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INTRODUCCIÓN

Confieso que cuando pensé en la posibilidad de publicar este libro me enfrenté a


numerosas dudas antes de decidir que se hiciera realidad. Razones de todo tipo hubo
para que yo fuera postergando la realización de aquella idea durante más de dos años,
razón por la cual recién fue en este 2011 que acordé con Campodónico que se abocara a
su escritura. Él puede, precisamente, dar fe de que lo que digo sucedió tal como lo relato
y que la primera vez que estuvimos a punto de empezar a trabajar en el texto fue cuando
nos reunimos en junio de 2009.
Entre las razones que me llevaron a postergarlo me parece necesario subrayar la
verdad que consistía en que me costaba recordar el período en el que mi vida estuvo a
merced de las drogas y, sobre todo, porque muy probablemente eso se debiera a que yo
no quería recordarlo. De todos modos, ahora que el libro está pronto me doy cuenta de
que se trata apenas del esqueleto de lo sucedido, ya que resulta imposible abarcar en su
compleja totalidad lo vivido tantos años atrás. Pienso, además, que no sería conveniente
insistir hasta el cansancio con el mismo tema, llover sobre mojado no haría otra cosa
que convertir la lectura en una tarea tediosa. Me interesa que el lector se encuentre con
el núcleo y este estoy seguro que realmente está.
Hay una aclaración que me parece imprescindible formularla desde el principio
mismo. Fui yo quien le indiqué al autor los nombres de las personas a quienes debería
entrevistar para complementar la información que yo mismo podría darle. Y a todos
ellos los dejé en absoluta libertad, es decir, yo me mantuve totalmente al margen, al
extremo de que no me enteré del tenor de sus declaraciones hasta que el libro estuvo
terminado. Esta actitud la tuve incluso con mi hija, a quien tampoco le sugerí ni siquiera
ni una palabra de lo que yo quisiera que dijera. Por lo demás, tampoco ninguno de ellos
sabía cuáles serían las preguntas que les formularía el autor.
Dije antes que el libro es una especie de esqueleto a lo que debo agregar ahora
que en un principio, cuando leí el original, me pareció que no era suficientemente
extenso. Sin embargo, inmediatamente después comprendí que eso era lo que
correspondía, al fin de cuentas numerosos libros como, por ejemplo, “El Principito”, no
son demasiado largos. Es que en ellos lo que importa no es la cantidad de páginas que
contienen sino la esencia que encierran. Este trabajo es probable que pueda leerse en
poco tiempo, pero estoy seguro de que se digiere durante toda la vida.
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Yo aprendí que no era responsable de mi adicción, pero que en cambio lo era de


mi rehabilitación. El grupo fue fundamental, tal como en el libro se explica, ya que la
recuperación es muy vasta y necesita de los otros. La semejanza que se me ocurre tiene
que ver con lo que realiza en un circo el malabarista que con una larga vara metálica
logra mantener cinco platos en movimiento permanente mientras los hace girar allá en
lo alto sobre su extremo. Es precisamente el grupo el que ayuda a que el rehabilitado
también consiga mantener equilibrados todos los platos de su vida, esto es, la familia,
los hijos, los amigos, el trabajo, el dinero, la vastedad en suma que supone el complejo
regreso a la normalidad sin drogas.

Carlitos Páez
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UNA NUEVA CORDILLERA

Si a alguien se le preguntara si es verdad que Carlitos Páez, después de la odisea


de los Andes tuvo que enfrentar otra prueba límite que amenazó con sepultarlo, casi
seguramente contestaría negativamente. Es difícil imaginar que una misma persona
tenga que pasar por dos momentos de tal naturaleza que estén a punto de llevarla a la
muerte. Sin embargo, quien negara este hecho estaría completamente equivocado. Es
que quienes pudieran interesarse en conocer cómo fue la vida del sobreviviente Carlitos
Páez, en los años siguientes a la tragedia desatada por la caída del avión en el que
viajaba, necesariamente tendrán que conocer el durísimo desafío al que debió
enfrentarse cuando ya había vuelto a la vida y se había reintegrado a la rutina cotidiana
en Uruguay.
En principio es cierto que parece imposible que después de permanecer perdido
durante setenta y dos días en la inmensa cordillera y de haber tenido que recurrir, como
sus compañeros de desgracia, a la antropofagia como medida extrema para no morir,
Carlitos tuviera que padecer otra experiencia que estuviera a punto de lograr lo que los
Andes no habían podido conseguir. Claro que a aquella no llegó como consecuencia de
un accidente sino de actos propios que fueron encadenándose hasta dejarlo al borde de
un abismo que estuvo cerca de tragarlo.
Entonces, lo que cabe es, una vez aceptada la existencia de esa nueva prueba que
Carlitos Páez denomina “mi segunda cordillera”, indagar para saber en qué consistió y
sobre todo cuáles fueron los caminos que recorrió para paulatinamente ir librándose de
la trampa en la que había caído con el correr de los años. Lo que importa conocer es, en
suma, cómo recuperó la libertad al zafar de aquella y en qué consistió su fundamental
transformación.
En el libro “Después del día diez”, 1 Carlitos Páez afirmó con una sinceridad
poco frecuente -esa característica suya que llama la atención porque no se detiene ni
siquiera frente a los asuntos más personales- que él tiene una mentalidad adicta. Cuando
hizo ese comentario para el libro se refería concretamente a la adicción a los
1
Miguel Ángel Campodónico, Linardi y Risso, Montevideo, 2003.
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medicamentos, pero en las páginas siguientes también habló de la dependencia del


tabaco, del alcohol y de otras drogas más pesadas que lo atrajeron de tal modo que
terminó convirtiéndose en un adicto obligado a buscar ayuda para lograr la
rehabilitación.
Después del tabaco -su única adicción hasta la tragedia de los Andes en octubre
de 1972- tal como también lo dijo en el libro antes mencionado, llegó el alcohol para
sumarse a los cigarrillos negros “La Paz Suave”, entonces su marca preferida. No podía
decirse todavía que se hubiera convertido en un alcohólico absoluto, pero es verdad que
una vez que se reintegró a la normalidad, durante el primer verano después de la
tragedia, esto es, a fines de 1972 y principios de1973, tomaba más de un whisky
diariamente. Él lo comenta de esta manera: “No recuerdo haber pasado un solo día de
ese verano sin tomar uno o dos vasos de whisky, creo que lo hacía para hacerme el
hombre, me parecía algo divertido”, lo que en cierto modo permite pensar que el terreno
ya había sido abonado convenientemente para que tiempo después crecieran en él
nuevas adicciones.
Y para subrayar esa especie de indiferencia con que se trata al consumo del
alcohol agrega: “Ahora me causa gracia recordar que algunas publicaciones decían que
los sobrevivientes de los Andes habían madurado. Una revista japonesa, por ejemplo,
había expresado que tanto habíamos madurado que a pesar de nuestra juventud
parecíamos personas de alrededor de cuarenta años. Aquello era absurdo, quizás era
verdad en parte, en algún punto concreto y nada más, pero en muchísimas cosas
importantes no habíamos madurado nada. Además, generalmente se olvida que la gran
droga es el alcohol, es habitual dejarlo de lado como si no fuera una droga, yo me animo
a decir que el noventa por ciento de los adictos toman alcohol.”
Es necesario recordar que Carlitos cumplió los diecinueve años de edad en la
cordillera, por lo que apenas entrado en la juventud, con tan pocos años a cuestas, llegó
a Montevideo para encontrarse con que el común de la gente lo consideraba una especie
de héroe de temple de acero -más de una publicación extranjera lo llamó precisamente
así, “the man of the iron spirit”- que parecía salido de una novela de aventuras. Las
circunstancias aparentemente ingobernables lo habían llevado a que se le adjudicara el
papel de un protagonista literario que después de pasar por mil vicisitudes lograba salir
ileso para culminar en un final feliz escapando de la oscuridad para regresar a la luz
plena. Difícil papel que nunca había pensado que le sería reservado y para el que, por
supuesto, tampoco estaba preparado.
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Pasarían varios años desde aquel verano de 1972-1973 -es necesario insistir con
que fue el primero que vivió en el Uruguay después de haber sobrevivido en los Andes-
para que Carlitos Páez se convirtiera en un alcohólico debido muy probablemente a que,
como recién lograría entenderlo con el paso del tiempo, había considerado que al
escapar de la cordillera había traído consigo una especie de salvoconducto que al
hombre del temple de acero le permitiría hacer todo lo que quisiera del modo que se le
ocurriera porque la sociedad se lo perdonaría.
Sin embargo, Carlitos ha declarado más de una vez que siempre ha sentido que
su verdadera cordillera no fue la tragedia de los Andes, sino la separación de sus padres
cuando él tenía trece años, un golpe que debido a su exacerbada sensibilidad lo marcó
para siempre. Esta opinión suya, según sostiene, fue comprendida por mucha gente que
se sintió identificada con su sentimiento y que así se lo hizo saber. Pero, además,
también ha repetido que sus adicciones terminaron levantándose frente a él como una
barrera tan imponente y difícil de superar como el divorcio de sus padres y como la
andina.
Sería entonces cuando se vería obligado a pelear nuevamente, a luchar por
recuperar su libertad, a romper los nudos que lo mantenían atado en principio al
consumo de alcohol y posteriormente de la marihuana, de la cocaína y de los
medicamentos. Y tampoco se ha cansado de reiterar que para triunfar en esa pelea tuvo
un papel fundamental el respaldo de un grupo tal como había sucedido cuando se
apoyaron los unos a los otros para sobrellevar la tragedia de los Andes. La presencia de
los demás en Narcóticos Anónimos, fue el camino adecuado que, paralelamente a un
inicial tratamiento estrictamente médico, contribuyó de modo decisivo a su
rehabilitación. Él no estuvo solo, sintió que esos otros sobrevivientes que eran los
adictos con los que compartía en el grupo las reuniones semanales lo comprendían, lo
protegían y lo ayudaban a continuar la marcha hacia delante para quedar liberado de las
drogas.
Tal como se dijo, durante aquel verano Carlitos no dejó de tomar whisky todos
los días. En tanto se trata de una droga socialmente aceptada, él no sentía que estuviera
cometiendo un acto que fuera condenado por la gente que frecuentaba. Por lo demás,
muy probablemente buscando formar una familia debido al conflicto emocional
desatado por la separación de sus padres, en 1976 se casó muy joven -apenas tenía
veintidós años- y si bien entonces era una persona contraria a las drogas al punto que la
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sola mención de la palabra lo molestaba con el paso del tiempo igualmente terminaría
convirtiéndose en un adicto.
Carlitos explica que se casó a una edad tan temprana debido a la atracción que
ejerció sobre él la familia de su esposa, quien, por otra parte, tenía solamente diecinueve
años: “Me gustaba mucho su familia, era gente de campo y a mí me parecía que esa
clase de gente era la que lograba formar una organización familiar más sólida, bien
constituida, al menos en comparación con la mía donde había sido todo diferente. En mi
casa yo no tenía límites, mi padre me parecía una figura inalcanzable, puedo decir que
yo vivía a su sombra, su fama, sus éxitos tanto en el Uruguay como en el exterior en
todo lo que hacía, así como sus viajes permanentes lo alejaban constantemente de mí.
Sin embargo, a pesar de la nueva familia que me había aportado el matrimonio estuve
casado solamente tres años.”
Su mentalidad por el propio Carlitos definida como adicta que lo llevaría a
pasarse de una droga a la otra fue la que lo impulsó a la cocaína después de concurrir
durante un período a Alcohólicos Anónimos. Su última internación en el Hospital
Británico, la más importante ya que duró treinta días, no se debió a ninguna de aquellas
drogas sino a su adicción a los medicamentos. “En realidad -comenta- el adicto es
adicto a todo, se va sustituyendo una cosa por la otra, yo llegué a tomar tres Lexotan por
día,2 los ponía en el mate. Estuve internado tres veces por el alcohol por decisión propia
y la primera vez estuve un año sin tomar aunque seguía consumiendo pastillas. Yo no
me había dado cuenta de que los psicofármacos eran tan perjudiciales como el alcohol.
Claro que además a las pastillas yo le sumaba la cocaína.”
Efectivamente, sus adicciones lo habían llevado, entre otras cosas, a internarse
para hacerse una cura del sueño. En total estuvo cuatro veces internado, tres en el
Sanatorio Americano y una en el Hospital Británico. Pero, además, como consecuencia
de sus adicciones tuvo que padecer cuarenta y dos días en prisión en distintas cárceles
del país por el simple consumo de drogas, una medida represiva que hoy nadie se
animaría a considerar como la más apropiada para ayudar a quien ha caído en una
adicción. En esa época, es decir, en 1980, el Uruguay estaba gobernado por una
dictadura militar producto del golpe de estado que se había producido en 1973 y
seguramente a las autoridades se les hizo agua la boca cuando se les presentó la
oportunidad de mostrar públicamente la fotografía de un héroe de los Andes,
perteneciente a la llamada clase alta, encerrado en prisión por actos que consideraban
2
Marca muy conocida en el Uruguay de un psicofármaco.
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inmorales. Los militares deben haberse sentidos satisfechos porque de ese modo
contribuían a demostrar que aquel hombre mirado como un pituco del residencial
Carrasco que se había transformado en héroe tenía los pies llenos de barro como
cualquier persona común que vivía en los barrios populares de la ciudad. Las fotos de
frente y de perfil de Carlitos Páez en los diarios, su imagen en la televisión y la
reproducción de la noticia demostraban que las autoridades velaban por la moralidad
pública y que no se detenían ni siquiera frente a un hombre a quien se veía como una
especie de símbolo de la voluntad y de la actitud positiva por lo que había tenido que
vivir en los Andes.
Tanta fuerza adquirió la forma elegida para exponer públicamente lo que debería
verse como una debilidad de Carlitos Páez, que un compañero suyo de la odisea andina
fue a visitarlo a la cárcel no para solidarizarse por el momento que estaba pasando en la
prisión sino para echarle en cara su adicción a las drogas. Ese compañero se mostró
indignado porque pensaba que la actitud de Carlitos, a quien al fin de cuentas
condenaba por ser un drogadicto irresponsable, terminaría desprestigiando a todos los
sobrevivientes de los Andes. La difusión de la noticia en los medios de prensa había
logrado que el héroe reasumiera su pobre condición humana, los supuestos héroes
admirados por la opinión pública no lo eran tanto.
Cuando salió en libertad, Carlitos decidió comenzar una terapia, ya que de ese
modo se convenció de que contribuiría a borrar la imagen que la gente común podría
haberse hecho del héroe caído, pero sobre todo porque ya rondaba en su cabeza la
necesidad de enfrentar sus adicciones con el valor y la determinación que le exigía el
gigantesco muro que las drogas habían levantado entre él y la vida normal. Para
liberarse totalmente del consumo, sin embargo, todavía debería pasar algún tiempo más.
Las terapias se sucedieron y aún hoy continúa asistiendo una vez por semana a
una sesión que lo ayuda a tratar fundamentalmente la culpa, una traba psicológica
bastante extendida que como él mismo comenta preocupa a muchísimas personas. En un
principio concurría cuatro veces por semana para llevar adelante una de corte
psicoanalítico, pero luego decidió dejarla y reiniciar un tratamiento diferente. Aquella
fue una decisión fundamental en tanto lo hacía por su propia voluntad buscando el
camino para desprenderse de la adicción del alcohol, paso que culminaría con su
internación durante diez días. Claro que, como suele suceder en casos similares, después
de pasar un año entero sin tomar un solo trago, un día en el que se festejaba un
cumpleaños tomó una copa y ya no volvió a detenerse. Nuevamente pasaría un tiempo
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hasta que finalmente llegaría el momento en el que daría el gran salto al tomar la
determinación, mientras estaba internado en el Hospital Británico, de integrarse a las
reuniones de Narcóticos Anónimos. Esto fue consecuencia, como se verá más adelante,
de su asistencia a una terapia con un médico que también era un alcohólico en
recuperación y quien finalmente le sería de gran utilidad para empezar a dejar las drogas
ya que si bien se había desprendido del alcohol había terminado cayendo en las garras
de la cocaína mientras seguía consumiendo los medicamentos.
En verdad, el proceso de las adicciones de Carlitos tuvo varias etapas que él
mismo se encarga de recordar: “En 1976 probé la marihuana, me acuerdo que quise
hacerlo en presencia de mi padre, fue cuando hice un viaje a Nueva York con mi esposa
invitados por él. Ahora hago una enorme cantidad de viajes anuales, solamente a
México he viajado más de veinte veces en un año, pero aquel fue mi primer viaje largo
de modo que para mí era toda una novedad. Si hoy me preguntara por qué aquel día
decidí fumar marihuana lo único que se me ocurriría contestarme sería que lo hice por
novelería, no puedo decir otra cosa, no tengo ninguna explicación más convincente.
Como tampoco tengo una razón clara para justificar que quisiera fumar estando mi
padre presente. Después dejé el alcohol y me pasé a la cocaína debido a que un amigo
me invitó a probarla. Y más tarde todavía empecé a consumir medicamentos. Fui por
primera vez a un grupo de Alcohólicos Anónimos en Argentina, pero en aquel tiempo
esos grupos funcionaban únicamente para dejar de consumir alcohol, esa era la
substancia que debía abandonarse. Si el integrante del grupo se liberaba del alcohol se
consideraba que el procedimiento había dado resultado. No había grupos formados para
combatir adicciones diferentes. Y entonces, uno si bien dejaba el alcohol, pasaba a
consumir cualquier otra cosa. Tengo entendido que ahora el enfoque cambió, ya no se
trata de Alcohólicos Anónimos, se habla de Adictos Anónimos. En cambio, Narcóticos
Anónimos enfocaba su actividad para quedar limpio del alcohol y de las otras drogas.
Mientras concurrí a Alcohólicos Anónimos nunca más consumí alcohol, cuando recaí en
el cumpleaños ya no estaba concurriendo a los grupos. En aquellos tiempos me
internaba, salía del sanatorio, volvía a tomar y volvía a internarme, pero cuando iba al
grupo yo seguía consumiendo cocaína, de modo que no estaba limpio ni mucho menos
de drogas. Por suerte el alcohol y la coca no fueron contemporáneos, cuando me pasé a
los medicamentos y a la cocaína no tomaba alcohol.”
En la vida de Carlitos hubo, pues, una variada historia de internaciones y de
distintas terapias que hablan claramente de los diferentes caminos que tuvo que recorrer
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hasta que con una actitud decididamente positiva estimulada por quienes estaban
hundidos en el mismo problema logró liberarse de las adicciones. Parece oportuno
transcribir lo que él dijo en el libro “Después del día diez”, al referirse al sentimiento
que ha guardado por las personas que conoció en los grupos de ayuda para dejar las
drogas en comparación con la condición de amigos que se les ha atribuido a quienes se
enfrentaron a la muerte en los Andes.
En aquella declaración una vez más su sinceridad no dejó de sorprender: “Hay
además una verdad que me interesa especialmente puntualizar. Sobre todo para que no
se siga hablando equivocadamente de las características de las personas que subimos al
avión el jueves 12 de octubre de 1972. Aquel grupo -ya lo he insinuado anteriormente-
no estaba conformado exclusivamente por amigos. Por consiguiente, después de nuestro
reingreso a la vida normal, no nos convertimos por arte de magia en lo que nunca
habíamos sido. No somos todos amigos ni somos un conjunto de apóstoles que anda por
el mundo predicando la verdad. Yo, por ejemplo, me siento mucho más amigo de los
compañeros que integran Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos -grupos a los
que concurro todavía-3 que de algunas de las personas que hicieron el viaje conmigo. Y
esto es importante, ya que se trata de amistades elegidas, de una elección personal. Con
los compañeros que compartimos los sufrimientos en la cordillera nos reunimos para
realizar determinadas cosas concretas, pero esto no significa que seamos todos grandes
amigos.” Y posteriormente, en otra charla con el autor de este libro, Carlitos agregó que
“no se trata de una novela rosa, no todos los sobrevivientes de los Andes éramos amigos
ni lo somos, es evidente que cada uno de nosotros es diferente y eso lo sabemos.”
Escuchar el relato de Carlitos de las circunstancias que rodearon su detención y
la posterior prisión por ser un adicto, sirve para incorporar nuevos elementos que
ayudan a conocer cómo las autoridades de la época lo exhibieron como si fuera un
delincuente.
“En 1980 pasé cuarenta y dos días preso en distintos establecimientos de
Canelones, Maldonado y Montevideo, en este caso en la Cárcel Central. Me sacaron del
apartamento en el que entonces vivía en la Avenida Brasil. Me acuerdo que entre otros
apremios se empeñaban en preguntarme a quién había matado para comérmelo en los
Andes, que confesara, que diera el nombre de la persona que yo había asesinado. Mi
fotografía aparecía en la televisión y en los diarios, cosa que estaba totalmente prohibida

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Actualmente no concurre a esos grupos a pesar de sostener que es probable que debería continuar yendo.
“Al fin de cuentas se trata de una terapia grupal, gratuita y efectiva”, afirma.
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ya que yo no tenía antecedentes de ninguna naturaleza, en el peor de los casos, si yo era


culpable de algo, debían tratarme como a un primario absoluto. Como si fuera poco la
noticia y mi fotografía también aparecieron en la prensa argentina y lo que todavía es
peor publicaron una en la que yo estaba con mi mujer y mi hija. Me llevaron
simplemente por consumo, pero en el momento en que me apresaron no estaba
consumiendo, ni siquiera me encontraron droga encima, no tenía nada de nada. No fui el
único que cayó preso, conmigo marcharon otros, lo que ellos querían era gente
‘conocida’ y yo les venía como anillo al dedo. La peor tortura que recibí fue la
psicológica, pero también me encapucharon, claro, a cada rato me anunciaban que iban
a aplicarme la picana eléctrica. La tortura en aquellos tiempos era moneda corriente, no
hay que olvidar que no se ejercía únicamente contra los militantes de los sectores
políticos. El operativo que desplegaron se llamaba ‘Hongos en abril’, la policía llegó a
hablar de un ‘turbio caso de estupefacientes’, parecía que estuvieran desarrollando un
gran plan para desbaratar a una banda de delincuentes y que yo fuera uno de ellos.
Cuando se había rendido al consumo, Carlitos realizó actos que muestran el
grado de desequilibrio al que puede llegar una persona que se ha rendido a la droga. Si
él los menciona es, precisamente, para recordar que la personalidad se transforma y que
el adicto se cree todopoderoso al punto que está convencido de que los límites no
existen. Justamente es debido a esa condición que adquiere quien se ha drogado que él
recuerda que a la cocaína se la conocía como la “droga tarzanesca”. Los hechos que
Carlitos evoca son apenas dos, no le parece necesario ofrecer otros para ejemplificar lo
dicho anteriormente.
“Yo tenía una heladera que no sé por qué razón cuando se la tocaba siempre
daba un fuerte golpe de corriente. Yo no me preocupaba por arreglarla, así dejaba que
siguiera funcionando. Me acuerdo que cuando algún amigo iba a visitarme a mi casa yo
aprovechaba para pedirle que me trajera alguna cosa de la heladera y de esa manera
disfrutar viendo cómo al abrirla recibía la descarga eléctrica. Así me divertía, jugando
con lo que podría terminar en una tragedia. En otra oportunidad recibí una llamada
telefónica anónima de un amigo que para hacerme una broma se hizo pasar por policía.
No llegué a identificarlo porque había desfigurado la voz de modo que asumí que lo que
había dicho quien me hablaba era verdad. Su llamada, según me dijo, se debía a que
quería avisarme que estaba en conocimiento de que en ese momento la policía se dirigía
a mi casa para llevarme preso. Yo tomé entonces aquella noticia con mucha
tranquilidad, si es que puede decirse que un drogado en algún momento está tranquilo
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como una persona que no es adicta, lo que quiero decir es que me convencí de que yo
podría arreglármelas por mí mismo, que no me importaba absolutamente nada que
vinieran a buscarme para trasladarme a la cárcel. Me quedé tirado en la cama, puse
sobre ella la droga que tenía, dos pistolas y una escopeta y me dispuse a enfrentarlos.
Así esperé que la policía llegara a mi casa, cosa que nunca sucedió. Pero yo no sabía
que se trataba de una broma, estaba convencido de que como Tarzán todo lo podía.”
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ADICTO SIN LOS ANDES

