo Atxaga y no se
lo podía creer. Nosotros contribuíamos a la difusión de la cultural española y aragonesa en
el mundo y al revés: el mundo entraba en Aragón a través de la traducción. Fueron diez
años estupendos. Pero aquí es muy difícil combatir con la burocracia y con el caciquismo:
la gente no cree en los proyectos y las autoridades decían que te daban a ti la subvención,
por “ser tú quien eres”. Eso desgasta mucho.

¿Y ahora?

Cumplo 80 y sigo trabajando. Estudio, leo, escribo, recorto prensa. Uno de mis próximos
trabajos será Ekelöff de nuevo, que ilustrará Natalio Bayo.
 

DE OLOF PALME, DE LA POLÍTICA Y EL FÚTBOL 

La vida de Francisco Uriz es tan caudalosa como inagotable. Ha viajado mucho, ha


emprendido aventuras con Peter Weiss en busca de los hospitales de los brigadistas, ha
traducido no solo poesía, sino novela y teatro, especialmente de August Strindberg. Y uno
de sus mejores recuerdos está vinculado a Olof Palme, el primer ministro sueco que fue
abatido. De repente decidió emprender un viaje por Latinoamérica, México y Nicaragua,
entre otros países, y le pidió a Uriz que fuera con él. Le haría de intérprete, de compañero,
le daría sus opiniones sobre política e incluso le sugería matices de estrategia política.
“Olof Palme era un hombre valiente, solidario, comprometido, que también tuvo que
enfrentarse a la burocracia. Yo lo había invitado para la revista ‘Tiempo’ y se acordaba.
Decía sus discursos en español y a veces los corregíamos en los últimos momentos. Creía
en al valor de la solidaridad, creía en la democracia, y humanamente me ha dejado una
huella imborrable. He traducido una selección de sus artículos, y ahí se ve quién y cómo
era: Olof Palme encarnaba la vivencia apasionada de una verdad política”.

Otro de los asuntos claves de Paco Uriz es el fútbol: le ha dedicado un libro completo, ‘El
rectángulo de hierba’ y dos antologías. “En realidad se inspira en el libro ‘¡Un círculo de
hielo’ de Jan Erin Vold, que es un enamorado del patinaje. El fútbol no me ha dado nada
especial, pero lo disfruto. Sobre todo lo que me apasiona es el juego, el acto de jugar, y
ahora todo eso se ha derrumbado”.

Paco Uriz se confiesa poco ordenado. Incluso como traductor. “No resisto la comparación
con Marina. Ella es metódica, lee el libro antes, lo subraya, lo analiza, y luego trabaja y
apenas corrige nada. Yo voy traduciendo casi por intuición, poco a poco. Y luego corrijo y
le doy sentido al conjunto”. Así, con calma y entusiasmo, con horas y horas y pasión por la
poesía, por la palabra, en suma, ha traducido a más de 150 autores y varios miles de
páginas.

Fútbol y poesía
Ezequiel Fernández MooresPARA LA NACION

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Martes 26 de abril de 2016 • 23:57

Más que sin fútbol, un domingo sin goles, como el último de la fecha de los clásicos, es un
domingo sin poesía. Lo dice el cineasta y escritor italiano Pier Paolo Pasolini, que jugaba
hasta siete horas diarias en su Bolonia natal. "Sobre el deporte", el libro que compila sus
artículos de 1957 a 1971, es una de las joyitas futboleras de la 42ª edición de la Feria del
Libro que comenzó la semana pasada en Buenos Aires. El mundo de las letras celebró el
sábado los 400 años del nacimiento de William Shakespeare. El escritor más célebre de
Inglaterra, se sabe, fue pionero cuando unió fútbol y literatura. "You base football placer"
(Tú, despreciable jugador de fútbol), hace decir ya cerca del siglo VIII al "Rey Lear"
(1605). Quince años antes, en "La comedia de las equivocaciones" (1591), el criado
Dromio se quejaba a su señora Adriana: "¿Por hablar sin tantas vueltas me pateas como si
fuera un balón de fútbol?" Dos años después escribió "Ricardo III". Shakespeare, que
describió al rey como un tirano miserable, estaría incrédulo si leyera los tabloides que hoy
afirman que el "espíritu" de Ricardo III explica acaso a Leicester, el milagro más grande del
fútbol siglo XXI.

"Aborto deforme", "vil puerco", "hijo del infierno", "jorobado lenguaraz", "saco de ira,
horrible bulto deforme". Shakespeare habla así del Ricardo III asesino de un hermano y,
supuestamente, hasta de dos pequeños sobrinos, en su diabólico plan para aferrarse al trono.
Ricardo III murió a los 32 años traicionado en la batalla de Bosworth (1485), en la Guerra
de las Dos Rosas, después de exclamar "mi reino por un caballo", atascado en un pantano,
con la cabeza perforada por una espada. El último monarca de la Casa de York, con su
imagen atenuada en los últimos años por los historiadores y cuyo esqueleto fue encontrado
en 2012 en un estacionamiento de Leicester, revivió en el funeral de 2015, pleno de pompa
y circunstancia. Y desde que su cuerpo descansa en la catedral de la ciudad, dicen sus
exégetas, el equipo de Leicester, que temía el descenso, no para de ganar. Venció primero
en seis de sus últimos ocho partidos de la temporada anterior y salvó la categoría. Esta
temporada perdió apenas 3 de 35 partidos. El último sábado aplastó 4-0 a Swansea. "Que
venga Barcelona", cantaron sus hinchas en el King Power Stadium, ante las delicias de
Vichai Srivaddhanaprabha, el patrón tailandés que donó dinero para la nueva tumba de
Ricardo III. El espíritu del rey tirano, ironizó hasta el Wall Street Journal, parece hoy más
importante que el DT italiano Claudio Ranieri. Leicester, un equipo con jugadores de
Africa, Japón, Polonia, Dinamarca y la Argentina (Leonardo Ulloa), orgullo de una ciudad
llena de inmigrantes asiáticos, será campeón si el domingo le gana a Manchester United. El
partido se juega en Old Trafford. En el estadio que Bobby Charlton, no Shakespeare, apodó
El teatro de los sueños.

Que los ingleses sean los inventores del fútbol lo pone en duda "¡Calcio!", una hermosa
novela de Juan Esteban Constantin. Pero que tienen algunos de los mejores libros sobre
fútbol lo confirma "Maldito United", de David Peace, sobre los increíbles 44 días de 1974
que duró el polémico Brian Clough como DT de Leeds United. Son apenas algunos de los
quinientos títulos que ofrece LIBROFUTBOL.com en su stand de la Feria del Libro, en la
Sociedad Rural. Al entrar en la Feria, uno enfrente del otro, están los stands de San Lorenzo
y Huracán. Hoy presenta su libro la organización "Salvemos al fútbol". "Páginas que
duelen, porque cuentan crímenes que son muertes", escribe en el prólogo Ariel Scher. El
título "imbatible", me dice Mauro Medvetkin, director de LIBROFUTBOL.com, sigue
siendo "Dinámica de lo impensado", de Dante Panzeri. Brilla también "El partido", el gran
libro reciente de Andrés Burgo sobre el Argentina-Inglaterra de México 86. El stand tiene
novedades propias, como "Jorge Sampaoli. No escucho y sigo" (Pablo Paván) y "Yo soy el
loco" (una biografía de René Houseman, de Federico Topet y Pablo Wildau). Y también
ajenas, como la inacabable colección de títulos de Ediciones Al arco y libros sobre Pep
Guardiola, José Mourinho, el Cholo Simeone y Luis Enrique, entre muchos. Y está también
"Sobre el deporte", el libro en el que Pasolini cuenta su amor por el fútbol.

Me dice el escritor italiano Giovanni Tesio, en estos días en Buenos Aires, que Osvaldo
Soriano fue clave para que en su país se leyeran los vínculos entre fútbol y literatura. Una
buena punta fue el intercambio futbolero de Soriano con el escritor y periodista Giovanni
Arpino, autor de una novela sobre el Mundial 74. "El gordo" Soriano le escribe desde
Bruselas, en agosto del '77, que en la Argentina hay clubes que se presentan casi como
"sociedades de beneficencia", pero que "esconden los peores negociados". Un año después
le dice que la selección argentina no podía perder la final del Mundial 78 "con un árbitro
italiano y un juez de línea uruguayo". Y que en Argentinos Juniors ("y luego no digas que
no te avisé") sus amigos le cuentan de un fenómeno llamado Diego Maradona. En 1983,
vuelto a Buenos Aires, Soriano le cuenta a Arpino que va a la cancha. "En cuatro partidos -
se lamenta como si habláramos del último domingo- hubo tres cero-cero". En otra carta le
dice que, "a veces, es verdad" aquello de que "los argentinos somos italianos que hablan
español y se creen ingleses", salvo Jorge Luis Borges, "un escritor genial que es inglés,
habla español y se cree argentino".

Antes que Soriano, estaban los textos de Pasolini. "Los deportistas -dice el cineasta en una
entrevista que aparece en "Sobre el deporte"- están poco cultivados, y los hombres
cultivados son poco deportistas. Yo soy una excepción". Acaso Pasolini se sorprendería si
supiera que el próximo lunes 2 de mayo se presentará en Buenos Aires "Pelota de papel",
una colección de cuentos de fútbol ideada por el zaguero de Newell's, Sebastián
Domínguez, y en la que también escriben, entre otros, Pablo Aimar, Javier Mascherano,
Facundo Sava, Jorge Valdano, Nahuel Guzmán, Jorge Bermúdez, Juan Pablo Sorín, Juan
Herbella, Gustavo Lombardi, Nicolás Burdisso, Rubén Capria y el DT Sampaoli. Son
futbolistas que hacen literatura. Pasolini, hombre de izquierda, pero que creía que el fútbol
era un "opio terapéutico", eligió escribir sobre "el lenguaje del fútbol". Influenciado por el
Mundial de México 70, dijo en 1971 que Europa jugaba "en prosa" y Sudamérica,
especialmente Brasil, lo hacía "en poesía".

Según Pasolini, la prosa europea tenía más defensa, pases triangulados, cruzamientos y
contragolpe. Y la poesía sudamericana, libertad para gambetear y crear pases al vacío.
Como no todo es lineal, Pasolini aceptaba que había jugadores que eran "poetas realistas"
(más pragmáticos) y otros que eran "poetas malditos" (más anárquicos). Y que también, en
el fútbol en prosa, podía diferenciarse la "prosa realista" (utilitaria) de la "prosa estetizante"
(más bella). En la final de México 70, la "poesía brasileña", según Pasolini, le ganó a la
"prosa estetizante" de Italia. ¿Cómo definiría Pasolini el 7-1 de Alemania a Brasil en el
último Mundial? Chico Buarque avisó ya en pleno Mundial 98 que Europa jugaba un
"fútbol equilibrado" y Sudamérica un fútbol "de equilibristas". Que unos, más seguros,
jugaban como si fueran "los dueños de la tierra". Y otros, más exhibicionistas, "los dueños
de la pelota". Como fuere, con prosa o poesía, podía llegarse al "delirio poético": el gol. Me
contaba un amigo uruguayo que su abuela, cuando dormía, recitaba en sueños formaciones
de Peñarol. No eran los campeones de uno o de otro año. Eran equipos caprichosos. Con los
jugadores que su sueño elegía. Y así, entre otros, jugaban juntos de madrugada Ladislao
Mazurkiewicz, Walter Olivera, Elías Figueroa, Néstor Goncalves, Julio César Abbadie,
Pedro Virgilio Rocha, Antonio Pacheco, Pablo Bengoechea y Fernando Morena. Poesía
pura.
Unamuno y el deporte moderno

Jesús Castañón Rodríguez

La literatura de tema deportivo surge con la Generación del 98, un grupo


de autores cuyo estudio ha abarcado enfoques sobre la preocupación
angustiada por el atraso de España y la búsqueda de soluciones para crear
un moderno Estado a partir de la imitación de técnicas e ideologías
extranjeras y de la exaltación de un nuevo patriotismo (1).

Esta necesidad de modernizar con realizaciones concretas, pasaba por una


educación moderna y técnica y por una renovación física y espiritual (2)
en la que el deporte moderno se convierte en asunto para la literatura de
creación de varios autores del fin de siglo. Cronológicamente su precursor
es Miguel de Unamuno (3), con su habitual crítica del oscurantismo
español y del progreso europeo así como de la propuesta de soluciones
que ampliará al mundo iberoamericano (4).

I.- POR UNA VISIÓN INTELECTUAL DEL DEPORTE


MODERNO

Como consecuencia de este papel de reflexión en la búsqueda de una


profunda renovación, Unamuno interpreta el mundo deportivo que le
rodea sin copiarlo ni deformarlo hacia la historia y hacia el intimismo
buscando el lado emocional de las cosas , hasta llegar a la conclusión de
que el paisaje condiciona al hombre su manera de ver (5). Desempeña el
papel del intelectual como rector de una vanguardia política y social que
recurre al ensayo como género literario para realizar crítica sociológica.

Practica un ensayismo que trata de forma directa la cuestión nacional,


asentada en varios ejes: la comprensión del pasado con valores ideales y
morales, el problema de España y el afán de europeización, la extensión
de sus ideales y reflexiones a sus colaboraciones en publicaciones
americanas. y el debate entre europeización y casticismo en todas sus
manifestaciones.

El ensayo periodístico como forma de expresión


En este papel de observador de la vanguardia social, Unamuno declara
que la función del universitario está más en el periodismo que en la
enseñanza, con una difusión de crítica de ideas que debe de explicarse en
un tono "para hacer oír con los ojos" (6). Razón por la que colabora en
numerosas publicaciones españolas y extranjeras (7). La reflexión
deportiva de Miguel de Unamuno se desarrolla en publicaciones de
información general, en revistas culturales y, en revistas especializadas en
deporte moderno, en concreto en publicaciones del País Vasco -la revista
Euskalherria (1903)-; de Madrid -los diarios El Liberal (1920), El Sol
(1932), Ahora (1933 y 1934), las revistas La Esfera (1915) y Nuevo Mundo
(1915, 1917 y 1922) y la publicación pedagógica Boletín de la Institución
Libre de Enseñanza (1921); de Valladolid -el diario El Norte de Castilla- y
de Cataluña -la barcelonesa revista deportiva Sports (1923)-, así como en
publicaciones de Argentina -la revista La Baskonia (1907) y el diario La
Nación (1920, 1923 y 1924)- y de Chile -la revista Juventud (1921)-.

II.- ETAPAS EN LA REFLEXIÓN DEPORTIVA DE UNAMUNO

El ideario sobre el deporte moderno de Miguel de Unamuno parte de una


actitud reflexiva sobre la lectura e interpretación creativa de artículos
españoles y traducciones de textos extranjeros en revistas culturales
españolas. Muestra una preocupación por el mundo exterior, desde la
propia subjetividad, caracterizada por la realización de ensayos
periodísticos sobre aspectos sociológicos e ideológicos para renovar
estructuras sociales y la mentalidad de las personas individuales en un
tono regeneracionista (8).

Y como en otros escritos suyos, estos textos deportivos recogen elementos


de formación humanística y clásica -con citas al deporte griego y romano-,
la preocupación por la muerte -en cuanto el deporte es una manifestación
de militarismo que se encubre con una exaltación del patriotismo-, el
contraste entre valores nacionales y extranjeros con una especial
influencia inglesa, así como el análisis de las relaciones entre el hombre y
el deporte a través de lazos de idioma y de espacio. Su ideario deportivo se
asienta en cuatro líneas de pensamiento fundamentales: el deporte
moderno como fuente de salud, el deporte moderno como elemento de
expansión afectiva, el deporte moderno como medio educativo para
formar un hombre nuevo y una visión intelectual.

El deporte como fuente de salud


Una primera línea de pensamiento consiste en la consideración de la
práctica del deporte moderno como fuente de salud.

Se corresponde con una etapa de problemas de salud personales en Bilbao


y familiares en Salamanca. Ya como estudiante de bachillerato en Bilbao
se aficiona al alpinismo y al excursionismo por los montes vascos, como
consecuencia de los largos paseos diarios que debía hacer por
prescripción médica para combatir problemas de estrechez de pecho.
Práctica que mantuvo en Salamanca con caminatas por la carretera de
Zamora. Sus beneficiosos efectos los describe como una expansión del
alma y como una adquisición de espíritu de libertad para gozar en calma
un sensaciones fugitivas y para poder remozarse del duro trabajo (9).
Posteriormente, ya como rector de la Universidad de Salamanca exaltará
la influencia del deporte en la salud con el dibujo de una tabla gimnástica
como ejercicio de rehabilitación para recuperar a una de sus hijas de la
enfermedad de espina bífida, según un boceto que actualmente se
conserva en la Casa-Museo Unamuno en Salamanca

El deporte moderno como expansión afectiva

Una segunda línea de pensamiento corresponde a la descripción en


cuadros costumbristas del ambiente festivo de la restauración del juego de
pelota vasca en Bilbao a finales del siglo XIX, dentro del marco de
recuperación cultural vasca que ensalza costumbres, fiestas y folcklore en
una visión idílica de lo rural como forma de resistencia ante la incipiente
industrialización.

