You are on page 1of 337

Índice

Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Cita
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Agradecimientos
Créditos
Gracias por adquirir este eBook

Visita Planetadelibros.com y descubre una


nueva forma de disfrutar de la lectura

¡Regístrate y accede a contenidos exclusivos!


Primeros capítulos
Fragmentos de próximas publicaciones
Clubs de lectura con los autores
Concursos, sorteos y promociones
Participa en presentaciones de libros

Comparte tu opinión en la ficha del libro


y en nuestras redes sociales:

                   

Explora            Descubre            Comparte


Sinopsis

No corras el peligro de menospreciar a Alosa: es la hija del


Rey Pirata, y cuando se propone algo, lo consigue. Así que
cuando su padre le asigna una importante misión, no tendrá
el más mínimo reparo en manipular, mentir y pasar por
encima de quien haga falta para llevarla a cabo.
Y si para conseguir su objetivo debe dejarse atrapar por
Riden, un pirata con muy mala reputación, lo hará. Porque
Alosa está convencida de que Riden no es un rival a su
altura... hasta que empieza a ver que es mucho más astuto
de lo que creía. Y también le resulta inesperadamente
atractivo... Pronto la tensión entre ellos se convierte en una
tormenta de sentimientos en la que ninguno de los dos
quiere hundirse. Porque cuando dos piratas se encuentran,
solo hay una salida posible: uno de los dos ha de naufragar.
LA HIJA DEL REY PIRATA

Tricia Levenseller
 

Para Alisa,
mi hermana, amiga y primera lectora
 

No nos olvidemos, queridos amigos, de nuestras


queridas amigas las sepias.

CAPITÁN JACK SPARROW

Piratas del Caribe: En el fin del mundo


Capítulo 1

Odio tener que vestirme como un hombre.


La camisa de algodón es demasiado ancha, los
pantalones, demasiado grandes y las botas, demasiado
incómodas. Llevo el pelo recogido en un moño alto y
protegido por un pequeño gorro marinero. A mi izquierda
tengo la espada bien atada a la cintura; y a mi derecha, la
pistola lista para ser disparada.
La ropa es engorrosa, ya que sobra tela por todos lados,
¡y ya ni hablemos del olor! Cualquiera diría que lo único
que hacen los hombres es revolcarse todo el día entre
tripas de peces muertos mientras se limpian sus propios
excrementos con las mangas. Aunque quizás no debería
quejarme tanto.
Toda precaución es poca cuando te están invadiendo los
piratas. Nos superan en número. Tenemos menos armas.
Siete de mis hombres yacen muertos y dos más se lanzaron
por la borda en cuanto vieron la bandera negra del Nómada
Nocturna en el horizonte.
Desertores. La escoria más cobarde. Se merecen todo lo
malo que les ocurra. Que se cansen y se ahoguen o que la
fauna marina se cobre sus vidas. Rugidos de acero surcan
el aire. El barco se sacude con la explosión de los
cañones... no podremos aguantar mucho más.
—Dos bajas más, capitana —dice Mandsy, mi primera
oficial provisional, que me avisa de lo que ve a través de la
escotilla.
—Debería estar allí arriba, atravesando costillas con
acero —digo—, y no aquí escondida como un cachorro
asustado.
—Un poco de paciencia —me recuerda—. Tienes que
estarte quieta si quieres que sobrevivamos a esto.
—¿Que sobrevivamos? —pregunto ofendida.
—Déjame reformularlo... Si quieres que venzamos, no
deberías andar por ahí haciendo truquitos impresionantes
con la espada.
—Pero si pudiera matar a unos cuantos... —digo para mis
adentros.
—Ya sabes que no podemos correr ese riesgo —señala, y
añade de forma abrupta—: Han subido más hombres al
barco. Creo que vienen hacia aquí.
Por fin.
—Ordena que se rindan.
—Sí, mi capitana. —Sube el resto de la escalera que
conduce a la cubierta.
—¡Y que no te maten! —le susurro.
Asiente y sale por la escotilla.
«Que no te maten», repito de nuevo en mi cabeza.
Mandsy es una de las únicas tres personas de este barco en
las que confío. Es una buena chica, muy inteligente,
optimista y la voz de la razón, cosa que he necesitado
desesperadamente durante nuestro viaje. Se ofreció
voluntaria para venir con otras dos chicas de mi tripulación
real. No tendría que haber dejado que me acompañaran,
pero necesitaba su ayuda para mantener a estos hombres
inútiles a raya. Todo habría sido más fácil durante estas
últimas semanas si hubiera podido contar con mi
tripulación en esta aventura.
—¡Bajad las armas!
Casi no puedo distinguir su grito entre los sonidos de
lucha, pero de pronto las cosas se calman. Los sables caen
al suelo de madera casi al instante. Seguro que los
hombres que están ahora bajo mi mando ya esperaban la
orden. Quizás incluso suplicaban por que la diera. Si no les
hubiese ordenado que se rindieran, quizás lo habrían
decidido igualmente ellos mismos. Definitivamente, esta no
es la tripulación más valiente que pueda existir.
Subo la escalera y espero justo bajo cubierta, donde no
me ven. Me toca interpretar el papel del grumete
inofensivo. Si estos hombres supieran quién soy en
realidad...
—Mirad bajo cubierta, aseguraos de que no hay nadie
escondido. —Es uno de los piratas. Desde donde estoy
oculta no lo veo, pero, si está dando órdenes, debe de ser el
primer oficial o el capitán.
Me pongo tensa, aunque sé exactamente lo que viene
ahora.
La puerta de la escotilla se abre y aparece una cara
repugnante: tiene la barba desaliñada y fétida, los dientes
amarillos y la nariz rota. Unos brazos sebosos me agarran
bruscamente, me sacan a empujones de la escalera y me
arrojan a la cubierta.
Es un milagro que siga llevando puesto el gorro.
—¡Ponlos en fila!
Me quedo quieta mientras el pirata feo me quita las
armas, y luego, de un golpe seco en la espalda, me obliga a
arrodillarme junto al resto de mis hombres. Me relajo al ver
a Mandsy en la fila al lado de Sorinda y Zimah, que
tampoco están heridas. Eso es bueno, mis chicas están a
salvo. ¡Al diablo con el resto de la tripulación!
Me tomo un momento para observar al pirata que
vocifera las órdenes. Es un hombre joven, puede que ni
llegue a los veinte, qué extraño... Los jóvenes no suelen ser
los que dan este tipo de órdenes, especialmente en
tripulaciones como esta. Le brillan los ojos por la victoria
de la batalla, su actitud y rostro muestran gran seguridad.
Desde donde estoy, parece que me saca una cabeza y que
su pelo es moreno oscuro, igual que el pelaje de una foca.
Tiene un rostro bastante agradable de mirar, pero eso no
tiene ninguna importancia para mí teniendo en cuenta la
tripulación a la que pertenece. Se fija en que Mandsy está
en la fila. Se le ha caído el gorro y tanto su larga melena
morena como su hermosa cara han quedado al descubierto.
Él le guiña el ojo.
Básicamente, diría que es un maldito arrogante.
Mi tripulación y yo permanecemos en silencio, a la
espera de ver lo que los piratas nos tienen preparado. A
nuestro alrededor se alzan las nubes de humo de los
cañonazos. Hay escombros esparcidos por todo el barco. El
olor a pólvora se filtra en el aire arañándome el fondo de la
garganta.
Se oyen pasos a medida que un hombre atraviesa la
pasarela que conecta los dos barcos. Está mirando hacia
abajo, por lo que no se ve nada más que un gorro negro con
una pluma blanca a un lado.
—Capitán —dice el mismo pirata que antes gritaba las
órdenes—, tienes delante de ti a todos los hombres del
barco.
—Bien, Riden, pero esperemos que no todos sean
hombres.
Varios piratas sueltan una risita y algunos de mis
hombres miran nerviosos hacia mí.
¡Serán estúpidos!, me están delatando a la primera de
cambio.
—Por ahora he visto a tres muchachas, pero ninguna es
pelirroja.
El capitán asiente.
—¡Prestadme atención! —grita levantando la cabeza para
que lo veamos por primera vez.
No es mucho mayor que el arrogante de su primer
oficial. Me fijo con detalle en las caras de todos los piratas,
muchos ni siquiera logran que les salgan pelos en la barba.
Esta tripulación pirata es increíblemente joven. Había oído
que la Nómada Nocturna ya no estaba bajo el mando del
pirata lord Jeskor, y que había sido reemplazado por un
joven capitán, pero no me esperaba que toda la tripulación
fuera tan joven.
—Todos habéis escuchado las historias de Jeskor el
Cascacráneos —continúa el joven capitán—. Yo soy su hijo,
Draxen, y veréis que mi reputación acabará siendo
muchísimo peor.
No puedo evitarlo, me echo a reír. ¿Acaso piensa que
puede ganarse una cierta reputación solo por andar
contándole a todo el mundo el miedo que da?
—Kearan —dice el capitán haciéndole un gesto al hombre
que tengo detrás.
Kearan me golpea con la empuñadura de la espada en la
punta de la coronilla. El impacto no es suficiente como para
dejarme inconsciente, pero sí lo bastante como para que
duela como mil demonios.
«Ya basta», pienso. Las advertencias de Mandsy ya están
demasiado lejos de mi mente. Ya está bien de estar en el
suelo arrodillada como una sirvienta. Apoyo las manos
contra la cubierta de madera, extiendo las piernas hacia
atrás y engancho los pies tras los talones del horrible pirata
que está allí de pie. Doy un fuerte tirón hacia delante y
Kearan acaba cayéndose de espaldas. Me levanto rápido,
me doy la vuelta y le quito la espada y la pistola antes de
que pueda volver a ponerse de pie. Apunto con esta última
a la cara de Draxen.
—Sal del barco y llévate a tus hombres.
Detrás de mí, escucho cómo Kearan está haciendo un
esfuerzo por levantarse. Lanzo el codo hacia atrás hasta
dar con su enorme barriga. Suena un fuerte ruido cuando
cae derrumbado al suelo de nuevo.
No se oye ni una mosca. Todo el mundo percibe el clic de
mi pistola al cargarse.
—Marchaos ya.
El capitán intenta echar un vistazo bajo mi gorro. Podría
eludir su mirada, pero eso significaría quitarle los ojos de
encima.
De pronto, un disparo me arranca la pistola de la mano.
El arma aterriza en cubierta deslizándose fuera de mi vista.
Miro a la derecha para ver como su primer oficial, Riden,
enfunda de nuevo su pistola. Se le dibuja una sonrisa
arrogante en la cara. Aunque me gustaría arrancársela de
un espadazo, tengo que reconocer que ha sido un tiro
impresionante.
Pero eso no evita que me sienta furiosa. Desenfundo mi
espada y avanzo hacia el primer oficial.
—Podrías haberme arrancado la mano.
—Solo si así lo hubiera querido.
De repente, dos hombres me agarran por detrás, uno de
cada brazo.
—Creo que hablas demasiado como para ser un mero
grumete al que aún no le ha titubeado la voz —afirma el
capitán—. Quitadle el gorro.
Uno de mis captores me quita el gorro de la cabeza y se
me desliza el pelo hasta la mitad de la espalda.
—Princesa Alosa —dice Draxen—, aquí estás, eres un
poco más joven de lo que me esperaba.
Mira quién fue a hablar. Quizás estoy a tres años de los
veinte, pero me jugaría el brazo bueno a que le ganaría en
cualquier reto de ingenio o habilidad.
—Me preocupaba que tuviéramos que destrozar todo el
barco hasta encontrarte —continúa—. Ahora te vendrás con
nosotros.
—Creo, capitán, que pronto entenderás que no me gusta
que me digan lo que tengo que hacer.
Draxen resopla, apoya las manos en el cinturón y se gira
hacia la Nómada Nocturna. No obstante, el primer oficial
nunca me pierde de vista, como si estuviera anticipándose
a una reacción violenta. A ver, por supuesto que voy a
reaccionar de forma violenta, pero ¿por qué tiene que
esperárselo ya?
Le clavo el talón en el pie al pirata que me está sujetando
a la derecha. Lanza un gruñido y me suelta el brazo. Luego
clavo el lateral de la mano que tengo libre en la garganta
del otro pirata. Empieza a emitir sonidos de asfixia y se
lleva las manos al cuello.
Draxen se gira para comprobar qué es tal alboroto.
Mientras tanto, Riden me apunta con otra pistola con esa
sonrisa aún dibujada en su rostro. Las pistolas de un solo
disparo son difíciles de recargar por la pólvora y la bola de
hierro, por eso la mayor parte de los hombres lleva al
menos dos.
—Tengo algunas condiciones, capitán —digo.
—¿Condiciones? —pregunta incrédulo.
—Negociaremos las condiciones de mi rendición.
Primero me darás tu palabra de que liberarás a mi
tripulación sana y salva.
Draxen retira la mano del cinturón y se agacha para
coger una de sus pistolas. Tan pronto como la recoge del
suelo, apunta al primero de mis hombres que está en la fila
y dispara. El pirata que tiene detrás se aparta de un salto
mientras el cuerpo de mi hombre cae desplomado hacia
atrás.
—No me pongas a prueba —ordena Draxen—. Te
montarás en mi barco. Ahora.
Está decidido a probar su reputación, pero si cree que
puede intimidarme, se equivoca.
Recojo mi espada de nuevo y le atravieso la garganta al
pirata que aún se estaba recuperando de mi
estrangulamiento.
Los ojos de Riden se dilatan, mientras que los de Draxen
se entrecierran. Este desenfunda otra pistola de su cintura
y dispara hacia el segundo hombre de la fila, que cae igual
que el primero.
Le clavo la espada al pirata más cercano. Lanza un grito
antes de caer, primero sobre sus rodillas y, después, se
desploma en cubierta. Ahora mis botas están pegajosas de
sangre y he dejado varias huellas rojas en el suelo.
—¡Parad! —grita Riden. Se acerca de un paso y me
apunta al pecho con su pistola. No me sorprende que se le
haya borrado la sonrisa.
—Si me quisierais ver muerta, ya me habríais matado —
digo—, pero, ya que me queréis viva, aceptaréis mis
condiciones.
En cuestión de segundos, desarmo a Kearan, el pirata
que me sujetaba antes, y lo obligo a arrodillarse. Con una
mano lo agarro del pelo y le estiro la cabeza hacia atrás
mientras con la otra sostengo firmemente mi espada contra
su cuello. No hace ni un ruido, su vida está en mis manos.
Impresionante, sobre todo teniendo en cuenta que me ha
visto matar a dos de sus compañeros. Sabe que su muerte
no me generaría ningún tipo de culpabilidad.
Draxen está frente a un tercer miembro de mi
tripulación, sujetando otra pistola.
Se trata de Mandsy.
No dejo que mi cara refleje el miedo que tengo. Tiene
que pensar que me es indiferente. Esto funcionará.
—Para ser alguien que me ha pedido que su tripulación
esté sana y salva, parece que no tienes límites a la hora de
ver cómo los mato uno a uno —dice Draxen.
—Por cada hombre que pierda, tú también perderás a
uno. Si tu intención es matarlos a todos en cuanto me vaya
contigo, no importa si pierdo a unos cuantos mientras
negocio la seguridad del resto. Tu intención era llevarme
prisionera, capitán, pero si quieres que embarque por
voluntad propia, serás lo suficientemente listo como para
escuchar mi oferta. ¿O quieres que veamos a cuántos de
tus hombres mato mientras me intentas obligar a subir?
Riden se acerca a su capitán y le susurra algo. Draxen
aprieta el arma empuñada. Noto cómo mi corazón se
acelera. «A Mandsy no, a Mandsy no. Es una de las mías,
no la puedo dejar morir.»
—Establece tus términos, princesa. —Prácticamente
escupe mi título—. Y que sea rapidito.
—Liberarás a mi tripulación intacta. Yo embarcaré en tu
navegación sin oponer resistencia, pero traeréis también
mis pertenencias.
—¿Tus pertenencias?
—Sí, mi armario y objetos personales.
Se vuelve hacia Riden.
—Quiere su ropa —afirma incrédulo.
—Soy una princesa y se me tratará como tal.
El capitán mira a su alrededor, parece estar a punto de
dispararme, pero Riden interviene.
—¿Qué más nos da, capitán, que quiera arreglarse para
nosotros cada día? Por lo que a mí respecta, no me quejaré.
Se escuchan unas tímidas risitas de la tripulación.
—Muy bien —dice Draxen finalmente—. ¿Eso es todo, su
alteza?
—Sí.
—Pues ya estás arrastrando tu consentido trasero al
barco, y vosotros —señala a dos fortachones del fondo—,
llevad sus pertenencias a la nave y embarcad también a su
tripulación en los botes de remos. Yo me encargo de hundir
este barco. Si remáis rápido, llegaréis al puerto más
cercano en dos días y medio. Sugiero que lo hagáis antes
de morir de sed. Una vez alcancéis la orilla, llevaréis mi
nota de rescate al Rey Pirata y le informaréis de que tengo
a su hija.
Los hombres de los respectivos bandos se apresuran en
seguir las órdenes. El capitán avanza y se lleva la mano a la
espada. Yo renuncio a regañadientes. Kearan, el pirata al
que he estado amenazando, se levanta del suelo y se
escabulle lo más lejos posible de mí. Ni siquiera tengo
tiempo como para reírme de su reacción porque Draxen me
profiere un puñetazo en la mejilla.
Todo mi cuerpo se tambalea por la fuerza del golpe. Me
clavo los dientes en la mejilla y empiezo a sangrar por la
boca. Escupo la sangre en la cubierta.
—Vamos a aclarar algo, Alosa. Tú eres mi prisionera.
Aunque parece que has aprendido un par de cosas por
haber crecido como la hija del Rey Pirata, hay una realidad
innegable: vas a ser la única mujer dentro de un barco
lleno de degolladores, ladrones y hombres perversos que
llevan ya un tiempo sin tocar puerto. ¿Sabes lo que eso
significa?
De nuevo, escupo para quitarme el sabor a sangre de la
boca.
—Significa que hace mucho que tus hombres no van a un
prostíbulo.
Draxen sonríe.
—Si alguna vez intentas volver a dejarme en ridículo
delante de mis hombres, quizás me dé por no cerrar tu
celda con llave por la noche para que cualquiera pueda
entrar, y yo me quedaré dormido mientras te escucho
gritar.
—Estás loco si piensas que me vas a oír gritar alguna
vez. Y más te vale rezar por no quedarte nunca dormido
mientras mi celda esté abierta.
Me sonríe diabólicamente y me doy cuenta de que tiene
un diente de oro. Por debajo del gorro le sobresalen unos
pequeños rizos negros. Tiene la piel oscura por el sol. El
abrigo le va un poco grande, como si le hubiera
pertenecido a otra persona antes que a él, ¿puede que
incluso se lo robara al cadáver de su padre?
—¡Riden! —grita Draxen—. Encárgate de la chica, métela
en el calabozo y ocúpate de ella.
«¿Cómo que ocúpate de ella?»
—Será un placer —dice Riden mientras se me acerca. Me
agarra del brazo firmemente, tanto que casi hasta duele; es
un contraste drástico teniendo en cuenta su aspecto frágil.
¿Los dos hombres a los que he matado serían sus amigos?
Me arrastra hacia el otro barco. Empiezo a andar y veo
cómo mi tripulación se aleja en los botes. Reman a un ritmo
constante para evitar no cansarse demasiado rápido.
Mandsy, Sorinda y Zimah se asegurarán de cambiar las
posiciones regularmente para que cada hombre pueda
turnarse a descansar. Son chicas inteligentes.
De todas formas, estos hombres no sirven para nada. Mi
padre escogió a cada uno de ellos: algunos le deben dinero,
a otros los pillaron robando del tesoro, hay quienes no
siguieron las órdenes como debían y algunos de ellos no
tienen otra culpa que la de ser un estorbo. Sea como sea,
mi padre congregó a todos en una tripulación y yo solo me
traje a tres de las chicas de mi barco para que me ayudaran
a mantenerlos a raya.
A fin de cuentas, padre sospechaba que la mayor parte
de los hombres serían asesinados una vez que Draxen me
capturara. Por suerte para ellos, fui capaz de salvar la
mayor parte de sus miserables vidas. Espero que padre no
se enfade demasiado, pero eso ahora mismo no importa. La
cuestión es que ahora estoy a bordo de la Nómada
Nocturna.
Por supuesto, tenía que intentar aparentar que mi
captura no había sido tan fácil, tenía un papel que
interpretar. Draxen y su tripulación no pueden descubrir lo
que estoy tramando.
No pueden saber que me han enviado con la misión de
robar en su barco.
Capítulo 2

Me dan envidia las botas de Riden. Tienen una hechura


excelente y son más negras que los ojos de un tiburón
hambriento. Las hebillas parecen estar hechas de pura
plata. El cuero es consistente y recio. El material se ajusta
perfectamente a sus gemelos. Sus pasos resuenan en la
cubierta. Estables. Fuertes. Poderosos.
Sin embargo, yo me tropiezo constantemente mientras
Riden me va arrastrando con él. Las botas me van
demasiado grandes y se me salen constantemente; siempre
que me intento parar para colocármelas, Riden me tira más
fuerte del brazo. Me tropiezo varias veces hasta que,
finalmente, caigo al suelo.
—Sigue el ritmo, jovencita —dice divertido, siendo
plenamente consciente de que, precisamente, soy incapaz
de hacer lo que me pide.
Al final, le doy un pisotón en el pie.
Suelta un gruñido, pero su orgullo le impide soltarme.
Hubiera esperado que me pegara, igual que Draxen, pero
no lo hace, solo se dedica a arrastrarme con mayor rapidez.
Está claro que podría escaparme de él muy fácilmente si
así lo quisiera, pero no puedo parecer demasiado hábil,
especialmente cuando estoy ante el primer oficial. Además,
necesito que los piratas de mi bando estén cerca cuando
tenga que volver a mi otro barco.
En este no hay nadie salvo nosotros dos. Todos los
hombres de Draxen están en mi barco, despojándolo de
cualquier objeto de valor. Padre me dio el dinero suficiente
para que los piratas estuvieran contentos sin que llegaran a
hacerse de oro. Si me hubieran encontrado viajando sin
nada de dinero, Draxen hubiera sospechado.
Riden me obliga a girar a la izquierda, donde nos
encontramos con una serie de escaleras que nos conducen
bajo cubierta. El descenso es de lo más incómodo, tanto
que en dos ocasiones casi caigo rodando por saltarme un
escalón. Riden consigue atraparme en cada amago, pero
siempre me sujeta más fuerte de lo necesario. Seguro que
mañana estaré llena de moratones, lo cual me enfada.
Por eso, cuando nos faltan tres escalones para llegar
abajo, decido ponerle la zancadilla.
Claramente no se lo esperaba. Se cae, aunque yo no
había tenido en cuenta lo fuerte que me sujetaba. Por lo
que, naturalmente, me arrastra con él y caemos.
El impacto es doloroso.
Riden se pone de pie rápidamente y me levanta consigo,
luego me acorrala en un rincón para que no tenga adónde
huir. Me escruta de arriba abajo con sus profundos ojos
marrones que me miran con curiosidad.
Soy algo nuevo, un proyecto quizás, un encargo de su
capitán. Tiene que aprender cuál es la mejor forma de
lidiar conmigo.
Mientras me mira, me pregunto qué información capta a
través de mi rostro y postura. Me toca interpretar el papel
de la prisionera angustiada y desesperada, pero, incluso
cuando una se encuentra en esa tesitura, pueden salir a
relucir las partes verdaderas de una misma. El truco
consiste en controlarme para decidir qué partes de mí
quiero que vea y cuáles no. De momento, toca sacar mi
cabezonería y mi genio. En esto no tengo que actuar.
Riden parece estar llegando a una conclusión cuando
afirma:
—Has dicho que ibas a ser una prisionera dispuesta. Veo
que tu palabra no vale nada para ti.
—Nada más lejos de la realidad —contesto—. Si me
hubieras dado la oportunidad de ir hasta el calabozo sin tu
ayuda en lugar de apretándome del brazo, ahora no te
estarían escociendo las rodillas.
No dice nada, pero un destello divertido ilumina sus ojos.
Al final, extiende su brazo señalando el calabozo, como si
me estuviera invitando a bailar.
Avanzo sin él, pero detrás de mí lo escucho decir:
—Jovencita, tienes la carita de un ángel y la lengua de
una serpiente.
Estoy tentada de darme la vuelta y pegarle, pero consigo
controlarme. Tendré mucho tiempo para golpearlo bien una
vez que obtenga lo que he venido a buscar.
Camino erguida hasta llegar al calabozo. Echo un vistazo
rápido a todas las celdas y elijo la más limpia que, en
realidad, es igual a las demás. Sin embargo, me intento
convencer de que la sustancia oscura que hay en la esquina
es solo suciedad.
Por lo menos la celda cuenta con una silla y una mesa,
tendré dónde dejar mis cosas. No dudo ni por un momento
de que el capitán vaya a mantener su palabra. Es de mutuo
beneficio que todos los capitanes piratas seamos honestos
entre nosotros, incluso aunque luego sea probable que nos
acabemos matando mientras dormimos. Los tratos y las
negociaciones entre líderes no serían posibles sin que
existiera algún tipo de confianza. Este es un nuevo estilo de
vida para los piratas, mi padre introdujo el concepto de
«honestidad» en el repertorio pirata. Si un pirata desea
sobrevivir bajo el nuevo régimen, tiene que adoptarlo, ya
que todo aquel al que se descubra siendo deshonesto será
rápidamente eliminado por el Rey Pirata. Analizo el asiento
de la silla. Está todo demasiado sucio para mi gusto, pero
tendré que aguantarme. Me retiro el gran abrigo de piel
marrón que llevo sobre los hombros y cubro el asiento y
respaldo de la silla con él. Solo entonces me siento.
Riden sonríe, probablemente ante mi clara incomodidad
en este lugar. Me encierra en la celda y se guarda la llave.
Luego saca una silla y se sienta, justo al otro lado de los
barrotes.
—¿Y ahora qué? —pregunto.
—Ahora hablamos.
Suspiro dramáticamente.
—Ya me tenéis prisionera, id a reclamar vuestro rescate
y dejadme maldecir en paz.
—Me temo que el dinero de tu padre no es todo lo que
queremos de ti.
Me agarro el escote de la camisa de algodón como si
estuviera preocupada por que los piratas pretendieran
desnudarme, es parte de la actuación. Harían falta muchas
personas para contenerme, no tengo ningún problema en
encargarme al mismo tiempo de tres hombres, que es el
número máximo que cabría en esta celda.
—Nadie te va a tocar ahora que estás aquí abajo. Me
aseguraré de ello.
—¿Y quién se encargará de que no me toques tú a mí?
—Te puedo asegurar que nunca he tenido la necesidad
de forzar a una mujer. Son ellas las que vienen
deliberadamente.
—Me cuesta creerlo.
—Eso es porque no te he mostrado mis encantos aún.
Me echo a reír con desdén.
—Como mujer pirata criada por otros piratas, he tenido
que defenderme de los más despreciables y persistentes
hombres, así que no estoy demasiado preocupada.
—Y, dime, Alosa, ¿tú qué harías si tuvieras que
deshacerte de un hombre que no fuera ni despreciable ni
persistente?
—Pues ya te avisaré cuando conozca a alguno así.
Suelta una carcajada sonora y profunda.
—Está bien, pero volvamos a los negocios, estás aquí
porque quiero información.
—Bien por ti, yo quiero una celda que esté limpia.
Se recuesta en su silla y se pone cómodo. Tal vez sea
consciente de que esto nos va a llevar un tiempo.
—¿Dónde atraca Kalligan su barco?
Resoplo.
—Haces unas preguntas terribles. ¿De verdad crees que
voy a desvelarte el lugar exacto en el que se esconde mi
padre? Y puesto que es tu rey, harías bien en usar el título
que le corresponde.
—Ya que tengo a su hija encerrada, creo que me tomaré
la libertad de llamarle como a mí me dé la gana.
—Os matará a ti y al resto de la tripulación, y no lo hará
rápido.
Creo que ya iba siendo hora de soltar una o dos
amenazas, eso es lo que haría un prisionero de verdad.
Riden no parece en absoluto preocupado. Lleva puesta su
confianza como si fuera una prenda más de ropa.
—Nos va a ser muy difícil devolverte a tu padre sin saber
dónde está.
—No tenéis por qué saberlo. Él me encontrará.
—Ahora mismo, debemos de llevarles días de ventaja a
los hombres de tu padre, lo cual nos da margen suficiente
como para escapar a algún lugar donde nunca pueda
encontrarnos.
Sacudo la cabeza.
—Qué ingenuo. Mi padre tiene hombres a su cargo por
toda Maneria. Solo se necesita a uno de ellos para
divisaros.
—Somos muy conscientes del alcance que tiene tu padre.
Sin embargo, no entiendo cómo puede llegar a pensar que
esto le hace ser merecedor del título de «rey» que se ha
otorgado a sí mismo.
Ahora soy yo la que se recuesta en la silla.
—Estás de broma, ¿verdad? Mi padre controla el océano.
No hay hombre que navegue sin pagarle tributo y todos los
piratas deben abonarle un porcentaje de su botín. A aquel
que osa desobedecer se le lleva a alta mar y se le vuela en
mil pedazos. Así que dime, intrépido primer oficial Riden de
la Nómada Nocturna, si es capaz de matar a todo aquel que
no le da el dinero que le debe, ¿qué crees que hará con los
hombres que han raptado a su hija? El resto de la
tripulación y tú sois solo una panda de niñatos que juegan a
un juego peligroso. En quince días, todo hombre que esté
en el mar me estará buscando. —Aunque está claro que mi
intención es salir del barco antes de que pasen quince días.
—¿Niños pequeños, dices? —Se endereza en la silla—.
Debes de ser más joven que casi todos los hombres de este
barco.
Después de todo lo que le he dicho ¿va y se agarra a eso?
—Debes de tener apenas... ¿cuántos, quince?
Lo estoy provocando. Sé que debe de ser bastante más
mayor de lo que he dicho, pero tengo curiosidad por saber
su edad real.
—Dieciocho —me corrige.
—Aun así, mi edad no importa. Cuento con una serie de
habilidades especiales que me hacen ser mejor pirata de lo
que la mayoría de los hombres puede llegar a aspirar
jamás.
Riden ladea la cabeza.
—¿Y qué habilidades podrían ser esas?
—¿No te encantaría saberlas?
Al decir esto último, la sonrisa de Riden se expande.
—Seguro que ya te has dado cuenta de que esta no es
una tripulación corriente. Puede que seamos más jóvenes
que la mayoría de los navegantes, pero casi todos nos
hemos topado ya con el lado más cruel de la vida. Los
piratas a bordo de esta nave son despiadados, todos han
matado alguna vez.
Por un momento, se le desconfigura el rostro y lo invade
una punzada de dolor. Está reflexionando acerca del
pasado.
—Si vas a echarte a llorar, ¿podrías esperar hasta llegar
a cubierta? No tolero las lágrimas.
Riden me dirige la mirada. Lo hace casi como si no solo
me estuviera mirando a mí, sino también a través de mí.
—Eres una criatura que no tiene ni el más mínimo
corazón, Alosa: no tienes reparo en matar, puedes vencer a
dos hombres a la vez en una pelea y eres capaz de ver
morir a tus hombres sin pestañear. No puedo ni
imaginarme el tipo de educación que habrás recibido por
parte del pirata más reconocido de toda Maneria.
—Y no nos olvidemos de que disparo mejor que tú.
Se ríe y muestra una bonita hilera de dientes
perfectamente alineados, cosa sorprendente para ser un
pirata.
—Creo que disfrutaré de las charlas que vayamos
teniendo durante este largo periodo juntos. Y espero, de
corazón, poder tener la oportunidad de ver cómo disparas,
siempre y cuando yo no sea el objetivo.
—No puedo prometerte nada.
Se oyen sonidos sordos provenientes de cubierta. El
barco tiembla con los disparos de cada cañonazo. Ese debe
de ser Draxen hundiéndome el barco. Bueno, no es mi
barco, sino tan solo el barco que me dio mi padre para esta
misión. Mi barco real, el Ava-lee, y la mayor parte de mi
tripulación real están en la guarida. Aunque eche de menos
todo eso, también me emociona el reto que tengo por
delante.
Alguien baja por la escalera y los escalones crujen. Poco
después aparece Draxen seguido por tres hombres con mis
pertenencias.
—Ya era hora —digo.
Los tres hombres que llevaban mis maletas tienen la cara
roja y respiran ahogadamente. Sonrío, eso significa que lo
han cogido todo. No viajo precisamente ligera de equipaje.
Resoplan y dejan caer al suelo los bolsos.
—¡Con cuidado! —espeto.
El primer pirata es más bien alto. Casi tiene que
agacharse para atravesar por debajo de cubierta. Ahora
que ya se ha deshecho de la carga, se mete la mano en el
bolsillo y busca algo a tientas. Entonces asoma una cadena
con lo que parecen ser cuentas. Puede que sea algún tipo
de amuleto.
El segundo se me queda mirando como si fuera un
delicioso bocado de comida. Hace que se me pongan de
punta los pelos de la nuca. «Será mejor que me aleje de
este», decido.
El hombre que está al fondo del grupo es Kearan. Vaya si
es feo: tiene la nariz grande, los ojos demasiado separados
y la barba muy larga y desaliñada. Para completar el look,
la barriga le sobresale por encima del cinturón. Cuando
creía que mi opinión sobre él ya no podía ir a peor, me doy
cuenta de que tiene un par de vestidos míos en la mano que
arroja al suelo en un montón.
Aprieto los dientes.
—¿Acaso estás esparciendo mi ropa por este suelo
asqueroso? ¿Tienes idea alguna de lo difícil que es intentar
encontrar a una chica de mi talla para robársela?
—Cierra el pico, Alosa —ordena Draxen—. Te juro que lo
tiraré todo por la borda, maldita sea, que me maten si no lo
hago.
Kearan saca una petaca de uno de los muchos bolsillos
de su abrigo y le da un trago.
—Quizás esto evita que muramos hundidos, capitán.
—Ay, cállate —digo—. Aún no es demasiado tarde para
matarte.
Tiene la decencia de parecer preocupado antes de dar
otro trago.
Draxen se gira.
—Gents, sube y prepara el barco. Quiero zarpar
inmediatamente. Kearan estará contigo al timón. Esperad
hasta que vuelva.
Mientras se van, Draxen se acerca a Riden y le da una
palmada en la espalda.
—¿Cómo ha ido, hermano?
«¿Ha dicho hermano?»
El pelo de Draxen es más oscuro, pero sus hombros son
de la misma anchura que los de Riden. Tiene los mismos
ojos oscuros, pero Riden es más guapo. No, guapo no, los
piratas rivales no son guapos, son ratas de alcantarilla.
—Bastante bien —dice Riden—. Es muy fiel a su padre.
Teniendo en cuenta lo grande que es su dominio sobre el
océano, está segura de que la rescatará. Sus palabras me
llevan a pensar que nos buscará en alta mar, así que
sugiero que nos quedemos cerca de la orilla.
Vuelvo a repasar rápidamente nuestra conversación y me
doy cuenta de los errores reveladores que he cometido al
responder a sus preguntas.
Riden es más inteligente de lo que parece. Sonríe ante
mi expresión de sorpresa, o tal vez ante la mirada asesina
que le envío después. Luego continúa:
—Tiene carácter. Se enciende con facilidad, le va a juego
con su melena pelirroja. Es inteligente. Imagino que habrá
tenido una buena educación. Por lo que se refiere a sus
habilidades de lucha, apuesto que ella ha sido entrenada
por el mismo Rey Pirata, lo cual significa que a Kalligan le
importa de verdad y que, por lo tanto, aceptará pagar el
rescate.
—Excelente —dice Draxen—. Así que el malvado Rey
Pirata estaría dispuesto a venir a por su hija.
—Probablemente en persona —afirma Riden.
Intento mantener mi expresión imperturbable. Voy a
dejar que se crean que mi padre va a estar buscándome,
cuando en realidad va a estar a salvo en su guarida, a la
espera de mi informe. En cualquier caso, Riden ha dado en
el clavo con eso de que ha sido mi padre el que me ha
entrenado. Él solo confiaría esta misión a alguien a quien él
mismo hubiera formado, y eso solo lo ha hecho con una
persona en su vida.
—¿Algo más? —pregunta Draxen.
—Es peligrosa. Debe estar encerrada en todo momento.
Tampoco dejaría que ninguno de los hombres, por su propio
bien, se quedara a solas con ella.
Riden dice esto último en tono de broma, pero luego
recobra la seriedad y respira hondo mientras intenta
ordenar sus pensamientos.
—Y esconde algo más. Aparte de los secretos que guarda,
hay algo más de lo que no quiere que me entere bajo
ningún concepto.
Me levanto de la silla y me acerco a los barrotes, me da
vueltas la cabeza. No puede descubrir mi secreto mejor
guardado. Solo lo saben mi padre y unos pocos más.
—¿Cómo es posible que sepas eso?
—No lo sabía.
Draxen se ríe.
Aprieto los nudillos. Solo me apetece golpear su
arrogante cara una y otra vez hasta arrancarle todos y cada
uno de los dientes de esa sonrisa. Pero, por desgracia, su
cara está demasiado lejos, así que me conformo con
agarrar la manga de su larga camisa. Como todavía está
sentado, vuela de cabeza hasta los barrotes. Consigue
apoyar las manos contra estos para que su cara no llegue a
tocarlos; por suerte para mí, ya que esto me da el tiempo
necesario para sacarle del bolsillo la llave de mi celda con
la mano que tengo libre. Una vez la tengo, me la meto en el
bolsillo y retrocedo hasta llegar a la parte de madera de la
celda.
Riden se levanta gruñendo.
—Quizás tú tampoco deberías quedarte a solas con Alosa
—dice Draxen.
—Puedo lidiar con ella. Además, ella sabe que cuanto
más tiempo se guarde el secreto, más tiempo tendrá que
disfrutar de mi compañía.
Me recuerdo a mí misma que estoy en este barco por
elección propia. Me puedo marchar cuando quiera. Solo
necesito encontrar el mapa primero.
Abro yo misma la puerta. Los dos hombres se apartan
para que pueda meter mi equipaje en la celda, ni siquiera
se molestan en ayudarme, y esperan hasta que hago tres
viajes. No es que quiera su ayuda, de hecho me apetecería
romperles los huesos a todos, especialmente a Riden, pero
seguro que mi padre admiraría mi autocontrol, así que me
vuelvo a encerrar en mi celda cuando termino.
Riden extiende su mano, expectante. Dudo por un breve
instante antes de lanzarle la llave. La atrapa sin esfuerzo al
mismo tiempo que su mirada se vuelve escéptica. Agarra
con firmeza uno de los barrotes de la celda y tira de él
hasta cerrar la puerta.
—Toda precaución es poca —dice Riden dirigiéndose a
Draxen—. ¿Habéis revisado entre sus cosas?
—Sí —dice el capitán—. Solo hay ropa y libros, no hay
nada peligroso. Bueno, creo que ya hemos tenido
suficientes emociones por hoy. Subamos a decidir cuál es el
mejor lugar para detener el barco, y será mejor que no le
digamos a la muchacha dónde estaremos. Más nos vale no
darle ideas.
Draxen se dirige a la escalera. Riden levanta la comisura
derecha de sus labios y después lo sigue.
Una vez que están fuera de mi vista, sonrío. Riden no es
el único que ha recopilado información durante nuestra
pequeña charla. Me he dado cuenta de que Riden y Draxen
son hermanos, hijos del pirata lord Jeskor. Todavía no estoy
segura de qué fue lo que pasó con Jeskor y su tripulación
para que Draxen heredase el barco, pero estoy segura de
que lo descubriré más adelante. Riden dispara bien y
cuenta con la confianza de su capitán; ¿cómo iba a
convencer a Draxen de que no matara a más de mis
hombres si no? Me pregunto qué le susurró cuando
estábamos en el otro barco y por qué se molestó en
intervenir. Riden se preocupa por los hombres de este
barco, no de la misma manera en la que un primer oficial
se puede llegar a preocupar por los hombres que supervisa.
Pienso en lo triste que se ha puesto cuando me ha dicho
que todos los hombres del barco eran unos asesinos. Se
siente responsable de algo. Tal vez esa culpa esté ligada a
lo que quiera que sucediera con la tripulación inicial de la
Nómada Nocturna.
Hay muchos secretos a bordo de este barco, y tendré
mucho tiempo para descubrirlos todos, empezando por esta
noche. Sacudo mi brazo derecho y siento cómo el metal se
desliza hacia abajo hasta caer en mi mano.
Es la llave de mi celda.
Capítulo 3

Tuve numerosas oportunidades para arrebatarle la llave a


Riden. El truco estaba en encontrar la manera de
encerrarme en la celda antes de haber cambiado la llave
original por la otra que había traído conmigo a bordo.
Supuse que la llave de la celda de mi propio barco sería
más o menos del mismo tamaño. Riden no notaría la
diferencia. No es tan inteligente como cree, y yo soy mucho
más inteligente de lo que se espera.
Gran error por su parte.
Ahora que estoy sola, rebusco entre mis maletas para
encontrar algo adecuado que ponerme. No puedo soportar
durante más tiempo este traje de marinero. Me haría falta
un bote entero de colonia para desprender de mi piel el
olor de su último dueño. Quién sabe cuándo me dejarán un
cubo de agua para limpiarme. Teniendo en cuenta el
comportamiento despiadado del capitán Draxen, seguro
que tardan un tiempo en ofrecérmelo.
Elijo un corsé azul oscuro de mangas holgadas que se ata
con unas cintas anchas y me lo pongo encima de una blusa
blanca. Los lazos del corsé se atan por delante, así que
puedo hacerlo yo misma. Nunca he tenido sirvientas para
atenderme como tienen las hijas de los nobles
terratenientes. No hay muchas mujeres dispuestas a
trabajar para piratas, y no se puede desaprovechar a una
mujer, que está lista para la vida en alta mar, poniéndola a
trabajar de sirvienta. Mi tripulación, ahora mismo a salvo
en la guarida, solo está compuesta por mujeres, cosa que
me enorgullece.
Me visto con unos pantalones limpios, me los pongo
encima de un par de mallas negras. Después me coloco un
par de botas perfectamente cómodas y ceñidas que me
llegan hasta las rodillas. Suspiro satisfecha una vez acabo.
Desde luego, verse bien ayuda a que una se sienta bien
también.
Comienzo a tararear mientras me pongo manos a la obra.
Cojo un libro titulado Las profundidades del mar de uno de
mis bolsos. Es una lista de todas las criaturas conocidas del
océano. Hace mucho memoricé cada entrada, y he pasado
tanto tiempo en el mar que ya he visto más criaturas de las
que salen en el propio libro, por ello no me importó vaciar
la encuadernación para esconder una pequeña daga en su
interior.
Empiezo a oír voces y pasos. Me meto rápidamente la
daga en la bota derecha y dejo caer el libro junto al resto
de mis cosas. Intento sentarme de manera disimulada
cuando tres hombres entran en la celda.
—Parece poca cosa —le dice uno de ellos al resto.
—Pero ¿has visto lo que les hizo a Gastol y a Moll? —
pregunta otro—. Muertos como cucarachas.
El tercer hombre permanece en silencio, mirándome
igual que los demás.
—¿Has terminado de comerme con los ojos? —pregunto
—. ¿O es que estás esperando a que te haga alguno de mis
trucos?
—No nos hagas caso —dice el primer pirata—. No todos
los días consigue uno ver a la viva descendencia del Rey
Pirata en carne y hueso.
—¿Y soy lo que os esperabais?
—Dicen que el Rey Pirata es tan grande como una
ballena y tan feroz como un tiburón. No esperábamos una
cosita tan pequeña.
—Debo parecerme a mi madre —digo—. Nunca conocí a
mi madre, así que no podría afirmarlo con total certeza,
pero mi padre dice que heredé su pelo rojo.
El resto del día se desarrolla de forma muy parecida. Los
piratas van y vienen, en busca de cualquier oportunidad
para poder ver a la hija del Rey Pirata de cerca. Después
del primer grupo, me quedo casi todo el rato callada.
Cuando está a punto de anochecer, se presenta mi último
visitante. Mientras el resto de los piratas llegaban en
grupos, este viene solo.
Es más bien poca cosa, de complexión y estatura media.
Tiene el pelo igual de moreno que la barba. Parece mayor
que la mayoría de los piratas a bordo, puede que no llegue
a los treinta, pero es difícil de adivinar con la barba
cubriéndole media cara. Tiene una moneda de oro en su
mano derecha, que va moviendo ágilmente sobre sus
nudillos.
—Hola, Alosa —dice—. Me llamo Theris.
Llevaba todo el rato apoyada en dos patas de la silla,
pero ahora me balanceo hacia delante y me incorporo.
—Debo de haber visto pasar por aquí, por lo menos una
vez, a cada hombre a bordo. ¿Por qué tendría que
recordarte?, ¿o por qué tendría que importarme cuál fuera
tu nombre?
—Es que, de hecho, no debería importarte —dice
levantando la mano y rascándose la frente. Sus dedos se
mueven rápido, pero el movimiento es inconfundible: dibuja
la letra «k»—. No soy un hombre demasiado interesante de
conocer.
La «k» viene de Kalligan, y es la señal que utilizan los
hombres al mando de mi padre para identificarse. Theris
debe de ser el hombre del barco que trabaja para mi padre
y el que, supuestamente, fue el primero en avisar a mi
padre de que la tripulación de la Nómada Nocturna quería
secuestrarme.
Nunca se sabe cuándo pueden estar escuchando terceras
personas no deseadas, así que intento mantener la
conversación lo más casual posible.
—Eso parece.
—Solo quería curiosear quién era la hija del Rey Pirata.
—Y dejarte ver también, ¿no?
—Efectivamente. A veces la supervivencia no trata de lo
que puedes hacer, sino de a quién conoces.
—Oído —respondo fríamente.
Theris asiente antes de retirarse.
No esperaba que uno de los hombres de mi padre fuera a
venir a presentarse.
Tenemos diferentes responsabilidades en este barco: la
de Theris es proporcionarle información sobre este barco y
su capitán a mi padre; la mía es la de robar. Se supone que
no tendríamos por qué necesitar nuestra ayuda
respectivamente. De hecho, lo que se espera de nosotros es
que seamos capaces de desarrollar nuestras respectivas
tareas de forma autónoma.
Pero mi padre cuenta con que no le falle. Quizás su deseo
de encontrar el mapa es tan grande, que ha ordenado que
Theris me eche un ojo. Por un lado, puedo entender que no
quiera correr ningún riesgo, pero, por otro, me siento
profundamente insultada. Puedo encargarme de la misión
yo sola, y no voy a recurrir a Theris para que me ayude.

Tengo que esperar hasta que anochezca para empezar. Me


doy cuenta de que se ha puesto el sol porque la mayor
parte de los piratas se retiran bajo cubierta. Desde las
celdas no los veo, pero puedo olerlos. No pueden andar
lejos. Me los imagino durmiendo en hamacas o en un suelo
de paja. Sea donde sea, seguramente será un lugar mejor
que esta celda recubierta de una sustancia marrón en la
que voy a dormir. Me estremezco ante tal idea.
Me pongo a tararear de nuevo mientras me acurruco en
mi abrigo, de un diseño similar a la casaca que llevan los
hombres, solo que el mío está diseñado para una silueta de
mujer. Me lo hizo Mandsy. Se maneja igual de bien con la
aguja que con la espada, lo cual es una de las múltiples
razones por las que la incluí en mi equipo.
Aunque el abrigo me ayudará a parecerme a cualquier
otro marinero si me ven de lejos, espero no tener mucha
necesidad de pasar desapercibida una vez esté en cubierta.
Cuento con que la oscuridad de la noche pueda ocultarme.
Abro mi celda y dejo de tararear. Deambulo alrededor de
la parte baja del barco para hacerme una idea de su forma.
La zona bajo cubierta cuenta con una despensa con
alimentos y provisiones, unas arcas para guardar el botín
de los piratas, una cocina modesta y el dormitorio principal
de la tripulación. Bastante fácil de recordar.
Ahora necesito llegar a los aposentos del capitán sin ser
vista. Aún no capto del todo a Draxen, pero si yo estuviera
intentando esconder algo importante, como un mapa, lo
mantendría cerca de mí. Sin embargo, existe la posibilidad
de que Draxen ni siquiera sepa que el mapa está a bordo.
Perteneció a su padre, descendiente de uno de los tres
antiguos linajes de piratas lores (yo, por supuesto, soy
descendiente de uno de esos tres). Quizás lord Jeskor ni
siquiera les hablara del mapa a sus hijos. No importa, el
mapa tiene que estar a bordo. Jeskor lo tuvo que dejar aquí
antes de morir, y los aposentos de Draxen solían ser los
suyos. Definitivamente, es allí donde tengo que buscarlo
primero.
Me asomo por encima del último peldaño de la escalera y
observo la zona de cubierta. Hay poca visibilidad, ya que la
luna está casi en fase nueva. Un único halo de luz brilla
sobre la oscura cubierta de la Nómada Nocturna. El barco
solía ser una carabela estándar, un tipo de barco que se
utilizaba para la exploración marítima. La mayoría de los
piratas robamos las naves de la propia armada de las
tierras del rey. Luego solemos hacer ajustes para moldear
el barco a nuestro gusto. Veo que Jeskor cambió el aparejo:
ha sustituido la vela latina tradicional del mástil principal
por una vela cuadrada. Es un cambio inteligente, ya que le
dará más velocidad a la nave. Cuando estaba en el barco
que me prestó mi padre y vimos cómo se acercaba la
Nómada Nocturna, me di cuenta de que Jeskor había
añadido un mascarón de proa por delante. Dudo mucho que
al Rey de la Tierra le guste tener figuras de mujeres
talladas en la parte frontal de su barco. Él es demasiado
práctico para eso.
Solo hay unos pocos hombres en cubierta. Uno está al
timón, otro, sentado en el nido de cuervo, y un par de ellos,
deambulando por cubierta para asegurarse de que todo va
bien. Sé su posición exacta porque van con linternas.
Draxen y Riden ya estarán en sus habitaciones,
seguramente durmiendo. Acaban de llevar a cabo un
secuestro impresionante, lo habrán celebrado. Ahora deben
de estar durmiendo la mona después de la borrachera.
Preveo que la operación de esta noche transcurrirá sin
problemas.
En la popa del barco hay dos niveles separados entre sí
en cubierta. El nivel inferior probablemente corresponda al
cuarto de Riden, mientras que el del capitán debe de estar
fuera del castillo de popa.
Todo lo que tengo que hacer es pasar sin que me vea el
hombre que lleva el timón que, para mi suerte, parece
somnoliento. Está apoyado perezosamente contra la
barandilla y sostiene el timón con una mano.
Es probable que la puerta de Draxen no esté cerrada. A
menos que sea un paranoico o que desconfíe de su
tripulación. No me ha dado la sensación de ser de ese tipo
de personas, así que tendría que poder entrar de
inmediato.
Me agacho en cubierta, al lado de la escalera que
conduce al segundo nivel. Espero hasta que la cabeza del
hombre se gira hacia el otro lado y subo la escalera de
puntillas. Todo va bien hasta que llego al último escalón,
cuyo crujido retumba tan fuerte en el silencio de la noche
que podría haberlo oído bajo cubierta. Se me tensa el
cuerpo al cometer este error.
El tripulante que está al timón se despierta de una fuerte
sacudida y se gira hacia el lugar de donde viene el sonido,
hacia mí.
—¡Maldita sea, Brennol, qué susto me has dado! Por
favor, dime que estás aquí para cogerme el relevo.
Está demasiado cansado, y el cielo está excesivamente
oscuro como para que pueda identificarme. Le sigo el
juego, respondo rápidamente intentando poner la voz más
grave posible:
—Sí.
Mi respuesta es corta porque no tengo ni idea de cómo
habla Brennol, y no puedo arriesgarme a que mi voz suene
apagada.
—Gracias al cielo, entonces yo ya me voy.
Se dirige bajo cubierta mientras me quedo allí. Tengo
que darme prisa antes de que el verdadero Brennol
aparezca para hacer su turno. Sin pensármelo dos veces,
me cuelo en el camarote de Draxen, a quien veo al instante
acostado en la cama. Está girado hacia el lado contrario,
pero puedo ver el constante subir y bajar de su pecho. Está
fuera de juego. Hay una vela quemándose lentamente cerca
de la cama y aportando algo de luz y calor a la habitación.
El lugar no está sucio, pero tampoco precisamente
ordenado. Esto me supone una pequeña ventaja, es mucho
más complicado disimular un robo al revolver una
habitación limpia; es más fácil para el dueño descubrir que
se ha tocado algo.
Me pongo manos a la obra de inmediato. Empiezo por el
escritorio, donde tiene varios papeles y mapas esparcidos.
El mapa que estoy buscando será diferente al resto. Para
empezar, es más viejo, seguramente será frágil y se habrá
oscurecido con los años. Igualmente, tampoco estará
escrito en lengua común, sino en una más antigua, una que
pocos conozcan ya. Por último, el mapa está incompleto; lo
que busco es una de las tres partes que se separaron hace
mucho tiempo y que acabaron respectivamente en manos
de los tres piratas lores de aquel entonces. Aquel que
consiga juntar las tres partes será capaz de encontrar la
legendaria isla de Canta, un lugar repleto de innumerables
tesoros y protegido por sus mágicas criaturas, las sirenas.
No está en el escritorio ni en ningún sitio cerca de este.
He revisado cada cajón en busca de fondos falsos y
compartimentos ocultos. Paso a revisar los armarios donde
guarda la ropa, rebusco y rebusco en los bolsillos de cada
prenda. Después, siento una urgente necesidad de lavarme
las manos, pero logro contener el impulso.
En su lugar, sigo recorriendo el sitio. Toqueteo cada
listón de madera que hay en el suelo para ver si encuentro
algo escondido debajo. Doy golpecitos en las paredes,
intentando estar atenta a cualquier sonido diferente que
indique la existencia de alguna apertura secreta. Golpeo la
última pared demasiado fuerte y Draxen se revuelve en su
cama. Gracias al cielo no se despierta.
Tiene un sueño bien profundo.
Por último, miro debajo de la cama. Tiene algunas cosas
aquí: unas medias de lana gruesas, un sextante roto y un
telescopio.
Cada vez que quiero soltar un suspiro de exasperación,
trago saliva.
No está en la habitación, ni tampoco en el baño o salón
adyacentes. Lo que significa que debe de estar en otra
parte del barco. Pero este barco es gigante, hay infinitos
recovecos y tendré que buscar en todos hasta dar con el
mapa.
Lo voy a pasar realmente mal.
Abro sigilosamente la puerta del capitán. Asomo la
cabeza. Llevo media noche buscando, no tiene sentido
seguir. Mejor será que vuelva a mi celda para dormir un
poco.
Por lo que se ve, Brennol ha hecho su aparición, y parece
estar completamente despierto. Sus manos sujetan el timón
con firmeza. ¿Cómo puedo pasar sin que me vea? Si salgo
andando como si nada, se dará cuenta de que no soy el
capitán. Soy demasiado bajita.
Si pudiera tan solo llegar hasta la escalera de mano,
probablemente no se fijaría en mí, pero está a tres metros
largos de distancia. Entro en el camarote de Draxen de
puntillas, en busca de un objeto que me pueda servir. Doy
con una moneda de cobre. Perfecto. Vuelvo a la puerta y
coloco la moneda sobre mi pulgar. La lanzo hacia babor de
popa. Brennol se gira en esa dirección y se inclina hacia
delante entrecerrando los ojos. Me dirijo a la escalera de la
derecha y la bajo rápida y sigilosamente, acordándome de
evitar el primer escalón de arriba.
Cuando toco cubierta, golpeo mi espalda contra la pared
tras la escalera de mano, y me agacho hasta desaparecer
de la vista de Brennol. Creo que este último paso suena
demasiado alto y seguramente Brennol esté aún más alerta
ahora. Tendré que esperar un par de segundos antes de ir
bajo cubierta.
Se abre una puerta a mi izquierda.
La puerta que da al camarote de Riden.
Primero mira a la izquierda, luego a la derecha.
—Me parecía haber oído algo. Me temo que tengo un
sueño ligero. De todas formas, no esperaba encontrarme
contigo.
Pocos segundos antes de que me pille, me doy cuenta de
que solo lleva puestos un par de pantalones.
No tengo adónde ir. Al estar entre la escalera y la pared,
me tiene bloqueada toda escapatoria. Supongo que lo que
tiene más sentido es dejar que me coja, aunque mi instinto
me esté gritando lo contrario.
«Quiero estar aquí. Tengo una misión que cumplir. Está
bien que me deje atrapar», me digo a mí misma.
—¿Cómo has conseguido salir de tu celda? —pregunta.
Aunque se acabe de despertar, no hay ni rastro de
somnolencia en sus palabras. Me sujeta de los antebrazos
para que me detenga.
Le contesto:
—He parado al primer pirata que he visto y le he pedido
muy amablemente que me sacara.
Se le ensombrece el rostro, pero juraría que está
esforzándose por no reírse.
—Soy el único que tiene la llave.
—Entonces puede que se te haya caído. Menudo despiste
por tu parte.
Se palpa un costado en busca de un bolsillo, pero luego
se da cuenta de que no lleva puesta la camiseta, cosa que
hasta ahora yo no he podido olvidar, lo cual no estaría tan
mal si él no oliera tan bien. Se supone que los piratas
tendrían que apestar. ¿Por qué él tiene que oler a sal y
jabón?
Riden tira de mí y me doy cuenta de que probablemente
debería estar oponiendo al menos un poco de resistencia,
así que coloco mis manos en su pecho y empujo. El aire de
la noche es fresco, pero el cuerpo de Riden todavía
mantiene el calor de las sábanas. Su cuerpo está caliente,
es robusto y huele bien.
Su agarre es firme como el hierro. Como me haga un
moratón también en el otro brazo, me obligará a actuar.
Me coge en volandas y entramos por la puerta de la que
había salido antes. Aquí está más oscuro que en el fondo de
una cueva, pero Riden parece no tener problema a la hora
de encontrar aquello que está buscando. Carga conmigo
hasta salir de su cuarto y sostiene algo en el aire para que
yo pueda verlo.
—Esta debe de ser la llave que tan descuidadamente
había perdido —afirma—. Qué raro. —Suspira—. Alosa, ¿se
puede saber qué haces aquí?
—Me has secuestrado, ¿tú qué crees que estoy haciendo
aquí fuera?
—Los botes de remos están por allí. —Señala hacia el
otro lado del barco—. Así que ¿qué te hace estar
deambulando cerca de mi puerta?
—Quería matar a mis secuestradores antes de irme.
—¿Y cómo te ha ido?
—Aún estoy en ello.
—Seguro que sí.
Bajamos por la escalera y pasamos a través de la
tripulación dormida hasta llegar a los calabozos. Riden me
empuja al interior de la celda. Luego prueba la llave que,
por supuesto, no funciona.
Riden la observa más de cerca, completamente
estupefacto.
—Las has cambiado.
—¿Mmm? —pregunto inocente.
Entra conmigo en la celda.
—Dámela.
—¿Darte el qué?
—La llave.
—Tienes la llave en la mano.
—No encaja.
—No puedes culparme si eres tú el que la ha roto.
No espero que se trague nada de lo que he dicho. Me
estoy dando cuenta de que me gusta jugar con él. Me gusta
esa expresión de sorpresa y de... respeto, aunque
exactamente no es eso, pero algo parecido asoma en su
cara cuando descubre una cosa nueva sobre mí. Sin
embargo, no puedo dejar que descubra demasiado acerca
de mi verdadero carácter, eso sería peligroso.
Para él.
Porque yo no voy a fallar. No me quiero ni imaginar lo
que me haría mi padre si no. Pero no tengo miedo, no solo
hago esto por mi padre, sino también porque quiero.
Porque soy una buena pirata y esta misión es emocionante.
Porque quiero llegar a la isla de las sirenas tanto como
cualquier otro pirata, quizás incluso más. Estoy decidida a
hacer lo que sea necesario para conseguir el mapa. Si
Riden se vuelve demasiado difícil, lo apartaré de mi camino
sea como sea.
—Te voy a dar una oportunidad más para dármela,
princesa.
Aquí abajo hay más luz. Hay varios farolillos encendidos
fuera de las celdas. Puedo ver la cara de Riden
perfectamente. Teniendo en cuenta su «atuendo», veo unas
cuantas cosas más. Perfectamente.
—No tengo nada —digo de nuevo.
Da un paso hacia mí lentamente, mientras mantiene su
mirada en la mía. Retrocedo hasta dar con la pared, pero él
continúa avanzando. Su cara está demasiado cerca. Puedo
ver motitas doradas en sus ojos, que son encantadores. Me
gustaría observarlos durante más tiempo, pero de repente
sus manos están en mis caderas.
Creo que voy a dejar de respirar, pero no estoy segura.
Desde luego, me ha sorprendido. ¿Se supone que tengo que
apartarle las manos o tengo que quedarme quieta?
Desliza sus manos hasta mi estómago sin apartarme la
mirada en ningún momento. Ahora sé que estoy respirando
porque me parece que acabo de jadear. Tengo bastante
claro que debería apartarle las manos, pero no lo hago.
Una vez sus manos alcanzan mis costados, las lleva hasta
mis brazos deslizándose hasta llegar a mis hombros.
—No sé lo que llevas puesto —dice—, pero me gusta.
—Está hecho a medida —digo.
—¿Y luego robado por ti?
Me encojo de hombros.
—¿Qué estás haciendo?
—¿A ti qué te parece que estoy haciendo?
—Me estás tocando.
—Estoy tratando de recuperar mi llave.
—Suena como una excusa para tocarme.
Riden sonríe y se inclina hacia delante hasta acercar su
boca a mi oído.
—No te veo detenerme.
—Si lo hubiera hecho, no sería capaz de hacerte esto
ahora.
Una alarma se enciende en sus ojos, pero no le da tiempo
a adivinar lo que estoy a punto de hacer hasta que ya lo he
hecho.
Sí, le doy un rodillazo. Justo entre las piernas.
Le lleva un tiempo recuperarse, el suficiente como para
que yo salga de la celda y lo encierre.
Me mira fijamente.
—Ese ha sido un golpe bajo.
—Yo creo que ha sido brillante, en realidad. Además,
habías dicho que no me ibas a tocar. Veo que tu palabra no
vale nada para ti.
Le suelto las mismas palabras que usó conmigo.
—Pues tú dijiste que si llevábamos tu maldito equipaje a
bordo, no ibas a causar problemas.
—No he empezado una pelea. Salí de mi celda sin usar la
violencia.
—Jovencita, sácame de la celda.
—Creo que ese papel te toca a ti.
Golpea un puño contra uno de los barrotes.
—Déjame salir. Sabes que no llegarás lejos. Lo único que
tengo que hacer es gritar y más de la mitad de la
tripulación irá a por ti.
—Y me muero de ganas de ver sus caras cuando se
encuentren a su primer oficial aquí atrapado entre rejas.
—Alosa —dice con un tono de advertencia en su voz.
—Respóndeme a una cosa y así te ahorro la vergüenza de
que tu tripulación te encuentre aquí.
—¿A qué?
Está claramente agitado. Supongo que yo también lo
estaría si me hubiera engañado una cara bonita.
—Cuando nos conocimos y yo negociaba la vida de mi
tripulación, le susurraste algo al capitán. Algo que le hizo
dejar de matar a mis hombres. ¿Qué fue?
Riden parece perplejo, pero responde.
—Le dije que si deseaba seguir contando con el apoyo de
su tripulación, sería prudente que no te animara a matarlos
a todos.
—¿Te importaban? Los hombres a los que maté.
—No.
Mmm, quizás me equivoqué y no le importan tanto los
miembros de su tripulación como yo pensaba.
—Entonces, ¿por qué molestarte tanto?
—He respondido a tu pregunta, ahora déjame salir.
Suspiro.
—Está bien.
Aunque me pregunto por qué no quiere hablar sobre
esto. Quizás he dado con algo. ¿Si no tiene que ver con los
hombres a los que maté, tendrá que ver con su hermano?
La puerta rechina al abrirse y le entrego la llave a Riden.
—El capitán y tú sois hermanos.
—Estoy al tanto.
—¿Qué le pasó exactamente a tu padre?
Riden cierra la puerta ruidosamente, luego se guarda la
llave en el bolsillo sin perderla de vista. Se da la vuelta
para marcharse.
—Yo lo maté.
Capítulo 4

