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sinónimo de entrometerse o insmiscuirse en los asuntos cubanos»,17 pero no con-


siguió que los norteamericanos modificasen sus exigencias. Tal como lo expresó
Manuel Sanguily, uno de los más distinguidos oradores y patriotas cubanos, el
dilema de Cuba era claro: una república protegida o ninguna república en abso-
luto. El 28 de mayo de 1901, por quince votos contra catorce, la convención adoptó
el apéndice a la constitución que se le proponía.
Una vez promulgada la Constitución, era necesario proceder a celebrar elec-
ciones presidenciales. Cuando Máximo Gómez, el venerado líder de la indepen-
dencia, rehusó que lo nombraran candidato, aparecieron otros dos: el general
Bartolomé Masó, prestigioso líder militar de talento limitado, y Tomás Estrada
Palma, que había sido presidente de la «república en armas» durante la guerra
de los Diez Años y había sustituido a Martí como jefe de la junta revolucionaria
cubana en el exilio. El primero era el más popular; el segundo, por haber pasado
la mayor parte de su vida en los Estados Unidos, era básicamente desconocido
en Cuba, pero contaba con el decisivo apoyo de Máximo Gómez (que durante
la guerra había tenido muchos roces con Masó) y el respaldo del general Wood.
Cuando éste nombró a cinco partidarios de Estrada Palma para que formaran
parte de la comisión electoral, el general Masó abandonó la carrera en señal de
protesta. El 20 de mayo de 1902, en medio del júbilo popular, Tomás Estrada
Palma, tras ser elegido debidamente, dio comienzo a su mandato como primer
presidente de Cuba. Aquel mismo día las tropas norteamericanas empezaron a
evacuar la isla. Al presenciar la izada de la bandera cubana en el castillo del
Morro, en La Habana, el anciano Máximo Gómez expresó las emociones de mu-
chos cubanos: «¡Por fin hemos llegado!»
La recuperación económica y la honradez en los asuntos públicos caracteriza-
ron la presidencia de Estrada Palma (1902-1906). Un tratado de reciprocidad que
se firmó con los Estados Unidos en 1903 daba al azúcar cubano trato preferencial
en el mercado estadounidense, reducía los derechos sobre las importaciones nor-
teamericanas y estimulaba nuevas inversiones estadounidenses en la isla, con lo
que la economía cubana quedaba atada con mayor fuerza al mercado de los Esta-
dos Unidos. La producción azucarera aumentó de 283.651 toneladas en 1900 a
1.183.347 en 1903, mientras la ganadería, la industria del tabaco y varios sectores
más de la economía continuaban recuperándose rápidamente de la devastación
de la guerra.
La situación política, no obstante, era menos alentadora/ Careciendo de toda
tradición de autogobierno o de disciplina política, con un bajo nivel de educación
pública y empobrecidos por la guerra, los cubanos se encontraron atrapados en-
tre el creciente control de la tierra y el azúcar por los norteamericanos y la domi-
nación del comercio por los españoles, garantizada virtualmente por el tratado
de paz entre los Estados Unidos y España. Debido a ello, la política se convirtió
en el principal camino para mejorar económicamente y en uno de los accesos
a los recursos nacionales. En consecuencia, los partidos políticos se convirtieron
pronto en lo que González Lanuza, distinguido profesor universitario, llamó «coo-

17. Elihu Root repitió ante los cubanos la declaración oficial que había mandado al general
Leonard Wood, gobernador militar de Cuba. Root a Wood, 2 de abril de 1901, Papeles de Elihu
Root, Biblioteca del Congreso, Washington.
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perativas organizadas para el consumo burocrático». Los programas de gran al-