Incluye reflexiones sobre el público del espectáculo deportivo: la división


en banderías con intereses económicos exaltando las pasiones, las
crónicas periodísticas del deporte como si fuesen escuetos partes de
guerra y el costumbrismo social antes, durante y después del partido (10).

El deporte moderno como medio para formar un hombre nuevo

Una tercera y más compleja línea de pensamiento está compuesta por la


consideración del deporte moderno como un elemento educativo capaz de
formar un hombre nuevo. Ideario que desarrolla en Salamanca y abarca
dos aspectos: la exaltación del helenismo muscular y el papel de la
pedagogía moderna en esa labor.

Por un lado, la personalidad de Unamuno se muestra favorable a la


regeneración espiritual de la raza por medio del uso del deporte como
forja moral, dentro del ambiente generalizado en Europa de exaltación del
helenismo muscular para buscar un hombre completo, equilibrado en
cuerpo y alma. Es una faceta de la "metarritmisis" o transformación moral
de la juventud que en el siglo XX se verá desvirtuada y deformada
intelectualmente, hecho que Unamuno recrimina duramente en ensayos
de crítica al sistema político difundidos por la prensa, el Ateneo y las
cátedras de Universidad.

Con el deporte moderno se crean las bases para una regeneración


espiritual vinculada a un ideal educativo al servicio de la mayoría del
pueblo y no al de una minoría ilustrada. Se crea una formación moral
especial -basada en la sinceridad y autenticidad en las relaciones
personales, la honradez y honestidad de comportamiento y la
ecuanimidad y equilibrio de carácter- que intenta favorecer el progreso de
la humanidad. Unamuno participa de este ansia de renovación espiritual
de España entendida como misión pedagógica -que desarrolló el
krausismo de Giner de los Ríos a través de las actividades de Extensión
Universitaria- intentando organizar en Salamanca una extensión
universitaria al estilo de la Universidad de Oviedo (11).

Y por otro lado, Unamuno muestra una honda preocupación por el papel
de la pedagogía y la educación física en la construcción de la nueva
sociedad preparada física, moral e intelectualmente. En sus escritos,
editados por diarios, revistas deportivas y publicaciones pedagógicas -
como el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza-, analiza las
vertientes de gimnasia muscular, ejercicios militares, ejercicios de
fortalecimiento, paseos y excursiones al campo y juegos corporales
organizados. En ellos se recogen diversas consideraciones sobre los
valores deportivos que favorecen las pedagogías inglesa y francesa -en
detrimento de la concepción alemana-: el beneficio del ejercicio físico, el
esfuerzo como progreso y la regulación de la vida social jerarquizada con
valores impuestos con inteligencia, no con violencia y coacción (12). Y son
constantes las referencias a su adaptación española a través de entidades
como la Institución Libre de Enseñanza, La Escuela Moderna, el Instituto
Militar Pestalozziano, los Batallones escolares y los Boy-scout.

Su pensamiento deportivo coincide en esencia con la labor desarrollada


por la Institución Libre de Enseñanza, que pretendía el desarrollo moral,
intelectual, cultural y físico como medio para alcanzar el progreso social
sobre tres ejes de acción: el desinterés por la gimnasia salvo como
elemento médico, el desinterés por los batallones escolares y formas
ritualizadas de patriotismo y el fomento de los juegos corporales
organizados que se extienden desde Francia, Inglaterra y Alemania en la
segunda mitad del siglo XIX.

Estas tres líneas de actuación general fueron desarrolladas por el


reformismo pedagógico de Francisco Giner de los Ríos en 1888 (13), del
Movimiento de Oviedo y de numerosos miembros de la Institución Libre
de Enseñanza. A través de su boletín informativo muestran una
disposición favorable a la difusión masiva de los juegos corporales desde
la Extensión Cultural, con actividades para la vulgarización y difusión
masiva de conocimientos científicos. Esta tarea pedagógica que surge en
1871 en Inglaterra, es adoptada en 1898 por la Universidad de Oviedo y en
su vertiente deportiva es desarrollada por Adolfo Álvarez Buylla -
favorable a la educación integral del hombre y el cultivo armónico de alma
y cuerpo desde 1888-, por Aniceto Sela -que considera los juegos
corporales como escuela de carácter moral y de robustez física en 1887, a
imitación de las ideas educativas francesas y de las universidades de
Oxford y Cambridge- y por Adolfo Posada especialista en el estudio de la
pedagogía francesa. Este proceso culmina con la participación de estos
tres profesores en el Congreso de París de 16 de junio de 1894, en la
Universidad de La Sorbona, donde se aprueba la restauración de los
Juegos Olímpicos (14).

La visión intelectual del deporte moderno

La cuarta y última etapa de reflexión deportiva de Unamuno se realiza en


Salamanca y durante su destierro, con una visión intelectual del mundo
deportivo español que se proyecta después a varios países
iberoamericanos. Unamuno critica la conversión del deporte en una
misión patriótica que se opone a la misión educativa defendida por la
Institución Libre de Enseñanza y se rebela contra la utilización del
deporte con fines políticos.

En su mirada intelectual sobre el deporte moderno en España,


posteriormente comentada en América, es frecuente la aparición de las
siguientes ideas:

a) La contraposición entre el deportismo como espiritualidad exacerbada


e inconsciente frente al intelectualismo que favorece el hombre de sentido
medio y común.

b) La crítica al deporte como escuela de moral patriotera y de


falseamiento del sentimiento patriótico con una exageración de la unidad
sin integración de diferencias ni búsqueda de una riqueza emocional e
intelectual, que alcanza su apogeo durante el Directorio Militar de Primo
de Rivera. En la vida civil se promociona una formación cívica de corte
premilitar que exalta el azar y diversos valores no intelectuales que
impiden la renovación espiritual (15).

c) La caracterización del espíritu deportivo como una forma de reacción


contra la inteligencia.

d) La crítica a la vanidad del deportista profesional, aunque mantiene el


respeto por la práctica individual de las distintas manifestaciones
deportivas.

e) La denuncia del flamenquismo social del fútbol profesional, hasta el


uso de las discusiones sobre fútbol como calmante de la crítica social de
las masas.

f) La excesiva ritualización de los juegos corporales, ya englobados en las


disciplinas del deporte moderno tras la restauración de los Juegos
Olímpicos. Sólo el fútbol se muestra como símbolo de libertad frente a la
educación física de corte premilitar (16).

g) Los perjuicios que el profesionalismo del deporte causa en los valores


intelectuales de jugadores, aficionados y prensa especializada.

h) La comparación entre el público de los juegos corporales modernos


como el fútbol, de la pelota vasca y del mundo taurino.

i) La utilidad del deporte como medio para caracterizar la violencia de la


sociedad española.

Unamuno expone estas ideas deportivas con un estilo lingüístico


caracterizado por la sencillez para narrar con fidelidad los hechos.
Algunos rasgos destacados son: la presencia de tecnicismos del deporte
moderno, el uso de anglicismos en sentido etimológico para definir el
papel social del aficionado al deporte, la creatividad léxica con los sufijos -
ero, -ismo para denunciar las exageraciones creadas en torno a la
educación física y la modificación del discurso repetido a partir de frases
de lenguas clásicas. Es el caso de los términos: aficionado, cortada, chutar,
dejada, deportero, deportismo, gentleman, goal, héroe, pelotari, pelotaire,
saque, sportman, sportsmanship y volea. La modificación de discurso
repetido está presente en la transformación de Panem et circenses! en
¡Pan y pelotón! con la exageración del fútbol, en un proceso que culmina
con la denuncia del uso político de las masas en el estadio con la
expresión ¡Pasto y deportes! También aparecen referencias a héroes
clásicos del esfuerzo y a los juegos griegos y romanos del mundo clásico.

III.- ESCRITOS DEPORTIVOS

La obra deportiva de Miguel de Unamuno está formada por un total de 25


composiciones, escritas entre 1893 y 1934. Consta de un relato sobre el
ambiente de la restauración de la pelota vasca -Un partido de pelota
(1893)-, el ensayo El "jiu-jitsu" en Bilbao (1908), el poema "Al aeroplano"
(1915), la correspondencia con Juan Antonio de Zunzunegui -"Carta de
Unamuno a guisa de prólogo" (1926), para la novela Chiripi- y veintiún
artículos de prensa de variada temática:"Rousseau en Iturrigorri" (1907),
"Sobre el ajedrez" (1912), "Recuerdos entre montañas" (1915), "Deporte y
Literatura" (1915), "Juego limpio" (1917), "Ludendorff, el jugador" (1920),
"Patriotismo y optimismo" (1920), "Carta a jóvenes chilenos" (1921), "Del
deporte activo y del contemplativo" (1922), Andanzas y visiones españolas
(1922), "Intelectualismo y deportismo" (1923), "Boy-scouts y foot-
ballistas" (1923), "Sobre el desarrollo adquirido por el football en
España"(1924) y "¡Pasto y deportes!" (1924), "El desdén con el desdén",
"Mozalbetería" (1932), "Mozalbetes anárquicos" (1932), "Juventud de
violencia" (1933), "Puerilidades nacionalistas" (1933), "Comentarios de
las armas y las letras" (1934) y "Gorros rojos y gorros gualdos" (1934). Un
análisis temático, por orden cronológico, permite una clara visión de
conjunto sobre su reflexión sobre los juegos, el deporte moderno.

Un partido de pelota (1893) constituye un relato de su obra De mi país.


Descripciones, relatos y artículos de costumbres, en la que presenta una
crónica de un partido de pelota a ble disputado entre las parejas Indalecio
Sarasqueta "Chiquito de Eibar" y Vicente Elícegui -de Rentería- frente a
Francisco Alberdi "Baltasar" y Juan José Eceiza "Mardura", de Azpeitia,
en el frontón bilbaíno de Abando. Narra el ambiente costumbrista de los
jugadores, de las 12 pelotas elaboradas por Modesto Sainz -de Pamplona-
y del público comparándolo con el ambiente de los festejos taurinos,
antes, durante y después del espectáculo deportivo. Unamuno lee esta
crónica en la sociedad El sitio de Bilbao, la reproduce en la revista
Euskalherria y la recoge en su libro El Nervión (17).

"Rousseau en Iturrigorri" es un artículo -publicado en La Baskonia, de


Buenos Aires, en 1907- en el que Unamuno expone su relación con el
deporte desde niño. Recuerda los tiempos infantiles en que esperaba el
ambiente de las corridas de toros en agosto y disfrutaba de las regatas en
la ría y evoca sus críticas juveniles a los mundos taurino y deportivo como
muestra personal de anti-urbanismo. Además, destaca que aprecia la
gimnasia, al haber sido terapia médica en la superación de sus problemas
de estrechez de la caja del pecho, escaso aguante para la fatiga física y
temple de músculos y nervios, gracias a largos paseos y ascensiones a los
montes Archanda, Arraiz o Arnótegui.

El "jiu-jitsu" en Bilbao conforma un conjunto de reflexiones en forma


ensayo sobre el espectáculo de la lucha japonesa en 1908.

"Sobre el ajedrez" está recopilado en Contra esto y aquello (1912). Plantea


los recuerdos de una visita al casino de Guernica para ver una partida de
ajedrez. En él expone la locura de ajedrecismo que sufre en su mocedad
por tener un propósito caballeresco, ser culto, favorecer la intelectualidad
y ser educativo al tener que desarrollar dotes de observación, orden y
previsión. Pero, en un segundo momento, lo critica por ser un juego de
envido y de azar más que no merece la pena si no es capaz de promover la
conversación íntima y libre o el cambio de ideas y de enseñar a aprender a
servirse del azar en la vida como escuela de psicología práctica.

En "Recuerdos entre montañas" -artículo que aparece en La Esfera, de


Madrid, en 1915- reflexiona sobre las ideas de Rousseau sobre el odio a la
civilización para aspirar a la vida de la naturaleza. Y exalta el estado de
ánimo y repliegue del alma que siente entre montañas: la alegría del
soleado y despejado monte Archanda, la profunda melancolía entre los
montes Arnótegui y Pagazarri, las hondonadas de espíritu al pasar las
hondonadas de Buya, la felicidad al tenderse bajo los árboles del monte
Pagazarri y la paz al ascender a las cumbres de los montes Oiz, Udala,
Amboto y Sollube.

En el artículo "Deporte y Literatura" -publicado en 1915, en Nuevo


Mundo- retoma el tema de su práctica activa del alpinismo, para
compararlo con el exhibicionismo del deporte profesional al que decide
combatir.

En el poema "Al aeroplano", considera a este medio un artilugio, un ángel


desalado que da cabriolas en busca de "la fe de Don Quijote".

En "Juego limpio" -que aparece en 1917 en Nuevo Mundo- realiza un


amplio comentario sobre un artículo del oficial del Ejército de Inglaterra,
Sir Carlos Waldstein en The Nineteenth Review y de la que publica un
extracto en castellano la revista La Lectura. En primer lugar, analiza tres
ideas vertidas por el oficial inglés: la influencia de los juegos y deportes en
los sistemas educativos de Alemania e Inglaterra, el concepto de juego
limpio con sus efectos sobre la conducta humana y la modificación del
carácter al desenvolverse de forma espontánea y una crítica a los
alemanes por convertir los juegos deportivos en ejercicios gimnásticos de
carácter obligatorio. Y amplía esta crítica al considerar que el juego se
deteriora en cuanto se pedagogiza y pierde sus funciones de divertirse o
explayar la personalidad para convertirse en un medio de preparación
obligatoria para la milicia que choca con el espíritu libre de la edad
infantil. Y en segundo lugar, critica el espíritu mercenario de los
profesionales del deporte y opone su carácter de parásito social al
concepto de gentleman porque es el aficionado en el juego y profesional
en el trabajo.

"Ludendorff, el jugador" aparece en La Nación en 1920 y plantea una dura


crítica al oficial alemán Erich Ludendorff (18), por dirigir el conflicto de la
I Guerra Mundial con espíritu de jugador, que es muestra de nula
inteligencia y de degradación al reducir sus actuaciones al mero instinto.
Unamuno rebate los planteamientos militares de su libro Memorias de
guerra: 1914-1918, donde plantea el conflicto como un juego de azar, en el
que juega un gran papel la suerte y hay que saber aprovecharse de ese
factor. Para Unamuno, la extensión de este argumento del azar como
modelo social desemboca en un síntoma de locura y entontecimiento
colectivos que va contra la civilización y desemboca en una violenta
conmoción catastrófica para poder recuperarse. Y llega a la conclusión de
que rehuye "las sociedades deportivas y eróticas" porque son fuente de
aburrimiento y tristeza.

En "Patriotismo y optimismo" -publicado en 1920 en El Liberal- somete a


reflexión el concepto del deporte de patriotismo o patriotismo deportivo,
que consiste en tener un optimismo disciplinario manifestado
externamente en liturgias, emblemas y etiquetas. Critica la pedagogía que
recurre a la educación en el culto a las ceremonias externas y litúrgicas
como una forma de patriotismo que Unamuno denomina "patriotismo
deportivo" o "patriotismo de trapo"

"Carta a jóvenes chilenos" -recogida en la revista chilena Juventud en


1921- supone una nueva incursión en la relación entre deporte y
exageración del patriotismo en la que Unamuno desenmascara a su
practicante medio: el "sportman". Lo caracteriza como personaje
holgazán, nada intelectual, estudiante pero no estudioso, profesional de la
patriotería y representante del imperialismo militarista y plutocrático que
odia la inteligencia.

"Del deporte activo y del contemplativo" se publica en 1922 en Nuevo


Mundo y compara el ambiente del deporte moderno con el mundo clásico
y los gladiadores. Considera que el deporte corporal no es solución a la
degeneración de la raza y lamenta el hecho de que los aficionados -el
deportero contemplativo- no se entreguen al juego de las ideas sino que
pasen los días discutiendo de fútbol y toros, como ya planteó en el artículo
"El deporte tauromáquico". Y termina su exposición con una fuerte crítica
a la vanidad del profesional del deporte por no desarrollar su faceta
intelectual y llegar a la conclusión de que la salud no se alcanza con el
deporte sino con una vida moderada.

Andanzas y visiones españolas es un libro de paisajes editado en 1922, que


recoge rutas realizadas por el autor en 1911. Para la temática deportiva
destaca la recuperación del montañismo y sus beneficiosos efectos
durante el itinerario por la Sierra de Gredos, con la subida a la Laguna
Grande y al monte Almanzor.

En "Intelectualismo y deportismo" -publicado en La Nación en 1923-


retoma el tema de las nuevas formas de patriotismo para arremeter contra
el deportismo, entendido como reacción contra la inteligencia y lo
intelectual. Este deportismo combate a los intelectuales partidarios de la
imposición de la cultura y de la crítica de los poderes decadentes ejercida
con inteligencia y pasión. En su opinión, se produce una alianza
militarismo-clericalismo-deportismo contra lo intelectual que favorece un
estado revolucionario.

"Boy-scouts y foot-ballistas" aparece en 1923 en la revista especializada


Sports, aunque ya había sido publicado en 1921 en el Boletín de la
Institución Libre de Enseñanza. Trata el tema de la educación del hombre
y del ciudadano para contraponer los valores de los juegos pedagógicos de
disciplina y liturgia como los boy-scouts -que es una escuela de
patriotismo- frente al fútbol amateur como juego de juventud, divertido,
libre, espontáneo, educador y menos intervenido.

