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JOE Y SHIRLEY

Agencia de seguridad 2
 
 
 
 
 
 
 

MAYA R. STONE
©Todos los derechos reservados
Julio 2022
CONTENIDOS:
UNO.
DOS.
TRES
CUATRO
CINCO.
SEIS.
SIETE
OCHO.
NUEVE.
DIEZ.
ONCE.
DOCE.
TRECE.
CATORCE.
QUINCE.
DIECISÉIS.
DIECISIETE.
DIECIOCHO.
DIECINUEVE.
VEINTE.
VEINTIUNO.
VEINTIDÓS.
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO.
VEINTICINCO.
VEINTISÉIS.
VEINTISIETE.
VEINTIOCHO
VEINTINUEVE.
TREINTA.
TREINTA Y UNO.
Mi queridísimo lector:
UNO.
 
—Hola. ¿Eres Pablo?
El hombre levantó la vista y asintió, y el gesto de gravedad en su rostro
la hizo sentir un poco nerviosa. Ella carraspeó, intentando despejar la
garganta seca.
—Y tú eres Shirley—respondió él, mirándola de pies a cabeza con un
gesto de aprobación que no pasó desapercibido y la hizo sonreír, un pelín
mas confiada.
—Sí, soy yo. Encantada de conocerte—añadió, y se removió nerviosa,
aún de pie.
Esto de las citas no era lo suyo; no sabía cómo calmar la ansiedad y
comportarse con naturalidad.
—Toma asiento, por favor—él le indicó la silla a su frente—. Me alegra
que hayamos podido encontrarnos. Charlar por chat me resulta incómodo y
no me da buena espina. Siempre pienso que me pueden estar engañando y
haciéndome el cuento del tío.
Shirley sacudió su cabeza en asentimiento.
—Te entiendo. Soy nueva en esto de Tinder y me asusta un poco, te
confieso. Mi amigo Timmy fue el que me hizo el perfil, en verdad.
Se aflojó en la silla dispuesta a conversar y mostrarse abierta. Él parecía
tan nuevo en esto como ella e igual de inseguro.
—¿Te parece si empezamos? No tengo mucho tiempo, y me gustaría
aprovecharlo para ver si realmente conectamos.
Shirley hizo un gesto con su nariz, el clásico cuando algo la
desconcertaba. En este caso el tono empleado por Pablo, algo autoritario.
Colocó su bolso en la falda, y tragó saliva. Decir que estaba nerviosa era
minimizar su estado interno.
Esta era la primera cita con este hombre, un desconocido con el que
había tenido un match, una coincidencia de intereses en Tinder. La foto de
su perfil se ajustaba a la realidad, por fortuna.
El que tenía adelante era el hombre rubio y de ojos verdes que había
visualizado. Tenía más entradas en su cabello de las que la foto sugería, y su
vestimenta era más formal. Un traje oscuro sobrio. Supuso que vendría de
trabajar, por la hora.
El la observó sin perder detalle y Shirley se sintió bajo una lupa. Sonrió
otra vez, tratando de distender el encuentro, pero él la siguió mirando con
seriedad. Tenía una libreta a su lado, que abrió, mientras sacaba unos lentes
y un bolígrafo.
—Empezar… ¿Te refieres a ordenar?
Justo en ese momento llegó la mesera, a la que Shirley conocía bien
porque este bar era su lugar habitual los jueves luego del trabajo. Había
seleccionado este sitio para la cita porque era uno seguro, en el que podía
distenderse y estar segura de que no le pasaría nada conflictivo. Uno nunca
sabía en estas citas que eran casi a ciegas.
—¿Qué puedo traerles? —inquirió la chica, dedicándoles una amplia
sonrisa a ambos y un guiño a Shirley. 
—Un bloody Mary, con jugo de tomate sin sal, por favor. Y una
ensalada de atún.
Recitó el pedido de memoria porque era lo que consumía de habitual. Su
necesidad de controlar el consumo de azúcares y exceso de sodio hacía que
se restringiera a lo que sabía que no la perjudicaba.
—¿Caballero?
—Solo agua para mí, gracias—respondió él, y dirigió su mirada de
vuelta a Shirley—. ¿Sueles consumir bebidas alcohólicas los días de
semana?
Ella parpadeó, y se mesó el cabello en un gesto de incomodidad.
—No, no. Salvo cuando vengo aquí, que no es a menudo.
Si era exacta, uno o dos Bloody Mary o cerveza liviana, los jueves, con
Timmy. Y varios cocteles cuando la invitaban sus amigas los viernes. Su
jefa y amiga Cheryl la había introducido en el círculo de las mujeres Turner
y sus divertidas y caóticas tardes de chicas, con masas dulces, bebida y
cotilleo.
Lo grandioso era que ellas se preocupaban por incluir cocteles bajos en
carbohidratos en el despliegue, y Sofía, la pastelera oficial del grupo,
preparaba confituras con sustitutos al azúcar. La amistad con estas mujeres
era lo mejor que le había pasado en años.
—El alcohol es pernicioso y nubla la mente. En el caso de las mujeres,
las incita a perder las buenas costumbres—Se encogió de hombros—. Pero
entiendo que hay que divertirse también.
Las palabras le hicieron entrecerrar los ojos, pero no contestó. Caray,
este tío tenía que aflojarse un poco. Lo miró otra vez, meditando si valía la
pena seguir escuchando. No estaba cómoda, para nada. Se dijo que los
nervios podían estar jugando una mala pasada al hombre, y debía darle un
poco más de tiempo.
La llegada de su bebida y la ensalada la distrajo, y se concentró en
alimentarse antes de beber. Hacía un rato que no ingería nada; el trabajo la
había tenido muy concentrada esa tarde.
—Tu perfil dice que tienes veintinueve años, ¿es así?
Contuvo las ganas de rodar los ojos y masticó con cuidado, mirándolo.
Se lo había preguntado ya dos veces en el chat los días anteriores. Asintió, y
lo vio anotar algo en la libreta. Respiró hondo, su ánimo en baja.
—Sí—respondió cuando tragó—. Y tú 32.
—Ahá. Trabajas como secretaria, te graduaste como auxiliar contable, y
tienes empleo fijo.
—Así es—dijo, y se aclaró la voz, sorbiendo con delicadeza su bebida
—. Me comentaste que trabajas en mercadeo.
—Sí, en línea. ¿Compartes tu vivienda, o tienes una propia?
Joder, este tipo la estaba poniendo de los nervios. Era como si estuviera
en un interrogatorio.
—Rento un apartamento. ¿Tú?
—Vivo en la periferia, con mi madre.
Oh, oh. Bandera roja. Se le representó de inmediato el rostro de Brianna
con un gesto reprobatorio y un comentario avieso, y casi sonrió. La
irlandesa, cuñada de Avery Turner, era graciosa y desinhibida, y tenía ideas
muy concretas sobre los hombres y las relaciones. Muchas de ellas en el
aire, porque era tan soltera como Shirley, pero bueno.
—Ah, con tu mamá.
—Una mujer que es mi guía y modelo. No aspiro a nada menos, como
comprenderás. Mi madre es una mujer devota y fuerte, que me crio con la
idea de servir a mi país, a mi familia, y a Dios.
Ay, joder, esto se estaba yendo a la mierda. Miró con nerviosismo a la
barra, donde Timmy estaba sentado tal como ella le había pedido. Mejor
dicho, demandado. El jodido había sido el instigador de esto. Había
insistido hasta el hartazgo en que era necesario que ambos tuvieran novios.
Sí, novios, porque Timmy había salido del closet hacía unos meses,
luego de reaparecer en su vida y la de Cheryl. Habían sido compañeros de
trabajo por años antes de eso, y durante todo aquel tiempo lo había
etiquetado como un egoísta misógino y aprovechador.
Pero cuando ambos, además de Cheryl, renunciaron al empleo con los
Masterson, luego del desastre provocado por las conexiones de su ex jefe
con hampones, Timmy había cambiado.
Así como Shirley había encontrado nuevas amigas, un trabajo y un
amante (aunque este solo por dos gloriosos meses), Timmy había
encontrado su camino. Finalmente, luego de empezar terapia y reflexionar,
había vuelto para pedir trabajo a Cheryl, en un momento en que esta
necesitaba más manos, porque su emprendimiento crecía.
Shirley y Timmy habían reconectado y su amistad floreció. Y esa era la
causa de que ella estuviera aquí, enfrente a este demente que había venido a
una cita con una hoja Excel para completar con los virtudes y defectos de la
afortunada. ¡Ella!
—Qué lindo que tengas tan buena relación con tu madre—indicó, sin
otra cosa por decir, mientras él sorbía su agua.
—¿Qué hay de ti, de tu familia?
—Mis padres murieron hace algunos años.
—¿Y no tienes más parientes?
—No.
La observó con el ceño fruncido.
—Mi familia tiene generaciones en California. Nuestros antepasados
llegaron cuando la colonización, e hicieron grande este estado—añadió él,
con gesto de orgullo.
—Bien por ellos—señaló, y bebió otro trago de su coctel.
—¿Gozas de buena salud?
—Tengo diabetes y alguna que otra alergia alimentaria. A las nueces,
por ejemplo—dijo, casi como por inercia.
Su mente ya no estaba aquí, y mientras él agachaba su cabeza para
escribir, lo que denotaba que necesitaba lentes, Shirley hizo un gesto a
Timmy como si quisiera ahorcarlo, que hizo que este se tapara la boca para
contener su risa.
Necesitaba que la salvara ya. Hizo el gesto de rescate que habían
pactado de antemano, pero entonces se topó con la mirada interrogante de
Pablo sobre ella.
—Eso no es bueno.
—Mmm, no, es que…—comenzó a decir, pensando que había visto su
gesto a Timmy y creía que se burlaba de él, y elaboró una disculpa—.
Lamento…
Odiaba ser desagradable y herir a otro con su comportamiento.
—No puedo solventar el gasto que supone una persona enferma—indicó
él, y Shirley parpadeó.
—¿Perdón?
—Busco una mujer de familia y buenas costumbres que pueda compartir
su vida conmigo y mi madre. Mi presupuesto es ajustado ahora mismo, y
considero que es justo compartir las expensas. Imagino que tus dolencias
implican gastos médicos y dietas especiales, y te condiciona mucho.
Lamentablemente…—él se incorporó y guardó su libreta en su bolso, y
meneó la cabeza con disgusto—. Deberías mencionar eso en tu perfil.
—¿De verdad? —Shirley tenía la boca abierta y la indignación la ganó
de a poquito—. Supongo que tú podrías poner que vives con tu madre con
más de treinta, y no te alcanza el sueldo para mucho, y…
—Estás siendo maleducada—meneó la cabeza—. Solo tomé agua, me
imagino que puedes afrontar el invitarme. Es lo justo dado que pagué un
auto para ir y tendré que hacerlo de vuelta. Espero no te hayas ilusionado
mucho, querida, pero es mejor que todo haya ocurrido cuando aún lo
nuestro no era serio.
Con los ojos como platos lo vio irse sin mirar atrás, tenso y gesticulando
lo que supuso eran palabras molestas por la falta de gentileza de Shirley.
Figúrate. Ella le había hecho perder el tiempo, dinero, y no estaba a la altura
de sus estándares.
DOS.
 
¡Qué jodida mierda! Esto le debía pasar solo a ella. No, no, no,
reflexionó luego. Este idiota debía de tener experiencia en esto. Había
venido preparado, con su cuestionario listo.
Respiró hondo y cuando Timmy se sentó al frente lo miró con los ojos
como dagas.
—¡Cuéntame! ¿Qué fue eso? Salió disparado y parecía indignado. ¿Qué
hiciste, Shirley? Te dije que tenías que sonreír y actuar natural. Tus
prejuicios te nublan y …—comenzó a darle la tabarra.
—¿Yo? ¿Qué hice yo? —Levantó los brazos al aire—. El idiota vino
aquí con una hojita y me hizo un interrogatorio. Me dio un sermón acerca
de que no es de buena devota beber, y cuando le dije que tenía diabetes se
fue, argumentando que las mujeres enfermas somos de alto mantenimiento.
¡Me reprochó que debí haberlo aclarado en mi perfil! Como si uno fuera a
decir algo así en una red social. Ya bastante idiota es tener que poner fotos y
frases que suenen ocurrentes—gruñó.
—Para, para—dijo Timmy—. ¿Te plantó porque le dijiste que tienes
diabetes? ¿Quién carajos pregunta eso en una primera cita? ¿En cualquier
cita? —Meneó la cabeza con incredulidad.
—Este tipo. Tenía una libreta y tiqueaba mis respuestas, Timmy—
resopló—. Te dije que esta de Tinder era una idea horrible.
—No, no. Hay que tener en cuenta que esto de las citas no es fácil.
Tener suerte con el primero es muy poco probable. Estadísticamente… No
importa—suspiró él—. Shirley, eres un bombonazo, cielo. Si ese cutre,
gilipollas y mente estrecha no puede ver lo bonita, talentosa, buena gente y
especial que eres, es su problema y tu ganancia. ¿Quién quiere alguien así
en su vida?
—Timmy, tráeme otro trago, por favor—pidió—. Y olvidemos esto.
—En un instante, bonita. Olvidaremos a este cabrón, pero te quiero
contar del que me escribió a mí. Ya vuelvo—Se incorporó, pero se detuvo
en seco—. ¡Oh! Mira quienes llegan—dijo y su sonrisa se amplió mientras
avanzaba hacia la barra sin decir más.
Shirley se dio la vuelta con curiosidad, y la imagen de dos de los
grandotes que trabajaban en la Agencia de Seguridad de Matt Turner la hizo
ruborizar. Mejor dicho, uno de ellos. Joe. El segundo al mando avanzó con
soltura por el bar seguido por Jeff Sanders, el especialista en redes.
No era raro verlos aquí ya que este local estaba muy cerca de la agencia,
así como de la oficina de Cheryl. Si lo era la hora. Vio a Timmy
prácticamente asaltarlos y comenzar una plática encendida y alegre, y
ambos hombrones rieron y asintieron, mientras se acodaban en la barra.
Pidieron bebidas y Timmy no dejó de gesticularles, y cuando todos
miraron hacia su mesa, supo que su amigo estaba haciendo gala de la
incontinencia verbal que lo caracterizaba.
Joe hizo un gesto de saludo con la mano, que Jeff repicó, y Shirley
sacudió la cabeza en respuesta, con una sonrisa nerviosa. Cuando vio que
Timmy desbloqueaba el celular y mostraba algo que intuyó sin dudar era su
perfil en Tinder porque conocía a su amigo, rogó en forma expresa que la
tierra la tragara, y enrojeció hasta la raíz.
Se dio la vuelta para quedar de espaldas y no ver reacciones, y decidió
en ese momento que Timmy la escucharía cuando estuvieran a solas.
Pasaron unos instantes y cuando sintió el movimiento de la silla y el sonido
de los vasos, miró para clavar a Timmy en su sitio, y casi le ladró un
reproche.
Uno que tragó cuando se percató de que Joe y Jeff estaban llegando
detrás. Se aclaró la garganta y moduló en silencio un Voy a matarte que
Timmy ignoró olímpicamente, encantado de tenerlos aquí.
Shirley intuía que su amigo admiraba sin reservas ni esperanzas a Jeff,
aunque jamás haría un avance con él, consciente de que era heterosexual y
estaba en la órbita del esposo de Cheryl. Tan sociable y encantador como
era Timmy en general, era muy reservado con aquellos que realmente le
gustaban.
Shirley imaginaba que lo que le pasaba con Jeff era similar a lo que ella
sentía por Joe. Salvo que ellos sí habían intimado. Un tiempo. Dos gloriosos
e increíbles meses.
—Shirley, ¿cómo estás? —le inquirió Joe con una enorme sonrisa que
alcanzaba sus ojos, mientras apretaba su mano con calor.
Era un hombre que exudaba magnetismo. Encantador, cordial, protector,
además de un maromo sexy y con músculos por días. No había un ápice de
seriedad en su rostro buen mozo de vikingo moderno.
Sus ojos avellana intensos y su cabello desordenado y barba algo
desprolija atraían las miradas de todas las mujeres alrededor, y también la
de algunos hombres, probablemente envidiosos.
—Hola, Joe. Estoy muy bien, gracias—contestó con timidez, una que
aparecía cada vez que lo veía, a pesar de lo que habían compartido.
—Estás muy bonita. No te había visto luego de que te operaste de la
vista. Me alegro mucho, me imagino que tu calidad de vida mejoró, y ahora
nada esconde ese maravilloso par de ojos aguamarina.
Siempre el galante y preocupado, enfocado en los detalles. Suspiró
internamente. Joe era uno de esos hombres que hacía sentir bien a quienes
lo rodeaban.
Tenía un don de gentes innato y la empatía para conectar con aquellos
que tenían alguna dolencia o habían sido víctimas. Suponía que eso lo hacía
tan bueno en su trabajo, además de todas las aptitudes físicas y saberes con
armas y técnicas de defensa.
—Pues sí, en verdad la operación fue sencilla y la recuperación me llevó
muy poco. Me ha facilitado muchísimo las cosas.
—¿Cómo vas con la diabetes? ¿Sigues haciendo tus ejercicios y
comiendo variado y respetando la rutina?
—Sí, sí—cortó, un poco desbordada por la atención de él, y las miradas
divertidas de Jeff y Timmy.
—Sí, papá, dile—añadió Jeff, riendo—. A Joe le encanta dar lecciones y
asesorar. Tiene un grupo privado con ex víctimas y personas a las que le
gusta ayudar y en las que mantiene el ojo para que no se desvíen del
camino.
Ella estaba en ese grupo, obvio. Era una de las protegidas. Esperaba que
las previsiones y medidas que había tomado para que ella no se desviara y
se alimentara bien y cuidara su diabetes no fueran algo que hacía con otras.
Porque con ella había ido más allá de la amabilidad y el deber. Mucho más
allá.
No lo creía, y de hecho él le había asegurado que nunca había intimado
con una protegida antes. Se había afanado para que entendiera que se sentía
atraído por ella, y siempre se preocupó por saber cómo se sentía, y si
realmente deseaba seguir.
¿Cómo no estar bien? ¿Cómo no sentirse en la gloria entre sus brazos,
saboreando sus besos, acariciando su cuerpo? Yacer en la cama de este
hombre, disfrutar del sexo tórrido y pasional con él, dejar que la experiencia
sexual más intensa de su vida la consumiera había sido la experiencia más
candente y emotiva de toda su vida.
Joe no la había forzado, no había habido necesidad. Ella no lo había
pedido ni esperado, tampoco. Simplemente había pasado. Había ocurrido en
medio de la vorágine desatada luego de lo ocurrido en su antiguo empleo,
con los Masterson.
Joe había sido quien la había rescatado y la había acompañado en todo
el proceso posterior. Cuando se recuperó, él estuvo allí enseñándole auto
defensa e instándola a mejorar su calidad de vida, excediendo lo que
hubiera sido la tarea de un amigo, pero así era él.
Hawk, el otro hombrón gigante y habitual compañero de misiones de la
agencia, decía que Joe tenía un complejo de héroe y la necesidad de salvar y
sanar. Y Shirley había llegado a la conclusión, agridulce, de que había sido
así con ella.
Creía que el sexo entre ambos, que para ella fue liberador y mágico, y
para él había sido placentero, en sus palabras, también fue una vía que él
exploró para hacerla sentir segura y en comando. Raro como sonaría a
cualquiera, así era él.
Shirley le había confesado que sus dolencias la hacían retraerse y no
confiar en ella misma. Él trató de insuflarle confianza de todas las formas
que pudo, incluso con su polla. Se ruborizó al pensarlo.
Shirley miró a los tres hombres frente a ella y sonrió, alejando todo
pensamiento que le trajera rastros de los pasados meses. Hacía ocho del
desastre Masterson, como Cheryl y ella le llamaban. Seis del instante en
que su amistad con Joe pasó a ser íntima.
Cuatro meses habían transcurrido dese el momento en que Shirley
decidió que la única manera de retomar control de su vida emocional era
alejarse de él. No porque este fuera tóxico, sino porque ella sabía que si no
cortaba perdería control de su corazón.
Joe no tenía intenciones de establecer una relación formal con nadie, se
lo había dicho. Había sido claro, gentil, encantador, y ella lo aceptó. Hasta
que entendió que no podía aceptarlo más.
Entonces, se alejaron en el mejor de los términos, Joe enfatizando que
eran amigos y enviándole cada tanto algunos mensajes generales de
bienestar y buena onda. Como era él.
—Acabas de tener una cita un poco extraña, nos contó Timmy—señaló
Jeff, con amabilidad, y ella se encarnó, mirando a Timmy como para
matarlo.
—Así es.
—Tienes que tener cuidado, Shirley. Hay mucho loco suelto—indicó
Joe, con el entrecejo fruncido—. Uno nunca sabe con qué o quién puede
toparse.
—Este traía una hoja con preguntas y le hizo pagar la cuenta, aunque
por suerte solo tomó agua—señaló Timmy, y Shirley se movió para
esconder la humillación que sintió al notar el patetismo que el relato de
Timmy evidenciaba.
No era de victimizarse ni venirse a pique por aquello que la excedía,
pero lo de hoy era remarcable.
—¡Gilipollas! —gruñó Joe—. Hay cada ejemplar de asno sin el menor
tacto ni gentileza.
—Acojonante—bufó Jeff.
—No saben apreciar lo que la vida les pone en el camino. Que le hayas
dado la oportunidad ya era un premio. Con esas fotos de tu perfil te deben
llover los interesados, bonita—agregó Joe con calor, y ella bajó la vista, un
poco sobrepasada por sus comentarios.
No le hacía bien escucharlo, sin embargo. Le hacía pensar en cosas que
no pasarían, en momentos entre ambos que no volverían. Él lo decía por
hacerla sentir bien, y ella no podía correr el riesgo de tomarlo en serio.
—Ya está, era un empollón. No pasa nada—se encogió de hombros y se
enfocó en su trago.
—Uh, Joe…—Jeff carraspeó y Shirley levantó la vista, justo para ver
que el especialista en redes saludaba con calor a dos chicas que se
acomodaban en la barra.
Dos muy bonitas y sofisticadas mujeres que devolvieron el saludo, y
entonces los dos grandotes se incorporaron.
—Ahí llegaron nuestras citas—dijo Jeff—. Me alegro de verte bien,
Shirley.
—También yo—contestó ella, plasmando su sonrisa más brillante y
aplastando con saña el pinchazo de celos que sintió, y se volvió para
atender a Timmy, que tenía su vista fija en la barra.
Cuando ambos estuvieron lejos, tanto ella como Timmy suspiraron y se
miraron, pero no dijeron nada. Era tema vedado. Él no sabía nada del grado
de intimidad que ella había compartido con Joe, él jamás le diría lo que le
pasaba con Jeff, y ella no lo mencionaría.
—Por los imbéciles de Tinder.
—No, que va—contestó ella—. Por nosotros, Timmy. Algún día nos
llegará el momento.
—Algún día—contestó él.
TRES.
 
El frio calándole los huesos la despertó. El viejo apartamento tenía
humedades, y ya debería haber buscado algo mejor. Mas mudarse implicaba
tiempo y dinero que aún no tenía.
Tiritó mientras se envolvía en la bata y se arrebujó en ella, y luego
caminó para encender el aire acondicionado. Se había dormido en el sillón
mirando una película y antes de cenar algo, y su estómago rugía.
¿Sigues comiendo variados y en horarios? le había preguntado Joe.
Trataba, y la mayoría de las veces lo lograba. Pero había días complicados,
con mucho trabajo, y ella se trazaba metas y se sobre exigía, y se le pasaba
la hora. O se agotaba y caía rendida.
Se dirigió a la cocina y abrió la nevera, y seleccionó queso, zanahoria,
agregó unas galletitas, y entibió un vaso de leche. Era el que se permitía, a
la noche, porque la ayudaba a dormir. Se sentó y dio cuenta de los
alimentos cuidando el masticar bien cada bocado.
Cuando terminó, se lavó los dientes y estuvo lista para la cama, su
mirada se posó en el espejo de cuerpo entero de su habitación, y un
recuerdo se hizo vivo en su mente. Una memoria dulce, erótica, una que
casi dolía de tan bonita.
<<Mírate, Shirley. Mírate de verdad. Eres tan bonita y natural>>. Joe
estaba parado detrás de ella, tomándola por la cintura frente al espejo.
Ambos estaban desnudos, y ella sentía la dureza de su miembro empujando
su espalda baja. Ella ardiendo de deseo, y él haciéndola sentir la más bella
de todas. <<Tienes los ojos más hermosos que he visto… Senos firmes,
cuerpo cimbreante… La piel más suave… Joder, es como tocar seda…>>
Sus manos se deslizaron sobre sus brazos y bajaron por sus lados, sobre sus
caderas, en sus muslos. Su boca en su cuello.
Ah, caray, la estremecía como si estuviera allí. Meneó la cabeza,
alejando el recuerdo, y suspiró. Se tendió en el lecho, de espaldas al espejo,
golpeando la almohada y cerrando los ojos.
En general se las arreglaba para olvidarse de lo desbordante y
maravillosas que habían sido las veces que habían intimado. Normalmente
su fuerza de voluntad y su férreo deseo de dejar atrás lo que sabía era una
aventura sin futuro funcionaban.
Pero en noches como esta, cuando era consciente de que no tenía vida
romántica ni familiar… Cuando veía a Joe y lo sabía ajeno, fuera de su
alcance, se entristecía.
La realidad era pesada y su mente se disparaba a los instantes en que
había delirado de felicidad a su lado. Cuando había sido ajena a lo
razonable y había fingido que era suyo, tal como ella se sentía de él.
Resopló y trató de aplicar las técnicas de respiración que la calmaban.
Focalizó en sus pendientes. Luego se abocó a establecer por enésima vez las
prioridades de su vida. Salud y dinero no era lo que sobraba, pero estaba
bien. Se estaba cuidando mucho más que antes, y Cheryl y Joe tenían que
ver con eso.
Tenía un buen salario, y estaba ahorrando para poder tener un colchón
de reserva que le posibilitara vivir más holgada. No tenía familia ni novio,
pero sí amigos. No había romance en su vida, aún, pero eso podía llegar.
Timmy tenía razón, había que insistir y no dejar de buscar.
Otra memoria se coló, subrepticia y rebelde a sus deseos. <<Tienes que
aprender a adorar tu cuerpo, lo que eres… Bella, fuerte… Puedes hacer lo
que quieras, conquistar a quien lo desees… Me fascinas, bonita…>>
Resopló, y comenzó a pensar en el balance que tenía que revisar el día
siguiente, y en la agenda de Cheryl. Tenía que responder el mail del nuevo
cliente que quería una reunión con su jefa.
Mañana era un buen día para comenzarlo con un poco de yoga que
aflojara su cuerpo y mente de tensiones. Y en la tarde, diversión en la casa
de Cheryl, que por primera vez haría de anfitriona de una de las reuniones
de los viernes. De habitual eran en casa de Amelia, la esposa de Liam
Turner, pero esa familia estaba de viaje.
…<<Si cedemos a esta tentación, quiero que sea con los ojos abiertos,
Shirley. Me encantará ser tu guía en el descubrimiento de tu cuerpo y de tu
sensualidad. Me pone a mil la idea de enseñarte lo especial y preciosa que
eres… Lo deseable que eres… Pero no puede haber nada más, ¿lo
entiendes, bella? No busco nada permanente. Soy un perro un poco viejo y
acostumbrado a mi soltería y mis ligues. No he pensado jamás en sentar
cabeza>>.
¡Manda huevos! Era acojonante. Su cerebro se empeñaba en joderle la
noche. No podía seguir inmersa en recuerdos que no le aportaban nada.
Había tenido una aventura sexual tórrida y secreta, bien por ella. Y la
había terminado porque había sido lógica y entendía lo que Joe quería. No
tenía sentido ni era saludable mirar atrás.
Ella había estado mal, él le había dado herramientas para defenderse, la
había ayudado, había explorado y disfrutado de su cuerpo, y ella del suyo.
Él le había devuelto la confianza en sí misma, y no era para menos.
Gozar del favor de un cachas como él era un regalo. Un gigantón que
era un gladiador, un amante gentil y ardiente, un hombre con todas las
letras, que la había mimado y demostrado que podía ser sexy y estar en
comando de su cuerpo.
Pero lo bueno se terminaba. Habían sido meses, momentos geniales,
pero tanto como la experiencia la empoderó, también le hizo sentir que la
ponía en riesgo, porque él le hacía perder control y alejarse de lo lógico y
esperable. 
Ella no era una romántica esperanzada que creía en el destino ni en el
felices para siempre. La vida le había demostrado una y otra vez que había
que luchar por lo que se quería, pero había imposibles que no podían
alcanzarse.
El amor costaba, dolía, implicaba pérdidas irreparables. Lo sabía,
porque era la historia de sus padres. En parte.
Claro que últimamente los ejemplos de lo contrario parecían acumularse
a su alrededor, pero suponía que era la muestra de que en esta vida algunas
eran afortunadas y les tocaba ser felices y tenerlo todo.
No, ese era un pensamiento injusto, decidió. Las historias de las mujeres
de las que se enorgullecía de ser amiga también eran de cicatrices, pérdidas,
dolores, pero habían logrado sobreponerse y enamorarse.
No se acordaba cuál de las chicas le había dicho que había que besar
varios sapos para encontrar al príncipe, y que no se podía saltear ese
proceso. Sería Brianna, o tal vez Cheryl, probablemente.
La primera estaba en el camino, seguramente besando a diestra y
siniestra, y la segunda ya había encontrado el suyo.
No que a Shirley le pareciera que Matt Turner, con su cara seria y
compuesta, fuera el prototipo de un príncipe, pero su amiga lo amaba y era
recto e imponente. Eso no se le podía negar.
No hay príncipes, tonta, se dijo. Hay hombres, y por desgracia muchos
bastante jodidos. Concéntrate en estar alerta por el que tal vez te toca en la
lotería de la vida, y ve poniendo en la lista de sapos a tipos como el de hoy.
No te comas más el coco, Shirley. Duerme. Duerme.
CUATRO.
 
Joe echó la cabeza atrás y rio sin disimulo, divertido con los
comentarios que Jeff hacía a las dos bonitas chicas que había invitado al
bar. Su compañero las había conocido esa misma tarde, y había invitado a la
morena, pero esta le dijo que saldría con él si conseguía una cita para su
amiga.
Jeff no había tenido mejor idea que pedirle a él que lo acompañara en
una cita doble. No tenía muchas opciones porque Hawk no se prestaba para
eso, y los más jóvenes de la agencia estaban en misión. Así que había
aceptado.
Sin problemas de su parte, no tenía inconvenientes en charlar y
entretener a una mujercita. Y menos si era una bonita y vivaracha como esta
rubia, Helen algo, que no dejaba de mirarlo y tocar su bíceps y pectorales
cada vez que quería enfatizar algo. No es que tuviera mucho por decir, o al
menos interesante, pero esto era diversión.
No había una célula tímida en ella, y su mirada ardiente y poses osadas
mandaban señales claras de lo que quería. Nada que no pudiera proveer,
obviamente. Joe era como los Boy Scouts, siempre listo. O solía serlo,
pensó, conteniendo un imprevisto bostezo.
—Y entonces Joe lo tomó por el cuello y lo levantó en el aire, y el tipo
pataleó como un muñeco y sollozó. Literalmente, chicas, lloriqueaba. Era
risible, sino patético.
—Guau, que fuerte eres para elevar a alguien así. Aunque basta ver los
músculos que tienes—dijo la rubia, tocándolo otra vez, y él rodó los ojos.
—Jeff exagera. Era bastante esmirriado y estaba borracho—añadió,
completando la historia que Jeff había desgranado, una de las pocas de sus
misiones que se podían contar.
En muchos casos había cláusulas de confidencialidad expresas, o las
historias no eran risueñas. Lidiaban con mucha mierda que no merecía
mencionarse en salidas como esta, hechas para distenderse.
—Estoy segura de que no. Me encantaría verte en acción, todo super
héroe para mí—Helen se mordió los labios y lo miró con calor.
No, ni un pelo de timidez.
—Pero yo no me quedo atrás, chicas. Tengo lo mío, y no trabajo solo
con computadoras—se quejó Jeff, y comenzó a contarles algo que Joe se
perdió, porque su vista volvió al lugar donde Timmy y Shirley habían
estado hasta apenas unos minutos atrás.
Se habían ido. Miró el reloj. Era tarde, claro. Mañana la bonita
comenzaba a trabajar temprano, y probablemente estaría de malas por el
resultado de esa cita que Timmy mencionó como un fracaso porque el
hombre había sido un gilipollas con su bestie, su mejor amiga.
Al parecer el imbécil en cuestión la había plantado luego de diez
minutos de interrogatorio. Frunció el ceño y una ligera preocupación se
gestó en el fondo de su mente. Shirley no tendría que soportar a un
gilipollas de Tinder haciéndola sentir mal.
Ella tenía atributos de sobra para conquistar y enamorar a cualquier
hombre de verdad, uno que la mereciera, que tuviera la cabeza bien puesta
sobre sus hombros. ¿Ese insensato la había cuestionado por su diabetes?
¿Qué mierda era esa, por Dios?
Mmm, no debería exponerse así en una aplicación de citas. Había mucha
insania en el mundo, mucho loco predador buscando presa. Ella estaba
preciosa en esas fotos, de paso. Timmy se las mostró brevemente, pura
verborragia y nervio como era él.
El hombrecito estaba indignado en nombre de su amiga, y no era para
menos. Joe, y también Jeff, en rigor, se habían interesado y fueron hasta ella
para ver cómo estaba. Se habían acostumbrado a verla por la agencia los
meses anteriores.
No la conocían como él, empero, porque Joe había ido más allá de lo
superficial. Más allá de lo que había ido con cualquier otra víctima o
cliente, en realidad. Ella había permeado su habitual compostura y se metió
debajo de su piel, despertando emociones y necesidades en él.
La más importante era un feroz deseo de protección que excedía al
habitual, y eso era decir. Él reconocía que era un poco obsesivo con
aquellos en los que veía una debilidad.
Así había sido cuando conoció a Shirley. La primera visión que tuvo de
ella, hacía de ello casi nueve meses, fue en el piso de una oficina,
desmayada y en un coma diabético, justo en medio de un intento de
secuestro.
Este había implicado mucha tensión y nervios porque la actual mujer de
su jefe Matt, Cheryl, había estado en el corazón del suceso.
El hombretón, habitualmente sereno y en control, había necesitado de
Joe y Hawk como nunca. Al final la acción había sido corta y habían
actuado rápido y con eficiencia, logrando contener el peligro y rescatar a los
rehenes. Cheryl, Timmy y Shirley entre ellos. 
Joe había sido el que se encargó de Shirley. Inerte en sus brazos, la había
depositado en la ambulancia, y la acompañó al hospital. Había sido
instintivo. Luego la custodió durante las primeras horas de su internación.
Su primera impresión, que se agudizó cuando ella despertó y con el
correr de los días, luego de que le dieran de alta, fue que era un pajarito gris
y algo descuidado que nadie parecía atender. Y vaya si necesitaba alguien
que lo hiciera.
Alguien que la empujara a ordenar sus hábitos de alimentación para
tomar las riendas de su diabetes. Alguien que la incentivara a ejercitar, a
entrenar. Que le ayudara a encontrar seguridad en ella misma.
Él había asumido esa tarea con más empeño del que debería, para ser
sincero. Esa era tal vez la explicación para que hubieran terminado
enredados, y bien enredados. Deliciosamente enredados, pensó.
Se aclaró la garganta, y bebió, parpadeando con rapidez para eliminar de
su cerebro las imágenes tórridas que lo solían asolar sin aviso, y traían
emociones del pasado. Unas que lo desconcertaban.
—¿Es verdad eso?
Las uñas rojas de la rubia acariciando su antebrazo lo volvieron a la
realidad, y sonrió, aunque no tenía idea de a qué se refería.
Estaba cansado, y notó que su ánimo iba en picada, y ni la eventualidad
de un ligue fácil como este parecía ponerlo de buenas. Raro. El de habitual
era un hombre sin complicaciones ni rollos, al que le gustaba follar y
disfrutaba de beber y conversar hasta largas horas.
Solía ser el alma de los grupos. No esta noche, al parecer. Ni varias de
las anteriores, desde hacía unas semanas. ¿Estaría un poco quemado por su
labor? No lo creía. A él le gustaba trabajar en la Agencia, con sus amigos.
Gozaba de los entrenamientos, de las peleas y chistes, y en general de
las misiones. Aunque estas estaban siendo muy calmas y aburridas
últimamente, en verdad.
Ser guardaespaldas de hombres y mujeres ricos en galas de caridad y
eventos snob no llenaban a un hombre que disfrutaba de la adrenalina a
tope, como él.
—Me temo que me perdí un poco del diálogo, chicas. Pero si lo dijo
Jeff, de seguro es verdad—sonrió con calidez y ambas lanzaron risillas
tontas y se removieron en sus asientos.
Estaban muy buenas las jodidas, y era diversión sin consecuencias ni
dificultad, si lo elegía. Si se concentraba en el aquí y ahora lo ayudarían. Y
de paso a Jeff, cuyo rostro era el de un predador, fijo en la morocha.
—¿Qué les parece si vamos a un sitio más tranquilo? —indicó el técnico
sin perder más tiempo. Habían tonteado un buen rato, bebiendo y charlando
—. Tengo bebidas y buena música en casa, además de los últimos juegos en
mi consola. Dijiste que te gustaba.
Jeff tomó a la morocha por la cintura y la atrajo hacia sí, y esta asintió
con excitación.
—Mmm, mañana tengo tarea temprano…—comenzó a decir Joe, pero la
mirada asesina de Jeff lo conminó a detenerse, y suspiró. Esperaba que los
acompañara, probablemente porque su chica se echaría atrás si la otra lo
hacía—. Pero seguro podemos ir.
—¡Genial! Vamos, estoy ansiosa por estar en un lugar menos ruidoso.
La rubia se pegó a él y el aroma de su perfume fuerte lo envolvió.
Excesivo. Le gustaban las fragancias más livianas, más sutiles. Como las
que solía usar Shirley, recordó.
Sonrió automáticamente, y suspiró. El peso de los senos de la rubia en
su costado y la forma en que se colgó a él lo hicieron consciente de que
tenía tarea, y bebió lo que quedaba de su trago.
Luego siguió a la otra pareja hacia la salida. Qué le estaba pasando que
sentía esta salida y a esta mujer más como un peso que como un premio, era
un misterio. Su polla apenas si se había elevado con un poquito de interés
ante los constantes estímulos visuales que la rubia le ofrecía.
La promesa del mucho más que la invitación a la casa de Jeff suponía le
pesaba más de lo que le alegraba. ¿Estaría pasando por una etapa de
disfunción eréctil? La idea lo horrorizó, y el corazón le latió más rápido.
Joder, que no era un hombre viejo. Tenía treinta y cinco bien cumplidos
y era un semental, de habitual. No había dejado nunca a una mujer
insatisfecha, y disfrutaba del sexo, como cualquier hijo de vecino. O más.
Destrabó la alarma del vehículo y abrió la puerta del acompañante a la
chica, que hizo todo un show del proceso de sentarse en la elevada
camioneta todoterreno. La falda se elevó más de lo necesario y una buena
porción de sus muslos y su culo quedaron expuestos.
Apetitoso y a mano. Asestó una sonora palmada sin pensarlo mucho y
ella dio un gritito de sorpresa, aunque lo miró con calor, y él sonrió, más
aliviado por su reacción varonil. Este era él. Juguetón, fácil.
Jeff y la morocha ya estaban en el asiento trasero abrazados como
pulpos, y los ruidos de besos húmedos y gemidos se hicieron sentir todo el
trayecto, elevando la temperatura del vehículo.
Algo a lo que también contribuyó la mano de la rubia en su entrepierna,
sobando su pelvis sin rubor, y esto hizo que su polla creciera
exponencialmente y su excitación fuera in crescendo. Esto le mostró que
todo estaba bien.
Terminar follando en la alfombra de Jeff, con la rubia en cuatro y él
pujando con ritmo, mientras el especialista en redes y la morocha lo hacían
en la cama, fue lo natural, y consecuencia lógica de más bebida y la
desinhibida actitud de las dos féminas, que no dudaron un minuto en tomar
lo que querían.
Normalmente esto hubiera durado bastante más, pero para Joe fue
suficiente con una vez, para desilusión de la rubia. Con una disculpa
pertinente, dejó a la chica embebida en un juego en la consola, mientras Jeff
agotaba a la morocha.
O eso supuso Joe, que en media hora estaba en su casa, en parte
satisfecho y en parte preocupado. No era normal que dejara a una mujer
atrás mientras hubiera chance de satisfacer sus varios intereses sexuales, y
la rubia había estado más que dispuesta. Pero algo había faltado.
Algo más, que no sabía bien que era. ¿Una conexión, tal vez? La idea se
le hizo absurda, y enfatizó el hecho de que últimamente no sabía bien qué
quería.
Si alguien le preguntaba, de habitual respondía que no tenía interés en
relaciones a largo plazo, que tenía una vida buena, que su trabajo era
gratificante, su familia genial. Tenía dos hermanas menores adorables que le
habían dado tres sobrinos preciosos, y sus dos padres eran abiertos y sanos.
Le gustaban las mujeres, salir, disfrutar, follar. Pero esta última parte se
estaba haciendo repetida, inconsistente desde hacía unos meses. Meneó la
cabeza y se fue a acostar, pero luego recordó lo que había pensado mientras
hablaba con Timmy y Shirley.
Mañana mismo iba a enviar un mensaje a esta para hacerle saber que
podía usar el gimnasio de la Agencia para sus ejercicios. Había dejado de ir
en el momento en que le había dicho que no creía conveniente que siguieran
compartiendo intimidad. Así lo había dicho.
Una sonrisa se impuso en su rostro al recordar la forma nerviosa en que
miraba al suelo cuando lo decía. ¡Lo que le había costado lograr que lo
mirara cuando follaban! O cuando la ponía junto a sí y la hacía observarse
en el espejo.
Joder, la imagen del pequeño pajarito entre sus brazos y rodeada por sus
muslos, desnuda, mirándolo con sus ojitos claros y abatiendo sus pestañas
con rubor lo miró desde el fondo de su memoria y lo golpeó fuerte.
Como por milagro su polla se endureció, bastante más de lo que lo había
estado cuando la rubia lo instaba para que empujara en ella más y más.
Había algo casi animal en la forma en que la tímida Shirley lo estimulaba.
No había sido así desde el comienzo, obvio. No estallaron cohetes
cuando la conoció, y había sido una alumna terrible. Sonrió al recordar que
lograr una postura defensiva potable o un golpe certero había sido producto
de mucho esfuerzo y correcciones.
Matt y Hawk apostaron a que nunca podría lograr que ella dominara
nada defensivo. Mas lo habían logrado, y en el medio se había enredado en
su vida y en su cuerpo, sin poder explicarlo con certeza.
Algo de ella convocaba su fibra más íntima, lo provocaba a cuidarla, a
ayudarla a desplegar sus alas, a instarla a mostrar lo que tenía. Poder, brillo,
presencia, belleza, fuerza.
Su cuerpo había ganado libras y las distribuyó bien, y sus músculos se
hicieron firmes. Su actitud más asertiva, su ropa más adecuada, su salud se
fortaleció. Trabajo personal de Shirley y ayuda de Cheryl y las amigas que
fue conquistando al ingresar al círculo Turner.
Lo había alegrado y emocionado. Se congratulaba al pensar que él había
aportado su granito a lo que era ella hoy, la hermosa joven que había visto
en el bar, enredada en redes sociales y en citas.
Gruñó. Que un imbécil la hubiera hecho sentir mal era aberrante. Que
tuviera que usar Tinder, más aún. Era peligroso. Tendría que decirle a
Cheryl que le advirtiera.
No quería meterse otra vez en su vida con su compulsiva manera de
decirle a todos qué hacer, en palabras de su amigo Hawk. Entendía que se
había excedido con ella, aun cuando lo de ambos fue de mutuo acuerdo y
con expreso consentimiento de Shirley. Jamás hubiera actuado sin estar
seguro de ello.
La abrupta forma en que ella había dado por finalizado el vínculo lo
había sorprendido, pero respetó sus deseos. Si era totalmente sincero, lo
hirió un pelín. No acostumbraba a ser el botado. No era el termino
adecuado, rumió. Habían acordado que era una relación casual, que
beneficiaba a ambos.
No se avergonzaba, ni por un momento. La relación con ella no había
nacido por piedad o lástima de su parte, de eso estaba seguro. La necesidad
de protegerla era real, pero también que ella convocaba a sus sentidos.
Shirley no había necesitado usar ropas ajustadas ni provocativas para
captar su interés. Él vio la mujer que era debajo de su ropa dos talles más
grandes y su fragilidad. Debajo de la timidez, que no era debilidad, porque
su fuerza de voluntad, inteligencia y resiliencia eran formidables.
Los que vieran su sonrisa y su figura en esas fotos de Tinder, los que la
admiraran cuando ella caminara frente a ellos, el afortunado que
consiguiera una cita con ella, no alcanzarían a comprender la clase de mujer
que era Shirley. No la verían como él la había visto.
Se requería tiempo, paciencia y disposición para trasponer los muros
que ella anteponía. Se requería ser capaz de admirar más que lo externo. Era
necesario detenerse y darse tiempo para admirar la forma en que un capullo
que parecía promedio o común se abría para mostrar la exótica
magnificencia.
Estás más borracho de lo que pensaste, Joe, se dijo, suspirando con
ruido. La respuesta similar que su perro Rufus le envió desde su cama lo
hizo reír. Su can lo miraba como si lo entendiera, con esos ojos mansos y la
calma del que no tiene una preocupación en la vida.
—Lo sé, lo sé, Rufus. Me estoy ablandando, amigo. Me estoy poniendo
emocional, y eso no le hace nada bien a un soltero que se declaró
empedernido hace años. No te preocupes, te aseguro que esto no es más que
una fase.
En eso confiaba, al menos. Su vida estaba bien como estaba, no veía
necesidad de cambios.
CINCO.
 
—¡Cateto! Eso es lo que es ese hombre, Shirley, te lo digo. Un hijo de
mamita buscando alguien que lo cuide y mantenga. Pero joder, si es que es
para flipar de verdad.
Cheryl estaba furiosa en su nombre, y paseaba en círculos gesticulando
sin cesar, y Timmy asentía enfático. Shirley suspiró y se aprestó para
convertirse en el centro de sus disyuntivas por los siguientes minutos.
Ambos la querían bien, lo sabía, pero podían ser un pelín entusiastas y
demasiado preocupados por arreglar su vida amorosa. O la falta de esta.
—Habría que hacer una denuncia pública de estas cosas, en pos de que
otras mujeres no caigan—Cheryl sentenció—. Podría pedirle a Matt que lo
haga seguir y le pegue un susto de muerte.
—Eso no estaría mal—dijo Timmy.
—¿Qué? Pero…—Shirley abrió los ojos como platos.
—O algo más sutil, como hackear su perfil y que los usuarios vean lo
que es de verdad—agregó Timmy—. Estoy seguro de que Jeff podría…
—¡Timmy!
Shirley entrecerró sus ojos y lo miró con seriedad, y este se encogió de
hombros inocente.
—Se lo puedo pedir yo, si tú no te atreves.
—Ahá, estoy segura de que te encantaría, cariño—dijo Cheryl
mirándolo con una sonrisa—. Sabes que tienes que apuntar tus ojitos a otro
lado, ¿verdad? No hay chance ahí.
—Lo sé, lo sé—asintió Timmy—. El hombre es puro magnetismo y su
target es claro. No se preocupen por mí—las miró con una sonrisa—. Solo
tonteo. Pero no estamos hablando de mí.
—Tampoco es necesario que hablemos de mi—protestó Shirley—.
Estoy bien, no es como si el tal Pablo significara algo. Fue rudo y
desconsiderado, pero al menos no me hizo perder el tiempo, en eso tuvo
razón.
—Es verdad, focalicemos. No todos son así, hay buena gente buscando
su otra mitad. Solo es cuestión de seguir probando—asintió Cheryl.
—No, no, yo creo que para muestra un botón basta y…
—Nada, Shirley, hay que ser persistente y no perder las esperanzas. Hay
alguien bueno y adecuado para ti, alguien que te hará vibrar.
Ya lo hubo, y dejó la vara bien alta, pensó. Difícil conseguir un sustituto
con igual o mayor intensidad y que me haga tan bien. Luego pensó que esto
era una consideración meramente sexual, y había más en una relación entre
un hombre y una mujer.
Que ella no lo hubiera experimentado y tendiera a pensar que no le iba a
pasar no quitaba el hecho de que existían relaciones más completas, que
incluían sexo, pasión, romance y proyección a futuro.
—No tengo deseos de desgastarme una y otra vez en citas como la de
ayer—indicó.
—Hagamos algo—dijo Cheryl con energía—. Intenta tres veces más.
Dale la oportunidad a otros candidatos. Sé que te escribieron muchos.
Selecciona los que te parecen más potables y con mayores posibilidades.
En verdad había tenido mejor respuesta de la que había esperado cuando
Timmy creó su perfil. Algunos de los que le escribieron daban grima, y sus
referencias eran para el olvido, pero tal vez, si volvía a considerarlo…
Bufó, y meneó la cabeza, sin poder creer que la estaban convenciendo otra
vez.
—Está bien. Dos más, y si no funciona…
—Cerramos el perfil y damos por concluida tu relación con Tinder—
indicó Timmy con una gran sonrisa.
—¡Muy bien, esa es la actitud! Pongámonos a ella ya—señaló Cheryl—.
No quiero dejarlo a tu libre albedrío porque lo pospondrás, y tu felicidad
romántica es mi meta este año.
—Ay, Cheryl, no creo que a Matt le guste esto—dijo Shirley con una
sonrisa algo malévola—. Si se entera de que te estás metiendo en mi vida y
la de Timmy para arreglarlas…
—No te atreverías a decirle—entrecerró los ojos.
Shirley lanzó una risa que intentó ser diabólica, pero terminaron los tres
enredados en risitas tontas. Matt adoraba a Cheryl, pero trataba de controlar
la energía de esta y evitar que quisiera arreglar el mundo y a todos los que
tenía alrededor.
—Jefa, ve y haz lo tuyo. Tienes una agenda apretada hoy. Yo me
encargo de Shirley—prometió Timmy.
—Eso, trabajemos. Es increíble que tú, la que inviertes en nosotros y
pagas nuestros salarios y horas extras, inviertas parte de estos en nuestra
vida personal—dijo Shirley—. Sé más profesional, Cheryl.
Esta hizo un gesto gracioso con la cara y le tiró la lengua, y volvieron a
reír. Shirley agradecía una y otra vez lo afortunada que había sido de
conocer a su ahora jefa, y que esta la hubiera convocado cuando decidió
comenzar su empresa.
No solo tenía un trabajo bien pago y con prestaciones aquí, sino que el
ambiente era formidable, como el de una familia. Para alguien como ella,
sin parientes ni muchos amigos, esto era increíble.
—Mi cliente de la mañana es nuevo, Shirley, pero tenemos media hora
antes de que llegue. Podemos invertirlo en planear tu próxima…
—Nada. Te dejé el archivo con la información en tu escritorio. Ve y
léelo, prepárate para lucir profesional. No es de por aquí, y quiere invertir
su dinero con cuidado. Eso me dijo cuando se comunicó.
—Estás atrayendo clientela foránea, jefecita, muy bien—aplaudió
Timmy—. Tu eficiencia está trascendiendo fronteras.
—Averiguaré como supo de mí, me llama la atención, pero también me
alegra. Si seguimos creciendo tendremos que expandirnos y sus bonos de
fin de año serán gordos—guiñó un ojo.
—Shirley tendrá el dinero para mudarse de ese sucucho en el que vive y
yo tendré la colección de zapatos que deseo—dijo Timmy con calor.
—Shirley sabe que no necesita esperar para conseguir algo mejor—
agregó Cheryl frunciendo el entrecejo. Este era un tema repetido, y Shirley
se aprestó a frenarla—. Los O´Malley pueden conseguirle algo bueno de
inmediato. Es contactar a Brianna o Avery y…
—No, y no—dijo con energía y cerrando el tema, como otras veces.
No iba a usar y abusar de sus contactos para mejorar su situación
económica o conseguir un departamento, o lo que fuera. Ella valoraba a las
generosas personas que habían ido apareciendo en su vida y se congratulaba
de que la aceptaran en su círculo.
No estaba en su espíritu el tener cosas que no pudiera ganar con su
esfuerzo. Había sido algo que había visto en sus progenitores, una lección
que se le había grabado a fuego.
Su padre había trabajado sin descanso, horas y horas al día para darles
un pasar adecuado. Esto les había permitido vivir con corrección y sin
despilfarro allá en Illinois. Su madre trabajaba desde casa produciendo
objetos decorativos finos en madera y cerámica, bellos y sofisticados, y
aportaba lo suyo también.
Habían tenido lo que el fruto del trabajo les había permitido sin
contactar jamás a la rama paterna, de la que nada sabía, por otro lado, si es
que todavía quedaba alguien. Su padre era una tumba al respecto, y Shirley
no ahondó en ello.
Su padre le había dicho alguna vez que había sido expulsado cuando
conoció a su madre y se enamoraron. Lo decía con orgullo, con amor,
mirando a los ojos de su madre con la intensidad del que sabe que había
tomado la mejor decisión de su vida.
Cuando murieron dejaron huecos enormes en su vida, pero ninguna
deuda que pagar. Ninguna herencia económica tampoco, pero si un ejemplo
de vida, dignidad y trabajo. Y orgullo, por qué no decirlo.
Por tanto, cada vez que el tema de lo que necesitaba surgía entre ella y
Cheryl, se ponía firme y le hacía saber que velaría por sus propias
necesidades. Con el trabajo que le había provisto era más que suficiente
para arreglarse.
—Mira que eres porfiada. Podría ser un préstamo en tus términos, con
una financiación a tu medida y posibilidades.
—Ve a trabajar, Cheryl. En quince minutos llega el cliente.
Cheryl meneó la cabeza y se dirigió a su oficina.
—Jefecita, ¿qué hay de mí? Un préstamo para un nuevo guardarropa
sería genial—gritó Timmy, y sonrió con picardía.
—Ni que hablar, Timmy—respondió Cheryl con las manos en las
caderas—. He visto tu apartamento, y tienes un problema serio, amigo. La
compra compulsiva es una adicción, espero que lo sepas y reconozcas que
tienes una situación entre manos.
—La, la, la, ya no te escucho—Timmy se cubrió las orejas con las
manos y se dirigió a su escritorio, no sin antes agregar—. Tiene razón
Shirley, ve a trabajar, jefecita.
SEIS.
 