El suelo está asqueroso, pero más o menos me las arreglo


para dormir. Cuando me despierto, veo una cara a escasos
centímetros de mi cabeza.
Grito y me alejo. Aunque me acabo de dar cuenta de que
está al otro lado de mi celda, sigo teniendo el corazón a mil
por hora.
—No hacía falta hacer eso —dice el pirata—. Solo
necesitaba un mechón de tu cabello, eso es todo.
Me llevo la mano directa al pelo. Efectivamente, me han
cortado varios pelos.
—¿Qué has hecho? Te mataré.
—Es mejor que dejes en paz a la muchacha, Enwen —
interviene otro hombre, que por lo que veo es Kearan—.
Tiene un problema con que la gente la toque.
—Era necesario que lo hiciera —resuelve Enwen—. De
verdad te lo digo, el pelo rojo trae buena suerte. Evita las
enfermedades y todo ese rollo.
Me acabo de dar cuenta de que Enwen es el hombre alto
que ayer me ayudó a bajar mis cosas.
—Es lo más ridículo que he oído en mi vida —dice Kearan
—. Espero que te pongas enfermo mañana. Tienes que
centrarte.
—Tú solo espera. La próxima vez que llegue una plaga,
yo estaré acariciando este mechón mientras vosotros
toséis, os morís o similar.
—Necesito un trago.
—No, Kearan, es demasiado pronto para beber.
—Si quiero sobrevivir al día, necesito empezar pronto.
Saca la petaca de uno de sus bolsillos.
—¿Qué es todo esto? —pregunto mientras me levanto y
estiro el cuello notando un par de calambres.
Huelo peor que ayer, maldito suelo.
—Somos tus guardias, señorita Alosa —dice Enwen—. El
primer oficial dice que sería prudente tener a alguien
vigilándote en todo momento.
Observo a Kearan.
—E imagino que ninguno de los dos se ha ofrecido como
voluntario.
—No te falta razón —sentencia Kearan.
—Ah, yo encantado de serlo —afirma Enwen—. Desde
que ayer te vi, he estado esperando para hacerme con un
mechón de esa insólita cabellera.
—Te puedo asegurar que no tiene ninguna propiedad
mágica —digo enfadada mientras juego con el mechón de
pelo que está ahora más corto que el resto.
—No estoy hablando de que sea mágico —responde
Enwen—. Solo digo que trae buena suerte.
—Me pongo enferma tan a menudo como cualquier otra
persona.
—¿Cómo dices?
—Has dicho que el pelo rojo evita las enfermedades.
Tengo la cabeza llena de ellos y, sin embargo, también me
enfermo.
—Ah, vaya. —Enwen parece preocupado por un
momento. Se acerca más a mi mechón y lo mira fijamente
—. Bueno, supongo que en ti no tiene ningún efecto porque
es tu propio cabello. Tienes que cogerlo de alguien para
que funcione la buena suerte.
—Entonces, ¿si te lo robase de vuelta me funcionaría a
mí? —pregunto de forma sarcástica.
Kearan se ríe y se atraganta con el ron que tenía en la
boca. Se le caen algunas gotas al suelo mientras tose.
Suspira.
—Maldito desperdicio de alcohol.
Me siento en la silla, muy consciente de la mugre y
asquerosidad presentes en toda la celda, en mí incluida.
Necesito cambiarme, y también necesito un poco de agua
para limpiarme. Estoy a punto de pedir esto último, cuando
oigo cómo alguien se acerca.
Es Riden, por supuesto. Trae consigo una bandeja de
comida y una sonrisa peligrosa. Con solo verlo, me empieza
a rugir el estómago, pero estoy bastante segura de que el
sonido tiene que ver con la comida y no con su sonrisa.
—Enwen, Kearan, estáis libres mientras interrogo a la
prisionera, pero volveréis a vuestro puesto una vez acabe.
—A sus órdenes, jefe Riden —dice Enwen.
Kearan asiente con aire aburrido y ambos se marchan.
—¿Tienes hambre? —pregunta Riden.
—Me muero de hambre.
—Bien. He conseguido traerte huevos.
Riden abre la celda y deposita la bandeja en mi mesa,
prestando particular atención a mis piernas. Estoy segura
de que lo hace porque no se fía de que no le dé una patada
y no simplemente porque quiere mirar. Me vuelve a
encerrar y se coloca, a salvo, al otro lado de las rejas.
Empiezo a comer enseguida, pelo los huevos cocidos y
añado un poco de sal antes de comenzar a masticar. Bebo
agua de la taza que hay en la bandeja para que pase la
comida.
Por lo que se ve, Riden está de buen humor de nuevo.
Parece que no está resentido por lo que pasó anoche.
—A ver, ¿qué toca hoy? —pregunto—. ¿Más
conversaciones sobre mi padre?
—Sí.
—¿Esperas que, sin querer, se me escape dónde se
esconde mi padre? Estás desperdiciando energías.
—Lo que reveles sin querer dependerá de ti. Hoy me
gustaría hablar acerca de la reputación de tu padre.
—Todo lo que hayas escuchado es probablemente cierto.
—Aun así, hablémoslo de todos modos.
—Quiero un poco de agua —digo limpiando una mancha
de tierra en mi brazo.
—Te volveré a llenar el vaso cuando hayamos terminado.
—No, quiero un cubo para lavarme, y un trapo, y también
jabón.
—¿No crees que eso es demasiado pedir para una
prisionera?
—Y —digo prácticamente cantando la palabra— quiero
que me volváis a proporcionar cada uno de esos materiales
limpios cada semana.
Primero se burla de mí, pero luego reflexiona.
—Vamos a ver cómo va nuestra conversación hoy. Si me
gusta lo que escucho, haré las gestiones necesarias.
Cruzo las piernas y me recuesto en la silla.
—Bien, hablemos.
Riden coge una silla y se sienta. Hoy lleva puesto un
sombrero, un tricornio sin pluma. Lleva el pelo recogido a
la altura de la nuca. La camisa blanca y los pantalones
negros le quedan muy bien.
—He oído rumores acerca de las peligrosas hazañas de
Kalligan. Se dice que es capaz de enfrentarse a veinte
hombres a la vez en batalla. Ha recorrido cada centímetro
del mar, ha luchado contra todo tipo de monstruos marinos,
incluyendo un tiburón, con el que luchó bajo la superficie
con la única ayuda de sus manos. Hace tratos con el diablo
y desata el mal en otros.
—Hasta ahora, todo es cierto —digo.
—Incluso se ha dicho que es el único hombre que ha
sobrevivido a un encuentro con una sirena.
Sus palabras me hacen resoplar.
—Incluso se acostó con ella —continúa Riden—. Utilizó
las propias armas de la criatura en su contra. Bien, todo
esto me suena a que nuestro querido Rey es, en el mejor de
los casos, un manipulador y un cuentacuentos disparatado.
Tal vez no sea tan honesto como sus nuevas leyes exigen.
—Difícilmente puede controlar lo que otras personas
digan sobre él.
—¿Y tú qué dices de él?
—Es mi padre, ¿qué más se puede decir?
—Hay diferentes tipos de padres. Los que aman
incondicionalmente, los que aman con alguna condición y
los que no aman en absoluto. ¿Cuál dirías que es él?
Por primera vez, Riden toca un tema que me gustaría
dejar a un lado.
—No veo cómo esta conversación puede resultarte útil.
—Mmm... Estás evadiendo la pregunta. Esto quiere decir
que te ama condicionalmente, porque si nunca te hubiera
querido, no lo tendrías en tan alta estima. Así que dime,
Alosa, ¿qué tipo de cosas has tenido que hacer para
ganarte el amor de tu padre?
—Lo normal: engañar, robar, matar —suelto cada palabra
despreocupadamente. Espero que no se dé cuenta de la
angustia que estoy sintiendo.
—Te ha entrenado hasta convertirte en ese alguien en
quien una mujer nunca debería convertirse. Te ha
convertido en quien eres ahora.
—Soy lo que elijo ser. Hablas por ignorancia. Creo que
hemos terminado la conversación.
Riden se levanta, se acerca a los barrotes. Luego se lo
piensa mejor y retrocede fuera de mi alcance.
—No pretendía insultarte, Alosa. Considérate una
afortunada. Es mejor que te den un poco de amor a tener
un padre que nunca te haya querido lo más mínimo.
Sé que Riden habla de sí mismo ahora, pero todavía
estoy irritada. Siento que necesito dejarle las cosas claras.
—Todo lo que hizo mi padre fue por amor. Me hizo fuerte.
Me hizo alguien que pudiera sobrevivir en su mundo. Da
igual lo que hizo para traerme hasta aquí. Soy una
luchadora, la mejor que existe.
No necesito bloquear estos recuerdos. Son solo eso,
recuerdos. No pueden hacerme daño. Ya pasaron. No
importa que mi padre me pusiera a luchar contra chicos
mayores o más fuertes que yo todos los días cuando era
niña. Ahora puedo vencerlos a todos. No importa si una vez
me disparó para enseñarme el dolor de una herida de bala,
ya que quería enseñarme a luchar mientras estuviera
herida. Porque ahora soy capaz de hacerlo. No importa que
me dejara sin comer para que estuviera débil y que
después me diera trabajos que hacer. Me enseñó
resistencia. Ahora puedo lidiar con cualquier cosa.
—¿Y qué hay de ti, Riden? —pregunto—. ¿Cómo has
llegado hasta aquí? Dices ser la persona que ha matado a
tu padre, pero Draxen es el capitán de este barco. ¿Era
Draxen el favorito de tu padre? ¿O simplemente era el
mayor? En cualquier caso, ¿por qué le dejarías coger algo
que te has ganado?
La cara de Riden se endurece.
—Draxen es el mayor y era el favorito de mi padre. Eso
ahora no importa. Antes tenías razón, tendríamos que
haber dejado de hablar. Imagino que ahora no tendrás
ganas de decirme dónde está la guarida de tu padre, ¿no?
—No.
Él asiente sin sorprenderse.
—Se avecina una tormenta y aún no hemos llegado a
nuestro destino. Estate preparada para una noche difícil.
—Siempre lo estoy.
Aclaro mi mente en lugar de reproducir de nuevo nuestra
conversación. Estoy exhausta por haber estado
merodeando hasta tan tarde, así que me vuelvo al suelo a
dormitar. Tampoco es que tenga nada mejor que hacer.
Un fuerte sonido agudo me despierta de una sacudida,
poniéndome el corazón a mil por segunda vez en el día.
Alguien le está dando patadas a los barrotes de mi celda.
Cuando mis ojos consiguen enfocar bien, veo a Draxen
delante de mí. Se está sujetando el cinturón y lleva puesto
un sombrero de plumas. Me mira como si fuera un premio
que ha ganado o un arma que le acaban de dar.
Imagino que me ve como ambas cosas, pero me da igual.
A fin de cuentas, el arma que acabe con su vida seré yo.
Mi padre no podría haber tomado la Nómada Nocturna a
la fuerza. El mapa podría haberse estropeado fácilmente
durante la lucha si él hubiera disparado contra el barco, así
que tuvo que enviar a alguien a bordo para buscarlo. No
obstante, cuando todo esto acabe, le llevaré este barco
directamente a mi padre para que pueda matarlos a todos.
El Rey Pirata no quiere competencia a la hora de buscar la
isla de Canta.
—¿Qué te parecen tus aposentos, Alosa?
—El suelo es áspero y la celda apesta.
—Es un lugar digno de la princesa de los ladrones y
asesinos, ¿no crees?
—Aun así, no le vendría mal una cama.
—Si quieres puedes pedirle a alguien de la tripulación
que comparta su cama contigo. Estoy seguro de que
cualquiera de ellos se ofrecería como voluntario.
—Si duermo en la cama de alguien será porque he
matado a esa persona, y porque sus posesiones habrán
pasado a ser mías. ¿No crees que ya has perdido a
suficientes miembros de tu tripulación, Draxen?
—Estás demasiado segura de ti misma. Creo que debería
pedirle a Riden que añadiera algunas palizas a las sesiones
contigo. Seguro que os vendría bien a los dos. Hasta en el
cielo saben que a Riden le vendría bien.
Como dudo que pueda seguir con mi siesta, me levanto y
cojo la silla, aunque esta discusión me tiene más que
aburrida. Draxen no tiene nada interesante que decir, solo
espera verme muerta de miedo. Es un hombre que se nutre
del dolor ajeno. Hasta ahora, sus intentos por intimidarme
no han servido de nada.
—Le he dado permiso a Riden para encargarse de ti,
pero si sigues sin cooperar le daré la oportunidad de
interrogarte a alguien menos simpático. Tenlo en cuenta
mientras estés aquí abajo.
—Esperemos que no se ponga blando conmigo. Me sabría
fatal poner a uno de tus propios hombres en tu contra.
—Princesa, Riden ya ha lidiado con cientos de mujeres en
su vida. Nunca ha tenido problemas para abandonar a
ninguna, y tú no serás la excepción.
El sonido de sus botas retumba en la sala vacía a medida
que se marcha.
Draxen es verdaderamente duro de pelar, igual que
Riden. Funcionan de manera diferente, pero sus objetivos
son los mismos, lo que los hace igualmente estúpidos. ¿Qué
clase de imbéciles se atreverían a robarle al Rey Pirata? ¿Y
sobre todo sin haber comprobado suficientemente que en la
tripulación no hubiera espías? La verdad es que resultó
fácil organizar mi «secuestro» una vez que Theris nos
proporcionó la información necesaria.
Me sorprendo cuando Riden viene de nuevo a visitarme;
esta vez se presenta con un cubo de agua, una pastilla de
jabón y algunos paños limpios.
Pensaba que había enfadado a Riden hasta tal punto que
le resultara imposible mostrarme ni una pizca de
amabilidad. Me siento casi hasta mal por todas las cosas
terribles que he pensado sobre él.
Solo casi.
—Tienes diez minutos antes de que les vuelva a decir a
los guardias que regresen para vigilarte.
—Solamente necesito nueve —digo para ponerme difícil.
Riden sacude la cabeza antes de marcharse.
Ahora el barco se balancea más fuerte. Viene una
tormenta, por supuesto. Tengo un par de piernas más que
habituadas al mar. De hecho, me siento más fuerte y segura
en el mar que en la tierra. Estoy acostumbrada a sus
movimientos, a su lenguaje. El mar te cuenta lo que va a
hacer... si lo escuchas.
Para cuando Kearan y Enwen vuelven, yo ya estoy lista y
vestida con un corsé limpio, está vez me he puesto el rojo.
—Te lo estoy diciendo, da mala suerte girarlo hacia la
izquierda, debería ser siempre hacia la derecha una vez
hayas empujado. Solo entonces te traerá buena suerte.
—Enwen, si estoy apuñalando a un hombre en el
corazón, da igual si giro el cuchillo a la derecha o a la
izquierda. Sea como sea, habré logrado matar al cabrón.
¿Para qué iba a necesitar suerte entonces?
—La necesitarías para matar al siguiente. Imagina que
por no haber hecho lo que te digo, no atinas en el corazón
la próxima vez. Si te ocurre, lamentarás no haberte
molestado en girar el cuchillo hacia la derecha la vez
anterior. No se puede matar a un hombre como Dios manda
sin darle en el corazón.
—Si sigues hablando, creo no tardaré en poner en
práctica tu truco.
—No seas así, Kearan. Sabes que soy el único amigo que
tienes en este barco.
—Debo de estar haciendo algo mal.
Kearan ya había sacado su petaca, pero cuando se la
lleva a la boca frunce el ceño. Está vacía, así que mete la
mano en el bolsillo y se saca otra. Ahora entiendo por qué
su abrigo tiene tantos bolsillos. Me había imaginado que los
usaría para guardar los objetos que robara. Pero no, le
sirven para guardarse sus múltiples petacas de ron. Me
pregunto cuántas llevará.
—¿Cómo te va, señorita Alosa? —pregunta Enwen
imperturbable ante las palabras de Kearan, y volviéndose
hacia mí.
—Rayos y centellas, Enwen —dice Kearan—. Esta mujer
es una prisionera, ¿cómo crees que le va? Cierra el pico de
una maldita vez, ¿vale?
—Esta mujer puede responder solita —intervengo.
—Tú tampoco deberías estar hablando —dice Kearan—.
No necesito oír nada de ninguno.
Enwen se frota la sien.
—El jefe Riden solo dijo que «probablemente» no debería
hablar con ella, ya que las mujeres guapas son capaces de
tender trampas a las mentes masculinas. Sin embargo, no
dio ninguna orden directa.
—¿Él dijo que yo era guapa? —Sonrío ante la idea.
Enwen parece preocupado.
—Probablemente no debería haber dicho eso.
A medida que el tiempo avanza, el barco se balancea
cada vez más rápido. Verse envuelta en una tormenta es
como empezar una discusión. Hay algunas señales de
advertencia. Las cosas empiezan a tensarse. Pero luego hay
algo que salta. La tormenta te golpea antes de que estés
lista. Y luego estás demasiado metida como para hacer algo
al respecto, solo puedes dejar que pase.
Solo hay ruido. Lo único que se oye es el viento y las
olas, y lo único que se siente es un frío amargo. Me pongo
el abrigo más grueso que tengo para protegerme de tan
desagradable sensación. De vez en cuando me parece
captar gritos que vienen desde cubierta. Pero podría ser
perfectamente el eco del viento.
Tengo que sentarme en el suelo, ya que no puedo confiar
en que la silla se mantenga en pie. Enwen también se
sienta. Se saca algo del bolsillo: un collar de cuentas.
Quizás sean perlas.
Kearan empieza a roncar. Sé que debe de tener la nariz
taponada, porque se lo escucha por encima de la tormenta.
De repente, se levanta de una sacudida diciendo:
—Devuélveme eso.
Enwen se debe de dar cuenta de la extraña mirada que
lanzo a Kearan, porque me explica:
—Habla mucho en sueños.
Kearan se frota los ojos.
—Se avecina una muy fea. Puede que volquemos.
Enwen muestra sus perlas.
—No ocurrirá. Tengo nuestro amuleto protector justo
aquí.
—Me siento tan aliviado...
—Deberías estarlo. Es peligroso encontrarse en una
tormenta. Algunos hombres afirman que, precisamente
durante las tormentas, hay agradables criaturas vagando
fuera de sus dominios bajo la superficie.
—Te refieres a las sirenas —digo.
—Por supuesto que sí. Les gusta esconderse bajo las
olas. No se las puede ver en el agua cuando el mar está
revuelto..., en plena ebullición y todo eso, pero están allí
abajo, golpeando y aporreando el barco para ayudar a la
tormenta a hundirnos. Nos quieren a nosotros. Quieren
comer nuestras carnes, hacerse collares con nuestros
dientes y arrancarnos los huesos para fabricar
instrumentos que acompañen su canto.
—Poético de narices —dice Kearan—. Pero es todo una
sarta de tonterías. ¿Acaso nunca te han dicho que no te
puede atacar algo en lo que no crees?
Los ojos de Enwen se encienden ante tal descubrimiento.
—Por eso toda criatura quiere venir a por mí.
Me tapo la boca para disimular mi sonrisa mientras
Kearan se saca una petaca.
Las sirenas se han ganado una gran reputación a lo largo
de los tiempos. Se las considera las criaturas más letales
jamás conocidas.
Los hombres que cuentan historias en las tabernas
hablan de mujeres de una belleza extrema que viven en las
profundidades. Buscan barcos que hundir, hombres de los
que alimentarse y oro que robar. El canto de una sirena
puede encantar a un hombre para que haga cualquier cosa.
Estas criaturas cantan a los marineros prometiéndoles
placer y riqueza en caso de que se lancen al mar, pero
aquellos que saltan no ven cumplida tal promesa.
Una vez que una sirena te agarra, no te suelta. Las
sirenas arrastran a los marineros hasta el fondo del mar
para tener relaciones con ellos. Tras robarles todos sus
objetos de valor, los dejan flotando en el abismo.
Hay muchos mitos acerca de las sirenas. Casi nadie sabe
distinguir qué es realidad y qué ficción. Pero hay algo que
sí sé: todas las sirenas, a lo largo de los siglos, han llevado
sus tesoros robados a una isla, a la isla de Canta; es allí
donde reside la riqueza de la historia, es un lugar con
tesoros inimaginables.
Esto es lo que busca mi padre. Es esta la razón por la
que estoy aquí. La razón para la que me han preparado:
robar otra parte del mapa.
Cada una de las partes ha pasado de padres a hijos
durante generaciones. Una pasó a través del linaje Allemos,
hasta llegar a manos de Jeskor y, posiblemente, a las de
Draxen.
Otro de los trozos pasó por las manos del linaje Kalligan
y ahora es mi padre quien lo custodia. El último trozo
pertenece a la familia Serad, probablemente sea Vordan
quien lo tenga.
Aquel que logre juntar los tres trozos conseguirá
encontrar la isla de Canta, también llamada la tierra de las
mujeres que cantan.
—Ahí fuera no hay sirenas —le digo a Enwen—. Si
existieran, ya te habrían encantado para que te lanzaras
por la borda. ¿Oyes su cantar?
—No, porque lo tapa la tormenta.
—Entonces, ¿la tormenta es algo bueno?
—Sí, no, bueno... —Enwen reflexiona al respecto por un
momento.
Kearan y él parecen demasiado ansiosos como para
dormir esta noche. Por mucho que un hombre se haya
pasado la vida en alta mar, siempre tiene razones para
temerla cuando se pone brava.
Pero no es mi caso. Yo duermo a pierna suelta mientras
escucho su música. El mar me protege.
El mar cuida de los suyos.
Capítulo 5

Los siguientes días transcurren más o menos de la misma


manera. Durante el día, Riden baja para interrogarme. Nos
vamos presionando mutuamente, intentando encontrar
respuestas que rara vez obtenemos. También me trae las
comidas, pero, aparte de eso, siempre me dejan sola en la
celda, sin contar con los dos guardias que me vigilan. Cada
cierto tiempo, estos van cambiando, pero Kearan y Enwen
son los más entretenidos con diferencia.
Desafortunadamente para Riden, los guardias no son el
elemento disuasorio que seguramente él pretendía que
fueran. Incluso ellos necesitan dormir, y cuando lo hacen,
salgo sigilosamente de mi celda y empiezo a husmear por el
barco. Como el mapa no apareció en el camarote de
Draxen, decido empezar a buscar bajo cubierta, de popa a
proa, para después ir subiendo. Decido optar por este
orden porque considero que lo mejor es empezar buscando
por los lugares más fáciles para luego pasar a aquellos más
difíciles.
Pero nada resulta ser fácil ni rápido.
Cuando hay casi cuarenta hombres durmiendo bajo
cubierta, es inevitable que no haya por lo menos siempre
uno que se levante a orinar por la noche. Sin duda, esto es
debido a su excesivo consumo de alcohol antes de
acostarse.
La mitad del tiempo ando escondiéndome para que no
me vean, metiéndome a duras penas en espacios reducidos
o quedándome completamente quieta mientras corren
hasta la punta del barco antes de volverse a meter en sus
camas.
Mi búsqueda es tediosa e infructífera y cada noche solo
consigo hacer un barrido de un área muy pequeña de la
nave.
En mi quinta noche a bordo del barco, Kearan ronca
ruidosamente mientras Enwen cuenta monedas de oro de
un pequeño monedero.
—¿Has estado apostando? —pregunto.
—No, señorita Alosa, no me gusta apostar.
—Entonces, ¿de dónde has sacado ese dinero?
—¿Sabes guardar un secreto?
Miro deliberadamente alrededor de mi celda.
—¿A quién se lo diría?
Enwen asiente pensativamente.
—Supongo que tienes razón.
Vuelve a observar las monedas.
—Bueno, esta es de Honis, una de ellas es de Issen, esta
otra es de Eridale, esta de aquí es de...
—Las has robado. —Sonrío.
—Sí, señorita, pero solamente le quito una a cada
hombre. Si vieran su cartera vacía, sabrían que alguien les
ha robado, pero si solo les falta una moneda...
—Darán por hecho que la han perdido —digo.
—Sí, exactamente.
—Eso es brillante, Enwen.
—Gracias.
—Eres mucho más inteligente de lo que aparentas.
¿Intentas hacerte pasar por un tonto y un supersticioso solo
para que la tripulación no sospeche de ti?
—Ah, no. Soy la persona más supersticiosa del mundo.
—¿Y lo de ser tonto?
—Quizás en eso sí que exagero un poquito.
Sonrío ligeramente. Este es el tipo de hombre al que
permitiría estar en mi barco si supiera que puede
abstenerse de robar a gente de la tripulación.
—¿Y qué hay de Kearan? —pregunto—. ¿Cuál es su
historia?
Enwen mira a su compañero que sigue roncando.
—No se sabe mucho de Kearan. No habla mucho de sí
mismo, pero he recopilado algo de información basándome
en lo que dice en sueños.
—¿Qué has descubierto?
—¿Por qué lo preguntas?
—Por simple curiosidad y aburrimiento.
—Imagino que no hay nada de malo en contártelo.
Simplemente no le digas a Kearan que fui yo quien te lo
dijo.
—Te lo prometo.
Enwen empieza a dejar caer sus monedas en la cartera.
—Kearan ha estado en todo el mundo. Conoce las
diecisiete islas de principio a fin. Ha conocido a todo tipo
de personas y ha hecho todo tipo de trabajos. Fue un
aventurero.
Es decir, que Kearan no solamente sabe moverse por el
océano, sino también por tierra. Poco común en un pirata.
Nuestras pequeñas islas están tan juntas que todo el
mundo viaja de una a otra. Cada una es rica en una fuente
de alimento. El comercio es frecuente y necesario entre
islas y, como tal, aquel que controla el océano, controla
también el dinero del reino.
Padre tolera que exista un monarca en tierra porque no
tiene ningún interés por mandar a marineros de agua
dulce. Él prefiere estar acompañado por bestias de mar.
Los exploradores del Rey de la Tierra tienen permitido
buscar nuevos terrenos a través del mar a cambio de
pagarle a mi padre unos impuestos anuales.
Nunca nadie había logrado conseguir tal monopolio
sobre los mares hasta que mi padre empezó a gobernar. Un
día todo su dominio pasará a ser mío, es por eso por lo que
siempre intento demostrar mi valía una y otra vez ante mi
padre. Lo que estoy haciendo ahora es sencillamente una
más de las múltiples hazañas que he hecho por y para él.
Observo a Kearan: está gordo, es feo y, en general, tiene
un aspecto descuidado.
—¿Estás seguro de que no se inventa simplemente esas
aventuras en sueños?
—Desde luego que lo estoy. Puede que no parezca gran
cosa ahora, pero eso es porque se ha convertido en un
hombre que ha perdido mucho. Imagínate cómo tiene que
ser nunca estar satisfecho con tu vida, señorita Alosa.
Imagínate haber viajado por todo el mundo en busca de la
felicidad, en busca de emociones para pasar el rato,
imagina haber visto todo lo que hay por ver y, aun así, no
encontrar la felicidad. De sucederte eso, tendrías una
perspectiva muy deprimente de la vida, ¿verdad?
—Imagino que sí.
—No hay mucho que hacer cuando te ocurre eso. Kearan
se gana la vida en este barco. Es un horrible borracho que
ahoga su dolor en alcohol. No desea vivir, ni tampoco morir.
Se encuentra en una situación muy complicada.
—Sin embargo, eres su amigo. ¿Por qué?
—Porque todo el mundo necesita a alguien, y yo no he
perdido la esperanza en Kearan. Creo que, en algún
momento, acabará encontrando su camino. Con tiempo y
algo de motivación.
Sinceramente, lo dudo, pero le estoy siguiendo la
corriente.
—¿Por qué das por hecho que ha perdido mucho? —
pregunto.
—Por la noche lo oigo gritar el nombre de una mujer,
siempre es la misma: Parina.
—¿Quién es ella?
—Ni idea, y no tengo intención de preguntarle al
respecto.
Enwen se tiende en el suelo poniendo fin a la
conversación. Me ha dado mucho en que pensar. De hecho,
reflexiono acerca de todo lo que me ha dicho mientras
espero a que se duerma para empezar mi búsqueda
nocturna.
Todo el mundo tiene algo oscuro en su pasado, y supongo
que le corresponde a cada uno superarlo. Si no podemos
superarlo, lo único que podemos hacer es intentar sacar lo
mejor posible de la situación.
—¿Te apetece estirar las piernas?
Riden se encuentra delante de mi celda, lanza la llave al
aire y después la atrapa. He estado a bordo de la Nómada
Nocturna durante seis días y esta es la primera vez que me
ofrece salir de la celda.
—¿Te gusta restregarme la libertad ajena en la cara?
—Pues la verdad es que, curiosamente, me divierte
bastante.
—No creo que te haga tanta gracia ahora que sabes que
puedo salir por mi propio pie.
Por supuesto, me estoy refiriendo a la noche que me pilló
escabulléndome, no al resto de las noches.
Riden se acerca y baja la voz.
—Desde entonces, he custodiado la llave perfectamente.
Y si yo fuera tú, no le mencionaría ese pequeño percance a
nadie más. De ser así, al capitán se le ocurrirían un par de
ideas que no te gustarían.
Ladeo la cabeza.
—¿Quieres decir que no le dijiste que intenté huir?
Será mejor que le dé bombo a esa idea. Cuanto menos le
cuente Riden a su capitán, mayor será la brecha que cree
entre Draxen y su tripulación. Quizás pueda usar esta
brecha a mi favor más tarde. ¿Quién sabe qué más
sucederá mientras siga cautiva?
—Tal vez tendrías que hacerte a la idea de lo que él te
haría si se enterase —añado.
—Supongo que asumo que estarás más interesada por
salvar tu propio pellejo que por perjudicarme a mí. En fin,
por el momento te estoy dando la oportunidad de salir de tu
celda. ¿La tomas o la dejas?
—Te agradezco el gesto, pero no puedo decirte que me
fíe. ¿Adónde vamos?
—Nos hemos encontrado con un barco que, por lo que
parece, ha sido abandonado después de la tormenta. El
buque está algo deteriorado por el desgaste, pero es
posible que encontremos algún bien a bordo que se salve.
Estamos en medio del mar, por lo que no puedes ir a
ninguna parte en caso de que pretendas escapar. El capitán
me ha dado permiso para llevarte a bordo del otro barco
durante la búsqueda.
Me doy cuenta de que Riden podría estar diciéndome
que estamos en medio de la nada aunque estuviéramos a
solo un día de tierra firme. Imposible saberlo. Pese a que,
en cualquier caso, no importe, me gusta saber dónde me
encuentro. La incertidumbre me inquieta un poco.
—Siempre estoy lista para robar —digo.
—En cierto modo, sabía que lo estarías.
Me deja salir. Luego se guarda la llave en el bolsillo, esta
vez en el de los pantalones y no en el de la camisa.
—Voy a estar muy atento, así que será mejor que no se te
ocurra hacer nada raro.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando.
Me agarra del antebrazo y me conduce hacia la escalera.
—¿Es necesario? —pregunto—. Ya has dicho que no
tengo adónde ir. ¿No puedes concederme la libertad de
caminar sin tu ayuda? —no puedo evitar añadir—. ¿O es
que eres incapaz de quitarme las manos de encima? Enwen
ya me ha informado de que no puedes resistirte a mis
encantos femeninos.
Riden no parece preocupado.
—Si has estado hablando con Enwen, jovencita, te habrás
dado cuenta de que la mitad de lo que dice es propio de un
cabeza de chorlito como él.
Sonrío y me inclino hacia él.
—Quizás.
—Deja de sonreír, mueve el culo y sube la escalera.
—Ni en sueños se me ocurriría deleitarte con tales vistas.
Ahora le toca a él sonreír con picardía.
—No te voy a dar la opción de ir detrás de mí. No me fío,
así que para arriba.
En cubierta, la tripulación está atando cuerdas,
haciéndose con sus armas y corriendo de un lado a otro. La
emoción por la nueva aventura se palpa en el ambiente. Yo
misma puedo sentir la adrenalina de la hazaña, no soy
inmune ante la perspectiva de algo de diversión. Ningún
pirata lo es, y por eso elegimos esta vida, porque se nos da
bien.
Y no tenemos valores morales.
—Ah, su alteza ha decidido honrarnos con su presencia
—dice Draxen—. ¿Qué decís, caballeros? ¿Las damas
primero?
Todos afirman o se ríen a modo de respuesta. Miro
alrededor de la multitud de hombres y veo a Theris
camuflado entre el grupo. Me mira, pero no me presta
especial atención. Este es bueno en su trabajo.
Riden está a mi lado en silencio. De todas formas, no
parece molesto. Y no es que debiera estarlo; él no está aquí
para cuidarme y yo no necesito que lo haga, simplemente
está aquí para evitar que me escape, cosa que se le da
demasiado bien a ratos. No pasa nada, aún me quedan un
par de trucos bajo la manga.
—Si tus hombres son demasiado cobardes como para
entrar por sí mismos —afirmo—, entonces haré todo lo
posible por enseñarles cómo se ha de tomar un barco
debidamente.
Acabo de combinar un desafío con un insulto, esta es mi
especialidad.
—Prefiero arriesgar tu vida a la de ellos. Ahora lárgate.
Riden, ve con ella.
Creo que es raro que Draxen ponga en riesgo mi vida
cuando sabe que me necesita de rehén. Sospecho que está
intentando compensar a su tripulación por lo que pasó en
mi barco. Él priorizó enseñarme una lección por encima de
velar por la vida de sus propios hombres, y ahora está
intentando demostrar que arriesga mi vida antes que la
suya. Es una jugada inteligente. Especialmente,
considerando que es poco probable que aún haya alguien a
bordo de la nave. Además, como precaución final, envía a
Riden conmigo.
Colocamos la pasarela entre los dos barcos. El barco
deteriorado que tenemos ante nosotros parece ser un
buque de carga, por lo que seguramente haya mucha
comida y agua a bordo. Lo que hay aquí es, de una forma u
otra, un tesoro.
La pasarela es lo suficientemente grande como para
atravesarla sin tener que intentar mantener el equilibrio.
Probablemente podría hacerlo con los ojos cerrados.
Aun así, es lo suficientemente estrecha como para que
me sienta tentada de darle un ligero empujón a Riden.
Casi como si estuviera leyéndome el pensamiento me
dice:
—Ni te atrevas a pensarlo.
—Tarde.
—Podrías recibir un disparo.
—No creo que te funcionara el arma estando mojada.
—Nunca he dicho que tuviera que ser yo quien disparara.
—Pero seamos realistas, te gustaría tener ese placer.
Sonríe.
El palo mayor de la nave está completamente partido.
Está en una esquina del barco, apoyado sobre la barandilla
de estribor, lo que asegura que el barco no se mueva. No
hay ningún bote de remos, por lo que me pregunto a cuánta
distancia estamos de tierra firme. Como el barco todavía
flota, la tripulación podría haberse quedado aquí mientras
les hubieran durado los víveres. ¿Por qué marcharse a
remo si fuera imposible llegar a ninguna parte a tiempo?
La cubierta es un auténtico desastre. Las cuerdas están
por ahí tiradas al azar: algunas están en bobinas; otras, en
forma de nudos. Hay prendas de ropa esparcidas por aquí y
por allá. Seguramente se les han caído de sus bolsas a los
dueños, fruto de la confusión. La madera aún está mojada,
todo está mojado. Tenemos que estar especialmente alerta
para no tropezarnos o resbalarnos.
—Cualquier cosa valiosa probablemente esté bajo
cubierta —dice Riden.
—Lo sé.
—Entonces, ¿a qué esperamos?
Arqueo una ceja.
—¿Vas a hacerme ir primera?
—No puedo jugármela a que intentes saltarme encima
por detrás.
—Pero si voy desarmada.
—Eso nunca te ha frenado.
No puedo evitar sonreír.
—Me refería a que ¿cómo esperas que baje sin un arma?
—Yo estaré justo detrás de ti.
—No me consuela tanto como crees.
—Lo sé.
Sus ojos marrones se encienden divertidos. Creo que
disfruta de nuestras pequeñas peleas. Son parte de mi
papel, estoy actuando. Si escondo mucho sobre mí misma,
puede llegar a sospechar, así que muestro la resistencia
que él espera de mí. La diversión que me provoca este
juego es solo un plus añadido. Podría estar siendo
interrogada por alguien peor. La verdad es que nunca sabré
por qué Riden no es el capitán de la Nómada Nocturna.
—Ahora ve, Alosa —dice.
Parece que el agua gotea por todas partes. Hoy es el
primer día, desde la noche de la tormenta, en el que la
lluvia ha amainado. Está oscuro abajo, lo que refuerza la
suposición de que no haya nadie bajo cubierta.
Riden, tan preparado como siempre, se ha traído una
linterna. La enciende y me la pasa.
—Dirige tú.
Encontramos las cocinas donde hay carne seca, agua
bien almacenada, galletas saladas, verduras en escabeche y
otros alimentos aptos para navegantes. Todo está bien
distribuido en armarios. Sin duda, se llevarán todo esto a la
Nómada Nocturna.
Atravesamos los dormitorios donde quedan algunas
mantas. El olor es mejor aquí que en la Nómada Nocturna.
¿Por qué no se les da mejor la higiene personal a los
hombres de Draxen? Realmente, nos beneficiaría a todos a
bordo.
Cuando estamos a punto de pasar a la siguiente
habitación, la luz de las velas capta algo en el suelo. Es una
espada. Es bueno saber que está ahí. Si tan solo pudiera
recogerla sin que Riden se diera cuenta, pero eso es casi
imposible. Una espada sería mucho más difícil de ocultar
que una daga. No hay nada más de interés en el barco. Por
lo menos nada que sea visible de inmediato. Quizás aún
puede haber algunos rincones y grietas que permanezcan
ocultos, pero eso es tan probable como que los miembros
de la tripulación se hayan llevado algo de valor. Según mi
experiencia, cuando llega una crisis, lo primero en lo que
piensan los hombres es en todos los tesoros que podrán
llevarse consigo. Normalmente, pensar en sus amigos y
compañeros de tripulación es algo que va en segundo lugar.
—Parece que todo está despejado —dice Riden—. Voy a
empezar a mirar más a fondo. Por favor, ve y llama al resto
de la tripulación.
—Ah, claro que sí, me voy a llamar al resto. La verdad es
que me gusta ayudar a los hombres que me han
secuestrado.
—No puedo dejarte aquí sola mientras voy a buscarlos.
¿Preferirías que te arrastrara conmigo hasta la cubierta?
Sé lo que te gusta que te ponga las manos encima.
Resoplo y subo la escalera. Este hombre es difícil de
descifrar. De repente parece querer distanciarse de mí,
pero, justo después, juraría que le gusto. Probablemente,
esté intentando mantenerme alerta, igual que intento hacer
yo con él. Jugar al ratón y al gato puede resultar
entretenido. Solo cuando uno es el gato, por supuesto. Es
divertido restregar la victoria en la cara del prisionero
cuando se lo ha capturado y ganado. Alardear del triunfo es
un derecho. Padre dijo una vez que si puedes atrapar y
aprisionar a un hombre, su vida es tuya y puedes hacer con
ella lo que te parezca. Su filosofía es que si tienes el poder
suficiente como para hacer algo, entonces deberías
hacerlo.
Una vez en cubierta, les hago un gesto a los piratas para
indicarles que está todo despejado.
Como no tengo nada que hacer, vuelvo a bajar. Así puedo
caminar y estirarme antes de que me vuelvan a encerrar en
la celda de nuevo. Aunque esto no quiere decir que, de
todas formas, no vaya a pasarme la noche deambulando por
ahí.
—Están de camino —digo entrando en la última
habitación en la que Riden y yo hemos estado revisando: un
trastero.
Y entonces, me cogen.
Riden está aplastado contra la pared, hay un hombre
apuntando su espada hacia su espalda. Con la mano que
tiene libre, le empuja el hombro. Solo ahora me doy cuenta
de que han quitado algunos paneles de la pared de
enfrente. Al parecer, había una habitación oculta. Hay tres
hombres donde nos encontramos ahora mismo. Uno de
ellos sujeta a Riden y los otros dos a mí.
—Maldita sea —digo—. ¿No podrías haber dado la voz de
alarma?
—¿Cuando me están apuntando con una espada? —
pregunta Riden—. Pues creo que no.
—¡Cállate! —grita uno de los hombres que me sostiene—.
¿Cuántos sois en vuestra tripulación? ¿Cuántos más van a
venir?
—Sesenta —exagera Riden sumando veinte hombres a la
tripulación real.
—¡Rayos! —dice el hombre que está apuntando la espada
hacia Riden—. No podemos detenerlos, y tampoco podemos
contar con que los demás regresen a tiempo.
—Entonces los usaremos como rehenes —responde el
último hombre—. Les diremos que mataremos a los
miembros de su tripulación a no ser que se mantengan
atrás. Así ganaremos tiempo.
—Pero ¿será suficiente?
—Tendrá que funcionar.
—Pero ¿necesitamos a ambos? Parece que el hombre nos
va a dar muchos problemas. Yo digo que lo destripemos y
nos ocupemos de la chica.
Que me subestimen siempre acaba funcionando a mi
favor, pero a veces lo encuentro ofensivo, lo que suele
volverme violenta. Me hace preguntarme si debería dejar
que maten a Riden solo para poderles dar una paliza a los
tres sin que él esté mirando. No puedo dejarle ver lo que
soy capaz de hacerles. Odio tener que contenerme ahora.
Los hombres continúan peleando entre ellos mientras yo
decido qué hacer.
Riden interrumpe mis pensamientos.
—Ahora, Alosa, sería un buen momento para que
emplearas la misma táctica que empleaste cuando nos
vimos por primera vez.
—¿Estás seguro de que no quieres lidiar con esto tú solo?
Yo solo soy «la chica».
—¡Dejad de hablar! —grita uno de los marineros.
Pero, realmente, no los estoy escuchando. Tengo los ojos
puestos en Riden. Se le agranda profundamente la mirada,
está llena de frustración. Luego se relaja y dice:
—Por favor.
—He dicho que dejéis...
Quizás actúo porque Riden se acordaba perfectamente
de lo que hice con aquellos dos miembros de su tripulación
cuando me raptaron de mi barco, o tal vez sea porque me
gusta hacer lo que hago, o puede que sea por la idea de
demostrarles a estos marineros de lo que soy capaz.
Aunque si tengo que ser sincera..., lo hago porque me lo
ha pedido por favor.
El caso es que esto me empuja a actuar de una manera
inexplicable.
Le doy un talonazo en el pie al marinero de mi derecha, y
con mi mano libre le agarro la garganta a otro. Con una
mano, sujeto las nucas de ambos. Como uno se está
atragantando y el otro se está tropezando, no es difícil
mantener sus cabezas juntas fuertemente apretadas.
Esto no formó parte del número que hice en el otro
barco, pero un poco de improvisación puede ayudar mucho.
Esta situación es un poco más grave. Para empezar, no es
algo que haya planeado.
Solo queda el hombre de la espada. Se ha quedado
quieto donde estaba, solo que ahora está ojiplático.
—Quédate donde estás o lo mato.
Pongo los ojos en blanco.
—Adelante, así me ahorrarás trabajo.
No estoy segura de si reírme o no ante su confusión.
—¿Qué?
—Soy prisionera de su barco pirata. Si dices que están
viniendo tus hombres, entonces me podrás ayudar.
Podemos usarlo de rehén como habéis sugerido antes.
Mira hacia sus compañeros caídos. Yo añado:
—Lo siento, no me gusta que me retengan en contra de
mi voluntad. Ahora, por favor, dime que me ayudarás.
El marinero mira hacia Riden, lo que me da la
distracción que necesito para alcanzar mi bota.
—¿Es cierto lo que dice la chica?
—Confía en mí. La chica solo te va a dar problemas y no
te puedes fiar de nada de lo que te diga. Será mejor que la
mates ahora.
Me fijo en que al marinero le gotea el sudor de la cara.
Le tiembla la mano con la que sujeta la espada.
—Ya es suficiente. —Gira el cuerpo hacia mí mientras
sigue apuntando a Riden con la espada—. Voy a...
Mi daga vuela recta hacia delante, hasta dar
directamente con el pecho del marinero.
Menos mal que aún tenía el arma conmigo. Si alguna vez
vuelvo a dejar que me secuestren a posta, nunca
subestimaré el truco de esconder mi daga en un libro.
Además, fue una maravilla que Riden no me cacheara hasta
encontrar el arma la noche en la que me pilló deambulando
a escondidas por el barco.
Riden se incorpora. Tiene la boca ligeramente
entreabierta y los ojos como platos.
—Yo pensaba que..., creí...
—Pensabas que te había dado la espalda de verdad. Es
probablemente lo que tendría que haber hecho, pero,
bueno, ya es tarde para eso.
Me acerco hacia donde está Riden cuando los demás
entran en el trastero.
—¿Qué ha pasado aquí? —pregunta Draxen.
No parece ni preocupado ni molesto por los cuerpos que
yacen en el suelo.
Espero a que Riden me venda para salvarse el pellejo.
Podría fácilmente contarle a Draxen que me he ido para
que lo mataran y que luego le he dicho a los piratas que
subieran a bordo mientras estaba teniendo lugar la
emboscada. Puede que fuera una historia un poco
rebuscada, teniendo en cuenta que solo había tres hombres
a bordo, pero aun así sería plausible.
—Ha sido culpa mía —dice Riden—. Pensaba que el barco
estaba despejado. Le dije a la muchacha que subiera y os
llamara para que vinierais. Luego han salido todos de una
habitación secreta y he lidiado con ellos.
—¿Disculpa? —pregunto.
De ninguna manera va a obtener reconocimiento por mis
habilidades. Y no es por que necesite que Draxen sepa de lo
que soy capaz... De hecho, probablemente sea mejor que no
lo sepa.
Riden ignora mi arrebato.
—Creo que te complacerá ver qué más hay en el cuarto
secreto.
Lo que dice me distrae. Miro por encima del hombro de
Riden y veo tres cofres llenos de monedas. Probablemente
pueda haber más detrás de otras paredes falsas.
Los ojos de Draxen se encienden al observar el
panorama. Avanza solo, haciendo un balance de lo que hay.
—Son contrabandistas —continúa Riden—. Parece que
acaban de entregar el que quiera que haya sido su
cargamento. Sospecho que, tras la tormenta, la mayor
parte de la tripulación se marchó para traer un nuevo
barco de vuelta hasta aquí. No iban a dejar atrás toda esta
riqueza. Estos hombres estaban aquí para proteger el
tesoro. Probablemente no hubiera dado con ellos de no ser
porque escuché a uno moverse detrás de la pared.
—Vale, vale —dice Draxen. Aunque dudo que haya
escuchado una sola palabra de lo que ha dicho Riden, ya
que aún tiene la mirada fija en lo que hay tras la pared—.
Lleva a la chica de vuelta. El resto de la tripulación y yo nos
encargaremos de esto. Tenemos que darnos prisa antes de
que vuelvan el resto de los navegantes. —Luego añade—:
Bien hecho, hermano.
Riden asiente.
Y así, sin otro particular, vuelvo de nuevo a los calabozos.

Riden abre mi celda y me empuja dentro.