cance y la lealtad a los principios eran sacrificados en aras de las ventajas políti-
cas inmediatas. La sombra permanente, cada vez mayor, de la dominación nor-
teamericana y la presencia de una población española numerosa y creciente (hasta
1934 cada año llegaban a Cuba miles de inmigrantes españoles), que generalmen-
le adoptaba una actitud desdeñosa ante el nacionalismo cubano, eran otros dos
obstáculos a la formación de un sistema político responsable y maduro en la isla.
Los viejos vicios coloniales, la corrupción política, el caudillismo local y el des-
precio de la ley reaparecieron pronto. La forma en que los veteranos de la guerra
de la independencia «recibieron» su compensación fue penosamente sintomática.
En vez de distribuir tierra, como sugerían algunos líderes patrióticos, Sanguily
entre ellos, el Congreso decidió pagar en metálico. Se obtuvo un préstamo ex-
tranjero, pero, debido a manipulaciones poco escrupulosas, muchos soldados co-
braron sumas ridiculamente pequeñas al mismo tiempo que unos cuantos políti-
cos se enriquecían.
Alarmado por estas tendencias, Estrada Palma, hombre honrado, tozudo y
reservado, decidió seguir el consejo de algunos de sus ayudantes y presentarse
a la reelección. Al parecer, Washington era favorable a ello,18 pero el presiden-
te se había equivocado al juzgar la situación. No sólo carecía de simpatías popu-
lares, sino que, además, se había indispuesto con muchos de sus seguidores del
principio, incluido Máximo Gómez, que murió en 1905 lleno de temores acerca
del futuro de la república. La decisión de Estrada Palma empujó a sus dos adver-
sarios principales, el general José Miguel Gómez y Alfredo Zayas, a unir sus fuerzas
y formar un poderoso partido liberal con los dos líderes como candidatos a la
presidencia y la vicepresidencia. Decididos a ganar a toda costa, los líderes del
Partido Moderado, que apoyaba a Estrada Palma, echaron mano de los recursos
y las fuerzas del gobierno para romper la oposición. Una serie de enfrentamien-
tos violentos que culminaron con el asesinato de Enrique Villuendas, popular
figura liberal, persuadieron a los liberales a abstenerse de la campaña presiden-
cial. Como era el único candidato, Estrada Palma, que probablemente descono-
cía la magnitud del fraude, fue reelegido.
Después de esta «victoria», el gobierno no hizo ningún intento de concilia-
ción. Los liberales continuaron viéndose hostigados y excluidos de los puestos
burocráticos. En el verano de 1906 la oposición ya se preparaba abiertamente
para alzarse en armas. Como la república no tenía ejército, el gobierno hizo fren-
te a la crisis con una guardia rural cuyos efectivos eran escasos y se encontraban
desplegados en el interior de la isla. Al estallar la rebelión en agosto, Estrada
Palma, que confiaba plenamente en el respaldo de los Estados Unidos, no vio
más remedio que pedir a Washington que interviniera por él. Sin embargo, el
presidente Theodore Roosevelt, que andaba muy ocupado con el asunto del canal
de Panamá, no quería hacer nada más que pudiera interpretarse como imperialis-
ta. Tratando de evitar una intervención, mandó dos emisarios a La Habana para
que buscaran una fórmula intermedia entre el gobierno y la oposición. Estrada
Palma se tomó esa imparcialidad como un voto de censura a su gobierno y dimi-
18. Véase el informe favorable (21 de enero de 1905) de Squiers, ministro norteamericano
en l,a Habana, en Herminio Portell Vila, Historia de Cuba en sus relaciones con ¡os Estados
lluidos y Ksptiñd. 4 vols., 1.a Habana, 1939, IV, p. 423. ,
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tió, además de hacer que todo su gabinete dimitiese también, dejando la repúbli-
ca sin gobierno y obligando a los Estados Unidos a hacerse con el control de
la isla. Roosevelt proclamó inmediatamente que los Estados Unidos se habían
visto obligados a intervenir en Cuba y que su único propósito era crear las condi-
ciones necesarias para unas elecciones pacíficas. Escribió que «nuestra tarea es
instaurar paz y orden ... poner en marcha el nuevo gobierno y luego abandonar
la isla».15
El hombre escogido para llevar a cabo este programa limitado fue Charles
E. Magoon, abogado, ex gobernador de la zona del canal y ministro en Panamá.
Hombre trabajador, conciliador y «sin pizca de brillantez», Magoon no consi-
guió impresionar a los cubanos, pero como gobernador interino su gestión fue
bastante acertada. Se encontró con que el principal obstáculo a la pacificación
rápida era un grupo de hombres de negocios, cubanos y extranjeros, que querían
perpetuar la ocupación y para ello fomentaban la agitación y propagaban rumo-
res acerca de conspiraciones antinorteamericanas. Sin dejarse impresionar por
sus amenazas, Magoon informó de que la mayoría de los cubanos querían poner
fin a la intervención. Consciente de que eran necesarias reformas económicas y
sociales más profundas, pero frenado por sus instrucciones, Magoon puso en mar-
cha un programa de obras públicas e intentó apaciguar a los grupos políticos
enfrentados, para lo cual ofreció empleos y puestos burocráticos (lección que a
los cubanos no se les pasó por alto). También promovió la formación de un par-
tido conservador que sustituyera a los desacreditados moderados y modificó las
leyes electorales para garantizar que las elecciones fuesen honradas. La reorgani-
zación política chocó con el obstáculo de la poca disposición de la clase de los
propietarios a participar en la política, actitud que el gobernador encontraba irri-
tante e irresponsable. Siguiendo las instrucciones de Roosevelt, Magoon también
acometió la tarea de organizar un pequeño ejército profesional que fuese capaz
de aplastar cualquier insurrección. Arguyendo que un ejército profesional se con-
vertiría pronto en un instrumento para reprimir a la oposición legítima, muchos
cubanos —y varios consejeros norteamericanos—recomendaron que no se creara
tal ejército, pero éste fue formado oficialmente en abril de 1908.
El 1 de agosto de 1908, restaurado por completo el orden, se celebraron elec-
ciones municipales y provinciales en las que los conservadores obtuvieron una
victoria sorprendente ante un dividido Partido Liberal. Comprendiendo que la
derrota iba a ser inevitable en las próximas elecciones presidenciales si permane-
cían desunidos, los líderes liberales José Miguel Gómez y Alfredo Zayas se unie-
ron una vez más en la misma candidatura presidencial como en 1905. Los conser-
vadores presentaron al general Mario García Menocal y a Rafael Montoro, famoso
orador ex autonomista. En noviembre, después de una campaña ordenada y
teñida de antinorteamericanismo, los liberales vencieron con facilidad. Un pe-
queño partido formado por negros, el Partido Independiente de Color, que más
adelante sería significativo, no hizo ningún progreso. El 28 de enero de 1909,
aniversario de José Martí, Magoon entregó oficialmente el poder al presidente
José Miguel Gómez. Las tropas norteamericanas permanecieron un poco más en