—¡Este! ¡Este se ve muy guapetón y serio, Shirley!
—Ni que hablar. ¿Quién se saca una foto de perfil rodeado de gatos? —
Shirley se estremeció y barrió la pantalla del teléfono para cambiar de
prospecto—. Dame un respiro, Timmy, me siento hostigada. No has dejado
de respirarme en la nuca desde la mañana.
—Es que te conozco. Si no dirijo tus esfuerzos no vas a volver a citarte
con nadie.
—Dije que lo haría, y así será. Pero necesito recuperarme de la
impresión de ayer, Timmy—hizo una mueca, más exagerada de lo
necesaria, y Timmy rodó los ojos, pero asintió.
—No voy a dejar de darte la tabarra con esto, eh. Ya lo sabes. Ahora
dime, ¿qué te pareció el nuevo cliente? Impactante, ¿no crees? —Timmy
sorbió su frappuchino—. Ojalá vinieran más así.
—Muy educado y gentil, sus modales eran impecables.
—¡Ay, por amor a Dios, mujer! ¿Qué no viste esa sonrisa que derrite
glaciares? Dientes blanquísimos y seductores.
—Me da miedito esa fijación que tienes con la dentadura—sonrió
Shirley, pero no arredró a Timmy.
—El traje le sentaba de miedo, es como un modelo de pasarela. Exitoso,
además de guapo. No es casado.
—No tienes idea si es exitoso, y que no tenga anillo no significa nada.
—¡Cómo te gusta arruinarme la diversión! Te lo digo, Shirley, es el tío
más guapo que entró en nuestra oficina.
—Discrepo—murmuró Shirley, sin agregar más, y dejó a Timmy con la
boca abierta.
—¿A quién te refieres? Bueno, sí, claro, esas montañas humanas llenas
de músculos que son los hombres de Matt son atractivos, sensuales, sueños
líquidos, maromos hechos para…
—Timmy…—le tocó el brazo y este sonrió.
—Pero no son guapos en el sentido literal del término, como este. Me
refiero a que parece una de esas estatuas de los museos, pura perfección.
Nariz masculina, boca gruesa y delineada, ojos del color avellana más
bonito, cabello suave y dócil… ¿Cómo dijiste que se llamaba?
—Peyton Mitchell.
—Peyton. Me gusta. Suena regio.
—Esperemos que Cheryl haya podido convencerlo de que puede
gestionar su capital. Nuevos clientes atraen otros, y la empresa se beneficia
de eso.
—Sí, espero que tenga amigos similares. ¿Sabes qué? Me pareció que te
miraba con interés, Shirley.
Esta se cubrió los ojos en gesto de incredulidad.
—¡Timmy! No puedo creer que estés tan desesperado por colocarme
con alguien que veas visiones.
—No, de verdad, me pareció que te miró muy reconcentrado al ingresar
y luego más de una vez a través del vidrio de la oficina de Cheryl, mientras
esta hablaba. Estoy siendo sincero, sabes que no jugaría con algo así.
—No, lo sé, pero debes estar confundiendo curiosidad y deseos de
familiarizarse con el lugar con interés personal. Anda, dejemos esto, que se
hace tarde y quiero llegar temprano a casa, que luego tengo reunión con las
chicas.
Su cara se distendió y se animó al pensar en que su día mejoraba. Estaba
extrañando ya la charla y los comentarios, el cotilleo y las novedades.
—Molaría mucho que uno de estos viernes me inviten, maja. Iría con
todo mi salero y sé que encajaría muy bien. Necesito amigas.
—Pensé que no querías hacer muy ostensible…—Se detuvo, sin saber
cómo seguir—. Me refiero, nos pediste reserva cuando nos contaste.
Timmy hizo una mueca, y asintió.
—Lo sé, pero me siento más seguro y más convencido de que salir del
closet fue lo mejor. Tengo algunos miedos todavía, no te lo voy a negar.
Pero la aceptación de ustedes ha sido increíble, así como la reacción de mi
abuela. Ella es la única a la que realmente adoro en mi familia, la que me
crio y se preocupó siempre por mi… Ella me abrazó y me dijo que se siente
orgullosa de mí, que me ama como soy.
Carraspeó, y Shirley no dejó de ver el brillo del agua en sus ojos. Tenía
que ser duro el confrontar el miedo a no ser aceptado y rechazado por la
sexualidad.
Ella había experimentado un poco de bullying en su niñez y
adolescencia por su condición de nerd, pero eso no era nada frente a lo que
Timmy debió sufrir al esconder por años quien era para encajar.
—¿Cómo no te va a seguir queriendo? Y nosotros hemos aprendido a
hacerlo luego de que bajaste tus barreras y te mostraste como eres de
verdad.
—Sé que fui un aprovechado y abusivo, no me lo recuerdes—Su rostro
se encarnó—. Si sirve de algo, lo lamento, y era el miedo a fallar y
descubrirme.
—¡Deja eso, Timmy, ya lo hemos hablado mil veces! Voy a hacer lo
posible para que tengas una invitación en la próxima tarde de viernes, te lo
prometo. Brianna te va a adorar. ¿Te he contado sobre ella?
—Sí, y he escuchado a Cheryl mencionar que es más atropellada y
caradura que ella. Me hago una idea y debe ser super divertida.
Caminaron a la salida y luego por la acera para alcanzar el lugar donde
Timmy tenía su coche, ambos enfocados en la discusión sobre las
impresiones del último capítulo de los Bridgerton.
Timmy se detuvo para buscar sus llaves, y en el hueco detrás de su auto
estacionó una gran camioneta de vidrios tintados. Shirley la miró sin prestar
mucha atención, pero cuando un hombre muy corpulento de traje y lentes
negros descendió y se dirigió a ella con velocidad, retrocedió unos pasos
por instinto.
—¿Shirley Olson? —le inquirió en un tono brusco, y la dureza de su
rostro y voz la pusieron en alta alerta.
—Mmm… Sí, soy yo—contestó, y se movió hacia Timmy, que se
posicionó a su lado sin dudar, el rostro serio y midiendo la situación.
—Tiene que venir con nosotros—agregó el hombretón, tomándola
rudamente por el antebrazo y sacudiéndola para traerla hacia él y despegarla
de Timmy, que la había tomado del otro brazo.
El sacudón fue tan fuerte que la desestabilizó, y rebotó contra el pecho
duro del que la manipulaba sin cuidado.
—¡Déjeme! ¡Suélteme! —gritó ella, pero él la giró para apretarla contra
sí, y caminó hacia atrás con ella pegada.
Shirley trastabilló, pero en su mente se escucharon claras las frases de
Joe cuando le enseñaba a defenderse:
Cuando estás atrapada de espaldas, usa tus brazos para buscar el
hueco que quede en el agarre y golpea, en especial con tu codo. Busca el
cuello, o el esternón. Si tienes ambos brazos bloqueados, golpea con tu
cabeza atrás. Puedes patear su rodilla también, pero cuando el agarre
afloja, corre, pequeña, corre.
Realizó la posición mientras la pensaba, en automático, y cuando los
brazos del atacante se aflojaron sobre ella, se movió como flecha hacia
adelante. Timmy gritaba por ayuda, pero no se quedó atrás y empujó al
hombretón, y Shirley se detuvo con temor por su amigo.
Entonces un segundo hombre descendió del auto y corrió hacia ellos.
Los alaridos desesperados de Shirley se unieron a los de Timmy, con lo que
la atención sobre la situación fue mucho mayor, y más gritos de testigos se
unieron.
Los atacantes miraron alrededor, midiendo la situación, pero el sonido
de sirenas los hizo retroceder hacia el vehículo con urgencia, al cual
subieron y aceleraron para dejar el sitio con ruido de neumáticos quemando
el asfalto.
Shirley se encogió sobre sí misma y tomó sus muslos con las manos, y
luego se arrodilló, temblando y con un castañeteo fortísimo en sus dientes.
—Shirley, cariño, toda está bien, estamos bien—Timmy se arrodilló a su
lado y la abrazó, acariciando su cabello—. ¡Estuviste gloriosa, eres la puta
ama, Shirley! Te zafaste de ese gigantón como una profesional. Estás bien,
estás bien, respira.
Asintió ante las palabras de aliento, con los ojos cerrados, y respiró para
calmarse. Se incorporó cuando un par de policías se acercaron y con
solvencia comenzaron a inquirir lo ocurrido a Timmy y luego a ella.
Dieron su testimonio tan ajustado como pudieron, sin poder ser
específicos sobre el tipo de auto o la matrícula, ni describir demasiado a sus
atacantes. Shirley reconocía que era muy mala fisonomista, y solo
recordaba con claridad las manos enormes como zarpas sobre ella.
—Un robo frustrado, probablemente—señaló uno de los policías.
—Sabían mi nombre…—dijo Shirley, recordando ese dato de pronto.
—¿En verdad? —frunció el entrecejo el oficial.
—Sí, me lo preguntó antes de atraparme y decir que tenía que ir con
ellos.
—Mmm, correcto, lo anotaré por acá. Seguramente alguno de los
detectives querrá hablar con usted más adelante.
Shirley asintió, pero su mente estaba distraída, y el miedo se le había
metido en el cuerpo. Nunca había experimentado una situación de violencia
física tan cercana.
La vez que estuvo en la situación de rehenes había colapsado y no fue
consciente de nada. Esto… Esto había sido distinto, y de pronto se sintió
exhausta.
—Quiero irme a casa—murmuró, y agradeció el abrazo de Timmy, que
resolvió los últimos detalles con los agentes, como el proveerles de la
dirección y el teléfono.
—¡Shirley!
Giró cuando escuchó el grito de Cheryl. La cara de preocupación de esta
era evidente, y la abrazó apenas estuvo a su lado.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien? Dime todo. ¿Quiénes eran? ¿Qué buscaban?
¿Por qué…?
—¡Cheryl! —la voz grave de Matt detuvo el interrogatorio—. Deja
respirar a Shirley, está en shock.
—No, no…—indicó ella, pero la realidad es que se sentía muy rara,
como si pudiera colapsar allí mismo—. Es solo que…
—Timmy, ayúdala—ordenó Matt sin más prolegómenos—.
Necesitamos sentarla y que respire.
En un instante estuvo en un sillón, que supuso de alguno de los cafés del
vecindario, y la voz de Matt la guiaba para respirar en una bolsa de papel,
hasta que su mente se aclaró y las palpitaciones que sentía descendieron.
Luego le acercaron un vaso de un zumo, y de a poco sintió que volvía en sí
—Gracias. No sé qué pasó. Mi glicemia está controlada, pero…
—Un golpe de estrés como el que acabas de sufrir dispara la adrenalina,
Shirley—dijo Matt, parado a su lado, mirándola con gentileza—. Cuando
esta baja, el cuerpo siente como si hubiera estado bajo muchísima presión.
Todo pierde balance.
—¡Qué alivio que estás bien, Shirley! No entendí nada cuando Timmy
me llamó para contarme lo que les acababa de pasar.
—Es… Fue raro.
—¿Raro? ¡Fue horrible, Shirley! Casi muero de un infarto cuando veo a
ese mafioso reteniéndote. Si no hubiera sido porque actuaste como Black
Widow, estarías en ese auto quien sabe con qué destino.
Shirley se estremeció violentamente.
—No pienses nada, estás a salvo aquí, Shirley—la voz tranquilizadora
de Matt la relajó—. Vas a venir con nosotros y te quedarás en nuestra casa
hoy. En unas horas habrás olvidado este asunto y tendrás un gran relato para
tus amigas—le guiñó el ojo.
Sonrió débilmente.
—Sí, pero no sé si olvidarlo. Ese hombre sabía quién era yo, me buscó
expresamente.
—No te preocupes por nada. Voy a encargarme. Hablaré con los
oficiales para estar al tanto y tienes a mi agencia a tu servicio—indicó.
—Sí, Shirley, estás en las mejores manos—enfatizó Cheryl, que aún la
miraba con rostro de preocupación, por lo que le sonrió con un poco más de
calor.
Confiaba en Matt sin dudar, y saber que no tenía que estar sola esta
tarde ni durante la noche era la tranquilidad que necesitaba. Esos hombres
la habían ubicado en la calle, seguramente… Seguramente sabrían donde
vivía, y si querían ir por ella… Se agitó.
—Creo que no voy a volver por mi casa por unos días—dijo con voz
estrangulada—. Al menos hasta que no sepa bien qué…
—Lo pensaremos mejor en la tranquilidad de mi casa—dijo Cheryl.
—Ya avisé a Hawk para que vaya a casa de Shirley. Él traerá lo que
necesites.
—¿Hawk? —inquirió Shirley con una mueca que no pretendió ser de
preocupación, pero Matt sonrió.
—Ese hombre no tiene idea de qué traer, Matt. Shirley necesita ropa, su
medicación, objetos personales. Te quedarás en casa un par de días, como
mínimo. Dale la llave a Timmy y que él se encargue.
Shirley asintió sin poner un pero. Cuando estuviera más fuerte y menos
confusa, vería qué hacer. No quería distorsionar la vida de Cheryl, que
seguramente aún estaba en las mieles del enamoramiento y la novedad con
Matt. No quería ser un estorbo. Pero lo consideraría mañana, y se dejaría
cuidar y mimar por hoy, pensó. Solo por hoy.
SIETE.
 
Joe sostuvo la correa de Rufus con su mano y con la otra desactivó el
sistema de alarma de la casa, para luego dejar su bolso en un rincón y soltar
a su perro. Lo palmeó con afecto.
—Te extrañé, viejo. Estos cuatro días fueron geniales, pero me hiciste
falta. Mis sobrinos están deseando verte, y amenazaron con tomar mi casa
por asalto en unas semanas.
Rio mientras recorría el living y llenaba un recipiente con agua y
comida, que dejó en su sitio para que el chucho consumiera. Que no
avanzara de inmediato sobre él aumentó su sospecha de que la señora
Murray, la viuda que cuidaba a Rufus cuando él no estaba, lo debía haber
alimentado por demás.
Revisó el estado de las varias plantas que tenía distribuidas por la sala y
en algunas de las ventanas, y regó aquellas que lo necesitaban. Luego
escuchó sus mensajes y miró el correo que había llegado. Nada interesante
o de urgencia.
Suspiró con satisfacción y se tendió cuan largo era en el enorme sillón
de tres cuerpos que había conseguido hacía bien poco y que era un hallazgo
fascinante.
Sus noches de cerveza y películas habían ganado con esta adquisición, e
incluso Hawk había demostrado interés en uno. Aunque aquel iba a
necesitar un sitio más grande si quería ingresar un mueble así. Vivía en un
apartamento que era un pañuelo el tacaño.
Estaba de muy buen ánimo. Sus padres estaban muy bien, y esto era un
alivio. Los problemas de hipertensión de su madre estaban controlados. Los
bolos y las reuniones en el club de lectura los tenían entretenidos, y los
intentos por hacerlo sentir culpable por no darles nietos no eran extremos.
Sus hermanas habían producido suficiente y bien. Sonrió. Sus
hermanitas estaban en pareja, felices, y con la vida echa un caos, como era
de prever.
Tomarse esta licencia estaba previsto, lo hacía cada poco tiempo para
poder verlos y compartir con su familia. Además de que adoraba ir con
ellos, le hacía bien.
Era el balance necesario para su rutina, de habitual salpicada por temas
de seguridad, la necesidad de proteger a alguien o mantenerse en forma.
Pero ya estaba de vuelta, energizado y dispuesto a la acción.
Sin pensarlo mucho, y a pesar de la hora, llamó a Hawk, que no vivía
muy lejos. En realidad, todos los agentes de la agencia habían conseguido
viviendas cerca de la sede del complejo.
Facilitaba el traslado y se perdía menos tiempo de respuesta, el que se
ganaba de sueño. Había ocasiones en que Joe usaba el trayecto para calentar
sus músculos en una maratón mañanera que le encantaba.
—Hawk, ya volví. Sé que es tarde, pero me imagino que no debes estar
haciendo mucho, para variar.
—No sé por qué siempre supones que no estoy ocupado, idiota. Sabes
que soy el guardaespaldas más requerido de la agencia.
Joe rio ante el tono gruñón de su amigo.
—Vamos, el chat del grupo está quieto como una tumba. Matt ha estado
particularmente desaparecido estos días, así que me imagino que no hay
nada urgente.
—No hay casos agendados nuevos, y los rutinarios los tienen asignados
los nuevos.
Joe meneó la cabeza con diversión. Cuanto tiempo más Hawk llamaría
nuevos a Jack y a Jacob, que ya tenían más de un año en la agencia, era un
misterio. Le gustaba hacerles sentir el rigor de su veteranía, solo para
divertirse, al cabrón.
—Ahá. Puedes venir por unas cervezas y miramos el partido.
—Nahh, estoy de guardia—agregó, y Joe se sorprendió.
—Hay que sacarte palabras con fórceps, joder. ¿A quién custodias si no
hay casos nuevos, entonces?
—Shirley.
Joe se sentó en el sillón con un movimiento violento, perdido todo aire
socarrón y calma.
—¿Qué? Pero, ¿qué dices, Hawk? ¿Shirley, nuestra Shirley?
—Nunca he pensado en ella como propiedad nuestra—gruñó Hawk, y
Joe le hubiera asestado un buen puñetazo si lo hubiera tenido enfrente.
—Entiendes bien lo que quiero decir, ¡cabrón! ¿Por qué estás con
Shirley? ¿Cómo es que…?
No podía entender qué estaba ocurriendo, y lo primero que se le ocurrió
es que Matt se las iba a ver con él. Si algo había pasado con ella, si había
necesitado ayuda y no lo llamó, estaba jodido ese idiota. Su jefe sabía que
Joe tenía especial afinidad con ella, que la consideraba…
Para, para ya, gilipollas. Respira y contrólate.
—La atacaron hace tres días, cerca de ese café que suelen frecuentar.
Matt está preocupado por ella y quiere un ojo en su entorno.
La idea de alguien haciendo daño a esa mujercita suave y frágil le hizo
lanzar una interjección de rabia, y las sienes le latieron, el corazón un poco
acelerado por la tensión.
Sí, había mucha gente peligrosa y era la razón por la que hacía todo lo
posible por preparar a los más débiles para que pudieran defenderse, pero
que ella hubiera sufrido un ataque era… Era frustrante y lo hacía sentir al
borde.
—¿Fue un intento de robo? ¿Es que ella se siente insegura y quiere…?
Lo había necesitado y no estuvo. Maldijo internamente.
—No, no parece nada de eso.
—Maldición, Hawk, bastardo, ¡habla!
—El que la interceptó le preguntó su nombre y luego la atrapó
intentando forzarla dentro de un vehículo. Sabían quién era e iban a por
ella.
No tenía sentido. Shirley era una mujercita sin conexiones con nada
raro, correcta y siempre acatando las normas.
—¿Hay pistas?
Su voz ganó seguridad cuando su experiencia y disciplina se enfocaron.
—Jeff accedió a las cámaras cercanas, y Matt habló con los detectives.
Hubo fotos de la matrícula, pero son falsas. Los hombres no están en el
registro, pero eran profesionales, Joe. Aunque la chiquita se las arregló para
darle una buena sacudida a uno de ellos.
—¿De verdad?
Hawk rio y Joe adivinó que debía estar con su habitual gesto de
superioridad cuando algo le divertía mucho.
—Hizo un movimiento defensivo al mejor estilo Joe Nelson. Tus
esfuerzos rindieron frutos. El grandote que la tenía en un cepo recibió unos
buenos mamporros y pudo escapar por ello. Tengo que decir que estoy
asombrado. Hubiera jurado que jamás habrías podido lograr nada con ella.
Logré mucho, mucho más de lo que te imaginas o sabrás alguna vez,
pensó Joe, y de inmediato se recompuso.
—¿Cómo está ella?
Trató de que nada de lo que sentía se filtrara en su voz, porque Hawk lo
conocía bien. Intentó sonar liviano y preocupado en un sentido profesional
y amigable, como todos imaginaban que había sido su relación con Shirley.
La urgencia de verla y comprobar con sus ojos si estaba bien, las ganas
de ir hasta donde estaba ella en un tris y enviar a Hawk a su casa y ser su
protector se las guardó, porque no tenían razón de ser.
Esa ansiedad y preocupación que lo taladraban no tenía sentido. Hawk
era un profesional de la hostia, un hombre letal y eficiente que no dudaría
en hacer todo lo necesario para cuidarla.
No era él, pero era uno de los únicos a quien confiaría su seguridad.
Estaba bien, en buenas manos. Largó el aire que estaba conteniendo.
—Está más calmada e insistió en volver a su casa porque sin dudas cree
que molesta a Cheryl. Como si esto fuera posible—bufó Hawk—. Su casa
es como para vivir diez personas, y cómodos.
—Vas a necesitar relevo—señaló automáticamente.
No imaginaba que Matt fuera a dejarla sin guardia permanente. Lo poco
que sabía le decía que había peligro en la rutina y en los sitios habituales,
porque era donde los predadores esperaban.
Si esto no había sido un movimiento casual, la decisión de Shirley de
volver era apresurada.
—Matt iba a llamarte mañana, que era cuando se suponía que volvías.
Eso le dio tranquilidad. Matt contaba con él, y probablemente no quiso
cortar su tiempo con su familia. Hubiera sido lógico, de habitual, pero la
que estaba en el medio era Shirley. Debería haber sabido que…
¿Cómo va a saber algo si no lo tienes claro tú, cateto?
—Ya estoy aquí. Puedo relevarte ahora mismo.
De hecho, tenía la urgencia de hacerlo.
—Nahh, hace apenas dos horas que llegué, y Shirley me tiene muy bien
atendido.
Hubo algo en la voz de Hawk que lo puso al borde. Una risa contenida,
estaba seguro. ¡Maldito cabrón! Cómo lo conocía.
—Shirley no tiene por qué atenderte, Hawk—hizo un supremo esfuerzo
por sonar casual—. No querrás sumar trabajo y estrés a una víctima.
—Ha estado rodeada de gente que va y viene. El tal Timmy, que
conversa hasta por las orejas, casi todas las muñequitas Turner, sus hijos.
Incluso el insufrible de Ryker Turner, que fue el que trajo comida especial
de Kelly´s Delicatessen—Hawk detestaba el humor particular del
millonario Turner, primo de Matt—. Y hay programada una videollamada
de Brianna O´Malley en una hora. Dios sabe qué irá a decir y hablar esa
loca de narices—gruñó.
—Pues te escucho y no lo creo. ¿Estás cómodo entre tanta gente, Hawk?
—No están tan mal.
—Cuida a Shirley, Hawk. Hablaré con Matt e iré pronto por ahí.
—Lo doy por descontado—contestó el grandulón antes de cortar.
Sin esperar un segundo seleccionó el número de Matt del discado rápido
y sonó dos veces hasta que este lo atendió.
—Matt, quiero saber qué pasa con Shirley, y quiero que me asignes a su
custodia.
—Hola a ti también, Joe. Estoy muy bien, gracias. ¿En qué momento
perdiste las formalidades, esas que tanto procuras inculcarnos a diario?
—Corta la idiotez, Matt. Quiero…
—Es increíble el poco respeto por la autoridad que demuestran personas
que han vivido años bajo el rigor de la disciplina militar.
Joe respiró hondo y se instó a calmarse, que era lo que Matt intentaba
con esa cháchara idiota. 
—Matt, ¿qué pasó? No me des la versión edulcorada, dime lo que crees.
—Todo apunta a un intento de secuestro. Con qué intenciones, lo
ignoro. Pero el relato de Timmy y Shirley coincide, y el análisis detallado
del video también. Jeff compuso escenas desde distintas cámaras, y en todas
se aprecia cómo la abordan. El vehículo, los hombres, que la estuvieran
esperando, todo es inequívoco. Tuvo suerte de que reaccionó bien y actuó,
que si no… No sé qué estaríamos lamentando.
La voz ominosa y sus propias imágenes mentales crearon una bola en la
boca de su estómago. Podría haber pasado lo peor.
—¡Me cago en Dios! —musitó, sintiendo una pesadumbre extenderse
por su mente como un manto—. ¿Por qué permitiste que volviera a su casa,
Matt? Si está en peligro…
—Porque es una mujer grande, independiente y muy, muy obstinada. Se
le puso en la cabeza que molesta, que no nos da espacio. No tengo forma de
detenerla. Por eso tiene a Hawk de custodia.
—¿Y qué pasará en unos días? Vas a necesitarlo para alguna asignación.
Si la buscan, esperarán a que esté sola otra vez.
—No nos apresuremos—la voz calma de Matt hizo lo que de habitual
era tarea de Joe con el resto: calmar, incitar a pensar—. Supuse que no
dudarías en sumarte a guardarle las espaldas por unos días. Tú tienes más
llegada con ella, hazla entender que lo más lógico es que se tome unos días.
Mientras tanto podemos intentar averiguar más sobre estos tipos.
—Está bien, tienes razón. Relevaré a Hawk en la nochecita.
—Joe, la preparaste bien. No estaría contándolo si no fuera por ti.
Gruñó y cortó. La idea de que el tiempo dedicado había tenido efecto le
entibiaba el pecho, y le producía orgullo considerar que le había dado armas
para defenderse.
Pero no se podía ignorar lo obvio; si esos hombres eran profesionales y
su interés en ella era real, no tenía escapatoria a menos que alguien cubriera
sus espaldas de aquí en más.
Se las verían con él. No descansaría hasta estar seguro de que estaba
segura. No te adelantes, se dijo. Deja que tu equipo trabaje para saber más.
Por lo pronto, se preparó para pasar la noche en su casa.
OCHO.
 
Estos tres últimos días habían sido interesantes, por describirlos de
algún modo. Decir que se había sentido sobrepasada era minimizar la
batería de sensaciones y emociones que la atravesaron, algunas de ellas
malas y otras positivas.
Es que cosas buenas surgían también de las experiencias negras o
aterrorizantes como la que había vivido, eso se le volvía a hacer evidente
Ocho meses atrás había conquistado amigos y un trabajo; esta vez, la
tremenda situación de ser atacada conllevó verificar que el cariño de
aquellos que la rodeaban era sincero y que no estaba sola.
Le habían ofrecido asilo, protección, sensibilidad, y por eso estaba
eternamente agradecida. No obstante, pasar dos noches en la casa de Cheryl
había sido suficiente.
Tenía que volver a su hogar y hacerse cargo de su vida. Por ello había
insistido ante una obstinada Cheryl y un Matt que no parecía pensar que
fuera prudente que retornara a su rutina.
Mejor dicho, se empeñó en aclararle que lo que hacía era arriesgado,
pero no la frenó. Por ello ahora estaba en su departamento sorbiendo una
taza de té verde bien caliente, cómoda y mirando una serie en Netflix, luego
de haber recibido un sinfín de visitas, recomendaciones y comida como
para un ejército.
La adorable Sofía Turner la había provisto de platos suculentos y
adecuados para su dieta, y había enviado porciones extras para sus
invitados. Bien sabía que Timmy sería un adscripto a diario, preocupado
como estaba por ella y sintiéndose absurdamente culpable, como si hubiera
podido hacer algo para evitar el asalto.
Y con Hawk como la custodia asignada por Matt, que no tomó un no por
respuesta, de seguro no habría riesgo de que algo se echara a perder. Tina,
Sharon y Avery habían venido también, y estuvieron por casi dos horas.
Cuando entablaron conexión con Brianna, que estaba en la costa Este
con su familia, las risas y comentarios alocados aumentaron, y por un
tiempo largo olvidó su situación.
No dudaba que el pobre de Hawk debía estar sintiéndose miserable y
aburrido, aunque su cara estoica nada demostró. Se había pertrechado en la
cocina para escapar a la cháchara en los momentos en que esta se tornó más
frenética, en particular después de que Brianna lo localizó y se abocó a
hacerlo sonrojar con sus dardos.
Había sido gracioso, y el hombrón estaba aún resguardado en la cocina.
Había tratado de decirle que no tenía que quedarse, que ella estaría bien,
pero él no registró su comentario, gruñendo que cumplía con su trabajo y
estaba perfecto.
No es que Shirley estuviera cien por ciento tranquila, pero había estado
pensando, y cada vez se convencía más de que el ataque había sido un error
o un asalto simple.
Seguramente la habían visto en el café y escucharon su nombre, o algo
así. ¿Qué atractivo o interés podría tener ella como para que la
secuestraran?
El golpe en la puerta, repetido tres veces, la hizo saltar en el sitio, y su
corazón latió más rápido. Era tarde y nadie había anunciado que vendría;
los que podrían venir ya lo habían hecho.
Frunció el entrecejo y se comenzó a incorporar, pero Hawk ya estaba a
su lado, masticando un sándwich con calma. Con un dedo le hizo gesto de
que se sentara, mientras él fue sin apuro hasta la puerta, que abrió sin
cautela.
—Estás interrumpiendo mi cena, y llegaste más temprano—gruñó y se
dio la vuelta, sin esperar la respuesta, y entonces la curiosidad de Shirley
dio paso al rubor y a la sorpresa.
¡Joe! Joe estaba aquí, en su casa. Joe, que no la había llamado ni
mensajeado, a diferencia de los demás, como Jeff o Jack. Caray, incluso
Hawk la había visitado antes de que Matt le asignara su guardia.
Verlo en el vano de su puerta, apuesto y magnético como nadie más lo
podía ser para ella, se dio cuenta de que lo había extrañado, y de que estaba
enojada con él. Con su silencio.
—Shirley…—Él se adelantó para ingresar, dejando un bolso a un lado,
y avanzó hacia ella mientras su mirada la recorría, evaluándola—. ¿Cómo
estás, pequeña?
—Bien, estoy bien—le contestó, desviando su mirada con esfuerzo.
Era difícil, porque sus ojos parecían tener vida propia y querían devorar
la imagen del hombre alto y fornido, varonil e intenso que había sido
suyo… No, no. El que la había confortado por un tiempo y luego había
abandonado su vida sin protesta ni inconveniente.
A tu pedido, dijo su vocecita interna. Claro, por mi salud mental y
sentimental, agregó, y se instó a mostrarse fuerte y sin fisuras.
—Sé que no debe ser así, Shirley. Pasaste por una situación traumática
que deja huellas. Es importante…
—Sí, sí, sé lo que debo hacer, no te preocupes. ¿Necesitas hablar con
Hawk? Ve con él y asegúrate de que no me deje sin alimentos.
—Ey, escuché eso— el mencionado elevó la voz—. Soy un hombre
robusto, necesito combustible para funcionar.
Joe sonrió, pero su mirada no abandonó la faz de Shirley, como si
estuviera cortado por su comentario y tratara de encontrar respuestas.
—En realidad vengo a relevar a Hawk—mencionó—. Me quedaré esta
noche a cuidarte.
Uh. No esperaba esto. Joe en su casa ya era un problema. Joe en su casa
por la noche, sin otra presencia y cuando ella sabía que estaba un poco
vulnerable, no era inteligente.
—No es necesario. Estoy bien, está todo con alarma, y nada hace pensar
que se repita el ataque.
—No es negociable, Shirley—dijo él con voz pretendidamente casual
que no escondió un borde afilado.
No tomaría un no por respuesta. Así de impositivos y protectores eran
estos hombres. Aunque no se había mostrado así cuando ella más lo
necesitó, cuando le hubiera venido bien resguardarse en sus brazos y drenar
su miedo.
No tenía por qué estar. Lo de ustedes fue un ligue por lástima. Crece, no
seas inmadura. Te ayudó antes, se enredaron y fue divertido, mientras duró.
Déjalo atrás y no mezcles situaciones.
—No tengo comodidad como para que puedas quedarte, Joe. Le iba a
decir lo mismo a Hawk.
—Ese sillón me basta. No vengo a dormir cómodo. Vengo a
resguardarte.
Sí, obvio. Era una labor. Él estaba acostumbrado, era lo suyo. Asintió
mecánicamente.
—Bien, buscaré mantas y…
—Shirley, hablaré luego. Tengo que hacer que Hawk se vaya. Cuando se
siente demasiado confortable en un sitio se pega a este como la peste.
Se escuchó un gruñido ininteligible desde la cocina y esta vez Shirley y
Joe sonrieron sin poderlo evitar, abiertamente. Pinchar al grandote gruñón
era divertido, que se le iba a hacer.
Joe le guiñó un ojo y se dirigió a la otra habitación, mientras ella se
volvía a sentar, pensativa y abrazando sus rodillas contra su pecho. Tocaba
resguardarse temprano en su habitación y no salir hasta la mañana.
No quería parecer ruda o desagradecida, pero no confiaba en sustraerse
a su atractivo, y no quería cometer el error de su vida mirándolo de manera
impropia o dejando traslucir lo mucho que le gustaría estar entre sus brazos
cálidos y fuertes, escuchando su voz grave diciéndole que estaba bien, que
era hermosa y merecía todo de la vida.
Las voces de ambos hombres se escucharon amortiguadas, y ella se
concentró en la pantalla de su televisor, sin ver las imágenes de la serie de
vikingos. En su lugar, como en una película, pasaban las de Joe desnudo,
tendido o en pie, formidable, atlético, deseable.
Su virilidad henchida acercándose a ella, que húmeda y trémula
esperaba por él. Sus susurros en sus oídos, mientras pujaba dentro suyo, sin
apuro, pero imparable, corriéndose en su interior mientras ella volaba y
disfrutaba de vivir lo más elevado de su vida.
Ah, joder, estaba fuera de control. Parpadeó, avergonzada y un poco
humillada por sentirse tan pegada a un hombre que no era para ella. No es
que se considerara fuera de su liga. O, mejor dicho, sí. Ella no tenía lo que
se requería para retenerlo.
No había sido más que un instante en la vida de soltero de Joe. No lo
juzgaba, él había sido maravilloso. De verdad maravilloso, en todo sentido.
No hubo un momento en que no se sintiera deseada, cuidada, segura a su
lado.
Pero ya estaba, había quedado atrás. Tenía que moverse mentalmente de
él, tanto como lo había hecho físicamente. Por qué jodida razón era tan
difícil y su mente tan cabrona, no lo entendía y la frustraba.
Como el hecho de que estuviera aquí, apareciendo de la nada para, otra
vez, asumir el cuidado de la pequeña Shirley, que se había enredado, otra
vez, con los malos.
Sin saber cómo ni por qué, aquí estaba, como un pajarito que no lograba
desplegar sus alas, necesitando ayuda para no caer. De todos la aceptaba
con renuencia, aunque agradecimiento. De él… De él se sentía como una
tortura. Dulce, pero tortura al fin.
NUEVE.
 
Joe intercambió saludos y algunas frases cortas con Hawk y lo despidió
sin más prolegómenos. Lo que tenía que saber le había sido relatado por
Matt de manera precisa.
Antes de ingresar al edificio había tomado buena nota del entorno,
analizando con mirada profesional vehículos y edificios adyacentes, así
como la disposición del de Shirley y la cantidad de pisos, ascensores y
escaleras.
Su mente evaluó posibles puntos de entrada y fuga, y se sintió aliviado
de tener en su móvil el acceso remoto a las cámaras exteriores y del lobby
del edificio, enlaces provistos por el inefable y eficiente Jeff. Punto para el
hacker, siempre brillante.
Una vez que Hawk estuvo fuera, se dio la vuelta para concentrarse en el
sujeto de su preocupación. Ella. Shirley. Parecía más pequeña que de
costumbre, su metro sesenta y cinco disminuidos por la posición encogida
en el sillón.
Se tomó unos minutos para observar su perfil desde la cocina, cuya
puerta había quedado entornada. Su cabello caoba brillante estaba atado en
un moño desordenado y algunos finos mechones cubrían parte de su
mejilla.
Recorrió con su mirada la curva que su hombro un poco elevado
realizaba, y sus ojos se posaron en el hueco de su cuello. Los dedos de su
mano derecha se movieron levemente como urgidos por posarse en esa zona
de piel crema y seguramente tibia donde su pulso latía fuerte.
Estaba seguro de que sería así, lo había comprobado una y otra vez
cuando habían intimado. Sus labios solían bajar por la línea que surgía de su
lóbulo hasta los delicados huesos de su clavícula, y de vuelta, disfrutando
de la tersura de su piel.
Ese era uno de los varios recovecos en los que le encantaba solazarse,
abusar, porque era una zona especialmente erógena para Shirley.
Joder, esto de conocer a alguien tan íntimamente era un problema para
el control y el mantenerse alerta. Era algo de manual, debería haber
permanecido al margen y dejar a Matt encargarse, pero no podía.
Si su jefe y amigo hubiera sabido el tenor del vínculo entre ambos no
habría considerado ni por un momento que Joe estuviera aquí, pero no era
así. Lo habían mantenido reservado, entre los dos.
Lo suyo con Shirley había sido un error, probablemente. Algo que no
debió dejar pasar ni fomentar, pero pareció inevitable y lógico en su
momento.
El error no era ella, ni por un momento lo pensó. Era él, quien tenía más
experiencia y más mundo, el que había ido más allá de lo recomendable,
considerando su vida peligrosa y su falta de proyección hacia una relación
estable.
Claro que Shirley lo debió entender cuando dio el paso para despegarse,
y se había alejado sin inconvenientes. Pensar su separación tan crudamente
no dejaba de ser un golpe al ego, pero el alivio de no haberla herido era
demasiado grande como para dejar que su orgullo de macho eclipsara su
raciocinio.
Había sido un poquitín decepcionante que ella no apareciera más por el
complejo y dejara de lado sus lecciones, o respondiera sus mensajes con
brevedad, eso no lo negaba, pero las relaciones esporádicas, los ligues eran
así.
Y tan lejana como había sido la posibilidad de uno con Shirley cuando
la conoció, este había sido inevitable y bonito.
Estar acá hoy era importante y se imponía. Nadie la conocía como él, al
menos entre los hombres que la rodeaban en su trabajo, y sus amigos.
Pensar en otros hombres haciendo la tarea que le correspondía a él lo ponía
de malas.
Por eso no había dado opciones a Matt y había despedido a Hawk sin
contemplaciones. Era su amigo, pero esta era su… Era Shirley, y confiaba
en él.
Había estado embebido en su contemplación, y cuando ella enfocó en él
sus faros aguamarina, sintió el impacto. Eran los ojos más hermosos y
prístinos que había visto.
Durante el tiempo que habían ligado estuvieron cubiertos por gafas
enormes, como un escudo que daban seguridad y le permitían funcionar. No
los necesitaba ahora, y vaya si no convocaban a ideas traviesas.
Ella batiendo sus pestañas debajo suyo. Ella mirándolo fijo, de rodillas,
devorando su miembro. Ella de espaldas, mirándolo seductoramente por
encima de su hombro.
Su polla se agitó movilizada por estas imágenes que lo atravesaron
como rayos, y agradeció estar usando su ropa interior de alta contención.
Carraspeó y se deslizó hacia el living, y al acercarse notó que ella tenía
ojeras, y había una nota de incertidumbre o preocupación en su rostro.
Estaba tensa, y Joe quiso golpearse la frente para eliminar cualquier
partícula de pensamiento indecoroso o inadecuado. Había estado a un tris
de ser secuestrada. No había claridad en el caso, nadie podía asegurar que
no lo intentaran de nuevo.
Él, que se consideraba su adalid, no agregaba nada bueno trayendo
recuerdos del pasado que no se repetirían, por decisión de ella y porque él
también creía que era lo mejor. Tenía que comportarse como lo que
correspondía, un profesional, además de un amigo.
—Lamento lo que pasó, Shirley. Me hubiera gustado estar ahí para
contenerte, pero había tomado unos días de licencia y Matt no me contacta
cuando es así. Sabe que valoro el tiempo con mi familia. Aunque en este
caso me hubiera gustado que me informara. Fue un shock llegar hoy y
enterarme de todo.
Ella asintió, y su faz pareció aflojarse y su cuerpo se relajó en el sillón.
La camisa en tonos fuertes contrastaba de maravilla con su tez blanca y sus
ojos, y el pantalón se pegaba a sus formas, dejando al final ver sus
delicados tobillos. Estaba descalza, aunque unos tacones bastante altos
yacían sobre la alfombra.
Estaba distinta. Femenina y curvada, como de habitual, pero más
sensual, al modo Shirley. La ropa más ajustada al cuerpo mostraba mucho
mejor lo que poseía, sus curvas, que meses atrás quedaban escondidas
detrás de indumentaria extra grande. Esta era una Shirley más segura de sí
misma.
¿Había él colaborado con esto? Era ridículo pensarlo, aunque si le
molestó levemente que otros pudieran ver hoy sin esfuerzo lo que él había
detectado por instinto meses atrás. Él había visto a través de sus capas,
físicas y mentales. Él fue el primero que…
¡Hostia, Joe, deja el parloteo cavernícola! Esto no es pertinente ni útil,
no es profesional. Shirley está bonita, sí, claro, siempre lo fue. Focaliza,
gilipollas.
—Joe, gracias. No te preocupes, entiendo perfecto que estuvieras
disfrutando de los tuyos, no tenías por qué venir—señaló con voz muy
suave.
—Sí, claro que sí. Dije que te protegería, ¿recuerdas? Soy tu amigo, y
además un profesional de la seguridad. Por fortuna tienes buenos amigos a
tu lado.
Se acercó y se sentó a su lado, sonriéndole, encantado de recibir el calor
de su mirada atenta y su rubor, ese rojo delicioso que cubría sus mejillas y
la hacía brillar. Había extrañado esto, se dijo, y desvió la mirada.
—En verdad espero que esto se resuelva pronto y se compruebe que fue
un malentendido. No puedo darme el lujo de mantenerme más tiempo sin ir
a trabajar, o mudarme—dijo ella con un adorable frunce de su nariz.
Se estaba ablandando mal, consideró, pero todo lo que ella hacía le
provocaba, hasta los detalles o gestos más nimios, que estaba seguro para
otros eran invisibles.
—Esperemos que no, pero no te apresures, Shirley—tomó su mano
entre las suyas, y sus dedos finos se perdieron en los suyos—. Mis
compañeros son eficientes, y la policía está en ello también.
—No puedo afrontar el contratarlos, y no quiero distraer a Matt y su
agencia de los trabajos que realmente pagan y cubren los gastos, y sus
salarios.
—Siempre la mujercita juiciosa y práctica—acarició su barbilla, y le
provocó un poco de morbo que ella no retrocediera ante su toque,
claramente invasivo. Se instó a reprimirse y hablar para calmar su ansiedad
—. No te inquietes, nos tienes de tu lado. Matt lo considera un asunto
familiar, porque eso eres tú para Cheryl, y espero que lo entiendas. Y para
mí es un asunto personal, bonita. Me tendrás de tu lado siempre, no importa
en qué situación o contexto.
Lo dijo con intensidad, mirándola fijo y tratando de ser extra claro.
Había un vínculo fortísimo entre ambos, surgido sin forzar, intensificado
con la intimidad, y que la distancia no cortaba. Al menos eso sentía él.
—Gracias, Joe, de verdad, es… Me siento honrada con la amistad de
todos ustedes, con el cariño que me demuestran. 
—No hay nada que agradecer, es lo que tú has sembrado, Shirley—
contestó con calidez.
¿Quién en su sano juicio podría pensar más que en cuidar y poner a esta
solitaria mujercita a su lado y ayudarla? Ella generaba el deseo de
resguardarla, de protegerla, rodearla y salvaguardarla de lo feo y lo malo.
Encajó los dientes al pensar en esos bastardos que la atacaron.
—Esos hombres, Shirley, ¿te lastimaron? ¿Tienes heridas, moretones?
—Uno en el brazo, pero no les dio el tiempo de atraparme. Usé bien tus
lecciones—dijo con gesto de orgullo y él se sintió crecer unos centímetros
más.
—Eso me dijeron, y lo comprobé por mí mismo con las tomas de las
cámaras. Fue un movimiento perfecto.
—No sé qué hubiera pasado si el otro se unía… O si lo hubieran
intentado cuando estaba sola.
Su temblor fue visible, y él puso su mano en su hombro y lo apretó con
suavidad.
—No pasó, y no daremos oportunidad a que algo así se repita.
—Eso espero. No veo la hora de que esta incertidumbre termine. Mi
mente da vueltas sobre lo mismo, y estar quieta en mi casa no me hace
ningún favor. Estoy considerando volver a trabajar. Cheryl dice que no me
apure, pero sé que me necesita. No es que me crea imprescindible, ni
mucho menos—sacudió las manos en un gesto de humildad—. Es que la
empresa va creciendo y los clientes se suman, y Cheryl no es buena con su
agenda y su tiempo. Tiende a extralimitarse y desgastarse.
Joe sonrió, sabedor de que todo eso era verdad. Pero no dudaba también
de que Matt sabía cómo lidiar con la energética Cheryl. Mas entendía el
punto, ella estaba ansiosa y echa nudos, y necesitaba focalizar en otra cosa
que en su ataque.
—Si así lo quieres, sé que se puede arreglar. No hay dificultad en cubrir
tu trayecto al trabajo ida y vuelta. Tu oficina es una de las más resguardadas
del país, sabes que Matt es un poco obsesivo con Cheryl y tiene cámaras
por todos lados. Y está muy cerca de la agencia.
—Eso pensé—dijo ella—. Y voy a distraerme y no pensar tonterías.
—Me comunicaré con Matt y lo arreglaré.
—Genial—Ella se incorporó—. Voy a ir a la cama temprano, han sido
días agitados.
Llevó sus manos detrás de su cuello, y luego al cabello. Estaba nerviosa,
concluyó él. Su presencia la movilizaba. Bien, pensó con un pelín de
perversidad. Al menos eran dos con el mismo sentimiento.
—Sí, necesitas descansar.
—Te traeré mantas y almohadas. Hay mucha comida en el refrigerador.
Siéntete en tu casa.
—¿Y tú comiste, Shirley? Es importante que no pierdas tu rutina de
varias comidas, así como el hacer ejercicio.
—Comí, y he tratado de ser ordenada con eso, aunque a veces es difícil.
Ejercicio he hecho poco, salvo los de respiración. Voy a retomar yoga
usando mi aplicación, pero eso mañana—Bostezó.
—Pensé que volverías alguna vez por el gimnasio de la agencia—le
soltó él, de improviso, y se maldijo de inmediato por traer el tema—. Me
refiero, entiendo que querías hacer nuestro vínculo más casual, pero entendí
que continuarías haciendo tus ejercicios allí. Ya sabes, con Cheryl y Tina.
—Sí, bueno…—ella pareció pensar con cuidado qué decir, y se ruborizó
—. Supongo que creí que era más sano no continuar imponiéndote mi
presencia. Ya sabes, me veías hasta en la sopa. Necesitabas un respiro y aire
fresco.
Sonrió, aunque los ojos no brillaron, como cuando ella reía de verdad,
con gusto, con ganas. Le encantaba cuando esa sonrisa explotaba en su cara
y contagiaba todo alrededor.
—Jamás consideré que me impusieras nada. Por el contrario, si hubo
alguien que pujó fuerte entre nosotros fui yo, y a veces pienso que… Tal
vez me excedí.
—Nada de eso, Joe. No me arrepiento de nada. No lo hagas tú tampoco.
Ya te alcanzo la ropa de cama—se dio la vuelta, dando el diálogo por
finalizado.
Joe asintió y la observó desaparecer en su dormitorio, pensativo. Sus
palabras lo confundieron, pero decidió que ya era suficiente de digresiones.
Se movió por la casa chequeando aberturas y sus trancas, y mirando por
las ventanas para ver si se detectaba movimiento extraño. El edificio de
apartamentos era viejo y el de Shirley tenía visión para la calle principal.
Todo parecía en regla.
DIEZ.
 