—¿Qué estás haciendo? —pregunto.
—Sigo órdenes.
—Creí que ya habíamos superado eso de ir
arrastrándome por ahí. ¿Acaso no habíamos quedado en
que me dejarías andar sola?
Riden está de pie enfrente de la puerta de mi celda. Aún
no me ha encerrado, pero no me está mirando; tiene la
mirada fija en el suelo.
—¿Por qué lo has hecho?
—¿Hacer qué?
—Me has salvado.
—Sí, y luego el mérito te lo has llevado tú. ¿Qué clase de
agradecimiento es ese? Ha sido extremadamente
insultante. Debería...
—Eso lo he hecho por tu propio bien.
Estoy demasiado llena de energía como para sentarme.
Por lo general, me ocurre esto después de una pelea física,
eso si es que no me he cansado hasta desmayarme... Padre
me hizo hacer eso en varias ocasiones para que así supiera
lo que es sentir ese desgaste, lo hizo para que fuera
consciente de mi propia fuerza.
Es importante entender cuánta energía tengo en caso de
que correr sea la mejor opción. Pero hasta ahora nadie,
salvo mi padre, ha sido capaz de agotarme hasta perder el
conocimiento.
—¿Y qué beneficio ha tenido eso para mí exactamente?
Riden se pone muy serio.
—No sé a qué estás jugando, pero sí sé que antes has
tenido la oportunidad de escaparte de nosotros y no lo has
hecho. Encima, has evitado que me maten cuando no tenías
por qué hacerlo. Así es que eso sugiere una de dos: o bien
no eres tan despreciable y despiadada como sugieren tus
acciones anteriores, o bien tienes algún tipo de motivo
oculto para querer mantenerme con vida y quedarte en
este barco.
—Todavía sigo sin ver cómo llevarte el mérito de esas
muertes ha podido ser un acto de amabilidad por tu parte
hacia mí.
Así que Riden piensa que estoy tramando algo, ¿eh? Pues
supongo que tendré que mejorar mi actuación. Necesito
que se deshaga de esa idea.
—No conoces a mi hermano, así que déjame explicarte
una cosa. Si cree que estás tramando algo, te matará.
Ahora te debo una por haberme salvado la vida, considera
mi silencio como forma de saldar mi deuda.
—No hay ningún secreto que guardar. No estás
contemplando otra tercera opción, Riden.
—¿Y cuál es esa?
—Me estaba protegiendo. No tenía la certeza de poder
confiar en aquellos hombres. Si hubieran descubierto quién
era yo, podrían haberme utilizado como rehén como habéis
hecho vosotros, especialmente si eran contrabandistas,
como sospechamos. Además, en el caso de que te hubiera
ocurrido algo, Draxen hubiese puesto a otra persona a
interrogarme, y existiría la posibilidad de que lo odiara más
de lo que te odio a ti.
Riden me observa. No le divierte, ni rastro de
agradecimiento. Nada de nada.
¿En qué estará pensando?
Finalmente concluye:
—Supongo que no había pensado en eso. Por supuesto,
tendría que haber considerado que solo te preocupas por ti
misma.
—Soy una pirata —le recuerdo.
—Sí. Simplemente me cuesta entender si eres una buena
pirata o una muy buena pirata.
—No sé si estoy segura de lo que eso significa.
—Solo ten en cuenta que lo que sea que me estés
escondiendo, lo averiguaré.
Suena un tintineo metálico a un ritmo constante. No son
espadas, sino cadenas. Conozco bien el sonido, ya que he
estado mucho tiempo practicando cómo salir de ellas.
Al oír el sonido, Riden me encierra en la celda. ¿Ha
decidido que nuestra conversación ha terminado o es que
no quiere que Draxen vea que está hablando conmigo con
la puerta sin cerrar?
Draxen y dos piratas, uno que nunca antes había visto y
el tercer pirata que me ayudó a bajar mis cosas junto con
Enwen y Kearan, acompañan por la escalera a dos de los
contrabandistas; les han colocado unas esposas. El golpe
que les di en la cabeza no debe de haber sido suficiente
como para matarlos. Una pena para ellos, ya que,
probablemente, la muerte hubiera sido mejor que lo que les
hayan preparado los piratas.
Puede que yo también sea su prisionera, pero me
necesitan sana y salva si esperan un rescate de mi padre. A
estos dos contrabandistas, sin embargo, no los necesitan
como rehenes, tampoco necesitan información porque ya
han encontrado el oro. El hecho de que los hayan subido
vivos a bordo no augura nada bueno.
—¿Qué es esto? —pregunta Riden.
—Ulgin está algo inquieto —dice Draxen—. Y pensé que
le vendría bien algo así.
Riden asiente, aunque no parece contento con lo que
sabe que va a ocurrir a continuación. Aun así, abre otra
celda alejada de la mía. El pirata, que por lo que entiendo
es Ulgin, hace pasar a los contrabandistas dentro de la
celda.
—Y también he venido a buscarte —continúa el capitán
—. He pensado que con nuestro afortunado hallazgo y todo
eso, nuestros hombres podrían disfrutar de un día pagado
en tierra. Hay mucho oro por gastar. Quiero que supervises
la distribución de la parte que corresponde a cada hombre.
Deberíamos llegar a la orilla al anochecer.
Sabía que estábamos cerca de tierra firme, a pesar de
que todos dijeran lo contrario. Los contrabandistas que
abandonaron a sus compañeros a bordo de su barco
destrozado necesitaban tiempo para encontrar un barco
nuevo y para saber adónde había ido a parar el viejo. No es
de extrañar que no hayan vuelto todavía. La verdad es que
Draxen y su tripulación han tenido bastante suerte de
toparse con él.
—¿Y qué hacemos con la princesa?
—Nada en absoluto. Por eso he traído a Sheck aquí
abajo. Se encargará de custodiarla hasta que lleguemos a
tierra.
—¿De verdad crees que esa es una buena...?
—Creo que hasta ahora se lo ha pasado demasiado bien,
Riden. Es hora de recordarle quiénes somos. No sé por qué
elegiste a Kearan y Enwen de entre toda la tripulación para
que fueran sus guardias principales. Si ellos no tuvieran los
talentos concretos que poseen, los hubiera lanzado por la
borda hace mucho tiempo. Son prácticamente unos
malditos inútiles.
Parece como si Riden tuvieran muchas ganas de
contradecirle, pero no lo hace.
—Vale, entonces voy a supervisar el reparto del oro.
Por primera vez, dirijo mi atención a Sheck y casi doy un
salto.
Está pegado a los barrotes, mirándome con avidez. Me
estremezco como si varias ratas estuvieran trepando por
todo mi cuerpo. En realidad, creo que incluso preferiría que
se estuviera dando esa situación antes que esta.
Cuando era pequeña, me enfrentaba a un nuevo reto
cada día y solía pedir ayuda a mi padre. Él me instruía y
luego me lanzaba a los leones (en el sentido figurado de la
palabra). Al pedirle ayuda, siempre salía escaldada, así que
aprendí rápidamente que recurrir a él era inútil. Nunca me
ayudaba. O bien alcanzaba el éxito, o bien sufría las
consecuencias del fracaso. No había alivio ninguno. Cuando
ya había pasado bastante tiempo, quizás me ofrecía algo de
consejo y ánimos. Pero en el momento no me tendía la
mano en absoluto. No tardé mucho en dejar de recurrir a
otros para pedir ayuda. Nunca es una opción, así que ni
siquiera me lo planteo.
Por eso, cuando estoy frente a frente con el pervertido y
asqueroso pirata, mi primer impulso es no mirar a Riden y
no pedirle a Draxen que me vigile otra persona. No, yo lidio
con mis problemas sola, porque así son las cosas.
—No hay ningún problema, ¿verdad, Alosa? —pregunta
Draxen con su lengua de serpiente.
A lo que yo respondo:
—Nunca ha existido problema al que no haya podido
enfrentarme sola.
Capítulo 6

Aunque he pasado pocas horas con Sheck y Ulgin, se me ha


hecho muchísimo más largo.
Al principio, Sheck se paseaba de un lado a otro delante
de mi celda sin quitarme un ojo de encima. A veces, se
intentaba colar entre los barrotes para hacer como si
pudiera atraparme y, así, darme miedo, pero nunca le di
esa satisfacción. Me mantuve al fondo, en la parte más
alejada de la celda, en todo momento. Aunque estaba
cansada y me hubiera venido bien echar una cabezada
antes de mi escapada nocturna, no lo hice. No podía correr
el riesgo de bajar la guardia en sueños hasta acabar en las
ávidas manos de Sheck.
Pero eso no fue todo lo que me impidió dormir. También
estaba el tema de los gritos. Ulgin, al igual que Sheck, no
son personas complicadas de descifrar. Cada pirata tiene su
vicio: para algunos es el alcohol; para otros, las apuestas,
etc. En el caso de Sheck, su vicio se basa en obtener placer
de una mujer en apuros a la fuerza, pero en el caso de
Ulgin tiene que ver con el dolor ajeno; es por eso por lo que
me senté de cara a la pared mientras él se dedicaba a
torturar a los contrabandistas hasta la muerte.
Draxen se rodea de hombres crueles, pero ni me
sorprende ni me molesta especialmente. Mi padre tiene a
su servicio a hombres mucho peores que estos. Sé que a
algunos de ellos le gusta el sabor a carne humana viva.
No cuento con tales engendros en mi propia tripulación.
Yo valoro otros rasgos por encima de una afinidad por la
tortura y el gusto por forzar a alguien más débil. Valoro las
mentes brillantes, las almas honestas y a aquellas personas
con aguante. Forjo relaciones basadas en el respeto mutuo
en lugar de basarlas en el odio y el control. Mi empatía por
las vidas humanas es algo que mi padre quiso borrar de mi
personalidad. Cree que lo consiguió, de hecho la mayoría lo
cree. Si bien es verdad que puedo matar a hombres
malvados sin culpa, el sufrimiento de otros es mi propio
sufrimiento. Duele, pero puedo controlarlo. Les suceden
cosas malas a aquellos que, tal vez, no merezcan tal
castigo, pero el mundo sigue y yo sigo. Porque si algo soy,
es una superviviente.
Así que miro con alivio a los contrabandistas muertos.
Por fin han dejado de sufrir.
Poco después, Riden baja con otros dos piratas a los que
aún no he conocido.
—Puedes marcharte, Sheck. Ve a tierra con el resto.
Ulgin, tú también puedes irte cuando hayas acabado de
limpiar todo esto.
Riden está rígido y mira a Sheck con tanto disgusto que
me sorprende que su tono no refleje sus sentimientos.
Sheck no ha dicho ni una palabra durante todo el tiempo
que ha estado aquí abajo. Me pregunto si sabe hablar
siquiera. Me mira de arriba abajo una última vez, como si
quisiera memorizar cada parte de mí, y luego se marcha.
A continuación, Riden se vuelve hacia mí, su rostro está
completamente inexpresivo.
—Estos son Azek y Jolek, serán los encargados de
vigilarte mientras yo desembarco también. —Riden se
acerca hasta llegar a los barrotes para intentar que nadie
más lo escuche—. De ti cabría esperar algún intento de
huida, al estar cerca de la costa y todo eso. Así que déjame
ahorrarte las molestias. Hay cinco hombres custodiando el
barco en cubierta y saben que deben vigilarte.
Se escucha un sonido de algo deslizándose. Riden y yo
nos giramos para mirar a Ulgin, que está arrastrando fuera
de la celda una sábana con los cadáveres de los
contrabandistas.
Riden me mira después. Quizás sea debido a la poca luz,
pero juraría que sus ojos están más húmedos de lo habitual.
No es que esté a punto de llorar, ni mucho menos, pero
parece que esté sintiendo... algo.
—Lo siento —susurra.
Luego se va.
Se ha disculpado como si, de alguna manera, lo de Sheck
y Ulgin hubiera sido culpa suya. O puede que se sienta
apesadumbrado por alguna otra razón. Con Riden nunca
puedo estar segura. Hay veces en las que parece que me
esté ayudando, mientras que otras hace claramente lo
contrario.
Me expuso a Sheck y a Ulgin. Sin embargo, nunca me
ordenó que le entregara la daga, y sé que me vio sacarla
del cuerpo del contrabandista muerto para llevarla de
nuevo al barco. ¿Se le pasó por completo o quería que
fuese mía mientras estuviera bajo cubierta con esos dos?
En cualquier caso, todavía no soy capaz de descifrar a
Riden.
Ahora eso no importa, de todas formas. Tengo un
problema más apremiante. Riden asume que voy a intentar
escaparme de este barco de alguna forma. Ya sospecha que
estoy tramando un plan. Sabe que soy más que una mera
prisionera en este barco y que escondo algo.
Todo esto significa que, si quiero guardar las
apariencias, tendré que escapar de este barco para que
luego me atrapen a propósito.
Anda que no hay que hacer cosas ridículas siendo pirata.
Los dos piratas a los que han encomendado vigilarme
están sentados enfrente de mi celda jugando a los dados.
Me imagino que, considerando que no les han permitido
bajar del barco, lo mejor que pueden hacer es apostar. A mí
también me gusta apostar, solo que no con dinero.
—El seis gana al siete, ¿verdad? —pregunta Azek.
—Claro que sí, pero el nueve los gana a todos —responde
Jolek.
—Entonces, ¿cómo es que has sacado más puntos que
yo?
—Porque soy mejor con los números.
Sinceramente, no parece que ninguno de los dos sepa
contar demasiado bien, pero cada vez que uno empieza a
tomar ventaja, vuelve a aflorar una discusión parecida.
Ambos están tan concentrados en el juego que no me
prestan nada de atención, lo que me beneficia
enormemente.
Busco en la bolsa en la que tengo los libros y saco uno de
navegación, otra disciplina que he conseguido dominar. El
lomo de este libro contiene mis ganzúas.
Lo que está claro es que cada vez que salga de mi celda y
me pillen, Riden se va a empeñar en descubrir cómo lo he
conseguido. Mi truco de intercambiar las llaves solo estaba
destinado a durar hasta que Riden usara la llave falsa.
Ahora tengo un segundo método para salir de mi celda y lo
he estado utilizando ya durante varios días. En realidad, ha
sido bastante fácil, porque Kearan y Enwen se quedaban
dormidos rápidamente, y los ronquidos de Kearan
disimulaban el tintineo del cerrojo.
Azek y Jolek no levantan la vista hasta que la puerta se
abre. Se incorporan de sus sillas y me miran.
—No pensaba que sabría hacer eso —dice Azek.
—Tú no piensas —responde Jolek—. Simplemente finges
hacerlo.
En lugar de dejarles hacer el primer movimiento, agarro
a ambos de sus respectivas nucas. Padre decía que «más
vale actuar primero que no esquivar». Utilizo el mismo
truco que usé en el banco de los contrabandistas, les
golpeo las cabezas entre sí. Tengo cuidado de no romperles
el cuello, aunque solo sea porque no me han mirado
lascivamente como hizo Sheck.
La cubierta está casi vacía cuando subo. Quizás haya un
par de hombres apoyados en la barandilla cerca de la proa.
Me pregunto si Riden estaba exagerando al referirse al
número de hombres que iban a estar vigilando el barco o si,
sencillamente, alguno de los piratas ha decidido abandonar
su puesto. Quedarse fuera de juego cuando hay oro que
gastar nunca es la primera opción para un pirata.
Desde aquí se puede ver la orilla. No está lejos, pero, aun
así, necesito un bote.
—¿Abandonando tu misión? —pregunta una voz detrás de
mí.
Me giro y veo a Theris de pie con aire despreocupado,
sosteniendo una moneda entre dos nudillos. Echo un
vistazo hacia la proa y veo que los otros hombres que están
en cubierta no se han percatado de mi presencia todavía.
—Tengo asuntos que atender en tierra —digo
rápidamente.
—Entonces, ¿ya has terminado lo que te mandaron hacer
aquí?
Es todo un reto hablar en voz baja cuando lo único que
quiero hacer es apalearlo.
—No, aunque eso no es asunto tuyo. Volveré en breve.
—Estoy cumpliendo órdenes y, de hecho, una de ellas es
que seas asunto mío.
Maldito sea mi padre. ¿Es que no puede confiar en mí
para que haga esto sola?
—Muy amable, pero ni quiero ni necesito tu ayuda, así
que apártate de mi vista.
—Haré algo mejor. Distraeré a los hombres para que
puedas llegar hasta tierra sin ser vista.
—Eso no es necesario...
—Lo haré de todas formas.
Miro hacia arriba y alcanzo la polea para bajar uno de los
botes de remos.
—¿No vas a ir nadando? —pregunta Theris.
Lo miro por encima del hombro entrecerrando los ojos.
—¿Por qué debería hacerlo?
—Había pensado que te resultaría más fácil, ¿no?
Pero ¿cuánto sabe o cree saber de mí? ¿Cuánto le ha
contado padre?
—Pensaba que ibas a distraer a los hombres por mí.
—Y yo pensaba que tú no necesitabas mi ayuda.
Lo ignoro en cuanto oigo como la barca salpica al tocar
el agua. Finalmente, retrocede mientras yo empiezo a
descender con la ayuda de otra cuerda. Intento sacar a
Theris de mi mente y empiezo a remar, cosa que no es mi
actividad favorita. Cuando voy a tierra con mi tripulación,
siempre ordeno a otra persona que se encargue de ello.
Privilegios de ser la capitana.
Cuando pasan unos minutos, llego a la orilla. Es de noche
y no hay nadie patrullando el muelle. Esto es bueno, porque
no llevo dinero encima. No es que no pueda conseguirlo por
mí misma, pero eso me llevaría tiempo y algo de
planificación.
Me ato con más fuerza el abrigo alrededor de la cintura.
El aire de la noche es fresco, como acostumbra a ser
durante el otoño. Las temperaturas de algunas de las islas
más al sur de Maneria cuentan con temperaturas cálidas
todo el año. No obstante, aquí en el noreste, exceptuando
el verano profundo, los vientos y las aguas son siempre
fríos.
Me voy adentrando más en tierra para intentar hacerme
una idea de dónde me encuentro. Me acuerdo de que
estábamos a dos días de camino del sur de Naula cuando
me capturaron. Hemos estado navegando solo durante
unos siete días. Podríamos simplemente haber bordeado la
isla hasta llegar al extremo contrario. Inteligente por su
parte, ya que la mayoría de la gente hubiera asumido que,
después de secuestrar a alguien, los captores querrían
alejarse lo más lejos posible del lugar en el que el delito
hubiera sucedido.
A mi padre debe de haberle llegado que logré embarcar
en la Nómada Nocturna. Estoy segura de que pronto
querrá un informe. Quizás pueda escribirle ahora ya que
estoy en tierra. ¿Quién sabe cuándo volveré a tener una
oportunidad como esta? Además, es mejor esperar un rato
antes de dejar que los piratas me cojan intentando
«escapar». No quiero hacer que parezca que he huido tan
fácilmente.
No quería que Theris fuera quien me entregara. Sé que
el objetivo de esta pequeña operación es que me pillen,
pero si dejaba que fuera Theris quien lo hiciera, sería
recurrir a su ayuda. Y no haré eso.
Avanzo tierra adentro. Seguro que hay alguien que
trabaja para mi padre en el barrio pirata de la ciudad.
Siempre hay alguien. Padre tiene a un hombre en cada una
de las ciudades portuarias importantes de las diecisiete
islas. Lo difícil será identificar a esa persona. Puedo utilizar
la señal que utilizan los hombres a los que mi padre
contrata. Sin embargo, la parte difícil consistirá en hacer la
señal de mi padre sin que todos los piratas de la tripulación
de Draxen, que probablemente estén allí, me cojan.
Mientras camino por las calles de la ciudad, empiezo a
sentir un cosquilleo en la nuca.
Me están siguiendo.
¿Será un miembro de la tripulación de Draxen? Odiaría
que me atraparan ahora, pero tampoco pasaría nada si
padre no recibiera mi carta.
Siempre y cuando el que me esté vigilando no sea Theris,
recurriré a la violencia si la persona en cuestión se vuelve
demasiado entrometida.
Miro casualmente detrás de mí, como si solo estuviera
observando el cielo nocturno u otra cosa que me ha
llamado la atención. Definitivamente, en las sombras hay
una silueta. Puede que más de una.
Me encuentro parada entre dos viviendas. No hay calles,
simplemente estoy en una zona de césped que separa las
dos casas. La hierba está mojada y suave debido a la lluvia
de los últimos días. No llevo ningún arma, salvo la daga en
mi bota.
No pueden ser muchos, si no me hubiera fijado antes.
Probablemente pueda con ellos, así que quizás me la
juegue.
Palpo mis bolsillos como si me acabara de dar cuenta de
que me he olvidado algo. Me doy la vuelta, haciendo
rechinar ligeramente mis botas contra la hierba mojada, lo
que enfatiza mi despreocupación por hacer ruido.
Quienquiera que me esté siguiendo no sabrá que ha sido
descubierto.
Empiezo a caminar por donde he venido hasta llegar a
las esquinas de ambas casas y salto hacia las sombras de la
izquierda. Caigo justo en el lugar en el que la escasa luz de
la luna está tapada por el techo de la casa.
—¡Ah! —grita una voz de mujer.
Le tapo la boca con las manos para ahogar su grito. No
puedo dejar que todo el que esté alrededor se despierte y
nos vea.
—Mandsy, ¿eres tú?
—Hola, capitana.
Suspiro y miro al cielo, aunque nadie puede ver el gesto.
—Está bien, salid. Todas.
Son tres de ellas (las integrantes de mi tripulación que vi
hace poco): Mandsy, Zimah y Sorinda. Aunque no lo
muestro, es un alivio para mí que llegaran sanas y salvas a
tierra.
—Te he dicho que te iba a ver —le dice Zimah a Mandsy
—. Se te da fatal esconderte y estar callada.
Zimah se cruza con mi mirada durante un breve instante
y luego mira al suelo de nuevo, avergonzada por que la
haya pillado aquí, cuando se suponía que tendría que estar
en el barco.
—¿Qué estáis haciendo aquí? —pregunto.
—Te hemos estado siguiendo —dice Mandsy con una
amplia sonrisa. Ahora que ha dado un paso al frente, sus
dientes brillan con la luz de la luna.
—Zimah te ha estado rastreando. Estábamos
preocupadas, capitana. Nos queríamos asegurar de que
estabas bien. Odio imaginarte allí metida con toda esa
banda.
—Como podéis ver —contesto—, estoy bien. Hablo en
serio, esto ha sido imprudente por vuestra parte. ¿Y si os
hubieran visto los hombres de Draxen? Podríais haberles
desvelado mi tapadera.
—Tuvimos cuidado. No nos ha visto nadie.
—Yo os he visto.
—Eso es porque no nos estábamos esforzando demasiado
en escondernos de ti —dice Zimah en tono defensivo, como
si sus habilidades estuvieran siendo cuestionadas—.
Queríamos hablar contigo. El barco está muy vacío sin ti,
capitana.
No puedo evitar sonreír.
—Supongo que tendría que haberme esperado esto de
vosotras dos, pero, Sorinda, por todos los océanos de
Maneria, ¿qué estás haciendo aquí?
Sorinda, que aún no había abierto la boca, empieza a
hablar finalmente.
—Niridia me ordenó que fuera con ellas.
Sorinda es la mejor espadachina de mi tripulación. Es
una excelente asesina y, desde que forma parte de mi
tripulación, también es una protectora excelente.
—¿Significa eso que Niridia está en el barco por aquí
cerca?
Niridia es mi primera oficial y fiel confidente. La hice
capitana temporal de mi barco mientras yo estuviera en la
misión a bordo de la Nómada Nocturna.
—En efecto.
Me llevo la mano a la cabeza.
—Estoy perfectamente. Estáis siendo unas
irresponsables.
—Capitana, ¿cómo estás viviendo la experiencia? —
pregunta Mandsy—. ¿Cómo es estar en ese barco de un
pirata lord? ¿Te están tratando bien? No te han puesto las
manos encima, ¿verdad?
—No —miento—. Y habrá mucho tiempo para contar
historias en otro momento. Ahora tenéis que volver al Ava-
lee. Y decidle a Niridia que le ordeno llevar el barco de
vuelta al punto de referencia hasta que yo llegue. Ya basta
de seguirme, de verdad os lo digo. —Miro directamente a
cada una de ellas y Mandsy asiente ligeramente, mientras
Zimah parece decepcionada. Sorinda, en cambio, parece
completamente indiferente, pero ella siempre tiene esa
cara.
—De acuerdo, capitana —dice Mandsy suspirando—,
pero ¿qué estás haciendo aquí de todos modos? ¿Por qué no
estás en el barco? ¿Hay algo en lo que podamos ayudarte?
—Apenas puede esconder las ganas y entusiasmo que hay
en su voz.
Así es Mands, siempre optimista y lista para ayudar. A
veces vuelve rematadamente loca al resto de la tripulación.
—No, estoy perfectamen... Espera, en realidad sí que
podéis. Tengo que hacerle llegar un mensaje a mi padre.
—¿Qué mensaje? —pregunta Zimah.
Zimah tiene una memoria prodigiosa. Es capaz de
recitarme minutos y minutos de conversaciones que haya
escuchado.
—Decidle que nuestro plan de embarcarme en la
Nómada Nocturna funcionó de maravilla, que he empezado
con la búsqueda del mapa y que nadie sospecha de mí. Me
parece que Draxen ni siquiera es consciente de que el
mapa se encuentra a bordo de este barco, ya que no lo
esconde en sus aposentos. Revisar el resto del barco no
debería llevarme mucho tiempo. Manteneos a la espera en
el punto de encuentro. Pronto llevaré el barco hasta allí.
—Entendido —dice Zimah—. ¿Quieres que enviemos
algún mensaje tuyo a la tripulación?
—Decidles que los echo de menos y que pronto volveré a
casa.
—Estoy encantada de oír eso —concluye Mandsy.
—Vale, vale, ahora largo, rapidito.
—Sí, capitana —responden al unísono antes de
marcharse de vuelta a la orilla.
Hay una parte de mí que desearía poder marcharse con
ellas. En cambio, hay otra que aún desea esta caza.
Encontrar el mapa es un juego. Siento ansias de victoria
por encontrar algo que es tan importante para mi padre. Se
pondrá muy contento a mi regreso.
Y yo estoy contenta de que ponerme en contacto con mi
padre haya sido más fácil de lo esperado.
Ahora puedo pasar directamente a la parte en la que me
atrapan. Debería de ser bastante fácil una vez que
encuentre a la tripulación de Draxen. La parte difícil va a
ser que parezca un accidente. Si decidiera simplemente
entregarme, seguramente sospecharían. Lo último que
necesito es que Draxen siga curioseando acerca de mis
intenciones. No estoy demasiado preocupada, pero
tampoco quiero dejar cabos sin atar. Puede que en el
mensaje que he enviado a mi padre haya mentido acerca de
que nadie sospeche de mí, pero Riden es un problema
suficientemente fácil con el que lidiar. Padre no tiene por
qué saber nada acerca de él.
Paso por las grandes fincas en las que viven los ricos y
tengo que quitarme de la cabeza la necesidad que siento de
ir a husmear entre sus objetos de valor. Para empezar,
habrá muchos hombres dentro custodiando las riquezas de
todos los piratas que hay ahora en el puerto. Gracias al
régimen de mi padre, siempre hay varias tripulaciones en
cada ciudad portuaria que paran para gastar sus botines.
La verdad es que todo el tema de la vigilancia no
supondría un efecto disuasorio para mí, salvo que el robo
necesitará de tiempo y planificación, cosas de las que ahora
mismo carezco.
En segundo lugar, no tendría ningún sitio en el que
guardar el botín tras robarlo. Seguro que Riden se daría
cuenta y me acabaría robando el collar que me hubiera
puesto.
Finalmente, llego a la zona ruidosa, aquella que se
despierta mientras el resto de la ciudad duerme. Se nota
enseguida que es una zona frecuentada por los más
desagradables, debido al enorme ruido que hay. La música
ruge a través de las ventanas hasta la calle. Se oyen
disparos, risas de hombres y mujeres, mesas volcando. Las
calles se llenan de luz con los farolillos.
Aquí se puede cometer cualquier delito, y somos inmunes
ante sus leyes, es parte del trato que mi padre tiene con el
monarca: los piratas tienen un distrito en tierra que está
exento de toda carga legal y, a cambio, mi padre no expulsa
del agua sus buques de expedición.
Sé exactamente cuándo estoy en el lugar correcto, ya
que a un lado de la calle hay una taberna y al otro un
burdel. Aquí es donde la mayoría de ellos gasta todo su
botín. Los piratas son hombres de placeres simples. Yo
misma disfruto de una buena botella de ron de vez en
cuando, aunque también de recompensas más duraderas.
Me gasto mis ingresos en ropa buena y maquillaje, la
apariencia es importante. Igualmente, pago por
información acerca de los peces gordos que se encuentran
en las diferentes ciudades. Me encanta conocer a gente
nueva y que me cuenten sus historias. Los más interesantes
acaban formando parte de mi tripulación. Básicamente,
todo lo que hago siempre tiene como objetivo ganarme la
aprobación de mi padre, para consolidarme como su
heredera y poder convertirme en la reina de los ladrones
del mar. No me puedo imaginar nada más divertido que
humillar a nobles de tierra mientras cruzan el océano. Mi
océano.
Primero me acerco a la taberna, ya que es mucho menos
probable que los hombres del burdel me identifiquen
mientras están ocupados en sus asuntos.
Ahora bien, ¿cómo dejarme coger sin que parezca
demasiado obvio?
Me acerco hasta una de las ventanas cubiertas de mugre
de la taberna y me asomo. El sitio está lleno e identifico a
varios miembros de la tripulación de Draxen. Están
sentados alrededor de varias mesas, bebiendo, apostando y
hablando. Por lo que veo, el propio Draxen no está aquí.
Probablemente se encuentre en el burdel. Es muy posible
que Riden también esté allí. Espera, no, Riden está aquí
dentro.
Está en la parte de atrás, sentado a la mesa con un grupo
de hombres. Tiene una mano llena de cartas y su otro brazo
envuelve a una mujer que está sentada en su regazo.
Se me escapa un resoplido. Y me había dicho que no
pagaba por estar con señoritas de compañía, sí, claro.
Aunque (entrecierro los ojos acercándome a la ventana sin
llegar a tocarla) no va vestida como una prostituta, no lleva
maquillaje extravagante...
Las puertas de la taberna crujen al abrirse de par en par.
Rayos y centellas, debería de haber prestado atención a la
puerta.
Una silueta anda bordeando la taberna hasta llegar al
lado en el que me encuentro. Tras unos instantes, me doy
cuenta de que se trata de Kearan. Quizás el término
«andar» sea demasiado optimista, sería más acertado decir
que va dando tropezones. El gran patán me pasa de largo
zigzagueando y luego se recuesta contra la pared.
Hora de actuar.
Me pellizco las mejillas para enrojecerlas, me echo el
pelo hacia delante despeinándomelo. Para completar el
show, me pongo a temblar ligeramente. Me apresuro hacia
donde está.
—Kearan, ayúdame, por favor, tienes que ayudarme a
salir de aquí.
Se gira ligeramente hacia mí, pero no contesta.
—Por favor —repito—. Sé que, en el fondo, no eres una
mala persona. Por favor, sácame de aquí.
Mi intención es que asuma que me he equivocado al
confiar en él para así llevarme de vuelta al barco. Eso no
ocurre y, en su lugar, vomita derrumbándose en el suelo.
No debería sorprenderme.
Ahí es cuando alguien me agarra por detrás. ¡Ah,
perfecto! Estaba empezando a pensar que tendría que
recurrir a...
Siento un aliento caliente en mi oreja. Huele a ron. El
pecho de la persona que me agarra por detrás sube y baja
rápidamente. Luego se me eriza el vello al notar cómo una
lengua mojada se empieza a deslizar desde una esquina de
mi barbilla hasta llegar a mi mejilla.
Rayos y centellas, es Sheck.
¿Por qué tiene que ser él quien me atrape?
Me rodea con sus brazos, sujeta los míos contra mis
costados. Espero a que me lleve ante Riden o Draxen, pero
eso no ocurre.
Me empuja contra la pared de la taberna. Siento una
mano en mi parte baja de la espalda, se va deslizando poco
a poco. Sheck no tiene ninguna intención de llevarme de
vuelta hasta Riden, al menos no enseguida; y yo no tengo
intención de esperar hasta que esté listo para hacerlo.
—Deberías soltarme ahora mismo —le digo para darle la
oportunidad de marcharse, aunque no se la merezca.
No pronuncia palabra, ¿por qué debería hacerlo? Al fin y
al cabo es más bestia que hombre.
Doy un salto en el aire y empujo mis pies con fuerza
contra la pared. Sheck intenta oponer resistencia, pero no
tiene otra opción que soltarme o caer de culo.
Sorprendentemente, elige la segunda opción.
Mi cuerpo no es lo suficientemente pesado como para
cortarle la respiración, pero seguro que la caída ha tenido
que doler, lo cual me alegra.
Trato de escaparme de él rodando, pero me agarra con
demasiada fuerza. Está claro que ha hecho esto antes
muchísimas veces.
Este pensamiento me da fuerzas para seguir. Estiro el
cuello hasta levantar la cabeza todo lo posible. La lanzo
hacia atrás hasta dar con su nariz, y se oye un fuerte
crujido.
Este último golpe hace que, por fin, me agarre menos
fuerte.
Un instante después, me levanto, pero, antes de que
pueda dar un solo paso, Sheck me agarra del tobillo.
Me giro y le doy una patada en la cara con el pie que me
queda libre.
Ahora su cara es todo un cuadro. No se distinguen sus
ojos, su boca o su nariz. Es imposible que siga sintiendo el
fuego del deseo teniendo en cuenta el estado en el que
está, ¿verdad? Espero que no, pero siempre tengo que
esperarme lo peor de la gente con la que tengo que lidiar
en mi trabajo. Además, hay algunos hombres a los que los
estimula el dolor, y es probable que Sheck sea uno de ellos.
Kearan gime desde donde yace desmayado en su propio
vómito. Huele peor que Sheck, pero no necesito tocarlo,
solo tengo que coger la empuñadura de su espada. Podría
sacarme la daga de la bota, pero usarla significaría estar
más cerca de Sheck, y nunca más quiero acercarme a ese
ser.
Oigo un gruñido detrás de mí. Es la primera vez que le
oigo abrir la boca. El sonido es tan feo y asqueroso, que me
dan ganas de correr; pero llevo toda mi vida luchando
contra ese impulso. Así ha tenido que ser. Esa era la única
forma de impresionar a mi padre.
Además, este hombre merece morir, y estaré encantada
de ser la persona que lo mate. Cojo el sable y me giro.
Sheck no ha sacado su espada. Probablemente no esté
acostumbrado a que una mujer pelee en lugar de huir.
Creo que ni siquiera se da cuenta de que estoy
empuñando un arma hasta que se la clavo en el estómago.
Grita mientras se sigue moviendo. Esto no es ni la mitad
del dolor que se merece teniendo en cuenta el tipo de vida
que lleva, pero es el suficiente como para hacerme sentir
un poco mejor. Pocos segundos después, le saco la espada
del estómago y vuelvo a apuñalarlo, está vez más arriba,
cerca del corazón. Intenta moverse, pero esto solo hace que
su sangre corra más y más rápido. Está muerto en cuestión
de segundos.
Tomo unas cuantas respiraciones profundas antes de
depositar la espada al lado de Kearan.
Un monstruo menos en el mundo.
Aun así, todavía necesito que me atrapen. Seguir siendo
la prisionera de un barco pirata no debería ser tan
complicado. Esta es la segunda vez que tengo que
organizar mi propia captura. Es ridículo.
Me doy la vuelta hacia la taberna, preguntándome cómo
puedo hacer para que alguien de ahí dentro me pille sin
que parezca demasiado obvio. De repente, me doy cuenta
de que hay alguien entre la taberna y el siguiente edificio.
Es Riden.
Capítulo 7

Tiene los brazos cruzados y una pierna por delante de la


otra.
Supongo que ahora debería correr para que parezca que
estoy intentando escapar, pero ¿por qué molestarme?
—¿Cuánto has visto de lo que ha pasado? —pregunto en
su lugar.
—Todo.
No estoy segura de qué debería sentir después de
escuchar eso: ¿enfado por que haya dejado que Sheck
intente llevarme con él? ¿Confusión por no ayudar a
alguien de su tripulación y dejar que lo mate?
¿Preocupación por que haya visto el numerito que he
interpretado para intentar engañar a Kearan?
¿Sabe que estoy intentando dejarme atrapar? No hay
forma de averiguarlo. En la calle iluminada, su rostro no
revela nada.
Tengo que hacer algo. No puedo simplemente quedarme
aquí y dejar que me coja. No cuadraría con el personaje
que he construido para él. Así que vuelvo a hacerme con el
sable de Kearan.
—¿Quieres luchar? —pregunta.
—No pienso volver a ese barco —digo.
—Lo siento, Alosa, pero debes hacerlo —desenvaina su
espada.
Vale, no seré muy dura con él. Voy a dejar que me
desarme rápido y terminemos con la noche de una vez.
—¿De verdad quieres hacer esto? —me pregunta—. Tenía
algo entre manos ahí dentro, cuando he oído que había una
pelea fuera. Me has puesto calentito, yo no me pondría a
prueba.
Suelto un bufido.
—Te he visto con tu amiga. Parecía que ahí ya estabas lo
suficientemente calentito.
—Una noche en tierra después de meses navegando y
tenías que venir tú a arruinarla.
—¿Y yo qué? Estaba llevando a cabo una muy importante
misión para mi padre cuando me atrapasteis. Me habéis
arruinado la semana entera. Solo por eso, debería
cobrarme tu oreja.
—No me cortarías la oreja porque entonces no podría
escuchar tus lloriqueos, y sé cuánto te gusta.
Da igual, no pienso ser blanda. Primero quiero hacerle
un poco de daño.
Me lanzo hacia delante apuntando con el arma a su
estómago. Riden desvía la embestida e intenta darme con
la espada en las piernas, pero doy un salto hacia atrás.
—¿Por qué no me has detenido? —pregunto dirigiéndole
unos cuantos espadazos.
—¿Cómo que detenerte? —Se defiende rápidamente de
cada espadazo, pero yo sigo atacando mientras hablamos.
—Me has visto pelear contra él. Sabes que tu capitán me
quiere completamente ilesa. Aun así, has dejado que se me
intentara llevar. Te has quedado simplemente mirando y...
Ah, claro.
Se reorienta y se pone a la ofensiva. Me gusta aprender
de qué forma se mueve. Me ayudará a saber cómo
vencerlo. Más tarde, por supuesto. Esta noche tengo que
dejarle ganar.
—Querías que lo matara —digo—. Por supuesto. Odias lo
que hace. Por todo aquello de que tú eres muy honrado y
eso. Pero tú mismo no podías matarlo porque, por alguna
razón, le debes lealtad a tu hermano, y no puede verte
matando a alguien de su tripulación. Nunca entenderé esta
lealtad, pareces odiar todo lo que hace Draxen.
Le hago un corte en el brazo. Riden está yendo con
bastante calma porque no quiere herirme de verdad, lo cual
me otorga ventaja. Por supuesto, yo tampoco quiero
matarlo, aunque sí que salga herido. Hay una parte de lo
que le dije el otro día que es verdad: no quiero matar a
Riden porque él es quien prefiero que me interrogue. Si él
no fuera una opción, Draxen le asignaría la tarea a alguien
peor.
—Por eso estabas enfadado el día que me capturasteis —
digo al darme cuenta de repente—. Saqué lo peor de tu
hermano porque lo reté al matar a algunos miembros de su
tripulación. Tuviste que intervenir para recordarle acerca
de su humanidad, pero siempre le cuesta encontrarla,
¿verdad? En ese aspecto se parece más a tu padre.
Suelto un grito ahogado cuando el dolor empieza a
quemarme la pierna. Me ha alcanzado con la espada. Debo
de haber tocado un tema demasiado personal.
—¡Me has destrozado los pantalones!
—Cierra el pico, jovencita —dice Riden.
—Pero ¿cómo lo haces? —le pregunto dejando a un lado
el tema de la ropa—. Está claro que eres muy infeliz en tu
tripulación. ¡Probablemente ni siquiera disfrutes de la
piratería! ¿Por qué te quedas?
Ahora soy yo quien consigue hacerle un corte. Me
aseguro de que sea superficial. Mis labios dibujan una
sonrisa victoriosa, pero luego Riden hace lo impensable. En
lugar de alejarse de mi espada, se inclina hacia ella, me
agarra de la muñeca con la mano que tiene libre y levanta
la espada hasta mi cuello. De repente, la mano que antes
me sujetaba la muñeca, consigue quitarme la espada. Antes
de que ni siquiera me dé tiempo a pestañear, Riden me está
apuntando con las dos espadas.
Lo miro fijamente, atónita. Se ha dejado cortar para
desarmarme. Es un movimiento tan audaz como estúpido.
Me gusta.
Estoy tan impresionada que ni siquiera puedo reunir la
cantidad de ira suficiente. He subestimado a Riden.
Envaina su espada y arroja la espada de Kearan hasta
donde él está durmiendo, luego me agarra del antebrazo.
—Me quedo porque es mi hermano. Porque es el único
miembro de mi familia que me quiere incondicionalmente.
Cosa que tú nunca entenderás.
Quiero negárselo y defender mi relación con mi padre,
pero no me vienen a la mente las palabras. Así que con mi
mano libre, lo golpeo justo donde antes lo herí con la
espada. Hace una mueca de dolor y me desplaza hacia su
costado contrario.
—Parece que ambos hemos logrado desvelar cosas que
era mejor dejar enterradas. Ahora volvamos al barco.
Me palpita la pierna al caminar, pero eso no es nada en
comparación con el fuego que siento en mi pecho,
desencadenado por sus palabras. Riden sigue haciéndome
enfadar, muchísimo. Quiero pegarle más. Hago un esfuerzo
sobrehumano por dejarle llevarme de vuelta a ese maldito
barco.
Intento salir del bote salvavidas una vez, pero Riden me
da una patada y actúo como si el golpe me hubiera quitado
la respiración del pecho. Cuando la escalera de cuerda
desciende para que subamos de nuevo en la Nómada
Nocturna, golpeo a Riden en la cara y trato de saltar al
agua sin éxito; me atrapa en el aire y prácticamente me
sube en brazos por la escalera. Es más fuerte de lo que
parece.
Estos falsos intentos de fuga son la única satisfacción
que me permito por sus palabras envenenadas.
Riden me lleva de vuelta a la celda. Ignora las palabras
de Azek y Jolek, que le intentan dar explicaciones de cómo
conseguí huir. Simplemente les ordena que se marchen.
Riden desaparece de la celda durante solo unos
instantes, luego vuelve. Me sorprende ver cómo se encierra
conmigo en la celda.
—¿Has decidido que tú también te mereces estar entre
rejas? —pregunto.
—Decidí eso hace mucho tiempo, pero esa no es la razón
por la cual estoy aquí.
Solo entonces me fijo en las toallas limpias y en los
vendajes. Poco después, otro pirata trae un cubo de agua
caliente antes de volver a desaparecer.
—¿Quieres que te limpie las heridas? —pregunto
resoplando.
—Por supuesto que no, estoy aquí para limpiar las tuyas.
—No te sigo.
—Si el capitán se entera de que te he cortado, no le
gustará.
—Yo te incité a hacerlo.
—No importa. Tendría que haberlo hecho mejor.
—Eres un pirata —le recuerdo.
—Aun así da igual. Vamos a ver... —Me coge y me coloca
en la mesa de tal modo que estoy sentada con la pierna
lesionada estirada enfrente de mí.
—Todavía sé sentarme por mí misma —digo
completamente desconcertada por la forma en la que me
ha levantado sin esfuerzo.
—Lo sé, pero ha sido más divertido así. Ahora quítate los
pantalones.
—¡Ja! De ninguna manera.
—No es nada que no haya visto antes.
—A mí nunca me has visto así. Ni me verás.
Riden me ofrece su sonrisa diabólica. ¿Cómo puede
hacerlo con tanta facilidad?
—Tengo una idea mejor —digo mientras me agacho.
Agarro la parte de tela ensangrentada de los pantalones y
tiro. La tela cede al arrancarla de mi muslo. Me
estremezco.
—Y yo que casi creía que no podías sentir dolor.
—Cierra el pico, Riden.
Permanece en silencio y sé que no es porque me esté
haciendo caso, sino porque me mira la pierna fijamente.
Bueno, no mira mi pierna, sino mis cicatrices. Las tengo
por todos los brazos y piernas.
—¿Qué te ha pasado? —pregunta.
—Soy hija del Rey Pirata.
Extiende su mano para tocar una de mis múltiples finas
marcas blancas.
—No lo hagas —digo—. Acabo de defenderme de Sheck,
no necesito que me toque nadie más.
—Por supuesto —articula apresuradamente—.
Discúlpame, pero no iba a... —se corta a sí mismo,
poniendo fin al momento incómodo. Por el contrario, se
agacha para coger un trapo limpio y el ungüento limpiador.
—Dame eso —digo—, prefiero hacerlo yo misma.
—Y por eso te lo voy a hacer yo. Eres una prisionera y
has intentado escapar. No puedes exigir nada más.
—Ahora mismo podría pegarte.
—Y yo podría hacer que limpiar este corte fuera más
doloroso de lo necesario.
Me quedo quieta, pero no lo miro mientras frota un
líquido asqueroso sobre mi pierna. Salen burbujas del corte
y el dolor es abrasador. Agarro el brazo de Riden y lo
aprieto para no gritar.
—Está todo bien, Alosa. Ya casi hemos terminado.
Me sorprende su tono tranquilizador. Se parece mucho al
que usa Mandsy cuando me cura. Es raro escucharlo de un
hombre.
Retira de la herida el líquido restante y el trapo se tiñe
de rosa. Con manos firmes, corta una tira de vendaje y me
lo ata alrededor de la pierna. Siento sus manos calientes en
contraste con la gélida celda.
—Se acabó —dice—, debería curarse pronto. Ha sido un
corte leve.
—Sí, lo sé. Como puedes ver, esta no es mi primera
lesión.
—¿Por qué tienes que estar siempre a la defensiva? Te
estaba ayudando.
—Sí, y menudo sacrificio tiene que haber sido para ti.
Seguro que no has disfrutado de cada segundo.
Se inclina ligeramente hacia delante y sonríe.
—Eres, con diferencia, la persona más entretenida que
jamás haya pisado este barco.
—Te aseguro que no estoy intentando serlo.
Su sonrisa se desvanece y la intensidad se apodera de
sus ojos.
—Lo sé.
La mano de Riden aún está sobre mi pierna desnuda. Sus
ojos capturan mi mirada. Trago saliva y me lamo los labios,
repentinamente secos.
Riden me coloca una mano en la mejilla.
—Alosa.
—¿Sí?
La incertidumbre parpadea en su rostro. Deja caer su
mano.
—¿Cómo conseguiste salir de tu celda?
En lugar de responder, me encojo de hombros,
principalmente porque me lleva un momento recuperar la
voz.
Riden da un paso atrás, me observa cuidadosamente.
—Eres inteligente, Alosa. De una forma poco común para
un pirata. Eres talentosa, no hay duda de eso, y siempre he
sabido que escondías algo. Pero ahora estoy empezando a
tener la sensación de que quieres estar en este barco más
que yo.
—¿Que quiero estar en este barco? —pregunto incrédula
—. Si esa es tu mayor preocupación, por favor, déjame ir.
—¿Por qué otro motivo irías entonces al barrio pirata de
la ciudad? Está claro que sabías que estábamos allí.
—Estás de broma, ¿verdad? Me encerraste y luego
enviaste a Sheck y a Ulgin aquí abajo. ¿Sabes lo que tuve
que soportar? Lo planeé todo para encontrar a ambos y
matarlos antes de marcharme. No son hombres. No
merecen vivir.
—Lo sé, y por eso te dejé matar a Sheck, porque no podía
hacerlo yo mismo. Pero ¿por qué jugártela? Podrías haberte
escapado fácilmente si tan solo te hubieras marchado.
—Me cuesta dejar las cosas a medias. No me iba a ir
hasta que todo estuviera en su sitio.
No puedo saber si me cree. Aún está intentando leerme
el rostro. Pero dirige su mirada a mis cosas.
Me planto delante de ellas de forma protectora.
—¿Qué miras?
—Sabes que voy a tener que registrar tus cosas. A no ser,
por supuesto, que me digas cómo conseguiste salir de aquí.
—Simplemente me escapé, ¿vale? Déjanos en paz a mí y
a mis cosas.
—No puedo hacer eso. Ahora apártate.
—No.
Da un paso adelante y se acerca a mí, tratando de
apartarme de su camino.
Le doy una patada en el pecho con la pierna sana. Oh,
no, esta vez le he dado con demasiada fuerza.
Prácticamente, le estoy contando todos mis secretos y él es
el que más desconfía de mí, así que necesito echar el
freno... ¡Pero es que quiere husmear entre mi ropa! Es lo
único que tengo en este barco y le tengo bastante cariño a
todo. No quiero que sus pegajosos dedos se pongan a
hurgar entre mis pertenencias, y supongo que tampoco me
conviene que mire mis libros muy de cerca.
Cuando Riden se pone de pie, me mira como si hubiera
entendido algo.
—Me has estado engañando.
—Ha sido un golpe bastante decente, ¿eh? —Intento que
suene a que ha sido un golpe de suerte, pero no sé si se lo
cree.
—No quiero hacerte daño, pero lo haré si es necesario.
Ja. Como si pudiera hacerlo en caso de que estuviera
dando el cien por cien. Aunque seguir esa línea de
razonamiento es peligroso. Relajo mi cara, intentando
añadir un matiz de miedo. Me alejo, aunque vaya en contra
de mis instintos.
Riden se inclina sobre mi ropa de tal forma que también
puede estar pendiente de mí al mismo tiempo. No va a
permitir que me abalance sobre él desde atrás. Está
aprendiendo.
Rebusca entre mis cosas. Noto cómo echa un vistazo
rápido a mi ropa interior con cuidado de no tocarla.
Interesante. Registra más minuciosamente la ropa más
grande o con bolsillos. Como era de esperar, no encuentra
nada, excepto algunas horquillas bastante afiladas que se
guarda en el bolsillo. Revisa los libros por encima,
rápidamente, hasta dar con un volumen titulado: Etiqueta:
Guía para criar a damas correctas. No me dio ninguna pena
vaciar ese libro. Todo el concepto en sí es ridículo.
Desafortunadamente, Riden piensa lo mismo.
—¿Qué es esto? —pregunta.
—Un libro —respondo elegantemente.
—¿Se supone que me tengo que creer que de verdad te
leerías un libro como este? Eres una pirata.
—Y también una mujer.
—No creo.
Riden empieza a pasar las páginas. Al ver que su
búsqueda no está siendo fructífera, rasga el libro,
separando la encuadernación del lomo de este.
¡Rayos!
En su mano cae un frasco que contiene un líquido de
color púrpura.
—¿Qué tenemos aquí?
—Es una emulsión para el mareo.
—Si así fuera, ¿por qué ibas a esconderla?
—Me da vergüenza.
—Qué interesante, porque este líquido es del mismo
color que una emulsión que ayuda a dormir a la gente. Al
inhalar el compuesto la persona queda inconsciente casi al
instante.
—Qué casualidad —digo.
—Desde luego.
Empieza a rasgar el resto de los libros y encuentra
diferentes armas. Cuchillos en miniatura para lanzar,
cuerdas para asfixiar, más venenos y otras muchas cosas.
Con los bolsillos a rebosar, Riden se pone de pie y se
dirige hacia la puerta.
—¿Adónde te lo llevas? —pregunto.
—Lo pondré en un lugar seguro.
—¿También conocido como el fondo del mar?
Riden sonríe antes de desaparecer.
Estoy empezando a odiar de verdad a este hombre.
Capítulo 8