En el caso de Carlitos, lo primero que sorprende a alguien que no es entendido


en adicciones es el largo lapso que transcurrió entre lo que vivió en los Andes y su caída
en el infierno de las drogas más allá del alcohol que había empezado a tomar en el
verano antes mencionado. Contrariamente a lo que podría pensarse no puede
establecerse una relación directa entre lo sucedido en la cordillera y la costumbre de
consumir drogas. Carlitos no se convirtió en un adicto inmediatamente después de la
tragedia. Sus adicciones no pueden explicarse de esa manera, no fue la consecuencia
natural por haber enfrentado a la muerte en la cordillera lo que lo llevó a tomar ese
camino.
Por un lado, el mismo Carlitos está convencido de que “lo que pasó en los Andes
no tuvo nada que ver con que yo fuera un adicto, es verdad que ser alguien con
renombre en plena juventud, con cierta cuota de fama, termina embarullando y en cierto
modo desequilibrando, pero probablemente yo hubiera sido un adicto aunque el avión
en el que viajaba no se hubiera caído y no hubiera vivido aquella tragedia que soporté
durante más de dos meses.”
Evoca los momentos vividos al regresar al Uruguay, en medio del entusiasmo de
la gente que les ofreció a los sobrevivientes un recibimiento propio de semidioses, pero
reitera que no cree que haya caído en las adicciones por el lugar tan particular que pasó
a ocupar en la consideración pública a partir de aquel momento: “Tengo todavía en la
cabeza lo que fue el recibimiento en el aeropuerto de Carrasco cuando los
sobrevivientes regresamos de Chile, miles de personas se aglomeraban para darles la
bienvenida a quienes habían llamado ‘los chicos que volvían de la muerte’. Aquel día
como pocas veces sucedió en el Uruguay, se paralizó el país. Cuando llegué a mi casa el
ambiente era una locura, entraba y salía gente todo el tiempo. También la prensa del
mundo entero estaba pendiente de nosotros, de pronto dimos un salto a la fama y eso no
es fácil de manejar a los diecinueve años. Sin embargo, repito, no soy adicto por los
Andes, eso ya venía conmigo, en todo caso la cordillera fue el campo propicio para que
yo me largara por un camino fácil, un camino que estaba lleno de frivolidad y de
insensatez. Yo no voy a echarle la culpa a la cordillera por mis adicciones. Me
preguntaba qué misión tenía que cumplir en la vida, una pregunta completamente fuera
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de lugar, absurda, yo no tenía que cumplir ninguna misión por el hecho de haberme
salvado de morir en los Andes, no tenía que sentirme culpable por haber seguido con
vida.”
Cuando a Carlitos se le pregunta si en aquel momento realmente se sintió una
especie de héroe moderno no deja de sonreír y de contestar negativamente. Para él todo
fue producto de las circunstancias explotadas por los medios uruguayos y extranjeros
para presentar a los sobrevivientes como seres legendarios de modo de despertar el
mayor interés en el público que cuando aparecía el nombre de uno de ellos se afanaba
por leer los diarios y las revistas, escuchar las radios y ver la televisión.
Es en ese sentido que recuerda un hecho que otra vez evoca con la misma
naturalidad con la que enfoca todos los asuntos para ejemplificar hasta dónde llegó la
confusión en la que cayeron los medios víctimas de su propia estrategia para ganar
consumidores: “¡Qué voy a ser un héroe, todo aquello fue un bluf! Al fin de cuentas, yo
soy una persona inteligente, no soy un estúpido, de modo que sabía muy bien quién era,
como también sabía que no era un sabelotodo. Voy a dar un ejemplo de la exageración a
la que llegaron los medios. ¿Cómo puedo yo ser un hombre de consulta literaria?
¿Acaso me había convertido en un especialista porque había sobrevivido en los Andes?
Sin embargo, un día me llamaron por teléfono desde un diario montevideano para
preguntarme qué libros recomendaba leer. Era un despropósito total. Yo le seguí la
corriente al periodista y salí del paso porque como justamente en esos días había leído
algo sobre Antonio Tabucchi, el escritor italiano, se me ocurrió decir que había que
leerlo. Lo único que recordaba era que en cierto momento me había llamado la atención
que Tabucchi definiera el cielo como de un ‘azul furioso’. Eso me había gustado mucho
así que aproveché para atarlo a la respuesta que le di al periodista. Supongo que de ese
modo, debido a lo que contesté, habrá creído que entre tantas otras cosas yo era un gran
lector, al fin de cuentas parecía que los sobrevivientes de los Andes podíamos opinar
con propiedad sobre cualquier tema. Me sentía como si yo fuera el personaje
protagónico de la película ‘Desde el jardín’, aquel jardinero interpretado por Peter
Sellers, que solamente conocía el mundo exterior por lo que veía en la televisión y que
cierto día, debido a un hecho circunstancial, se convirtió en una personalidad de quien
todos querían escuchar sus opiniones. Era algo retardado, no tenía idea de nada, pero
todo cuanto decía -siempre relacionado con las plantas, las flores y los árboles- era
interpretado por lo demás como si hablara un lenguaje cifrado sobre los temas más
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importantes de la política y de la economía hasta que terminaron considerándolo algo


muy parecido a un genio.”
La opinión de Carlitos al rechazar la idea de que sus adicciones fueron
directamente causadas por la tragedia de los Andes, es también la del doctor Fernando
Cortinas, especialista en medicina de la adicción, quien trató a Carlitos en su momento
más difícil y fue el responsable del tratamiento que se le aplicó durante la internación en
el Hospital Británico, así como quien provocó su participación en un grupo de
Narcóticos Anónimos: “Yo no excluiría a los Andes, pero diría que fue un elemento
complementario, ya que se trata de un hecho esencial en la vida de cualquier persona.
Carlitos antes de ser mi paciente ya había tenido otras internaciones por alcoholismo
que no habían dado resultado. Los Andes pueden haber sido un factor desencadenante,
coadyuvante, catalizador, pero no determinante. Esto está claro. La adicción tiene otros
elementos etiológicos que la desencadenan, tiene que ver con una predisposición
biológica, con la vulnerabilidad genética que en el caso de Carlitos estaba presente. Los
fenómenos psicológicos son elementos coadyuvantes que hacen desarrollar el proceso
adictivo de acuerdo a la estructura de la personalidad de cada individuo, pero no son
determinantes de la adicción. Conozco tantas personalidades como adictos conozco.
Claro, en medicina no hay nada absoluto, simplemente transmitimos experiencias y
porcentajes.”
Y el doctor Cortinas agrega una última explicación que seguramente llamará la
atención a las personas que no son entidades en estos temas: “Yo no tengo dudas de que
Carlitos hubiera sido adicto de todos modos aun sin la tragedia de los Andes. Hoy se
saben muchas cosas que en aquella época no se conocían. Así, por ejemplo, si hacemos
un genograma, el árbol genealógico del sistema familiar, y llegamos a la cuarta
generación, algo difícil pero no imposible, podremos establecer sin margen de error
quién será adicto en la familia. Todavía no se sabe cuál es el gen, se habla de una
enfermedad poligénica multifactorial.”
El doctor Cortinas en aquellos tiempos dirigía un equipo desde el punto de vista
médico conformado por otros integrantes que en el campo terapéutico contribuían y
participaban en el tratamiento. Entre ellos estaba Damián Rapela, consejero en adicción
quien hizo estudios de esa especialidad en los Estados Unidos y que también había
estado en rehabilitación.
Es necesario destacar que Rapela no fue el único rehabilitado con quien se trató
Carlitos, también el doctor Cortinas se define como un adicto a pesar de que hace ya
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treinta y dos años que no consume ninguna droga psicoactiva. Es interesante transcribir
la frase que emplea para demostrar lo que piensa alguien que hace tanto tiempo que no
consume, pero que de todos modos sabe que la batalla hay que librarla día a día. “Yo
digo que soy un adicto porque una copa para mí es demasiado, pero ciento cincuenta
son pocas”, dando a entender que si volviera a tomar aunque más no fuera un trago
terminaría desencadenando nuevamente el proceso de la adicción. Satisfecho por cómo
ha manejado su rehabilitación en tan largo lapso señala los distintos títulos de su
actividad profesional que tiene encuadrados y colgados en la pared para afirmar que en
realidad el más importante no se encuentra entre ellos, ya que considera que el de mayor
valor es, justamente, el haberse desprendido del hábito del alcohol.
Aquella es, por lo demás, la postura de todos quienes se han rehabilitado, nunca
dicen que han dejado de consumir para siempre, solamente afirman que no han
consumido drogas en el día, saben que lo que tiene que hacer es decir no a la primera.
Rapela comenta de la siguiente manera esta singular característica de quienes están en
los grupos buscando la rehabilitación: “Esa magia de decir ‘hoy no’ durante toda la vida
es paradojal porque nunca se encara para la vida entera. Si a un adicto se le dijera desde
el primer día que va a tener que pasar toda la vida sin consumir se iría en ese mismo
momento, lo que se plantea es no consumir en el día de hoy.”
Las opiniones coincidentes respecto a la falta de relación entre la tragedia de los
Andes y las adicciones de Carlitos, no terminan con lo que expresó el doctor Cortinas,
también el psicólogo Pablo Gelsi, con quien Carlitos continúa tratándose una vez por
semana, hace una afirmación terminante que apunta hacia la misma conclusión: “Yo
puedo afirmar que las adicciones de Carlitos no tuvieron nada que ver con la tragedia de
los Andes. Esa tragedia no cambió en nada su destino, él seguramente iba a ser un
adicto debido a su estructura. En aquel momento era un muchacho muy desvalorizado
por sí mismo y también en su casa. Además, actuaba un poco como un payaso, le
gustaba jugar un papel divertido con un sentido del humor maravilloso. Y no tenía
muchos límites. Entre los otros sobrevivientes, al menos que yo sepa, no hubo adictos,
salvo uno que fue alcohólico. Yo estoy seguro de que salir de la droga fue para Carlitos
muchísimo más difícil que salir de la cordillera de los Andes y que sus consecuencias
también fueron peores. Los Andes sucedieron en un tiempo determinado, aparecieron y
desaparecieron. Las drogas, en cambio, estuvieron durante años y años y le exigieron un
esfuerzo tremendo para escapar. Cuando él empezó a tratarse conmigo ya hacía bastante
tiempo que no consumía, la terapia no tuvo que ver con las drogas, se dirigía a
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considerar el tema familiar, especialmente la relación con sus padres. En todo caso, la
droga aparecía como algo del pasado, pero lo que sí estaba presente era que Carlitos
sentía que algunos de los sobrevivientes en cierto modo lo habían despreciado por haber
caído en la adicción. En cuanto a la tragedia de los Andes, si en la terapia hablamos de
ella tres veces fue mucho. Ya no son los Andes, es otro el capítulo de su historia el que
está viviendo. Aquello está terminado. Desde un principio me llamó la atención lo poco
que ese hecho cambió a los sobrevivientes. En aquel momento, es decir, cuando se
produjo el accidente, yo estaba estudiando psicología y puedo decir que tuvo mucha
importancia en mi actividad profesional posterior. El trauma, el golpe, de por sí no tiene
efecto. No cambia la personalidad de nadie. Hay un proceso, ellos sufrieron un trauma
muy fuerte, lo procesaron allá y después cuando volvieron hicieron la vida que iban a
hacer. Si algún efecto tuvo la cordillera fue que al regresar al Uruguay, se produjo lo
que podría definirse como ‘una cierta inflación’, pero después pasó. Y se terminó. El
único que hizo terapias por las drogas fue Carlitos, sus temas no giran alrededor de los
Andes, son otros. Ya no duda de él, como dudaba antes.”
Curiosamente, Pablo Gelsi había actuado como intérprete cuando Piers Paul
Read, el autor del libro “Viven”, publicado en 1974, estuvo en Montevideo para ponerse
en contacto con los sobrevivientes y comenzar a recoger la información que utilizaría en
su trabajo. Varios años después, concretamente en 1993, se haría la película basada en
el libro y dirigida por Frank Marshall, en la que participó como narrador el reconocido
actor John Malkovich.
En aquella oportunidad, Gelsi traducía las preguntas que Read formulaba y
luego hacía lo mismo con las respuestas de los sobrevivientes. Gelsi explica de esta
manera la causa de su intervención como intérprete: “Yo también fui al Colegio Stella
Maris, fundado por hermanos católicos irlandeses, conocía a todos los sobrevivientes
pero puede decirse que de lejos dado que yo soy mayor y la diferencia de edades en
aquella época nos separaban mucho más que ahora. Es una especie de leyenda que todos
los que viajaban en el avión que cayó en los Andes sabían inglés porque eran alumnos
del Stella Maris. Algunos sabían algo y nada más. El tema de la antropofagia era un
asunto muy delicado, de modo que los sobrevivientes quisieron tener con ellos a una
persona de absoluta confianza cuando se hablara de eso en las conversaciones con el
autor del libro. De ahí que yo fuera quien se ocupara de traducir las preguntas y las
respuestas para que Read las recibiera con la mayor precisión.”
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Carlitos ha dicho anteriormente que el adicto es adicto a todo, que pasa de una
droga a la otra y que, incluso, consume más de una a la vez. Y es en ese mismo sentido
que el doctor Cortinas expresa una opinión que está respaldada por su larga actividad
profesional: “En treinta años de experiencia todavía no conozco a un adicto puro, es
decir, alguien que consuma una sola droga. Generalmente se consumen dos y por
momentos varias. Todos los adictos tienen una droga de preferencia o un objeto de
consumo preferente, también puede ser el sexo, el juego, la comida, la televisión, la
computadora, el trabajo, etc. La adicción es una sola, lo que cambia es el objeto de
consumo.”
El doctor Cortinas, además, puntualiza cuál es la condición del adicto y explica
la enorme difusión que tiene el alcohol en la gente: “No es adicto quien quiere sino
quien puede serlo. El cien por ciento de la población consume o ha tenido contacto con
drogas psicoactivas, pero el cien por ciento no desarrolla la enfermedad. Y hay un
veinte por ciento de la población, es decir, un porcentaje muy importante, que tiene
factores de riesgo que pueden desarrollar la enfermedad. El resto, esto es, el ochenta por
ciento consume socialmente, en una reunión, en un casamiento, en un cumpleaños, etc.,
como sucede con el alcohol que también es una droga psicoactiva.”
Nadie mejor que el doctor Cortinas para hablar con absoluta propiedad sobre el
estado en el que se encontraba Carlitos cuando decidió su internación en el Hospital
Británico y, además, ofrecer interesantes detalles de las características de las pastillas
que consumía. De sus palabras se desprende claramente la gravedad a la que lo había
llevado a Carlitos el consumo de medicamentos cuando fue internado para realizar el
tratamiento por el síndrome de abstinencia.
Dice el doctor Cortinas: “Cuando Carlitos llegó a mí estaba muy mal, por lo que
tomé la decisión de internarlo. El objeto primario de esa internación fue tratar el
síndrome de abstinencia, ya que él además de la cocaína estaba consumiendo
benzodiacepinas.”
De acuerdo a lo que explica el doctor Cortinas, la benzodiacepina es una droga
psicoactiva depresora del sistema nervioso central, un sedativo e hipnótico que apareció
en el mercado en la década de los años sesenta del siglo XX, con un éxito rotundo y que
desplazó a los barbitúricos hasta entonces la droga sedativa hipnótica por excelencia. Se
vendieron millones de pastillas hasta que finalmente cuando se realizaron ciertos
estudios se conocieron los efectos secundarios. De acuerdo a sus palabras, la conclusión
fue muy importante: “Se supo que todas las benzodiacepinas generaban adicción, con
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una característica particular, entre tantas, es decir, que a pesar de ser excelentes drogas
si son bien utilizadas no deben usarse durante más de tres semanas ya que después de
ese lapso empieza el abuso de la droga. Una vez transcurridas las tres semanas si el
síntoma por el cual se prescribió no ha desaparecido no tiene sentido continuar
tomándola. Y, como dije, el principal efecto secundario es la dependencia, la adicción.
Además, tiene una larga vida media, es decir, el tiempo que se necesita para eliminar la
mitad de la droga. Así, por ejemplo, si una persona toma seis miligramos de Lexotan,
para eliminar del organismo por las vías naturales de excreción la mitad, esto es, tres
miligramos, serán necesarias entre noventa y ciento cuatro horas. Cuando las personas
empiezan a tomar estas drogas terminan adquiriendo tolerancia, razón por la cual con el
transcurso del tiempo necesitarán una mayor cantidad para lograr los mismos efectos.
Este era el caso de Carlitos, tomaba una gran cantidad de Lexotan como elemento
depresor porque al mismo tiempo consumía cocaína, o sea un estimulante del sistema
nervioso central. De ese modo buscaba compensar una cosa con la otra. El síndrome de
abstinencia implica un abanico sintomático muy amplio, tanto psicológico como
biológico. Los síntomas pueden ser leves, moderados o graves. De moderados a graves
el paciente debe estar internado, en primer lugar para que no se muera, especialmente en
el caso del síndrome de abstinencia de las benzodiacepinas, el más grave de todas las
drogas psicoactivas y el más difícil de tratar. En aquel tiempo el tratamiento con
Carlitos fue muy novedoso, fue uno de los primeros que se hizo en el Uruguay. Y el
resultado fue exitoso, él salió con cero droga psicoactiva.”
También es de mucha utilidad para entender la forma de vida que llevaba
Carlitos cuando estaba en el período de consumo escucharlo comentar su actitud en el
momento en el que llegó a Montevideo el grupo de productores que estarían vinculados
a la película ya mencionada que se conocería en 1993.
Antes de transcribir sus palabras, es necesario precisar que Carlitos empezó su
recuperación en Narcóticos Anónimos el 29 de octubre de 1991, de manera que su
relación con los productores de la película que vinieron en setiembre de ese año se
produjo en la que debe entenderse como la última etapa de sus adicciones ya que faltaba
muy poco tiempo para que comenzara a participar de las reuniones del grupo.
Expresa Carlitos: “Digamos que cuando ellos llegaron yo estaba al final de mi
proceso de drogas y a punto de empezar mi etapa de recuperación. Se trataba de los
productores considerados entre los más poderosos del mundo cinematográfico, gente
que había producido muchas películas de gran suceso y que manejaba millones y
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millones de dólares en sus empresas. Para tener una idea del lugar que ocupaban en ese
amiente basta que diga que entre ellos estaba Frank Marshal, director y productor de
‘Viven’, pero también había venido su esposa Kathleen Kennedy, considerada una de
las figuras más importantes de la producción norteamericana. Sin embargo, eso no era
todo. También habían viajado a Montevideo Bruce Cohen y Rober Watts, todos ellos
vinculados a títulos que habían obtenido éxitos extraordinarios en el mundo entero con
sus producciones, como, por ejemplo, ‘Indiana Jones’, ‘Papillon’, ‘E.T. El
extraterrestre’, ‘Star Wars’, etc. Se comentaba que la casa de Marshall en los Estados
Unidos, valía nada menos que veintisiete millones de dólares. Eran personas que vivían
en otro planeta, así, por ejemplo, mucho tiempo después cuando regresaron a
Montevideo para asistir al estreno de la película, se hizo una fiesta para festejar el
acontecimiento y como broma a Frank Marshall lo tiraron a la piscina. Me acuerdo que
mientras chapoteaba no dejaba de quejarse porque se le había estropeado su camisa que,
según decía, costaba cinco mil dólares. Me pareció una exageración, pero era verdad, yo
me informé y llegué a saber que en ese mundo había gente que se daba el lujo de gastar
esa suma en una camisa. Esos productores habitualmente se movían en limusinas y yo
tuve que llevarlos a aquella primera reunión en mi auto que era un adefesio,
completamente descuidado, seguramente era el peor de todos los autos ya que en esa
época como consecuencia de mi estado no me preocupaba por arreglar ninguna de mis
cosas. Por otra parte, ahora me resulta gracioso recordar que ese auto yo se lo había
comprado a un amigo también adicto que en el momento de recibir mi dinero había
extendido un recibo en el que lo único que se leía era ‘recibí cuatro mil dólares por un
auto’. Eso fue todo lo que llegó a escribir, ni marca del auto, ni modelo, ni nada, lo que
habla de cómo nos movíamos en la vida cotidiana quienes consumíamos drogas Yo
llevé a los productores muerto de vergüenza en ese auto por el que mi amigo me había
dado un recibo que parecía escrito por un niño. Durante la reunión me levantaba para ir
al baño donde me daba una dosis de cocaína y después regresaba para unirme a las
conversaciones. Lo curioso es que cuando ellos se fueron yo me encerré en mi casa y
mientras seguía consumiendo cocaína me puse a hablar de la película, solo, por
supuesto, me sentía eufórico, pensaba en la plata que podría obtener, mi imaginación
volaba tratando de imaginar lo que se iba a recaudar en el mundo entero a partir de su
exhibición. Y en medio de la euforia que me daba la cocaína yo hablaba sobre lo que,
según mi opinión, debía ser la película. Grabé alrededor de dos horas de aquel
monólogo que amenazaba con ser interminable, se trataba de algo que me encantaba
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hacer cuando consumía, me gustaba mucho hablar de esa manera. Y entre las tantas
cosas que imaginé aquel día estuvo la necesidad que sentí de que en la película hubiera
un narrador. El director hizo suyas muchas de las cosas que yo había pensado, por de
pronto puso a John Malkovich como narrador, quien en realidad hacía un papel que me
representaba, podía decirse que hacía de mí. Por lo demás, es verdad que en un principio
se había pensado que fuera yo quien tuviera ese papel de narrador. Las palabras que dice
Malkovich son las mismas que yo había dicho bajo los efectos de la droga. Así fue
como los productores más importantes del mundo del cine aprobaron el largo monólogo
que yo había pronunciado mientras consumía cocaína que ellos habían recibido porque
se los envié grabado en una cassette. Es evidente que en aquel momento funcionó
plenamente la desinhibición, me largué a hablar cuando estaba zarpado y pude
redondear varias ideas que en su momento fueron aprovechadas para hacer la película.
Posteriormente sobrevino mi internación en el Hospital Británico, de modo que
mientras yo me encontraba luchando para sacudirme la droga de encima aquellos otros
estaban trabajando para llevar en cierta medida al cine lo que yo había escrito mientras
consumía.”
Carlitos tuvo la oportunidad de asistir durante un corto período a la filmación de
“Viven” en Canadá y allí pudo comprobar lo que acaba de afirmar. En realidad, hacía
muy poco tiempo que había empezado su rehabilitación, apenas seis meses habían
pasado desde su integración a Narcóticos Anónimos: “Después del 29 de octubre de
1991, es decir, el día que empecé la recuperación, fui a Canadá en abril del año
siguiente para ver cómo se filmaba la película. Estuve quince días. Cuando llegué me
encontré con dos actores que estaban leyendo parte de lo que yo había escrito encerrado
en mi casa de Montevideo. Los papeles que tenían con mis palabras se los había dado el
director de la película. Fue un momento muy especial, recordé el estado en el que yo
estaba cuando había imaginado cómo debía hacerse la película. Y también se trató de
algo riesgoso, de alguna manera podía decirse que yo estaba sin defensas ya que me
encontraba alejado del grupo que integraba desde hacía tan poco tiempo. Todo aquello
fue muy conmovedor, asistir a la filmación para mí fue como revivir la tragedia de los
Andes, me sentí tan golpeado que me puse a llorar. En mi escrito yo había confesado
que había integrado un grupo de Alcohólico Anónimos y para mi sorpresa uno de los
actores cuando me vio me dijo en una especie de lenguaje en clave ‘yo también soy
amigo de Bill Wilson’. Inmediatamente entendí el significado oculto de sus palabras, ya
que Wilson fue uno de los fundadores de Alcohólicos Anónimos, o sea que aquel actor
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había querido darme a entender que participaba en el programa de grupos. Y como


resultó que había otros que estaban en situaciones similares terminamos formando un
grupito en las Rocallosas que a mí me resultó de mucha utilidad, me sentí acompañado
y protegido a pesar de no estar con mis compañeros de Montevideo. Pero, además,
como si fuera poco, me trataron de una forma muy particular, todos ellos querían
conocerme debido a que era la primera vez que estaban frente a un sobreviviente de los
Andes, yo no era un personaje de ficción, era una persona de carne y hueso que en la
cordillera había vivido la tragedia que intentaban reproducir en la película.”
22

EL HÉROE EN LO COTIDIANO

Cierta vez, Carlitos y otros tres sobrevivientes de la tragedia de los Andes fueron
invitados por Mirtha Legrand, actriz y presentadora argentina de televisión, a su
conocido programa “Almorzando con Mirtha Legrand”, que durante cuarenta y dos años
condujo diariamente en Buenos Aires. Basado en entrevistas a varios invitados notorios
y por lo tanto de interés para los televidentes, el programa se desarrollaba mientras los
participantes contestaban las preguntas que durante el almuerzo les formulaba la
conductora. Era costumbre que en la primera parte, es decir, en el comienzo mismo, se
les sirviera una copa de champagne al tiempo que Mirtha Legrand iba presentándolos al
público. Cuando le llegó su turno, Carlitos rechazó la copa que se le ofrecía y ante la
pregunta de la sorprendida conductora que quiso conocer la razón por la cual se negaba
a brindar con champagne, él simplemente contestó “porque ya me lo tomé todo”.
Aquella respuesta tuvo una inesperada consecuencia un año después cuando un
hombre le dijo a Carlitos que había decidido integrar un grupo para intentar su
rehabilitación porque al ver el programa de televisión y escuchar su respuesta de “ya me
lo tomé todo”, se había enterado de que Carlitos había logrado desprenderse de la
adicción a las drogas.
La anécdota tiene una gran importancia en tanto ha sido una de las razones por
las cuales Carlitos decidió dejar sus numerosas dudas de lado y encarar la realización de
este libro. Por lo demás, es también verdad que ha influido en su decisión el hecho de
que casi siempre, después que terminaba de dar una conferencia sobre su experiencia en
la cordillera -actividad a la que se dedica desde hace varios años- la pregunta insistente
que aparecía una y otra vez era “bien, ¿pero qué pasó después de los Andes”. La gente
que lo había escuchado relatar los terribles momentos vividos por los sobrevivientes
quería saber cómo había sido el después, necesitaba que Carlitos aportara luz sobre ese
tiempo que para el público en general en cierto modo había permanecido en tinieblas. Y
por eso la gente deseaba que Carlitos develara la incógnita revelando al menos algunos
detalles de su vida postcordillera.
Tal como Carlitos lo repite permanentemente, alejado de una actitud arrogante,
sin proponerse ofrecerles a los demás lecciones de vida, se convenció de que en alguna
medida el libro podía tener utilidad para la gente en tanto sintió que se trataba de un
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deber por todo lo que había recibido en la comunidad de Narcóticos Anónimos.