Intensidad y ansiedad eran palabras que definían bien lo que había sido
convivir dos noches con Joe en su casa, a metros de su dormitorio y de su
cama.
Había sido removedor y sus recuerdos habían reaparecido demostrando
que no dormían ni estaban muertos. Por el contrario, se mostraron vivitos y
coleando en su presente.
Si a lo guapo que de habitual era se le sumaba lo bien que le sentaban
sus pantalones cargo y su chaqueta y botas de combate, el resultado era para
babear. La vibra de poder que rezumaba, su agilidad y el look
guardaespaldas era impactante.
Que su memoria quebrara la pared que la razón imponía y la atosigara
con recuerdos vividos, era natural.
Apagar su mente y desintoxicarla de imágenes y sonidos que habían
sido tan fuertes, brutales en su impacto, con él respirando cerca, era
imposible.
Que Joe estuviera aquí y ahora para custodiarla sumaba aún más. Había
tratado de ser lógica y decirse que Hawk venía aquí por las tardes con la
misma tarea y era igual de poderoso, porque así era.
Pero no era similar, no se sentía igual. Con Hawk en la casa había
silencio y ella funcionaba sin registrarlo, luego de un rato. Con Joe, la casa
parecía vibrar, y las olas de energía se cruzaban entre ambos.
Joe y ella… Ellos tenían historia y esta los envolvía. Se hacía evidente
cada vez que lo miraba y recordaba… Se recordaba enredada en su cuerpo,
prendida a su cintura con sus piernas y a su cuello con sus brazos, como si
él fuera el único salvavidas en un bote que se hundía.
Lo había besado tanto, se había frotado contra él, había adorado sus
músculos, había dibujado sus rasgos con sus dedos y labios hasta que se
grabaron a fuego en su mente.
Se encarnaba al pensarse tan necesitada, tan osada, tan libre, ella, que de
habitual era timidez y compostura. Él le había hecho perder su rigidez, la
había incitado a liberarse y usarlo. ¡Joder!
Todo había empezado con sus lecciones en la agencia, las que hacían
que la tocara para corregirla una y otra vez. No había sido incorrecto ni
pervertido, pero poco a poco ese contacto se había vuelto una necesidad, y
ella lo buscaba.
Nada demasiado serio: una caricia en la mano, los dedos de él
corrigiendo su postura, conduciéndola hacia otro aparato en el gimnasio.
Susurrándole en la colchoneta cuando la hacía practicar lucha y defensa.
Él había despertado un fuego que ella no sabía que tenía adentro, y
estaba segura de que sus ojos la traicionaron, de que la forma en que su
boca se partía, en que sus dientes mordían su mejilla interna o sus labios
para contener un jadeo involuntario ante el mínimo roce, todo la denunció
ante él.
Y Joe había hecho lo que parecía ser su signo: había ido más allá en sus
ganas de fortalecerla. La había llevado a su cama, la había hecho suya y ella
había bebido cada segundo, cada instante del placer inenarrable que le hizo
conocer.
Necesitada y cargante, pegajosa probablemente, así debió comportarse
sin darse cuenta. Agradecía que no hubiera sido evidente para el resto, y
que él la hubiera cuidado y no se hubiera aprovechado. De hecho, nunca fue
otra cosa que un caballero, un hombre completo, y un amigo.
Por ello había vuelto para estar con ella y se lo valoraba, aunque
contener los deseos de su cerebro descarriado fuera complejo. Él la entendía
bien, sus palabras y sus acciones lo mostraban.
Se percataba de su ansiedad por volver a la rutina de su trabajo para
distraerse, y para ello gestionó el retorno, con él como su guardia personal.
Por él estaba aquí, en la oficina, en su rutina. Con él como guardia, esa
había sido la condición.
Suplantaba a Hawk para conducirla aquí, permanecía en el sitio, y la
llevaba de vuelta a casa. Luego Hawk volvía, y finalmente, a eso de las 9
pm Joe volvía para quedarse durante toda la noche.
Lo observó desde su escritorio mientras acomodaba unas carpetas.
Apostado en un banco alto en un extremo de la oficina, sus largas piernas
cruzadas en los tobillos, miraba por la ventana. Sus bíceps, pectorales y
abdominales tensaban la remera, y los muslos destacaban como troncos,
gruesos y poderosos, aun en reposo.
Él movió su mirada y atrapó la suya fija en él. Le sonrió, y ella le
devolvió el gesto tratando de disimular que había estado con los ojos
clavados en él.
Probablemente hambrientos, se dijo, y se envaró, y al ver que Timmy la
observaba con ojos entornados y un gesto pícaro, supo que él sí la había
detectado. ¡Cotilla!
—Shirley, Peyton Mitchell vendrá en unos minutos—sonó la voz de
Cheryl a su lado y la hizo saltar sorprendida—. Por favor atiéndelo unos
minutos hasta que regrese. Necesito hacer un recado.
—Oh, no lo tenía en la agenda—frunció el ceño.
Era metódica y estas pequeñas incongruencias la sacaban un poco.
—No, me llamó con un par de dudas y prefiero lidiar con él en persona.
Representa algunos capitales interesantes además del suyo, me dijo, así que
no está mal ser condescendiente. Es muy agradable, y nada presuntuoso.
Vuelvo en media hora, él ya sabe que tendrá que esperarme, así que
tranquila.
—Muy bien—indicó, y se incorporó para revisar que hubiera café listo,
así como agua y algunas masas secas.
—Si estás muy ocupada déjame ese buen mozo a mí, Shirley, que yo lo
atenderé con gusto—dijo Timmy, abanicando sus pestañas y haciendo un
gesto travieso.
—Tienes mucho por hacer, Timmy. Esos resúmenes no se van a hacer
solos.
—Estoy a tiempo, soy la eficiencia en dos piernas. Mira, chica, cuando
este tío llegue es la oportunidad de comprobar si las miradas que te dirigió
el otro día fueron casuales o son de real interés. Está para comerlo en dos
panes.
Shirley se ruborizó y maldijo a Timmy en su mente. ¿Cómo era que él
había pasado años enclosetado y ahora se mostraba todo liberado y sin
complejos ante Joe? Increíble. O no tanto, Joe hacía sentir cómodo a
cualquiera, pensó.
Pero tenía que frenar a Timmy o esto derivaría en más cachondeo. Le
sirvió un café y se lo trajo, haciéndole gestos con los ojos señalándole a Joe.
El muy jodido no se inmutó y sonrió, sorbiendo el café.
—Gracias, amiguita. Mira, lo que digo es en atención a tu salud mental
y sexual. Necesitas distraerte, liberar un poco de esa tensión que arrastras, y
¿qué mejor que un ligue?
—¡Timmy! —dijo con voz estrangulada—. Deja eso, ¿quieres?
Concéntrate en trabajar y deja de traer asuntos extras a la oficina.
—Aburrida—sentenció Timmy con voz aguda. Luego se inclinó hacia
ella y susurró en tono muy bajo—. No creas que no vi como mirabas al
grandote.
Se alejó tratando de no dejarse arrastrar por el salero y picardía de
Timmy, y de reojo vio que Joe la estaba mirando con fijeza. Se sentó
fingiendo indiferencia, y enfocó sus ojos en el monitor, sin ver realmente.
Joder, esperaba que no estuviera pensando que ella hablaba de los clientes
en esos términos.
Las puertas del ascensor se abrieron y entonces el sujeto en discusión
ingresó a la oficina con una sonrisa amplia. Bien, tenía que darle la derecha
a Timmy en esto. Peyton Mitchell era impresionante.
Vestido en un traje hecho a medida que rezumaba dinero, con una
corbata que era Dior o Balenciaga, o una marca de esas ultra caras, y
zapatos de cuero fino, parecía un modelo de alta costura.
Ojos de un marrón muy claro la miraron mientras se acercaba, y ella se
incorporó tratando de que su boca no se abriera y cerrara sin sentido. Él
acomodó su cabello con una mano al mejor estilo Henry Cavill, y Shirley
no pudo evitar seguir el movimiento como hipnotizada.
No había postureo en él, decidió, era sensual y poderoso sin
proponérselo. Una actitud probablemente producto de nacer y vivir entre
algodones y dinero. Era como una marca de nacimiento.
—Shirley, encantada de verte otra vez—la saludó él con simpatía.
Ella se incorporó extendiendo su mano, pero él se inclinó y le dio un
beso en la mejilla con total normalidad, como si se conocieran. Se acordaba
de su nombre, además.
—Señor Mitchell, encantada de…
—Nada de eso, sin formalidades. Peyton—aclaró, y ella asintió.
—Bien, Peyton—dijo, un poquito más confiada, y él sonrió con
aprobación—. Cheryl vuelve en unos minutos, tenía un asunto por resolver,
pero…
Él se movió rápido y acercó una de las sillas para quedar sentado a su
frente, y Shirley casi graznó con desesperación. Debía ser ella la que le
indicara el ponerse a gusto, la que tenía que atenderlo, pero estaba perdida
ante su exuberancia.
—Seguramente estará más cómodo en la salita de Cheryl. Puedo llevarle
un café allí.
—Nada de eso, estoy perfecto. Tengo la mejor vista—dijo como al
pasar.
Ella sintió su garganta secarse, mientras su oído no dejaba de registrar el
sonido ahogado que provenía del lado de Timmy y un carraspeo desde la
ventana. Se levantó sin mirar a ninguno de los lados y presurosa preparó
una bandeja con el café y una bandejita con masas.
Cuando dio la vuelta y regresaba vio que Peyton estaba mirándola sin
pudor, sus ojos recorriéndola entera, y esto la sorprendió sobremanera. ¿Era
posible que Timmy llevara razón? Pero… No, no, este hombre estaba muy
por fuera de su liga.
Se abocó a avanzar sin tropezar y dejó la bandeja en el escritorio sin
derramar una gota, lo que no dejó de ser un logro, considerando los nervios
que tenía. Su mirada se posó en Joe mientras regresaba a su silla, y lo vio
con la mirada fija en Peyton, el rostro inmutable, aunque su postura tensa.
De seguro evaluaba quién era y qué peligro podía implicar. De esa
manera funcionaban los guardaespaldas, suponía.
—Perfecto—Peyton indicó luego de beber un sorbo de café, y se echó
para atrás en su silla mientras desprendía el botón de su saco, y dejaba ver
un torso que su camisa cubría como si abrazara sus pectorales. El hombre
entrenaba—. Dime, Shirley, ¿hace cuánto trabajas aquí?
Ella carraspeó, atrapada en la intensidad de esas pupilas. Bien, quería
charla circunstancial, podía hacerlo.
—Desde que Cheryl instaló la empresa. ¿Puedo traerle agua, algún
jugo?
—Estoy bien—Se adelantó y colocó sus antebrazos en el escritorio—.
Tienes unos ojos increíbles, te lo deben haber dicho muchas veces.
Cambian con la luz.
Fingió ordenar lo que ya estaba ordenado y sonrió circunspecta, su
mirada observando a Timmy, que se regodeaba desde su posición, la que
Peyton no veía. Ignoró lo que pretendía modular con sus labios, y volvió su
atención al cliente, que degustaba una masa sin dejar de observarla.
—¿Cómo lleva su vida en Los Ángeles? —inquirió, ignorando la
referencia anterior.
—Interesante. Todo un cambio frente a mi anterior destino. Estoy en
procura de alguien que me pueda mostrar sitios que no debo perderme.
Era provocador y no dejaba de flirtear, y ella no sabía cómo jugar este
juego, además de que no correspondía. Vio que Timmy agitaba las manos
como ofreciéndose para la tarea y tuvo que contener la risa. ¡El nervio del
gilipollas!
—Seguramente hay agencias que le pueden organizar paseos y
programas increíbles—La voz grave de Joe cortó el aire.
Shirley lo miró parpadeando, y luego a Peyton. Este se dio la vuelta
como si recién viera al hombrón en la esquina, algo que era increíble
porque no había manera de ignorarlo. Joe, en cambio, lo miraba fijo y sin
una sonrisa o gesto contemporizador.
—Seguramente—Peyton volvió a darle la espalda a Joe—. Pero me
sentiría más a gusto si alguien tan agradable como Shirley pudiera
ayudarme.
La miró con un gesto que era seductor y pícaro a la vez, y Shirley no
supo qué hacer o decir. Claro que para eso estaba Timmy, ¿no? El jodido no
tuvo mejor idea que pensar por ella.
—Seguramente Shirley puede. Es increíble como guía, conoce los
mejores sitios de Los Ángeles—Ella lo miró implorante, pero no frenó la
incontinencia verbal—. Es de no creer, además, la coincidencia. Ella estaba
pensando en salir justo hoy a uno de los lugares de comidas más
emblemático de la ciudad, ¿no es así?
—Ella no puede salir sin custodia—gruñó Joe, alzando la voz, y dejando
su sitio en el rincón para avanzar unos metros.
—Cierto, pero para eso te tiene a ti, ¿no es verdad? —se encogió de
hombros Timmy, y Shirley casi juró que escuchó los dientes de Joe chirriar.
Le estaban complicando el día, joder.
—Es una cita, entonces—indicó Peyton—. Paso por ti.
—Nosotros pasamos por usted—dijo Joe con frialdad, mientras Shirley
boqueaba, y veía como Peyton extendía su tarjeta para que el
guardaespaldas la tomara.
—Seguramente entre las historias que me contarás hoy estará el por qué
tienes un guardaespaldas a tu disposición, Shirley.
Iba a responder, pero entonces arribó Cheryl y Peyton se incorporó para
saludarla, tras lo cual la siguió a su oficina.
Timmy se acercó en un segundo y se acodó con una sonrisa, feliz por
ella.
—¡Te lo dije! Este maromo tiene más que interés en ti. Por fortuna actué
para que no lo arruinaras—dijo Timmy, y se movió a servirse un nuevo
café, mientras ella trataba de pensar qué había pasado aquí.
—Shirley, esto es peligroso—Joe dijo a su lado, y su mirada firme la
atravesó.
—Sí, lo sé, yo no intentaba… No creas que…—se apuró a querer
explicar.
—Pero lo haremos funcionar—dijo él—. No queremos que tu vida
sentimental se vea afectada—agregó, y sin más se dirigió a por un café y
volvió a su sitio.
Esos tres habían decidido y hecho por ella, reflexionó Shirley, tomando
aire hondo. Es que era tan obtusa que se cortaba cuando se ponía nerviosa,
y no supo qué decir ante lo que aparecía como una invitación por parte de
Peyton.
Eso dio pie a Timmy. Y luego a Joe, y ahora ella tenía que pensar en
adónde ir con ese hombre que era un millonario que debía gastar cientos de
dólares solo en la bebida. Y no tenía nada decente que ponerse.
Bufó internamente, con desesperación. Timmy la iba a escuchar. Apretó
sus manos en puños, pero luego pensó que para eso tenía amigas. Abrió el
chat del grupo y solo tuvo que tipear dos frases para que este cobrara vida y
le llovieran ideas y ofertas.
SHIRLEY: Chicas, este es un SOS. Tengo que llevar a un millonario a
un sitio glamoroso y emblemático a comer, pero no tengo idea adónde, ni sé
que ponerme.
Los tres puntos y el Sharon escribiendo… Brianna escribiendo… Avery
escribiendo… la tranquilizaron. Estas mujeres sabían cómo actuar.
ONCE.
 
Sentado en uno de los bancos de la entrada y al extremo de la barra, los
ojos vagando por el entorno y la gente, evaluando posturas y gestos, Joe
estaba en modo guardaespaldas, tenso y con la ansiedad jugándole malas
pasadas.
Que esto le ocurriera a él, un veterano de guerra condecorado y con años
de experiencia en el área de la seguridad, en un restaurante cinco estrellas y
custodiando a una pequeña secretaria de ojos grandes, era risible.
Pero no podía controlarlo, y no tenía que ver con el hecho de que
detectara peligro o fugas de seguridad en el sitio, no. Lo que lo molestaba
era lo que estaba pasando en la mesa que tenía a veinte metros, una que
robaba su mirada cada pocos segundos.
Si ese pijo engreído y obviamente acostumbrado a salirse con la suya
hacía un solo gesto desubicado o de avance hacia Shirley lo haría puré sin
pensarlo. Si pretendía sobrepasarse aprovechándose de la obvia ingenuidad
y poca experiencia en citas de Shirley, le caería con todo el peso de sus
puños.
Las pupilas extra claras de ella volvieron a fijarse en él y la sonrisa de su
rostro indicaba que todo iba bien. De hecho, se la veía cómoda y charlando
amenamente, y a medida que los minutos pasaron, se fue soltando y afloró
la fémina que era cuando la timidez y la formalidad no la ataban. Esa que él
conocía.
La observó fascinado. Estaba despampanante en su vestido ajustado,
pero no revelador. Su cabello estaba peinado en un moño prolijo y su
maquillaje acentuaba sus rasgos, en especial su boca ancha.
Sus piernas, descubiertas desde las rodillas, se alargaban merced a
tacones altos. Sexy sin chabacanería, elegante sin pomposidad, natural y
delicada.
¿Él? La boca seca y su miembro alterado, la mente confusa y emociones
negativas enredando su pecho. Eso era desde que ella subió al auto para
dirigirse al encuentro de ese petimetre pagado de sí mismo que actuaba
como si supiera de antemano que ella iba a caer a sus pies.
No está tan equivocado, al parecer, le dijo con falsa sutileza su diablillo
interno. Se notaba que él la había impactado con su traje de marca y su
flirteo intenso. También era obvio que si Timmy no hubiera intervenido ella
no habría sabido qué hacer o decir cuando la invitó.
Aunque con el nivel de intensidad que el tal Peyton manejaba, de seguro
la habría hostigado hasta que dijera que sí.
Era bueno que ella saliera, se divirtiera, y se distrajera. Que un hombre
así manifestara interés debía ser motivador, un subidón al ego. No hubiera
sido necesario si Shirley se viera como lo que era: una mujer bonita, sensual
y encantadora. Mas quedaba mucho del pajarito inseguro aún en ella.
Sí, esto era bueno, se dijo, tratando de convencerse, aunque chirrió los
dientes cuando vio que él apretaba sus manos y se acercaba a su rostro para
decirle algo en tono bajo. Este tipo de contacto casi íntimo, como el que
habían tenido en la pista de baile, lo pusieron un poco al borde.
Ella no había estado cómoda, no había querido danzar, y sabía que era
porque se consideraba algo torpe. Pero él insistió y la llevó con su brazo por
la cintura, en un gesto de posesión excesivo, que repicó al abrazarla contra
sí y mecerla entre sus brazos al ritmo de una melodía pegajosa y
romanticona.
Por fortuna esto fue solo una canción, porque ella se quejó del calor con
gestos ostensibles y habían vuelto a la mesa. Allí había sido un monólogo
constante del pijo, alentado por los asentimientos y gestos de Shirley, que
siempre estaba más cómoda en el rol de escucha que en el de oradora.
Peyton se sirvió más bebida, la cuarta o quinta de la noche, y Joe
entrecerró los ojos. La copa de Shirley, aún estaba a medias, y eso lo
satisfizo. Diez minutos atrás, en el instante en que el pijo había ido al baño,
Joe se había movido para recordarle a Shirley que no podía exagerar el
consumo de coctel.
Ella había asentido y le sonrió. Estaba feliz, eso era bueno, era lo que se
merecía. Antes de que volviera a su sitio en la barra, ella había envuelto sus
dedos en su antebrazo, y le había preguntado cómo estaba él, y que no
dudara en decirle si se cansaba o quería irse. Dulce y considerada como era
ella.
La observó bostezar y mirar la hora, y luego dirigir sus ojos hacia él,
como solicitando ayuda. Sin pensarlo, se dirigió a la mesa e interrumpió el
monólogo.
—Shirley, necesitas descansar y recuperarte—indicó con suavidad, y
ella asintió enfática, de inmediato.
—Sí, en realidad estoy algo cansada. Peyton, me disculpo, pero debo
irme.
—Nada que disculparse, Shirley. Tu comodidad, antes que nada.
Se incorporó y tomó sus manos, y su voz se tornó pomposa y
melodramática, a juicio de Joe, que no podía evitar pensar que había algo
manido en este tipo.
Mas su radar no estaba ajustado, funcionaba teñido por subjetividad en
lo que a Shirley se refería.
—Espero a la mesera y compartimos gastos—dijo Shirley
Joe desmesuró los ojos y le dieron ganas de apretarla contra su pecho y
amonestarla por siquiera pensar en esa tontería. El pijo había invitado, había
degustado comida de la mejor regada con vino fino, y todo eso disfrutando
de su compañía.
Que ella considerara que tenía que pagar a medias demostraba lo poco
interesada que era. A ver, una cosa era la independencia financiera, pero
esto era distinto, joder.
—Ni lo menciones, Shirley—indicó Peyton, como correspondía—. Ve
tranquila y descansa. No te preocupes por mí, pediré un remise. Me encantó
compartir este tiempo contigo, fue tan interesante y agradable como lo
imaginé. No puedo esperar a repetirlo. Te escribo y arreglamos para otra
vez, ¿te gusta la idea?
—Sí, claro—señaló ella y sonrió, y él se inclinó y le dio un beso en la
mejilla.
Joe apretó los puños y carraspeó, incómodo, y el pijo lo miró con un
gesto indescifrable, que él atribuyó a desprecio y molestia, y le hizo
devolverle la mirada con severidad. Más de la que le había dirigido en toda
la jornada.
Cuando estuvieron fuera del sofisticado local, ella a su lado, pegada a su
cadera, protegida para alcanzar el automóvil sin peligro, sintió que volvía a
respirar con liviandad. No se había percatado de lo tenso que estuvo todo el
tiempo.
Ya al volante, se concentró en maniobrar y mirar el retrovisor para
chequear que no hubiera alguien siguiéndolos. Cuando lo comprobó se
aflojó, y la miró. Ella estaba callada y concentrada en su teléfono, tipeando.
Una sonrisa se dibujaba en su faz, y luego una risita surgió espontánea.
—¿Algo divertido que se pueda compartir? —preguntó, y ella lo negó,
mirándolo a la cara.
—No querrás saber qué me dice Timmy.
—Ese Timmy es un personaje peculiar—señaló, sin agregar más.
Cuando aquel había operado para comprometer a Shirley de lleno en la
cita, Joe lo había mirado de reojo y con ganas de hacerlo callar, pero estaba
seguro de que Timmy había orquestado todo en el afán de ayudarla.
—Sí, se convirtió en un amigo incondicional. Un poco metomentodo y
cotilla, pero sin maldad. Lo aprecio mucho, y por fortuna está más seguro
de quién es y de lo que quiere de su vida.
—Bien por él—agregó—. ¿La pasaste bien? Ese Peyton parece un
hombre con mucho por contar y mostrar.
No iba a decir que le parecía forzado y demasiado pagado de sí mismo,
sonaría envidioso y mal intencionado.
—Fue una buena cena, y es muy agradable. Considerado y sencillo para
ser que es un hombre ocupado y con tanto por gestionar.
Miró al costado y rodó los ojos. Justo lo contrario de lo que él pensaba.
—Así que es un aprobado y probable nueva cita—dijo sin entonación.
Ella pareció reflexionar, y luego se encogió de hombros.
—Eso supongo. En la medida en que sea factible y no distorsione tu
tarea.
—Nada está antes que lo que te haga bien, Shirley—la interrumpió con
un poco más de pasión de la necesaria, pero quería que ella entendiera que
no podía ponerse siempre como segundo plano—. Si te agradó ese tal
Peyton, no lo pienses, explora la posibilidad de una relación.
Dejar fluir esas palabras se sintió igual que masticar clavos, pero tenía
que decirlo.
—Está todo muy verde como para pensar en algo así—murmuró ella—.
¿No hay ninguna información sobre esos hombres, Joe? ¿Algo, una pista?
Siento que estoy haciéndote perder el tiempo y me frustra.
Posó su mano en su muslo en una respuesta instintiva de confort y luego
la retiró, sin perder de vista que ella tensó el músculo. Idiota, es un gesto de
intimidad al que ya no tienes derecho.
—Nada aún, pero no te inquietes ni te pongas mal. Esto es de lo que
vivo, pequeña. Y me complace cuidarte, no pienses otra cosa.
—Es que te miraba más temprano… Tú, solo en la barra, aburrido y
teniendo que aguantar mientras yo estoy en una cita. Es extraño.
Lo es, pero porque me irrita y me pone de malas ver que otro te toca y te
habla como lo hacía yo. Salvo que nunca te llevé a comer a algún sitio, o a
bailar. O a pasear, simplemente. Idiota que había sido.
No, no, no. Recuerda, no quisiste darle nunca la idea de que lo de
ustedes, aquella intimidad, duraría. Entonces, ¿por qué cojones tengo esta
sensación de que la estoy perdiendo, si nunca pretendí que fuera
enteramente mía?
—No tienes que mirarlo así. Las personas que protegemos hacen su vida
con normalidad, o más o menos, con nosotros como fondo constante—
respondió apelando a su profesionalismo y evitando que su ánimo, a cada
minuto más gris, contaminara su diálogo.
—Tienes razón, por supuesto—Suspiró—. En verdad estoy cansada.
—Ya estamos aquí.
Ingresó el vehículo al parking del edificio y la siguió hasta el ascensor.
Apenas las puertas se cerraron, ella se agachó y se quitó un tacón, y se
tambaleó mientras maniobraba con el otro. La sostuvo y sonrió, mirando
como ella movía los dedos de sus pies y suspiraba aliviada.
—Los tacones son bonitísimos. Me los prestó Sharon, la esposa de
Ethan, pero no estoy acostumbrada.
Se estiró y elevó los brazos al aire, y algunos crujidos mostraron que
había nudos o tensiones en su cuello. Se movió para ponerse a su espalda y
sus pulgares presionaron sus cervicales con cuidado, ganándose un suspiro
de alivio.
—Justo ahí. Ahhhh, eso—susurró ella, y la voz suave y algo ronca lo
incitó a masajear un poco más.
La tersura de su piel era algo inenarrable. Los recuerdos táctiles
enervaron sus sentidos y su polla, siempre sensible a la fantasía y la
memoria, intentó elevarse, por lo que se retiró con cuidado. Lo último que
quería era tocarla con una erección de pervertido justo cuando la traía de su
cita con otro.
—Tengo un aceite muy bueno que es especial para las tensiones de las
cervicales. Te lo alcanzo cuando llegue y te lo aplicas antes de dormir. Te
hará genial.
—Gracias, Joe.
Descendieron del ascensor e ingresaron al piso, donde cada uno se
abocó a la rutina nocturna. Joe ubicó el aceite para masajes, ignorando la
voz que le gritaba que se lo aplicara él, y por todo el cuerpo, y que sus
manos eran especiales para quitar toda contractura y dolor.
Esto sí que era una obsesión en toda la regla. Algo estaba mal en su
cabeza, porque no podía parar de pensar en ella. Volver a estar en contacto
había traído de nuevo la atracción. Tonto. Nunca se fue. ¿Por qué crees que
te ha costado tanto retomar tu vida libertina y lo piensas tantas veces
cuando Jeff o Jacob te invitan de parranda?
Se refugió en la cocina con un vaso de agua, pensativo. Estar de bajón
no era lo suyo, y explorar su mente procurando dilucidar qué pasaba con
sus emociones era una mierda, sin más.
Él era un hombre de acción, se movía por inercia en el combate y las
misiones, y no tenía ataduras ni conflictos en la vida diaria. Le gustaba
ayudar, era comedido y paciente, por lo que le solían pedir que se encargara
de lo que otros no querían, o no podían hacer.
Así había enseñado a manejar vehículos, defensa y movimientos
ofensivos a mujeres por todo el mundo, Tina, Cheryl y Shirley incluidas.
Cualquiera en posición de debilidad con quien él pudiera contribuir lo tenía
de su lado.
Pero esto… Joder, esto era imposible. ¿Cómo se suponía que iba a
distinguir si lo que sentía era preocupación por Shirley, porque era protector
con ella, porque la veía débil y frágil, o si estaba celoso? Él jamás había
sentido celos… Bueno, lo normal, de sus hermanas, pero eso no contaba, a
su juicio.
Condenado Matt, esto era su culpa. Había traído todo su drama
romántico a sus vidas, a Cheryl con todas sus amistades, y los había
fregado. ¿Que era un pensamiento ridículo? Podía ser, pero no dejaba de
tener cierto asidero.
DOCE.
 
—Todo, quiero saber todo detalle que pueda ser contado—dijo Brianna
con la curiosidad cruzando su rostro.
Era viernes, y estaban en la que era una reunión que trataban de
mantener al menos dos tardes al mes. No era sencillo, pues las múltiples
actividades y viajes de algunas hacían que las agendas no coincidieran
enteramente, pero lo mantenían como prioritario.
La que se había iniciado como una reunión de las esposas Turner,
Amelia, Sharon y Sofía (mujeres de Liam, CEO todopoderoso del
conglomerado millonario, Ethan, el deportista retirado convertido en
empresario, y Riker, as del Marketing de las empresas), luego se había
agrandado.
Hoy incluía a Tina, a Avery (la única mujer de los millonarios Turner), a
Brianna (cuñada de Avery), Cheryl y a Shirley. Y esta jornada se
incorporaba Timmy, al que todas deseaban conocer, y se veía exultante con
la posibilidad.
Esto alegraba a Shirley, porque él era bastante solitario, con excepción
de ella y Cheryl, que eran más que nada compañía de trabajo y algunas
salidas.
—A ver si ustedes pueden sacarle algún dato jugoso extra, chicas,
porque conmigo ha estado reacia—señaló el traidor, y lo miró con ojos
entrecerrados.
—¿En serio, Judas? Apenas llegas y ya me traicionas—suspiró con
dramatismo que provocó varias risitas.
—Vamos, Shirley, cuenta. Sabes que hemos estado flojas de chismes
últimamente—agregó Tina.
—Claro, todas mujeres de familia con maromos increíbles en casa, nada
que contar—dijo Timmy rodando sus ojos—. ¡Vida terrible la de ustedes,
chicas!
—Coincido—suspiró Brianna, y sonrió a Timmy—. Felizmente casadas,
las jodidas. Y nosotros solteros y solos por la vida, ¿no es así, Timmy?
—Exacto. Deberíamos unir fuerzas, ¿no crees? Tu belleza y contactos,
más mi glamour y don de gentes. La romperíamos, cariño.
—Oh, sí, señor—aplaudió Brianna—. Empecemos hoy, Timmy. Veamos
como nos va. Creo que podemos ser el dúo dinámico que esta ciudad
necesita. Estoy pensando en mudarme definitivamente aquí.
—¿En serio? —Avery se sorprendió—. Nada que habías dicho. Aidan
va a estar feliz. No así tus padres.
—Lo sé, pero tengo que independizarme, y viviendo con mis padres y
bajo la sombra de mis otros dos sobreprotectores hermanos no lo haré.
—Aidan no es menos—indicó Avery.
—No, pero te tiene a ti, que lo distraes con tus trucos—dijo Brianna
sonriendo—. Pero a ver, nos estamos yendo de tema—volvió su mirada a
Shirley—. Dinos ya, no te guardes la diversión.
Shirley sonrió, meneando la cabeza. Habían sido pacientes con ella,
porque había tenido al menos cuatro citas con Peyton y nada que les había
detallado. En verdad las salidas habían fluido con rapidez y una tras la otra.
A la cena había seguido una activa conversación por chat, y luego ella
había actuado como guía por varios sitios de Los Ángeles que le
encantaban. Si además sumaba el tiempo que lo veía en su oficina, Peyton
era más que un cliente.
Así lo había sugerido él con picardía ayer mismo, abrazándola por la
cintura y dándole un beso suave en los labios que no la había disgustado. Y
no era el primero.
—Voy a dar los detalles formales yo, chicas—dijo Cheryl—. Se llama
Peyton Mitchell y quedó prendado de Shirley apenas vino a la oficina la
primera vez.
—Cosa que detecté de inmediato, y la incrédula no me dio crédito—
añadió Timmy con un mohín de complacencia—. La segunda vez que la vio
se sentó con Shirley y le tiro varias indirectas. La tontita quedó muda, pero
por fortuna pude intervenir y forzar la primera cita, ¿no es así?
—Pues para ser honesta, sí. Entre tú y Joe se las arreglaron para ello—
dijo con renuencia.
—El grandote se puso sobreprotector y en modo guardaespaldas, pero
Peyton no se arredró. Como tampoco lo ha hecho todas las veces que Joe ha
estado en la periferia de sus citas.
—Mmm. Joe se ha puesto muy gruñón, por cierto—dijo Cheryl como al
pasar—. No sé si le gusta Peyton.
Hubo miradas entre varias y Shirley se apresuró a intervenir, preocupada
de que fueran a pensar lo que no era. Dios, si llegaban a saber que habían
tenido algo no la dejarían vivir.
—Es que está cansado, y no lo culpo. Tener que estar detrás mío de
guardia, complicando su vida…
—Es lo que hacen, querida—dijo Cheryl—. Y Joe jamás se quejaría por
ello, además de que estoy convencida de que cree que solo él te puede
cuidar bien. Matt dice que no deja en paz a Hawk recordándole que vea que
te alimentes.
—Oh, Hawk, ese gigantón sexy… Mmm—dijo Brianna con tono
soñador—. Otra razón más para mudarme aquí. Ese hombre me intriga y
me atrae, chicas. ¿Creen que…?
—¡No, por favor, Brianna! Cuñadita, no es buena idea—casi rogó
Avery, con tono plañidero—. Aidan va a sufrir un ataque si intentas…
—Hawk va a sufrir uno si te le acercas con todo tu arsenal y salero—
gruñó Cheryl—. Y eso repercutirá en Matt, y en mí. No juegues con fuego,
Brianna. Ese hombre tiene pasado, no quieres despertar a la bestia.
—Ay, chicas, están usando la estrategia equivocada—dijo Timmy sin
dejar de mirar a Brianna—. Eso solo le da munición para intentarlo más, si
no me equivoco.
—Shhh, tranquilos, no va a pasar nada. Pero esto puede esperar. Shirley,
estamos contigo otra vez—dijo Brianna—. ¿Adónde salieron y hasta dónde
avanzaron con Peyton?
—Bueno, la primera salida fue a cenar. Luego a un recital de la
Filarmónica de Los Ángeles.
—Si ese hombre resistió eso puede con cualquier cosa—gruñó Timmy,
haciendo reír a todas.
—¡Timmy! Ese espectáculo es hermoso—dijo Tina, y Amelia y Sofía
asintieron.
—Me gusta, es precioso. Y él se mostró encantado. Le gusta la ópera y
el ballet, entre otras cosas.
—Seguro que Joe estará encantado de ir con ustedes a funciones de
ópera—se carcajeó Cheryl.
—El pobre se veía super aburrido con la filarmónica. Me provocó culpa
—frunció el ceño, pero siguió—. Bien, luego lo llevé a pasear por Venice
Beach, Beverly Hills. Eso le encantó. De hecho, le fascina ir de compras.
—Con esa tarjeta negra y el Lamborghini que maneja, se nota—agregó
Timmy.
—No es soberbio ni se jacta de lo que tiene—indicó Shirley—. En
principio se manejó con UBER, pero necesitaba un vehículo y le atraen los
autos.
—Las cuentas que al parecer maneja más que se lo permite—agregó
Cheryl, con seriedad—. No hemos avanzado mucho en lo laboral, pero me
ha indicado que es representante de un grupo de empresas del norte del
país. No sé cómo vino a dar aquí, no me quedó claro.
Shirley notaba cierta reticencia en su jefa, pero no le había comentado
nada, por lo que lo dejó pasar.
—Así que tiene un buen trabajo. ¿Cómo es él? ¿Cómo te siente con él?
—dijo Sofía con suavidad, incitándola a continuar.
—Él es espectacular—dijo Timmy.
—Sí, es… Está muy por encima de mi liga, chicas—sonrió nerviosa.
Todas estas mujeres eran hermosas, atractivas y listas, con
emprendimientos y metas, y tenían a su lado a hombres super exitosos.
Ella… No tenía mucho a su nombre, y solo su trabajo, que hacía bien,
pero…
—¿Cuántas veces hemos de decirte que cada una de nosotras tiene una
historia detrás, y una parte de ella no es glamorosa ni exitosa? —Sharon se
incorporó y puso los brazos en jarra—. No te vamos a permitir que digas
nada que te disminuya. Eres preciosa y trabajadora, encantadora. Quiero
que lo repitas frente al espejo cada noche.
—Está bien, está bien—rio, levantando sus manos para sosegar a la
enérgica enfermera—. Timmy, tu eres como mi RRPPP, muéstrales fotos, sé
que nos has sacado varias.
Este rio sin culpa y abrió la aplicación, y mostró a Peyton con ella en
varios días consecutivos. En todas él lucía buen mozo y listo para cualquier
evento de luminarias. Ella, en su rol. Y en varias tomas, Joe miraba, desde
algún fondo. Su mirada lo encontró de inmediato en todas. Profesional,
serio, atractivo, fuerte.
—Es muy buen mozo—indicó Amelia.
—Lo es—coincidió Brianna—. Atildado y hermoso al estilo estrella de
cine. No es mi tipo. Me gustan más bien rústicos. Como… ya saben—se
encogió de hombros.
Avery y Cheryl suspiraron al unísono. Habría problemas. Brianna era
como un tren sin frenos.
—Peyton es encantador, y muy caballero. Tiene detalles y gestos
formales, baila bien. Charla bastante, por cierto—A veces demasiado, pero
esa era su gruñona interna quejándose—. Y me ha hecho saber que le
intereso.
—Obviamente. Un hombre así no perdería el tiempo saliendo a todos
lados si no lo estuviera—dijo Tina.
—¿Qué hay de los detalles candentes? Tú me entiendes… ¿Ya conoces
el color de su cepillo de dientes?
—No, no hemos avanzado a ello. No me gusta apresurarme.
—Shirley va a esperar a que sus inversiones rindan fruto para permitirle
algo.
—Ey! Nos hemos besado en varias oportunidades—dijo con
indignación, y luego se encarnó.
—Excelente—se frotó las manos Timmy, y Brianna asintió como
aprobando.
—Nada alocado, roce de labios y frases de interés, algunos abrazos.
Hasta aquí les contaría. No es que hubiera mucho más. Sí, las
despedidas habían sido más intensas, y él se había impuesto sobre su boca.
Había sido agradable, se sintió bien.
Su toque sutil en su cuello y en su rostro también. No era el fuego que
Joe despertaba en ella, obvio, pero se imaginaba que la sensación mejoraría
con el tiempo. Joder, Peyton era un diez en todo, seguro en el sexo también.
—Así que esto va bien.
—Me gusta que me corteje, me hace sentir especial—dijo con timidez.
—Te lo mereces, Shirley—dijo Cheryl con una sonrisa amplia—. Me
alegro verte contenta luego del horrible episodio que viviste.
—Que aún no se dilucida, por cierto. No puedo esperar a que Matt diga
que ya no tengo nada que temer. Joe y Hawk están…
—A tu disposición—la voz grave de Matt se escuchó en la habitación y
todas se dieron la vuelta para observar al que acababa de salir del reducto
en el que los hombres se recluían cuando ellas cotilleaban así—. Hay
buenas noticias, de todas formas. El auto apareció quemado en Colorado, y
los hampones fueron vistos cruzando la frontera con Canadá hace 48 horas.
—Eso… Eso quiere decir que…
—Que no hay peligro de que ellos vuelvan—dijo Matt.
—¡Sí, eso es genial! —dijo Brianna—. Se impone festejo. Timmy,
llevaremos a Shirley con nosotros.
Shirley estaba perdida en su mente ahora mismo. Al alivio que sintió se
sumó de inmediato la decepción del darse cuenta de que Joe ya no tendría
necesidad de estar en su casa y en la oficina. Pero eso era bueno… Sí, un
alivio para él…
Volvería a tener su casa solo para ella, sin él rondando y monitoreando
su refrigerador e indicándole que practicara yoga. O poniendo la cara
amarga cuando salía con Peyton.
Volvería a tener éxito en su decisión de no caer en una atracción sin
posibilidad de futuro. Volvería a estar sin él. Como era necesario.
El carraspeo la sacó de su mente y atemperó la sensación de ¿pérdida?
que la buena noticia le trajo, en total contradicción con lo que debería sentir.
Rara que era. Miró a Timmy, que le había hecho una pregunta.
—¿Qué?
—Si vas a ir con nosotros al bar de siempre.
—Sí, sí—señaló distraída.
El sonido de su móvil sonando la hizo mirar la pantalla. Un número
desconocido. Lo ignoró, y procedió a agradecer a Matt, pero la insistente
llamada se repitió una vez más, lo que la hizo responder.
—¿Aló?
—¿Hablo con Shirley Olson?
—Sí. ¿Quién es?
—Buenas tardes, señorita Olson. La llamo en representación del estudio
de abogados de su abuelo Kenneth Olson.
—¿Qué? —el estupor la hizo elevar la voz, y esto atrajo la atención de
todos a su alrededor.
—Nos contactamos para comunicarle la dolorosa noticia de que su
abuelo falleció. Nuestras condolencias.
—Pero…—Se quedó sin palabras. No sabía que decir—. No lo conocía.
—Estamos al tanto de la situación. Empero su abuelo estableció su
última voluntad en un testamento que será leído en una semana.
Necesitamos su presencia como interesada.
—No estoy interesada—contestó mecánicamente.
No había nada que le provocara menos interés que su familia paterna.
—Creemos que puede pensar diferente cuando vea que su abuelo la
menciona como heredera.
—¿Heredera? —Esto parecía una dimensión alternativa—. ¿Heredera de
qué?
—Su abuelo es… era un hombre de gran fortuna. De todas maneras,
cumplo en comunicarle. El abogado encargado del tema la contactará con
más detalles y aspectos, si le parece.
—Sí, de acuerdo—indicó.
Contestó con cortedad al saludo del hombre y cortó, y entonces se sentó
pesadamente, sin acreditar aun lo que acababa de escuchar.
—¡Shirley! Shirley, cariño, ¿qué fue eso? —le inquirió Cheryl, y
entonces miró alrededor.
Las caras de preocupación la hicieron reaccionar.
—Mi abuelo. Murió. Soy heredera—dijo.
—Cariño, lamento mucho.
—No lo conocí, no sé nada de él, o de otros familiares. Mi padre fue
expulsado de su vida cuando se casó con mamá. Nunca más le hablaron o
buscaron. No entiendo por qué ahora…
—Respira, y cálmate—dijo Matt—. No te preocupes por nada. ¿Te
volverán a llamar, me imagino?
—Sí. Era de un estudio. Representan los intereses de mi abuelo, y leerán
el testamento en una semana. Kenneth Olson—dijo bajito, y miró a todos
con confusión—. Ni siquiera sabía su nombre.
—No sé qué decirte, Shirley—dijo Cheryl—. Es increíble, la verdad.
¿Cómo te sientes?
—Incrédula. Asombrada. Con mucho para pensar.
Era como si alguien hubiera puesto a girar su mundo a toda velocidad.
—¿Sabes qué? No pienses. Ya lo harás por la noche, y cuando te
vuelvan a llamar. Ahora mismo vamos a seguir comiendo y luego iremos al
bar.
—No, no tengo ganas—negó, decidida—. Esto me va a comer el
cerebro y no voy a disfrutar. En realidad—se mordió los labios—, ya
comenzó a hacerlo. Me voy a ir, espero que sepan comprender. No se
preocupen, estoy bien—procuró tranquilizarlas, porque vio los rostros de
algunas—. No conocía a ese hombre, no sé qué habrá escrito en su
testamento. Con lo que le hizo a mi padre, tal vez lo que me dejó son puras
deudas—rio sin ganas.
—No lo creo—gruñó Matt, con el teléfono en su mano—. Si es este
Kenneth que estoy leyendo, de Dakota del Norte, tiene múltiples empresas a
su nombre.
—Sí, mi padre era originalmente de Dakota del Norte. Supongo que
tendré que esperar más datos concretos, y eventualmente viajar allí.
No tenía el mínimo deseo o interés en hacerlo.
—Te acompañaré si es necesario—dijo Timmy.
—Veremos qué me dice el abogado cuando me llame. Gracias, Timmy.
Diez minutos después estaba en un remise camino a su apartamento.
Desechó la idea de que Matt la llevara o de que este llamara a Joe. Ya le
había dicho que no había peligro de que los dos matones volvieran, así que
la necesidad de custodia se había eliminado.
TRECE.
 
—Prefiero mil veces soportar tus bromas idiotas que verte con la cara
miserable que portas hace días—gruñó Hawk.
Bebió un sorbo de su whiskey, depositando el vaso con fuerza en la
barra, mientras su mirada se movía para mirar de reojo la mesa del fondo, y
bufaba.
Tenía que darle la derecha a su compañero: portaba su mejor faz de
miseria, pero la incomodidad de Hawk le dibujó un gesto de diversión que
rompió la seriedad de su rostro.
La presencia de Timmy y Brianna en el bar estaba resultando por lo
menos anecdótica y estaba poniendo a Hawk de los nervios, y eso era
siempre agradable de ver.
—Estás dejando que esos dos se te metan bajo la piel, Hawk. Y sabes
que es lo que esa consentida quiere.
—No tengo idea de qué quiere, salvo molestarme—se quejó—.
Enviarme un coctel de esos asquerosos es casi una afrenta.
Brianna había enviado una mesera con un Sex on the beach y luego se
había acercado, sin que Hawk se percatara, se había puesto a su lado y
había tomado una foto.
La subió de inmediato a su Instagram y se las mostró con orgullo y
Hawk por poco explota mientras ella le leía los primeros comentarios que
llegaron. Algunos bastante explícitos que lo pusieron bordó y cosecharon
las carcajadas de Timmy y Brianna. Ese dúo implicaría problemas, no cabía
duda.
—Le gusta divertirse, no lo veo mal.
—Lo verías si fuera a tu costa—murmuró Hawk—. Pero nada de esto es
causa para tu cambio, Joe. No me lo niegues, viejo, mira que tener que
decírtelo me cuesta. Odio hablar de las emociones y esas zarandajas.
—Ídem—señaló, y bebió su trago con calma.
No que tuviera por qué estar sobrio ahora mismo, no tenía ninguna
misión a la vista. La que lo había convocado por días había sido dada de
baja por Matt dos horas antes, dejándolo con un sabor extraño en la boca.
Debería estar satisfecho, pues significaba que Shirley no estaba en
problemas y podía vivir con normalidad. Implicaba que podía volver a su
rutina, traer a Rufus otra vez, alejarse de la que le estaba volviendo paté la
cabeza.
Suspiró. Ese era el problema de fondo. No tan de fondo. Los días junto a
Shirley le pasaban factura y se cerraban con la convicción de que tenía un
metejón de antología con ella.
—Sé que tu malhumor tiene que ver con Shirley.
—Te equivocas—negó con tozudez.
No era correcto. Su malhumor tenía que ver con él mismo, con su
torpeza, con la convicción de que la había cagado. No podía establecer en
qué preciso momento. Tal vez más de una vez.
Pero de seguro no fue cuando cedió al impulso de intimar con Shirley.
Ese fue tal vez el único instante en el que procedió en acuerdo a lo que
sentía. En todos los otros, había actuado en acuerdo a su lógica y lo que esta
le dictaba. Pero su razón estaba teñida de hipocresía.
Había hecho de su relación con Shirley un secreto para el resto, como si
no fuera digna de mostrarse. Se había repetido que era para protegerla, pero
había sido para escudarse y tener una vía de escape.
La convenció de que eran buenos para intimar, pero no lo suficiente para
algo más. La protegió y le dio herramientas, le quiso insuflar confianza en
sí misma y en su cuerpo y su belleza, pero en verdad no hizo más que
aprovecharse de su ingenuidad y se nutrió de su fuerza y su belleza.
Nada había sido planeado ni consciente, obviamente. Habría muerto
antes de hacer eso, si se hubiera percatado. Recién lo visualizó al volver a
verla y ser su sombra por días y noches. Porque cada momento lo
remontaba al pasado y a lo que había tenido y perdido.
La imagen de la mujer que lo convocaba en brazos de otro, besada por
otro, acariciada por otro, escuchando las palabras de otro, lo habían llevado
al límite. Había tenido que tolerar a ese capullo de Peyton rodeándola y
haciendo todo para que cayera en sus redes.
Como un imbécil miraba como lo que quería se deslizaba entre sus
dedos, y los escoltó cita tras cita, y con cada una su ánimo se hizo más
sombrío.
—¡Otro whiskey! —levantó el vaso para llamar la atención del barman.
—Igual—indicó Hawk—. Deberías estar de buenas. Que hayan
encontrado el vehículo y esté comprobado que esos bastardos que la
atacaron están muy lejos es positivo.
—Sabes tan bien como yo que eso deja más dudas que certezas.
¿Profesionales como esos escapando del país por un ataque que salió mal?
Algo no huele bien.
—Puede ser, Joe, pero es lo que hay. Y ella tiene ahora alguien que
puede preocuparse más de cerca por sus asuntos.
Lo miró con indignación, y el gesto de cachondeo le hizo ver que Hawk
sabía más de lo que le decía.
—Ese pijo no es nadie.
—Aún… Matt dice que…
—Matt no sabe nada—gruñó.
—He escuchado algo de lo que Shirley comenta en el teléfono y lo que
Timmy dice. Parece contenta. Tranquila, como es ella, siempre ubicada,
incluso en la alegría. Como contenida.
—No la conoces bien—dijo él automáticamente, con el ceño fruncido.
—¿Tú sí?
Parpadeó, e hizo un gesto con su boca, y luego miró al frente, pensando,
recordando. No había momento más sublime que cuando las compuertas de
la personalidad de Shirley se abrían y ella dejaba salir su verdadera
naturaleza.
Apasionada, vehemente, pícara. No, Hawk no la conocía. Nadie la
conocía como él. Que ese imbécil pretendiera hacerlo lo ponía furibundo,
pero no tenía derecho a eso. No lo tenía.
—Sé que ustedes dos tuvieron algo, lo supe siempre, Joe. No pretendas
engañarme con tu actitud—susurró Hawk—. No me gustó al comienzo, lo
vi apresurado y poco feliz, pero ambos parecían mutuamente obnubilados.
Lo miró con absoluta sorpresa. Creyó que habían logrado esconder su
relación de todos, y Hawk le hacía saber que estaba errado.
—¿Cómo…? ¿Alguien más lo sabe?
Hawk negó, y se encogió de hombros.
—Jeff insinuó algo meses atrás, pero lo desechó. No es que sea terrible
que los demás lo sepan. Es una mujer hermosa y merecedora…
—¡De todo! —dijo, con voz contenida. Que Hawk creyera que se
avergonzaba de haber estado con Shirley hablaba por sí mismo—. El tema
no es ella, soy yo. Ella es demasiado para mí, Hawk. Quise ayudarla,
cuidarla, darle lo que no tenía… La cagué bien.
—No tengo idea de qué paso, ni que tenías en mente, pero intuyo que el
terminar no fue tu idea.
—No, pero en ese momento creí que era algo normal y podría continuar
mi vida como si ella no hubiera estado. Creí, en mi idiotez, que había sido
un ligue común, de esos que acostumbro. De alguna jodida manera esa
mujer se volvió parte de mi mente, de mis necesidades… No sé cómo, y me
di cuenta estos días.
—Bueno, dicen que uno no aprecia lo que tiene hasta que lo pierde—
murmuró Hawk—. Encuentro que la sabiduría popular tiene mucho de
verdad. La pregunta es, ¿qué piensas hacer al respecto?
Lo miró sin saber qué decir. No había pensado nada. En su mente los
caminos hacia Shirley estaban cerrados.
—Ni siquiera tengo claro qué quiero o necesito.
—Mira que eres idiota—suspiró Hawk—. Has cuidado de ella con
obsesión, relevándome horas antes de lo necesario, respirando en su nuca
por días, aguantando sus salidas con Peyton, probablemente deslizando
comentarios y gestos de agravio para con él. No me parece difícil saber que
quieres, y convengamos que soy un psicólogo bastante cutre. La quieres a
ella en tu vida.
—Ella me dejó atrás, Hawk. Fui un ligue.
—Mira como da vueltas la vida—La mirada fría de Joe lo hizo sonreír
—. Esa mujer no tiene ligues, capullo.
Iba a responder, pero la llamada de Matt lo frenó.
—Dime, Matt.
—¿Dónde estás?
—En el bar. ¿Qué ocurre?
Frunció el ceño.
—Hay novedades con respecto a Shirley. Recibió la llamada de un
abogado de Dakota del Norte. Su abuelo, que no conocía, murió. La
menciona en su testamento, y tiene que ir a la lectura. Era un hombre
poderoso, mucho.
—¡Carajo! —gruñó—. Eso sería motivo perfecto…
—Para un secuestro y desaparición, sí, pensé en ello.
La preocupación y la necesidad de actuar se impusieron sobre su
desasosiego y desilusión y de pronto se encontró erguido y pensando en los
pasos a seguir.
—Va a necesitar que la acompañen a Dakota del Norte. No podemos
dejarla librada a su suerte.
—No lo haremos. No le dije, porque la vi afectada y con necesidad de
procesar la noticia. Al parecer hay un drama familiar detrás del que no
tenemos idea. Ni siquiera Cheryl sabe mucho de eso.
—Voy a ir a su casa. Dime que puedo ofrecerle custodia total. Si es
necesario, cubriré el salario de alguien más, y los pasajes.
—No te preocupes, no habrá necesidad. Probablemente Shirley tendrá
mucho más dinero del que nos imaginemos en unos días. Ve con ella y
asegúrate de tenerme al tanto de lo que averigües.
—Lo haré.
Cortó, y relató brevemente la novedad a Hawk, que abrió los ojos como
platos.
—¿Qué pasa, grandote? —la voz melosa de Brianna hizo cerrar los ojos
de Hawk, y Joe se dio la vuelta. Timmy y ella se habían acercado con
sendos tragos y portaban sonrisas enormes—. Dime quien te asustó y te
aseguro que lo correré hasta debajo de la cama. Todo por mi gigantón.
—No.Soy.Tu.Gigantón—respondió Hawk arrastrando la voz.
—Aw, pero lo serás, ya verás. La buena de Brianna te puso una diana en
la espalda y cuando un O´Malley se fija una meta, no para hasta que lo
consigue.
—Estás borracha—acusó él con ojos entrecerrados—. ¿Estás
manejando? Porque no puedes poner a nadie en riesgo.
—¡Ouchi! ¿Qué hay de mí? ¿Besarías mis nanas si me lastimo,
gigantón? Di que sí, anda.
—¡Jesús! No puedo con esto—farfulló Hawk y se batió en retirada sin
más, dejando un billete en la barra.
—Pero que grosero—se quejó Timmy, acomodándose a un lado de Joe,
mientras Brianna seguía a Hawk.
Si creía que lo iba a atrapar iba bien equivocada; Hawk era más que
bueno en desaparecer, más cuando estaba espantado.
—Timmy, ¿viste a Shirley hoy? —inquirió.
Este asintió y su rostro cambió, más serio.
—Está muy confundida, Joe. ¿Te enteraste de lo de su abuelo?
—Sí. ¿Qué sabes de él?
—Nada, salvo lo que ella dijo. Ella ni siquiera sabía su nombre, Joe. Al
parecer expulsó a su padre y lo echó de la familia cuando este se casó con la
madre de Shirley. Vivieron como si no tuvieran esa rama de la familia, por
lo que entendí. Que de pronto aparezca una parte de tu familia, una que no
sabías que tenías, y haya una herencia de por medio… Debe ser como una
bomba.
—Sin duda.
—Va a tener que viajar. Joe… ¿Crees que eso esté relacionado con el
intento de secuestrarla?
—Imposible de saber, aunque podría ser.
—Va a necesitar que la cuiden allá. Me ofrecí a viajar con ella. No
quiero que esté solita enfrentando vaya a saber qué gente.
—Familia, se supone.
—Como si la sangre fuera garantía de algo—señaló Timmy con un
gesto de desprecio que no escondió cierta vulnerabilidad, dolor.
Joe miró y le sonrió. Era un buen amigo, y Shirley lo adoraba, pero
Timmy no garantizaría a esta la mínima protección si el peligro la rodeaba.
—Estoy de acuerdo, la familia puede ser el enemigo. Matt garantizará
que ella no viaje sola. Me encargaré personalmente.
—Oh, no tengo ninguna duda de que lo harás—dijo, con una sonrisa—.
Siempre el caballero perfecto para cuidar y salvaguardar la virtud, vida y
salud de nuestra Shirley.
Lo de virtud era la única parte que era un error, mal que le pesara.
—Ella lo merece. Es una amiga y…
—Corta el discurso, Joe. Veo más allá de él y de tu cutre intento de ser
objetivo y ajeno, como si fuera la misión de turno. Veo como la miras
cuando ella no te ve, como no puedes despegar tus ojitos de su rostro. Si
fueras un lobo ya la habrías rodeado con tu olor para que nadie más se
acercara. Pero te contienes, y eso dejó entrar a Peyton. Él no tiene tus
pruritos, y si no te apuras, la vas a perder.
Lo miró con asombro, sin palabras. ¿Qué pasaba hoy? ¿Todos le iban a
decir con cruda honestidad que sabían que estaba jodido y perdido por ella?
Su fachada había colapsado hace rato, era evidente.
Luego pensó que solo aquellos que lo veían a menudo y alrededor de
ella lo detectaban. Joder. ¿Lo habría visto Cheryl? Si así era, estaba a un tris
de recibir un discurso de Matt, y lo último que necesitaba era que lo sacara
de la nueva misión.
—Hay razones por las cuales frenarme. Entre ellas, la necesidad de
cuidarla. No puedo darle lo que necesita.
—Lo has disimulado bien todo este tiempo que la has ayudado. Ella
necesita alguien que se preocupe por ella, que la valore, que la quiera.
Peyton parece dispuesto a darle eso, también.
—¿Quieres pincharme para que actúe, Timmy? No va a funcionar.
—El que te jodes eres tú. De todas maneras, seguro que Shirley
apreciará que te des una vuelta y la escuches sin presión. Yo… no soy tan
bueno con eso.
Iría, claro que iría. Tenía que saber la historia completa y tranquilizarla
al decirle que la acompañaría a Dakota del Norte.
CATORCE.
 
