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Ejercicios Espirituales Jóvenes
Ejercicios Espirituales Jóvenes
P. BERNA
INTRODUCCIÓN/MOTIVACIÓN
Con toda sencillez quiero compartir con ustedes este tiempo de Gracia que el Buen Dios
les concede. Con sencillez les hablaré de la grandeza de Dios que siempre es amor nuevo. ¿Qué
se yo de Dios? ¿Qué puedo decir? Y, sin no hablo desde mi experiencia, ¿desde dónde puedo
decir algo auténtico? Por desventura, mi experiencia de Dios es pobre. Eso ha de quedar claro
desde el principio.
Sólo les deseo participar lo que creo, lo que espero, lo que amo. No pretendo enseñar
nada, ni convencer a nadie... Lo que vaya a decir, no significa que lo viva, sino que tan solo
señaló la dirección por dónde deseo seguir caminando. Esto es lo que a mí me ayuda a vivir, si a
ti también te sirve –en todo o en parte-, ahí lo tienes. Gratis se ofrece lo que gratis se ha
recibido. La vida de Dios ni siquiera se ofrece como propio, pues no pertenece a nadie lo que por
esencia se presenta como destinado a todos, sin privilegios ni excepciones.
Deseo invitarles a estar estos días en el silencio de Dios, con la sencillez de la verdad, y la
fe encendida para escuchar la voz del Señor que se vuelve a pronunciar como si fuera la primera
vez. Más que oírme a mí, traten de pasarlo bien con el Señor, admirando, rezándole, sintiéndose
queridos… “La vida tiene sentido cuando se aspira a no renunciar a nada”. (ORTEGA Y GASSET).
Quiero a la par con ustedes dejarme iluminar, corregir, ayudar, alentar por Dios, así que
también para mí será un tiempo de Gracia.
Diálogo abierto: ¿Qué es lo que entiendo cuando escucho “Ejercicios Espirituales”? ¿Para qué
sirven los Ejercicios? ¿Qué me gusta y qué no me agrada de los Ejercicios? ¿Qué espero de
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estos Ejercicios? ¿Por qué he venido? ¿Qué busco? ¿Qué estoy dispuesto a hacer para
aprovecharlos?
Dos grandes cuestiones invaden nuestra vida: Dios, ¿quién eres para mí?, Yo, ¿Quién
soy para ti? Sin respuestas a estas preguntas no es posible plantear y vivir nada concreto y
significativo. Lo que dice San Agustín: “Señor, que te conozca y que me conozca”. Jesucristo es
la revelación definitiva de Dios y del hombre, es la lógica de la Encarnación. Jesús nos revela el
rostro de Dios en la gracia de su humanidad.
Los ejercicios espirituales son un tiempo de gracias y bendiciones, para aprender a ver la vida
y mi vida como Dios la ve. Aprender a ver mi vida de joven, de cristiano como Dios la ve;
aprender a ver mi familia, la sociedad, como Dios lo ve. Narración 1: Niño RABINDRANATH TAGORE
(Calcuta, 1861-1941; 1913 Premio Nobel de Literatura).
“Lo hermoso de la vida está en la belleza de la mirada” (ETTY HILLESUM (1914-1943), judía
asesinada en los campos de concentración de Auschwitz).
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de cada quien, que brota desde su interior. Pues Dios está en ti, más que tú mismo, decía SAN
AGUSTÍN.
Jesucristo también fue al desierto. No estudiaba, no preparaba sermones, sino buscaba en la
soledad el encuentro con su Padre. Al volver del desierto supo lo que tenía que predicar. (FRANZ
JALICS, 27).
Dios nos dice: “Hoy te hago saber cosas nuevas” (Is 48,6-7). “Algo nuevo está
brotando, ¿no lo notan?” (Is 43,28-19). Es tan grande y hermosa, tan real y alcanzable la Buena
Nueva que Jesucristo nos ofrece, que a veces dudamos de que sea verdad.