Enwen y otro pirata bajan a los calabozos poco después de


que Riden se haya ido. Estoy segura de que esta sustitución
ha sido necesaria porque Kearan aún está desmayado en
alguna parte.
—Este es Belor —dice Enwen—. Ha venido para
ayudarme a vigilarte. ¡Buen pirata es! Entiende la
importancia de mantener un nivel sano de superstición.
—No me cabe duda —digo. Aunque Belor parece estar
más interesado en observar el saco de monedas que cuelga
del cinturón de Enwen.
La noche es joven. La mayoría de los piratas aún estará
en la ciudad, durmiendo la mona después de la borrachera.
Esta noche es perfecta para merodear. Necesito encontrar
el mapa. Estoy lista para deshacerme de este barco y del
engreído de su primer oficial. Todavía no me puedo creer
que haya conseguido cortarme. Ha sido un golpe a mi
orgullo más que otra cosa.
—La única suerte que existe es el oro, y esta es la cruda
realidad —dice Belor—. Teniendo eso puedes comprar toda
la suerte que necesites.
—Y por eso he comprado estas perlas —dice Enwen
sacándose un collar del bolsillo.
Enwen se pone a contar la historia de cómo consiguió las
perlas. Dudo que Belor esté escuchando una sola palabra,
ya que no hace nada más que mirar la bolsa de Enwen.
Ninguno de los dos piratas me presta atención. Me lo están
poniendo muy fácil para escaparme. Ni una sola persona de
mi tripulación sería tan descuidada como lo están siendo
ellos. Ni siquiera la pequeña Roslyn, de seis años, la más
joven de mi tripulación. Por supuesto, nunca la he puesto a
vigilar prisioneros. La mayor parte del tiempo permanece
en el aparejo, donde se pone a escalar mejor que cualquier
mono.
Tan silenciosamente como puedo, le doy la vuelta a la
mesa y sujeto la pata de la esquina inferior izquierda.
Después de noquear a Azek y a Jolek, la vacié con mi daga
para meter mis ganzúas dentro. Qué pena que a Riden no
se le ocurrió revisar la mesa.
—¿Sabes?, quizás tengo algo que te puede gustar,
Enwen.
Belor se saca del bolsillo lo que parece una cuerda de
cuero.
—El hombre que me dio esto me dijo que provenía de la
muñeca de una sirena. Se supone que quien la lleva goza
de protección en el mar.
Enwen mira el objeto con admiración, pero estoy
bastante segura de que es un cordón que Belor se quitó de
la bota cuando nadie estaba mirando.
—Te la doy por tres monedas de oro —dice Belor.
Ya he conseguido abrir la puerta y estoy frente a los dos
piratas.
—Es un intercambio terrible, Enwen. El tipo miente. Solo
quiere tu oro.
—¿Y si es verdad? ¿Cómo puedo dejar pasar un negocio
como este? ¡No sufriría ningún daño en el mar, señorita
Alosa!
—En ese caso, ¿por qué diablos lo cambiaría solo por tres
monedas?
—Tienes razón. Tendría que darle cinco.
Belor levanta finalmente la vista de la bolsa de oro. Sus
ojos brillan ante la perspectiva de obtener más dinero.
—¡Eh! ¿Qué estás haciendo fuera de tu celda?
—Me estoy asegurando de que no te aprovechas del
pobre Enwen.
Aunque, ahora que lo pienso, probablemente Enwen
pretende robar el oro de vuelta poco a poco en los
próximos días.
—Aprecio tu ayuda, señorita Alosa, pero será mejor que
vuelvas de nuevo a tu celda —dice mientras alcanza su
espada.
—No puedo hacer eso. Lo siento por lo que voy a hacer,
Enwen. Me caes bastante bien.
Un segundo después, noqueo a ambos. Enwen va a
querer beber tanto como Kearan para aliviar el dolor de
cabeza que tendrá al despertarse. La verdad es que me
siento mal, pero no tengo tiempo para esperar a que se
duerman. Podrían tardar un rato, y yo necesito aprovechar
que el barco está casi vacío.
Una vez arriba, observo todo cuidadosamente. Los dos
piratas que custodiaban la cubierta se han ido, y Theris no
está por ninguna parte. Probablemente les hayan permitido
ir a tierra ahora que Riden está a bordo, por desgracia.
Será mejor evitarlo. Ahora debe de estar en su camarote,
por el que paso por delante en silencio hasta llegar a la
barandilla. Aquí es donde terminé mi búsqueda la noche
anterior. Paso mi mano por encima; golpeo con mis pies, lo
más flojo posible, en los tablones de madera que tengo
debajo. Estoy intentando encontrar puntos muertos.
—Hola, Alosa.
Suspiro echando la mirada al cielo antes de darme la
vuelta.
—Hola, Riden.
—Estaba esperando a que subieras. No defraudas.
Riden sale de la sombra que crea la escalera que llega al
segundo nivel. Ah, por eso no lo había visto.
—¿Sabías que intentaría escapar de nuevo?
—Solo hay tres piratas a bordo de este buque, eso
considerando que hayas dejado con vida a Enwen y Belor.
Estamos cerca de tierra. Y no pude encontrar aquello con
lo que conseguiste escapar de tu celda la última vez. Así
que, efectivamente, deduje que intentarías volverte a
escapar.
—¿Así que ya no piensas que estoy tramando otras
malvadas fechorías?
—Hubiera seguido dudando de no ser porque has llegado
hasta al borde del barco.
Gracias al cielo que he empezado por esta parte ¿Qué
hubiera pasado si Riden me hubiera visto buscando en el
barco?
—Bien, Riden. No hay ninguna razón para que no puedas
dejarme ir. Puedes decirle a tu capitán que me he escapado
por tu propia estupidez. Seguro que no le cuesta mucho
entenderlo.
—Me temo que no, Alosa.
—Por favor, no me vuelvas a meter en esa celda. Odio
estar allí abajo. El olor es horrible.
—En ese caso, tal vez deberíamos buscarte un
alojamiento diferente.
No me gusta cómo suena eso.
—¿A qué te refieres?
—Mira, permíteme ser tu escolta, princesa. —Me coge y
me lanza encima de su hombro.
—¿Qué crees que estás haciendo? ¡Bájame ahora mismo!
Me incorporo hacia arriba y lo agarro de la cabeza. Como
de costumbre, tiene el pelo recogido hacia atrás, bien
largo. Perfecto para tirar de él.
—¡Ay!
Consigue abrir la puerta. Estoy demasiado concentrada
en él como para darme cuenta de dónde hemos entrado. Un
instante más tarde, me lanza encima de una cama. Luego
me aprieta las muñecas extremadamente fuerte, lo que me
obliga a soltarlo del pelo.
No sé por qué, pero es muy difícil jugar al prisionero
vencido. No puedo soportar rendirme con tanta facilidad;
da igual las veces que me recuerde a mí misma que tengo
que aparentar estar en este barco involuntariamente.
Y por eso, precisamente, no me quedo quieta en la cama.
Riden está encima de mí, su mano aún tiene mi muñeca
aprisionada. Le doy un rodillazo en el estómago que hace
que se encorve más lejos. Alcanzo su otra muñeca con mi
mano y tiro hasta acabar empujándolo encima de la cama.
Ruedo y me pongo de pie para tener el control desde
arriba.
Sin embargo, reacciona un momento después. No
esperaba que se fuera a recuperar tan rápido. Me agarra
de la cintura y me vuelve a tumbar en la cama. Esta es la
última posición en la que querría estar jamás.
—Eres más fuerte de lo que deberías —dice Riden.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Solo quiere decir que no eres una mujer corpulenta,
pero has sido capaz de levantarme.
Y esas palabras son, precisamente, la única razón por la
cual no me saco su patético culo de encima. Tengo que
acordarme de contenerme. ¡Pero es que es tan
condenadamente difícil! Cuando todo esto acabe, lo mataré
por despecho.
—Eso se lo tengo que agradecer al riguroso
entrenamiento de levantamiento de pesas de mi padre.
—No me cabe duda.
—Quítate de encima.
Riden se me queda mirando desde arriba. Muy despacio,
desliza su mirada desde mis ojos hasta mis labios.
—¿Estás segura de que eso es lo que quieres?
—Estoy bastante segura —respondo. Aunque no articulo
mis palabras con tanta fuerza como pretendía.
Se inclina más hacia abajo y coloca su nariz junto a la
mía.
—¿Y ahora? —susurra.
Es demasiado arrogante, pero tengo que admitir que es
guapo. Y hace que me hierva la sangre, pero sobre todo de
ira. Parece un tipo medianamente decente por dentro. Sin
embargo, decide no serlo por fuera. ¿En qué tipo de
persona lo convierte eso?
Estoy a punto de decirle que se aparte, pero entonces
siento sus labios en mi mejilla. No me está besando
exactamente, simplemente está apoyando sus labios. Se
desplazan hacia abajo hasta llegar a la línea de mi
mandíbula. Tengo que hacer un gran esfuerzo por calmar
mi respiración para que sea regular y no muestre ningún
tipo de excitación. Ahora no es momento de sentir
cosquilleos. Tengo un trabajo que hacer.
Pero sus labios... La verdad es que puedo visualizarlos
perfectamente si cierro los ojos. Son de un rosa oscuro,
carnosos e inmaculados. Y ahora mismo me parecen
increíblemente suaves para ser los de un pirata.
Cuando por fin me besa, lo hace justo debajo de mi oreja,
en ese punto tan sensible.
Luego desciende un poco más abajo. Desliza sus labios
por un lado de mi cuello. Luego sube de nuevo al medio.
Me besa una esquina de la barbilla y luego se mantiene por
encima de mi boca, expectante.
Quiere que lo bese, que sea yo la que se incline hacia
delante y dé el paso.
Por supuesto. Los hombres como Riden viven de la
emoción de la victoria.
Desafortunadamente para él, yo también soy de esas.
Ha aflojado su agarre, así que es fácil para mí darle la
vuelta y colocarme encima de él. Sus manos sujetan mis
antebrazos con fuerza. Le preocupa que, de alguna manera,
intente golpearlo o estrangularlo. Probablemente debería
hacerlo.
En lugar de eso, llevo mis labios a su oreja. Mis dientes
le rozan el lóbulo y sus manos me sujetan de otra manera,
se desplazan hasta mi espalda; presiona e intenta
acercarme.
Cuando me muevo hacia su cuello, sus manos buscan mi
pelo, deslizándose entre los mechones.
—Eres tan hermosa —dice—. Como una diosa nacida del
mar.
Esto es lo que finalmente acaba sacándome de quicio. Su
intervención ha sido claramente una exageración. Él quiere
respuestas, y hará y dirá lo que sea para conseguirlas. Solo
soy una cara bonita para él, igual que él para mí. No tengo
tiempo para este juego absurdo. Tengo un papel que
desempeñar. Esto solo hará que mi tarea sea más difícil.
Además, ¿cómo voy a olvidar la forma en la que lo encontré
al asomarme por la ventana de la taberna? Él mismo me
dijo que había pasado meses en el mar y que yo había
interrumpido su única noche en tierra. Ahora espera que se
lo compense.
Estúpido pirata. No me dejo engatusar por los hombres
que buscan añadir un número más a su lista de conquistas.
Me imagino que debo de ser un añadido excelente al ser la
hija del pirata más célebre de todos los tiempos.
Me levanto y me alejo de la cama.
—Quiero irme a mi celda ahora.
Riden parece confundido por un momento, pero se
sacude el sentimiento de encima.
—No vas a seguir quedándote en tu celda. Tus
constantes intentos de huida no me dejan otra opción que
trasladarte.
—¿Adónde?
—A mi habitación.
Tras decir esto, se va y cierra la puerta a sus espaldas.
Escucho una llave moverse y el clic de la cerradura. Me fijo
en que aún está al otro lado de la puerta. Veo su silueta a
través del hueco de debajo. Pego mi mejilla contra la
puerta, contengo la respiración y espero.
Resopla.
—¿Qué estás haciendo? —se dice a sí mismo.
Luego se marcha.
Interesante.
Me giro para inspeccionar la habitación. No había tenido
la oportunidad antes porque, bueno..., mi mente estaba
pendiente de otros asuntos. Pero ahora desearía haberle
echado un vistazo antes. No por nada, sino simplemente
para burlarme de él.
Y es que su habitación está limpia. Impecable. Ahora, al
mirar la cama, me doy cuenta de que estaba hecha. Su
escritorio también está perfectamente ordenado; los
pergaminos están colocados en una pila uniforme y, al lado,
las plumas se encuentran separadas por espacios
regulares. Hay una caja con libros (sí, están colocados
alfabéticamente). Las alfombras del suelo están libres de
polvo y suciedad, probablemente las sacuda con frecuencia.
Tiene todas las botas brillantes y ordenadas de dos en dos.
Su ropa está bien estirada para evitar las arrugas.
De hecho, sería bastante difícil revolver su habitación sin
que se diera cuenta. Pero está claro que debo hacerlo.
Draxen confía en Riden más que en cualquier otro, así que
¿por qué no darle el mapa a Riden para que lo custodie? Si
el mapa no estaba en la habitación de Draxen, la habitación
de Riden sería la siguiente opción. Como sé que Riden tiene
un sueño muy ligero, ha sido difícil encontrar la
oportunidad de registrar su habitación por la noche. Ahora,
sin embargo, puedo aprovechar que estoy aquí atrapada.
Aparte de derribar la puerta, no tengo forma alguna de
salir de aquí. Puse mis ganzúas de nuevo en la pata de la
mesa después de noquear a Enwen y a Belor.
Me pongo a trabajar: abro cajones y reviso bolsillos.
Resulta difícil entender en qué sitios he buscado ya, porque
tengo que volver a colocar cada cosa en su lugar cada vez
que acabo. Intento empezar en un extremo de la habitación
y después me voy moviendo en círculo.
Tras una hora buscando, aún no he encontrado nada.
¿Dónde lo escondiste Jeskor? ¿A quién se lo diste si
ninguno de tus dos hijos lo tiene?
Simplemente tiene que estar en alguna otra parte de
este barco.
¿Por qué pensar que Riden podría tenerlo? Él se ha
definido como el hijo menos predilecto de lord Jeskor.
Riden es un maldito estúpido. Me encierra aquí, intenta
jugar conmigo, me usa para matar a un pirata al que él
mismo podría haber matado. A veces pienso que es un
cobarde. Pero no un cobarde por miedo. Un cobarde por
elección. ¿Qué opción es peor?
He estado centrándome, deliberadamente, en la
búsqueda del mapa. Sin embargo, ahora que he terminado
mi tarea, mi mente empieza a vagar libremente y vuela
directamente a lo que estaba haciendo con Riden hace una
hora.
A veces soy una idiota. Aprieto mi puño con fuerza y le
doy un buen golpe a la mesa.
Siento la fuerza del impacto en mi mano, luego oigo el
estruendo que produce el escritorio y el estallido de los
cristales.
¡Rayos y centellas!
Entre los mapas, brújulas y otras herramientas de
navegación, Riden tiene un reloj de arena sobre la mesa.
Bueno, más bien, tenía un reloj de arena, el mismo que
ahora está hecho añicos a mis pies.
Espero que no tuviera ningún valor sentimental. En
realidad, no, espero que sí tuviera valor sentimental.
Muchísimo. Se lo merece. De hecho, ¿por qué parar con su
reloj de arena?
Si Riden quiere tenerme encerrada en esta habitación,
será mejor que se prepare para lidiar con las
consecuencias. Reorganizo sus botas para que cada pie
izquierdo vaya con el pie derecho equivocado. Lanzo su
ropa al suelo en montones, pero no es suficiente, así que no
puedo evitar ponerme a saltar encima de ellas. Espero que
haya un montón de suciedad en la suela de mis botas.
Luego me pongo con su biblioteca. Arrugo los papeles y
vuelco todo lo que veo.
Voy a ser el peor dolor de muelas al que jamás se haya
enfrentado Riden. Se lo tiene bien empleado.
Poco después, cuando la puerta se abre, yo estoy sentada
en el escritorio. Estoy dibujando criaturas marinas en sus
mapas con una pluma mojada en tinta.
—Pero ¿qué diablos es esto?
—Me aburría —digo sin molestarme en mirarlo.
—¿Qué has hecho?
—Bueno, te he hecho una cosa. Mira, he dibujado este
calamar que tiene tu cara.
Se produce un silencio y después dice:
—Alosa, te voy a matar.
—Será terriblemente difícil cobrar el rescate de mi padre
si estoy muerta.
—¿Estás segura de que el tipo no quiere deshacerse de
ti? Aún no hemos oído nada por su parte. Estoy empezando
a pensar que le hemos hecho un enorme favor. Su pérdida
ha sido nuestro maldito declive.
Dejo la pluma y lo miro.
—Me he quedado sin pergamino, ¿hay más en este
barco?
Riden aprieta los puños. Creo que se le podrían salir los
ojos de las órbitas en cualquier momento. Tiene la cara roja
como un cangrejo.
—No tienes buen aspecto.
—Te puedo asegurar que estoy recurriendo a cada pizca
de autocontrol que hay en mi cuerpo para no golpearte
ahora mismo.
—Entonces no me puedo ni imaginar lo que se necesita
para sacarte de quicio. Dime, Riden, ¿no te da urticaria solo
con ver tu habitación tan sucia?
—Me voy a la cama. Por la mañana desearás no haber
hecho esto.
—Mmm, yo que tú tendría cuidado en esa cama. Creo
que antes he visto algún trozo de cristal. Deberías vigilar lo
que haces ahí dentro.
Riden arranca las sábanas y sacude las mantas.
Efectivamente, se caen al suelo varios trozos de vidrio. Se
toma un tiempo para barrerlo todo antes de tirarlo por la
borda, o al menos eso es lo que deduzco que hace. Aunque
no puedo estar segura, ya que me encierra en la habitación
antes de irse.
Cuando vuelve le pregunto:
—¿Dónde voy a dormir?
Por primera vez en mucho tiempo, sonríe.
—Yo dormiré en mi cama, únete si quieres. Aunque algo
me dice que preferirás el suelo, pero es una pena que no
tengas mucho espacio ahora que está cubierto con mis
cosas.
Riden cierra la puerta por dentro. Luego se guarda la
llave, se quita las botas y la camiseta y sube a la cama.
—¿En serio vas a dormir mientras yo estoy aquí a solas
contigo? ¿No tienes miedo de que te mate?
—Ya me he asegurado de que no haya armas en este
cuarto. Además, tengo un sueño muy ligero. No podrás dar
ni un paso sin despertarme.
—Eso piensas, ¿eh? —pregunto alegremente.
Mi tono jovial le cambia el gesto. Sabe que esto no pinta
bien.
Esta noche está resultando ser una de las mejores que he
tenido en mucho tiempo. Primero he destruido la
habitación de Riden y lo he visto explotar. Ahora puedo
hacer que se vuelva loco intentando conciliar el sueño.
Se le cierran los ojos. Espero unos cuantos minutos.
Luego me pongo a dar golpes en el suelo con los pies. Los
ojos de Riden se abren de golpe. Se incorpora y comprueba
que no estoy tramando nada, luego se vuelve a dormir.
Repito esta dinámica tres veces más, hasta que Riden se
levanta de la cama por fin. Camina hacia mí y se acerca
hasta que su cara está muy cerca de la mía.
—Vuelve a hacer eso y te dejaré inconsciente.
Dejo de dar golpes y empiezo a tararear, aunque esto no
parece molestar a Riden. Mantiene los ojos cerrados. De
hecho, parece que el sonido le hace acurrucarse más en su
cama.
Dejo de tararear y me pongo a cantar. No articulo
ninguna palabra concreta, simplemente me pongo a probar
notas diferentes tal como me vienen a la mente, creando
una melodía aleatoria.
En cuestión de minutos, Riden está roncando
ligeramente.
Mi objetivo era mantenerlo más tiempo despierto para
que, así, durmiera más profundamente.
Doy un paso vacilante al frente. Riden no se mueve. Al
llegar a la cama, meto la mano en sus bolsillos para
intentar encontrar la llave. Aun así, sigue sin moverse. La
encuentro enseguida. Luego llego hasta la puerta, salgo y
la cierro a mis espaldas.
Esta es la primera noche en la que podré rastrear el
barco sin interrupciones. Toda la tripulación está en tierra,
menos tres hombres que, o bien están inconscientes, o bien
dormidos. En lugar de buscar de forma organizada, me voy
a cubierta. Normalmente hay vigilantes por aquí, y puede
que esta noche sea mi única oportunidad para deambular a
mis anchas. Busco en la profundidad de la noche,
acompañada por el ruido de fondo del agua salpicando y de
varios hombres riendo. Algunos de ellos ya han vuelto para
por fin dormir la mona tras la celebración.
Me duelen los ojos debido al esfuerzo que he hecho por
mantenerlos abiertos. Además, estoy decepcionada por no
haber encontrado el mapa esta noche.
No obstante, me estoy acercando. Y eso es suficiente por
ahora.
Capítulo 9

Intento dormir en el suelo cuando vuelvo, de verdad que lo


intento. Pero tras muchas noches pasadas en el frío suelo
de madera, la cama de Riden es demasiado tentadora.
Incluso aunque él esté en ella.
Además, está dormido. Si no se despertó en ningún
momento mientras yo estuve buscando en cubierta,
tampoco se despertará si simplemente me deslizo bajo las
sábanas a un lado de la cama.
Casi no quepo en el hueco. Puedo sentir el calor que
emana la espalda de Riden. Está terriblemente caliente. No
creo que necesite esa manta. Así que se la arrebato y
vuelvo a poner la llave en sus pantalones antes de
dormirme.

Lo primero en lo que pienso cuando me despierto es en que


estoy muy calentita. Me siento como si el calor me
envolviera, como si estuviera dentro de un enorme capullo
térmico que todavía no ha florecido. Me siento muy bien.
Me quedo tumbada con los ojos cerrados. No me importa
dónde estoy ni qué estoy haciendo. Esto es demasiado
agradable como para arruinarlo haciendo algo tan exigente
como moverme.
Siento unos labios en mi frente. Ahora alguien me está
acariciando el cuello.
—Me has robado la manta, Alosa —susurra una voz en mi
oído.
Debería conocer esa voz, pero todavía estoy atontada por
el sueño.
—No pasa nada. No me importa compartir. Me has
calentado mucho esta noche.
—Mmm. —Es la única respuesta que consigo dar.
—Esto es divertido, pero nos tenemos que levantar.
Tienes trabajo que hacer hoy.
—Deja de hablar.
Se ríe ligeramente. Una mano me retira el pelo de la
cara.
—Me encanta este pelo. Rojo fuego. Al igual que tu
espíritu.
Mis ojos por fin se abren de golpe. Riden se ha deslizado
hasta mi parte de la cama. Tiene la cabeza apoyada sobre
su mano izquierda, y la derecha aún está jugando con mi
pelo.
Me caigo de la cama y aterrizo con fuerza en el suelo.
—¡Au! —Me levanto al segundo—. ¿Qué estás haciendo?
—Bueno, yo estaba durmiendo en mi cama. No sé qué
estabas haciendo tú. Aunque ¿te las has arreglado para
subirte a la cama sin despertarme?
—Probablemente haya llegado hasta allí sonámbula.
—Estoy seguro de ello.
Me froto los ojos y me estiro la ropa.
—No hace falta que hagas eso —dice—. Estoy seguro de
que nadie se llevará la impresión equivocada cuando salgas
de aquí.
—Desde luego —digo apretando los dientes. Aunque al
mirar alrededor de la habitación, mi estado de ánimo
mejora—. ¿Deberíamos enseñarles la que he montado aquí
dentro?
Riden se sienta y hace una mueca.
—A ese respecto, he decidido que hemos estado
malgastando tu potencial al tenerte todo el tiempo
encerrada en la celda. Tienes suficiente energía como para
escapar y causar estragos en mi habitación. Creo que ya va
siendo hora de darle utilidad a tus habilidades.
—¿Y eso qué significa?
—Ya lo verás. Vuelvo en un rato.
Riden se pone una camisa y unas botas antes de salir. La
puerta se abre, y entra una ráfaga de aire frío en la
habitación, lo cual es suficiente para acabar de
despertarme del todo.
Me estiro un poco, me vuelvo a calzar las botas y trato de
no desanimarme por el hecho de que el mapa aún no haya
aparecido. Todavía me faltan por revisar el castillo de popa
y el nido de cuervo. Luego, bajo cubierta hay muchos otros
lugares en los que podría seguir buscando. Yo no creo que
a Draxen le diera por esconderlo en un lugar en el que su
tripulación pudiera toparse con él. No obstante, cuando me
acuerdo de los paneles ocultos del barco de los
contrabandistas, tengo que reconocer que podría haber
varios escondites buenos bajo cubierta.
Riden interrumpe mis pensamientos al volver a entrar en
el cuarto poco después. No vuelve con las manos vacías.
Tiene un juego de esposas en la mano.
—Me vas a esposar, ¿es eso? —pregunto—. ¿Por qué?
—Por tus numerosos intentos de fuga, por causar
lesiones corporales al primer oficial así como a numerosos
miembros de la tripulación y por el asesinato de un pirata.
Ah, y también para humillarte.
—Eso me acaba de recordar algo. Me pregunto cuánto le
puede interesar a Draxen enterarse de que me has dejado
matar a un miembro de su tripulación.
—Pero, jovencita, ¿de verdad crees que te creería a ti
antes que a mí?
—Eso depende de lo cobarde que Draxen sospeche que
eres en realidad.
El rostro de Riden se endurece.
—Ya es suficiente.
Se aferra a las esposas. Se ve que lo disfruta demasiado.
Tiene razones para ello..., la humillación de la situación
será terrible. No quiero salir ahí fuera y enfrentarme al
resto de la tripulación.
Me dirijo hacia él.
—Cuando salga de aquí, yo y mi tripulación iremos a por
vosotros, y no me detendré hasta que cada pirata de este
barco esté muerto.
—Estamos temblando de miedo.
—Deberíais. A bordo de mi barco tengo a algunas de las
mejores rastreadoras del mundo. —Mi corazón se llena de
orgullo al pensar en Zimah.
—¿También son pelirrojas en llamas?
—No.
—Qué pena. Ahora vámonos. No querrás llegar tarde.
—¿Tarde a qué?
Riden me saca fuera. Ya apenas se percibe Naula, es tan
solo un simple punto en el horizonte. Me pregunto cuál
puede ser nuestro próximo destino.
Hay hombres por todas partes: frotan y friegan la
cubierta o se ocupan de las velas. Draxen está cerca del
timón, supervisando la navegación. Tiene las manos
apoyadas en el cinturón, los pies separados y en el rostro
tiene dibujada su misma expresión de burla habitual. Me
mira.
—Ah, princesa, ¿estás disfrutando de tu estancia?
Me siento tentada de escupir en cubierta, pero no lo
hago. Es asqueroso.
—Muy bien, capitán, pero estoy más emocionada por lo
que vendrá cuando me marche.
—Sí, claro. Estoy seguro de que escucharemos muchas
amenazas de muerte por tu parte en el día de hoy, pero, por
el momento, ponte a trabajar.
—¿Que me ponga a trabajar? —pregunto mirando a
Riden y a Draxen alternativamente.
—Ayudarás a la tripulación a limpiar la cubierta —explica
Riden.
—Ja. No lo creo.
—Nos has demostrado que no se te puede dejar sola. Por
numerosas razones. —Estoy segura de que su mente está
evocando el desastre que he causado en su habitación—. Y
no quiero que seas un estorbo que me sigue por todas
partes. Vas a sernos de utilidad.
—¿Y cómo se supone que vais a obligarme a hacerlo?
—¿Liomen?
—¿Sí, jefe Riden? —responde una voz a lo lejos.
—Tráeme una cuerda y un gancho.
—Sí, señor —responde una voz cantarina.
Sé exactamente lo que eso significa, pero la perspectiva
no me preocupa. Ese tipo de ganchos se pueden colgar de
muchos lugares en los mástiles del barco, y se adhieren
muy bien a las cadenas que unen las esposas.
Poco después, Riden tiene el gancho en la mano y lo
introduce en uno de los grilletes de las esposas.
Duda un momento, como si estuviera esperando a que
me rindiera. Quiere que acceda a trabajar para poder
llevarse el gancho.
Sin embargo, yo no digo nada. Incluso le aparto la
mirada, como si ni siquiera pudiera molestarme en mirarlo.
—Levántala —dice Riden, finalmente, con una nota de
entusiasmo en su voz. Toda su vacilación parece haberse
desvanecido.
No entiendo qué es cierto y qué no: ¿la vacilación que
muestra ante mí o el entusiasmo que muestra ante Draxen?
Quizás ambas cosas lo sean, quizás ninguna. Con él,
nunca puedo estar segura. ¿Está intentando, de alguna
manera, demostrarle algo a su hermano? Pero ¿por qué
tendría que hacerlo? Especialmente si su hermano lo
quiere incondicionalmente, como él mismo dijo.
Tal vez Riden no pueda admitir la verdad ni siquiera ante
sí mismo.
Agarro las cadenas a ambos lados, justo por encima de
las esposas que me rodean las muñecas. Si dejara que todo
el peso de mi cuerpo tirara de mis muñecas, el metal me
desgarraría la piel y me dolería. Muchísimo. Es mejor que
sean mis puños apretados los que aguanten el peso.
Riden ni siquiera pestañea. Draxen observa la situación
con interés. Los piratas están ansiosos. ¿Están buscando
algún tipo de espectáculo? Yo les daré uno.
En lugar de dejar que ese tal Liomen me levante por los
aires, doy un buen tirón a la cuerda, incluso antes de que
mis pies se hayan siquiera despegado del suelo.
Al no esperar este movimiento por mi parte, o no ser
capaz de pararlo, Liomen se cae del palo mayor. Unos
cuantos piratas se apartan justo antes de que Liomen
golpee la cubierta y que, en consecuencia, deje de gritar
para dar paso a sus lamentos. Probablemente se haya roto
un brazo o los dos. Puede que una pierna. Es difícil de
deducir cuando uno se cae a tal velocidad.
Algunos piratas se ríen y otros, que serán sus amigos, lo
rodean.
De lamentarse pasa rápidamente a maldecirme con una
retahíla de obscenidades.
No culpo al muchacho. Yo también me pondría a
insultarlo si estuviera en su lugar.
Draxen baja de la cubierta superior hasta llegar a donde
estoy. Me mira muy de cerca antes de gritar los nombres de
tres piratas.
—Id todos al mástil. La quiero en el aire. ¡Ahora!
Suben rápidamente, siguiendo las órdenes a toda prisa.
Yo espero, aburrida. Si hay algo en lo que estos piratas son
expertos, es en ser unos ineptos.
Los tres hombres llegan hasta arriba. Toman muchas
precauciones: giran la cuerda alrededor de sus muñecas
varias veces antes de subirme.
No me molesto en intentar tirarlos, ya que implicaría
más teatralidad por mi parte. Y no es que me disguste, es
que simplemente tengo algo mejor en mente.
Cuando estoy a metro y medio del suelo, se detienen.
Luego atan la cuerda mientras yo me quedo colgando, bien
aferrada a las cadenas.
Este es todo un espectáculo para los piratas. Me han
secuestrado, soy un premio para ellos. Un premio que está
aquí colgado para que todos lo aprecien.
Sin embargo, también soy más fuerte de lo que están
acostumbrados a ver.
Draxen se acerca lo suficiente para escrutar mi rostro
con claridad.
—Ayer mataste a uno de mis mejores hombres. Debería
dejar que Ulgin te llevara. Pero si la hija del Rey Pirata se
queda tan desfigurada que no se puede saber ni quién es,
no nos servirá para intercambiarla por el rescate.
Tendremos que conformarnos con esto.
Lo ignoro. Solo tengo ojos para los tres piratas que están
bajando a cubierta. Espero hasta que se camuflan con el
resto de la tripulación para asegurarme de que no tienen
margen de actuación.
Tampoco tendría que haberme preocupado, porque todo
el mundo está demasiado aturdido como para hacer algo
una vez empiezo a trepar.
—¡Eh, no es posible que haga eso! —exclama uno de los
piratas.
Ni siquiera me molesto en mirar hacia abajo, sino que me
centro en el movimiento de mis brazos. Una mano por
debajo y la otra por encima, relajo, estiro. Luego la otra,
relajo, estiro. La longitud de la cadena no da tanto de sí
como para avanzar demasiado con cada tirón, pero es
suficiente como para trepar.
Así que consigo llegar hasta arriba. Engancho una pierna
sobre la pequeña superficie redonda de madera que hay
bajo la vela. Luego me siento a horcajadas. A decir verdad,
ni siquiera respiro con dificultad. Ojalá se me ocurriera un
plan brillante para quitarme las esposas, pero no tengo
ningún utensilio con el que hacerlo aquí arriba.
—¡Traedla aquí abajo! —grita Draxen con la cara roja de
rabia. La verdad es que no puedo verlo bien desde aquí,
pero me hace gracia imaginármelo todo rojo e hinchado,
echando humo de furia.
Cada vez más hombres empiezan a subir al mástil, pero
yo no tengo intención alguna de dejar que me toque ni un
solo pirata, así que empiezo a bajar.
Me detengo a medio camino de la cuerda. Los piratas
que están en la cima vacilan. No parece que ninguno tenga
intención de bajar a por mí.
Riden se acerca a Draxen y le coloca una mano
tranquilizadora encima del hombro.
—¡Alosa! —grita—. Baja hasta aquí o daré la orden de
que corten la cuerda.
Suspiro y pongo los ojos en blanco. Ay, Riden, Riden. Es
demasiado triste que todos tengan que esforzarse tanto
para que me comporte. De todas formas, cumplo órdenes.
No entra en mis planes acabar con huesos rotos o
moratones.
Realmente no me apetece nada limpiar la cubierta.
Me quedo colgando de un extremo de la cuerda, me
dedico a esperar. Es el único truco que me queda. En
momentos como este, agradezco enormemente las malditas
pruebas de resistencia de mi padre. Me hicieron fuerte y
consciente de cuánto puedo aguantar. Además, nunca me
ha ganado nadie a la hora de aguantar el propio peso
corporal.
Pasan varios minutos y aún estoy colgada. Todo el mundo
me observa, esperando a que me agote tanto que acabe
aflojando. Sienten curiosidad por ver cuánto tiempo podré
aguantar así.
Riden tose.
—Capitán, quizás la tripulación tendría que volver al
trabajo mientras la princesa sufre su castigo.
—Está bien —afirma Draxen.
—Ya habéis oído al capitán. Volved a vuestros puestos,
vamos. ¿Quién sabe? Quizás aún siga consciente cuando
hayáis acabado.
Los hombres se ríen antes de dispersarse hacia las
distintas áreas del barco. Me empiezan a arder los
músculos del brazo y del estómago.
Al menos ya no tengo tanto público, que se reduce
básicamente a Riden y a Draxen. Este último, me observa
con satisfacción. Riden, en cambio, parece... No sé lo que
parece.
El sol se mueve en el cielo, y el viento cambia de rumbo.
Me empieza a temblar el cuerpo y me cuesta respirar.
Ya está, no puedo más, me dejo caer. El metal se me
clava en la piel y en los huesos. Duele como mil demonios,
pero de mi boca no saldrá un lamento. Incluso aunque
accediera a limpiar ahora, el capitán no me bajaría. Quiere
que sufra por lo que pasó con Sheck. Lo puedo ver en sus
ojos. No me soltará tan fácilmente.
Al final, Riden y el capitán se van. Ellos también tienen
asuntos que atender. Creo que están reunidos en los
aposentos del capitán, pero es difícil decirlo con certeza, ya
que volver la cabeza me supone demasiado esfuerzo.
—Señorita Alosa —susurra una voz.
—¿Sí, Enwen? ¿En qué te puedo ayudar?
Sonríe a sabiendas de que no puedo hacer nada por él en
mi estado actual.
—Veo que haría falta un huracán para quitarte los
ánimos, muchacha. Tengo algo para ti.
—¿Qué es?
—La pulsera de sirena. Se la compré a Belor cuando nos
despertamos tras el coscorrón que nos diste en la cabeza.
—Siento mucho lo que hice.
—Ya te disculpaste, señorita Alosa, ¿recuerdas? No hay
nada de malo en luchar por la libertad de uno. Es una
causa noble, no puedo culparte. Yo hubiera hecho lo mismo.
En fin, aquí tienes.
Enwen me ata la pulsera de cuero al tobillo.
—No es más que el cordón de una bota, Enwen.
—Puede que sí, puede que no. De todos modos, lo
importante es que la tienes tú ahora.
—¿Por qué ibas a darme algo que te compraste para ti?
—Te robé un poco de pelo y fui tu guardián de celda. No
me hice pirata para secuestrar a mujeres y maltratarlas.
Soy de los mejores ladrones, además de ser muy bueno con
el cuchillo. Eso es todo. No estoy de acuerdo con lo que te
estamos haciendo, alteza. Además, esta noche le robaré las
monedas que le di a Belor.
Se acerca y me dice en un susurro casi imperceptible:
—Y, entre tú y yo, el resto de la tripulación se ha reído de
mí descaradamente por esto de la pulsera. Lo único que me
ha traído el objeto han sido burlas.
—Mmm. En ese caso, creo que sus propiedades mágicas
ya me estaban funcionando antes de que me la pusieras.
—No, no, señorita Alosa. Ya lo había pensado yo. Este
amuleto es una pulsera. Las pulseras son para las mujeres.
A ti te protegerá del mar, pero no a mí.
Mi río ligeramente.
—En ese caso, gracias, Enwen.
—Ha sido un placer, señorita. Nos vemos por aquí.
La sangre se me empieza a deslizar por los brazos. Pufff,
ahora mi ropa está manchada.
De vez en cuando, consigo recuperar la fuerza suficiente
como para aflojar, durante un breve instante, el peso en las
muñecas. Sin embargo, siempre acabo de nuevo en el
mismo punto de partida. Estoy aquí colgada en un barco
lleno de bárbaros, a excepción de Enwen.
Quizás Kearan también se salve. Me mira con un gesto
que infiere una invitación, y levanta su petaca de alcohol en
el aire. La mirada que le dirijo de vuelta refleja un:
«¿Exactamente, cómo crees que podría beberme eso desde
aquí arriba?».
Se encoge de hombros, limitándose a beberse el ron él
mismo. Imagino que lo que importa es el gesto.
En un momento, me fijo en Theris camuflado en una
multitud de piratas que trabajan. Me lanza un par de
miradas que no demuestran simpatía o preocupación, sino
curiosidad. Probablemente, al igual que el resto de los
piratas, se esté preguntando cuál será mi siguiente locura.
Yo, en cambio, solo me pregunto cuándo va a acabar esta
tortura.
La parte más angustiosa de todo esto es que yo misma
podría liberarme. Si no tuviera que esconder todo lo que sé
hacer, podría parar esto enseguida. No obstante, tengo que
quedarme más tiempo en este barco. No puedo delatarme.
Pasado un tiempo, me cuesta pensar, ver, tragar. Todo se
vuelve confuso. La gente se convierte en sombras borrosas.
Trato de mirar más allá del barco, me concentro en un
punto en la distancia. Igual que hay un lugar más allá del
actual, existirá un momento en el que todo esto haya
pasado; un futuro libre de dolor, donde solo exista el
recuerdo de lo ocurrido. Mientras trato de mantener este
pensamiento en mi mente, creo divisar una mancha negra
en el horizonte. Un barco. Pero una vez parpadeo,
desaparece.
No me liberan hasta que todo el mundo se ha ido a
dormir.
—Corta la cuerda —ordena Draxen.
Después de pasar un día sin comer, sin beber y sin tocar
el suelo, mi cuerpo entero está débil. Incluso mis piernas.
No me puedo sostener y me caigo hacia atrás.
—Otro error más, princesa, y haré que te cuelguen de los
pies. Veremos entonces cuánto tarda la sangre en llegarte a
la cabeza y hacer que explote. Quítala de mi vista, Riden.
—Sí, capitán.
—Intenta no divertirte demasiado con ella esta noche en
tu habitación. No podemos presentarla con mal aspecto
cuando nos encontremos con el Rey Pirata.
—No la tocaré.
—Bien, pues llévatela.
Riden me levanta suavemente, consiguiendo que, de
alguna manera, no me duela nada más de lo que ya me
duele. Es muy cuidadoso conmigo, me sostiene cerca de su
pecho. Creo que incluso preferiría que se dedicara a
arrastrar mi cabeza por el suelo, pero ni siquiera consigo
moverme para zafarme de su lado.
Me lleva hasta su habitación, cierra la puerta y me
tumba en la cama. Un instante después, me quita las
esposas a la vez que suelto un grito sofocado de dolor.
—Sssh —dice Riden con dulzura—. Ya lo sé, Alosa. Solo
será un momento. Te curaré las heridas. De momento
quédate aquí.
¿Adónde iría?, si no puedo ni moverme.
Va de un lado a otro de la habitación, buscando algo.
—Esto sería más fácil si no te hubieras dedicado a
romperlo todo.
Abro la boca, pero creo que, en lugar de palabras, solo
consigo pronunciar un gruñido.
—¿Decías algo? —pregunta Riden.
Toso y lo intento de nuevo.
—Creo que recuerdo haberle dado una patada a algo
debajo de la cama.
Suspira y se pone de rodillas.
—Aquí hay algo, creo —dice.
Riden se sienta y la cama se hunde. Coloca sus manos
bajo mis brazos y me levanta.
Siseo entre dientes.
—Perdón, ya casi estamos.
Estoy sentada en su regazo, con la espalda apoyada
contra su pecho. Tiene la cabeza apoyada a lo largo de un
lado de mi cuello, lo que le permite observarme las manos
mientras me pone una especie de bálsamo.
—Ah —suspiro de satisfacción.
—Seguro que te sientes mejor ahora.
Deja reposar el bálsamo sobre mis muñecas durante
unos minutos antes de aplicar un poco más. Luego me
cubre con vendas la piel desgarrada y en carne viva.
Me intento centrar solo en respirar, en lugar de pensar
en el dolor. Solamente en respirar. Riden ya ha terminado.
No obstante, sigue aquí sentado, sosteniéndome. Nos
quedamos un rato en silencio.
—Lo siento. No tenía ni idea de que te dejaría colgada
durante tanto tiempo.
—Si no recuerdo mal, tú fuiste el que sugirió que me
pusieran allí arriba.
—Era una forma de persuadirte para que hicieras lo que
te había ordenado el capitán. Esperaba que accedieras a
realizar las tareas antes incluso de que colgáramos la
cuerda. Se suponía que no tenías que ponerte terca.
—Tendrías que habértelo imaginado —digo.
—Tienes razón. De verdad que lo siento.
Por alguna razón, me frustra su disculpa. Simplemente
respondo:
—Si lo sientes, quiere decir que quieres que te perdone.
¿Es eso lo que me estás pidiendo?
Se queda en silencio, así que hablo de nuevo antes de
darle tiempo a contestar.
—Si quieres que te perdone, significa que quieres
arreglar las cosas. Y si quieres arreglar las cosas, significa
que no quieres volver a ponerme en peligro. Así que, si lo
que me estás diciendo es que lo sientes, no creo que
entiendas lo que todo eso conlleva.
—No tenía elección —responde.
—Por supuesto que tenías otra elección, Riden.
Simplemente era complicada, pero tú elegiste la opción
fácil, que era no hacer nada.
—¿Fácil? ¿Crees que para mí ha sido fácil mirarte? Verte
allí arriba y saber el dolor que estarías sintiendo... Me
hubiera dolido menos ser yo quien estuviera allí colgado.
Me estaba odiando a mí mismo por lo que estaba pasando,
y la única forma en la que podía castigarme era
forzándome a verte sufrir. Ese era mi castigo.
Riden empieza a acariciarme el pelo. Siento tentaciones
de dejar que la conversación se desvanezca para hundirme
más profundamente en su regazo y quedarme dormida.
Pero a pesar de cómo me está cuidando ahora, aún estoy
furiosa con él.
—Qué sentimiento más bonito —digo—. Pero las palabras
solamente significan algo cuando vienen acompañadas por
acciones. Incluso aunque sea cierto todo lo que dices, eres
demasiado cobarde como para hacer lo que quieres. Y me
da la sensación de que no podrás hacer absolutamente
nada hasta que no te separes de tu hermano.
La mano con la que me acariciaba el cabello se detiene.
—Es curioso que vengan de ti esas palabras. Tú estás
sirviendo a un tirano, a un hombre que tiene básicamente
el control sobre el mundo entero. Somos piratas, no
políticos. Nuestra especie no está hecha para gobernar.
Tiene que existir un orden para que nosotros podamos
alterarlo. Si ni siquiera existe ese orden, entonces, ¿cuál es
nuestro papel? El mundo ha cambiado en los últimos años.
Y tú has ayudado a generar ese cambio, que no ha sido
para mejor. No tenemos otra elección que no sea morir o
unirnos al Rey Pirata. ¿Por qué sirves a Kalligan? ¿Para qué
te quiera tu padre?
—No sabes nada de mí ni de mi padre. Deberías dejar de
pretender lo contrario. Ahora suéltame. —Intento
apartarme, pero me sujeta con mayor firmeza.
—No.
—Déjame en paz. No quiero que me toques. Me das asco.
—Señorita, estás demasiado débil como para obligarme a
soltarte. Déjame cuidarte por ahora. Es todo lo que puedo
hacer por ti, así que déjame hacerlo. Quizás crees que me
has descifrado, pero no lo has hecho. Tengo razones para
querer que Draxen consiga lo que quiere. Te necesitamos.
Es importante. No tendrías que haber acabado colgada
sobre cubierta. Voy a hacer todo lo posible para garantizar
tu seguridad, pero solo si me prometes que dejarás de ser
tan condenadamente terca.
No quiero seguir hablando con él, así que finjo haberme
quedado dormida.
Riden resopla en voz baja.
—Esto va a ser como pedirle peras al olmo.
Capítulo 10

Es la segunda vez que me despierto en los brazos de Riden.


Aún está dormido. Me gusta poder detenerme a observar
su rostro tanto como quiera. Labios carnosos, nariz recta y
una cicatriz en el lado izquierdo de la cara que se adentra
en la línea del cabello. Seguro que el golpe que le dieron
fue fuerte. Me pregunto si el que se lo hizo fue su padre.
Parece que Riden nunca quiere hablar sobre él. Quizás sea
porque lo trataba mal, o quizás porque fue él quien lo mató.
Puede que sea por ambas cosas.
Se empieza a mover. Miro rápidamente hacia mis
muñecas para que no me pille mirándolo. De repente tengo
la imperiosa necesidad de arrancarme las vendas.
La mano de Riden vuela hasta sujetarme la muñeca justo
por debajo de la herida.
—Todavía no. Déjate ese vendaje puesto. Tienes que
mantener las heridas limpias por un tiempo.
—Me pica de forma inhumana.
—Lo sé, e irá a peor, pero no puedes rascarte.
—Imagino que, entonces, ya has llevado esposas antes.
—Todo el mundo en este barco las ha llevado.
—¿A la vez? —pregunto para buscar una aclaración.
—Sí.
Su respuesta sueña extraña, su voz está llena de rencor y
pesar.
—¿Qué fue lo que pasó?
La mano de Riden aún está en mi brazo. Le ha dado por
acariciarme la piel con las yemas de los dedos. No detengo
lo que está haciendo porque logra que la picazón
disminuya.
—Mira, Alosa, te propongo algo. Yo te explico una cosa a
cambio de que tú me expliques otra.
—¿Qué quieres saber?
—Háblame de tus cicatrices.
—Hay demasiadas historias detrás de ellas.
—Pero seguro que me puedes contar alguna.
—Supongo que sí, pero tú primero.
Riden reflexiona durante un momento. Apoya su cabeza
en la mano que tiene libre mientras con la otra me sigue
acariciando la piel.
—Está bien. Confío en ti. Empezaré primero.
¿Confía en mí? ¿Qué se supone que significa eso? ¿Acaso
es estúpido? No le he dado ninguna razón para confiar en
mí. Es más probable que lo haga también porque se siente
forzado a empezar primero, teniendo en cuenta lo que
ocurrió ayer y todo eso.
Hay muchos tipos de piratas, pero Riden es el primero
que he conocido que siente remordimientos por ser pirata.
Quizás por eso lo encuentro tan interesante. Me trata
mejor de lo que cualquier pirata trataría a un prisionero,
estoy segura.
—Hace aproximadamente un año —empieza Riden—, mi
padre, lord Jeskor, aún estaba al mando de este barco.
Draxen y yo llevábamos viviendo prácticamente toda
nuestra vida en la Nómada Nocturna, seguro que te resulta
familiar. Los piratas lores necesitan tener hijos para que
heredemos su legado. O, en el caso de tu padre, tener una
hija. Curioso. Un día tendrás que contarme cómo empezó
todo eso.
—No lo haré —digo.
Sonríe.
—Supongo que no, pero me causa curiosidad.
—Estábamos con tu historia, ¿no?
—Sí, pues bien, gran parte de los que estamos en este
barco somos los hijos de la tripulación original. Otros son
ladrones jóvenes y asesinos que hemos ido reclutando por
el camino. Congregamos a esta tripulación después de
hacernos con el barco.
—¿Y cómo llegó a ser vuestro el barco? ¿En qué
momento entran en juego las esposas?
Me pone un dedo en los labios.
—Sssh. Ya llego a esa parte. A veces puedes llegar a ser
francamente impaciente.
Frunzo el ceño ante su gesto. Retira el dedo de mis
labios y apoya su mano en la cama.
—Mi padre se había vuelto descuidado. Él y sus hombres
pasaban demasiado tiempo en tierra y menos tiempo en el
mar ejerciendo la piratería. Eran unos vagos, unos
borrachos, gritaban constantemente. Nosotros (sus hijos),
así como el resto de la tripulación, no pudimos ignorar todo
esto. Por ello, decidimos intentar adueñarnos del barco.
Levanto una ceja, incrédula.
—¿Esperas que me crea que tu padre, un pirata lord, se
volvió un perezoso y que esa fue la razón por la cual
tomasteis el barco?
—Ya sabes lo que significa ser un pirata. Yo he visto tus
cicatrices. Las nuestras, en cambio, son menos visibles.
Casi ni nos daban de comer. Nos asignaban los trabajos
más peligrosos durante los robos y saqueos. Nos golpeaban
cada vez que se aburrían, lo que ocurría muy a menudo.
Hasta que, finalmente, dijimos basta. Y así fue como
intentamos tomar el barco.
—Y no lo conseguisteis.
—Efectivamente. Nos encadenaron, nos encerraron en el
calabozo y luego decidieron que nos iban a matar uno a uno
por sublevación.
—Pero obviamente no lo lograron.
Riden niega con la cabeza.
—No, pero estuvieron a punto. Mi padre quería empezar
conmigo. Yo era... una decepción para él. No me había
convertido en quien él habría querido que me convirtiera.
No me parecía lo suficientemente a él. Ni hablaba ni
caminaba ni bebía igual que él. Draxen siempre fue más
como él, y creo que mi padre lo atribuía al hecho de que
viniéramos de diferentes madres. ¿Tienes hermanos o
hermanas, Alosa?
—Estoy segura de que tendré casi cien. Mi padre tiene
bastante... apetito, digamos. Sin embargo, yo soy la única a
la que ha reconocido. Si existen otros hijos, lo desconozco.
—Entiendo. Yo crecí con Draxen. Lo hacíamos todo
juntos. Jugábamos y nos peleábamos. Al ser él mayor,
siempre me ha cuidado. Cuando mi padre me gritaba y me
pegaba, Draxen me defendía. Él fue mi protector durante
nuestra juventud, durante la época en que era más grande
que yo. Luego crecimos y pude compensárselo cuidando de
él también.
Ahora es cuando me tocaría meter algún comentario
sarcástico en la conversación. La historia de Riden es muy
cursi, pero, aunque parezca mentira, siento la necesidad de
quedarme quieta y escucharlo.
—Tenemos un vínculo muy fuerte, el más fuerte que haya
sentido. Y jamás haría nada para romperlo, porque he
construido mi vida entera alrededor de ese vínculo. Un
vínculo sin el cual no sé lo que sería, probablemente nada
bueno.
Me pregunto cómo sería tener algo así en mi vida.
Alguien en quien confiar y a quien llamar «amigo» desde la
infancia. Hay grandes mujeres a bordo de mi barco en
quienes confío y a quienes llamo amigas. Pero todas son
nuevos descubrimientos. En los últimos cinco años,
aproximadamente, no ha habido nada a lo que me haya
aferrado desde que era pequeña. Excepto a mi padre, por
supuesto.
—Mi padre iba a matarme por el que había sido, según
suponía él, mi último acto decepcionante. Pero llegó
Draxen. Se libró de los hombres que lo retenían y vino a mi
rescate. Que hiciera eso me salvó la vida. Justo cuando más
importaba, Draxen me eligió a mí por encima de nuestro
padre. Le debo mi vida y mi lealtad. Él es lo mejor que
tengo, y jamás haría nada para herirlo o traicionarlo.
Riden prosigue tras una breve pausa:
—Draxen utilizó su destreza con la espada contra nuestro
padre. Pero padre también era un excelente espadachín,
por mucho que fuera un vago o un borracho. Desarmó a
Draxen y estuvo a punto de matarlo. Pero recogí la espada
de mi hermano y fui yo quien mató a nuestro padre.
—¿Y qué pasó después? —pregunto.
—Matar a nuestro padre tuvo un efecto extraño en
Draxen y en mí. Sin él nos sentíamos más libres, más
fuertes. Empezamos a pelear hasta llegar a los calabozos.
Entonces liberamos al resto y tomamos el barco.
—¿Así de fácil?
—Bueno, me he saltado toda la parte de la lucha, pero
estoy seguro de que puedes imaginarte las escenas y los
sonidos perfectamente.
«Y diría que también los olores y sabores», pienso para
mis adentros.
—Ahora háblame acerca de tus cicatrices —dice Riden.
Como un trato es un trato, accedo a contarle mi historia.
Sin embargo, como no quiero que sienta lástima por mí, me
limito a contar los hechos, sin ponerle sentimiento ni
remordimiento. Le cuento acerca de mis pruebas de
resistencia, acerca de los rigurosos entrenamientos de
lucha, las pruebas a las que mi padre me sometía
regularmente. No entro en demasiados detalles. Solo
necesita que le explique un poco acerca de la vida con mi
padre para, así, sentirse satisfecho de que no le haya
mentido al decirle que le contaría algo si él también lo
hacía.
Finalmente, Riden pregunta:
—¿A todos los hombres de tu padre se los entrena de la
misma forma que a ti?
—Yo soy la única persona a la que él ha entrenado
personalmente, pero... —Corto rápidamente el discurso.
—¿Qué pasa?
—¿Por qué te interesa el entrenamiento de su
tripulación? ¿Es este otro de tus malditos interrogatorios?
—Salto de la cama al instante, empujando la mitad del
cuerpo de Riden que estaba apoyado en mí—. No me puedo
creer lo que estás haciendo. ¿Qué diablos es esto, Riden?
Has sido amable conmigo a la espera de que yo te lo
devolviera abriéndome, ¿verdad?
Riden se encoge de hombros.
—Eres una mujer, que resulta además ser también la hija
del Rey Pirata. Algo me dice que con la tortura ni te
hubieras inmutado. Teníamos que trabajar contigo de otra
forma.
—Que te den a ti y a toda tu maldita tripulación. ¿Es real
algo de todo esto?
Riden se sienta y me mira seriamente.
—¿El qué es real?
—Tu historia. ¿Todo esto? —Señalo toda la habitación—.
Tu amabilidad. ¿Es todo esto solo un truco para que me
abra?
Se levanta y me pone las manos encima de los hombros.
—La mayor parte lo es, Alosa, aunque no tendría que
serlo.
Lo empujo hacia atrás y me duelen las heridas de ayer.
—¿Qué se supone que quiere decir eso? Estás creando un
personaje. Juegas el papel del primer oficial afligido. Eres
un farsante.
—Tú también lo eres. ¿Por qué no me dices lo que estás
haciendo en realidad en este barco?
—¡No estoy haciendo nada! —grito—. Solo déjame ir,
¡quiero irme ya!
Es difícil mantener las apariencias cuando me siento tan
furiosa. Pero esto es algo que tenía que hacer.
—No puedo hacer eso. No puedo hasta que no me
quieras contar dónde está el escondite de tu padre. Cuando
lo hagas, te llevaremos hasta él.
Siento cómo se me tensa todo el cuerpo. Como no golpee
algo voy a explotar.
—Ufff —dice Riden—. He aprendido a entender lo que
significa esa mirada. Te dejaré sola un rato.
Se marcha justo en el momento en el que le doy una
patada a la puerta.

Intento decirme a mí misma que da igual. ¿Qué más me da


si Riden ha estado intentando sonsacarme información? Ya
sabía que lo estaba haciendo. Simplemente no esperaba
que lo hiciera a través de una táctica sentimental.
No ha cambiado nada. Aún sigo en busca del mapa. Y
mientras siga manteniendo en secreto la guarida de mi
padre, puedo seguir con mi búsqueda. ¿Qué más da si
Riden se hace el listillo de vez en cuando? No puede
hacerme nada.
Estoy sentada en un extremo de la cama de Riden
pasando el día, cuando se abre la puerta. ¿Era tanto pedir
que no fuera Riden quien la abriera?
Me sujeta del antebrazo.
—El capitán quiere verte.
Intento darle un puñetazo en el estómago, pero ya se lo
esperaba y bloquea mi puño.
—Venga, Alosa. Vamos a ver qué quiere.
—No quiero ver qué quiere. Cada vez que voy a ver a
Draxen ocurre algo terrible. Quiero que me dejéis sola.
Estoy harta de vosotros y estoy harta de este barco.
—Vamos. —Me lleva a rastras hasta la puerta—. No va a
pasar nada terrible.
Le lanzo una mirada.
—Probablemente no suceda nada terrible —matiza—.
Simplemente dale a Draxen lo que quiere.
—¿Y por qué no mejor le doy a Draxen lo que se merece?
Se ríe mientras me sigue arrastrando hasta nuestro
destino. Subimos por la escalera hasta el camarote de
Draxen.
—Ah, aquí está —dice Draxen. Hay dos hombres más en
la habitación: Kearan y Ulgin. Reprimo un escalofrío—.
Creo que sería mejor que la princesa estuviera esposada
siempre que no esté encerrada.
Le hace un gesto a Ulgin, quien se saca un par de
esposas del cinturón.
—Todavía está débil por lo de ayer, capitán —dice Riden
señalando mis muñecas con su cabeza—. No creo que eso
sea necesario.
—Si tú lo dices, Riden. Alosa, siéntate.
—Creo que prefiero estar de pie.
—No era una pregunta.
Riden me coloca enfrente de una silla y ejerce presión
encima de mis hombros. Me siento a regañadientes. Si no
me convence lo que ocurra ahora, siempre puedo
levantarme.
—Ayer recibimos noticias de tu padre.
—¿Cómo es posible? Me dijeron que nadie sabía nuestras
coordenadas.
—Hemos estado utilizando pájaros yano.
Esto sí que no me lo esperaba. Los pájaros yano se usan
para llevar mensajes a través del océano. Son excelentes
navegantes, además de ser muy rápidos. También son
perfectos para comunicarse de forma silenciosa, ya que
nunca pían. No obstante, son extremadamente insólitos. Mi
padre solamente tiene cinco de ellos.
—¿Cómo has conseguido uno? —pregunto.
—Tengo una tripulación muy buena a la hora de
conseguir lo que se proponen. Tu preocupación ahora
tendría que ser saber lo que va a pasar contigo en los
próximos cinco minutos. Quiero saber dónde se esconde tu
padre.
—¿No os lo ha contado en la carta? Vaya, qué sorpresa.
Draxen frunce el ceño ante mi tono.
—¿Qué decía en la carta exactamente? —pregunto.
—Está dispuesto a negociar un rescate. Basta con que le
diga una cantidad y una ubicación.
—Pues hazlo entonces.
Draxen muestra su malvada sonrisa dejando ver su
diente de oro. Su sonrisa calculadora y maligna combina
con sus fríos ojos. Es muy diferente de la sonrisa que pone
Riden cuando cree estar ganándome ventaja. Riden se cree
un triunfador y está claro que es un engreído. Pero es
inofensivo, por así decirlo. Sin embargo, la mirada de
Draxen está envenenada.
—Pues verás —afirma Draxen—, tengo la sensación de
que si voy me veré rodeado por diez de sus barcos. Creo
que sería mucho mejor ir por sorpresa, pillarlo
desprevenido y negociar con él entonces, ¿no crees?
—¿La promesa de paz de mi padre no es suficiente para
convencerte?
—Riden me ha contado que eres especial para tu padre.
Me parece que cuando se trata de ti, no hay promesas que
valgan. Necesitamos más información para avanzar. Ya te
dije lo que te iba a pasar si seguías sin cooperar con Riden.
Me he vuelto un impaciente. Necesito que me des sus
coordenadas ahora mismo.
—No te las daré.
Draxen aprieta los dientes y sacude violentamente la
cabeza hacia un lado.
—Iba a dejar que Ulgin se encargara de ti si no
cooperabas, pero parece ser que me han entrado
demasiadas ganas de lidiar con este interrogatorio por mí
mismo.
Esto no va a ser agradable.
Draxen se coloca detrás de mí y me tira la cabeza hacia
atrás agarrándome del pelo. Hago una mueca de dolor. Me
golpea un lado de la cara con el puño cerrado.
—¿Dónde está la guarida de tu padre, niña?
No respondo. Me vuelve a pegar.
—Draxen. —Es Riden.
—¿Qué?
—No estoy de acuerdo con esto.
—Entonces vete. Hay que hacerlo y lo sabes. —Recibo
otro golpe en la cabeza y me empieza a sangrar la nariz.
«No puedes contraatacar», me digo. Tú misma podrás
matar a Draxen cuando todo esto acabe, pero ahora mismo
no puedes devolvérsela. Casi puedo oír la voz de mi padre
en mi cabeza.
—Draxen, por favor. —Riden lo intenta de nuevo.
—He dicho que te vayas, Riden. —Draxen me golpea con
la otra mano. Este último golpe es más fuerte. Creo que
esta es la mano en la que lleva el anillo con la insignia del
linaje Allemos. Me corta la mejilla.
—Hermano. —Riden lo intenta de nuevo, esta vez con
más vehemencia. Es la vez en la que más resistencia está
ejerciendo.
Los ojos de Draxen deben de estar encendidos por su sed
de sangre, pero logra detenerse con esa única palabra.
Suspira como para despejarse la cabeza.
—Está bien, Riden, si insistes. ¿Estás lista para hablar
ya, princesa?
Me mantengo en silencio.
—¿Qué opinas, Riden? —pregunta Draxen, y no me gusta
el tono de voz con el que lo pregunta—. El Rey Pirata no
necesita a una hija con pelo, ¿verdad?
Oigo cómo desenvaina su cuchillo.
Riden no protesta, ¿por qué habría de hacerlo? Que te
corten el pelo no duele. De todas formas, él parece no
entender el valor que el pelo de una mujer tiene para ella,
pero yo, desde luego, no tengo ninguna intención de perder
el mío.
—¡Para! —Salpico gotas de sangre, que han pasado de mi
nariz a mi boca, al hablar.
Kearan inclina la cabeza hacia un lado y habla por
primera vez.
—¿Esto era lo único que hacía falta para que hablara?
¿Amenazarla con cortarle la melena?
—Para interrogar a una mujer tienes que pensar igual
que una —dice Draxen.
—Lo cual, curiosamente, parece no costarte ningún
esfuerzo —intervengo.
A pesar de las anteriores quejas de Riden, Draxen me
vuelve a pegar. Pero me da igual, está vez ha valido la pena.
El resto de los piratas que hay en la habitación tienen el
sentido común de no reírse.
—La ubicación, Alosa —pide Draxen.
—El pico Lycon. ¿Lo conoces? —pregunto.
—Sí. —Es Kearan el que responde a mi pregunta. Por
supuesto. Enwen me contó que Kearan solía ser un viajero
aventurero.
—La guarida está a dos semanas de navegación al
noreste de dicho punto.
—¿Es eso posible? —pregunta Draxen—. ¿Hay algún sitio
más allá de ese lugar?
Kearan asiente.
—Es muy probable que existan algunas islas pequeñas
por allí.
Draxen me suelta el pelo y se coloca delante de mí.
—Si estás mintiendo, mocosa, te cortaré la mano y el
pelo.
—¿De verdad piensas que conseguirás entrar en la
guarida de mi padre? Una vez lleguéis, os ahorcará a todos.
—Nos arriesgaremos. Riden, lleva a la prisionera de
vuelta a la habitación. Tráeme un mapa. Kearan, nos vemos
en el timón para empezar a marcar nuestro próximo rumbo.
Un instante después, vuelvo a estar en la habitación de
Riden, tapándome la nariz con una toalla mientras él
rebusca en su pila de mapas.
Riden no puede verlo, pero escondo una sonrisa de oreja
a oreja bajo la toalla. No lo hago solo porque he destruido
casi todos sus mapas, sino también porque no he tenido
que dar la ubicación de mi padre. No, la que he dado ha
sido la que previamente acordé con mi padre antes de
embarcarme en esta misión. Él y varios de sus hombres
estarán allí esperando a que llegue con el mapa. Sabíamos
que Draxen intentaría descubrir dónde estaba la guarida de
mi padre. Teníamos pensada una ubicación para darles en
caso de que las cosas se pusieran feas.
El único problema es que ahora tengo una fecha límite
para encontrar el mapa. Necesito encontrarlo antes de que
lleguemos hasta mi padre. No le va a gustar nada si no lo
consigo.
Cuando él no está satisfecho, ocurren cosas malas.
Capítulo 11

Riden me deja sola durante varias horas ese día. Aunque ya


no me duele la cara (siempre se me han curado rápido las
heridas), me duele terriblemente el estómago por el
hambre. Llevo un día y medio sin comer.
Me imagino que estoy en casa, en la guarida, asistiendo
a uno de los grandes banquetes de mi padre en los que hay
todo tipo de carne imaginable, desde cerdo hasta ternera o
pollo. Se me hace la boca agua al imaginar el sabor de las
verduras al vapor, de las frutas azucaradas, de las tartas,
del vino, del pan y del queso. Si no me dan comida hoy,
tendré que arriesgarme a hacer una escapada a la cocina
esta noche.
No tendría ni que haberme molestado en pensarlo.
Huele a deliciosa comida caliente al otro lado de la
puerta.
En cuanto entra Riden, le arranco uno de los cuencos de
la mano.
—Cuidado —dice—. Aún quema.
Me da igual. Me quemo un poco la lengua al beber unos
tragos de la sopa. Casi ni la saboreo, ya que el líquido
ardiendo me baja directamente hasta el estómago. Cuando
me la termino, le quito el otro bol a Riden de las manos y
empiezo a comer.
—Lo siento. No me había dado cuenta de cuánto llevabas
sin comer. Tendrías que haber dicho algo.
No lo miro mientras como. Ahora estoy lo
suficientemente llena como para usar la cuchara y soplar la
sopa pacientemente. Me dedico a triturar con avidez entre
mis dientes las verduras y patatas de la mezcla.
Al terminarme el segundo bol, lo dejo caer al suelo y me
vuelvo a la cama de nuevo. Aún me siento más débil de lo
normal. Quizás sea mediodía, pero algo me dice que podría
acostarme y dormir hasta mañana por la mañana. Llevo
demasiadas noches durmiendo muy poco.
Mantengo los ojos cerrados, pero oigo a Riden moverse
por toda la habitación.
—¿Qué estás haciendo?
—Intento limpiar tu desastre.
—¿Podrías hacerlo más en silencio? Estoy intentando
dormir. Han sido un par de días difíciles, como bien sabrás.
Riden resopla. Sin embargo, sigue haciendo ruido al
limpiar.
—Buena idea eso de que te pongas a limpiar la
habitación —digo—. Necesitaré algo con lo que
mantenerme ocupada mañana.
Se oye un fuerte ruido cuando decide tirar al suelo lo que
quiera que estuviera sujetando. Pongo los ojos como platos
cuando Riden me levanta por los brazos.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto—. No puedes seguir
tocándome como si fuera una niña pequeña a la que puedes
coger y mover a tu antojo.
—Si insistes en seguir comportándote como una niña
pequeña, no hay ninguna razón por la cual no debería
tratarte como tal.
—Por todos los océanos de Maneria, ¿de qué hablas?
—De mi habitación. —Riden resopla—. Mírala, está hecha
un asco. Has destrozado la mitad de mis cosas gracias a tus
malditos dibujos. ¡Debería lanzarte por la borda!
—¡Tú me encerraste aquí! ¿Qué creías que iba a pasar?
Deberías ser tú el que se tirara por la borda por ser un
completo idiota. Y si hubieras querido castigarme por lo
que hice, hubiera bastado con dejar que el capitán siguiera
en lugar de pedirle que parara.
—¿Ahora vas a quejarte de que te haya ayudado?
—Tenía todo bajo control.
—Ayer mismo estabas armándome un escándalo por no
haber dado la cara por ti. No puedes pedirme las dos cosas,
¡así es que elige una!
—¿Qué más te da lo que yo quiera? ¿Por qué no tienes las
agallas de decir lo que quieres?
Riden suspira y mira hacia arriba.
—Deja de hacer eso.
—¿De hacer el qué?
—Eres una mujer, compórtate como tal. No deberías
estar diciendo esas cosas de tan malhablada...
—Diré lo que me apetezca. ¡No soy una dama, soy una
pirata!
—¡Pues no deberías serlo!
—¿Por qué?, si puede saberse. Soy bastante buena en
ello.
—Porque se supone que un pirata no se parece a ti, ni
habla como tú, ni actúa como tú. Me confundes, y tengo la
cabeza hecha un lío.
—¿Se supone que eso es culpa mía? Estoy segura de que
no sabías ni por dónde te daba el aire antes de que yo
llegara.
Siento la respiración de Riden en mi cara. Está tan cerca
y tan enfadado que casi me entran ganas de reírme.
—No es verdad —insiste.
Un segundo después me está besando.
¿Qué? No he sabido leer por dónde iban los tiros. Yo
quería irritarle e intentar que se sintiera afectado a nivel
personal. Quería meterme con él porque es el enemigo. No
entraba exactamente en mis planes que se pusiera todo
ñoño.
Pero de todas formas, no es que esto se pueda describir
exactamente como ñoño.
Es pura irritación expresada en forma de necesidad
física. Curioso. He besado a muchos hombres, piratas y
gente de tierra. Normalmente, suele ocurrir justo antes de
robarles algo, o simplemente porque me aburro.
En estos momentos no estoy segura de tener una excusa.
De hecho, seguramente hay múltiples razones por las
cuales no debería estar besándolo. Pero ahora mismo no se
me ocurre ninguna.
Puede que sea porque los labios de Riden saben mejor de
lo que me hubiera imaginado. O tal vez sea porque hace
que mi piel se estremezca con el roce de sus manos en mi
rostro. Quizás también sea porque estoy haciendo algo que
mi padre nunca aprobaría. No por que sea uno de esos
tipos sobreprotectores; de hecho, no podrían importarle
menos mis ligues. Pero seguro que se enfadaría si supiera
que he estado besándome con el enemigo (especialmente si
no saco nada de ello). No, espera, eso no es verdad. Está
claro que me podría salir a cuenta tener al primer oficial
comiendo de la palma de mi mano.
Cuando los labios de Riden descienden hasta mi cuello,
me olvido completamente de mi padre. Solo siento calor y
escalofríos a la vez. Llega hasta el hueco que hay en la base
de mi cuello y dejo escapar un suave gemido.
Luego vuelve a mis labios con una nueva intensidad.
Entrelaza su lengua con la mía. El punto que se me había
quemado con la sopa, ahora me hormiguea. Le arranco la
cinta con la que tiene el pelo sujeto y sumerjo mis dedos
entre su melena.
El instante es perfecto.
Pero, de repente, me invade un pensamiento: «Esto no
tendría que ser perfecto». De hecho, no lo es. Llevo
demasiado tiempo sin comer o dormir bien, por eso actúo
como la típica mujerzuela tonta de taberna. No puedo
hacer esto cuando lo que me toca es robar.
Con mucho esfuerzo (no físico, sino emocional), alejo a
Riden de mí.
—Ya es suficiente —digo.
—Estás sangrando otra vez —dice Riden tocando un
punto en mi mejilla.
No me había dado cuenta de que el corte se había vuelto
a abrir.
—Probablemente sea culpa tuya.
—Culpa mía como, según tú, todo lo demás.
—Por supuesto.
Sonríe y empieza a acercarse de nuevo. Siento muchas
tentaciones de dejarle hacerlo. No me resultaría tan difícil
si no lo hiciera tan bien. No obstante, me mantengo firme.
—He dicho que ya basta.
Se aparta de mí rápidamente, como si no se fiara de sí
mismo cuando me tiene cerca.
—Tengo asuntos que atender —dice mientras se da la
vuelta.
—Estoy segura de ello.