Shirley no lograba salir del estupor que le había provocado la llamada
telefónica, y hacía de eso más de cuatro horas. Unas pocas palabras habían
bastado para lavar el alivio que la novedad que Matt le había dado se
diluyera.
Kenneth Olson, su abuelo, ha muerto. Su abuelo la menciona como
heredera.
La idea de un abuelo que no fuera el materno era extraña; era el único
que había conocido y no necesitó otro. Nunca notó su ausencia, nunca fue
mencionado en su presencia.
El hecho de que no supiera su nombre, por empezar, era indicativo de
que había dejado de existir para su padre. Lo único que podía recordar, y
con esfuerzo, eran retazos de conversación airada o murmullos y palabras
sueltas, y siempre cuando sus padres creían que ella dormía o estaba lejos.
No pasará, Jenny, no responderé a su chantaje.
¿Crees que de pronto comenzó a extrañarme y reflexionó?
Es un egoísta que está solo, y se ve rodeado de aves de rapiña.
Debió pensarlo antes de botarme como basura de su vida
Frases que no tenían sentido aisladas y sin contexto, menos para una
niña que notaba a su padre herido y molesto, pero que lo olvidaba porque él
cambiaba en su presencia y se iluminaba.
Siempre había dicho que le bastaban ella y su esposa para tener el
mundo en sus manos. Lloró sin poderlo evitar al recordar lo cercanos, lo
generosos que ambos habían sido con ella, lo pacientes y emprendedores.
Habían tenido que trabajar siempre duro, sin demasiado tiempo libre,
pero ¡vaya si le sacaban jugo al que tenían! Con pequeños viajes, llenos de
aventura y poco gasto, plenos de diversión y aprendizaje.
Eso a pesar de que había nacido en una cuna de oro, como solían decir.
Había investigado a su abuelo en esas cuatro horas, y aunque lo que
encontró en línea era poco, bastaba para hacerse una idea.
Los Olson eran una potencia en Dakota del Norte, en la ciudad de Fargo,
vinculados a la producción de equipos para agricultura y con propiedades
inmobiliarias y campos en todo el Estado.
Había tenido que googlear a su abuelo para ver su apariencia y conocer
datos de su vida. El nombre de su padre no aparecía, a pesar de que se
mencionaba que tenía dos hijos. Lo había borrado de su vida en todo, al
parecer.
Su abuelo y su padre se parecían físicamente, en especial el cabello y los
ojos. Pero había una frialdad, una rigidez en su abuelo, y en su tío, que
también encontró, que su padre no tenía.
Por la biografía en línea supo que su tío había muerto hacía dos años, y
que tenía tres primos, con edades cercanas a la suya. No se parecían a ella,
pero era natural, considerando las diferencias abismales entre las madres.
La esposa de su tío era una mujer alta y rubia, con perfil aristocrático y
doble apellido. Su madre había sido una mujer sencilla de clase trabajadora.
Una llamada, una biografía austera y algunas fotos de extraños, eso era
lo que había recolectado de ese pasado que aparecía para estamparse en su
rostro. ¿Qué razones habría tenido su abuelo para recordar que tenía una
nieta?
Debía saber que su hijo había muerto. Triste, en verdad. Ese hombre,
Kenneth, había perdido cuarto siglo de disfrutar a su hijo porque no podía
aceptar a la mujer que este amaba. Y a la hija de ambos.
¿Cómo se sentía ella con esto? Desconcertada, agobiada, asustada
incluso. Tenía un papel a jugar, uno que ignoraba. Uno que no quería, en
realidad, aunque la curiosidad, morbosa tal vez, la pinchaba.
¿Habría algo en ese testamento que implicara un arrepentimiento, una
disculpa, para la memoria de sus padres? ¿Un reconocimiento de que había
sido cruel e implacable? Eso podía implicar un cierre para una herida que
no sabía que tenía, pero que estaba.
A nadie le gusta sentirse rechazado, y la idea de que así era parecía
haber campeado en su subconsciente, porque afloraba con fuerza ahora
mismo. Curioso lo que la memoria guardaba y desempolvaba cuando era el
momento.
El teléfono sonó y suspiró ante el número desconocido, pero no lo
ignoró. Este tema había llegado para quedarse y debía afrontarlo.
—¿Sí?
—Señorita Shirley, encantado de saludarla. Mi nombre es Sven
Montgomery y soy el responsable de cumplir la última voluntad del
fallecido Kenneth Olson, como ya mi colega le contó.
—Así es—dijo, sin más.
—Me imagino que tendrá muchas preguntas, y quiero que sienta la
libertad de inquirir todo lo que quiera.
—Estoy francamente desconcertada. Hasta hace unas horas ignoraba
que tenía un abuelo, su nombre o cualquier otro asunto relacionado.
—Lo sé, lo tengo claro, Shirley. Permítame que la tutee. Su abuelo…
—El término abuelo tiene una connotación que no asocio con ese
hombre, que para mí es un desconocido.
—Kenneth fue mi cliente por dos décadas. No conocí a su padre,
Shirley, pero puedo asegurarle que estaba constantemente en boca de su…
de Kenneth.
—¿Sí? Raro. Uno pensaría que cuando se expulsa a un hijo y se le
cierran todas las puertas, como si muriera, no se hablaría de él.
—Los primeros años la mención no era halagüeña, debo reconocerlo.
Pero con el correr del tiempo Kenneth reflexionó y quiso recomponer el
vínculo. Tu padre… Él no dio el brazo a torcer y se negó a volver, a
reunirse, a recibir dinero.
Probablemente cierto, pensó. Su padre era testarudo y orgulloso,
además de querible y sobreprotector.
—No puedo culparlo.
—Claramente. El asunto es, Kenneth nunca estuvo totalmente ajeno a su
vida. Siempre supo dónde vivía, qué hacían, tenía fotos de su familia…
Pero era demasiado soberbio para actuar con humildad, como debió hacer.
Algo que le aconsejé más de una vez.
El hombre hablaba con fluidez y claridad, y Shirley lo escuchaba con
atención.
—Miré fotos suyas y de mi tío en Google. Este último murió joven.
—Un golpe fuerte para Kenneth. La vida le quitó dos hijos de una u otra
forma.
—Él arrojó uno a su suerte—acotó.
—Sí, sí. Quedó sin herederos directos, y solo para gestionar todo un
conglomerado complicado y difícil. Los últimos años, en especial cuando
supo de la muerte de su padre, Shirley… Kenneth perdió las ganas de vivir.
Se fue apagando, pero antes de perder lucidez, cambió su testamento y la
incluyó. Es por eso que tiene que estar cuando la lectura. Es importante,
encontrará respuestas y tal vez un nuevo hogar, familia.
—Tengo primos.
—Así es, tres. Ben, Javier y Cleo. No voy a endulzar las cosas, Shirley,
son duros, difíciles, y la novedad de que hay una prima de la que no sabían
nada y está en el testamento no les ha sentado bien. Pero imagino que usted
estaría… está igual de sorprendida.
—Sí, así es.
Genial, tendría que lidiar con gente que probablemente estaba
convencida de que iba a quitarles lo que creían exclusivamente suyo.
—Si usted me confirma su asistencia, haré que mi asistente gestione el
traslado en avión y la recibiré personalmente. No tiene que preocuparse de
nada.
—Señor Montgomery, hace unas semanas intentaron secuestrarme.
¿Cree… cree que pueda estar relacionado?
—¿Qué? —gritó el hombre—. Caray, pero eso es espantoso… No sé
qué decir, salvo que espero que no. Nadie lo sabe, lo de la herencia. No la
contacté antes porque no sabía dónde ubicarla. Contraté un investigador
para que rastreara su paradero. El último domicilio que conocía era en
Illinois.
Era entendible. Respiró profundo y se pinchó el puente de la nariz. Otra
vez un principio de dolor de cabeza la abrumó.
—Voy a ir—dijo sin pensarlo más—. Pero alguien va a acompañarme.
Pueden costear alguien más, imagino.
—Por supuesto, Shirley. Traiga a quien usted desee. No hay nada que
quiera más que usted esté segura aquí. Voy a pasarle el contacto de mi
asistente. Ella la llamará en el correr de mañana y en la semana coordinará
todo lo que necesite. Todo.
—Perfecto, gracias.
Estaba hecho, pensó al cortar la comunicación. Iría. Se conectaría con
esa parte de su familia que desconocía, con ese mundo que los había hecho
a un lado.
Los datos que Montgomery le había dado daban para pensar. Su
abuelo… Kenneth había sido un hombre frio y cruel, pero si realmente su
padre no pudo perdonarlo también hubo obcecación de su lado.
Es fácil opinar y determinar la conducta de otros cuando no se sabe qué
pensaban o qué sentían. No podía imaginar el dolor y el sentimiento de
abandono que su progenitor debió sentir.
Por otro lado, un amor fiero se reafirmó en ella al pensar que siempre las
había elegido, a ella y a su madre. Por encima del dinero, por encima de las
amenazas y la coacción, su padre se quedó y luchó por su madre, por ella.
—Quiero un amor así—dijo bajito—. Uno que lo de todo por mí. Nada
menos.
El golpe en la puerta la sorprendió, porque no habían tocado el timbre
del portero, pero cuando se repitió, supo sin sombra de duda que era Joe.
Sus tres golpeteos eran inconfundibles. Sonrió y se movió para abrir.
Ahí estaba, el codo apoyado en el vano, la mano en el cabello, la mirada
pegada a ella cuando lo miró. Examinándola, explorando su rostro. Más
atractivo que nunca.
Carajo, es que no podía con su mente; incluso en un momento de
quiebre, no dejaba de apreciarlo, de desearlo.
—Hola, pequeña.
—Ya te enteraste, ¿eh?
—Las noticias vuelan en este círculo nuestro. ¿Cómo estás?
Pensó qué contestarle, porque con él no servían las fórmulas. Si le decía
que bien, sabría que le mentía.
—Absolutamente sorprendida, pero no en shock. Procesándolo. No es
fácil aprender de golpe que tienes una rama de tu familia que tiene millones
y estás en el testamento de un hombre que negó a tu padre y a ti misma.
Pero pasa, Joe, pasa.
Se movió rauda para sentarse en un extremo del sillón, con sus piernas
cruzadas a lo indio, y él se colocó en el otro extremo, de costado.
—Es mucho para asumir. Me imagino que tu cabecita ha de estar
buscando recuerdos, analizando momentos…
—Sí, aunque hay poco para rescatar, sinceramente. Mi padre nunca
mencionó nada, como si no existiera. Hablé con el abogado de mi abuelo,
me explicó un poco y me contó que mi abuelo… Kenneth, trató de
contactar y recuperar relación con mi papá, pero no funcionó. Su otro hijo
murió, también mi padre.
—Qué peso debe haber sentido ese hombre al final de su vida.
Probablemente se arrepintió mil veces de lo hecho y dicho.
Lo miró, y asintió con lentitud. Podía confiar en Joe para encontrar una
respuesta sensible.
—Parece que sí, de acuerdo a Montgomery, el abogado. Le dije que iría.
Joe asintió, y se echó hacia adelante para tomar su rodilla y acariciarla
levemente. La intimidad del gesto y el calor que sintió la reconfortaron.
Segura, contenida, así la hacía sentir él. No fallaba.
—Quiero acompañarte. Es importante que tengas a alguien al lado.
Oh, Dios, ¡gracias! Estas palabras surgieron en su mente y la llenaron de
alivio. La idea de pedírselo se le había cruzado, pero no quería hacerlo
sentir obligado. Timmy se había ofrecido, y lo apreciaba, pero no cumpliría
la función de sostén, de apoyo emocional y físico que necesitaría.
—¿Puedes hacerlo? Me refiero, ¿no tienes alguna misión asignada?
—Sí—dijo él, y ella hizo un mohín—. Resguardarte. Matt lo avala y yo
lo pedí.
Ella suspiró en forma audible, y un peso grande se evaporó de sus
hombros.
—Los gastos estarán cubiertos, así me lo aseguró el abogado. Arreglaré
los detalles con su asistente. Joe… gracias, de verdad.
Se movió para tomar su mano y apretarla con fuerza, sonriendo trémula
mientras lo miraba con intensidad y se perdía en esos ojos que aparecían
más oscuros.
—No me agradezcas, tengo la necesidad de hacerlo, Shirley.
Se habían acercado sin darse cuenta, y sus bocas estaban a centímetros,
mientras sus miradas pegadas parecían enviar señales. Ella elevó sus manos
y envolvió su rostro, y cerró los ojos con abandono cuando sus labios se
fusionaron con los suaves y sensuales de Joe.
Podría estarse equivocando feo, pero pareció que volvía a un lugar que
nunca quiso abandonar. La mano enorme de Joe se deslizó por su cuello y
se hundió en su cabellera y la empujó más para apretar el beso, que dejó de
ser medido y se tornó urgente, pasional, ardiente.
Él la besó con hambre, mordisqueando su labio inferior, usando su
lengua para abrir su boca y adueñarse de su cavidad, devorando todo a su
paso. Ella gimió y se pegó más a él, elevándose sobre sus rodillas, y su
lengua respondió enredándose a la masculina, exigiendo más, explorando
los labios gruesos, delineándolos con la punta para luego dar picos en toda
la superficie.
Entones el sonido agudo del timbre los sorprendió, y ella desmesuró sus
ojos, reaccionando. Un rubor candente cubrió su rostro, y la humillación la
ganó. Otra vez se había dejado llevar por lo que sentía y lo hacía depositario
de sus emociones. Y él la contenía.
Carraspeó, nerviosa, y se incorporó para responder el portero, sintiendo
el escrutinio del hombre sobre su figura.
—¿Sí?
—Shirley, soy Peyton. Cariño, me enteré de la situación. Me imagino lo
devastada que estarás. Quiero ayudar. ¿Puedo subir?
Peyton aquí. Bueno, eso era nuevo. Se había olvidado de él por unas
horas.
—Si, sí, claro, sube.
Pulsó para abrir, y luego se dio la vuelta. Joe estaba aún sentado y
mirándola fijo, pero su rostro era imperturbable.
—Peyton…
—¿Quieres que los deje solos?
—No, no. Él sabe que tú eres mi guardaespaldas, mi amigo.
Eso haría la visita más corta, probablemente, también. No estaba en
condiciones mentales de flirtear o dialogar, a pesar de lo encantador y
agradable que era Peyton.
QUINCE.
 
Joe aceleró su motocicleta de alta cilindrada por la autopista y dejó que
el ronroneo poderoso de su Rocket 3 lo calmara. El aire frío de la noche
calaba un poco, pero estaba demasiado embebido en su pensamiento y en el
calor que todavía sentía atravesar su pecho.
Ese beso… Ese beso había sido beber ambrosía. Los labios suaves, la
piel delicada de esa boca rosa otra vez tocándolo, excitándolo. Carajo, si
había tenido alguna duda, una sola, de que su deseo por ella era profundo y
brutal, esa había sido la prueba contundente de que ella era la dueña
exclusiva de su pasión.
Por esto follar a otra se sentía vacío, casi animal. Lo había comprobado.
Era una mera explosión de fluidos, mecánico. Lo ponía más recordarla que
otra mujer de carne y hueso en su lecho.
Ella también lo deseaba, pues, de otra forma, ¿por qué el beso? ¿Por qué
la precisión de esa lengua en su boca, de sus labios recorriendo los suyos?
Claro que hay deseo, obtuso. Es lo que los unió en primer lugar. Pero lo
tuyo raya la obsesión, estás fregado. Ella tiene a Peyton alrededor.
Peyton. Por instinto su mano maniobró con el acelerador y la
motocicleta rugió, y Joe se conminó a calmar su furia. No necesitaba una
patrulla detrás que lo detuviera y complicara su viaje a Dakota. Con Shirley,
y Peyton.
El gilipollas se las había arreglado para hacerse un sitio en el avión, y no
importó cuantas razones en contra Joe esgrimió con fuerza, o las de Shirley,
con menos convicción. Sí, ella se opuso un poco, trató de argumentar en
contra, pero luego accedió a llevarlo.
¿Qué podía hacer él por ella si algo iba mal? Lo de ese pijo era el
papeleo, el postureo con su Lamborghini y sus cenas caras. No sería más
que una complicación, un lastre, porque tendría que protegerlo a él si algo
iba mal. Shirley no le perdonaría lo contrario.
No que él fuera a dejar a alguien desprotegido ex profeso, claro. Ganas
no le faltaban, empero, pero esos eran sus celos pulsando.
El pijo era convincente y manejaba bien las palabras y su rostro, tenía
que concedérselo. Esta noche había entrado al departamento de Shirley con
cara de pesar, tomando sus manos y abrazándola brevemente, para luego
ensayar frases de confort.
Había interrumpido el ardiente beso entre ellos dos, y solo por eso lo
detestaba. Bufó. Estaba siendo absurdo, no lo ignoraba.
Se acercó al último cruce con semáforos antes de llegar a su casa, y se
colocó a un lado de cuatro enormes Harley que rugían poderosas,
manejadas por gigantones en cortes de cuero con el logo de los Reyes de
Sacramento. El más cercano a él lo miró e hizo un gesto de saludo con su
mano, y luego subió la visera de su casco.
—Linda motocicleta, hermano.
—Lo mismo digo. ¿Hay un encuentro de clubes en la ciudad?
—Así es.
El semáforo habilitó el cruce y las motocicletas rugieron y avanzaron
poderosas, y él las observó perderse en la noche mientras doblaba en la
calle que conducía a su vecindario. Era tarde y aunque extrañaba a Rufus, la
señora que lo cuidaba ya estaría durmiendo.
Guardó el vehículo y fue directo a la ducha. Había comido algo de lo
que Shirley había dispuesto mientras conversaban, y no tenía hambre. La
frustración era lo único que no se le quitaba. Voy contigo, Shirley. Estoy
acostumbrado a lidiar con gente de este nivel, puedo ayudarte. Seguro
verán bien que llegues con alguien de su misma jerarquía.
La voz de Peyton repicaba en su mente. Imbécil pagado de sí mismo.
¿No se percataba de lo pomposo que sonaba? Peor aún, ¿Shirley no lo
notaba? Frustrante, así era. Y el muy idiota había intentado hacerlo ir
cuando había llegado, como si Joe fuera un sirviente que ese pijo manejaba.
Puedes irte, me encargaré, le indicó, y Joe lo había mirado fijo sin que
se le moviera un músculo del rostro, hasta que aquel notó que no lo
obedecería. Sobre su cadáver lo dejaría solo con ella en un espacio tan
íntimo. Salvo que Shirley lo pidiera, y no había sido así.
<<Así que los Olson de Dakota del Norte. He escuchado de ellos.
Tienen un imperio. ¿Y tal vez una tajada es tuya? Bien por ti, Shirley.
Iremos en primera clase, hazle saber a la asistente de ese abogado. No
podemos pedir nada menos. Bueno, salvo Joe, que es un empleado.>>
 
Sí, había habido frases menos insensibles, menos obvias de que era un
materialista, pero este era el resumen que Joe hacía sobre el interés que
Peyton había dado a la novedad.
No tenía idea de lo que pasaba realmente por la cabeza y el corazón de
Shirley, y sinceramente no creía que fuera muy profundo en sus lecturas de
los otros. Él no se merecía una mujer como Shirley. Que estuviera
intentando colarse en su vida era enervante.
Su atención a quienes le rodeaban era corta, dejaba a los otros con frases
incompletas para imponer las suyas, imponía su presencia. Pero como tenía
el dinero y el look de un modelo seguramente estaba acostumbrado a que se
lo dejaran pasar y muchos debían besar el suelo que pisaba.
No parecía el caso de Shirley, aunque tampoco había desinterés. De
hecho, había salido cuatro veces son él, se habían divertido, y eso era obvio,
no lo podía negar. Incluso esta noche, ella había terminado aceptándolo en
el viaje, a pesar de que se podía cuestionar que alguien tan nuevo en su vida
la acompañara en una instancia crucial.
No podía adjudicar los avances del hombre al hecho de que Shirley era
una heredera, porque se había interesado cuando aún no lo era. Pero había
aspectos de Peyton que no le cerraban, y no era subjetividad. Podía oler que
había capas que no conocían de él. Tampoco es que estés descubriendo la
pólvora, apenas lo conoces hace algunas semanas.
Se estaba dejando llevar, y no era bueno. Estar inmerso emocionalmente
le hacía perder foco. Tenía que dejar de pensar y hacer lo que se le pidió:
informar. Era tarde, pero Matt no dejaría de ver su teléfono.
Joe: Shirley decidió viajar. Aceptó que la acompañe, y me dijo que el
abogado arreglará tema pasajes y otros gastos.
Matt: Perfecto. ¿Ella está bien?
Joe: Un poco sacudida, pero fuerte. El pijo cliente de Cheryl va
también.
Matt: ¿Y eso?
Joe: Shirley ha estado saliendo con él.
Matt: ¿Qué tiene que ver? Apenas lo conoce. Y a Cheryl no termina de
convencerla. No concreta mucho de lo que le insinúa a nivel de negocios.
¿Tú que opinas?
¿Qué pensaba? ¡Ah! No me tires la lengua, Matt.
Joe: No me gusta, pero Shirley tiene la derecha en esto, y parece estar a
gusto.
Matt: Eso es válido. Shirley es bastante tímida, es bueno que se abra
con alguien. En la medida en que no sea una complicación para este viaje.
Tenía lógica, sí.
Matt: Ella va a necesitar contención, Joe. El ambiente que la espera no
debe ser fácil. Aparece de la nada para el reparto de una herencia
monumental. Los otros no han de estar felices.
Joe: Es de esperar.
Matt: Me preocupa. Ese episodio violento sin duda tiene que ver con
esto. Me huele mal. Voy a enviar a Jacob también, pero encubierto.
Joe: Bien.
Tener respaldo era importante, y Jacob era bueno mimetizándose con
cualquier ambiente y acercándose a todo tipo de gente para escuchar y
observar.
Matt: Estás especialmente lacónico esta noche, Joe. ¿Qué mosca te
picó? No eres tú mismo los últimos días.
Tu buen ánimo y fastidioso buen humor parecen haberse esfumado, y
esto justo cuando volviste de tus vacaciones.
Y tú estás más conversador desde que Cheryl te cazó, pensó, mientras
abría el chat con Hawk. No lo jodían, los conocía de años.
Joe: ¿Le dijiste a Matt lo que hablamos?
Hawk: Cheryl me dijo que tú le habías confesado lo que sentías por
Shirley, y conversamos. Yo pude haber filtrado que habían tenido algo.
Joe: ¡Serás gilipollas, Hawk! ¿Te parezco del tipo que me confieso con
Cheryl, nada menos? Mereces que Brianna te haga la vida a cuadritos.
Hawk: No se le desea el mal a un amigo de años.
Joe: Que te den, cabrón.
Hawk: Joe, lo lamento, hermano. Sabes que soy un poco lerdo con
estas cosas.
Joe: Está bien, Hawk. Esas mujeres son astutas. No pasa nada.
Pensó un poco mientras se desvestía para ducharse, y el mensaje
siguiente fue de Cheryl. Joder, no tenía ganas de dramas a esta hora, ni de
dar explicaciones.
Pensó en dejar el mensaje sin leer, pero conocía a Cheryl, y no dejaría
de hostigarlo hasta estar satisfecha con lo que fuera que se traía entre
manos. Suspiró y miró el mensaje, y luego vio que había varios.
Cheryl: Hola, Joe. Hablé con Shirley recién y la encontré un tanto
caída. Me alegra saber que la acompañarás. Ella confía mucho en ti.
Cheryl: De hecho, siempre me reconfortó ver como la cuidabas. El
apoyo que le dabas.
Cheryl: Y según supe recientemente, ese apoyo fue muy exhaustivo.
Cara de diablito lila.
Cheryl: Se los concedo, fueron muy sutiles. Pero la fachada se te está
resquebrajando, mi amigo. Se te cae la baba cuando la ves y no puedes
dejar de mirarla. Cómo has soportado esas citas con Peyton, no lo sé. Pero
tienes que hacer algo. Eres perfecto para ella.
Cheryl: ¡Joe! ¡Contesta! Le diré a Matt que te quite de la misión, que
estás comprometido y no eres objetivo. Sabes que lo haré, y Matt puede no
hacerme caso en algunas cosas, pero él también te ve raro.
Jodida, manipuladora Cheryl, pensó. No dudó ni por un momento que
lo haría, al menos removería el avispero para que Matt se embroncara y le
diera la tabarra.
Joe: Eres lo que no hay, bruja. Engañaste a Hawk y quieres joderme
con mi jefe. Debería darte vergüenza.
Cheryl: Nope. Cero vergüenzas. En el amor y en la guerra todo se vale,
y yo quiero a Shirley.
Cheryl: A ti también, tontín. Por eso hago esto. Escucha, casi infarto
cuando comprobé que lo que pensaba palidecía al lado de la verdad. No me
imaginé que te las arreglarías para seducir a Shirley, pero es entendible
que ella cayera a tus pies.
La elección de palabras y el tono liviano lo molestó.
Joe: Ni ella cayó a mis pies ni yo la seduje. Solo se dio. Tuvimos un
ligue, ella lo cortó, pero para mí ella es importante.
Cheryl: Lo veo. Más de lo que tal vez te reconoces a ti mismo, hijo. Te
la comes con los ojos. Y ella no es inmune. Pero cuando no hay
comunicación fluida, la relación no avanza, y eso les está faltando. Para
eso estoy yo.
Mátenme ahora, pensó, golpeándose la cabeza. Comenzó a escribir una
respuesta que le dejara claro que no tenía que meterse, pero entonces ella lo
llamó.
—Joe, escucha, te hablo rapidito así Matt no me pilla. A él no le gustan
estas tramas, lo sabes.
—Cheryl, no te involucres ni enredes. No es necesario…
—Lo es. Mira, nuestro objetivo es quitar a Peyton del medio. Shirley lo
ve con buenos ojos porque parece perfecto, pero a mí me chirria un pelín.
No sé, hay algo que no termina de convencerme. Me da largas al tema de
las inversiones, no tengo claro el origen de sus fondos. Hay varias empresas
que no logro entender bien qué hacen. Te la hago corta, no confío en él. Me
puedo equivocar, estamos en una fase primaria, pero suelo acertar con mi
intuición.
—¿Le dijiste eso a Matt?
Su mente estaba en alerta. Una cosa era que no le gustara porque
pretendía a Shirley, otro que él mostrara lo que no era.
—Sí. Me preocupa que él haya insistido en ir. Shirley lo toma como
muestra de apoyo e interés por su parte.
Sí, eso parecía, pensó con resquemor.
—Tienes que aprovechar este viaje para demostrarle lo que sientes.
Tienes la ventaja de que ya se conocen. Sus cuerpos se recuerdan, el sexo
siempre ayuda.
—No voy a hablar contigo de esto—gruñó.
Esta mujer era imposible. ¿Qué quería, que Matt lo matara lentamente?
—Quiero decir que tienen un vínculo al que solo hay que atizar un poco.
Donde hubo fuego, ya lo sabes.
—Yo no quiero confundir a Shirley, ni molestarla en momentos como
los que va a atravesar.
—Bien por ti, me gusta que seas considerado. Pero lo que digo es que
tienes que estar muy cerca, contenerla, abrazarla, y lalalala. Y cuando el
momento llegue, decirle lo que te pasa. Si no sintieras algo profundo no
estarías escuchándome ni hecho un gnomo gruñón. Bueno, gigantón
gruñón.
—Voy a cortar.
—Hazme caso. Shirley merece el mundo.
Cortó. Si pudiera darle el mundo se lo pondría a los pies. Pero las cosas
no eran tan sencillas como las planteaba Cheryl. Tembló al pensar que la
tendría detrás todo el tiempo.
Lo más inteligente sería bloquearla, pero era demasiado blando para
ello. Y de algún modo torcido, encontraba cierto confort en tenerla de su
lado, apostando por él y Shirley.
DIECISÉIS.
 
Descendían. Habían llegado. El estómago de Shirley dio un salto y los
nervios que pensó que había domado se hicieron sentir otra vez ante la
inminencia de enfrentar una realidad que la excedía.
Los pasados cinco días habían sido de aprontes, ajustes y reuniones, y
no había tenido tiempo para pensar en nada más, y había evitado
proyectarse y anticiparse. Se había comunicado varias veces con Maggie, la
asistente del abogado, que la había guiado con pericia y simpatía,
encargándose de todos los detalles.
Pero era el momento del show, aquel en el que tendría que conocer e
interactuar con esa rama familiar que había emergido del pasado de
improviso, y no por gusto propio.
Esto era evidente en todas las comunicaciones con el abogado
Montgomery y con Maggie misma. En algunas inflexiones de voz y frases
Shirley detectó cautela y también advertencia. Nada expreso, por supuesto,
pero no la había hecho sentir mejor.
Miró por la ventanilla mientras el avión viraba y el paisaje de bosques y
cielo cubierto no contribuyó a mejorar su ánimo. Le alegró no llegar en la
época más fría del año, había leído que los inviernos eran helados y la nieve
lo cubría todo. Prefería el sol y las playas californianas toda la vida.
—Mmm, ¿llegamos? —inquirió Peyton, quitándose el antifaz de los
ojos.
Había dormido desde que se sentó, sin preocupaciones aparentemente.
—Llegamos—dijo.
El anuncio de la azafata y el aterrizaje los mantuvo en silencio, pero ella
ya estaba ansiosa por bajar y unirse a Joe. No había estado en su espíritu el
separarse en el avión, pero de algún modo Peyton se las había arreglado
para contactar directamente a Maggie y cambiar los asientos que ella
solicitó en clase turista.
Le había parecido lo correcto, no era su dinero, pero Peyton le comentó
que así debía ser. Era una Olson y merecía disfrutar de lo que tenía. No
contestó que no tenía nada ni le interesaba, aunque lo pensó.
Estaba molesta a pesar de que entendía que él actuaba de buena fe.
Tenía que frenarlo si intentaba proceder sin consultarla. No quería parecer
una histérica o desagradecida, él se había preocupado por su ánimo en los
días previos y la había acompañado a despedirse de sus amigos.
Incluso a pesar de que era obvio que no la había pasado de maravilla
con Timmy, Brianna y Cheryl, había actuado con corrección y encanto.
Entendía que la energía desmedida que los dos primeros portaban era un
poco cargante, y Cheryl estaba más cerrada que de costumbre.
Peyton no conectaba bien con Timmy, especialmente, y esto era algo
que quería cambiar. No le impresionaba como un homofóbico, no había
dicho nada en contra, pero era visible que procuraba ignorarlo. Como a Joe,
pero ahí la razón era más que eran dos alfas llenos de testosterona, creía
ella.
Con Brianna había charlado un poco más, interesado en su familia y los
negocios de los O´Malley, aunque no demasiado, porque Brianna no estaba
interesada en hablar de su trabajo o sus empresas cuando salía a divertirse.
Esta le había comentado que debía sentirse muy bien con él y
enganchada para aceptar que la acompañara a una instancia tan importante
de su vida. Había sonreído, aunque lo que tenía en su cabeza era confusión.
Peyton la había tomado de sorpresa la noche que aceptó el que viniera,
en el medio de una nube de excitación y exhilarante deseo de entregarse a
Joe como antes. En realidad, había sido el rostro severo de Joe, que ella
interpretó como de arrepentimiento, el que hizo que aceptara la oferta.
Peyton se interesaba en ella, se preocupaba, quería ayudarla, era cortés,
dulce, encantador, guapísimo. Un tanto metomentodo y elitista en algunos
comentarios, era verdad, y pagado de su posición, pero no cargante.
Cuando descendían por la escalerilla vio a Joe, parado con sus gruesas
piernas separadas y sus brazos cruzados en el pecho, los lentes cubriendo
sus ojos y sin un rictus. Le sonrió y él se acercó para tomar su mano y
ayudarla en el último escalón, y ella le agradeció.
—¿Como viajaste, Joe? Lamento que no…
—Shhh, tranquila. Es un viaje corto, estuvo bien. ¿Cómo estás?
—Nerviosa—lo miró, y él le apretó el brazo en gesto de apoyo.
—Vamos, Shirley, tenemos que recoger nuestro equipaje y supongo que
nos estará esperando esa asistente, Maggie. Espero que haya reservado un
hotel adecuado.
Peyton la tomó por la muñeca y tiró suavemente para despegarla de Joe,
y ella se dejó conducir con un suspiro. Les llevó varios minutos conseguir
sus maletas, o las de Peyton, que había empacado dos enormes Louis
Vuitton, mientras ella tenía una sola y Joe igual.
Peyton maniobró con las dos maletas y pretendió que Joe cargara con
ellas, ligándose el gesto de ceja levantada de este, que lo ignoró
olímpicamente.
—Tu empleado necesita lecciones de urbanidad—gruñó en tono alto, y
Shirley cerró los ojos para evitar enojarse.
—Joe no es mi empleado. Es mi amigo y mi guardaespaldas. Lo sabes.
¿Qué cargaste en esas maletas, Peyton? No creo que nos quedemos tanto
tiempo como para que debas usar mucha ropa.
—Te equivocas, pero es entendible. No sabes cómo funcionan las altas
esferas, querida—Ahí estaba ese tonito condescendiente que le hacía perder
puntos—. Las apariencias cuentan. La forma de encajar…
—No me interesa encajar. Vine para saber más de mi familia y ver si mi
abuelo dejo alguna nota, algo que denote sus sentimientos y sus
pensamientos hacia mi padre y hacia mí.
—Encomiable, cariño. Pero estaré a tu lado para pelear por tus derechos
económicos. Son importantes y tienes que hacerte valer.
—Shirley se hace valer todos los días, no necesita cambiar o aparentar.
A ella le importa la esencia de las personas, y eso es uno de sus atractivos.
Joe interrumpió con voz cortante, y Shirley sintió la tibieza de esas
palabras asentarse en su corazón. Él la conocía y se daba cuenta de cómo se
sentía.
—Ahí está—dijo Peyton, y se dirigió en línea recta hasta una mujer de
mediana edad, muy elegante, pero sin estridencias, que tenía un cartel con
el nombre de Shirley.
Lo siguieron y la dama sonrió con calidez para recibirlos. Peyton tomó
la voz cantante de inmediato.
—Debes ser Maggie. Peyton, novio de Shirley.
Esta desorbitó los ojos y casi tartamudeó para corregir la introducción,
pero Maggie ya estaba asestándole un beso en la mejilla y hablando sin
parar.
—Oh, querida, muy bienvenida. ¡Qué momento tan feliz para mí, no lo
sabes bien! Si el señor Kenneth estuviera hoy aquí, estaría encantado de
tenerte en Fargo. Sé que no tienes una buena imagen de él, querida, y que es
más lo que desconoces que lo que sabes. Oh, no puedo imaginar cuan
perdida te sentirás. Pero descuida, estoy aquí para ti, para lo que necesites.
—El hotel y un coche sería ideal para comenzar—dijo Peyton con
autoridad, y Shirley lo miró con asombro.
¿Qué le pasaba, no veía que estaban en momento de introducciones?
Estaba tomando un lugar que no le correspondía, ella no se lo había dado.
—Mmm, en relación a eso, puedo arreglarlo, pero hay mucho lugar en la
mansión Olson, y nos pareció adecuado instalarte allí, Shirley. La lectura
será en la breve, pero tendrás tiempo de aclimatarte.
—Suena bien—dijo ella, algo nerviosa ante la inevitabilidad de conocer
a sus familiares—. ¿Están allí mis primos?
—No viven allí, seguramente irán mañana, querida. Pero ven, ven. Tú
debes ser Joe—la mirada de Maggie se dirigió al hombrón, y Shirley giró
para ver el agrio rostro de su guardaespaldas, que entonces se contorsionó
en un gesto amable para responder al saludo de la mujer.
—Así es, señora. A sus órdenes.
—Bienvenidos. Vengan, vengan.
Caminó con celeridad y la siguieron, Peyton más atrás y rezongando con
el peso que portaba. En la salida los esperaba un Cadillac Escalade negro de
vidrios polarizados. El chofer bajó y ayudó con el equipaje.
Maggie indicó a Shirley que subiera, y Peyton se sentó a su lado. Joe
subió adelante y no lo vio más, porque un grueso vidrio dividía la parte del
chofer de la trasera, que era amplia.
****
Joe sentía sus mandíbulas duras de tanto chirriar sus dientes. Ese
hombre estaba tickeando todas sus casillas, y solo un ejercicio constante de
respiración y el pensar en Shirley era lo que lo frenaba.
Peyton no solo se había colado en el viaje, sino que se había salido con
la suya y había viajado en primera clase con ella, dejándolo a él en turista,
sin visión de aquella a la que tenía que cuidar.
Luego, el nervio del imbécil al exigir que cargara su equipaje. Dos
maletas. ¿qué creía, que venía a una temporada de eventos sociales? Y la
excusa era que había que vestirse para impresionar y encajar.
Aquí Joe sintió que pudo meter una baza importante, sentar un punto.
Shirley no caería impresionada por ese tipo de conductas. Ella era auténtica.
Ese pijo insufrible estaba intentado tomar el control de la situación y de
Shirley, y esto no le molestaba solo en un plano emocional. Había una
tendencia a dirigirla, a tomar decisiones por ella, a dominar.
No dudaba que era una de las características que lo harían sobresalir en
un negocio, los tiburones de las finanzas eran así, pero Joe no le permitiría
que ignorara la voluntad de Shirley. Se aseguraría que esta primara.
—Soy Roger—dijo el chofer, y le tendió la mano, que él apretó.
—Joe.
—¿Primera vez en Dakota del Norte? —le preguntó, y él asintió—. ¿Es
el guardaespaldas del señor?
—No. Mi clienta es ella.
—La nieta perdida de Kenneth Olson—murmuró el hombre, un tanto
avanzado en años—. No se imagina usted las veces que el señor me habló
de ella.
Eso lo sorprendió.
—No se conocieron. De hecho, ella ignoraba su existencia.
—Lo sé. Estos ricos, tanto dinero y a veces tanta tontería—Sacudió su
cabeza—. Que el señor Kenneth nos tuviera a Maggie y a mí como únicas
orejas leales habla a las claras de lo compleja que es esta familia. ¿Ella es
una buena chica?
Sonrió y dejó que todo lo que le provocaba se notara en su rostro.
—La mejor. Dulce, trabajadora, sensible.
—Va a tener que cubrirse con una coraza, entonces. Sus primos…
Tienen toda la dureza Olson, y no están contentos.
—Su coraza soy yo. Y ella no espera un lecho de rosas, créame.
—Va a ser más duro de lo que piensa. Si lo que el señor Kenneth
pensaba y sentía durante sus últimos años se asentó por escrito en su
testamento, va a haber guerra.
—¿Por qué me dice esto?
Lo miró fijo, evaluando las palabras y posibles intencionalidades.
—Porque debo, y puedo. Maggie está atada de manos, trabaja para el
abogado y debe lidiar con todos por igual. Pero los conoce bien.
El hombre maniobró con solvencia y aceleró, y luego continuó.
—Yo soy el más viejo de los empleados de Kenneth. Estoy por
retirarme, seguramente lo haré en breve. Pero no tengo nada para perder, y
se me hace justo que alguien le diga a esa chica que su abuelo pensó en ella
y se arrepintió de su crueldad. El señor Olson vivió su infierno personal, se
lo puedo afirmar. El dinero envenena las buenas relacione, las corroe.
—No sé cuánto bien puede haber hecho entonces. Le lega problemas.
—Es una forma de verlo, supongo. El viejo Kenneth también tenía una
veta vengativa, tal vez su voluntad sea una espada de doble filo, un castigo
con una bendición.
—¿Hay personal confiable en esa casa a la que vamos?
—Eficiente sí, confiable no tanto. Salvo Margerie, la cocinera, que es de
pocas pulgas.
—¿Hay algún puesto vacante que necesite ser cubierto?
El chofer lo miró, y pensó.
—El jardinero necesita un ayudante. La señorita Cleo hizo arrancar
todas las flores del sector norte y dio instrucciones precisas para el cambio.
¿Tiene alguien para el puesto?
—Posiblemente. ¿Quién contrata?
—Maggie. Se lo haré saber.
Joe asintió, y se abocó a enviar un reporte somero a Matt, indicándole
que Jacob se presentara ante Maggie apenas llegara. Iba a necesitarlo cerca,
las palabras del chofer lo habían alertado. No podía dejar áreas sin cubrir si
estaban a punto de entrar en un nido de víboras.
—Llegamos—indicó el chofer.
Joder. En verdad era un nido de víboras impresionante. Una mansión
enorme con jardines que se alargaban por senderos de grava que conducían
a pérgolas, bosquecillos de árboles exóticos, fuentes.
—Cotizada como una de las más valiosas de toda Dakota. Doce
habitaciones, seis baños, canchas de tenis y golf, piscina, y mucho más. Ya
verá, es como un paraíso. Al menos las comodidades lo son—gruñó el
chofer—. La gente es otra cosa.  
DIECISIETE.
 