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- La agresión. «La gente tiene más tendencia a volverse agresiva cuando se encuentra
rodeada de estos sentimientos de vacío y falta de sentido». En el mundo cada día mueren
aproximadamente 565 jóvenes de 10 a 29 años de edad a causa de la violencia interpersonal. En
México, durante el año 2010 murieron 25, 757 personas por agresiones, y colocó a la agresión
como la séptima causa de mortalidad. La tasa más alta de muerte por homicidio se observó
entre los hombres jóvenes de 25 a 29 años.
El riesgo más grave que amenaza a todos los cristianos es terminar viviendo como
“todos”, una vida estéril, vacía, sin sentido. Sin darnos cuenta vamos reduciendo la vida a lo que
nos parece importante: ganar dinero, no tener problemas, comparar cosas, saber divertirse…
pero sin paz, sin sentido, sin alegría profunda, si realización verdadera. Pasados algunos años
nos podemos encontrar viviendo sin más horizontes ni proyecto: una vida rutinaria, frustrada,
estresada, vacía…
Poco a poco vamos sustituyendo los valores (lo que puede llevarnos a la paz, que podrían
alentar nuestra vida por pequeños intereses que nos ayudan a “ir la llevando”. Podemos estar
confundiendo lo valioso con lo útil, lo rentable, lo práctico, lo que deja ganancias: lo bueno con
lo que nos gusta, con lo que todos dicen que es bueno; la felicidad con el placer y el bienestar. Y
aunque ya sabemos que eso no lo es todo en la vida, intentamos convencernos de que eso nos
basta.
La palabra evangelio viene del griego evangélion, es decir “buena noticia”, “alegre
anuncio”. La vida cristiana es ante todo la experiencia de un alegre anuncio, de una buena
noticia, de todo inesperada, casi increíble en su capacidad de decirnos cosas nuevas y de
transformar nuestra vida.
¿Cuál es esta noticia? Es difícil decirlo en pocas palabras, pero podemos decir: Dios
viene al encuentro del hombre para ofrecer su amistad. Una amistad sin atender a los méritos
del hombre, a su bondad o a su maldad. Dios que se interesa por los que están lejos, del más
solitario, amargado, del que se siente abandonado, perdido, triste, desconfiado, sin futuro. Dios
sale a nuestro encuentro para ofrecernos su amor, su misericordia, su misma vida, en Cristo
Jesús: “Todos los que estén casados y agobiados, vengan a mí que yo los aliviare” (Mt 11,28)
El evangelio comienza con una inmensa alegría: anuncios, promesas, milagros, llamadas,
amistad, admiración. El evangelio comienza con la presencia y la ternura de Dios con nosotros.
Lo primero que teníamos que aprender, el mensaje más urgente, era que Dios es infinitamente
mejor, infinitamente más cariñoso, más arrebatador, más resplandeciente de lo que nos
podíamos imaginar. Nuestra obligación principal y más apremiante era alégranos de ellos, darle
gracias, confundirnos ante ello, luego volver a alegrarnos, a llorar y a reír, a besar sus manos y
sus pies, a detenernos para darnos cuenta mejor, y comenzar de nuevo. Y entonces subirá a la
cruz con su gozo, para manifestarlo, para afirmarlo, para que nadie pueda dudar, para alegrarse
de haberlo expresado tan bien, de haberlo subrayado tan completamente con su sangre, con sus
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lágrimas, con sus gritos, con sus oraciones, con su inconmensurable paz. Jesús subió con su
gozo a la cruz. ¡Él no hizo más que crucificar su alegría!
La gloria de Dios no es la extensión de su poder, ni la manifestación de su sabiduría. Es la
revelación de su amor. La gloria de Dios es ser amor, el amor más grande, el que da la vida, el
que da su propia vida. La alegría de Dios brota del mayor sufrimiento: da su vida por los que
ama. Y no hay mayor amor, no hay mayor sufrimiento, no hay mayor felicidad que la de dar la
vida por los que se ama. ¡Esa es precisamente la felicidad de Dios! ¿Qué motivos iba a tener
Dios para amarnos, si no nos amase gratuitamente? ¿Y por qué motivos iba a dejar de amarnos
si empezó a amarnos gratuitamente? La gloria de Dios es que tú, yo, todos vivamos en plenitud.