Ojalá no tuviera que esperar hasta el anochecer para


proseguir con la búsqueda en el barco. Cuando me quedo
sola, lo único que puedo hacer es pensar, lo cual es lo
último que me apetece hacer ahora mismo.
Preferiría estar golpeando algo.
Enwen llega un rato después para traerme otra comida y
yo sonrío cuando se retira. Riden es un cobarde, así que no
es capaz de enfrentarse a mí ahora. Quizás ese beso haya
sido buena idea. Valdrá la pena ver lo incómodo que se
siente después.
Me echo una siesta rápida para estar lista al anochecer.
Ha sido muy tentador volverme a dormir una vez me
desperté, pero no hay tiempo que perder ahora que Draxen
y su tripulación se dirigen hacia mi padre.
Es tarde cuando Riden vuelve a entrar en la habitación.
Parece sorprendido de verme.
—Uy, pensé que estarías dormida.
—Quieres decir que esperabas que lo estuviese —
respondo con una sonrisa.
—¿Y perderme los comentarios ingeniosos que me tienes
preparados? De ninguna manera.
—No tengo ningún comentario ingenioso preparado.
—Qué pena. Aunque, en realidad, esperaba que se
repitiera lo de antes.
—No tengo ninguna duda al respecto. Por desgracia para
ti, estoy un poco cansada.
—Entonces, ¿por qué no estás dormida?
—En ello estaba.
—Parece más bien como si hubieras estado
esperándome.
Oh, por favor. Tal vez tendría que dejarlo inconsciente
esta noche, pero no puedo hacerlo. Por la mañana se
acordaría y yo me quedaría sin explicaciones si lo dejara en
ese estado, pero me quedaría en el barco. ¡No puedo irme
de aquí hasta no dar con ese maldito mapa tan escurridizo!
—Vete a dormir, Riden. Mira, aquí tienes. —Salgo de la
cama y me siento en una silla.
—¿Vas a dormir ahí?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque quiero, ¿vale? ¿A qué vienen todas esas
preguntas?
—Soy tu interrogador, ¿recuerdas?
—Ahora mismo estás fuera de servicio, así que vete a
dormir.
—-¿Por qué estás tan desesperada por que me quede
dormido?, ¿esperas poder subirte a la cama una vez que lo
esté?
—En realidad, lo que quiero es el silencio que reina
después.
Riden mira alrededor de la habitación.
—¿Sabes?, me costará mucho quedarme dormido
sabiendo lo asquerosa que está la habitación. Quizás me
quede despierto hasta que caigas.
No tengo tiempo para esto. Y no puedo arriesgarme a
fingir que me quedo dormida hasta que él no lo esté. De
hecho, cabría la posibilidad de que me abandonara al
sueño, lo cual supondría toda una noche desperdiciada.
Me siento irritada. Quizás, si no lo estuviera tanto, no
hubiera recurrido tan a la ligera a esta solución, pero estoy
impaciente por llevar todo el día aquí sentada. Me han
golpeado en la cara, todavía estoy de mal humor por la
falta de sueño y, sinceramente, todavía tengo hambre.
Así que empiezo a cantar. La melodía es profunda y
relajante. Puedo sentir todo mi cuerpo tarareando lleno de
energía a medida que sale de mí. Siento cada rincón de la
habitación, la forma en la que el sonido retumba en la
madera y se filtra entre las mantas hasta entrar por los
oídos de Riden.
Él se acerca, tratando de escuchar mejor la melodía, lo
complazco acortando la distancia entre ambos. Tomo su
mano y lo conduzco hasta la cama. Me sigue, capturado por
mi hechizo. Sé lo que quiere en la vida: amor y aceptación.
Voy tejiendo ese sentimiento dentro de la canción; le
ordeno que se quede dormido y que jamás recuerde
haberme escuchado.
No le queda otra que obedecerme.
Capítulo 12

Siento el esperado anhelo del océano, siempre lo siento


después de usar mi canto. Me duele el pecho. Me quema.
Me pide sumergirme bajo el agua, donde me podré calmar
y nutrir. No necesito la fuerza del océano para sobrevivir,
pero sí la necesito para renovar mi canto, para fortalecer la
parte de mí que intento mantener oculta. Pero renovar mi
habilidad tiene sus propias consecuencias. Esa otra parte
de mí intenta tomar el control, algo a lo que no me puedo
arriesgar hasta que no haya cumplido con mi misión.
Principalmente, soy humana. No obstante, hay ocasiones
en las que me permito utilizar los dones que heredé de mi
madre. Y entonces me convierto en algo más. De hecho,
siento cómo algo se muere un poco dentro de mí cada vez
que tengo que luchar contra esa parte de mi esencia.

Vuelvo a la habitación de Riden, justo antes de que el sol


empiece a salir. Tengo que volverle a meter la llave de la
puerta en el bolsillo, pero Riden suelta un gruñido a
medida que se incorpora de la cama. Me alejo rápidamente
de la puerta y llego de un salto hasta la silla de su
escritorio.
—¿Qué ha pasado? —me pregunta mientras se lleva una
mano a la cabeza.
—¿Te duele la cabeza? —le pregunto—. No has parado de
hacer ruidos en sueños.
—No, no me duele. Es solo que me siento...
Les he cantado a muchos hombres antes que a él.
Aquellos a los que les he permitido recordar la experiencia
han intentado explicarme cómo se habían sentido. He oído
que el sentimiento es de euforia. Es como sentir placer y
felicidad al mismo tiempo. Cuando los obligo a dormirse,
acaban soñando conmigo toda la noche. Cuando era
pequeña, no había muchos hombres que me dejaran
practicar el efecto de mi canto en ellos, pero yo practicaba
de todos modos. No es como si mi madre hubiera estado
allí para enseñarme. Mi padre logró que mis habilidades se
mantuvieran en secreto para todos, menos para un grupo
selecto de personas. No quería que sus rivales supieran lo
poderosa que era. Las habilidades de lucha que me enseñó
ya me convierten, por sí solas, en una mujer peligrosa. Y
ser mitad sirena, bueno, eso me convierte en alguien letal.
—¿Es solo que te sientes como si qué? —pregunto.
—Como si nada —dice rápidamente. Está rebuscando
entre su memoria o sus sueños. Mis víctimas suelen
sentirse desorientadas al despertarse.
Si bien resulta divertido verlo indagando entre sus
recuerdos, necesito devolverle la llave a Riden antes de que
se dé cuenta de que no está.
—¿Has dormido bien? —pregunto—. ¿Has tenido dulces
sueños? —Sé que ha soñado conmigo, pero eso no quiere
decir que yo sepa lo que estaba haciendo en su sueño.
Por supuesto, no espero que Riden sea sincero.
Sigue aturdido durante un instante más, pero luego
parece recobrar la compostura.
—Sí. ¿Qué pasó ayer? No me...
Lo miro con firmeza.
—¿Has estado bebiendo?
Se incorpora, apoyando sus pies descalzos en el suelo.
—No bebo tan frecuentemente y nunca lo suficiente
como para emborracharme. Especialmente si tengo que
vigilarte.
—Pero ¿no recuerdas nuestra noche juntos?
Estoy improvisando rápidamente. Tengo que deshacerme
de su llave. Necesito una excusa para acercarme a él.
—¿Nuestra noche juntos? —Riden parece más que
confundido.
Avanzo hasta él y me siento en su regazo. Me acomodo y
le rodeo el cuello con mis brazos. Riden se queda
petrificado.
—¿De verdad no te acuerdas? —le susurro en el oído de
forma seductora. Mis manos están en sus hombros. Voy
bajando una a lo largo de su pecho. Su cuerpo está duro
como una piedra, pero tiene la piel suave y caliente.
Cuando llego a su cintura, le introduzco la llave en uno de
los bolsillos del pantalón.
Es básicamente como robar, solo que al revés.
Riden exhala y me coloca las manos en las caderas.
—¿Por qué no me refrescas la memoria?
Deslizo mis manos por sus brazos hasta entrelazar
nuestros dedos.
—Hubo un poco de esto.
—Mmm, ajá...
—Y también de esto. —Presiono mis labios contra los
suyos y lo beso suavemente. A lo que él responde
devolviéndome el beso.
—¿Y luego qué pasó? —susurra cuando me separo y voy
siguiendo la forma de su oreja con mis labios.
—Después... —Hago una pausa inclinándome más hacia
él—. Prometiste que me ayudarías a salir de este barco.
Me lleva hacia atrás como si quisiera tumbarme en la
cama, pero finalmente me deja caer con suavidad en las
sábanas.
—Creo que me acordaría de eso si hubiera pasado —dice
empujando mis piernas encima de la cama también.
—No te preocupes —le digo—. Estoy segura de que te
volverás a acordar de todo tarde o temprano.
—Pues mientras esperamos a que eso pase, me voy,
Draxen me espera. —Camina hasta el armario y rebusca,
gruñendo y de mala gana, entre la ropa que he apilado en
montones en el suelo.
Una vez encuentra lo que estaba buscando, un par de
pantalones, empieza a quitarse el par que lleva puesto
mientras observa mi reacción al respecto.
—Para —digo dándome la vuelta con rapidez.
Se ríe ligeramente.
Tendría que haber mantenido la calma y no haberme
dado la vuelta. Si me hubiera limitado a encogerme de
hombros como si no me molestara en absoluto, Riden no se
hubiera divertido tanto a mi costa. Seguro que hubiera
seguido vistiéndose en otra parte. Pero es que ha sido tan
de repente que no me ha dado tiempo a reaccionar de otra
forma. Qué se le va a hacer.
—Si estás confinada en esta habitación —me dice—,
¿cómo esperas que me ponga ropa limpia?
—¡Pues vistiéndote en la habitación de Draxen! —le
espeto.
—¿Y qué hay de divertido en eso?
Exhalo con enfado mientras espero a que termine. Me
quedo oyendo el sonido de la tela, el tintineo del cinturón y
el ruido sordo de las botas recién tachonadas. Finalmente
acaba.
Me concentro tanto en el sonido que ni siquiera soy
consciente de que los pasos se dirigen hacia mí hasta que
siento su mano en la parte baja de mi espalda.
Sus labios están en mi oreja.
—Ahora ya puedes mirar, Alosa.
Pasa sus labios por un lado de mi cabeza antes de
marcharse.
No me doy cuenta de lo tensa que he estado hasta que mi
cuerpo entero se relaja.

Se suponía que los siguientes días iban a ser


exageradamente aburridos, pero lo cierto es que no me
aburro nada. Riden entra a menudo en la habitación para
controlarme. Hablamos hasta que intenta convertir la
conversación en un interrogatorio. Quiere saber algún
detalle, como el diseño de la fortaleza de mi padre, la
frecuencia con la que los barcos de suministro realizan las
entregas, cuántos guardias protegen la guarida, etcétera.
No le cuento absolutamente nada. Moriré antes que darles
esa información. Bueno, en realidad, serían ellos los que
murieran, ya que jamás les dejaría que me mataran.
Me he dado cuenta de que Riden está manteniendo las
distancias conmigo. Aun así, le cuesta hacerlo cuando lo
presiono durante nuestras conversaciones. Me divierte
percibir su lucha interna cada vez que intenta encontrar un
punto de equilibrio entre los dos. Jugar con Riden es,
definitivamente, más entretenido que rastrear el barco. Me
pongo más y más nerviosa cada noche que el mapa no
aparece. Compruebo nuestro rumbo con frecuencia,
midiendo así cuánto tiempo me queda antes de tener que
presentarme ante mi padre con el mapa. Pasamos el pico
Lycon y navegamos hacia el noreste.
No tardaremos mucho en llegar.

Aunque ayer me acosté tarde, me despierto temprano.


Estoy demasiado preocupada como para seguir durmiendo,
así que me quedo mirando el techo dándole vueltas a todo
en mi cabeza. Repaso mentalmente cada rincón en el que
he buscado y pienso en si hay algún sitio que he podido
llegar a pasar por alto. Las dos semanas que tenía están
casi llegando a su fin. El destino podría avistarse en el
horizonte en cualquier momento.
—Te has despertado pronto —dice Riden desde su lado
de la cama.
—No podía dormir —le digo.
—¿Te preocupa algo?
—En realidad estoy despierta por tus ronquidos.
Sonríe.
—Yo no ronco.
—Mis oídos difieren.
Se gira hasta apoyar la espalda en la cama y se pone a
mirar al techo como yo.
—Dime qué te preocupa.
—¿Dices aparte del hecho de estar retenida como rehén
por piratas enemigos?
—Sí —responde simplemente—. Aparte de eso.
Bueno, está claro que no puedo decirle que Draxen o su
padre escondieron un mapa que no consigo encontrar. Así
que le pregunto:
—¿Qué es lo más imprudente que has hecho para
intentar impresionar a tu padre?
Se queda en silencio.
—¿Te duele hablar de él? —le pregunto.
Niega con la cabeza.
—No, no es eso. Intento no pensar en él porque lo odiaba
profundamente.
—Lo entiendo. —Espero para ver si al final responde a mi
pregunta.
Suspira.
—Es difícil elegir una, cometí muchas imprudencias.
—Cuéntame una.
—Está bien —responde pensativo—. Una vez, cuando
estábamos navegando en alta mar, saqueamos un barco
antes de quemarlo. A mi padre se le cayó un cofre de joyas
al mar mientras estaba intentando llevarlo a nuestro barco,
y yo me tiré al agua para recuperarlo.
—Creo que tal vez deberíamos repasar el concepto de
«imprudencia».
—El agua estaba llena de anguilas acura, que se
encargaban de rematar a los marineros que habían
sobrevivido al asalto inicial de su barco.
Vuelvo la cabeza hacia él.
—Eso sí que fue temerario.
Las anguilas acura son más temidas que los tiburones.
Son más rápidas y sensibles a la sangre humana. En
algunos casos, son incluso más grandes y tienen más
dientes. La mayor parte del tiempo, se quedan en el fondo
del océano, pero como sientan que hay algún tipo de
altercado en la superficie, subirán a investigar.
—¿Pudiste recuperar el cofre? —le pregunto.
—No, una anguila se dirigía hacia mí. Entonces Draxen la
vio y me bajó una cuerda. Me sacó del agua justo a tiempo.
—¿Qué hizo tu padre?
—Intentó que volviera a saltar para recuperar el cofre,
pero Draxen logró convencerlo para que no me obligara.
—Me da la sensación de que si no lo hubieras matado tú,
alguien habría acabado haciéndolo en algún momento.
Parecía alguien horrible.
—Lo era. —Riden se gira hacia mí—. Me parece que esta
no ha sido una pregunta aleatoria. ¿Has hecho tú también
algo temerario para impresionar a tu propio padre?
—Hago cosas imprudentes por mera diversión.
—No tengo ni la menor duda.
—¿Tienes la sensación de que conocías bien a tu padre?
Se encoge de hombros.
—Bastante bien, ¿por qué?
Debo tener cuidado. He de hacer que la conversación
parezca inofensiva para que piense que se lo estoy
preguntando por pura curiosidad.
—Mi padre confía en mí más que en cualquier otra
persona en el mundo. Aun así, no puedo evitar pensar que
me esconde algún que otro secreto.
—Todos tenemos nuestros secretos. Nos sentiríamos
demasiado expuestos si no pudiéramos guardarnos las
cosas.
—¿Y cuáles son...? —No, no puedo preguntarle a Riden
acerca de sus propios secretos. Tengo que centrarme en lo
que de verdad quiero sacar de la conversación—. Pero esto
es diferente. ¿Acaso no podías deducir cuándo tu padre te
estaba escondiendo algo importante?
—Normalmente sí.
—Mi padre tenía un escondite en su barco, era una tabla
de madera suelta, que había en sus aposentos, donde
guardaba cosas importantes. Siempre que sentía que no me
estaba contando todo, generalmente acababa encontrando
sus planes y secretos allí. —Me invento rápidamente.
Espero que Riden no se dé cuenta.
En realidad, mi padre tiene una habitación en la
fortaleza en la que solo entra él. Su refugio particular. He
tenido muchas veces la tentación de entrar a hurtadillas.
Incluso lo intenté en una ocasión. Cuando mi padre me
encontró fuera trasteando con la cerradura, me dijo que si
tan interesada estaba en puertas cerradas, me pondría
detrás de una.
Y así lo hizo. Me encerró en una celda bien abajo.
Durante un mes.
—Pero un día —continúo—, el hueco bajo la tabla estaba
vacío. Y después de eso ya nunca volvió a guardar nada
dentro.
—Te descubrió.
—O sospechaba lo que estaba haciendo y no quería
jugársela.
Aunque actúa con naturalidad y parece que está
relajado, Riden debe de estar intentando retener cada una
de mis palabras. Está más que claro que está esperando a
que desvele alguno de los secretos de mi padre. Sin
embargo, ese no es el objetivo de la conversación. Soy yo la
que intenta descubrir los secretos de lord Jeskor.
—¿Qué hay de tu padre? —le pregunto—. ¿Había algún
lugar en el que guardara sus secretos? ¿Alguna vez
descubriste algo que no tendrías que haber descubierto?
«¿Sabes dónde escondió su trozo de mapa?», me gustaría
preguntarle.
—Sinceramente, nunca tuve la suficiente curiosidad
como para que me importara. Cuando éramos más
pequeños, Draxen solía convencerme para que lo ayudara a
encontrar paneles secretos bajo cubierta, pero nunca
obtuvimos ningún resultado.
Lo entiendo perfectamente. Ya he explorado cada uno de
esos paneles.
No puedo negarlo, me gusta hablar con Riden, pero
esperaba de verdad que saliera algo útil de la conversación.
Algo que me hiciera darme cuenta de dónde está el mapa
exactamente.
Tendría que habérmelo esperado.
—Además, si hubiera habido algo que realmente le
importara a mi padre, no le hubiera quitado el ojo de
encima. Seguro que lo habría llevado consigo en todo
momento. Y Draxen y yo no éramos tan idiotas como para
intentar robárselo.
«Mmm. Vaya, vaya», pienso.
Capítulo 13

Riden se marcha en busca de algo de desayuno para mí.


Mientras tanto, me quedo reflexionando acerca de mi
propia estupidez.
Por supuesto que tiene sentido que alguien quiera llevar
algo de valor consigo en todo momento.
Si los hijos de Jeskor hubieran revisado el cadáver tras
su muerte, habrían encontrado el mapa. Draxen es uno de
los hombres más codiciosos que he conocido. Por lo tanto,
en caso de que no supiera lo que significaba ese mapa,
seguro que habría hecho cualquier cosa por averiguarlo. Y
en caso de haberlo sabido...
Draxen es despreciable, violento y manipulador. Él es la
última persona a la que querría tocar en este barco.
Quizás por eso nunca me he planteado la posibilidad de
registrarlo para comprobar si lleva o no el mapa encima.
Está claro que sí. ¿Dónde si no va a esconder algo que no
quiere que nadie más encuentre? Apostaría a que esa es la
verdadera razón por la que Riden y Draxen se rebelaron
contra su padre, trataron de tomar el barco y acabaron
matando a la tripulación inicial. El ansia por querer
conseguir un tesoro de cientos de años de antigüedad me
parece una excusa más que suficiente para sublevarse.
Y pensar que quizás haya estado tan cerca del mapa en
tantas ocasiones... De todas formas, podría guardarlo en
cualquier sitio. En alguno de los bolsillos de su abrigo,
camisa o pantalones. Incluso podría llevarlo metido dentro
de su ropa interior. Puaj, espero de verdad que no esté allí.
Por desgracia para mí, solo hay una forma de
averiguarlo.
No tengo otra elección que seducir al capitán.
Realmente, odio hacer esto. Pero ¿de qué otra manera
podría quedarme a solas con él? Podría esperar hasta que
se durmiera esta noche, pero no quiero malgastar lo poco
que me queda de mi canto para evitar que se despierte.
Puede que Draxen tenga un sueño más profundo que Riden,
pero sería imposible que alguien siguiera durmiendo
mientras otra persona lo desnuda por completo.
No, necesito actuar rápido, tan pronto como vuelva
Riden.
No puedo arriesgarme a llegar al punto de encuentro sin
antes hacerme con el mapa para entregárselo a mi padre.
Es hora de volver a recurrir a lo que heredé de mi
madre.

Riden vuelve con el desayuno: más huevos. Me los como


rápido y luego le digo:
—Hoy quiero salir.
—¿Por qué? —pregunta en tono de sospecha.
—Porque he estado aquí encerrada como si fuera la
mascota de un niño y quiero salir.
—Si sales a cubierta, el capitán esperará que trabajes.
—Está bien.
A Riden se le cae el plato que estaba sujetando en la
mano, pero lo atrapa antes de que toque el suelo.
—¿Qué has dicho?
—He dicho que está bien. ¿Estás sordo o qué?
—Creía haber entendido que no hacías nada que
implicara ensuciarte la ropa.
—De pequeña aprendí que la piratería significa estar
sucia de vez en cuando. Solamente se ha de ser lo bastante
adinerado como para permitirse el lujo de darse baños
regularmente y poderse costear varias mudas. Hablando de
lo cual, quiero uno de mis conjuntos limpios.
—Pero si te vas a ensuciar.
—Lo sé, pero llevo ya demasiados días con esta ropa.
Enwen ha estado trayéndome ropa limpia desde que me
trasladaron a la habitación de Draxen, lo cual es muy
considerado por su parte, pero no tengo tiempo de esperar
hasta que decida seguir trayéndome más. Necesito
sentirme limpia y fresca cuando seduzca a Draxen.
—Está bien, iré a buscarte algo —dice Riden.
—No, quiero que me lo traigas todo.
Resopla.
—Ni lo sueñes. ¿Quién sabe qué más escondes allí
dentro? Tendrás uno, un conjunto y solo uno.
Enwen tampoco cedió en su momento, pero valía la pena
intentarlo.
—Está bien, tráeme el verde.
—¿El verde?
—Sí, cuando lo veas lo reconocerás. Y quiero una blusa y
unas mallas limpias también.
—¿Algo más?, ¿algo de ropa interior quizás?
—Ni sueñes que te daría esa satisfacción.
Se ríe.
—Tampoco es que me puedas frenar, ¿no es así?
Se va muy rápido y demasiado feliz. Lo suficiente como
para que yo entienda que no se está limitando solo a
hacerle un favor a una dama. Quizás se ha dado tanta prisa
en irse porque no quería escuchar mis argumentos, o
puede que sea por la emoción de rebuscar entre mi ropa
interior.
—¿Qué es esto? —pregunta Riden poco después sin ni
siquiera molestarse en cerrar la puerta a su paso.
—Mi ropa —respondo—. ¿En serio, Riden? ¿También te
has olvidado de cómo se llama la...?
—No —contesta interrumpiendo mi particularmente
ingenioso comentario—. Esto no es ropa, ni siquiera
cubriría el cuerpo de un niño.
—Se estira, idiota.
—¡Ja, que se estira dice! —exclama—. No, no te pondrás
esto.
En lugar de darme el conjunto verde, me lanza un trozo
de tela morado que sostenía en su mano hecho una pelota.
Es un corsé, pero este cubre también el pecho a diferencia
del otro, que iba por debajo. También viene con capucha y
mangas cortas que se pueden añadir.
—¿Qué ha hecho mi top verde para ofenderte? —
pregunto.
—No eres tonta, Alosa. ¿De verdad crees que algún
hombre de la tripulación podría concentrarse en sus tareas
si llevaras esto?
Precisamente por eso lo elegí. Necesito llamar la
atención de Draxen. Nunca me ha visto como nada que no
sea una molestia. Hoy eso tiene que cambiar, y tiene que
ocurrir sin que yo malgaste lo que me queda de canto.
Él es el capitán y yo, su prisionera, pero necesito que me
vea como más que eso. Necesito que sea incapaz de verme
como algo que no sea una mujer. Y con este conjunto verde
es imposible ignorar que lo soy.
—Ese no es mi problema en absoluto —le digo—. Quiero
el verde.
—Pues no te lo puedo dar. Lo voy a tirar por la borda.
—Vamos, Riden, eso no es justo.
—Eres nuestra prisionera. Se supone que no hay justicia
para ti.
Está bien, pues tendré que conformarme con el corsé
morado, pero no puedo evitar molestar a Riden primero.
—¿Estás seguro de que no entra nada más en juego en
todo esto, Riden?
—¿A qué te refieres?
—Me parece que estás actuando como el típico marido
celoso.
—¿Que estoy actuando como quién?
—Ya sabes, uno de esos hombres a los que las mujeres se
encadenan.
—Sí, ya sé lo que es un marido. —Aprieta los nudillos y
me fulmina con la mirada. Está terriblemente guapo
cuando se enfada—. No hay ninguna razón por la que
ponerse celoso.
—Así que lo que estás diciendo es que si yo me pusiera el
top verde, no te afectaría personalmente, ¿no?
—En absoluto.
—Entonces, no hay ningún problema en que me lo ponga,
¿verdad? Dámelo.
Aprieta los dientes.
—No.
En ese caso, tendré que incidir más en el lenguaje
corporal, pero creo que será suficiente. Puedo captar la
atención de algunos hombres incluso aunque me ponga un
saco de patatas.
Draxen parece inteligente. Lo suficientemente
inteligente como para darse cuenta de si estoy exagerando.
Deberé tener mucho cuidado.
—Está bien. Vete para que pueda cambiarme, ¿o te va a
resultar imposible hacerlo sabiendo que voy a estar
desnuda en tu habitación?
Estoy intentando provocarle, y él lo sabe.
Sorprendentemente, se las arregla para lanzarme otra de
sus miradas furtivas antes de dar un portazo.
Con manos expertas, me ato la parte de arriba y añado
las mangas, que se amoldan a mis hombros sobresaliendo
hacia arriba; me coloco también la capucha. Si acabo
haciendo algo demasiado vergonzoso, quizás no estaría mal
tener algo con lo que esconder mi rostro.
Efectivamente, Riden me ha traído ropa interior. Intento
no pensar en el hecho de que la ha tocado mientras me
pongo el resto de la ropa limpia. Es increíble hasta qué
punto puede llegar a animarme ponerme un conjunto
limpio.
Salgo de la habitación de Riden como una mujer
completamente nueva: con modales, libre de sarcasmo y
con buena actitud. Todo aquello por lo que imagino que
Draxen se siente atraído.
Es hora de jugar.
Me he pasado tanto tiempo rodeada de piratas, que he
acabado adquiriendo unos andares chulescos que nada
tienen que ver con mi predisposición natural. Las sirenas
son criaturas de gracia y belleza, que se guían más por el
instinto que por el aprendizaje y los hábitos. Accedo a esa
parte de mí que suelo esconder.
Supongo que, en realidad, no necesito el top verde.
Cuando me dejo guiar por este instinto, sé exactamente
lo que quieren los hombres, puedo ser ese algo para ellos y
conseguir lo que quiero. No pueden ocultarme sus
sentimientos, que flotan a su alrededor en una neblina de
colores.
Cada paso que doy en cubierta es suave y elegante, mis
movimientos son frágiles y angelicales. Mi rostro está
ahora desprovisto de la astucia constante que reflejan mis
pensamientos, así como de la energía que me impulsa a
robar. Soy capaz de sentir cada brizna de viento a medida
que se desliza por mi piel. Siento la sal flotando en el aire.
Noto cada cabello en mi cabeza y puedo sentir el
movimiento de la gente a mi alrededor.
Las sirenas son criaturas cuya existencia se basa
únicamente en cautivar a los hombres. Puedo pasarme a
esta parte de mi naturaleza sin ningún esfuerzo, pero odio
hacerlo. No me siento yo misma.
Vivo en un abismo entre ambos mundos e intento encajar
desesperadamente en uno de ellos.
Todas las cabezas se vuelven hacia mí al salir de la
habitación de Riden. Hago como si no me diera cuenta.
—¿Por dónde empiezo? —le pregunto a Riden. Se me ha
suavizado la voz y ha adquirido un tono casi musical, pese a
que hoy no piense hechizar a nadie con mi canto. No soy
capaz de controlar a más de tres hombres a la vez; no
jugaría a mi favor hacer algo así en un barco con tantos
hombres, incluso aunque me quedara suficiente canto.
Probablemente no tendría que haber usado tanto con Riden
la otra noche, pero no pude evitarlo una vez empecé.
Riden se queda boquiabierto después de escucharme y
me mira como si nunca antes me hubiera visto. De alguna
forma, imagino que así es.
Mi aspecto no ha cambiado en absoluto, pero sí mi
postura. La forma en la que hablo, actúo y me muevo está
siendo dominada ahora por mi naturaleza de sirena.
Aunque parezca la misma, los hombres notan que algo ha
cambiado, por lo que les pica la curiosidad.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué ha dejado todo el mundo
de trabajar...? —Draxen mira hacia mí. Por un momento se
ve atrapado por mí, igual que el resto. Le sostengo la
mirada, mostrando interés en él de la forma más sutil
posible. Sacude la cabeza como si intentara quitarse el
aturdimiento de encima.
—Volved al trabajo o habrá latigazos para todos. Riden,
¿qué hace ella en mi cubierta?
Riden también se sacude de encima el estupor
momentáneo en el que estaba inmerso.
—Ha decidido ponerse a trabajar en cubierta antes que
pudrirse en mis aposentos. Creo que está algo inquieta,
capitán.
Draxen me mira con detenimiento. Le ofrezco una
amable sonrisa que hace que tenga que tragar saliva antes
de hablar.
—¿Estar esposada te ha hecho cambiar de opinión,
princesa?
—Sí, capitán. —No hay rastro de sarcasmo en mi
respuesta, solo sinceridad, inocencia. Y sumisión; intento
no estremecerme mientras esa horrible palabra pasa por
mi mente. Pero, bueno, debo comportarme de este modo si
quiero que el plan funcione. Por mi padre, estoy dispuesta a
convertirme en todo aquello que odio.
Riden y Draxen se quedan callados, como si estuvieran
esperando a que yo dijera algo más. Ah, están esperando a
que suelte mi típico comentario inteligente. Pues que sigan
esperando. La sirena Alosa es la promesa de la fantasía de
un hombre. Ahora mismo estoy sintonizando con Draxen
para evocar su fantasía.
Riden se dirige a Draxen como si tuviera alguna
respuesta acerca de mi comportamiento. Si no estuviera
tan centrada en mi papel, me reiría.
Draxen me mira de nuevo. Interpreta mi debilidad como
su poder. Soy alguien a quien dominar, a quien controlar. A
Draxen le gusta corromper la inocencia, pero yo soy de
todo menos inocente; he matado a demasiados hombres
como para que se me considere eso, pero es una cuestión
de percepción.
En los hombros del capitán puedo ver una luz roja, que
tiene que ver con el interés que le suscito. Esa luz intenta
competir con el naranja de la indiferencia. Bien.
Y en cuanto a Riden... Me giro hacia él para leer sus
deseos. Él no está tan cautivado por esta forma. A Riden le
gustan los retos, los juegos. A él no le resulta tan atractiva
esta nueva versión de mí. Qué curioso. Sin embargo, esto
podría hacer que el engaño resulte más difícil. Ahora
mismo, está rodeado de azul. El azul significa confusión.
Me he pasado años intentando entender el significado de
los colores que veo. He tenido que preguntarles a los
piratas acerca de lo que sentían cuando estoy en este
estado, para así poder darle nombre a lo que veo. No es
sencillo, ya que la gente se muestra menos dada a hablar
cuando siente emociones profundas. No obstante, me las he
arreglado para ir rellenando los huecos de información que
me faltaban.
Espero en silencio. Soy la encarnación de la paciencia y
la tolerancia. Riden tiene pinta de estar a punto de caerse:
tiene el cuello completamente estirado hacia delante para
intentar comprender lo que está ocurriendo ante sus ojos.
Sin embargo, Draxen es el capitán y tiene que dar ejemplo
al resto, por lo que se tiene que esforzar por guardar la
compostura rápidamente. Tiene una reputación que
mantener al ser el nuevo joven capitán, por lo que es el
blanco más difícil de todo el barco.
De estar solos, probablemente lo tendría encima en cinco
minutos. Es increíble lo que la gente es capaz de hacer en
secreto, cuando otros no pueden ver su forma de actuar. Lo
más difícil va a ser quedarme a solas con él y,
particularmente, mantenerlo alejado de su siempre
perspicaz hermanito, Riden.
—Por el amor del cielo, que alguien le dé una fregona —
dice Draxen.
Ya hay cinco hombres limpiando la cubierta con la ayuda
de sendas fregonas. El pirata más cercano a mí da un
brinco hacia delante de forma ansiosa y me cede la suya.
—Gracias —agradezco mientras toco delicadamente el
palo de madera con las puntas de mis dedos.
Todo marinero que se tercie ha tenido que fregar la
cubierta en algún momento. Es una tarea que necesita
realizarse frecuentemente para así evitar que la sal y el
exceso de agua se acumulen. Es algo de lo que nunca me
he encargado, pero no puedo dejar que se me note.
Comienzo mi tarea. Muevo suavemente la fregona y me
agacho en los lugares que son más difíciles de limpiar. Todo
lo que hago tiene un propósito. Soy consciente de cada uno
de mis movimientos, así como de la reacción de Draxen a
estos.
Cuando un hombre se pone a fantasear, tiene la
sensación de que todo lo que hace una mujer es por y para
él. Ahora mismo Draxen se siente así. Aunque intente
esconderlo, sé que me está observando. No se ha notado el
cambio, pero tampoco es que me creyera tan inteligente
desde un principio. Ahora su deseo va aumentando y el
color que veo es cada vez más y más rojo.
—¿Qué estás haciendo?
Riden interviene haciéndome perder la concentración en
las emociones de Draxen.
—Estoy limpiando la cubierta.
—No me refiero a eso. Te estás comportando de forma
diferente.
—¿Diferente en qué sentido? ¿Puedes apartarte, por
favor? Necesito limpiar esa mancha.
—Lo ves, ahí tienes un ejemplo claro, ¿desde cuándo
dices «por favor»? ¿Y por qué te mueves de esa forma?
Estás ridícula.
—Eres libre de pensar lo que quieras —digo de forma tan
delicada que parece un cumplido.
—Para —espeta arrastrando la palabra.
—¿No quieres que siga fregando más?
—Hablo de tu comportamiento. Detente. No..., no está...
bien.
—No sé si estoy entendiendo lo que quieres decir.
—Estás atrayendo la atención equivocada en este barco,
jovencita. Y no va a hacer más que meterte en líos.
—¿Y cuál sería una atención acertada?, ¿la tuya, quizás?
No puedo evitar provocarle cuando se comporta de este
modo. Además, aún puedo sentir a Draxen detrás de mí.
Echo un vistazo rápido y veo que está empezando a entrar
el color verde. Bien, eso significa que a Draxen no le gusta
que hable con Riden.
—No quería decir... —empieza Riden.
—Y, sin embargo, lo has dicho, ¿no? —Me centro en él
ahora, en sus deseos y necesidades. Veo lo que alberga su
corazón en lo más profundo—. Anhelas la felicidad, Riden,
pero no tienes el suficiente coraje como para ir a por ella.
Eres fuerte y valiente en muchos aspectos, pero cuando se
trata de cuidar de ti mismo, te vuelves débil.
—Alosa —dice Riden bajando la voz. Su expresión se ha
vuelto seria y noto que de verdad siente lo que está a punto
de decir—, discúlpame por lo que ha pasado antes entre
nosotros, lo siento si te ha molestado. No es necesario que
te vengues con esto.
—¿Crees que todo esto es por ti, Riden? Te equivocas por
engreído. Es agotador estar siempre peleando. Ya he tenido
suficiente.
—Alosa, por favor. ¿No te das cuenta de que estás...?
—¡Riden! —exclama Draxen.
Riden exhala lentamente. Tal vez es capaz de leer a su
hermano, aun sin contar con una habilidad específica para
hacerlo.
—¿Sí, capitán?
—Tráeme a la chica aquí arriba.
Riden no responde. Me está mirando, y yo sigo centrada
en él. Sus colores están divididos entre la lealtad hacia su
hermano y lo que siente por mí. Son dos remolinos rojos
totalmente diferentes entre sí, y el rojo es el color más
difícil de descifrar. En la mayoría de los piratas, se ve a la
legua que el rojo significa lujuria. Sin embargo, este no es
el caso del tono de rojo que Riden siente por su hermano o
por mí.
Probablemente sea frustración.
—¡Riden! —grita de nuevo el capitán.
—Ya voy, Drax. —Luego se dirige a mí—. Allá vamos. Deja
esto aquí —ordena señalando el cubo y la fregona.
Cumplo órdenes y Riden extiende el brazo para
indicarme que vaya yo primero. Al menos no va a hacer eso
que yo tanto odio, y que a él tanto le gusta, de sujetarme
del antebrazo.
Mientras atravesamos la multitud de hombres
trabajando, veo que Enwen niega con la cabeza y sonríe.
Está impresionado. Igual que yo admiraba sus dotes de
ladrón, él también admira ahora mis habilidades. Aunque
no consigo leer su mente, sé perfectamente que ha sabido
leerme. Quizás no entienda exactamente lo que estoy
haciendo. No obstante, cuando ve a alguien que, como él,
está actuando, sabe reconocerlo.
Recorremos el estribor del barco hasta que, enseguida,
llegamos a la escalera de mano. Subimos y nos detenemos
en el castillo de popa, al lado del timón.
—Eso es todo, Riden.
—¿Estás seguro, capitán?
—Sí.
—Pero ¿y si ella...?
—Soy lo bastante capaz de hacerme cargo solito.
—Por supuesto. —Riden vuelve a bajar la escalera. Se
coloca en el otro extremo del barco, en el castillo de proa.
Desde allí puede supervisar a todos los hombres para
mantenerlos a raya. También me fijo en que nos puede ver
perfectamente desde donde está. Incluso a esta distancia,
soy capaz de leer sus colores: negro y una pizca de verde.
El negro significa miedo. ¿Qué razón podría tener Riden
para sentirse así?
—Puedes irte, Kearan —afirma Draxen—. Ve a por un
trago.
—No hace falta que me lo diga dos veces. Solo asegúrese
de mantener rumbo noreste, capitán.
Kearan se marcha caminando con aire arrogante, asiente
aburrido a modo de saludo, mientras Draxen toma el timón.
Nos quedamos solos en la cubierta superior donde, por
supuesto, estamos a la vista de la mayoría de los piratas.
Aun así, no serían capaces de escuchar nada de lo que
dijéramos. De hecho, puedo deducir que a Draxen le
apetece hablar. Cosa extraña.
—¿Alguna vez has dirigido un barco? —me pregunta.
—No —miento. Es la respuesta que quiere oír. Es un
tonto por creérsela. A ver, soy la hija del Rey Pirata, por
supuesto que he dirigido un barco antes.
Pero Draxen no está especialmente lúcido ahora mismo.
Me coge de la mano y me conduce frente a él. Sujeto dos
partes del timón al azar.
—No —dice—. Coloca una mano aquí. —Mueve mi mano
hasta otro punto—. Y la otra aquí. ¿Lo ves? ¿A que estás
mejor así? Su voz suena tan autoritaria y firme como
siempre. Disfruta dando órdenes a los demás, lo cual es un
buen atributo para un capitán.
No puedo evitar mirar hacia el otro extremo de la nave.
Riden no se ha movido de su puesto y no puedo verle la
cara para saber si ha habido algún cambio, pero noto lo
que está sintiendo.
No le gusta en absoluto que Draxen me esté tocando.
Ya somos dos.
—Mantén la proa del barco en dirección noreste. El sol
está a punto de ponerse, así que asegúrate de que
permanezca a la izquierda y detrás de ti. Una vez se
esconda, utilizaremos las estrellas para guiarnos.
Me esfuerzo por no poner los ojos en blanco.
—¿De verdad? —pregunto de forma inocente y sin rastro
de sarcasmo en mi voz.
—Sí, todos deberíamos adorar a las estrellas. Son tan
útiles como hermosas. Algunas nunca cambian de posición,
sino que permanecen siempre en el cielo. Sin ellas,
estaríamos perdidos.
—Fascinante.
Continúa parloteando. Prefiere que me quede callada, lo
noto. Este cambio de actitud no es un cambio de verdad,
sino un numerito. Todo el mundo cambia cuando quiere
algo y, ahora mismo, Draxen me quiere a mí. ¿Cómo no iba
a quererlo? Le estoy dando exactamente lo que busca. No
puede evitar acercarse cada vez más a mí. Deja
momentáneamente a un lado su naturaleza oscura de
pirata. Está intentando encandilarme de la misma forma en
la que yo lo estoy haciendo con él. Es una respuesta
frecuente, pero nunca funciona, por supuesto.
Siempre soy yo la que tiene el control.
Capítulo 14

Por fin ha anochecido. Pronto podré acabar con esta farsa.