Giró sobre sí misma para apreciar la habitación. Era enorme, en suaves
tonos pastel que contrastaban con los brocados de cortinados y alfombras.
Los muebles oscuros eran de madera muy fina, y en el centro estaba el
lecho, una enorme cama de dos plazas preparada como para recibir a la
realeza.
Se movió para sentarse en una butaca que estaba al lado de una ventana
desde la que se apreciaban los jardines, y suspiró. La tensión se alojaba en
sus hombros y espalda, y todavía faltaba la instancia de mayor presión:
conocer a sus primos.
Maggie era encantadora y había mantenido la conversación liviana, sin
entrar en consideraciones importantes, a pesar de que Peyton se puso un
tanto petulante. Esperaba que esta faceta que estaba mostrando fuera
pasajera, porque no colaboraba con relajarla.
¡El nervio que tuvo al presentarse como su novio! Joder, se había
pasado, pero no había encontrado el momento para poner los puntos sobre
las íes. Ellos no tenían nada concreto, sus citas no habían derivado en algo
serio y dudaba que lo quisiera, para ser honesta. Era un hombre hermoso,
pero… No tocaba sus fibras, no la hacía vibrar.
Se había esforzado, había estado entusiasmada, pero con el correr de los
días y el fin de la novedad, más el arribo de toda esta situación nueva en su
vida, su interés romántico no había despegado. Apreciaba su ayuda, su
interés, y no daba nada por sentado, pero tenía otras preocupaciones en las
que enfocarse.
La lectura del testamento sería el día siguiente a las 15, así se lo había
indicado Maggie, y estaba deseando que pasara ese momento y que este no
arrojara sorpresas que no pudiera manejar.
El golpe en la puerta la sobresaltó, e hizo un mohín. No estaba con
ganas de hablar con Peyton, la verdad. Necesitaba paz, silencio. El golpe se
repitió, ahora en clave Joe, y sonrió.
—Adelante.
Él ingresó y miró en derredor, haciendo un gesto de apreciación.
—Bonita habitación.
—Lo es.
Se acercó a ella y trajo una silla para colocarse enfrente.
—¿Estás lista?
—Estaba en el proceso de darme valor.
—Lo harás bien, no te preocupes.
—Le pedí a Maggie que te ubicara cerca, porque querrías vigilar.
—Estoy justo al lado. Entre esta y la de Peyton. Me preguntaba…—Lo
vio dudar—. Él se presentó como tu novio y no lo corregiste. ¿Eso son
ahora?
Lo miró y negó, y le pareció notar que su mandíbula se distendía, pero
esa podía ser ella deseando que a él le importara.
—Me tomó por sorpresa, y entre su conversación y la de Maggie, no
encontré el momento para corregirlo. Es incómodo, la verdad, espero que
no haga lo mismo frente a los demás.
Se mordió los labios al pensarlo. Iba a tener que frenarlo a solas; tenía
que decirle que tener algunas salidas no los hacía novios, y ella no se
tomaba las cosas a la ligera. Tampoco quería correrlo, ni avergonzarlo; de
seguro él lo había hecho con el fin de darle respaldo.
Uno que no necesitas, eres adulta y puedes funcionar, aunque mueras de
nervios o ansiedad. Una cosa era la protección frente a peligros reales, otra
confrontar situaciones de la vida. Sus padres la habían criado responsable e
independiente. Sí, tenía sus cosas, sus temores, su diabetes, su timidez, pero
eso no la invalidaba.
—El chofer me contó que tu abuelo le habló muchas veces de ti, y tenía
deseos de que vinieras. Dijo que estaría feliz de tenerte aquí. También…—
él se cortó, y bajó la vista.
—¿Qué?
—No tiene buena opinión de tus primos, y cree que Kenneth va a
provocar su ira con el testamento. No pretendo asustarte, simplemente que
tengamos prudencia y no minimicemos riesgos. Ya le dije a Maggie que voy
a estar cerca de la sala cuando la lectura. No quiero perderte de vista.
Eso la tranquilizaba.
—No sé qué puede decir ese documento, pero me interesa poco. Peyton
no deja de darme la tabarra con mis derechos y el tiempo en el que viví sin
lo que me merezco. Pero… No es lo importante para mí, aunque parezca
tonto.
—No lo es—él extendió sus manos y tomó las femeninas entre las
suyas, y las llevó a sus rodillas—. Sé que dentro tuyo hay una necesidad de
saber, de entender. Es un pedazo de historia el que te falta. No sé hasta qué
punto tendrás tus respuestas mañana. Odiaría verte decepcionada.
Ella giró la cabeza a un lado, y sonrió.
—No conozco otra persona a la que le importe tanto como me siento.
Eres especial, Joe.
—No, no te equivoques. Tú lo eres. ¿Qué otra esperaría que haya alguna
carta o documento en un testamento, sin prestar atención a los millones que
de seguro estarán en danza?
—No parecen impresionarte a ti tampoco.
—No particularmente. Me parece que está bien tener dinero para cubrir
necesidades y gustos. Casa, salud, algunos viajes, comodidades, poco más.
Pero el exceso, como todo, complica más de lo que ayuda. Dime, ¿comiste
algo?
—No, salvo en el avión.
—Me imagino que la comida de primera debe ser bastante mejor que la
de turista.
—Joe, no me hagas sentir culpable.
—Tendrías suficiente lugar para estirarte, bebidas. Supongo que Peyton
pidió champagne.
Su ruborizó. Lo había hecho.
—¿Cómo puedo compensarte? Me siento mal.
—Oh, se me ocurren algunas ideas—Él sacudió la cabeza, como
espantándolas, y sonrió—. Vamos a la cocina a pedir que te preparen algo.
Roger, el chofer, me dijo que la cocinera es algo cascarrabias, pero de
confianza.
—Joe…—Se incorporó levemente y acercó su rostro al masculino—.
Voy a compensarte ahora.
—¿Qué? No es neces…
Lo besó con suavidad, abriendo su boca para devorar la de él, y se
complació en las sensaciones que este contacto envió al resto de su cuerpo.
Lo besó con ganas, con placer, sin remordimiento.
Si él no la quería, que la rechazara. Sabía que no lo haría, de todos
modos, y se aprovechó de ello. Necesitaba ese confort, esa tibieza. Cuando
se quedó sin aire, retrocedió, y la fiereza intensa de la mirada de él la
atravesó.
—¿Estuvo bien?
—Estuvo muy bien. Un poco corto, considerando que fueron casi seis
horas de viaje.
Sonrió con picardía y su lengua lamió el labio inferior, como saboreando
lo que ella había dejado allí. Un leve temblor la hizo vibrar, y se paró.
—Vamos a por ese refrigerio.
****
Su cerebro se regodeó en bucle con el sabor de Shirley en su boca, y la
siguió con lentitud, pugnando por contener su erección. En todo esto la que
perdía era su pobre polla, porque todo el tiempo, desde que la besó en su
departamento, había sufrido su decisión de no sucumbir al deseo de
masturbarse con la imagen de Shirley como protagonista central.
Era una manera de disciplinarse, aunque pareciera tonto, pero de alguna
forma tenía que ganar control sobre sus emociones y pulsiones. Si no
lograba controlarse, ¿cómo podía anteponer las necesidades de ella por
encima de las suyas? Si ella se volvía a alejar de él luego de todo esto, sería
algo definitivo, y él necesitaba saber que podía manejarlo.
Ahora que ella lo había besado otra vez, por motu propio, y sin que él
moviera un dedo, una nota de esperanza y expectativa se abría paso en su
pecho, y hacía brincar su corazón y su miembro. Parecían estar ambos
conectados.
Avanzaron por los pasillos de lo que parecía un laberinto. Había
estancias como para recibir a un batallón. Biblioteca, oficinas al menos dos,
living y salita de juegos, comedor de recepciones y otro más pequeño, y
finalmente, la cocina.
Cuando ingresaron a esta los recibió una mujer no muy alta, de caderas
anchas y cabello atado en un moño severo, que los miró con cara de pocos
amigos por unos segundos.
—Buenas tardes. Mi nombre es Shirley. Maggie le debe haber dicho que
estaría hoy aquí.
—Mm, sí. Mi nombre es Margerie.
—Me preguntaba si sería posible comer algo.
—Si no está con muchas pretensiones, es posible—dijo con tono grave,
pero la faz más distendida.
—No, nada muy elaborado.
—No que no pueda hacerlo—le indicó con un gesto, que se
complementó con un mohín que decía a las claras Es que no quiero.
—No lo dudo. Un sándwich, alguna ensalada, algo así estará bien.
—Bien. Tengo un pie de peras con almendras y nueces, con merengue,
que puede venir muy bien con un café para después.
—Nada de eso. Shirley es diabética y alérgica a las nueces—dijo
automáticamente, y cuando las dos mujeres lo miraron rodó los ojos—.
Como de seguro ella le iba a decir.
—Así es—dijo Shirley, haciendo un gesto de pena—. Seguro está
buenísimo. Este es Joe, por cierto.
—Mucho gusto—dijo él.
—¿Tu novio?
Shirley se sonrojó, y él sonrió y se acodó en una de las mesadas,
esperando la respuesta.
—No, no tengo novio.
—¿Ese otro que vino, bastante impertinente, tampoco es tu pareja? Creí
entender…
—A él le está costando entender, en realidad—gruñó Joe, y Margerie lo
miró y sonrió.
—Bien, bien. Siéntense, siéntense. Supongo que tú también vas a comer
algo, Joe.
—Si es posible, señora.
En silencio dispuso frente a ellos una variedad de platos con carne fría,
verduras varias, queso y croutones, que él degustó sin culpa, mientras
Shirley consumía lo suyo con lentitud.
—Un poco más. Necesitas energía para lo que se viene.
—Es bueno saber de antemano que tienes algunas restricciones en la
comida, querida, me da tiempo a preparar algo especial para la noche y para
los días siguientes. Es algo que solía hacer, por cierto. El señor tenía
alergias alimentarias severas también.
—Oh, no lo sabía. Probablemente es algo de la familia, entonces. Pero
no necesita molestarse con lo de la diabetes, puedo arreglarme siendo
moderada.
—Este es mi trabajo. El señor Kenneth pensaría muy mal de mi si no
atendiera a su nieta como se debe. Al menos alguien lo tiene que hacer. Con
el tiempo que le llevó a ese hombre recapacitar—murmuró, y Shirley la
miró con asombro.
—¿Usted conoció a mi padre?
—Sí. Brevemente. A los pocos meses estalló el escándalo que lo llevó
lejos.
—Mi madre.
—El romance. La pelea y todo el drama. El señor Kenneth actuó duro, y
su padre no se quedó atrás. Supongo que es lo que uno debe hacer cuando
tiene algo puro y bueno que defender. La pena es que no lograron pedirse
perdón y reunirse otra vez. La vida es tan corta… Perderse de vivir con los
afectos por obcecación y orgullo—sacudió la cabeza—. El señor Kenneth
vivió para lamentar su error, se lo aseguro.
—Eso me han dicho.
—Sus primos, por otro lado—Ella se acercó en pose conspiratoria—. Sé
prudente y ten cuidado, pero sin mostrarles miedo. No se hace eso con los
predadores. ¿El grandote está aquí para cuidar de ti?
—Esa es exactamente mi misión, señora. Y la voy a cumplir sin dudar.
—Perfecto. Como debe ser.
Se escucharon pasos y voces, y los tres miraron a la entrada.
—Deben estar por aquí, señor Peyton—Maggie era la que hablaba.
Entraron y Peyton barrió el sitio con su mirada, para luego sonreír a
Shirley y acercarse, obviamente tratando de sentarse a su lado, por lo que
Joe abrió más sus muslos y extendió sus piernas cerrándole el paso, sin
mirarlo.
—¿Qué tiene dulce para mí? —miró a Margerie.
—Nada—le dijo esta con vos áspera—. Estoy en mi tiempo de
descanso.
El goce que sintió al ver el estupor y la incredulidad en su rostro con la
respuesta hizo que Joe riera entre dientes. Margerie era una fuerza natural,
era obvio.
—Peyton, quisiera comentarte algo—dijo Shirley con suavidad—. A
solas.
El cabrón extendió una sonrisa y lo miró con suficiencia, pero no se le
movió un pelo. Ni él, ni Maggie ni Margerie hicieron movimiento para
retirarse, por lo que Shirley le señaló el exterior, y se dirigió a la puerta de
la cocina.
Peyton la siguió, y Joe no demoró más que unos segundos en moverse
para tener visión por la ventana. Frente a frente, ella hablaba con calma,
pero seria, y él gesticulaba.
—Tengo calor, voy a abrir aquí—dijo Margerie, y abrió la ventana con
suavidad, dejando que el diálogo se filtrara. Le sonrió, y la mujer le guiñó
un ojo.
—… no pensé que fuera importante. Es a lo que aspiro, supuse lo
entendías.
—Lo que imagines no te da derecho a presentarte como mi novio. No
hemos trascendido la etapa de citas. No hemos hablado a fondo, no hemos
compartido nada realmente fuerte aún.
—Porque te contienes.
—Por lo que sea. No vuelvas a decirlo.
—No lo haré, pero no significa que no lo quiera. ¿Tú no deseas…?
—Estoy complicada, enredada. No es momento. Te agradezco que
vinieras, pero déjame manejar esto.
—Está bien, cariño, claro. Solo pienso en tu bienestar, y quise emplear
mi experiencia en tu favor.
Joe volvió a su lugar con calma y Margerie cerró la ventana sin decir
una palabra, cosa que agradeció. Joe no creyó que se sintiera tan bien, que
lo embargara tal satisfacción al escuchar como ella ponía en su sitio a ese
pijo metomentodo.
Si no leía mal la situación, y esperaba que no fuera así, Peyton tenía
poco rollo en la vida de Shirley. Cruzaba los dedos para que así fuera.
DIECIOCHO.
 
Shirley ingresó al living quince minutos antes de la hora señalada por
Maggie como la de comienzo de la reunión. La ansiedad y nervios la
carcomían, y no quería ser la última que ingresara.
Ya bastante incómodo era que seguramente sería el centro de atención
de quienes estuvieran aquí, al menos hasta que la lectura del documento
empezara. Hasta este momento no había sentido en verdad lo fuera de sitio
que estaba, lo extraño de este giro en su vida. 
Esta parecía una telenovela, incluso con dos hombres danzando a su
alrededor. La imagen mental de Peyton y Joe girando, midiéndose y
empujándose para estar a su lado era al menos ridícula, consideró, pero no
era tan ciega como para no notar que Peyton se arrogaba derechos de novio
sobre ella, y que el rol de Joe trascendía su labor como guardaespaldas.
A ver, claro que él había estado interesado en ella, en follarla, en
ayudarla, en ser su guía en aspectos concretos, pero había sido algo casual,
meses atrás. Pero la relación que retomaron luego del intento de secuestro
era más íntima, si cabía, a pesar de la falta de sexo. 
La actual se le antojaba una conexión en otro sentido, más amplia, más
profunda, y esos besos… Joder, esos besos lo mostraban. Si el corazón se
pudiera verter por ellos, seguro que Joe tenía el suyo, porque lo había
devorado vivo, buscando en sus labios el confort, la seguridad, la pasión y
el cariño que no tenía y deseaba. 
Él también la besó sin guardarse nada, y sus ojos tenían el brillo fiero
del que anhela más, del que no tiene suficiente. La había dejado ardiendo,
deseando perderse en él.
Empero, temía leer la situación y su relación equivocadamente,
confundir preocupación con ganas, lujuria con cariño. Ese es un análisis y
pensamiento para otro momento, Shirley. Concéntrate aquí y ahora, porque
puedes tener sorpresas desagradables. Seguramente las habrá.
Se acercó al ventanal que cubría casi media pared y permitía apreciar de
manera entera una de las fuentes más delicadas y enormes que hubiera visto
en una casa, rodeada de las más delicadas flores y arbustos tallados
imitando animales.
Se dio la vuelta luego de unos minutos y su mirada recorrió el living,
deteniéndose en el enorme hogar donde chisporroteaba un fuego mediano
que caldeaba el gran ambiente.
Apreció los sillones en cuero blanco, ostensiblemente caros, que la
invitaron a sentarse, pero que encontró un poco incómodos. O es que ella no
lograba encontrar un sitio o posición que la calmara y le resultara agradable.
Maggie estaba un poco más lejos, ayudando al abogado a instalarse.
Había pensado que la lectura se haría en uno de los escritorios, pero supuso
que este era un ambiente menos formal y rígido.
Había buena luz, calidez, buena vista que contribuía a relajar tensiones,
comida ya dispuesta en una mesa larga sobre uno de los costados. Solo
faltaban los protagonistas. O algunos de ellos.
—Shirley, mis disculpas, no pude pasar a saludarte antes, pero ha sido
un día de locos. Lleno de imprevistos y situaciones que solucionar.
Sven Montgomery, el abogado, era un hombre mayor de lo que Shirley
se había imaginado, pero con la actitud y desenvoltura de un profesional de
años, y meneó su cabeza mientras le contaba, como ahuyentando una
conversación probablemente molesta.
—No hay problema. Maggie ha sido encantadora—señaló Shirley.
—Me encanta conocerte personalmente, querida. Es afortunado que
decidieras unirte, a pesar de todo—Él apretó su mano, y sonrió—. Será para
bien, ya lo verás, jovencita.
Ella sonrió, entibiada por la amabilidad y calidez de Montgomery, y
rogó que él no se equivocara. Hasta ahora este viaje estaba siendo normal y
sin tensiones extras, más de las internas.
Su estadía estaba siendo muy agradable. ¿Cómo no sentirse mimada con
el hecho de viajar en primera clase, con protección, ser conducida y
atendida en esta mansión? No es que hubiera sido su sueño alguna vez, pero
no estaba nada mal.
—Gracias, es un placer conocerlo. Lo pensé y sopesé y me pareció que
me debía el tratar de conocer un poco más de mi… Del padre de mi padre,
de su mundo. Tal vez encontrar una explicación que cierre años de dolor y
desconocimiento—se encogió de hombros—. No lo sé. Espero que sea
como usted lo dice.
—Aprovechemos estos minutos para tomar un café—indicó Maggie, y
se apresuró hacia la mesa para verter tres tazas.
Tanto Shirley como Montgomery se acercaron, el segundo inquiriendo
sobre su vida en Los Ángeles con amabilidad, y en cinco minutos los tres
estaban enzarzados en una conversación amena.
—Ese guardaespaldas tuyo es muy profesional. Está ahí afuera a
distancia prudente, pero sin perder detalle del entorno—dijo Maggie, con
una leve sonrisa—. Parece conocerte bien. Le indicó a Margerie que no
olvidara el sustituto del azúcar y que se asegurara de que no hubiera comida
con nueces que pudieras ingerir por error.
—Impresionante. No es común que esos hombres tengan más cerebro
que músculos—dijo Montgomery.
—Joe es un guardaespaldas de excelencia, y un hombre muy inteligente
y formado—defendió Shirley con más calor del necesario.
—Parece incluso más enfocado en ti que tu novio, si me permites el
atrevimiento—susurró Maggie, mirándola a los ojos—. No creas que soy
una vulgar cotilla, querida. Es solo que… Ese hombre, Joe, está
enfocadísimo en ti.
Shirley se sonrojó, y rogó que Maggie callara el hecho de que ella debía
mirarlo con mucho más intensidad y hambre del que sería conveniente.
Pero ella era prudente, y seguramente estaba más intrigada por la dinámica
entre Peyton y Joe, y de ambos con ella.
—Así es la agencia de seguridad de Matt Turner, de la que Joe es parte.
Son hiper profesionales. En cuanto a Peyton… Hemos estado saliendo este
último mes, es encantador y muy atento. Se ofreció a ayudarme en esto, y
supongo que necesitaba un poco de apoyo. Se dejó llevar cuando se
presentó como mi novio, ya lo aclaré con él.
—Mmm, pero eso es lo que él desea ser, imagino—sentenció Maggie.
—Eso dice—carraspeó, súbitamente consciente de que estaba dejando
filtrar más información de la necesaria—. Supongo que estamos casi en la
hora.
El sonido de voces y tacones acercándose dio respuesta a su
interrogante, y en un segundo Montgomery y Maggie terminaron sus cafés
y se dirigieron para posicionarse, justo a tiempo para la recepción de cuatro
personas, que ingresaron como si poseyeran el lugar. 
Dos hombres y dos mujeres que Shirley reconoció porque había visto
sus fotografías en el momento en que había buscado información sobre su
familia. Sus primos y su madre.
La primera que la vio, porque su mirada barrió el espacio buscándola,
estuvo segura de ello, fue la mayor. Intensos ojos verdes se clavaron en
Shirley, y la manera en que la comisura de sus labios se elevó fue indicativa
de desagrado, no había otra forma de leer su lenguaje no verbal. 
Una mujer vestida y arreglada con cuidado y lujo que portaba su
atuendo y joyas con clase. Habituada a manejar dinero y personas. La
cuñada de su padre. Shirley se preguntó si su progenitor la habría conocido,
y qué opinaría de ella. La suya, y solo por instinto, era una primera
impresión de desapego y frialdad.
Despegó sus ojos de ella y los enfocó en los otros. El más alto de los
hombres, que identificó como el mayor, vestía un impecable traje Armani
en color gris, y saludó a Montgomery con un apretón de manos breve, para
sentarse en la silla central, sin mirar a ningún otro sitio.
Debía haberla visto, por supuesto, pero la ignoró sin más, como se hace
con un insecto que no molesta, al menos por ahora. El otro hombre era más
rubio y más ancho, claramente ejercitaba y su traje azul eléctrico moldeaba
con exquisita hechura su forma.
Ignoró a Maggie, hizo un saludo con la cabeza a Montgomery, y se dio
la vuelta para mirarla de pies a cabeza sin disimulo, sus ojos claros
parecidos a los de su madre.
—Tú eres la nieta perdida. Te imaginaba mas…—hizo un gesto con el
dedo que Shirley no interpretó—. Soy Javier. Dicen que somos primos—
señaló—. Una sorpresa que nos dejó el viejo Kenneth, siempre empeñado
en jodernos.
—¡Javier! —la más joven intervino, su voz suave y una sonrisa en su
rostro—. No seas tan rudo, querido. Sabes que madre detesta los
exabruptos. Hola—se acercó a ella con la mano extendida—. Cleo Olson.
Espero sepas disculpar a mi hermano… Esta situación nos estalló en la cara
y nos ha tomado absolutamente por sorpresa. No teníamos idea…—agregó,
gesticulando con su rostro y manos.
Era bonita, muy arreglada, y vestida con un traje de pantalón y chaqueta
y unos zapatos que supuso valían lo que su departamento. Sharon estaría
encantada de ver sus tacones, seguramente de esas marcas carísimas.
Había una intención de urbanidad en ella de la que el resto carecía, pero
Shirley no se hizo esperanzas de que esto durara. La tensión podía cortarse
con un cuchillo en este living. Pero no sería ella que la contribuiría a hacer
las cosas más difíciles.
—Entiendo lo que dices. Pasé de pensar que no tenía un solo familiar
por parte de mi padre a saber que tuve un abuelo y primos. Es confuso y
complicado. Espero poder tener algunas respuestas hoy.
—¿Y exactamente qué tipo de respuestas esperas encontrar, niña?
Porque no se me ocurre más que las económicas, considerando que caes
aquí en el preciso instante en que se dirime una herencia.
Shirley sintió que la sangre se agolpaba en su rostro ante la pregunta fría
e injuriosa de la mujer mayor.
—Estoy aquí porque me llamaron.
—Por supuesto que sí, querida, y en total derecho. Es la voluntad del
extinto Kenneth, y como tal este es tu sitio. Vuelvo a repetirte, ahora
personalmente, lo que tu abuelo creía. Trató de recuperar contacto con su
hijo y no lo logró, pero siguió su vida, y luego la tuya. Voy a hacer las
presentaciones formales, ya que algunos no lo hicieron. Shirley Olson es
hija legítima de Erik Olson, hijo de Kenneth. Kat es viuda de Kirk, tu tío, y
madre de Ben—señaló al impertérrito de cabello castaño y mandíbula
cuadrada que la miraba sin parpadear—. CEO de las empresas Olson, por
cierto. Javier y Cleo ya se presentaron, y son miembros de la junta directiva
del conglomerado.
—Encantada—dijo Shirley, tirando la palabra al aire, aunque no recibió
nada en respuesta.
—Antes de proceder, ¿desean un café, un té? —ofreció Maggie.
—Un scotch sería perfecto—dijo Javier, encogiéndose de hombros, pero
la mano de su madre en su hombro lo calló.
—Empieza, Montgomery—gruñó Ben, adelantándose—. No tengo todo
el día, ni ganas de jugar a las reuniones familiares, En lo que a mi
concierne, este es un trámite que espero no arroje sorpresas indeseadas.
Shirley pretendió ignorar la frase y caminó con toda la calma que pudo
fingir para tomar asiento en una de las sillas del extremo. No iba a encontrar
aquí y entre estos la recepción que fantaseó en algunos momentos de los
pasados días.
Era una sorpresa molesta a la que estaban decididos a poner en su lugar,
y este no era junto a ellos. No había interés en saber de ella, quién era, qué
había pasado con su tío, nada.
Montgomery suspiró, y la miró con una sonrisa de aliento, y luego
procedió a realizar su trabajo.
—Antes que nada, quiero decir que este testamento fue escrito y
rubricado por Kenneth un año atrás, y cumple con todos los requerimientos
legales. Ah, adelante, adelante—La sonrisa del abogado se hizo amplia, y
todos miraron atrás para ver como Margerie y Roger ingresaban—. Aquí,
siéntense aquí, por favor.
—¿Qué hacen ellos en esta instancia?
Shirley escuchó que Kat decía por lo bajo y Cleo le apretaba la mano.
Dios, que bruja.
—Ahora sí, todos presentes. Voy a comenzar la lectura. Ruego a todos
que una vez esté en la acción, se abstengan de interrumpir. Es largo y hay
cláusulas conectadas, algunas de ellas explican decisiones y otras
establecen condiciones y garantías.
—Tic toc, Montgomery—dijo Ben, y Shirley casi rodó los ojos ante la
ostensible estupidez.
Este se colocó las gafas y comenzó a leer, la primera parte palabrería
legal.
—Primero y para saldar ese tema, y no porque no le adjudique
importancia, pero si porque les quiero ahorrar tiempo y escenas
desagradables, quiero agradecer a mis fieles empleados Maggie Smallville,
Roger Geymonat y Margerie Thompson la vida dedicada a servir con
honradez, fidelidad y cariño en esta casa y a mi persona. Mi vida no habría
sido igual sin ustedes, que fueron parte de mi familia, y en muchas
ocasiones, más presente y agradable que la de verdad.
Shirley sonrió y vio que los tres mencionados estaban emocionados,
incluso la aparentemente estoica Margerie.
—A cada uno de ellos les lego cien mil dólares, además de la propiedad
de cada una de las casas en las que viven. 
Las expresiones de asombro y las bocas abiertas de los beneficiados
contrastaron con los gestos desagradables de Javier y su madre, el
encogimiento de hombros de Cleo, y la inexpresividad de Ben.
Montgomery interrumpió la lectura y su sonrisa franca demostró que
estaba alegre por los mencionados.
—Nos ocuparemos del papeleo más adelante. Les pido ahora que salgan
de la sala y hagamos honor al deseo de Kenneth.
Mientras los tres salían, Margerie y Maggie del brazo, asombradas,
Shirley sintió alegría por ellos, pero también pesar. Su abuelo sabía que iba
a provocar rispideces y desagrado con lo que se venía, por lo que no podía
ser nada bueno. Suspiró bajito y deseó con todas sus fuerzas poder asir la
mano de Joe.
DIECINUEVE.
 
—Muy bien, continuemos—el abogado se enderezó un poco y se aclaró
la garganta, y retomó la lectura—. Viví toda mi vida, con excepción del
último lustro, tratando de ganar más dinero y expandir mi fortuna y mi
poder. Con ese objetivo, descuidé mi familia, perdí al amor de mi vida muy
temprano, y expulsé a mi hijo menor como si no valiera nada. Por orgullo,
por vanidad. Será una decisión que lamentaré el resto de mi vida, y después.
Eso me impidió disfrutar de mi hijo, pero también de mi nieta, que no
llegué a conocer. Este testamento al menos intentará hacer algo de justicia.
Con respecto a mis nietos Ben, Javier y Cleo, debo decirles que los
quiero, pero no me gustan los adultos en los que se han convertido. Gracias
a mí, en gran parte, y me desvela esa convicción. Su pobre padre vivió muy
poco y no pudo sortear mi influencia ni la de su esposa. Kat, sé que estás
con tu corazón ávido por saber qué te ha quedado. Déjame decir esto, y
lamento no estar vivo para ver tu rostro: Nada de lo mío te pertenecerá
nunca, ni pagará tus deudas de juego y la bebida que consumes. Te tocará
esperar a que tus hijos tengan piedad de ti, buena suerte.
Hubo exclamaciones airadas y rostros de shock, en especial de Javier y
Ben, pero lo más asombroso para Shirley fue la cara de póker con la que la
viuda de su tío recibió la andanada verbal. Debía tener que ver con ese vicio
que se acababa de mencionar, probablemente; la mujer estaba acostumbrada
a mentir y a recibir malas nuevas.
—No me asombra. El maldito nunca me quiso—dijo con tono
pretendidamente casual—. No es como si pueda quitarme mis derechos
sobre lo de mi esposo.
—Eso lo veremos después, madre—sentenció Cleo, mirando hacia
adelante.
Mmm. Si fuera Kat empezaría a preocuparme, pensó Shirley. Nada en el
rostro de sus hijos gritaba afecto, ninguno se precipitó a tranquilizarla.
—Continuemos. Mi fortuna es amplia y proviene de fuentes variadas,
como saben, en especial Ben. Así que él podrá más tarde ayudarles con los
cálculos de lo que queda y lo que se va.
Shirley pensó que su tío debía tener un sentido del humor agrio y debió
pasarla bien cuando escribió esto, porque la tensión comenzó a notarse en
los rostros, en especial en su primo mayor. El bastardo no era tan
inexpresivo cuando aparecían los números, al parecer.
—El 20 por ciento del efectivo en las cuentas a mi nombre, que a
continuación se detallan, serán donadas a dos obras de beneficencia con las
que me siento particularmente atado. Una de ellas apoya la recuperación y
reinserción de los veteranos de guerra a la vida civil. Probablemente me
escucharon decirlo muchas veces, aunque será nuevo para Shirley. Combatí
en Vietnam, el que fue un infierno, y adaptarme luego de eso fue tremendo.
Quiero hacer algo en favor de esos héroes que llegan a nuestro país
maltrechos, sin esperanzas, sin nada, luego de haberlo dado todo.
—Nos va a llevar toda la tarde si nos va a volver a contar sus anécdotas
incluso luego de muerto—gruñó Javier, y Shirley lo miró con disgusto, que
el cabrón no interpretó, obviamente.
—La segunda obra es una vinculada con el trabajo con adolescentes y
jóvenes a los que sus familias quitaron su apoyo o expulsaron de su hogar.
Mi pobre hijo era fuerte y tenía una formación sólida cuando lo aparté, y
sobrevivió con orgullo y solvencia sin mí, demostrando lo que valía y el
amor a su esposa e hija. Pero hay muchos otros que no tienen nada de eso.
Quiero que mi dinero sirva de algo.
—Al menos tendrán dinero como para hacerlo—gruñó Ben—. Esas
cuentas son millonarias.
—Vamos a lo más grueso. Puedo imaginar algunas caras. Ben, eres
brillante con los números, un ejecutivo de fuste, un CEO riguroso, pero no
das lugar a tu corazón. Eres casi una máquina, hijo, y eso me provoca dolor.
Quiero que vivas un poco, que notes que hay más que empresas, trajes
caros, bebidas sin fin y prostitutas que nunca te amarán en el mundo. Sé que
lo que diré a continuación va a doler, pero es necesario. Te retiro mi
confianza como CEO y dispongo que tu puesto sea considerado en la
próxima reunión de los socios, que será citada convenientemente por mi
abogado.
Shirley miró a Ben y lo vio inmóvil y pálido, aunque el temblor de su
mano sobre uno de los muslos evidenció el shock que lo leído le provocó.
No hubo, sin embargo, una explosión de ira o desdén. Probablemente
todavía estaba demasiado sorprendido.
—¡Esto es un ultraje! ¡Está muerto, por Dios santo, y aun así quiere
decidir sobre las empresas! Seguramente esto no tiene asidero, lo
apelaremos—gritó Kat.
La mano de Javier sobre su hombro la frenó y silenció, y el abogado
prosiguió.
—Lego el resto de mi efectivo en igual proporción a mis cuatro nietos.
Espero que procedan con cuidado y no despilfarren sin freno ni medida este
dinero, que es muchísimo, más del que podrían necesitar en dos vidas. Esto
va especialmente para ti, Javier. No hay ya una bolsa interminable de
efectivo, y nadie repondrá lo que gastes. Es hora de que hagas algo útil y
dejes de vivir de fiesta y enredado en drogas y alcohol. La vida es corta, y
hay mucho más que eso. No tengo mucha esperanza de que tu obtusa
cabecita lo entienda, pero no puedo dejar de decirlo.
—Siempre denostándome y despreciándome, ¿eh, viejo cabrón? Pues no
soy yo el que se pudre en un cajón de cedro. Brindaré por eso—sentenció, y
Shirley entrecerró los ojos, enferma por la insensibilidad y dureza.
—Basta, Javier—dijo Cleo, y este calló.
Era evidente que ella tenía control sobre él.
—En lo que respecta al capital accionario que poseo, si recuerdan bien
el 55 por ciento, lego el mismo a mi nieta Shirley Olson, y deseo que lo
gestione con inteligencia y sensibilidad. Sé que será complejo, pero confío
en sus genes y en la educación que sus padres le dieron. Es mi deseo que
ella pueda gerenciar ese capital y nombrar a personas honradas y fieles que
la ayuden, y la dejo en total libertad para elegir a quien desea sea el
próximo CEO.
Shirley parpadeó sin control, tratando de absorber el impacto de lo que
estaba escuchando. Kenneth, su abuelo, le había legado la mayoría de las
acciones de todo el conglomerado Olson. Eso era… No podía dimensionar
qué implicaba y cuánto abarcaba, qué tenía que hacer, que…
—¡Eso no puede ser! Ben trabajó duro y sin quejarse todos estos años,
sometido a los deseos y arbitrios de ese déspota… ¿Y deja lo más valioso a
una desconocida? ¿A alguien que ni siquiera sabemos de verdad si es
nuestra sangre? Seguramente perdió los cabales y no nos percatamos.
Debemos impugnar—dijo Cleo, a los gritos, perdida toda compostura y
pretensión de modales o control.
Shirley se removió en su asiento, nerviosa. La tensión había escalado, y
no podía descontar que esto no se volviera físico. La miraban con odio y
desprecio, no todos, pero de seguro si Kat y Javier.
—Cleo, siéntate. Esto sigue. No hay dudas de la idoneidad y claridad
mental de tu abuelo. Hay certificados de varios psicólogos y psiquiatras que
así lo acreditan.
—Pero… Pero…
—Siéntate—gruñó Ben—. El abuelo podría ser odioso a veces, pero no
estaba loco.
Punto para Ben, pensó Shirley, aunque la mirada de él tampoco era para
celebrar.
—Sigo. No hay nada que puedan hacer, y te hablo ahora a ti, Cleo. Eres
ambiciosa y audaz, pero debes dedicar esa energía a algo productivo.
Seguro puedes conseguir alguna tarea para hacer en la empresa y poner a
trabajar ese cerebro en algo bueno. Shirley merece esto y más.
—Nunca me tomó en serio—susurró Cleo, y Shirley sintió piedad.
—Shirley, querida, sé que podrás con esto. Dejo una carta aparte
explicándote muchas cosas. Espero que la leas y me entiendas un poco. Y
me perdones. No te culpo si no puedes. Yo no pude.
Sintió el peso del remordimiento en esas palabras, el dolor que había
detrás.
—¿En qué pensaba Kenneth, dejar todo en manos de una joven así? —
dijo Kat, meneando la cabeza, y Shirley irguió la suya.
No iba a dejar que las palabras venenosas de una mujer que desconocía
la permearan. Ella no había pedido esto, y cuando lo pensara bien, la iba a
poner frenética, pero ahora no podía mostrar una debilidad, nada.
La estaban sopesando como si fuera una presa que debían derriban, con
suspicacia y superioridad, con rabia y dolor. Están heridos, sorprendidos. El
abuelo les acaba de derrumbar castillos que construyeron por años. No
atiendas a nada de lo que te digan, Shirley. No puedes esperar que te
quieran cuando están pensando que les quitaste lo que les pertenecía por
derecho.
—Si me permiten, culmino. Hay algunas cositas más—señaló el
abogado, y todos lo miraron en silencio—. No es mi intención destruir a mi
familia, sino guiarla por otro camino y mostrarles otras opciones. Es mi más
ferviente deseo que se propongan conocer a Shirley y le den su lugar. Nadie
queda en la miseria, lejos de ello. Lo único que puede romper esto es que la
misma Shirley establezca que así lo desea, pero confío en que dé la
oportunidad a esta familia. Alguno la va a sorprender. La casa será terreno
neutral, por lo que dispongo que pertenezca a los cuatro por partes iguales.
De esa forma Shirley tiene donde vivir, si así lo quiere, y sus primos el sitio
donde encontrarla—el abogado finalizó—. El resto son formalidades.
—¡Vaya sorpresita! —masculló Javier—. La primita harapienta es la
nueva princesa.
—Tengo nombre, Shirley, y esa referencia es insultante y desubicada.
Ella se incorporó con los puños apretados, mirando con fijeza al tonto,
que ahora hacía gestos con su boca—. No esperé nada de esto, pero es la
última voluntad de tu abuelo. El dueño de todo.
—No lo esperabas, pero no significa que no lo quieres—dijo Kat—. Me
parece que se impone una impugnación y estudios de ADN, hijos. Esta…
Esta mujercita podría ser cualquiera.
Shirley sintió la furia moverse como una ola en su estómago y fluir
hacia su garganta, pero antes de que pudiera decir nada, el abogado
intervino.
—Si así desean gastar su dinero, adelante. Van a perder. Esto es
absolutamente verdad, está comprobado hace años. Kenneth no era un
tonto. Y les recuerdo que lo que gasten en abogados, estudios, apelaciones y
más saldrá de sus bolsillos.
—Tenemos que calmarnos. Ya escuchamos el testamento. La que tiene
que pensar es Shirley—dijo Ben, mirándola con seriedad—. Hay mucho por
hacer, las empresas no son una oficina. Se requiere idoneidad, capacidad
para manejarlas. ¿Cuándo es la próxima junta, abogado?
Sven se ajustó los lentes.
—Kenneth me encomendó que diera dos semanas de tiempo para que
Shirley se ajustara. Entretanto tú seguirás a cargo, Ben. No se cuestiona tu
idoneidad, espero hayas escuchado el mensaje con atención.
—Nos veremos en dos semanas entonces—dijo este sin más, y se dio la
vuelta para desaparecer.
Cleo y Javier murmuraban más lejos, con obvia molestia en sus rostros,
y finalmente siguieron a Ben, con Kat detrás. Shirley quedó sentada, y solo
se incorporó cuando sintió la mano del abogado en su hombro.
—Tranquila, querida, no estarás sola. Te ayudaré. Pero sería conveniente
que pienses en alguien acostumbrado a este mundo para que analice las
finanzas y te ayude a decidir tu próximo paso. ¿Tienes a alguien?
Lo miró pensativa, y luego asintió. Sí, podía pensar en alguien que podía
ayudarla. Pero primero tenía que procesar lo que acababa de pasar,
deconstruirlo, analizarlo.
Había estado tan tensa, tan a la defensiva que hubo porciones que tal vez
se perdió o a las que no dio real entidad. Algunas frases que contenían un
mundo de significado. Y recordó…
—¿Esa carta que me dejó?
El abogado asintió y se movió para buscarla entre sus carpetas, y le
entregó a continuación un sobre largo. Lo abrió y extrajo unas hojas
prolijamente dobladas que desplegó.
Una elegante caligrafía la recibió, y el comienzo la acongojó. Querida
nieta, Shirley. Las lágrimas rodaron sin poderlas contener. Esto, esto era lo
que había venido a buscar. La palabra íntima, las explicaciones, la verdad.
Tomó aire y se enjugó el rostro, apretando el sobre contra su pecho.
—Muchas gracias. Es… Esto es mucho. No sé si podré con todo. Mi
cabeza es un caos, no atino a pensar en algo concreto.
—Es de esperar. Pero no hay urgencia, ni presiones. Es como dijo
Kenneth. Eres libre de hacer lo que desees.
—Okay—asintió, y caminó hacia la salida.
—Estaremos en contacto. Dile a Maggie lo que necesites, no dudes en
llamar. Tendrás acceso al dinero en unos días, pero hay una cuenta para
gastos menores que puedes usufructuar.
—No lo necesito, de verdad. Tengo ahorros, y…
—Eres rica, Shirley—sonrió el abogado—. Tus ahorros crecieron
exponencialmente, digámoslo así.
Parpadeó, y asintió, y luego continuó al exterior. Necesitaba respirar,
pensar, y leer esta carta.
VEINTE.
 
Joe mantuvo su postura estoica tanto como pudo, pero los minutos se
alargaban como si fueran eternos, y sentía crecer su ansiedad. Shirley había
entrado a esa habitación con decisión, pero él sabía que estaba muy
nerviosa y no sabía qué esperar a ciencia cierta.
Él tenía la impresión, por lo que había escuchado de Kenneth Olson y
sus años finales por parte del chofer, Maggie y la cocinera, de que el viejo
millonario había estado más que arrepentido de sus acciones y no sería para
nada raro que hubiera decidido lavar su deshonor con su última voluntad.
Cómo sentaría esto en Shirley no estaba claro, pues Joe estaba cien por
ciento seguro de que ella aspiraba a un cierre emocional más que
económico.
Si faltaba algo para configurar un ambiente de conflicto, las expresiones
de los Olson al entrar contaban mucho: pijos ricos acostumbrados a hacer y
deshacer. Los notó tensos y envarados, y nada de su lujoso exterior podía
disimular que no estaban a gusto con la situación.
Joe encajó las mandíbulas y maldijo internamente no poder estar adentro
para acompañar a Shirley. No la iba a pasar bien. El correr de la tarde le dio
la razón. La puerta cerrada no dejó filtrar mucho, pero hubo voces
destempladas que traspasaron la gruesa madera.
Él se incorporó y se paseó nervioso, dispuesto a entrar por asalto si era
necesario. La salida de los Olson luego de un rato fue dramática, los cuatro
rostros demostrando distintos grados de desazón y furia, en especial los de
las dos mujeres.
Pasaron a su lado sin registrarlo, con excepción del más alto, que
parpadeó al casi chocarlo, y murmuró una disculpa, aunque su
reconcentración y desazón eran obvias.
Los miró alejarse, y cuando ya se volteaba para ingresar y ver cómo
estaba Shirley, vio por el rabillo del ojo que Peyton estaba en el pasillo que
conducía a la otra estancia y que la mujer más joven se detenía brevemente
para decirle algo, y se retiraba mientras él asentía. Raro.
No se detuvo más y cuando ingresaba al living, chocó con Shirley.
Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas y la idea de que la habían herido
lo enfureció, y atinó solo a abrazarla y traerla contra su pecho.
Sus brazos la rodearon por completo y ella aceptó el gesto sin dudar,
pegándose contra él, suspirando. La tos detrás lo trajo a la realidad, y la
soltó con suavidad.
—¿Estás bien?
Ella asintió sin hablar, y le dedicó una sonrisa, mientras se secaba las
lágrimas.
—Sí, fue intenso, pero…
—Shirley, querida, ¿cómo está todo? —inquirió Peyton colocándose al
lado de Joe.
Este se retiró un paso para dar cabida a la conversación, aunque hubiera
querido gruñirle que él no había terminado, y la tarea de calmar a Shirley
era suya.
—Estoy bien, Peyton, no te inquietes—contestó ella—. Algo emocional
y cansada.
—¿Qué pasó ahí adentro? ¿Kenneth te nombró en su testamento como
heredera?
¿No te das cuenta de lo que te acaba de decir, zopenco? Está agotada y
al borde de quebrarse, pensó Joe.
—Mmm, sí, lo hizo. Pero lo más importante es que me dejó una carta
y…
—Wow, felicidades, Shirley—Peyton habló impidiendo que ella
continuara, y Joe lo observó con el ceño fruncido—. Deberemos pensar
cómo gestionar tu nueva fortuna. Tengo muchas ideas y seguro alguna te
ayudará. Necesitarás a alguien entendido y acostumbrado a lidiar con las
grandes ligas de los negocios, mi querida. Agradezco tener los míos
negocios en regla y funcionando, y poder dedicarte mi tiempo y mi
conocimiento sin inconvenientes.
¿De verdad, asno? Directo al tema dinero, sin mirar su carita, que se
descompone por momentos, sin darte cuenta de cómo aprieta esa carta
como si contuviera las respuestas a preguntas viejas. Quiere leerla, no
escucharte a ti recitar tus grandezas e imponerte en sus probables
negocios.
—Gracias, Peyton. Tengo mucho por pensar, y ahora mismo necesito
estar sola y reflexionar.
—Claro, por supuesto, que torpeza la mía. Te acompaño.
—Está bien, Peyton, voy a mi habitación. Te veré luego.
—Por supuesto. Tiéndete, descansa, querida. Hablaré con tu abogado
para interiorizarme de tus asuntos. Puedes dejar todo en mis manos.
Joe vio que ella dudaba y parpadeaba, pero luego se daba la vuelta y se
dirigía a las escaleras. Intuyó que no le gustaba cómo Peyton se metía en lo
suyo como una locomotora.
No era para menos, el hombre no estaba siendo nada sutil. No ignoraba
que muchos empresarios de las altas esferas eran kamikazes, no reconocían
límites e iban por todo para obtener sus objetivos, pero esto le parecía
excesivo.
Ninguno de los millonarios que conocía eran tan… No encontró una
palabra para definirlo más que desesperación. Había una intención de
involucrarse en la vida de Shirley que no era solamente romántica. Había
algo más, podía olerlo. Tal vez los celos que sientes te hacen ver visiones y
encontrar fantasmas donde no los hay, se dijo.
Era enervante tener que medir cada paso que daba y cada pensamiento
que tenía en pos de evitar que sus sentimientos le nublaran el buen juicio.
Nunca había dudado de sus instintos hasta ahora.
Le habían salvado la vida en más de una ocasión. En esta instancia,
empero, se encontraba chequeando dos veces sus ideas y planes, sabedor de
que lo primero que lo movía era cuidarla, y no solo físicamente.
Quería saber que estaba bien, que no sufría, que estaba feliz y completa.
Su exceso de celo lo hacía pensar como un loco, como en este momento.
Quería saber dónde estaba cada uno de esos buitres, qué hablaban, qué
planeaban.
La idea de que tenía que poner un ojo más atento sobre Peyton lo llevó a
considerar micrófonos. No harían mal, y podría descubrir la verdad.
Probablemente tuviera que tragarse sus preconceptos, pero estaría tranquilo
de que el pijo no estaba con Shirley para aprovecharse.
Se interesó por ella antes de que se supiera algo de su herencia, razonó.
La conoció por casualidad, y le gustó. No es raro, y que pienses que ella no
puede atraer a alguien más que a ti es insultante, lo cuestionó su voz
interna, que era bastante moralina y cabrona.
No, joder, retrucó, no era eso, para nada. Su mente rechazó la idea. No
la minimizaba, no podía. ¡Carajo! Es que en su cabeza ella era suya para
calmar, cuidar, proteger, y la realidad de otro suplantándola era dura.
Esperó unos minutos antes de encaminarse hasta la salida principal, no
pudiendo evitar la tentación de escuchar qué decía Peyton al abogado.
Había ingresado al living como si poseyera derecho de saber asuntos
exclusivos de la familia Olson.
Cuando escuchó la voz calma del profesional responder sin
comprometer dato alguno de lo que decía el testamento, sonrió con
satisfacción. Esta aumentó al ver a Peyton dejar la sala con rostro de
frustración, que cambió por uno de pretendida indiferencia al verlo.
Estúpido engreído, casi le gruñó.
El pijo se dirigió a la sala principal, y Joe decidió que era momento de
informar a Matt y contactar a su refuerzo, por lo que se dirigió a la parte
lateral de la casa. Allí estaban dos hombres trabajando con denuedo en la
zona de canteros, desbrozando y quitando plantines. Una de las figuras era
inconfundible, y le alegró verla.
Tomó su teléfono y fingió chequearlo, desplazándose con lentitud hasta
quedar apenas a un metro de Jacob, uno de los hombres de la agencia. Este
había ingresado a la casa en tiempo récord en virtud de la eficiencia de
Maggie, y eso era muy importante, porque Joe intuía que lo iba a necesitar.
—Tienes que estar atento a cualquier movimiento de los primos. Quiero
saber en el momento en que ingresen a esta casa. Y también pon un ojo en
el pijo que vino con nosotros, Peyton.
—No sabía que era sospechoso—musitó el grandote, que disimulaba su
cabello entre rubio y pelirrojo bajo una gorra de beisbol.
—Medida de precaución. Tal vez exagero, pero sabes que mi nariz suele
funcionar—gruñó Joe, y se alejó para meterse otra vez en la casa, subiendo
la escalera de dos en dos.
No quería invadir a Shirley, pero necesitaba saber que estaba bien. Ella
era del tipo que corría a esconderse para procesar sola sus emociones, y eso
era bueno hasta cierto punto. Podía hacerlo, pero tenía que saber que él
estaba cerca para lo que lo necesitara.
Golpeó la puerta de su habitación con suavidad, y ella abrió luego de
unos segundos. La carita seria y con rastros de haber llorado con profusión
lo conmovió, pero la sonrisa que le dirigió le calentó el corazón. Incluso en
su peor momento tenía un gesto cálido para él.
—Bonita, ¿necesitas algo? Me mata verte triste. No tiene que estarlo.
Elevó su mano y envolvió su mejilla con ternura, y ella recostó su carita
contra su palma, cerrando brevemente sus ojos, tomando aire profundo, y
luego suspiró. Este tipo de respuesta de ella a su contacto le provocaba una
sensación extraña, poderosa.
—Es raro. La situación fue tensa, fea, no te lo niego. Estoy triste, pero
leer esa carta me hizo sentir también reconfortada. Las palabras que mi
abuelo vertió en su carta fueron honestas—se mordió los labios—. Tan
intensas, Joe, como si hubiera puesto su corazón en ellas. Es cruda, es
despojada. No se guardó nada, me cuenta lo que ocurrió y sus razones. Su
arrepentimiento. Muchas cosas de mi pasado cierran, por fin.
—¿Es lo que anhelabas? —preguntó él.
—Lo es. Lo es—asintió con énfasis, y se recostó en el vano de la puerta
con cierto desmayo—. La otra parte del asunto es la que me asusta, Joe. Esa
herencia, lo que mi abuelo decidió. Fue casi cruel en sus expresiones,
fustigándolos. Y me dejó mucho más de lo que pude esperar. O de lo que
ellos podían esperar. Yo… ¿Cómo podré manejar eso? Pensé que…
—Shhh—puso un dedo sobre sus labios—. No te estreses con eso. Lo
resolverás, todo va a fluir. Necesitas descansar. Las cosas se aprecian mejor
con la mente clara. Ya me contarás, intuyo que hay mucho por decir porque
las caras de tus primos al retirarse eran poemas de decepción.
—Mis primos… No están contentos, no. No me dieron la recepción del
año, debo decir—Sonrió—. El tema dinero es tan sucio, desata lo peor, pero
en cierto nivel los entiendo. Aparezco de la nada para robarles.
—No digas eso. Tú no tienes responsabilidad de nada, preciosa. Esto es
obra de tu abuelo, y tendrán que ajustarse a lo que él dispuso. Tú piensa en
ti, en tu bienestar, en tu vida. Y ten por cierto el que me tienes en tu rincón,
siempre.
Se acercó para quedar apenas a milímetros, y rozó su cabello y luego
contorneó la línea media de su rostro, delineando su nariz y sus labios con
su pulgar, fascinado. Esa boca, esos ojos que lo imantaban y lo atraían sin
remedio. Sus labios se acercaron a su oreja, y agregó.
—Estoy aquí para ti. Pero también tienes a tus amigos. No te aísles, no
estás sola. Ahora, descansa. Estaré en mi habitación. Llámame si me
necesitas.
—Okay. Tienes razón, Joe. Estoy metiéndome en mi caparazón y
dejándome abrumar—asintió con vigor y la decisión de su rostro lo calmó
un tanto—. Estoy a una videollamada de ellas. Pero primero me voy a
tender un ratito.
Le sonrió mientras cerraba la puerta, y Joe suspiró, dirigiéndose a su
habitación, justo al lado. Antes de ingresar miró la puerta que conducía a la
habitación de Peyton y sintió la tentación de revisar sus cosas en procura de
encontrar algo que le diera más claridad sobre él.
Se contuvo y en buena hora, porque apenas estuvo adentro de su
recámara, escuchó los pasos y la puerta contigua abriéndose. Se sentó en
una de las tumbonas y aflojó sus botas, y leyó sus mensajes.
Matt quería información de lo qué había pasado, Hawk le había enviado
un mensaje para chequear cómo estaba, con su clásica economía de
palabras, y Cheryl le preguntaba cómo estaba Shirley. Contestó este
mensaje en primer lugar.
JOE: Está bien, aunque sensible. La lectura del testamento fue dura,
sus primos son cuervos y no la trataron bien. Su abuelo le legó bastante,
aún no sé con exactitud porque ella está descansando. Peyton está tratando
de ocuparse del tema con más vigor del que debería, y eso también la
disgusta, creo yo. Necesita a sus amigas, Cheryl. Deja pasar un rato y
llámala.
CHERYL: Oki doki, Joe. Así lo haré. Cuídala. Peyton me gusta cada
vez menos. Estoy tratando de saber más de él, pero me encuentro con
paredes que no esperaba. Mucho secreto bancario.
JOE: No te preocupes. No la dejaré ni a sol ni a sombra. Deja a ese
pijo por mi cuenta. Si nos equivocamos, será por seguridad de Shirley.
Luego envió detalles a Matt y contestó a Hawk, y finalmente, antes de
ducharse, mensajeó a Jacob para que le avisara apenas el pijo dejara la casa
o estuviera ocupado en el exterior. Necesitaba revisar sus pertenencias, por
si acaso, y plantar un micrófono.
Claro que sin acceso a su móvil y a su billetera sería más difícil
averiguar algo, si es que tenía secretos, pero iría moviéndose por etapas.
Nadie que estuviera alrededor de Shirley escaparía a su vigilancia, y estar a
ciegas con personas con tanto acceso a ella no era conveniente ni
inteligente.
Como le dijo a Cheryl, prefería errar por celo y sobreprotección que por
confiar en la gente equivocada.
VEINTIUNO.
 