También está muy lejos de su intención dejarse dominar por la tentación que podría
arrastrarlo a ofrecer a los lectores un libro del género llamado “autoayuda” tan en boga
en los últimos tiempos. Nada de eso es lo que pretende. El núcleo de su interés gira
alrededor de su decisión de transmitir su experiencia personal con el deseo de que los
demás puedan sacar conclusiones que les sirvan en el caso de estar viviendo una
situación similar a la que a él le tocó enfrentar. Y eso es así debido simplemente a que él
está convencido de que su historia es como la de todos los adictos, nada hay diferente en
ella que la diferencie de cualquier otro que consumió drogas.
A Carlitos no se le escapa que al publicarse este trabajo quedará mucho más
expuesto, pero también está convencido de que la madurez que adquirió después de su
rehabilitación hace que no le importe correr el riesgo de semejante exposición pública.
En realidad, se trata de la misma postura que adoptó en el momento que decidió que
apareciera “Después del día diez.” No siente vergüenza por lo que hizo, al fin de
cuentas, según sostiene totalmente convencido, es verdad que él fue ayudado por los
otros -los integrantes del grupo- para liberarse de las drogas. Y por eso es que está
completamente seguro de que bastará con que una sola persona entienda la finalidad de
este libro para que su publicación esté justificada. Tal como le sucedió a aquel hombre
que después de ver el programa de Mirtha Legrand tomó la decisión de ingresar a un
grupo siguiendo los pasos que, según se había enterado, Carlitos ya había dado.
Respaldando en cierto modo la finalidad que Carlitos ha declarado buscar con la
publicación de este libro, Pablo Gelsi no duda en afirmar que realmente esa intención
nada tiene que ver con la pretensión de Carlitos de ofrecer hoy lo que podría ser el
mensaje de un iluminado. Y expresa un largo comentario que se convierte en una
elocuente caracterización del interesante proceso que para transformarse siguió hasta el
día de hoy para regresar a lo que podría denominarse su vida común o corriente similar
a la de cualquier otra persona.
Estas son las palabras de Gelsi que ayudan a comprender el resultado de aquel
itinerario: “Carlitos está tratando ahora de dar el mensaje de que no es un héroe en el
sentido que lo son algunas figuras populares, lo que quiere es hacer un llamado de
atención sobre la heroicidad que existe en lo cotidiano. Que la gran hazaña no es el
antídoto sino que en todo caso lo que importa es la pequeña hazaña que se realiza en la
cotidianeidad. Y que el que no se da cuenta de esto en el día a día, en la hora a hora,
puede terminar haciéndose un drogadicto. En el fondo todo adicto espera una
24

revelación, un milagro, una transformación a través de algo maravilloso. También a


Carlitos le pasó lo mismo hasta que se cayó, pero después logró comprobar que la
sobrevivencia y la posibilidad de superación y de transformación llegan a partir de la
voluntad y de la responsabilidad ejercidas cada día. Este Carlitos es el verdadero héroe
no el de los Andes. Allá ni él se la creyó, de esto se ha dado cuenta, es posible que no lo
diga de esta misma manera pero es evidente que ahora lo ha comprendido. Este es el
mensaje que quiere dar. Lo heroico de él no fue sobrevivir en los Andes sino que se
manifestó en la segunda cordillera, no allá arriba sino acá abajo, en la tierra.”
Así fue, pues, que Carlitos llegó a encontrar la respuesta adecuada para contestar
aquella pregunta que se hacía acerca de cuál era la misión que tenía que cumplir en la
vida. Esto es lo que él opina hoy al mirar hacia atrás y comprobar que lo que logró le
permitió dar un salto gigantesco que lo llevó hacia delante, bien lejos de su pasado
nublado por las adicciones: “Quizás mi misión en esta vida era, justamente, contar mi
historia, una historia que probablemente no sea más dolorosa que la de otros, es que,
como ya lo dije en varias oportunidades, no hay un dolorímetro ni un angustiómetro
para medir y comparar los sufrimientos de los seres humanos, se trata de experiencias
personales que cada uno siente de modo también personal. A mí me ayudaron los otros
y al mismo tiempo entendí que el camino estaba en la humildad, que solamente con ella
podría lograr un cambio real porque me ayudaba a reconocer los errores propios y me
disponía nada menos que a aceptar la ayuda que necesitaba. En el grupo también
aprendí que el dolor y la desesperación que siente un adicto en el proceso de
recuperación puede compararse a lo que sentiría un nadador que mientras está cruzando
el océano con un gran esfuerzo tiene que aceptar que de pronto le quiten el salvavidas
que lo ayudaba a confiar en que llegaría a destino. En el grupo éramos uno para todos y
todos para uno, por eso yo repetía ‘no somos machos, pero somos muchos’, esa era una
manera de despojarme de la arrogancia machista para aceptar que dependía de los
demás. Si a un adicto se le pregunta si tiene ganas de dejar de consumir seguramente
contestará que no, pero si la pregunta que se le hace es si tiene ganas de tener ganas
contestará que sí. Esto puede parecer un juego de palabras pero aseguro que no lo es. Yo
tuve ganas de tener ganas, las tuve de nuevo para pelear por la vida, es que estoy
absolutamente seguro de que no se trata de contabilizar la cantidad de veces que
caemos, lo que verdaderamente importa es cuántas veces nos levantamos.”
En cierto sentido de modo coincidente con lo que Carlitos expresó al afirmar que
si a un adicto se le preguntara si tiene ganas de dejar de consumir contestaría
25

negativamente, el doctor Cortinas sostiene que el adicto tiene voluntad para muchas
cosas menos para dejar de consumir ya que no concibe su vida sin consumo. Entonces,
si toma conciencia de que la vida se le escapa de las manos, que ya no puede con ella,
busca ayuda pero no para dejar de consumir sino para consumir menos, para controlar a
las drogas. Es en el grupo, junto a sus pares, donde le será posible vivir sin ellas.
Aquel paso decisivo que Carlitos dio al integrarse al grupo de Narcóticos
Anónimos, se hizo realidad mientras estaba internado en el Hospital Británico. De
acuerdo a lo que el doctor Cortinas explica el síndrome de abstinencia de las
benzodiacepinas teóricamente requiere alrededor de treinta días de internación, aunque
él cree recordar que en el caso de Carlitos llevó algunos días menos. Sea como sea,
sostiene que no hay enfermedades sino enfermos y que, por lo tanto, todos los pacientes
ofrecen respuestas distintas. La decisión de internarlo fue tomada de común acuerdo con
Carlitos, su permanencia en el hospital no representaba un castigo, al contrario, lo que el
doctor Cortinas perseguía con la internación era abatir su sufrimiento ocasionado por la
falta de drogas.
Cuando ya había transcurrido la segunda semana en la que Carlitos estaba
internado y como durante el tiempo que estuvo en el hospital él tenía la libertad de salir
porque como lo aclara el doctor Cortinas, no se lo había llevado a una prisión, le
propuso que dentro de un sistema de altas transitorias saliera para concurrir al grupo de
Narcóticos Anónimos y que después de cada reunión regresara al hospital. Según el
doctor Cortinas, en casos como los de Carlitos es necesario buscar la recuperación
integral, no se trata solamente de abandonar las drogas sino que, además, es
imprescindible rehabilitarse en todas aquellas áreas en las que la persona actuaba
anteriormente a la internación. Y para eso el grupo de Narcóticos Anónimos sería el
camino más adecuado.
Y agrega el doctor Cortinas: “Un punto clave es que el paciente tome
conciencia mórbida, es decir, que llegue a tomar conciencia de la enfermedad. El
destino final tiene que ser el grupo de autoayuda. La recuperación de quien concurre a
las reuniones grupales es muy diferente a la del que no va a un grupo, este último corre
más riesgo de reincidir. Carlitos no ha sido el responsable de su enfermedad y pero sí de
su rehabilitación. Cuando salía del Hospital Británico podía haber ido al bar más
cercano y tomarse unos whiskys, pero nunca lo hizo. Después que terminó la
internación se sometió a lo que se llama un tratamiento ambulatorio, es decir, terapia
conmigo y terapia en el grupo. Él no dejó solamente la droga, en realidad transformó un
26

proyecto de muerte que llevaba años procesándose en un proyecto de vida que ya dura
veinte años.”
El primer grupo de Narcóticos Anónimos en el Uruguay, se formó como
consecuencia de un grupo terapéutico conocido como “Grupo de Pereira”, debido a que
funcionaba en un consultorio ubicado en la calle Gabriel Pereira de Pocitos. A él
concurrían alrededor de ocho adictos en recuperación bajo la dirección especializada del
doctor Fernando Cortinas y de Damián Rapela. Sus participantes tenían distintos
orígenes, es decir, provenían de Alcohólicos Anónimos, de la Clínica Crea (Fundación
Jellinek) y de la propia consulta privada del doctor Cortinas. Luego de pasar varios
meses profundizando en los temas que les resultaban comunes, tales como dejar de
consumir, aprender a vivir en abstinencia y apostar al cambio de vida, en los integrantes
del Grupo de Pereira maduró la necesidad de crear otro diferente, un ámbito de carácter
gratuito y abierto dirigido a todos quienes estuvieran padeciendo el consumo de drogas.
De ese modo las ganas de llegar a concretar lo que en el pasado ya se había intentado
sin éxito fue tomando cada vez mayor fuerza hasta vencer las dudas y los temores. Se
trataba concretamente de tener un espacio similar a Alcohólicos Anónimos para los
adictos, ese era en definitiva el objetivo planteado.
Cuando finalmente aquel deseo se hizo realidad el nuevo grupo se llamó “La
Magia”, nombre simbólico elegido por los propios adictos que empezaron a reunirse en
el salón parroquial de la iglesia de la Comunidad de los Dominicos, ubicado en la calle
Mario Cassinoni, el mismo lugar en el que hoy en día sigue funcionando. Magia era lo
que esperaban que ocurriera quienes tenían la esperanza de rehabilitarse de ahí que al
grupo le adjudicaron ese nombre alegórico, como demostración de que estaban
aguardando que el encantamiento maravilloso se produjera lo más rápido posible. Esto
es, como por arte de magia.
Carlitos concurrió por primera vez once meses después de su fundación. Al día
siguiente de lo que fue su inauguración en el grupo el doctor Cortinas fue a verlo al
Hospital Británico y le preguntó cómo le había ido. La respuesta que recibió la recuerda
todavía. Carlitos visiblemente emocionado recurrió a una imagen que revivía un hecho
fundamental de los Andes. Le contestó: “Fue como ver otra vez los helicópteros.”
Aquella metáfora que comparaba al grupo con la aparición en la cordillera de los
helicópteros que después de setenta y dos días habían llegado a rescatar a los
sobrevivientes indicaba de modo indudable que él había tenido la sensación de que
acababa de encontrar el camino que lo llevaría al lugar desde donde sería rescatado
27

nuevamente. Pero ahora se trataría de un rescate que lo arrancaría de su segunda


cordillera mucho más dura y de mayor duración que la primera tal como él mismo lo ha
admitido.
Juan, un adicto que como Carlitos se había tratado con el doctor Cortinas, fue
uno de los fundadores de “La Magia”, razón por la cual se encontraba en abstinencia
desde antes que Carlitos se convirtiera en su compañero en el grupo. Como ya se ha
dicho, “La Magia” no hacía mucho que se había formado por lo que todavía concurrían
pocas personas, en su gran mayoría adictos que se trataban con el equipo del doctor
Cortinas y Damián Rapela. Con el paso del tiempo, “La Magia” incorporó el nombre
internacional de Narcóticos Anónimos en consonancia con el de Alcohólicos Anónimos
que ya funcionaba en el Uruguay.
Debido, justamente, a que el grupo inicial era pequeño, a quienes empezaban a
sumarse a “La Magia” se les pedía que se acercaran invocando el nombre de alguna
persona conocida. Esta precaución tenía su explicación en el hecho de que entonces,
veinte años atrás, se temía la intervención policial debido a que todavía el tema de las
adicciones tenía ciertas características propias de un tabú. En aquella época permanecía
algo oculto por la falta de comprensión acerca de los adictos que existía en la sociedad.
Entre los temores del momento existía la posibilidad de que algún policía se infiltrara en
el grupo para escuchar lo que se decía y para individualizar a los consumidores de
drogas. Actualmente -como lo señala Juan- las cosas han cambiado totalmente al
extremo de que se habla de las drogas con total claridad y la prensa se ocupa de ellas
con frecuencia.
Una de las señales más claras en el mismo sentido al que apunta la afirmación de
Juan es que se ha empezado a discutir la posibilidad de legalizar el autocultivo de la
marihuana y que los diarios publican asiduamente noticias sobre un probable proyecto
de ley, sobre las adicciones en general y acerca de actos públicos realizados en
Montevideo en los que se reclama la legalización. Por lo demás, con el paso del tiempo
Narcóticos Anónimos ha crecido de modo gigantesco, está en todo el país y se ha
multiplicado de una manera extraordinaria.
Cierto día le dijeron a Juan y a una compañera del grupo que los necesitaban
para ayudar a un adicto que hacía poco que estaba internado. La ayuda que se les pedía
consistía en que se dirigieran al Hospital Británico, donde estaba internado el adicto
tratado por el equipo del doctor Cortinas, para que lo acompañaran al grupo en la que
sería su primera participación, y que después lo llevaran nuevamente al hospital donde
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seguiría internado. Todo aquello ya estaba coordinado por los terapeutas, de modo que
el adicto, después de haber aceptado integrarse a “La Magia”, esperaba a quienes irían a
buscarlo. Este procedimiento es habitual y busca que el principiante no llegue solo, esto
es, que sea introducido en el grupo por alguien que ya está en rehabilitación. Pero lo que
no es habitual, como lo subraya Juan, es que el adicto al que va a buscarse para llevarlo
al grupo por primera vez sea una persona ampliamente conocida a la que por distintas
razones casi todos son capaces de ubicar por su papel en la sociedad.
Como seguramente ya se ha entendido, el adicto a quien Juan y la compañera
fueron a buscar al hospital era Carlitos, figura pública por ser sobreviviente de los
Andes y, además, hijo de Carlos Páez Vilaró, un hacedor volcado a múltiples
actividades que gozaba de un gran renombre. Aquella fue la primera gran sorpresa que
Juan se llevó al saber quién era el adicto que tendrían que acompañar desde el Hospital
Británico hasta el grupo “La Magia”. Juan nunca había hablado con Carlitos, no lo
conocía en persona, pero, pero por supuesto, sabía muy bien quién era a pesar de que la
tragedia de los Andes había sucedido en 1972 y el encuentro en el hospital sucedía en
1991.
La simbólica importancia que tenía aquel encuentro concretado por la llegada al
hospital de dos adictos estaba marcada por el hecho de que quienes se acercaban a
buscar a Carlitos no eran dos funcionarios cualesquiera del sistema de salud uruguayo ni
dos enfermeros anónimos que se disponían a cumplir mecánicamente con un simple
trámite o con una orden burocrática recibida de sus superiores. Las dos personas eran
nada menos que dos pares del internado, un hombre y una mujer que tenían sus mismos
problemas de adicciones.
Debido a lo reciente de la formación de “La Magia”, ni Juan ni la compañera
llevaban mucho tiempo participando de las reuniones, pero de todos modos ya habían
dejado de consumir y tenían una buena dosis de experiencia en la actividad del grupo,
todo lo cual explica que fueran elegidos por los terapeutas para cumplir con la
trascendente misión.
Juan recuerda que el trayecto hasta la sede de la calle Mario Cassinoni lo
hicieron en su auto, al tiempo que afirma que se había tomado con tanta responsabilidad
la tarea que se les había encomendado a él y a su compañera que su único interés
radicaba en que todo transcurriera normalmente hasta que llegaran a “La Magia”.
Debido a su nerviosismo se preocupaba por cada detalle por insignificante que pareciera
y como temía hasta que les sucediera algo en el tránsito manejaba con mucho cuidado
29

no fuera a chocar o a pasar una luz roja que terminara retrasando la llegada del trío
porque se había visto obligado a detenerse por la intervención de un inspector que
pretendía aplicarle una multa. Sin embargo, su nerviosismo fue en parte aliviado por la
actitud de Carlitos, quien, desplegando el sentido de humor reconocido por todos, no
bien vio el auto de Juan, un vehículo común que no tenía nada que permitiera
considerarlo extraordinario, pensando en la finalidad con la que sería utilizado
inmediatamente lo bautizó como “el drogomóvil”. Esta fue la segunda sorpresa que
vivió Juan aquel día al comprobar que Carlitos con cada una de sus intervenciones
buscaba quitarle dramatismo a la situación, de la misma manera que lo había hecho en
la cordillera tal como ha quedado documentado en el libro “Después del día diez.”.
Siguiendo con esa conducta relajada que impedía a los demás concentrarse en el
pensamiento de hechos negativos, Carlitos se refería alegremente como “Londres”, al
lugar en el que estaba internado y al cual habían ido a buscarlo, es decir, el Hospital
Británico.
Cuando por fin estuvieron en “La Magia”, también los demás integrantes del
grupo quedaron impresionados al comprobar quién era el principiante recién llegado. Y
en los meses siguientes su presencia continuó siendo un hecho resaltable por tratarse de
quien se trataba, pero además por su manera de ser, por todo lo que en las reuniones
posteriores fue volcando en el grupo. Juan está convencido de que Carlitos, fuera por la
razón que fuera, hubiera llegado a destacarse y a alcanzar algún grado de notoriedad
aunque nada hubiera tenido que ver con la tragedia de los Andes.
No deja de ser divertido saber que la preocupación de Juan de aquel primer día,
no había desaparecido ni siquiera cuando ya estaban reunidos en el grupo, al punto que
en el momento en el que Carlitos se levantó para ir al baño su sentido de
responsabilidad todavía vivo lo obligó a acercársele y susurrarle “no vayas a marcar”,
temiendo que la ida al baño fuera una excusa usada por Carlitos para consumir cocaína
a escondidas. Casi seguramente su sentido extremo del deber que le exigía cuidar hasta
el último momento a quien le habían confiado lo hubiera obligado a acompañarlo hasta
el interior del baño si las circunstancias hubieran sido otras. Juan, según sus propias
palabras, se sentía, “como un soldado custodiando a la persona que se le había
encomendado especialmente”. Más allá de la sonrisa que le provoca la evocación de lo
sucedido aquel día, Juan también recuerda que “afortunadamente Carlitos se sintió
cómodo desde el principio, es que la fruta estaba madura para empezar el proceso de
rehabilitación.”
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Y así como el doctor Cortinas había afirmado que cuando Carlitos llegó a él
“estaba muy mal”, Juan expresa que cuando fue a buscarlo al hospital lo encontró “en
un estado terrible”. Y agrega lo siguiente: “Realmente estaba muy mal, su vida se había
roto en pedazos, su economía se encontraba comprometida, sus vínculos afectivos
también comprometidos, sus amigos se habían alejado, tenía un millón de
inconvenientes encima. En realidad, estaba como todos los que pasaron por lo que él
pasó, nadie llega a un grupo mucho mejor que Carlitos. Se trata de un cuadro que se
repite, se pierden amistades, pareja, dinero, todo va quedando por el camino. Carlitos no
llegó como un superhombre, llegó igual que cualquier otro que no tuviera su renombre y
tuvo que hacer el mismo proceso que todos para lograr la rehabilitación. Y fue a partir
de ella que pudo recuperar todo lo que había perdido. Él estaba cerca de los cuarenta
años al empezar la recuperación y fue entonces, a partir de ese momento, cuando
también empezó su madurez.”
Para Carlitos resulta inolvidable y así se encarga de señalarlo que cierto día
quien lo fue a buscar al hospital fue Abraham, un alcohólico anónimo de más de
ochenta años muy conocido que era un especie de institución en los grupos porque había
recuperado absolutamente todo lo que había perdido al punto que sus testimonios eran
tan impresionantes que provocaban un gran impacto en quienes lo escuchaban relatar lo
que había conseguido con la rehabilitación. Carlitos insiste en afirmar que aquel día
sintió que era un privilegiado al llegar al grupo en el auto de Abraham.
Juan describe en pocas palabras la vida que había llevado Carlitos, tal como lo
ha hecho él mismo y otras personas que lo habían conocido antes de empezar su
recuperación: “Hasta entonces él había sido una persona caprichosa, malcriada,
inmadura, no tenía ideas claras ni estaba preparado para tener una vida propia. Todo
esto puedo decirlo porque él mismo lo ha repetido varias veces.”
Sin perjuicio de que más adelante otras personas directamente vinculadas al
proceso de rehabilitación de Carlitos den sus opiniones sobre las consecuencias que
tuvo para él la integración al grupo de Narcóticos Anónimos, parece oportuno
transcribir ahora lo que piensa Juan de su presencia en las reuniones de “La Magia” de
la calle Mario Cassinoni.
Esencialmente lo que Juan subraya es la actitud de Carlitos y lo que sufrió para
lograr que después de su paso por Narcóticos Anónimos fuera una persona distinta: “A
Carlitos le costó mucho tiempo salir adelante. Hasta su situación económica se había
deteriorado completamente, el auto en el que andaba en aquella época, por ejemplo,
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estaba completamente destartalado. Él tuvo que pelear mucho para recuperar su vida,
esto no sucedió de un día para el otro, ni mucho menos. Estuvo años peleando y
acomodando sus cosas, puedo asegurar que le dio muchísimo trabajo convertirse en la
persona que es hoy. Y para esto el grupo fue fundamental. Ese proceso tuvo que ver con
su voluntad, aunque también incidió la asistencia terapéutica, es verdad, pero el grupo le
resultó esencial para cambiar su vida, para que se decidiera a apostar por una nueva,
diferente a la que había llevado. Quien crea que no trabajó una enormidad, que no se
rompió el alma para conseguirlo, está completamente equivocado. Nada le cayó de
arriba, todo fue el resultado de un esfuerzo bestial para ocupar el lugar que ocupa hoy
en el plano individual y familiar. No hay dudas de que tuvo que poner una gran carga
personal para salir del pozo.”
Lucas Alberto del Valle, conocido por todos como el Padre Lucas, es un
sacerdote dominico nacido en España, que vive en el Uruguay desde 1981. Los estudios
eclesiásticos los realizó en Valencia y en Barcelona, mientras que los de psicología los
hizo en esta última ciudad. Profesor desde hace veintiocho años en la Universidad
Católica de Montevideo, actualmente lo es de Análisis Existencial y Fundamentos de
Psicoterapia. Es autor, además, de un libro que ya lleva tres ediciones escrito con la
intención de colaborar con los adictos que están en proceso de rehabilitación.4
Más allá de sus títulos y de su actividad como docente es una figura
emblemática en “La Magia”, para cuya formación contribuyó ofreciendo sin
condiciones el lugar en el que se realizarían las reuniones y, como él mismo lo dice, su
propia persona. En efecto, siempre acompaña a los adictos en recuperación para quienes
está a disposición todas las tardes desde hace más de diecisiete años. “Es el único lugar
-explica- que funciona todas las tardes, a partir de las siete esto es un hervidero, siempre
hay entre cincuenta y sesenta personas. Hasta vienen padres desesperados por las
adicciones de sus hijos para que los atienda. Yo tengo un don que Dios me dio para la
gente, todo el que viene después de conversar conmigo se va en paz”.
El Padre Lucas no participa en los grupos y cuando se le pregunta cuál es
entonces su función aclara con un tono divertido y con un acento español inocultable:
“Ejerzo de mí, no pongo cara de cura ni de psicólogo.” Y con una simpatía que termina
contagiando a quien lo escucha agrega afirmaciones sorprendentes si se considera que
provienen de quien es un profesor universitario: “Mi mejor bagaje es que quiero a las