La paz entre las personas y los pueblos pasa por el alma y el corazón. Si alguien – un
pueblo, una nación, una persona, un movimiento social…- quiere estar en buena armonía con los
demás, debe primero estarlo consigo mismo. Debe pacificar su alma, encontrar su centralidad y
reunificar las tendencias a la dispersión y la destrucción que conspiran contra la paz.
Por eso debemos abrirnos a la Fuente primordial de la vida, a Dios, de donde brota la paz.
Si no bebemos de esa fuente a través de la oración y la meditación, nuestra paz podrá ser, como
mucho, una tregua momentánea, pero nunca la paz que anhela nuestro corazón.
En la medida que SOMOS amados, CREAMOS que somos amados, SINTAMOS ser
amados…, entonces amaré a los demás…
Y nuestro ser, nuestro corazón, lo más profundo de nosotros mismos, vibra, se alegra, se
siente pleno. Pero si no logramos creer y sentir el amor, se genera en nuestro corazón un
desequilibrio que se manifiesta en amargura, dolor, tristeza, envidia, rencor, sin sentido… y todo
este caudal de sentimientos son descargados, con miles de pretextos y justificaciones, hacia
quienes están en nuestro rededor, con actitudes de no amor, es decir, de odio.
El Evangelio es la Persona misma de Jesús, que nos ofrece su proyecto de una vida
nueva, resucitada, que alcanza a todo hombre y mujer, que se expresa en Conversión y
Confianza, en dejar de… para la novedad.
Se trata de un cambio que comienza en el corazón de cada uno. Respondiendo a las
preguntas fundamentales, mismas que Jesucristo nos ha respondido con su vida y sus palabras:
¿Quién es Dios para mí? R= Padre misericordioso que me ama. ¿Quién soy yo para Dios? R=
Soy su hijo amado, el mesías. (día dos) ¿Quién es mi prójimo? R= ser misericordioso con los
demás (día tres).
“Mi paz le dejo mi paz les doy, no como la da el mundo” (Jn 14,26-27)
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Reflexión personal
Día 1
¿Qué tal van las cosas en tu vida joven?
¿Cuáles son mis mayores preocupaciones?
¿Cuáles son mis mayores deseos?
¿Quién es Dios para mí?
¿Quién son yo, para Dios?
¿Cómo estoy ahora ante Dios, según las iglesias de Asia?
Leer Apocalipsis 2-3,22.
Apocalipsis 2-3,22.
CONTEMPLA TU VIDA A LA LUZ DE LA PALABRA DE DIOS
DIRIGIDA A LAS SIETE IGLESIA DE ASIA:
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“El que tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu está diciendo a las iglesias” (Ap 3,22).
Ante el amor de Dios no hay otra reacción posible que la aceptación o el rechazo; intentar
la comprensión de los motivos por los que uno es amado es empezar a perder el amor que se ha
descubierto. En vez de buscar una explicación racional al amor que Dios nos tiene, deberíamos
hoy contemplar ese amor y callarnos aceptándolo agradecidos, y lo aceptamos de rodillas,
mucho mejor. Dios nos ama porque sí, no pretendamos ser buenos para merecer o ganar el
amor de Dios, Él nos ama, aunque a veces no seamos dignos de su amor.
Contemplar el pasado, mi pasado, mis ayeres, mis vivencias, mis recuerdos: es descubrir
el modo como Dios que me ama y me alienta hoy, con nuevas y frescas presencias de su
Presencia que llenan de luz cada momento y me guían hacia un futuro y un mañana
esperanzador hacia la plenitud.
Muchos jóvenes prefieren decir y convencerse que no han sido bastante amados en el
pasado y llorar por ello en busca de alguna Verónica o Cirineo, que siempre encuentra en su
alrededor, exactamente para evitar, aunque sea inconscientemente, la responsabilidad del amor
recibido, y a lo mejor disponiéndose a vivir el ofrecimiento de sí mismo como un acto heroico. La
historia nos enseña que muchas veces los héroes de hoy son las víctimas de mañana...
Presuntuosos los unos e insoportables los otros, ambos irresponsables. ( AMADEO CENCICINI).