Arrebujada en su sweater dos tallas más grandes y en sus pantalones de
yoga, el cabello cepillado pero suelto, y sin maquillaje, Shirley sorbió su té
y miró el jardín que la puerta ventana dejaba ver en toda su belleza.
Había encontrado esta pequeña habitación con sillones en la planta alta
por casualidad, vagando por los pasillos la noche anterior, sin poder pegar
ojo, y le había encantado. Era como un pequeño refugio, recluido, e
invitaba a meditar y estar en paz.
Las novedades y emociones habían sacudido su mundo, y si bien se
sentía fuerte y más calma, todavía la atravesaban frases que su abuelo había
vertido en su testamento y en su carta.
Tu padre era fuerte y sobrevivió con orgullo y solvencia sin mí,
demostrando lo que valía y el amor a su esposa e hija. Había sido así. Su
padre no se había quejado nunca, no cejó en su empeño de darles lo mejor,
y gran parte de eso fue su tiempo y su cariño.
Había nacido en cuna de oro, con todo a su disposición, y lo dejó atrás
sin dudar, por amor a su madre y a ella. Esa convicción, que su abuelo
refrendó en la carta, la emocionó y enorgulleció hasta las lágrimas.
Tu padre, mi hijo, no tembló a la hora de decirme que era un cobarde
que me escondía tras mi fortuna y mis negocios. No miró atrás ni un
segundo al irse de mi vida del brazo de la que amaba. No se quebró ante
mis chantajes económicos ni emocionales. Nunca le importó nada más que
tú y tu madre, Shirley. Fuiste afortunada de ser el centro de su vida, yo lo
expulsé de la mía y me arrepentí mil veces.
No había autocompasión en su abuelo, si remordimiento y culpa, y
reconocimiento de sus errores. Le decía que hubiera querido conocerla y
disfrutarla, y que no dudaba de que era una mujer especial.
Nada más que fortaleza y belleza espiritual puede haber salido de la
crianza que mi hijo y su mujer te dieron, Shirley. Debo confesar que a la
segunda también traté de tentar para que dejara a mi hijo, y no funcionó.
Ella, tu madre, me dijo que sentía pena por mí, y en su momento no entendí
y me indignó que alguien con tan pocos recursos me dijera eso. Lo
comprendí tarde, para mi pesar.
Una buena parte de esa carta eran sobre las lecciones que la vida le
había dado y recomendaciones prácticas para afrontar lo que se venía. Su
abuelo era un hombre práctico y también cruel, porque sabía a lo que
exponía a sus otros nietos, y no dudó en provocarlos.
Mis nietos, los demás, nacieron con la cuchara de plata en la boca y
nunca tuvieron que pelear por nada material, o elegir entre dos cosas.
Tuvieron lo que quisieron, con excepción de amor del bueno y guía. Su
madre es una mujer vana y elitista, con vicios que los arrastrarán, me temo.
No la culpo, yo también fui así. Ten cuidado con ella y su ambición, Shirley,
así como con Cleo. Esta parece comprensiva y amable cuando se lo
propone, pero hay cierta sociopatía en su conducta. Lo digo con propiedad,
porque me engañó mucho tiempo.
Javier es un calavera irremediable que no conoce límites a sus deseos, y
es una marioneta en manos de su hermana. Me preocupó mucho tiempo,
incluso fomenté su internación frente a adicciones, pero no tuve mucho eco
en él o su madre. Ben, por otro lado, es frio y a veces calculador, pero hay
un alma bondadosa debajo de esa fachada gruñona y severa. Ha sufrido en
esa familia, con mi sobre exigencia y la obligación de ser el cuerdo y
responsable. Mi decisión para él va a parecer un castigo duro, pero quiero
despertarlo. Te animo a no dejarlo caer, Shirley, a mostrarle sensibilidad y
traerlo a tu vera. Ben es leal cuando lo logras convencer de que vales la
pena.
Había más. Datos de la infancia de su padre, la recomendación de que
buscara los viejos álbumes de fotos de la familia y los mirara, y muchos
consejos. Como el confiar en Roger, Maggie y Margerie, y rodearse de
ellos. Reafirmaba que Sven, su abogado, era incondicional y la guiaría bien,
pero tendría además que buscar profesionales de su entorno que la guiaran
sin intereses expúreos.
Es mucho dinero, Shirley, y tendrás el manejo mayoritario de mis
empresas. Con ese poder va una responsabilidad importante, porque
muchas familias dependen de estas fuentes laborales, y la marca Olson es
añeja en el estado. Elige con cuidado a quien pienses que debe ser un buen
CEO. Ben lo es, pero tiene que ganarse tu confianza, y no puedo prever que
él logrará entender del todo mi decisión. Busca a alguien temporal, si así lo
deseas.
Esto que te dejo puede parecer muy pesado, pero tienes la fortaleza de
tus padres, y con la ética que ellos te legaron puedes hacer cosas
formidables, alcanzar otros horizontes, ayudar a muchos. Pero no está
tallado en piedra. Si tú no lo deseas, he previsto que a tu renuncia las
acciones sean vendidas al mejor postor. Si mis otros nietos lo desean,
tendrán que hacer un sacrificio extra para adquirirlas y tomar el control.
Es lo justo.
Una parte de su alma comenzaba a sentir que el peso del pasado se
diluía un poco ante el arrepentimiento y dolor de su abuelo. Su padre, quien
debería haber sido receptor de todo esto, no estaba, y tal vez esto llegaba
tarde, pero era mejor que nada.
Kenneth beneficiaría a muchos con su legado, pues las obras de caridad
que eran sus herederas serían impulsadas por su dinero. Que una de ellas
apoyara a jóvenes dejados de lado por su familia y sin recursos era
reconfortante.
Shirley había volcado gran parte de esto a sus amigos en la
videollamada de la noche anterior, que había estado plagada de
preocupación al principio, todos muy abocadas a saber cómo se sentía.
Luego, habían hablado de la carta y lo que ella pensaba, y solo sobre el
final había vertido detalles concretos de la herencia económica. Ninguna de
las Turner daba prioridad a lo financiero sobre lo emocional, era lo bello de
su amistad.
Timmy la había hecho morir de risa con su histrionismo y su felicidad
porque nunca más iba a tener que pagar su café y sus bebidas ahora que
era hiper mega asquerosamente millonaria.
Había sentido su apoyo incondicional y su cariño, e incluso sus consejos
habían sido prácticos. Cheryl le dijo que ella estaba a disposición, pero que
le parecía que lo mejor era consultar con Liam, el esposo de Amelia, y con
Aidan O´Malley, esposo de Avery.
Ambos controlaban y manejaban conglomerados enormes y le darían su
opinión y buenos consejos, además de que podían sugerir pasos y personas
que la guiarían en lo que ella consideraba terreno desconocido.
Era lo que haría, aunque Peyton revoloteara a su alrededor diciendo que
se encargaría sin dudar y se jactara de su saber y experiencia. Shirley
comenzaba a notar cómo él se desarmaba ante sus ojos y su prepotencia la
cansaban. La trataba como si fuera una inútil, y sus expresiones,
pretendidamente tiernas, marcaban que la veía como una mujer sin
formación ni ideas propias.
Debes dejar que me encargue de todo, Shirley.
Entiendo que estés sobrepasada, querida. Pasar de ser una simple
secretaria a una mujer con muchos millones no es fácil, te pueden engañar
con facilidad.
Sabes muy poco de todo eso, Shirley. Vivir en estas esferas requiere un
temperamento especial, un savoir faire, un estilo al que deberás adaptarte.
Seguramente podremos encontrar a alguien que te pueda aconsejar
bien. Tal vez tu prima, Cleo creo que se llama. Ella es sofisticada y sabe de
la moda y el buen gusto.
Este era una de las razones por las que estaba aquí escondida. La estaba
abrumando con su prédica, que no había cesado desde la lectura del
testamento. De alguna manera había logrado saber cuáles eran las
condiciones de la herencia; dudaba que el abogado le hubiera dicho algo,
pero tal vez alguno de sus primos sí. Por lo que dejó filtrar, había hablado
algo con ellos.
 
—Aquí estás, bonita, comenzaba a preocuparme—la voz suave de Joe la
hizo girar su cabeza, y lo vio parado en el vano de la puerta, con sus piernas
separadas y sus manos en los bolsillos—. No te alejes de mí sin que sepa
dónde estás, Shirley, por favor. Me pone nervioso.
—Lo lamento. Encontré este huequito de paz y soledad y no quise
desaprovecharlo—contestó y le sonrió.
—Lo entiendo. Las presiones se acumulan, los nervios lo sufren.
Él se acercó a la ventana y miró al exterior, y por unos segundos no dijo
nada. Ella lo observó, sin evitar que sus ojos recorrieran ese rostro y esa
figura que conocía bien. Por esas manos enormes que podían ser crueles en
la pelea, pero que se volvían suaves y cálidas en la caricia.
Se estremeció al pensar en las veces que su piel había sentido el tacto de
esos dedos y su mente se había vuelto puré bajo el placer que llevaban a
cada rinconcito de su cuerpo.
—Joe…
—Shirley…
Ambos hablaron a la vez, y se detuvieron, y sonrieron, mirándose con
intensidad.
—Habla tú—dijo él, y se volvió enteramente hacia ella.
—Todo esto es… tan loco. Me siento como en una película. No parece
real. Esa presión que dices, es horrible, sin embargo, y muy real. No es solo
Peyton…—se mordió los labios, y el gruñido de él hizo que lo mirara, pero
él se abstuvo de decir nada—. Me han llamado muchas personas para
felicitarme, para ponerse a mis órdenes, para ofrecerme cosas, qué se yo.
Gerentes, managers, abogados… No tengo idea como consiguieron mi
teléfono, pero me están atosigando con las empresas, sugerencias,
propuestas…
—No tienes por qué atenderlos. No te sientas obligada. Tú tienes que
tener claro qué deseas y cómo manejarás tu herencia, no al revés. No te
dejes influenciar, delega en quienes confías. Están tratando de ganar
posiciones antes de que las cosas cambien, de ponerse bajo tu ala. Se
mueven para ubicarse. Es lo que hacen las cucarachas cuando el barco se
hunde—agregó.
—Buena analogía—sonrió—. ¿Qué me ibas a decir tú?
Él pareció pensarlo, y luego se acercó y se hincó a su lado. Incluso
doblándose así, su rostro quedaba a la altura del de Shirley. Ella pensó que
le gustaba la diferencia de tamaño entre ambos. Siempre había sido así.
Perderse en sus brazos y bajo su cuerpo había sido delicioso; la
sensación de que podía treparlo como si fuera un árbol y enredarse en él
sabiendo que solo con abrazarla él la envolvía toda, había sido un placer
agregado a los que él le había arrancado.
—Ay, bonita… Es difícil concentrarme cuando me miras así—él tomó
su barbilla con dos dedos y pareció embelesado con su boca—. ¿Tienes idea
de lo mucho que me tientas, Shirley? Creo que no.
—¿Eso es malo? —susurró ella, adelantando su boca para que quedara a
centímetros de la masculina, dejando que sus alientos se confundieran; que
la familiaridad de su cercanía la envolviera y le diera la confianza y la
seguridad de la que adolecía justo ahora.
—No lo sé, tú dime—Él no retrocedió, y dejó que sus dedos se
deslizaran por su cabello—. Me encanta verte así, con tu cabellera suelta
cayendo sobre tu espalda y hombros. Me recuerda momentos felices.
Ella lo dejó hacer, y movió sus manos para acariciar su quijada y luego
envolvieron su cuello, posándose finalmente en la parte trasera de su cabeza
y lo empujaron hacia ella hasta que su boca colisionó con la suya.
Se apretó contra él sin vergüenza y lo besó con pasión, succionando sus
labios, mordisqueándolos, abriéndose paso en el interior de su boca,
gozando de la electricidad que recorría su mandíbula y se proyectaba hacia
su pecho.
El roce de las manos masculinas en su pecho la sobresaltó y abrió sus
ojos para mirarlo mientras sentía sus dedos acariciar sus pechos por encima
de la tela gruesa, y quiso más, mucho más.
Gimió sin poderlo evitar, y esto hizo que los ojos de Joe se velaran y un
brazo la envolviera atrayéndola contra sí, mientras el otro la tomaba por la
parte de atrás de su cuello y la aseguraba. Se sintió divinamente
inmovilizada y restringida, y notó cómo su centro se humedecía.
Lo erótico de esto la retrotrajo a otro momento, uno que involucraba
esposas y cuerdas, que había sido de descubrimiento y sexo apasionado,
uno que la había marcado.
El orgasmo más intenso que había tenido lo había experimentado así,
constreñida y abierta para Joe, expuesta y desinhibida, libre. Extrañaba eso.
Lo extrañaba a él.
—Te necesito, Joe—jadeó bajito, y él lanzó un sonido casi animal.
—¡Shirley! ¿Dónde estás? ¡Shirley!
La voz de Peyton no muy lejos hizo que Joe se separara con una
maldición audible, y la ayudó a recomponerse, para luego alejarse hacia la
ventana y ponerse de espaldas a la puerta. 
Calmar su excitación y su respiración agitada le costó unos segundos,
pero claramente el problema de Joe era más evidente y difícil de disimular.
Cuando Peyton ingresó a la habitación, empero, su atención estuvo en ella,
ignorando a Joe, lo que fue un alivio.
—¡Shirley! Te busqué por todos lados. Tu prima Cleo está aquí para
verte, querida. Creo que está más tranquila que ayer. Seguro las horas le
permitieron reflexionar. Me dijo que quiere conocerte mejor. Esto puede ser
muy bueno para encarar los negocios, tal vez una aliada.
El corazón le dio un vuelco. Tenía cero ganas de tener un
enfrentamiento, esperaba que Peyton no errara en su apreciación. Respiró
hondo y se incorporó. Era su familia, y se debía el intentar la conciliación.
—Me cambiaré para recibirla. Espero que puedas entretenerla mientras
tanto, Peyton. Te lo agradecería.
—Con mucho gusto, querida. Seremos familia, después de todo.
El carraspeo de Joe y la mirada indignada de este casi la hizo sonreír.
Casi, porque pensar que tendría que ser mucho más clara con Peyton le
agregaba una presión extra. Detestaba desilusionar a las personas, y
claramente este estaba demasiado involucrado emocionalmente con ella.
Ella había tenido la expectativa de sentir algo similar, al comienzo, pero
se estaba dando cuenta de que no podía entregarle algo que ya tenía dueño.
Su corazón latía por Joe, mal que le pesara, y volver a él era lo que quería.
VEINTIDÓS.
 
No habría mejor momento que este en el que Peyton estaría distraído
atendiendo a Cleo, probablemente tratando de darse aires de importancia
con su relación con Shirley. Supuesta relación. Ese imbécil deliraba si creía
que iba a quedarse con el amor de Shirley.
Esta tenía que ser muy clara con él, y pronto, porque de lo contrario Joe
mismo se encargaría de que se percatara de que no tenía un rol junto a ella,
y no sería agradable.
Esperó a que no hubiera moros en la costa, tiempo que le vino bien para
pensar en ella y el embriagador momento que acababan de vivir. ¡Como
molaba besarla así, cuando ella se lanzaba y perdía inhibiciones! Cuando se
dejaba llevar por lo que sentía y quería.
Su polla había respondido de inmediato, por supuesto, aunque por
fortuna no tuvo que pensar demasiado para bajarla, porque la audacia de
Peyton reclamando lo que le pertenecía a él desinfló su libido de inmediato.
Se coló sin dificultad al dormitorio de Peyton, aunque previamente le
mandó mensaje a Jacob para que se posicionara en algún sitio externo con
visión a la reunión entre esos tres. Este le respondió que lo haría apenas
colocara un rastreador en el auto de Cleo.
Echó una primera mirada en derredor y tuvo que reconocer que el jodido
era metódico. Las maletas, las dos que había traído, estaban prolijamente
colocadas en un rincón, y toda la ropa colgaba de perchas. Trajes varios, de
marcas reconocidas, camisas casi iguales cinco, corbatas, ropa deportiva…
¿Se había mudado aquí? Era de locos todo lo que había traído. Él apenas
si había empacado lo esencial. Sacudió la cabeza y se abocó a dejar cada
cosa en su sitio; podía ver que había un orden particular y que de no ser
cauto la iba a cagar.
Abrió cada cajón que encontró, revisando en los lugares más clásicos
para esconder cosas, más no había nada incriminatorio a primera vista.
Encontrar condones en uno le hizo encajar los dientes y bufar. Vaya chasco
se iba a llevar este pijo. Shirley no iba a caer.
Al menos eso esperaba. Eso de no tener seguridad absoluta era
frustrante. ¿Qué eran, ellos dos? ¿Lo que tenían, todavía sin rótulo, no era
demasiado precario? Se obligó a quitar ideas que no colaboraban con lo que
hacía y prosiguió.
Su interés se centró en la computadora portátil que se cargaba sobre el
escritorio. La lucecita que titilaba le indicó que no estaba apagada, sino
probablemente, y con suerte, con la sesión suspendida. Desplegó la pantalla
y ¡bingo! No necesitaba contraseña. Peyton no es muy cuidadoso, o se ha
confiado mucho, pensó.
Miró en los documentos que habían sido accedidos recientemente, pero
no encontró nada extraño. Más bien, lo raro era lo poco a lo que él había
accedido. O no usaba esta para el trabajo o trabajaba poco. Se inclinó por lo
último.
Luego consultó el historial de Internet y el mail. Era increíble que
tuviera todo accesible, meneó la cabeza con descrédito. Un tiburón de los
negocios, como no. Este nivel de descuido era de amateurs.
—Ah, ah, ah— dijo bajito—. Esto es interesante.
Había una variedad de correos, pero se repetían los de una dirección, la
que anotó sin dudar. Abrió los tres últimos y si bien no le llamó la atención
particularmente su contenido, por lo críptico y breve, si el encabezado
repetido. Sydney.
Se fijó en los datos de la cuenta que recibía, y notó que esta jugaba con
ese mismo nombre además de números. Nada de Peyton por ningún lado, o
su apellido. Esto incongruencia le hizo anotarla también, así como tomar
fotos de los textos de los cuatro últimos mails que abrió.
El timbre de su celular indicó mensaje, y abrió para ver que Jacob le
hacía saber que Shirley le había pedido a Peyton que las dejara a solas para
poder charlar. Evidentemente su compañero estaba al lado de la ventana o
de una de las puertas. Escurridizo que era.
Apretó el botón para suspender la sesión y se movió con celeridad,
mirando alrededor para no dejar nada incriminatorio. Abrió la puerta y se
precipitó a la suya, en la que se posicionó como si saliera, justo cuando
Peyton llegaba al último escalón.
Joe se movió en sentido contrario, y justo cuando iba a pasar al lado del
hombre, este se puso en su camino y lo miró con severidad, como si
intentara impresionarlo. Sostuvo su mirada sin parpadear, y el pijo
carraspeó y dijo:
—No creas que no veo tu juego, amigo. Estás muy fuera de tu liga,
deberías darte cuenta y ser profesional.
—¿Perdón? —Joe movió la cabeza a un lado y cruzó los brazos, casi
divertido—. ¿Puedo ayudarte, amigo? —arrastró la última palabra.
—Sé lo que intentas. Impresionar a Shirley con tus músculos y tu
parodia de la protección. No va a comprar nada de eso, es una millonaria
que puede contratar veinte como tú con un chasquido de dedos.
—Creo que estás tratando de decirme algo y no te expresas
correctamente. Inténtalo con frases más largas y modulando mejor—
arrastró las palabras y agravó la voz, sin dejar de observarlo.
El pijo se removió en el lugar, pero no retrocedió.
—Sé que intentas seducirla. Te vi besarla, y estoy seguro de que ella te
tiene miedo y por ello no gritó. Ella está enamorándose de mí, y he decidido
darle una oportunidad a esta relación.
Ah, iluso. Shirley ha gritado en mis brazos muchas veces, y ninguna de
ellas fue por pavor, te lo aseguro, pensó, pero no dejó que su rostro
trasluciera nada.
—Una actitud muy condescendiente, por cierto—Su tono dejó traslucir
la burla, y la fachada del Peyton se vio afectada—. No creo, empero, que
estés leyendo muy bien a la que ya consideras tu pareja. Ella ha tratado de
hacerte ver que te excedes, que te arrogas un papel que no tienes, pero no lo
registras. Yo estaría más atento.
—Ve juntando tus cosas. Estarás despedido en la mañana. Shirley no te
necesita. Me tiene a mí, y me aseguraré de cuidarla.
—Me conmueve que creas que tienes alguna autoridad sobre mí,
gilipollas—gruñó, y no lo escuchó más.
Se movió rápido para tomar las escaleras sin preocuparse en evitar la
colisión, apenas sorteada por la veloz reacción de Peyton, risible porque el
salto se acompañó de un grito de susto.
Bajó con agilidad y accionando de inmediato, enviando a Jeff las
direcciones de correo para que buscara a sus propietarios y los textos para
que fueran analizados. Algo olía mal en ellos, pero no tenía tiempo para
dedicarles, y su compañero era más eficiente en esas tareas.
Saber que Peyton los había visto besarse lo preocupó, porque denotó
que se había acercado a ellos sin que se diera cuenta, porque había estado
emocionalmente involucrado con Shirley.
Carajo, no podía cometer esos errores. Que el hombre además se hubiera
tomado el trabajo de retroceder y hacer ruido para hacerse notar era un poco
extraño. ¿Qué juego se traía?
Las voces femeninas acercándose lo distrajeron, y entonces vio que
Shirley y Cleo caminaban por el jardín. Se acercó para mirarlas con cierta
aprensión, pero el lenguaje corporal de Shirley era distendido, e incluso
sonreía.
Su prima hablaba con calma y sonrió más de una vez, e incluso la tocó
en el brazo y gesticuló sin pasión por minutos, como dando un discurso.
Joe salió al exterior y se paró cuando vio que Jacob estaba trabajando
con unas plantas justo al lado.
—¿Todo normal?
—Eso parece. La prima habla mucho, y la mayoría son gilipolleces, si
me preguntas. Consejos de moda, maquillaje, personas que tiene que
conocer, lugares que debe visitar. Junto con ese Peyton le dieron la tabarra a
Shirley acerca de su nuevo papel y qué se espera de ella. Si no la
abrumaron, estuvieron muy cerca.
—¿Shirley no te reconoció? —musitó, y Jacob negó.
—La han tenido entretenida.
Vio como acompañaba a Cleo a su automóvil y escuchó que esta le
decía que recordara su cita de mañana. Le llamó la atención, pero esperó a
que Shirley viniera hasta él.
Jacob se evaporó rápidamente, y cuando quiso hablar algo con ella,
Peyton se posicionó como un soldado a su lado.
—Shirley, ¿qué tal tu charla? Cleo me parece encantadora y muy
enfocada en ayudarte—señaló.
—Es agradable, sí. Charlamos mucho. Voy a…
—¿Concretaron esa salida mañana? Creo vital que te ayude con tu
guardarropa y defina tu estilo, querida. Representarás a una familia
importante, no puedes usar lo que estás acostumbrada.
—Saldremos—dijo ella, suspirando, y miró a Joe—. Necesito comer
algo…
—Luego, hay que hablar de esas inversiones que te sugirió. Tengo
contactos…
—Shirley, ven conmigo. Lo primero es tu alimentación, no te puedes
descuidar con eso—cortó Joe sin dejar lugar a otra consideración, y la tomó
delicadamente del brazo para conducirla a la cocina.
Ella se dejó llevar, aunque la verborragia de Peyton los siguió. Joe no
prestó atención a su parloteo de números y grandezas, y si bien Shirley lo
miraba, ya sentada en una de las sillas, no parecía que estuviera escuchando
realmente. Estaba cansada, y notó ojeras y palidez en su cutis.
—¿Desayunaste hoy?
Ella lo miró y asintió.
—Poco, de todas formas. Y el almuerzo igual. Todo esto me afecta,
sabes que mi ansiedad y la tensión afectan mi apetito.
—Pues haz un esfuerzo y come. Margerie dejó aquí snacks que puedes
comer sin problemas.
—No debes sentirte nerviosa, Shirley. Todo está bajo control. Yo estoy
aquí para ayudarte, y ya ves que Cleo se acercó y está de tu lado.
Seguramente el resto de la familia pronto reaccionará igual. Tienes que
relajarte y sentirte en casa. No hay peligro aquí, no hay nada de qué
preocuparse. Enfócate en disfrutar—sentenció Peyton, dando palmaditas en
la mano de Shirley.
—Claro, gracias, Peyton.
—Voy a salir por unas horas. ¿Sería posible que use uno de los autos de
la cochera? Roger me dijo que están a disposición.
—Mmm. Sí, no tengo inconveniente, pero déjame chequear con el
abogado. La casa es de todos, en realidad, no sé los autos.
Joe rodó los ojos y terminó de disponer un plato para ella, mientras
Shirley mensajeaba. La respuesta no se hizo esperar, y mientras comía bajo
su mirada atenta, le comentó a Peyton que podía usar el Mercedes.
Este sonrió y agradeció, y tomó la mano de ella para besarla, gesto que
para Joe fue similar a que si le patearan el escroto.
Con velocidad tipeó a Jacob para que pusiera un rastreador en el
Mercedes. No veía la hora de atraparlo en algo al cabrón, lo estaba
poniendo de los nervios y cada frase melosa o roce sobre Shirley era peor.
—Toma, come todo.
Se sentó enfrente y la vio masticar despacio y al principio con pocas
ganas.
—¿Cómo fue esa reunión? La visión de Peyton es muy optimista.
—No estuvo mal—Ella lo miró, y arrugó su naricilla—. Ella fue mucho
más cálida que ayer. No podía serlo menos, ayer casi no me registró—se
encogió de hombros—. Se disculpó por ello, alegó que su hermano mayor y
su madre son muy demandantes y me detestan. Ella dice que quería al
abuelo y entiende que él haya querido reparar injusticias. Eso estuvo bien,
sonó agradable, la verdad. La parte de lo que ella cree que necesito para
encajar en este mundo de los Olson no lo es tanto. Me hizo sentir campesina
y agobiada, para serte honesta. No lo hizo de manera insultante, y creo que
tiene razón, porque Peyton parece empeñado en lo mismo. La ropa, el estilo
—rodó los ojos—. Eso me aterra, te soy honesta. Temo meter la pata, ser
motivo de burla y arrastrar con ello a la familia.
—No des tanta importancia a eso, Shirley. Seguro que cualquiera de tus
amigas te puede ayudar sin estresarte. No dejes que te señalen fallas que no
tienes—envolvió su mano y la apretó, y la miró con intensidad—. Eres
bella e inteligente, nada que te pongas lo potenciará o irá en desmedro. Es
solo fachada.
—En este tipo de mundos cuenta mucho.
—Por eso tienes que pensar si deseas estar en él.
—Nadie, salvo tú, cree que exista la posibilidad de que rechace formar
parte de esto—lo miró pensativa.
—No lo sé, pero quiero que sepas que nadie te puede obligar a nada.
—Peyton cree que…
—Peyton es un gilipollas—sentenció con desdén, y luego se mesó el
cabello—. Perdón, no pretendí decir eso, pero me tiene cabreado. Nos vio
besarnos, a pesar de que pretendió como que no—dijo en tono bajo—. Me
dijo que no cree mi juego, que sabe que quiero seducirte, que no me lo va a
permitir.
Ella primero pensó un poco, y luego echó la cabeza atrás y rio.
—Llegó tarde.
—¿Qué?
—No sabe que me sedujiste cuando no tenía ni quinientos dólares en la
cuenta del banco.
—Gracias a Dios. Eso me exonera del rótulo de vividor, creo yo—se
puso serio—. Nada me gustaría más que cayeras otra vez en mi telaraña,
bonita. He estado recordando cosas, momentos…—susurró, la lujuria
probablemente transparentándose en su voz y su mirada.
—También yo—susurró ella, sin bajar la mirada.
—¿Crees que sería muy loco repetir?
—No, nada loco, no. Nadie me ha quitado la tensión y las
preocupaciones como tú.
—Quiero quitarte mucho más que eso—musitó él, y ella sonrió, tímida.
—¿Será como antes? —inquirió ella—. ¿Sin ataduras?
—Si eso es lo que deseas—respondió.
Él quería más. La quería toda, entera, de aquí en más, sin secretos, pero
respetaría lo que quisiera. No tenía derecho a pedirle más.
—Si eso es lo que me puedes dar—respondió mirándolo con fijeza
abrumadora.
Iba a responder, pero la enérgica Margerie ingresó a la cocina y cortó el
diálogo. Después. Cuando estemos solos, le diré que le puedo dar mi
mundo, si lo quiere. No tiene sentido sin ella en él, reflexionó, y la
convicción de que estaba mega jodido lo sacudió, lo intimidó y lo elevó por
partes iguales. Joder. Hawk iba a reírse de él por años.
VEINTITRÉS.
 
Recostada en el lecho aguardaba por la presencia de Joe, y la ansiedad y
expectativa la tenían de los nervios. ¡Lo harían! Otra vez lo harían, y ella no
cabía en sí de ganas. Lo deseaba con la misma intensidad del primer día,
siempre lo haría.
Había pasado demasiado tiempo, y aunque trató de dejarlo atrás y
conformarse, a pesar de que pugnó por hacerse a la idea de que lo suyo
había sido un ligue, una relación fugaz, su corazón no había dejado de
extrañarlo.
Oh, sí, ella había comprometido mucho más que su cuerpo en esa
relación, y reconocerlo, por fin, era liberador. Porque lo tendrás otra vez en
tu lecho. Porque vuelve a ti.
Pero, ¿por cuánto tiempo?, le retrucó su razón, como siempre tratando
de contener a sus instintos y pasiones. No, no la escucharía hoy, no más.
No lo pienses, vívelo, gózalo, disfruta. Mañana mismo podría darte un
ataque, un coma diabético, tu corazón podría colapsar sin más, y no has de
irte al otro lado sin gozar de Joe tanto como puedas.
Cuando escuchó el golpe recorrió la distancia que la separaba de la
puerta de un salto, y le costó horrores disimular su desilusión cuando a
quien encontró del otro lado fue a Peyton. Lo miró sin decir nada,
esperando que su faz no la traicionara.
—Shirley, querida, voy a dormir ahora. ¿Necesitas algo?
La sonrisa extensa no disimulaba un rictus que atribuyó a cansancio. Su
traje, habitualmente inmaculado, estaba un pelín arrugado.
—Nada, gracias. ¿Una tarde agitada?
—Oh, no lo sabes bien—sonrió—. Los negocios no paran, mi querida.
Tuve una reunión con inversionistas en esta zona, y me hicieron muy
buenas recomendaciones que no puedo esperar a presentarte.
—Ahá—dijo sin entusiasmo—. Bien, buenas noches.
—¿No quieres acompañarme a un trago? Podemos charlar un poco
ahora que estamos tranquilos y tu sombra no te está rodeando—rodó los
ojos.
Ella lo miró sin comprender.
—Tu guardaespaldas. Me preocupa la influencia que tiene sobre ti. Se
nota que es obsesivo y me temo que no tiene buenas intenciones, Shirley.
No sé qué juego se trae entre manos, pero no me gusta, querida. Eres una
mujer poderosa, y tal vez él crea que su trabajo contigo le dará beneficios.
Oh, sin duda lo hará, consideró ella con un poco de malicia, que de
inmediato trocó en fastidio. Es que de verdad Peyton no tenía idea, y se
estaba pasando. Era evidente que la consideraba una idiota.
—Joe es un profesional dedicado y profesional. Lo conozco hace
mucho, y siempre se preocupó por mí—le dijo con seriedad.
—La gente cambia cuando huele dinero, querida. Hay que estar atenta a
las señales.
Lo estoy, y me advierten sobre ti. Varias banderas rojas se agitan, tuvo
ganas de decirle, pero se contuvo. Que Peyton pensara y dijera lo que
quisiera. No había fuerza en el mundo que le hiciera creer que Joe se
interesaba en su dinero o su nueva posición.
Él estuvo a su lado antes que todo esto, la conoció y apreció por lo que
ella era, sin adornos, en su momento más complejo. La quiso con sus lentes,
con su diabetes, con su timidez y su falta de habilidad para la lucha. Bien,
tal vez querer no era el término más adecuado, no lo sabía bien, pero si la
eligió y la ayudó.
—No lo creo de él, pero gracias por tu preocupación. Hasta mañana.
—Hasta mañana, querida. ¿Crees que podríamos hablar de tus negocios
en algún momento?
—Lo haremos—sonrió, cerró la puerta, y rodó los ojos.
Su paciencia se estaba colmando, y le había tomado a él muy pocos días
el agotarla. Todo en lo que podía pensar y de qué hablar, al parecer, era qué
hacer con su dinero. Uno que ella ni tenía idea cuánto era.
Ni que pensar en las acciones, las empresas. Uf. La agotaba solo
imaginarlo, pero entendía que se imponía una decisión, y rápido. Se dirigió
a su teléfono y por impulso mensajeó a Amelia, y le hizo saber que
necesitaba hablar con su esposo por temas de la herencia.
SHIRLEY: Amelia, hola, disculpa la hora, pero me preguntaba si
podrías preguntarle a tu esposo si está bien que lo llame para hacerle unas
consultas financieras. No tengo idea de cómo proceder con esto de la
herencia.
No se preocupó por la falta de respuesta inmediata, sabía que su amiga
lidiaba con pequeños y se ocupaba personalmente de ellos, sin delegar en
niñera salvo para instancias puntuales. Le contestaría cuando pudiera y
estaba bien, no era su intención resolver nada ahora mismo.
El siguiente golpe en la puerta fue inconfundible, por lo que dejó el
móvil en la mesita de noche y abrió. Joe se coló en su espacio con agilidad
y cerró tras de sí, atrayéndola de inmediato contra su cuerpo, abrazándola
por la cintura.
—Señorita Olson, escuché que ha estado muy tensa y ocupada, y
necesita relajarse. Sé exactamente cómo ayudarla. Tengo los instrumentos
adecuados para ello.
—¿De verdad? —contestó mirándolo un poco ruborizada. Esta era la
dinámica que habían tenido, juguetona y algo guarra, pero de algún modo
funcionaba para que ella perdiera inhibiciones—. ¿En qué está pensando
exactamente?
—Lo primero—indicó con un gesto perverso—, es liberar el cuerpo de
capas extras.
Él quitó sus manos de su cintura y de inmediato extrañó su calor, pero
como las llevó a sus hombros y de ahí las deslizó hasta el escote de la
camisola de su pijama, no se quejó.
Estaba apenas a milímetros, ella podía oler su colonia hiper masculina
enervándola, y entrecerró los ojos, sintiendo latir el deseo. Él lograba
despertar sus instintos y que dejara de pensar con claridad.
La sensación de inminencia que sus dedos comenzaron a gestar al
desprender uno a uno los botones, le aceleró la respiración.
—Me encanta este momento, cuando comienzo a descubrirte y tú te
pones toda nerviosa, vibrante—le susurró él, abriendo totalmente la prenda
y deslizándola por sus brazos para quitarla y dejarla en su sostén, sobre el
que deslizó sus grandes manos en una caricia que la hizo temblar entera—.
Respondes tan bien a mis estímulos, mi preciosa.
¿Cómo no hacerlo? ¿Cómo no gemir levemente cuando su boca bajaba
así, hambrienta, y mordía sus senos por encima del encaje, como si quisiera
devorarla viva? ¿Cómo no vibrar, si sus labios mojaban y succionaban sus
pezones cubiertos, y estos se ponían como rocas?
Sus dedos viajaron con lentitud por su piel despertándola, erizándola, y
al llegar a la espalda destrabaron el broche y eliminaron la barrera de textil
de su pecho. Entonces la boca masculina se hizo un festín con sus senos.
La sensación de sus labios en los pezones, humedeciéndolos,
envolviéndolos, succionándolos, lamiéndolos, la hizo gemir, con su cabeza
echada atrás, y a cada pulso de su lengua en el centro de sus picos, ondas de
increíble placer partieron hasta su coño.
—¡Joder! —dijo él, separándose levemente y tomando aire, mirándola
con una intensidad que la golpeó—. ¿Cómo pude vivir sin esto? No en vano
mi humor había cambiado tanto. Esto… Esto es lo que extrañaba, lo que
necesitaba.
—Joe…—jadeó ella, ahora sufriendo la acometida de sus pulgares.
Él la besó sin más palabras. Fuerte, fiero, y luego más dulce, menos
urgente, mientras la levantaba en andas y la llevaba hasta el lecho, donde la
depositó. Luego retrocedió un paso y comenzó a desvestirse con la premura
de un poseso.
Ella observó el magnífico espectáculo con maravilla, y con hambre. Este
hombre espectacular se desnudaba para ella, y no pensaba dejar de
devorarlo con los ojos ni un segundo. Este era su amante, su protector, el
hombre que la había hecho sentir más mujer, y volvía a tenerlo todo para
ella.
Músculos perfectos en sus brazos y piernas, un pecho como esculpido
cubierto de vello castaño en su centro y en la línea feliz que conducía a su
entrepierna. Piel olivácea que brillaba a la luz de la lámpara y secaba su
boca.
Cuando los pantalones desaparecieron y sus muslos anchos y poderosos
se expusieron, ella extendió su mano. Necesitaba tocarlo. Él sonrió con
perversidad, y finalmente su ropa interior cayó y su polla gruesa y larga,
hinchada y en erección impresionante, la saludó.
Shirley tragó saliva y un ramalazo la llevó al pasado, a la primera vez
que habían follado. Lo recordó como si fuera hoy, porque la atravesó la
misma impresión. ¿Cómo va a caber todo eso en mí?
La experiencia demostró que entraba perfecto, calzaba como si hubiera
sido diseñada para ella, piezas encastrando sin dificultades, y no iba a
perder tiempo en consideraciones. Su boca se entreabrió como por instinto,
y lamió sus labios con expectativa.
Él se acercó, pura perfección en su desnudez, y sin hablar se posicionó
frente a ella de modo que su miembro quedó apenas a centímetros. Lo miró
y sus ojos se encadenaron, y Shirley no parpadeó al partir su boca y exponer
su lengua, que se extendió para lamer, arriba y abajo, y luego en círculos, la
gruesa cabeza de la polla.
Su garganta emitió un sonido de agrado, y la humedad de su glande
invadió sus papilas, que paladearon el sabor de su líquido preseminal. Sus
labios se deslizaron por el largo con infinita lentitud, apreciando la suavidad
sedosa de la piel, que contrastaba con la dureza del falo.
Su lengua no paraba, mientras tanto, y los jadeos de él se hicieron más
audibles, con alguna maldición enredada que la hizo mirarlo con toda la
picardía que pudo imponer a sus ojos. Movió su boca para tomar más, y
retrocedió, y volvió a avanzar hasta que su ritmo se hizo rápido.
Acompañó esto con una de sus manos envolviendo sus testículos y
deslizando un dedo por su perineo, mientras la otra mano envolvía la base
de su polla y masturbaba. No dejó un centímetro de piel sin excitar, aunque
el glande fue especialmente mimado.
—¡Ah, joder! ¡Cómo me pones, Shirley! ¡Eso, así, chupa, come como si
no hubiera mañana bonita!
Él empujó su verga para tomar un poco más de su boca, y ella se atoró,
pero volvió a intentarlo, con entusiasmo. Con su miembro en su boca y
tomada de sus caderas y luego de sus glúteos, se sintió poderosa.
Porque lograba quebrarlo, elevarlo, porque este macho fuerte y protector
se derrumbaba de placer y la miraba con adoración, casi enloquecido. Podía
notar lo cerca que estaba de la liberación, sabía que si seguía un poco más
él vibraría en su boca y se correría en ella, dándole toda su simiente.
Era algo que habían hecho más de una vez, y que la había perturbado al
comienzo, pero que comenzó a apreciar y pedir. Algo de una intimidad
brutal que la ponía a mil, porque ella sentía que su excitación crecía
paralela a la de él, sin que la tocara más que en el rostro o la cabeza, como
en este caso, que tenía su cabello envuelto en el puño y la empujaba para
tomarlo más.
Luego de unos segundos él se separó y quitó su polla de su boca, y un
hilo de saliva se extendió entre ambos, conectándolos.
—Hermoso… Tan, tan bueno, preciosa…
La tomó por las axilas y la elevó como si no pesara nada, y la besó con
fuerza, y ella correspondió con pasión, sus manos en los hombros
masculinos y sus piernas envolviendo sus caderas, y comenzó a frotarse
contra él.
Él cortó el beso y rio, empujándola en la cama con suavidad sobre su
espalda, y sus manos trabajaron para quitar el pantalón pijama con rapidez,
dejándola en su diminuto tanga negro.
—¡Belleza pura! Todo para mí, ¿verdad? —la miró fijo, desde la
posición alta que tenía sobre ella, que asintió—. Esto—acarició sus muslos
con ambas manos y subió hasta sus caderas, y luego por su abdomen, y
entonces una mano se posó en su pelvis—, es solo mío, Shirley.
—Lo es—susurró ella con fervor, asintiendo frenéticamente.
—Nadie toca lo que es mío, preciosa. Ese pijo que cree tener algún
derecho—su voz era grave y sus ojos brillaban—, tiene que tenerlo claro.
Tienes que decirle que se aleje, Shirley, porque no sé cuánto más puedo
tolerar su estupidez.
Dobló sus rodillas y se deslizó con agilidad para quedar agachado entre
las piernas femeninas, y sus manos se posaron en las nacientes de sus
muslos. Su cabeza bajó con una morosidad que solo alentó el deseo de
Shirley, y sus manos la abrieron para él.
—Como alas de seda que se despliegan—susurró Joe y, sin más, sacó su
lengua y la deslizó por todo el largo del coño, logrando estremecerla hasta
los dedos de los pies, que se encogieron.
—Este coño es mío. Mío para excitar—lamió otra vez, esta vez
delineando figuras sobre sus labios externos y su lengua contorsionándose
para descubrir los menores—, mío para lamer y saborear—La lengua se
posó ahora en la entrada de su vagina, y la bordeó, provocando más
gemidos y temblores—. Mío para follar.
—¡Oh! ¡Oh, Joe, sigue, no te detengas! —lo alentó, abriendo sus
piernas, para posarlas en sus hombros anchos, que la anclaron con facilidad.
Él no cejó en sus embates: lengua, labios y dedos se cebaron en su
intimidad y la llevaron alto, y cuando los esfuerzos de todos esos apéndices
se concentraron en su clítoris, abusando de él sin piedad con lamidas,
mordiscos pequeñísimos y roces, ella sintió que su cuerpo se hacía liviano y
respondía a sus toques magistrales.
Sus jadeos y susurros enloquecidos se volvieron más altos, y Joe la
observó y trabajó en su intimidad, sin dejar de provocarla, hasta que se
sintió al borde del éxtasis.
—Ay, Joe, voy a correrme…. ¡Joe! —gritó, tomada de las sábanas como
si estas pudieran sostenerla.
Bastaron unos toques más para que estallara su placer y levitara,
arqueándose hasta volverse una U, pero ni eso logró que él se desprendiera
de su coño, obviamente dispuesto a disfrutar todo su orgasmo en su boca.
El descenso fue lento y se sintió liviana, sus piernas temblando como
gelatina. Mas estaba segura; los brazos de él la acariciaron y masajearon
con delicadeza hasta que ella suspiró y acompasó su respiración. 
VEINTICUATRO.
 
La acarició lentamente, embelesado en la suavidad de su piel,
moldeando sus curvas, disfrutando de saberla suya, de haberle provocado
tanto éxtasis.
—Ah, bella, verte así, salvaje y libre es lo más erótico que he apreciado
en mi vida. Si pudiera devorarte por horas lo haría. Y la forma en la que
verbalizas tu placer…—entrecerró los ojos—. Debería haberte cubierto la
boca considerando que no estamos solos, pero no me pareció justo limitarte
y privarme de tus gemidos y grititos.
Ella se mordió los labios, recién consciente de que podían haberla
escuchado.
—¿Qué tal si Peyton…?
—Olvídate de él. Elimínalo de este momento y lugar. Estos somos
nosotros, solos tú y yo. No hay nada que quiera más que estar contigo,
Shirley. Nada existe ahora, salvo nosotros.
—Si a ti no te importa que los demás lo sepan, a mí tampoco.
—¿Por qué habría de importarme? —Se separó y la observó, su faz seria
—. De hecho, que todo el mundo lo sepa es lo mejor que puede pasarme. Te
hace mía y te quita de la mente de cualquier imberbe que pretenda algo
contigo.
Hubo seguridad absoluta en su voz. Expresaba lo que sentía, y no
pensaba callarlo.
—¿De verdad? ¿Eso quieres? —le preguntó ella, y las emociones de su
faz eran obvias.
Alivio, alegría. Se maldijo por haber demorado tanto en darse cuenta de
lo que ella era para él. ¡Cateto que era!
—Eso quiero, Shirley. Mi cerebro es un poco corto de entendederas,
pero estar sin ti y luego volver le hizo comprender lo que pasaba. Sumé dos
más dos, y concluí que no puede haber algo más hermoso que vivir lo que
se siente sin limitaciones.
—¿Qué quiere decir eso? —preguntó ella, sentándose en la cama a lo
indio, posición en la que no duró nada, porque él la derribó con su cuerpo y
se posicionó encima, cuidando el no aplastarla.
Tan pequeña a su lado, tan suya, pensó, urgido por poseerla por entero.
—Quiero decir que la idea de algo permanente, de una relación en serio
contigo, sin secretos, no me asusta. De hecho, lo que de verdad me asusta es
no poder vivirla—murmuró sobre su boca, muy serio—. Esto es algo de lo
que no me quiero privar. No me quiero privar de ti, Shirley.
—Eso es algo que puede arreglarse—sonrió ella con picardía, y su
felicidad se reflejó tan bonito en su cara que él la besó, los ojos cerrados,
sintiendo, dejándose llevar.
Era adicción, por supuesto. Más la besaba y abrazaba, más la quería.
—Los meses lejos se sintieron vacíos. Me cambiaste, me hiciste querer
más…—sentenció, dispuesto a verter lo que sentía esta noche, a no
quedarse con nada—. Claro que me percaté de ello cuando te volví a ver.
Ella lo acarició, enredando sus dedos en su cabello, para luego bajar por
su mandíbula y delinear sus labios, y respondió:
—Pensé que podría olvidarte, a pesar de que para mí fuiste más que un
ligue ocasional. Me convencí de que tenía que cortar antes de que fuera
muy tarde y no pudiera hacerlo. De hecho, era tarde. Arrancarme del lugar
que me habías dado, de la idea de que podía haber un tú y yo, un nosotros,
fue duro.
Él la besó desde la comisura hasta el lóbulo de la oreja. El leve temblor
que percibió lo enterneció, y allí le susurró:
—Lamento haberme comportado como un capullo. Quise ser claro
cuando comenzamos, porque de verdad no quería herirte. Me engañé yo al
suponer que eras una más en mi vida. Desde el principio fuiste especial. Lo
eres. Cada capa que conocí de ti me fue enamorando… Es como si te
hubieras ido colando en mi alma poquito a poco.
—Muy poquito a poco—bromeó ella.
—No sentí esa explosión que muchos dicen se da cuando conoces a la
persona indicada, y por eso me engañé. No me di cuenta de que cada vez
que te veía, cada vez que estábamos juntos, cada vez que follábamos, había
explosiones minúsculas que iban minando mi resistencia y te iban haciendo
sitio en mi pecho.
Lo dijo con toda la seriedad y certeza, con total honestidad, y ella quedó
inmóvil por un instante.
—Eso que dices es extraño y bonito a la vez—susurró luego—. No te
diré que me sienta bien que no te sintieras deslumbrado por mi cuerpo
desvanecido en aquella oficina o tendido luego en la cama del hospital, por
mi coma diabético o por mi talento en la autodefensa. O que no te
enamoraran mis lentes enormes y mi timidez.
—Esos fueron los primeros detalles, las capas exteriores, y no las
disminuyas, que tuvieron lo suyo. Mi complejo de héroe se regodeó con la
idea de salvarte y luego protegerte. Lo que siguió, obviamente, fue de otro
plano. La atracción que me llevó a tu cama…
—Más bien a mí a la tuya…—dijo ella.
—Detalles. Desde el momento en que tuvimos sexo por primera vez me
tuviste en tus manos. No te negaré que intenté sentir lo mismo con alguna
otra mujer… Quiero ser honesto—aclaró—. Pero no lo logré, y aunque lo
adjudiqué tercamente a otras causas, en el fondo sabía que nadie podía
hacerme sentir lo que tú.
Ella lo miraba con ojos entrecerrados y supo sin sombra de duda que la
referencia a otras no le gustó nada. La entendía, porque él estaba sintiendo
la puñalada de los celos a causa del pijo que estaba tras ella.
—Escucha… No quiero a nadie más, a ninguna otra en mis brazos. Te lo
juro por lo más sagrado, Shirley—la miró, con toda la transparencia que
pudo trasmitir, una que surgía de su corazón—. Te digo todo esto… Trato
de que entiendas que esto es sexo, pero rodeado de mucho más. No es solo
pasión, aunque la sienta y mucha. Este soy yo diciéndote… ¡Joder, me
enredo! Estoy enamorado de ti…—Acunó su rostro entre sus manos y el
brillo de esa mirada fija lo traspasó. Este era un instante trascendente, y no
lo iba a arruinar con medias tintas—. No puedo evitar pensarte a cada hora,
preocuparme por ti, celarte, desearte… ¡Te quiero! Necesito que lo sepas, a
pesar de que tal vez no sea el momento indicado.
—Pues yo creo que es uno ideal—sonrió ella abiertamente.
—Quiero decir… Tu realidad cambió. Eres millonaria, puedes elegir…
Muchos van a pensar como Peyton, que pretendo aprovecharme de ti.
—Soy la misma. Yo no cambié, tú tampoco. Y lo que piense Peyton, u
otros… ¿A quién le importa? Los que nos quieren saben cómo somos, y si
bien desconocen lo que tuvimos…
—No todos—susurró, sin poder evitar un leve rubor que lo asombró.
—¿Qué significa no todos? —dijo ella, parpadeando.
—Mmm, bien, de algún modo, Hawk lo adivinó.
—¿Hawk? Carajo, si él lo adivinó, que tiene menos sensibilidad que un
tronco…
—Te equivocas, Shirley—se sintió en obligación de defender a su
amigo, porque de verdad sabía que había mucho en Hawk que no se veía
porque el hombrón no lo permitía—. Hawk es muy perceptivo, mucho. Y
algo inocentón, si vamos al caso. Cheryl sospechaba algo y lo engañó para
que le contara, y el gigantón cayó como un chorlito.
—Cheryl sabe—ella hizo un breve puchero con su boca.
—Sí, y me ha dado la tabarra con eso, consejos y lecciones de vida.
Sabes como es.
—Eso implica que Matt también lo sabe.
Shirley parpadeó, evaluando qué decir, pero luego se encogió de
hombros.
—No importa. Supongo que hará todo más fácil. Será solo pedirle que
lo filtren al resto y tendremos eso cubierto. Si así lo deseas.
—Es tu decisión. Pero podemos hablarlo más tarde. Mañana. La noche
es joven, y necesito estar dentro de ti.
—¿Ya te recuperaste? Eso es estamina.
—Siempre listo, hermosa—le dijo, mientras su polla se hacía sentir
entre sus muslos, tensa y preparada una vez más.
Se apoyó en sus rodillas y deslizó su miembro por su raja, húmeda y
sensible por el reciente orgasmo, y dejó que la fricción volviera a ponerlos a
mil. Su polla se endureció más y más cada segundo, y el deseo de enterrarse
en ella y rugir reclamándola por entero lo tensó. Sus testículos dolían,
llenos, su semen listo para marcarla por dentro, y entonces se instó a la
calma.
Siempre habían follado con condón, esa barrera un elemento
innegociable entre ambos y para él con cualquier otra, pero ahora su hambre
lo urgía a sentirla sin barreras. Mas no podía.
Habían sido pocas veces las que folló luego de cortar con ella, tal y
como le dijo, pero aun así su último análisis no era reciente, y no quería
sombras entre los dos.
—Hermosa, ardo en deseos de penetrarte sin limitaciones, pero eso tiene
que esperar. Mañana mismo busco una clínica rápida en Dakota, lo juro,
porque me maldigo por no haberlo pensado antes. Por lo tanto, hoy será con
condón.
—Mmm. Muy bien, pero apúrate, ve por él, porque me urge tenerte
adentro—dijo ella, y él respiró hondo de forma que las aletas de la nariz se
inflaron y cerró los ojos.
—¿Intentas que me corra anticipadamente, pequeña?
Ella rio, y él se elevó y contorsionó para buscar la goma de un bolsillo, y
rompió el envoltorio con pericia, para luego deslizar el preservativo por su
largo, y volver a ella con urgencia. Era demencial lo mucho que la deseaba,
su mente nublada y con una idea fija.
Su polla se ubicó por instinto a la entrada del coño femenino, y no dudó
en comenzar a abrir el canal, deslizándose con cuidado por la exquisita
suavidad y calor de ese coño apretado que lo abrazaba y se adaptaba con
lentitud a su grosor. Pujó más y un poco más, sin forzar, semi—incorporado
y mirándola.
—No voy a romperme. Dame más, Joe, lo quiero todo.
Imposible resistir, su orden cristalizando la misma urgencia que él
sentía, y entonces se ubicó totalmente adentro de ella, su polla enterrada por
completo, y él cerró los ojos, transfigurado por la sensación de pertenecer.
—¡Fóllame, Joe, sin cuidado! Soy tuya, tómame—lo instó, y algo en su
cabeza hizo cortocircuito, y lo incitó a pujar en ella con fuerza, con energía
y sin freno, salvaje.
—Así, así…—gimió ella, y su cuerpo se elevó para besarlo.
Correspondió con fiereza, y salió de ella para hacerla girar, sin palabras,
pura acción. La puso en cuatro y la penetró por atrás, y la folló fuerte,
embelesado por el placer que su polla recibía y la imagen de la hembra con
sus glúteos vibrando, gimiendo para él.
—Quiero que te corras para mí, Shirley. No voy a durar, cielo, me estás
haciendo volar y me voy a terminar. Tu coño caliente me hará correr en
segundos… Me aprieta, me ciñe y quiero quedarme a vivir aquí.
—¡Ah, Joe, Joe! Estás tocando algo adentro mío que… ¡Dios!
—Tu punto G, bonita. Un hallazgo formidable—Se movió para
enfocarse en ese ángulo que la volvía loca—. Toca tu clítoris, nena, anda—
Incitó, su voz casi gutural, sus ojos desenfocados.
Ella no dudó y usó su dedo mayor para hiper—estimular el pequeñísimo
centro, y su cuerpo se sacudió electrizado, preludio de la explosión que
siguió.
¡Gracias a Dios!, pensó él mientras su orgasmo la siguió de inmediato,
y sus testículos se vaciaron chorro tras chorro en el condón. Se sintió como
si hubiera sido catapultado a las nubes y pudiera volar, viendo puntos
blancos de tanto placer y entrega. Esto era lo que se sentía follar con
alguien a quien amaba, ensayó su mente.
—Te quiero, Shirley—jadeó, en sus últimas embestidas, abrazándola por
el pecho y trayéndola hacia sí—. Me transportas… me completas.
—Oh, Joe, oh, Dios. También te quiero. Sí, te quiero.
Abrazados, y en silencio, como si el peso de las palabras y de la pasión
los hubiera drenado de fuerzas y voz, se tendieron en el lecho, ella en sus
brazos, su espalda, trasero y muslos en contacto directo con su pecho, su
pelvis y piernas. Suya, piel a piel.
Sin conciencia de ello y aún húmedos por sus mutuos fluidos se
durmieron. No fue hasta mucho más tarde que él despertó, alertado por un
sonido. Súbitamente alerta, miró en derredor sin moverse, y le pareció que
la puerta se cerraba suavemente, aunque fue tan fugaz que concluyó que lo
había imaginado.
Shirley dormía pacíficamente, boca abajo, su cabello desordenado sobre
su espalda y parte de su rostro, solo su parte baja cubierta por la sábana.
Contuvo el impulso de despertarla y volver a follarla, volver a hacerla suya
y saciar el hambre que comenzaba a sentir solo de verla. La cubrió y se
incorporó con renuencia.
Era momento de dejarla, mal que le pesara. Tenía que volver a su
dormitorio. En un par de horas amanecería y el ritmo de la casa comenzaría.
No quería que nadie lo viera salir de la habitación de Shirley.
No habían hablado de cómo actuarían frente a los que residían en la
mansión y no quería dejarla expuesta. Era decisión de Shirley qué hacer y
cuándo contar. Sonrió. Lo bueno era que había algo para contar.
Había una relación que comenzaba. O retomaban la vieja, pero con otras
reglas. Unas que había evadido por años. En buena hora, se dijo. No había
conocido a nadie como ella. Ninguna le hizo sentir lo que Shirley. Este
deseo de establecerse, de vivir las emociones a tope, de disfrutar de la
intimidad, que era mucho más que sexo. Mucho más.
Aunque no iba a desmerecer lo que era de una intensidad arrebatadora.
No, para nada. La química que tenían era para flipar. Sus pieles ardían
apenas se tocaban, y el contacto potenciaba todo hasta que se volvía
nuclear. Joder. Tenía que irse ya, porque su polla comenzaba a pujar.
Se vistió con lentitud y fue hasta ella para besarla en la mejilla, apenas
un roce que la hizo sonreír dormida y lo enterneció de forma desconocida.
Cerró los ojos y respiró hondo. Sentir así, como si estar con ella fuera
realmente respirar, era exhilarante y aterrador al mismo tiempo.
Porque era obvio que era arcilla en sus manos, y bastaría que ella lo
pidiera para que él hiciera cualquier cosa. Era afortunado de que Shirley
fuera tan honesta y real, tan pura. Retrocedió y sin hacer ruido volvió a su
habitación y a su lecho. Frío y vacío, sin ella. No pudo volver a dormir.
VEINTICINCO.
 