"Sobre el desarrollo adquirido por el football en España" se publica en La


Nación en 1924 y presenta la idea del juego como espejo de la actualidad
colectiva. Es una acotación a un artículo de Fabián Vidal en El Mercantil
Valenciano sobre cómo los juegos de chicos imitan a los mayores -en la III
Guerra Carlista se jugaba a la guerra; con la Restauración, a los toros; y
ahora al fútbol-. Compara el balompié con la tauromaquia para
reflexionar críticamente sobre varios aspectos: el flamenquismo que rodea
el espectáculo deportivo como sucedáneo espiritual; el aficionado que
convierte en pelotón su cabeza y sufre daño en su inteligencia; el
localismo cerril de las competiciones; el profesionalismo a sueldo; y la
escasa calidad literaria del periodismo deportivo, sin textos que canten a
los grandes jugadores como en los Juegos griegos. Establece la diferencia
entre juego y deporte moderno -el juego es serio, el deporte, no- y
considera que el fomento del "sportman" lleva a un peligroso ambiente de
infantilismo irracional para el pueblo que actualiza el "¡Pan y toros!", en
"¡Pan y pelotón!" y "¡Pan y catecismo!", hasta reconvertirse en "¡Pasto y
deporte!".

"¡Pasto y deportes!" aparece en La Nación en 1924 y es la culminación del


ambiente de exageración del patriotismo con los elementos expuestos
anteriormente y un ataque al Directorio, Militar de Primo de Rivera por
favorecer esta exaltación que, primero, lleva a un ambiente revolucionario
y, segundo, favorece el acatamiento incondicional de las acciones del
poder por parte de una ciudadanía adormecida con el espectáculo
deportivo.

El 2 de diciembre de 1926, Unamuno escribe en Hendaya una carta a


Juan Antonio de Zunzunegui como prólogo a la novela Chiripi, que,
mediante una visión de cuadros y de costumbres, narra las peripecias del
Bilbao Club en 1925 y 1926 a través de su delantero. En ella se presentan
las nefastas consecuencias intelectuales del profesionalismo en la
degeneración de las personas y exalta el fútbol como medio de
regeneración social que apaga la sensualidad, aleja de tabernas y
prostíbulos, da elasticidad al cuerpo y proporciona optimismo al alma.
Para Unamuno, en su amargura del exilio Chiripi es un motivo para
reconfortar el espíritu y para la evocación de los años juveniles en Bilbao,
de los ambientes, paisajes y recuerdos en la Campa de Abia, el Abra y
Abando. Es una novela que observa el mundo, sus ambientes, costumbres
y sus tipos vascos con un toque de sátira de la sociedad.

Después de su exilio, los escritos deportivos de Miguel de Unamuno


toman nuevos rumbos y convierten al deporte en un elemento para
caracterizar hechos ajenos a la actividad deportiva. En primer lugar
destaca "El desdén con el desdén" donde ejemplifica el defecto del
carácter español de desdeñar o de fingir deseñar lo que no se puede
entender o sentir. Con una anécdota como espectador de un partido de
pelota vasca en Bilbao, relata cómo al finalizar el juego, el vencedor,
Chiquito de Éibar, era sacado a hombros del frontón entre el entusiasmo
general del público y la indignación de un espectador que creía que ese
tipo de manifestaciones era más apropiada para el mundo taurino.

En segundo lugar, lo futbolístico le sirve para caracterizar el componente


costumbrista del pujante nacionalismo vasco de los años treinta en los
artículos "Puerilidades nacionalistas" y "Gorros rojos y gorros gualdos",
publicados en Ahora en 1933 y 1934 (19).

Y finalmente, durante la II República, el deporte caracteriza psicológica y


socialmente la creciente división y el enfrentamiento de la sociedad
española. Las poses que suplen la falta de ideología con ademasnes
deportivos, la violencia como juego sin estar al servicio de un ideal, el
sentido deportivo de la violencia, el deporte de la rebeldía y la
infantilización de la juventud con divisiones en bandos pasan a ser temas
recurrentes en los artículos "Mozalbetería" y "Mozalbetes anárquicos" -
publicados en El Sol en 1932-, "Juventud de violencia" -aparecido en El
Norte de Castilla en 1933- y "Comentarios de las armas y las letras" -que
aparece en Ahora en 1934-.

NOTAS

(1) Cf. CARR, Raymond, España, 1808-1975, Ariel, Barcelona, 1985, págs.
506-513.

(2) Cf. ROBLES, Laureano, Epistolario completo Ortega-Unamuno, El


Arquero, Madrid, 1987, págs. 17-20.

(3) Según Antonio Gallego Morell, La Generación del 98 inicia la


literatura de creación sobre el deporte moderno con Unamuno y Baroja y
estará presente también en la "generación ejecutoria" de las ideas del
grupo noventayochista, establecida por Manuel Alvar. Además de
Unamuno, escriben obras de tema deportivo o con referencias al deporte
moderno: BAROJA, Pío en Zalacaín, el aventurero (1909); BENAVENTE,
Jacinto en Más fuerte que el amor (1906) y Literatura (1931). Ya en la
siguiente generación se ocupan: D'ORS, Eugenio en "Pindárica Segona"
(1914), Nuevo glosario (1947) y Novísimo glosario (1950); ORTEGA Y
GASSET, José en La deshumanización del arte (1925), El origen deportivo
del Estado (1930) y Revés del almanaque (1934); y VELA, Fernando
Fútbol Association y Rugby (1924) y "Embrutecimiento" (1935). Cf.
ALVAR, Manuel, De Galdós a Miguel Ángel Asturias, Cátedra, Madrid,
1976, pág. 28; GALLEGO MORELL, Antonio, "Baroja y Unamuno,
precursores del tema en la novela española", Deporte 2000, número 4,
Madrid, 1969, págs. 45-46 y Literatura de tema deportivo, Prensa
Española, Madrid, 1969.

(4) Cf. ABELLÁN, José Luis, Historia crítica del pensamiento español,
Espasa- Calpe, Madrid, 1988, 5/I, págs. 67-72 y CARR, Raymond, España,
1808-1975, Ariel, Barcelona, 1985, pág. 513.

(5) Cf. ALVAR, Manuel, De Galdós a Miguel Ángel Asturias, Cátedra,


Madrid, 1976, pág. 35.

(6) Cf. CARR, Raymond, España, 1808-1975, Ariel, Barcelona, 1985, pág.
510 y UNAMUNO, Miguel de, "Artículos y discursos", Nuevo Mundo,
Madrid, 22 de junio de 1917.

(7) Para el estudio de la labor periodística de Unamuno, Cf. ARANCIBIA


CLAVEL, Patricia, "La América de Unamuno", Actas del Congreso
Internacional "Cincuentenario de Unamuno", Universidad de Salamanca,
1989, págs. 371-375; CELMA, María del Pilar, La pluma ante el espejo,
Universidad de Salamanca, 1989 y Literatura y Periodismo en las Revistas
del Fin de Siglo. Estudio e Índices (1888-1907), Júcar, Gijón, 1991, págs.
67-70; y FERNÁNDEZ ALMAGRO, Melchor, "Unamuno, periodista" , Las
terceras de ABC, Prensa Española, Madrid, 1976, págs. 256-262.

(8) Cf. CELMA, María del Pilar, La pluma ante el espejo, Universidad de
Salamanca, 1989, págs. 167-170 y PÉREZ VILLANUEVA, Joaquín, Ramón
Menéndez Pidal: su vida y su tiempo, Espasa, Madrid, 1991, pág. 219.

(9) Cf. UNAMUNO, Miguel de, Recuerdos de niñez y mocedades, Espasa-


Calpe, Madrid, 1982, págs. 90 y 126.

(10) Unamuno desarrolla un modelo francés de relato deportivo,


destinado a favorecer su difusión mediante la admiración y el canto de los
principales lances del juego y la descripción del ambiente social festivo
para reverdecer viejos valores y descubrir otros nuevos más allá de la
comercialización. El deporte se convierte en una expansión intelectual y
afectiva que exalta los grandes frontones -Durango, Eibar, Zarauz, Vitoria,
Vergara, Marquina, Abando (Bilbao), Jai Alai (San Sebastián), Guernica,
Oñate y Elgóibar- y el juego de pelota como escuela de formación moral y
de disciplina. Cf. IRIGOYEN, Juan de, El juego a mano, Excelsior, Bilbao,
1926, págs. 175, 176 y 178.
(11) Cf. ABELLÁN, José Luis, Historia crítica del pensamiento español,
Espasa-Calpe, Madrid, 1988, 4, págs. 428-429 y 5/I, pág. 285;
BAHAMONDE, Ángel-MARTÍNEZ, Jesús, Historia de España del siglo
XIX, Cátedra, Madrid, 1994, págs. 528-529; y GÓMEZ MOLLEDA, María
Dolores, Unamuno, "agitador de espíritus", y Giner (Correspondencia
inédita), Narcea, Madrid, 1977, págs. 47-68.

(12) Estos nuevos valores sociales de la educación física son desarrollados


por Pierre de Coubertin, a imitación de los valores pedagógicos ingleses
del juego practicados por Sir Thomas Arnold y el partido Liberal de
William Ewart Gladstone. Cf. MERCÉ VARELA, Andrés, Pierre de
Coubertin, Península, Barcelona, 1992, págs. 29-31. (13) GINER DE LOS
RÍOS, Francisco, Los problemas de la educación física, Madrid, 1888.

(14) Cf. MARTÍNEZ MAGDALENA, Ángel, Los pioneros españoles del


olimpismo moderno, Consejería de Educación, Cultura, Deportes y
Juventud del Principado de Asturias, Oviedo, 1992, págs. 38 y 53.

(15) Unamuno describe las diferentes manifestaciones del creciente


ambiente patriotismo a partir de la creación de las Juntas Militares de
1917 en: "La crisis actual del patriotismo español", "Más sobre la crisis del
patriotismo", "Cuestiones de momento", "Contra el purismo", "La crisis
actual del patriotismo español", "La Patria y el Ejército", "Intelectualidad
y espiritualidad", "La juventud intelectual española" y "Sobre una
publicación del Directorio". En este último artículo, analiza la relación de
la educación cívica sobre la patria para la formación de Nuevos Hombres
y critica la publicación Catecismo del ciudadano por imitar el modelo
alemán de 1914 con su über alles in der Welt de los alemanes en 1914, que
convertía elementos de la vida diaria en fetichismos del patriotismo. Cf.
CARR, Raymond, España, 1808-1975, Ariel, Barcelona, 1985, págs. 481-
491; MORODO, Raúl, Los orígenes ideológicos del franquismo: Acción
Española, Alianza Editorial, Madrid, 1985, pág. 22; ONÍS, Federico de,
Unamuno en su Salamanca, Universidad de Salamanca, 1988, pág. 189.

(16) Esta consideración positiva del fútbol como elemento de libertad se


mantiene a lo largo de todos sus escritos deportivos -excepto en los
referentes a los abusos del profesionalismo, que se aprobó en 1926,
aunque se venía debatiendo su regulación desde 1917-. Quizá en este
planteamiento influyó el éxito social de su sobrino Unamuno como
delantero del Athletic Club de Bilbao entre los años veinte y cuarenta.
Hasta ser reemplazado por Zarra, Panizo, Gaínza, Iriondo y Gárate en la
campaña 1941-1942, consigue 74 goles en Liga y 21 en Copa desde la
implantación del profesionalismo futbolístico, en 1928-1929.

(17) Cf. GALLEGO MORELL, Antonio, "Baroja y Unamuno, precursores


del tema en la novela española", Deporte 2000, número 4, Madrid, 1969,
págs. 45-46; Literatura de tema deportivo, Prensa Española, Madrid,
1969; y "Unamuno y el deporte", Cuadernos de la Cátedra Miguel de
Unamuno, Salamanca, 1970, XX, 25-29.

(18) Erich Ludendorff fue Jefe del Estado Mayor alemán, Ministro de la
guerra durante la I Guerra Mundial, ideólogo del pangermanismo y autor
del libro La Guerra total (1935) que contiene ideas militaristas puestas en
práctica por Alemania durante la II Guerra Mundial.

(19) En estos años, la presencia del deporte en el nacionalismo vasco


presentaba especial predilección por ciclismo, fútbol, montañismo y
pelota y por la edición de publicaciones especializadas que combinaban el
deporte con otras actividades de carácter folclórico y cultural. Cf.
ESTORNES ZUBIZARRETA, Idoia, "Educación, prensa y cultura", Los
nacionalistas, Fundación Snacho el Sabio, Vitoria, 1995, págs. 267-268.
GRANJA, José Luis de, "La prensa nacionalista: 1930-1937. Una
aproximación histórica", La prensa de los siglos XIX y XX, Universidad
del País Vasco, Bilbao, 1986, págs. 659-685; "Introducción",
Nacionalismo y II República en el País Vasco, Centro de Investigaciones
Sociológicas, Madrid, págs. 5-16; "Un modelo de partido-comunidad en el
siglo XX: el Partido Nacionalista Vasco", El nacionalismo vasco: un siglo
de historia, Tecnos, Madrid, págs.145-169. RICO, Pedro, El "sport" en
España, Madrid, 1930. SÁIZ DE VALDIVIELSO, Alfonso Carlos, Triunfo y
tragedia del periodismo vasco (1900 a 1939), Editora Nacional, Madrid,
1977.

Referencias bibliográficas

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deporte moderno", Reflexiones lingüísticas sobre el deporte, Valladolid,
1995, págs. 141-153.

CASTAÑÓN RODRÍGUEZ, Jesús-RODRÍGUEZ ARANGO, María Ángeles,


Creación literaria española sobre deporte moderno, Valladolid, 1997.
FERNÁNDEZ, Pelayo H., Bibliografía crítica de Miguel de Unamuno
(1888-1975), Ediciones José Porrúa Turanzas, Madrid, 1976.

GALLEGO MORELL, Antonio, "Baroja y Unamuno, precursores del tema


en la novela española", Deporte 2000, número 4, Madrid, 1969, págs. 45-
46.

-Literatura de tema deportivo, Prensa Española, Madrid, 1969.

- "Unamuno y el deporte", Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno,


Salamanca, 1970, XX, págs. 25-29.

GONZÁLEZ MARTÍN, Vicente, Miguel de Unamuno. República española


y España republicana (1931-1936), Almar, Salamanca, 1979.

METZIDAKIS, Philip, La Grecia moderna de Unamuno, Ediciones de la


Torre, Madrid, 1989.

MONTESINOS, José F., "Muerte y vida de Unamuno", en Miguel de


Unamuno, Taurus, Madrid, 1989, págs. 23-33.

PARIS, Carlos, Unamuno: estructura de su mundo intelectual, Anthropos,


Barcelona, 1989.

SÁNCHEZ BARBUDO, Antonio, Miguel de Unamuno, Taurus, Madrid,


1989.

UNAMUNO, Miguel de, 1893, "Un partido de pelota", en De mi país,


Madrid, Espasa-Calpe, 1985, págs. 43-56.
- 1907, "Rousseau en Iturrigorri", La Baskonia, Buenos Aires, 10 de
octubre.
- 1908, "Jiu-jitsu en Bilbao", en Obras completas, Madrid, Escélicer, 1958.
- 1912, "Sobre el ajedrez", en Contra esto y aquello, Madrid, Espasa Calpe,
1980, págs. 114-121.
-1915, "Deporte y literatura", Nuevo Mundo, Madrid.
- 1915, "Recuerdos entre montañas", La Esfera, Madrid, 23 de octubre.
- 1917, "Juego limpio", Nuevo Mundo, Madrid, 16 de febrero.
- 1920, "Ludendorff, el jugador", La Nación, Buenos Aires, 23 de enero.
- 1920, "Patriotismo y optimismo", El Liberal, Madrid, 2 de noviembre.
- 1921, "Boy Scouts y Footballistas",Boletín de la Institución Libre de
Enseñanza número 730, Madrid.
- 1921, "Carta a jóvenes chilenos", Juventud, Chile.
- 1922, "Del deporte activo y del contemplativo", Nuevo Mundo, 6 de julio.
- 1922, Andanzas y visiones españolas, Madrid, Espasa-Calpe, 1972.
- 1923, "Intelectualismo y deportismo", La Nación, Buenos Aires, 21 de
febrero.
- 1924, "Sobre el desarrollo adquirido por el football en España", La
Nación, Buenos Aires, 23 de marzo.
- 1926, "Carta de Unamuno a guisa de prólogo", en Chiripi, de Juan
Antonio de Zunzunegui recopilada en Obras Completas, Barcelona,
Noguer, 1969, págs. 245-248.
-"El desdén con el desdén", en Soliloquios y conversaciones, Madrid,
Espasa-Calpe, 1979, págs. 118-123
- 1932, "Mozalbetería", El Sol, Madrid, 20 de marzo.
- 1932, "Mozalbetes anárquicos", El Sol, Madrid, 25 de septiembre.
- 1933, "Juventud de violencia", El Norte de Castilla, Valladolid, 12 de
abril.
- 1933, "Puerilidades nacionalistas", Ahora, Madrid, 11 de octubre.
- 1934, "Gorros rojos y gorros gualdos", Ahora, Madrid, 25 de marzo.
- 1934, "Comentario de las armas y las letras", Ahora, Madrid, 25 de julio.