4
Lucas Alberto de Valle, “Notas para adictos-De la dependencia a la libertad”, impreso en Tradinco,
Montevideo, mayo de 2010.
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personas, uno descubre más cuando quiere a alguien que cuando está estudiando. Yo no
tenía ninguna experiencia en adicciones, ni idea sobre eso, en todo caso lo único que
tenía era la teoría que me había dado la psicología, algo que no sirve para nada. Los
libros son libros, si no nacen de la vida no sirven. En un despacho no se escribe un libro
de verdad. Se escribe conviviendo con la gente.”
El Padre Lucas hace hincapié en el cuarto paso llamado “Inventario moral”, uno
de los doce que tradicionalmente se siguen en los grupos de rehabilitación. Él no
interviene directamente ni interfiere en la actividad de Narcóticos Anónimos, pero,
como lo explica, si alguien se encuentra muy caído no duda en hablar con quien necesita
ayuda. Y si tiene una inquietud espiritual lo invitará a participar en un retiro que a veces
logra reunir entre veinte y veinticinco personas. A fin de año, momento en el que por el
ambiente que se vive durante las fiestas tradicionales los adictos corren el peligro de
recaer en el consumo de drogas, los lleva a un campamento en Minas, donde se
construyeron cabañas con un gran esfuerzo aprovechando materiales en desuso como
maderas que son abandonadas por la gente y en el que el Padre Lucas asegura
desbordando alegría que existe una gran organización.
El cuarto paso que ha mencionado el Padre Lucas, llamado “Inventario moral”,
de acuerdo a sus palabras consiste en ir reconociendo todos los resentimientos que el
adicto tiene, todo lo que guarda u oculta, todo lo que ha hecho mal, mientras que con los
otros pasos se van reparando todas esas cosas. El último paso es “pasar el mensaje”, es
decir, hablar de eso para que otros sepan que existe la posibilidad de ocupar ese lugar
que les permitirá recuperarse. Incluso, hay grupos de servicio que van a visitar
hospitales, cárceles y centros de internación psiquiátrica para pasar ese mensaje tal
como se los pasaron a ellos. Una tarea que exige poseer un gran sentido de la
solidaridad.
Fue el Padre Lucas quien le dijo algo a Carlitos, que después le serviría para
darle tranquilidad en relación a una actitud suya que en principio podría verse como la
expresión soberbia característica de alguien que se considera un escalón por arriba de
los demás.
Como ya se ha explicado, pasado un tiempo desde su rehabilitación, Carlitos se
dedicó a dar conferencias, una forma de vida que le ha permitido convencerse de que ya
podía abandonar la idea de que era “bueno para nada”, como lo había creído en su
juventud. Actualmente sostiene que él sabe para qué es bueno, en tanto se ha
convencido de que es un muy buen conferencista. Entonces, al imaginar que quien lo
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escuchara expresar ese juicio sobre sí mismo podría llegar a definirlo como un arrogante
que no conoce la humildad, recordó lo que le había comentado el Padre Lucas y de qué
modo sus palabras terminaron ayudándolo hasta el día de hoy: “La cuestión es creérsela
y yo me creo que soy muy buen conferencista. Y me digo que soy el mejor, que
difícilmente alguien pueda superarme. El Padre Lucas me había explicado que la
palabra humildad proviene de humus o sea de tierra. De modo que finalmente la
humildad significa tener los pies en la tierra y si yo afirmo que dando conferencias soy
bueno, ¿dónde está mi arrogancia? No soy arrogante, simplemente estoy señalando un
hecho, algo que es verdadero, una característica positiva de mí que no tengo que
esconder ni callar. Así, por ejemplo, en un sentido absolutamente contrario también
digo que no manejo bien ya que es verdad que no soy un buen conductor. Entonces, del
mismo modo que reconozco una virtud mía también soy capaz de admitir un defecto.
Tanto en un caso como en el otro expreso una verdad. Aquello del Padre Lucas me ha
servido muchísimo, fue una de esas cosas que a uno le quedan grabadas para siempre.
Lo que pasa es que no existe la costumbre de aceptar que alguien diga cosas buenas de
sí mismo. En seguida lo tachan por arrogante. Al fin de cuentas, por algo me contratan
para dar conferencias empresas de un gran poder económico y de enorme prestigio
internacional, si no fuera bueno en lo mío no lo harían. ¿O acaso puede pensarse que
disfrutan gastando dinero en algo que cuando lo reciben se dan cuenta de que no era lo
que esperaban de mí?”
La intervención de Gelsi que enfoca el mismo asunto tratado anteriormente es
propicia para ilustrar lo que piensa quien como él ha tenido a Carlitos como paciente de
psicoterapia durante ocho años: “Carlitos se creía una persona sin ninguna fuerza de
voluntad, no se creía capaz de nada y sin embargo llegó a probarse que no era así. Por
eso, por ejemplo, las charlas que ofrece con éxito y que tomó como medio de vida le
han dado la posibilidad de ejercer su poder de seducción. Hizo de eso un oficio y al
mismo tiempo, de esa manera, al recorrer un camino propio pudo separarse de la figura
de su padre. Con la figura paterna hizo un gran proceso, lo aprecia pero no va más allá.
Ya no es alguien que lo aplaste. Soportó críticas muy duras recibidas por realizar las
conferencias, pero pudo demostrarse que tiene una gran fortaleza y una gran voluntad
contrariamente a lo que hasta entonces había creído. Cuando le dicen que está lucrando
con los muertos de los Andes ya no le preocupa. Es que ahora se lo creyó. Esto lo ha
construido él mismo, la psicoterapia lo ayudó en ese sentido aunque no es el terapeuta
quien lo logra sino la interacción, finalmente es el paciente quien hace el trabajo.
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Carlitos es un hombre que obra por impulsos, no es un hombre de pensamiento,


tampoco de acción. Él estaba convencido de que no era inteligente porque no era un
intelectual lo que no tenía nada que ver, son cosas distintas. Paulatinamente fue
rescatando lo que verdaderamente es su inteligencia natural que es mucho más
emocional y práctica. Así fue que adquirió una noción de valor personal sin complejos.”
La personalidad actual de Carlitos -siempre de acuerdo a la opinión de Gelsi- se
destaca indudablemente por la voluntad ya que ha entendido que no puede volver a vivir
en el caos en el que estuvo. Quizás porque sospecha que puede recaer, no en la droga en
sí misma sino en el caos o en el desorden de los cuales nuevamente podría pensar que
lograría salir con la droga. Es como si se sintiera originariamente flojo y por eso se
hubiera decidido a aplicar su voluntad con un gran sentido de la responsabilidad. A lo
que se compromete se dedica y lo hace. Ya no quiere más el atajo, esta es una
característica suya de hoy. Y lo esperanzador para Gelsi es que este aspecto altamente
positivo lo adquirió, no lo tenía.
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PARA CAMBIAR HAY QUE PADECER

Con la finalidad de buscar nuevos testimonios de personas que vivieron de cerca


el recorrido realizado por Carlitos a partir de su ingreso a “La Magia”, es necesario
escuchar lo que sostiene Ismael Piñero, consejero en adicción y director desde hace
quinces años de la ONG “Ser libre”. También él logró alcanzar la rehabilitación, gracias
a la cual hace ya dos décadas que está libre de drogas.
Piñero empezó a concurrir al grupo el 19 de setiembre de 1991, mientras que
como es sabido Carlitos lo hizo el 29 de octubre del mismo año, de modo que entraron a
“La Magia”, casi al mismo tiempo. Piñero afirma algo que ya había expresado el doctor
Cortinas, es decir, que el síndrome de abstinencia de los medicamentos es todavía más
duro que el de la cocaína lo que lleva a que el adicto a esta clase de substancias necesite
lo que él llama “una mayor contención.”
Y agrega: “Carlitos se había hecho una trampita porque había dejado el alcohol,
pero seguía consumiendo droga de manera que la rehabilitación no le llegaba nunca.
Hay personalidades adictivas y hay rasgos comunes a todos los adictos, como la baja
tolerancia a la frustración, la hipersensibilidad, un comportamiento obsesivo o
compulsivo y algunos otros. La tragedia de los Andes, incluso hasta después de tanto
tiempo de ocurrida, puede haber actuado como un disparador ya que tuvo un efecto
postraumático muy difícil de enfrentar. La condición para entrar a un grupo hay que
buscarla en el sufrimiento que se está viviendo, extremo que Carlitos estaba padeciendo.
La actitud se demuestra con ese primer paso, se toma conciencia del problema y se
busca una solución, tal como él lo hizo al ir a ‘La Magia’. La droga hace más lento el
duelo o impide que se viva de modo natural. Carlitos drogándose nunca llegaba a
resolver el problema de los Andes. El adicto sufre y se droga, le viene rabia y en lugar
de dejarla salir se droga nuevamente de modo que otra vez adormece el dolor y el
sufrimiento que experimenta. No se llega nunca a la zona de cura, no se deja que los
sentimientos se manifiesten libremente. La culpa, el dolor, la rabia, incluso las pérdidas,
nunca llegan a ser aceptados, todo está siempre dormido, se postergan de por vida. No
importa cuál es la droga, sea cual sea actúa de la misma manera.”
Damián Rapela, por su parte, al considerar el tema ya abordado que intenta
explicar la posible relación que existió entre la tragedia de los Andes y la posterior caída
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de Carlitos en el consumo de drogas, sostiene que alguien que sufre un trauma como el
que le tocó vivir en la cordillera lo único que puede hacer durante mucho tiempo es
racionalizar la experiencia traumática. “Si Carlitos hubiera intentado vivirla desde el
terreno de lo emocional hubiera enloquecido”, afirma Rapela. De acuerdo a su opinión
el desplacer que provoca es tan grande que resulta intolerable. La culpa, la vergüenza, la
rabia y la angustia adquieren una dimensión colosal de manera que lo primero que
Carlitos tenía que hacer era sobrevivir y para lograrlo estaba obligado a racionalizar lo
sucedido. Cada vez que aparecía un sentimiento peligroso lo tapaba con droga, pasando
a otros temas o hablando con alguien, siempre evadiendo la experiencia traumática.
Carlitos había empezado a tratarse con el doctor Cortinas, cuyo equipo como ya
se ha dicho integraba Rapela, por lo que también asistía a sesiones con este. Justamente,
ya en la etapa final Rapela recuerda que le decía a Carlitos que el día que él destapara el
tema de la cordillera seguramente iba a tener problemas por lo que debería buscar
ayuda. Mientras tanto, él estaba convencido de que estaba bien que lo encarara desde el
punto de vista racional.
Carlitos era ya un “gran adicto”, afirma Rapela, pero cuando dejó de consumir
porque el grupo lo había ayudado a liberarse no pudo en primera instancia bucear en el
conflicto de la cordillera. “Si lo hubiera hecho, seguramente hubiera vuelto a consumir”,
comenta Rapela, para después agregar: “Todavía no estaba capacitado para enfrentarse a
esos niveles de angustia. Eso fue lo que le dije, que me parecía apropiado que todavía
no entrara en eso y que cuando estuviera más fortalecido por el paso del tiempo podría
bucear en los Andes”.
Finalmente Rapela, expresa algo que ya han repetido otros testigos del esfuerzo
extraordinario realizado por Carlitos para zafar de la trampa en la que había caído:
“Carlitos hizo aquello que le dije, por supuesto que le costó un gran trabajo y que le
llevó mucho tiempo. Me consta que fue una etapa muy difícil para él a pesar de que ya
llevaba tiempo sin consumir. La segunda cordillera le llevó muchos más años y
probablemente le produjo más sufrimiento que la primera.”
En la conversación con Rapela, surge otro interesante elemento que tiene que ver
con la imagen equivocada que muchas veces la mayoría de la gente se hace de alguien a
quien no conoce debidamente. Se trata del asunto muchas veces considerado de la
diferencia que existe entre lo que alguien es y lo que parece ser, de cómo generalmente
la imagen con la que la gente se queda termina ofreciendo una especie de pintura falsa
del otro que nada tiene que ver con lo que realmente es.
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“Otra cosa que quiero subrayar -enfatiza Rapela- es la calidad de persona que es
Carlitos. Cuando yo lo conocí representaba para la opinión general lo que se llama ‘un
carrasquito’, un pituco, un sobrador que contaba historias grandilocuentes de dudosa
veracidad. Cuando llegó al tratamiento conmigo era evidente que traía puesta una
máscara brutal, era otra persona, si se lo rascaba apenas un poquito enseguida aparecía
el otro. Lo que él representaba resultaba bastante diferente a lo que era en realidad. En
el tratamiento se mostraba como una persona derrotada, muy golpeada, que necesitaba
ayuda, pero al mismo tiempo era alguien muy solidario, amable, simpático, capaz de
comunicarse a través de los sentimientos, todo aquello que la gente no sabía de él ni
tampoco imaginaba. Al trabajar con él me di cuenta de que atrás de la máscara que
usaba se escondía una personalidad riquísima.”
Después de escuchar a los especialistas la voz de Carlitos se impone por sobre
las ajenas para hablar sin eufemismos de la razón por la cual él cree que decidió por fin
encarar su rehabilitación definitiva combinando la internación hospitalaria y
especialmente la asistencia al grupo la “La Magia”. Para que el lector comprenda cuál
fue el proceso de su razonamiento lo mejor es escucharlo recordar la vida que llevaba.
Dice Carlitos: “Simplemente comprendí que mis compañeros de generación
evolucionaban, pero que yo, por el contrario, iba para atrás. Y también me dije que no
era posible que después de haber vencido a la muerte en los Andes estuviera matándome
de esa otra manera. Había momentos en los cuales tomaba conciencia de semejante
barbaridad. Yo había llegado a valerme simultáneamente hasta de tres taxis que estaban
a mi disposición, los llamaba por teléfono y acudían a la dirección que les daba para
recoger un paquete que después me traían a mi casa. Esa era una de las formas que
usaba para que me llegara la droga. Recuerdo que la cocaína me la mandaban en sobres
que tenían el logotipo de la Cámara de Diputados, un camuflaje perfecto. Yo soy
naturalmente un productor, si en aquella época hubiera existido el teléfono celular
hubiera organizado una red de conexiones extraordinarias. Puedo sostener que de alguna
manera yo era un genio para procurarme lo que me hacía falta. También iba a barrios
alejados que nunca hubiera pensado que llegaría a visitar en los que, por ejemplo, me
dirigía a un tipo al que le pedía un diario que al entregármelo simplemente me decía ‘la
página de deportes’. Abría el diario y en esa sección estaba la droga pegada. Yo era
capaz de hacer todo eso, aunque en general era bastante cómodo, me hacía llevar la
droga al lugar que quería. También en Punta del Este tenía a una persona que se
encargaba de que no me faltara. Las pastillas las conseguía sin problemas, me las
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arreglaba para obtener las recetas obligatorias, no se trataba de una cajita por mes, yo
consumía muchas pastillas por día. Hasta había ubicado una farmacia que por ciertos
contactos me las daban sin receta. Y como un día me enteré de que los dentistas podían
recetar psicofármacos mis posibilidades aumentaron más todavía. Quiero dejar algo
bien claro: nadie va a la ruina por el consumo, si queda en la calle es por las locuras que
comete como consecuencia de ser un consumidor. No se consume tanto como para
dilapidar una fortuna debido a lo que cuesta la droga. El doctor Cortinas ponía un
ejemplo que a mí me parecía muy acertado. Me decía que si a un adicto le ponían un
millón de dólares sobre una mesa y al lado un vaso de whisky seguramente elegiría el
vaso. Podrá parecer una caricatura, pero eso es lo que le pasa a un adicto. Deja de pagar
las cuentas, deja de preocuparse por las obligaciones de la vida cotidiana, está para otra
cosa. Piñero, por ejemplo, era un hombre de recursos pero cuando tuvo la desgracia de
romperse el tendón de Aquiles no pudo asistirse en una institución médica privada, no
encontró otra solución que internarse en un hospital público. Su situación económica del
momento no le permitió tratarse de otro modo. Recuerdo que fui a visitarlo y juré que
nunca más volvería a pisar ese hospital que estaba en un estado lamentable, era
deprimente. A eso lo había arrastrado el consumo. Yo me enteré que adicto quiere decir
‘no dicho’ y me acuerdo que mi madre para suavizar la situación cuando hablaba con
alguien de mi internación nunca decía que a eso me habían llevado las drogas,
mencionaba el hecho diciendo algo así como ‘Carlitos está internado por problemas con
los medicamentos’, no nombraba para nada a la cocaína, esa droga no se podía ni
mencionar. De ese modo le parecía que evitaba la vergüenza que se supiera que tenía a
su hijo en un hospital por consumo de cocaína. Y es al revés, hay que nombrarla, hay
que hablar. El tiempo ha pasado y es verdad que hoy, sin embargo, la situación es
diferente, ahora es un tema que se toca con más naturalidad.”
Según el doctor Cortinas, es verdad que los adictos siempre se las arreglaban
para conseguir las recetas de los psicofármacos explotando ciertas complicidades al
tiempo que señala que no hay que olvidar que en aquellos tiempos los controles eran
menores que en la actualidad.
Carlitos ha insistido en afirmar que en los Andes aportó lo que llama su “buena
onda”, refiriéndose a lo fundamental que le resultó su actitud positiva al permitirle
transformarse en alguien que trabajaba para el grupo. Para ejemplificar su afirmación
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alude a la película “La vida es bella”, 5 como modo de señalar que en la cordillera
siempre apareció su lado optimista que lo hacía pensar en algún hecho esperanzador, en
que algo había más adelante bastante lejos de la tragedia. También ha sostenido que él
no era así, que cambió debido a las circunstancias tan particulares vividas en la
cordillera. Fue en ese momento y en ese lugar cuando se valió del optimismo, que lo
dejó expresarse para sobrellevar una situación que se mostraba intolerable.
Algo similar le pasó, de acuerdo a lo que explica, cuando resolvió escapar del
mundo de las drogas. Sus palabras no dejan dudas sobre cuál fue en este caso su actitud:
“Cuando volví a la normalidad en el Uruguay, fui metiéndome en un callejón sin salida,
sentía que las frustraciones eran cada vez mayores, a pesar de que siempre tenía una
salida graciosa para justificar lo que estaba haciendo, digamos que le encontraba la
vuelta por el lado payasesco, era evidente que estaba perdido en un laberinto infernal. Y
aunque parezca paradojal eso me resultó tan evidente que al darme cuenta de que no
tenía salida terminé planteándome la necesidad de dejar de consumir. Esa fue la gran
decisión de mi vida. Lo había intentado varias veces, pero dejaba un tiempo y luego
volvía a lo mismo porque no solucionaba los otros problemas como el laboral o el
familiar. Hasta que entré a Narcóticos Anónimos y todo empezó a cambiar. Me acuerdo
que una de las cosas que más me ayudó fue que me dijeran que uno de cada cien de los
que entraban en los grupos llegaba a cumplir un año sin consumir. Me aferré a eso con
todas mis fuerzas, me dije que yo iba a ser ese uno de los cien, a pesar de que también
ese desafío me provocaba miedo. ¿Y si no era yo uno de los cien? Sin embargo, aprendí
que también yo tengo miedo, que a pesar de haber sobrevivido a una tragedia como la
de los Andes, tengo derecho a tener miedo. Así fue como empecé a dar la batalla más
dura de mi vida. Y logré vencer el miedo como lo demuestra el hecho que yo haya sido
uno de los cien. Ya hace veinte años que no consumo, logré lo que quería. Un periodista
que cierta vez se acercó para hacer una nota sobre los grupos de adictos terminó
entrando en uno de ellos. Fue muy gracioso. En las reuniones solía decirse que al adicto
le daban un cheque en blanco en el que podía poner la cantidad que quisiera, se trataba
de algo simbólico aludiendo a todo lo que el rehabilitado ganaba de vida al entrar en el
programa de rehabilitación. Y resultó que tiempo después me encontré con aquel
periodista que al verme empezó a gritarme que lo del cheque era verdad. También a él
le fue muy bien, el grupo le dio un gran resultado. Tanto él como yo habíamos logrado
5
Dirigida y actuada por Roberto Benigni, en “La vida es bella” (1997) un padre inventa una historia para
ocultarle a su hijo -a quien intenta convencer de que se trata de un juego- la tragedia que están viviendo
en un campo de concentración nazi.
40

llenar aquel cheque con una cantidad inmensa de vida que no es posible asimilarla al
dinero.”
Según lo entiende Carlitos, no tenía otra solución a la vista, hizo la mejor
elección, la que lo salvaría, de ahí que exprese lo siguiente: “El camino de salida es
Narcóticos Anónimos, para mí no hay otro. Dejar de consumir no es solamente
abandonar el consumo, hay que trabajar muy duro, es necesario poner pasión en la
actividad que se ha empezado para cambiar la vida. A mí se me prendió la lamparita, me
dije que ese era el último vagón y que yo tenía que subirme a él sin esperar más aunque
hacerlo me significara sufrir. Me agarré con las dos manos, ya que seguramente no
volvería a pasar. Para cambiar hay que padecer, hay que sufrir y conocer el dolor, pero
también hay que tener en cuenta que no todos tienen la suerte de encontrar la
posibilidad del cambio. Ya dejé de pensar que soy bueno para nada, ahora sé que es
posible que yo no sirva para muchas cosas pero sé en cambio que sirvo para otras.
Tengo un camino personal, a partir de aquel momento dejó de importarme lo que
pudiera hacer mi padre con Casapueblo o lo que haría mi madre con su estancia, lo que
importaba era que yo tenía un valor en mí mismo y que podía arreglármelas sin esperar
lo que me llegara de mis padres. Entendí que lo único que tenemos es el hoy, ayer ya se
fue y mañana no ha llegado todavía. Solamente hoy no consumo y solamente hoy soy lo
más feliz que puedo permitirme.”
Si bien es verdad que Carlitos había llegado a la droga por “novelería”, tal como
lo dijo anteriormente, cuando después de fumar marihuana le presentaron a la cocaína
inmediatamente sintió su seducción y se convenció de que esa droga era para él. Lo
fascinó la consecuencia que experimentaba al consumirla, es decir, que con la cocaína el
pensamiento no tenía ninguna clase de censura. Se dejó envolver por la realidad que le
mostraba que después de incorporarla a su organismo adquiría lo que él define como
una gran velocidad mental. Le parecía que era brillante, que era el número uno en todo,
cuando en verdad no lo era en nada. Todo aquello lo había llevado a entrar en un círculo
vicioso ya que inmediatamente después de los momentos eufóricos sobrevenían los
bajones que él vivía como algo espantoso, decididamente intolerables. Y, precisamente,
como no los soportaba volvía a consumir cocaína para sentirse otra vez alejado de los
estados a los que lo llevaba la falta de la droga.
No hay dudas de que lo que finalmente triunfó en él fue la actitud, esa nueva
postura de ánimo que le permitió buscar la puerta de escape, de la misma manera que
había sucedido en los Andes cuando a través de la noticia que Nicolich había escuchado
41