Pero…
Si es tan grande el Amor de Dios, y nos parece tan fácil encontrarlo y puede ser
descubierto ya sea a través de la belleza de una flor o la grandeza de una estrella; o en cada
pequeño placer o en cada suspiro de felicidad…
¿Por qué, entonces, tan pocos hombres y mujeres, jóvenes y viejos, acuden a Él?
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La falta es nuestra, no de Dios.
La mayoría de los hombres viven en un cuarto oscuro durante el día y se quejan de que es
difícil encontrar la luz, cuando todo lo que necesitan descubrir, es que deben levantar las
persianas.
El motivo de que nos seamos tan felices como los santos, es porque no queremos ser
santos. Nos da miedo ser buenos, y el miedo nace porque nunca lo hemos sido de verdad.
Comentaba el obispo VITTORINO: ¿Quién es más poderoso: Dios o el Diablo? La respuesta
es que somos nosotros, pues de cada uno depende: a quién le doy el dominio sobre mi vida.
O nos abrimos de corazón o nos cerramos enojados: está es la opción crucial ante Dios,
común a todos los hombres de todos los tiempos. “Mira que estoy a la puerta y llamo…” (Ap
3,20).
Reflexión personal
Día 2
Mateo 9, 11-13
Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y
pecadores?» Mas él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id,
pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a
llamar a justos, sino a pecadores».
I Jn 1,8-2,1
Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y la verdad no está en nosotros.
Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda
injusticia. Si decimos: «No hemos pecado», le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros.
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el
Padre: a Jesucristo, el Justo».
Romanos 8,31-39
«Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de
aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los
predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y
a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó. Ante
esto ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio
Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas?
¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús,
el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por nosotros?
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?,
¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el
día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel
que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo
presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá
separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro».
Marcos 1,9-11
«Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el
Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma,
bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco».
JESÚS TE DICE:
¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida? Déjame el cuidado de
todas tus cosas y todo te irá mejor.
Cuando te entregues a Mí, todo se resolverá con tranquilidad según mis designios. No
te desesperes, no me dirijas una oración agitada, como si quisieras exigirme el cumplimiento
de tus deseos. Cierra los ojos del alma y dime con calma:
¡JESÚS YO CONFÍO EN TI!
Evita las preocupaciones angustiosas y los pensamientos sobre lo que puede suceder
después. No estropees mis planes queriéndome imponer tus ideas. Déjame ser DIOS y
actuar con libertad. Entrégate confiadamente a Mí. Reposa en Mí y deja en mis manos tu
futuro. Dime frecuentemente:
¡JESÚS YO CONFÍO EN TI!
Lo que más daño te hace es tu razonamiento y tus propias ideas y querer resolver las
cosas a tu manera. Cuando me dices, ¡JESÚS YO CONFÍO EN TI!, no seas como el
paciente que le dice al médico que lo cure, pero le sugiere el modo de hacerlo. Déjate llevar
con mis brazos divinos, no tengas miedo, yo te amo. Si crees que las cosas empeoran o se
complican a pesar de tu oración, sigue confiando, cierra los ojos del alma y confía, cruza el
umbral. Continúa diciéndome a toda hora:
¡JESÚS YO CONFÍO EN TI!
Necesito las manos libres para poder obrar. No me ates con tus preocupaciones
inútiles. Satanás quiere eso: agitarte, angustiarte y quitarte la paz. Confía sólo en Mí. Reposa
en Mí. Entrégate a Mí. Yo hago los milagros en la proporción de la entrega y confianza que
tienes en Mí. Así que no te preocupes, echa en mí todas tus angustias y estate tranquilo.
Dime siempre:
¡JESÚS YO CONFÍO EN TI!
Y verás grandes milagros, descubrirás la belleza de tu vida, todo se verá con la luz de
mi Providencia que es más grande y amorosa de lo que imaginas. No tengas miedo de abrir
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tu corazón. Sólo te pido que en la libertad, porque lo pides y deseas, me recibas y confíes en
mí que desde siempre te he amado y que llevo tu nombre inscrito en la palma de mi mano. Y
mira que estoy a la puerta de tu corazón, confía, ábrelo y entraré. Da el Salto de fe, de
confianza, de entrega, de amor… que siempre te sostendré.
TE LO PROMETO POR MI AMOR.