UNAMUNO PÉREZ, María de la Concepción, Miguel de Unamuno y la


cultura francesa, Universidad de Salamanca, 1991.

URRUTIA SALAVERRI, Luis, Artículos en "La Nación" de Buenos Aires


(1919-1924), Universidad de Salamanca, 1994.

Juego de patadas y palabras


Los orígenes del fútbol son variados y polémicos. Pero lo que une a todos los 'padres' del balompié
es que siempre hubo escritores que los retrataron
Miguel Ángel Ortiz14/04/2016

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EL NACIMIENTO DE UN JUEGO

El gesto del fútbol nació, posiblemente, de un acto reflejo: una patada a una piedrecita en el
camino. Y, como tal, no hay forma de datarlo. Sin embargo, el juego de pelota -del que
siglos más tarde se escindiría el football- tiene sus orígenes escritos en China, aunque, con
el tiempo y los consecuentes descubrimientos, cada vez más lugares reclamen su
paternidad.

Varios estudios aseguran que los primeros juegos de pelota se practicaron, hace más de 30
siglos, a orillas del Nilo, en Egipto, y en tierras de Babilonia, entre Tigris y Éufrates.
También los aztecas, en México, practicaban un deporte que consistía en golpear la pelota
con la cadera, 1500 años a.C., como reflejan las pinturas murales de Tepatitlán,
en Teotihuacán. Hace un siglo, el antropólogo suizo Johan Jakob Bachofen descubrió
pinturas rupestres, en una cueva de Papúa Nueva Guinea, Oceanía, en las que se ve a
un hombre corriendo detrás de un objeto esférico. El arte rupestre y los ritos fúnebres
fueron medios de expresión de las tribus primitivas, así que no es de extrañar que, en Split,
Yugoslavia, se descubriera una pequeña escultura de un niño pateando un balón en un
monumento funerario.

Los primeros que documentaron el juego de pelota fueron los escritores Tsao Tse y Yang
Tse. Según sus crónicas, el emperador Xeng-Ti quería un ejército de hombres fuertes, así
que obligaba a sus soldados a entrenar con el Tsu-Chu (acción de pegar con el pie-pelota).
Hace cuatro mil años, los chinos se reunían en las campas del palacio real y montaban las
porterías: dos palos de bambú, separados por ocho metros, y el larguero anudado con lazos
de seda. Los tantos se conseguían lanzando la pelota por encima. No registraron el número
de jugadores por equipo, ni si había tiempos o árbitros; pero sí que la pelota se
fabricaba con pellejo relleno de crines, virutas, estopa o vegetales. Si alguno de aquellos
jugadores la perdía, podía pagarlo hasta con la vida.

El juego de pelota -del que siglos más tarde se escindiría el football- tiene sus orígenes
escritos en China

Muy posiblemente, las pelotas primitivas llegaron como herencia del ancestral culto al sol.
Esféricas todas, los materiales de que estuvieron hechas, dependiendo del país, diferían
unos de otros. Los egipcios, por ejemplo, la rellenaban con paja o cáscaras de grano, y la
envolvían en coloridas telas. La de los aztecas, de caucho, tenía fama de ser la que más
botaba. Cuenta Galeano una anécdota, en El fútbol a sol y sombra: cuando los
colonos españoles la probaron, Hernán Cortes lanzó una a tanta altura que dejó
boquiabierto al mismísimo emperador Carlos I.

EL OLIMPO DE LA PELOTA

Misterio y leyenda cubren con su bruma el origen de los Juegos Olímpicos. Según el
historiador Pausanias, Heracles —un Dáctilo ideo— y cuatro de sus hermanos corrieron
hasta Olimpia para entretener al recién nacido Zeus. Heracles fue el primero en llegar y se
coronó con ramas de olivo. Así se estableció la costumbre de competir en eventos
deportivos, cada cuatro años, en honor a Zeus. Píndaro, por su parte, atribuye los Juegos a
otro Heracles, el hijo de Zeus. Cuenta que, después de completar sus doce trabajos,
Heracles construyó el estadio olímpico en honor a su padre. Una vez finalizada tan
magna obra, se dirigió en línea recta doscientos pasos, distancia que bautizó como stadion
y se convirtió en la prueba de atletismo más prestigiosa de los JJOO.
La batalla del músculo, el hombre contra el hombre sin
armas, la lucha cuerpo a cuerpo por alcanzar el olimpo deportivo, pronto se convirtió en el
evento más importante para los griegos. Los Juegos eran la única razón capaz de detener
una guerra, y el tiempo comenzó a contarse de cuatro en cuatro años. Olimpia acogió la
primera edición en el 776 a.C. En el santuario de Zeus se dieron cita atletas de todas
las ciudades-estado y reinos de Grecia, además de filósofos, poetas, narradores,
arquitectos, escultores y pintores. La literatura deportiva, al fin, tuvo sus propios
bardos. Los versos de Píndaro —el más famoso, aunque seguramente no el primero
— cantaron a la épica del deporte. En sus Odas triunfales, a golpe de palabra, creó la figura
del vencedor, la ensalzó de adjetivos y la cubrió de gloria y laureles. De su pluma nació el
agon. Y Jenófanes de Colofón se sintió obligado a poner un poco de cordura a tanta épica:
“La sabiduría debe estar por encima de la fuerza bruta, los hombres y los caballos”.

La pelota también botó en los renglones de Homero. En su Canto VI, cuando Odiseo atraca
en Feacia, habla de la hermosa Nausica que, junto a otras mujeres,

“una vez la comida acabaron, las siervas y ella se quitaron  

los velos y un poco a pelota jugaron”.

Tres siglos después, el historiador y geógrafo Herodoto, en Los nueve libros de la Historia,


ahondó en las raíces mitológicas del juego: según él, lo inventó el rey Atis, durante una
gran hambruna, para entretener a sus súbditos, los Lidios. Mientras jugaban, se olvidaban
de comer. El juego, pues, quedaba definido como ludis; pero nacía asociado a la política:
era el opio del que se nutría el pueblo. Marco Valerio Marcial, en sus Epigramas, recogió
los tipos de pelotas: harpasta, pherinda, trigonal o la del campesino, de la que dijo:
“Difícilmente se hincha con plumas, es menos floja que la pelota de viento y menos
prieta que la pelota de rebote”. Al referirse a los jugadores, afirmó: “Alejaos de mí,
mancebos; que viene mejor una edad más apacible; el balón es un juego para niños y
para ancianos”.
Roma heredó la pasión deportiva griega, pero salpicando la arena de sangre. Al igual que
los griegos con el episkuros, los romanos tuvieron varias modalidades de juegos de pelota,
como el harpastum. Virgilio y Horacio continuaron la tradición pindárica. Ovidio en
su Metamorfosis o Séneca en Los beneficios alabaron las virtudes formativas del juego para
el individuo. Sófocles fue un gran aficionado a la pelota, y Plauto, 200 años a.C., se quejaba
de que todas las calles estuviesen infestadas de jugadores.

LOS PRIMEROS DETRACTORES

La primera alusión a un juego de pelota practicado con los pies fue la de Marco Manilio, en


el siglo I d.C. El Libro 5 del Astronomicón incluye el poema Jugar con los pies,
que arranca así:

“Diestro aquél en volver con diestra planta

la pelota que huye, compensando

con los pies el oficio de las manos”.

A lo largo de la Edad Media las artes se integraron en la esfera de la religión cristiana.


Iglesias y monasterios se transformaron en espacios de creación. Todo, incluso la palabra,
convivía bajo el yugo de la moral cristiana. Tampoco el deporte vivió sus mejores
momentos. La épica a la que habían cantado los poetas griegos y romanos quedó sepultada,
en el año 393, bajo la prohibición de los JJOO del Emperador Teodoro. Comenzaba, pues,
una etapa de decadencia y, durante toda la Edad Media, la pelota quiso ser enterrada por sus
detractores.
San Agustín, en sus Confesiones (siglo III), señaló esta curiosa distinción: “Los juegos y
divertimentos de los que son ya hombres hechos se llaman quehaceres, negocios u
ocupaciones; y los juegos y entretenimientos de los muchachos son castigados de los
maestros y mayores como delitos”. El juego de pelota no tenía reglas, se practicaba de
una manera brutal. Lesiones, roturas, brechas y contusiones, al igual que peleas que
acababan con jugadores muertos, eran habituales. Incluso había azotes para los perdedores.
“Se dice dar pantorrilla cuando los jugadores intentan golpear la pelota extendiendo
la pierna”. Así describió San Isidoro de Sevilla el acto de la patada en Etimologías (630
d.C.). Y registró una definición de pelota: “Se le da el nombre de pila (pelota) en un
sentido propio porque está llena de pelos (pili)”. Al mismo tiempo, comentó su recelo
hacia el juego: se basaba en la idolatría y “por ese motivo hay que considerar la maldad
de su origen”.

El juego de pelota llegó a este punto de su historia asociado a tres ideas: sus orígenes -
invento de Atis para controlar al pueblo- marcados por lo político; la violencia que
provocaba su falta de reglas y la desfavorable opinión que de él tenían los intelectuales.

EL CARNAVAL DEPORTIVO

Recoge Julián García Candau, en Épica y lírica del fútbol, una leyenda: la primera pelota
que se chutó en Inglaterra fue la cabeza de un soldado romano, tras la batalla contra los
ejércitos de Julio César, 55 años a.C. El primer partido del que se tiene constancia, no
obstante, data del martes de Carnaval del año 217 d.C., en Derby. Se jugaba como parte de
las fiestas del Shrovetide el llamado mob football: fútbol multitudinario. Cien años
después, aquel partido se había convertido en un acontecimiento anual, pero tardaría siglos
en transformarse en deporte debido su extrema brutalidad.

El mob football compartía raíces con


el soule francés. Se practicaba por las callejas de los pueblos, en descampados o en
cualquier sitio por donde la multitud pudiese correr enloquecida tras la pelota. Las dos
turbas que formaban los equipos luchaban, con todos los medios disponibles, para
arrebatarle el balón al contrario. Estos partidos enfrentaron a pueblos enteros contra sus
vecinos, a parroquias o a familias. Las porterías estaban separadas por kilómetros de
encontronazos, violentas patadas, aparatosos puñetazos y codazos traicioneros.
Dependiendo del lugar, ni siquiera se utilizaban: el objetivo era llegar vivo con el balón
hasta la plaza que marcaba el centro del pueblo.

Fue en esta época cuando, en un poema de Guillermo de Poitiers, apareció por primera vez
el vocablo ‘deport’. Nacía una nueva palabra y cambiaba su concepción, como quedó
reflejado en el Cantar de Mío Cid o Calila Dimna: el deporte se asociaba a un pasatiempo
lúdico. Sin embargo, el proceso de cambio fue muy lento. La literatura de la pelota en la
Edad Media poco tuvo de literaria: los textos en los que se mencionó fueron, casi en su
totalidad, decretos reales para abolirlo. Desde 1314, con Eduardo II, hasta 1488, con Jacobo
II, todos los reyes y alcaldes ingleses o escoceses lo prohibieron sistemáticamente. Su
práctica se castigaba con pena de cárcel. En 1531, Sir Thomas Elyot afirmó que “el fútbol
es un pasatiempo impropio de un caballero ya que el juego no proporciona placer y es
causa de furia bestial y violencia”. Ni tan siquiera los castigos que dictó la Reina Isabel I
hasta 1615, evitaron que la popularidad de la pelota se propagase como una peste entre el
pueblo.

En el siglo XVI, Rabelais escribió en Gargantua: “Jugaba al balón y lo elevaba


diestramente con las manos como con los pies”. Y Shakespeare adjetivó al futbolista en
El rey Lear: “¡Impostor, bastardo, animal, esclavo, calzonazos, jugador de fútbol!”. En
el Siglo de Oro de las letras españolas, Cervantes, Lope o Calderón —«Pues es Juego de
Pelota/ no será fuera de tiempo/ al Juego de Pelota/ en fiesta de Sacramento»— lo
utilizaron para describir la sociedad. El deporte cobraba fuerza, no solo como algo lúdico,
sino como parte de la formación intelectual y espiritual del individuo. Así lo afirmó,
en Días geniales y lúdicos, el utrerano Rodrigo Caro: “Conviene mucho ejercitar a los
muchachos en las fuerzas corporales, pues dos repúblicas tan sabias, tan antiguas y
tan poderosas lo tuvieron, no solo por entretenimiento y alegría de los pueblos, sino
también por doctrina necesaria para que los mozos se criasen fuertes y robustos”.

LAS REGLAS DEL JUEGO

En el siglo XIV, fuera de Inglaterra también había germinado un juego de pelota. En


Florencia, el giuoco del calcio era muy popular. Sus partidos enfrentaban dos equipos de 27
jugadores. Al igual que en Inglaterra, se permitía el uso de manos y pies para desplazar la
pelota. Vicenzo Da Filicaia (1642-1707) escribió el poema Acerca del juego del fútbol,
dedicado al Señor Príncipe de la Toscana:

“Ésta, excelso Señor, que ardiendo ves

noble pugna, áspera, ruidosa, alada,

no es más que furia, magia desatada,

visión que guerra pareciera y es”.

Aunque el poeta italiano lo compara con la guerra, había un detalle crucial que diferenciaba
el calcio del mob football: seis árbitros regían la contienda.

Detalle que estaba a punto de cambiar. Football y rugby crecieron hermanados hasta


que, en 1823, en el Colegio de Rugby William Ellis, se separaron definitivamente. Cada
uno adoptó reglas particulares: el football, las del Código Cambridge de 1847. Meses
después surgieron clubes como el Sheffield Football Club o el Hallam. Desde aquel
momento, nada detuvo el avance del deporte destinado a reinar en el mundo. El balón selló
el destino de la época victoriana. El opio del fútbol no solo lo consumían las clases bajas,
sino que se convirtió en entretenimiento de la aristocracia. Era, al fin, un juego de
caballeros, físico y noble. En las grandes urbes se organizaron asociaciones y clubes
deportivos, pero faltaba el paso definitivo: un corpus unificado de reglas.
En octubre de 1863, un grupo de caballeros de doce clubes ingleses se reunieron en la
Freemason’s Tavern, en el corazón de Londres. Entre ellos, Ebenezer Cobb Morley, que
quería dotar al fútbol de un conjunto de normas similares a las que regían el Sheffield
Cricket Club. Crearon la Football Association. Entre las normas que redactaron, la más
importante: nunca se tocaría la pelota con las manos. Y se prohibieron las patadas al
adversario. El football debía ser deporte de caballeros, no de animales. Brindaron: había
nacido el arte de los pies. Meses después, el 19 de diciembre de 1863, se disputó el primer
encuentro con aquel reglamento. Tuvo lugar en Limes Field. Enfrentó al Barnes contra el
Richmond. El resultado, empate a cero.

Shakespeare adjetivó al futbolista en El rey Lear: “¡Impostor, bastardo, animal, esclavo,


calzonazos, jugador de fútbol!”
Aquellas normas se pulieron con tiempo y partidos. Al principio, los jugadores charlaban o
fumaban cuando la pelota volaba lejos. Aunque existía el fuera de juego, cubría de
deshonor a un jugador anotar un gol a espaldas del rival. Se determinaron las posiciones de
los futbolistas en el campo. En 1875, le colocaron al portero una cuerda a modo de larguero
sobre la cabeza. La figura del árbitro también se designó en aquellos años, pero pitaba
desde fuera del campo. En 1880 se introdujo un cronómetro para medir los tiempos, y, dos
años después, se implementó el saque de banda con las manos. En 1890 se marcaron las
áreas, el centro del campo, y se vistieron con redes las porterías. Al año siguiente, el árbitro
pisó por primera vez el terreno de juego.

A finales del siglo XIX, el football estaba listo para llegar a todos los rincones del mundo.
En muchos, un escritor utilizaría su pluma para contar sus gestas. Odas, cantos,
romances, novelas, cuentos y ensayos, además de infinidad de crónicas
periodísticas, registraron con palabras la pasión que despertaba el football: el renovado arte
de la patada.

Los escritores también dedican sus letras


al fútbol
junio 10, 2014 · de queleerblog · en Algo + Qué Leer, Noticias. ·

Porque en el balompié no todo es juego, presentamos novelas, cuentos, poemas y hasta


más…

Como la literatura combina con todo, los autores futboleros vienen de distintas épocas y
continentes. Escritores como Mario Benedetti, Eduardo Galeano y Juan Villoro son algunos
de los que han plasmado en sus historias la afición por el deporte rey. Este último, es el
mexicano que ha dedicado más letras al fútbol con sus obras Los once de la tribu (1995),
Dios es Redondo (2006)y Balón dividido (2014).

No obstante, la literatura del fútbol data de los años 10, cuando nace el primer relato de
ficción que llevó por nombre Los once ante la puerta dorada (1918) del francés
Monthelant. Posteriormente en los años 20, el peruano Juan Parra del Riego y el argentino
Bernardo Canal Feijóo escribieron Penúltimo poema del fútbol. En esa misma década, el
escritor uruguayo Horacio Quiroga publicó Suicidio en la cancha, cuento basado en un
hecho real.
Sin embargo, es en el año 1955 cuando el deporte rey comienza a ganarse un lugar entre las
letras con la famosa publicación del gran Mario Benedetti: Puntero Izquierdo, un cuento
publicado en la revista uruguaya “Número”, ya desaparecida. A partir de allí, se puede
decir que empezó el auge de la literatura futbolera.