en la radio los sobrevivientes supieron que la búsqueda se había suspendido. Entonces,


ellos contradictoriamente consideraron que aquella en definitiva era una buena noticia
en tanto a partir de ese momento su salvación dependería de ellos mismos. Esa había
sido una demostración de una actitud incomparablemente positiva, como la que habían
desplegado Parrado y Canessa corriendo el riesgo de perderse para siempre cuando
decidieron seguir adelante en medio de la inmensidad de la cordillera y continuaron la
marcha para intentar el milagro que significaría encontrar una ayuda en lugar de
retroceder para refugiarse con los demás entre los restos del fuselaje del avión y ahí
esperar pasivamente lo que el destino les tuviera reservado.
Carlitos también siguió adelante, tampoco él aceptó permanecer inactivo en
medio de las ruinas a las que lo había llevado la droga, continuó caminando hasta
reencontrarse con la vida que en su caso fue la que le alcanzó la última internación y la
integración al grupo de Narcóticos Anónimos. Al fin de cuentas, se trató de algo
comparable con el encuentro de Parrado y Canessa con el arriero chileno que los
arrancó de la muerte. Por algo Carlitos le había contestado al doctor Cortinas que el
grupo había sido para él como volver a ver los helicópteros descendiendo en la nieve
para rescatarlos.
Si Carlitos hoy mira hacia atrás lo hace solamente para recuperar los aspectos
positivos del pasado porque sabe que esa actitud al mismo tiempo tiene la virtud de
generar una respuesta positiva también en los otros. No se deja dominar por las posturas
negativas que encuentra en muchas personas que en ciertos casos no son otra cosa que
expresiones de una envidia poco disimulada ya que en general él siente que no se
reconocen los méritos de quien ha logrado algo por su propio esfuerzo. Como ejemplo
contrario de esa postura menciona a su padre quien siempre mira hacia delante con
optimismo y elogia lo que su hijo hace con expresiones como “estamos en la lucha” o
“arriba el ánimo” en consonancia con su personalidad que lo lleva a pelear cada vez que
surge un obstáculo. Es sabido que a Carlitos le costó desprenderse del fardo de la figura
paterna, pero ahora todo es diferente ya que ha logrado andar por una vía distinta a la de
él lo que le ha dado la posibilidad de abandonar pacíficamente la idea de verlo como a
un competidor.
No está de más repetir que este proceso de cambio a Carlitos lo obligó a pasar
momentos extremadamente difíciles. Estaba pisando un terreno tan inestable que
sostiene que incluso hubo momentos en los que llegó a comprender a los suicidas, pero
al encontrar el equilibrio hasta entonces esquivo el mundo de la droga se convirtió en
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algo completamente ajeno para él, un universo poblado de muerte que afortunadamente
ya no le pertenece. Y después de desprenderse de la amenaza representada por las
drogas, cuando entró en el mundo opuesto, ya nada tuvo que ver con la cocaína ni con
los medicamentos consumidos en exceso. Ni con ninguna otra clase de droga, fuera la
que fuera. Antes de llegar a la meta que se propuso sabía perfectamente dónde podía
encontrarlas, cuáles eran los pasos que debía dar para conseguirlas, mientras que
inmediatamente después de dejar el consumo ignoró para siempre todo lo que se
relacionaba con ellas.
Entre tantos actos cumplidos por Carlitos que sirven para entender su necesidad
de valerse de una postura abiertamente positiva, es posible recordar lo que sucedió el
día que tuvo que dar una conferencia en la ciudad mexicana de Puebla. En aquella
oportunidad los oradores fueron Antonio Valladares, el cubano que había estado
prisionero durante veintidós años condenado por el régimen dominado por Fidel Castro,
una mujer judía alemana que había sobrevivido a la experiencia límite de pasar un largo
tiempo en un campo de concentración nazi y Carlitos, quien hablaría de la tragedia de
los Andes.
Valladares explicó las condiciones infrahumanas que había soportado en la
cárcel redondeando un cuadro que a Carlitos le pareció horrible, por su parte la mujer
judía incorporó lo que había significado para ella tolerar el terror, la humillación y el
desprecio por la vida que los nazis les hacían sufrir diariamente a los prisioneros, todo
lo cual había terminado por crear un ambiente depresivo entre quienes habían
concurrido a escuchar las conferencias. Carlitos, quien había concurrido a Puebla con su
hija, era el último orador. Cuando le llegó el turno de hablar decidió empezar su charla
afirmando que si la presencia de los tres conferencistas se hubiera debido a que se
buscaba desarrollar una especie de competencia para determinar quién lo había pasado
peor probablemente sería el ganador, pero que según lo entendía él estaba ahí para otra
cosa, que su interés era demostrar cómo había logrado salir hacia delante y no quedarse
en lo que había sufrido. Y dominado por esa actitud fue que ofreció toda su charla. Al
final de la conferencia la respuesta del público fue de una excepcional aprobación al
punto que llevó a la gente a pararse y a rodear a Carlitos para demostrarle su entusiasmo
hasta que su hija tuvo que intervenir para evitar que aquello se saliera definitivamente
de cauce.
Tanto se ha hablado ya de “La Magia”, a tal punto se ha hecho referencia a lo
que el grupo contribuyó en la rehabilitación de Carlitos, que es hora de formular la
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pregunta que busque desentrañar la verdadera razón por la cual parece ser que ese
procedimiento termina siendo el único efectivo para que los adictos abandonen el
consumo de drogas. ¿Dónde está el secreto, cómo opera lo que parece un milagro o,
justamente, simple magia, que lleva a una persona que ha estado consumiendo durante
años a abandonar las drogas a partir de su participación en un grupo conformado
únicamente por quienes se habían rendido a las adicciones?
La palabra “pares” es usada constantemente por quienes se ocupan del tema
dando a entender que al reunirse los iguales, esto es, quienes están padeciendo un
mismo drama, todos se encuentran también ocupando un mismo lugar y respirando en
un ambiente que no les es hostil. Estas son las condiciones que, al mismo tiempo, les
permite exhibir libremente y sin vergüenza el pesado fardo que llevan encima sin
escuchar recriminaciones por lo que han hecho. Este, pues, es el punto central que se
abordará en el próximo capítulo para tratar de clarificar lo que pasa en el interior de un
grupo y cómo fue que Carlitos encontró en él la tabla de salvación.
44

ENCONTRARSE CON LOS DEMÁS

Lo primero que afirma Carlitos al explicar cuál fue la causa por la que él
entiende que el grupo terminó siendo el medio más adecuando para que encontrara la
puerta abierta que al traspasarla le permitió reencontrar la libertad perdida estuvo en que
de pronto se vio rodeado de pares que estaban ahí peleando por la misma cosa que él. Y
que nadie juzgaba al otro, que nada de lo que se dijera era considerado anormal o
condenable.
No todo sucedió, por supuesto, de manera instantánea, reconoce que hubo
momentos en los que escuchaba las exposiciones de sus compañeros como si hubiera
pasado a habitar en otro planeta. Así, por ejemplo, expresa que le costaba entender
algunos de los testimonios, que no llegaba a darse cuenta de la real dimensión de lo que
significaban las palabras que llegaban a sus oídos. En ese sentido recuerda un caso
concreto que le sirve para dar un ejemplo del asombro que sintió al escuchar a un
compañero que se manifestaba muy contento porque finalmente se había permitido la
felicidad de dedicarle un tiempo de su vida a su sobrino para jugar con él. Aquella
confesión acerca de un hecho aparentemente trivial, un acto casi insignificante que
llenaba de satisfacción al integrante del grupo poco a poco fue adquiriendo para Carlitos
su verdadero sentido ya que pudo entender que con la rehabilitación se llegaba a
disfrutar de cosas que hasta entonces habían sido dejadas totalmente de lado. En cierto
sentido lo que afirma de algún modo remite a lo que había dicho Gelsi, sobre la
heroicidad que Carlitos llegó a descubrir en la cotidianeidad.
“Al final me di cuenta de que al entrar al grupo había empezado a manejar la
telenovela de la vida, era como si me dijeran que no debía perderme el próximo
capítulo, es decir, que no podía faltar a la próxima reunión”, expresa Carlitos para
recordar al mismo tiempo que estar entre sus pares también le hizo comprender que era
necesario cambiar de vida, apartarse de varias cosas, entre ellas de las personas que
hasta entonces lo habían acompañado en el camino de la droga. Esas personas definidas
irónicamente por Carlitos como “los chicos malos”, tenían que ser evitadas, archivadas
en el pasado para siempre, para ser sustituidas por nuevos amigos que no por casualidad
casi inmediatamente pasaron a ser los integrantes del grupo. Al mismo tiempo, asegura
que paralelamente se había formado un grupo más reducido, un grupito al que denomina
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“el pelotón de recuperación”, formado por ocho o diez personas que se llamaban por
teléfono, que comentaban cómo lo habían pasado en esos días, que se alegraban porque
“La Magia” continuaba aumentando el número de integrantes y que festejaban todo lo
que con gran voluntad y esfuerzo paulatinamente iban logrando en el plano personal.
Según Ismael Piñero, el grupo resulta ser la ayuda fundamental porque es la que
un adicto le ofrece a otro adicto. Esta verdad fundamental fue la que le comentó cierta
vez a un periodista que lo había llamado para hacerle un reportaje. La respuesta que
recibió del periodista al establecer una similitud que Piñero nunca se había planteado le
sirvió para darse cuenta de que realmente era así. En efecto, el periodista le contestó que
la afirmación de Piñero lo había llevado a compararla con el efecto que tienen las
vacunas, especialmente el suero antiofídico. Piñero en un principio no entendió el
sentido de la respuesta del periodista, pero luego comprendió que tenía razón, que esa
era la causa de que los grupos funcionaran. Para expresarlo gruesamente Piñero sostiene
que “el mal cura al mal”, tal como el suero hecho en base al propio veneno inoculado en
el organismo de una persona evita que el veneno que recibió al ser mordido por una
serpiente lo lleve a la muerte. “Sin veneno es imposible hacer el antídoto”, afirma
Piñero. En el caso del adicto sucede algo parecido, los medicamentos no sirven, lo que
da resultado es el otro, es decir, el igual. Como el adicto es siempre adicto, de acuerdo a
Piñero es como si fuera portador de un virus, la adicción está latente. Por eso es que hay
que aprender a convivir con la adicción y buscar la forma de protegerse en el grupo para
que esa adicción oculta no se manifieste abiertamente.
Con otras palabras el padre Lucas apunta en la misma dirección que lo hizo
Piñero: “El adicto está limpio, pero sigue siendo adicto. Si él pensara que dejó la droga
para siempre, si pensara que es para todo la vida, no podría enfrentarlo. ‘Hoy pude,
mañana se verá’, eso es lo que debe decirse y es lo que se dice. En el grupo sigue con la
droga de modo simbólico, eso es lo que los reúne, pero no piensa en ella concretamente,
solamente que es ella la que los reúne. Todos tenemos dependencias, pero las vamos
cambiando, los árboles se mantienen firmes si tienen buenas raíces y estas son nuestras
dependencias. El ser humano es un ser con otros seres -recuerdo lo que dice Heidegger-
antes de ser individuo estuvo con alguien, con su madre, por ejemplo, por eso sufre la
soledad. Se sufre la separación. Claro que hay dependencias humanas naturales porque
somos limitados y otras que como las adicciones llevan a las drogas, cosa que es muy
distinta.”
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La adicción es una enfermedad que muestra características raras. Una de ellas


-manifiesta Piñero- es que la medicina no es la que está mejor preparada para
enfrentarla. Y otra es que cuanto más se ayuda a un enfermo por adicción peor se pone.
Si a alguien que tiene hepatitis se lo acompaña, se le lleva la comida a la cama, se lo
vigila cuando debe ir al baño, etc., el enfermo se manifestará agradecido y reconocerá la
ayuda que se le ofrece. Con un adicto, por el contrario, nada de eso servirá para nada,
seguirá enfermo. La ayuda deberá pasar necesariamente por otro lado. Al adicto que va
a consultarlo Piñero le dice que haga de cuenta que fue a ver al médico que va a
atenderlo para ocuparse de su caso. Que él le dirá cuál es su enfermedad, cuáles son los
riesgos que conlleva, por qué está viviendo lo que lo hace sufrir, tocará el tema familiar
y algunos otros puntos, pero concluirá explicándole que no podrá indicarle el remedio
para la enfermedad, que esa solución no podrá dársela ya que ella se encuentra
únicamente en el papelito que le entrega donde figuran las direcciones en las que se
reúnen los grupos de adictos y los horarios en los que funcionan. Es el grupo el que
pone al alcance del adicto las herramientas necesarias, tales como alejarse de su
ambiente habitual y no consumir la primera dosis Si no se toma la primera no habrá ni
segunda ni tercera. Como ya se ha dicho, se trata solamente de hacerlo por hoy, mañana
no se sabe lo que podrá pasar, se fijan metas cortas y se trata de que el adicto
comprenda que la adicción no puede controlarse con drogas, de ahí la necesidad
imperiosa de la abstinencia y de la integración al grupo.
Para el Padre Lucas en el grupo se crea una mística, de hecho quienes concurren
a él no se drogan, en todo caso la droga, como ya lo ha manifestado, está presente a
nivel simbólico. Los adictos quedan afectivamente dependientes de una forma
inmadura, necesitan de algo para seguir viviendo. Entran a un grupo por la presencia de
los otros, pero en realidad hay en ello una inmadurez en tanto necesitan actos que
provengan de afuera para sentirse bien. La única manera de salir adelante es pertenecer
al grupo, la forma de crecer como persona. La droga hace posible que seres solitarios
puedan encontrarse para hablar de lo suyo frente a otros que los escuchan. Quien por
primera vez entra al grupo es el más importante para todos, los otros le prestan atención,
cosa que antes no le sucedía. Es extraordinario, la droga que antes le servía para
separarse y estar en soledad es la misma que al adicto le sirve para encontrarse con los
demás. Por sí solos no van a poder salir del problema, harán una terapia, por ejemplo,
pero cuando vuelvan a la vida normal volverán a lo mismo porque no habrán cambiado
su proceso interno. “Diríamos que desde el punto de vista cristiano se trata de una
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conversión -explica el padre Lucas- ya que se trata de un cambio fundamental”. En el


grupo al adicto se le pide que rompa con lo anterior, que aquello que lo rodeaba
desaparezca, se trata de una vida nueva para la que deben crearse actitudes también
nuevas. Hasta que se integró al grupo nadie se había preocupado por el adicto, nadie le
preguntaba cómo se sentía o qué podían hacer por él. Es el grupo el que lo hace.
No es casualidad que quienes fueron entrevistados para este trabajo coincidieran
en sus declaraciones. Todos se han especializado en adicciones y, además, algunos de
ellos, como ya se ha señalado, también son adictos que como Carlitos pasaron por
momentos muy duros para liberarse de las drogas. Una nueva opinión, en este caso, la
de Damián Rapela, se incorpora a las ya emitidas para explicar por qué el grupo llega a
lograr un resultado tan positivo.
En primer lugar, Rapela recuerda que los grupos fueron creados por adictos y
que la mayoría de quienes concurren a ellos ya dejaron de consumir de modo que saben
muy bien cuáles son los mecanismos a emplear, los desafíos y las preguntas que plantea
la rehabilitación tanto como saben que no se puede salir de la adicción si no hay un
cambio de vida fundamental. Es que el adicto no está preparado interiormente para
hacer un cambio brusco, no está fortalecido para un desafío de esa naturaleza de manera
que busca el recurso que conoce de toda la vida que es el consumo. El grupo actúa
fundamentalmente como contenedor, pero con la virtud de que se trata de alguien que
puede hacerlo porque entiende cuál es el problema. Si un adicto va al psiquiatra
-manifiesta Rapela- le hará estudios clínicos, también entrevistará a los familiares, al
cónyuge, a los padres y terminará diciéndole al paciente que tiene un problema de
adicción y que es necesario que deje de consumir. Esta es la respuesta de la medicina.
Pero cuando el adicto va al psiquiatra hace ya mucho tiempo que sabe que tiene que
dejar de consumir. No era eso lo que necesitaba que el psiquiatra le dijera, lo que
necesitaba saber era cómo tenía que hacer para dejar el consumo. “No hay un
tratamiento farmacológico para terminar con una adicción”, sostiene Rapela.
Mientras tanto, el psicólogo Pablo Gelsi afirma que el adicto en soledad siempre
encuentra muchas justificaciones para explicar su adicción. El grupo, en cambio, no se
lo permite, no lo deja hacer eso, lo enfrenta a la verdad o sea que, en suma, no le da la
posibilidad de mentir. A Gelsi le parece que todos tenemos una especie de niño que es
muy sensible a la opinión ajena. Y al amor ajeno. Caer o recaer nos deja con el temor de
que no nos quieran. Además, un psicoterapeuta ve al adicto una vez por semana durante
cincuenta minutos, en cambio los grupos insumen mucho más tiempo. La otra razón por
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la cual los grupos dan resultado debe verse en la realidad que indica que siempre hay
alguien que está peor de manera que se puede ejercer la misericordia o la ayuda. Se trata
de una gimnasia mediante la cual todos son terapeutas de todos al punto que entre ellos
termina formándose un lazo particularmente fuerte.
Finalmente, es Juan quien ofrece una imagen del grupo que podría tomarse como
la síntesis de todas las opiniones dadas hasta ahora: “En el grupo están los pares, los que
pasaron por lo mismo, los que no juzgan, los que aceptan al otro tal como es. Son los
que se protegen mutuamente. Solamente aquel que pasó por una etapa tan severa puede
comprender cabalmente a quien está empezando la recuperación.”
Según Carlitos, todo el trayecto que recorrió en Narcóticos Anónimos también
puede verse como una nueva lucha contra el no, de la misma manera que había sucedido
durante los setenta y dos días que permaneció perdido en la cordillera. Tenía que buscar
el aspecto positivo que siempre es posible encontrar, eso que, de acuerdo a lo que él
mismo expresa, los norteamericanos llaman “the bright side”, la búsqueda del lado
brillante aun en los momentos más oscuros. Y habla, además, de una característica suya
que todos quienes lo conocieron mientras asistió a las reuniones del grupo o aquellos
que compartieron con él diferentes terapias también han mencionado especialmente.
Para tratar esos temas es que expresa: “Me valí del sentido del humor, la buena
onda siempre contribuye a favor de uno mismo y de los demás, ella quizás en algún
momento se convirtió en la mejor herramienta que pude utilizar. Yo trataba de poner
color para eliminar el gris y el negro. Por eso es que cuando hablo de todo esto vuelvo a
acordarme de la película ‘La vida es bella’. La depresión, eso que los uruguayos
llamamos el bajón y al que muchos son afectos, no ayuda para nada. En los grupos yo
tuve que aprender a convivir con historias muy depresivas, pero al mismo tiempo me las
arreglé para cultivar la paciencia. Me encontré con gente muy distinta, también eso tuve
que admitirlo y sobrellevarlo. Compartí el dolor con los compañeros adictos, de ahí que
si alguna vez había tenido arrogancia fue en el grupo donde la perdí. Hay un caso que a
mí me parece extraordinario porque sirve para aclarar todo esto que estoy diciendo. Yo
contribuí a formar un grupo que funcionaba en la iglesia de Carrasco al que llamé ‘Por
Acá’ y que después se convirtió simplemente en el grupo ‘Pora’. Lo había denominado
de aquella manera porque estaba convencido de que por acá era el camino para librarse
de las drogas. A ese grupo concurría un hombre que vivía muy lejos, más concretamente
en el Cerro. Lo curioso es que en su barrio había un grupo de Narcóticos Anónimos,
pero él había decidido atravesar toda la ciudad para integrarse al que funcionaba en la
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iglesia de Carrasco simplemente para expresar el profundo resentimiento que le


provocaban quienes habitaban ahí. Así descargaba su sentimiento en presencia de la
propia gente que le despertaba tanta antipatía.”
Carlitos también contribuyó a la formación de otro grupo en Punta Carretas, que
para no abandonar su sentido del humor denominó “14 de Julio”. La razón de este
nombre la explica en virtud de que a él concurrían adictos a las pastillas, entre ellos
algunas mujeres que seguramente ahí se sentirían mejor que compartiendo experiencias
con consumidores de otra clase, por ejemplo de cocaína. La ironía radicaba, claro, en
que el 14 de Julio se celebra la toma de la Bastilla, mientras que ese grupo se había
formado para quienes tomaban las pastillas.
Ya ha quedado claro que en los grupos todos terminan igualados y que
finalmente también todos se toleran. Hay otro ejemplo que da Carlitos que resulta de
utilidad para entender los diferentes orígenes de los adictos que se reúnen para
solucionar sus problemas: “Yo estaba peleando para obtener la tarjeta de crédito dorada,
me sentía preocupado porque no podía lograr que me la dieran, pero al mismo tiempo en
mi grupo había una persona cuya gran preocupación era que a veces no tenía el dinero
necesario para pagar el boleto del ómnibus que debía tomar para ir a las reuniones. Sin
embargo, él y yo éramos iguales, en el grupo teníamos algo en común que nos había
llevado a estar juntos, habíamos cometido los mismos errores. Yo nunca sentí que me
trataran de modo distinto por ser eso que despectivamente suele denominarse ‘un
carrasquito’ ni por gozar de cierto renombre por haber sido uno de los sobrevivientes de
los Andes.”
Carlitos bajó al llano -según Juan- para ser uno más, ya que en el grupo tuvo que
comunicarse con todo tipo de gente de manera que demostrar esa humildad seguramente
no le resultó una tarea fácil. A Juan le consta que eso no puede hacerlo cualquiera, que
para Carlitos bajarse de lo que denomina “el trono“, le resultó clave. La necesidad
imperiosa de igualarse a los demás proviene de la realidad indudable que exhibe el
grupo, muy desparejo socialmente. “Actualmente, hay diferencias por las distintas
ubicaciones geográficas que tienen los grupos, pero en aquella época ‘La Magia’ era el
único y concurría gente de todos lados”, recuerda Juan al referirse al nacimiento de
Narcóticos Anónimos en el Uruguay. Y aprovecha para explicar cómo Carlitos se movía
en aquellos tiempos: “Si bien es cierto que Carlitos tuvo la humildad necesaria para
trabajar de modo igualitario con todos los demás nunca dejó de mostrar de dónde venía,
cuál era su origen. Eso no lo ocultó nunca. En el grupo seguía siendo el mismo, hasta
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cuando estaba destruido de pronto se largaba a hablar del golf, la humildad no lo llevó a
mentir sobre sí mismo, la usó para estar en el grupo pero no para caer en la mentira. Es
posible, no lo niego, que esto le haya generado simpatías y también antipatías, pero esto
también le pasaba afuera del grupo.”
Como lo dice Damián Rapela, para salir de la adicción hay que tener una gran
reserva, una madera de cierta calidad, de lo contrario, quien no lo tenga se encontrará
con serias dificultades para llegar a la rehabilitación. Claro que Rapela también afirma
que aquellos que pueden reírse o emplear más o menos frecuentemente el humor sobre
sus problemas es porque ya están superándolos. Si es que no los han superado ya.
El reconocido sentido del humor desplegado por Carlitos, es también recordado
por Ismael Piñero, tal como ya lo han hecho otros entrevistados: “Lo que siempre
destacó a Carlitos, desde el primer día que lo vi en el sanatorio, fue su sentido del
humor. Siempre tenía una actitud alegre, divertida, hacía bromas con todo. Creo que esa
fue una de las claves que lo ayudaron a salvarse. Se trataba de algo muy destacado, no
me olvido de su actitud en ese sentido, es que el humor ayuda mucho, es sanador.”
Los grupos funcionan -recuerda Carlitos- con un sistema que podría llamarse de
padrinazgo de modo que también él tuvo que elegir a uno de los adictos como padrino.
La persona elegida como padrino es alguien con quien el adicto tiene una mayor
intimidad, a quien se le consulta ciertas cosas debido a que tiene más experiencia en el
grupo que aquel a quien va a apadrinar. De alguna manera se trata de alguien que va a
actuar como apoyo o sostén de un modo más directo. Y cuando a Carlitos le llegó el
momento de elegirlo optó por un hombre que se distinguía por su parquedad, dureza y
rigidez. La pregunta que se impone es por qué buscó que su padrino en el grupo fuera
una persona con esas características personales. Y su respuesta que no se hace esperar
demuestra hasta dónde estaba dispuesto a hacer todos los esfuerzos para lograr la
rehabilitación: “Lo elegí porque representaba todo lo contrario a lo que yo había vivido
en mi casa por la falta de límites con que me había manejado. Yo lo veía como a una
persona sólida, que no había recaído y que, además, andaba por la vida no solamente sin
consumir drogas sino también como un hombre de acción. En el grupo no se está para
quedarse estático, sin hacer nada, aquel hombre me fue de utilidad porque yo necesitaba
límites y en él los encontré. Es que para mí la adicción -creo que ya lo he repetido varias
veces- es la enfermedad de la carencia de límites.”
Las tentaciones para un adicto están presentes permanentemente, es necesario
andar con gran cautela para evitarlas porque suelen presentarse ocultas, disfrazadas atrás
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de la palabra de un amigo, de una reunión a la que se es invitado o por una casualidad