Desafortunadamente, estar viendo las estrellas del cielo
solo anima a Draxen a seguir hablando.
—¿Ves esta constelación de aquí? —Señala hacia el norte
—. ¿Y esta otra de aquí? —Señala hacia el sur.
—Sí.
—No siempre fueron estrellas.
—¿Qué eran? —Es increíblemente cursi por su parte
recurrir a esta historia.
—Eran amantes. Se llamaban Filirrion. —Su dedo apunta
hacia el sur—. Y luego esta se llamaba Emphitria. —Su
dedo apunta hacia el norte—. Se dice que protagonizaron la
mayor historia de amor jamás contada. Lamentablemente,
no tiene un final feliz.
—¿Qué pasó? —pregunto esperando que vaya un poco
más rápido.
—Había otro enamorado de Emphitria: Xiomen, un
hechicero de magia negra. Él la amaba con locura, pero
Emphitria solo tenía ojos para Filirrion. Enfurecido por sus
celos, Xiomen maldijo a ambos. Los transformó en estrellas
que luego colocó en puntas opuestas del cielo para que
nunca pudieran volver a estar juntos.
—Qué trágico —digo.
Draxen asiente.
—Mientras el resto de las estrellas del firmamento se van
moviendo, hay tres constelaciones que nunca cambian.
Filirrion y Emphitria son dos de ellas.
—¿Cuál es la tercera?
Draxen vuelve a señalar hacia arriba.
—Xiomen. No bastaba con separarlos, así que se maldijo
a sí mismo. Permanece siempre en ese punto equidistante
entre ambos amantes para evitar que se vean el uno al
otro. ¿Ves cómo él está apuntando hacia Emphitria y ella
hacia él?
—Sí.
—Emphitria intenta ver a Filirrion, pero por mucho que
se esfuerce, nunca podrá ver más allá de Xiomen.
Que me corten el brazo si esta historia ha persuadido a
alguna mujer para querer irse a la cama con Draxen.
Después de su historia se crea un silencio tenue. De vez
en cuando, desvío nuestro rumbo, obligando a Draxen a
cogerme de las manos para redirigirme. No piensa que esté
intentando que nos alejemos, solo cree que soy una
incompetente. Estoy dando pie a que me toque, a que desee
más y a que me lleve a su habitación para poder hacerme
con el mapa.
El marinero encargado del turno de noche sube hasta
donde estamos.
—¿Le tomo el relevo, capitán?
—Sí, creo que me retiraré ahora.
—Muy bien.
—Ven aquí, chica —ordena Draxen. Lo sigo hasta la
puerta que da a sus aposentos—. ¿Seguimos un poco más
con nuestra conversación sobre constelaciones?
—Por supuesto.
Como si pudiéramos verlas desde la habitación... Será
idiota. No sé cuánto tiempo más podré soportar esto.
Draxen enciende unas cuantas velas una vez estamos
solos en la habitación.
—Cuéntame más acerca de los dos amantes —le pido.
—Tengo una idea mejor —contesta.
Allá va. Solo quería estar conmigo a solas para que su
tripulación no nos viera. Aunque no entiendo cómo
pretende ocultar lo que estamos haciendo, cuando todos los
hombres que seguían en el muelle me han visto entrar aquí.
—¿Y cuál es esa idea? —pregunto.
—Tumbarnos en la cama.
—¿Para qué?
Le encantan mis preguntas. Quiere responderlas,
enseñarme. Está demasiado inmerso en el momento como
para darse cuenta de que todo esto es una estratagema.
Debería ser menos ingenuo, pero es que cuando me centro
en un solo hombre, nunca me descubren. Están demasiado
atrapados en... Bueno, en mí.
—Voy a enseñarte algo más mágico que las propias
estrellas.
¡Qué asco! Qué asco, qué asco, qué asco. No puedo hacer
esto. No puedo soportar seguir escuchándolo. Tiene que
cerrar el pico.
Doy un paso adelante hasta tener su rostro justo delante
del mío.
—¿Qué tal si soy yo la que te enseña a ti? —Cuando elevo
mi mirada hacia la suya, él me busca ávidamente para
besarme.
No besa del todo mal, aunque dudo que Draxen haya
tenido tanta práctica como Riden.
Sin embargo, esto no me divierte nada. No es que esté
aburrida y necesite divertirme; tengo una misión. Además,
sé exactamente el tipo de hombre asqueroso que es
Draxen. Es imposible no darme cuenta cuando estoy tan
centrada en los deseos de su corazón y de su mente.
Le quito el abrigo y lo tiro al suelo con la intención de
revisarlo pronto. Draxen se lo toma como una invitación y
va directo a mis pantalones, poniéndose a buscar el cierre a
tientas.
Puaj, ya basta.
Empujo a Draxen hacia la cama y me subo encima de él.
Desde esta posición, intento aparentar que tengo prisa por
desabrocharle el cinturón del pantalón. Siento cómo la
lujuria arde en sus ojos. Es asqueroso y miserable. Quiero
que desaparezca.
Una vez consigo desabrochar la hebilla, le quito la
espada, con vaina y todo. Con ayuda de uno de los
extremos de esta, lo noqueo justo en la cabeza.
—Ay —dice antes de caer inmóvil.
No sé qué es peor: lo que acabo de hacer o lo que me
queda por hacer.
«No lo mires —me digo a mí misma—. Céntrate en la
ropa y no en lo que hay debajo.»
Lo desvisto completamente, de arriba abajo. Se queda
desnudo y tumbado en la cama mientras yo registro cada
bolsillo en busca de forros ocultos o de una suela falsa en
sus botas.
Pero el mapa...
No está aquí.
Siento como si se me hundiera el estómago. ¿Cómo
puede ser que no esté aquí? Estaba segura de ello. Contaba
con ello desesperadamente. ¿Ahora qué voy a hacer cuando
se despierte? Sabrá que lo golpeé y que he estado usándolo
para algo. No le va a gustar nada.
Además, pronto llegaré hasta mi padre y entonces...
No, debo detener esta línea de pensamiento de
inmediato. No me servirá de nada. Debo mantener la mente
enfocada por completo en el presente. ¿Cómo puedo
arreglar esto?
Usar mi canto para que Draxen se olvide de todo no es
una opción, ya que no me queda el suficiente como para
borrar su memoria. Jugar con los recuerdos de un hombre
no consiste solo en hacer que se duerma.
La he liado bastante. ¿Seducir a Draxen? Esta debe de
haber sido mi peor idea hasta la fecha.
Tengo que taparme la boca para no gruñir de frustración.
De repente, llaman a la puerta.
—¡Draxen!, soy Riden. Abre ahora o entro.
Escucho cómo se va abriendo la cerradura, así que corro
hacia la puerta. Llego cuando ya se ha empezado a abrir,
pero consigo salir y cerrarla detrás de mí antes de que
Riden pueda ver algo.
—¿Qué está pasando? —pregunta.
—Tu hermano me estaba hablando acerca de las
constelaciones —respondo.
Los ojos de Riden se abren considerablemente. Esa
historia debe de ser una de las típicas jugadas de Draxen.
—No habrá...
—¿No habrá qué? —pregunto.
—No habrás dejado que... —Ni siquiera es capaz de
soltarlo.
—Riden, no llevamos ni dos minutos aquí dentro.
Sacude la cabeza.
—Claro, claro. Pero ¿qué es lo que está haciendo ahora,
entonces? —Vuelve a abrir mucho los ojos—. ¡Dime que no
lo has matado!
Aunque me halaga que sepa que soy perfectamente
capaz de matar a Draxen, pongo los ojos en blanco
igualmente.
—No lo he matado.
—Entonces, ¿por qué no está gritando y soltando
blasfemias?
Ahí tiene toda la razón. Tendré que ser un poco sincera si
quiero salir de esta.
—Se le estaba poniendo la mano demasiado larga, así
que lo he dejado inconsciente.
Riden se relaja un poco. Me hace gracia que no se sienta
ofendido o preocupado por que haya noqueado a su
hermano. Mira hacia la puerta.
No puede entrar, de ninguna manera. No puedo explicar
por qué Draxen está desnudo si no me he acostado con él y,
bueno, tampoco quiero que piense que me he acostado con
él.
—¿Qué está pasando, Alosa? ¿Por qué has entrado ahí,
en primer lugar?
Tenemos que salir de aquí. Ahora mismo. No sé cuánto
tiempo tengo antes de que Draxen se despierte.
—¿Podemos hablar en algún otro lugar? —pregunto—.
¿En tu habitación, quizás? Responderé a todas tus
preguntas, es que hace frío aquí fuera.
Todavía me sigue mirando con recelo, pero finalmente
accede y pone rumbo hacia su camarote. Sus zancadas
tienen más ímpetu del habitual. Riden no se molesta en
utilizar la escalera y aterriza de un salto en la cubierta
principal. Los vigilantes nocturnos vuelven la cabeza para
ver cuál es la causa del ruido. Cuando Riden abre la puerta
de su habitación, no puedo evitar sonreír, está de mal
humor.
No obstante, mi diversión se desvanece casi al instante.
Tengo un problema gordo. Estoy haciendo un esfuerzo
inhumano por no entrar en pánico. Tal vez tendría que
volver y matar a Draxen. Sea como sea, todo acabará
yéndose al infierno de todas formas, y Draxen merece
morir.
Es solo que no estoy segura de ser capaz de hacerle esto
a Riden. Él quiere a su hermano, por alguna extraña razón,
y creo que se sentiría devastado con su muerte. Tal vez
incluso roto.
Pero ¿qué otra alternativa tengo? ¿Dónde más podría
estar el mapa? Si no está en el barco y Draxen no lo lleva
consigo...
Estoy justo mirando la espalda de Riden cuando me doy
cuenta.
¿Y si lo tiene Riden?
Después de registrar la habitación de Draxen el día que
me raptaron, mi siguiente pensamiento fue que quizás le
habría dado el mapa a Riden para que lo escondiera, pero
¿y si Riden lo tiene consigo? ¿Cómo he podido ser tan
lenta? He tenido muchas oportunidades para registrarlo. La
noche en la que usé mi canto para que se durmiera no lo
habría despertado ni un huracán.
Ahora supongo que tendré que noquearlo como he hecho
con Draxen. En realidad no puedo empeorarlo más de lo
que ya lo he hecho, ¿no? Ya he saboteado la misión. O
quizás no. Quizás cuando Draxen se despierte, se limitará a
llevarme de nuevo a mi celda, aunque lo dudo.
Ahora que estamos solos, Riden está de brazos cruzados,
expectante.
En cuanto golpeé a Draxen, solté mi parte de sirena. Me
acaba pasando factura mentalmente después de un rato. Es
difícil de explicar, pero me pierdo en otros si me centro en
sus sentimientos y deseos durante mucho tiempo. Los
acabo convirtiendo en propios y me olvido de quién soy. Es
aterrador. Mi padre solía forzarme para que pudiera
entender cuánto tiempo puedo soportar verme consumida
por los sentimientos de otros antes de empezar a ser como
ellos. Desde entonces, nunca me he vuelto a permitir
sobrepasar esa línea.
Por si eso fuera poco, también tengo que lidiar con los
efectos a corto plazo. Es decir, los sentimientos que me
provoca el mundo sobrenatural. Odio que los sentimientos
de los demás se vuelvan claros como el agua. No son míos,
y no me gusta sentirlos ni percibirlos. Además, no me hace
falta leer a Riden. Simplemente debo tener cuidado, porque
ya sospecha y se siente confundido.
Si quiero pillarlo por sorpresa, necesito que primero se
relaje, que hablemos. Tendré que decirle mentiras
mezcladas con verdades.
—Estoy preocupada, Riden —empiezo—. Puede parecer
que mi padre se preocupa por mí, que está ansioso por
tenerme de vuelta a cambio del rescate, pero estará furioso
conmigo.
—¿Por qué? —pregunta.
—Por haber sido capturada, eso para empezar. Pensará
que he sido una descuidada y una estúpida y luego se
enfurecerá por el dinero que pierda como resultado de ello.
Yo... yo no sé qué me hará cuando me recupere.
Riden dirige su mirada a mis piernas. Sin duda recuerda
las cicatrices que vio allí en su día.
—Me lo creo, pero ¿a qué ha venido todo lo que ha
pasado allí? —Señala con el pulgar en dirección a la
cubierta.
Su rostro se endurece.
—Intentaba captar la atención de Draxen, necesitaba
hablar con él acerca de ello. Pensaba que quizás podíamos
llegar a alguna solución, idear un plan para que él
consiguiera su dinero y yo pudiera ser libre.
—¿Y bien?
—A Draxen no le interesaba hablar conmigo.
Riden se estremece ante la idea. Se lleva la mano a la
cara y se rasca la nuca.
—Hablaré con él.
No tengo que fingir mi asombro.
—¿Sobre qué?
—Estoy seguro de que existe alguna forma para que
podamos conseguir el dinero y tu libertad. Tendrás que
revelarnos toda la información que te has estado
guardando, pero no tienes por qué volver con tu padre.
Me río ligeramente, dubitativa.
—¿Adónde iría?
—A cualquier parte.
—Me encontrará donde quiera que vaya.
—Entonces no te vayas, quédate.
Riden se queda con la boca abierta, sorprendido por su
propia respuesta.
—¿Quedarme? ¿Por qué iba a hacer eso?
—No sé por qué lo he dicho. Olvídalo.
Parece muy incómodo, probablemente desearía que se lo
tragara la tierra.
Tengo que actuar con rapidez. ¿Cómo voy a conseguir
darle un golpe limpio en la cabeza? ¿Y qué objeto puedo
utilizar? Riden se ha llevado todas las armas de la
habitación, y está claro que aún tiene sus sospechas debido
a todo lo que ha sucedido con Draxen.
La situación no da lugar a muchas opciones. Es difícil
pensar de forma clara cuando todo se está desmoronando.
Por ahora, debo hacer que siga hablando. Ya se me acabará
ocurriendo algo.
—Lo has dicho porque lo estabas pensando —digo.
—No es verdad.
—¿En serio?, ¿se le ha ocurrido a tu boca solita?
—Es muy talentosa.
—Sí, lo sé muy bien. —Podría abofetearme a mí misma
por lo que acabo de decir, pero tengo que hacer que siga
hablando. Necesito pensar.
Riden me lanza una sonrisa cómplice.
—Probablemente deberíamos hablar de eso.
—¿Sobre qué? —pregunto con demasiada inocencia como
para resultar creíble.
—Ya lo sabes.
Han pasado ya un par de semanas. ¿Por qué querría
hablar sobre ello ahora? Es más, es un pirata, ¿por qué iba
a querer hablar de ello en absoluto?
—¿Qué tienes que decir exactamente al respecto? —
pregunto, más curiosa que nunca.
Riden no dice nada. Veo cómo se limita a buscar las
palabras exactas, sin éxito.
—Te lo explico yo, es muy simple —le digo—. Soy la
prisionera de este barco, y también soy la única mujer que
hay aquí. Tú te sentías un poco solo y a mí se me fue un
poco la olla. Eso es todo. Fue una estupidez, pero lo que
pasó, pasó, así que superémoslo.
¿Debería estrellarlo contra la pared? Si lo hago, Riden
caería inconsciente, igual que Draxen, pero si me ve hacer
eso, sospechará demasiado de mí una vez se recupere.
¿Cuántas mujeres tienen la fuerza necesaria como para
hacer eso? Riden ya sabe que escondo algo. ¿Y si acaba
descubriendo lo que es?
Debe de estar invadiéndome la paranoia. Necesito
dormir más.
—No lo creo.
—¿El qué? —pregunto volviendo a la conversación.
Riden sabe que he oído lo que ha dicho, así que no se
molesta en repetirlo.
¿Se ha acostumbrado tanto a discutir conmigo que ahora
ya no sabe hacer otra cosa? ¿Incluso aunque yo esté
diciendo la verdad? ¿Por qué sigue insistiendo tan
obstinadamente sobre la cuestión?
Decido hacer trampas. Ahora mismo, mi curiosidad es
más poderosa que mi repugnancia y aún me queda mucho
tiempo antes de perderme en los sentimientos ajenos.
Me centro en Riden, en su mente y en su corazón. Noto
su frustración hacia él mismo y hacia mí. Simplemente
desconozco la razón. Sé percibir sentimientos y deseos,
pero no soy capaz de leer las mentes, por muy útil que
pudiera resultarme. Nunca conozco los motivos tras las
intenciones de la gente.
Lo único que sé es que Riden quiere besarme otra vez; es
su mayor deseo en estos momentos, y no puede
escondérmelo. Puedo sentir su emoción como propia.
Aunque tengo claro que se siente así porque lleva mucho
tiempo sin estar a solas con una mujer, podría
aprovecharme de su emoción.
Mejor me olvido de lo de noquearlo. Necesito que el
mayor deseo de Riden sea dormir. Una vez se duerma,
puedo mantenerlo en ese estado mediante mi canto. Me
queda suficiente como para hacer eso.
Pero solamente hay una forma de cambiar sus deseos.
Tengo que concederle el primero para que se sienta
satisfecho y piense en otro.
Trago saliva. Por alguna razón, me excito solo con
pensarlo. Será por la emoción del juego.
Vamos a ver, ¿cómo empezar con esto?
—¿No estás de acuerdo? —pregunto—. Entonces, ¿qué
crees que ocurrió?
Un gris profundo, color tormenta lo rodea. Se siente
culpable. Tiene que ser por la traición hacia su hermano,
sin duda. Quiere que le apacigüen la culpa y conseguir lo
que desea sin afrontar las consecuencias que eso entraña.
Típico de un pirata.
Ninguna responsabilidad. Solo deseo egoísta.
—Yo creo —dice Riden finalmente— que aquí hay algo
más de lo que ambos estamos dispuestos a admitir.
—¿Más de qué?
Su frustración estalla a la par que su deseo. Me resulta
curioso que ambos sentimientos estén ligados, pero ya no
aguanto más, es hora de volver a soltar a la sirena.
—¿Qué acabas de hacer? —me pregunta.
Arqueo una ceja.
—¿A qué te refieres?
—Tú... acabas de cambiar. Me había parecido que
estabas ida por un momento, pero pensaba que me lo
estaba imaginando. Ahora vuelves a parecer tú misma de
nuevo.
Nunca antes nadie había sido capaz de identificar
cuándo uso mis habilidades. Es imposible que Riden haya
notado la diferencia realmente, ¿verdad?
—Bien, Riden, si para algo nos ha servido esta
conversación, es para saber que, claramente, no estás en tu
mejor momento. Tal vez deberías descansar un poco.
—En lo último que pienso ahora es en dormir.
Lo sé, pero necesito hacer que se vaya a la cama.
—Te tienes que relajar, mira, siéntate. —Me siento en la
cama y doy una palmadita en la cama a mi lado.
Parece sentirse en conflicto, dolido. Quizás no tendría
que haber abandonado tan pronto la parte de sirena. Pero
no me forzaré a volver a sacarla esta noche. Tendría que
estar realmente desesperada para hacerlo.
—No te preocupes, no te haré daño —le digo.
Riden se burla.
—Como si pudieras.
Le señalo en el punto en el que le corté cuando
estábamos en la isla.
—Te dejé hacerme eso.
—Por supuesto, porque eres tan audaz y valiente... Ven a
sentarte, incluso los piratas afligidos como tú necesitan un
descanso.
Finalmente acaba cediendo. Sin embargo, no me mira, y
se asegura de que hay una distancia prudente entre
nosotros en la cama. Me sorprende que lo haga, teniendo
en cuenta que sé lo que en realidad quiere. Estará
intentando mantenerse alejado de la tentación. Si así lo
hubiese querido, no me habría dejado su cama, cosa que ya
se podría considerar como una invitación.
—Imagino lo estresante que debe de ser para ti ser el
primer oficial —le digo.
—¿Y por qué lo piensas?
—Porque no eres el capitán. Yo no podría soportar ser
primer oficial, siempre tengo que hacer las cosas a mi
manera.
Se ríe.
—Me gusta la libertad que eso me da —continúo—. Tú
pareces querer más libertad.
—¿Tan fácil soy de leer?
No he tenido que usar mis poderes para darme cuenta de
eso. Riden es más fácil de leer para mí que otras personas.
—A veces, aquí pasan más cosas de las que dices —digo
dándole un golpecito con mi dedo en la cabeza.
Por fin, se gira hacia mí tras el contacto físico.
—¿Cómo es que sabes tanto? ¿Cómo eres tan... tú?
—Soy yo porque he elegido serlo. Soy lo que quiero ser.
Hay quien dice que debemos encontrarnos a nosotros
mismos. No, yo creo que nos creamos a nosotros mismos
para ser lo que queremos. Todo aquello que no nos guste
de nosotros se puede cambiar si hacemos un esfuerzo.
Quizás me he pasado con esto último, pero Riden se lo
traga. Sus ojos están encendidos. Son de un precioso color
marrón.
Estiro el brazo y lo agarro de la mano.
—¿Qué estás haciendo?
—Nada. Quería tocarte y eso he hecho.
—¿Así de simple?
—Así de simple.
—Quiero volver a besarte.
—¿Y por qué no lo haces?
—Porque no puedo ayudarte. Lo único que puedo hacer
es obtener algo de ti sin devolverte nada a cambio.
Me quedo sin palabras por su honestidad. Quizás no por
su honestidad, sino por la sinceridad y desapego en sus
palabras. Nunca he oído a un pirata decir algo así. No está
bien, es incómodo. Casi me hace sentir culpable por estar
engañándolo.
Solo casi.
Me deslizo hacia él, muevo mi mano hacia su rostro y
susurro:
—Pero sí me estás dando algo. Me estás distrayendo del
destino que me espera, y eso es más de lo que podría haber
esperado.
Me inclino hacia delante y pongo mis labios en los suyos.
Más que devolverme el beso, coloca su mano en mi pelo y
pronuncia mi nombre suavemente, con un deje de
desesperación.
Sé que esto es lo que quiere, yo solo tengo que hacer que
se abandone a su deseo.
Alzo las piernas y las deslizo sobre su regazo para, así
también, atraerlo más cerca de mí.
Aunque me moriría de vergüenza si alguien de mi
tripulación supiera que he dicho esto, añado:
—Por favor, Riden. Deseo esto. ¿Tú no?
Eso da resultado. Por fin noto cómo sus labios se
empiezan a mover bajo los míos. Me besa dulce, inseguro.
Poco habitual en Riden, que siempre ha parecido muy
seguro de sí mismo. Puede que necesite un empujón más.
Voy trazando la forma de su labio superior con la punta
de mi lengua.
El cambio es instantáneo. Antes de que consiga darme
cuenta, tiene su mano colocada en mi nuca y la otra en un
lado de mi muslo. Muevo mis labios hasta su cuello, para
provocarlo en los lugares indicados y hacer que su corazón
lata incluso más rápido.
Pero ya no quiere que sea solo yo la que se divierta.
Coloca una mano en mi barbilla y vuelve a hacer que
nuestros labios se unan. Toma el control del beso,
marcando su propio ritmo. Le dejo hacer, le doy la
sensación de tener el control; siento que es lo que necesito
si quiero conseguir que haga lo que quiero.
Riden se quita el abrigo. Obviamente, la cosa se está
empezando a calentar. Está bien que se lo haya quitado,
una cosa menos que tendré que hacer.
Por un momento, me permito dejarme atrapar por el
beso. Lo estoy haciendo solo para cumplir con mi objetivo,
pero no puedo evitar pensar en lo diferente que es besar a
Riden en comparación con su hermano. Con Draxen me
sentía mal, él es un amante egoísta. Eso ha quedado más
que demostrado.
Y con Riden en cambio...
Con él es diferente.
Riden sabe dónde acariciar mi piel para hacerme sentir
más viva. Me tiene casi jadeando con el contacto de sus
labios. Suspiro cuando sus dientes pellizcan la piel de mi
garganta.
Riden me tumba en la cama. Sujeto la parte de abajo de
su camisa y tiro hacia arriba. Me ayuda a sacársela por
encima de la cabeza antes de arrojarla al suelo. Sin
embargo, tomo nota de dónde aterriza exactamente. Los
bolsillos secretos se pueden coser en cualquier lugar.
El plan era darle a Riden un poco de lo que quería, hacer
que se sintiera menos frustrado para que tuviera ganas de
dormir. Ahora me doy cuenta de que quizás este no haya
sido el mejor plan. Puede que incluso nunca fuera un plan
de verdad, sino una forma de justificarme para besarlo de
nuevo.
Al menos tendré que quitarle menos ropa cuando esté
inconsciente. Los hombres pesan.
Pero ¿qué se supone que tengo que hacer con lo que está
pasando ahora?
Riden tantea con los dedos el cordón que ata uno de los
lados de mi corsé. No consigue desatarlo y eso me pone
nerviosa. ¿No se da cuenta de que no puede hacerlo tan a
la ligera? No está en la posición adecuada.
Mi estómago arde de emoción y mi mente lucha contra
ese sentimiento.
«Draxen está inconsciente. No tienes mucho tiempo.»
Sin embargo, las manos de Riden son tan suaves y
cálidas que no quiero que deje de tocarme.
«Tienes que encontrar el mapa ya. Piensa en lo que
padre hará contigo si fracasas.»
Pero con solo pensar en los labios de Riden, me derrito.
Podría quedarme para siempre en sus brazos.
«Alosa, ¿acaso te has olvidado de tu deseo de convertirte
en la reina pirata? Hay una isla llena de tesoros ahí fuera.
Consigue el mapa y todo encajará en su sitio.»
Es verdad. Maldita sea.
Esto debe de ser lo más imprudente que he hecho en
este barco desde que llegué, pero tengo que actuar antes
de que Draxen se despierte y antes de dejarme llevar por el
momento.
Me queda poco canto, pero tendrá que bastar.
Saco lo que me queda. Una sola nota. Eso es todo.
Por suerte para mí, Riden está ya tan en sintonía
conmigo que cae rendido en la cama en un instante. Es
imposible que el efecto dure mucho. Estaba casi vacía.
Mi respiración sigue yendo a la velocidad del viento. Ese
ha sido un movimiento muy estúpido por mi parte. Aunque
me quedaba suficiente canto como para dormir a Riden, no
me quedaba el suficiente como para hacer que olvidara lo
ocurrido. Se acordará de que le he cantado.
Pero una vez me haga con el mapa, puedo marcharme de
este barco, y ya todo dará igual. Padre tomará la Nómada
Nocturna y matará a toda la tripulación. No quedará nadie
para contarlo.
Un tablón de madera cruje y mis ojos vuelan hacia la
puerta, pero niego con la cabeza y miró rápidamente hacia
otro lado; el barco es viejo y la madera cruje.
Aunque el tiempo apremia, tengo que tomarme unos
segundos para respirar. El corazón me late a un ritmo
inverosímil.
Finalmente, me pongo a revisar su abrigo y su camisa,
paso mis dedos por la tela varias veces. No sé muy bien si
estoy o no decepcionada al darme cuenta de que seguro
que no está en ninguno de los dos sitios.
Ahora solo me quedan por revisar las botas y las mallas.
Y los pantalones. Total, Riden esperaba quitárselos de todas
formas.
Me apresuro a quitarle el resto de la ropa. Sin embargo,
en esta ocasión, no me esfuerzo por apartar la mirada como
hice con Draxen. He estado atrapada en este barco durante
mucho tiempo y esto es lo mínimo que merezco.
La emoción del momento se desvanece pronto, justo
cuando llego a una conclusión ineludible: el mapa no está
aquí. He vuelto a equivocarme.
Maldita sea, ¿dónde más podría estar? He revisado
absolutamente todo. Es imposible que Draxen lo haya
escondido en tierra. Correría el riesgo de perderlo o de
olvidarse de dónde lo había colocado. Nadie querría tener
que trazar un mapa para tener que encontrar otro mapa.
Trato de respirar profundamente, pero tengo que
alejarme del cuerpo desnudo de Riden para poder hacerlo.
Ahora bien, padre no podrá culparme si el mapa,
sencillamente, ni siquiera se encuentra en el barco,
¿verdad?
Pero yo lo conozco bien, y sé que culpará al primero que
pille, que seré yo, una vez que le dé las noticias. ¿Quién
sabe qué castigo me tocará esta vez? Encerrarme en una
celda durante un mes, azotes diarios en cubierta. Dejarme
una semana sin comer.
No es culpa mía. El mapa no está dentro del barco.
No está dentro de este barco.
Dentro.
Mi mente no para de dar vueltas. Sí, he mirado en cada
rincón.
Pero ¿y si estuviera en la parte exterior de la nave?
Capítulo 15

¿Cuántas revelaciones puede llegar a tener una persona


antes de llegar a la correcta?
Cierro los ojos tratando de visualizar cómo es la Nómada
Nocturna por fuera.
Poco más de dieciocho metros. Está hecho de un
conglomerado de roble y madera de cedro. Tres velas. Popa
redondeada. Sin embargo, todo esto no es lo que me
interesa.
El bauprés se extiende delante del barco y tiene una
longitud de unos seis metros. Justo debajo, tallada en la
misma mezcla de maderas, se encuentra la figura de una
mujer a tamaño natural; es hermosa, lleva el pelo largo,
suelto, y sus ojos son grandes y vidriosos, probablemente
estén hechos de cristal real. Sin embargo, es el vestido lo
que me lleva a pensar que la figura representa a una
sirena.
Lleva puesto un vestido largo que simula estar
ondulando bajo el agua. También parece completamente
ligera, a juzgar por la forma en la que sus piernas están
despegadas del barco. Solo está unida por la espalda, y se
eleva por encima del agua.
Mientras me apresuro a salir de la habitación de Riden,
siento como si todo el futuro estuviera en mis manos. Me
escabullo por el barco hasta topar con una cuerda larga y
resistente. Ato un nudo de bolina a la barandilla de la proa
del barco.
Desciendo sin esfuerzo hasta quedar suspendida delante
del gran rostro de la sirena. Mis muñecas están casi
curadas del todo después de haber estado colgada frente a
los piratas durante un día entero. Ya no me molestan
apenas. Además, me preocupa más encontrar el mapa
rápidamente. Sentir un poco de dolor ahora no se podrá
comparar con lo que me ocurriría si fracasara.
Voy pasando las manos sobre la madera de la que está
hecha su piel, en busca de ranuras ocultas, botones
secretos o cualquier otra cosa escondida. Noto un surco
justo donde empieza el pelo, pero resulta ser únicamente
una hendidura de la madera. Aun así, mi corazón se ha
acelerado ante la posibilidad de haber dado con algo. Al ser
una falsa alarma, ya ha vuelto a su estado normal.
¿Es posible que el linaje de Jeskor se despreocupara del
mapa? ¿A lo largo de los siglos acabaron perdiéndolo?
Riden dice que su padre se volvió dejado. Puede que
apostara el mapa, lo cual lo haría prácticamente imposible
de encontrar.
Oigo unos ligeros pasos en cubierta, pero probablemente
sean los vigilantes a los que he tenido que esquivar para
llegar aquí abajo.
¿Cómo es posible que todo lo que ha pasado no haya
servido para nada? He sido secuestrada, interrogada,
torturada y me he visto obligada a interpretar papeles
horriblemente degradantes para conseguir lo que quiero.
Estoy tan enfadada que empiezo a balancearme guiada
por una creciente frustración. Mi cuerpo está contraído y
me voy moviendo, haciendo oscilar la cuerda a la que me
aferro.
¿Qué ha sido eso?
Juraría que he captado un destello de algo en sus ojos.
Me inclino hacia delante, haciendo que la cuerda se
balancee de nuevo.
Vuelve a aparecer el mismo destello. El ojo izquierdo
parece más oscuro que el derecho desde este ángulo.
Puedo sentir cómo mi sangre palpita bajo la piel, y cómo
me late el corazón en las sienes. Me agacho para agarrar la
cuerda más abajo, la ato varias veces alrededor de mi pie y
después sujeto el extremo con mi barbilla. Voy a necesitar
ambas manos para hacer esto.
Aún tengo la daga en la bota. Riden no me la ha pedido
ni una sola vez. Se habrá olvidado de ella.
Clavo la hoja entre el cristal y la madera a la vez que
ejerzo presión en diagonal. El cristal se desprende. Consigo
atraparlo de milagro antes de que caiga al agua.
Le doy la vuelta y compruebo que, claramente, han
introducido un trozo de pergamino aquí dentro. Es
imposible que no sea lo que estoy buscando, ¿no?
—Por fin —digo sin aliento.
Ladeo la cabeza y observo el rostro tuerto de la sirena.
—Lo siento, pero tengo que coger esto.
El ojo ocupa lo mismo que una manzana grande,
aproximadamente. Aun así, consigo meterlo en uno de mis
bolsillos para poder subir por la cuerda.
Estoy sonriendo mientras rebaso el borde de la
embarcación y caigo sobre cubierta.
Pero luego miro hacia arriba.
No estoy sola. Ni mucho menos.
Parece ser que toda la tripulación está en cubierta,
incluyendo a Draxen y a Riden, con ropa.
Ay, madre.
—Bueno, bueno, ¿a quién tenemos por aquí? —Draxen
arrastra las palabras. Es difícil saber cuál es su estado de
ánimo. Por un lado, parece satisfecho de haberme
encontrado, pero por otro lado, no. Al fin y al cabo, lo he
dejado desnudo e inconsciente en su cuarto.
—Nuestra pequeña prisionera, ¿o quizás el término
«ladrona» le pegue más?
—¿Ladrona? —pregunto entre confundida y enfadada.
—O bien eres una ladrona o bien una prostituta,
princesa. Son los únicos calificativos que sirven para
explicar el estado en el que nos has dejado a los dos.
—Creo que lo único que os he robado a ambos ha sido la
dignidad y, quizás, la reputación.
Riden baja los párpados. Si cuando vine a este barco
pensaba que me odiaba, no es nada comparado con lo que
ahora opina sobre mí. Da un paso al frente.
—Gira tus bolsillos —ordena Riden.
Me vuelvo hacia él. Está haciendo un gran esfuerzo por
llevar una máscara, aunque en su cara asoma un
sentimiento. ¿Decepción?, ¿enfado?, ¿incluso una pizca de
tristeza, quizás?
¿Le provoco yo ese sentimiento?
Draxen saca su espada.
—¿Que gire sus bolsillos? ¿Y por qué no hacemos que la
princesa se quite la ropa para que podamos inspeccionarla
adecuadamente?
Unos cuantos hombres silban, pero no me preocupa.
Saltaría por la borda antes de dejar que ocurriera eso.
Riden intenta solventarlo por su cuenta.
—Entréganoslo, Alosa.
—¿El qué os tengo que entregar?
—Ay, no seas tonta, mocosa. Sabemos que has
encontrado el mapa.
—Acabo de arreglármelas para hacer algunos agujeros
cerca de la parte inferior de la embarcación. Estoy
planeando hundiros a todos.
Draxen intenta avanzar de nuevo hacia mí, pero Riden se
adelanta.
Me susurra:
—No sé por qué aún sigo intentando protegerte, pero
que sepas que mi hermano está de tan mal humor, que ni
siquiera yo soy capaz de calmarlo. Entrégamelo ahora.
—No tengo...
Sin embargo, debe de haber visto el bulto que hay en mi
ropa, y consigue meter la mano en mi bolsillo antes de que
consiga detenerlo.
No, no, no.
Riden me quita el ojo de cristal. Lo estudia con
detenimiento. Veo el momento preciso en el que se da
cuenta de que el mapa está dentro. Asiente satisfecho y da
un paso hacia atrás para entregarle el objeto a su hermano.
El mapa es suficiente para calmar un poco a Draxen.
—Por fin —dice.
—Espera —digo dándome cuenta de algo, a juzgar por la
reacción de Draxen—. ¿Sí sabíais de la existencia del mapa,
pero no dónde estaba?
—No teníamos ni idea —dice alegremente
restregándome cada detalle por la cara—. Te raptamos
para atrapar al Rey Pirata y así poder poner nuestras
zarpas en su parte del mapa. Que hayas encontrado
nuestra propia parte del mapa ha sido un hecho fortuito.
Me quedo mirándolos boquiabierta a modo de respuesta.
—Pero ¿cómo sabíais que estaba buscándolo?
—Riden empezó a sospechar hace mucho. ¿De verdad
creías que estabas teniendo tanto cuidado? Tus incursiones
nocturnas, tus falsas huidas patéticas, la temeridad con la
que te has comportado en este barco... Solo una mujer que
de verdad quisiera estar aquí sería capaz de no mostrar ni
un ápice de miedo delante de piratas enemigos.
Eso no es verdad en absoluto. No me conocen ni saben lo
que haría o dejaría de hacer en una situación determinada.
No obstante, la poca deferencia de Draxen hacia mí no es
lo que más me duele. Es que Riden me venda.
Yo sabía que él estaba interpretando un papel, que
pretendía ser mi protector algunas veces. En el fondo, sé
que así tenía que ser, pero duele de todas formas. ¿Puedo
siquiera llamarlo traición? ¿Cómo es posible haber sido
traicionada por alguien que, ya para empezar, nunca ha
estado de mi lado?
Mi misión era conseguir el mapa sin que nadie se diera
cuenta. Tras ello tenía que llevar el barco al punto de
encuentro.
Aunque ya esté llevando a cabo la segunda parte, he
fallado estrepitosamente con la primera.
—Llevadla a mi habitación, caballeros —dice Draxen—.
Ya es hora de que alguien se divierta de verdad con ella.
Frunzo el ceño, pero después me doy cuenta de que esto
juega a mi favor. Luchar contra Draxen a solas mientras los
hombres se calman es mucho más fácil que intentar hacerlo
contra todos a la vez.
Tres hombres se encargan de llevarme. Tengo a uno
sujetándome de cada brazo y, el tercero, de las piernas.
Hago como si quisiera zafarme de ellos, pero no grito. Una
promesa es una promesa, y le prometí a Draxen que nunca
me oiría gritar.
Draxen le da el mapa a su hermano para que lo custodie,
este se guarda el ojo de cristal en el bolsillo y, después,
ayuda a los hombres a escoltarme. Apuesto a que lo está
disfrutando. La especialidad de Riden es darle a su
hermano lo que quiere: primero el mapa y luego a mí.
Draxen deja de pretender que me está reteniendo para
obtener un rescate. Ya no hace falta seguir jugando limpio.
Me arrojan dentro de la habitación sin ningún tipo de
consideración o delicadeza. Riden se queda junto a la
puerta. Aparentemente, quiere quedarse a solas conmigo
antes de que llegue su hermano.
Pero yo no quiero que eso ocurra.
—Largo de aquí —digo—. Ya has hecho suficiente.
Permanece calmado y centrado.
—¿Aún tienes el cuchillo en la bota?
Me río y exhalo incrédula.
—Por supuesto que no.
—Bien. No lo pierdas de vista. Pero, por favor, úsalo solo
si te ves obligada. Sigue siendo mi hermano, no lo mates.
—Ya estás demasiado acostumbrado a mis mentiras,
¿verdad? ¿Sabes discernir la realidad de la ficción? ¿Qué
estás haciendo, Riden?, ¿a qué juegas? Estoy harta de
intentar descifrarte. Justo cuando pienso que ya te tengo
calado, haces algo más que me irrita. ¿Para quién estás
montando este espectáculo?
—No hay tiempo para esto, Alosa. Intenta liberarte y
escapar de aquí si puedes. Es lo máximo que puedo hacer
por ti. El mapa, para mi hermano; la libertad, para ti. Por
favor te lo pido, no lo mates.
—Te estás arriesgando mucho con esto, Riden. ¿Qué pasa
si Draxen puede conmigo? ¿Cómo te sentirías al respecto?
—Oh, por favor. Ambos sabemos que escondes más que
tus intenciones de querer hacerte con el mapa. Eres hábil,
Alosa. Más de lo que podría llegar a ser cualquier humana.
Ningún hombre sería capaz de derrotarte. No sé lo que
eres, solo sé que te has metido en mi cabeza de alguna
forma. Y conseguiste hechizar a toda la tripulación el otro
día. Aún estoy tratando de averiguar por qué no nos has
matado a todos aún.
La puerta se abre y entra Draxen dando grandes
zancadas.
—Déjanos solos —ordena de forma tan rápida como
enérgica.
Riden obedece y luego me lanza una última mirada
suplicante que dice: «No lo mates».
Sigo estancada en las palabras de Riden: «Más de lo que
podría llegar a ser cualquier humana». Lo sabe. Ya sabía
que se acordaría de que lo había dormido a través de mi
canto, pero ¿era mucho esperar que creyera que había sido
todo una coincidencia?
Pero, entonces, ¿por qué no se lo ha dicho a Draxen? O
más bien, ¿por qué no le ha advertido? Esto probablemente
no debería importar, pero importa. No sé cómo me siento
acerca de que Riden haya descubierto mi secreto, o parte
de él, al menos.
Todavía sigo desconcertada por todo el asunto, cuando
Draxen me empotra contra la pared de su habitación.
—Voy a disfrutar de esto. Si hubieras acabado lo que
empezaste la última vez, te lo habría hecho bien, pero
ahora no. Ahora te voy a hacer gritar.
—En realidad, Draxen —digo luchando contra su peso—,
no lo harás.
Se ríe mientras intenta forzarme para llevarme a su
cama.
—Llevo mucho tiempo queriendo hacer esto.
—Yo también.
Draxen apoya mi espalda contra la pared. Sus brazos
están en mis hombros. Consigo levantar mis piernas hasta
llegar a su estómago y me ayudo de la pared para
estabilizarme. Mi golpe es suficiente como para que se
aleje considerablemente dando tumbos.
Aterrizo en el suelo dolorida. Mi mente viaja
rápidamente al momento en el que Draxen me interrogó en
esta habitación. Todavía hay restos de mi sangre seca en
este suelo. Draxen me pegó una y otra vez para que le diera
las coordenadas de mi padre.
Siempre me he movido por el principio del «ojo por ojo».
Lanzo mi puño derecho contra un lado de su cara. No
tengo por qué contenerme ahora, y no lo haré. Le doy con
todas mis fuerzas. Sé que el golpe ha sido seguro y
contundente cuando siento el consiguiente escozor en los
nudillos. Después de haber estado encerrada y
conteniéndome durante tanto tiempo, esto es pura
felicidad. Una felicidad dolorosa.
Draxen gruñe con el impacto. Está aún confuso cuando le
profiero un segundo golpe con mi puño izquierdo.
—¿Cómo te sienta esto, Draxen? —siseo—. Tranquilo,
aún no hemos acabado.
Draxen refunfuña mientras intenta ver lo que está
pasando delante de él. Avanza e intenta golpearme con sus
propios puños. Sin embargo, tras esquivarlo una vez y
pegarle dos veces más, lo tiro al suelo.
Articula unos cuantos insultos, exhausto.
Aún no he terminado con él.
—Me amenazaste con cortarme el pelo, ¿qué clase de
escoria asquerosa hace eso?, ¿qué tal si te corto algo que
tú valoras, Draxen?
Toma una gran bocanada de aire. Estaba claro que esta
amenaza iba a provocar que quisiera gritar en busca de
ayuda, cosa que no me puedo permitir. Así que le doy una
patada en la cara dejándolo inconsciente.
Me saco el cuchillo de la bota. ¿Qué tendría que quitarle?
¿Una oreja? ¿Un dedo? ¿Algo que esté más abajo? Me
estremezco ante tal pensamiento, es demasiado asqueroso.
Quizás tendría que clavárselo en el corazón y acabar con
esto.
Sin embargo, la voz de Riden se me mete de nuevo en la
cabeza: «Por favor, no lo mates».
Nunca he tenido un hermano. No sé qué sentiría por él si
lo tuviera, especialmente si se comportara como Draxen.
Creo que lo mataría igualmente.
¿Qué más me da lo que piense Riden? Sería el único que
sufriría por esto; Draxen no sentiría nada y los piratas bajo
su mando podrían encontrar fácilmente otra tripulación de
la que formar parte. De todas formas, la mayoría de ellos
parece mostrar más lealtad a Riden que a su propio
capitán. Lord Jeskor no está aquí para cobrarse su
venganza, aunque puede que Riden sí. Supongo que incluso
podría reunir a la tripulación para que se unieran a él.
No tengo miedo.
Me arrodillo y me quedo mirando la daga. La daga que
Riden me ha permitido quedarme. Sabe que la tengo. Lo
lleva sabiendo hace mucho tiempo. No obstante, ha
confiado en que no abuse de ella. Es su «regalo de
protección» para mí. Me quitó el resto de mis pertenencias,
pero me dejó conservar esto de buena fe.
¿Y va y confía en mí lo suficiente como para que no mate
a su hermano?
Menudo tonto.
Me coloco por encima del pecho de Draxen y visualizo
cómo el cuchillo se hundiría. Imagino la resistencia que
opondrían la piel y las entrañas y escucho cómo sonaría el
cuchillo atravesando las costillas.
Pero no importa cuántas veces lo piense, parece que no
puedo hacer que mi mano descienda.
Por mucho que intente con todas mis fuerzas no sentirme
condicionada por Riden, no puedo llevar a cabo la simple
tarea de matar a su cruel hermano.
He matado a cientos de hombres. ¿Por qué no matar a
este?
Maldito Riden.
Intento hacerme sentir mejor a mí misma pensando que
no vale la pena perder el tiempo matándolo. Por supuesto,
he desperdiciado más de un minuto en lo que llevo aquí
sentada pensándomelo. Pero qué más da.
Tengo que hacerme con el mapa.
Debo encontrar a Riden.
Capítulo 16

Con mucha cautela, asomo la cabeza fuera de la habitación


de Draxen.
No veo a nadie desde donde estoy, pero está
oscureciendo, así que es difícil afirmarlo con certeza. No
hay nadie al timón porque no nos estamos moviendo.
Draxen está esperando el momento más indicado,
probablemente esté trazando (si es que no lo ha hecho ya)
algún plan para infiltrarse en la fortaleza de mi padre. Da
igual lo que haya planeado, no llegará lejos.
Mi padre tendrá espías por todas partes. Puede que
incluso ya hayan avistado el barco. En los últimos días,
hemos ido atravesado diferentes islas pequeñas vacías en
las que se encontraban ellos; mi padre eligió una de las
más grandes como punto de encuentro. Debemos de estar a
pocas horas de navegación de ella.
Llego a la cubierta principal y echo otro vistazo
alrededor. Hay movimiento por babor. Doy unos cuantos
pasos más y me percato de que se trata de Riden, que está
preparando un barco.
—¿Lo has matado? —Es lo primero que me pregunta.
—Sorprendentemente, no. De nada.
—Gracias. Significa más de lo que puedo llegar a
expresar.
Me encojo de hombros.
—¿Se supone que eso es para mí? —pregunto señalando
el barco que está bajando al agua.
—Sí, le he ordenado a la tripulación que vayan bajo
cubierta. Tienes tiempo suficiente como para llegar a la
fortaleza de tu padre. La única cosa más que te voy a pedir
es que nos des algo de ventaja antes de enviar al Rey Pirata
a por nosotros.
—Si le dijera a mi padre que fuera a por vosotros, daría
igual cuánta ventaja tuvierais. La única razón por la que no
estáis todos muertos ya es porque no os estaba buscando.
Riden levanta la vista de la cuerda que hay en sus
manos.
—¿Qué quieres decir? ¿Insinúas que...?
—Mi captura fue toda una farsa.
La mirada que me lanza no tiene precio.
—Pero yo pensaba que habías decidido aprovechar tu
secuestro para registrar el barco.
—Me temo que no. El secuestro estaba planeado desde el
principio. Mi padre lo ordenó.
El rostro de Riden es todo confusión.
—¿Por qué iba a enviar el Rey Pirata a su única heredera
en una misión tan peligrosa?
—Porque soy la única persona en quien confía para
conseguirlo. Tengo ciertas habilidades que otros no tienen.
Riden suelta la cuerda. El barco debe de haber llegado al
agua.
—¿Y estás usándolas ahora? ¿Es esa la razón por la que
estoy haciendo esto?, ¿por la cual te estoy ayudando?
—Si así fuera, ya me habrías dado el mapa. Ya que estás
esforzándote tanto por ocultármelo, puedes estar seguro de
que sigues manteniendo el control sobre tu mente.
—Tus ojos han cambiado —dice, aparentemente al azar.
—¿Cómo?
—Antes eran azules y ahora son verdes.
Es terriblemente perceptivo. Mis ojos son azules cuando
llevo la fuerza del mar conmigo. Cuando todo acaba,
vuelven a ser verdes.
—Mis ojos son azul verdoso —afirmo.
—No. Definitivamente han cambiado. —Se apoya en la
barandilla, y parece sorprendentemente impávido—. ¿Qué
eres?
—Como si te lo fuera a decir.
—¿Eres una sirena?
Me estremezco ante esa palabra. Es extraño oírla de su
boca.
—No exactamente.
—Tu madre es una sirena. Es aquella historia, el rumor
ese de que tu padre había sido el único que se había
acostado con una sirena y había sobrevivido... es cierto.
¿Sirve de algo negarlo? Mi padre pronto atacará esta
nave de todos modos.
—Sí.
—Pero ¿por qué eres como eres? Las sirenas dependen
de los hombres para sobrevivir, pero siempre dan a luz a
otras sirenas. Esto quiere decir que tú eres más humana
que criatura marina, ¿no?
—Esa es una excelente pregunta. Tienes razón, no soy
una sirena del todo, sino más bien mitad sirena, mitad
humana. Y hay una circunstancia especial en torno a mi
nacimiento. Te diré lo que es si me dices dónde has
escondido el mapa.
—Por muy tentador que pueda sonar, no puedo decírtelo.
¿Por qué no acabas con esto y me obligas a contártelo?
—No es así como funciona.
—Entonces, ¿cómo funciona?
—Te lo diré. Ahora, por favor, dame el mapa, Riden.
—Lo siento, Alosa.
—Está bien. Te lo quitaré yo. Pero que sepas que odio
hacer esto.
Accedo a esa parte antinatural de mí y, de repente, me
siento incómoda en mi propia piel. Se me eriza el vello de
los brazos y las piernas. Tengo la sensación de tener el pelo
de punta. Mentalmente es agotador ser tan consciente de
todo lo que me rodea.
—Lo estás volviendo a hacer —dice—. Acabas de
cambiar.
Nunca antes nadie había sido capaz de detectar el
cambio en mí. Ni siquiera mi padre, ¿por qué Riden sí?
—Estoy entrando en sintonía con la parte que me viene
de mi madre. Odio usarla. La sensación es horrible y
antinatural.
—¿Te permite leerme la mente?
—No, solo puedo saber lo que estás sintiendo.
Parece alarmarse enormemente ante la idea. Sus
emociones pasan, casi al instante, de un rojo brillante muy
vivo a un gris claro.
El gris es un color interesante. Cuando el gris es oscuro,
como nubes de tormenta, está ligado a la culpa. En un tono
más claro, la emoción correspondiente es la pena.
Una profunda tristeza se ha apoderado de Riden, pero el
cambio es tan inmediato que me hace sentir que está
pensando, a propósito, en algo extremadamente triste para
él. De esta forma, se asegura de que no le sonsaque más
información.
—¿Estás pensando en algo triste a posta? —pregunto.
—Es espeluznante que sepas lo que pienso.
—No sé en qué estás pensando. No sé por qué estás
triste. Solo sé que estás pensando en algo que te da pena.
Ahora tengo que jugar con su miedo. El miedo que tiene
a que encuentre el mapa. No puede tenerlo consigo. Tiene
que haber supuesto que lo registraría. Lo habrá escondido
en alguna parte del barco. Tendré que ir midiendo su miedo
si quiero encontrarlo.
Empiezo a moverme por el barco mientras le voy
hablando.
—¿Cómo te diste cuenta de que era... diferente? —
pregunto mientras camino hacia estribor. Estoy cerca de la
entrada que lleva bajo cubierta. La tripulación ríe y habla
fuerte, se los oye desde aquí arriba. Probablemente
agradezcan tener algo de tiempo libre.
—Fue aquella vez en la que me desperté y no me
acordaba de lo que había pasado antes de desmayarme. Al
principio, di por hecho que me habías golpeado, pero no
conseguía recordar ningún tipo de forcejeo. De hecho, más
bien recuerdo lo contrario.
Sonrío para mis adentros. Sí, esa noche fue divertida.
Riden todavía está tratando de ocultarme información
mediante su profunda sensación de pena. Si tuviera que
adivinar de qué se trata, diría que está pensando acerca de
la muerte de su padre. Sin embargo, hay destellos de rojo
que brillan mientras me habla, especialmente cuando ha
mencionado lo de aquella noche.
—Pero luego hubo un día en el que cambiaste. Era como
si fueras alguien completamente diferente. No empezabas
peleas y no hablabas como sueles hablar. Fue...
desconcertante. Te lo juro, ahí también parecías diferente.
Si entrecerraba los ojos, podía ver una tenue neblina de luz
a tu alrededor.
Esa parte se la ha imaginado. No hay ninguna diferencia
física cuando altero mis palabras y acciones. Es decir,
cuando llamo a la sirena que hay en mí.
—Conozco la existencia del mapa de mi padre desde
pequeño —continúa—. Sé acerca de la existencia de
sirenas, aunque no las entienda del todo. Uní mi
conocimiento limitado sobre el tema junto con lo que sabía
acerca de ti y de tu padre. No fue difícil establecer la
conexión. Ya sospechaba mucho antes de que me cantaras
esa noche.
Solo recibo destellos cálidos en medio de su tristeza. No
hay miedo. El mapa no puede estar aquí. Me dirijo hacia la
cubierta superior. Riden me sigue a una distancia prudente.
—¿Por qué no puedes hacerme decirte dónde está?
Hiciste que me durmiera, ¿no?
—Sí, te dormí. Dos veces. Pero agoté mis... —No quiero
llamarlos poderes—. Mis habilidades. Y por eso no pude
dormirte profundamente la segunda vez, porque ya las
había gastado.
—¿Y cómo las recuperas?
—El mar. Es el que me da fuerzas. Cuanto más cerca
estoy de él, más fuerte soy.
El mapa no está aquí arriba. Regreso bajando la escalera
a zancadas y me dirijo a la proa del barco.
—¿Qué más puedes hacer además de dormir a la gente?
Riden retrocede, casi como si tuviera miedo de tocarme,
cuando paso junto a él para llegar al otro lado del barco.
Puedo hacer que los hombres vean cosas que no existen,
puedo depositar pensamientos en sus mentes, puedo
hacerles promesas que se creerán, puedo hacer que hagan
lo que yo quiera. Lo único que tengo que hacer es cantar.
De todas formas, no estoy segura de si debería decirle todo
esto, pese a creer firmemente que mi padre tomará el
barco pronto.
—Si así lo quiero, puedo saber aquello que los hombres
desean. Es algo que puedo activar y desactivar a mi antojo.
—Y también perderme en ello si excedo los límites.
Riden se queda paralizado ante el comentario. No,
espera. Veo un destello de negro, de miedo. Me detengo
donde estoy y miro a mi alrededor. Acabo de atravesar el
centro del barco, donde el palo mayor se extiende en
vertical.
—¿Y por eso actúas de esa forma? —pregunta. Creo que
está tratando de distraerme.
Avanzo varios pasos hacia Riden, que está más cerca del
palo mayor.
—¿A qué te refieres?
—Hablo de todo el tiempo que llevas en este barco. De
todo lo que has hecho y dicho. ¿Has estado leyéndome?
¿Dándome lo que quería? ¿Por eso tengo la necesidad de
protegerte? ¿O es que te has metido en mi mente para
obligarme a sentir algo que nunca antes he sentido?
Sus preguntas me hacen detenerme en seco.
—Riden, lo único que he hecho contigo ha sido dormirte.
No he confundido tu mente ni he actuado de determinada
manera para jugar contigo. Solo usé ese método con
Draxen una vez para intentar conseguir el mapa. Sea lo que
sea que estés pensando o sintiendo, proviene de ti. Yo no he
hecho nada.
La luz a su alrededor se vuelve azul.
—Estás confundido —le digo—. ¿Por qué?
Entrecierra los ojos.
—Porque no te entiendo y no sé qué creer.
—Puedes creerte lo que quieras, pero estoy diciéndote la
verdad. Ahora, si me disculpas, tengo un mapa que
encontrar. —Miro hacia arriba—. El nido de cuervo, ¿eh? —
pregunto. Debe de ser allí donde Riden lo ha escondido.
Riden ladea la cabeza y se queda mirando un punto
detrás de mí.
—¿Qué estás haciendo aquí arriba?
Estaba tan concentrada en la reacción de Riden mientras
me iba moviendo por el barco, que no me había dado
cuenta de que estaba viniendo alguien por detrás. Estoy a
punto de darme la vuelta, cuando siento un dolor agudo en
la parte posterior de mi cabeza que me hace caer y verlo
todo oscuro.

Veo todo borroso. Distingo un par de formas, pero, sobre


todo, noto un balanceo... Estoy en un bote mecido por el
mar.
—Se está despertando —dice alguien.
—Se recupera más pronto de lo que me esperaba.
Golpéala de nuevo.
De nuevo me envuelve una nube negra.

Frío.
Todo está frío. Lo siento en mi mejilla. Aferrándose a mis
dedos. Colándose entre mi ropa.
Los párpados me pesan, pero logro abrirlos. Se topan
con unos barrotes. ¿He vuelto a mi celda?
No.
Más allá de esta jaula no se ve el interior de un barco,
sino arena y árboles. Puedo oír el sonido de las olas no muy
lejos, aunque no veo la orilla.
Estoy sola.
Los árboles susurran con el viento. Tiemblo de frío. La
fauna se desliza y arrastra por el suelo, abriéndose paso a
través de la maleza. Los sonidos de la noche no son lo que
me asusta.
No, lo que me asusta es esta jaula. No me queda canto.
No tengo mis ganzúas. Estoy completamente sola.
Por primera vez en mucho tiempo, estoy verdaderamente
asustada.

No se acerca nadie a la jaula hasta por la mañana.


No reconozco al hombre que viene. Es alto, pero no tanto
como mi padre. Tiene la barba morena y una calva en la
coronilla de la cabeza. Lleva cinco aros de oro que cuelgan
de su oreja izquierda. Viste arreglado, pero con un toque
pícaro. Lleva una espada y una pistola en la cintura, pero
no creo que le haga falta usarlas a menudo, ya que parece
estar hecho de puro músculo. Aun así, podría acabar con él,
de no estar encerrada.
Se saca algo del bolsillo, como una especie de esfera. Ah,
es el mapa. Lo lanza al aire y lo atrapa con desgana. Un
espectáculo en mi honor.
—¿Sabes quién soy? —me pregunta. Su voz suena tal y
como me hubiera imaginado, profunda y exigente.
—¿Se supone que me tiene que importar? —pregunto con
indiferencia, como si no estuviera atrapada. Me siento
orgullosa de mi tono de voz, que consigue disimular el nudo
de nervios que hay en mi estómago.
—Mi nombre es Vordan Serad.
Escondo mi sorpresa. He sido secuestrada por el tercer
pirata lord, y esta vez no ha sido planeado.
Al menos no por mí.
Trato de mostrar una fingida confianza.
—¿Sabes quién soy yo? —pregunto autoritaria para
equiparar al tono de Vordan.
—Eres Alosa Kalligan, hija de Byrronic Kalligan, el Rey
Pirata.
—Estupendo. Entonces ya sabrás lo estúpido que eres
por tenerme retenida de este modo.
—¿Estúpido? En absoluto. Tu padre piensa que es el
joven capitán Allemos el que te tiene, así que no vendrá a
por mí. Me ha dicho un pajarito que ya has agotado el
poder que te da el mar, por lo que no puedes salvarte. Más
bien diría que la estúpida eres tú por no tener miedo.
Siento como si a mi estómago se lo tragara la tierra a la
vez que se me seca la boca.
—¿Y quién se supone que es ese pajarito?
—Yo —dice una voz detrás de mí.
Varios hombres salen de entre los árboles. Entre ellos,
Riden, pero no es él quien ha hablado. No, Riden tiene dos
pistolas apuntando hacia él. Lo obligan a avanzar en mi
dirección. ¿Por qué no está encerrado igual que yo? Andan
escasos de jaulas gigantes, por lo que veo.
Mi mente se desboca en cuanto me fijo en el hombre que
ha hablado, en el cuarto hombre que entra en el claro del
bosque.
Es Theris.
Se recuesta contra uno de los árboles, saca su moneda y
la hace girar entre sus dedos.
Niego con la cabeza mientras lo miro.
—¿Traicionando a mi padre? Este será el último error
que cometas. ¿Sabes lo que le pasó al último hombre que
dio información al bando enemigo? Mi padre lo colgó de los
tobillos y luego lo serraron por la mitad.
Theris permanece impasible ante mis palabras.
—Por suerte para mí, no le estoy traicionando.
No hace falta que hable para que sepa que estoy
confundida.
—Nunca he servido a tu padre —continúa.
Interpretar sus palabras me lleva más tiempo del que
debiera. Pero ¿y la señal...? Él conocía el símbolo de mi
padre. Se identificó claramente como fiel al linaje Kalligan.
—Sé moverme bien —explica Vordan, esta vez volviendo
a meterse el mapa encapsulado en cristal en el bolsillo—.
Kalligan es un necio. Se cree intocable y no se da cuenta de
que sus hombres más cercanos están dispuestos a
entregarlo. Y, lo más importante, a entregarte a ti.
Me giro hacia Theris.
—No estabas en el barco para ayudarme.
—No —responde—. Me enviaron para vigilarte.
—Entonces, ¿quién era el hombre que mi padre tenía a
bordo de la Nómada Nocturna? —digo, más para mí misma.
Theris contesta:
—Era el pobre Gastol. Me temo que le cortaste el
pescuezo cuando Draxen se hizo con el control de tu barco.
¿Cuántas posibilidades había de que uno de los hombres
a los que maté sirviera a mi padre? Siento una oleada de
culpabilidad, aunque soy consciente de que no es del todo
mi culpa. Mi padre debería haber sido lo suficientemente
precavido como para decirme quién era su topo a bordo de
la Nómada Nocturna antes de que fingiera mi secuestro.
Entonces Gastol no habría muerto, y Theris no habría
podido engañarme. Padre no tiene en cuenta estos
pequeños detalles. ¿A él qué le importa si uno de sus
hombres muere por accidente? Siempre hay alguien para
sustituirlo. Sin embargo, en este caso, ese descuido puede
haberle costado el mapa de Draxen.
O puede costarle mi vida.
Pero, por otra parte, tal vez debería haberme dado
cuenta de que padre nunca le habría pedido a su infiltrado
que me ayudara. Sabe que no necesito que me cuiden.
Tendría que haberme dado cuenta de que Theris estaba
mintiendo desde un principio. Vuelvo a centrarme en la
conversación, furiosa conmigo misma.
—¿Por qué tenías a Theris vigilándome? —le pregunto a
Vordan—. ¿Qué es lo que podrías querer de mí?
—No eres consciente de tu propio valor —dice Vordan—.
¿Crees que Kalligan quiere mantenerte cerca porque eres
su hija? No, Alosa. Es por tus poderes. Te utiliza para su
propio beneficio. No eres más que una herramienta para él.
Lo he oído todo acerca de los castigos, entrenamientos y
pruebas de Kalligan. Sé todas las cosas horribles que te ha
hecho pasar. Y estoy aquí para liberarte.
Por un momento, me pregunto cómo es posible que sepa
tanto sobre mí. Luego me doy cuenta de que si hay alguien
de los altos cargos de mi padre que, a su vez, trabaja para
Theris, es normal que sepan de mi... Bueno, que sepan
básicamente todo.
Le digo:
—Probablemente, meterme en una jaula no ha sido la
mejor forma de mostrarme las ganas que tienes de
«liberarme».
—Mis disculpas. Es una mera medida de precaución para
mí y mis hombres mientras te explicamos todo.
—Ya me lo habéis explicado. Ahora dejadme salir.
Vordan sacude su cabeza sin pelo.
—No he terminado.
Y no quiero que lo haga. Quiero salir de esta jaula.
Ahora. Pero permanezco en silencio para no arriesgarme a
enfadarlo. Puede que no tenga mi canto para hechizarlo,
pero puedo leerlo.
Como si no estuviera lo suficientemente incómoda aquí
encerrada en una jaula, sin ninguna esperanza de salir,
ahora encima tengo que recurrir a mi esencia sirena. De
nuevo. Siento un sabor desagradable en la parte posterior
de la garganta. Se me pone la piel de gallina, lo cual no
tiene nada que ver con el frío.
El color que veo en él es rojo, el más complejo de todos.
Puede significar demasiadas cosas: amor, lujuria, odio,
pasión. En realidad, cualquier emoción fuerte o
abrumadora me parece roja. Mi hipótesis es que siente la
pasión que se asocia al rojo intenso, pero ¿pasión por qué?
«Vordan está ansioso por alcanzar el éxito», resuelvo.
Quiere algo de mí. Si tan solo pudiera ser lo
suficientemente paciente como para escuchar lo que es...
—Continúa, entonces —logro articular.
—Estoy aquí para ofrecerte un puesto en mi tripulación.
Deseo concederte la libertad para que hagas lo que
quieras, después de que me hayas ayudado a llegar a la isla
de Canta.
—Soy la capitana de mi propio barco y tripulación. Tengo
la libertad de navegar por donde quiera. ¿Por qué iba a
tentarme tu oferta ni lo más mínimo?
No planteo la pregunta enfadada. Mi tono es objetivo;
intento razonar con él y conservar la calma.
—Porque, a fin de cuentas, estás bajo el mandato de tu
padre. Alosa, cuando todo esto acabe, cuando tu padre y tú
tengáis las tres piezas del mapa, cuando lleguéis hasta la
isla de Canta y os hagáis con el botín del siglo... ¿luego
qué? Yo te lo diré. Luego, tu padre no solamente se hará
con el control absoluto de los océanos de Maneria, sino que
también tendrá la riqueza necesaria como para conservar
esa posición. Y tú siempre tendrás que estar a su servicio.
Nunca serás completamente libre.
—Pero ¿sí que lo seré si me uno a ti? —pregunto
escéptica.
—Sí. Ayúdame a obtener lo que quiere tu padre.
Ayúdame a llegar a la isla de Canta y a arrebatarle el
reinado a Kalligan. Si lo haces, te liberaré. Cuando lo
consigamos, tú serás libre de marcharte adónde quieras y
de hacer lo que te apetezca. Nunca más te volveré a
molestar o a llamar.
Vordan Serad está loco si piensa que podría confiar en su
palabra. ¿De verdad cree que traicionaría tan fácilmente a
mi padre?, ¿o que para mí es una carga servir a Kalligan?
Es mi padre. Me muevo por el amor hacia mi familia. No
anhelo la libertad, porque ya la tengo. Tengo mi barco y mi
propia tripulación para hacer con ellos lo que yo crea
conveniente. Ayudo a mi padre siempre que me necesita. Al
fin y al cabo, él es el rey, y yo me convertiré en reina
cuando el mandato de mi padre llegue a su fin. ¿Vordan
espera que renuncie a todo eso por él? Ni hablar.
De todas formas, no me atrevo a decir nada de esto. Aún
puedo notar los sentimientos y deseos de Vordan. Se siente
esperanzado, muy esperanzado por... algo.
Darle la razón es mi única posibilidad para salir de esta
jaula y escapar.
—Estás en lo cierto —digo en un intento de decirle a
Vordan exactamente lo que quiere escuchar—. He tenido
demasiado miedo como para escapar de mi padre. Deseo
librarme de él. No quiero tener nada que ver con la isla de
Canta ni con Kalligan. No obstante, si me juras que me
concederás la libertad a cambio de mis servicios, te
ayudaré a obtener lo que estás buscando.
Vordan mira detrás de mí. Yo me giro. Theris sacude la
cabeza.
—Está mintiendo.
—No —digo apretando los dientes. Estaba tan centrada
en lo que decía Vordan, que ni siquiera me he molestado en
sentir lo que Theris quería escuchar.
No me había dado cuenta de que era a él y no a Vordan a
quien tenía que convencer.
Theris sonríe.
—Está utilizando el mismo truco que usó con Draxen. Yo
fui testigo de cómo Alosa puede manipular a otras personas
diciéndoles exactamente lo que quieren escuchar.
—Puede que utilizara mis habilidades con Draxen, pero
eso no quiere decir que las esté usando ahora —digo aun
sabiendo que es inútil. Ahora sé lo que tendría que haber
dicho, y es muy tarde para cambiar mi respuesta.
—No te has molestado en oponer suficiente resistencia,
Alosa —sentencia Theris—. He estado observándote
durante un mes en ese barco. He presenciado tus
conversaciones e... interacciones —dice mirando
deliberadamente a Riden.
Riden aún no ha pronunciado palabra. Sin embargo, se
dedica a observar con detalle a nuestros secuestradores
con el objetivo de entender la situación para poder huir. Me
mira cuando Theris pronuncia estas últimas palabras.
«¿Se puede saber cuánto ha visto Theris exactamente?»,
pienso con aversión.
—Sé exactamente lo terca que eres —continúa Theris—,
y conozco la opinión que tienes de tu padre. No lo has
defendido como de costumbre.
Quiero darle una patada, pero está demasiado lejos de mi
alcance, y no me cabría la pierna entre los barrotes ni
aunque quisiera. Puede que me cupiera una mano, sí, pero
no una pierna.
—Está bien —digo mientras pienso en un plan B—, ¿y
ahora qué?
—Habíamos pensado que si, como era de esperar, no
cooperabas, estábamos dispuestos a usarte de otra forma
—dice Vordan.
No me gusta cómo suena eso. He abandonado mi esencia
de sirena, ya que, de todas formas, ni siquiera podría
prepararme para lo que sea que Vordan esté pensando
ahora.
—Traed los suministros —ordena a los dos hombres que
siguen apuntando a Riden con sus pistolas. Estos se dan la
vuelta enseguida y abandonan el claro.
Puedo ver cómo Riden no para de darle vueltas a la
cabeza. Aunque no pueda sentir lo que está pensando, no
es difícil de adivinar. Está intentando decidir cómo
aprovechar el no estar bajo tanta vigilancia.
Pero Theris saca su arma, y la carga antes de que Riden
pueda ni siquiera dar un paso.
—Ni pensarlo.
—¿Y él qué hace aquí? —pregunto—. Ya me tenéis a mí.
¿Para qué ibais a querer a un segundo prisionero? Ahora
Draxen estará por ahí buscándolo.
—Con el tiempo, todo se revelará —afirma Vordan.
Se lo está pasando demasiado bien, y está ansioso por lo
que está por venir. Imagino que poco hubiera importado
que yo hubiera accedido a unirme a él.
Me pregunto si debería cambiar de esencia y
convertirme en la mujer de los sueños de Vordan para que
desee liberarme. Es el único recurso que me queda, pero
¿serviría de algo? Me giro para mirar a Theris, que
manipula su moneda, y me doy cuenta de que no
funcionaría. Si intento adular a Vordan, Theris lo sabrá y
me frenará.
Estoy desesperada. Sin armas. Sin poderes. Llegados a
este punto, solo puedo esperar que alguien se arriesgue a
acercarse demasiado a la jaula, o que Riden consiga
liberarse y me libere a mí después. Teniendo en cuenta que
Riden no está demasiado contento conmigo ahora, dudo
que quisiera ayudarme, aunque consiguiera liberarse.
Los guardias de Riden no vuelven con las manos vacías.
Cada uno sostiene un cubo con agua en una mano y algo
muy similar a un palo en la otra. Al principio, no entiendo
qué utilidad pueden tener los objetos.
—Alosa —dice Vordan—, estás aquí para que yo sepa qué
habilidades posees. Por ello, si no puedo usarte para que
me ayudes a llegar a la isla de Canta, te usaré para
aprenderlo todo acerca de las sirenas. De este modo, podré
protegerme cuando llegue.
Me invade un miedo helador que me paraliza por
completo.
Voy a ser su experimento.
Capítulo 17