Obras como Fútbol, dinámica de lo impensado (1967) de Dante Panzeri, Entre los
vándalos (1992) de Bill Buford, Épica y lírica del fútbol (1993) de Julián García Candau,
Fiebre en las gradas (1996) de Nick Hornby, y Memorias del Mister Peregrino Fernández
y otros relatos (1998) de Oswaldo Soriano son algunos de los títulos que destacaron en la
época. En los 90, tan popular como influyente también fue -y lo sigue siendo- El fútbol a
sol y a sombra (1995) de Eduardo Galeano, donde el uruguayo narra jugadas y anécdotas
de leyendas como, Pelé, Lev Yashin, Puskas, Garrincha, Eusebio y Hugo Sánchez.

Pero no sólo se trata de escribir sobre fútbol. Existen recopilaciones de cuentos como la
realizada por el ex jugador argentino Jorge Valdano, quien reunió algunas historias de
escritores de varias nacionalidades como Mario Benedetti, Roberto Fontanarrosa, Eduardo
Galeano, Javier Marías, José Luis Sampedro y Manuel Vicente para así publicar sus
Cuentos de futbol (1995).

El escritor mexicano Marcial Fernández realizó lo mismo 11 años después, cuando compiló
diversas historias las cuales tituló También el último minuto. Cuentos de futbol. Más
recientemente han salido a la luz brillantes obras como Puro Fútbol (2000) de Roberto
Fontanarrosa; Gracias, vieja (2000) autobiografía de Alfredo Di Stefano; Fútbol: una
religión en busca de Dios (2005) de Manuel Vázquez Montalbán; Ida y vuelta (2012) de
Juan Villoro y Martín Caparrós; 1000 camisetas de fútbol (2013) de Bernard Lions; y
Latitudes. Crónica, viaje y balón (2013) de Alberto Lati.

Pero en este deporte  no sólo las historias de partidos y anécdotas cobran vida, los
personajes destacados también son descritos en letras. Jugadores estrellas como Zidane,
Cristiano Ronaldo, Messi, Falcao, Sergio Ramos e Íker Casillas han sido descritos y
publicados en obras por diversos autores del mundo. También los técnicos Simeone, Pep
Guardiola y Mourinho han sido de interés para algunos escritores, por lo que también sus
vidas y experiencias han sido publicadas.

El fútbol también ha servido de base para contar otras narrativas, como How soccer
explains the world (2004) de Franklin Foer, donde el autor usa el balompié como metáfora
de los efectos de la globalización estadounidense. De la misma manera, Los 11 poderes del
líder (2013) de Jorge Valdano es una obra basada en el fútbol como escuela de vida, lo que
permite ahondar en temas como el liderazgo y motivación.

Hasta ahora este es el camino transitado, el cual ha conseguido significantes lectores y


fanáticos del género. Por lo que no hay que dudar del valor que posee la literatura futbolera
-como la llamó en su momento el periodista Guillermo Marín-, que ha canalizado en un
incipiente género propicio ahondar en estos tiempos de mundial.

Colaboración de @DanielaFeblesM
5 libros de fútbol para amantes de la
Literatura (y viceversa)
Publicado por ensutinta en Léeme, Uncategorized el 21 agosto, 2014 16:57 / no hay
comentarios

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Con frecuencia se asume que el fútbol y la


literatura son campos irreconciliables, incluso opuestos. Si bien nuestra última entrevista
al futbolista y ávido lector Sisinio González limaba las asperezas de dos enemigos íntimos
como son el deporte rey y el arte de leer, aún nos faltaba algo; ya fuera encontrar una
pasión común en los dos ámbitos o, por otro lado, que los códigos de uno supieran
transmitir las emociones que suscitaba el otro. Para ello, efectuamos una nueva
aproximación con las recomendaciones del periodista Antonio G. Encinas, ganador del
premio Cossío 2012 por el reportaje Alemania llama a los nietos de Pepe y encargado de la
información del Real Valladolid en la redacción de Deportes de El Norte de Castilla, un
puesto que ocupó durante doce años en la pasada década. En la actualidad, desempeña el
cargo de Jefe de sección de Local y Provincia en el mismo medio.

5. “Fiebre en las gradas”, de Nick Hornby (Anagrama, 2008)


De qué va: Una manera de comprobar cómo puede uno
perder la razón cuando se enfrenta a esa pasión desbordante e irrenunciable que es su
equipo de fútbol. En este caso, el autor es hincha -más bien fanático- del Arsenal, una
obsesión en torno a la que gira gran parte de su vida. Y va y nos lo cuenta en una confesión
pública muy divertida.

Por qué leerlo: Es una gran manera de reconocerse a uno mismo en esos momentos en los
que una derrota te quita el hambre, o te cambiar el humor, o te sientes invencible porque un
jugador de tu equipo cuya biografía conoces mejor que la de tu cuñado, aunque él no sepa
quién eres ni le importe, haya marcado un gol al máximo rival. Muestra, con mucho sentido
del humor al más puro estilo británico, cómo podemos volvernos del revés por la dichosa
pelotita y nuestros colores del alma.

A mayores: El libro se convirtió en película, para los más perezosos, pero merece la pena
el esfuerzo.

4. “La guerra del fútbol”, de Richard Kapuscinski (Anagrama, 2002)


De qué va: “La guerra del fútbol” es el sobrenombre que le quedó al conflicto armado entre
Honduras y El Salvador de 1969. En el origen de la guerra, evidentemente, hubo más que
simple fútbol: Cuestiones económicas, leyes que buscaban beneficiar a los hondureños en
perjuicio de los salvadoreños que poseían tierras en Honduras y la presencia de un grupo
radical antisalvadoreño, por ejemplo. Cuando ambos países se enfrentaron en las
eliminatorias para el Mundial de 1970 se desencadenaron unos incidentes en el estadio que
provocaron una escalada de violencia.

Por qué leerlo: No es un relato más sobre el fútbol, sino un reportaje amplio, documentado
y excelente de las raíces de un conflicto elaborado por uno de los grandes periodistas de la
historia, Richard Kapuscinski. Vivió en primera persona los cinco días del conflicto y lo
contó en este librito breve -recordemos que en origen era un reportaje- que se lee de un
tirón.

A mayores: Solamente un párrafo. “Cuando el delantero centro del equipo hondureño,


Roberto Cardona, metió en el último minuto el gol de la victoria, en El Salvador, una
muchacha de 18 años, Amelia Bolaños, que estaba viendo el partido sentada frente al
televisor, se levantó de un salto y corrió hacia el escritorio, en uno de cuyos cajones su
padre guardaba una pistola. Se suicidó de un disparo en el corazón”. Después de esta
muestra, prueben a no leerlo de un tirón.

3. “Cuentos de fútbol” (1 y 2, Anagrama, 2002)


De qué va: El propio nombre de los libros lo indica…
Colecciones de cuentos cortos relacionados con el fútbol.

Por qué leerlo: Porque es una gran forma de darse cuenta de que la literatura y el fútbol, o
la intelectualidad y el balón, no tienen por qué estar reñidos. Grandes autores se han
aventurado a escribir relatos futbolísticos. Es una especialidad muy sudamericana, con
Eduardo Galeano, Mario Benedetti u Osvaldo Soriano, por ejemplo, pero también se han
sumado escritores españoles como Javier Marías o Bernardo Atxaga.

A mayores: son dos volúmenes cuya recopilación corrió a cargo del exfutbolista Jorge
Valdano -que además escribe uno de los relatos- y que se publicaron hace algo más de una
década. Los relatos se leen con gusto y hay de todos los tipos. Con un denominador común:
están muy bien escritos.

2. “Fútbol: una religión en busca de un dios”, Manuel Vázquez Montalbán (De


Bolsillo, 2005)

De qué va: El nuevo opio del pueblo, la religión en tiempos del ateísmo, el pan y circo de
hoy en día. Tópicos despectivos para el deporte de masas por excelencia. Manuel Vázquez
Montalbán, gran periodista y tremendo culé, escribió decenas de artículos sobre el balón a
lo largo de cuarenta años, y algunos de ellos se recopilaron en este libro.

Por qué leerlo: Por varios motivos. Porque estos artículos los escribió un grande del
periodismo español y lo hizo con mucho sentido común y una nítida visión de futuro sobre
lo que significaba -y significaría- el fútbol en este país. La rivalidad Madrid-Barcelona, el
ascenso y caída de los dioses del balón, como Ronaldo o Maradona, o las oscuridades del
poder oculto tras los focos son los grandes temas que aparecen en estos artículos.

A mayores: Son muchos los grandes periodistas que se han aventurado a escribir de fútbol.
Junto a este ejemplo se puede recomendar “El otro fútbol”, una recopilación de artículos
escritos por Miguel Delibes (editorial Destino, 1982), o el más reciente “Héroes de nuestro
tiempo”, de Santiago Segurola (Debate, 2012). Otro buen lugar para encontrar artículos
profundos sobre fútbol es la tienda online del blog de Martí Perarnau (martiperarnau.com),
así como la revista Líbero (shop.revistalibero.com).

1. “El fútbol a sol y a sombra”, Eduardo Galeano (Siglo XXI, 2006)

De qué va: es una colección de textos sobre fútbol escritos por


Eduardo Galeano, periodista uruguayo autor de varios libros. Muchos de los artículos se
refieren a los grandes momentos y protagonistas de los mundiales, como el charrúa Obdulio
Varela, el gol de Maradona o la figura del maldito Moacyr Barbosa.

Por qué leerlo: Es uno de los clásicos cuando se habla de fútbol y literatura. Él mismo lo
define así: “Este libro rinde homenaje al fútbol, música en el cuerpo, fiesta de los ojos, y
también denuncia las estructuras de poder de uno de los negocios más lucrativos del
mundo”.

A mayores: Un libro que recopila los escritos de grandes autores relacionados con el fútbol
es “Los Nobel del fútbol”, editado por Meteora en 2006 bajo la coordinación de Jorge
Omar Pérez. Günter Grass, García Márquez o Kenzaburo Oé dejaron sus reflexiones sobre
este deporte.
La lección de ‘football’ de Henry de
Montherlant
Henry de Montherlant fue el precursor de esa estirpe de escritores que hicieron del fútbol uno de
los temas fundamentales de su obra

Miguel Ángel Ortiz23/06/2016

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1| CANTO AL DEPORTE

Ningún atleta gira


como él, sin tropezar, sobre la arena
La multitud lo mira
¿a quién la faz no encanta
de tan bello garzón y hazaña tanta?
Píndaro compuso las Olímpicas y las Odas triunfales para alabar las hazañas de los
deportistas que participaban en los Juegos de Olimpia. Ocho siglos antes de Cristo, la
palabra se puso al servicio del deporte. Los vencedores de Olimpia, los semidioses de
Delfos, los superhombres de Corinto y Nemea, todos tuvieron odas y laureles con los que
coronar sus gestas y epopeyas deportivas. Aunque, sin duda, no fue el primero, Píndaro se
convirtió en el máximo exponente de una larga tradición de bardos deportivos y con sus
odas arrancó un nuevo tema literario: el deportivo.

La belleza del cuerpo en el lanzamiento del disco. La elasticidad del músculo en la lucha.
El sudor empapando el dorso en la carrera de carros. Un anfiteatro que ruge al contemplar
el vuelo de la jabalina. El polvo que araña los ojos en el pentalón. La gloria de la victoria en
la maratón, la inevitable tragedia de la derrota. Las lágrimas del campeón coronado de
laureles. Afloraba en los versos el agon y, con él, la estética y la ética del deporte, su
intensidad y su épica. Aquellos primeros deportistas atrajeron los adjetivos de Píndaro,
arrancaron versos a Mirón, sedujeron a las crónicas de Homero. Aun así, algunos bardos,
como Jenofonte de Colofón, advirtieron que la sabiduría siempre debía estar por encima de
la fuerza física.

Los Juegos en la Edad Antigua alcanzaron una magnitud tal que los griegos contaban los
años por Olimpiadas. Fueron esenciales en la civilización romana y la etrusca. Se
representaba a los atletas en los frisos de los templos, en las piezas de cerámica, en
los frescos. El cuerpo heleno alcanzó sus cotas más altas de belleza en la escultura. Hasta el
393 a.C., año en que se terminó con aquel ritual deportivo. Teodosio I el Grande prohibió
los Juegos Olímpicos por la creciente devoción pagana que arrastraban, y provocó que,
durante la Edad Media, el tema deportivo se desligara del arte para relacionarse con la
brutalidad bélica.

No sería hasta 1896, con los Juegos de Atenas, cuando el deporte volvió a subir los
peldaños del pódium. Y volvió, igualmente, a convertirse en objeto artístico.

2| LA GENERACIÓN DEPORTIVA

El 15 de enero de 1894, el Barón Pierre de Coubertin lanzó un manifiesto en favor del


restablecimiento de las Olimpiadas. Poco más de dos años después, el 25 de marzo de 1896,
el Rey Jorge I inauguró los Juegos de Atenas. Las primeras Olimpiadas de la época
moderna nacieron vinculadas a las preocupaciones de los intelectuales; pero no fue hasta
los Juegos de Estocolmo de 1912, cuando se consolidó la conexión entre sport y literatura.

La Oda al deporte de Coubertin, publicada bajo el seudónimo de George Ohrod, fue


considerada como el renacimiento de una literatura, la deportiva, olvidada durante siglos.
Su consagración, sin embargo, llegó años más tarde, tras el final de la Primera Guerra
Mundial. En 1924 se celebraron los Juegos Olímpicos de París, todo un acontecimiento
social en el que se dieron cita, además de atletas venidos de todo el mundo, cientos de
intelectuales. Poetas y narradores se interesaron por la modernidad que representaba el
deporte. La máquina, la velocidad y los nuevos horizontes por conquistar fueron el tema
central de poemas y cuentos. El movimiento, la vitalidad y la fuerza de la juventud se
enfrentaron, en una lucha cuerpo a cuerpo, con el paroxismo del pensamiento.
 

No sería hasta 1896, con los Juegos de Atenas, cuando el deporte volvió a subir los
peldaños del pódium. Y volvió, igualmente, a convertirse en objeto artístico

Porteros, ciclistas, pilotos, corredores, tenistas, nadadores o boxeadores se convirtieron en


los héroes modernos de las letras. La victoria de uno, que conllevaba la irremediable
derrota del resto, se narró, se fotografió, se pintó, se esculpió. La guerra sin armas, la lucha
deportiva, la pelea de pulmones, músculos y corazón acaparó el heroísmo en los años de
entreguerras. Millones de jóvenes habían perdido los mejores años de su vida en la
sangrienta guerra que había enfrentado a las principales potencias del mundo. Era
innegable, en aquel momento, una reflexión del mundo moderno en la que el deporte debía
jugar un papel clave. Los artistas así lo percibieron, y no solo introdujeron el motor, los
guantes de boxeo y las raquetas de tenis en sus obras, sino que ellos mismos practicaron
esos deportes.

Entre aquellos artistas, un jovencísimo Henry de Montherlant quedó retratado para siempre
con los guantes de portero, en calzones cortos y el cuero bajo el brazo.

3| EL PÍNDARO MODERNO

Fue el Barón Pierre de Coubertin el que bautizó a Henry de Montherlant como el ‘Píndaro


Moderno’. Montherlant fue, sin duda, un hombre de sport. Así lo afirmaba él
mismo: “Tengo más de deportista que de escritor”. Practicó varios deportes en el club
popular L’Auto: corredor, piloto en carreras de velocidad y, sobre todo, goalkeeper. Él
todavía no lo sabía, pero con sus paradas arrancaba una larga estirpe de escritores que
dedicarían al fútbol un lugar importante en sus obras literarias. Era el primero, además,
de los muchos escritores que elegirían la portería como lugar en el terreno de juego.

Henry de Montherlant tuvo una sensibilidad especial para captar el espíritu deportivo. Y
para practicarlo. Se le dio especialmente bien el atletismo. En 1923, cubrió la carrera de los
cien metros en once segundos y dos quintos, tiempo nada desdeñable. Condujo coches de
carreras para saborear en primera persona la adrenalina que producía tomar una curva con
el motor pasado de revoluciones. Practicó, incluso, el arte de la muleta. Tenía familia en
Catalunya, y viajó en repetidas ocasiones a España en la adolescencia. En Burgos, saltó al
ruedo y mató un becerro. Así lo contaron en un periódico vasco, al día siguiente: “Muy
valiente estuvo un aficionado de París, el señor Montherlant, que después de haber dado
buenos pases de muleta, colocó una estocada excelente”. Sin embargo, donde más disfrutó
del deporte fue bajo los palos. De su sacrificada posición, afirmó: “El juego del zaguero es
un juego de abnegación. Subsanar, ante todo, las fallas de los otros, parando la pelota
que ellos han dejado pasar”.