que en principio parece tan inocente que aparenta no representar un peligro para la
recaída.
Como Carlitos comenzó su recuperación un 29 de octubre, muy poco tiempo
antes de que llegaran las fiestas tradicionales, es decir, la Nochebuena y el Fin del Año
de 1991, ese 31 de diciembre, el primero que pasaría limpio de drogas, resolvió invitar a
los integrantes del grupo a su casa. Ahí estarían todos juntos, protegiéndose
recíprocamente de modo solidario. Fueron alrededor de veinte personas, pero entre ellas
había un primo suyo que no era adicto y que para sacarse las ganas de tomar un whisky
como modo de festejar el 31 de diciembre de la manera que acostumbraba hacerlo debió
esconderse del grupo en un rincón de la casa para que ninguno de los presentes se
sintiera tentado por el alcohol. Ese fue el precio que debió pagar al encontrarse en
medio de gente que estaba dispuesta a mantenerse alejado de cualquier droga y que
había desarrollado entre sí una relación de mucho apego.
Los recuerdos de Carlitos que ilustran sobre los difíciles momentos que le
esperaban en los primeros tiempos de la rehabilitación son muy numerosos. Algunos de
ellos se vinculan con Punta del Este, aquel paraíso costero en el que acostumbraba pasar
sus doradas vacaciones veraniegas cuando todavía se movía consumiendo drogas.
En 1992, mejor dicho, en el primer verano posterior a su entrada a “La Magia”,
afirma que apenas fue un día a Punta del Este. Curiosamente está en condiciones de
mencionar con exactitud la fecha, ya que recuerda perfectamente que fue el 19 de enero
de 1992. Apenas habían pasado unos cuatro meses de su participación en el grupo y
aclara que por esa razón si bien había decidido volver al balneario lo hizo con un miedo
“atroz”.
Todo parecía perfecto, ya que Carlitos también recuerda que aquel 19 de enero
de 1992 era un día hermosamente soleado con un cielo sin nubes profundamente azul,
una ocasión ideal para que mientras se dirigía en el auto hacia Punta del Este su
memoria reprodujera los intensos momentos que había pasado en el lugar al que ahora
volvía en plena época de rehabilitación. Cuando llegó dio algunas vueltas, estuvo un
rato en la playa disfrutando el día magnífico y después fue a Casapueblo, la célebre
construcción que su padre levantó en un lugar de una belleza extraordinaria y que es
visitada permanentemente por los turistas extranjeros. La jornada era perfecta, sin
embargo a las cinco de la tarde de pronto volvió a su auto y sin pensarlo más enfiló
nuevamente hacia Montevideo para llegar a tiempo a la reunión del grupo de “La
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Magia”. Marchaba por la carretera a toda velocidad temiendo ahora que se le hiciera
tarde para estar otra vez entre sus pares.
Lo que dice a continuación al evocar el regreso a Montevideo es otra clarísima
demostración de la poderosa atracción que ya había logrado ejercer el grupo en su
personalidad. Nada podía arrancarlo del medio en el que se sentía seguro, ni siquiera su
adorada Punta del Este: “Me preguntaba cómo era posible que un día como aquel yo
decidiera abandonar Punta del Este, la que seguramente había estado llorando por mi
ausencia, que yo la dejara atrás para irme a toda velocidad a encerrarme en un cuartito
lleno de adictos, un lugar gris en el que no podía encontrar ningún color. ¿Cómo podía
estar Punta del Este sin mí y cómo podía yo dejarla a mis espaldas? La respuesta fue
rápida y sencilla: es que en aquel cuartito yo sabía que estaba la vida.”
Ya en otras circunstancias, cuando había pasado un tiempo de su ingreso al
grupo y se encontraba dedicado a trabajar en publicidad, resolvió tomarse quince días de
vacaciones para pasarlos en Punta del Este. Le parecía claro que en esa época podía
ofrecerse un tiempo de descanso sin que lo paralizaran los temores o las dudas sobre los
peligros que podían esperarlo en la costa del este. Como siempre lo había hecho cuando
iba al balneario poco después de llegar se dirigió a la playa y quiso la casualidad que en
ese mismo momento se encontrara con un viejo amigo, en realidad “un compañero de
carrera”, como Carlitos lo define hoy, es decir, alguien a quien conocía de la época dura
en que ambos consumían. El amigo estaba con su novia y de pronto, inesperadamente,
empezó a recordarle a Carlitos varios hechos de aquellos tiempos negros. Sus cuentos
traían al presente lo que habían vivido, se paseaba por el pasado sin dejar de evocar a
viva voz anécdotas con cuentos interminables de lo que habían convivido como
consecuencia de sus adicciones. Parecía que el amigo hubiera sido puesto en ese lugar
de la playa a propósito para tirarle a Carlitos todo aquel pasado lamentable sobre sus
espaldas, justamente lo que él había decidido abandonar para siempre. Carlitos se dio
cuenta que empezaba a verse envuelto por los relatos que hacía su amigo, algunos de los
cuales le resultaban incluso muy divertidos, sintió que retrocedía para encerrarse
nuevamente en el triste ambiente de los tiempos de la droga, hasta que de pronto en
medio de la interminable evocación de su amigo tuvo conciencia de que la evocación de
los hechos lo había alterado. No había dudas, las palabras que escuchaba lo habían
perturbado de tal modo que comprendió que todo aquello se había transformado en un
momento extremadamente peligroso. Afortunadamente, tomó una súbita decisión
salvadora. Se despidió de su amigo y de su novia, se dirigió a su casa, cargó todas sus
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cosas en el auto y regresó inmediatamente a Montevideo para escapar de la inesperada


amenaza que lo había sorprendido en la playa.
Una vez en la ciudad decidió que postergaría las vacaciones hasta el mes
siguiente, ya que se dio cuenta de que tenía que abrir un paréntesis de tranquilidad antes
de volver a Punta del Este. Se repetía que aquel estado muy parecido a la enajenación
que le había hecho vivir su amigo y que había estado a punto de depositarlo nuevamente
en el pasado ya no podría soportarlo. A tal extremo lo había llevado que, incluso,
mientras lo escuchaba en la playa se había visto arrastrado a revivir mentalmente el día
que había esperado a la policía en la cama con las armas a su lado. “Yo no digo que él
lo hiciera con esa finalidad, pero a veces algunos de los que todavía siguen en carrera
hacen lo posible para que el otro vuelva a la droga. Y lo cierto es que mi amigo sigue
consumiendo”, termina Carlitos el relato acerca del encuentro casual que lo obligó a
huir de Punta del Este.
Él reconoce que es una persona que se siente llamada especialmente por el
alcohol, lo que lo lleva a afirmar que por esa razón se siente más que nada un alcohólico
porque realmente le gustan las bebidas especialmente el whisky. Cuando tenía apenas
cuatro años de edad había aprovechado que se encontraba alejado de la mirada de su
madre para beber con un amigo todas las botellitas de whisky que su padre juntaba en
una colección. Ese fue su primer contacto con el alcohol, droga que por otra parte, como
ya se ha señalado, fue la primera que consumió diariamente en el primer verano después
de su rescate en los Andes. Y también fue el alcohol el que en los casi veinte años que
lleva sin consumir se convirtió en la droga que lo hizo flaquear, es decir, que lo hizo
caminar por el pretil del que hubiera podido caerse para ceder a la tentación de volver a
consumirla.
Aquello sucedió cuando un amigo que se dedicaba a la publicidad lo invitó a
concurrir a una reunión que se haría con motivo del lanzamiento de “Jet” un whisky
veinte años de “J&B”, su marca preferida. A Carlitos se le iluminó la cara cuando pensó
en aquel whisky que para él era una especie de elixir, una bebida que sabía que podría
disfrutar como muy pocos podrían hacerlo. Y se dispuso a acompañar a su amigo. Sin
embargo, una vez más sobre el peligro se impuso su voluntad, su decisión
inquebrantable de escapar a la trampa que estaba a punto de pisar. Ya en el momento de
entrar en el auto para dirigirse al lanzamiento de la bebida súbitamente recapacitó y se
dio cuenta de lo que estaba a punto de hacer. No lo dudó, expulsó con decisión a esa
especie de demonio interior que a toda costa quería que nuevamente tomara el camino
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equivocado y rechazó la idea de acompañar a su amigo al acto de presentación.


“Cuando entendí que aquello era un disparate lo que hice fue irme en el auto a la
reunión del grupo en lugar de dirigirme al lanzamiento del whisky, tomé esa decisión
porque afortunadamente era verdad que yo tenía ganas de tener ganas de dejar de
consumir, ese día pude demostrarme que verdaderamente era así”, remata Carlitos la
evocación de aquel momento en el que estuvo tan cerca de la recaída.
Esa determinación, esa actitud dirigida a conseguir lo que se había propuesto
también quedó de manifiesto en el momento de establecer la hora en la que debería
funcionar los domingos el grupo de “La Magia”. Para Carlitos, como para muchas otras
personas en todo el mundo, ese día es el más deprimente de la semana al punto que se
ha llegado a hablar del “síndrome del domingo”, de ahí que el horario que terminó
estableciéndose en “La Magia” fuera a instancias de Carlitos quien quería a toda costa
que los adictos se reunieran cuando la depresión se volvía más peligrosa: “Para mí el
domingo es terriblemente depresivo -afirma- así que fui yo quien sostuve que el grupo
debía reunirse en el peor momento, esto es, a la última hora de la tarde y por eso
propuse que las reuniones se hicieran a las ocho de la noche. Aquella propuesta mía fue
aceptada y creo que todavía sigue vigente, que el grupo continúa reuniéndose los
domingos a esa hora. Yo no puedo olvidarme de lo deprimido que me sentía los
domingos de tardecita, siempre lo asociaba con determinados programas de la televisión
que se transmitían al entrar la noche, como uno que se llamaba ‘Polideportivo” y otro
también de la década de los ochenta que tenía como protagonista a un personaje de
nombre MacGiver, aquellas horas dominicales para mí eran insoportables. Al juntarme
en el grupo con los otros adictos la cosa cambiaba totalmente, de alguna manera la
depresión era derrotada y el peligro se esfumaba. El grupo provoca en los concurrentes
una notable mejora en el estado de ánimo: si venís mal, salís bien, y si venís bien, salís
mejor”.
Ninguna posibilidad se descartaba si tenía la capacidad de ayudar a eludir los
riesgos que se consideraban inminentes. Y si esa posibilidad no existía se la creaba. Así
es que Piñero recuerda que Carlitos y él, debido a que “La Magia” en aquella época se
reunía solamente una vez por semana y ellos necesitaban tomar el “antídoto” con más
frecuencia, al mismo tiempo concurrían a las reuniones de Alcohólicos Anónimos.
Sabían que no podían esperar siete días para encontrarse en un refugio habitado por sus
pares de Narcóticos Anónimos, de modo que lograban lo buscado asistiendo a los dos
grupos. Y como Alcohólicos Anónimos tenía ya una trayectoria bastante más larga les
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resultaba muy útil la experiencia que esa organización había alcanzado. Aquella
asistencia conjunta a uno y a otro grupo era una demostración más de la voluntad que
los animaba. Cuando las puertas de “La Magia” estaban cerradas ellos se encargaban de
encontrar otras que estuvieran abiertas.
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LA LIBERTAD DE UNA ACTIVIDAD PROPIA

En las páginas anteriores se habló de las dudas que Carlitos tuvo para decidir
que este libro fuera publicado. En general, en las conferencias él no se refería a sus
adicciones, a lo sumo las mencionaba al pasar pero no llegaba a hincarle el diente al
tema con la profundidad que merecía. Sin embargo, un día se le presentó la inesperada
oportunidad de hacerlo y cuando terminó la conferencia comprendió que se sentía capaz
de abordar su problema con las drogas con la misma naturalidad que empleaba para
contar la historia de la sobrevivencia en los Andes. Aquello sucedió en México, más
concretamente en Saltillo, un día después de su participación en el XI Congreso
Regional de la Mujer, oportunidad en la cual Carlitos había ofrecido su habitual charla
sobre la tragedia de los Andes, por lo que su intervención en el congreso ya había
finalizado.
Su primera nieta había nacido el 3 de junio del 2003, pero el hecho no había
causado un sentimiento pleno de alegría entre sus familiares. Al contrario, se había
convertido en un elemento de preocupación debido a la condición de prematura de la
recién nacida. Como Carlitos ya se había comprometido para ofrecer el 5 de junio la
conferencia en Saltillo destinada únicamente a mujeres, salió de Montevideo rumbo a
México con una gran intranquilidad debido al delicado pronóstico de la evolución de su
nieta, al punto que se fue del Uruguay temiendo que pasara lo peor. Esta posibilidad
aumentó su inquietud durante el viaje y también cuando ya estaba instalado en Saltillo.
A pesar de su angustia ofreció la conferencia sobre el accidente en la cordillera tal como
se había previsto y al final mencionó al pasar el caso de su nieta. El resultado fue que
las casi seiscientas mujeres presentes que lo escucharon conmovidas por lo que
acababan de enterarse se pusieron a rezar por la bebita prematura. Hoy la nieta de
Carlitos de nombre Justina ya tiene ocho años.
Al día siguiente de aquella conferencia suya comenzaba un ciclo de charlas que
tenía como título “Por la vida”, pero uno de los participantes invitado como disertante
faltó sin dar aviso por lo que los organizadores se encontraron con un imprevisto
problema debido al hueco que se había formado en la programación. Carlitos recuerda
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que el invitado ausente era un médico norteamericano muy conocido que durante
muchos años se había dedicado a la constante realización de abortos. De él se decía que
en esa actividad había practicado varios miles hasta que en cierto momento tomó
conciencia de lo que había hecho y se arrepintió de tal modo de su pasado que terminó
dando conferencias en defensa de la vida.
Fue entonces cuando ante la ausencia del médico, la representante de Carlitos,
inquieta porque no encontraba solución para disimular la falta del conferencista
desaparecido, lo llamó para comentarle su problema y la respuesta que recibió fue que
él se animaba a llenar el vacío dando una nueva conferencia que se titularía “Mi
segunda cordillera”. Así fue como Carlitos por primera vez ofreció una charla en el que
el tema central fue su adicción a las drogas, ya que la empresa organizadora del
congreso -informada por la representante de Carlitos- entendió que en tanto la
rehabilitación de un adicto también podía verse como un homenaje a la vida entraba sin
violencia en la temática que se abordaría en las charlas. La intervención de Carlitos
causó una gran impresión en el público y en los organizadores de manera que su
primera incursión en el tema tan espinoso que se trata en este libro terminó con la
aprobación de todos.
Debido a que en los últimos años Carlitos no ha dejado de ofrecer conferencias
que lo han llevado a convertir esa actividad en su exitoso medio de vida, es apropiado
buscar la razón por la cual paulatinamente fue entrando en ese quehacer, búsqueda que,
además, permitirá conocer cuáles fueron sus pasos a partir de la rehabilitación.
“Yo cambié en los últimos diecinueve años, o sea desde que abandoné la droga”,
recuerda Carlitos, mientras se dispone a agregar más detalles sobre la continuación de
ese proceso de cambio: “En realidad, se trató de algo muy doloroso y complicado que
empezó cuando yo tenía treinta y ocho años. Fue un largo transcurso, no sucedió en un
momento. Es necesario aguantar, meterse de pies y cabeza en lo que con razón puede
llamarse una vida normal. Hacer lo que todo el mundo hace, cumplir con las llamadas
ocho horas, realizar lo que los demás cumplen todos los días con regularidad. A mí me
parecía que yo estaba llevando una vida mediocre mientras que, como de costumbre,
siempre pensaba en mi padre que había sabido largarse por cuenta propia. Lo que pasa
es que eso, esto es, decidirse a hacer por la propia cuenta, yo me daba cuenta que no era
para cualquiera. Y que quizás tampoco lo fuera para mí. De todos modos, yo tenía que
vivir esa etapa para terminar con la que veía marcada por la mediocridad. Y la viví poco
a poco hasta que llegué a las famosas ocho horas y me convertí en una persona
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autónoma. Aunque tenía mucho miedo hice los deberes pendientes y creo que supe
hacerlos bien.”
Carlitos antes había trabajado en el campo, pero cuando por fin empezó la nueva
vida que le abría su decisión de alejarse de las drogas, a partir de la rehabilitación
incursionó en distintas agencias dedicadas a la actividad publicitaria llegando a cumplir
con ese requisito que se había impuesto y que no se cansa de denominar “las ocho
horas”. Sin embargo, cuando estaba dedicado a la publicidad el Uruguay fue golpeado
por la crisis financiera del 2002 que hizo tambalear a varias empresas. Hasta entonces le
había ido muy bien, pero de golpe el panorama de las agencias de publicidad se había
vuelto negro por lo que su futuro se había poblado de enormes dificultades. Otra vez,
pues, se encontraba en una especie de callejón sin salida. De ahí que tuviera que
plantearse urgentemente la necesidad de cambiar el rumbo para dirigirse hacia otro
lugar que lo pusiera al abrigo de la inseguridad.
Por su cabeza pasaron las dos posibilidades que podía considerar para enfrentar
aquel momento. La primera era absolutamente negativa, no le aportaría absolutamente
nada ya que consistía en quedarse quieto, en la inactividad total, esperando pasivamente
la herencia que algún día le llegaría para darle la tranquilidad definitiva en el aspecto
económico. Una decisión en ese sentido para él hubiera significado un lamentable
retroceso de modo que la abandonó inmediatamente consciente de lo que hubiera
representado semejante paso atrás.
La segunda posibilidad que barajó fue buscar una clase de trabajo que se ubicara
en un terreno completamente diferente al que había transitado hasta entonces con la
publicidad. Y para hacerlo de la mejor manera de modo de evitar el riesgo de
equivocarse llegó a preguntarse qué era lo que realmente estaba en condiciones de
hacer. Fue en este momento cuando llegó a la conclusión de que podría valerse de
alguna de sus condiciones naturales para empezar a andar por otro lugar.
Estas son las palabras de Carlitos, tratando de explicar cómo llegó a la decisión
que lo ayudaría a abrir una nueva puerta en el ámbito laboral: “Yo me di cuenta de que
tenía facilidad para hablar, en los grupos siempre había desarrollado esa característica
que me era habitual para ofrecer frecuentemente testimonios muy diversos. Incluso la
publicidad me había dado cierta soltura en el campo de la comunicación. Entonces, en
aquel 2002 armé la página web de los sobrevivientes de los Andes, precisamente cuando
se cumplían treinta años de la tragedia porque pensé que podría dedicarme a dar
conferencias sobre lo que habíamos vivido en la cordillera. Y así empecé, me encaminé
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hacia eso. Al año siguiente me llamaron para dar tres conferencias en México. Para mí
fue toda una prueba.”
El comienzo de esta novedosa actividad significó para Carlitos, una etapa que a
pesar de su aparente seguridad no careció de dudas sobre su capacidad para desarrollarla
con éxito. El desconocimiento acerca de la forma que debía utilizar en un terreno que se
disponía a pisar profesionalmente por primera vez lo obligó a asumir que estaba en
condiciones de enfrentarlo y que con esa actitud optimista podría salvar las dificultades
que seguramente se le presentarían.
De aquella primera charla pública con la que comenzó la nueva profesión
Carlitos se ocupa de la siguiente manera: “Yo llegué a Monterrey para ofrecer la
primera conferencia sin tener idea de nada, ni siquiera sabía cuánto se acostumbraba
cobrar por un trabajo de esa naturaleza, lo ignoraba todo. Recuerdo que la organizadora,
un mando medio, en realidad, me dijo que daba por descontado que yo tendría
perfectamente planificada la conferencia que iba a dar. Como respuesta yo saqué un
papelito del bolsillo algo arrugado en el que había anotado cuatro o cinco puntos, se lo
mostré y agregué que ese era todo el plan que yo tenía. No sé qué pasó por su cabeza,
pero probablemente ella habrá pensado que se habían equivocado de medio a medio al
contratarme. Di la conferencia y desde aquel día debido a la conformidad que conseguí
nunca más dejé de dedicarme a eso. Yo había estado muy nervioso, es verdad, sobre
todo después que había aceptado el compromiso de esa primera conferencia. Incluso, en
un principio estuve tentado de hacerla acompañado por algún otro sobreviviente como
forma de sentirme más tranquilo al saberme respaldado. Afortunadamente no tomé esa
decisión, resolví que aceptaría el desafío solo y que así me las arreglaría. Me acuerdo
que la conferencia en Monterrey la di mientras tomaba mate, a mí me parece que lo hice
así para sentirme más cómodo junto a un elemento conocido, para valerme de una
especie de mecanismo de defensa. Y como seguí obteniendo éxitos tras éxitos hasta el
día de hoy los contratos se han sucedido sin pausa. Yo en las conferencias pongo
pasión, no me siento un consejero ni nada parecido, la historia de los Andes, por
ejemplo, la cuento de modo que vaya al interior de cada uno aunque también me refiero
someramente a otros períodos de mi vida. Todo esto lo hago sin ninguna clase de
arrogancia, las charlas me salen naturalmente.”
La reflexión de Carlitos al recordar las críticas que ha recibido -y en ciertas
ocasiones todavía recibe- por el tema central al que dedica sus conferencias se encuentra
con la afirmación que en las páginas anteriores hizo Pablo Gelsi al expresar que a
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Carlitos le echaban en cara que estuviera lucrando con los muertos, una acusación
extremadamente dura que, sin embargo, hoy sabe asumir con la seguridad que después
de librarse de las drogas ha adquirido sobre sus reales posibilidades: “Claro que como
suele pasar, entre nosotros no han faltado ciertos uruguayos que no sé por cuál razón me
hacen conocer sus críticas abiertamente por la actividad que llevo adelante. Lo que
puedo escuchar habitualmente es ‘¡qué lindo curro que encontraste!’, esto es lo que se
les ocurre decir, es todo lo que ven sin valorar lo que tuve que luchar para llegar a vivir
de mi propio esfuerzo. Que piensen lo que quieran, ya no me importa lo que digan. Esto
me hace acordar a la etiqueta inmodificable que algunos otros parecería que se alegraran
con colocarme para dar de mí una imagen completamente alejada de la realidad. Cuando
ya estaba viviendo sin drogas de ninguna clase una persona conocida me dijo cierta vez
que había visto una fotografía mía en un diario y agregó ‘¡vos siempre estás tomando!’.
Yo había concurrido a una reunión y en el momento en que se tomó la fotografía que se
publicó estaba con un vaso de refresco en la mano. Hacía una eternidad que no tomaba
alcohol, pero para esa persona lo más fácil fue ver lo que había imaginado, lo que él
quería ver, no lo que en verdad era. Si Carlitos Páez tenía un vaso debía estar lleno de
alcohol. Para aquel conocido no podía ser otra cosa.”
El humor no desaparece, cuando Carlitos habla siempre es posible encontrar en
sus palabras una mención a algún hecho divertido que termina provocando una sonrisa o
directamente una risa abierta en quien lo escucha. Eso sucede cuando, por ejemplo, se
refiere a sus primeros tiempos en la actividad publicitaria o más concretamente a la
razón por la cual se le vio como una persona que podría desarrollar importantes ideas en
esa profesión.
Ya en la época en la cual se había empezado a filmar la película basada en el
libro “Viven”, Juan Pedro Baridón, de Nivel Publicidad, le dio trabajo. Hasta acá nada
hay de divertido en lo que cuenta Carlitos, pero en cambio lo que sigue es imposible
escucharlo sin demostrar al menos una mínima expresión aprobatoria del humor que
desencadena: “Baridón me puso como Director Creativo, pero lo cierto es que yo no
sabía nada de publicidad. El origen había estado en que cuando a Canessa se le ocurrió
entrar en política porque quería ser candidato a la presidencia de la República, me
acuerdo que se me ocurrió algo muy simple, casi una puerilidad, para que él la usara
como eslogan. Lo que yo dije entonces fue ‘si quiere un pan en su mesa vote a
Canessa’. Eso fue todo. Aquello cayó tan bien que terminé como Director Creativo. Fue
una exageración, no tengo ninguna duda en afirmarlo, por esa frase terminé con
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semejante cargo, pero lo que importa es que cumplí con mi trabajo, al fin de cuentas,
con cierto miedo, logré hacer las ocho horas.”
Al cabo de un año de estar en publicidad, Carlitos y su amigo Ricardo Belbussi
se largaron por su propia cuenta para armar una agencia. Carlitos antes ganaba
seiscientos dólares por mes, pero ahora ya recibía mil mensuales, suma que obtuvo
durante varios años. Cuando aspiraba a llegar a esa suma le decía a Belbussi “estoy
buscando a Luquita”, broma con la que parafraseaba una canción muy conocida que se
llamaba “Buscando a Lupita” y que, al mismo tiempo, aludía a la denominación de
“luca” que en el habla popular equivale a mil. A pesar de todo y si bien no significaba
que él considerara que lo que percibía era poco se daba cuenta de que sus aspiraciones
eran nada en comparación con lo que tenían sus compañeros. Finalmente, tal como se ha
dicho, llegaría el tiempo en el cual se dedicaría exclusivamente a las conferencias y la
publicidad ya no sería una actividad de la que tuviera que ocuparse.
Para terminar con el relato del período anterior a su dedicación plena a las
conferencias, Carlitos repite satisfecho que “al menos es verdad que fui un trabajador”.
Y no deja pasar la oportunidad para elogiar la personalidad de su amigo y sobre todo su
contagiante actitud: “Yo quiero decir que Belbussi es una persona extraordinaria,
siempre exhibe una actitud positiva, nunca dejó de empujarme para que continuara
hacia adelante.”
Pablo Gelsi piensa que lo que Carlitos entendió casi milagrosamente fue que sin
esfuerzo no le sería posible llegar a ningún lado positivo. Hasta entonces se había
afiliado a un modelo de vida que no le servía y que por el contrario le resultaba
contraproducente. De ahí que Gelsi asegure que si bien sucedió tarde en su vida, ya
salido de la droga, Carlitos descubrió el camino del trabajo y ahora si no se le presentan
charlas para dar se siente preocupado debido a que al faltarle esa actividad le parece que
no tiene nada. De ahí que Gelsi sostenga que Carlitos debería buscar la forma de generar
alternativas distintas de modo que llegado el momento pudiera dedicarse a otra cosa. Si
después de darse contra una pared supo salir airoso ahora tiene que pensar que ya nada
puede desarrollar la fuerza suficiente para arrastrarlo hacia atrás.
Coincidentemente con la llegada de Carlitos a Narcóticos Anónimos, el grupo
había ido creciendo de un modo extraordinario lo que hizo que el trabajo grupal
resultara más variado y atractivo. Hubo nuevos lugares y días para las reuniones por lo
que también en ese aspecto la magia se había producido.
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Entre los adictos hay un momento que adquiere una significación muy especial,
al punto que se festeja también de manera particular. Se trata del día en el cual un
integrante del grupo llega a su “cumpleaños”, esto es, cada vez que completa un año sin
haber consumido.
Pero cuando se cumple el primer año -tal como lo señala Juan- la celebración es
todavía mucho más importante, en esa ocasión hasta se le entrega una medalla al
rehabilitado quizás por aquello que para Carlitos había significado el verdadero desafío
que se había propuesto vencer, es decir, ser uno de los cien que llegaba al año sin
consumir. Habitualmente en esa ocasión concurre mucha gente para participar en la
reunión abierta de manera de acompañar a quien ha tenido la satisfacción de cumplir el
primer año limpio de drogas. Si bien eso es lo habitual, cuando a Carlitos le llegó ese
momento, Juan recuerda que hubo una enorme cantidad de personas, algo
verdaderamente formidable, ya que todos los integrantes habían invitado a amigos y
familiares, entre quienes estuvieron también los de Carlitos, salvo su padre, y otros
sobrevivientes de los Andes. Se trató de una reunión impactante por el mundo de
personas que lo acompañó en la celebración. Juan cree que entre otras razones para que
se reuniera tanta gente es posible que de alguna manera haya influido el nombre del
adicto que celebraba un hecho de tanta importancia.
La fecha en la cual se realizó la reunión para festejar el primer año de Carlitos
sin drogas fue el 29 de octubre de 1992, es decir dos días antes de su cumpleaños, pero
la casualidad quiso que también el 29 de octubre fuera justamente el día en el cual
habían muerto sus dos grandes amigos Diego Storm y Gustavo Nicolich, como
consecuencia del alud que se había producido en la cordillera constituyéndose en una
segunda tragedia terrible que se había sumado a la inicial cuando el avión cayera en los
Andes. Carlitos sintió la necesidad de pronunciar unas palabras para evocar la dolorosa
desaparición de sus amigos y concluyó su intervención dedicándoles emotivamente
aquel día tan especial como un homenaje a la vida.
La comparación de ese aniversario en “La magia” con el rescate en los Andes, se
hace nuevamente presente en el recuerdo de Carlitos, en coincidencia con lo que en su
momento le había contestado al doctor Cortinas cuando este le había preguntado cómo
se había sentido después de haber participado por primera vez en la reunión del grupo:
“Nosotros en el grupo habitualmente nos reuníamos alrededor de una mesa de ping
pong y el día en el que festejamos mi primer año sin drogas yo dije que aquella mesa
que nos había servido para juntarnos y apoyarnos mutuamente durante todo ese tiempo
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para mí era como las aspas del helicóptero que a los sobrevivientes nos había sacado de
la cordillera. En definitiva yo estaba viviendo un segundo rescate.”
Hubo todavía otro hecho que fue una muestra más de lo que representaba para
Carlitos cumplir otro año sin haber consumido drogas. Al conmemorarse el segundo año
él se encontraba intranquilo porque estaba a punto de nacer en Buenos Aires su hijo
Carlos Diego. La razón de su inquietud se debía a que no quería perderse la reunión que
se haría en Narcóticos Anónimos para festejar el acontecimiento. A toda costa
necesitaba compartir su alegría con los integrantes del grupo. Él sabía que si le avisaban
que su hijo había nacido debería viajar a Buenos Aires, estaría obligado en suma a
renunciar a la participación en la reunión, no podría darse el gusto de apretarse en un
abrazo con sus compañeros. La elección se volvía compleja, ya que tampoco quería
perderse el nacimiento de su hijo. Si este momento llegaba aparentemente no habría
solución, le sería imposible estar en dos lados al mismo tiempo. Sin embargo, la
casualidad intervino nuevamente y su hijo nació al día siguiente de que Carlitos
festejara su aniversario en “La Magia” tal como lo deseaba. Así fue que pudo disfrutar
por partida doble: en primer lugar en “La Magia” su segundo año libre de drogas y al
día siguiente en Buenos Aires el nacimiento de Carlos Diego.
El 30 de octubre de 1993, Carlitos pudo entonces viajar y asistir al nacimiento de
su hijo que se produjo ese día. Y esa misma noche, sin esperar que pasara más tiempo,
concurrió al grupo de Alcohólicos Anónimos en Buenos Aires, aquel en el que había
iniciado su recuperación tiempo atrás, para agradecer todo lo que había recibido en sus
comienzos, así como para comunicarles a sus integrantes que ya hacía dos años que
estaba limpio de toda clase de drogas. Asimismo, como se entiende, pudo participarles
su alegría porque ese día acababa de tener un hijo en Buenos Aires.
Las diferencias de edades entre Carlitos, su padre y su hijo se dan curiosamente
en cantidades redondas. Carlos Páez nació en 1923, Carlitos en 1953 y su hijo Carlos
Diego, como se dijo, en 1993. Tiene entonces treinta años de diferencia con su padre y
cuarenta con su hijo. Esta gran distancia cronológica que hay entre él y su hijo lo lleva a
que, mientras observa el tránsito de la adolescencia de Carlos Diego a la juventud, se
detenga a comparar las mismas épocas que ambos vivieron y a recordar lo que él estaba
haciendo cuando tenía la edad de su hijo. El año próximo, por ejemplo, siguiendo la
línea del pensamiento de Carlitos, Carlos Diego festejará sus diecinueve años, es decir,
la edad que Carlitos cumplió mientras estaba perdido en la cordillera de los Andes y no
sabía cuál sería su destino.
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A pesar de que no viven en el mismo país, ya que Carlos Diego reside en Buenos
Aires, Carlitos afirma que igualmente está presente, ya sea porque él viaja a la
Argentina o porque su hijo viene al Uruguay. Tanto la tragedia de la cordillera como la
caída de Carlitos en las drogas, son hechos que para Carlos Diego no tienen otra
significación que la que pueden adquirir meros relatos ya que cuando ocurrieron no
había nacido. Sin embargo, Carlitos comenta que hace poco su hijo asistió a una
conferencia suya y se dio cuenta de que se había mostrado interesado en el tema y que
de alguna manera también se sentía orgulloso de su padre.
Carlitos espera que a su hijo no le esté reservado repetir lo que le sucedió a él
cuando sufrió la presencia paterna como la de un hombre exitoso que era reconocido en
todos lados y a quien le parecía que nunca podría igualar. Si bien las dos situaciones no
son exactamente iguales es verdad que la condición de sobreviviente de los Andes, a
pesar del tiempo transcurrido, continúa estando presente en la memoria colectiva por lo
que su hijo es probable que reciba señales del renombre de Carlitos en distintos ámbitos.
Esto si bien en determinados momentos puede ser positivo, si no se logra manejarlo de
la mejor manera para un adolescente en las puertas de la juventud puede resultar
contraproducente hasta llegar a dificultarle la vida cotidiana tal como le sucedió a su
padre.
La recuperación de Carlitos tuvo consecuencias en todos los aspectos de su vida,
incluso en los que parecerían de menor importancia. A partir de su transformación ya no
toleró ninguna pérdida, entendida esta en el sentido más amplio posible, ni siquiera de
las cosas materiales. Lejos había quedado aquel tiempo en el que llevara a los
productores de la película en su auto tan deteriorado que, según sus propias palabras,
parecía ser el peor del mundo. Todo ha cambiado, ahora si algo se rompe o se
descompone inmediatamente tiene que sustituirlo o arreglarlo, no soporta que las cosas
no funcionen, sean las que sean. Se ha convertido en un obsesivo que quiere que todo
cumpla correctamente con su función y que, por lo tanto, si no lo hace hay que
repararlo.
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LOS ANCIANOS DE WOODSTOCK