19. Citado en Alian Reed Millet, The politics of intervention: the military occupation of
Cuba, 1906-1909, Columbus, Ohio, 1968, p. 146.
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la isla para'garantizar una transición pacífica, pero el día 31 de marzo se retira-


ron. Con optimismo excesivo, el presidente Gómez declaró: «Una vez más los
cubanos tienen en sus manos el destino de su nación».
La segunda intervención norteamericana (1906-1909), aunque breve, tuvo una
repercusión profunda en la vida de Cuba. Provocada por ellos mismos, pareció
justificar las dudas de los cubanos acerca de su capacidad de autogobernarse.
Minó el nacionalismo cubano y reforzó la «mentalidad plattista» que prefería
dejar en manos de Washington las decisiones políticas de naturaleza definitiva.
La actitud sumisa de muchos grupos económicos poderosos, que había enojado
a Magoon, hizo que aumentara el abismo entre la élite que controlaba la econo-
mía cubana y las masas. La decadencia del nacionalismo y el aumento del cinis-
mo político alarmaron a muchos intelectuales cubanos que, como Enrique José
Varona y Manuel Sanguily, trataban de mantener vivos los ideales de Martí.
José Miguel Gómez heredó una república con poco más de dos millones de
habitantes (el 70 por 100 de ellos de raza blanca), una próspera economía y una
deuda pública de 12 millones de dólares dejada por la administración Magoon.
Hombre simpático y popular, el presidente mostró respeto por las instituciones
democráticas, se opuso a la intervención directa de los norteamericanos en los
asuntos nacionales y demostró, enriqueciéndose y permitiendo que otros siguie-
ran su ejemplo, que la política podía ser muy provechosa. Apodado «el tiburón»,
dio comienzo a una época de corrupción pública. Durante sus mandatos volvie-
ron las peleas de gallos y la lotería nacional, otrora condenadas como «vicios
coloniales», y la lotería evolucionó hasta convertirse en una eficiente máquina
de degradación política.
Dos problemas pusieron en peligro la paz y la soberanía de la república en
este período. Uno de ellos, la llamada «cuestión de los veteranos», lo provocó
la permanencia de elementos españoles o pro españoles en puestos públicos que
los veteranos de la guerra de la independencia consideraban que les correspon-
dían legítimamente a ellos. La agitación para que se expulsara a estos «enemi-
gos» de Cuba se volvió tan amenazadora, que Philander Knox, el secretario de
Estado norteamericano, advirtió a Gómez de la «grave preocupación» de los Es-
tados Unidos. La oposición de muchos grupos cubanos, el temor a otra interven-
ción norteamericana y algunas concesiones que hizo el gobierno contribuyeron
a calmar a los veteranos. El Partido Independiente de Color, fundado en 1907 por
extremistas negros que, con argumentos válidos, acusaban a la república de trai-
cionar a la población negra, se encontró con que su desarrollo político era blo-
queado por la ley Morúa preparada en 1909 por el presidente del Senado, Martín
Morúa Delgado, líder negro moderado, que prohibía los partidos políticos basa-
dos en la raza o la religión. Por medio de sociedades secretas de origen africano
como los ñañigos o en campañas abiertas, los independientes lucharon por la
abrogación de la ley. En mayo de 1912, exasperados por su fracaso y quizás alen-
tados por el presidente Gómez, que hubiera podido utilizar una crisis pequeña
como paso hacia la reelección, los independentistas se rebelaron. Mal organizado
y limitado principalmente a la provincia de Oriente, el levantamiento, a pesar
de todo, provocó una oleada de pánico en la isla. Igualmente alarmado, el go-
bierno de los Estados Unidos desembarcó infantes de marina en Daiquiri y anun-
ció que lomaría más medidas si el gobierno cubano no «protegía la vida o las
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propiedades de los ciudadanos norteamericanos». El presidente Gómez protestó