Ernest Hemingway fue uno de los muchos escritores que consolidó el París bohemio de los
años 20 como la capital de las letras y la luz. En cuanto al deporte, fue uno de los pioneros
en cantar las gestas de los toreros, considerados en aquella época como deportistas.
También Henry de Montherlant dedicó páginas brillantes a los toros y España, en Los
bestiarios. Pero, sobre todo, se convirtió en el Píndaro Moderno por su obra Les
Olympiques, publicada en 1924 con  motivo de los Juegos. En sus páginas demostró que el
deporte podía introducirse en todas las disciplinas literarias. Fue, como explicó el escritor
español Marichalar, “el primer hombre de una generación esencialmente deportista, que ha
llevado al arte una manera inédita de sentir y ver”.

Hemingway fue uno de los muchos escritores que consolidó el París bohemio de los años
20 como la capital de las letras y la luz. En cuanto al deporte, fue uno de los pioneros en
cantar las gestas de los toreros, considerados en aquella época como deportistas

Montherlant con Les Olympiques, Giraudoux con Maximes sur le Sport, Prévost


con Plaisirs des Sports, o Morand, entre otros, se convirtieron en las Olimpiadas de París
en los clásicos franceses de esta nueva rama literaria. Las vanguardias también se sumaron
al movimiento deportivo, proclamando el culto a la juventud. La velocidad les fascinaba. El
avión se convirtió en su símbolo por excelencia, y el piloto, a su vez, en el Ícaro Moderno.
Poetas como Jean Cocteau o Pierre Reverdy, o el pintor André Lhote, fueron algunos de los
que pusieron su arte al servicio del deporte. Muchas de sus publicaciones aparecieron en la
revista Maintenant, fundada por Arthur Cravan, sobrino de Oscar Wilde. Al fin el tema
deportivo llegaba al gran público.

4| LECCIÓN DE FOOT-BALL EN UN PARQUE

No es casualidad que Montherlant titulase su libro con el mismo que había utilizado
Píndaro veinticinco siglos atrás. De cada página se desprenden adjetivos de la lírica
ateniense, y se escuchan ecos de los mitos que moldearon la Antigua Grecia.

Sentía pasión por la frase lírica medida con ritmo, brusca en otros momentos como un
regate que te rompe la cintura. Su reivindicación de la juventud, la belleza, la fuerza, el
desafío y el juego beben de los poetas griegos. “Tan pronto roca la pista de hierba, la
suave materia infunde al cuerpo una gran alegría heroica. El aire y el sol, los dioses y
rivales se lo disputan y él oscila entre uno y otro”. Muchos escritores de la época
criticaron tanta pasión desmedida. Montherlant les sonreía desafiante. Los sentimientos
debían plasmarse con la misma energía que afloraban. Sus textos, además, eran el canto
desesperado al deporte de una generación marcada por el horror de la Primera Guerra
Mundial. En muchos fragmentos del texto, la pureza del deporte se ve salpicada por las
esquirlas de la guerra: el deterioro del cuerpo, la imposibilidad de huir de los recuerdos, el
fracaso o la muerte acechan entre los renglones.

Les Olympiques es una mezcla de géneros —relato corto, poesía, teatro y ensayo—, que
componen una entusiasta apología del cuerpo y la juventud. Como un antiguo deportista de
Olimpiadas, Henry de Montherlant blande la pluma en todas las disciplinas literarias para
cantar las bondades y vilezas del deporte. Además de los poemas dedicados a las botas de
fútbol o al extremo, destacan  Lección de foot-ball en un parque y Los once ante la puerta
dorada,  dos piezas teatrales en las que Perony y el Ala Izquierdo dialogan sobre la esencia
del fútbol, y sus enseñanzas: “El joven animal idealista, mejor dicho el sublime imbécil
que era yo a los diecinueve años, recibió en el de campo del Parque de los Príncipes
una buena lección de realismo. […] Esto es lo que puedo hacer, esto es lo que no puedo
hacer”.

Como los clásicos, Henry de Montherlant alaba el cuerpo cincelado de músculos. Es la


imagen del alma. Al igual que el partido es la batalla, el capitán un general, y los futbolistas
sus soldados: “No hay más que repetir las palabras del juego para que sienta el olor de
la guerra”. Tanto Montherlant como sus personajes —Perony y el Ala Izquierdo— son
chicos de entreguerras. Él mismo había combatido en la Primera Guerra Mundial y había
vuelto a Francia con esquirlas de obuses en el cuerpo. El football fue para esa generación la
única cura contra las esquirlas que astillaban el alma: “Los hijos de la guerra, educados
lejos de sus padres, que estaban en el combate, encontraban en los campos deportivos
la manera de librarse de las cadenas de la anarquía”.

Al igual que el partido es la batalla, el capitán un general, y los futbolistas


sus soldados: “No hay más que repetir las palabras del juego para que sienta el olor de
la guerra”

Montherlant encontró poesía en el estadio, dentro del vestuario, en un pase. Así definió su


amor por el fútbol: “Si encuentra un balón será el más desgraciado de los hombres —
así, el más desgraciado—, mientras no pueda irse derecho a él y acometerlo”. Siempre
defendió, a capa y espada, su posición en el campo: “Un zaguero tiene en el equipo la
misma dignidad que un delantero; y el equipo decimotercero, el más débil del Club,
tiene tanta dignidad y tanta nobleza en sí como el primero”.

5| LOS ONCE ANTE LA PUERTA DORADA

En París, Uruguay se proclamó campeón olímpico venciendo con solvencia en todos sus
encuentros. Cuando Montherlant los vio jugar, escribió: “¡Una revelación!  Esto es fútbol
de verdad. Comparado con esto, los que conocíamos antes, eso a lo que nosotros
habíamos jugado, no era más que un juego de niños de colegio”. El fútbol que practicó
Montherlant fue esencialmente amateur. Un fútbol que se practicaba por el honor de la
victoria y en el que la unión de los miembros del equipo construía unos lazos más fuertes
que los de la propia familia.

Dicen que para escribir hay que haber vivido intensamente antes. Que para encarar la
solitaria tarea del escribiente, antes hay que haber jugado con la vida en los años de
pubertad. Henry de Montherlant aprovechó su adolescencia para disfrutar de la libertad del
juego. Pero antes tuvo que pasar por el infierno de la guerra. En Los once ante la puerta
dorada, otra pieza teatral, Perony le dice al Ala Izquierdo que deja el equipo para fichar por
un club profesional. El Ala Izquierdo se indigna. No comprende que el joven Perony se
desentienda de los cuatro años que han jugado juntos. No entiende que su alma se desligue,
tan fácilmente, de la soldadura con la que el fútbol las había soldado. “Para vosotros,
el foot-ball se reduce a una manera de hacer el mayor número de goals. Para mí, era
un ejercicio que formaba parte de toda una regla de vida: el cuerpo jugando lo mismo
que deben jugar el espíritu, el alma el corazón, la carne, todo”.

El fútbol, para Montherlant, era un elixir que solo los dotados con un talento natural podían
probar. Un licor que los volvía diferentes al resto: “Todo el que vive un día, dos días
enteros, en medio de la juventud y la fuerza, en medio de la naturaleza, saltando,
venciendo a los demás corporalmente, acaba por ver el mundo de otro modo que
aquellos que no probaron este vino”. Aquel el elixir al que habían sucumbido los griegos,
el que había convertido a los hombres en semidioses en la arena de los estadios. “El
hombre contra el hombre y no contra la idea, no contra la sombra”. El deporte retaba
a las letras. Comenzaba la batalla entre los defensores como forma de narrar la realidad, y
los detractores, que no lo consideraban con el suficiente peso intelectual.

Henry de Montherlant, el Píndaro Moderno, lanzaba la pregunta a la que todos los bardos
venideros tratarían de responder: “¿Qué hay en el juego de los cuerpos que me atrae con
esa fuerza sombría tan semejante a la fuerza del amor?”

Argentina campéon
Tango
Música: José Libertella / Aquiles Roggero / Orlando Trípodi / Horacio Casares / Edmundo Baya /
Héctor Lettera / Felipe Ricciardi / Ítalo Ponti / José Paz / Carlos Taverna

Letra: José Libertella / Aquiles Roggero / Orlando Trípodi / Horacio Casares / Edmundo Baya /
Héctor Lettera / Felipe Ricciardi / Ítalo Ponti / José Paz / Carlos Taverna

 Letra
Con pujanza arrolladora, sin desmayo, sin desgano
como triunfan los valientes, frente a frente y con valor
el equipo de Argentina es campeón americano
fueron once voluntades pero un solo corazón...
Caballeros del deporte, con altura y señorío
la casaca azul y blanca la lucieron con honor,
y pasearon su prestancia, armoniosos, decididos
y ganaron como buenos con altura de campeón...

Argentina,
otra página de gloria
en el libro de la historia
del deporte se inscribió...
Argentina,
es campeón americano
por mejores, por más bravos,
caballeros del honor.
Todo el pueblo
lanza el grito de alegría
¡nuevamente la Argentina,
la Argentina es el campeón.

Musimessi, Vairo, Conde, Grillo, el pibe Cecconatto,


Colman, Cruz, Sola, Leguía, con Delacha y con Balay,
Marrapodi, Cuchiaroni, con Gutiérrez y Bagnatto
y Angelito el gran Labruna de la clase magistral...
A Lombardo y a Mouriño, a Vernazza y a Bonelli,
a Borello y a Michelli, para todos el laurel
conquistaron con altura otro nuevo campeonato
como triunfan los varones demostrando su valer...

Música y letra de los integrantes de la Orquesta Símbolo "Osmar Maderna": Horacio


Casares, Ítalo Ponti, José Paz, Carlos Juan Antonio Taverna, Héctor Lettera, José
Libertella, Edmundo Baya, Aquiles Roggero, Felipe José Ricciardi y Orlando Trípodi.

https://www.youtube.com/watch?v=XoBOMbP1tQE (Gol Aregentino)

https://www.youtube.com/watch?v=AmGH3J7GhA0

https://www.youtube.com/watch?v=pNd-TojHMDs (Barthes)
CARLOS GARDEL Y JOSEP SAMITIER, DOS ARGENTALANES UNIDOS POR EL AMOR
AL BARçA

2006-10-16
Sección ARGENTALANES

Carlos Gardel y Josep Samitier, dos argentalanes unidos por el amor al Barça
Cristina Ambrosini cristinaambrosini@yahoo.com.ar
Web de Cristina Ambrosini http://epicureanos.blogspot.com/

En los años ’20, Barcelona era un centro de atracción cultural de primer nivel donde
llegó, atraído por la posibilidad de brillar en Europa, Carlos Gardel. Según nos cuenta
Eliseo Alvarez, la ciudad Condal, tenía y tiene una particular sensibilidad con la ópera y
Gardel conjugaba con su voz de barítono, lo culto y lo popular, encarnado en el tango.
Además, la ciudad pasaba por un momento de esplendor cultural que competía con las
principales capitales europeas. Así en el catalán Teatro Goya, debutó un Gardel con
ansias de protagonismo. Estaba seguro que para imponerse y tener fama y fortuna debía
incorporar los adelantos tecnológicos del momento: la radio y las grabaciones
fonográficas. Carlos Gardel viajo a España a fines de 1923, cuando todavía integraba un
dúo con José Razzano. Ya como solista volvió dos años mas tarde, luego en 1929 y
finalmente en el verano de 1932, de paso hacia Paris. Excepto la última visita, que llegó
sin sus acompañantes estables, las demás giras tuvieron dos etapas inevitables:
presentaciones personales en Madrid y temporadas en Barcelona, donde se presentaba en
cines, (Palace) o teatros (Campos Eliseos, Principal Palace), cantaba por radio y producía
discos. Precisamente el viaje de 1925 le permitió a Gardel registrar en Barcelona sus
primeros discos, una novedad técnica que recién pudo utilizar en Buenos Aires un año
mas tarde.
En el teatro Principal Palace, el público asistió en 1927 a la definitiva fusión entre el
cantor campero, con el artista internacional que se impondría. Lejos quedaba aquel
Morocho del Abasto que cantaba para matar el hambre en modestas salas de pueblo, que
soñaba con ser alguien, y cantaba sin micrófono, callando a la concurrencia con el vigor
de su voz. Con la tecnología se produjo otra simbiosis. En Barcelona Gardel consigue
que la Odeon le grabe en sus modernos estudios catalanes. Así entre el 26 de diciembre
de 1925 y el 9 de Enero de 1926, acompañado por su guitarrista José Ricardo, graban 29
registros. Vuelve al año siguiente durante el mes de noviembre con las guitarras de
Ricardo y Barbieri. Con el firme propósito de promocionar todas sus actuaciones utiliza
los micrófonos de la radio catalana para conceder entrevistas y también anticipar nuevos
temas. Gracias a los parlantes y los micrófonos se lo escuchaba con nitidez. Llegó el
momento de preocuparse sólo por la calidad mientras su voz se abaritonaba aun más.
Según consta en reportajes realizados en cada retorno a Buenos Aires, Gardel adoraba
Barcelona y se especula que podría haberse instalado a vivir allí de no ser por el amor a
La Reina del Plata, a la que volvía como un amante fiel. En estos reportajes destaca la
amistad que lo une a Samitier, también a Piera, al tenor Miguel Leta y al pintor y escritor
Santiago Rusiñol. Allí nos enteramos del entusiasmo del público catalán que llegó a
regalarle un esplendido auto Grahan Paige 1928 en el que solía desfilar orgullosamente
por las calles porteñas.
La importancia que la ciudad de Barcelona le daba a la cultura se vio correspondida con
la potencia de Gardel. Una ciudad orgullosa de la acústica de sus teatros, ocupada en
traer a los mejores artesanos de Europa para que la embellecieran, desde los herrajes de
las puertas y los vitraux hasta los parques públicos, no iba a ser insensible a este cantor
foráneo y de una calidad inigualable. Lo cierto es que Barcelona cambió el rumbo en la
vida de Carlos Gardel.
Por otro lado, Josep Samitier i Vilalta, conocido como ‘El hombre langosta’ y más tarde
‘El mago’, nació en Barcelona el 2 de febrero de 1902 y se inició en el fútbol en el
Internacional, equipo en el que debutó. Con tan sólo 17 años ingresó en el FC Barcelona
donde fue contratado a cambio de un traje con chaleco y un reloj de esfera luminosa. En
esa época, el campo de la calle Indústria le quedó chico y en 1922 Joan Gamper se vio
obligado al traslado. Así, el 20 de mayo de 1922 se inauguró el campo de Les Corts, con
la evidente presencia de Josep Samitier. De esta manera, la Edad de Oro ya estaba en
marcha: Les Corts y Samitier, dos emblemas de la historia del Barça empezaban a
caminar juntos.
Los éxitos de Samitier transcurren paralelos a los del FC Barcelona, que inicia su Edad
de Oro con nuevo estadio y con un equipo irrepetible: Zamora, Planas, Surroca, Torralba,
Sancho, Samitier, Vinyals, Piera, Martínez, Gràcia, Alcántara y Sagi-Barba, que esa
misma temporada, la 21-22, proporciona al club un nuevo doblete: Copa de España y el
Campionat de Catalunya. Cabe recordar que los éxitos de ‘El mago’ en Can Barça
tuvieron un importante paréntesis, pues cuando la Edad de Oro había llegado a su fin
coincidiendo con el inicio de la década de los 30 y con la muerte de Joan Gamper, el 13
de octubre de 1930, Pepe Samitier atizó un duro golpe a los hincas del Barça al
integrarse al Real Madrid, club en el que permaneció desde 1932 a 1934 y donde
continuó demostrando su enorme calidad. Sin embargo, no fue en Madrid donde puso fin
a su carrera deportiva, ya que Josep Samitier regresó a casa después de esta experiencia
en el equipo blanco y recibió un homenaje en ‘su’ campo de Les Corts. Incluso en su
despedida, ‘L‘home llagosta’, que estaba profundamente emocionado y no pudo contener
las lágrimas, marcó el gol del Barça. No podía ser de otra manera. Poco tiempo después,
durante la Guerra Civil, Samitier jugó en el Niza francés. La aportación de Josep
Samitier al FC Barcelona no finalizó aquí, pues en 1944 inicia su ciclo como entrenador
azulgrana. De nuevo fue fundamental su presencia, ya que con él en el banquillo el Barça
se adjudica la Liga, que se resistía desde 1929. Así, tuvo que volver ‘El mago’ para que
retornara la ilusión. Aparte de la Liga, ‘Sami’ también conquistó como técnico la Copa
Ajuntament de Vilafranca, la Copa de Oro de la República Argentina y la Copa Pabellón
del Deporte. En 1947 cedió su puesto de entrenador a Enrique Fernández, y Samitier
pasó a ejercer de secretario técnico, puesto en el que volvió a triunfar, pues colaboró de
manera muy significativa en las gestiones para llevar a cabo los fichajes de Kubala y Di
Stéfano, los cuales siempre tuvieron, a pesar de todo, un amigo en Josep Samitier.
La popularidad de Pepe Samitier sobrepasó los límites del terreno de juego. Prueba de
ello es su presencia en películas como ‘Once pares de botas’ junto a su gran amigo
Ricardo Zamora, y en diversos anuncios publicitarios como el de la firma italiana
Cinzano. Además, su nombre figura en una calle de Barcelona y tuvo el honor, dada su
dimensión de ‘hombre de mundo’ de ser íntimo amigo de grandes figuras como Carlos
Gardel, Maurice Chevalier, Lito Mas o Nicolás Verona. Estos últimos tuvieron la
gentileza de dedicarle un tango que lleva por título ‘Sami’ y que dice lo siguiente:

SAMI!
Letra de Lito Mas
Musica de Nicolás Verona

De las playas argentinas, donde el tango es la ilusión,


tú mereces, bravo Sami, que te brinden la canción,
tú mereces que las notas de un tanguito de arrabal,
lloren penas por tu ausencia, que quizá nos cause mal.
Cuando el tango, rezongando, nos murmure "Samitier"
Caballer que has dejado mil recuerdos por doquier!!
brindaremos nuestro aplauso por el "Mago del Balón",
que vivir horas, nos hizo, de entusiasmo y emoción.