El caso de Carlitos no deja de ser uno más entre tantos otros similares vividos
por los adictos, muchos de los cuales lamentablemente no llegan al buen fin que él logró
al convertirse en uno de los cien que completó un año sin drogas tal como se lo había
propuesto vehemente al integrarse a “La Magia”. Tanto consiguió que ha sobrepasado
esa primera meta con creces al cumplir veinte años alejado del consumo.
Más allá de la experiencia propia de Carlitos, es necesario admitir que las drogas
se han extendido de modo extraordinario en los últimos tiempos sin que aparezca en el
horizonte una solución que permita creer que finalmente se terminará con sus nefastas
consecuencias.
La voluntad de Carlitos, su carácter positivo expresado hasta en las más difíciles
circunstancias gracias al respaldo que significaba la presencia de sus pares en el grupo,
le permitió alcanzar la meta que se había fijado, pero esto no puede contribuir a que se
olvide la realidad que sigue expandiéndose en el mundo entero de la cual dan testimonio
las noticias periodísticas publicadas con una frecuencia preocupante.
Cuando en las páginas anteriores se habló de la posibilidad de que en el Uruguay
se legalizara el autocultivo de la marihuana, se entró en un aspecto del problema que a
un observador inexperto lo llevaría a pensar que se trata de una droga inofensiva y que
por lo tanto ninguna razón de peso debería impedir que se consumiera libremente. Sin
embargo, no es esta la opinión de los especialistas consultados para este trabajo. Por el
contrario, ellos se han manifestado abiertamente en contra de su liberalización y lo han
hecho, por supuesto, apoyándose tanto en sus amplios conocimientos del tema como, en
algún caso en particular, en las propias vivencias generadas a partir del consumo
personal del cual lograron escapar.
En tanto la finalidad del libro, tal como lo ha declarado Carlitos, debe buscarse
en su sincero deseo que apunta fundamentalmente a que quien está atado al consumo
pueda entender que es necesario y, además, posible liberarse de las drogas, es de una
importancia capital escuchar lo que sostienen quienes han dedicado muchos años de sus
vidas a ocuparse de los adictos aun en sus etapas más graves. Lo que ellos opinen
contribuirá a conocer debidamente las características de la marihuana y las
consecuencias de su consumo para terminar con la costumbre últimamente extendida de
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tratarla como una droga inocua a la cual todos deberían acceder sin dificultades al
extremo de que se sigue planteando la necesidad de liberar su consumo. Lo que importa
en definitiva es saber cuáles son los efectos que esa droga produce y si es verdad que,
como algunos han repetido varias veces, se trata de una substancia que no causa daños
serios en el organismo. Las opiniones que se transcriben a continuación probablemente
no serán compartidas por quienes abogan por la libertad de consumo.
Así, por ejemplo, Piñero al esbozar un cuadro de la realidad actual lo hace sin
apelar a ninguna clase de eufemismos porque le parece vital hablar con la mayor
claridad posible: “Hay un aumento clarísimo del consumo y como consecuencia de él
también lo hay de la delincuencia, del bajo rendimiento y de la deserción estudiantil, de
la indigencia, de la inseguridad, de la violencia callejera, de los suicidios, de las muertes
tempranas, de internaciones en hospitales y sanatorios, del abandono laboral, de los
conflictos familiares y de los divorcios. Y parecería que no se hubiera tomado
conciencia de lo que esto significa, es decir, de lo que representa el aumento del
consumo.”
Hasta acá el inquietante panorama del Uruguay que Piñero presenta ante quien
lo interroga. ¿Pero qué pasa con la marihuana, es que esta droga también es causa de
alguna o de todas las consecuencias que él ha señalado? Su contestación otra vez no
ofrece fisuras y se vuelve una afirmación categórica: “Estoy totalmente en contra de la
legalización de la marihuana. Cuanto más fácil resulte conseguir la droga más fácil se
hará el consumo. Entonces la gente consumirá más y, por lo tanto, aumentarán las
consecuencias que señalé antes. Ante la pregunta si la marihuana es un paso para llegar
luego a otras drogas más pesadas yo puedo contestar de una manera que puede parecer
contradictoria, pero que es el reflejo de la realidad. No todos los consumidores de
marihuana pasan a otras drogas, pero el noventa y cinco por ciento de los que consumen
otras drogas pasaron antes por la marihuana. Además, la marihuana realmente hace
daño, quizás no como la pasta base, es más sutil, no lleva a hacer nada ‘malo’, como
robar o ejercer la violencia, pero tampoco produce nada ‘bueno’, de ahí que
equivocadamente se considere que se la puede tratar de un modo más tolerante. El
adicto a la marihuana se convierte en una persona sin voluntad, es incapaz de tomar
decisiones, queda estancada. En el plano individual es una especie de ente. No me
olvido, además, que la droga que más problemas causa en el Uruguay es el alcohol. Y
todos sabemos que está legalizada, ¿se quiere hacer lo mismo con la marihuana? El
alcohol se encuentra en todas las edades, en todas las clases sociales, en todo el país, en
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ricos, pobres, mujeres y hombres. Además, el caso de Holanda que suele ponerse como
ejemplo para apoyar la liberalización de la marihuana no es aplicable entre nosotros ya
que allá se manejan pautas culturales muy diferentes a las nuestras.”
Lo que sostiene el doctor Cortinas, por su parte, es si cabe todavía más
impactante al recordar las secuelas dejadas por la marihuana con el paso del tiempo en
los participantes del festival de Woodstock y sus continuadores, que él mismo tuvo la
oportunidad de comprobar. Como se sabe, el consumo de la marihuana se generalizó en
aquel hecho social que adquirió la condición de histórico en los años sesenta del Siglo
XX, al convertirse en un emblema de la revolución cultural iniciada con la
proclamación del amor libre, la búsqueda de la paz y otros objetivos que fueron
asociados al movimiento hippie. Pero como se verá, Cortinas no se detiene ahí, además
advierte crudamente acerca de todo lo que puede sufrir quien consume marihuana por
un tiempo prolongado, consecuencias que como se comprenderá después de leer sus
palabras el común de la gente ignora totalmente. Para clarificar y terminar con esa
ignorancia es que resulta imprescindible atender lo que dice.
En principio, para el doctor Cortinas no hay dudas sobre la inconveniencia que
supone el consumo de esa droga: “La marihuana por definición es nociva, en verdad se
trata de una droga psicoactiva altamente nociva. El apogeo de su consumo se produjo en
los Estados Unidos en los sesenta sobre todo a partir de Woodstock. Cuando yo hice mi
capacitación y entrenamiento en los años ochenta en aquel país -veinte años después de
Woodstock- conjuntamente con mis colegas pude ver en los hospitales a los que
podríamos llamar justamente ‘los ancianos’ de los años sesenta que estaban con atrofias
cerebrales causadas por la marihuana, daños cerebrales orgánicos derivados de su
consumo. La marihuana no es una droga neutra, además de los trastornos de
comportamiento que genera por los consumos prolongados, también causa esos daños
cerebrales muy importantes. La inmunidad de un consumidor de marihuana queda
además debilitada al extremo que puede ser afectada más fácilmente por los virus. Los
espermatozoides, por otra parte, sufren las consecuencias y las mujeres por su lado
tienen problemas con la ovulación, dificultades en suma para procrear. Esto es
absolutamente necesario saberlo.”
Quizás bastara con las opiniones ya transcriptas para convencerse del peligro
que encierra el consumo de marihuana, una verdad que se ubica en el polo opuesto de lo
que sostienen la necesidad de su liberalización. Pero todavía puede agregarse a aquellas
la que expresa el Padre Lucas, quien se ocupa de los adictos desde hace casi veinte años
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para brindarles su apoyo incondicional: “Cualquier droga es importante, no es que la


marihuana no lo sea. Como lo es el alcohol o la adicción a las relaciones o a la comida.
Yo me pregunto cuál es la intención que se tiene al pretender la liberalización del
consumo de la marihuana. ¿Será que con esa medida se lograrían más votos? Y me hago
otra pregunta. ¿El que la promueve está realmente interesado en las personas? Este es
uno de esos casos propios de las leyes, pero para mí la ley no es sinónimo de justicia.
Con las leyes en la mano también se cometen grandes injusticias. Es decir, ya vendrá
uno que hará bueno al otro. Estos llevarán a la cárcel a aquellos, pero después aquellos
llevarán a los otros a prisión. Si se preocupan tanto por la salud como dicen deberían
entonces preocuparse para que no se fumara marihuana. Lo único que resultaría positivo
-tratando de encontrar con buena voluntad un aspecto que no fuera negativo- de la
legalización sería la eliminación del tráfico. Pero de ahí a que la marihuana sea
inofensiva hay una gran distancia. Es sabido que ya existen muchos estudios científicos
sobre la labor destructiva de la marihuana en el propio cerebro, por ejemplo en las
estructuras psicóticas. En Londres se han hecho investigaciones muy importantes de
estos temas. ¿Qué hay gente a la que la marihuana no le hace nada?, claro, ya lo
sabemos, también hay gente a la que un poco de alcohol no le hace nada. ¿Y qué se
busca con semejante afirmación? En general, se olvida que a la estructura perversa del
ser humano le gusta transgredir, San Agustín decía que las manzanas del huerto vecino
siempre son más ricas que las tuyas. Es que son de otro. Hay personas que por la
estructura psicológica, por trastornos de personalidad, algunas con psicopatías serias,
que para sentirse bien necesitan de la transgresión.”
Carlitos empezó a fumar marihuana por lo que el llamó “novelería”, pero
también admitió que poco después se pasó al consumo de la cocaína. En este caso, él
entra perfectamente en el noventa y cinco por ciento al que se refirió Piñero, cuando
afirmó que ese es el porcentaje de los adictos que después de consumirla terminan
trasladando su adicción a otras drogas más pesadas. Carlitos no ha sido, pues, una
excepción ya que ha sido uno de los que cumplió el proceso descripto caracterizado por
el tránsito de una droga a la otra.
La costumbre de fumar marihuana no le duró mucho tiempo, por el contrario, la
consumió durante un corto período al cabo del cual llegó a la conclusión de que no lo
satisfacía. De todos modos, en tanto la única droga que hasta ese momento estaba
consumiendo era el alcohol, Carlitos sostiene que al probar la marihuana se permitió dar
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un paso que lo llevó a romper el límite para animarse a dar el salto con el que alcanzaría
un nuevo escalón todavía más peligroso.
Hay que tener en cuenta que en aquella época -como muchas personas todavía-
él no consideraba que el alcohol fuera una droga. Por lo demás, Carlitos afirma que no
le gustó el efecto que la marihuana le produjo y que por esa razón no la consumió más
que durante un corto lapso, después del cual pasó a consumir cocaína. No deja de causar
sorpresa que Carlitos exprese que fumó marihuana a pesar de que siempre la había
considerado una droga “sucia”. La asociaba con una clase particular de gente que no le
agradaba, una visión suya muy particular que, incluso, una vez llegó a plantear en las
reuniones del grupo para referirse con desagrado a quienes la consumían. El efecto de la
marihuana, según afirma, lo volvía “lento” y no le proporcionaba ningún “buen viaje”,
de ahí que la abandonara más o menos rápidamente. Esa “lentitud” a la que se ha
referido Carlitos hace recordar lo que había manifestado Piñero en el sentido de que el
consumidor de esa droga se vuelve una persona estancada, una especie de ente.
Debido a que Carlitos caía en momentos depresivos se daba cuenta de que la
marihuana no lo ayudaba a escapar de esos instantes en los que se encontraba muy
alejado de la euforia, estado que para decirlo de una manera simple siempre le resultó
más atractivo que otros porque, según afirma, su personalidad lo lleva a preferir la
velocidad a la lentitud. La cocaína, en cambio, lo levantaba a la altura de los períodos
eufóricos que deseaba y le quitaba la censura al pensamiento que se largaba a correr a
una velocidad desbocada. Por supuesto, ya se ha dicho que, al mismo tiempo, consumía
psicofármacos para nivelar su estado ya que no podía sostenerse de modo continuado en
la euforia permanente. De todas formas, también él asegura que la marihuana no es una
droga inofensiva ni mucho menos, que los efectos que le producía no fueran los que más
le gustaban es harina de otro costal.
Si se tratara de entender qué es lo que Carlitos quiere decir cuando se refiere a
los estados eufóricos que alcanzaba con el consumo de cocaína, no habría mejor manera
para lograrlo que leer la versión escrita de lo que les hizo llegar en la cassette
mencionada en las páginas anteriores a Frank Marshall, Kathleen Kennedy, Bruce
Cohen y Robert Watts, aunque en general resulta evidente que todo lo dicho está
dirigido fundamentalmente a Marshall, en razón de que sería quien dirigiría la película
“Viven” y por lo tanto debería ser quien atendiera las múltiples sugerencias que va
volcando en la grabación.
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La transcripción de lo grabado por Carlitos insumió nueve carillas en un cuerpo


de letra pequeño y a un espacio en hojas tamaño oficio. La extraordinaria verborragia
derivada del consumo de la droga ha quedado expuesta en las dos horas en las que
estuvo hablando encerrado en su casa como si los responsables de la filmación de la
película estuvieran a su lado escuchándolo.
Entre otras evidencias resulta especialmente elocuente las veces que repite un
mismo comentario como, por ejemplo, que en ese momento ya habían pasado
diecinueve años desde que la tragedia de la cordillera se había producido, que la
película en vías de realización duraría una hora y cuarenta y tres minutos o que
lamentablemente está hablando es español debido a que no puede transmitir lo que
siente en inglés. De las multiplicadas reiteraciones parecería que en algún momento
hubiera tenido conciencia ya que en cierto pasaje de su monólogo Carlitos dice
textualmente “a lo mejor me he repetido muchas veces…” y en otro, ya cerca de
terminar, expresa “queridos amigos creo que voy a concluir esta conversación la cual
espero que no los haya aburrido…”.
Hay en esa cabalgata verbal desenfrenada que trata de abarcarlo todo
expresiones de deseo sobre cómo entiende él que debería ser la filmación (“siempre me
he imaginado, a nivel personal, cómo debe hacerse esta película…”), sugerencias para
el guión (se refiere a que en algún momento se pensó incluir a una chica con finalidad
de darle un toque erótico a la película, lo que hubiera sido inconveniente, así como a las
soluciones extravagantes que hubieran hecho aparecer en el filme a un loro y a un
puma), preguntas acerca de cómo se las arreglaría el director para presentar hechos
fundamentales entre ellos la decisión de los sobrevivientes de alimentarse con carne
humana, su opinión sobre cuál tendría que ser la escena inicial (“la película debería
comenzar…”), su certeza acerca de lo que él entendía que debía ser la finalización de la
película (“la película debería terminar…”), comentarios con los que busca descartar la
semejanza con el filme “Missing”,6 lo conmovido que se sintió cuando vio “Platoon”, 7
dudas sobre cómo debería enfocarse la búsqueda de los actores más apropiados para

