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Tom La Violencia y Un Fin de Semana
Tom La Violencia y Un Fin de Semana
Tom asistía al programa de Centro de Día de CIJ. Fue la misma directora del Centro
donde se efectuó la entrevista quien acordó la cita. El día de la entrevista (en julio de
2010), Tom participaba en las actividades del programa. La primera impresión que
producía era la de un hombre joven, fuerte y robusto. Dijo tener 17 años pero su estatura
y complexión lo hacían parecer mayor. Vestía pantalón de mezclilla, sudadera y zapatos
tenis. De su imagen se podía esperar encontrar en él a una persona despreocupada y
espontánea. Tras las presentaciones y después de recordar brevemente el objetivo de la
entrevista, Tom comenzó una narración en ocasiones reiterativa pero expresada con cada
vez más confianza y soltura.
Cuando mi papá no tomaba en la casa había un ambiente más ameno y él nos procuraba
cosas materiales… Sin embargo, mi papá duró quince años de mi vida tomando y siempre
con problemas.
Donde vivo todos toman, es una vecindad de mi abuelo, de parte de mi padre… Todos
toman y yo lo veía normal. En la escuela iba más o menos, con calificaciones aceptables
en primaria, entre seis y nueve. Pasé a la secundaria y los problemas en mi casa me
distraían, no me dejaban concentrar bien, pensaba todo el tiempo: “¿Y si ahorita llego y mi
papá está otra vez borracho? ¿Y si mi mamá me dice esto o aquello…?” Entonces no me
permitía concentrarme, poner atención en el estudio, y mis calificaciones bajaron. En
segundo aumentaron los problemas y me fue gustando el desmadre, reprobé tres, cuatro
materias, citatorios con los maestros, rebeldía… Nunca le decía nada a mi madre: “Te
mandaron llamar de la escuela, tienes citatorio con tal maestro o reprobé tantas
materias…” ¡Nunca!, porque ya sabía cuál iba a ser su reacción, siempre de golpes, de
gritos. Eso me daba miedo: “Mejor no le digo nada y me evito una bronca.”
Pasé a tercero, los primeros semestres sí le eché ganas, sacaba ocho, nueve. Ya
después me desinteresé de la escuela, me empezó a gustar el alcohol, juntarme con los
amigos, irme de pinta, la rebeldía, contestarle mal a los maestros, hasta que ya tenía
citatorios con todos los maestros y no me dejaban entrar.
Un día fueron a buscar a mi mamá hasta la casa, que tenía que presentarse a la dirección
de la escuela. Estábamos varios chavos con los que me juntaba y sus mamás, yo no
sabía de qué se trataba; en la junta empezaron a acercarse los maestros y a decirles a
mis papás que tenían citatorios con ellos desde hace tiempo… y mi mamá se me quedaba
viendo y yo decía: ”Ya valió”. Quedaron en que mi mamá tenía que ir a tomar clases
conmigo tres semanas y me tuve que aplicar a fuerza, entonces subieron mis
calificaciones notoriamente y mi asesora me dijo: “¡Ya ves cómo sí puedes! Es sólo que te
gusta el desmadre”. Y es la verdad, me llamó la atención más el desmadre que estudiar.
Mi papá me decía: “Te pesa más un lápiz que una cerveza, ¿verdad?” Y ya saqué la
secundaria con seis punto nueve, apenas; hice mi examen para la prepa y mi papá seguía
tomando, los problemas seguían en la casa.
Entonces me metí al futbol, los dueños de los equipos me invitaban a jugar y en mi casa
me apoyaban, yo me sentía bien y me preguntaba: “¿Por qué no siempre es así con mis
papás?” Si los fines de semana salíamos a desayunar y entre semana todo era alegato y
golpes. Después vinieron los resultados del examen de la prepa y me quedé en la
segunda opción, en el área de Alimentos y bebidas; mi mamá me apoyó con todo, mis
útiles, mi uniforme. El primer semestre me fue bien, como no conocía a nadie me dediqué
a aplicarme, pero en segundo conocí a la bolita y ellos ya se la sabían, que: “Vamos a las
piñas”, que: “Vamos a La Marquesa a tomar” y a mí me gustaba el relajo. Siempre he sido
una persona que no sabe decir que no, aunque yo sé que está mal, empecé a juntarme
con ellos, a reprobar cuatro, cinco materias. No le decía a mi mamá que iba a haber firma
de boletas, nunca ha habido esa confianza, ni con mi papá, y tengo un hermano mayor
que yo, tiene 22 años, cuatro años mayor que yo, y tampoco, él marca su distancia,
siempre ha sido una relación muy distante con mi hermano, mi mamá y mi papá.
Entonces me empecé a juntar con ellos a hacer desmadre, las chavas, el alcohol… En
segundo año reprobé cuatro materias, en tercero igual, reprobé seis materias, no entraba
a la escuela, me iba de pinta, me salía de la escuela, le contestaba mal a los maestros,
armaba mi desmadre en el salón, hasta los maestros me decían: “¿Ya te vas a poner a
estudiar?, o te pongo tu siete todo el semestre, pero aquí no te quiero”. “Mejor póngame
siete todo el semestre, así ya tengo una calificación asegurada”. Y ya llegaba a la escuela
casi al medio día; si era viernes me llevaba mi ropa de civil debajo del uniforme, porque
engañaba a mis papás que iba a la escuela.