Sami!!
capitán del Barcelona...
con tu juego, que emociona,
nos has hecho estremecer...
Sami!!
portador de la nobleza
de tu tierra de grandeza...
caballero Samitier!!

Cuando llegues a tus lares, a tu tierra!la inmortal!!


y en los campos de la añeja, de la fiel Ciudad Condal,
tu silueta se deslice sobre el césped tentador...
y retumben los espacios, ante el grito alentador...
no te olvides!bravo Sami!!valeroso capitán!...
que los buenos argentinos te recuerdan con afán
pues dejaste en el Plata simpatías por doquier,
!capitán del Barcelona!...!caballero Samitier!
No cabe duda, Josep Samitier es uno de los futbolistas más importantes que ha tenido el
fútbol catalán en toda su historia. La historia de este talento encontró su punto final en la
primavera de 1972, cuando murió en Barcelona. La manifestación de duelo fue
impresionante y conmovedora: toda la ciudad lloró la desaparición de uno de los
mayores genios de la historia del FC Barcelona. Santiago Bernabéu y los jugadores, con
Kubala al frente, llevaron el féretro en sus hombros hasta su última morada.
Los testimonios del vínculo afectivo entre Barcelona y Gardel así como su amistad con
Samitier se encuentran en varios reportajes
En un reportaje del Diario Crítica, en marzo de 1926, contesta Carlitos:
-Y qué tal la ciudad de Barcelona?
- Una bella ciudad. Y muy moderna, por cierto. Edificación magnifica, grandes avenidas,
calles espléndidas. Y sobre todo esto, un panorama encantador, Barcelona está como
metida en un pozo, rodeada por las colinas, entre las cuales se destaca el Montjuic.
Juzguen ustedes el exitazo con este solo dato: un propósito y mi contrato era cantar diez
días y tuve que quedarme dos meses... El público me tomo lo que se llama verdadero
cariño.
- Y, qué tal el público catalán?
- Admirable! Un público inteligente, que cuando se encariña con un artista es capaz de
todos los sacrificios.
- A usted, ya lo conocían?
- Personalmente no. Estuve alguna vez en España, aunque en gira de paseo. Pero me
conocían por los discos.
-Tiene aceptación la música criolla en Barcelona?
-Una aceptación loca.
-Que canciones suyas tuvieron mas éxito?
-"Entra Nomás"... en primer lugar. El público la pedía cada vez que salía al escenario. Y
aunque mi repertorio consta de más de cuatrocientas canciones no había manera de
eludirla. Cuando no figuraba en el programa tenía que cantarla extra.
-Y otras?
-"Nunca mas", "Fea", "Buenos Aires", entre los tangos; y entre los estilos: "La
mariposa", "La salteñita" ... la verdad es que les gustaban todas.
- Cómo terminó la temporada?
-Como la había empezado, brillantemente. Las damas de Barcelona organizaron una
manifestación en mi honor, para la noche de mi beneficio, que... Vamos...
De otra entrevista, publicada en el diario La Razón el 21 de agosto de 1931 conocemos
una divertida historia sobre las Ramblas
-¿ Y la famosa Rambla?
-¡Ah! sobre la Rambla -nos dice Gardel sonriendo- tengo que contarles una anécdota.
Y, mientras nos preparamos a escucharle, Gardel saca un cigarrillo -el quinto o sexto de
la entrevista- y lo enciende.
-En Buenos Aires, -nos dice- conocí a un mozo de café, un catalán muy simpático a
quien todos le decíamos el Noy. "Si vas a Barcelona no dejes de ir por la Rambla. Pero
ten seguridad de que los pájaros no te van a dejar limpio..." ¿Por qué?, le pregunté
intrigado. Pero el Noy se mantuvo en su mutismo. Llegué a Barcelona. Y fui a la
Rambla. Y no bien había caminado una media cuadra, cuando ¡zaz! siento que algo cae
sobre mi sombrero ... Me lo quito y justo: lo que me había dicho el Noy. Sigo
caminando, intrigado, y después de un rato ¡zas! nuevamente aquello... La verdad es que
era para morirse de rabia. Y, lo que más me molestaba era que los pájaros parecían
ensañarse en mí. Marchaba malhumorado cuando me encontré con Juárez...
-¿El actor?
-El mismo. Un excelente amigo y un gran camarada. Le conté mi contratiempo. Y con
ese buen humor suyo, que no lo abandona en las situaciones más difíciles, lejos de tomar
en serio lo que me ocurría limitóse a lanzar una carcajada. "Es lo que les pasa a todos los
extranjeros", me dijo por toda respuesta. Es claro que una respuesta así no me sacaba las
dudas... Bueno, le dije, amostazado, ¿qué debo hacer para evitar esto? ¿sacar carta de
ciudadanía? "¡No, hombre! Simplemente agarrá por el medio!", me respondió en criollo.
Y entonces advertí que todo el mundo, lejos de buscar la sombra amable de los árboles
tapizados de pajarillos, tomaba el centro.
Nos alejamos de Gardel, pero no hemos caminado mucho, cuando éste nos llama: algo se
le ha olvidado.
-¿Sabe una cosa, amigo cronista?, que Samitier se pasa el día cantando “Dandy”, “No te
engañes corazón” y “Adiós muchachos”. Y lo hace bastante bien.
Nota: Acompaña el artículo una foto de Gardel y dos jugadores del Barcelona con el
siguiente epígrafe: "Gardel junto al lecho de Platzko, guardavalla del Barcelona herido
en el partido por el campeonato de España. Sentado en el lecho, el mago Samitier,
también herido".
En otro reportaje, publicado el sábado 31 de diciembre de 1932 en el diario La Nación,
leemos:
-Tiene usted algún recuerdo de su gira por Europa que concrete más fielmente sus
impresiones?
-Sí, tengo uno que, aun cuando yo no haya sido testigo de ello, confieso que el relato me
impresionó grandemente. Al pasar por Barcelona, algunos amigos fueron a bordo a
saludarme y me lo contaron. Se trata del cariño con que el público de Barcelona recibió
la exhibición de Luces de Buenos Aires y que culminó en una manifestación entusiasta
cuando yo termino de cantar el tango Tomo y obligo, que el público aplaudiendo
frenéticamente -según me contaron mis amigos- obligó a interrumpir la exhibición
haciendo que se volviera a pasar la película en la parte que contiene el tango.
Cuando salimos del desembarcadero, abriéndonos paso entre ese mundo de gente, que
sin esperar a nadie se forma a la llegada de todos los transatlánticos, un vendedor de
diarios reconoce al creador de “Mano a mano” y lo saluda con el entusiasmo de su oficio,
en tanto el aludido se limita a comentar risueñamente:
-¡Araca con el pibe; que no hay iguales en el mundo entero! ¡Los pibes criollos!
Gardel volvió por última vez a Barcelona en julio de 1932. No cantó en publico, pero en
dos pasadas por el estudio de grabación produjo un capítulo único en su discografía, por
la jerarquía de los temas, la madurez expresiva que había alcanzado y sobre todo por el
inusual acompañamiento. Esta vez había viajado a Europa exclusivamente para filmar
tres películas en Paris en menos de 80 días y al no contar con su habitual cuarteto de
guitarras, contrató al pianista argentino Juan Cruz Mateo unas veces junto al violín de
Andrés Solsogna y otras con Rafael Iriarte en guitarra. Fueron en total 12 títulos.
Excepto “Sueño Querido”, que volvió a grabar en Buenos Aires el año siguiente, éstas
fueron para Carlos Gardel las versiones finales de notables letras y constituyen una
monumental culminación de su trabajo en Barcelona.
¿Cuál es el origen del fútbol?
Hay que remontarse a la China de la dinastía Han, hace 2.200 años, para encontrar la
evidencia más antigua de este deporte de masas, el fútbol.
Muy Interesante

Hay que remontarse a la China de la dinastía Han, hace 2.200 años, para encontrar la
evidencia más antigua de este deporte de masas, el fútbol. Se trata del ts'uh kúh, que viene a
significar dar patadas a un balón de cuero. El juego, que se practicaba con las manos y los
pies de una forma más o menos violenta, nació como un método de adiestramiento
militar en el que los espectadores hacían grandes apuestas. Al finalizar, el capitán del
equipo derrotado era castigado y flagelado en público.

El ts'uh kúh o tsú-chú pasó a Japón, donde surgiría ya en la era medieval un juego cortesano
que fue bautizado como kemari. En este nuevo deporte, la habilidad sustituyó a la fuerza
bruta que caracterizaba a los jugadores chinos. Príncipes y cortesanos se reunían en un
patio que hacía las veces de campo de juego -mari-no-niwa- para jugar con una pelota -el
ma-ri- confeccionada con piel de cerdo o de ciervo.

En Corea, concretamente en el reino de Shilla, también surgió hace 1.500 años un juego de
pelota como estrategia de entrenamiento militar, el denominado chukkuk.

Origenes e Historia Del Futbol


Orígenes e historia del Fútbol

Aunque en la historia del hombre muchos son los juegos


que tienen como centro la pelota, ha sido el fútbol el que
la llevo al extremo de "objeto sagrado". Ese objeto tan
deseado, por miles de millones en el mundo y tras el que
corren otros miles de millones de dólares en jugadores,
ropa, publicidad y pases.

Los orígenes del proto-futbol se ubican el Extremo


Oriente, concretamente en China y Japón. En el siglo V
a.c. los integrantes del ejercito imperial chino se
entrenaban con un juegos muy parecido al fútbol. La
pelota era casi redonda y el juego consistía en disputarse
la pelota entre dos equipos, principalmente con las manos
aunque también con los pies, y pasarla por sobre un cordón
tensado, ese era el objetivo.

Muy distinto es el caso japonés: ellos lo tenían como un


entretenimiento placentero, y no un castigo o
entrenamiento militar, durante el cual los jugadores
jugaban con mucha cortesía. Los japoneses también
usaban las manos, los pies y una pelota de cuero de 22 cm
de diámetro rellenada con desecho orgánico. El campo de
juego estaba muy bien señalizado.

En China el juego evoluciono como el de Japón, solo que


perdió educación y cortesía cuando le dieron un carácter
lucrativo, con apuestas y demás. Se llegaron a organizar
partidos entre los dos países, en lo que se conoce como los
primeros partidos de fútbol internacionales.

La historia de Grecia muestra que la pelota fue utilizada


en varios deportes. Fueron los griegos los que idearon una
pelota eficaz sin relleno (rellena de aire) ya desde por lo
menos el siglo III a.C.. Los griegos, que llamaron a ese
deporte episkyros, en general, usaron la pelota para jugar
con la mano y se considera de ese origen el balonmano y el
rugby. Y también el del hockey arrastrando una pelota
pequeña con un palo curvo.

Los romanos, tuvieron su propia versión de episkyros


(derivado del juego griego), una rara mezcla de
balonmano, fútbol y rugby al que llamaron haspartum. Se
jugaba por dos grupos, que podían variar en numero de
integrantes, y consistía en impulsar la pelota hasta una
línea que marcaba el campo rival y convertir el gol. El
juego se utilizaba en la milicia como divertimento y como
ejercicio físico.

En la Galia se jugaba un juego parecido al fútbol desde


épocas inmemoriales, que no tenia conexión con el
haspartum romano, y continuo jugándose en lo que hoy es
Francia. El juego se llamaba soule y, hacia el siglo XI, se
jugaba por todas las clases sociales. En Francia fue
prohibido dos veces, una en 1319 por el rey Felipe V y otra
en 1369 por Carlos V, debido a la violencia.
El fútbol que hoy conocemos se invento en alguno de los
países del las islas Británicas, del que ya se tienen noticias
en el siglo VIII.

El 23 de octubre de 1863 puede considerarse como el día


del nacimiento del fútbol. Fue en la Freemason&#8217;s
Tabern, de Great Queen street en Londres, el lugar
donde se fundo la Football Association (Asociación de
Fútbol), primer club y asociación de fútbol del mundo.

Los primeros que jugaron al futbol en la Argentina, fueron


los ingleses. Al principio era practicado por los marineros
ingleses. En 1867 los hermanos Thomas y James Hogg
fundan el Buenos Aires Football Club y jugaron allí con sus
amigos al fútbol, en la calle del Temple (ahora Viamonte)
38. El 20 de junio de ese año se enfrentaron por primera
vez dos equipos de futbol de acuerdo con las leyes de ese
juego. El encuentro se jugó en el Buenos Aires Cricket de
Palermo. Mas tarde comenzaria a jugarce por los
empleados de los ferrocarriles, cuyos directivos eran
ingleses.

Hacia 1890 ya se juega en la calle y en el patio de los


conventillos. la pelota de trapo es un invento de los
criollos.

Cronología del fútbol

1880 Primeros partidos de fútbol en la Argentina,


realizados en el Buenos Aires Cricket Club.
1901 El 25 de mayo de este año aparece el Club Aletico
River Plate.
1902 El 2 de agosto se funda el Club Atlético Tigre.
1904 Fundación de la F.I.F.A. (Federación Internacional
de Fútbol Asociado).
1905 El 3 de abril de este año se funda el Club Atlético
Boca Juniors.
1930 Primer campeonato Mundial de Fútbol, Uruguay sale
campeón y Argentina subcampeon.
1930 Luis Polo, Antonio Tassolini y Juan Valbonesi, en
Córdoba, inventan la primera pelota de fútbol sin tiento
de goma llamada Superball. En 1937 se la utilizo en la
A.F.A. y en 1938 en los mundiales, en Francia.(ver historia
de la Pelota)
1931 Se instaura el profesionalismo en la Argentina.
1934 Se funda la A.F.A. (Asociación de Fútbol Argentina).
1960 Primer Copa Libertadores de América, sale campeón
Peñarol de Uruguay.
1988 Primera Supercopa, sale campeón Racing de
Argentina.

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LA HISTORIA DEL FUTBOL

Un recorrido por la historia del fútbol Más de 5000


años de un juego fascinante
Este artículo fue publicado originalmente en FIFA
News en 1979. El autor fue el Dr Wilfried Gerhardt ,
quien ocupó en este tiempo el puesto de jefe de
prensa de la Federación Alemana de Fútbol (DFB).

La historia moderna del fútbol abarca bien 100


años de existencia. Comenzó en el año 1863,
cuando en Inglaterra se separaron los caminos del
"rugby-football" y del "associatcon football" y se
fundó la Asociación de Fútbol más antigua del
mundo: la "Football Associatcon".

Ambos tipos de juego timen la misma raíz y ambos


tienen un árbol genealógico de muy vasta
ramificación. Esta prehistoria conoce al menos
una media docena de diferentes juegos, en
algunos aspectos más o menos similares, que
pueden ser el origen del fútbol y de su desarrollo
histórico y que han sido interpretados así.
Evidentemente, a veces se pueden contestar
ciertas deducciones, pero dos cosas son claras: el
balón se jugaba con el pie desde hace ya miles de
años y no existe ningún motivo para considerar el
juego con el pie como una forma secundaria
degenerada del juego "natural" con la mano.

Todo lo contrario: aparte de la necesidad de tener


que luchar con todo el cuerpo (empleando también
las piernas y los pies) por el balón en un gran
tumulto, general mente sin reglas, parece que, ya
muy al comienzo, se consideraba una cosa
extremamente difícil y, por lo tanto, muy hábil,
dominar el balón con el pie. La forma más antigua,
que puede ser considerada como demostrada
desde el punto de vista científico, representa una
tal prueba de habilidad. Ella se remonta a la China
del siglo III y II antes de nuestra era. De la época de
la dinastía de Han, existe un libro de instrucción
militar en el cual figura, bajo los ejercicios físicos,
el "Ts'uh Kúh". Una bola de cuero rellenada Con
plumas y pelos tenia que ser lanzada Con el pie a
una pequeña red, Con una apertura de 30 a 40
centímetros., fijada a largas varas de bambú. Una
muestra de habilidad que requería seguramente
mucha destreza y técnica.

Existe también otra versión, según la cual los


jugadores estaban obstaculizados en el camino a
su meta, pudiendo jugar la bola con pies, pecho,
espalda y hombros - pero no con la mano -,
teniendo que salvar los ataques de un contrario.
De modo que la técnica artística del balón de
nuestros jugadores de élite actuales no es una
cosa tan nueva como muchas veces se suele
suponer.