6
Película de 1982, dirigida por Costa Gravas, en la que un padre busca en Chile a su hijo desaparecido
durante el golpe miliar que derrocó al presidente Salvador Allende. Carlitos le dice al director Marshall
que no puede establecerse un paralelismo entre esa búsqueda y la que realizó su padre Carlos Páez Vilaró
para ubicarlo en la cordillera.
7
Película de 1986, dirigida por Oliver Stone, a la que Carlitos alude en razón de la similitud del
sentimiento contradictorio que en la película vive uno de los soldados que regresa a su hogar de la guerra
de Vietnam y el que, según asegura, él mismo experimentó al ser rescatado de los Andes para volver a la
vida normal.
71

representar los distintos papeles teniendo en cuenta la juventud de los protagonistas


reales, etc.
Sin perjuicio de todo lo dicho, después de haber expuesto en el transcurrir de la
charla tantos juicios y explicaciones cinematográficos no vacila en afirmar
inesperadamente “bueno, yo no puedo opinar ya que no conozco nada sobre cine”, para
terminar poniéndose en manos del director Frank Marshall por una razón que ni para el
propio Carlitos tiene una explicación lógica: “Realmente creo en ti, no sé por qué, pero
creo en ti.”
Ni siquiera en ese momento estuvo ausente la figura de su padre. Es así que ya
en los últimos minutos de la grabación lo trajo a colación y llegó a caracterizarlo sin
cuidarse para ocultar lo que pensaba de él: “Mi padre ya les debe haber enviado el
material y se pueden poner en contacto con él, ya que estará a su disposición. Es una
persona de cine ya que ha dirigido tres proyectos, es pintor, artista muy egocéntrico y
una amplia imaginación a la que le tendrán que poner freno.”
Lo comentado hasta acá no es otra cosa que la expresión de la necesidad que
aquel día sintió Carlitos de expulsar sus ideas sobre la película estimulado por el
consumo de la cocaína. Como se comprenderá, se trata apenas de un apretado resumen
de todo cuanto abordó mientras hablaba ya que, por ejemplo, entre tantas otras cosas
hizo menciones a Dios, a Hitler, a Cristo y al ladrón crucificado junto a él. De todos
modos, no sería justo terminarlo sin recordar otros temas a los que también la cocaína lo
llevó a incursionar crudamente aunque no se refieran directamente a la filmación ya que
aportan datos que arrojan más luz sobre las consecuencias inmediatas que tuvo en su
vida su condición de sobreviviente de los Andes.
En algunos pasajes sus declaraciones adquieren cierto tono de lamentación,
sobre todo al recordar cómo se sintió en plena juventud al comprobar que para los
demás era una persona excepcional, de una categoría considerada casi más allá de la
condición humana, al tiempo que se refiere a la forma cómo eran tratados los
sobrevivientes por los medios de prensa.
En ese sentido, no resulta cómodo intentar trasladarse en el tiempo para ubicarse
en la piel del Carlitos de diecinueve años al saber por sus palabras que en San Fernando,
Chile, una mujer se le acercó para tocarlo esperando que ese gesto la curara del cáncer
que padecía. ¿Se había convertido en una especie de dios?
Tampoco es posible aceptar sin asombrarse este párrafo que se transcribe
textualmente.: “Una vez estuve en un programa en la televisión argentina en el cual me
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estaban haciendo un reportaje. El programa debía durar una hora pero debido a la gran
repercusión que tuvo duró noventa minutos más. Estuve respondiendo a distintas
preguntas durante dos horas y media cuando una persona llamó diciendo que había
decidido no suicidarse después de oír los relatos de esta vuelta a la vida. Esa persona me
hizo sentir muy bien, sentí como que me habían compensado, me sentí útil.” ¿Su
palabra había adquirido la fuerza de un mensaje divino capaz de convencer a quien lo
escuchara?
Él sabía que ni se había convertido en una figura celestial ni estaba en
condiciones de lanzar a los cuatro vientos la prédica propia de un misionero que se
proponía convertir a los demás a su religión de vida. Sabía, en cambio, que era
simplemente un sobreviviente de los Andes, a pesar de que para la gente encandilada
por lo que admiraba como una aventura inigualada era evidente que resultaba todo
aquello y todavía algo más.
En cuanto a los medios de comunicación, Carlitos se las arregló para que en la
grabación se conociera su opinión sobre la forma con que aquellos se conducían:
“Nunca nos creímos héroes de nada, la prensa nos convirtió en héroes, apóstoles,
caníbales…lo que se les ocurriera.” Y más adelante todavía insiste con la misma idea:
“…después de un día para el otro, luego de vivir en el frío y pasar hambre y
sufrimientos, nos convirtieron en héroes, superhombres, apóstoles de la Fe y no sé qué
más.” Por último, otra vez vuelve al mismo tema -tal como se dijo la repetición es una
de las características más salientes de su monólogo- para afirmar que “…nos hicieron
importantes…lo único que les importaba era el dinero, ¿cuál revista vendía más, qué
diario tenía más ventas, cuál era el mejor?...todo lo que decíamos era publicado como si
estuviéramos en exhibición todo el tiempo”. A todo esto agrega la siguiente reflexión
final sobre lo que sintió al reintegrarse a la vida normal: “¿Qué podía pensar yo? Sólo
tenía diecinueve años y mi foto circulaba por las páginas de las revistas más importantes
del mundo y, vamos a ser honestos, de un país chico del cual nadie había oído hablar
jamás.”
Leer la versión escrita de lo que grabó es también muy útil para comprender que
ya en aquel momento, en relación a lo que había sucedido en los Andes, Carlitos estaba
convencido de la importancia que adquiría la existencia de un grupo, una verdad que
luego debería trasladar al momento en que empezaría a intentar su salida de las drogas:
“El concepto de unidad y equipo son importantes -recuerda con palabras que se supone
que le dirige a Marshall- es verdad el dicho de unidos nos mantendremos fuertes.
73

Cuando la gente piensa que son los valores humanos individuales los que cuentan, uno
se da cuenta de que no es así. Hay gente que dice que afrontar las cosas en grupo te hace
un cobarde, te rebaja, pero yo pienso lo opuesto, creo que hacer las cosas en equipo es
acertado... creo que la ayuda que te puede brindar un ser humano es importante, no es
ningún acto de valentía afrontarlas solos”. Y a continuación habla de lo que significa
llegar a valorar los actos cotidianos, esos que aparentemente no tienen ninguna
importancia: “Volver al momento en que quizás las cosas intrascendentes como
cepillarse los dientes, sacar agua de la canilla o simplemente mirarse al espejo…las
cosas de todos los días que en realidad son parte de nuestras vidas cobran un sentido
muy importante.” Por algo es que Carlitos ha afirmado más de una vez que entre los
adictos rehabilitados se decía que habían vuelto a ser civiles, una expresión
extraordinariamente ilustrativa que hablaba de la vuelta a la civilización, a la vida que
llevaba el común de la gente.
Esas son, precisamente, algunas de las cosas del día a día que también recuperó
al dejar el consumo, de tal modo que es imposible dejar de asociar sus reflexiones con
las que después expresaría Gelsi al afirmar que Carlitos ha entendido lo que significa la
heroicidad de lo cotidiano. Lo vivido en los Andes, pues, y lo experimentado durante la
rehabilitación han terminado formando parte de una misma verdad central.
Hasta ahora se hablado de varias drogas sin nombrar todavía a la pasta base,
seguramente la que ha dado más que hablar en los últimos años en el Uruguay.
Entonces, cuando se le pregunta a Piñero si, como cree casi toda la gente, es verdad que
los consumidores de pasta base no concurren a los grupos para intentar la rehabilitación
explica que no es así. “Por supuesto que también a los grupos van adictos a la pasta
base, lo que sucede es que en general se considera que a esas organizaciones solamente
concurren quienes consumen cocaína u otras drogas pesadas posiblemente porque se
asocian las clases de drogas con las categorías sociales a las que pertenecen los
consumidores, pero hay que recordar que existen grupos en lugares muy diversos de
Montevideo, los hay, por ejemplo, en barrios como Carrasco o Punta Carretas, es
verdad, pero también funcionan en otros muy diferentes cuyas composiciones sociales
no tienen correspondencia con las de estos últimos.”
Sea como sea, al terminar este capítulo parece evidente que, como lo ha dicho
Damián Rapela, cualquiera sea la droga de que se trate, para el adicto llegar a la
conclusión de que ella no va a estar más con él es un proceso que insume un tiempo
74

larguísimo. Es entonces cuando se produce el momento de la aceptación, lo que


desemboca en el último paso para la resolución de la travesía de adicción.
Para Gelsi, por su parte, es cierto que cuando Carlitos era un adolescente el tema
de la droga no era lo que es hoy, al punto que ni siquiera el alcohol estaba tan extendido
hecho que lo lleva a afirmar que para él no resulta raro que Carlitos no hubiera caído en
las adicciones en aquella época. Sin embargo, recuerda que cuando recibió cierto dinero
de algún familiar lo perdió ya que la filosofía del adicto a substancias es la misma que la
del jugador. Ninguno de ellos recorre el camino que debería andar en la vida, siempre
termina buscando un atajo de modo de llegar al fin propuesto rápidamente y sin
esfuerzo.
75

UN PADRE QUE ES TODO

Aquella manía de Carlitos de la que ya se hablado por la perfección en el campo


dominado por las cosas materiales es necesario considerarla particularmente en otros
planos mucho más importantes como el de las relaciones afectivas que también fueron
esencialmente reparadas a partir de su rehabilitación.
Si es verdad que un adicto se despreocupa por todo al punto que también termina
perdiéndolo todo, en su caso resulta evidente que ha experimentado una transformación
fundamental que lo ha llevado a recuperar lo más importante que había ido dejando por
el camino. Y al tocar este punto es inevitable hablar de lo que ha significado para
Carlitos el renacimiento de la relación con su hija María Elena, conocida por sus
familiares y amigos como Gochi. La desaparición de las drogas hizo posible que padre e
hija se reencontraran.
La fuerte sensibilidad emotiva que ha adquirido la relación con ella es radical en
tanto puede verse como la síntesis de todo lo que ha logrado recuperar Carlitos después
de abandonar el consumo. Entre las cosas de valor perdidas ninguna es comparable con
aquellas que se relacionan con el mundo de los afectos. Y más todavía si se trata de los
que unen a los padres con los hijos. Hoy en día puede afirmarse sin caer en la
exageración que entre Carlitos y su hija hubo un antes, marcado a fuego por la
perniciosa presencia de las drogas, y un después felizmente gobernado por el período en
el que desaparecieron.
Las palabras de Gochi llaman la atención desde el principio por la madurez que
demuestran y por la claridad con la que ella es capaz de visualizar lo que le tocó vivir
debido a las adicciones de su padre. Probablemente lo que expresa conmueve
especialmente debido a que en sus comentarios no aparece ni una sola crítica, ni una
mínima cuota de resentimiento. No se muestra herida, no formula quejas, no juega el
papel de víctima para quejarse con rencor por lo sucedido, nada hay en sus expresiones
que haga pensar que interiormente le echa en cara a su padre haberle estropeado su
joven vida.
A diferencia de lo que podría pensar la mayoría de la gente, Gochi sostiene con
total convicción que si se le ofreciera la posibilidad de viajar en el tiempo hacia atrás
para cambiar su pasado y tener una familia diferente, sólidamente constituida, con un
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padre que tuviera las características que se les adjudican a quienes se conducen de un
modo tradicional, ella no elegiría que las cosas sucedieran de un modo distinto a lo que
fueron en la realidad. Se queda con la vida que le tocó en suerte no obstante lo que
debió enfrentar.
Según su parecer, en la medida que los hechos se encadenan y, por lo tanto, unos
llevan inevitablemente a otros, si bien es cierto que las adicciones de Carlitos fueron de
acuerdo a lo que cree la causa de la separación de sus padres, también es verdad que su
madre se vio obligada a pelear por ella de un modo especial y que ambas rehicieron sus
vidas junto a su padrastro Pepe Gómez, una persona a quien valora como a un hombre
extraordinario que siempre actuó como si fuera su padre. “Él fue excepcional -explica-
creo que no hay dos iguales, para mí fue de muchísima importancia.” Además, asegura
que tuvo dos abuelas maravillosas que resultaron ser excepcionales madres.
Gochi reconoce que en definitiva cuando Carlitos al final de su proceso de
rehabilitación la recuperó como hija lo hizo totalmente cambiado: “Yo he notado ese
cambio -asegura- la relación que hoy tengo con él es tan o más sincera que la que tienen
con sus hijos muchos padres que no debieron enfrentar los problemas que nosotros
tuvimos que sufrir.”
Pero Gochi agrega todavía una opinión que llamativamente, a pesar de lo
sucedido, se convierte en una especie de agradecimiento por los momentos que tuvo que
vivir y de felicidad por lo que ha significado la recuperación de su padre: “Si yo tengo
que pasar raya me digo que al fin de cuentas yo gané. Sin dudas, yo tuve una vida rara,
diferente, pero el saldo que me dejó es un montón de cosas que si hubiera vivido de otra
manera nunca hubiera tenido. Yo repito lo que dice una amiga de mi madre, es decir,
que las historias se cuentan al final de lo sucedido. No porque mi padre cayó en las
drogas y yo carecí de su presencia hasta que tuve quince años en este momento tengo
que juzgarlo, pasar raya y decir que él actuó de un modo desastroso. Tengo ahora treinta
y tres años y si es hoy cuando paso raya afirmo sin dudar que actualmente tengo un
padre excepcional.”
Carlitos ha coincidido en sostener que para él está claro que hoy en día la
relación con su hija no tiene nada que ver con lo que había sido antes de su
rehabilitación. En tanto la liberación de las drogas supuso para él cambiar radicalmente
su actitud en todos los aspectos en este concreto de la relación con Gochi, es notorio que
tuvo un vuelco decisivo que le sirvió para actuar como padre de un modo totalmente
diferente.
77

Gochi era muy pequeña cuando sus padres se separaron, de modo que poco
puede recordar de lo que sucedía en tiempos en que Carlitos actuaba como una persona
distinta a la actual. Sin embargo, su inclinación por la verdad la lleva a dejar una
constancia que deja en evidencia el admirable reconocimiento de la hija por su madre:
“Es cierto que yo no recuerdo casi nada de los primeros tiempos, pero quiero quebrar
una lanza por mi madre porque ella nunca me habló mal de mi padre. Jamás lo hizo. Por
supuesto que no se me escapa que por la situación que me tocó vivir siempre estuve
muy contenida, incluso algo malcriada, sobre todo por mis abuelas y por mi abuelo
materno, pero esto yo lo veo desde el lado positivo, como un valor agregado, mis
abuelos fueron excepcionales.”
¿De qué manera se relacionan hoy padre e hija? ¿Hablan de lo pasado,
mencionan el tiempo negro de las drogas o ese período permanece escondido atrás del
silencio? Gochi no vacila en afirmar que siempre conversan sinceramente, incluso de las
adicciones, que no se esconden absolutamente nada. Y aprovecha para sostener que
afortunadamente ella siente que las drogas son algo lamentable que causa mucho daño
por lo que se encuentra totalmente alejada de ellas. Recuerda, al mismo tiempo, un
hecho capaz de emocionar al pensar en una hija que en ciertos momentos estaba
obligada a vivir casi a contramano de lo que hacían las demás jovencitas de su edad: “A
los quince años, mientras mis amigas preparaban muy contentas y entusiasmadas sus
fiestas de cumpleaños, yo acompañaba a mi padre al grupo de adictos. Lo hacía cuando
se trataba de reuniones abiertas, una vez por año iba con mi tía Agó que en todos estos
asuntos siempre fue una gran compañera.”
El reencuentro, ese renacimiento de la relación, fue dándose paulatinamente y en
un principio para Gochi resultó una novedad a la que no le resultó fácil acostumbrarse.
Después de lo que había pasado, no podía esperarse que de buenas a primeras ella se
acomodara frente a su padre como si todo hasta ese día hubiera transcurrido de una
manera normal. Tuvo que adaptarse, esperar que los sucesivos pasos fueran indicando el
camino que ambos empezarían a recorrer juntos.
Es al tratar este delicado tema que Gochi expresa lo siguiente: “Me acuerdo que
cuando yo tenía alrededor de trece años me dijeron que mi padre estaba internado en un
hospital porque le estaban haciendo lo que me parece que era algo así como una cura del
sueño. Yo fui a verlo y creo que fue en aquel momento que empecé a reencontrarlo.
También recuerdo que tiempo después, cuando ya tenía catorce años, hicimos todos
juntos un viaje, la familia entera. Y más tarde todavía papá me invitó a acompañarlo a
78

China y Japón, países en los que estaban promocionando la película de los Andes. En
esta oportunidad viajamos solamente nosotros dos. Hasta ese momento no podía decirse
que yo tuviera una relación propia de una hija con su padre, esa que felizmente hoy
tenemos, por eso reconozco que hasta me daba cierta vergüenza aceptar su invitación
para viajar. No se trataba de que yo me avergonzara por el pasado de papá, porque se
había dejado ganar por las adicciones, era otra cosa distinta, influía aquel hecho de que
entre nosotros no hubiera todavía una verdadera relación entre un padre y una hija.”
Gochi repite que vive todo lo que pasó como un proceso, especialmente la
maduración de Carlitos como padre, todo lo cual por supuesto lo valora como un hecho
extraordinariamente positivo. Se siente muy contenta por lo que él ha cambiado al
transformarse después de abandonar las drogas. Hasta entonces había sentido que no
tenía el respaldo de un verdadero padre responsable, al extremo que en buena medida
puede afirmar que ella se sentía entonces más coherente que él. Sin embargo, la
situación es hoy exactamente la contraria al punto que no vacila en reconocer que se ha
convencido de que cuenta con el apoyo de un padre que se ha plantado de modo
positivo en la vida.
En cierto sentido, Gochi piensa que la vida la llevó a revivir momentos que
también su padre había vivido: “Lo que sucedió fue para él parte de un todo, la
separación de sus padres, la tragedia de los Andes, las drogas, al final fue como que
recibiera un pasaporte para usufructuar la libertad de hacer cosas que a otros no les
estaban permitidas. Pero al mismo tiempo yo siento también que soy una mujer que
resultó muy golpeada en la vida, incluso hasta algo malcriada tal como lo dije antes.
Igual que mi padre.”
Si alguna duda hubiera quedado sobre la claridad con la que Gochi interpreta la
verdadera naturaleza de su vida pasada y de la franca postura que la lleva a no renegar
de ella basta escucharla decir lo que se transcribe a continuación: “La gente suele decir
que mi padre es diferente por lo que tuvo que pasar en los Andes, pero sin embargo los
otros sobrevivientes no tocaron fondo como él y pasaron por lo mismo. Lo que yo tengo
claro, repito, es que no hubiera querido vivir otra vida, aun con las desgracias y las
alegrías que viví me quedo con la que tuve, nunca me lamentaría porque no me tocó una
distinta. Lo que sí digo es que yo tengo cuatro hijos y que me esfuerzo por tener una
vida organizada alrededor de una familia tradicional que se mantenga unida, quizás
porque eso fue lo que no tuve. A pesar de todo -y digo esto sabiendo que es difícil que
se entienda- al mismo tiempo yo no siento que eso me haya faltado. Es en este sentido
79

que le doy un valor enorme a mi madre y a mis abuelos maternos, cuando mis padres se
separaron yo pasé a vivir con ellos y con mi madre. Y no puedo dejar de recordar
nuevamente a mi abuela paterna.”
Por último, Gochi realiza una especie de recapitulación que sirve para redondear
su pensamiento sobre el momento que está viviendo con el transformado Carlitos: “Mi
padre cambió y sigue cambiando. Yo hace casi dos años que estoy viviendo nuevamente
en el Uruguay, pero antes viví tres años en Suiza y yo sé que esa separación a él no le
resultó nada fácil, que de verdad la vivió como algo durísimo. Ahora que he vuelto a
vivir en Montevideo, a veces me angustio al preguntarme cómo pude hacerle eso a mi
padre, cómo me fui a otro país, me doy cuenta de que siento cierta responsabilidad por
él.”
Y al volver a plantearse cuál debió haber sido su actitud como respuesta a la
forma con que se manejaba su padre debido a las adicciones reitera la misma lúcida
postura: “¿Qué debía hacer? ¿Juzgarlo por lo que había hecho? ¿O tomarlo tal como es
con el agregado de lo que fue y quererlo de todos modos? Esto fue lo que hice. Nunca
se me ocurrió echarle en cara su conducta. Y además soy yo quien ganó ya que ahora
tengo una familia nueva que se ha multiplicado porque el esposo de mi madre tiene
cinco hermanos. Pero gané también en algo fundamental, yo tengo con mi padre una
comunicación tan particular que a veces me asombro. La forma de comunicarnos que
tenemos muchas veces me hace pensar en el libro “El secreto” de Rhonda Byrne. Todo
encaja, es como si nos adelantáramos en nuestros pensamientos que terminan
coincidiendo sin que lo hubiéramos planificado para que sucediera de ese modo. Es
extraordinario.”8
Seguramente, si Carlitos tuviera que sintetizar lo que ha influido el
abandono de las drogas en el plano de la relación con Gochi, no encontraría mejor
manera para hacerlo que repetir lo que ella ha expresado finalmente para ubicar en su
justa medida lo que significó el reencuentro. Esa su declaración final que se transcribe
más abajo es un corolario que lo explica todo de un modo absoluto, una declaración de
victoria después de una dura batalla que Gochi disfruta porque sabe que al mismo
tiempo también su padre estará disfrutándola con la misma satisfacción. ¿De qué otra
forma podría Carlitos demostrar que su recuperación alcanzó el punto más alto, que su
actitud lo llevó a reconquistar lo más valioso?
8
Publicado en 2006, el libro trata sobre la llamada “ley de atracción” y tiene como tema central la
necesidad de enfocarse en las cosas positivas para modificar los resultados. No obstante las numerosas
críticas que recibió se convirtió en un best-seller.
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A sus espaldas ha quedado el adicto de las sucesivas internaciones, de las


marchas y contramarchas, de la vida malgastada, de los actos irreflexivos, de los
momentos enajenados, para que sobre él haya triunfado el padre que provoca en su hija
palabras tan emotivas como las siguientes: “Él y yo somos ahora inseparables, no puedo
decir otra cosa como no sea que tenemos una relación impresionante. Mi padre para mí
hoy es mi amigo, mi terapeuta, mi todo.”

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