Jesucristo
2. Compasión
“La compasión es la principal y acaso la única ley de la existentica humana” (F.
DOSTOIEVSKI). La compasión no es solo la sensación de pena frente a la desventura de otro (“me
da pena”), sino la capacidad de sufrir juntos. Cada uno puede y debe aprender a ser compasivo.
El acto de la compasión incluye fundamentalmente cuatro dinamismos: la empatía, la
suspensión del propio juicio, dejar que el otro pueda verte libremente su propio dolor en el
corazón del que le escucha, sufrir con el otro.
Empatía. Es ver las cosas desde el punto de vista del que me está hablando.
Suspensión del propio juicio. Empatía significa que yo suspenso mental y
momentáneamente mis criterios de evaluación de la realidad, mi moral, mis juicios para
permitirle, especialmente si está sufriendo, abrirse del todo sintiéndose acogido, y permitirme a
mí mismos comprenderle mejor, con sus emociones y sus acciones. “Debemos aprender a
considera menos a la gente por lo que hacen o dejar de hacer, y más por lo que sufren” (D.
BONHOEFFER).
Acogida del dolor. Cuando hay verdadera escucha, libre de prejuicios y de la prisa por
imponer el propio punto de vista, tiene lugar un fenómeno que tiene en sí algo prodigioso. Es
una exigencia natural encontrar un corazón en el que depositar al menos un poco del propio
sufrimiento existencial. También, proporciona una gran libertad interior permitir a quien está
herido por la vida este trasvase al propio corazón. Para san Agustín, esto ya es misericordia:
“¿Qué es la misericordia, no es otra cosa que cargarse el corazón con un poco de miseria
(ajena)?”. ¡Dichoso el que ha aprendido a hospedar en su propio corazón el sufrimiento del otro!
Sufrir con el otro. Quien acoge el dolor del otro (que es en este punto y solo en este punto
se convierte en su hermano) aprende a conocer de cerca ese dolor, lo sufre y puede comprender
lo mucho que el otro está sufriendo, si lleva consigo este dolor incluso cuando el otro se ha
marchado. ¿Hemos llorado alguna vez por el dolor de otra persona? Es terrible la afirmación de
un sacerdote veraz como el Padre Milani: “Las maestras son como los sacerdotes y las
prostitutas. Se enamoran enseguida de las criaturas. Si después las pierden, no tiene tiempo
para llorar”.
Un corazón indiferente es un corazón que solo es capaz de sentir pena, una pena fugaz y
que no deja huellas. Pero un corazón que hospeda el dolor del otro y se lo carga al hombro y lo
padece junto al otro, realiza un milagro de que de ese modo el otro sufre menos. Tal vez no le
hayamos dicho o hecho nada especial, pero el corazón compasivo tiene ese poder. ¡Gracias a él
podría haber en el mundo mucho menos sufrimiento!
3. Paciencia
Es paciente el que cree en el otro y en sus recursos, pero sobre todo el que está
absolutamente seguro de que el otro es un ser racialmente digno de ser amado.
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Respeto a las etapas (y a las personas). Quien no soporta incertidumbres, pausas,
regresiones, recaídas es un presuntuoso que muestra, en realidad, no haber hecho nunca ese
recorrido, o un desmemoriado que lo ha removido pronto, o un vanidoso que quiere presentar
como el asceta o maestro que no es. El que se pone nervioso por la inmadurez y las lentitudes
es un impaciente que no sabe que la gracia ya está en el recorrido, en las etapas intermedias,
en la experiencia de la debilidad, en el ir comprendiendo un poco cada vez, en la fatiga que
produce el dar un pasito hacia adelante, por muy pequeño que sea, y no solo en la meta final
alcanzada.
Cfr. “Señor, déjala todavía…” (Lc 13,8). La misericordia es la inquebrantable paciencia de
Dios con los hombres. Ten paciencia contigo mismo, con los hermanos, con las personas, incluso
con las que nos resultan molestas, en los acontecimientos imprevistos sorprendentes, en la
enfermedad, cuando recibes injusticias o que a ti te parecen tales.
4. Ternura
Las tres características que hemos considerado hasta ahora nos revelan el corazón
misericordioso; la ternura, en cambio, nos dice algo sobre el modo de manifestar de este
corazón.