—¿Qué? —digo, porque no puedo pensar en nada más que


decir.
—Está claro que no puedo esperar que seas honesta
conmigo acerca de tus habilidades, así que tendré que
comprobarlas por mí mismo —afirma Vordan.
—Juntos, Alosa, identificaremos todos los poderes que
tienen las sirenas.
No se da cuenta de hasta qué punto me resulta
aterradora esa idea. Ni se imagina cuánto puedo llegar a
odiar, o incluso a veces temer, usar mis habilidades.
Detesto la forma en la que me siento por dentro y por
fuera, odio el peaje emocional que me cobran. Eso por no
hablar del cambio que hago cuando tengo que reponer mis
habilidades. Vordan me hará demostrar todo una y otra vez.
Solo con pensarlo, me sube la bilis por la garganta, pero
me la vuelvo a tragar.
—Solo soy parcialmente sirena —digo con desesperación
—. Lo que yo pueda o deje de poder hacer no se aplica a las
criaturas que encontrarás en la isla de Canta. No te serviré
para nada.
Vordan se tira de la perilla.
—Eso no es verdad. Incluso aunque no seas tan poderosa
como una sirena de verdad, tus habilidades me darán la
información que necesito para prepararme para tal
aventura.
Durante nuestra pequeña charla, los hombres de Vordan
han ido moviéndose. Han colocado los cubos a metro y
medio de distancia de la jaula, totalmente fuera de mi
alcance. En cada cubo, han colocado lo que parece un palo
largo y hueco.
—Para empezar —dice Vordan—, vas a cantar para mí.
—No me da la real gana.
Vordan sonríe.
—Y esa es la razón por la cual está aquí el primer oficial.
Theris, muéstrale a Alosa lo que pasará si me desobedece.
Theris saca un cuchillo y rasga tanto la camisa como el
antebrazo de Riden, haciendo que caiga un torrente de
sangre.
Riden se estremece, pero aparte de eso, no muestra
signo alguno de dolor. En cambio, se ríe a la vez que aplica
presión en la reciente herida.
—Estáis locos si pensáis que a la princesa le importa lo
más mínimo que yo viva o muera.
Theris resopla.
—Te equivocas, Riden. Alosa vive en función de sus
propias reglas. Tiene una fuerte tendencia hacia la
venganza. No puede tolerar ver como aquellos que le han
causado algún daño se van de rositas. Draxen la secuestró,
la golpeó, humilló e intentó aprovecharse de su cuerpo. Ella
lo odia. Aun así, sigue vivo. ¿Y sabes por qué?
Riden me mira. Desvío rápidamente mi mirada hacia
abajo.
—Si a ella no le importara tu dolor, habría matado a
Draxen de forma lenta y agónica. El hecho de que siga vivo
es prueba de que hay al menos una cosa que le importa
más que obtener justicia, y ese algo eres tú.
Eso no es verdad, yo... yo estaba en deuda con Riden. Me
dejó quedarme con la daga cuando en realidad tendría que
habérmela quitado. Yo saldo mis deudas. Me ayudó a
mantenerme a salvo, así que no maté a su hermano. No fue
nada más que eso.
Estoy segura de ello...
Un momento..., ¡mi daga!
Desde donde estoy sentada, rodeo mis tobillos con mis
brazos, como si me estuviera masajeando para aliviar el
dolor. Palpo mi bota.
No hay nada dentro, además de mi pie.
—¿Buscas esto? —pregunta Theris, sacándose el arma
del cinturón, donde no me había fijado antes.
Intento aparentar que no me preocupa en absoluto. En
realidad, estoy indignada. Theris no solo me ha arrebatado
cualquier esperanza de huida, sino que además me ha
quitado una daga a la que tenía mucho cariño.
—Así es como va a funcionar la cosa —dice Vordan
haciéndome desviar mi atención de Theris—. Yo te voy a
decir lo que tienes que hacer y tú lo harás. Si muestras
vacilación o desobedeces mis palabras lo más mínimo,
volveremos a herir a Riden. En caso de que intentes
recurrir a tus habilidades para escapar, lo mataremos y te
traeremos a otra persona para que la encantes.
¿Entendido?
Le lanzo una mirada asesina a Vordan.
—Lo primero que haré cuando salga de esta jaula, será
matarte.
Sin esperar siquiera una señal de Vordan, Theris apuñala
a Riden en el antebrazo.
Pongo los ojos como platos mientras contengo un grito
ahogado.
—He dicho que si me has entendido.
Aunque vaya en contra de mi naturaleza, ya sea de
humana o de sirena, me trago el orgullo.
—Sí.
—Bien. Niffon, Cromis, la cera.
Los hombres de Vordan les pasan a él y a Theris dos
trozos de cera amarillo-anaranjada. Luego se sacan un par
para sí mismos, y todos se colocan la sustancia en las
orejas.
Qué inteligente, Vordan. Se cree invencible. Encontraré
la forma de salir de esta. Siempre lo consigo, solo es
cuestión de tiempo. Únicamente desearía que el miedo que
invade cada célula de mi cuerpo ahora pudiera sustituirse
por toda esta confianza.
Ni siquiera trato de ocultar la furia de mi rostro cuando
Vordan señala los cubos. Sus subordinados cogen cada uno
de los palos finos y lo meten en los respectivos cubos.
—Extiende las manos, Alosa —dice Vordan en voz alta.
No, no lo haré. No puedo. No me someteré a esto. No
otra vez. Mi mente retrocede a cuando estuve en las
mazmorras de mi padre.
Mis muñecas están rodeadas por esposas; estoy
encadenada a la pared, con los tobillos también
inmovilizados. Se oye el tintineo de las cadenas que me
impiden desplazarme más allá de un paso de la pared de
piedra.
—Relájate —dice padre antes de lanzarme un cubo de
agua a la cara.
Me ahogo y balbuceo mientras el agua gotea a mi
alrededor.
—Hazlo tuyo, Alosa. Ahora vamos a ver cómo podemos
hacer que seas incluso más poderosa.
Un fuerte gruñido me trae de vuelta al presente. Riden
se está apretando el brazo con la mano derecha. La sangre
de una nueva herida le corre hasta pasar por encima de sus
dedos en tensión.
—¡Extiende las manos! —ordena Vordan, esta vez
gritando.
Intento tranquilizarme diciéndome a mí misma: «Tus
memorias son solamente memorias. Padre te ha hecho
fuerte. Te ha enseñado todo lo que sabes. Si pudiste
sobrevivir a la presión y escrutinio del Rey Pirata, está
claro que tú puedes con otro estúpido, baboso y patético
más».
Los ánimos que me doy a mí misma surten efecto en
menos de un segundo; así que, antes de que Theris pueda
hacerle más daño a Riden, cumplo órdenes de Vordan. No
miraré a Riden. ¿Qué significa mi obediencia para mí?, ¿y
para él?
Niffon y Cromis se arrodillan uno al lado del otro,
delante de sus respectivos cubos. Niffon tapona el extremo
del palo hueco y lo saca del cubo. Lo levanta en el aire justo
enfrente de mí.
Parece que Vordan ha pensado en todo.
Si Niffon simplemente bajara el palo unos cuantos
centímetros, lo podría alcanzar. Un mínimo error por su
parte me sería extremadamente útil ahora mismo. Pero no,
Theris ya ha comprobado lo que soy capaz de hacer con
recursos limitados. Ni siquiera me permitiría tocar el palo.
Siento como el pavor y la ansiedad crecen en mí a
medida que espero lo que sucederá a continuación. Niffon
retira el pulgar de uno de los extremos del palo. El agua del
mar que había dentro cae ahora encima de mis manos
extendidas.
Dejo que el agua se escurra entre mis dedos y caiga al
suelo, pero tengo la esperanza de que parezca que he
absorbido algo de ella. Espero poder salirme con la mía. En
realidad, no puedo reponer mis habilidades de esta
manera.
Sin embargo, no se la consigo colar a Vordan. Sacude la
cabeza con desaprobación. Theris lleva su espada hacia la
piel de Riden, esta vez la coloca en su pantorrilla.
—No permitas que el agua se caiga al suelo —dice
Vordan—. Deja que te moje cada gota.
Le preocupa que acumule agua suficiente como para
hacer algo peligroso con ella. Mientras Vordan y sus
compinches lleven puesta la cera, no importa cuánta agua
tenga a mi disposición.
No obstante, no puntualizo este hecho. No tengo tiempo
que perder si quiero evitar que Riden siga sufriendo, así
que cuando Niffon deja caer más agua, la absorbo toda
enseguida, sin dejar escapar ni una gota. Mis manos se
secan al instante.
El cambio es inmediato. El agua calmante del mar se
convierte en parte de mí y rellena el vacío que he sentido
en las últimas dos semanas. Con ella, mi canto se renueva,
mi confianza se robustece y mi miedo se alivia. Quiero
sentir ese bienestar en todo el cuerpo a la vez. Quiero
saltar al mar y nadar en sus profundidades más oscuras
para que este agradable sentimiento no me abandone.
Por un momento, no puedo pensar en nada que no sea el
océano. Lo único que me importa es regresar a él. Lo
demás da igual.
—Alosa. —La voz de Riden interrumpe mis pensamientos
de anhelo.
Trato de controlar los deseos de la sirena. Esta es la
razón por la cual no puedo reponer mi canto a no ser que
pueda tomarme el tiempo de encontrar mi rumbo: cuando
me nutro del mar, desencadeno mi instinto de sirena. Y el
instinto de las sirenas se basa en que no les importe nada,
salvo ellas mismas, sus hermanas y el océano.
Este hombre no significa nada para mí. ¿Qué más me da
si lo matan?
Él no importa. Yo sí.
—Alosa —repite Riden.
Dirijo mi mirada hacia él, tratando de poner mis
pensamientos en orden. «No te conviertas en una criatura
desalmada», me digo. Eres una mujer. Piensa en tu
tripulación, en tus amigos, en tu familia. Acuérdate de
cuando robaste un barco y te hiciste con él. Recuerda lo
que te hace sentir ser capitana y haberte ganado el respeto
y la gratitud de tu tripulación. Piensa en el orgullo que
reflejan los ojos de tu padre cuando lo complaces.
Piensa en Riden. ¿Te acuerdas de cuando te divertiste
luchando con él, espada contra espada? Recuerda todas las
burlas y los puñetazos, y la daga. Recuerda los besos.
Piensa en Riden. ¡Él no merece morir porque tú no sepas
controlarte!
Eso último funciona. Vuelvo mi mirada hacia Vordan, a la
espera de más instrucciones.
—Cántale, Alosa. Impresióname.
Claramente, Vordan quiere ver a Riden bailar y hacer
otras ridículas acrobacias. En otras circunstancias, creo
que sería gracioso hacer que Riden se humillara a sí
mismo. Aunque no ahora, no para satisfacer a un hombre
que me ha enjaulado. Riden no es un mono de feria y yo no
soy una esclava.
Miro a Riden. No parece asustado exactamente, solo
inquieto.
—Adelante —dice finalmente. Como Riden me está
mirando y el resto tiene cera en los oídos, no pueden saber
si me está hablando—. Al final saldremos de esta. Haz lo
que tengas que hacer mientras tanto.
Vordan me mira con detenimiento, por lo que no me
arriesgo a asentir a Riden. En lugar de eso, comienzo con
algo sencillo e indetectable. Mis labios se abren
ligeramente mientras entono una melodía lenta y suave.
Las notas no importan, es la intención detrás de ellas la
que otorga poder. Ese poder que hace que Riden se vea
obligado a hacer lo que yo quiero. Y lo que yo quiero ahora
mismo es quitarle el dolor que está sintiendo.
Instantáneamente, su brazo y pierna en tensión se
relajan. Ya no siente el dolor de esos crueles cortes ni el de
la herida profunda cerca de la muñeca. Rasgo una tira de
tela de la parte inferior de mi blusa y se la tiro a Riden.
Los hombres de Vordan están ahí de pie, preparados
para intervenir en caso de que yo intente escapar o liberar
a Riden. Debería sentirme halagada de que piensen que
puedo conseguirlo sin nada más que un trozo de tela.
Se lo he lanzado para que se lo ponga en el brazo. Añado
unas cuantas notas más a mi canto, para hacer que Riden
obstruya su herida más severa y tapone el sangrado. Ojalá
pudiera curársela, pero mis habilidades son limitadas.
Solamente puedo alterar las mentes, lugar de donde he
descubierto que de verdad proviene el dolor. Puedo aliviar
temporalmente el sufrimiento de Riden, pero nada más.
Solo me quedan algunas notas, así que trato de darle a
Vordan lo que quiere. Riden se pone recto. No tiene la
mirada nublada ni nada por el estilo, parece perfectamente
normal, como si sus acciones fueran propias, pese a no
serlo. No hace ni más ni menos de lo que yo le ordeno a
través de mi canto. Riden se pone a hacer varios
movimientos de combate. Me pongo a hacerle dar patadas
y golpear enemigos invisibles. Da un salto en el aire,
esquivando y golpeando a sus oponentes.
Finalmente envaina una espada imaginaria.
Lo libero de mi hechizo una vez que mis poderes se
agotan y luego me siento en el suelo de la jaula.
Riden parpadea. Mira a su alrededor confundido hasta
que me ve, y recuerda todo de nuevo. No le he borrado la
memoria durante mi canto para que pueda saber lo que le
he hecho hacer exactamente. Inhala rápidamente. Vuelve a
sentir el dolor de sus heridas. No puedo detener el dolor
una vez dejo de cantar. Ha sido solamente un alivio
temporal, pero le he dado cuanto he podido. A fin de
cuentas, es culpa mía que esté aquí.
Bueno, en realidad la culpa es de Theris, pero no puedo
esperar que Riden lo vea así.
Vordan se acerca a la jaula y me mira fijamente.
—Está claro que tus ojos son el reflejo de tu alma, Alosa
—dice en voz muy alta para intentar compensar la sordera
que le provoca la cera de los oídos—. En menos de un
minuto han pasado de verde a azul y luego a verde de
nuevo. Es un indicador muy útil para entender cuándo
estás usando el poder de tu canto y cuando no.
Maldita sea.
Esperaba que no supieran cuándo entro en trance. Me
están observando con demasiado detenimiento. No me
quedará ningún secreto guardado cuando esto acabe.
—Pero volvamos a nuestra tarea en cuestión. Creo que
puedes hacerlo mejor, Alosa —dice Vordan con una voz
alentadora que hace que se me revuelva el estómago
incluso aún más—. Inténtalo de nuevo —dice señalando al
otro pirata que tengo enfrente.
Esta vez, Cromis tapa el palo con el pulgar antes de
elevarlo sobre mis brazos, que cuelgan sin fuerza fuera de
la jaula.
Estoy fingiendo. Quiero que piensen que usar mis
poderes me debilita momentáneamente. Esto podría
ayudarme a pillarlos por sorpresa más tarde.
Atraigo el agua hasta mí a medida que cae. La siento
fluir a través de mí, abarcando rápidamente todas mis
extremidades. La duda se convierte en certeza. Las
debilidades, en fortalezas. Ya no existe el miedo. Estos
hombres no saben con quién están tratando. Yo soy poder y
fuerza. Muerte y destrucción. No soy un juguete que
puedan manipular. Ellos están bajo mi control. Yo debo...
—Alosa. —La voz de Riden interrumpe mis inquietantes
pensamientos. ¿Se da cuenta de cómo la sirena me
controla?, ¿o simplemente atrae mi atención porque tiene
miedo de lo que Theris puede hacer si no obedezco
inmediatamente?
Sea como sea, agradezco que tenga la capacidad de
traerme de vuelta a mí misma tan rápido.
—Alosa, no tienes por qué hacer esto —continúa Riden.
Le está dando la espalda de nuevo a Vordan y a sus
hombres para que no puedan darse cuenta de que me está
hablando—. Ignóralos, no pasa nada. Céntrate en salir de
esta. Eres buena escapando, así que hazlo.
Le sonrío a pesar de la situación.
—Cada vez que conseguí escaparme fue porque lo había
planeado de antemano. Este secuestro no entraba en mis
planes.
Espero que Vordan piense que muevo la boca por estar
empezando mi canto. Para disimular, convierto la última
palabra en una nota y comienzo a cantar de nuevo.
Para mí la música que entono es acelerada, emocionante,
trepidante. Mi canto siempre parece ir en sintonía con la
intención. Esta vez, convierto a Riden en un despliegue de
flexibilidad y destreza. Le hago dar saltos mortales en el
aire, trepar a los árboles y después tirarse de estos dando
volteretas hacia atrás. Le hago correr más rápido de lo que
sería posible con sus heridas. Hace acrobacias que,
seguramente, no sabría hacer por sí mismo. En este estado,
él es capaz de hacer cualquier cosa que yo sepa hacer.
Cuando vacío mi canto. Me desplomo en el suelo de la
jaula una vez más.
Vordan se quita la cera de los oídos. Sus hombres lo
imitan.
—Mucho mejor, Alosa. —Vordan ahora sostiene un trozo
de pergamino y un carboncillo en sus manos. Da igual que
ya no tenga la cera, yo tampoco tengo habilidades.
—Vamos a empezar a hacer un desglose del alcance de
tus habilidades. —Vordan comienza a escribir con su
carboncillo—. Si no me equivoco, posees tres habilidades
principales. La primera es tu canto. Eres capaz de encantar
a los hombres para que hagan, básicamente, cualquier
cosa, siempre y cuando no desafíe las leyes de la
naturaleza. Por ejemplo, no puedes hacer volar a Riden. ¿A
cuántos hombres puedes encantar a la vez, Alosa?
Dudo. ¿Debería mentir o decir la verdad?
Riden jadea delante de mí cuando Theris aprieta su
maldita espada contra él.
—¡A tres! —grito—. Madre mía, ¿es que no me vais a
dejar pensármelo ni un minuto?
—No hay nada que pensar. Responde y Riden no sufrirá
ningún daño... Bien, repones tu canto con el agua del
océano y su efecto tiene un tope. No has podido hacer
mucho con lo que te ha dado Cromis. Estoy seguro de que
la complejidad de la orden influye en la cantidad de agua
necesaria.
La mente de cada hombre también es diferente. Esto
influye en la cantidad necesaria, pero no me voy a molestar
en mencionarlo. La mente de Riden es mucho más
inquebrantable y firme de lo que estoy acostumbrada a ver.
Hechizarlo me consume más de lo que la mayoría me suele
consumir.
Tras una pausa, Vordan repasa sus notas.
—Fantástico. Veamos, el poder de tu canción afecta a la
mente, pero ¿hasta qué punto? Theris ha visto cómo hace
que los hombres se olviden de cosas. Cuando hechizaste al
pobre Riden por primera vez, no se acordaba de la
experiencia. Theris también te ha visto dormir a Riden.
Estoy seguro de que no te costaría hacer que un hombre se
matara a sí mismo, pero ¿podrías mostrarle una realidad
diferente?
—Sí —digo enseguida para no arriesgarme a mostrarme
vacilante.
—Muéstramelo. —Vuelve a introducirse la cera en los
oídos, seguido por sus hombres. Un nuevo chorro de agua
me moja de nuevo la piel.
Miro a Riden mientras asimilo mi estado. Por alguna
razón, mirarlo me permite mantener la cabeza despejada
mientras siento cómo el poder del agua fluye a través de
mí. Nunca había tenido esta sensación a la hora de reponer
mis habilidades.
—Odio hacer de marioneta —le digo—. ¿Alguna idea?
—Si hay una marioneta aquí, soy yo —responde de forma
agitada—. Tú eres el titiritero.
Lo miro molesta.
—Estoy ideando un plan —afirma para responder a mi
pregunta—. Sigue cumpliendo órdenes hasta que consiga
atarlo todo.
No me permito ilusionarme y empiezo a cantar. Cierro
los ojos e imagino lo que quiero que Riden vea: un mundo
mágico lleno de nuevos colores y sonidos, mariposas de
alas brillantes y luminosas que revolotean a mi alrededor.
Pasan, a gran velocidad, estrellas fugaces sobre un cielo
púrpura. Hay una masa de agua. Pulveriza gotas que
vuelan por el aire a alturas imposibles. Aves más grandes
que ballenas vuelan sobre nuestras cabezas mostrando sus
plumajes rojos y azules.
Me dedico a unir los primeros elementos aleatorios que
me vienen a la mente y sigo añadiendo más y más detalles
hasta sentirme satisfecha. Luego abro los ojos.
Los ojos de Riden reflejan puro asombro y maravilla.
Estira los brazos hacia delante para intentar tocar las
criaturas invisibles que le he puesto enfrente.
—Es hermoso —dice.
—Alosa —dice Vordan—. Proyecta también las imágenes
para Theris.
Me doy cuenta de que Theris le ha pasado la pistola a
Vordan. Se quita los tapones de cera de los oídos y se los
mete en el bolsillo. Consigo expandir mi canto enseguida
para envolverlo también a él; me siento aliviada ahora que
no puede hacerle daño a Riden. Al momento, Theris
también queda prendado por lo que ve a su alrededor. Se
va girando para intentar ver cada detalle del mágico mundo
que le estoy mostrando.
Mi mente da vueltas tratando de pensar en lo que podría
hacer ahora que uno de los hombres de Vordan está bajo mi
influencia. Con Riden y Theris, la pelea sería de dos contra
tres, pero no me queda canto suficiente tras haber
proyectado este mundo. No me bastaría como para hacer
que Riden y Theris hicieran nada significativo. Vordan es
extremadamente cuidadoso a la hora de no darme ni una
pizca de poder sobre él.
No obstante, me pregunto cómo es que se ha molestado
en dejarme encantar a uno de sus hombres. Si tanta
curiosidad le causan mis habilidades, ¿por qué no probarlas
en su propia piel?
—Excelente —dice Vordan raspando el carboncillo sobre
el pergamino a toda velocidad—. Ahora libera a Theris.
Lo hago y Theris empieza a mirar a su alrededor al
instante, tratando de habituarse a la nueva realidad.
Después, se vuelve a meter la cera en el oído y Vordan le
devuelve la pistola.
—Ahora muéstrame algo realmente impresionante —me
pide Vordan.
Levanto una ceja y miro confundida hacia Theris y hacia
Vordan.
—Haz que Riden vea algo horrible. Haz que sienta un
dolor que en realidad no existe. Muéstrame cómo tienes a
los hombres a tu merced.
Cromis deja caer otro chorro de agua que casi no logro
atrapar a tiempo.
Siento como si mil agujas congeladas se estuvieran
clavando en mi estómago. No puede esperar que yo...
Dejo de cantar mientras el agua me penetra la piel.
Riden se libera de la falsa realidad que le he otorgado.
Noto como si mi mente se alejara de mí.
Son todos hombres muertos. Una vez recupere toda mi
fuerza, los convertiré en trozos de carne. Me imagino cómo
cambiará mi cuerpo, la fuerza que tendré. Me visualizo
arrastrando a los cinco hasta el fondo del océano, viendo
cómo la vida se desvanece de sus ojos, y sintiendo cómo sus
cuerpos se retuercen hasta quedar atrapados en el olvido.
—¡Alosa!
Por mucho que mis ojos hayan permanecido abiertos
todo el rato, es como si me hubieran despertado de un
sueño profundo. Me he dejado atrapar por una realidad
alternativa. Por mi yo alternativo.
—Está todo bien, Alosa. Vuelve conmigo —dice Riden.
Dirijo mi mirada hacia él.
—Haz lo que quiera que te hayan ordenado hacer. —No
habrá oído la orden, ya que seguía atrapado aún en el otro
mundo imaginario—. Todo esto pasará. Solo continúa.
No puedo hacerlo. ¿Qué importa si por dudar dejo que
corten a Riden? Sufrirá de todos modos.
«Pero el dolor no será real si proviene de tu canto —
intento decirme a mí misma—. Sentirá dolor al principio,
pero luego todo habrá acabado. No puedes vacilar, porque
si lo haces, lo acabarán hiriendo de verdad con la espada.
Solo hazlo ya.»
—Lo siento mucho —le digo.
Riden empieza a gritar al instante. Se retuerce de dolor
en el suelo mientras su imaginación le hace sentir latigazos
calientes sobre su piel.
Me odio a mí misma. Odio mis habilidades. Así no es
como tendría que usar mis poderes. Soy despreciable,
rastrera, imperdonable.
Pongo fin al sufrimiento de Riden en cuanto me atrevo, a
la espera de que con esto le baste a Vordan. Dejo la canción
que me sobra en el aire; intento deshacerme de ella lo más
pronto posible, ya no la quiero. No quiero tener nada que
ver con ella. Que se aleje de mí.
El desgraciado asqueroso se ríe.
—Bien hecho.
Vordan hace algún apunte más en su pergamino. Ojalá
pudiera darle latigazos de verdad a él.
—Estoy satisfecho con tus habilidades de canto por hoy
—dice Vordan quitándose la cera de los oídos—. Hablemos
de tu segundo tipo de habilidades. Si Theris ha entendido
correctamente, puedes leer las emociones de la gente sin
necesidad de nutrirte del mar para ello. Es un don que
posees de forma innata.
Riden jadea en el suelo, tratando de recuperarse del
dolor imaginario. Lo veo frotándose las manos contra la piel
para intentar convencerse a sí mismo de que no ha sido
real.
—Alosa —espeta Vordan apartando mi atención de Riden.
Theris avanza y le da una patada en la cara a Riden.
Empieza a gotearle de la nariz sangre que tiñe de rojo la
arena. En cierto modo, me alegra que Theris le haya
pegado tan fuerte. Riden está inconsciente ahora y no
puede sentir dolor.
—Sí —respondo—. Puedo saber lo que la gente está
pensando si así lo quiero.
—¿Y para ello no tienes que cantar?
—No.
—Excelente. —Vuelve a anotar en el pergamino—. Dime
lo que siente cada uno de mis hombres.
Ya he utilizado esta habilidad muchas veces a lo largo del
día. No puedo arriesgarme a seguir usándola demasiado o
acabaré perdiéndome. Lo último que necesito es olvidarme
de quién soy cuando estoy en una situación de vida o
muerte como esta. Abandonarme al poder del mar ha
estado a punto de costarme la vida en varias ocasiones. Y
Riden no está lo suficientemente consciente como para
traerme de vuelta.
Intentaré hacerlo deprisa y luego pararé.
Admiro la complejidad de las emociones, son como
cuadros para mí, lo que pasa es que tengo que pasar al
mundo «sobrenatural» para verlas. Cuando la sensación
enfermiza invade mi piel, miro rápidamente a cada uno de
los hombres de Vordan.
—Él tiene hambre —digo señalando a Niffon—. Este otro
se aburre. —Hablo de Cromis—. Él está emocionado o...,
no, más bien, feliz por algo. —Se trata de Theris—. Y tú
estás... —Vordan es un poco más complicado— satisfecho —
digo finalmente.
Vordan mira a cada uno de sus hombres, que asienten
respectivamente para afirmar que tengo razón.
—¿Te aburres, Cromis? —pregunta Theris—. Tal vez
deberíamos moverte a la cocina.
Cromis me mira a mí, su misión, con determinación.
—Estoy bien, C... Theris.
Theris frunce los labios por un momento, pero luego
vuelve a su estado normal rápidamente.
Un fallo interesante, aunque no tendría que
sorprenderme que Theris me diera un nombre falso. En
realidad, me da igual cuál sea su verdadero nombre. Eso
dejará de importar cuando me libere y él esté muerto.
—Callaos —espeta Vordan a sus hombres. Tiene los ojos
en el pergamino hasta que eleva su mirada hacia mí—.
Seguiremos jugando más con esa habilidad mañana. Ahora
pasemos enseguida a la tercera y última habilidad, Alosa.
Dime, ¿cómo llamarías a este poder? Se me hace difícil dar
con el nombre preciso.
Reflexiono un momento.
—Puede que Riden esté inconsciente, pero aún puedo
hacer que Theris le haga daño. Así que habla.
Observo al despreciable de Vordan.
—Me puedo convertir en la idea de mujer perfecta de
cualquier hombre.
—En resumidas cuentas, eres una seductora. No se
puede esperar nada menos de una mujer, ¿verdad?
Si no hubiera decidido ya que Vordan es hombre muerto,
con este comentario hubiera pasado a formar parte de mi
lista negra inmediatamente. Aprieto los dientes y respondo:
—Puedo convertirme en lo que sea necesario para hacer
que un hombre haga lo que yo quiero que haga.
—Eres una manipuladora. Imagino que esta habilidad
combina muy bien con leer las emociones ajenas; si usas
ambas y le añades tu canto, te conviertes en una temible
criatura que es capaz de dominar a todo hombre. Ahora
bien, imagino que esta habilidad solo funciona con un
hombre a la vez.
—Depende. Hay muchos hombres que se sienten atraídos
por lo mismo. Solo puedo discernir la idea perfecta de
mujer para un hombre por vez, pero si las características
de dicha mujer son del agrado de otros hombres
alrededor...
—Les afectará a todos.
—Sí.
—Demuéstramelo. Quiero que uses esta habilidad con
cada uno de mis hombres.
De entre todas mis habilidades, esta es la que padre veía
menos útil. No la puso a prueba como a las otras dos. Tuve
que experimentar por mis propios medios. Hasta ahora no
he notado ninguna consecuencia, más allá de sentirme
como una auténtica prostituta justo después. No estoy
dispuesta a renunciar a su uso para conseguir lo que
quiero, aunque suelo preferir usar parte de mi canto para
borrar la memoria de las víctimas al acabar.
De todas formas, cuando acabe el día, parece que habré
perdido varias cosas: mis secretos, mi dignidad y toda
sensación de seguridad.
Capítulo 18

Vordan me hace cambiar para seducir a cada uno de sus


hombres. Por turnos, interpreto diferentes papeles: el de
prostituta (ya que a Niffon le gusta que una mujer sepa lo
que está haciendo), una chica inocente de campo (a Cromis
le gusta corromper la inocencia sin que tenga
consecuencias) y el de mujer casada (porque a Theris le
gusta el peligro y el secreto detrás de un romance ilícito).
Estoy encerrada en la jaula. Afortunadamente, a los
hombres no se les permite tocarme. No obstante, los
comentarios sucios, íntimos y sugerentes que me veo
obligada a decir son para pegarse un tiro. Vordan,
acompañado de su infernal pergamino y carboncillo,
presencia mi numerito a la vez que va tomando notas.
Prometo triturar ese pergamino para que nadie pueda
llegar a leer lo que me han obligado a hacer y decir.
—Puedes parar —dice Vordan después de, lo que deben
de haber sido, quince minutos de charla con Theris—. No te
molestes en leerme, he visto suficiente.
Theris mira a Vordan inquisitivamente. Yo debo de estar
mirándolo de forma similar. La única razón por la que
querría seguir usando mis... poderes seductores (como
diría Vordan de forma elegante) sería porque me hubieran
pedido no usarlos explícitamente.
Soy capaz de leer los deseos de Vordan como si
estuvieran escritos en su frente.
—Ah —digo—. Veo que tampoco me encontrarías
atractiva actuara como actuase.
Hasta ahora, Vordan solo me había mirado con interés,
pero ahora me observa como si fuera una vil criatura que
se ha encontrado pegada por fuera del barco. Desenvaina
su espada y avanza hacia mí.
—¿Qué está haciendo? —pregunta Theris—. ¿Capitán?
Vordan recupera la cordura, envaina su espada y vuelve
con su pergamino.
Sigo atónita. No solo porque Vordan disfrute de
compañía masculina, sino porque no he tenido que usar mis
habilidades para saberlo. No me había percatado de que
existen hombres inmunes a este talento en particular, y
saber que Vordan es uno de ellos, hace que, de alguna
manera, la jaula en la que estoy me parezca más sólida.
—Es suficiente por hoy —dice Vordan—. Llevaos al chico
y coged los materiales.
Niffon y Cromis empiezan a movilizarse mientras Theris
mira a su capitán con desaprobación.
—¡He dicho que os llevéis al chico, Theris! —repite
Vordan.
Theris se apresura a obedecer y Vordan me examina por
última vez.
—Volveremos mañana. Te sugiero que te prepares para el
día duro que te espera.
Ante mi mirada mordaz añade:
—No te preocupes. Nos quedan semanas de diversión
por delante para estar juntos.
Una vez más, vuelvo a notar cómo la última comida me
sube por la garganta, pero me las arreglo para tragar
mientras veo retirarse a los hombres con el cuerpo inerte
de Riden a cuestas.
¿Semanas?
¡¿Semanas?!
Vordan no me ha dado la suficiente tregua entre prueba
y prueba como para idear un plan de huida, pero ahora me
consume la desesperación.
«Necesito encontrar la forma de salir.»
No llego a ninguno de los árboles circundantes, en el
suelo solo hay arena, hierba alta y unas cuantas rocas
esparcidas. No hay nada útil para salir de la jaula. Solo la
ropa que llevo puesta.
Completamente inútil.
No me pueden tener en esta jaula para siempre, ¿no?
Tendrán que sacarme en algún momento para... ¿para qué,
en realidad?, ¿para comer? Sin duda, me pasarán la comida
a través de los barrotes. ¿Tendría, entonces, la posibilidad
de escapar? De ninguna manera. Está claro que Vordan me
obligará a ponerme en una esquina de la jaula. Ha sido
extremadamente cuidadoso hasta ahora.
Es extraño darse cuenta de que lo único que necesitas
para sobrevivir es comida y agua. No necesitas interactuar
con gente, ni moverte ni correr ni caminar. No necesitas ni
dormir tan siquiera. Podría seguir encerrada para siempre
y continuar viviendo.
Cuando estaba encadenada en lo más profundo de la
fortaleza de mi padre, hubo días en los que pensé que mi
vida se reduciría a eso. Pensaba que sería prisionera de por
vida. Por aquel entonces, me negaba a usar mis poderes.
Hacía como si no existieran. Mi padre solo conseguía que
los usara cuando me amenazaba con quedarme atrapada
para siempre o cuando tenía que escapar de algún lugar.
Hoy, pese a sentirme reticente, recurro a mis habilidades
para sobrevivir. Desafortunadamente, no me es posible
hacerlo en esta situación.
¿Y qué más tengo? Absolutamente nada.
No, espera.
Tengo a Riden. Pero ¿él de qué sirve si está aislado y
herido ahora mismo?
Me esfuerzo lo máximo posible por dar con una solución.
Mi mente está trabajando de forma tan intensa que ni
siquiera me doy cuenta de cuándo mis pensamientos se
transforman en sueños. Me veo a mí misma mirando a
través de los barrotes: Theris está haciendo que Riden se
desangre, lo ataca una y otra vez. Primero con el puño,
luego con la espada; finalmente, se saca la pistola del
cinturón, apunta a Riden en la cabeza y dispara.

El disparo resuena en el aire, sacudiendo todo mi cuerpo.


Cuando mis ojos se abren de golpe, me doy cuenta de que
no es el sonido de un disparo lo que escucho, sino que
alguien está dándole golpes a mi jaula con una espada.
Cromis se aleja rápidamente de mí una vez ve que mis
ojos van abriéndose.
—Alosa —dice Vordan—, ¿estás lista para empezar un
nuevo día?
Riden está tendido en el suelo, vivo, aunque
ensangrentado por las heridas de ayer; me mira y sonríe.
¿Y este idiota por qué sonríe? No hay nada por lo que
alegrarse.
Llámalo como quieras: confianza o soberbia, pero si yo
no he sido capaz de idear un plan de huida, seguro que él
tampoco.
—No he podido dormir de la emoción —digo inexpresiva.
—Me alegra escucharlo —dice Vordan imperturbable
ante mi sarcasmo.
La dinámica de hoy es la misma que la de ayer. Niffon y
Cromis han vuelto a traer sus respectivos cubos. Theris
está recostado contra un árbol, se muestra indiferente y
apunta a Riden con su pistola mientras con la otra mano va
pasándose una moneda de un nudillo a otro. Vordan está de
pie, erguido y seguro, sujetando el pergamino y el
carboncillo con sus brazos musculosos. El bulto de su
bolsillo revela que vuelve a tener el mapa, y está claro que
lo hace para restregarme su victoria por la cara. Me doy
cuenta de que no me equivoco cuando, al pillarme
mirándolo, sonríe.
Estoy agotada y dolorida por haber dormido en una jaula
tan pequeña. Me froto los ojos y miro al suelo, donde veo
una pieza de fruta, un trozo de pan y una taza de madera
con agua. Lo habrá dejado Cromis allí antes de
despertarme.
—¿Te han dado algo de comer? —le pregunto a Riden.
Vordan responde por él.
—El chico tiene que estar débil. Tú, en cambio, necesitas
tu fuerza. Espero ver todo un espectáculo hoy, así que
come.
Pincho la comida que tengo enfrente con desagrado.
¿Qué pasa si le ha puesto laguna droga?
—Tienes un minuto exactamente para comértela antes de
que ordene a Theris que dispare a Riden.
—Tómate tu tiempo —añade Theris—. Hace bastante que
no disparo a nadie.
Huelo el pan. Tiene un olor raro, pero si la alternativa a
comérmelo es ver cómo Riden recibe un disparo, no es que
tenga otra elección. Hago una mueca al morder la fruta,
que no está del todo madura. Trago a grandes bocados en
un intento por evitar saborear demasiado. Cuando acabo,
froto mi lengua contra el pan mientras mastico, para así
intentar eliminar el mal sabor.
Riden me mira con una sonrisa permanente en la cara
mientras como. Más vale por él que sea porque tiene un
plan y no porque está disfrutando de que esté engullendo.
Si es así, tendré que dejar que Theris le dispare.
Cuando ya me he tragado el último trozo, bebo agua para
pasar la escasa comida. Como es agua dulce, no tiene la
capacidad de reponer mi canción. No obstante, necesito
beber la misma cantidad de agua que cualquier humano
bebe para sobrevivir.
Vordan y Theris comienzan a discutir acerca de los
planes para el día, desviando momentáneamente su
atención de Riden y de mí.
Riden gesticula rápidamente con las manos para captar
mi atención.
Está moviendo los labios.
Dirijo mi mirada hacia los hombres que están enfrente de
los cubos. Pese a que deberían estar vigilando a Riden,
ambos han girado la cabeza hacia Theris y Vordan,
interesados por su conversación. Es imposible que nos
estén prestando demasiada atención.
—¿Qué? —le pregunto a Riden en un susurro casi
imperceptible.
Repite el mismo movimiento. Esta vez lo entiendo
perfectamente. Ha dicho: «Prepárate».
—¿Para qué? —respondo moviendo los labios. ¿Se puede
saber qué va a hacer?
Esta vez, se arriesga a susurrar.
—¿Recuerdas nuestra pelea de espadas?
Asiento. Demostró ser un idiota arrogante cuando se dejó
herir para ganar. ¿Eso qué tiene que ver con todo esto?
Vuelve a mover los labios y articula un «Ahora».
Me tenso pese a no saber lo que me espera.
Riden, que no estaba sujeto, pero sí herido, da un salto
hacia el cubo de Niffon, junta ambas manos y las introduce
en el agua. Se oye un disparo.
Sale humo de la pistola de Theris. Riden se derrumba en
el suelo, pero mantiene las manos en alto para intentar
conservar el agua que tan cuidadosamente ha logrado
contener en sus manos.
Pero Niffon finalmente entra en acción. Golpea la mano
de Riden y el agua se cae al suelo. Luego seca las manos de
Riden en sus propios pantalones antes de traerlo de vuelta
a mi lado, lejos del agua.
—Idiota —dice Theris calmado. Recarga su pistola, aplica
más pólvora en el arma e introduce otra bola de hierro.
—Eres un idiota —repito sin importarme que me
escuchen los demás—. Todo este tiempo me he asegurado
de que no te dispararan. No tendría que haberme
molestado.
Riden se sujeta la pierna por encima de la rodilla y
articula con voz cansada:
—Nunca me habían disparado. Por lo que parece duele
un poco... mucho.
Sé exactamente lo que se siente al recibir un disparo.
Duele como uno espera que duela, como si el hierro te
estuviera rasgando la carne a la velocidad del rayo y luego
ejerciera una enorme presión sobre tus huesos.
—Inténtalo de nuevo —dice Theris—, y lo sentirás el
doble de fuerte.
—Al menos no me han matado, estoy bien —dice Riden
ignorando a Theris.
—Exceptuando el hecho de que ahora no puedes
caminar.
Cuando Theris termina de recargar su arma, se gira
hacia Vordan como si no hubiera existido interrupción
alguna. Niffon y Cromis están muchísimo más alerta. Nos
vigilan a Riden y a mí sin apenas parpadear.
—¿Ese era tu brillante plan? —pregunto.
A nadie parece importarle que hablemos ahora. Riden
herido es completamente inofensivo y yo estoy enjaulada.
No se nos puede considerar una amenaza.
—Sí —responde ahogando un quejido—, pero necesita un
poco de forma aún.
Antes de que me dé tiempo a preguntar qué quiere decir
con eso, se empieza a mover a duras penas hacia los cubos,
arrastrando la pierna a su paso.
Todos dejan lo que están haciendo para mirarlo
fijamente.
—Mira eso —dice Cromis.
—No se rinde —agrega Niffon.
—¡Riden, para! —finalmente encuentro mi voz, pero él
parece haber perdido el juicio por completo. ¿Es que no se
da cuenta de que lo van a matar? Como mínimo recibirá
otro disparo.
Me ignora y tira de sí mismo hacia delante. Ya casi ha
llegado a los cubos.
Oigo cómo Theris carga la pistola. Apunta y dispara.
Riden jadea antes de derrumbarse; su cabeza cae directa
en el cubo.
Niffon lo saca del cubo y lo lanza de nuevo a donde estoy
yo.
Los ojos de Riden están cerrados. No respira. Intento
buscar la herida de bala por todo su cuerpo hasta dar
finalmente con otro agujero empapado de sangre. Theris le
ha dado en la misma pierna, esta vez debajo de la rodilla.
Parece que este último tiro no ha alcanzado el hueso, sino
que ha atravesado limpiamente el músculo del lateral del
gemelo.
—Parece que el chaval desea morir —dice Theris.
—¿Deberíamos matarlo, capitán? —pregunta Cromis.
—Sí, matadlo.
Niffon y Cromis se levantan. Lucho furiosamente por
intentar doblar los barrotes. No quiero ver morir a Riden.
No quiero...
Riden levanta la cabeza. Intento tocarle, pero está fuera
del alcance de mi mano.
Sonríe.
Niñato arrogan... Espera. Hay algo raro en él. Su cara.
Sus mejillas están demasiado redondas. Parece que va a
vomitar.
Sin embargo, al abrir la boca no sale vómito, sino agua
marina, que va directa a mis manos extendidas.
—¡No! —grita Theris, pero ya es demasiado tarde. No
puede echar mano de la cera antes de que empiece a
cantar.
Encanto a Theris, Cromis y Niffon de inmediato,
exigiéndoles que me digan dónde está la llave. Theris saca
enseguida el gran trozo de metal retorcido que tiene en el
bolsillo.
Le provoco una alucinación. Todo está a oscuras. No
puede ver nada más que la cerilla que tiene en sus manos.
Debe encender la vela si desea luz, si quiere sentirse
calmado y seguro. Yo soy la vela, y la llave de mi jaula es la
cerilla.
Me da un vuelco al corazón. Theris se tropieza con el
segundo cubo de agua y lo tira al suelo en su prisa por
alcanzarme. Si hubiera prestado más atención, podría
haberlo desviado, pero, en estos momentos, estoy
centrándome más en la rapidez que en la precisión. El
suelo absorbe rápidamente el agua. Mis poderes se
agotarán mucho antes de que consiga salir de aquí. Solo
cuento con el agua que ha conseguido lanzarme Riden.
Será mejor que la aproveche bien.
Mientras Theris se acerca a mí, hago que Cromis y
Niffon mantengan a Vordan ocupado. Solo puedo hechizar a
tres hombres a la vez. Vordan se recoloca la cera de los
oídos antes de luchar por su vida en un uno contra dos.
Riden está tendido en el suelo, su respiración es corta y
rápida. Le arrebato la llave a Theris y le ordeno ir también
a luchar contra Vordan mientras yo abro la jaula.
Vordan, a sabiendas de que será imposible derrotar a los
tres a la vez, se da la vuelta y empieza a correr.
Cromis es el hombre más cercano con pistola cargada,
así que lo hago venir enseguida para dármela; sostengo el
arma delante de mí a la vez que ralentizo mi respiración.
Apunto a Vordan en la espalda, justo donde el corazón
descansa bajo su piel. Es complicado porque ahora tengo
que hacer que la bala esquive a Theris y a Niffon.
«Apartaos de mi camino», les ordeno a ambos con mi
canto. Disparo tan pronto como se apartan.
Suena un disparo y Vordan cae.
Riden tose.
—Eso ha sido impresionante, pero te equivocabas, sigo
disparando mejor que tú.
Lanzo el arma a un lado y me giro hacia él. Soy incapaz
de decirle ni una sola palabra, porque tengo que mantener
ocupados a los otros tres con mi voz, pero sacudo mi
cabeza ante tal ridícula afirmación.
Él pregunta:
—¿Podemos irnos ya? Tiene toda la pinta de que estoy
sangrando.
Vuelvo a negar con la cabeza una vez más, esta vez con
determinación. Ni hablar. Aún no he terminado con estos
tres.
Llego rápidamente hasta el cuerpo de Vordan. Una vez
allí, le arranco de sus asquerosas zarpas el papel en el que
había escrito detalladamente mis habilidades. Lo rompo en
pedazos. Luego le saco del bolsillo el cristal en el que está
encapsulado el mapa.
Una vez hecho eso, cojo la espada de su lado y me giro
hacia los tres que quedan. No tengo ningún reparo en
matarlos mientras están indefensos. Ellos iban a hacer lo
mismo conmigo.
Pero, de repente, me asalta otro pensamiento. ¿Qué pasa
con la parte del mapa de Vordan?
Me giro de nuevo hacia su cuerpo y lo registro
minuciosamente.
Mi canto se está agotando, pero el mapa debe de estar
enfrente de mis narices. Ahora no puedo parar. Si le doy a
mi padre los dos trozos del mapa a la vez... no puedo ni
imaginarme lo contento que se pondría.
Le quito los pantalones a Vordan y los sacudo mientras
rezo por que caiga un trozo de papel.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta Riden con un hilo de
voz desde detrás.
Me imagino que sabe lo que estoy haciendo, pero le
sorprende la forma en que lo hago. No tengo tiempo de
registrar a Vordan en profundidad, y no sé por qué alguien
podría querer hacerlo. Espero que los animales salvajes se
den un festín con su carne podrida.
Una vez que me doy cuenta de que no tiene el mapa, le
doy una patada a su cuerpo inerte.
El cabrón debe de tenerlo en su barco.
Canto la última nota que me queda.
Espada en mano, me giro hacia los tres hombres, que
han recuperado el juicio.
—Esto será divertido —digo.
Capítulo 19

Desenvainan sus tres espadas respectivamente. Me


abalanzo sobre el más cercano, Niffon, que desvía el golpe
mientras Cromis intenta ponerse detrás de mí. Salto hacia
un lado para tener a ambos perfectamente en mi punto de
mira.
—Entretenedla —dice Theris—. Yo iré a buscar al resto
de la tripulación. No dejéis que escape.
—Quédate —le digo. Empujo a Niff mientras me deslizo
por debajo de un intento de corte de Cromis—. Os tendré
mordiendo el polvo a los tres en muy poco tiempo.
Theris no se demora, sale corriendo por la orilla, hacia
donde el barco está atracado.
Está bien, me ocuparé de él la próxima vez que nos
veamos.
Los dos piratas con los que estoy luchando logran que
me mantenga alerta. Golpean simultáneamente, con la
esperanza de que uno de ellos sea capaz de dar en el
blanco. Los movimientos que tengo que hacer para
esquivarlos son vertiginosos, pero no ralentizo. Arremeto
con la ayuda de mi espada y mis piernas. De todas formas,
si no tengo cuidado, darle a uno de ellos podría significar
que el otro me diera el golpe a mí. Tengo que esperar a que
alguno baje la guardia.
Ese momento llega cuando cometen el error de
separarse de mí al mismo tiempo: uno lo hace para
recuperar el equilibrio tras mi último golpe, mientras que
el otro se aleja para lanzar el siguiente golpe con más
fuerza. Lanzo mi espada en dirección a Niffon, que se
estaba preparando para golpearme. Tengo el tiempo
suficiente para ver cómo se le clava en el cuello antes de
girarme hacia Cromis, que aún no ha recuperado el
equilibrio. Arremeto contra su estómago con el puño
cerrado. Mientras se dobla de dolor, uso su propia espada
para arrebatarle el último aliento.
Cuando ambos hombres yacen muertos a mis pies, trato
de localizar a Theris, pero hace mucho que se marchó. No
sé cuánto tiempo me queda, pero sí sé que Theris traerá
refuerzos y que no seré capaz de vencer a una tripulación
entera.
Exhalo con rabia y corro hacia donde está Riden.
—No te preocupes por mí —dice con la respiración
acelerada—. Me desangraré hasta morir.
—Estarás bien —le respondo—. Siempre y cuando nos
vayamos de esta isla ahora mismo.
Riden no me resulta demasiado pesado de cargar, pero
sus heridas hacen que el camino hasta el agua resulte
extremadamente lento. Estamos echando una carrera
contra Theris y el resto de la tripulación de Vordan. No
puedo distinguir las pisadas porque las ha borrado el
viento, pero eso no significa que no estén ahí.
Cuando por fin atravesamos los árboles y vemos la costa,
camino más rápido a pesar de los gruñidos de dolor de
Riden. Estamos muy cerca ahora.
Pero, por supuesto, no se ve ni un bote ni ningún otro
medio para mantenernos a flote.
—Nos va a tocar nadar —dice Riden.
—No podemos hacerlo —respondo mientras la ansiedad
se apodera de mi voz. Me limpio el sudor de la ceja con la
manga de mi brazo libre. El canto y la pelea me están
pasando factura—. No puedo sumergirme en el agua. Es
demasiado. No podré evitar absorber toda su energía.
—Es nuestra única opción. Theris llegará en cualquier
momento.
Sigo dudando.
—No puedo nadar por mí mismo, Alosa —dice Riden.
Lo miro. Por alguna razón, su presencia me ha bastado
para mantenerme cuerda durante el interrogatorio con
Vordan. Espero que sea suficiente también esta vez.
—No tendrás que hacerlo. Yo haré todo el trabajo.
Solamente espero acordarme de ti mientras lo esté
haciendo. —Me quedo mirando sus cortes—. Esto va a
escocer.
Riden y yo nos sumergimos en las olas. Nos adentramos
en el mar hasta que el agua nos llega a las rodillas. Riden
sisea entre dientes cuando el agua salada le cubre la
primera herida de bala.
—Respira profundo —le digo incluso cuando el agua
empieza a hacer sus efectos. Noto cómo cambio, por dentro
y por fuera.
Sin más dilación, me pongo a nadar con él a cuestas.
Mi corazón se acelera. Emano pura alegría por sentirme
tan plena, por estar rodeada del mar. Para un humano, el
agua estaría congelada, pero no para mí. Es calmante,
revitalizante y refrescante. Puedo sentir cómo la fuerza y la
salud me llenan cada poro cuando empiezo a nadar a una
velocidad imposible.
También siento que mi cuerpo está cambiando.
El cabello me crece, cobrando vida propia mientras se
arremolina y azota el agua. Se me blanquea la piel, el
moreno del sol se convierte en un color perlado. Las uñas
me crecen y se me afilan muy ligeramente. Respiro incluso
bajo el agua y me muevo sin esfuerzo a través de ella. Aquí
soy capaz de ver tan bien como si estuviera en tierra, ya
sea de día o de noche. Me siento conectada a la vida
marina que me rodea: a los caracoles de las rocas más
profundas; a los peces que nadan a mi derecha, muy lejos;
a las plantas meciéndose en las corrientes iluminadas de
las profundidades; y a las criaturas diminutas e
imperceptibles a la vista que, aun así, puedo sentir.
No deseo nada más que nadar y simplemente disfrutar
de la sensación del agua fluyendo a través de mí a medida
que me impulso hacia delante.
Pero hay un peso que me impide nadar.
Casi se me olvidaba. Hay un hombre conmigo. Tiene los
ojos abiertos, incluso dentro del agua salada. Me mira
claramente asombrado.
No es para menos. Yo soy poder y belleza. Canción y
agua. Soy dueña del mar y de todas sus criaturas.
El hombre señala hacia arriba y luego hacia su garganta.
Hay un rastro de sangre que se mezcla con el agua a
nuestro paso. Una anguila acura la huele, pero huye en
dirección contraria al sentir mi presencia.
El individuo me agarra del brazo y me sacude. Vuelvo mi
atención hacia él. Ah, se está ahogando, necesita aire para
sobrevivir.
Me deleitaré viéndolo retorcerse y ahogarse. Será un
espectáculo muy placentero que disfrutaré mientras sigo
nadando y fusionándome con las aguas calmantes. Tal vez
baile con su cuerpo inerte después.
Empieza a patalear en un intento de llegar a la superficie
por sí mismo, pero sus heridas son demasiado grandes
como para permitírselo y lo sujeto demasiado fuerte como
para que pueda escapar.
Finalmente, deja de forcejear. En su lugar, pone sus
manos sobre mi cara, esforzándose por mirarme a los ojos.
Presiona sus labios con los míos una vez antes de quedarse
quieto.
Con ese simple movimiento, algo se despierta dentro de
mí. «Riden.» Este es el hombre que dejó que le pegaran un
tiro para ayudarme a escapar de Vordan, y yo ahora estoy
dejando que se ahogue.
Me pongo a nadar enseguida hacia arriba. No respira, ni
siquiera en la superficie. Tengo que llevarlo a tierra.
Intento captar un lugar en el que el agua se interrumpe;
busco una masa grande que resista el flujo de corrientes
naturales a mi alrededor. Hay un barco que no está
demasiado lejos. Es el barco de Riden. Deben de estar
buscándolo.
Comienzo a nadar hacia el barco, más rápido que
cualquier criatura marina. Como pájaro en el aire, avanzo
sin esfuerzo, ola tras ola.
Estoy nadando de nuevo hacia mis otros secuestradores,
así que no puedo entregarme a ellos sin un plan de huida.
El pánico se apodera de mí. No hay tiempo. A cada segundo
que pasa, Riden está más cerca de la muerte. Debo llegar
al barco ya mismo.
No detengo mi camino hacia la nave, pero sumerjo la
cabeza en el agua y empiezo a cantar. Aquí mi voz se oye
clara, tan clara y nítida como el sonido de una campana.
Viaja a gran velocidad, llegando a los oídos de aquellos que
se encuentran en la Nómada Nocturna. El poder de mi
canto es ilimitado cuando me encuentro en el océano, el
mar me nutre y me alimenta para que nunca me canse.
Al acercarnos al barco, empiezo a preparar a los
hombres para lo que está por venir. Tienen que estar listos
para nuestra llegada. No hay tiempo que perder. Solo
puedo controlar a tres hombres a la vez: primero recurro a
Kearan, le ordeno que mueva el barco hacia nosotros; luego
encuentro a Enwen y a Draxen, hago que se acerquen al
borde del barco y levanto a Riden para que sea lo primero
que vea Draxen.
—¡Bajad una cuerda! —ordena su hermano de inmediato.
Mientras sus hombres se apresuran a obedecer, dejo
escapar un verso más. Esta vez con mayor alcance.
Me veo obligada a nadar hacia la derecha para esquivar
la larga cuerda de nudos que me salpica al toparse con el
agua.
Mi cuerpo cambia en cuanto me sacan del agua, tan
rápido que nadie puede darse cuenta. Ningún hombre
puede ver mi forma de sirena a menos que mire a través
del agua. Y creo que se puede afirmar, con total seguridad,
que ellos estaban demasiado lejos como para darse cuenta.
Pero este es el menor de mis problemas ahora mismo.
Los hombres de Draxen nos suben rápidamente. Debe de
haber al menos cinco de ellos tirando de la cuerda. Por
suerte, agarro el borde de la barandilla una vez llego hasta
arriba del todo, lo cual se me hace difícil con Riden a
cuestas. De no haberlo hecho, me habrían arrastrado hasta
arriba, y probablemente me hubiera roto el dedo o la
muñeca al quedarme atascada en la barandilla. Draxen
sujeta a Riden y lo recuesta en la cubierta del barco. Me
dispongo a ayudar cuando, de repente, me contienen lo que
parecen veinte hombres.
—¡Ve a buscar a Holdin! —ordena Draxen. Uno de los
miembros de la tripulación corre bajo cubierta.
—El médico del barco no podrá ayudarlo —espeto.
Por un momento, me distraen los asquerosos dedos que
toquetean, palpan y presionan mi cuerpo en lugares que no
deberían. Es decir, en lugares innecesarios para
contenerme. Hay dos cosas que me duelen: los músculos
por el forcejeo y el orgullo a causa de la situación.
—¿Qué le has hecho? —exige saber Draxen.
Ya está bien. Me da igual si toda la tripulación me ve.
Están a punto de morir de todas formas. Uso mis
habilidades en Draxen haciéndole ordenar a sus hombres
que me liberen.
Su tripulación me escucha cantar, lo cual ya los deja lo
suficientemente perplejos; sin embargo, se quedan aún más
aturdidos una vez que Draxen les ordena soltarme.
Tiene que repetirlo de nuevo, esta vez más fuerte, para
que presten atención. Le hacen caso, por lo que deben de
haber deducido que yo no tengo nada que ver con el
cambio de opinión de Draxen. Bien.
Corro hacia Riden, me siento en el frío suelo de cubierta
y pongo mis manos a ambas lados de su cabeza
respectivamente. Me inclino como si fuera a besarlo. Debo
insuflarle aire en los pulmones. Le tapo la nariz con los
dedos de mi mano derecha y soplo en su boca para que el
aire pueda llegar a sus pulmones.
Espero un momento y luego lo intento de nuevo. Lo
repito cinco veces, pero no cambia nada.
—No —digo en apenas un susurro. Me recuesto encima
de su cuerpo, apoyando mi cabeza contra su pecho, y
suplico en silencio para que empiece a oscilar, para que sus
pulmones empiecen a funcionar y para que su cuerpo
consiga mantenerse con vida.
Esto no puede estar pasando. No después de que me
haya rescatado. No después de que haya recibido un
disparo para ayudarme. No puede morir ahora.
Pero hay agua en sus pulmones. Puedo notarla bajo mi
mejilla. Si tan solo pudiera sacarla...
Coloco mis manos contra su pecho para que parezca
como si estuviera tratando de sacar el agua de sus
pulmones, pese a que sé que ahora ya es inútil.
Canto tan bajito que solo Riden me podría oír si estuviera
despierto. Le pido a su mente que se mantenga alerta. Les
ruego a sus órganos que se preparen. No puedo curarle las
heridas, ni puedo acelerar el proceso, ni puedo cambiar
nada. Solo puedo acceder a su mente. Le digo que no se
rinda. No todavía. No puede morir.
Una vez he usado parte de mi canto, me centro en el
agua que está debajo de mí, en los pulmones de Riden. No
puedo tocarla, pero puedo sentirla. Exijo que venga a mí.
No se mueve.
Pero entonces entierro mis dedos en el pecho de Riden y
estiro, física y mentalmente. Lo insto a volver a la vida con
cada célula de mi cuerpo.
Y, finalmente, el agua asciende. Sale de los pulmones a
través de su carne, a través del sudor de su piel, y viene a
mí.
—¡Ahora respira! —digo al mismo tiempo que sigo
cantando. Vuelvo a soplar dentro de su boca de nuevo,
pidiéndole a sus pulmones que sigan funcionando. El
corazón de Riden todavía late, así que, si puedo convencer
a sus pulmones para que bombeen oxígeno por su cuenta,
entonces estará bien. Tiene que estar bien.
Riden jadea, respira más fuerte de lo que jamás haya
escuchado. Me recuerda a un bebé recién nacido que da su
primer aliento. Es el sonido de la vida.
Me aparto de él y me tomo un momento para respirar.
En cuestión de segundos, se abalanzan sobre mí. Draxen
debe de haber recuperado el sentido. Me ponen una navaja
en la garganta y otra contra mi estómago, presionando lo
suficientemente profundo como para rascarme la piel, pero
ni siquiera soy capaz de reunir las fuerzas necesarias como
para preocuparme. Riden está vivo. Eso es lo único que
importa. Tiene los ojos cerrados y todavía le sangran las
heridas, pero sobrevivirá.
—¿Qué quieres hacer con ella, capitán? —pregunta uno
de los piratas que me tiene inmovilizada.
—Llevadla de vuelta al calabozo. Quiero cinco hombres
abajo con ella, vigilándola en todo momento. No se le dará
comida ni agua. Ni tampoco conversación.
Vuelvo a estar encerrada, igual que un pájaro enjaulado.
Realmente estoy empezando a odiar esto.
Capítulo 20