Después me puse a trabajar en un restorán en Polanco, nos dieron capacitación del menú
que tenían y nos pagaban la capacitación. Una noche antes de la inauguración nos fuimos
todos a un bar, nos pusimos hasta atrás… llegué a la casa y duérmete tres horas, báñate
y a las once entras. Yo todavía iba borracho, aunque con la bañada se me bajó un poco.
Como me llevaba bien con el del bar, le dije: “Cúramela, ¿no?” Pero me puse otra vez
borracho.
Ya en la inauguración yo era uno de los que repartía la comida en las mesas, y ya andaba
tronado; me eché medio vaso de café y medio de Coca y a seguirle, a recoger todo, lavar
la estación y como a las cuatro salimos. Te da la propina el de la caja, mil pesos más las
de los meseros y, así, todos los días; ahorré como doce mil pesos, hasta que un día me
hablaron de la escuela. Fui y hablé con el director. Me dijo que quería que regresara a la
escuela, que si no me interesaban mis estudios, que lo pensara y que me esperaba
mañana otra vez.
Ya me fui a inscribir a la escuela y le dije a mi mamá que tomara mil pesos de lo que le
había dado y que los fuera a depositar al banco y que me mandara el boucherpor fax. Me
inscribí y me dijeron que entraba al otro día. Me fui entonces a comer con unos
compañeros y llegué a mi casa como a las nueve de la noche y me regañó: “¿Qué, vas a
estar todo el día en la calle? ¿Y ya vas a empezar con tus tonteras?” Yo ya estaba
enojado. Ya le dije: “Dame mi dinero, yo mañana voy a ir a la escuela. ¡Ya me inscribí!”
“¿Qué, cómo?, ¿vas a dejar el trabajo?” “Pasado mañana voy a firmar mi renuncia, dame
mi dinero”. Y me dio como nueve mil pesos. Me fui a comprar mis uniformes, mis útiles,
mochila, zapatos, ropa, playeras, calzones; mi papá me pidió despensa, pero me gasté
todo mi dinero. Firmé mi renuncia y me dieron otros cuatro mil pesos.
Reprobé otra vez en la escuela, y me salí. En ese entonces murió la mamá de mi papá,
nos fuimos a Puebla y estuvimos allá una semana, igual de borrachos toda la familia, los
tíos, primos, mi papá, no falta: “¡Cámara!, unas chelas…” Y el cartón y el cartón. Eran las
dos de la mañana y mis tíos y mis primos y yo nos dormíamos y nos despertábamos a las
doce de la tarde y había chelas en el refrigerador. Mi abuelito estaba deprimido y no decía
nada, y nosotros de borrachos. Mi papá no me decía nada, estaba triste.
Mi mamá se regresó un día después del entierro, nosotros, después de quince días. Ya
regresamos y yo seguía con mi desmadre. A mi papá lo engranjó mi mamá un mes y más
me destrampé, porque nunca tuve apoyo de mi papá, siempre en mi cumpleaños me
decía: “Mira, te compré un pantalón de tanto…” En lugar de decirme felicidades. Muchos
de mis amigos decían que tenía dinero, pero no. Mi casa es de tres cuartos y un bañito.
No porque traiga una playera de tanto ya soy rico, yo siempre he sido humilde y no he
sabido administrar mi dinero. Mi mamá ya no sabía qué hacer conmigo, si meterme a la
granja también o correrme de la casa.
Una vez duré como semana y media fuera de mi casa, y me encontré a mi mamá cuando
desayunaba con mi primo y me dijo: “Te espero ahorita en la casa”. Nos echamos unas
chelas y ya fui: “¿Qué pasó?” “¿Piensas seguir así, con esta situación? ¿Qué piensas
hacer de tu vida?, Te vas a ir a la fregada.” Yo todavía muy digno: “Si ya me corriste,
¿qué quieres que haga?” “No, pues te doy permiso de que te vayas, pero cuando tengas
un buen trabajo…” “¿Qué quieres?” “Quiero que te regreses”. Yo me quedé: “¿Pues qué
hago? Si estuviera fuera de mi casa, haría lo que quisiera; si llego, no llego, si me pongo
borracho, nadie me diría nada…” Y dije: “La neta, déjame pensarlo, yo también estoy
harto de golpes y malos tratos”.