Los mil modos de expresar el amor. Es una persona que no tiene miedo de sus propios
sentimientos, es libre de dejarse querer y de querer. Estar dotado de ternura hace al hombre
capaz de expresar su propio afecto, sin tener que recurrir por fuerza al lenguaje físico o sexual-
genital, sino con una infinita creatividad, de mil modos: atenciones, miradas, delicadezas,
palabras, sorpresas, cuidados, mensajes, comprensión, compasión por las debilidades, y todo lo
que de algún modo le diga al otro que es importante para mí, que no me es indiferente, que doy
importancia a su presencia, que gozo con estar a su lado, que estoy interesado por su bien, que
me disgusta que sufra, que me siento mal si cae, que estoy dispuesto a ayudarle, que puede
contar conmigo.
Es la persona dulce sin ser empalagoso, es fiel sin atar al otro a su persona. No es celoso
ni seductor, no es violento ni vulgar, no es grosero ni teatral. Tiene el sentido de los confines de
su propio yo y respeta los de los otros, no se empeña en hacerse notar a toda costa, ni tiene
segundas intenciones más allá de las de comunicar el bien que siente y quiere para el otro.
Es difícil que alguien pueda manifestar ternura sin haberla recibido y experimentado él
mismo. Tanto más improbable es que alguien pueda manifestar la ternura de Dios sin haberla
vivido y experimentado él mismo.
5. El perdón
A veces se identifica el perón con la misericordia, aunque –según creo- solo representa un
elemento de ella, aun cuando sea esencial y constitutivo de la misma.
El perdón es, en realidad, expresión de libertad, tal vez la más elevada: perdonar es como
liberar a un prisionero, para descubrir después que el prisionero eras tú. Es el ofrecimiento de un
don, de ahí la palabra per-dón. Yo, te lo ofrezco lo merezca o no, lo pidas o no, lo valores o no.
Se puede perdonar, porque, y en la medida en que, se ha pasado por la experiencia de
haber sido perdonado. “Dios me perdona y también yo te perdono”.
La incapacidad para dar el perdón está ligada a no tanto a la experiencia de la falta de
perdón por parte de otros, sino por parte de nosotros mismos: es el individuo mismo el que no
se perdona y, si no se perdona a sí mismo, ¿cómo podrá perdonar a otros?
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Reflexión personal
Día 3
Ezequiel 36,24-26
«Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestro suelo. Os
rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras impurezas y de todas vuestras basuras
os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra
carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne».
Mateo 5,48
«Vosotros, pues, sed misericordiosos como es misericordioso vuestro Padre celestial».
Mateo 18,23-35
«Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al
empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10,000 monedas de plata. Como no tenía con
qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le
pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: "Ten paciencia conmigo, que todo te
lo pagaré. "Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda. Al
salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien monedas; le agarró y,
ahogándole, le decía: "Paga lo que debes". Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: "Ten
paciencia conmigo, que ya te pagaré". Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que
pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su
señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: "Siervo malvado, yo te perdoné a ti
toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del
mismo modo que yo me compadecí de ti?". Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que
pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de
corazón cada uno a vuestro hermano».
Mateo 25,37-40
"Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te
vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y
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fuimos a verte?" Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos
míos más pequeños, a mí me lo hicisteis."
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Comenta ERMES RONCHI, imaginando una solución al caso: “Abel resucitará no para la
venganza, sino para custodiar a Caín. La tierra será nueva cuando las víctimas cuiden de los
verdugos, hasta cambiarles el corazón. Todo en torno a nosotros y dentro de nosotros dice: “huye de
Caín! ¡Aléjalo!”. Luego viene Jesús: “Amen a sus enemigos. Acérquense. Él cambia el temor en
custodia amorosa. Cuando Abel se atreve a hacerse próximo de su asesino, entonces el reino de Dios
estará realmente cercano en cada corazón humano”.
En esta modificación, se encuentra contenido el camino y el misterio de la vocación cristiana,
de toda vocación. La vocación cristiana está estrictamente relacionada con ese tipo de conciencia,
fruto de la familiaridad del creyente con el misterio de la Cruz. ¿De qué sirve hoy ser cristiano? ¿A
qué debería conducir sino a hacerse cargo del mal y del dolor del hermano, del mundo?