No hay palabras para describir el frío que siento en el


calabozo. Ahora que puedo pensar por mí misma, me
percato del efecto que tienen en mí la ropa mojada y el aire
fresco de la mañana. Una ligera brisa se cuela entre los
huecos de la madera del barco, adhiriéndose a mi piel y
sacudiendo mi cuerpo con escalofríos. Mi ropa ya no está
aquí. No tengo ni idea de lo que habrá hecho Riden con
ella. Quizás el resto de los piratas se la quedaron cuando
me fui de la celda. La tela se puede vender a buen precio, y
un pirata siempre intenta obtener un beneficio.
Me siento en el suelo y me abrazo las piernas. Tengo los
dedos de los pies entumecidos. Me quito las botas y los
froto fuertemente con mis manos.
Los hombres fuera de mi celda no hacen nada. Apenas
me miran. Obviamente, Draxen es el responsable de que
sean estos tipos los elegidos para vigilarme. No responden
a ninguno de mis comentarios.
—¿La intención de Draxen es que me muera o me vais a
dar una manta?
»Eh, tú, feo, te estoy hablando.
Uno de ellos me mira y se pone rojo, luego vuelve a mirar
hacia la pared.
—¿Cómo ha conseguido Draxen encontrar a todo un
grupo de sordos para que sean mis guardias?
»¡Como no me deis una maldita manta, os arrancaré la
cabeza!
»¿Imagino que ninguno de vosotros querrá lanzarme su
camisa?
Llegados a este punto, me pondría cualquier prenda
maloliente que estuviera seca.
Finalmente, me obligo a mí misma a secarme. Corro en
círculos, empiezo a mover los brazos, cualquier cosa con tal
de hacer que me bombee la sangre. Sin embargo, cada cosa
que hago genera más aire que me enfría la piel. Ojalá
estuviera en el agua de nuevo.
Me quito toda la ropa que me atrevo, teniendo en cuenta
la compañía que tengo.
¿Cómo es posible que mi piel siga estando mojada?
¿Cómo es posible que siga habiendo tanta agua? Lo peor de
todo es que podría renovar mis poderes, pero no sé cuáles
serían las consecuencias: ¿me perdería y me convertiría en
la sirena?, ¿o podría arreglármelas para mantener la mente
en frío como hice en aquellas ocasiones con la ayuda de
Riden? No lo sé, pero, llegados a este punto, no me la
puedo jugar. No teniendo en cuenta lo que está por venir
dentro de poco.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que desista de ser tan
cuidadosa. Me pongo a cantar una melodía en voz baja para
el hombre que me miró al burlarme, parece ser el más débil
del grupo. «Ve a buscarme una manta»: estas son las
exigentes palabras que entrelazo en mi canción. Solo él
puede escuchar la intención de las palabras, para el resto,
solo estoy haciendo ruidos sin sentido.
De repente, se levanta y se va.
—¿Adónde vas? —le pregunta otro sin recibir respuesta
alguna.
El hombre al que he encantado vuelve enseguida. Me
pasa la manta a través de los barrotes.
—Solo para que te calles —le hago decir para que el
resto no sospeche.
—Ya iba siendo hora —digo arrancándole la tela de las
manos.
La uso para secarme el agua de la piel y luego me
envuelvo en ella. Mucho mejor. Ahora ya puedo pensar con
claridad.
Ahora todo lo que necesito hacer es esperar a que pase
el resto del día, posiblemente también el resto de la noche.
No sé en cuánto tiempo ocurrirá todo...
Entre lo de ayer y lo de esta mañana, estoy
profundamente agotada. Voy pasando de un sueño a otro.
Primero sueño con Riden. Está sano y curado. Me vuelve a
decir que él es mejor tirador que yo. Nos ponemos a
disparar a maniquíes por turnos. Finalmente, gana él, lo
que me hace darme cuenta de que estoy soñando. En la
vida real, sería imposible que me ganara.
Luego sueño con mi padre. Exige que le dé el mapa. Me
grita desde detrás de los barrotes tras los cuales estoy
encerrada, negándose a dejarme salir hasta que no cumpla
con lo que me ordena hacer. Busco entre mi ropa, donde sé
que he puesto el mapa, pero ha desaparecido
misteriosamente. Me dice que nunca volveré a ver la luz
del día y los barrotes empiezan a acercarse hacia mí,
aplastándome la piel.
Suelto un grito sofocado. Los hombres al otro lado de las
barras resoplan, pero después siguen bebiendo y jugando a
los dados.
Instantes después, me abandono a un sueño feliz en el
que revivo la última canción que canté antes de que me
volvieran a subir al barco.
Ya no debe de quedar mucho para que llegue el
momento.

Me despierto con el sonido de unos disparos. Se extiende


una gran sonrisa a través de mi cara.
Ya es la hora.
—¡Todos a cubierta! —grita Draxen desde arriba. Mis
vigilantes se apresuran a subir la escalera, dejándome sola
abajo.
Le doy la vuelta a la mesa de mi celda y miro a ver si mis
ganzúas todavía están aquí. Lo están. Después de todo lo
que pasó, Riden no logró descifrar cómo logré salir de mi
celda.
La pelea que se está montando arriba crea un alboroto.
Se escuchan gritos y gruñidos. Brazos y piernas vuelan por
doquier. Se oyen choques de metales, palabrotas y golpes
contra el suelo.
Finalmente, escucho pasos más rápidos que se
distinguen del resto de la batalla en curso. Probablemente
sea porque alguien se está acercando. Me atrevería a decir
que se ha caído rodando por la escalera. Lástima,
probablemente le duela horrores mañana por la mañana, si
es que el pobre miserable no se ha muerto ya.
—Capitana, ¿estás allí abajo?
—¡Estoy aquí! —grito de vuelta.
Aparece el rostro de Niridia, seguido de dos miembros
más de la tripulación. Saltaría de alegría de lo contenta que
estoy de verlas.
—Recibí tus señales. Wallov vino a mí en cuanto te
escuchó cantar —me dice. Luego me mira de arriba abajo
—. No puedes estar bien. Tienes un aspecto terrible.
Me estremezco.
—Ni me lo recuerdes.
Niridia sonríe. Es una de las mujeres más hermosas que
he visto en mi vida, pero esa no es la razón por la cual es
mi primera oficial. Nos conocimos hace cinco años, ambas
éramos hijas de piratas. Es un año mayor, pero sigue mis
órdenes y pelea casi tan bien como yo. Con su melena del
color del sol y sus ojos azul intenso, Niridia resulta de lo
más contradictoria, como cualquier persona que la haya
visto luchar puede corroborar.
—¿Cómo va la cosa ahí arriba? —pregunto.
—Va bien, mi capitana —afirma Niridia—. Ya casi la
mitad han caído a manos de los hombres de Tylon.
—¿Tylon está aquí? —mi tono está lleno de desprecio.
—Lo siento. Me ha pillado mientras nos estábamos
yendo. No le dije adónde iba, pero me siguió.
—Maldita sea, ese hombre tiene que aprender a meterse
en sus propios asuntos.
—Ya sabes cómo es.
Sí, pero, aun así, tendré una larga charla con él cuando
todo esto acabe. Tylon es el capitán de uno de los barcos de
la flota de mi padre. Y, últimamente, se le ha metido en la
cabeza que tenemos que... relacionarnos. Una idea de la
que, sin duda, lo convenció mi padre. Sin embargo, no
quiero tener nada que ver con ese borracho arrogante.
—Yo no sería tan dura con él, capitana. Durante la
batalla, sus hombres han ayudado a varias de nuestras
chicas cuando se encontraban en un aprieto.
—Estoy segura de ello. ¿Y cuántas veces hemos tenido
que ayudar nosotras a su estúpida tripulación?
—Muchas.
—Me lo imaginaba.
—Entonces, ¿vamos a unirnos a la lucha? —Mandsy, de
pie entre Niridia y Sorinda, pregunta ansiosa.
—¿Espada? —pregunto.
—Aquí tienes, capitana. —Sorinda, la chica del pelo
negro, saca mi espada de la nada, aparentemente. Sorinda
esconde más armas consigo que secretos un espía.
Ah, es mi sable. Es uno de los primeros regalos que me
hizo mi padre. Le pedí a Sorinda que me lo guardara
mientras estuviera en la misión. Veo que lo ha cuidado muy
bien. No hay nadie en quien confíe más con un arma que en
Sorinda.
Verlas de nuevo me enternece. Ahora solo quiero volver a
mi barco, pero lo primero es lo primero.
—Vamos a ayudar a los de arriba, ¿de acuerdo?
—Sí, capitana —responden al unísono.
Subimos a cubierta y nos enzarzamos en la lucha. Es un
caos total. Solo cuento con unos pocos segundos para
diferenciar a los que están en nuestro bando de aquellos
que no; intento recordar las caras de los hombres de la
Nómada Nocturna.
Esto sería mucho más fácil si los hombres de Tylon no
estuvieran mezclados con los de Draxen. En lugar de
dedicarme a matar a todos los hombres del barco, ahora
debo tener cuidado con los piratas que sirven a mi padre en
la tripulación de Tylon. Para ser justos, hay un par de
hombres que son míos, pero conozco tan bien a cada
miembro de mi tripulación que sería imposible confundirlos
con cualquier otra persona.
Algunas personas siguen intentando embarcar, ansiosas
por unirse a la pelea. Draxen y sus hombres no tienen
ninguna posibilidad, pero siguen dando guerra. Al menos,
la mayoría; veo a Kearan, sentado en cubierta, bebiendo sin
importarle lo que ocurra a su alrededor. Este tiene más
bien poco de luchador.
Me fijo en Draxen, que está luchando con dos de los
hombres de Tylon a la vez. Por un momento, me gustaría
que uno de ellos lo matara. Riden no podría echarme eso en
cara, y quiero verlo muerto con todas mis fuerzas. Sin
embargo, sé que a Riden seguiría doliéndole su pérdida
independientemente de quién lo matara. Odio tener que
darle la razón a Vordan, pero me importan los sentimientos
de Riden. No sé por qué, pero es así.
Draxen mata a uno de los hombres de Tylon delante de
mis ojos. El otro hombre retrocede un par de pasos, pero
luego avanza con una furia renovada. Mala jugada. El
pobre hombre no está pensando con claridad, seguirá el
mismo camino que su amigo.
Draxen lo mata también. El pirata cae en cubierta justo
cuando Tylon está embarcando. Ser testigo de cómo un
hombre mata a uno de los tuyos es algo terrible. Te sirve
para elegir tus objetivos durante la batalla. Tylon corre
directamente hacia Draxen.
Esto tiene que parar. Ahora.
Tylon es un excelente luchador. Lleva ejerciendo la
piratería seis años largos de su vida, desde que era un
muchacho de doce años. Ahora es uno de los hombres en
los que más confía mi padre y un buen partido para
cualquier capitán pirata. No sabría decir quién ganaría en
batalla.
La idea me pone inexplicablemente nerviosa. No puedo
arriesgarme a que gane Tylon, pero ¿cómo quedaría que
interviniera?
Pufff, por el amor del cielo.
Corro hacia ellos, y salto en medio de los dos hombres,
todavía separados por unos tres metros de distancia.
—Alosa —escucho decir a Tylon desde detrás.
Lo ignoro por el momento.
—Draxen, tienes que parar esto. Diles a tus hombres que
se rindan, o seguirán muriendo.
Draxen me mira. Sus ojos están llenos de sed de sangre.
Rendirse sería lo último que consideraría, incluso aunque
eso le costara la vida de toda la tripulación. Se abalanza
sobre mí, decidido a acabar conmigo de una vez por todas.
Tendría que noquearlo de nuevo, pero ¿cómo quedaría
ante el resto si no lo matara?
De repente, Draxen me aparta la mirada, y oigo cómo
varias espadas caen en cubierta.
Pero qué demo...
Me giro, aun a sabiendas de lo que posiblemente veré.
El Rey Pirata ha llegado.
Miro alrededor del barco hasta dar con Niridia y capto su
atención. El mensaje que esconde mi mirada está claro:
«¿Has sido tú?». Niega con la cabeza una vez: «No».
Mi siguiente movimiento es darle una patada a Tylon en
la espinilla.
—Au —dice.
—¿Lo has traído tú?
—Por supuesto. Estaba claro que estabas pidiendo ayuda.
¿Por qué no iba a decirle que viniera?
—Porque no necesitamos su ayuda. —Suelto algo
parecido a un gruñido y luego avanzo hasta el borde del
barco—. Hola, padre.
—¿Lo tienes? —pregunta.
No parece contento. Mi padre es como un oso. Pelo y
barba marrón oscuro. Hombros anchos. Más de uno
ochenta de altura. No tienes que haberlo visto para darte
cuenta de quién es. Mi padre domina a la gente del mismo
modo en que los vientos dominan las olas.
—Por supuesto —respondo.
Llevo mi mano al único bolsillo de mis pantalones y saco
la pequeña esfera. Draxen estaba tan preocupado por la
vida de su hermano que no pensó en registrarme para
recuperar el mapa. Quizás ni siquiera se hubiera dado
cuenta de que ya no estaba en su poder.
De manera muy profesional, coloco el mapa en las manos
expectantes de mi padre. Examina el cristal para confirmar
que le he dado lo que deseaba.
—Ahora explícate. ¿Por qué llamaste a Niridia?
Todo está en silencio, parado. Los hombres y las mujeres
tienen a la tripulación de Draxen a punto de espada o de
pistola. A mi padre le da igual que lo estén pasando mal. Se
tomará todo el tiempo que quiera para interrogarme. Es
como si el mundo se parara por él. Siempre ha sido así.
—Necesitaba dar con la manera de salir del barco. Tenía
el mapa y necesitaba un modo para transportarlo.
Me mira ligeramente incrédulo.
—¿Por qué no me trajiste el mapa? —Antes de que pueda
contestar, levanta la mano para que me calle—. ¿Niridia?
—¡Sí, señor! —grita Niridia, que está apuntando a dos
hombres.
—Dime dónde encontraste a mi hija cuando llegaste al
barco.
—Ella estaba...
—En el calabozo —interrumpo. Niridia mentiría por mí.
También moriría por mí. Y, en este caso, serían sinónimos.
Mi padre puede hacerme muchas cosas, pero yo sé que
jamás me mataría. Y no sería tan amable con alguien que le
mintiera.
—Fue un contratiempo menor —digo—. Me secuestraron
de este barco. Vordan Serad vino a por mí.
—¿Vordan? —La cara de mi padre se oscurece. Tiene un
profundo desprecio por sus competidores—. ¿Cómo sabía
que estabas aquí?
—Tenía un espía en el barco.
—¿Qué quería de ti?
—Le causaban curiosidad mis... habilidades. Me encerró
y me obligó a demostrárselas. —Intento que la
conversación revele lo menos posible, ya que hay varios
testigos con los oídos bien abiertos a nuestro alrededor.
—¿Qué fue lo que descubrió?
—Mucho, me temo, aunque él ya sabía la mayor parte.
Dijo que uno de tus hombres que ostenta un alto cargo era
su espía.
Los ojos de mi padre pasan rápidamente por todos sus
hombres.
—De ser así, me ocuparé de ello más tarde. ¿Te resultó
difícil escapar?
Me mantengo erguida.
—Supe manejar la situación.
—¿Y Vordan?
—Está muerto.
—¿Lo registraste para ver si tenía el mapa?
—Sí, y no lo tenía. Las circunstancias de mi huida no me
permitieron buscar por la zona.
—¿En serio? —pregunta mi padre dubitativo. Le cuesta
entender cómo otras personas son incapaces de llevar a
cabo incluso las tareas más difíciles—. ¿Y eso por qué?
Porque tenía que llevar a Riden a un lugar seguro.
—Toda su tripulación andaba por ahí cerca. Los alertaron
de mi huida. No tenía tiempo.
—¿Tiempo?
Realmente estoy empezando a odiar sus preguntas
indiscretas. Siempre me ponen de los nervios, pero trato de
mantener mi temperamento bajo control. Mi padre es un
buen hombre. Tiene que mantenerse duro y firme delante
de su tripulación, incluso cuando está tratando conmigo.
—Ya fue lo bastante difícil matar al gigante de Vordan y
escapar. Tenía que salir de allí.
Ahora Kalligan me mira de forma extraña y no entiendo
por qué.
—Descríbeme a Vordan.
—Era alto —digo—. Más de uno ochenta. Muy musculoso.
Tenía una calva en la coronilla, barba marrón, cinco aros de
oro en la oreja izquierda...
—Ese no era Vordan.
—¿Qué quieres decir?
—Vordan es un hombre corriente. De complexión y
aspecto estándar. Moreno, ropa casual. Le gusta
camuflarse con la multitud. Aunque tiene un gesto bastante
distintivo, le gusta pasarse una moneda por encima de los
dedos.
Siento como si mi mente se estuviera expandiendo
físicamente a medida que la información pasa por mis
oídos. Me quedo boquiabierta.
—¡Qué listo el cabrón! —exclamo.
—¿Qué? —pregunta mi padre.
—Él estaba allí. Y estuvo aquí. Él era el espía de este
barco. Quería observarme por sí mismo, pero no quería que
supiera quién era, así que hizo que uno de sus hombres se
hiciera pasar por él. Se aseguró de no llamar la atención.
Por eso era él quien tenía la llave de mi celda. Y debía de
ser él quien tuviera la última pieza del mapa.
Padre alza la vista de repente. Me agarra del brazo y tira
hacia un lado justo cuando Draxen llega donde estamos,
con su espada apuntando al Rey Pirata. Habrá subido por la
red mientras la atención de todos estaba depositada en mi
padre y en mí.
¡Maldito idiota está hecho Draxen! Ya que me estoy
molestando en salvar su lamentable culo, podría al menos
ponérmelo fácil.
Los hombres de mi padre avanzan, listos para proteger a
su rey.
—No —les dice levantando las manos para detenerlos—,
yo me encargo del chico. —Desenvaina su espada y se
prepara para el duelo.
—Padre —digo apresuradamente.
—¿Qué? —Mantiene la mirada fija en Draxen, pero veo el
gesto de fastidio en su rostro.
—Ni él ni su tripulación merecen el honor de que los
mates. Déjame llevármelos como prisioneros. —Sonrío a la
espera de que a mi padre, que ahora me mira, le resulte lo
suficientemente convincente—. Me gustaría devolverles la
amabilidad que me han demostrado mientras estaba a
bordo de su barco. —No debería importarme que Draxen o
cualquiera de sus tripulantes murieran, pero me importa.
Ojalá pudiera endulzar el trato con un pequeño canto,
pero mis poderes de persuasión no funcionan con mi padre,
por desgracia. De hecho, con él no me funciona ninguna de
mis habilidades. Es el único hombre al que he conocido que
es inmune (aunque ahora sé que mis poderes de seducción
no funcionan en hombres como Vordan, o quienquiera que
sea aquel hombre que se hacía pasar por Vordan).
Probablemente tenga que ver con el hecho de que sea mi
padre. Su sangre corre por mis venas.
Kalligan me mira finalmente con aprobación, me
reconforta ver esa expresión en su rostro.
—Muy bien. Llévate a quien quieras y mata al resto. No
podemos dejar que quede ninguno libre. Arrojad sus
cuerpos al mar y traedme el barco de vuelta.
—Sí, señor.
—Y cuando hayas acabado y te limpies, ven a buscarme.
Espero un informe completo.
El Rey Pirata abandona el barco, llevando consigo a su
tripulación seguida por Tylon y sus hombres.
Mi tripulación ya ha desarmado a los hombres de
Draxen. Ahora se encuentran en fila delante de mí,
arrodillados a la fuerza. Varias de mis chicas tienen que
arrebatarle la espada a Draxen. Incluso cuando está
rodeado, no está dispuesto a ceder sin oponer resistencia.
No obstante, se acaba viendo obligado a arrodillarse en fila
con el resto.
Los observo lentamente, dejando que el miedo se
asiente. He experimentado muchas cosas en este barco que
preferiría olvidar. Estos hombres no sufrirán los mismos
infortunios. Solo se enfrentarán a la muerte o al
encarcelamiento. Así que un poco de miedo no les vendrá
mal ahora.
—Esto me resulta extrañamente familiar —les digo a los
piratas que están ahora a mi merced. Yo ya sabía que este
día acabaría llegando, pero no esperaba que fuera a
sentirme tan bien—. ¿Quién quiere vivir? ¿Debo ser
compasiva? ¿O debería mataros como vosotros intentasteis
hacer con mi tripulación cuando me capturasteis? —Esta
parte va dirigida específicamente a Draxen.
—Haz lo que quieras, mujer —dice Draxen escupiendo en
cubierta.
No me esperaba que fuera a enfrentar la muerte de
forma tan noble.
—Tus hombres deberían sentirse decepcionados por que
ni siquiera trates de negociar por sus vidas.
—Por el mismo precio —interviene un pirata—, yo
prefiero vivir.
Ha sido Kearan.
Sonrío.
—Muy bien. Wallov, Deros, llevad a este pirata al
calabozo.
Wallov y Deros son los únicos hombres de mi tripulación.
Son todo músculo. Muy útiles para lidiar con prisioneros,
especialmente con los grandes, como Kearan. Pero sus
músculos no son lo único que los hace útiles. Necesito,
como mínimo, a un hombre en mi barco en todo momento.
Solo los hombres pueden oír mi canto o, al menos, solo
ellos sufren sus efectos. Cuando estoy alejada de mi
tripulación, es bueno tener una opción de contactarlos con
rapidez, siempre que estén al alcance de mi canto.
—Llevaos a este también —les ordeno señalando a
Enwen—. Y al capitán. También encontraréis a un hombre
con dos heridas de bala en el camarote de la cubierta
principal. Lleváoslo al barco también. ¿Mandsy?
—¿Sí, capitana?
—Ocúpate de él, ¿quieres?
—Por supuesto.
Ordeno que se lleven a varios de los más jóvenes. Es más
difícil permitir que estos jóvenes abandonen este mundo
tan fácilmente. Los dejaré en el próximo puerto, y Kalligan
ni siquiera se dará cuenta.
Pero el resto, aquellos que han sido crueles conmigo, los
villanos despreciables, como Ulgin... Esos quiero ver cómo
se pudren en el fondo del mar.
—Matad al resto —digo.
Sorinda es la primera en sacar su espada. Camina detrás
de los hombres y los degüella uno a uno.
Matar es prácticamente un arte para ella. La forma en la
que se mueve es pura magia.
Todo el mundo se apresura a cumplir órdenes. Los
prisioneros son llevados al barco. Hago algunos arreglos
para que varios miembros de mi tripulación se queden a
bordo de la Nómada Nocturna para llevarla hasta el punto
de encuentro. Los cuerpos son arrojados por la borda y
todo el mundo vuelve a sus puestos.
Capítulo 21

Paso mis manos a lo largo de la barandilla de madera


mientras camino. Tiene daños debido a una batalla contra
un barco que intentó desertar de la flota de mi padre. Un
cañón de mi barco destruyó la mesana contraria. Esta
terminó desplomándose en mi barco, rompiendo la
barandilla y abollando la plataforma. La tripulación y yo
navegamos rápidamente a la isla de Butana, donde
robamos tablones de madera de las madererías más
selectas de la isla. Casi perdemos también a un miembro de
la tripulación. Nos empezaron a perseguir varios hombres
con sierras y hachas, pero, a pesar de estar transportando
pesados tablones de madera, conseguimos escapar con vida
de allí. Nosotras mismas reconstruimos la barandilla y
reemplazamos los tablones dañados de cubierta.
Cada parte de este barco cuenta una historia. Hemos
luchado por cada una de ellas, nos las hemos ganado.
Sabiendo todo el esfuerzo que ha costado montar esta
nave, nos sentimos infinitamente más orgullosas del
resultado.
Amo este barco casi tanto como amo a mi tripulación.
Veo la puerta de mis aposentos y me siento muy tentada
de entrar, pero ignoro el impulso. Ya habrá tiempo para
ponerse cómoda luego.
—Hola, capitana —dice una vocecita desde arriba. Roslyn
desciende por una cuerda hasta que sus pies descalzos
tocan el suelo. Esta jovencita tiene más estabilidad
balanceándose en el aire que pisando una superficie
terrestre.
Alboroto el cabello de la niña mientras observo los
rostros de toda mi tripulación prometiéndome que ya habrá
tiempo de ponerme al día con todos luego. Pero hay cosas
que deben resolverse antes.
—Niridia —digo. Da igual en qué parte del barco esté, mi
primera oficial siempre se las arregla para oírme. Me
apuesto a que sería capaz de escucharme desde el nido de
cuervo si yo estuviera susurrando desde abajo. Es una
habilidad fantástica que posee.
—¿Sí, capitana? —pregunta apareciendo a mi lado.
—¿Cuántas muertes ha dejado la escaramuza?
—No te castigues por eso. Cuando toca luchar, caen
buenos hombres y mujeres. Y no hay una sola persona en
este barco que no esté dispuesta a morir por ti.
—¿Cuántas? —repito.
—Dos.
—¿Quiénes?
—Zimah y Mim.
Cierro los ojos y visualizo sus rostros en mi mente. Zimah
fue una de las tres chicas que se ofrecieron voluntarias
para venir conmigo al viaje en el que me tenía que dejar
secuestrar por Draxen. Era una gran rastreadora y tenía
buena conversación. Podía compartir todo tipo de historias
acerca de los lugares que había visitado. Me encantaba
escucharla. Mim era una persona muy válida. Siempre
estaba dispuesta a hacer lo que yo le pidiera, sin importar
lo que fuera. Una excelente pirata. Las echaré mucho de
menos. Odio pensar que han muerto porque yo pedí ayuda.
Soy consciente de que todo hombre y mujer sabe a lo que
viene cuando se une a mi tripulación, pero, aun así, odio las
pérdidas constantes que vienen con la piratería.
—Encenderemos velas por ellas esta noche —digo.
—Ya le había dado la orden a Roslyn.
—Bien. —Como capitana, tengo que dejar a un lado las
pérdidas y concentrarme en lo que es mejor para la
tripulación. También odio esa parte—. Vamos a necesitar a
un nuevo navegante. Alguien que sea capaz de rastrear y
que conozca bien las tierras y las aguas.
Niridia asiente.
Me viene una locura a la cabeza.
—Conozco al hombre perfecto.
—¿A un hombre? —pregunta Niridia—. ¿No juraste que
nunca reclutarías a otro hombre en la tripulación mientras
ya hubiera uno después de que pasara lo de Ralin?
—Ay, ni me recuerdes a Ralin. Aquel tipo no podía
mantener sus manos alejadas de la tripulación. Era una
criatura despreciable.
—Se le podía soportar mejor una vez le cortaste las
manos.
—Sí, una pena que decidiera dejar de trabajar para
nosotros después de eso. No sé cuál sería la razón de su
decisión.
Niridia sonríe.
—Algunos hombres no tienen las agallas suficientes para
ser piratas.
—En principio, en caso de que el hombre que te comento
aceptase, daría la talla. Está más interesado en el alcohol
que en las mujeres. Y es tan lento que no sería capaz de
atrapar a ninguna.
—Parece todo un espécimen. ¿En qué cabeza cabría
rechazar a un hombre tan capaz?
Me río.
—Te he echado de menos, Niridia.
—Yo también te he echado de menos, capitana.
—Tengo que ir a la cubierta inferior, pero vuelvo
enseguida. Mantén tú el rumbo, ¿vale? Quiero llegar al
punto de encuentro lo antes posible.
—Por supuesto.
No me gusta nada que el primer sitio al que tenga que ir
una vez embarco en mi propia nave sea al calabozo. En el
último mes, he pasado demasiado tiempo en jaulas, celdas,
y similares. Está claro que es lo último que quiero ver
ahora mismo.
Pero hay mucho que hacer, ¿y por qué perder el tiempo?
Además, Draxen está en mi calabozo, y quiero
regodearme.
Llego bajo cubierta. El sonido de mis pies al pisar la
escalera de madera es mucho más agradable que el que
sonaba mientras Riden me arrastraba bajo cubierta en la
Nómada Nocturna. No hay mejor sonido que el de la
libertad. Y mi barco es mucho más bonito. Dudo mucho que
pudiera llegar a compararlo con ningún otro.
Todas las celdas están llenas, me gusta que los
prisioneros estén todo lo separados posible. Así tienen
menos posibilidades de escapar. Ahora mismo, algunos
hombres tienen que compartir celda de dos en dos, pero
este no es el caso de Draxen. Hay que tener especial
cuidado con él, por lo que está solo al final del todo.
Probablemente, me haya quedado con más miembros de
la tripulación de Draxen de los que debería, pero habrá
muchas oportunidades para deshacerme de ellos.
Preferiblemente, antes de que Trianne se quedé sin comida
en la cocina. Alimentar a los hombres es más caro.
Wallov y Deros se ponen en guardia cuando entro en el
calabozo. Draxen aparta la mirada deliberadamente.
—¿Por qué tan antipático, Draxen? —pregunto—. Tienes
la mejor celda.
Me ignora y yo sonrío a mis hombres.
—Me alegro de verla, capitana —dice Wallov—. Roslyn
llevaba bastante tiempo preguntando por usted.
—¿Cómo va con la lectura?
—Bastante bien. Le gusta leer todo lo que ve a su
alrededor.
—Me alegra saberlo, y me alegro de veros de nuevo a
ambos. Desafortunadamente, debo interrumpir esta charla.
Tendremos mucho tiempo para celebrar haber encontrado
el mapa y para ponernos al día esta noche, pero, ahora,
¿seríais tan amables de sacar a ese de ahí de su celda? —
pregunto señalando una de las celdas de en medio.
—¿Al grandote, capitana?
—Sí.
—Por supuesto.
Ambos entran en la celda. Deros se queda en la puerta
mientras Wallov entra hasta el final, donde hay dos piratas
prisioneros. El más joven se pone de pie e intenta
ponérselo difícil a Wallov, pero él lo empuja hacia atrás
haciendo que se caiga al suelo y dejando vía libre hasta
Kearan.
Kearan, que estaba desplomado en el suelo, se levanta
con rapidez.
—No hace falta que me fuerces a hacer nada,
compañero. No tengo ninguna razón para no ir
voluntariamente.
Deja que camine por su propio pie mientras lo vigila.
Este Wallov tiene un par de brazos fuertes y una mirada
penetrante.
Deros cierra la celda mientras Wallov me trae a Kearan.
Estoy de pie junto a la entrada del calabozo. No hace falta
que el resto de los piratas escuchen lo que voy a ofrecerle.
Podría darles una idea equivocada, ya que Kearan es uno
de los dos únicos hombres a los que pienso reclutar.
—¿Kearan?
—¿Sí? —pregunta sin molestarse en añadir ningún tipo
de título. Incluso en una situación tan desesperada como
esta, sigue conservando su actitud de «que sea lo que
tenga que ser».
—Una de mis mejores tripulantes ha muerto durante la
pelea. Hay una nueva vacante en mi tripulación. Me
vendría bien un navegante como tú. ¿Estarías interesado?
—Solo ha pasado un mes desde que intentaste matarme,
y ahora ¿me quieres contratar? —No parece confundido ni
asustado, ni siquiera agradecido. Simplemente aburrido.
—Lo sé. Yo también me lo estoy preguntando.
—¿Qué me pasará si digo que no?
—Te quedarás aquí abajo hasta que, o bien te mate, o
bien... Bueno, en realidad matarte es probablemente la
única opción.
No quiero decirle que lo dejaría libre. No puede saber
que cuenta con demasiadas opciones más. Además, una vez
pase tiempo en mi barco, no se arrepentirá de la decisión.
—Con opciones tan amables como esas, ¿cómo elegir?
Me cruzo de brazos.
—Creo que estoy siendo más que justa. Eres un vago, y
aquí no tendrías que contribuir tan a menudo.
—Mientras tanto, ¿me tendré que quedar aquí abajo?
—No, tendrás libertad condicional. Podrás vagar por el
barco mientras te vigila un guardia. Una vez sienta que
puedo confiar en ti, ya no tendrás vigilancia.
Kearan se rasca la barba de la cara mientras se lo
piensa.
Añado:
—Tenemos bastantes reservas de ron.
—Lo haré.
—Me imaginaba que accederías. Ahora ve arriba a dar
parte de ello. Preséntate al timonel.
—Vale. —Se dispone a irse.
—Kearan. —Lo paro.
—¿Sí?
—De ahora en adelante, te dirigirás a mí como
«capitana».
Mira hacia el suelo un momento, como si lo dicho
pudiera hacerle cambiar de opinión. Finalmente responde.
—Sí, mi capitana.
—Bien.
Se va y vuelvo a captar la atención de Wallov.
—Ahora necesito a ese de allí. El que tiene las perlas.
Enwen está solo en la celda. Se pone a andar en cuanto
se abre la puerta.
—Señorita Alosa, veo que la pulsera te trajo suerte al
final.
—¿Qué?
Señala mi pie. Me había olvidado por completo de que
me había atado su «amuleto de sirena».
—Te ha dado la libertad, ¿no? Y sé que mis perlas aún
funcionan, porque estoy aquí sano y salvo en tu barco.
¿Ahora me crees?
—Me temo que no creo en la suerte, sino en la habilidad.
—A veces pienso que ambas cosas son sinónimos.
No sé muy bien a qué se refiere, pero ahora mismo me
da igual.
—Resulta que me hace falta un buen ladrón. ¿Estarías
dispuesto a unirte a mi tripulación?
Sonríe.
—Por supuesto. Me da igual adónde navegar, mientras
haya monedas que encontrar.
—No te preocupes. Te prometo que al lugar al que
vamos, hay monedas de sobra.
Enwen se lame los labios.
—En ese caso, te prometo que seré el mejor ladrón que
hayas visto nunca.
—Bien. Entonces ve a presentarte arriba.
—¡Enseguida!
Cuando se marcha hacia cubierta me doy cuenta de que
tendría que haberle mencionado que dejara eso de robar
para cuando no estuviera en el barco. Será mejor que no
me olvide de decírselo la próxima vez.
Examino a los demás prisioneros antes de hablar.
—El resto permaneceréis aquí hasta que decida qué
hacer con vosotros. No tenéis que temer por vuestras vidas,
a no ser que tratéis de escapar. —Miro a Draxen al
pronunciar esta última frase—. En tal caso, sí que tendréis
de qué preocuparos.
Draxen se levanta.
—¿Y qué hay de mi hermano?
—Mi mejor curandera está tratando sus heridas.
—Si le pasa algo, te mataré.
—Draxen, no sirven de nada tus amenazas vacías. Tu
hermano está a mi cargo, y haré con él lo que yo decida. No
hay nada que puedas hacer para evitarlo. ¿Entendido?
Quizás haya sonado un poco peor de lo que es, pero me
da igual. Después de pasar tanto tiempo cerca de Draxen,
tendría que alegrarse de que le permita seguir viviendo.
Me dirijo a cubierta, siguiendo a los dos nuevos
miembros de mi tripulación.
Aunque es grande el dolor de nuestra pérdida, creo que
Kearan y Enwen pueden ser buenas incorporaciones. Hay
muy buenos luchadores en mi barco, pero es difícil dar con
ladrones y navegantes hábiles.
Al llegar arriba, el sol acaricia mi piel. Hace buen día y
apenas hay nubes en el cielo. El viento, perfecto para
navegar, agita el cabello sobre mis hombros.
Me paro en seco al ver a Kearan petrificado frente a la
popa.
—¿Kearan? —pregunto tocándole la espalda. No se
mueve.
Me pongo frente a él para poder verle la cara. Tiene la
mirada fija en un punto delante de él. En un intento de
seguir su mirada, deduzco que está mirando hacia el
castillo de popa.
—¿Kearan? —Lo intento de nuevo.
Abre la boca, la vuelve a cerrar para tragar y lo vuelve a
intentar.
—¿Quién es esa?
Ah, está mirando a una persona. Vuelvo a mirar.
—¿Niridia? La del timón es mi primera oficial.
Sacude la cabeza.
—Ella no. Me refiero a esa belleza oscura en las sombras.
Vuelvo a mirar. Ni siquiera me había dado cuenta de que
Sorinda estaba escondida en la sombra que proyecta la vela
del fondo.
—Ella es Sorinda.
No aparta la mirada. Que yo sepa, ni siquiera ha
pestañeado todavía.
—¿Y cuál es su papel en el barco?
Sonrío.
—Es mi asesina.
—Quiero que sea ella quien me supervise.
—¿Qué?
—Has dicho que estaba bajo libertad condicional y que
me vigilarían durante un tiempo. Quiero que sea ella quien
lo haga.
Nunca había oído a Kearan hablar de manera tan clara,
ya que suele hacer lo propio de un estado de embriaguez
constante: arrastrar las palabras al hablar.
—¿Es que no has escuchado la parte en la que digo que
es mi asesina? Será mejor que no te metas con ella, o te
matará antes de que te dé tiempo a pestañear.
—Entonces mejor para ti. Se asegurará de que no me
pase de la raya.
No hace ni veinte minutos, le aseguré a Niridia que
Kearan estaba más interesado en alcohol que en mujeres,
pero parece que me precipité.
Aunque, para ser sincera, me muero de ganas de ver
cómo acaba esto.
—¡Sorinda! —grito.
No cambia de postura, pero veo que sus ojos se dirigen
hacia mí.
—Ven aquí abajo. —Le hago un gesto con la mano.
Sale tan sigilosamente de las sombras como un gato. En
lugar de usar la escalera, salta por encima de la barandilla
y aterriza silenciosamente.
Sorinda es, como bien ha descrito Kearan, una belleza
oscura. Tiene el pelo negro y largo. Es delgada, de rasgos
afilados y elegantes. A pesar de que siempre intenta
esconderse, cuando sale a la luz, hay pocas personas que
destaquen más que ella. La belleza de Niridia es innegable;
sus rasgos parecen casi pintados, pero la de Sorinda parece
diseñada por la misma naturaleza. Es como una de esas
criaturas que solo salen por la noche.
Cuando llega hasta nosotros no responde. Simplemente
espera a que yo hable.
Kearan la mira sin disimulo. Sorinda hace como si no se
diera cuenta.
—Este es Kearan. Se ha unido a nuestra tripulación. Será
nuestro nuevo navegante. Ahora mismo está bajo libertad
condicional. ¿Me harías el favor de ponerle un ojo encima?
—Siempre tengo un ojo encima de todos.
Sonrío.
—Lo sé, pero este es, oficialmente, responsabilidad tuya.
Analiza a Kearan. Su expresión nunca cambia demasiado.
Nunca es posible saber lo que está sintiendo. Pero en esta
ocasión sus labios se curvan ligeramente hacia abajo.
Puede que Kearan sea gordo y feo, pero no hay ninguna
duda de que es bueno en lo suyo, siempre y cuando esté
motivado para hacerlo.
—Muy bien —dice finalmente.
—Bien. Ahora, si me disculpáis, tengo que ir a ver a un
prisionero.
Pese a que el barco de Draxen es más grande que el mío,
he optado por que haya más habitaciones en la parte de
arriba, en lugar de hacer más grande mi camarote de
capitana. Como mi tripulación me importa de verdad, una
de las habitaciones está destinada a tratar heridas.
Empezaré por allí.
Mientras me dirijo a mi destino, me doy cuenta de que
Enwen está en la barandilla de babor, vigilando a la
tripulación. Aunque me preocupa menos que Kearan,
mandaré a alguien que lo supervise. Pero eso puedo
solucionarlo más tarde.
Mandsy está apoyada sobre la mesa acolchada de la
habitación, donde Riden está durmiendo boca arriba. Le
han rasgado los pantalones por la parte de los muslos para
poder acceder fácilmente a las heridas de pistola. La
habitación huele a ungüentos y a sangre.
—¿Cómo está? —pregunto.
—Tiene muy buena pinta, capitana. Ya le hemos extraído
la bala del muslo. Fue un tiro limpio en la pantorrilla. Lo he
vendado lo mejor que he podido, incluyendo los cortes más
ligeros y las puñaladas en los brazos.
Algo dentro de mí se relaja, respiro mejor.
—Bien. ¿Ha recuperado la consciencia en algún
momento?
—Sí. En una ocasión, se despertó y me miró raro.
—¿Dijo algo?
—Me dijo: «Tú no tienes el pelo rojo». Y luego se volvió a
dormir. —Me lanza una sonrisa cómplice—. Estaba
terriblemente decepcionado de que yo no fuera tú,
capitana.
—Qué disparate. Hay muchísimas mujeres pelirrojas.
—Si tú lo dices...
—¿Alosa? —suena una voz débil e inestable.
—Riden —me acerco a uno de los extremos de la mesa
para que pueda verme.
—Os dejaré solos un rato —dice Mandsy.
—Sí, gracias, Mands.
Cierra la puerta al salir.
Tiene el rostro pálido, pero su pecho aún sube y baja al
llenarse de aire y al soltarlo. Nunca había apreciado tanto
ese movimiento como ahora. Sus brazos y piernas están
cubiertos por vendas. Se ven casi más tiras blancas que
partes de piel.
—¿Cómo te encuentras? —pregunto.
—Como si me hubieran disparado. Dos veces.
—Si no estuvieras ya lo suficientemente herido, ahora
mismo te pegaría por lo que hiciste.
—¿Por liberarnos?
Sacudo la cabeza.
—No, idiota, ¡por dejar que te dispararan! ¡Dos veces!
—El dolor desaparece finalmente. La muerte es
permanente.
—Estás extremadamente lúcido para ser un hombre al
que han disparado.
Él sonríe antes de ponerse serio de nuevo.
—Siento mucho lo que te hicieron esos hombres. No
puedo ni imaginarme lo horrible que fue para ti, pero
seguro que lo fue.
Lo miro incrédula.
—¿Qué?
—¿Tú me ves? —pregunto.
—Sí, ¿qué pasa?
—Estoy aquí de pie, sin lesiones. Sin heridas de bala. ¿Y
dices que ha sido horrible para mí? Yo estoy bien. —Pese a
estar furiosa de que Theris (el verdadero Vordan) siga vivo.
—¿Cómo está mi hermano? —pregunta Riden.
—Está en mi calabozo.
—¿Vivo?
—¡Sí, vivo! ¿Crees que quiero que apeste todo por culpa
de un cadáver?
—Gracias, Alosa.
Hago un gesto con la mano, insinuando que no es nada.
—Espero que estés satisfecho con tu alojamiento —digo
cuando el silencio se hace demasiado largo.
—Estoy encima de una mesa.
—Sí, pero es lo único que hay en la habitación más allá
del botiquín de Mandsy. Nada de desorden a la vista. No
hay nada con lo que te puedas obsesionar.
Se ríe y después dice:
—¿Y ahora qué pasa?
—Honestamente, no lo sé. Mi padre y yo tenemos que
planificarlo todo. Dejaré a los hombres de tu tripulación
que siguen vivos en un puerto. Claramente, no puedo
liberar a Draxen, ya que no renunciará a su venganza. Así
que, por el momento, será mi prisionero. Pero, mientras
pueda evitarlo, no os ocurrirá nada malo a ninguno de los
dos.
Me mira a los ojos. Tiene una expresión de tal alivio y
agradecimiento, que cualquiera diría que lo he hecho rey
de su propia isla.
—Me has salvado la vida, Riden. Solo te estoy
devolviendo el favor.
—¿De verdad se trata solo de eso?
—Sí.
Respira profundo.
—Aprendí mucho sobre ti cuando estábamos en aquella
isla. Antes, te había acusado de haberme hechizado y de
haber jugado con mi mente, pero ahora ya sé cómo se
siente uno al estar bajo tu control. Me di cuenta de que
habías sido sincera conmigo, y que lo que pensaba y lo que
siento no tiene nada que ver con tus habilidades, sino con
quién eres.
—Riden —le digo parándolo.
—¿Sí?
—Has perdido mucha sangre y estoy bastante convencida
de que incluso estuviste muerto durante unos instantes.
Quizás deberías esperar hasta recuperarte física y también
mentalmente, antes de que digas o hagas algo
descabellado.
—¿Como hacer que me disparen dos veces, por ejemplo?
—pregunta aliviando la tensión que reina en la habitación.
Me río.
—Sí, como eso.
—Está bien, pero teniendo en cuenta que ya sé mucho
acerca de lo que eres capaz de hacer, ¿podría hacerte una
pregunta?
—Puedes hacerla. —Lo cual no significa que vaya a
contestarla.
—¿Qué tiene de especial tu nacimiento? ¿Cómo llegaste a
disponer de los poderes propios de las sirenas sin
convertirte en una por completo? Dijiste que me lo
contarías a cambio de que te diera el mapa. Aunque no te
lo diera por voluntad propia, lo tienes ahora, y me gustaría
obtener una respuesta.
Está claro que Riden sabe mucho sobre mí. Fue testigo,
de primera mano, de todas las cosas horribles que podría
hacerle si así lo quisiera. Aun así, él sigue hablándome
como si fuéramos... amigos, casi. No me importa que sepa
más. Es sorprendente que me esté aceptando tal como soy,
aunque esto último no me importa.
—Mi padre fue siguiendo su parte del mapa hace casi
diecinueve años. Quería ver hasta dónde llegaba con lo que
tenía. Él y dos de los barcos de su flota se toparon con una
isla que nunca había sido trazada por ningún cartógrafo de
Maneria, excepto por aquel que dibujó el mapa hasta la isla
de Canta en su día.
Conozco esta historia de memoria. Cuando era pequeña,
le pedía a mi padre que me la contara una y otra vez. Ahora
que he crecido me doy cuenta de que es algo inapropiada
para una niña pequeña, pero mi padre siempre me ha
tratado como si fuera más mayor de lo que soy en realidad.
—¿Qué isla era esa? —pregunta Riden.
—No sabemos su nombre. Solo sabemos que se
encuentra de camino a la isla de Canta. Pero el nombre no
es lo que importa, sino lo que encontraron al llegar.
—¿Qué encontraron?
—Una laguna donde hermosas mujeres se bañaban en el
agua. Pensando que podrían divertirse, varios hombres
saltaron por la borda, incluido mi padre. Sin embargo, en
lugar de ser las mujeres las que huyeran y gritasen para
escapar, fueron los hombres quienes chillaron hasta que
sus cabezas desaparecieron bajo la superficie del agua.
—Pero tu padre sobrevivió. ¿Cómo?
Sonrío, recordando cuando me contó la historia de cómo
él y Draxen tomaron el control de la Nómada Nocturna.
—No me interrumpas, ahora llego a esa parte.
—Lo siento.
—Las sirenas son criaturas fuertes. Más fuertes que
cualquier otro hombre. Cuando encuentran a sus objetivos,
los agarran por los hombros y los obligan a bajar hasta el
fondo del océano, donde pueden acostarse con ellos.
Riden traga saliva.
—Qué romántico.
Ladeo la cabeza.
—¿Dirías que es mucho peor eso que las intenciones que
tenían aquellos hombres con ellas al principio?
Riden se queda en silencio.
Yo continúo.
—Pese a que un hombre luche con uñas y dientes por
salvar su vida, la sirena siempre ganará. Y esas sirenas que
conciben bajo el agua, darán a luz a otras sirenas que
siempre serán niñas, por supuesto. De hecho, las sirenas
siempre son mujeres.
»A mi padre lo atrapó la más bella de todas. La reina de
todas las sirenas, según dice. Ella, al igual que las demás,
se lo llevó hasta el fondo del océano.
—¿Y luego?
—Mi padre luchó al principio, peleó con todas sus
fuerzas, pero fue inútil, sabía que moriría. Así que, en lugar
de resistirse hasta que la falta de respiración se hiciera
insoportable, decidió que se convertiría en cómplice de lo
que estaba sucediendo.
—Quieres decir que...
—En lugar de pelear, le devolvió los besos y abrazos. Y,
por lo que sea, esto le salvó la vida. Porque ella lo llevó de
nuevo a la superficie. Subieron de nuevo a tierra firme.
Toda niña que sea concebida por una sirena en tierra será
más humana que sirena.
—¡Rayos! —exclama Riden quedándose sin palabras.
—Mi padre y el resto de la tripulación que había
permanecido a bordo de los barcos se marcharon a casa;
habían conseguido llegar lo más lejos posible sin los dos
tercios del mapa que les faltaban. Se les permitió
marcharse debido al encuentro de mi padre con la Reina
Sirena. Ella les dejó vivir en lugar de ordenar a sus
súbditas que acabaran con ellos.
—Mi padre ha vuelto a esa isla muchas veces desde
entonces, pero nunca ha vuelto a ver a una sirena.
Riden no dice nada más. Está demasiado absorto en sus
pensamientos intentando asimilarlo todo. Finalmente, se le
cierran los ojos y doy por hecho que se ha dormido.
Observo sus párpados cerrados y sus respiraciones
profundas y uniformes. Sus labios carnosos. Es un hombre
extraño. Es extraño por haberme salvado. Extraño por
esforzarse tanto por salvar la vida de su terrible hermano.
Y extraño por no luchar por lo que quiere..., sea lo que sea.
Imagino que tendré mucho tiempo para descifrarlo mejor
en el futuro.
Aún falta por encontrar un tercio del mapa.
Agradecimientos

Esta novela no podría haberse publicado sin la ayuda de


muchas personas. En primer lugar, quiero agradecerle a mi
agente, Rachel Brooks, por apostar por mí, por encontrar
un hogar para La hija del Rey Pirata y por seguir
trabajando para asegurar su éxito. Eres una mezcla entre
mi superheroína y mi hada madrina, Rachel. Gracias por
ser increíble.
Un gracias enorme para el equipo de Feiwel and Friends,
especialmente para mi increíble editora, Holly West. Tus
ideas acerca de la trama y los personajes han sido
indispensables. Me has ayudado de verdad a poder entrar
en la cabeza de Alosa para que esta novela brille. También
me gustaría agradecer los esfuerzos de Starr Baer y de
Kaitlin Severini, que han trabajado respectivamente como
editora de producción y correctora de estilo.
Hay personas, que han estado entre bambalinas, con las
que no he trabajado directamente, pero que han ayudado
con DotPK. Yo hice vuestra labor en su día, y sé que existís.
Gracias.
A Alek Rose, mi compañero de habitación en la
universidad. Tuviste que sufrir las consecuencias de que mi
despertador sonara una hora antes para poder escribir y
editar. Me dejaste soltarte auténticos rollos acerca de
nuevas ideas para mis libros, y nunca dejaste de animarme.
Gracias, Eerpud.
Sarah Talley, Megan Gadd y Taralyn Johnson, sois los
mejores amigos y críticos que un escritor podría pedir. No
cambiéis nunca.
Estoy muy agradecida a mis lectores beta: Gwen Cole,
Kyra Nelson, Shanna Sexton, Jennifer Jamieson, Elizabeth
Anne Taggart, Juliet Safier, Tyler Wolf, Samantha Lee, Erica
Bell, Kyra Pierce, Grace Talley y Candace Hooper.
Necesito también mencionar a Swanky Seventeens,
especialmente a mi hermana Gwen Cole, por mantenerme
cuerda y por compartir este viaje tan loco conmigo.
Debo darle las gracias a: Elana Johnson, alguien
totalmente imprescindible durante el proceso de solicitud
para DotPK; a Brandon Sanderson, cuya clase de escritura
creativa me enseñó mucho acerca de los sistemas mágicos
de éxito; a Rick Walton, quien me enseñó más de lo que
jamás podría haber esperado acerca de la industria
editorial; a Kathleen Strasser, sin cuya ayuda es posible
que ni siquiera hubiera comenzado a escribir.
También tengo que darles las gracias a mi tía Krista y a
mi tío Tim. La mayor parte de la creación del libro tuvo
lugar cuando estaba terminando el último trimestre de la
universidad y viviendo con vosotros. Gracias por abrirme
vuestro hogar. Gracias, Audrey, por ayudarme a dar con el
nombre de los personajes. Gracias, Emmy, por dejarme
robarte la habitación y leerte lo que escribía. Nathan y
Jared, gracias por aseguraros de que nunca me aburriera.
Y, por supuesto, estaré eternamente agradecida a mi
familia, que me apoyó en cada paso del camino. Gracias,
mamá, papá, Jacob, Becki, Alisa y Johnny, por vuestros
ánimos y por todo lo que tuvisteis que soportar al oírme
hablar acerca del largo recorrido que me esperaba hasta
publicar la obra.
 
La hija del rey pirata
Tricia Levenseller
 
 
La lectura abre horizontes, iguala oportunidades y construye una sociedad
mejor. 
La propiedad intelectual es clave en la creación de contenidos culturales
porque sostiene el ecosistema de quienes escriben y de nuestras librerías.
Al comprar este ebook estarás contribuyendo a mantener dicho ecosistema vivo
y en crecimiento.
En Grupo Planeta agradecemos que nos ayudes a apoyar así la autonomía
creativa de autoras y autores para que puedan seguir desempeñando su labor.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita
reproducir algún fragmento de esta obra. 
Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por
teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.
 
 
Título original: The Daughter of the Pirate King
 
© del texto: Tricia Levenseller, 2017
Publicado de acuerdo con Feiwel and Friends, un sello de Macmillan Publishing
Group, LLC.
Todos los derechos reservados
 
© de la traducción: Laura Navas, 2023
 
© Diseño e imagen de cubierta: Micaela Alcaino
 
© Editorial Planeta S. A., 2023
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona
crossbooks@planeta.es
www.planetadelibros.com 
 
 
Primera edición en libro electrónico (epub): abril de 2023
 
ISBN:  978-84-08-27285-4 (epub)
 
Conversión a libro electrónico: Realización Planeta
¡Encuentra aquí tu
próxima lectura!

¡Síguenos en redes sociales!

You might also like