contra la intervención estadounidense y ordenó al ejército que aplastara la rebe-
lión. En junio los líderes de la insurrección ya habían muerto y sus seguidores
habían corrido la misma suerte o se habían dispersado. El miedo y el resentimien-
to que dejó el episodio obstaculizaron la participación de los negros en la política
cubana durante muchos años.
Al aproximarse las elecciones presidenciales, Gómez anunció que no se pre-
sentaría en busca de la reelección. Los conservadores escogieron al general Mario
García Menocal como candidato una vez más, con Enrique José Varona, proba-
blemente el intelectual cubano más respetado de la época, como candidato a la
vicepresidencia. Un detalle sintomático es que la consigna de la campaña era «Hon-
radez, paz y trabajo». Alfredo Zayas era el candidato de un partido liberal su-
puestamente unido. Pero antes de las elecciones, el antiguo antagonismo entre
miguelistas (partidarios del presidente Gómez) y zayistas afloró de nuevo a la
superficie y escindió el partido en dos facciones irreconciliables. La alianza subsi-
guiente de los miguelistas con los conservadores condenó al fracaso los esfuerzos
de Zayas, y Menocal venció en cinco de las seis provincias. El 20 de mayo de
1913 Gómez dejó la presidencia, y prestó juramento un presidente conservador.
El presidente Woodrow Wilson escribió a Menocal diciéndole: «Esta transmisión
ordenada de la autoridad es sumamente satisfactoria y parece indicar que el pue-
blo cubano ha pasado con éxito una de las pruebas más serias del gobierno repu-
blicano».20
El nuevo presidente, licenciado en ingeniería por la universidad de Cornell,
se había distinguido como líder militar y administrador de Chaparra, el mayor
ingenio de azúcar de Cuba, propiedad de la poderosa Cuban-American Sugar
Company, con la que Menocal tuvo una larga y provechosa asociación. Aristo-
crático y reservado, Menocal afectaba desdeñar la política y desplegaba un con-
servadurismo paternalista ante «la chusma trabajadora». Cumpliría dos mandatos.
En el primero de ellos (1913-1917) cumplió parcialmente sus promesas electo-
rales: de un modo u otro se frenó la corrupción oficial y, a pesar del tradicional
faccionalismo del Congreso, se promulgaron algunas leyes que hacían mucha fal-
ta. La Ley de Defensa Económica, que unificó las fuerzas armadas, reguló la
exportación de tabaco y creó una moneda cubana, y la Ley de Accidentes del
Trabajo son dos ejemplos destacados. En 1915 se celebró el primer congreso obrero
en La Habana, que demostró la fuerza incipiente de la clase trabajadora, la in-
fluencia predominante del anarquismo, que había penetrado por primera vez en
la isla en el siglo xix por medio de las organizaciones de trabajadores del taba-
co, y las tremendas dificultades que llevaba aparejada la organización nacional
de los trabajadores azucareros, que constituían, como dijo uno de los oradores,
un «proletariado rural».
Al mejorar las condiciones económicas debido a la primera guerra mundial
y ver que su popularidad iba en aumento, Menocal decidió presentarse a la ree-
lección. Como de costumbre, la noticia provocó una reacción hostil a escala na-
cional. Los liberales formaron un frente unido detrás de la candidatura de Alfre-

20. United States Department of State, Foreign relations ofthe United States, 1913, Wash-
ington, 1920, p. 337.

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