—Estoy agotada, Peyton, de verdad. Entiendo que…—dijo Shirley
intentando frenar lo que a todas luces era intención de continuar el raid
tienda a tienda.
Algunos podrían pensar que era una empollona, una gilipollas y que se
estaba dejando enredar por la verborragia y la explosión de energía que eran
Peyton y sus primos Cleo y Javier. Pero estos estaban siendo de ayuda.
Hacía tres días que habían aparecido otra vez por la mansión y Javier le
había pedido disculpas con humildad, su comportamiento diametralmente
opuesto al que había demostrado el día de la lectura del testamento.
Tanto Cleo como él se habían abierto y confesado que los había tomado
todo por sorpresa y les había costado procesarlo, además de insinuar que la
influencia de Ben les había pesado para mal.
<<Es nuestro hermano, pero…>> Cleo había sacudido la cabeza con
obvia tristeza, y Javier la había consolado sin hablar, con una mano en su
hombro. Eran muy cercanos, se evidenciaba, y Shirley envidió sanamente
esa conexión.
Nunca había tenido eso, su familia de tres había sido sólida y se habían
amado, pero ahora veía que podía haber habido más.
<<Ben es… frío, calculador. En cierta manera eso lo fomentó nuestra
madre>>, dijo Javier. <<Él solo piensa en función del dinero y las
empresas. Que el abuelo te designara a ti, que lo quitara de su puesto, fue
devastador. Está en un frenesí de furia y maniobras para impugnar el
testamento. Le hemos dicho que no hay nada que hacer. Queremos respetar
lo que el abuelo decidió>>, indicó Javier.
<<Eso habla muy bien de ustedes y de que son familia. Shirley necesita
eso, ¿no es así, querida?>>, respondió Peyton.
Shirley había rodado mentalmente sus ojos ante la muletilla que ya hacía
que sus dientes entrechocaran, y no ignoraba lo mucho que jodía a Joe. Lo
dejó pasar, otra vez, anotando para más adelante la conversación aclaratoria
que se debía con él.
<<Somos familia, aunque no nos resulte natural>>, dijo con una sonrisa.
<<Necesitamos conocernos para poder fortalecer el vínculo de sangre>>.
<<Es algo que nos debemos>>, sentenció Cleo con énfasis, suspirando.
<<Nuestro abuelo lo quiso así, estoy segura. Por ello apeló a nuestras fallas
y a mostrarnos que hemos vivido como consentidos todo este tiempo.>>
<<No creo que Kenneth haya querido herirlos>> ensayó una disculpa,
pero Cleo la cortó con una sonrisa.
<<Nos conocía y sabía que la única manera de hacernos ver la realidad
era esta. Y confiaba en que lo haríamos. Espero que no lo decepcionemos.
Queremos ayudarte, Shirley. Sabemos que estás desconcertada y todo esto
es nuevo, pero no solo somos unos pijos mimados, te lo prometo>>.
<<Así como me ves, tengo talento para los negocios y estoy al tanto de
todo lo que ocurre en las empresas. Nunca tuve oportunidad de actuar
porque Ben puede ser muy celoso con su rol>>, suspiró Javier.
<<Me encantará la oportunidad de conocerlos más y trabajar juntos>>,
había dicho ella.
Eso la había conducido a este frenesí de actividad. Peyton había
sugerido comenzar con un cambio de imagen, algo que Cleo había abrazado
con entusiasmo. La voluntad de no decepcionar y boicotear esa incipiente
relación con su prima había hecho que los siguiera y se acoplara a sus
reuniones y pruebas de vestuario, zapatos, carteras, maquillaje, estilista.
Entre medio, habían existido charlas interminables acerca de los asuntos
empresariales, y no negaba lo agobiada que se sentía al comprobar la
enorme variedad de ramos que incluía el imperio económico Olson.
Por fortuna sus primos eran relajados al respecto y confiaban en que
podría con todo. Sus sugerencias parecían razonables, y Peyton, a pesar de
lo pesado que se ponía, estaba siendo de ayuda con ello.
Ben la esquivaba y apenas le había hablado las veces que estuvieron en
la sede del conglomerado, muy serio y taladrando a sus hermanos con los
ojos. Estos habían tratado de hablarle y convencerlo de reunirse, pero el
gilipollas se había negado. Claramente era un obtuso y no aceptaba la nueva
situación.
Mas sentía que necesitaba un descanso, y la insistencia de Joe para que
se lo tomara había estado todas las noches. Sus noches… Se estremeció sin
poder evitarlo rememorando lo ardientes que estas eran ahora que ella y Joe
habían dejado toda fachada y se habían confesado enamorados.
Hacer el amor con él era como quebrarse en mil pedazos y rearmarse al
mismo tiempo. El tiempo se detenía y eran solo ellos, enredados en intensa
pasión y entrega. Miró brevemente la figura ancha y fuerte que lo miraba
todo desde la entrada de la tienda y la custodiaba con celo.
Él había estado crecientemente callado desde ayer, empero, preocupado,
aunque quisiera negarlo. Ella entendía que estas salidas y la constante
atención de Peyton sobre ella lo molestaba, pero le había dicho varias veces
que no podía expulsarlo o tratarlo mal. Había sido generoso con ella.
Sus ojos se cruzaron con los de Joe y por unos segundos parecieron
fundirse, mas la mano de Cleo señalándole otro par de tacones la distrajo.
—Es suficiente—protestó—. No tendré tiempo ni vida para usar todo
esto que hemos comprado, Cleo.
Esta rio, y negó.
—No es solo un tema de vanidad, Shirley, te lo aseguro. Es que las
reuniones y recepciones de negocios y sociales son constantes. Pero
entiendo, estás agotada. Puf, hemos sido unas topadoras contigo. Es que
cuando me apasiono con algo no paro. Pero te digo algo, tienes suerte de
tener a Peyton de tu lado. Tiene un gusto impecable, claramente conoce de
altas finanzas, es un caballero y está loquito por ti.
Shirley parpadeó y enrojeció un tanto, incómoda.
—Apenas salimos unas veces. Somos amigos.
—Pues él quiere más, se nota de lejos. Y es guapísimo—susurró en su
oreja, riendo bajito—. No es mi tipo, claro. Bueno, Okay, es suficiente, si
así lo deseas. ¿Qué harás luego?
Honestamente, quería tenderse y estar sola, procesar esta nueva vida que
no sabía si quería todavía. La verdad es que la abrumaba la idea de ser una
mujer de negocios de las altas esferas. Podía jugar a las tiendas y acudir a
algunas fiestas, estar en la junta directiva, pero no lo sentía como algo que
quisiera como permanente en su vida.
Le gustaba que esto le diera oportunidad de conocer a sus primos y
entablar una relación fluida con ellos, y entendía que para ellos era natural
pensar en las empresas y su fortuna y encontrar formas de conectarse a esto.
Para ellos era orgánico, pero ella no creía que pudiera plegarse del todo,
aunque lo intentaría. No era de las que desechaba los desafíos. Mas la vida
que la llamaba estaba en California con sus amistades, con su trabajo, con
Joe.
¿Podría tenerlo todo, vivir un poco en cada lado, atender lo que tenía en
sus manos? Difícil. Pensarlo la preocupaba, pero era necesario hacerlo. El
abogado la instaba a la firma de documentos legales, y por el momento lo
había pospuesto, aunque había pedido que enviaran toda la información de
negocios posible a Liam Turner.
Este había aceptado ayudarla, aunque le había dicho que les pediría a
sus hermanos Ryker y Alden que también miraran los asuntos, así como a
su cuñado Aidan O´Malley. Esto le daba cierta tranquilidad, probablemente
podrían sugerir qué hacer, en especial con el asunto de elegir un nuevo
CEO.
Cleo y Javier le habían contado que era urgente que eso se dirimiera,
pues por algo el abuelo quería a Ben afuera. Shirley aún no estaba segura;
su abuelo parecía pensar que Ben era adecuado, aunque quería que él
cambiara algunas cosas. Probablemente lo que sus hermanos señalaban
como grandes fallos.
A la salida del local comercial Cleo se despidió y Peyton acaparó su
atención otra vez, esta vez con información sobre cambios en la Bolsa de
valores y la necesidad de los Olson de actuar en ella.
Su voz comenzó a desdibujarse un poco y de pronto Shirley se mareó,
aunque no llegó a desplomarse porque unos fuertes brazos la sostuvieron de
inmediato.
—¿Shirley? ¡Shirley! —la voz grave de Joe se abrió paso en su mente
difusa, y era obvia la urgencia en el tono de su amante.
Parpadeó varias veces e intentó razonar a pesar del punzante dolor en
sus sienes. Se encontraba tendida en un banco de madera con almohadones
elevando sus pies.
—¿Qué…? ¿Qué pasó?
—Te desmayaste—señaló él con preocupación palpable, su mano
acariciando su cabello—. No estás cuidándote bien, Shirley. Hoy apenas
comiste algo al desayuno, a pesar de que te insistí, y se saltearon el
almuerzo por esa ridícula cita con esa mujer que te quiere cortar el cabello.
Su voz gruñona mostraba a las claras su pobre opinión al respecto y su
insatisfacción por el tema alimentación. Shirley se mordió los labios y miró
alrededor. Estaban en el local elegante y las dependientas y clientas la
miraban con recelo y cierta suspicacia. Obviamente estaba dando la nota.
—Shirley, querida, si estás mejor conviene irnos…—Peyton se asomó
por encima de la cabeza de Joe, que estaba hincado—. Podemos ir a una
clínica o algo, si lo necesitas. Creo que es solo agotamiento.
—Volvemos a la casa—gruñó Joe—. Pero antes…
La ayudó a sentarse con cuidado extremo y ella volvió a pensar que era
perfecto. Acomodó su ropa y calzó sus zapatos, rebuscó en su bolso y le dio
un peine, que ella usó mientras él hacía de barrera para que no la miraran,
en un detalle encantador, a su juicio.
—Me duele mucho la cabeza—murmuró.
—Toma—En sus manos apareció una taza—. Café con una pizca de
crema y algo de azúcar. Elevemos tus niveles, tu glicemia está baja. Te has
descuidado, hablaremos de ello—susurró—. Creo que esto amerita un
castigo. He tratado de hacerte ver que te estás exigiendo mucho, y no
seguiré conteniéndome cuando lo que está en juego es tu salud.
—¿Castigo? —su voz tembló un pelín y lo miró alelada, a medias entre
la excitación y la intriga, a pesar de todo.
Este hombre la estaba cambiando, joder. Ella solía ser seria, compuesta.
O tal vez esa era ella sin estímulo y sin permitirse ser. No lo sabía, pero le
gustaba. Joe era su cable a tierra, su adalid. Agradeció tenerlo, y le rozó la
mano.
—Mmm, algo me dice que en tu cabeza mi amenaza parece más un
recreo que un castigo—murmuró, y miró por encima de su hombro—. Ese
pijo me está enloqueciendo. Vamos a la casa, Shirley. Necesitas descansar y
comer. Margerie no estará feliz con esto.
—Okay, Okay.
Se incorporó y se tambaleó un poco, y entonces Joe sacudió la cabeza y
sin una palabra la elevó para llevarla en andas.
—¡Joe!
—Estás débil, joder, casi te caes otra vez. Esto no puede seguir así. Tú
—le dijo a Peyton—, encárgate de las bolsas. Shirley vuelve a la mansión, y
no saldrá más por hoy, y tal vez mañana.
—Yo la llevaré, déjala, estás actuando como un cavernícola. Eres solo
su guardaespaldas.
La cara de Peyton era de ultraje, y ella la vio por encima del hombro de
Joe mientras la transportaba por el local.
—Ya quisieras, pijo—murmuró Joe, y ella hundió la cara en su pecho
para no reír y denunciarse ante Peyton.
—Eres un cavernícola, tiene razón—susurró.
—Si eso hace que te cuides y no te saltes comidas y te agotes hasta caer,
será una constante. No quiero que nada te pase, me moriría—su voz fue un
hilo, cruda, y ella cerró sus ojos, penetrada por la verdad que se trasuntaba
en esas palabras. 
En segundos estuvo en el Cadillac que Roger acercó a la entrada de la
tienda. Joe la ayudó a tenderse en los asientos traseros y colocó una manta
sobre sus piernas, acariciando su rostro antes de cerrar la portezuela.
Cuando Peyton pretendió ingresar, Joe ladró más que indicó que dejara
las bolsas en el baúl y que se tomara un taxi o Uber, porque él iría en la
parte de adelante con Roger, y Shirley necesitaba estar cómoda.
Quiso intervenir, pero finalmente lo dejó hacer. Peyton podía volver por
sus medios, y ella se sentía muy cansada. Había hecho un número en ese
lujoso lugar, y era su total responsabilidad por saltearse comidas y picotear
lo que no debía.
Suspiró suave y cerró sus ojos, sabiéndose cuidada y protegida. Joe
velaría por ella. Lo hacía desde que lo conoció.
VEINTISÉIS. 
 
Joe se sentía al borde del estallido, y tenía múltiples razones. En el
centro de todas estaba Shirley, que ahora dormitaba en su cama luego de su
desmayo en el centro comercial.
La había trasladado del auto a la cocina en sus brazos y prácticamente la
obligó a comer y beber un jugo, y luego la había llevado a su habitación.
Tenía grabada en la retina la imagen de ella bamboleándose levemente y
luego cayendo, aunque por fortuna sus reflejos hicieron que la pudiera
atrapar antes de que se golpeara duro.
Era desesperante lo poco que se había cuidado estos últimos tres días, y
la raíz de ello estaba en sus primos y el teatro que estaban representando.
No tenía duda alguna al respecto, pero le partía el corazón desmentirlos,
confrontarlos, cuando la ilusión de Shirley era obvia.
Ella no se estaba dejando llevar solamente porque no quisiera decirles
que no, sino que claramente la idea de su familia aceptándola y ayudándola
la ponía feliz. Era acojonante lo convincentes que podían ser esos jodidos
de Cleo y Javier.
Probablemente él también hubiera comprado su teatro si no tuviera
información extra fruto de la capacidad de Jacob, de Jeff con su acceso a
redes, y también porque los dispositivos rastreadores habían realizado su
tarea.
De todas esas fuentes habían surgido los datos que le permitían saber
que había una trama fea gestándose alrededor de la mujer que amaba, y eso
lo ponía furioso.
Jacob se movía con fluidez por el exterior de la mansión y había logrado
que le dieran una habitación de servicio, por lo que tenía sus ojos
constantemente en todos. Así, había escuchado fragmentos de
conversaciones entre Cleo y Javier mientras entraban o salían de la mansión
o cuando hablaban por teléfono en los jardines.
Los términos con los que se referían a Shirley eran ofensivos y
despectivos, así se lo comunicó Jacob, aunque no le dijo puntualmente qué
decían. Probablemente para evitar su estallido, porque el agente ya sabía de
su relación íntima.
Joe se lo había confirmado cuando aquel le preguntó sin filtro, y fue
claro estableciendo que este no era él siendo poco profesional al follar con
un cliente. Este era él enamorado de una mujer que le correspondía, y esta
relación tenía historia.
Jacob había asentido y no necesitó más. Era silencioso, eficiente,
profesional, y hablaba poco. Bien por él.
Con respecto a sus hallazgos en la habitación de Peyton, Jeff había
ubicado e identificado las cuentas de correo y ¡oh, no tan sorprendente!, la
que usaba el pijo estaba a nombre de Sydney Mitchell, que al parecer era su
nombre verdadero.
Jeff había logrado varios datos esclarecedores y muy preocupantes sobre
él, como por ejemplo que era hijo de una familia acomodada, aunque no
millonaria, de Bismarck, capital del estado.
Sus padres tenían conexión con una de las empresas más conocidas de
los Olson en esa población, lo que desmentía lo poco que él había dicho
sobre su origen.
Esto había sido como una bomba, y había puesto a todos en alerta, y las
órdenes de Matt habían sido contundentes: había que rodear a Shirley y
esperar por acontecimientos, pero intervenir frente a la menor sospecha de
algo extraño.
No podían hacerlo antes porque no se había roto ninguna ley o se había
intentado nada. A menos que Peyton… Sydney estuviera vinculado con el
intento de secuestro que Shirley sufrió, de lo que no tenían pruebas hasta el
momento.
Las artimañas del cabrón eran más sutiles, pero no menos peligrosas.
Joe estaba lívido y se sentía con las manos atadas, porque decir algo en esta
instancia era alterar a Shirley y no lograr nada. Confrontar al hijo de puta lo
haría desaparecer de la escena, y esto no les daría las respuestas que
necesitaban.
Como por ejemplo qué se traía entre manos con los primos Olson. La
conexión existía, así lo habían establecido los rastreadores, que ubicaron
dos veces el auto que usaba el pijo en los mismos sitios que el vehículo de
Cleo.
Se reunían en secreto, se escribían, porque los correos de respuesta
provenían de la cuenta de empresa de Cleo Olson. Tramaban algo.
Las salidas de los pasados días habían sido interminables y llenas del
parloteo de ambos, fingiendo ayudar a Shirley a encajar y manejar su nueva
posición como empresaria y heredera.
Su bonita ingenua había cedido y se la veía más cómoda con ellos. Pero
la estaban envolviendo en mentiras, y cada día de los pasados quiso gritarlo,
decirle que la manipulaban.
Esperaba que esto no jugara en su contra cuando la trama se dilucidara,
que Shirley no lo viera como parte de ella, al esconderle los detalles. Por
ello le advertía con cuidado, le insinuaba algo por las noches cuando la
tenía entre sus brazos.
Le rogó que se cuidara, que no fuera tan rápida para confiar, que no se
dejara llevar. Mas ella tenía hambre de familia, de amor, y le partía el alma.
Hubiera querido abrazarla y correr con ella de vuelta a Los Ángeles para
alejarla de toda esta mierda, pero no sería adulto ni cambiaría que esta gente
quería algo de ella y no cederían hasta lograrlo.
La habían contactado antes de que ella supiera de su abuelo o de la
herencia. Quería decir que sabían de su existencia y del papel que jugaba en
el testamento.
Tenían un contacto en el estudio de abogados, tal vez, y Joe esperaba
que no fuera el mismo Montgomery o Maggie. La otra opción es que el
mismo abuelo los hubiera amenazado con desheredarlos y hubiera
mencionado la existencia de Shirley.
Kenneth no había sido silencioso al respecto, considerando que Roger,
el chofer, nada menos, sabía lo que pretendía hacer como su última
voluntad.
Todo era de una gravedad que no se podía minimizar. Había
intencionalidad, crueldad, manipulación y ambición en esta trama oscura. Si
se comprobaba la conexión de los Olson con el intento de secuestro, había
crimen también.
No quería pensar que probablemente habían tratado de eliminarla antes
de que fuera un problema, que habían querido matarla. Esa era la
conclusión de Matt, de Hawk, de él mismo.
Lo estremecía considerarlo, y su instinto lo impelía a quitarla de sus
garras y llevarla lejos, esconderla para que nadie pudiera dañarla. Pero no
ganaban nada con ello, salvo posponer la resolución de la trama.
No era su intención engañarla, dejarla ciega ante el complot, pero a estas
alturas, había que cortar la basura de raíz, y esto significaba exponer a todos
en el momento justo, cuando quisiera mover sus fichas.
Matt y él estaban convencidos de que estaban intentando que Pey… el
tal Sydney la engatusara para que se enamorara de él y se casaran, y así
manejar la herencia. Y tal vez provocarle un accidente en un futuro no muy
lejano.
Tendrían que pasar sobre su cadáver, y probablemente sobre el de sus
compañeros de la agencia. Si estos buitres creían que Shirley estaba sola y
desprotegida, se habían equivocado mucho. Tenía amigos. Lo tenía a él, su
amante, su protector, su escudo.
No puedes cuidarla las veinticuatro horas, gilipollas. Ahora mismo está
sola en su habitación. Pero ellos no están aquí, se tranquilizó mentalmente.
Jeff y Jacob los están monitoreando, y también el coche de Javier tiene
rastreador.
La única pieza suelta era el otro primo, Ben, pero este no se había
presentado. Era un misterio si estaba al tanto de todo esto. Obvio que no le
había agradado para nada lo resuelto por su abuelo, pero eso era natural. Lo
desconcertante era la expresa intención de Cleo y Javier de desprestigiarlo
frente a Shirley. ¿Podría ser que desconociera el complot?
Joe se dirigió a la habitación de Shirley. Quería ver cómo estaba y de
paso medir su glicemia y hacer que comiera algo. Ingresó sin golpear;
estaban más allá de eso, su relación era cada vez más pública. La intimidad,
la verdadera, la que él había evadido por años, fluía entre ambos. Por eso
esconderle información era tan difícil.
—¿Shirley, cariño? —rozó su mejilla con la punta de sus dedos y se
deleitó con la suavidad de seda de su piel.
El aleteo de las largas pestañas despejó los últimos instantes de su sueño
y sus ojos enormes y bellos se posaron en él, y brillaron. Sonrió. Joder, qué
fuerte se sentía y hacía latir su corazón ser el destino de esa sonrisa.
Un hombre podría morir porque este rostro siempre estuviera así,
distendido, feliz, inocente. Sus manos acunaron el rostro femenino y su
boca se acercó, pero ella negó y se puso la mano delante.
—¡Mal aliento!
Joe echó la cabeza atrás y rio. Instantes como estos eran lo que le hacían
fantasear con un futuro juntos, con formar una familia, con el largo plazo.
Solo tenían que sortear esta situación. Jodida, maldita situación provocada
por el dinero.
Por una herencia que estaba seguro de que Shirley ni siquiera estaba
convencida de querer. Por su parte, podían metérsela donde el sol no
alumbraba, pero…
—¿Qué pasa, Joe?
Ella lo miraba semi incorporada sobre sus codos, con la cabeza
ligeramente ladeada, la mirada fija en él, que se había perdido unos
instantes en elucubraciones.
—Preocupaciones—sentenció, y se adelantó para darle un pico en los
labios a pesar de sus protestas.
—¿Tienen que ver conmigo? No lo hagas, no te inquietes—le rogó, su
mano acariciando su mandíbula y frotando su barba—. Prometo
alimentarme en regla.
—Mmm, no es la primera vez que lo escucho—dijo, y tomó su mano
para hacer la prueba de la glicemia. Dio un suspiro al ver que estaba bien.
La miró, y entrecerró sus ojos—. Tienes pendiente un castigo, pero lo
dejaré para la noche.
Ella tembló visiblemente y tragó saliva, pero nada en su cara o actitud
demostró temor. Más bien expectativa. ¡Ah, esta pequeña iba a ser su
muerte, si la dejaba! No era especialmente devoto de prácticas poco
ortodoxas en lo sexual, pero este cuerpo, esta piel, esta actitud…
Experimentar un poco sería glorioso. Algo habían hecho en el pasado;
esposas, sogas. Despierta, cabrón, y focaliza. Hay asuntos que debes
resolver primero.
—Estaré pendiente de ese castigo, Joe. Creo que tienes razón, lo
merezco—abatió sus pestañas y sonrió perversamente—. Es más, si crees
que debes adelantarlo por cuestiones prácticas, no me opongo.
Se inclinó para hablar sobre su boca, sus ojos pegados.
—Nada de travesuras conmigo, nena. Estamos en plena tarde y la casa
está activa. Margerie está preocupada por ti, y tus amigas han estado
bombardeando mi teléfono.
—Les enviaré mensaje ahora mismo al chat, para tranquilizarlas.
Ella se incorporó y buscó su teléfono, en el que tipeó frenéticamente por
unos minutos. Esas mujeres eran intensas, y el constante repiqueteo de los
mensajes fue prueba. Caminó hasta ella y le quitó el móvil de las manos,
poniéndolo en alto mientras ella daba saltitos para alcanzarlo, haciendo que
sus senos bailotearan deliciosamente.
Los miró sin remordimiento e hizo un gesto travieso de succión, y ella
se detuvo y puso sus brazos alrededor de sus pechos con falso gesto de
indignación. La trajo hasta su pecho y la elevó sin esfuerzo con una mano
por la cintura, de modo que ella quedó pegada a él y con sus pies en el aire.
—Eres mi preciosa mujercita, y necesito que estés al cien por ciento. No
estaré tranquilo hasta que hayas comido y descansado como debes. Ven,
vamos a la cocina y hazme feliz, Shirley.
—Está bien—Ella cedió, asintiendo—. La energía de Peyton y Cleo me
hizo estar desatenta. No es que me entusiasme tanto eso de las compras,
pero a ella parece gustarle ayudarme así.
Se puso serio y miró a un costado, las palabras agrias pugnando por salir
de su boca y desmentir esa idea, a todas luces falsas. Ella siguió:
—Espero que Peyton no esté abajo y me atosigue con sus lecciones de
economía.
—Si está, me aseguraré de que no se acerque y te moleste.
—No es que me moleste. Él es agradable y procura aleccionarme.
Entiendo que para un hombre acostumbrado a manejar empresas y dinero
verme tan verde en ese tema es desesperante. La parte que no me gusta es
que creo que tiene esperanzas de algo más.
—Esperanzas que no has fomentado y claramente están basadas en
nada.
—Bueno, el hecho de que tuvimos unas citas fomentó esa idea, pero mi
falta de respuesta a sus avances debería ser prueba—Suspiró—. Joe, he
pensado…—La miró con atención, y cierta preocupación, esperando que
nada decepcionante para sus sentimientos saliera de su hermosa boca—.
Quiero que todos sepan que estamos en una relación. Que somos…—
Carraspeó, y enrojeció—. ¿Novios?
Su boca se distendió en el gesto más natural que había tenido en mucho
tiempo. Fue como si aire fresco lo inundara, y el alivio lo anegó. La besó
fuerte, muy fuerte.
—Eso somos. Me encanta el término. Novios—paladeó la palabra, y se
sintió bien. Perfecta. Un status que nunca pensó tener—. Me honra saber
que estás lista para mostrarme al mundo y dejaré de ser tu sucio secreto.
Rio cuando ella le dio una palmada indignada en el pecho, y le hizo
cosquillas suaves que la obligaron a escapar de sus brazos. Luego se
compuso y se cepilló el cabello, y vistió una bata de seda por encima de sus
pijamas.
—Vamos a la cocina para que me alimentes. La primera en saber nuestra
novedad será Margerie. Veremos qué opina, no tiene pelos en la lengua, así
que será un termómetro de lo que piensa el resto.
—¿Te inquieta eso? —inquirió—. ¿Lo que piensen Cleo, Javier, Peyton?
—¿Honestamente? No—la sinceridad de su respuesta lo calmó—. Ellos
son recién llegados a mi vida, los estoy conociendo. Tú… Llegaste a la mía
en un momento muy jodido, y me salvaste. De varias formas. Te quiero en
mi camino, a mi lado, de aquí en más.
—Es la mejor invitación que me han hecho, nena—Caminó hasta ella y
la abrazó fuerte y apasionadamente—. No podría imaginar algo mejor para
mí.
Caray, si no se cuidaba iba a llorar. Esto de las emociones era
complicado, traían de rodillas al más recio.
VEINTISIETE.
 
Shirley bufó y tragó saliva intentando calmarse. Estaba furiosa y no
podía evitarlo a pesar de que Joe la había estado alentando a no hacer caso,
a ignorar la mierda que había estado escuchando. Habían pasado la tarde
anterior y parte de la mañana de hoy juntos, y estaba sola ahora porque Joe
había sido convocado a una reunión por Matt.
Una videollamada que nadie podía escuchar, y en la que también
participaba Jacob, que al parecer había estado a su alrededor todo este
tiempo. Ese hombre era más que bueno en su trabajo, o ella había estado
muy poco pendiente de su entorno, claramente enredada en su situación.
Intuía que algo no iba bien y tenía que ver con ella, pero Joe había
permanecido críptico, a pesar de que en algunos momentos pareció querer
contarle algo. Esto le pareció, y sobre todo ocurrió cuando Shirley comenzó
a ponerse iracunda por las repercusiones que la noticia de que ella y Joe
eran novios estaba teniendo en su entorno inmediato.
La única que se había mostrado contenta era Margerie, que había
señalado que no la tomaba por sorpresa porque los rostros de ambos eran
libros abiertos para ella.
<<Parezco amarga y solterona, pero tuve lo mío. No se me escapó la
forma en que se observaban y trataban de tocarse a mis espaldas>>, había
agregado, sonriendo con suficiencia.
Luego se había concentrado en alimentarla con platos livianos y frescos,
aunque le repitió que los snacks listos eran saludables y esperaban por ella,
y que se tomaría en serio el ver que el inventario disminuía.
<<No se juega con la diabetes, y menos si es por seguirle el tren a
Cleo>>, añadió con un gesto duro.
Lo que había seguido había sido más dramático y desagradable, por
cierto. Peyton había ingresado con rostro serio y agrio y se sentó a su frente,
mirándola con solemnidad y gesto dolorido.
La había puesto muy nerviosa, y buscó el apoyo en Joe apretando su
rodilla por debajo de la mesa. Este estaba con rostro inescrutable, aunque su
mirada no se quitó un segundo de Peyton.
<<Shirley, no puedo creerlo, de verdad. Escuché lo que dijiste, y… No
solo me descoloca, hiere mis sentimientos en profundidad>>, había
respirado hondo, y extendió sus manos sobre la mesa, buscando tomar la
suya, pero ella la había quitado con rapidez. <<Shirley, te estás dejando
engañar… Este hombre quiere tu dinero. Pretende aprovecharse de ti>>.
<<Cuidado, gilipollas>>, el gruñido de Joe fue amenazador, pero ella
había apretado su rodilla un poco más.
No le gustaba lo que decía, pero entendía que estuviera herido y
sospechara de Joe. Él ignoraba lo que eran, lo que habían compartido.
<<Te equivocas. No lo entiendes porque no sabes nuestra historia. Mira,
Peyton…>>
<<Pensé que teníamos algo, Shirley>>. Los ojos de él eran duros, en
contraposición con sus palabras. <<Desde el primer momento, cuando te vi
en la oficina, sentí que conectábamos>>.
<<Has sido amable, gentil, un amigo…>>
<<No es lo que quiero. Y no puedo entender que te dejes cegar por una
montaña de músculos sin cerebro y con obvia mala intención. No habla bien
de ti y de tu inteligencia>>, había agregado, con leve gesto despectivo que
la indignó.
<<Eso es insultante>>, le había dicho con voz más firme. <<Joe y yo…
>>
<<Los vi una noche, lo confieso. Golpeé tu puerta porque sentí ruidos y
los vi. Pero me tragué mi indignación, me dije que lo mejor era que te
desfogaras. Mas no callaré más.>>
<< ¿Cómo te atreves a decir eso?>>, le había dicho horrorizada. ¡Los
había espiado, había entrado a su dormitorio! Su mano se tuvo que volver
acero para frenar a Joe y evitar que lo golpeara, porque su rostro era
homicida.
Mas Peyton había seguido, como si hubiera perdido el buen sentido.
<< ¿Qué seriedad puede tener tu posición en la junta directiva cuando te
dejas engatusar por un don nadie? Te va a desplumar en un abrir y cerrar de
ojos, y te va a dejar sin un céntimo. No digas que no te lo advertí>>. Se
incorporó y puso las manos como puños en actitud insolente. <<Cleo va a
estar tan decepcionada. Confiaba en que yo podría guiarte, pero…>>meneó
su cabeza. <<Estoy muy herido, en verdad>>.
Se había retirado con prisa, y ella había quedado atrás, abriendo y
cerrando su boca, intentando procesar sus palabras y su actitud. Luego
había mirado a Joe, que estaba muy envarado y al borde de estallar, y tocó
su hombro.
<<Está herido y decepcionado, pero seguro va a reflexionar y
entender>>.
Lo dijo más para distenderlo que porque lo pensara. Ella estaba molesta,
muy molesta. ¿Quién se creía para hablarle así?
<<No lo conoces bien, Shirley>>. La miró serio. <<No es lo que dice,
nena. Esconde sus cartas, y no son agradables>>.
<<Joe…>>
<<No son celos, Shirley, ni siquiera molestia o rabia por lo que dijo. Es
conocimiento, querida>>.
<< ¿Qué sabes, Joe?>> Ella lo había mirado con confusión, pero él
negó.
<<No puedo decirte nada más, todavía. Pero no te acerques a él ni trates
de consolarlo por lo que crees que él siente. Es una serpiente debajo de esa
fachada. Prométeme que no te acercarás a él>>. La había tomado por la
barbilla y su expresión tormentosa, insegura, hizo que ella afirmara con su
cabeza.
<<No lo haré>>.
No entendía nada, y su desconcierto y preocupación aumentaron desde
ese instante, y también su fastidio. ¿Por qué el secretismo, si la involucrada
era ella? Eran pareja, no debería haber misterios entre ambos.
Un diálogo igual de decepcionante se había producido con Cleo,
temprano en la mañana. Había llegado al desayuno, y no hizo un solo
intento por disimular su hostilidad a Joe. Su prima había dicho palabras
parecidas a las de Peyton, agregando ejemplos de mujeres que lo habían
perdido todo por confiar, y bla bla bla.
Incluso Javier la había mensajeado, apelando a su condición de hombre
calavera, diciendo que conocía a muchos aprovechadores como Joe, y
citando todo lo que tenía para perder si se dejaba engañar. Trataron de
lograr que se reuniera con ellos sin Joe, usaron la figura del abuelo Kenneth
y su decepción.
Todo esto la tenía así, como si quisiera salirse de su piel, ansiosa. Creían
que ella era una idiota que no sabía distinguir un aprovechado de un hombre
real. Y Joe era casi el Anticristo. La fastidiaba enormemente la superioridad
con la que hablaban y la trataban.
Como si pertenecer a una clase social diferente, por el azar y las
decisiones de su abuelo y de su padre, la hicieran tonta. Tenía más sentido
común que ellos, estaba segura.
¿Con qué derecho la pretendían disuadir? Esto era cada vez más
frustrante, y la hacía querer dejar todo. Excepto a Joe. Y no era capricho, ni
locura, ni que estuviera engatusada. Era amor.
—¡Carajo, esto es un asco! —gruñó.
Comenzó a desenvolver una de las bandejas que Margerie había
dispuesto para ella, decidida a hacerle caso y no exponerse a que la gruñona
la reprendiera por no comer. Estaba en plan sargento, en línea con Joe. Era
una ensalada de frutas, y tenía muy buena pinta.
—Señorita Shirley—la voz la hizo girar. Era una de las muchachas del
servicio, Stella—. El señor Ben está en la sala y desea hablar con usted.
¿Ben aquí? Se agitó un poco. No había tenido contacto con él y la
perspectiva de una nueva confrontación la hizo cerrar los ojos y casi
graznar. Pero se rehízo de inmediato. No iba a actuar como una empollona
temerosa.
—Que pase, Stella, gracias.
Puso la cuchara en la ensalada, distraída, y comió un bocado pequeño,
masticando mientras pensaba. No iba a interrumpir lo que estaba haciendo,
y recuperar su rutina con los alimentos era prioritario.
Se limitaría a escuchar lo que él tenía que decir y de acuerdo a lo que le
planteara, actuaría. Pero no permitiría que la entristeciera o asustara, no,
señor.
Demoró un poco más de lo esperable, y ella pensó que se había
arrepentido, pero entonces ingresó. Impecablemente vestido en un traje
azul, su rostro era serio, pero no desencajado o demostrando exteriormente
rabia o despecho.
Los ojos verdosos se clavaron en ella y avanzó, y luego le extendió su
mano, un poco envarado.
—Shirley, gracias por recibirme. ¿Puedo?
Ella asintió, y lo observó, pero esperó que él hablara.
—¿Cómo estás? Me dijo Margerie que habías tenido un incidente ayer.
—Sí, pero estoy bien, gracias por preguntar.
Al menos esta vez demostraba urbanidad y cierta empatía, eso era de
agradecer.
—Mira, Shirley… Prima. Lo primero que debo hacer es disculparme por
mi accionar el día de la lectura del testamento del abuelo. Fue imperdonable
mi acritud y mi frialdad, y lo lamento, de verdad. Soy un hombre testarudo
y estructurado, y los cambios me cuestan en general. Tu aparición… Tener
una prima, lo que el abuelo decidió… Fue demasiado para mí.
—Entiendo la sensación…—indicó ella.
—Mas tú no volcaste el resentimiento que tal vez sientes…
—No estoy resentida—negó—. Dolida, desconcertada, agobiada, tal vez
—añadió.
Y muchas razones tengo, pensó.
—Lo puedo entender. También siento eso, ¿sabes? Por motivos
diferentes. Para mí fue un golpe muy fuerte… El que el abuelo me hiciera a
un lado… Sentí que todo lo que he hecho, todo mi compromiso, la vida que
he dedicado a estas empresas, se iba por el drenaje.
—No creo que él haya tomado la decisión con ese objetivo—dijo ella.
Vio como se aflojaba la corbata y su expresión se hacía menos
resguardada, más abierta, y con ello se lo notaba más guapo y joven.
—No, he llegado a esa misma conclusión. Sus palabras me han dado
vuelta en la cabeza mil veces, ¿sabes?  Un sacudón, eso fueron. Me hizo
poner mi vida en perspectiva. Mi rol, mi familia, lo que sentía que era de
valor… Y me he dado cuenta de que he estado equivocado.
Lo observó con curiosidad. Este no parecía el ambicioso insaciable que
Cleo describía, o el manipulador que Javier denostaba. Parecía… humano,
tocado, cercano.
—¿En qué crees haberte equivocado?
—En permitir que esta tarea me robara años y me impidiera vivir como
quiero. Por mucho tiempo pensé que era mi rol continuar la tarea del
abuelo, enriquecer más a la familia. El responsable, el encargado…—
sacudió su cabeza—. Resulta que he sido el que trabaja mientras los otros
consumen y toman. Ya no más.
—¿A qué te refieres?
—Quiero que sepas que creo que el abuelo tenía razón en cada palabra
que escribió. Sobre mí, sobre mi madre, mis hermanos. Y voy a respetar a
rajatabla su voluntad. No quiero ser CEO, no más. Pero puedo ayudarte en
la transición para que asumas el cargo o elijas a quien lo haga.
Había apertura, claridad y honestidad en esas palabras, lo supo por
instinto. ¿Era tonto confiar en él cuando sus hermanos no lo hacían? No, su
abuelo le había dicho que era de confianza, lo recordó.
—Tus hermanos se acercaron a mí y me han estado tratando de ayudar a
encajar, y…
—Mis hermanos pueden elegir buena ropa, restaurantes, espectáculos,
pero no tienen ni puta idea de las empresas, o del trabajo duro en general—
su tono fue tajante.
—Ellos… Mmm…—Dudó, pero finalmente le comentó—. No tomes a
mal esto que te voy a decir. Ellos no tienen la mejor imagen de ti y tus
intenciones. Tal vez si te reúnes con ellos y les comentas lo mismo que a
mí…
—Mis hermanos pueden ser muy seductores y convincentes cuando se
lo proponen. Me pregunto por qué nunca usaron eso con intenciones más
constructivas. Me entristece, honestamente. Sé que no soy abierto, que me
cuesta expresar mis emociones, lo que siento… Pero no soy un mal hombre.
De todas formas, las acciones hablan más que las palabras. Supongo que
cuando vean que no me interesa el puesto y tomo otros rumbos, se
convencerán.
Shirley torció el gesto, pensativa, mientras volvía a comer un poco de
fruta. Trató de ser cuidadosa y contemporizadora. Tal vez su llegada a esta
ciudad y a esta familia había sido intempestiva, pero no tenía por qué ser
distorsiva.
Al menos no en forma permanente. Podían hablar, llegar a acuerdos.
Parpadeó, un poco cansada, sintiendo latir sus sienes.
—Seguro podemos reunirnos todos y …—carraspeó, su garganta le
picaba—. Hablar, llegar a acuerdos. No tenemos por qué pelear. Ni
siquiera…—tosió, y la sensación de ahogo y calor la invadió.
El rostro de Ben se frunció, y se hizo hacia adelante.
—¿Shirley, estás bien?
Quiso hablar, pero la sensación de ahogo creció, y su visión comenzó a
nublarse. Intentó pararse apoyándose en la mesa, pero trastabilló y lo último
que escuchó antes de que la negrura la envolviera fue un grito masculino
desgarrado que llamaba a Margerie. Luego, la nada.
VEINTIOCHO.
 