Del Lejano Oriente proviene otra forma diferente, el


Kemari japonés, el cual se menciona por primera
vez unos 500 a 600 años más tarde y que se juega
todavía hoy en día. Es un tipo de fútbol en circulo,
mucho menos espectacular, pero mucho más
digno y solemne. Es un ejercicio ceremonial, que
bien exige cierta habilidad, pero que no time
ningún carácter competitivo como el juego chino y
no representa ninguna lucha por el balón. En una
superficie relativamente pequeña, los actores se
pasan el balón, sin dejarlo caer al suelo.

Mucho más animados eran el "Epislcyros" griego,


del cual se sabe relativamente poco, y el
"Harpastum" romano. Los romanos tenían un
balón más chico y dos equipos jugaban en un
terreno rectangular, limitado con líneas de
marcación y dividido con una línea mediana. La
pelota tenia que ser lanzada detrás de la línea de
marcación del adversario. Se hacían pases, se
eludía, los miembros de un equipo tenían ya
diferentes tareas tácticas y el público los incitaba,
con gritos, en sus rendimientos y resultados. Este
deporte fue muy popular entre los años 700 y 800.
Los romanos introdujeron este juego en Bretaña,
pero es muy dudoso que pueda ser considerado
como el precursor del fútbol, al igual que el
"Hurling", que era muy popular entre la población
celta y que se practica, todavía hoy, en Cornwell y
en Irlanda. De todas maneras, el desarrollo
decisivo del juego que hoy conocemos bajo el
nombre de fútbol tuvo su origen en Inglaterra y
Escocia.

El juego que florecía desde el siglo VIII hasta el


siglo XIX en las Islas Británicas, practicado en las
formas más diversas según el lugar o la región, y
que luego se perfeccionó hasta el fútbol que
conocemos hoy - y en otra dirección al rugby - se
diferenciaba notoriamente en su carácter de las
formas conocidas hasta entonces. No estaba
regulado, era más violento y espontáneo y no tenia
limitación en el número de participantes. Muchas
veces se jugaba ardientemente entre pueblos
enteros y pequeñas ciudades, a lo largo de las
calles, a campo traviesa, a través de zarzales,
cercados y riachuelos. Casi todo estaba permitido,
también patear el balón; pero existían
seguramente juegos donde no se podía emplear el
pie, por la simple razón del tamaño y del peso del
balón con el que se jugaba. Los pies se empleaban
más bien para frenar al adversario (a propósito, el
tamaño y el peso del balón fueron determinados
recién nueve años depués de la primera fijación de
las reglas de fútbol en 1863. Hasta ese entonces,
se decidía siempre, de caso en caso, cuando se
acordaba una competición. Como en un partido
entre Londres y Sheffield en 1866, evento donde
además se acordó, por primera vez, la fijación de
la duración del partido en una hora y media).

A la categoría del "fútbol masivo", sin limitación


del número de participantes y sin reglas
demasiado estrictas (según un antiguo manual de
Workington, Inglaterra, todo estaba permitido para
llevar el balón a la meta contraria, con excepción
de asesinato y el homicidio), pertenece, por
ejemplo, el "Shrovetide Football", que se practica
todavía hoy los martes de carnaval en algunos
centros tradicionalistas, tale como Ashbourne en
Derbyshire, pero en forma mucho menos brusca y
sin el gran número de bajas que debieron ocurrir
en los siglos pasados.

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Chileno Buscar... Emol Deportes ¿Qué diablos es la "Fevernova"? Más precisa, pero más
veloz, supuestamente más controlable a los pies de los genios, la "Fevernova" hará su
estreno en una semana en el Mundial. Bajo siete llaves, los japoneses controlan los 620
balones que estarán a cargo del protagonismo de la Copa del Mundo. Había algo de magia
cuando el grupo lo obligaba a uno –por ser el más chico y el más ingenuo- a cruzar la
frontera de moscas y tiritas de colores que marcaban la entrada de la carnicería. Don
Antonio, detrás de una vitrina que lucía cortes de filete, chuletas desbordando una bandeja
y melancólicas cabezas de chancho, desmanchaba un enorme cuchillo sobre su delantal
ensangrentado. Había que ser humilde, asomarse empinado sobre la vitrina, dejarse ver por
los chanchos adobados y por don Antonio, blandiendo la espada. -Esteee, don Antonio... -...
-¿Tendría un pedacito de grasa que le sobre para pasarle a la pelota? Nunca don Antonio
dijo que no, lo que a uno –con los años- lo mueve a pensar que eran las cabezas de chancho
o los enormes cuchillos los que alimentaban el miedo. Don Antonio siempre tenía un
pedacito de grasa que le sobraba para pasarle a la pelota, tarea que llevaría de seguro toda la
tarde, hasta que quedara brillante y blindada, incapaz de ser carcomida por los golpes de la
vida. Tantas pelotas como pedazos de carne pasaron por las manos de millones de
esperanzados y esperadores futboleros de domingos por la tarde. Engrasarla era necesario
para cuidar la pelota nueva, una rutina que se repitió desde que hace 2.300 años los chinos
jugaban al Ts'uh Kuh –la primera reminiscencia científica del fútbol- con una bola de
cuero, rellena de plumas y pelo. Don Antonio cerró su carnicería hace ya quince años.
Caminando de la mano con la primera mujer a la que besamos, se hacía casi inútil. Pero el
golpe de gracia, tarde o temprano, se lo habrían dado ahora, cuando los ingenieros
alemanes diseñaron la pelota que nunca más necesitaría cuero, la "Fevernova", que hará su
estreno la próxima semana, durante el Mundial de Corea y Japón. MEXICO FUE EL
ADIOS La primera vez que un partido de fútbol oficial se rindió a las bondades sintéticas
fue durante la Copa del Mundo de México 1986. Obsesionados por terminar con la
permeabilidad del cuero, los investigadores de Adidas diseñaron el "Azteca", la secuela del
balón Tango y Tango España, con los que se jugaron los dos mundiales precedentes
(Argentina '78 y España '82). Sabiendo que con lluvia, los 445 gramos oficiales engordaban
hasta casi un kilo, México '86 se jugó íntegramente con el nuevo balón sintético, una
imitación de cuero que le mantenía las suaves características, pero que le permitían la
absoluta impermeabilidad. Un informe de Bayer Report 2002 narra los trabajos realizados
por ingenieros de la mencionada casa deportiva para incorporar el poliuretano en la
elaboración de las pelotas para este Mundial. La necesidad era una sola: hacerlo no sólo
impermeable sino invulnerable a los impactos más violentos. La Tecnológicamente, lo que
diseñaron fue un balón recubierto de impramil, una materia prima del poliuretano que
resiste a la abrasión y que engloba nueve capas de espuma sintáctica que, a su vez, cubren
un núcleo de látex. "Es una espuma de plástico rellena de gas, compuesta por microceldillas
similares y muy resistentes", según define Joachim Rduch, director de producción de
Adidas y creador de la nueva esfera. LAS PRUEBAS DE LA VERDAD Cada uno de los
620 balones escondidos bajo siete llaves en Japón fueron testeados a través de 4.800
controles. El recelo tiene su razón. Los ingenieros afirman que sólo testeando
exhaustivamente se puede asegurar la gran ventaja de esta bola: la precisa transformación
de la energía. Pensando con los pies, significa que un futbolista profesional debería ser
capaz de jugar con mayor precisión, lo que –al menos hasta la hora de los ensayos- es
discutido por los futbolistas. Según el inglés David Beckham, pionero en las pruebas con
"Fevernova", el balón logra sacar provecho a los pases largos, "ya que la trayectoria aérea
es mucho más correcta que antes". Algunos brasileños, en cambio, afirman que el balón es
"demasiado grande y liviano", aunque con los 69,4 centímetros de circunferencia y los 420
gramos esté dentro de los márgenes reglamentarios. "Ahora es el turno de los jugadores de
demostrar si somos lo suficientemente buenos con la pelota –dice el argentino Pablo
Aimar-. Si disparamos desviado, seremos los únicos culpables". En Schenfield tiene una
explicación para esto. "El secreto –revela el informe de la Bayer- está en el tercio más
externo, formado por una espuma sintáctica de poliuretano que alberga millones de
microesferas rellenas de gas, atrapadas dentro de una pasta del mismo material. Después de
cada disparo, estas microesferas hacen que el balón recupere su forma de manera más
rápida, por lo que la trayectoria es muy precisa". Tanta perfección podría incluso ser objeto
de debate. Para el mediocampista brasileño Rivaldo, la pelota oficial "vuela claramente más
rápida, demasiado rápida. Los arqueros no están acostumbrados a tal velocidad". Sin
embargo, Oliver Kahn, arquero de Alemania, sólo critica los triángulos tricolores
–"molestos para la vista", pero recalca que el balón "revolotea mucho menos que otras". En
ocho días no habrá excusas. Los 64 partidos de la Copa del Mundo se resolverán por la
suerte que corra "Fevernova" en la cancha. Empiezan a correr las apuestas y los asados.
Lástima que don Antonio esté, pero vaya uno a saber dónde.
Deportes

El primer hincha
6 postales de fútbol
Por Roberto López Belloso

  

Miguel Prudencio Reyes conocía las historias de memoria. Casi tan bien como conocía el
cuero. Cuando ya el animal se había despegado de la carne y era piel sin dueño, secándose,
oliendo a bicho, Prudencio la tomaba entre sus manos y le daba forma.

“De oficio talabartero, nacido el 28 de abril de 1882”.

Así se presentó al “bajar” a la capital y buscar su primer trabajo, todavía llevando el


identikit del campo en cada uno de sus gestos. En la ciudad, Prudencio se encontró
trabajando otro cuero: el de las pelotas de fútbol. Una cámara rebelde que se metía cosida
dentro del envoltorio casi esférico. Una castigada forma que había que mantener, reparar y
poner a punto. Para eso, este casi gigante contaba con la fuerza de sus brazos y sus
pulmones inagotables. Antes de cada partido hinchaba los balones del Club Nacional de
Football. Un club nacido con la fe de bautismo de que los criollos disputaran el predominio
de los ingleses en el deporte del once contra once. Ahí, al lado de la línea de cal, apenas
afuera del verdadero lugar de los protagonistas, Prudencio se conocía todas las historias.

Su preferida era la de Bolívar Céspedes. Junto a su hermano Carlos formaban una temida
delantera. Tanto que un presidente prácticamente paró una guerra para que pudieran
disputar una final. Era 1904. Uruguay estaba viviendo la última de las revoluciones del
gauchaje “blanco” (como se conoce al Partido Nacional, más o menos equivalente a los
partidos conservadores) contra el gobierno del Partido Colorado (más o menos equivalente
a los partidos liberales) de José Batlle y Ordóñez. Los hermanos Céspedes venían de una
familia de Cerro Largo, departamento “blanco como hueso de bagual” donde estaba el
epicentro de la rebelión. Comprensiblemente escaparon a Buenos Aires para evitar la leva y
no tener que pelear contra los suyos. Eso los dejaba por fuera de las canchas uruguayas en
calidad de desertores. Pero “Pepe” Batlle no solo sería el creador del Uruguay moderno con
una serie de leyes sociales que convertirían este país en “la Suiza de América”. También
era un amante del fútbol. Así que no dudó en firmar un salvoconducto presidencial (eso sí,
por 24 horas) para que los Céspedes volvieran a jugar el decisivo partido contra el CURCC
(futuro Peñarol), cuyos futbolistas, en calidad de extranjeros y funcionarios del ferrocarril,
estaban eximidos de servir en el ejército. Cuenta la leyenda que ambos hermanos llegaron
en el más absoluto secreto, apenas a tiempo para entrar a la cancha y hacer los tres goles
con los que Nacional se coronaría campeón.

Lo que no sabía Prudencio, al contar esa historia, era que un siglo después sería la suya, la
del propio Prudencio, una de las historias más repetidas de la mitología del fútbol
uruguayo. Apasionado por un deporte que lo tenía confinado a la tarea de hinchar los
balones, Prudencio corría todo el partido por fuera de la línea de cal, alentando a los suyos
a todo pulmón. El público se preguntaba quién era ese entusiasta con algo de demente. “Es
el hinchabalones”, era la respuesta. Y tanta fue su fama, que hoy la Real Academia
Española recoge la palabra que designa su oficio para nombrar a los que alientan a un
equipo. Casi ningún hincha, casi ninguna hinchada, sabe que el sustantivo que los define
nació allá a comienzos del novecientos, en una lejana Montevideo, gracias a la pasión de un
talabartero. 

Leer ilustra
Por Juan Villoro

La pasión por el fútbol es capaz de encender y apagar otras pasiones. Esta historia de
hinchas obsesionados y amores fallidos revela una versión de los tristes excesos del
fanatismo.

Las pasiones de los hombres son inescrutables. Un amigo argentino, al que


llamaré Pipo Perfumo, ha orientado su vida en torno al fútbol. Decir esto no es
nada. La mayoría de sus paisanos decide sus domingos como él. Lo singular es
que su entrega alteró otra zona de su vida.
Nos conocemos desde hace más de cuarenta años. Llegó a México en la
adolescencia en compañía de sus padres (profesores universitarios amenazados
por los militares) y se integró a la comunidad “argenmex” de Villa Olímpica sin
mostrar otra seña de nostalgia que el anhelo por ciertos alfajores de Mar del
Plata, hasta que un día decidió volver a su país para que sus futuros hijos
supieran lo que significa apoyar al River Plate.
Lo visité en Buenos Aires en 2011, cuando el equipo de la franja acababa de
descender a segunda división por vez primera en su historia. Pensé que lo
encontraría conmocionado. En sus años de exilio me había hablado no solo de
los jugadores que había visto, sino de Carrizo, Labruna y Sívori, con la pericia de
quien ha atestiguado sus hazañas en el Estadio Monumental.
Para mi sorpresa, encontré a un hombre más abatido por la edad y la dificultad
para vender su departamento en dólares, que por el descenso de su equipo. “He
sufrido cosas peores”, dijo, como si recitara el estribillo de un tango. “¿Te
acuerdas de Laurita?”, preguntó, apagando con excesivo énfasis un cigarro.
Era imposible no recordarla, por su belleza y porque Pipo estuvo a punto de
morir por ella. Durante más noches de las que vale la pena recordar, lo oímos
hablar de algo que, a falta de mejor calificativo, él llamaba “falencia”.
Laurita había sido su Novia Ideal, la chica que nunca se aburría con su demorada
descripción de los jugadores que integraron la legendaria “Máquina” de River.
Todo funcionó de maravilla hasta el momento del encuentro íntimo. Viajaron a
Acapulco, compartieron un día de sol que ella mejoró con su bikini, y regresaron
al hotel. Ahí, él se quedó pasmado ante el portentoso cuerpo de su amada y su
incapacidad de reaccionar al respecto. A eso le llamaba “falencia”.
Pipo sufrió el estupor del enamorado que no está a la altura de su deseo en un
tiempo en que la química no había inventado pastillas azules para las
“falencias”. Un tiempo antiguo, de bikinis anchos (el dato es importante).
Mi amigo se sintió tan humillado que rompió la relación. Laurita había sido
comprensiva pero no paciente; trató de tranquilizarlo sin ser su terapeuta, y a
los dos meses se comprometió con un arquitecto.
Pipo quedó devastado. Ese fue el Momento Oscuro de su vida. A partir de
entonces sería, para siempre, la persona que no consumó su pasión con Laurita.
¿Qué tenía que ver eso con la caída de River a segunda división? En forma
directa, nada. Pero las pasiones turbulentas dan rodeos. “Mi mayor decepción
futbolística ya ocurrió”, Pipo encendió otro cigarro. “Solo lo supe cuando leí
Dudoso Noriega, de Juan Sasturain. Leer ilustra, hermano. La novela se ubica en
Mar del Plata. La gente se asolea y pasan cosas”. Me quedé esperando el
significado de las últimas dos palabras: “...pasan cosas”.
Pipo Perfumo miró una gaviota que parecía extraviada en el cielo, incapaz de
encontrar el Río de la Plata. Luego dijo: “Nunca me gustó la playa, pero las
mujeres quieren tirarse al sol. Fui consecuente, Juan”.
Esperé que volviera a ser consecuente y aclarara el enigma de una vez: “Cuando
llegamos al cuarto, ella se quitó el bikini”, recordó. “Venimos de un mundo de
bikinis anchos. La mina se había bronceado tanto que tenía una franja blanca en
el pecho y me paralicé. ¡Su piel parecía la camiseta de Boca! Soy de River, ¡qué
iba a hacer! Entonces no me di cuenta de eso. Solo lo supe al leer el libro.
Sasturain habla del bronceado que de pronto parece una camiseta de Boca. Así
entendí el horror que me provocó ese cuerpo glorioso. De haberlo entendido a
tiempo, habría esperado a que ese efecto demoledor desapareciera de su piel.
Pero no supe analizar mi miedo. En Acapulco sentí un espanto cósmico y nada
más. El fútbol puede provocar eso: si no lo compensas con educación, te
aniquila. Tienes que conocer los límites de tu fanatismo. Te pido que escribas de
eso. Los bikinis de ahora son más pequeños, pero por ahí despistan a alguno.
Además, el fundamentalismo es como la humedad, se mete en todas partes. Me
fui a segunda división antes de que se fuera River. ¡Por no leer, hermano, por no
leer!”.
Alzó la vista. La gaviota había desaparecido. El cielo, rayado de nubes, parecía la
camiseta de la selección argentina.

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