AMEDEO CENCINI
NARRACIONES:
3. El fugitivo y el rabino
Cierto día, un joven fugitivo, tratando de ocultarse del enemigo, llegó a una pequeña aldea. La
gente fue amable con él y le ofreció un lugar donde quedarse. Pero cuando los soldados que buscaban
al fugitivo preguntaron dónde estaba éste oculto, todo el mundo sintió mucho miedo. Los soldados
amenazaron con quemar la aldea y matar a todos sus habitantes si el joven no les era entregado antes
del alba. La gente acudió al rabino para preguntarle qué hacer. Dudando entre entregar al muchacho
al enemigo o que su gente fuera asesinada, el rabino se retiró a su habitación a leer la Biblia,
esperando encontrar respuesta antes del amanecer. De madrugada, su vista se posó en estas palabras:
“Es mejor que un hombre muera antes que perezca el pueblo entero”.
Entonces el rabino cerró la Biblia, llamó a los soldados y les dijo dónde se ocultaba el
muchacho. Y una vez que los soldados se llevaron al fugitivo para matarlo, se celebró una fiesta en la
aldea porque el rabino les había salvado la vida. Pero el rabino no participó en la celebración.
Abrumado por una profunda tristeza, permaneció en su habitación. Aquella noche, un ángel le visitó y
le preguntó: “¿Qué has hecho?”. Él dijo: “He entregado al fugitivo al enemigo”. Entonces el ángel
dijo: “Pero ¿no sabes que has entregado al Mesías?”. “¿Y cómo podía yo saberlo?”, replicó el rabino
ansiosamente. Entonces el ángel dijo: “Si, en lugar de leer la Biblia, hubieras visitado a ese joven una
sola vez y le hubieras mirado a los ojos, lo habrías sabido”.
(HENRI J. M. NOUWEN, Michel J, Christensen / Rebecca J. Laird, Dirección espiritual. Sabiduría para la larga andadura
de la fe, Sal Terrae, Santander 2007, 51-52)
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El profeta manifestó:
- Sentado a las puertas de la ciudad.
- ¿Y cómo lo reconoceré? -Replico el rabino-
Con voz tranquila le dijo Elías:
- Está sentado entre los pobres cubiertos de llagas. Todos esos pobres destapan sus llagas para
limpiarlas al mismo tiempo y todas a la vez, después las tapan de nuevo. Pero él (el Mesías) no
descubre todas sus llagas juntamente, sino que destapa una por una, la limpia y la vuelve a cubrir
diciéndose: “Puede que alguno me necesite; por si acaso, debo estar siempre listo para no perder un
segundo, y estar presto a ayudarlo” (Tomado del Tratado Sanedrín en El Sanador Herido, PPC, Boadilla del Monte 2004 , y Citado
porHENRI J. M. NOUWEN, Michel J, Christensen / Rebecca j. Laird, Dirección espiritual. Sabiduría
para la larga andadura de la fe, Sal Terrae, Santander 20193, 159).
Adaptación personal: El lugar de Jesús, el Mesías, está entre los pobres de todos los tiempos,
de todos los países, de todas las periferias. Atiende a sus propias llagas, así como a las de los otros,
anticipándose al momento en que puedan necesitarlo. Los mismo ocurre con todos los creyentes.
Somos llamados a ser “sanadores heridos” que cuiden de sus propias heridas, fragilidades, pecados,
caídas y, al mismo tiempo, se dispongan a sanar las heridas de los demás.
Vayamos al lugar donde la gente siente dolor, tristeza, abandono, pobreza, sufrimiento,
enfermedad, miseria. Vayamos y sentémonos con los necesitados, aun cuando los problemas, las
heridas y el dolor propios persistan. Dejemos que nuestro corazón se rompa, y confiemos en el ejemplo
de anonadamiento de Jesús para que podamos ser llenados por la fuerza de Dios, que se manifiesta aún
en nuestra debilidad. Entonces encontraremos al Mesías en tu interior, dentro de tu corazón.
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