El doctor se aproximó al grupo de personas que esperaba, y Joe se
adelantó con extrema ansiedad. El corazón aún le latía acelerado a pesar de
que lo peor había pasado.
Estaban en la exclusiva clínica que atendía a la familia Olson, y Shirley
había sido trasladada luego de que Ben le había inyectado adrenalina para
controlar el furibundo shock anafiláctico que había sufrido.
—Ella está reaccionando como es de esperar. La rápida acción en el
momento la salvó. Un shock grave sin atender es mortal en minutos.
Joder. ¡Joder! Shirley había estado a minutos de morir. Si no hubiera
sido porque Ben reconoció de inmediato qué le pasaba y hubiera gritado a
Margerie para que trajera epinefrina del botiquín de emergencia de la
mansión, habría colapsado.
Tantos sí enloquecían a Joe. Si hubiera estado sola, si Kenneth no
hubiera tenido su misma alergia alimentaria y Ben no supiera cómo tratarla;
si no hubiera habido una dosis de la medicina… Se estremeció, pero se
obligó a prestar atención al aquí y ahora.
—Ella está con oxígeno y medicación para ayudarla a respirar sin
agobio. Sus vías respiratorias sufrieron el proceso. Su presión está bien, lo
mismo sus niveles de azúcar. Está agotada, por supuesto. Vamos a dejarla
en observación y atender su respuesta. Pero quiero que estén tranquilos.
—¿Puedo verla? —dijo Joe.
Necesitaba abrazarla, tocarla, ver con sus ojos que de verdad estaba
bien. No podía pensar. Nunca le había pasado algo igual, y había vivido
situaciones de estrés agudo y peligro en zonas de guerra.
Pero no se igualaban al hoyo que sentía en ese momento en el pecho. En
parte era culpa, se maldecía por no estar con ella cuando le ocurrió. Él tenía
que cuidarla, y casi la había perdido.
—Sí, en unos minutos. La enfermera le hará saber.
Margerie y Roger eran quienes estaban con él, y también Jacob, que en
este momento hablaba con Ben. Se acercó a ambos y se dirigió al último.
—Gracias por ayudarla. Si no hubieras reaccionado con tanta
velocidad…
—Fue instintivo, por suerte. Vi al abuelo pasar dos veces por situaciones
similares, aunque no tan jodidas. Por fortuna aún estaba la medicación en la
casa. No entiendo cómo se desató esa reacción tan furibunda. Ella estaba
comiendo fruta, una ensalada… Eso le decía ahora a…—frunció el ceño,
percatándose claramente recién que Jacob era un desconocido.
—Jacob, miembro de mi equipo de seguridad—dijo Joe, con el ceño
fruncido, y se dirigió directamente a su colega—. Ve a la casa y asegúrate
de encontrar esa comida.
—Tiene que haber sido la que preparé para ella. No tenía nada que
pudiera provocar algo así, me aseguré… Ustedes saben que…—dijo
Margerie, pálida y temblando, y Joe la tomó de una mano.
—Tranquila. No es de usted de quien sospechamos—respondió, su
mente un vendaval furioso.
—Pero… ¿Es que creen que esto fue algo provocado? —la cara de Ben
era de absoluta incredulidad—. Eso no es posible, ¿quién…?
—No es la primera vez que intentan algo contra ella—cortó Joe—.
Quisieron secuestrarla semanas atrás, cuando aún no sabíamos nada de su
herencia o familia. No tenía sentido hasta que nos enteramos de que era
millonaria y había mucho descontento al respecto.
Su mirada aquilató la reacción de Ben. En verdad no tenía una opinión
sobre él, pero había estado apartado de sus hermanos, y de hecho había
salvado a Shirley. Eso lo exoneraba, a su juicio. A menos que intentara algo
más enredado, pero no lo creía.
—Pero, ¿matarla? —la cara de horror de Ben fue clara.
—No lo sé, pero lo averiguaremos. Y si así fue, quien lo intentó no
tendrá lugar seguro donde correr—sentenció Joe con la expresión más
amenazadora.
Estaba lívido, invadido por la ira y el deseo de castigar, de borrar de la
faz de la tierra a quien había atacado así a su mujer. Ella estaba en peligro,
cada minuto en esa casa y cerca de la gente que la odiaba y quería hacerla
desaparecer era exponerla.
Sin pensar más se separó del grupo y llamó a Matt, que ya sabía todo.
—Matt, Jacob va en camino a la casa a buscar la comida que ingirió. La
hará analizar, pero estoy seguro de que la contaminaron.
—Eso es intento de asesinato, por lo menos. Cuando lo descubramos y
lo conectemos con el secuestro, porque estoy seguro de que todo está atado,
el o los canallas no volverán a ver la luz del día.
—Son Peyton… Sydney, Cleo y Javier, estoy seguro. Al menos los dos
primeros.
—Necesitamos pruebas. El análisis de la bandeja puede o no encontrar
huellas. Si no existen, no podremos relacionarlos.
—Ellos dos estuvieron en la casa entre ayer y hoy. Tuvieron la
oportunidad. Sabían de la alergia de Shirley. Por suerte olvidaron que había
medicación, y no contaron con que Ben la ayudaría, nada menos.
—Esperemos al análisis. Llamaré a Jacob para que lleve las muestras al
mejor laboratorio de la ciudad. Si lo comprobamos, haremos la denuncia
correspondiente y daremos entrada a la policía. Si logramos que
comprueben la conexión con el secuestro, los federales estarán interesados.
Podríamos solicitar la captura internacional de los que la atacaron en Los
Ángeles, y tal vez lograr una extradición y confesiones. Tomará tiempo.
Concéntrate en cuidar y consolar a Shirley, Joe. Es tu principal tarea.
—Lo es—asintió frenéticamente—. La quiero fuera de esa casa. Es
herencia de todos, lo que implica que pueden entrar y salir cuando quieran.
No la voy a exponer a esas hienas.
—Hawk viaja en este momento para ahí. Haré los contactos para
conseguir una locación adecuada y segura para ella. Por cierto…—hubo un
suspiro—. Las mujeres están en alerta. Cheryl casi enloquece al saber lo
ocurrido. Querían ir a cuidarla.
—Necesita tranquilidad—gruñó.
La perspectiva de un grupo de cacatúas charlando sin control al lado de
su preciosa, llenando su cabeza cuando tenía que descansar, no era
alentadora. No hoy o mañana, al menos.
—Diles que yo me encargaré y ella está bien. Cuando puedan verla, lo
harán. Estará en contacto, diles eso.
—Como si fuera tan fácil tranquilizar a una horda de mujeres dulces y
educadas cuando enloquecen y están preocupadas. Se potencian. Sé de lo
que hablo—suspiró Matt—. Ve con ella, te escribo con los detalles de lo
que surja.
—Que Jeff controle qué hacen Peyton y Cleo, dónde están.
—Lo hará, descuida.
Dio la vuelta y se acercó otra vez al grupo, justo en el instante en que se
aproximaba una enfermera y les decía que podían verla, uno a uno. Lo
miraron a él.
—Les haré saber cómo está. No es necesario que se queden, le trasmitiré
su preocupación—los instó a irse, y Roger y Margerie asintieron,
dirigiéndose a la salida.
—Dile que mantengo todo lo que le expresé. Todo esto es muy sórdido
y me preocupa infinitamente que alguno de mis hermanos esté vinculado de
un modo u otro. Espero… Ruego que no, pero… hay cosas que no se
pueden ignorar.
—¿A qué te refieres?
—Cleo y Javier son ambiciosos, acostumbrados a tener todo, a salirse
con la suya. Sus deudas de juego se pagan, su desorden se limpia, su
drogadicción se estabiliza con alguna internación corta. Sus acciones no
tienen consecuencias… Nada bueno surge de esta impunidad con la que mi
madre los crio. Pero también son manipulables, fácilmente. Cualquiera con
malas intenciones y un poco de labia y habilidad…
—Tal vez. No los exonera, y si están detrás de esto serán castigados.
—Espero que no haya sido así. Sería horrible—susurró Ben,
visiblemente afectado, pálido.
Joe no esperó más y se dirigió a la habitación donde estaba Shirley, en la
que ingresó expectante. Ella estaba con los ojos cerrados y la máscara de
oxígeno cubriendo medio rostro. Tan pequeña, tan frágil. Tan suya, más que
nunca.
Se acercó y se sentó en el extremo del lecho, su mano acariciando los
dedos de la mano que no recibía medicación. Ella abrió sus ojos y Joe leyó
la incertidumbre, la incomprensión en ellos. Ella no sabía nada, era ajena al
intento de asesinato que acababa de sufrir.
Procuró calmar su angustia y nervios para no potenciar los de ella. Le
contaría todo, pero en cápsulas. Primero tenía que recuperarse, y en el
ínterin probablemente todas las fichas se irían colocando en su sitio.
—Calma, nena. Shhh, no, no, deja eso—Ella intentaba quitarse la
máscara—. Te está ayudando a respirar. Sufriste un shock anafiláctico, tu
garganta, todos tus órganos de respiración se hincharon. La medicación y el
oxígeno te ayudan a recuperarte.
—¿Cómo? —ella parpadeó.
—Algo de lo que comiste te afectó. Ben te ayudó, Shirley. Te inyectó
epinefrina.
—Ben…—ella asintió, probablemente recordando lo último que había
hecho y hablado—. Solo fruta—dijo luego.
—Lo sé, lo sé. Averiguaremos qué pasó, no te inquietes. Necesitas
reponerte, descansar mucho.
—Cansada…—musitó muy bajito, y sus párpados cayeron otra vez.
—Descansa, amor. Estaré aquí, a tu lado, custodiando tu sueño.
Ella movió levemente la cabeza, asintiendo, y volvió a dormirse. Joe la
observó por varios minutos, deteniéndose en cada rasgo, en cada detalle de
su rostro, todavía muy pálido.
La sacaría de aquí apenas pudiera moverse y no dependiera de la
medicación. No permitiría que nadie supiera donde estaba, con excepción
de su equipo. No confiaba en nadie, a pesar de que el menos sospechoso era
Ben.
Y haría todo, todo lo que estaba en sus manos para que ella dejara los
asuntos económicos en manos de abogados y profesionales y se separara de
esta familia horrorosa. En su mente eran arpías ansiosas de eliminar a la que
amaba, por lo que eran sus enemigos, y él no era compasivo con ellos.
Buscó una butaca y se acomodó cerca de su rostro, dispuesto a cumplir
la promesa de velarla. Las horas pasaron con lentitud, y las enfermeras se
cansaron de pedirle que saliera. Las miró con hostilidad y férrea
determinación, gruñendo en respuesta.
Ella despertó varias veces y la ayudaron a moverse al baño, y luego le
hicieron controles. Todos resultaron favorables, y finalmente le dieron el
alta. La coordinación de la salida fue con extrema seguridad.
Él condujo a Shirley en el Cadillac que había solicitado a Roger dejara
en el estacionamiento, y Jacob y Hawk, que acababa de llegar, en un auto
rentado. Se dirigieron a una habitación de un hotel, que fue lo más rápido
que pudieron encontrar. Ya para la siguiente jornada había una propiedad
disponible en las afueras.
Shirley habló poco, pero el color había vuelto a sus mejillas y la notaba
más animada, aunque curiosa, y esto aumentó cuando estacionaron en el
hotel. Lo miró con el ceño fruncido.
—¿No vamos a la mansión? Creí que…
—No volverás allí, por ahora. No es seguro.
—¿A qué te refieres? Joe…—su rostro se demudó, y Joe se apuró a
abrazarla.
—Mira, Shirley, hagamos el ingreso y te prometo que te cuento todo.
Confía en mí, nena, por favor. Hoy dormiremos aquí. Jacob y Hawk nos
custodiarán. Ahí está el grandote, ¿lo ves?
Le señaló a Hawk, que bajaba del auto en ese momento y se acercó a
ellos con un leve frunce en su boca que funcionaba como sonrisa. Estaba
preocupado, lo conocía.
—Hola, Shirley. ¿Cómo te sientes?
—Estoy bien. ¿Cómo es que estás aquí? Joe, ¿qué está pasando? Me
asustas.
—No, Shirley, tranquila. Estás cubierta conmigo lo sabes—Hawk le
guiñó el ojo—. Matt me pidió que ayudara aquí y corrí. No te imaginas las
que me han hecho pasar esos amigos tuyos, Brianna y Timmy—rodó los
ojos, y Shirley rio.
Joe agradeció a Hawk internamente, aunque no tenía duda alguna de que
estaba diciendo la verdad. Sería gracioso si pudiera disfrutarlo, pero estaba
al borde, y todavía le faltaba explicar toda la situación. Suspiró.
—Vamos a la recepción así podemos ingresar y te puedo alimentar y
asegurarme de que estés cómoda, nena—indicó.
—Increíble. No pensé ver este día—Hawk habló rascándose la cabeza
—. Muy bien, Shirley. Te concedo que no imaginé que podrías envolver con
tanta facilidad a este cabrón. No te llevó nada tenerlo a tus pies. Ey, no sería
mala idea que le pidas que te abanique y te haga masajes. Le encanta. Él
mismo es coqueto, le gustan las máscaras faciales y todo lo que tiene que
ver con compras y centros comerciales.
—Hawk—gruñó, y Shirley lanzó una risita.
—Lo tendré en cuenta, Hawk. Aunque déjame decirte que te cuides de
que Timmy y Brianna no te escuchen hablar de esos temas. Pueden pensar
que te interesa y no te los quitarás de encima.
El hombrón pareció congelarse y un estremecimiento lo recorrió.
—No te atreverías.
Shirley rio débilmente, y Joe la abrazó por la cintura. Al menos esto la
había distraído.
VEINTINUEVE.
 
Apenas Joe cerró la puerta de la habitación tras de sí y sin dar más que
una mirada apreciativa alrededor, Shirley se giró y con las manos en la
cintura se plantó decidida a saber la verdad.
Todo lo que le estaba evitando, necesitaba saberlo ya, porque era obvio
que estaba detrás del evento con su salud.
—Joe, no más esperas, no más dilaciones. Quiero saber qué está
ocurriendo. No me haces un favor ocultándome las cosas—meneó su
cabeza, molesta.
—Tranquila, nena, lo haré. Ven, sentémonos—Tomó su mano y la llevó
al sillón—. Antes que nada, quiero que sepas que una parte de esto lo sé
hace unos días, y no te lo conté por una decisión conjunta del equipo, y hay
razones de seguridad que lo justifican.
Ella frunció su entrecejo y lo observó seria. Se lo veía un pelín
incómodo, si no se equivocaba al leer su lenguaje corporal, nervioso.
—¿Razones de seguridad? No alcanzo a percibir qué podría ser que…
—Voy a empezar por el principio. Sé que hay algunos detalles…—
sacudió la cabeza y se corrigió, suspirando—. Todo te va a resultar para
flipar y probablemente te vas a sentir muy traicionada y dolida.
Se alteró y palideció. Él… ¿Es que él…? Un miedo repentino la invadió.
—Tú… ¿No es verdad lo que me dijiste sentías por mí?
—¿Qué? —Joe desorbitó los ojos y negó, y la abrazó con velocidad,
apretando su parte superior contra su pecho—. ¡No, Shirley, nada de eso!
Mi amor por ti es incuestionable y brilla con más fuerza que nunca, nena.
No dudes de ello—sus manos acunaron su rostro, y la besó con dulzura—.
No hay fuerza en el mundo, salvo la tuya, tu deseo, que me separe de ti.
Ella asintió, aliviada. Él la amaba, ella lo amaba. No había tormenta que
no podía enfrentar con él a su lado, siendo su apoyo y su compañero.
—Okay, Okay. Bien, dispara—se enderezó.
—Muy bien. Esto que voy a contarte es una trama siniestra y fue
confeccionada con tiempo y alevosía, premeditada con cuidado. Hay
detalles que aún no cierran, no tenemos certezas absolutas, pero sí varias
verdades descubiertas.
—Me asustas—susurró.
—No tengas miedo. Estás a salvo aquí. Conmigo.
—Es por esto que no estamos en la mansión. Es allí…—dijo.
—No estás segura allí. El shock que sufriste fue provocado porque la
ensalada de frutas que ingeriste fue contaminada con nueces.
—Pero Margerie no podría…—negó con vehemencia.
—No, ella no. Pero alguien con acceso al refrigerador y sabedor de tu
alergia alimentaria sí.
—Pero quien lo hizo…—pestañeó, su mente lenta para elaborar ideas—.
Puso suficiente como para…
—Para provocarte un shock que te habría matado en minutos.
Se cubrió la boca con las manos y desorbitó sus ojos.
—¿Matarme? ¿Eso buscaban? Pero… Pero… ¿Por qué? —parpadeó
varias veces y las lágrimas se acumularon en sus ojos.
Joe la abrazó y la movió para sentarla en su regazo, mientras sus manos
la recorrían con ternura, llevando confort, susurrando palabras de aliento y
calma.
—Es terrible, lo es, cariño, pero no lo lograron, y agradezco al cielo por
ello. Ben te salvó, nena. Reaccionó con velocidad y recordó que había
epinefrina en la casa. Tu abuelo tenía la misma alergia.
Ben, claro. Estaban hablando en buenos términos cuando su mente se
apagó. Su abuelo sufría de lo mismo. Tenía sentido, pensó, eran familia.
Aún muerto la había salvado, de alguna forma, reflexionó. Eso era bonito.
Pero el que quisieran matarla era… Era desolador.
—¿Quién? —Miró a Joe, y vio la furia en sus ojos.
Él estaba iracundo. El pensar en el autor lo ponía virulento, y al borde.
Se contenía por ella, tratando de hablarle con cuidado y no incordiarla.
Hala, Shirley, reacciona. Ponte fuerte y averigua todo de una vez. Puedes
con esto, tienes a Joe.
—Creemos que Peyton, aunque tus primos pueden estar conectados
también.
El estupor la demudó.
—¿Peyton? Pero… Pero… ¿Con qué objetivo? ¿Qué podría obtener?
A menos que estuviera loco o no soportara la idea de verla con Joe.
¿Sería un drama pasional? Nahh, ella no podía estar en medio de uno. Era
una mujer simple, joder, no una vampiresa a la que todos querían.
—No se llama Peyton. Su nombre es Sydney, y es originario de Dakota
del Norte. No es millonario, y su familia ha trabajado por generaciones para
la familia Olson. Y tiene vínculos con Cleo que son anteriores a tu llegada
con él aquí.
Esas frases fueron como una bomba explotando en su cara, y las procesó
con lentitud. Peyton no era Peyton. No era quien decía ser. Pero…
—Él apareció en Los Ángeles antes de que supiéramos algo de mi
abuelo o el testamento—señaló, confundida.
—Una movida inteligente. Él y tus primos sí lo sabían, excepto Ben,
aunque no estoy seguro de esto. Probablemente alguien en el despacho de
Montgomery filtró la información, o tu abuelo se los dijo en algún
momento. Sabían de tu existencia y de tu rol en el testamento. Sydney se
acercó a Cheryl con mentiras para estar en contacto contigo, y actuó para
captar tu interés.
Recordó que él había llegado y Timmy le dijo desde la primera vez que
la había mirado con insistencia. Luego su constante flirteo, las invitaciones.
Su insistencia para viajar con ella a Dakota, sus presiones para meterse en
sus decisiones, el presentarse como su novio. Mentira tras mentira. Cerró
los ojos y respiró hondo para contener la bilis que viajó hasta su garganta.
—No lo puedo creer… Aunque pensándolo bien, así se entiende como
alguien así se fijaría en mí—susurró.
—¿Alguien así? ¿Qué quieres decir? —La voz grave de Joe la obligó a
mirarlo—. ¿Un pijo supuestamente millonario, afectado, bien vestido,
bonito? ¿Eso es lo que dices? Tú vales mucho, Shirley, y no solo no voy a
permitir que te denigres, sino que es derogatorio para mí. ¿Soy menos que
él, por eso me fijo en ti? ¿Puedes aceptar que yo te quiera, pero te resulta
increíble que él lo haga? No te tenía por alguien superficial…
—¡Para! —le gritó, y se movió para sentarse a horcajadas, tomando su
cara entre sus manos y besándolo para cortar toda otra frase—. Eres mi
novio, mi hermoso y musculoso, fuerte y protector amante y te amo y te
deseo, no hay nadie como tú. Nadie. Te. Amo. Pero estoy en shock, Joe.
Dame un respiro y permíteme la libre expresión, aunque sea para mostrar
mi asombro y rabia.
—Mmm—gruñó él—. Bien, lo dejaré pasar, por ahora—Suspiró—. El
caso es, ese tipo es pura fachada, un criminal de cara bonita. Se presentó, te
quiso envolver. Creemos que estuvo involucrado con el intento de
secuestro, que fue anterior. Como no funcionó, probó el modo directo.
—No entiendo. Iban a secuestrarme, ¿qué ganaba él?
—Supongo que él tiene un romance con Cleo.
Ella abrió su boca con asombro.
—¿Ella se prestó a eso? ¿A que me secuestraran, a que tratara de
matarme? ¿A que me sedujera? ¡Está enferma si es así!
Meneaba la cabeza sin poder acreditar.
—Esto supera cualquier ficción—murmuró, la crudeza de todo
filtrándose en su cabeza y una decepción mayúscula recorriendo su pecho y
demudando su rostro—. Todo mentira. La cercanía, su intento de ayudar,
sus palabras amables y bienvenida a la familia. ¡Y yo creyéndome todo
como la idiota que soy!
—No, no, no—Él no le permitió moverse de su falda—. Tú creyéndole
como la persona formidable, amorosa y normal que eres, Shirley. Nada de
lo que trataron de hacer es sano ni producto de personas de bien. Estamos
hablando de un criminal, de alguien que no duda en usar las peores
estrategias para lograr lo que quiere. Y tus primos… Ben sugirió que eran
manipulables y no estaban acostumbrados a los límites o a sufrir
consecuencias negativas frente a cualquier cosa que hicieran.
—Así que Cleo y Javier solo fingían ayudarme… Hablaban pestes de
Ben, pero me pareció que él no era así cuando se acercó… Y el abuelo
confiaba en él. Aunque ya no sé qué pensar. Nadie parece ser lo que
aparenta.
—Tú lo eres. También yo. Tus amigos. Margerie y Roger han sido
incondicionales, estaban preocupadísimos por ti, la primera culpándose.
Ben te salvó, de hecho—Joe suspiró—. La culpa que siento por no estar ahí
cuando me necesitaste me corroe y…
—¿Culpa? ¡Ni se te ocurra! Nadie podría haber previsto algo así, tan…
Tan Agatha Christie, novelesco. Tantas vueltas…—se mordió el labio
inferior—. Creo que cuando de verdad entienda el peso de las mentiras voy
a sentirme muy mal. Jodida herencia me dejó mi abuelo. No quiero nada…
Que se lo guarden, que hagan con el dinero y las empresas lo que quieran.
Es lo único que les importa, que lo tengan todo.
—Estás impactada, y no piensas bien. Esta decisión la tienes que tomar
tranquila y en paz, no agobiada por la traición y las mentiras. Se hará lo que
tú digas, pero en los mejores términos, preciosa. Recuerda que tu abuelo
hizo esta movida por algo. Tú eres una Olson, de las pocas sanas de mente y
corazón.
—¿Cómo supiste todo esto, Joe? —Se apoyó en su pecho buscando que
el latido constante de su corazón noble la calmara.
—Espiando. Revisando la laptop de Sydney. Poniendo rastreadores en
los autos. Jeff ubicó gran parte de la verdad, y Jacob otro tanto.
—Los agentes de la Agencia en su salsa—dijo bajito—. Supongo que
tenerlos de mi lado es lo mejor que me pasó.
—No, nena, yo soy lo mejor. Ellos complementan—bromeó, pero luego
calló y le susurró—. Estarás bien, mi amor, ya verás. Esta gente llegó recién
a tu vida, con malas intenciones, pero la frenamos, y los neutralizaremos.
Estamos recolectando pruebas y hemos enviado datos a la policía local y a
los federales. Cuando los hombres que intentaron secuestrarte aparezcan,
seguro denunciarán a Sydney.
—¿Y Cleo y Javier?
—El real alcance de su participación está por saberse. Cuando la hora de
pagar las culpas llegue, veremos cómo reaccionan.
—¡No quiero verlos más!
—No lo harás. Me encargaré de ello. Me encargaré de ti, nena.
Acarició su espalda y su mano se concentró en la parte alta, en sus
cervicales.
—Relaja, mi amor. No merecen que tu cuerpo sufra dolores ni que tu
mente tenga malos pensamientos.
Su voz era suave y sus dedos hacían maravillas. Shirley movió su
cabeza de lado a lado y lo dejó hacer.
—¿Ayuda? —le susurró al oído él, y su aliento cálido llevó cosquillas al
hueco de su oreja.
Se estremeció, y él lo percibió, y sus labios se cerraron en el lóbulo,
succionando, para luego lamer la zona ultrasensible detrás de la oreja. Ella
gimió. ¿Era normal que se sintiera cachonda cuando le acababan de tirar
baldes de agua helada?
—Joe…
—Conozco un medio infalible para liberar tensiones de todo tipo.
Involucran agua calentita, cuerpos desnudos, mucha fricción…
Se incorporó y la elevó con él, caminando hacia lo que imaginó era el
baño, como si fuera una pluma. Dejó que la expectativa la ganara y la
llenara, y que la emoción de compartir con él drenara lo feo que acababa de
saber. Lo único que importaba eran ella y Joe. Solo ellos.
Él la depositó con suavidad sobre la mesada de piedra lustrada del que
era un baño lujoso y quitó su blusa y su sujetador, y sus manos envolvieron
sus senos, apretándolos levemente y rozando sus pezones con la yema de
sus pulgares.
Brevemente bajó su cara y lamió uno y otro, pero sus manos siguieron
camino hasta sus jeans, que desabotonó con más velocidad. Ella se sujetó
de sus hombros y elevó sus glúteos para que él deslizara la prenda, y sus
dedos arrastraron las bragas con ella, dejándola desnuda y con su trasero
sobre la piedra fría.
Él se apartó para desnudarse con apuro, y verlo ante sí pura piel y
músculos duros potenció su deseo a las nubes. Lo miró de arriba abajo y sin
vergüenza se relamió.
—¿Soy suficiente para ti, preciosa?
Él giró ante ella sin prurito, y Shirley sintió su garganta secarse al
visualizar su parte trasera. Perfección pura, eso era el jodido.
—Ya lo dije. Hermoso, fuerte y musculoso.
—Y con la polla más grande, toda lista para ti—gruñó.
Una verdad evidente como la dura erección que él acarició y masturbó
sin apuro. La visión era demasiado. Shirley saltó para quedar de pie sobre la
mullida alfombra de baño a escasos centímetros, sorprendiéndolo. Palmeó
la mano que recorría el largo del miembro para quitarla, y la sustituyó por la
suya.
La perla húmeda que pronto se formó en el glande la atrajo, y su único
pensamiento fue probarla, por lo que se dejó caer de rodillas y lamió,
haciendo ruido al probarla en sus labios.
—¡Ah, joder!
—Necesito esto—dijo ella, más para sí que para Joe—. Necesito
probarte, llenarme la boca de ti, Joe. ¿Me dejarás?
—¡Como si pudiera negarte algo! Y menos cuando me provoca tanto
placer—masculló—. Anda, nena, tómame, juega conmigo. Estoy aquí para
ti.
Shirley abrió su boca y fue por todo, aunque solo pudo tomar la mitad,
pero no se desalentó. Succionó y distendió su garganta cuanto pudo, solo
focalizando en darle placer, y sus jadeos eran indicativo de que lo lograba.
Se atoró algunas veces, pero retrocedía y volvía, y no pasó mucho que él
follaba su boca. No dejó de mirarlo, adorando esta conexión, verlo eufórico
y apasionado.
El plop que sonó cuando él se separó la hizo ensayar un puchero, pero él
se movió para operar los comandos de la ducha, y luego la ayudó a
incorporarse y la condujo para que el agua caliente la golpeara en la
espalda.
Ingresó a su lado y se colocó detrás de ella, abrazándola por la cintura y
pegándola a él. Sus pieles húmedas en total contacto, tibias y despertándose
mutuamente.
Él deslizó sus manos para que envolvieran la base de sus muslos,
pegadas a su coño, y la elevaron para que su polla se posara a la entrada de
su centro. La penetró de una estocada, sin necesidad de estimulación,
porque ella estaba abierta y húmeda para él.
Pujó dentro suyo sin piedad, una mano envolviendo su tórax para
sostenerla y la otra ocupada tocando su clítoris y excitando más y más.
—Tú estás limpia, y yo me hice análisis que demuestran que también lo
estoy. Pero si lo deseas, me quito ahora y me coloco el condón.
—No se te ocurra—murmuró, saltando sobre su polla como un resorte,
sus manos sobre la pared para más apoyo, pero la fuerza de él la sostenía
sin peligro, y ella confiaba en él.
Joe estaba para ella, sostenía cualquier caída, física o emocional. Lo
sabía. Lo entendía.
—Ah, hostia puta, esto es…—jadeó él—. Paraíso—Su polla era como
un pistón, entrando y saliendo a toda velocidad, enterrándose en el mismo
centro de Shirley, y está gritó sin control cuando la sobreestimulación la
hizo estallar y todas sus células parecieron gritar de júbilo.
Con un rugido y una embestida final él se corrió adentro suyo,
marcándola con su semen, y Shirley supo que todo estaría bien. Nada
importaba, nada, más que esto, ellos.
Él se retiró de ella y la movió para que el agua tibia la recorriera, y la
lavó con suavidad con una esponja impregnada de un gel de olor
maravilloso. Ella lo dejó hacer, disfrutando cada instante, y luego permitió
que la secara y la envolviera para llevarla a la cama.
Se durmió sin más, saciada, satisfecha, segura de que él velaría por ella
y no dejaría que los monstruos la tocaran o la amenazaran, no más.
TREINTA.
 
Joe suspiró con alivio e hizo un gesto a Hawk, que estaba ubicado en
una butaca de la cocina y le respondió con un dedo para arriba.
—Por fin. Los bastardos fueron extraditados y están en custodia federal,
cantando como pájaros—señaló Joe, las manos en la mesada.
Joe se refería a los que habían intentado secuestrar a Shirley.
—Mmm—respondió Hawk, entretenido en masticar el emparedado.
—Estás arrasando con la comida que tenemos, jodido. Por fortuna no
estarás acá mucho más. 
—La incertidumbre me da hambre—rio Hawk, y Joe lo imitó—. Pero es
verdad, ahora que todo va volviendo a la normalidad, seguro Matt me
comandará volver.
—Sí, no hay peligro. Está plenamente comprobado que Sydney estuvo
detrás del secuestro, y las huellas de la bandeja más la confesión de Cleo lo
conectan con el envenenamiento. Ese hijo de perra se pudrirá en la cárcel.
—Cuando lo atrapen—gruñó Hawk, bebiendo un sorbo de agua.
—Eso pasará. Todo ha rodado rápido y no ha tenido tiempo de salir del
país.
—Eso espero. Menuda ficha la tal Cleo. Tanto dinero, tanto glamour y
tan poco cerebro—Hawk meneó su cabeza con incredulidad—. Podría
haber tenido al novio que quisiera, y se enreda con un psicópata.
—La forma en que él la atacó habla a las claras del tipo de relación que
tenían. El psiquiatra diagnosticó personalidad fácilmente manipulable que
es proclive al abuso mental reiterado. La mayoría de los que la conocían la
tenían a ella por manipuladora.
Cleo había sido encontrada por su hermano Javier en un estado grave,
fuertemente golpeada. Luego de ser atendida declaró que Sydney Mitchell
se había ensañado con ella cuando no quiso darle dinero para huir.
Cleo se había enterado por Ben del intento de secuestro y del
envenenamiento y no quiso seguir amparando a su novio. Sydney había
sido su amante por años, y el plan que él había orquestado, de acuerdo a
Cleo, incluía engatusar a Shirley para lograr manejar el capital accionario y
su dinero.
Nunca, según ella, incluyó lastimarla o matarla. No hacía sus acciones
menos reprobables, y su llanto y pedido de perdón no conmovieron a
Shirley. Esta la visitó a pedido de su prima, y si la escuchó y secamente dijo
que esperaba que se recuperara de sus heridas, Joe entendió que no habría
otra oportunidad entre ambas.
—Shirley parece estar bien—dijo Hawk.
—Está entera y cada día más fuerte. Esto la golpeó, pero es resiliente.
Lo único que quiere es resolver el asunto de las empresas y volver a la
normalidad.
No pocas noches se había quebrado y había tenido que consolarla, por
supuesto, pero era natural y esperable, incluso bueno. Que ella drenara el
dolor y el miedo, la decepción que las situaciones y las personas le habían
provocado era sanador, a su juicio.
Joe se congratulaba de poder confortarla y apoyarla. Cuidarla era su
privilegio, y cuando esto incluía follarla con pasión y adoración, su mundo
se tornasolaba. Shirley era su luz, daba color a su vida.
Una que no había considerado mala antes de ella, ni vacía, porque tenía
su familia y su trabajo. Pero tenerla junto a él le hacía darse cuenta de que
vivir era mucho más.
—Nunca te había visto así, Joe—dijo Hawk, mirándolo con atención.
—¿Cómo? ¿Feliz? Hostia, Hawk, siempre he sido bromista y sociable,
no es que…
—No, no, viejo. Siempre bromeas y tiendes a unir los grupos, pero estás
realmente feliz. Se te nota, y como la miras, es… No sé, perturbador—
gruñó.
—¿Perturbador? —lo miró con incredulidad.
—Sí. Como Matt mira a Cheryl. Como si tuviera la llave sagrada, como
si no pudiera respirar sin ella. Te ves igual de idiota, si me permites la
expresión.
—Eres un jodido bruto, amigo. Ah, cómo voy a disfrutar cuando te
llegue la hora y te tragues tus palabras. Sabes lo que dicen, ¿no es así? Las
torres altas son las que hacen más ruido al caer, pero colapsan también. Te
crees inexpugnable, cabrón. No sabes lo errado que estás. Pero, ¿sabes qué?
No te deseo que te pase esto porque quiera verte mal, por el contrario.
Deseo que te pase porque eres mi amigo y te quiero.
—Alucinas—gruñó—. Iré a mirar un poco afuera. Supongo que esta
reunión será la última que vigilemos. Pena, me gusta la casa.
Estaban en una hermosa propiedad en las afueras de Fargo, rodeados de
naturaleza y con comodidades de todo tipo. Matt había logrado arrendar el
sitio por varias semanas, y ya llevaban dos aquí.
Luego de que Cleo había aparecido, y Ben había tomado la posta de la
representación familiar, las reuniones con él y Montgomery se habían dado
en dos oportunidades.
Estaban tratando de ver cómo funcionarían de aquí en más. La decisión
de Shirley de retirarse y no participar más que marginalmente de las
reuniones de la Junta directiva y dejar en su lugar a representantes era
indeclinable.
Su intención final era vender las acciones, pero Ben le había pedido
tiempo para pensar en un plan de compra. Quería que la familia no perdiera
la mayoría accionaria. Esto estaba bien para Shirley.
Los pasos a seguir le habían sido sugeridos por Brian O´Malley,
hermano mellizo de Brianna, que había sido quien viajó para hacerse cargo
temporalmente del cargo de CEO que Ben había dejado vacante.
Lo había hecho instado por Aidan, y este empujado por su mujer Avery.
Las amigas de Shirley habían estado presentes con llamados, encuentros
virtuales, mensajes constantes, y empujones a sus esposos para que no
dejaran de ayudar a Shirley.
Ben estuvo de acuerdo y aceptó todas las sugerencias. Se le notaba
sacudido por lo ocurrido con Cleo, avergonzado frente a Shirley, pero
también decidido a tomar las riendas de su vida sin que esta se
circunscribiera a las empresas.
Así lo había vuelto a afirmar, y sugirió nombres de altos ejecutivos que
podían aspirar con solvencia al alto cargo cuando Brian se retirara.
—Joe, Hawk, miren—les dijo Shirley con algarabía, apareciendo en la
cocina con su Tablet en una mano y excitación obvia—. Definí tres causas
que me parecen geniales y que quiero apoyar con dinero. A ver qué piensan.
Una es la misma a la que mi abuelo donó dinero, para apoyar a los
veteranos de guerra.
—Eso es importante, y nunca habrá suficiente efectivo. Algunos
volvimos y tuvimos suerte de tener amigos, familia, amigos que nos
apoyaran y dieran trabajo—dijo Hawk—. Pero una gran cantidad vagan sin
saber cómo reinsertarse, qué hacer. Es fácil dejar el alma en esas tierras
hostiles, perder la cordura…
—Sí, comparto—dijo Joe—. ¿Y las otras?
—Quiero crear becas de apoyo a estudiantes brillantes con carencias
económicas, para que logren estudiar lo que quieran y obtener su título. Hay
al menos un edificio que pertenece a la familia con muchos apartamentos
que pueden ser residencias estudiantiles, además de darles apoyo
económico en dinero.
—Suena muy bien. Debe haber muchos jóvenes sin esperanzas de poder
concretar sueños. Puedes contribuir a cambiar muchas vidas, preciosa—dijo
Joe con aprobación, y la besó.
—Por favor, déjala terminar antes de ponerte pegajoso—gruñó Hawk.
—Lo tercero que quiero hacer es ayudar a fundaciones que trabajan para
ayudar a personas con diabetes.
—Todo eso es muy importante, pero necesitarás que te ayuden a
gestionar los aportes en el tiempo, y monitorear su uso correcto.
—Cheryl se encargará, la contrataré—sonrió—. Trabajaré en tándem
con Montgomery. Hablando de él…
—Sí, está al llegar. ¿Está todo decidido?
—Todo el papeleo está listo. Lo firmaré hoy mismo, al menos una parte,
y estaré lista para volver a Los Ángeles. Tendré que viajar seguido aquí,
pero todo estará encaminado para que el conglomerado recupere brío y
eventualmente, funcione sin mí. No me necesitarán, ni yo a nadie aquí.
Bueno, claro que me gustará mejorar mi vínculo con Ben, pero es todo.
—Volveremos, entonces—dijo Joe, sonriendo.
—Volveremos. Tengo muchos desafíos en Los Ángeles, y ahora tendré
más dinero para cubrirlos.
—Espero estar en ese listado mental que pareces tener.
—Estás, claro que sí.
—Puaj—dijo Hawk y se retiró meneando la cabeza, seguido de las risas
de ambos.
****
Joe estaba leyendo sus mensajes en el lecho, pero el sonido de la puerta
lo hizo elevar la vista y sonreír. Shirley traía una bandeja con el desayuno, y
la posó en la cama.
—Café, urgente—dijo Joe.
—Mm, ya hemos definido que no eres una persona mañanera, mi vida—
sonrió ella, y le acercó la taza. Ella bebió la suya, mirándolo por encima del
borde—. Te traje de todo para alimentar ese cuerpo tallado tuyo—guiñó un
ojo, y Joe no se hizo de rogar.
Tomó el plato y comenzó a dar buena cuenta del omelette y luego de
tostadas que untó con el dulce dietético al que se había hecho adicto. Estaba
tratando de apuntalar a Shirley sosteniendo sus hábitos de alimentación
cuando podía, y eso lo hacía aún más adorable.
—Así que todo está listo y finiquitado. Eres libre y rica.
—Soy libre y tengo dinero para darme los gustos que deseo, y tengo mi
futuro bastante asegurado, a Dios gracias. Por ello agradezco al abuelo.
Pero no significa nada sino estás incluido en ese futuro, quiero que lo sepas.
Eres lo primero para mí, Joe.
¿Cómo había tenido tanta suerte? No lo sabía, pero haría todo a su
alcance para que esto fuera tan eterno como fuera posible.
—No dudes jamás de que tú eres la luz de mi vida, Shirley—Se
emocionó—. Hostia, resulta que soy igual de sensiblero que mi padre, y
muchas veces me burlé de él. Si mis hermanas me ven así…
—No permitiremos que pase—rio ella—. ¿Cuándo las conoceré?
—Cuando quieras, amor. Pero me gustaría que definamos algunos temas
antes. Por ejemplo, quiero que te vengas a vivir conmigo. Mi apartamento
no es enorme, pero si es cómodo. Podemos comprar otros muebles, dividir
cajones y estantes, feminizarlo un pelín—bromeó.
—Me encanta la idea. Compartirte allí con Rufus será genial.
—Ah, pobre Rufus. Me está extrañando, eso me dicen.
—Pronto lo verás. Esta nueva etapa me provoca mucha ilusión.
Quiero… Quiero que normalicemos nuestra relación, que la…
—Sé lo que te ha faltado, mi preciosa. Que todos vean que eres dueña
de un ejemplar masculino de excepción. Que envidien el pedazo de maromo
que tienes al lado, pura polla y bíceps—flexionó sus brazos e hizo una
mueca ridícula.
—¿Puedes culparme? No me has llevado a una sola cita, no me has
seducido con cenas a la luz de la luna o las velas, no hemos bailado.
—Todo eso te daré, y más, mucho más—se aproximó a ella, quitando la
bandeja del medio—. ¿Es disconformidad lo que escucho? ¿Mi mujercita
considera que no he sido justo con ella? ¿Que le debo cosas? Porque
recuerdo que ella me debe también.
—¿Yo? ¿Qué? —fingió no saber de qué hablaba, pero comenzó a
retroceder.
Tarde. Él ya la tenía atrapada, y la movió con él cuando se sentó en el
borde de la cama, sentándola sobre su falda, boca abajo, la pelvis sobre sus
muslos. Bajó sus pijamas dejando su cola expuesta, que acarició con
suavidad.
—Tan suave, tan blanca… Deliciosa.
Asestó una palmada dura, y luego dos más, tomándola por sorpresa y
haciéndola protestar.
—¡Joe! Eso duele.
—Es la idea. Que tu culo quede colorado y te duela un pelín al sentarte,
y te recuerde no postergarte, no descuidar tu salud. No es aceptable. Lo
hiciste varias veces, y cada una de ellas redundó en sustos enormes para mí.
Volvió a golpear, tres veces más, y luego la acarició y le dio la vuelta.
Ella lo miró con un mohín, pero finalmente suspiró.
—Las palmadas no son lo mío, no me molan, no me excitan.
—No era para eso, Shirley—negó él—. Lo que te dije fue en serio. Sé
perfectamente lo que te excita, lo que te pone cachonda y te hace correr.
—Ah, ¿eso crees? ¿Crees que me conoces bien?
—Sé que muestras una faceta de niñata seria y compuesta, que lo eres
en parte, pero también eres ese mujerón apasionado y caliente que le gusta
que le hable sucio y la toque por todos lados—Sus manos se deslizaron por
sus pechos—. Sé que te gusta que experimentemos… Que probemos nuevas
posiciones. Se me ocurre que te podrían gustar algunos juguetes…
Observó su reacción, y sonrió perversamente cuando notó la luz de
interés que se encendió en sus ojos.
—Juguetes. ¿Qué clase de ellos?
—Eso es lo divertido, nena. Podemos explorar y buscar. Probar—Sus
dedos exploraron, y cuando encontraron el premio mayor, su coño, la
humedad demostró que ella era fruta madura para ser consumida.
—¡Joe!
—Oh, nena, te voy a devorar—gruñó.
TREINTA Y UNO.
 
—¡Llegaron!
El grito excitado se escuchó desde afuera y el movimiento de visillos
mostró rostros de niños con ojos grandes y bocas risueñas, algunas sin todos
los dientes.
—Bien, Shirley, prepárate para el interrogatorio y la tortura. Mi familia
es divina, pero…
La puerta se abrió y una mujer no muy alta apareció en el vano, una
sonrisa de oreja a oreja iluminando su rostro. Joe se adelantó y la abrazó por
la cintura y la hizo girar, mientras ella reía y gritaba que la bajara.
—¡Bájame ya, Joe, quiero conocer a tu novia!
Así lo hizo y ella se recompuso y avanzó hasta Shirley, que extendió su
mano. La mujer la ignoró y la abrazó con calidez, dando un beso en cada
mejilla.
—Querida, ¡qué placer, qué alegría conocerte! Joe nos ha hablado tanto
de ti.
—Gracias—Shirley sonrió, un tanto tímida ante tanta explosión de
energía—. Me ha contado mucho sobre ustedes también, y estoy encantada
de estar aquí.
—¡Samuel! —gritó hacia la casa—. Ven aquí, por amor a Dios. ¡Este
hombre! Le dije que estaban al llegar. Pero está mirando ese partido en la
televisión de su taller. Cree que no lo sé—Rodó los ojos y bufó
cómicamente.
—Hola.
Una niña pequeña de rulos negros y ojos café la saludó con una sonrisa
tímida, asomándose detrás de la madre de Joe, y Shirley murió de amor.
—Hola, pequeña. ¿Cómo te llamas? —se inclinó hacia ella.
—Eva.
—Divino nombre.
—Eva es mi sobrina preferida—indicó Joe, haciendo un guiño, y al
instante tuvo a otros dos pequeños mirándolo con enojo.
—Y aquí están Sheldon y Stian, mis dos sobrinos preferidos.
—A todos le dice lo mismo—se encogió de hombros Eva, cómicamente,
provocando la risa de los mayores.
—Pero pasa, pasa, cariño, que vergüenza contigo.
Ingresó y se encontró con una sala llena de gente que la miraba, y se
encarnó. Joder, que no tenía idea de que Joe tuviera una familia tan grande.
—Hostia puta, está todo el vecindario aquí—susurró Joe, y la tomó por
la cintura—. Buenas tardes, todos. Esta es Shirley, mi novia.
Un coro de voces diversas y saludos la recibieron, y ella sonrió e hizo
gestos con sus manos y su cabeza para todos los lados.
—Ven, nena, vamos a la cocina—la ingresó rápido al sitio, donde su
madre estaba disponiendo comida en platos y dos mujeres se afanaban con
bebidas—. Mamá, es que invitaste a todo el mundo. Emma, Marie, esta es
Shirley. Amor, estas son mis hermanas.
—Hola, mucho gusto—las besó.
—Pero qué guapa eres, Shirley—dijo Emma.
—Si que te sacaste la lotería, Joe—Marie dio un golpecito a su hermano
en el antebrazo—. En buena hora llegan, mamá está como loca desde
temprano. Cocinó como para un cuartel y compró lo que no pudo hornear—
susurró Emma.
—No todos los días mi hijo, mi bebé, trae una novia a mi casa. Joder,
nunca lo hizo.
—¿De verdad? —Shirley abrió sus ojos y miró a Joe, que guiñó su ojo
mientras comía una empanadita.
—Pues sí, hija, esto es algo tremendo. Por ello invité a mis amigas y sus
esposos, algunos vecinos de años que vieron crecer a Joe.
—Y al cartero, al lechero, al…—bromeó Marie, y Shirley se rio, aunque
se cubrió la boca por las dudas que su suegra se ofendiera, pero la risa
abierta de esta le indicó que era igual de fácil de tratar que Joe.
—Ven, guapa, toma un plato y síguenos. Vamos a charlar un poco al
comedor—dijo Emma—. Preparamos varios álbumes de fotos de cuando
Joe era pequeño, y de la adolescencia.
—No se atreverán—gruñó Joe.
—Claro que sí. Tú ve y saluda a papá, que está escondido mirando a los
Medias Rojas. Prepara todo.
Shirley fue escoltada y pasó casi una hora riendo y disfrutando de sus
dos cuñadas, que se mostraron encantadoras, sencillas y muy alegres de que
ella y Joe fueran pareja.
Le confesaron que ya lo veían solterón y sin hijos, porque si bien sabían
que tenía ligues, nunca había existido nadie serio en su vida, hasta ella. Eso
era un subidón, realmente, y se sumaba a la larga lista de detalles y
vivencias que ella y Joe estaban experimentando desde hacía dos meses.
Joe se había tomado en serio lo que ella dijo de que les faltaba vivenciar
la vida de novios, y se había empeñado en llevarla a restaurantes, a bailar, al
cine, a picnics, además de salir a caminar y correr juntos y con Rufus.
Vivir juntos era más que bonito, se estaban amoldando a la perfección, y
ambos aprendían día a día a convivir. Dejar de estar sola y por su cuenta,
tener a otro a diario compartiendo todo era un desafío y una alegría. Ella se
enamoraba un poquito más cada día, y Joe demostraban sin cesar que era el
hombre de su vida.
Habían tenido mucho que hacer este tiempo. A la mudanza y compra de
más mobiliario, había seguido el volver a trabajar, el conectarse otra vez
con las chicas y exponerse a sus infinitas preguntas.
Había tenido que viajar dos veces por temas legales a Dakota, y Joe
había ido con ella, celoso de su seguridad. No había peligro, en realidad,
porque el último cabo suelto que faltaba, que era Sydney, había caído unos
días después de que ella volvió a Los Ángeles. Los federales lo habían
atrapado cuando pretendió comprar un boleto de avión con una tarjeta
clonada.
Habría un juicio, se estaban preparando pruebas, testigos, alegatos, y
sería un momento duro, pero era necesario. Shirley tenía claro que ese
hombre tenía que estar tras las rejas, pagando el mal que había hecho y
evitando que buscara otros objetivos.
—Hermanas, han acaparado a mi novia suficiente tiempo. Permítanme
unos instantes a solas con ella. Voy a colapsar si tengo que escuchar otra
vez a la señora Dunn hablando de su perro pequinés y cómo sería adecuado
para Rufus.
Las tres rieron y sus hermanas se fueron. Él se acercó con mohín
suficiente y la abrazó.
—¿Se rieron suficiente de mí?
—Apenas. Estabas adorable en tus calzas de ciclista.
—No puedo creer que te mostraron esa. Espero que hayas visto las que
estoy en mi uniforme de quarterback de beisbol. En él se aprecian bien mis
dotes—sonrió.
—Mmm, las vi, sí. Estoy de acuerdo. Tu dote se perfilaba bien. Me
imagino que más de una porrista lo apreció también.
—Algunas, sí. Pero me enorgullece decir que finalmente entregué mi
bate a la más bonita, dulce y apasionada, y no acepto devoluciones.
Ella se mordió los labios, pero no pudo evitar reírse ante su ridiculez.
—No pienso devolver nada. Estoy muy conforme con la mercadería
entregada.
—¿Sí? ¿Quisiera la señora probarla un poco, nomás que para ver cómo
está hoy?
Ella saltó para incorporarse.
—¡Ni en sueños! Ni pienses que voy a hacer nada en casa de tus padres,
Joe.
—Pensé llevarte a mi antiguo dormitorio, tontear un poquitín. La cama
chilla un poco, pero van a entender—Rio ante su expresión.
—Pervertido.
—Hermosa—susurró, y la besó—. Mamá está feliz, y es obvio que mis
hermanas están encantadas. Papá está finalmente entre la gente, y quiere
conocerte.
—Bien, perfecto—Se adelantó para salir del sitio, pero luego se paró y
lo miró—. Joe… Tengo algo qué decirte, y no sé si es el momento, pero…
—¿Qué es, amor? No me preocupes, cariño. ¿Es algo de las empresas?
—No, nada de eso. Es… Este tiempo ha sido horrible y maravilloso a la
vez. Me refiero a todo lo de la herencia, no lo de la mudanza y…
—Sí, lo entiendo. También para mí.
—Nos estamos conociendo día a día, y estoy segura de que te amo.
—Yo te amo, no tengo dudas. Shirley, ¿qué…?
—No hemos hablado de hijos, Joe. Ahora que veo tu familia grande…
Tus hermanas me dijeron que pensaban que serías el eterno soltero, sin
hijos.
—Hasta que apareciste tú—Tomó su barbilla con delicadeza y la besó.
—Estoy embarazada, Joe—dijo, sin poder contener más la novedad,
mordiéndose nerviosamente la boca.
Él parpadeó, sacudió la cabeza, y entonces sus ojos brillaron y una
expresión de maravilla se extendió por su cara.
—¿Un hijo? ¿Tendremos un hijo?
Ella asintió, sin palabras, emocionada.
—Tendremos un hijo. No puedo creerlo—Se dio la vuelta con las manos
en la cabeza, y luego vino hasta ella—. ¿Cómo estás? ¿Te sientes bien? ¿De
cuánto estás?
—Bien, estoy bien. Siete semanas.
—Joder, esto es grande. Te amo. Te amo.
La besó fieramente, y ella se pegó a él y disfrutó de la felicidad de estar
juntos.
—También te amo, Joe, mucho.
—¿Les contamos?
—No, no, por favor. Disfrutémoslo nosotros, reservemos la novedad
para otro momento menos… Multitudinario.
—Sí, tienes razón. Además, tengo que sacarte del pecado, mi vida. Esto
me da la excusa perfecta para ponerte un anillo en el dedo.
—No es necesario.
—Lo es. Lo quiero hacer. De hecho, mi amor, una de las razones para
venir hoy era para pedirle a mamá que me diera el anillo de su madre. Mi
abuela lo dejó para que lo pusiera en el dedo de la mujer más digna que
encontrara. Y así lo haré.
—Oh, Joe. Me has hecho feliz desde que te conocí.
—Con algunos altibajos, y consideraremos los meses que nos separamos
un impasse, sí, hemos sido felices juntos. Pero esto apenas comienza, nena.
Quiero atravesar contigo lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo.
—Quiero igual, Joe. Ya pasamos varias feas, y estuviste a mi lado, sin
dudar. El viaje adelante seguro va a ser más que entretenido y nos desafiará,
pero saber que estaremos juntos me hace querer avanzar con los ojos
cerrados.
—Hermosas palabras que salen de la boca más excitante que he
conocido.
—Pues bésala, ¿a qué esperas?
Él no se hizo esperar y sus labios envolvieron su boca y la devoraron,
hasta que el ruido en la escalera y el llamado del padre de Joe invitando al
brindis los despegó. Hora de celebrar.

FIN
Mi queridísimo lector:
Una y otra vez gracias por elegir mis novelas. Sabes que aprecio tu
opinión y reseña en las plataformas, tanto Amazon, Goodreads, como las
redes sociales. Un comentario o recomendación tuya ayuda a que otros me
conozcan y, tal vez, también gusten de mis historias.
La próxima novela de esta serie Agencia de Seguridad Turner será la
historia de Hawk y Brianna, y ya puedes adquirirla en preventa. Aquí:
rxe.me/GTYSZM

Sinopsis:
Hawk es un guardaespaldas eficiente, implacable, comprometido con su labor. Gruñón,
enorme, su rutina es metódica y es poco dado a las acciones irreflexivas o a las pasiones
desenfrenadas. Estas se cobraron mucho en su pasado.
La Agencia es su vida, y sus amigos y compañeros lo único que necesita a su alrededor,
además de ligues casuales. Por ello la llegada y el asedio de Brianna O´Malley serán tan frustrantes y
desconcertantes.  La jodida millonaria se ha encaprichado con él como si fuera un juguete caro.
Tiempo de demostrarle que es mucho más que eso.
Brianna tiene un objetivo claro, y es ese hombrón enfurruñado, esa pared musculosa que la
hace soñar y vibrar de solo imaginarse en sus brazos. Lo ha observado de lejos por un tiempo, y está
segura de lo que quiere, aunque él parezca pensar que es una coqueta caprichosa. Oh, no, ella es
mucho más. Se equivoca el que la vea como una superficial casquivana.
Ella es mucho más de lo que parece, y su corazón más sensible de lo que deja traslucir. No
dejará de ir por lo que quiere, a pesar de que esto sea el hombre más esquivo y difícil que ha
conocido.

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