Duré otros dos días de borracho, hasta que mi prima habló conmigo: “¿Dónde te estás
quedando?” “No, pues en casa de tal o cual…” ¿Y cómo vives?” “No, pues mal, con tres
pantalones y dos playeras, a veces durmiendo y a veces no.” “Pero, a ver, ¿qué
necesidad tienes de eso? ¿No estás mejor en tu casa?” “No, pues sí”. “Entonces agarra
tus cosas y regrésate a tu casa”. Ya me regresé, dos días después salió mi papá de la
granja y platicó conmigo. Que estaba feo en la granja. A mí me valía gorro… ¡Mi rebeldía
idiota! Yo seguía en mi desmadre… Y los trancazos, y me enojaba y me salía de la casa
otra vez. Hasta que un día me fui de borracho con mi primo. Nueve, diez de la noche, ya
llegué a la casa y mi mamá comenzó a hacérmela de emoción como siempre. Ya ni me
caía de raro. Trancazos otra vez, hasta que mi jefe me puso un trancazo y yo me quedé
así... Le dije: “¿Crees que me duele?” “No, no te pongas así”.
Entonces les dije que se fueran a la fregada. Se empezaron a poner todos locos, hubo
alegatos, llamaron a la patrulla, que si yo me quería pelear con quién… ¡Qué necesidad
había de hablarle a la patrulla! Pues ya me salí de mi casa, un tío me recibió en la suya, y
fue peor. Me juntaba con mis primos otra vez. En las fiestas, trancazos, y nos llevaban a
la delegación; pasábamos dos o tres días en los separos y nadie iba por nosotros, y ya
mejor nos dejaban salir. En la calle no faltaba al que le caía gordo, y me daba o le daba, o
se metían sus cuates y ya valió… Hasta eso, tenía vales que respondían por mí. Si me
estaban pegando se metían por mí, y yo ya me armaba de valor. Al otro día los sacaba de
sus casas y les ponía sus trancazos.
Después me juntaba con unos chavos que vendían droga. Mi mamá me decía: “No te
juntes con ellos, no sabes qué broncas traen y te van a llevar entre las patas”. Yo nunca le
hice caso a mi mamá, ¡vieja neurótica! Me decía que si quería vivir la vida que primero me
pusiera a estudiar o a trabajar, pero pues ¿a qué hora? “¿A los cuarenta o cincuenta
años?”, pensaba, “¿Y si ya no puedo? Mejor ahorita me pongo borracho y hago y
deshago”. ¡Y ella siempre lloraba!
Ya me desperté y estaba mi mamá ahí, empezó a platicar conmigo, me dijo que había
venido aquí al Centro: “Vas a ir a un centro”. Yo estaba bien moreteado, bien hinchado:
“No, pues vamos hasta el lunes”. Ya me curó las heridas.
Hace poco conocí a una chava, yo tenía mi novia y ella su novio, me gustó y le gusté y
quedamos que unos besos nada más, porque sabíamos que aquí en el Centro no se
podía tener relaciones. Nos fuimos clavando, ella dejó a su novio, y yo le dije no fue mi
culpa. Luego se encelaba de que mi novia me mandaba mensajes, hasta que esta chava
le mandó un mensaje a mi novia. “No, pues ¿quién eres?” “No, pues soy novia de Tom,
¿y tú quién eres?” “También soy novia de Tom”. Ya mi novia se quedó sorprendida: “¿Tú
cuánto…? “Un mes”. “Pues yo cinco meses”. Mi novia me habló, pero no le hablé, total,
una más una menos.
A mi novia del Centro la iba a dejar a su trabajo y empezó la relación bien bonita, todo
amor y dulzura. A mi novia anterior la corté, hasta ahora somos amigos.
“¡No!” “Nada más una.” “¡Que no!, estás bien mal, si vas a hacer eso, estás bien mal”. Ya
me fui a buscar a otro amigo, me eché tres o cuatro chelas y me puse a pensar: “¡Chale,
qué tonto estoy! Yo aquí partiéndome el queso por ella y ella riéndose de mí. ¿Por qué?
Cámara, ya me voy.” Llegué a la casa con aliento alcohólico y mi papá luego, luego se dio
cuenta. Ya le platiqué la historia, y me dice: “Estás bien mal”. Mi jefa me dice: “¿Otra vez
con esos cuates?” Ya le platiqué y le dije: “Si quieres háblale a Araceli —mi amiga—,
estaba con ella.” Y ya le habló, que si yo había estado con ella y le dijo que sí. Pero mi
mamá se desilusionó de tanto tiempo que estuve viniendo aquí al Centro y de la
abstinencia; ella creyó que había cambiado y ahora no me habla, y siento feo porque la
desilusioné. Ya no me apoya. Mi papá sí me apoya: “No me lo demuestres a mí, ni a tu
madre, si es para ti, ya déjalo.” Yo pensé que esa niña era otra cosa, mi amiga me dijo:
“Tú, valórate.”
Hace poco habló un tío de Estados Unidos que tiene taquerías, pero tengo miedo de no
hacerla… Ganas en dólares pero también gastas igual. Mi tío me apoya, mi papá me dijo:
“Si quieres, vete, vas a tener casa, te vas cuatro, cinco años”. Ahora estoy confundido de
trabajar, no sé administrar mi dinero, tengo mil pesos y me los chupo. Ya no quiero eso,
no quiero irme a Estados Unidos.